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Los nombres de color del españolDe su composición y sus propiedades gramaticales

Mario García-PageUniversidad Nacional de Educación a Distancia

Colour terms in Spanish are a heterogeneous and large set in origin and mor-phology: there are basic colour terms, which can function as adjectives or nouns (verde, blanco, azul, rojo…) and secondary colour terms with a binary structure N1(+basic colour)-N2(object/proper name) (verde esmeralda, blanco hueso, azul cielo, rojo Corintio…), as well as referential terms, which refer primarily to a physical object in which colour is a prominent feature (naranja, granate, lila, carmín…). Finally, there is a set of colour terms which can only function as adjectives by means of adjectival suffixation (verdoso, blancuzco, azulino, rojizo…). Such diversity brings about variable behaviour in identification tests (such as Este color es el + N – This colour is + N) as well as in grammatical tests (derivation, quantification, etc.).

Keywords: noun, adjective, colour terms, compound, apposition

1. Presentación

1.1 Clases de nombres de color

En español, como en otras lenguas, existe un conjunto finito de nombres que de-notan unívocamente ‘color’, llamados a veces básicos, cuya función es establecer distinciones clasificatorias dentro de la categoría general del color: negro, blanco, rojo o colorado, verde, azul, amarillo, marrón o pardo o castaño, gris, índigo, beis [beige], morado, rosado, magenta….

En verdad, la lista de nombres que sólo denotan ‘color’ es más extensa: algunos son originarios adjetivos que se emplean ya como sustantivos; otros, de origen latino muchas veces, tienen sabor arcaico y no se usan; otros, en fin, tienen un área de aplicación muy restringida: rucio, cárdeno, rútilo, sinoble, gilvo, glauco, ru‑bio, jalde, cetrino, blondo, bruno, argén, flavo… (para el español, ver, p. ej., Espejo Muriel, 1990).

Revue Romane 44:1 (2009), 47–66. doi 10.1075/rro.44.1.03pagissn 0035–3906 / e-issn 1600–0811 © John Benjamins Publishing Company

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Los que aquí llamamos básicos no coinciden con los considerados primarios de la técnica pictórica, aunque éstos, menos numerosos, están incluidos en aquéllos; tampoco se corresponden con los focales de Berlin y Kay (1969) y Kay y McDaniel (1978), que constituyen una lista más breve; ni con los adjetivos categorizadores (Adj C) de Molinier (2005, 2006), que incluyen nombres de color referenciales y formas compuestas (este autor utiliza tests de reconocimiento similares a los empleados por nosotros, pero centra su estudio en los derivados por sufijación; además, trata como adjetivos ciertos términos de color con valor sustantivo).

El vocabulario de los nombres de color del español no se limita a este conjun-to más o menos reducido, sino que está conformado, por un lado, con una serie de lexemas simples que, primariamente, designan objetos físicos de la realidad –preferentemente, entidades de la Naturaleza (plantas, hortalizas y frutas o frutos, minerales y sustancias, animales o partes de ellos: lila, malva, violeta, rosa, gual‑da, avellana, zanahoria, berenjena, naranja, avellana, granate, plata, oro, plomo, bronce, tierra, grana, sepia, púrpura, sepia, carmín, ocre, carmesí, escarlata, salmón, hueso, marfil, carne…), y, en menor grado, productos manufacturados (crema, bu‑tano, azafrán, chocolate, canela, miel, mostaza, teja, ladrillo…)–, y, por otro lado, con denominaciones complejas con forma de sintagma binario y esquema «N [+co-

lor básico] + N[+objeto físico] / A» que representan matizaciones de los colores básicos (azul cielo, azul noche, azul turquesa, azul marino, azul celeste, rojo sangre, rojo amapola, rojo cardenal, rojo cereza, rojo geranio, rojo amaranto, amarillo limón, verde esmeralda, verde jade, verde pino, verde pistacho, verde montaña, verde mar, verde botella, verde manzana, verde hoja, verde oliva, verde caqui, blanco hueso, blanco sucio, blanco roto, gris perla, gris plomo, gris pizarra, gris marengo, gris ce‑niza, rubio platino…), grupo en el que cabría incluir, además de los términos rosa fucsia, rosa chicle, naranja butano y quizá algún otro, cuyo núcleo no es un nombre de color originariamente básico, las formaciones del tipo rojo Corintio, rojo (vino) Burdeos, amarillo Van Gogh, azul Prusia, azul Sajonia, marrón Siena, verde Lóder, morado Nazareno…, de esquema «N[+color básico] + N[+propio (topónimo, antropónimo…)]». Son nombres de color secundarios, referenciales y no referenciales, cuya misión esencial es satisfacer lingüísticamente la demanda cromática de la realidad que el espectro determinado por los nombres de color básicos no es capaz de atender; como ellos, categorizan colores: unos amplían el paradigma de los colores básicos, i. e., codifican nuevos colores como básicos, y otros establecen precisiones o acota-ciones de ellos, i. e., clasifican los básicos según las diversas tonalidades o matices de coloración que pueden presentar.

Muchas de estas denominaciones complejas están ya consagradas y forman parte del léxico de la lengua, pero la relación no puede ser exhaustiva, pues se trata de un esquema de formación muy productivo, especialmente en ciertos ámbitos, como la moda de ropa, la cosmética o la literatura (Fernández Ramírez, 1951,

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Škultéty, 1977 [1974], Martinell, 1979…): rojo pasión, verde esperanza, etc. La fan-tasía de los hablantes es ilimitada: produce constantemente nuevas creaciones (ad-viértase, además, que no todos los nombres N2 que forman tales denominaciones complejas funcionan autónomamente como nombres de color referenciales).

Además de estos tres grupos, se emplean con frecuencia como nombres de color simples adjetivos que indican matización o tendencia de coloración, como blancuzco, cobrizo, violáceo, aceituno, azulino, azulenco, verdoso, amarillento, rosá‑ceo, carmíneo, etc. (por ejemplo, es un verdoso mate, es un cobrizo oscuro parecido al granate…), o, incluso, el mismo color que el sustantivo base (naranjado, en‑carnado, violado, etc.): son, en general, adjetivos morfológicamente derivados de nombres de color básicos y, en menor medida, de nombres de color secundarios referenciales mediante sufijación (-eo, -ino, -oso, -izo, -ento, etc.) o parasíntesis con prefijo en‑ o a‑ y sufijo -ado.

