Luis A. Fallas López: Sócrates el singular

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Luis A. Fallas López Sócrates el singular Abstract. In this article the author retakes the literary figure of Socrates that Plato built in order to emphasi:e the characteristics that make him unique. In light of this, the author questions his condition of model for those who consider philosophy a vital goal. Socrates' singularity is one of the reasons why people are moved to fo- llow and even believe him in spite of the fact that this singularity cannot be sufficiently explained. Socrates can be seen as a teacher of singularity. He presents philosophy as a form of inquiry that is characteristic of human beings who are them- selves unique. Resumen. Se vuelve sobre la figura literaria de Sócrates que edificó Platán, a fin de resaltar los aspectos singulares del personaje, es decir, aquellas condiciones que lo hacen único. A la luz de ello se cuestiona su condición de modelo pa- ra quien se plantee la filosofía como meta vital. Con todo, su singularidad es una razón que im- pulsa a seguirle, e incluso creerle, pese a que no resulta algo suficientemente explicable. Sócrates se puede ver como un maestro en la singulari- dad, uno que lleva a la misma filosofía a postu- larse como una búsqueda propia de seres únicos. Es posible que al pretender destacar las con- diciones singulares de un ser humano, sea Sócra- tes, Hornero o Pericles, de alguna manera se tien- da a proponer una suerte de apología del indivi- dualismo, como si a fin de cuentas la naturaleza de todos y cada uno de los hombres pudiese ser tan especial y de suyo que explicarlos desde es- tructuras de comprensión universalistas sería ina- decuado e incluso violento. No creemos que res- pecto del siglo IV a. C. temporalmente se esté tan lejos de proponer algo semejante,' incluso en contemporáneos de Platón se puede encontrar una tendencia hacia pensamientos de este tipo -téngase en cuenta sobre todo el cinismo=-, pero es evidente que este no llega a consentirlos de modo alguno.' Así, en una filosofía como la platónica resal- tar el valor de los individuos parece contraprodu- cente, puesto que se dejaría de lado su condición de ciudadano, como si se pudiera poner entre pa- réntesis lo que le hace miembro de un colectivo o una comunidad; cuando, más bien, reconocemos el platonismo como una perspectiva de pensa- miento en la que el peso de la teoría política im- pone sus condiciones, llevando a los hombres a una especie de lugar natural en un orden univer- salizante, el Estado, y determinando cada paso que en este sistema social pueda dar. El ciudada- no no habría de ser comprendido allí por cuali- dades únicas, pese a que no existan dos iguales por naturaleza (cf. República 491a), sino en perspectiva a las que se acomoden a los elemen- tos de una regulación racional y orgánica. Querer mantener una tesis individualista análoga a la cínica, que pueda creer en el valor de suyo de las personas independientemente de la Polis, no parece posible en un pensador como Platón, cuya tarea principal estaría en la constitu- ción de una ciencia filosófica, que, enfrentando el irracionalismo político, el relativismo y toda la serie de dilemas morales en los que su sociedad estaba envuelta, propugna la constitución de una ciudad ideal, en la que todos habrían de ser co- partícipes de lo mismo, siguiendo paradigmas Rev. Filosofía Univ. Costa Rica, XL (l01), 137-151, Julio-Diciembre 2002

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Luis A. Fallas López

Sócrates el singular

Abstract. In this article the author retakesthe literary figure of Socrates that Plato built inorder to emphasi:e the characteristics that makehim unique. In light of this, the author questionshis condition of model for those who considerphilosophy a vital goal. Socrates' singularity isone of the reasons why people are moved to fo-llow and even believe him in spite of the fact thatthis singularity cannot be sufficiently explained.Socrates can be seen as a teacher of singularity.He presents philosophy as a form of inquiry thatis characteristic of human beings who are them-selves unique.

Resumen. Se vuelve sobre la figura literariade Sócrates que edificó Platán, a fin de resaltarlos aspectos singulares del personaje, es decir,aquellas condiciones que lo hacen único. A la luzde ello se cuestiona su condición de modelo pa-ra quien se plantee la filosofía como meta vital.Con todo, su singularidad es una razón que im-pulsa a seguirle, e incluso creerle, pese a que noresulta algo suficientemente explicable. Sócratesse puede ver como un maestro en la singulari-dad, uno que lleva a la misma filosofía a postu-larse como una búsqueda propia de seres únicos.

Es posible que al pretender destacar las con-diciones singulares de un ser humano, sea Sócra-tes, Hornero o Pericles, de alguna manera se tien-da a proponer una suerte de apología del indivi-dualismo, como si a fin de cuentas la naturalezade todos y cada uno de los hombres pudiese sertan especial y de suyo que explicarlos desde es-tructuras de comprensión universalistas sería ina-

decuado e incluso violento. No creemos que res-pecto del siglo IV a. C. temporalmente se esté tanlejos de proponer algo semejante,' incluso encontemporáneos de Platón se puede encontraruna tendencia hacia pensamientos de este tipo-téngase en cuenta sobre todo el cinismo=-, peroes evidente que este no llega a consentirlos demodo alguno.'

Así, en una filosofía como la platónica resal-tar el valor de los individuos parece contraprodu-cente, puesto que se dejaría de lado su condiciónde ciudadano, como si se pudiera poner entre pa-réntesis lo que le hace miembro de un colectivo ouna comunidad; cuando, más bien, reconocemosel platonismo como una perspectiva de pensa-miento en la que el peso de la teoría política im-pone sus condiciones, llevando a los hombres auna especie de lugar natural en un orden univer-salizante, el Estado, y determinando cada pasoque en este sistema social pueda dar. El ciudada-no no habría de ser comprendido allí por cuali-dades únicas, pese a que no existan dos igualespor naturaleza (cf. República 491a), sino enperspectiva a las que se acomoden a los elemen-tos de una regulación racional y orgánica.

Querer mantener una tesis individualistaanáloga a la cínica, que pueda creer en el valor desuyo de las personas independientemente de laPolis, no parece posible en un pensador comoPlatón, cuya tarea principal estaría en la constitu-ción de una ciencia filosófica, que, enfrentandoel irracionalismo político, el relativismo y toda laserie de dilemas morales en los que su sociedadestaba envuelta, propugna la constitución de unaciudad ideal, en la que todos habrían de ser co-partícipes de lo mismo, siguiendo paradigmas

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éticos, sociales e intelectuales que no puedan sercuestionados desde la diferencia.

De esta manera, en efecto, solemos decir quenuestro filósofo es un pensador "clásico", esto es,un instaurador de modelos que procuran ser ho-mogéneos, necesarios y universales, dentro de loscuales el ejemplo por excelencia de ellos deberíaser su Sócrates, que habría de resultar el adalid,mártir y arquetipo de la virtud y la filosofía. Esteciudadano ateniense del demo de Alópece nosmostraría la posibilidad de una superación efecti-va de lo perentorio, 10 circunstancial, los inferio-res, los diferentes; para cargamos de unas fuerzasespirituales que llenen de sentido nuestras posibi-lidades vitales. Él sería ese hombre universal, alque todos deberíamos intentar imitar, con el quetodos deberíamos morir, pero en busca de superartoda nuestra desfachatez, desidia e irracionalidad.

No obstante, una interpretación de este ta-lante es sin duda excesiva, pues deja la impresiónde que ser un extremo retórico, que para favore-cer la excelencia moral y la racionalidad, olvidacuáles son posibilidades reales de sus afirmacio-nes. En su sentido más estricto la particularísimanaturaleza del gran personaje de los diálogos ha-ce que esta lectura de corte universalista resultepoco creíble: Sócrates parece más bien una utopíaexcesiva, imposible de imitar, contraproducenteen su posible generalización -¿qué sociedad po-dría soportar una masa de hombres socráticosremoviendo su conciencia histórica, moral ypolítica?-. Dicho sea en lenguaje aristotélico: sipartimos de sus singulares características, no re-sulta creíble que él llegara a ser una posible razónformal o final del nuevo espíritu griego; a lo su-mo sería una causa "eficiente" del mismo, en lamedida en que es el maestro e instigador ideal,pero no el modelo a seguir.

Así, en efecto, la vida de este filósofo no re-sulta ejemplar sino de manera muy indirecta, ypor el contrario es extraña, singular. Tal vez ennuestros actos podamos plagiarle sus gestos opensamientos, o a lo mejor burda mente en la ves-timenta o el habla, pero su persona es un aconte-cimiento para Atenas que quizá "solo los dioses"puedan explicar y que nosotros, en el mejor delos casos, solo podríamos describir con admira-ción y algo de consternación.

