LIBRO Beah Ishmael - Un Largo Camino

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    Datos de la edicin: ............................................................................3 Contraportada:....................................................................................4 1. .........................................................................................................8 2. .......................................................................................................23 3. .......................................................................................................26 4. .......................................................................................................32 5. .......................................................................................................36 6. .......................................................................................................44 7. .......................................................................................................52 8. .......................................................................................................58 9. .......................................................................................................68 10. .....................................................................................................81 11. ...................................................................................................104 12. ...................................................................................................117 13. ...................................................................................................133 14. ...................................................................................................141 15. ...................................................................................................147 16. ...................................................................................................161 17. ...................................................................................................178 18. ...................................................................................................196 19. ...................................................................................................210 20. ...................................................................................................226 21. ...................................................................................................236 CRONOLOGA ...............................................................................257 AGRADECIMIENTOS.....................................................................266

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    Datos de la edicin: Traduccin de Esther Roig Ttulo original: A Long Way Gone: Memoires of a Boy Soldier 2007 by Ishmael Beah Publicado por acuerdo con Sarah Crichton Books, un sello de Farrar, Strauss and Giroux, LLC, New York de la traduccin, 2007, Esther Roig de esta edicin: 2008, RBA Libros, S.A. Prez Galds, 36 - 08012 Barcelona [email protected] / www.rbalibros.com

    Primera edicin: enero 2008

    Para esta edicin electrnica se ha respetado el nmero de pgina original

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    Contraportada: As es como se libran ahora las guerras: con nios

    traumatizados, drogados y empuando AK-47. Los nios se han convertido en los mejores soldados. En los ms de cincuenta conflictos violentos que existen actualmente en el mundo, se cree que hay ms de 300.000 nios soldado. Ishmael Beah fue uno de ellos. Cmo se ve la guerra a travs de los ojos de un nio soldado? Cmo se convierte uno en asesino? Cmo deja de serlo? Los nios soldado han sido descritos por periodistas, y los novelistas se han esforzado por imaginar su vida. Este relato, contado en primera persona, es el de alguien que ha estado en el infierno y ha sobrevivido. En Un largo camino: memorias de un nio soldado, Ishmael Beah cuenta una historia espeluznante. A los doce aos, huye del ataque de los rebeldes y vaga por un pas que la violencia ha vuelto irreconocible. A los trece aos, entra en el ejrcito y descubre que l, un buen chico, es capaz de cometer actos terribles. Es un relato nico y sorprendente, contado con autntica fuerza literaria y franqueza.

    Tremendamente conmovedora, edificante... la historia de Beah -con su perspicaz crnica y particularidad literaria- exige ser leda. People

    Narrada en un lenguaje claro y accesible por un joven escritor con un maravilloso estilo literario, esta historia parece estar destinada a convertirse en una crnica directa de la guerra. Publishers Weekly

    www.rbalibros.com

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    Ishmael Beah naci en Sierra Leona en 1980. Se traslad a Estados Unidos en 1998 y acab sus dos ltimos aos de instituto en la Escuela Internacional de Naciones Unidas, Nueva York. En 2004 se licenci en el Oberlin College en Ciencias Polticas. Es miembro de la Comisin Asesora de la Divisin de Supervisin de Derechos Humanos de la Infancia y ha hablado ante Naciones Unidas, el Consejo de Relaciones Exteriores y el Centro de Oportunidades y Peligros Emergentes (CETO) del Laboratorio de Guerra del Cuerpo de Marines. Su trabajo ha aparecido en Vespertine Press y LIT Magazine. Vive en Nueva York.

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    En recuerdo de Nya Nje, Nya Keke, Nya Ndig-ge sia y Kayna. Su nimo y su presencia dentro de m me dan fuerzas para continuar,

    A todos los nios de Sierra Leona a quienes robaron la infancia,

    En recuerdo de Walter (Wally) Scbeuer por su generosidad y compasin y por mostrar el honor de todo un caballero.

    NUEVA YORK, 1998

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    Mis amigos del instituto han empezado a sospechar que no les he contado toda la historia de mi vida.

    - Por qu te marchaste de Sierra Leona? - Porque est en guerra. - Viste algn combate? - Todo el mundo los vio. - Quieres decir que viste a gente armada corriendo y

    pegndose tiros unos a otros? - S, todo el rato. - Qu pasada. Sonro un poquito. - Algn da tienes que contrnoslo. - S, algn da.

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    1. Se contaban tales historias de la guerra que pareca que

    tuviera lugar en un pas lejano y diferente. Hasta que los refugiados empezaron a atravesar el pueblo no nos dimos cuenta de que realmente se libraba en nuestro pas. Familias que haban caminado centenares de kilmetros nos contaban cmo haban matado a sus parientes y quemado sus casas. La gente del pueblo se compadeca de ellos y les ofreca un lugar donde quedarse, pero la mayora lo rechazaba porque decan que tarde o temprano la guerra llegara all. Los nios se negaban a mirarnos y se sobresaltaban por el mero ruido que se hace al cortar lea o por una piedra que se tira con la honda cazando pjaros contra un techo de hojalata. Los adultos acababan quedando ensimismados al hablar con los ancianos del pueblo. Aparte de la fatiga y la malnutricin, era evidente que haban visto cosas que les infestaban la mente; cosas que cualquiera se negara a aceptar si se las contaran. A veces pensaba que algunas de las historias que contaban los transentes eran exageradas. Las nicas guerras que conoca eran las que haba ledo en los libros o haba visto en pelculas como Rambo: Primera Sangre, y la de la vecina Liberia, de la que haba odo hablar en las noticias de la BBC. A los diez aos no tena capacidad para comprender qu haba arrebatado la felicidad a los refugiados.

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    La primera vez que tuve contacto con la guerra fue a los doce aos. Era enero de 1993. Sal de casa con Jnior, mi hermano, y nuestro amigo Talloi, ambos un ao mayores que yo, en direccin a la ciudad de Mattru Jong, donde participaramos en un festival cazatalentos. Mohamed, mi mejor amigo, no pudo venir porque ese da l y su padre iban a reformar la cocina de su choza de techo de paja. Los cuatro habamos montado un grupo de rap y dance cuando tenamos ocho aos. Conocimos la msica rap durante una de nuestras visitas a Mobimbi, el barrio donde vivan los extranjeros que trabajaban en la misma empresa estadounidense que mi padre. A menudo bamos a Mobimbi a baarnos en una piscina y a ver la tele en el enorme televisor en color y a los blancos que se reunan en la zona recreativa para visitantes. Una noche, pusieron en la tele un vdeo musical que consista en una pandilla de chicos negros hablando a toda velocidad. Los cuatro nos quedamos hipnotizados con la cancin, intentando comprender lo que decan.

    Al acabar el vdeo, salieron unas letras al pie de la pantalla. Decan: Sugarhill Gang, Rappers Delight. Jnior se apresur a apuntarlo en un papel. Despus volvamos all cada dos fines de semana para estudiar aquella msica de la televisin. Entonces no sabamos cmo se llamaba, pero me impresion que los chicos negros supieran hablar ingls tan rpido y con ritmo. Ms adelante, cuando Jnior empez la escuela secundaria, se hizo amigo de unos nios que le ensearon ms sobre msica y bailes extranjeros. Durante las vacaciones, me trajo cintas y nos ense, a mis amigos y a m, a bailar con una msica que supimos que se llamaba hip-hop. Me encant el baile, y sobre todo disfrut aprendiendo las letras, porque eran poticas y mejoraban mi vocabulario. Una tarde, el Padre vino a casa mientras Jnior, Mohamed, Talloi y yo estbamos aprendiendo la letra de I Know You Got Soul de Eric B & Rakim. Se qued de pie junto a la

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    puerta de nuestra casa de ladrillos y techo de uralita, se ech a rer y pregunt:

    - Entendis algo de lo que decs? Se march sin darle a Jnior oportunidad de contestar. Se

    sent en una hamaca a la sombra de un mango, una guayaba y un naranjo y puso las noticias de la BBC de la radio.

    - Esto s que es ingls del que deberas escuchar - grit desde el patio.

    Mientras el Padre escuchaba las noticias, Jnior nos ense a mover los pies siguiendo el ritmo. Movamos alternativamente primero el pie derecho y despus el izquierdo, adelante y atrs, y simultneamente hacamos lo mismo con los brazos, sacudiendo el tronco y la cabeza.

    - Este movimiento se llama el hombre que corre - dijo Jnior. Despus, ensayamos imitando las canciones rap que

    habamos memorizado. Al marcharnos a cumplir nuestras tareas nocturnas de ir a buscar agua y limpiar las lmparas, nos decamos: Paz, hijo o Me abro, frases que habamos extrado de las letras rap. Fuera, se iniciaba la msica vespertina de pjaros y grillos.

    La maana que salimos a Mattru Jong, nos llenamos la mochila con las libretas de las letras que estbamos componiendo y los bolsillos con las cintas de lbumes de rap. En aquellos das llevbamos vaqueros holgados, y debajo nos ponamos pantalones cortos de ftbol y pantalones de chndal para bailar. Bajo nuestras camisas de manga larga llevbamos camisetas sin mangas, camisetas de manga corta y jersis de ftbol. Llevbamos tres pares de calcetines bajados hasta el tobillo y doblados para que las deportivas parecieran hinchadas. Cuando el da se pona demasiado caluroso, nos quitbamos parte de la ropa y la llevbamos al hombro. Era ropa de moda y no tenamos ni idea de que aquella forma inslita de vestir

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    acabara beneficindonos. Como tenamos pensado volver al da siguiente, no nos despedimos ni le dijimos a nadie adonde bamos. No sabamos que nos estbamos marchando para no volver.

    Para ahorrar, decidimos hacer caminando los 26 kilmetros hasta Mattru Jong. Haca un da precioso de verano, el sol no calentaba excesivamente, y la caminata no se nos hizo muy larga porque bamos charlando sobre toda clase de cosas y gastndonos bromas unos a otros. Llevbamos hondas que usbamos para cazar pjaros y fastidiar a los monos que intentaban cruzar la pista principal. Nos detuvimos varias veces en el ro a baarnos. En una ocasin, haba un puente. Omos un vehculo de pasajeros en la distancia y decidimos salir del agua e intentar que nos llevara gratis. Yo sal antes que Jnior y Talloi, y cruc el puente corriendo con su ropa. Creyeron que podan pillarme antes de que el vehculo llegara, pero al darse cuenta de que era imposible, echaron a correr otra vez hacia el ro, y justo cuando estaban en medio del puente, el vehculo los alcanz. Las chicas del autobs se rieron y el conductor toc la bocina. Fue divertido, y el resto del viaje intentaron vengarse por lo que les haba hecho, pero no se salieron con la suya.

    Llegamos a Kabati, el pueblo de mi abuela, hacia las dos de la tarde. Mamie Kpana era el nombre con el que se conoca a mi abuela. Era alta y su cara, muy alargada, complementaba sus hermosos pmulos y sus ojos grandes y marrones. Siempre se colocaba con las manos en las caderas o en la cabeza. Al mirarla, me daba cuenta de dnde haba sacado mi madre su preciosa piel oscura, sus dientes blanqusimos y los pliegues traslcidos del cuello. Mi abuelo o katnor, maestro, como le llamaban todos, era especialista en rabe y curandero del pueblo y los alrededores.

