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VIEJO ROMANCE EN LA RÍA DEL EO COLECCIÓN ANTON CHEJOV e Jose Luis Mediavilla

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VIEJO ROMANCE EN LA RÍA DEL EO

COLECCIÓN ANTON CHEJOV

e

Jose Luis Mediavilla

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Autor: José Luis Mediavilla RuizPortada: Cortesía de “Foto Miguel” (Ribadeo)Edición: HiFer EditorImpresión: HiFer Artes Gráficas - www.hifer.comISBN: 978-84-940541-5-0Dep. Legal: AS - 2110 - 2012Reg. Prop. Intelectual: 05-2010-257

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Prólogo

No es frecuente encontrar en la misma novela —nien las convencionales ni en el resto de la produc-ción de Mediavilla— la variedad de registros lin-güísticos y materiales narrativos que aquí se des-pliegan, porque a cada paso hay saltos de lo real alo leído y a lo imaginado, de la realidad “real” a lanovelada y al discurso sobrepuesto. Dispóngase,pues, el lector a pasar del registro neutro de loshechos al guiño risueño (“los trastos de matar altoro de Osborne”), al burlesco (“¿la ventosidad deun chino pudiera llegar a amenazar la estabilidaddel imperio americano?”), a la intertextualidad (lahistoria se abre con el verso calderoniano“Cuentan de un sabio que un día…”, sacado decontexto con fines hilarantes), a la nota lírica(pasajes de un vívido sentimiento del paisaje y unatendencia decidida por la metáfora de corte clási-co), al latigazo escatológico, al juegos de palabras(“Rosendo es gerundio”; “real aduanemia de lalengua”), al brochazo humorístico o bufo, y tam-bién a la disquisición erudita, propia de los saberespsiquiátrico y humanista del autor.

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Esta variedad es más meritoria por tratarse de unaficción tan ajustada de páginas como es esta, por-que en algunos casos, en la misma página, y aun enel mismo párrafo, hay muestras diferentes delrepertorio enumerado, como cuando FructuosoBuenamano (¡nombre cabal para un curandero y“experto en torceduras”!) se pone a “parlotear delos misterios anatómicos”: “los órganos del cuerposon como alondras enamoradas, que se alteran ybaten alas ante cualquier ruido o movimientoextraño, por eso los dolores de estómago y las pal-pitaciones aparecen siempre cuando se pisa mal,cuando se camina torcido, o cuando hay vértigo;hay mucha confusión en esto de la salud, resultapretencioso hablar de la salud, porque la salud estan fuerte como escurridiza”.

La novela discurre entre Seares, Castropol,Figueras y algunos otros lugares reconocibles delOccidente de Asturias, en la raya con Galicia, peroaunque la toponimia es real, así como el nombrede determinados personajes, no estamos en abso-luto ante un relato realista, sino, en parte, ante undrama de tono romántico, que la historia-base leotorga, también ante un cuadro provinciano decostumbres, con pasajes cercanos al expresionismoy a la estética feísta. Otras historias colaterales seresisten francamente a la clasificación y por abre-

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viar, los calificamos de “collages narrativos”, comola enumeración de partos por ósmosis o el diagnós-tico de enfermedades por la observación de la ana-tomía humana.

Como base o chispa que enciende la trama nove-lesca, hay una historia de tono legendario recogidaen versos de un encendido y tópico romanticismo,basados en el episodio de un marido enamorado,don Antonio Cuervo y Castrillón, que, a galopeveloz, “cabalgó desde la Coruña a Seares durantetoda una noche”, reventando caballos, al encuen-tro con su esposa parturienta, doña Rosa PérezAbella, a la que al llegar encuentra ya muerta ysepultada. Desde entonces, su vida se convierte enun llanto continuo, tal como de forma monocordereflejan los versos. “El amor puede más que lamuerte” (Dum vita et ultra: “En la vida y más allá”),tal es el tópico literario al que se acoge la historia,que aparece también en los conocidos versos deQuevedo que le sirven de lema a la novela.

Los versos del esposo enamorado, el “viejoromance” a que alude el título, son un “llantorimado”, en la línea del antiguo “plancto” (o llan-to), subgénero elegiaco tan frecuente en la líricade todos los tiempos. Las estrofas que don Antoniodedica a la memoria de su esposa muerta –perfec-tas de forma aunque un punto frías y academicis-

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tas— salpican la novela: se trata de estrofas deimpecables versos decasílabos simples (con acen-tos en 3ª, 6ª y 9ª sílabas), que, por la alternancia decoro y solista, y por la combinación de la rima,recuerdan a la estrofa zejelesca. Tanto el grueso delas estrofas del solista como el verso del estribillovienen a decir lo mismo, pero con variaciones,aunque sobre este punto volveremos después.Obviamente, todo este excurso sobre la métrica noconcierne para nada a los valores de la novela.

