La Astúiias que conociO George Bortow (1837) · (Londres. Chapman & Hall Ltd, 1912) y la del...

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La Astúiias que conociO George Bortow (1837) «I was in may owen house, and an Asturian is fit company for a King, and is ofren of better blood». I. Borrow en Esparia Entre los documentos indirectos con que contamos para un acercamiento a la realidad asturiana del siglo XIX, en una época tan oscura y tan controvertida como la que transcurre desde el frustrado alzamiento del General Riego, el interludio liberal, las guerras carlistas y la Restauración está una serie de libros, diarios y notas de viaje, cuyo conocimiento es obli- gado no sólo al historiador, sino t•mbién al etnólogo asturia- nista. Entre éstos, aparte de alg ŭn escrito de concreta inten- ción, siempre me llamaron la atención los libros del inglés Richard Ford, autor como es sabido de un famosísimo «Hand- book for travellers in Spain» (1845), así como el del también inglés George Borrow, «The Bible in Spain; or the Journeys, Adventures, and Impresonments of an Englishman, in an at- tempt to circulate the Scriptures in the Peninsula (1843). Este i y ltimo, publicado con anterioridad al de Ford, al que sirvió un tanto de trampolín de lanzamiento al éxito, entre el p ŭblico anglosajón. Amigos, Borrow y Ford, desde la publica- ción por aquél de The Zincali (1841), la fama de ambos libros sobre España fue pareja, al conseguir para sus dos autores

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La Astúiias que conociOGeorge Bortow (1837)

«I was in may owen house, and an Asturian is fitcompany for a King, and is ofren of better blood».

I. Borrow en Esparia

Entre los documentos indirectos con que contamos paraun acercamiento a la realidad asturiana del siglo XIX, en unaépoca tan oscura y tan controvertida como la que transcurredesde el frustrado alzamiento del General Riego, el interludioliberal, las guerras carlistas y la Restauración está una seriede libros, diarios y notas de viaje, cuyo conocimiento es obli-gado no sólo al historiador, sino t•mbién al etnólogo asturia-nista. Entre éstos, aparte de algŭn escrito de concreta inten-ción, siempre me llamaron la atención los libros del inglésRichard Ford, autor como es sabido de un famosísimo «Hand-book for travellers in Spain» (1845), así como el del tambiéninglés George Borrow, «The Bible in Spain; or the Journeys,Adventures, and Impresonments of an Englishman, in an at-tempt to circulate the Scriptures in the Peninsula (1843).

Este iy ltimo, publicado con anterioridad al de Ford, al quesirvió un tanto de trampolín de lanzamiento al éxito, entre elpŭblico anglosajón. Amigos, Borrow y Ford, desde la publica-ción por aquél de The Zincali (1841), la fama de ambos librossobre España fue pareja, al conseguir para sus dos autores

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amplia y resonante celebridad, a ŭn cuando la personalidad deBorrow sería un tanto discutida no sólo a raíz de la deforma-ción de sus escritos por obra de don Marcelino Menéndez y Pe-layo en su célebre «Historia de los Heterodoxos», sino tambiénde la publicación de cbras tan elaboradas como la de WilliamI. Knapp, «Life, Writings and correspondence of George Bo-rrow, derived from official and other authentic sources» (Lon-dres, Murray, 1899, 2 vols.) y alguna otra que hemos podiduconocer con cierto detalle, entre la bibliografía existente

Dada la circunstancia de que son poco conocidas en Ovie-do las impresiones que .extrajo Borrow de su paso y corta es-tancia por .el Principado y que tuvo lugar en el otorio de 1837,cuando contaba unos 36 arios de edad, y la pintoresca imagenque se forjó de las gentes asturianas en su raudo paso por ellitoral cantábrico, me ha parecido oportuno evocar dicha eta-pa de su viaje y sus impresiones como tema de este ensayoque dedico en •emocionado recuerdo a mi inolvidable amigodon Carlos Clavería, posiblemente el hispanista contemporá-neo que mejor llegó a profundizar después de Borrow, —«DonJorgito el Inglés» para sus amigos—, en la vida e idiosincraciade los gitanos es.parioles, ganando a éste, sin embargo, en sabersobre las Asturias.

LOS VIAJEROS EXTRANJEROS ENLA ESPAÑA DEL SIGLO XIX •

Antes de meternos de lleno en el tema quizá no sea super-fluo decir algo sobre los clichés que a lo largo del siglo XIX,clausurado el absolutismo fernandino e iniciada tímidamen ieen Esparia una de sus primeras «aperturas» ideológicas em-

(1) Así, las de Edward Thomas, George Borrow: The Man and his Books,(Londres. Chapman & Hall Ltd, 1912) y la del frances Edgar Capelin, La Vieerrante de George Borrow, romancier des nomades, París, Les Presses de France,esta ŭltima dedicada al gran p ŭblico. Ambas obras al igual que la de Knapp,pueden consultarse en la Biblioteca del Ateneo Artístico, Científico y Literario deMadrid, en cuyos fondos se encuentran, suponemos que merced al interes que lafigura de G. Borrow despertó siempre en su traductor (clásico», al castellano,don Manuel Azaña, prohombre político de la II Repŭblica Española, que había sidoPresidente del Ateneo y cuya traducción de «The Bible in Spain» puede tambienencontrarse en el Ateneo.

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piezan a circular por Europa de nuestra patria. Estos, indu-dablemente se deben a la actividad de dos clases, —continen-tal e inglesa —de viajeros, que, en todas direcciones recorrennuestra piel de toro, buscando la entraria de aquello que hoyllamaríamos «lo typical», pero que en realidad no es otra cosaque una momentánea satisfacción de ansias de exotismo. Sur-gen así, memorias y libros de viajes, cuyo precedente, por loque se refiere a Asturias concretamente, quizá podríamos en-contrar en los diarios del ingeniero italiano Luigi Salandra,(1797) y a la totalidad de la Península Ibérica escritos de auto-res ingleses entre los que podríamos citar aquí las «Letters»de John Talbot Dillon (1778), en los «Travels trhough Spain»de W. Dalrymple (1774), el conocido relato de John Townsend(1786), que por cierto merecería una sagaz glosa por parte delasturiano don Fermín Canella; otro libro del ya citado Dillon(1780); el «Travels» de Swinburne (1775), por citar sólo unospocos, y éstos dentro del ambiente del que podríamos deno-minar Antiguo Régimen, cuando en la Asturias «fin de siécle»parece haberse empezado a inocular el «virus de las luces»,cultivado amorosamente en la probeta astur por gentes de latalla de Jovellanos, Campomanes, Martínez Marina y algŭnotro, y cuyos resultados se ven lamentablemente truncadoscon la invasión napoleónica, a la que Asturias se opondrá aligual que otras provincias, con la constitución de la llamadaJunta General del Principado, cuyas «anticipaciones» obra delmismo Jovellanos, pero también de Toreno, Canga •Arg ŭellesy otros no parecen hacer mucha gracia a inmovilistas de latalla de un Cardenal Inguanzo, pongamos por caso.

LA ESPAÑA QUE CONOCERIA BORROW

•Con el siglo XIX, tras la ,francesada, la relativa pacifica-ción interna, el liberalismo y la Regencia, Esparia parece abrir-se a la curiosidad de viajeros exoticistas de allende el Pirineo,y cuya «sensibilidad romántica» parece espolearse, viajando alo largo y ancho de nuestra patria. De esta forma, 1830 cono-cerá la presencia en nuestras tierras del ya citado RichardFord, al que llega a tratar Prósper Merimée, quien por dichosarios capta en su apasionada retina, matices y colores para

George "Borrow (1803 - 1881)

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ese caleidoscopio que será su Carmen. Y cinco arios después,en los primeros días de enero de 1836, nuestro George Borrowentrará por vez primera en Esparia, por la frontera de Elvás(Pártugal), en dirección a Badajoz, desde donde, tras casi dobsemanas de estancia decidirá marchar a la Corte, a Madrid,pasando por Mérida, Gropesa y Talavera de la Reina.

Son arios estos de inquietud interna, en que nadie, al igualque ahora, sabe lo que le reserva el futuro, y en los que elpueblo espariol vive las inquietudes del tránsito .de un enervan-te absolutismo inmovilista a un aperturismo liberal, tránsitoque permitirá no obstante diversos avances y una paulatinaproclamación de libertades 2 • E incluso que se produzcan he-

(2) Para un conocimiento particular de la época cf. PETER JANKE, Mendi-zábal y la instauración de la monarquía constitucional en España (1790-1857) Ma-drid. Siglo XXI, 1970.

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chos tan insólitos en nuestra patria, corno pueden ser la im-presión de la Biblia, totalmente exenta de comentarios y notas,en una edición manual y, lo que es mejor, a un precio redu-cido, al alcance de todo «hijo de vecino», que quiera enterarsede su contenido sin dar cuentas de su «morboso» deseo alSanto Oficio. Los llamados apostólicos han sido derrotados,y con ellos se inicia un repliegue de la Iglesia. Esparia empiezaa convertirse así, rompiendo con una tradición de siglos, enposible campo, apto para que otras confesiones cristianas pue-dan compartir con la católica romana un proselitismo evan-gélico. Hecho éste, del que es plenamente consciente la Socie-dad Bíblica Británica y Extranjera de Londres, quien no du-da en enviar a la Península a uno de sus mejores ministroso agentes, George Borrow, ya bien acreditado por sus éxitospropagandísticos en la Rusia de los zares.

LA BIBLIA EN ESPAÑA

Instalado en Madrid, donde sorprende a nuestro hombrela sonada sublevación de los sargentos de San Ildefonso deLa Granja (Segovia), así como el programa progresista, Bo-rrow planea en serio una penetración decisiva de la SociedadBíblica en Esparia. Atados ya los restantes cabos, marcharáa Gibraltar y retornará a Londres el 3 de octubre de 1836, vol-viendo a Esparia mes y medio después, desembarcando enCádiz el 22 de noviembre, desde donde partirá para Madrid,a donde llega el día siguiente de Navidad. Y en los primerosdías del ario 1837, concertará con el impresor Andrés Borregola edición del Evangelio, segŭn la traducción del P. Scio, ytomando como pauta, otra editada, sin notas un decenio antesy en Londres, por la misma Sociedad Bíblica. Terminada laedición hará falta difundirla, y es entonces cuando Borrow,siguiendo un indefinible impulso solicita permiso de sus su-periores ingleses para repartir personalmente el libro por lospueblos y comarcas de Esparia, e impartir, si se le cuadra,su contenido, lo que le permitirá entrar en contacto directocon sus gentes inclŭso el pueblo llano, y llevar a cabo unaenorme labor de proselitismo y propaganda anglicana. La pe-tición de Borrow es aceptada y henos a nuestro hombre, tras

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dejar en la Corte a Don Pedro de Usoz y Río encargado desus asuntos y en compariía de su doméstico griego AntonioBochino emprender un largo y pintoresco viaje por la Penín-sula, primero a través de Castilla, viaje que le llevará asimis-mo a Galicia y a la cornisa cantábrica, dándole ocasión, co-mo se ha dicho, de visitar Asturias en el otorio de 1837, con-cretamente entre fines de septiembre y primeros de octubre.

Será después de este viaje, ya de regreso a Madrid (30 deoctubre), cuando Borrow empieza a hacerse célebre no sólopara las autoridades espariolas, a raíz de las repetidas denun-cias de que es objeto por parte de determinadas autoridadeseclesiásticas, de Castilla, León y el Norte, a las que, al igualque a ciertos estamentos integristas, escandaliza y molestaextraordinariamente la labor proselitista de Borrow.

BORROW Y LOS GITANOS ESPAÑOLES

Hay un sector en la infraestructura social de la Esparia queconoció Borrow, en el que éste se encuentra como el pez enel agua. Nos referimos al mundo de las minorías gitanas enla que nuestro hombre es admirado y respetado, por su co-nocimiento de sus leyes, costumbres, lenguas y jergas, insti-tuciones, códigos, comportamiento, etc. No hay que olvidarque ya antes de llegar a Esparia, Borrow había tratado y con-vivido con gitanos de toda Europa, desde su misma niriez, sinos atenemos a los datos que se ofrecen en su curiosísimaobra autobiográfica 3 . Su trato con lus gitanos esparioles lehará depositario •de excepción, de muy importantes conoci-mientos en torno a la historia, usos y costumbres de los gita-nos esparioles, incluso durante el Antiguo Régimen. Ello lemoverá incluso a publicar en caló, para uso de los mismosel Evangelio de San Lucas 4 , y poco después a su conocido

(3) Me refiero concretamente a Lavengro; The Scholar-The Gypsy-The Priest,3 vols. Londres, John Murray, 1851, obra en la que iunto a noticias verídicas elautor deja volar su fantasía. La edición que ha podido ,constatar en Oviedo y alescribir estas páginas data sin embargo de 1969 (Londres, Heron Books) y se abrecon una gustosa introducción de mi viejo amigo Walter Starkie.

(4) Embeo e Majaró Lucas... El Evangelio segŭn San Lucas. Trad. al Roma-ni o dialecto de los gitanos de España, Madrid, 1937 • Al parecer dicha traduc-ción sería hecha el año anterior durante la estancia Borrow en Badajoz.

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bro ya citado sobre los gitanos españoles 5 , •en el que se en-cierran muy interesantes •observaciones, hoy de obligada con-sulta y conocimiento para todo aquel que desee conocer lasituación de las etnias «parias» en la Península en el tránsitodel siglo XVIII al XIX.

