Los Cuadernos de Literatura - CVC. Centro Virtual Cervantes · 2019. 7. 4. · Los Cuadernos de...

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Los Cuadernos de Literatura LA REALIDAD COMO NOVELA (Una guía para pensar sobre el SIDA) ether we make it or not, the human race has to keep up its well-eaed reputation for roci. e price of freedom is the willingness to do sudden battle, anywhere, atime, and with utter recklessness. . . José M. Catalá Robert A. Heinlein «The Puppet Masters» H . G. Wells, que agotó él solo todo el gé- nero, quizá lo hubier . a descubierto. Al fin y al cabo, su novela «The War of the Worlds» instauró los parámetros del que luego sería uno de los episodios más mo- sos de la historia de la ciencia-ficción, el de las invasiones de extraterrestres. Lo curioso es que su colega Orson Welles, que mediante un es- trambótico programa de radio extrajo del limbo de las letras el ntasma de las invasiones y lo estampó en la cabeza de todos los americanos, no acertara a adivinarlo. Quizás ya era demasia- do tarde para él, o quizás lo vio y no quiso pre- gonarlo para que no le acusaran otra vez de sen- sacionalista y tuviera que irse a la tumba con es- te sambenito. De todas rmas, con la bendición de los expertos o sin ella, lo cierto es que esta- mos siendo invadidos y al parecer, nadie se ha dado cuenta... No hablo de una de aquellas invasiones apara- tosas que tan bien describió el inglés; con pobla- ciones enteras escapando en masa del invasor, y los ejércitos luchando contra unos marcianos más que evidentes. Ese estilo ya pasó de moda y en él sólo sueñan cuatro generales y dos· políti- cos de la antigua escuela (sin olvidarnos de mencionar al equipo que produjo «Red Dawn») (1). Me refiero a otro tipo de invasión, un tipo cuyo estilo se ó en los cincuenta, en pleno clasicismo del género, y cuyas obras más repre- sentativas podrían ser la novela de Heinlein, «The Puppet Masters» y la película de Don Sie- gel, «The Invasión of the Body Snatchers», la primera publicada en 1951 y la segunda estrena- da en 1956. En ambos casos, la invasión ha cam- biado de categoría: no hay devastación, no hay derramamiento de sangre; la estructura del mundo, su apariencia, después de la invasión, sigue siendo la misma, pero ha cambiado su esencia. La invasión se ha vuelto sutil. Derrota- dos tantas veces en el terreno de la nomenolo- gía, los marcianos han decidido contraatacar por 71 el de la ontología, y a ese nivel las cosas son mu- cho más complicadas. El primer problema con que se enentan los habitantes de la Tierra, re- presentados en ambos casos por ciudadanos de los Estados Unidos, es el de la identificación de los invasores: eliminados los tentáculos, los ojos vidriosos, las rmas de pesadilla, aquellos mar- cianos que una vez eron temidos precisamen- te por su ineludible presencia, ahora se desvane- cen y centran su estrategia en la capacidad para pasar desapercibidos, para conndirse con los invadidos, para ser ellos, o mejor aún, para que éstos se conviertan en sus propios invasores... En este tipo de invasiones, antes de combatir el ataque en sí, hay que descubrirlo. Al héroe de las narraciones le tocaba la ardua tarea de con- vencer a sus conciudadanos de la ·realidad del peligro, de la necesidad de una drástica actua- ción, y todo esto sin saber a ciencia cierta si la persona a la que trataba de advertir era en reali- dad uno de los «otros». De hecho, el enemigo estaba en todas partes, pues al fin y al cabo, no habiendo direncia en los cuerpos, ser de uno o del otro bando era necesariamente una cuestión mental... Todos cuantos han creído que las invasiones de extraterrestres eran posibles, siempre han es- perado que su puesta en escena siguiera las di- rectrices de Wells o la versión actualizada por Welles. La otra invasión, la invasión sutil, la de los ladrones de cuerpos -es decir, la de los usur- padores de almas-, ésta quedaba para l a fic- ción... Es por esto que cuando finalmente se ha producido la temida invasión, nadie la ha reco- nocido como tal, lo que, como ya hemos visto, viene a ser una de sus más destacadas caracterís- ticas. Un cuidadoso análisis de la enrmedad lla- mada SIDA, de su actividad patológica, de su impacto social, nos llevará necesariamente a concluir que nos encontramos ante todas las ca- racterísticas de una invasión, una de esas inva- siones indefinidas, impalpables, una invasión contra la que no habría que lanzar a los ejérci- tos, sino a los filósos. No es importante que el virus HTLV-III, el agente del SIDA, no proven- ga de otro planeta (2), lo esencial es su capaci- dad para introducirse en el cuerpo de las perso- nas y convertirlas en enemigos, en invasores. No se trata tanto de que destruya al inctado, pues al fin y al cabo, muchas otras enrmeda- des lo hacen igualmente con sus víctimas, como de que cambie su ser íntimo, sin que varíe, o no lo haga demasiado, su apariencia externa. De es- ta manera, entra en escena la sospecha, y el po- der del invasor se acrecienta, por lo menos a los ojos de los invadidos, inconmensurablemente. No es una casualidad que se pueda descubrir en el entramado del nómeno SIDA la estruc- tura de una novela de ciencia-ficción clásica, puesto que una lectura más atenta de muchas de éstas la convierte, como tantas veces se ha repe- tido, en una parábola de la llamada guerra ía.

