Maugham, W. Somerset - Mackintosh

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William Somerset Maugham

MACKINTOSHEl Pacfico es inconsciente e incierto como el alma del hombre. Algunas veces tiene un color gris, como el canal ingls de Beachy Head, con una pesada ondulacin, y otras es spero, coronado de blancas crestas y de aspecto amenazador. Rara vez est en calma y rara vez su color es azul. Pero entonces su azul es verdaderamente magnfico. El sol brilla furiosamente en un cielo sin nubes. El viento penetra en nuestra sangre y uno se siente lleno de impaciencia ante lo desconocido. Las olas, deslizndose magnficamente, se extienden por todos los lados y se olvida la juventud desvanecida, con sus alegres o tristes recuerdos, en un incansable e inalterable deseo de vida. En un mar como ste naveg Ulises buscando las islas venturosas. Tambin hay das en que el Pacfico semeja un lago. La superficie es lisa y reluciente. Los peces voladores un rayo de sombra sobre el brillo de un espejo son, cuando se sumergen, pequeas fuentes de gotas relucientes. En el horizonte las nubes aparecen como jirones de lana, que en el crepsculo adquieren extraas formas, dando la impresin de estar contemplando una sierra de altas montaas: las montaas del pas de nuestros sueos. Se navega en medio de un silencio irreal, sobre un mar maravilloso. De vez en cuando algunas gaviotas parecen anunciar que la tierra no est lejos; alguna isla olvidada, escondida en un desierto de agua, pero las gaviotas, las melanclicas gaviotas, son los nicos signos que hallis en ella. Nunca se ve un buque con su humo amigo, ni un majestuoso navo, ni una liviana goleta, ni siquiera un bote pescador; es un desierto vaco cuya soledad llena de vagos presentimientos. Mackintosh se chapuz durante unos minutos en el mar; haba muy poca profundidad para nadar y no se atreva a entrar ms adentro por temor a los tiburones. Despus sali, dirigindose a la casa de baos para tomar una ducha. La frialdad del agua era agradable despus del pegajoso salitre del Pacfico, tan clido que, aunque acababan de dar las siete, el baarse no le despejaba a uno, sino que aumentaba su languidez. Cuando se hubo secado y envuelto en una salida de bao, llam al cocinero chino, dicindole que en cinco minutos estara dispuesto para desayunar. Por la senda de hierba spera, que Walker, el administrador, crea orgullosamente que era csped, camin descalzo hasta sus habitaciones, para vestirse. No necesit mucho tiempo porque no se puso ms que una camisa y unos pantalones y se dirigi hacia la casa de su jefe, al otro lado del poblado. Los dos coman juntos, pero el cocinero chino le dijo que Walker haba salido a caballo a las cinco y que tardara an media hora en volver. Mackintosh haba dormido mal y mir con disgusto los huevos y el tocino que tena delante. Los mosquitos haban estado enloquecedores aquella noche; volaban en torno de la mosquitera que le cubra, en tal cantidad, que su zumbido despiadado y amenazador produca el efecto de una nota sonando indefinidamente y tocada en un rgano distante; y cada vez que consegua adormilarse se despertaba sobresaltado creyendo que alguno haba podido penetrar a travs de la red. Haca tanto calor que se haba echado desnudo. Se movi de un lado a otro, y

gradualmente, el montono rumor de las rompientes, tan incesante y regular que generalmente se pierde la conciencia de l, creci distintamente con rtmicos martillazos sobre sus nervios rendidos, teniendo que contenerse con los puos cerrados, en un desesperado esfuerzo para soportarlo. El pensamiento de que nada podra detener aquel rumor, porque continuara durante toda la eternidad, era insoportable, y como si su fuerza pudiera enfrentarse con los despiadados poderes de la naturaleza, senta un impulso insano de hacer algo violento. Comprenda que tena que conservar el dominio sobre s mismo, porque, de lo contrario, se volvera loco. Y entonces, mirando por la ventana hacia la laguna y a la franja de espuma que sealaba los arrecifes, se estremeci de odio ante la magnfica escena. El cielo sin nubes era como un vaso invertido que la encerrara. Encendi su pipa, empezando a hojear los peridicos de Auckland, que haban llegado haca unos das de Apia. El ms reciente era de haca tres semanas. Esto daba la impresin de una increble monotona. Despus sali hacia la oficina. Era una habitacin espaciosa y escueta, con dos pupitres y un banco en un lado. Unos cuantos indgenas estaban sentados en l: entre ellos dos mujeres. Charlaban mientras esperaban al administrador, y cuando entr Mackintosh le saludaron: Talofa li. El les devolvi el saludo y se sent en su mesa. Empez a escribir un informe que el gobernador de Samoa haba estado pidiendo y que Walker, con su habitual lentitud, se haba olvidado de preparar. Mackintosh, mientras lo estaba redactando, pensaba vengativamente que Walker se haba retrasado en el informe, porque era tan poco ilustrado que senta una invencible aversin para todo lo que se relacionase con plumas y papeles, y ahora que al fin estaba ya hecho, con una concisin y claridad oficial, aceptara el trabajo de un subordinado sin una palabra de aprecio y an con una mirada despectiva o una burla, y lo enviara a su superior como si fuera obra suya. Y no poda haber escrito ni una palabra. Mackintosh pens con rabia que si su jefe aada algo lo expresara infantilmente y con un lenguaje lleno de faltas. Si l se opusiera o intentara hacerlo legible, Walker se enfurecera, gritndole: Qu diablos me importa a m la gramtica? Esto es lo que yo quisiera decir y as es como quiero decirlo. Al fin lleg Walker. Los indgenas le rodearon en cuanto entr, tratando de llamar su atencin, pero l los separ con aspereza, mandndoles que se sentaran y se callasen. Los amenazaba dicindoles que si no se estaban quietos les echara a todos, sin atender a ninguno aquel da. Salud a Mackintosh: Hola, Mac...! Ya te has levantado? No s cmo pierdes lo mejor del da en la cama. Debas de haber salido antes del alba, como he hecho yo. Perezoso! Se dej caer pesadamente en su silla, enjugndose el rostro con un gran pauelo de hierbas. Cielos! Estoy sediento. Se volvi hacia el guardia que estaba en la puerta, una figura pintoresca con su chaqueta blanca y el lava-lava, el taparrabos de los samoanos, y le mand traer kava. El recipiente del kava estaba en el suelo, en un rincn de la habitacin, y el guardia llen media cscara de coco y se la trajo a Walker. Este dej caer unas gotas en el suelo, murmur las palabras acostumbradas a los presentes y bebi con fruicin. Despus mand al guardia que sirviera tambin a los indgenas que estaban esperando, y la cscara fue alargada sucesivamente a cada uno, segn su edad o su importancia, y vaciada con la misma ceremonia.

Despus, Walker empez con el trabajo del da. Era un hombre pequeo, de menos de mediana estatura, pero extraordinariamente obeso; su rostro era grande y carnoso, afeitado, y sus mejillas le colgaban a cada lado, y con tres prominentes barbillas; todas sus facciones estaban disueltas en la gordura, y si no fuera por un mechn de pelo blanco en la parte posterior de su cabeza, sera completamente calvo. Recordaba a Mr. Pickwick. Era un tipo grotesco, una figura de payaso, pero, sin embargo, cosa bastante extraa, no estaba desprovisto de dignidad. Sus ojos azules, detrs de sus monumentales lentes de oro, eran agudos y vivaces, y en su rostro haba una gran determinacin. Tena sesenta aos, pero su vitalidad indgena triunfaba sobre la edad. A pesar de su corpulencia, sus movimientos eran rpidos y caminaba con un paso resuelto y pesado, como si se tratara de hacer sentir su peso sobre la tierra. Hablaba con voz fuerte y hosca. Haca entonces dos aos que Mackintosh haba sido destinado como auxiliar de Walker. ste, que haba sido durante un cuarto de siglo administrador de Talua, una de las mayores islas del archipilago samoano, era un hombre conocido, personalmente o por referencias, en todo el mar del Sur, y fue con viva curiosidad con la que Mackintosh haba esperado encontrarse con l. Por diversas razones tuvo que quedarse un par de semanas en Apia antes de llegar a su destino, y tanto en el Hotel de Chaplin como en el club ingls oy innumerables historias sobre el administrador. Pensaba ahora con irona en su inters de entonces. Ahora las haba odo un centenar de veces de boca del mismo Walker. ste saba que era una personalidad, y, orgulloso de su reputacin, obraba deliberadamente segn ella. Estaba celoso de su leyenda y deseoso de que se conocieran los detalles exactos de las historias que se contaban de l. Se senta ridculamente furioso contra cualquiera que las explicase incorrectamente a un extrao. Haba en Walker una ruda cordialidad que al principio no desagradaba a Mackintosh, y Walker, encantado de tener un oyente, se desahog a su gusto. Era un carcter esplndido, de buen humor y considerado. Para Mackintosh, que siempre haba vivido la existencia recogida de un empleado del Estado en Londres hasta la edad de treinta y cuatro aos, en que una pulmona le dej bajo la amenaza de la tuberculosis, obligndole a buscar un destino en el Pacfico, la vida de Walker le pareci extraordinariamente romntica. La aventura con que dio comienzo a su carrera era tpica de l. A los quince aos se escap de su casa, llevado por su aficin al mar, y durante ms de un ao estuvo empleado de fogonero en un barco carbonero. Era entonces un muchacho poco desenvuelto, y tanto los marineros como los contramaestres le trataban amablemente; pero el capitn, por alguna razn desconocida, concibi un odio salvaje contra l. Le trataba tan cruelmente que muchas veces, apaleado o molido a patadas, no poda dormir por el dolor que agarrotaba sus miembros. Odiaba al capitn con toda su alma. Un da le dieron una entrada para las carreras y consigui que un amigo que haba encontrado en Belfast le prestara veinticinco libras, apostndolas a un caballo que estaba lejos de ser el favorito. No tena medio de devolver el dinero si perda, pero ello nunca le pas por la imaginacin. Se senta con suerte. El caballo gan y se encontr con algo ms de mil libras en dinero contante y sonante. Se le presentaba la ocasin de hacer algo. Busc el mejor Procurador de la ciudad el buque carbonero estaba entonces en la costa de Irlanda y fue a verle dicindole que saba que el barco estaba a la venta, encargndole la compra en su nombre. Al Procurador le divirti extraordinariamente aquel pequeo cliente tena entonces solamente diecisis aos y no los representaba siquiera y, movido quiz por su

