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ll4 El Islam, el Judaísmo y Bizancio L. $TR AUSS. «M .. imonidcs' St¡¡tcmcnt on Polit ical $cicncc,,". en su libro \Yfhal is P!il i!. Phi/os.,? llnd Olher Essa ys, Nueva York, 1959, 155-69. (y trad. casld!., 1970.) Des plII !s J,' Mai mónidcs ]. ALBO, Se /e, ha·[kkarim. Book 01 Principies, Ed. with a Translation and Notes by r. H uslI" ..¡ vols en 5 tomos, Filadelfia, 1928; rcimpr., 1946. Capítulo 4 BIZANCIO In ¡he eighth cenJu ry 01 the Christian era, there were determined attempts 10 revive rhe Roman Empire in both Eart and In the West, Charlemagne's attempt was a fortuna/e lailure; bul the attempt made by Leo the 5yrian al Constantinople, tw o genera/ionr tarlier, was a fatal success. The crucial comequence 01 Ibis r ucun/uf establishment 01 a m(!- dioevt11 East Roman Empire in the homelands 01 the Byzantine civiliza- tion was that the Eastern Orthodox Church lell back in!o subjection lo tbe Sta/e. (En el siglo VIll de la era cristia na hubo tentativas decididas para hacer revivir el Imperio romano tanto en el Este- como en el Oeste. En el Oeste, la tentativa de Carlomagno fue un fracaso afortunado; pero la tentativa llevada a cabo por León el Sirio en Constantinopla, dos generaciones antes, fue un éxito fatal. La consecuencia crucial de esta instauración, coronada por el éxito, de un Imperio romano medieval en el Este, en el hogar de la civiliza- ción bizantina, fue que la Iglesia ortodoxa oriental volviese a caer bajo la sujeci6n del Estado.) (A. 1- TOYNBEE, Tbe Civiliza/ion on Trial.) 1. Platonismo político cristiano y espejos de pdncipes en Bizancio.-2. Teoooro Metoquitcs.-3. Gemistos Plet6n.-4. D octrinas de las relaciones entre el poder temporal y el espiritual.-5. La idea imperial bizantina. -6. De la «nueva Roma» a la «tercera Roma». l. En Bizancio la literatura @osófico-política pertenece en su mayor parte al género de los espejos de príncipes, floreciente también entre los árabes y en la Cristiandad occidental, y participa de su peculiar.moralismo. El convencionalismo, que en mayor (l m('n0f grado resultaba difícil de evi- 3.15

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ll4 El Islam, el Judaísmo y Bizancio

L. $TR AUSS. «M .. imon idcs' St¡¡tcmcnt on Polit ical $cicncc,,". en su libro \Yfhal is P!ili!. Phi/os.,? llnd Olher Essays, Nueva York, 1959, 155-69. (y trad. casld!., ~1adrjd, 1970.)

DesplII!s J,' Maimónidcs

]. ALBO, Se/e, ha·[kkarim. Book 01 Principies, Ed. with a Translation and Notes by r. HuslI" ..¡ vols en 5 tomos, Filadelfia, 1928; rcimpr., 1946.

Capítulo 4

BIZANCIO

In ¡he eighth cenJury 01 the Christian era, there were determined attempts 10 revive rhe Roman Empire in both Eart and W~st. In the West, Charlemagne's attempt was a fortuna/e lailure; bul the attempt made by Leo the 5yrian al Constantinople, two genera/ionr tarlier, was a fatal success.

The crucial comequence 01 Ibis r ucun/uf establishment 01 a m(!­dioevt11 East Roman Empire in the homelands 01 the Byzantine civiliza­tion was that the Eastern Orthodox Church lell back in!o subjection lo tbe Sta/e.

(En el siglo VIll de la era cristiana hubo tentativas decididas para hacer revivir el Imperio romano tanto en el Este- como en el Oeste. En el Oeste, la tentativa de Carlomagno fue un fracaso afortunado; pero la tentativa llevada a cabo por León el Sirio en Constantinopla, dos generaciones antes, fue un éxito fatal.