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  • Los Cuadernos de Literatura

    LA REALIDAD COMO

    NOVELA

    (Una guía para pensar sobre el SIDA)

    Whether we make it or not, the human race has to keep up its well-earned reputation for ferocity. The price of freedom is the willingness to do sudden battle, anywhere, anytime, and with utter recklessness . . .

    José M. Catalá

    Robert A. Heinlein «The Puppet Masters»

    H. G. Wells, que agotó él solo todo el género, quizá lo hubier

    . a descubierto. Al

    fin y al cabo, su novela «The War of the W orlds» instauró los parámetros del

    que luego sería uno de los episodios más famosos de la historia de la ciencia-ficción, el de las invasiones de extraterrestres. Lo curioso es que su colega Orson W elles, que mediante un estrambótico programa de radio extrajo del limbo de las letras el fantasma de las invasiones y lo estampó en la cabeza de todos los americanos, no acertara a adivinarlo. Quizás ya era demasiado tarde para él, o quizás lo vio y no quiso pregonarlo para que no le acusaran otra vez de sensacionalista y tuviera que irse a la tumba con este sambenito. De todas formas, con la bendición de los expertos o sin ella, lo cierto es que estamos siendo invadidos y al parecer, nadie se ha dado cuenta ...

    No hablo de una de aquellas invasiones aparatosas que tan bien describió el inglés; con poblaciones enteras escapando en masa del invasor, y los ejércitos luchando contra unos marcianos más que evidentes. Ese estilo ya pasó de moda y en él sólo sueñan cuatro generales y dos· políticos de la antigua escuela (sin olvidarnos de mencionar al equipo que produjo «Red Dawn») (1). Me refiero a otro tipo de invasión, un tipo cuyo estilo se forjó en los cincuenta, en pleno clasicismo del género, y cuyas obras más representativas podrían ser la novela de Heinlein, «The Puppet Masters» y la película de Don Siegel, «The Invasión of the Body Snatchers», la primera publicada en 1951 y la segunda estrenada en 1956. En ambos casos, la invasión ha cambiado de categoría: no hay devastación, no hay derramamiento de sangre; la estructura del mundo, su apariencia, después de la invasión, sigue siendo la misma, pero ha cambiado su esencia. La invasión se ha vuelto sutil. Derrotados tantas veces en el terreno de la fenomenología, los marcianos han decidido contraatacar por

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    el de la ontología, y a ese nivel las cosas son mucho más complicadas. El primer problema con que se enfrentan los habitantes de la Tierra, representados en ambos casos por ciudadanos de los Estados Unidos, es el de la identificación de los invasores: eliminados los tentáculos, los ojos vidriosos, las formas de pesadilla, aquellos marcianos que una vez fueron temidos precisamente por su ineludible presencia, ahora se desvanecen y centran su estrategia en la capacidad para pasar desapercibidos, para confundirse con los invadidos, para ser ellos, o mejor aún, para que éstos se conviertan en sus propios invasores ... En este tipo de invasiones, antes de combatir el ataque en sí, hay que descubrirlo. Al héroe de las narraciones le tocaba la ardua tarea de convencer a sus conciudadanos de la ·realidad del peligro, de la necesidad de una drástica actuación, y todo esto sin saber a ciencia cierta si la persona a la que trataba de advertir era en realidad uno de los «otros». De hecho, el enemigo estaba en todas partes, pues al fin y al cabo, no habiendo diferencia en los cuerpos, ser de uno o del otro bando era necesariamente una cuestión mental...

    Todos cuantos han creído que las invasiones de extraterrestres eran posibles, siempre han esperado que su puesta en escena siguiera las directrices de W ells o la versión actualizada por Welles. La otra invasión, la invasión sutil, la de los ladrones de cuerpos -es decir, la de los usurpadores de almas-, ésta quedaba para la ficción ... Es por esto que cuando finalmente se ha producido la temida invasión, nadie la ha reconocido como tal, lo que, como ya hemos visto, viene a ser una de sus más destacadas características.