simpata, le prometi no slo arreglar el negocio, sino tambin procurar que hiciera una buena compra. Al poco tiempo, Walker era el dueo del barco. Volvi a l, experimentando, como l lo describa, el momento ms glorioso de su vida cuando se dio a conocer al capitn, ordenndole que se marchara de su barco antes de media hora. Entonces hizo capitn al contramaestre y sigui en el trfico del carbn durante otros nueve meses, al cabo de los cuales vendi el barco con provecho. A la edad de veintisis aos lleg a las islas como un plantador. Fue uno de los pocos blancos que se estableci en Talua en el tiempo de la ocupacin alemana, y ya tuvo entonces alguna influencia sobre los indgenas. Los alemanes le hicieron administrador de la isla, cargo que ocup durante veinte aos, y cuando se apoderaron de la isla los ingleses, le confirmaron en su puesto. Gobernaba la isla despticamente, pero con un xito completo. El prestigio que le daba este xito era otra de las razones de que Mackintosh se interesara por l. Pero los dos hombres no estaban destinados a entenderse. Mackintosh era un hombre mal encarado, de gestos encorvados. Tena las mejillas plidas y hundidas y sus ojos eran grandes y sombros. Era muy aficionado a la lectura, y cuando llegaron sus libros y estuvieron desempaquetados, Walker fue a sus habitaciones a echar una ojeada. Al verlos se volvi hacia Mackintosh con una carcajada soez: Por qu diablos se ha trado esta porquera? pregunt. Mackintosh enrojeci vivamente. Siento que crea que es una porquera. Yo me he trado mis libros porque quiero leerlos. Cuando usted me dijo que se haba trado unos cuantos libros, cre que habra algo que pudiera leer. No tiene ninguna historia de detectives? Las historias de detectives no me interesan. Es usted un idiota, entonces. Me alegro que piense eso. En cada correo le llegaba a Walker una masa de literatura peridica, Prensa de Nueva Zelanda, revistas de Amrica, y le exasperaba que Mackintosh despreciase aquellas publicaciones. No poda soportar los libros que absorban los descansos de Mackintosh y crea que era slo por pose por lo que lea Apogeo y Decadencia, de Gibbon, y La Anatoma de la Melancola, de Burton. Y como nunca haba sabido contenerse, expresaba libremente a su auxiliar todo lo que pensaba. Mackintosh empez a ver al hombre verdadero, y bajo su exuberante buen humor descubri una astucia vulgar que se haca odiosa. Era un tipo vano y dominante, y era extrao que tuviera, sin embargo, una timidez que le haca antiptica la gente que no fuese de su clase. Juzgaba a los dems cndidamente por su lenguaje, de modo que si no usaban sus juramentos y obscenidades, que constituan la mayor parte de su conversacin, los miraba con recelo. Por las tardes jugaban al pique. Walker jugaba mal, pero constantemente vanaglorindose, galleando sobre su adversario cuando ganaba y enfurecindose cuando perda. Alguna aunque rara vez, un par de plantadores o comerciantes iban a jugar al bridge y entonces Walker se mostraba en lo que Mackintosh crea que era su ms tpica condicin. Jugaba sin ninguna consideracin hacia su

compaero, queriendo tener siempre la preferencia y arguyendo interminablemente. Cualquier oposicin la quebraba por la violencia de su voz. Constantemente incurra en renuncios y, al descubrrselos, deca con un plaido desagradable: Ah! Vais a tenerle en cuenta esto a un viejo que apenas ve? Mackintosh lo contemplaba con un fro desprecio. Despus de jugar, mientras fumaban sus pipas y beban whisky, seguan charlando. Walker explicaba de buena gana la historia de su matrimonio. El da de la boda haba cogido tal borrachera que la novia huy despavorida y no la haba vuelto a ver ms. Haba tenido innumerables aventuras, srdidas y vulgares, con las mujeres de la isla, y las contaba con orgullo, como si fuesen hazaas, lo que repugnaba a Mackintosh. Walker era un viejo obeso y sensual. Juzgaba a Mackintosh un pobre diablo porque no comparta sus promiscuos amores y se mantena sereno cuando todos se haban emborrachado. Le despreciaba tambin por la meticulosidad con que realizaba su trabajo. A Mackintosh le gustaba hacer las cosas as. Su mesa estaba siempre ordenada, sus papeles en su sitio, de modo que siempre tena a mano el documento que necesitaba y todas las disposiciones necesarias para su trabajo de administracin. Pamplinas..., pamplinas deca Walker. He gobernado esta isla durante veinte aos sin necesidad de archivadores, y no los voy a necesitar ahora. Pero, no le es ms fcil as que buscar durante media hora una carta que necesita? contestaba Mackintosh. No eres ms que un maldito burcrata. Pero no eres un mal sujeto. En cuanto hayas pasado aqu un ao o dos, servirs perfectamente. Lo malo es que no quieres beber. No te hars un degenerado porque te emborraches una vez por semana. Lo curioso era que Walker permaneca completamente ajeno a la antipata que cada mes iba creciendo en el nimo de su subordinado. Aunque se burlaba de l, a medida que se fue acostumbrando a su compaa iba tomndole cario. Tena una cierta tolerancia con las particularidades de los dems y aceptaba a Mackintosh como un bicho raro. Quiz le fue antiptico inconscientemente, porque poda burlarse de l. Su humorismo consista en burlas groseras y necesitaba un blanco a quien dirigirlas. Mackintosh, con su exactitud, su moralidad y su sobria conducta, le proporcionaba una fuente inagotable; adems, su nombre escocs le brindaba la oportunidad de las bromas corrientes sobre Escocia. Pero cuando ms se diverta era cuando haba dos o tres personas delante y poda hacerlas rer a carcajadas a costa de Mackintosh. Sola tambin contar cosas ridculas de l a los indgenas, y Mackintosh, con su an imperfecto conocimiento del samoano, slo poda ver su risa contenida, sobre todo cuando Walker haca alguna obscena referencia de l. Despus sonrea con buen humor. He de decir esto en tu favor, Mac le deca Walker con su spero y violento tono de voz. Eres capaz de aguantar una broma. Pero era una broma? preguntaba sonriendo Mackintosh. No lo saba. Escocs tenas que ser responda Walker con una carcajada. Slo hay una manera de hacer ver a un escocs una broma: por medio de una operacin quirrgica. Walker poco poda suponerse que no haba nada que molestase ms a

Mackintosh que las burlas. Se despertaba durante la noche, en las tranquilas noches de la poca de las lluvias, y volva a consumirse sombramente, recordando alguna broma que Walker le haba gastado haca algunos das. Esto le torturaba. Su corazn se consuma de rabia y se imaginaba mil medios para vengarse. Ya haba intentado contestarle, pero Walker tena el don de las rpidas respuestas, aunque fueran groseras y vulgares, lo que le daba una gran ventaja. Su limitada inteligencia le haca invulnerable contra las indirectas ingeniosas. Adems, su orgullo haca que nunca se sintiera molestado. Su voz dominadora y sus carcajadas eran unas armas a las que Mackintosh nada poda oponer, y comprendi que lo mejor era no demostrar nunca su irritacin. Aprendi as a dominarse. Pero su odio fue creciendo hasta convertirse en una monomana. Observaba a Walker con una morbosa vigilancia. Su propia estimacin aumentaba a cada mezquindad de Walker, cada vez que demostraba su vanidad infantil, su astucia o su vulgaridad. Walker coma glotona y ruidosamente y Mackintosh lo contemplaba con satisfaccin. Tomaba nota de las sandeces que deca y de sus errores gramaticales. Saba que Walker le consideraba poco y senta una amarga satisfaccin al considerar la opinin que su jefe tena de l, y observaba que aumentaba el desprecio que senta por aquel hombre mezquino y vulgar. Y le produca un placer extrao el saber que Walker ignoraba completamente el odio que senta por l. Era un loco que adoraba la popularidad y cndidamente se imaginaba que todo el mundo le admiraba. Una vez Mackintosh oy cmo Walker hablaba de l. Servir perfectamente en cuanto lo modele deca. Es un buen perro que quiere a su amo. Mackintosh, silenciosamente, sin una alteracin en su rostro plido y alargado, se ri largamente. Pero su odio no era ciego; al contrario, era particularmente justo y juzgaba la capacidad de Walker con exactitud. Gobernaba su pequeo reino con integridad. Era justo y honrado. Habiendo tenido muchas oportunidades de hacer dinero, era ms pobre que cuando fue destinado a aquel cargo, y el nico sustento que tendra en su vejez sera la pensin que esperaba le concediesen cuando, finalmente, se retirara. Su orgullo era decir que, con un auxiliar y un empleado mestizo, era capaz de administrar la isla con ms competencia que Upolu, la isla en la que Apia es la principal ciudad, con su ejrcito de funcionarios. Tena unos cuantos policas indgenas para mantener su autoridad, pero no los utilizaba. Gobernaba por medio del bluf, y con su humor irlands. Insisten en construir una crcel aqu deca. Pero, para qu diablos necesito una crcel? No voy a encerrar a los indgenas. Si ellos se portan mal, ya s cmo tratarlos. Una de sus cuestiones con las altas autoridades de Apia era que reclamaba una completa jurisdiccin sobre todos los naturales de la isla. Cualquiera que fuera su delito, no los quera entregar a los Tribunales competentes, y varias veces se haba cruzado una furiosa correspondencia entre l y el gobernador de Upolu. Consideraba a los indgenas como sus muchachos. Y esto era lo extraordinario en un hombre como aqul, grosero, vulgar y egosta; amaba la isla, en la que haba vivido durante tanto tiempo, con verdadera pasin, y tena para los indgenas una tosca y extraa ternura que era sencillamente maravillosa.