BORROW EN MADRID: SUS PRIMEROSCONTACTOS CON ASTURIANOS

En el capítulo XII de The Bible in Spain así como en lossiguientes, Borrow nos relata de forrna llana y pintoresca susprimeras andanzas en Madrid, conocimientos, visitas, e inclu-so sus primeros contactos con la población. Y al •hablar de lamuchedumbre heterogénea con la que tendrá que convivir, en-cabezando un pintoresco saludo a los distintos provincianoscon quien tendrá que tratar encontremos que clama:

« !Salud, aguadores de Asturias, que, con vuestro groserovestido de muletón y vuestras monteras de piel, os sentáispor centenares al lado de las fuentes, sobre las cubas vacías,o tambaleándose bajo su peso, una vez llenas, subís hastalos ŭltimos pisos de las casas más altas!»

Y páginas más adelante, hablándonos de cuando iba apasear al hoy Parque del Oeste de Madrid en la zona que co-rresponde a la actualmente denominada La Bombilla, comen-tará sus charlas con un naranjero, que, además de naranjas,vendía agua en un puentecillo, junto a una abandonada case-ta de consumero, «individuo muy zumbón y aunque apenassabía leer •y escribir, nada ignorante de las cosas del mundo»:

Era asturiano como de 50 arios y de unos cinco pies dealto. Yo le compraba muchas naranjas y no tardó en sentirgran amistad por mí y en contarme su historia; ninguna

• cosa notable había en ella; el suceso más importante erauna aventura que le ocurrió en las Sierra de Granada, don-de cayó en poder de unos gitanos y luego le despidierondándole palos. «He corrido toda España —me dijo-- y en

(5) • The Zincali or an Account of the Gypsies of Spain. 2 vols. Londres, JohnMurray, 1841.

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conclusión opino que sólo hay dos sitios donde se puede vi-vir: Málaga y Madrid. En Málaga va todo muy barato, yhay tal abundancia de pescado, que muchas veces lo he vistoamontonado en la orilla del mar; en Madrid como está laCorte, corre el dinero y nunca me acuesto sin cenar. Loŭnico que me importa es vender naranjas, y mi ŭníco deseoes que cuando muera me entierren allí». Al decir esto seña-laba al otro lado del Manzanares...»

Fue posiblemente, a raíz de estos contactos, y al hacer 21

proyecto de sus viajes, cuando Borrow decidiría incluir enél, a las Asturias. Esas Asturias de Oviedo que suministrabannumerosa población laboral a la Corte de Los Milagros, tannumerosa, por lo que hoy sabemos, que sería conscientementesubrayada por escritores y cronistas locales tan prestigiososcomo el mismo Don 'Ramón de Mesonero Romanos 6 , que nota-ron en conocidos y divulgados escritos, la presencia de traba-jadores asturianos en la iCort2, claramente significados enparticulares dedicaciones. Al respecto, es notable por cierto lasemblanza del aguador asturiano •que aparece en la célebreobra Los españoles pintados por si mismos', en la que se in-cluyó asimismo un curioso dibujo debido a Alenza. Tal obraexpresión de un género costumbrista, a la sazón de moda enEuropa 8 , no nos da sin embargo clara conciencia de la impor-

(6) Cf. del mismo, Manual de Madrid, Madrid, 1831, pág . 68, donde escriberefiriendose al servicio domestico existente en Madrid (criados): «Los asturianos,en general abastecen a Madrid de criados de servicio: los más finos y aseados sir-ven de lacayos; otros más toscos hacen de compradores y mozos de servicio, ytodos por lo regular no desmienten la antigua y conocida honradez de su pro-vincia. Son trabajadores, sufridos, y sólo torpes en los principios de su llegada aMadrid, aunque muy luego se enteran de sus calles, usos y costumbres. Sus sala-rios varían segŭn el convenio y trabajo que se les de, pero puede fijarse portermino medio, el de dos reales diarios y la comida, que pagan la mayor partede las casas de Madrid».

Y el mismo Mesonero Romanos, seguirá al hablarnos de aguadores y mozos decordel (págs. 68-69): «Tambien los asturianos y gallegos desempeilan en Madridestos oficios. Los aguadores suelen tambien servir de mozos de compra, y el preciode su trabajo suele ser 20 rs. al mes, con lo cual nutren de agua que toman enlas fuentes principales. Los... mozos de cordel que se hallan en las esquinas delas calles, aunque toscos sobre manera, sirven para conducir los efectos y hacer detoda especie de mandados, lo cual ejecutan con bastante exactitud y notable pro-bidad pagándoles 2 a 4 rs. por cada mandado.

(7) La semblanza del aguador asturiano (Cf. pág. 84) de la edición de Gas-par y Roig, Madrid, 1851, se debe a D. Santos Lopez Pelegrín, «Abenamar».

(8) Cf. Margarita Ucelay Da Cal, Los españoles pintados por si mismos. (1843-1844). Estudio de un genero costumbrista. Mexico, 1951.

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tancia del estamento laboral asturiano en la Corte y que se vaacrecentando con la Restauración y hasta nuestros días, comohan subrayado notables estudios, entre los que quizá cabríadestacar aquí el de E. González Velasco en Tipos y bocetos dela emigración asturiana tomados del natural por (Madrid,1880, XX, 132 págs. Cf. págs. 29-54) donde se contiene unadescripción que se nos antoja bastante fidedigna de la vida delaguador•madrilerio oriundo de Asturias 9.

Cabe preguntarse sin embargo y antes de entrar pormeno-rizadamente al tratar del viaje de Borrow por las Asturias, sinode la idiosineracia y caracterización étnica del asturiano y co-mo éste ,era considerado ya por el res' to de Esparia, ya en laCorte 10 , de la situación política del Principado, tras la france-sada y los ramalazos de Absolutismo y Liberálismo que cono-cen los primeros decenios de la España del siglo XIX, inclu-yendo el primer levantamiento carlista.

En 1837 Oviedo y Gijón, constituían dentro del solar asturlos focos alentadores no sólo de extremIsmos liberales sino deotros más o menos prácticos que darían viabilidad a realida-des como pongamos por caso el proceso desamortizador deMendizábal, iniciado un ario antes y del que a la larga habríande aprovecharse muchas gentes•que realmente no pertenecíana la vieja nobleza astur. Es por entonces cuando la Real Com-pariía Asturiana de Minas empieza a poner las bases de su pos-terior poderío, y su ejemplo iba a ser seguido por gentes avisa-das de la talla de un Alejandro Aguado, Marqués de las Ma-rismas (1785-1842). Al parecer y cuando Borrow conoce Ovie-do, la futura Vetusta contaba aproximadamente, seg ŭn anotanuestro hombre unos 15.000 habitantes, y por lo que noscuenta, junto a la pasividad de las zonas rurales ante el pro-

(9) Aunque trascienda de la emigración asturiana a la Corte que conocióBorrow, no podemos menos de citar aquí tambien el eruditísimo trabajo de F. Qui-rós Linares, Oficios y profesiones de los inmigrantes de Cangas del Narcea en Ma-drid. antes de la guerra civil (Cf. ARCHIVUM, XXI, Oviedo, 1971), y en elque se detallan aspectos del Reglamento de aguadores de 1874, que no debía di-ferir excesivamente de aquel al que se atenían los aguadores asturianos que cono-ció Borrow en su estancia en Madrid.

(10) Para una consideración particular del tema es fundamental la obra yaclásica de Miguel Herrero García. Ideas sobre los españoles .1e1 Siglo XVII, Madrid.Gredos, concretamente pág. 7.

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gresivo afianzamiento del régimen liberal, al que sólo se opo-nían pequerias «partidas», había un cierto reparto de «campode acción» entre la aristocracia y el clero, al que las leyesdesamortizadoras, restaron posiblemente enorme poderío einfluencia política, llevándole incluso a enfrentarse con con-cretos sectores del Antiguo Régimen, convertidos en compra-dores de los predios y propiedades eclesiásticas. La canaliza-ción de tales inversiones, en su mayor parte con destino alEstado, indudablemente restaría afluencia de metálico en lacirculación regional, hecho este que repercutiría dramática-mente en • los estratos inferiores de la población, víctimas delas bruscas fluctuaciones de precios, sobre todo de cereales,más dado el hecho de que en el Principado no se había des-arrollado un régimen de pósitos similar al que disfrutaban,por ejemplo Castilla y León, y se vivía en una economía arcai-ca, que en el terrazgo giraba en torno de la realidad de laquintana y su hórreo.

Puede decirse pues, sin embargo, que económicamentecuando Borrow penetra en Asturias ésta quizá pueda dividirsegeográfica y económicamente en tres regiones: la occidentalque empieza desde Galicia y llega hasta el llamado Puerto deBaraya e incluso Luarca, y que parece depender económica-mente del Reino de Galicia; la central, quizá desde Muros dePravia hasta Villaviciosa, y la oriental desde dicha villa a lasTinas, es decir, hasta San Vicente de la Barquera, donde Bo-rrow cierra su viaje por Asturias. Más o menos, siguiendoese esquema tendríamos pues, que analizar las impresiones denuestro viajero y el comentario que éstas nos merecen.

Antes, sin embargo, y siguiendo ya nuestras deduccionespersonales, ya las de Knapp, contenidas en su obra anterior-mente citada, quizá pudiéramos reconstruir las jornadas astu-res de Borrow en el otorio de 1837 de la forma siguiente:

25 de septiembre: Luarca, Canero, Los Vallautas y Sotode Luiria.

26 de septiembre: Muros, Avilés, Gijón.

27 de septiembre: Oviedo.

28 de septiembre: Permanencia en Oviedo.

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29 de septiembre: Permanencia en Oviedo probada por fe-cha de la carta que desde dicha ciudad escribe a la Bible So-ciety de Londres.

30 de septiembre al 4 de octubre: Permanencia en Oviedo.

5 de octubre: Salida de Oviedo a Villaviciosa.

6 de octubre: Villaviciosa, Colunga, Ribadesella.

7 de octubre: Ribadesella, Llanes, Colombres (no, «SantoColombo»).

8 de octubre: .Colombres, y ya, .en la provincia de Santan-der, San Vicente de la Barquera, Santillana del Mar, etc.

Reconstrucción ésta, cuya ŭnica duda está en si realmentefue la noche del 25 al 26 de septiembre cuando Jorge Borrowy sus acompariantes pernoctaron en la villa llamada entoncesMuros de Pravia y de la que nos deparará, seg ŭ n veremosmás adelante, un curioso relato.

Hechas pues todas estas puntualizaciones sigamos deta-lladamente a Borrow en su itinerario asturiano.

II. Borrow en Asturias

ENTRADA EN ASTURIAS

Borrow penetra en Asturias pasando la Ría del Eo, desdeRibadeo a Castropol, usando una lancha, que transportaráasimismo al alquilador de caballos o arriero que ha contrata-do como guía, un tal Martín de Ribadeo, y su criado el griegoAntonio Bocchino. En la embarcación va la cabalgadura a uti-lizar por Borrow: una yegua «facciosa», así motejada por suduerio, el de Ribadeo, por haberla comprado por un duro auna partida carlista.

Borrow, había vendido anteriormente su caballo en San-tiago. Ve aquí la necesidad de alquilar uno para su viaje porlas Asturias.

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Ya en la orilla asturiana se inicia el viaje. Ignoramos lahora, pero, por su relato, sabemos que es mediodía cuandollegan a Navia, villa descrita como «pueblecito de pescadores»situado en una ría, enmarcado por la Serranía de Burón.

Navia, como poblado no merece excesivo comentario porparte de Borrow, aunque sepamos que entonces (1837) era yacapital de un próspero Concejo, que conocía una gran acti-vidad textil y empezaba . a iniciarse en la política de amortiza-ción. También, que disponía de un amplio puerto bien prote-gido, que brindaba una cierta actividad marinera a la villay que se manifestaba sobre todo en el cantón de Mohías y enel dique de El Espin. Sería aquí, junto a éste, posiblemente,donde Barrow anotaría la presencia de un «patache», proce-dente al parecer de las Provincias Vascongadas, y al que nospresenta cargando sidra, hecho éste, que sin embargo se nosantoja un tanto insólito.

Aunque como más arriba hemos dicho apenas nos dicealgo de su rápido paso por la villa, Borrow mencionará «laangosta calle del pueblo» refiriéndose quizá a la Calle Mayor.Su atención se concentrará en tres hombres, al que nos pre-senta como zapatero y que sentados a la entrada de unatienda •saludarían a su criado Antonio quien se detendría aconversar con ellos. Conversación ésta que nos da motivo pa-ra una primera exégesis.

Veamos. Cuando al rato y ya en la posada habla Borrowcon su criado sobre la personalidad de sus interlocutores, An-tonio se expresará de la siguiente forma:

«Mon maitre —dijo—, ce sont des messieurs de ma

connaissance». He sido compañero de servicio de los tresvarias veces; de antemano le digo a usted que en estapaís apenas hay un pueblo donde no tenga yo un amigo.Todos • los asturianos van a Madrid en cierta epoca de suvida en busca de colocación, y cuando han arariado algŭndinero se vuelven a su país. Como yo he servido en todaslas casas grandes de Madrid, conozco a la mayor parte deellos. No tengo nada que decir contra los asturianos, salvoque son tacarios y mezquinos mientras están sirviendo;

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pero no son ladrones, ni en su país ni fuera de el, y heoído decir que se puede atravesar Asturias de punta apunta sin el menor riesgo de que le roben o le maltratena uno, cosa que no sucede en Galicia, donde a cada mo-mento estábamos expuestos a que nos cortaran el cuello.

