La Batalla Por Stalingrado - William Craig

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OBRA QUE RELATA LA BATALLA SE STALINGRDAO

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LA BATALLA PORSTALINGRADO

— oOo — Título Original: Enemy at the gates.The Battle for Stalingrad © 1973, WILLIAM CRAIG © 2005, Editorial Planeta, S.A. Lorenzo Cortina, por la traducción. ISBN: 978-84-08-06181-X

A mi esposa Eleanor, a la que amo

PRÓLOGO

Cuando era niño, descubrí unexcitante mundo de fantasía en laspáginas de los libros de Historia. A lossiete años, caminaba por las murallasde Jerusalén detrás de los cruzados; alos nueve, me aprendí de memoria elglorioso pean de Alfred Lord Tennysona los inmortales hombres de la BrigadaLigera y a su carga de Balaklava. Dosaños después, desarraigado de miambiente habitual, cuando mi familiase trasladó a otra ciudad, descubrí unalma gemela en la singular figura deNapoleón Bonaparte que languidecíaen su exilio de la isla de Santa Elena.

El bombardeo de Pearl Harbor, el 7de diciembre de 1941, añadió unanueva dimensión a mi interés por lasfiguras y acontecimientos históricos.Mis propios parientes estabaninmersos en el conflicto y seguí sushazañas día a día durante la SegundaGuerra Mundial. Como elautonombrado Boswell en las fuerzasaliadas, descuidé mis declinacioneslatinas para registrar los ominososdetalles acerca de Wake, Guam, Batány Corregidor. Al empezar el octavogrado, en el otoño de 1942, me convertíen un cartógrafo aficionado, dibujandometiculosos mapas de lugares talescomo Guadalcanal y Nueva Guinea, eincluso de una ciudad llamada

Stalingrado, situada en el corazón deRusia. Debido a mi apasionado interéspor Napoleón, y porque conocía latotal derrota de su Grande Armée enlas vastas llanuras nevadas de la Rusiazarista, rápidamente se desarrolló miinterés por el intento alemán deconquistar la Unión Soviética. Se meocurrió que el mismo destino podíaaguardar a los panzers nazis que seintroducían resueltamente por la zonavital de la URSS. Durante octubre y noviembre de1942, cada vez robé más tiempo a misestudios para leer todo lo que caía enmis manos acerca de aquella ciudadsoviética situada en el umbral de Asia.Los informes hablaban de luchas por

las alcantarillas, en los sótanos, en losedificios comerciales, y tratédesesperadamente de imaginarmeaquellos horribles momentos en lasvidas de unos hombres. Para unmuchacho de trece años, criado en unpaís en paz, era muy difícil conjurartales imágenes. En febrero de 1943, el VI Ejércitoalemán se rindió y nuestros periódicosse llenaron de descripciones de aquellaasombrosa victoria rusa. Llamóparticularmente mi atención unatelefoto del mariscal de campoFriedrich von Paulus después de sercapturado. Su rostro estaba lleno dearrugas; sus ojos hablaban de laspesadillas que había vivido. Aquel

oficial alemán, en un tiempo arrogante,era ahora un hombre acabado. El recuerdo de aquella foto meacompañó a través de los años. • • • Durante el siguiente cuarto de siglo,tanto las imprentas soviéticas como lasalemanas vomitaron un alud de librosacerca de Stalingrado. Algunos eranrelatos personales; otros, tratadoshistóricos. Los rusos escribieron conorgullo por su increíble victoria. Sinembargo, frecuentementedistorsionaban los hechos paraacomodarlos a las realidades políticas.El nombre de Stalin desapareció de losrelatos de la batalla; lo mismo sucedió

con los de Jruschov (Kruschev),Malenkov y el mariscal Zhúkov. Así, laversión rusa de la historia quedóvelada por el secreto oficial. Por ellado alemán, la narración de loshechos sufrió una distorsión diferente.Pocos autores alemanes examinaronlas miles de complejidades quecondujeron a la pérdida del VI Ejércitoen Stalingrado, al no poder hacerlo porhabérseles negado el acceso a lasfuentes rusas. Y las memorias de losgenerales alemanes que participaronen la batalla estaban llenas dedeclaraciones discutibles, devilipendios personales y de censuras.Además, los alemanes nunca creyeronen la obstinada defensa de Stalingrado

por parte del Ejército Rojo y en elbrillante contraataque que derrotó alque, hasta entonces, habíanconsiderado el mejor Ejército delmundo. Ahora me había convertido en autor ehistoriador y, cautivado aún poraquella foto de un Paulus abatido, meembarqué en una investigaciónpersonal de lo que había sucedido enStalingrado. Rara tener éxito en laempresa, debía hacer lo que nadiehabía realizado antes: estudiar losarchivos oficiales tanto de las fuerzasrusas como de las del Ejecomprometidas en el conflicto, visitarel campo de batalla y pisar la tierrapor la que tantos hombres habían

muerto, localizar a los sobrevivientesde la batalla —rusos, alemanes,italianos, rumanos, húngaros— yconseguir sus relatos como testigospresenciales, sus diarios, fotografías ycartas. No era tarea fácil. Primero visité a Ernst von Paulus, elúnico hijo vivo del mariscal de campo,en Viersen, Alemania Occidental.Notablemente parecido a su padre,Ernst habló durante horas acerca deaquel hombre que tanto había sufrido:la pérdida de todo su Ejército, sus añosde cautiverio en la Unión Soviética, elcrepúsculo de su destrozada vida enDresde, donde Paulus consumió susúltimos días escribiendo refutacionesdestinadas a aquellos críticos que le

achacaban la tragedia de Stalingrado. Luego fui a Stalingrado, la ciudadque destruyó la carrera y la reputaciónde Paulus. Un visitante casual se dacuenta de que Stalingrado vuelve a serun gigante industrial en la UniónSoviética. Sus anchos bulevares estánbordeados por parterres con flores.Relucientes casas blancas deapartamentos forman kilómetros deconfortables oasis en un mar deatareadas fábricas y talleres. Loshabitantes de la ciudad caminan conenergía a lo largo de las calles delcentro. En un cruce, un corro se agolpaante un sedán nuevo para admirarlo;por la noche, las parejas pasean porlos muelles del Volga y contemplan las

luces de los buques y barcazas quepasan. En un lugar tan pacífico es casiimposible imaginar que dos nacioneslibraron tan titánica lucha. Las huellas de aquella cruel batallason escasas. En un elevador de granos,a través de la fachada de cemento delos silos, se ve una línea irregular deimpactos de bala. En la pared de losgrandes almacenes Univermag, unaplaca indica que el VI Ejército alemánse rindió aquí en 1943. Más al norte,en la calle Soléshnaia, una antena detelevisión se alza desde una casa depisos donde otra inscripción describeuna batalla de cincuenta y ocho díaspor la posesión del edificio durante elotoño de 1942. Mientras permanecía de

pie leyendo aquella inscripción, losniños corrían a través de un patiocubierto de yerba, que antaño estuvolleno de minas y soldados muertos. En el pequeño Museo del Ejército deVolgogrado, cerca de la estacióncentral de ferrocarril, unos oficialesme mostraron con legítimo orgullorecuerdos del conflicto: el capoteandrajoso y cosido a balazos de unoficial del Ejército Rojo, centenares debanderas rojo-blanco-negras con laesvástica, tomadas a famosas unidadesalemanas, pistolas, órdenes oficiales ydiarios y cartas capturados. En lasparedes había dioramas brillantementepintados con escenas de la batalla. Pero sólo en la colina de Mámaiev,

que se levanta en el centro de laciudad, puede uno empezar acomprender la enormidad de lo querealmente sucedió allí. Mientrasrecorría los cien metros que hay hastala cumbre, pasé por un bosque degrupos escultóricos que recuerdan eltriunfo ruso: una estatua del generalVassili Ivánovich Chuikov, el únicohombre que merece el nombre de«salvador de Stalingrado»; una mujerabrazando estrechamente a un niñomuerto; hombres que disparan susarmas contra los enemigos que tratande llegar hasta ellos desde el Volga. Enla cumbre del Mámaiev, alcé la vistacon asombro hacia la estatua decincuenta metros de altura de la

«Madre Rusia». De sus hombros cuelgauna capa y en su mano derecha Mandeuna espada. Vuelve el rostro paraexhortar a sus compatriotas a lavictoria. A sus pies, en una rotondacircular, se encuentra un gran sepulcroque contiene los restos mortales dediez mil de sus hijos recogidos en elcampo de batalla; sus nombres estánescritos en las paredes de la rotonda.En aquel lugar tranquilo, se oyeconstantemente música fúnebre. Enmedio del bloque de cemento que cubreel lugar de descanso de aquelloshombres, un gigantesco brazoesculpido se levanta hacia arriba. Ensu cerrado puño, una antorchaencendida penetra la oscuridad.

Desde una sinuosa rampa, losvisitantes contemplan la tumba. Nadiehabla. El silencio de la muerte lesacompaña, a la brillante luz del sol,mientras Stalingrado hierve derenovada vida. Las trincheras han sidocubiertas. El alambre espinoso hadesaparecido de las laderas. Se hanquitado los carros y cañonesabrasados. Incluso se han removido dela tierra las tumbas alemanas. Se hanborrado casi todas las huellas físicasde aquella terrible guerra. Pero lashuellas mentales persisten y, alrededordel mundo, los hombres y mujeres queestuvieron en Stalingrado en 1942tiemblan aún al recordar aquellosespantosos días.

Como el obrero de una fábrica deStalingrado cuyos ojos se cierran conodio cuando recuerda los avionesenemigos ametrallando civiles en unatestado muelle del Volga; o un exoficial soviético al que le tiembla lavoz cuando describe los terribles gritosde sus hombres, que cayeron en unaemboscada y sufrieron una carniceríaen los campos del oeste de Stalingrado;o el emigrado ruso, en Haifa, Israel,que solloza de pena cuando recuerda aun bebé aplastado contra la pared porunos soldados alemanes borrachos. En una lujosa residencia de Roma, uneminente cirujano italiano seestremece mientras relata las distintasescenas de canibalismo que se

desarrollaron en los campos deprisioneros de Siberia después de labatalla. Su esposa escuchaba en mediode una horripilante fascinación cómoel doctor recordaba que los caníbalesmás refinados dejaban de lado loscadáveres de más de un día. Preferíanla sangre caliente de los soldadosrecién muertos. A una mujer rusa, ahora esposa de unfamoso músico americano, sólo laconsumía un recuerdo. Dieciochomeses después de que acabara la lucha,cuando su tren de refugiados se detuvoen Stalingrado, el hedor de miles ymiles de cadáveres que aún yacíanentre los escombros la hizo vomitar. Lo mismo puede decirse de los

alemanes. En un suburbio deHamburgo, un fornido oficial de laLuftwaffe que narraba amargasimágenes de los golpes que le dieronlos guardianes soviéticos en la prisiónse echó a llorar de repente y mesuplicó que no le hiciese máspreguntas. En Colonia, una mujer que llevabaesperando veintisiete años el regresode su marido, dado por desaparecidoen combate, me hizo una pregunta. Conlos ojos llenos de lágrimas me dijo:«¿Cree que podría ir a Stalingrado aver si le encuentro?». Me percaté de suincreíble devoción a la memoria de unhombre contado entre las bajas hacíatanto tiempo por los registros del

Gobierno y sólo pude sacudir conpasmo la cabeza y decir: «No, no creoque pueda servir de nada.» Comprendió lo que mi respuestaquería decir. Sonrió valientemente, selevantó y preparó un té para los dos. • • • El catálogo de recuerdos amargoscreció ampliamente cuando meencontré con centenares de hombres ymujeres que habían sobrevivido alholocausto de Stalingrado. Quedétrastornado por lo que me dijeron ytuve que recordarme a mí mismo una yotra vez que debía escuchar aquelloscuentos de horror porque tales relatoseran vitales para una reconstrucción

válida del conflicto. Aún fue máshorroroso el irme percatando, poco apoco, mediante las estadísticas que ibadescubriendo, de que la batalla habíasido el mayor baño de sangre militarconocido en la historia. Mucho más deun millón de hombres y mujeresmurieron a causa de Stalingrado, unacantidad que sobrepasa los anterioresregistros de muertos de la primerabatalla del Somme y de Verdún, en1916. La mortandad se puede descomponerdel modo siguiente: Segúninformaciones de fuentes oficialesrusas, sobre bases no totalmentedignas de crédito (debemos recordarque los rusos nunca han declarado

oficialmente sus bajas durante laSegunda Guerra Mundial), laspérdidas en soldados del Ejército Rojoen Stalingrado ascienden a 750.000muertos, heridos o desaparecidos encombate. Los alemanes perdieron casi 400.000hombres. Los italianos perdieron más de130.000 hombres de su Ejército de200.000 soldados. Los húngaros perdieronaproximadamente 120.000 hombres. Los rumanos también perdieron200.000 hombres en torno aStalingrado. En lo que se refiere a la poblacióncivil de la ciudad, un censo de

preguerra arroja la cifra de 500.000habitantes antes de que se iniciaran lashostilidades de la Segunda GuerraMundial. Este número aumentó cuandouna corriente de refugiados se abatiósobre la ciudad desde las otras zonasde Rusia que estaban en peligro decaer en manos de los alemanes. Unaporción de los ciudadanos deStalingrado fueron evacuados antes delprimer ataque alemán, pero se sabeque 40.000 civiles murieron en los dosprimeros días del bombardeo de laciudad. Nadie conoce cuántos murieronen las barricadas o en las zanjasanticarros o en las estepascircundantes. Los archivos oficialessólo proporcionan un dato escueto:

cuando terminó la batalla, un censorealizado sólo encontró a 1.515personas que hubiesen vivido enStalingrado en 1942. A medida que surgían esasinexorables estadísticas, empecé adirigir a los sobrevivientes la másimportante de las preguntas: ¿Cuál fuela verdadera trascendencia de labatalla? En 1944, el general Charles deGaulle visitó Stalingrado y paseó através de las ruinas aún sindesescombrar. Después, en unarecepción en Moscú, un corresponsalle preguntó sus impresiones acerca delescenario. «Ah, Stalingrad, c'est tout demême un peuple formidable, un tres

grand peuple», dijo el líder de laFrancia Libre. El corresponsal estuvode acuerdo: «Ah, oui, les Russes...»,pero De Gaulle le interrumpió conimpaciencia: «Mais non, je ne parle pasdes Russes, je parle des Allemands.Tout de même, avoir poussé jusque là...»(«Haber llegado tan lejos...») Nadie que conozca los problemasmilitares puede estar de acuerdo conDe Gaulle. Que los alemanes fuerancapaces de atravesar más de milquinientos kilómetros del sur de Rusiapara llegar a las orillas del río Volgaconstituyó una increíble hazaña. Quelos rusos conservaran Stalingrado,cuando casi todos los estrategas creíanque la Unión Soviética estaba al borde

del colapso, es algo igualmenteextraordinario. Derrotados durante más de un añopor el Moloch nazi, muchos soldadosdel Ejército soviético habían llegado alconvencimiento de que los alemaneseran invencibles. Miles de elloscorrieron hacia las líneas enemigas endemanda de socorro. Otros milesdesertaron de las líneas de los frentes.En la Rusia no ocupada, la poblacióncivil fue presa de la mismadesesperación. Ante aquellos millonesde personas muertas o sometidas aldominio alemán, con unos suministroscada vez más reducidos de alimentos,ropas y albergues, la mayoría delpueblo ruso empezó a dudar de sus

jefes y de sus Ejércitos. Lasorprendente victoria sobre el VIEjército alemán cambió esta actitudnegativa. Psicológicamente alentadospor aquel magnífico triunfo sobre los«superhombres nazis», tanto los civilescomo los militares fortalecieron suánimo ante las duras tareas que teníanante sí. Y aunque la definitivadestrucción del III Reich demostraríaser una larga y costosa lucha, los rusosya no volverían a dudar de su victoria.Después de Stalingrado, avanzaron conresolución hacia el oeste, directamentehasta Berlín y la herencia de su arduopaso a través de la zona vital deAlemania aún persiste hoy. Para laUnión Soviética, la trayectoria hasta

su presente papel de superpotenciaempezó en el río Volga, donde, como lodescribió Winston Churchill, «giró elgozne del destino...». Para los alemanes, Stalingradoconstituyó el acontecimiento individualmás traumático de la guerra. Hastaentonces, ninguno de sus Ejércitos deselección había sucumbido en el campode batalla. Hasta aquel momento,nunca tantos soldados habíandesaparecido sin dejar huellas en lasvastas soledades de un país extraño.Stalingrado fue un desastre queparalizó la mente de una nación que secreía la mejor de todas las razas. Unprogresivo pesimismo empezó a invadirlos pensamientos de aquellos que

habían cantado «Sieg Heil! Sieg Heil!»en los mítines de Hitler y el mito delgenio de Hitler empezó a disolverselentamente bajo el impacto de larealidad de Stalingrado. Enconversaciones furtivas, la gente, antesdemasiado tímida para actuar contra elrégimen, empezó a hacer planesconcretos para derrocarlo. Stalingradofue el principio delfín del III Reich. Tras haber empleado cuatro añosinvestigando intensamente la batallade Stalingrado desde ambos lados de latierra de nadie, me di cuenta de que elmosaico del relato cambiaba con elpaso de los días, como sucede contodas las historias. La brillanteofensiva alemana sobre el Volga

palidecía en relación con la inspiradadefensa de Stalingrado por los rusos.Por otra parte, lo más absorbente detodo fue la gradual desintegraciónmoral y física de los soldados alemanescuando se percataron de que su suerteestaba echada. En su lucha por hacerfrente a lo increíble, radica eldramatismo último de losacontecimientos. La brutalidad, el sadismo y lacobardía destacan notablemente en lahistoria. La envidia, la ambicióndesbocada y la insensibilidad ante elsufrimiento humano se dan conabrumadora frecuencia. El hombreaspira a la grandeza, pero demasiado amenudo sus esperanzas quedan

sumergidas por el instinto primario desobrevivir a cualquier precio. Lo quesucede entonces no es agradable deleer. Ningún libro que describa tanamplias matanzas puede serlo. EnStalingrado fuimos testigospresenciales de una monumentaltragedia humana. WlLLIAM CRAIG

CAPÍTULO I

Quemada por el abrasador sol delverano, las herbosas tierras llanas de laestepa tienen un color pardo brillante.Desde las cercanías de Lugansk, en eloeste, hasta Kazajstán, en el este, laárida meseta abarca más de milkilómetros del sur de Rusia. Sóloalgunos trozos rectangulares de tierrasde cultivo, los koljoses, mitigan ladesolación y, desde ellos, la cinta de lacarretera se dirige en línea recta hacia elhorizonte. Dos majestuosos ríos, que bajan denorte a sur, recorren el país. El erráticoDon excava un convulso cauce hasta la

ciudad de Rostov, en el mar de Azov.Más al este, el poderoso Volga seencorva más suavemente en su caminohasta su cita con el mar Caspio, enAstraján. Sólo en un lugar los ríoscorren paralelos uno al otro, y ladistancia que allí les separa no pasa desesenta y cinco kilómetros. Tras esebreve intento de unión, fluyenimplacablemente en sus trayectossolitarios hacia diferentes destinos,aunque dando, sin embargo, un poco derespiro al áspero suelo. De otro modo,el sofocante calor de la región agrietaríala tierra y paralizaría la vida. Así han ocurrido las cosas durantesiglos en la estepa. Pero el día 5 deagosto de 1942, una presencia malévola

se introdujo en el eterno escenario.Desde el oeste, desde la lejana Ucrania,empezaron a levantarse gigantescascolumnas de polvo. Las revoloteantesnubes avanzaban a intervalos por lapradera, se detenían sólo durante brevesperíodos antes de seguir desplazándosehacia el este, hacia la barrera del ríoDon. Vistas a distancia, parecíantornados, esos fenómenos naturales queazotan las áreas abiertas de la Tierra.Pero aquellas nubes en espiral ocultabanal VI Ejército alemán, unas tropasseleccionadas y enviadas por AdolfoHitler para destruir al Ejército soviéticoy al Estado comunista dirigido por JoséStalin. Sus hombres estaban muy segurosde sí mismos: durante tres años de

guerra nunca habían sufrido una derrota. En Polonia, el VI Ejército había hechode la palabra blitzkrieg («guerrarelámpago») un sinónimo de laomnipotencia nazi. En Dunkerque,ayudaron a inutilizar las fuerzasexpedicionarias británicas, mandando alos tommies de vuelta a Inglaterra sinfusiles ni artillería. Escogido comopunta de lanza para la invasión a travésdel canal, el VI Ejército se entrenó endesembarcos anfibios hasta que Hitlerperdió los ánimos que tenía para elasalto y los envió a Yugoslavia, a la queconquistaron en pocas semanas. Luego, en el verano de 1941, el VIEjército empezó su campaña rusa ysojuzgó de modo completo al enemigo.

Rápidamente «liberó» varios millonesde kilómetros cuadrados de Ucrania yalcanzó un nivel profesional sinparangón dentro de la guerra moderna.Cada vez más arrogantes por sus éxitosen los campos de batalla, sus soldadosllegaron a la conclusión de que«Kussland ist kaputt». Dichaconvicción fue reforzada por lapropaganda emanada delFúhrerhauptquartier (Cuartel general dela OKW). Por ello, al desencadenarhacia fines de junio de 1942 laOperación Azul, el golpe definitivo,Adolfo Hitler prometió a sus soldadosdar fin a la guerra. La mayoría de los alemanes que habíaen la estepa estuvieron de acuerdo con

las profecías de triunfo de su Führer,especialmente cuando se percataron dela débil resistencia del Ejército Rojo.Aquella sofocante mañana de agosto, elVI Ejército se preparaba para salvar unnuevo obstáculo. Dos maltrechosEjércitos soviéticos, el 1.° de Carros yel 62.° de Infantería, se encontrabanacorralados contra los riscos quedominan las orillas occidentales delDon. Unos dedos de acero se habíanextendido por el otro flanco de losrusos. Oleadas de carros alemanes MarkIII y Mark IV, cubiertos de polvo,vagaban por la región. Desde centenaresde torretas, los comandantes de loscarros daban breves órdenes a los

artilleros que hacían girar sus cañonespara disparar contra los objetivos que seiban presentando. Aterrados, los soldados rusos, quehabían perdido la fe en sus oficiales y enel mismo Ejército Rojo, corrían a unirsea la creciente riada de desertores. Losalemanes los apiñaban en andrajosascolumnas que marchaban hacia el oeste,alejándose del estrépito de la guerra.Los rusos estaban contentos. Para ellos,la captura significaba la supervivencia. • • • Los alemanes tenían poco tiempo quededicar a sus prisioneros. En los puestosde mando de los regimientos y lasdivisiones, los oficiales de alta

graduación trazaban nuevas líneas en losmapas, escribían nuevas directrices y selas daban a los correos, que acelerabanlos motores de sus motos al pasar a lascaravanas de camiones que llevabanhombres y suministros cada vez máscerca del río Don. Dentro de lostransportes, los infantes se anudabanpañuelos a la cara para protegerse delas nubes de polvo en que estabansumergidos. Sus uniformes de color grisverdoso estaban cubiertos del polvo dela estepa, y tenían los ojos inyectados ensangre. Lo pasaban muy mal, pero comoestaban ganando, su moral era elevada.De los camiones surgían estridentescanciones de marcha mientras losadelantaban los motoristas.

Cuando los correos alcanzaron la líneaprincipal de resistencia, entregaronmensajes a los cansados comandantes delos batallones y compañías, algunos delos cuales llevaban más de treinta díassin descansar. Su aspecto reflejaba latensión del constante combate: susrostros estaban pálidos, sus uniformes,antes impecables, se les pegaban alcuerpo y llevaban acumulada la mugrede la estepa. Los cascos eran un enormeestorbo, un imán para el sol que batíasobre ellos y hacía que el sudor leschorreara cuello abajo. No obstante, los oficiales quitaronimportancia a sus molestias y gritaronnuevas órdenes a sus sudorososhombres. Los landsers apagaron los

cigarrillos, se colgaron al hombrofusiles y metralletas y se unieron a lasinevitables columnas que se dirigían aleste, siempre hacia el este, hacia elcorazón de la Unión Soviética. Contrariamente a la popular creenciade la época, los Ejércitos alemanesestaban muy lejos de una totalmecanización. Sólo en el VI Ejército,más de 25.000 caballos transportabanlos cañones y los suministros. Procedíande todos los lugares: inmensos caballosrequisados en Bélgica, pequeños panjesrusos, no mucho más corpulentos que losburros, y que vivían en las estepas. Susflancos se levantaban por el esfuerzo ysus ojos giraban, mientras seencabritaban de miedo ante las

repentinas explosiones. Los soldados dea pie pisoteaban el estiércol y lanzabanviolentas maldiciones ante aquellanueva afrenta a su sensibilidad. Pero seguían adelante, y prontollegaron al borde de la tierra de nadie,donde los carros quemados ydespanzurrados permanecíansilenciosos, con sus cadenas detransmisión retorcidas caprichosamentey los cañones rotos. En medio de estadesolación, las tropas excavaron hoyospoco profundos y aguardaron la señalpara el ataque. La metralla rusa roció a los reciénllegados; los restos humanos fueronrecogidos a toda prisa, los médicoscargaron a los heridos en ambulancias,

que se apresuraron hacia los hospitalesde campaña, situados a salvo en laretaguardia. Los camiones, los tanques ylas motos se arrimaron a la cuneta paradejar pasar a los «furgones de la carne»,mientras los enfermeros, en el interiorde los mismos, se inclinaban sobre losmutilados cuerpos atados fuertementecon correas a las camillas. En los hospitales de campaña, laatmósfera era casi tranquila. Sólo lossepultureros perturbaban el profundosilencio mientras, detrás del hospital detiendas, ponían bajo tierra,metódicamente, un ataúd tras otro. Loscuras castrenses entonaban las oracionesapropiadas, al mismo tiempo que unaguardia de honor lanzaba

precipitadamente salvas al aire.Momentos después, un grupo dehombres empezaba a hincar en el suelocruces de madera en la cabecera de cadasepultura, inscribiendo el nombre, lagraduación y la unidad del soldado quequedaba sepultado en tierra extraña. Uncorreo informó que las tumbas crecíancomo hongos, a través de la estepa. • • • A unos cinco kilómetros del frente,una batería de nebelwerfers, de 150 mm,de aquellas que sembraban el terrordesde su escondrijo, con seis cañonesde mortero colocados sobre cureñas conruedas de neumáticos de caucho, estabaextrañamente silenciosa. Durante la

mañana, mientras la dotación de loscañones se escondía en profundastrincheras para escapar al terribleretroceso del arma, los morteros habíandisparado series de obuses de granpotencia, de treinta y cinco kilos, haciaun enemigo invisible. Ahora, tras haberagotado las municiones, los hombresestaban descansando con su jefe, elteniente Emil Metzger, agachados a lasombra de un camión. El teniente sacóunos papeles del bolsillo de su chaquetay empezó a garrapatear un mensaje parasu mujer, en Frankfurt: «LiebeKaethe...»

El teniente alemán Emil Metzger y suesposa Kaethe, el día de su boda (1940).

¿Cómo podía comunicar la noticia deque había perdido las esperanzas deobtener su primer permiso desde hacíados años, cuando uno de sus amigospudo ir a casa en su lugar para casarse?Mientras sopesaba el asunto, Emil cesóde frotarse su barba de tres días. Estabaorgulloso de cuanto había llevado acabo desde aquel día de 1933 en que sealistó en la inexperta Reichswehr por unperíodo de doce años, porque «queríahacer algo por la patria». Durante lainvasión de Polonia, en 1939, el empujede Metzger, su rapidez de gimnasta y suhabilidad para soportar el esfuerzofísico le habían permitido ascender asargento. Al año siguiente, él y sus

hombres lucharon a través de Francia yse endurecieron con los horrores quecontemplaron en las carreteras querodeaban Dunkerque. Ahora poseía laCruz de Hierro de segunda clase y eraoficial. Esto tenía poco que ver con elaprendizaje que había pensado realizarpara llegar a oficial carnicero. Elpatriotismo no había sido su única razónpara alistarse en el Ejército. La otrarazón radicaba en que estaba asqueadode matar animales.

El teniente Metzger durante la batallade Stalingrado (1942).

Emil se preguntó si podía poner en lacarta que su ensortijado cabello negrohabía empezado de pronto a encanecer.Sus ojos castaños se entornaron cuandorecordó el baile en que conoció aKaethe Bausch. Se casaron pocodespués, en un breve intervalo de lalucha, en 1940, y sólo pasaron cuatronoches juntos antes de que él sereincorporase a la batalla. Era difícilencontrar palabras apropiadas ytranquilizadoras para explicar por quéno volvía a casa, pero estaba seguro deque Kaethe lo entendería. No habíamotivo para que ella se intranquilizara.Según los últimos rumores, la guerraestaba a punto de acabar. El Ejército

soviético había sido derrotado; unabatalla más y sería aniquilado. Alterminar, puso: «Estaré en casa porNavidades». Cerró la carta y la entregó a unasistente para que la echase al correo encuanto el camión de suministros trajerauna nueva carga de obuses. Se cubrió lanariz y la boca con un pañuelo y ordenóa la batería que se uniese a la línea demarcha. Emil les había dicho que seestaban dirigiendo a un lugar situado enel río Volga; se llamaba Stalingrado. • • • Otros hombres compartían eloptimismo de Emil Metzger. En elcuartel general del VI Ejército, unos

cincuenta kilómetros al oeste delinestable frente, los oficialesexaminaban los mapas y mentalmenterestaban dos Ejércitos más del plan debatalla ruso. Era obvio que cuando loscarros alemanes se reunieran, quedaríacerrada la última carretera abierta haciael Don y aquella chusma atrapada entrelas tenazas dejaría de existir. En loconcerniente a los estrategas, estabanplaneando la próxima fase de laofensiva: vadear el Don y desplazarseunos sesenta y cinco kilómetros más aleste, hacia el Volga. Los planes originales de la OperaciónAzul no preveían la toma de Stalingrado.De hecho, la ciudad no era un objetivoimportante del ataque. Tal como se

concibió en un principio, la fuerza deataque estaba formada por dos grupos deEjércitos, el A y el B. El grupo A, bajoel mando del mariscal de campo List,incluía los 17.° y 1.° Ejércitos decarros; el grupo B, al mando de Fedorvon Bock, se enorgullecía de contar conel IV Ejército Panzer y el VI Ejército, alque apoyaban los húngaros en laretaguardia. El grupo de Ejércitos debíadesplazarse al este, en un amplio frente,hasta la línea del río Volga «en el áreade» la ciudad de Stalingrado. Tras«neutralizar» la producción de guerrarusa en aquella región con bombardeos yfuego de artillería, y tras cortar la líneavital de transporte del Volga, ambosgrupos girarían hacia el sur y se

dirigirían a los yacimientos petrolíferosdel Cáucaso. Pero en julio, el mismo Führer cambióastutamente el alcance de la campañadespués de que el servicio secretoalemán informó de que los rusos teníanunas divisiones poco seguras en la orillaoccidental del Volga. El paso deembarcaciones por el río no se habíaincrementado, lo que indicaba que elAlto Mando soviético ya no podíatransportar a la ciudad abundantesrefuerzos procedentes de los Urales oSiberia. Además, el Alto Mando de lasFuerzas armadas (OKW) habíadeterminado que, en el mejor de loscasos, las líneas de defensa entre el Dony el Volga eran anticuadas, aunque al

parecer algunos batallones detrabajadores rusos se encontraban en laestepa levantando rápidamente ligerasfortificaciones anticarros. Por ello,concluyó Hitler, el Ejército Rojo nopensaba quedarse en Stalingrado yordenó al VI Ejército que se apoderasede la ciudad por la fuerza tan prontocomo fuese posible. • • • En su angosta tienda gris de campaña,el jefe del VI Ejército, general Friedrichvon Paulus, se regocijaba en silencio.Era un hombre cauteloso, enemigo de lasemociones en público. Se relajó duranteunos momentos oyendo a Beethoven enun gramófono. La música era el mejor

catalizador para su temperamentomelancólico e introspectivo. Alto y deun misterioso atractivo, el generalcontaba cincuenta y dos años y era elclásico ejemplo de general alemán deEstado Mayor. Apolítico, capacitadosólo para su oficio militar, dejaba ladiplomacia para el partido en el poder.Opinaba que Adolfo Hitler era unexcelente líder para Alemania, unhombre que mucho había contribuido aldesarrollo del Estado. Tras observarcómo llevaba a cabo la estrategia queconquistó Polonia, Francia y la mayorparte de Europa, Paulus respetaba eldominio que poseía Hitler de losaspectos técnicos de la guerra. Leconsideraba un genio.

Friedrich von Paulus, comandante enjefe del VI Ejército alemán.

Su esposa no compartía sus opiniones.Elena Constante Rosetti-Solecu, Cocapara los amigos, descendiente de una delas casas reales rumanas, se casó conPaulus en 1912 y le dio una hija y doshijos gemelos. Los dos muchachosservían ahora en el Ejército. Elladetestaba el régimen nazi y decía a sumarido que era demasiado bueno paraestar al lado de hombres como Keitel yotros «lacayos» que rodeaban a Hitler. Cuando Alemania atacó a Polonia,condenó dicha acción con vehemencia,como algo injusto. Paulus no discutíacon ella. Contento con su papel, selimitaba a cumplir órdenes. Cuando, enel otoño de 1940, llevó a su casa unos

mapas y otros documentos relativos a laplaneada invasión de Rusia, Coca losencontró y se enfrentó con Paulusalegando que una guerra contra la UniónSoviética era algo completamenteinjustificado. Él trató de no discutir elasunto con ella, pero su esposa insistió: —¿Qué será de todos nosotros?¿Quién sobrevivirá al final? —lepreguntó. Intentando calmar sus temores, Paulusalegó que la guerra con Rusia sóloduraría seis semanas. Ella no seapaciguó. Tal como había temido, lanueva campaña sobrepasó el tope de lasseis semanas y se arrastró durante elespantoso invierno de 1941 en el frentede Moscú. A pesar de los reveses, a

pesar de las horrendas pérdidas sufridaspor el Ejército alemán a causa del climay de la feroz resistencia rusa, Paulus seaferraba a su inquebrantable creencia:Hitler era invencible. En enero de 1942, cuando su superior,el mariscal de campo Reichenau, muriórepentinamente, Paulus logró al fin elanhelo de su vida: mandar un Ejército encampaña. Los dos hombres no podíanser más diferentes. Reichenau, unardiente nazi, era de modales groseros yaspecto desaliñado. Paulus iba siempremuy acicalado. Solía llevar guantes enel frente porque aborrecía la suciedad;se bañaba y se cambiaba de uniformedos veces al día. A pesar de tan notoriasdiferencias, Paulus había sublimado su

reservado carácter frente al volubleReichenau. Maestro en los detalles,fascinado con las cifras y la granestrategia, supervisó la administracióndel VI Ejército mientras Reichenaullevaba el peso del frente. A cambio,Reichenau trataba a Paulus como a unhijo y siempre confiaba en sus juicios.Los dos hombres congeniaban en casitodo menos en un importante aspectopolítico. Ello marcaba el gran abismoexistente entre ambos en su herencia y ensu filosofía. Reichenau había sido un inexorablepartidario de las tesis de Hitler acercade la supremacía racial y respaldó lainfame «Orden de los comisarios» deHitler, que mandaba matar a todos los

comisarios políticos rusos capturados,sin el beneficio de un proceso. Inclusodio un paso adelante poniendo en vigoren el Mando del VI Ejército la que llegóa ser conocida como la «Orden severa».Una de sus partes decía: ...El objetivo más importante de estacampaña contra el sistema judeo-bolchevique es la completa destrucciónde sus fuentes de poder y el exterminiode la influencia asiática en lacivilización europea... En el teatrooriental, el soldado no es sólo unhombre que lucha de acuerdo con lasreglas del arte de la guerra, sinotambién el inexorable portaestandartede una concepción nacional... Por esta

razón, el soldado debe tener concienciade la necesidad del severo aunque justocastigo que debe recibir la especiesubhumana de la judería... La insistencia de Reichenau en el«castigo» tuvo como resultado crímenesmonstruosos. Una vez que las tropas devanguardia de las divisiones del VIEjército habían conquistado lasciudades, una abigarrada colección demaníacos homicidas les iban a la zaga ysistemáticamente trataban de eliminar ala población judía. Divididos en cuatro Einsantzgruppen(escuadras especiales de exterminio) entoda Rusia, constituían aproximadamenteunos tres mil sádicos, que habían sido

reclutados en su mayor parte en las filasde las fuerzas de policía de Himmler, laSchutzstaffeln, o SS (cuerposseleccionados) y la Sicherheitsdienst, oSD (Servicio de Seguridad). Otrosprocedían de los batallones de castigo yde los hospitales psiquiátricos. En elcentro de entrenamiento de Sajoniaaprendieron a manejar el fusil y lametralleta y hablaban explícitamente decómo iban a emplearlos en la UniónSoviética. Vestidos con uniformesnegros, viajaban en convoyes decamiones y los aterrorizados aldeanospronto empezaron a referirse a elloscomo los «Cuervos negros». Reichenau ayudó cuanto pudo a losEinsatzgruppen. Deseoso de

economizar municiones, sugirió quecada judío debía ser liquidado con dosbalas a lo sumo. Los asesinatos en masaafectaron la actitud de muchos soldadosdel VI Ejército que fueron testigospresenciales del trabajo de los Cuervosnegros. Al darles rienda suelta sus jefes,ayudaron con entusiasmo a exterminar ala población judía. Algunas veces,soldados en traje de baño y libres deservicio hacían fotos de las ejecucionesy las mandaban a casa a sus familiares yamistades. Reinaba una especie deambiente verbenero en torno de laszanjas repletas de cadáveres. No fueron atendidas las reclamacionesde los alemanes que protestaban por losasesinatos. Nada podía interponerse en

la campaña de exterminio. Casi mediomillón de personas murieron antes deque Friedrich von Paulus asumiera elmando y concluyera con el genocidio —por lo menos en su sector— anulandolas órdenes de los comisarios» y deactuar con severidad. Como comandante del VI Ejército,Paulus había vencido en su primerabatalla importante cuando, en mayo, losrusos intentaron trastornar los planesalemanes en Jarkov atacando primero.El VI Ejército fue el medio de que laWehrmacht se rehiciera de su casidesastre y, en una gigantesca maniobraenvolvente, cercó a más de doscientosmil rusos. Le llovieron felicitaciones desus antiguos camaradas, algunos de los

cuales solicitaron ahora con asiduidadsus favores. Resultaba claro para ellosque estaba destinado a asumir grandesresponsabilidades dentro del AltoMando del Ejército alemán. Más tarde,cuando la Operación Azul pareció queiba a barrer a los rusos como pajas alviento, las expectativas de la carrera dePaulus asumieron unas proporcionescada vez mayores. Cada día másquisquilloso, era como una fría máquinade calcular; viajaba por la árida estepaen busca de una última confrontacióncon el enemigo. • • • Un excelente cuadro de oficiales deEstado Mayor hacia que el trabajo de

llevar adelante el VI Ejército resultaseenormemente sencillo. El jefe delEstado Mayor, general Arthur Schmidt,era nuevo, pero, al igual que Paulus, unmaestro en los pequeños detalles.Parecía presumible que, en gran parte,se haría cargo del trabajo tedioso. Derostro enjuto, con los ojos saltones y unmentón prominente, Schmidt no encajabacon los moldes tradicionales de unoficial de Estado Mayor. Nacido enHamburgo, en el seno de una familia decomerciantes, sirvió en la PrimeraGuerra Mundial como soldado. Despuéssufrió las convulsiones políticas de laposguerra y emergió como oficial bajola renacida Reichswehr de Hitler. Era autocrático, despótico, y tenía la

fea costumbre de interrumpir lasconversaciones cuando el tema leaburría. Muchos oficiales estaban endesacuerdo con sus imperiosos modales.Algunos se quejaban de su rápidaascensión en grado y responsabilidades,pero él se hizo cargo de su trabajo a lasórdenes de Paulus ignorando a suscríticos. Profundamente diferentes entemperamento y gustos, los dos hombrescoincidían en los asuntos militares.Como resultado de todo ello, el VIEjército funcionaba como un reloj. Después estaban los jefes en campaña,entre los que se incluían hombres comoel general Walther Heitz, jefe del 8.°Cuerpo, un «toro», que se habíaencargado del cortejo fúnebre del

canciller Hindenburg y ahora era unveterano profesional, al que le gustabala vida militar y la caza del zorro.Walther Seylitz-Kurzbach, del 51.°Cuerpo del arma de Infantería, uninquebrantable y rubio vástago de noblefamilia prusiana, era un táctico muycompetente y uno de los únicoscincuenta y cuatro alemanes que habíanconseguido las codiciadas hojas deroble de Caballero de la Cruz de Hierro.Edler von Daniel, bebedor y mujeriego,que había pasado de una pacíficaocupación en Normandía a mandar la29.ª División. Hans Hube, un veteranomutilado de la Primera Guerra Mundialy el único general manco del Ejércitoalemán, consiguió mandar la famosa 16.ª

División Panzer y estaba ansioso ahorapor cercar a los rusos en el Don. Hubeera conocido por sus tropas como «DerMensch» («El hombre»). Así pues, el VI Ejército era un modelode brillantez militar. En su remolque,Friedrich von Paulus reflexionabaacerca de su buena suerte en las semanaspasadas. Escribió una efusiva carta a unamigo de Alemania: «...Hemos avanzadoun buen trecho y dejado Jarkovquinientos kilómetros atrás. Ahora loimportante es asestar a los rusos ungolpe tan fuerte que ya no puedanrecuperarse durante muchísimotiempo...» En su entusiasmo, Paulus olvidómencionar algunos asuntos enojosos. La

disentería, que ya le había causadomolestias en los Balcanes durante laPrimera Guerra Mundial, le estabaimportunando. Y a un nivel estratégico,su flanco izquierdo le inquietaba. Allí,lo mismo que al norte, a lo largo de lalínea del tortuoso Don superior, losEjércitos de las naciones satélites —Hungría, Italia y Rumania— luchabanpara proteger el flanco izquierdomientras el VI Ejército se desplazabahacia el este. Confiaba demasiado en lafuerza de aquellas tropas marionetaspara detener cualquier ataque enemigoprocedente de aquella dirección. Los Ejércitos por los que sepreocupaba Paulus se movíanlentamente. Más hacia el noroeste, los

soldados del II Ejército húngaro habíanempezado a atrincherarse a lo largo delDon superior. A su derecha, los hombresdel VIII Ejército italiano, que sepreparaban para ocupar una larga fajade un meandro del río, se dirigían haciael este. Los italianos no sólo tenían latarea de contener la amenaza rusa delotro lado del río, sino que tambiénhacían las veces de tapón entre loshúngaros y el III Ejército rumano, quedebía asegurar el territorio entreSerafimóvich y Klátskaia en el interiorde la estepa. El Alto Mando alemánhabía colocado a los italianos entre losotros dos Ejércitos para evitarconflictos entre aquellos dos antiguosenemigos, que podían olvidarse de los

rusos y enfrentarse entre ellos. Aquella rivalidad era un presagiopoco favorable. Dejaba entrever lasituación desesperada de los alemanesen cuanto a personal, pues los tresEjércitos satélites fueron colocadosjuntos de modo casual. Las fuerzashúngaras y rumanas habían sidopreparadas principalmente por oficialespolíticos, que no tenían experienciamilitar. Ambos Ejércitos estabandominados por la corrupción y laineficiencia. El soldado raso consideraesto lo peor de todo. Mal dirigidos ymal alimentados, soportabanprivaciones ultrajantes. Los oficialesfustigaban a los reclutas por merocapricho. Cuando la acción empezó a

ser peligrosa, muchos oficiales se fueronsencillamente a sus casas. Un soldadoraso escribió a su familia que incluso elcapellán había desertado en un momentode crisis. Lo peor de todo era queestaban equipados con armasanticuadas: los cañones anticarros eranprácticamente inexistentes y los fusileseran modelos de la Primera GuerraMundial. • • • Condiciones similares reinaban en elEjército italiano. Enviados por la fuerzaa servir lejos de su patria, nexocircunstancial entre los Estados nazialemán de Hitler y fascista deMussolini, los soldados de caballería se

quejaban de sus desdichas mientrasatravesaban las destrozadas ciudades yaldeas rusas. Aquellos hombres nohabían ido a ninguna cruzada por unlebensraum («espacio vital»):marchaban hacia el Don porque BenitoMussolini quería obtener el favor deHitler con los cuerpos de sus soldados. Los italianos habían enviado susmejores unidades a la Unión Soviética.Orgullosos nombres militares comoJulia, Bersaglieri, Cosseria, Tormo,Alpini, adornaban las hombreras de lastropas que luchaban en medio delenervante calor. Sus padres habíancombatido en los ríos Piave e Isonzocontra los austríacos durante la PrimeraGuerra Mundial, y Ernest Hemingway

inmortalizó sus batallas en Adiós a lasarmas. Alguno de los soldados italianos poníaen duda las razones por las que luchabana favor de la causa nazi. En una víamuerta de Varsovia, el teniente deveintiún años Veniero Marsan habíavisto sus crueles realidades por primeravez. Desde una ventana del trencontempló el paso de una larga columnade civiles. Apáticos, desamparados,cada uno llevaba la estrella de David.Luego Marsan vio cómo los guardianes,de expresión cruel, cargaban los fusilesy se disponían a abrir fuego. Unescalofrío le recorrió la espina dorsal y,mucho después de que su trentraqueteara camino de Rusia, seguía

meditando con tristeza acerca de cuantohabía presenciado. • • • Para otros italianos, la expedición alas estepas tenía unas connotacionesdiferentes. Los expertos soldadosalpinos guiaban mulos todo el tiempo yguardaban sus equipos de montañeros enlas tiendas de campaña. Las montañasmás próximas estaban en el Cáucaso,muy al sur, y Hitler había decididoconquistarlo sin los italianos. Moviendola cabeza estupefactos, los alpinos,tropas seleccionadas, caminabanpenosamente por las llanuraspreguntándose para qué estaban en Rusiaa fin de cuentas.

Pero el teniente de veintisiete añosFelice Bracci estaba encantado con lagran aventura. Siempre había deseadoexplorar las estepas de Rusia,contemplar su eterna belleza. Al acabarsu carrera universitaria, Bracci se unió alas Juventudes Fascistas y de allí fue aparar directamente al ejército deMussolini. En sus primeras batallas, en Albania,fue herido y condecorado por defenderun puesto avanzado. Cuando le dejaronescoger entre Libia y Rusia, la elecciónle resultó difícil: deseaba con toda elalma ver las pirámides. Finalmente,eligió las estepas y ahora mandaba unacompañía al este del Don.

• • • El doctor Cristóforo Capone nocompartía los intereses culturales deBracci, pero le importaba poco.También estaba encantado de formarparte de la expedición rusa. El séptimode nueve hijos, era el «granuja» de lafamilia. Siempre de buen humor,divertía a cualquiera que se encontrasecon él. En su división, la Torino, elbromista se hizo enseguida popular entrelos soldados que trataban de combatir lanostalgia. Cuando le llegó la noticia delnacimiento de su primera hija, Caponepidió un mes de permiso. Con una últimabroma y una sonrisa, el alegre doctor

dijo adiós a sus amigos y abandonó elfrente para reunirse con su familia enSalerno. Esperaba volver con tiempopara asistir al final de aquella campañatan fácil. Entretanto, sus camaradas seguíantenazmente adelante, con sus anticuadosfusiles y cañones, cantando canciones deSorrento y de lugares soleados. En sussombreros llevaban escarapelasverdirrojas y, en su corazón, suspirabanpor sus hogares.

CAPÍTULO II

En las profundidades de un bosque depinos ucraniano, en las afueras de laciudad de Vínnitsa y a ochocientoskilómetros al oeste de las tropasalemanas próximas al Don —la mismamañana en que Friedrich von Paulushabía escrito a su amigo aquella cartatan entusiasta sobre el futuro—, AdolfoHitler subía los escalones de una cabañade madera y entraba en una sala deconferencias modestamente decorada.Se sentó en una silla de hierro a lacabecera de una mesa cubierta demapas, dando la espalda a la ventana, yescuchó con atención los últimos

informes del servicio secreto,presentados por su jefe de EstadoMayor, el general Franz Halder, depulcro bigote y con gafas. El meticuloso Halder no tenía ningúnamor al hombre a quien servía. Actuabacon deferencia hacia su Führer yaceptaba sus frecuentes diatribas con lacalma de quien se ha resignado a sudestino. Antes y durante la guerra,Halder había planeado con otrosoficiales derrocar a Hitler yreemplazarlo por una monarquía. Sinembargo, el grupo disidente erademasiado tímido y vacilante parainiciar un golpe y contemplaba conpasividad cómo el Ejército alemán, bajoel casi mítico liderazgo de Hitler,

conseguía triunfo tras triunfo. Hacia elverano de 1942, Halder era esclavo deun déspota. Durante semanas, pensó, había hechover a Hitler que los síntomas de ladesintegración rusa eran ilusorios, queel enemigo no estaba kaputt. Halderpensaba que la campaña del inviernoanterior había desangrado a Alemania.El equivalente de ochenta divisiones,cerca de ochocientos mil hombres,yacían enterrados bajo el suelo deRusia. A pesar de las listas de fuerzas,cuidadosamente adulteradas, la mayoríade las divisiones alemanas tenían menosdel cincuenta por ciento de su personal.Y mientras más de un millón de civilesrusos sitiados habían muerto de hambre

durante el invierno de pesadilla de1941, Leningrado aún resistía. Moscúseguía siendo el centro neurálgico delEstado soviético. Y lo que aún era másimportante, los yacimientos petrolíferosdel Cáucaso seguían suministrando losproductos vitales del petróleo a lamáquina de guerra soviética. Como resultado de ello, Hitler sehabía llegado a obsesionar por laimportancia de los productospetrolíferos para un Estado mecanizadoy había planeado la Operación Azulprecisamente para estrangular laproducción de petróleo rusa y, con ello,su potencial para llevar adelante unaguerra moderna. Para promover laofensiva, había volado a Poltava el 1 de

junio y, rodeado de delegados comoPaulus, realizó una exhibición oratoriatan brillante que hipnotizó a todos.Como era de prever, los generales noacertaron a hacer objeción alguna a supropuesta, que ignoraba por completolas deficiencias de personal y equipo, yque se concentraba únicamente en elpésimo estado del Ejército Rojo. Así pues, la Operación Azul diocomienzo cuando el IV Ejército Panzeravanzó el 28 de junio en dirección alempalme ferroviario de Vorónezh. Dosdías después, el VI Ejército de Paulus lesiguió, cubriendo el flanco derecho delIV Ejército y entró en combate con lasfuerzas rusas, haciéndolas retroceder endesorden. Casi inmediatamente, el IV

Ejército se encontró en dificultades.Originariamente, Hitler planeó rodearVorónezh con la esperanza de atrapar alos Ejércitos soviéticos en las llanurasabiertas. Pero cuando las fuerzasblindadas penetraron con facilidad enlas afueras de la ciudad y loscomandantes pidieron permiso por radiopara apoderarse del resto de la ciudad,Hitler vaciló y dejó la decisión al jefedel grupo de Ejércitos B, el mariscal decampo Fedor von Bock. Sorprendido alver que le dejaban elegir, Bock dudó unpoco y luego envió dos divisiones decarros a Vorónezh. Los rusos, que habían traído refuerzosa toda prisa, pronto obligaron a losalemanes a una salvaje lucha callejera y

los soldados del IV Ejército empezaronenseguida a referirse a Vorónezh comouna «ciudad maldita». Mientras tanto,Hitler estaba furioso. El gruesoprincipal de los Ejércitos rusos seestaba escabullendo por un largocorredor hacia el sudeste, entre los ríosDon y Donets. Hitler pidió a Bock queatrapara a los rusos. El mariscal lointentó, pero los rusos se replegaron conrapidez, llevándose la mayor parte desus camiones y carros. Para el general Halder, aquellaretirada con éxito constituía una malaseñal. Significaba que el Alto Mandosoviético seguía retirándose de acuerdocon un plan. Pero cuando, una vez más,comunicó a Hitler sus temores, el Führer

soltó una carcajada. Arrogante en sucreencia de que los rusos setambaleaban, desconcertados, y estabanmaduros para hacer con ellos unacarnicería, el Führer empezó a poner enpeligro el delicado equilibrio de suspropias fuerzas. Separó a los grupos deEjércitos, enviando al grupo A en ángulorecto hacia el Cáucaso, mientras elgrupo B se alejaba en línea recta através de la estepa hacia Stalingrado. Ylo que es peor, Hitler despojó al grupoB del IV Ejército Panzer y lo agregó a laoperación del Cáucaso. Esto dejó soloal VI Ejército de Paulus, mientras seadentraba en las hostiles profundidadesde la Unión Soviética. Con su acción, Hitler había debilitado

a cada grupo de Ejércitos y los habíahecho vulnerables a los contraataquessoviéticos. Aquella jugada tambiéncausó consternación dentro del CuartelGeneral del Ejército alemán. Halder noquería creer que el Führer hubieracometido un error tan garrafal. Aturdido,se dirigió a sus cuarteles y transcribióen su diario la angustia que le invadía:«...La crónica tendencia a subestimar lascapacidades del enemigo estáasumiendo gradualmente proporcionesgrotescas... Se ha vuelto imposibledesarrollar aquí un trabajo serio. Esellamado liderazgo se caracteriza porunas reacciones patológicas, guiadas porlas impresiones del momento...» Cuando Hitler hizo dar un cambio de

sentido a todo un Ejército, desafió lamáxima militar de que cualquierinterferencia en el delicadofuncionamiento interno de una granconcentración de tropas conducefrecuentemente al caos. Y en lascarreteras de las estepas de Rusia, el VIEjército tuvo que detenerse en seco,mientras una multitud de vehículos yhombres del IV Ejército Panzer cruzabana través de su línea de avance. Seprodujo un enorme embotellamiento. Loscarros de un Ejército se mezclaron conlos del otro; los camiones deabastecimiento se perdieron en unlaberinto de señalizacionescontradictorias, colocadas porindignados policías militares. Y aún

peor, el IV Ejército se llevó el gruesoprincipal del petróleo y la gasolina quedebían abastecer de combustible aambos Ejércitos. Cuando el último carro del IV Ejércitohubo desaparecido hacia el sur, Paulusse encontró al frente de una máquina deguerra atascada. Sus líneas desuministro estaban enmarañadas, suscarros sin combustible; tuvo quecontemplar impotente cómo laretaguardia rusa desaparecía en laneblina del este. Furioso por el retraso,empezó a preguntarse abiertamente si elenemigo podía ahora tener ya tiemposuficiente para organizar una formidablelínea defensiva tras el horizonte. Sólo Hitler seguía imperturbable. Se

mofó al explicarle Halder que elservicio secreto estimaba que más de unmillón de rusos permanecían aún en lareserva detrás del Volga. Jubiloso por lafácil toma de Rostov, la ciudad queabría las puertas del Cáucaso, el 23 dejulio hizo ejecutar otra serie de órdenesque reflejaban su creciente confianza enuna victoria próxima. Hizo que elmariscal de campo Erich von Manstein,con sus cinco divisiones, se trasladasedel norte de Crimea a Leningrado, en unmomento en que realmente teníanecesidad de garantizar unos éxitos enlos yacimientos petrolíferos. Tambiéndesplazó dos divisiones blindadasseleccionadas, la Leibstandarte y laGrossdeutschland, y las envió a Francia

porque de pronto le entró miedo de quese produjese una invasión aliada através del canal de la Mancha. Una vez más, el desconcertado Haldertrató de infundir un poco de prudencia.En otra sesión informativa extendiósobre la mesa un deteriorado mapa yexplicó con sequedad dónde el EjércitoRojo había derrotado al Ejército Blancode Denikin en la guerra civil rusa de1920. Halder hizo correr sus dedos a lolargo de la línea del Volga, cerca de laantigua ciudad de Tsaritsin. El forjadorde la victoria, añadió, había sido JoséStalin y la ciudad se llamaba ahoraStalingrado. Serenándose temporalmente ante laobvia referencia de Halder a la

posibilidad de que la historia pudieserepetirse, Hitler prometió observar decerca el avance del VI Ejército y prestarparticular atención a sus flancos. A finesde julio, tomó de pronto medidas parareforzar la arriesgada posición del VIEjército en la estepa. Contradiciéndosea sí mismo de un modo total, llamó al IVEjército Panzer para que diese la vueltay volviera a tomar el camino del Volga. En su avance hacia el Cáucaso, el IVEjército Panzer se detuvo en seco y diola vuelta hacia el norte. «Se han perdidounos días preciosos», exclamóindignado el general Halder en sucuartel. Pero, de todos modos, lesatisfizo saber que Paulus tenía ahora unEjército amigo que se aproximaba por

su flanco derecho. Tal vez, pensóHalder, el retraso no habría dado a losrusos el período de tregua quenecesitaban.

Erich von Manstein, comandante delgrupo de Ejércitos del Don. Al atardecer del 5 de agosto, losinformes del servicio secreto

procedentes de Vínnitsa tendían asustentar esta esperanza. Halder informóa Hitler de que las tenazas del VIEjército estaban a punto de cercar a dosejércitos enemigos. Y el IV EjércitoPanzer confirmó la toma deKotelnikovo, un nudo ferroviario situadoprecisamente a ciento dieciochokilómetros al sudoeste de Stalingrado.Salvo obstáculos imprevistos, el IVEjército daba por anticipado un rápidoavance hasta el Volga. Aquella noche, en la cena, Hitlerestaba exultante a causa de la situación.Su estrategia le había dado la razón; sepuso a decir a todo el mundo que laUnión Soviética se encontraba al bordedel colapso.

CAPÍTULO III

Mientras Hitler hablaba de triunfos,las calles de Moscú se encontrabancompletamente a oscuras. Pero detrás delas cortinas corridas de su despacho delKremlin, José Stalin realizaba suhabitual horario de trabajo, queempezaba al atardecer y no concluíahasta el amanecer del día siguiente. Elperspicaz Stalin había seguido aquelhorario durante años. Y de aquellassesiones habían salido órdenes quellevaron el terror a su pueblo y lasubversión a todas las naciones delmundo. Era un tirano que había estudiado para

cura, un revolucionario que robababancos para aportar fondos a la causabolchevique, un glotón y casi unborracho. Desde la muerte de Lenin,había asumido un control total sobre laUnión Soviética. Los que le servíansoportaban sus estallidos de rabia ensilencio; los que se cruzaban en sucamino morían violentamente. Stalin nunca olvidaba o perdonaba.Una vez dijo a un escritor ruso que Ivánel Terrible no había sido demasiadodespiadado porque dejó con vida amuchos enemigos. Stalin no cometió elmismo error. Unos veinte años despuésde su ruptura con León Trotski, uno desus agentes penetró en el refugio deldisidente en México y, con un piolet de

montañero, le partió el cráneo. Deldespacho de Stalin salieron emisariospara asesinar a miles de oficiales delEjército Rojo en las purgas de 1937-1938. Por orden suya fueron asesinadosmás de diez millones de kulaks,agricultores y propietarios de tierras quese negaron a entregar sus propiedades alnuevo Estado comunista. Y de suapartamento salieron las instruccionespara firmar el pacto nazi-soviético de noagresión en agosto de 1939, con el queStalin pretendía ganar tiempo paraprepararse ante la inevitable guerra conAlemania. Al tomar su decisión, Stalin habíaconfiado en otro dictador igualmentecínico, aun cuando espías como Richard

Sorge y un hombre llamado Lucía lerevelaron la fecha exacta en queAlemania se proponía atacar a la UniónSoviética. Tomando la informaciónsuministrada por aquellos agentes comoparte de un plan británico paracomprometer a Rusia en la guerra, Stalinconfió en la palabra de Hitler. Se trató de un error garrafal. Lainvasión nazi llevó a la Unión Soviéticaal borde del desastre y Stalin quedóconmocionado. Pasaron diez días antesde que reaccionase para volver a asumirel mando de sus destrozados Ejércitos,lo cual no fue una decisión demasiadorápida. Hacia octubre de 1941, Hitler sehabía tragado la mayor parte de la Rusiaeuropea. En diciembre, ahora a sólo

doce kilómetros de Moscú, lasavanzadillas alemanas veían con susprismáticos las torres del Kremlin. Perolos rusos los detuvieron y la crisis sealivió. Stalin volvió a la serenidad y aprendióde los errores pasados. Cuando losespías que le habían avisado acerca delos planes de Hitler para la invasióncontinuaron enviándole un torrente devital información a Moscú, les prestótoda su atención. En París operabaLeonard Trepper, llamado el «GranJefe», que dirigía una organización deespionaje conocida por la Policíasecreta alemana con el nombre de RoteKapelle (Orquesta Roja), a causa de sucoro, que daba emisiones radiofónicas

para toda Europa. Trepper, un judíopolaco, se había instalado en Franciaantes de la guerra. Allí había cultivado aun influyente círculo de hombres denegocios alemanes y de jefes militaresde quienes consiguió gran cantidad deinformación. Acosado por escuchas deradio que rastreaban sus transmisionescon un equipo especial direccional,Trepper aún sobrevivía. Pero su tiempose acababa. Otros espías eran relativamenteinvulnerables: en Suiza, un comunistahúngaro llamado Alexander Radodirigía a un tiempo un negocio depublicidad y una red de espías. Uno desus agentes, Rudolf Rossler, eraseguramente el arma más valiosa que

poseía la Unión Soviética. Rossler, unhombre tímido y con gafas, llamado enclave «Lucía», tenía contactos dentrodel Alto Mando del Ejército alemán. Susfuentes, nunca reveladas hasta hoy, lecomunicaban casi todas las decisionesdel Führer. Rossler había hecho llegar aMoscú estrategias y planes de batalla,normalmente dentro de las veinticuatrohoras que seguían a su aprobación. Suscomunicados tuvieron para Stalin elvalor de muchas divisiones. Así pues, Moscú conocía muchosdetalles explícitos acerca de laOperación Azul: los nombres de lasdivisiones implicadas en el ataque, elnúmero de carros empeñados en labatalla, además del objetivo final de la

operación de cortar la línea vital del ríoVolga y capturar los yacimientospetrolíferos del Cáucaso. A medida queprogresaba la ofensiva, Lucía fuecomunicando los diferentes cambios detáctica, desde la indecisión de Hitlersobre la toma de Vorónezh hasta sualarmante insistencia en dividir susEjércitos en la estepa. Stalin aún dudaba cuando Lucia lecomunicó la confusión de Hitler enVorónezh. El primer ministro siemprehabía creído que los alemanespretendían tomar Moscú por el sur, ypor ello empleaban su ataque hacia elCáucaso como una treta para hacer salira las reservas rusas de la capital. Perocuando el torrente de información de

Lucía sobre «estrategia interior»continuó pronosticando con exactitud elmovimiento del Ejército alemán a travésdel sur de Rusia, Stalin empezó a tomarcomo base de los planes de defensarusos las confidencias de Lucía. Mientras Hitler perseguía dosobjetivos al mismo tiempo, Stalin, el 13de julio, había dado su conformidad a unplan elaborado por su Estado Mayor(STAVKA) para replegar las unidadessoviéticas lo más lejos posible delVolga, con lo que forzarían a losalemanes a pasar el próximo invierno enuna región descubierta. Casi una semana después, cuando laSTAVKA recibió la asombrosa noticiade que los grupos de los Ejércitos

alemanes habían empezado a dividir susfuerzas en la estepa, la estrategia rusavarió de nuevo. Hasta aquel momento,se había prestado poca consideración ala posibilidad de hacerse fuertes en laorilla occidental del Volga. Ahora Stalintomó una decisión de trascendentalimportancia. Envió una orden a losmiembros del Soviet de la ciudad(consejo municipal) de Stalingrado a finde que se preparasen para un asedio.Así fue como el 21 de julio, organizarona toda la población en un frenéticoesfuerzo por construir un anillofortificado alrededor de la ciudad,mientras la STAVKA intentaba reforzarla pequeña guarnición militar. En aquel tiempo nadie se percató de

ello, pero la decisión de «no ceder»cambiaría el curso de la historia. • • • Unos pocos días después, en la nochedel 1 de agosto, Stalin hizo otro intentopara reforzar Stalingrado. Cerca de lamedianoche, un coche del Estado Mayordel Ejército Rojo se detuvo ante laentrada de las habitaciones privadas delKremlin y un oficial achaparrado y depelo gris descendió con dificultad delasiento trasero y entró cojeandopenosamente en el edificio. En la puertadel despacho del primer ministro, elgeneral de cuarenta y nueve años AndréiIvánovich Yeremenko dejó el bastón y,valiéndose de sus propias fuerzas, entró

con rapidez en la estancia. Stalin le recibió con calor. Estrechó lamano de Yeremenko y preguntó: —¿Se encuentra ya restablecido? Yeremenko respondió que seencontraba muy bien. Otro general interrumpió: —Parece que su herida le molesta aún,pues cojea. Yeremenko minimizó la observación,por lo que Stalin dio el asunto porzanjado. —Consideraremos que el camaradaYeremenko se ha recuperado porcompleto. Le necesitamos mucho.Pongámonos a trabajar. Stalin entró en materia. —Dadas las circunstancias reinantes

alrededor de Stalingrado, debemosllevar a cabo una rápida acción parafortificar este importante sector delfrente... y mejorar el control de lastropas.

El general Andréi Yeremenko,comandante del frente de Stalingrado,durante los primeros meses de la

batalla. Stalin ofreció a continuación aYeremenko el mando de uno de losfrentes del sur. El general aceptó yStalin le envió al Cuartel general de laSTAVKA, situado a unas manzanas dedistancia, para que le informasen acercade la situación en la estepa. Yeremenko empleó la mayor parte deldía 2 de agosto en estudiar los mapas deStalingrado y la zona de su alrededor.Observando con atención los detallestopográficos de la faja de sesenta ycinco kilómetros del país, entre los ríosDon y Volga, sacó la conclusión de que,a fin de atacar Stalingrado, los alemanesdeberían concentrar la mayor parte de

sus fuerzas en aquel estrecho «puente»donde el Don y el Volga se acercan másel uno al otro. Y se preguntaba si tal tipode despliegue ofrecería a los rusos laoportunidad de un contraataque conéxito por los flancos. Tras seleccionar el núcleo de unEstado Mayor, volvió con Stalin paramantener otra conferencia. Aquella vez,el primer ministro parecía más nerviosoy preocupado. Chupando distraídamentesu pipa, Stalin le oyó mientras su jefe deEstado Mayor, el mariscal AlexandrMijáilovich Vasilievski le informabasobre las actividades del día. Cuando elmariscal concluyó, Stalin se volvióhacia Yeremenko y le preguntó: —¿Lo comprende usted todo,

camarada? Yeremenko expresó su disconformidadcon la idea de dos frentes rusos en lamisma región, sobre todo teniendo encuenta que sus límites se encontraban enel mismo centro de Stalingrado. Para él,intentar coordinar la defensa de laciudad con otro comandante que tuvieseiguales responsabilidades sería «algodel todo confuso, si no trágicamenteimposible». Stalin les abandonó en aquel puntopara recibir algunas llamadastelefónicas procedentes del sur. Cuandovolvió, estaba apaciguado aunqueevidentemente inquieto. Rechazando lasprotestas de Yeremenko acerca de unfrente dual, dijo con firmeza:

—Dejémoslo todo tal como se hatrazado. Stalin ordenó a Yeremenko que sehiciese cargo del frente del sudeste yrechazase al IV Ejército Panzer alemánque se dirigía al Volga desdeKotelnikovo. Descontento por estamisión, el general preguntó si podíamandar el frente de Stalingradocomprendido entre la parte norte de laciudad y más allá del Don, porquedeseaba atacar el flanco alemán enaquella región. Stalin le cortó bruscamente: —Su proposición merece ser tenida encuenta, pero para el futuro... Ahoradebemos detener la ofensiva alemana. Stalin parecía enfadado, y cuando hizo

una pausa para rellenar de tabaco lapipa, Yeremenko plegó velas y estuvode acuerdo con su comandante en jefe.Cuando Stalin le vio cerca de la puerta,advirtió a Yeremenko que tomasedrásticas medidas para hacer respetar ladisciplina en el frente. Ahora, en lanoche del 5 de agosto, José Stalin sepaseaba preocupado por su despachoesperando ulteriores noticias de laestepa. Yeremenko telefoneó desdeStalingrado. Habló con optimismo, peroStalin sabía que, unos cien kilómetros alsudoeste, los carros alemanes estabanbarriendo la dispersa resistencia rusa ycargaban hacia la ciudad. A menos que Yeremenko losdetuviera, Stalingrado caería en pocos

días.

CAPÍTULO IV

La ciudad que Hitler no previo tomar,y que Stalin nunca había intentadodefender, yacía abrasada por el solveraniego. No había llovido desde hacíados meses y, día tras día, la temperaturasobrepasaba los 38 °C. Y lo que erapeor, la humedad, que es unacaracterística de las ciudades fluviales,era totalmente enervante. Cuandosoplaba el viento, procedía siempre deloeste; era ardiente, arrastraba grancantidad de polvo, y no brindaba ningúnalivio. Los ciudadanos de Stalingradoestaban acostumbrados a soportaraquellas incomodidades y bromeaban

acerca de cómo el calor levantaba elhormigón de las aceras, rompiendo laslosas en grandes fragmentos. En cuantoal brillante asfalto de las calles, parecíacomo si se alzasen espejismos sobre losamplios bulevares del centro de la urbe. Pocos habitantes de esta calderasabían que su ciudad iba pronto aconvertirse en un campo de batalla, perola tragedia de la guerra siempre habíaamenazado a la región. En el año 1237,la Horda de oro del Gran Kan cruzó elVolga por esta punta perfectamentevadeable, asoló el territorio, galopóhacia el Don y luego desapareció haciael oeste de la Rusia europea, deteniendosu invasión poco antes de Viena y lafrontera polaca. Durante los siglos XIII

y XIV, Moscú comenzó su expansión endirección a Asia; la región se convirtióen un puesto fronterizo desde donde lossoldados rusos salían resueltamente acombatir a los mongoles. Cuando el zardecretó que la zona ofrecía garantíaspara el asentamiento, en 1589,estableció un centro comercial al quellamó Tsaritsin. En idioma tártaro, elnombre se pronunciaba Sarri-su ysignificaba «agua amarilla».

Aunque la zona era lo bastante segurapara la colonización, nunca conoció lapaz. Los bandidos rusos hacían estragosentre los ciudadanos saqueando loscaminos al norte y al sur de la línea delVolga. Llave geográfica para el paso delas riquezas que iban del Cáucaso aMoscú y Leningrado (la zona vital deRusia), al mismo tiempo que constituíael pórtico este-oeste con Asia, Tsaritsinfue un lugar donde los hombres tuvieronque luchar incesantemente. El legendario jefe de los cosacos,Stenka Razin, tomó la ciudad en 1670 yla retuvo tras un sangriento asedio.Justamente cien años después, otrocosaco llamado Yemelián Pugachev,

decidió desafiar el poder de Catalina laGrande y tomó por asalto Tsaritsin en unesfuerzo por liberar a los siervos. Larebelión acabó como cabía esperar. Elverdugo de la zarina cortó la cabeza dePugachev. La ciudad siguió prosperando hastaque, finalmente, ocupó el lugar que lecorrespondía en la revolución industrialcuando, en 1875, una compañía francesaconstruyó la primera central siderúrgicade la región. Al cabo de pocos años, lapoblación sobrepasaba los cien milhabitantes y, durante la Primera GuerraMundial, casi una cuarta parte de susmoradores trabajaban en sus fábricas. Apesar del boom, la ciudad recordaba alos visitantes el Oeste americano.

Grupos de tiendas y de barracones seextendían al azar por las márgenes delrío; más de cuatrocientas tabernas yprostíbulos abastecían a una bulliciosaclientela. Bueyes y camellos compartíanlas calles sin pavimentar junto conpulidos carruajes tirados por caballos.Las epidemias de cólera diezmabanregularmente a la población comoresultado de las montañas de basuras yde las aguas residuales quedesembocaban en los barrancos máspróximos. Era previsible que la revoluciónbolchevique tratara de apoderarse deTsaritsin. La lucha por el control de laregión fue particularmente encarnizada,y José Stalin, al mando de una reducida

fuerza, consiguió rechazar a tresgenerales del Ejército Blanco.Expulsado finalmente de la ciudad,Stalin reagrupó sus fuerzas al abrigo dela zona de las estepas, cayó sobre losflancos del Ejército Blanco en 1920 yobtuvo una victoria fundamental para larevolución. En honor a su libertador, losjubilosos ciudadanos cambiaron elnombre de la ciudad por el deStalingrado, pero las palabras por sísolas no podían reparar los dañosinfligidos por la guerra. Las fábricasestaban inservibles, el hambre habíaabatido a miles de personas y Moscúdecidió que el único medio para salvarel área era que volviese a su estadoindustrial. Fue una sabia decisión. Las

nuevas plantas industriales prontoexportaron tractores, cañones, tejidos,madera y productos químicos a todos loslugares de la Unión Soviética. Durantelos veinte años siguientes, la ciudadcreció a saltos a lo largo de los riscosde la orilla occidental del Volga. Ahora,medio millón de personas laconsideraban su hogar. • • • Cuando el general Yeremenko miróhacia Stalingrado por la ventanilla delavión que le conducía al campo debatalla, se conmovió ante elespectáculo. Siguiendo el curso sinuosodel Volga, la ciudad parecía unagigantesca oruga de veinticinco

kilómetros de longitud, llena dechimeneas que vomitaban nubes dehollín, lo cual evidenciaba el valor quetenía para los soviéticos en guerra. Losblancos edificios centelleaban a ladeslumbrante luz del sol. Habíajardines, anchos bulevares, espaciososparques públicos. Durante el viaje encoche desde el aeropuerto hasta laciudad, Yeremenko se sintió arrebatadopor el poder y el encanto de la sobriaciudad. El puesto de mando subterráneo delgeneral se situó en el centro de la urbe, aunos quinientos metros de distancia dela orilla occidental del Volga, en lapared norte, a sesenta metros deprofundidad en el cauce seco de un río

llamado barranco de Tsaritsa. Estupendalocalización para un cuartel general (sedice que se construyó años atrás segúnórdenes expresas del mismo primerministro Stalin); el búnker tenía dosentradas: una en el fondo del barranco;la otra, en lo alto, daba a la callePushkinskaia. Cada entrada estabaprotegida contra la onda explosiva delas bombas por unas pesadas puertas,además de una serie escalonada detabiques divisores o deflectores. Elinterior era lujoso para el nivel militarruso. Las paredes aparecían revestidascon superficies contrachapadas de roble;incluso había un retrete con inodoro. En su confortable despacho,Yeremenko empezó a familiarizarse con

su dominio. En la mesa de trabajo teníaun enorme mapa con curvas de nivel,donde se había marcado a lápiz la líneade demarcación entre el Frente delSudeste y el Frente de Stalingrado en elnorte, mandado por el general A. V.Gordov. El límite iba recto como unaflecha desde la ciudad de Kalach,sesenta y cinco kilómetros al oeste delrío Don, hasta el mismo barranco deTsaritsa donde se encontrabaYeremenko. Cuanto más examinaba laartificial frontera, más echaba pestescontra la incapacidad de la STAVKApara darse cuenta de que aquel conceptodel frente dual era absurdo. Y aún peor,había hablado ya con el general Gordovy pudo descubrir que era tan

inaguantable como le habían informado.Si cuando las cosas iban bien resultabaun hombre difícil, cuando era sometido apresión, Gordov se convertía en untirano, humillaba a su Estado Mayor eincitaba a sus subordinados a unarebelión abierta. Enfrentado aYeremenko, con quien rivalizaba enpoder, se mostró evasivo, pocodispuesto a cooperar y descortés. Pero,dado que no había posibilidades de quela STAVKA reconociera su error y levolviera a ceder las responsabilidadesdel mando, Yeremenko intentóemprender resueltamente su tareainmediata. Pasó horas ante el mapa, buscandoentre sus símbolos pistas para una

estrategia defensiva. Entre Kalach yStalingrado sólo había una región deestepas: un terreno llano y herboso,perfectamente apropiado para lasunidades blindadas alemanas. Despuéseliminó las variadas granjas de laregión, los koljoses, donde sabía quemiles de ciudadanos de Stalingradoestaban terminando la tarea de recogeruna abundante cosecha de trigo para noabandonarla a los invasores. Lascuadrillas de agricultores trabajaban amarchas forzadas bajo el sol brutal,mientras los Stuka, en picado, losametrallaban e incendiaban los trenescargados de grano. Sin embargo, cercade 27.000 vagones de mercancíascargados hasta los topes se habían

salvado y fueron puestos a buen recaudoen el este. Detrás de ellos marchaban9.000 tractores, trilladoras ycosechadoras junto con dos millones decabezas de ganado vacuno, que mugíanlastimeramente mientras las empujabanhacia el Volga, y lo cruzaban a nadohasta alcanzar el terreno seguro de laorilla de enfrente.

Infantería alemana avanzando por laestepa en dirección a un suburbioindustrial de Stalingrado. La «victoria de la cosecha» fue laúnica que Yeremenko pudo saborear.Cuatro grupos de fosos anticarrosexcavados, de treinta y dos a cuarenta yocho kilómetros al este de Stalingrado,ofrecían pocas esperanzas. Y tampocolas ofrecía el «cinturón verde», sesentay dos kilómetros de árboles plantadosaños atrás para prevenir los efectos delas nubes de polvo y de las tormentas denieve. Con sólo kilómetro y medio deanchura en su punto más espeso, nopodría resistir el fuego concentrado dela artillería pesada.

La atención de Yeremenko se dirigióhacia el sur del mapa, al nudoferroviario de Kotelnikovo, a cientodieciocho kilómetros de distancia.Capturada por los alemanes el 2 deagosto, la ciudad controlaba la carreteraprincipal a Stalingrado. La línea deavance alemana era evidente: a travésde Chileko, donde la 208.° Divisiónsiberiana acababa de ser diezmada porla Luftwaffe, y de las ciudades deKrugliakov y Abganerovo. En esteúltimo lugar, Yeremenko prestó granatención a los trazos remolineantes, queen el mapa de curvas de nivel indicabancolinas que formaban elevaciones desesenta o noventa metros. Las colinas seencontraban en todo el camino del

trazado de la carretera hasta lossuperpoblados suburbios de Stalingrado.Con creciente excitación, observó lapresencia de profundos barrancos queatravesaban la región de este a oeste, ysacó la conclusión de que en esta faja detreinta y dos kilómetros de colinas sepodría detener el avance alemán. Sin embargo, dentro de su corazón,Yeremenko sabía que después habríaque luchar por Stalingrado, manzana pormanzana, calle por calle. De este modo,mientras estaba absorto en el mapa, seentregó a un ejercicio mental: reemplazólos impersonales símbolos del mapa porsus propias imágenes de formacionesrocosas, casas y calles, y se esforzó porcomprender el escenario de la batalla

que le había tocado en suerte. La partesur de Stalingrado se convertía en unrevoltijo de blancas casas de madera,rodeadas por vanas y jardines. Setrataba de Dar Gova, una zonaresidencial situada justamente pordebajo de algunas industrias ligerasagolpadas más cerca del río: una fábricaazucarera y un gran elevador de granos,de cemento, que semejaba un acorazadosobre un mar de praderas. Cerca del elevador, al norte, elbarranco de Tsaritsa presentaba sussesenta metros de profundidad cortadosen la pendiente rocosa, antes dedirigirse hacia el oeste durante varioskilómetros por la estepa. Exactamentepor encima de esta línea divisoria se

encontraba el territorio de Gordov,sobre el que Yeremenko no teníajurisdicción. Pero él lo incluía en susestudios porque quería estar preparadopara cuando la STAVKA entrase enrazón. Allí estaba el corazón de la ciudad.Abarcaba más de un centenar demanzanas de oficinas, almacenes,edificios de apartamentos, y limitaba aleste con la central de embarque detransbordadores —el único puntoimportante para la travesía del Volga—,más un paseo alrededor de la orilla delrío. Hacia el norte, se encontrabaseparada de la siguiente sección de laciudad por otro profundo barranco, latorrentera Krutói, y en su flanco

occidental había otra monótonaconcentración de armazones de casas depisos. Yeremenko se dio cuentainmediatamente de que toda esta seccióncentral de la ciudad podría convertirseen una temible línea de defensa.Reducidos a escombros por la artillería,los ladrillos y el mortero caídosconstituirían una perfecta cobertura parala infantería rusa. El centro de la ciudad también incluíala estación de ferrocarril número uno.Durante meses, los trenes habían pasadopor allí trayendo refugiados de otroscampos de batalla: Leningrado, Odessa,Jarkov. Embutidos en vagones deganado, cuando los trenes se detenían enStalingrado descendían en busca de agua

y para cambiar objetos por alimentoscon los comerciantes que se alineabanen los andenes. Mientras regateaban porlas frutas y el pan, los que no teníandinero hurtaban todo lo que podían aespaldas de los vendedores. Pero aprincipios de agosto, el abigarradotráfico con los otros frentes tuvo quecompartir el espacio en los trenes conlos millares de nativos de Stalingrado, alos que un decreto oficial habíaordenado de pronto que se dirigieran aleste, hacia Asia. Ahora la estaciónterminal se había llenado de gente hastareventar; los afligidos parientesabrazaban a niños y viejos, en medio desofocadas promesas de escribirse ycuidarse lo mejor posible. Los agudos

silbidos de las locomotoras separabanfinalmente a los grupos. Con un últimoademán de la mano y una forzadasonrisa, un nuevo alud de refugiados seunía a la emigración hacia el vastointerior de Rusia. Media manzana al este de la estación,los hombres responsables de laevacuación de la ciudad ocupaban unedificio de oficinas de cinco pisossituado en el lado este de la plaza Rojarodeada de arbustos. Al otro lado de laplaza, junto al cavernoso edificio deCorreos, el periódico de StalingradoPravda («Verdad») imprimía aún unaedición diaria y la distribuía a sussuscriptores. Bajo la dirección delpresidente del Soviet de la ciudad,

Dmitri M. Pigalev, y otros miembros delconsejo, publicaba información acercade instrucciones para las incursionesaéreas y los racionamientos; al mismotiempo, daba noticias de las batallas quese desarrollaban en el frente. A fin deevitar el pánico, sólo hacía saber que elEjército Rojo estaba alcanzandovictorias al oeste del Don. Muy cerca, la ancha y fea mole de losgrandes almacenes Univermag formabala esquina noreste de la plaza. Antiguoescaparate de las modas del sofisticadoMoscú, sus mostradores sólo conteníanahora artículos esenciales: ropa interior,calcetines, pantalones, faldas,americanas y botas. En los lóbregossótanos de Univermag, las reservas

habían descendido hasta un nivelalarmante. En el lado sur de la plaza, el teatroGorki, provisto de columnas corintias,aún albergaba una orquesta filarmónicaque tocaba regularmente en un adornadoauditorio, engalanado con grácilescandelabros de cristal suspendidossobre unas butacas con respaldo deterciopelo. El teatro representaba laperfección suma para los ciudadanos deStalingrado, resentidos por sureputación de provincianos quepretendían dárselas de cultos. Al norte de la plaza Roja, lossoldados azuzaban a los caballos quearrastraban carros a través de losamplios bulevares, pasando ante hileras

de monótonas casas de apartamentos, deblanqueados ladrillos, que parecíancuarteles. El tránsito de automóviles eraescaso y sólo de tipo militar. Por lastardes, las calles se llenaban depeatones que callejeaban debajo de losarces y castaños alineados en las aceras.Muchos paseantes silbaban tonadas deRose Marte, que habían representadodurante semanas en un teatro del centro. De vez en cuando, un jardín públicoseparaba los bloques de casas. En lacalle Soviétskaia, un terrapléninterrumpía la serie de residencias. A lolargo de la calle Pensenskaia, estabasituado un molino harinero. Cerca delVolga, en una librería que daba al río,una atildada matrona repartía ejemplares

de libros de Jack London, autor favoritode la gente joven. Las tiendas del barrio, escondidas enlas esquinas, se hacían la competencia.«Auerbach, sastre» ofrecía a lossoldados que llevaban roto el uniformeuna deslucida tienda en la que se podíanefectuar arreglos rápidos. Enjambres demoscas acosaban a las mujeres mientraselegían sandías y tomates en mercadosal aire libre. Los salones de bellezaestaban atestados de muchachas libresde servicio, que trabajaban en lasfábricas de material de guerra. En el barranco de Tsaritsa, AndréiYeremenko ya había examinado el crucede la calle Soleshnaia para calcular suvalor militar. También observó el

laberinto de calles laterales que salíande la plaza 9 de Enero. Lo que realmentele fascinaba era que inmediatamente alnorte de la torrentera Krutói, losedificios daban paso de modo brusco aun declive herboso, sembrado de rocas,que se elevaba hasta unos cien metros.Se trataba de la colina Mámaiev, en untiempo cementerio tártaro y ahoraaprovechada como zona de excursiones.Desde allí, un observador casual podíaver la mayor parte de la ciudad. La vistaera imponente. Hacia el oeste, había unafaja deshabitada de estepasabruptamente cortada por las balkas(profundos cauces fluviales secos) y, enel distante horizonte, una línea de casasy el campanario de una iglesia. Hacia el

norte, estaba situada la pasmosa red deplantas industriales que había hecho deStalingrado un símbolo del progresodentro del sistema comunista. Casi en labase del Mámaiev, se veían las paredesde ladrillos amarillos de la fábricaLazur, de productos químicos. Tenía unasuperficie mayor que una manzana decasas de la ciudad y estaba rodeada porun bucle ferroviario que le daba elaspecto de una raqueta de tenis. DesdeLazur, los trenes marchaban resoplandohacia el norte y pasaban ante un depósitode petróleo situado junto al río,destinado a la fábrica Octubre Rojo, consu laberinto de fundiciones y talleres decalibrado, del que salían armaspequeñas y piezas metálicas. Más al

norte, los trenes cruzaban ante laschimeneas y altísimas murallas dehormigón de la fábrica de armasBarricada, cuyas dependencias seextendían casi medio kilómetro a lolargo de la orilla del Volga. Allí, unahilera de casas para trabajadoreslanguidecía a medio acabar. Alrededorde los patios de Barricada, estabanalmacenados cientos de tubos decañones de gran calibre, esperando suembarque para las unidades de artilleríadel frente. Detrás de Barricada,asomaba el orgullo de la industria rusa,la fábrica de tractores Dzerzhinski.Antiguo punto de concentración de milesde máquinas agrícolas, desde que estallóla guerra constituía uno de los

principales productores para el EjércitoRojo de los carros T-34. Construida en once meses, la fábricade tractores abrió oficialmente suspuertas el 1 de mayo de 1931 y, cuandoestuvo acabada, se extendía casi doskilómetros a lo largo de la carreteraprincipal norte-sur. Su red interior devías férreas medía por lo menos quincekilómetros; muchos talleres tenían lostechos de cristal para aprovechar almáximo la luz solar. Se habían añadidoa la fábrica conductos de ventilación,cafeterías y duchas para hacer que lavida de los trabajadores fuese máscómoda y productiva. Al otro lado de la ruta principal,situada paralelamente a los diecisiete

kilómetros y medio de zona de industria,había surgido una zona urbanaindependiente para acomodar a losempleados de las fábricas. Más detrescientas viviendas, algunas de seispisos de altura, albergaban a miles deobreros. Apiñadas alrededor de parquespúblicos cuidados con esmero, seencontraban a sólo cinco minutos a piede una zona ocupada por teatros deverano, cines, un circo, campos defútbol, y poseían sus propias tiendas yescuelas. Pocas personas de las quetrabajaban en la factoría y vivían en estecomplejo podían abandonarlo aunquequisieran. El Estado había previsto casitodas las necesidades básicas y lacomunidad modelo que Stalin favoreció

constituía una obra sobresaliente delsistema soviético. Desde su atalaya mental de Mámaiev,Andréi Yeremenko no tenía ningunapreocupación en lo referente a laperspectiva norte que dominaba el«corazón económico» de Stalingrado.Incluso el más poderoso catalejo decampaña de un observador artillero,caso de que fuese un alemán, no seríacapaz de penetrar más allá de la fábricade tractores, o pasar de la fronterasuperior de Stalingrado, el río MokraiaMeshetka. Lo que alarmaba a Yeremenko enrelación a Mámaiev era contemplar elescenario del este: el reluciente Volga,diariamente atestado de cientos de

remolcadores, barcazas y buques devapor, que se avisaban con sus sirenasunos a otros en el lenguaje del tráficofluvial y que levantaban espirales dehumo mientras navegaban por loscanales situados entre el yermo Golodniy las islas Sarpinski. La ruta queatravesaban, una arteria vital para lamáquina de guerra soviética y necesariapara cualquier intento de defensa deStalingrado, estaba completamente amerced del Ejército que poseyese lacolina. Por otra parte, la lejana orilla,que era plana como una mesa de billar yque se extendía hasta el infinito,quedaba expuesta a la observación, aligual que su exuberante pradera, en untiempo parque de recreo para la gente de

vacaciones, que iba a bailar o a nadar ensus nacaradas playas o que pasaba finesde semana en las casitas de campocercanas a la orilla. Ahora, la praderaestaba desierta. Pero pese a ello, encaso de necesidad, podrían llegar hastaallí los soldados, las municiones y losvíveres para socorrer a Stalingrado. Ydesde Mámaiev, un enemigo podríafácilmente descubrir cualquierembarcación que lo intentase. Una vez finalizado su ejercicio,Yeremenko apartó con cansancio elmapa y empezó a dar órdenes. Ahoramás que nunca estaba decidido a cavarfirme a lo largo de la línea de colinasque comenzaban cerca de Abganerovo.Unas apropiadas defensas anticarros

podrían detener el avance alemán. Peroantes tenían que conseguir la suficientemano de obra para realizar la tarea. En la parte superior del bunker, elardiente y rojo sol se había ocultado ya;el aire de la noche era desagradable yhúmedo. Los paisanos recorrían alláabajo las orillas del río, relativamentefrescas, donde un grupo de evacuadosaguardaba a que llegase untransbordador desde la orilla opuesta.En una sala de espera junto a los pilaresdel embarcadero, hombres y mujeresllenaban potes con agua caliente tomadade grandes teteras de cobre. Algunosempleaban el agua para lavarse lasropas; otros hacían «té» conalbaricoques o frambuesas secos. Era

todo lo que les quedaba.

CAPÍTULO V

Al amanecer del día 7 de agosto, laregión de la estepa quedó bañada en uncolor intenso y en un calor abrasador.En las torrenteras y hondonadas del otrolado de los cobertizos con techo de pajade la aldea de Ostrov, a unos treinta ydos kilómetros al oeste del río Don, lossoldados rusos desentumecían laspiernas y se frotaban los ojos. El comandante Nikolái Tomskuschin,alto y de anchos hombros, se encontrabaante un dilema especial. Cuando, el 15de julio, le ordenaron que destinara suregimiento de artillería de la estepa a laprotección del Cuartel general del LXII

Ejército, su superior le dijo: —En caso de cerco, salve usted a sushombres antes que a su equipo. Pero el 28 de julio, Tomskuschin oyóotra orden, esta vez por Radio Moscú ypor boca del primer ministro Stalin, quedecía que el Ejército Rojo debía resistira toda costa. «Ni un paso atrás», fue el ultimátumlanzado por Stalin. Mientras sus hombres almorzaban,hicieron su aparición los avionesalemanes y Tomskuschin llamó alCuartel general del LXII Ejército parasolicitar nuevas orientaciones. La líneaestaba cortada. —¡Oiga! ¡Oiga! —gritó. No hubo respuesta. El comandante

colgó el teléfono y corrió a buscar aalguien del Estado Mayor que le pudiesedar nuevas órdenes. Pero se quedóaturdido al comprobar que el Cuartelgeneral del LXII Ejército habíadesaparecido. Sus jefes habían huido aStalingrado. Entrenado durante años para obedecery servir, volvió a toda prisa a suregimiento. En las horas siguientes, loscarros alemanes volaron la mayoría desus cañones de 76 mm; a su alrededor,los bombarderos Stuka quemaron lahierba de la estepa con bombasincendiarias. Desesperado, Tomskuschinmandó un mensajero a la retaguardia, alpuente que cruzaba el Don en Kalach,donde tenía la esperanza de que hubiese

algo parecido a un Cuartel general.Mientras esperaba órdenes, la luzcegadora del disco solar batía el suelo ylos Stukas planeaban y se lanzaban enpicado. Las bajas aumentaron; a últimahora de la tarde, más de cuatrocientoshombres yacían muertos o heridos sobrela hierba. El mensajero no regresó. Al anochecer, Tomskuschinconferenció con sus ayudantes. —Reúnan a los hombres después deoscurecer —les dijo—. Nos dirigiremosal Don. Nos llevaremos todo lo que sepueda desplazar. Aquélla fue su solución decompromiso ante las contradictoriasórdenes. Con el frío repentino del anochecer,

los hombres formaron y se dirigieronarrastrando los pies hacia el este. Seprohibieron las conversaciones. Noobstante, las armas resonabanmetálicamente contra los platos decampaña, y las tropas maldecían en vozalta si tropezaban. Cuando la lunaasomaba a intervalos a través de lasnubes, Tomskuschin prestaba atención alos ruidos sospechosos. De vez encuando sonaba un disparo de fusil, perosiempre a lo lejos, y el comandantehablaba en voz baja a sus tropas. Derepente, miles de fogonazos estallaronen la oscuridad y las balas acometieronla columna desde ambos lados de lacarretera. —¡Nos han tendido una emboscada!

—vociferó Tomskuschin—. ¡Corred,corred hacia el río! El regimiento se precipitó hacia laoscuridad, pero Tomskuschin se quedóatrás. Ahora reinaba el silencio, sóloroto por los ruidos procedentes de lacarretera, y el comandante avanzabaarrastrándose por la crecida hierba enespera del amanecer. Tendido bajo un brillante dosel deestrellas, pensaba en su familia, a salvoen Sverdlovsk, detrás de los montesUrales. No la había visto desde hacíamás de un año, desde que comenzó laguerra y se apoderó de él hasta lanzarloa aquel miserable lugar. Tambiénpensaba en su carrera militar,irrevocablemente arruinada al haber

decidido retroceder en contra de lasórdenes de Stalin. Aunque no searrepentía de haber desobedecido unaorden insensata, que chocaba con sudeber respecto de sus hombres, no sehacía ilusiones sobre el destino que leesperaba cuando llegase al Cuartelgeneral. Su delito se podía castigar conla muerte. Cuando en el firmamento despuntabael alba, el comandante revolvió en subolsillo y sacó unas fotos arrugadas desu mujer y de su hijo Vladímir, de seisaños. Contempló las fotos mucho ratoantes de guardarlas y alargar la mano enbusca de su pistola. Cuando levantó elarma y rodeó con el dedo el gatillo, laimagen de Vladímir pareció alzarse

delante de él. Vaciló, pues deseaba condesesperación estrechar al niño entresus brazos. Incluso estar prisionero enAlemania debía ser mejor que destruirsu última oportunidad de ver almuchacho. Volvió a enfundar el arma enla pistolera. Los alemanes lo encontraron entre lasaltas hierbas. —Ruki verkh! —gritaron. Levantó las manos en mansa actitud derendirse. Le quitaron la cartera y el anillo perono cometieron ningún abuso con él y sealejó del campo de batalla sobre uncarro alemán. Tomskuschin no estabaasustado. En realidad, se encontrabaanimado. Tenía una ilusión que llevar a

cabo algún día allá, detrás de losUrales, donde el pequeño Vladímiraguardaba su regreso. • • • Después de la batalla en torno aOstrov, el VI Ejército alemán contó subotín: «Más de cincuenta y siete milprisioneros y mil carros destruidos.» En consecuencia, el general Paulusenvió a sus hombres un mensajeespecial: «Han sido destruidos el LXIIEjército ruso y una gran parte de su IEjército de carros... Se consiguió laposibilidad de esta victoria gracias a unvaliente avance... Estamos muyorgullosos de los caídos... en la próximaempresa encomendada por el Führer...»

• • • Pese al fantástico éxito de las fuerzasde Paulus al aplastar la últimaresistencia rusa al oeste del Don, elpeligro más inmediato para Stalingradolo constituía el IV Ejército Panzer, quehabía cambiado de dirección paraparticipar en el asalto a la ciudad. Suavance se realizaría a lo largo de lacarretera principal y de la línea férrea,sin que tuviera que atravesar ningún río. Así pues, era lógico que el jefe del IVEjército Panzer, el «Papá» Hoth, con sucara de caballo, quisiera saborear sunueva misión. Sus exploradores ya sehabían abierto camino hasta unos treinta

y dos kilómetros de las afueras deStalingrado y, con suerte, Hoth esperaballegar antes que Paulus a la ciudad. Nisiquiera los últimos informes delservicio secreto acerca de una tenazresistencia en la serie inferior de colinasatravesadas por el ferrocarril y lacarretera cerca de Abganerovo, al sur dela ciudad, le llegaron a inquietar. Teníaconfianza en que no podían detenerle. La mayoría de los rusos rezagados,que se retiraban hacia Stalingrado,hubieran estado de acuerdo con estejuicio de la situación. Desilusionados,desesperados, habían quedadoreducidos a disputarse el uno al otro losalimentos y el agua, especialmente elagua, que escaseaba en la árida estepa.

Otros enemigos encontraron antes queellos unas preciosas charcas: loscalmucos, naturales de la región yprofundamente anticomunistas, quehabían arrojado animales muertos en losmanantiales. Las aguas envenenadasmataron rápidamente a los imprudentesbebedores. Un militar ruso en retirada, el tenientede pelo ensortijado Hersch Gurewicz,olvidó su sed mientras se lanzaba a unazanja por tercera vez en aquel día. LosStukas estaban allí, parecidos a avesantediluvianas, volando con insolenciaen círculo, en busca de las carroñas deallá abajo. Gurewicz estaba exhausto.Perseguido por los alemanes desdehacía más de un año, empezó a

preguntarse en qué acabaría todoaquello. Natural de Moguiliov, cerca dela frontera polaca, tenía veintiún años deedad; se había unido primero al EjércitoRojo, en 1940, durante la guerra con losfinlandeses. Además, su madre habíasido militante del partido comunista ytrabajaba para los militares. Su padredaba lecciones de violín en la Escuelade Música Rimski-Kórsakov deMoguiliov. La invasión alemana trajoconsigo la muerte de su madre y de suhermana, que fueron perseguidas yasesinadas por sus actividades en laguerrilla; su padre y su hermanodesaparecieron en el Ejército y Herschhabía sido incapaz de localizarlos desdeentonces.

Ahora, en la faja de ochentakilómetros al sudoeste de Stalingrado,Gurewicz se había convertido en unendurecido veterano. Por el sonido,podía adivinar si un obús estaba cerca oiba destinado a alguien detrás de él;sabía el momento exacto en que debíaponerse a cubierto cuando losbombarderos empezaban a zumbar porla noche. Sabía también otras cosas,como, por ejemplo, el precio de ladeserción. Había visto cómo los«sombreros verdes» de la NKVDinculcaban su especial concepto de ladisciplina. Los primeros NKVDaparecieron en el campo de batalla enjulio, cuando José Stalin convirtió alEjército Rojo en cabeza de turco para

apaciguar la indignación pública y eltemor ante el avance alemán a través dela estepa. La orden de Stalin n.° 227instauró el reinado del terror. Eninnumerables barricadas levantadas enla carretera, los sombreros verdesinspeccionaban la documentación,hacían escuetas preguntas y fusilaban acualquiera que pareciese sospechoso dehaber abandonado el frente. Miles decadáveres bordeaban las carreterascomo un aviso para los que intentasendesertar. Gurewicz vio innumerables cuerpos enlos puestos de control, pero esto no leconmocionó, porque había sido testigode cosas peores. El invierno anterior,luchando como guerrillero, entró en la

ciudad de Rudnia poco después de quela abandonasen los alemanes. El cuerpode una mujer yacía en la calle. Erarubia, joven y debía de haber sidobonita, pero sus brazos, extendidoshacia arriba, no tenían manos y le habíancortado las piernas por debajo de lasrodillas. Alguien había rajado su vientredesde el ombligo a la entrepierna con uncuchillo o una bayoneta. Alrededor delcadáver su agrupaba una muchedumbreque gritaba en voz alta. Un hombrehablaba, temblando de indignación. —Era nuestra maestra —dijo llorando—. Enseñaba a nuestros niños. Una vez, cuando le detuvieron losalemanes, pudo comprobarpersonalmente su salvajismo. Atrapado

en una emboscada, anduvo durantemuchos kilómetros con una soga alcuello, para servir de ejemplo a losaldeanos. En un letrero colgado delpecho se podía leer: «Soy un guerrilleroruso.» Después, en el Cuartel general dela Gestapo, cayó en manos deespecialistas, dos oficiales rubios, deuniforme negro, que le introdujeron enuna habitación donde otro guerrilleroestaba atado con correas a una mesa.Mientras observaba, un alemán giró unapalanca y la mesa se movió por cadauno de sus lados como si fuese un potrode tortura. Un terrible chillido salió dela garganta del hombre y los huesos desus piernas se quebraron. La palancagiró de nuevo y se desgarraron los

brazos. Cuando el hombre se desmayó,sus torturadores lo mataron a tiros. Gurewicz conoció luego su propiacámara de los horrores; le empujaronhasta una silla y le echaron hacia atrás lacabeza. Un interrogador se puso ante surostro y empezó a enhebrarle un alambredelgado por la nariz. Mientras Gurewicztrataba de vomitar, el alambre penetrabaen sus pulmones, daba terriblessacudidas y le dejaba inconsciente. Se despertó tendido en la nieve y conlas manos atadas a la cola de un caballo.Oyó débilmente algunos gritos, luegouna palmada y el caballo se encabritó ysalió galopando a toda velocidad. Lanieve se precipitaba contra su cara.Boqueaba para poder respirar. El

caballo daba corcovos a través de losmontones de nieve y le aplastaba una yotra vez contra el suelo. Su cabezachocó contra algo sólido, notó unpunzante dolor y luego entró en la nada. Aunque parezca increíble, recobró elconocimiento entre las crujientessábanas de una cama de hospital enMoscú. Había sobrevivido gracias a quesus camaradas guerrilleros le habíanseguido al Cuartel general de la Gestapoy tendieron una emboscada a sustorturadores. Todas las noches de lassemanas que siguieron, Gurewicz soñócon alambres y huesos rotos y con unamaestra que tenía los miembroscortados. Las pesadillas le dejabansiempre agotado y lleno de horror. Pero,

a pesar de todo, nunca se echó a llorarni a gritar. Vuelto a filas, se convirtió en unoficial del Ejército Rojo y se dirigió auna academia superior de Infantería enKrasnodar, en el Cáucaso, por aqueltiempo la línea del frente. Pero, en elverano de 1942, llegaron rápidamentelos carros alemanes a los límites de laciudad y forzaron a Gurewicz y a suscondiscípulos a una retirada autorizadahacia el Volga. Ahora, en la polvorientacarretera que llevaba a Seti, estabaagazapado mientras los Stukas volabanen picado. Las sacudidas de lasexplosiones lo barrían todo por encimade él y le quitaban el aliento. Una ráfagaalcanzó a un cadete al descubierto y

prendió los cócteles Molótov quellevaba atados con correas a la espalda.Como una antorcha humana, el soldadodanzó convulsivamente con la espaldaexplotando entre débiles llamaradasanaranjadas, mientras la gasolina lecorría por el cuerpo. Haciendo caso omiso de los aviones,Gurewicz se levantó de su terraplénpara prestar ayuda. Arrodillado sobre elcuerpo carbonizado y chisporroteante,contempló una monstruosa visión: elpecho del hombre estaba quemado porcompleto y podía verse toda su cajatorácica y el corazón que latía con furia.Aquel hombre, al que había conocido,era ya irreconocible. Su rostro se habíaderretido. Gurewicz no pudo apartar de

él su horrorizada mirada. Otra bombaexplotó cerca y sintió un lancinantedolor en su espalda. Pero siguió derodillas al lado de aquella masa informey ennegrecida, inerte en la carretera,hasta que el corazón se contrajo porúltima vez y se detuvo. Sólo entonces se apartó de lo quequedaba de su amigo. Sangrando por suspropias heridas de metralla, se dirigióhacia Seti para solicitar ayuda yatravesó Stalingrado en una ambulanciaen dirección a un centro de recuperaciónsituado al otro lado del Volga. Como lode su espalda tardaba en curar, empezóa importunar a los médicos para que ledejasen volver al servicio activo. Ledijeron que tuviese paciencia. Que

pronto los llamarían a todos. • • • Para salvar su flanco sur, Yeremenkoordenó a sus soldados en retirada que semantuviesen en Abganerovo, mientraslos reforzaba con todas las tropas derefresco que podía encontrar. Ordenosituar los últimos cañones anticarros quelocalizó, el 9 de agosto, en las colinasque dominaban la carretera y elferrocarril. También mandó cincuenta ynueve carros a un ataque suicida. No eramucho más que una acción decontención, y Yeremenko lo sabía bien,pero por lo menos podría ganar un día. Mientras tanto, a lo largo del flancodel río Don, al este de Stalingrado, el

puente de Kalach era la clave de lasituación. Por ello el coronel Piotr Ilinrecibió órdenes directas de Yeremenkopara que conservase o destruyese elpuente. Los hombres de la 20.ª Brigadamotorizada de Ilin tenían los ojoshundidos por la fatiga. Escasos decañones y municiones, estabanatrincherados en un huerto de las afuerasde Kalach y escuchaban en silenciocómo Ilin les explicaba que iban aformar la retaguardia. Ilin intentóasegurarles que otras divisiones rusasprotegerían sus flancos y que, con estaayuda adicional, conservarían suposición en el río. Pocos hombres de labrigada le creyeron y fue una suerte que

ninguno desertase aquella misma noche. Al otro lado del Don reinaba elsilencio. Desde sus posiciones en labaja y llana orilla este del río, lossoldados rusos no podían ver más alládel reborde escarpado, de unos cienmetros de altura, situado al otro lado delrío; estaba en posesión de los alemanes.Ilin envió exploradores a la otra orilla,donde podían ver con prismáticos lasconcentraciones de tropas del enemigoy, durante varios días, un intranquilosilencio se apoderó de aquella parte dela estepa. Ilin sacó partido de lasituación atrincherando cuidadosamentesus escasas piezas artilleras y colocandosus últimas ametralladoras en puntosestratégicos. Luego esperó.

La mañana del 15 de agosto, losexploradores se desplomaron por losacantilados de la orilla de enfrente ygritaron: —¡Ya están aquí! Detrás de ellos, los soldados alemanesocuparon el risco. Según órdenes deIlin, los zapadores hicieron estallar lascargas explosivas situadas debajo delpuente. Éste saltó por los aires con granestruendo. Cuando se disipó el humo, lasección occidental había caído al río yla parte oriental ardía. Ilin habíaconseguido un poco más de tiempo. • • • Detrás de la protección de los grandesacantilados de la orilla opuesta, los

alemanes urdían nuevas tácticas y elcapitán Gerhard Meunch, de veintiochoaños, hacía una ronda entre sus hombres.Promovido recientemente a jefe de unbatallón de la 71.ª División, un ascensoextraordinario para un hombre tan joven,Meunch quería estar seguro de que sustropas comprendían que se cuidaba deellas. Oyó con paciencia sus quejasacerca del calor, la comida y la falta decorrespondencia. Satisfecho al fin deque apreciasen su interés, se dirigió a unpuesto de observación situado en losacantilados del Don. Allá abajo estabaKalach, un grupo de viejas casas con unhuerto de manzanos en las afueras. Máslejos, en la caliginosa distancia, Meunchcasi podía ver Stalingrado.

En el huerto de manzanos del otro ladodel río, el coronel Ilin acababa deenterarse de que las otras divisionesrusas que protegían sus flancos habíandesaparecido y que se había quedadosolo y acorralado por el VI Ejércitoalemán. Para acabar de complicar lascosas, Ilin no conseguía comunicarsepor radio con el Cuartel general deStalingrado para solicitar instrucciones. Como si adivinasen su problemáticasituación, los alemanes fuerondirectamente a por él. Disparando aquemarropa, los cañones de Ilindestrozaron su flota de botes de goma.Pero unos cuarenta kilómetros río abajo,los ingenieros del VI Ejército, mandadospor el comandante Josef Linden, un

técnico de Wiesbaden a quien legustaban los libros, habían construidodos pontones a través del Don.Haciendo frente a una resistenciadispersa, los ingenieros aseguraron conrapidez una cabeza de puente en la orillaeste y Paulus ordenó que tres divisionesse dirigieran hacia aquel puente denoventa metros. Cientos de carrossurcaron las carreteras y campos en sucamino hacia el río. Se detuvieron en ellado occidental del Don, mientras elprecavido Paulus reorganizaba suslíneas, repasaba los blindajes, pedíamás suministros y coordinaba mejor elapoyo de los bombarderos de laLuftwaffe desde sus improvisadosaeropuertos de la estepa.

El comandante Josef Linden,comandante de los malogrados

zapadores alemanes. Mientras llenaban sus platos dehojalata en las cocinas de campaña, lastropas alemanas hablaban ahoraabiertamente de su licenciamiento y delos empleos civiles que les aguardabanen Alemania después de su últimoempujón hacia el Volga. Estaban de muybuen humor y les embriagaba laesperanza. Por la tarde del 22 de agosto, doshombres estaban de pie en un huertocercano a la cabeza de puente alemana yhablaban con insistencia acerca deltrabajo de los próximos días. Uno deellos era el general Hans Hube, de la16.ª División Panzer. Un correo le

entregó un despacho. Hube lo leyórápidamente y dijo: —El ataque empezará mañana a las04.30 horas, Sickenius. El coronel Sickenius se dio porenterado de la noticia y Hube ledespidió: —Hasta mañana, Sickenius. —Hasta mañana, Herr General. Hube hizo una pausa, se tocó la gorracon su única mano y recalcó: —Mañana por la noche, enStalingrado... • • • Sesenta y cinco kilómetros al este, sehabían colocado letreros en los árbolesde Stalingrado exhortando a los

ciudadanos. «¡Muerte al invasor!»,decían. Pero pocos civiles sabíanexactamente dónde estaba el enemigo. En el barranco Tsaritsa, AndréiYeremenko estaba angustiado por laconcentración que tenía efecto en elsector de Paulus. El servicio secreto leindicó que los alemanes estabanplaneando otro movimiento clásico entenaza, con el VI Ejército haciendo lasveces de brazo izquierdo y el IV Panzerde Hoth de brazo derecho. Y aunque eracapaz de detener temporalmente a Hothen las colinas que rodeaban aAbganerovo, Yeremenko tenía muypocas reservas disponibles para hacerfrente a semejante ataque combinado.

El general de un solo brazo, HansHube («der Mensch»), comandante de la16.ª División Panzer alemana

De todos modos, en el frente políticohabía conseguido una victoriaimpresionante. Un amigo reciente, elcomisario Nikita Serguéievich Jruschov,había demostrado durante los últimosdías que era un aliado de fiar, cuandoYeremenko argumentaba acerca delproblema del mando dual con laSTAVKA, a través de la línea BODO, elteléfono directo que unía con elKremlin. Jruschov era el emisariopolítico de Stalin en el consejo militardel puesto de mando de Tsaritsa yrespaldó plenamente a Yeremenko en sucampaña de poner en línea lasdivisiones de autoridad. Finalmente, el13 de agosto, Stalin concedió a

Yeremenko la suprema responsabilidadsobre ambos frentes y degradó alirascible general Gordov.1 Encargado ahora por completo de ladefensa de Stalingrado, Yeremenko tuvoque hacer frente de modo inmediato aotro problema inesperado. El jefe de laguarnición de la ciudad habíadesaparecido, dejando tras él el caos.Sin un dirigente local, las fuerzas de laurbe sufrirían un colapso. Su estado deconfusión se evidenciaba en las calles.Se perdían vehículos militares yproliferaban los accidentes en loscruces, dado que los conductores norespetaban la derecha e iban a mayorvelocidad de la que permitían lasordenanzas. Desde que la disciplina se

había roto, cientos de rusos de las tropasde guarnición empezaron a desertarhacia la otra orilla del Volga. Además de sus problemas de laestepa, el general Yeremenko luchabapor restaurar el orden dentro de supropia casa. • • • El atronar de los motores de los carrosatravesó la oscuridad de las primerashoras de la mañana del 23 de agosto y,desde la estepa, filas de panzersalemanes avanzaron con violencia hacialos puentes que cruzaban el Don.Maniobraron con cuidado en las pistasde los pontones y continuaron concautela su camino por la orilla opuesta.

Les siguieron los camiones,transportando la infantería, municiones,alimentos, medicinas y combustible. Elmovimiento atrajo la atención de losrusos, que dispararon su artillería en ladirección de la que procedía elestruendo. Pero su puntería era muydesigual y los carros y las tropas deapoyo se agruparon rápidamente en tresgrupos de combate situados en abanicoen la orilla este del río. A una señal,empezaron a bramar a través de laestepa, en medio de un súbito ymaravilloso amanecer. El firmamentoera gris, luego de un brillante coloranaranjado y violeta rojizo y,finalmente, de un amarillo deslumbradorque cegaba los ojos de los tanquistas y

que les dejaba maravillados ante labelleza de la pradera rusa. El teniente Hans Oettl estaba extasiadoviendo el cielo tornarse de color azulceleste limpio de nubes. Para Oettl, deveintidós años, ex empleado municipalen Múnich, aquella mañana de domingoera absolutamente perfecta. Incluso elenemigo cooperaba. Sólo esporádicosdisparos de cañón molestaban losflancos, mientras la columna de carrosavanzaba hacia el Volga. Contemplabafascinado cómo los Stukas se dirigíanhacia las posiciones invisibles paraacallar a los adversarios. Cuando losaviones volvieron, el teniente les saludóagitando alegremente la mano, y ellosrespondieron haciendo sonar en

agradecimiento sus sirenas. Maravilladopor la cooperación técnica dentro de suejército, Oettl dio unas palmaditas a lacabra que llevaba como mascota. Habíaencontrado a Maedi vagando sola por laestepa con una cinta roja alrededor delcuello y la consideró desde entonces unamigo íntimo. Ahora Maedi permanecíaal lado de su amo mientras su columnade carros hacía levantar a su alrededordensas nubes de polvo.

El teniente de Panzer alemán, HansOettl, en 1940.

Las ruedas y las orugas desatabannubes de suciedad. La mayoría de loshombres se habían tapado la boca conpañuelos y se habían puesto gafas. En lapunta de lanza, los operadores de radiode la 16.ª División Panzer llamaban alCuartel general del VI Ejército parainformar de cada kilómetro queconseguían. En Golubinka, el nuevo centro demando del VI Ejército en la orillaoccidental del Don, el general Paulusleyó un despacho: «9.45. Los rusosparecen sorprendidos ante el ataque y noson muy fuertes entre Rossoshka y elDon... Hacia el norte contamos con unaresistencia mayor...» Pero la resistencia del norte, sobre el

flanco izquierdo del grupo de carros, fuecasi inexistente. Los panzers pudieronempujar hacia delante con facilidad yHans Oettl continuó deleitándose con labelleza que le rodeaba. Fue el día másbello que había contemplado durante laguerra. • • • Al mediodía los panzers seguíanavanzando hacia el este en medio de lacalina. El sol empezó a descender de sucénit, detrás de los comandantes de loscarros, de pie en sus torretas. Susrostros estaban desfigurados por lasuciedad, pero eran dichosos: dentro depoco esperaban ver el Volga. Algunosoficiales se recordaban a sí mismos que

el río estaba a más de mil quinientoskilómetros de Alemania. Al lado de la 16.ª División Panzer, la3.ª División Motorizada tratabadesesperadamente de abrirse paso, peropronto se rezagó, mientras las nubes depolvo cegaban a los conductores. Másatrás, la 60.ª División Motorizada estabaen una terrible confusión, tocando lasbocinas y con los ánimos exaltados. Unhombre se apartó a un lado de lacarretera y se enfrentó con una columnade camiones. Apuntando la pistoladirectamente contra el primer vehículo,aulló: —Si no nos da paso libre, le dispararéa los neumáticos. El aturdido soldado se hizo a un lado

para ceder el paso al doctor OttmarKohler, un brillante aunque irasciblecirujano, que había servido con laDivisión desde que se formara enDanzig, en 1939. Le fastidiaban losretrasos. Creía que su lugar estaba conlos heridos. Durante meses habíapreparado un plan para que los médicospudiesen asistir a los hombresseriamente heridos en unos pocosminutos, en vez de mandarlos a laretaguardia en busca de ayuda. Al haceresto, Kohler iba contra las tradicionesde la Wehrmacht, pero estabaconvencido de que tenía razón. Aquellaactitud era indicadora de supersonalidad, que ahora le había llevadoa saltar en medio de la carretera con un

arma en la mano. Poco paciente ante laincompetencia, actuó sin vacilar paracorregir la situación. Kohler aguardó hasta que su unidad sevolvió a situar en línea, luego saltó auna moto con sidecar e hizo un ademáncon la mano al conductor. Deslumbradopor el sol, el hombre se metió en unhoyo. Kohler chocó de cabeza contra elcasco del conductor, notó un pinchazo enel rostro y se retorció de dolor.Tocándose la boca, diagnosticóinmediatamente la dolencia: se habíaroto la mandíbula. El dolor le dabanáuseas; bebió unos tragos de coñac yordenó al motorista que se uniera alresto del destacamento médico.