1.2 Los tests de reconocimiento

Frente a las tres clases de nombres sustantivo de color (los básicos: negro, blanco…, y los secundarios referenciales: lila, rosa, naranja…, y no referenciales de estruc-tura binaria: azul cielo, azul noche…), los nombres adjetivo de color (blancuzco, cobrizo…), salvo quizá alguna rara excepción (como encarnado o anaranjado con uso como sustantivos, semánticamente equivalentes a sus bases de formación, car‑ne y naranja), no categorizan un color, no tienen por misión clasificar colores; de ahí que no superen la prueba de reconocimiento basada en alguna de las fórmulas identificativas (Fernández Leborans, 1999: §§ 37.3. y 37.4.), la identificativa in-versa o ecuativa Este color es el N[+color] o El color de N[+objeto] es el N[+color] (1a, b) o la identificativa recta definicional El N[+color] es un color (1c); tampoco funcionan como aposición denominativa del sustantivo color en la construcción ecuativa Este color es el color N[+color] (1e), donde se expresa una relación de inclusión, de géne-ro-especie o hiperónimo-hipónimo, aunque, al menos algunos, parecen admitir la aposición en la estructura N[+objeto] es de color N[+color]:

(1) a. Este color es el blanco / el lila / el azul cielo / *el blancuzco. b. El color del bolso es el rojo / el naranja / el verde esmeralda / *el blancuzco. c. El blanco / el lila / el azul cielo / *el blancuzco es un color. d. El bolso es de color blanco / lila / azul cielo / ?blancuzco. e. Este color es el color blanco / el lila / el azul cielo / *el blancuzco.

En cambio, frente a esos otros, superan felizmente la prueba de caracterización según la fórmula Este color es N[+color] (atributiva adscriptiva) o N[+objeto] es de un color N[+color]:

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(2) a. Este color es *blanco / *lila / *azul cielo / blancuzco. b. El bolso es de un color *blanco / *lila / *azul cielo / blancuzco.

Aquéllos superarán la prueba sólo si van modificados por un adjetivo cualitativo; en ese caso ya no categorizan un color, sino que lo caracterizan como aproxima-ción a un color:

(3) El bolso es de un color blanco verdoso / lila pálido / azul cielo claro.

Por todo ello, aunque comparten ciertos contextos con los nombres de color bási-cos y secundarios (la aposición de color N, la nominalización un N: un blancuzco/verdoso…), sólo deben ser tratados como nombres de color espurios o contrahe-chos (Molinier, 2006, p. 264 los llama aproximativos).

Los que nunca funcionan, en español, como nombres de color autónomos son los adjetivos que expresan tonalidad, brillo o luminosidad, o saturación de un co-lor: claro, oscuro, intenso, vivo, brillante, mate, pálido, crudo, fluorescente, lumino‑so, chillón, pastel, etc. Ante las pruebas de identificación y caracterización vistas, se comportan, grosso modo, como los falsos nombres de color (blancuzco, cobrizo…), aunque, curiosamente, algunos parecen admitir la estructura apositiva (4e), no así la ecuativa-apositiva (4d):

(4) a. Este color es el *claro / *intenso… b. El color del bolso es el *claro / el *intenso… c. El *claro / el *intenso es un color. d. Este color es el color *claro / *intenso… e. El bolso es de color claro / oscuro / vivo / ?intenso / ?crudo / ?pálido /

?mate / ?cálido… f. Este color es claro / intenso… g. El bolso es de un color claro / intenso…

De acuerdo con estos datos, se forma así un conjunto numeroso y heterogéneo de denominaciones de los colores –variable de una sociedad a otra, incluso de un individuo a otro–; la diversidad de origen y modo de consecución va a quedar reflejada en el desigual comportamiento gramatical de unos y otros nombres.

2. Propiedades gramaticales de los nombres de color

2.1 Los nombres de color básicos

Los nombres de color básicos o genuinos se caracterizan, morfológicamente, por ser, en su mayoría, unidades léxicas simples y primitivas (no hay compuestos, y son pocos los derivados, siempre originarios adjetivos en -ado: colorado, morado),1

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y, sintácticamente, por funcionar bien como sustantivo, bien como adjetivo. Así, blanco es sustantivo en contextos como los de (5) y adjetivo en contextos como los de (6):

(5) a. el blanco (de la nieve) b. un blanco (amarillento) c. color blanco d. blanco hueso / blanco resplandeciente / que resplandece

(6) a. pañuelo blanco / blanco pañuelo b. uno [aquello, otro, alguno, etc.] blanco c. (un pañuelo) muy blanco d. lo blanco (de N) / ¡lo blanco que está!

Sólo los sustantivos pueden llevar artículo definido, u otro determinante (5a) –siempre que no se considere el fenómeno de la sustantivación, del tipo “De esos pañuelos, quiero el blanco” (donde, no obstante, cabe otro análisis, según el cual el artículo incide sobre un núcleo nominal nulo: el Ø blanco)–, sólo los sustan-tivos pueden ir precedidos de un (o, lo que es lo mismo, un y otros determinan-tes apocopados no pueden incidir sobre núcleos nominales nulos) (5b), sólo los sustantivos pueden funcionar como aposición a otro sustantivo que lo represente genéricamente, como es el caso de color (la distribución interna está fijada, igual que en los sintagmas río Tajo, mar Mediterráneo, el emperador Trajano o el pintor Diego Velázquez: el término más extenso o hiperónimo aparece en posición de cabeza: *blanco color, *azul color, *Tajo río, *Mediterráneo mar) (5c), y sólo los sustantivos pueden llevar aposiciones nominales o ser modificados por un ad-jetivo semánticamente compatible (5d); por ejemplo, un nombre de color mues-tra especial repugnacia a recibir como modificador un adjetivo de color formado sobre él por sufijación (Molinier, 2005, p. 148), es decir, que presente su misma base léxica: *blanco blancuzco, *verde verdoso, *carmín carmíneo, etc. (en cambio, admite cualquier especificación de la misma gama o un hipónimo: rosa violáceo, rojo amoratado…). Por su parte, sólo los adjetivos modifican directamente al sus-tantivo y pueden anteponerse a él, como lo haría un epíteto (6a), sólo los adjetivos pueden modificar al pronombre anafórico uno (6b), sólo los adjetivos, frente a los sustantivos, pueden ser cuantificados por un adverbio (6c),2 y sólo los adjetivos, además de algunos adverbios, pueden formar sintagma con lo neutro e intervenir en estructuras enfáticas con lo (6d).