La consecuencia crucial de esta instauración, coronada por el éxito, de un Imperio romano medieval en el Este, en el hogar de la civiliza­ción bizantina, fue que la Iglesia ortodoxa oriental volviese a caer bajo la sujeci6n del Estado.)

(A. 1- TOYNBEE, Tbe Civiliza/ion on Trial.)

1. Platonismo político cristiano y espejos de pdncipes en Bizancio.-2. Teoooro Metoquitcs.-3. Gemistos Plet6n.-4. Doctrinas de las relaciones entre el poder temporal y el espiritual.-5. La idea imperial bizantina.-6. De la «nueva Roma» a la «tercera Roma».

l . En Bizancio la literatura @osófico-política pertenece en su mayor parte al género de los espejos de príncipes, floreciente también entre los árabes y en la Cristiandad occidental, y participa de su peculiar.moralismo. El convencionalismo, que en mayor (l m('n0f grado resultaba difícil de evi-

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tar en este tipo de obras, se hizo sentir especialmente en Bizancio debido a la excesiva imitación de los modelos griegos, en primer término de los oradores y retores, entre los que aparece en lugar -destacado Isócrates adoctrinador de Nicoclés. También se resienten dichos tratados de un~ unilateral r~~:ferencia a las altas esferas de la corte y de la capital. Algunos fueron escntos por emperadores, o bajo su nombre; los más, por dignata~ rios ec~esiásticos. En ambos supuestos, la erudición suele interponerse en el caminO de un contacto vivificante con la realidad. Y ello es tanto más sensible, cuanto que Bizancio tuvo sobre el Islam y la Cristiandad occiden­tal l~ ventaja de haber conocido mucho antes, ya en la segunda mitad del SIglo XI, la Política de Aristóteles, comentada por Miguel de Efeso (aprox. 1070-80). Lo que en conjunto prevalece es una y otra vez la sem­blanza del monarca ideal según la concepción del rey-filósofo de Platón o del príncipe helenístico, adornado además por las virtudes cristianas.

Como prototipo de este (neo)platonísmo político cristiano cabe men­cionar la Institutio Regia (Paideia Basilike) de Teofilacto, arzobispo de Bulgaria (siglos XI-XII), que fue discípulo del célebre Miguel Psellos. De­dicada al príncipe heredero Constantino, hijo de Miguel VII (l071-78), pone de manifiesto el conocimiento de los clásicos griegos. Ofrece interés su observación de que el rey, aunque sea a todos superior, ha de ver, sin embargo, a Dios en todos y cada uno de sus súbditos. La humanidad (phi­lantropía) que le caracteriza deriva de que sus actos se ordenan siempre a Dios.

~cupa~ un lugar aparte en esta tradición literaria dos tratados, que se sIngular1zan por un mayor contacto con la vida social bizantina en sus di­v:rsos aspectos, por cuanto descansan fundamentalmente en una experien­CIa personal adquirida al servicio del Imperio, en el ejército. Se trata del Strategicón y del breve Logos nouthetikós, discurso-amonestación más co­nocido modernamente como De ofliciis regis. El autor del primero es un Cecaumeno (Kekaumenos), gran señor y soldado, contemporáneo de Pse­ll.ós. El s~gundo se atribuye generalmente a un Niculitzas, oficial del ejér­CIto del SIglo XI. Recientemente se ha identificado a aquél con Catacalón Cecaumeno (Katakalon Kekaumenos), que fue efectivamente un general famoso, viéndose también en él, nieto por línea materna de un Niculitzas, al autor del De olliáis regis (así, H. G. Beck). . El propio Cecaumeno advierte a su lector que carece de dotes litera­

rlas y de la adecuada formación griega (clásica); que escribe para sus hijos a base de lo que vio o conoció directamente. Así compuso un manual cuyo objeto rebasa el que indica su título, ya que ofrece una imagen del sol­dado ejemplar y del buen ciudadano, y que encierra una sabiduría práctica

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«impregnada de un hondo humanismo y de un amor a la justicia plena­mente cristiano» (B. Tatakis).