• • • En Golubinka, un secretario hizo unaanotación en el Diario de guerra del VIEjército: «13.00. Se confirmanuevamente que el enemigo ha sidosorprendido...» El avance continuó por la tarde. Loscomandantes de los carros se pusierontensos al ver asomar en el horizontecampanarios de iglesias y casas blancas.Desde los micrófonos que llevabancolgados al cuello dijeron a sustripulaciones: —Allí enfrente está Stalingrado. Los hombres treparon para echar unvistazo a aquella aglomeración de casas,balkas y chimeneas que pasaban a su

lado, y se levantó el eco de los aplausosa lo largo de la columna. Los obusesempezaron a estallar alrededor de loscarros que iban en cabeza y todos secallaron preparándose para la lucha. Los Stukas volvieron y los carroshicieron fuego contra el emplazamientode los cañones. Los tanquistas quedescendieron y se inclinaron sobre losabrasados agujeros vieron pedacitos depercal y trajes de algodón, brazos ypiernas y torsos de mujer aúnagitándose. Volvieron a sus vehículos yles contaron a todos que los rusosenviaban mujeres a luchar con ellos. Lamarcha hacia el Volga continuó. Algunosde los tanquistas tenían el estómagorevuelto.

• • • El sol estaba bajo hacia el oestecuando el primer carro alemán se detuvoal borde de un escarpado risco desde elque se dominaba el Volga. El tenienteGottfried Ademeit, hijo de un pastor,contempló admirado el otro lado del río.Podía ver casi ciento cincuentakilómetros del misterioso país llano dela otra orilla. Como indicó, «era comomirar el corazón de Asia». Cuando Hans Oettl llegó, estabadeseando bajarse de su vehículo yalcanzar la corriente para bañarse en elrío mientras su cabra, Maedi, se daríaun banquete con la exuberantevegetación de los campos. Los soldados

alemanes, oficiales y tropa, sedesnudaron y se zambulleron en las fríasaguas. Más tarde, recordando la escena,Oettl se preguntó abiertamente por quédebía ser la guerra el únicoprocedimiento para poder ver unamagnífica maravilla natural comoaquélla. Detrás de la columna principal, lossoldados llegados en último lugarentraron en los suburbios de Rinok,situado en el norte de Stalingrado, ysiguieron a los tranvías. Cuando lospasajeros miraron atrás y vieron lastropas vestidas con uniformesextranjeros, se asustaron y se apearon enmarcha precipitadamente. Los alemanesse rieron y dejaron a los rusos para más

adelante. A las seis de la tarde, el VI Ejércitoalemán ocupaba una pequeña faja delVolga al norte de Stalingrado. Cientosde camiones y carros de combate sedesplazaron hasta allí como apoyo,mientras los operadores de radio de la16.ª División Panzer transmitían lanoticia al Cuartel general. Había sidootro fantástico día para el generalPaulus.

CAPÍTULO VI

La mayoría de los habitantes deStalingrado estaba durmiendo mientraslos alemanes cruzaban el Don. En lafábrica de tractores, los hombres ymujeres del turno de noche preparabanel montaje final de sesenta tanquescuando, a las cinco de la mañana,alguien llegó corriendo con la noticia dela ruptura del frente por el enemigo. Enmedio de un gran alboroto, lossupervisores convocaron una reuniónpara organizar líneas defensivasalrededor de la factoría. Hacia el sur, en las profundidades delbarranco Tsaritsa, Andréi Yeremenko

fue despertado por las frenéticasllamadas telefónicas de las avanzadillasamenazadas por la línea de progresiónalemana. Sorprendido por la audacia dela acometida en dirección al Volga, elgeneral mandó que despertaraninmediatamente a los oficiales de EstadoMayor de toda la ciudad y ordenó queles sirviesen un desayuno procedente dela cocina del bunker. A sólo quinientos metros de distancia,en la plaza Roja, los negros altavocesentraron en funcionamiento y advirtierona los ciudadanos sobre la posibilidad deincursiones aéreas. Muy pocos prestaronatención al mensaje, dado que la únicaactividad aérea alemana en los últimosdías se había limitado a vuelos de

reconocimiento. El presidente del Sovietde la ciudad, Pigalev, dio el aviso porradio, pero no hizo mención de que loscarros alemanes habían alcanzado laparte norte de la ciudad. Temía que lanoticia pudiese sembrar el pánico entrela población. La señora Vlasa Kliaguina no habíaoído los altavoces porque salía prontode casa para dejar a su hijo pequeño,Vovo, en una guardería comunal. Luego,ella y su hija, Nadia, se unieron a ungrupo de voluntarios del barrio en el surdel suburbio de Yelshanka donde, a lassiete y media, cuando la temperaturaempezaba a subir hacia los 40 °C,continuó trabajando en una primitivalínea de zanjas anticarros. La señora

Kliaguina no tenía idea de que el generalPaulus estaba a punto de abrirse caminohacia la ciudad en una direccióncompletamente distinta. A menos de tres kilómetros deYelshanka, en el suburbio de Dar Gova,un ayudante del director de la estación,Konstantín Viskov, se desplomó en lacama. Acababa de terminar un turno deveinticuatro horas de duro trabajo,mandando tropas, refugiados ysuministros a través de la estaciónferroviaria número uno. En cuantoViskov cayó en un profundo sueño, suesposa salió de puntillas para empezarlas faenas de la casa. A las nueve y media, la actividad en elbarranco Tsaritsa se aceleró, mientras

cientos de soldados salían y entrabanpor las dos puertas del bunkersubterráneo. Acosado por las llamadastelefónicas, Yeremenko aún no habíaprobado el desayuno que tenía encimadel escritorio. Ahora estaba hablandocon el suplente del comandante de la VIIFuerza Aérea, que le comunicabanoticias sorprendentes: «Los pilotosmilitares en vuelo de reconocimientoacababan de llegar. Dijeron que seestaba desarrollando una gran batalla enla región de Málaia Rossoshka (unoscuarenta kilómetros al noroeste deStalingrado). Todo el terreno estabaardiendo. Vieron dos columnas de unoscien carros cada una y, tras ellas,compactas columnas de camiones e

infantería. Todos avanzan haciaStalingrado.» Yeremenko le dijo que hicieradespegar cuantos aviones le fueraposible. El teléfono sonó de nuevo: esta vezera Nikita Jruschov, que le llamabadesde su apartamento del centro de laciudad. En cuanto Yeremenko le contólas noticias, el comisario respondió queiría tan de prisa como pudiera. A lasonce se presentó en el bunker y escuchóatentamente la información deYeremenko. Impresionado por laextensión del avance alemán, Jruschovmeneó la cabeza: —Son unos hechos muy desagradables—dijo—. ¿Qué podemos hacer para

alejarlos de Stalingrado? Yeremenko le contó cómo se estabaesforzando por mandar fuerzas a la partenorte de la ciudad y discutieron elproblema de encontrar más refuerzospara los suburbios amenazados. Todoslos presentes en la estancia estabandeprimidos, plenamente conscientes deque aquello significaba la caída deStalingrado. Hablaban en voz baja delimpacto de un desastre semejante en elresto del país. Aunque le sudaban lasmanos, Yeremenko trató de conservar lacalma delante de sus colegas. Cuando llamó el comandante generalKorshuniov e informó de que losalemanes acababan de quemar unimportante depósito situado en la estepa,

Yeremenko perdió los estribos.Disgustado por el tono histérico deKorshuniov, gritó: —¡Cuídese de su trabajo! Detenga elpánico. Luego colgó con brusquedad elteléfono. Dos generales llegaron al bunker paraanunciar que un nuevo puente depontones, el único que unía aStalingrado con la orilla opuesta,acababa de terminarse. Yeremenko lesdio las gracias por haber trabajado tantoy luego añadió que lo destruyeran. Losoficiales se miraron atónitos el uno alotro, preguntándose si Yeremenko sehabría vuelto loco de repente. El repitiósus instrucciones:

—Sí, sí, he dicho que lo destruyan. ¡Yde prisa! Como tardasen aún en reaccionar, lesexplicó que el puente no debía caer enmanos de los alemanes. Los dosgenerales se fueron para cumplir aquelladraconiana medida. • • • Cerca de la desembocadura delbarranco Tsaritsa, el aburrimiento y lahumedad del mediodía habían atraído adocenas de nadadores como el tenienteVíktor Nekrásov, el cual, con un amigo,se dirigió a las soleadas aguas y nadabaperezosamente en la corriente.Lanchones y barcos se abrían paso yNekrásov nadaba tras su estela, oyendo

con placer el ruido gutural de susmotores Diésel. Cuando se cansó,Nekrásov salió del agua, se subió a unmontón de troncos y se tumbó a tomar elsol. Con los ojos entornados paraprotegerse de la deslumbrante luz,intentó imaginar cómo era el Volgacomparado con el Dniéper en su hogarde Kiev. El teniente decidió que su ríoera pacífico, un alegre lugar para losniños, y que el Volga resultaba porcompleto diferente, con el ruidosotráfago de embarcaciones que losurcaban. A Nekrásov le preocupabanotras cosas. Pocos bañistas deStalingrado sonreían aquellos días.

Dirigentes del 62.° Ejército soviéticoen el puesto de mando del búnkercercano al Volga. De izquierda aderecha: General Nikolái Krilov, jefe deEstado Mayor; general Vasili Chuikov,comandante en jefe; Kuzmá Gurov,comisario político; general Alexandr

Rodimtzev, comandante de la 13.ªDivisión de la Guardia. Al quedarse dormitando hasta la tarde,Nekrásov pensó cada vez más en losalemanes de la estepa y se preguntó quésucedería en Stalingrado cuando elenemigo llegase al Volga. Se podía vera sí mismo agazapado entre las matas dela otra orilla mientras los obusesalemanes levantaban grandes chorros deagua. • • • Veinticinco kilómetros al norte delmontón de troncos donde estabaNekrásov, la pesadilla que éste habíaentrevisto había ya comenzado.

El mecánico Lev Dilo encontró a losprimeros alemanes. Trató de escapar,pero fue derribado y maltratado. Unsoldado le quitó el reloj. Otros lopusieron en pie y le hicieron dirigirsehacia el otro extremo del campo. Dilomiró a su alrededor y vio un profundobarranco; se lanzó a él y huyó. Losalemanes no dispararon. Dilo anduvo tres kilómetros hasta lafábrica de tractores e irrumpió ante sussuperiores. —¡Ya están aquí! ¡Hay que darseprisa! —gritó, pero los supervisores dela fábrica ya estaban alertados. El primer batallón de milicias detrabajadores, algunos de uniforme, perola mayoría con su ropa de paisano, se

dirigían ya a las barricadas de obreroslevantadas a lo largo del río MokraiaMeshetka. En los patios de la fábrica situados aambos extremos de la carreteraprincipal norte-sur de Stalingrado, loscomisarios políticos y los capatacesasignaban tareas a miles detrabajadores. Decían a cada grupo: —Los que puedan llevar armas ysepan dispararlas, que escriban susnombres aquí debajo. Los que firmaban recibían unbrazalete, un fusil y una canana conmuniciones antes de acudir porpelotones a las márgenes del río. Lostrabajadores no seleccionados sedirigían a los grupos de casas para

poner sobre aviso a los parientes de losque habían marchado al frente. Piotr Nerozhia se apresuró hacia sucasa, tras uno de aquellos mítines en lafábrica Octubre Rojo, para despedirsede su familia que iba a ser evacuadaaquella tarde al otro lado del Volga.Llegó demasiado tarde y sólo encontróuna nota que decía que su esposa y losniños habían partido ya para Uralsk.Aunque aliviado al ver que ya estaban asalvo, Piotr se encontró de repente solo.El silencio de la casa le incomodó ysalió a dar una vuelta. Cerca de laescuela de aviación, se detuvo en uncampo, cogió una sandía y volvió acasa. Empezó a freír dos huevos en lacocina.

Cuando sonó otro aviso de incursiónaérea, Nerozhia apagó el hornillo, dejólos dos huevos en la sartén y acudió alCuartel general del batallón de sudestacamento de soldados obreros. • • • El zumbido de la sirena de alarmaaérea que hizo reaccionar a Nerozhia noera sino una falsa alarma más, como laque los residentes de Stalingrado veníansoportando a lo largo del día. Alatardecer, el centro de la ciudad habíacaído en la apatía. Increíblemente, apesar de la presencia de Yeremenko enel barranco Tsaritsa y del insólitomovimiento de tropas por las calles queconducían al norte, hacia la zona de las

fábricas, la mayoría de la gente delcentro de la ciudad continuó ignorandopor completo la crisis. El teniente Víktor Nekrásov se habíalevantado al fin de su cómodo montón detroncos y, con su amigo, se encaminó ala biblioteca principal situada cerca dela ribera. En la silenciosa y agradablesala de lectura, se arrellanó en una sillade mimbre y empezó a hojear una revistaque contenía breves artículos referentesal Perú. En una larga mesa, dos jóvenesreían ruidosamente ante un libro dedibujos que representaban al barónMunchhausen. En la pared, un gran relojtocaba cada cuarto de hora. Un ratodespués, Nekrásov y su amigo selevantaron y se fueron.

Los altavoces vomitaban otro aviso enlas plazas, los cruces y las aceras de lascalles. La voz no se andaba por lasramas: —¡Atención! ¡Atención! ¡Ciudadanos,estamos ante una incursión aérea!¡Tenemos una incursión aérea! Como para subrayar que ya no setrataba de un entrenamiento, los cañonesantiaéreos de los alrededores de laplaza Roja disparaban sordamente confrenética cadencia. Unas motas negrasavanzaban por el claro cielo azul; loscoches se detuvieron chirriando. De lostranvías se hizo bajar a los pasajeros,que se quedaron unos instantes de pie yen silencio, con una mano sobre los ojospara mirar hacia el sol y observar

aquellos puntos peligrosos. Entonces vieron a los gruposadelantados de más de seiscientosaviones alemanes, que procedían de másallá del Don. Parecidos a hileras degaviotas, volando en una V perfecta, losStukas y Ju-88 zumbaban sobre lasoleada ciudad y empezaron a lanzarseen picado. Sus bombas alcanzaron lapoblada zona residencial del centro dela ciudad y, a causa de la prolongadasequía, las llamas se propagaron comola pólvora. En unos segundos,Stalingrado quedó envuelta en llamas. La onda expansiva derrumbó lamayoría de las casas de las calles Gógoly Pushkin. Enfrente de un cine, una mujerresultó decapitada mientras andaba por

la acera. La central depuradora de aguasde la ciudad quedó destrozada por unimpacto directo. Otro alcanzó la centraltelefónica; todas las comunicacionestelefónicas regulares quedaroninterrumpidas. Los gritos de losoperadores atrapados surgían a travésde un revoltijo de centralitas y panelesde control destrozados. En la sede del Pravda de Stalingrado,al lado norte de la plaza Roja, lasbombas aplastaron las paredesexteriores, y los supervivientes tuvieronque buscar la salvación a través de uncercano sótano. Entretanto, los altavocesde la plaza Roja pedían con vozmonótona al pueblo que se armara yluchase contra el invasor.

En la calle Medevdítskaia, todas lascasas ardían vorazmente. Cuandollegaron los bomberos, contemplaron auna mujer histérica que corría por elcentro de la calle mientras estrechaba aun bebe contra su seno. De pronto, unode los hombres salió corriendo, la sujetóy la empujó a una zanja. En aquelmomento cayó una bomba y mató alhombre mientras trataba de arrojarse alsuelo junto a ella. En la calle Pérmskaia, la señoraKonstantín Karmanova volvía a casadespués de haber despedido a sus hijosmayores que marchaban con una unidadde su fábrica. Cuando ella y su hijo dedieciséis años llegaron a la calle, vieronque toda la manzana estaba ardiendo

excepto su propia casa, una vivienda deladrillos de una sola planta. La señoraKarmanova entró para salvar lo quepudiera. Agarró un bulto de papelesdejados por su marido cuando se fue a laguerra: algunos de ellos databan de1918 cuando aquél luchaba con losbolcheviques en Tsaritsin. Se apresuróhacia el patio, cavó un hoyo y escondiólos documentos y algunas reliquiasfamiliares de plata. En torno a ella, lascasas continuaban ardiendo. • • • En Dar Gova, el ferroviarioKonstantín Viskov despertó de supesado sueño al oír las bombas quecaían cerca de la estación de ferrocarril.

En cuanto saltó de la cama, su esposa leentregó un paquete de comida y ledespidió con un beso. Viskov corrióhacia la estación a través del humo y elfuego. Las primeras bombas cayeron mientrasPiotr Nerozhia abría la caja de caudalesdel Cuartel general del batallón. Susuperior, una mujer llamada Denísova,entró corriendo y le dijo que había queenviar armas a la fábrica de tractores. Tras dar las órdenes para su traslado,Nerozhia se acordó de que tenía que ir acasa para recoger algunos alimentos. Fuera del Cuartel general, la ciudadagonizaba. El humo que salía de lasventanas le ahogó y se amilanó. Lacamarada Denísova le agarró del brazo

y le empujó hacia el hospital principal,que se derrumbó mientras locontemplaban. Se apresuraron a ayudara los pacientes y condujeron a un grupohacia la vecina clínica infantil. Peroempezó a arder inmediatamente y losenfermos del interior se quemaronvivos. Nerozhia fue a reunirse con eldestacamento de obreros de la fábricaKrasni Zastava. Era una masa de llamas.Corrió entonces hacia el Soviet de laciudad, en la plaza Roja, pero tambiénardía destrozado por las bombas. Semetió en el Metro, un cavernososubterráneo usado como refugio y ahoraatestado de gente vociferante ysofocada. Nerozhia se detuvo

bruscamente en aquel repugnante agujeroy, acordándose de los alimentos de sucasa, dio un rodeo hasta su calle dondesu vivienda aún permanecía en pie. Entró en el dormitorio y encontró a suloro graznando para que lo atendieranmientras daba frenéticos saltos en lajaula. Cogió a la temblorosa ave con lasmanos, la depositó en la ventana y lasoltó entre las grises nubes de humo. Elloro escapó y revoloteó nerviosamentede árbol en árbol. Nerozhia miró un momento a su animaldoméstico, luego se encaminó a lacocina y llenó una sábana con harina,trigo, pan seco y una botella de vodka.Cuando acabó, miró con tristeza lacocina donde sus dos huevos fritos

yacían bajo una capa de yeso que habíacaído sobre ellos. Con un últimoencogimiento de hombros, se cargó a laespalda el fardo de provisiones yabandonó su hogar. • • • A las siete de la tarde, en losmomentos más intensos del bombardeo,los dirigentes del Soviet de la ciudadtrataban de entrar en funciones en unaimprovisada red de sótanos. Enviaronórdenes para que continuase lapublicación de Pravda y MijaílVodolaguin, miembro del Comitécentral, con gafas y de labios gruesos,corrió hacia la sede de Pravda en laplaza Roja y se percató de que todo el

edificio estaba en ruinas. Unos cienmetros más abajo, se encontró porcasualidad con la plana mayor delperiódico; todos se habían refugiado,muertos de miedo, en un sótano yestaban demasiado aturdidos para podertrabajar. Vodolaguin requisó un coche y sedirigió al norte, hacia la fábrica detractores, donde conocía la existencia deuna máquina de imprimir. El viaje sehacía normalmente en veinte minutos,pero con los aviones alemanes encima ylos cuerpos y escombros obstruyendo lacalle principal, el trayecto fue muchomás lento. A la derecha de Vodolaguin,el líquido inflamado de los destrozadosdepósitos de petróleo corría pendiente

abajo y se derramaba en el Volga. A suderecha, las últimas estribaciones de lacolina Mámaiev estaban cubiertas conlos cuerpos de los excursionistas. Tras dos horas de horrores,Vodolaguin llegó a la desierta fábrica detractores. Encontró su máquina deimprimir, se apropió de un milicianoque dijo que era tipógrafo y, mientras sedesprendía el revoque del techo, empezóa preparar un número especial dePravda. • • • Cerca de las nueve de la noche, conlos Stukas y Ju-88 aún encima de sucabeza, la señora Vlasa Kliaguinavolvía apresurada de cavar zanjas en

Yelshanka. Deseaba encontrar a su hijaNadia, que se había ido pronto a casapara estar con el pequeño Vovo. En unabarricada, la señora Kliaguina se pusoimpaciente hasta que, por fin, un soldadole hizo señas de que podía atravesar supropio barrio, que se derrumbaba entrecentenares de incendios. Recorrió la calle Soviétskaia y doblóhacia los jardines Karl Marx, dondemiles de personas se apretujabanalrededor de los bancos. Sin hogar,gritando, muchos ya habían perdido asus parientes. La señora Kliaguina buscóa su hijo, pero no lo encontró entre lamultitud. Cuando llegó a su casa, su corazón sedetuvo. Era un humeante montón de

ruinas. Llamó varias veces, pero nadiele respondió y corrió hacia la calleKomsomólskaia. Un amigo la vio allí,sollozando incoherente, y le gritó queNadia estaba a salvo en un sótanocercano. En aquel momento, salió su hijay le contó a su madre que Vovo habíadesaparecido. La señora Kliaguina noquiso creerla y se escapó gritando: —¡Vovo! ¡Vovo! ¿Dónde estás? Nunca más volvió a verlo. • • • Aquella noche, en su diario, elagresivo y flamante general de laLuftwaffe, Freiherr von Richthofen,resumió los resultados de lasoperaciones de los pilotos sobre la

destrozada ciudad: «Ante un avisorepentino enviado por el VIII Cuerpoaéreo, despegó toda la IV Flota aérea,con el resultado de que hemosconseguido sencillamente paralizar a losrusos...» Era cierto. El pulso de la ciudad sehizo más lento, entorpecido por losgolpes que habían matado a casicuarenta mil personas. Cerca de la medianoche, con elbarranco Tsaritsa rodeado de incendios,el general Yeremenko, completamenteagotado, descolgó el teléfono deconferencias BODO para hablar conStalin. Al cabo de unos minutos, elprimer ministro estaba a la escucha yoyó confesar a Yeremenko que la

situación era muy grave, tan grave quelos funcionarios de la ciudad deseabancerrar algunas de las fábricas y trasladarsu contenido al otro lado del Volga. Elgeneral, sin embargo, insistió en quetanto él como el comisario Jruschov seoponían a dicho traslado. Stalin estaba furioso. —No deseo discutir esta cuestión —chilló—. La evacuación y minado de lasfábricas puede interpretarse como unadecisión de rendir Stalingrado. Por ello,el Comité de Defensa del Estado loprohíbe. Con esta orden, Stalin dejó queYeremenko se enfrentara con losalemanes que llamaban a las puertas dela ciudad.

CAPÍTULO VII

De acuerdo con la táctica desarrolladapor el general Paulus, las tres divisionesalemanas que habían cruzado la estepael domingo, 23 de agosto, debían trazarun corredor de sesenta y cincokilómetros de longitud desde el Don alVolga. Aquella barrera de acero aislaríaStalingrado por la parte norte y evitaríaque se pudiesen filtrar refuerzos paraayudar a la ciudad. En teoría, el planestaba bien fundado. En la práctica,requería una perfecta coordinación entretodas las unidades participantes. A la medianoche del 23 de agosto, la16.ª División Panzer llegó a las afueras

de Stalingrado adelantando sus líneas deapoyo. A unos veinte kilómetros de suretaguardia, la 3.ª División Motorizadase detuvo para pasar la noche. Otrosquince kilómetros más atrás, la 60.ªDivisión Motorizada se había atascadoen un gigantesco embotellamiento detráfico. Completamente separadas unasde otras, la tres divisiones seconvirtieron en una cadena de «islas»ancladas en medio de un mar hostil.Hasta que dichas islas se unieran en unsólido puente terrestre que se extendiesematerialmente desde el cuerpo principaldel VI Ejército, cada una de ellas seríaextraordinariamente vulnerable a loscontraataques soviéticos. Mientras el Consejo militar ruso de

Stalingrado enviaba a las milicias detrabajadores para que se atrincherasenal norte de la fábrica de tractores, elgeneral Hans Hube ordenaba a su 16.ªDivisión Panzer que se agrupase en unperímetro circular defensivo, como unerizo, con la artillería pesada de ladivisión cubriendo 360° de frente. Almismo tiempo, Hube dio instruccionespara un ataque inmediato, si existíaalguna oportunidad para sacar ventajade una sorpresa táctica. A las cuatro y cuarenta minutos de lamañana siguiente, sus baterías decañones abrieron un intenso fuego debarrera sobre las posiciones rusasalrededor de Spartakovka y del ríoMokraia Meshetka. Poco después, los

panzers del Grupo de combate Krumpensalieron del erizo para dirigirse hacialos objetivos castigados, peroretrocedieron ante el arrollador fuego delas trincheras soviéticas, poderosamentefortificadas. En un milagro de organizaciónnocturna, la milicia rusa había excavadounos puntos fortificados conectadosentre sí, y asimilado los rudimentos dela guerra moderna. Ahora, vestidos conla ropa de trabajo o con la de losdomingos, estaban agazapados trasmorteros y ametralladoras y desafiabanal mejor ejército de carros del mundo.Cuando el Grupo de combate Krumpense tambaleó bajo aquella lluvia deobuses, los rusos organizaron incluso un

contraataque, enviando hacia losalemanes los carros T-34 sin pintar,directamente de la sección de montajede la fábrica. La situación cambió derepente y el general Hube pidió porradio al Cuartel general del VI Ejércitoque le informasen acerca de la tardanzade sus divisiones de apoyo. Pero también éstas estaban en apuros.La 3.ª Motorizada, en la ciudad deKuzmichi, acababa de capturar un trende mercancías soviético completamentecargado de camiones americanos Ford yjeeps Willys, pero tuvo que volver a supropia formación en erizo paraenfrentarse a un peligroso ataque de la35.ª División de la Guardia rusa, que seestaba infiltrando desde el norte para

ocupar la separación existente entre las3.ª y 60.ª Motorizadas, situadas al oeste.Encabezados por oleadas de tanques, lossoldados del Ejército Rojo sedesparramaron por la estepa ydescendieron sobre los flancos deambas divisiones. • • • Ignorante de la situación, el doctorOttmar Kohler atendía a sus pacientes enun hospital improvisado a lo largo de unapartadero ferroviario, a unos cuarentakilómetros al oeste del Volga. Aúnsentía grandes dolores provocados porla mandíbula que se había roto el díaanterior en un accidente de motocicleta.Incapaz de comer normalmente, se

alimentaba a base de chocolate y coñac.A fin de colocar en posición lamandíbula, Kohler trabajaba con unpedazo de corcho apretado en la boca. Cuando el cirujano estaba concentradoen una operación, irrumpió un soldadoen el quirófano: —¡Los rusos han conseguidoinfiltrarse! Kohler siguió trabajando y, cuandoacabó, se dirigió a la puerta y vio cómounos carros soviéticos aplastaban avarios vehículos alemanes a unos cienmetros de distancia. La visión le arrancóun grito de la garganta. Quitándose elcorcho aulló: —¡Cargad a los heridos! En aquel instante, los cañones

antiaéreos alemanes escondidosdispararon atronadoras salvasdirectamente sobre los carros enemigos,que estallaron en pedazos y arrojaroncombustible ardiendo y cuerpos por elsuelo. El cañoneo se intensificó cuandootros carros rusos llegaron paramantener un duelo con la artilleríaalemana. Desde la entrada, Kohler se fijó en unsargento alemán y su escuadra de seishombres que vagaban desconcertadospor las esquinas del hospital.Arrastrando sus fusiles por el suelo, lossoldados se encaminaron hacia él y elsargento preguntó: —¿Qué demonios hace aquí? Como réplica, el asombrado Kohler

les devolvió la pregunta: —¿Qué demonios os importa avosotros? El sargento se encogió dehombros y rogó que les dejarandescansar. Cuando Kohler miró a losojos de aquel hombre, contuvo suindignación, porque vio claro que elsoldado acababa de tener una horrorosaexperiencia. En medio del terremotoproducido por el bombardeo, preparócomida y aguardiente para sushuéspedes. Se agazaparon contra una pared yobservaron cómo se intensificaba labatalla. Cientos de rusos marchabanhacia ellos a través del herboso terreno.Iban cogidos del brazo y cantabancanciones con recia armonía. Cuando el

sargento acabó de comer, se limpió lasmanos en el uniforme y le dijo a Kohlerque estaba dispuesto a cumplir susórdenes. El doctor sugirió que el pelotóndebía ir a luchar y preguntó el nombredel oficial del que dependía el sargento. —Capitán Holland —respondió aquél,y añadió alterado que la cabeza deHolland acababa de ser destrozada porun carro ruso. Kohler supo ahora lo que obsesionabaal sargento. Lo dejó solo, saltó sobre unmontón de estiércol y enfocó susprismáticos hacia el increíble desfileque se aproximaba desde la pradera.Detrás de él, un coche alemán de EstadoMayor chirrió en el patio y un oficial, depie en el asiento de atrás, gritó:

—¿Qué demonios están haciendoaquí? Acostumbrado ahora a aquel tipo depregunta, Kohler se limitó a hacer unsaludo de bienvenida: —Venga a mi montón de estiércol yvéalo usted mismo... Entregando al oficial sus prismáticos,señaló la infantería enemiga. El hombresoltó unas palabrotas, devolvió losprismáticos, se apresuró hacia el cochey salió corriendo en dirección a unpuesto de mando artillero. Kohler fijó su atención en lossoldados en marcha, cuyas canciones lellegaban en la suave brisa veraniega.Mientras el doctor miraba fijamente, conhorrorizada fascinación, geiseres de

tierra florecieron de repente entre ellosy aparecieron unos hoyos desigualesdonde unos momentos antes estuvieronlos hombres. Kohler vio cómo la hierbade la estepa enrojecía y las cancioneseran reemplazadas por los gritos de losmoribundos. Asqueado por la carnicería, el doctorbajó los prismáticos, descendió de lapila de excrementos y fue a cuidar a susheridos. Encorvado sobre la mesa deoperaciones, se colocó cuidadosamenteotro tapón de corcho en la boca y pusoen su sitio su rota mandíbula. • • • A unos treinta y dos kilómetros alsudoeste del dispensario de Ottmar

Kohler, el jefe del VI Ejército, Friedrichvon Paulus leía los mensajes radiadospor sus tres divisiones en la estepa yperdía su primitiva euforia por la«brillante» victoria del día anterior.Ahora se enfrentaba a la estremecedoraperspectiva de perder una o más deaquellas unidades, a menos que pudieraenviarles suficientes refuerzos ysuministros para ayudarles a forjaraquella barrera de acero en el Volga.Como medida de precaución, Paulusavisó a la Luftwaffe para que empezaraa abastecer de municiones y alimentos ala más distante de las islas, el erizo delgeneral Hube, de la 16.ª DivisiónPanzer, en las afueras de Stalingrado.Mientras tanto, el general se preguntaba

cómo iba a tomar aquella ciudad dentrode las siguientes veinticuatro horas,como Hitler esperaba que hiciese. • • • Al amanecer, parecía como si unhuracán gigante se hubiese lanzado porlos aires sobre la ciudad de Stalingradoy la hubiera desmenuzado en un millónde pedazos. La zona céntrica de laciudad estaba casi arrasada, con cercade un centenar de manzanas envueltasaún en llamas. Con la centraldepuradora destruida, los bomberossólo podían atender a las víctimas delholocausto. En una calle, junto a los negros murosde la prisión de la NKVD, un equipo de

salvamento trabajaba con ardor paralibrar a una joven, Nina Detrunina,cuyas piernas habían quedado atrapadasbajo toneladas de cascotes. Su labor secomplicaba por los amenazadorescrujidos de las paredes de la prisión,que no habían caído aún por milagro.Mientras los hombres y las mujeresremovían con cuidado ladrillo porladrillo, un médico, hincado de rodillas,suministraba morfina a Nina, quesonreía agradecida a sus salvadores. Alpoco rato de haber quitado la última delas piedras, y cuando Nina fueconducida al hospital, murió debido alesiones internas. En una profunda balka, un grupo deadultos desnudos vagaban indecisos a

través del humo. Recluidos en el asilode locos, eran incapaces de comprenderla nueva pesadilla que les sobrevenía.En las calcinadas aceras, los muchachosy muchachas del Komsomol ayudaban ala gente a identificar los cuerpos paraencontrar a sus familiares. Cuandoalguien reconocía a un miembro de lafamilia, los voluntarios actuabanrápidamente para mitigar el shock yabrazaban al superviviente. Una mujer no necesitó aquel consuelo.Empleó muchas horas dando la vuelta alos cuerpos, rechazándolos ymoviéndolos hasta que encontró a subebé, que había sido destrozado por unabomba. La mujer se inclinó, juntó losrestos entre sus brazos y acunó al niño

tiernamente durante algún rato. Cuandoun trabajador del Komsomol seaproximó para confortarla, oyó a lamujer hablar al chiquillo muerto. Entono de reprensión, le preguntaba: —¿Cómo voy a explicarle esto a tupadre cuando vuelva a casa de laguerra? La directora del Komsomol, AnastasiaModina, empleó la mayor parte de sutiempo reuniendo a centenares dehuérfanos, la mayoría de los cualespermanecían sentados al lado de loscuerpos de sus padres y mirabanfijamente sus mutiladas figuras. Algunosniños hablaban al muerto, tratando dedespertarlo. Otros, arreglaban lasrevueltas ropas de las víctimas como si

ello pudiera aliviarles. Anastasia iba abuscar a los niños, les tomaba de lamano y los conducía a un refugio paraevacuados junto al Volga. Algunos seresistían y se quedaban junto a loscuerpos de sus padres, pero ella leshablaba y ellos la oían mientras laslágrimas les resbalaban por las mejillas.Más tarde, la inmensa mayoría tendía lamano hacia aquella señora de voztranquilizadora. Pero unos pocos senegaban resueltamente a separarse delos cadáveres. Anastasia los dejabasolos; había muchos otros a los queatender. • • • En el punto principal de salida de los

transbordadores, millares de civilesasustados se movían con desasosiegopor los malecones mientras los ceñudospolicías de la NKVD losinspeccionaban. Muchos dejaban seresqueridos atrás; unos, muertos en sushogares, y otros trabajando comopersonal indispensable en las factorías.En el terraplén, debajo del acantilado,los evacuados garrapateaban notas y lasclavaban en los árboles o en las paredesde los edificios: Mamá, estamos todos bien. Buscamosa Beketovka. Klava. No te preocupes, Vana. Nos vamos aAstraján. Ven con nosotros. Yuri. En el Volga, los maltrechos

remolcadores y embarcaciones se abríanpaso alrededor del cabo Norte de lasislas Golodni y se acercaban poco apoco al lugar de embarque. Atracadosen el muelle en medio de una confusiónde silbatos, se ladeaban peligrosamentepor el peso de los pasajeros que subíancorriendo por las planchas. Cuando losnavíos soltaban amarras y hacían elrecorrido inverso hacia la otra orilla,los stalingradenses que partíanlevantaban las manos con pena hacia lalínea de la playa de aquella ciudad, queiba quedando atrás y a la que habíanconsiderado su hogar. En lo alto, los aviones dereconocimiento alemanes iban de acápara allá, observando la caótica escena

en el embarcadero y radiando lainformación a sus bases deMorosóvskaia y Tatsínskaia, en laestepa. • • • Medio kilómetro al oeste del puntocentral de embarque en el Volga, AndréiYeremenko hacía juegos malabares consus reservas para contener a la 16.ªDivisión Panzer del general Hans Hubeen los suburbios del norte. Cuando elcoronel Semion Gorojov puso el pie enla costa con su brigada de seis milhombres, pensó que los emplearían paracombatir en las zonas meridionales de laciudad. En vez de ello, Yeremenko losenvió al norte, a la fábrica de tractores,

para constituir un frente que englobaseaquella factoría. Otro grupo, formadopor infantería de Marina de la escuadrasoviética del Lejano Oriente, fueamontonado en un convoy deautomóviles que se dirigió a todavelocidad desde la colina Mámaiev alas trincheras situadas a lo largo del ríoMokraia Meshetka, a kilómetro y mediomás arriba de la fábrica de tractores.Los infantes de Marina se dirigieron alcampo de batalla con sus fusilesasomando por las ventanillas de losautomóviles. • • • Un visitante del complejo de fábricas

fue Gueorgui Malenkov, el perroguardián personal de Stalin en el Cuartelgeneral de Yeremenko. Si el generalestaba nervioso ante Malenkov y mirabacontinuamente por encima de su hombro,Nikita Jruschov aún lo estaba más, puesél y Malenkov eran acervos rivales en elsanguinario mundo de la política delKremlin. Jruschov sabía que había perdido elfavor de Stalin a causa de suresponsabilidad parcial en la desastrosaofensiva de primavera, en Jarkov, dondese produjo la pérdida de más dedoscientos mil soldados del EjércitoRojo.2 Maestro en intrigas también él, sepercató de que Malenkov informaría congusto al primer ministro de cualquiera

de sus errores. Malenkov acudió a la fábrica detractores donde, bajo un sol ardiente,con el rostro sofocado y el cabellocaído sobre la frente en húmedosmechones, exhortó al personal de lafábrica a resistir hasta que llegase másayuda. Habló con gran fervor mientras,al norte, el martilleo de los cañonazosde la batalla en torno de Spartakokvainterrumpía sus frases. Después de que Malenkov terminarade hablar, los obreros se dispersaronpor los lóbregos talleres. Dentro de unade las estancias, Mijail Vodolaguinhabía acabado su edición de emergenciade Pravda: quinientos ejemplares de unasola hoja que distribuyó entre la

población con instrucciones para quepasase de mano en mano después dehaberla leído. El principal objetivo deaquella edición especial de Vodolaguinradicó en comunicar un sentido decontinuidad: la creencia de que laciudad aún funcionaba y de quesobreviviría. Hizo un urgentellamamiento a todos para queconservasen la calma y no se produjerael pánico. Su editorial proclamaba:«Destruiremos al enemigo a las puertasde Stalingrado». • • • Mientras el novato editor llevaba acabo su tarea de imprimir, más al sur,desde la fábrica Octubre Rojo, menos

amenazada, la milicia civil y las tropasregulares cruzaron ante la fábrica detractores en dirección al río MokraiaMeshetka, donde los grupos de combatealemanes trataban de rebasar a lostercos rusos. El único éxito alemánhabía sido la toma de la estaciónterminal de transbordadores delTransvolga, que enlazaba con elferrocarril de Kazajstán. En sus intentosde aproximarse a las fábricas deStalingrado, sólo habían cosechadoconstantes y sangrientos rechaces.

Defensores rusos en las afueras deStalingrado. Una rusa, Olga Kovalova, sobresalióen una sección de las defensas queprotegían la fábrica de tractores.Acercándose a las trincheras, con lacabeza envuelta en una alegre pañoleta

de colores, vociferó invectivas contralos milicianos, que le parecíandescuidados, chapuceros oincompetentes. Los hombres estabanacostumbrados a su rudo lenguaje. Olgahabía trabajado con ellos veinte añosseguidos y, durante aquel tiempo, sehabía convertido en la primera mujerfundidora de acero de la UniónSoviética. Aunque bronca y grosera, sehabía ganado el respeto y la devoción detodos. El comandante del batallón, Sazhakin,oyó a Olga increpar a los obreros y tratóde sacarla de aquel peligroso sector. —Olga —le imploró—, éste no essitio para una mujer. Vuelva a su puesto. Como ella no respondiese, él le

ordenó que se fuese. Olga se dio lavuelta, le miró de modo insolente yrespondió: —Yo no me voy a ninguna parte. Sazhakin alzó las manos y la dejó sola.Horas después, observó una mancha decolores entre una mata de crecidashierbas y fue a investigar. Encontró aOlga tendida de espaldas, con elbrillante pañolón manchado de sangre.Su ojo izquierdo había desaparecido.Había muerto hacía bastante rato. • • • De nuevo los alemanes intentaronsembrar el pánico entre la poblacióncivil. Los Stukas volvieron parabombardear el atestado malecón cercano

al lugar de salida de lostransbordadores. Sin ningún lugar dondeesconderse, las masas se movían de acápara allá como un péndulo, primerohacia la pared del acantilado parabuscar refugio y luego para salir de allíen cuanto los Stukas se alejaban. Losracimos de bombas les alcanzaron delleno y la línea de la costa quedóresbaladiza por la sangre. Los equiposmédicos amontonaron a los muertos enlos senderos mientras apretujaban unoscontra otros a los vivos en lasembarcaciones para evacuarlos. Perolos Stukas vieron también estasacciones; cayeron en picado hasta unostreinta metros de altura y ametrallaronlos navíos.

En la brumosa luz solar del calurosoatardecer, el Volga entró en erupción.Hubo una cadena de violentasexplosiones y varios buques de la flotade rescate se partieron y hundieron sinque quedasen apenas supervivientes. Lasuperficie del río apareció prontosembrada de cuerpos, que se agitabanblandamente en la corriente que losconducía aguas abajo, a su cita con elmar Caspio. • • • La lucha no cambió su tónica durantelos tres días siguientes. Los alemanestrataron de consolidar sus ganancias; lastropas de Yeremenko lucharondesesperadamente por mantener sus

posiciones al norte y al sur de la ciudad,pero cada vez empezó a verse más claroque debían tomarse drásticas medidaspara que Stalingrado pudiese salvarse.La presión de los ataques alemanes fueagotando a los defensores. A avanzadas horas de la noche del 27de agosto, un coche del Estado Mayorruso corría, desde el aeropuertoVnukovo de Moscú a través de laciudad, hacia el Kremlin. En él iba elmariscal Gueorgui KonstantínovichZhúkov, un campesino de cuarenta y seisaños, de amplio tórax. No ajeno a lacrisis, en 1939 Zhúkov hizo frente a unataque japonés por sorpresa en JalkinGol, Manchuria, y obtuvo una resonantevictoria sobre el tan alardeado Ejército

Kuantung. Aquel triunfo le hizo ascenderen una época en que Stalin estabaasesinando al cincuenta por ciento de sucuerpo de oficiales del Ejército Rojo enuna orgía paranoica. En septiembre de1941, cuando los carros nazis rodearonLeningrado, Stalin le envió allí para quedirigiera la defensa. Zhúkov seenfureció con aquella ciudad, ejecutó alos oficiales incompetentes, destituyó alos generales y forjó una rígidadisciplina con la que ayudó al pueblo deLeningrado a fortalecerse y unirse. Después, Zhúkov se lanzó de nuevo ala batalla, aquella vez en el frente deMoscú, donde los carros enemigos sehabían abierto paso a través de lacarretera de Smolensko y provocaron

una desordenada evacuación de lacapital por parte de muchos empleadosgubernamentales: Zhúkov recorrió lastrincheras, unió a las desmoralizadasdivisiones y creó una defensa elástica,la cual, con la ayuda del brutal inviernoque se iniciaba, paralizó a la Wehrmachtal oeste de Moscú. Ahora, Stalin necesitaba su especialtalento para la lucha en el Volga.Rodeado de miembros de la STAVKA,el primer ministro recibió a Zhúkovsombrío y le enteró de losacontecimientos de Stalingrado. Luego,ordenó al mariscal que se hiciese cargopersonalmente de la estrategia global enaquella crucial región. Durante la comida que siguió, Stalin

explicó las medidas temporales quehabía introducido para hostilizar alenemigo. Estaba llevando elementos detres Ejércitos —el 1.° de la Guardia, el24 y el 66— contra el corredor, defrágiles defensas, que los alemaneshabían creado entre el Don y el Volga.Pero Stalin tuvo que admitir queaquellos ataques desordenados habíandemostrado ser ineficaces; deseaba queZhúkov encontrase una solución viable.Antes de que los dos hombres seseparasen, Stalin le dijo que le concedíaun nuevo título: Diputado del SovietSupremo en el Ejército Rojo, lo cualhacía de Zhúkov el segundo en rangodespués de Stalin. Mientras el mariscal se preparaba

para su viaje, no podía saber que elprimer problema que debería solucionarsería el creciente derrumbamiento de lamoral entre las tropas rusas. Pocossoldados rusos creían que los alemanespodrían ser detenidos en el Volga. Elderrotismo impregnaba lasconversaciones, tanto de los cuartelesgenerales del Estado Mayor como de loshombres alistados. Los mismosalemanes estaban asombrados por eltorrente de prisioneros que se pasaba asus líneas. El OKW en Prusia orientalrecibió un cablegrama del VI Ejército enel que se declaraba que el valorcombativo de los soldados enemigos sejuzgaba como muy pobre: «Muchosdesertores vienen, incluso... en sus

propios carros». • • • Dentro del perímetro que ocupaba larecién llegada 64.ª División soviética,estacionada a unos cuarenta kilómetrosal norte de Stalingrado, la moral eraparticularmente mala. Una incursiónaérea alemana había aplastado elhospital de campaña, matando a lamayoría de sus enfermeras y doctores.Los heridos en el combate contabanhorripilantes historias acerca de lasuperioridad del enemigo y esos relatossembraron el miedo entre las inexpertastropas. Empezaron a desertar, alprincipio individualmente, luego porparejas y, al fin, en grandes grupos.

Con la división a punto de disolverseantes de haber entrado en combate, eloficial que ejercía el mando actuó de unmodo drástico para atajar la epidemia.Convocó una asamblea general de losregimientos, se puso frente a ellos y lescensuró por eludir sus deberes para conla patria. El coronel imputó a sushombres el mismo delito que a los queya habían huido y les dijo que iba acastigarlos por su cobardía. Una vez finalizada su arenga, elcoronel avanzó resueltamente a travésde las filas de los soldados enformación. Con una pistola en la manoderecha, avanzó desde el final de laprimera hilera y empezó a contar convoz grave:

—Uno, dos, tres, cuatro... Cuando llegó al décimo hombre, segiró y le disparó a la cabeza. Una vez lavíctima se derrumbó en el suelo,reanudó de nuevo la cuenta: —Uno, dos, tres... Al llegar a diez, disparó mortalmentecontra otro hombre y continuó su terriblemonólogo: —Uno, dos... Nadie se movió. Las enfermeras, depie detrás de la formación, se sorbieronlas lágrimas ante la macabra escena. Latriste voz del coronel parecía apuñalar alas tropas. —...seis, siete... Los hombres calculaban mentalmentesu lugar en la formación y rogaban para

que el coronel acabase la cuenta antesde llegar a ellos. Cuando la última bala del revólverrebotó con ruido sordo en el cerebro deun hombre, el comandante enfundó lapistola y se alejó. Un oficial gritó: —¡Rompan filas! La orden resonó a través de laformación militar y los soldadosrompieron filas y se dispersaron entodas direcciones. Tras ellos, seis desus camaradas yacían sobre la hierbaseñalando una clara norma a seguir. • • • Unos treinta kilómetros al sur de estagrotesca ceremonia, los alemanes que

formaban frente al Volga el erizo de la16.ª División Panzer se hallabanabocados a su propio aniquilamiento. Unoficial del 14.° Cuerpo lo expusosucintamente cuando se quejó a Paulus:«Si esta situación continúa, puedo citarel día exacto en que... todos... dejaremosde existir.» Su queja se refería a losabastecimientos que seguían bloqueadospor la interferencia soviética. Al fin, un tren de mercancías dequinientos vagones pudo romper elbloqueo ruso de la vía férrea y llevarmuniciones y alimentos a los cercadostanquistas. Su oportuna llegada salvó alvehemente general Hube de unasituación embarazosa. Con los airadosmiembros de su Estado Mayor, acababa

de acordar un retroceso desde el Volga,e intentar retroceder hasta las líneasprincipales del VI Ejército en el Don.En cinco días de lucha contra losobreros de la zona fabril de Stalingrado,Hube no había sido capaz de llegar a lafábrica de tractores. Pero ahora, connuevas provisiones de artillería yobuses de mortero, el general dirigió suscañones de gran calibre sobre lasposiciones de los milicianos de lasbalkas, en la frontera norte de la ciudad. • • • En su búnker subterráneo del barrancoTsaritsa, Andréi Yeremenko examinabasus mapas, que reflejaban unadesagradable situación. En su flanco

derecho, había tenido acorralado a Hubecon un abigarrado grupo de paisanos yunidades militares. Pero los intentos deStalin de impedir el corredor alemánhabían fracasado y la 3.ª DivisiónMotorizada logró al fin reunirse con la16.ª de panzers para cubrir una faja detreinta kilómetros de estepa que corríadel Don a Stalingrado. Cuando tambiénla 60.ª División Motorizada alcanzó laretaguardia, quedó completada la uniónentre las islas alemanas ycompletamente bloqueada cualquierulterior penetración de tropas soviéticasprocedentes del norte para reforzar laciudad. En el centro del frente de Yeremenko,el cuerpo principal del VI Ejército de

Paulus se hallaba concentrado en unaamplia extensión de la estepa, desdeKalach al este, hasta el mismo corazónde Stalingrado. Y para dominar esaregión, Yeremenko podía contar a losumo con veinticinco mil combatientes,los restos del destrozado 62.° Ejército,que fue virtualmente destruido por lastenazas alemanas en el Don a principiosde agosto. En cuanto a su flanco izquierdo, alsudoeste de la ciudad, Yeremenko veíacon cierta satisfacción la línea dedefensa que había organizado en lasbajas colinas, desde Abganerovo hastaTinguta y Tundutovo. Esta línea habíallevado al general alemán «Papá» Hothal borde de la apoplejía, mientras los

cañones anticarro rusos machacaban sustropas acorazadas y diezmaban a susgranaderos. Pero Yeremenko no podíadescuidarse acerca de la situación queallí reinaba. Hacía pocas horas, suservicio secreto le había hecho observaruna serie de amenazadores ycomplicados movimientos de tropasdetrás de las líneas alemanas. En elbarranco Tsaritsa la opinión estabadividida, pero Yeremenko creía queHoth había perdido la paciencia con losataques frontales e iba a intentarflanquear el frente de colinas, creandootras tenazas junto con Paulus a fin deatrapar fuera de Stalingrado tanto al 60.°como al 64.° Ejércitos soviéticos. Siesto llegaba a ocurrir, la batalla de

Stalingrado concluiría en pocos días. Yeremenko tenía razón, pero sólohasta cierto punto. Hoth había perdido lapaciencia ante la descorazonadora ycostosa aproximación a Stalingrado.Preocupado al ver que aumentaba elnúmero de bajas, ideó una maniobraradical, un deslizamiento lateralalrededor del enemigo. Sacando delfrente por la noche a sus carros einfantería blindada, los reagrupócuarenta y cinco kilómetros al oeste.Para confundir a los espías rusos,sustituyó a las divisiones retiradas connuevas unidades para mantener unaapariencia de continuidad. Pero los planes de Hoth no eran tangrandiosos como Yeremenko imaginaba,

por lo menos en un principio. El generalde cara de caballo sólo pretendíaarrollar la defensa rusa de las colinaspor el flanco y, con una suerteextraordinaria, tal vez sujetar al 64.°Ejército ruso contra el Volga al sur deStalingrado. La noche del 29 de agosto, Hoth soltósus panzers en dirección norte, a travésde Abganerovo y hacia la estepa,durante treinta kilómetros increíbles. Elataque confirmó la opinión deYeremenko de que Hoth trataba deunirse con Paulus en la estepa yenseguida autorizó la penosa retirada desus divisiones desde sus posiciones alsur y sudoeste de la ciudad. A diferenciade las decisiones anteriores del mando

soviético en los primeros meses de laguerra, ésta salvaría la totalidad de losEjércitos para otra ocasión, aunquesupusiera la posible pérdida deStalingrado. La retirada acarreó una terribleconfusión. A las diez de la noche deaquel mismo día, la 126.ª División rusarecibió órdenes de retroceder. Cuandoalgunos regimientos se adelantaron a losotros, comenzó una precipitada fuga. Lasdivisiones de los flancos se mezclaronpor la noche. Por la mañana del 30 deagosto, la 29.ª División Motorizadaalemana interceptó a miles de soldadosenemigos que vagaban por la estepa. Elcomandante de la 208.ª División rusa serindió con todo su Estado Mayor. Sin

disparar un solo tiro, cayeron en manosalemanas camiones, carros y centenaresde piezas de artillería. • • • «Papá» Hoth había abierto la puertade Stalingrado. Asombrado por elrepentino colapso ruso, revisó susobjetivos y pretendió ahora lo queYeremenko erróneamente había creídoque había planeado desde un principio.Envió sus panzers al norte a reunirsecon los carros de Paulus, procedentesdel corredor hacia el Volga. El Cuartelgeneral del Grupo de Ejércitos Binformó a Friedrich von Paulus sobre laespléndida oportunidad que existía derealizar un osado gambito:

«Considerando el hecho de que el IVEjército Panzer ha logrado una cabezade puente en Gravrilovka a las 10.00horas de hoy, todo depende ahora de queel VI Ejército concentre las mayoresfuerzas posibles... y desencadene unataque tomando claramente unadirección hacia el sur...» Inexplicablemente, Paulus no semovió. Acosado por las suicidastentativas rusas de romper su débilcorredor hacia el Volga, se negó aenviar tropas al sur para hacer unacoplamiento. Se perdieron unas horascruciales. Paulus recibió otro cableurgente y de nuevo dejó de contestar. Ymientras el Alto Mando alemán tratabade desplazar sus tenazas, Andréi

Yeremenko separó más de veinte milsoldados rusos de la estepa entre el Dony Stalingrado. • • • Aunque había ordenado la destruccióndel puente en Kalach, el coronel PiotrIlin mantuvo su posición en los huertossituados en el reborde sudeste de laciudad. Con muy pocas municiones ycon sólo cien hombres a su mando, habíasido incapaz de impedir que losalemanes cruzasen el Don en botes. Eneste período no había recibido nuevasórdenes, pero durante la noche del 28 deagosto, la radio de Stalingrado logró alfin ponerse en contacto con él. Unavacilante voz del Cuartel general del 62.

° Ejército preguntó: —¿Es usted, camarada Ilin? ¿Dóndeestá? —Sí, soy yo. Estamos en Kalach. —¿En Kalach? Los alemanes están ahí—la voz parecía incrédula. Ilin trató de explicar cómo permanecíaaún allí, incluso después de que elbatallón del capitán Gerhard Meunchvadease el Don y se apoderase de laparte antigua de la ciudad. La voz de laradio le dijo que esperase un minuto.Ilin oyó unas interferencias y luego lavoz reapareció con otra pregunta: —Dígame, camarada Ilin, ¿dónde estásu puesto de mando? Percatándose de que la voz intentabaatraparle, inmediatamente indicó con

toda precisión su posición y llovieronsobre él felicitaciones por habercombatido tan bien. Luego el Cuartelgeneral cortó la conversación. Tres noches después, cuandoYeremenko empezó a retirar sus tropasde la estepa, la voz llamó a Ilin denuevo y le dijo que abandonase el huertoy se dirigiera hacia el Volga. Al cabo depocas horas, su brigada se marchabasigilosamente de Kalach en un convoyde treinta y ocho camiones. Cuando losalemanes notaron movimiento en laoscuridad, abrieron fuego rápidamenteen dirección al ruido e Ilin permanecióen la carretera intercambiando disparoscon el batallón de Meunch. Luego, saltóa un coche y rodó sano y salvo hasta

Stalingrado. El 2 de septiembre, Paulus convino alfin en el movimiento hacia el sur, endirección a Hoth, y en pocas horas lasdos ramas de las tenazas se cerraron.Pero Paulus había esperado demasiado.La mayor parte de las tropas rusas de laestepa habían escapado haciaStalingrado y sus setenta y dos horas deindecisión proporcionaron al enemigootra oportunidad para luchar. Ahora labatalla se desarrollaría en las calles deStalingrado, donde las tácticas de lablitzkrieg eran ineficaces.

CAPÍTULO VIII

El 3 de septiembre, José Stalin envióun telegrama al mariscal Zhúkov enMálaia Ivanokva, en la orilla occidentaldel Volga, a ochenta kilómetros deStalingrado, en línea recta: La situación se ha deterioradoúltimamente en Stalingrado. Elenemigo se encuentra a tres kilómetrosde la ciudad. Stalingrado puede caerhoy o mañana, si el grupo de fuerzasdel norte no le presta una inmediataayuda. Los comandantes de las fuerzasdel norte y noroeste de Stalingradodeben atacar inmediatamente al

enemigo... No se tolerará ningúnretraso. Retrasarse equivale a uncrimen... En los cinco días que Zhúkov llevabaen el frente, no había obrado un milagro,pero estaba intentando coordinar losataques de la infantería rusa con unaexigua cobertura aérea y de carros. Y unesfuerzo semejante requería tiempo.Pero Stalin no iba a concedérselo.Cuando Zhúkov le llamó, solicitando unaplazamiento hasta que llegasenmuniciones en cantidad suficiente, Stalinse lo otorgó hasta el 5 de septiembre.Aquel día, Zhúkov lanzó asaltos con«oleadas de hombres», que seestrellaron contra el flanco izquierdo del

corredor alemán desde el Don al Volgay que fueron inmediatamenteneutralizados. Al anochecer, el corredoralemán permanecía intacto. Zhúkov telefoneó a Stalin paracomunicarle aquellas malas noticias.Tras describir la carnicería, mencionóque Paulus se había visto forzado atrasladar algunas reservas desde lasafueras de Stalingrado para contenerles. Stalin se alegró. —Eso está bien —dijo—. Es una granayuda para la ciudad. Cuando Zhúkov le respondió concautela que aquel éxito ruso era ilusorio,el primer ministro le despidiódiciéndole: —Los ataques deben continuar. Su

tarea es hacer que el enemigo saque deStalingrado todas las fuerzas que le seaposible. Y dicho esto, Stalin colgó. • • • Adolfo Hitler, el otro ajedrecista deaquella fatídica partida, paseaba entrelos fragantes pinares de Vínnitsa con unafrustración creciente. No podíacomprender por qué los objetivos de laOperación Azul no se habían alcanzado.El general Paulus había llegado al Volgael 23 de agosto, pero Stalingrado aún nohabía caído. Y en el Cáucaso, donde elGrupo de Ejércitos A luchaba poraquellos preciosos yacimientospetrolíferos, también algo andaba mal.

Aunque los alemanes habían salido delapuro de Rostov el 23 de julio eirrumpido con violencia en los macizossituados entre el mar Negro y el marCaspio, los rusos habían realizado unapartida en la que abundaban los fuegosfatuos y arrastraban a los nazis cada vezmás lejos de sus bases deaprovisionamiento. Los granaderosalemanes de la 1.ª División Panzer y delLXX Ejército cruzaron desiertosresecos, campos de girasoles de casidos metros de altura, y el 9 de agostollegaron finalmente a las estribacionesdel Cáucaso, donde se apoderaron delcentro petrolífero de Maikop, sólo paraencontrarlo quemado hasta los cimientospor los rusos en su retirada. Hitler urgió

a sus comandantes que avanzasen haciaGrozni, Batum y Bakú. Por el camino, sehabían hecho con nuevos aliados:musulmanes y circasianos, los naturalesdel país que rechazaban la férulasoviética. Sin embargo, los alemanesnunca pudieron hacerse con un grancuerpo del Ejército Rojo. Haciaseptiembre, con sus líneas de suministropoco fluidas, su marcha hacia loscentros petroleros principales se hizomás lenta. Cuando el comandante delGrupo de Ejércitos A, mariscal List,recomendó un reagrupamiento, Hitlerestalló en invectivas y amenazó conmandarlo fusilar. En las reuniones diarias de EstadoMayor con su «conciencia», el

inquebrantable general Franz Halder,Hitler empezó a mosquearse ante lasrepetidas advertencias sobre ladebilidad de los flancos y la pobreza delas comunicaciones, tanto en Stalingradocomo en el Cáucaso. Ya pensaba enreemplazar a Halder. La situación empeoró más adelante, el7 de septiembre, cuando el generalAlbert Jodl volvió de un rápido viaje alos cuarteles generales del Cáucaso yaprobó con energía la idea de List dedetener todos los ataques hasta que elGrupo de Ejércitos A fuera reabastecidocon hombres y material. Hitler estallóante la defección de un consejero deconfianza. Le gritó a Jodl, que tambiénperdió los estribos, y éste recordó las

varias directrices de Hitler que habíanconducido la operación a su precariasituación actual. Con el rostro enrojecido y los ojosfebriles, el Führer abandonó,enfurecido, la reunión. Desde aquelmomento, la brecha entre él y losgenerales de la Wehrmacht se amplió demodo irreparable. Hasta el fin de laguerra, aunque permaneciese en laOKW, Hitler tomó siempre sus comidasa solas, permitiendo sólo la compañíade su perra Blondi. • • • Mientras el líder del III Reich estabade mal humor, sus peones del IVEjército Panzer rabiaban en las afueras

del sur de Stalingrado. Tras reunirse conel VI Ejército de Paulus en la estepa,frente al extrarradio de la ciudad,«Papá» Hoth hizo girar sus divisioneshacia el este para un avance endirección al Volga, lo cual, conoptimismo, separaría el 62.° del 64.°Ejército soviético. Pero en el momentoen que sus carros se desplazaron desdela estepa a las congestionadas yaccidentadas ciudades suburbanas deKrasnoarmeisk y Kuperosnoie, Hoth seenfrentó con una clase de guerradiferente.

Remolcador ruso con rueda de paletaslateral arrastrando una barcaza cargadacon refuerzos al otro lado del Volga,hacia Stalingrado. Se habían esfumado aquellosbrillantes avances de quince kilómetros.Ahora, Hoth se hubiera conformado consólo dos o tres diarios. Cuando lospanzers se empantanaron en las

estrechas calles, los soldados rusos losrociaron con cócteles Molótov. Desdelas ventanas, los francotiradoresenemigos fueron matando a tiros a losincautos soldados de a pie. La artillería,antaño empleada para diezmar objetivosinvisibles situados a muchos kilómetrosde distancia, se empleaba ahora paradestruir el interior de las casas situadasa cincuenta metros de las atascadasdivisiones alemanas. El coste en vidas fue espantoso.Werner Halle, un cabo del 71.°Regimiento de la 29.ª DivisiónMotorizada, escribió después en sudiario: «Durante aquel período nosencontrábamos frecuentemente sin jefesde compañía o incluso de pelotón... cada

uno de nosotros, y esto puede parecerfuerte pero era lo que ocurría, podíaconjeturar fácilmente que iba a ser elpróximo en desaparecer...» En la noche del 9 de septiembre, Halley sus hombres recibieron una comidacaliente, la primera en muchos días. Aldía siguiente, estaba de pie en lapendiente que conducía hasta el Volga,en Kuperosnoie, y se maravilló de loque había hecho hasta llegar a aquelancho río. Tras comunicar su triunfo,tuvo que atrincherarse rápidamente parahacer frente a la violenta reacciónsoviética provocada por su presencia. • • • La llegada de Halle al Volga señaló el

aislamiento final del 62.° Ejército ruso.Separado ya al norte por el avance haciael Volga del VI Ejército alemán, el 23de agosto, se hallaba ahora acorraladoen un saliente alrededor del suburbio deBeketovka y soportaba todo el peso delcuerpo principal de las fuerzas deFriedrich von Paulus, ordenadas para elcombate en el borde occidental deStalingrado. El 62.° Ejército era ahorala única fuerza combatiente de quedisponía Stalingrado para rechazar amás de doscientos mil invasores. En el barranco Tsaritsa, el tráfico entorno al bunker del Consejo militar rusoera desacostumbradamente débil. Losciviles que comentaban aquel ambientecalmado no estaban enterados de que el

general Andréi Yeremenko se habíatrasladado al otro lado del río, a Yami.Las razones de Yeremenko para irseeran legítimas. Tenía problemas en lacomunicación con sus Ejércitos a travésde los cables telefónicos, los cualeseran constantemente cortados por elfuego del enemigo, y los obuses de losmorteros alemanes caían sobre el mismobarranco Tsaritsa. Sólo unos cuantosdías antes, las llamas destruyeron undepósito de petróleo que se infiltró porel barranco y casi calcinó el Cuartelgeneral. Cuando Nikita Jruschov telefoneó aStalin para explicarle que deseabanabandonarlo, el primer ministro se pusofurioso.

—No, eso es imposible. Si sus tropasse dan cuenta de que su comandante hatrasladado su Cuartel general fuera deStalingrado, la ciudad caerá. Jruschov trató de repetir susargumentos hasta que Stalin se ablandó. —Bueno, está bien. Siempre y cuandoesté seguro de que el frente se conservey sus defensas no cedan. Le darépermiso... El Estado Mayor del Cuartel generalcruzó el Volga el 9 de septiembre y,antes de irse, Jruschov llamó al calvogeneral E. I. Golikov y le dijo que sequedase como enlace con el generalAlexandr Ivánovich Lopatin, elcomandante del sacrificado 62.°Ejército. Golikov se volvió «blanco

como el papel» y suplicó a Jruschov queno le abandonase. —Stalingrado está condenado —rogó—. No me deje atrás. No me destruya.Permítame ir con usted.3 Bruscamente, Jruschov ordenó aGolikov que se dominara y luegosalieron del bunker para tomar eltransbordador que les llevaría a la orillaopuesta.

CAPÍTULO IX

La histeria del general Golikovreflejaba la creciente tendencia entre elpersonal soviético a abandonar laciudad. Mientras Golikov fue obligado aquedarse por orden expresa de Jruschov,miles de oficiales y paisanos rusosbuscaban la salvación en la orillaoriental del Volga. Algunos seprocuraron documentación falsa; otrosse escondieron en los transbordadores.Todos estaban lo suficientementedesesperados para correr el riesgo de unfatal encuentro con la policía de laNKVD. Pero incluso los sombrerosverdes también se estaban marchando

ahora. En su bunker casi desierto delbarranco Tsaritsa, el general Lopatintrataba con denuedo de agrupar a susabatidos soldados. Pero el LXII Ejércitoque él mandaba sólo existía de nombre.Tras ser duramente castigado al oestedel Don, sus supervivientes habíanretrocedido hasta Stalingrado parabuscar refugio, no para combatir. Sufrente se extendía desde la fábrica detractores hasta el elevador de granos yno estaban preparados para resistir todoel peso del avance alemán. Una brigadablindada sólo poseía un carro. Unabrigada de infantería se componíaexactamente de 666 soldados, de loscuales 200 eran fusileros de primera. Un

regimiento que debía encuadrar 3.000hombres, sólo tenía 100. La división,que normalmente comprendía 10.000soldados, sólo contaba con 1.500. En elborde sur de la ciudad, la 35.ª Divisiónde la Guardia, tan poderosa en otrotiempo, sólo tenía en sus listas a 250infantes. Al comprobar estas estadísticas, elgeneral Lopatin perdió las esperanzas depoder salvar a Stalingrado. Cuandoconfió sus temores a Yeremenko, perdióel puesto. Al otro lado del Volga, en los bosquesde Yami, Yeremenko y Jruschovmantuvieron una apresurada conferenciapara elegir un sucesor. Al examinar losnombres de los candidatos, enseguida

convinieron en que un general, VasiliIvánovich Chuikov, el comandantesuplente del LXIV Ejército, era el mejorcalificado para el cargo. Se trataba deun campesino que también habíatrabajado como botones y aprendiz detendero antes de la revoluciónbolchevique. Chuikov había ingresadoen el partido comunista en 1919 y enpocos meses se convirtió en jefe de unregimiento durante la guerra civil. Seisaños después, a la edad de veinticincoaños, se graduó en la prestigiosaAcademia militar Frunze y mandó unEjército en la guerra ruso-finesa de1939-1940. Cuando Hitler invadió laUnión Soviética, Chuikov estabadestinado en Chungking, China,

informando acerca de las intrigaspalaciegas en torno del «fascista»Chiang Kai-shek. Hasta la primavera de1942 no regresó a Rusia, donde, durantelas seis semanas anteriores, actuó en elLXIV Ejército del general Shumilovmientras se luchaba contra el IV EjércitoPanzer alemán en la estepa del sudoestede Stalingrado. A pesar de lasconstantes retiradas ante laconcentración masiva de carrosenemigos, Chuikov nunca sucumbió alderrotismo. Obstinado, imbuido de unagran confianza en sí mismo, despreciabaa los que perdían la presencia de ánimo.Tolerante con ciertas faltas, enseguidacastigaba a cualquiera que estuviese encontra de sus ideas en asuntos militares.

Su áspero carácter se daba la manocon su agresiva apariencia. De amplioshombros, fornido, tenía un rostroarrugado y con papada. Despeinado ycon el negro pelo cayéndole sobre losojos, cuando sonreía mostraba unabrillante hilera de dientes de oro.Chuikov se preocupaba tan poco de suatuendo y era tan descuidado ydesaseado que, frecuentemente, leconfundían con un soldado raso deinfantería. Yeremenko y Jruschov estuvieron deacuerdo en que las maneras dinámicasde Chuikov pesaban más que lasdeficiencias de su temperamento.Precisamente porque era impetuoso,tenaz y brillante improvisador en el

campo de batalla, veían en él al hombreapropiado para enviarlo a Stalingrado.Yeremenko telefoneó a Stalin a travésde la línea BODO para obtener suaprobación al nombramiento y luegoconvocaron en Yami al general para unaconferencia. En la noche del 11 de septiembre,Chuikov se presentó en la estaciónprincipal de transbordadores deStalingrado. Mientras esperaba unbarco, merodeó hasta un puesto deprimeros auxilios e inmediatamente seenfureció ante lo que vio. Los hombresgravemente heridos yacían en el suelo,con sus vendajes manchados de sangresin que se los cambiasen durante horas.Desatendidos, continuamente pedían

agua. Cuando Chuikov preguntó el porqué,los doctores y enfermeras se encogieronde hombros para expresar suincapacidad de hacer frente a laasombrosa cantidad de bajas. La réplicale pareció lógica a Chuikov cuandocontempló una operación. Entonces bajóde su jeep y consoló a los heridos hastaque llegó su transbordador y le llevó ala otra orilla. A las 10.00 horas del 12 deseptiembre, saludó a Andréi Yeremenkoy le dijo: —Továrich comandante, el generalChuikov ha llegado según sus órdenes. Yeremenko le recibió calurosamente yle ofreció compartir su almuerzo.

Cuando Chuikov rehusó, los doshombres hablaron acerca de lascondiciones generales de la zona deStalingrado. Afuera, explotó un obúsalemán entre los cercanos árboles. —Vasili Ivánovich —dijo Yeremenkoyendo al grano—, le he llamado paraofrecerle un nuevo cargo... —aunque yahabía anticipado lo del nuevo puesto,Chuikov parecía auténticamenteasustado mientras Yeremenko lecontemplaba fijamente para ver cómoreaccionaba— el cargo de comandantedel LXII Ejército. ¿Qué opina usted deello? Chuikov respondió enseguida: —Vetom otnoshenii... (A esterespecto...)

Yeremenko recordó que Chuikov teníala costumbre de emplear esta frase enlas conversaciones. —...el nombramiento, desde luego,entraña mucha responsabilidad... Yeremenko le interrumpió: —La situación del Ejército es muytensa y me agrada que se percate de lapesada carga que tendrá quesobrellevar. Chuikov asintió con la cabeza. —Opino que, a este respecto, no ledecepcionaré... Satisfecho con las respuestas deChuikov, Yeremenko le acompañó a vera Jruschov, que pronto quedóconvencido de que Chuikov conseguiríamantenerse firme en Stalingrado. La

reunión concluyó con el tácito acuerdode que el Cuartel general del Frente nonegaría a Chuikov ayuda cuando éste lapidiese. El nuevo jefe del LXII Ejércitose fue a recoger sus cosas antes deregresar a la orilla occidental del Volga. • • • Aquel mismo día, el general Friedrichvon Paulus hizo más de ochocientoskilómetros para llegar a Vínnitsa, enUcrania. Allí pasó muchas horas conAdolfo Hitler y discutió su problemaprincipal, el flanco izquierdo a lo largodel Don. Paulus pidió al Führer que lediera algunas unidades para hacer elpapel de «corsé», una protección paralos ejércitos títere que aún se estaban

desplazando para alcanzar susposiciones. Hitler estuvo casi cordial yle prometió ocuparse inmediatamentedel problema. Cuando acosó a Paulusrespecto de Stalingrado, el general ledijo que la ciudad caería en cosa dedías. Aquella noche, Paulus cenó con suantiguo amigo Franz Halder. Animadospor el buen vino, hablaron acerca de laafortunada campaña de verano en laestepa y Paulus le repitió sus temoressobre la debilidad de los ejércitos títeresituados en su flanco izquierdo. Halderle respondió que trataría de prevenir aHitler sobre ello y los dos hombres sedespidieron optimistas.

• • • Entretanto, los tres máximos dirigentesde los asuntos militares soviéticostambién estaban reunidos enconferencia. José Stalin, GueorguiZhúkov y Alexandr Vasilevskiestudiaban las críticas noticiasprocedentes de los campos de batalla.Observaron que, en el Cáucaso, elGrupo de Ejércitos A alemán empezabaa reducir su avance hacia losyacimientos petrolíferos. Pero Stalin,aún poco seguro de que tuviese la fuerzanecesaria para contener allí al enemigo,recapituló el problema diciendo: —Desean conseguir a cualquier precioel petróleo de Grozni.

Y, sin detenerse, añadió: —Bien, veamos ahora lo que Zhúkovnos tiene que decir sobre Stalingrado. Zhúkov no tenía buenas noticias. Susfuerzas del norte no podían romper elcorredor alemán del Don al Volga.Stalin se puso delante de un mapa yestudió la relación de sus reservas enotros sectores, mientras Zhúkov yVasilevski permanecían de pie a un ladoy discutían en voz baja la posibilidad deuna solución alternativa, algorevolucionaria. De repente, Stalin dijo conbrusquedad: —¿Qué cosa revolucionaria? Ambos generales quedaronasombrados por su oído tan fino. Stalin

continuó: —Está bien, sería mejor que volvieranal Estado Mayor general y diesenalgunas ideas sobre lo que se puedehacer en Stalingrado y cuántas reservasnecesitaríamos para reforzar el grupo deStalingrado. Y no se olviden del frentedel Cáucaso. Volveremos a reunimosmañana a las nueve de la noche.

El mariscal soviético AlexandrVasilevski, coartífice, junto con Zhúkov,de la contraofensiva que atrapó en

Stalingrado al VI Ejército alemán. • • • Mientras Stalin y su grupo deconsejeros maniobraban en Moscú,Vasili Chuikov desembarcó enStalingrado para hacerse cargo delmando del LXII Ejército. Le rodeó unamultitud turbulenta. Ancianos, ancianas yniños se agolparon en torno de él. Conlas caras ennegrecidas por la suciedad,constituían una patética visión. Losgimoteantes chiquillos pedían agua y loque más disgustó a Chuikov fue que notenía nada que darles. Se los quitó de encima y se dirigió albarranco Tsaritsa para reunirse con su

Estado Mayor, pero el Cuartel generalestaba vacío y tuvo que preguntar a lossoldados que andaban por las calles ladirección del nuevo puesto de mando.Alguien le dijo que se hallaba en lacolina Mámaiev y, mientras se dirigíahacia allí a través de las ruinasproducidas por las bombas y obusescaídos los días precedentes, quedóaterrado por lo débiles que eran lasdefensas anticarros. Por su propiaexperiencia, Chuikov sabía que losalemanes podrían arrollarlas en unossegundos. Se percató de una cosa:aunque aún era verano los árboleshabían perdido todas sus hojas. Al alcanzar las estribaciones delsudeste de Mámaiev, Chuikov empezó a

ascender y tropezó con el nuevo Cuartelgeneral, que estaba constituido por unaamplia trinchera con un banco de tierraapisonada a lo largo de una pared y unacama y una mesa en el otro lado. Eltecho lo constituían unos matorralescubiertos únicamente por casi mediometro de tierra. Había dos personas en el refugiosubterráneo, una telefonista y el generalNikolái Ivánovich Krilov, un hombremacizo y de cara seria. Dado que Krilovestaba discutiendo acaloradamente porteléfono, Chuikov depositó sudocumentación encima de la mesa yaguardó hasta que Krilov le mirasecasualmente. Cuando, al fin, terminó sullamada, el jefe del Estado Mayor del

LXII Ejército se dirigió hacia él yestrechó la mano de su nuevo superior. Aún bastante trastornado por suconversación telefónica, Krilov leexplicó que acababa de hablar con unoficial que había trasladado su Cuartelgeneral a la otra orilla del Volga sinpedir permiso. —En otras palabras —dijo Krilov—[su]... puesto de mando está ahora detrásde nosotros. Es vergonzoso... Chuikov fue de su misma opinión y selevantó. Necesitaba tiempo para hacersecargo de la situación. Por lo tanto, nointerfirió por el momento en lasactividades de Krilov. Hacia medianoche, el general, que demodo tan arbitrario había trasladado su

puesto de mando, llegó acompañado desu segundo de a bordo. En aquelmomento, Chuikov empezó a actuarcomo jefe del Ejército y censuró a aquelhombre. —¿Cuál sería su actitud, como generalsoviético al mando de un sector militar,si uno de sus jefes subordinadosabandonase el frente con su Cuartelgeneral sin su permiso? ¿Qué cree quedebería hacer? El general y su suplente agacharon lacabeza y no replicaron. Chuikov lesreprendió severamente, acusándoles decobardía. Antes de despedirlos, lesordenó que retornasen a su antiguaposición antes de las cuatro de lamadrugada. Luego, el enfurecido

Chuikov volvió a estudiar sus mapastácticos. Las flechas de los mismosapuntaban al desastre. A menos de unkilómetro, las tropas alemanas de lasdivisiones 71 y 295 estaban a punto dearremeter contra la vital estación detransbordadores que unía Stalingradocon la orilla opuesta. A las seis y media del 13 deseptiembre, el enemigo atacó y, con lascomunicaciones entre sus unidades detierra frecuentemente cortadas por lasexplosiones, Chuikov tenía grandesdificultades para mantener el control dela batalla. A última hora de la tardehabía «perdido casi por completo elcontacto con las tropas». Pero losalemanes aún no habían sido capaces de

irrumpir en la sección principal deStalingrado. . Expuesto en Mámaiev a un incesantecañoneo, y privado de los normalescircuitos telefónicos y de radio, Chuikovles dijo de repente a los que seencontraban en la atestada trinchera quelo recogieran todo y se dirigieran albunker del barranco Tsaritsa tanprecipitadamente abandonado durantelos últimos días. • • • De acuerdo con sus órdenes de lanoche anterior, los mariscalesVasilevski y Zhúkov se encerraron denuevo con Stalin. Tras estrecharles lamano, algo que el primer ministro solía

hacer muy poco, Stalin se embarcó en unataque a sus aliados. —Decenas y centenares de miles deciudadanos soviéticos están dando susvidas en la lucha contra el fascismo yChurchill me regatea veinte Hurricanes.Y esos Hurricanes no son lo que se dicemuy buenos. A nuestros pilotos no lesgustan. Sin pausa, Stalin preguntó: —¿Qué sugieren? ¿Ya han hecho elinforme? —Lo hemos hecho los dos —dijoVasilevski— y somos de la mismaopinión. Stalin contempló su mapa y preguntó: —¿Qué tienen entre manos? —Se trata de nuestras notas

preliminares para una contraofensiva enStalingrado —respondió Vasilevski. Zhúkov y Vasilevski explicaronentonces su idea: tras romper lasdefensas del flanco alemán, tanto aciento sesenta kilómetros al noroeste dela ciudad, a lo largo del Don, como aochenta al sur de la ciudad, en torno dela cadena de lagos salados Tzatza, dostenazas rusas se cerrarían en lascercanías de la ciudad de Kalach. Conoptimismo, atraparían a la mayor partedel VI Ejército de Paulus en el puente desesenta y cinco kilómetros de anchuraentre el Don y el Volga. Stalin objetó: —¿No alargarían demasiado susfuerzas de ataque? Como los mariscales

estuvieron en desacuerdo con él, añadió: —Trataremos más acerca de esto yveremos con cuántos recursos contamos. Mientras discutían los méritos delatrevido plan, el general Yeremenkollamó desde Yami a través de la línea BODO y Stalin escuchó atentamente lanoticia de que los alemanes estabanentrando en Stalingrado desde el oeste yel sur. Cuando Stalin colgó, se volvió aVasilevski: —Dé órdenes inmediatamente paraque la 13.ª División de la Guardia deRodimzhev atraviese el Volga y vea loque puede enviar mañana al otro ladodel río. Los tres hombres se separaron tras

recibir este aviso de parte del primerministro: —...Ya hablaremos más tarde de suplan. Nadie, aparte de nosotros tres,debe saber nada acerca del mismo. • • • La mañana del 14 de septiembre la71.ª División alemana entró en el centrode Stalingrado en un frente de treskilómetros de anchura. El capitánGerhard Meunch dirigió personalmenteel tercer batallón del 194.° Regimientode Infantería, tratando de atravesarvarias manzanas de la ciudad y llegar alfrente de la ribera. Hasta entonces, sushombres habían sufrido principalmente acausa del calor o de ocasionales

encuentros con las retaguardias rusas yMeunch creía que tenía una excelenteoportunidad de alcanzar el Volga antesde caer la noche. Pero en cuanto alcanzó lascongestionadas avenidas de la ciudad,las bajas aumentaron de forma repentina.Desde las ventanas de los pisos terceroy cuarto de las casas, los francotiradoresacribillaban a las columnas, y laartillería ligera escondida abría huecosen las filas. Los alemanes encontraronpocos lugares para ocultarse, puessiempre tenían que forzar el combate yextraer al enemigo de las ruinas de lasedificaciones. A las dos de la tarde, el tercerbatallón se había aproximado a menos

de cien y pico metros de la estaciónferroviaria principal, enfrente de laplaza Roja, y Meunch recibió órdenesde apoderarse del embarcadero detransbordadores en el Volga. A pesar desus crecientes pérdidas, aún estabaconfiado. Sus hombres habían capturadoa varios correos rusos que atravesabanlas calles con mensajes escritos a mano.Imaginando que el LXII Ejércitosoviético tenía cortadas suscomunicaciones telefónicas, y que ahoradependía cada vez más de pequeñosgrupos aislados para contener a losalemanes, Meunch opinó que sumermado batallón podría arreglárselaspara atravesar sus últimos setecientoscincuenta metros antes de alcanzar su

objetivo. • • • La suposición de Meunch acerca delos problemas del enemigo erasorprendentemente exacta. El generalChuikov estaba en una situacióndesesperada. Vuelto al bunkersubterráneo del barranco Tsaritsa,acababan de decirle que la 13.ª Divisiónde la Guardia llegaba en su ayuda y quecruzaría el río aquella noche. Pero, en elentretanto, debía hallar las tropassuficientes para conservar elembarcadero principal de lostransbordadores. Sin éste, era seguroque caería el centro de Stalingrado. Alrededor de las cuatro de la tarde,

Chuikov llamó al coronel Sáraiev, eljefe de la guarnición de la NKVD. Elgeneral Krilov ya había prevenido aChuikov acerca de la actitud de Sáraiev:«Se considera imprescindible y noquiere cumplir las órdenes delEjército». Cuando Sáraiev llegó al bunker,Chuikov ya se había hecho una idea desu invitado y le hizo frente de mododirecto: —¿Sabe usted que su división ha sidoincorporada al LXII Ejército y que debeaceptar la autoridad del Consejomilitar? Cuando Sáraiev refunfuñó y le miróenojado, Chuikov le lanzó una últimaamenaza:

—¿Me deja telefonear al Consejomilitar del frente para aclarar esteasunto? Enfrentado a una reprimenda o algopeor por parte de Yeremenko yJruschov, Sáraiev se derrumbó yrespondió humildemente: —Soy un soldado del LXII Ejército. Chuikov le envió para que organizasea sus ciento cincuenta milicianos enpelotones de diez y de veinte en losedificios estratégicos del centro de laciudad. Esos «grupos de asalto» fueronsu respuesta a la superioridad alemanaen tropas, artillería y aviones (sobretodo en aviones). Desechando losmanuales técnicos del Ejército Rojo, lossustituyó por una idea que había

concebido por primera vez en la estepa,cuando observó las tácticas deblitzkrieg del enemigo seguidas contrael LXIV Ejército soviético, convencidocomo estaba de que no podía competircon la potencia de fuego alemana. Lacontrarrestó creando una serie deminifortalezas, dominando varios crucesde calles. Los pequeños grupos deasalto podían actuar como «rompeolas»,obstruyendo a los panzers nazis en suaproximación por carreteras a las que yaapuntaba la artillería rusa. Cuando loscarros se amontonaban a lo largo deesas rutas previstas, tenían queenfrentarse a un mortal fuego procedentede cañones pesados. Cuando los carrosquedaban atascados, los grupos de

asalto podían enfrentarse a la infanteríaalemana, ahora sin la protección de loscarros blindados en llamas. Y, además,al luchar en pequeñas columnas, losgrupos de asalto también eliminaban laamenaza de la Luftwaffe alemana.Temiendo bombardear a sus propiasfuerzas, los Stukas y Ju-88 eranincapaces de atacar los puntosfortificados soviéticos. • • • Sólo a unos setecientos cincuentametros al noreste del bunker de Chuikov,un grupo de soldados de la NKVD sepreparaba para el ataque final alemánhacia el río. Ordenados para el combateen un arco alrededor del embarcadero

de los transbordadores, los sesentasoldados esperaban a su jefe, el coronelPetrakov, que debía regresar de unamisión exploratoria a lo largo de lacalle Pensénskaia. Calculando pordónde intentaría el enemigo la ruptura,Petrakov y dos ayudantes se dirigieronal norte hasta llegar a la plaza 9 deEnero. Oían a distancia el estampido depequeñas armas de fuego, pero novieron a ningún alemán ni oyeron untiroteo cercano. La plaza estaba desiertay Petrakov se detuvo al lado de un cocheabandonado para juzgar su situación. De repente, silbaron balazos demetralleta a través de las ventanillas delcoche, obligando a Petrakov a agacharsepara buscar protección. Casi al instante

explotaron en la plaza, arriba y abajo,los obuses alemanes y quedóinconsciente. Rescatado por sushombres, despertó en un túnel en laorilla del Volga, donde yacía bajo unabrigo, y oyó que los alemanes habíanavanzado hasta el río y tomado una seriede edificios cerca de la ribera. Desde laCasa de los especialistas (una casa deapartamentos para ingenieros), desde eledificio de cinco pisos del Banco delEstado y desde una fábrica de cerveza,los alemanes gritaban: —Rus, Rus, Volga bul-bul !(¡Echaremos a los rusos al Volga!) Petrakov se aproximó a la entrada deltúnel y miró hacia el río para ver sihabía indicios de la 13.ª División de la

Guardia. Pero aún faltaban varias horaspara que cruzasen y tenía que alejarhasta entonces a los alemanes del lugarde embarque de los transbordadores. Cuando se tropezó con un muchachoruso que vagaba por el túnel, el curiosoPetrakov le preguntó su nombre. —Kolia —le respondió. Y explicó al coronel que el enemigo lehabía enviado a espiar en la faja rusaentre la Casa de los especialistas y elVolga. Petrakov sonrió y dijo a Koliaque, en vez de eso, le hablase a élacerca de los alemanes. Kolia conocíadónde estaban exactamente suscapturadores: el primer batallón, del194.° Regimiento de Infantería, de la71.ª División, al mando del capitán

Ginderling. Protegiendo el flancoizquierdo de Gerhard Meunch,Ginderling trataba también de conquistarel embarcadero de los transbordadoresantes de que oscureciera. Al caer la noche, Ginderling mandósus tropas desde la fábrica de cervezahacia el malecón de lostransbordadores, a unos setecientoscincuenta metros más abajo. Los sesentahombres de Petrakov formaban una líneade escaramuzas alrededor delembarcadero, luchando con ardoraunque se estaban quedando sinmuniciones. De pronto, apareció unalancha motora procedente del otro ladodel Volga con cajas de municiones ygranadas. Reabastecidos, los soldados

de la NKVD de Petrakov estaban ahorapreparados para un contraataque. Elcoronel había encontrado un cañón de76 mm en un lado de la calle y, mientrastrataba de aprender su mecanismo, diola orden de atacar cuando disparase elquinto cañonazo con su nueva piezaartillera. Petrakov apuntó el cañón contra elBanco del Estado, cargó el primer obúscon mucho cuidado y disparódirectamente contra el edificio decemento. Mientras se disponía a otroasalto, oyó a sus espaldas el rumor deuna lancha que transportaba hombres dela 13.ª División de la Guardia. Pero losalemanes también la habían visto y lalancha se vio rápidamente rodeada por

explosiones. Entre los impactos de los cañonazos,el coronel Yelin, jefe del 42.°Regimiento de la Guardia, se arrojódesde el bote a las aguas poco profundasy se dirigió a la orilla. Cuando seencontró con Petrakov, y se enteró deque estaba disparando contra el Bancodel Estado, Yelin le dijo angustiado quese detuviese pues sus propios hombresestaban a punto de asaltar el edificio enuna lucha cuerpo a cuerpo. La situaciónera aún peligrosa, pero los rusos no sehabían dado cuenta de un hechoimportante: los alemanes que intentabanarrojarlos al río estaban también ellos alborde del colapso. Cerca de la estación ferroviaria, el

capitán Meunch contó sus filas y sepercató de que sólo un día de lucha enStalingrado le había costado más de unbatallón. Casi doscientos de sushombres yacían muertos o heridos en lascalles que conducían a la plaza Roja.Ahora la estación ferroviaria era unobstáculo cada vez más mortífero.Aunque los rusos no la ocupaban conmuchos efectivos, Meunch la temíainstintivamente. Ocultos dentro de suvasta red de vías, furgones y vagones demercancías, un pequeño grupo defrancotiradores podría aniquilar sureducida fuerza. Decidió dar un rodeo y pedir unbombardeo aéreo. Se produjo enseguida.Pero los Stukas fallaron el blanco y

arrojaron sus bombas en medio de lastropas de Meunch. Cuando oscureció, el capitán reunió asu batallón en el palacio del gobernador,inacabado y en forma de U, donde,desde la terraza, vio por primera vez elVolga. Realizó otro recuento ycomprobó que tenía menos de cincuentahombres para poder tomar el malecóndel transbordador. Dándose cuenta deque su tercer batallón no tenía la fuerzanecesaria para poder llevar a cabo laacción por sí solo, Meunch dijo a sussoldados que buscasen refugio dondepasar la noche. • • • Apenas a unos quinientos metros del

edificio en forma de U de Meunch, la13.ª División de la Guardia estabadesembarcando ahora más fuerzas. Dosregimientos y un batallón de otroregimiento atravesaron el Volga entre elcañoneo, desembarcaron y ascendieronla gradual pendiente lanzándose actoseguido a la batalla. En la oscuridad, losrusos tuvieron más pérdidas y naufragiosque los días anteriores pero, antes delalba, habían conseguido formar unalínea defensiva. En la colina Mámaiev, pelotones ysecciones cavaron frenéticamente en losterrenos frecuentados en otro tiempo porlos excursionistas. Pero la 295.ªDivisión alemana ya había tomado lacresta donde dos verdes arcas de agua

les proporcionaron un abrigado puestode mando. El estruendo sobre Mámaievera espantoso. Un soldado ruso locomparó a dos agujas de acero quepenetrasen por el tímpano y alcanzasenel cerebro. El firmamento estabadesgarrado por explosiones y los rostrosse volvían de un rojo pálido. Al coronelYelin le parecía que el mundo enteroestaba a punto de desaparecer. De algún modo, los rusos lograronconservar la ladera. Las bajas fueronenormes. Yelin tuvo que enviar a sushombres poco a poco a ocupar agujerosremovidos de la trinchera. Los soldadosnunca conocían los nombres de suscamaradas antes de morir juntos en latierra excavada.

En su Cuartel general, Chuikovintentaba juzgar la situación de la colina,pero no podía a causa de lascontradictorias informaciones. Tambiéntenía otros problemas. Su puesto demando a lo largo del barranco Tsaritsaestaba sitiado. En la entrada de la callePushkinskaia los mensajeros y losmiembros del Estado Mayor entraban ysalían. Algunos hombres irrumpíanmientras las balas y los obuses rasgabanel aire. En el bunker, el calor erainaguantable. Empapado en sudor,Chuikov tuvo que salir varias veces alaire libre para conservar su equilibrio.Las ametralladoras alemanas tirabanmuy cerca de él, pero no pensaba enello. Le parecía peor el pandemónium

que reinaba dentro del refugio. • • • Desde la pradera de la otra orilla delVolga, el comandante de la 13.ª Divisiónde la Guardia estaba a punto de cruzaren dirección a Stalingrado. El generalAlexandr Ilich Rodimzhev, de treinta yseis años, no era ajeno a la guerra. Conel seudónimo de «Pablito Geshos» habíaido a España en 1936 y luchado con losrepublicanos contra Franco. NombradoHéroe de la Unión Soviética poraquellas hazañas, se paseaba ahorapreocupado por la ribera del río y nopodía olvidar lo que había visto. En laorilla occidental, Stalingrado ardía conintensidad a la puesta del sol del 15 de

septiembre; los barcos que llevaban asus tropas a la ciudad habían sidohechos trizas por el fuego de laartillería. Mientras Rodimzhev lacontemplaba, una embarcación se vioenvuelta en una nube de humo y luegouna ensordecedora explosión la lanzó amás de cien metros de altura. Cuandolos surtidores de agua descendieron alrío, el buque y sus sesenta y cincoocupantes habían desaparecido. Rodimzhev y su Estado Mayorsubieron a bordo de su lancha y seacurrucaron debajo de la borda mientrasretrocedían lentamente entre lacorriente. La metralla rebotaba contra lamadera y los mojaban los geiseres delas salpicaduras de los tiros errados.

Pero el lanchón llegó al desembarcaderoy Rodimzhev dio un salto y se dirigió atoda prisa durante medio kilómetro alantiguo túnel que hacía las veces depuesto de mando del coronel Petrakov,un corredor pobremente ventilado ycuyo techo lo formaban tablones dedesecho. Mientras las explosiones lecubrían de suciedad, Rodimzhev seencontró con los que ya habían llegadode la expedición y se enteró de que losalemanes estaban al parecer intentandoapoderarse de cinco kilómetros delfrente del río, desde el barranco Tsaritsahasta la colina Mámaiev. Preocupado por informar a Chuikov,el general tomó consigo a cincooficiales de su Estado Mayor y se

encaminó al embarcadero deltransbordador; luego cruzó al oestedurante unos setecientos cincuentametros para llegar al bunker subterráneodel barranco. En aquel breve trayecto, lametralla mató a tres de sus compañeros. Chuikov abrazó al embadurnadoRodimzhev y le hizo sentar mientras elcomandante de la Guardia le informabacon rapidez de la posición de losrefuerzos. La mayor parte de su divisiónya había cruzado, pero les faltaban unosdos mil fusiles. Después de que Chuikovlogró cubrir esta carencia con suspropias reservas de armas, le preguntó aRodimzhev qué opinaba acerca de laterrible tarea que le habían asignado. —Soy un comunista —replicó—. No

tengo intención de abandonar la ciudad.

CAPÍTULO X

Los soldados corrían a toda prisaentre el violento resplandor del vivotiroteo y de las llamas de los incendiosque iluminaban la escena como en unmediodía de verano. Vasili Chuikovrondaba preocupado por lasinmediaciones de la entrada de subunker en la calle Pushkinskaia paraconseguir un hálito de aire. Alencontrarse con un oficial, le interpeló: —¿Dónde están sus hombres, teniente? Antón Kuzmich Dragan le dijo algeneral que él estaba al mando de laprimera compañía, primer batallón, 42.°Regimiento, de la 13División de la

Guardia. Chuikov le dio una ordenaterradora: —Conserve la estación principal delferrocarril. Obediente, Dragan reunió a sus tropasy avanzaron hacia la terminal decemento situada al oeste de la plazaRoja. Al llegar, bajo el terrible fuegocruzado desde diversos edificios,Dragan se percató de que los alemaneshabían llegado a la estación antes que él.Tras una serie de instrucciones en vozbaja, Dragan y sus hombres corrieronhacia el edificio. Estallaban granadas,las balas de las ametralladorastrazadoras hendían la oscuridad. Derepente, los alemanes se fueron. Losrusos se dispersaron rápidamente por el

laberinto de vagones de mercancías yfurgones y esperaron el amanecer. Notenían idea de que los alemanes quetenían a su alrededor habían sufrido unsesenta por ciento de bajas. • • • Cuando los alemanes irrumpieron enla zona residencial de la ciudad,llegaron demasiado de prisa paraalgunos civiles. Los transbordadoreshabían evacuado a la mayoría de lapoblación, incluyendo a AnastasiaModina y a sus huérfanos, al jefe deestación Viskov y a su mujer, y aldirector de Pravda, Vodolaguin, pero sehabían quedado unos tres mil habitantes. En el suburbio de Dar Gova, el avance

pilló a cientos de dichos nocombatientes en sus hogares. Entre ellosestaba Sacha Filipov, de quince años, ysu familia. Mientras sus padres y suhermano de diez años permanecíandentro de la casa, el diminuto y delicadoSacha salió a confraternizar con elenemigo. Zapatero remendón por susestudios en la escuela industrial, Sachase presentó a los oficiales alemanes queocupaban un edificio próximo y lesofreció sus servicios. Divertidos alpensar que alguien tan joven y delicadotuviera tal destreza, los alemanes leprometieron trabajo para poner mediassuelas a las botas del Ejército.

Sacha Filipov. Sacha volvió a casa aquella noche con

la noticia de que iba a trabajar para elenemigo. No dijo a sus padres quetambién estaba en contacto con elservicio secreto ruso y había convenidocon ellos espiar en el Cuartel generalalemán de Dar Gova. • • • La señora Katrina Karmanova tambiénhabía sido sorprendida por el rápidoavance alemán. Se quedó en casa,durante días, llevando cosas valiosas alpatio trasero para enterrarlas. Plata,joyas, reliquias familiares, todo lo metióen un hoyo y lo cubrió de tierra. Ahora,junto con su hijo Genn, escuchó el ruidode las ametralladoras al final de lamanzana y supo que había esperado

demasiado antes de irse. Un obús de artillería estalló en eltejado, prendiendo fuego a la casa. Ellay Genn corrieron a la próxima puerta yse escondieron detrás de un sofá delsalón. Las granadas estallaban afuera yluego una ardiente serie de balastrazadoras cruzó la habitación. De repente, Genn gritó: —No te asustes, madre. ¡Quítame labala del brazo! Con dedos temblorosos, la señoraKarmanova cogió el trozo de metal y alfin lo extrajo. Desgarrando un trozo desu combinación, confeccionó una burdavenda. Después gritó: —Salgamos de aquí o nos matarán. Corrieron a la calle y cayeron en una

zanja en zigzag ocupada por soldados yciviles rusos. Una muchachita yacíaacurrucada, con el cuerpo atravesadopor la metralla. No paraba de chillar: —Buscad a mi mamá antes de que memuera. La señora Karmanova no podíaresistirlo. Se agazapó bajo una lluvia debalas y trató de no oír los gritos de lamuchacha moribunda. Luego vio a unafamilia que saltaba del refugio y corríahacia el río. En el mismo instante unfrancotirador alemán los descubrió y enun momento mató al hijo, al padre ydespués a la madre. El únicosuperviviente, una niña pequeña, setendió aturdida sobre el cuerpo de sumadre. En la trinchera, los soldados

rusos formaron bocina con las manos ygritaron: —¡Corre! ¡Corre! Otros repitieron el grito. La muchachadudó; luego se separó de los cuerpos enla oscuridad. El francotirador alemánesta vez no llegó a disparar. Durante toda la noche, la señoraKarmanova y Genn permanecieron en latrinchera. Unos cuantos metros másabajo, unos rescatadores tratabanfrenéticamente de salvar a variossoldados enterrados vivos por laexplosión de un obús. Al amanecer del16 de septiembre, durante un intervalode calma, ella y Genn saltaron ycorrieron hacia el Volga. Los alemanesles dejaron escapar.

• • • En su vivienda de madera, NatashaKornílov, de once años, y su madre nofueron tan afortunadas. Heridas los díasanteriores por esquirlas de bombas,yacían desamparadas mientras lossoldados alemanes rompían la puertaprincipal y se asomaban con susametralladoras. La mujer pensó que ibaa ser violada, pero los alemanes laignoraron y saquearon la casa en buscade ollas, perolas, comida e inclusoropas de cama. Cuando se fueron, la señora Kornílovgarrapateó la palabra «Tifus» sobre unatabla y Natasha la colocó en la puerta.Pero el tiro salió por la culata. Al cabo

de unas horas, un equipo médico vio lainscripción y mandó quemar aquellacasa que suponían contaminada por laenfermedad. Cuando las llamasempezaron a bailar a su alrededor,Natasha arrastró a su mutilada madrehacia el patio trasero y a un almacén decemento. Allí, bajo una delgada mantasobre el frío suelo, las Kornílov oyeronel cañoneo procedente de la plaza Rojay se preguntaron si alguien acudiría asalvarlas. • • • El 17 de septiembre, con los alemanespresionando desde el norte y el sur delbarranco Tsaritsa, Vasili Chuikov

empezó a buscar una nueva casa.Durante todo el día, mientras las balasrebotaban por las rocas y los obusesestallaban fuera de la entrada del bunkeren la calle Pushkinskaia, el EstadoMayor del Cuartel general del LXIIEjército se abrió paso hacia elembarcadero principal detransbordadores. A medianoche,Chuikov y su personal de asistentescruzaron al otro lado del Volga hastaKrásnaia Sloboda, donde se dieron unbaño caliente y se relajaron comiendo ybebiendo. Mientras las horas pasaban, Chuikovno se enteró de la salida del sol.Dominados de repente por el pánico, ély sus hombres corrieron a tomar el

transbordador de vuelta a Stalingrado.El último barco estaba abandonando elmuelle y Chuikov tomó la delantera y seprecipitó hacia él. Con un gran brincocayó a bordo y se dio a conocer alasustado timonel, que volvió a recogerel resto del Estado Mayor del Ejércitoque permanecía en el muelle. Algunas horas después, Chuikov setrasladó a un nuevo Cuartel general,ocho kilómetros al norte del barrancoTsaritsa. Se trataba simplemente de unatrinchera con algunos tablones encima,instalada en un espacio abierto entre lasfábricas Octubre Rojo y Barricada. Enuna pendiente, encima del bunker, habíaun depósito de petróleo al aire libre yuna cisterna de cemento para

combustible. Según alguien que conocíaaquella zona, los depósitos estabanvacíos. • • • En el Cuartel general del VI Ejército,en Golubinka, sesenta y cinco kilómetrosal oeste de Stalingrado, los periodistasalemanes acosaban al general Friedrichvon Paulus para que les diese permisode mandar a la patria la noticia deúltima hora de que la ciudad había sidoya tomada. Sonriendo alegremente, Paulusesquivaba sus preguntas declarando: —A partir de ahora, en cualquiermomento... Pero en sus calurosas habitaciones, el

general ponía en marcha su gramófono,fumaba cantidades ingentes decigarrillos e intentaba calmar suestómago, porque le aquejaba ladisentería. Y ya había perdido la mayorparte de sus esperanzas en una rápidavictoria. En Alemania, algunos periódicosimprimieron una edición especial contitulares sensacionales: «StalingradGefallen!» Los periódicos fueronempaquetados para su distribución yaguardaron hasta el último momentomientras el ministerio de Goebbelsintentaba la confirmación de Paulus.Pero éste no podía darla. • • •

En la estación ferroviaria principal deStalingrado, al oeste de la plaza Roja, lacompañía del teniente Antón Draganestaba soportando un feroz bombardeoque derribaba los muros y torcía lasvigas de hierro. Cuando los alemanesles rodearon por tres lados, Draganlanzó a sus hombres al otro lado de lacalle hacia un edificio diferente, unafábrica de clavos, desde la cual sedominaba una buena vista del cruce deleste sobre el Volga. Apenas instalado en un taller, Draganpasó revista a sus suministros y sepercató de que no tenía comida, poseíapocas municiones y carecía de agua. Enuna frenética búsqueda de algo con que

apagar su sed, los rusos dispararon susametralladoras contra las cañerías delos desagües por si contenían algo delíquido. No había ni una gota. • • • Desde el barranco Tsaritsa hasta lasfaldas de la colina Mámaiev, lasDivisiones alemanas 295 y 71 sufríanlos embates de las renovadas fuerzas deChuikov. El jefe del servicio secreto dela 71.ª División, coronel Günter vonBelow, cuyo hermano Nikolaus servía aHitler como agregado aéreo, paseaba através de la devastada zona cercana a laestación principal ferroviaria yencontraba difícil comprender laenormidad de la destrucción. Mientras

esquivaba con cuidado los escombros,un sargento mayor llegó hasta él y lesuplicó: —¿Qué debo hacer? Sólo me quedannueve hombres. El coronel Below se sentó en unbordillo al lado de aquel hombre yhablaron acerca de la mortandad quehabían provocado los rusos durante lasúltimas horas en la compañía delsargento. Tras un rato, el sargento secalmó y partió con sus nueve soldados.Günter von Below se quedócontemplando fijamente las ruinas.Analizando a fondo las cosas, sepreguntó si los rusos se hundirían antesde que su propia división se quedase sinhombres.

• • • Los principales antagonistas de Güntervon Below, los soldados de la 13.ªDivisión de la Guardia, yacíanamontonados desde Mámaiev hasta laplaza Roja. Habían muerto casi seis milguardias, pero lograron para los rusosvarios días de precioso tiempo. Una de las fortalezas que habíaretrasado las previsiones alemanas fueel inmenso elevador de granos, cuyossilos de cemento se elevaban en lallanura al sur del barranco Tsaritsa.Durante una semana, desde el 14 deseptiembre, un grupo de menos decincuenta robustos rusos se habíanescondido en la torre de superficie de

metal ondulado y desafiaban los cañonesde tres divisiones nazis. Reforzados lanoche del 17 de septiembre por elteniente Andréi Joizhianov y unaescuadra de infantes de Marina, vestidoscon camisas listadas y gorros marineros,la guarnición peleó con renovadasfuerzas y los hombres bromeaban unoscon otros mientras los obuses silbaban através de su escondrijo. Una vez, un carro alemán se aproximóa ellos y, bajo una bandera blanca, unoficial y un intérprete pidieron concautela que se rindiesen al «heroicoEjército alemán». Los rusos chillaron: —¡Vete al diablo! Y admitieron a los intrusos que semetiesen en el carro que tenían detrás y

que se fueran. Cuando los alemanesintentaron saltar al vehículo, los marinoslo volaron. Durante los siguientes tres días, laartillería alemana machacó el baluarte,hizo arder el trigo con bombasincendiarias y acribilló la misma torrecon potentes explosivos. Los infantesalemanes irrumpieron en el interior y searrastraron por las escaleras, pero losdefensores consiguieron rechazarlos concuchillos, con los puños y a balazos. Ahora, la noche del 20 de septiembre,la exhausta guarnición se encontrabacasi sin municiones y se habíanconsumido todas las reservas de agua.En una frenética búsqueda de algo parabeber, el teniente Joizhianov dejó a sus

hombres salir por la puerta de la torre,al otro lado del campo, una carreteraprincipal, hasta una torrentera dondetropezaron con una batería de morterosenemiga. En la confusión resultante, losasustados alemanes huyeronabandonando varios litros de aguahelada que los infantes de Marinaagradecidos se tragaron. Completamente deshidratado,Joizhianov sintió mareos debido al aguay cayó desmayado al suelo. Cuandovolvió en sí, estaba en un sótano oscuro.No llevaba puesto el zapato del piederecho y su camisa había desaparecido.Su mente estaba vacía y no podía moverlos brazos ni las piernas. De pie ante él,haciendo guardia, se encontraba un

soldado de la 14.ª División Panzer. Elelevador de granos que defendió tanheroicamente había caído en manosenemigas. Los alemanes apagaronrápidamente el fuego y salvaron lamayor parte del trigo, lo cual tendríamucha importancia en las semanassiguientes. • • • A un kilómetro y medio más al norte,en otro punto fortificado ruso, enfrentemismo de la plaza Roja, Antón Dragantodavía ocupaba la fábrica de clavos.Pero cuando una rusa, MaríaVadeneieva, llegó a través del fuego deametralladoras para informarle que losalemanes se aproximaban con carros,

supo que sus horas estaban contadas. El 21 de septiembre, Dragan empezó asufrir intensas acometidas. Los carrosenemigos y los aviones bombardearon eledificio y lograron una cuña entre sucompañía y el resto del primer batallónde la 13.ª División de la Guardia,apostados al otro lado de la plaza Roja.A últimas horas de la tarde, Draganestaba casi aislado de sus compatriotas. En los grandes almacenes Univermag,los alemanes se concentraron en elCuartel general del batallón y mataron acasi todos los rusos que había allí.Dragan intentó enviar ayuda, pero elCuartel general había sido demolido y elEstado Mayor aniquilado. Dragan tomóel mando del batallón y mandó un correo

al Volga con un mensaje para el coronelYelin, el jefe del regimiento. El correomurió por el camino y en el bunker del42.° Regimiento, en la ribera del Volga,Yelin dio por destruido a todo el primerbatallón en algún lugar de la plaza Roja. Pero Dragan aún estaba vivo.Conduciendo a sus tropas de edificio enedificio, sólo cedía terreno cuando losalemanes prendían fuego a susescondites. El furor de la batalla pasópor la fuente con sus estatuas de niñosdanzando en corro alrededor de uncocodrilo, pasó por Pravda, por elSoviet de la ciudad, por el teatro y porentre los cuerpos que pendían en tornoal obelisco conmemorativo de loscaídos de la guerra civil de 1918. En la

intersección de las callesKrasnopeterskaia y Komsomolskaia,Dragan condujo a los restos de sucastigado batallón a los sótanos de unacasa de apartamentos de tres pisos.Dispersando a los cuarentasupervivientes alrededor de las abiertasventanas se sentó detrás de unaametralladora pesada y aguardó lamuerte. • • • Desde los lejanos Urales, se dirigíanmás refuerzos a la ciudad sitiada. Ydesde las más alejadas extensiones deSiberia llegaron órdenes a la 284.ªDivisión, bajo el mando del coronelNikolái Batiuk, para que se desplazase

hacia el Volga y lo cruzara. Batiuk era un ucraniano de talla media,delgado, con el negro pelo peinadocompletamente hacia atrás, sufría de unagrave enfermedad circulatoria yfrecuentemente tenía que llevárseloalguno de sus ayudantes. Esto sólo lohacía de noche para que sus tropas no sediesen cuenta de sus flaquezas. Era unhombre de gran determinación y, alllegar, le dijo a Chuikov: —Vengo para luchar contra los nazis,no para hacer un desfile. En la división de Batiuk pocos queríanaquella batalla. La mayoría eran reclutasnovatos. Querían luchar contra los nazis,pero no en Stalingrado. El teniente PiotrDeriabin sí lo ansiaba. Herido

anteriormente de gravedad en Moscú, nose hacía ilusiones acerca de lo que lesesperaba a sus hombres en la ciudad enllamas. En Krasnofimsk, en los Urales, unnúcleo de veteranos endurecidos comoDeriabin había enseñado su oficio amuchachos de dieciocho y diecinueveaños, la mayoría de los cuales eranorientales de la frontera de Mongolia ynunca habían visto a un alemán. Luegose pusieron en marcha y se dirigieron aunos diez kilómetros hacia el oeste,mascando raíces de smolka, sustitutivode la goma de mascar, una planta consabor a regaliz, y bebiéndose todo elvodka que encontraban, pudieroncontinuar la marcha. En Kamishin se

atracaron de sandías, las mayores deRusia y el orgullo de la ciudad. Luego,subieron en camiones Studebaker, conlos que recorrieron el resto del caminohasta el Volga. Empezaron a cruzar el río en labrumosa mañana del 22 de septiembre.Pasaron horas antes de que el primergrupo desembarcara en la calcinadaciudad y, aunque los aviones alemaneslos bombardearon, sobrevivieron a latravesía en buena forma. Deriabin diocon el barranco Dolgui y pronto cayó enun inquieto sueño. Cuando despertó, sedirigió a la fábrica de productosquímicos Lazur, situada en mitad delbucle ferroviario entre la orilla del río ylas laderas de la colina Mámaiev, donde

los alemanes luchaban con furia con la13.ª División de la Guardia. La cimahabía cambiado de manos incontablesveces, pero los alemanes aún pudieronver la amenaza que representaban losnuevos hombres del 284 que tomabanposiciones. • • • Alexéi Petrov atravesó el Volga y fueasignado al sector norte cerca deLatashanka. Durante diez días había sidoinstruido de manera acelerada en elmanejo de un cañón de 122 mm, perotranscurrido el tiempo disponible, elexasperado instructor acabó diciéndoleque aprendiera él mismo. Lo mejor quepudo, Petrov dominó la técnica de

disparar la pesada arma, que tenía unradio de alcance de diez kilómetros. El rechoncho sargento de peloondulado había pasado varios mesestrabajando como obrero del ramo de laconstrucción en Kuíbishev, antes de quelo quintaran. Aquí, se encontró de formainesperada con su hermano, que le dijoque el resto de la familia —su madre, supadre y su hermana— habían sidocopados en Ucrania por el avancealemán. Hacía más de un año que nosabía nada de ellos. Cuando le ordenaron ir a Stalingrado,Petrov se dirigió al muelle y vio que laotra orilla del Volga era una compactapared en llamas. Aunque le asustabamorir, sabía que debía cruzar el río.