Le gustaba recorrer a caballo la isla, en su vieja yegua gris, sin cansarse nunca de su belleza. Vagando por los caminos de csped, entre los cocoteros, se paraba de vez en cuando para contemplar la hermosura del panorama. Algunas veces visitaba algn poblado indgena y se detena mientras el jefe le traa el cntaro de kava. Y mientras contemplaba el pequeo grupo de cabaas en forma de campana, con sus altos techos de rama, como colmenas, una sonrisa se extenda por su ancha faz. Sus ojos contemplaban con deleite la extensa mancha de los rboles del pan. Diablos...! Esto es como el jardn del Edn. Otras veces sus pasos le llevaban hacia la costa, y entonces, a travs de los rboles, poda echar una ojeada al mar inmenso y vaco, sin que apareciese jams una vela que alterara su soledad. Otras veces suba a alguna colina, de manera que dominase una gran extensin de terreno, con sus pequeos poblados anidados entre los rboles y que se extendan ante su vista como el reino del mundo; y all permaneca sentado una hora en un xtasis de placer. Pero para expresar sus sentimientos y para manifestarlos no tena ms que una salida obscena. Era como si su emocin fuese tan violenta que necesitara alguna ordinariez para romper la tensin. Mackintosh observaba sus sentimientos con un fro desprecio. Walker siempre haba sido un gran bebedor, y estaba orgulloso de su resistencia cuando, al pasar alguna noche en Apia, vea a los hombres de la mitad de sus aos tumbados bajo la mesa; tena el sentimentalismo del borracho. Era capaz de llorar leyendo alguna historia de los peridicos y rehusar, sin embargo, un prstamo a un amigo que se encontrara en algn apuro y a quien conociera desde haca veinte aos. Era avaro con su dinero. Una vez Mackintosh le dijo: Nadie podr acusarle de malgastar su dinero. Y l lo tom como un cumplido. Su entusiasmo por la naturaleza no era ms que un producto de una sensibilidad de borracho. Mackintosh tampoco senta la menor simpata por los sentimientos de su jefe hacia los indgenas. El los amaba porque estaban bajo su poder, lo mismo que un hombre egosta ama a su perro, y, adems, su mentalidad estaba a su misma altura. El humor indgena era obsceno y a l nunca le faltaba una contestacin impdica. l les comprenda y ellos le comprendan. Estaba orgulloso de la influencia que ejerca sobre ellos. Los consideraba como hijos suyos y se mezclaba en todas sus cuestiones. Pero era muy celoso de su autoridad; si los gobernaba con una mano de hierro, sin respetar ninguna oposicin, no poda, por otra parte, sufrir que ningn otro blanco hiciera lo mismo. Vigilaba a los misioneros recelosamente, y si hacan algo que l desaprobase, era capaz de hacerles la vida tan insoportable, que si no lograban marcharse, no podan menos de alegrarse si llegaban a ir de acuerdo. Su poder sobre los indgenas era tan grande que, con slo una palabra suya, se lo negaran todo al pastor. Por otra parte, no tena la menor consideracin con los comerciantes. Se cuidaba d que no engaasen a los indgenas, procurando que obtuviesen una justa remuneracin por su trabajo y por su compra, y evitando que los comerciantes sacaran demasiado provecho de los gneros que vendan. Era despiadado con los tratos que juzgaba injustos. Algunas veces los comerciantes se haban quejado a Apia de no obtener grandes oportunidades. Entonces Walker no

vacilaba en emplear cualquier calumnia, o la ms burda de las mentiras, para defenderse, hasta que terminaban por comprender que si queran no slo vivir en paz, sino simplemente vivir, tenan que aceptar la situacin con sus condiciones. Ms de una vez el almacn de un comerciante enemigo suyo haba sido incendiado y quedaban slo los restos para demostrar que el administrador haba sido quien lo haba promovido. Una vez, un mestizo sueco arruinado por uno de aquellos incendios, fue a visitarle, y, sin ambages, le acus de incendio. Walker se ri ante su propia cara. El rostro del mestizo se iba descomponiendo por instantes. Eres un bandido. Tu madre era una indgena y t ahora ests tratando de engaar a sus paisanos. Si tu podrido y viejo almacn se ha quemado, es un juicio de la Providencia. Eso mismo: un juicio de la Providencia. Lrgate. Y mientras dos guardias indgenas le arrojaban fuera, el administrador se qued riendo a carcajadas: Un juicio de la Providencia...! Entonces Mackintosh observaba cmo daba comienzo a su trabajo diario. Primero con los enfermos, porque Walker aada el ejercicio de la medicina a sus dems actividades, y tena una pequea habitacin detrs de la oficina, llena de medicamentos. Un hombre entrado en aos se adelant: un hombre con una mata rizada de pelo gris y llevando un lava-lava azul; estaba cuidadosamente tatuado, con una piel tan arrugada como un pellejo de vino. Por qu has venido? le pregunt Walker. El hombre le contest, con una voz plaidera, que no poda comer sin vomitar despus y que tena dolores aqu y all. Vete a ver a los misioneros dijo Walker. Ya sabes que yo slo curo a los nios. Ya he ido a verles y no me han hecho nada. Pues entonces vete a tu casa y preprate para morir. Has vivido tantos aos y todava quieres seguir viviendo? Eres un loco. El hombre estall en furiosas exclamaciones, pero Walker seal a una mujer con un nio enfermo en sus brazos, ordenndole que lo trajera a su mesa. Le hizo varias preguntas y despus examin al nio. Le voy a dar una medicina dijo. Se volvi hacia el dependiente indgena: Vete al dispensario y trae unas pldoras de calomel. Hizo que el nio se tragase una de ellas y le dio otra a su madre. Llvate ahora al nio y cuida que no se enfre. Maana, o habr muerto o estar bien. Se reclin en su silla encendiendo la pipa. El calomel es algo maravilloso. He salvado con l ms vidas que todos los doctores de los hospitales de Apia juntos. Walker estaba muy orgulloso de su ciencia y, con el dogmatismo de la

ignorancia, despreciaba a los mdicos. El caso que a m ms me gusta deca es aquel en que los mdicos han abandonado toda esperanza. Cuando los mdicos dicen que ya no pueden salvarlo, yo digo: Que me lo traigan a m. Te he contado el caso de aquel individuo que tena un cncer? Muchas veces. Lo cur en tres meses. Pero nunca me ha contado nada de la gente que no ha podido curar. Terminada esta parte de su trabajo continu con el resto. Haba en l una extraa mezcolanza. Se present una mujer que no congeniaba con su marido, y despus un marido que vena a denunciar que su mujer se haba escapado. Diablo afortunado dijo Walker. Muchos maridos desearan que sus mujeres hicieran lo mismo. Sigui a continuacin una complicada disputa sobre la propiedad de unas yardas de tierra. Un litigio por la participacin en una pesca. Una denuncia contra un comerciante blanco por defraudacin en el peso. Walker escuchaba atentamente cada caso, formaba rpidamente su juicio y dictaba su decisin. Despus no escuchaba nada ms, y si la persona segua quejndose, era arrojada fuera de la oficina por un guardia. Mackintosh escuchaba todo esto con una irritacin sombra. En el fondo quiz tena que admitir que all se haca justicia, pero le exasperaba que su jefe confiase ms en su instinto que en las pruebas. No atenda ningn razonamiento. Atemorizaba a los testigos, y cuando no atestiguaban lo que l quera, les llamaba ladrones y embusteros. Dej para el final a un grupo que estaba sentado en un rincn de la habitacin. Deliberadamente haba fingido ignorarlo. El grupo consista en un viejo jefe, un hombre digno, de elevada estatura, con pelo blanco y recortado y llevando un lava-lava nuevo, con su hijo y una media docena de personajes del poblado. Walker haba tenido con ellos un litigio y los haba vencido. Y, como era corriente en l, quera pavonearse con su victoria y aprovecharse ahora que eran impotentes. El hecho fue caracterstico. Walker senta una pasin por la construccin de carreteras. Cuando lleg a Taula slo encontr unas cuantas sendas diseminadas; pero con el tiempo traz carreteras a travs del pas, uniendo a los poblados, y a ello era debido en gran parte la prosperidad de la isla. Mientras que antes haba sido imposible llevar los productos de la tierra la copra, principalmente a la costa, donde se podra cargar en las goletas y en las lanchas motoras para transportarlos a Apia, ahora el transporte era sencillo y fcil. Pero su ambicin se cifr en construir una carretera que diera la vuelta a la isla, y una gran parte de ella ya estaba terminada. En dos aos estar hecha. Despus, ya puedo morirme o ya pueden echarme. No me importa. Sus carreteras eran su verdadera alegra y haca excursiones constantemente para ver si las cuidaban. Su construccin era simple: una ancha pista, cubierta de hierba, a travs de las colinas o de las plantaciones. Pero haba sido necesario arrancar rboles, remover o hacer saltar rocas, y aqu y all nivelar el terreno. Estaba orgulloso de haber superado con su ingenio todas estas dificultades que se