Los personajes cabe reunirlos en cuatro grupos,conjuntos que traspasan la mera taxonomía inerte,por cuanto están diferenciados con arreglo a esfe-ras diferentes: el de la realidad que origina los ver-sos, el de los versos mismos, el estrictamente nove-lesco y el de la realidad incorporada a la novela. Enprimer lugar, bullen don Antonio Cuervo yCastrillón, doña María Rosa Pérez Abella, “laSearila”, además de la niña que ambos tuvieron desu unión matrimonial, muerta en el parto como sumadre, y algunos otros personajes, como la criadaMaruxa Pereira. Está después el corto número(una docena larga) de los que forman el “dramatispersonae” de la leyenda que sirve de base a la nove-la. Estos ya están en el aire, o sea, ya “han vivido”cuando el novelista comienza su tarea, y no existennovelescamente, aunque son los que desencade-

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nan la imaginación y divagaciones del autor. Soncomo notas de diapasón que dan el tono a la melo-día, la historia que el novelista relata. En tercerlugar están los que el novelista hace salir de su chis-tera, una suerte de personajes corales, buena partede los cuales encarnarán diferentes roles del cortoque el sastre Minervo Somoza prepara, recreandola historia que los versos relatan, para el recibi-miento que en Seares se dispensa a Sotero PereiraSmith, el Regidor de la Isla Macorina. Y por últimotenemos aquellos otros que en realidad no sontales entes novelescos, sino personas reales, que dealgún modo han tenido relación con la historiacontada en los versos, personas –esas sí— de carney hueso: académicos de la lengua, profesores, eru-ditos…

Reconocibles son todos los lugares en los que sedesarrolla la novela, como reconocibles son todoslos del cuarto grupo, algunos de los que no tuvie-ron nada que ver con los hechos novelados y otrossí han estado más o menos vinculados con la leyen-da romántica de la Searila: José Luis Pérez deCastro, Dionisio Gamallo Fierros, Dámaso Alonso,Emilio Alarcos, Jesús Evaristo Casariego… A decirverdad, se trata de apariciones fugaces, a manerade los cameos cinematográficos, y son como home-najes personales de simpatía o amistad que el

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autor les tributa, en parte porque mostraron inte-rés en su momento por la historia de la Searila, lallorada amada muerta .

De esos cuatro grupos de personajes, solo el ter-cero es de incumbencia del novelista, y, por elnombre que ostentan, responden en numerosasocasiones a lo que podríamos llamar implacablelógica denominadora. En tal sentido, baste repararen que la tertulia de la carpintería de Figueras sellama “La Viruta”. Esa onomástica simbólica tienelarga tradición literaria y traspasa ampliamentenuestro ámbito literario. Pero por circunscribirnosa ella, la encontramos en el Arcipreste de Hita(Trotaconventos, Don Carnal, Doña Cuaresma),en Garcilaso (Nemoroso, o sea, sombrío, se llamauno de sus pastores), en Cervantes (Don Quijotebusca para su amada un nombre “alto, sonoro ysignificativo”), en Galdós, en Unamuno, en Valle-Inclán, en Ramón Pérez de Ayala o, por venir anuestros días, en Aldecoa y Martín-Santos.

¿Y qué da de sí esta tendencia a bautizar a los per-sonajes como con troquel? Con mirada noveladoraneutral, hay que decir que quedan inmovilizados,mutilados para desarrollar un destino abierto.Dejan de ser líneas sin rumbo para convertirse enflechas unidireccionales, porque, así bautizados,quedan sometidos a una férrea horma que les

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impide actuar de forma abierta, dialéctica. Son enrealidad estereotipos, individuos que nuncapodrán abandonar el nombre-careta, ya que trai-cionarían la predestinación de quien así los bauti-zó. Para volver a ser “libres” deberían volver a reci-bir un nuevo bautismo que les librara de la horma.Este tipo de personajes es propio de mundos cari-caturescos, paródicos y trazados de un plumazo.Eso en parte convierte la novela en un estrafalarioy goyesco desfile de estantiguas y monigotes.Algunos tienen apelativos que hacen pensar en elCela de los apuntes carpetovetónicos (“TeolindoVázquez de Amallos”, “don Gundemaro Buñuelosde la Varga y Revenga de Matalascañas”,“Rigoberta Pelmazo de la Losa”, “CopérnicoTorres Magariños, marqués de la Mosca Verde”,“Sinforoso Bravo Villegas”…), de sonoridad estri-dente y connotaciones disparatadas. Pero más sig-nificativos, creemos, son los portadores de unnombre que se les parece, esto es, esos personajesque deben actuar como su apelativo les establece.Y aquí la casuística es numerosa y hasta abrumado-ra: hay un cartero llamado Celerino Portales, “unmasajista, curandero y saludador FructuosoBuenamano”, Salustiano Orellana es el otorrinola-ringólogo, Pepiño Balán es un “hombre orquesta”,Casandra Lage es maestra (como maestra y educa-dora de pueblos es la Casandra galdosiana), Lalo