A nuestro modo de ver, este ciudadano ate-niense se constituye más como un estandarte, elsigno humano por excelencia de la filosofía, quecomo un paradigma o un gran constructor de lafilosofía." En ese sentido su papel en el platonis-mo es el de un mediador, el maestro sobre el querecaen todas las glorias, aquel que podía dignifi-carlas y, si se quiere, "llevarlas a los altares".

Esto no significa que podamos pretenderconvertir el platonismo en una suerte cinismo, ha-blando estrictamente de la visión del ser humano,pero sí al menos podemos rescatar la excentrici-dad como un factor positivo en la proposición sufilosofía. Esto podrá mirarse como el resultadode una elaboración literaria, que se corresponde-ría o no con la realidad histórica, pero no por esose puede ni debe devaluar en la perspectiva de loque busca.

En este trabajo vamos a retomar la descrip-ción básica de Sócrates en la obra platónica, po-niendo especial énfasis en la Apología y algunosde los llamados diálogos socráticos, además dela primera sección del Teeteto, con el fin de rese-ñar los rasgos singulares del personaje, así comolos de su vocación como maestro, en la que se ha-ce patente el valor que tiene lo único para la filo-sofía; desde ahí pretendemos sacar algunas con-secuencias relativas a la trascendencia que tienela singularidad en el pensamiento platónico -y enla propia filosofía-, en particular a propósito desu proposición literaria, que nos lleva a sustentaruna vía no racional de acceso a los objetos de co-nocimiento. En este sentido, el carácter mítico deSócrates, que es el que nos interesa primordial-mente, más que una propuesta filosófica, consti-tuye una obra de arte con fines claramente per-suasivos. La singularidad es la pieza clave paraseducir a quienes estarían abiertos al camino quehabría de proponer el mismo Platón.

Sócrates

¡.tOL t}El.ÓV TL KUL OUq.LÓVLOV yl yVETUL

(Apología 31c8--dl)

La apología que escribe Platón por el conde-nado a la muerte por la filosofía es sin duda la

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más importante descripción de la singularidad deuna persona en toda su obra.' Allí Sócrates apa-rece dedicando su largo discurso a la defensa desu excéntrico modo de ser, tan extraño como ad-mirable, que no pretende trasladar a los demás, yque acaso solo se pueda entender ante la escuchade un oráculo. Mas él se toma la tarea de expli-camos su condición -quizás sería el único quepodría ofrecer una imagen adecuada de sí-: "vaisa oír de mí toda la verdad" (Apología 17b7-8).6Ese era su testamento, una verdad que no podíaquedar en el olvido.

Platón sabía que este discurso debía poner enlo más alto una vida trascendental, no para quefuera ejemplo para otros, sino para que pudieraconvertirse en la insignia de la filosofía, una queno tenía fisuras, que solo podía atacarse con lamentira y la brutalidad. Él entendió que aquelladefensa infructuosa, que llevó a una muerte injus-ta, debía poder repetirse pero para la conmemora-ción de su singularidad. No habría más Sócrates,pero su memoria no se perdería, seguiría ondean-do en lo más alto del espíritu de la filosofía.

Así pues, para nuestra descripción de la sin-gularidad del Filósofo, que no debería ser más queuna nueva "celebración de su palabra", no tene-mos mejor opción que seguir esta autodefensa es-crita por Platón quizás solo un tiempo después.'

Un miembro del partido democrático, Que-refonte, hombre vehemente y audaz que fue des-terrado de Atenas, había sido el atrevido amigode Sócrates que llevó su caso ante el Oráculo deDelfos (21a), donde preguntó por la estatura de lasabiduría (coóí.c.) de nuestro personaje. La Pitiaes misteriosa, pero sus palabras no pueden serfalsas, y su respuesta fue contundente: no habíahombre más sabio en Grecia que él. Mas al vol-ver Querefonte con tal noticia el principal intere-sado no se dio prácticamente por aludido: él nopodía ser sabio, pues nada sabía. Debía haber al-gún enigma en aquellas palabras.

Lo cierto es que Sócrates no reaccionó de in-mediato, y no fue sino a regañadientes que se de-cidió hacer lo oportuno en estos casos: medirsecon otros. En ello hay un problema evidente, lasabiduría de aquel hombre no era asimilable a lade ningún otro, así que un periplo que en ·buscade sabios que corroborasen su conocimiento se-

ría necesariamente infructuoso. Por otra parte, talmedición implicaba una suerte de violencia sobrelos demás que realmente resultaba incómoda. SÓ-crates no deseaba enemistarse con los suyos, noquería marcar la diferencia. Cómodamente po-dría haber seguido los pasos de Sofronisco, supadre, y convertirse en un buen escultor más. Talvez así su esposa Jantipa y sus hijos no habríansufrido el abandono de que eran objeto por lo co-mún, y ella no tendría por qué convertirse en unamujer tan fastidiosa a los ojos de la tradición.fPero no quedaba otro camino, debía cerciorarseefectivamente de la verdad oracular.

El disgusto del singular, viéndose definidocomo un otro que en principio no quería ser yllevado cuestionar a los demás, estaba justifica-do, pues aquello parecía una especie de conde-na divina (22a); mas los resultados iban siendocontundentes: ni los políticos ni inspiradospoetas ni los admirados artesanos, conocedoresde muchas y admirables cosas, eran portadoresde las condiciones que ameritaba el saber divi-no al que se debía el filósofo. Así, llegó él a unjuicio fundamental: "me contesté a mí mismo yal oráculo que era ventajoso para mí estar comoestoy" (22e4-5). En otras palabras, el hijo delescultor se había vuelto autosuficiente, incom-patible en su singularidad con su propia socie-dad. Por eso, no cabía otra posibilidad que re-nunciar al aprendizaje externo, pues todos lossaberes le parecían espurios frente al más ver-dadero, ese propio suyo que se le había prescri-to. Desde allí se empezó a generar ese rechazoque ahora, en el juicio en su contra, llegaba a laculminación. El odio y la venganza, generadosante un singular molesto, y muchas veces ne-cio, eran las consecuencias lógicas.

La incomprensión de los atenienses, sin em-bargo, no era tan generalizada, pues se abríanesperanzas entre los jóvenes que empezarían arodearle e imitarle (23c). Eso, no obstante, eraprecisamente otro de los argumentos de peso encontra suya. Aquellos muchachos se divertían ha-ciendo lo mismo que su admirado maestro, y porello quienes le odiaban los veían corrompidos, suceguera nos les permitía ver el real beneficio quesignificaba para la ciudad, que era el resultadodel mismo mandato divino.

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asimismo desobedeciendo las órdenes de losTreinta, cuyo régimen le hubiera castigado con lamuerte fácilmente (32b-<1).

Estos acontecimientos muestran la firmezacon que obedecía nuestro ateniense los preceptossuperiores, una de las cosas que más complican yengrandecen su vida. Así, de la misma maneracon que fue capaz de mantenerse ante el enemi-go más acérrimo, él debía ser capaz de soportarlas condiciones de hostilidad a que llevaría elcreer y crear desde las palabras de Delfos.

Sócrates llegó a entender que su vocaciónfundamental era filosofar, lo cual implica no solola indagación sino la búsqueda de transformaciónen el objeto desvelado. Por ello, no podía arrepen-tirse, pues era como negarse a sí mismo. Su ser,que ahora parecía unitario y plenamente cons-ciente, no permitía la claudicación sin la destruc-ción. En consecuencia, ¿podría acaso temer lamuerte? No, su verdadera muerte no sería másque el incumplimiento de su vocación. Perder esoequivaldría a la condenación de sí mismo. De ahíla radicalidad de su conclusión: "haré esto (inte-rrogar, examinar, refutar y exhortar) con el queme encuentre, joven o viejo, forastero o ciudada-no, y más con los ciudadanos por cuanto más pró-ximos estáis a mí por origen" (30a2-4).

Ello resulta sin duda un acto de displicenciaante el grave alegato judicial a que se enfrentaba.Sócrates no pretendía en modo alguno humillar-se ante aquellos acusadores y sancionadores quele querían determinar. Como ya decíamos atrás,su papel como estandarte del pensamiento filosó-fico debía ser arrogante: "yo creo que todavía noos ha surgido mayor bien en la ciudad que mi ser-vicio al dios" (30a5-7).