Singular parrafada ésta, que encierra en su contenido todoun tratado de caracterología étnica, lo que nos hace dudar, sino es otra cosa que el «leit motiv» de que se sirve Borrow,para introducirnos en la idiosincracia asturiana, ya que enel mismo tienen cabida nada menos que media docena deideas, que encontramos contenidas en publicaciones del tipode la famosa Los españoles pintados por si mismos, que poraquellos arios •empiezan a ser fruta del tiempo. Asi se trata-rá aqui de: a) el carácter abierto de los asturianos; b) elabsentismo del asturiano, que le hace abandonar la aldea ymarcharse de mozo a la Corte, donde se coloca; c) El sentidode ahorro y de economia que le domina durante los arios deausencia, con vistas a poder mejorar su posición, ya de re-greso en su tierra; d) la natural generosidad y desprendimien-to de los asturianos, lo que no es obstáculo para que puedanhacer economías: e su honradez a toda prueba, y f) la com-paración fruto de algŭn dietado tópico, que cabría hacer entretal honradez y la de otras regiones «cosa que no sucede enGalicia, donde a cada momento estábamos expuestos a quenos cortaran el cuello».

Detengámonos siquiera por un momento en tales apre-ciaciones de las que segŭn Borrow, es responsable Antonio, pe-ro que cabría considerar, más bien, hijas de diversas notas yobservaciones de nuestro hombre y entre las que cabría serialaraquellas que muy bien pudo hacer en la misma corte, al enta-blar contacto con la gente del pueblo, entre la que no faltaríaindudablemente aguadores, en su mayoria asturianos que seganaban la vida en la Villa y Corte con los continuos «viajes»a las fuentes pŭblicas de Cabestreros, Pontejos, Leganitos,Mariblanca (Puerta del Sol), Fuentecilla y tantas otras, yendode éstas a las casas y pisos que requerian sus servicios. Oficioéste que ocupaba en Madrid casi al millar de aguadores, en sumayoría asturianos y de los que ya hemos dicho que costum-

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bristas como Ramón de Mesoneros Romanos nos han dejadocuriosos detalles, como por ejemplo, cómo era adquirido ytransmitido el derecho a tal servicio en una determinada fuen-te por un aguador y éste a su vez podía cederle o transmitirletras arios de trabajo, cuando decidía volver a su tierra, a unaspirante generalmente llegado de la misma, percibiendo porello 10 ó 12 onzas de oro. Indudablemente Borrow tuvo queconocerlos en su estancia en Madrid, cuando a ŭn dicho oficiono había entrado en crisis con la traída de las aguas del Lozo-ya (1858). Con sus patillas, sus trajes típicos de sayal y suscubos fue un algo consustancial a la Villa y Corte, aportadopor Asturias, como hoy lo son a la misma, pongamos por ca-so, los vigilantes nocturnos.

Otra característica que subraya Borrow es el sentido deahorro que domina al asturiano, y que sin embargo no llegaa la tacariería. Ello es de siempre y cuando un asturiano sedivierte, —un día ya un día—, dirá él mismo en bable per As-turies, no repara en gastos, incluso por presunción personal.

-E1 mismo afán de mejora o de ascenso social, llevaría amuchos asturianos a la Corte, donde empleándose en los másdispares menesteres, entre los que indudablemente se encon-traba el servicio doméstico, les permitiría hacer en unos ariosalgunos ahorros, que bien o mal, ies ayudaría de regreso a sulugar en el intento de conseguir una cierta independencia eco-nómica, e incluso responsabilizarse en alg ŭn comercio o ne-gocio.

iDe todas formas y en esta línea de ideas, es lógico queBorrow conociese toda una caracterología étnica que en tornoa los asturianos se había hecho tópica en la Esparia de la pri-mera mitad del siglo XIX. Claro que dudamos que conocieselas malévolas estrofas atribuidas al poeta Francisco Gregoriode Sals, muerto en 1822.

El asturiano cerdoso,baxo, rechoncho y quadrado,forcejudo y mal formado,es un mixto de hombre y oso.

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Su carácter es honroso,hombre de bien, más sin mana,todo lo emprende con saria,y son, segŭn les inclina,su aspecto a morios de esquinalas acemilas de Esparia.

Ripiosa composición que por sí misma se define y enfranca contradicción con observaciones tan interesantes comoaquella de Fray B. J. Feijoo que •en némero 33, discurso XVde su Teatro Crítico Universal, escribe: «... Quando digo quepor la experiencia apenas podemos notar desigualdad de in-genio en las Naciones, debe entenderse en quanto a las quali-dades esenciales de penetración, solidez y claridad; no enquanto a los accidentes de más veloz, o más tardo, o mássuelto, o más detenido; porque en quanto a esto es visible queunas Naciones excedan a otras. Así es claro que los italianosy los franceses son más ágiles que los esparioles. Y dentrode Esparia hay bastante diferencia de unas a otras Provincias.En esta de Asturias, se notan por lo com ŭn genios más des-pejados, por lo menos para la explicación, que en otros Países,cuya experiencia basta para disuadir aquella general aprehen-sión de que los Países muy lluviosos producen almas torpes;siendo cierto que a esta tierra el Cielo más la inunda que lariega, y con verdad la podríamos llamar: Nomborum patriam,loca foeta furentibus Austris». Aparte del Conceptismo de talcita y el elogio de las virtudes astures será empero una espinapara el Principado el que pudiera incluirse en una ley de laNovísima Recopilación, la prohibición a los mozos asturianosusar palos en Madrid y que en el refranero ibérico se inclu-yan algunos dichos un tanto peyorativos no sólo para lasAsturias sino para toda la Iberia Atlántica, como aquellos querezan, Asturianos, pates de marrano, y Santanderín, pates degorrín, ó, Los enemigos del alma son tres: gallego, asturiano ymontafiés, dictados tópicos todos ellos, de evidente injusticiay malevolencia, que Borrow jamás tendría en cuenta en lacaracterización puesta en boca de su criado Antonio Bochi-no, antes todo lo contrario.

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Tipos asturianos

DE NAVIA A PUERTO DE BARALLA. LA MALATER1A

Guiados por Martín de Ribadeo, Borrow y su criado segui-rían su viaje y desde Navia, hacia Oviedo. Pronto cruzarían

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LA ASTURIAS QUE CONOCIÓ G. BORROW

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una comarca desolada, para cuya identificación sólo dispone-mos de un topónimo: el que nos da el paso entre montarias,Ilamado Puerto de Baralla, topónimo éste de difícil ubicación,como no relacionemos con el que nos brinda la localidad deBarayo, que sabemos albergó de antiguo una malatería u hos-pital para pobres peregrinos jacobeos y leprosos. Por lo que•sabemos este tipo •de fundación fue muy corriente en Astu-rias desde la Edad Media, manteniéndose incluso hasta ini-cios del siglo XIX. La Malatería de Barayo, a la que quizápudiéramos referirnos se hallaba situada entre los concejosde Navia y Luarca, datando del siglo XIII. Se encontraba bajola advocación de San Lázaro, santo cuya imagen, al ser des-amortizada la fundación en cuya capilla se veneraba, seríatrasladada a la Capilla de Vigo, junto a Puerto de Vega, Navia.

•Construida la Malatería en una comarca aislada y cono-ciendo su función, es lógico que los viajeros que a ella se Ile-gaban encontrasen un tanto tétrico el paisaje.

Este puerto, —pondría Borrow en boca del trajinero--tiene muy mala fama y no me gustaría atravesarlo denoche. Aquí no hay ladrones, sino algo peor, los duendes(en castellano en la edición original de Borrow) de dosfrailes franciscanos...

Y a continuación el de Ribadeo se explicaría así:

Cuentan que en tiempos antiguos, mucho antes de su-primirse los hospicios, dos hermanos = malatos), salie-ron de su hospital a mendigar, recogieron muchas limos-nas, y cuando al cerrar la noche pasaban por aquí, caminode su convento disputaron sobre cuál de los dos habíarecogido más, emperiado cada uno en que había cumplidocon su obligación mejor que el otro. Al cabo de las pala-bras vivas pasaron a los insultos, y de los insultos a losgolpes. , 11r que cree vuesa merced que hicieron aquellosdemonios de hermanos? Pues se despojaron de sus capas,y haciendolos en una punta sendos nudos con una gruesapiedra dentro, se empezaron a dar mutuamente golpescon tal furia que ambos se dieron muerte»...

Y a continuación Borrow pondría en boca del trajinero en

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siguiente comentario, no excesivamente inocente pero que du-damos fuera efectivamente hecho por él mismo:

No se, amo, cuál es peor plaga, si los frailes, los curas,o los gorriones...

Comentario éste ,del que realmente creemos totalmenteresponsable a Borrow, por su mismo enfrentamiento personal,al clero hispano que tantos obstáculos le pone a su entusiasta«regeneración de Esparia», que quiere lograr con el expedientedel libre-examen y de la lectura de la Biblia por sus naturales.

Hay en este «tranco» dos hechos en los que quizá sea con-veniente detenernos. El de la existencia de malaterías en elPrincipado, y en la mención de los duendes. Por lo que se re-fiere a aquellas, como ya se ha dicho sabemos de su existenciaen Asturias desde el siglo IX, y no •hemos de insistir sobre elparticular, teniendo trabajos sobre el tema tan interesantescomo el mismo relativamente reciente de J. Tolivar Faes (Hos-pitales de leprosos en Asturias durante las Edades Media yModerna, Oviedo, 1966). Es muy posible que los dos «herma-nos» en litigio, cuya historia quizás inspiró un dramáticocuadro al •gran pintor hispano Francisco de Goya y Lucien-tes fueron malatos mendicantes. Encontramos empero unaconfusión en la aplicación de la voz duende, con la que Bo-rrow quiso referirse a las almas en pena de los desgracia-dos contrincantes, ya que la voz duende, en Asturias traslas puntualizaciones de C. Cabal (La mitologia asturiana, Losdioses de la muerte, Madrid, 1925), y la más reciente de L. Cas-tarión (Supersticiones y creencias de Asturias Salinas, Ayal-ga, 1976), más que a un alma en pena hay que equipararlaa un diañu, especie de demon, o diablillo de infima categor-íaemparentado con cualquier diosecillo o geniecillo de la vege-tación, familiar, inofensivo e incluso moralizante que gozaba

• dentro de su situación de fantasma, asustando a los paisanose incluso castigando a los mozos poco diligentes, transfor-mándose en caballería y dejándoles montar en su grupa, para

• tirarlos, cuando más distraídos estaban, en un llamargal o unestercolero y haciéndoles rabiar con mil travesuras, que aveces eran causa por su descaro del sonrojo de las mozas.Hechos todos no muy acordes con el papel que muchos darán

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LA ASTURIAS QIJE CONOCIÓ BORROW

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al duende o diañu, de «ánima en pena», papel que admite alasimilar al Diaño astur con el Xas galaico, como manes o es-píritu de los muertos.

EN LUARCA

Dos horas después de pasar el puerto de Baralla, GeorgeBorrow registraría en su diario, y después en su libro su Ile-gada a la villa de Luarca, cuya situación geográficas la produ-ciría una profunda impresión:

Se halla, —escribe— en una profunda hondonada, detan rápidas vertientes que no se ve el pueblo, hasta quese está encima de el. En el extremo Norte de la hondona-da, hay una pequeña bahía por la que penetra el mar porun angosto boquete.

Considerada topográfica y geográficamente son pocas entérminos generales las variaciones que ha conocido Luarcadesde 1837, aŭn cuando, al igual que toda Asturias, pueda ha-blarse de la natural expansión urbana, al .elegirla como puertode partida y atraque en la segunda mitad del pasado siglo,inolvidables veleros que hacían la «carrera» de América o delBáltico, y adquirir conciencia el concejo de Valdés, de su realimportancia comarcal, puesta en evidencia en los ŭltimos ariospor importantes trabajos de J. E. Casariego, M. González Cobasy otros asturianistas contemporáneos.

Ya en Luarca, nuestros viajeros buscarían una posada (sicen el libro de Borrow) «grande y cómoda». Por investigacionespersonales, siguiendo a Borrow, hemos deducido al no haberen Luarca fondas particulares que se alojarían en la entoncesbien acreditada Posada de las Cuerdas, en la calle del Crucero,donde encontraron buen acomodo. Ya instalados, Martín deRibadeo creyó concluidos sus servicios emprendiendo la b ŭs-queda de otro guía y caballerías de refresco, con objeto de po-der volver él a Galicia. Sin embargo las cosas se complicarán,a no haber disponibles caballos de posta y no poder contar conéstos por lo menos hasta dos días después. Ante la disyunti-va Borrow tendrá que tratar con el de Ribadeo, para que

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éste continŭe a su servicio y le lleve a Oviedo. El inglés nostranscribe la contestación del trajinero:

Al entrar en Luarca —dijo Martín— tuve el presenti-miento de que no estábamos destinados a separarnos ahora.Tiene Vd. que alquilarnos a mí y a la yegua hasta Gijón;allí ya encontrará Vd. medio de trasladarse a Oviedo. Ha-blando con franqueza, no siento lo más mínimo que losguías esten fuera, porque la compañía de Vd. me agrada y

estoy seguro de que a Vd. le agrada la mía. Ahora voy aescribir una carta a ,mi mujer diciendole que volvere aRibadeo en unos cuantos días.

Respuesta ésta, cuya transcripción verosímil y real, cabríaaceptar dentro del relato, si Borrow, fantaseando una vezmás no hubiera ariadido:

«Martín salió del aposento canturreando la siguientecopla:

Un manco escribió una carta;un ciego la está mirando;un mudo la está leyendo;y un sordo la está escuchando.