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es un aficionado a “grabar psicofonías” (en griego,lalein significa “lengua”), “Socorrito UrbanoSobrino era persona muy servicial”, Crisóstomo esun “pico de oro” (tal cosa significa ese nombre engriego) y, en fin, Aurina Martín es “química deprofesión y trabaja en Gold Mines, empresa explo-tadora de minas de oro” (aurum, en latín “oro”).En otra ocasión el carácter simbólico del nombreaparece por antífrasis: “Pedro Zancas Poladura,alias Perico, era bajo de estatura”, o de forma con-trapuesta: un hombre de estatura menguada sellama “Morgan Rabanillo Longo”. Algunos otrosapelativos no parecen tan claros a estos efectos,pero no creemos que sean inocentes los deSarbelio Miranda, Heliodoro, Minervo Somoza yalgunos otros. ¿Y qué decir, por último, de un “dili-gente bedel [que] se transformó en ángel de laguarda”? Aún sin que medie aquí ningún apelati-vo, la profesión del personaje no deja de ser unjuego que oscila entre el simbolismo y la parodia.

Hay en Viejo romance en la Ría del Eo dos persona-jes de particular interés, aunque ello no tengaexactamente que ver con su eventual condición deprotagonistas. Se trata de Sotero Pereira Smith yMinervo Somoza. El primero, a quien su aya pre-monitoriamente adormecía “haciendo sonar unasencilla flauta”, es, como su complementario

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Somoza, el vínculo entre los dos tiempos básicosde la historia, el de la leyenda y el actual. Este per-sonaje ya que desde pequeño “se dirigía a las gen-tes con sus musicales discursos y conciertos de flau-ta”, entre sus méritos se hicieron notables “sussolos de flauta” y “declamaba versos que hablabande una extraña y romántica leyenda de amor ymuerte”, que es, ni más ni menos, la leyenda de laSearila. Por su parte, Sotero Pereira Smith era hijode Maruxa Pereira, una mujer oriunda de Seares—¡sirvienta de Don Antonio Cuervo y Castrillónen La Coruña!— y emigrada a Brasil. Marta, unade las descendientes de Maruxa, se casará con unirlandés llamado Hugo Smith, y de la unión deambos habría de nacer nuestro Sotero. Pues bien,en honor del tal Sotero, Regidor de la IslaMacorina, se proyecta la realización de un docu-mental del que es autor Minervo Somoza, en unode cuyos cuadros se escenifica en guiñol una adap-tación el cuento de los hermanos Grimm, “El flau-tista de Hamelín”, aquel que al son de su instru-mento llevó tras sí una procesión de ratas y topi-llos. Sotero Pereira Smith es él mismo casi un flau-tista de Hamelín redivivo, no solo por sus solos deflauta, sino por lo que se nos dice en unas hermo-sas palabras que hablan de él como un personaje“encantador”, que, por sus capacidades demiúrgi-cas, hizo de la Isla Macorina, de la que era gober-

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nador, una auténtica Utopía. Los habitantes deMacorina –leemos en la novela— “vivían al arrullode las palabras melódicas de Sotero Pereira, sinque el paso del tiempo, los días de bochorno o detempestad lograran arrancarlos de aquella vidaque transcurría bajo la sonrisa del Regidor, lamecedora musicalidad de infinitas promesas de uninmediato bienestar en el que la naturaleza apare-cería resplandeciente, y en los lugares más desier-tos brotarían surtidores de petróleo, las flores másexóticas se asomarían a la luz del sol, y cada tarde,los pescadores regresarían al puerto enhiestos ensus barcas rebosantes de grandes peces brillantesde plata y oro”. Tanto por el tono como por elcontenido, esas frases que hablan de Macorinacomo isla paradisíaca recuerdan la famosa arengasobre la edad áurea que don Quijote dirige a loscabreros y que comienza: “Dichosa edad y siglosdichos aquellos a quien los antiguos pusieronnombre de dorados, y no porque en ellos el oro,que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima,se alcanzase en aquella sin fatiga alguna, sino por-que entonces los que en ella vivían ignoraban estasdos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santaedad todas las cosas comunes; a nadie le era nece-sario para alcanzar su ordinario sustento tomarotro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de lasrobustas encinas (…)” (Quijote, I, XI).

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Ahora bien, volviendo a nuestra novela, veremosque toda la bienaventuranza que contiene elpárrafo transcrito es un preludio del delirio, comose comprueba en la página siguiente a la que aca-bamos de trascribir. Y en este tránsito de lo aurorala lo tenebroso, de lo ideal a lo grotesco, de lo subli-me a lo ínfimo, de lo lírico a lo bufo –en definiti-va, gusto por el contraste—, creemos ver un rasgonarrativo muy frecuente en la narrativa deMediavilla.