Asimismo, las pruebas de la coordinación y la comparación, basadas en el criterio de homocategorialidad, corroboran que blanco es sustantivo en (7a) y ad-jetivo en (7b–c):

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(7) a. Destacaban [el blanco de las casas]SN y [el resplandor del sol en los cristales]SN

b. Ese pañuelo [blanco]A y [grande]A c. Un pañuelo [más [amarillo]A] que [blanco]A

El que el nombre de color básico modificado por un adjetivo (blanco claro) o por un sustantivo en aposición (blanco hueso), al aplicarse a otro apelativo, se constru-ya invariablemente en masculino y singular aun cuando aquél cambie su flexión constituye una prueba fehaciente de que el nombre de color es un sustantivo y no un adjetivo. Estructuras como las de (8) y (9) representan secuencias de sustanti-vos en aposición:

(8) a. un pañuelo blanco claro → una camisa blanco claro / *blanca clara / *blanca claro

b. un pañuelo blanco claro → dos pañuelos blanco claro / *blancos claros / *blancos claro

(9) a. un pañuelo blanco hueso → una camisa blanco hueso / *blanca hueso b. un pañuelo blanco hueso → dos pañuelos blanco hueso / *blancos hueso

En casos de aposición como (9), la fijación morfológica viene favorecida por el es-tatus de unidad semánticamente cohesionada –o de compuesto– de la secuencia N-N, junto con otras de estructura N-A: las combinaciones blanco hueso, verde es‑meralda, gris perla, gris marengo, amarillo limón, azul cielo… y azul marino, azul celeste, blanco sucio, blanco roto… codifican un color, de la misma manera que lo hacen los nombres simples blanco, verde, gris, amarillo, azul, etc. Una prueba de ello es que pueden formar aposiciones especificativas con el sustantivo color (cfr. (5c)):

(10) a. (Un pañuelo de) color blanco hueso / color blanco sucio.

Entre las características morfológicas de los nombres de color básicos o perma-nentes, junto con el de ser, normalmente, lexemas simples, están la facultad de formar sustantivos abstractos mediante los sufijos nominalizadores -ez, -ura, -or (rojo > rojez, negro > negrura, verde > verdor…) y verbos deadjetivales mediante sufijación o parasíntesis (azul > azular; blanco > blanquear, blanquecer; negro > ennegrecer…). Asimismo, son muy productivos en la formación de adjetivos de tonalidad o matizadores de la coloración, mediante sufijación (ver Geli Aguadé, 1955, pp. 96–97; para el francés, Meunier, 1975 y Molinier, 2001, 2005): -oso, -izo, -áceo, -eo, -í, -ento, -ado, -ino, -uzco, -ón, etc. (verdoso, rojizo, amarillento, azulino, azulón, blancuzco, grisáceo…), o parasíntesis en -ado (amarronado, amoratado…), si bien esta característica es compartida, con menos rentabilidad, por los nombres referenciales (carmíneo, aceituno, terroso, opalino, pajizo, cobrizo, plateado, ana‑ranjado…). Aunque ningún autor lo ha indicado, en algunos casos ha sido precisa

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la intervención de un interfijo: negregar, negreguear (< negrear), verdeguear (< verdear), negregura (< negrura), blanquinoso (comp. verdoso), blanquecino (comp. azulino)…

Como es de esperar, no todos presentan el mismo índice de productividad: algunos son muy productivos y admiten variantes sufijales (amarillura, amarillez, amarillor; blanquecino, blancazo, blancuzco, blanquizco, blanquizo, blanquino‑so; blanquear, blanquecer, emblanquear, emblanquecer) y otros, como el castaño, pardo o marrón, el beis, el rosado, el índigo, presentan una morfología derivativa muy restricta o poco flexible. Todos los nombres de color primarios (negro, blan‑co, rojo, amarillo, azul y verde) están representados en las tres categorías básicas, salvo azul, que no ha logrado desarrollar ningún derivado sustantivo (*azulez, *azulor, *azulura).

Sólo muy restringidamente, los nombres de color básicos han intervenido en la forja de compuestos propios o gráficos, ya consolidados, como blanquiazul, blanquinegro, verdinegro o azulgrana; sí han dado lugar, en cambio, a una extensa serie de sintagmas de estructura binómica N1-N2, la mayoría institucionalizados, compuestos por un nombre de color básico y un nombre de objeto, los cuales fun-cionan, igual que los adjetivos derivados, como matizadores de un color básico: blanco hueso, azul cielo, verde esmeralda, amarillo limón, gris perla, etc. (§ 1.1.).

Asimismo, también sólo de modo restringido, los nombres de color básicos han favorecido la formación de grupos sintácticos N1-N2 en los que N2 es un nom-bre propio: rojo Corintio, amarillo Van Gogh, azul Prusia, etc. (§ 1.1.).

Este conjunto de habilidades gramaticales constituye una de las principales se-ñas de identidad de los nombres de color básicos, dado que, salvo contadas excep-ciones, no las manifiestan los nombres de color referenciales (lila, granate, sepia, etc.), ni, lógicamente, los nombres compuestos no referenciales (azul cielo, etc.). No obstante, prevalece la idea del contínuum (Gallardo, 1981, p. 34), si tenemos en cuenta, por un lado, la ausencia, en aquéllos, de procesos de composición y la derivación cero o mínima (beige, índigo, castaño, cárdeno…) y, por otro, la pro-ductividad, siquiera limitada, que muestran ciertos nombres de color referenciales en la formación de adjetivos (purpúreo, terroso, ceniciento, naranjado…), incapa-citados para formar sustantivos abstractos en -ez, -ura u -or, y verbos denomina-les, a excepción de platear, dorar y purpurar, y quizá algún otro, por un proceso metonímico o metafórico.

2.2 Los nombres de color referenciales

Los nombres de color eventuales o secundarios referenciales, caracterizados por designar, primariamente, objetos físicos y denotar, secundariamente, ‘color’ al eri-girse éste en una propiedad, culturalmente, prominente o prototípica del objeto

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(azafrán, café, añil, ocre, púrpura, granate, naranja…), no se comportan de manera homogénea entre sí ni de idéntico modo a como lo hacen los nombres de color básicos o no referenciales: o bien no presentan todas las características de la clase o las presentan en distinto grado, y no todos son capaces de superar las pruebas gramaticales antes expuestas (si bien, como sustantivos, todos superan las pruebas 5a, 5b y 5c). Cabría hablar de un contínuum entre los más integrados al espectro de los colores (seguramente, el rosa, el naranja, el lila, el malva, el violeta y el gra‑nate) y los menos integrados (los restantes), una escala forzosamente variable en razón de los rasgos externos de los usuarios (competencia léxica, área geográfica, profesión, etc.).