Por su parte, De o/liáis regis ha suscitado el parangón con la epístola de Sinesio al emperador Arcadio, a la que en su momento nos referimos. El autor disciplina el absolutismo monárquico con la observación de que si bien el reyes la ley misma (según la fórmula consagrada), ello precisa­mente le vincula a un orden objetivo superior, constituido por las leyes de la piedad. El rey ha de ser un modelo para sus súbditos. Debe tratarlos según el principio de igualdad, el cual modera también, por su parte, el ejercicio del poder supremo. Señalemos finalmente que se le aconseja apa­rezca con frecuencia en público en las distintas provincias, haciéndose así manifiesto al pueblo, y que como Sinesio, el autor se muestra hostil al empleo de gran número de mercenarios en las fuerzas armadas.

Si estos autores son tratadistas específicamente políticos, otros se ocu­paron del derecho y del Estado en el marco de una actividad filosófica más general. Tal había sido ya e! caso de Migue! PselJos (1018-1078 Ó 1096), cuya obra domina toda la filosofía bizantina posterior, y que consagró al­gunos de sus múltiples y variados escritos a temas jurídicos. Y lo mismo habría que decir, con anterioridad, del no menos famoso Focio (aprox. 820-891), tan erudito hombre de letras como enérgico hombre de acción. Ma­yor importancia para nuestra disciplina ofrecen tres pensadores posterio­res, representativos en alto grado del clima intelectual y literario de Bi­zancio en los siglos postreros de su vida. Mientras el primero se mueve en la trayectoria de los espejos de príncipes, los dos últimos la rebasan tanto en su temática como en su espíritu.

Nicéforo Blemides (Blemmydes, 1197-1272) es la figura más relevante de su época en el orden intelectual. Ingresó en la vida monástica en 1235, rechazando más tarde una sede episcopal y el trono patriarcal. De un vas­to saber, compuso excelentes obras didácticas que tuvieron gran difusión y entre las que podemos destacar aquí La estatua real y el tratado De la virtud y la ascesis. Su ideal de gobierno es el del rey inspirado en la filo­sofía, dueño de sí, amante de la verdad y atento al bien de los demás como al suyo propio.

2. Nicéforo Blemides está plenamente enraizado en el mundo de los valores cristianos tal como los concibió y vivió la cristiandad oriental. En cambio, Teodoro Metoquites y Pletón son ya exponentes de aquella acti­tud de mayor entrega a la espiritualidad antigua que hará del pensamiento bizantino un ingrediente fundamental en la eclosión del Renacimiento ita­liano.

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Teodoro Metoquites (Metochites, 1260-1332), admirador y émulo de SinesIo polígrafo y escritor además de filósofo, manifiesta un sentimiento de pesadumbre intelectual y política: intdectual, porque los antiguos lo dijeron ya todo a la perfección; política, porque se cierne sobre la patria bizantina un peligro ruya gravedad no se le oculta. Son su obra principal los Comentarios y ;uicios morales, más conocidos bajo el título de Misce· láneas, en los que aborda también temas históricos y políticos. Porque la sabiduría, según Teodoro Metoquites, es inseparable de un conocimiento de la historia que le dé un indispensable punto de apoyo. El nuevo rumbo espiritual a que hemos aludido se manifiesta especialmente en el énfasis con que antepone la vida activa en la comunidad a la vida contemplativa y soli­taria. Un detenido análisis de las formas de gobierno le induce a preferir la monarquía , concebida por él como patriarcal y legal . Sólo ella garantiza la proporción de derechos y deberes inherentes a las diversidades sociales, mientras la democracia las sacrifica en aras de una igualdad absoluta. En términos de raigambre pitagórica, compara d orden social con una compo­sición musical, que extrae cabalmente la armonía de la diferencia de so­nidos. Cabe señalar en su crítica de la democracia la referencia no sólo a los acostumbrados ejemplos de la Antigüedad, sino también a las repúblicas italianas de la época, y especialmente a Génova, aunque sin discriminar adecuadamente la indole democrática o aristocrática de su es tructura. Se­ñalemos por último sus consideraciones psicológico-sociales e históricas acerca del carácter y el destino de los griegos: apegados al mar e influidos por él, la contribución mayor de los griegos fue su natural ingenioso y su buen juicio unido a nobleza de espíritu; pero no lograron rehasar los lími­tes de una fortuna modesta en la historia , por haber vivido confinados en unidades pequeñas y, por consiguiente, sin la fuerza de un gobierno único. Este juicio cid escritor bizantino no hubiese sido sin duda desautorizado por I sócrates, cuando ya siglos atrás postulara una cooperación política panhelénica.