El protosingular de la obra platónica ve en sunegación el mayor daño posible para quienes lorealizan, es un sacrificio sin sentido, aunque seademasiado fácil y tentador para tales enemigos.Por eso la apología socrática se transforma en unasuerte de defensa de la dignidad ateniense. El en-cargado de aguijonear la conciencia civil, el tába-no de Atenas, que despierta, persuade y reprocha,no está dispuesto en absoluto a cesar en su ímpetu(30e). Todavía advierte el filósofo: "no llegaréis atener fácilmente otro semejante, atenienses, y sime hacéis caso, me dejaréis vivir" (31a2-3).

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Sócrates, consecuentemente, no tenía porqué arrepentirse de nada, muy al contrario consi-deraba que su lugar y condición debía mantener-los a costa de la propia vida. Aquel disgusto e in-dagación iniciales se convertirían en motivo dehonra para su persona. El riesgo de actuar sin te-mor alguno a contrapelo de los demás, siemprebajo mandato superior, sería su propia razón deser (cf. 28d).

Muy a propósito de esta última considera-ción, Sócrates nos recuerda que el temor no fuecosa que le determinara y que el signo más claroen su vida fue su participación en hechos bélicos.Posiblemente no haya nada tan singular e imbo-rrable en la vida como los acontecimientos dig-nos de elogio, aquellos que parecen siempremantenerse en el horizonte, de algún modo mar-cando las vías de constitución de la vida comple-ta. Sócrates habría sido un héroe inolvidable enbatallas cruentas que no podían desaparecer de lamemoria colectiva ateniense.

Platón aprovechó magníficamente, no soloen esta obra, sino también en posteriores, el re-cuerdo de estos momentos para darle una tonali-dad más fuerte a los colores de su estandarte fi-losófico (una imagen quizá demasiado intelec-tualista no habría sido igualmente atrayente).Por ello hace reconocer a dos personajes de fus-te histórico, Laques y Alcibíades, la valerosaconducta de aquel con la armadura de hoplita enDelión, la comarca beocea. Las palabras elogio-sas en el Banquete del segundo son especialmen-te descriptivas: "caminaba también allí comoaquí 'pavoneándose y lanzando la mirada a loslados', observando con calma a su alrededor aamigos y enemigos" (221b3-4;9 cf. Laques181a-b). Asimismo recuerda la superioridad su-ya en medio de las adversidades que vivió juntoal mismo Alcibíades en Potidea (Banquete21ge). En su defensa Sócrates menciona aunquede pasada tales hechos, y asimismo la batalla deAnfípolis (Apol. 28d-e).

Su valentía también se mostró en el ímpetucon que mantenía su vida al lado de la ley y lavirtud incluso en las ocasiones más peligrosas,como el juicio de los generales vencedores de labatalla naval de las Arginusas, en el que fue elúnico de los pritanes que se rehusó a enjuiciarlos;

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Sócrates es una oferta divina a Atenas, abso-lutamente gratuita, que ni siquiera exige ayudapara cumplir con su condición de ciudadano po-bre, uno de los signos que recalcaba para distan-ciarse de los sofistas. Quizás, no obstante, él po-dría ser humanado: "también yo, amigo, tengoparientes. Y en efecto, me sucede lo mismo quedice Homero, tampoco yo he nacido de 'una en-cina ni de una roca', sino de hombres, de maneraque también yo tengo parientes y por cierto, ate-nienses, tres hijos, uno ya adolescente y dos ni-ños" (34d3-7). Mas no tanto como para pedir be-nevolencia por ello. Él no temía a la muerte, ni ala justicia que le quería condenar.

Así, en efecto, estaba muy por encima de losciudadanos de Atenas, acusadores e incluso de-fensores. Pero esto ni los suyos lo comprendían:¿cómo puede sobrellevar la injusta condena conpaz y sosiego? (cf. Critón 43b). La singularidades inadmisible, irrumpe contra todos, pero ellohay que coartarla, condenarla a la muerte a favorde la Necesidad social.

Mas, podríamos argüir, si tuviera realmentesemejantes condiciones, ¿por qué no aceptabacargos públicos? La respuesta no parece haberladado él mismo y nos debería dejar perplejos: hayuna condición que le determina más allá de supropio deseo, un algo divino y demónico que lehabía acompañado toda su vida, que toma unaforma de voz interior que le decía que debía olvi-dar tales empresas. Este demonio, que le llamabala atención en determinadas situaciones decisi-vas, le hacía actuar de forma insospechada: enocasiones dejándolo estático todo un día (Ban-quete 220c), o unas horas (ldem 174a y sigs.), enotras le daba una señal para que modificara su ac-ción (Fedro 242b y Eutidemo 272e) o le hacía es-coger a sus propios estudiantes (Teeteto 151a).1O

Tal personaje espiritual y sonoro, que no po-dría confundirse con su propio razonamiento nicon su carácter, pues sus acciones son esporádi-cas y no se incluyen en las disputas filosóficassino más bien un poco antes de estas, puede pa-recer el antecedente más claro de la idea de undemonio como custodio de la vida que se expan-dirá posteriormente;'! aunque Sócrates sienteque es más bien algo muy personal, "en cuanto ami signo demoníaco, no vale la pena hablar, pues

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antes de mí apenas ha habido algún caso, o nin-guno" (República 496c3-5).12

Esta vivencia tan específica, que sin dudadebía producir las burlas de sus enemigos, era lajustificación más clara de la acusación religiosade que nuestro héroe era objeto (cf. Ap. 31c-d).Pero sabemos que por supuesto él la rechaza confirmeza, pues se siente fiel a la tradición atenien-se. Aunque Meleto tenía razones para pedir la pe-na capital, si fuese valedera la aseveración de An-tonio Tovar en el sentido de que en ello se pue-den ver ya antecedentes de nuestro curioso "An-gel de la Guarda": "Sócrates se consideraba elúnico mortal dotado de la rara compañía de estemaravilloso advertidor e intermediario. Inició,precisamente en sí mismo, la individualizaciónde los dáimones. Luego ya vendrían las corrien-tes místicas y de salvación que se señalan en lareligión helénica a atribuir un daimon a cadahombre, y así predecirían la idea cristiana del án-gel custodio". 13

Lo cierto es que esa singular voz le impelíaa rechazar el quehacer político público. Sócratesentendió a partir de ello que su labor debería seren el nivel particular, allí sí se sentía capaz de lu-char realmente a favor de la Justicia (32a), preci-samente exhortando a quienes le acompañaban avivir en la virtud y a buscar el verdadero conoci-miento: él debía ser un maestro. Aunque curiosa-mente decía que no sentía que fuese ese su papel(33a); cosa que en la complejidad de la obra pla-tónica parece ponerse muy en duda. Es esta qui-zás la faceta más constructiva del socratismo y asu vez un signo fundamental de su singularidad.

El maestro

"No parece humano que yo ...esté siempre ocupándome de lo vuestro,acercándome a cada uno privadamente

(1.8(,\1 ÉKáa'Tw)como un padre o un hermano mayor,

intentando convencerle de que se preocupepor la virtud"

(Apología 31bl-S)

A partir de las consideraciones de la Apo-logía este "estandarte" de la filosofía resulta

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realmente paradójico, en la medida en que noparece un productor de conocimiento sino dedudas y un inclemente destructor. Quizás Platónpretendiera solo magnificarle para generar lasmás inclementes aporías, aquellas que prepara-sen de alguna manera la gran construcción de supropia filosofía.!" Sin embargo, ahora quisiéra-mos rescatar aquella función que el hijo de So-fronisco sí acepta de buena gana, la de formadoren la virtud (Ap. 31 b), labor que tenderíamos aconfundir con la de maestro, pese a que él "notuviera nada que enseñamos".

Sócrates nunca buscó el aplauso de las mul-titudes que se congregaban en la colina Pnyx o enlas plazas. Solo intentaba acercarse en forma pri-vada a determinadas personas, las que no eran re-chazadas por la señal demónica, a fin de hacerlespreocuparse por su instrucción moral, cosa queestá en una efectiva correlación con lo verdadera-mente político: "no iba donde no fuera de utili-dad para vosotros o para mí, sino que me dirigíaa hacer el mayor bien a cada uno en particular(ETIL oE TO 1-oC<;1 EKU<JTOV), según yo digo; ibaallí, intentando convencer a cada uno de vosotrosde que no se preocupara de ninguna de sus cosasantes de preocuparse de ser él mismo lo mejor ylo más sensato posible, ni que tampoco se preo-cupara de los asuntos de la ciudad antes que de laciudad misma" (Ap. 36c2-8).