Los nombres de color referenciales son, como los nombres de color básicos, lexemas simples y primitivos, con la excepción de violeta (diminutivo de viola) y quizá algún otro escasamente integrado (yema de huevo…), pero, frente a ellos, están, en principio, incapacitados para formar compuestos propios y derivados no-minales y verbales (véase n. 1), aunque, como hemos visto, sí pueden producir –no todos– derivados adjetivales por sufijación: violáceo, purpúreo y purpurino, car‑míneo, terroso, opalino, cobrizo, plomizo, ceniciento…; la nómina es notablemente extensa si se consideran los formados mediante dos modelos analógicos producti-vos, la sufijación de adjetivos en -ado y la parasíntesis de esquema «a- + N + -ado»: violado (de viola, no de violeta), melado, limonado, azafranado, azufrado, plateado, dorado, aceitunado, leonado, nacarado o anacarado, naranjado o anaranjado, asal‑monado, abetunado, amulatado, apizarrado, acobrado, etc. Asimismo, están inca-pacitados para formar binomios sintácticos N1-N2, sea N2 nombre común (tipo azul cielo) –con la excepción de las combinaciones rosa fucsia, rosa chicle, naranja butano y quizá algún otro–, sea nombre propio (tipo azul Prusia).

Precisamente el rosa y el naranja –que, de modo excepcional, superan par-cialmente esta última prueba–, junto con el lila, el malva, el violeta y el granate, se diferencian de los restantes nombres de color referenciales por su comportamiento distinto ante la concordancia, pues conocen usos adjetivos en relación con la con-cordancia de número (11a), no así de género (11b), lo que demuestra que están cul-turalmente más integrados al paradigma de los colores genuinos, si bien la forma no concordada (aposición) sigue siendo la preferente.3 Se trata, aun así, de un cri-terio subjetivo, dependiente de los usuarios, y, por tanto, no enteramente fiable. El doblete flexivo no es aplicable al resto de los nombres de color referenciales (11c):

(11) a. pañuelos rosa / rosas, pañuelos naranja / naranjas, pañuelos granate / granates…

b. pañuelo rosa / *roso, pañuelo naranja / *naranjo, pañuelo lila / *lilo… c. pañuelos carmín / *carmines, pañuelos tierra / *tierras, pañuelos ocre /

*ocres…

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En complementaciones directas a un nombre de objeto singular de un nombre de color con flexión de número singular (morfo cero), del tipo pañuelo lila o camisa naranja, no está claro si se trata de un adjetivo (N + A), como sería el análisis de rojo en pañuelo rojo o camisa roja, o de un sustantivo en aposición, como sería el análisis de naranja en pañuelos naranja o camisas naranja. Tan sólo en sintagmas como una rosa rosa, una lila lila, una violeta violeta y una naranja naranja –de-jando aparte la interpretación como estructuras de repetición enfática (‘una rosa auténtica’, etc.)–, podría sospecharse que el nombre de color es adjetivo: especifica el color que tiene una determinada rosa, lila, violeta o naranja, considerando que tales flores y fruta pueden presentar distintos colores, incluido el estereotípico (los colores de la rosa son muy diversos; los de la lila y la violeta, básicamente dos en la especie silvestre común: el lila o el violeta y el blanco, respectivamente; la naranja, además de naranja, puede ser también verde o amarilla en el proceso de madura-ción). La duda queda definitivamente resuelta si el supuesto adjetivo de color va modificado por un cuantificador: una rosa ligeramente rosa, un granate poco gra‑nate, una naranja menos naranja que amarilla (o más o menos naranja)…

El rango de adjetivo de este pequeño grupo de nombres de color referenciales parece quedar confirmado en contextos, gramaticalmente impecables, como los recogidos en (12), en los que el nombre de color eventual concuerda con el sujeto en una construcción predicativa con verbo copulativo (12a), un nombre de color eventual se coordina con un nombre de color permanente (12b) o se compara con él (12c), un nombre de color secundario está modificado por un cuantificador adverbial (12d), o un nombre de color referencial funciona como especificador en una estructura anafórica, como lo haría un adjetivo calificativo (el delgado, el grande, etc.) (12e):

(12) a. Los pañuelos son rosa / rosas. Las camisas son naranja / naranjas. b. Una camisa roja y naranja. Camisas rojas y naranjas / ?rojas y naranja. c. Un tomate más naranja que rojo. d. Un tomate algo / un poco / completamente naranja. e. De esos tomates, quiero el naranja.

Si bien, estos nombres de color secundarios especiales no reúnen todas las pro-piedades de los adjetivos cualitativos; por ejemplo, no admiten la anteposición nominal (distribución, asimismo, poco aceptada por los adjetivos de color, salvo en la lengua literaria: el rojo crepúsculo clavado en los cristales, aquel amarillo ama‑necer en el mar…), ni, en consecuencia, funcionan como epíteto retórico (blanca nieve, verde hierba…). Ni éstos –más integrados– ni los otros –referenciales más puros– intervienen en comparativas estereotipadas, frente a los adjetivos de color genuinos (más rojo que un tomate, más blanco que la pared, más negro que el car‑bón…); si bien, tal restricción no es un argumento sólido pues algunos adjetivos

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de color básicos, como el azul, el marrón o el gris, tampoco han conseguido formar comparaciones de esa naturaleza.

Aun con las limitaciones señaladas, el que los nombres naranja, rosa, violeta, lila, malva y granate, además de sustantivos, funcionen ocasionalmente como ad-jetivos constituye una prueba indiscutible de su alto nivel de asimilación a los co-lores básicos, pues éstos pueden ser sustantivo y adjetivo. También es una prueba de integración –en principio, limitada al rosa y al naranja– el que puedan funcio-nar como núcleos de la aposición N1-N2 (rosa fucsia, naranja butano); y también lo es el que intervengan con toda naturalidad en aposiciones especificativas del tipo color naranja, color rosa, color lila, color granate, etc. (cfr. 1.d-e), esto es, como hipónimos del sustantivo color. Ahora bien, esta característica no permite discri-minarlos como un grupo especial respecto de los demás nombres de color refe-renciales, pues la gran mayoría de éstos puede funcionar como aposición de color;4 ni tampoco, con más razón, de los nombres de color secundarios no referenciales (azul cielo, verde esmeralda, etc.), que admiten sin restricciones tal configuración. También superan, unos y otros, la prueba (6b), tocante a la naturaleza adjetiva del nombre de color: uno naranja / añil / verde esmeralda.