Pero habría otros rusos que no lodeseaban y Petrov contempló cómo losagentes de la NKVD disparaban al airepor encima de los desertores y que losmataban si se alejaban del muelle.Cuando Alexéi subió a bordo de lagabarra, los de la NKVD no quisieroncorrer más riesgos. Los guardiascolocaron las barandillas para evitarque alguien se arrojase por la borda. Los bombarderos sobrevolabanbuscando a los buques y remolcadores.Los morteros alemanes detrás deMámaiev llegaban hasta ellos y Petrovmaldijo la lentitud del viaje como si elrío se hubiese detenido en medio de uncuadro iluminado. Sintiéndose atrapadoy vulnerable, se acurrucó para

esconderse de la metralla que lezumbaba en los oídos. Los hombres quese deslizaban por los costados seahogaban. Las balas resonabansordamente en la carne y los soldadoscaían sobre sus compañeros y moríansin decir palabra. Petrov veía conclaridad el agua del Volga. Era unaremolineante mezcla de agua y debrillante sangre roja. Su barco tardó casi dos horas en llegara un lugar de desembarco bajo losriscos. Mientras los muertos seamontonaban en cubierta, los vivos seabrían paso. Casi la mitad delregimiento de Petrov murió al cruzar elrío. Dado que la mayoría de su unidad

había caído, ahora tenía que lucharcomo infante. Su bautismo bélico fuebrutal. Tres exploradores se adelantaronpara tantear la fuerza de los alemanes.Dos volvieron. Petrov cogió susprismáticos y escudriñó la tierra denadie en busca del hombre perdido. Allí estaba, en el suelo, con losmiembros extendidos. Los alemanes lehabían clavado una bayoneta, aúnenganchada al fusil, en el estómago y lodejaron boca arriba. Petrov y su pelotónperdieron los estribos. Gritandoroncamente, saltaron de sus agujeros yavanzaron. Irrumpieron en una hilera decasas y mataron a cuantos aparecieronante ellos. Cuando varios alemaneslevantaron las manos para rendirse,

Petrov apretó el gatillo de suametralladora y los asesinó a todos. Se aproximó a un soldado ruso yamayor, inclinado sobre una mujer. Supelo de un negro azabache le caía haciaatrás, arreglado cuidadosamente:parecía que durmiera. El hombre gemíadulcemente: —Querida muchacha, ¿por qué unaniña como tú tiene que morir en unaguerra así? Alexéi Petrov permaneció de pie allado de la pareja y gritó con amarguracuando contempló a la hermosa joven.Entonces echó a correr para matar a sustorturadores. En el vestíbulo de una casa, oyó a unalemán que lloraba en una de las

habitaciones del piso de abajo. Elsoldado rezaba: —Dios mío, permite que sobreviva aesta guerra. Petrov golpeó la puerta y, al abrirla,vio a un hombre arrodillado que lemiraba hacia arriba suplicante. Petrov ledisparó a la cara. Con ojos enloquecidos, fue piso porpiso derribando puertas y buscando alos uniformes de color gris verdoso. Losgolpes hicieron salir a los alemanes delas diferentes estancias. Petrov disparócontra tres más cuando bajaban por laescalera. Exhausto, su ira se apagó. La casahabía quedado silenciosa. Evitó chocarcontra los cuerpos que había en la

escalera y salió por la puerta principalpara reunirse con sus hombres. • • • Durante la tarde del 23 de septiembre,otro contingente de la 24.ª División tomólas barcazas en la orilla de enfrente.Tania Chernova, de veinte años,encontró sitio en el borde de una lanchay se sentó con las rodillas contra elpecho para realizar el difícil viaje.Algunos de los ciento cincuentasoldados que iban a bordo rogaron a lahermosa rubia que se uniera a su grupo ytomara con ellos un poco de vodka. Peroella meneó la cabeza como respuesta ypermaneció donde estaba. Tania no deseó ser soldado. Desde

niña había llevado zapatillas de baile ypracticado piruetas. Después, estudiómedicina. Pero, cuando los alemanesinvadieron Rusia, Tania olvidó su sueñode convertirse en doctora y se embarcóen una implacable guerra contra elenemigo, al que ella siempre se referíacomo «bastones» que había que romper,porque se negaba a pensar en ellos comoseres humanos. Como guerrillera, había roto varios«bastones» en los bosques deBielorrusia y de Ucrania. La experienciaendureció su modo de ver la vida yseguía adelante con entusiasmo parareanudar su venganza en Stalingrado. El firmamento se llenó de pronto dellameantes bolas rojas anaranjadas

mientras la barcaza se abría pasotenazmente entre peligrosos surtidoresde agua, hacia un punto de desembarcoen algún lugar próximo a la fábricaOctubre Rojo. Tania había empezado ahablar con dos hombres, uno como decincuenta años y el otro de su edad,cuando un avión alemán lanzó unabomba que acertó de lleno en el centrode la embarcación. Tania y sus doscantaradas cayeron al agua y empezarona nadar en dirección a la orilla deStalingrado. Mientras luchaban porpermanecer a flote, la corriente se losllevó aguas abajo. Tania se arrastrófinalmente hasta un banco de arena en laorilla occidental del río y se sumergióen el desagüe de un albañal. Los otros

dos soldados la siguieron. No teníanidea de dónde estaban ni de quiéncontrolaba aquella tierra. Con la esperanza de encontrar unasalida hacia territorio seguro, los tresprosiguieron por la ennegrecida cloaca.Sus pisadas resonaban gravementemientras seguían caminando. El hedorles daba náuseas; los excrementoscolgaban de sus zapatos y pantalones.Cuando el viejo se desmayó, Tania y suamigo lo arrastraron durante un ratopero, cansados y con náuseas tambiénellos, lo dejaron tendido entre lasinmundicias. Al fin treparon por una boca de accesoa alguna parte de la ciudad. Tania vio aun grupo de soldados con platos de

hojalata en la mano, alineados ante unedificio. Hambrientos, también sepusieron a la cola. Un soldado se volvióarrugando la nariz con desagrado. —Dios mío, ¿qué es ese olor? Habló en alemán. Tania decidió seguirlo que había emprendido. Pretendiendono oírle, continuó en su sitio. En el comedor cuartelero, Tania y sucompañero se sentaron junto a losalemanes, que se quejaron acremente deaquel aroma nauseabundo. Alguien gritó: —¿Qué es ese olor a podrido? Tania también arrugó la nariz. Unoficial alemán la identificó de repentecomo rusa. Antes de que pudiesereaccionar, un cocinero ruso llegócorriendo y le aseguró que ella

trabajaba para el Ejército alemán. Eloficial ordenó a los dos que saliesen,pero el amistoso cocinero los cogió ylos condujo a la cocina donde les dio decomer. El alemán volvió y les ordenóque se fueran porque olían muy mal. Conservando la sangre fría, los dosparias salieron con calma del comedor yfueron en busca de las trincheras rusas.A la caída de la noche, se arrastraron através de la tierra de nadie yencontraron a sus compatriotas, que lesproporcionaron ropas limpias, un trago ynuevos fusiles. • • • La 71.ª División alemana continuó sulento avance hacia la estación de

transbordadores. Sólo con que tuvieranque desalojar unos pocos lugares igualesal punto fortificado de Dragan, laspérdidas serían espantosas. En la mañana del 25 de septiembre, enel cruce de la calle Krasnopeterskaia,Dragan aún conservaba diez hombres.Durante la noche anterior, dos de susdoce hombres habían desertado. Unteniente y un soldado salieron sin sernotados, se dirigieron hacia el río y sefugaron en una almadía. Sólo el tenientellegó al Cuartel general situado en laotra orilla. Deseando cubrir sus huellasy convencido de que el primer batallónestaba condenado a muerte, informó quetodos habían muerto y contó que él habíaenterrado personalmente a Antón Dragan

cerca del Volga. Pero, en su fortaleza, Antón Draganestaba comiendo ansiosamente trigoquemado y esperaba a que los alemanesatacasen. Volvieron y los hombres deDragan les tiraron sus últimas granadase incluso pesados ladrillos a través delas ventanas. Cuando, de repente, se oyóel ruido del motor de un carro, Draganenvió a un soldado con un fusil anticarroy los últimos tres obuses. Los alemanesse apoderaron enseguida de él. Una hora después, apareció un pelotónenemigo enfrente de la ametralladora deDragan. Imaginando enseguida que elhombre capturado habría dicho a losalemanes cuál era el punto de tiromuerto de los defensores, Dragan

disparó sus últimas doscientas cincuentabalas contra el enemigo. Agotadas ya lasmuniciones y herido en la mano por lasdescargas de réplica, se apoyó y miróaturdido a los montones de hombresmuertos en la calle. Poco después, los nueve rusos que aúnresistían oyeron que algunos alemanesles llamaban desde afuera. Cuando seasomaron, vieron que su camaradaprisionero era empujado hasta unmontón de escombros. Mientras elprimer batallón miraba, un alemán ledisparó un tiro en la cabeza. Dándose la mano y abrazándose, losnueve rusos de la casa se despidieronunos de otros. El asistente de Dragangarrapateó laboriosamente en la pared:

«Los guardias de Rodimzhev lucharon ymurieron aquí por su país.» Los carrosalemanes, negros y achaparrados, dieronla vuelta a una esquina y dispararondirectamente contra el edificio. Algogolpeó a Dragan en la cabeza y sedesmayó. Cuando volvió en sí, habíaoscurecido y su ordenanza se encontrabajunto a él. El edificio se había derrumbado pero,en el sótano, los seis supervivientes sellamaban unos a otros por su nombre.Enterrados vivos, casi sin aire, su únicaesperanza radicaba en excavar unagujero para poder salir de allí.Doliéndoles las heridas y con losdientes llenos de polvo y sangre,consiguieron separar los escombros. De

repente, les llegó una fresca brisa yvieron las estrellas de un cielo otoñal. Dragan envió afuera a un hombre parapracticar un reconocimiento. Volvió alcabo de una hora con la noticia de quetodo estaba lleno de alemanes. Por ello,los hombres abandonaroncautelosamente la casa uno a uno. A suizquierda, oían el horroroso bombardeosobre Máinaiev y vieron los fuegosartificiales de las balas trazadoras. Olíamuchísimo a cordita. Pero en la calleKomsomolskaia había una relativacalma. Los alemanes dominaban elVolga en aquel sector. Cuando las próximas patrullastropezaron accidentalmente con ellos, elgrupo de Dragan se refugió en las ruinas.

Esperaron de nuevo y, cuando se puso laluna, entonces, como sombrasproyectadas sobre los vagones deferrocarril y de las casas, llegaron cercadel río. Otra patrulla pasó delante deellos. Cuando un alemán se detuvodebido a un camión, Dragan envió a unhombre para matarlo. El ruso le hundióun cuchillo, se puso el abrigo delalemán, se aproximó a otro soldado quepatrullaba y también lo acuchilló.Entonces quedó expedito el camino delrío. Los rusos corrieron a toda prisa através de los raíles del tranvía y setendieron en el suelo al borde del Volga.Sus labios se agrietaron al contacto delagua fría, y bebieron sin pausa. Allá atrás, los alemanes descubrieron

los cadáveres. Mientras los rusosconstruían febrilmente una pequeñabalsa con troncos y bastones, losalemanes dispararon al azar hacia el río.Finalmente, Dragan y sus hombresdesatracaron y se dejaron llevar por lacorriente aguas abajo. Poco antes deamanecer, su balsa golpeó contra unaorilla de las islas Sarpinski, donde losartilleros rusos los encontraron,ojerosos y harapientos, pero vivos.Dragan tomó su primera comida en tresdías: pescado, sopa y pan. Luego, dioparte de la presencia de los seishombres de su primer batallón. Losdemás yacían muertos alrededor de laplaza Roja.

• • • En la plaza, los cuerpos sedesparramaban grotescamente a travésde la hierba y de las aceras. Unoscharcos rojos marcaban el lugar en quehabían caído. Otras huellas de sangregrababan al aguafuerte alucinantesdibujos en las calles, mostrando dóndelos hombres se habían arrastrado paraponerse a cubierto. Univermag aparecía desolado,aplastado: los maniquíes de las ventanasestaban tumbados en desmañadasposiciones, cosidos a balazos. Dentro,los rusos y los alemanes seamontonaban, muertos, a lo largo de lospasillos. Los grandes almacenes se

habían convertido en un depósito decadáveres. El edificio de Pravda se habíaderrumbado a causa de los bombardeosdel 23 de agosto. El Soviet de la ciudad,el Club del Ejército Rojo y el teatroGorki estaban ahora vacíos, afeados pornegruzcos agujeros y brechas en lasventanas. En las calles laterales, lastiendas de los comerciantes habían sidoaplastadas. Tomates podridos y pulpa desandía salpicaban las aceras.Fragmentos de cuerpos se mezclabancon los vegetales. Las moscashormigueaban sobre los restos. En lo que antaño fuese un eleganterestaurante, al este de la entrada delbarranco Tsaritsa, los doctores y

enfermeras rusos luchaban para evacuara los heridos. El día anterior habían sidotrasladadas setecientas víctimas enbarcos, y había una variopinta colecciónde navíos bastante marineros y queatracaban bajo el fuego de la 71.ªDivisión alemana. Ahora estabanllevando a la otra orilla a más deseiscientas nuevas víctimas. Los alemanes estaban cerca. Susametralladoras lanzaban un fuegodevastador sobre las multitudesapiñadas en el muelle. Los soldadosrusos formaron una línea de defensa ymantuvieron a los nazis a raya hasta quelos últimos pacientes se arrastrarondébilmente a bordo. Cuando losalemanes irrumpieron al fin en el

restaurante, vomitaron por el olor a étery a sangre de los que habían muerto yyacían sin enterrar. Al fin había sido tomado elembarcadero principal detransbordadores. Excepto algunasaisladas bolsas de resistencia, el VIEjército alemán dominaba varioskilómetros de la costa del Volga al nortey al sur del barranco Tsaritsa. Sóloquedaba por conquistar el distrito fabrildel norte de Stalingrado. • • • En Vínnitsa, estas buenas noticias noconsiguieron despertar el interés deAdolfo Hitler, que estaba amargamente

resentido en su cabaña de troncos.Durante más de dos semanas después desu violenta discusión con el generalJodl, el Führer se había negado a hacervida social con los hombres que leservían. Enfurecido por la«insubordinación» dentro de su EstadoMayor, disgustado por la falta deprogresos en el Cáucaso y a lo largo delVolga, el 24 de septiembre se reunió conFranz Halder y lo destituyó. Con vozhelada, Hitler le dijo al general queambos necesitaban un descanso, que susnervios habían llegado a un extremo enel cual uno ya no podía ayudar al otro.Halder se retiró con discreción y sedirigió a sus habitaciones para recogersus cosas. Pero antes de partir, escribió

una breve nota a su amigo y pupilo,Friedrich von Paulus, allá en la estepa: 24 septiembre 1942 Unas líneas para decirle que hoy hedimitido de mi cargo. Déjemeagradecerle, querido Paulus, su lealtady amistad y desearle ulteriores éxitoscomo el líder que ha demostrado ser. Hasta siempre, HALDER Paulus recibió la carta de Halderprecisamente cuando sus soldadosizaban una gran esvástica sobre laagujereada entrada de los grandesalmacenes Univermag, en la partecéntrica de la ciudad. Pero Paulus no tenía deseos de

celebrarlo, porque ya se había percatadodel asombroso precio que le habíancostado las seis semanas transcurridasdesde que pasaron el Don y llegaron alas orillas del Volga: más de 6.700soldados alemanes muertos y 31.000heridos. Era el diez por ciento del VIEjército. Y, además, sabía que la peorbatalla aún no había llegado. Al nortedel embarcadero de transbordadores, alnorte de la disputada colina Mámaiev,se encontraba la llave de la ciudad: lasfábricas. Allí, el VI Ejército tenía quehacer frente al último desafío. Y Paulusveía disminuir el número de sushombres y municiones. Volviendo a sus aisladas habitacionesen Golubinka, en la elevada orilla

occidental del Don, escuchó elgramófono e intentó contener sudisentería. En sus mejillas tenía un ticque era ya casi indominable. Paulus envió otro cablegrama urgenteal Grupo de Ejércitos 8: «La fuerza enfusiles de la ciudad decrece másrápidamente que los refuerzos. A menosque se detenga esa disminución, labatalla se prolongará.» • • • Algunos de los hombres de Pauluscompartían su creciente abatimiento.Uno de ellos era el teniente Hans Oettl,que se había convertido en unobservador adelantado de las líneas delas trincheras a pocos kilómetros al

norte de la fábrica de tractores. Cadadía, Oettl observaba con sus prismáticose identificaba las posiciones rusas. Susbaterías disparaban barreras de obusessobre su cabeza, en dirección alenemigo. Lo venían haciendo durantesemanas y nada había hecho tambalearlas posiciones rusas. Frente a él, losmilicianos rusos habían sidoreemplazados por tropas avezadastraídas por la noche en transbordadoresa través del Volga. Para Oettl aquelloera el flagrante testimonio de que laguerra no se iba a terminar tanrápidamente como había esperado.También había empezado a percatarsede que los jóvenes oficiales de sudivisión eran desgraciadamente

incompetentes. Aunque muchos llevasenen el pecho la orden de la cruz deCaballero, pocos o ninguno habíanrecibido entrenamiento en el arte de lasbatallas en las calles. Y morían a unritmo acelerado. Durante los intervalos de la lucha,Oettl descansaba en su bunker y sepreocupaba por el futuro. Afuera, sucabra, Maedi, adornada con cintas rojas,pacía a gusto, sin importarle el cañoneoque, parecía, no iba a cesar nunca. • • • En Vertaichi, en la estepa, el suplentedel jefe de Intendencia, Karl Binder,estaba dedicado de lleno a su nuevatarea de abastecer a los hombres de la

305.ª División, procedentes del lagoConstanza, región del sur de Alemania.Regordete, sociable, veterano delEjército alemán desde los días delFreikorps, antes de Hitler, Binderinmediatamente se percató de la pocamoral de las unidades situadas más alnorte del sector dominado por el VIEjército. No se lavaban, estabandescorazonados y suplicaban que lesdiesen unas raciones decentes.

El oficial de Intendencia alemán KarlBinder (izquierda) y un camaradacelebran la nochebuena en un búnker alnoroeste de Stalingrado, en el interiordel Kessel. Cuando Binder inquiría las causas desu estado, le decían que el enemigo lesacosaba constantemente y que no lesdaba la menor oportunidad para

descansar. La artillería rusa lanzabacentenares de obuses sobre las líneasalemanas. Las divisiones rusasorganizaban breves ataques con pocasfuerzas de infantería. Aunque lossoviéticos fracasasen en ganar terreno,causaban al enemigo un número de bajascada vez mayor. Enseguida Binder se hizo cargo de sunuevo empleo. En pocos días, con suexperiencia en obtener cosas donde ycomo fuere, encontró salsas y cerveza,pan de centeno e incluso vino para sushombres. En los cuartos de los oficiales,se enteró de muchas cosas acerca de labatalla en la estepa. El teniente coronelCodre, perteneciente al Estado Mayor,prevenía:

—Stalingrado aún proporcionará a losalemanes la mayor conmoción de susvidas, porque los rusos están muy lejosde haber sido batidos. —Y añadía—:Para nosotros es una gran preocupaciónla línea de abastecimientos desdeUcrania. El VI Ejército requieresetecientas cincuenta toneladas diariaspara sobrevivir y todo ello llega através de una simple vía desde el origende la línea ferroviaria de Chir. Serenado por esos comentarios, KarlBinder empezó a preocuparse másacerca de la tenue línea vital decomunicaciones con la retaguardia. Entretanto, escribió a su mujer, que seencontraba en Stuttgart. Preguntó por losniños y les aseguró a todos que la

campaña se desarrollaba bien. Y nomencionó para nada las profecíaspesimistas de Codre. • • • El capitán Gerhard Meunch seencontraba aún en el mismo edificio enforma de U que había ocupado la nochedel 14 de septiembre, a unos doscientosmetros del Volga. Desde entonces, conmenos de cincuenta hombres, todo loque quedaba de su batallón, intentó una yotra vez alcanzar la orilla. Pero losrusos siempre le rechazaron y, en unmomento dado, parte de la 13.ª Divisiónde la Guardia de Rodimzhev le atacó aél. Mientras Meunch ocupaba el segundopiso, los rusos hicieron un agujero en el

sótano y subieron por él. Los alemanesenviaron alguna artillería para ayudar alsitiado capitán y, después de que sushombres escapasen por la escalera, loscañones bombardearon las partesinferiores de los edificios y derribaronotra casa cercana. Diez rusos salieronarrastrándose de las ruinas y rodearon aMeunch, el cual tuvo que retroceder a loque fuera el lado izquierdo de laestructura en forma de U, para esperar lallegada de refuerzos. • • • En el Cuartel general del VI Ejércitoen Golubinka, el coronel Günter vonBelow estaba despidiéndose de sus

amigos antes de dirigirse a Jarkov paraque le trataran un caso agudo deictericia. Se hallaba deprimido por loque costaba tomar el centro deStalingrado. Pero como oficial bienentrenado del servicio secreto, lepreocupaba mucho más lo referente a laposición estratégica global del VIEjército en la estepa. Cuandomencionaba el peligro que corría elflanco izquierdo a Arthur Schmidt, eljefe de Estado Mayor estaba de acuerdocon él en que se trataba de «un forúnculoenconado» y le confiaba que tanto élcomo Paulus se inquietaban por ello demodo constante. Al abandonar el Cuartelgeneral poco tiempo después, Belowaún estaba convencido de que

Stalingrado podía ser tomado. Perocomo nadie era capaz de darleseguridades respecto al flancovulnerable, se preguntaba qué lesucedería al VI Ejército si los rusos sedecidían a contraatacar a gran escala. • • • A lo largo de aquel crítico flancoizquierdo, más allá de la ciudad deAkimovski en el Don, el general KarlRodenburg estaba tan preocupado comoBelow acerca de las intenciones rusas.De hecho, aquel veterano de monóculoestaba terriblemente alarmado. Su 76.ªDivisión había sufrido ya bajas tanconsiderables luchando contra losrepetidos tanques rusos, que empezó a

ascender en masa a grupos procedentesde las clases de tropa para cubrir loshuecos de los oficiales muertos enacción. Cada semana, cuando iba alcementerio de la División a rendirhomenaje a los caídos, Rodenburg eracada vez más pesimista acerca de lasposibilidades de victoria en Stalingrado. • • • Otros soldados alemanes aúnpermanecían relativamente intocadospor los combates. El soldado raso JosefMetzler había cruzado el Don al sur delpuente de Kalach. Operador de radio enuna batería antiaérea de la 29.ª DivisiónMotorizada, Metzler pasaba un tranquilo

verano. Había visto a pocos rusos ytenía tiempo para saquear libremente.Una vez incluso atrapó un cerdo, que ély sus camaradas mataron y se comieron.Cuando Metzler vio a sus primeros«Ojos oblicuos», los calmucos, querecibían abiertamente con agrado a losinvasores, estuvo seguro de que losrusos estaban acabados. Tenía lacreencia de que ya se encontraba enAsia y que ya nada podía detener elavance alemán. Nacido en Furth, cercade Nuremberg, este soldado de segundaera un hombre de grandes escrúpulos eideales cristianos. Siempre se habíacomportado de modo correcto; nuncahabía cogido ropas u otras pertenenciasde los soldados caídos, ya fueran

alemanes o rusos. Para Metzler eso eraalgo obsceno y casi sacrílego.

El general Carl Rodenburg,comandante alemán de la 76.ª División. Durante el mes de septiembre, ya

ascendido a soldado de primera,permanecía en las afueras deStalingrado mientras su bateríadisparaba contra la destrozada ciudad. • • • Antiguo maestro de escuela, el tenienteFriedrich Breining llegó al Volga comoun turista para contemplar la famosa víafluvial. Mandando un carro, atravesó lazona de seguridad proporcionada por lacabeza de puente de la 16.ª DivisiónPanzer y quedó asombrado al ver elcurso de agua de casi un kilómetro deanchura. Había esperado que el Volga separeciese a su Rin, con sus altas orillasa ambos lados entre Maguncia yCoblenza. Pero era algo completamente

diferente y Breining se retiródecepcionado. En el camino de regreso hacia suunidad, deambuló comiendo melonespor los campos y aprovechándose de lasombra de algunos árboles que leparecieron álamos. A últimas horas deldía, llegó a las murallas tártaras, unosantiguos terraplenes, de unos tres metrosde altura, que se extendían por la estepaa lo largo de casi cuarenta kilómetros.En un tiempo, aquella muralla habíaprotegido a los pobladores rusos de lasinvasiones de los mongoles. Ahora,simplemente, aumentaba la protecciónde los carros alemanes y de los hombresque se escondían en el terrenocircundante. Breining se dirigió a su

trinchera y se puso a tomar el solaprovechando aquel magnífico tiempootoñal. Para el teniente, la vida erarazonablemente agradable. Su unidadhabía sufrido escasas bajas durante elverano y pocos de sus camaradaspreveían que se desarrollase una luchaimportante durante el otoño. • • • Para el soldado Wilhelm Alter, toda lacampaña había sido aburrida. Sastre dela 389.ª División, él y un amigo, elzapatero Emil Gehres, vivían en unahondonada al oeste del aeropuertoGumrak. Todos los días, a las cuatro dela madrugada se levantaban, se lavaban,se desayunaban y se ponían a trabajar,

repasando ropas y componiendo elcalzado de las tropas combatientes. Alas cuatro de la tarde, terminaba eltrabajo, se lavaban de nuevo y se iban acenar. La comida era siempre buena. AAlter le gustaba sobre todo el gulash. El sastre era un hombredespreocupado que reía con facilidad yal que aburría la guerra, pues laconsideraba una interrupción de su vidafamiliar. El sordo retumbar del cañoneode Stalingrado apenas turbaba suspensamientos. • • • Lo mismo podía decirse del doctorHerber Rentsch, un acicalado

veterinario que acababa de llegardespués de casarse en Dresde. A cargoahora de todos los animales de la 94.ªDivisión, Rentsch iba cada día ainspeccionar su rebaño de doce milcaballos, cuarenta bueyes y seiscamellos. Mientras disponía el envío decuatrocientos caballos a Ucrania paraefectuar un descanso, requisó bastantesalimentos del recientemente capturadoelevador de granos, en la parte sur deStalingrado, y se hacía cargo del restode sus deberes. En sus visitas diarias a los pastos, aunos setenta y cinco kilómetros alnoroeste de la ciudad y bien adentradosen las líneas alemanas, Rentsch siempreiba en su propia yegua, Lore. En

aquellos momentos, le parecía sencilloolvidarse de los distantes ruidos de laguerra. Cuando daba rienda suelta aLore y ésta se ponía a medio galope porla llanura, el doctor se encontraba enpaz con el mundo. • • • El teniente Emil Metzger estabaeufórico. Mientras su eficientísimadotación disparaba sobre los objetivosque les señalaban los aviones dereconocimiento en Stalingrado, elteniente gozaba de la lectura de unacarta de Kaethe, la cual, al final, lehabía perdonado por no ir a casa enagosto. Ella no le decía que la cartaexplicando el retraso había llegado

después de perder varias horasesperando en la estación. Ni tampoco lecontaba cómo había vuelto a casa aqueldía y, en su frustración, había golpeadola mesa y gritado: —¡Que se vaya al diablo! Por el contrario, le felicitaba por sudesinterés al permitir que un amigoocupara su lugar en el turno rotatorio depermisos. Emil leyó la carta de Kaethe muchasveces, imaginando su encuentro cuandoterminase la guerra. Confiando aún enque Stalingrado caería pronto, ignorabaalegremente todas las conversaciones desus camaradas oficiales que se referíana la debilidad del flanco izquierdoalemán.

• • • Este tema de la debilidad del flancoizquierdo también se discutía en Moscú.El 28 de septiembre, José Stalin sesentaba una vez más con suscoorganizadores de la operación Urano,Gueorgui Zhúkov y Alexandr Vasilevski. Stalin estaba relajado, amable yatento. Al primer ministro le interesabaparticularmente la personalidad de losgenerales que mandaban los distintosEjércitos. Mencionó al general Gordov.Tanto Zhúkov como Vasilevskiconvinieron en que, aunque era eficiente,aquel hombre parecía incapaz deentenderse con su Estado Mayor. Stalinsugirió un cambio y Zhúkov recomendó

a Konstantin KonstantínovichRokossovski, un oficial que sobreviviópor un pelo a las purgas de Stalin yllevaba una serie de dientes postizos deacero inoxidable como recuerdo de suencarcelamiento y tortura por la NKVD.Stalin aprobó el ascenso sinceramente ytambién estuvo de acuerdo en el cambiode los nombres de los diferentessectores. El Frente de Stalingrado seconvirtió en Frente del Don; el Frentedel Sudeste se convirtió en el Frente deStalingrado. Dichas alteraciones sehicieron para reflejar mejor la geografíade la región.

Los mariscales soviéticos KonstantinRokossovski (izquierda) y GueorguiZhúkov, conferenciando. Tras discutir la Operación Urano,Stalin le dijo a Zhúkov: —Deberá usted volver allí y realizarlo necesario para acabar con elenemigo...

Antes de irse, tanto Vasilevski comoZhúkov firmaron un mapa que mostrabael plan de la contraofensiva. Stalinañadió la palabra «Aprobado». Luegotambién estampó su firma.

CAPÍTULO XI

Mientras Stalin daba su aprobaciónpersonal al plan para destruir al VIEjército, Adolfo Hitler abandonabaVínnitsa y regresaba a casa. Mientraslos vibrantes motores de su Ju-52 lotransportaban a través de Ucrania yluego de Polonia, el Führer despachó asus ayudantes y meditó taciturno acercadel desastroso verano del sur de Rusia.Su blitzkrieg de la estepa estabafracasando en las calles de Stalingrado.Su ataque de penetración en losyacimientos petrolíferos del Cáucaso sehabía igualmente atascado en las laderasde las montañas. Pero en Berlín continuó

negando aquellas duras realidades y el30 de septiembre se lanzó a unaquejumbrosa defensa de lasrealizaciones. Hablando en una reunióndel Socorro Invernal, en el Sportspalast,dijo a su auditorio: —Cuando míster Edén, o algúnbadulaque semejante, declara que tieneuna opinión, nosotros no podemoshablar con él, porque su idea de lo quees una opinión parece muy diferente dela nuestra... Ellos creen que Dunkerquefue una de las mayores victorias de lahistoria mundial... Silueteado por una hilera deproyectores orientables, Hitler continuó: —¿Qué podemos ofrecer? Siavanzamos mil kilómetros, eso no es

nada. Es una auténtica derrota... Sicruzamos el Don, penetramos hasta elVolga, atacamos Stalingrado —y lotomaremos, podéis estar seguros de ello—, todo esto no es nada. Tampoco valenada si avanzamos por el Cáucaso,ocupamos Ucrania y la cuenca delDonets... »Tenemos tres objetivos: 1)Apoderarnos del último territorio rusotriguero. 2) Apoderarnos del últimodistrito de carbón. 3) Aproximarnos aldistrito petrolero, paralizarlo y,finalmente, detener la producción.Nuestra ofensiva se dirige hacia la granarteria de transporte enemiga, el Volga yStalingrado. Podéis estar seguros deque, una vez allí, nadie nos hará desistir

de aquel objetivo... En Stalingrado, «aquel objetivo»,como lo había calificado Hitler en sudiscurso, unas pocas y desgastadasunidades rusas conseguían llevar a uncallejón sin salida los esfuerzosalemanes para arrojarlas al Volga. En laparte central de la ciudad, la 13.ªDivisión de la Guardia de Rodimzhevretenía una estrecha cuña de terreno a lolargo del Volga desde la callePensenskaia al norte al barranco Grutói.En algunos puntos, su saliente sólo teníadoscientos metros de profundidad. Buscando ampliar el espacio, elcoronel Yelin, comandante del 42.°Regimiento, se había apoderado de dosedificios de la plaza Lenin que podían

ser utilizados como puntos fortificados.Uno de ellos era una casa de pisosfuertemente dañada cuya fachada daba ala calle Soléshnaia. El otro edificioestaba incólume. Un segundo tenientellamado Zabolotnov mandó un pelotón aledificio en pie de la derecha y lo ocupó.El nuevo puesto se denominóinmediatamente «Casa de Zabolotnov»,pero aquel oficial murió al cabo deveinticuatro horas. Sus hombresconservaron la posición. En lo que se refiere al edificio enruinas con fachada a la calle Soléshnaia,el sargento Jacob Pávlov y otros treshombres se arrastraron a través de unpatio, lanzaron granadas a las ventanasdel primer piso y se ayudaron los unos a

los otros dentro, mientras los pocosalemanes a quienes no mataron lasexplosiones huían al otro lado de laplaza. En los sótanos, el rechonchoPávlov, con su eterna sonrisa, descubrióa un pequeño grupo de rusos, tantomilitares como civiles. Algunos estabanmalheridos y Pávlov mandó unmensajero a informar que se habíaapoderado de la casa, pero el correo fueobligado a retroceder otra vez adentrocuando los alemanes contraatacaron.Finalmente, consiguió salir a la nochesiguiente, 29 de septiembre, llevándosealgunos heridos con él, y el Cuartelgeneral de la 13.ª División de laGuardia envió más hombres parasocorrer a Pávlov. Los veinte hombres

organizaron rápidamente su nuevo hogar.Derribaron una pared entre dos sótanos,emplazaron morteros y ametralladorasen las ventanas clave y empezaron atirotear al enemigo. Llegaron cuatrosoldados más, los últimos refuerzosfacilitados por el Cuartel general.Durante los intervalos en el tiroteo, elpequeño grupo de hombres —procedentes por casualidad de todas lasregiones de la Unión Soviética: Georgia,Kazajstán, Uzbekistán, Ucrania—intentaron obrar lo mejor que pudieronpara aliviar aquella tensa situación.Encontraron un viejo fonógrafo y undisco cuya melodía nadie conocía. Lohicieron funcionar continuamente ypronto se gastó.

Afuera, los carros alemanes intentabancontinuamente hallar un punto débil.Pero la «Casa de Pávlov» era unabarricada natural, que dominaba unamplio campo de tiro e impedía alenemigo el acceso a la orilla del Volga,situada sólo a doscientos cincuentametros. En vez de traer aviones oartillería para aplastar el obstáculo, losalemanes, inexplicablemente,continuaron atacándolo de frente ysufriendo las consecuencias. • • • Al norte del barranco Krutói, la 284.ªDivisión siberiana del coronel Batiuk seasía a las pendientes del sur y del estede la colina Mámaiev, aunque los

alemanes poseían la cumbre y lanzabanobuses contra la red rusa de trincherasen zigzag. Batiuk perdió trescientossoldados sólo el 28 de septiembre, perosus hombres conservaron sus reducidasposiciones y no permitieron que elenemigo tuviera un fácil acceso a lafábrica de productos químicos Lazur yluego al Volga. • • • El teniente Piotr Deriabin estuvoestacionado en la fábrica de paredes deladrillo amarillo Lazur durante un brevetiempo y, desde su posición artillera enel suelo, examinaba frecuentemente lacima del Mámaiev y los depósitos

verdes de agua desde los cuales losalemanes le observaban a él y el tráficodel río hacia el este. Cada vez que lohacía, Deriabin notaba que los alemanesestaban también mirando hacia su paso.Y como seguían allí y sus baterías demorteros soportaban tal continuo ataque,el Cuartel general del regimiento leordenó que se retirara a la vía férrea enforma de raqueta de tenis que rodeaba lafábrica. Allí, en una serie de grutas de laorilla, el teniente buscó un rato paraescribir a su único hermano, que luchabaen algún lugar cerca de Vorónezh. Nosabía que había muerto durante elverano. También escribió a su novia, allá enSiberia. Desesperado por decirle dónde

estaba, incluyó en la carta recortes delperiódico del Ejército Rojo Estrellaroja, que hablaban de la «gloriosa»lucha en Stalingrado. Siempre añadía:«Hola, aún estoy vivo». Ella recibíatodas las cartas, pero en cada una deellas los censores siempre eliminabanlos recortes de periódico. • • • Aunque los cañones de Deriabinhubieron de desplazarse de susposiciones, la planta química Lazurpermanecía en manos soviéticas. En unasección del edificio del tamaño de unamanzana, los instructores rusos dirigíanahora un cursillo intensivo parapracticar la puntería. En una pared de

una gran habitación, pintaron cascos,mirillas de observación y contornos detorsos humanos. En el otro extremo, secolocaban los soldados bisoños y losentrenaban sobre técnicas defrancotirador. A lo largo de todo el día,la fábrica resonaba con los tiros de fusildesde todas partes, mientras los reclutaspracticaban el tiro en los objetivos. Losque se graduaban en aquella escuelaimprovisada, eran enviadosinmediatamente a la linde de la tierra denadie donde empezaron a cobrarse unaespantosa contribución en las tropasenemigas.

El célebre francotirador ruso VasiliZaitzev (alejado a la derecha), observacómo el general Vasili Chuikov examinasu mortífera arma. En el centro, elcomisario Kuzmá Gurov. Los periódicos rusos hicieron desdeentonces famoso el nombre de VasiliZaitzev. En el plazo de diez días mató acerca de cincuenta alemanes y loscorresponsales escribieron con maligno

placer acerca de su sorprendentehabilidad para abatir a sus enemigos conuna sola bala. Se trataba de una técnicaque había aprendido mientras cazaba elciervo en los bosques que rodeaban aElininski, su hogar en la ladera de losmontes Urales. Pastor durante losveranos, a la edad de quince añosacudió a la escuela técnica deMagnitogorsk. Después, sirvió comotenedor de libros en la Escuadrasoviética del Lejano Oriente. El 20 deseptiembre de 1942, Zaitzev, con suancha cara, llegó a Stalingrado con la284.ª División. Ahora era un héroenacional y, como su nombre se esparcióa través de la tierra de nadie, losalemanes tomaron un excesivo interés

por él. Llamaron a Berlín para queviniese un tal comandante Konings paraque lo matase. Desconocedor del plan alemán,Zaitzev continuó su guerra de un solohombre y empezó a enseñar a otrostreinta rusos su especialidad. La rubiaTania Chernova era uno de sus alumnos.Y los dos se convirtieron en amantes. A Tania le gustaba su nueva vida.Impávida tras su experiencia en el Volgay en las cloacas, se transformó en unasoldado profesional, vivió en pozos detirador, bebía vodka y comía con unacuchara que se guardaba en la bota.Dormía acurrucada al lado de hombresextraños y se bañaba en pozales de agua.También aprendió a buscar protección

en el frente de trincheras, a seguir alenemigo a través de la mira telescópicay, lo más importante, a esperar durantehoras antes de disparar un solo tiromortal. Durante su entrenamiento comofrancotirador, tuvo que realizar unamisión especial ordenada por el Cuartelgeneral de la 284.ª División, pues, trascapturar unos prisioneros, habíanidentificado un Cuartel general alemánsituado en un edificio entre la EscuelaAeronáutica de Stalingrado y la fábricaOctubre Rojo. Se asignó a Tania y acinco hombres la misión de dinamitarlo. A última hora de la noche pasaron através de las avanzadillas rusas y searrastraron por territorio enemigo. Se

quedaban inmóviles cuando oían una vozocasional o se encendían bengalas porencima de sus cabezas. Una horadespués, llegaron a su objetivo en unacasa de apartamentos semiderruida quehabía perdido toda un ala de pared. La patrulla subió de puntillas por unaescalera intacta, mientras Tania cubríala retaguardia. Cuando los rusosllegaron al descansillo del segundo piso,los cinco hombres desaparecieron por laesquina. Un ruido la distrajo. Seestremeció al ver a un soldado alemánque salía de detrás de una columna. —Hände hoth —gritó, blandiendo unapistola ante su cara. Inmediatamente, atacó al alemán y ledio una patada en la ingle con la bota. Él

se dobló en dos y su pistola saliódespedida por la escalera y cayó a lacalle. Tania agarró su cabeza provistade casco y le aplastó la cara contra susrodillas. En su desespero, el alemán lemordió el pulgar izquierdo. Tania le tumbó entonces y le retorcióel brazo derecho por debajo del cuerpo.Apretó fuertemente su garganta conambas manos, mientras él se revolvíacon violencia. Se le cayó el casco yTania se pudo dar cuenta de que tenía unbrillante pelo rojo. Tania se apoyó aúncon más firmeza contra su tráquea.Cuando él empezó a estertorar de modohorrible, uno de la patrulla bajó laescalera y gritó: —¿Te encuentras bien, Tania? ¿Dónde

estás? Viendo su difícil situación, el otroruso la echó al suelo y aplastó la cabezadel hombre pelirrojo con la culata de sufusil. Tania se levantó de junto al cadáver ysubió al piso de arriba donde ya estabacolocada la dinamita. El sargentoordenó: —Hazlo tú. Entonces ella encendió la mecha.Olvidando toda precaución, los rusosbajaron corriendo la escalera. El ruidoque provocaron alertó a los alemanes,que dispararon a las oscuras siluetas quesalían del edificio. Retrocediendo a la carrera hacia suspropias líneas, el equipo de demolición

oyó una atronadora explosión y elCuartel general alemán situado detrás deellos estalló en una roja bola de fuego. • • • En el flanco izquierdo de la posiciónde Tania, la 95.ª División, al mando delcalvo coronel V. A. Gorishni, ocupóotra parte de la estribación oriental de lacolina Mámaiev, que aparecía llena dehoyos de bombas. Pero la 95 habíaquedado tan destrozada que en el plazode unos cuantos días tuvo que serllevada a la reserva detrás de las nuevasdivisiones que estaban ahoraatrincheradas en las fábricas del norte. Allí, la 39 de la Guardia, de refresco,había construido de prisa y corriendo

una segunda línea de defensa detrás delas Divisiones 194 y 308, que eran lasresponsables de defender los accesosoccidentales a las fábricas Octubre Rojoy Barricada. Unos cuantos kilómetros alnorte, alrededor de la fábrica detractores, se había unido a la 112.ªDivisión la 37 de la Guardia deselección del agresivo general VíctorZholudev, compuesta de jóvenes infantesde Marina vestidos con camisas listadasde negro y boinas. La llegada de la 37 de la Guardiacoincidió con la partida de los últimosciviles que aún trabajaban dentro de lafactoría. Cuando les llegó al fin latemida orden procedente del Consejomilitar —«¡Afuera! ¡Hay que cruzar el

río!»—, los empleados cargaron susproyectos, archivos y herramientas encamiones. Los obuses de la artilleríaalemana empezaron a zumbar entre elcomplejo industrial de casi kilómetro ymedio de longitud mientras lostrabajadores andaban por última vez através de los talleres de máquinas y lascadenas de montaje. Agobiados por lapena de tener que abandonar una partetan integrante de sus vidas, gemían sinrecato. El convoy se dirigió al sur y pasó antela estatua de Félix EdmúndovichDzerzhinski, el primer jefe de la Policíasecreta de Stalin y, poco antes de quecruzasen ante la fábrica de tractores, uncapataz señaló a un edificio cercano al

río y dijo: —Cuando volvamos deberemosempezar por allí. Se expresó de forma genuinamenteoptimista. Prosiguiendo por la carreteraprincipal, los trabajadores pasaron anteel depósito de petróleo situado en unaladera encima de los primitivoscuarteles generales atrincherados en losque Vasili Chuikov chorreaba sudor y sepreparaba para la siguiente fase de laofensiva alemana. El general acababa de recibir unacarta de su mujer, Valentina, que vivíaen Kuíbishev, casi a setecientoskilómetros al noreste de Stalingrado. Lecontaba a su marido que le había visto

en un noticiario, y añadía que los niñosestaban bien. Su tono era alegre ytranquilo. Pero el general sabía que las cosaseran muy diferentes: su ayudante habíasabido que la hija menor de Chuikovsufría un ataque agudo de disentería yque la familia pasaba grandesdificultades para obtener comida,vestidos y otros artículos necesariospara el hogar. Careciendo incluso dejabón, empleaban un preparado demostaza para lavarse. Estas inquietantesnoticias se añadieron a la carga mentalde Chuikov mientras luchaba con laamenaza diaria de exterminio. La tensiónestaba empezando a pasar factura. Sucuerpo se cubrió de eczema y se volvió

escamoso, le salieron en la piel llagasque le producían gran comezón y que leobligaron a vendarse las manos paraabsorber las rezumantes lesiones de susdedos. Los médicos le sugirieron quedebía ir a descansar a la orilla deenfrente, pero Chuikov rechazó conacritud dicho consejo. Cuando elenemigo acudía masivamente a lasafueras de las fábricas, no podíaabandonar Stalingrado ni por unmomento. Afortunadamente, fueron llegandonuevas tropas a través de los nuevospasos en el río que Chuikov improvisótras haber perdido el desembarcaderoprincipal de los transbordadores. Ahorael Paso Skudri abastecía a la zona desde

Rinok, más allá de la fábrica detractores. Hasta este expuesto punto dedesembarco, los buques llegaban por lanoche para evitar el incesantebombardeo alemán, que convirtieron ensuicidas los viajes a la luz del día. Noobstante, la conexión más vital fue elPaso 62, un grupo de amarraderos detrásde las fábricas Octubre Rojo yBarricada, donde la mayor parte de lossoldados y el material desembarcabandebajo de una empalizada saliente.Aquel lugar de arribo erarazonablemente seguro mientras losalemanes no se apoderasen de losalrededores de las fábricas. Los viajes nocturnos por los Pasos 62y Skudri constituyeron un horrible shock

para los soldados que llegaban a labatalla. La visión de una ciudad enllamas y el sordo rugir de miles decañones les hacían retrocederinstintivamente. Pero los agitadores delpartido comunista, los politruk, estabansiempre junto a ellos y trabajaban con uncelo feroz para infundirles calma. Lospolitruk hacían el camino hasta lostransbordadores, unos remolcadorescomo el Abjazcts, que tenía veintiséisaños. Una vez allí les entregabanopúsculos titulados «Qué necesita saberun soldado y cómo debe desenvolverseen la lucha en una ciudad».Normalmente, los agitadores eran losprimeros en subir a bordo. Comocorderos, los soldados les seguían.

Luego, cuando los buques empezaban adeslizarse lentamente por el río, lospolitruk se apostaban de un mododiscreto a lo largo de las barandillas.Para prevenir que desertasen por laborda, llevaban las manos apoyadas enla funda de la pistola. Desde su lugar estratégico en la colinaMámaiev, los alemanes observabansiempre los navíos y ordenaban que laartillería abriese fuego contra ellos.Cuando los obuses empezaban a silbar,los oficiales políticos distraían laatención de los soldados leyéndoles envoz alta periódicos o entregándoles lacorrespondencia llegada de sus hogares.Cuando los hombres eran alcanzados,gritaban y morían, los politruk se

afanaban por evitar que el resto delgrupo sucumbiera al pánico. Algunasveces fracasaban y los soldados searrojaban al Volga. Los politrukvaciaban entonces sus armas contraaquellos nadadores. De este modo, hacia octubre se habíantransbordado a Stalingrado unos cienmil soldados de refresco. Dicho flujoequivalía a siete divisiones completas ydos brigadas. Pero los soldados moríantan rápidamente que Chuikov aún seguíateniendo sólo cincuenta y tres milhombres capaces de llevar armas. Enmenos de un mes, el LXII Ejército habíatenido más de ochenta mil bajas, entremuertos, heridos y desaparecidos. Para aportar municiones y alimentos a

la ciudad, Chuikov había proyectadounas «carreteras» auxiliares quecomplementasen a los transbordadores.Dichos puentes desmontables parapeatones, cada uno de cien metros delongitud, unían Stalingrado con las islasZaitzhevski situadas en medio del Volga.Dos de ellos fueron volados variasveces y hubo que reconstruirlos. Laconexión más al sur, formada por balsasde madera y barriles unidos con barrasde hierro y cables de acero, era bastantesólida pero, a pesar de ello, el puenteera peligroso. Se bamboleaba por lafuerza expansiva de las bombas queestallaban cerca y frecuentemente hacíacaer a los soldados al río. Pero, a travésde esa carretera tan inusitada, llegaba

una firme columna de hombres quetransportaban a la espalda las balas,bombas de mano y obuses necesariospara la lucha diaria. • • • Ahora los alemanes dirigían el foco desu ataque desde la zona central de laciudad hacia las fábricas situadas alnorte, intentando ablandar las defensasrusas con un fuego artilleroininterrumpido. El 2 de octubre, losobuses alemanes cayeron sobre eldistrito fabril y, detrás de la fábricaOctubre Rojo, los depósitos de petróleosupuestamente vacíos estallaron con unensordecedor estruendo. El combustibleardiendo se deslizó desde la colina al

Volga, donde se convirtió en horriblesolas. Al otro lado del río, los espectadoresavisaron a gritos a un gran bote deremos que se aproximaba a la orillaoriental. Pero estaban muy lejos paravolver atrás y, cuando el muro de llamasles alcanzó, los remos se alzaron cualalas de fuego mientras los condenadospasajeros trataban de apartar las llamas.A través del humo, los observadoresvieron cómo los costados del buqueempezaban a arder entre el petróleo enllamas. Los ocupantes del barco selevantaron y se arrojaron al agua. Suscabezas se asomaron brevemente enmedio de aquel infierno. Luego, elincendio pasó implacable sobre el

trágico escenario. Las mismas llamas casi convirtieronen cenizas a Chuikov y a todo el EstadoMayor de su Cuartel general. Ardierontodas las líneas telefónicas y, cuandoChuikov saltó fuera de su refugio, lecegó la densa humareda. El jefe de Estado Mayor Krilov gritó: —Que todos se queden dónde están.Hay que trabajar en los refugios que aúnestén intactos... Establezcan contactocon las tropas por radio. Pero cuando vio a Chuikov susurró: —¿Qué cree usted? ¿Podremosresistir? —Sí —replicó Chuikov—. Pero, porsi acaso, tengamos a punto las pistolas. Al otro lado del río, el Cuartel general

del frente estaba preocupado porque elfuego hubiese matado a todos en losrefugios. No cesaban de preguntar porradio: —¿Dónde están? ¿Dónde están? Finalmente les llegó una crepitanterespuesta: —Nos encontramos donde se hallatodo el fuego y las llamas. Los alemanes escucharon laconversación y concentraron susdisparos sobre el holocausto. Losobuses de mortero mataron a loshombres en la entrada del refugio deChuikov y éste tuvo que alejarserápidamente, esta vez hacia la línea dela costa, cerca de la fábrica de tractores,a aquel complejo que los alemanes se

disponían a atacar por tres lados a lavez. • • • En medio de los preparativos deambos Ejércitos para la lucha final, enla tierra de nadie llegaba a su ápice unsiniestro combate personal. Los dosadversarios se conocían sólo por sureputación. El comandante Koningshabía llegado de Alemania para su duelocon Zaitzev. Los rusos se enteraron por primera vezde la presencia de Konings cuando unprisionero reveló que el comandanteestaba recorriendo las trincheras delfrente, familiarizándose con el terreno.Tras oír la noticia, el coronel Nikolái

Batiuk, el comandante de la 248.ªDivisión, tuvo una reunión informativacon su grupo de francotiradores paracomunicarles el peligro. —Creo que el superfrancotirador queha venido de Berlín será para vosotrosun bocado fácil. ¿No es verdad, Zaitzev? —Sí, camarada coronel —asintióZaitzev—. Pero primero habrá queencontrarlo, estudiar sus costumbres ymétodos y... esperar el momentooportuno para un tiro certero, sólo uno. Zaitzev no tenía idea de por dóndeoperaba su antagonista. Había matado amuchos tiradores alemanes de primera,pero sólo tras haber observado durantedías sus hábitos. En el caso de Konings,su camuflaje, pautas de tiro, artimañas,

todo ello constituían piezas aún perdidasde un rompecabezas. Por otra parte, el servicio secretoalemán había estudiado los opúsculosque describían las técnicas soviéticas delos francotiradores y la forma de actuarde Zaitzev había sido muy difundida porlos propagandistas rusos. El comandanteKonings debía de haberse enterado afondo de esa información. Zaitzev, encambio, no tenía la menor idea decuándo actuaría el otro. Durante varios días, los tiradoresrusos buscaron entre las ruinas deStalingrado con ayuda de sus gemelos decampaña. Fueron a ver a Zaitzev y leexpusieron las estrategias más recientesy modernas, pero el ceñudo siberiano

rechazó sus consejos. Debía aguardarhasta que Konings hiciese su primermovimiento. Durante este período no ocurrió nadafuera de lo corriente. Luego, en rápidasucesión, dos francotiradores soviéticoscayeron víctimas de sendos tiros defusil. Para Zaitzev era evidente que elcomandante Konings había señalado elcomienzo de su duelo personal.Entonces, el ruso se dirigió a echar unaojeada a su rival. Se arrastró hasta el límite de la tierrade nadie entre la colina Mámaiev y lafábrica Octubre Rojo y exploró elcampo elegido para el combate. Estudiólas trincheras enemigas a través de losprismáticos y vio que nada había

cambiado: el terreno era el familiar, contrincheras y búnkers según los mismosmoldes que ya había memorizadodurante las pasadas semanas. Durante toda la tarde, Zaitzev y unamigo, Nikolái Kulikov, permanecierona cubierto, dirigiendo los gemelos de unlado a otro, sin parar, en busca de unapista. En medio del constantebombardeo diario, se olvidaban de laguerra y sólo perseguían a un hombre. Cuando el sol empezó a ponerse, viocómo se movía de un modo irregular uncasco a lo largo de la trinchera alemana.Zaitzev pensó en disparar, pero suinstinto le avisó que debía tratarse deuna trampa, ya que Konings deberíatener afuera un compañero para

atraparle a él. Exasperado, Kulikov sepreguntó: —¿Dónde puede estar escondido? Pero Konings no ofreció el menorindicio de su propia posición. Alsobrevenir la oscuridad, los dos rusosretrocedieron hasta su propio bunker,donde charlaron un largo rato acerca dela estrategia del alemán. Antes del alba, los francotiradores sedirigieron a sus propios hoyos en lalinde de la tierra de nadie y estudiaronde nuevo el campo de batalla. Koningssiguió silencioso. Maravillado de lapaciencia del alemán, Zaitzev empezó aadmirar la habilidad profesional de suadversario. Fascinado ante la intensidadde aquel drama, Kulikov habló con

animación mientras el sol se elevabahasta el cénit y empezaba a descenderdetrás de Mámaiev. En cuanto llegó depronto otra noche, los combatientesregresaron a sus propias trincheras parapoder dormir un poco. A la tercera mañana, Zaitzev recibióuna visita, un agitador político llamadoDanilov, llegado de lejos para sertestigo del desafío. A las primeras luces,los cañones pesados empezaron sunormal barrera artillera y, mientras losobuses silbaban por encima de suscabezas, los rusos contemplaron elpaisaje en busca de una presenciadelatora. De repente, Danilov se levantógritando:

—Allí está. Se lo voy a señalar. Konings disparó contra él y le alcanzóen el hombro. Después de que loscamilleros se llevaron a Danilov alhospital, Vasili Zaitzev se quedóagazapado. Cuando examinó con los prismáticosel campo de batalla, concentró suatención en el sector de enfrente. A laizquierda había un carro destruido; a laderecha, un nido de ametralladoras.Desdeñó el carro porque sabía queningún francotirador con experienciaelegiría un objetivo tan expuesto. Elnido de ametralladoras también sehallaba abandonado. Zaitzev continuó moviendo losprismáticos. Los enfocó sobre una

plancha de hierro y un montón deladrillos que se encontraban entre elcarro y el nido de ametralladoras.Siguió el movimiento de los gemelos yvolvió luego a esa rara combinación.Durante minutos, Zaitzev se demorósobre la plancha. Tratando de leer lospensamientos de Konings, decidió que elinocuo montón de ladrillos era unperfecto lugar para esconderse. Para probar su teoría, Zaitzev colgó unguante del extremo de un trozo demadera y lo levantó despacio porencima del parapeto. Sonó un disparo defusil y bajó a toda prisa el guante. Labala había hecho un agujero en la partecentral del paño. Zaitzev estaba en locierto: Konings se encontraba bajo la

chapa de hierro. Su amigo Nikolái Kulikov estuvo deacuerdo: —Allí está nuestra víbora —lesusurró. Los rusos retrocedieron a su trincherapara encontrar otra posición. Deseandocolocar al tirador alemán enfrente de lamayor luz cegadora posible, siguieron lairregular línea de las trincheras hastaque encontraron un lugar en el cualtendrían a sus espaldas el sol de latarde. A la mañana siguiente se instalaron ensu nueva guarida. A su izquierda, haciael este, los transbordadores del Volgaluchaban de nuevo contra el fuego demorteros enemigos. Al sudeste, la

plancha de hierro bajo la que seocultaba su adversario. Kulikov disparóun tiro a ciegas para despertar lacuriosidad del alemán. Luego los rusosdescansaron tranquilamente. Sabiendoque el sol podría hacer reflejos en susmiras telescópicas, esperaron conpaciencia a que descendiera por detrásde ellos. A última hora de la tarde,rodeados ahora por la sombra, Koningsse hallaba en desventaja. Zaitzev enfocósu mira telescópica hacia el lugar dondese escondía el alemán. De repente, brilló un alza telescópicaen un extremo de la plancha. Zaitzevhizo una señal a Kulikov, el cual levantódespacio su casco por encima delparapeto. Konings disparó de nuevo y

Kulikov cayó chillando de modo muyconvincente. Sintiendo que habíaganado, el alemán alzó la cabeza poco apoco para contemplar a su víctima.Vasili Zaitzev le alcanzó con un disparoentre los ojos. La cabeza de Koningscayó hacia atrás y el fusil se le deslizóde las manos. Hasta que el sol se puso,la mira telescópica brilló y centelleó. Aloscurecer, dejó de brillar. • • • Antes de asaltar el distrito fabril,Paulus insistió en que era precisoeliminar un saliente ruso alrededor de laciudad de Orlovka, a cinco kilómetros aloeste de la fábrica de tractores. La orden de atacar aquella ciudad se

cursó a la 60.ª División Motorizada yalgunos de sus oficiales se quejaronamargamente. Uno de ellos, el tenienteHeinrich Klotz, pensó que se trataba dealgo absurdo. A sus cuarenta y tres años,mandaba el grupo de hombres másveteranos del campo de batalla. Untercio de ellos había luchado en laPrimera Guerra Mundial, en la cual elmismo Klotz había sido herido. En la sesión preparatoria, cuandopreguntó si los carros apoyarían elasalto, su superior le respondió que nose podía prescindir de ninguno. Irritado,el veterano teniente predijo el fracasode la misión. El oficial al mandoreprendió con aspereza a Klotz y le dijoque cerrase la boca. Ásperamente,

continuó: —Lo siento, señores, pero debemostomar Orlovka. En la bruma gris de antes de amanecer,el teniente Klotz ocupó un hoyo y pensó:«Esto va a terminar en una carnicería».Pero cuando llegó la hora de avanzar,hizo señales cansadamente con el brazoy condujo a aquellos hombres maduros auna colina. De repente, los aviones rusos rugieronpor encima de la cumbre y atraparon a lacompañía de Klotz al descubierto.Estallaron series de bombas y, enfrentede Klotz, dos camilleros desaparecieronliteralmente. Tendido en el suelo, elteniente miró con fijeza el gran agujerodonde habían estado, pero no pudo ver

ninguna huella de los dos hombres.Mientras tanto, sus tropas morían bajolas bombas y las ráfagas deametralladora. Cuando los aviones sealejaron, gritó a sus hombres que seretiraran y regresasen a sus propiaslíneas. Aquella noche volvió con los médicospara recoger los muertos y heridos.Durante horas llamó a los amigos aquienes había conducido a una matanza.De los ciento veinte hombres quesalieron con él aquella mañana, sólovolvieron treinta. • • • En los puestos de socorro de la 60.ªDivisión Motorizada los cirujanos

trabajaban febrilmente a fin de salvarvidas. Casi del todo repuesto de sumandíbula fracturada, el doctor OttmarKohler había trasladado su hospital a unkilómetro de distancia del frente.Tercamente obstinado en que todos lospuestos de primeros auxilios alemanestrataran a los hombres al cabo de pocosminutos de haber sido heridos, se habíaenfrentado con las tradiciones delEjército alemán. Al operar a lasvíctimas de la batalla de Orlovka,Ottmar Kohler supo que su radicalaproximación había sido un éxito.Estaba salvando a unos hombres que, deotro modo, hubieran muerto, y desdehacía poco se veía inundado de tarjetaspostales de los pacientes que

convalecían allá en Alemania. Todos ledaban las gracias por haberles salvadola vida. El obstinado Kohler planeó continuarsu campaña contra la jerarquías hastaque cada soldado herido en Stalingradotuviera una oportunidad equitativa desobrevivir. • • • A pesar de los reveses locales deunidades parecidas a la de Klotz, la«corrección» de Orlovka constituyó unéxito y el Sector ruso del frente sehundió enseguida. Pero el general Paulusse enfrentaba ahora con nuevosproblemas, esta vez dentro de suspropias filas, cuando se enzarzó en una

lucha encarnizada con la Luftwaffeacerca de cómo tenía que desarrollarsela campaña. El general Freiherr von Richthofen, elcerebro y aparatoso comandante de la IVFlota Aérea, había insinuadoaviesamente que la ciudad hubiera caídoharía ya tiempo de no haber sido por latimidez del comandante de las fuerzasterrestres. Paulus quedó resentido de lasinsinuaciones de Richthofen y el 3 deoctubre, él y el general Seydlitz-Kurzbach se reunieron con el general dela Luftwaffe y Albert Jeschonnek, elsuplente de Goering. Los oficiales de laLuftwaffe se lamentaron de la pérdidade tantos hombres en las calles deStalingrado. Cuando Paulus dijo que los

próximos refuerzos proporcionarían lavictoria, los hombres de las fuerzasaéreas parecieron satisfechos y losgenerales se separaron en términosamistosos. Pero, después, Richthofen dio aJeschonnek su propia interpretación delproblema: «Lo que necesitamos sonideas claras y un objetivo primordialbien definido. Es inútil andar a tontas ya locas por aquí y por allá comoestamos haciendo. Y ello es doblementeineficaz con las fuerzas inadecuadas anuestra disposición. Es obvio quehaciendo una cosa cada vez las cosasirán bien. Pero debemos acabar con loque hemos empezado, sobre todo enStalingrado...»

Richthofen no estaba ahora poniendoen duda sólo a Paulus, sino al mismoFührer, que había «andado a tontas y alocas» en varias direcciones ydesembocado en la presente crisis delsur de Rusia. • • • A fin de obtener los refuerzos quenecesitaba, Paulus envió un alud decablegramas al Cuartel general delGrupo de Ejércitos. Daba en elloscuenta de las cuarenta mil bajas que elVI Ejército había tenido en seissemanas. Como resultado, Hitler leenvió la 29.ª División Motorizada y la14.ª de Panzers del IV Ejército de Hoth,al sur de Stalingrado, además de

reemplazos individuales procedentes deUcrania y constituidos por soldados quellegaron siendo novatos. Sus primeras horas de combate fueronespecialmente peligrosas. Debían fiarsede sus instintos y estar alertas al menorrumor o movimiento. Si aprendíandespacio morían enseguida. En el sectorocupado por la 9.ª División de ArtilleríaAntiaérea, entraron una noche seishombres en las trincheras y sucuriosidad les llevó a todos acontemplar las posiciones rusas. A lasdiez de la mañana siguiente, cuatro delos seis habían recibido un balazo en lacabeza. • • •

Vasili Chuikov había creado unaeficiente organización de serviciosecreto para estar informado acerca delos planes de Paulus. Equipos dereconocimiento observaban de modoregular la tierra de nadie buscando loscambios en las fuerzas alemanas. De vezen cuando, algunos grupos selectoscruzaban a través de las líneas enemigaspara espiar los movimientos de tropasen la retaguardia y capturar prisioneros. El 9 de octubre, un comando de cuatrohombres halló refugio en un abandonadoténder de ferrocarril en una vía entre lacolina Mámaiev y las instalaciones delos talleres de la fábrica Octubre Rojo.Los rusos permanecieron dentro de

aquel refugio la mayor parte del día,informando por radio a la retaguardiaacerca de la actividad alemana. Habíanlocalizado docenas de piezas deartillería que disparaban sobre la ciudaddesde detrás de las laderas situadas alnorte de Mámaiev; habían vistocolumnas de cañones de campaña ymorteros alemanes desplazándose porlas carreteras de la retaguardia hasta unpunto de cita en los suburbios del oestede Stalingrado. Detrás de los cañonesiban cientos de camiones, que llevabanlas municiones. El pelotón tuvo lasensación de que había un movimientoen masa de refuerzos que se introducíandentro de las líneas del VI Ejército.Pero necesitaban un prisionero para que

les confirmase su corazonada. Tras oscurecer, los comandosrompieron a tiros un cable telefónico yesperaron a que los alemanes acudiesena repararlo. Pronto apareció la luz deuna linterna y cuando el alemán seaproximó a la avería, los rusos lomataron de un tiro. Uno de ellos sedisfrazó con su uniforme y permanecióal borde de la vía férrea esperando queotro alemán se aproximara al cable. Al poco rato, empezó a moverse por lavía otra linterna y el soldado WilliBrandt cayó en la emboscada. Los rusoslo dejaron inconsciente. Cuando serecobró, se encontró ante cuatrohombres de pie delante de él que lehacían preguntas solicitando rápidas

respuestas. Aterrado, Brandt dio sunombre, rango y unidad. Después, contóa sus interrogadores que la 24.ª DivisiónPanzer alemana se estaba desplazandohacia las fábricas, que la 94.ª Divisiónhabía llegado desde el sur deStalingrado y que Adolfo Hitler habíaordenado que se tomase la ciudad el 15de octubre. Los rusos ya tenían su respuesta.Haciendo saber a Brandt que habíarevelado secretos militares, locondujeron a la vía férrea y le señalaronla carretera que llevaba hacia susamigos. En la oscuridad, el temblorosoBrandt esperó que le disparasen por laespalda. Pero no llegó ninguna bala y sepuso en camino. Cuando estuvo ya fuera

del alcance de los disparos, se volvió y,moviendo la mano, gritó: —Danke, Kamerad! Vasili Chuikov añadió a sus mapas lainformación del comando. Ahora yasabía que todo el peso del VI Ejército seapoyaba contra la zona fabril y ordenóataques locales para contrarrestar lafuerza alemana y retrasar lo inevitable.Pero el VI Ejército rechazó a los rusosen cada ocasión. Era demasiado fuerte. Los Stukas llegaron con las primerasluces de la mañana del 14 de octubre ycientos de aviones negros se cernieronsobre Stalingrado. Tocando sus sirenas,se lanzaron en picado una y otra vez.Aunque el día era soleado, el manto dehumo procedente de los incendios

provocados por las bombas reducía lavisibilidad a cien metros. A las 11.30, después de quedoscientos carros alemanes penetraranen las defensas rusas alrededor de lafábrica de tractores, la 389.ª División deInfantería del general Erwin Jaenecke seabrió paso por el laberinto de talleresde un kilómetro y medio de longitud.Millones de fragmentos de las enormesclaraboyas del techo se esparcieron porlos pavimentos de cemento y la sangremanchó las paredes. Los obuses decañón y las balas trazadoras rebotaban através de las cafeterías; los alemanes ylos rusos arremetían unos contra otrosentre sillas y mesas. Los ocho milcomandos de la 37.ª División de la

Guardia soviética chocaron de frentecon los alemanes en el complejo fabrily, en las siguientes cuarenta y ochohoras, cinco mil de ellos resultaronmuertos o heridos. Incluso cayó elgeneral Zholudev. Enterrado hasta elcuello en escombros debido a unimpacto directo en su puesto de mando,aguardó durante horas a que lorescataran. Luego lo fulminó un shock enel Cuartel general de Chuikov mientrasintentaba describir el aniquilamiento desus hombres. Chuikov tenía poco tiempo paramostrar sus simpatías. Todo su Ejércitoestaba en peligro mortal. Las líneastelefónicas se hallaban cortadas.Unidades dispersas enviaban correos a

la orilla del río para pedir órdenes obien para preguntar si aún existía el 62.°Ejército. Chuikov instaló una emisora deradio de emergencia para transmitirórdenes al otro lado del río y paraenlazar con las fuerzas aisladasatrapadas en los escombros de lasfábricas. Chuikov ordenó a lasdivisiones y regimientos que se unieran. Respecto de sí mismo, el comandantedel 62.° Ejército se preguntaba cuántopodría sobrevivir. Cuando pidiópermiso para mandar a parte de suEstado Mayor al lado seguro del Volga,Yeremenko se negó. Entretanto, treintahombres yacían muertos alrededor delbunker de Chuikov debido a los obusesy las balas. Sus guardaespaldas

invirtieron muchas horas desenterrandoa las víctimas entre los escombros y losagujeros provocados por las bombas. Alrededor de la colina Mámaiev, lastropas soviéticas veían a vista de pájarola intensa batalla que se desarrollaba alnorte de ellos. Desde su refugio, PiotrDeriabin veía a los aviones alemanescaer en picado una y otra vez sobre lasondulantes nubes de humo y llamas.Cuando estallaban sus bombas,secciones enteras de las fábricaspirueteaban en el firmamento antes decaer a horrenda velocidad sobre el sueloy los hombres situados abajo. En la esquina noroeste de la fábrica decañones Barricada, la 308.ª Divisiónrusa fue empujada dentro de los talleres

y su comandante, el alto y delgadocoronel L. N. Gurtiev, quedó separadode sus tropas. Chuikov envió un pequeñodestacamento al norte para restablecerel contacto y el general Smejotvorovcondujo al grupo hasta la orilla,arrastrándose bajo el pavoroso fuego deartificio provocado por los cañones que,a ambos lados del río, disparaban sobresus cabezas. Después de casi una hora,el pelotón de rescate se desplomó dentrodel refugio de Gurtiev. Antiguos amigos,el general y el coronel cayeron uno enbrazos del otro y lloraron. • • • Al otro lado del río, el generalYeremenko estaba preocupado acerca

de si Chuikov podría resistir o no.Notando un creciente descorazonamientoen los informes por radio del general,Yeremenko decidió volver a la orillaoccidental para una evaluación personalde la situación. Chuikov le aconsejó queno fuera, pero Yeremenko habíaparticipado antes en otras batallas yllevaba cicatrices de antiguas heridas.Por la noche del 16 de octubre, cruzó elVolga junto con sus ayudantes. Mientraslos obuses estallaban a su alrededor,desembarcó cerca de la fábrica OctubreRojo. El cielo estaba tan brillante comode día a causa de las bengalas alemanasmientras la expedición avanzaba haciael norte en dirección al puesto de mandode Chuikov. Treparon por montañas de

cascotes y vieron cómo se arrastrabanlos heridos. Yeremenko se movía entreellos con mucho cuidado, maravilladopor su esfuerzo al tratar de recorrer losúltimos metros para llegar alembarcadero. No halló a Chuikov, que había ido aesperarle al desembarcadero junto conKuzmá Gurov, uno de los miembros delConsejo militar. Mientras paseaban porla orilla y se preguntaban qué le habríapasado a su huésped, Yeremenkorecorrió casi ocho kilómetros a lo largode la ribera hasta el Cuartel general del62.° Ejército. Por el camino, murieronvarios de sus ayudantes debido a lasbombas y cascos de metralla, pero élllegó ileso y se sentó a esperar a su

anfitrión. Horas después, volvió Chuikov y losdos hombres se pusieron a discutir lascosas urgentes. Chuikov deseaba másmuniciones y hombres, no divisionescompletas, sino reemplazos para susdiezmadas unidades. Yeremenko leprometió una rápida acción y luegohabló con cada uno de los comandantesacerca de sus propios problemas.Aconsejó por teléfono a Rodimtzev yGuriev. Luego se sentó al lado delgeneral Víctor Zholudev mientras esteoficial normalmente estólido explicabacómo había perecido la 37.ª de laGuardia en la fábrica de tractores. En laemoción del momento, Zholudev perdiólos estribos y lloró mientras describía el

aniquilamiento de más de cinco mil desus soldados. Después de que Yeremenko lo consolólo mejor que pudo, el comandante delfrente se despidió de Chuikov y lereafirmó su promesa de abastecerle.También le ordenó que buscara una casamenos expuesta para instalar el Cuartelgeneral del 62.° Ejército. Poco antes del amanecer del 17 deoctubre, Yeremenko volvió a la orilla deenfrente con más serenidad de juicio.Chuikov no se había desanimado aunqueen tres días perdió trece mil hombres,cerca de la cuarta parte de su Ejércitode cincuenta y tres mil soldados. Sólo lanoche del 14 de octubre, tres milquinientos heridos se habían dirigido a

los norays del Volga. Mientras aquellasvíctimas de la carnicería en las fábricasesperaban a los transbordadores derescate, el río se llenaba de espuma conel impacto de las balas y los obuses. Ycuando algunos buques al fin chocabancontra la orilla, no quedaba vivo nadiede la tripulación para poder subir abordo a los heridos. • • • En el aire, los aviones soviéticosaparecieron con bastante potencia porprimera vez. Haciendo de lanzaderadesde otras partes de Rusia durante lospasados diez días, empezaron a dominarlos negros cielos de Stalingrado. No acostumbrados a esas

interferencias, los nerviosos soldadosalemanes se asustaron ante la nuevaamenaza y se quejaron amargamente asus superiores. En Golubinka, a sesentakilómetros al oeste de la ciudad, unoficial de servicio en el Cuartel generaldel VI Ejército anotó el nuevo peligro ensu informe diario: El intangible dominio nocturno aéreoruso... [se ha] incrementado más alláde lo tolerable. Las tropas no puedendescansar y sus fuerzas han llegado allímite. [Nuestras] pérdidas personalesy en material son demasiadas a lalarga. El Ejército pide al Heeresgruppe(Grupo de Ejércitos B) que ordeneataques adicionales contra los

aeropuertos enemigos, de día y denoche, para ayudar a nuestras tropasque combaten en las líneas del frente. Los alemanes atacaron incansables alas tres fábricas principales situadas alnorte de la colina Mámaiev, en unintento de aplastar a los rusos. El 20 deoctubre, se habían apoderado de todoslos talleres de la fábrica de tractores eirrumpieron en los monumentalesparapetos de Barricada. Más al sur,ocuparon el extremo occidental de lafábrica Octubre Rojo. En su frenesí por arrojar a todos losrusos al Volga, los alemanes sedirigieron también contra la fortaleza deJacob Pávlov, en la relativamente

tranquila parte central de Stalingrado.Cuatro carros llegaron a la plaza Lenin,se detuvieron y dispararon a quemarropacontra el edificio. Pero el avispadoPávlov estaba preparado. Dado que loscarros no podían elevar ni bajar sucañón en aquel radio de acción tanreducido, trasladó a algunos de sushombres al cuarto piso y a otros alsótano. Un solo disparo de su únicocañón anticarro dejó fuera de combate aun panzer enemigo y el fuego de lasametralladoras dispersó a la infanteríaalemana. En cuanto se dispersaron lossoldados de a pie, los carrosretrocedieron buscando la salvacióndetrás de la esquina. Pávlov y su grupo tuvieron una reunión

poco después en el primer piso. Hacíatres semanas que se habían apoderadode la casa.

CAPÍTULO XII

La fábrica de cañones Barricada eraalgo horrendo de ver. Al elevarse el solpor la mañana, las vías de ferrocarrilque rodeaban la fábrica brillaban con elrocío. La oscura y maciza mole de lostalleres estaba rodeada por losdestrozados vagones de mercancías.Montones de rojas escorias salpicabanel paisaje. Sobre ellos se cernían laschimeneas, las pocas que aúnpermanecían en pie. En todas parteshabía agujeros producidos por losobuses, tanto en los edificios de cementocomo en el suelo. Los hombres vivían en hoyos,

atisbando la fugaz visión del enemigo.Tenían pocas esperanzas de ver denuevo a sus familias, de engendrar hijos,de abrazar a sus padres. En Barricada,recibían a un nuevo amanecer con elrocío sobre los raíles y el soldeslumbrándoles con su malévolaintensidad. Ernst Wohlfahrt, veterano de lacampaña de Francia, había sido alistadocon otros soldados retirados parareemplazar las pérdidas en Rusia. Porello, el antiguo sargento de artillería eraahora infante de la 305.ª División.Arrastrando un receptor-transmisor, unfusil y una pistola, andaba con tiento através de los escombros de unasviviendas obreras. Los cohetes rusos

Katiushka sonaban por encima de suscabezas y, mientras los alemanes sedispersaban desesperadamente paraeludir los «órganos de Stalin», losrabiosos cohetes estallaban a un lado yotro de la calle. Wohlfahrt se pegó alsuelo. Cerca de él un hombre exclamó«¡Madre!» y murió. Wohlfahrt abandonó aquel cadáver ycorrió al frente de su compañía,mientras los francotiradores rusos seencarnizaban con los hombres solos quebuscaban refugio de acá para allá.Exhausto, Wohlfahrt se apoyó contra unapared a fin de recobrar el aliento. Unruso salió de un sótano furtivamentedetrás de él. En el preciso instante enque apoyaba su fusil contra la oreja de

Wohlfahrt, llegó un soldado alemán porla espalda, empujó con su fusil alatacante y se lo llevó lejos. Wohlfahrt se detuvo para pasar lanoche en un sótano desocupado, situócuidadosamente unos listones de unembalaje de madera alrededor de susaco de dormir y se acostó. Un biplanosoviético al que los alemanes motejaban«máquina de coser» debido al sonido desu motor, zumbó por arriba y lanzó unabomba exactamente encima de suescondrijo. La habitación se desintegróy el sargento se encontró yaciendo a seismetros más allá de su lecho, pero ileso.El embalaje de madera le había salvadola vida.

• • • Heinz Neist tuvo igualmente unsiniestro estreno en las fábricas. Esteveterano de treinta y un años nuncaesperó ir a luchar. Había sabidomaniobrar diligentemente para evitarservir en la Wehrmacht y, durante años,su plan había resultado, pues unempleado amigo lo había colocado en lalista de los indispensables, que sólopodían ser llamados ante una granurgencia. Pero, al final, lo alistaroncuando la invasión de Rusia y Neistrecibió un entrenamiento básico. Noobstante, hasta que entró en acciónmantuvo la reputación de ser uno de lossoldados menos ambiciosos del

Ejército. Pero, en combate, la actitud de Neistcambió. Peleó duramente durante todo elcamino a través de la estepa, porque sehabía convertido en un asunto de vida omuerte, y ganó el distintivo de lainfantería de asalto. Ascendido aespecialista de radio con el Grupo decombate Engelke, entró en el torbellinoentre Barricada y la fábrica de tractoresy corrió a través de un distrito obrerobombardeado. Se lanzó con sus diezhombres en el piso bajo de lo que habíasido en su día una nave industrial.Mientras acondicionaba su radio, sefiltró la información de que habíaalgunos rusos atrapados en el pisosuperior. Los alemanes dieron varias

cargas por la escalera, pero los rusoslos rechazaron, hiriendo a varios. Neisty sus camaradas estaban tan exhaustosque decidieron dejar al enemigotranquilo durante un rato. Aquella nochedurmieron dos cada vez, mientras elresto permanecía de pie mirando por lasventanas, las puertas y la caja de laescalera. Arriba, los rusos no hacían elmenor ruido. A la mañana siguiente, la batalla sereemprendió. Dos rusos se arrastraronpor la escalera y abrieron fuego deametralladora. Luego se retiraron. Losalemanes trataron de hallar un mediopara vengarse. Algunos pensaron usar unmontacargas que había en una esquina,pero lo descartaron por ser muy ruidoso.

A todos les intimidaba tener que subir laescalera. Cuando Neist trató de conectar porradio con el Cuartel general, las vigasde hierro de la habitación interfirieronla recepción. Finalmente, lo logró con sutransmisor-receptor. —Aquí Rosa de los vientos —repitióvarias veces. En el puesto de mando acusaronrecibo. Neist les dijo: —Estamos en la tercera casa blanca...Necesitamos refuerzos urgentemente. El pelotón esperó veinticuatro horasantes de que llegasen los hombres derefuerzo. Entretanto, los rusos del pisode arriba permanecieron tranquilos. Un

mensajero trajo café caliente a Neist ysus hombres y les prometió tambiéncomida durante aquel día. Al otro ladode la calle, los francotiradores alemanesprovistos de miras telescópicasrastrearon a los rusos a través de lasventanas. Resonaron tiros aislados yNeist oyó chillidos arriba. Luego se hizoel silencio. Tras unas cuantas horas, losalemanes avanzaron con cautela por lacaja a oscuras de la escalera. Sedetuvieron delante de la puerta. Surespiración era pesada, mientrascontaban lentamente, y luego derribaronla puerta. En el suelo, yacían siete rusosmuertos a balazos. Neist bajó al sótano y se quedódormido. A su alrededor, el espantoso

ruido de la batalla continuó sininterrupción. • • • El 24 de octubre, el teniente WilhelmKreiser, de la 100.ª División, celebrabasu veintiséis cumpleaños. Mientras sesentaba en una silla, un carro rusodisparó un obús que pasó entre suspiernas y estalló en la habitación de allado. Aunque ileso, Kreiser se acurrucóenfermo el resto de aquel día. A la mañana siguiente, entró en accióncontra Barricada, cuando la principallínea de resistencia se encontraba a lolargo del terraplén de la vía férrea.Kreiser dirigió sus pelotones a lospuntos de partida y aguardó a que los

Stukas le allanasen el camino. Cuandoéstos llegaron, sus bombas cayeron aunos doscientos metros delante de ellosy Kreiser tuvo que emplear varias veceslas bengalas de reconocimiento para quelos Stukas no atacasen a sus hombres. Apesar de la precisión del bombardeo, elataque fracasó. Después de cenar, Kreiser recibióórdenes para realizar otro ataque y, a lasdiez de la mañana del 26 de octubre,miles de cañones alemanes abrieron unfuego graneado contra las posicionesrusas. Kreiser nunca había oído o vistonada parecido. El cañoneo se prolongódurante hora y media. Luego se hizo elsilencio y en aquella quietud lossoldados alemanes se pusieron en pie y

corrieron al otro lado de las vías deltren y del despeñadero. Kreiser viobalas trazadoras con una trayectoriaarqueada procedente de la orilla y supoentonces que sus hombres habíanalcanzado su destino final: el Volga. Elteniente creyó que la guerra se terminabay los rusos estaban acabados. Pero seequivocaba por completo.

Soldados y carros alemanesavanzando hacia un núcleo fortificado enla parte céntrica de Stalingrado. Aturdidos por el bombardeo, lossoldados soviéticos se escondieron ensótanos y agujeros y esperaron a que elenemigo cruzara ante ellos. Losalemanes, situados en los riscos del

Volga, tenían ahora a los rusos detrás. Kreiser avanzó con varios pelotonespara ayudar a sus hombres atrapados enla orilla. Llegó hasta el edificiodemolido de una escuela, hizo que sushombres ocupasen tres de sus lados yavisó a la artillería. Pero los proyectilesantipersonales sólo rebotaban ante losgruesos muros. No se podían utilizartandas de grandes explosivos. Creyendo que el Cuartel generalmandaría más tropas hacia el Volga,Kreiser instaló el puesto de mando en unsótano para guardar patatas. Pero laayuda no llegó. Al caer la noche, losalemanes atrapados en el Volga setumbaron en el suelo y abrieron fuegocontra las figuras borrosas que les

rodeaban. Sólo unos pocossobrevivieron para retornar a suspropias líneas. El frente se estabilizó. Ninguno de losdos bandos tenía la fuerza suficientepara vencer. • • • El oficial de intendencia Karl Binderarribó también a Barricada aquel día.Acababa de llegar procedente del silodonde había tomado una parte de aquelprecioso trigo por el que murieron tantosen septiembre. En su camino de regreso,pudo percatarse de hasta qué puntohabía quedado destruida la ciudad. Casitodas las casas pequeñas y las cabañasde adobe habían sido destruidas. Vio a

civiles rusos sepultando cuerpos en losagujeros producidos por los obuses ycubriéndolos después. Binder tuvo elpresentimiento de que las cosasempeorarían. En Barricada se puso a mirar desde unpuesto de observación y contempló elcaos de tubos de hierro y cañonessemiacabados que yacían por losandenes del ferrocarril. Mientrascontemplaba fascinado todo esto, ungrupo alemán de combate avanzó al otrolado del terreno al descubierto y tomóuno de los vestíbulos de la fábrica. Searrastraron hasta las puertas y lasventanas, lanzaron dentro granadas demano y penetraron en el interior a lacarrera. Binder esperó a ver qué

ocurría, pero no salió nadie. Cuando regresó a su propio sector seencontró con el teniente coronel Codre,que le preguntó qué opinaba acerca de lasituación en Stalingrado. —Lo mismo que usted —gruñóBinder. Ahora sabía, al igual que Codre desdehacía unas semanas, que todo cuanto sehiciera en Stalingrado eracompletamente inútil. • • • Hersch Gurewicz hubiera estado deacuerdo. Dado de alta del hospitaldespués de su espantosa experiencia enla carretera de Seti, en agosto, se dirigióa Stalingrado a través de un puente para

peatones, alcanzando directamente unatrinchera situada al sur de la fábrica detractores. Casi inmediatamente, seordenó al teniente que llevara a cabo unataque. Mientras corría a través delespacio abierto, un alemán apareciófrente a él empuñando un rifle con labayoneta calada. Gurewicz empujó consu pistola la cara del hombre y disparó.Mortalmente herido, el alemán cayóhacia delante y clavó la bayoneta en lapalma de la mano izquierda deGurewicz. Tras lo que pareció un momentointerminable, el alemán resbaló hasta elsuelo y murió. Gurewicz se arrancó labayoneta de la mano y se dirigió a unhospital de campaña para que le

hicieran una intervención quirúrgica.Mientras se recuperaba allí, conoció auna enfermera, se enamoró y se acostabaa menudo con ella. Una vez vuelto a sucompañía, Gurewicz la encontraba cadavez que hacía rondas por el campo debatalla. Aquella frágil relación les hacíaa ambos soportable la vida. No la había visto durante varios díascuando recibió una citación parapresentarse en un puesto de socorrosituado cerca del Volga. La enfermerahabía sido herida y preguntaba por él.Gurewicz salió gateando de su trincheray se dirigió al río. Ella había pisado una mina y yacía allíante él, envuelta en vendajes. Miró confijeza el catre, deseando gritar pero

incapaz de emitir un sonido. Laenfermera era sólo un torso. Habíaperdido lo brazos y las piernas y seestaba muriendo. Durante muchosminutos, Gurewicz contempló aquellacosa momificada a la que él habíaabrazado y amado. Luego dio la vuelta yse fue tambaleando hasta su agujero quese encontraba próximo a la fábrica detractores. • • • A diferencia de Hersch Gurewicz,algunos rusos de Stalingrado nunca sedetenían a reflexionar acerca de lacarnicería diaria. Consideraban laasombrosa matanza como una cruzadapunitiva, una purga.

El capitán de comandos IgnatiChangar, un hombre de veintiún años, deensortijado pelo y gran nariz, habíallegado a la ciudad para llevar a cabo eltrabajo que mejor conocía: mataralemanes. Changar era un experto en lalucha de guerrillas y prefería operar conun cuchillo, una técnica que perfeccionóen los bosques de Ucrania, donde pasóvarios meses durante el primer año de laguerra. Había visto a los alemanes en supeor aspecto y la experiencia le afectóhondamente. Una vez, en las afueras de una aldea,contempló desde la linde del bosquecómo dos alemanes interpelaban a unamujer, la empujaban y le pedían que lesdiese su vaca. Cuando ella contestó que

otros alemanes ya se la habían llevado,le dieron de nuevo empellones. Comoella continuara protestando, lossoldados se apoderaron de su bebé, lecogieron cada uno por una pierna y lodesgarraron. En el bosque, el atónito Changarmaldijo y levantó su fusil, pero uncompañero lo derribó de un golpe y leconminó a que no revelase su posición.Durante los siguientes meses, mientrasChangar se retiraba a través de Rusia,los atormentados gritos de la afligidamujer le persiguieron. Hacia octubre de1942, mataba ya alemanes por el meroplacer de hacerlo. Ahora, durante diez días se había vistoenvuelto en una lucha peregrina. Al

ordenarle que ocupara un edificiosemidemolido situado al oeste de lafábrica Barricada, condujo allí acincuenta hombres sólo para hallarseante una considerable fuerza alemanaatrincherada en una gran estancia al otrolado de un vestíbulo de tres metros deanchura. No se podía atravesar el pasillo. Niuno ni otro bando se dieron prisa yChangar trató de estimar el número desus oponentes. Por el murmullo de lasvoces, juzgó que eran suficientes comopara tenerle en jaque. Pasaron los días. Los alimentos ymuniciones los entraban a través de lasventanas. Changar opinó que losalemanes estaban haciendo lo mismo y

ordenó que trajeran un equipo especial:picos, palas y setenta y cinco kilos dedinamita. Los rusos rompieron el cemento delsuelo y empezaron a hacer un túnel.Cavando dos a la vez, poco a pococonstruyeron un pasadizo debajo delpasillo. Para enmascarar el ruido de lasherramientas, cantaban canciones a vozen cuello. Los alemanes tambiénvociferaban canciones de vez en cuando.Changar pensó inmediatamente que elenemigo estaba también planeando volarel edificio. Al undécimo día, Changar ordenódetener las excavaciones. Tras colocarcuidadosamente la dinamita al final deltúnel, cortó una mecha y la colocó a lo

largo del sucio pasadizo hasta lahabitación principal. Los alemanes estaban cantando denuevo y alguien en el otro lado delvestíbulo había añadido una armónicacomo acompañamiento. Mientras sushombres entonaban una vigorosa balada,Changar prendió la mecha y voceó a losdos hombres que aún permanecían en elfoso «que corriesen como alma quelleva el diablo». Con la mecha chispeando, todos selanzaron por las bajas ventanas y sedispersaron a toda prisa al otro lado delpatio, pero la explosión se produjodemasiado rápidamente. Los lanzó alaire y los dejó caer con una fuerzapasmosa. El conmocionado Changar

miró atrás y vio que el punto fortificadose levantaba lentamente por los aires. Seexpandió hacia fuera y luego se rompióen cientos de pedazos. Una enorme bolade fuego surgió de los escombros. Se levantó y llamó a sus hombres.Sólo se habían salvado los dos hombresque estaban en el hoyo. Changar sepercató de que había cortado demasiadola mecha y quedó muy preocupado porsu error hasta el día siguiente, cuandovolvió para examinar su obra. Contótrescientas sesenta piernas hasta queperdió el interés y lo dejó, satisfecho deque ciento ochenta alemanes muertosconstituyeran el pago parcial de suequivocación.

• • • Más al sur, cerca de la fábricaOctubre Rojo, el francotirador VasiliZaitzev acechaba las líneas del frente.Ahora ya había matado casi a cienalemanes y le habían condecorado conla orden de Lenin. Su fama se habíaextendido por toda la Unión Soviética. Además, sus alumnos habían amasadoun número formidable de víctimas.Hombres como Víctor Medvedev yAnatoli Chéjov consiguieron que losalemanes temiesen asomar la cabezadurante el día. Y el tirador apostado enque se había convertido TaniaChernova, disparaba ahora el fusil conuna precisión infalible. Con su puntería

había matado a unos cuarenta alemanes yseguía refiriéndose a sus víctimas como«bastones». Pero Tania aún tenía muchoque aprender. Desde el último piso de un edificio,solía contemplar detrás de montones deladrillos el ir y venir del enemigo.Muchos otros aprendices defrancotiradores la acompañabanmientras ella observaba durante horas,siguiendo la pista a los alemanes que seescabullían por aquí y por allá entre lastrincheras. Tania y su pelotón losapuntaban con las miras telescópicascentradas en sus cabezas y corazones.Pero ninguno disparaba, ya que Zaitzevles había dicho que esperasen a obtenersu aprobación antes de revelar sus

posiciones. A Tania la orden la sacaba de quicio.Disgustada por haber perdido de esaforma muchos «bastones», se encontrabainquieta junto a la ventana echandomaldiciones por el retraso. Cuando unacolumna de infantes alemanes salió derepente al descubierto, chilló: «¡Fuego!»y la habitación llameó con los disparos.Tania asestó un tiro tras otro en losuniformes verdigrises y contó hastadiecisiete hombres muertos tendidos enel pavimento. Exultante, se acomodó enuna silla e intercambió felicitacionescon sus amigos. Pero no tuvo en cuenta aalgunos alemanes, que se arrastraronhasta sus líneas con las coordenadasexactas del escondite de Tania. Al cabo

de unos minutos, una sucesión decañonazos aplastó el edificio donde seencontraban los rusos. Tania abandonó alos muertos y corrió a decir a Zaitzev loque había ocurrido. Cuando oyó el enloquecido relato dela muchacha, Zaitzev la abofeteó contoda su fuerza, censurándola por suestupidez. Le dijo que sólo ella era laresponsable de las muertes de susamigos. Afligida por su culpabilidad yespantada ante la ira de Zaitzev, Tanialloró durante horas. • • • En la parte central de Stalingrado, laguerra continuaba inactiva. Delante delpunto fortificado de Jacob Pávlov, los

cuerpos en descomposición atestiguabansu feroz defensa de la casa de pisos enla que se había introducido un mes antes.Los alemanes les dejaban tranquilosdurante breves períodos; pero siemprevolvían. Entre las batallas, Pávlovinstalaba un puesto artillero en el cuartopiso, protegiéndolo con francotiradoresque operaban durante el día paramantener a raya a los alemanes de abajoy ponerles nerviosos. En los mapas decampaña del Cuartel general del 62.°Ejército la casa en la tierra de nadie eraahora denominada Dom Pávlov (CasaPávlov) y se convirtió tanto en un puestofortificado integral como en un punto dereferencia. Las tropas llevaban a caboobservaciones diciendo que los

alemanes se estaban desplazando adoscientos metros al oeste de la CasaPávlov o que los carros alemanes habíansido vistos a cien metros al norte de laCasa Pávlov. En el puesto de mando delgeneral Rodimtzev, en un destrozadomolino, a cien metros del Volga, suEstado Mayor contemplaba el duelonocturno de balas trazadoras alrededorde aquel puesto avanzado yexperimentaba una oleada desatisfacción. Se habían excavado túnelessubterráneos en varias direccionesdesde la casa y Pávlov, el rechoncho ysencillo campesino, actuaba cada vezmás como un comandante de divisióncuando radiaba información. Una vez

que Rodimtzev le otorgó el nombrecifrado de «Faro», se deleitó con surecién descubierta importancia.

CAPÍTULO XIII

El 27 de octubre, en el Cuartel generalde la 376.ª División en el flancoizquierdo del VI Ejército, los generalesPaulus y Schmidt se hallaban sentadosmientras oían a un agitado y nerviosooficial del servicio de información.Permanecían atentos porque el joventeniente Karl Ostarhild les predecía uninminente desastre. A pesar del respetoque le imponía la presencia de tanilustres superiores, Ostarhild lesinformó con el tono confiado de quienposee un absoluto dominio de lamateria. Había pasado semanasreuniendo los datos proporcionados por

aviones de reconocimiento, prisioneros,observaciones visuales e interferenciaspor radio y no tenía ninguna duda acercade su información. —Hemos visto gran cantidad dehombres y material que se concentrabanen la región de Klátskaia —dijoOstarhild, bosquejando el peligro en elNorte—. Hemos llevado a cabo susórdenes de efectuar el reconocimientode esta concentración... Se trata de unEjército de ataque, armado hasta losdientes y de una envergaduraconsiderable. Poseemos informaciónacerca de las unidades, su armamento,de dónde proceden, incluso los nombresde sus comandantes. También sabemossus planes de ataque, que se prolongan

hasta el mar Negro. Aparentando impasibilidad, Pauluspidió bruscamente los documentospertinentes. Cuando acabó de leerlos,preguntó: —¿Conoce nuestro servicio secretoesa información? Informado por Schmidt de que así era,aunque con menos detalles, Paulus dijo asus preocupados asesores que pediríamás reservas para reforzar la defensa. Después de partir Paulus, el frustradoOstarhild volvió a sus mapas. Habíahecho todo lo posible para alertar a los«cerebros» del VI Ejército, pero sepreguntaba si habían realmente captadola enormidad del peligro. De regreso en Golubinka, el general

Paulus lanzó a sus tropas una proclamafuera de lo corriente: 1. La ofensiva de verano y de otoñoha terminado con éxito tras la toma deStalingrado... el VI Ejército hadesempeñado un significativo papel almantener a raya a los rusos. Lasacciones del mando y de las tropasdurante la ofensiva quedarán en lahistoria como una páginaespecialmente gloriosa. 2. El invierno se aproxima... los rusossacarán partido de ello. 3. Es improbable que los rusosluchen con la misma fuerza que elinvierno anterior... Tras oír la información de Ostarhild,

Friedrich von Paulus se paseabasilbando por el camino que pasaba juntoal cementerio. Pero, en realidad, estabaaterrado por el baño de sangre quehabían sufrido sus soldados y disgustadoconsigo mismo por no haber tomadotodo Stalingrado en septiembre. Sinembargo, continuaba manteniendo unalucha a muerte entre las ruinas a lo largodel Volga, mientras confiaba en queHitler protegería sus flancos. Sin embargo, el 1 de noviembre sufrióotro ataque severo por parte del«abogado del diablo» de la Luftwaffe,cuando el general de la fuerza aérea,Freiherr von Richthofen, se enfrentó denuevo con él en Golubinka. Richthofense quejó de que la infantería no se

aprovechara de la ayuda que lesbrindaban los bombarderos Stukas yJunkers y el acosado Paulus adujo queandaba escaso de hombres y municiones. El general de la Luftwaffe rechazó larefutación diciendo que emplearía suinfluencia personal para obtener losabastecimientos necesarios. Luegocontinuó en plan de amonestación: —La explicación real hay quebuscarla en el cansancio tanto de lastropas como del mando y en el rígidoconservadurismo del Ejército, que aúnacepta sin recato a mil hombres en lalínea del frente de unas reservas de docemil, lo cual lleva a los generales acontentarse con sólo dar órdenes... Negándose a enzarzarse en una

discusión a gritos, Paulus rechazó elataque de Richthofen y repitió con calmasus evidentes deficiencias en personal ymunicionamiento. El dominio de símismo de que hizo gala Paulus fue unerror, pues Richthofen voló a su baseconvencido de que aquél sabía queestaba equivocado, pero no queríaadmitirlo. • • • Al norte del Don, las fuerzas rusascontinuaban su concentraciónprogresiva. Se desplazaban de noche, enlargos trenes procedentes del área deMoscú y de los Urales, transportandomás de doscientos mil soldados. Laartillería pesada, cientos de carros y

casi diez mil caballos fueron llevadosen plataformas en la línea férrea de víaúnica que se dirigía a los puntos dereunión de Serafimóvich y Klátskaia,ciento sesenta o doscientos kilómetros alnoroeste de Stalingrado. Los oficialespolíticos rusos trabajaron infatigablespara infundir fanatismo a las tropas.Cada nuevo soldado permanecía enposición de firmes ante la bandera de suregimiento y recibía su arma durante unaceremonia formal. Se cantabancanciones marciales y los oficiales delpartido leían discursos acerca de lanecesidad de la devoción a la patria.Impresionados por aquella pompa, lamayoría de los soldados volvían a susunidades «armados espiritualmente hasta

los dientes». A medida que hombres y materialavanzaban inexorablemente hacia elfrente, los alemanes no podían dejar denotar sus rostros. Los desertores rusoscontaban a los asombradosinterrogadores la llegada de divisiones yejércitos no sólo al Don, sino también alsur de Stalingrado frente al IV Ejércitode Carros alemán, en el sector deBeretovka y del lago Tsatsa. Losoficiales del servicio secreto, comoKarl Ostarhild, unieron esos informes,apoyados en observaciones visuales einterferencias telefónicas y llegaron auna conclusión obvia: el enemigo estabaa punto de atacar los dos flancos. Los aliados «títeres» del Eje

empezaron a dar la alarma. Hacia lasegunda semana de octubre, el IIIEjército rumano había acabado deponerse en posición a lo largo del flancoizquierdo del VI Ejército. Casiinmediatamente, el servicio deinformación rumano comprobó lo que elteniente Karl Ostarhild le había dicho aPaulus. Cuando el general rumanoDumitrescu quiso saber qué iba a hacerel Ejército alemán al respecto, el asuntofue transmitido a Prusia Oriental paraobtener una respuesta de Hitler.Entretanto, el aguileño Dumitrescuplanteó otro asunto. Su Ejército se habíavisto forzado a hacerse cargo de algunossectores formalmente protegidos por lositalianos y cada una de sus siete

divisiones debía ahora cubrir espaciosde frente de treinta kilómetros. Conescasas reservas para apoyar a esasunidades tan extendidas, Dumitrescucreía que la situación presente revestíaun riesgo intolerable. Cuando protestóante los alemanes, le respondieron quedebía apañárselas con ese problema. • • • En Stalingrado, Vasili Chuikov dirigíasu propia guerra desde un nuevo einvulnerable puesto de mando. Losataques alemanes a las fábricas, enoctubre, le habían obligado a abandonarsu Cuartel general en el plazo de sietesemanas. Con su refugio de trincherasreducido a maderas humeantes, tuvo que

retirarse hacia el sur a lo largo delVolga a la retaguardia de la 284.ªDivisión, donde los ingenieros acababande abrir un túnel en forma de T en losriscos de la orilla occidental para alojarlas oficinas del Estado Mayor de laDivisión. Habían taladrado diez metrosen la roca y se encontraba a unos docemetros de la superficie. Inmediatamentelo requisó y se trasladó al mismo. Si al fin había conseguido unsantuario, ésta era su única comodidad,pues su Ejército era casi inexistente. Lalucha cuerpo a cuerpo en las fábricashabía destruido batallones, regimientose incluso divisiones enteras. La 95.ªDivisión del coronel Gorishni habíasido repartida en otras unidades. Los

escasos hombres de la 37 de la Guardiade selección de Zholudev fueron a pararal 118.° regimiento de la 138.ª Divisióndel coronel Iván Ilich Liudnikov.Liudnikov recibió también algunasinsignificancias procedentes de la 308.ªDivisión de Gurtiev, que sufrió unacarnicería en la fábrica Barricada. Deaquellos grupos que llegaron aStalingrado con ocho mil hombres, sóloquedaron unos cientos para luchar a lasórdenes de nuevos comandantes. Gracias a su servicio de información,Chuikov sabía que Paulus estabaplaneando llevar a cabo otra ofensivacontra las fábricas. En aquel momento,la 44.ª División, la famosa Hoch undDeutschneister austríaca, se estaba

desplazando al otro lado de lasposiciones de retaguardia alemana endirección noreste. Su destino era lafábrica Barricada. Para contrarrestaraquella amenaza, Chuikov reorganizódesesperadamente a sus tropas, mientrasllamaba al otro lado del río para pedir aYeremenko más ayuda. Pero en el Cuartel general del Frentede Stalingrado estaban muy atareadosdirigiendo tropas y suministros hacia laregión le Beretovka, al sur deStalingrado, para la preparación delcontraataque. Durante la conversación,el general Yeremenko previno aChuikov de que debía mantenerocupados a los alemanes en la ciudad afin de que Paulus no pudiera trasladar

sus fuerzas a los flancos.

El coronel Iván Liudnikov, tenazcomandante de División que mantuvoacorralados a los zapadores alemanesdetrás de la fábrica Barricada. La orden de Yeremenko respondía auna pregunta que Chuikov se habíahecho a sí mismo algunas veces. ¿Porqué los alemanes no reforzaban susflancos? En la orilla derecha del Volga,la concentración artillera rusa que habíaapoyado tan bien al 62.° Ejército deChuikov durante las últimas semanas,disminuyó de modo notable, mientras elAlto Mando soviético retiraba bateríaspara utilizarlas en otra parte. Desde queChuikov se había enterado de ladisminución de la potencia de fuego,

imaginó que los alemanes tambiéndebían haberse dado cuenta de ello, y,por lo tanto, habrían extraído unasconclusiones semejantes acerca deaquella retirada. También se enteró de bastantes máscosas, de algo más perturbador. Habíanempezado a aparecer trozos de hielo,procedentes de capas heladasrecientemente. Su aparición dio laalarma en el Cuartel general del 62.°Ejército. Hasta que el hielo no cesara demoverse y se formara un sólido puentecon la orilla de enfrente, los buques deabastecimiento no podrían navegar entrelos rápidos témpanos. Una situaciónsemejante sería desastrosa para losrusos en Stalingrado.

CAPÍTULO XIV

El 25.° aniversario de la Revoluciónbolchevique se celebró el 7 denoviembre y José Stalin habló a supueblo para decirle que ocho millonesde alemanes habían muerto en la «Granguerra patriótica». Aunque aquella cifrahabía sido abultada en más de seismillones, otra observación que hizoresultó más exacta. El primer ministroprofetizó: «Pronto habrá también unafiesta en nuestras calles.» Pero el pueblo ruso, mientras llorabalas muertes de millones de parientes enlos pasados diecisiete meses de guerra,veía pocas razones para prever una

«fiesta». Hambrientos y cansados,únicamente alentados por el hecho deque los alemanes no se habíanapoderado ni del Cáucaso ni deStalingrado, los rusos no se hacíanilusiones de que hubiera nada que leshiciera tener ganas de reír y bailar denuevo. • • • En Alemania, los nueve años del IIIReich también tuvieron su aniversario.En Munich, en la Löwenbräukeller, losobreros colgaron enormes banderas conesvásticas en los arcos del vestíbuloprincipal. Macizas águilas doradascolgaban por encima de la tribuna de losoradores en el escenario lleno de flores.

Resonaban los pasos de los oficiales,que supervisaban nerviosos lospreparativos para el acontecimiento degala. Se inquietaban por pequeñosdetalles y arengaban a todos acerca delo necesaria que era la perfección. PuesAdolfo Hitler era el invitado de honor ydebía reunirse con sus antiguos amigospara rememorar los días del putsch delas cervecerías en 1923. Su tren especial rociaba a través delpaís montañoso de Turingia. Llevabamucho retraso. Las incursiones aéreasde los aliados habían destrozado lasvías y frecuentemente le impedían elpaso trenes con tropas. Durante la nochedel 7 de noviembre, Hitler discutía lasnoticias más importantes del día con sus

ayudantes en su coche restaurante.Ciertos agentes habían informado quedesde España los convoyes aliadosestaban cruzando el estrecho deGibraltar hacia el Mediterráneo. Nadieconocía su destino, pero Hitler estabafascinado ante la audaz maniobra. Comosi fuese una parte desinteresada, intentóproyectarse en los planes de losAliados. Mientras servían la cena en unservicio de exquisita porcelana china, eltren se detuvo una vez más en unapartadero. Unos metros más allá,aguardaba un tren hospital y desde sushileras de camillas, los soldadosheridos miraban curiosos la brillante luzdel comedor donde Hitler se hallaba

inmerso en la conversación. De repente,vio aquellas caras que le contemplabanrespetuosamente. Encolerizado, mandóque corriesen las cortinillas, sumiendo asus heridos guerreros en la oscuridad desu sombrío mundo. A lo largo de toda la noche, mientrassu tren atravesaba los pulcros camposde Baviera, Hitler fantaseaba respectode los planes del enemigo y concluyóque, si él fuera ellos, ocuparía Romainmediatamente. ¿Qué podía detenerlos?Pero cuando se fue a la cama poco antesde amanecer, las tropas americanas ybritánicas estaban desembarcando enMarruecos y Argelia. Su objetivo erallevar a cabo una unión con el VIIIEjército británico del general Bernard

Montgomery, que acababa de triunfarsobre Rommel en El Alamein, Egipto. Al día siguiente, Hitler desechóaquellas desastrosas noticias y entró enla Löwenbräukeller de Munich entreroncos rugidos animales de homenaje.Entre sus antiguos compinchesbebedores de cerveza, que salmodiabanlas palabras de la canción del partidonazi, «Horst Wessel !» se regocijó anteaquella oportunidad. Llevando el uniforme de los «camisaspardas», con un brazalete con unaesvástica adornando su brazo izquierdo,permaneció arrogantemente en laplataforma y aceptó el saludo: «SiegHeil! Sieg Heil! Sieg Heil!» Luego, elFührer se lanzó a un conmovedor

discurso. Atacó a los ingleses: «Podránver... que el espíritu de inventiva alemánno está ocioso y obtendrán una respuestaa las incursiones aéreas sobre Alemaniaque les quitará el aliento». Se burló delos desembarcos en África: «El enemigose mueve de un lado para otro, pero loque importa es el resultado final y éstenos corresponde a nosotros.» Cuando habló acerca de Stalingrado,se volvió casi frívolo: —Deseo sólo considerar (y ya sabéisque somos modestos) lo que realmentetenemos. Sólo quedan allí sin ocuparunos pequeños lugares. Pero los otrosdicen: «¿Por qué no hacen másprogresos?» Porque no deseo crear unsegundo Verdón... sino que prefiero

llevar a cabo la tarea con pequeñasunidades de choque... Sus camaradas atronaron elLöwenbräukeller con sus aclamaciones. • • • El general de la Luftwaffe Freiherrvon Richthofen había sido el instrumentopara que se lanzasen aquellas «pequeñasunidades de choque» sobre Stalingrado.Tras su diatriba contra Paulus, hizotomar parte al general Jeschonek y lepersuadió para que influyese en Hitler yéste permitiera que el asalto final lollevase a cabo la selección de losingenieros de combate. El Führer semostró pronto de acuerdo respecto a suempleo y se convenció de que aquellos

refuerzos eliminarían toda resistenciasoviética organizada a lo largo de laribera del Volga. Así, mientras viajabapara reunirse con sus camaradas deMunich, los cinco batallones de«zapadores» fueron convocados ytuvieron que hacer a toda prisa elequipaje para viajar hacia Stalingrado. Cerca de Vorónezh, a cuatrocientoscincuenta kilómetros al oeste de laciudad, el cocinero Wilhelm Giebelercargaba su equipo de cocina en un tren.A su alrededor, las tropas del 336.°batallón rezongaban ruidosamente sobresu nuevo destino mientras comprobabansus lanzallamas, metralletas y bolsas decargas de dinamita. Giebeler había oídoya antes sus quejas, sobre todo durante

los preparativos de algún «trabajosucio» especial. Pero dado que loszapadores eran unos consumadosprofesionales de las luchas en las calles,no le preocupaba su moral ni albergabaninguna duda respecto de su éxito en elVolga. • • • Cuando el 336 llegó a Stalingrado, elcomandante Josef Linden estaba allípara recibirlos. Nombrado para aquellaoperación por el zapador jefe, elcoronel Herbert Selle, Linden debíapresentarse en el Punto X el 7 denoviembre a las nueve horas. El Punto Xestaba exactamente al otro lado de lacalle de la fábrica Barricada y, una vez

allí, el comandante reconoció el terrenoentre la fábrica y el Volga. Hasta aquelmomento nunca había visto unaubicación tan horrible para una batalla.«Retorcidos paneles de acero arrugadoque colgaban sueltos y los cualesentrechocaban horripilantemente con elviento... una perfecta confusión de trozosde hierro, tubos de cañones, vigas en T,profundos cráteres... sótanosconvertidos en puntos fortificados... ysobre todo ello un crescendo perpetuode ruidos procedentes de cañones ybombas de todos los tipos.» Dentro de la misma Barricada, elcomandante Eugen Rettenmaier, quehabía regresado después de dos semanasde permiso en Alemania, revistaba a sus

cuatro compañías y comprobaba quesólo quedaban treinta y siete hombres decuatrocientos soldados. A sus preguntasacerca de aquellas pérdidas, siemprerecibía las mismas respuestas en todaspartes: muertos, heridos, dados pormuertos. Al cabo de unas horas, un batallón dezapadores de seiscientos hombres llegóal sector de Rettenmaier. Los otroscuatro batallones se diseminaron a lolargo de la principal línea de resistenciay se prepararon para un asaltocoordinado a la zona situada detrás de lafábrica Barricada, junto al Volga. El comandante Rettenmaier escuchóatentamente su extraordinaria sesión deentrenamiento preliminar. Había que

tomar dos puntos rusos fortificados: uno,el taller químico en el lado izquierdo deuna hilera de casas parcialmenteintactas; el otro, la Casa del Comisario,o «Casa Roja», unos cientos de metrosal oeste del taller de química y máspróxima a la orilla del Volga. La CasaRoja, una tosca fortaleza de ladrillos,dominaba el terreno algo inclinado. Los zapadores hicieron preguntasacerca de los edificios y la pendiente alo largo del río. Eran enérgicos yactuaban como si aquello fuera unnegocio, pero cuando Rettenmaier y losotros trataron de explicarles que, enStalingrado, los rusos combatían unaclase de guerra muy diferente, que seescondían en sótanos y empleaban las

alcantarillas para obtener ventajas, loszapadores dijeron que ya habían vistocosas peores, en lugares comoVorónezh. Ya estaban preparados paraaquellas tácticas. Después de medianoche del 9 denoviembre, los grupos de combate sereunieron en los talleres de maquinariade la fábrica Barricada. Tensos bajo elpeso de la carga, bolsas, palas, granadasy las cananas, caminaron pesadamente através de la oscuridad hasta sus puntosde partida. En algunas grandes estancias delextremo oriental de la fábrica,aguardaron la señal para irrumpir enterreno al descubierto. Algunos hombresfumaban furtivamente. El sargento Erns

Wohlfahrt era un nervioso espectador.Prisionero virtual en la fábricaBarricada durante meses, no envidiaba alos zapadores su tarea. Él mismo habíapermanecido muchos días escondidodetrás de paredes de ladrillo, temerosode levantar la cabeza. Los rusos nunca lehabían permitido sentirse seguro y erapesimista acerca de la batalla que iba acomenzar, a pesar de la engreídaconfianza que en sí mismos tienen loszapadores.

Panzer alemán disparando contra lacolonia obrera en la sección norte deStalingrado. Luego una horrísona explosiónenvolvió la estancia adjunta. Se oyerongritos y Wohlfahrt se apresuró hacia allíy se encontró ante dieciocho zapadoresmuertos a causa de una trampa explosiva

de los rusos. Los supervivientesquedaron dominados por el miedo. A las 3.30 de la madrugada, el fuegode la artillería alemana pasó arriba yabajo de las líneas rusas, provocando sucontrafuego. Cuando comenzó elcañoneo alemán, los zapadoresavanzaron hacia el espacio abierto,iluminados por las horripilantesllamaradas de los fogonazos de loscañones. Viéndolos cruzar a través deaquellos cráteres de paisaje lunar, elcomandante Rettenmaier les deseó ensilencio buena suerte. El taller de química fue tomado sinproblemas. Pero en la Casa delComisario, los zapadores cayeron enuna trampa. Todas las salidas habían

quedado tapadas por los escombros y,desde estrechas mirillas, los rusosdisparaban con mortal puntería. Más alsur, el 576.° regimiento alcanzórápidamente el Volga, pero los rusos sesostuvieron de nuevo, deslizándose encuevas y hendiduras y los zapadoreshicieron rodar series de granadas. Losexplosivos rebotaron inofensivamentepor los claros y hacia el Volga. A la mañana siguiente, cuando loszapadores del 50.° batallón irrumpieronal fin en la Casa del Comisario, losrusos corrieron a los sótanos. En sufrenesí, los alemanes rompieron elpavimento, colocaron bidones degasolina y prendieron fuego. Luegopusieron bolsas de cargas de dinamita y

las hicieron explotar. También selanzaron cartuchos de humo para cegar acualquiera que pudiera salvarse de lascargas explosivas y de las llamas. Vistadesde el exterior, la casa rezumabahumo. Las detonaciones sacudieron elsuelo mientras el sótano estallaba bajolas cargas. Se mandó entonces unmensajero a través del campo de batallapara decir al comandante Rettenmaierque la Casa del Comisario había caídoen manos alemanas. Pero, al borde del Volga, losingenieros que alcanzaron la línea de laorilla el día anterior descubrieron quehabían obtenido una victoria pírrica. Delgrupo de los de la ribera, sólo unhombre no estaba herido. Una numerosa

patrulla acudió a prestarles ayuda y,antes de tres horas, se vio reducida atres hombres. • • • El coronel Herbert Selle habíaconfiado mucho en que los zapadorespodrían tomar las últimas porciones deldisputado terreno de Stalingrado. Sinembargo, al cabo de pocos días seenteró de la verdad. Los cincobatallones, que contaban con casi tresmil hombres, habían perdido una terceraparte de sus fuerzas. Selle dio la ordende reunir a los restos de los batallones yformar con ellos un efectivo grupo decombate para ulteriores ataques. En una carta a su familia, reconoció

aquel trágico derroche: «Habrá muchaslágrimas en Alemania... Dichoso el queno sea responsable de esosinjustificados sacrificios.» Para Selle,Stalingrado no merecía aquel precio.Tenía conciencia de que la batalla habíadegenerado en una lucha personal entrelos egos de Stalin y Hitler. De todos modos, los zapadores habíaninfligido a los rusos un duro golpe. La138.ª División del coronel IvánLiudnikov había sido atrapada en laorilla y defendía una pequeña faja deterreno de sólo cuatrocientos metros deanchura y cien de profundidad. Enfrentede ellos yacían los muertos del 118.°regimiento, que se habían enfrentado conlos zapadores en terreno abierto y en

unas hileras de casas parcialmentedestrozadas. Sólo seis de sus doscientoscincuenta soldados pudieron lograr salirde aquella cuña. Las fuerzas deLiudnikov contaban ahora con sólovarios cientos de hombres y mujerescapaces de resistir, y radiaron al Cuartelgeneral del 62.° Ejército una demandade ayuda. • • • En Moscú, el Estado Mayor generalproseguía su estrategia. Muy contentosde que los alemanes continuasen fijandosu atención en las ruinas próximas a laorilla del Volga, la STAVKA dirigía losmovimientos de hombres y suministroshacia los flancos.

También solicitaron nuevainformación a sus redes de espionaje: 11 de noviembre de 1942. A Dora: [Red de Lucía en Suiza]. ¿Dónde se hallan situados lospuestos de defensa de la retaguardia delos alemanes al sudoeste deStalingrado y a lo largo del Don?¿Existen posiciones defensivasconstruidas en los sectores deStalingrado-Klátskaia y enStalingrado-Kalach? ¿Quécaracterísticas tienen...? EL DIRECTOR De este modo los rusos reunieron casitoda la información que necesitaban.