No; en manera alguna cabe aceptar esto, tanto más cuan-do dicha letra o copla es extraria al cancionero popular es-pariol, y desde luego galaico ". Casualmente sin embargo, po-

demos ,hablar de una cancioncilla inglesa que pudo sin em-bargo más o menos subconscientemente inspirar a nuestro in-

glés:

A headless man had a letter to writeTwas read by one who lost his sight

(11) Textualmente en la edición original de The Bible in Spain, Borrow es-cribe:

«A handless man a letter did writeA dumb dictated it word for wordThe person who real it had lost his sightAnd deaf was he who listened and heard».

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The Dumb repeated it word for wordAnd he was Deaf who listend and heard12.

Circunstancia ésta, que nos hace pensar, una vez más, enlos elementos no reales entreverados en el relato de Borrow,sin descartar que nuestro hombre, para una mejor compren-sión de sus futuros lectores hubiera sustituido cualquier coplao dicho regional por alguna cancioncilla popular anglosajona.

Amanecería el 25 de septiembre y con el criado y Martínde Ribadeo vemos proseguir su viaje a Borrow. Tras una horade marcha les encontraremos en un lugar denominado Canei-ro (sic), y que fácilmente quizás sea posible identificar conCanero, distante de la capital del Concejo apenas dos leguas(unos 10 kms.), lugar que arios atrás había sido escenario dela luctuosa•muerte • e los patriotas asturianos Juan FernándezCernuda y Bernardo Fernández Asensio. El sitio es hoy demuy fácil acceso por coincidir con el cruce de la carreterageneral de Luarca a Oviedo si se va a éste por La Espina ySalas, o se toma la sinuosa carretera de la costa que lleva aAvilés y a Gijón. La belleza umbrosa del lugar, pródigo encastariales llama r la atención del inglés, que atraviesa con susacompariantes y caballería con una barcaza el río Esva o Ca-nero, famoso por la gran cantidad de truchas que aŭn pulu-lan en el mismo, gracias a las singulares •condiciones ecoló-gicas del lugar que posiblemente han influido en la recienteinstalación de una piscifactoría.

DE CANERO A GIJON

Tras vado y valle, nuestros viajeros entrarían en otro pai-saje, •recortado y agreste, cuya bravía belleza no podrá empe-ro ser apreciada totalmente por Borrow con el día tristón ysombrío que va imponiéndose a medida que va entrando lamañana.

(12) Bombaugh's Gleaning from The Harvest-Field of Literature, 1870, pág.189.. Vid. en Book of Riddles, mencionado por Laneham, 1575 y en el EnglishCourtier, 1586, ó 1629.

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Preguntarán a una anciana por el camino a seguir en di-rección a Gijón u Oviedo. Hemos ante una respuesta un tantosibilina, que posiblemente no se detuvo a pensar para su totalcomprensión Don Manuel Azaria en su admirable traduccióndel libro de Borrow, ya que nos encontramos ante la dis-paratada o equivocada transcripción de un topónimo, dadoel hecho de que el mismo Borrow, aunque ducho en romani,oyó mal y no sabía nada de bable occidental:

—Opara Gijón y Oviedo? —replicó la comadre—.Aŭn tienen Vds. que cansarse de andar antes de llegar aGijón y Oviedo. Por de pronto tienen Vd. que rajar lasbellotas (sic); cabalmente están Vds. debajo.

Contestación ésta, tal como nos la da la traducción de donManuel Azaria, pero que reconstituida por nosotros al bablepudo ser poco más o menos lo siguiente en lo esencial:

—Lo primera que tienen que fazer ya frañir las balloutas;están ustedes mesmamente debaxo.

Es natural que, sorprendido Borrow, preguntase al de Riba-deo qué es lo que quería decir la buena mujer en su inefablepatois y que éste intentó segŭn sus luces explicarlo partiendode la voz «bellota». Aviado estaba si dejaba trasparentar almister su ignorancia!

Veamos •lo que dice el mismo Borrow:

quiere decir con eso de rajar las bellotas?—pregunte a Martín de Ribadeo.

ha oído vuesa merced hablar de las siete bello-tas? —respondió el guía—. A punto fijo no puedo decirlea usted lo que son, porque no las he visto nunca; perocreo que han de ser siete montafías que vamos a cruzary las llaman de ese modo porque las encuentran parecidasa las bellotas. He oído hablar de ellas bastante, aunque,segŭn dicen se les indigestan a los caballos.

Curioso diálogo, que pone en evidencia por un simple aná-lisis el despiste, tanto de Borrow, como del guía gallego, alasimilar la voz «ballouta», que posiblemente fue lo que dijola anciana interrogada, y que en bable occidental viene a sig-

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nificar algo así como valles altos, con la castellana utilizadapara designar al fruto del Quercus, encina o roble muy abun-dante en Asturias, y que de ser mencionada por la buena mu-jer hubiera sido denominada ya bichota, ya llande (del latínglande), que es como se denornina a dicho fruto en •able.Azaria no reparó en su traducción en tamaria confusión, nisiquiera en la existencia en un lugar en el itinerario, denomi-nado Ballota, en el concejo de Cudillero, quizá en virtud delparticular paisaje en que • está enclavado, dando a la rutacostera, aparte de una notable grandiosidad, claras dificulta-des de tránsito, que han sido expuestas en dichos popularescomo aquel Siete ballotas y un ballotin, vaya'l demoniu quemal camin, recogido por los folkloristas astures. Y en reali-dad, que el dicho popular no podía ser más acertado, al trans-currir el camino entre imponentes derrumbaderos y princi-pios así como torrenteras, entre los que antes de la construc-ción de la actual carretera costera, viandantes y caballeríascorrían a cada momento el peligro de desperiarse, agotandola paciencia de los viajeros, y haciéndoles prorrumpir en de-nuestos y maldiciones, recordando incluso a la salvaje Tebai-da y otros inhóspitos y exóticos confines, más aptos para lavida contemplativa, que para el tránsito obligado, hecho éstepor cierto sugerido por el mismo Borrow.

Pasado el mal trago y tras un alto en el camino, en unamisera venta (sic en el original inglés), tras salir de la zonay continuando con un tiempo •desapacible, ahora al pareceramenizado por un insistente orbayu, nuestros viajeros pudie-ron. Ilegar a Soto de Luiña en el mismo Cudillero, hito bienconocido en el Camino de Santiago, y en el que se • aya en-clavado un hospicio de peregrinos, hoy convertido en la casaparroquial de la iglesia de Santa María, cuyo campanario degran empaque llama la atención del turista contemporáneo.Incansables, nuestros viajeros seguirían empero su camino yya de noche con la caballería pudieron arribar sin percanceal pueblo de Muros de Pravia, hoy Muros del Nalón, en laotra vertiente del cordal costero.

Ignoramos la impresión qué sacaría nuestro viaiero deMuros, donde llega de noche, posiblemente cerrada, y del que

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apenas nos habla, más que para decirnos que era un «pueblogrande». Pronto encuentran posada (sic) y alli reconfortadosal amor de un buen fuego que secaria sus ropas y les hariaolvidar los pasados apuros en su tránsito por las Ballotas,Borrow contempla la acogedora casona que les alberga y cuyasituación en un reciente viaje a Muros (febrero de 1975) he-mos intentado localizar con alguna exactitud en algŭn lugarpróximo a la plaza, pensando n alguna vieja mansión serio-rial, tan en decadencia como la que hoy presenta el famosoPalacio de Valdecarzana, de la que ŭnicamente • su portón pa-rece ser vestigio de viejas glorias.

La casa —nos describirá Borrow— era grande e irre-gular, con espaciosa cocina en el piso bajo. Escaleras arri-ba, había un vasto comedor con inmensa mesa de roble,rodeada de pesados sillones de cuero muy altos de respal-dos, que lo menos tenían tres siglos. Con este aposento secomunicaba una galería o voladizo de madera, abierta alaire, que conducía a un cuarto pequeño, provisto de unlecho antiguo, con dosel y cortinas donde yo había de dor-mir. Era una de esas posadas que los novelistas gustanintroducir en sus descripciones sobre todo cuando los su-cesos riarrados ocurren en Espaiia.

Analicemos esta reflexión que quizá nos hará incidir en,el tópico. El mismo, puesto en circulación por toda la seriede viajeros extranjeros que visitaran Esparia durante todo elpasado siglo, y que parece tan •caro a los franceses PrósperoMerimée, Teófilo Gautier, Gustavo Doré, Victor Hugo, A. La-tour y tantos otros, e incluso a los anglosajones entre los queno pueden faltar ni el inevitable Richard Ford, ni el mismoWashington Irving, hechizado por Granada. Tal convenciónserá utilizada infinidad de veces por •numerosos escritoresusando de la fantasia, incluso en obras tan complejas como,pongamos por caso El manuscrito encontrado en Zaragoza,a datar lustros atrás, pero que siempre darán al lector la ideade que España es «el pais de lo imprevisto».

Aqui, sin embargo Borrow parece querer dar a entenderque se encuentra bajo el techado de una mansión que es algo,quizá la •casa solar de algŭn noble al que los azares de la Re-

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volución ha llevado a menos. •Con tal idea llevamos a cabopersonalmente, y como se ha indicado más arriba una peque-ria indagación, personándose en Muros e intentando localizardicho alojamiento. Sin embargo llegamos a la convicción deque, una vez más, en Borrow, se imponía la fantasía sobre larealidad, ya que el alojainiento no pudo ser más que un sim-pl mesón. Aun con la circunstancia de que el edificio, posi-blemente una vieja casona llena de historia, y que nos seria-la el •historiador local Félix G. Fierro, pertenecía a los Mar-queses de Valdecarzana, satisfatiendo a éstos el mesonerocomo canon anual de arrendainiebto (1835), un real diario,y en nŭmeros redondos unos 350 reales ál ario. Fiándonos enlas indagaciones de otro historiador local, Antonio Juan deBances, llegamos a la conclusión de que el mesón en cuestiónera la primera casa; a mano izquierda, seg ŭn se entra en laplaza Pár la calleja de Arango, si nos atenemos a la descrip-ción que de ella nos dejó èl administrador de Valdecarzana.Sería pues la . misma que habitó Ruperto Escalada, unida a lahoY colindante hacia arriba, conocida como «la casa de laAtilána»; segŭn nos informaría amablemente en nuestra inda-gación el Jefe dë la Oficina de Correos de Muros (1975).

Todo ello muy prosaico y corriente. Sin embargo Borrowparece querer imbuir a su relato un tinte novelesco, en tornoa la casona en cuestión, al darnos transcrita la curiosa con-versación .que pudo sostener con su huésped, «asturiano lo-cuaz» al amor de la lumbre, mientras afuera la galerna hacíade las suyas. Veamos una vez más, entreveradas ficción yrealidad:

El viento rugía sin ce-sar y llovía a torrentes. Me sen-te, soñoliento, al amor de la lumbre, y la conversación delhuesped me ciespabiló.

—Señor —me dijo—, hacía ya tres años que no veníanextranjeros a mi casa. Recuerdo que por esta misma epo-ca, y en una noche como la de hoy, llegaron a la posadados hombres a caballo. Me chocó que no trajeran guía.En mi vida he visto dos individuos más raros; no se meolvidarán jamás. El uno era tan alto como un gigante;tenía unos bigotes rojizos que le tapaban la boca; la cara

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era coloradota y parecía muy torpe y est ŭpido; debía deserlo, en efecto, porque cuando le hable no pareció ha-berme entendido, y me contestó farfullando un iVálgameDios! tan extrario, que me le quede mirando con los ojosy la boca abiertos. El otro no era tan alto ni colorado,ni tenía pelos en la cara, ni apenas en la cabeza. Eradiminuto y parecía jorobado; pero iválgame Dios, queojos los suyos!. Tan penetrantes y malignos eran comolos de un gato montes. Hablaba el espariol tan bien comoyo; pero no era espariol. Un espariol no tiene aquel mirar.Iba vestido de zamarra, con muchos bordados y filigra-nas, y llevaba sombrero andaluz, no tarde en comprenderque el pequerio era el amo, y el gigante el criado.

«iVálgame Dios, que malísimo genio tenía el jorobado.Con todo era muy gracioso y zumbón, y a veces me decíaunas chuscadas como para morirse de risa. Se puso a ce-nar en el comedor de arriba (permítame usted que le digaque durmió en el mismo cuarto en que su merced va adormir esta noche), y su criado le servía. Bueno: yo teníamucha curiosidad, y me sente tambien a la mesa sin pe-dirle permiso. , Por que había de pedírselo? Yo estabaen mi casa, y un asturiano es buena compariía para unrey, y es a menudo de mejor sangre. La cena fue sor-prendente. En cuanto el gigante se descuidaba lo más mí-nimo en el servicio de su amo, el jorobado se ponía enpie, se subía a la silla de un brinco, y agarrando al gi-gante por el pelo le daba de bofetadas, hasta el puntohacerme temer que iba a arrojar las muelas por la boca.Pero el gigante no parecía dar gran importancia a estosincidentes; supongo que ya estaría acostumbrado. iVálga-me Dios! Un espanol no lo hubiera llevado con tanta pa•ciencia. Pero lo que más me sorprendía era que despuesde pegar al críado el amo se sentaba, y al instante co-menzaba a hablar y a reír con el como si no hubiera ocu-rrido nada, y el gigante reía y conversaba con su amo co-mo si no le hubiera pegado nunca.

«Ya supondrá usted, señor, que no entendí ni palabrade la conversación, porque no hablaban en cristiano, sino

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en la misma lengua extraria en que el gigante me contes-taba cuando le dirigía la palabra; todavía me está sonan-do en los oídos. No se parecía • a ninguna otra lengua, ntal vascuence, ni a la lengua en que su merced habla aquía mi tocayo el signor Antonio. iVálgame Dios! A lo quemás se parecía es al ruido que hace una persona al enjua-garse la boca con agua. Creo recordar todavía una palabraque no se le caía de los labios al gigante; pero su amo nola empleaba jamás.