El proceso de integración de un nombre referencial al espectro de los colores tiene un fundamento más pragmático o neurofisiológico que lingüístico. La proto-tipicidad del color en un objeto está en la base de su lexicalización como nombre de color (cfr. Geli Aguadé, 1955, p. 21). Actúe o no, de manera automatizada, un fenómeno de analogía o estereotipia, estructuras sintácticas simples como pañuelo naranja o camisa lila son fórmulas económicas (yuxtaposición) derivadas de una comparación que efectúa el hablante: “un pañuelo de [(un) color como] el color de la naranja”, “una camisa de [(un) color como] el color de la lila”; si bien, esta estrategia de comparación podría no aplicarse si no hay conciencia del origen re-ferencial de N2, esto es, cuando se concibe de modo inmediato como un color más, completamente integrado a la nómina de los colores permanentes o básicos, como podría suceder con el rosa, el naranja o el granate, sobre todo en determinados sectores de la comunidad de habla. Por ejemplo, la población infantil asocia el término granate más a un color que a un mineral; lo mismo cabría decir de púr‑pura, añil, malva o grana. Antes hemos comentado el caso de gualda: un amplio sector de la población española, incluso de nivel medio-alto, desconoce su origen botánico, por lo que sólo lo asocia con el color. Asimismo, una encuesta recogida en Martinell (1979, p. 271) pone de relieve que el término naranja se utiliza más como nombre de color que de objeto.

Tal estrategia también actuaría en los binomios del tipo azul cielo, rojo sangre o verde esmeralda: “de (un) color azul como el [color azul] del cielo”, “de (un) color rojo como el [color rojo] de la sangre”, de (un) color verde como el [color verde] de la esmeralda”. Cuando se opera con nombres de color referenciales poco

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integrados, la mayor o menor “gramaticalidad” de una fórmula económica de esta suerte puede depender también de factores lingüísticos. El distinto resultado que arroja el test de aceptabilidad aplicado a los sintagmas de (13):

(13) ojos cielo / *libros cielo

se explica por la clase semántica a la que pertenece el núcleo o sustantivo determi-nado: el azul no es una propiedad de (la pasta de) los libros, pero sí de(l iris de) los ojos. Una explicación similar requerirían los sintagmas ojos café, cabello avellana, pelo cobre, labios carmín o piel salmón. Este fundamento semántico –que estaría respaldado por la definición lexicográfica de algunos diccionarios (el DRAE inclu-ye entre las acepciones de algunos nombres referenciales, como carmín, salmón, hueso, teja, sepia o marfil, el ser nombre o adjetivo de color)– descansa, a su vez, en el hecho extralingüístico de que sean pocos los colores que, prototípicamente o de modo natural, pueden tener las partes del cuerpo humano (ojos, pelo, labios, piel…). Ahora bien, este razonamiento semántico no explica el diferente compor-tamiento de los pares de (14):

(14) camisa hueso / *puerta hueso, falda carmelita / *mesa carmelita, blusa salmón / *silla salmón…

El factor que interviene en la regularidad de las aposiciones primeras de cada par es de índole pragmática, y consiste en que, entre los objetos coloridos, las pren-das de vestir (incluido el vestuario del hogar) se han erigido culturalmente en los receptores predilectos de atributos de color, junto a los elementos somáticos, en los que, como se ha visto, puede existir una base lingüística. Los designadores de ropa y los somatismos se han institucionalizado como contextos apropiados a la lectura cromática de un nombre referencial: su presencia en una secuencia orienta la interpretación del nombre al ámbito del color.5

En realidad, se trata de un problema de vaguedad referencial, que resuelven satisfactoriamente dichos nombres. No cabe duda de que, en pelo caoba, el sus-tantivo caoba sólo puede referirse al color del pelo; en cambio, en mesa caoba, la misma operación inferencial puede resultar un fiasco al descartar, por ejemplo, la lectura, acaso preferente, de caoba como designación de una clase de madera. Una explicación similar requerirían contrastes como los de (15):

(15) tez marfil / *escultura marfil, camisa crema / *bizcocho crema, traje pizarra / *zócalo pizarra, pañuelo tierra / *pared tierra, blusa perla / *collar perla, cortinas oro / *reloj oro, corbata esmeralda / *anillo esmeralda…

El hecho de que el color no sea característica relevante o específica de un objeto (puede, incluso, entrar en contradicción con su color habitual) o lo sea en menor grado que otras, como puede ocurrir con los apelativos mesa, escultura, bizcocho,

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zócalo, pared, collar, reloj o anillo, donde resaltan más los elementos de composi-ción o la clase de material o de soporte, explica la extrañeza o anomalía de tales sintagmas. Pueden también influir en el extrañamiento o sentimiento de anomalía otras causas lingüísticas con base psicológica (fijación y estereotipia), como el que, en muchos casos, se trate de estructuras gramaticales fuertemente trabadas e insti-tucionalizadas, como los presuntos compuestos N1-N2 gris pizarra, gris perla, ver‑de esmeralda: los nombres referenciales N2 matizadores de un color básico, estre-chamente asociados a esos grupos, se resisten a ser empleados de forma autónoma para denotar color, incluso cuando son aplicados a nombres de objeto típicamente receptores (*camisa cielo [frente a camisa azul cielo], *corbata botella [frente a cor‑bata verde botella], *mejilla sangre [frente a mejilla rojo sangre], *falda pino [frente a falda verde pino], ?/*bolso limón [frente a bolso amarillo limón])…), acaso por no ser lo suficientemente precisos en la identificación de un color (ver n. 4); aun así, esta prueba no es decisiva porque resultan completamente naturales las apo-siciones directas con otros nombres referenciales N2 que forman denominaciones complejas de color similares (blusa pistacho [< verde pistacho], pantalón butano [< naranja butano], camisa caqui [< verde caqui], corbata fucsia [< rosa fucsia]…), se-guramente porque, en estos casos, tales N2 están más asimilados a los nombres de color básicos, sobre todo si el color es rasgo prominente en el objeto. Otra razón es que los nombres comunes que designan el material de que se compone un objeto no han conseguido fraguar estructuras apositivas como lo han hecho los nombres de color, por lo que deben recurrir a la construcción prepositiva (mesa de caoba, zócalo de pizarra, reloj de oro…). En español, además del sustantivo color, otros nombres hiperónimos en aposición, como estilo y marca, dan resultados similares: un bargueño Renacimiento < un bargueño estilo Renacimiento, un coche Renault < un coche marca Renault.