Parte de ella fue recogida a través deobservaciones personales del dirigenteprincipal, Gueorgui Zhúkov, quecablegrafió a Stalin sus impresiones delfrente: Número 4657. 11 de noviembre de 1942. He estado dos días con Yeremenko.He... examinado las posiciones de losenemigos situadas enfrente de losEjércitos 51 y 57... He dadoinstrucciones para reconocimientosulteriores y trabajado con el plan deoperaciones sobre la base de lasinformaciones obtenidas... es urgenteque los Ejércitos 51 y 57 sean provistosde trajes de invierno y municiones

antes del 14 de noviembre. KONSTANTINOV [Nombre cifrado de Zhúkov] Finalmente, el Alto Mando alemánhizo unos movimientos para proteger susflancos. El 48.° Cuerpo Panzer,estacionado a más de setenta y cincokilómetros al sudoeste de laamenazadora cabeza de puente rusa enKlátskaia y en Serafimóvich, en el Don,recibió órdenes prioritarias para que sedesplazara hacia el sector amenazado. Mandado por el teniente generalFerdinand Heim, un íntimo amigo yantiguo ayudante de Paulus, el 48retumbó por las carreteras y seencaminó hacia el noreste. Pero sólo

unos pocos kilómetros después de supartida, la columna terrestre tuvo quehacer un alto cuando varios carrosempezaron a arder. En otros, losmotores comenzaron a fallar y al fin senegaron completamente a funcionar. Losapresurados mecánicos se precipitaronsobre las máquinas y enseguidaencontraron una respuesta. Durante lassemanas de inactividad detrás de laslíneas, los ratones campestres se habíanintroducido dentro de los vehículos ydevorado las cubiertas aislantes de lossistemas eléctricos. Muchos díasdespués del horario previsto, el 48.°Cuerpo entró al final renqueante en susnuevos cuarteles. Estaba casi totalmenteparalizado. De los ciento cuatro carros

de la 22.ª División Panzer, sólo cuarentay dos estaban listos para entrar encombate. Nadie notificó a Hitler elestado de sus reservas. • • • El general Richthofen hizo lo que pudopara hostigar los preparativos rusos.Envió sus aviones a las zonas de lascabezas de puente de Klátskaia ySerafimóvich para atacar las líneasférreas y las concentraciones de tropas.Pero los rusos comenzaron a cruzarsobre el escasamente helado Don pormedio de pontones, algunos de loscuales estaban a treinta centímetros pordebajo de la superficie del río, pararesguardarse del preciso fuego artillero

y de los bombarderos en picado. En su descorazonamiento y frustración,Richthofen confió sus temores a suDiario: 12 de noviembre. Los rusos estánresueltos a llevar adelante suspreparativos de una ofensiva contra losrumanos... Ahora están concentrandosus reservas. Me pregunto cuándoatacarán... Están empezando a hacer suaparición los cañones en losemplazamientos de la artillería. Sólotengo la esperanza de que los rusos noabran zanjas muy grandes en lastrincheras... En la estrecha cuña de terreno en el

Volga, la 138.ª División del EjércitoRojo consiguió conectar por radio conel Cuartel general del Ejército situadorío abajo. El coronel Liudnikov hablóabiertamente, sin usar lenguaje cifrado.Ni Chuikov ni él mencionaron el nombredel otro. Chuikov le prometió ayuda,pero no tenía idea de dónde podíaconseguirla. Liudnikov comprendió el apuro de susuperior. Sólo tenía que mirar detrás deél, a los bloques de hielo que se movíanaguas abajo del río, para percatarse deque el mismo Chuikov se enfrentaba condificultades. Los buques no podíannavegar a través de los témpanos.Estaban destrozados todos los puentespara peatones y los suministros se

habían cortado drásticamente. Agazapados a los lados del barrancodonde se guarecían los restos mandadospor Liudnikov, cuatro hombres,conocidos por sus camaradas como elgrupo Rolik, desafiaban a los zapadoresalemanes. Cuando los alemanes secolgaban sobre la abrupta orilla yarrojaban bolsas con cargas de dinamita,los hombres de Rolik cortaban loscables que colgaban ante ellos y losexplosivos caían al Volga. El grupodisparaba contra los nazis mientras loshombres de Liudnikov oían con atenciónlos ruidos de la batalla. Si los Rolikestaban silenciosos, «todos temblaban».Cuando el tiroteo se reanudaba seescuchaban gritos: «¡Los Rolik

disparan! ¡Los Rolik disparan!» Laconsigna pasaba de trinchera entrinchera y los rusos cobraban nuevosalientos. El 14 de noviembre, Chuikov informóal Cuartel general del frente: «Ya nollegan barcos. Hace tres días que no seproducen entregas de abastecimientos.No se han podido transbordar refuerzosy nuestras unidades están abocadas a unaextrema escasez de municiones yprovisiones. Los hielos flotantes hancortado completamente lascomunicaciones con la orilla izquierda.»

CAPÍTULO XV

El 15 de noviembre, el periódico DasReich publicó un artículo del doctorJoseph Goebbels, el ministro depropaganda de Hitler, que señalaba unsignificativo cambio de pensamiento.Goebbels había decidido preparar alpueblo alemán ante cualquiereventualidad, incluyendo un desastre enRusia. «Hemos lanzado la existencia nacionalen la balanza —escribió—. Ya nopodemos echarnos atrás.» Mientras tanto, los mariscales Zhúkovy Vasilevski hacían de lanzadera entrelos frentes de Moscú y Stalingrado.

Estudiaban el terreno, observaban conespecial atención los objetivos artillerosy las concentraciones de tropasalemanas y se reunían con sus generalespara mejorar las tácticas. Durante la visita de Zhúkov al puestode mando del general Vatutin, en lascabezas de puente del río Don, enSerafimóvich y Klátskaia, Stalin lemandó un importante telegrama: 15 de noviembre de 1942 Camarada Konstantinov: Puede señalar la fecha móvil paraFedorov e Ivanov [las ofensivas deVatutin y Yeremenko] cuando lo creamás adecuado y hacerme saber cuándoregresará a Moscú. Si cree necesario

que uno u otro avancen uno o dos díasantes o después, le autorizo para quedecida esta cuestión de acuerdo con sumejor juicio. VASILIEV [nombre cifrado de Stalin] Zhúkov y Vasilevski inspeccionaronsus preparativos en ambos frentes yacordaron empezar el contraataque en elsector norte el 19 de noviembre y en elsector sur un día después. Stalin aprobóeste plan sin hacer ningún comentario. La Operación Urano empezaría antesde noventa y seis horas. • • • Desde Obersalzburg, donde habíadescansado tras el discurso en la

cervecería, Adolfo Hitler radió unmensaje al Cuartel general del VIEjército en la estepa: Conozco las dificultades de la batallade Stalingrado y de la pérdida detropas. Con los hielos flotando por elVolga, sin embargo, los agobios serángrandes para los rusos. Haciendo usode este lapso conseguiremos despuésuna carnicería. Espero, por tanto, queel Mando Supremo, cuya energía hasido repetidamente probada, y lastropas, con su valor tantas vecesdemostrado, harán un esfuerzosupremo para penetrar a través delVolga y de los talleres metalúrgicos yla fábrica de cañones y que ocuparán

esas zonas de la ciudad. De acuerdo con las órdenes de Hitler,los zapadores volvieron arriba y abajodel Volga e intentaron arrollar lafanática defensa que se llevaba a cabodetrás de la fábrica Barricada. Labatalla duró todo el día y, por la noche,los biplanos soviéticos llegaron al río asólo quince metros de altura y sedetuvieron en el aire sobre la posiciónde Liudnikov. Un círculo de fogatasencendidas por los acorralados rusosiluminaba la pequeña zona en la cual sepodían lanzar con seguridad lossuministros. Pero cuando los pilotos sepreparaban para descargar fardos dealimentos desde las abiertas carlingas,

los alemanes encendieron otra cadena defogatas para despistarlos. Como lospilotos eran incapaces de calcular laextensión del territorio de Liudnikov, lamayor parte de los suministros arrojadoscayeron en las líneas alemanas o sehundieron en el Volga. • • • En una cocina de campaña en laretaguardia, al oeste de la fábricaBarricada, el cocinero WilhelmGiebeler aguardaba noticias de su 336.°batallón. Desde que había comenzado labatalla en el distrito fabril, un amigo,que hacía de mensajero, le había tenidoinformado acerca de las acciones en elfrente. El primer día, regresó y le contó

que todo iba bien; al siguiente, regresócon fotos, cartas y otros efectospersonales de hombres que Giebelerhabía conocido a fondo. Le dijo alcocinero que las enviara a sus familiaresmás próximos. Ahora, Giebeler teníacentenares de legajos para mandar porcorreo a Alemania. Mientras oía la sinfonía de obuses ygranadas que estallaban hacia el este,echó una ojeada a las cartas y las fotos yesperó a que su amigo hiciera su visitanocturna. Pero el hombre no apareció.Giebeler no volvió a verle, ni a ningúnotro de los soldados del 336.° batallón. • • •

El general Von Richthofen no se habíadado por vencido en sus querellas con elCuartel general del VI Ejército. En unaconversación telefónica con el jefe deEstado Mayor Kurt Zeitzler enRastenburg, durante la noche del 16 denoviembre, el jefe de la Luftwaffeestalló: —Tanto el mando como las tropas sontan apáticos... que no iremos a ningunaparte... Que luchen o, de lo contrario,abandonemos el ataque. Si no podemoshacernos con la situación ahora, cuandoel Volga está bloqueado y los rusosatraviesan realmente momentos difíciles,nunca seremos ya capaces de hacerlo.Los días cada vez son más cortos y eltiempo empeora constantemente.

Zeitzler se mostró de acuerdo. Efectivamente, el tiempo habíaempezado a empeorar. Cambió de unmodo dramático, como siempre sucedeen la estepa, que sólo conoce un extremou otro: luz u oscuridad, abundancia ohambre, un calor cruel o un fríoentumecedor, vida o muerte: todo onada. El tiempo cálido había durado hastaoctubre; luego se volvió frío de la nochea la mañana. Al principio, las lloviznasempaparon las llanuras. Después, lasráfagas de nieve azotaron la áridaplanicie. La hierba de la estepa sevolvió parda y se agostó. Los hombressituados en lugares abiertos se subíanlos cuellos para protegerse del frío. El

cielo ya no se iluminaba con coloresiridiscentes; ahora era sombrío, gris,amenazador. Presagiaba el invierno. • • • Los oficiales de Intendencia del VIEjército aprendieron una amarga lecciónel año anterior y habían escudriñado lasnumerosas balkas que atravesaban lallanura. En los costados de esosprofundos barrancos habían almacenadoalimentos y municiones y seconstruyeron miles de búnkers paraproteger a los soldados de los vientoshelados. No dispuestos a que lespillaran de nuevo sin ropas apropiadas yotras cosas necesarias, los oficiales deIntendencia habían hecho llegar reservas

adicionales desde el conducto detransportes que les unía con Jarkov,situado a casi seiscientos kilómetrosmás allá. A lo largo de las vías férreas queconducían a Stalingrado, se habíanestablecido diez depósitos desuministros, tanto para el VI Ejércitocomo para los grupos panzers alemanesatascados en el Cáucaso. Pero resultabadifícil desplazar los suministros hacia eleste, pues los guerrilleros rusosrecibieron órdenes de impedir el tráficoenemigo entre el Don y el Volga. Dadoque los puentes y las vías volaban entretremendas explosiones, la línea deabastecimientos desde Jarkov aStalingrado se atascaba, se dejaba

expedita y se obstruía de nuevo. Afortunadamente, el almacén de Chir,un nudo ferroviario a sólo noventakilómetros al oeste de Stalingrado,estaba atiborrado de artículosapropiados y, cuando los primeros fríosllegaron a la estepa, a principios denoviembre, algunas unidades del VIEjército recibieron ropas de abrigo. Losconvoyes de camiones se arrastraban deacá para allá a través de la estepa,acarreando prendas de invierno para lossoldados alemanes. Otros convoyestrataban de llevar a los regimientos ybatallones de infantería los reemplazosmás urgentes. El soldado Ekkehart Brunnert habíasubido a bordo de un tren de tropas en la

ciudad de Boblingen, en Alemania; conla mano se despidió de su esposa Irene,y la contempló hasta que desapareció desu vista. Rodeado por catorcecompañeros, el soldado pronto seacostumbró a la camaradería de la vidamilitar. El tren avanzó hacia el estedurante interminables días y, a medidaque atravesaba Ucrania, semultiplicaban las señales de la guerra.Brunnert vio aldeas incendiadas yvagones reducidos a esqueletoscalcinados. Él y sus camaradasdecidieron hacer guardias por la noche,pero los guerrilleros no llegaron aatacar. Semanas después de haberabandonado Boblingen, la unidad llegó aChir. Allí, Brunnert montó una tienda y,

cuando se levantó al día siguiente, vioque todo se hallaba cubierto deescarcha. También contempló a miles derefugiados rusos que eran llevados haciaAlemania a los campos de trabajo. Seapiñaban en vagones de plataforma. Lamayoría iban en harapos; algunosmasticaban pepitas de girasol, queconstituía su única comida. En loscampos alrededor de las vías, otrosrusos revolvían los montones de basurabuscando desperdicios de comida.Brunnert quedó muy impresionado porestas visiones. Esperó en Chir hasta que recibióórdenes de unirse a un camión, conveinticuatro hombres a bordo, que sedirigía hacia las líneas del frente. Por

todos los lados sólo se veía un país deestepas monótonas. Hacia el este delhorizonte, un ruido profundo eininterrumpido hacía temblar la tierra. Para la mayor parte de los soldadosdel VI Ejército, el persistente resonar enel horizonte fue su único contacto con elhorror de las orillas del Volga. Para másde doscientos mil hombres de lospuestos de la retaguardia, la matanzasólo fue un suceso periférico que vierondurante unos momentos de agonía: losheridos que chillaban mientras lossacaban de las ambulancias, losmanchados y desgarrados uniformes quese apilaban en grotescos montones en laparte exterior de las tiendas de loscirujanos, las miles de cruces de los

cementerios de los regimientos en ladesolada pradera. • • • En el Depósito de Peskavotka, asesenta kilómetros al noroeste deStalingrado, Karl Englehardt distribuíaequipos y comida. También supervisabaa veinte hiwis (Hilfsfreiwilliger), o«trabajadores voluntarios», nombredado a los desertores rusos.Comprensiblemente, los soldados delEjército Rojo odiaban de modoparticular a aquellos hiwis e,invariablemente, los fusilaban a todos silos cogían. Englehardt, un veteranodelgado y de rostro cetrino, habíareunido a los trabajadores gracias a la

bondad que tuvo para su jefe, uncampesino llamado Piotr, a quienencontró agazapado en una escuela.Increíblemente sucio y temeroso por suvida, Piotr consideró a Englehardt susalvador cuando el alemán le dio unalata con agua y un poco de sopa caliente.Desde entonces Piotr sintió veneraciónpor el pagador. Trajo a otros rusos de las estepas yofreció sus servicios a Englehardt, quelos vistió con uniformes alemanes, lesdio de comer las mismas raciones que alos soldados de la Wehrmacht y les pagópor su trabajo. • • •

Friedrich Breining salió con su unidada buscar en casas abandonadas algúnalimento extra, leña o cualquier cosa devalor. Cuando llegaron a un edificiodemolido, Breining se dirigió a la puertade entrada, la empujó y entró. En elsuelo yacía una mujer y a su lado unaniñita. Ambos cuerpos estabanparcialmente descompuestos, peroBreining pensó que la madre fue en untiempo hermosa. Ninguno de los doscadáveres tenía señales visibles. Otros soldados preguntaron quésucedía y el antiguo maestro de escuelaseñaló sin palabras la horrible visióndel suelo. Nadie dio el menor paso paraentrar. Breining cerró la puertasuavemente y se alejó.

• • • El veterinario Herbert Rentsch estabahaciendo planes para enviar otroscuatrocientos caballos a Ucrania parauna temporada de descanso. Tambiénempezó a sustituir a los grandes caballosreclutados en Bélgica por los pequeñoscaballos rusos, los panjes. Rentschopinaba que los panjes nativos sedesenvolverían mejor durante elpróximo invierno. El veterinario aún encontró tiempopara cabalgar a medio galope por laestepa con su montura, Lore. La yeguaestaba lustrosa y bien cuidada y Rentschla montaba cada día. Encontrabavivificante aquel ejercicio.

• • • A unos setenta y cinco kilómetros alnoroeste de Stalingrado, el sargentoGottlieb Slotta volvió a la 113.ªDivisión tras haber permanecido en unhospital. Semanas antes, cuandolocalizaba carros rusos para atacarloscon su batería, avisaba a sus amigos.Pero uno de ellos se rió irónicamente yle gritó: —Slotta, siempre tienes miedo cuandodisparan los rusos. Mientras los T-34 le perseguían,Slotta corrió hacia sus cantaradas paraavisarles que se pusiesen a cubierto. Losobuses rusos llegaron allí antes que

Slotta y éste vio a sus compañerosdestrozados. Sollozando amargamente,cayó al suelo y sufrió una conmoción.Incapaz de hablar, tuvo que ser llevadoa la retaguardia, donde pasó variassemanas tratando de olvidar aquel díade pesadilla cuando nadie le escuchó.Al cabo del tiempo volvió a su tarea deobservador artillero y ahora, mientras leazotaban los fríos vientos árticos, Slottareanudó su vigilancia de los carrosrusos. • • • Emil Metzger también se preocupabapor los carros rusos. A pesar deldesprecio que experimentaba el tenientepor los rumores, comenzó a prestar

mucha atención a los pilotos de losaviones, con quienes hablaba cada día,que indicaban objetivos a la artillería.Aquellos veteranos del reconocimientole contaron que habían visto cientos decarros rusos T-34 desplazándose a lolargo de las carreteras del río endirección al área de Klátskaia, a unoscien kilómetros al norte. La auténticaalarma de los aviadores respecto de lapreparación del enemigo, tuvo comoconsecuencia que Metzger frenara suoptimismo sobre el rápido fin de labatalla y el regreso al hogar y a Kaethe. • • • Para mantener la moral, el VI Ejército

estableció un bien pensado plan depermisos de veinte días, con dos díasextras para las contingencias de losviajes. El soldado raso Frank Deifelhabía concluido recientemente unpermiso en Stuttgart, donde hizo unavisita a la fábrica Porsche en la quetrabajaba como maestro tapicero. Suantiguo capataz le contó que ya se habíahecho el papeleo necesario para que elEjército le permitiese ocupar un empleocivil. Con los bolsillos llenos, gracias alos doscientos Reichmarks que leregalaron sus compañeros de la fábrica,el entusiasmado Deifel llegó a Jarkov yse encaminó luego hacia Chir y el Don. También el capitán Gerhard Meunchhabía vuelto al frente. Durante la breve

visita que hizo a su esposa, intentóolvidar la matanza ocurrida en torno dela casa en forma de U del centro deStalingrado. Pero era algo imposible y,poco antes de abandonar su hogar,Meunch dijo a su mujer que tenía unapóliza de seguros para el caso de queaquella vez no regresara del Volga. • • • Debajo de doce metros de tierrasólida, el general Vasili Chuikov aúnmantenía su precaria posesión del diezpor ciento de Stalingrado. Detrás de él,los témpanos flotantes hacíaninfranqueable el Volga y Chuikov estabacontento por haber requisado docetoneladas de chocolate para una

emergencia semejante. Si el Volga no sehelaba pronto, calculó que una ración demedia tableta diaria por hombresignificaba que podría resistir todo lomás dos semanas. Mientras su ejército intentaba hacerfrente a la crisis provocada por el cortede la línea regular de abastecimiento,los soldados de la 284.ª División deBatiuk, situados a lo largo de la colinaMámaiev, eran testigos de unaextraordinaria miniguerra a causa dedichos suministros. Cada soldado rusorecibía una ración diaria de cien gramosde vodka. La mayor parte de ellos laesperaban con ansiedad; sólo unoscuantos la rechazaban. Pero al veteranoteniente Iván Bezditko, «Iván el

Terrible» para sus hombres, le gustabaincreíblemente el vodka y halló unmedio para tener a su disposición unabundante suministro. Cuando moríanlos soldados de su batallón de morteros,Iván los daba por «presentes y enactivo» y se apropiaba de sus racionesdiarias de vodka. En poco tiempo, elsediento oficial llegó a tener muchoslitros, que guardaba cuidadosamente ensu propio refugio.

Refuerzos rusos recibiendoinstrucciones del general Guriev antesde cruzar el Volga y lanzarse a labatalla. En un depósito a orillas del Volga, unoficial de Intendencia, el comandanteMaliguin, comprobó sus archivos einformó que la unidad de Bezditkosoportaba muy bien tantas semanas de

bombardeos. Abrigando sospechas,Maliguin siguió el asunto hasta el final ydescubrió que en realidad la sección demorteros había sufrido grandespérdidas. Llamó a Bezditko y le dijo quehabía descubierto su mezquino plan yque iba a informar sobre ello al Cuartelgeneral del Frente. Luego añadió: —Queda suprimida su ración devodka. El oficial de Intendencia había idodemasiado lejos. Bezditko vociferó: —Si yo no la tengo, usted tampoco. Maliguin le colgó, dio parte del delitoal Cuartel general y suprimió lasraciones de licor de Iván. Rabioso, Bezditko preparó las alzasde sus baterías de 122 mm, trazó una

precisa red de coordenadas y dio laorden de disparar. Tres salvas cayeronprecisamente en lo alto del depósito deMaliguin en la orilla del río. Eltrastornado comandante saliótambaleándose entre el humo y losescombros. Tras él, yacían rotascentenares de botellas de vodka y sederramaba su contenido por el suelo.Maliguin se dirigió vacilante hasta unteléfono y llamó al Cuartel general.Mientras crecía su ira, vomitó lo que élsabía que era cierto: que Iván elTerrible había sido el autor de aquellaandanada. Al otro extremo de la línea, la vozaparentaba paciencia, pero pocacordialidad.

—La próxima vez dele su vodka.Acaba de serle concedida la orden de laEstrella Roja. Maliguin regresó, lleno de cólera, alalmacén, y se quedó de pie impotente enmedio de los charcos de licor. Al cabode unas horas, el teniente Bezditkovvolvió a recibir su ración de vodka yMaliguin ya nunca más se interfirió enlos latrocinios de Iván el Terrible. Esta historia recorrió las trincheras yprodujo hilaridad entre gran parte de losrusos. Para éstos la búsqueda de licorconstituyó una persecución seria, aunquealgunas veces asumiera proporcionesdesastrosas. En los últimos días, lossoldados de la 284.ª Divisiónencontraron varias cisternas repletas de

aguardiente. Tras bebérselo, los rusosencontraron otra llena hasta los topes demás licor. Bebieron de nuevo hasta quela vaciaron, pero aquella vez se tratabade alcohol metílico. Murieron cuatrohombres y muchísimos otros sequedaron ciegos. Aquella tragedia no intimidó el apetitode otros soldados, algunos de los cualesempezaron a beber colonia para podersoportar el terror de vivir en la cresta dela colina Mámaiev. • • • Otros soldados de la 284.ª Divisiónencontraron diversión con dos mujeresrusas que se habían establecido comofrívolas amas de casa en el campo de

batalla. La única entrada de su sótano laconstituía una puerta que había quelevantar del suelo. Debajo se encontrabauna habitación de cuatro metroscuadrados, iluminada con una lámparade queroseno. En el suelo estabacolocado un colchón con quince o veintecojines alineados. Una de lasmuchachas, morena y de treinta años,había conseguido encontrar un lápiz delabios rojo brillante con el que seexhibía constantemente. La otra joven,que era rubia, parecía pálida yenfermiza. Las muchachas poseían un viejogramófono en un rincón y algunosdiscos. Uno de los que tocaban para lossoldados visitantes era un tango

argentino y todos los que llegaban alsótano se lo aprendían de memoria.Algunos soldados consideraronpeligrosas a las mujeres. Se le oyó decira uno: —Esas rameras sólo están esperandoa que lleguen los alemanes. Pero, en el entretanto, las muchachastocaban su tango argentino y entreteníana los hombres de la trinchera, que seolvidaban de los obuses y de las balascuando estaban con ellas unos minutos. • • • Exactamente a un kilómetro y medio aloeste del sótano burdel, otras dosmujeres rusas luchaban para sobrevivir.Natasha Kornílov y su madre inválida

habían quedado atrapadas en el patiotrasero de su almacén, detrás de laslíneas alemanas, desde hacía casi sietesemanas. Cada mañana, la muchacha deonce años escarbaba en las basuras delas cocinas de campaña alemanas. Cadanoche peinaba el cabello de su madre yle cantaba canciones de cuna. Las mejillas de Natasha estabanhundidas a causa del hambre. Sus ojosse hincharon y se movía muy despacio.Pero siempre sonreía a su madre, queyacía en el suelo de cemento, y rezabapor su liberación. Compasivamente, lossoldados alemanes dejaron tranquilas alas Kornílov. Era el único alivio queconcedieron a las depauperadasmujeres.

• • • En Dar Gova, a tres kilómetros al surdel siniestro cobertizo de las Kornílov,otro joven ruso de quince años, SachaFilipov, seguía su doble vida. Yendo deoficina en oficina, de cuartel en cuartel,el joven zapatero remendón componíacentenares de pares de botas alemanas.También robaba documentos de losdespachos oficiales y los llevaba através de las líneas a los oficiales rusosdel servicio secreto. Además, en lashoras en que no trabajaba, Sacha jugabaa la rayuela por las calles. Los alemanesnunca relacionaron la delicadapresencia del muchacho con lasexplosiones de granadas que

destrozaban los alojamientos desoldados. Varias noches a la semana, Sachaabandonaba su casa para ir a informarde los movimientos de tropas enemigas.Siempre volvía ileso y se iba a la camasin dar a sus padres más detalles.Aunque sabían que trabajaba para elEjército Rojo, los Filipov nuncaobligaron a su hijo a que les dieseexplicaciones. Una noche corrió a su casa paraavisarles de que debían abandonar suhogar al amanecer. Siguieron susinstrucciones y, por la mañana, losobuses de la artillería rusa cayeronsobre el Cuartel general del EstadoMayor, sólo unas cuantas puertas más

abajo. Sacha había dado a sussuperiores las coordenadas exactas. • • • En el saliente de Beketovka, ochokilómetros al sur de Stalingrado, sehabía efectuado una dramáticapreparación de tropas soviéticas yequipo. Aquéllos eran los Ejércitos dechoque del sur reunidos por Zhúkovpara la Operación Urano, y un pequeñoporcentaje de las tropas procedían delholocausto de Stalingrado. Uno de ellos era el teniente HerschGurewicz. Había dejado al fin la zonafabril, con su incesante ruido y susinmundicias, y se había marchado a laorilla de enfrente, donde comió Spam

americano y, por primera vez, albergóalgunas esperanzas. Mientras masticabalos alimentos enlatados, se percató deque empezaba a llegar ayuda de fuera deRusia y de que aquella operación«insensata» de conservar las fábricashabía reportado algo después de todo.En tanto contaba las filas de su unidadanticarros, confiaba en que aquello fueseverdad. De sus cien hombres, ochentahabían perecido en Stalingrado. En vez de un período de descanso dedos semanas, el teniente recibió nuevasórdenes. Ya cubiertos los huecos de sucompañía, se dirigió al sur, a la orillaoriental del Volga, y luego a través de lazona de Beketovka. Aunque nadiehablaba de una ofensiva, estaba en el

aire la creencia de que iba a producirse. • • • Tras su orgía de muertes en las callesde Latashanka, en septiembre, elsargento Alexéi Petrov había vuelto a sucañón de 122 mm y vivía en un embudoproducido por una explosión, atrescientos metros al oeste de laspendientes del Volga. Al igual que sus compañeros debatería, Petrov no se lavaba nunca ni secambiaba el uniforme. Estaba infestadode piojos. Los grises insectos anidabanpor todo su cuerpo, incluso en lascosturas de los pantalones. Su únicadiversión era alinearlos en el suelo enplan de apuesta a ver quién podía

presentar un mayor ejército de parásitos.El rumor de que iba a ser relevado seconvirtió en una dichosa realidad.Petrov cruzó el Volga para un descansoen un campamento donde, durante unosdías, se dio buena vida con bañoscalientes y sufrió el proceso dedespiojamiento sin protestar lo másmínimo. Vuelto a equipar con ropas deinvierno, incluyendo un abrigo de pielcon capucha y valenki (botas de pieles),tuvo que regresar a la guerra. Fueenviado al sur de Stalingrado y elsargento enseñó a Una nueva dotaciónartillera los rudimentos para dispararuna pieza de campaña de grueso calibre,mientras los omnipresentes oficiales

políticos les arengaban acerca de lafirmeza que tenían que mostrar contralos fascistas. Petrov escuchaba a los politruk ypensaba a menudo en su familia, enalgún punto de más allá del horizonteoccidental. Nunca había recibido unaindicación de su paradero y la carga deno saber la verdad le oprimía elpensamiento. • • • Nikita Jruschov también apareció en elsaliente de Beketovka. Vestido con untraje de pieles y gorro, el comisario fuede campamento en campamento,bromeando con los soldados ypreguntándoles sus penas. Estaba de un

humor excelente. Su camarada, el general AndréiYeremenko, no tanto. Inquieto, en sunuevo Cuartel general de la orillaoccidental del Volga, Yeremenko sepreocupaba por su intervención en laOperación Urano. También estaba muyagitado por el desaire que le habíanhecho cuando el mariscal Rokossovskise hizo cargo de la defensa de la ciudad.Yeremenko había esperado algo mejorpor parte de Stalin. • • • Las horas de la Operación Urano seaproximaban pero, en Stalingrado, losalemanes ignoraban la realidad.

Satisfecho de que el 48.° CuerpoPanzer fuera lo suficientemente fuertepara guardar el flanco izquierdo, Paulusobedeció el decreto de Hitler dehostigar duramente a los rusos mientraslos témpanos del río interrumpían laslíneas de suministro de Chuikov. Alnorte de la capturada fábrica detractores, la 16.ª División Panzer intentóuna vez más apoderarse del suburbio deRinok, donde habían entrado los panzerspor primera vez en una hermosa tarde deverano del mes de agosto. La 16.ª División atacó al norte y alsur, sólo para encontrarse con que laciudad estaba erizada de cañones rusos,con un laberinto de trincheras, carrosfijos escondidos y bazukas. No obstante,

los soldados alemanes avanzaronmetódicamente por las calles y volaronlos búnkers y nidos de ametralladoras.Los cadáveres de rusos y alemanesformaban un horrendo reguero. Un batallón al mando del capitán Muesdespejó la zona sur de la ciudad,alcanzó el Volga y dio la vuelta hacia elnorte. Mues tenía la intención deestrechar las manos en el centro deRinok a las unidades alemanas queavanzaban desde otras direcciones. Laniebla y la ventisca empezaron aoscurecer la visión, pero el agresivoMues siguió adelante. Intrépido,reverenciado por sus hombres como«inmortal», fue localizado por unfrancotirador soviético, quien le incrustó

una bala en el cerebro. El ataque sedetuvo de improviso mientras las tropasde Mues rodeaban al caído oficial,inconsciente y muerto poco después.Ignoraban las balas y lloraban por elhombre a quien habían querido. Al fin llegó un oficial de otroregimiento, tomó a Mues en sus brazos yse fue tambaleante llevando el pesadocuerpo. Los soldados que habíanluchado con el capitán a través de Rusia,perdieron el ánimo y se derrumbaron.Otros se volvieron miedosos y tímidos,en cuanto la noticia de su muerte seesparció como un reguero de pólvora. Los rusos siguieron conservandoRinok. La 16.ª División Panzer seencontraba dentro del suburbio, pero en

veinticuatro horas sólo había ocupadocinco manzanas. • • • Faltando menos de treinta y seis horaspara el comienzo de la OperaciónUrano, José Stalin pensaba en ellafríamente. Tras las ventanas oscurecidasde su apartamento del Kremlin, paseabamientras fumaba su pipa y pasaba laboquilla entre sus bigotes, a la par queseguía escuchando a los mariscalesZhúkov y Vasilevski. Ambos hombreshabían recibido unas citaciones urgentespara presentarse en el Kremlin. En lavigilia de la hora H, cuando másnecesitaban estar en la línea del frente,ninguno de los dos mariscales había

esperado que tuviera que llevarse acabo un debate acerca de los méritos dela operación. Pero no contaban con la«insubordinación» de uno de suscomandantes de campo, el generalVíctor T. Volski, cuyo 4.° CuerpoBlindado tenía que desempeñar un papelen el flanco derecho de la punta de lanzasur de la ofensiva. Desde sus cuartelescerca de los lagos Tsatsa, al sur deStalingrado, el deprimido general habíaescrito una carta personal a Stalin,advirtiéndole, «como honestocomunista», que la falta de tropas ymaterial adecuados significaba undesastre para el Ejército en el ataqueque iba a dar comienzo.

Stalin actuó enseguida a fin deprotegerse y ordenó que se presentarandirectamente en la capital los dosmariscales para que respondiesen de lasacusaciones. Zhúkov y Vasilevski dierontoda una controlada y desapasionadadescripción de los hechos.Evidentemente satisfecho, el primerministro tomó el teléfono y llamó aVolski. Sin ningún asomo de enfado,aseguró al general que la ofensiva habíasido convenientemente concebida.Mientras Zhúkov y Vasilevski le oíanasombrados, Stalin aceptó cordialmentelas excusas de Volski y colgó. Vasilevski recibió permiso pararegresar inmediatamente al frente delDon, pero Stalin retuvo a Zhúkov en

Moscú, ostensiblemente para planear unataque de diversión al oeste de lacapital a fin de hacer perder elequilibrio a los alemanes. Cerca de loslagos Tsatsa, el general Volski,apenado, trató de recobrarse de suconversación con el primer ministro.Sudando copiosamente, el pálido oficialsacó un pañuelo y tosió en él. Unoscoágulos de sangre mancharon elpañuelo mientras se secaba la boca. Durante semanas, Volski habíaocultado la verdad a todos. Como uncastigo, una vieja afección, sutuberculosis de garganta, le había vueltoa alterar el organismo. Física ypsicológicamente, el comandante del 4.°Cuerpo de Carros estaba incapacitado

para participar en una empresa de tantaenvergadura, pero se negó a dejarsevencer por la enfermedad y marcharse aun sanatorio. Para Volski, el caminohacia Urano estaba lleno con su angustiay con la tenaz determinación de dominarsu enfermedad. Había pasado muchosmeses en hospitales, descansando,leyendo y esperando el certificadomédico de buena salud. Ahora, en lavigilia del gran contragolpe ruso a losnazis, no tenía intenciones de renunciaral mando. Pero la enfermedad le agobiaba.Había perdido peso; sólo bebía té yúnicamente mordisqueaba galletas.Además, sufría ataques de melancolía,los cuales le afectaban el juicio. Durante

una de aquellas depresiones escribió supesimista carta a José Stalin. Con su propio «día D» aproximándoserápidamente, Volski se fue a la camapara reservar fuerzas. • • • La oscuridad llegó a la estepa antes delas cuatro de la tarde del día 18 denoviembre. Se levantó un vientoimpetuoso que empujó a los soldados alos calientes refugios. El ronco ulular delos cañones no abandonaba el horizonteoriental, donde esporádicas explosionesde llamas en la negrura indicaban losesfuerzos obstinados de los zapadoresalemanes por desalojar a los hombres deLiudnikov de su arenal. Las alturas de la

colina Mámaiev se hallaban cubiertascomo de fuegos artificiales; de vez encuando, los collares de las balastrazadoras tejían dibujos exóticos a lolargo del perímetro de las fábricas Lazury Octubre Rojo. Como comentaron losalemanes de la estepa, se trataba de unanoche normal en Stalingrado. Pero unos ciento sesenta kilómetros alnoroeste de la ciudad, a lo largo delbrillo serpentino del Don helado, nadaera normal. Los observadores rumanoshabían empezado a telefonearinformando que se oían centenares demotores de carros rusos y delmovimiento de millares de piezasartilleras a lo largo de las carreteras quellevaban a las cabezas de puente de

Serafimóvich y Klátskaia. Losobservadores añadieron que lascolumnas de las tropas del Ejército Rojose reunían en orden de marcha detrás delos vehículos blindados y la artillería. Dado su puesto de consejero en elCuartel general del Ejército rumano, elteniente Gerhard Stock transmitió losamenazadores indicios al Cuartelgeneral del VI Ejército, en Golubinka.Stock, pelo cortado a cepillo, antiguoganador de una medalla olímpica en ellanzamiento de jabalina, habló conurgencia con el capitán Winrich Behr,oficial de operaciones de ArthurSchmidt. Tras cada observación, Behrse dirigía al mapa y registraba losmovimientos rusos. Sumó a los mismos

los que escuchó de un oficial soviéticocapturado, el cual, al comienzo de aqueldía, contó a sus interrogadores que laofensiva largamente planeada empezaríaantes de veinticuatro horas. Behr avisó a Schmidt y Paulus, queparecían extraordinariamente calmados.Ambos generales dieron órdenes paraponer en estado de alerta al 48.° CuerpoPanzer para una misión inmediata yexpresaron su confianza en la capacidadde los panzers para cualquierpenetración. Winrich Behr no era tan optimista.Aún recordaba su conversación con unhombre a quien había reemplazado enoctubre. El oficial llevó a Behr ante elmapa de situaciones y, abarcándolo con

los brazos, indicó el lugar por donde elenemigo atacaría a ambos lados del VIEjército. —Se encontrarán aquí —dijo y sudedo apuntó a Kalach, a sesentakilómetros al oeste de Stalingrado. Ahora, un mes después, Behr recordóla profecía y se inquietó ante el futuro. • • • Los alarmados miembros del serviciode información no cesaban de llamar porteléfono. Aunque no se disparaba, lasposiciones rusas parecían bullir deamenazadora energía. El movimiento dela radio se multiplicó por mil; losmensajes cifrados no dejaban de cruzarlos aires. El capitán Behr hacía

anotaciones en su mapa tan rápidamentecomo le era posible mientras, en la parteexterior de su oficina, la nieve se ibadepositando en el suelo. • • • Poco antes de medianoche, VasiliChuikov se hallaba sentado en su bunkeren los riscos que dominaban el Volga ytrataba de interpretar un mensajeprocedente del Cuartel general, en elcual se le requería que estuviesepreparado para recibir un importantecomunicado. Chuikov no tenía idea de loque esto significaba hasta que KuzmáGurov, el jefe de su comisariadopolítico en el 62.° Ejército, se golpeó de

improviso la frente y exclamó: —Ya sé, es la orden de la grancontraofensiva... La orden llegó a medianoche. Chuikovexperimentó una oleada de satisfaccióncuando se percató de que los últimossesenta y ocho días de luchas enStalingrado habían proporcionado eltiempo necesario para preparar elcontraataque. Y pronto le llegaría sumomento de vengarse del VI Ejércitoalemán.

CAPÍTULO XVI

En el puente natural entre el Don y elVolga, al oeste de Stalingrado, Paulushabía concentrado prácticamente todassus divisiones de combate con elpropósito de tomar la ciudad. Pero habíacolocado la mayoría de sus depósitosprovisionales necesarios para elmantenimiento de aquellas divisiones enel otro lado del Don, al oeste de dondeformaba su gigantesco meandro antes decurvarse hacia el sur en dirección al marde Azov. Y era aquella vulnerable zonade la retaguardia la que el Alto Mandoruso había señalado como objetivoprioritario en la primera fase de la

Operación Urano. A las 6.30 de la mañana del 19 denoviembre, la oscuridad que precede alalba, entre Serafimóvich y Klátskaia, seconvirtió en un brillante resplandor dellamas amarillas y rojas cuando treinta ycinco mil cañones rusos anunciaron elataque. Atrapados en unas trincheras forradasde paja, los soldados del III Ejércitorumano observaron que las andanadasartilleras alcanzaban exactamente suslíneas a todo lo largo. Se derrumbaronbúnkers, asfixiando a centenares dehombres; los soldados con psicosis deguerra debido al bombardeo chillabande miedo y se tapaban los oídos paraescapar de aquel ruido aterrador.

Cuando cesó el fuego de la artillería, losrumanos oyeron el amenazador zumbidode los motores de los carros al tiempoque el 5.° y el 21.° Ejércitos Blindadosrusos irrumpieron desde sus cabezas depuente. Los T-34 tomaron por asalto, a travésde la densa niebla y de la nieve, lasposiciones de los asombrados rumanos.La mayoría de éstos sucumbieron al«miedo a los carros», saltaron fuera desus lugares protegidos y echaron acorrer. Sólo unos cuantos se quedaronpara enfrentarse con los blindados. • • • A doce kilómetros al sur, unmeteorólogo alemán, el sargento Wolf

Pelikan, se revolvió descuidadamente ensu caliente lecho mientras trataba de nohacer caso al retumbar del cañoneo quese interfería en su sueño. Como la cosaproseguía, saltó de la cama y se vistió.El polvo caía en cascadas del techo yempezó a blasfemar mientras secepillaba el uniforme. Cuando cesó deimproviso el ruido, acabó de vestirse demodo más reposado y sus pensamientosvolaron al desayuno y a las tartitas quetanto le gustaban. Desde la puerta le llegaron unos gritosy reconoció a un mensajero de lacompañía, que señalaba frenéticamentehacia el norte. —¡Los Iván están aquí! ¡Los Iván estánaquí! —trataba de decir.

Pelikan le gritó: —¡Estás loco! El estrépito despertó a sus camaradas,que salieron del bunker para reírse delmensajero. Alguno incluso le tiró unzapato, pero él seguía señalando al nortesin decir nada. Pelikan miró en aquella dirección y seestremeció. El viento había despejado laniebla y pudo ver, con toda claridad,unos grandes carros negros agrupadosinmóviles en una extensión de unkilómetro y medio. A Pelikan se lerevolvió el estómago.

En aquel momento aparecieron losprimeros rumanos histéricos. Sin armas,chillando, no se detuvieron en su huida.Cuando uno de ellos aulló que lossoldados rusos estaban exactamentedetrás de ellos, la noticia destruyócualquier apariencia de orden en lasfilas alemanas. Se oyeron órdenesseguidas rápidamente de contraórdenes.Los hombres guardaron sus pertenenciasen los camiones, que partieronlentamente en el ambiente helado. Eloficial al mando se escabulló en unaavioneta y despegó hacia el sur. Mientras los carros rusos aún rodabanpor la ladera, el resto de la unidadalemana se lanzó a los vehículos y salió

a escape. Traqueteando en un camiónque llevaba un horno de campaña,Pelikan dio silenciosamente gracias aDios por la suerte de haber sobrevivido. • • • En Golubinka, a setenta y cincokilómetros al sudeste, el capitán WinrichBehr oía los detalles del ataquesoviético que le daba el tenienteGerhard Stock, oficial de enlace situadoen el III Ejército rumano en Klátskaia.Stock contó que el III Ejército se habíafragmentado y que corría haciaGolubinka. Behr se apresuró a contar aPaulus y a Schmidt todo aquello. Éstosrecibieron con calma la desagradableinformación. Asombrado y complacido

por su compostura, Behr aguardómientras los generales analizaban lasituación. De repente, Schmidt exclamó: —¡Ya los tenemos! Paulus estuvo de acuerdo y ordenó queel 48.° Cuerpo Panzer se encaminarahacia el norte, en dirección a la brecha alo largo del Don. • • • A unos dos mil kilómetros al oeste delCuartel general del VI Ejército, Hitlerdormía profundamente en el Berghof, enlos Alpes bávaros. El Führer llevabaallí unas dos semanas, perdiendo eltiempo en su retiro de las montañas.Pero aquellos problemas de los que no

había querido enterarse durante elpasado verano y otoño le persiguieronhasta allí. En África, los Aliados semovían para atrapar a las legiones deRommel; en Rusia, su experto delservicio secreto en asuntos de la UniónSoviética, el coronel Reinhard Gehlen,le había prevenido de la probabilidadde una contraofensiva rusa por detrásdel VI Ejército. A pesar de esos informes, Hitlerseguía convencido de que su III Reich loresistiría. Estaba increíblementeorgulloso del hecho de que sus Ejércitosdominaran a más de trescientos millonesde personas: desde la costa delAtlántico, en Francia, hasta lasestribaciones del Cáucaso, y desde los

cabos del norte de Noruega hasta lasblancas arenas de Libia. Había llegadoal apogeo de su poder. Pero, el 19 denoviembre, cuando el Ejército Rojolanzó su masivo contraataque en el Don,su imperio nazi empezó a marchitarseimperceptiblemente. Y, aunque habríande pasar dos años antes de que sehundiera por completo, la decadenciademostraría ser irreversible. En una tranquila sala de conferencias,Hitler miraba intensamente el últimomapa de batallas y examinaba el terrenoen el flanco izquierdo del VI Ejército.Mostró poco interés cuando preguntóacerca del tiempo y de los grupos de laLuftwaffe que operaban en la región. Deforma pausada, dominándose, Hitler

consideró las distintas opciones y emitióuna orden. Fue la primera de las muchasdecisiones fatales que tomaría en lassemanas siguientes. • • • Aquella orden alcanzó al generalFerdinand Heim a las 11.30 de lamañana, mientras conducía a su 48.°Cuerpo Panzer para responder al desafíodel 21.° Ejército ruso que mostrabaseñales de vida al sur del Don. Se ledaban instrucciones para que cambiarade rumbo y se dirigiera rápidamente alsector alrededor de Blinov, donde el 5.°Ejército soviético también había hechouna seria penetración. Irritado anteaquellas órdenes confusas, el general se

detuvo en seco y dirigió sus columnashacia el nuevo objetivo situado a casiciento ochenta grados en la direcciónopuesta. Cuando el 48.° Cuerpo Panzerse puso de nuevo pesadamente enmarcha, quedó inundado con los restosde las divisiones rumanas que corrían através de los nevados campos. Heimabsorbió a todas las tropas que pudo yse encaminó hacia su nuevo objetivo. Los aviones no se mezclaron con eldrama de la estepa, pues ambas fuerzasaéreas habían visto impedidos susvuelos por el mal tiempo. Comoresultado, el general Von Richthofen sededicó al Cáucaso, donde había unasexcelentes condiciones para losbombardeos contra el Ejército Rojo.

Absorto en las incursiones de losbombarderos a lo largo de las riberasdel Terek, se quedó atónito al enterarsede la ofensiva soviética en masa contrasu retaguardia. Incapaz de mandarningún avión hacia el norte debido a lastormentas existentes a lo largo del Don,excusó su impotencia diciendo: —Una vez más los rusos hanempleado magistralmente el mal tiempo. • • • Aquel mal tiempo casi provocó que elmariscal Vasilevski pospusiera laOperación Urano. El ataque se vioprecedido de unas frenéticas llamadastelefónicas de los generales Vatutin,Cristianov, Romanenko y la STAVKA

en Moscú. Privados de un sólido apoyoaéreo, y temerosos de mandar a suscarros a través de una cegadora cubiertade niebla y nieve por la peligrosaestepa, los rusos emprendieron laOperación Urano temiendo unacatástrofe. Pero, a partir de las primerashoras, el éxito alcanzado fue increíble.Masas de prisioneros rumanos pululabanen las líneas rusas. Las patrullas decarros del Ejército Rojo penetraronrápidamente treinta kilómetros hacia elsur y, por la tarde, tenían ya a tiro losdepósitos de suministros del VI Ejércitoalemán. En la ciudad de Bolshe Nabatov, acuarenta y cinco kilómetros al sur deKlátskaia, el oficial de Intendencia Karl

Binder trataba desesperadamente desalvar sus raciones acumuladas contanto esmero. Había reunido ochocientascabezas de ganado vacuno paraalimentar a su división durante elinvierno, y ahora, temiendo a los carrosrusos, intentó desplazar aquellavoluminosa carga hacia el este, al otrolado del sinuoso Don, antes de que elenemigo se apoderase del puente deAkimovski. En cuanto dio instruccionesa sus ocho vaqueros, los primerosobuses rusos alcanzaron el recinto delganado y éste se aterrorizó. Losvaqueros lograron hacer girar a lamanada que salió de estampía,resoplando y mugiendo, hacia el Donsituado unos kilómetros más abajo.

Después que se hubo ido el ganado,Binder empezó a transportar pesadossacos de harina a los camiones, mientrassus hombres llenaban otros vehículoscon pan, ropas y mantas. Las tropasrumanas en retirada les ayudaron atransportar toda la comida que pudierony, por una vez, ningún oficial alemánexigió recibos. El fuego enemigo aumentó y losedificios comenzaron a arderfuriosamente. Convencido de habersalvado cuanto podía, Binder condujo suconvoy fuera de Bolshe Nabatovmientras detrás de él el almacén ardíacomo una brillante antorcha roja. • • •

A lo largo de todo el día, grupos decarros rusos vagaron por la blancaestepa, disparando contra los Cuartelesgenerales de los destacamentos, losdepósitos de suministros y los centrosde comunicación, retrocediendo luegohacia la niebla para atacar unoskilómetros más allá. Su tácticaconfundió y desmoralizó a los alemanes.Los informes de radio que inundabanGolubinka localizaban a los rusos tantoa sesenta kilómetros al sur del Don,como a setenta y cinco kilómetros alsudeste del Don: ¡por todas partes! Lahisteria empezó a apoderarse de lasvoces que imploraban del VI Ejércitorefuerzos e instrucciones.

La disciplina se vino abajo: loscomandantes de unidades dirigieronarbitrariamente a sus hombres hacia eleste, a Stalingrado. Sus tropas estabanatemorizadas y malhumoradas, y semostraban francamente hostiles a sussuperiores, que corrían de acá para alláchillando amenazas de un consejo deguerra, a fin de mantener el orden. En aquella olla de grillos, el tenienteHermann Kästle llevaba sus morteroshacia el Don. Avanzaba por lascarreteras congestionadas y conservó susitio pese a los repetidos intentos deotros oficiales de adelantársele con sushombres y equipo. Frecuentemente, elpánico reemplazaba a la razón. Kästlevio que algunas discusiones

degeneraban en peleas a puñetazosmientras los soldados permanecían en lanieve y se golpeaban unos a otros portrivialidades. A última hora de la tarde, Kästle llegóa un puente que cruzaba el Don. Depronto, apareció otro teniente, blandióuna Luger contra su rostro y le dijo quesu carro tenía prioridad sobre losmorteros de Kästle. Cuando Kästle lerespondió que sus armas eran igual deimportantes, el teniente le apuntó con lapistola a la cabeza y le conminó a que seapartase. Kästle miró a los ojos del oficial y sedio cuenta de que peligraba su vida si senegaba. Moviendo incrédulamente lacabeza, apartó los morteros a un lado y

contempló de forma pasiva cómo el jefedel carro saltaba a su máquina ymarchaba triunfalmente hacia el río. • • • En el Cuartel general del VI Ejército,el capitán Behr estuvo todo el día encontacto con Gerhard Stock. Este habíademostrado ser el testigo más digno deconfianza de aquel caos. Informó de ladefección de los oficiales rumanos, quehabían permitido que miles de soldadosvagasen por la estepa, y su relato de latragedia fue penosamente preciso. En sus propios mapas, Behr tambiénhabía observado el lento avance de lasfuerzas de refuerzo del general Heim. El48.° Cuerpo Panzer llegó al fin a Blinov

por la tarde. Pero los rusos iban yvenían, escondiéndose y marchándose alotro lado de la llanura. El general Heimsacó de nuevo a sus panzers de laciudad, en busca del evasivo enemigo,que evitaba una confrontación directa. • • • En Stalingrado, a ciento cincuentakilómetros al este de aquel fluido campode batalla, la ciudad había asumido denuevo su familiar diadema deexplosiones y balas trazadoras con quese atacaban unos a otros a través delcielo oscurecido. Al borde del Volga, laatrapada División rusa del coronel IvánLiudnikov aún se asía a su «isla» bajo

los riscos detrás de la fábrica decañones Barricada. Allá arriba, loszapadores alemanes habían consumidootro día tratando de destruirlos, perofracasaron de nuevo. Dentro de la mismafábrica Barricada, el comandante EugenRettenmaier supo la noticia delcontraataque ruso en el Don y cayó enuna profunda depresión. Incapaz decomprender cómo sus dirigentes nohabían previsto aquel golpe, llegó alconvencimiento de que en Stalingrado lasituación se había vuelto desesperada. • • • Al norte de Barricada, más allá de ladestruida fábrica de tractores, la 16.ªDivisión Panzer perdió otro día

torturador en las afueras de Rinok. Pero,en cuanto oscureció, se recibieronórdenes de volver la espalda al Volga.Los mecánicos trabajaron a toda prisacon los carros y los camiones: lossoldados tuvieron una ración extra decomida, y munición. Luego, salieron desus profundas balkas, donde habíanvivido desde agosto, y se dirigieron aapuntalar la brecha de la línea a lo largodel Don, a ciento cincuenta kilómetrosen la retaguardia. El tiempo cada vez era peor; un vientofurioso arrojaba la nieve a la cara de lostanquistas y de los infantes. Ante ellospasó una gran masa de gente: losrumanos con sus pertenencias, flotaciónhumana de un desastre invisible tras el

horizonte occidental. En Golubinka, el general Schmidt leíalos últimos despachos y trataba decalcular la extensión de la penetraciónrusa. Los rumores esparcidos sefusionaban con los informescomprobados para formar uncaleidoscopio de la ubicación de loscarros, haciendo imposible localizar elparadero del enemigo. A las 10.30 de la noche, Schmidtanunció de improviso: —Me voy a la cama —y desaparecióen dirección a su alojamiento. Mientras volvía al teléfono y aGerhard Stock, el capitán Behr semaravillaba de nuevo de la tranquilidadde Schmidt, una bendición en aquel

largo día de desánimo. • • • Al sur de Stalingrado, muchas fuerzasrusas aguardaban, en medio de aquellanoche cruelmente fría, a que comenzasela segunda parte de la operación Urano.Desde el suburbio de Baketovka hasta laribera de los lagos salados Sarpa,Tsatsa y Marmantsak, los 64.°, 57.° y51.° Ejércitos se habían concentrado alo largo de doscientos kilómetros defrente. Ante ellos se encontrabademasiado extendido el IV Ejércitorumano, alargado en una franja estrechaa través de la fría estepa para protegerel flanco derecho del VI Ejércitoalemán. El Alto Mando ruso tenía la

intención de penetrar rápidamente através de las posiciones rumanas yapresurarse hacia el noroeste, endirección a los Ejércitos rusos quedescendían desde el Don. En las primeras horas del 20 denoviembre, tiritando, los soldados delEjército Rojo limpiaban de nuevo susarmas y escribían las últimas cartas alos parientes de la Rusia no ocupada.Alexéi Petrov no tenía a nadie a quienescribir; el teniente Hersch Gurewiczpensaba con añoranza en su padre y ensu hermano, aunque no tenía la menoridea de dónde estaban. En su cabaña que hacía las veces deCuartel general, el general Yeremenkono podía dormir. Convencido de que el

ataque del frente sur debería atrasarsehasta que todas las reservas alemanas sehubieran dirigido al norte para contenerla primera fase de la ofensiva soviéticaa lo largo del Don, consumió muchashoras discutiendo su caso con laSTAVKA, en Moscú. Pero la STAVKArechazó su petición y ahora Yeremenkocavilaba sobre la posibilidad de unfracaso. Al amanecer le asaltaron máspreocupaciones. El tiempo no habíacambiado y una espesa niebla, mezcladacon nieve, cubría sus ejércitos. Lossoldados tuvieron gran dificultad enformar los grupos de asalto. Los carrosmarchaban uno detrás de otro. Losaviones situados en el este, al otro lado

del Volga, permanecían impotentes enlas pistas de despegue. Yeremenko atrasó la hora H. DesdeMoscú, la STAVKA le preguntó elmotivo y Yeremenko se sentó ante suescritorio, y explicó pacientemente sudecisión. La STAVKA no se mostró muyconforme, pero Yeremenko se mantuvofirme. Durante más de dos horas, hastapasadas las nueve, aguardó a que eltiempo aclarase. Cuando la STAVKAsiguió incordiándole a través de la líneaBODO, sus meteorólogos le prometieronque aclararía al cabo de unos minutos. A las diez de la mañana, la artilleríade Yeremenko comenzó a disparar y lossoldados del IV Ejército rumanohuyeron enloquecidos en todas

direcciones. Al cabo de pocas horas, elasombrado Yeremenko llamó excitado ala STAVKA para decir que ya se habíancontado diez mil prisioneros. LaSTAVKA pidió que volviese acomprobar sus cifras. Pero eran exactas. • • • El soldado Abraham Spitkovski viollegar a los prisioneros tan pronto comocesó el bombardeo. Levantándose de suzanja de tirador cuando los «hurras» desus camaradas anunciaron que selanzaban a la carga, se precipitó a travésde la nieve hacia centenares de figurasnegras que se dirigían hacia él con losbrazos levantados por encima de lacabeza. Acá y allá, a su lado, los

soldados rusos disparaban a ciegascontra las rotas filas. Cuando Spitkovskipensó en las semanas y meses de andarde acá para allá, de arrastrarse entrecadáveres, y de ir cargado de piojos,también él levantó su metralleta ydisparó largas ráfagas contra aquellascolumnas. Al detenerse Spitkovski para volver acargar su metralleta, contempló las filasde hombres muertos y se quedócompletamente impasible.

Alcanzado en la espalda por la bala deun francotirador ruso, un soldado alemánvacila y cae al suelo mientras la cámarade cine registra la escena. • • • A unos doscientos kilómetros alnoroeste de la penetración realizada casisin esfuerzo por el general Yeremenko,los alemanes aún intentaban contener alas fuerzas rusas que avanzaban desdeSerafimóvich y Klátskaia. En la aldea de Peshani, a cincuentakilómetros al sur de Serafimóvich, el 48.° Cuerpo Panzer del general Heim al finhabía dado con el enemigo. Su 22.ªDivisión Panzer se lanzó a una lucha a

cañonazos con los T-34, pero la 22estaba ya mutilada. Aquellos ratonescomedores de conexiones eléctricashabían dejado reducida su fuerza a sóloveinte carros. Los cañones anticarro tambiénayudaron con sus disparos e hicieronvolar veintiséis carros rusos, peroaquello no era suficiente. Los blindadosrusos lograron atravesar y los alemanesquedaron renqueantes. Por la tarde, lospanzers estaban rodeados por nuevasformaciones rusas y luchaban parasobrevivir. • • • El campo de batalla de la estepa separecía a unas islas en el mar. Las

unidades atrapadas se retirabanhaciendo una defensa de erizo ydevolvían los golpes al enemigo que lasrodeaba. Los rumanos que continuabancombatiendo se encontraban casitotalmente aislados. Un oficialmeteorólogo de la 6.ª División llevabaun diario, que luego fue capturado porlos rusos: 20 de noviembre. Por la mañana, el enemigo ha abiertofuego con la artillería pesada en elsector asignado a la 13.ª DivisiónPruth... La división ha sidoaniquilada... No hay comunicación conel Alto Mando... Actualmente estamosrodeados por tropas enemigas. En la

bolsa se encuentran las Divisiones 5.ª,6.ª y 15.ª y los restos de la 13.ªDivisión. Aquel informe valía para todo «elEjército títere». Durante la noche, el oficial deIntendencia Karl Binder cruzó y volvió acruzar el Don, transportando alimentos yropas para su 305.ª División. De regresoa la orilla occidental del río helado, seencontró con que su antiguo depósito deabastecimientos en Bolshe Nabatov aúnseguía en manos alemanas. Los carrosrusos habían simplemente quemadoalgunos de los edificios antes deretroceder corriendo entre la niebla. Binder recogió todo el equipo que

pudo de las ruinas y luego regresó alpuente de Akimovski para aguardar a suganado. Perdido en algún lugar durantela ventisca de la noche anterior, nadiehabía vuelto a ver a los animales. En un risco que dominaba la ciudad,Binder contempló hacia el oeste la vastaestepa. Cerca de él, dos prisionerosrusos eran interrogados por un oficialalemán que, de improviso, chilló algo yenarboló una pistola. Cuando uno de losrusos salió corriendo, el alemán ledisparó un tiro en la cabeza. Horrorizado, Binder bajó corriendo ysuplicó al oficial que respetara la vidadel otro prisionero. Le dijo que podíanemplearlo como guía. El oficial seencogió desdeñosamente de hombros y

enfundó su arma. Binder condujo al rusohasta su coche, donde el prisionerovertió un torrente de agradecimientos enun fluido alemán. El joven explicó quehabía aprendido aquella lengua mientrasestudiaba medicina en Moscú. El cañoneo ruso se incrementó: loscadáveres llenaban las calles y loshombres heridos pedían auxilio. Unoficial rumano agitaba débilmente lamano desde unos arbustos. Binder y sunuevo amigo se dirigieron hacia él. Elhombre tenía heridas en un brazo y en lapierna derecha. Después de que Binderrasgase sus pantalones, el estudianteruso de medicina sacó un cuchillo y concuidado le fue extrayendo trozos demetralla de sus heridas. El rumano se

desmayó. Binder oyó llegar a su ganado antes deque apareciese por el horizonte.Mientras los obuses estallaban conintermitencias en la ciudad deAkimovski, esperó pacientemente en elpuente y escuchó el ruido de las pezuñasgolpear contra el suelo. Luego aparecióuna gran masa de animales levantandouna densa nube de nieve por encima delos gritos de los vaqueros. Con sushocicos llenos de carámbanos y los ojosendurecidos por el hielo y la nieve,pasaron por encima del puente hacia loscorrales situados en las profundasbalkas entre el Don y el Volga. Satisfecho de su inesperado éxito,Binder llevó al ruso y al oficial rumano

herido a un dispensario y empezó aestablecer nuevos depósitos para sudivisión en la orilla oriental del Don. Sólo unos cuantos kilómetros más allá,el general Arthur Schmidt estabainformando a Friedrich von Paulus en elCuartel general del VI Ejército acercade la precaria situación. Tras anunciarque la 24.ª División Panzer estabafranqueando dificultosamente inmensosventisqueros en su camino desdeStalingrado para acudir a defender elpuente vital de Kalach, añadió que unacolumna de carros rusos había sidodivisada al alcance de tiro de la mismaGolubinka. Paulus terminó bruscamenteaquel diálogo: —Bien, Schmidt, no mequedaré mucho tiempo aquí. Nos

tendremos que ir... De repente, Paulus pareció agitado eincluso Schmidt perdió algo de sucalma. Los dos hombres se despidieronbrevemente de su Estado Mayor y sefueron a hacer el equipaje. Despegaron poco después y volaronprimero al aeropuerto de Gumrak, aocho kilómetros al oeste de Stalingrado,Tras una breve conversación allí con elgeneral Seydlitz-Kurzbach, se dirigieronal sudoeste, al centro de comunicacionesde Chir, donde Paulus esperaba poderobtener un óptimo contacto por radiocon los Cuarteles generales superiores. Entretanto, actuó rápidamente paraaplastar la segunda fase del contraataquesoviético. Para ello mandó al campo de

batalla, al sur de Stalingrado, a la 29.ªDivisión Motorizada. Con instruccionespara unirse al 48.° Cuerpo Panzer delgeneral Heim al oeste del Don, la 29 fuecapaz de desplazarse velozmente através de la movediza niebla sobre elflanco derecho del 57.° Ejército ruso,que estaba arrollando la despreciableresistencia opuesta por los puestosavanzados rumanos. El contraataquesorprendió a los rusos. Ambos bandos sufrieron pérdidascuando los carros abrieron fuego yentraron en acción las infanteríasmontadas; la batalla llegó a su puntocrítico. La niebla se disipó y losobservadores alemanes vieron pasarhacia el oeste un tren soviético

blindado. Tras él, otros trenes demercancías se habían parado yvomitaban soldados de a pie delEjército Rojo. Los panzers alemaneslocalizaron aquellos tentadores blancosy lanzaron centenares de obuses contralos atestados furgones. A través de losprismáticos, los artilleros contemplaroncómo incontables rusos volaban por losaires y caían en la nieve. Al otro lado de las vías delferrocarril, los carros soviéticos searremolinaban, apretujados unos contraotros, y disparaban a la ventura. Lasbaterías alemanas abrieron fuego contraaquellos vehículos y el 13.° CuerpoBlindado ruso, formado por noventacarros, empezó a arder y explotar.

Admitiendo que tenía una oportunidadde taponar por completo la penetraciónrusa en el flanco del sur, el comandantede la 29.ª División, el general ErnstLeyser, se dispuso a aniquilar a lasfuerzas enemigas envueltas en llamas.Pero cuando iba a hacerlo, le llegó unaorden del grupo de Ejércitos B, situadoa más de trescientos kilómetros enStarobelsk, para que retrocediera yprotegiese la retaguardia del VI Ejércitoen el Don. A la luz menguante del atardecer del21 de noviembre, el frustrado Leyserrompió el contacto desganadamente y sedirigió al noroeste. Desde los campospróximos, los carros abrieron fuego porencima de su coche contra objetivos

invisibles. De repente, el general ya nosupo si se trataba de amigos o enemigos. La temporal victoria del generalLeyser produjo escasos dividendos aPaulus. La noticia de la sangrientaderrota del 13.° Cuerpo ruso llegórápidamente hasta el 4.° Cuerpo decarros del general Víctor Volski y elgeneral tuberculoso aminoró su marcha,cuando se dirigía hacia Kalach en elDon. Mientras escupía flemas en supañuelo, el cauteloso general rehusóseguir adelante e insistió en que leenviasen refuerzos contra los futurosataques alemanes. Pero los alemanes sehabían marchado. • • •

Temiendo por la ruptura de sus dosflancos, el general Paulus empezó apensar en el futuro. Autorizó uncomunicado para el grupo de EjércitosB, en Starobelsk, y recomendó lo queparecía más obvio: la retirada del VIEjército del Volga y Stalingrado haciaposiciones situadas a más de cientocincuenta kilómetros al sudoeste, en loscursos bajos del Don y del Chir. El comandante del grupo de EjércitosB, Freiherr von Weichs, transmitió larecomendación al Cuartel general de laOKW en Rastenburg, Prusia oriental,dando su plena aprobación. Compartíala convicción de Paulus de que unaretirada inmediata era la única

alternativa para evitar un desastre total. Y el desastre estaba al alcance de lamano. Al sur de Stalingrado, lasunidades del general Yeremenko, trasaplastar a los rumanos, partieron en dosel IV Ejército Panzer alemán de «Papá»Hoth. En una deteriorada casa de campode las afueras de Businovka, «Papá»Hoth estaba sitiado. Afuera, el vientoaullaba en las ventanas cerradas contablas y rellenas con pedazos de papel yropa. Dentro, las velas parpadeantesalumbraban a un grupo de fatigadosoficiales de Estado Mayor queintentaban mantener el contacto con susdispersos grupos en la estepa. Llegaban riadas de mensajeros conpeticiones de los regimientos atrapados.

En un teléfono solitario, un oficialtomaba rápidas notas de las últimaspalabras de las diezmadas formacionesa medida que caían bajo los blindadosrusos. Hoth se mostraba impotente. Tras ladestrucción de las fuerzas rumanasposeía demasiados pocos cañones ycarros para detener al enemigo. Habíaempezado a hacerse evidente que el plansoviético era de una envergaduraimponente. Las flechas de colores de losmapas de la batalla empezaban amostrar un arco bien visible hacia elnoroeste, alrededor de sus despreciablesfuerzas, en dirección a Kalach y a supuente sobre el Don. Si el puente caíaantes de que el VI Ejército se retirara

del Volga, Hoth preveía que Stalingradose convertiría en una inmensa tumbapara los alemanes. • • • Pero a más de dos mil kilómetros aloeste de la prevista tragedia en suBerghofde los Alpes, Hitler veía lasituación de modo distinto. Tras recibirla sugerencia de Paulus de una retiradadel VI Ejército hacia el sudoeste,respondió rápidamente con una ordentajante de mantener la posición. Mensaje radiado número 1352. ALTAMENTE SECRETO Grupo de Ejércitos B 21 noviembre 1942,15.25 horas

¡Urgente! A: CG VI Ejército. Orden del Führer: El VI Ejército conservará susposiciones pese a una amenazatemporal de envolvimiento... Se debemantener abierto el ferrocarril todo eltiempo posible. ¡Siguen órdenesrelativas al abastecimiento aéreo! Eran pasmosas las consideracionesimplicadas en la orden. Y, mientrasPaulus y Schmidt ponderaban elmensaje, llegó una llamada telefónica departe del teniente general Martin Fiebig,comandante del 8.° Cuerpo Aéreo. Losgenerales discutieron los últimosacontecimientos y Fiebig se refirió al

puente de Kalach. Schmidt le dijo queno veía allí un peligro inmediato yañadió: —El comandante en jefe opina quedebemos formar una defensa en erizo. —¿Y cómo efectuará usted elabastecimiento del Ejército? —preguntóFiebig. —Nos llegará por aire. Fiebig estaba asombrado. —¿Para todo un Ejército? ¡Es del todoimposible! Le prevengo que no debe sertan optimista. Fiebig colgó e, inmediatamente, llamóa su jefe, el general Richthofen, el cualtelefoneó luego a Albert Jeschonnek, elsegundo de Goering, y le dijoencolerizado:

—¡Debe detener eso! Con el pésimotiempo que tenemos aquí no existeninguna esperanza de abastecer a unEjército de doscientos cincuenta milhombres desde el aire, ¡Es una completalocura...! • • • La noche del 21 de noviembre, lavanguardia de la 16.ª División Panzer,que había abandonado las afueras deStalingrado dos días antes, llegó al Donpara actuar como fuerza de cobertura delas unidades que abandonaban el granmeandro del Don. Pero la división llegódemasiado tarde para hacer algo másque conservar expeditos unos cuantospuentes para los rumanos y alemanes

extraviados. El teniente Eberhard vonLoebbecke, que mandaba la retaguardia,vio aparecer un carro ruso en direcciónal puente que vigilaba. Loebbecke, quehabía perdido un brazo en 1939 debidoa una ametralladora francesa, seencontraba de pie frente al T-34, el cualle disparó una andanada. El obúsatravesó su manga vacía y estallóalgunos metros detrás de él.Conmocionado por la explosión, elteniente se levantó casi inmediatamentepara dirigir el contrafuego. En la abiertatorreta, la tripulación soviética quedóasombrada al contemplar a aquelhombre que, aparentemente, habíaperdido un brazo por un obús y que sealzaba del suelo como si nada le hubiese

ocurrido. Mientras dudaban, un cañónanticarro disparó una salva contra el T-34 y éste estalló ante los ojos deLoebbecke. • • • Aquella noche, se desencadenó sobrela estepa el ulular del viento y convirtióa los montones de nieve en cadenasmontañosas en miniatura sobre la llanapradera. La temperatura descendió pordebajo de cero y el firmamentopresagiaba más nevadas. En unaextensión de miles de kilómetroscuadrados, al oeste y al este del río Don,el paisaje parecía muerto. Pero en la estepa pululaban hombresdesesperados, que avanzaban al acecho

a través de los campos en pequeñosgrupos. Los rumanos y alemanes, con lospies helados, sólo se movían debido alansia de sobrevivir. Vagaban a través dela noche en busca de comida, refugio yla protección de los cañones amigos. Otros hombres erraban por los camposcon objetivos diferentes en la mente. Elteniente coronel Grigori Filipovconducía a los hombres de la 14.ªBrigada de artillería motorizadasoviética, que formaba parte del cuerpoprincipal de las tropas soviéticas queavanzaban desde el Don, al atacar laciudad de Kalach. Filipov no teníamapas. Sólo contaba con cinco carros,apoyados por varios camiones quetransportaban a la infantería. Sus

conductores encendieron todas las lucesy corrían a través de la oscuridad. Allado de la carretera, centenares desoldados enemigos saludaban con lamano a los carros «amigos», que no leshacían caso y seguían adelante. A las seis de la mañana del día 22 denoviembre, Filipov descubrió a unanciano, un civil ruso, que empujaba unacarreta campesina, mientras dossoldados alemanes caminaban junto a él.El coronel cuchicheó unas instruccionesy sus hombres mataron a tiros a losalemanes, bajaron del T-34 y hablaron asu aterrado paisano: —Tío Vania, ¿por dónde se va alpuente? —preguntaron. Cuando él les oyó hablar en su lengua

natal, el viejo se paró temblando, trepóal primer carro y Filipov hizo una señala su grupo de combate para que sedirigiera hacia el este. En Kalach, la guarnición alemanavivía en un estado de insegurasexpectativas. Los refugiados habíanpasado por allí durante las últimastreinta y seis horas y el resonar de loscañones de grueso calibre situados alnoroeste se oía cada vez más cerca acada hora que pasaba. Pero no habíanadie de la guarnición que supiera hastaqué punto había llegado a deteriorarse lasituación. En la Escuela de Ingenieros delcoronel Mikosch, en la colina del estede la ciudad, los zapadores habían

empezado otro día normal de trabajo,practicando la técnica de la luchacallejera, de expertos en demolición yen armas, tanto alemanas como rusas.Algunos carros rusos capturados eranempleados por los alumnos para hacerdemostraciones de fuego al alcance detiro del lado occidental del Don. Cadadía, los carros rodaban a través delpuente hacia la pendiente de la orillaoccidental y a la estepa, para llevar acabo prácticas de tiro. Aquella mañana, un corresponsal de lacompañía alemana de propaganda,Heinz Schröter, estaba allí para filmar laescena. Cuando los carros cruzaron elpuente y se dirigieron a la colinapasando delante de él, los fotografió y

luego, poco después, Schröter oyó elacostumbrado estruendo de los cañonesmientras practicaban el tiro. En el puesto de observación número 3,un sargento llamado Wiedemanndormitaba cerca de su cañón antiaéreode 88 milímetros. En un cobertizo detrásde él, dormía la dotación formada porocho personas. Wiedemann tambiénhabía visto la salida de los carros,contándolos mientras rugían hacia lapendiente y desaparecían. La guarnición volvió a su programarutinario. Había cesado de nevar y lasvoces se oían distintamente en el airelímpido. El eco traía las risas de lossoldados que se arrojaban bolas denieve unos a otros. Cuando de improviso

reaparecieron los carros, el indiferentesargento Wiedemann los miró mientraspasaban de prisa. Cuando el tercervehículo traqueteó por el puente,súbitamente tableteó una ametralladora.Los carros alcanzaron la orilla oriental,donde se separaron rápidamente y sedesviaron a cada lado. Agarrando sus prismáticos,Wiedemann gritó: —¡Esos condenados carros sonrusos...! Y golpeó sobre un trozo de metal paraalertar a su dotación, que saliódisparada del cobertizo. Dos carros aúnno habían cruzado el puente. El cañón de88 mm disparó a una distancia detrescientos metros y el T-34 se incendió.

El segundo de la fila osciló durante unmomento y luego dio una vuelta decampana y cayó directamente a la heladasuperficie del Don que estaba debajo. Cuando los primeros carros volvierona cruzar, el cámara Schröter estaba muycerca del puente. De repente, pasó delargo un teniente delante de él,murmurando cosas ininteligibles.Schröter pensó que había perdido eljuicio. El oficial enarbolaba una pistolahasta que le disparó una ametralladora ycayó al suelo abatido. Schröter cogió su equipo y saliópitando. Lo mismo hicieron la mayoríade los alemanes que se encontraban enla vecindad inmediata. En el monte bajode la orilla oriental, el coronel Grigori

Filipov radiaba frenéticamente ensolicitud de auxilio a la 26.ª Brigadablindada soviética. Había conquistadoel puente por pura casualidad, peroesperaba que los alemanes reaccionasencon virulencia. • • • Mientras el coronel Filipov seatrincheraba en Kalach, el teléfonosonaba en el despacho del generalSchmidt en Chir, a unos veinticincokilómetros al sur. Era el comandante dela Luftwaffe Martin Fiebig quienllamaba y él volvió a advertirle de lalocura que constituiría unaprovisionamiento por aviones. —Tanto el tiempo como el enemigo

son unos factores completamenteincalculables... Pero la conversación se viointerrumpida por un grupo de generalesalemanes que llegaron de improviso alCuartel general. «Papá» Hoth había arribado desdeBusinovka, donde el flanco del sur sehabía evaporado completamente.Incapaz de dar una descripción clara deaquella pesadilla, Hoth oyó con atencióna Schmidt y a un antiguo amigo ycompañero de escuela, el generalWolfgang Pickert, mientras discutían unasolución. Parodiando la forma de ser deun antiguo profesor, Schmidt dijo: —Pickert, hay que tomar una decisióndeclarando brevemente las razones...

La respuesta de Pickert fue tajante: —¡Sal de aquí como el diablo! Schmidt estuvo de acuerdo, perocontinuó: —No podemos hacer eso. Sobre todopor una cosa: no tenemos suficientegasolina. Pickert ofreció ayudar con sus tropasantiaéreas, que podrían transportar loscañones a través de la llanura y llevarlas municiones a mano. Schmidt continuó: —Desde luego que hemos consideradola posibilidad de abrir brecha, peroalcanzar el Don significa atravesarcincuenta kilómetros completamente aldescubierto... No, Pickert, eso sólosignificaría acabar como Napoleón... Se

ha ordenado al Ejército que se mantengasobre el terreno en Stalingrado.Consecuentemente, fortificaremosnuestras posiciones y esperaremos a quenos lleguen los suministros por aire. Pickert no podía creer lo que oía: —¿...Por aire? ¿Con este tiempo? Esoestá fuera de discusión. Te digo quedebes irte. ¡Sal ahora mismo! Pero el VI Ejército no partió. Aunqueel general Paulus estaba convencido deque era aquello lo que debía hacerse,continuó esperando la aprobación deHitler. Entretanto, colocó a su Ejércitoen estado de alerta para poderdesplazarse en cuanto llegase elpermiso. A las dos de la tarde, después de que

Hoth hubiera partido hacia el oeste parareunirse con los restos de su maltrechoIV Ejército, Paulus y Schmidt volvierona Gumrak, a las puertas de Stalingrado.Al volar por encima de la masa de suEjército, cercado entre el Don y elVolga, los generales vieron brillarfuegos a ambos lados del avión,mientras los hombres del VI Ejércitoempezaban a quemar el equiposuperfluo. Los almacenes repletos de víveres yropas se convirtieron en antorchas. Enuno de ellos, el teniente Gerhard Dietzeltrató de salvar algo de las llamas.Viendo que unas provisiones dechampán y vino estaban a punto de serconsumidas por el fuego, corrió de acá

para allá entre aquel infierno y suVolkswagen con los brazos llenos debotellas. Una vez repleto el coche,Dietzel subió de un salto y puso enmarcha el motor. Un oficial deIntendencia se interpuso en su camino. —¿Puede usted pagar por esto? —preguntó. Dietzel se echó a reírestrepitosamente. Señalando aquelespantoso incendio, replicó: —Pero ¿no se da cuenta que el dineroya no significa nada? Aceleró el motor y salió corriendo consu tesoro. • • • En Kalach, el coronel Filipov recibió

inesperadamente refuerzos cuando unoscarros de la 26.ª Brigada blindadacargaron a través del puente y se unierona él en el lado este de la ciudad. Fuealgo increíble, pero dado que laresistencia alemana era sólo esporádicae inefectiva, la 26.ª Brigada rodeóKalach por el sudeste y se dirigió haciala aldea de Sovietski, cuarenta y cincokilómetros más allá. Y en algún lugar,no muy lejos de Sovietski, los soldadosdel frente sur de Yeremenko avanzaronpara unirse con sus camaradas. • • • Los soldados alemanes situados dentrode la bolsa que se iba cerrando

rápidamente supieron de su difícilsituación de maneras muy diferentes. En un hospital de campaña, unfarmacéutico llamado Wendt acababa desalir de la anestesia y los vendajes delos médicos, cuando un soldadoirrumpió y anunció: —¡Los rusos han bloqueado el puentede Kalach! Wendt pensó que estaba bromeando,pero al telefonear un amigo al Cuartelgeneral, allí confirmaron el hecho;Wendt se negó a dejarse llevar por elpánico. Creía que aquel problema seríaeliminado rápidamente. Un veterano sargento, EugenSteinhilber, supo la amarga verdad alver que varios de sus camaradas, que

cogieron el autobús para ir a Chir, ydesde allí a Alemania con permiso,volvían al cabo de pocas horasdiciendo: —No podemos cruzar el Don. Losrusos se han apoderado del puente. Dado que Steinhilber había sidoatrapado en una bolsa con anterioridad,y pudo salir sano y salvo, la noticia nole preocupó. Acababa de escribir a sumujer: «Volveré a casa en diciembre.Iré a la facultad... y acabaré mis estudiosde ingeniero electricista.» • • • Desde su nuevo puesto de mando deGumrak, Paulus envió otro cableurgente. En él, solicitaba la oportunidad

de salvar su Ejército: CG VI Ejército Sección G 3 22 noviembre 1942. 19.00 horas Radio mensaje Al grupo de Ejércitos B: El Ejército está cercado... El frentesur aún está abierto al este del Don. ElDon está helado y es cruzable... Quedapoco combustible. Una vez se hayagastado, los carros y la artilleríapesada quedarán inmovilizados. Existeescasez de municiones y lasprovisiones sólo durarán seis díasmás... Solicito libertad de acción... Lasituación puede obligar a abandonarStalingrado y el frente norte...

Tres horas después recibió una vagarespuesta por parte del Führer: «El VIEjército debe saber que estoy haciendolo posible para ayudarle y aliviarle...Daré órdenes dentro de poco...» Hitler estaba perplejo respecto a cómosalvar a Paulus, pero hasta quedecidiera qué acción debía emprendercreía que el VI Ejército debía mantenersu posición. La mayor parte de aquellatarde la pasó con Kurt Zeitzler y AlbertJeschonnek. Ambos oficiales llegaron alBerghof decididos a que Hitlerabandonase su idea de abastecimientopor el aire: Jeschonnek sacó a colaciónlos problemas del tiempo y de losaeródromos insuficientes a distancia de

vuelo de Stalingrado. Aunque a Zeitzler le pareció queJeschonnek no era lo suficientementeenérgico defendiendo su caso, HermannGoering opinó otra cosa cuando oyó losdetalles de la conferencia. Llamó aJeschonnek y le advirtió que no «pusieraa Hitler de mal humor». Aquella noche, Hitler abandonó sumontaña y se fue en tren a Leipzig,donde le esperaba un avión parallevarlo a Rastenburg, en la Prusiaoriental. Ya daría luego las órdenes.

CAPITULO XVII

En un bunker de tierra situado al oestedel aeropuerto de Gumrak, Friedrichvon Paulus, impaciente, aguardaba a queel Führer le permitiese abandonar elVolga. Para reforzar sus razonamientos,Paulus recordó de nuevo a sussuperiores inmediatos los peligros conlos que se enfrentaba el VI Ejército: 23 de noviembre, 11.45 horas Al grupo de Ejércitos B: Ataques mortales en todos losfrentes... Se considera imposiblesuministro aéreo, incluso aunquemejore el tiempo. La falta de

municiones y combustible puede dejarindefensas a las tropas en un futuromuy próximo... PAULUS De nuevo, el grupo de Ejércitos Btransmitió el mensaje a Hitler, enRastenburg, junto con el informe delgeneral Von Weichs, que se mostrabacompletamente de acuerdo con elanálisis de la situación por parte dePaulus. • • • En la estepa, más allá del Don, el 48.°Cuerpo Panzer del general Heimcontinuaba su confusa serie de batallasde carros con las merodeadoras

columnas rusas. El resultado fue laimposibilidad de establecer contactocon las fuerzas rumanas que aúncombatían en la vasta llanura. Lasinterferencias de radio llevadas a cabopor los rusos consiguieron transmitirseñales falsas a las unidades queintentaban localizar al general Heim. Entre el Chir y Klátskaia, en el Don,las últimas avanzadillas rumanasestaban a punto de caer. El generalMihail Lascar, un bigotudo hombrebretón, había reunido elementos decuatro divisiones en medio «de casas enllamas y cadáveres rumanos». Los rusosle intimaron a la rendición y éltelegrafió al grupo de Ejércitos Balemán para pedir autorización para

retirarse. Pero cuando llegó el permiso,ya se encontraba atrapado. En vez derendirse, Lascar reunió a cuatro milhombres y los envió para que intentaranreunirse, si podían hacerlo, con el 48.°Cuerpo Panzer de Heim, sitiado en algúnlugar de la estepa. Luego, Lascar sedirigió al cautiverio, con su reputaciónno maculada por la derrota. El campo debatalla que abandonaba «era unafantástica visión... llena de caballosmuertos... algunos caballos aún noestaban muertos del todo, y se sosteníansobre tres patas heladas, sacudiendo laotra rota...». Los soldados a quienes habíapermitido huir vagaban aturdidamente,buscando comida y helándose hasta

morir al lado del camino. Una hilera decuerpos señalaba cada carretera pordonde rugían larguísimas columnas decarros y camiones rusos. Sólo unoscuantos rumanos alcanzaron a Heim, elcual los condujo, junto con susmalogrados panzers, en dirección sur,hacia la libertad. Milagrosamente, susfuerzas consiguieron llegar a la orilladel río Chir. Pero, al cabo de unashoras, la policía militar alemana loarrestó. Hitler le había acusado denegligencia al no detener la ofensivarusa con sus reservas móviles. El Führerinsistió en que Heim habíadesobedecido las instrucciones del AltoMando del Ejército, radiadas al campode batalla, y que, además, había

fracasado al no atacar al enemigo en losmomentos cruciales de las primerashoras del conflicto. Atónito ante talesacusaciones, Heim marchó a Alemaniapara enfrentarse a un tribunal militar. Durante una tensa y pesimistaconferencia en Rostov, el generalSteflea, jefe del Estado Mayor delEjército rumano, se reunió con un oficialde enlace alemán y le leyó los informesde campaña de la rendición de Lascar.Aterrado por lo que les había sucedido asus III y IV Ejércitos, Steflea censuró asu aliado: —Han sido desatendidas todas lasindicaciones que durante semanas he idotransmitiendo a las autoridadesalemanas... Sólo han quedado tres

batallones de las cuatro Divisiones delIV Ejército rumano... El Cuartel generalalemán no ha tenido en cuenta nuestrosrequerimientos. Y ésta ha sido la causade que hayan sido destruidos dosEjércitos rumanos. El oficial de enlace alemán no podíarechazar estas acusaciones. Prometiótransmitir a una autoridad superior lasdeclaraciones del general Steflea. • • • En las barricadas de las afueras de laciudad de Sovietski, a veinticincokilómetros al sudeste del puente deKalach, los carros soviéticos T-34, enun campo de tiro de diez metros, sebatían en duelo con la retaguardia

alemana que intentaba conservar laaldea. El estrépito de la batalla llegóhasta los carros rusos del 4.° CuerpoBlindado del general Víctor Volski,mientras exploraba con cautela loscampos situados al sur y al oeste de laciudad. Nerviosos porque estaban apunto de conducir a los elementos rusosde las puntas de lanza de la ofensiva delnorte del Don, lanzaron bengalas verdesde reconocimiento para anunciar supresencia. Poco antes de las cuatro de latarde del 22 de noviembre, otra serie debengalas verdes se elevaron al cielohacia el noroeste y los T-34 de Volskisiguieron adelante. Ante ellos surgieroncentenares de rusos vestidos de blanco ylas dos fuerzas se reunieron entre un

frenesí de gritos, abrazos y lágrimas. Casi histéricos de alegría, lossoldados rusos bailaron encima de lanieve para celebrar aquel increíbletriunfo. En menos de noventa y seishoras, habían tendido un lazo alrededordel VI Ejército alemán. Dentro deaquella «bolsa» había más de doscientoscincuenta mil soldados alemanes:prisioneros, aislados en una vastallanura nevada. • • • Sobre toda Rusia, los locutores deradio vocearon las increíbles victoriasdel Ejército Rojo. Los nombres deKalach y Sovietski fueron lanzados através de las ondas y el pueblo soviético

se enteró por primera vez del cerco deStalingrado. Pero, en Moscú, Stalin no lo celebró.El primer ministro «estaba belicoso»porque presentía una gran oportunidadpara sus Ejércitos en el sur. Mirando enlos mapas, vio la posibilidad de crearuna bolsa mayor. Algunos cientos dekilómetros por debajo del cerco delVolga, el grupo de Ejércitos B alemánpermanecía inmóvil en el Cáucaso. Si elEjército Rojo lograba capturar la ciudadde Rostov en el mar de Azov, el lazo entorno de Stalingrado se convertiría sóloen la fase menor de un gran triunfo. Porello, Stalin urgió a sus generales: Al Camarada Dontsov [Rokossovski],

23 de noviembre 1942 Copia para el camarada Mijailov[Vasilevski], 19.40 horas. Según el informe de Mijailov, la 3.ªDivisión Motorizada y la 16.ª DivisiónBlindada del enemigo han sido en parteo totalmente trasladadas a su frente...Esta circunstancia provoca unafavorable situación para que todos losEjércitos de su frente puedan entrar enacción. Galinin es demasiado lento... Digan también a Zhadov quecomience a activar las operaciones eintente envolver al enemigo. Den un empujón a Batov; puede sermás enérgico en la actual situación. • • •

El general Paulus estaba listo paraescapar de la bolsa recién formada, unasituación que los alemanes llamaban«Der Kessel» («La caldera»). Durantelas pasadas veinticuatro horas, habíareunido un espolón de blindados,artillería e infantería montada quepodrían forzar un paso hacia el sudoeste.El grupo especial se había concentradoalrededor del aeropuerto de Gumrak. Elteniente Hans Oettl estaba allí, al igualque todos, con una expectantedisposición de ánimo. Contento de verque estaba a punto de suceder algopositivo, observó cómo los carros eranpintados de blanco y las tropas recibíanblancos abrigos con capucha.

El teniente Emil Metzger también seencontraba allí, radiante de optimismo.Ya que su batería nebelwerfer habíasido adscrita al Cuartel general del VIEjército, ayudaría a la potencia de fuegonecesaria para bombardear un pasillo através de las débiles líneas rusas cercade Sovietski. Metzger estaba convencidode que la operación saldría bien. Pasaron las horas y Paulus no dio laorden de atacar. Hitler aún no habíaconcedido aprobación a la maniobra.Paulus cablegrafió de nuevo a Hitler. 23 de noviembre de 1942 Mein Führer. Desde que recibimos su mensajeradiofónico del 22 de noviembre, la

situación ha evolucionado con extremarapidez... Escasean las municiones y elcombustible... No es posible unoportuno y adecuadoreavituallamiento... Debo sin dilación retirar todas lasdivisiones de Stalingrado y más tardeunas fuerzas considerables desde elperímetro norte... En vista de la situación, pido meconceda completa libertad de acción. Heil, mein Führer! PAULUS Mientras se transmitía este mensaje,uno de los generales de Paulus, Seydlitz-Kurzbach, intentaba una retirada no

autorizada del Volga. Ordenó a la 94.ªDivisión de Infantería que abandonarasu sector en el rincón del nordeste de labolsa. El propósito de dicho planconsistía en provocar la marcha rápidade las unidades alemanas próximas enretiradas similares, lo cual, a su vez,forzaría a Paulus a ordenar un éxododesde el Kessel. Así, en la noche del 23 de noviembre,los centinelas rusos vieron levantarsegigantescos incendios dentro delperímetro de la 94 y avisaron al puestode mando de Vasili Chuikov. Las llamasbrillaron una y otra vez mientras losalmacenes llenos de municionesexplotaban contra el negro cielo. En lasbalkas, los soldados alemanes

rellenaban las mochilas con suspertenencias y se colgaban del hombrolos fusiles antes de volar sus búnkerscon bombas de mano. Los oficialesveteranos que llevaban loscaracterísticos pantalones con rayasrojas del Estado Mayor general alemán,se los quitaron y los quemaron. En unpuesto de mando regimental, donde sedio la orden de retirarse de lasposiciones atrincheradas, el oficial queinformaba al respecto subrayó fríamenteque la «retirada planeada» significaríala pérdida de un tercio de «nuestragente». Pero, en cuanto la 94.ª Divisiónabandonó sus posiciones, el 62.°Ejército soviético cayó sobre ella. El

teniente Gunter Toepke oyó llegar a losrusos gritando una y otra vez: «¡Hurra!¡Hurra!» Mientras se lanzaba ciegamenteen busca de protección, los rusoscausaron un número espantoso de bajas.Atrapados en lugar descubierto, eindefensos contra las oleadas en«apisonadora» de los atacantes delEjército Rojo, los alemanes murieron acentenares. Al amanecer, la 94.ª División «dejó deexistir». Y lo que es peor, el plan delgeneral Seydlitz-Kurzbach salió alrevés. Otras unidades alemanasconservaron sus posiciones y laanticipada huida en masa hacia el esteno se llevó a cabo. Pero el general, que era un impenitente

arrogante y, testarudo, insistió en queaquella estrategia era la única correcta yque la pérdida de varios miles dehombres constituía un pequeño precioque había que pagar para el objetivosuperior que anhelaba: la salvación delVI Ejército. • • • La acción unilateral de Seydlitz-Kurzbach conllevó otras imprevistas ytrascendentales consecuencias. Desde elinterior de Stalingrado, unradiotelegrafista de la Luftwaffe radiódirectamente a Hitler, en Rastenburg, lanoticia de la retirada no autorizada y dela destrucción de la 94.ª División. Peronadie se molestó en decírselo a Paulus,

situado sólo a menos de treintakilómetros de la tragedia. La noticia provocó la cólera de Hitler.Despotricando contra Paulus pordesobedecer sus instrucciones demantenerse sobre el terreno, resolvióacabar con cualquier futurainsubordinación de una vez parasiempre. A las 08.38 horas de la mañanadel 24 de noviembre, mandó un drásticomensaje al VI Ejército. Bajo elencabezamiento de «Führerbefehl»,decreto del Führer de máxima prioridad,estableció unas líneas defensivasprecisas para una nueva fortaleza, oFestung. Advirtiendo a Paulus quemantuviera esas líneas, debido a quehabía la posibilidad de socorrerlas,

Hitler declaró: «El VI Ejército adoptaráuna defensa de erizo... Los actualesfrentes del Volga y norte debenconservarse a toda costa... Lossuministros llegarán por aire.» Tras dos tensos días de frenéticascomunicaciones, el Führer había lanzadoun increíble veredicto. Negó a Pauluscualquier libertad de movimientos odecisión. Además, había quitado al VIEjército la oportunidad de escaparmientras los rusos estaban tratando defortalecer sus posiciones en torno de labolsa. Al dictar sus órdenes, Hitler previoque Paulus, en un momento tan grave, sesubordinaría completamente a laautoridad superior. Su conjetura fue

correcta. Incapaz por temperamento derechazar una orden del Führer, Paulusabandonó el proyecto de abrir brecha yconfió en la promesa de unabastecimiento por vía aérea. Sin embargo, el abastecimiento aéreoera sólo un tema de discusión en Prusiaoriental. Hitler aún no sabía si laLuftwaffe podría apoyar al VI Ejército yestaba esperando una voz autorizadasobre la materia. Poco tiempo después,un tren especial pasó a través de losanillos concéntricos de las atalayas delas SS y los fortines situados en la parteexterior de la Guarida del Lobo. Elmariscal del Reich de la Luftwaffe,Hermann Goering, enormemente obeso ycubierto de condecoraciones, se inclinó

en obediencia. Tras su fracaso en hacerque Inglaterra se rindiese y evitar losbombardeos masivos de la patria,Goering había visto erosionada suposición en la sutil jerarquía delrégimen nazi. Nominalmente aún eraheredero de la corona de Hitler, pero, enla actualidad, era ignorado por su jefe yobjeto de mofa por hombres comoMartin Bormann. Recientemente, habíavivido aislado en Karinhall, sumagnífica hacienda al sur de Berlín.Desde allí había dirigido una cacería deobras de arte a través de los museos dela Europa ocupada y recurría a lasdrogas que le hacían olvidar susentimiento de fracaso. Cuando llegó el asunto del

abastecimiento por aire, eldesacreditado Goering agarró laoportunidad de volver a congraciarsecon Hitler y cambiar su suerte adversa.Rechazó las objeciones de Jeschonnekrespecto de los aeropuertos inadecuadosy el mal tiempo en Rusia y corrió aRastenburg, donde llegó en medio deuna discusión. El general Kurt Zeitzlerestaba exponiendo los inconvenientes deun abastecimiento aéreo a gran escala: —La Luftwaffe puede reunir todos losaviones útiles y volar sólo concombustible y municiones. De este modopuede tener éxito la evasión. Cuando apareció Goering, Hitlerpreguntó su opinión. Goering respondió rápidamente:

—Mi Führer, declaro que la Luftwaffeabastecerá por aire al VI Ejército. Zeitzler se puso furioso. —La Luftwaffe no puede hacerlo.¿Está usted enterado, señor mariscal delReich, de cuántas salidas diariasnecesita el Ejército en Stalingrado? Goering se sonrojó. —Personalmente, no; pero lo sabe miEstado Mayor. —¡Setecientas toneladas! ¡Cada día!Incluso imaginando que se maten todoslos caballos de la zona cercada, aúnserán necesarias quinientas toneladas —Zeitler se había lanzado—: Todos losdías habrán de transportar quinientastoneladas por aire. El mariscal del Reich recobró su

compostura. Se jactó fanfarronamente: —Yo puedo lograrlo. —¡Eso es mentira! —gritó Zeitzler. En el repentino silencio que se cerniósobre la mesa, Goering enrojeció cornouna amapola. Cerró los puños como sifuera a golpear al jefe de Estado Mayordel Ejército. Hitler dejó discutir a sus ayudantes.Finalmente, intervino con voz enérgica,desprovista de simpatía hacia elapasionado Zeitzler. —El mariscal del Reich ha hecho unaafirmación y me veo obligado a creerle.La decisión me corresponde a mí. Mientras esperaba fuera de lahabitación, el general Adolf Heusingervio salir a un sonriente Goering al lado

de un igualmente satisfecho Hitler. AHeusinger le pareció que todo unEjército vagando por los nevadoscampos de la estepa rusa dependía ahorade las promesas de Goering. Heusingerexperimentó una premonición dedesastre. Desde Rastenburg, se transmitieronórdenes a la Luftflotte para transportartrescientas toneladas diarias aStalingrado. A medida que dispusiera demás aviones, la Luftwaffe esperabacumplir el mínimo de las demandas dePaulus de quinientas toneladas paramantener vivos a sus hombres. Hitlertenía la palabra de Goering al respecto. A continuación, el Führer volvió suatención hacia Paulus. Ignorando aún la

insubordinación del general Seydlitz-Kurzbach, envió otra brusca transmisióna Gumrak: Radiomensaje (urgente) desde elgrupo de Ejércitos B. Número 1422 a CG VI Ejército ALTAMENTE SECRETO. El Führer desea que, a causa de sudecisiva importancia para el VIEjército, la parte norte de la zonafortificada de Stalingrado... sea puestabajo el mando de un comandantemilitar. Este comandante seráresponsable ante el Führer de quedicha zona fortificada sea conservadaa cualquier precio. El Führer, por ello,ha encargado al general de Artillería

Von Seydlitz... dicha responsabilidad.Esto no afectará a la responsabilidadglobal del comandante en jefe del VIEjército... Por orden del Führer Ahora, Paulus conocía ya el desastrecausado por Seydlitz-Kurzbach pero,por alguna razón inexplicable, rehusócontarle a Hitler que el hombre en quienconfiaba actualmente le había desafiado.En lugar de ello, Paulus llevó la últimaorden de Hitler al bunker de Seydlitz-Kurzbach y entregó el documento aloficial del cabello entrecano. Cuando Seydlitz-Kurzbach acabó deleerlo, Paulus le preguntó: —¿Qué piensa usted hacer ahora?

Seydlitz-Kurzbach respondiólacónicamente: —Supongo que no puedo hacer otracosa sino obedecer. Muchos soldados alemanes aceptaronresignados la noticia de la anulación dela retirada. El cabo Heinz Neist no podía imaginarque un ejército tan numeroso pudiesemalograrse. Aunque, en resumen, lefastidió el pensamiento de que nadie eracapaz de ayudarle, Neist, que teníatreinta y un años, se negó a que suespíritu flaqueara. En su sótano, al oestede la fábrica de cañones Barricada,permaneció junto a su radio y esperópacientemente a que alguien acudiese arescatarlo.

• • • El oficial en jefe de Josef Metzlercontó a éste personalmente lo referente ala abortada maniobra. Cuando elcomandante se apresuró a añadir quedudaba de que los rusos fuesen capacesde apoderarse del sitiado VI Ejército,Metzler le creyó. Estaba máspreocupado por conseguir un par debotas. Demasiado escrupuloso paraarrebatárselas a los prisioneros rusos oquitarlas de los cadáveres, esperó conimpaciencia el afortunado momento enque obtendría un par. Sus pies parecíande hielo. • • •

Al sargento Albert Pflüger, unagresivo veterano de la 297.ª División,en el borde sur de la bolsa, tampoco letrastornó la noticia. En una sesióninformativa, cuando un oficial leyó uninforme que hablaba de la ofensiva rusay del envolvimiento «temporal», Pflügerlo escuchó con poco entusiasmo.Encontró muy divertido que las palabrasdel informe pareciesen rimar. Después de concluida la reunión, elsargento caminó entre la espesa nievehacia su unidad, pero se desorientó yvagó largo rato bajo un frío de hieloantes de encontrar su bunker. Le costómucho tiempo quitarse el frío de loshuesos.

• • • Para otros soldados alemanes, lacancelación fue un terrible infortunio,pues sembró en ellos el disgusto y laduda. Aquellos hombres habían llegadodesde Gurmak y el ángulo sudoeste de labolsa para dirigir la retirada. Ahoraretrocedían penosamente a unos búnkersconstruidos con muchos meses deanticipación al invierno ruso. Pero noencontraron abrigo: los rusos se habíaninfiltrado durante su ausencia y ocupadosus refugios.

El sargento alemán Albert Pfüger, dela 297.ª División de Infantería Así, el maestro de escuela FriedrichBreining tuvo que establecer una seriede trincheras poco profundas en terrenoabierto a las que azotaba el vientoarrastrando la nieve. En unas posiciones

tan expuestas, Breining empezó apreguntarse si podría sobrevivir pormucho tiempo. El teniente Hans Oettl estaba enidéntico apuro. Disgustado por el giroque habían tomado los acontecimientos,se enfureció interiormente contra el AltoMando alemán. —¡Ahora estamos vendidos! —murmuró. Pero Oettl era casi el único de estaopinión. La mayoría de los hombresargüían que el Führer no lesabandonaría. Oettl se reíasarcásticamente de ellos. El teniente Wilhelm Kreiser se enteróde la noticia en el mismo sótano paraguardar patatas del que se había

apoderado a fines de octubre. —Es algo parecido a un mazazo —dijo a sus amigos. En la compañía de Kreiser, pocoscreían en el abastecimiento por aire. Los rusos situados enfrente de Kreisereran cada vez más agresivos. Mientrasél tenía cantidades limitadas demuniciones y alimento, el enemigocolmaba de obuses su posición. Cadavez que Kreiser abría fuego, los rusosdisparaban sobre la columna de humoque salía de la casa. Para estar preparados ante cualquiereventualidad, el teniente ordenó quecavasen una trinchera detrás del puestode mando. Deseaba estar dispuesto paralo peor.

• • • El sargento Wirkner, natural de la AltaSilesia, estaba demasiado ocupado paradetenerse a analizar el futuro. Rodeadopor vehículos en llamas, el veterano deveintiún años de las campañas dePolonia, Francia y Creta se apresurabapara salvar la vida. Su 14.ª DivisiónPanzer iba a ser mandada al este, al otrolado del Don, hacia Stalingrado. Todoslos materiales de asuntos secretos teníanque ser destruidos; todos los vehículosno necesarios para el combate debíanser quemados. Wirkner y sus camaradas estabanrodeados por la ondulante niebla,mientras las explosiones sacudían el

aire y los encendidos restos saltaban porlos campos. Wirkner marchaba a travésdel caos, sobre el helado Don y por elperímetro occidental de la bolsa querodeaba Peskovatka. Los rusos no lessiguieron de cerca. • • • En el Cuartel general del VI Ejército,un extraño se presentó ante Paulus. Elcomandante Coelestin von Zitzewitzacababa de llegar de Rastenburg. La noche anterior, en el Cuartelgeneral del Führer, Zitzewitz habló conel general Kurt Zeitler, quien le dio unainusitada serie de órdenes verbales: —El VI Ejército ha sido cercado...

Volará hacia Stalingrado con unasección telegráfica del Regimiento decomunicaciones operacionales. Deseoque se comunique directamente conmigotantas veces como sea posible y tanrápidamente como pueda. Usted nodeberá prestar servicios de campaña.No estamos preocupados: el generalPaulus se está desenvolviendo bien.¿Alguna pregunta? El aturdido Zitzewitz no tenía ninguna. Zeitzler continuó: —Dígale al general Paulus que se estáhaciendo todo lo posible pararestablecer el contacto... Coelestin von Zitzewitz contó esto aPaulus al día siguiente. Paulus lepreguntó cómo intentaba levantar el

asedio el Alto Mando alemán. En vistade que Zitzewitz no le contestaba,Paulus le habló durante un rato delprevisto abastecimiento aéreo. Pusoénfasis en que necesitaba quinientastoneladas diarias mientras durara elcerco y subrayó el hecho de que le habíasido prometida aquella cantidad. Antes de despedir a Zitzewitz, Paulusañadió que él opinaba que el VI Ejércitopodría ejercer una tarea más útil si lepermitían retirarse del oeste del Volga auna línea más defendible cerca deRostov. Repitió varias veces estadeclaración, afirmando que losgenerales apoyaban su punto de vista.Zitzewitz experimentó una oleada desimpatía hacia aquel general de voz

dulce, aquejado de un incesante tic quedeformaba su bello rostro. Elcomandante tenía la sensación de quePaulus parecía abrumado por un pesointolerable. La llegada de Zitzewitz al Cuartelgeneral del VI Ejército levantócomentarios en el Estado Mayor.Algunos oficiales, sobre todo ArthurSchmidt, se preguntaron abiertamente siel comandante había sido enviado paraespiar al jefe del VI Ejército duranteaquella crisis. • • • Mientras tanto, Paulus recibió un cableque le brindó unas esperanzasinesperadas.

Manstein a Paulus, 24 de noviembre,13.00 horas. Asumo el mando el 26 de noviembre.Haré cuanto esté en mi poder paraayudarle... Entretanto, es imperativoque el VI Ejército, mientras conserva elVolga y el frente norte, encumplimiento de las órdenes delFührer, alinee sus fuerzasordenadamente, con el fin, si fueranecesario, de abrir un canal deabastecimiento hacia el sudoeste. MANSTEIN El mariscal de campo Erich vonManstein se había enterado por primeravez de este plan el 21 de noviembre,

cuando se lo comunicó el OKW en elCuartel general del XI Ejército, enVítebsk, a unos quinientos kilómetros aloeste de Moscú. Había sido nombradojefe del grupo recién formado deEjércitos del Don, que comprendía elrodeado VI Ejército, el destrozado IVEjército Panzer de «Papá» Hoth y losrestos de las divisiones rumanasesparcidas por la estepa. El OKW dijo aManstein que su primordial tarearadicaba en abrir un pasillo hasta el VIEjército para que se pudiesen enviarsuministros a los alemanes quecombatían en el Volga. Pero se advirtióal mariscal que no debía sacar al VIEjército del Kessel. Sólo debía «prestarayuda», mientras trabajaba

estrechamente con los grupos deEjércitos A y B para proteger losflancos derecho e izquierdo de laWehrmacht en el sur de Rusia. Con dudas acerca de la utilidad deconservar Stalingrado, Manstein subió abordo de un tren que cruzó la estepahacia Novocherkassk, en las afueras deRostov. Mientras contemplabapensativamente a través de la ventanaaquel inacabable mar de nieve,recordaba que sólo diez años atrás lohabía atravesado como invitado delGobierno soviético. Aquello habíaocurrido durante la increíble era decooperación secreta entre Stalin y laRepública de Weimar alemana, cuando,durante varios años, los prometedores

oficiales alemanes habían compartido laenseñanza con sus colegas del EjércitoRojo mientras, al mismo tiempo, losaviadores alemanes practicaban lastécnicas de bombardeo en picado sobreblancos situados alrededor del Don. Laspotencias occidentales de la PrimeraGuerra Mundial, reacias a todo rearmealemán, no se enteraron de aquelacuerdo clandestino hasta que fuedemasiado tarde para detenerlo. La ironía de la situación asombró aManstein, mientras contemplaba laimpenetrable hostilidad de la estepa.Una y otra vez, sus pensamientos sedirigían hacia sus camaradas atrapadosen Stalingrado y se hacía pocasilusiones respecto de su suerte. El

mariscal de campo estaba convencidode que Paulus ya había agotadocualquier oportunidad decente de salirbien librado. A su llegada a Novocherkassk leesperaban dos cartas. Una era de Paulus.Manuscrita y plañidera, trataba deplantear el dilema del VI Ejército: Mis dos flancos quedarondesguarnecidos en dos días... elresultado aún es incierto. Ante esta difícil situación, envié alFührer un mensaje en el que pedíalibertad de acción... No recibí una contestación directa adicho mensaje... Dentro de muy pocos días la

situación de los abastecimientos puedeconducir a una crisis de la mayorgravedad. Sin embargo, aún creo que el Ejércitopuede resistir durante algún tiempo.Por otra parte —aunque no puedallegar hasta mí algo parecido a unpasillo—, aún no es posible decir si ladebilidad cada día creciente delEjército permitirá conservar pormucho tiempo la zona situadaalrededor de Stalingrado... ...Le estaría agradecido si pudiesemantenerme más informado que hastaahora, a fin de aumentar la confianzade mis hombres... Al final de la página, Paulus se

disculpaba de la pobre calidad delpapel y de su mala letra. La otra carta era del mariscal IonAntonescu, el jefe de Estado rumano,que se quejaba amargamente del maltrato dado a sus soldados por losoficiales y soldados alemanes. Manstein se puso furioso al recibir unacarta semejante porque respetaba lacontribución rumana al esfuerzo de laguerra. Por otra parte, también conocíalos conmovedores detalles de ladestrucción de los ejércitos deAntonescu. Originariamente, huboveintidós divisiones. Nueve de ellasquedaron destruidas en campaña; otrasnueve se habían deshecho y huido. Sólocuatro permanecían enzarzadas en la

batalla. Fastidiado por aquellosdescorazonadores mensajes, Manstein selanzó inmediatamente a su tareaprimordial: alcanzar el VI Ejército.Creyendo que el abastecimiento aéreode Goering podría mantener vivas a lastropas de Paulus, Manstein confiaba enabrir un pasillo hacia la fortaleza,preparando un ataque con dos puntas.Una de ellas consistiría en unaoperación de diversión hacia el oeste,apuntando a Kalach. Con suerte, aquelladiversión podría sacar unidades rusasde la segunda operación que comenzaríaen Kotelnikovo, ciento veinticincokilómetros al sudoeste de la bolsa. La ofensiva de Kotelnikovo tenía la

ventaja de que no había que cruzar porninguna parte el Don. Sólo dos de sustributarios, los ríos Aksai y Mishkovapodrían entorpecer el avance. Detrás delMishkova se extendían cincuentakilómetros de estepa abierta, quellegaban por todas partes al perímetrosur del Kessel. Cuando las tropas desocorro alemanas alcanzasen el ríoMishkova, Manstein esperaba quePaulus empujase con su ejército y sepudiese unir a ellos. Ante todo, Manstein necesitaba mástropas y blindados. Habiendocompletado un largo viaje desdeFrancia, los primeros elementos de la 6.ªDivisión Panzer se componían de cientosesenta carros manejados por carristas

de selección. Pocos días despuésempezó a colocarse detrás de la 6.ª la17.ª División Panzer con casi todo supersonal y efectivos. Como ayudaadicional, Manstein había convocado ala 16.ª División Motorizada, que estabaa cincuenta kilómetros al este de suCuartel general y que, en la actualidad,rellenaba la brecha dejada por ladesaparición del IV Ejército rumano.Manstein también había solicitado la23.ª División Panzer. Ésta habíaquedado reducida a veinticinco carros,pero él no estaba enterado de sumaltrecha situación. Para proteger los flancos de laexpedición de socorro, el mariscal decampo contaba con los restos de las

fuerzas rumanas, reunidasprecipitadamente en dos cuerpos pordebajo de su capacidad normal. Perotodos estos proyectos estaban destinadosal fracaso, a menos que, el VI Ejércitofuese abastecido por aire y que unaimprovisada fuerza defensiva, al mandodel coronel Walter Wenck, pudieserechazar a los rusos de la estepa al surdel Don. Sólo unos cuantos días después,Wenck recibió órdenes urgentes deabandonar su puesto en el Cáucaso ytomar el mando de una línea «en formade pantalla» enfrente de los rusos, paraempujarlos hacia Rostov desdeSerafimóvich y Klátskaia. Escaso de fuerzas y equipo, el coronel

se fijó sus propias reglas. Recorrió lascarreteras y obligó a los extraviados areunirse en unidades ad hoc. Proyectabapelículas en las intersecciones y, cuandolos exhaustos soldados se detenían paraverlas, Wenck bruscamente les hacíaretroceder de nuevo hacia la guerra. Unode sus suboficiales encontró un depósitoabandonado de combustible y colocóunas señales que decían: «Al punto deabastecimiento de combustible.»Centenares de coches, camiones y carrosse dirigieron a aquel oasis únicamentepara verse transformados en parte delnuevo Ejército de Wenck. El 27 de noviembre, cuando Wenck sereunió con Manstein en Novocherkasskpara discutir la situación, el mariscal de

campo recordó de modo terminante alcoronel su pavorosa responsabilidad: —Wenck, usted me responderá con sucabeza de que los rusos no penetraránhasta Rostov. Debemos mantener elfrente Don-Chir. De otro modo, no sólose perderá el VI Ejército en Stalingrado,sino todo el grupo de Ejércitos A en elCáucaso. Wenck no necesitaba unaamonestación. Precisaba una suerteextraordinaria.

CAPÍTULO XVIII

«Llega Manstein, llega Manstein», fuela consigna que se transmitió a través delas heladas balkas en el Kessel entre elDon y el Volga. Los soldados gritabancon entusiasmo su nombre y se repetíanhistorias unos a otros acerca de sugenio: Manstein, cuyo plan de rebasar lalínea Maginot había provocado elhundimiento de Francia en menos de seissemanas; Manstein, que tomó la ciudad-fortaleza de Sebastopol, en Crimea, enunos días. Al oír aquellos relatos, loshombres del VI Ejército se refocilabanante la llegada de aquel hombrelegendario de nariz ganchuda y pelo

canoso y se reían de su temporalcondición de «ratones en una ratonera». El general Seydlitz-Kurzbach no sereía de la difícil situación del Ejército.Completamente acobardado por la ordende Hitler de soportar lacorresponsabilidad de la defensa de labolsa, decidió eximirse de todaacusación en el caso de que pereciese elVI Ejército. Empezó a escribir: De: Mando general 51 Cuerpo de Ejército 25 de noviembre de 1942 mañana A: Comandante en jefe del VIEjército [Paulus]. He recibido elmando del Ejército en fecha 24 denoviembre de 1942 para la

continuación de la lucha... El Ejército se halla ante una claraalternativa: abrir brecha hacia elsudoeste en dirección general aKotelnikovo o el aniquilamiento delEjército en unos pocos días... Lossuministros de municiones handescendido considerablemente. Laprevista acción del enemigo, el cualtiene en reserva la victoria en unaclásica batalla de aniquilamiento, esfácil de juzgar... No se puede dudar quecontinuará en sus ataques... conmantenida violencia. La orden del Alto Mando... deconservar la posición en erizo hastaque llegue ayuda está obviamentebasada en fundamentos irreales... La

ruptura del cerco debe iniciarse yllevarse adelante de modo inmediato. Paulus leyó los comentarios deSeydlitz-Kurzbach con la tolerancia queun padre muestra respecto de su hijotravieso. No necesitaba de tales análisispor parte de Seydlitz-Kurzbach. Hacíaya días que sabía que era imperativa laretirada desde el Volga. En aquellaspreciosas horas que se habían perdido,por lo menos sesenta formacionessoviéticas habían acampado en elperímetro del Kessel, con sus cañonesapuntando en dirección al VI Ejército.Al sur y al oeste, por lo menos otrasochenta unidades del Ejército Rojoestaban ya dispuestas para impedir

cualquier intento alemán de llegar hastaPaulus. El 25 de noviembre losalemanes, dentro del Kessel, estabanalejados unos cuarenta kilómetros de lastropas amigas más próximas. • • • En las bases aéreas cercanas aStalingrado, los aviadores alemanesluchaban por conseguir que elabastecimiento aéreo fuese un éxito. Elgeneral Martin Fiebig dirigía la pocosistemática acumulación de fuerzasdesde Tatsinskaia y Morosóvskaia,donde había excelentes bases de cazas ybombarderos durante los suaves mesesveraniegos, cuando el tiempo permitíacientos de salidas cada día. Pero ahora

era el tiempo invernal y las unidadesaéreas de la estepa se enfrentaban conenormes dificultades. Los Ju-52trimotores, los «caballos de trabajo» dela Luftwaffe, volaban desde basesdistantes. Algunos eran viejos y de pocofiar; otros carecían de cañones y deradio. Las tripulaciones variaban desdelos veteranos hasta los graduadosnoveles de las escuelas deentrenamiento de Alemania. Muchosaviadores llegaban a Rusia vestidoscomo para vuelos regulares, sin elnecesario equipo para las temperaturaspor debajo de cero.