3. Las preocupaciones políticas del autor de las Misceláneas se acen­túan en Jorge Gemistos Pletón (s. XIV-XV) , dando lugar a todo un pro­grama de reformas que la caída de Constantinopla hace aparecer retrospec­tivamente de una lúcida actualidad, cualquiera que fuese la viabilidad de las distintas medidas. Se produce en PI~tón como un brusco y fulgurante destello de conciencia nacional helénica que se extiende también al ám­bito espiritual, por cierto, con la preferencia que abiertamente da al pensa­miento antiguo (griego-oriental) sobre el cristianismo. Apoyándose en Pla­tón (al que en su obra De la dilerencia entre Platón y Aristóteles colocó por encima de su discípulo, más incorporado a la filosofía cristiana, con

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la escolástica), se revela Pletón un precursor del socialismo moderno en algunos puntos, como cuando propugna que el campo pase a ser propie­dad común o que se controle estrechamente el comercio exterior. Denun­cia como bárbara y contraria al sentir griego la pena de mutilación, que tendía a sustituir la de muerte , proponiendo en su lugar trabajos forzados al servicio de la colectividad (en obras públicas, fortificaciones, etc.). Hace especial hincapié en el valor del trabajo y en la necesidad de una justa distribución de las cargas tributarias. Pero más que la igualdad de los ciudadanos le importa su competencia, la cual ha de determinar su respec­tivo p<lpel social. Su ideal de gobierno es una monarquía fuerte que sirva de b<lrrera :l la vez contra el despotismo de los poderosos y el de la plebe. Unicamente de los bombres de mediana fortuna cabe esperar una genuina preocupación por el bien común y, si tienen la adecuada formación inte­lectual, consejos pertinentes. Si esta conclusi6n entronca en último término con Aristóteles , es de inspiración platónica, en cambio, su noción de la bondad de las leyes, cifrada en que mantengan a las distintas clases sociales en el ámbito de sus funciones propias. Ahora bien, la nueva perspectiva económico-social de Pletón J~ lleva a unir en una sola clase dirigente a magistrados y guardianes, constituyendo las otras dos, respectivamente, los que están dedicados a actividades agrícolas y los consagrados a ocupacio­nes artesanales o mercantiles (así como los que alquilan sus servicios). En todo caso, la apología de la clase media económica es en Pletón algo más que un tema de escuela , por cuanto insiste en que la felicidad depende de la forma de gobierno. Y en dicha insistencia se manifiesta una vez más su entronque espiritual con el helenismo clásico.

He aquí lo más llamativo de las concepciones políticas y sociales que expuso Pletón en una carta al emperador y dos memoriales. Lo que para un autorizado intérprete de su pensamiento (B. Tatakis) constituye su valor, no son tanto «los puntos de vista platonizantes o platónicos, sino más bien el nuevo espíritu que de ellas se desprende, condicionado por las nuevas realidades del problema a resolver y por el pensamiento firme y atrevido de nuestro filósofo», el cual no vacilaba en criticar lo que le parecía mal.