le presentaron. Tambin se enorgulleca de su trazado, porque no slo era til, sino que tambin serva para mostrar las bellezas de la isla que tanto amaba. Cuando hablaba de sus carreteras era casi un poeta. Serpenteaban a travs de aquellos maravillosos panoramas, y Walker se haba preocupado de que en algunos sitios fueran rectas, para proporcionar un verde panorama a travs de los rboles altos, y de que otras dieran una vuelta, para que los ojos descansasen con un cambio de escena. Era extraordinario que aquel hombre grosero y sensual se valiera de una tan sutil ingenuidad para producir los efectos ideados por su imaginacin. Haba empleado en la construccin de sus carreteras el fantstico ingenio de un jardinero japons. Por su trabajo recibi de las autoridades una consignacin, pero tuvo el extrao puntillo de gastar slo una pequea parte, y as el ao anterior slo haba gastado cien libras de las mil que le haban asignado. Para qu quieren ellos el dinero? exclam. Slo se lo gastarn en tonteras que no necesitan; es decir, en lo que los misioneros les dejen. Sin ninguna razn particular, excepto quiz por un orgullo de economa en su administracin y por el deseo de que contrastara su eficiencia con los costosos mtodos de las autoridades de Apia, obligaba a los indgenas a trabajar por unos salarios que casi eran nominales. Y fue por esto por lo que haba tenido algunas dificultades con el poblado, cuyo jefe vena ahora a visitarle. El hijo de este jefe haba estado en Upolu durante un ao, y a su regreso haba explicado a su gente las grandes sumas que se pagaban en Apia por los trabajos pblicos. Con largos y perezosos discursos inflam sus corazones con el deseo de la ganancia. Les pint imgenes de gran riqueza, y ellos se imaginaron el whisky que podran comprar que era caro, puesto que haba una ley que prohiba su venta a los indgenas, y de ah que les costase el doble de lo que un blanco tena que pagar, se imaginaron los grandes cofres de sndalo donde guardaran sus tesoros, y el jabn perfumado y las latas de salmn, lujos por los que un kanaka vendera su alma; de manera que cuando el administrador los mand llamar y les dijo que quera que construyesen una carretera desde su poblado a un cierto punto de la costa y les ofreci veinte libras, ellos le pidieron cien. El hijo del jefe se llamaba Manuma. Era un individuo alto, hermoso, de color cobrizo, con el pelo rizoso teido de rojo con cal, con un collar encarnado alrededor de su cuello y en su oreja una flor, como una llamarada escarlata sobre su rostro bronceado. La parte superior de su cuerpo estaba desnuda, pero para demostrar que ya no era un salvaje, puesto que haba vivido en Apia, llevaba unos pantalones en vez del lava-lava. Les dijo que si se mantenan unidos, el administrador se vera obligado a aceptar sus condiciones. Se haba encaprichado en la construccin de aquella carretera, y cuando se encontr que no queran trabajar por tan poco estuvo dispuesto a darles lo que pedan. Pero ellos no tenan que pedir nada, para que lo que les concediera no fuera contrapuesto con su peticin. Pero entonces pidieron cien libras y tuvieron que mantenerse firmes en su demanda. Cuando le dijeron la suma, Walker estall en una formidable carcajada. Les dijo que no fuesen idiotas y que empezaran a trabajar inmediatamente. Porque aquel da estaba de buen humor les prometi darles una fiesta cuando hubieran terminado la carretera. Pero cuando vio que no se haca el menor intento para comenzar el trabajo, se encamin al poblado para preguntar al jefe qu significaba aquella actitud. Pero Manuma los haba aleccionado bien. Todos estaban completamente tranquilos y no hicieron ningn intento para argirle un argumento es una pasin en un kanaka; se limitaron a encogerse de hombros: estaban dispuestos a hacer el trabajo por cien

libras, y si no se las daba no trabajaran. Poda hacer lo que quisiera. A ellos nada les importaba. Entonces Walker mont en clera. Se puso furioso. Su cuello grasiento y corto se hinch amenazadoramente, su rostro enrojecido adquiri un color escarlata, su boca se llen de espuma. Llen a los indgenas de invectivas. Saba perfectamente cmo herirles y cmo humillarles. Estaba terrible. Los ms viejos se pusieron plidos de angustia. Vacilaron. Si no hubiera sido por Manuma, con su conocimiento del gran mundo y con su temor al ridculo, se habran rendido. Pero fue Manuma quien contest a Walker: Pganos cien libras y haremos el trabajo. Walker, amenazndole con el puo, le llam de todo, le colm de burlas. Pero Manuma continu sentado y sonriendo. En su sonrisa tal vez hubiera ms bravuconera que confianza, pero tena que poner buena cara delante de los dems. Repiti su respuesta: Pganos cien libras y haremos el trabajo. Pareci como si Walker fuera a lanzarse sobre l. No sera la primera vez que haba vapuleado a un indgena con sus propias manos: conocan su fuerza, y aunque Walker tena tres veces la edad del joven y era seis pulgadas ms bajo, nadie dudaba de que era ms fuerte que Manuma. Ninguno haba pensado en resistir a los salvajes ataques del administrador. Pero Walker no dijo nada. Se sonri burlona e irnicamente. No voy a perder el tiempo con un hatajo de idiotas como vosotros dijo. Pensadlo de nuevo. Ya sabis lo que os he ofrecido. Si dentro de una semana no habis empezado a trabajar, ya podis prepararos. Dio media vuelta y sali de la cabaa del jefe. Desat su vieja yegua y, como era tpico en sus relaciones entre l y los indgenas, uno de los hombres de ms edad sujet el estribo, mientras Walker, desde un punto apropiado, mont pesadamente en la silla. Aquella misma noche, cuando Walker, siguiendo su costumbre, se paseaba por la carretera delante de su casa, oy algo que pasaba silbando junto a l y que fue a clavarse, con un golpe seco, en un rbol. Instintivamente se agach. Qu es esto?, grit, corriendo hacia donde haba partido el proyectil, y pudo or el rumor de alguien que escapaba entre la maleza. Inmediatamente comprendi que era intil la persecucin en la oscuridad y como, adems, a los pocos momentos estaba jadeando, se detuvo, volviendo despus hacia la carretera. Busc aquello que le haban arrojado, pero no encontr nada. La oscuridad era completa. Rpidamente regres a su casa llamando a Mackintosh y al boy chino. Alguno de esos condenados me ha tirado algo. Vamos a ver qu es. Mand al boy que trajera una linterna y los tres se encaminaron al lugar del atentado. Buscaron por el suelo, sin poder hallar nada. Repentinamente el boy dej escapar un grito gutural. Ambos se volvieron hacia l. Haba levantado la linterna y all, con un aspecto siniestro bajo la luz que disipaba las tinieblas que les rodeaban, vieron un largo cuchillo clavado en el tronco de un cocotero. Haba sido arrojado con tal fuerza que tuvieron que hacer esfuerzos para arrancarlo. Diablos...! Si me llega a alcanzar me deja bueno...

Walker lo cogi. Era uno de los cuchillos hechos a imitacin de aquellas cuchillas marineras, que un siglo atrs haban trado los blancos a las islas, y que se usaban para partir los cocos a fin de que la copra pudiera secarse. Era un arma terrible, con su hoja de dos pulgadas de ancho extraordinariamente afilada, Walker se sonri silenciosamente. El condenado atrevido. No tena la menor duda de que haba sido Manuma quien haba lanzado el cuchillo. Haba escapado por tres pulgadas de la muerte. Pero no estaba encolerizado. AI contrario, estaba de un magnfico buen humor; aquella aventura le llenaba de alborozo, y cuando volvieron a la casa pidi de beber, frotndose las manos alegremente. Se lo har pagar... Sus pequeos ojos parpadearon. Se hinch como un pavo y por segunda vez en media hora se empe en contar a Mackintosh todos los detalles del asunto. Despus se pusieron a jugar al pique y, mientras jugaban, empez a fanfarronear de sus intenciones. Mackintosh le escuchaba mordindose los labios. Pero, por qu los quiere doblegar de esta manera? pregunt. Veinte libras es una suma ridcula para el trabajo que quiere que hagan. Debieran de estarme agradecidos porque an les doy algo. Dselo todo; al fin y al cabo no es su dinero. El Gobierno le ha concedido una suma razonable. Nada dir si se gasta toda. En Apia son un hatajo de majaderos. Mackintosh comprendi que la nica razn de Walker era su vanidad, y se encogi de hombros. No creo que valga la pena dar una leccin a esa gente de Apia a costa de su vida. Pero, hombre, esa gente no me har ningn dao. No podran vivir sin m. Me adoran. Manuma es un loco. Slo arroj el cuchillo para asustarme. Al da siguiente, Walker se encamin de nuevo al poblado. Se llamaba Matautu. Pero no se baj del caballo. Cuando lleg a la cabaa del jefe vio a dos hombres sentados uno enfrente de otro en el suelo y se imagin que estaran hablando de la carretera. Las cabaas samoanas estn construidas de la forma siguiente: troncos de rboles delgados colocados en crculo y a una cierta distancia, quiz cinco o seis pies; en el centro colocan el tronco de un rbol corpulento y sobre el tronco y mirando hacia abajo tienden el techo de paja trenzada. Persianas venecianas de hojas de cocotero pueden bajarse por la noche o cuando llueve, pero ordinariamente la cabaa permanece abierta para que el aire pase libremente. Walker se acerc hasta la cabaa y llam al jefe: Ah, Tangatu...! Tu hijo anoche se dej un cuchillo en un rbol. Vengo a devolvrselo. Y arrojndolo en medio del crculo se alej con una carcajada. El lunes sali a ver si haban empezado a trabajar. Pero no haba ningn signo