    En Kabat, comimos, descansamos un poco y nos dispusimos a recorrer los ltimos diez kilmetros. La abuela quera

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    que nos quedramos a pasar la noche, pero le dijimos que volveramos al da siguiente.

    - Cmo os trata ltimamente vuestro padre? - pregunt con una voz dulce cargada de preocupacin- . Por qu vais a Mattru Jong, si no es para ir a la escuela? Y por qu estis tan flacos? - sigui preguntando.

    Pero nosotros esquivamos sus preguntas. Nos sigui hasta las afueras del pueblo y nos vio descender la cuesta, pasndose el bastn a la mano izquierda y despidindonos con la derecha, una seal de buen augurio.

    Llegamos a Mattru Jong un par de horas despus y nos encontramos con viejos amigos, Gibrilla, Kaloko y Khalilou. Esa noche fuimos a Bo Road, donde haba puestos de comida hasta bien entrada la noche. Nos compramos cacahuetes hervidos y comimos mientras conversbamos sobre lo que haramos al da siguiente y planeamos ir a ver el espacio del programa cazatalentos y ensayar. Nos quedamos en la habitacin del porche de la casa de Khalilou. Era una habitacin pequea con una cama diminuta, y los cuatro (Gibrilla y Kaloko volvieron a sus casas) dormimos en la misma cama, atravesados y con las piernas colgando. Yo pude doblar las piernas un poco ms porque era ms bajito y pequeo que los otros.

    Al da siguiente, Jnior, Talloi y yo nos quedamos en casa de Khalilou y esperamos a que nuestros amigos volvieran de la escuela sobre las dos de la tarde. Pero volvieron temprano. Me estaba limpiando las deportivas y contando una competicin de abdominales que estaban haciendo Jnior y Talloi. Gibrilla y Kaloko entraron en el porche y se unieron a la competicin. Talloi, respirando hondo y hablando lentamente, pregunt por qu haban vuelto. Gibrilla explic que los profesores les haban dicho que los rebeldes haban atacado Mogbwemo, nuestra casa. Se haba cerrado la escuela

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    hasta prximo aviso. Dejamos de hacer lo que estbamos haciendo.

    Segn los maestros, los rebeldes haban atacado las zonas mineras por la tarde. Las repentinas rfagas de tiros haban impelido a la gente a correr para salvar la vida en todas direcciones. Los padres haban salido huyendo de sus lugares de trabajo y slo haban encontrado casas vacas, sin ninguna pista de dnde haban ido sus familias. Las madres lloraban mientras corran a la escuela, al ro, a los grifos a recoger a sus hijos. Los nios corrieron a casa a buscar a sus padres que vagaban por las calles buscndolos a ellos. Y cuando el fuego se intensific, la gente dej de buscar a sus seres queridos y sali corriendo del pueblo.

    - Esta ciudad ser la prxima, segn los maestros. Gibrilla se incorpor del suelo de cemento. Jnior, Talloi y yo

    cogimos las mochilas y fuimos al muelle con nuestros amigos. Estaba llegando gente de toda la zona minera. A algunos los conocamos, pero no pudieron decirnos nada del paradero de nuestras familias. Dijeron que el ataque haba sido tan repentino, tan catico, que todo el mundo haba corrido en diferentes direcciones en una confusin total.

    Durante ms de tres horas, nos quedamos en el muelle, esperando angustiados por si veamos a alguien de la familia o podamos hablar con alguien que los hubiera visto. Pero no se saba nada, y al cabo de un rato ya no conocamos a nadie de los que cruzaban el ro.

    El da pareca curiosamente normal. El sol navegaba pacficamente entre las nubes blancas, los pjaros cantaban en las copas de los rboles, las hojas se agitaban con la brisa suave. Todava no poda creer que la guerra hubiera llegado realmente a nuestra casa. Pensaba que era imposible. Al salir de casa el da anterior, no haba ningn indicio de que los rebeldes estuvieran cerca.

    - Qu vais a hacer? - pregunt Gibrilla.

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    Estuvimos callados un buen rato, y despus Talloi rompi el silencio:

    - Debemos volver a buscar a nuestras familias antes de que sea demasiado tarde.

    Jnior y yo asentimos con la cabeza. Slo tres das antes, haba visto a mi padre caminando

    lentamente de vuelta del trabajo. Llevaba el casco bajo el brazo y la cara alargada le sudaba con el clido sol de la tarde. Yo estaba sentado en el porche. Haca tiempo que no lo vea, porque otra madrastra haba destrozado de nuevo nuestra relacin. Pero esa maana mi padre me sonri al subir los escalones. Me mir a la cara, y sus labios estaban a punto de decir algo cuando sali mi madrastra. Entonces volvi la cabeza y mir a mi madrastra, que hizo como que no me vea. Entraron silenciosamente en el saln. Me tragu las lgrimas, dej el porche y fui a reunirme con Jnior en el cruce donde esperbamos el camin. bamos a ver a nuestra madre al pueblo de al lado, a unos cinco kilmetros. Cuando nuestro padre nos pagaba la escuela, la veamos los fines de semana durante las vacaciones, cuando estbamos en casa. Desde que se negaba a pagarla, la visitbamos cada dos o tres das. Esa tarde nos encontramos con ella en el mercado y la acompaamos a comprar ingredientes para hacernos algo de comer. Al principio su expresin era sombra, pero en cuanto nos abraz, se ilumin. Nos dijo que Ibrahim, nuestro hermanito, estaba en la escuela y que lo recogeramos despus del mercado. Nos cogi de la mano para caminar, y de vez en cuando se volva, comprobando que seguamos con ella.

    Mientras nos dirigamos a la escuela de nuestro hermanito, nuestra madre se volvi y dijo:

    - Siento no tener dinero para volver a mandaros a la escuela. Pero estoy en ello. - Se call y despus pregunt- : Cmo est vuestro padre?

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    - Parece estar bien. Le he visto esta tarde - contest. Jnior no dijo nada.

    Nuestra madre lo mir directamente a los ojos y dijo: - Vuestro padre es un buen hombre y os quiere mucho. Pero

    parece atraer a las peores madrastras que pudierais tener, chicos. Cuando llegamos a la escuela, nuestro hermanito estaba en

    el patio jugando al ftbol con sus amigos. Tena ocho aos y era alto para su edad. En cuanto nos vio, se acerc corriendo y se lanz sobre nosotros. Se midi conmigo para ver si ya era ms alto que yo. Mam se ri. La cara redonda de mi hermanito se ilumin y empez a sudar por los pliegues del cuello, igual que mi madre.

    Los cuatro fuimos caminando a casa de nuestra madre. Cog a mi hermanito de la mano y me cont cosas de la escuela y me desafi a jugar al ftbol aquella misma noche. Mi madre viva sola y se dedicaba a cuidar de Ibrahim. Deca que el nio preguntaba a veces por su padre. Cuando Jnior y yo estbamos en la escuela, iban los dos a vernos de vez en cuando, y siempre lloraba cuando mi padre abrazaba a Ibrahim, al ver lo contentos que estaban de verse. Mi madre pareca perdida en sus pensamientos, sonrea reviviendo esos momentos.

    Dos das despus de aquella visita, estbamos lejos de casa. Esperando en el muelle de Mattru Jong, me imaginaba a mi padre con el casco en la mano y corriendo camino de casa, y a mi madre, llorando y corriendo a la escuela en busca de mi hermanito. La tristeza empezaba a abrumarme.

    Jnior, Talloi y yo subimos a una canoa y nos despedimos tristemente de nuestros amigos al alejarnos de la costa de Mattru Jong. Al atracar al otro lado del ro, iba llegando ms gente apresurada. Echamos a andar, y una mujer que llevaba chancletas en la cabeza nos dijo sin volverse:

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    - Demasiada sangre se ha vertido donde vais vosotros. Incluso los buenos espritus han abandonado el lugar.

    Se alej. En los matorrales, a lo largo del ro, las mujeres gritaban con voz tensa: Nguwor gbor mu ma oo, Dios nos ayude, y los nombres de sus hijos: Yusufu, Jabu, Foday... Vimos a nios caminando solos, sin camisa, en calzoncillos, siguiendo a la multitud. Nya nje oo, nya keke oo, mam, pap, lloraban los nios. Tambin haba perros corriendo entre la gente, que segua corriendo, aunque ya se hubieran alejado del peligro. Los perros olisqueaban el aire, buscando a sus dueos. Se me tensaron las venas.

    Habamos recorrido diez kilmetros y estbamos en Kabati, el pueblo de la abuela. Estaba desierto. Slo quedaban huellas en la arena en direccin a la densa selva que se extenda por detrs del pueblo.

    Al caer la tarde, empez a llegar gente de la zona minera. Sus susurros, los gritos de los nios buscando a los padres perdidos y cansados de caminar, y los aullidos de los bebs hambrientos sustituan los sonidos nocturnos de grillos y pjaros. Nos sentamos en el porche de la abuela, esperando y escuchando.

    - Creis que es una buena idea volver a Mogbwemo, chicos? - pregunt Jnior.

    Pero antes de que ninguno tuviera ocasin de responder, una furgoneta Volkswagen rugi en la distancia y todas las personas que transitaban por los caminos corrieron a esconderse al monte cercano. Nosotros tambin corrimos pero no He gamos tan lejos. El corazn me lata acelerado y mi respiracin se intensific. El vehculo se par frente a la casa de mi abuela, y desde donde estbamos, vimos que su ocupante no iba armado. Cuando, junto con otros, salimos de los matorrales, vimos a un hombre que bajaba corriendo del asiento del conductor y se pona a vomitar sangre. Le sangraba el brazo.

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    Cuando dej de vomitar, se ech a llorar. Era la primera vez que vea a un hombre mayor llorar como un nio, y sent una punzada en el corazn. Una mujer lo rode con los brazos y le inst a que se incorporara. l se puso de pie y camin hacia la furgoneta. Cuando abri la puerta del pasajero, una mujer que estaba apoyada en ella cay al suelo. Le sala sangre por las orejas. Los mayores taparon los ojos a los nios.

    En la parte trasera de la furgoneta haba tres cadveres ms, dos chicas y un chico, y la sangre tea los asientos y el techo de la furgoneta. Quera alejarme de lo que estaba viendo, pero no poda. Tena los pies entumecidos y todo el cuerpo paralizado. Despus supimos que aquel hombre haba intentado escapar con su familia y los rebeldes haban tiroteado el vehculo y los haban matado. Lo nico que lo consol, al menos unos segundos, fue lo que le dijo la mujer que le haba abrazado, y que ahora lloraba con l, que al menos tendra la posibilidad de enterrarlos. Siempre sabra dnde descansaban sus restos. Pareca saber ms de la guerra que el resto de nosotros.

    El viento haba parado y la luz del da pareca estarse rindiendo rpidamente a la noche. Al acercarse el ocaso, ms gente cruz el pueblo. Un hombre cargaba con su hijo muerto. Crea que el nio segua vivo. El padre iba cubierto con la sangre del nio, y mientras corra no cesaba de decir: Te llevar al hospital, hijo, y todo se arreglar. Tal vez era necesario que se aferrara a falsas esperanzas, porque al menos le hacan correr alejndose del peligro. Un grupo de hombres y mujeres que haban sido alcanzados por balas perdidas fueron los siguientes en pasar corriendo. La piel que les colgaba del cuerpo todava contena sangre fresca. Algunos de ellos ni siquiera se percataban de que estaban heridos hasta que se paraban y alguien les sealaba las heridas. Algunos se desmayaban o vomitaban. Me entraron nuseas, y la cabeza me daba vueltas. Senta que el suelo se mova y las voces

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    de la gente parecan resonar lejos de all, donde estaba yo temblando.

