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    Cuentos

    Jos Luis Gonzlez

    11mo grado

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    La muchacha hizo un intento dbil, instintivo, de retirar la mano.

    -Qu es? -pregunt con un asomo de alarma.

    -Laura, yo nunca haba advert... quiero decir, yo nunca me haba fijado bien en ti. Sabes qu

    eres muy bonita?-Ay, Virgen, don Luis, no diga eso! -y segua tratando de retirar la mano, pero l no se lsoltaba.

    -Por qu no voy a decirlo, si es verdad?

    -Don Luis, no sea as, djeme ir.

    El hombre le rode el talle con un brazo.

    -Laurita -le dijo, apoyando un lado de su rostro sobre uno de los senos estupendamente firmeLaurita, acompame a mi cuarto. Un ratito nada ms.

    La muchacha se zaf de un tirn:

    -Don Luis!

    l se puso de pie.

    -T sabes que la seora est en casa de sus parientes y no viene hasta maana. Vamocomplceme, mira que te voy a hacer un regalito.

    La muchacha se cubri la cara con ambas manos y se fue sollozando a la cocina. l permanecde pie junto a la mesa, sintiendo el sbito golpeteo de la sangre en sus sienes.

    "Bah! Jbara bruta!", se dijo. "Tratar otra vez de aqu a unos das y, si no se da, a la calle y sacab."

    Consult el reloj pulsera. Las nueve y media. Vio por una ventana abierta un pedazo de cieazul pursimo. La luz del sol chocaba con todos los objetos y trazaba dibujos caprichosos en piso.

    Con un segundo cigarrillo entre los labios, penetr en la biblioteca (la pieza, originalmente, habestado destinada a los hijos que el matrimonio nunca tuvo, y slo con el tiempo los libros fueroinvadindola poco a poco) y ech llave desde adentro. Recorri con la mirada las ordenadhileras de volmenes en los estantes. Respir hondamente, como en un santuario. Yexperiment, como siempre, una especial satisfaccin cuando alcanz a ver la coleccin dclsicos castellanos bellamente encuadernada en pasta valenciana. Aquella coleccin haba si propiedad de Francisco Salas, el viejo periodista amigo suyo. El da que ste agonizaba, despude una enfermedad de varios meses, l haba ido a visitarlo. Pero Salas ya no poda reconocer

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    nadie, as que slo permaneci en el cuarto unos minutos. En la sala, al momento de despedirla esposa del enfermo le dijo, venciendo su cortedad con evidente esfuerzo:

    -La enfermedad de Paco ha acabado con nuestros ahorros. Estoy en una situacin en que vanhacerme falta ochenta pesos para completar los gastos del entierro.

    l volvi la cabeza aparentando distraccin, pero al hacerlo su mirada tropez con el estante que Francisco Salas haba colocado amorosamente su coleccin de clsicos.

    -Seora, se me ocurre que yo podra ayudarla.

    -No sabe cmo se lo agradecera. Usted siempre fue tan buen amigo de Paco...

    -Yo estara dispuesto a adquirir esa coleccin por los ochenta pesos que acaba de mencionar. L parece?

    La mujer mir los libros -los nombres ilustres grabados en oro en los lomos de las finaencuadernaciones- y balbuce:

    -Pero... esa coleccin... cost casi mil pesos, y est muy bien cuidada. Usted sabe que Paco...

    El hombre hizo ademn de ponerse el sombrero. La mujer se apresur a aceptar:

    -Bueno, don Luis, en un caso as...

    l le dijo, contando los billetes en la cartera antes de sacarlos:

    -Despus enviar a alguien por los libros.(No saba, no poda saber, que en ese instante ya estaba hablndole a una viuda.)

    El escritor, ahora, se sent a su mesa de trabajo, frente al retrato del difunto to soltern que haba legado tres casas de vecindad en Puerta de Tierra (cuya renta le permita dedicar todo stiempo a la literatura). Coloc ante s la cuartilla en blanco, tom la pluma y apoy la cabeza ela otra mano.