de ello. Pas por el poblado. Los indgenas estaban entregados a sus quehaceres ordinarios. Unos tejiendo esteras de hojas de pandanus; un viejo estaba atareadsimo con su cntaro de kava; los nios estaban jugando, y las mujeres entregadas a sus faenas caseras. Walker, con una sonrisa en los labios, se acerc a la casa del jefe y ste sali a recibirle. Talofa li dijo el jefe. Talofa contest Walker. Manuma, con un cigarrillo en la boca, estaba sentado tejiendo una red, y le mir con una sonrisa. Estis decididos a no hacer la carretera? El jefe repuso: S... A no ser que nos pague cien libras. Pues os arrepentiris. Se volvi hacia Manuma. Y en cuanto a ti, muchacho, no me extraara que te escociese la espalda antes de mucho. Despus se alej riendo burlonamente. Dej a los indgenas vagamente inquietos. Teman a aquel hombre grueso y terrible, y ni los insultos de los misioneros hacia l ni las burlas que Manuma haba aprendido en Apia, les pudieron hacer olvidar que tena una diablica inteligencia y que nadie se haba atrevido a hacerle frente sin que a la larga saliera perdiendo. A las veinticuatro horas vieron el plan que haba adoptado. Era tpico. A la maana siguiente una numerosa banda de hombres, mujeres y nios lleg al poblado, y su jefe dijo que haba hecho un trato con Walker para construir la carretera. Les haba ofrecido veinte libras y haban aceptado. Ahora la astucia estaba en que los polinesios tienen unas convenciones de hospitalidad que rigen con la misma fuerza que las leyes; una etiqueta absolutamente formal obligaba a las gentes del poblado no slo a facilitar alojamiento a los extranjeros, sino tambin a procurarles alojamientos y bebidas durante todo el tiempo que quisieran quedarse. Los indgenas de Matautu haban sido vencidos astutamente. Cada maana los trabajadores salan en alegres grupos; cortaban rboles, hacan saltar rocas, allanaban el terreno y despus, por la tarde, regresaban a comer y beber, lo que hacan vorazmente; bailaban, cantaban himnos y disfrutaban de la vida. Para ellos aquello era una excursin de placer. Pero pronto sus anfitriones empezaron a poner mala cara. Aquellos extranjeros tenan un apetito enorme y los pltanos y los frutos del pan desaparecan rpidamente ante su voracidad. El aguacate, que se enviaba a Apia para venderlo a buen precio, haba desaparecido de los rboles. La ruina se presentaba ante sus ojos. Y entonces vieron que los extranjeros trabajaban muy despacio. Habran recibido alguna orden de Walker para que pudieran tomarse el tiempo que quisieran? A aquel paso, cuando la carretera estuviera terminada no habra ni un bocado en el pueblo. Y lo peor, seran el hazmerrer de todos; cuando alguno de ellos iba a algn poblado se encontraba con que la historia ya les haba llegado y era recibido con burlonas carcajadas. No hay nada ms insoportable para un kanaka que el ridculo. As es que no pas mucho tiempo sin que se empezara a hablar colricamente en el poblado: Manuma ya no era un hroe y el da que Walker haba predicho lleg; una discusin acalorada termin en reyerta y media docena de jvenes se lanzaron sobre el hijo del jefe y le dieron tal paliza que durante una semana estuvo echado en su estera de pandanus, magullado y dolido.

Se estuvo revolviendo de un lado para otro, sin poder hallar alivio. Cada da o cada dos el administrador llegaba en su vieja yegua para ver los adelantos de la carretera. No era un hombre capaz de resistir la tentacin de regocijarse ante su enemigo vencido; y no perda ocasin de demostrar a los avergonzados habitantes de Matautu la amargura de su humillacin. Hasta que dobleg su entereza. Y un da, metindose su orgullo en el bolsillo, como vulgarmente se dice, puesto que no tenan bolsillos, salieron junto con los extranjeros y se pusieron a trabajar en la carretera. Pero trabajaban silenciosamente, con el corazn lleno de rabia, y aun los nios les ayudaban encerrados en un profundo mutismo. Las mujeres lloraban mientras se llevaban los haces de maleza. Cuando Walker los vio se puso a rer, hasta casi caerse de la silla. La noticia se esparci rpidamente e hizo desternillar de risa a la gente de la isla. Aqulla era la mayor de todas las bromas, el triunfo total de aquel blanco viejo y astuto a quien ningn kanaka haba podido resistir. Y llegaron desde los poblados distantes, con sus mujeres y sus hijos, para ver a aquellos locos que haban rehusado veinte libras por construir una carretera y que ahora tenan que trabajar por nada. Pero cuanto ms trabajaban, con ms tranquilidad se lo tomaban sus huspedes. Por qu iban a apresurarse cuando tenan alimento gratis, y viendo que cuanto ms tardasen mejor sera la broma? Al fin los maltrechos indgenas no pudieron resistir ms tiempo, y aquella maana fueron a pedir al administrador que hiciera marchar a los extranjeros a sus casas. Si haca esto, le prometan terminar ellos la carretera gratis. Para l sera una victoria completa. Se presentaron humildemente. Un aire de arrogante complacencia se pint en su rostro y pareci hincharse en su silla, como un bulldog. Su aspecto tena algo de siniestro, y Mackintosh se estremeci de disgusto. Entonces, con su voz formidable, empez a hablar. Es en mi provecho por lo que hago la carretera? Qu beneficio creis que obtengo de ella? Es para vosotros, para que podis andar cmodamente y transportar vuestra copra. Yo os ofrec pagaros vuestro trabajo, aunque era para vosotros por lo que se haca. Os promet pagaros generosamente. Ahora sois vosotros los que debis pagar. Mandar regresar a sus casas a la gente de Manua si terminis la carretera y pagis las veinte libras que yo tengo que darles. Hubo una general exclamacin. Trataron de convencerle. Le dijeron que no tenan dinero. Pero a todo contest con burlas brutales. Hasta que son el reloj. La hora de comer dijo. Marchaos todos. Se levant pesadamente de su silla y sali de la habitacin. Cuando Mackintosh le sigui lo encontr ya sentado en la mesa, con una servilleta en el cuello, con el cuchillo y el tenedor dispuestos para la comida que iba a servirles el cocinero chino. Estaba de un magnfico buen humor. Les he vencido en toda regla dijo cuando Mackintosh se hubo sentado. Despus de esto me parece que no tendr ya dificultades con las carreteras. Supongo que estara bromeando dijo Mackintosh framente. Qu quieres decir? Pretende verdaderamente que le paguen veinte libras? Puedes estar seguro. No creo que tenga derecho a hacer eso.

No? Pues yo creo que tengo derecho a hacer lo que me d la gana en esta isla. A m me parece que ya los ha castigado bastante. Walker se ri groseramente. No le importaba lo que Mackintosh pudiera pensar. Cuando necesite tu opinin ya te la pedir. Mackintosh palideci intensamente. Saba por amarga experiencia que lo nico que poda hacer era callarse, y el violento esfuerzo que tuvo que hacer para dominarse le trastorn. No pudo tocar la comida que tena delante y contempl con disgusto cmo Walker la haca desaparecer en su desmesurada boca. Coma de una manera repugnante, y para sentarse a la mesa con l se necesitaba tener buen estmago. Mackintosh se estremeci. Se apoder de l un violento deseo de humillar a aquel hombre gordo y cruel. Dara cualquier cosa por verlo hundido, sufriendo tanto como haba hecho sufrir a los dems. Nunca le haba odiado como le odiaba en aquel momento. El da prosigui. Mackintosh intent dormir despus de comer, pero la ira que le encenda el corazn no le dej. Trat entonces de leer, pero las letras bailaban delante de sus ojos. El sol luca despiadadamente y aor la lluvia, pero saba que la lluvia no refrescara nada; slo traera un calor ms fuerte y ms hmedo. Haba nacido en Aberdeen, y en su corazn sinti la profunda nostalgia de los vientos helados que pululaban por las calles de granito de la ciudad. Aqu era un prisionero, encarcelado no slo por aquel plcido mal, sino tambin por el odio que senta contra aquel terrible viejo. Se sujet la cabeza dolorida con sus manos. Deseara matarlo. Pero al fin logr recobrarse. Tena que hacer algo para distraer su imaginacin y, puesto que no poda leer, se pondra a arreglar sus papeles particulares. Haca tiempo que quera hacerlo, pero siempre lo haba ido dejando. Abri el cajn de su mesa, sacando un montn de cartas. Entonces vio su revlver. Sinti el repentino impulso, que apenas nacido rechaz, de pegarse un tiro en la cabeza y escapar as a la insoportable servidumbre de la vida. Despus advirti que la humedad del aire lo haba enmohecido ligeramente, y cogiendo un trapo untado en aceite empez a limpiarlo. Fue mientras estaba haciendo esto cuando se dio cuenta de que alguien andaba por la puerta. Levant la vista y dijo: Quin est ah? Hubo una pausa y despus apareci Manuma. Qu quieres? El hijo del jefe permaneci por unos momentos sombro y silencioso y cuando habl lo hizo con voz ahogada. No podemos pagar las veinte libras. No tenemos dinero. Qu quieres que haga? mascull Mackintosh. Ya oste lo que dijo Walker. Manuma empez a lamentarse, medio en samoano y medio en ingls, con plaido lastimero como una cancin de sus culpas, con las trmulas entonaciones de un mendigo, lo cual colm el disgusto de Mackintosh. Le repugnaba que un hombre pudiera mostrarse tan abatido.