Esta forma de entender su función pedagógi-ca es la que nos anima precisamente a retomar suvocación como una propuesta claramente singu-[arista, no solo porque crea que los individuos ensu ámbito propio y exclusivo pueden crecer efec-tivamente en excelencia -"la virtud en sí mismaconsiste en salvarse uno mismo y salvar lo suyo(

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mo quiera que uno sea"15 (Gorgias 512d3-4)-,sino también porque la bondad de cada uno ten-dría que traducirse en un beneficio real y defini-tivo para la ciudad.

Sócrates nos parece esencialmente un acu-cioso instigador de la investigación, un maestroen el mejor sentido de la palabra. Aunque quizásél hoy se ofendería si lo confundimos con losfuncionarios de este calibre, en especial si lo mi-ramos bajo los parámetros de nuestro institucio-nalismo, en donde el docente es un sofista que

sobrevive de salarios desgraciadamente inferio-res a los fabulosos estipendios que ganaban Gor-gias o Protágoras por transmitir lo que los discí-pulos o sus padres querían oír. Aunque ello lopodríamos remediar un poco bajo el supuesto deque la TIULOeLU es algo más, mucho más, que larelación médico-paciente de la mayor parte denuestras escuelas.l" que hay una suerte de com-promiso en la vocación a la pedagogía, una formade amor, una entrega que hace olvidar que las co-sas parece llevárselas el viento y sus tiempos.

Sócrates fue desgraciadamente un formadorcon resultados dispares. Si tan solo tomáramostres nombres de entre sus discípulos, como loscensurables Aristipo, acaso el hedonista más es-candaloso de la filosofía griega.!? Antístenes, elantecedente más claro del cinismo, que inclusosegún Diógenes Laercio se llamaba a sí mismoUTIAOKÚOV -un simple perro- (VI 13), y su ena-morado más célebre, Alcibíades, uno de los pro-motores del terror en la vida política ateniense definales del siglo V a. c., sería suficiente para lle-gar a darle parte de razón a Meleto. Sin embargo,todavía podemos tender a confiar en la figura queconstruye Platón, que parece relativamente com-prensible incluso desde el singularismo que in-tentamos reproducir.

En Platón encontramos razones para seguircreyendo en este "mito" como gran maestro de lafilosofía. Él no era un sofista más," que se intere-sara por la fama y las bondades materiales de losatenienses, sino un ciudadano que asume el com-promiso de redefinir con palabras de convenci-miento el mundo de quienes se le acercaban, congestos que superan incluso la misma retórica, conmétodos que se enriquecen en la singularidad delconocedor, el que realmente engendra el saber.

Para buscar el Sócrates maestro, como mu-chos de los temas en la obra platónica, nos ve-mos obligados a hacer un recorrido complejopor muy distintos diálogos. Quedamos práctica-mente convencidos de que su figura va reedifi-cándose con el tiempo. Quizás nuestro estandar-te de la filosofía es como esas imágenes de lascofradías religiosas que siguen siendo las mis-mas pero van creciendo en ornamentación y lu-jo. Platón pule su Sócrates hasta convencemosde que no se trata al final más que de un fruto de

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su pluma, aunque aquí no estamos interesadosmás que en ese, el "singular" que consideradode esta forma es a su vez "plural".

El primer Sócrates de Platón, uno de los per-sonajes más molestos e insidiosos de los que co-nocemos en los Diálogos, no parece un formadorde juventudes. No deja de extrañar verle llenandode aporías a niños imberbes, como sucede en el Li-sis y en el Cármides, y contando cómo la primerarazón que le llevó a ellos fue la-atracción erótica. 19Como bien sabemos, era tendencia suya escogerprincipalmente aquellos que eran bellos e inteli-gentes; de algún modo solo los singulares que to-dos reconocían como tales merecían su atención.Quizás el ejemplo por excelencia sea Cármides,aquel niño que dejó impresionado al filósofo: "enrelación con bellos adolescentes soy 'un cordelblanco'i?? porque casi todos, en esta edad, me pa-recen hermosos. -Ahora bien, realmente, este mepareció maravilloso (-(}uu¡.¡.uaTós), por su estatu-ra y su prestancia." (Carm. 154b8-c2)21 A elloluego su primo Critias añadía sus notables con-diciones anírnicas, lo que de inmediato deseócorroborar Sócrates: "-¿Por qué, pues, no ledesnudamos, de algún modo, por dentro y loexaminamos antes que a su figura?" (l54e5-6).

Pero el diálogo con estos jóvenes tal vez noes tan significativo como el que emprende con al-gunas personalidades de gran reconocimiento so-cial, como Hipias -el renombrado sofísta-, Ión-rapsoda ganador de un certamen en Epidauro- oEutifrón -un defensor de la justicia que es capazde acusar a su propio padre por dar muerte a unesclavo-, cuyas opiniones impugna con firmeza,siendo que defienden algunas de las ideas más re-presentativas en la Atenas de fines del s. V y co-mienzos del IV a. C. Aquí la meta es semejante ala desarrollada antes, el retrato del método de laduda y la purificación conceptual, con la diferen-cia de que sus interlocutores vienen suficiente-mente prejuiciados como para ser vilipendiadossin reparo. La verdad que aflora es solo negativa,ellos son incapaces de ofrecer alternativas de so-lución a la crisis que generan las aporías a que leslleva nuestro particular maestro.

Sócrates produce una duda cuyo amargo sa-bor exige seguir conversando la mañana siguien-te.22 Las cosas que a todos nos parecían sencillas

y determinadas entran en el estadio de la incerti-dumbre. Las respuestas que habían dado la fe, laciencia y la filosofía eran insuficientes o estabanequivocadas.

Es esta una muestra de su cruel ironía, la quefrente al que verdaderamente desea ser discípulosuyo no es sino un gesto de confianza en las posi-bilidades de su discernimiento. No hay una burla,al modo como se hace evidente por parte de Platónen el Eutidemo, donde más que un diálogo dramá-tico hay una perfecta representación cómica de doshijos de la calle -lo decimos por su estrepitoso ytremulento arte del Pancracio'<- metidos a docto-res del pensamiento, que más que filosofar, lu-chan por derrotar por los medios que sean necesa-rios a sus adversarios. No, la capacidad irónica deSócrates supera la burla, traduciéndola en un sen-timiento de impotencia que debería ser superablepor parte del buen discípulo y, por qué no, del po-sible contrincante. Todo 10 que falta es retomar eldiscurso que se maneja y verle sus debilidadesdesde sí mismo, a sabiendas de que estamos en labúsqueda de una verdad y que lo que habíamosasegurado era parcial, se nos hizo insuficiente.Refutar, pero como sinónimo de argüir.

Aunque, como debe sernos patente, la tenazcrítica a que nos lleva es ciertamente peligrosa,pues muchas veces tendremos que enfrentar aquienes amamos, como lo haría Sócrates con AI-cibíades.?" e incluso a las instituciones socialesque nos ha acogido, decirles la verdad aunque lesparezca absurdo lo que argumentamos (cf. Gor-gias 481e). Es aprender a disentir incluso a costade la vida, como lo hizo él mismo.

Con todo, en este proceso los primeros, yquizás más, afectados somos nosotros mismos.El ejemplo nos 10 da esa capacidad de ser iróni-co consigo mismo del filósofo: saberse casi in-fantil frente al universo de comprensión que teníaal frente, y quizás acabar por hacer el ridículocon él, porque siendo un viejo no podía ofrecerleuna salida a los aprietos en los que ambos esta-ban (cf. Lisis 223b).

Ya lo decía la Apología: el más grande sabiogriego, después de recorrer su propia vida, decla-ró su ignorancia. Se suponía que había superadola técnica, así como las respuestas fáciles; peroesto o significaba que manifestara una verdad

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evidente y plena, fuera porque no la había halla-do o porque era inhallable. Con todo, este sabiofue quien supo discernir, o más bien recordar,que el problema central estaba en nosotros mis-mos, que la advertencia inicial del Oráculo(yvGrOL ouu-róv) no era el medio, sino la meta;se dio cuenta, y con él posiblemente nosotros, deque la introspección, elevada a su máxima poten-cia en el espejo que son los demás, era la mismarazón de vivir. Llegó a la conclusión de que sumisión era mirarse en los otros, y como conse-cuencia de ello abrió para sí la perspectiva deleducador. Por ello su trágica muerte tenía y no te-nía sentido, ya de por sí la entrega de una mane-ra u otra era un darse sin temor.