El segundo de los personajes, Minervo Somoza,es el autor del guión para el documental que seescenificará en honor del ilustre visitante macori-no. A éste no cabría el empacho de otorgarle lacondición, más que de protagonista, de deus exmachina, porque hace y deshace en el famosodocumental y su quehacer ocupa bastantes páginasde la novela. Su presencia es muy importante, ydicho queda, pero no vamos a pormenorizar aquíninguna de las numerosas muestras que pudieranaducirse al efecto.

Hasta diez veces se insertan en la novela estrofasdiferentes de los versos dedicados a la Searila, y enellas el esquema de la rima es idéntico pero seregistran algunas variaciones de contenido en elestribillo con el que remata cada estrofa: “¡Ay,Searila, reuniéndome a ti!”; “¡Ay, Searila, viviendo

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sin ti!”; “¡Ay, Searila, anhelado por ti!”; Etc. El con-tenido de los versos que preceden a cada uno deesos estribillos es idéntico de ritmo acentual ydicen algo parecido o, por mejor decir, vienen adecir lo mismo pero con palabras en parte dife-rentes, como las cantigas medievales gallegas. Puesbien, a ese “igual pero diferente” parecen respon-der algunos otros detalles con los que nos encon-tramos en la novela. ¿Por qué la “zona republica-na” se convierte en “zona nacional” unas líneasmás adelante, sin que, a las claras, se trate de unerror ni un desliz del autor? ¿Por qué “para algu-nos don Antonio había sido un poeta romántico,para otros un político frustrado por el dolor, paraotros un pusilánime y para otros un tipo extrava-gante que aprovechó la desgracia familiar paraaparecer ante las gentes como un soñador incom-prendido”? El mismo don Antonio suscita contro-versia porque es “viudo triste, viudo, quizá, menostriste, viudo en algún momento alegre, viudo ale-gre, en algún momento triste, viudo alegre”. Deigual modo, el número de caballos que el amanteesposo pudo reventar en su apresurado viaje desdeLa Coruña también es dato cuantificado de dife-rentes formas en distintos pasajes de la historia.

La encuesta de la que echa mano MinervoSomoza, refiriéndose a los hechos contados en la

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leyenda de la Searila, parece estar dando la notaapropiada al caso, al ofrecer una opción múltiplepara referirse al número de días que tardó donAntonio en llegar desde La Coruña, así como parahacer el recuento del número de caballos quepudo reventar en su viaje: “un caballo / dos caba-llos / tres caballos / cuatro caballos / cinco caba-llos / seis caballos”. Hay un sueño, que MinervoSomoza introduce en el cuadro cuarto de su corto,donde “un hombre sueña con caballos que quedanen el borde de los caminos bufando agonizantes”.Unas páginas más adelante (cuadro décimo delcorto de Minervo Somoza) hay de nuevo una lluviade días de viaje y de caballos exhaustos (¿tres, cua-tro?), y aquí los caballos reales se superponen a losimaginados, a los soñados, a los del Guernica picas-siano, del mismo modo que una oración piadosa seconvierte en imprecación blasfema, porque sintransición leemos “bendito sea Dios, maldito lo seapor siempre jamás” y del “Virgen Santísima” sepasa al “mecagüentodos los santos”. Como vemos,la realidad, caleidoscópica y multifaz, está someti-da a una óptica ambigua y plurilenticular, en laque muchos datos se cuantifican o se valoran deforma diferente, equívoca o abiertamente contra-dictoria.

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¿Y tuvieron base real los hechos que dan pie a losversos que siembran la novela? ¿Fue la Searila unser real o tan solo la protagonista de unos versos deencendido romanticismo? En la novela se cuentanunos hechos que pudieran dar por reales los glosa-dos después en verso, pero, más allá de esa even-tual existencia real de unos personajes, Mediavillaparece estar dando una respuesta que no dejalugar a dudas: “lo que ahora debe importarnos noes la historia propiamente, sino la leyenda (…)pues la historia, al fin, se transforma en leyenda”,aserto que cualquier novelista no puede dejar dehacer suyo. En otro pasaje de la novela un persona-je dice: “Cambia el lenguaje y serás otro, pues ellenguaje es el que genera el pensamiento”, queparece ir en una línea similar, igual que esta otra:“la realidad no albergaba otra función que llegar atransformarse en leyenda”. Por lo demás, esa ideaconstituye seguramente el ser mismo de la literatu-ra –y del arte en general—, pues como quiereValle-Inclán en La lámpara maravillosa: “Las cosasno son como son, sino como las recordamos”.

Terminamos volviendo al principio. Lo que otor-ga interés a la novela es precisamente el continuocambio de paisajes, los diferentes lenguajes, laconstante alternancia de voces, de historias, depersonajes, que, creemos, habrían podido dar

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lugar holgadamente a una novela más extensa.Variedad de registros lingüísticos y de voces delrelato, imaginación narrativa, cambios de tiempos,de tono y de estilo: los viejos recursos del narradorque sabe cómo deleitar al lector y hacerle pensar.Deleitar aprovechando, como quería Tirso deMolina.