    La ltima baja que vi aquella noche fue una mujer que llevaba a un beb a la espalda. Le resbalaba sangre por el vestido y salpicaba detrs de ella dejando un rastro. Su hijo haba recibido un tiro mortal mientras corran a salvarse. Por suerte para ella, la bala no le haba atravesado el cuerpo. Cuando se par donde estbamos nosotros, se sent en el suelo y cogi al beb. Era una nia, y sus ojos seguan abiertos, con una sonrisa inocente congelada en el rostro. Se vean las balas sobresaliendo un poco del cuerpecito, que ya se estaba hinchando. La mujer abraz a la nia y la meci. Estaba demasiado afligida e impactada para llorar.

    Jnior, Talloi y yo nos miramos y supimos que debamos volver a Mattru Jong, porque habamos comprobado que Mogbwemo ya no era un sitio que pudiramos considerar un hogar y que era imposible que nuestros padres siguieran all. Algunas de las personas heridas decan que Kabati era el siguiente en la lista de los rebeldes. No queramos estar all cuando llegaran los rebeldes. Incluso los que no podan caminar muy bien hacan lo que podan para seguir alejndose de Kabati. La imagen de esa mujer y su beb me obsesion mientras volvamos a Mattru Jong. Apenas me fij en el viaje, y cuando beb agua no sent ningn alivio, aunque me daba cuenta de que tena sed. No quera volver al lugar de donde era esa mujer; estaba claro en los ojos del beb que todo se haba perdido.

    Te perdiste diecinueve aos. Eso era lo que sola decir mi padre cuando le preguntaba cmo era la vida en Sierra Leona tras la declaracin de independencia en 1961. El pas haba sido una colonia britnica desde 1808. Sir Milton Margai fue su primer ministro y gobern el pas bajo la bandera poltica del Partido del Pueblo de Sierra Leona (SLPP) hasta su muerte,

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    en 1964. Su hermano, Sir Albert Margai, lo sucedi hasta 1967, cuando Siaka Stevens, el dirigente del Partido del Congreso del Pueblo (APC), gan las elecciones, a las que sigui un golpe militar. Siaka Stevens recuper el poder en 1968, y varios aos despus declar un partido nico para el pas, es decir que el APC sera el nico partido legal. Fue el comienzo de los polticos corruptos, segn deca mi padre. Me preguntaba qu dira de la guerra de la que hua yo. Haba odo decir a los adultos que era una guerra revolucionaria, una liberacin del pueblo del gobierno corrupto. Pero qu movimiento de liberacin mata a civiles, nios y bebs inocentes? No haba nadie que pudiera responder a esas preguntas, y me pesaba la cabeza con todas las imgenes que contena. Mientras caminbamos, fui cogiendo miedo al camino, a las montaas a lo lejos y a los matorrales a ambos lados.

    Llegamos a Mattru Jong de noche. Jnior y Talloi explicaron a nuestros amigos lo que habamos visto, y yo me qued callado, intentando precisar si lo que haba visto era real. Aquella noche, cuando finalmente me adormec, so que me pegaban un tiro en un costado y que la gente pasaba de largo sin ayudarme, porque todos corran para salvar la vida. Intentaba arrastrarme a un lugar seguro en el monte, pero de no s dnde sala alguien que se cerna sobre m con una pistola. No poda distinguirle la cara porque estaba de espaldas al sol. Apunt el arma al lugar donde me haban disparado y apret el gatillo. Me despert y me toqu el costado, angustiado. Estaba asustado porque ya no distingua entre sueo y realidad.

    Cada maana nos acercbamos al muelle de Mattru Jong en busca de noticias de casa. Pero tras una semana, el ro de refugiados procedente de esa direccin ces y se acabaron las noticias. Los soldados del gobierno se desplegaron en Mattru Jong, levantaron controles en el muelle y otros emplza-

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    mientos estratgicos por toda la ciudad. Los soldados estaban convencidos de que los rebeldes atacaran, que vendran del otro lado del ro, y montaron all la artillera pesada y anunciaron un toque de queda a las siete de la tarde, que llenaron las noches de tensin porque no podamos dormir y tenamos que encerrarnos en casa demasiado temprano. Durante el da, venan Gibrilla y Kaloko. Los seis nos sentbamos en el porche y hablbamos de lo que ocurra.

    - No creo que esta locura dure - dijo Jnior bajito. Me mir como asegurndome que pronto estaramos en

    casa.

    - Seguramente slo durar un mes o dos - dijo Talloi, mirando el techo.

    - He odo que los soldados ya estn en camino para echar a los rebeldes de las zonas mineras - tartamude Gibrilla.

    Estbamos todos de acuerdo en que la guerra no era ms que una etapa pasajera que no durara ms de tres meses.

    Jnior, Talloi y yo escuchbamos msica rap e intentbamos memorizar la letra para no tener que pensar en la situacin en que nos encontrbamos. Naughty by Nature, LL Cool J, Run D.M.C. y Heavy D &c The Boyz; habamos salido de casa slo con estas cintas y la ropa que llevbamos puesta. Recuerdo estar sentado en el porche escuchando Now That We Found Love de Heavy D & The Boyz y contemplando los rboles de las afueras de la ciudad que se movan apenas con la ligera brisa. Las palmeras de detrs estaban inmviles, como si esperaran algo. Cerraba los ojos y por mi cabeza pasaban imgenes de Kabati. Intentaba deshacerme de ellas evocando viejos recuerdos de Kabati antes de la guerra.

    En el pueblo donde mi abuela viva haba una densa selva a un lado y plantaciones de caf al otro. Un ro discurra desde la selva hasta el borde del pueblo, cruzando palmerales hasta un pantano. Sobre el pantano, las plantaciones de bananas se

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    extendan hacia el horizonte. La pista principal que cruzaba Kabati estaba plagada de hoyos y charcos donde los patos se baaban durante el da, y en los patios de las casas los pjaros anidaban en los mangos.

    Por la maana, el sol se levantaba por detrs de la selva. Primero, sus rayos penetraban entre las hojas, y gradualmente, con los cantos de los gallos y los gorriones que proclamaban vigorosamente la luz del da, el dorado sol se aposentaba sobre el bosque. Por la noche, se vea a los monos en la selva saltando de rbol en rbol, volviendo a los lugares donde dorman. En los cafetales, las gallinas se ocupaban de esconder a sus pollitos de los halcones. Detrs de las plantaciones, las palmeras agitaban las frondas hacia el viento. A veces, al atardecer se vea ascender a un cultivador de vino de palma. La noche acababa con el ruido de las ramas quebradas en la selva y del arroz siendo aplastado en los morteros. Los ecos resonaban en el pueblo, haciendo huir a los pjaros y provocando curiosos parloteos. Grillos, ranas, sapos y lechuzas los seguan, todos gritando a la noche al salir de sus escondites. De las cocinas de las chozas de techo de paja sala un humo rosado, y llegaban trabajadores de las plantaciones con lmparas y, a veces, con antorchas encendidas.

    Debemos esforzarnos por ser como la luna. Un anciano de Kabati repeta esta frase a la gente que pasaba por su casa camino del ro para coger agua, cazar, recoger vino de palma o camino a las plantaciones. Recuerdo haber preguntado a mi abuela qu quera decir el anciano. Me explic que el dicho serva para recordar a la gente que deba comportarse bien y ser buena con los dems. Que las personas se quejan cuando hace demasiado sol y el calor se vuelve insoportable, y tambin cuando llueve mucho o cuando hace fro. Pero, dijo, nadie se queja cuando resplandece la luna. Todos se sienten felices y aprecian la luna, cada uno a su manera. Los nios observan sus sombras y juegan aprovechando su luz, los ma-

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    ores se renen en la plaza para contar historias y bailar toda la noche. Suceden muchas cosas agradables cuando la luna ilumina. stas son algunas razones para querer ser como la luna.

    Y acab la conversacin diciendo: - Pareces hambriento. Te preparar un poco de yuca. Desde que mi abuela me dijo por qu deberamos

    esforzarnos por ser como la luna, decid firmemente intentarlo. Cada noche, cuando la luna apareca en el cielo, yo me echaba en el suelo, fuera, y la observaba en silencio. Quera descubrir por qu era tan hermosa y atractiva. Me recreaba con las distintas formas que vea dentro. Algunas noches vea la cabeza de un hombre. Tena media barba y llevaba una gorra de marinero. Otras veces vea a un hombre con un hacha para cortar madera, y segn cmo a una mujer dando el pecho a un beb. Ahora siempre que tengo ocasin de observar la luna, sigo viendo aquellas mismas imgenes de cuando tena seis aos, y me complace saber que esa parte de mi infancia sigue incrustada dentro de m.

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    2. Voy empujando una carretilla oxidada en una ciudad donde

    el aire huele a sangre y a carne quemada. La brisa lleva los dbiles gritos de los ltimos alientos de los agonizantes mutilados. Paso por su lado. Les faltan brazos y piernas; les salen los intestinos por los agujeros de bala del estmago; la masa cerebral les sale por la nariz y las orejas. Las moscas estn tan excitadas e intoxicadas que caen en los charcos de sangre y mueren. Los ojos de los moribundos estn ms rojos que la sangre que echan, y parece que los huesos les vayan a desgarrar la piel de las caras demacradas en cualquier momento. Vuelvo la cabeza hacia el suelo y me miro los pies. Mis destrozadas deportivas estn empapadas de sangre que parece chorrear de mis pantalones cortos del ejrcito. No siento dolor fsico, y por eso no estoy seguro de dnde me han herido. Siento el calor del can de mi AK-47 en la espalda. No recuerdo la ltima vez que lo dispar. Siento como si me clavaran alfileres en la cabeza, y me cuesta saber si es de da o de noche. La carretilla que empujo contiene un cadver envuelto en sbanas blancas. No s por qu llevo este cadver al cementerio.

    Cuando llego al cementerio, lo levanto de la carretilla con mucho esfuerzo; es como si se resistiera. Lo llevo en brazos, buscando un lugar adecuado para dejarlo. El cuerpo me duele

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    no puedo levantar un pie sin sentir una ola de dolor desde los dedos de los pies hasta la columna. Me desplomo en el suelo con el cadver en mis brazos. Empiezan a aparecer manchas de sangre en las sbanas que lo envuelven. Dejo el cadver en el suelo y lo desenvuelvo, empezando por los pies. Tiene agujeros de bala por todo el cuerpo, hasta el cuello. Una bala le ha partido el bocado de Adn y empujado el resto a la parte trasera del cuello. Levanto la ropa de la cara del cadver. Es mi cara.