«Pero aŭn no le he contado a usted lo más raro deesta historia. Cuando se acabó la cena estaba muy avanza-da la noche; la lluvia golpeaba en las ventanas como eneste momento. De pronto el jorobado sacó el reloj. iVálga-

me Dios, que reloj! Sólo le dire a usted una cosa, serior:que con los brillantes engastados en las tapas se podíacomprar toda Asturias y Muros encima, y relucían tantoque no hacía falta lámpara en el cuarto. El jorobado miróal reloj y me dijo: «Me voy a acostar». Tome la luz y lelleve por la galería a su cuarto, seguidos del criado. Bueno,serior: levante la mesa y me quede abajo esperando alcriado, a quien tenía preparada una buena cama cerca dela mía. Señor, espere con calma una hora, pero al cabo seme agotó la paciencia; subía al comedor, entre en la ga-lería; y al llegar a la puerta de la habitación de aquelviajero tan raro, , que dirá usted que vi?

lo voy a saber —respondí—. Acaso sus bo-tas de montar.

—No, señor; no vi sus botas de montar. Tumbado enel suelo, con la cabeza apoyada en la puerta, de suerteque era imposible abrirla sin despertarle, estaba el giganteprofundamente dormido; sus inmensas piernas ocupabancasi toda la longitud de•la galería. Me santigrie lleno deadrniración; y no me faltaban motivos, porque el vientoera tan fuerte como esta noche, la lluvia entraba a chorrosen la galería, y, sin embargo, allí se estaba el hombre dor-mido profundamente, sin abrigo, sin un lerio siquiera poralmohada, tumbado delante de la puerta de su amo.

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«Serior, aquella noche dormí muy poco, porque penseque había alojado a dos brujos o a gente que no era hu-mana. Una o dos veces subí al piso de arriba y me asoméa la galería: el criado continuaba allí dormido; me per-signe y me volvía a la cama.

—Bueno —dije yo--, , que ocurrió al día siguiente?

Nada de particular: el jorobado bajó de su cuarto y

estuvo bromeando conmigo en buen espanol; el criado ba-jó también, pero de todo lo que dijo, que no fue mucho,no entendí ni palabra, porque hablaba en aquelladad de lengua. Estuvieron aquí todo el día hasta despuesde cenar; entonces el jorobado me dió una onza de oro,montaron los dos a caballo y se fueron no se dónde, enplena noche, de modo tan extrario como habían venido.

- eso todo? —pregunte.

—No, señor; no es eso todo: razón tenía yo al suponerque eran brujos; al día siguiente llegó un correo y los bus-caron mucho, y a mí me prendieron por haberlos tenidoen mi casa. Esto ocurrió a poco de empezar la guerra. Sedijo que eran espías y emisarios de no se qué nación, yque habían visitado todos los rincones de Asturias paraconferenciar con los descontentos. Lograron escaparse yno volvió a saberse de ellos; pero los caballos que monta-ban, parecieron sin los jinetes, vagando por el monte; eranjacas ordinarias sin ning ŭn valor. Se cree que los brujosse embarcarían en algŭn barquichuelo escondido en una delas rías de la costa.

palabra era la que oía usted decir conti-nuamente al criado, y que cree usted poder recordar?

EL HUESPED.—Señor, hace ya tres arios que la oí, ya veces puedo recordarla, pero a veces no; en ocasionesme he despertado repitiéndola. Espere, señor; la tengo enla punta de la lengua: era Patusca.

YO.—Quiere usted decir Batuschca; aquellos hombreseran rusos.

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(;Qué opinar de esta inefable narración? iSs podrían decirtantas cosas! Quizá lo más expeditivo sería suponer que unavez más se impusieron en Borrow las dotes novelísticas, sobrelas .narrativas y descriptivas de todo viajero que pretende dar-nos relación suscinta de lo que pudo conocer en su viaje. Sinembargo, se contienen en los párrafos transcritos algunos da-tos dignos de ser analizados, si es que no nos decidimos porcreer que aquí Borrow introdujo un episodio conocido o vivi-do en alguno de sus viajes por la Rusia de los Zares, antes devenir a Esparia. Hay indudablemente elementos significativos,fácilmente inteligibles para alguno de sus contemporáneos,como el mismo Richard Ford, que se complacía en encabezatsus cartas a Borrow con el apelativo de Batuschca (= «queri-do», en ruso). Indudablemente de sentirlo como cierto, se tra-ta de una clara referencia a un concreto personaje que no he-mos identificado completamente, y que aparte de ser joroba-do o contrahecho (hunchback, en inglés), por su descripción,más que zamarra, como nos lo pinta el huésped, con muchosbordados y filigranas •y un curioso tocado «andaluz», quizápudiera imaginársele trajeado con el ostentoso dorman mili-tas de los husares ' 3 con alamares, trencillas y presillas y su es-pecie de fez, montera o casco que le excusaba de cubrir sucráneo con peluca («ni tenía pelos en la cara ni apenas en lacabeza«). El asistente o criado, con sus mostachos rojizos ysu descomunal corpulencia, también parece aludir a una per-sona concreta, así como la forma de comportarse ante lasintemperancias de su amo o serior.

Ante todo esto y de conceder verosimilitud al relato sólonos quedan tres salidas. Una, que Borrow recogió de la tradi-ción popular la historia de la visita a Asturias de un exóticoviajero, quizá el mismo al que el novelista inglés JosephConrad, mejor dicho Teodoro Joseph Konrad Korzeniowski,de origen polaco y nacido arios más tarde (1857), hizo prota-gonista de su curioso relato La posada de las dos brujas,

sitŭa en Asturias en plena guerra napoleónica, hacia 1813,teniendo como protagonista a un tal Edgar Byrne, y que anda

(13) El regimiento de los Husares de la Princesa fue creado en España en1833. El de Pavia aŭn cuando existió desde el siglo XVII, no fue organizado hastala seguda mitad del siglo XIX.

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huido por las brarias asturianas, relato traducido al castella-no por Juan Guixé (1923). La segunda explicación o salida, es,que realmente existieron tales viajeros y que fueran rusos. Ental caso cabría pensar en algŭn oficial zarista algŭn «decem-brista» trasnochado, que fugado tras la represión de Nicolás Iy queriendo aprender al igual que Muraviev del infortunadoRiego, o incluso del hábil Evaristo San Miguel, —el asturianoque sabemos e • erció gran influencia en la oficialidad rusa desu época—, se habría venido desde la lejana Rusia a conocerlas Asturias. En este sentido sería quizá muy ŭtil una inves-tigación en profundidad en las hemerotecas y archivos de laépoca, en busca de algŭn personaje o algŭn nombre, que nohos atrevemos hoy por hoy, a dar, ni siquiera como espías oernisarios de la inquieta oficialidad zarista a la que había fas-cinado el episodio de la isla de León, en la misma medida que,contemporáneamente, al francés Regis Debray le atrajo la per-sonalidad del discutido guerrillero latino-americano ErnestoGuevara, y su utópica lucha por implantar el socialismo cas-trista en la América del Sur.

Sabemos, por cierto, de personajes de la Rusia zarista bieninteresados y muy enterados de lo que ocurría en la Esparia de1835-40, que quizás nos pudieran proporcionar, por otra par-te, el hilo de una posible investigación. Ahí está por ejemploGogol, autor de su célebre Diario de un loco (1835) y la curio-sa historia de Poprischin, con su conocimiento extraordinariode las «cosas de Esparia», —de la Esparia que estaba cono-ciendo Borrow—, y que nutrían toda una sección especial deSevernaia pcheld. Ahí están también Nikolai Pavlov y VladimirOdoevski, con sus novelaciones de tema hispánico, y sobre to-do, V. Vladislavlev, cuya curiosa novela Don Nierro, incluirácartas., que se presentan llegadas a San Petersburgo desde As-turias, cartas que parecen dar una imagen de lo que se anto-jaba era la Esparia de entonces 14 , y que los batuschcas de Bo-rrow, iban a encargarse en crear para la Europa romántica,antes incluso de que pudieran también inspirarse en ella. hacia1840, un Mijail Glinka o un Vasili Botkin.

(14) Cf. al respecto VI. Vladislavlev. Povesti i rasskazy, ch. 3., San PetersburgO,1838, págs. 73-74.

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Por otra parte y volviendo al extranjero de Muros, la ŭl-tima salida que quizás cabría apuntar, es ver en tal personajecon su criado algún elemento trasfuga realmente importante,más o menos vinculado a la Carlistada. En este sentido, sabe-mos de militares centroeuropeos de alta graduación que fre-y cuentaron o militaron en las filas carlistas durante los ariosque Borrow visita Asturias, aunque no sabemos de su presen-cia en el Principado. Ahi está, por ejemplo, el Principe FélixVon Lichnowsky, que con su inseparable y gigantesco cocinerohace la guerra junto a Don .Carlos, pero, por lo que sabemosjamás estuvo en Asturias, o el infante Don Sebastián Gabriel,que se adecŭa fielmente a la descripción de Borrow, pero niusaba el dorman de husar, ni hizo la guerra en el Principa-do 15 . •Por todo ello y en el estado actual de nuestros conoci-mientos, quizá lo oportuno fuera ver, como ya se ha dichoantes, un entreverado más en la relación de nuestro inglés.

Siguiendo con ésta, volvemos a encontrar a nuestros viajz›-ros abandonando Muros, donde Borrow se despide ya defini-tivamente del guía de Ribadeo, que, caballero en su yegua«facciosa», podrá retornar a su pueblo, mientras Borrow endirección opuesta, seguiría su ruta hacia Gijón.

La etapa debió desarrollarse sin complicaciones y sin nadadigno de contar, ni siquiera de Avilés, la primera ciudad im-portante en el camino de Borrow, después de dejar Muros,y cuyo nombre por errónea trascripción figurará como Vélez.Aqui muy posiblemente Borrow pararia, aunque brevemente,en la entonces famosa Posada de la Marina. Y de Avilés, si-guiendo nuestra reconstrucción, el mismo 26 de septiembrepodria llegar a Gijón, donde pernoctaría, tomando la diligen-cia al dia siguiente, desde dicha ciudad a Oviedo, en tantoque su criado Antonio cumplía dicha etapa a caballo.

(15) Durante su tránsito por Galicia y al llegar a Finisterre (Cf. Cp. XXX,de The Bible of Spain), Borrow, seria confundido nada menos que con el Preten-diente y su deforme guía, un marinero macrocefalo, con el Infante Don Sebastián.

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EN OVIEDO

Quizá interese reconstruir o tratar aquí la primera impre-sión que va a ofrecer a Borrow, tras cubrir el corto trayectoque separa a Gijón de Oviedo, la capital de las Asturias. Ce-dámosle pues la palabra:

Oviedo está a tres leguas de Gijón. Antonio fue en elcaballo y yo en una especie de diligencia que hace el ser-vicio diario entre las dos poblaciones. El camino es bue-no, pero montuoso. Llegue sin novedad a la capital de lasAsturias, aunque en época más bien desfavorable, porquehasta las puertas de la ciudad llegaba el estruendo de laguerra y se oía «la exhortación de los capitanes y la gri-tería del ejército». Por la fecha a que me refiero, Castillaestaba en manos de los carlistas, que habían tomado ysaqueado Valladolid, como habían hecho poco antes conSegovia. Se esperaba verlos marchar contra Oviedo de undía para otro; pero no hubieran dejado de encontrar re-sistencia, porque contaba la ciudad con una guarniciónconsiderable que había erigido algunos reductos y fortifi-cado varios conventos, especialmente en el de Santa Clarade la Vega. Todos los ánimos se hallaban en un estadode ansiedad febril, muy especialmente por no recibirsenoticias de Madrid, que, seg ŭn los ŭltimos informes, esta-ba en poder de las partidas de Cabrera y de Palillos.

Párrafo éste que nos da cierta idea, sobre la situación,aunque muy exagerada, de la capital del Principado, al exten-derse al mismo, desde el pasado ario, la guerra civil entrecarlistas y cristinos a raíz de que penetrase en Asturias porUnquera el jefe carlista Sanz, al frente de una columna de1.500 hombres, atravesando rápidamente con su columna todala provincia ,hasta Leitariegos y pasar a León, para retornar ala misma ocupando Mieres, Sama y Pola de Siero. El 19de octubre, sus vanguardias habían llegado a Oviedo y efec-tuaban un tiroteo de distracción en los mesones de PuertaNueva, llegando su •caballería a apoderarse momentáneamen-te del Campo de San Francisco e incluso las manzanas próxi-mas a la Plaza de Porlier. Por lo que sa•emos, ambos bandos

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Vista del Oviedo que conoció Borrcw en 1837.

sólo se limitaron a «salvar la cara», pues sólo hubo unas seisbajas, de las que se conocen los nombres de dos del bandogubernamental (liberal) por alguna canción popular:

En la Puerta Nuevajunto a Ics mesonesallí perecieronCanella y Quiiionesbravos campeonesde la libertad.