El 25 de noviembre, los primerosaviones empezaron a hacer un puenteaéreo hacia el aeropuerto de Pitomnik,dentro del Kessel. Durante los dosprimeros días se esforzaron por ir yvenir, transportando combustible ymuniciones. Al tercer día, 27 denoviembre, el tiempo impidió todas lasoperaciones y Fiebig sumó los irrisoriostotales. En las primeras cuarenta y ochohoras, sólo se habían entregado cientotreinta toneladas en lugar de lasseiscientas requeridas. Con tristezaescribió en su diario: «El tiempo esatroz. Estamos intentando volar, pero esimposible. Aquí, en Tatsinskaia sesuceden las tormentas de nieve. La

situación es insostenible.» El mariscal Richthofen estuvocompletamente de acuerdo. Desesperadoante el suministro aéreo, telefoneó aKurt Zeitzler y Albert Jeschonnek paraadvertirles que el VI Ejército debíaabrirse paso antes de que perdiese sucapacidad de movimiento. Richthofenles rogaba que transmitieran su opinióna Hitler. Así lo hicieron, pero Hitler senegó a dejarse influir. Dijo a Zeitzlerque el VI Ejército podía resistir, debíaresistir. Si abandonaba Stalingrado,declaró Hitler, «nunca volveremos alláde nuevo». Cuando Richthofen escuchó aquelveredicto, se percató de que él y otroscomandantes, no eran «nada más que

unos muy bien pagados suboficiales».Aunque muy disgustado, el frustradogeneral de la Luftwaffe se dominó yvolvió a su trabajo. Su razonamiento fuemuy simple: «Ordenes son órdenes.» • • • Mientras tanto, el Alto Mando rusoluchaba a brazo partido con sus propiosgraves problemas: el éxito del vastoenvolvimiento. Ni Stalin ni Vasilevski niZhúkov se habían atrevido a prever lasdimensiones de su triunfo. Preparadospara enfrentarse a cien mil enemigos, derepente se dieron cuenta de que habíacasi trescientos mil hombres a quienescontener y liquidar. En las escuelas de Estado Mayor del

Ejército Rojo nunca se habíamencionado una operación semejante.Sólo Zhúkov tenía experiencia prácticade haberse enfrentado con un enemigositiado: en Jalkin Gol, Manchuria, en1939, había eliminado con éxito unaparte del Ejército japonés de Kuantungen un período de once días. Peroaquellas fuerzas sólo representaban unacuarta parte del VI Ejército de Paulus,ahora acorralado, pero peligroso ydesafiante. El 28 de noviembre, Stalin llamó aZhúkov para discutir las complejasdificultades surgidas al hacer frente a la«fortaleza» de Stalingrado. Una vez más,el primer ministro necesitaba de lacalma de su segundo para hacer un

análisis de emergencia. Al día siguiente,Zhúkov respondió con un telegrama: Las fuerzas alemanas atrapadas nopueden abrirse una brecha sin lacolaboración de una fuerza desocorro... El mando alemán, evidentemente,tratará de conservar sus posiciones enStalingrado... Reunirá unas fuerzasauxiliares para intentar abrir uncorredor por donde abastecerse y,eventualmente, evacuar las fuerzasenvueltas... Hay que separar por la mitad a lasfuerzas atrapadas en Stalingrado. Pero los rusos no tenían una fórmularápida para conseguir este objetivo. En

aquel momento, siete Ejércitossoviéticos apretaban en un hostil abrazoal VI Ejército. Los 66.° y 74.° Ejércitosestaban situados en el norte; los 21 y 65cerraban la salida por el oeste; los 57 y64 empujaban por el sur. En el mismoStalingrado, el 62.° Ejército de VasiliChuikov poseía la orilla del Volgadesde el mes de septiembre. • • • El Kessel tenía, grosso modo, cuarentay cinco kilómetros de largo por treinta ycinco de ancho, con el lado occidentalacabado en punta y dando la impresiónde ser el hocico de un oso hormiguerogigantesco. En su parte media, cinco

cuarteles generales de cuerpos deEjército estaban esparcidos por laestepa alrededor de Paulus, mientrasdentro del perímetro las abatidasdivisiones se enfrentaban con elexterior. Guarneciendo el frente norte cercanoal Volga se encontraban las 24.ª y 16.ªDivisiones Panzer. A su izquierda,permanecían la 60 Motorizada y la 113de Infantería, mermadas. En el sectornoroeste, las casi destruidas Divisiones76, 384 y 44 se reponían de las heridassufridas en su retirada al otro lado delDon. En el extremo de la puntaoccidental, en el «hocico», los restos dela 376.ª División conservaban unaprecaria faja de terreno al lado de la 3.ª

Motorizada. En el lado sur de la bolsa,la 29.ª División Motorizada se hacíafuerte angustiosamente junto a lasDivisiones 29 y 371. La 14.ª Panzer y la9.ª Antiaérea vagaban como reserva porla bolsa, moviéndose de posición enposición según la amenaza del momento. Dos divisiones rumanas y unregimiento de croatas se reponían en lalínea del sur más cercana a Stalingrado.Y dentro de la población, seis exhaustosgrupos de combate conservaban elnoventa y cinco por ciento de la ciudad.Allí las Divisiones 71,295,100,79,305 y389 estaban enterradas en los mismossótanos y trincheras que ocuparondurante los meses de septiembre yoctubre.

• • • En la orilla del Volga, el generalChuikov, desasosegado, entraba y salíade su bunker, situado en los riscos,maldiciendo su mala suerte. Su guerra sehabía vuelto estática —unaconsecuencia del drama en las estepasdel oeste y del sur— y el Volgacontinuaba atormentándole. Lostémpanos de hielo se deslizaban,enormes, chocando unos contra otroscomo cuchillos rascando vidrio. El 27 de noviembre, el disgustadoChuikov radió al Cuartel general delfrente al otro lado del río: «El canal delVolga, al este de las islas Golodni ySarpinski, está completamente

bloqueado por el denso hielo... No sehan entregado las municiones nievacuado los heridos». La ofensiva en la estepa no habíaresuelto sus problemas. No sólo eso,sino que estaba afligido por unasórdenes que hacían que sus tropasanduvieran escasas de raciones.Chuikov estaba furioso con sussuperiores y les dijo: «... con cadasoldado deseando con todo su corazón ycon toda su alma ensanchar la cabeza depuente para poder respirar máslibremente, tales economías parecen unacrueldad injustificada...» • • •

Los alemanes ya estaban a mediaración. Al haber sido sitiados con lamayoría de sus suministros en el ladocontrario del Don, donde la ofensivarusa había barrido la estepa, cuandoempezó el envolvimiento el VI Ejércitosólo tenía raciones completas para seisdías. Pero Karl Binder había llevadomuy bien a cabo su tarea. La previsióndel oficial de Intendencia de desplazarsus vituallas, ropas y ganado hacia eleste, más allá de la zona de peligro, hizoque su 305.ª División fuera una de lasmás «ricas». Luego, Paulus ordenóinventariar los suministros disponibles,insistiendo en que debería efectuarse un«equilibrio» de las provisiones entre lasunidades.

Binder se sintió ultrajado. Teníaescasa simpatía por aquellos que habíanfracasado al no anticiparse a lacalamidad. No obstante, entrego parte desus reservas para sus desprovistosvecinos: trescientas cabezas de ganado,ochenta sacos de harina, mantequilla,miel, carne enlatada, embutido. Binderse percató de que su trabajo en pro desus tropas había sido en vano. • • • El veterinario Herbert Rentsch teníaun problema diferente. Sus caballos, lospanjes rusos y los requisados enBélgica, debían ir al matadero paraalimentar al Ejército. El doctor estabacontento de no haber enviado a Ucrania

cuatrocientos animales precisamenteantes de que se cerrara la bolsa. También pasaba por una crisispersonal. Su propia yegua, Lore, estabasufriendo los efectos de los insuficientespastos. Sus costillas se señalaban através de su manta de invierno. Aúnnadie le había obligado a incluir a Loreen las listas de los caballos que debíanser sacrificados y rehusaba creer en estaposibilidad. • • • En el extremo occidental de la bolsa,los últimos regimientos y compañíasalemanes cruzaban corriendo los puentessobre el Don y pasaban junto a la

retaguardia que mantenía a raya a losrusos. El último soldado alemán quecruzo el Don hacia Stalingrado fue unprimer teniente llamado Mutius. Durantelas primeras horas de la mañana del 29de noviembre, miró hacia atrás lasombría estepa. A las 3.20 de lamadrugada dio un salto y el puente deLutschinski estallo en una bolaanaranjada de llamas que alumbraron laorilla por ambos lados, iluminando unalarga línea de vehículos alemanesmoviéndose hacia el este, en el Kessel. • • • El 30 de noviembre, cuarentabombarderos He-111 se unieron a losJu-52 de transporte en el vuelo a

Stalingrado. Les llevó cincuenta minutoscruzar los campos nevados de la estepay seguir los radiofaros del lugar deaterrizaje en Pitomnik, que parecía unhormiguero de actividad. Los mecánicospululaban sobre los aviones en cuantoaterrizaban, descargaban el equipajerápidamente y extraían la gasolinasobrante de los depósitos de las alaspara abastecer de combustible losvehículos blindados situados dentro dela bolsa. Aquel día llegaron por lomenos casi cien toneladas desuministros vitales. Paulus se animó alcreer que la Luftwaffe se disponía asatisfacer pronto sus demandas. Pero noera así. Hubo otro cambio de tiempo y,durante los dos días siguientes, casi no

voló ningún avión a Pitomnik. • • • Desde el principio de la ofensiva delgeneral Yeremenko, el teniente HerschGurewicz había permanecido enposición en el lado derecho de laruptura, el sector más cercano a laciudad. Cuando los Ejércitos soviéticoshicieron un intento en el perímetro surdel Kessel, el 2 de diciembre, subió a unavión de reconocimiento y despegó paraexplorar el terreno. Por debajo de Gurewicz, las líneasalemanas parecían oscuras manchas,cicatrices irregulares. Mientras señalabalos datos en su mapa, una repentinaexplosión de fuego antiaéreo conmovió

al avión, el cual giró locamente, fuera decontrol. Gurewicz se agarró a supequeño asiento y el piloto logró salirdel vuelo en picado sólo para estrellarsecontra el suelo. Una tremenda explosióndejó a Gurewicz inconsciente. Horasdespués, despertó para encontrar que lacabina estaba destrozada y el pilotohabía muerto. Gurewicz miró suspantalones, que estaban teñidos desangre. La pierna derecha le latía; estabadoblada casi 45° en relación a sucuerpo. Se esforzó denodadamente para salirdel avión, pero el cuerpo del pilotohabía caído sobre él, y Gurewiczexperimentó una oleada de pánico.Finalmente, empujó con el cuerpo la

portezuela y cayó sobre un montón denieve. Su pierna colgaba, sujeta sólo porun trozo de piel encima de la rodilla; laarrastró detrás de él tirando de ella conla mano derecha. Con todos sus sentidosdespiertos, se dio cuenta de repente deque la explosión que había destrozado elavión fue debida a una mina y que seencontraba solo en la tierra de nadie, enun campo minado. Se arrastró con cuidado, mirandonerviosamente cualquier indiciorevelador de explosivos plantados en lanieve. Cuando llegó el crepúsculo, ya nopudo ver con claridad y su aliento seheló debido al frío viento. La pierna leatormentaba, pero la fría temperaturacongeló la sangre alrededor de la

herida, impidiendo que se desangrasehasta morir. Gurewicz avanzó. Su rostro seendureció con la nieve y el hielo que sedepositaban sobre sus ojos y labios. Eraya completamente de noche y el tenienteperdió los ánimos. Temiendo moverseentre las minas, yacía desamparado en elcampo nevado, temblando tristemente,mientras el dolor de su herida leprovocaba arcadas. En algún lugar de la oscuridad empezóa moverse una luz y Gurewicz oyó aunos hombres que hablaban en voz baja.La luz se hizo más intensa, de prontounas manos se tendieron hacia él y lolevantaron. Cuando oyó la musicalentonación rusa, su alegría de ser

salvado le alivió la tensión provocadapor haberse sentido como enjaulado. Porprimera vez en la guerra, las lágrimasinundaron su cara. Gritó de modoincontrolable y sus compatriotas letendieron cariñosamente sobre unacamilla. Aquella noche los cirujanos leamputaron la pierna derecha casi hastala cadera. Le dijeron que para él habíaacabado la guerra y que necesitaría unaño para poder recuperarse. Así quecruzó el Volga por última vez, mientras,detrás de él, el Ejército Rojo estrechabasu presión sobre los alemanes de labolsa de Stalingrado. • • •

El sargento Albert Pflüger sabía quesólo era cuestión de tiempo que losrusos cruzaran las escarpadas colinas.En un puesto avanzado de la 297.ªDivisión al sur de Stalingrado, habíaobservado la preparación, durantevarios días, de tanques y artillería. Perosu compañía no tenía fuerza suficientepara evitarlo. Se estaban quedando sinmuniciones. El amanecer fue esplendoroso, con unviolento sol rojo asomando sobre elhorizonte detrás del Volga. Enseguidallegaron los obuses rusos y la cortina defuego echó por tierra a Pflüger y sushombres. Cuando la barrera deexplosiones pasó a la retaguardia,

Pflüger levantó la cabeza para ver a losnegros T-34 rusos aproximarse a travésde una pantalla de humo. Tres de ellosrebasaron una ladera. El primerodesapareció en una torrentera. Pflüger esperó pacientemente paratender una trampa. Había estacionado uncañón anticarro de 75 mm a su derecha,fuera de la tierra de nadie. Cuando elprimer carro remontó la torrentera, elsargento disparó una luz purpúrea haciael firmamento y el 75 retumbó. Elproyectil cortó la torreta del carro y seremontó en el aire antes de explotar.Dos soldados rusos salierondesordenadamente del T-34 y corrieroncon furia, retrocediendo hacia la colina.Pflüger encañonó a uno de ellos. Pero

de repente pensó: «Dios mío, si hastenido tanta suerte, ¿quién soy yo paradispararte ahora?» Bajó el fusil y dejóescapar al hombre. Llegaron los otros carros. El cañón de75 mm disparó de nuevo y el segundovehículo recibió un obús en la torreta, ala que catapultó unos quince metros enel aire antes de aplastarse contra elcarro. El tercer T-34 fue alcanzado en elbastidor, giró locamente y luego sedetuvo. El sargento había vencido en suprimera escaramuza. Pero los rusos sereagruparon. Cuando los cohetesKatiushka empezaron a silbar porencima de su cabeza, Pflüger pidióprotección a la artillería. Sólo podía

disponer de siete andanadas de lasbaterías de retaguardia, que empezabana estar severamente racionadas. Los carros reaparecieron de nuevo yel 75 mm de Pflüger entró de nuevo enacción. Después de que el cañóndisparase quince veces, Pflüger recibióuna llamada telefónica de suencolerizado comandante, que le gritó: —Dispare sólo sobre seguro. Y, en medio de la batalla, el sargentotuvo que explicar por qué había sido tanimprudente con las municiones. Se ledijo que tuviera cuidado con sudotación. Pflüger recibió una amonestaciónoficial por desperdiciar obuses alrechazar otro ataque enemigo.

• • • El 4 de diciembre los rusos atacaronel Kessel desde el norte y el noroeste.La 44.ª División recibió la embestidaprincipal y el cuerpo de bomberos, la14.ª División Panzer, corrió en su ayuda.Combatieron girando confusamentealrededor de la brumosa Colina número124.5 y un regimiento alemán perdiómás de quinientos hombres. Otroscentenares sufrieron congelación debidoa las bajas temperaturas. El sargentoWirkner ayudó a reconquistar unaposición que había estado en poder desoldados austríacos antes de que losrusos los rebasaran con carros. Encontróa los defensores donde habían caído.

Yacían desnudos en la nieve. Todoshabían muerto a tiros. • • • En el lado norte del Kessel, elobservador Gottlieb Slotta, de la 113.ªDivisión, hablaba bajo a Norman Stefan,un antiguo amigo de Chemnitz, en laAlemania oriental. Durante variassemanas Slotta y Stefan habíancompartido la comida, el refugio y lospensamientos más íntimos. Amboshombres creían que Hitler no les dejaríaen la estepa rusa. Cuando hablaban delpasado, Slotta confiaba a menudo lasreacciones del trauma que habíaexperimentado en septiembre, cuando

sus amigos habían hecho caso omiso desus avisos y murieron a causa de laexplosión de los obuses. Aquel recuerdoaún le perseguía. Cada día dirigía sus prismáticos alcada vez más creciente número deunidades del Ejército Rojo que sedesplegaban delante de él. Cada díatelefoneaba a su Cuartel general aquellaamenazadora evidencia. Se trataba de ungesto desesperanzado. La 113.ª Divisiónapenas tenía suficientes municiones paramantener a distancia un ataquecoordinado. Stefan estuvo siempre a su lado,observando la misma concentración.Con frecuencia, se incorporaba y andabapor la trinchera de acá para allá. Slotta

se reía de él, previniéndole de que unfrancotirador enemigo podía encontrarirresistible el impulso de acabar con él. Finalmente, un ruso localizó a Stefan,siguió su recorrido a lo largo de latrinchera y, cuando Slotta se volvía paradarle otro aviso, sonó un disparo defusil. Stefan cayó al fondo del refugio.Aquella noche Slotta se dirigió a unpuesto de socorro y esperó al lado de suamigo durante algún tiempo. Pero Stefanmurió sin pronunciar una palabra. • • • En el lado oriental del Kessel, en lafábrica Barricada de Stalingrado, elcomandante Eugen Rettenmaier seenfrentaba con un nuevo aspecto del

combate. La Casa del comisario y las casas 78 y83 estallaron cuando los soldados delEjército Rojo se infiltraron en ellas porla noche y se apoderaron de losedificios en ruinas. Las granadasexplotaron en breves relámpagos dentrode las habitaciones negras como boca delobo. Por la mañana, los cuerpossemidesnudos estaban esparcidos porlas escaleras y los sótanos. El comandante Rettenmaier envió asus oficiales por etapas a apoderarse deaquellas casas cañoneadas desde detrásde la fábrica Barricada. Generalmente,al cabo de tres días acababan heridos omuertos. Sus refuerzos, la mayoría jóvenes

soldados austríacos, se agotaron a finesde noviembre. La casa 83 se habíaconvertido en una severa prueba, pues lamayoría de los alemanes que acudíanallí ya no volvían. Durante dos días, loshombres lucharon sólo por unahabitación. Salían de allí oleadas dedenso humo. Las granadas mataban tantoa los amigos como a los enemigos. Cuando un sargento retrocedió hasta elpuesto de mando de Rettenmaier parapedir más bombas de mano, un médicole miró sus sanguinolentos ojos y ledijo: —Debe permanecer aquí. Puedequedarse ciego. El sargento no quiso oírle. —Los otros que aún están allí apenas

pueden ver nada, pero necesitamosgranadas. Sólo cuando otro soldado se prestó allevarlas voluntariamente, se derrumbóen una silla y se desmayó, exhausto. Rettenmaier tuvo al fin que abandonarla casa 83. Pero sus soldados de losAlpes suabos fueron tozudos y sequedaron en la Casa del comisario. Rettenmaier también tenía queencararse con un grave deterioro de lamoral. Las medias raciones que loshombres comían no les aliviaban lamelancolía y añoraban su país porencima de todo. Privados de un correoregular, caían víctimas delpresentimiento de un destino ineluctable.En los refugios, las conversaciones se

redujeron a cuchicheos. Los hombres sesentaban durante horas en sus camastros,buscando la soledad de suspensamientos. Escribían cartas con unavelocidad febril, esperando que losaviones del suministro pudieran llevarsus sentimientos más íntimos a losparientes que aguardaban en el hogar. Cuando llegaba una remesa de correodesde Alemania a la fábrica Barricada,los pocos afortunados lo leían una y otravez, acariciaban el papel y olfateaban elmenor perfume. • • • El cabo Franz Deifel había vuelto deStuttgart cumplido su permiso de dossemanas y cada día aguardaba que su

certificado de licenciamiento delEjército le permitiera salir del Kessel yvolver a trabajar en la fábrica Porsche.Entretanto, conducía cada día un camiónde municiones hasta un puesto deobservación en la ladera posterior de lacolina Mámaiev. Era un trabajo muyaburrido que ahora se había hecho muyanimado gracias a los indiscriminadosdisparos rusos. Deifel había convertidoesto en un juego, tratando de adivinarsobre qué parte de la carretera planeabadisparar el enemigo. Hasta ahorasiempre había acertado sus previsiones. Finalmente, recibió una citación parapresentarse en el Cuartel general delregimiento y corrió al bunker donde unoficinista le entregó un trozo de papel.

—Aquí está tu licencia. Deifel lo leyó despacio y elescribiente meneó la cabezamurmurando: —¡Qué condenada mala suerte! Había llegado demasiado tarde: sólolos heridos y los casos de prioridadpodían ahora abandonar Stalingrado. • • • Uno de los casos prioritarios, queestaba subiendo a un bombardero enPitomnik, recibió un prematuro regalode Navidad. El doctor Kohler se quedó atónitocuando el Estado Mayor de la 60.ªDivisión Motorizada insistió en quedebía ir a su casa a ver a la familia. En

agradecimiento por su devoción, habíanrecompensado al combativo cirujanocon diez días de permiso en Alemania. Cuando rechazó el ofrecimiento,recibió una orden directa de sussuperiores para que hiciese el viaje.Abrumado por tanta solicitud, Kohlerdijo adiós a sus hombres que no tendríanla suerte de ver a sus seres amados en unfuturo próximo, o tal vez nunca, y lesprometió regresar a tiempo. • • • La patria que Kohler visitó estabainquieta porque el pueblo alemán sehabía enterado al fin de parte de laverdad acerca de Stalingrado. Cuando la

Unión Soviética lanzó un anuncioespecial de su victoria del 23 denoviembre, Hitler se vio obligado adejar filtrar alguna información a travésde un comunicado de su Alto Mando delEjército. No se hizo mención del cerco,sino únicamente de que los rusos habíanabierto brecha al noroeste y sur del VIEjército. El comunicado atribuía aquelalarmante hecho a «un irresponsabledespliegue ruso de hombres y material». Dada la vaguedad de las noticias, elmiedo se apoderó de la población civilalemana, especialmente de aquellaspersonas con parientes en el frenteoriental. Frau Kaethe Metzger era una deellas. Más o menos preocupada debido aque no había sabido de Emil, telefoneó a

la administración de correos local ypreguntó: —¿Está el n.° 15.693 entre losnúmeros de correos del Ejército deStalingrado? Aunque estaba prohibido suministraraquella información, el hombre, unantiguo amigo, respondió: —Espere un momento. El corazón de Kaethe latió con fuerzamientras aguardaba. La voz regresó denuevo por la línea: —¿Significa eso que Emil está allí? Ella no pudo responder. —¡Oiga, Kaethe...! Con los ojos llenos de lágrimas, colgóy se puso a mirar distraídamente a travésde la ventana.

• • • El Cuartel general del grupo deEjércitos del Don en Novocherkassk eraun lugar muy sombrío. Nadie actuabacomo debiera y Hitler continuabaponiendo obstáculos a la expedición deManstein a Stalingrado. La 17.ª División Panzer no habíapodido llegar porque Hitler la separó dela columna para guardarla en reservaante un posible ataque ruso mucho másal oeste de Stalingrado. Y, al este deNovocherkassk, la 16.ª DivisiónMotorizada permanecía estática porqueHitler temía otro ataque desde aquelladirección. Para complicar más las cosas, el

Ejército Rojo desencadenó una serie deoperaciones de desgaste contra elimprovisado Ejército del coronelWenck, ahora rebautizado con el nombrede Grupo de combate Hollidt. Aquellaminiofensiva, llamada Pequeño Saturno,trataba de embotar el golpe en uno-dos,que Manstein estaba preparado paraasestar, como parte de la operaciónWintergewüter («Tormenta deinvierno»): el establecimiento de unpasillo para el VI Ejército. En Moscú, la STAVKA se enteraba delos planes de Manstein a través de la redde espionaje Lucía en Suiza. Así,Zhúkov y Vasilevski montaron laoperación Pequeño Saturno como unexpediente provisional, que atrasaba

temporalmente su más grandioso plan, elGran Saturno: la destrucción delEjército italiano y de los alemanes en elCáucaso. Por su parte, Manstein no podíaesperar mucho tiempo para llevar a cabosus movimientos. Un retraso de sólounos pocos días podría resultar fatalpara las escasas oportunidades del VIEjército, por lo que aceleró su horario ypuso su confianza en los carros reunidosalrededor de Kotelnikovo. Al fin, las 6.ªy 23.ª Divisiones Panzer estuvierondispuestas para ponerse en marcha. • • • A pesar del cerco, la disciplina yorganización del VI Ejército seguía

siendo excelente. En la red decarreteras, la Policía militar dirigía eltráfico pesado y encaminaba a losextraviados hacia sus unidades. Lascarreteras estuvieron siempre bienequipadas. Señales de tráfico señalabanel camino a los cuarteles generalesdivisionales, de los cuerpos y de losregimientos. Los depósitos decombustible y de víveres hacían llegarlos racionados suministros de una formaorganizada y con una eficiencia muyexacta. Los hospitales funcionaban conun mínimo de confusión, a pesar delcreciente número de bajas,aproximadamente mil quinientas diarias.La dotación de vendas y medicinas erarazonablemente abundante.

En el aeropuerto de Pitomnik, losheridos eran evacuados en los Ju-52 yHe-111 en una proporción de doscientosal día. Partían en buen orden, bajo lavigilante mirada de los médicos queevitaban que los que se fingían enfermospudiesen irse hacia la libertad. Dada la gravedad de la situación, elVI Ejército funcionaba mejor de lo quealgunos hubieran podido esperar. Perociertos signos de decadencia empezabana hacerse evidentes. El 9 de diciembre,dos soldados cayeron sencillamentemuertos al suelo. Eran las primerasvíctimas por inanición. • • • El 11 de diciembre, Paulus supo que

sus superiores habían fracasado.Durante los primeros diecisiete días delpuente aéreo, había llegado a Pitomnikun promedio diario de sólo 84,4toneladas, menos del veinte por cientode lo que necesitaba para mantener a sushombres con vida. Aquella frustraciónpuso furioso a Paulus y, cuando elgeneral Martin Fiebig, el director de lossuministros aéreos de la Luftwaffe, volóa la bolsa para explicar sus dificultades,Paulus, normalmente correcto, acumulólos improperios contra él y criticómordazmente al Alto Mando alemán. Un comprensivo Fiebig le dejódespotricar. Paulus le dijo que el puenteaéreo era un completo fracaso. Serefirió constantemente a la promesa de

un abastecimiento adecuado y a la brutalverdad de que, en la actualidad, apenasllegaba una sexta parte de la cantidadnecesaria. —Con eso —se lamentó Paulus— miEjército no puede resistir ni combatir. Sólo tenía una vacilante esperanza, ala cual indirectamente se refirió cuandoescribió a su mujer, Coca: «Por elmomento, tengo entre manos un difícilproblema, pero espero que se resuelvapronto. Entonces podré escribirte más amenudo...» Paulus sabía que, al final, Mansteiniba a cumplir su promesa de intentarsalvar al VI Ejército.

CAPÍTULO XIX

Desde los suburbios de Kotelnikovo,los carros y camiones pintados deblanco de la 6.ª División Panzeravanzaban desplegados hacia elnordeste y, a las 5.15 de la mañana del12 de diciembre, se apresuraban endirección a Stalingrado. Habíaempezado la operación «Tormenta deinvierno», es decir, el intento depenetrar hacia el VI Ejército. —Dadles, muchachos, demostradlesquiénes sois —les arengó el coronelHunersdorff, experto en carros, desde suvehículo de mando. Viendo las huellas que los carros

dejaban en la nieve, saludó con la manoa sus hombres que se encaminaban haciael Kessel, a ciento veinticincokilómetros de distancia. Sorprendentemente, la resistencia rusafue despreciable. Desconcertados anteel adelantado horario de Manstein, susretaguardias retrocedieron tras abriralgún fuego. El peor problema con quese enfrentaban los alemanes era el hieloque cubría los caminos y que impedía alos carros una completa tracción. • • • En la aldea de Verjne-Tsaritsin, asetenta y cinco kilómetros al nordeste deKotelnikovo, los preocupados dirigentesrusos se habían reunido para discutir el

nuevo avance alemán. Presidía lareunión el mariscal Vasilevski, y él yNikita Jruschov cambiaron parecerescon otros generales acerca de lasintenciones alemanas. Convencido deque las fuerzas soviéticas no eranbastantes, Vasilevski intentó telefonear aStalin, pero no pudo dar con él. Cadavez más alarmado por las noticias de losavances alemanes, pidió al generalRokossovski que mandara el II Ejércitode la Guardia, situado de reserva en elfrente de Stalingrado, hasta una línea alnorte del río Mishkova. Rokossovski senegó, alegando sus propias necesidadesde tropas para seguir reteniendo aPaulus en la bolsa. Cuando Vasilevski insistió,

Rokossovski se mantuvo firme. Al fin,los dos hombres empezaron a disputar yluego Vasilevski amenazó con telefoneardirectamente a Stalin e hizo otra llamadaal Kremlin. Pero los circuitos estabanmuy sobrecargados y costaría horaslograr una conexión. Vasilevski estuvo nervioso todo el díamientras la expedición de socorroalemana cobraba velocidad. • • • Durante la tarde, Hitler se reunió consus consejeros en Rastenburg. Jodl seencontraba allí. También estabanHeusinger y Zeitzler y seis ayudantes. Zeitzler empezó con un deprimenteinforme acerca de todo el frente oriental.

Se abordó el estado de las tropasitalianas que defendían los flancos. Seconvino que, en el mejor de los casos,eran de poco fiar. Respecto deStalingrado, el Führer estuvo de acuerdocon Zeitzler en que se trataba de unasituación precaria, pero siguiónegándose categóricamente a ordenaruna retirada. Su impresión era que hacereso pondría en peligro «todo el sentidode la campaña» del invierno anterior. A este respecto, el general Jodl seenzarzó en una discusión respecto de lospeligros creados por la invasiónanglonorteamericana de África delNorte y la derrota del mariscal decampo Erwin Rommel, en El Alamein.Mientras Jodl hablaba, Hitler le

interrumpió varias veces para hacermordaces comentarios respecto de loshombres y los Ejércitos. Con relación aRommel, declaró: —Ha tenido que hacer frente a losmiserables elementos de todas clasesque le rodeaban. Si uno realiza estodurante dos años, al final acaba con losnervios destrozados... Ésta es laimpresión que tiene también el mariscaldel Reich [Goering]. Dice que Rommelha perdido completamente el temple. Lanzado, Hitler habló a gritos de supreocupación por los Ejércitos italianosen África y Rusia. —No pude dormir anoche. Tengo unasensación de incertidumbre. En cuantouna unidad se abandona, desaparecen

enseguida los lazos de la ley y el orden,a menos que prevalezca una disciplinade hierro... Tenemos éxito con losalemanes, pero no con los italianos. Enninguna parte podemos triunfar con lositalianos. La conferencia duró hasta las tres dela tarde, y se suspendió tras unainformación acerca del programa deabastecimiento aéreo de Stalingrado.Las cifras eran impresionantes, lomismo que el número de vuelosintentados diariamente. Pero lasestadísticas ocultaban el hecho de que,mientras los aviones despegaban haciala ciudad, sus cargamentos no llegaban alas tropas situadas dentro del Kessel. De forma continua, el mal tiempo

obligaba a los aparatos a malograr susmisiones. Además, los cazas rusoshabían empezado a acosar la ruta aéreay las baterías antiaéreas habían sidoreforzadas. Como resultado, la estepa seestaba convirtiendo en una carretera deaparatos abatidos, un auténticocementerio de aviones. • • • En el Cuartel general del VI Ejércitoestaban ya enterados de la llegada deManstein. Alentados y nerviosos, Paulusy Schmidt esperaban durante el día losinformes del progreso de la operación«Tormenta de invierno». Estabanesperanzados, pero uno y otro sabíanque el tiempo estaba robando al VI

Ejército su potencia para abrir unabrecha y encontrarse con sus salvadores. El Diario de guerra de aquella jornadadel VI Ejército refleja el cada vez másrápido decaimiento dentro del Kessel: 12 de diciembre de 1942, 5.45 tarde Las raciones disminuyen desde el 26de noviembre. Decrecieron de nuevo el8 de diciembre y el resultado de todoello ha sido la debilitación del poderde combate de las tropas. En laactualidad, sólo reciben una terceraparte de sus raciones normales. Seproducen muchas bajas a causa delagotamiento. • • •

Aquella noche, el mariscal Vasilevskipudo, al fin, dar con Stalin paraexplicarle el desarrollo de las últimashoras. Contó al primer ministro que losalemanes habían alcanzado ya la orillasur del río Aksai y solicitó permiso paratraer al 2° Ejército de la Guardia desdeel frente de Stalingrado y desplazarlo ala mayor velocidad posible hasta unaposición de bloqueo frente a los panzersalemanes. La reacción inmediata de Stalin fueviolenta. Rehusó dar su conformidad ala propuesta y atacó a Vasilevski portratar de entremeterse con las fuerzas deRokossovski sin consultar primero conla STAVKA en Moscú. Stalin le previno

que le hacía personalmente responsablepor todo ello. Por su parte, Vasilevski se encolerizóporque sabía que su deber consistía enmantener la seguridad de ambos frentes.Su preocupación no había servido paranada. Stalin le dijo que su petición sediscutiría aquella noche en una reunióndel Comité de Defensa y con rudeza lecolgó el teléfono. A las cinco de la madrugada de lamañana siguiente, Stalin volvió a llamar.Ahora convino por completo con el plande Vasilevski: el 2° Ejército de laGuardia fue avisado para una marchaforzada. La decisión no llegó demasiado atiempo. A las ocho de la mañana del 13

de diciembre, las dotaciones alemanasde los carros cruzaron, con ojoslegañosos, el río Aksai por un inseguropuente. Ahora sólo el helado ríoMishkova era la única barrera naturalantes de alcanzar el Kessel en torno deStalingrado. • • • Desesperado de no poder estar alcorriente del avance de las fuerzas desocorro en el aeropuerto Gumrak, Paulusordenó a diez operadores de radio queinvestigasen todas las longitudes deonda para hallar mensajes de lospanzers que se acercaban. Pero lostécnicos rusos frustraban constantementesus esfuerzos atascando los canales y

radiando falsa información. Mientras Paulus seguía en el limboacerca de lo que pasaba, tenía asimismoque hacer frente a presiones en cada unode los sectores del Kessel. En las ruinasde Stalingrado, el 62.° Ejércitosoviético ocultaba su propia debilidad yhostigaba a los alemanes desde lafábrica de tractores al barranco Tsaritsa.Aquellas tácticas agresivas se aveníancompletamente con la filosofía militarde Chuikov. El combativo general sabíaque no existía otro modo de proseguir laguerra. Desde su casa en Kuíbishev, la mujerde Chuikov le había escritorecientemente recordándole su forma deser:

Querido Vasili: Algunas veces imagino que te hasenzarzado en un combate personal conHitler. Te conozco desde hace veinteaños. Conozco tu fuerza... Es difícil deimaginar que alguien como AdolfoHitler pueda hacerlo mejor que tú. Esono puede suceder. Una anciana, unavecina, se encuentra conmigo cada díay me dice: «Rezo a Dios por VasiliIvánovich...» Aunque acosado por problemas desuministro, y disgustado con el mandodel frente por no enviarle suficientesmuniciones, Chuikov continuó montandopequeños ataques contra los cada vezmás debilitados alemanes. Uno de sus

grupos de asalto se concentró en elsótano para guardar patatas que elteniente Wilhelm Kreiser había retenidodesde el pasado octubre. Mientras susexhaustos hombres dormían sobre susarmas, los rusos se arrastraron hacia elsistema de trincheras que con tantocuidado Kreiser había preparadoprecisamente para un caso deemergencia. Kreiser reunió a sus hombres parapasar al contraataque, pero olvidóagacharse. Desde una cabaña próxima,una ametralladora rusa le alcanzó conuna bala en el hombro izquierdo y conotra en el brazo. El teniente cayó en lanieve. Aún consciente, entregó el mandode la compañía a otro teniente y luego

fue tambaleándose hacia la retaguardia.Al cabo de unos minutos, su sucesor lesiguió con otra bala en un brazo. Kreiser, por radio, pidió refuerzos yluego condujo a un grupo de heridos a unpuesto de socorro, donde un médico lepuso una inyección de morfina y loinstaló en un trineo. Remolcado mástarde hacia la retaguardia por un peónhiwi, el amodorrado Kreiser se durmió ycayó a la carretera. Cuando el leal hiwivolvió atrás y lo arrastró desde un bancode nieve, el agradecido teniente le diolas gracias en voz baja y perdió elconocimiento. Días después, Kreiser sería uno de losafortunados en salir del Kessel por víaaérea.

• • • Aquella noche, otro grupo soviético deasalto cruzó las líneas alemanas. Unosdefectuosos informes del serviciosecreto ruso habían situado el bunker demando del general Paulus dentro de loslímites de la ciudad, y Tania Chernova,la rubia francotiradora, y otros tresrusos fueron enviados para matarlo. Eligiendo cuidadosamente su caminoentre montañas de escombros, el pelotónde ejecución avizoraba en dirección alos centinelas alemanes que seperfilaban contra la nieve. Tania estabaintentando dominar sus nervios porquela muchacha de delante de ellatropezaba con frecuencia y hacía mucho

ruido. «Esa vaca», pensó Tania mientrasmiraba a aquella rechoncha figura quecada vez la molestaba más. La «vaca» tropezó y una violentaexplosión precipitó a Tania contra elsuelo. Inconsciente, la joven empezó adesangrarse en la cuneta por una heridaabierta en el estómago. Momentosdespués, Vasili Zaitzev corrió a su ladoy levantó tiernamente su lacio cuerpo. Zaitzev se esforzó por regresar a suslíneas, a un hospital instalado en unsótano donde los médicos trabajarondesesperadamente para restañar el flujode sangre de las heridas de Tania.Durante horas desesperaron de salvarlapero, a la mañana siguiente, se recuperóalgo y los cirujanos planearon

transportarla al otro lado del Volga parapracticarle una operación de cirugíamayor. Una vez Tania recobró elconocimiento, sus primeras preguntasfueron acerca de lo que le habíasucedido a su patrulla. Cuando lecontaron que la mujer que iba delante deella había pisado una mina y se librócon sólo heridas superficiales, escuchótodos aquellos detalles con encontradasemociones. Su venganza contra losalemanes había terminado: había «rotoochenta bastones» en tres meses deguerra. Pero la imagen de aquella«maldita vaca» acudía sin cesar a sumente y la enfurecía.

• • • Por la mañana del 14 de diciembre, la6.ª División Panzer alemana cargó endirección al Kessel y fue a chocardirectamente contra unos refuerzos rusosde casi trescientos carros. Un pelotón decarros resultó cazado por cuarenta T-34rusos y una batería blindada que acudiópara salvarlo estuvo a punto deencontrarse con los carros rusos apenasmil metros más allá. Pintados de blanco«igual que los alemanes», con númerosnegros en las torretas, los rodeaba ungran cinturón de soldados. Durante un momento, el teniente HorstScheibert se preguntó si habríaencontrado elementos de la 23.ª

División Panzer alemana que debíaapoyar durante el trayecto de la 6.ªDivisión hacia la bolsa. Todo les hacíaparecer alemanes, pero se percató deque los cañones eran más achatados ylas torretas no llevaban cúpulas.

Un soldado alemán yace muerto en elhelado Volga.

Aún dudando y nervioso, hizoadelantar a sus fuerzas. A seiscientosmetros, aún no tenía intención dedisparar. Se estremeció a medida que ladistancia se reducía. De repente, los soldados devanguardia saltaron a sus propios carrosy Scheibert sólo tuvo tiempo de gritar«Achtung!», por radio, antes de que doscarros rusos fueran a por él. Scheibert voceó también: —¡Fuego! ¡Son rusos! Pero el enemigo tomó la iniciativa enlos disparos. Fallaron por completo asólo trescientos metros. Los artilleros alemanes fueron másprecisos. Los dos primeros carros rusosestallaron violentamente y «el resto fue

cosa de niños». Volviendo a la cargacon tremenda velocidad, los alemanesdiseminaron sus obuses sobre laconfundida formación enemiga. Treinta ydos columnas de humo ondeanteseñalaron la destrucción total en lasafueras de Verjne-Kumski de una de lascolumnas de carros soviéticos. Pero otros grupos blindados rusos aúncontrolaban la ciudad. Los alemanes nopudieron penetrar hacia el río Mishkova. • • • Mientras los granaderos de la 6.ªDivisión Panzer tanteaban el punto débilde la defensa rusa, oyeron y vieron a losJunkers y Heinkels de transporte quesurcaban el cielo en dirección al

aeropuerto de Pitomnik, con lo que laLuftwaffe intentaba mantener la vida enel Kessel. La diatriba de Paulus contraMartin Fiebig del 11 de diciembre habíatenido como resultado un incremento decincuenta toneladas diarias de losembarques aéreos a Stalingrado. Peroaún no era suficiente. El fallo no podía atribuirseúnicamente a los pilotos alemanes,cuyos complejos problemas eran dedifícil solución. Los cazas rusos y ladefensa antiaérea empezaron a cobrarseun elevado peaje de los transportes.Pero la preocupación más exasperanteera el mal tiempo del sur de Rusia.Como una especie de fulero para losfrentes marítimo y continental en

colisión, hacía fracasar incontablespronósticos. Los aviones que esperabanbuen tiempo en Pitomnik, frecuentementese encontraban con nubes bajas, niebla oincluso ventiscas que obligaban alretorno a la base situada a cientos dekilómetros más allá. Cuando estosucedía, el puente aéreo de Stalingrado,y con él, los suministros, se interrumpíandurante varios días. Para contrarrestar tales fracasos, losmeteorólogos intentaron enlazar con losinformes de los testigos ocularessituados dentro del Kessel. Perofrecuentemente aquellos hombres nopodían establecer contacto con ellos. Nohabía combustible para hacer funcionarlos generadores de sus radios.

El hielo era otro enemigo mortal.Destrozaba los motores e inmovilizabalos aviones durante semanas, obligandoa los mecánicos a arrancar parte de losaparatos destruidos para reparar losmotores estropeados y los mismosmecánicos tenían que salvar riesgosimprevisibles. Cuando se quitaban losguantes para llevar a cabo ajustesdelicados en el equipo, sus dedos sehelaban hasta parecer de metal. Por estono se efectuaban las tareas demantenimiento necesarias, concatastróficos resultados. Los errores humanos acarreaban otraserie de desgracias. Desde que laLuftwaffe se negó a permitir a losoficiales de Intendencia que

supervisasen la carga de los transportesque iban a Stalingrado, los hambrientossoldados de Pitomnik abríanfrecuentemente embalajes que conteníanmercancías que carecían por completode valor. Un día descubrieron miles decubiertas protectoras de celofán parabombas de mano, pero no había bombasde mano dentro. Otra vez se trató decuatro toneladas de orégano y pimienta,en una época en que las tropas cazabanratones para comérselos. En otraocasión, miles de botas del mismo pie.El más irónico de todos fue un embarquede millones de preservativos muy bienenvueltos. • • •

Mientras los aviadores desafiaban lamuerte para transportar al Kessel unossuministros tan insólitos, los alemanesde Stalingrado mendigaban en busca deproteínas. El cabo Heinz Neist, de treinta y unaños, se encontró con un oficial, elteniente Till, que sonrió maliciosamentey le preguntó: —¿Quiere algo para comer? Neist, agradecido, aceptó elofrecimiento y se sentó ante un plato dealuminio rebosante de patatas, carne ysalsa. Till, al verle observar con cautelaaquel festín, sonrió bonachón y dijo: —Créame, no se trata de un serhumano.

Neist no necesitó que le apremiaranmás y comió cuanto tenía ante él. Lacarne sabía a ternera y sólo cuandoacabó preguntó qué era. Till le dijo quese trataba del último de los perrosDoberman. Neist no se preocupó lo más mínimo.Su estómago estaba repleto por primeravez en muchas semanas. • • • En su agujero en la nieve en el bordede la tierra de nadie, el soldadoEkkehart Brunnert no podía imaginarseuna carne semejante. Sus ropas se lehabían helado junto al cuerpo, pero supreocupación principal la constituía suestómago. Unos dolores como de

cuchilladas le hacían doblarse en dos. Su comida principal de cada día laconstituía una sopa aguada. Obtener másera imposible porque cada vez quetendía su plato de hojalata, apuntaban sunombre para impedirle que repitiera. Loque realmente le ponía furioso era lavisión de los sargentos comiendo platosrepletos de comida sólida. Temiendohablar claro acerca de los privilegiosdel rango, el soldado empezó apreguntarse si todos los de la bolsarealmente dependían unos de otros parasalvarse. Al igual que muchos miles más,trataba de obtener comida extra dondepodía. Una vez, la cabeza de un caballohelado proporcionó sesos para una

deliciosa comida. En otra ocasión, unrollo de tabletas medicinales le ayudó acalmar su hambre. Relevado de sus deberes en el frente,fue a retaguardia a buscar calor ydescansar. Sin embargo, al cabo de unashoras debía someterse a una revista dearmamento. Como no tenía lubricantesadecuados, Brunnert arañabafrenéticamente y frotaba su arma contijeras, piedras, incluso con las uñas,hasta que desaparecía la mayor parte dela herrumbre. Pero el cabo veterano querevistaba el pelotón de Brunnert,empleaba una cerilla cuidadosamenteaguzada para fisgar en los fusiles.Disgustado con los resultados, impuso aBrunnert y a los otros una guardia extra.

Caminando en su puesto aquella noche,Brunnert apenas tenía fuerza paramantenerse en pie. Sus piernas parecíanhechas de goma y temió que aquelservicio extra acabase con él. • • • A unos sesenta kilómetros al sur delKessel, en la aldea de Verjne-Kumski, la6.ª División Panzer aún no habíaarrollado la oposición rusa. Hacia elnorte y el este del horizonte, seencontraban situados carros T-34 rusosy cañones anticarro que vomitaban unsurtidor de proyectiles sobre losalemanes. Era como un duelo de cañones en elocéano, pero aquí los campos nevados

formaban un alucinante dibujo con lasrodadas de los carros y las largas rayasnegras de los proyectiles explosivos. Enla inevitable confusión de los vehículos,que disparaban y se movían rápidamentehacia nuevas posiciones, los alemanestiraban sobre los alemanes y los rusoscontra los rusos. Cuando los T-34 entraron en la aldea,un frenético oficial alemán radió: «Pidopermiso para abandonar la aldea...» Nose le concedió. Otra formación depanzers invadió el pueblo desde eloeste; al mediodía, ya casi se habíangastado todas las municiones. El coronel Hunersdorff, se presentó enmedio de sus fatigadas tropas.Asomándose en su carro, gritó:

—¿Queréis pertenecer a miregimiento? ¿Llamáis a esto un ataque?¡Me avergüenzo de este día! Se mantuvo erguido, aullandoinvectivas hacia todas partes y sussoldados reaccionaron con ira. Algunospreguntaron abiertamente qué derechotenía a decirles cómo debían combatir.Pero la intención de Hunersdorff eragalvanizar a sus tanquistas. Loconsiguió. Su invectiva fue seguida casiinmediatamente por otra desesperadaapelación de ayuda por parte de losalemanes situados dentro de Verjne-Kumski. Hunersdorff dio la orden deirrumpir en la aldea «a la mayorvelocidad y sin tener en cuenta laspérdidas», y cinco compañías formaron

una columna con los escasos carros,llevando obuses perforadores paraabrirse camino. Aún furiosos con Hunersdorff, lasdotaciones de los panzers se lanzaronadelante rociando los campos a amboslados con un fuego indiscriminado deametralladoras. Aquel avance pocoortodoxo aterró a los rusos, que sepusieron en pie de un salto y corrieronlocamente a través del llano. Dentro desu Mark IV, los alemanes se percataronde que los rusos creían que estabanlocos. Verjne-Kumski cayó fácilmenteaquella vez, pero al cabo de unas horasuna «inagotable reserva» de rusoscontraatacó y el grupo de combate de

Hunersdorff tuvo que retirarse hacia eloeste. Sin municiones, casi sincombustible, cada carro llevaba unracimo de heridos que colgabandesesperados de las torretas. El Diariodel grupo de combate lo cuenta de unmodo muy lacónico: «Aquel día se hizouna conexión con grandes pérdidas». • • • También fue un día de grandespérdidas para la 87.ª División de laGuardia rusa. Atascados en una posicióndefensiva al sur del río Mishkova, comoresultado de la apelación a Stalin delmariscal Vasilevski, el 87 de la Guardiamarchó durante un día y medio sin hacerparadas desde la zona de Beketovka,

debajo exactamente de Stalingrado. El sargento Alexéi Petrov iba en lavanguardia de la división. Acababa deadiestrar a una nueva dotación artillerapara la ofensiva y apremiaba a sushombres para que apretasen el paso. Lanieve oscurecía su visión y el cansanciose convirtió en el principal enemigo,pero él no les dejó reposar. El mismoPetrov se apoyaba en el cañón del fusily dormitaba mientras andaba. Al fin,llegaron al río Mishkova e,inmediatamente, entraron en combatecon la 6.ª División Panzer situadaalrededor de Verjne-Kumski. Petrov nunca había visto ni oídoobuses de tan gran calibre. Hora trashora, las explosiones hacían estallar el

suelo en columnas de polvo y nieve, y entodos los horizontes florecían llamas sinfin. Para Petrov, era peor queStalingrado. En la llanura había millares decuerpos tendidos como muñecas rotas.La mayoría eran rusos, víctimas de laartillería alemana y de los Stukas. En lomás duro del bombardeo, Petrov vio unapequeña figura, de no más de noventacentímetros de altura, que movía losbrazos como un loco. Sorprendido,Petrov observó más de cerca ycomprobó que se trataba de la partesuperior del cuerpo de un soldado ruso.A su lado, en el suelo, yacían un par depiernas y caderas, netamente separadaspor un obús.

El hombre estaba mirando haciaPetrov y su boca se abría y se cerraba,aspirando aire, tratando de comunicarsepor última vez. Petrov miróboquiabierto la aparición hasta que losbrazos cesaron de agitarse, la boca secerró y los ojos se vidriaron. De algúnmodo, el torso del soldado se mantuvoderecho y desamparado al lado del restodel cuerpo.

CAPÍTULO XX

Aún inseguro acerca de la situación dela fuerza de auxilio, Paulus se preparópara la crucial decisión de cómoreunirse con Manstein. Tras asignar al53.° Regimiento de Morteros lapeligrosa tarea de abrir una brecha,desplazó grupos de combate blindadoshacia el ángulo sudoeste de la bolsa.Pero descubrió que no tenía más queochenta tanques dispuestos para entraren acción. También llamó al comandante JosefLinden, cuyos batallones de ingenieroshabían sido diezmados en la fábrica decañones Barricada unas cuantas semanas

antes, para efectuar dos tareasespeciales. La primera consistía endejar expedita la red de carreteras delKessel, una simple tarea superficial,pero excepcionalmente difícil a causa dela escasez de gasolina. La segunda tarea era igualmente vital:se precisaban dos batallones deconstrucción de carreteras y unacompañía de pontoneros para desactivarlos campos de minas, a fin de que tantolos carros como los camiones alemanespudiesen penetrar rápidamente cuandoPaulus avisase. • • • Después de cuatro días de luchas, lossoldados de Manstein estaban aún en

camino hacia Stalingrado, pero elavance se había hecho cada vez máslento hasta convertirse en un paso detortuga. El grupo de combateHunersdorff, de la 6.ª División Panzer,aún no había tomado Verjne-Kumski y,ayudado por parte de la destrozada 23.ªDivisión Panzer, los reabastecidostanquistas regresaron a la aldea. La columna se atascó de nuevomientras la 6 se alejaba rápidamentehacia el oeste para flanquear al enemigo.Alrededor de la aldea de Sogotskot, losrusos habían preparado una vasta red defosos de tiradores que hicieronimposible el avance de los carros. Losrusos no quisieron rendirse. Desdedistancias de tres kilómetros o menos,

los alemanes dispararon contra lastrincheras, «Los carros se erguían... aligual que elefantes con las trompascompletamente extendidas», y cuandolos rusos levantaban las cabezas, las«trompas» retrocedían y losbombardeaban a quemarropa. Sinembargo, los rusos resistieron.Finalmente, cuando los blindadosllegaron en su ayuda, el grupo decombate Hunersdorff tuvo queretroceder de nuevo mientras elcrepúsculo del 16 de diciembreoscurecía el paisaje entre los ríos Aksaiy Mishkova. En Stalingrado, todos los rusossituados a lo largo de las orillas delVolga oyeron tremendos crujidos. Vasili

Chuikov salió de su cueva paracontemplar una magnífica visión: unaenorme ola de hielo se estrellaba contralas islas Zaitzevski. «Lo arrollaba todoa su paso, aplastaba y pulverizaba lomismo pequeños que grandes témpanosy rompía los troncos como si fuesencerillas.» Así fue cómo lo describiódespués. Y mientras el general conteníael aliento, el monstruoso conjunto detémpanos empezó a disminuir suvelocidad y, enfrente mismo del bunkerfortaleza de Chuikov, se estremeció y sedetuvo. Durante unos minutos crujió y seagitó. Detrás de él, miles de otrospedazos de hielo golpearon aquel atascocon terrorífica violencia. El «puente»resistió.

Poco tiempo después, Chuikov enviózapadores a través del hielo paraobservar si podría soportar el tráfico.Hacia las 9 de la noche volvieron sanosy salvos y entonces ordenó que se leproporcionaran tablones para construiruna carretera hasta la orilla opuesta. Sus problemas de suministros habíanterminado. • • • Exactamente a pocos cientos de metrosdel jubiloso Cuartel general de Chuikoven el risco, el capitán Gerhard Meunchtenía que enfrentarse con su primer casode insubordinación. Había sidoprovocada por la Campaña de Navidaddel Führer, campaña anual de recolecta

de fondos para el partido nazi, la cualtambién había llegado al Kessel. Un pelotón de las compañías deMeunch rehusó hacer ningún donativo.Cuando Meunch preguntó la razón, unoficial dijo: —Capitán, será mejor que vaya ustedmismo a ver lo que sucede. Meunch fue a visitar a la escuadra,compuesta de seis hombres, y preguntócuál era su problema. Los hombres ledijeron que ya no estaban preparadospara combatir. Un soldado añadió: —Ya no queremos participar más,capitán. ¡Estamos hartos! Atónito por su actitud, Meunch decidiósabiamente no responder nada. Envió alos hombres a la retaguardia y aguardó

al lado de la ametralladora hasta quellegó la fuerza de relevo. Entonces sedirigió a su puesto de mando, llamó alos rebeldes y les dijo que aquella nochepodían dormir en sus alojamientos. Por la mañana, compartió el desayunocon ellos y, cuando el grupo se sentó enel suelo para tomar su café caliente,Meunch los contempló atentamente y sepercató de que parecían estar un pocomás calmados. Con tiento, sacó acolación el problema de la nocheanterior. Los rebeldes respondieronvacilantes. La causa subyacente de su motín era lacarta de una de las esposas de lossoldados, en la que preguntaba por quése encontraba él en el frente mientras

varios de sus amigos permanecían en sushogares. El soldado, profundamentetrastornado, había dado a leer la carta asus amigos. También ellos habían caídoen un estado de rebelión y empezaron apreguntarse por qué tenían que combatirellos en aquella guerra y no losemboscados de Alemania.

Línea rusa de escaramuzas en mediode las ruinas de la fábrica Octubre Rojo. Meunch les dejó desahogar suamargura. Luego, los devolvió a larealidad. —Según la ley marcial, ustedesmerecen un castigo —les dijo—. Yasaben cómo se castiga el incumplimientode una orden. ¿Están dispuestos a volvera sus posiciones y no desertar o hacerlocuras? ¿Me lo pueden prometer? Ellos respondieron con un espontáneocoro de síes. Un soldado fue más allá: —Lucharemos mientras usted sea eljefe del batallón. Pero si usted resultaherido o muerto, deseamos recobrarnuestra libertad para tomar nuestras

decisiones. Meunch consideró la oferta durante unmomento y luego eligió una vía decompromiso. —Muy bien. Confirmemos esto con unapretón de manos —replicó—. Mientrasyo mande el batallón, ustedescombatirán. Después, pueden obrarcomo mejor les parezca. Los hombres le estrecharon la manopara confirmar el acuerdo. • • • Más avanzado aquel día, el 17 dediciembre, a doscientos veinticincokilómetros al sudoeste deNovocherkassk, Erich von Mansteincenaba con Freiherr von Richthofen.

Mientras paladeaban el vino, los doshombres trataban de sus problemas queles planteaba el intento de salvar al VIEjército. Richthofen había perdido dosde sus escuadrones de bombarderos, alos cuáles el OKW había trasladado, sinprevio aviso, a otro sector. ParaRichthofen, aquel traslado equivalía a«abandonar al VI Ejército a sudestino...» No se mordió la lenguacuando exclamó que aquello era«sencillamente un asesinato». Telefoneó al general AlbertJeschonnek, en Prusia Oriental, parahacerle aquel cargo. Pero Jeschonnek«rechazó formalmente todaresponsabilidad» respecto de la orden.Ahora, Richthofen se confió a Manstein.

Ambos hombres estaban horrorizadospor las decisiones tomadas desde laseguridad de la Guarida del Lobo a másde mil setecientos kilómetros dedistancia. Cuando acabó la cena, los dosllegaron a una conclusión: eran como«dos ayudantes en un manicomio». • • • Después de cenar, se puso muy enclaro la repentina decisión del OKW detransferir los Stukas al alto Don. Otroataque ruso había derrotado a dosdivisiones italianas en sus posiciones, asetenta y cinco kilómetros al oeste deSerafimóvich. Nadie se percató de queaquello constituía el principio del

segundo gran ataque de Stalin, con mirasa apoderarse de la ciudad portuaria deRostov y atrapar a todo el Ejércitoalemán del sur de Rusia. Hasta aquelmomento los informes eran incompletos,pero Manstein los añadió a lafragmentaria información que poseía y asu pesimista valoración del futuro. Sedaba cuenta del desastre que implicabala noticia. Si el Ejército italiano noresistía, las divisiones alemanasdeberían ir en su ayuda. Y comoresultado, el VI Ejército en Stalingradose perdería. Abrumado por unasensación de inminente catástrofe, elmariscal de campo fijó su atención enlos hombres del Kessel, cuyo momentode liberación estaba cercano.

Durante días, Manstein habíabombardeado a Hitler y al general KurtZeitzler acerca de la necesidad de lanzaruna orden del Führer para la operaciónDonnerschlag («Trueno»). La ordensignificaría la completa evacuación delKessel. También comprendería elmovimiento en masa del VI Ejército através de la estepa, durante cuyo tiempolos alemanes deberían luchar con losrusos en ambos flancos. No importaba lo sangriento quepudiese ser el resultado de dichaoperación. En aquel estadio de labatalla, Manstein consideraba laoperación «Trueno» la única soluciónpráctica. El puente aéreo obviamentehabía fracasado: la fuerza de salvamento

de Hoth sólo podría canalizar duranteunos días el suministro de la bolsa. Sin embargo, hasta aquel momentoHitler sólo se había mostrado deacuerdo con la operación «Tormenta deinvierno», la unión física de las fuerzasde Hoth para reabastecer al VI Ejército.El Führer aún seguía prohibiendo aPaulus retirarse del Kessel. Para Hitler,una retirada de Stalingrado estaba fuerade discusión. Su razonamiento eratípicamente arrogante: —¡Los alemanes han derramado aquídemasiada sangre! El general Zeitzler convino conManstein en la necesidad de laoperación «Trueno» y prometió obtenerla aprobación de Hitler en el espacio de

unas horas. Manstein consideraba elconsentimiento de Hitler una conclusióninevitable. Así, el 17 de diciembre,informó a su jefe del servicio secreto, elcomandante Eismann, acerca de lasituación y le ordenó que volase alKessel para discutir la estrategia con losjefes del VI Ejército. • • • Durante la tarde siguiente, Paulusrealizó una visita de inspección por elfrente. Le dejó muy deprimido, pues violas innumerables evidencias de ladecadencia física de sus tropas. Loshombres se movían con lentitud y semostraban indiferentes a las órdenes.Sus caras se habían vuelto pálidas. Con

ojos hundidos y salientes pómulos,muchos se quedaban mirando a lalejanía. De vuelta a Gumrak, se encontró conel comandante Eismann al cual recibiócalurosamente, lo mismo que ArthurSchmidt, que había hecho con Eismannla campaña de Francia de 1940.Eismann le hizo ver claro enseguida quela columna de socorro de Hoth sólopodría continuar su camino durante unperíodo muy limitado. Se refirióespecíficamente a las al parecer malasnoticias del frente italiano y les previnoque las divisiones de Hoth se veríandesviadas de la ruta del Kessel a fin desalvar a aquel ejército títere. Eismannsiguió también diciendo que, incluso

bajo unas condiciones óptimas, eradudoso que los carros de Hoth pudiesenavanzar treinta kilómetros más allá delrío Mishkova, hasta Businovka, dondePaulus había esperado llevar a cabo launión. Le pidió a Paulus que ampliara supropio recorrido otros cuarentakilómetros hacia el sur. Paulus y Schmidt reafirmaron suintención de abrir brecha lo másrápidamente posible. Pero argumentaronque la operación «Tormenta deinvierno», la unión, no sería posiblehasta que el VI Ejército hubiese recibidocombustible en abundancia para suscarros. No había bastante gasolina parauna salida de veinte kilómetros, ni lasuficiente para alcanzar a la 6.ª División

Panzer en el Mishkova. En aquellascondiciones, era imposible ampliar eltrayecto. Ambos generales insistieronenérgicamente en que «Trueno», el planque preveía la retirada de todo el VIEjército del Volga, debía iniciarse almismo tiempo que la operación«Tormenta de invierno». De este modo,todo el peso menguante del VI Ejércitopodría localizarse en un solo punto. Enesto radicaba la única esperanza deléxito. Eismann les presionó para queaceptasen los riesgos de llevar a cabo launión, aunque fuese en condicionesdesfavorables. Pero Paulus y Schmidtrechazaron firmemente la idea deempezar la operación «Tormenta de

invierno» sin tener más suministros.Schmidt se mostró particularmenteenérgico acerca de este punto. Recordóque el puente aéreo era el tropiezoprincipal para obtener el éxito. Medioen broma, le dijo a Eismann: —El Ejército podría conservar susposiciones incluso más al este siestuviese mejor abastecido. Con la situación aún sin resolver, sedio por suspendida la reunión. Eldescorazonado Paulus volvió a suscuarteles, donde escribió una carta a sumujer, Coca. Para no inquietarla con suspropios problemas, le preguntó lascosas normales acerca de su bienestar yel de los niños. Concluyó con una notaoptimista: «Hasta ahora hemos pasado

unos momentos difíciles. Perosobreviviremos. Después del invierno,siempre llega otra vez la primavera...»

CAPÍTULO XXI

Durante varias semanas, los oficialesde transmisiones dentro del Kesselhabían tratado de establecer unarazonable forma de contacto verbal conManstein, situado a doscientosveinticinco kilómetros al sudoeste. Alno existir un normal servicio telefónico,debido a los cortes del cable efectuadospor los rusos, habían creado un milagrotecnológico en pequeña escala. En el perímetro de la bolsa levantaronuna antena radiofaro de casi cuarentametros de altura para unir Gumrak conNovocherkassk por medio de unradioteléfono combinado con un

dispositivo de onda ultracorta, que nopudiese ser escuchado por el enemigo.Bombardeado y reparadoconstantemente, el radiofaro transmitíamensajes a las estaciones relevadorasinstaladas en el territorio ocupado porlos alemanes. Pero, uno a uno, losrelevadores cayeron bajo las columnasrusas de carros. Fracasó la unión porradioteléfono y sólo quedó un teletipopara registrar las palabras deldispositivo de onda ultracorta. Cuandollegó el momento para Manstein yPaulus de hacer una estimaciónangustiosa de sus posibilidades, eltableteo de las teclas del teletipo seconvirtió en su único contacto. Si los dos hombres hubiesen podido

oír cada uno la voz del otro, ciertasentonaciones o inflexiones quizá leshubieran ayudado a resolver la crisis.Pero como la situación continuóestacionaria, el comandante Eismanninformó a Manstein que no creía quePaulus pudiese abrir una brecha en lascondiciones reinantes y Manstein semostró de acuerdo con el razonamientode Paulus. Sin embargo, Manstein habíaempezado a preguntarse hasta qué puntoel general Schmidt estaba ejerciendo unainfluencia indebida sobre la decisión dePaulus de no intentar la brecha sin unacantidad adecuada de combustible. Parael mariscal de campo, era necesario, enel plazo de unas horas, llevar a cabo unaacción positiva. El regatear respecto de

los suministros de gasolina era un lujoque el VI Ejército no podía permitirse,especialmente desde que Manstein habíaempezado a presionarle para que hicieraalguna cosa para salvar a su propia alaizquierda.4 Incapaz de comunicar las emocionesdel momento, Paulus permanecía de pieal lado del teletipo en el bunker deoperaciones en Gumrak, poco despuésde la medianoche del 19 de diciembre, yesperaba que comenzase el repiqueteodel teclado para entrar en acción. Lamáquina zumbó y se puso enmovimiento: —Aquí el jefe de Estado Mayor delgrupo de Ejércitos del Don [general

Schulz]... Respuesta del general Paulus. —El mariscal de campo [Manstein]requiere su opinión respecto delsiguiente asunto: ¿Cuál es su estimación de lasposibilidades de una salida hacia eleste en dirección a Kalach? Se haconfirmado que el enemigo estáconsolidando su posición respecto delfrente sur... [Confuso, Paulus preguntó]: —¿Aqué consolidación del frente sur serefiere? ¿Al lado sur del VI Ejército odel grupo Hoth? [Schulz se apresuró a aclarar]: —Enel lado sur del frente del VI Ejército... [Paulus dudó en dar una rápida

respuesta]: —Responderé por radio... [Schulz]: —¿Alguna pregunta más? [El operador del teletipo respondiópor Paulus]: —El general ha dicho queno y se ha ido... Pero Paulus volvió rápidamente con suopinión y la envió a Manstein porradiotelegrafía: Número 404 19 de diciembre de 1942,01.35 horas ALTAMENTE SECRETO Al grupo de Ejércitos del Don. La salida hacia el sur es todavíaahora bastante fácil, dado que losrusos situados al sur del frente delEjército se hallan menos preparadospara la defensa y son más débiles que

en dirección a Kalach... [hacia eloeste]. PAULUS A unos setenta kilómetros al sur delKessel, la 71.ª División Panzer alemanase apresuró a colocarse en posición enel flanco izquierdo de la 6.ª DivisiónPanzer, intentando abrir brecha haciaPaulus. Finalmente libertada por Hitlerpara entrar en acción, la 17 añadió elpoder de fuego suplementario precisopara quebrar la resistencia rusa y, aprimeras horas de la tarde del 19 dediciembre, los carros alemanesregresaron a Verjne-Kumski, dondecentenares de hombres del Ejército Rojosaltaron de improviso de sus pozos de

tirador y levantaron las manos enademán de rendición. Mientras lostanquistas conducían a aquellosprisioneros a la retaguardia, la 6.ªDivisión Panzer recibía nuevas órdenes:levantar el campo rápidamente hacia elpuente de Vasilevska, a veinticincokilómetros al nordeste del río Mishkova.El Kessel de Stalingrado, sus carros y suartillería alistada, se encontraban sólo acuarenta kilómetros en línea recta deaquella población. En cuanto cayeron las primerassombras invernales, los remozadosalemanes echaron a correr por unacarretera cubierta de hielo. Frente aellos, el horizonte empezó a parpadearcon las llameantes bocas de los

camuflados emplazamientos de laartillería rusa. En Novocherkassk, Erich vonManstein preparaba cuidadosamente surecapitulación de cómo podía sersalvado el VI Ejército. El alegato fuedirigido a Adolfo Hitler. Teletipo 19 de diciembre de1942,14.25 horas ALTAMENTE SECRETO,«Chefsache», transmisible sólo poroficiales. Al jefe de Estado Mayor del Ejércitopara su inmediata entrega al Führer. La situación... se ha desarrollado de

tal manera, que no puede esperarseauxiliar al VI Ejército en un futuroprevisible. Debido tanto a la escasez de avionesdisponibles como al tiempo inclemente,el abastecimiento aéreo, y con ello elmantenimiento del Ejército... no esposible, como se ha demostrado através de las cuatro semanastranscurridas desde el cerco... ElCuerpo blindado por si solo no puede,evidentemente, abrir un pasillo al VIEjército y mucho menos mantenerabierta dicha comunicación. En laactualidad, creo que una salida del[VI] Ejército hacia el sudoeste es laúltima oportunidad de salvar por lomenos el grueso principal de las tropas

del Ejército y las armas que aún sepuedan desplazar. El objetivo inmediato de la salidaserá establecer contacto con el 57.°Cuerpo Blindado [6.° Panzer, etc.],aproximadamente sobre el... ríoMishkova. Esto sólo puede realizarseabriéndose camino luchando hacia elsudoeste, y trasladando gradualmentea todo el Ejército, de modo que secciónpor sección del área fortificada delnorte se retiren a medida que se ganeterreno en el sudoeste. Es imperativoque en el curso de esta operaciónquede asegurado el suministro aéreodel Ejército mediante fuerzas de cazasy cazabombarderos... En caso de una dilación mayor, el 57.

° Cuerpo Blindado debe ser colocadodentro de poco en o al norte del ríoMishkova para excluir la posibilidadde un ataque simultáneo por el interioro por el exterior. De todos modos,antes de concentrarse para el ataque,el VI Ejército necesitará varios díaspara reagruparse y reabastecerse decombustible. Las provisiones de la bolsaalcanzarán hasta el 22 de diciembre.Los hombres presentan ya síntomas deextenuación... Según un informe delEjército, el grueso principal de loscaballos no puede ser empleado porquehan muerto de hambre o bien han sidosacrificados para la alimentación. Comandante en jefe del grupo de

Ejércitos del Don, VON MANSTEIN Manstein casi estaba pidiendo laevacuación del Kessel, y la completaretirada de la «pasión» de Hitler: laciudad de Stalingrado. • • • Ahora, a menos de sesenta kilómetrosal sur del perímetro del Kessel, la 6.ªDivisión Panzer se estaba desplazando através de un terreno que no le erafamiliar. Al correr imprudentementehacia delante no había otra elección quepasar bajo una mortal cortina deproyectiles perforadores. Las balastrazadoras les alcanzaban por ambos

lados de la carretera y acribillaban a loscerrados carros. Dentro de las torretas,la tripulación estaba deslumbrada porlas cercanas explosiones que inundabande intensa luz el interior de los carros. «¡No paren!». La orden resonó através de la formación y los panzersembistieron hacia delante en la noche.Finalmente, sobrepasaron la zona batidapor la artillería y empezaron a avanzarfirmemente por lo desconocido. Trasellos, una multitud de carros alemanesardían y estallaban. De nuevo el teletipo que unía aManstein con el VI Ejército empezó amarcar las palabras de otra conferencia: 19 de diciembre de 1942,17.50 horas.

[Manstein]: —¿Están ustedespresentes? —Sí, señor. —Sírvanse darme un brevecomentario respecto de la informaciónde Eismann. [Paulus empezó un minuciosoanálisis de sus opciones]: Caso 1: Salida [hacia el sur] másallá de Businokva con el objetivo derealizar una unión con Hoth, si esposible, sólo con los vehículosblindados. Andamos escasos de fuerzasde infantería y, por otra parte, se hallacomprometida la defensa deStalingrado y a lo largo del nuevoflanco. Si se elige esta solución, todas las

reservas permanecerán en lafortaleza... Caso 2: Brecha sin establecercontacto con Hoth más que en caso deextrema emergencia. Se puede preverla pérdida de grandes cantidades dematerial. La condición previa para elloradica en que lleguen antes suficientessuministros aéreos [provisiones ycombustible] a fin de mejorar el estadode salud de las tropas antes del ataque.Se puede facilitar esta solución si Hothes capaz de establecer temporalmentecontacto a fin de introducir tractores.En la actualidad, las divisiones deInfantería están prácticamenteinmovilizadas y muchas otrasdivisiones empiezan a estarlo cada día,

a causa de que se han visto obligadas asacrificar continuamente los caballos. Caso 3: En vista de la presentesituación, la defensa ulterior dependede los suministros y de refuerzossuficientes. Hasta ahora, losabastecimientos han sidoabsolutamente inadecuados. Con elpresente índice de suministros, no seráposible conservar la fortaleza durantemucho tiempo... [Manstein deseaba una informaciónmás precisa]: —¿Cuál serio la fechamás próxima en que podría llevar acabo la solución 2 [«Trueno-1, lacompleta retirada del Kessel? —Un período preparatorio de tres ocuatro días.

—¿Qué cantidad de combustible yprovisiones es necesario? ObjetivoMishkova. —Un cincuenta por ciento más de latasa normal de abastecimiento decombustibles; puede deducirlo el jefede Intendencia del grupo de Ejércitosdel Don. Raciones reducidas para unosdiez días para 270.000 hombres... [Manstein concluyó]: —... Saludos.¿Hay alguna cosa más? [Paulus tenía dos asuntosprincipales]: —Primera pregunta:¿Puede el Cuerpo participar en ladeliberación de los preparativos delcaso 2 [«Trueno»]? Segunda pregunta:¿Cuál es la situación del grupo Hoth[en el sur]?

[Manstein fue breve]: —A 1): Esperela conversación de esta noche A 2):...Hoth [la 6.ª División Panzer] estáatacando v avanzando a ambos ladosde Verjne-Kumski. Momentos después los dos generalesconferenciaron de nuevo al haberManstein recibido permiso de Prusiaoriental para otorgar al VI Ejército unaautorización parcial para abrirse paso: —...Oiga, Paulus: Hoy todo continúa bien [en la 6.ªDivisión Panzer], que ha conquistadola zona de Mishkova. Tras estaconversación, recibirá una orden, perodeseo hacerle saber que... [«Trueno»]es una solución posible que sólo se

hará efectiva tras órdenes especiales.Eismann me describió la situación ahíreinante y me doy plenamente cuentade las dificultades... Si tiene preguntasque formular respecto de la siguienteorden, hablaremos otra vez esta noche.No tengo nada más que decir... Paulus deseaba hablar: —Desearía informar brevemente dela situación actual. Hoy ha habidoacciones de combate con éxitosalternos en la parte sur del frenteoccidental y en el frente del sudoeste.El enemigo atacó con sesenta uochenta carros. En esta ocasión hemosdetectado al nuevo regimiento de

carros número 25. Fuerte apoyo aéreoenemigo; algunos carros enemigos, quehan penetrado en nuestras líneas, hansido destruidos detrás de nuestra líneadel frente. En algunos lugares hahabido penetraciones menores que yahan sido eliminadas... Las accionescombativas de hoy han contenido algrueso principal de nuestros carros yparte de las fuerzas del Ejército, yprobado que en la dirección de Kalach[al oeste] el enemigo tiene fuerzasconsiderables de carros y artillería.Hasta ahora, hoy hemos destruidoveintiséis carros enemigos. [Paulus no escatimó elogios a laLuftwaffe]:... Por primera vez, lossuministros aéreos de hoy han sido

adecuados; han llegado 128 avionescon una carga de 220 toneladas desuministros. —Le felicito por el éxito de susoperaciones defensivas. Saludos,Manstein. —Gracias, señor... ¿Puedo recibirahora la orden? [Al teletipo no le era posibletransmitir la arrolladora emoción quePaulus sentía.) —Inmediatamente. Unmomento. La orden empezó a tomar forma sobreel papel del teletipo: Teletipo n.° 60328 ALTAMENTE SECRETO«Chefsache».

Transmisible sólo por oficiales. 19 de diciembre de 1942,18.00 horas Orden al VI Ejército 1. El 57.° Cuerpo Blindado [6.ª y 17.ªDivisiones Panzer] del IV EjércitoBlindado ha derrotado al enemigo enla zona de Verjne-Kumski y alcanzadola sección de Mishkova... Se haniniciado los ataques contra poderosasfuerzas enemigas en el área deKamenka y al norte de aquella zona. Seesperan duros combates en dichazona... 2. El VI Ejército se debe concentrartan pronto como sea posible para laoperación «Wintergewitter» [Unión].El objetivo es establecer contacto con

el 57.° Cuerpo Blindado, con el fin deque puedan llegar abundantessuministros. 3. Los acontecimientos puedenrequerir una ampliación del párrafo 2para una ruptura de todo [el VI]Ejército con el objetivo de alcanzar., [ala 6.ª División Panzer]... en el ríoMishkova. Palabra cifrada: «Trueno».En dicho caso, podría ser importanteabrir brecha con carros ulteriormentea fin de establecer contacto... con elpropósito de aportar un convoy desuministros. Luego, el Ejércitoavanzaría hacia el río Mishkova,cubriendo los flancos... mientras haríaavanzar por secciones el áreafortificada.

Bajo ciertas circunstancias, puedeser necesario hacer que continúe laoperación «Tormenta de invierno»[Unión] con la operación «Trueno»[Retirada]. En general, el Ejércitodebe hacer todo esto con los actualesabastecimientos aéreos sin almacenarnotables cantidades de suministros. Esimportante que el aeropuerto dePitomnik siga conservándose encondiciones operacionales el mayortiempo posible. Hay que transportar todas las armasmóviles... Sin embargo, estas debenconcentrarse en la parte sudoeste enuna fecha próxima. 4. La preparación del párrafo 3[ruptura] se hará efectiva únicamente

bajo la orden específica de «Trueno». 5. Informe de la fecha y hora deataque del párrafo 2 (Tormenta deinvierno-Unión). CG Grupo de Ejércitos del Don, G3N.— 0369/42 ALTAMENTE SECRETO «Chefsache», fechado 19 dic. 1942 Von Manstein General mariscal de campo La orden dejó a Paulus y Schmidtcompletamente abatidos. Habiendoesperado recibir permiso para combinar«Tormenta de invierno» y «Trueno» enuna operación mixta, les habían dichoque todo lo que podían hacer era intentaruna unión con las fuerzas de rescate. Una

vez más, Adolfo Hitler les había negadola salvación. • • • Mientras tanto, la 6.ª División Panzerhabía comenzado a abrirsebrillantemente paso hacia el Kessel. Suímpetu hacia la bolsa fue increíble. Elaire de la noche era muy vivo y casiquemaba los pulmones con su fríaintensidad. La luna se alzaba despaciopor un firmamento estrellado; la nieveparecía fluorescente. Incluso cuando lospanzers se equivocaron de camino, losrusos no les disputaron por mucho ratoel paso. Poco después de las diez de lanoche, los tanquistas se detuvieron paraun breve descanso.

Sus vehículos se extendían en unalarga línea. A través de las troneras dellado derecho, los tanquistas podían verun rastro de postes telefónicos que seprolongaban hasta el otro lado delhorizonte. Enfrente se hallaba una bajacadena de colinas sobre las que selevantaba una aldea a oscuras. Al otrolado de la carretera, existía, al parecer,una serie de trampas anticarros ytrincheras. Momentos después de que los carrosse detuvieran, los soldados rusossaltaron de aquellas zanjas y corretearonalrededor de ellos. En el interior de losvehículos los alemanes contuvieron larespiración. El teniente Horst Scheibertpensó en un principio que sus ojos le

estaban jugando una mala pasada.Cuando sus artilleros le susurraron queel enemigo iba bien armado, Scheibertles ordenó que se estuviesen quietos,dado que era obvio que los rusos creíanque se encontraban entre amigos.Scheibert empuñó su pistola, tanteódebajo de su asiento para coger unagranada de mano y esperó. Correteando al lado de los carros, losrusos bromeaban y sonreían a losalemanes, que permanecían de pie ycallados en las portezuelas. Scheibert sepreguntó cuándo se percatarían de queno recibían ninguna respuesta. El sudorle rezumaba por debajo del casco. Comola increíble situación continuara,Scheibert se imaginó que sus hombres

podrían matar a los rusos si alguiendaba la orden. Pero sintió una curiosareluctancia a matar a aquellos«inocentes» de la carretera. De repente, desde la serie de colinasde delante, zumbó un disparo. Fueinmediatamente seguido por una largaráfaga de fuego de ametralladora. Encuanto los rusos salieron disparados,indemnes, hacia las trincheras de nieve,los panzers alemanes resoplaron ysiguieron adelante. • • • Conversación en teletipo entre elgeneral Schmidt y el general Schulz. 19 diciembre 1943,20.40 a 21.10

horas. —Aquí Schulz. Buenas noches,Schmidt. —Muy bien, Schulz. [Schmidt llevó la conversación): 1.Las actividades bélicas de hoy hanretenido al grueso principal de[nuestros] carros y parte de las fuerzasde Infantería en una acción defensiva...Se ha empleado mucho combustible ymuniciones [de las] reservas previstaspara el ataque de penetración. Estamosseguros que el ataque ruso continuaráel día 20. Sólo podremos agruparnos para elataque si nuestras fuerzas no se hallanmuy [implicadas] en operacionesdefensivas. No podemos decir cuándo

se dará este caso. Sin embargo, se hanhecho preparativos para tener laseguridad de que las tropas no puedenser reunidas unas veinte horas despuésde que estén libres. Por consiguiente,sólo es posible hacer un informe másadelante o bien poco antes de laconcentración. El día más próximopuede ser el 22 de diciembre, siempre ycuando hayamos recibido paraentonces una cantidad suficiente decombustible y municiones. Planeamosempezar el ataque al amanecer. 2. Un ataque de penetración más alládel río Donskaia-Tsaritsa [situadoencima del Mishkova] con fuerzas deInfantería es algo imposible de realizarsin comprometer la defensa de la

fortaleza. Sólo puede tratarse de unabreve salida con fuerzas de carros alotro lado del Donskaia-Tsaritsa, conlos carros dispuestos a regresar a lafortaleza al primer aviso, como si setratase de un cuerpo de bomberos. 3. Todo ello significa que, siStalingrado ha de ser defendido, elEjército sólo puede hacer unapenetración cuando se tenga laseguridad de que el 57.° Cuerpo [la 6.ªDivisión Panzer] conquistaráBusinovka y que esté ya aproximándosea aquella área. 4. Recibirán nuestra opinión respectodel apartado 3 «Trueno» por la nochedel día 20, dado que son necesariasunas más amplias preguntas...

[Schulz no tuvo nada que objetar]: —Su opinión concuerda enteramente conla nuestra. [Schmidt también parecíasatisfecho]: —Muy bien, no hay máspreguntas. Tras una breve discusión acerca de lasnecesidades más perentorias deabastecimientos del VI Ejército, Schulzcortó la transmisión: «No tengo más quedecir y le deseo que todo vaya bien.»(«Heil und Sieg.») • • • A unos doscientos kilómetros alnoroeste, donde se desarrollaba lasegunda ofensiva rusa contra las fuerzasitalianas a lo largo de los últimos tramos

del Don, los enfermeros de un hospitalde campaña corrían a través de lospabellones gritando que los rusos habíanlogrado una penetración y que estaban asólo doscientos metros más allá. No sedieron órdenes para una retirada; nadielo necesitaba. Tras cargar a suspacientes en camiones, el doctorCristóforo Capone y su ayudante médicose hicieron llevar por uno de losvehículos, que avanzaba por la carreteracargada de nieve a una velocidad decinco kilómetros por hora. Cuando losproyectiles de mortero empezaron ahorquillar el blanco por ambos lados,Capone saltó del vehículo y rodó hastaun socavón. Al instante siguiente, elcamión estalló, lanzando grandes piezas

de metal al cielo y matando al ayudantede Capone.

Soldados rusos limpiando un antiguo

punto fortificado alemán en una casa depisos de Stalingrado. Con la mente hecha un torbellino, eldoctor se alejó de las chisporroteantesllamas. Unas horas antes estabapreparándose para un permiso navideñoen Italia. Ahora, caminaba en medio deuna pesadilla de muerte y moribundos...y de los vivos que pasaban a su lado conmaldiciones en los labios. El VIII Ejército italiano, derrotado,huía. • • • Desconocedora de este nuevodesastre, la 6.ª División Panzer,mientras avanzaba hacia el Kessel, entró

en una aldea situada al sur del ríoMishkova. En la luz precursora del albadel día 20 de diciembre, alguienlocalizó a un coche ruso de EstadoMayor que se apresuraba hacia el aúnintacto puente camino de Vasilevska, enla orilla norte. Un oficial ruso con cascoestaba agachado en el asiento trasero delautomóvil y, antes de que nadie pudieradetenerlo, el coche corrió sobre el ríohacia la salvación. Pero los rusos habían cometido ungrave error. Dejaron de volar los arcosdel puente y los panzers alemanesretumbaron por Vasilevska poco antesde las primeras luces. Inmediatamenteformaron una posición defensiva enerizo, esperando que llegasen camiones

de suministros con municiones ygasolina para poder repostar. Enfrente de ellos, se encontrabadesplegado a través de la ruta haciaStalingrado todo el II Ejército de laGuardia soviético. Y mientras losexploradores de la 6.ª División Panzerobservaban la retaguardia en busca dealguna señal de los desesperadamentenecesarios suministros, los rusoscomenzaron a rechazarlos. Un pesimistaoficial alemán aprobó este informe de lamañana: Diario de guerra del 2° Regimientode Carros-Vasilevska. 20 de diciembre,06.00 horas. La resistencia gradualmente

creciente se vuelve más dura cadahora... Nuestras débiles tropas —veintiún carros sin gasolina y dosdebilitadas baterías de artillería— soninsuficientes para ampliar la cabeza depuente... • • • A lo largo del Don superior, el sol sealzó sobre un espantoso escenario. Elduro frío se había cebado en miles desoldados italianos que se detuvieron adormir durante la noche. Aquellasvíctimas estaban ahora sentadas en lascarreteras en unas posiciones al parecerconfortables, como aburridosespectadores del circo romano, mientras

sus compatriotas pasaban a toda prisa.Gigantescos copos de nieve empezarona acumularse en sus ropas y caras;pronto los cubrieron por completo. Loscadáveres se convirtieron en señales detráfico para los vivos. Cristóforo Capone pasó junto a elloscomo aturdido. Aún atontado ante elpensamiento de que había perdido porpoco su vuelo hacia la libertad, intentóabordar la realidad de la situación. Ledetuvieron los gritos de un soldadoherido. Sin suministros médicos, eldoctor colocó sus manos en torno de lacabeza del muchacho y le miró conangustia a los ojos. —Hijo mío, no puedo hacer nada porti —le dijo en voz baja—. Debes ser

valiente. Mientras el muchacho le miraba confijeza, un casco de metralla le abrió lacoronilla, salpicando de sesos y sangrela cara y el uniforme del doctor. Duranteunos largos segundos, Capone mantuvomuy apretada entre sus manos aquellamáscara gris. Luego, el muchacho cayóal suelo. Capone se desplomó a su ladoy vomitó. Cuando pasó la náusea, el doctor sealzó debilitado. Rozó con la mano unobjeto sólido y asió un saco de azúcarque alguien había escondido en la nieve.Vorazmente hambriento de repente,empezó a llenarse la boca a puñados conaquella exquisitez.

• • • Mientras se hundía todo el VIIIEjército italiano, el teletipo de Gumrakempezó a poner en funcionamiento otrofrenesí de palabras. 20 diciembre 1942, tarde. —Aquí el general Schulz. —Aquí el general Schmidt. Óigame,Schulz. 1. Como resultado de las bajas de losúltimos días, la situación de las tropasen el frente occidental y en la ciudadde Stalingrado se ha convertido enextremadamente tensa. Sólo se hanpodido rechazar las penetraciones conlas fuerzas seleccionadas para laoperación «Tormenta de invierno»

[Unión], En caso de mayores rupturasdeberemos hacer uso de las reservasdel Ejército y en particular de loscarros a nuestra disposición... Hastaahora los carros del Ejército hantenido que ser asignados al frenteoccidental cada dos o tres días, comosi se tratase de una brigada deincendios. Esto significa —comoinformamos ayer— que si unas fuerzasmás importantes del Ejército avanzanhasta mucho más allá de la fortaleza,será dudoso que la fortaleza mismapueda resistir... El principio del ataquedependerá, por tanto, de lo lejos que[la 6.ª División Panzer] puedapresumiblemente avanzar... Sinembargo, el grupo de Ejército puede

estar seguro de que no loconsideraremos unilateralmente y queno actuaremos de manera egoísta. Detodos modos, pedimos de nuevo que nose nos ordene formar hasta que setenga la seguridad de que las unidadesoperativas de Hoth alcanzarán la zonaen torno de Businovka... Respecto aesto, es particularmente importantepara nosotros tener una informaciónmás detallada y continuada acerca dela situación con Hoth. 2. La situación podría ser algodiferente si fuese seguro que Tormentade invierno» se vería inmediatamenteseguida de «Trueno» [retirada total].En dicho caso, podríamos tolerarpenetraciones locales en los otros

frentes, siempre y cuando noperjudicaran la retirada total delEjército. Entonces seríamos mucho másfuertes para abrirnos paso hacia el sur,debido a que podríamos concentrarnumerosas reservas localesprocedentes de todos los frentes delSur. Por todo ello, es esencial para elEjército saber con tiempo si aun se vaa intentar «Trueno»... 3. En caso de que se ponga enpráctica la operación «Trueno», seríanecesario que: a) Parte de los 8.000 hombresheridos que aún permanecen aquífuesen evacuados por vía aérea.Tenemos unas 500 a 600 bajas

adicionales por día, por lo que si sepudiesen evacuar diariamente 1.000hombres heridos... de 6 a 8 días seríansuficientes para transportar por lomenos la mitad de ellos. El restopodrían ser evacuados en camiones opor aire, durante la operación... 4. Si preparamos «Tormenta deinvierno», es necesario recordar que«Trueno» podría empezarinmediatamente después si disponemosde un período preparatorio de 5 a 6días. De otro modo, nos veríamosobligados a abandonar detrás denosotros mucho material o destruirlo... 5. ...Por nuestra parte, todo se hapreparado de acuerdo con su orden deayer, por lo que los movimientos para

ambas operaciones pueden empezar encorto plazo. Final. • • • El comandante Eugen Rettenmaierabandonó su 567.° Regimiento en lafábrica de cañones Barricada paradirigirse a un servicio de destacamentoen Gorodische Balka, exactamente aloeste de la ciudad. La temperatura erade treinta grados bajo cero. La nariz deRettenmaier goteaba y las mucosidadesse helaban sobre los labios. Mientrascaminaba con su asistente a lo largo deuna carretera removida, se percató deque había un hombre sentado en lanieve. Era un soldado de una de suscompañías.

—¿Está usted cansado? —le preguntóRettenmaier. El soldado cabeceó apáticamente. —Levántese, camarada; voy aayudarle —y tiró con fuerza de él. En la balka, un cirujano examinó alhombre, pero éste murió una horadespués. El primer comentario delmédico fue que había muerto de hambre.Luego, prestamente, eludió elcompromiso de su diagnóstico al añadir«agotamiento o tal vez problemascirculatorios». Pero Rettenmaier lo sabía a cienciacierta. Había sido inanición y nada más.

CAPÍTULO XXII

En el alto Don, al oeste deSerafimóvich, el teniente Felice Bracci,que había ido a Rusia porque deseabacontemplar el maravilloso país de laestepa, corría ahora a través de él parasalvar la vida. Se había enterado conrudeza el día anterior, por medio de losgritos de un ayudante, que la mayoría desu 3.° Regimiento de Bersaglieri habíasido dispersado hacia el sur. Braccipensó que estaba soñando, que elordenanza se burlaba de él, pero losaterrados ojos del hombre le hicieronreaccionar con todos sus sentidos. Agarró un fusil y se dirigió al puesto

de mando, donde un aturullado oficial leordenó que se retirara cincuentakilómetros al sur, hacia un lugar llamadoKalmikov. El oficial insistió en quedebía ser destruido todo el materialpesado antes de partir, excepto los doscañones anticarro de Bracci. La 5.ª Compañía de Bersaglieri sedesplazó rápidamente y, tras variashoras, otras indescriptibles unidades seunieron a la columna. Marchando en laretaguardia, Bracci tuvo a su mando losdos cañones pesados. Tras él no habíanada, excepto nieve y el viento que lecortaba la espalda. Cuando llegó lanoche, con temperaturas de muchosgrados bajo cero, empezó a resultar muyduro desplazar los cañones de Bracci.

Los hombres que los arrastraban teníanprofundas huellas rojas en las manos yel mismo Bracci se encontrabaterriblemente fatigado. Pero siguióanimándoles y ayudándoles a tirar,levantar o empujar el cañón a través dela nieve amontonada. Los hombres fueron perdiendo cadavez más las esperanzas. Un bersaglierese arrojó él mismo bajo un camión quepasaba. Otro se sentó en un montón denieve y empezó a gritar. Asiendo aún sumetralleta, contó sus quejas a Bracci,quien intentó ponerle en pie. El hombrese resistió y se quedó allí sentadomientras la columna seguía hastaperderse de vista. A las nueve de la mañana del 20 de

diciembre, Bracci llegó a Kalmikov,imán ahora para miles de exhaustos yateridos soldados. La ciudad era unrevoltijo de cañones, camiones,equipaje y soldados excitados quecorrían de acá para allá, intentandoencontrar a sus amigos. Bracci recibió pronto nuevas órdenes.Su regimiento, ahora reagrupado,encabezaba la retirada hacia Meshkov,una encrucijada clave de carreteras en laruta a Millerovo. El ruido de miles debotas crujiendo sobre la quebradizanieve adormecía a los que marchabanhasta que el súbito rugir de motores enla distancia les alarmó. Bracci y sushombres se dirigieron a la partedelantera de la columna y escondieron

sus cañones detrás de unas matas altas. Pasaron los minutos y Bracci sintióque cientos de ojos se clavaban en élpidiendo protección ante el ruidoamenazador. Luego, los carros T-34soviéticos aparecieron un kilómetro másadelante. Durante un momento dieronvueltas en círculo cautelosamente, comosi se centrasen en Bracci; luego loscarros «husmearon el aire» y, al fin, sedesviaron. La marcha hacia Meshkovcontinuó. Entrada la tarde, Bracci vio las agujasde una catedral, «un castillo de hadas»,que dominaban la línea del horizonte.Abriéndose en formación deescaramuza, los bersaglieri seaproximaron a las afueras de Meshkov.

Luego un obús de mortero se hundió enla nieve; las ametralladoras tabletearon.Desesperado, Bracci se percató de quelos rusos habían llegado allí antes que elregimiento y bloqueaban la carretera porel sur. La hermosa iglesia de piedra situadaen medio de la ciudad era el punto dereunión de la defensa soviética. Susgruesos muros desafiaban ladestrucción. En la oscuridad, miles deitalianos marcharon adelante, lanzandosu grito de guerra: «Savoia! Savoia!»Las balas trazadoras dibujaron unahuella mortífera entre ellos y resonarongritos alrededor del cementerioparroquial. Con un buen campo de tiro, Bracci

disparó ráfaga tras ráfaga contra eledificio, pero los rusos no cedieron. Enaquella luz innatural, el basamento de laiglesia relucía brillantemente con losdisparos y las llamas. Pero, por encimadel crescendo del combate, entre gritosde órdenes y contraórdenes, Braccitambién oyó los gemidos y los gritoslastimeros que indicaban el terribleprecio de la batalla. Este fue demasiado elevado. Los jefesitalianos retiraron finalmente a sustropas y los bersaglieri se reagruparon yvolvieron cansinamente hacia Kalmikov. Allí, en una tensa reunión, al díasiguiente, dijeron a Bracci que seatrincherase con sus cañones hasta quellegasen tropas de refuerzo; el oficial a

su mando le prometió que estaba encamino una fuerza operacional alemana.Por su parte, lo deseaba ávidamente. Derepente, empezó a descender un fuego demorteros desde las colinas que lesrodeaban y ello produjo inmediatamenteel pánico entre la mayoría de losbersaglieri, que echaron a correr. Braccise agazapó detrás de una casa que voló ylo cubrió con sus cascotes. Deslumbradopero ileso, el teniente fue dando tumbospor la carretera y se lanzó sobre elestribo de un coche que pasaba, peroéste se metió en un socavón. Al cabo de un momento aparecieronunos jinetes rusos en lo alto de la colina.Mientras explotaban los obuses demortero, los atrapados italianos

elevaron las manos en ademán derendición. Un coronel que estaba al ladode Bracci miró su reloj. —Éste es el final para nosotros —dijotristemente—. Nos hemos convertido enprisioneros. Eran las 9.30 de la mañana del 21 dediciembre. • • • Aquella mañana, los oficiales delservicio secreto del grupo de Ejércitosdel Don de Manstein estabanconversando con un importante huésped. Las tropas alemanas habían hechoprisionero al jefe del III Ejército de laGuardia, general Iván PávlovichKrupennikov, en una emboscada tendida

la noche anterior y, tras un fuegograneado, éste se rindió con la mayoríade su Estado Mayor. Tratando aKrupennikov con los honores de surango, los alemanes le dieron muy biende comer y luego le hicieron algunaspreguntas respecto de su Ejército. Acambio, él preguntó por su hijo, Yuri,que había desaparecido tras el tiroteo.Los alemanes prometieron buscarle,enviaron soldados para traer al tenienteante su padre y el agradecidoKrupennikov empezó a hablar. Dijo que era sólo el jefe interino; susuperior, el general Leliushenko, llevabaenfermo diez días. Dado que sabía quelos alemanes pronto se enterarían deello por medio de los documentos

ocupados con su cartera, también revelóotra información: el número de sustropas era aproximadamente de 97.000hombres. Su Ejército comprendía 247carros y más de 500 piezas de artilleríade calibre superior a 75 mm. Perocuando sus interrogadores lepresionaron para que diera otrasinformaciones, como, por ejemplo,número de nuevas unidades en el frente,su preparación y propósitos, las eludióaduciendo su honor de soldado. Los interrogadores cambiaron detáctica, preguntando al general acerca delas condiciones en el interior de Rusia.Krupennikov les contó que existíaescasez de víveres, debidoprincipalmente a problemas de

transporte. Dijo que en algunos lugaresde Siberia y Asia central se habíanrecogido excedentes de cosechas, peroque el Gobierno las dejaba allí a fin deque los ferrocarriles estuviesenexpeditos para el transporte de tropas yequipo pesado hacia los frentes. Graciosamente, Krupennikov lesexpresó la opinión de que, en unprincipio, había creído que Rusiaperdería la guerra. Sin embargo, cuandocontempló las lastimosas condiciones delos prisioneros alemanes cerca deMoscú, ya no consideró a los nazis unos«superhombres». Actualmente, ya nocreía en las posibilidades alemanas devictoria. Mientras tanto, sus anfitriones habían

intentado averiguar el paradero de suhijo. Los soldados que rastrillaron loscampos circundantes informaron que nohabía huellas del oficial y opinaban quedebía de haber sucumbido a sus heridasen alguna parte del nevado paisaje. Losinterrogadores volvieron y mintieron aKrupennikov, diciéndole que Yuriestaba herido, que no podía sertransportado, pero que no corría peligrode muerte. Muy aliviado, el general rusocontinuó la ronda de preguntas yrespuestas. Fue explícito respecto de los planesrusos. La estrategia principal soviéticaconsistía en atacar en dirección aRostov y aislar a los alemanes en elCáucaso. Sus primeros ataques, los días

19 y 20 de noviembre, entreSerafimóvich y Klátskaia, y al sur deStalingrado, habían tenido un objetivolimitado: atrapar al VI Ejército en elVolga. La segunda fase, el ataque actual,se había pensado para «abrirse camino através del frente del VIII Ejércitoitaliano, al oeste de Serafimóvich y en elDon, para caer por la espalda de lastropas alemanas en Morozóvskaia...». La orden final, el empuje hacia el surdesde el Don a Rostov, aún no se habíadado el día en que Krupennikov fuecapturado. Pero creía que, «debido a lasescasas pérdidas al arrollar la parteitaliana del frente», era posible unaoperación parecida. Esta última parte dela información fue lo suficientemente

importante como para que el mariscal decampo Von Manstein corriera aNovocherkassk y un mecanógrafocomenzara a escribir un informe con lasrevelaciones de Krupennikov. La sala de interrogatorios quedóensombrecida. Los oficiales alemanesdel servicio secreto sólo podían dar porcierto que aquello de lo que se habíanenterado era capaz de producir sólo unefecto adverso en los planes del grupode Ejércitos del Don de llegar hasta elVI Ejército en Stalingrado. • • • El plan estaba ya paralizado. Mientraslos alemanes preguntaban aKrupennikov, los soldados rusos habían

bloqueado el posible paso de la 6.ªDivisión Panzer hacia el Kessel. Incapazde avanzar más allá de Vasilevska, sólosesenta y cinco kilómetros al sur deStalingrado, los tanquistas alemanesconservaban tenazmente su cabeza depuente en la orilla norte, aun cuando susproblemas de suministro se habíanhecho verdaderamente desesperados.Necesitaban tanto el agua potable comola gasolina. Ahora, casi debilitados porla sed, tenían que llenarse la boca connieve sucia, mientras se apiñaban dentrode sus inmovilizados panzers Mark IV.Incapaces de moverse, se convirtieronen fáciles blancos para los artillerosenemigos y los infantes rusos, quehicieron un tanteo hasta menos de quince

metros del puesto de mando del coronelHunersdorff antes de que éstepersonalmente dirigiera un contraataquey los rechazara. Además, muchos alemanes heridosyacían inatendidos y los oficiales sepreguntaban dónde los meterían en elcaso de que llegase la orden de retirada.Mientras los obuses silbaban por encimade sus cabezas, algunos de los hombresmás levemente heridos, de repentedejaban de quejarse y morían. Lastemperaturas por debajo de cero habíanpodido con ellos. Conversación en teletipo entre losgenerales Schmidt y Schulz: —Aquí el general Schmidt.

—Aquí Schulz. [El genera] tenía unas preguntasvitales que plantear al VI Ejército.] 1.¿Cuál es su suministro actual depetróleo? Deme separadamente las cantidadesde combustibles para Diesel y paraautomóviles. 2. ¿Cuántos kilómetros representan?¿Puede ser suficiente esa cantidad decombustible para desplazar la bolsahacia el sur mientras aún se conservanlos restantes frentes? 3. Si la cantidad de combustible lespermitiera avanzar lo suficientementelejos, ¿pueden hacerlo con las tropasdisponibles? 4. ¿Cuánto combustible se consume

diariamente para los viajes másurgentes de abastecimiento dentro dela bolsa? ¿Puede contestarinmediatamente a estas preguntas? [Schmidt tuvo las respuestas al cabode unos minutos]: 1. La cantidad actualmentedisponible es de unos 130 metroscúbicos de combustible Auto y 10Diesel, incluyendo el abastecimientoaéreo de hoy y las cantidadesnecesarias para los viajes desuministro durante unos cuantos días. 2. Esta cantidad permitiría a lastropas de combate avanzar veintekilómetros incluyendo las operacionesde concentración antes del ataque. 3. Teniendo en cuenta la situación de

las tropas, podemos avanzar veintekilómetros, pero no conservar el frentede ruptura [sur] y la fortaleza durantemucho espacio de tiempo sin las tropasasignadas para el ataque y, enparticular, sin los vehículos blindados.Por el contrario, necesitamosrepuestos en la fortaleza en un futuromuy próximo, si se supone que hemosde conservarla. Cualquier tipo desalida, con sus inevitables bajas,paralizará la defensa de la mismafortaleza. 4. La cantidad diaria usada paraviajes de abastecimiento es de 30metros cúbicos. [Schulz replicó con malas noticias]:—El Mando Supremo del Ejercito aún

no ha dado la aprobación paraDonnerschlag [«Trueno», la completaevacuación del Kessel]. En vista del número de fuerzasretenidas por el enemigo, es dudosoque sea posible un rápido avance haciael norte [por las tropas de socorro deHoth], mientras el enemigo no sienta lacontrapresión sobre sus fuerzas desdela bolsa del VI Ejército. Por ello, es necesario que el VIEjército comience Wintergewitter[«Tormenta de invierno», la uniónfísica de las tropas de refuerzo con elVI Ejército] cuanto antes. ¿Cuándopueden prepararse para el ataque? La pregunta era casi imposible de

responder. El VI Ejército estabaintentando prepararse para el ataque,pero la inseguridad de Paulus respectode una fecha próxima para la ruptura delcerco, además de sus preocupacionesdebidas a la escasez de gasolina,originaban confusión entre sus tropas. Elnuevo recluta de Boblingem, EkkehartBrunnert, padeció uno de esos fallos delmando. Cuando se eligió su regimiento paraque encabezara el ataque hacia el sur, sedestruyeron enseguida todos los coches,camiones y motocicletas innecesarios.Por su parte, Brunnert estaba encantado.La destrucción del material superfluosignificaba un intento decisivo derealizar la ruptura y él se enteró de la

existencia de un camión especial,cargado con ropas de abrigo, que habíanenviado los civiles alemanes a loshombres del frente. El vehículo debíaser quemado, pero su contenido —botasde pieles, guantes gruesos y bufandas—era obvio que podía ser distribuidoentre los soldados. Mientras hacía colaante un gran convoy de autobuses,Brunnert miró de reojo al vehículo llenode regalos, mientras un soldado lorociaba con gasolina y le prendía fuego. Brunnert no gritó su rabia mientras elprecioso cargamento se consumía entrellamas. Subió al autobús, se sentópesadamente en el asiento que le habíanasignado y empezó luego a vociferar.Amargado de repente, se encolerizó:

—Mientras nuestros superiores vayanbien vestidos, nada más les puedeinteresar. Afuera del autobús, siete hiwis rusosesperaban poder obtener un asiento.Cuando cuatro de ellos se percataron deque les iban a dejar atrás, corrieronhacia un veterano sargento y suplicaronque les concediera un puesto. Elsargento se negó. Gimiendo de terror, sepusieron de rodillas y se lo suplicaron.El sargento les dio una patada en laingle y se alejó, dejando a los turbadoshiwis en confuso montón a un lado de lacarretera. Cabizbajos, trataron de nopensar en sus tres felices camaradas quehacían las maletas para el viaje que losalejaría del Kessel.

Dentro del autobús, Brunnert recobrósu compostura y estaba preparado parairse. Con sus raciones colocadas debajodel asiento, alejó un súbito miedo alpaqueo ruso y se quedó relajado porprimera vez durante semanas. De pronto,un oficial metió la cabeza por la puerta ygritó: —¡Bajen todos! Paulus había cambiado de intencionesuna vez más. El disgustado Brunnert recogió susraciones y salió despacio del autobús.Había perdido toda esperanza de podersalvarse. • • • Aún no enterado por completo del

peligro originado por el colapso del VIIIEjército italiano, el general Schmidtcontinuó su diálogo por teletipo conSchulz. —Si podemos prepararnos sinpreocuparnos de si la fortaleza podráser conservada o no, la fecha máspróxima para un ataque semejantepodría ser el 24 de diciembre. Paraentonces, esperamos haber recibido elcombustible necesario parareagruparnos y concentrarnos para elataque con todas las fuerzas completas.Sin embargo, el general [Paulus] opinaque la fortaleza no puede serconservada si la ruptura implica ungran número de bajas y pérdida de

vehículos blindados. Si no hayperspectivas de refuerzos en un futuropróximo, sería más convenienteabstenerse de la salida y, por elcontrario, obtener suficientesabastecimientos por aire, de modo quelos hombres recobren su fortaleza ypodamos tener suficientes municionespara operaciones defensivas duranteun largo período. En dicho caso,creemos poder conservar la fortalezadurante algún tiempo sin necesidad derefuerzos. [Schulz replicó]: —Informaréinmediatamente de su opinión almariscal de campo y se someterátambién al Mando Supremo delEjército. ¿Tiene otras preguntas que

hacer con respecto a la situación? [Schmidt respondió]: —De lasfuerzas asignadas para el ataque, yahemos tenido que emplear un batallónpara el frente occidental, dado que hahabido muchas bajas en aquellasección durante los últimos días yhabía algunas brechas que cubrir. Undía de éstos deberemos desplazar otrobatallón a la ciudad de Stalingrado,porque las unidades allí asignadasestán también constantementedecreciendo en número y, dado que elVolga está cubierto de sólido hielo,aquel frente debe ser guarnecido másestrechamente. Los rusos estánenzarzados en enérgicos combates enla ciudad, lo cual nos ocasiona

numerosas bajas. Este decrecimientode la capacidad de lucha es laprincipal razón de que el general[Paulus] considera una salida comoalgo extremadamente peligroso, amenos que el contacto se establezcainmediatamente después de haberabierto brecha y la fortaleza serefuerce con tropas adicionales.Opinamos que la ruptura sería másprometedora si «Tormenta de invierno»fuese inmediatamente seguida por«Trueno», pues en dicho caso,podríamos retirar las tropas de losotros frentes. No obstante, de modoglobal, somos de la opinión de que«Trueno» es una solución deemergencia, la cual, si es posible, debe

ser eludida, a menos que la situacióngeneral requiera una soluciónsemejante. También debe tenersepresente que, en vista de la actualcondición física de los hombres, unaslargas marchas o unos mayoresataques podrían ser extremadamentedifíciles. • • • En la fábrica Barricada y en la detractores, los montones de escoriasyacían bajo una gruesa capa de nieveque enmascaraba repugnantes cicatricesde la guerra. Los oxidados cañones, lasretorcidas vigas y las vías férreastambién habían desaparecido, junto conlos cadáveres helados de los insepultos

y olvidados. Dentro de las cavernosas estancias,los soldados alemanes vivían lo mejorque podían. Para calentarse,desgarraban el entarimado de madera yencendían pequeñas fogatas. La madera,empapada de petróleo, producía unhumo lleno de hollín que ennegrecía lascaras de todos. En la nave de máquinas 3C deBarricada, un torno empezó a atraer unadesusada atención por parte de lossolitarios alemanes después de quealguien descubriera que la máquinahabía sido fabricada en una ciudad alsudeste de Stuttgart. Los hombres sedeslizaban con sigilo en la estancia parapermanecer a su lado y leer una pequeña

placa: «Gustav Wagner, Reutlingen. »Los ex mecánicos acariciabansuavemente aquel metal creado pormanos alemanas. Otros, contemplaban lamáquina y se veían transportados a suscasas en alas de su fantástico mundo derecuerdos. Se preguntaban abiertamente si eltorno aún se podría usar. —¿Trabajaría otra vez para los rusossi...? O bien: —¿Dónde está Reutlingen? —preguntaban los de la región del Rin yde aún más al norte. El torno de Gustav Wagner seconvirtió en un santuario. • • •

A unos dos mil kilómetros más alnoroeste, en la Guarida del Lobo, en laPrusia Oriental, se estaba desarrollandouna trágica guerra de nervios. El jefe deEstado Mayor, general Kurt Zeitzler,había renunciado a su papel de aduladormientras trataba de buscardesesperadamente la aprobación para laoperación «Trueno». Dedicado encuerpo y alma a salvar al VI Ejército,Zeitzler incluso insistió en reducir lasraciones del comedor de oficiales comotributo a los hombres sitiados en elKessel y como recordatorio de queconstituía una responsabilidad del OKWel brindarles la salvación. En sus diariasconferencias con el Führer, Zeitzler

empezó a actuar como su predecesor,Franz Halder, incordiando a Hitler paraque diera su aprobación a «Trueno».Cuando el enojado dictador descartabasus súplicas, el frustrado Zeitzlerregresaba a veces a su oficina cargadode ira. Por último, él y Manstein estuvieronplenamente de acuerdo y Zeitzlerprometió al mariscal de campo queHitler se ablandaría al final. Pero,cuando puso sobre el escritorio deHitler las cifras del general ArthurSchmidt referentes a los suministros decombustibles para automóviles y diesel,Kurt Zeitzler perdió la batalla. Elinforme de Schmidt de que el VIEjército sólo disponía de unos ciento

cuarenta metros cúbicos de combustible,proporcionado al general Schulz en laconversación por teletipo del 21 dediciembre, había sido rápidamentetransmitido a Prusia Oriental. Y sudeclaración de que el VI Ejército sólopodía desplazarse veinte kilómetroshacia la unión con la fuerza alemana desocorro, originó una reacción de tiponegativo con respecto a lasargumentaciones de Zeitzler en pro de«Trueno». Si el Führer había abrigadointenciones de conceder a Pauluspermiso para retirarse con todo suEjército, el informe de Schmidt lasdisipó por completo. Enfrentándose al atónito Zeitzler conel informe en la mano, Hitler le preguntó

desdeñosamente: —Pero ¿qué quiere exactamente quehaga? Paulus no puede llevar a cabo laruptura y usted lo sabe... Zeiztler no le contradijo. La pruebaera demasiado concluyente y, trasabandonar la habitación, pensó en latragedia que se estaba desarrollando.Ahora, en aquel preciso momento, Hitlerenjuiciaba correctamente la incapacidaddel VI Ejército para realizar la ruptura.Pero sus primeros errores, y lainflexible negativa de Hitler a permitirque Paulus escapase del Kessel, sehabían producido treinta días antes y fuelo que originó el desastre. En el Cuartel general del grupo deEjércitos del Don, en Novocherkassk,

Erich von Manstein preparaba unarecapitulación final de sus esperanzas demudar los propósitos de Hitler. Documento grupo de Ejércitos delDon 39694/5 Teletipo. 22 diciembre 1942. ALTAMENTE SECRETO,«Chefsache», transmisible sólo poroficiales. a: Jefe del Estado Mayor general delEjército. 1. El desarrollo de la situación en elflanco izquierdo [sector italiano] delgrupo de Ejércitos hace necesariodesplazar fuerzas hacia allí muypronto...

2. Esta medida significa que el VIEjército no podrá ser socorridodurante algún tiempo y que, comoconsecuencia de ello, el Ejército debeser adecuadamente abastecido durantemucho tiempo. A fin de mantener lafortaleza física del Ejército por mediode una nutrición adecuada parapermitir al Ejército comprometerse enoperaciones defensivas, se necesita unpromedio diario de abastecimientos de,por lo menos, 550 toneladas... Según laopinión de Richthofen [el general de laLufwaffe], sólo podemos esperar enaquella área un promedio de 200toneladas, considerando la largadistancia que han de cubrir losaviones. A menos de que puedan

asegurarse unos adecuados suministrosaéreos... la única alternativa restanteradica en que, lo más pronto posible, elVI Ejército pueda realizar una rupturadel cerco. Al apuntar la imposibilidad patente deconseguir el abastecimiento aéreorequerido, Manstein recordaba a Hitleruna vez más que la retirada total del VIEjército del Kessel era la únicaalternativa posible. Convencido de que había dejado bienclaras las opciones, y la elección obvia,el mariscal de campo ordenó que elmensaje fuese enviado a Prusia orientaly se dedicó a sus otros problemas.

Una calle de Stalingrado después de laliberación. Mientras tanto, el teletipo deNovocherkassk a Stalingrado comenzó arepiquetear con firmeza. Su inflexiblevocabulario no consiguió subrayar elhecho de que ya habían pasado las horaspropicias para el rescate.