    Me qued unos minutos sudando sobre el fro suelo de madera donde haba cado, hasta encender la luz para librarme por completo del mundo de los sueos. Un dolor punzante me recorri la espalda. Contempl la pared de ladrillos rojos de la habitacin e intent identificar la msica rap que proceda de un coche que pasaba. Me estremec de arriba abajo e intent pensar en mi nueva vida en Nueva York, donde llevaba viviendo ms de un mes. Pero mi mente se iba al otro lado del ocano Atlntico, a Sierra Leona. Me vi a m mismo sosteniendo un AK-47 Y cruzando una plantacin de caf con un pelotn que consista en muchos nios y unos pocos adultos. Estbamos a punto de atacar un pueblo que tena municiones y comida. En cuanto salimos de la plantacin de caf, chocamos con otro grupo armado en un campo de ftbol, junto a unas ruinas de lo que debi de ser un pueblo. Abrimos fuego hasta que el ltimo ser vivo del otro grupo cay al suelo. Nos acercamos a los cadveres, chocando las manos unos con otros. El grupo tambin consista en nios como nosotros, pero no nos import. Les quitamos la municin, nos sentamos sobre sus cadveres y nos pusimos a comer lo que llevaban. Alrededor, la sangre fresca se filtraba por los agujeros de bala de sus cuerpos.

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    Me levant del suelo, moj una toalla blanca con un vaso de agua y me envolv la cabeza con ella. Me daba miedo dormirme, pero estar despierto tambin me traa recuerdos dolorosos. Recuerdos que a veces habra querido borrar, aunque soy consciente de que son una parte importante de m vida; de quien soy ahora. Me qued despierto toda la noche, esperando con ansia la luz del da para volver por completo a mi nueva vida, redescubrir la felicidad que haba conocido de nio, la alegra que haba permanecido viva dentro de m durante el tiempo en que slo permanecer vivo era una carga. En estos das vivo en tres mundos: mis sueos y las experiencias de mi nueva vida, que desencadenan recuerdos del pasado.

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    3. Estuvimos en Mattru Jong ms tiempo del que pensbamos.

    No habamos sabido nada de nuestras familias y no sabamos qu hacer excepto esperar y confiar en que estuvieran bien. Omos que los rebeldes estaban apostados en Sumbuya, una ciudad a unos treinta kilmetros ms o menos al noreste de Mattru Jong. Ese rumor pronto fue sustituido por cartas que llevaban algunos a quienes los rebeldes haban perdonado la vida durante la masacre de Sumbuya. Las cartas simplemente informaban a la gente de Mattru Jong de que los rebeldes se acercaban y queran ser bienvenidos, porque luchaban por nosotros. Uno de los mensajeros era un joven. Le haban grabado las iniciales RUF (Frente Revolucionario Unido) en el cuerpo con una bayoneta al rojo vivo y le haban cortado todos los dedos excepto los pulgares. Los rebeldes llamaban esta mutilacin un amor. Antes de la guerra, la gente levantaba el pulgar para decirse Un amor unos a otros, una expresin popularizada por el amor y la influencia de la msica reggae.

    Cuando la gente recibi el mensaje del infeliz portador, fue a esconderse a la selva esa misma noche. Pero la familia de Khalilou nos haba pedido que nos quedramos y nos reuniramos con ellos ms adelante, con el resto de sus enseres, si las cosas no mejoraban, as que no nos fuimos.

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    Esa noche, por primera vez en mi vida, me di cuenta de que es la presencia fsica de la gente y su espritu lo que da vida a una ciudad. Con tanta gente ausente, la ciudad daba miedo, la noche era ms oscura y el silencio insoportable. Normalmente, los grillos y los pjaros cantaban al anochecer, antes de que se pusiera el sol. Pero esta vez no lo hicieron y la oscuridad se aposent muy rpidamente. No haba luna; el ambiente era tenso, como si la propia naturaleza tuviera miedo de lo que suceda.

    La mayora de la poblacin de la ciudad estuvo oculta una semana, y con la llegada de ms mensajeros, cada vez eran ms los que iban a esconderse. Pero los rebeldes no llegaron el da que haban dicho y, en consecuencia, la gente empez a volver a la ciudad. En cuanto todos estuvieron instalados de nuevo, mandaron a otro mensajero. Esta vez era un obispo catlico muy conocido que estaba trabajando en una misin cuando tropez con los rebeldes. No le hicieron nada excepto amenazarlo con que si no entregaba el mensaje iran a por l. En cuanto lleg la noticia, la gente se march otra vez de la ciudad y se dirigi a sus escondites de los matorrales o la selva. Y volvieron a dejarnos atrs, esta vez no para trasladar sus enseres, porque ya los habamos guardado en el escondite, sino para vigilar la casa y comprar algunos alimentos, como sal, pimienta, arroz y pescado, que llevamos a la familia de Khalilou en el monte.

    La gente pas diez das ms en los escondites y los rebeldes no se presentaron. No haba nada ms que hacer aparte de concluir que no vendran. La ciudad volvi a cobrar vida. Se reabrieron las escuelas, la gente volvi a su rutina normal. Pasaron cinco das pacficos, e incluso los soldados de la ciudad se relajaron.

    A veces iba yo solo a pasear al atardecer. La visin de las mujeres preparando la cena me recordaba las ocasiones en

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    que vea cocinar a su madre. A los nios no se les permita entrar en la cocina, pero conmigo haca una excepcin diciendo: Necesitas saber cocinar algo mientras seas un palampo1. Se callaba, me daba un pedazo de pescado seco y segua: Quiero un nieto. O sea que no seas un palampo para siempre. Los ojos se me llenaban de lgrimas mientras segua paseando por las diminutas calles de grava de Mattru Jong.

    Cuando por fin llegaron los rebeldes, yo estaba cocinando. El arroz estaba hecho y la sopa de okra casi a punto cuando o un tiro aislado que reson por toda la ciudad. Jnior, Talloi, Kaloko, Gibrilla y Khalilou, que estaban en la habitacin, corrieron afuera.

    - Habis odo? - preguntaron. Nos quedamos quietos intentando determinar si eran los

    soldados quienes haban disparado. Un minuto despus, se dispararon tres armas diferentes. Esta vez empezamos a preocuparnos.

    - Son slo los soldados probando sus armas - dijo uno de nuestros amigos para tranquilizarnos.

    La ciudad qued en silencio, y no se oyeron ms tiros durante quince minutos. Volv a la cocina y empec a servir el arroz. En ese instante varias armas, que sonaron como truenos haciendo retumbar las casas de techo de hojalata, se oyeron por toda la ciudad. El sonido fue tan aterrador que confundi a todos. Nadie poda pensar con claridad. En cuestin de segundos, la gente se puso a gritar y a correr en diferentes direcciones, empujndose y tropezando con los que haban cado al suelo. No haba tiempo de llevarse nada encima. Todos corran slo para salvar la vida. Las madres perdieron a sus hijos, cuyo llanto confundido y triste coincidi con los tiros. Las familias se separaron y dejaron atrs todo aquello

    1 Soltero.

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    por lo que haban trabajado toda su vida. El corazn me lata ms rpido que nunca. Los tiros parecan acoplarse a losl latidos de mi corazn.

    Los rebeldes dispararon las armas hacia el cielo, mientras gritaban y bailaban alegremente abrindose camino en la ciudad en formacin de semicrculo. Hay dos formas de entrar en Mattru Jong. Una es por el camino y la otra, cruzando el ro Jong. Los rebeldes atacaron y entraron en la ciudad por tierra, forzando a los civiles a correr hacia el ro. Muchos estaban tan aterrados que simplemente corrieron al ro, saltaron y perdieron la fuerza de nadar. Los soldados, que de algn modo haban previsto el ataque y saban que estaban en minora, haban abandonado la ciudad antes de que llegaran los rebeldes. Esto fue una sorpresa para Jnior, Talloi, Khalilou, Gibrilla y Kaloko y para m, porque nuestro instinto inicial fue correr hacia donde estaban apostados los soldados. Nos quedamos all, frente a los sacos de arena amontonados, incapaces de decidir qu haramos a continuacin. Empezamos a correr otra vez hacia donde sonaban menos tiros.

    Slo haba una ruta de huida de la ciudad. Todos corrieron hacia all. Las madres gritaban los nombres de sus hijos, y los hijos perdidos gritaban en vano. Corrimos juntos, intentando no separarnos. Para llegar a la ruta de escape, tuvimos que cruzar un pantano hmedo y fangoso, situado junto a una diminuta colina. Una vez en el pantano, dejamos atrs a quienes haban quedado atrapados en el barro, invlidos a quienes nadie poda ayudar porque pararse a hacerlo significaba arriesgar la propia vida.

    Tras cruzar el pantano, empezaron los problemas de verdad, porque los rebeldes se pusieron a disparar sus armas a la gente en lugar de apuntar al cielo. No queran que nadie abandonara la ciudad porque necesitaban a los civiles como escudo contra los militares. Uno de los principales objetivos

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    de Ios rebeldes cuando se apoderaban de una ciudad era for-los civiles a quedarse con ellos, especialmente a mujeres nios. As podan quedarse ms tiempo, porque la intervencin militar se retrasaba.

    Estbamos ya en lo alto de una colina poblada de arbustos, justo detrs del pantano, en un claro a pocos metros de la ruta de escape. Al ver que los civiles estaban a punto de escaprseles, los rebeldes empezaron a lanzar granadas propulsadas (RPG) y a disparar ametralladoras AK-47, G3 y todas las armas de que disponan, directamente al claro. As es que no haba eleccin, tenamos que cruzar el claro porque, siendo unos nios, el riesgo de quedarse en la ciudad era mayor en nuestro caso que intentar la huida. A los nios se los reclutaba inmediatamente y se les grababa las iniciales RUF donde los rebeldes decidan, con una bayoneta al rojo vivo. Eso no slo significaba que quedaras marcado de por vida sino que nunca podras escapar de ellos, escapar con las iniciales de los rebeldes grabadas era un suicidio, dado que los soldados te mataran sin preguntar y los civiles militantes haran lo mismo.

    Avanzamos ocultndonos de matorral en matorral y llegamos al otro lado. Pero eso fue slo el principio de muchas situaciones arriesgadas que vendran. Inmediatamente despus de una explosin, nos levantbamos y echbamos a correr todos a la vez, con la cabeza baja, saltando sobre los cadveres y los rboles secos en llamas. Estbamos casi al final del claro cuando omos que se acercaba el silbido de otra granada propulsada. Aceleramos el paso y nos lanzamos bajo un matorral antes de que la granada tocara tierra, seguida de varias rondas de tiros de ametralladora. Quienes iban detrs de nosotros no tuvieron tanta suerte. La RPG los alcanz. A uno de ellos lo alcanzaron los fragmentos de la granada. Grit muy fuerte diciendo que se haba quedado ciego. Nadie se atrevi a salir a ayudarlo. Lo detuvo otra granada que explot,

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    y sus restos y la sangre salpicaron como una lluvia las hojas y los matorrales cercanos. Todo sucedi muy deprisa.

    En cuanto cruzamos el claro, los rebeldes mandaron a sus hombres a atrapar a los que haban llegado al amparo del monte. Empezaron a perseguirnos y a dispararnos. Estuvimos corriendo ms de una hora sin parar. Fue increble lo deprisa y lo mucho que corrimos. No sud ni me cans. Jnior y Ta-lloi iban delante de m. Cada pocos segundos, mi hermano gritaba mi nombre para asegurarse de que no me hubiera quedado atrs. Notaba la tristeza de su voz y cada vez que le responda, la ma temblaba. Gibrilla, Kaloko y Khalilou iban detrs de m. Respiraban pesadamente y uno de ellos siseaba intentando no llorar. Talloi era un gran corredor, ya cuando ramos pequeos. Pero aquella noche logramos mantener su ritmo. Tras una hora o ms corriendo, los rebeldes abandonaron la persecucin y volvieron a Mattru Jong mientras nosotros seguamos.