    Media hora despus no haba logrado una sola oracin coherente. Se levant irritado, con ucomienzo de jaqueca. Encendi otro cigarrillo y volvi a recorrer con la mirada las hileras d

    volmenes en los estantes. "Leer un poco", se dijo. "Me har bien." De la calle llegaban algunruidos apagados, que el escritor apenas distingua: un pregn, un bocinazo, un grito dmuchacho... En los momentos en que se diriga a uno de los estantes, lleg hasta la habitacicon toda claridad, el sonido de dos detonaciones. Pero el odo del escritor, entregado ya a compleja armona de un prrafo de Proust, fue incapaz de percibirlo.

    En la esquina ms cercana, a unos cincuenta metros de la casa del escritor, se haba apostaddesde las siete un grupo de diez hombres. Los bolsillos de sus ropas de obreros, abultados com

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    si contuvieran objetos irregulares y deformes, llamaban la atencin de los escasos transentes la hora. Uno de los hombres -corto de estatura, delgado, ya no joven- se mova entre los demhablando en tono bajo y con pocos ademanes. Sus compaeros, a veces sin mirarlo, asentan cla cabeza a sus palabras.

    A medida que pasaba el tiempo aumentaba el trnsito de gente: seoras y muchachas acicaladrumbo a la iglesia, velo y misal en mano; sirvientas en busca del peridico o del pan para almuerzo; hombres que iban al juego de bisbol, exaltado de antemano el entusiasmo partidarPasaban unos cuantos automviles con familias que se dirigan al campo o a la playa. El grupde obreros permaneca -impasible, casi hosco- en su esquina.

    A eso de las nueve y media apareci en el extremo de la calle un camin cargado de hombreVenan tambin dos policas, uno en cada estribo. A una orden del que pareca jefe del grupo, lhombres de la esquina se echaron a la calle y formaron una valla de una acera a la otra. Ecamin se detuvo frente a ellos. Algunos transentes se detuvieron para observar. Los que venen el camin tenan aspecto idntico al de los que estaban en la calle. Uno de los policas

    dirigi a estos ltimos:-A ver! Qu es lo que pasa?

    Se adelant el jefe del grupo, en actitud sosegada:

    -Lo nico que queremos es hablar con los compaeros que vienen ah arriba. Eso no est econtra de la ley.

    El polica le contest, despus de un instante de vacilacin.

    -Si ellos lo quieren or, hable. Pero nada de discursos, que tenemos prisa. No se puedinterrumpir el trnsito.

    -No hay problema -dijo el otro-. El camin est parado en su derecha.

    -Bueno, bueno, acabe!

    El obrero se dirigi a los del camin:

    -Compaeros, a ustedes los llevan a ocupar los puestos que nosotros dejamos para ir a la huelgY a pesar de que los llevan un domingo, para burlar nuestra vigilancia, han pedido la protecci

    de la polica. Compaeros, si nadie ocupa esos puestos, los patronos tendrn que aceptar nuestrdemandas, que representan el pan de nuestros hijos.

    Los dos policas se miraron brevemente, de soslayo. El que hablaba continu:

    -Pero si alguien ocupa esos puestos, nos quedaremos sin trabajo, indefensos ante los patronoCompaeros, ustedes son trabajadores lo mismo que nosotros! Si no luchamos juntoseguiremos toda la vida en la miseria! Compaeros, hoy por nosotros, maana por ustedes!

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    bajarse!

    Los obreros del camin empezaron a cuchichear entre s. Los de la calle les gritaban:

    -A bajarse!

    -A bajarse, compaeros!

    Uno de los policas dijo de pronto:

    -Estn perdiendo el tiempo; ninguno va a bajarse. Sigue, chofer.