En Viejo romance en la Ría del Eo, cabe distinguirtres tiempos: el de la historia que sirvió de base alos versos, el de los propios versos y aquel quetranscurre durante los días que relatan la prepara-ción del corto de Minervo Somoza, y que por abre-viar identificamos con el “ahora”, por más que serefiera a hechos contados en pasado imperfecto. Aesos tres tiempos, lógicamente, le correspondenotras tantas acciones: la de los hechos supuesta-mente reales, la que sostiene los versos y la acciónpropiamente novelesca. Esta última es la que ver-daderamente nos interesa aquí, ya que en ella sevuelcan las diferentes voces narrativas: la tercerapersona verbal, típica del relato entendido almodo clásico (“Era un rey que tenía tres hijas…”),además de un monólogo discursivo que se sobre-pone a la anterior y que, por despachar sin compli-caciones el asunto, identificamos con la voz delautor que va añadiendo sus disquisiciones y subra-yando lo que cuenta con su discurso teorizante. A

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esas dos voces, la narrativa y la discursiva, habríaque añadir la que, a modo de melodía de fondo, secontiene en las estrofas dedicadas a la Searila, ytambién, por extensión, en las numerosas voceslíricas que suenan a cada paso, voces que llamamoslíricas con toda propiedad pues proceden de algúnsoneto, de poemas, de coplas flamencas, de cancio-nes populares... Todas esas voces interactúan y,juntas, forman una polifonía de tonos diferentes ytal vez complementarios, que hacen de su lecturade un verdadero placer, apto más bien para lecto-res escogidos, no nos engañemos.

Juan Luis Suárez Granda

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Prefacio

Viejo Romance en la Ría del Eo, reciente noveladel médico y escritor José Luis Mediavilla ,en cuyoentramado de marcado tinte romántico, dondealterna el lirismo y el sentido del humor que enri-quecen la mayoría de sus obras.

La historia o leyenda asturiana de la Searila es elcentro y el argumento del relato, dentro de unrelato en el que la melancolía se mezcla con undelicado humor haciendo que la tragedia se des-place y abra a nuevos horizontes literarios..

La crónica novelada de los amores de María RosaPérez Campoamor Abella, y Antonio Cuervo yCastrillón , conserva, como digo, la melancolíapropia de las tierras del Atlántico en el sur deEuropa, los reinos de la saudade, de Ramón deCampoamor, de Rosalía de Castro, de Inés deCastro y el Rey Don Pedro de Portugal, que resca-ta a Inés de la tumba y la pone en el trono para quereinara despues de morir. Son los territorios de lacultura astur-galaico-portuguesa, patria de otraalma atormentada por el amor, MarianaAcoforado, la inmortal autora de las famosasCartas Portuguesas , que profesó de monja en el

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año 1656, y de la que el crítico Nuno deFigueiredo llega a decir que “existe una maneraportuguesa de amar, una de las características dela forma portuguesa de estar en el mundo y deencararse a la vida…”. Testamento del carácter yde la mentalidad de este pueblo , palabras que sepueden emplear para concretar el sentir de lasgentes de la Asturias Occidental y de Galicia. YDon Ramón de Campoamor y Camposorio, naci-do en Navia en el siglo de los románticos,(Espronceda, Becquer, Rosalía de Castro, CurrosEnriquez, o Carolina Coronado) en el TrenExpreso , escribe la carta de una enferma quereúne todo el dolor de un amor perdido:

“Cuando llegue esta carta a vuestro oídoel eco de mi amor y mis dolores,el cuerpo en que mi espíritu ha vividoya durmiendo estará bajo las flores”.

Camilo Castelo Branco declara algo parecido en sunovela Amor de perdición, que es uno de los gran-des tesoros portugueses de la literatura universal,como recordaba una y otra vez Azorín, y comoreconoce Henrique Fiúza que toda la obra deCamilo es “un verdadeiro monumento de beleza ede cultura”

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Estas palabras de Fiúza se pueden dedicar tam-bien para definir esta obra de José Luis Mediavilla, aunque teniendo presente que el romántico sen-tir de la tragedia se ve en ella redescrito en untiempo diferente, bajo contrastes psicológicos ysociológicos actuales que le otorgan una dimen-sión acorde con los más recientes movimientosliterarios.

Más allá de la leyenda y del estilo, de la prosa biencincelada y de los contrastes valleinclanescos quela habitan, se adivinan siempre los sentimientosmás entrañables hacia las gentes y los personajesde la Ría del Eo:

“Verde-azul-gris, y , al fondo, y distantes, las mon-tañas con sus gigantescos lomos sobre los que laniebla cabalga. Calma de la ría. Azul con brevespinceladas blancas, casas o nubes, cielo o mar.Luminoso verde de la pradera donde Asturias yGalicia, Galicia y Asturias, sueñan, hablan, enmu-decen, ríen, una historia milenaria y común.Castropol, con su piedra y su silencio, vigía mítico,meditabundo y taciturno, asomado a al ría desdesu propio encierro voluntario. Ribadeo, en su ade-mán de alejarse hacia la urbe, con su cúpula cente-lleante al sol de la mañana. Figueras, tendido inge-nuamente al borde del mar con las casas blancasde pescadores entre la playa y el embarcadero. Y el

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puente de los santos, como un brazo gigante quetomara del hombro a Ribadeo, abrazándolo en esecírculo mágico, collar recién estrenado de la Ría”.