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    4. Durante das anduvimos los seis por un caminito que tendra

    unos treinta centmetros de ancho, con muros de densos arbustos a ambos lados. Jnior caminaba delante de m sin balancear las manos como sola hacer al cruzar el jardn para ir a la escuela. Quera saber en qu pensaba, pero todos estaban tan callados que no saba cmo romper el silencio. Pens en dnde estara mi familia, si volvera a verlos, y dese que estuvieran a salvo y no demasiado afligidos por Jnior y por m. Se me llenaron los ojos de lgrimas, pero tena demasiada hambre para llorar.

    Dormimos en pueblos abandonados, donde nos acostbamos en el suelo con la esperanza de encontrar al da siguiente algo ms para comer que yuca cruda. Habamos pasado por un pueblo que tena bananeros, naranjos y cocoteros. Khalilou, que saba trepar mejor que ninguno, subi e hizo caer toda la fruta que pudo. Las bananas estaban verdes, as que las hervimos aadiendo lea a un fuego que todava arda en una de las cocinas al aire libre. Alguien deba de haber abandonado el pueblo al vernos llegar, porque el fuego era reciente. Las bananas no tenan buen sabor porque no haba ni sal ni ningn otro ingrediente, pero las devoramos por tener algo en el estmago. Despus, comimos naranjas y cocos. No encontramos nada ms sustancial. Cada da estbamos

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    ms hambrientos, hasta el punto de que nos dola el estmago y a veces se nos nublaba la vista. No tenamos ms remedio que colarnos eg Mattru Jong junto con otros que habamos encontrado por el camino y coger un poco de dinero que habamos dejado all, para comprar comida.

    Al cruzar la ciudad silenciosa y casi desierta, que ahora nos pareca desconocida, vimos cazos con comida podrida abandonados, cadveres, muebles, ropa y toda clase de enseres tirados por todas partes. En un porche haba un anciano sentado en una silla como si durmiera. Tena un agujero de bala en la frente, y bajo el prtico yacan los cadveres de dos hombres cuyos genitales, extremidades y manos haban sido cortados con un machete que quedaba en el suelo junto al montn de sus partes. Vomit e inmediatamente me sent enfebrecido, pero tenamos que seguir. Corrimos de puntillas lo ms rpida y cautelosamente que pudimos, evitando las calles principales. Nos apoyamos en las paredes de una casa e inspeccionamos las callejuelas de grava hasta pasar a la otra. Cuando hubimos cruzado la calle, omos pasos. No haba un sitio cercano donde ocultarse, de modo que tuvimos que subir corriendo a un porche y escondernos detrs de los ladrillos de cemento. Fisgamos a travs de los agujeros y vimos a dos rebeldes con vaqueros holgados, chancletas y camisetas blancas. Llevaban bandas rojas en torno a la cabeza y las armas colgadas a la espalda. Escoltaban a un grupo de chicas que cargaban cazos, sacos de arroz, morteros y manos de mortero. Los observamos hasta que desaparecieron y volvimos a movernos. Finalmente llegamos a la casa de Khalilou. Todas las puertas estaban rotas y el interior patas arriba. La casa, como toda la ciudad, haba sido saqueada. Haba un agujero de bala en el marco y cristales rotos de cerveza Star, una marca corriente en el pas, y paquetes vacos de tabaco en el suelo del porche. No haba nada til dentro. La nica

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    da que quedaba eran sacos de arroz demasiado pesados carear con ellos porque nos retrasaran. Pero, por suer- el dinero segua donde lo haba dejado, en una bolsita de plstico debajo de una de las patas de la cama. Me la met en la deportiva y nos dirigimos otra vez al pantano.

    Los seis y quienes haban entrado en la ciudad con nosotros nos reunimos al extremo del pantano tal como habamos quedado y empezamos a cruzar el claro de tres en tres. Yo estaba en el segundo turno, con Talloi y otro. Empezamos a arrastrarnos a travs del claro en cuanto el primer grupo que haba llegado al otro lado nos dio la seal. Cuando estbamos a mitad, nos indicaron que nos detuviramos, y en cuanto nos pegamos al suelo, que siguiramos arrastrndonos. Haba cadveres por todas partes y las moscas se estaban dando un festn con la sangre coagulada. Cuando llegamos al otro lado, vimos que haba rebeldes montando guardia en una torrecilla del muelle desde donde se divisaba el claro. El siguiente turno lo formaban Jnior y dos ms. Cuando empezaron a cruzar, algo cay del bolsillo de uno de ellos sobre una sartn de aluminio abandonada en el claro. El ruido fue lo bastante fuerte para llamar la atencin de los guardias rebeldes y apuntaron sus armas hacia la procedencia del sonido. El corazn me lata dolorosamente viendo a mi hermano echado en el claro, fingiendo ser un cadver. Se oyeron tiros en la ciudad, eso distrajo a los rebeldes y los hizo mirar hacia otro lado. Jnior y los otros dos llegaron a nuestro lado. Mi hermano tena la cara llena de polvo y residuos de barro entre los dientes. Respiraba penosamente y apretaba los puos. Un chico del ltimo turno fue demasiado lento cruzando el claro, porque arrastraba un saco enorme de cosas que haba recogido. Por culpa de eso, los rebeldes que estaban de guardia en la torre le vieron y abrieron fuego. Algunos de los rebeldes que haba al pie de la torre empezaron a correr y a disparar hacia nosotros. Susurramos al chico:

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    - Vienen los rebeldes. Venga. Suelta el saco y apres-l rate. Pero l no nos escuch. El saco le resbal del hombro des-i

    pues de cruzar el claro, y mientras corramos, vi que le hacd caer por haber quedado atrapado entre unas races. Corrimos' todo lo que pudimos hasta que perdimos de vista a los re-I beldes. El sol se haba puesto y caminamos en silencio hacia el gran resplandor rojizo y el cielo quieto que aguardaba la oscuridad. El chico que haba alertado a los rebeldes no lleg al primer pueblo habitado por donde pasamos.

    Esa noche nos sentimos temporalmente felices de tener un poco de dinero, y esperbamos comprar algo de arroz cocido con yuca o patata para cenar. Chocamos las manos unos con otros conforme nos acercbamos al mercado, y los estmagos protestaron ante el olor de aceite de palma que surga de las cocinas al aire libre. Pero cuando llegamos a los puestos de comida, nos llevamos el chasco de ver que los que antes vendan yuca, sopa de okra y hojas de patata hechas con pescado seco y aceite de palma y con arroz, haban dejado de hacerlo. Algunos se guardaban la comida por si la situacin empeoraba, y otros sencillamente no queran vender nada ms por razones desconocidas.

    Despus de todos los problemas y los riesgos que habamos corrido para conseguir el dinero, resultaba intil. No tendramos tanta hambre de habernos quedado en el pueblo en lugar de caminar tantos kilmetros de ida y vuelta a Mat-tru Jong. Quera culpar a alguien por aquello, pero no haba nadie a quien culpar. Habamos tomado una decisin lgica y haba salido as. Era un aspecto tpico de un pas en guerra. Las cosas cambiaban rpidamente en cuestin de segundos y nadie controlaba nada. Tenamos que aprenderlo y aplicar tcticas de supervivencia, era de lo que se trataba. Estbamos tan hambrientos que robamos comida a la gente que dorma. Era la nica forma de sobrevivir a la noche.

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    5. Estbamos tan hambrientos que nos dola al beber agua y

    tenamos calambres en las tripas. Era como si algo nos devorara el interior del estmago. Tenamos los labios secos y las articulaciones dbiles y doloridas. Empec a sentirme las costillas al palparme los costados. No sabamos dnde conseguir comida. La yuca que saqueamos en una plantacin no nos dur mucho. No veamos animales, como pjaros o conejos, por ninguna parte. Nos volvimos irritables y nos sentbamos lejos unos de otros, como si estando juntos nos diera ms hambre.

    Una noche llegamos a perseguir a un nio que estaba comindose l solo dos mazorcas de maz. Tendra cinco aos y estaba disfrutando de sus mazorcas, una en cada mano, que morda por turno. No nos dijimos nada, ni siquiera nos miramos. Nos abalanzamos sobre el nio todos a la vez, y antes de que se enterara de lo que pasaba, le habamos quitado las mazorcas. Nos las partimos entre todos y comimos nuestra pequea racin mientras el nio corra llorando a buscar a sus padres. Los padres del nio no nos echaron en cara el incidente. Supongo que se imaginaron que seis chicos no se abalanzaran sobre su hijo por dos mazorcas si no estuvieran muertos de hambre. Ms tarde, aquella noche, la madre del nio nos dio una mazorca a cada uno. Me sent culpable unos

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    minutos, pero en nuestra situacin, el remordimiento no c raba mucho tiempo.

    No s cmo se llamaba el pueblo donde estbamos y nJ me molest en preguntarlo, porque estaba ocupado intenta! do sobrevivir a los obstculos de cada da. No sabamos el nombre de otras ciudades y pueblos ni cmo llegar. As quj el hambre nos llev de vuelta a Mattru Jong. Era peligrosoj pero por el hambre no nos importaba demasiado. Era verano! la estacin seca, y la hierba se haba vuelto amarillenta. Ll selva verde se lo haba tragado todo.

    Estbamos entre la hierba caminando en fila india, con las) camisas sobre los hombros o a la cabeza, cuando de repente) salieron tres rebeldes de detrs de la hierba seca y apuntaron con sus armas a Gibrilla, que iba delante. Amartillaron las armas y uno de ellos le apret la suya bajo la barbilla. _

    - Est ms asustado que un mono mojado - dijo el rebelde a sus compaeros, rindose. _

    Cuando los otros dos pasaron por mi lado, evit el contacto ocular bajando la cabeza. El rebelde ms joven me le-, vant la cabeza con la bayoneta, todava envainada. Mierti tras me miraba severamente, sac la bayoneta de la funda yj la introdujo en el can del arma. Yo temblaba tanto que me castaeteaban los dientes. l sonri sin emocin. Los rebeldes, ninguno de ellos mayor de veintin aos, nos hicieron! volver a un pueblo por donde ya habamos pasado. Uno iba vestido con una camisa sin mangas del ejrcito y vaqueros, y un trapo rojo anudado a la cabeza. Los otros dos llevaban chaquetas y pantalones vaqueros, gorras de bisbol al revs y zapatillas deportivas Adidas. Los tres llevaban muchos relojes llamativos en ambas muecas. Lo haban arrancado a la fuerza o haban saqueado casas y tiendas.

    Los rebeldes hablaban conforme caminbamos. Lo que decan no sonaba amistoso. No oa sus palabras, porque lo

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    que poda pensar era en la muerte. Haca esfuerzos por no desmayarme.

    Al acercarnos al pueblo, dos de los rebeldes se adelantaron rriendo. ramos seis y un rebelde, pens para mis adentros. Pero l tena un arma semiautomtica y un largo cinturn de h las en el cuerpo. Nos hizo caminar en dos filas de a tres, con las manos sobre las cabezas. l iba detrs apuntndonos a la cabeza, y de repente dijo:

    - Si uno de vosotros intenta algo, os matar a todos. As que no respiris demasiado fuerte porque podra ser la ltima vez.