Tras este amago de ocupación no había pasado nada, da-do que la posible «Quinta Columna», existente en la ciudad,—recordando el drástico fin en cadalso y por ejecución p ŭblica,del bachiller Alejandro Roces Lamurio—, no se había atrevidoen la medida esperada por los jefes carlistas a alzarse contralas fuerzas de la Reina Gobernadora que dominaba en Oviedo,y cuyas tropas, como nos dice Borrow, al parecer, habían he-cho cuartel el Convento de Santa Clara (cuya bella fachadase conserva aŭn, pese a las injurias del tiempo, en un lienzodel actual edificio de la Delegación de Hacienda). Sanz reba-

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saria pues, nuevamente Oviedo, marchando hacia Gijón, quetomaria el 22 de octubre, ocupando al dia siguiente Avilés,para abandonarlo cruzando el Nalón por Beijar, volviendo denuevo a León y penetrar, una vez más, en Asturias por Caso

Vista del Convento de Sta. Clara (Oviedo) hacia 1837 cuando G. Borrowviaja por Asturias.

el 5 de noviembre. No obstante optaria por abandonar defi-nitivamente el Principado, aŭn cuando éste seguirá conocien-do hasta 1839 la acción subversiva de va.rias guerrillas, sobretodo, en la parte occidental, y cuyos excesos, conocidos enOviedo, causarian alguna preocupación a la población civil,que pronto, sin embargo, fue acomodándose a los nuevos tiem-pos liberales.

VISITAS Y CONTACTOS EN OVIEDO: EL LIBREROLONGORIA Y DON RAMON ALVAREZ VALDES

Ya en la capital del Principado, Borrow se alojó en unaposada o casa de huéspedes que existia en la Rŭa, en un edi-ficio contiguo al Palacio del Marqués de Santa Cruz de Mar-

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cenado. Desconocemos exactamente los días que permanecióen la ciudad, aunque confiando en nuestra reconstrucción po-damos afirmar que no fue mucho más de una semana. Noobstante, tuvo tiempo en conocer a sus gentes e incluso esta-blecer contactos con personajes populares, de los que nos hadejado dos nombres: el librero Longoria y «Don Ramón Val-dés». Del primero, al lograr claramente identificarle entre losvarios libreros de tal nombre, afincados en Oviedo, tras ser-virnos de la paciente investigación de nuestro admirado amigoel bibliófilo ovetense don Juan Fernández de la Llana Granda(Juan Santana), podemos decir, que, muy posiblemente se tra-taba de Nicolás Longoria, hermano de Gabriel Longoria ehijo de Francisco García Longoria, establecido por lo que sa-bemos, por lo menos desde 1833, en el n ŭmero 4 de la calle dela Herrería, al lado justo del Arco de la Soledad, •cons--?.rván-dose aŭn en pie el inmueble que albergó la librería, por loque puede saberse de su pequeria cabida (cle aquí que Borrowhable de «pequerio librero de la ciudad»), lo que no era óbicepara que contase con muy selecta clientela y pudiera expen-der libros de gran importancia, como pueden ser las obrashacendísticas de Don José Canga Argüelles, los tomos de DonJosé Murioz Maldonado sobre la historia de la guerra de laIndependencia, y tantos otros, admitiendo asimismo suscrip-ciones a •diversas revistas y periódicos de la •Corte. NicolásLongoria, trasladaría en 1845 su establecimiento a la plazade la Constitución, por lo que cuando se hizo cargo del «fardode cuarenta Testamentos» que le trajo Borrow, se encontrabanecesariamente en su parvo establecimiento de la Calle de laHerrería.

Por lo que se refiere a «Don Ramón Valdés», veamos antetodo lo que nos dice el mismo Borrow:

En La Coruna me habían dado una carta de recomen-dación para un comerciante de Oviedo, el cual me reci-bló con gran cortesía y dedicó por lo general, un ratotodos los días a enseriarme las cosas notables de Oviedo.Una mariana me dijo:

—Usted habrá oído, sin duda, hablar de Feijoo, el fa-moso filósofo benedictino, cuyos escritos han contribuido

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mucho a disipar las supersticiones y los errores populares,tanto tiempo acreditados en Esparia; está enterrado enuno de los conventos de Oviedo, donde pasó gran partede su vida. Venga usted conmigo y le enseriare su retrato.Nuestro gran Rey Carlos III envió desde Madrid a supintor para que lo hiciera. Ahora pertenece a mi amigo elabogado Don Ramón Valdes.

Fuimos a casa de Don Ramón Valdes, quien muy cor-tesmente me enseñó el retrato de Feijoo, de forma circu-lar, como de un pie de diámetro, rodeado de un pequeriobastidor de cobre, algo así como el borde de una bacía debarbero. Tenía el semblante ancho y grueso, pero correcto;arqueadas las cejas, los ojos vivcs y penetrantes, la narizaguileria. Llevaba en la cabeza un gorro de seda; el cuellode la tŭnica apenas llegaba a verse. Era, sin duda, uncuadro bueno, y me llamó mucho la atención, como unode los mejores ejemplares del moderno arte espariol quehabía visto hasta entonces.

Comentemos este párrafo que nos pone en contacto nosólo con «Don Ramón Valdés», •sino incluso con esa gloriapatria que es •el célebre poligrafo Fray Benito Jerónimo Fei-joo (1676-1764) cuya labor desde el Convento de San Vicentenos es bien conocida y no necesita aqui comentario alguno. Di--remos sin embargo que el tal «Don Ramón Valdés» es a nues-tro juicio Don Ramón Alva•ez Valdés (1787-1858), conocido ju-risconsulto, autor del célebre libro Memorias del levantamientode Asturias de 1808, que, arios atrás, habia sufrido persecu-ción y encarcelamiento por parte de los sañudos fernandinos.Ahora, cuando le conoce Borrow, vive, tras el derrocamientodel a•solutismo arios de tranquilidad y prestigio que le Ilevana ser Decano del Colegio de Abogados de Oviedo, Presidentede la Sociedad Económica de Amigos del Pais y al nombra-miento de Catedrático de Economia Politica •en la Universidad.

Es, indudablemente, a este personaje local al que visitaBorrow y le enseriaria un retrato de Feijoo y de su propiedad,hecho quizás con destino a servir de modelo de la Icono-grafia Nacional, el mismo retrato que ha podido llegar hasta

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nosotros en un bellísimo grabado. Borrow, sin embargo muyparco aquí no nos dice nada más de su anfitrión.

LA HUESTIA LETRADA

Consideración aparte merece un episodio un tanto curioso,que nos registra nuestro inglés con cierta ingenuidad. Ten-dría lugar cierta noche en su alojamiento ovetense. Muy posi-blemente no supo discernir su auténtico alcance, quizá porser nuestro hombre en muchas de sus cosas y apreciacionesinsensible a los destellos del humor hispano, convirtiéndole enlo que los gitanos andaluces quizá denominarían «un'señoritoesaborío». Pero dejemos al mismo Borrow que nos •lo cuente:

Sucedió, pues, que una noche me encontraba yo en laantigua ciudad de Oviedo, en un apartado aposento, gran-de y mal amueblado, de una antigua posada, que fue enotros tiempos palacio de los condes de Santa Cruz. Eranmás de las diez y llovía a mares. De pronto, conforme es-taba yo escribiendo, me detuve al eír el ruido de numero-sas pisadas en la crujiente escalera que conducía a mi

• cuarto. La puerta se abrió de s ŭbito y entraron nuevehombres de elevada estatura, al mando de un personajepequeriuelo y chepudo. Todos iban embozados en ampliascapas espariolas, pero al instante conoct en su porte queeran caballeros. Colocáronse en fila delante de la mesa enque yo escribía. De repente, se desembozaron todos a untiempo y vi que cada uno llevaba un libro en la mano,libro que yo conocía muy bien. Despues de una pausa queno fue capaz de romper, porque estaba atónito de asom-

• bro, y casi me imaginaba que tenía delante una aparición,el chepudo avanzó un poco y con voz suave y argentinadijo «Ser-zor caballero ?;ha sido usted quien ha traído estelibro a las Asturias?» Me figure que aquellos señores eranlas autoridades civiles de la población que venían a arres-tarme, y, poniendome en pie. repuse: «Si, por cierto: yohe sido, y es una gloria para mí haberlo hecho. El libroes el Nuevo Testamento de Dios; quisiera poder traer unmillón».

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—Y yo tambien lo deseo de corazón —dijo el hombre-cillo con un suspiro—. No tema usted nada, serior caba-llero; estos señores son amigos míos. Acabamos de com-prar estos libros en la tienda donde usted los ha entregadopara su venta, y nos hemos tomado la libertad de visitarlepara darle las gracias por el tesoro que nos ha traído. Es-pero que podrá proveernos tambien del Viejo Testamento.

Respondi que sentía mucho decirles que por el mo-mento me era completamente imposible complacerles; pe-ro que no perdía la esperanza de procurarme en breve al-gunos, trayendolos de Inglaterra.

Me hizo despues muchas preguntas acerca de mis via-jes de propaganda por Esparia, de sus resultados y de lasmiras que la Sociedad Bíblica tenía respecto de este país;esperaba que nuestra socieded dedicase atención especiala Asturias, el terreno más favorable, a su parecer, paranuestros trabajos, de toda la Península. Despues de mediahora de conversación, el chepudo me dijo de s ŭbito eningles: «Buenas noches, serior», y, embozándose en la ca-pa, se fue como había venido. Sus comparieros, que hastaentonces, no habían pronunciado una palabra, repitierontodos: «Serior, buenas noches», y, envolviendose en lascapas, le siguieron.

Para explicar esta escena extraria, 11,3 de decir que porla mariana había visitado yo al pequerio librero de la ciu-dad, Longoria, y, de acuerdo con el, le envie por la tardeun fardo de cuarenta Testamentos, todo lo que me que-daba, con unos cuantos carteles. El librero me aseguróque, si bien se encargaba de la venta muy gustoso, nohabía esperanzas de buen exito, porque llevaba ya un messin vender un solo libro de ninguna clase, debido a lorevuelto de los tiempos y a la pobreza reinante en el país;estas noticias me desanimaron mucho. Pero la visita noc-turna me advirtió que no debe abatirse uno cuando lascosas presentan un aspecto muy sombrío, porque entonceses cuando la mano del Serior interviene, por lo general,con mayor actividad, para que los hombres aprendan a

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conocer que cuanto de bueno se realiza no es obra suya,sfino de IA.

Párrafo éste en el que junto a ola aventura nocturna queenseguida intentaremos explicar, Borrow se explaya contán-donos su toma de contacto con Longoria. Ante todo y sobreaquélla, está claro que su significado y sentido no fue captadopor nuestro inglés, ni siquiera la idea por parte de algunosasturianos de buen humor, posiblemente a.migos del mismoLongoria, miembros quizá de la llamada 'Compañía de los Li-teratos, artífices de publicaciónes un tanto satíricas como Elmomo, El ciudadano Canta-Claro, etc., quienes intentaron gas-tar una broma a nuestro hombre, personificando en su mismahabitación del hotel o casa de huéspedes la famosa gi,iestia ohuestia, sobradamente conocida y temida en las Asturias dondetambién era denominada bien o mal, estantigua. Tal simulacro -en realidad viene a ser una especie de procesión nocturna defantasmas o almas en pena, real o imaginada que llena deterror, aŭn hoy, a todas las gentes supersticiosas del N. W.pánico. La forma solemne como se personaron, sin apenaspronunciar palabra, amén de la dirección del personaje «pe-querio y chepudo» que capitaneaba al rioctámbulo cortejo, yque hubiera ocasionado a un nativo, o a otro que no hubierasido Borrow, un enorme susto, •nos hace suponer dicha broma.Pero al parecer, al no inmutarse nuestro ilemático inglés antela solemne visita ni saber «de que iba», posiblemente dejódesconcertados a aquellos que la habían maquinado, quie-nes tras la farsa pondrían los Testamentos de Borrow abuen recaudo, si es -que no los quemaron, por lo que las ilu-siones que se hace Borrow más tarde de que hayan podidovenderse muy rápidamente gran parte de los cuarenta ejem-plares que ha dejado en el establecimiento de Longoria, y conello ha contribuido a la difusión de la Biblia en Asturias,quizá carecen totalmente de base. Podría inferirse de todo es-to, sin embargo, que Longoria pudo prestar los ejemplarespara la nocturna broma. Un hecho significativo es que el ca-becilla y los participantes en la misma se despidieron hablan-do en inglés, lo que quizá pudiera demostrar que Borrow seencontró ante gentes de cierta cultura.

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REENCUENTRO EN OVIEDO CON BENEDICTO MOLL

Recapitulando los recuerdos de su estancia en Oviedo, Bo-•row nos hablará asimismo de su reencuentro con un antiguoconocido de Madrid, y vuelto a encontrar en Santiago de Com-postela, el suizo Benedicto Moll, hombre al que en su momen-to y en un capítulo anterior al que •estamos analizando fueobjeto de una singular semblanza. Al parecer, Moll estaba obse-sionado por el descubrimiento en Galicia de un fabuloso teso-ro, para cuyo hallazgo pretendía tener la clave. Ello le trajodesventuras sin cuento en Santiago, y Moll recuerda sus tribu-laciones: una pelea con un canónigo que tras vapulearle leamenazaría con •meterle en la cárcel por ladrón y hereje y al-gunas desventuras más. Así, como yendo desde Santiago a LaCoruria el •suizo será asaltado por una partida carlista, que alnotar que era .extranjero le dejaría seguir indemne su camino.También recuerda Borrow cómo Moll intentara para subsistir,vivir de la caridad de las gentes, arguyendo ser peregrino deSantiago, que regresaba a su patria, y como el suizo nota de-solado cómo «gallegos y asturianos se reían de Santiago», no-tando que «el nombre del •santo no era ya un talismán enEsparia». Al encontrarse con Borrow en .0viedo no tiene uncuarto, por lo que el inglés compadecido le pagará el aloja-miento y le •regalará unos pocos duros, para que fuera tirando,pese a no estar muy convencido, como se infiere de una con-versación con su criado Antonio. Sigamos aquí textualmente•a Borrow:

Benedicto es un hombre extrario —me dijo Antonio ala mariana siguiente cuando acompariados por un guíasalimos de Oviedo—. Es un hombre extrario, mon maitre,el tal Benedicto. Ha llevado una vida extraria y le esperauna muerte . extrana: lo lleva escrito en el rostro. No creoque se marche de Esparia, y si se marcha, será para vol-ver, porque está embrujado con el tesoro. Anoche envió abuscar una sorciere (sic en el original) y delante de mí laconsultó. Le dijo que estaba destinado a encontrar el te-soro, pero antes tenía que cruzar agua 16 . Le puso en guar-

(16) Sic en la traducción de M. Azaña.