Ni es lo menos significativo de Pletón su propia vida, de la que se ignora cuándo se inició y cuándo tuvo su término. Era natural de Constan­tinopla , pero residió largo tiempo, y deliberadamente, en el Peloponeso, que había sido baluarte del helenismo en la Antigüedad. Su paso por Florencia contribuyó al renacimiento platónico que dio lugar a la creación de la Academia por Marsilio Ficino, según el deseo de Cosme de Médi­ci (1459). Y en Ferrara, donde un concilio trataba de conseguir el resta-

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blecimiento de la unidad edcsiástica, se mostró adversario decidido de b misma, 10 que no debe extrañar, dado el predominio que en él tuvo LO griego sobre lo cristiano. Su obra principal, el tratado De las leyes, que dejó inédito, ha subsistido sólo fragmentariamente. A pesar del títul.o, se ocupaba preferentemente de teología, y si.::ndo su propósito la vuelta a idearios paganos, fue quemado por orden del patriarca Genadio.

4. Ya indicamos en su momento que con Eusebio de Cesárea y San Ambrosio, pero más todavía con San Agustín, se habían alejado una de otra las L raYl'croriu:) de la evolución político-eclesiástica en la Cristiandad oriental y en la occidental. La idea eusebiana del emperador como vicario de Dios en la tierra y monarca carismático directamente inspirado por la gracia divina (cuya consecuencia era un papel de primer plano en la Iglesia que recordaba el del emperador pagano como pontifex maximus) , hubo de gravitar tanto sobre la doctrina como sobre b. realidad del proceso político, ecJesiástico ulterior de Bizancio, impidiendo que el patriarcado lograse la posición de plena independencia que el pontificado consiguiera en Occi, dente. Sería err6neo, sin embargo, creer que la si tuación priv ilegiada del emperador en la [glesia oriental fue aceptada como tal sin reservas desde un principio. Tampoco cabe desconocer la parte que en la evolución des~

crita corresponde a las circunstancias históricas , sobre" rodo al hecho de la Jesaparición efectiva del poder imperial en Occidente y el vacío que dejó.

Si ya Justiniano delimitó más pulcramente el ámbiro de actuación del poder t.emporal y del espiritual de lo que Jo hiciera Constantino, hubo también posiciones doctrinales par<llelas a la forrntllada en Occidente por el papa Gelasio 1, y que, por consiguiente, es tablecieron una distinción clara de funciones, dentro de una colaboración armónica entre el poder imperi'l1 y el eclesiástico: todo lo que atañe a la salvación es campo propio del sacerdocio, el cual en tales materias prevalece sobre el poder tempora1. Este fue el punto de vista de los monjes Juan de Damasco y T eodoro de Estudión . Juan Damasceno (aprox. 700,749), poeta además de filósofo, y que desempeñó un importante papel en la primera fase de la contienda en torno a las imágenes, constituye como el puente que en la teología y la fiíosofía une la patrística griega y la Edad Media bizantina. Su Fuente del conocimiento gozó de especial autoridad en Occidente a partir del si­glo XII. En sus tres discursos conrra los iconoclastas, subrayó que no com­pete al rey dictar leyes para la Iglesia. El rey tiene a su cargo el bien temporal de los súbdi tos, mientras que el gobierno eclesiástico correspon­de a los pastores y doctores. Desarrolló con no menos entereza la misma doctrina Tcodoco de Estudión (Studion), abad de un famoso monasterio de Constantinopla de 798 a 826 , que bien pudiera ser llamado «el San

4. Bizancio HI

Bernardo de la Iglesia ortodoxa oriental» (E. Barkcr). Firme defensor de la santidad del matrimonio y de la libertad de la Iglesia, propugnó una amisrosa cooperación con la Iglesia romana. Sus concepciones están ex­puestas en los tres libros de sus Refutaciones y un abundante epistolario, escritos en la segunda fase de la lucha de las imágenes. Destaca que el poder espiritual fue conferido por los apóstOles a sus sucesores, los titu­lares de las cinco primeras sedes (Roma, Constantinopla, Alejandría, An­tioquía y Jerusalén)' entre las que ocupa Roma el primer lugar.