    Un cuidadoso análisis de la enfermedad llamada SIDA, de su actividad patológica, de su impacto social, nos llevará necesariamente a concluir que nos encontramos ante todas las características de una invasión, una de esas invasiones indefinidas, impalpables, una invasión contra la que no habría que lanzar a los ejércitos, sino a los filósofos. No es importante que el virus HTLV-III, el agente del SIDA, no provenga de otro planeta (2), lo esencial es su capacidad para introducirse en el cuerpo de las personas y convertirlas en enemigos, en invasores. No se trata tanto de que destruya al infectado, pues al fin y al cabo, muchas otras enfermedades lo hacen igualmente con sus víctimas, como de que cambie su ser íntimo, sin que varíe, o no lo haga demasiado, su apariencia externa. De esta manera, entra en escena la sospecha, y el poder del invasor se acrecienta, por lo menos a los ojos de los invadidos, inconmensurablemente.

    No es una casualidad que se pueda descubrir en el entramado del fenómeno SIDA la estructura de una novela de ciencia-ficción clásica, puesto que una lectura más atenta de muchas de éstas la convierte, como tantas veces se ha repetido, en una parábola de la llamada guerra fría.

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    En esas narraciones, no se estaba hablando realmente de seres de otros planetas, sino de ideas consideradas como foráneas, enemigas del orden social establecido; ideas que por su inmaterialidad podían infiltrarse entre los defensores y carcomer sus entrañas, sin que nadie a simple vista pudiera darse cuenta ...

    La verdad es que si la realidad nos devuelve ahora el eco de ciertas novelas es precisamente porque aquéllas fueron en su momento un eco de cierta realidad. Pero obsérvese que lo que antes fue metáfora (los pormenores de una invasión de extraterrestres como signo de un combate ideológico), ahora se ha convertido en hermenéutica (el combate ideológico organizado, entendido como una novela).

    Era una característica de los héroes y heroínas de esas novelas de los cincuenta su insensibilidad ante los problemas filosóficos que la invasión planteaba. Nunca quisieron indagar qué podía significar la, al parecer, creciente duplicación de sus convecinos, ni si con la duplicación del cuerpo venía la consiguiente duplicación del alma (y de la memoria) y en tal caso, len qué se diferenciaban las copias de los originales? Posiblemente esta apatía intelectual tenía también un trasfondo ideológico y lo que sucedía era que todos sabían muy bien quién era el enemigo y cuáles sus artimañas y por lo tanto no había que andarse por las ramas. Pero hete aquí que hoy sucede lo mismo, y en lugar de planteamientos morales o sociales, se prefiere el rigor de ese dramático gesto de denuncia que Donald Sutherland, en la moderna versión de «The Invasion of the Body Snatchers», ejecuta, precisamente, en pleno Civic Center de San Francisco.

    He aquí, pues, una enfermedad, el SIDA, que está transformando a las personas a nuestro alrededor, que puede haber afectado a cualquiera, desde familiares y amigos, hasta políticos y agentes del orden. Cualquiera puede ser un enemigo, nosotros mismos, en cualquier momento, podemos sucumbir... Una «enfermedad» que avanza por caminos poco claros, alarmantes. Sus víctimas, en el proceso de contaminación, dejan de ser lo que eran -parientes, amigos, vecinosY se convierten en seres de otro mundo, en invasores que vienen a turbar nuestro perfecto equilibrio social. De momento, no se ha encontrado todavía el arma con la que contraatacar ese poder invasor: la única defensa es por lo tanto la denuncia, el desenmascaramiento. Como en las novelas, se trata primero de descubrirlos y aislarlos para luego, en todo caso, pasar a su aniquilación. Y de la misma forma que en esas narraciones los «mutantes» no eran la invasión propiamente dicha, sino sus representantes, la prueba palpable de que aquélla existía, en la actualidad, los afectados por el virus HTL V-III no son tampoco el agente invasor, sino el síntoma de su existencia. En ambos casos, sin embargo, los afectados reciben el tratamiento de traidores. Y de igual forma que en las novelas los extrate-

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    rrestres -esos seres indeterminados, inaprensibles, desconocidos- no eran más que una forma literaria o cinematográfica de disfrazar a los verdaderos enemigos, es decir, los tan temidos comunistas, hoy en día la presencia del virus, no indica tanto el inicio de la enfermedad-invasión como el colofón de la misma: ser portador del SIDA significa haber sido previamente invadido de homosexualidad, de promiscuidad sexual, de liberalismo ...