Teletipo: General Schmidt —General Schulz. 22 diciembre 1942 − 17.10 horas a19.45 horas. —Aquí el general Schulz. Oiga,Schmidt. Deseo darle un informe, sobrela situación. La 6.ª y 17.ª Divisiones Panzer deHoth en Vasilevska [en el Mishkova, alsur del Kessel] han estadocomprometidas durante todo el día dehoy rechazando fuertes ataquesenemigos procedentes del sudeste, estey norte, por lo que dichas DivisionesPanzer han sido incapaces de realizarla prevista presión hacia el norte. Se ha planeado realizar dicho avance

tan pronto como disminuya el ímpetude los ataques rusos. El desarrollo dela situación nos indicará si aún puedenhacerlo mañana... Desgraciadamente,durante las últimas 24 horas lascondiciones climáticas han sido talesque no han podido enviarse suministrospor aire a causa del peligro de laformación de hielo y de la niebla.Tampoco ha sido posible efectuarreconocimientos aéreos. Esperamos, enun próximo futuro, que haya unamejoría en las condiciones climáticas.Están en camino aviones Ju-175 parapoder incrementar los abastecimientosaéreos. Esto puede influir mucho en lasituación. El mariscal de campo plantea la

siguiente pregunta, que es de granimportancia para una estimación de lasituación de suministros del Ejércitoque conviene aclarar. Según el informede la Intendencia del VI Ejército,existen aún unos 40.000 caballos en labolsa. Dicho informe ha sidocontradicho por el comandanteEismann, quien informa que en laDivisión sólo quedan unos 800caballos. ¿Puede decirme el númeroexacto de las existencias de caballos y,si es posible, la cantidad de potros[panjes], y caballos de talla normal,separadamente? Esto es muyimportante; ¿se han tomado medidaspor su parte para asegurar que lacarne de caballo se emplea con mesura

para las provisiones de sus tropas...? Schmidt tenía poco más de 23.000caballos, que sólo eran suficientes paraalimentar al Ejército hasta mediados deenero; El general dio pronto a Schulzdicho total. Había ido proporcionandocada día al Cuartel general superiorotras estadísticas. Número de radones el 18 dediciembre: 249.600 (incluyendo a13.000 rumanos), 19.300 auxiliaresvoluntarios [trabajadores kiwi rusos]y, aproximadamente, 6.000 heridos. Fuerzas en la batalla: En la línea delfrente... 25.000 infantes, 3.200ingenieros... Municiones: Las reservas del

Ejército son bajas, incluyen 3.000proyectiles para obuses de campaña depoco calibre, 900 para obuses decampaña de gran calibre y 600 paraotros cañones... Salud: Los hombres están a mediaración desde el 26 de noviembre... Bajolas presentes condiciones sonincapaces de emprender largasmarchas o comprometerse en accionesofensivas sin grave quebranto. Fin. • • • A las 6.30 de la mañana del 23 dediciembre, la 6.ª División Panzer renovósu ofensiva a fin de ampliar la cabeza de

puente en Vasilevska, en el ríoMishkova, al sur del Kessel. Seis horasdespués, a las 12.30, llegó a la zona eljefe del 57.° Cuerpo, general Kirchner,«para obtener información de primeramano...» sobre lo que andaba mal.Durante todo el tiempo transcurrido, la6.ª División Panzer había sido incapazde aproximarse más a Stalingrado. Poco tiempo después, a la 1.05, elteletipo empezó a teclear un mensaje delOKW, en Rastenburg. El mariscal decampo Manstein esperaba que fuese larespuesta a su petición para dar vía librea la palabra cifrada «Trueno». Pero noera así. PERSONAL E INMEDIATO.

Según instrucciones del Führer: elempalme ferroviario de Morozóvskaiay las dos bases aéreas de Morozovsk yTatzinskaia deben ser conservadas ymantenidas como operaciones a todacosta... El Führer está de acuerdo enque las unidades del 57.° CuerpoPanzer sean trasladadas al otro ladodel Don... El grupo de Ejércitos delDon debe informar de las medidas quese tomen. ZEITZELER • • • Hitler hizo caso omiso de lo queManstein había tan cuidadosamenteenunciado en su aviso del peligro dedejar a

Paulus dentro del Kessel. De hecho,Hitler ni siquiera había aludido a laoperación «Trueno». En vez de ello,pedía a Manstein que desgajaraunidades de combate de las fuerzas desocorro de Hoth y salvara la situacióndel amenazado frente italiano. Asombrado al ver que Hitler no habíaconcedido nunca a Paulus unaoportunidad de escapar, Mansteindespachó una funesta orden a la 6.ªDivisión Panzer, en el río Mishkova:«La división deberá abandonar lacabeza de puente esta noche. Se debendejar atrás cuerpos de guardia...» La orden sembró la amargura entre losoficiales de Estado Mayor de la 6.ªDivisión Panzer, pero tuvieron que

convenir en su lógica. Había quedadoclaro que «sería imposible penetrarhacia Stalingrado sin el apoyo de unasfuerzas suplementarias que no estándisponibles...». • • • A unos doscientos veinticincokilómetros al noroeste de Gumrak, laestepa yacía bajo más de medio metrode nieve. El sol, al reflejarse en susondeantes capas heladas, producía unareluciente neblina. A través del blancopaisaje, serpenteaba una negra columnade prisioneros, los supervivientesitalianos de Kalmikov, Meshkov y de lascercanías del río Don. Arrastraban lospies trabajosamente, marchando a la

pata coja a través de aquel yermo contemperaturas bajo cero. Cuando los guardianes de patrullagritaban: «Davai bistre!» («¡Daosprisa!»), los prisioneros intentabanandar un poco más apresuradamente.Pero su paso aún era lento y los hombresgemían constantemente mientras lasmordeduras del frío les helaban losdedos de las manos y de los pies. Felice Bracci caminaba en medio delas irregulares filas. Andabatambaleándose, como un autómata,colocando un pie delante del otro, una yotra vez. Casi inconsciente por el frío,apenas oía los roncos gritos de mandode los guardianes y los horriblesgraznidos de los cuervos que

sobrevolaban en círculo sus cabezas.Pero un ruido sacaba siempre a Braccide sus ensoñaciones: los disparosaislados de fusil, que resonabansordamente en el claro aire, cuando losguardias disparaban sobre los hombresque daban traspiés fuera de la columnaen busca de descanso. Durante dos días,Bracci había escuchado aquella mortalsinfonía. Y en la ruta desde Kalmikov,los dos lados de la pista estaban ahoramarcados con las irregulares señales delos cadáveres. Bracci había calculadoque los italianos estaban marchando alnorte, hacia el Don, pues la evidencia delos violentos combates se hallaban portodas partes. Trozos de uniformes, cajasde balas sin emplear, metralletas,

artillería de 210 mm, brazos, piernas,los restos de su VIII Ejército estabanesparcidos por la estepa. Empezaron a caer gruesos copos denieve que rasgaban las caras de losbarbudos soldados y se helaban en suscejas y mentones. Con la cabezaencogida entre los hombros como la deuna tortuga, Bracci avanzaba hacia unaaldea situada precariamente en la cimade una colina. Esperaba que los rusospararían allí para dar de comer a suscautivos, ninguno de los cuales habíaingerido alimentos en las últimascuarenta y ocho horas. Al atardecer, los rusos dieron el alto ala columna y Bracci se arrastró a unestablo para buscar un sitio donde

dormir. Al otro lado de la estancia,varios italianos apartaban a un lado asus compatriotas a fin de echarse en uncomedero lleno de heno fresco. • • • Otros supervivientes del Ejércitoitaliano intentaban escapar a través deun valle cerca de la ciudad deAbrusovka, a cincuenta kilómetros aloeste. Pero en las estribaciones que lorodeaban, los artilleros rusos habíaninstalado los pavorosos cohetesKatiushka, los cuales vomitaron congran estrépito miles de andanadas degrandes explosivos sobre las retorcidasmasas grises situadas en el fondo delvalle.

Un pequeño destacamento alemán,atrapado en un extremo del callejón sinsalida se las ideó para requisar varioscamiones y suficiente combustible paraatravesar la línea de fuego. Unos cuantossoldados italianos intentaron saltar a losestribos, pero los alemanes dispararoncontra ellos. A otros italianos, quecolgaban desesperados de las manijasde las portezuelas, les aplastaron losdedos con las culatas de los fusiles. Unavez se zafaron de sus aliados, losfrenéticos alemanes los dejaron atrás ydesaparecieron en dirección sur. • • • El doctor Cristóforo Capone había

huido durante varios días. Cuando llegóal valle, vio a grupos de italianos quecorrían de acá para allá por el fondo delprofundo barranco. Detrás de Capone,un carro ruso disparó sobre la multitud,y un oficial situado junto a él empezó derepente a sangrar a borbotones cuandouna bala de fusil le alcanzó en el cuello. Capone se separó, pero no tuvo tiempode esconderse cuando lasametralladoras y la artillería empezarona barrer la superficie del valle. Lossoldados caían, estallaban en fragmentoso permanecían de pie resignados,esperando el impacto de una bala.Algunos oficiales y soldados levantaronlas manos en ademán de rendición.Otros se negaron. Un cirujano, al que

Capone reconoció, gritó: —¡Nos van a matar a todos! Y se dirigió corriendo hacia unaametralladora rusa que lo partió entrozos. Durante un breve instante,Capone pensó hacer lo mismo pero, a suderecha, otro grupo de italianos levantóde improviso las manos. Se unió a ellosy, mientras contemplaba laaproximación del enemigo, variosoficiales de las filas cambiaron de idea,sacaron sus pistolas y se dispararon untiro. • • • Se había iniciado otra tensaconversación entre Erich von Manstein yFriedrich von Paulus a través del

impersonal teclado del teletipo: 23 diciembre 1942,17.40 horas a18.20 horas. —Buenas noches, Paulus. La últimanoche usted remitió al Mando Supremodel Ejército un informe en que decíaque el combustible a su disposición lepermitía un avance de veintekilómetros. Zeitzler solicita que locompruebe de nuevo. Personalmente,me gustaría decirle esto: parece que elenemigo [al sur del Kessel] ha recibidoconstantemente refuerzos, por lo queHoth se ha visto forzado a tomarmedidas defensivas. Además, lasituación del flanco izquierdo del

grupo de Ejércitos [el frente italiano]hace necesario retirar fuerzas deHoth... Puede usted extraer sus propiasconclusiones acerca de cómo le puedeafectar esto. Sin embargo, quisieradecirle que examine, si no hubiera otraposibilidad, si está preparado para«Trueno» [retirada completa delKessel], siempre que sea posiblesuministrarle unas limitadascantidades de combustible durante lospróximos días. Si no quiere darme unarespuesta enseguida, podemos tenerotra conversación a las 21.00 horas.Deseo asimismo indicarle que es unproblema particularmente difícilconseguir un adecuado suministro delEjército, en particular en vista del

desarrollo de la situación en el flancoizquierdo del grupo de Ejércitos.Espero respuesta. Paulus señaló rápidamente eltremendo peligro de su posición: —[«Trueno»] se ha hecho muydifícil, pues durante varios días elenemigo se ha atrincherado delante delos frentes sudoeste y sur y, según lasinformaciones por radio, se estánpreparando seis brigadas blindadasdetrás de este frente defensivo. Creoque necesitamos ahora un períodopreparatorio de seis días para«Trueno»... Naturalmente, desde aquí no puedodecir si existe la menor oportunidad de

que sea auxiliado el Ejército en unpróximo futuro, o si intentaremos«Trueno». Si ha de ser esto último,cuanto antes mejor. Pero hay quepercatarse con claridad de que seráuna operación muy difícil, a menos queHoth consiga afianzar por la parteexterior a unas poderosas fuerzasenemigas. ¿Debo interpretar esto comoque se me autoriza ahora para iniciarla operación «Trueno»? Una vez seemprenda, ya no habrá posibilidad deecharse atrás. Fin. Ya se había alcanzado el puntoculminante. Paulus pedía a VonManstein que le diera la palabra cifrada

que pondría al VI Ejército en camino dela libertad o del olvido. Sabedor aciencia cierta de que Adolfo Hitler noconcedía permiso para abandonar elKessel, Paulus colocaba ahora su propiacarrera y las vidas de miles de sushombres directamente en las manos deErich von Manstein. Suplicaba aManstein que le eximiera de laresponsabilidad de tomar una decisiónsemejante. Pero Manstein rechazó su petición.Poco dispuesto a asumir laresponsabilidad de iniciar la operación«Trueno» contra las órdenes expresas deHitler, dio una respuesta indirecta: —No puedo concederle hoy la

autorización. Pero espero obtener elpermiso mañana. El principal punto esel siguiente: ¿está usted seguro de queel VI Ejército podrá luchar durante eltrayecto [hacia el sur] y abrirsecamino hasta Hoth... si llegamos a laconclusión de que no podemosconcederle a usted unos suministrosadecuados durante un largo período?¿Qué opina usted? Fin. [Paulus replicó]: —En dicho caso,no tengo opción para elegir. Pregunta:¿Ha tenido efecto la prevista retiradade fuerzas de la zona de Kirchner [la6.ª División Panzer en la cabeza depuente de Mishkova, al sur delKessel]? Fin. [Manstein]: —Sí: hoy. ¿Cuánto

combustible y suministros necesitaríaantes de emprender «Trueno» y, en elsupuesto de que se iniciase tal acción,cuántos suministros ulteriores diariosnecesitaría? Fin. [Paulus]: —Mil metros cúbicos[cerca de un millón de litros decombustible] y 500 toneladas dealimentos. Si consiguiese esto, todosmis blindados y vehículos motorizadosserían suficientes... [el combustible quenecesitaba era casi diez veces más delque el puente aéreo le había aportadohasta entonces]. [Manstein]: —Bien, eso es todo.Buena suerte, Paulus. [Paulus]: —Gracias, señor. Y buenasuerte también para usted...

Sólo unas cuantas horas después, loscarros de la 6.ª División Panzer queretenían la cabeza de puente deVasilevska, daban la vuelta y empezabana cruzar de nuevo el río Mishkova. Las endurecidas dotaciones de loscarros se enjugaban las lágrimas de losojos mientras volvían la espalda a suscompatriotas que les esperaban enStalingrado. Un oficial permaneció depie en la escotilla de su torretaavistando el horizonte del norte,mientras se golpeaba la gorra con lamano en ademán de saludo; luego metióla cabeza dentro de su Mark IV y sedirigió retumbante a una nueva batalla.Hacia la medianoche, el último panzer

se había dirigido a salvar al Ejércitoitaliano y a estabilizar el flancoizquierdo de Manstein. Mientras tanto, los soldados alemanesdel perímetro sur del Kessel seesforzaban por oír y ver a lasvanguardias de las tropas de socorro deManstein. Pero la oscuridad seguíasiendo impenetrable. Las atrapadastropas se estremecieron dentro de susagujeros en la nieve e intentarontranquilizar el persistente miedo de queManstein no pudiera llegar nunca. • • • Convocado a una reunión desuboficiales de la 297.ª División, en elperímetro sur del Kessel, el sargento

Albert Pflüger caminaba con cautela a lolargo de una senda helada. Cuando seaproximó al bunker del puesto demando, notó la presencia de una formaoscura a su derecha y luego sonó un tirode fusil. La bala se aplastó contra subrazo derecho y se lo rompió. Mientras se derrumbaba al suelo,Pflüger musitó: —Madre, me han dado. Luego, se desmayó. Otro suboficial llegó junto a él, loarrebujó en un poncho y lo arrastró a lolargo del desigual camino. Recobrado elconocimiento, Pflüger insistió encaminar tambaleante hasta un puesto desocorro, donde un doctor le vendóenseguida la herida y lo mandó a un

hospital central. Aquel día, 23 de diciembre, elsargento fue precisamente uno de los686 alemanes que murieron o fueronheridos mientras aguardaban a queHitler diera su aprobación a «Trueno». • • • Al amanecer del 24 de diciembre, elgran aeropuerto alemán en Tatsínskaia,unos doscientos cincuenta kilómetros aloeste de Gumrak, quedó bajo el fuego dela artillería del 3.° Ejército de laGuardia soviético. El ataque seesperaba desde que el Ejército italianose había disgregado a lo largo del Don.Durante toda la semana, los generalesMartin Fiebig y Freiherr von Richthofen

imploraron de Hitler el permiso paradesplazar sus aviones de transporteestacionados en el campo y alejarlos delpeligro. Pero él se negó diciéndoles quelas reservas alemanas situadas enaquella zona podrían contener alenemigo. El Führer se había equivocado denuevo y ahora, en aquella brumosamañana, Fiebig, de pie en la torre decontrol, contempló horrorizado cómodos Ju-52 explotaban debido a losobuses del enemigo. A su lado, un coronel le suplicaba: —Herr General, debe hacer algo.Concédame permiso para despegar. Pero Fiebig respondió: —Para hacer eso necesito autorización

de la Luftflotte. De cualquier forma, esimposible despegar con esta niebla. En posición de firmes y con todos losmiramientos, el coronel con la caracenicienta respondió: —O bien asume usted ese riesgo oquedarán suprimidas del mapa todas lasunidades del campo. Todas las unidadesde transporte para Stalingrado, HerrGeneral. La última esperanza delcercado VI Ejército. Cuando el otro oficial se mostró deacuerdo, aquello resultó suficiente parael general Fiebig. Mientras los obusesrusos atravesaban la niebla y caían enlas pistas de aterrizaje, ordenó unaevacuación inmediata. A las 05.30 horas, sólo diez minutos

después de que empezase el ataque, losprimeros Ju-52 empezaron a funcionar yse elevaron con dificultad hacia el cielo.Aquello tuvo como resultado unaincreíble confusión. Los avionesdespegaron en todas direcciones; dosJu-52 chocaron en medio del campo yexplotaron. Otros, se arrancaron las alasy las colas. En medio del holocausto,aparecieron los carros rusos en laspistas de aterrizaje mientras veinte,cuarenta, cincuenta o más avionespasaban casi rozándoles y se alzabanpenosamente hacia el oscuro cielo. Cuando un T-34 ruso pasó delante dela torre de control de Fiebig, ello incitóa un ayudante a decir: —Es tiempo de irse, Herr General.

Pero él estaba como paralizadomientras contemplaba por la ventana elterrible panorama: los últimos Junkersrodaban por el campo, chocando contraotros restos, patinando hasta detenerse eincendiarse. A las 06.07 horas, un jefe de carrosalemán corrió a decirles que el enemigohabía irrumpido en Tatsínskaia y, ochominutos después, a las 06.15, eldesanimado Fiebig despegaba delaeropuerto en avión y se dirigía aRostov. Abajo, en tierra, 56 aviones,indeciblemente necesarios para lalanzadera con Stalingrado, ardíanbrillantemente a través de la neblina.Sólo 124 de los aparatos del puente

aéreo habían conseguido ponerse asalvo. • • • A unos cien kilómetros al norte de losrestos de la flota aérea de Liebig, elteniente Felice Bracci se despertaba ensu establo y se levantaba ante los gritosde «Davai bistre!» de los impacientesguardias rusos. Detrás de Bracci, en elcomedero relleno de paja, algunos delos hombres que habían luchado contanto ardor por aquel espacio ignoraronlas órdenes guturales. Estaban muertos,convertidos en mármol a causa del frío. Aún sin comer, la densa columna deprisioneros empezó a dar traspiésdurante otra fría mañana. En el

horizonte, un sol sin vida se asomabaante los italianos. Un sol extraño, pensóBracci, para aquellos que habían venidode un país cálido. Su aliento secongelaba rápidamente sobre el cuellode su abrigo y se convertía enminúsculos cristales blancos. Porencima de la columna, flotaba una nubede vapor dando la impresión de que lossoldados eran unos empedernidosfumadores. La marcha continuó durante toda lamañana. Bracci y otro oficial, FrancoFusco, de Nápoles, caminaron uno allado del otro sin decir nada. Loshombres rompían filas, los fusilesresonaban y los cuerpos se deslizabanpor la nieve; ambos oficiales hallaron

ánimos con su mutua compañía. Al principio de la tarde, Bracci vio elcampanario de una iglesia y luego unoscobertizos. Pasaron por un puente;abajo, el río había desaparecido tras lasincontables tormentas de nieve. Alguienvoceó que habían llegado a Boguchar,un antiguo cuartel general alemán, en laactualidad punto central de reunión delas divisiones rusas. Ante losprisioneros pasaron unos tambaleantescarros y camiones soviéticos; luego sedetuvieron de improviso delante de unosamplios barracones. El frío era tanintenso que los italianos no podíanpermanecer inmóviles y empezaron adar saltitos y a rogar que les permitieranpasar adentro. Mientras se quejaban, se

reunió una hosca multitud de civilesrusos. Jóvenes y viejos, empezaron aproferir amenazas entre dientes yescupir a Bracci y a sus camaradas.Algunos hicieron ademanes como dedecapitarlos o ahorcarlos y luego, deimproviso, se aglomeraron y se lanzaronsobre los prisioneros. Igual que lobosfuriosos, los rusos les quitaron losabrigos, los zapatos, las mantas y losgorros. Bracci tuvo una alegría cuandolos rusos rechazaron con repugnanciasus botas gastadas y sus polainas rotas. Por último, los guardias dejaron a losaldeanos y luego llamaron a todos losmédicos para que acudieran al edificio.Bracci tuvo envidia. Comprendió quelas miserias de los médicos habían

acabado y que ahora cuidarían deenfermos y heridos en unos lugares másplacenteros. Deseó haber estudiadomedicina en la universidad. Los médicos reaparecieron al poco,despojados de toda clase demedicamentos y ropas de abrigo.Cuando un teniente de Roma protestópor aquel tratamiento, los rusos lollevaron aparte, lo golpearon cruelmentey lo arrojaron a la calle. Pero tampocoahora habían acabado sus miserias.Cuando su cachorro, que había trotadofielmente a su lado durante la marcha, sedirigió a restregar su hocico contra elhombre postrado, los rusos le dieronculatazos hasta matarlo mientras élmiraba.

Al fin, los italianos fueronamontonados en los barracones y,lanzados a la oscuridad, cayeron por lossuelos. Bracci fue uno de los últimos enentrar. Buscando un sitio paradescansar, encontró una viga horizontalsituada como a un metro del suelo y,montándose en ella a horcajadas, tratóde dormirse. Su cuerpo cedía y sucabeza se inclinaba. Varias veces perdióel equilibrio y tuvo que asegurarse lospies contra el suelo para tener apoyo.Cuando dio con el pie en una pequeñacaja, la recogió y pensó que estaba llenade mantequilla. Hundió en ella conavidez los dedos y la grasa se abriófácilmente. Sólo después se percató deque había comido lubricante para

motores. Fuera de los barracones, a lo lejos, elteniente oyó un repique de campanas, através de la helada estepa. En unaiglesia, situada en alguna parte, unórgano interpretaba una solemnemelodía. Bracci sabía lo que significabaaquella música. Lo había sabido durantetodo el día. Afuera, donde vivía la gentecorriente, tanto en Rusia como en suquerida Roma, era un día feliz, dereuniones familiares y de amor. Era laNochebuena de 1942.

CAPÍTULO XXIII

Vasili Chuikov estaba de buen humor.Durante las últimas veinticuatro horas,la 138.ª División del coronel IvánLiudnikov había al fin entrado encontacto con el resto del 62.° Ejército.Durante más de un mes, Liudnikov y sushombres habían rechazado a losalemanes de la 305.ª División y a loszapadores que, al principio, los habíanempujado hasta la orilla del Volga.Ahora, reabastecidos de alimentos,municiones y reclutas traídos a travésdel puente de hielo desde la riberaoriental, la 138.ª División surgió desdela orilla en dirección al terreno llano

situado detrás de las fábricas y sedirigió hacia el sur. El Cuartel generaldel 62.° Ejército registró triunfalmenteaquel éxito: «Ahora se ha conseguidocomunicación directa con la división deLiudnikov.» Tras haber acabado así con suspreocupaciones, Chuikov pasó la mayorparte del 24 de diciembre despidiendo alos viejos cantaradas. En su oficinahoradada en la roca, fumó cigarrilloscon boquilla de piel y alzó vasos devodka para beber a la salud de suscompañeros y héroes del asedio, queabrazaron a su comandante con ojosllenos de lágrimas. Entre ellos estaba elgeneral Iván Petróvich Sologub, con elque había luchado desde las batallas del

verano en la estepa; el general FiodorNikandrovich Smejotvorov, quedefendió la fábrica Octubre Rojo casihasta el último hombre y el generalVíctor Grigorievich Zholudev, cuyoscomandos de selección murieron en lafábrica de tractores. Aquellos oficiales iban a ser enviadosdesde el campo de batalla a la orilla deenfrente del Volga y a campamentos dedescanso, llevándose consigo a susdestrozadas divisiones. De aquellas fuerzas que un día fueronde veinte mil hombres, ahora los dos milsupervivientes se dirigieron hacia eleste, al otro lado del río cubierto dehielo, congestionado en la actualidadcon pesados camiones y con miles de

infantes de refresco que hacían el viajeen el otro sentido. • • • A poca distancia de la reunión dedespedida de Chuikov y sus generales,un niño corría a través de las ruinas delsuburbio de Dar Gova. —¡Venid enseguida! —gritaba—.¡Han cogido a Sacha! Los Fillipov no se sorprendieron.Habían previsto aquel horrorosomomento desde hacía semanas y laseñora Fillipov recogió rápidamentealgo de la comida que los alemaneshabían dado a Sacha por susreparaciones de calzado y saliócorriendo al patio de enfrente.

Acompañado por otros dosadolescentes, uno de ellos una chica,Sacha pasaba por allí. Un pelotón detropas enemigas escoltaba a los jóvenesrusos, que andaban descalzos por lanieve. La señora Fillipov se adelantó alos guardias y sin palabras lanzó lacomida a su hijo. En cuanto éste la tomó,un soldado apartó a la mujer del caminoy la procesión dobló la esquina hacia ungrupo de macilentos árboles de la calleBrianskaia. Se reunió una pequeña muchedumbrede civiles rusos. Los Fillipov sepegaron unos a otros, mirandohipnóticamente cómo colgaban trozos decuerda de las ramas de las solitariasacacias. Un alemán hizo un lazo

corredizo alrededor de la cabeza deSacha y apretó el grueso nudo debajo desu oreja izquierda. El señor Fillipovgimió patéticamente y se apartó de suesposa. Cegado por las lágrimas, se fuedando traspiés sin mirar atrás, mientrasse daba la orden de ejecución. La señoraFillipov se quedó sola, de pie, frente aSacha, mientras su lengua salíadisparada entre los dientes y su rostro sevolvía azul. Una vez cumplida su tarea, lossoldados alemanes volvieron a formar yse marcharon. Los testigos rusos sedispersaron silenciosamenteentristecidos y, de repente, la calleBrianskaia se quedó desierta aexcepción de los tres chiquillos que

pendían al viento y la señora Fillipov,que se adelantó hacia el cuerpo de suhijo. Durante un momento escuchó elruido de la chirriante soga; luego llegóhasta él y acarició la pierna de su hijo yle habló dulcemente, con toda ternura. Se hizo de noche. La señora Fillipovcontinuó su solitaria vela, sumisamentede pie al lado del rígido pie desnudo desu maestro zapatero, muerto ahorcado ala edad de quince años. • • • «O Tannenbaum, O Tannenbaum, wietren sind define Blatter... » Casi todoslos búnkers alemanes resonaban conaquella melodía hasta que, deimproviso, la noche se rasgó con la

explosión simultánea de miles debengalas multicolores que destellaron através del cielo desde Orlovka, en elnoroeste, hasta Baburkin, en el oeste,hasta abajo en Marinovka y Karpovka y,por la parte de atrás, hacia el este, através de Zibenko hasta el barrancoTsaritsa, en el Volga. La exhibición delos brillantes fuegos artificiales duróvarios minutos. Por debajo de lasdeslumbrantes luces, los soldadosalemanes se protegieron los ojos y semaravillaron ante la belleza que lesrodeaba. Era su saludo a las Navidades, untiempo de alegría para todos losalemanes y, durante varios días, losoficiales y los soldados se prepararon

febrilmente para la celebración. Elcapitán Gerhard Meunch incluso redactóun discurso. En su puesto de mando, enun sótano de la fábrica Octubre Rojo,trabajó durante horas para perfilar sumensaje. Luego, a primeras horas de latarde, se fue a un garaje cercano dondeun árbol de Navidad, tallado en madera,adornaba uno de los rincones de lacavernosa estancia. En grupos de treinta,sus infantes fueron apareciendo y sesentaron alrededor de él, mientras lesdaba la bienvenida y les repartíacigarrillos, vino, o té con ron, un trozode pan y una tajada de carne de caballo. Relajados por el licor, los hombresescucharon con atención mientrasMeunch les hablaba sosegadamente de

la necesidad de no descuidar la luchacontra los rusos. Aún un pocoacobardado por su reciente escaramuzacon los amotinados de sus filas, delineóa la carrera las obligaciones de unsoldado respecto de las órdenes,especialmente en una situación tanterrible como en Stalingrado. Ladinámica charla pareció gustar a lossoldados, que se unieron para cantar conél Stille Nacht («Noche de paz»).Meunch se percató de que, a la mitad delcántico, muchos de sus hombres estabantan emocionados que tuvieron que pararde cantar y enjugarse las lágrimas de losojos. Tras haber hablado personalmente contodos los hombres alistados, Meunch

volvió a la fábrica Octubre Rojo parabeber con sus camaradas oficiales. Unode ellos, un capitán de cuarenta años,chilló de repente: —¿Para qué sirve esta batalla? —ysacó su pistola—. Disparemos los unoscontra los otros —rugió—. Todo estocarece de sentido. Ninguno de nosotrossaldrá nunca de aquí. Asombrado por el arranque, Meunchreplicó reposadamente: —Tómatelo con calma... Pero el otro capitán le miró condureza. Mientras continuaba hablando entono tranquilizador, Meunch se sentó consu amigo a fin de discutir con él lasventajas del suicidio.

• • • Al sargento Albert Pflüger el brazoroto le dolía demasiado para que sepreocupase de la solemnidad. Una vezexplorada y curada la herida, y con elbrazo en cabestrillo, deambuló hasta unbunker donde le rodeó una corriente decalor y de aire viciado. Con la cabezadándole vueltas, Pflüger contempló a ungrupo de trece pacientes quepermanecían de pie o sentados en unahabitación que se había previsto paracuatro. Viendo que Pflüger estaba apunto de desmayarse, uno de loshombres bajó de un salto del camastrosuperior y le dejó el sitio. El sargento se encaramó

laboriosamente a la litera y pronto sequedó dormido. Algunas horas despuésle despertó una terrible picazón bajo laescayola de su brazo derecho. Echandoa un lado el cobertor, vio una hilera depiojos que marchaban desde el colchónsobre su mano y debajo del borde delmolde de yeso. Conmocionado y conrepugnancia, saltó de la cama y sesacudió los insectos. Agarró un palo,hurgó frenéticamente entre ellos, pero searrastraron a las profundidades bajo elyeso y se escondieron. Su brazo eraahora una masa de parásitos grises quese daban un banquete a costa de suherida. • • •

En miles de búnkers a los lados de lasbalkas, en los fortines de cemento alborde de la tierra de nadie, los soldadosalemanes escaparon durante unas pocashoras de los horrores del cerco. A pesarde la ausencia de árboles en la estepaaquellas mentes creadoras habíanimprovisado ingeniosamente algoparecido al espíritu de Navidad. Barrasde hierro llenas de agujeros rellenos conastillas de madera, se erguían comoadornos de centros de mesa sobre lossucios suelos; algodón en ramaprocedente de los puestos médicos desocorro hacía las veces de bombillasornamentales. Estrellas hechas conpapeles de colores adornaban los

árboles metálicos. En el grupo de Ekkehart Brunnert, suscamaradas se superaron. Un hermosoárbol de Navidad de madera tallada lodominaba todo desde una mesatambaleante. Alguien compareció con ungramófono con discos y, en medio debulliciosos cánticos, Brunnert recibióuna bolsa llena de exquisiteces: unpequeño pastel untado con una capa dechocolate, algunos bombones, pan,bizcochos, café, cigarrillos e inclusotres puros. Abrumado ante el banquete,el hambriento soldado preguntó dóndese habían guardado durante tanto tiempoaquellos alimentos. Nadie lo sabía.Alejando sus sospechas, Brunnert seatiborró y luego encendió un cigarrillo.

Complacido por el brillo de aquellasimprovisadas guirnaldas de Advientoque centelleaban de velas,momentáneamente olvidó su angustia poraquel camión cargado de ropas deabrigo que había ardido en su presenciadías antes. Algunas horas después, cuando lellegó su turno de guardia, contempló elfirmamento tachonado de estrellas ytrató de imaginarse a sus padres y mujer,Irene, mientras celebraban la fiesta en suhogar, en Boblingen: el árbol y losregalos e Irene pensando en él y tal vezllorando. Mientras paseaba de un lado aotro de la trinchera, Brunnert tambiéndeseaba llorar. En su camino para acudir a un servicio

religioso, el oficial de Intendencia KarlBinder había visto montones decadáveres sin enterrar a lo largo de lacarretera. Conmovido ante aquel fallode la organización del Ejército rumióamargamente durante horas hasta queescribió una carta a la familia.Atosigado ahora por los presentimientosacerca de su propio destino, Binder tratóde preparar a su mujer y a sus hijos paralo peor: Navidades de 1942 ...Durante las pasadas semanas todosnosotros hemos empezado a pensar enel fin de todas las cosas. Lainsignificancia de la vida de cada díapalidece ante esto y nunca hemos

estado más agradecidos a las creenciasde Navidad que en esas horas depenuria. En lo más profundo delcorazón de cada uno vive la idea de laNavidad, de lo que significa laNavidad. Es una fiesta de amor, desalvación y de piedad por laHumanidad. Aquí no tenemos nada másque la Fe en la Navidad. Así debe ser yello nos ayudará en estos penososmomentos... Por muy duro que puedaser, haremos todo lo posible pordominar nuestro destino y tratar contodas nuestras fuerzas de vencer a lasubhumanidad que nos atacasalvajemente. Nada podrá conmovernuestra creencia en la victoria, porquedebemos vencer si queremos que

Alemania viva... No he recibido cartas tuyas desdehace algún tiempo... Aquí existe unterrible anhelo de algunas palabrascariñosas desde el hogar en estasNavidades, pero también hayactualmente cosas más importantes.Somos hombres que sabemossoportarlo todo. Lo principal es que túy los niños estéis bien. No te preocupespor mí; ya nada puede sucederme. Hoyhe quedado en paz con Dios... Todo mi amor para ti junto con milesde besos. Te amo hasta mi últimoaliento. Tuyo, KARL Besos afectuosos para los niños. Sed

buenos chicos y acordaos de vuestropadre... • • • Sin prestar atención al ruido de subunker, el teniente Emil Metzger estabasentado leyendo una carta de su esposa,Kaethe. Se trataba del mejor regalo deNavidad que había recibido. A las diezde la noche se retiró presuroso de lafiesta para salir afuera, a la clara y fríanoche, donde un solitario centinela hacíaguardia en su puesto. Metzger relevó desu responsabilidad a aquel hombre quetiritaba de frío y se colgó del hombro sufusil. Aquella vez deseaba estar a solas. Bajo la estrellada bóveda, se puso apasear de un lado a otro, olvidándose de

los rusos y de la guerra. Concentrándoseintensamente en Kaethe, Emil revivió suvida juntos: el primer baile cuando seenamoraron, sus cuatro breves días deluna de miel antes de que tuviese quereintegrarse a sus deberes militares, elpermiso al que había renunciado enagosto porque creía que la guerra estabaa punto de acabar. Durante una hora, Emil estuvo encomunión espiritual con Kaethe bajo milkilómetros de estrellas. Era el únicoregalo que podía hacerle a ella. • • • Mientras los soldados alemanesbuscaban evasión en estas

celebraciones, sus generales discutíanlas menguantes perspectivas desalvación del VI Ejército. Teletipo: General Schmidt —General Schulz. —Querido Schmidt: Esta noche elmariscal de campo y nosotrospensamos particularmente en todo elVI Ejército. No tengo muchainformación que proporcionarle hoy. Hoth [la columna alemana de socorroal sur del Kessel] se halla aúnenzarzado en operaciones defensivas.Parece que el enemigo... [en torno deVasilevska y en el Mishkova]... harecibido más refuerzos... En lo queconcierne a su situación, aún no hemos

recibido una decisión del MandoSupremo del Ejército. El mariscal decampo desea hacerle saber que ha dehacerse a la idea de que la soluciónserá probablemente «Trueno». [Elmariscal de campo Manstein ya nocreía en ello, pero Schulz no teníacorazón para negar a Schmidt unaúltima esperanza de liberación.]Estamos esperando que mejore eltiempo para que podamos dedicartodos los aviones disponibles aabastecerle con las provisiones y elcombustible necesarios. ¿Qué hay denuevo por su parte? [Schmidt preguntó quejumbroso]: —¿Es cierto que los aviones quedespegan de Tatsinskaia están

amenazados? [Schmidt no sabía queTatsinskaia había caído ya en manosrusas.] [Schulz mintió]: —Los despeguesestán asegurados y se preparan otrosaeropuertos. [Dándose cuenta de que el intento deayuda por parte de Hoth desde el surhabía ya fracasado, Schmidtpreguntó]: —¿Será [Hoth]... capaz deconservar la zona [del río] Mishkova? [Schulz]: —Esperamos que sí. Sinembargo, cabe la posibilidad de quetengamos que reducir la actual cabezade puente. [En aquel momento, lacabeza de puente ya había sidoevacuada por la retaguardia alemana.] [Schmidt]: —Se está retirando una

División blindada desde... Hoth... a laorilla occidental del Don? De nuevo, el general Schulz se vioincapaz de destruir las esperanzas de suamigo. —Se ha retirado una Divisiónblindada [la 6.ª, que lo había hecho lanoche anterior] de la orilla occidentaldel Don a fin de proteger [elaeropuerto] de Morosóvskaia. Noobstante, mañana llegará la DivisiónSS Viking [una división motorizadacompleta] al área de Salsk en tren ypor carretera... Además, hemos pedidourgentemente considerables refuerzosal grupo de Ejércitos A [en elCáucaso], pero aún estamos

aguardando la decisión del MandoSupremo del Ejército. No tengo nada más que decir. Elcomandante en jefe y yo le deseamostambién felices Pascuas. • • • Durante la Nochebuena, el frente deStalingrado permaneció alarmantementetranquilo. Se había oído poco a losrusos, excepto a través de los chirriantesaltavoces que urgían a los alemanes adeponer las armas y obtener a cambiobuena comida, protección y amistosasmuchachas tártaras. Agazapados en susagujeros en la nieve, los soldadosalemanes escuchaban con indiferencia

los cantos de sirena de la propaganda.La mayoría de ellos temía a los rusosdemasiado para creer en unasproposiciones tan atractivas. Durante las primeras horas del día deNavidad, una violenta ventisca embistióel Kessel. La visibilidad se redujo amenos de diez metros. Ventarrones deochenta kilómetros por hora aullaron através de las balkas y los hombres delVI Ejército dormían bajo los efectos delvino, el coñac y el ron. Pero, a las cincode la mañana, los cohetes Katiushkaempezaron a resonar en una infinitacadencia de miles de flameantesproyectiles que se elevaban más allá delperímetro del Kessel. Los morteros degrueso calibre y la artillería también

ahogaban los gemidos del viento. Elsuelo se levantaba y temblaba ante talferoz cañoneo. «Y luego, sobre lablancura gris... aparecieron carro trascarro y, en medio, camiones atestadosde infantería...» En el sector conservado por la 16.ªDivisión Panzer, los atontados soldadostrepaban de sus búnkers para combatiren una acción desesperada. El ataquehabía llegado demasiado lejos y loscarros rusos y los soldados seencontraron de repente ante ellos entrela remolineante neblina de la nieve. Lasopuestas infanterías disparaban a lassombras indiscriminadamente; loshombres muertos se amontonabandelante de sus cañones de campaña. Las

dotaciones alemanas de la artillería de88 mm se encontraron enseguida sinmuniciones y volaron sus piezas con losúltimos obuses antes de retirarse a unasegunda línea de resistencia. Cuando pasó la mañana del día deNavidad, los oficiales del serviciosecreto del VI Ejército declararonabiertamente que los rusos habíansufrido un «aterrador número de...bajas». Pero también tuvieron quereconocer que ellos habían sufridosimilares pérdidas «impresionantes». La batalla continuó hasta la tardemientras, en los otros flancos, los rusosse aplastaban contra el tambaleante perobien atrincherado VI Ejército. Todo elKessel reverberó con los aterradores

sonidos de miles de armas de grueso ypequeño calibre. • • • En su atestado hospital, el doctor KurtReuber hizo una pausa en su asistencia alos pacientes para conducir a sus amigosa la puerta de sus habitaciones privadas.Al abrir, hubieron de contener el alientoante lo que contemplaron. En la pared gris opuesta a la puerta,una lámpara iluminaba un cuadro de laVirgen y el Niño, cuyas cabezas seinclinaban protectoras una hacia otra.Ambos tenían sobre los hombros unacapa blanca.

El general Arthur Schmidt, jefe deEstado Mayor del VI Ejército alemán. Reuber había trabajado durante díasen aquella sorpresa. Sentado en untaburete, había garrapateado variostemas sobre trozos de papel hasta querecordó un versículo de san Juan

referente a la luz, la vida y el amor. Laspalabras proporcionaron al doctor laimagen ideal, la de la Virgen María yJesús, que eran los que, para él,simbolizaban mejor aquellas cualidades.Varias veces, los bombardeos rusosdispersaron sus lápices e ilustraciones,pero el obstinado doctor volvió arecuperarlos y creó la Virgen y el Niñode Stalingrado en el dorso de un maparuso capturado. Ahora, mientras sus colegascontemplaban mudos el dibujo, KurtReuber bebió con sus amigos su últimabotella de champán. Mientras brindabanunos con otros, una serie de explosionesparecidas a un martillo pilón sacudieronla estancia y Reuber corrió hacia los

gritos de los moribundos. En unos minutos, su «capilla» seconvirtió en un puesto de primerosauxilios. Uno de los oficiales que habíaabandonado la reunión de Reuber trascantar el villancico «O du Froliche»,fue traído con muy graves heridas.Murió bajo el cuadro de la Madre y elNiño. • • • En Gumrak, Arthur Schmidt estabaabsorto en otro frustrado intercambiocon su amigo en Novocherkassk: 25 diciembre 1942,17.35 horas a18.00 horas.

—Aquí el general comandante Schulz.¿Está ahí el general Schmidt? —Sí, señor; al habla el generalSchmidt. —Buenas noches, Schmidt.Esperamos que las Navidades no seandemasiado malas para usted y todo elVI Ejército. El día de Navidad murieron 1.280soldados alemanes en el Kessel y Schulztenía más noticias decepcionantes parael VI Ejército: —Durante todo el día... [Hoth, al surdel Kessel] se ha visto obligado arechazar fuertes ataques por parte deunas fuerzas enemigas superiores tantoen infantería como en blindados... Se

infligieron al enemigo unas bajassuperiores, pero hemos tenido tambiénbajas considerables por nuestra parte.Aunque las cabezas de puente en lasección de Aksai han sido reducidas,aquella sección ha podido serconservada. Según los resultados delos reconocimientos, el enemigo hareunido otro cuerpo blindado en elárea y al sudeste de Aksai... No hayninguna duda de que el enemigo haconcentrado mayores fuerzas en elespacio entre la bolsa y... Hoth... Nohemos recibido una decisión delMando Supremo del Ejército respectode nuestras proposiciones paraposteriores operaciones con el objetivode aliviar al VI Ejército. El general

Von Richthofen ha dicho hoy almariscal de campo [Manstein] que, siel tiempo mejora, seremos capacesdurante los siguientes días deabastecer al VI Ejército con 120toneladas diarias de suministros y, mástarde, con 200 toneladas diarias. Eldescenso en las cantidades se hadebido al aumento de la distancia delpuente aéreo que hemos debido montardesde Novocherkassk y Salsk [nuevosaeropuertos lanzadera]. Hoy, enparticular, hubiera querido darlemejores noticias. El mariscal de campoestá aún tratando de obtener laaprobación para que sean traídas al 4°Cuerpo Panzer, lo más rápidamenteposible, las fuerzas blindadas y la

infantería motorizada del grupo deEjércitos A, a fin de facilitar laOperación «Trueno» al VI Ejército. ¿Cómo está la situación por suparte? Arthur Schmidt dictó los hechosescuetos al operador, que los tecleó enel teletipo: —Hoy hemos sufrido duros ataquescontra los límites de la 16.ª DivisiónPanzer y la 60.ª División motorizada enun pequeño frente, que temporalmentehan permitido una penetración de 2kilómetros de extensión y 1 kilómetrode profundidad. Globalmente, elcontraataque ha tenido éxito, pero losrusos aún conservan la tan

frecuentemente mencionada eimportante Cota 139,7. Esperamosvolver a tomarla mañana... Lasprovisiones y combustible del Ejércitodisminuyen peligrosamente. En vista deun helado viento del este y las muybajas temperaturas, necesitamosincrementar notablemente las raciones,pues de otro modo tendremosnumerosos hombres en la lista deenfermos a causa de agotamiento ycongelaciones. No podemosarreglarnos con un abastecimientoaéreo de 120 toneladas diarias. Así,pues, se han de tomar medidas paraincrementar rápidamente lossuministros aéreos o de lo contrariopronto deberá dejar de contar con el VI

Ejército. ¿Está aún [Hoth] en lasección del Mishkova? Schulz rehusó admitir que se habíaabandonado la cabeza de puente sobre elrío Mishkova: —[Hoth] conserva la sección deAksai con una pequeña cabeza depuente al norte de aquella área. En aquel momento, Schmidt se dio elgusto de ser algo sarcástico: —Según la información que hemosrecibido hoy, algunos de los avionesque estaban dedicados a nuestrosuministro vuelan ahora en misiones decombate. En opinión del comandante

en jefe [Paulus] esto es muyimprudente. Hagan el favor de nocontemplar la situación de nuestrossuministros de modo tan optimista.Sugerimos que la Luftwaffe haría mejorsuministrándonos pan que lanzandounas cuantas y no siempre efectivasbombas en el frente de Tatsinskaia. Notengo nada más que decir. Schulz se apresuró a volver aasegurarle el asiduo interés del grupo deEjércitos: —Créame si le digo que su situaciónrespecto de los suministros es nuestrapreocupación principal. Le informouna y otra vez al mariscal de campoacerca de la situación y él está en

continuo contacto con Richthofen y elMando Supremo del Ejército, conobjeto de incrementar suabastecimiento. Estamos enterados desu desesperada situación y haremoscuanto podamos por mejorarla. Notengo nada más que decir. Sírvasetransmitir mis saludos al comandanteen jefe. Hasta mañana. [Schmidt]: —Yo tampoco tengo nadamás, gracias. Fin. Cuando el general Schmidt cortó lacomunicación, vio, al fin, claro que elAlto Mando alemán había perdido elcontrol de los acontecimientos en el surde Rusia. El Diario de guerra del VI

Ejército del 25 de diciembre refleja estehecho: «Cuarenta y ocho horas sinsuministro de alimentos. Los víveres yel combustible se están acabando... elnúmero de hombres decrecerápidamente a causa del penetrantefrío... necesitamos pronto alimentos...Ya no hay decisiones de planes debatalla para el VI Ejército...» • • • Los tristes soldados alemanesocuparon las últimas horas del día deNavidad manipulando las radios paracaptar emisoras de onda corta de lapatria. Durante la Nochebuena, lamayoría habían escuchado al popularcantante Lale Anderson, mientras

cantaba los números solicitados por lossoldados. Ahora, durante la noche deNavidad, los hombres de Stalingradoatendían a las «Emisiones Anillo» delministro de propaganda JosephGoebbels, que se suponía procedían delas fronteras del III Reich. Eran muypopulares principalmente entre lapoblación civil. Mientras Goebbels recitaba losnombres de las ciudades conquistadas,el pueblo alemán hacía un recorrido porlos frentes de batalla. —Y ahora desde Narvik —anunciógrandilocuente en medio de un coropotente de cantantes masculinosestacionados en el puerto noruego—. Yen Túnez —dando paso a otra estridente

interpretación, aquella vez de «StilleNacht, Heitige Nacht», por parte de lossoldados que rechazaban a las tropasamericanas e inglesas de Bizerta yTúnez—. Y desde Stalingrado —dijo derepente Goebbels. Mientras miles de soldados en elinterior del Kessel se mirabandisgustados unos a otros, una alegremelodía salió de la radio para aseguraral frente civil que todo andaba bien en elrío Volga. Goebbels siguió con su emisiónprefabricada y su voz continuóvociferando las impresionantes fronterasdel Imperio nazi. Pero la mayor parte desus compatriotas atrapados en la esteparusa ya habían apagado sus radios.

CAPÍTULO XXIV

Animados por la falsa esperanza deque Manstein estaba a punto de llegar,los soldados del VI Ejército, connotable estoicismo y brío, afrontaron elracionamiento y el gélido tiempo. Sinembargo, cuando las Navidadesaportaron la grave comprobación de queel Kessel probablemente se iba aconvertir en su tumba, empezaron aderrumbarse las defensas físicas ymorales y los macilentos ocupantes de laFortaleza Stalingrado comenzaron aperder su aptitud para mantenersefirmes. Las drásticas medidas tomadaspor Paulus para mantener los

abastecimientos de víveres sólosirvieron para aumentar la decadencia.El acosado general no tenía elección. Denuevo, el puente aéreo había fracasadoen suministrar más de cien toneladasdiarias. Aquella noche, el teletipo registró lossombríos hechos: —Hoy [26 de diciembre], a las 5.00de la tarde, hemos recibido 38[transportes] Ju y 3 He con setentatoneladas, en total, de alimentos,principalmente pan. Sólo tenemossuficiente pan para dos días,comestibles para un día y las grasas yase han acabado. Necesitamos laaportación inmediata de suministros

completos, en proporciones adecuadas,para 250.000 hombres... Dependemosúnicamente de lo que llega por aire...estamos agotando el combustible;mañana daremos fin a los últimos 20metros cúbicos... Le suplico que hagatodo lo posible para que mañanalleguen 200 toneladas, de las cuales150 de alimentos y 50 metros cúbicosde combustible. De otro modo, nopodremos resistirlo. —Haremos lo imposible. El coronel Von Kunowski, jefe deIntendencia de Paulus, añadió uncomentario final: —Nada más desde aquí. Nunca heestado tan mal. Cordiales saludos.

Paulus había sabido desde hacíavarios días que debería reducir denuevo las raciones. Pero esperó a quepasasen las Navidades antes de anunciaruna nueva dieta de inanición: pan,setenta gramos diarios por hombre (unapieza del tamaño de un dedo pulgar);sopa sin grasas (una ración) paraalmorzar; carne de lata, si se disponíade ella, para cenar; si no, más sopaaguada. Estas rigurosas raciones provocabanun efecto mortal en el vigor de sushombres. Conocedor de este hecho,Paulus intentó una vez más recordar asus superiores que todo el Ejércitoestaba al borde de la extinción. Erich von Manstein recibió estas

desalentadoras palabras y las transmitióa Hitler: —Las sangrientas pérdidas, el frío ylos inadecuados suministros han hechoestragos en las filas de las divisionesde combate. Debo, pues, informar de losiguiente: 1. El Ejército puede continuarrechazando ataques en pequeña escalay resolver crisis locales durante algúntiempo, siempre que se nos provea delos suministros necesarios. 2. Si el enemigo saca fuerzas dealguna magnitud del frente de Hoth ylas emplea... en la FortalezaStalingrado, ésta no se podráconservar durante mucho tiempo.

3. No se puede llevar a cabo unapenetración si no se logra previamenteun pasillo y si no se llenan los huecosdel Ejército... Pido que se hagan estas protestas almayor nivel [Hitler] para asegurar quese tomen medidas para un rápidosocorro, a menos que la situaciónglobal obligue a sacrificar alEjército... Por primera vez, Paulus mencionó lairritante posibilidad de que el VIEjército pudiera ser empleado como unpeón destinado al sacrificio en aqueljuego de ajedrez loco, a fin de retener lamayor cantidad de unidades soviéticasposibles mientras Manstein trataba de

estabilizar sus otros frentes. Uno de los ayudantes de Paulus, elcapitán Winrich Behr, expresó la mismaopinión en una notable carta alcomandante Nikolaus von Below, queera el ayudante de Hitler en Rastenburg.Los dos hombres eran antiguos amigos yse habían casado con dos hermanas.Siempre habían sido sinceros uno conotro y Behr proporcionaba ahora a suamigo, con incomparable franqueza, unavisión íntima de la atmósfera existenteen el Cuartel general del VI Ejército enGumrak: Querido Klaus: En este momento tenemos laimpresión de que de alguna forma nos

han abandonado y traicionado...Esperar y perseverar es un asunto quese lleva a cabo sin decir nada, aunqueno lleguen ulteriores órdenes. Deseodecirte simplemente que aquí no haynada que comer, con excepción de unospocos miles de caballos, que puedendurar hasta enero, pero únicamentecon ellos no se puede alimentar a unEjército de 250.000 hombres. Aquí sólotenemos pan hasta mañana... Dado miconocimiento del soldado alemánhemos de prever..., que su resistenciafísica no aguantará mucho más...llegará un momento en que cadahombre dirá: «Todo me importa unrábano» y deseará morir de frío o serhecho prisionero. Los hombres tienen

deseos de resistir y es incomprensiblecómo han aguantado tanto... Elcalentarse es un grave problema. Tododebe ser traído desde Stalingrado, peroaquí no hay gasolina suficiente paraello. En otras palabras, el gato se comesu propia cola... Deben haber decididoabandonarnos, en vista de lascircunstancias, lo cual no esimpensable, aunque sea durodesentrañar sus consecuencias. Detodos modos, viviré unos cuantos díasmás junto con Eichlepp [un colegaayudante] gracias a tu excelentechocolate... Te escribo esto, Klaus, para que nocreas que nos quejamos sin razón. Loque te he contado no sólo está basado

en mi experiencia personal, sinotambién en mensajes y conversacionesdiarias con amigos del frente. La cosaestá tan mal como yo te lo digo. Aquíno nos puede ayudar ningún milagro enla estepa: sólo nuestras buenas yancianas tías «Ju» y «He-111»[aviones de transporte], si es quevienen y vienen a menudo. De otro modo, el ánimo aquí ha sidoy es bueno. Algo de miedo a todashoras, pero los hombres alistados y losoficiales aún conservan la esperanza.El lema es: «Resistid; el Führer ossalvará...» Aquí, en las alturas,especialmente en días como el de hoy,mirando un barril vacío, laresponsabilidad pesa mucho...

TEDDI • • • Al igual que la súbita ruptura de uncordón umbilical, el teletipo que uníaGumrak con Novocherkassk quedópartido en dos, cuando, al oeste de labolsa de la estepa, los blindadossoviéticos capturaron los relevadoresque mantenían aquel frágil contactopersonal entre Schmidt y Schulz, entrePaulus y Manstein. El corte en laconexión dejó al VI Ejército con unsimple transmisor de mil vatios yalgunos aparatos auxiliares de menorpotencia para poder comunicarse con elgrupo de Ejércitos del Don. Algunos oficiales de dentro de la

bolsa contemplaron aquella bruscasuspensión como el augurio de díasterribles. • • • En Moscú, Stalin se enfurecía ante elretraso en destruir al VI Ejército.Aunque sus comandantes del frentecontinuaban comunicándole noticias degrandes triunfos en otros sectores delcampo de batalla, el primer ministro noacababa de tranquilizarse. El 28 de diciembre, el general Vatutin,en el Cuartel general soviético delFrente del Sudoeste a lo largo del altoDon, se puso en contacto con él parahacerle saber la noticia de una victoria

aplastante: «El ala derecha del VIIIEjército italiano no existe... 60.000prisioneros y más o menos el mismonúmero... de muertos... nuestras fuerzasse han apoderado de sus almacenes...sus despreciables restos... no puedenoponer la menor resistencia...» Stalin asimiló este estimulante informesin mucho entusiasmo y acto seguidohizo que Vatutin se dirigiera a una zonaen peligro de la región a su mando.Alrededor del gran aeropuerto alemánde Tatsinskaia, desde donde el generalMartin Fiebig había despegado entre losrestos de su fuerza del puente aéreocuatro días antes, una columna blindadarusa había quedado temporalmenteatrapada por los elementos adelantados

de los panzers alemanes que acudieronpresurosos tras su abortado esfuerzo deayuda en el río Mishkova. Stalin aprovechó aquel momento paradar a Vatutin una lección de estrategia: Su primera tarea es librar deproblemas a Badanov [el jefe delcercado 24.° Cuerpo de carros]...Tenía usted razón al permitir [le] deabandonar Tatsinskaia en caso deemergencia. Ya le hemos adjudicado el2° y el 33.° Cuerpo de carros paraconvertir Pequeño Saturno en GranSaturno [la incursión a Rostov y el marNegro que el general ruso Krupennikovindicó a sus interrogadores el 21 dediciembre]... Debe recordar que, en tan

largas distancias, es mejor lanzar loscuerpos de carros por parejas en vezde solos; de otro modo, corren elriesgo de fracasar en una operacióncomo la de Badanov. Acuérdese deBadanov; no se olvide de Badanov.¡Libérelo a toda costa! Tras esta admonición final, Stalin dejóque Vatutin se las arreglará con supropia pequeña guerra entre el Don yRostov y volvió a su situación máspreocupante: el VI Ejército de Paulus,cuya existencia aún retenía sieteEjércitos rusos necesarios en otraspartes. Reuniéndose con sus generalesveteranos, el primer ministro fue directo

a su queja principal: «Sólo un hombrepuede dirigir las operaciones... el hechode que existan dos comandantes delfrente [en torno de Stalingrado] está encontra de esta afirmación». Cuando todos los de la mesaestuvieron de acuerdo, Stalin preguntó: —¿A quién damos el cargo? El mariscal Gueorgui Zhúkovpermaneció silencioso mientras alguienrecomendaba al teniente generalRokossovski. —¿Por qué no dice usted nada? —leaguijoneó Stalin. Zhúkov respondió: —En mi opinión, ningún comandantees capaz de hacer el trabajo. Además,herirá los sentimientos de Yeremenko siusted otorga a Rokossovski su frente de

Stalingrado. Stalin quitó importancia a este punto. —No estamos ahora parapreocuparnos de herir o no sentimientos.Telefonee a Yeremenko y comuníquelela decisión. Cuando Zhúkov llamó a Yeremenko yle explicó la situación a través de unalínea de alta seguridad, el belicosogeneral creyó que su mundo profesionalse tambaleaba a su alrededor al oír: —Entregue el 7.°, 62.° y 64.°Ejércitos del frente de Stalingrado [aRokossovski]. Yeremenko se recobró lo suficientecomo para farfullar: —¿Qué consecuencias acarreará esto? Zhúkov explicó pacientemente los

argumentos, pero, notando la ofensa y lahumillación del general, sosegadamentesugirió que Yeremenko le llamase porteléfono más tarde. Al cabo de quince minutos, cuando sereanudó la conversación telefónica,Yeremenko todavía no había recobradoel dominio de sí mismo. —No puedo entenderlo... Dígale porfavor a Stalin que deseo permaneceraquí hasta que haya sido destruido porcompleto el enemigo. Zhúkov le sugirió que se lo dijera élmismo a Stalin. Yeremenko le respondióque ya lo había intentado, pero que nohabía podido conseguirlo a través delsecretario personal de Stalin,Poskrebishev, quien insistía en que

todos aquellos asuntos eran de laresponsabilidad de Zhúkov. De parte deldestrozado Yeremenko, Zhúkov llamóinmediatamente a Stalin, pero el primerministro se mostró inflexible respecto aconceder el cargo a Rokossovski. Una vez retirado a sus habitacionesprivadas al sur de Stalingrado, AndréiYeremenko estalló en lágrimas. CuandoNikita Jruschov intentó calmarle, sepuso furioso: —Camarada... no puede entenderlo.Usted es un civil. Olvida cuandopensábamos que estábamos perdidos,cuando Stalin nos preguntó si podríamosresistir tres días más. Todos creíamosque los alemanes capturaríanStalingrado y nosotros hicimos de

cabeza de turco. Quizás usted no puedaprever lo que va a pasar, pero yo sí: elnuevo frente del Don se llevará toda lagloria por la victoria de Stalingrado y seolvidarán de nuestros Ejércitos delfrente Sur. Jruschov no pudo consolar a su amigo. • • • El contraataque alemán contra el 24.°Cuerpo de carros del general rusoBadanov había conseguidotemporalmente volver a obtener elcontrol sobre Moro y Tazi, las pistas deaterrizaje y despegue para hacer lalanzadera con Stalingrado. Pero eltriunfo demostró tener pocasconsecuencias, pues el mal tiempo y la

falta de material seguían siendo unaplaga para la Luftwaffe. El tonelajetransportado al Kessel osciló entreochenta y doscientas toneladas diarias.Ahora se emplazaron centenares debaterías antiaéreas rusas en latrayectoria de vuelo, en conexión directacon el radiofaro alemán de Pitomnik, yempezaron a cobrarse un espantosopeaje con los pesados transportes. Encinco semanas derribaron casitrescientos aviones. El mismo aeropuerto de Pitomnikreflejaba el creciente desastre del VIEjército. El pulso del Kessel radicabaen medio de una red arterial decarreteras que aportaba un microcosmosde desesperación y esperanza a sus

pistas de aterrizaje y edificios. Aquellascarreteras habían sido despejadasdurante semanas por las fuerzasoperacionales del comandante Linden,pero incluso sus hercúleos esfuerzosvacilaron ante los terriblesinconvenientes planteados por lastormentas invernales. Cuando sushombres trabajaban en la ventisca, losbrutales vientos les obligaban a llevarpuestas las máscaras de gas para evitarla congelación. En cuanto acababa unatormenta, empezaba otra. Aunque losquitanieves recorrían constantemente lasarterias, la aguda escasez decombustible demoraba su plan detrabajo, llevando al comandante Lindenal borde de la desesperación.

Al aproximarse el día de Año Nuevo,las carreteras a Pitomnik quedaronatascadas por las ventiscas. A amboslados del camino, los soldados hundíanahora en la nieve las patas de centenaresde caballos muertos, como señales detránsito para los conductores decamiones. El coronel Lothar Rosenfeld, unantiguo campeón de boxeo de la policía,revisaba el campo. Cabalgando unpequeño panje, mantenía una rígidadisciplina tanto sobre el puente aéreocomo sobre las hordas de heridos ymensajeros que trataban de conseguirpasaje para salir de la bolsa. Uno de susfrecuentes visitantes era el oficial deenlace de Hitler, comandante Coelestin

von Zitzewitz, que se había hechosospechoso desde el día en que llegó encalidad de observador del Cuartelgeneral supremo. Desde un principio, el general ArthurSchmidt y algunos otros habíanmantenido a Zitzewitz a prudentedistancia y, poco después de su llegada,Schmidt interfirió uno de sus despachosa Prusia oriental. Convencido de queZitzewitz, a principios de diciembre,estaba «describiendo un cuadro muysombrío», Schmidt insistió en alterar elmensaje para reflejar una nota másoptimista. Zitzewitz aprendió la lección. Desdeentonces, sólo enviaba los informesdespués de que Schmidt se hubiera ido a

la cama. Lejos de ser un subordinadoservil, el comandante escribía la puraverdad acerca de la hecatombe de la queera testigo. Iba a todas partes: a losfosos de tiradores de la línea del frente,a los hospitales, a los almacenes demuniciones y a los helados barrancos.En las balkas de más de un kilómetro delongitud de Baburkin, Gorodische yDmitrevka, seguía a las tropas a susoscuros, húmedos y fríos búnkers, en losque la carencia de combustibleengendraba enfriamientos, neumonías yuna creciente debilidad ante otrasinfecciones. Las escasas condicionessanitarias de aquellos refugiosproducían asimismo auténticos ejércitosde piojos.

Zitzewitz se sentó entre hordas deratas y ratones que correteaban por losbúnkers y que mordisqueaban lospedazos de comida que los alemanesguardaban en las mochilas y en losbolsillos. Los roedores estabanhambrientos. El comandante fue testigode un caso en el que acometieron a unsoldado cuyos pies estaban seriamentehelados. Mientras dormía, se lecomieron dos de los dedos de los pies. Zitzewitz inspeccionaba sobre todoPitomnik, donde los heridos seamontonaban en improvisadoshospitales y esperaban que los médicosaliviasen sus dolores mientras losJunkers y Heinkels daban vueltas yaterrizaban o ardían y se estrellaban.

Vista aérea de la devastada zonacéntrica de Stalingrado después de labatalla. El comandante no ahorró nada en sudeseo de advertir a Hitler acerca de laauténtica verdad. Pero sus sombríosinformes tuvieron un efecto imprevisto

en la Guarida del Lobo. Al discutirsobre ellos, el mariscal del Reich,Hermann Goering, meneó, disgustado, lacabeza. —Es imposible que ningún oficialalemán pueda ser el responsable de unosmensajes derrotistas de esta clase —declaré)—. La única explicaciónposible es que el enemigo se hayaapoderado de este transmisor y sea élquien nos los envíe. Así, los informes de Zitzewitz fueronrechazados como si se tratase depropaganda rusa. • • • Los rezagados del VIII Ejércitoitaliano podían haber convencido a

Hermann Goering de que las crónicasdesesperadas de Zitzewitz erantotalmente auténticas. Aún caminabanpenosamente, hundidos en la nieve hastalas rodillas, hacia unos lejanos camposde prisioneros. El teniente Felice Bracci habíacontinuado marchando en direcciónnorte, a través del plateado hielo delcurso alto del río Don que en un tiempohabía vadeado como conquistador.Ahora estaba seguro de que se trataba deuna corriente embrujada que nuncasucumbiría ante las botas de un invasor.Durante varios y angustiosos días,Bracci había mantenido enfuncionamiento su mente y su cuerpo,mientras la «larga serpiente negra» de

cautivos pasaba ante numerosas aldeasdonde las mujeres rusas les sonreíaninexplicablemente y tiraban cortezas depan y patatas heladas a sus manosextendidas. Algunos rusos intercambiaban comidapor anillos de boda, ropas o mantas.Cuando Bracci ofreció un trozo de cintaadhesiva de una bobina que habíalogrado salvar, un aldeano le dio enpago una gran barra de pan negro.Bracci la devoró en unos segundos. El 28 de diciembre, los guardias rusosdetuvieron a los italianos ante unosamplios barracones cercanos a unaestación de ferrocarril. Apretujado en eloscuro edificio junto a centenares deotros prisioneros, Bracci dedicó los

siguientes tres días a mantener lacordura. Algunos de sus amigos habíansufrido gangrena debido a lascongelaciones y chillaban sin cesar. Losmédicos italianos amputaban suspodridos miembros con cuchilloscaseros y los gemidos de los pacientes,a los que operaban sin anestesia,provocaban la desesperación de todos. Rodeados por aquella olla de grillos,entre oraciones pidiendo la clemenciade Dios, Bracci y sus camaradasrecogieron pedazos de madera yencendieron diminutas fogatas en unrincón de la estancia. Los pequeñosresplandores les alentaron algo mientraslos rusos les sometían a una campaña depropaganda.

Dos oficiales soviéticos, uno de ellosfemenino, llegaron a los barracones, leshablaron en un fluido italiano ypreguntaron a Bracci y a sus amigos porqué habían emprendido la guerra contraRusia y si los soldados eran realmentefascistas. Los rusos contaron a loscautivos que Mussolini y Hitler estabanacabados y finalizaron su arenga con lamentira de que el rey Víctor Manuelhabía muerto recientemente de un ataqueal corazón. La mujer les dio unos trozosde papel y lápices y pidió a losprisioneros que escribiesen mensajes asus seres queridos en Italia. Braccicogió un lápiz y con sus entumecidosdedos escribió: «Estoy vivo... Estoybien...» No tenía ninguna esperanza de

que estas palabras llegasen a Roma. La andanada propagandística continuóal día siguiente, cuando todos losoficiales italianos fueron alineados paraque oyesen un discurso de un civil congafas que les hablaba desde lo alto deltecho de un coche. En un impecableitaliano el hombre anatematizó algobierno fascista y advirtió a susoyentes que era sumamente improbableque pudiesen salir vivos de Rusia. Elfrío, clamó, «les abatiría». Mientras tiritaba en la formación,Bracci se preguntaba si el oradormencionaría la inanición como un factorque contribuiría a su muerte inminente,pero el expatriado italiano no hizoalusión a ella. Cuando acabó, los

prisioneros tuvieron que desfilar ante unoperador que filmó sus miserias paraalgún público desconocido. Durante la Nochevieja, Bracci intentóolvidar sus penas. Tumbado en el heladosuelo de la barraca, oía cómo el coronelRosati contaba a sus camaradas unavisita de gourmet a los mejoresrestaurantes de Roma: el elegante «Zi»,el Bersaglieri y el comedor encima de laroca Tarpeya. Cuando el coronel narró lo que pediríaen cada uno de estos establecimientos,su auditorio gimió. —El jueves, ñoquis... Rosati saboreaba las palabras y loshombres masticaban sin parar algoimaginario. Sus bocas se llenaban de

saliva; sus estómagos se revolvían.Alguien pidió a Rosati que lo dejara,pero el protestón fue acallado por otrosdesesperados que vivían en aquelmomento fuera de la realidad. —El sábado, callos... —siguió elcoronel y luego añadió a sus minutasvinos blancos añejos. Desde fuera de los barracones, elrugiente viento lanzaba ráfagas de nieve,a través de las ventanas sin tableros,sobre los amontonados «comensales».Ignorando el frío, oían arrobados: —El lunes... canelones conbechamel... • • • A las diez de la noche del 31 de

diciembre, la artillería rusa en torno delKessel estalló en una frenéticacelebración de la fiesta. Dado quesabían que los artilleros soviéticos seregían por el horario de Moscú, doshoras adelantado según los relojesalemanes, los soldados del VI Ejércitose habían preparado para el diluvio.Acurrucados en sus zanjas, soportarondurante quince minutos las salvas quedaban la bienvenida a un año queprometía ser glorioso para la Rusiasoviética. En el interior de Stalingrado, lasesperanzas de las tropas rusas rayabanen lo más alto. El puente de hielo através del Volga era la principal razónde su actitud. Desde Acktuba y Krásnaia

Slóboda, cruzaban ahora el río cientosde camiones, con trajes blancos decamuflaje para reemplazar losdestrozados uniformes gris marrón. Enmedio del río, directores de tráficoindicaban a los convoyes de alimentoslos depósitos instalados debajo de laspendientes. Las cajas de latas deconserva americanas empezaron aesparcirse por las zanjas excavadas a lolargo de la línea defensiva desdeTsaritsa a la fábrica de tractores. Lasmuniciones se amontonaban ahora en lospuntos donde los artilleros rusosdisparaban proyectiles anticarros contralos soldados alemanes aislados. Durante la Nochevieja, la disciplinaen el revitalizado 62.° Ejército se relajó

y, a lo largo de la orilla, los oficialessoviéticos de elevada graduaciónorganizaron una serie de reuniones enhonor de los actores, músicos ybailarinas que visitaban Stalingradopara entretener a las tropas. Uno deestos artistas, el violinista MijailGoldstein, se alejó y se dirigió a lastrincheras para llevar a cabo otro de susconciertos de solista para los soldados. En toda la guerra, Goldstein nuncahabía visto un campo de batallaparecido a Stalingrado: una ciudad tanterriblemente destruida por las bombas yla artillería, con montones de esqueletosde centenares de caballos descarnadospor el hambriento enemigo. Y comosiempre, también aquí se encontraban

los siniestros policías de la NKVD rusa,que permanecían entre la línea del frentey el Volga, comprobando ladocumentación de los soldados ydisparando contra los sospechosos dedeserción. El horrible campo de batallaconmovió a Goldstein y tocó comonunca lo había hecho antes, horas yhoras, para unos hombres que,obviamente, amaban su música. Y,aunque todas las obras alemanas habíansido prohibidas por el Gobiernosoviético, Goldstein dudaba de queningún comisario protestase duranteaquella noche. Las melodíasinterpretadas por él fueron dirigidasmediante altavoces hacia las trincheras

alemanas y, de repente, cesó el tiroteo.En el espectral silencio, la músicasurgía del inclinado arco de violín deGoldstein. Cuando acabó, un gran silencio cayósobre los soldados rusos. Desde otroaltavoz, situado en territorio alemán, unavoz rompió el hechizo. En un vacilante ruso rogó: —Toquen algo más de Bach. Nodispararemos. Goldstein volvió a tomar su violín yempezó a tocar una viva Gavotte deBach. • • • Al dar las doce de la noche, hora deBerlín, un soldado de la 24.ª División

Panzer en la parte nordeste del Kesselalzó su pistola ametralladora y disparóun cargador completo de balastrazadoras hacia el cielo. En su unidad,otros hicieron espontáneamente lamisma salutación. La idea se esparciórápidamente a lo largo del perímetrooccidental de la 16.ª Panzer, luego porla 60.ª Motorizada y alrededor del«hocico» de Marinovka, a través de la3.ª Motorizada y de la 29.ª División, aleste, a lo largo del borde sur de labolsa, ante la 297 y 371 situadas en elVolga y hacia las oscurecidas calles deStalingrado, donde los hombresasomaron por las rendijas los fusiles ylas ametralladoras y dispararon un arcode caleidoscópicos fuegos artificiales

encima de las siluetas de las fábricas. Elarcoiris de fuego rodeó la fortalezadurante unos minutos, mientras lossoldados alemanes daban la bienvenidaa un nuevo año que auguraba pocasesperanzas. Para quienes permanecían en mitad dela estepa, en torno a Pitomnik y Gumrak,los pirotécnicos sólo demostraron lafutilidad de la posición alemanas. Todoel horizonte era una franja de llamasprocedentes de las balas trazadoras.Pero en realidad formaban un círculocompleto de fuego alrededor del VIEjército. • • • El primer día de 1943, Adolfo Hitler

envió sus saludos a Paulus enStalingrado: «A usted y a su bravoEjército le envío, también en nombre detodo el pueblo alemán, mis mejoresdeseos de Año Nuevo. Estoy enteradode la dificultad de su responsabilidad.La heroica actitud de sus soldados esmuy de apreciar. Usted y sus tropasdeben empezar el nuevo año con una feprofunda en que yo y la... Wehrmachtalemana haremos el mayor esfuerzo parasocorrer a los defensores de Stalingradoy hacer que su larga espera se conviertaen el mayor triunfo de la historia bélicaalemana...» • • •

En un comedor de oficiales en elinterior del Kessel, el rubio tenienteHans Oettl estaba rodeado de hombresque le deseaban un feliz cumpleaños.Sentado enfrente de su plato deporcelana azul, en el que había comidodurante años, contemplaba a un cocineroque servía con un cucharón una generosay humeante ración de gulash en la quesobresalían gruesos trozos de carne.Asombrado y complacido, Oettl empezóa comer. La puerta se abrió de súbito y entróbruscamente un policía militar quepreguntó si alguien había visto a superro guardián. En el repentino silencio,Hans Oettl contempló a sus compañeros,que ahora miraban incómodos el suelo.

Luego, su mirada se dirigió despaciohacia el gulash y el montón de carnesituados ante él. Mientras el policía vomitabaamenazas contra quien hubiese matado asu animal favorito, el teniente alzódeliberadamente su tenedor y masticó untrozo del pastor alemán del policía. • • • El sargento Albert Pflüger habíaesperado pacientemente conseguir unvuelo para regresar a casa, pero cuandoel mal tiempo casi eliminó el puenteaéreo, se hizo de repente a la idea devolver junto a sus hombres de la 297.ªDivisión. Aún narcotizado por losmedicamentos y casi enloquecido por la

comezón que le producían los piojosescondidos en el yeso de su brazo,consiguió transporte hasta el apeaderodel ferrocarril situado cerca deKarpovka y subió al pequeño tren querecorría unos pocos kilómetros hasta lossuburbios de Stalingrado. En un vagón de mercancías, Pflügerencontró compañía: dos reclutas y seisoficiales rumanos, estos últimosamenazadoramente de pie ante losprimeros. Mientras el tren se desplazabacon intermitentes arranques y paradas,uno de los oficiales contó a Pflüger quelos soldados eran prisioneros y quehabían sido condenados a muerte porrobar comida. Mientras hablaban, poralguna razón que Pflüger no pudo

comprender, otro oficial vapuleó derepente con crueldad a los dos hombres. En Peschanka, Pflüger abandonó aqueldeprimente escenario y, al cabo de unashoras, encontró a su sargento primero,que le recibió con alegría y le condujo asu antigua unidad. En sólo unos cuantosdías, seis de los hombres de Pflügerhabían sido heridos o muertos. Pero lossupervivientes le dieron la bienvenida yel carnicero de la compañía le obsequiócon chocolate que había guardado,cigarrillos y latas de carne. Contento dehaber vuelto con los suyos, Pflügerpronto olvidó el haber perdido el vuelopara salir de Pitomnik. • • •

En Novocherkassk, el mariscal decampo Erich von Manstein recibió alaño nuevo de sombrío talante. Su intentode salvar a Paulus era un fracaso y sabíaque el destino del VI Ejército estabasellado. Pero tenía a la vista otra crisis,incluso de mayor magnitud. Unosseiscientos kilómetros al sur deStalingrado, el grupo de Ejércitos A,que incluía el 1.° Panzer y el 17.°Ejército, permanecía aislado yvulnerable en las estribaciones delCáucaso. A menos que Manstein llevasehacia el norte a esos Ejércitos,sacándolos a través de la acorraladaciudad de Rostov, el Alto Mando ruso

podría llevar a cabo el «Kessel Super-Stalingrado» que Stalin deseaba. Aunque Manstein había hecho volveratrás a los panzers de Hermann Hoth delas fuerzas de socorro que se dirigían aStalingrado, telefoneó diariamente aPrusia oriental con la petición de unapronta retirada de los alemanes delCáucaso. Hasta el 29 de diciembre noautorizó Hitler la retirada del 1.°Ejército Panzer. Ahora, el día de Año Nuevo, al finhicieron dar la vuelta a sus vehículos ycorrieron hacia la salvación. Mientrassus Mark III y IV retumbaban hacia elnorte, los tanquistas rogaban para queManstein pudiera aún mantener abiertoRostov el tiempo suficiente para salvar

sus vidas.

CAPÍTULO XXV

Desde el comienzo del cerco, loscensores militares del exterior delKessel habían controlado con cuidado elcorreo que desde Pitomnik llegaba aAlemania. Al principio, losexaminadores habían estimado que másdel noventa por ciento de los redactoresde las cartas evidenciaban confianzatanto en sus jefes como en su propiacapacidad para afrontar las duraspruebas, gracias a su confianza en elpuente aéreo. Además, como ya sehabían visto implicadas en otras«calderas» pasajeras en las acciones delos panzers durante los pasados años,

las tropas alemanas relacionabanaquellas «derrotas convertidas envictorias» con el apuro en que sehallaban ahora en Stalingrado. ¿No sehabía visto envuelto el general Seydlitz-Kurzbach en el rescate de cientos demiles de alemanes en Damiansk, en laRusia central, el pasado invierno? Porello, el alud inicial de correo hacia elReich reflejaba una aparentementeinquebrantable convicción de que laWehrmacht era aún invencible. Aquella convicción había durado hastaNavidad. Sin embargo, entre aquel día yfin de año, los censores observaron unsúbito decaimiento de la moral. Loshombres se quejaban abiertamente delfrío, que llegaba a un promedio de

veinte grados bajo cero, y se lamentabande las nevadas, los piojos, las pulgas ylas ratas. De todos modos, la mayoría de losalemanes del Kessel parecían conservarun espíritu de desafío y esperanza, o porlo menos deseaban que así lo creyesenlos seres amados. Un hombre escribió:«Nuestras armas y nuestros jefes son losmejores del mundo». Otro se jactó: «...hacemos gustosamente sacrificios pornuestro país en la esperanza de quenuestro pueblo pueda ver mejorestiempos que nosotros». Un tercerodecía: «Naturalmente que siemprequeremos mostrarnos fuertes; aquí puedehaber pocas dudas acerca de ello». Dos reclutas respiraban obstinación y

una férrea creencia en el régimen que leshabía llevado al Kessel. El 30 dediciembre, uno de ellos, un cabo, APOnúm. 36.025 escribió: No hay que hacerse falsas ideas. Lavictoria sólo puede ser para Alemania.Todas las batallas requierensacrificios y deberías estar orgullosaal saber que tu hijo se encuentra en elcentro de las decisiones. Cómo megustará algún día estar de pie ante ticon todas mis medallas... Y probar mivalor a tío Willi, que siempre nos dijo alos muchachos que nuestro principalobjetivo era convertirnos en hombresdurante el combate. Recuerdo esaspalabras todo el tiempo. Sabemos que

está en juego todo cuanto concierne anuestro país. Amamos a nuestra patriamás ahora que antes. Alemania viviráaunque nosotros muramos. El 31 de diciembre, otro, un soldadode primera, APO número 24.836 B,escribió: Los rusos nos inundan de panfletos.Cuando vuelva a casa te enseñaréalgunas de las insensateces queescriben. Desean que nos rindamos.Pero lucharemos hasta el últimohombre y la última bala. Nuncacapitularemos. Estamos en unaposición difícil en Stalingrado, pero nonos han olvidado. Nuestro Führer nonos dejará en la estacada...

Recibiremos ayuda y resistiremos...Aunque tengamos poco que comer yaunque carezcamos de muchas otrascosas, eso no importa. Resistiremos. Al hacer su análisis del correo, loscensores dieron una señal deadvertencia a las autoridades superioresacerca de lo que esperaban cuandollegase enero: «Es presumible que seproduzca un decaimiento en la moral yen las esperanzas de socorro...» Lapredicción de los censores demostró seralarmantemente exacta. Se produjo uncambio brusco y fatal en los ánimos, y elnúmero de cartas de despedida aumentódramáticamente. El tono de aquellos mensajes reflejaba

la súbita conciencia de que losacontecimientos hacían disminuir lasperspectivas de salvación a unosporcentajes infinitesimales. Cuando semultiplicaron las últimas voluntades ytestamentos, los censores trataron de serdelicados al recortar fragmentos.Utilizando plumas y lápices iguales a losque había empleado el remitente, hacíanborrones encima de las palabras o lasconvertían en ilegibles, como si hubierasido el mismo redactor de la carta quienhubiese cometido los errores. Un descorazonado oficial contaba a sufamilia: «...No se puede matar dehambre a esos cerdos... Su superioridadaérea es absoluta; noche y día no hayotra cosa que esos pajarracos rapaces.

No puedo imaginar el fin de esto, y esrealmente lo que nos desanima». Un cirujano que escribía a su mujerfue brutalmente franco con ella acercade su vida en el Kessel. Describía cómohabía arrancado la pierna de un hombrehasta el muslo con un par de tijeras ycómo el paciente soportó la espantosaoperación sin anestesia. Un cabo reflejaba un sentimientocreciente: «Si he de decirte la verdad,preferiría una muerte súbita quelanguidecer así...» El oficial de Intendencia Karl Binderescribió su vigesimosexta carta desde elfrente ruso. Se trataba de otroconmovedor esfuerzo para preparar a sufamilia ante su muerte:

Amadísima esposa: Aún estoy vivo y bien [sic]. Hoy —domingo— he de asistir al entierro devarios soldados panaderos de micompañía. Es muy cruel lo que secontempla en los cementerios. Sivuelvo a casa, nunca podré olvidar loque he visto. Es una cosa épica sincomparación. Siento no haber recibidoninguna carta tuya desde el 5 dediciembre. Estaría muy contento deleer una frase amorosa de tu parte,pues nadie puede saber lo que nosreserva la hora inmediata, el díasiguiente. Querida mujercita, venga loque venga estoy preparado para todo.Cuando llegue el momento, moriré

como un soldado... Dios está connosotros en todo momento: éstasfueron las palabras del pastorprotestante en el cementerio, que estálleno a rebosar. Crece en dimensionescomo un alud. Pero el brutal enemigoaún está bajo control. No obtendrá untriunfo aplastante sobre nosotros, entanto yo tenga una mano que puedaempuñar un arma. El tiempo es ahora tan breve quedebo preocuparme acerca del fin detodas las cosas. He vivido mi vida —yno siempre de una manera piadosa— yla vida siempre me ha tratadobrutalmente. Hubo veces en que unachispa de indiferencia o de pasióndominó mi corazón. Pero siempre he

procurado comportarme decentemente,como camarada, como soldado. Heintentado ser un buen esposo para ti yun buen padre para los niños. No sé silo he conseguido. Probablemente fuidemasiado áspero, pero sólo tengo unacosa en el pensamiento: tu felicidad. Esmuy tarde ya para cambiar nada;además, no sé qué debo cambiar, peroos amo a todos más que nunca. Educa alos hijos en su provecho. La vida no meha proporcionado muchas alegrías. Yla mayoría de ellas las debo a ti y a losniños, por lo que os lo agradezco desdeaquí y ahora... Entre nosotros, la Muerte es unainvitada diaria. Para mí ya ha perdidotodos sus horrores... En caso de que

caiga, trasládate a Schwábisch Gmündlo antes que te sea posible. Allí la vidaes muy barata. En mi cuenta de ahorrosdel servicio postal hay 1.900reichsmark. Mis pertenencias están enuna maletita, una gran bolsa de mano,una bolsa para zapatos y tal vez unapequeña maleta de madera. No sé si podrás obtener esas cosas...La oficina de liquidación de laguarnición y la oficina de pensiones deStuttgart te darán información respectoa tus haberes de viudedad. Tira mis uniformes. El resto es paravosotros... Deseo que, en el futuro, tú ylos niños tengáis lo mejor. Nos quedala esperanza de que nos reuniremos enel otro mundo. No estés triste; lo peor

puede no ocurrir. Pero deseo que todose encuentre en orden. Que sea lavoluntad de Dios. Nunca hay querendirse. Y yo no quiero hacerlo apesar de todo. Recibe todo mi amor y mis máscariñosos besos. Te amaré hasta lamuerte. KARL Cariños y besos para los queridosniños

CAPÍTULO XXVI

En los primeros días de enero, lospuestos alemanes de observación, a lolargo de los lados sur y oeste delKessel, telefonearon con unasalarmantes informaciones acerca de unaconcentración rusa masiva. Losobservadores contaron centenares decarros T-34 que pululaban por la nieve,además de camiones de transporte detropas que marchaban descaradamenteante los puestos avanzados alemanespara irse a esconder en puntos deconcentración situados más allá delhorizonte. Luego, la artillería pesada,miles de cañones transportados sobre

ruedas, desde los Katiushka demúltiples cañones lanzadores de cohetesa los proyectiles de artillería de asediode 210 mm. En sus estrechas zanjas, los alemanesse veían impotentes para hacer nada. Nohubieran tenido bastantes municionespara realizar un ataque. Conocedores de la impotencia de suenemigo, los soldados rusos inclusoinstalaron grandes cocinas de campaña,el aroma de comida caliente de lascuales llegaba hasta los fosos de tiradordel VI Ejército. Aquella tortura sensualfue peor para los alemanes que la visiónde los carros y los cañones que olían adesastre inminente.

• • • José Stalin al fin había puesto enmovimiento a sus generales paraaplastar a Paulus. El genio artilleroNikolái Nikoláievich Voronov aparecióen el reborde del Kessel para añadir suautoridad a los planes para la ofensivafinal. Sobre una línea de diez kilómetrosde longitud, propuso la instalación desiete mil cañones, más que suficientespara irrumpir dentro del perímetroalemán. Otra parte fundamental de la nuevaofensiva soviética se delegó en VasiliChuikov, en la ciudad de Stalingrado.Conocedor de que Paulus aúnconservaba siete divisiones a lo largo

del Volga, a pesar de la escasez depersonal en otras partes, como en losflancos, la STAVKA asignó a su 62.°Ejército un significativo papel táctico enla liquidación final de la bolsa. Chuikov se enteró de esto cuando unvisitante distinguido, el generalKonstantín Rokossovski, llegó del otrolado del Volga hasta su bunker de losriscos. Sentado en un banco de tierra, elcomandante del frente proporcionó aChuikov los detalles. Mientras sepreparaban ataques simultáneos por eloeste, el norte y el sur, el 62.° Ejércitodebía «... atraer muchas fuerzasenemigas en su dirección, impidiéndolesllegar al Volga, si intentaban romper elcerco...».

Cuando Rokossovski le preguntó si el62.° Ejército podría contener cualquiermaniobra desesperada del enemigo, elgeneral Krilov, ayudante en jefe deChuikov, respondió a su superior: —Si durante el verano y el otoño lasfuerzas de Paulus fueron incapaces dearrojarnos al Volga, los hambrientos yhelados alemanes de ahora seránincapaces de dar más de seis pasoshacia el este. • • • Cada día, las tropas de choque del 62.° Ejército continuaban intimidando aaquellos hambrientos y heladosalemanes, que cedían terreno lentamentemientras se escabullían de sótano en

sótano. Los tiroteos no tenían fin en lostalleres, las casas de apartamentos y lascasas de obreros, convertidos ahora enmeros armazones, pero llenos dedesesperados seres humanos,acorralados y peligrosos. Atrapadas desde hacía más de tresmeses en su granero de cemento, detrásde las líneas alemanas, NatashaKornilov y su madre yacían bajo unamanta sobre el helado suelo y oyeronuna súbita ráfaga de explosiones degranada y el estallido entrecortado delas ametralladoras. La muchacha deonce años acababa de regresar de suviaje diario a los montones dedesperdicios de las calles. Una vez más,fracasó en su búsqueda de comida.

Desde el principio del envolvimiento,Natasha había vuelto a casa con lasmanos vacías la mayoría de las veces, yahora le era extremadamente difícilreunir la fuerza suficiente para podercruzar la puerta. Pero siempre lo hacía,pues sabía que de otro modo su madrese moriría de hambre. Desde la protección de la manta, laseñora Kornilov contemplaba cómo sehabía ido marchitando su hija de onceaños. Los ojos de la muchachasobresalían de las cavidades de la cara.Su vestido colgaba fláccidamente sobreun cuerpo esquelético. Los brazos de laniña parecían palos de escoba. Aunqueninguna de ellas se atrevía a confiar sustemores a la otra, ambas se preguntaban

cuánto tiempo más resistirían. Cada unarezaba para que no muriera la otra ydejase a la superviviente sola en elgranero de cemento. El cañoneo de afuera subió en uncrescendo, las balas hacían impactocontra las paredes. La puerta se abrió yun soldado apuntó con su fusil a las dosfiguras que había debajo de loscobertores. Natasha le oyó decir algocon una voz gutural, luego unas manos lacogieron y alguien le estaba diciendocon voz áspera que todo iba bien.Natasha sonrió débilmente al barbudorostro de un infante ruso. • • • Unos cuarenta kilómetros al oeste, el

aeropuerto de Pitomnik se había idodeteriorando hasta unos nivelesinfernales. En los dos centros médicosprincipales, los doctores alemanes sehabían visto inundados por un alud deheridos. Los pacientes pedíanmedicamentos que les quitasen losdolores, pero, como iban escasos demedicamentos, los médicos se veíanforzados a reservarlos para los casosmás graves. Fuera de los hospitalesyacían innumerables cadáveresinsepultos. Sin embargo, hasta ahorahabían sido amontonados en nítidashileras para su futuro enterramiento. Algunos de los pasajeros de losaviones que salían aparentaban gozar debuena salud. Los especialistas y

administradores habían sido requeridospara que abandonasen la bolsa paraconstituir el núcleo de nuevasdivisiones. Algunos se beneficiaban delintento abortado del general Seydlitz deforzar una retirada en noviembre: elEstado Mayor de la 94.ª División subióa los Junkers y se embarcó en la misiónde reconstituir aquella organización«fantasma». El veterinario de la división, HerbertRentsch, se quedó atrás para cuidar desu ganado. Sus camellos acababan deser sacrificados y ahora Rentschpreparaba a sus últimos doce milcaballos para su conversión enalimentos. Pero aún seguía negándose aenviar a su propia yegua, Lore, al

matadero. Aunque había perdido lamayor parte de su fuerza, cuandoRentsch la miraba no podía ordenar susacrificio. Racionalizó su decisiónopinando que un caballo muerto máspoca importancia tendría en el resultadode la batalla. • • • El teniente Hans Oettl no tenía unproblema semejante. Cuando encontró asu cabra Maedi comiéndose losdocumentos de sus archivos,comprendió que estaba condenada amorir de hambre. Con su pequeñabiblioteca, alimentó a Maedi hoja porhoja; luego la condujo al carnicero de lacompañía y se alejó.

• • • En el perímetro norte del Kessel,algunos afortunados soldados alemanesse estaban dando un verdadero festín.Aquella prima era el regalo de unagradecido doctor Ottmar Kohler elcual, al regresar, como prometió, de supermiso en Alemania, se había traídotreinta gansos en la bodega de unbombardero Heinkel, comoagradecimiento a aquellos que le habíanconcedido poder pasar un momento consu familia durante las fiestas. Si hubiese querido, el doctor sehubiera podido quedar en casa. Hubierasido muy fácil para él encontrar una

excusa, fingirse enfermo, hasta que fueseya demasiado tarde para regresar. PeroKohler siempre supo que volvería; deotra forma, no hubiera podido seguirviviendo. Cuando se encontró de nuevo en laentrada del hospital, alguno de losheridos se puso a llorar al verle yKohler inmediatamente se zambulló enel trabajo, tratando de manejar alcreciente número de enfermos, muchosde los cuales caían en sus camastros ymorían sin la menor lucha. Convencidode que conocía la causa subyacente desus muertes, Kohler recurrió a unaautopsia para comprobar sussuposiciones. Se reunió con otros médicos alrededor

de una mesa de operaciones sobre lacual yacía desnudo el cuerpo de unteniente de treinta años de edad. Nohabía ninguna señal de dolencia en elescuálido cadáver, pero estaba tanhelado que los ayudantes tuvieron quetraer potentes luces y calentadoresportátiles para ablandarlo lo suficientepara permitir el examen. Finalmente, elpatólogo movió el cadáver y conrápidos golpes hizo una incisión en «Y»modificada, cortando cada clavículahacia adentro hasta el esternón y luegode forma recta por el tórax hasta elpubis. Con un par de tijeras de cirugía, elpatólogo procedió a abrir el costillar. Elsordo chasquido de varios huesos y

cartílagos se vio acompañado de esteseco comentario: —En la cavidad torácica hay unacompleta ausencia de grasa subcutánea. Cuando extirpó el corazón y lo extrajopara que todos lo viesen, un murmullode sorpresa se esparció a través de lahabitación. El órgano se había reducidoal tamaño del puño de un niño. La autopsia continuó y la voz delpatólogo sonó monótona: —Completa ausencia de grasasubcutánea en el duodeno; pequeñacantidad de fluido en la cavidadperitoneal y completa ausencia de grasasubcutánea... Para Kohler era ya obvio el veredicto.Oyó atentamente cómo el disector se

enderezaba al fin y anunciaba sudiagnóstico: —No encuentro ningún motivo válidopara que este hombre haya muerto. Asombrado, Kohler gritó: —¿Es que entre nosotros no podemosllegar a una conclusión? El corazón deeste hombre se ha reducido al tamañodel de un niño. No tiene la menorcantidad de grasa. Ha muerto de hambre. Su observación fue acogida con unsilencio de muerte y Kohler se percatóde que no habría nadie que le apoyasecontra el Cuartel general del VI Ejército,que había prohibido toda mención de lainanición como un factor que contribuíaa las bajas. Disgustado con sus colegas,Kohler salió apresuradamente.

• • • El teniente Heinrich Klotz, jefe de lamás antigua compañía de tropas del VIEjército, hubiera secundado el grito deindignación del doctor Kohler. Durantelas pasadas semanas, había visto cómosus soldados se desintegrabanfísicamente. Cuando un médico examinóla unidad, meneó la cabeza y exclamó: —Debo decirle que el estado de sushombres es incluso peor que el de losrumanos. Los soldados de la compañía de Klotzmorían silenciosamente. Una noche, unhombre de cuarenta años se fue a dormiry ya no despertó. Otros dos soldadosque volvían con un destacamento de

cavar trincheras, dieron un traspié y secayeron. Cuando el teniente informó desu muerte, un superior pidió que se lesdiera la baja como «caídos en acción».Klotz hizo lo que le dijeron. • • • Mientras un creciente número desoldados del VI Ejército se derrumbabasobre la nieve, como consecuencia de lamala alimentación, la distancia entreellos y sus camaradas que habíanintentado rescatarlos se amplióperceptiblemente. Ahora, a más deciento veinte kilómetros al sudoeste delKessel, la expedición original desocorro de «Papá» Hoth, se veía

lentamente rechazada por las divisionesrusas que la empujaban persiguiéndolade cerca. Actuando según las órdenes deManstein, con objeto de proteger laciudad de Rostov el mayor tiempoposible, Hoth dirigía una acción maestrade contención mientras hacía fintas,tendía emboscadas y conseguía mantenerel equilibrio con las unidadessoviéticas. La táctica de Hoth exasperóno sólo al Ejército Rojo, sino también aHitler, que empezó a quejarse anteManstein por aquella estrategia de«retirada» elástica. Cuando finalmente Hitler insistió enque Hoth debía detenerse y conservarcada palmo de terreno, el 5 de enero,

Manstein mandó un breve telegrama aRastenburg en el que ofrecía surenuncia: «Este Cuartel general continúateniendo las manos atadas... No veo quéutilidad puede tener que yo continúecomo comandante del grupo de Ejércitosdel Don.» Enfrentado a esta súbita explosión deManstein, Hitler se echó atrás y permitióque el general Hoth continuara suretirada tal y como la había planeado. • • • Las divisiones rusas que merodeabanen torno de Hoth estaban bajo el controlde Andréi Yeremenko, que aún estabadolido por su reciente remoción en favorde Rokossovski. Intentando restaurar su

posición con la STAVKA y con elprimer ministro, el general empujabaduramente para apoderarse de Rostov yhacer fracasar la retirada desde elCáucaso del grupo de Ejércitos alemán.Con este fin, ya había tomadoKotelnikovo, a ochenta kilómetros alnordeste de Rostov. Allí sus tropasrecibieron el abrazo de miles de civilesrusos extasiados, que les contaronnumerosas historias acerca de laopresión nazi: trescientos muchachos ymuchachas habían sido deportados aAlemania como trabajadores esclavos;cuatro personas fusiladas por esconder aun oficial ruso. Un hombre contó contristeza cómo «... incendiaron labiblioteca pública». Otro describió «una

serie de violaciones...». La letanía decrímenes que contaron los ciudadanosde Kotelnikovo enfureció a sussalvadores. • • • Al sudoeste de Kotelnikovo, elsargento Alexéi Petrov espoleaba a ladotación de su cañón hacia Rostov. Elregordete artillero había perdido lacuenta de las veces que había cruzado yvuelto a cruzar los retorcidos meandrosdel Don superior, pero no hacía caso desu cansancio mientras perseguía a unenemigo que había tenido a su familia enel cautiverio durante más de un año. Sin embargo, a mitad de esta ofensiva,Petrov encontró a un nuevo enemigo. Al

aproximarse a las afueras de una aldeade la estepa, sus habitantes —hombres ymujeres— se dirigieron contra su unidady la atacaron con horcas y martillos. Lossoldados del Ejército Rojo se retiraronante aquel furioso asalto y volvieron conla noticia de que sus atacantes erankazakos nativos, una minoríaviolentamente opuesta al orden rusoimpuesto por Moscú. Los kazakos profirieron insultos ygritaron: —¡No queremos rusos aquí! —Mientras los perplejos soviéticos sebatían en retirada hacia la llanura. Alguien telefoneó al Cuartel generalde la División para dar cuenta de esto.Al cabo de unos minutos les contestaron

con una orden concisa: —Destrúyanlos a todos. En el bombardeo general que siguió,Petrov disparó obuses altamenteexplosivos contra la aldea, que estallóen miles de fragmentos de barro, arcillay maderas. Las ametralladorasdestrozaron a cuantos intentaron escapary los kazakos fueron exterminados hastael último niño. Mientras miraba fijamente elchisporroteante fuego, Petrov sepreguntó de pronto por qué aquel puebloodiaba tanto al Estado. ¿Qué había en elcomunismo que les hacía volversecontra sus hermanos? Tuvo entonces unaterrible sensación de culpa por habermatado a sus mismos hermanos.

• • • —Eins, zwei, drei, vier! Eins, zwei,drei, vier! La monótona cadencia se extendió através de la estepa mientras los oficialesalemanes en el interior del Kesseladiestraban a sus reclutas de infantería.Oficinistas, cocineros, operadores deteléfono, ordenanzas, hombres quehabían sido enviados por sus delitos acompañías de castigo, todos ellosmarchaban arriba y abajo de las balkasen ejercicios de formación cerrada. Elhombre que los adiestraba, el tenienteHermán Kästle, no estaba muy contentode su tarea. Algunos soldados habíansido durante años sus amigos y sabía

que los estaba enviando a una muertesegura. Los soldados que tan de prisapreparaba para el combate, estaban enun estado de conmoción. Pocos de elloshabían soñado que tuvieran queenfrentarse a los rusos al otro lado de latierra de nadie. La inmensa mayoríahabían disfrutado de tareas agradables;casi ninguno había salido de suscalientes búnkers durante el invierno. Mientras Kästle les daba lasinstrucciones finales antes de enviarlosal combate, un soldado se vino abajocompletamente. Sollozandohistéricamente se agarró al teniente ysuplicó que le eximieran. Kästle lehabló de prisa, intentando acallar sus

temores. El hombre le oyó y luego,mientras la columna emprendía lamarcha, se enjugó las lágrimas y fue aocupar su puesto en la formación. Kästleno lo perdió de vista. • • • El soldado Ekkehart Brunnert seencontraba ya en la línea principal deresistencia. Desde que se bajó del trenque le trajo de Alemania, había andadode acá para allá por la estepa: habíahecho guardias, se había alineado paralas inspecciones, había ocupado su sitioen autobuses que nunca salieron delKessel. Ahora estaba a sólo doscientosmetros de los quemados restos de uncarro soviético cuyo conductor,

carbonizado «como el negro maniquí deun sastre», parecía como si todos losdías le mirara. La primera vez que vio el cuerpo,Brunnert tuvo un breve arrebato decompasión. El hombre debía de habersufrido unas torturas indescriptiblesmientras trataba de escapar de lasllamas. Sin embargo, razonaba Brunnert,aquello mismo había sucedidoincontables veces a los alemanesdurante la guerra y aquel pensamientoayudó a que olvidara la terrible visiónque tenía delante de su zanja de tirador. Su vida se desarrollaba según unasrígidas pautas. Hacía guardia cadacuatro horas y a las cinco de la tardetodos los días iba a la cocina de la

compañía a buscar las raciones. Otrasveces leía y releía panfletos depropaganda soviética que caían delcielo. Brunnert nunca pensó en desertar,pero los dibujos de aquel tipo deliteratura le obsesionaban: un hermosoárbol de Navidad, bajo el cual unamujer escondía su rostro en un pañuelo.Al lado, una niña pequeña que sollozabasu pena mientras ambos contemplaban suregalo, el cuerpo de un soldado que erasu padre. En otro panfleto, una mujercantaba villancicos con sus hijosmientras la figura del padre muerto seles aparecía cual si fuese un fantasma. Durante una semana, Brunnert y suamigo Gunter Gehlert compartieron unbunker y se amoldaron a la proximidad

del enemigo. El 7 de enero,precisamente cuando Gunter acudía arelevar a Brunnert en la ametralladora,un proyectil estalló a sólo unos pocosmetros. Brunnert gritó y cayó de brucesdentro de la trinchera. Contempló ensilencio uno de sus dedos, que se habíaabierto como si fuese un capullo derosa. Sus piernas también habían sidoalcanzadas y yacía en un charco desangre cada vez mayor, pero siguióconsciente mientras Gunter iba en buscade un médico. Conmocionado, Brunnertmiraba sin hablar mientras tratabanfrenéticamente de colocarle un vendaje.Cuando llegó la noche, Gunter instaló aBrunnert en un trineo, le puso dinero en

la mano y le pidió que se lo diera a suspadres cuando regresase a casa. El trineo partió suavemente a través dela nieve y, excepto por su pie helado,Brunnert disfrutó de aquel viaje alhospital del aeropuerto de Gumrak. Enuna sala de operaciones bañada enintensa luz, se relajó mientras lequitaban su sucio uniforme caqui. Trasrecibir anestesia local, empezó a soñarcon buenos alimentos y se durmió sinpreocuparse de que los rusos pudiesenllegar sigilosamente hasta él durante lanoche. Aquel pensamiento le devolvió laimagen del pobre Gunter solo en elbunker, que miraba ahora hacia elenemigo hasta que sus ojos se llenabande agua y veía espejismos en la nieve.

De repente, Brunnert lo sintió mucho porsu compañero. Aún en la mesa de operaciones, volvióla cabeza. Sólo a unos centímetros másallá, sobre otra mesa, contempló lascircunvoluciones de un cerebro humano.Fascinado, examinó cuidadosamente losdiferentes pliegues, algunos rosados,otros de un gris azulado, mientras losmédicos trataban de encontrar en supropio cuerpo los trozos de metralla.Poco después, Ekkehart Brunnertabandonaba el Kessel en un avión rumboal hogar. • • • «Cada siete segundos muere un alemánen Rusia. Stalingrado es una inmensa

tumba. Cada siete segundos muere unalemán...» Las palabras del altavoz asaltaban aGunter Gehlert, solo ahora en su bunkersin Brunnert. También abrumaban aGottlieb Slotta y Hubert Wirknermientras permanecían agazapados en susheladas zanjas de la estepa. El mensajeponía tensos los nervios de losdoscientos mil hombres atrapados en laestepa. Hora a hora, los politrukbombardeaban a los alemanes conanuncios, amenazas, persuasiones yprofecías. En algunos sectores, loslocutores rusos incluso llamaban por sunombre a los jefes de compañías ybatallones. El capitán Gerhard Meunch se enteró

de esto cuando un comisario emprendiócon él una guerra personal. Cerca de lafábrica Octubre Rojo, los altavocesresonaban estrepitosamente una y otravez: —Soldados alemanes, deponed lasarmas. Continuar carece de sentido.Vuestro capitán Meunch también sepercatará algún día de lo que estáocurriendo. Lo que ese «superfascista»os cuenta no es cierto. Él lo reconocerá.Un día nos apoderaremos de él. Cada vez que el enemigo mencionabasu nombre, Meunch salíainmediatamente y pasaba algún tiempocon sus soldados. Mientras hacíabromas acerca de los comentariospersonales, observaba de cerca para ver

si en sus hombres se producían algunasreacciones adversas. Pero, aunque estatáctica les hacía crispar los nervios,nunca parecieron intimidarse por laargucia rusa. • • • A menos de tres kilómetros alsudoeste del puesto avanzado deMeunch en la fábrica Octubre Rojo,Ignati Changar se echaba al coleto unaración completa de vodka y sepreguntaba dónde podría encontrar otra.El capitán de comandos se habíaaficionado cada vez más al licor paratratar de olvidar la pesadilla diaria enque vivía. Sus horrorosos recuerdos delpasado no se habían marchitado y sabía

que con dinamita, fusiles y cuchilloshabía hecho volar, matado a tiros oapuñalado a más de doscientosenemigos. Pero aún no estaba satisfecho. Como resultado de todo ello, su guerrade un solo hombre se había cobrado enél su tributo. Su cara estaba contraída ysus ojos inquietos. Le temblaban lasmanos. Su único alivio para la tensióninterior era el alcohol y, tras terminar suración de vodka, durante la noche del 7de enero, condujo a sus hombres hacialas estribaciones orientales de la colinaMámaiev, atravesando con cuidado porla senda a través de las trincheras rusasy los campos de minas hasta el final delas alambradas espinosas. Arrastrándosepor la tierra de nadie, Changar intentó

comprobar si los alemanes se dabancuenta de su aproximación, pero lacumbre de la colina Mámaiev estabatranquila. Al llegar a una trincheraabierta en la que las explosiones habíanquitado la nieve, se puso de pie y esperóa que su unidad se reuniera a sualrededor. Varias brillantes bengalas blancasestallaron rápidamente por encima de sucabeza. Mientras gritaba «¡Al suelo!»,un obús alemán estalló unos centímetrosmás allá. Changar sintió un dolorterrible en la parte derecha de la cabezay luego se derrumbó por el suelo. Sushombres le llevaron colina abajo hastaun puesto de primeros auxilios, dondelos médicos trabajaron con ahínco para

extraerle los fragmentos de metal que sele habían alojado en el cerebro.Evacuado rápidamente para unaoperación de cirugía mayor, al aúninconsciente Changar le quedaban pocasposibilidades de vida. • • • Al oeste de la colina Mámaiev, en elaeropuerto de Gumrak, Paulus se enteróde que tres representantes del EjércitoRojo planeaban entrar en las líneasalemanas con un ultimátum para el VIEjército. Los rusos proponían unareunión a las diez de la mañana, hora deMoscú, del día 8 de enero. AunquePaulus no hizo caso de la petición, a lahora prevista los parlamentarios rusos

avanzaron bajo bandera blanca hasta laslíneas alemanas y entregaron una ofertadel mariscal Rokossovski a unasombrado pero cortés capitán Willig. Rokossovski ofrecía seguridades desalvación para todos cuantos «cesaran laresistencia», además de su regreso aAlemania al final de la guerra. Tambiénaseguraba a Paulus que todo el personalconservaría sus «pertenencias y cosasde valor y, en el caso de los oficiales dealta graduación, sus espadas». Elgeneral continuaba con un argumentomucho más tentador para unos soldadosque se morían de hambre: «Todos losoficiales... y hombres que se rindanrecibirán inmediatamente racionesnormales... [los] heridos, enfermos o

quienes sufran congelación recibirántratamiento médico.» El ultimátum delEjército Rojo pedía una respuestaafirmativa dentro de veinticuatro horas,o de lo contrario los alemanes sufriríanuna «destrucción» total. Friedrich von Paulus remitió laproposición a Hitler y pidió «libertad deacción». • • • El ofrecimiento de Rokossovski debuen trato y garantías de salvación habíasido ya manifestado a principios deenero por el Gobierno soviético. En unextraordinario documento, por lo querepresentaba de compasión durante unaguerra brutal, se habían dado unas

instrucciones para el apropiado trato alos enemigos cautivos. TRATAMIENTO DE LOSPRISIONEROS DE GUERRA EN LAUNIÓN SOVIÉTICA: ORDEN DELCOMISARIO DEL PUEBLO PARA LADEFENSA DE LA URSS. 2 de enero de 1943. Núm. 001. Moscú El modo con que se llevan a cabo laconducción y seguridad de losprisioneros de guerra desde el frente yen el trayecto a los campos de reuniónpresenta un serio número deimperfecciones: El prisionero de guerra permanecedemasiado tiempo dentro de las

unidades del Ejército Rojo. Desde elmomento de su captura hasta laentrega de los prisioneros, éstos debenrecorrer 200-300 kilómetros a pie. Amenudo no reciben alimentos. Por ello,llegan completamente exhaustos yenfermos... A fin de suprimir enérgicamente esasimperfecciones y de cuidar a losprisioneros de guerra para que puedanestar disponibles como fuerzaslaborales... la siguiente orden [ha sidomandada]... a los comandantes de losfrentes: ...Según las regulaciones de losprisioneros de guerra, hay queconceder oportunamente atencionesmédicas a los prisioneros de guerra

heridos o enfermos... Debe terminar categóricamente elenvío a pie de los prisioneros heridos,enfermos, exhaustos o congelados...tales prisioneros deben ser atendidosen un hospital de campaña y mandadoshacia la retaguardia cuando sedisponga de transportes... también losprisioneros enfermos deben seralimentados según las regulacionesespeciales... ...Las marchas diarias debenreducirse a 25-30 kilómetros. Debeninstalarse lugares de detención parapasar la noche. Se debe dar a losprisioneros de guerra comida calientey agua y facilidades para calentarse. Debe dejarse a los prisioneros de

guerra sus ropas, zapatos, ropainterior, ropa de cama y utensiliospara comer. Si un prisionero carece dealgo de ello, existe la obligación dereemplazar los objetos que falten conel botín o con otros efectos de soldadosu oficiales enemigos muertos... Al jefe de la inspección sanitaria delEjército Rojo: ...En los centros de comprobacióndebe haber una estación de controlpara los prisioneros de guerra enmarcha y se debe prestar atenciónmédica a los heridos... los prisionerosde guerra que no puedan continuar lamarcha a causa de enfermedad han deser apartados de la columna y se les

debe enviar al hospital de campañamás próximo... Queda prohibido que los prisionerosde guerra sean enviados a laretaguardia en coches que no esténdedicados al transporte humano... Enviado a los comandantes rusos portelegrama, el documento fue pasado poralto. Las razones fueron de dos clases:entorpecidos por una aguda escasez devagones de ferrocarril, suministrosmédicos y alimentos, los oficiales rusosno podían dar abasto al enorme alud deprisioneros del Eje que se produjodurante diciembre y enero. Además, elpersonal encargado de los prisionerosdejaba que su odio hacia los invasores

influyera en sus acciones. Así, mientrasel prisionero de guerra caminaba haciasu internamiento, muchos oficiales delEjército Rojo responsables de subienestar, tácitamente permitían quemurieran. —Vodi! Vodi! El grito de queja pidiendo aguairritaba a Felipe Bracci mientrasalgunos de los treinta y cinco hombresque viajaban en su vagón de mercancíasproferían su desesperada súplica.Bracci no tenía idea de su destino y, trashaber oído aquellos tristes lamentosdurante tres días, estaba empezando aperder la calma. Las condiciones eran losuficientemente espantosas para todossin la constante queja de los más

débiles. Bracci y sus compañeros oficialesapenas estaban vivos. Veinticuatrodormían por tandas sobre el pisocubierto de hielo, donde se abrazabanunos a otros para darse calor. Con elpaso del tiempo, algunos hombrescuchicheaban relatos de los díaspasados y de los proyectos futuros.Martini, Branco y Giordano estaban deacuerdo en instalar un restaurante enRoma con sus ahorros. Franco Fuscodeseaba dedicarse a los negocios.Fasanotti hablaba acerca de continuar sucarrera de fiscal. Un oficial rehusó hablar de lo quepodría hacer. En vez de ello, anuncióque aquel viaje era simplemente una

exquisita tortura concebida por losrusos, que dejarían que el trencontinuase su camino sin fin hasta quetodos los pasajeros hubiesen muerto. Yparecía que aquél era el procedimiento.Una vez al día, los guardias abrían lapuerta para darles una gran rebanada depan negro y un cubo de agua. Mientras los sedientos aullaban quequerían algo más que su parte, Bracci ysus amigos observaron atentamente a unsoldado que cortaba el helado pan entrozos iguales. Los hombres no dejabande mirar el cuchillo mientras rebanaba ypinchaba aquella comida que parecíauna piedra. Entregándolocuidadosamente a grupos de cinco, elpan fue consumido inmediatamente y

luego, a la luz mortecina que se filtrabaa través de las ranuras, los italianos sequedaron aturdidos en un silenciocontemplativo. Mientras pasaban los kilómetros y losdías, los hombres atendían a susnecesidades corporales en un rincón yempezó a alzarse despacio un montón deexcrementos de forma cónica, cual si setratase de un calendario diario querecordase la duración del viaje. Losexcrementos eran siempre grises, delcolor del pan, que constituía su únicosustento. Bracci dormía cuanto podía. Perocuando estaba despierto, pensaba amenudo en sus capturadores y leatormentaban sus sentimientos hacia los

guardianes rusos. Con sus extrañosvestidos, parecían grandes y perversasabejas. Ruidosos, groseros, nomostraban ninguna apariencia desensibilidad. Bracci sabía que en lasolitaria estepa del sur de Rusia susmujeres y niños también sufrían. Aligual que él, amaban y reían, lloraban yderramaban su sangre. Pero los hombresque guardaban el camino desdeKalmikov y llevaban el tren a loscampamentos de prisioneros, comocarceleros, no eran lo mismo, no se lespodía relacionar con aquellos rusos quegenerosamente le habían dado comidadurante la marcha. Para aquellosguardianes, los italianos eran «simplesobjetos»; ni hombres, ni esclavos. No

eran nada. • • • El tren de prisioneros se dirigió alnorte, hacia Moscú y más allá. Detrás,sobre la ruta por la que Bracci habíacaminado antes, yacían miles decadáveres helados. Algunos de ellostenían balazos en el torso. La mayoría,heridas de bala en la nuca. Los bagajes peculiares del Ejércitoitaliano yacían sobre la capa de la pistade nieve. Crucifijos, recordatorios demisas, imágenes de Jesucristo y desantos, aparecían caídos cerca de losmuertos. Una víctima estaba sentadaplácidamente sobre un montón de nieve.Con los ojos completamente abiertos, y

con una sonrisa cruzándole la cara,mantenía en las manos un rosario negro.El soldado había empezado el segundomisterio cuando un guardián rusodisparó sobre él. Cristóforo Capone había andado porla misma senda durante varios díasdetrás de Bracci. El doctor había vistolos mismos cuervos que Bracci vio darvueltas en círculo y había oído losmismos gritos: «Davai bistre! Davaibistre!», mientras los guardianes rusosdespojaban a los prisioneros de susropas de abrigo y les golpeaban siprotestaban. Asimismo, Capone habíacontemplado cómo caían los débiles yse había sobresaltado al oír lasdetonaciones de los tiros de fusil cuando

los mataban. Al igual que Bracci, sehabía amontonado durante muchasnoches, con temperaturas por debajo decero, con otros soldados que gritabanpor el dolor que les producían lascongelaciones o se quejaban a Dios porsu cruel destino. El doctor sentíacompasión por la miseria de aquelloshombres, pero había decidido vivir.Alguna desconocida fuerza interior lellevó hasta las estaciones de ferrocarrily a aquel rincón en el piso de un vagónde carga, donde se tendía ahora paradescansar. Mientras soplaba afuera un vientoártico y los hombres se acurrucabanunos contra otros para transmitirse unpoco de calor corporal, el tren corría

hacia el norte. Capone empezó a lamerlas heladas paredes para paliar surabiosa sed. Cada noche, morían algunosa su lado y, por la mañana, losguardianes rusos abrían las puertas ygritaban: —Skolco kaput? (¿Cuántos muertos?) Ésa era su única preocupación, elnúmero de cadáveres que debían sacar yabandonar en la nieve. • • • Durante la tarde del 8 de enero, elmariscal de campo Erich von Mansteinatendió a unos invitados enNovocherkassk. Entre ellos estaba elgeneral Hans Hube, «Der Mensch», queacababa de volver de Prusia oriental. En

el viaje de regreso viajó con el coronelGunter von Below, que había sidoevacuado de Stalingrado en septiembrecon ictericia y que ahora volvía alservicio en un momento en que lamayoría de los soldados alemanesrezaban para poder abandonar la bolsa. Durante su vuelo, Below se habíaenterado por Hube de que el Führerestaba planeando otro intento para sacarde sus dificultades al VI Ejército. Sesuponía que estaban llegando de Franciatres Divisiones panzer y que estaríanlistas para poder atacar a mediados defebrero. Para Below era evidente que elagresivo Hube había sucumbido ante lamagnética personalidad de Hitler y quecreía a pies juntillas en aquella nueva

expedición de salvamento. Aquella noche, durante la cena, Hubecontinuó hablando acerca de losprometidos panzers. Pero cada vez queintentaba solicitar la opinión de Erichvon Manstein, el mariscal de campocambiaba de tema. En efecto, durantetoda la comida Manstein rehusó todocomentario acerca del Ejército situadodentro del Kessel. Más tarde, tras tomar unas copas conlos oficiales de Estado Mayor del grupode Ejércitos del Don, Below halló laexplicación de la negativa de Manstein aresponder cuando sus compañeros ledijeron que el puente aéreo aStalingrado había transportado menos decien toneladas diarias. Sin llegar a

admitir de modo definido que el Kesselera una trampa sin esperanzas,convencieron a Below de que era «unhombre condenado, al que sirven suúltima comida» antes de ir a la muerte.El atribulado coronel bebió hasta altashoras de la noche. Al día siguiente, 9 de enero, él y Hubeaterrizaron en Pitomnik y se dirigieronal interior, lleno de gente, del bunker delCuartel general de Gumrak, donde lesesperaban Paulus y Schmidt.Extremadamente agitado, Paulus dijoenseguida a sus visitantes que al VIEjército le era imposible resistir durantemucho tiempo. Cuando Hube leinterrumpió mencionando los carros queestaban llegando de Francia, Paulus se

limitó, resignado, a encogerse dehombros. No obstante, como Hubeinsistiera en la necesidad de resistirhasta que la fuerza panzer llegase alperímetro, Paulus comenzó a mostraruna chispa de interés ante aquella idea.Hombre desesperado, al que lasautoridades superiores privaban deelección, y a las que nuncadesobedecería, Paulus tuvo queesforzarse por creer en un milagro. Sólo unas horas antes, Hitler le habíadenegado su solicitada «libertad deacción» acerca del ultimátum ruso derendición. El Führer insistió en quedebía sostenerse una lucha a muerte,porque «...cada día que el Ejércitoresiste, ayuda con ello a todo el

frente...». Aquel mensaje había hecho que lamente de Paulus siguiera una ideafundamental. Tentado a darse porvencido, dejó de lado aquel pensamientocuando la «autoridad superior» declaróque la agonía del VI Ejército era unanecesidad vital. Por ello, ahoraescuchaba las divagaciones de Hubesobre los panzers que llegaban deFrancia y, al mismo tiempo, hacía a sustropas una dura advertencia con relacióna la oferta soviética de paz:«...Cualesquiera proposiciones denegociaciones deben... ser rechazadas,no han de ser respondidas y losparlamentarios deben ser expulsadospor la fuerza de las armas...»

