Necropolítica e Identidad. Guzmán Wolffer.

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  • 8/10/2019 Necropoltica e Identidad. Guzmn Wolffer.

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    NECROPOLTICA EIDENTIDADRicardo Guzmn wolffer

    La sangre sigue siendo la primera plana en Mxico.No es slo por el complejo contubernio a vecesinconsciente, queremos creer entre factores de

    poder y medios de comunicacin

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    NECROPOLTICA E IDENTIDAD

    Ricardo Guzmn Wolffer

    Desde el momento en que se declara la guerra a la otredad in -defendible (el crimen organizado, la corrupcin, el abuso poltico,la represin cnica y muchos ms), el discurso pblico saca decontexto las noticias de sangre que hay por millones en el pas y,con ello, limita su comprensin y sus implicaciones.

    La sangre sigue siendo la primera plana en Mxico. No es slo porel complejo contubernio a veces inconsciente, queremos creer entre factores de poder y medios de comunicacin. En la actualadministracin, con cambios legales que literalmente modifican elconcepto de pas y cuyos efectos ni siquiera se vislumbran, todoparece opacarse frente a las notas de muertos y desaparecidos:estamos en un pas que ser modificado a partir de los fallecidos yno de los vivos.

    La presin generada por los deudos de esos miles de asesinadosy desaparecidos no se limita a los manifestantes ni a quienes recu-rren a organismos internacionales para obtener una simple res-puesta sobre si viven o no sus parientes. El imaginario colectivo esotro, a partir de que result inocultable la avalancha de sangre.Son los muertos los que reinan este tiempo.

    LA IMPUNIDAD COMO COSTUMBRE La necesidad de explicar las causas de la violencia extrema se al-tera ante la evidencia de que la otredad no reside en los asesinosannimos, de los cuales algunos son detenidos sin aminorar el de-samparo colectivo, sino que la estructura general de poder formaparte de ese mecanismo apabullante. Se han perdido los referen-tes personales y colectivos. Una respuesta social son las autode-fensas ciudadanas, pero jams podrn acudir a la bolsa de valoreso a los mercados internacionales para cambiar los negocios quehacen posible la depredacin ambiental irreversible, as como mu-chos otros problemas: la premura por salvarse de lo micro impidever la necesidad de resolver lo macro. Sabrn los diputados losalcances que tiene sealar como delito con derecho a fianza losderivados de la especulacin o de la elaboracin de contratos queempobrecen a millones? Por qu es ms fcil encarcelar al delin-cuente callejero que al de cuello blanco, o al local que al nacionaly al internacional? Con su oferta de bienestar econmico en unpas donde resulta irremediable la existencia de millones de po-bres, a causa de la avaricia de unos y la incompetencia o complici-dad de otros, ha dejado de tener sentido la divisin maniquea en-

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    tre el narco los malos por antonomasia y el resto de la socie-dad, intrnsecamente buena toda ella, de acuerdo con dicho ma -niquesmo; comenzando esa supuesta bondad, claro est, por go-bernantes y todo tipo de autoridades.

    Mientras los legisladores comen chocolates con figuras de sus ros-tros, la vida se evapora de tantos modos que los cadveres ensan-grentados resultan ser minora en este cementerio dividido en mu-nicipios. El imperio de la sangre ha llegado y es necesario sealar-lo; primero, para concientizar parte del agobio ya anidado en millo-nes de personas; segundo, para entenderlo y acercarnos a estaforma de vida, donde muchos quieren ver reflejada la cultura pre-hispnica de la sangre.

    Suele mirarse la estrepitosa impunidad nacional como resultadode una incompetencia inamovible de la voraz clase poltica, la cuales capaz de recibir millones y millones de pesos sin siquiera salir aexponer los hechos que debera resolver: cada administracin ysus partidos de oposicin ejecutan novedosos mecanismos pa -ra aparentar cambios en una realidad que cada vez se evidenciams como perpetua. La sangre es una derivacin de esa polticabasada en el olvido. Los que buscan modos de desaparecer aotros (los queman, los diluyen, etctera) no viven en otro pas. Laidentidad autorreferenciada con la que actan los depredadores nopuede ser vista como otro hecho aislado: los mecanismos de auto-rreforzamiento en la delincuencia, sus cmplices forzosos y los in-suficientes mecanismos legales, hacen de la impunidad unaprctica.