    Pero en ese momento uno de los de arriba, un mulato achaparrado, de voz gruesa, grit:

    -Yo me bajo, coo!

    Y salt a la calle. Los de abajo acogieron su decisin con exclamaciones de aliento:-As se hace!

    -Pa'bajo! Sean hombres!

    Los dos policas volvieron a cambiar miradas rpidas. El mulato les gritaba ahora a sucompaeros:

    -Bjense!... qu esperan?

    Ya haba en los alrededores un nutrido grupo de espectadores que creca por momentos.Uno de los policas repiti la orden al chofer: -Sigue!

    Pero otro de los obreros del camin grit en el mismo instante:

    -Aguanta, que yo tambin me quedo!

    El camin ya se pona en marcha. El obrero volvi a gritar:

    -Prate, que me apeo! Prate, carajo!

    El camin avanz sobre los que impedan su paso. Estos se echaron a un lado para no sarrollados, al tiempo que le gritaban al chofer y a los dos guardias:

    -Djenlo bajar! Djenlo bajar!

    El que encabezaba a los de abajo grit entonces, sacando un puado de piedras de un bolsillo

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    Un Buick azul que pasaba por all en ese momento, se detuvo. Una mujer joven, mumaquillada, asom la cabeza por la ventanilla y dej escapar un grito cuando vio el cadver. Lcubri los ojos a un muchachito rubio que llevaba en el regazo y que se agitaba haciendesfuerzos por mirar, y le dijo al hombre que conduca:

    -Sigue, Jorge, sigue!Y cuando se hubieron alejado media cuadra:

    -Ay, Virgen, seguro que era un ladrn! Y a estas horas! En este pas dentro de poco la gentdecente no va a poder vivir.

    Las primeras moscas empezaban a posarse sobre la cara del muerto.

    All en su biblioteca, el escritor volvi a colocar en el estante el volumen que acababa de hojeEl murmullo creciente que vena desde la calle no alcanzaba an a molestarlo. Y, todava irritad

    por no hallar nada sobre qu escribir, rumi, el sentimiento de impotencia que senta crecindoen el pecho:

    -Maldito destino! Tener que vivir en un pas donde nunca pasa nada!

    FIN1948

    En Nueva York y otras desgracias

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    En el fondo del cao hay un negrito A Ren Depestre

    ILa primera vez que el negrito Meloda vio al otro negrito en el fondo del cao1 fue en la maanadel tercero o cuarto da despus de la mudanza, cuando lleg gateando hasta la nica puerta de nueva vivienda y se asom para mirar hacia la quieta superficie del agua all abajo.

    Entonces el padre, que acababa de despertar sobre el montn de sacos vacos extendidos en piso, junto a la mujer semidesnuda que an dorma, le grit:

    -Mire... eche p'adentro! Diantre'e muchacho desinquieto!

    Y Meloda, que no haba aprendido a entender las palabras pero s a obedecer los gritos, gatotra vez hacia adentro y se qued silencioso en un rincn, chupndose un dedito porque tenhambre.

    El hombre se incorpor sobre los codos. Mir a la mujer que dorma a su lado y la sacudflojamente por un brazo. La mujer despert sobresaltada, mirando al hombre con ojos de susEl hombre ri. Todas las maanas era igual: la mujer sala del sueo con aquella expresin dsusto que a l le provocaba un regocijo sin maldad. La primera vez que vio aquella expresin el rostro de su mujer no fue en ocasin de un despertar, sino la noche que se acostaron juntos p primera vez. Quiz por eso a l le haca gracia verla despabilarse as todas las maanas.

    El hombre se sent sobre los sacos vacos.-Bueno -se dirigi entonces a la mujer-. Cuela el caf.

    Ella tard un poco en contestar:

    -Ya no queda.

    -Ah?