Aun con todo, un contexto sobredeterminado, gramatical o pragmático, puede hacer viables aposiciones irregulares como las que aparecen en (13–15) al conseguir eliminar o reducir drásticamente la vaguedad referencial, es decir, puede facilitar notablemente la adscripción de un nombre referencial escasamente integrado a los nombres de color. Así, por ejemplo, la presencia de uno de los adjetivos matizado-res de color favorece la lectura cromática del nombre de color referencial, incluso en los casos en que N1 no es un sustantivo típicamente receptor, precisamente por-que tales adjetivos están diseñados exclusivamente para matizar un color:

(16) mesa caoba rojizo, camisa hueso apagado, puerta hueso grisáceo, blusa limón verdoso, anillo esmeralda claro, zócalo pizarra oscuro, corbata jade intenso…

El adjetivo de coloración, tonalidad, brillo o saturación permite, pues, la identi-ficación de un color, categorizar el apelativo referencial como nombre de color, como prueba la correcta formación de sintagmas como un caoba rojizo, un hueso

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apagado, un esmeralda intenso, un fucsia fosforito, un avellana pálido, un perla azu‑lino, etc., en consonancia con aquellos en los que interviene un nombre de color básico, como un amarillo rojizo, un blanco apagado, un verde intenso, etc. La forma masculina del adjetivo, exigida por la concordancia con el sustantivo referencial en calidad de nombre de color, bloquea la lectura referencial en aquellos nombres que designan realidades de género femenino inherente (cfr. caoba rojiza, esmeral‑da clara, pizarra oscura…).

Obviamente, pueden formarse sintagmas ambiguos siempre que un nombre referencial N1 se construya en masculino singular y designe un objeto capaz de contener la propiedad que denota el adjetivo de coloración, tonalidad, brillo o sa-turación: un limón verdoso puede referirse al cítrico o al color amarillo limón con esa coloración; un hueso azulado puede referirse a un elemento del esqueleto de los vertebrados o al color blanco amarillento con tonos azules (cfr. Obregón, 1978).

Existe otra fórmula gramatical que favorece la interpretación del nombre refe-rencial como nombre de color secundario, al tiempo que permite probar su grado de integración al espectro de los colores; consiste en adjuntar a un nombre de color básico o un nombre referencial más o menos integrado la relativa especificativa que tira a + N(+color) o la correspondiente construcción de gerundio tirando a + N(+color), cuyo contenido expresa ‘aproximación’:

(17) un azul que tira a verde / un rojo que tira a naranja / un amarillo que tira a tierra, un naranja que tira a amarillo, un violeta que tira a azul…

Si el nombre de color N2 es de los que forman denominaciones complejas (rojo fuego, azul cielo, verde mar, verde botella…), de la aplicación del especificador re-sultan secuencias anómalas o de dudosa gramaticalidad (cfr. Suñer 1999, p. 534):

(18) *un rojo que tira a fuego, *un añil que tira a cielo / *un verde que tira a mar / *un rojo que tira a amapola / ?un blanco que tira a hueso / ?un verde que tira a esmeralda…

Otros contextos gramaticales que imponen la lectura cromática de un nombre referencial, cualquiera que sea su grado de integración, son las estructuras predi-cativa y apositiva señaladas al principio (1–2): el hecho de que sustantivos como crema, tierra, pistacho o salmón participen sin limitaciones en ecuaciones como El color de N es el crema / tierra / pistacho / salmón o complementen al sustantivo color en aposición –que vehicula una relación de inclusión de género-especie o hiperónimo-hipónimo (N es de color crema / tierra / pistacho / salmón)– prueba que tales nombres referenciales están categorizados como nombres de color.

La asociación del nombre referencial con un color puede estar favorecida tam-bién por otro hecho lingüístico: la asociación parece más inmediata si aquél dispo-ne en la lengua de un adjetivo de color, al que presumiblemente sustituye:

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(19) una blusa oro / dorada – naranja / anaranjada – plata / plateada – ceniza / cenicienta – violeta / violácea – cobre / cobriza… (cfr. hueso, marfil, crema, teja, sangre, amapola, berenjena, cobalto…)

Tal estrategia no es, con todo, de validez general: algunos nombres referenciales sin contraparte adjetival se categorizan fácilmente como nombres de color, como es el caso de butano, hueso, ocre o añil, y otros nombres referenciales con contra-parte adjetival se categorizan muy raramente, como es el caso de azufre, aceituna, mar o cielo. Este contraste puede deberse al distinto grado de prototipicidad del color como ingrediente constitutivo de un objeto o a la distinta percepción en los hablantes de tales sustantivos como vehículos de expresión de color.

2.3 Los nombres de color secundarios no referenciales

La imposibilidad de cubrir con los nombres de color básicos y los nombres de color referenciales la extraordinaria diversidad cromática que manifiestan los ob-jetos del mundo exterior ha impulsado la acuñación de nuevas denominaciones de color del tipo azul cielo, verde esmeralda, amarillo limón, gris perla, azul marino, etc., cuya misión es clasificar las diferentes tonalidades o matices que puede adop-tar o desarrollar un color básico (§ 1.). En cualquier caso, sirven para identificar un color determinado, aunque se adscriba a la gama de un nombre de color básico, y, por ello, cumplen rigurosamente los criterios de identificación como nombres de color: Este color es el azul cielo, El verde esmeralda es un color, etc. (ver 1.a-e).

Morfológicamente, se caracterizan por ser combinaciones complejas de dos sus-tantivos desnudos en aposición (N-N) y, en menor proporción, de sustantivo más adjetivo (N-A), siendo el núcleo un nombre de color básico de origen o cultural-mente ya integrado. De los básicos, sólo intervienen el blanco, el rojo, el verde, el azul, el amarillo y el gris; raramente el negro, acaso por la homogeneidad con que se manifiesta dicho color, sin margen de tonalidad; y nunca los restantes (beige, marrón, índigo, magenta, etc.), aunque existe la formación rubio platino. Los más productivos son, con gran diferencia, el rojo y el verde (§ 1.1.). Tal como se ha indicado anterior-mente, de manera excepcional, los dos nombres referenciales más integrados, el rosa y el naranja, han dado lugar a los grupos rosa fucsia, rosa chicle y naranja butano.