No puedo hacer nadaaadi Mackintosh irritado. Y ya sabes que aqu Walker es el amo. Manuma call de nuevo. No se haba movido del umbral de la puerta. Estoy enfermo dijo. Dme alguna medicina. Qu te pasa? No lo s. Estoy enfermo. Me duele todo el cuerpo. No te quedes ah dijo Mackintosh secamente. Entra y te mirar. Manuma penetr en la pequea habitacin y permaneci en pie delante de su mesa. Me duele aqu y aqu. Se llev las manos a los riones y su rostro adquiri una expresin de dolor. Pero, repentinamente, Mackintosh se dio cuenta de que los ojos del indgena estaban fijos en el revlver que haba dejado sobre la mesa cuando Manuma hizo su aparicin en la puerta. Hubo un silencio entre los dos, que a Mackintosh se le hizo interminable. Le pareci leer los pensamientos del kanaka. Su corazn empez a latir violentamente. Y entonces sinti como si alguien se apoderase de l, obrando a los dictados de una voluntad extraa. Ni siquiera fue dueo de los movimientos de su cuerpo, sino que obedeciendo a un poder ajeno, su garganta, de pronto, se qued seca, y mecnicamente se llev la mano al cuello, como para ayudarse a hablar. Se vea obligado a evitar los ojos de Manuma. Quera rehuir su mirada. Espera aqu dijo con una voz que son como si alguien le atenazara la garganta. Ir a buscar algo al dispensario. Se puso en pie. Era su imaginacin o verdaderamente se tambaleaba un poco? Manuma continu silencioso, y aunque su vista permaneca siempre alerta, Mackintosh saba que estaba mirando adustamente por la puerta. Era aquella otra persona que se haba apoderado de l la que le hizo salir de la habitacin, pero fue l quien tir un montn de papeles sobre el revlver, para disimularlo. Sali al dispensario. Cogi una pldora, ech un lquido azul en una botella y despus sali al jardn. No quera volver a su habitacin, y llam a Manuma: Ven aqu! Le dio las medicinas y las instrucciones para tomarlas. No saba por qu le era imposible mirar al kanaka. Mientras le hablaba estuvo mirndole en los hombros. Manuma cogi las medicinas y desapareci por la puerta. Mackintosh fue al comedor y empez a hojear una vez ms los antiguos peridicos. Pero no poda leerlos. La casa estaba completamente tranquila. Walker se hallaba en el piso de arriba, durmiendo; el cocinero chino ocupado en la cocina, y los dos guardias haban salido a pescar. El silencio que pareca rodear la casa era irreal, y en la cabeza de Mackintosh le martilleaba la pregunta de si estara todava el revlver donde lo haba dejado. No poda decidirse a ir a verlo. La duda era terrible, pero la verdad sera ms terrible an. Sudaba. Al fin no pudo resistir el silencio por ms tiempo y se decidi a ir, carretera abajo, a casa de un comerciante llamado Jervis, que estaba a una milla de distancia. Era un mestizo, pero, a pesar

de la sangre blanca que llevaba en sus venas, su conversacin no seduca a Mackintosh. Pensaba furiosamente en el bungalow, con su mesa llena de papeles y algo debajo de ellos, o nada. Camin por la carretera. Al pasar delante de la cabaa de un jefe le saludaron amablemente. Despus lleg al almacn. Detrs del mostrador estaba la hija del comerciante, una muchacha morena de anchas facciones, con una blusa color de rosa y una falda de estambre blanca. Jervis esperaba que l se casase con ella. Era rico y ya haba sugerido a Mackintosh que al marido de su hija no le faltara nada. Ella enrojeci ligeramente cuando vio a Mackintosh. Mi padre acaba de ir a abrir unas cajas que llegaron esta maana. Voy a decirle que est usted aqu. Se sent para esperar y la muchacha sali por detrs de la tienda. A los pocos momentos entr su madre una corpulenta mujer, una antigua reina que haba sido duea de extensos territorios, tendindole la mano. Su monstruosa obesidad era repugnante, pero ella se las arreglaba para adquirir un cierto aire de dignidad. Era amable sin extremada obsequiosidad, bondadosa, pero consciente de su rango. Dichosos los ojos que le ven, Mr. Mackintosh. Teresa me estaba diciendo precisamente esta maana: Ya hace tiempo que no viene Mr. Mackintosh por aqu. Se estremeci ligeramente al imaginarse yerno de aquella vieja indgena. Era sabido que dominaba a su esposo con mano firme, a pesar de su sangre blanca. Ella ejerca la autoridad y la direccin del negocio. Para los blancos no sera ms que la seora Jervis, pero su padre haba sido un jefe de sangre real, y su padre y su abuelo haban gobernado como reyes. Despus entr el comerciante, empequeecido ante su imponente esposa: un hombre moreno, con una barba negra salpicada de gris, de ojos agradables y dientes blancos. Era muy ingls y su conversacin estaba llena de modismos, pero se vea que hablaba el ingls como una lengua extranjera; con su familia usaba el lenguaje de su madre indgena. Era un hombre servil y obsequioso. Ah, Mr. Mackintosh! Qu agradable sorpresa! Trae el whisky, Teresa. Mr. Mackintosh tomar un trago con nosotros. Le cont las ltimas noticias de Apia sin apartar la vista de su husped, para adivinar las cosas que le eran agradables, las que podan interesarle. Y cmo est Walker? ltimamente no le hemos visto. Mi seora le enviar un lechoncito uno de estos das. Le vi volver a caballo esta semana dijo Teresa. Bebamos dijo Jervis cogiendo un vaso. Mackintosh bebi. Las dos mujeres se sentaron, sin apartar la vista de l; Mrs. Jervis, con su negro Mother Hubbard, plcida y altanera, y Teresa, sonriendo cada vez que cruzaba su vista con la de Mackintosh, mientras el comerciante charlaba de una manera insoportable. Dicen en Apia que ya va siendo hora de que Walker se retire. Ya no es joven. Las cosas se han transformado desde que vino a las islas y l sigue siendo el

mismo. Ha ido demasiado lejos dijo la antigua reina. Los indgenas no estn satisfechos. Fue una broma magnfica eso de la carretera dijo riendo el comerciante. Cuando la cont en Apia se desternillaban de risa. El bueno de Walker! Mackintosh le mir salvajemente. Qu quera decir hablando de aquella manera? Para un comerciante mestizo era Mr. Walker. Y tuvo en la punta de la lengua una spera contestacin ante aquella impertinencia; pero se contuvo, sin saber por qu. Cuando se retire espero que usted ocupe su sitio, Mr. Mackintosh dijo Jervis. Todos le apreciamos en la isla. Usted comprende a los indgenas. Ahora ya estn civilizados y hay que tratarlos de una forma diferente a la de antes. Se necesita un hombre ilustrado para ser administrador hoy da. Walker slo era un comerciante como yo. Los ojos de Teresa brillaron. Cuando llegue ese da, si algo se puede hacer aqu, puede estar seguro de que lo haremos. Reunir a todos los jefes y los har ir a Apia para que lo pidan conjuntamente. Mackintosh sinti unas nuseas terribles. No se le haba ocurrido que, si algo le suceda a Walker, poda ser l su sucesor. Era cierto que ninguno de los que ocupaban su cargo oficial conoca tan ntimamente la isla como l. Se puso en pie repentinamente y se march casi sin despedirse. Ech una rpida mirada a su mesa. Revolvi todos los papeles. El revlver ya no estaba all. Su corazn empez a latirle violentamente. Busc el revlver por todas partes, por las sillas y los cajones, desesperadamente, sabiendo que no iba a encontrarlo. De repente oy la voz de Walker, spera y fuerte: Qu demonios ests haciendo, Mac? Se estremeci. Walker estaba en el umbral de la puerta, e, instintivamente, se volvi para disimular lo que haba sobre su mesa. Haciendo limpieza, eh? exclam Walker. He mandado enganchar la yegua al coche. Voy a ir a baarme a Tafoni. Lo mejor que puedes hacer es venirte conmigo y nos baaremos los dos. Perfectamente repuso Mackintosh. Mientras estuviera con Walker nada poda sucederle. El sitio adonde iban estaba a tres millas y haba una laguna de agua fresca, separada del mar por una delgada barrera de rocas que haba mandado levantar el administrador para que pudieran baarse los indgenas. En las diversas partes de la isla donde hubiera un manantial haba hecho lo mismo, y el agua fresca, comparada con el pegajoso calor del mar, era agradable y vigorizante. Se dirigi por la carretera silenciosa, cruzando algunos vados inundados por el mar; atravesaron un par de pueblos indgenas, con sus cabaas en forma de campana, diseminadas espaciosamente, y con unas capillas blancas en medio, y al llegar al tercer poblado se bajaron del coche y ataron el caballo, encaminndose hacia la laguna. Iban acompaados por