En cuanto expiró el tiempo límite delultimátum, descendió sobre la estepa unaextraña quietud. En sus zanjas ytrincheras, los soldados alemanesesperaban temerosamente la reacciónrusa a la orden de Paulus de resistir aultranza.

CAPÍTULO XXVII

Al amanecer del 10 de enero, que erael cuadragésimo octavo día del Kessel,salió por el horizonte un sol rojo quebrilló débilmente sobre la blanca estepa.A ambos lados de las líneas del frente,los soldados iban y venían por losestrechos hoyos de protección,flexionando sus brazos y piernas paraahuyentar el frío de aquella temperaturapor debajo de cero grados. Alrededorde ellos, los ruidos de la batalla habíanenmudecido. A través de la tierra denadie, sólo resonaba algún eventualdisparo de fusil. A las ocho de la mañana, los soldados

alemanes que estaban alineados para eldesayuno comentaban el hecho de quelos rusos habían estadodesacostumbradamente tranquilosdurante más de veinticuatro horas. Dosminutos después, mientras los alemanesmasticaban despacio pedazos de pannegro y bebían un café aguado, siete milcañones rusos rugieron al unísono y lasfortificaciones del VI Ejército del valleKarpovka desaparecieron bajo un arcoiris de disparos. Junto con la barreraartillera llegaron auténticas nubes deaviones soviéticos, volando a granvelocidad y a baja altura sobre laslíneas alemanas para sembrar el pánico. Cuando el primer trueno monstruosode los cañonazos chocó contra un

reforzado refugio, el sargento AlbertPflüger se cayó de la cama. Aunque elbombardeo principal se hallaba a unosocho kilómetros al oeste, oleada trasoleada de conmocionadores choquesderramaron polvo sobre él y sacudieronel terreno como si se tratase de «un maren plena tormenta». Tras arrastrarse porlos suelos, Pflüger salió corriendo haciael puesto de mando de su Cuartelgeneral, donde el teléfono llamabaincesantemente y se recibían informes deunidades enteras que habían sidoborradas del mapa y otras queretrocedían desde el destrozado frente. Muchedumbres de soldados frenéticosinundaban ya la retaguardia y Pflügerobservó cómo llegaban tambaleantes:

con neurosis de guerra, histéricos,manándoles sangre de la boca, la nariz ylos oídos. Eran los supervivientes del«dios de la guerra» del generalVoronov, la artillería pesada. • • • El coronel de zapadores Herbert Sellese encontraba camino del «hocico» de labolsa, en el valle Karpovka, cuando laofensiva soviética cayó sobre él.Cambiando de dirección, se fue, por elcontrario, al Cuartel general de la 76.ªDivisión, que conservaba una precariaposición en el lado occidental delperímetro. Allí, Selle encontró algeneral Carl Rodenburg,extraordinariamente tranquilo y con

monóculo, quien le contó que los rusoshabían ya perforado el centro de sulínea. Mientras hablaba, los obusesenemigos estallaban en el barranco y«levantaban por los aires nubes depolvo y de nieve blanca y manchada debarro». Selle se fue rápidamente. Su coche atravesó ante una miserablemultitud de heridos, que suplicaban a losconductores que les llevaran con ellos, ySelle admitió a casi una docena.Irrumpieron dentro del coche, secolgaron de los estribos o se montaron ahorcajadas o en el capó. La extrañaambulancia corrió hacia Gumrak, dondelos heridos se ayudaban unos a otros enel hospital. Al verles alejarse, Selle sepreguntó qué efecto produciría una

visión tan horrible al general KurtZeitzler, allá en Prusia oriental. Sipudiese ver a aquellos desgraciados delinterior del Kessel, ¿continuaría Zeitzlerrepitiendo como un loro las órdenes deHitler de luchar hasta la última bala? • • • En Pitomnik, los proyectiles rusoscayeron sobre las pistas de despegue ydispersaron al personal que estabadescargando los suministros de losaviones. Karl Binder, oficial deIntendencia, dirigía una columna decamiones a un cercano almacén devíveres cuando las explosionessacudieron su vehículo e hicieron volarpor los aires los depósitos de

municiones. Temiendo por su carga de gasolina,ropas y cajas con víveres, Binder gritó alos camiones que se dispersasen.Precisamente cuando les estabahaciendo señas, la explosión de un obúslo arrojó contra un montón de nieve.Inconsciente, yació durante más decuatro horas hasta que otro conductor decamión lo recogió y lo llevó a toda prisaa Gumrak. Cuando volvió en sí, Binderdescubrió que, debido a un auténticomilagro, no había sido herido y que suscamiones habían traído suficientesraciones como para alimentar a la 305.ªDivisión durante dieciocho días, esdecir, cerca de tres semanas si el frenteresistía. Pero el bombardeo soviético

siguió sin parar y, después de dos horas,había aplastado el perímetro alemáncomo si se tratase de una cascara dehuevo. Los carros soviéticos T-34rugieron enseguida a través de lasbrechas; les seguían tropas montadas. Enel norte, abrieron una brecha entre la113 y la 76. Al oeste, la 44.ª Divisiónaustríaca se esfumó bajo un torrente defuego y acero. Lo mismo les ocurrió alas Divisiones alemanas 376 y 384.Aquella parte del frente se derrumbó yla aldea de Dmitrevka cayó rápidamenteen poder de los blindados rusos. En elsur, la 297.ª División de Albert Pflügerquedó destrozada entre Zibenko yPeschanka y los rusos siguieron adelantecon impunidad.

Sólo en la esquina sudoriental, en elsaliente del «hocico» de Marinovka, laresistencia alemana pudo contener alenemigo durante algún tiempo. Allí,como el general Schmidt habíapronosticado con anterioridad al coronelSelle, el principal ataque ruso se centrósobre el valle del río Karpovka, dondeel VI Ejército había construido búnkersen los costados del barranco. Schmidthabía previsto que el enemigo trataría deempujar a los alemanes desde esosatrincheramientos a la abierta estepapara forzar así una retirada napoleónicahacia el este, en dirección a Stalingrado.Su análisis fue casi perfecto. Su únicoerror consistió en creer que el ataque seproduciría diez días después.

En aquel expuesto saliente, lasDivisiones Motorizadas 3 y 29,permanecieron juntas codo con codo ytrataron de pegarse al «hocico». Pero, alcabo de unas cuantas horas, la 3.ªMotorizada tenía batidos los flancos yse vio forzada a retirarse a la carreratras el río Rossoshka. La 29.ª Divisióntodavía resistió, y los rusos la atacarona través de la cima de la colina delCosaco. Cientos de carros, muy juntosunos a otros, encabezaban el desfile ylos infantes colgaban de las torretas enlas que ondeaban enormes banderasrojas. Detrás de los T-34 iban largascolumnas de soldados de a pie, quecaminaban con la nieve hasta lascaderas. Los alemanes se aterraron ante

aquel masivo despliegue de medios, yluego, cuando la presión demostró serirresistible, cedieron terreno. Al acabar el día, el VI Ejército huíahacia las ruinas de Stalingrado. • • • El 11 de enero, la situación en elKessel todavía se deterioró más. Elgeneral Carl Rodenburg aún llevabamonóculo en su ojo derecho, pero habíaperdido gran parte de su sosegadaconfianza. El día anterior poseíacincuenta cañones de grueso calibre enla artillería de su regimiento. Ahora, unode sus oficiales corrió hacia él y jadeó: —Mi general, aquí está el últimocañón.

Treinta soldados lo habían arrastradodurante doce kilómetros hasta la nuevalínea de resistencia. Mientras estrechaba la mano deloficial y le daba calurosamente lasgracias por su estupenda hazaña, CarlRodenburg supo que dentro delKesselda batalla era ya inútil. Luego, elgeneral se dirigió a buscar al resto de su76.ª División. Aunque en un tiempocomprendía en sus filas diez milhombres, ahora tenía justamente elnúmero de un batallón, es decir,seiscientos hombres. • • • Radio del VI Ejército: 9.40 de la

mañana: «El enemigo ha realizado unapenetración amplia en la línea delfrente... Aún permanecen intactosbaluartes aislados. Estamos tratando dereunir y escoltar las últimas porcionesdisponibles de suministros y unidadesde construcción... a fin de establecer unalínea de contención.» Se trataba de un desesperanzadoretraso de lo inevitable. Otra vez, a lassiete de la mañana, se radió un informe aManstein: «Profunda penetración al estede Zibenko... más de seis kilómetros deamplitud. El enemigo ha sufrido gravespérdidas... Nuestras pérdidas sonconsiderables. La resistencia de lastropas disminuye rápidamente debido ala insuficiencia de municiones, al frío

extremado y a la carencia de coberturacontra el fuego de grueso calibre delenemigo.» • • • El capitán Winrich Behr volvió de unrecorrido por las líneas del frente y, enuna carta apresurada, describió susimpresiones a Klaus von Below. Behrcontó a su amigo lo que el Cuartelgeneral del VI Ejército no habíamencionado en ninguno de sus mensajesal mundo exterior. Los soldadosalemanes habían comenzado a desertaren gran número; muchos oficiales encampaña habían perdido el deseo demando. Con mantas encima de la cabeza,los hombres dormían en los puestos de

guardia; sin carros detrás de ellos queles apoyasen, los aterrados alemanescorrían ahora ante los asaltos enemigos. Behr dijo que, según su opinión, elsentimiento general en la bolsa se habíaconvertido simplemente en el de lapropia conservación. Siguió censurandoa los jefes que dirigían el puente aéreo.Sugirió amargamente a Below que«...había colocado algunos judíos oestraperlistas del mercado negro...» paradirigirlo y permitido que funcionase ensu beneficio. Acabó con una valoraciónde sus superiores. «Paulus —decía—representa el corazón» del VI Ejército.El general tenía «la firmeza moral de unjefe...». Por otra parte, Schmidt, al que tanto

Behr como Below habían conocidodurante años a través de relacionesfamiliares, planteaba un problemaespecial. Aunque a Behr le agradaba,comprendía por qué el general irritaba atantos oficiales de alta graduación.Imperioso, acerbo, Schmidt raramentedesplegaba sus cualidades interiores, el«lado bueno» que poseía. Behr pensabaque esto era una lástima, puesto queSchmidt tenía que desenvolverse entregenerales que ahora afrontaban unasituación sin paralelo en la historiamilitar alemana. • • • En el laberíntico edificio de unaescuela al sur del Kessel, el comandante

del II Ejército de la Guardia, RodiónYákovlevich Malinovski, ocupaba sutiempo atendiendo a un grupo deperiodistas aliados. Entre ellos seencontraba Alexander Werth, elcorresponsal de la United Press, EddyGilmore y Ralph Parker, de The NewYork Times . Alto, con el pelo negropeinado hacia atrás, Malinovskienseguida admitió ante sus huéspedesque la ofensiva de diciembre deManstein hacia Stalingrado habíapillado desprevenidos a los rusos. Peroluego ensalzó los tiempos de lacontraofensiva del Ejército Rojo y susefectos sobre el enemigo. —Por primera vez los alemanesmuestran señales de perplejidad.

Tratando de rellenar los agujeros,mandan a sus soldados de un sitio paraotro... Los oficiales alemanes que hemoscapturado muestran un gran desacuerdocon su Alto Mando e incluso con elmismo Führer...

Rodión Malinovski, comandante del IIEjército de la Guardia soviético quedetuvo la expedición en socorro de loshombres atrapados en el Kessel, endiciembre de 1942. Cuando los reporteros le preguntaronsobre el ataque para aplastar a Paulus enel Kessel, Malinovski se mostrófrancamente confiado: —Stalingrado es un campo deprisioneros armados y su posicióncarece de esperanzas... • • • Radio del VI Ejército: 12 de enero :«Continuos bombardeos desde las sietede la mañana. No podemos responder...

Desde las ocho de la mañana, elenemigo ataca a lo largo de todas laslíneas del frente con numerosos carros...El Ejército ha ordenado, como últimomedio de resistencia, que cada soldadoluche hasta la última bala en el lugar queocupa ahora». • • • En Pitomnik, un único carro T-34 rusoperforó el delgado perímetro de laslíneas defensivas e irrumpió en lasatestadas pistas de aterrizaje ydespegue. Su aparición produjo elpánico entre los alemanes, que salieronde estampía de los aviones, y losheridos de los hospitales, y se dirigierontodos hacia el este por el camino de

Gumrak a Stalingrado. El carro cruzólentamente la faja de terreno, disparandosobre una amplia elección de objetivosy «el corazón de la fortaleza» emitióalgunos latidos. Al oír la noticia de la aparición delcarro, el general Arthur Schmidt saltó alteléfono y empezó a insultar a gritos amedia docena de oficiales responsablesde la protección del campo. La cólerade Schmidt galvanizó a los mortificadoscomandantes y éstos volvieron a ponerPitomnik en servicio tras un breveintervalo. Pero en la confusión, en unode esos milagrosos incidentes de laguerra, el T-34 soviético sencillamentedesapareció en la niebla y escapó. A últimas horas de aquel día, Paulus

despachó a uno de sus generales de másconfianza para pedir ayuda. WolfgangPickert, jefe de la 9.ª DivisiónAntiaérea, voló a través de una terribletormenta de nieve hasta Novocherkassk.Durante el vuelo, garrapateó las notas desus alegatos en los márgenes de unperiódico con su taquigrafía especial enclave, por si el aparato era derribado.Fue una precaución innecesaria.Aterrizó sano y salvo y corrió aconferenciar con el grupo de Ejércitosdel Don sobre las posibilidades de unrápido aumento de los suministros. • • • En el interior del acortado Kessel, enla carretera entre Karpovka y Pitomnik,

los camiones se desplazaban conprecauciones a través del congestionadotráfico. En uno de ellos, el sargentoErnst Wohlfahrt viajaba al lado delconductor. Trasladado recientementedesde un emplazamiento artillerosituado dentro de la terrible fábrica decañones Barricada, Wohlfahrt estabacontento de encontrarse al aire libre,donde podía alzar la cabeza sin miedo aque un francotirador la tomase comoblanco. Detrás de él, alguien gritó que loscarros rusos habían irrumpido entre elconvoy. El chófer pisó a fondo elacelerador y el camión brincó haciadelante, recto hacia varios hombresheridos que gatearon frenéticamente

para quitarse de en medio. Un vehículotras otro les alcanzaron y arrollaron suscuerpos bajo las ruedas. Wohlfahrt viobrazos y piernas agitándose de modoterrible cuando el camión embistió a lasvíctimas y pasó por encima. Mirandohacia atrás, Wohlfahrt se percató de quenadie bajaba a apartar los cadáveres. • • • En el lado occidental de la bolsa,Hubert Wirkner, que tenía el peloensortijado, se hallaba agazapado en suhoyo en la nieve. Sus pies estabanhelados; la carne se desprendía de ellosen largas tiras. Su mano derecha estabataladrada por la metralla, pero no habíapodido encontrar un médico.

Mientras Wirkner aguantabaestoicamente sus dolores, un carro rusoT-34 disparó un proyectil directamentesobre él. Dos compañeros recibieron delleno la fuerza de la explosión. La carade un hombre se desintegró; el brazoderecho de otro voló por los aires. Elcuerpo de Wirkner era una criba.Extraído del hoyo salpicado de sangrepor unos amigos, fue llevado a Gumrak,donde miles de soldados yacían sinrecibir atenciones. Wirkner fuecolocado en un antiguo establo decaballos, de cuarenta metros de longitud,donde había tal vez veinte hombres a sualrededor en unas camas. Un médico leaseguró que sus probabilidades para unvuelo que le sacara del Kessel eran muy

grandes.

El cabo Hubert Wirkner, de la 14.ªDivisión Panzer alemana. A poca distancia más allá delimprovisado hospital de Wirkner, elcentro de mensajes de Gumrak no cejaba

en una constante retahíla de «vida ymuerte» al grupo de Ejércitos del Don,registrando la disminución de los latidosdel pulso del VI Ejército. —Herr General Paulus concedepermiso al teniente Georg Reymann, del 549.°Regimiento, para casarse con laseñorita Lina Hauswald. Neustadt.Transmítanlo [un matrimonio porpoderes]. —Enviada propuesta decondecoración al general Pfeiffer... Elteniente Bores ha recibido la Cruzalemana, oro. —Muertos en acción de guerra,según la información recibida hasta el

presente: Zschunke, Hegermann,Holzmann, Quadflieg, Hulsman,Rothmann, Hahmann... Las bajas deoficiales y tropa no han podidocontarse hasta el presente, pero sonmuy elevadas... Más tarde, un radiograma del VIEjército: 13 de enero, 9.30 mañana: —La munición casi se ha acabado.Para la ayuda de las tropascompletamente... agotadas, no existenreservas disponibles en hombres,carros, anticarros y artillería pesada. Un avión alemán de transporte volabaen círculo sobre Pitomnik y pidiópermiso para aterrizar. La petición fue

denegada y el general Wolfgang Pickertdijo al piloto que siguiera trazandocírculos, hasta que el cañoneo rusodisminuyera lo suficiente para poderllevar a cabo un aterrizaje seguro. Elavión dio varias vueltas hasta que elpiloto avisó al general de que se estabaquedando corto de gasolina. Pickertordenó que el avión regresara aNovocherkassk, donde esperaba quepodría intentar de nuevo otro vuelo a labolsa. Su misión con Manstein habíafracasado. Nadie en el grupo deEjércitos del Don le ofreció ningúnaliento; nadie en la Luftwaffe le dioesperanzas, dado que apenas quedabansetenta y cinco aviones en condiciones

de funcionamiento. Habían sido abatidosmás de cuatrocientos aviones detransporte. Los cazas rusos señoreabanel cielo. • • • En Pitomnik, los controladores detierra despejaron al final las pistas parapoder realizar aterrizajes. Desde loscobertizos del hospital, cientos deheridos anduvieron o se arrastraronhasta el borde de las cintas de cemento.Cuando los Junkers y los Heinkelsempezaron a atronar bajo un esporádicocañoneo, aquellos inválidos seprecipitaron sobre las puertas yescotillas. Los médicos y los pilotospermanecían a un lado con las pistolas

desenfundadas mientras las bajas«etiquetadas» subían a bordo. Un comandante se aproximó a unpiloto y le ofreció diez mil reichsmarkspor una plaza en el avión. Antes de queel piloto pudiese contestar, una multitudde pacientes con los ojos enfurecidosecharon a un lado al comandante y semetieron en el avión. El piloto loobservó impotente. Cuando se elevó porla pista algún tiempo después, llevabaun cargamento completo de heridos. Elcomandante que le había ofrecido unsoborno se había quedado en tierra. Aquel mismo día, un correo especialabandonó Pitomnik con la aprobación dePaulus. El general había ordenado alcapitán Winrinch Behr que contara

directamente a Adolfo Hitler la verdadacerca de la situación. Incapaz aún decreer que el Führer hubiera decididosuprimir su Ejército, Paulus deseaba queBehr insistiera en el hecho de que, amenos que el puente aéreo produjese unaespecie de cuerno de la abundancia devíveres y municiones, el VI Ejércitoperecería mucho antes de ningunaofensiva de primavera. Asombrado y con algo de sentimientode culpabilidad por haber sido elegido,Behr protestó firmemente. Pero su amigo«Schmidtchen», el general Schmidt, leconvenció de que fuera y le entregó elSalvoconducto n.° 7 como llave que leabría las puertas de la libertad. Llevando el Diario de guerra del VI

Ejército debajo del brazo, «Teddi» Behrdespegó a las cinco de la tarde y seelevó sobre la llanura a oscuras,iluminada a intervalos por lasllamaradas de los cañones y los arcosde las balas trazadoras. Al cabo de unahora, el capitán estaba a salvo enNovocherkassk y allí descansóbrevemente antes de su largo viaje hastaPrusia oriental. • • • El avión que despegó con el capitánBehr de Pitomnik llevaba otra serie decartas de los maridos a sus esposas, delos hijos a sus padres. Aunquepredominaba un estilo preñado defatalismo, un sorprendentemente alto

porcentaje de las mismas juraban seguirsiendo leales al Führer y a la patria. El capitán Gebhardt, Oficina deCorreos n.° 20.329, escribía a suesposa: 13 de enero de 1943 Nuestro jefe se va a ir en avión y sellevará consigo esta carta... Hastaahora, aún estoy bien a pesar de todaslas dificultades: las horribles heladas yla presión ejercida por el enemigo.Afuera brilla la luna y su luz azuladada un toque milagroso a las capas denieve de las paredes de los establos enel barranco donde hemos cavado latierra. El trabajo no cesa ni de día nide noche, pero la camaradería todo lo

hace soportable. Nosotros tambiénpodemos citar a Wallenstein y decir:«Llegará la noche y brillarán nuestrasestrellas». Tú puedes vivir en paz en nuestrohogar, en nuestra bella casa. Éste esnuestro derecho y lo que es debido yello nos enorgullece. Al igual que elWinkelried hace tiempo, hemosobligado al enemigo a que apuntetodas sus lanzas contra nosotros...Todo lo que suceda desde ahora seescribirá en el libro del destino...Considerarán que «La batalla sinparangón», la batalla de Stalingrado,ha sido la mayor y todos los díasjuramos llevarla a un fin decente,suceda lo que suceda.

Capitán Alt, Oficina de Correos n.° 01876 a su esposa: 13 de enero de 1943 Ya te indiqué ayer cuál era nuestraposición. Desgraciadamente, hoynuestra situación ha empeorado denuevo. A pesar de todo, creemossinceramente que seremos capaces desoportarlo hasta que nos saquen deaquí. Si el fin fuera diferente, quiera elSeñor concederte la fuerza parasoportarlo heroicamente, como unsacrificio por nuestro bienamadoFührer y por nuestro pueblo. Capitán (ilegible), Oficina de Correos

n.° 35.293, a sus padres: 13 de enero de 1943,5.50 de la tarde Me gustaría agradeceros todo elamor y las preocupaciones que habéissufrido por mí. Ya sabéis que he sidoun soldado apasionado y que hellegado a serlo debido a unaconvicción personal, y de este modopresté mi juramento militar cuando erarecluta. Ahora tenemos detrás denosotros muchas semanas difíciles,pero la hora más decisiva está porvenir... Suceda lo que suceda, nuncacapitularemos. Leales a nuestrojuramento militar, cumpliremos connuestro deber creyendo en nuestroamado Führer, Adolfo Hitler, y

creyendo en la victoria final de nuestragloriosa patria. Nunca me lamentaré o quejaré.Desde el momento en que me convertíen un oficial, en agosto de 1939, ya nome pertenecí a mí mismo, sino sólo ami patria. No quiero ahora ser débil.No existe un ser humano que quieramorir. Sin embargo, si ha de ser así, hede convencerme a mí mismo de quedeseo ser derrotado en un honestocombate por unas fuerzas enemigassuperiores. Con los muchachos quetengo a mi alrededor, entretanto,intentaremos mandar a cuantosbolcheviques podarnos a los felicesterrenos de caza. No debéis estartristes... Estaréis orgullosos en los días

que han de venir. Aún es posible quesuceda un milagro y que la ayuda nosllegue a tiempo. Nuestro lema es y será durante lashoras más difíciles: «Lucharemoshasta la última granada». Viva elFührer y nuestra muy amada patriaalemana... General Schwarz, n.° 13.833, a suesposa: 13 de enero de 1943 Pues bien, ha llegado el tiempo deser muy sincero y escribir una cartavaliente sin tratar de hacer ver lascosas mejor de lo que son... Durantelos pasados días, he comprendido y

visto claramente que el final será unoacerca del cual nadie ha hablado hastaaquí. Pero ahora debo hablar yo.Llegará un día en que oirás hablar denuestra batalla hasta el final. Recuerdaque las palabras que se refieren a unaacción heroica son meramentepalabras. Espero que esta carta llegaráa tus manos porque quizá sea la últimaque pueda escribirte... Estoy seguro de que me tendrás en turecuerdo y que contarás a los niñostodas las cosas cuando llegue el tiempoapropiado. No debes llorar mi muerte.En el caso de que la suerte te eche unamano, no dejes de cogerla... Tú debesvivir y estoy seguro de que todocontinuará. Debes hacerte cargo de

una tarea y cuidar de nuestrospequeños. Te llevaré en mi corazónhasta el último momento. Estarásconmigo hasta que exhale mi últimoaliento. Sé que eres una mujer valiente. Tesobrepondrás a todo esto... Tienes a losniños como una prenda de nuestra vidaen común... Quizás algún día puedasenseñarles los lugares en que fuimosfelices juntos... Vive a tu gusto connuestros queridos niños, abrázalos contoda tu fuerza y ámalos y cuida deellos. Ellos te darán ánimos para sercapaz de cuidarlos. La vida continuaráen los niños. Os deseo a todos undichoso futuro en Alemania y esperoque la patria acabe siendo la

vencedora. El ataque ruso continuó y el «hocicoMarinovka» desapareció de los mapasde los centros de espionaje soviéticos yalemanes. El Kessel comenzó aencogerse de una forma evidentemientras los soldados alemanes corríanhacia el este antes de que losenvolvieran los brazos de las tenazasrusas. Ocho Divisiones —la 3, 44, 60,76, 113, 297, 376 y 384— ya habíansido efectivamente destruidas. Sólo la29.ª División Motorizada conservó alguna fuerzapara combatir al enemigo en el ladooccidental de la bolsa. El general Ernst Leyser estaba allí con

sus hombres, animándoles desde lascasas y hoyos en que se escondíanacobardados. Sólo tenía cuatro carros,pero, después de oscurecer, abandonó laprotección y se lanzó adelante gritando: —¡Hurra! Cientos de alemanes heridos y hastaentonces apáticos, salieron de susrefugios y siguieron a Leyser en unataque contra los sorprendidos rusos. Lalucha constituyó una confusión dehombres y llamaradas de armas, muertosy más heridos gritando en la nieveteñida de sangre. Leyser habíaconseguido desequilibrar al enemigodurante un instante, pues necesitaba eltiempo para planear otra retirada. En laáspera luz de la mañana, su victoria

parecía pírrica. Pero el general estabacontento al ver que aún quedaba algúnespíritu en sus exhaustos soldados.Esperaba volver a encontrarlo otra vezcuando alcanzase la última líneadefensiva: el interior de la ciudad deStalingrado.

CAPÍTULOXXVIII

A las nueve de la noche del 15 deenero, en Rastenburg, Prusia oriental, elcapitán Winrich Behr estaba delante delFührer del III Reich. Al entrar en laatestada sala de reuniones, Behr seencontraba comprensiblemente nervioso.Se hallaba en presencia de muchoshombres ilustres. Los generales Jodl ySchmundt, el mariscal Keitel, el generalHeusinger, incluso Martin Bormannpermanecía de pie mirándole escéptica-mente. Pero cuando Hitler se adelantó yle sonrió calurosamente, Behr tuvo que

esforzarse para llevar a cabo la tareaque Paulus le había confiado. Hitler se mostró encantador y seinteresó por el largo vuelo y lacomodidad de Behr. Cuando pidió alcapitán que hablase libremente, Behr selanzó a una detallada explicación de lasituación del VI Ejército. El capitán fuesorprendentemente franco respecto a ladisolución de la moral, derrumbe de laautoridad de los oficiales ante la presiónde los ataques rusos, la inanición y loscañones que se inutilizaban volándolospor carecer de proyectiles. Behrdescribió vívidamente a los doscientosmil hombres que morían debido alabandono oficial. Luego habló Hitler. Mientras Behr

escuchaba absorto, el Führer se inclinósobre una mesa y movió la mano de acápara allá a través de un mapa. Aunqueadmitió que se habían cometido errores,se apresuró a asegurar a Behr que estabaacudiendo otra expedición para romperel cerco ruso y alcanzar al VI Ejércitodentro de unas semanas. Entretanto,continuó Hitler, el puente aéreo seríacapaz de permitir a Paulus resistir. Unayudante terció para asegurar a Behr quese estaban planeando los vuelosnecesarios. Exasperado ante la mención del puenteaéreo, Behr le interrumpió: —Pero el puente aéreo no ha dadoresultado. Hitler se mostró perplejo, declarando

que los informes de la Luftwaffemostraban las suficientes salidas, en losdías buenos para el vuelo, como paramantener al VI Ejército a un nivelsuperior al de la inanición. MientrasBehr movía la cabeza, se dio cuenta deque el mariscal Keitel estaba agitandofurioso un dedo contra él, como si setratase de un airado maestro de escuelaregañando a un alumno por contestar confrescura a un superior. Negándose a serintimidado, el capitán continuó diciendoque, aunque muchas veces los avionesdespegaban hacia la bolsa, muchos deellos no llegaban a alcanzar su destinodebido al fuego enemigo o al maltiempo. Y, últimamente, añadió elcapitán, los aviones lanzaban los

alimentos en paracaídas, pero lamayoría de ellos caían en las líneasrusas. Envalentonado, Behr realizó un intentofinal por salvar a sus amigos —Friedrich von Paulus, «Schmidtchen»,Eichlepp, los helados granaderos en sushoyos de protección en Stalingrado— ydijo: —Es de primordial importancia que elVI Ejército conozca la cantidad desuministros que serán enviados poravión a la fortaleza. Es demasiado tardepara planes a largo plazo. El VI Ejércitose encuentra al final de sus recursos ypide una clara decisión sobre si puedecontar o no con asistencia y apoyodentro de las próximas cuarenta y ocho

horas. Impresionado por su propiaimpertinencia, Behr esperó un rápidocastigo. Adolfo Hitler lo miró fijamente.Los generales y ayudantes permanecíanasombrados y silenciosos. La cara deKeitel estaba roja, casi apopléjica. Depronto, el Führer suspiró profundamentey se encogió de hombros. Sonriendoalentadoramente a Behr, le dijo quequería discutir el asunto inmediatamentecon sus consejeros. Convencido de que había hecho todolo que había podido, Behr saludórígidamente y abandonó la habitación. • • • A unos veinte kilómetros al este, el

cerco ruso alrededor de Pitomnik seendureció mientras los carros T-34avanzaban hasta a menos de mediokilómetro de las pistas de despegue. Losoperadores de la torre de controldespidieron a los últimos aviones detransporte que despegaban y seis cazasMesserschmitt 109 rugieron por la pistapara ir a buscar refugio en el pequeño ymal equipado aeropuerto de Gumrak,unos cuantos kilómetros hacia el este. Alaterrizar allí, cinco de los cazas sesalieron de las pistas o se estrellaron. Elsexto avión voló en círculos vacilando yluego desapareció hacia el oeste, másallá del Kessel. Aterrizó al fin enSchacti y el piloto informó de quePitomnik ya no estaba bajo el control

alemán. • • • Cuando Pitomnik fue invadido, el VIEjército sufrió una herida mortal. Elfinal estaba ya muy próximo. El transmisor de Gumrak retransmitiólas noticias de sus últimos espasmos algrupo de Ejércitos del Don: «Laserenidad de la mayoría de lossoldados... es altamente digna deencomio. Unos oficiales y soldadoscompletamente exhaustos, que hanpasado unos días casi sin alimentos, hanempujado un cañón durante veintekilómetros a través de las estepasprivadas a menudo de carreteras orodeadas completamente por la nieve.

La situación de los abastecimientos escatastrófica. En algunos lugares, lossoldados no pueden llevar lossuministros al frente debido a la falta decombustible». El mariscal de campo Manstein noestaba sorprendido. Amenazado élmismo por las incursiones de los carrossoviéticos, se había visto forzado aretirarse ochenta kilómetros al oeste, aTaganrog, desde donde escuchaba loslatidos del pulso de sus propiasoperaciones. A lo largo del alto Don, enuna amplia línea de cerca de trescientoskilómetros, desde Pávlovsk, al noroeste,a Kasternoie, ejércitos rusos de refrescohabían atacado a las pocas divisionesitalianas que no fueron alcanzadas en

diciembre, al igual que a todo el 11.°Ejército húngaro. Este último ataquearrolló rápidamente a las fuerzassatélites y abrió otra amplia brecha en elflanco izquierdo de Manstein. Por aquel tiempo, los grupos decombate del mariscal de campo eranprácticamente inservibles. Los gruposStahel, Fretter-Pico, Mieth y Hollidthabían quedado extremadamentemermados debido a las constantesoperaciones de paso de línea que hastaentonces habían practicado paramantener a los rusos apartados deRostov. Ahora, al reducirsepeligrosamente sus líneas, se deslizaronlateralmente otra vez hacia el oeste a finde obstaculizar al gran Moloch ruso que

se desplazaba hacia el sur desde el Don. • • • Mientras tanto, el general ErhardMilch había llegado a los cuarteles deManstein, en Taganrog, para supervisarel renovado intento de Hitler deabastecer a Paulus. Desde losaeropuertos de toda Europa, el enérgicooficial de la Luftwaffe había llegado areunir un centenar de avionesadicionales para emplearlos en elservicio de puente aéreo del Kessel.Pero estas obstinadas operaciones enfavor del VI Ejército dependían enbuena parte de un Estado Mayortrabajador y bien coordinado en elaeropuerto de Gumrak.

Único campo capaz de desarrollar untráfico pesado, Gumrak era una feacicatriz en medio de la prístina nieve.Imán para las tropas en retirada, atraíalargas hileras de camiones y hombresprocedentes del oeste, a los que luegovomitaba hacia el lado oriental, hacia elVolga y Stalingrado. Se habíaconvertido en un osario, en un depósitode muertos y moribundos, esparcidospor las carreteras y los camposalrededor de las pistas de despegue. Muy pocos alemanes del Kesselconservaban esperanzas de ser salvados.Algunos se reanimaban con el sonidodel tiroteo procedente del sur y sepreguntaban si es que ahora Mansteinestaba llegando. Otros se aferraban a

historias de míticas divisiones quepenetraban en el Kessel, desde Kalach,situado al oeste. Los realistas, comoEmil Metzger, no hacían caso de talesrumores. Ya sin municiones y con loscañones reventados para que el enemigono se apoderase de ellos, el tenientehabía iniciado una marcha con sushombres hacia Gumrak y el Volga.Mientras avanzaba entre los montonesde nieve, sus pensamientos se dirigíanhacia Kaethe, allá en Frankfurt. Intentóintensamente recordar cada trazo de surostro. Era seguro que él moriría enaquella llanura dejada de la mano deDios sin tener la menor oportunidad devolver a poseerla. Mientras el viento se estrellaba contra

él, Metzger empezó a dar vueltas a laidea de escapar del Kessel: él solo, sifuese necesario. • • • Al igual que Metzger, Gotdieb Slottaestaba determinado a vivir. Ya estaba enGumrak, donde cojeaba hacia un trenrepleto de heridos, estacionado a unlado. Cuando un avión ruso picó y dejócaer un racimo de bombas, trozos deladrillos y otros escombros golpearon lacabeza de Slotta. —¡No quiero morir así! —dijo,mientras se dirigía locamente haciaStalingrado, unos ocho kilómetros másallá. A ambos lados de la carretera, vio

montones de hombres que se habíandado por vencidos y estaban muertos.Pero Slotta no tenía intenciones derenunciar de modo semejante a su frágilposesión de la vida. • • • El cabo Franz Deifel no estaba segurode que valiese la pena luchar por lavida. Hasta aquel momento, había sidouno de los pocos alemanes en el interiordel Kessel que seguía llevando unarelativa rutina normal. Aún transportabamuniciones a las estribaciones de lacolina Mámaiev y, aunque su carga selimitaba a sólo unos cuantos obuses,subía a la colina casi cada día.

A principios de enero, los avionesrusos habían empezado a seguir lospasos a camiones y hombres de modoindividual y al fin localizaron a Deifelmientras se dirigía al depósito demuniciones situado en las afueras de laciudad. Una bomba cayó a unos seismetros; la metralla se esparció por elvehículo y le alcanzó las piernas. Se tiróde la cabina y se arrastró hasta una casa,donde se quitó de un tirón los pantalonese intentó restañar el chorro de sangre.Cayó otra bomba y derribó las paredes,por lo que se dirigió a una trincherapróxima y se escondió hasta oscurecer;luego se escabulló hacia el camión.Debido a algún milagro, el motor sepuso en marcha al primer intento y un

cañoneo de artillería pesada lopersiguió por la carretera hasta que sedetuvo en un dispensario. Enviado a un hospital, Deifelcomprobó que se trataba de un bunkerdébilmente iluminado. En la entrada, seheló de horror ante una pirámide decuerpos que bloqueaban la pared.Asqueado, se escapó renqueando a supropio cuartel. Se había ordenado una retiradageneral y Deifel pidió ser llevado por uncamión que se dirigía a Stalingrado. Enel mismo momento en que el convoy seponía en marcha, los obuses rusosexplotaron sobre los vehículos decabeza y éstos empezaron a arder.Comenzaron a sonar las bocinas y los

chóferes se enfurecieron ante el retrasomientras Deifel erraba por la carretera.Aturdido y frustrado se agachópesadamente ante el cadáver de uncompañero y murmuró: —Bésame el culo. Por primera vez en su vida, pensó ensuicidarse. • • • Detrás del cabo completamentedeprimido, el aeropuerto Gumrak sehabía convertido en un pandemónium. El18 de enero, dos días después de lacaída de Pitomnik, se había atiborradocon miles de heridos procedentes detodo el Kessel. Los médicos trabajabanen turnos de dieciocho horas atendiendo

a los pacientes que yacían en camastros,por los suelos o afuera en la nieve. Lossoldados rugían delirantes por susatroces dolores, mientras los doctoresles clavaban agujas en los brazosplagados de piojos grises; luego, lesdesnudaban para las operacionesquirúrgicas. Los atestados camiones transportabanhombres mutilados y destrozados a loshospitales, pero cuando se alejó a losconductores por falta de espacio,dejaron su carga sin nadie que laatendiera. La temperatura descendió aveinte grados bajo cero y los heridosgritaban débilmente en solicitud deayuda. Si nadie les hacía caso, sehelaban y morían a pocos metros de la

mesa de operaciones. • • • En su bunker, dos kilómetros más allá,el general Friedrich von Paulus llenabalas ondas con mensajes a Manstein: «Elaeropuerto de Gumrak ha entrado enservicio a partir del 15 de enero, conpistas disponibles para aterrizajesnocturnos... Se solicita la más rápidaintervención. El peligro es muy grande». La Luftwaffe rechazó lasreclamaciones de Paulus respecto aGumrak. Declararon que el aeropuertoera casi inutilizable e insistieron en quese necesitaba adoptar medidas paraasegurar unas rápidas entregas. Paulus estaba furioso. «Las objeciones

presentadas por la Luftwaffe seconsideran aquí meras excusas... Se hanampliado sustancialmente las pistas deaterrizaje. Existe una muy competenteorganización de tierra con todas lasinstalaciones necesarias. El comandanteen jefe ha solicitado directamente laintervención del Führer...» Sin embargo, la realidad de lasituación era que ni Paulus ni Schmidtcomprendían que existía un colapsooperacional casi absoluto en elaeropuerto. La llamada «muycompetente organización de tierra», quehabía funcionado admirablemente enPitomnik, ya no era un grupocohesionado. Aunque el coronel LotharRosenfeld intentaba ahora preparar

Gumrak para un servicio intensivo depuente aéreo, trabajaba con hombresdefinitivamente exhaustos. Cuando, en la mañana del 19 de enero,aterrizó en Gumrak un oficial de laLuftwaffe, se percató inmediatamente deaquellos síntomas. El comandante Thiel,que había acudido al Kessel para hacerde mediador en las diferencias entre elVI Ejército y la Luftwaffe, quedóhorrorizado por el estado de las pistas.Los restos de trece aviones se hallabanesparcidos por las pistas de aterrizaje,obligando a los pilotos que llegaban aaterrizar en un radio de ochenta metros.Los cráteres de las bombas formabanbolsas en el cemento. La nieve reciéncaída no había sido aún despejada.

Thiel bajó al reducido ybrillantemente iluminado bunker demando, donde fue enseguida rodeadopor los generales Schmidt, Paulus, Heitzy otros ayudantes, todos los cualesempezaron a atacarle con relación a laLuftwaffe. —Si sus aviones no pueden aterrizar,mi Ejército está perdido —rugía Paulus,que fue particularmente acerbo mientrasdescargaba su furia sobre el asustadoThiel—. Cada aparato que lo hagapuede salvar las vidas de mil hombres.Los lanzamientos aéreos no sonsuficientes. Muchos de los fardos nollegan a buscarse porque los hombresestán demasiado débiles para hacerlo yno tenemos el suficiente combustible

para ir a recogerlos. No puedo retirarsiquiera mis líneas unos cuantoskilómetros porque los hombres caeríanexhaustos. Hace cuatro días que notienen nada que comer... Ya se hancomido los últimos caballos. Mientras Thiel permanecía ensilencio, alguien gritó: —¿Puede usted imaginarse lo que esver a los soldados caer sobre el cadáverde un animal, golpearlo hasta abrirle lacabeza y tragarse luego los sesoscrudos? Paulus volvió a intervenir de nuevo enla conversación: —¿Qué puedo yo decir, comocomandante en jefe de un Ejército,cuando se me presenta un soldado raso y

me suplica: «Herr General Oberst, ¿mepuede dar un pan que le sobre?» ¿Porqué la Luftwaffe prometió que nostendría abastecidos? ¿Quién es elresponsable de afirmar que esto eraposible? Si alguien me hubiera dichoque eso no era posible, no me hubiesequedado aquí confiando en la Luftwaffe.Hubiera abierto una brecha. Entoncesaún era lo suficientemente fuerte parallevarlo a cabo. Ahora es demasiadotarde... En su frustración y pesar, Paulusprescindió del hecho de que, ennoviembre, sus amigos de la LuftwaffeRichthofen y Fiebig le habían prevenidode que la fuerza aérea no podríaabastecerle. Pero ahora ya era enero, el

mando general del VI Ejércitonecesitaba culpar a alguien, y por ello elcomandante Thiel tuvo que apechugarcon sus ataques de rabia. —El Führer me dio su firme seguridadde que él y todo el pueblo alemán sesentían responsables de este Ejército yahora los anales del Ejército alemánquedarán mancillados por esta horrendatragedia, debido a que la Luftwaffe nosha defraudado... Haciendo ademanes de desdén contralos intentos de Thiel por explicar lasterribles dificultades de la Luftwaffe,Paulus continuó: —Nosotros hablamos ahora desde unmundo diferente al de ustedes, puesusted habla a hombres muertos. A partir

de ahora, nuestra existencia sóloconstará en los libros de historia... Aquella noche, el comandante Thielregresó a su avión y halló pruebas enpro de las acusaciones de la Luftwaffede que Gumrak no era «gobernadoeficientemente». Nadie habíadescargado los suministros delbombardero Heinkel, aunque habíaestado en tierra durante nueve horas.Abandonó el Kessel para informar de suconvicción de que era ya imposibleayudar al VI Ejército. • • • Al oeste y al norte de Gumrak, losdestacamentos alemanes hacían unapausa en su lucha por hacer retroceder a

los carros soviéticos T-34 que se habíanacercado lo suficiente como parabombardear las pistas del aeropuerto.En la estación de ferrocarril de Gumrak,miles de fatigados soldados pedíaninformación acerca de sus unidades.Casi todos recibían la misma respuesta: —Diríjanse a Stalingrado. Allí lasencontrarán. El sargento Ernst Wohlfahrt vagaba enmedio de aquel alboroto mientrascontenía la cólera. Acababa deencontrar un cuartel general de uncuerpo abandonado y dentro de losbúnkers había recogido botellas vacíasde champán y coñac, además deexquisitas latas de carne, todo lo cualnunca hubiera soñado que estuviese

disponible durante el cerco. Wohlfahrtestaba furioso ante el pensamiento deque sus jefes hubieran comido tan bienmientras él se moría de inanición. Poco tiempo después, pasó ante uncobertizo semiquemado. Incrédulo, sepercató de la existencia de ampliasreservas de uniformes, abrigos, botas defieltro y raciones de carne que seapilaban desde el suelo al techo.Wohlfahrt estaba casi enfermo de rabia.Además de sus propias necesidades enropas de abrigo, había visto centenaresde hombres que se arrebujaban en chaleso delgadas mantas a fin de proteger sustemblorosos cuerpos del cruel viento.No obstante, los oficiales de Intendenciaalemanes aún seguían guardando los

depósitos de suministros con criminaldesprecio hacia el sufrimiento que lesrodeaba. No se permitió a un soldadoalemán que tocase uno solo de aquellosartículos. • • • Josef Metzler, soldado de primera,había pasado personalmente poraquellos trances. Durante semanasmendigó un calzado de abrigo y durantesemanas le habían dicho que no habíaninguno disponible. Cuando sus dedosde los pies empezaron a arderleintensamente a causa de la congelación,robó un par de botas de fieltro de unhospital y salió corriendo. Aunque eraun hombre escrupuloso, que con

anterioridad nunca había hurtado nada,Metzler no sentía remordimientos.Ahora estaba desesperado y esadesesperación le alentó a racionalizar sufechoría. En su intento por sobrevivir, Metzlerse detuvo ante otra estación de primerosauxilios para conseguir algo de comiday que le cuidasen sus pies. Se encontrócon un soldado que transportaba dosplatos de campaña y le pidió que lediese uno. Cuando el hombre se negó,Metzler esperó pacientemente hasta quela atención de su antagonista se distrajo;entonces le robó un plato y se fue con él.Sin asomo de arrepentimiento, elhonrado Metzler se quedó en el hospitalpara que le curasen los pies.

• • • A un kilómetro y medio al oeste deGumrak, debajo de tejados de madera ytoneladas de nieve, el Estado Mayor delVI Ejército trabajaba semiaislado de laprocesión de muerte que pasaba anteellos en dirección a Stalingrado. Losoperadores de radio de los búnkerssubterráneos mantenían una estrechacomunicación con Manstein, enTaganrog, a través de su únicotransmisor de 1.000 vatios. Sus glosasregistraron las ahora triviales mencionesde hechos heroicos y el traslado dehombres clave: Oberts Dingier salió ayer por vía

aérea, informen llegada. Se hanmarchado: Sickenius, comandanteSeidel... teniente Langkeit... Propuesta de la Cruz de caballero alteniente Spangeburg. Spangenburgdefendió por su propia iniciativa,desde el 1 al 15 de enero, el flanco dela 76.ª División de Infantería contra ungran ataque enemigo, en Baburkin... Propuesta de la Cruz de caballero,hierro, al teniente Sascha... Sascharepelió repetidos ataques enemigos el16 de enero con sólo cuatro carrosútiles... a pesar del recio fuegoenemigo, Sascha abandono su vehículopara hacer que la infanteríarecuperara sus posiciones, condesprecio de su salvación personal...

Sin su positiva acción la entrada delenemigo en Gumrak hubiera sidoinevitable, Firmado Deboi [general] Los operadores de radio registraronotros comportamientos: «Desaparecidoen acción: teniente Billert... Más tarde:El teniente Billert se fue por vía aéreasin permiso. Se solicita se le formeconsejo de guerra». • • • Además de los pocos oficiales queabdicaron de sus responsabilidades,algunos de los heridos que salieron delKessel lo hicieron bajo falsos pretextos.Se habían disparado contra sí mismos afin de lograr la salvación y los cirujanos

que les operaron no hallaron evidenciasde que sus heridas se las hubierancausado ellos mismos. Los motivosfueron de dos clases. En primer lugar,los fingidos heridos se habían disparadoa través de una hogaza de pan paraeliminar las quemaduras a cortadistancia de la pólvora. En segundolugar, ninguno de ellos había seguido laspautas normales asociadas con talescasos. En vez de apuntar sobre unapierna o el brazo, zonas menospeligrosas y menos dolorosas, aquelloshombres se agujereaban sus estómagos opechos para asegurarse una huida conéxito. Dado que ningún médico searriesgó a acusar a un hombre porinfligirse tan graves heridas a sí mismo,

aquellos transgresores salieronimpunemente de Gumrak desde loslechos del hospital y fueron recibidoscomo héroes en sus hogares. • • • Sabiendo que cada avión de transporteque aterrizaba en Gumrak podía ser elúltimo, los heridos que podían andar seapretujaban en las pistas mirándose unosa otros con desconfianza y ganandomañosamente espacio para situarse en ellugar en que se pararía el avión trasrodar por la pista. Las subsiguientescarreras para abrir las escotillasacarrearon la muerte a muchos quefueron pisoteados por aquellos hombressemienloquecidos.

Ahora, ya con muy poco tiempo,Paulus incrementaba la evacuación deespecialistas, haciéndoles salir para laformación de nuevas divisiones para laWehrmacht. Provistos de pases, aquellatropa de selección se filtró entre losheridos, que los contemplaban con ciertahostilidad. El general Hans Hube se fue; lo mismoque el comandante Coelestin vonZitzewitz, llevándose algunas de lasmedallas de Paulus. El general ErwinJanecke, comandante del 4.° Cuerpo,partió con dieciséis orificios de metrallaen el cuerpo. El capitán EberhardWageman salió por vía aérea llevandolas últimas voluntades y el testamentodel general Schmidt. De cada una de las

divisiones llegaron oficiales y reclutaselegidos a dedo para formar los cuadrosde un nuevo VI Ejército que algún díalucharía nuevamente en alguna parte. • • • En la mañana del 21 de enero,Gerhard Meunch contestaba por elteléfono de campaña desde el sótano deuna casa cercana a la fábrica de pan. Ledijeron que se presentarainmediatamente en el Cuartel general del51.° Cuerpo. Perplejo ante aquella citación, elcapitán se presentó al coronel Clausius,jefe de Estado Mayor del generalSeydlitz-Kurzbach y le oyó decir estasincreíbles palabras:

—Capitán Meunch, hoy saldrá ustedpor vía aérea. —Eso no puede ser cierto. No puedodejar a mis soldados en la estacada —protestó. Pero Clausius le hizo callar,diciéndole que, dado que era unespecialista en tácticas de infantería, sele necesitaba en otra parte. Luego, el coronel le despidió conbrusquedad. Meunch corrió al aeropuerto, donde unoficial, de pie ante un coche, meneó convehemencia la cabeza y le dijo que nopartiría ningún avión más aquel día. —Suba —le gritó—, o quédese ahí depie. Yo me voy a la ciudad. Exhausto por la tensión y por los

anhelos de los días precedentes, Meunchse introdujo en el coche y se dirigió a lapequeña pista auxiliar de despegue deStalingradski, en las afueras del mismoStalingrado, donde pasó la noche encompañía de centenares de soldados,que preocupados se paseaban por lanieve. A las siete de la mañana del 22 deenero, un Heinkel III aislado lessobrevoló varias veces, arrojó fardos dealimentos en los campos, pero noaterrizó. Las horas pasaban y los heridosno hacían más que dirigir los ojos haciael horizonte occidental, donde, depronto, aparecieron tres manchas: setrataba de Ju-52. Los «viejos cacharros»aumentaron de tamaño, dieron vueltas en

círculo y se dispusieron a aterrizar.

Prisioneros alemanes emprendiendo lamarcha a través del helado Volga haciael cautiverio. Momentos después, Meunchcontempló una visión que no podríaolvidar nunca: los heridos se alzaron de

la nieve y corrieron hacia las escotillasdel avión aún rodante. Arañándose unosa otros, echaron a los débiles a patadasal fondo del montón y se alzaron hastalas vacías cabinas. Meunch se dirigió despacio hacia unpiloto y le mostró su pase especial. Elpiloto sacudió la cabeza: —¿No intentará entrar allí? —dijo,señalando a los «animales» situados alos costados del aparato—. No loconseguirá. Entre conmigo por la cabinadel piloto. Mientras Meunch se encaramaba alavión, la metralla rusa empezó aesparcirse entre la multitud. El pilotopuso rápidamente en marcha los motorese intentó despegar. No pudo. Mirando a

través de la ventana, Meunch vio a cercade cincuenta hombres que yacían sobrelas alas, agarrándose adonde podían consus manos azuladas por el frío mientrasel Ju-52 tomaba velocidad y corría porla pista. Uno a uno, aquellos jinetes sedesprendieron y cayeron hacia atrásdebido a la corriente de aire engendradapor las hélices. Aligerado de esta cargaadicional, el aparato se alzó suavementeen el brillante cielo y giró hacia elVolga. Meunch intentó por todos losmedios calmarse. Por primera vez desdehacía más de dos meses, no oía elestruendo de los cañones. Radiomensaje: 22 enero 1943, 16.02horas.

Al Grupo de Ejércitos del Don. ...Para someter al Führer y alcomandante en jefe del grupo deEjércitos del Don... Los rusos avanzanen un frente de 6 kilómetros a amboslados de Voporonovo hacia el este[hacia Stalingrado], con banderasdesplegadas. No existe posibilidad decerrar la brecha... Todas lasprovisiones se han acabado. Existen enla bolsa 12.000 hombres [heridos] quecarecen de atenciones. ¿Qué órdenespuedo dar a unos soldados que ya notienen municiones?... Se requiere una decisión inmediata,dado que ya se han notado en algunoslugares síntomas de descomposición.

Sin embargo, las tropas aún tienen feen sus mandos. PAULUS Prusia oriental mandó rápidamente larespuesta al cabo de unas horas: Capitulación imposible. Los soldados defenderán susposiciones hasta el fin... El VI Ejércitorealizará así una históricacontribución al más gigantescoesfuerzo de guerra en la historiaalemana. ADOLFO HITLER Hitler había hablado de una «históricacontribución», por lo que Paulus cesó deintentar convencer a sus superiores de

que una resistencia ulterior seríasimplemente un asesinato en masa.Apartado de la realidad de los hombresque morían en torno a él, eligió, por elcontrario, dejarse arrollar por el cursonatural de los acontecimientos yabandonó Gumrak para dirigirse a unsótano en Stalingrado. • • • En la antesala delante del salón deconferencias de Adolfo Hitler, elcomandante Coelestin von Zitzewitzesperaba nerviosamente que leconcediesen audiencia. Sacado delKessel según órdenes directas de Prusiaoriental, voló a la Guarida del Lobopara repetir la gráfica descripción del

capitán Winrich Behr de las condicionesde Stalingrado. Cuando la puerta se abrió, Zitzewitz lacruzó de una zancada y atrajo laatención. Hitler se adelantó y cubrió lamano derecha de Zitzewitz con las dossuyas. Sacudió la cabeza y dijo: —Llega usted desde una deplorablesituación. Luego condujo a su huésped a un altotaburete situado al lado de una mesa. Zitzewitz intentó acomodar sus ojos ala media luz mortecina de la estancia.Un amplio mapa del frente ruso ocupabauna pared. Una chimenea la otra. Sepercató de que los generales Zeitzler ySchmundt estaban sentados atrás, en lapenumbra.

Hitler abrió la discusión. Señalandofrecuentemente los mapas de la mesa,habló acerca de carros alemanes queatacaban al otro lado del Don y queentraban en el Kessel con suministros.Según pensaba, sólo un batallónaplastaría la resistencia rusa yalcanzaría al VI Ejército. Zitzewitz oía aquello con crecienteincredulidad. Cuando le llegó su turnode hablar, charló por los codos acercade estadísticas y comentarios que habíaanotado en un pedazo de papel: índicesde bajas, reservas de municiones,abastecimiento de alimentos, muertes,enfermedades, congelaciones, moral.Las cifras eran catastróficas,irreversibles y concluyentes. Mientras

Hitler lo miraba sorprendido, Zitzewitzhizo un resumen: —Mi Führer, permítame declarar quea los soldados de Stalingrado no se lespuede seguir ordenando que luchen hastael último cartucho porque, físicamente,ya no son capaces de luchar y porque yano tienen el último cartucho. Hitler miró de modo penetrante aZitzewitz. Despidiendo alconmocionado comandante, el Führermurmuró: —Los hombres se recuperan muyrápidamente. • • • La estación ferroviaria de Gumrakardía brillantemente entre la nieve. El

fuego de la artillería rusa había hechoestallar la construcción y quemó loscadáveres que se apilaban contra lasparedes hasta el nivel de las ventanasdel segundo piso. Los helados cuerposse convirtieron en una horripilantehoguera que el sargento Hubert Wirknercontempló mientras lo llevaban al bordede las pistas para su última oportunidadde salir del Kessel. Completamente baldado, con lasheridas del brazo y la pierna, que sehabían complicado con congelación,Wirkner yació sin atenciones en unacamilla durante horas mientrasveinticuatro transportes aterrizaban,descargaban y despegaban con cientosde soldados. Con disgusto, contempló

cómo algunos de los heridos menosgraves «se hacían el muerto» en la nievehasta que se abrían las portezuelas delos aviones; luego, saltaban al aparatoantes de que los sorprendidos oficialespudiesen verlos. Demasiado débil yorgulloso para decidirse a hacer élmismo una cosa así, Wirkner sólo sintiópiedad por aquellos que arrebataban elsitio a sus camaradas. Otro avión se deslizó entre la niebla yse colocó en la pista. Desde su posicióntendida, Wirkner contempló consternadocómo centenares de pacientes deambulatorio se arremolinaban alrededordel mismo y bloqueaban el acceso a losheridos más graves. En una de las puertas, el coronel

Herbert Selle ayudaba a verificar a lospasajeros que llegaban. Especialista delcuerpo de ingenieros, el coronel habíarecibido órdenes de partir a primerashoras de aquel día, a fin de entrenar aotras unidades para otras batallas.Sorprendido ante aquel imprevistoaplazamiento, reprimió sus sentimientosde culpabilidad y se presentó ante elgeneral Paulus para tener con él unaúltima conversación. El aspecto de Paulus conmovió aSelle. El general estaba sin afeitar,sucio. Sus azules ojos, antes tanchispeantes, «aparecían ahora sin vida». El general tenía un breve pero amargomensaje para Selle. —Dígales —murmuró apesadumbrado

—, si lo cree usted aconsejable, que elVI Ejército ha sido traicionado por elMando Supremo. Selle se despidió de la patética figurade su comandante en jefe y se dirigió aGumrak, donde aguardó en medio de laneblinosa noche hasta que aterrizó elúltimo Ju-52. Mientras el piloto dejabalos motores en marcha, Selle contó «losasientos» en el avión. Su ordenanza, quele había acompañado hasta el campo conla esperanza de que hubiese una plazalibre, rondaba cerca. El coronel le hizouna seña con la cabeza y lo disimuló enla parte posterior. Al lado de la pista,Hubert Wirkner estiró el cuello ycontempló la partida del Ju-52. Resignado a quedarse allí hasta morir,

Wirkner empezó a arrastrarse con lasmanos y las rodillas en dirección a ladestruida estación de ferrocarril. Pasóante un oficial que lo contempló conincredulidad y luego rogó a Wirkner quese dirigiera al hospital. El sargento no lehizo caso y se arrastró hasta un camponevado. El viento lo torturaba, su rostrose cubrió de hielo, y empezó a respirardificultosamente mientras su boca sellenaba con copos de nieve. Se arrastró sobre sus muertas piernasdurante un kilómetro y medio, alcanzó lacarretera principal a Stalingrado y sedesmayó junto a la corriente del tráfico.Cuando intentó encaramarse a la caja deun camión, sus piernas le fallaron y secayó. Con un supremo esfuerzo, Wirkner

se levantó una vez más para asirse consus heladas manos a un cañón auto-transportado. Gruñendo de dolor, se izósobre el cañón y se balanceóprecariamente, con la cabeza colgandopor un lado y los pies por el otro. El cañón rodó hacia la ciudad. Con lacara a pocos centímetros del suelo, losojos hinchados y la cabeza latiéndolepor la sangre que afluía a ella, Wirknerpasaba alternativamente de laconsciencia a la inconsciencia. Losruidos de los veloces coches leensordecían y de vez en cuando oía losrezos que murmuraban los soldados queyacían sobre el hielo. Desde todaspartes llegaban a él gritos, disparos deametralladora y maldiciones. Se

desmayó de nuevo y, cuando volvió ensí, estaba rodeado por alemanessentados al borde de la carretera.Cuando les pidió ayuda con voz débil,no le respondieron. Wirkner oía elviento y el cañoneo pero nada queprocediera de sus compañeros. Todosestaban muertos. Las luces de un camión le alumbrarony se puso en tensión ante una terriblecolisión, pero el conductor le habíavisto moverse y se paró para recogerlo.Wirkner viajó el resto del camino hastaStalingrado, donde, otra vez a gatas, searrastró hasta un oscuro sótano y«desconectó sus pensamientos». • • •

En Gumrak, los carros rusosarrollaban las pistas y disparaban aquemarropa sobre los búnkers delhospital. Cientos de alemanes heridosmurieron allí donde yacían,abandonados por sus paisanos, queahora habían salido huyendo endirección a Stalingrado. A lo largo de laruta principal a la ciudad, una largahilera de camiones y coches rugía através de la niebla, mientras en loscampos de los lados de la carretera, unadelgada formación de soldadospermanecía con la nieve hasta lascaderas formando la retaguardia paracubrir la desordenada retirada.Aterrados ante el pensamiento de que

les dejaran solos para enfrentarse conlos blindados soviéticos, algunos deellos volvieron sus armas y dispararoncontra los vehículos. Cuando resultóalcanzado un conductor y su camión sedetuvo, los francotiradores se dirigieroncorriendo a la carretera, arrojaron a suvíctima desde el sitio del chófer y sepusieron al volante. En la mañana del 24 de enero, la«Carretera de la muerte», como lallamaban los camioneros, era una faja deocho kilómetros de nieve cubierta con lasangre helada que dejó el VI Ejército asu paso hacia las últimas posiciones.Ahora, más de cien mil alemanes sehabían sumergido en los ennegrecidossótanos de Stalingrado.

• • • El cabo Heinz Neist llegó hasta laciudad en un trineo tirado por unosamigos. Totalmente exhausto, Neisttiritaba bajo una delgada manta mientrasla artillería rusa derribaba los edificiosque aún permanecían en pie. A Neist leparecía que «todo había sidoaniquilado». El mundo estaba muerto. Yél, desesperado. • • • Karl Binder, oficial de Intendencia, sehabía escondido en el SchnellhefterBlock, una serie de casas de obrerossituadas al oeste de la fábrica de

tractores. El eficiente organizador queera Binder aún intentaba establecer unracionamiento de alimentos en su sector,pero sus problemas eran insolubles.Aunque los Ju-52 y los He-III seguíanlanzando suministros con paracaídas, lamayoría de ellos cayeron en las líneasrusas y se perdieron. Los pocos queaterrizaron entre los alemanes,teóricamente debían llevarseinmediatamente a un punto central paraun reparto equitativo pero,frecuentemente, los soldados losescondían para su propio uso. La policíamilitar alemana sometía a consejos deguerra sumarísimos a los queencontraban robando y ejecutaba a losinfractores.

• • • Unos cientos de metros más allá delrefugio de Binder, entre la maraña delos cascotes de la fábrica de tractores,el sastre Wilhelm Alter estaba muyatareado trabajando «en un hermosomodelo». Con una pieza de tela marrón yun cuello de piel, confeccionaba ungorro cosaco para un oficial que yaestaba pensando en los rigores delcautiverio. Además de tener la suerte depasar el tiempo realizando una laborcreativa, Alter estaba especialmentecontento por el pago que iba a recibirpor su trabajo. El oficial le habíaprometido una ración extra de pan.

• • • En el mismo sector, el veterinarioHerbert Rentsch se hizo cargo delmando de una compañía deametralladoras. También había tomadouna dramática decisión respecto de suyegua Lote. Forzado a salir de su balkahacia la ciudad, Rentsch se dirigió haciala yegua negra, la condujo hasta unbunker excavado y la ató a un poste.Mientras Lore permanecíapacientemente de pie ante su amo,Rentsch le dio unos golpecitos en elmorro y le pasó la mano por susdelgadísimos flancos. Cuando la yeguavolvió la cabeza para husmear su manoen busca de comida, él reprimió un

sollozo y salió corriendo. Su únicaesperanza consistía en que los rusos laencontraran pronto y la tratasen conternura. • • • En la parte central de Stalingrado, elsargento Albert Pflüger, a pesar de subrazo roto, instaló una ametralladorapara impedir el paso por alguna de lascalles laterales y luego se sentó detráspara pensar acerca del futuro.Completamente convencido de que losrusos ya habían ganado la batalla, seimaginó la posibilidad de que Hitler yStalin hubiesen llegado a un acuerdoacerca del trato humanitario reservado a

los prisioneros de guerra. Pflüger«soñó» también que los americanosestaban a punto de intervenir cerca deStalin para impedir el asesinato en masade los cautivos. Aquellas elucubraciones le ayudaroninmensamente mientras se preparabapara la penosa prueba que, sabía, estabaa punto de llegar. • • • «¿Resistir durante los próximos días?¿Para qué?», se preguntaba un crecientenúmero de oficiales alemanes ysoldados mientras se deslizaban enbusca de refugio en las destruidas casasde Stalingrado. Al fin se habían hecho lapregunta de qué objeto tenía luchar en

miles de sótanos en el umbral de Asia. Con la caída de Pitomnik y Gumrak,todos, excepto un núcleo de nazis, seenfrentaron con la espantosa verdad.Stalingrado sería su tumba.Abandonados a su mísero destino,dieron rienda suelta a su rabia en suscartas y uno de los últimos aviones queabandonó el Kessel se llevó siete sacosde correspondencia escrita sobre papelhigiénico, mapas, sobre cualquier cosaque pudiera hacer las veces de carta. En Taganrog, los censores militaresalemanes analizaron aquellas cartas, lasdistribuyeron en las categoríasapropiadas y las remitieron, junto con uninforme, al Ministerio de Propaganda,donde el Dr. Joseph Goebbels leyó los

resultados: 1. En favor de la forma en que sehabía conducido la guerra 2,1 por ciento 2. Dudosos 4,4 por ciento 3. Escépticos, quejumbrosos 57,1 porciento 4. Activamente en contra 3,4 porciento 5. Sin opinión, indiferentes 33,0 porciento Casi dos de cada tres remitentes sequejaban ahora acerbamente de Hitler yel Alto Mando. Pero sus protestas fuerontardías e inoportunas. Temeroso de losefectos que aquellas cartas pudiesentener sobre el pueblo alemán, Goebbels

ordenó que fuesen destruidas.5 Mientras tanto, Erich von Mansteinleía un radiograma procedente deStalingrado que le convenció de que elVI Ejército estaba ya liquidado. Ataques de una violencia que nodisminuye... Espantosas condiciones enla zona cercana a la ciudad, dondeunos veinte mil heridos yaceninatendidos y buscan refugio entre lasruinas. Junto a ellos hay un númeroequivalente de hombres desnutridos ycongelados, y rezagados, la mayoríasin sus armas... La artillería pesadamachaca toda la ciudad... La fábrica detractores aún podrá conservarse algúntiempo más...

Convencido de que Paulus había hechocuanto pudo, Manstein llamó a Hitler yle recomendó que se permitiera al VIEjército rendirse. Hitler no quiso niconsiderar aquella idea. Mansteinarguyó que «los sufrimientos delEjército no guardarían relación concualquier ventaja derivada de seguirresistiendo a las fuerzas enemigas...».Sin embargo, el Führer repitió sudemanda de que cada hora que Pauluscontinuase luchando ayudaría a todo elfrente. Además, puso énfasis en que lacapitulación era inútil. Los hombres deStalingrado no tenían ningunaoportunidad de sobrevivir, dado «quelos rusos nunca habían respetado las

convenciones...». Aquel pensamiento predominaba enlas mentes de la mayoría de los cien milalemanes acorralados en Stalingradocual ganado en espera del matarife.Incapaces de controlar sus destinos,sucumbieron a la malignidad del temor,que se centraba en torno de unapregunta: «¿Nos matarán los rusos atodos o nos enviarán a la esclavitud dealgún terrible campo de prisioneros deSiberia?» Pocos esperaban un trato decente.Muchos habían visto las carnicerías enlos restos de los prisioneros alemanesdejados en el campo de batalla por lastropas soviéticas en retirada. Tambiénsabían lo que sus propios paisanos

habían hecho con los civiles y soldadosrusos durante la ocupación de la UniónSoviética. El justo castigo que los alemanestemían era real. Ya se había cobrado supeaje entre los soldados de los ejércitostítere que estaban en el cautiverio. En laciudad monástica de Susdal, al norestede Moscú, Felice Bracci y CristóforoCapone tiritaban en barracones sinventanas y aguardaban a que suscapturadores aumentasen la raciónalimentaria hasta el límite del simplenivel de subsistencia. Pero esperaron envano. En Susdal, los hombres morían deinanición en una proporción dedoscientos hombres diarios. En la prisión de Oranki, las tropas

rumanas fueron llevadas vacilantes a loscampos de concentración tras unamarcha forzada de ciento cincuentakilómetros y apretaban sus manos contralos hornillos encendidos para mitigarlos dolores de la congelación. Cuandoretiraban los dedos, la carne quedabapegada a las estufas y el hedor hacíavomitar. Muchos de ellos murieron entregrandes gritos de dolor. El cambio detemperatura desde la estepa a las salascaldeadas había provocado ataquesmasivos de corazón. Más de ciencadáveres fueron arrastrados por lospies fuera de los barracones. El ruidosordo de sus cabezas retumbando contralos escalones mantuvo despiertos a lossoldados durante horas.

En el campo de Tambov, al norte delDon, los soldados italianos se apiñabanen torno a una puerta mientras lossoldados rusos desde un camiónvaciaban coles en la nieve. Luego seprodujo un motín de treinta milprisioneros que lucharon entre sí paraconseguir comida. Los guardianesdispararon contra el que pillabanmatando a otro.

CAPÍTULO XXIX

Desde el 24 de enero, la lucha fueespasmódica en Stalingrado. Atrapadosen sus helados y oscuros sótanos, lossoldados alemanes trataban, con miedo,de oír las pisadas de los soldados rusos.No obstante, los rusos no tenían ahoraprisa, y se desplazaban con cuidado porescuadras y pelotones a través de losmontones de escombros cubiertos denieve. En los incontablesenfrentamientos en las calles lateralesde la ciudad, la orden «Raus! Raus!»empezó a resonar cuando los disparos seacallaron y los alemanes trepaban de suszanjas con las manos en alto. Los rusos

dieron patadas a unos, empujaron aotros, pero se llevaron a la mayoría delos prisioneros, sin más incidentes. Los alemanes que fueron testigos deaquellas rendiciones cobraron ánimos.Una red de mensajeros llevó la noticiade que el enemigo no mataba a suscautivos y aquellas nuevastranquilizaron a muchos que estaban alborde de la histeria. Durante unmomento, olvidaron su temor a serhechos prisioneros mientras combatíanen otra guerra a muerte: la guerra sin fincontra los piojos. Aquellos grises parásitos dominabanahora la vida de todos. Multiplicándoserápidamente a causa de la increíblesuciedad, pululaban desde la cabeza a

los tobillos en una voraz búsqueda desangre. Famélicos, inexorables, llevabana sus huéspedes al borde de la locura.Dondequiera que se daban un festín,dejaban gigantescos verdugones rojos. Ylo que es peor, infectaban a sus víctimascon enfermedades. En las paredes de una balka, al sur delbarranco Tsaritsa, más de dos milalemanes heridos habían sido embutidosen un refugio ruso antiaéreo, conocidocon el nombre de bunker Timoshenko.Excavado en el margen del barrancocomo si fuese un gigantesco hormiguero,las galerías de varios niveles del bunkertuvieron en un tiempo luz eléctrica,ventilación e incluso alcantarillado,pero todas esas comodidades hacía

tiempo que habían sido destruidas.Ahora constituía un fétido depósito decadáveres, donde sólo el calor corporalde los pacientes caldeaba las húmedasestancias. El aire apestaba a enfermedady putrefacción. Los médicos que atendían a las hilerasde heridos se percataron de un aumentode las fiebres que alcanzaban los 39 y40 °C. Algunos hombres murieron entredesvaríos. Los escalofríos y unatendencia a la congestión pulmonar eransíntomas adicionales que señalabaninexorablemente una irrecusablediagnosis médica. Si no se atajaba,podría producir el completo exterminiodel VI Ejército, que nunca había sidovacunado adecuadamente contra el tifus.

• • • En su sótano, que hacía las veces dehogar en la Estación ferroviaria núm. 1,el sargento Hubert Wirkner yacía al ladode otros cincuenta soldados heridos ygemía debido a la fiebre que minaba sudebilitado organismo. Le dolía la cabezay tenía los ojos inyectados en sangre. Lasangre rezumaba a través de las vendasde sus piernas y brazos. Se hacía encimasus necesidades y odiaba el hedor quese adhería a él. A lo largo de las paredes del sótano,una colección de maniquíes contemplabaconstantemente a los alemanes heridos.Con señales de tinta para representar losórganos de reproducción femeninos, lo

más probable es que se hubieranempleado en un programa deadiestramiento para enfermeras einternos. Qué irónico era, pensabaWirkner, que él y sus camaradasestuvieran en un antiguo hospitalsoviético pero sin tener médicos que lesatendieran. Cerca del barranco Tsaritsa, lassiniestras paredes negras de la prisiónde la NKVD encerraban a lo quequedaba del 14.° Cuerpo alemán,además de las 3.ª y 29.ª Divisionesmotorizadas. La parte que erapropiamente cárcel estaba destruida,pero en el primer piso los soldadosmontaban guardia en las ventanas. Desdeallí podían contemplar el amplio patio,

en donde una multitud de soldadosheridos yacían en la nieve sin que nadiecuidase de ellos. Aunque aquelloshombres suplicaban que les ayudasen,nadie prestaba atención a sus demandas. En lo más profundo de la prisión, ungrupo de generales alemanes vivía juntocon un séquito de ayudantes. Uno deellos, Edler von Daniels, hacía días queno estaba sobrio. Gloriosamente bebido,iba y venía entre las tropas que yacíansobre los húmedos pisos. —Muchachos —gritaba—, ¿quién devosotros no está convencido de que hayque poner fin a esto? Cuando nadie ponía objeciones arendirse, Von Daniels les entregabapaquetes de cigarrillos.

El general era uno de los instigadoresde motines. Los generales Schlömer,Pfeiffer, Korfes y Seydlitz habían sidoincapaces de convencer a Paulus de queuna resistencia ulterior era algo inútil.Cada vez más molestos ante sumonótono estribillo de «órdenes sonórdenes», centraron su ira sobre ArthurSchmidt, la eminencia gris entrebastidores. Convencidos de que Schmidtera el culpable de insistir en la locacontinuación de la lucha, planeabanacabar con el dominio del jefe deEstado Mayor y obligar a Paulus a larendición. En efecto, Arthur Schmidt habíaasumido un activo liderazgo sobre el VIEjército. Paulus parecía agobiado por la

calamidad que se había abatido sobre él.«La pesadumbre y las penas sereflejaban en su rostro. Su tez era de untono ceniciento. Tan altivo en otrotiempo, Paulus se había encorvadonotablemente...» El tic del lado derechode la cara se había extendido ahoradesde el maxilar a las cejas. Por otra parte, Schmidt era unafortaleza de energía, intimidaba conásperas órdenes a los oficialesderrotistas, denostaba por teléfono a losque protestaban y amenazaba a losdescontentos con el pelotón deejecución. Si Paulus se amilanaba frentea la enormidad del desastre, Schmidt secrecía ante la adversidad.

• • • A una hora temprana de la mañana del24 de enero, el general Von Hartmann,comandante de la 71.ª División, dejó ellibro que estaba leyendo y dijo algeneral Pfeiffer: —Visto desde Sirio, las obras deGoethe serán sólo polvo dentro de milaños y el VI Ejército un nombre ilegiblee incomprensible para todos. Ya con la mente puesta en el curso dela acción, Hartmann condujo a unpequeño grupo de hombres hacia losterraplenes del ferrocarril. De pie, yviendo a los rusos al otro lado de loscampos nevados, gritó: —¡Abran fuego! —y disparó un

cargador de balas de su fusil. El coronel Gunter von Below llegócorriendo desde el sótano de Paulus conla orden de «detener aquellainsensatez». Pero Hartmann no le hizocaso y siguió disparando contra elenemigo. Al cabo de unos momentos,una bala rusa le perforó el cerebro. Poco tiempo después, otro generalalemán hizo algo semejante. Habiéndoseenterado de que su hijo, un teniente,había resultado muerto cuando tratabade conducir a algunos hombres fuera dela ciudad hacia las distantes líneasalemanas, el general Stempel sacó supistola y se disparó un tiro en lacabeza.6 Al cabo de unas horas de la muerte de

los generales Hartmann y Stempel, elcomandante de la 297.ª División, elgeneral Drebber, se encontraba en unacalle cerca del elevador de granos ysaludaba a un coronel ruso, el cual lepreguntó cortésmente: —¿Dónde están sus regimientos? Drebber se encogió de hombros yrespondió: —¿Tengo que decirle dónde seencuentran mis regimientos? Acompañado por varios ayudantes, sedirigió hacia las líneas soviéticas. • • • Aquella mañana, exactamente antes delas nueve, Friedrich von Paulus acababade recibir una carta enviada a través de

las líneas por Drebber. Mientras laabría, estalló una bomba afuera de laventana del sótano y él y su ayudante, elcoronel Wilhelm Adam, quedaroncubiertos con trozos de cristales ypiedras. Conmocionados y sangrando,ambos hombres tuvieron que sometersea las atenciones médicas antes de quePaulus se sentara de nuevo a leer lanota. En un momento dado, el general lanzóun grito de sorpresa: —¡Es increíble! Drebber declara queél y sus hombres han sido bien recibidospor los soldados del Ejército Rojo. Leshan tratado correctamente. Hemos sidovíctimas de la falaz propaganda deGoebbels. Drebber me insta a que me

rinda... «terminar la resistencia y...capitular con todo el Ejército». Paulus dejó la carta a un lado y miró aAdam en demanda de consejo. En aquel momento entró ArthurSchmidt y cuando Paulus le contó lo queDrebber había escrito, la cara deSchmidt se oscureció. —Von Drebber no ha podido nuncaescribir esa carta voluntariamente —afirmó—. Lo ha hecho bajo amenaza. El jefe del Estado Mayor estabafurioso por la deserción de aquelveterano oficial. Pero Paulus sólo sehallaba confuso. ¿Se había equivocadorespecto de los rusos? ¿Era posible quetratasen con caballerosidad a losalemanes?

• • • Al norte de la colina Mámaiev, detrásde las casas de obreros de la fábricaOctubre Rojo, los carros del 57.°Ejército del general Batov aniquilabanla resistencia de los alemanes, que huíanen desbandada, para unirse con lastropas de la 13.ª División de la Guardiadel general Rodimtzev. La unión, el 26de enero, fue la primera vez en que lasdivisiones de Vasili Chuikov, en elinterior de Stalingrado, habíanestablecido contacto físico con otroEjército ruso desde el 10 de setiembre,138 días antes. Rodimtzev, que el 14 de septiembrehabía lanzado a su División como carne

de cañón a Stalingrado para contener alos alemanes entre Mámaiev y elbarranco Tsaritsa, divisó al capitán decarros Usenko y le gritó: —Dígale a su comandante que éste esun feliz día para nosotros... Más de ocho mil hombres de laGuardia a su mando habían muertodurante los cuatro últimos meses. Elgeneral y el capitán se abrazaron ylloraron juntos. • • • Unas pocas horas después, el Cuartelgeneral del VI Ejército se trasladaba deimproviso a los grandes almacenesUnivermag de la plaza Roja. Los

edificios que rodeaban la plaza habíansido bombardeados, no tenían ventanas ypresentaban grandes agujeros. Eledificio que albergó Pravda había sidodestruido: lo mismo el del Soviet de laciudad y la oficina de Correos. El teatrose había venido abajo. Paulus pasó ante esas ruinas, bajó poruna amplia rampa al patio de Univermagy luego a los sótanos donde seencontraban los almacenes. Mientras losayudantes instalaban un cuarto de radiopara las últimas transmisiones conManstein, el general se retiró a uncompartimiento con cortinas, quecontenía un camastro y una silla, y setumbó a descansar. Una ventanaatrancada dejaba entrar una pálida luz

que llegaba a su macilenta y barbudacara. Avanzado aquel día, Arthur Schmidtirrumpió violentamente en el cuarto dePaulus para anunciar: —Señor, el 14.° Cuerpo blindadointenta capitular. Muller [el jefe deEstado Mayor del 14.° Cuerpo] dice quelas tropas han llegado al final de susfuerzas y que ya no les quedanmuniciones. Le he dicho que ya estamosenterados de la situación, pero que laorden de continuar el combate sigueestando vigente y que estáterminantemente prohibido capitular. Detodos modos, señor, le sugiero quevisite a aquellos generales y hable conellos.

• • • En la prisión de la NKVD, «aquellosgenerales» estaban celebrando unareunión. —Todos nosotros sabemos que Paulusse negará a firmar una capitulación —declaró el general Schlömer,comandante del 14.° Cuerpo—. Pero nodebemos permitir que este asesinato enmasa continúe. Os pido vuestraaprobación para apoderarnos de Paulus;a continuación, concluiré lasnegociaciones como nuevo comandanteen jefe. Ante esta observación, el tornadizogeneral Seydlitz-Kurzbach se levantó ygritó:

—Por Dios, señores, eso es unatraición... Mientras sus atónitos colegas lemiraban sorprendidos, recogió su gorray alargó la mano hacia el pestillo de lapuerta, para marcharse. De repente, la puerta se abrió por elotro lado y Paulus se adelantó paraenfrentarse con sus adversarios. Con loslabios apretados y el tic de sus mejillasagravado notablemente, observó confrialdad a los amotinados. En aquelbreve instante asumió por completo elmando de los hombres que le habíanseguido hasta el Volga y el desastre. —Schlömer, vuelva a susobligaciones. Seydlitz —y señaló alcomandante del 51.° Cuerpo—, asuma

de nuevo sus responsabilidades. Losotros harán lo mismo. Empezaron a balbucir unas protestas,centradas sobre la insistencia de ArthurSchmidt en luchar hasta la última bala.Rehusando enzarzarse en una discusión,Paulus dio la vuelta y salió del edificio.Detrás de él, los generales rebeldesrecogieron sus pertenencias yabandonaron la estancia. Nadiemencionó de nuevo aquel motín. • • • El 28 de enero, los rusos dividieron laciudad en tres sectores: el 11.° Cuerpoquedó aislado alrededor de la fábrica detractores; los 8.° y 51.° Cuerpos en tornode una escuela de ingeniería, al oeste de

la colina Mámaiev; los restos de los 14.° y 4.° Cuerpos estaban en la zonacomercial alrededor de Univermag. En el bloque Schnellhefter, al otrolado de la fábrica de tractores, el doctorOttmar Kohler había agotado la morfina.Moviéndose entre suciedad y sangre,operaba bajo unas luces oscilantes y conun increíble frío. Afuera del edificio,hileras de soldados se agolpaban ante laentrada, tratando de encontrar un sitiopara dormir. Un oficial se dirigió haciala puerta y les suplicó que se fueranporque no había ninguna habitación,pero ellos respondieron que esperaríanhasta el día siguiente. A la salida del sol, los visitantes aúnestaban allí, apiñados unos contra otros

para resistir las temperaturas bajo cero.Durante la noche habían muerto todospor haber permanecido a la intemperie. • • • En el puesto central de la guarniciónmilitar, ahora un hospital situadokilómetro y medio al norte deUnivermag, tres mil heridos yacían bajoun viento despiadado que entraba através de las derruidas paredes deledificio. Sin medicinas que poderadministrar, los médicos situaban a lossoldados más gravemente enfermos enlos bordes de la multitud para que fueranlos primeros en morir a causa del frío. Rodeando por los cuatro costados eledificio, había un montón de cadáveres

de casi dos metros de altura. Cuando lossoldados acudían a la guarnición parapedir comida, se la ganaban colocandolos cadáveres en bien ordenadosmontones, como si se tratase detraviesas de ferrocarril. Tras haberapilado su cupo de cuerpos, loscocineros les vertían sopa en los platosde campaña que les alargaban y luego sealejaban de aquel cementerio en formade leña apilada. Las baterías de morteros rusosdispararon a quemarropa contra laguarnición central y la incendiaron.Mientras los médicos gritaban a losheridos que se levantaran y huyeran, lasllamas, acrecentadas por el ventarrón,avanzaron a través de los cavernosos

vestíbulos. En el patio, los espectadoresvieron que el edificio ardía enllamaradas que lo iluminaban todo através de las aberturas de los pisossuperiores. Cuando los ardientescuerpos caían con violencia de aquelinfierno, chisporroteaban en la nievedurante unos minutos. Las paredes del hospital adquirieronun color rojo cereza y se hicieron casitransparentes. Por último, sebambolearon hacia fuera y seccionesenteras se derrumbaron en las calles. Através de las aberturas, los horrorizadostestigos vieron a pacientes que searrancaban los vendajes que ardían,como si se tratara de una frenética danzade derviches.

Después de que se derrumbaron lostechos y disminuyó el violento crepitarde las llamas, los rescatadores selanzaron a salvar a cuantos pudieron.Encontraron todas las escalerasatascadas por montones de cadáveres. • • • Al consumirse sus últimas horas, lossoldados alemanes heridos que yacíanen innumerables sótanos pidieronpistolas, las apoyaron en las sienes ydispararon. Los piojos que vivían desdehacía semanas en ellos abandonaronrápidamente los cuerpos que seenfriaban y se desplazaron como mantasgrises a otras camas. En el fondo de un barranco al oeste de

la colina Mámaiev, el general Seydlitz-Kurzbach debatía con sus compañeros laidea del suicidio. De nuevo el mudablegeneral había cambiado de actitud haciaPaulus y Hitler. No hacía mucho tiempohabía dicho a sus compañeros queestaban tramando una traición; ahorapasaba horas maldiciendo a los nazis yla locura de Hitler y abogabaabiertamente por una revuelta de masasen el III Reich. Sus compañeros tendían a estar deacuerdo con él. El general Pfeiffer, deblancos cabellos, aguijoneaba aSeydlitz-Kurzbach, gritando que nodebía obedecer a un canalla cabobohemio. El general Otto Korfesvacilaba entre pedir un

Gotterdammerun y maldecir a loslíderes del régimen nazi. El coronelCrome se había retirado para unacuidadosa lectura de la Biblia. Elgeneral Heitz hacía caso omiso de lassediciosas charlas de su alrededor;totalmente leal a Paulus, montó armas enla entrada del bunker y dijo: —Dispararé contra el primer hombreque deserte. Mientras Seydlitz-Kurzbach discutíasobre poner fin a su vida, su ordenanza,un hombre ya mayor, se volaba con unagranada de mano. • • • En Univermag, Arthur Schmidt habíainterceptado a un coronel llamado

Steidle que deseaba suplicar a Paulusque capitulase. Enfurecido con aquelhombre, Schmidt le amenazó con elpelotón de ejecución. En público, mostraba un tenaz deseode resistir hasta la última bala, pero, ensecreto, había tenido conversacionescon dos oficiales, una con el coronelBeaulieu, que había pasado algunosaños en Rusia durante los años veinte, ycon el capitán Boris von Neidhardt, unbáltico y antiguo oficial zarista. Amboshombres hablaban ruso con fluidez yeran conocedores de la vida en la UniónSoviética. Schmidt estuvo muchas horascon cada uno de esos hombres,haciéndoles preguntas sobre susexperiencias.

El coronel Wilhelm Adam, ayudantede Paulus, interceptó a Beaulieu tras unade aquellas conversaciones y lepreguntó qué ocurría tras la cerradapuerta de Schmidt. Beaulieu fue franco: —Schmidt me ha pedido que le hableacerca del Ejército Rojo. Estáparticularmente interesado en saber loque puede esperarse de sus soldados yoficiales. No sabía que su jefe de EstadoMayor fuese tan amable. El suspicaz Adam contrastó esto conNeidhardt y pudo comprobar queSchmidt había interrogado a éste acercade los mismos temas. Durante la tarde del 29 de enero,Adam recibió más pruebas de queSchmidt no tenía intenciones de

combatir hasta el último aliento. Elordenanza de Schmidt hizo entrar deimproviso a Adam en la habitación de sujefe de Estado Mayor, y señalándole unamaleta colocada en un rincón,cuchicheó: —A todos sus subordinados les dice:«Debe usted resistir, no habrácapitulación». Pero él mismo ya estádispuesto para el cautiverio. Poseído por el odio, Adam regresó asu camastro y meditó tristemente acercade todo ello. • • • Desde la ventana de su sótano en laplaza Roja, el sargento Albert Pflügerveía su ametralladora situada en una

fuente en la encrucijada. Durante días,había sido un punto crítico de luchas yPflüger mató a muchos rusos quetrataban de alcanzarla. También habíauna hilera de muertos alemanes a sualrededor, derribados mientras searrastraban por el hielo con lascantimploras vacías. Con la guerra reducida ahora a lucharpor un sorbo de agua, Pflüger estabadispuesto para la rendición. Peroprimero deseaba oír un discurso que ibaa pronunciar Adolfo Hitler el 30 deenero, al celebrarse el décimoaniversario del III Reich. A medianoche,estaba de pie al lado de la radio juntocon otros y esperaba que la voz deHitler inundara el sótano. No fue así. El

locutor dijo que hablaría en su lugarHermann Goering, y el mariscal delReich fue tan altisonante como siempre: Qué trabajos de Hércules ha llevadoa cabo nuestro Führer... con estacarne, esta carne humana... para forjaruna nación tan dura como el acero. Elenemigo es duro, pero el soldadoalemán ha crecido más en dureza... Noshemos apoderado del carbón y delhierro rusos y sin ellos no puedenseguir fabricando armamento a granescala... Elevándose por encima deesas gigantescas batallas cualpoderoso monumento se hallaStalingrado... Un día se le recordarácomo la mayor batalla de nuestra

historia, una batalla de héroes...Nuestra es la potente épica de unaincomparable batalla, la batalla de losnibelungos... También ellos resistieronhasta el fin... En el sótano de Pflüger, los hombresgemían y alguno maldijo al «gordinflón»de Berlín. Goering continuó: «...Soldados, hanpasado miles de años, y hace miles deaños en un desfiladero de Grecia huboun hombre valiente y osado contrescientos soldados, Leónidas y sustrescientos espartanos... Luego cayó elúltimo hombre... y ahora sólo queda lainscripción: "Caminante, ve a decir aEsparta que hemos muerto aquí a causa

de sus leyes." Algún día los hombresleerán: "Si vas a Alemania, di a losalemanes que nos has visto caer enStalingrado, como las leyes nosordenaban".» Para Pflüger y miles de alemanes queoían las radios de onda corta, quedómuy claro de repente que Hitler ya losconsideraba muertos. Una vez se acabó el discurso deGoering, se tocó el himno nacionalalemán, y Pflüger unió sus manos con lasde sus camaradas para cantar:«Deutschland, Deutschland, überalles». Sollozó sin vergüenza al son deaquellas hermosas palabras. Cuando elhimno fue seguido de «Horst Wessel»,la canción del partido nazi, alguien, en

la habitación, golpeó la radio con laculata de su arma y la hizo pedazos. Hasta el final, no obstante, Paulusestuvo públicamente en adoración a lospies del Führer: 30 de enero: En el décimo aniversario de vuestraelevación al poder; el VI Ejércitovitorea a su «Führer». La bandera dela esvástica aún ondea sobreStalingrado. Nuestra batalla será unejemplo para las generaciones actualesy para las futuras de que nunca se debecapitular, ni siquiera en una situacióndesesperada, pues así Alemaniaresultará victoriosa. ¡Viva el Führer! PAULUS, Generaloberts

En el terraplén del ferrocarril cerca dela escuela de ingeniería, el general CarlRodenburg apuntaba con su fusil y luegodisparaba con cuidado un tiro. Despuésse volvía a su ayudante para que lebuscase otro blanco. El general demonóculo se había puesto «al alcance detiro», como él decía, para realizar suúltimo ataque al enemigo. Disparódurante cosa de una hora mientras elayudante, recientemente promovido acapitán, le elegía los blancos. Cuando elgeneral se volvió una vez más parahablar al joven oficial, una bala rusa seincrustó en su cabeza y lo matóinstantáneamente. El afligido Rodenburgabandonó el cuerpo en la nieve y volvió

a su bunker para aguardar el fin. Leresultaba un consuelo que, por lo menos,la familia del capitán, en Alemania,tendría mejor pensión a causa de sunuevo grado. • • • En el interior de la prisión de laNKVD, varios centenares de oficialesalemanes y soldados esperaban el careocon los soldados rusos. Algunos bebíancopiosamente y, en el piso de arriba, unoficial saboreaba tortitas cocinadas paraél por una amable mujer rusa, que habíaaparecido mágicamente anticipándose ala victoria. Otros soldados se estaban vistiendocon ropas arrebatadas a los cadáveres:

ropa interior extra, dos camisas,calcetines dobles, suéters, todo lo quepudieron encontrar para precaverse delgélido tiempo que sabían que lesaguardaría en su marcha hacia elinternamiento. Resonaron tiros en una de las celdas yvarios soldados se apresuraron hacia lapuerta abierta para hallar a un sargentode pie sobre tres oficiales tumbadosmuertos. Detrás del sargento, un tenienterubio estaba sentado a una mesa ymiraba fijamente la foto de una chica,colocada entre la luz de dos velas. Elteniente parecía por completo ajeno a laescena que le rodeaba. Oyendo el alboroto que se habíaarmado ante la puerta, el sargento se

volvió con violencia hacia losespectadores y chilló: —¡Idos, malditos, o seréis lossiguientes! Mientras se retiraban hacia la entrada,resonó en las paredes el estrépito de dosbalas más. Cuando miraron de nuevo, elteniente rubio había caído de brucessobre el suelo. Su cabeza era una masaensangrentada. El sargento también estaba allí, trashaberse pegado un balazo en la boca.Había llevado a cabo el pacto desuicidio exactamente como se leordenara. • • • En el ángulo sudoriental de la plaza

Roja, el coronel Gunter Ludwigconservaba el sótano de un edificio deoficinas al lado del teatro Gorki. Supuesto era también la última líneadefensiva que guarnecían los alemanesfrente al Univermag. Por la tarde del día30 llegó un policía militar y le dijo alcoronel que el general Schmidt deseabaverlo. Ludwig tuvo miedo, pues duranteel día había estado hablando conoficiales rusos con miras a la rendición.Conociendo la amenaza de Schmidt deapelar al pelotón de ejecución paraquienes abandonasen la batalla, con lossentimientos propios de un condenado amuerte, se dirigió hasta los grandesalmacenes. Schmidt lo recibió de forma severa y

le preguntó por su posición de la parteinferior de la plaza. Después de queLudwig le dijera que sus hombres aúnestaban desplegados allí, Schmidt leofreció un asiento y le dijo: —Óigame, me he enterado de que haestado usted negociando hoy con losrusos. Ludwig lo admitió y justificó susacciones describiendo las penosascondiciones de sus tropas. Mientrashablaba, Ludwig contemplabaatentamente a Schmidt, intentandocalibrar sus reacciones. El generalestuvo un rato dando grandes zancadaspor la habitación y luego se volvió: —¿Quiere decir que ha ido usted a losrusos para negociar la capitulación y a

nadie se le ha ocurrido venir a vernos anosotros, al Cuartel general? Al aturdido coronel le costócomprenderlo: ¡el ordenancista Schmidttambién deseaba rendirse! Luego serecuperó lo suficiente para decir: —Si esto es lo que desea, señor, creopoder prometerle que un parlamentariose presentará aquí, frente al sótano,mañana por la mañana a eso de lasnueve horas. Schmidt se tornó amable de repente: —Muy bien, Ludwig, ocúpese deesto... Ahora, buenas noches. Minutos después, el comandante de la71.ª División, el general Roske, fue aver a Paulus y le dijo: —La división ya no es capaz de

resistir más. Los carros rusos se estánaproximando a los grandes almacenes.Ha llegado el fin. Paulus sonrió a su ayudante: —Gracias por todo, Roske. Transmitami gratitud también a sus oficiales ysoldados. Schmidt ya ha pedido aLudwig que inicie las negociaciones conel Ejército Rojo. Paulus regresó a su camastro, donde elcoronel Adam se sentó frente a él. Unapequeña vela daba luz en medio deambos; durante un momento ningunohabló. Al fin, Adam dijo: —Debe dormir ahora, señor. De otromodo no será capaz de tenerse en piepara la prueba de mañana.Necesitaremos lo que nos resta de

entereza. Poco después de medianoche, Paulusse tumbó a dormir y Adam se dirigió aver a Roske para inquirir qué novedadeshabía. Roske le dio un cigarrillo y lecontestó: —Un carro rojo está apostado cercade una calle lateral con los cañonesapuntándonos. He informadoinmediatamente a Schmidt al respecto.Me ha dicho que hay que avisar al carropara que no dispare... El intérprete iráhasta el comandante del carro con unabandera blanca y abrirá lasnegociaciones. Adam regresó a su propio camastrodesde donde miró a través de lahabitación al dormido comandante. Sus

relaciones con Paulus eran casi deadoración y Adam no podía ver losdefectos del carácter de Paulus: suincomprensión de la destructiva alianzaexistente entre las ambiciones de Hitlery los apolíticos generales de laWehrmacht, o la renuencia de Paulus acargar con el peso de un mandoindependiente. «Qué hombre tangeneroso», pensaba Adam mientrasponderaba los acontecimientos quehabían agobiado una brillante carreramilitar. En su honorabilidad, Paulus sehabía subordinado completamente a lasdemandas de Hitler y, al hacerlo, perdióel control de su destino. • • •

Mientras el comandante en jefe del VIEjército descansaba, el Führer llevaba acabo una última estratagema para salvaralgo del desastre. Ordenó un corrimientode escalafones en los oficiales veteranosdel VI Ejército y, sobre todo, el ascensode Paulus a mariscal de campo.Sabiendo que ningún mariscal de campoalemán se había rendido nunca, Hitlerconfiaba en que Paulus captara laindirecta y se suicidara. Paulus no lo hizo. Antes de amanecer,su intérprete, Boris von Neidhardt, sedirigió a través de la plaza a oscurashacia el carro ruso, donde un joventeniente soviético, Fiodor Yelchenko,permanecía de pie en la torreta. Cuando

Neidhardt le hizo señas, Yelchenko saltóy Neidhart dijo: —Nuestro jefe supremo desea hablarcon su jefe supremo. Yelchenko sacudió la cabeza yrespondió: —Nuestro jefe supremo tiene otrascosas que hacer. No está disponible.Tendrán que tratar conmigo. Temeroso de repente a causa delcercano bombardeo y ante la presenciadel enemigo, Yelchenko pidió refuerzosy aparecieron catorce soldados rusoscon las armas a punto. Neidhardt se mostró disgustado. —No, no, nuestro jefe me ha dicho quesólo me acompañen uno o dos deustedes.

—¡Cojones! —respondió Yelchenko—. No voy a ir solo... El teniente, de nariz respingona ysonrisa juvenil, no tenía intenciones deir él solo al campo enemigo. Trasacordar que los representantes rusosserían tres, el grupo se dirigió al sótanode Univermag donde se habían reunidocientos de alemanes. Yelchenko tardómucho tiempo en averiguar quién estabaal mando. Aunque le habló Roske yluego Arthur Schmidt, no vio a Paulus. Después de que Roske le explicaseque él y Schmidt habían sido autorizadospor el mando para negociar unarendición, Schmidt pidió como favorespecial que los rusos tratasen a Pauluscomo una persona particular y lo

escoltasen en automóvil para protegerlode los vengativos soldados del EjércitoRojo. Riendo alegremente, Yelchenko semostró de acuerdo. —Muy bien —dijo. Entonces lo condujeron por el pasillohasta un cubículo con cortinas.Yelchenko entró y se halló anteFriedrich von Paulus, sin afeitar, peroinmaculado en su uniforme de gala. Yelchenko no gastó tiempo enformalidades. —Bien, esto se ha acabado —fue susaludo. El desamparado mariscal de campo lomiró a los ojos y asintió con la cabezatristemente. Poco tiempo después, tras conversar

con más oficiales soviéticos, Paulus ySchmidt salieron de las fétidasprofundidades de Univermag y seintrodujeron en un coche del EstadoMayor ruso. El mismo los condujo haciael sur, a través del barranco Tsaritsa ypasó ante el elevador de granos y lasruinas de Dar Gova, hasta el suburbio deBeketovka, donde, en una casa de campode madera, fueron llevados a presenciadel general Mijaíl Shumilov,comandante del 64.° Ejército soviético.Rodeado de operadores de cine,Shumilov saludó correctamente a sushuéspedes y les pidió su identificación.Cuando Paulus se la entregó, el rusofingió que sabía leer alemán y gruñó quela aceptaba.

Los rusos ofrecieron a los alemanescomida procedente de un gigantescoaparador, pero Paulus la rechazó,insistiendo en que primero debía recibirgarantías de que sus hombres tendríanunas raciones apropiadas y cuidadosmédicos. Una vez Shumilov le volvió adar seguridades acerca de este punto,Paulus y Schmidt al fin picotearon delfestín desplegado ante ellos.

El mariscal de campo Friedrich vonPaulus (izquierda), tras su rendición enlos grandes almacenes Univermag, enStalingrado. Su ayudante, WilhelmAdam, a la derecha. • • • Los antagonistas principales de labatalla de Stalingrado no se encontraronnunca. Privado por celosos jefes de laoportunidad de capturar él mismo aPaulus, Vasili Chuikov tuvo quecontentarse con los peces chicos.7Vestido con una chaqueta de piel,Chuikov estaba sentado detrás de unagran mesa de despacho en su búnker delVolga y miraba ferozmente al primer

alemán que atravesó la puerta. —¿Es usted Seydlitz? —preguntó. El oficial era el teniente PhilipHumbert, el ayudante de Seydlitz. Paraencubrir su error, el aturrulladointérprete ruso presentó a Humbert comoteniente coronel y luego condujo al restode los alemanes a presencia de Chuikov. Chuikov, de repente, se mostróhablador. —Debe usted alegrarse, general —ledijo—, por encontrarse entre nosotros.Stalin hará su desfile en Berlín elprimero de mayo. Entonces firmaremosla paz y podremos trabajar juntos. Luego, sus preguntas fueron másrápidas. —¿Por qué tiene tan mala cara? ¿Por

qué no lo sacaron a usted? El general Krilov intervino para decirque él había escapado de Sebastopolcuando la ciudad estuvo ya perdida. Al llegar a aquel punto, el generalKorfes se convirtió en un locuazportavoz del cuerpo de oficiales alemán: —El hecho más trágico de la historiamundial ha sido que los dos hombresmás grandes de nuestros tiempos, Hitlery Stalin... hayan sido incapaces deencontrar un terreno común paracombatir al enemigo mutuo, el mundocapitalista. Incluso Chuikov se mostró asustadoante aquella declaración. Seydlitz cogióa Korfes del brazo y chilló: —¿Por qué no deja de hablar?

Korfes no se detuvo. —Después de todo, creo tener derechoa decir esto porque es la verdad. Seydlitz-Kurzbach y el general Pfeiffercayeron en un displicente silencio,echado a perder por las ocasionaleslágrimas de alguno de aquellos doshombres. Chuikov intentó que susprisioneros se sintieran más a gustosirviéndoles comida y té, lo cualaceptaron agradecidos. Tras unaconversación más cortés, los alemanesfueron escoltados a la orilla del Volga yun Ford desvencijado los tomó y losllevó a través del hielo al cautiverio.Detrás de ellos, las tropas alemanas seenfrentaron con una variada recepciónpor parte de los rusos.

• • • En la cima de la colina Mámaiev, elteniente Piotr Deriabin conducía unacompañía de soldados hacia lastrincheras alemanas. Con fines desaqueo, los soldados soviéticosdispararon al azar a los hombres quealzaban las manos en ademán derendición y luego despojaron loscadáveres de los relojes y otras cosasde valor. • • • Al borde de la plaza Roja, el sargentoAlbert Pflüger envolvió unos panes yembutidos mientras los rusos andaban de

puntillas por las escaleras del sótano.En un rincón de la estancia, tres hiwisvestidos con uniformes alemanes seacurrucaron nerviosos. Cuando los rusosempezaron a apoderarse de anillos yrelojes, los aterrados hiwis seprecipitaron del sótano hacia la calle.Los rusos les persiguieron durante unamanzana y los mataron a uros. • • • En la cárcel de la NKVD, la rendiciónfue ordenada. Desde la catacumba deceldas, los alemanes desembocaron enel patio, cercado con pilas decadáveres. En medio de esa zona dereunión, un cocinero alemán,incongruentemente provisto de un

inmaculado mandil blanco, permanecíade pie ante un fogón. Mientras losguardianes rusos circulaban entre losprisioneros y compartían con ellos suscigarrillos, el cocinero continuósirviendo generosamente tazas de cafétanto a sus hombres como a sus nuevosamos. • • • Más al norte, el cabo Heinz Neist oyócómo los rusos bajaban ruidosamente asu sótano. Uno de ellos se enfrentó conél y señaló su anillo de casado quellevaba en la mano. Cuando Neist,empleando un lenguaje de signos, leexplicó que le era difícil quitárselo, el

ruso sacó un cuchillo e hizo ademán dequerer rebanarle el dedo. En aquel momento, el cabo oyó unavoz que gritaba: —Todos buenosjóvenes alemanes. El maldito es Hitler.Neist hizo señas al que hablaba para quele ayudase con el irascible saqueador.Pero el oficial movió la cabeza y dijo: —Dele el anillo, dele todo lo quetenga; salve su vida. Peleando frenéticamente con el aro decasado, Neist consiguió al fin aflojarlo ytendió el tesoro al feliz ruso, que luegole dejó en paz. • • • Aquel mismo día, 31 de enero, cientosde soldados alemanes heridos fueron

asesinados donde yacían. En su sótano al norte de la plaza Roja,Hubert Wirkner, gravemente enfermo,oyó un ruido y se volvió para ver a unsoldado ruso que vertía gasolina através de la ventana. Reuniendo todassus fuerzas, saltó de la cama y sobre susmuertos brazos y piernas se arrastróhacia la escalera. Detrás de él, el ruso encendió unacerilla y la tiró al combustible. Elsótano estalló en una violenta nube rojay convirtió a cincuenta hombres enantorchas humanas. Mientras algunos delos cuerpos llameantes se colgabanfrenéticamente de las rejas de laventana, los rusos les aplastaron lasmanos con las culatas de los fusiles.

Al pie de la escalera, Wirkner severtió por encima un cubo de agua y sedirigió a tientas hacia el aire fresco. Lerodearon nubes de humo y los aullidosde los pacientes abrasados le siguieronmientras caía por la puerta a la nieve. Agatas, se encogió como un perromientras un oficial soviético llegabahasta él, amartillaba su pistola y metía elcañón en una oreja de Wirkner. Mientrasesperaba la muerte, se oyó otra voz: —El camarada Stalin no quiere estascosas. El verdugo de Wirkner se enfundó lapistola y se fue airado. Salvado por elmomento, Wirkner se arrastró al otrolado de la calle a fin de encontrar otrorefugio.

• • • El 1 de febrero, en la Guarida delLobo, en Prusia oriental, Adolfo Hitlerno había tomado con calma la noticia dela rendición. Sentado ante un amplio mapa de Rusiaen la sala principal de conferencias,hablaba con Zeitzler, Keitel y otrosacerca de la hecatombe. —Se han rendido de una maneraformal y absoluta. Sin embargo,hubieran debido cerrar filas, formar unerizo y haberse matado ellos mismoscon la última bala... Zeitzler se mostró de acuerdo. —No puedo entenderlo. Aún soy de laopinión de que no debe ser verdad; tal

vez él [Paulus] yace allí malherido. —No, es verdad —dijo Hitler—. Hansido llevados a Moscú, directamente ala GPU y han dado órdenes a la partenorte de la bolsa para que también serinda. Ese Schmidt lo firmará todo. Unhombre que no tiene el valor, en unaocasión así, de emprender el camino quetodo hombre tomará alguna vez, no tienefuerzas para oponerse a una cosa así...Le torturará el alma. En Alemania sepone mucho énfasis en adiestrar elintelecto, pero no lo suficiente enrobustecer el carácter... La conversación se volvió monótona. Zeitzler dijo: —No se puede comprender a estaclase de hombres.

Hitler estaba disgustado: —No diga eso. He visto una carta...Iba dirigida a Below [Nikolaus vonBelow, amigo íntimo de Winrich Behr].Puedo enseñársela. Un oficial deStalingrado escribió: «He llegado a lassiguientes conclusiones acerca de esagente: Paulus, interrogante; Seydlitz,debería ser fusilado; Schmidt, deberíaser fusilado.» —También he oído malos informesacerca de Seydlitz —adujo Zeitzler. —Tal vez hubiera sido mejor dejarallí a Hube y llevarse a los otros —añadió Hitler—. Pero dado que el valorde los hombres no es desdeñable, ypuesto que necesitamos hombres para elresto de la guerra, soy definitivamente

de la opinión de que es mejor habersacado a Hube. En Alemania, en tiempode paz, de dieciocho a veinte milpersonas se suicidan cada año, y sinembargo, nadie se encuentra ante unasituación así. Y aquí hay un hombre[Paulus] que ve a cincuenta o sesentamil soldados suyos morir defendiéndosebravamente hasta el final. ¿Cómo hapodido él rendirse a los bolcheviques?...Esto es algo que uno no puede entenderdel todo. »Pero ya antes tenía mis dudas —siguió Hitler—. Fue en el momento enque recibí el informe en el que mepreguntaba qué debía hacer [acerca delultimátum ruso para la rendición].¿Cómo me pudo preguntar una cosa

así...? —No hay ninguna excusa —declaróZeitzler—. Cuando sus nerviosamenazaron con venirse abajo, debióhaberse matado. Hitler asintió con la cabeza. —Cuando los nervios se derrumban,sólo cabe admitir que uno no puedeenfrentarse con la situación y dispararseun tiro... Hitler contempló a Zeitzler, el cualreplicó: —Aún creo que realmente lo hahecho y que los rusos sólo pretenden quelos han capturado a todos. —No —dijo el Führer convehemencia—. En esta guerra no senombrarán más mariscales de campo...No haré más las cuentas de la lechera.

Zeitzler se encogió de hombros. —Estábamos tan completamenteseguros de cómo iba a ser el final, quele concedimos una satisfacción deúltima hora... —Teníamos que presumir queacabaría heroicamente. Zeitzler se mostró de acuerdo. —¿Cómo podíamos haber imaginadouna cosa así? Hitler parecía deprimido. —Esto me duele mucho, debido a queel heroísmo de tantos soldados haquedado eclipsado por un solo cobardesin carácter... • • • En la parte norte de Stalingrado, el

comandante del 11 ° Cuerpo, el generalStrecker, resistió durante otras cuarentay ocho horas en un inútil gesto dedesafío. La mañana del 2 de febrero, toda laartillería rusa se concentró en aquellaárea y, durante dos horas, los obusesllovieron sobre los despreciablessupervivientes del VI Ejército. Luego elcañoneo cesó y miles de soldados rusosse precipitaron en los sótanos mientraslas ametralladoras alemanas disparabansus últimos cargadores de municiones.Rabiosos ante aquella fanáticaresistencia, los rusos empujaron a losprisioneros fuera de sus zanjas y losgolpearon salvajemente. Con palos ycon los puños aporrearon a aquellos

intransigentes, maldiciendo a los«cerdos nazis» que continuaban aquellamortandad después de que Paulus habíaabandonado el campo y detenido lamatanza. De repente, aparecieron banderasblancas en las ventanas a ambos ladosde las calles, frente a las fábricas. Laresistencia se hundió. Mientras Hans Oettl se detenía aorinar fuera de su edificio, un sargentoruso le puso un arma en la espalda y lepidió en mal alemán que hiciera salir atodos los del sótano para que serindiesen. Oettl se negó y miró lasonrisa que enseñaba dientes de oro desu capturador, quien hizo un ademán conel arma como si fuese a matarle. Oettl

siguió negándose y el sargento gritó«Raus!» hacia el hueco de la escalera, ylos compañeros de Oettl salieron a labrillante luz del sol con las manosencima de la cabeza. Al otro lado de la calle principaldonde estaba situado el sótano de Oettl,los rusos se dispersaron por las salasprincipales de la fábrica de tractores,donde cientos de heridos yacían en losanaqueles de las paredes. Otrosalemanes colgaban grotescamente decinturones suspendidos de puntales. Noqueriendo soportar el cautiverio sehabían quitado la vida durante las horasque precedieron al alba. Poco antes deque cayera el puesto de mando del 11.°Cuerpo, el general Strecker mandó un

último mensaje a la patria: «El 11.°Cuerpo y sus divisiones han combatidohasta el último hombre contra unasfuerzas inmensamente superiores. ¡VivaAlemania!» • • • A las 12.35 horas de la tarde, el grupode Ejércitos del Don, en Taganrog,registró las últimas palabras del VIEjército en Stalingrado, cuando unequipo de meteorólogos dio su informediario: «Base de nubes a 5.000 m,visibilidad 12 km, cielo claro,ocasionales nimbos dispersos,temperatura −31 °C, sobre Stalingradoniebla y calina rojiza. La estaciónmeteorológica acaba la transmisión.