Con el tiempo, las pretensiones imperiales en lo concerniente a la vida eclesiástica fueron acentuándose . Exponente de esta evolución son las colecciones de cánones y de leyes imperiales (nomocanones) y la litera­tura que suscitaron, en la que descuellan los comentarios y tratados de Teodoro Bálsamo (Balsamon), patriarca de Antioquía 2 fines del siglo XII.

Por ellos puede medirse el retroceso doctrinal en el sentido de una vuelta a las concepciones de Constantino y Eusebio. Porque el oficio del emperador (basileus y autokrator) tiene ahora por objeto, según Teodoro Bálsa, mo, la salud del alma y la salud del cuerpo, y el del patriarca queda limitado a la del alma; lo cual equivalía a que la esfera eclesiástica cnyera en definitiva bajo la tutela del poder impetíal. Sólo atenuó esta tutela en Bizancio la noción tradicionnJ de una armonía entre ambas potestades y la limitación que suponían los decretos de los concilios ~cuménicos, co­múnmente reconocidos.

Es paradójico el hecho de que el patriarca de Coo5tantinopia viera au­mentado S11 poder, y con él su preeminencia sobre los demás en Oriente , como consecuencia de la toma de Constantinopla por los turcos, pues fue reconocido por la Sublime Puerta como representante, también en lo tem­poral, de todos los fieles «ortodoxos» del Imperio. Ello favortció un pro­ceso de helenización de la ortodoxi,l en los Balcanes, que como reacción produciría, en el seno de los movimientos de liberación nacional del si­glo XIX en aquella región, movimientos de autonomía religiosa y la ten­dencia a erigir Iglesias n;lcionoiles, ilutocéfalas.

5. Mayor importancia histórico~espiritu al que la literatura política tuvo en Bizancio la idea de la cont inuidad imperial con respecto a la Roma antigua. En la mitad oriental del Imperio romano no se había producido prácticamente una ruptura de 10 que podríamos llamar el orden constitucional, como ocurriera en la mitad occiden tal. La depnsición de RcSmulo «Augtísru lo¡" último emperador romano en Occidente , por Odaa, ero (476), hizo de Bizancio, en el sentir de los contemporáneos, la única sucesora legítima de Roma, y desde su perspectiva la restauración caro,

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lingia de la dignidad imperial en Occidente no podía alterar esta calidad l.

Así fue afirmándose la idea de Bizancio como la «nueva Roma) (néa Róme) q ue asumió la herenda de la Roma antigua y Crü,ti3na en cuanto instru­mento providencial de unificación del mundo al servicio de la difusión universal del cristianismo. Si la idea imperial había pasado del orbe cultural helenístico al romano , volvía ahora a helenizarse, por Cllanto la ~< nueva

Roma» era fundamentalmente gríega por su lengua y :su cultura. Convie­ne a este respecto señalar que tal denominación fue sancionada oficialmente en el concilio ecuménico de Constantinopla (381), al que por 10 demás asistieron únicamente obispos orientales.

Con el transcurso del tiempo, la idea de Bizancio como nueva Roma quedó incorporada a una teología de la historia cuyos ecos se percibirian también en Occidente. Se generalizó la teoría de que la caída de Roma había sido consecuencia de la ira divina contra la capital de un Imperio pagano y perseguidor. por lo que el traslado de la capitalidad a Constan­tinopla implicaba a la vez una renovatio y una translatio imperii.