Mas en esta introspección ejercida en el diá-logo las posibilidades de conocimiento no parecenser muy optimistas. Según Aristóteles, Sócratesdebería estar pensando en la definición de deter-minados objetos que acaso encontrara en lo uni-versal de las cuestiones éticas (cf. Metafísica987bl-4). Aunque, según se aclarará Platón enobras más maduras de su pensamiento, el filósofohabría podido alcanzar contenidos supremos, puesnuestra alma es inmortal+ y había conocido antesotra historia y otro mundo. De modo que una in-dagación al interno tenía como horizonte el re-cuerdo (uVÚj-LV'TjcrL<;) de aquella teoría(i}Ewp~a)26que por la encarnación había sido per-dida. Así las cosas, la labor del maestro socráticono era solo negativa, de alguna manera debía sercapaz de hacernos encontrar las claves del olvido.

Pero, aún así, no vaya a creerse que irían abrotar contenidos completos y resueltos y quepodemos cantar victoria sobre el error y la false-dad. No, el aprendiz, ante las preguntas del filó-sofo, al empezar a recordar, comienza a tomarlegusto a la indagación, se emociona y no puededejar de buscar la más firme respuesta; mas losresultados parecen insuficientes (cf. Menón 84by sigs). Recordar es exigente, Sócrates seguirápreguntando y cuando asegure algo quizás nosofrezca un discurso que relate leyendas másoportunas para la fe que para la razón.F

Pero de esta manera nuestro Sócrates se vaconvirtiendo en un personaje diferente del quemostraban los diálogos que le dieron a conocer.El E/\EVX0<; ahora empieza a parecer solo un pa-

so atrás para alcanzar el impulso que nos llevaraa lo superior. Esta es una consecuencia necesariaen la perspectiva platónica, pero valga dejarla delado a fin de descubrir un poco más lo socrático,pues aún no hemos recorrido todos los pasos de-bidos en la auscultación de lo más propio del sin-gular que venimos considerando.

En efecto, la imagen de Sócrates todavíanos parece incompleta. Para solventar esto,desgraciadamente, resulta inevitable dar unenorme salto en la obra platónica, a una épocaen la que nuestro autor parece recuperar susorígenes socráticos -frente a su período medio(Crátilo, Banquete, Fedón y República), en elque es manifiesto que la persona y pensamien-to de su maestro importan bastante menos-, enespecífico a una obra del período crítico, elTeeteto, diálogo donde la participación de nues-tro gran personaje ha suscitado incluso sospe-chas cronológicas.P Queremos pensar que estetexto ofrece una descripción más fiel y medita-da de él, pese a que está muy lejos en el tiempoy en la perspectiva del pensamiento que desa-rrolló en sus inicios.

El Teeteto no solo resulta el lugar donde sedescriben con mayor detalle las características fí-sicas de nuestro maestro, tan feo como su inter-locutor.é? el joven matemático que nombra estediálogo y que trata de representar a su maestroTeodoro, un personaje notable, que prefiere dis-tanciarse de la conversación, pese al llamado in-sistente de los otros dos. También se nos ofrece lanovedad metodológica que significó para la filo-sofía, y por ende la ciencia y la técnica mismas,la persona de Sócrates. En el diálogo en generalPlatón procura -constituir una idea de conoci-miento pendiente de lo que tenemos a mano,esto es, sin recurrir a un sistema eidético autó-nomo; el resultado socrático es importante puestodo queda para ser definido en otra ocasión, laaporía vuelve a ganar la partida.

Mas lo que nos interesa de momento recor-dar es la innovadora capacidad docente del hijode Fenareta, aquella mujer que, afirmaba él, leenseñó los secretos de su arte. La partera en Gre-cia, según nos relata el mismo Sócrates, no se li-mitaba a velar por el corte final del cordón umbi-lical, ella tenía un saber extraordinario en los

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SÓCRATES EL SINGULAR 145

asuntos de la generaclOn, sabía cuáles eran lasparejas ideales, las que deberían poder unirse enel amor (cf. Teeteto 149d). Así, en primera ins-tancia era una casamentera; señal clara de la su-peración de la visión que ejemplifica el esclavodel Menón, que muestra su conocimiento mate-mático no enseñado, salido a la luz gracias a lacapacidad del maestro de hacerle las preguntasrealmente pertinentes. Aquí no se recuerda, másbien se engendra por el amor, el elemento clave,según lo había escrito Platón en el Fedro, que noslleva a la ~UVLU de la filosofía.

De la misma manera, Fenareta sabía llevar alaborto cuando era necesario, en aquellas ocasio-nes en que el producto de ese amor no era el fru-to deseado o, más que ello, cuando su llegada a laexistencia no era oportuna. No obstante, la parte-ra era más una especialista en la vida, médico quetal vez "corta y quema", pero que especialmenteayuda, da ánimos, impulsa, explica, con palabrasque no se olvidan, con sonrisas que nunca aca-ban. Ella, que después de haber pasado su vidafértil como madre, ahora resulta ser estéril, ya nogenera nada, pero no importa, a la hora de la lle-gada solo debe asegurar el parto, limpiando lasimpurezas, acogiendo para mostrar ese nuevo in-fante que la naturaleza regala. Sócrates, amigo ycompañero, es un maestro en la indagación, unauxilio en la angustia y el dolor de la duda.

Dicen algunos ginecólogos que aún en el casode las mujeres que van a dar a luz por cesárea, con-viene que tengan dolores de parto. Parece que el ni-ño necesita medir sus fuerzas, empezar a desnatu-ralizarse de su condición de "ser-en". La madre,que acaso sufre tanto como el bebé, debe sentir esemoverse supremo, esa ruptura en su vientre quecausa espanto y alegría. Así, el dolor de parto, quees de los dos, completa el acto, perfecciona el ini-cio de la presencia que se abre al mundo.

Fenareta sabía -que no se diga que volvemosa creer que el maestro no sabe nada, pues ya sutécnica es una suerte de conocimiento- aplicardrogas oportunas y pronunciar ensalmos para ali-gerar los dolores, para hacer que lo difícil se fa-cilitara, que las principales lágrimas expresaranla alegría y la maravilla del recién venido.

Sócrates, amigo, médico y compañero enel dolor y la angustia, es el educador. Uno queno lo dice todo, que quizá solo insinúa, y quede nuevo pregunta, que nos remite a la memo-ria de hechos semejantes más nunca iguales.Aquel que nos regala la posibilidad de abrirnuestro entender y nuestro ser entero a la ex-presión de la expectación. Con él las cosas nollegan a ser fáciles, pero sin su ayuda posible-mente terminaríamos fracasando.

Mas lo inexplicable del método de la partera,aquello en lo que nuestro razonamiento o discerni-miento se muestra insuficiente, es la singularidaddel mismo parto y su sujeto. Singular, decimos,porque, a pesar de que la experiencia produce esta-dísticas y probabilidades, cada uno de los que tie-ne la posibilidad de abrirse a esta generación escompletamente de suyo. Podría suponerse que lameta es común, en la medida en que se indaga lomismo, pero el parto se relativizará en cada uno depor sí, no por el maestro, que es solo un medio, nipor la ocasión, que permite pero no determina.

Por supuesto, esto puede significar que mu-chas veces el acto pedagógico resulte un auténti-co fracaso, pero tantas otras veces podemos veral mismo maestro sobrepasado por el alumno,como Clinias, el ingenuo discípulo socrático delEutidemo, que llevado por la propedéutica de sumaestro hace afirmaciones que dejan impactadoal escucha del relato del encuentro filosófico:"¿Qué estás diciendo, Sócrates? ¿Ese joven(~ELpá.KLOV) habló así? -¿No lo crees Critón?-¡Por Zeus que no! Pues en mi opinión, si verda-deramente pronunció esas palabras, no tiene élnecesidad para su educación (1TULOELUV) ni deEutidemo ni de ningún otro." (290el-6). Ante laduda Sócrates dice ya no recordar la sublimefuente de tales palabras, ya no sabe si lo dijo otroo alguna deidad.