Merece esta breve Introducción la larga cita parademostrar el conocimiento y el cariño que JoséLuis Mediavilla siente por este rincón astur y portodo el Principado. Cariño por unos insuperablespaisajes, por sus gentes y sus historias mezcladas deleyenda, abrazadas por la niebla que todo lo hacemás hermoso, más misterioso. Muy literario, enuna palabra.

Una dicha, en verdad, es la lectura de la obra queJosé Luis Mediavilla . Y es relato que habla de lamuerte desde muy distintos ángulos, concitandola tristeza y la alegría, lo trágico y lo cómico, perosiempre dentro de un sentimiento de ternura porla condición humana que llega al lector como unadulce brisa desde la ría del Eo.

Victor Alperi.

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VIEJO ROMANCE EN LA RÍA DEL EO

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Diagrama de la Ría del Eo (Antonio López-Cotarelo Villamil)

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Su cuerpo dejará, no su cuidado;serán ceniza, mas tendrá sentido;

polvo serán, mas polvo enamorado.Quevedo

¡No os ocupéis de lo que al polvo vuelve! ...Jamás el que descansa en el sepulcro

ha de tornar a amaros ni a ofenderosRosalía de Castro

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Cuentan de un sabio que un día mientras cavilabasabiamente sobre los pilares de la sabiduría, el sery la nada, la esencia y la existencia, el espíritu y lamateria, etc., etc., se le hizo presente su ángel de laguarda en forma de diligente bedel, y acercándo-sele hasta quedar a la vera de su sillón, le susurróal oído:

—Don Sarbelio, usted es un sabio por los cuatrocostados.

Cierto que Sarbelio Miranda, profesor de sociolo-gía y antropología cultural de la Perlora University,colaborador en prensa con breves máximas de pro-funda enjundia, era considerado, si no sabio deltodo, casi un sabio, aunque, en realidad, le faltabamuy poco para ser enteramente sabio, hacer algúndescubrimiento, una frase célebre, asistir conmayor frecuencia a los foros, tribunas y clubs cul-turales, ser nombrado asesor de algún políticorelevante, pero, hablando lisa y llanamente, todoel mundo reconocía que a don Sarbelio Miranda,apenas le faltaba el canto de una hoja de papelpara llegar a ser declarado plenamente sabio porla comunidad científica.

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—Usted es un sabio, don Sarbelio, lo que pasa esque peca de modestia y no sabe hacer pasillos,pero usted es un sabio, téngalo por seguro.

—¡Què va, si al menos me fuera concedido elPremio Nobel o el Príncipe de Asturias!, las cosasserían de otro modo.

—¡Pasillos, don Sarbelio, muchos pasillos, tráficode influencias, lo que antes se llamaba relacionespúblicas, ya me entiende, y ya verá como, cualquierdía, la gente se da cuenta que es usted tan sabio omás que ese Al Gore, el del calentamiento! Yhablando de premios, ¿ha leído el concurso convo-cado en la Isla Macorina? ¡Es como hecho a medi-da para usted! Se trata de una investigación sobreel origen de unos versos. Mire, aquí se los dejoencima de la mesa; léalos y estúdielos con deteni-miento.

Y el diligente bedel se trasfiguró en ángel de laguarda, pues èsta,y no otra, era su verdadera natu-raleza.

Sin salir de su asombro, comenzó a leer donSarbelio Miranda aquellos versos:

“Solitaria mansión del sepulcro, solo en ti mi esperanza se encierra,

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que, perdido el amor, es la tierraun abismo de mar para mí.Negro abismo que ahoga implacable en un mar de tristezas mi alma:que de Dios la piedad me dè calma¡Ay, Searila! reuniéndome a ti”.

Se cuenta también que don Sarbelio Miranda,desde que leyó los versos que el diligente bedel leconfiara, se entregó a una incansable busca delibros y revistas literarias, hasta que, un día, buce-ando en la pantalla del ordenador, llegó a encon-trar el nombre de don Antonio Cuervo yCastrillón, al que de inmediato identificó como elverdadero autor, que, más que poesía, era el desga-rrado lamento de una historia trágica, la de laSearila, una de las más populares historias del lega-do romántico, acaecida en el siglo XIX, en Seares,una aldea del concejo asturiano de Castropol, fran-ja fronteriza entre Galicia y Asturias: María Rosa, laSearila, y Antonio viven un apasionado romance yse casan en secreto en 1835. Un año después, él setraslada a La Coruña para el desempeño de unImportante cargo político.