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dia contra un enemigo que Benedicto supone que será elcanónigo de Santiago. He oído hablar mucho del ansia dedinero de los suizos; este hombre es una prueba. Por todoslos tesoros de Espaiia no sufriría yo, lo que Benedicto hasufrido en estos ŭltimos viajes.

Leemos atentamente el párrafo. Ante todo hay algo que nosllama la atención: «cruzar agua», es decir pasar el agua. He-nos aqui una superstición, aŭn entonces, de gran extensión entoda Europa, y que al parecer, compartia el mismo Antonio,fámulo de Borrow. Extrario rito éste, al que de acuerdo conla ortodoxia brujeril habría de someterse todo ser vivo —per-sona o animal— argiieyau, como se expresan los mismos as-turianos en bable, es decir, que sufren el «mal de ojo», aoja-miento o jettatura, por culpa de la malquerencia de alguien.Para librarse del aojamiento era práctica corriente en el si-glo XIX portar encima amuletos apotropaicos, por su formao sustancia.

En lo que se refiere a Moll, la malquerencia en cuestión,procedia del canónigo con quien se habia peleado en Compos-tela y del que se habla en capitulos anteriores de The Bible ofSpain. Malquerencia que le había dariado» por lo que le eranecesario «pasar el agua». En Asturias, tal rito era cosa debrujas. Reclamado el uxilio de alguna, ésta vertia agua mez-clada con aceite, de manera que produjera «ojos», desde unrecipiente normal a un alicornio o colodro de asta de cápridoo toro, a la vez que recitaba ciertos conjuros. En defecto detal ceremonial, se suplia pasando el agua a una vasija en laque se había introducido un pequerio disco horadado, quevenía a provocar las deseadas burbujas en el agua, que, in-mediatamente era ingerida por la persona hechizada, quientras el absurdo ceremonial quedaba sana y desembarazadadel maleficio.

,No obstante, fijándonos detenidamente en la figura de Bene-dicto Moll y lo que de él se cuenta en ésta y otras partes delrelato de Borrow, vemos en la misma, algo así como una «vidamágica», —si se nos permite una expresión de Julio CaroBaroja. Pues Benedicto, nos recuerda mucho a un personaje

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de una historia jasídica glosada por Heinroch Zimmer, recor-dada por Mircea Heliade 17, que nos puede servir de punto departida para comprender, cómo la noticia de tesoros ocultospuede influir en el ethos de las personas, de la misma forrnaque influiría en Moll, de tristes destinos.

PARTIDA DE OVIEDO. VILLAVICIOSA

Llegaría el día de la partida de Oviedo y que segŭn nues-tros cálculos fue un 5 de octubre. El caso es que el capítu-lo XXXIIT de The Bible in Spain se nos cierra con el «des-encantamiento del suizo» narrado a Borrow por su criado,saliendo de Oviedo y se inicia el siguiente, contándonos elinglés, ya en camino, las prevenciones que le merecía el guíaque habían contratado al reanudar el viaje y en dos o tresetapas llegar a Santander. A este respecto, Borrow nos ,ha-

(17) Cf. M. ELIADE, Mitos, suerios y misterios, Buenos Aires, 1961, págs. 72y ss.: El devoto rabino Eisik de Cracovia, tuvo por tres veces un suerio que leordenaba ir a Praga, en donde, junto a un puente de la ciudadela encontraría untesoro oculto. El rabino marcharía en su busca, pero al encontrar al puente guar-dado, sus visiteos y merodeos despertaron las sospechas del capitán jefe de laguardia, que preguntaría al rabino la razón de los mismos. Este le contó el suerioque había tenido, provocando la hilaridad del oficial: «Realmente, desgraciado,,has gastado tus botas para recorrer todo este camino por un simple suerio?

en su sano juicio creería en un suerio?». El mismo oficial le contaráentonces que el tambien ha tenido suerios en el que una voz «me hablaba de Cra-covia, me ordenaba ir allí para buscar un gran tesoro en la casa de un rabinocuyo nombre era Eisik, hijo de Jekel, el tesoro debía ser descubierto en un rincónpolvoriento donde se hallaba enterrado tras la estufa». Retornó el rabino a Craco-via, cavó donde le había indicado el oficial checo y descubrió el tesoro que pusofin a su probleza.

Historia moralizante esta que quizá no conoció Borrow si tenemos en cuentasu propia vida: la verdadera riqueza, el verdadero tesoro interior nuestro es algoque tenemos próximo, pero ŭnicamente un verdadero rito de autoconocimiento, unverdadero rito de iniciación que nos lleve por caminos lejanos y que nos enfrentecon gentes de otra raza y de otra religión, es capaz de devolvernos nuestra propiainterioridad...

Volviendo concretamente a la cuestión de los «tesoros ocultos» que puedan ha-llarse en el NO. hispánico y principalmente en Galicia y Asturias, podríamos re-cordar muy curiosa bibliografía, a partir de las observaciones del inolvidable etnó-grafo gallego V. RIESGO, en relación con la creencia en libros, gacetas y guíaspopulares que permitían encontrar a los mismos. Así el llamado «Ciprianillo» o«Libro de San Cipriano». Sobre el particular, habremos no obstante, de remitir arecientes trabajos de JOSE MARIA GONZALEZ REBOREDO, en Galicia y PER-FECTO RODRIGUEZ FERNANDEZ, en Asturias, autores a los que debemos muycuriosas aportaciones. Por otro lado es ya clásico la célebre alusión que hizo a talestesoros («ayalgas» serán llamados en Asturias, del castellano hallazgas), de FrayB. J. FEIJO0 (cf. Cartas Eruditas y Curiosas, t. III, cap. 11-3-6).

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rá unas curiosas disquisiciones sobre la mejor forma de tra-tar a g-uías y muleros, tal como 'su experiencia le ha dictadoen sus viajes por Esparia. Ya entrada la tarde nos habla de sullegada a Villaviciosa:

Entrada la tarde llegamos a Villa viciosa, ciudad pe-queña y sucia a ocho leguas de Oviedo, al borde de unaensenada que comunica con el Golfo de Vizcaya. Suelellamarse a Villaviciosa la capital de las avellanas, por lainmensa cantidad deese fruto que se cosecha en su termi-no; la mayor parte s' e exporta a Inglaterra. Al acercarnosal pueblo, dábamos alcance a numerosos carros de avella-nas que llevaban la misma dirección que nosotros. Me di-jeron que en la rada había anclados algunos barcos ingle-ses. Por extrario que parezca, y a pesar de hallarnos en lacapital de las avellanas, nos fue muy difícil procurarnosun puñado de ellas para postre, y más de la mitad de lasque nos dieron estaban hueras. Los de la posada nos dije-ron que como las avellanas eran para la exportación, nose les ocurría siquiera comerlas ni ofrecerselas a sus hues-pedes.

Curiosa parrafada ésta que nos enfrenta ante un hechoeconómico de cierta trascendencia y cuya consideración ha-bremos de dejar en mano de los especialistas: la exportacióntradicional de la avellana astur a distintos mercados extran-jeros. Exportación en la que, por cierto, actualmente (1975),Esparia está considerada uno de los primeros productores delmundo, siendo seguido de cerca por Turquía e Italia. Quizácabría decir asimismo que hasta la Guerra Civil (1936-1969),la avellana fue prácticamente una de las riquezas naturalesde Asturias de mayor contingentación en el mercado exterior,exportándose sobre todo a través de los puertos de El Musel(Gijón), Ribadesella y San Esteban de Pravia. A primeros deoctubre de 1837, cuando Borrow llega a Villaviciosa, se encon-traría pues, en su puerto, con la afluencia de avellanas de di-versos concejos asturianos, y destinada a la exportación. Se-gŭn noticias barajadas por nosotros, en aquel momento elembarque de avellana que conocía Villaviciosa no difería mu-cho del que era escenario Gijón, Avilés, Luarca e incluso Ri-

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badesella. Casi todos los embarques se hacían con destino aLondres, dado el hecho de que los ingleses hayan sido tradi-cionalmente los consumidores de dicho producto que, hoy, porlo que sabemos, no es exportado por vía marítima, sino másbien comercializado a través de enlaces ferroviarios, que llevanla mercancía a Reus (Tarragona), dando origen al bien cono-cido rótulo que vemos en muchos vagones de mercancías «Es-pinaredo-Reus-Londres».

EN COLUNGA. LA TRISTE HISTORIADE JOSE MARIA ESCANDON

Desde Villaviciosa, al día siguiente (6 de octubre) nuestrosviajeros pasarían a Colunga, villa marinera que se les ofrecióen toda su belleza paisajística. El pueblo a decir de Borrowera famoso por ser la cuna de Argiielles, padre de la Consti-tución espariola». Afirmación ésta, que nos ha hecho pensaren un posible lapsus de Borrow, al intentar identificar dichavilla por el lugar natal de Don Agustin Argüelles, quien, comosabemos, redactaría con Murioz Torrero y Calatrava, la Cons-titución de 1812. Sin embargo, es necesario decir, que en reali-dad Don Agustin Argiielles no había nacido en Colunga, sinoen Ribadesella, concretamente en 1736, lo que nos hace pensarque Borrow confunde a «Argiielles el Divino» con otro Argiie-lles, Don José Joaquín Argiielles Rivero, que fue GobernadorMilitar y comadante de Alarma en Colunga durante las gue-rras napoleónicas, defendiendo a la Villa frente a las tropasdel general Bonet, con la ayuda del célebre guerrillero asturEscandón, al que habremos de referirnos al glosar, el encuen-tro que, al parecer, tendría Antonio el criado griego de Bo-rrow en la misma posada (sic) de Colunga con un misteriosocaballero, cuya triste historia le relataría el parlanchin fámuloa su curioso amo. Un tanto prólija y larga, por lo que dejare-mos la plaza al mismo Borrow transcribiéndole:

Al desmontar a la puerta de la posada, donde pensá-bamos reparar las fuerzas, una persond, asomada a unaventana del piso alto, lanzó una exclamación y desapare-ció. Estábamos todavía en la puerta, cuando el mismo

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individuo llegó corriendo y se arrojó al cuello de Antonio.Era un joven bien parecido, de unos veinticinco arios, ves-tido con elegancia, y tocado con una gorra de montero.

Antonio, despues de mirarle un mommto, exclamó: «Ah,

monsieur, est ce bien vous?», y le dio un afectuoso apre-tón de manos. El desconocido le hizo señas de que le si-guiera, y en acto se fueron los dos al aposento de encima.

Preguntándome lo que podría significar aquello, mesente a almorzar. Pasó una hora y Antonio no volvía. Porentre las tablas que formaban el techo de la cocina, oía yosu voz y la de su amigo, y me parecía oír a veces sollozosentrecortados y gemidos. Hubo despues un largo silencio.Ya empezaba a impacientarme e iba a llamar a Antonio,cuando el hombre se presentó; pero no le acompariaba eldesconocido.

—Sepamos, por todas las extravagancias de este mundo—pregunte— , que ha estado usted haciendo por ahí?

es ese hombre?

—Mon maitre —dijo Antonio—, c'est un monsieur de

ma connaissance. Con su permiso, voy a tomar un bocado,y por el camino le contare a usted lo que se de el.

—Monseur —dijo Antonio cuando cabalgábamos yafuera de Colunga—, está usted impaciente por saber lahistoria de ese caballero a quien ha visto usted abrazarmeen la posada. Sepa usted, mon maitre, que estas guerrasde carlistas y cristinos han causado muchas miserias ydesventuras en este país; pero no creo que haya en todaEspaña persona tan plenamente desdichada como ese po-bre y joven caballero de la posada; todas sus desventurasprovienen del espíritu de partido y de faeción que en estosŭltimos tiempos prevalecía tanto.

«Mon maitre, como le he dicho a usted repetidas veces,he vivido en mucÉas casas y servido z muchos amos; su-cedió que hará unos diez arios entre a servir al padre deese caballero, muy nifio entonces. La familia estaba enmuy buena posición; el padre era general del ejército ybastante rico. Constituían la familia el padre. su seriora v

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dos hijos; el más joven es el que usted ha visto; el otrole llevaba unos cuantos años. iPar Dieu l En aquella casalo pase muy bien, todos los individuos de la familia metrataban con bondad. De muchas casas me han despedido;pero de aquella, no; cosa notable. Las tres veces que mesalí fue por mi libre voluntad. Me enfadaba con los otroscriados, o con el perro o el gato. La ŭltima vez me fui porculpa de una codorniz colgada en la v entana de madame,

y que me despertaba todas las marianas con su canto. Eh

bien, mon maitre, así corrieron las cosas durante los tresarios que, con tales alternativas, estuve al servicio de lafamilia; al cabo de ese tiempo, decidieron que el serioritomás joven se fuese a viajar, y se pensó que yo le acom-pariase como criado. Tenía yo muy buenas ganas de irmecon el; más, par malheur, me encontraba por ,aquellos díasmuy disgustado con madame, su madre, por causa de lacodorniz, e insisti en que antes de acompariar al serioritomatarían al pájaro y lo echarían al puchero. Madame senegó a esto de modo terminante; y hasta el pobre seriorito,que siempre se había puesto de mi parte en tales ocasiones,dijo que eso era una extravagancia; me fui de la casamuy amoscado, y no volví más.