Ahí, entre los espléndidos llantos del "reciénnacido" y la emoción de la "madre", la "partera"puede bromear un poco con nosotros, pero la ver-dad es que su trabajo ahora tiene sentido, algo ab-solutamente especial ha nacido, la incomprensi-bilidad, ignorancia, los dolores del parto, eran al-go solo pasajero.

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146 LUIS A. FALLAS

El filósofo singular

"Una naturaleza (cpú(nv) de tal índole,dotada de todo cuanto acabamos de prescribir

a quien haya de convertirsecompletamente en un filósofo,

surge (cpúeUeaL) pocas veces entre los hombresy en pequeño número" (República491a9-b5?O

Sócrates debía morir. De alguna manera elhéroe se confirma con el sacrificio, como expia-ción de las culpas de una sociedad completa-aunque en este caso no hubo promesa de reden-ción, sino una señal rotunda del declive comple-to de la misma-o Como si él se convirtiera en unasuerte de voz demónica, tomó el lugar del singu-lar por excelencia. Platón no solo lo hizo patente,sino también lo sublimó y convirtió en prototipofilosófico -El paso de la singularidad a la univer-salidad es toda una tentación. El mismo hecho deresaltarle podría llevar esa intención-o

Mas, ¿quién es el filósofo? ¿Un maestro iró-nico? ¿Un refutador? ¿Una partera? ¿Un reo demuerte? Sócrates tenía muy claro que él como en-viado de los dioses debía hacemos despertar, per-suadimos y reprochamos con la perspectiva de lavirtud (Ap. 30e), aquella que se expresa en la ver-dadera justicia y se edifica del lado de la verdad,el bien y la belleza (cf. Critón 48a-b), elementosaún no definidos sino para ser investigados y en loposible constituidos. Platón pronto comprendióque ese era el cometido primordial de los filóso-fos y que él era quien debería cargar con la res-ponsabilidad principal de llevarlo a cabo, pero noen nombre propio, sino en el de su mentor.

Así las cosas, el filósofo debía seguir siendoun indagador y también un maestro. Aunque másallá de eso seguiría siendo un personaje extraño,polémico y de suyo. De alguna manera manten-dría el talante de Sócrates, con esa ignoranciaconsciente que busca transgredir el status quaepistemológico de los demás.

El filósofo, de este modo concebido, en locentral parece un personaje generalizable, en lamedida en que, como lo muestra el esclavo delMenón, el conocimiento que ambiciona estáabierto a cuántos acepten acometer su búsqueda.Además, no habría razones suficientes para justi-ficar la superioridad natural del pensador, más

bien creemos que tendería a instalarse en una si-tuación intermedia que no le haría ni bueno nimalo, ni sabio ni ignorante, ni justo ni injusto,"porque, como hemos comentado en lo que ante-cede, ni lo opuesto es amigo de lo opuesto, ni losemejante de lo semejante" (Lisis 218b3-5)31.Tal condición no debería ser ajena a los más en-tre los hombres. Aunque hay una suerte de maníaen ello que nos hace modificar este juicio: el filó-sofo es voraz: "al que con la mejor disposiciónquiere degustar de toda enseñanza, al que se en-camina contento a aprender sin mostrarse nuncaahíto (a.1TAT¡U'TWS),a ese le llamaremos con jus-ticia filósofo" (Rep. 475c6-8).32 La excentrici-dad de un personaje así, sin embargo, ya no seríatan radical como lo había sido la de Sócrates.

Uno de los pasos más polémicos del plato-nismo está en la edificación de una sociedadperfecta cuyas cabezas últimas son filósofos.Posiblemente en el momento más optimista deun pensamiento creyó que un sistema educativoestructurado con todo rigor y orden podría pro-ducir de estos personajes casi para escoger. Re-cordemos cómo en la República unos determi-nados guardianes tienen una formación y unaevaluación exclusiva que va a generar su natura-leza filosófica, la cual se signa con los adjetivos<pLAóuo<povy <pLAop.a81l (Rep. 376c), se formaplenamente y les convierte en gobernantes ideales.Por rigurosa que parezca la selección, los resultadoshabrían de ser positivos (cf. 412d y sigs.).

No obstante, luego se reconocerá que el filó-sofo no sería un resultado normal ni institucional,pues la mayor parte de los candidatos tenderán ala corrupción. La filosofía es de propia de natura-lezas especiales que surgen muy pocas veces, co-mo decía el texto que citábamos al comienzo deeste apartado (cf. 491a-b). Aunque ciertamentebastaría una para que las cosas pudieran seguir elrumbo ideal (cf. 502b).

Mas lograr encontrar o producir filósofos dealguna manera nos puede parecer una meta com-pleja o incluso excesiva. Platón bastante más tar-de, de nuevo en el Teeteto y en su espíritu so-crático, nos ayuda a entender un poco mejorlas cosas.P Lo común, señala Platón, entre quienesfrecuentan la filosofía es que parezcan oradoresridículos (yEAoLOLp'T)'TÓpE.s)ante los tribunales,

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SÓCRATES EL SINGULAR

pues su tiempo y finalidad supera los condiciona-mientos sociales. El ocio, el logro primero del fi-losofante, no está medido por ninguna clepsidra(Cf. Teeteto 172c-e). "No nos preside, efectiva-mente, un juez, ni un espectador, como les pasa alos poetas, que pudiera hacemos reproches o de-cimos lo que tenemos que hacer" (173c4-5).34 Suvida no está pendiente de la inmediatez, sino queintenta rondar lo absoluto, esto es, "rrfiouv1TÚVT1\ <\>úaLv EpEUVWf.lÉV'T] TWV OVTWV€KÚaTOU oAou" (174a1) [investiga la completanaturaleza, en el sentido de totalidad, de cada to-do de los seres).35

El filósofo ha perdido un poco su ansiedadmaterial para saborear las mieles de lo pleno. Esadegustación extraña a los ojos del vulgo fue laque convirtió, insiste Platón, a Tales en pasto delas llamas de la burla, no solo de la joven traciaque le vio caer en el hoyo de la ingrata proximi-dad, sino también de sus compatriotas (174a y e).

Platón cree que habría una suerte de colecti-vo de personajes del talante del milesio, aunquemás parece el aliento para sus propios discípulos.Pero sabemos que estos ciudadanos saltan la va-lla de la cotidianidad, que la feliz coincidencia deque un pueblo como el griego generara tan signi-ficativa cantidad de pensadores no hace vanosnuestros intentos de justificación. Producir sin-gulares de esta estirpe -evidentemente este adje-tivo rompe con el sentido de singularidad que tra-tamos, pero también es indudable que tendemosa establecer una suerte de género de lo singular-no parece tarea humana. Pues una nube de estu-por y burlas oscurece su presencia: "en estos ca-sos una persona así sirve de mofa al pueblo, unasveces por su apariencia soberbia, y otras vecespor el desconocimiento de lo que tiene a sus piesy la perplejidad que en cada ocasión le envuelve[€v €KÚaTOLS U1TOpWV)" (175b4-7).

El llamado de la singularidad

Desde la perspectiva del racionalista -proba-blemente cualquiera de nosotros-, la singulari-dad no puede ser un modelo de comprensión nide constitución del pensamiento, pues entonceseste pendería de una suerte de indeterminación

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insopesable. Pero, cuando hay un deseo expresode convencer, y más aún de atraer, las fórmulasmíticas, que representan vidas y circunstanciassingulares para ser reproducidas en nuestra capa-cidad de imaginación y ensoñación, parecen re-sultar más eficaces que la misma constitución deun sistema riguroso. La fuerza persuasiva del SÓ-crates literario de Platón es una razón fundamen-tal para propiciar el platonismo; llegar a creer eneste mito es el medio idóneo para generar expec-tativas de trascendencia, las que proclamará elperíodo medio de los Diálogos.

Mas, esto no significa que el gran escritor dela Filosofía antigua estuviera por la labor de sus-tentar un individualismo, por extremo que puedaresultar. Sócrates no está para ser repetido, solopara ser evocado y, si es posible, vivido en el im-pacto de sus circunstancias y realidad -la litera-ria-. Así, por ejemplo, el Fedán no es una mues-tra de cómo debemos enfrentar la muerte, sinouna representación que se renueva como un actolitúrgico de aquello que debió suceder -isuce-dió!- y no puede quedar en el olvido.