    En Mxico no puede perderse de vista una historia ininterrumpidade colonizacin. La mayora sigue defendindose de unos cuan-tos; ya no importa si son espaoles con caballos, si son ladronesde tierras, si son saqueadores de riquezas naturales, si lo hacendesde la legitimidad constitucional, si nacieron aqu o llegaron entrnsito: hay grupos que devastan sin considerar la continuidad dela vida misma. Octavio Paz explicaba cmo el mexicano vive sin-tindose agredido y cmo desconfa de todos (chingas o te chin-

    gan, no hay nada ms), y los hechos le han dado razn.Ya no hace falta dividir entre autoridad y pueblo para saber que elpeligro acecha de tantos modos, que sobrellevarlo es ya un retopara millones de depresivos clnicos o presas del estrs que tam-bin aniquila, lo cual est clnicamente comprobado. Para muchos,lo que ms lastima es ver a otros tomar a manos llenas y advertirla propia imposibilidad de ser parte de ellos: el pas ha dado parageneraciones de voraces sin pudor y seguramente habr params, pero los hastiados caminantes de esas calles colectivas exi-gen tomar lo suyo, aunque sea intangible, aunque sea la idea de

    un pas por el que an vale el reclamo.

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    LA NE C RO PO L TIC A AL PODER

    La compulsin consumista derivada de las riquezas que se acu-mulan detrs de los negocios donde unos sangran y otros expiranen la inanicin indefendible, termina por consumir a los supuestostriunfadores de la sangre y permea entre quienes miran con horrorel camino que ha tomado una sociedad donde, hasta hace unaspocas generaciones, el sentido del aqu y el ahora parta hacia lu-gares donde no se esperaba ver cuerpos amontonados o reclamosmultitudinarios por la presentacin de desaparecidos.

    Sola mirarse a los exportadores de armas para buscar culpables,pero la barbarie se ha diversificado a tantos utensilios como losque requieran los hombres salvajes que viven en la necesidad decausar dolor y muerte. Los primitivos imponen la ruta y los argu-mentos no lavan el camino encostrado.

    El poder lo sabe y busca perpetuarse, incluso si es necesario men-tir o deslegitimar. Los recientes videos donde se muestra a losvndalos como parte de una corporacin policaca slo reafirmanla percepcin de que la desestabilizacin viene de las propias es-feras de seguridad: crea la necesidad para hacerse inevitable,pero al ser captado por los miles de pequeos Grandes Herma-nos, se evidencia el timo. Este ltimo tiene su contrapartida: frentea los millones de descontentos que confan en el efecto de hacercatarsis pacfica, pblica y colectiva, tambin estn los estudiantesque queman y golpean y, al hacerlo, aceptan ante ese mismo au-ditorio virtual que son parte del caos y de la violencia orquestadadesde esa sociedad civil que tiene tantos sustratos reactivos comoniveles de ultraje dado o recibido. Si son puestos en libertad no espor su inocencia, sino por el desconocimiento aparentemente vo-luntario (qu otra explicacin puede haber ante los nimios resul-tados?) sobre los elementales procesos acusatorios: habr quever a esos Ministerios Pblicos y policas ante la publicitada refor-

    ma penal.Mientras tanto, en la confrontacin meditica se pierde de vistaquines dieron el paso principal hacia la necropoltica : los delin-cuentes que saben callar cuando sus peones estatales salen a en-frentar a esos ciudadanos que suponen estar en un ajedrez de dosoponentes: el reclamo de seguridad se ha cambiado por la revan-cha generacional, se reprocha a los censurables polticos por sucmplice tibieza los muertos deben ser tomados en cuenta , peroen el fondo del reclamo hay mucho ms: salarios miserables, ser-vicios insuficientes, tarifas excesivas, distribucin inexistente de la

    riqueza... Muchos tienen ya muy poco o nada que perder, y en sudesconsuelo han encontrado una bandera para ondear, aunque no

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    se trate exclusivamente de clamar por los aniquilados. Para esteEstado que no quiere mirar al verdadero enemigo, es ms fcilmanipular la expresin inconforme que atacar la causa generadoray, por lo tanto, lo primero y casi lo nico que se hace es aprobarcon velocidad una Ley para la Movilidad supuestamente neutra en

    trminos polticos. En un sexenio de leyes que dicen prometer unfuturo mejor, la realidad sigue poniendo a los legisladores en su lu-gar: de qu sirve esa movilidad si no hay a dnde ir?