El concepto central de la visión bizantina del mundo político es, en consecuencia, el de «Imperio», designado con la palabra basiieia, que en un principio se había aplicado a la realeza en general y luego a la del «Gran rey» de Persia y a las monarquías helenís ticas. «El concepto de basileia significa para el bizantino el imperio universal cristiano, la ecume­ne, el señorío supremo del emperador bizantino, fundado en la recta fe cristiana, sobre todos los pueblos de cultura cristiana, y que tan sólo por razón de las circunstancias no puede ejercerse de hecho, de momento, en todas partes» (B. Sinogowitz). Estas palabras caracterizan certeramente la universalidad de ;ure de la basileia bizantina, que se vio fortalecida , por otra parte, por el predominio del poder temporal que en ella se impuso, con la consiguiente falta de aquella tensión entre el poder temporal y el espiritual, propia de la cris tiandad occidental.

Dado el ingrediente religioso de la ideología imperial, particularmente actuante en Bizancio por la posición central que incluso en la esfera ecle­siástica ocupara el emperador autócrata , no ha de extrañar el hecho de que también en ésta se diera una teoría de la transiatio. A la noción tradicional de una equiparación entre las sedes de Roma y de Constantinopla, sucedió la del primado de Constantinopla, proclamado en el siglo IX por Focio, el cual, dos veces patriarca y dos veces depuesto (858-67 y 877-86), pre­paró la consumación del cisma (1054). Jusrificó Fado este primado teoló­gicamente, aduciendo que Roma lo habia perdido como consecuencia de

I Hicieron falta unos diez años de negociaciones para que se reconociera a Carlomagno el título de «emperador» (no «emperador de los romanos,. ).

4. Bizao.cio

10 que él calificaba de errores dogmáticos. Pero adujo también un argu­mento histórico llamado a un ulterior desarrollo, paralelo al que sirvió de base en Occidente para legitimar el primado de Roma: si la Iglesia de Roma fue fundada por San Pedro, la de Constantinopla 10 había sido por San Andrés, el cual era mayor.

6. Como la idea imperial de Roma en Occidente; la idea imperial de Bizancio no se extinguió con la desaparición de su cuerpo histórico, a ralZ de la toma de Constantinopla por los turcos. El Gran Duque de Moscovia, Iván III (1 462-1505), había contraído segundas nupcias con la princesa Sofía (sobrina del último Emperador bizantino) en 1472, y adoptado ocasionalmente el título de «zar de toda Rusia». Con la so­lemne coronación de Iván IV el Terrible (1533-1584) como «zar y autó· crata» (según el correspondiente título imperial b izantino de Basileus kai autokrator) en 1547, y luego, la elevación del Metropolitano de Moscú, Job, a la dignidad de «Patriarca de Moscú y de toda Rusia» por el Patriarca de Constantinopla Jeremías Ir, en 1589, fue surgiendo en Rusia, de los siglos xv a XVII, una nueva gran potencia cristiano-oriental, «(ortodoxa», que pudo reivindicar la sucesión espiritual de Bizancio. Si Bizancio había sido la <mueva Roma», la «santa Rusia» sería la «tercera Roma), anunciada ya por el monje Filoteo (Teófilo) de Pskov (t 1547) en una epístola al Gran Duque Basilio III, antecesor de Iván IV. Y es interesante comprobar que así como la teología política bizantina había achacado la caída de la Roma antigua a su paganismo, el profeta de la ter­cera Roma ve en la caída de Constantinopla un castigo divino por haber buscado la unión con la herejía latina .

En todo caso ha podido afirmarse que «la conquista de Constantino­pla tuvo para la autoconciencia eclesiástica e histórica del Imperio mos­covita consecuencias análogas a las que la conquista de Roma por los germanos había tenido en su día para la autoconciencia histórica de Bi­zancio» (E. Benz, Geist und Leben der Ostkirche, Hamburgo, 1957). Estamos ante una nueva translatio imperii de los griegos a los rusos, que no hace sino continuar la que siglos antes traspasara ya, desde la perspec­tiva doctrinal bizantina, la legitimidad imperial de Roma a Bizancio , bajo Constantino, y constituye la réplica de la translatio imperii de los griegos a los alemanes de que hablarán, según veremos, los apologistas medieva­les del Imperio romano occidental.