Durante su ausencia ,recibe el aviso del grave esta-do de su esposa en el trance del parto, ante cuyanoticia emprende el regreso cabalgando desde la

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Coruña hasta Seares, agotando varias caballerías. Ycuando llega, María Rosa yace en el sepulcro.Entonces, presa de dolor y angustia, se abalanza ala sepultura y corriendo la lápida se abraza a ladifunta, tomando de ella una flor y un mechón desu cabello. El resto de su vida lo pasa encerrado ensu casa, de donde sólo sale por las noches vagandoy recitando sus versos llenos de melancolía.

Por mercados, cocinas, coplas y pliegos de cordel,como una marea, crecieron y se extendieron losversos de don Antonio Cuervo, traspasando elAtlántico. En una ocasión, José Luis Pérez deCastro, paseando una de las calles de Buenos Aires,oyó declamar a un ciego los versos de la Searila.

Solitaria mansión del sepulcro,/ solo en ti mi esperanzase encierra,/ que, perdido el amor, es la tierra/ un abismode mar para mí…

Minervo Somoza cortaba chalecos como nadie, ysabía hacer patrones de última moda, unos tipogrecorromano, otros tipo gótico, otros tipo moris-co, otros tipo coruña, otros tipo london, y otros,tipo parís; además siempre gustó en dirigir come-dias, hacer fotografías, filmar cortometrajes y escri-bir piezas teatrales o guiones de cine; cuando lerecordaban estos méritos, se encogía de hombrospensando en el largo camino que fue su vida desde

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su infancia en el orfanato de Sestelo, la letraredondilla, qué caligrafía, los recortes tan perfec-tos, plegables, una bendición, muchacho, una ben-dición, los arreglos de la ropa, cosiendo y remen-dando. En Sestelo cantaban la tabla de multiplicar,pasaban lista a Ataulfo, Sigerico, Wamba, hastallegar a Witiza y don Rodrigo, daban vueltas en elprado, hasta caer aturdidos, como muchos añosdespués, en el patio del cuartel, en el que el pri-mer día, había hierba, pero de tanto pisarla, soloquedaba la tierra, cada vez más seca, y se levantabapolvo, y también en el patio del hospital dabanvueltas hasta terminar arrastrándose, y en los entie-rros, haciendo paradas, tres o más paradas, en lasque colocaban el féretro encima de unas banque-tas y se cantaba el responso, vueltas y más vueltas,como en el juego de la oca. Cuando salió deSestelo, encontró amo en un caserío de Vegadeo,al cuidado de las vacas, hasta que estando de mer-cado topó con un estudio de fotografía donde sebuscaba aprendiz con futuro; don LorenzoSecades se llamaba el dueño, le dio entrada y allíestuvo aprendiendo los misterios del revelado, yviendo con qué amoroso trato manejaba donLorenzo la máquina de retratar; otro día, llevadode la aventura, se embarcó en el puerto deRibadeo, ¿qué sabes hacer?,le preguntó el capitán,leer, escribir, algo de ropa y de cocina, y sé también

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hacer fotografías, y allí se quedó, navegando, ayu-dando en la cocina, escribiendo al dictado delcapitán que temblaba de manos y hacía la letrapequeña como si dibujara pulgas. Mareado demar, se adentró en la tierra, hasta dar con sus hue-sos en Madrid, en la calle Echegaray, 51, quintopiso, compartiendo pensión con estudiantes, via-jantes y unas cómicas del Teatro Lara, las cuales notardaron en percatarse de sus habilidades con laaguja y las tijeras, facilitándole un trabajo entrebastidores. Don Conrado Blanco, el empresario, loacogió para labores de sastrecillo de galanes y actri-ces, recadero y confidente, y así, un día y otro, treso cuatro años, hasta hacer unos dinerillos, con losque regresó a Castropol, abriendo una sastreríacon su nombre, Sastrería Minervo. Trajes deÉpoca. Ropajería y Vestuario, recordando todo loque había aprendido en Sestelo, y en Vegadeo, yen Madrid, la gente va y viene con prisa comohaciendo encargos, hay cosas que nunca llegan asaberse, y casi mejor no preguntárselas uno.

Barón de Porcillán fue el título que DionisioGamallo Fierros hizo imprimir en sus tarjetas devisita, amparándose en el derecho de haber nacidoen Ribadeo, en el lugar conocido como Porcillán,Dionisio Gamallo Fierros, Barón de Porcillán, pre-sumía de haber sido concebido en la Ría del Eo, a

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la que amaba como a una madre y donde ansiabaretornar. En el año 1836, la Ría del Eo, fue escena-rio de la trágica y romántica historia de la Searila,la Ría se encogió hasta dejar el cauce seco ycomenzó un llanto gigantesco, explicaba Dionisiogolpeando con su cayado en el suelo, o levantán-dolo como para elevar al cielo sus palabras, el airese llenó de cenizas que ascendieron de maneraque el sol dejó de brillar quedando reducido a uncírculo opalescente, proseguía la prédica, calleje-ando, atravesando el parque hasta su casa.