    Se ri y su voz reson en la selva lejana. Rec para que mis amigos y mi hermano no hicieran nada raro, para que ni siquiera se rascaran si les picaba. Se me estaba calentando la cabeza, como si esperara una bala en cualquier momento.

    Cuando llegamos al pueblo, los dos rebeldes que se haban adelantado haban reunido a todos los que estaban all. Haba quince personas, casi todos nios, algunas nias y unos pocos adultos. Nos hicieron esperar de pie en el recinto de la casa que estaba ms cercana al monte. Estaba oscureciendo. Los rebeldes sacaron unas grandes linternas y las colocaron sobre los morteros de moler arroz para vernos bien a todos. Mientras nos apuntaban con las armas, un anciano que haba escapado de Mattru Jong estaba cruzando el puente colgante que conduca al pueblo. Mientras observbamos, el rebelde ms joven se acerc al anciano y lo esper al pie del puente. Lo apuntaron con el arma en cuanto acab de cruzar y lo trajeron con nosotros. El hombre tendra sesenta y tantos anos, pero pareca frgil. Tena la cara arrugada de hambre y de miedo. El rebelde empuj al anciano al suelo, le puso el arma en la cabeza y le orden que se levantara. Apoyndose en unas temblorosas rodillas, el anciano logr ponerse ue pie. Los rebeldes se rieron y nos obligaron a rer con ellos

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    apuntndonos con las armas. Yo re muy fuerte, pero estafl llorando por dentro y me temblaban las piernas y las manH Apret los puos, pero eso me hizo temblar an ms. TodJ los cautivos estaban de pie, inmovilizados a punta de pistola observando cmo los rebeldes interrogaban al anciano.

    - Por qu te fuiste de Mattru Jong? - pregunt un rl beld, mientras examinaba su bayoneta. Midi la longituj del cuchillo con los dedos y despus lo apoy contra el cuello! del anciano- . Parece que le va a la medida - dijo fingiendo! cortrselo- . Vas a contestar a mi pregunta?

    La vena de la frente le protuberaba y miraba con los ojos ferozmente enrojecidos la cara temblorosa del anciano, cuyos I prpados temblaban incontrolados. Antes de la guerra un I joven jams habra osado hablarle a un anciano de una formal tan grosera. Habamos crecido en una cultura que exiga un] buen comportamiento a todos, y especialmente a los jvenes. Los jvenes deban respetar a los mayores y a todos los miembros de la comunidad.

    - Me fui de la ciudad en busca de mi familia - dijo el anciano con voz asustada, mientras intentaba recuperar el I aliento.

    El rebelde con la ametralladora semiautomtica, que esta- j ba de pie apoyado en un rbol fumando un cigarrillo, camin furioso hacia el anciano y le apunt con el arma entre las! piernas.

    - Te marchaste de Mattru Jong porque no te gustamos, j - Apret el arma contra la frente del hombre y continu- : Te fuiste porque ests en contra de nuestra causa como luchadores por la libertad. Verdad?

    El anciano cerr los ojos con fuerza y empez a sollozar. Qu causa?, pens yo. Entonces utilic la nica libertad que tena: el pensamiento. No podan verlo. Mientras segua el interrogatorio, uno de los rebeldes pint RUF en las paredes I de las casas del pueblo. Era el pintor ms descuidado que he

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    visto en mi vida no creo que conociera el alfabeto. Es ms, slo sabe dibujar R.U y F. Cuando termin de pintar, se acerc al ciano y le coloc el arma contra la cabeza.

    - Tienes unas ltimas palabras que decir? En ese momento, el anciano era incapaz de hablar. Le

    temblaban los labios, pero no poda pronunciar una sola palabra. El rebelde apret el gatillo, y como un relmpago, vi la chispa de fuego que sala del morro. Volv la cabeza hacia el suelo. Las rodillas me temblaron y el corazn se me aceler v me lati con ms fuerza. Cuando volv a mirar, el anciano daba vueltas como un perro intentando morder una mosca en su cola. No dejaba de gritar:

    - Mi cabeza! Mi cerebro! Finalmente, par y levant las manos lentamente hacia la

    cara como una persona que no se atreve a mirarse al espejo. - Veo! Oigo! - grit, y se desmay. Por lo visto los rebeldes

    no le haban disparado a l sino a algo ms all de su cabeza y se divertan mucho con la reaccin del anciano.

    A continuacin los rebeldes nos miraron y anunciaron que iban a reclutarnos a algunos de nosotros, la nica razn de nuestra captura. Ordenaron a todos que se pusieran en fila: hombres, mujeres, incluso nios ms pequeos que yo. Caminaron arriba y abajo de la fila intentando mantener contacto ocular con la gente. Primero eligieron a Khalilou y despus a m y a unos pocos ms. Situaron a los seleccionados en otra fila, de cara a la primera. A Jnior no lo eligieron, y me qued frente a l al otro lado de la multitud, camino de convertirme en un rebelde. Lo mir, pero l evit el contacto ocular bajando la cabeza. Era como si nuestros mundos fue-tan diferentes a partir de entonces y nuestra conexin se estuviera quebrando. Afortunadamente, los rebeldes decidieron hacer otra criba. Uno de ellos dijo que haban escogido mal,

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    porque la mayora estbamos temblando y eso significa que ramos unos flojos.

    - Queremos reclutas fuertes, no dbiles. - El rebelde nos empuj al otro lado de la gente. Junio se

    situ a mi lado. Me dio un codazo. Lo mir y l asinti me acarici la cabeza.

    - Quietos para la ltima seleccin - grit uno de los rebeldes. Jnior dej de acariciarme la cabeza. Durante la segunda

    tanda, fue seleccionado. A los dems no nos necesitaban, pero nos llevaron al ro con los otros.

    Gesticulando con un brazo en nuestra direccin, uno de los rebeldes anunci:

    - Vamos a iniciaros a todos matando a quien tengis enfrente. Hay que hacerlo para que veis sangre y os hagis fuertes. No volveris a verlos nunca ms, a menos que creis en la vida despus de la muerte.

    Se golpe el pecho con el puo y se ri. Me volv y mir a Jnior, cuyos ojos estaban rojos por el esfuerzo de contener las lgrimas. Apret los puos para que no le temblaran las manos. Empec a llorar en silencio y de repente me sent mareado. Uno de los reclutados vomit. Un rebelde lo empuj hacia nosotros pegndole en la cara con la culata del arma. Empez a sangrar.

    - No os preocupis, chicos, la prxima matanza es vuestra - coment un rebelde, rindose.

    En el ro nos hicieron arrodillar y poner las manos detrs de la cabeza. De repente se oy un fuerte tiroteo lejos del pueblo. Dos de los rebeldes corrieron a esconderse a los rboles cercanos; los otros se echaron al suelo, apuntando el arma en direccin al sonido. - Crees que son...

    El rebelde del suelo fue interrumpido por ms tiroteos. Ellos tambin empezaron a disparar. Todos se dispersaron

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    riendo hacia el bosque para salvar la vida. Los rebeldes eron lo que pasaba y dispararon contra nosotros. Corr do lo que pude por el bosque y me ech en el suelo detrs de tronco. Oa el tiroteo cada vez ms cerca, as que empec arrastrarme para adentrarme ms y ms. Una bala alcanz un rbol sobre mi cabeza y cay al suelo a mi lado. Me sobresalt y contuve la respiracin. Desde donde estaba, vea silbar las balas rojas entre los rboles y la noche. Oa latir mi corazn, y empec a respirar pesadamente, as que me tap la nariz para controlarlo.

    Capturaron a algunos y o que lloraban por el dolor que les estaban infligiendo. Los gritos agudos y estridentes de una mujer llenaron el bosque, y sent el miedo de su voz penetrando en mis venas, y me produjo un sabor amargo en la boca. Me arrastr ms adentro del bosque y encontr un lugar bajo los rboles donde estuve horas sin moverme. Los rebeldes seguan en el pueblo, maldiciendo furiosamente y disparando sus armas. En cierto momento fingieron que se haban ido, y alguno que haba escapado volvi al pueblo. Lo capturaron y o cmo le pegaban. Unos minutos despus, se oyeron tiros, seguidos de un humo denso que se alz hacia el cielo. La selva se ilumin con el fuego que haban prendido al pueblo.

    Haba pasado casi una hora y los tiros de los rebeldes se haban amortiguado. Mientras estaba echado bajo el rbol pensando en lo que poda hacer, o susurros detrs de m. Al principio me asust, pero despus reconoc las voces. Eran Jnior y mis amigos. Por casualidad haban corrido en la misma direccin que yo. Todava me daba miedo llamarlos, as que esper a estar completamente seguro. O que Jnior susurraba:

    - Creo que se han ido. Entonces estuve tan seguro que la voz me sali

    involuntariamente.

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    - Jnior, Talloi, Kaloko, Gibrilla, Khalilou. Sois vosotros? - dije rpidamente.

    Se quedaron callados. I - Jnior, me oyes? - repet. - S, estamos aqu, junto al tronco podrido - contest. Me

    guiaron hasta donde estaban. Despus nos arrastramos acercndonos al pueblo para llegar al sendero. Cuando lo encontramos, nos dirigimos al pueblo donde habamos pasado todos nuestros das de hambre. Jnior y yo intercambiamos una mirada, y me dedic la sonrisa que haba reprimido cuando me enfrentaba a la muerte.

    El viaje de esa noche fue muy silencioso. Nadie habl. Caminbamos, pero no senta los pies en contacto con el suelo. Cuando llegamos al pueblo, nos sentamos alrededor del fuego hasta el amanecer. No dijimos ni una palabra. Cada uno pareca estar en un mundo diferente o cavilando sobre algo. A la maana siguiente, empezamos a hablar entre nosotros como si nos despertramos de una pesadilla o un sueo que nos hubiera dado una visin diferente de la vida y la situacin en que nos encontrbamos. Decidimos dejar el pueblo al da siguiente y buscar un sitio seguro, lejos de donde estbamos. No tenamos ni idea de adonde iramos o ni siquiera cmo llegar a un lugar seguro, pero estbamos decididos a encontrarlo. Ese da nos lavamos la ropa. No tenamos jabn, as que la mojamos y la dejamos a secar al sol mientras nos sentbamos desnudos en un bosquecillo cercano esperando a que estuviera lista. Habamos decidido marcharnos a primera hora de la maana.

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    6. Ir en grupo de seis no nos beneficiaba mucho. Pero

    necesitbamos permanecer juntos porque tenamos ms posibilidades de escapar de los problemas cotidianos que encontrbamos. A la gente le daba terror los chicos de nuestra edad. Muchos haban odo rumores sobre chicos que eran obligados por los rebeldes a matar a su familia y quemar sus pueblos. Esos nios patrullaban en unidades especiales, matando y mutilando civiles. Haba personas que haban sido vctimas de esas atrocidades y tenan cicatrices recientes que lo demostraban. Por eso, cuando la gente nos vea, les recordbamos las masacres y se desencadenaba de nuevo el miedo en su corazn. Algunos intentaron hacernos dao para protegerse, y proteger a su familia y su comunidad. Debido a esto, decidimos esquivar los pueblos dando un rodeo por el monte cercano. As estbamos a salvo y evitbamos provocar el caos. sa era una de las consecuencias de la guerra civil, la gente dejaba de confiar y todos los forasteros eran enemigos. Incluso los que te conocan se volvan muy cautelosos en la forma de relacionarse o hablar contigo.