Saludos a la patria.» • • • Para reaccionar ante el anuncio hechopor los soviéticos de su gran triunfo, elgobierno nazi comunicó reluctante alpueblo alemán la pérdida de todo el VIEjército. Como algo sin precedentes,durante tres días se suspendieron todaslas emisiones de radio. Se escuchómúsica fúnebre en todos los hogares delIII Reich. Se cerraron restaurantes,teatros, cines y lugares deesparcimiento. El trauma de la derrotadominó a la población. En Berlín, Goebbels empezó aredactar un discurso percatándose de

que Alemania debía prepararse para la«guerra total».

CAPÍTULO XXX

Dos días después de que acabara laresistencia organizada, el 4 de febrero,A. S. Chuanov del comité del Soviet dela ciudad, telefoneó al otro lado delVolga a un capataz de la fábrica detractores. —Ya es hora de volver —dijo. Los trabajadores que habían esperadodurante meses a que llegase aquelmensaje, empaquetaron su equipo y sedirigieron a casa. Cruzaron a través delhielo, ante los directores de tráfico, queencaminaban largas columnas dealemanes fuera de la ciudad, y losjubilosos rusos se rieron con disimulo

ante el miserable estado de susenemigos, muchos de los cuales searropaban con chales y ropas de mujerpara protegerse del frío. En los cinco meses de luchas ybombardeos, el noventa y nueve porciento de la ciudad había quedadoreducido a escombros. Resultarondestruidas más de 41.000 casas, 30fábricas y 113 hospitales y escuelas. Unrápido censo reveló que de más de500.000 habitantes antes del verano,sólo quedaban 1.515 civiles. La mayoríade ellos habían muerto en los primerosdías o abandonaron la ciudad paraestablecerse en hogares provisionales enSiberia y en Asia. Nadie sabía cuántoshabían muerto, pero los cálculos eran

aterradores. En Dar Gova, los Fillipov se quedarona llorar la pérdida irreparable de Sacha,su hijo zapatero remendón. Y detrás delmolino de granos que hacía las veces deCuartel de mando del generalRodimtzev, en la orilla del Volga, laseñora Karmanova y su hijo Yenncelebraron su libertad tras meses deesconderse en trincheras y en agujerosen la nieve. En la plaza Roja, dos muchachitas,separadas desde septiembre, saltaronsobre cadáveres para encontrarse en unalegre abrazo. Sus inocentes risas, quellegaban muy lejos en el sereno aire,produjeron sonrisas en los soldadosrusos, que acarreaban cadáveres

alemanes a una rugiente hoguera. • • • El 62.° Ejército ruso empezó aabandonar la ciudad para un bienmerecido descanso en la orilla orientaldel Volga. Al cabo de unas semanas, losrejuvenecidos soldados seguirían aVasili Chuikov a otros campos debatalla. Pero tras ellos, en hospitales detoda Rusia, habían dejado a miles decamaradas desde los sombríos días deStalingrado, que lucharían en otra clasede guerra: la batalla contra larecuperación física y mental. • • •

En un lecho de hospital, en Tashkent,la menuda francotiradora rubia, TaniaChernova, se recuperaba lentamente deuna herida en el vientre, que estuvo apunto de costarle la vida. Habíasoportado bien la noticia de que laoperación que había sufrido le impediríatener hijos. Obedeció las órdenes de losmédicos al pie de la letra y empezó acontemplar la posibilidad de una rápidaliberación de su confinamiento. Perocuando recibió una carta de un amigodel 62.° Ejército, su mundo sederrumbó. El amigo le escribía que su novio,Vasili Zaitzev, héroe de la UniónSoviética, había muerto debido a unaexplosión durante las semanas finales de

la lucha en torno de la fábrica OctubreRojo. Aquella noticia le produjo a Taniauna aguda depresión. Con el paso de losdías, su fuerza física aumentógrandemente, pero los médicos sepercataron de que muy pocas vecesmostraba interés por nada de cuanto lerodeaba. Por el contrario, pasaba horasenteras mirando al espacio como sitratase de recuperar un momento ya ido. • • • En otro hospital, el teniente HerschGurewicz pisaba fuerte con una piernaartificial y trataba de lograr un nuevoempleo en el Ejército Rojo. Le dijeronque podía conseguir la baja por motivosmédicos, pero Gurewicz escribió

directamente a Stalin solicitando quereconsiderasen su caso. La carta logróhacer revocar la orden y Gurewiczconsiguió enrolarse como censor delcorreo en un contingente polaco que sedirigía al Oeste, hacia Ucrania.Contento, el teniente empaquetó unapierna de madera extra y volvió a laguerra. • • • A varios cientos de kilómetros haciael norte, los guardianes de una estaciónde ferrocarril en la ciudad deNovosibirsk, en los Urales, pasaronamablemente los brazos alrededor de lavendada figura del capitán de comandos

Ignati Changar, mientras permanecía depie cantando en el andén de la estación.Trasladado desde un hospital de Moscú,Changar se había emborrachado tantodurante el viaje en tren que no tenía niidea de dónde estaba. Ingresado en un hospital militar,Changar empezó a flirtear con lasenfermeras, en particular con unamuchacha que había venido de Kiev.Como él la requería continuamente, lajoven le preguntó por qué un hombre tanviejo se interesaba por ella. Lamuchacha no sabía que Ignati sólo teníaveintiún años, aunque hubieseencanecido por completo. • • •

¿Y qué pasó con el VI Ejército?Engullido por la estepa desapareció enla vastedad de Rusia y nadie del AltoMando alemán contempló su partida. Enlos últimos días de la batalla, Pauluspermitió a varios pelotones de hombresque abrieran brecha hacia el oeste, perofueron capturados o matados por lasvigilantes unidades del Ejército Rojo. Otros alemanes también se habían idopor su cuenta. El oficial de IntendenciaKarl Binder se llevó a un grupo hastaKarpovka, a unos cincuenta kilómetrosal oeste de Stalingrado, antes de que elenemigo les rodease y les obligase arendirse. El teniente Emil Metzger se escondió

en un bunker con la vana esperanza deque los rusos abandonarían la zona y lepermitirían escabullirse por la nochehacia el Don. Pero los rusos dispararona través de los conductos de laventilación e hirieron a Emil en el talónderecho. Finalmente, le hicieron salirarrojando granadas y tuvo que dirigirsea un campo de prisioneros con la sangrerezumándole alrededor de la bota. Dos alemanes consiguieron llegar alas líneas amigas. A últimos de febrero,el cabo Neiwih entró tambaleándose enun puesto de mando del grupo deEjércitos del Don, unos doscientosveinticinco kilómetros al oeste delKessel. Único superviviente de un grupode escapados que habían sucumbido de

congelación, Neiwih sabía poca cosaacerca de la suerte del resto de suEjército. Al cabo de unas horas,mientras trataba de recuperar fuerzas delviaje, un obús soviético de mortero cayócerca de él y lo redujo a trozos. El día 1 de marzo, el soldado MichaelHorvath llegó a las posiciones alemanascerca de Vorónezh, muy al oeste deStalingrado. Capturado el 31 de enero,había sido trasladado a otro frente comointérprete de los oficiales del Serviciosecreto ruso. Por lo tanto, Horvath pudoañadir poca información a lo ya sabidoacerca de lo que le había sucedido al VIEjército desde el día de su capitulación.El Alto Mando y el pueblo alemán eranincapaces de averiguar cómo les había

ido a Paulus y a sus soldados en manosde los soviéticos. • • • En aquel momento, el mariscal decampo y sus generales vivían en uncuartel relativamente confortable cercade Moscú. Pero los hombres que Pauluscreía que tenían garantizado el alimentoy cuidados médicos, en realidad estabanmuriendo en gran número en las heladasestepas. Unos cincuenta kilómetros al noroestede Stalingrado, en Kotlubán, un grupo deenfermeras rusas oyó aproximarse a losprisioneros alemanes antes de quepudiesen verlos. Atónitas, oyeron lostristes gemidos de unas columnas de

soldados que penosamente searrastraban en su dirección por elhorizonte a través de los montones denieve. Mugiendo como ganado, losalemanes constituían una procesión deharapos y deshilachadas orejeras, piesenvueltos en mantas y carasennegrecidas por la barba y la escarcha.Casi todos lloraban y las enfermerassintieron una instintiva oleada desimpatía hacia ellos. Entonces losguardianes rusos levantaron los fusiles ydispararon indiscriminadamente sobrelas columnas. Mientras las víctimascaían y morían, el resto de los alemanesavanzaba dificultosamente, a unkilómetro por hora, y las enfermeraslevantaron furiosas los puños hacia sus

propios soldados. • • • Karl Binder, el oficial de Intendencia,iba en otra de aquellas procesiones. Enmarcha hacia Vertaichi, en el Don, seencogía de miedo a cada disparo y acada golpe sordo de una culata de fusilque se aplastaba sobre una cabeza. Allado de la pista yacían centenares decadáveres: alemanes recién muertos,mujeres y niños rusos fallecidos desdehacía semanas y soldados alemanesmutilados en batallas ocurridas hacíameses.

Refugiados rusos volviendo a sushogares de Stalingrado, en marzo de1943. En las aldeas, a lo largo de la marcha,los civiles irrumpían en las filas pararobar a los prisioneros encendedores,estilográficas y morrales de campaña.Con las manos azuladas por el frío,

Binder seguía adelante y trataba deevadirse pensando que su familia estabaa salvo en su hogar de Alemania. • • • Emil Metzger había ya andado más deciento cincuenta kilómetros hasta un trenque lo llevó a las estribaciones de losUrales, en Siberia. Además de la balaque aún tenía alojada en el talón,Metzger había contraído el tifus y, paracuando consiguió un camastro en unosprimitivos barracones, se encontrabacerca de la muerte. Entregando las fotosde Kaethe a un capellán, le dijo: —Déselas a mi mujer si es que ustedvuelve. Luego se tendió a esperar la muerte.

Por la mañana, Emil despertó en unsilencio irreal. Durante la noche, en elbarracón habían muerto casi todos.Avergonzado de repente por su falta devoluntad en seguir peleando, el tenientehizo votos de sobrevivir. Desde aquelmomento, no hizo caso de su fiebre ycomió cuanto los rusos le ofrecieron,aunque comer «era como si uno setragase su propia bilis». • • • El VI Ejército alemán se dispersó pormás de veinte campos, que seencontraban desde el círculo ártico a losdesiertos del sur. Un tren llevó a miles de alemanes

desde el Volga a Uzbekistán, en Asiacentral. Dentro de cada vagón,atiborrado con cien o más prisioneros,se produjo un macabro combate mortalcuando los alemanes se mataron unos aotros por los trozos de comida que lesarrojaban cada dos días. Los máscercanos a la puerta eran apartados porlos famélicos soldados de detrás; sólolos más fuertes sobrevivieron a aquelviaje de varias semanas de duración.Cuando el tren llegó a las montañas dePamir, había muerto casi la mitad de lospasajeros. • • • Otros alemanes se quedaron enStalingrado para ayudar a reconstruir la

ciudad que habían devastado. El tifusaclaró sus filas y, en marzo, los rusosexcavaron una zanja en Beketovka yecharon dentro en una fosa común a casicuarenta mil cadáveres alemanes. El cabo Franz Deifel, que en eneropensó en suicidarse, sobrevivió a laepidemia y ahora recogía cascotes enStalingrado. En marzo, Deifel oyó unsilbido procedente de la fábrica detractores mientras los rusos ponían enfuncionamiento el primer tren quecirculaba por la intrincada redferroviaria que rodeaba la fábrica.Avanzado aquel mes, Deifel vio tambiénsu primera mariposa de primavera.Como una llamarada amarilla y roja,revoloteaba nerviosamente de ruina en

ruina en la radiante luz solar de un díasin nubes. • • • Pero para otros más de quinientos milalemanes, italianos, húngaros y rumanos,el invierno ruso fue una dura y suciapelea. En el simple espacio de tresmeses —febrero, marzo y abril de 1943— murieron más de cuatrocientos mil. En la mayoría de los casos, los rusosles dejaron perecer de inanición. Cadatres días los camiones del Ejército Rojodescargaban a su alcance coles, hogazasde pan helado e incluso basura, comoalimento para los prisioneros. EnTambov, Krinovaia, Yelabuga, Oranki,Susdal, Vladímir y otros campos, los

internados se arrojaban sobre la comiday peleaban matándose unos a otros. En su intento de sobrevivir, otrosprisioneros se hicieron personalmentecargo del asunto, especialmente encampos donde había decaído laautodisciplina militar. En Susdal, FelipeBracci fue el primero en percatarse deello cuando vio cadáveres sin brazos opiernas. Y el doctor Cristóforo Caponeencontró cabezas humanas a las quehabían extraído los sesos, o torsos a losque faltaban el hígado o los riñones.Había empezado el canibalismo. Al principio, los caníbales fueronfurtivos, moviéndose sigilosamente entrelos muertos para cortar un miembro ycomérselo de prisa. Pero sus gustos

pronto maduraron y buscaban entre losrecién muertos, los que acababan devolverse fríos y, por tanto, eran mástiernos. Al fin, vagaban en grupos,desafiando a quien trataba de detenerlos.Incluso ayudaban a morir a losmoribundos. De caza noche y día, su codicia por lacarne humana los convirtió en animalesenloquecidos y, a fines de febrero,alcanzaron niveles de barbarie. EnKrinovaia, un soldado alpino italianocorrió a través del recinto para buscar asu cura, don Guido Turla. —Venga enseguida, padre —le rogó—. ¡Se quieren comer a mi primo! El asustado Turla siguió al turbadohombre al otro lado del recinto, pasando

ante cadáveres descuartizados, sinestómagos ni cabezas, con brazos ypiernas mondados de su carne. Llegarona la puerta del barracón y vieron a unoslocos aporreándola con los puños.Dentro estaba su presa, heridomortalmente de un tiro por un guardiánruso. Los caníbales habían seguido lapista de la sangre caliente hasta lapuerta y ahora intentaban echarla abajopara apoderarse del hombre aterrado. A Turla aquello le dio náuseas y gritóa los caníbales, diciéndoles que setrataba de un crimen nefando, un baldónpara sus conciencias y que Dios no lesperdonaría. Los devoradores de carne sealejaron cabizbajos de la puerta. Elpadre Turla entró donde estaba el

soldado moribundo para oír su últimaconfesión. Cuando el muchacho le pidióque lo salvase de los caníbales, Turla sesentó junto a él en sus últimosmomentos. Los caníbales dejaron sucadáver en paz. Tenían millares a sudisposición. • • • En otro barracón de Krinovaia, doshermanos italianos se habían juradoprotegerse de los caníbales en caso deno morir a la vez. Cuando uno de loshermanos sucumbió de enfermedad, loscaníbales se congregaron en torno alfresco cadáver. El otro hermano se pusoa horcajadas en el camastro del hombremuerto y expulsó a aquellos chacales

que estaban al acecho en torno a lacama. Durante la larga noche montóguardia mientras los caníbales le urgíana que les dejase hacerse cargo de lavíctima. En cuanto se aproximó el amanecer,incrementaron sus asaltos verbalesdiciéndole al hermano que era inútil queresistiese más. Incluso le ofrecieron quese cuidarían de enterrar el cuerpo. Encuanto mostró señales de debilitamiento,se aproximaron al lecho y se apoderaroncon suavidad del cadáver que él habíajurado proteger. Exhausto por la vigilia,el hermano sobreviviente se dejó caer alsuelo y empezó a aullar histéricamente.Aquella experiencia lo había vueltoloco.

• • • Los rusos disparaban contra loscaníbales a quienes sorprendían, perotenían que hacer frente a la caza detantos devoradores de hombres, quehubieron de reclutar «equiposanticaníbales», extraídos de las filas delos oficiales cautivos. Los rusosequiparon a esos pelotones con palancasy les pidieron que matasen a todos loscaníbales que encontraran. Los equiposrondaban por la noche, avizorando eldelator parpadeo de las llamas de laspequeñas hogueras donde losdepredadores estaban preparando suscomidas. El doctor Vincenzo Pugliese fue

frecuentemente de patrulla y, una noche,al doblar una esquina, sorprendió a uncaníbal que estaba asando algo sujeto alextremo de un palo. Al principio parecíacomo si fuese una salchicha, perocuando Pugliese prestó atención sepercató de que el objeto tenía plieguescomo un acordeón y con un principio denáuseas se percató de que estabacocinando una tráquea humana. Los prisioneros que se negaron acomer carne humana emplearon otrostrucos para sobrevivir. En Krinovaia, ungrupo de emprendedores italianosrecuperó excrementos de las ampliaszanjas de las letrinas y con las manosdesnudas picoteaban trigo y mijo sindigerir, que luego lavaban y se comían.

Los prisioneros alemanes prontoperfeccionaron aquel proceso.Colocando una serie de tazas dehojalata, extraían con ellas las heces yconsiguieron recuperar tanto grano quehasta hubo mercado negro. • • • En Susdal, el doctor CristóforoCapone empleó su fértil imaginaciónpara salvarse a sí mismo y a suscamaradas. Aún era un encantadorperillán que conservaba el humor en tantrágicos momentos e ideó unos planesverdaderamente muy elaborados.Cuando un camión cargado de colesaparcó fuera de la acera, Caponeorganizó un grupo que robó la carga y la

escondió debajo de las camas, en lasletrinas y en los colchones. Mientras susamigos comían vorazmente, Caponeesparció un reguero de hojas de coldesde el vacío camión hasta unoscercanos barracones rumanos. Al fin fuedescubierto el hurto y los rusossiguieron la pista y provistos de paloscayeron sobre los rumanos. Mientrastanto, los amigos de Capone se comierontodas las pruebas del delito. El ingenioso doctor descubrióasimismo otro macabro medio paraseguir conservando la vida. Divididosen pelotones de quince hombres, losprisioneros de guerra italianos vivían engélidas estancias y tenían que andarconstantemente para no helarse. Cada

mañana entraba un guardián ruso,contaba a los hombres presentes y lesdejaba las raciones para aquel númeroexacto. En cuanto los hombresempezaron a morir de consunción,Capone decidió que aquellos cadáverespodrían servir a un mejor propósito queser arrojados en la pila de cuerpos delpatio. A partir de entonces, Capone dejólos cuerpos erguidos y apoyados en sussillas. Cuando el guardián ruso hacia surecuento diario, él y sus compañeros seenzarzaban en animadas conversaciones.Los guardianes siempre dejaron lasquince raciones; pronto Capone y suscompañeros fueron teniendo mejoraspecto. Debido a que las bajas temperaturas

preservaban a los cadáveres de ladescomposición, el doctor los conservódurante semanas. Cuando su propiocuarto empezó «a reventar deproteínas», se sintió impulsado a ayudara los prisioneros vecinos y creó unaespecie de «préstamos y arriendos».Cada día, transportaba los petrificadoscuerpos de un lugar a otro, a las distintasestancias, proporcionando así a suscompañeros las raciones suplementariasque necesitaban. • • • En mayo de 1943, los rusos empezarona tratar mejor a los prisioneros. Comoexplicó un cautivo, «deseaban que,después de la guerra, volviesen a casa

algunos soldados». Acudieron médicosy enfermeras para hacerse cargo de lossupervivientes; los agitadores políticosrecorrieron los campos, buscandocandidatos para un adiestramientoantifascista. Tras varios meses deadoctrinamiento, un alemán exclamó: —Nunca supe que hubiese tantoscomunistas en la Wehrmacht... En la mayoría de los casos, quienes sevolvían contra Hitler y Mussolini teníanen la mente un fin específico. Lacooperación significaba unaalimentación extra. • • • Miles de familias alemanas aún

esperaban una palabra de sus seresamados de Stalingrado. En Frankfurt delMain, Kaethe Metzger vio cómo losaviones americanos arrasaban la ciudaden 1944. Cuando los Ejércitos aliadoscruzaron el Rin en 1945, se dirigió a lossuburbios y, después que Frankfurt hubocaído, volvió varias veces a su antiguobarrio para ver si alguien tenía noticiasde Emil. Kaethe nunca dudó de quevolvería a verle, aunque cada vez quepreguntaba a sus amigas si sus maridoshabían tenido algún contacto con él,ellas movían la cabeza y se alejaban. Después de la guerra, Frankfurtempezó a resurgir lentamente a la vidamientras los escombros eran retirados yla ciudad se convertía en el Cuartel

general del Ejército aliado deocupación. Cuando se empezaron aconstruir tiendas y casas de pisos en lazona céntrica, Kaethe halló un pequeñoapartamento para Emil y para ella.Siguió aguardando durante los años dela guerra fría el puente aéreo de Berlínen 1948 y la llegada de los primeros yescasos prisioneros que volvían desdedetrás del telón de acero. Kaethe senegó a perder las esperanzas. El 7 dejunio de 1949, llegó un telegramaamarillo procedente de Frankfurt delOder, dentro de la zona rusa de laAlemania oriental. Decía simplemente:«Ich komme. Emil.» Kaethe lloró todo el día. Luegoempezó a preocuparse sobre lo que tenía

que ponerse para ir a esperar a Emil a laestación. Como una colegiala, sepreparó para el regreso de su marido.

Emil y Kaethe reunidos en Alemaniadespués de la guerra.

• • • Mirando nerviosamente a través de laventanilla del tren, Emil Metzger viajó através de su abatida nación. Pasandoante exuberantes tierras de labranza,recordó la terrible devastación quehabía visto en Rusia y los seis años quehabía pasado en un campo deprisioneros de Siberia. ¿Hasta cuándo,se preguntaba, quedaría Alemaniadividida, en bancarrota, como un pariaen la familia de las naciones? ¿Habríasitio en aquel nuevo mundo para unhombre que había servido a una causatan desacreditada? El tren disminuyó la marcha y entró en

los enormes andenes de Frankfurt. Conel corazón martilleándole el pecho, Emilse levantó y desentumeció. Su piederecho latió dolorosamente a causa dela bala aún incrustada en el talón, peroEmil no prestó atención mientrasdescendía al andén y era empujado porla frenética carrera de sus compañerosde viaje. De pronto, se encontró enmedio de un alborotador e histéricogrupo de civiles. Alguien gritó sunombre y asintió, ausente, con la cabeza,cuando un antiguo amigo le entregó unramo de flores. Entonces la vio a ella, de pie ysilenciosa, apartada de la muchedumbre.Empujando a la gente que le rodeaba, nodejó de mirar a Kaethe, que tenía un

aspecto radiante con un traje estampadode brillantes colores. Llegó hasta ella,sus manos se unieron y luego se fueronjuntos, sollozando y agarradosdesesperadamente uno al otro. Peromientras cubría de besos a su esposa,Emil se sintió de pronto inquieto. Lamujer que ahora estaba a su lado eracasi una extraña. Aunque no pasó ni unahora en el campo de prisioneros sinpensar en ella —en sus risas y en lomucho que deseaba estar a su lado— lesobrecogió la idea de que, en sus nueveaños de matrimonio, aquél era sólo elquinto día que pasaban juntos comomarido y mujer.

EPÍLOGO: ENTRELOSSUPERVIVIENTES

Coronel Wilhelm Adam . El ayudantede Paulus, se rindió con él en losgrandes almacenes Univermag. En elcampo de prisioneros, se unió al BundDeutsche Offiziere, de inspiracióncomunista, un grupo «antifascista» queradiaba llamamientos a los ciudadanosdel III Reich contra el régimen de Hitler.Después de la guerra, Adam volvió a suhogar en la Prusia oriental y se convirtióen un funcionario del Gobierno

comunista de la República DemocráticaAlemana. Coronel Nikolái Batiuk. El artríticocomandante de la 284.ª Divisiónsoviética en la colina Mámaiev fueascendido a general y murió después enotra batalla en el oeste de Rusia. Capitán Winrich Behr. «Teddi» Behr,entró como ejecutivo en una compañíatelefónica de Alemania occidental,manteniendo estrechas relaciones conNikolaus von Below y Arthur Schmidt,sus confidentes desde los días delKessel. Coronel Günter von Below. Encautiverio hasta 1955, con un «núcleo

duro» de oficiales del VI Ejército,Below se retiró a Bad Godesburg,Alemania occidental. Se mantuvoconstante en su afecto y respeto haciaFriedrich von Paulus. Oficial de Intendencia Karl Binder.Sobrevivió a la marcha de la muerte y,en 1948, regresó a su casa, enSwábisch-Gmund, al sudeste deStuttgart. En su modesto apartamento, elsiempre eficiente pensionistaconfeccionó una lista no oficial deaquellos alemanes que regresaron de lasprisiones soviéticas. De los ciento sietemil soldados del VI Ejército llevados acampos de prisioneros, en 1943,encontró menos de cinco mil

supervivientes. Teniente Felice Braca . Empleado enel Banco Nazionale del Lavoro, enRoma, el temerario Bracci llevó a cabootra de las ambiciones de su vida. En1969, vio las pirámides a las que habíarenunciado en 1942, a fin de explorarlas estepas de Rusia. Soldado Ekkehart Brunnert. Tras unalarga recuperación de las heridassufridas en Stalingrado, Brunnert volvióa las líneas del frente, en 1945, en tornode Berlín. Herido por segunda vez,escapó a la captura por el Ejército Rojoy volvió a su casa en Boblingen. Teniente Cristóforo Capone . Cuando

el «perillán» llegó a su casa, en 1946,como un demacrado extraño, su hijaGiuliana se echó atrás, chillando:«Mamá, ¿quién es este hombre?Echalo». Además de una brillantecarrera como especialista del corazón,Capone gozó de una legendariareputación por su valor, según loscantaradas que sufrieron con élprivaciones en la prisión. Más de cienmil soldados italianos fueron alcautiverio con el doctor, pero sólo docemil vieron de nuevo la soleada Italia. Capitán Ignati Changar. Trasrecuperarse de sus extensas heridas enla cabeza, en el hospital de Novosibirsk,el jefe de comandos se casó con la

enfermera que tanto se había conmovidoante su cabello prematuramente blanco.Changar fue a residir en Tel Aviv,Israel, donde, solemnemente, con elautor, alzó vasos de vodka en memoriade sus camaradas caídos en Stalingrado. Sargento Tania Chernova . Más de uncuarto de siglo después de su vendettacontra el enemigo, la encanecidafrancotiradora continuaba refiriéndose alos alemanes que mató como «bastones»que rompía. Durante muchos añosdespués de la guerra creyó que VasiliZaitzev, su novio, había muerto de susgraves heridas. En 1969 se enteró deque se había recuperado y que se casócon otra. La noticia la aturdió, pues aún

lo amaba. General Vasili Chuikov . El gran jefedel 62.° Ejército, rebautizado como 8.°de la Guardia, lo condujo al gloriosotriunfo de Berlín, en mayo de 1945.Recompensado con las mayorescondecoraciones y honores, se convirtiódespués en comandante de todas lasfuerzas rusas terrestres en el período deposguerra. En 1969, el mariscal voló aWashington para representar a la UniónSoviética en los funerales de Dwight D.Eisenhower. Chuikov pasó después a sudacha en el campo, cerca de Moscú. Teniente Piotr Deriabin . Alistado enla policía secreta rusa, Deriabin desertóen 1954 y reveló parte de la red de

espionaje europeo de la KGB a losfuncionarios de la CIA. Teniente Antón Dragan . Después dela guerra escribió una carta a Chuikovexplicándole que había sido jefe del 1.°batallón, 42.° regimiento, de la 13.ªDivisión de la Guardia. Fue la primeraprueba que tuvo Chuikov de que habíasobrevivido alguien del heroico grupoque combatió contra los alemanes en laestación principal de ferrocarril alborde del Volga. En 1958, Chuikov pasóparte de sus vacaciones con este antiguocamarada. En el hogar de Dragan, en laaldea de Likovitsa, reconstruyeron loshorribles detalles del combate con elque ganaron unos días preciosos para el

62.° Ejército, en septiembre de 1942. Mijail Goldstein. El violinista huyó aOccidente durante una gira por lospaíses de la Europa oriental, en ladécada de 1960. Cuando el autor levisitó, aún llevaba a caboocasionalmente algunos conciertos ydaba clase a estudiantes deconservatorio. Capitán Hersch Gurewicz. Mientrastrabajaba como censor del correo, eloficial de una sola pierna interceptó unacarta escrita por su padre y le siguió lapista hasta Berlín. Cuando Gurewicz seencontró ante él, su padre estalló enlágrimas, pues creía que Hersch habíamuerto durante la guerra. Algunos años

después, contó a su hijo que la familiaGurewicz era judía, hecho que habíaocultado para protegerlo del virulentoantisemitismo reinante en la UniónSoviética. Gurewicz emigró a Israel,donde sufrió otra herida de guerra: unfrancotirador árabe le hirió en un brazo. La enfermera a la que amaba enStalingrado no murió. Milagrosamenterecuperada de la pérdida de ambaspiernas, se casó y tuvo varios hijos. General Franz Halder. Obligado alretiro por Hitler, Halder se unió alabortado atentado contra la vida delFührer. Condenado a muerte, fuesalvado por los Aliados en las últimassemanas de la guerra. Algunos años

después, ayudó a los historiadoresamericanos a escribir la historia de laWehrmacht en la Segunda GuerraMundial. General Ferdinand Fieim. Obligado aafrontar un juicio por deserción delservicio, el comandante del 48.° CuerpoPanzer pasó meses en la prisión deMoabit esperando el castigo. Sólocuando el mariscal Keitel intercedió porél ante Hitler, Heim fue liberado. Pasó avivir en la ciudad de Ulm, Alemaniaoccidental. General Hermann Fioth. En suscomentarios de posguerra, «Papá» Hothafirmó que Paulus podía haber salidodel Kessel, en diciembre de 1942, y

alcanzado la columna de socorro que seaproximaba. Achacoso por la edad, eljefe de los panzers, a los ochenta ycinco años, se confinó en su hogar, enGoslar, Alemania occidental. Dr. Ottmar Kohler . Haciendo elequipaje para abandonar la cárcel deRusia, en 1949, el doctor escuchóatónito cómo un funcionario soviético dela NKVD lo sentenciaba a otros veinteaños de cárcel por actividades deespionaje. Repatriado finalmente, en1955, con el último contingente deprisioneros de Stalingrado, Kohler fuerecibido como un héroe a su regreso aAlemania occidental. El Gobierno deBonn lo condecoró por su extraordinario

trabajo en favor de sus compañeroscautivos y fue conocido por el nombrede «El ángel de Stalingrado». Continuóejerciendo de cirujano en la ciudad deIdar-Oberstein, Alemania occidental. Teniente Wilhelm Kreiser . Herido enel sótano de patatas que ocupaba cercade la fábrica de armas Barricada,Kreiser se salvó de la muerte cuando untransporte Heinkel aterrizó cerca de élen una extensión nevada y lo llevó a lasalvación. La casa del teniente está enUlm, Alemania occidental. Comisario político Nikita jruschov.Después de la muerte de Stalin, en 1953,Jruschov alcanzó el poder supremo delEstado comunista. Derribado en 1964,

reveló después en sus Memorias lo queningún funcionario soviético habíaadmitido: que en Stalingrado numerososprisioneros alemanes habían sidoasesinados a tiros por los guardianesrusos. General Nikolái Krilov. El jefe deEstado Mayor de Chuikov durante lossombríos días de Stalingrado, ascendióluego en el Ejército Rojo. En la décadade 1960, el mariscal mandaba todas lasfuerzas estratégicas soviéticas demisiles. Murió en 1972. Coronel Iván Liudnikov. El defensorde la pequeña faja de tierra detrás de lafábrica de armas Barricada fue

nombrado héroe de la Unión Soviéticapor su tenaz resistencia. En 1968, elretirado general volvió al lugar de suvictoria y fue un huésped agasajado dela ciudad de Stalingrado. General Rodión Malinovski. CuandoJruschov se convirtió en primerministro, nombró al corpulentoMalinovski ministro de Defensa. Enmayo de 1960, en una conferencia dePrensa en París, los dos hombresdenunciaron acaloradamente alpresidente Eisenhower por elmalhadado vuelo de Francis GaryPowers con su U-2; la prevista reuniónen la cumbre nunca se celebró.Malinovski murió en 1967.

Mariscal de campo Erich vonManstein. Frustrado en su intento desalvar al VI Ejército, Manstein llevó acabo un milagro al conservar abierta laciudad portuaria de Rostov hastamediados de febrero de 1943,permitiendo a la mayor parte del grupode Ejércitos alemán en el Cáucasoescapar al cerco. Destituido por Hitler,en 1944, por diferencias de opiniónsobre la estrategia general, Manstein seenfrentó con acusaciones de crímenes deguerra por haber permitido a losEinsatzgruppen exterminar judíos en elterritorio a su mando. Exonerado,escribió unas discutidas Memorias enlas que culpó a Paulus por no haber

abierto brecha en el Kessel, endiciembre de 1942. No obstante,Manstein omitió el hecho de que nuncadio la palabra cifrada «Trueno» que,según Paulus, era requisitoindispensable para llevar a cabo laoperación. Teniente Emil Metzger . Con la balade Stalingrado aún incrustada en su talónderecho más de veinte años después,Emil y su esposa, Kaethe, residían enFrankfurt, con una pensión del Gobierno.Un visitante asiduo de su apartamentofue el hijo del oficial que ocupó el lugarde Emil en la rotación de permisos parapoder casarse. Este oficial murió en unaprisión de Siberia y nunca vio a su hijo,

un eminente abogado. Capitán Gerhard Meunch. Despuésde servir como oficial de Estado Mayorgeneral en el Alto Mando de las fuerzasarmadas alemanas, Meunch empleómuchos años de la posguerra en laenseñanza y en los negocios.Reingresado en el recién creadoEjército de la Alemania occidental, elhundeswehr, en 1956, se le confirió lagraduación de general. Teniente Hans Oettl . Habiéndoselepermitido regresar a su hogar en 1949,Oettl se casó y volvió a ocupar supuesto en la administración municipal deMúnich.

Mariscal de campo Friedrich vonPaulus. Excepto en una breve visita aNuremberg para testificar contra losjefes nazis, Paulus pasó el resto de suvida tras el telón de acero. Vivió enRusia hasta 1952, luego se trasladó aDresde, en Alemania oriental. Nuncavolvió a ver a Coca, su mujer. Dado quehabía permitido que empleasen sunombre un grupo de oficiales«antifascistas» en las cárcelessoviéticas, la Gestapo encarceló a suesposa. Rescatada de un centro dedetención en los Alpes por los soldadosamericanos, Coca murió en Baden-Baden en 1949. Los últimos años de Paulus fueron muy

amargos. Injuriado por algunos críticosdebido a su servilismo respecto deHitler, dolido por historias y memoriasen que le acusaban de timidez, escribiónumerosas refutaciones de aquelloscargos. Su hijo Ernst lo visitó variasveces; su otro hijo, Alexander, resultómuerto en Anzio en 1944. Paulus creíaque el comunismo era la mejoresperanza para la Europa de posguerra yErnst observó tristemente que su padre«se había pasado al otro lado». El mariscal de campo murió en 1957,tras una penosa enfermedad. En 1970, suhijo Ernst se suicidó. Tenía cincuenta ydos años, la edad de su padre cuandorindió su VI Ejército en Stalingrado.

Sargento Jacob Páulov. Héroe de laUnión Soviética por su defensa durantecincuenta y ocho días de la casa depisos de la calle Soléshnaia, Pávlovluchó hasta Berlín. Desde aquel día fueconocido por incontables admiradorescomo «El propietario de una casa»,debido a su increíble hazaña. Sargento Alexéi Petrov . En laprimavera de 1943, Petrov se enteró dehorribles noticias respecto de su familia.Una cuñada le escribió que toda sufamilia, según informes, había sidoasesinada por los soldados nazis deocupación. La información era exacta:Petrov nunca encontró el menor rastrode sus familiares.

Sargento Albert Pflüger. Con su brazoherido aún infestado de piojos, Pflügerse dirigió a la prisión, dondeposteriormente contrajo el tifus.Liberado en 1949, fundó su hogar en unsuburbio de Stuttgart, Alemaniaoccidental. General Carl Rodenburg. Como unode los «incorregibles», a los cuales elGobierno ruso retuvo en la cárcel hasta1955, el hombre del monóculo,Rodenburg, pasó a residir en Lubeck,Alemania occidental. General Alexandr Rodimtzev. Por suvaliente dirección de la ilustre 113.ªDivisión de la Guardia, el joven general

fue nombrado héroe de la UniónSoviética por segunda vez. Retirado delservicio activo en 1966, fue a vivir aKiev. General Konstantín Rokossovski.Stalingrado fue sólo una de las muchasvictorias de aquel general nacido enPolonia, en su largo camino hastaBerlín. Ascendido después a mariscal,murió de cáncer en 1968. Rudolph Rossler. El 16 de enero de1943, el director del espionaje soviéticoen el centro de Moscú radiófelicitaciones a la red «Lucía», en Suiza,por su ayuda en la derrota de losalemanes en torno a Stalingrado.Descubierto finalmente como espía por

la policía suiza, Rossler estuvo un brevetiempo en la cárcel y murió en 1958 sinhaber revelado sus fuentes dentro delAlto Mando alemán. General Arthur Schmidt. El hombredel que Hitler dijo que «firmaríacualquier cosa», demostró en elcautiverio ser uno de los más testarudosprisioneros retenidos por los rusos.Sentenciado a largos confinamientos ensolitario y maltratado físicamente, elacosado Schmidt siempre rehusócooperar con las autoridades soviéticasque deseaban emplear su nombre contrael Gobierno nazi. En octubre de 1955,volvió a Hamburgo. Durante años, elgeneral ha sido una figura muy discutida.

Sus mayores detractores le acusaron deque tenía dominado a Paulus y que hizodurar la batalla más allá de los limiteshumanos. Schmidt negó con vehemenciaque influyera en Paulus y alegó queraramente, sino nunca, discutió susdecisiones. Sin embargo, en un punto nohay duda: durante las últimas semanasen el interior del Kessel, ladeterminación de Schmidt de continuarla lucha fue mucho más allá de laapática determinación de Paulus deaceptar el desastre. Coronel Herbert Selle. Escapado delKessel en enero, Selle se hizo famosopor su oposición al partido nazi. Susasociaciones con hombres que luego

intentaron matar a Hitler estuvieron apunto de costarle la vida. Al igual queSchmidt, pasó a vivir en Hamburgo,Alemania occidental. General Walther Seydlitz-Kurzbach .Uno de los principales promotores de laBund Deutsche Offiziere, que radiabaemisiones contra Hitler, Seydlitzcosechó amargos frutos. El gobiernonazi obligó a su esposa a divorciarse deél. Su nombre se convirtió en un anatemapara los patriotas alemanes y, cuandorehusó un cargo en el gobiernocomunista de la Alemania oriental, losrusos lo sentenciaron a veinticinco añosde trabajos forzados. Repatriado en1955 a Alemania occidental, tuvo que

hacer frente a un glacial silencio porparte de sus antiguos amigos y la masadel pueblo alemán. A los ochenta añosrestauró un poco su imagen. En la ola derevulsión contra la tiranía de Hitler, lasviolentas denuncias de los dirigentesnazis le ganaron algún favor por parte dela generación más joven. Comandante Nikolái Tomskuschin . Eloficial que abandonó los pensamientossuicidas porque creía que debía vivirpara ver a su hijo Vladimir, nuncavolvió a su hogar en Rusia. Enviado aAlemania como obrero esclavo,sobrevivió a la brutal prisión. Perodespués de la guerra, al igual quemuchos rusos, Tomskuschin temió las

represalias por parte de los suspicacesjefes del Kremlin y se negó a subir a untren que le hubiera llevado a la UniónSoviética. Sus temores eran justificados.Miles de ex prisioneros volvieron acasa para enfrentarse con el pelotón deejecución o condenas de cárcel pordiversos crímenes, reales o imaginarios:colaboracionismo, deserción en elcampo de batalla o simplementecontaminación de ideas occidentales. Sargento Hubert Wirkner . Quemado,con congelaciones y aquejado de fiebretifoidea, Wirkner se acurrucó duranteunas dos semanas en un sótano deStalingrado hasta que unos amablessoldados rusos lo condujeron alcautiverio. Declarado incapacitado para

el trabajo, fue liberado del campo deprisioneros en 1945. Pasó a residir enKarlsruhe, Alemania occidental, se casóy tuvo dos hijos. General Andréi Yeremenko . Publicóuna trilogía acerca de la guerra ruso-alemana en la cual condenó los erroresde estrategia de Stalin durante el primeraño de la guerra. Sin que le concedieranpleno crédito por sus iniciales tácticasdefensivas contra las arremetidas de lospanzers del general Hoth, al sur deStalingrado, en agosto de 1942, nuncadisfrutó del elogio de toda la nación porsu participación en la batalla.Yeremenko murió en 1971. Teniente Vasili Zaitzev . El

superfrancotirador se acreditó matandoa 242 alemanes en Stalingrado, antesque la explosión de una mina terrestre lecegara temporalmente. Aclamado comohéroe de la Unión Soviética, se casó yse estableció en Kiev como director deuna escuela de ingeniería. Mariscal Gueorgui Zhúkov. Elartífice de la contraofensiva enStalingrado no acabó de tener unapropiado reconocimiento de aquelhecho hasta después de la caída delpoder de Jruschov, en 1964. Obligado alretiro tras un desacuerdo con el primerministro, Zhúkov fue rehabilitado porBrezhnev y Kosiguin y se le permitiópublicar su versión de la batalla de

Stalingrado y de otras batallas. Zhúkovvivió en una casa de campo en lascercanías de Moscú. Murió en 1974. Comandante Coeslestin vonZitzewitz. El discutido «observador»dentro del Kessel se dedicó, después dela guerra, a los negocios, en Hannover,Alemania occidental. Siempre negó quefuera un espía de Hitler, colocado allídebido a la carencia de fe por parte deHitler en el mando del VI Ejército.Zitzewitz murió en 1962.

AGRADECIMIENTOS

Durante cuatro años muchas personascontribuyeron a este libro con su tiempoy sus conocimientos. Mostraron una granhospitalidad y amabilidad respecto deun extranjero. Mis sincerosagradecimientos los hago extensivos alos siguientes: Alexandr Akimov, Giuseppe Aleandri,Wilhelm Alter, Max Aust, HelmutBangert, Herbert Barber, Dora Barskaia,Raía Barskaia, Shura Barskaia, HeinrichBardes, Eugen Baumann, Winrich Behr,Günter von Below, Luba Bessanova,Karl Binder, Felice Bracci, HansBraunlein, Friedrich Breining, Franz

Brendgen, Franz Bróder, Mijail Bruk,Ekkehart Brunnert, Cristóforo Capone,Horst Caspari, Ignati Changar, LeoCheckver, Tania Chernova, señoraDavid Dallin, Franz Deifel, GrigoriDenísov, Piotr Deriabin, FritzDieckmann, Gerhard Dietzel, KarlEnglehardt, Berthed Englert, Paul Epple,Clemens Erny, Isabella Feige, KarlFloeck, Georg Frey, Karl Gest, WernerGerlach, Wilhelm Giebeler, HeinzGiessel, Jacob Grubner, HerschGurewicz, señora Kurt Hahnke, W.Averell Harriman, Gerhard Hässler,Adolf Heusinger, Otto von der Heyde,R. M. A. Hirst, señora Hermann Hoth,Gueorgui Isachenko, Donat Ismaiev,Lucyjarvis, Vasili Jirjea, Hansjülich,

Dionys Kayser, Leah Kalei, AntónKappler, Hermann Kästle, Liora Keren,Fritz Kliem, Heinrich Klotz, HerbertKreiner, Wilhelm Kresier, OttmarKohler, Vadim Komolov, AugustKronmüller, Joseph Lapide, HeinzLieber, Josef Linden, Eberhard vonLoebbecke, Alexandr Makarov, VenieroMarsan, Xaver Marx, Emil Metzger,Josef Metzler, Gerhard Meunch, HeinzNeíst, Hans Oettl, Karl Ostarhild,Vittorio Paolozzi, Ernst Paulus, WolfPelikan, Alexéi Petrov, Albert Pflüger,Boris Pishchik, Wilhelm Plass, RudiPothmann, Mesten Pover, VincenzoPugliese, Ugo Rampelli, EnricoReginato, Herbert Rentsch, CarlRodenburg, Manfred Rohde, Stelio

Sansone, Ciril Sazikin, Arthur Schmidt,Albert Schón, Heinz Schröter, HatisSchueler, Kurt Siol, Gottlieb Slotta,Abraham Spitkovski, Oskar Stange,Eugene Steinhilber, Girolamo Stovali,Friedrich Syndicus, Rudolf Taufer,Nikolái Tomskuschin, Andrea Valletta,Siegfried Wendt, Hubert, Wirkner, ErnstWohlfahrt, Piotr Zabavskij. Hubo otros cuya generosa asistenciafacilitó grandemente mi viaje a través detres continentes y a lo largo de 80.000km: Konrad Ahlers, William E.Andersen, Ronay Arlt, James Atwater,Charles E. Bohlen, Patricia Carey,Edward Craig, Anatoli Dobrinin,Virginia Gough, Donald Irwin, Siegfried

Kaiser, Eugene King, Joseph Kolarek,David Laor, Renata Libner, profesorEdward A. McCormick, NevilleNordness, Charles E. Northrop, DorisOrgel, A. A. Pishchotkin, P. Ramroth,profesor John Roche, EugenieSchneider, Joseph Skobel, G. Sosin,Malcolm Tarlov, profesor PeterViereck, Lucien Weisbrod, Hans Willee. Los archivos y archiveros han sido deinmenso valor para mi investigación: En Estados Unidos: Office Chief ofMilitary History, Washington, D.C.:Charles MacDonald, Hannah Zeidlik,Earl Ziemke; The Federal RecordsCenter, Alexandria, Virginia: WidburNigh y Lois Alridge; Archivos

Nacionales, Washington, D.C.: JosephBauer, Thomas Hohmann y John Taylor;The Library of Congress; The New YorkPublic Library, Oficina principal;Columbia University, Butler Library eInternational Affairs Library;Universidad de Yale, Sterling MemorialLibrary; Universidad de Harvard,Widener Library; Westport, ConnecticutPublic Library. En Europa: Friburgo: Centro deInvestigaciones de Historia Militar:señores Arenz, Hermann y Stahl;Munich: Comisión para la Historia delos prisioneros de guerra alemanes: Dr.Erich Maschke; Instituto para el estudiode la URSS: León Barat, Peter Krushin;Instituto de Historia Mundial;

Nuremberg: Club de antiguoscombatientes en Stalingrado. En Israel: ]erusalén: Centro deDocumentación Yad Vashem. En Rusia: Volgogrado : Museo deDefensa de Volgogrado, coronel GrigoriDenísov. Y, finalmente, doy especialmente lasgracias a los más íntimamenterelacionados con mi proyecto: A las oficinas del Reader's Digest enStuttgart: Fran Morike, Brigitte Berg,Annalise Gekeler y, en particular, aldesaparecido Amo Alexy; en Roma yMilán: doctores Fiocca y Polla; enWashington: Julie Morgan; en NuevaYork: Jo Ann Schuman. A Conrad Sponholz y a los directivos

de la MacDowell Colony, en Peterboro,New Hampshire, por darme laoportunidad de poder concentrar misideas. A Richard Barón, que durante muchotiempo me ayudó a llevar la carga de mitrabajo. A mi agente, Don Congdon, que tanpacientemente me oyó y aconsejó. A Mrs. Dora Israel, brillanteinvestigadora, que localizó y tradujodiligentemente la mayor parte delmaterial ruso. A Kenneth Wilson, un hombre amablecuya fe y apoyo tanto significaron paramí. Al director de publicaciones, NancyKelly, cuya profunda sensibilidad ante

la historia y hacia el autor influyódecisivamente en la redacción final. Y, muy particularmente, a Bruce Lee,redactor jefe de Reader's Digest Press,cuyo constante aliento y agudo criterioeditorial contribuyó en gran medida adar forma al manuscrito. Desde elprimer momento, él, más que ningúnotro, comprendió las complejidades ymagnitud del esfuerzo. Le estoyprofundamente agradecido.

BIBLIOGRAFÍASELECCIONADA

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DOCUMENTOS

Archivos de Friburgo y ArchivosNacionales, Washington, D. C: Ia. Mapas de situación. Diario deguerra, 12. Rusia. Mapas de situaciónpara el sector sur del frente ruso. Mayo-julio de 1942. Ia, Ic/Ao, Volumen de apéndices,Diario de guerra, 12. Rusia. Informes ymensajes en teletipo relativos a lasituación táctica y a las operaciones delas unidades del VI Ejército en las zonasde Izium y Volchansk y las operaciones«Wilhelm» y «Blau» ; informes delServicio secreto sobre las operacionesdel enemigo, identificación de tropas,

movimientos y pérdidas, y mapas (1:300.000), mostrando el agrupamientotáctico de las unidades del enemigo enlas zonas de Stari Oskov y Biélgorod.20-24 de junio de 1942. Ia, Ic, Volumen de apéndices, Diariode guerra, 12. Rusia. Informes, órdenesy mensajes en teletipo relativos a lasituación táctica y operaciones de lasunidades del VI Ejército en las zonas deVorónezh, Voronovka, Krásnoie yPávlovsk; informes del Servicio secretosobre operaciones del enemigo,identificación de tropas y movimientos,botín capturado y prisioneros de guerra.7-11 de julio de 1942. Ia, Ic/Ao, Volumen de apéndices,Diario de guerra, 13. Rusia. Informes,

órdenes y mensajes de teletiporeferentes a la situación táctica yoperaciones, municionamiento ysituación del abastecimiento decombustible de las unidades del VIEjército en la zona del recodo del ríoDon al oeste de Stalingrado; informesdel Servicio secreto acerca de lasoperaciones del enemigo, identificación,movimientos de tropas y un bosquejoque muestra la agrupación táctica de lasunidades del enemigo en la zona deSerafimóvich. 8-13 de agosto de 1942. Ia, Ic, Volumen de apéndices. Diariode guerra, 13. Rusia. Informes, órdenesy mensajes de teletipo pertenecientes ala situación táctica y operaciones,cadena del mando y disponibilidades de

combate de las unidades del VI Ejércitoen la zona del río Don; informes delServicio secreto acerca de operacionesdel enemigo, identificación ymovimientos de tropas y un gráfico quemuestra el agrupamiento táctico del 8.°Flieger Korps en la zona del río Don.14-19 de agosto de 1942. Ia, Ic, Volumen de apéndices, Diariode guerra, 13. Rusia. Informes ymensajes de teletipo relativos a lasituación táctica y operaciones,subordinación y disponibilidades decombate de las unidades del VI Ejércitoen la zona de los ríos Don y Volga einformes del Servicio secreto acerca deoperaciones del enemigo, movimientode tropas e identificación. 20-25 de

agosto de 1942. Ia, Ic/Ao, Volumen de apéndices,Diario de guerra, 13. Rusia. Informes ymensajes de teletipo relativos a lasituación táctica, operaciones y orden debatalla de las unidades del VI Ejércitoen la zona Don-Volga; informes delServicio secreto acerca de lasoperaciones del enemigo y movimientosde tropas, y una información delenemigo, el boletín «Stalingrado», queda una visión general sobre la situacióndel enemigo, tácticas y disponibilidadesde combate de las divisiones soviéticasy las defensas de Stalingrado,incluyendo un mapa (1: 300.000) quemuestra la disposición táctica de losEjércitos soviéticos en la zona en torno

de Stalingrado. 25-30 de agosto de1942. Ia, Ic, Volumen de apéndices, Diariode guerra, 13. Rusia. Informes ymensajes de teletipo relativos a lasituación táctica y operaciones de lasunidades del VI Ejército en la zona delrío Don e informes del Servicio secretosobre operaciones tácticas del enemigo,y movimiento e identificación de tropas.24-29 de julio de 1942. Ia, Ic , Volumen de apéndices, Diariode guerra, 13. Rusia. Informes ymensajes de teletipo concernientes a lasituación táctica y situación de losblindados y armas anticarros de lasunidades del VI Ejército en la zona deStalingrado; informes del servicio

secreto acerca de operaciones delenemigo, identificación de tropas,movimientos y pérdidas y fortificacionessoviéticas en torno de Stalingrado. 12-17 de septiembre de 1942. Ia, Ic, Volumen de apéndices, Diariode guerra, 13. Rusia. Informes ymensajes de teletipo referentes aoperaciones tácticas, adiestramiento,disponibilidades de combate y pérdidasde las unidades del VI Ejército en lazona de Stalingrado; un informe acercade las condiciones en Stalingrado;informes del Servicio secreto sobreoperaciones tácticas del enemigo eidentificación y movimientos de tropas;y un desplegable que muestra elagrupamiento táctico de la 9.ª División

Antiaérea en el área entre los ríos Don yVolga. 17-21 de septiembre de 1942. Ia, Ic, Volumen de apéndices, Diariode guerra, 14. Apéndices 468 aInformes y mensajes de teletiporelativos a las operaciones tácticas ysubordinación de las unidades del VIEjército en el área de Stalingrado;informes del Servicio secreto acerca deoperaciones del enemigo eidentificación de tropas y movimientos;información del boletín del enemigo«Stalingrado», referente a la situacióntáctica y a las defensas de Stalingrado ylas disponibilidades de combate y ordende batalla de las fuerzas soviéticas queparticipaban en Stalingrado; y un mapa(1: 300.000) que muestra la disposición

de las unidades soviéticas enStalingrado y en su zona norte. 20-26 deseptiembre de 1942. Ia, Ic, Volumen de apéndices, Diariode guerra, 13. Rusia. Informes, órdenesy mensajes en teletipo pertenecientes aoperaciones tácticas, subordinación,disponibilidades de combate y fuerza delas unidades del VI Ejército en la zonade Stalingrado; esquema de lasnecesidades de suministro del 5.°Cuerpo de Ejército rumano; e informesdel Servicio secreto acerca deoperaciones del enemigo, eidentificación de tropas y movimientos.27 de septiembre-3 de octubre de 1942. Ia, Ic, Volumen de apéndices, Diariode guerra, 13. Rusia. Informes y

mensajes en teletipo relativos a lasoperaciones tácticas, disponibilidadesde combate y activación de las unidadesmóviles de invierno del VI Ejército;informes del Servicio secreto acerca deoperaciones del enemigo, eidentificación de tropas y pérdidas. 3-5de octubre de 1942. Ia, Ic, Volumen de apéndices, Diariode guerra, 14, Apéndices 1-174. Rusia.Informes y mensajes pertenecientes a lasituación táctica propia y a la delenemigo, actividad, pérdidas y orden debatalla en las zonas de Orlovka,Beketovka y Chalchuta. También incluyeun mapa de situación (1:300.000) queindica la disposición de las fuerzassoviéticas en la zona de Stalingrado y un

esquema del orden de batalla de lasunidades soviéticas en el frente deStalingrado. 6-13 de octubre de 1942. Ia, Ic, Volumen de apéndices, Diariode guerra, 14. Apéndices 175-334.Rusia. Informes y mensajes en teletipode la situación propia y del enemigo,actividad, pérdidas y orden de batallade las áreas de Stalingrado, Rossoshka,Kamishin y Leninsk. También seincluyen informes pertenecientes aasuntos de transporte y adiestramiento,incremento de la fuerza de combate en elfrente de Stalingrado, reconocimientoaéreo y un gráfico que muestra laasignación de las tropas de construccióndel VI Ejército. 13-21 de octubre de1942.

Ia, Ic, Volumen de apéndices, Diariode guerra, 14. Apéndices 335-468.Rusia. Informes y mensajespertenecientes tanto a la situación tácticapropia como a la del enemigo, actividady pérdidas en las zonas de Stalingrado,Leninsk y Beketovka. También seincluye una lista de unidades en alertasubordinadas al VI Ejército, el boletínde información n.° 11 del enemigo,«Stalingrado», gráficos de orden debatalla de las unidades propias y de lasdel enemigo en el área de Stalingrado yun mapa de situación (1:300.000)indicando la disposición de las unidadessoviéticas en el frente de Stalingrado.21-28 de octubre de 1942. Ia, Ic, Volumen de apéndices, Diario

de guerra, 14. Apéndices 468 a 588.Rusia. Informes y mensajespertenecientes a la situación tácticapropia y a la del enemigo, actividad,pérdidas y orden de batalla en las zonasde Stalingrado, Gratshi y Repin.También se incluyen órdenes para llevaradelante el combate durante el inviernode 1942-1943, relativas a la misión,asignaciones, combate desde posicionesde invierno, entrenamiento y seguridad,y directrices del Führer relativas alcombate defensivo. 29 de octubre-3 denoviembre de 1942. Ia, Ic, Volumen de apéndices, Diariode guerra, 14. Apéndices 589-751.Rusia. Informes y mensajespertenecientes a la situación propia y

del enemigo, actividades, pérdidas yorden de batalla en la zona deStalingrado. También se incluye unbosquejo relativo al estatus yposibilidades de utilización de losbatallones turcos e informes de marchade los batallones de Ingenieros,designación de sus unidades,composición, armas, fecha de llegada ymisión. 4-12 de noviembre de 1942. Ia, Zeitschrift del Diario de guerra,13.1 Parte. Ejemplar de un diario deguerra relativo a las actividades diariasy situación táctica a lo largo del frentedel VI Ejército en las zonas deStalingrado, Frolovo, Sarepta yKlátskaia. También se incluyen tresmapas de situación (1:1.000.000) que

indican la disposición de las fuerzassoviéticas y alemanas en el área al oestede Stalingrado. 20 de julio-26 de agostode 1942. Ia, Zeitschrift del Diario de guerra,13. II Parte. Ejemplar de un diario deguerra relativo a las actividades diariasy situación táctica a lo largo del frentedel VI Ejército en las áreas deStalingrado, Sarepta, Belshói yOlshovka. También incluye un mapa desituación (1:1.000.000) que indica ladisposición de las fuerzas soviéticas yalemanas en la zona de Stalingrado. 26de agosto-5 de octubre de 1942. Ia, Zeitschrift del Diario de guerra,14. 1 Parte. Ejemplar de un diario deguerra que contiene apartados

cronológicos relativos a las actividadesdiarias y situación táctica a lo largo delfrente del VI Ejército en la zona deStalingrado-Golubinka. 6 de octubre-11de noviembre de 1942. Ia, Angriff «Viento del Norte». Rusia .Informes, órdenes y mapas (1:100.000 y1:300.000) relativos a la operación«Viento del Norte» (planes para destruira las fuerzas soviéticas entre los ríosDon y Volga al noroeste de Stalingrado).3-15 de septiembre de 1942. Ia, Volumen de apéndices, Diario deguerra, 13. Lichtbilder. Fotografías querepresentan la marcha de las unidadesdel VI Ejército hacia el río Don y elavance hacia el río Volga y Stalingrado;y un estudio de las operaciones de

combate del VI Ejército desde Jarkov aStalingrado. 21 de mayo-26 de octubrede 1942. Ia, Diario de guerra, 14. Rusia.Diario de guerra relativo a operacionesde las unidades del VI Ejército en lazona de Stalingrado. 6 de octubre-19 denoviembre de 1942. Ia, Apéndice, Diario de guerra, 14.Rusia. Mapas de situación. Mapas(1:20.000 y 1:100.000) relativos a lasituación del enemigo, ataque sobre elnorte de Stalingrado; planos de laciudad de Stalingrado; y puntos decontrol del VI Ejército. Octubre-noviembre de 1942. IIa, Volumen de apéndices, Informes.Rusia. Informes referentes a concesión

de permisos, otorgamiento decondecoraciones, bajas en el personaldel VI Ejército, y alojamientos ycondiciones climáticas en el sector delVI Ejército; una carta del general Paulusa los ayudantes de Cuerpos y Divisionesacerca de los cursos de adiestramientodel Ejército. 13 de junio-28 de octubrede 1942. Ic, Informe. Informes de la actividadde la rama del Servicio secreto. 1 deenero-31 de marzo de 1943. Ia, Diarios de guerra, 15 y 16.«Festung Stalingrad». Diarios deguerra 15 y 16 que contienen entradascronológicas pertenecientes a lasituación y actividades del VI Ejércitoen torno de Stalingrado. 23 de diciembre

de 1942-9 de enero de 1943. Ia, Documentos, Diario de guerra,16. «Festung Stalingrad». Informes,órdenes y directrices referentes alataque alemán sobre Stalingrado; bajasalemanas entre el 21 de noviembre y el26 de diciembre; abastecimiento poraire del Ejército y situación táctica dealemanes y rusos. Diciembre de 1942. Ia, Documentos, Diario de guerra,16. «Festung Stalingrad». Datosrelativos a la actividad alemana en lazona de Stalingrado, situación de lasraciones, bajas alemanas y pérdidas deartillería, situación del suministro demuniciones y carros rusos destruidos oinutilizados. Noviembre de 1942. Ia, Documentos, Diario de guerra,

16. «Festung Stalingrad». Informesrelativos a la situación táctica yactividades de las unidades del VIEjército en el área en torno deStalingrado. Noviembre de 1942-enerode 1943. Ia, Documentos, Diario de guerra,16. «Festung Stalingrad», Informesreferentes a la situación táctica yactividades del VI Ejército; yoperaciones, orden de batalla ydisponibilidades de combate de lasunidades del VI Ejército en la zona deStalingrado, e informes del Serviciosecreto sobre operaciones del enemigo eidentificación y movimiento de tropas.30 de agosto-3 de septiembre de 1942. Ia, Ic, Volumen de apéndices, Diario

de guerra, 13. Rusia. Informes ymensajes por teletipo relativos a lasituación táctica y operaciones,disponibilidades de combate ysubordinación de las unidades de lazona de Stalingrado, e informes delServicio secreto acerca de lasoperaciones del enemigo y movimientode tropas e identificación. 3-8 deseptiembre de 1942. Ia, Ic, Volumen de apéndices, Diariode guerra, 13. Rusia. Informes, órdenesy mensajes por teletipo relativos a lasituación táctica, operaciones y pérdidasde las unidades del VI Ejército en lazona de Stalingrado; informes delServicio secreto sobre operaciones delenemigo e identificación y movimiento

de tropas; boletín de información delenemigo perteneciente a una evaluaciónde la situación del enemigo, defensas deStalingrado y orden de batalla; ydisponibilidades de combate de lasunidades enemigas que se enfrentaban alVI Ejército y mapas (1:100.000 y1:300.000) que muestran planes deoperaciones para la destrucción de lasfuerzas soviéticas entre los ríos Don yVolga al norte de Stalingrado yagrupación táctica de las fuerzassoviéticas en torno de Stalingrado y alnorte del mismo. 9-11 de septiembre de1942. Ia, Ic, Volumen de apéndices, Diariode guerra, 13. Rusia. Informes ymensajes de teletipo relativos a

operaciones tácticas, adiestramiento,disponibilidades de combate y pérdidas,municionamiento y operaciones,disponibilidades de combate y situaciónde suministro de combustibles ymuniciones en las unidades del VIEjército en la zona del recodo del ríoDon al oeste de Stalingrado; informesdel Servicio secreto sobre operacionesdel enemigo e identificación de tropas,movimientos y pérdidas; y un boletín deinformación del enemigo, «Stalingrado»,que proporciona una evaluación de lasituación del enemigo, defensas yorganización de las fuerzas soviéticasalrededor de Stalingrado. 29 de julio-3de agosto de 1942. Ia, Ic, Volumen de apéndices, Diario

de guerra, 13. Rusia. Informes ymensajes en teletipo referentes a lasituación táctica y operaciones, ysubordinación de las unidades del VIEjército en la zona del recodo del ríoDon al oeste de Stalingrado;informaciones del Servicio secretosobre operaciones tácticas del enemigoy movimientos, e indicación de tropas yuna orden capturada del Comisario delpueblo para la Defensa de la URSS. 28de julio de 1942-3-8 de agosto de 1942. Diario de guerra 8a. «FestungStalingrad». Diario de guerraconteniendo informes acerca de lascrecientes dificultades de suministro,gran confianza en el suministro aéreo y,finalmente, el 17 de enero, el

derrumbamiento de todas las rutas desuministro. Los últimos y escasosasientos describen la creciente presiónsoviética y la carencia de municiones yalimentos. 22 de noviembre de 1942-21de enero de 1943. Ia, Ic, Volumen de apéndices, Diariode guerra, 13. Rusia. Informes ymensajes por teletipo relativos a lasituación táctica de las unidades enStalingrado, un mapa (1:10.000) quemuestra las defensas anticarrosalemanas y una nota del Alto Mando delEjército Rojo al general Paulus pidiendola capitulación de las fuerzas alemanascercadas en Stalingrado. Diciembre de1942-enero de 1943. Ia, Documentos, Diario de guerra,

16. «Festung Stalingrand». Informesdiarios relativos a la situación táctica yactividades de las unidades del VIEjército en la zona de Stalingrado.Noviembre-diciembre de 1942. Ia, Documentos varios, Diario deguerra, 16. «Festung Stalingrad».Informes diarios relativos a la situacióntáctica y actividades de las unidades delVI Ejército en la zona de Stalingrado yuna lista de las tropas subordinadas alCuartel general. Enero de 1943. Ia, Documentos, Diario de guerra,16. «Festung Stalingrad». Informesdiarios acerca de la situación táctica yactividades de las unidades del VIEjército en la zona de Stalingrado. 1 dediciembre de 1942-11 de enero de 1943.

Ia, Documentos varios, Diario deguerra, 16. «Festung Stalingrad».Informes diarios referentes a la situacióntáctica y actividades de las unidades delVI Ejército en la zona de Stalingrado; unmapa muestra la disposición de lasunidades alemanas y un informe relativoa la operación «Donnerschlag». 1 dediciembre de 1942-13 de febrero de1943. Ia, Volumen de apéndices, Diario deguerra. Rusia. Órdenes e informesdiarios relativos a la defensa ycontraataques a lo largo de los frentesdel Don, Dónets-Rostov y Stalingrado,misión táctica, operaciones terrestres yaéreas, cometidos, transportes,movimientos de marcha, disponibilidad

de combate, pérdidas, reconocimientosaéreos y destrucción de puentesferroviarios por las unidades del grupode Ejércitos del Don, VI Ejército, IVEjército Panzer, Armee-AbteilungHollidt y IV Flota aérea; y orden debatalla del enemigo, misión táctica,operaciones y situaciones. Informespertenecientes al transporte por aire desuministros a la «Fortaleza Stalingrado»y situaciones de blindados, anticarros yarmas de asalto. También informes decombate de las 7.ª y 11.ª Divisionesrumanas y directrices especiales paracomunicaciones por señales. 4-12 deenero de 1943. Ia, Volumen de apéndices, Diario deguerra. Rusia. Órdenes e informes

diarios referentes a la defensa ycontraataques a lo largo de los frentesdel Don, Dónets-Rostov, Volga yStalingrado por las unidades del grupode Ejércitos del Don, VI Ejército, IVEjército Panzer, III Ejército rumano,Armee-Abteilung Fretter-Pico y Hollidty IV Flota aérea; y orden de batalla delenemigo, misiones tácticas, operacionesy situación. Informes referentes a laconstrucción de la posición «Mius» enla zona del Dónets, moral de las fuerzasrumanas y experiencia conseguidadurante la defensa contra los superioresataques rusos en el sector del grupo deEjércitos Don Mitte. Asimismo, unasdirectrices especiales parareconocimiento aéreo y un informe sobre

la preparación para la defensa deRostov, incluyendo mapas (1:25.000),que muestran la disposición de lasunidades que defendían la ciudad. 13-20de enero de 1943. Ia, Apéndice, Diario de guerra, 1.«Armee-Abteilung Hollidt». Archivodel Estado Mayor alemán agregado al IIIEjército rumano y que contieneinformes, órdenes y mensajes acerca dela situación y actividades en la zona delIII Ejército al noreste de Rostov.Asimismo, informes de operaciones ycombates, con mapa desplegable(1:100.000) que indica la disposición delas unidades del III Ejército en la zonaen torno de Oblivskaia. 23 denoviembre-29 de diciembre de 1942.

Ia, Diario de guerra, 1. «Armee-Abteilung Hollidt». Diario de guerra delEstado Mayor alemán agregado al IIIEjército rumano (al noreste de Rostov),que contiene diario de batallas e informede operaciones. 23 de noviembre-31 dediciembre de 1942. Ia, Apéndice, Diario de guerra, 1,«Armee-Abteilung Hollidt». Archivodel Estado Mayor alemán agregado al IIIEjército rumano y que contiene informesacerca de la situación, actividades ymisiones del III Ejército rumano en lazona Gusinka-Patchin-Ostrov-Golaia-ArtenovRits-chon. 27 de noviembre-31de diciembre de 1942. Ia, Apéndice, Diario de guerra, 1.«Armee-Abteilung Hollidt». Gráficos de

órdenes de batalla de los componentesdel 111.° Ejército rumano. Diciembre de1942. Ia, Apéndice, Diario de guerra, 1.«Armee-Abteilung Hollidt». Gráficos deórdenes de batalla del Armee-AbteilungHollidt. Veintiséis gráficos (1:300.000)de situaciones de unidades en el frente(al sudeste de Boguchar). Noviembre de1942. Ia, Apéndice, Diario de guerra, 1.«Armee-Abteilung Hollidt». Ochomapas de situación (1:300.000 y1:100.000) de las fuerzas alemanas ysoviéticas en el frente Don-Chir.Diciembre de 1942. Ic, Informe, Rum. AOK 3. Informes deServicio secreto y de batallas del

Estado Mayor alemán agregado al IIIEjército rumano. 5-31 de diciembre de1942. Ia, Situación del grupo de Ejércitosdel Don. Mapas (1:100.000) quemuestran la disposición táctica diariadel grupo de Ejércitos del Don, I y IVEjércitos Panzer y Armee-AbteilungFretter-Pico y Hollidt en las áreas delDon, Dónets, Rostov, Kalitva, Ssal,Derkul, Ssalsk y Azov; y el cada vezmás reducido territorio poseído por elVI Ejército cercado en Stalingrado,hasta que fue capturado o destruido el31 de enero de 1943. Selección de mensajes desde el VIEjército al Cuartel general del GrupoSur NAFU.

Informes diarios del grupo la deEjércitos del Don. Noviembre de 1942-enero de 1943. Informes de situación diaria, VIEjército a grupo de Ejércitos del Don,enero de 1943. Archivos de los Cuarteles generales,Alto Mando del Ejército alemán. ParteIII, incluyendo correspondencia,memorándums pertenecientes a planesrelativos a la campaña de Rusia... datosde alto nivel, usualmente señalados«Chefsache», 1942; declaraciones deprisioneros de guerra rusos relativos ala resistencia rumana en el noroeste deStalingrado. A partir del 30 denoviembre de 1942. Filme T-78, Rollo 574: Directrices

soviéticas a los comandantes de campoacerca del trato a dar a los prisionerosde guerra alemanes y a los desertores.Rollo 576: Declaraciones deinformadores y de prisioneros de guerrarusos relativos al reclutamientosoviético; asimismo informes sobre lautilización de mujeres en el EjércitoRojo, agosto de 1942-agosto de 1943.Rollo 581: Declaraciones deprisioneros de guerra rusos. Rollo 587:Mapas que muestran las presuntasintenciones operacionales del EjércitoRojo a lo largo de todo el Frente delEste, 6 de noviembre de 1942-enero de1943. Rollo 276: Órdenes originalesmilitares rusas; tratamiento de losprisioneros de guerra; listas de

interrogatorios, 1941-1942. Rollo1.374: Escritores rusos durante laguerra; colección de cartas escritas porsoldados alistados y oficiales aescritores rusos durante la SegundaGuerra Mundial. Rollo 1.379: Colecciónde discursos de Stalin; órdenes de Stalina diferentes comandantes de frentes,1943. Archivo Nacional de microfilmes.Números T-78/39; T-84-188; T-84/262;T-175-264; T-311/268, 270,292. En los días de la gran batalla.Colección de documentos acerca deStalingrado. Stalingrado, 1958. Expedientes sobre generales rusos yalemanes (del U. S. Army CounterIntelligence Corps).

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espionaje en la URSS. Ms. núm. D-271:Comunicaciones por señales enStalingrado. Ms. núm. C-065: DiariosGreiner (notas sobre conferencias ydecisiones del OKW, 1939-1943). Ms.núm. P-060g: 6.ª División Panzer en rutahacia Stalingrado. Periódicos: Berliner Lokal;Anzweiger; Das Reich; DeutscheAllgemeine Zeitung (edición de Berlín);Essener Allgemeine. Para otros periódicos y revistas, asícomo Diarios, cartas y documentosmisceláneos, véase las Notas a losCapítulos.

NOTAS A LOSCAPÍTULOS

Ciertos libros y documentos handemostrado ser extremadamente útilescomo referencias para casi cadacapítulo. Para evitar innecesariasrepeticiones mencionaré dichas obrassólo una vez, lo cual no minimiza suimportancia. Istoriia Velikói Otechestvennoi VoinySovetskogo Soyuza 1941-1945(Historia de la Gran guerra patrióticade la Unión Soviética), 6 vols., Moscú,1961; también hay una versión en unsolo volumen de esta obra, Velikaia

Otechestvennaia Voina SovetskogoSoyuza. Vtoraia Mirovaia, Voina, 1939-1945 ,por S. P. Platonov y otros. Moscú, 1958. Diario de guerra, VI Ejército alemány materiales y fuentes afines (véaseDocumentos). Diario de guerra, Alto Mando delEjército alemán (véase Bibliografía). El VIII Ejército italiano en lasegunda batalla defensiva del Don: 11de diciembre de 1942-31 de enero de1943. Roma, 1946. Nazi Conspiracy and Aggression, 10vols. Washington, D.C., 1946-1948. Triáis of war crimináis before theNuremberg Military Tribu-nals , 15vols. Washington, D.C., 1951-1952.

CAPÍTULO PRIMERO LA MARCHA DEL VI EJÉRCITOALEMÁN A TRAVÉS DE LA ESTEPA De entrevistas con Helmut Bangert,Friedrich Breining, Franz Deifel, KarlEnglehardt, Werner Gerlach, HansJülich, Dionys Kaiser, Emil Metzger yKurt Siol. Asimismo, Historia de la 16.ªDivisión Panzer, de Wolfgang Wethen yLa 14." División Panzer, 1940-1945, deRolf Grain. OBJETIVOS DE LA OPERACIÓNAZUL De las directrices del OKW 43 y 45.También, Diario de Franz Halder.

FRIEDRICH VON PAULUS Entrevista con su hijo Ernst Paulus;documentos privados del mariscal decampo Paulus y Paulus y Stalingrado,de Walter Goer-litz. Los EJÉRCITOS SATÉLITE Entrevista con Giuseppe Aleandri,Felice Bracci, Cristóforo Capone,Veniero Marsan, Ugo Rampelli y EnricoReginato; archivos de la Misión militaralemana en Rumania (véaseDocumentos). CAPÍTULO II

CUARTEL GENERAL DE HITLEREN VINITSA De entrevistas con Adolf Heusinger;Diario de Halder. Asimismo, Memoriasde Albert Speer e Inside Hitler'sHeadquarters 1939-1945, de WalterWarlimont. En los Documentos D (véaseDocumentos), el director del Espionajeen Moscú pidió a la red «Lucía» quelocalizara con precisión el Cuartelgeneral de Hitler durante el verano de1942, lo cual hizo «Lucía». CAPÍTULO III STALIN De una entrevista con el gobernador

W. Averell Harriman, que pasó mástiempo con él que ningún otrodiplomático occidental. También Thegreat terror , de Robert Conquest yThree who made a Revolution, deBertram Wolfe. RUDOLF ROSSLER Y LEONARDTREPPER De entrevistas con la señora DavidDallin, los Documentos D, unacolección de mensajes transmitidosentre el director, en Moscú, y la red«Lucía», en Suiza. Asimismo, The Lucyring, de Accoce y Quet y The RedOrchestra, de Gilíes Perrault. Poco antes de que empezase laOperación Azul, en junio de 1942, un

oficial alemán llamado Reichel se pasóa las líneas rusas. Dado que se llevóplanos de la fase inicial del ataquesobre Vorónezh, el Servicio secretoalemán presumió que los posterioresintentos de los rusos de reforzar lasdefensas de la ciudad estaban basadosen los mapas y datos de Reichel. Lo másprobable es que la STAVKA tomase susdecisiones según los informes radiadospor «Lucía». El asunto de Reichel hizoque Hitler se enfureciese con suscomandantes en campaña; destituyó avarios y afirmó más su propiadesconfianza respecto a los oficiales dealta graduación de la Wehrmacht. CAPÍTULO IV

LA HISTORIA DE TSARISTSIN-STALINGRADO-VOLGOGRADO De Mother Russia, de Maurice Hindúy Eshozo de la historia de Volgogrado ,de M. A. Vodolaguin. TOPOGRAFÍA DE STALINGRADO De entrevistas con Luba Bessanova,Tania Chernova y las propiasimpresiones del autor durante un viaje alcampo de batalla. Asimismo, Línea delfrente, de Víctor Nekrassov, yStalingrado, de Yeremenko. PREPARATIVOS PARA LADEFENSA DE STALINGRADO

De La gran victoria en el Volga,1942-1943, de A. A. Kolesnik; Retazosde Stalingrado y Yo lo vi , de V.Korotiev; La defensa de Stalingrado yStalingrado en la Gran guerrapatriótica, de M. A. Vodolaguin; Losdel Volga en las batallas en torno aStalingrado, de Kantor y Tazurin;Stalingrado, de Yeremenko. CAPÍTULO V LA DERROTA DE LOS EJÉRCITOSRUSOS AL OESTE DEL DON De entrevistas con Ignati Changar,Jacob Grubner, Hersch Gurewicz,Nikolái Tomskuschin y un antiguo

coronel del Ejército Rojo, que nos hapedido quedar en el anonimato. LA LUCHA POR KALACH De entrevistas con Josef Linden yGerhard Meunch. De recuerdos de PiotrIlin, en «Voienno-Istoricheskii Zhurnal»(a partir de aquí citado V. I. Z.), núm.10, 1961. También Das Kleebatt revistade la 61.ª División alemana y Hitlermoves East 1941-1943, de Paul Carell. LA PENETRACIÓN ALEMANAHACIA EL VOLGA De entrevistas con Friedrich Breining,Franz Bróder, Hans Jülich, OttmarKohler, Hans Oettl, Arthur Schmidt. De

declaraciones de Franz Brendgen.Asimismo, Historia de la 16.ª DivisiónPanzer, de Werthen, y La 3.ª Divisiónde Infantería (Motorizada), deDieckhoff. También el artículo de Y.Chepurin, La frontera de fuego, en«Izvestia», 2 de febrero de 1963; elartículo de S. Dohne Rube, Gotas desangre, en «Voiennii Vestnik», número2, 1968, y Dejadnos fraternizar, de N.Melnikov, en «Krasnaia Zvezda», 2 defebrero de 1963. Asimismo,Stalingrado, de Yeremenko. RubénIbárruri era hijo de Dolores Ibárruri, lafamosa «Pasionaria» de la guerra civilespañola. Rubén murió intentandoresistir a los alemanes en los aprocheshacia Stalingrado.8

CAPÍTULO VI EL BOMBARDEO DESTALINGRADO Y SUS EFECTOS De entrevistas con Alexandr Akimov,Grigori Denísov, Ciril Sazikin, PiotrZabarskij y recuerdos de la señora K.Karmanova, la señora V. N. Kliaguina,V. Nekrassov, P. Nerozia, C. Viskov yM. Vadolaguin, en Después de labatalla, de Agapov; HeroicoStalingrado, de E. Genkina; Losestalingradenses, de E. Gerasimov; Yolo vi, de V. Korotiev; Línea del Frentede Stalingrado, de V. Nekrassov; En la

dirección principal, de I. Paderin; y Ladefensa de Stalingrado y Bajo losmuros de Stalingrado, de M. A.Vodolaguin. Asimismo, NikitaJrushchov, Khrushchev remembers;Stalingrado, de Yeremenko y Mujeresen la defensa de Stalingrado, de A.Zurubina; asimismo The Epic Story ofStalingrad (recopilación). CAPÍTULO VII EL PASILLO ALEMÁN AL VOLGA De entrevistas con Franz Bróder,Ottmar Kohler, Hans Oettl;declaraciones de Franz Brendgen y Ottovon der Heyde; asimismo, Historia dela 16.ª División Panzer, de Werthen y

La 3. ª División de Infantería(Motorizada), de Dieckhoff. DEFENSA RUSA De entrevistas con Alexandr Akimov,Grigon Denísov, Jacob Grubner.Asimismo Heroico Stalingrado, de E.Genkina; Los estalingradenses, de E.Gerasimov; La gran victoria en elVolga, de A. D. Kolesnik; Unacantilado en el Volga, Retazos deStalingrado y Yo lo vi , de V. Korotiev;Los milicianos en la batalla por supatria, de I. M. Loginov. Asimismo, Labatalla de Stalingrado y Epopeya deStalingrado, de Samsonov; Stalingrado,de Yeremenko; The Epic Story ofStalingrad (recopilación) y The Fight

for Stalingrad (recopilación). CAPÍTULO VIII STALIN Y ZHÚKOV De Marshal Zhúkov 's GreatestBattles y The Memoirs of MarshalZhúkov, de Zhúkov; asimismo, Epopeyade Stalingrado, de Zhúkov y Vasilevski. HITLER, HALDER, JOLD De una entrevista con AdolfHeusinger, además del Diario deHalder. También The rise andfall oftheThird Reich, de William L. Shires yMemorias de Speer.

AVANCE DEL IV EJÉRCITOPANZER De entrevistas con Fritz Dieckmann yHubert Wirkner; Diario de HansSchüler; además de la Historia de la29.ª División motorizada alemana;también, La batalla por Stalingrado, deV. Chuikov y Hitler moves East, de PaulCarell. CONVERSACIÓN DE JRUSCHOVCON STALIN De Khrushchev remembers, deJruschov.

CAPÍTULO IX ASUNCIÓN DEL MANDO DEVASILI CHUIKOV De Epopeya de Stalingrado, de N. I.Krilov; La batalla por Stalingrado, deChuikov, y Stalingrado, de Yeremenko. LAS REUNIONES EN EL KREMLIN De Epopeya de Stalingrado, de A. M.Vasilevski y Marshal Zhúkov sGreatest Battles y The Memoirs ofMarshal Zhúkov, de Zhúkov. LA ENTRADA DE LA INFANTERÍAALEMANA EN EL CENTRO DESTALINGRADO

De entrevistas con Günter von Below,Gerhard Dietzel, Gerhard Meunch,Arthur Schmidt; declaración de HansSchüler. También el Diario de WernerHalle en la Historia de la 29.ª División. CONTRAATAQUES RUSOS (éste ylos siguientes dos capítulos) La batalla por Stalingrado, deChuikov; Del Diario de Stalingrado, deA. S. Chuianov, en «Oktiabor», número2, 1968; artículo de E. Kriger en«Izvestia», 3 de febrero de 1970;Infantes del partido, de lván Paderin en«Krasnaia Zvedza», 2 de febrero de1963 y su En la dirección principal;recuerdos de los coroneles Pe-trakov, y

Yelin, en La lucha por Stalingrado;Días y noches tormentosos, de A. I.Rodimtzev, «Yunost», n.° 2, 1968; susEn las orillas del Manzanares y delVolga y En la última frontera, y suDiario extractado en «SovietskaiaRosiia», 1 de febrero de 1970; Laepopeya de Stalingrado, de K. K.Rokossovski;«Sputnik», n.° 2, de 1968;El 13 de la Guardia, de I. Samchuk;Una rigurosa existencia, de M.Vavilova, en «Krasnaia Zvezda», 1 defebrero de 1963; La batalla deStalingrado y Epopeya de Stalingrado,de Samsonov. CAPÍTULO X CIVILES SOVIÉTICOS

De Doscientos furiosos días(recopilación), de B. V. Druzhinin;obras previamente citadas de Genkina,Gerasimov, Grossman y Korotiev; Bajolos muros de Stalingrado, deVodolaguin. LA 67.ª DIVISIÓN ALEMANA De entrevistas con Günter von Belowy Gerhard Meunch; asimismo informesdiarios de la 67.ª División de Infantería. EL VOLGA CRUZADO PORREFUERZOS SOVIÉTICOS PARA EL62.° EJÉRCITO De entrevistas con Tania Chernova,Piotr Deriabin y Alexéi Petrov.

Asimismo, La batalla por Stalingrado,de Chuikov, Heroico Stalingrado, deGenkina; Los estalingradenses, deGerasimov; Stalingrado, golpe porgolpe, de V. I. Grossman; Siberianos:los héroes de Stalingrado, de M. Ingor;Retazos de Stalingrado, y Yo lo vi , deV. Korotiev; Epopeya de Stalingrado yLa batalla de Stalingrado, deSamsonov. ACTITUD DE LOS SOLDADOSALEMANES A FINES DESEPTIEMBRE De entrevistas con Wilhelm Alter,Karl Binder, Friedrich Brei-ning, EmilMetzger, Josef Metzler, Hans Oettl,Herbert Rentsch, Carl Rodenburg;

también Paul Epple, Georg Frey, KarlGesit, Antón Kappler, Oskar Stangee. CONVERSACIONES DE LAOPERACIÓN URANO Las memorias de Zhúkov antescitadas; Días inolvidables, deVasilevski, V.I.Z. , 1965. También Labatalla de Stalingrado y Epopeya deStalingrado, de Samsonov. CAPÍTULO XI LA CASA DE PÁVLOV De Mansión de la fama del soldado,de I. F. Afanasiev y su artículo enKrasnaia Zvezda, 2 de febrero de 1963.

Asimismo Héroes de la gran batalla, deI. Grummer y Y. Harin; La casa Pávlov,de V. Gurkin, V.I.Z. , n.° 2,1963; Estoyen la casa de Pávlov, de L. Save-liev,en Sovietskaia Rosita, 2 de febrero de1963. Asimismo, Ronald Seth,Stalingrad: Point ofreturn. FRANCOTIRADORES Y DUELO DEZAITZEV CON EL COMANDANTEKONINGS De una entrevista con Tania Chernova.También Anotaciones de unfrancotirador, de V. Zaitzev y La granvictoria de Stalingrado, de V. Yuriev;V. I. Z.,n.° 8,1966: La batalla porStalingrado, de Chuikov. PREPARACIÓN ALEMANA Y

ATAQUE AL DISTRITO FABRIL De entrevistas con Wilhelm Alter,Eugen Báumann, Karl Binder, FranzDeifel, Heinz Giessel, Heinrich Klotz,Ottmar Kohler, Heinz Neist, ArthurSchmidt y Rudolf Taufer. Tambiénarchivos del VI Ejército, 6-30 deoctubre (véase Documentos). OPERACIONES DEL SERVICIOSECRETO SOVIÉTICO Y POTENCIAAÉREA De La batalla por Stalingrado, deChuikov; En los aeropuertos de cabe elVolga, de N. Denísov, Aviatska I.Kosmonavtika, n.° 1, 1968; Cielo conniebla, de 1. Dinin, Krasnaia Zvezda, 2

de febrero de 1968; La prueba delfuego, de N. E. Lentchevski; La fuerzaaérea en la batalla de Stalingrado, deA. Vladimirov, en Vestnik Vozduzk-noge Flota, mayo de 1943. LA DEFENSA RUSA DE LASFÁBRICAS De entrevistas con Alexandr Akimov,Piotr Deriabin, Hersch Gurewicz,Alexéi Petrov y Piotr Zebakiksh.También Los inmortales, de BorisFilimonov; Templados al fuego , de V.Gartchinko, «Krasnaia Zvezda», 2 defebrero de 1968; Heroico Stalingrado,de Genkina; Los estalingradenses, deGerasimov; La gran batalla en elVolga, de A. Kolesnik; Soldados en las

barricadas, de I. Liudnikov, «Ogoniok»,n.° 5, 1968; En la dirección principal,de I. Paderin; La lucha por Stalingrado,de E. T. Siserov; Relatos deStalingrado, de I. Semin. CAPÍTULO XII LUCHA EN TORNO DE LASFÁBRICAS BARRICADA YOCTUBRE ROJO De entrevistas con Ignati Changar,Tania Chernova, Hersch Gurewicz,Heinz Neist, Alexéi Petrov, ErnstWohlfahrt y de los Diarios de KarlBinder y Wilhelm Kreiser. TambiénHistoria de la 67.ª División alemana deInfantería: La ruta de la 67° División de

Infantería, 1939-1945 y una serie deórdenes a los regimientos de la 305.ªDivisión para dividir el distrito de lasfábricas, además de Del Valga a Praga ,de K. S. Belov; Doscientos días debatalla, de N. I. Bi-riukov; La granvictoria en el Volga , de A. D. Kolesnik;El 62 Ejército en las batallas deStalingrado, de A. D. Stupov y Labatalla de Stalingrado y Epopeya deStalingrado, de Samsonov. CAPÍTULO XIII PREPARACIÓN RUSA YREACCIÓN ALEMANA De entrevistas con Winrich Behr,Grigori Denísov, Hersch Gurewicz,

Alexéi Petrov, Emil Metzger, ArthurSchmidt, Wolf Pe-likan; una declaraciónde Karl Ostarhild (véase SegundaCompañía de Televisión, Wiesbaden,Alemania, filme documental acerca del25 aniversario de la batalla deStalingrado); y un informe del Serviciosecreto alemán en el Este, (septiembre-noviembre de 1942). Asimismo,Reinhard Gehlen, El servicio y Paulus yStalingrado, de Goertlitz. Paradeclaraciones de Batov, Kazakov,Leliushenko, Po-pov, Rokossovski,Teleguin, Vasilevski, Zheltov, Zhúkov, etc., véase Epopeya deStalingrado y La batalla deStalingrado, de Samsonov, así como elDiario de Freiherr von Richthofen.

CAPÍTULO XIV EL DISCURSO DE HITLER ENMUNICH De Memorias de Speer. El autor visitótambién el Löwenbräukeller einspeccionó el escenario donde Hitlerrecibió el aplauso de sus camaradas. Los ZAPADORES Y LIUDNIKOV De entrevistas con Karl Binder,Wilhelm Giebeler, Josef Linden, ErnstWohlfahrt; asimismo monografía deLinden, Diario de Eugen Rettenmaier yLa tragedia de Stalingrado, de HerbertSelle. Un acantilado en el Volga , de

Liudnikov, en Doscientos furiosos días,de Druzhinin; artículo de Liudnikov enOgoniok , n.° 5, enero de 1968; La isla.Liudnikov, de S. Glujovski. PREPARACIÓN SOVIÉTICA Los Documentos D (ya mencionados). CAPÍTULO XV CONDICIONES EN LA ESTEPA De entrevistas con Friedrich Breining,Karl Binder, Ekkehart Brunnert, KarlEnglehardt, Herbert Rentsch, GottliebSlotta; asimismo, La tragedia deStalingrado, de Herbert Selle.

VIDA DE LOS SOLDADOSSOVIÉTICOS EN LAS LÍNEAS DELFRENTE De entrevistas con Alexandr Akimov,Ignati Changar, Tania Chernova, PiotrDeriabin, Hersch Gurewicz y AlexéiPetrov. Asimismo Heroico Stalingrado,de Genkina y Los estalingradenses, deGerasimov; Stalingrado, golpe porgolpe, de Grossman. STALIN-VOLSKI De Vasilevski y Zhúkov, en Laepopeya de Stalingrado. Asimismo lasMemorias de Zhúkov (ya mencionadas)y el relato de V. T. Volski, en «V. I. Z.»,n.° 10,1965.

EL ACERCAMIENTO A LA HORACERO Entrevistas con Winrich Behr,Hermann Kastle, Wolf Pelikan, AlexéiPetrov y Abraham Spitkovski. TambiénHistoria de la 16." División Panzer, deWerthen. CAPÍTULO XVI OFENSIVA RUSA (19-27 noviembre,capítulos XVI y XVII) De entrevistas con Wilhelm Alter,Winrich Behr, Karl Binder, HorstCaspari, Franz Deifel, Piotr Deriabin,Gerhard Dietzel, Isa-bella Feige, Karl

Geist, Heinz Giessel, Gerhard Hássler,Hermann Kästle, Dionys Kaiser, LeahKalei, Heinz Lieber; Josef Linden,Xaver Marz, Wolf Pelikan, AlbertPflüger, Wilhelm Plass, CarlRodenburg, Arthur Schmidt, AbrahamSpitkovski, Eugen Steinhilber, SiegfriedWendt y declaraciones de KarlOstarhild (documental televisivomencionado anteriormente). TambiénHeinz Schröter, Stalingrado; Latragedia de Stalingrado, de HerbertSelle; La historia de la 29.ª DivisiónMotorizada alemana; La 14.ª DivisiónPanzer, de Gram; Historia de la 16.ªDivisión Panzer, de Werthen y La 348.ªDivisión de Infantería (publicadoparticularmente) e Informe de combate

del segundo batallón, 64.° Regimientoblindado de Infantería, de Alex Buchner.También el Diario de guerra de la 66.ªDivisión de Infantería y el Diario deKarl Binder; Archivos del Ejércitorumano (véase Documentos para esteperíodo); además de Paulus yStalingrado, de Goerlitz, Hitler movesEast, de Carell; y La campaña contra laRusia soviética, 1941-1945, de Philippiy Heim. Asimismo, En campañas ybatallas, de P I. Batov; Stalingrado:Urano, Saturno y carros, de MijaílBraguin, en Moskva, n.° 2,1968; Al surde Stalingrado, de M. Popov, V.I.Z. , n.°2, 1968; Entre el Volga y el Don , deTeleguin, Voienni Vestnik , n.° 2, 1963;El frente del Sudoeste en el

contraataque de Stalingrado, V. I. Z., n.° 11, 1967; Cómo se cerró el anillo entorno al VI Ejército, de P. Zhidkov,V.I.Z., n.° 3, 1962; asimismo Memoriasdel Erente, de A. P. Bachurin; Labatalla por Stalingrado, de Chuikov;Memorias de Jruschov; El milagro deStalingrado, de Korotiev; Losregimientos lucharon como la Guardiay La lucha por el Volga , de K.Morovoz; y varias compilaciones departicipantes en La epopeya deStalingrado, de Samsonov, y los librosde Yeremenko y Zhúkov previamentecitados. Contrariamente a muchos relatosoccidentales, el puente vital de Kalachcayó el 22 de noviembre y no el 21 de

noviembre. CAPÍTULO XVII COLAPSO DE LOS EJÉRCITOSRUMANOS Y SUS REPERCUSIONES Del Diario de Winrich Behr; archivosde la misión militar alemana en Rumania(véase Documentos); la películadocumental de Frank Capra La batallapor Rusia; Moscotv Dateline, de HenryCas-sidy; Lost Victorias , de Erich vonManstein; la monografía del generalPalton Chirnoaga respecto a lasincorrecciones de los alemanes con susaliados rumanos. CONFERENCIAS DE PRUSIA

ORIENTAL De una entrevista con AdolfHeusinger; observaciones de KurtZeitzler, en Las decisiones fatales;Diarios de guerra de la Luftwaffe, deCajus Bekker; asimismo, Hitler movesEast, de Carell. EL KESSEL FORMADO DE NUEVO De entrevistas con Karl Binder,Hermann Kästle, Emil Metzger, HeinzNeist, Hans Oettl, Albert Pflüger, ArthurSchmidt; Diarios de Schüler; libro deGünter Toepke; véase también el Diariode Wilhelm Kreiser. CAPÍTULO XVIII

EL PUENTE AÉREO De documentos privados de Paulus ydel Diario de Richthofen; Diarios deguerra de la Luftwaffe, de CajusBekker; Paulus y Stalingrado, deGoerlitz; El mando alemán detransportes en la Segunda GuerraMundial, de Fritz Morjok; La lucha dela Luftwaffe por Stalingrado, de H. vonRohden; Hitler moves East 1941-1943,de Carell. EL KESSEL Y LOS ATAQUESRUSOS De entrevistas con Karl Binder,además del Diario de Binder; FranzDeifel, Hersch Gurewicz, Antón Kappel,

Heinrich Klotz, Heinz Lieber, AlbertPflüger, Friedrich Syndicus, HubertWirkner; también declaraciones deWilhelm Plass y Rudi Pothmann; Diariode Eugen Rettenmaier. Asimismo, Lahistoria de la 29.ª División motorizada,de Von Dieckhoff; La gran victoria enel Volga , de A. D. Kolesnik, y Elmilagro de Stalingrado, Retazos deStalingrado y Yo lo vi, de V. Korotiev. CAPÍTULO XIX OPERACIÓN «TORMENTA DEINVIERNO» De entrevistas con Alexéi Petrov. DelDiario de guerra del 11.° Regimiento decarros, 6.ª División Panzer (véase

también La operación para salvarStalingrado, de Horst Schieber); véaseasimismo Lost Victories , de Manstein;manuscrito número P-060g; la 6.ªDivisión Panzer en camino haciaStalingrado, diciembre de 1942 (véanseDocumentos); Días inolvidables, de A.M. Vasilevski, V. I. Z. , número 3, 1966;asimismo Hitler directs his war, deFélix Gilbert. Asimismo Lost Victories ,de Manstein; documentos privados dePaulus; crítica de Arthur Schmidt(inédita). KESSEL De entrevistas con Ekkehart Brunnert,Tania Chernova, Ignati Changar y HeinzNeist; más los Diarios de Wilhelm

Kreiser y Eugen Rettenmaier; también Elmilagro de Stalingrado, de Korotiev yEn la dirección principal, de I. Paderin. CAPÍTULO XX INTENTO DE AUXILIO De entrevistas con Josef Linden,Gerhard Meunch, Alexéi Petrov y ArthurSchmidt: también un manuscrito inéditode Schmidt sobre los detalles de laoperación de auxilio hasta el 25 dediciembre (véanse los dos capítulossiguientes). De Paulus y Stalingrado, deGoerlitz y Lost Victories , de Manstein;asimismo documentos particulares deFriedrich von Paulus.

CAPÍTULO XXI GRUPO DE EJÉRCITOS DEL DON:CONVERSACIONES CON EL VIEJÉRCITO De entrevistas con Winrich Behr yArthur Schmidt; manuscrito de Schmidt ycomunicaciones registradas entre ambosgrupos (véanse Documentos de los díasseñalados). También manuscrito de la6.ª División Panzer citado en las notasdel capítulo anterior y Operación parasalvar a Stalingrado, de HorstScheibert; además Hitler moves East, deCarell; Paulus y Stalingrado, deGoerlitz y Stalingrado, de Schröter.

EL VIII EJÉRCITO ITALIANO De entrevistas con Giuseppe Aleandri,Felice Bracci, Cristófo-ro Capone,Stelio Sansone. También Bersaglieri enel Don, de Um-berto Salvatore. CAPÍTULO XXII LA CONTINUA DERROTA DEL VIIIEJÉRCITO ITALIANO De entrevistas señaladas en el capítuloprecedente. Comunicaciones alemanasentre Gumrak y Novocherkassk (véanseDocumentos citados en los capítulosanteriores). AVANCE DE LA 6.ª DIVISIÓNPANZER

Véanse citas anteriores. SITUACIÓN EN EL INTERIOR DELKESSEL De entrevistas con Ekkehart Brunnert,Albert Pflüger, Ernst Wohlfahrt; Diariode Karl Binder. FRACASO DEL PUENTE AÉREO De Diarios de guerra de la Luftwaffe,de Bekker; Hitler moves East, deCarell, y El mando de transportealemán durante la Segunda GuerraMundial, de Morzik. CAPÍTULO XXIII

LA TEMPORADA DE NAVIDAD(véase también capítulo siguiente) De entrevistas con Hans Bráunlein,Karl Binder, Ekkehart Brunnert, MijaílGoldstein, Emil Metzger, GerhardMeunch, Hans Oettl y Albert Pflüger.También La gran victoria deStalingrado, de Sacha Filipov, Moscú,1950; además, las obras previamentemencionadas de Gerasimov y Korotiev.También Yo lo vi , de Korotiev;Stalingrado, de Schröter; e Historia dela 16." División Panzer, de Werthen. Elautor oyó la emisión de la Radio Uniónen el documental del 25 aniversario porla televisión alemana.

TELETIPO Véanse notas de los capítulosanteriores. CAPÍTULO XXIV INTERCAMBIO TEDDI-KLAUS De documentos de la familia VonBelow (microfilme en los ArchivosNacionales, Washington, D.C.). REUNIÓN EN EL KREMLIN De Stalingrado, de Yeremenko;memorias de Zhúkov y memorias deJruschov.

ITALIANOS De entrevista con Felice Bracci y unmanuscrito inédito, un relatohorripilante. CAPÍTULO XXV CORREO De cartas no publicadas de losarchivos alemanes, en Fribur-go.También las cartas de Karl Binder a suesposa. CAPÍTULO XXVI DETERIORO DE LAS TROPAS

ALEMANAS De entrevistas con Günter von Below,Ekkehart Brunnert, Ignati Changar,Hermann Kästle, Heinrich Klotz, OttmarKohler, Gerhard Meunch, Hans Oettl,Alexéi Petrov. ITALIANOS De entrevistas con Felice Bracci,Cristóforo Capone y Veniero Marsan.También manuscrito de Bracci y Doceaños de prisión en la URSS, de EnricoReginato. CAPÍTULO XXVII EL COLAPSO EN LA BOLSA (10-20

ENERO) De entrevistas con Eugen Baumann,Winrich Behr, Karl Binder, HansBráunlein, Franz Bróder, Horst Caspari,Piotr Deriabin, Fritz Dieckman, GeorgFrey, Werner Gerlach, Antón Kappler,Emil Metzger, Albert Pflüger, CarlRodenburg, Gottlieb Slotta y HubertWirkner. Asimismo, declaraciones deWilhelm Plass y Rudi Pothmann. Latragedia de Stalingrado, de Selle; y lashistorias de la 3.ª Motorizada, 29.ªMotorizada y 384.ª División; asimismolos Diarios de guerra de la 9.ª DivisiónAntiaérea; y El sitio de Stalingrado, deValeriu Campiani, escrito en Bucarest,en 1945. Artículo de N. N. Voronev en

Krasnaia Zvezda, 1 de febrero de 1963. MALINOVSIU De una crónica del The New YorkTimes. Asimismo, The Red Army, deWalter Kerr y The year of Stalingrad,de Alexander Werth. CAPÍTULO XXVIII REUNIONES EN PRUSIAORIENTAL De entrevista con Winrich Behr ydeclaración de Coelestin von Zitzewitz.Asimismo, Hitler moves East, deCarell, y Paulus y Stalingrado, deGoerlitz.

PÉRDIDA DE PITOMNIK YGUMRAK De entrevistas con Wilhelm Alter,Franz Deifel, Ottmar Kohler, EmilMetzger, Josef Metzler, GerhardMeunch, Heinz Neist, Albert Pflüger,Gottlieb Slotta y Hubert Wirkner,Asimismo, La tragedia de Stalingrado,de Selle; Stalingrado: cómo fuerealmente, de Joachim Wieder.Radiogramas del tráfico del VI Ejército(véanse Documentos en los díasapropiados). La Luftwaffe perdió 488 aviones en elpuente al Kessel. Un piloto llamadoWieser fue el último en despegar de labolsa (25 de enero).

En su libro, el coronel Adammenciona el rumor, ampliamenteesparcido entre los oficiales del VIEjército, de que el general Schmidt teníauna avioneta en el aeropuerto para huirdel Kessel. En mis conversaciones conSchmidt, admitió que planeaba salir,pero sólo para solicitar más ayuda deHitler. Paulus se negó a dejarle marchar. CAPÍTULO XXIX RENDICIÓN Y CONSECUENCIAS De entrevistas con Wilhelm Alter,Helmut Bangert, Eugen Bau-mann,

Günter von Below, Karl Binder, HansBráunlein, Friedrich Breining, FranzBróder, Horst Caspari, Franz Deifel,Grigori Denísov, Piotr Deriabin, FritzDieckmann, Gerhard Dietzel, KarlEngle-hard, Paul Epple, Isabella Feige,Karl Floek, George Frey, Karl Ge-sit,Wilhelm Giebeler, Werner Gerlach,Heinz Giessel, Adolf Heusinger, HansJülich, Dionys Kaiser, Antón Kapplet,Hermann Kästle, Herbert Kreiner,Heinrich Klotz, Ottmar Kohler, HeinzLieber, Josef Linden, Emil Metzger,Josef Metzler, Heinz Neist, Hans Oettl,Alexéi Petrov, Ernst Paulus, Albert;Pflüger, Mesten Pover, Herbert Rentsch,Carl Rodenburg, Arthur Schmidt, AlbertSchön, Kurt Siol, Gottlieb Slotta, Oscar

Stange, Eugen Steinhilber, FriedrichSyndicus, Rudolf Taufer, SiegfriedWendt, Hubert Wirkner, Ernst Wohlfahrty Piotr Zabavskij. Tambiéndeclaraciones de Franz Brendgen,Berthold Englert, August Kronmüller,Xaver Marx, Hans Schüler y monografíainédita de Arthur Schmidt acerca de losúltimos días. Asimismo, profesor JayBaird, The Myth of Stalingrad, enInstitute of Contemporary History, vol.4, n.° 3, julio de 1969. Las obras alemanas que tratan conextensión del final de la batalla son: Ladifícil decisión, de Wilhelm Adam;Doktor at Stalingrad, de Hans Dibold;artículo de Philip Humbert en DerSpiegel, n.° 5, 1949; Stalingrado, de

Theodor Plievier, y Stalingrado, deWieder (véase declaración jurada deLudwig). Entre muchos libros y artículosrusos acerca de la rendición figuran: Encampañas y batallas, de P Batov; Losúltimos días, de V Grinevski, «KrasnaiaZvezda», 2 de febrero de 1963; Una vezmás acerca de la captura del mariscalde campo general Paulus, de Laskin, V.I. Z., 1.961; La lucha por el Volga , de I.Morozov, La mañana en nuestravictoria, de K. K. Rokossovski,Izvestia, 1 de febrero de 1968; M. S.Shumilov, en Komsomolskaia Pravda, 1de febrero de 1963; Aquellos días, de L.A. Vinokur, Sovietskaia Rossiia, 2 defebrero de 1958; La batalla, de P.Vladimirov, Krasnaia Zvezda , 2 de

febrero de 1963. También Rokossovski,Shumilov y Voronov en La epopeya deStalingrado, de Voronov. Otros: Después de la batalla, deAgapov; La batalla por Stalingrado, deChuikov; Doscientos días furiosos, deDruzhinin; Russia at war, 1941-194?, deA. Werth. CAPÍTULO XXX Los DESPOJOS DE LA GUERRA De entrevistas con Ignati Changar,Tania Shernova, Hersch Gurewicz.Asimismo Renace Stalingrado, deChuianov, escrito en 1944; y La batallade Stalingrado, el mejor análisis de ladestrucción de la ciudad.

CAMPOS DE PRISIONEROS YCANIBALISMO De entrevistas con los alemanescitados en los capítulos precedentes ycon Felice Bracci y Cristóforo Capone.Asimismo el Diario de Bracci; Doceaños de prisión en la URSS, deReginato; Siete cascotes para elcapellán, de Don Guido Turla y uninforme por Giuseppe Aleandri acercadel trato infligido a los prisioneros deguerra del Eje en Rusia.

DOCE AÑOSDESPUÉS.

En setiembre de 1955, KonradAdenauer, canciller del nuevo gobiernode Alemania Occidental, voló a Moscúpara reunirse con los dirigentes de laURSS. Durante sus discusiones,Adenauer sacó a colación un tema muysensible: «...Permítanme empezar con el asuntode la liberación de aquellos alemanesaún encarcelados dentro del área oesfera de influencia de la UniónSoviética, o bien de los que se les

impide abandonar dicha zona. Existe elpropósito de que se plantee dichoproblema desde un principio, dado quees una cuestión que no deja de importara toda familia alemana. Deseo con todomi corazón que ustedes comprendan elespíritu con el que deseo abordar esteproblema. Para mí sólo se trata de unpunto de vista humanitario. Esintolerable pensar que —más de diezaños después del final de la guerra—haya aún hombres que estén separadosde sus familias, de su patria, y de sunormal y pacífico trabajo, unos hombresque se vieron envueltos —de una formau otra— en el torbellino de la guerra.No deben ver ninguna provocación enmis palabras: está fuera de duda que no

se pueden establecer unas relaciones«normales» entre nuestros Estadosmientras dicho asunto quede sinresolver. De esa normalización es de loque estoy hablando. Planteemosclaramente un asunto que es una fuentediaria de recuerdos de un pasado lejanoy triste.» El señor Bulganin respondió: «El canciller federal, señor Adenauer,ha expuesto como primera cuestión la delos prisioneros de guerra. En nuestraopinión se trata de un claromalentendido. No existen prisioneros deguerra alemanes en toda la UniónSoviética. Todos los prisioneros deguerra alemanes fueron liberados y

repatriados. En la Unión Soviética sóloexisten criminales de guerra de losantiguos ejércitos de Hitler, criminalesque fueron juzgados por tribunalessoviéticos por crímenes especialmentegraves contra el pueblo soviético, contrala paz y contra la Humanidad. En efecto,9.626 hombres han sido retenidos hastael 1 de septiembre (unos dos mil deellos lucharon en Stalingrado). Perodichos hombres deben ser retenidos enla cárcel por criminales, según lasnormas y reglas más humanas. Se tratade hombres que perdieron sucompostura humana; son hombresculpables de atrocidades, de incendios,de asesinatos perpetrados contramujeres, niños y ancianos. Fueron

debidamente sentenciados por tribunalessoviéticos y no pueden ser consideradosprisioneros de guerra. »El pueblo soviético no puede olvidarlos crímenes capitales cometidos poresos elementos criminales, como, porejemplo, el fusilamiento de siete milhombres en Kiev, en Babi Yar. Nopodernos olvidar ese millón de personasque fueron gaseadas y quemadas. Nadiepuede olvidar las toneladas de cabelloque fueron cortados (y clasificados) amujeres torturadas hasta la muerte.Existen muchos que presenciaron losucedido en Maidanek. En los camposde Maidanek y Auschwitz más de cincomillones y medio de personas, todasinocentes, fueron asesinadas. El pueblo

ucraniano nunca olvidará aquellaspersonas inocentes asesinadas enJarkov, donde fueron fusilados ogaseados miles de seres humanos.Podría mencionar los campos deconcentración de Smolensko, Krasnodar,Stavropol, Lvov, Poltava, Nóvgorod,Oriol, Rovno, Kaunas, Riga —y muchosotros— donde cientos de miles deciudadanos soviéticos fueron torturadoshasta la muerte por los fascistas deHitler. No podemos olvidar aquellasgentes inocentes, asesinadas, gaseadas yenterradas vivas; no podemos olvidarlas ciudades y aldeas abrasadas, lasmujeres, muchachos y niños asesinados.Y esos 9.626 hombres que hemencionado son criminales que

cometieron tales monstruososcrímenes...» Adenauer respondió rápidamente: «Así, pues, señor Primer Ministro,usted ha hablado acerca de prisionerosde guerra. Permítanme que llame suatención sobre el hecho de que, en misdeclaraciones de ayer, las palabras"prisioneros de guerra" no fueronmencionadas. Evité a propósito dichaexpresión. Si usted examina atentamentemis declaraciones, verá que hablaba enrealidad de "personas que eranretenidas". Usted ha mencionado"criminales de guerra" y sentenciasdictadas por tribunales soviéticos.Hemos tenido hechos similares en

nuestras relaciones con Estados Unidos,Gran Bretaña y Francia. Pero dichosEstados han llegado a la conclusión deque las sentencias dictadas en aquellospaíses en el primer período deposguerra no estaban libres de lasemociones propias de la atmósfera deaquel momento específico... »Se han cometido muchas maldades. »Esto es cierto: las tropas alemanasinvadieron Rusia. Y también esto escierto: se cometieron muchas maldades.Pero también esto es cierto: los ejércitosrusos invadieron Alemania —para sudefensa, lo admito sin vacilar— ysucedieron también muchas cosashorribles en Alemania durante la guerra.Creo que, si entramos en un nuevo

período en nuestras relaciones —y estoes lo que queremos realmente—, nodebemos mirar tan de cerca el pasado,pues de ese modo sólo comenzaremos alevantar obstáculos.» El Primer Ministro Nikita Jruschovatacó vehementemente los puntos devista de Adenauer: «Señor canciller, usted ha dicho alfinal de su declaración que los soldadossoviéticos, cuando cruzaron las fronterassoviéticas y penetraron profundamenteen su país, también cometieroncrímenes; debo rechazarlocategóricamente, pues esto no fue elcaso y la parte alemana no puedepresentar ninguna prueba de ello [nota

del autor, aquí Jruschov omitió laverdad]. Los soldados soviéticosexpulsaron a las otras tropas de su paísy las persiguieron, cuando no quisieronrendirse. Si hubiésemos dejado en paz adichas tropas, podrían habersepreparado para otra invasión. No nospodíamos detener a mitad de camino,sino que debíamos destruir al enemigoque se atrevió a alzar sus armas contranosotros. Por ello los soldadossoviéticos cumplieron con su sagradodeber hacia su patria al continuaraquella guerra y sacrificar sus vidas.¿Eso son horrores? Si unas tropashubiesen invadido Alemania, yAlemania se hubiese defendido yhubiesen destruido al enemigo, ¿diría

usted que eso son horrores? Habría sidoun sagrado deber de Alemania. Por esasrazones, soy de la opinión de que se hahecho una observación insultante contralos soldados soviéticos. Y ello meobliga a hacer esta declaración.» El 14 de septiembre, Adenauercelebró una conferencia de Prensa enMoscú: «... El Gobierno soviético —losseñores Bulganin y Jruschov— handeclarado expresamente durante lasnegociaciones que, en la UniónSoviética, ya no existen prisioneros deguerra alemanes, sino 9.626 criminalesde guerra convictos, según dicen ellos. »Todos abandonarán la Unión

Soviética en un próximo futuro. Seránparcialmente amnistiados y liberados; entanto la Unión Soviética crea quecometieron graves crímenes, seránobjeto de extradición a Alemania paraser tratados según las leyes de nuestropaís. Creo que esto aliviará muchaspesadumbres, no sólo a esas casi diezmil personas que están aquí en la UniónSoviética, sino también a sus numerososparientes en nuestro país. Ahora debotambién informar de que su PrimerMinistro Bulganin me ha dicho —y meha autorizado a decírselo a ustedes—que toda esta acción empezará inclusoantes de que hayamos llegado a Bonn...» De este modo, los últimos prisioneros

de Stalingrado empezaron su viaje finalhasta el hogar desde los campossoviéticos de prisioneros. — oOo —

notes

Notas a pie depágina 1. Durante este período, Stalin recibióal primer ministro británico WinstonChurchill, que había volado a Moscúcon malas noticias: los Aliados noestaban preparados para realizar unainvasión a través del canal en 1942. Aloír esto, Stalin se puso furioso, pero seapaciguó algo cuando Churchill, al queacompañaba Averell Harriman, lereveló los planes para la invasión delnorte de África (Operación Torch), quese proyectaba para el próximonoviembre. 2. Jruschov (Kruschev) pretendía

haber llamado a la dacha de Stalin parapedir permiso a fin de detener laofensiva soviética y afirmaba queMalenkov le transmitió la orden deStalin de continuar el ataque. Elmariscal Zhúkov niega esto en susMemorias, haciendo la acusación deque, en realidad, Jruschov incitó a Stalina que desoyera las advertencias sobre unposible desastre y a que continuara elataque. 3. Más tarde, Golikov se quejóamargamente a Stalin acerca del tratoque sufrió por parte de Jruschov yYeremenko. El primer ministro estuvo apunto de relevar a Yeremenko de sucargo. La situación sólo quedó aclaradacuando Jruschov le contó a Stalin la

cobarde conducta de Golikov. 4. La misión de Eismann originócontroversias entre los jefes alemanes.El mariscal de campo Manstein dijo queel informe de Eismann sobre laconferencia le convenció de que Paulusy Schmidt no intentaban abrirse caminobajo las condiciones existentes. ArthurSchmidt había descartado estaconclusión al apuntar que él y Paulushabían bosquejado meramente lostremendos problemas con los que seenfrentaban sin tener un adecuadosuministro aéreo. Además, Schmidtcreía que Manstein empleaba lasobservaciones del «sumiso» comandantepara justificar sus acciones posteriores.Friedrich von Paulus nunca se refirió en

público a la visita de Eismann, paracrear de este modo la impresión de queél no concedía a todo ello ningunaimportancia en particular. No existen enlos archivos registros taquigráficos dedicha conferencia. 5. Unas cuantas se salvaron y fueronpublicadas después de la guerra. 6. Aunque malherido tras su intento dehuida, su hijo sobrevivió. 7. El honor de capturar a Paulusoriginó furibundas rivalidades entre losoficiales del Ejército Rojo. En losrecuerdos de posguerra, algunosgenerales inferiores y coronelesalegaron que ellos habían recibido larendición de Paulus en el sótano deUnivermag. En casi todos esos relatos se

minimizó el papel del teniente FiodorYelchenko. 8. En el original inglés no figurareferencia alguna a Rubén Ibárruri eneste capítulo ni en los anteriores oposteriores. (N. del E.)