Dionisio Gamallo Fierros sentía una profundaadmiración por Dámaso Alonso, tanta como éstepor aquél. El paso de los años fue otorgándoles aambos un fraternal parecido, almas gemelas,“almas como ranitas verdes”, una sentada al bordedel rumoroso Misisipí, y otra en la mansa riberadel Eo; en el año 1955, un grupo de escritores, his-toriadores y artistas asturianos y gallegos encabeza-dos por don Ramón Menéndez Pidal, conmemora-ron los trágicos amores de María Rosa y donAntonio Cuervo. Visitaron el cementerio de Searesy en el parque de Castropol, colocaron una lápida,de Goico Aguirre, con la figura de un ángel apoya-do en un sepulcro en actitud doliente; advierte unproverbio chino que el aleteo de una mariposa sepuede sentir al otro lado del mundo, el aleteo de

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una mariposa en Hong Kong puede desatar unatormenta en Nueva York, pero, ante una tormentaen Nueva York, ¿podría llegar a saberse dónde ycómo ha sido el vuelo de la mariposa?

El cartero Celerino Portales cayó de la motosubiendo por la carretera de Seares, la cartera dela correspondencia se abrió en el suelo y las cartasy los periódicos salieron volando como una banda-da de pájaros por el lindero. Llegaron algunosvecinos en su ayuda, levantándolo del suelo y reco-giendo pacientemente los papeles dispersos, peroal ponerse en pie, un dolor lancinante de la piernaizquierda le impidió mantenerse erguido. Unos sehicieron cargo de la motocicleta y la cartera,hablando de trasladarlo al Centro de Salud, yotros convinieron en llevarlo al saludadorFructuoso Buenamano.

Minervo Somoza, sastre, fotógrafo y dramaturgo,mientras marcaba con la tiza sobre la tela, recorda-ba cómo en el Teatro Lara, los de las Alforjas parala Poesía dedicaban las mañanas de los domingosa recitar versos en el escenario, Conrado Blancorodeado de poetas, declamaba, haciendo que suvoz rasgara el solemne silencio de la audiencia, eraun recitar, el de Conrado Blanco, como si pregona-ra, con una entonación similar a la de Alberti, imi-tando a los pregoneros de los pueblos de Castilla,

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que hacían siempre el mismo recorrido, anuncian-do su presencia con una corneta o un tambor.Ganaban poco, unos céntimos para seguir tirando,y desde un alto, rodeados de muchachos, entona-ban con sobriedad y sencillez las órdenes del alcal-de y las mercancías del día: Se hace saber/ quedesde mañana/ se prohíbe la entrada del ganadoen el prado de El Cañucar./ En la plaza, se vende/merluza,/sardinas y bonito.

Terminado el pregón, emprendían la marchahacia otro lugar del pueblo. Alguien preguntaba avoz en grito:

—Quico,¿ para quién la merluza?

—¡Para los de siempre, mira què cosas tienes!,-contestaba el Quico sin detenerse.

Los pregoneros eran los verdaderos hijos de lostrovadores, los maestros de la declamación, sinsubvenciones ni mandangas y sin embargo, fuerondesapareciendo a lo largo de los años, en silencio,sin la más mínima reclamación laboral, lo mismoque los serenos, que eran los ángeles de la noche,midiendo las calles a golpe de chuzo y haciendosonar las llaves de los portales como la campanilladel viático.

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—Pero entonces —preguntó Minervo—: ¿de quéviven los poetas?

—¡Quién sabe, de la pluma, digo yo!

A Minervo no le satisfizo la contestación. ¡De lapluma!, era como no decir nada, porque a él, leconstaba que existían una infinita variedad de plu-mas, plumas de vuelo, plumas de cola, plumón,plumaje y además, variaban según las aves, porqueen modo alguno eran igual las plumas de un paja-rito que las de un pajarraco:

—Perdone usted, pero no acabo de entender surespuesta, porque dígame qué tiene que ver elmanso y sencillo gorrión con el gigantesco y ame-nazante buitre, o el laborioso pájaro carpintero oel trepatroncos con el ganso. ¿Y las gallinas? ¿Quéme dice de las gallinas ponedoras?

—¡Ah, Minervo, no ha dicho usted nada! Las galli-nas ponedoras son una aves que merecen todonuestro respeto, pues se dejan la piel, digo las plu-mas, cacareando y poniendo huevos, mientras losgallos se pasan el día desafiando al sol con sus kiki-rikìs, y batiendo sus colas como ballestas ensan-grentadas. Pero volviendo a su pregunta, he dehacerle una confidencia: de todos esos que ve sen-tados en el escenario, el único que vive de la pluma

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es Manolito, el pollero, y ¿sabe por qué?, ¡porquetiene una granja de pollos!