    Un da, cuando acabbamos de salir de la zona boscosa de un pueblo que habamos esquivado, un grupo de hombres enormes y musculosos salieron de repente del bosque al camino, delante de nosotros. Levantando los machetes y los rifles

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    de caza, nos ordenaron que nos detuviramos. Los hombres! eran los guardias voluntarios de aquel pueblo y el jefe les haba pedido que nos llevaran frente a l.

    Se haba congregado una multitud en el recinto del jefe para recibirnos. Los hombretones nos hicieron caer al suelo frente a ellos y nos ataron los pies con cuerdas gruesas. Despus nos ataron las manos atrs de modo que los codos se tocaban y el pecho estaba tirante. Se me saltaban las lgrimas por el dolor. Intent darme la vuelta, pero fue peor.

    El jefe dio un golpe con su vara en el suelo. - Sois rebeldes o espas? - No. Nos temblaba la voz. El jefe se enfad. - Si no me decs la verdad, dir a esos hombres que os aten

    piedras al cuerpo y os lancen al ro - rugi. Le dijimos que ramos estudiantes y fue un gran error. La multitud rugi: Ahogad a los rebeldes. Los guardias entraron en el crculo y nos registraron los

    bolsillos. Uno de ellos encontr una cinta de rap en m bolsillo y la entreg al jefe. El pidi que la pusieran.

    You doten with OPP (Yeah you know me) You down with OPP (Yeah you know me) You down with OPP (Yeah you know me) Who's down with OPP (Every last homie)2-

    El jefe par la msica. Se mes la barba, pensando. - Dime - dijo, volvindose hacia m- , de dnde has sacado

    esta msica extranjera? Le cont que rapebamos. No saba qu era la msica rap y

    se lo expliqu como pude. 2 Significa: Ests dispuesto a engaar a tu novio o novia.

    (N. de T)

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    Es algo parecido a contar parbolas, pero en el lenguaje del hombre blanco - conclu, diciendo tambin que ramos bailarines y tenamos un grupo en Mattru Jong, donde bamos a la escuela.

    - Mattru Jong? - pregunt, y llam a un joven que era del pueblo.

    Trajeron al chico frente al jefe y l le pregunt si nos conoca y si haba odo que contramos parbolas en el lenguaje del blanco. Saba mi nombre, el de mi hermano y los de mis amigos. Nos recordaba de algunas actuaciones que habamos hecho. Nosotros no le conocamos ni siquiera de vista, pero le sonremos clidamente como si tambin le reconociramos.

    Nos salv la vida. Nos desataron y nos sirvieron yuca y pescado ahumado.

    Comimos, dimos las gracias a la gente del pueblo y nos preparamos para seguir. El jefe y algunos de los hombres que nos haban atado las manos y los pies nos ofrecieron un sitio para quedarnos all. Les agradecimos su generosidad y nos marchamos. Sabamos que los rebeldes acabaran por llegar

    al pueblo. Lentamente, caminamos por el sendero adentrndonos en la

    selva espesa. Los rboles se agitaban inciertos con el escaso viento. El cielo pareca lleno de humo, un humo gris interminable que apagaba la luz del sol. Hacia el atardecer llegamos a una aldea abandonada de seis chozas de barro. Nos sentamos en el porche de una de las casas. Mir a Jnior, que tena la cara sudada. Haba estado muy silencioso ltimamente. Me sonri un momento hasta que volvi a ponerse serio. Se levant y fue al patio. Sin moverse, mir hacia el cielo hasta que el sol desapareci. Cuando volvi a sentarse en el porche, cogi una piedra y jug con ella toda la velada. Yo lo observaba, esperando que estableciera contacto ocular conmigo y me dijera qu le pasaba. Pero no levant la cabeza. Slo jugaba con la piedra en la mano y contemplaba el suelo.

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    Un da Jnior me ense a lanzar piedras al ro. Hab mos ido a buscar agua y me dijo que haba aprendido truco nuevo que le permita hacer caminar las piedras sob el agua. Doblando el cuerpo a un lado, lanz varias piedr y cada una caminaba sobre el agua ms lejos que la anterio Me dijo que lo intentara, pero no me sala. Me prometi ensearme el truco algn da. Mientras volvamos a casa cod los cubos de agua en la cabeza, resbal y ca, y se me verti el agua. Jnior me dio su cubo, cogi el mo vaco y volvi al] ro. Cuando lleg a casa, lo primero que hizo fue preguntarme si me haba hecho dao. Le dije que estaba bien, pero me mir las rodillas y los codos de todos modos, y cuando acab me hizo cosquillas. Mientras le miraba aquella noche sentado en el porche de la casa de una aldea desconocida, deseaba que me preguntara lo mismo.

    Gibrilla, Talloi, Kaloko y Khalilou miraban las copas de los rboles que ocultaban el pueblo. Gibrilla estaba sentado con la barbilla apoyada en las rodillas y, cuando exhalaba, todo su cuerpo se agitaba. Talloi no paraba de golpear el suelo con el pie, como si intentara distraerse para no pensar en el presente. Kaloko estaba inquieto. No poda estarse quieto y no paraba de cambiar de posicin, suspirando cada vez que lo haca. Khalilou estaba quieto. Su rostro no expresaba ninguna emocin y pareca haber abandonado su cuerpo. Yo quera saber qu senta Jnior, pero no encontraba el momento de romper el silencio de la velada. Ojal lo hubiera hecho.

    A la maana siguiente, un gran grupo de gente cruz la aldea. Entre los viajeros haba una mujer que conoca a Gibrilla. Le dijo que su ta estaba en un pueblo a unos cincuenta kilmetros de all. Nos indic cmo llegar. Nos llenamos los bolsillos de naranjas verdes y amargas que no se podan ni comer, pero era lo nico de que disponamos, y nos pusimos en marcha.

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    Kamator estaba muy lejos de Mattru Jong, donde los rebeldes seguan manteniendo el control peron los habitantes del pueblo estaban en guardia y a punto de marcharse a culquier lugar a cambio de comida y un lugar donde dormir, nos nombraron a todos vigilantes. A cinco kilmetros del pueblo haba una buena colina. Desde la cima, se poda ver hasta dos kilmetros del sendero que conduca al pueblo. All montbamos guardia desde primera hora de la maana hasta el atardecer. Lo hicimos durante un mes ms o menos y no pas nada. Aunque conocamos suficientemente bien a los rebeldes para saber si llegaban, nuestra vigilancia se fue relajando con el paso del tiempo.

    La temporada de siembra se acercaba. Haban cado las primeras lluvias y haban ablandado la tierra. Los pjaros empezaron a construir nidos en los mangos. El roco dejaba cada da las hojas mojadas y empapaba el suelo. El olor del suelo mojado era irresistible a medioda. Me daban ganas de rodar por l. Uno de mis tos sola bromear diciendo que le gustara morir en esa poca del ao. El sol sala antes de lo normal y brillaba ms que nunca en el cielo azul y casi totalmente despejado. La hierba a los lados del sendero estaba medio seca medio verde. Se vean hormigas en el suelo acarreando comida hacia sus agujeritos. A pesar de que intentamos disuadirlos, la gente del pueblo se convenci de que los rebeldes no apareceran, y nos ordenaron que dejramos el puesto de guardia y ayudramos en los campos. No fue fcil.

    Yo siempre haba sido un espectador de los trabajos del campo y por eso nunca me haba dado cuenta de lo difcil que eran hasta aquellos meses de mi vida, en 1993, cuando tuve que ayudar en la siembra en el pueblo de Kamator. Los habitantes del pueblo eran todos campesinos, y por lo tanto no haba forma de escapar.

    Antes de la guerra, cuando visitaba a mi abuela durante la

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    cosecha, lo nico que me dejaba hacer era echar vino al suelo alrededor del campo antes de empezar, como parte de una ceremonia de agradecimiento a los antepasados y los dioses por ofrecer un suelo frtil, arroz y un ao de buena cosecha. La primera tarea que se nos asign fue limpiar una enorme parcela de tierra de la medida de un campo de ftbol. Cuando fuimos a ver toda la maleza que debamos arrancar, supe que se avecinaban momentos difciles. La maleza era densa y haba muchas palmeras, cada una rodeada de rboles que se enredaban en las ramas. Era difcil sortearlas y talarlas. El suelo estaba cubierto de hojas podridas que haban cambiado el color superficial del marrn a casi negro. Se oa a las termitas moverse bajo las hojas podridas. Cada da nos encorvbamos y nos incorporbamos bajo la maleza, con machetes y hachas en ristre, talando rboles y palmeras a ras de suelo de modo que no crecieran rpidamente y echaran a perder la cosecha que se estaba a punto de plantar. A veces, cuando blandamos los machetes y las hachas, su peso nos mandaba volando sobre la maleza, donde nos quedbamos un momento frotndonos los hombros doloridos. El to de Gibrilla habra meneado la cabeza diciendo: Mocosos perezosos de ciudad.

    El primer da que desbrozamos, el to de Gibrilla nos asign a cada uno una porcin de maleza que arrancar. Tardamos tres das en limpiar nuestras porciones. l limpi la suya en menos de tres horas.

    Cuando cog el alfanje con la mano para atacar la maleza, el to de Gibrilla no pudo evitarlo. Se ech a rer y me ense a cogerlo como es debido. Pas horribles minutos lanzndolo contra los rboles con todas mis fuerzas mientras l los cortaba de un solo golpe.

    Las dos primeras semanas fueron extremadamente penosas. Sufr dolores de espalda y musculares. Lo peor de todo

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    era que tena las palmas de las manos desolladas, hinchadas y llenas de ampollas. No estaba acostumbrado a sostener un machete o un hacha. Cuando acabamos de limpiar, dejamos que se secara la maleza y cuando estuvo seca le prendimos fuego y observamos cmo ascenda el espeso humo hacia el cielo azul veraniego.

    A continuacin tuvimos que plantar yuca, cavando mi-nihoyos en el suelo con azadas. Para descansar de esta tarea, que nos obligaba a doblar la espalda por la cintura durante horas, cogamos tallos de yuca, los cortbamos en pequeas piezas y los colocbamos en los hoyos. El nico sonido que oamos mientras trabajbamos era el tarareo de las melodas de campesinos ms expertos, el aleteo ocasional de un pjaro, el estallido de las ramas quebradas en el monte cercano y los saludos de los vecinos que cruzaban el sendero para ir a sus campos o al volver al pueblo. Al terminar el da, a veces me sentaba en un tronco en la plaza del pueblo y observaba a los nios jugando a pelearse. Uno de ellos, de unos siete aos, siempre empezaba las peleas, y su madre lo separaba tirndole de la oreja. Me identifiqu con l. Yo tambin era un nio travieso y siempre me meta en peleas en la escuela y a la orilla del ro. A veces tiraba piedras a los nios a quienes no poda vencer. Como no tenamos a nuestra madre en casa, Jnior y yo ramos proscritos en la comunidad. La separacin de nuestros padres nos dej marcas que eran visibles hasta para el nio ms pequeo de nuestra ciudad. Eramos tema del cotilleo nocturno.

