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(n rHVpXHVtD D Xn Drt¯FXlR pXblLFDdR Hn HLVpDnLD Gerardo Piña-Rosales Hispania, Volume 97, Number 3, September 2014, pp. 355-356 (Article) PXblLVhHd b\ ThH JRhnV HRpNLnV 8nLvHrVLt\ PrHVV DOI: 10.1353/hpn.2014.0095 For additional information about this article Access provided by Illinois @ Chicago, Univ Of (21 Sep 2014 13:32 GMT) http://muse.jhu.edu/journals/hpn/summary/v097/97.3.pina-rosales.html

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n r p t n rt l p bl d n H p nGerardo Piña-Rosales

Hispania, Volume 97, Number 3, September 2014, pp. 355-356 (Article)

P bl h d b Th J hn H p n n v r t PrDOI: 10.1353/hpn.2014.0095

For additional information about this article

Access provided by Illinois @ Chicago, Univ Of (21 Sep 2014 13:32 GMT)

http://muse.jhu.edu/journals/hpn/summary/v097/97.3.pina-rosales.html

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Hispania 97.3 (2014): 355–56AATSP Copyright © 2014

Letter to the Editor:

En respuesta a un artículo publicado en Hispania

Gerardo Piña-RosalesDirector, Academia Norteamericana de la Lengua Española

En la revista Hispania (vol. 97, número 1, marzo 2014), Andrew Lynch y Kim Potowski publicaron un artículo titulado “La valoración del habla bilingüe en los Estados Unidos: Fundamentos sociolingüísticos y pedagógicos en Hablando bien se entiende la gente”

(32–46) en cuyas páginas arremeten contra la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE) (que me honro en presidir) y contra el libro Hablando bien se entiende la gente (Miami: Santillana USA, 2010), editado por Jorge I. Covarrubias, Daniel R. Fernández, Joaquín Segura y quien esto escribe.

Los argumentos de Lynch y Potowski son casi todos refutables. Sus interpretaciones del libro me parecen tan desatinadas como mezquinas. Sus juicios sobre Hablando bien se entiende la gente obedecen a un principio de laissez-faire irreconciliable con cualquier intento normativo de la lengua que hablamos y escribimos. Si estos dos lingüistas compusieran un libro de este pelaje, seguramente lo titularían, Lo que importa es que hables, aunque hables mal. Porque la verdad, digámoslo sin ambages, parece que Lynch y Potowski aspiran a convertirse en defensores de los falsos cognados, en paladines de la alternancia de códigos, en valedores de los burdos préstamos lingüísticos, en adalides de los superfluos anglicismos (de los crudos y de los cocidos). A Lynch y Potowski les satisfaría que los hispanos que desean superarse, que quieren enriquecer su lengua porque son conscientes de la importancia de hablarla con corrección y propiedad, se dijeran, ¿por qué tengo que mejorar mi español, si para lo que hago me basta y sobra?

Lynch y Potowski acusan a los autores de Hablando bien de referirse a los latinos en un tono negativo y hasta despectivo, aduciendo que en realidad no existe ningún tipo de criterio lingüístico fiable u objetivo en estas cuestiones. A raíz de una acusación tan cerril como tartufa, he de inferir que Lynch y Potowski son incapaces de apreciar ese humor socarrón y jocoserio con el que están compuestas las cápsulas idiomáticas del libro. Hablando bien no tiene otro objetivo que el recomendar equivalencias es recomendar equivalencias más apropiadas para hablantes que ya manejan más o menos el español y quieren perfeccionarlo, tener una guía práctica y sencilla a mano. Que yo sepa, de los 10.000 compradores del primer volumen de Hablando bien ninguno se ha sentido ofendido al leerlo. Todo lo contrario, agradecen que se les sugieran alternativas más naturales con las que sustituir esos inevitables calcos lingüísticos. El análisis seudosocioló-gico de Lynch y Potowski me parece desacertado y de una falta de objetividad que raya con la paranoia más torquemadiana. No hay voluntad alguna de ofender ni de humillar a nadie en estas recomendaciones idiomáticas. Quienes las hemos redactado somos hispanounidenses, amamos nuestra cultura y nuestra lengua, la misma que la de los 50 millones de latinos que residen en los Estados Unidos, con quienes nos sentimos identificados y por quienes romperemos no una sino mil lanzas en su defensa.

Los burriciegos embistes de Potowski y Lynch contra la Academia Norteamericana de la Lengua Española revelan una ignorancia supina al hacer caso omiso del entramado político

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y cultural que dio origen a la ANLE como salvaguarda del español en un medio, por entonces hostil, hoy más tolerante, donde el idioma mayoritario era y sigue siendo el inglés. Los actores cambian pero continúa la obra; la misión sigue siendo la misma y el lema no puede ser otro: fijar la norma del español internacional, establecer las bases de una lengua común. De paso, también parece que Lynch y Potowski ignoran la historia de los Estados Unidos, un país atípico en su relación con el idio ma, quizá porque es una gran nación de emigrantes. Bastaría que leyeran The Guardian o cualquier otro periódico británico para que conocieran los debates sobre el uso innecesario de variantes del inglés americano en la prensa del Reino Unido. Los británicos también protegen su idioma, es decir, que las culturas anglohablantes no son más tolerantes ni más realistas.

Es una verdadera lástima (no hablemos de falta de ética profesional) que Lynch y Potowski denuesten contra nuestra institución porque simplemente no estén de acuerdo con el carácter y orientación de nuestras publicaciones, cuando, además, el análisis del que parten para su crítica no puede ser más burdo y cerril, puesto que Hablando bien se entiende la gente no está orientado a fomentar el estudio del español, sino a mejorar el uso del idioma entre his panohablantes con un dominio más o menos avanzado del español, a quienes, debido al con tacto con el inglés, lengua dominante, se les ha ido anglicando su idioma materno.

Para terminar, y sin crípticas reticencias, deseo agradecerles a Andrew Lynch y Kim Potowski—víctimas de un falso prurito de corrección política—que se hayan tomado un interés tan vehemente como insólito por las actividades de la Academia Norteamericana de la Lengua Española. Cuanto más afrenten a nuestra institución e intenten desacreditar nuestras publica-ciones, más atención suscitarán en quienes no nos conocen, porque, al conocernos, apreciarán nuestro trabajo, un trabajo desinteresado, que realizamos ante todo por amor, por amor a todos aquellos que, como nosotros en la ANLE, veneran nuestra lengua y nuestra cultura.