Platón crea a Sócrates, su obra más singular,y con ello nos convierte en espectadores de unamismidad para ser narrada, imaginada e, incluso,aunque sea desde lo trágico, gozada. Introducidosen su creación, de algún modo nos sentimostrasladados a su ser, no para ser como él, sinopara padecer su inmisericorde ironía. Algunosquerríamos quizás llegar a ocupar su lugar, peroesto solo sería posible si podemos construir, o creer,también desde su locura por la filosofía; a menos,por supuesto, que nos constituyamos en maestrosde retórica filosófica, y cual sofistas repongamos sutécnica, copiando o rememorando sus andanzas.

El aprendiz de filósofo debería ser quizásotro singular, uno que pueda engendrar y quepermita a esa partera que haga su labor a fin dehacerle sobrevivir en la generación de su pensa-miento, un producto que habrá de ser tambiénmitificable. Sin esta condición, podrá mantenerel tipo, e incluso parecer convincente, pero difí-cilmente llegará a superar la barrera del olvido.

Con todo, la singularidad en estos menesteresse habrá de sumar a muchas condiciones particu-lares, esto es, presupuestos comunes entre un co-lectivo extravagante pero ciertamente exigente.

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estandarte que signe con su singularidad la com-prensión, su objeto y sus sujetos. No hablamos,por supuesto, desde una perspectiva organicista,trascendentista, trascendentalista o simplementemetafísica, pues la singularidad se podría asumirincluso desde la estrategia persuasiva de las filo-sofías de la sospecha -un centro neurálgico quese diga singular puede ser la Belleza monoeidéti-ea del Banquete (211bl, e4), pero también losO"TOlXEI.U del Sueño de Sócrates (Teeteto 20le)-.Por esto, la filosofía puede seguir siendo pensadaa la manera de un arte, en el que la técnica es soloun peldaño para saltar al vacío de lo inaprensible.

LUIS A. FALLAS

Las escuelas de filosofía y, por supuesto, sus pro-fesores, quizás estén para ello, aunque corten yquemen lo mejor de aquella; estas habrán de ofre-cer el panorama e incluso algunas alternativas,aunque ipobre del que crea que allí encontrará lasingularidad que habría de ansiar! Ese problemava mucho más allá de lo que un conjunto de sabe-res, contenidos o lecturas, pueda aportar. Mas enellas de alguna manera nos habremos de solazaren la degustación de las grandes singularidades,aún si las pretendemos convertir en parte de unorganismo sistemático y substancial.

La filosofía es, en este sentido, una forma deacontecimiento de la Verdad que se dice en ma-yúscula para convertirse muy pronto en minúscu-la, el Saber que dando la respuesta para todo noes capaz de sostenerse más allá de su eficaciapuntual, la manifestación el atómico Bien queuna vez traducido a la multitud de los acontece-res deja de tener sentido en sí mismo. Por eso ellaes como Sócrates: algo "real maravilloso", unaespecie de ser autosuficiente que exige nuestraadhesión categórica, o nuestra entrega apasiona-da, si es que en efecto queremos acceder a sumismidad. Adentrados en este ensueño, donde laduda misma viene a acrecentar la mitificación, elpaso a nuestra propia asimilación singularista,esto es, nuestra capacidad de hacemos también"otro" -la diferencia, pero en su sentido más ex-tremo-, será el peldaño siguiente en una suertede scala amoris contra-universalista que resultairresistible."

Pero sabemos que una vez que caemos en lasmanos míticas de esta singularidad, creídos in-cluso en nuestras posibilidades como generado-res suyos, debemos renunciar a ella y empezar aformamos en la razón y la aquilatación. La sin-gularidad más allá de sí, aunque no tenga senti-do, habrá de tenerlo, pues, si no, sería como laIdea del Bien que prescribe la República pero sinmanifestaciones ontológicas, esto es, sin malos alos que redimir. Por eso, es fundamentalmente unmedio eficaz para persuadir y llevamos a los fi-nes mismos que los sistemas filosóficos quieren.Salir luego de allí, sea complejo o fácil, es un pa-so casi inevitable.

Mas la meta seguirá siendo quizás la misma:la generación de un nuevo centro de atracción, un

Notas

1. Pensamos en el individualismo del período hele-nístico, que podemos ver explicitado de una formabastante clara, por ejemplo, en el pensamiento delestoico medio Panecio de Rodas, cuyas propues-tas sobre la persona humana (Cf. Cicerón, Oficios1, 28 Y sigs.) refuerzan la antropología filosóficade una época pletórica en virtuosismos, erudicióny, de alguna manera, aprecio por la diferencia (cf.Christopher Gill, "Personhood and personality,the four-personae theory in Cicero, De officiis I.Oxford Studies in Ancient Philosophy VI, 1988,pp. 167-199).

2. Con la doctrina, hecha vivencia práctica con Dió-genes de Sínope, de que el verdadero hogar delser del hombre es el mundo y no la ciudad (cf.Moles, "El cosmopolitismo cínico" [en BrachtBranham y Goulet-Cazé, Los cínicos {Seix Ba-rral, Barcelona, 2000}, pp. 142-162]), el cinismose propugna como una ruptura radical contra lasfilosofías que sostienen la política en el centro desu pensamiento, pero sobre todo muestra un nue-vo modelo de vida que va a tener un enorme éxi-toen el período que se inicia con la muerte deAlejandro Magno, que es el ser libre de toda ata-dura o convencionalismo social.

3. Conforme con la interpretación de Zeller (cf. SÓ-crates y los sofistas. Editorial Nova, Buenos Ai-res, 1955), respecto de la cual han mediado Mon-dolfo y Nestle (cf. Zeller-Mondolfo, Lo filosofiadei Greci nel suo sviluppo storico [Florencia,1932], Mondolfo, El pensamiento antiguo [Bue-nos Aires, 1983] e Historia del espíritu griego deNestle [Barcelona, 1987 {1944}]), Platón habríatomado una distancia radical frente a los primeros

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SÓCRATES EL SINGULAR 149

cínicos (en especial Antístenes, que fungiría co-mo padre de la doctrina), a los que se refiría en elTeeteto en 155e-156a. donde se les califica conuna dureza ofensiva [UVTLTUTIOL (repelentes).<rKA:r¡pOL (penosos, tozudos) y Uf10Ú<rOL (rudos.groseros) l.Esta tesis de que Antístenes y sus cercanos sean elblanco para estos dardos y, sobre todo, que puedaconsiderársele un cínico, como creía DiógenesLaercio (cf. Viraphilosophorum VI 13-15), ha si-do cuestionada. entre otros, por Guthrie, Historiade la filosofía griega 1II (Gredos, Madrid, 1988),p. 297. A. Long, "La tradición socrática: Dióge-nes, Crates y la ética helenística" (en Branham yGoulet-Cazé. op. cit.), p. 50 y Giannantoni, So-cratis er socraticorum rellquiae IV (Bibliopolis,Nápoles, 1990). pp. 223-233. Sin embargo, engeneral se reconocen diversos datos biográficosque aporta el mismo D. Laercio. conforme conlos cuales intentó copiar el modelo de vida de SÓ-crates hasta sus últimas consecuencias (principal-mente en su ascetismo, distanciamiento frente alas costumbres religiosas y políticas, además dela forma de vestir [según Guthrie esto ocurre tar-díamente en su vida, después de haber sido discí-pulo de Gorgias {p. 295 }], lo cual lo convierte enun personaje bastante heterodoxo; quizás tantocomo para ser el antecedente fundamental deaquellos extraños filósofos, aunque no sea el pa-dre de la "escuela" [sería tal vez una secta y nouna escuela al modo de la Academia], como sos-tiene García Gual en su libro La secta del perro[Alianza, 1983, pp. 11-27 y 81-4].

4. Tenemos muy presentes en este juicio los capítu-los 2 y 3 de la obra de Charles Kahn, Plato andthe Socratic Dialogue. The Philosophical Use ofa Literary Form. Cambridge, 1996. No nos inte-resa aquí tomar partido en la determinación decuál es el verdadero pensamiento socrático, peroque el Sócrates platónico es un constructo litera-rio extraordinario y eficaz nos parece más queevidente.

5. Suele hablarse de cuatro apologías socráticas enPlatón: el diálogo al que nos referimos y que lle-va este mismo nombre, el Critán. diversos pasa-jes del Gorgias (en especial 521 by sigs.) y la pri-mera parte del Fedón (62c-6ge).