    Es así como la lucha contra el SIDA se ha convertido de pronto en un ataque frontal contra aquellos valores que ciertos sectores de la sociedad -los más avanzados- consideran como una conquista propia, por la que han tenido que pagar un precio muy alto. Me refiero a la libertad sexual -cuyo germen era aquel romántico «amor libre» del que precisamente H.G. Wells fue uno de los primeros defensores-, a la tolerancia, y a todas las ideas progresistas en general, sean éstas del terreno de la economía o del de la psicología. Al igual que en las novelas, no se ataca al extraterrestre, al invasor propiamente dicho, sino al «mutante», al antipatriota, al traidor, o sea, a aquel miembro de la sociedad que se ha convertido al credo enemigo.

    No es la primera vez que la humanidad se enfrenta a un fenómeno global de similares características. Habrá quien encuentre paralelismos entre el SIDA y las grandes plagas medievales, entre el «Síndrome de inmunodeficiencia adquirido» y la temible Peste. Y sin embargo, las plagas fueron siempre contempladas como algo completamente mundano. De hecho, era el mundo el que enfermaba, y los hombres con él. Dios podía haber orquestado la operación, pero estaba en su derecho. La presencia de los apestados era por supuesto evitada, pero también podía llegarse a una situación de acomodo con la decadencia general, como lo describe Camus, cuyos personajes esperan resignados la muerte por las calles de Argel. La Peste, en resumen, era considerada como algo natural. Y sólo podía ser evitada huyendo de la parte enferma del planeta. Es así que los personajes de Bocaccio escapan de la pudibunda Florencia y se instalan en un cómodo limbo desde el que pretenden inventarse, a través de sucesivas narraciones, un mundo nuevo. Esta reacción se opone diametralmente a la que se produce hoy en día. En el cuatrocientos, la presencia de la enfermedad originaba una actitud escapista que en última instancia daba lugar a una fábula. Hoy, por el contrario, la sociedad se levanta militante contra una presencia que se considera foránea. Nadie está dispuesto a pensar que las cosas pueden cambiar, que pueden llegar a ser diferentes de como son, y por lo tanto, nadie se retira a soñar. Ante la intrusión, la sociedad reacciona con un mito, el de la invasión extraterrestre. Un mito que no es nuevo, inventado para la ocasión, sino que se extrae de la psique colectiva, de aquel desván donde se guardan los mecanismos de de-

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    fensa, y que confiere a la realidad una estructuración narrativa, repleta de mecanismos melodramáticos. En vez de producir un libro, la nueva plaga convierte a la sociedad misma en novela. Y teniendo en cuenta que en la base del fenómeno se encuentra una actitud puritana contra el sexo, quizás la vieja teoría freudiána de la sublimación podría explicarlo. Sólo que, para repetirlo una vez más, Freud trataba de dar cuenta de los productos imaginativos, culturales, apuntándolos a la cuenta de la energía sexual reprimida, mientras que en nuestro caso, en lugar de producir fantasmas, la represión hace a la realidad fantasmagórica. Es posible que la presencia de la televisión haya producido entre nosotros un insólito entramado de realidad y fantasía, una aleación entre el universo de las ficciones y el de nuestra cotidianidad, de forma que sólo podemos ejercer la imaginación, la escritura, sobre las páginas del cuerpo social que nos contiene.

    Engarzados, pues, en este proceso dual, en el que lector y escritor se confunden a través de un movimiento en espiral, habrá quien descubra con estupor que el héroe de la novela, aquél con el que ya se identificaba en su adolescencia, el mismo que con la ayuda del F.B.I. u otros socorrismos de la misma especie vencía al invasor y salvaba así al mundo, ese admirado Héctor se abalanza ahora sobre él, señalándole con el dedo ... Pues en esta novela en la que participamos, como en aquellas de las que la actual ha tomado prestada su estructura, hay buenos y malos. La diferencia es que en estos momentos, no hay lectura inocente ni inofensiva. Nadie se encuentra fuera de la narración, y de la misma forma que es posible reconocer en ésta las huellas de las novelas de la «guerra fría», para muchos de los forzados personajes, la realidad actual no será tanto una copia de aquellas novelas, como la imagen en el espejo de la misma. Todo depende del bando en el que le haya tocado a uno actuar.

    La sociedad parece haber encontrado una forma nueva de enfrentarse al enemigo de siempre. Esta forma es literaria y en ella, el SIDA es el argumento. El cuerpo invadido por un virus, la mente por una idea, la civilización por una voluntad extranjera, extraterrestre. No es tan extraño que la época, y la gente, que ha

    �inventado el llamado «Star War», tilde ._� al oponente ideológico de marciano. �

    (1) Roland Barthes, en su ensayo acerca de los platillosvolantes, publicado en «Mythologies», ya indica que para el mundo occidental, los soviéticos poseen todas las características, y la alienación, de otro planeta.

    (2) Se dice que el virus del AIDS viene de Africa. Hayque indicar que, para los Estados Unidos, Africa puede ser aún más extraterrestre que la misma Unión Soviética.