cuatro o cinco muchachas y una docena de nios. No tardaron mucho en estar chapuzndose en el agua, en medio de gritos y risas, mientras Walker, vestido con un lava-lava, nadaba de un lado para otro como una pesada foca marina. Brome impdicamente con las muchachas que se divertan en pasar nadando debajo de l y escapar en cuanto intentaba cogerlas. Cuando se hubo cansado se tumb sobre una roca, mientras ellas y los nios le rodearon; eran como una familia feliz. Y aquel anciano corpulento, con su mechn de pelo blanco y su coronilla reluciente y calva, pareca uno de esos viejos dioses del mar. Mackintosh vio una mirada extraa y tierna a la vez en sus ojos. Son encantadores dijo. Me quieren como si fuese su padre: Y despus, a continuacin, dijo una obscenidad a una de las muchachas, que hizo rer a carcajadas a todos. Mackintosh empez a vestirse. Con sus piernas y sus brazos delgados tena una figura grotesca, como un Don Quijote siniestro, y Walker empez a hacer bromas groseras a costa suya, que fueron recibidas con risas ahogadas. Mackintosh estaba luchando con su camisa. Se daba cuenta de que deba de tener un aspecto absurdo, pero le sulfuraba que se rieran de l. Y permaneci silencioso y sombro. Si quiere estar en casa a la hora de comer, tendremos que marcharnos pronto. No eres un mal muchacho, Mac. Pero eres tonto. Cuando ests haciendo una cosa, siempre quieres hacer otra. Y sta no es manera de vivir. Sin embargo, se puso en pie pesadamente y empez a vestirse. Volvieron al poblado, y, despus de beber un vaso de kava con el jefe y de haberse despedido alegremente de todos los ociosos indgenas, regresaron a casa. Luego de comer, y segn su costumbre, Walker, habiendo encendido su cigarro, se dispuso a ir a dar su paseo. Mackintosh se sinti repentinamente dominado por el pnico. No le parece que no es prudente salir solo de noche a dar un paseo? Walker se le qued mirando con sus redondos ojos azules. Qu diablos quieres decir? Recuerde el cuchillo de la otra noche. Tiene exasperados a esos indgenas. Bah...! No se atrevern. Alguien se ha atrevido. Fue slo un bluff. No me harn dao. Me consideran como a un padre. Ya saben que todo lo que hago es por su bien. Mackintosh le oa con profundo desprecio. Aquella segundad en s mismo le era insoportable y, sin embargo, sin saber por qu, insisti: Recuerde lo que ha ocurrido esta maana. No creo que le moleste mucho quedarse en casa esta noche. Jugaremos al pique. Jugar cuando vuelva. No ha nacido todava el kanaka que pueda alterar mis propsitos. Pues entonces ser mejor que vaya con usted.

T te quedas donde ests. Mackintosh se encogi de hombros. Ya le haba advertido. Si no le haca caso, lo que sucedera sera culpa suya. Walker se puso el sombrero y sali. Mackintosh se dispona a leer, pero entonces se le ocurri una cosa. Quiz resultara conveniente que sus acciones fuesen conocidas. Se fue a la cocina inventando algn pretexto y estuvo hablando unos minutos con el cocinero. Despus sac el gramfono y puso un disco, pero mientras sonaba melanclicamente la cancin de un cabaret de Londres, sus odos estaban alerta a los rumores de la noche. Junto a su codo el disco segua dando vueltas, las palabras salan roncamente, pero, sin embargo, le pareca estar rodeado por un silencio irreal. Oa el montono rumor de las olas contra los arrecifes, oa la brisa suspirar en la altura, entre las hojas de los cocoteros. Cunto tiempo durara aquello? Era espantoso. Hasta que oy una spera carcajada. Siempre haces cosas extraas. Corrientemente no tocas el gramfono, Mac. Walker le miraba por la ventana, con el rostro encendido y jovial. Despus cerr. Los nervios un poco alterados, eh? Y aqu tocando la msica para animarse un poco. Estaba tocando su rquiem. Qu diablos es eso? Se llama Nostalgia del pasado. Magnfica msica. No me importa haberla odo muchas veces. Y ahora ya estoy dispuesto a ganarte el dinero al pique. Se pusieron a jugar; y Walker ganaba, agobiando a su contrario, burlndose, rindose ante sus desaciertos y no dejndole un momento de paz. Hasta que Mackintosh recobr su sangre fra, y desentendindose, como si fuese otra persona, sinti un indecible placer al observar a aquel viejo desptico y su propia reserva helada. Tal vez en aquel momento Manuma se hallaba escondido cerca de ellos, esperando su oportunidad. Walker gan juego tras juego, y al final de la velada embols el dinero de sus ganancias con excelente buen humor. Tienes que crecer un poco para hacerme frente, Mac. La realidad es que yo tengo un don natural para las cartas. No se necesita mucho cuando se tienen esos magnficos juegos. Las buenas cartas vienen a los buenos jugadores contest Walker. Tambin hubiera ganado si hubiese tenido las tuyas. Y as continu explicando largas historias de las diversas ocasiones en que haba jugado con buenos jugadores y la consternacin que sintieron al ver que les ganaba el dinero. Estuvo fanfarroneando y alabndose a s mismo. Mackintosh le escuchaba intensamente. Quera alimentar su odio, y cada cosa que deca Walker, cada gesto suyo, lo hacan ms detestable. Finalmente, Walker se levant.

Bien... Me voy a acostar dijo bostezando ruidosamente. Maana me espera un da atareado. Qu va usted a hacer? Voy a ir a la otra parte de la isla. Saldr a las cinco, pero me parece que no vendr a cenar hasta tarde. Por lo regular cenaban a las siete. Cenaremos a las siete y media. Perfectamente. Mackintosh contempl cmo vaciaba su pipa. Su vitalidad era ruda y exuberante. Pareca extrao pensar que la muerte estuviera suspendida sobre su cabeza. Una vaga sonrisa ilumin los ojos duros y sombros de Mackintosh. Quiere que vaya con usted? Para qu, en nombre de Dios, te voy a necesitar? Ir en la yegua y creo que tendr bastante trabajo con llevarme a m para que no quiera cargar contigo durante treinta millas. Quiz no se da cuenta de cul es el verdadero estado de nimo de Matautu. Me parece que sera ms seguro que fuese yo con usted. Walker se ech a rer con desprecio. Ibas a servir de mucho en caso de que pasara algo. Yo tampoco soy de mucha utilidad en estos casos. La sonrisa que brillaba en los ojos de Mackintosh se reflej entonces en sus labios, curvndolos dolorosamente. Quem deus vult perdere, prius dementat. Qu diablos es eso? pregunt Walker. Y entonces empez a rerse. Su humor cambi completamente. Haba hecho todo lo que haba podido. El asunto estaba ahora en manos del destino. Durmi como no haba dormido haca muchas semanas. Cuando se despert, a la maana siguiente, sali al aire libre. Despus de una buena noche hall una agradable satisfaccin en la frescura del aire matutino. El mar tena un color azul ms vivo, el cielo pareca ms brillante que otros das, la brisa ms fresca y la laguna tena una ondulacin producida por el viento, como un terciopelo cepillado a contrapelo. Se sinti ms fuerte y ms joven. Empez con entusiasmo el trabajo del da. Despus de comer se acost de nuevo y al atardecer ensill el caballo y sali a dar una vuelta. Le pareca verlo todo con otros ojos. Se senta ms normal. Pero lo ms extraordinario es que haba conseguido dejar de pensar en Walker. Tanto, que por l poda no haber existido nunca. Regres tarde, acalorado por la cabalgata, y se ba otra vez. Despus se sent en la veranda, fumando su pipa y contemplando el declinar del da sobre la laguna; a la luz del crepsculo, con sus varios colores, rosado, prpura y verde, era magnfica. Se senta en paz con el mundo y consigo mismo. Cuando el cocinero vino a decirle que la cena estaba dispuesta y que si quera esperar, Mackintosh se sonri mirndole amistosamente. Consult su reloj.

Son las siete y media... Ser mejor que no esperemos. No sabemos cundo volver el jefe. El boy asinti, y a los pocos momentos le vio cruzar el jardn con una sopera humeante. Se levant perezosamente, dirigindose al comedor, y empez a cenar. Habra sucedido? La duda era divertida y Mackintosh se sonri silenciosamente. La comida no le pareci tan montona como otros das, y aunque le presentaron estofado de lata, el invariable plato del cocinero cuando su pobre inventiva no discurra nada, entonces le pareci suculento y en su punto. Despus de cenar se encamin perezosamente a su bungalow para buscar un libro. Le gustaba aquella calma intensa, y ahora que era completamente de noche, las estrellas relucan en el cielo. Pidi una lmpara y al momento vino el chino, caminando descalzo, con un haz de luz disipando las tinieblas. Puso la lmpara sobre la mesa y sali silenciosamente de la habitacin. Mackintosh se qued como clavado en el suelo, porque all, sobre la mesa, entre los papeles desordenados, estaba su revlver. Su corazn empez a latirle con frenes hasta que el sudor inund su frente. Ya lo habran hecho... Cogi el revlver con mano temblorosa. Cuatro cpsulas estaban vacas. Se detuvo un momento, mirando recelosamente en la noche; pero no haba nadie. Rpidamente coloc cuatro cartuchos y guard el revlver en su cajn. Entonces se sent a esperar. Pas una hora, dos horas. No suceda nada. Estaba sentado en su mesa como si estuviera escribiendo, pero no escriba ni lea. Slo escuchaba. Aguzaba sus odos ante los rumores lejanos. Al fin oy unos pasos vacilantes y comprendi que era el cocinero chino. Ab-Sun...! llam. El chino asom a la puerta. Jefe muy letlasado dijo. La cena no buena. Mackintosh se le qued mirando, preguntndose si sabra lo ocurrido y, si lo saba, qu concepto sera el suyo sobre las relaciones existentes entre l y Walker. El chino volvi a su trabajo, suavemente, en silencio y sonriendo. Quin sera capaz de adivinar sus pensamientos? Espero que haya cenado en el camino, pero, por si acaso, ten la sopa caliente le dijo. Apenas haba pronunciado estas palabras, cuando el silencio fue repentinamente alterado por una confusin de gritos y de pasos, de pies descalzos y precipitacin. Un grupo de indgenas entr en el jardn: hombres, mujeres y nios que se agolpaban en torno de Mackintosh hablando todos a la vez. Era imposible saber lo que decan. Estaban excitados y llenos de pavor, mientras algunos lloraban. Mackintosh se abri paso a travs de ellos, encaminndose a la puerta. Aunque apenas haba entendido lo que decan, saba perfectamente lo sucedido. Cuando lleg a la puerta se detena delante un coche. Guiaba la vieja yegua un kanaka de elevada estatura y en el interior del coche iban dos hombres sosteniendo a Walker. Una pequea multitud de indgenas les rode. Condujeron el caballo hasta el jardn y los indgenas les siguieron. Mackintosh les grit que no entraran y los dos guardias, salidos, Dios sabe de dnde, los