«Eh bien, mon maitre, el seriorito se fue a viajar y es-tuvo fuera varios arios; desde su partida hasta que le heencontrado en Colunga, no había vuelto a verle ni oídohablar de el; pero sí tenía noticias de su familia: de mon-

sieur su padre; de madame, su madre, y de su hermano,oficial de caballería. Poco antes de la guerra civil, o seaantes de morir Fernando VII, monsieur padre de este jo-ven, fue nombrado capitán general de La Coruria. Aun-que muy buen amo, monsieur era bastante orgulloso, amigode la disciplina, de la obediencia y de todas esas cosas.Además, no era amigo del populacho, de la canaille, y pro-fesaba singular aversión a los nacionales. Por esto, al mo-rir Fernando, se susurraba en La Coruria que el generalno era liberal, y que era más amigo de Carlos que de Cris-tina. Eh bien: aconteció que un día se celebraba en la bahíauna gran téte en la que torriaban parte los soldados y losnacionales; yo no se cómo sucedió: el caso es que hubo una

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émeute, y los nacionales echaron mano i monsieur, el ge-neral, le ataron una cuerda al cuello, le zambulleron enel agua desde la falŭa en que iba, y lo llevaron a remol-que hasta que sc ahogó. Entonces fueron a su casa, la sa-quearon, y maltrataron de tal modo a madame, que porentonces estaba enceinte, que a las pocas horas expiró.

«Le digo a usted, mon maitre, aunque le cueste trabajocreerlo, que al saber la desgracia de madame y del general,llore por ellos, y sentí haberme despedido de la casa aira-damente, por causa de la maldita codorniz.

«Eh bien, mon mditre, nous pursuivrons notre histoire.

El hijo mayor, oficial de caballería, como le he dicho, yhombre energico, en cuanto supo la muerte de sus padresjuró vengarse. Pobre infeliz! No se le ocurrió más quedesertar con dos o tres camaradas descontentos, y, metien-dose en Galicia, levantaron una pequeña facción y procla-maron a don Carlos. Por un poco de tiempo hicieron mu-cho daño a los liberales, quemando y arrasando sus pro-piedades, y dieron muerte a varios nacionales que cayeronen sus manos. Pero esto duró poco; su facción fue disper-sada y el jefe preso y ahorcado, y su cabeza clavada enun palo.

«Nous sommes déja presque au bout. Cuando llegamosa la posada, el joven me llevó a su cuarto, -como usted vio,y durante un buen rato las lágrimas y los sollozos no ledejaron hablar. Su historia se cuenta en dos palabras: volvióde su viaje, y la primera noticia que le aguardaba a suregreso era que habían ahogado a su padre, asesinado a sumadre y ahorcado a su hermano, y que, además, todos losbienes de la familia estaban confiscados. Y no era eso todo:donde quiera que iba le miraban como faccioso, y los na-cionales le apaleaban. Acudió a sus parientes, y algunos,del bando carlista, le aconsejaron que se alistara en elejercito de don Carlos, y el mismo Pretendiente, que fueamigo de su padre, le ofreció un empleo en su ejercito.Pero, mon maitre, como le dije a ustt.:d antes, se trata deun joven pacífico, manso como un cordero, que aborreceel derramamiento de sangre. Además, no era de ideas car-

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listas, porque durante sus estudios había leído libros escri-tos en tiempos antiguos por algunos compatriotas míos,donde no se habla más que de repŭblicas, de libertades yde derechos del hombre, de suerte que se inclinaba másal sistema liberal que al de don Carlos; declinó, por tanto,la oferta de don Carlos, y todos sus parientes le abando-naron, mientras los liberales le acosaban de pueblo enpueblo como a bestia salvaje. Al fin, vendió unas tierre-cillas que le quedaban, y con el producto se retiró a Co-lunga, donde nadie le conoce; aquí lleva hace varios mesesuna vida muy triste; la lectura de dos o tres libros y co-rrer de vez en cuando una liebre con su perro son todassus distracciones. Me pidió consejo, pero no pude darleninguno y no hice más que llorar con el. Al cabo, dijo«Querido Antonio, para mí no hay más remedio, ya loveo. Dices que tu amo está abajo; ruegale de mi parte quese espere hasta manana; mandaremos ilamar a las mucha-chas del pueblo, buscaremos un violín y una gaita, y bai-laremos para olvidar nuestros cuidados un momento». En-tonces me dijo unas palabras en griego viejo; apenas lasentendí, pero creo que signif ican algo así como: «Bebamosy comamos y alegremonos, que mariana moriremos».

Extraria historia ésta, que una vez más nos enfrenta antela extraordinaria capacidad de fabulación de Borrow, hacien-do relatar a su criado una serie de hechos, cuya historicidadqueda demostrada, aunque no quepa tener seg-uridad de queBorrow llegase a conocerlos, por contacto o conocimiento desus más •directos protagonistas. Hábilmente pues, Borrow in-miscuirá a su criado en el relato, haciéndole responsable desu relación. Así vemos cómo Antonio ha tenido ocasión de ser-vir arios atrás y durante tres arios a una familia acomodada,la de un general y su esposa con dos hijos asegurándonosque el menor de ellos era precisamente con el que Antoniohabía topado en la posada de 'Colunga.

Ahora bien; se nos cuenta también cómo una extravaganciade su parte, que parece arrancada de alguna novelle rena-centista la causa por la que el fámulo dejó el servicio y la ca-sa, perdiendo su contacto con dicha familia, de triste destino,

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ya que el general, partidario del Pretendiente don Carlos,sería malamente muerto por las Milicias Nacionales, pese a loque había heoho por la patria y sus muestras de valor en laFrancesula. Se nos cuenta también cómo la mujer moriría dela dolorosa impresión y cómo a los hijos no les quedará otrorecurso ante la maldición que ha caído sobre su familia deunirse a los carlistas, que se han levantado en Galicia. Tam-bién se nos cuenta cómo la suerte de ambos jóvenes será dis-tinta. Cómo el mayor caerá preso de los cristianos y seríaahorcado y el más joven podría salvar su vida, encontrándoseescondido en la costa asturiana esperando que llegasen tiem-pos mejores.

Jantasía? uealidad? En pura lógica y zonociendo ya untanto la estructura narrativa del relato de Barrow, cabe supo-ner que éste conoció la historia, y buscó la forma más adecua-da de intercalarla en la narración .de su viaje a Asturias, acha-cando a su criado una relación que en realidad no se puedeprobar, aunque sí sepamos que Antonio arios después, volveráa servir en conocidas familias de la corte (por ejemplo la deNarvaez), por cierta carta muy tardía de Ford (que lo sabepor don Pascual Gayangos) a Borrow. Encontramos en el rela-to ciertas contradicciones, al hablársenos de dos hermanos,cuando •sabemos de tres, hecho que necesariamente no podíadesconocer Antonio. De todas formas, queda clara la identifi-cación de la personalidad de aquel caballero, verdadero «rigorde las desdichas» y que hasta la fecha que sepamos no habíasido hecha por nadie. Pues, tras diversas indagaciones surgeante nuestros ojos, cada vez más perfilada, la figura de JoséMaría Escandón y Lué (1808-1869), como el presunto interlo-cutor de Antonio •durante el paso de éste con su amo por lavilla de Colunga, que coincidiría con una de sus visitas «deincógnito» al Principado. Este José María Escandón era hijode Rafael Escandón y Antayo, coronel del Regimiento de Can-gas de Onís a las órdenes de Porlier, héroe del sitio de Zara-goza y de la Guerra de la Independencia y que tras el retornode Fernando VII pasaría a mandar el llamado Regimiento delas Ordenes Militares (1815). Al militar en distinta ideología seenfrentará con su antiguo superior y jefe, el General Porlier,llegando a figurar incluido en el Consejo d Guerra que con-

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denó al desdichado «Marquesito». Sin embargo, tras la reac-ción liberal, al pronunciarse •contra •ella, sería condenado amuerte en Oviedo, siendo trasladado en 1823 a La Coruria,donde el exaltado liberal ,Francisco Méndez Vigo •(1806-1891),antes de entregar la plaza a las fuerzas realistas decidiría des-hacerse de él y de otros condenados políticos. arrojándole almar, vengando así la muerte de Porlier.

La contrarrevolución absolutista, hizo héroe de la causaal General Escandón, llegando incluso en •Ovie.do a celebrarsepor el mis•o y en el Monasterio de San Vicente, solemnes exe-quias, hasta que la vuelía al poder •de los liberales, volvió aponer en •entredicho la •estirpe de Escandón, más, al figurarel hijo mayor de Rafael Escandón, el Capitán Benito •Escan-dón y Lué, entre los militares que desde Siero organizaron larevuelta carlista. de Asturias, y en la que se significaría•juntoa su hermano Juan, quien capturado por los liberales le con-denarían a la picota, mientras que un tercer hermano, JoséMaría, y al que Borrow nos hace interlocutor de su criado enColunga, tuvo/ •ue contemplar impotente como se desmoro-naba su casa ,̀ primero en el destierro, y después, ya olvidadaen Asturias;la que fue llamada Escandonada, malviviendo losŭ ltimos años •de su vida •en la ,Corte.

Aunque nos inspira cierta desconfianza la verosimilituddel relato de nuestro inglés, hay empero un hecho que nos ha-ce considerarlecomo plausible y éste es que al final de suentrevista el caballero se despedirá de Antonio recitándole unaespecie de anacreóntica (»Igebamos y comamos y alegrémonosque mariana moriremos») en griego •clásico, cosa que, a nues-tro juicio, sólo pudo hacer alguien corno José María bien im-puesto en estudios clásicos y arqueológicos, como podría de-mostrar arios más tarde en conocidos trabajos de interés epi-gráfico, referidos al Monasterio de Cangas de Onís.

DE RIBADESELLA A LLANES Y COLOMBRES.SALIDA DEL PRINCIPADO

Nuestros viajeros tras emplear una jornada más llegaríana dormir a Ribadesella, Villa de la que Borrow no nos dice

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nada y de la que sabemos saldría muy temprano con sus acom-riantes para poder llegar a Llanes, ya al mediar el día. Es el7 de octubre y nuestros viajeros van siguiendo el viejo ca-mino real del litoral, •enmarcado por la ingente cadena monta-riosa que alza su mole a una legua escasa de la costa, macizoéste conocido, como sabemos, con el nombre de Sierra de LaCuera. Se fija aquí Borrow en las formas de asentimiento delos labriegos, significadas por terrazgos agrarios y ganaderosen la plataforma litoral, bien cultivados en medio de una to-

, pografía típicamente cárstica en la que junto a las uvalas, velevantarse •los cortijos (sic) de los paisanos.

Sin embargo Borrow no nos dirá nada de Llanes, cuya im-portancia en el oriente del Principado es bien conocida. No obs-tante destaca la antigiiedad de su población y la mayor impor-tancia política y administrativa de que gozó en tiempos. N•odejará, en cambio, de notar la presencia del llamado Monaste-rio de San Juan de .Celorio, del que ŭnicamente nos dice quees uno de edificios monásticos más grandes de Esparia, a la vezque llama la atención en torno al abandono y desolación en queencu•ntra al cenobio benedictino. Lástima grande que Bo-rrow no hubiera indagado en las crónicas del monasterio, eignorase la existencia del famoso Fray V•remundo, cuya vidale hubiera dado ocasión para plasmar algŭn chispeante inter-ludio más o menos novelado.

Al caer la noche, siguiendo el diario, nos dice Borrow quese encuentra ya a unas leguas escasas de «Santo Colombo».Nos ha sido imposible localizar tal lugar. En realidad y trasnuestras indagaciones •hemos llegado a una conclusión: que«Santo Colombo» no es otra cosa que una mala transcripciónde Colombres, localidad en los confines del Principado, a me-nos de que no se trate de un célebre Monasterio con hospe-dería de peregrinos hoy inexistente y que fue administradopor el Temple. El caso es que Borrow se nos presenta pa-sando la noche en Santo Colombo, en casa de un carabinero,del que nos dice que es castellano y que se negó a cobrarlesnada por su alojamiento, al sentirse obligado a dárselo, estan-do aŭn lejos de la posada más próxima al parecer ya fran-

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queado el Deva en la villa santanderina de San Vicente de laBarquera.

FINAL

Aquí podría decirse que llegamos al final de nuestra glosa,en un ía cualquiera de la primera decena de octubre de 1837,que fue cuando dejó el Principado de Asturias nuestro inefa-ble «Don Jorgito», tras haber seguido a grandes rasgos la anti-gua ruta de los peregrinos que a lo largo •del litoral Ileva • a aSantiago. Por lo que hemos visto, su viaje no le llevó muchomás de los quince días, los suficientes, sin embargo, para plas-mar una serie de notas, novelar, fabular, mitificar y mixtificar,e incluso para una visión un tanto abigarrada del Principadodentro del mosaico de The Bible in Spain. Una etapa más deaquella Esparia que recorre y que, con el triunfo del Liberalis-mo, intenta europeizarse y no perder el tren en marcha de laEur-opa del siglo XIX.

El simple análisis de dos capítulos de The Bible in Spain,da pues a nuestros lectores medida de la importancia que ten-dría una labor similar en todos los que integran dicho libro,no sólo por su contenido textual o literal dentro de la precep-tiva literaria, sino también por todo aquello que parece es-tructurarse dentro de un simple diario de Jiaje.

Oviedo, Arco de San Vicente, marzo de 1975.

José MAN.LJEL Góm EZ-TABANERA