6. Traducción de J. Calonge (Gredas, 1981), los de-más textos citados de este diálogo corresponden aesta versión.

7. Aquí no nos interesa considerar la veracidad de laApología como expresión del socratismo, puesnuestro tema está en la singularidad de la 'figura

de este Sócrates, el descrito, o creado, por Platón;pero en general se sostiene que es esta la primeraobra platónica y la más ajustada a la situación his-tórica (cf. Guthrie IV, p. 77-8; asimismo Kahn,op. cit., pp. 46-8).Deliberadamente en estos párrafos siguientesomitimos tópicos de comentario de la Apología,como el cuidado del alma (a partir de 2ge) y lacuestión de la justicia (37b y sigs), por no resul-tar pertinentes a nuestro cometido.

8. Según el Antístenes del Banquete de Jenofonte (2,10) habría sido ella la mujer más molesta de todoslos tiempos [cf. también Guthrie I1I, nota 19, pp.368-9].

9. Traducción de Luis Gil (Labor, Barcelona, 1994).10. Se podría también considerar la afirmación suya

en la Apología de Jenofonte de que siempre acer-tó ante sus amigos cuando anunció la voluntad delos dioses (13), aunque para Platón la señal de sudemonio era más bien negativa y disuasora.

11. Cf. Tovar, Vida de Sócrates. Alianza, 1999, pp.263-4.

12. Trad. Eggers Lan (Gredos, 1986).13. Op. cit., p. 271.14. Cf. Kahn, op. cit., p. 95 Y sigs.15. Contextualícese esta definición con esta afirma-

ción: "pero, amigo mío, mira si lo generoso y lobueno no es algo distinto del preservar a los de-más de los peligros y preservarse uno de ellos"(Gorgias 512d6-8) [Trad. J. Calonge (Gredas,1983)].

16. ¡Todavía resuenan las palabras de Herác1ito en elsentido de que los médicos son una desgracia,pues cobran no más que por quemar y cortar! (cffrag. 58 DK).

17. Cf. Diógenes Laercio 1187-90.18. Por la gratuidad de su enseñanza y el hecho de no

enseñar contenidos, entre otras razones, Sócratesno cree ser un sofista, aunque Platón muchas ve-ces lo presenta utilizando métodos sofísticos.Así, por ejemplo, como señala Guthrie, "no pue-de negarse que algunas de las equivocaciones yde los falsos dilemas que Platón muestra con tan-to entusiasmo en el Eutidemo son utilizados porel mismo Sócrates en otros diálogos, sin dudacon fidelidad histórica" (IV, p. 269); aquí el his-toriador inglés habla fundamentalmente de unuso particular de la falacia de equívoco (ver Hi-pias menor 375a y sigs.). Cf. Vlastos, "Is the 'so-cratic fallacy' socratic?", en Socratic Studies(Cambridge, 1994).

19. Sócrates en el inicio del Lisis está interesado enparticular por algunas pasiones que provocan los

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amores, hasta el punto de decir que tiene una es-pecie de capacidad de discernimiento de losamantes incluso sin haber entrado en diálogocon ellos (204b-c). Sócrates mismo posible-mente tendía a ruborizar a sus interlocutoresmás jóvenes (cf. Protágoras 312a). Estas pasio-nes, pese a que son sin duda fenómenos singu-lares, preferimos no considerarlas aquí; quizásmerecerían trato desde una perspectiva más lite-raria o una psicológica.

20. Para medir la piedra de mármol se utilizaba uncordel de color, uno blanco no funcionaría puesse confundiría con la piedra. Sócrates no se sien-te capaz de establecer distinciones exactas entrelos jóvenes hermosos.

21. Trad. E. Lledó (Gredos, 1997). Es importante re-cordar que Platón está haciendo aquí una especiede homenaje a su familia en la persona de su tíoCármides, ta! vez limpiando su imagen ante laimpresión que dejaba su pertenencia al gobiernode los "Treinta".

22. Cf. Laques 201c. Finales semejantes tienen elCrátilo (440e) y el Teeteto (21Od).

23. Eutidemo y Dionisodoro habían practicado ensu juventud el arte del Pancracio, que consistíaen una suerte de contienda que combinaba la lu-cha libre -lo cual permitía golpear con los pies-y el pugilato (Eutidemo 271c). El combate eratan duro que incluso proseguía estando en elsuelo el contrincante. Se permitía todo tipo deaprisionamientos, torceduras de miembros yaún mordiscos (cf. artículo "pugilato" en Enci-clopedia Universal Ilustrada Europeo-Ameri-cana XLVIII. Espasa-Calpe, Bilbao, 1922, p.408 Y sigs.).

24. Cf. Alcibíades 1. En el Gorgias (48Id) Sócrates seautodefine como un enamorado de A\cibíades yde la filosofía.

25. Cf. Menón 81b y sigs. y Gorgias 524e (el pitago-rismo y/u orfismo que ambos pasajes muestranposiblemente está muy lejos del Sócrates históri-co, que en este momento de la obra platónica ta!vez sea el menos determinante).

26. Debe relacionarse esta palabra con el verbo8EWpÉW, que significa mirar, contemplar, etc.

27. Es muy evidente que la doctrina de lauVÚfl-V1']ULC; que referimos no corresponde a laperspectiva propiamente socrática, pero Platón em-pieza a dar saltos significativos en estos diálogos.

28. La antigua disputa sobre la cronología del Teete-to no viene al caso avivarla. No obstante, vale re-cordar que filólogos tan prestigiosos como VonArnim, Robinson o De Yries consideraron que

debía corresponder a una época temprana de Pla-tón (cf. Guthrie Y, p. 73-4), Y que el mismo Pop-per insistía en el asunto todavía en el año 1961,fundándose en la idea de dos ediciones del texto,una anterior a: la República y la otra posterior a!Sofista. El socratismo del diálogo, según el filóso-fo inglés, también estaría respaldado por la ver-sión aristotélica del pensamiento socrático, ade-más por el mismo texto platónico, cuyo finalaporético corresponde con los escritos de prime-ra época, por su cercanía en la interpretación delprecepto délfico ("conócete a ti mismo" como"conoce cuán poco sabes") con la Apología (Cf.Popper, El mundo de Parménides. Paidós, 1999,p. 334--6).

29. Nariz chata y ojos prominentes son los dos rasgosque más semejan a ambos personajes (143e).

30. Trad. de Eggers Lan.31. Trad. E. Lledó (Gredos, 1997).32. Ante esta definición, Glaucón hace una obje-

ción fundamental: serían muchos los filósofos,casi cualquier persona, incluyendo los amantesde los espectáculos. La respuesta de Sócrates esque son indagadores fundamentalmente de laverdad. El problema de la determinación de es-ta, por supuesto, va mucho más de lo que nosinteresa aquí.

33. Nos referimos muy rápidamente ahora a la cono-cida digresión sobre la filosofía de este diálogo(172c-l77c), que ha sido interpretada como unamuestra de que la Teoría de las Formas, que no estomada en cuenta en el conjunto del diálogo, nodejaba de estar presente en la mente de Platón (cf.Cornford, La teoría platónica del conocimiento,p. 88 Y sigs.; asimismo el comentario de GuthrieV, p. 102 y sigs.; entre otros).

34. Trad. Á. Vallejo (Gredos, 1988).35. Traducimos aquí nosotros, solo porque las ver-

siones qU€ tenemos a mano no nos parecen todolo literales que quisiéramos. Balash traduce: "yen todas partes investiga la naturaleza de lo quees" (Anthropos, 1990). Vallejo: "todo lo investi-ga buscando la naturaleza entera de los seresque componen el todo". Jowett, "interrogatingthe whole nature of each and all in their enti-rety" (Princeton, 1961 [1870)). Yalgimigli:"Ciascuno nella sua universalita" (Laterza,1999 [1931)) Insistimos en rebuscar opcionespor cuanto el sentido de totalidad que se indaga-ría es precisamente el que correspondería a unsingular absoluto.

36. El proceso de los Misterios Mayores en el dis-curso de Diotima del Banquete (20ge y sigs.)

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SÓCRATES EL SINGULAR 151

es de carácter universalista, en la medida enque hay una renuncia paulatina a las partícula-rizaeiones en búsqueda de los géneros especí-ficos, aunque el último escalón resulta una es-

pecie de salto al vacío, que podría asumirsecomo un encuentro de orden místico con unarealidad absolutamente singular (ef. 21Oe-21Ia).

Dr. Luis A. Fallas LópezProfesor, Escuela de Fi losofía.