El núcleo nominal del binomio se presenta siempre como un lexema primiti-vo, incapacitado para formar derivados, sean adjetivos, verbos o sustantivos (20a), o nuevos compuestos, sean propios o sintácticos (20b):

(20) a. *azulino cielo, *verdoso esmeralda, *amarillear limón, *rojez cardenal… b. *verdinegro pino, *[[verde pino] azul]…

Su empleo como adjetivo está muy limitado (prueba (6b)). Rechaza cualquier modificación adverbial, incluso los cuantificadores especiales que admiten los

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adjetivos de color básicos, tal vez por la precisión de su denotación cromática (21); asimismo, el que no manifieste marcas de concordancia cuando se aplica a un nombre de objeto debe interpretarse como un argumento en contra de su posible adscripción a la categoría adjetivo (22):

(21) *el más azul cielo, *ligeramente verde esmeralda, *un poco rojo amapola…

(22) camisa rojo sangre / *roja sangre, camisas rojo sangre / *rojas sangre

El principal escollo que estos grupos plantean al gramático es el de su estatus: si se trata de compuestos (Sechehaye, 1921, p. 671, Giurescu, 1972 y 1975, p. 48, Foster, 1976, p. 44, Gallardo, 1981, p. 31–32, González Calvo, 1988 [1976], p. 90–91, Bos-que, 1999, pp. 68–69, Demonte, 1999, p. 178, Varela, 2005, p. 83…) o de sintagmas (Škultéty, 1977 [1974], Bosque, 1989, p. 114, García-Page, 1990, Suñer, 1999, pp. 534–535…), o de una construcción de otro tipo; en definitiva, si son hechos mor-fológicos o sintácticos, o de otra naturaleza.

Si comparamos tales denominaciones de color con los clásicos compuestos nominales del tipo hombre rana (N + N) y llave inglesa (N + A), entre los criterios a favor de la composición podrían señalarse, entre otros, el de la equivalencia a una palabra, el de unidad semántica o referencial, el carácter fijado (forman parte del vocabulario), la estructura binaria, la relación solidaria entre ambos componen-tes (gris:marengo, verde:esmeralda, gris:perla, azul:marino…) y la imposibilidad de sufrir modificaciones morfológicas (*verdecito esmeralda) y determinaciones internas, de acuerdo con el principio de inaccesibilidad de la sintaxis a la estructu-ra morfológica de la palabra (*verde mi esmeralda, *verde oscuro esmeralda, *verde esmeralda auténtica). Sin embargo, difieren de aquéllos en que no presentan varia-ciones flexivas: hombres rana / *verdes esmeralda, llaves inglesas / *azules marinos. Tal inmovilismo morfológico podría acaso hacer más defendible el análisis como locuciones adjetivas que de dichos conjuntos proponen la Academia (DRAE, 2001) y Seco (1973, p. 199).

Presentan, además, otros comportamientos que los alejan de los compuestos. Si comparamos tales denominaciones de color con estructuras sintácticas simi-lares como lámpara Rococó, billete turista, puesto ocho o traje Emidio Tucci, se observa, en primer lugar, que se trata de una construcción compuesta por dos sustantivos desnudos en aposición con distribución determinado-determinante, interpretable como una forma abreviada o elíptica de una cadena más extensa de aposiciones especificativas en la que se ha prescindido del término que funciona como hiperónimo del último sustantivo (estilo, clase, número, hechura o mode‑lo…), igual que sucede con el sustantivo color (camisa color gris perla > camisa gris perla); en segundo lugar, que, como en estas otras estructuras apositivas, pueden intervenir nombres propios como especificadores del nombre de color básico, del

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tipo rojo Corintio o azul Prusia (cfr. Bosque, 1989, p. 116), hecho poco probable en los compuestos yuxtapuestos N-N (cfr., p. ej., baño María [< baño de María]). Por último, salvo usos metalingüísticos de identificación de un color (Este color es el N‑N, Este color es un N‑N, etc.), siempre funcionan como un sintagma complejo apuesto a otro sustantivo, sea el término color (color azul cielo), sea un nombre de objeto, estructura esta última interpretable, por el ya comentado inmovilismo flexivo, como una forma abreviada por elipsis del sustantivo color (blusa color azul cielo > blusa azul cielo); esta restricción combinatoria va a determinar el que tales formaciones no se empleen como unidades designativas, de tal modo que, al re-ferirse a realidades plurales, puedan cambiar la flexión de número, como ocurre con los compuestos (dos [blusas] azul cielo, dos [blusas] azul marino, etc., frente a dos hombres rana, dos llaves inglesas…), ni, al referirse a realidades de distinto sexo, cambiar la flexión de género, como sucede en los compuestos (bolso amari‑llo limón / bolsa amarillo limón, frente a tío abuelo / tía abuela); los compuestos yuxtapuestos (N-N, N-A) no funcionan normalmente como aposición sintáctica a un sustantivo.

3. Conclusión

En español los nombres de color constituyen un conjunto extenso y no homogé-neo. Cabe diferenciar, por un lado, los nombres de color básicos (blanco, rojo…), que, salvo usos figurados derivados, sólo pueden denotar ‘color’ (categorizan el co-lor) y, en términos generales, son, morfológicamente, lexemas simples o primiti-vos e intervienen como bases morfológicas en la formación de compuestos y, sobre todo, de derivados sufijales y sintagmas apositivos, y, sintácticamente, pueden fun-cionar bien como sustantivos bien como adjetivos; y, por otro lado, los nombres de color secundarios, de empleo esencialmente sustantivo, sean referenciales, que también son normalmente lexemas primitivos y clasifican un color dentro del es-pectro (naranja, rosa, lila, granate…), o no referenciales, de estructura sintagmá-tica binaria (azul cielo, verde botella, amarillo limón…). Los tres tipos de nombres permiten categorizar un color, si bien el último se especializa fundamentalmente en concretar o matizar un color básico.

Junto a estos tres grupos cabe distinguir otros dos subconjuntos de nombres de color, de uso básicamente adjetivo, que no pueden funcionar normalmente de forma autónoma en la identificación de un color: los caracterizadores o matizado-res de un color básico o secundario, que son adjetivos derivados de un nombre de color básico o referencial (blancuzco, verdoso, cobrizo…), y los adjetivos que fijan la tonalidad de la coloración, el brillo o la luminosidad, o la saturación del color (claro, vivo, crudo…).