    DELINCUENCIA, NORMA Y LEGALIZACIN El Estado se ha perdido en manos de los impunes y los papelesparecen haberse cambiado: el porcentaje de polticos enjuiciadoslegalmente es mnimo, a pesar de las evidencias reiteradas. Bastahacer cuentas para establecer matemticamente la culpabilidad

    tica de los estadistas, y sera suficiente ver quin manda en te -rritorios cada vez mayores para establecer hasta dnde se hancambiado los papeles. Se paga el derecho de piso porque hayms eficacia social con los crteles que con esos aparatos deprocuracin de justicia que conllevan niveles casi totales de im -punidad.

    La insurreccin civil ha llegado, pero los de hoy son peores tira-nos: al imperio del dinero han ampliado el mandato de la sangre.En un Estado no funcional, la violencia es la nica rectora que nose puede simular; quiz por eso funcionarios de distintos niveles

    recurren a ella, ante la certeza de que las leyes existen en lugaresque no habitamos, de que esas palabras se las llev el viento enboca de voraces legalistas que creen reformar un mundo ajeno asus delirios: hace tiempo que dejaron de ser Estados paralelos:subordinado uno, en el mejor de los casos; inexistente, en cual-quier otra realidad que no sea la de legalizar los cobros al incluir -los en la nmina.

    Tal como fue sentenciado desde hace siglos, la historia pendularse repite. Ante la masacre sostenida, la Repblica centralista pare-ce que quiere volver: se busca minar las clulas del federalismo,presumido como democrtico, al asumir su inercia ante los salva-

    jes que vuelven para conquistar y mostrar la inexistencia del poderde la legalidad en muchas parcelas, tantas que suman ms de lasque deberan. Cmo es que ahora la Guerra de Intervencin vie-ne de adentro? Cuntos territorios ms habrn de perderse? Unade las Siete Leyes expedidas en 1836 otorgaba al Supremo PoderConservador facultades para declarar la incapacidad fsica o moralde cualquiera de los tres poderes de la Repblica; hoy se iniciacon los municipales. En la evocacin de la historia, muchos mirancon suspiros al ostracismo de Atenas: si un poltico reuna determi-nado nmero de votos, sin importar la causa, era desterrado pordiez aos de la ciudad. Hoy tenemos la variante de los polticosautoexiliados que se llevan dinero suficiente para varias genera-

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    ciones de gozosos ausentes. Tambin estn los narcos , que pac-tan encierros en el extranjero (en crceles con condiciones tolera-bles, no como las mexicanas) con penas muy inferiores a las quemereceran bajo una mnima justicia, y con la fcil obligacin dedar al Estado gringo slo un porcentaje menor de las ganancias

    ilegales, en lugar de restituirlas a los miles de secuestrados, muti-lados y deudos de asesinados.

    PROMESA DE MUERTE Ante los ojos internos y externos, Mxico ha dejado de ser la tierrade la gran promesa o el lder de una Latinoamrica que ahora ape-nas existe en el discurso, para volverse un pas cuyos muertos tie-nen voz en muchos pases, cuya bsqueda ha llevado a escena-rios insospechados; est siendo convertido en un sitio donde los

    campos exponen sus terribles siembras y manchan los tiemposmefticos del regreso de una forma de gobernar que supone la pri-maca de la imagen y el discurso frente a los regueros de plasmaque conducen a altares que esperbamos desaparecidos, perodonde se siguen sacrificando miles de vidas a cambio del bienes-tar fugaz de unos pocos. El postcolonialismo polimorfo ha encon-trado un nuevo laboratorio donde los colonizadores tienen tantosnombres que parecen inagotables, pero donde, tambin, la intole-rancia anida en el ciudadano desconfiado y temeroso de las autori-dades, a las que mira como si fueran un solo ente que incumplecon su labor de proteger a una sociedad perdida entre nubes es-

    carlatas; ciudadanos dispuestos a cobrarse con furia los agravioslargamente causados, incluso los verbales: como si no hubierauna interdependencia, como si no necesitramos la cohesin paraavanzar.

    No extraa que ante tales realidades muchos busquen escaparpor caminos autodestructivos. En este punto, entorno y ensoa-cin pesadillesca se hacen una serpiente circular que nos recuer-da lo rastrero y lo cerca que estamos de la tierra que reclama vi-das para brindar algn futuro, con la esperanza de que sea mejor.-----------------------------------------------------------------------------------------http://www.jornada.unam.mx/2014/12/21/sem-guzman.html