hicieron apartar violentamente. Entonces haba conseguido comprender que unos muchachos que haban estado pescando, al regresar al poblado, haban encontrado el coche en la orilla interior de un vado. La yegua estaba mordisqueando la hierba de los alrededores y en la oscuridad apenas pudieron distinguir la corpulenta masa del viejo cada entre el asiento y el pescante. Al principio creyeron que estaba borracho, pero al inclinarse sobre l, le oyeron lamentarse: entonces comprendieron que haba ocurrido algo. Fueron corriendo al poblado a pedir socorro. Y al volver acompaados por unas cincuenta personas fue cuando se dieron cuenta que haban disparado sobre l. Con un estremecimiendo de horror, Mackintosh se pregunt si no habra muerto ya. La primera cosa que tena que hacer de todas maneras era sacarlo del coche, pero esto, debido a la corpulencia de Walker, fue una tarea difcil. Fueron necesarios cuatro hombres robustos para levantarlo. Al sentir que lo movan, dej escapar un lamento. An estaba vivo. Finalmente consiguieron entrarlo en casa, subir con l las escaleras y echarlo en su cama. Entonces Mackintosh pudo verle, porque en el jardn, apenas alumbrado por media docena de faroles, todo estaba confuso. Los pantalones blancos de Walker estaban manchados de sangre y los hombres que le haban transportado se limpiaron sus manos enrojecidas y pegajosas con sus lava-lava. Mackintosh sostena la lmpara en lo alto. No se haba imaginado que el viejo estuviese tan plido. Tena los ojos cerrados. An respiraba, el pulso todava se llegaba a percibir, pero era evidente que se estaba muriendo. Mackintosh no estaba preparado para el estremecimiento de horror que le sacudi todo el cuerpo. Vio al auxiliar indgena que estaba all y con una voz enronquecida por el miedo le dijo que fuese al dispensario y que trajera una inyeccin. Uno de los guardias sac una botella de whisky y Mackintosh verti unas gotas en la boca del viejo. La habitacin se haba llenado de indgenas. Se haban sentado en el suelo, mudos y horrorizados, pero, de vez en cuando, alguno se lamentaba en alta voz. Haca mucho calor, pero Mackintosh estaba helado, sus manos y sus pies parecan de hielo y tena que hacer un violento esfuerzo para no temblar. No saba qu hacer. Ignoraba si Walker seguira an desangrndose, ni cmo restaar la sangre. El auxiliar trajo la jeringuilla para la inyeccin. Pngasela usted dijo Mackintosh. Est ms acostumbrado que yo. Le dola la cabeza terriblemente. Pareca como si una multitud de insectos salvajes se agitara dentro de ella, tratando de escapar. Estuvieron observando los efectos de la inyeccin, hasta que Walker abri los ojos lentamente. No pareci reconocer dnde se hallaba. Estse quieto dijo Mackintosh. Est usted en casa. Est a salvo. En los labios de Walker se dibuj una sonrisa. Esta vez me tocaron murmur. Avisar a Jervis para que mande su motora a Apia inmediatamente. El doctor estar aqu maana por la tarde. Hubo una pausa interminable antes de que el viejo hablase. Entonces ya habr muerto.

Una expresin descompuesta alter el rostro plido de Mackintosh. Se ech a rer forzadamente. Qu tontera! Estse quieto y todo ir bien. Dame un trago dijo Walker. Algo fuerte. Mackintosh, con manos temblorosas, llen un vaso, la mitad de whisky y la otra mitad de agua, y le sostuvo mientras Walker beba vidamente. Esto pareci animarle. Suspir profundamente, y una sombra de color ti su faz redonda y carnosa. Mackintosh se senta completamente impotente. Permaneca en pie contemplando al viejo. Dgame lo que tengo que hacerdijo. No hay que hacer nada. Lo nico es que me dejen solo. Ya estoy listo. Echado en su cama, con su figura corpulenta y baada en sangre, tena un aspecto lamentable. Su palidez y su debilidad eran conmovedoras. A medida que reposaba, su mente se iba despejando. Tenas razn, Macdijo de pronto. T me avisaste. Ojal hubiera ido con usted. Eres un buen muchacho, Mac; tu nico defecto es que no bebes. Rein entre los dos un silencio an ms prolongado, y se vea claramente que Walker estaba agonizando. Tena una hemorragia interna, y hasta Mackintosh, a pesar de su ignorancia, no poda menos de ver que a su jefe slo le quedaban una o dos horas de vida. Permaneci inmvil como una piedra junto a la cama. Durante media hora quiz, Walker continu con los ojos cerrados, hasta que, finalmente, volvi a abrirlos. Te darn mi cargo murmur lentamente. La ltima vez que estuve en Apia ya les dije que t servas perfectamente. Pero acaba mi carretera. Quiero que se termine. Que corra alrededor de la isla. No quiero su cargo. Usted se pondr bien. Walker movi la cabeza cansadamente. Me ha llegado el da... Trtalos noblemente. Te servir de mucho. Son como nios. Tendrs que recordar siempre esto. Y hay que ser justo. No he hecho ningn negocio con ellos. No he podido ahorrar cien libras en veinte aos. La carretera es una gran cosa. Termnala. Un sollozo se escap del pecho de Mackintosh. Eres un buen muchacho, Mac. Siempre te tuve cario. Cerr los ojos y Mackintosh crey que ya no los volvera a abrir. Su boca estaba tan seca que se vio obligado a beber algo. El cocinero chino, silenciosamente, le trajo una silla. Se sent a la cabecera de la cama y esper. No supo cunto tiempo haba pasado. La noche era interminable. Repentinamente uno de los indgenas all sentados estall en un llanto irresistible, ruidoso como un nio; y entonces fue cuando Mackintosh se dio cuenta de que la habitacin estaba llena de indgenas. Estaban sentados en el suelo, en cuclillas, y

los hombres y las mujeres con los ojos fijos en la cama. Qu hace toda esta gente aqu? pregunt Mackintosh. No tiene por qu estar. Echadlos a todos. Estas palabras parecieron despertar a Walker, porque abri los ojos una vez ms; pero ya estaban casi velados. Quera hablar, si bien estaba tan dbil que Mackintosh tuvo que agudizar los odos para comprender lo que deca. Deja que se queden. Son mis hijos. Deben estarse aqu. Mackintosh se volvi hacia los indgenas. Quedaos donde estis. l lo quiere. Pero estad callados. Una dbil sonrisa se dibuj en el rostro plido del viejo. Acrcate un poco dijo. Mackintosh se inclin sobre l. Sus ojos se haban vuelto a cerrar y sus palabras eran como el viento suspirando entre los cocoteros. Dame otro trago. Tengo que decirte algo. Esta vez Mackintosh le dio whisky puro. Walker reuni sus fuerzas con un postrer esfuerzo de su voluntad. No armes un jaleo por esto. En el 95, cuando en unos sucesos murieron varios hombres blancos, vino la escuadra y bombarde los poblados. Mucha gente que nada tena que ver con el asunto muri. En Apia son unos locos. Si se lleva la cuestin a las autoridades, castigarn a los inocentes. Y no quiero que se castigue a nadie. Hizo una pausa para descansar: Tienes que decir que ha sido un accidente. No se puede culpar a nadie. Promteme esto. Har todo lo que quiera murmur Mackintosh. Buen muchacho...! Uno de los mejores... Son mis hijos... Yo soy su padre... y un padre, pudindolo evitar, no permite que a sus hijos les ocurra nada. Un leve sonido inarticulado se escap de su garganta. T eres una persona religiosa, Mac. Qu es lo que se dice para perdonarlo? T debes saberlo. Por unos instantes Mackintosh no pudo contestar. Sus labios temblaban. Perdonadlos, Seor, porque no saben lo que hacen. Esto es. Perdonadlos. Ya sabes cmo los he amado siempre... Suspir. Sus labios se movieron imperceptiblemente y Mackintosh tuvo que acercarse mucho para or lo que deca. Coge mi mano murmur. Mackintosh dej escapar un gemido. Su corazn pareci destrozarse. Cogi la mano del viejo, una mano fra, dbil y spera, y la mantuvo entre las suyas. Y as

permaneci hasta que casi salt de su asiento al alterar repentinamente el silencio un inmenso plaido. Fue terrible e irreal. Walker haba muerto. Los indgenas se desahogaron con grandes gritos. Las lgrimas corran por sus semblantes y se golpeaban el pecho. Mackintosh apart su mano de la del muerto y, tambalendose como un borracho, sali de la habitacin. Se dirigi al cajn cerrado con llave de su mesa y sac el revlver. Entonces se encamin hacia el mar y entr en la laguna. Anduvo cuidadosamente para no tropezar contra alguna roca de coral, hasta que el agua le lleg al pecho. Seguidamente se peg un tiro en la cabeza. Una hora despus, media docena de tiburones delgados y de color moreno se agitaban en el lugar donde haba cado Mackintosh.

F I N