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Notas

1. Son muy pocos los nombres no-primitivos (cfr. Gallardo, 1981, p. 29); rosado y colorado son derivados ya en latín (rosatus, coloratus [< colorare]); morado deriva de mora + sufijo -ado. Como se ha dicho, otros nombres que denotan unívocamente ‘color’ son en origen adjetivos formados sobre sustantivos, como encarnado, participio de encarnar por parasíntesis sobre car‑ne (orig. ‘de color carne’; fig., ‘colorado’). Lo mismo cabría decir para los adjetivos denominales violado, anaranjado, leonado, azufrado… Mención especial merece la voz castaño como nombre de color (‘del color de la cáscara de la castaña’), que admite variación flexiva como adjetivo (-o / -a), ya que procede del sustanti-vo castaña; si se descarta la acción de un fenómeno de metábasis, el análisis podría consistir en analizar el morfema -o como elemento derivativo, tal como algunos autores hacen para las formaciones almendra > almendro, manzana > manzano, naranja > naranjo…, en paralelismo a pera > peral (con sufijo -al) o limón > limonero (con sufijo -ero), según el esquema «N[fruta] + sufijo → N[árbol]». Este proceso podría ser el mismo que ha seguido el adjetivo gualdo, -a, a partir del sustantivo gualda (clase de planta), si bien dispone, además, de otro derivado adjetival en -ado: gualdado. Con los nombres básicos se han formado algunos compuestos gráficos, como verdinegro o blanquinegro (con dos nombres básicos) o verdemontaña o verdegay (con un solo nombre bási-co); pero, salvo en usos esporádicos y libres de los hablantes, no se han consolidado compuestos sintagmáticos del tipo verde azul, negro gris, etc., constituidos por dos nombres de color; equi-valdrían a los que Itten (1986, p. 32) llama terciarios: rojo‑naranja, azul‑violeta, etc., con guión gráfico).

2. En verdad, esta afirmación requiere varias precisiones; la más importante es que no todos los adjetivos pueden ser cuantificados, en especial los adjetivos de relación. Los adjetivos de color –y otros, como los de forma física– son en principio refractarios a la modificación adverbial, aunque la lengua coloquial es más permisiva al percibirse como elementos escalares; suelen tildarse de anómalos sintagmas como demasiado azul, más amarillo, bastante marrón, excesiva‑mente negro…, o el más amarillo, el menos granate… [superlativo relativo] (cfr. Gallardo, 1981, p. 33; asimismo, Whittaker, 1994, Noailly, 2005, Kleiber, 2007, etc.). La cuantificación tampoco es posible, con más razón, con los nombres de color secundarios, referenciales (*muy añil) y no referenciales (*muy azul cielo); nosotros creemos que son anómalos los sintagmas amarillo demasiado limón y gris casi perla, que dan como gramaticalmente correctos Val Álvaro (1999, p. 4780) y Suñer (1999, p. 534). Existen, no obstante, algunos intensificadores que gozan de mayor aceptación (ciertos aminorativos o los que indican ‘totalidad`): “una naranja de piel un poco/completamente verde”, “una naranja casi/ligeramente/algo roja”, etc. Hay, además, contextos mar-ginales que violan sistemáticamente esta norma, como la estructura de comparación (ver (7c)), en especial, la fórmula estereotipada (más rojo que un tomate, más negro que el carbón, más blanco que la leche, etc.), así como ciertas frases hechas de la publicidad (Ariel lava más blanco, Más blanco no se puede, etc.). Asimismo, hay ciertos cuantificadores que pueden incidir sobre nombres y pronombres, como casi, incluso, hasta…, y, bajo ciertas condiciones, los adverbios de exactitud y aproximación (apenas, exactamente, aproximadamente…). Lógicamente, no se tiene en cuenta la modificación adverbial de verbos y adverbios (duerme mucho, muy educada‑mente, etc.).

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3. La forma concordada en plural está, obviamente, condicionada por su naturaleza de nombres de cosa. Algunos autores, como Lorenzo (1980 [1966], p. 61), creen que la forma concordada es más equívoca. La forma no concordada es, probablemente, también la más extendida con el nombre gual‑da. Ahora bien, ello puede deberse más a un desconocimiento de su categorización histórica como adjetivo. Así las cosas, un sintagma como pañuelo gualda podrá interpretarse como una construcción agramatical (frente al normativo pañuelo gualdo) o como un sintagma compuesto por dos nombres en aposición, similar a pañuelo(s) rosa y pañuelo(s) lila. También resulta extra-ña la forma concordada de índigo y magenta, por ejemplo, aun siendo nombres adjetivo de color básicos (?camisa índiga, ?pañuelo magento), salvo que deban considerarse adjetivos invariables en cuanto al género. No muy diferente es el caso de pastel: con la forma no concordada (tonos pastel / tonos pasteles), parece que debe interpretarse como sustantivo; con terminación en con-sonante distinta de -s, resulta difícil pensar en un insólito adjetivo invariable numéricamente (cfr. isósceles). Cabe indicar que, igual que ha sucedido con los colores gualdo y castaño, otros nombres referenciales son propensos a convertirse en adjetivos con moción. En Colombia se usa naranjo para referirse al color de la caballería (Mora Monroy, 1989, pp. 3–4); también mantequillo, cane‑lo…

4. La Academia (DRAE, 2001) suele reconocer, en alguna de sus acepciones, el valor de nombre de color de voces como carmín, teja, hueso, púrpura, grana, ocre, añil…; a veces los describe, incluso, como adjetivos de color, aunque sin aportar ningún ejemplo de este uso. No obstante, algunos de estos nombres de color secundarios, acaso por su mayor vaguedad cromática (objetos de variada coloración) o la escasa representatividad del color entre los ras-gos constitutivos de N2, se resisten a formar parte de una construcción apositiva: *color cielo, *color mar, *color ágata, *color pino, *color botella, etc. Tanto el cielo, como el mar o las ágatas pueden, naturalmente, presentar distintas coloraciones y tonalidades, y la botella, ser fabricada con cualquier color (cfr. verde botella); el color verde de la hoja del pino puede no ser un rasgo prominente del mismo (a pesar de la formación verde pino), frente a, por ejemplo, la madera o la altura. Sin embargo, la presencia del sustantivo color produce a veces, como ahora veremos, el efecto contrario, pues impone o selecciona la lectura “color” de entre otras propiedades del obje-to: color pizarra, color cobalto, color cera… Puede tratarse de un fenómeno de estereotipia: series como éstas con nombres de color referenciales poco integrados se formarían por imitación o analogía a series consolidadas con nombres de color básicos o secundarios más integrados: color blanco, color verde, color ocre, color granate, color hueso…

5. Fernández Ramírez (1986 [1951], § 75, p. 55), aunque no adujo ningún contexto favorable a la lexicalización de un nombre de objeto como nombre de color, intuyó que “La capacidad de los sustantivos para yuxtaponerse como adjuntos a otros sustantivos, en calidad de nombres de color, depende en parte de las cualidades mismas de los objetos que simbolizan. La extensión y la constancia en el uso deciden en muchos casos de esta capacidad o la favorecen”. Tales contex-tos actúan como moldes para la formación de nuevas aposiciones; imponen la interpretación de N2 como un color. Depende, asimismo, del nombre referencial que pasa a significar ‘color’, de su grado de integración (comp., p. ej., naranja, rosa, malva… / calabaza, aceituna, mantequilla…).

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Mario García-PageUniversidad Nacional de Educación a Distancia

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