    - Pobrecillos - deca alguien. - No tendrn una formacin completa - deca otro en tono

    preocupado al pasar. Me indignaba tanto que nos compadecieran que a veces

    pegaba patadas a los nios en la escuela, sobre todo a los que nos miraban con expresin de mis padres hablan mucho de vosotros.

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    Estuvimos sembrando tres meses en Katamor y nunca me acostumbr. Las pocas veces que lo disfrutaba era durante los descansos de la tarde, cuando bamos a baarnos al ro. Me sentaba en el fondo arenoso y dejaba que la corriente me arrastrara ro abajo, donde volva a emerger, me pona la ropa sucia y volva al campo. Lo ms triste de aquel trabajo tan pesado fue que, al final, todo se ech a perder, porque los rebeldes acabaron por venir y todos huyeron, dejando que los campos se llenaran de malas hierbas y los animales los devoraran.

    Fue durante el ataque al pueblo de Kamator cuando mis amigos y yo nos separamos. Fue la ltima vez que vi a Jnior, mi hermano mayor.

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    7. El ataque se produjo inesperadamente una noche. Ni

    siquiera haba rumores de que los rebeldes estuvieran a setenta kilmetros de Kamator. Entraron en el pueblo una noche como surgiendo de la nada.

    Eran las ocho de la noche, cuando la gente estaba ocupada con la ltima plegaria del da. El imn ignoraba lo que estaba a punto de suceder; hasta que fue demasiado tarde. Estaba frente a la gente, mirando hacia oriente, recitando vigorosamente un largo sura. En cuanto l empezaba la plegaria, nadie poda decir nada que no estuviera relacionado con ello.

    No fui a la mezquita aquella noche, pero Kaloko s. Dijo que tras saberse que los rebeldes estaban en el pueblo, todos haban salido rpida y silenciosamente, dejando solo al imn dirigiendo la plegaria. Algunos intentaron avisarle en susurros, pero l los ignor. Los rebeldes lo capturaron y le exigieron que dijera en qu zonas de la selva se ocultaba la gente, pero el imn se neg a decir nada. Le ataron las manos y los pies con alambres, lo colocaron sobre una plancha de hierro y le prendieron fuego. No le quemaron por completo, pero el fuego lo mat. Dejaron sus restos semi quemados en la plaza del pueblo. Kaloko dijo que lo haba visto desde un matorral cercano donde se haba escondido.

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    Durante el ataque, Jnior estaba en el porche donde dormamos todos. Yo estaba fuera, sentado en los peldaos. No tuve tiempo de ir a buscarlo, porque el ataque fue muy repentino, y tuve que esconderme solo en el bosque. Esa noche dorm solo, apoyado en un rbol. Por la maana encontr a Kaloko, y juntos volvimos al pueblo. El cuerpo semique-mado del imn, como lo haba descrito Kaloko, estaba en la plaza. Vi el dolor que haba sufrido por la forma como apretaba los dientes. Todas las casas estaban quemadas. No haba indicios de vida en ninguna parte. Buscamos a Jnior y a los dems en la selva, pero no los encontramos. Tropezamos con una familia que conocamos y nos dejaron escondernos con ellos cerca del pantano. Estuvimos dos semanas que me parecieron meses. Los das pasaban lentamente mientras me devanaba los sesos imaginando las posibilidades del futuro. Tendra final aquella locura y habra algn futuro para m fuera de la selva? Pens en Jnior, Gibrilla, Talloi y Khalilou. Habran podido escapar al ataque? Estaba perdiendo a todo el mundo, mi familia y mis amigos. Record nuestro traslado a Mogbwemo. Mi padre celebr una ceremonia para bendecir la nueva casa e invit a los vecinos. Durante la ceremonia, se levant y dijo:

    - Ruego a los dioses y a los antepasados que mi familia permanezca siempre junta.

    Nos mir, a mi madre con mi hermanito en brazos, y a Jnior y a m uno junto al otro, con un toffee en la boca.

    Uno de los ancianos se puso de pie y aadi: - Ruego a los dioses y a los antepasados que tu familia

    permanezca siempre junta, incluso cuando uno de vosotros cruce al mundo de los espritus. Por la familia y la comunidad.

    El anciano levant las manos abiertas al cielo. Mi padre se acerc a mi madre y nos indic a Jnior y a m que nos acercramos tambin. Lo hicimos y mi padre nos rode con

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    los brazos. La gente aplaudi y un fotgrafo tom algunas instantneas.

    Me apret los prpados con los dedos para contener las lgrimas y dese mantener a mi familia reunida.

    Una vez cada tres das bamos a Kamator a ver si la gente haba vuelto, pero cada visita era en vano porque no haba seales de seres vivos. El silencio del pueblo era aterrador. Tena miedo cuando el viento soplaba, agitando los techos de paja, y senta como si mi cuerpo estuviera vagando fuera de m. No haba huellas de pisadas. Ni siquiera los lagartos osaban cruzar el pueblo. Los pjaros y los grillos no cantaban. Oa mis pasos ms fuertes que los latidos de mi corazn. Durante esas visitas, nos llevbamos escobas para borrar nuestras huellas al volver al escondite y, as, evitar que nos siguieran. La ltima vez que Kaloko y yo fuimos al pueblo, los perros se estaban dando un festn con los restos del imn. Un perro tena un brazo y otro una pierna. Por arriba, los buitres volaban en crculos, preparndose para descender tambin sobre el cadver.

    Vivir con miedo me llenaba de frustracin. Me senta como si estuviera siempre esperando que la muerte viniera a por m, y decid ir a alguna parte donde hubiera algo de paz. Kaloko tena miedo de marcharse. Pensaba que salir de la selva sera como caminar hacia la muerte. Decidi quedarse en el pantano.

    No tena ninguna bolsa para llevar cosas, de modo que me llen los bolsillos de naranjas, me at los cordones de las deportivas destrozadas y me dispuse a irme. Dije adis a todo el mundo y me dirig al oeste. En cuanto sal del escondite y entr en el sendero, me sent como si me envolviera una capa de pesar. Me cay encima al instante. Me ech a llorar. No saba por qu. Tal vez porque tema lo que me esperaba. Me

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    sent a un lado del sendero un rato hasta que se me acabaron las lgrimas y despus continu.

    Camin todo el da y no tropec con nadie en el sendero ni en los pueblos por donde pas. No haba huellas de pisadas y los nicos sonidos que o fueron los de mi respiracin y mis pasos.

    Camin cinco das, del amanecer al atardecer, y nunca entr en contacto con otro ser humano. Por la noche dorma en pueblos abandonados. Cada maana decida mi destino eligiendo en qu direccin ira. Mi objetivo era caminar en sentido contrario de donde vena. Se me acabaron las naranjas el primer da, pero recog ms en los pueblos donde dorma. A veces encontraba campos de yuca. Arrancaba un poco y me la coma cruda. El otro alimento que estaba disponible en casi todos los pueblos eran los cocos. No saba trepar a un cocotero. Lo haba intentado, pero era sencillamente imposible, hasta un da que estaba muy hambriento y sediento. Llegu a un pueblo donde no haba nada que comer excepto los cocos que colgaban de los rboles, como si se burlaran de m, desafindome a cogerlos. No s explicar muy bien cmo ocurri, pero trep al cocotero rpida e inesperadamente. Cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo y pens en mi inexperiencia, ya estaba en lo alto de la copa cogiendo cocos. Baj igual de rpidamente y mir a mi alrededor buscando algo para cortarlos. Por suerte encontr un viejo machete y me puse a trabajar con las cortezas. Cuando acab el tentempi, encontr una hamaca y descans un rato.

    Me levant descansado y pens que tena suficiente energa para trepar y coger ms cocos para el camino. Pero me fue imposible. Ni siquiera logr pasar de la mitad del tronco. Lo intent una y otra vez, pero cada intento era ms lastimoso que el anterior. Haca tiempo que no me rea, pero aquello me hizo rer desenfrenadamente. Podra haber escrito una redaccin cientfica sobre la experiencia.

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    El sexto da encontr a unos seres humanos. Acababa de salir del pueblo donde haba dormido esa noche y estaba camino de encontrar otro cuando o voces delante de m, que suban y bajaban a merced del cambio de direccin del viento. Sal al sendero y camin cuidadosamente, procurando no pisar Ias hojas secas del monte por no hacer ruido. Me qued detrs de unos matorrales, observando a los que oa. Eran ocho, a la orilla de ro, cuatro nios ms o menos de mi edad, doce aos dos nias, un hombre y una mujer. Se estaban baando. Tras observarlos un rato y decidir que eran inofensivos, decid bajar al ro a baarme tambin. Para no asustarlos, baj un tramo del sendero y me dirig de frente. El hombre fue el primero que me vio. - Kusheoo. Cmo est, seor? - lo salud. Sus ojos escrutaron mi cara sonriente. No dijo nada y yo pens que quiz no hablaba krio. As que le salud en mende, la lengua de mi tribu.

    - Bu-wab. Bi ga huin ye na. Sigui sin responder. Me quit la ropa y me met en el ro.

    Cuando sal a la superficie, haban dejado de baarse, pero seguan en el agua. El hombre, que era el que estaba ms lejos, me pregunt:

    - De dnde eres y adonde vas? Era mende y entenda el krio perfectamente.

    - Soy de Mattru Jong y no tengo ni idea de adonde voy. - Me sequ el agua de la cara y continu- : A dnde vas t con tu familia?

    l ignor mi pregunta como si no me hubiera odo. Entonces le pregunt si saba cmo llegar rpidamente a Bonthe, una isla al sur de Sierra Leona y uno de los lugares seguros, segn la voz popular. Me dijo que si segua caminando hacia el mar, algn da encontrara a quien supiera indicarme cmo llegar a Bonthe. Estaba claro por el tono de su voz que no me quera por all y no confiaba en m. Mir los rostros curiosos

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    y escpticos de los nios y la mujer. Me alegraba de ver otras caras y al mismo tiempo estaba desilusionado porque la guerra haba destruido el placer de la experiencia de conocer gente. Ya ni siquiera se poda confiar en un nio de doce aos. Sal del agua, di las gracias al hombre y me puse en camino, en la direccin que me haba indicado para llegar al mar.

    Tristemente, no conozco los nombres de casi ninguno de los pueblos que me dieron refugio y alimento en aquella poca. No haba nadie a quien preguntar, y en aquellas partes del pas no haba rtulos que indicaran el nombre de los pueblos.

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    8. Camin dos das seguidos sin dormir. Slo me detena en

    los arroyos a beber agua. Me senta como si me siguiera alguien. A menudo mi propia sombra me asustaba y me haca echar a correr durante kilmetros. Todo me resultaba extraamente brutal. Incluso el aire pareca querer atacarme y romperme el cuello. Tena hambre, pero no me apeteca comer ni tena fuerzas para buscar comida. Haba pasado por pueblos quemados donde haba cadveres de hombres, mujeres y nios de todas las edades esparcidos como hojas por el suelo tras una tormenta. Sus ojos todava expresaban miedo, como si la muerte no los hubiera librado de la locura que segua desplegndose. Haba visto cortar cabezas con machetes, ser aplastadas con ladrillos de cemento, y ros llenos de tanta sangre que el agua haba cesado de fluir. Cada vez que r