    -No queda. Se acab ayer.

    l empez a decir: Y por qu no compraste ms?, pero se interrumpi cuando vio que en rostro de su mujer comenzaba a dibujarse aquella otra expresin, aquella mueca que a l no causaba regocijo y que ella slo haca cuando l le diriga preguntas como la que acababa dtruncar ahora. La primera vez que vio aquella expresin en el rostro de su mujer fue la noche qregres a casa borracho y deseoso de ella pero la borrachera no lo dej hacer nada. Tal vez peso al hombre no le haca gracia aquella mueca.

    http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/pr/gonzalez/en_el_fondo_del_cano_hay_un_negrito.htm#1http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/pr/gonzalez/en_el_fondo_del_cano_hay_un_negrito.htm#1http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/pr/gonzalez/en_el_fondo_del_cano_hay_un_negrito.htm#1
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    La segunda vez que el negrito Meloda vio al otro negrito en el fondo del cao fue poco despudel medioda, cuando volvi a gatear hasta la puerta y se asom y mir hacia abajo.

    Esta vez el negrito en el fondo del cao le regal una sonrisa a Meloda. Meloda haba sonre primero y tom la sonrisa del otro negrito como una respuesta a la suya. Entonces hizo as con

    manita, y desde el fondo del cao el otro negrito tambin hizo as con su manita. Meloda n pudo reprimir la risa, y le pareci que tambin desde all abajo llegaba el sonido de otra risa. Lmadre lo llam entonces porque el segundo guarapillo de hojas de guanbana ya estaba list

    Dos mujeres, de las afortunadas que vivan en tierra firme, sobre el fango endurecido de lmrgenes del cao, comentaban:

    -Hay que velo. Si me lo bieran contao, biera dicho que era embuste.

    -La necesid, doa. A m misma, quin me lo biera dicho, que yo diba llegar aqu. Yo que ten

    hasta mi tierrita.-Pues nosotros juimos de los primeros. Casi no ba gente y uno coga la parte ms sequecita, vPero los que llegan ahora, fjese, tienen que tirarse al agua, como quien dice. Pero, bueno y egente, de nde diantre habern salo?

    -A m me dijieron que por ai por Isla Verde tan orbanisando y han sacao un montn de negroarrimaos. A lo mejor son desos.

    -Bendito!... Y ust se ha fijao en el negrito qu mono? La mujer vino ayer a ver si yo tenunas hojitas de algo pa hacele un guarapillo, y yo le di unas poquitas de guanbana que m

    quedaban.-Ay, Virgen, bendito...!

    Al atardecer, el hombre estaba cansado. Le dola la espalda, pero vena palpando las monedas el fondo del bolsillo, hacindolas sonar, adivinando con el tacto cul era un velln, cul de diecul una peseta. Bueno, hoy haba habido suerte. El blanco que pas por el muelle a recoger mercanca de Nueva York. Y el compaero de trabajo que le prest su carretn toda la tard porque tuvo que salir corriendo a buscar a la comadrona para su mujer, que estaba echando pobre ms al mundo. S, seor. Se va tirando. Maana ser otro da.

    Entr en un colmado y compr caf y arroz y habichuelas y unas latitas de leche evaporadPens en Meloda y apresur el paso. Se haba venido a pie desde San Juan para ahorrarse lcinco centavos del pasaje.

    III

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    La tercera vez que el negrito Meloda vio al otro negrito en el fondo del cao fue al atardece poco antes de que el padre regresara. Esta vez Meloda vena sonriendo antes de asomarse, yasombr que el otro tambin se estuviera sonriendo all abajo. Volvi a hacer as con la manitael otro volvi a contestar. Entonces Meloda sinti un sbito entusiasmo y un amor indecible pel otro negrito. Y se fue a buscarlo.

    FIN

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    snsora y confunde el papel de lija con el papel de inodoro, sobre todo cuando uno es trigueitocon la morusa tirando a caracolillo.

    Pero, bueno, eso es noticia vieja y lo que tengo que contarte es otra cosa. Ahora, que lcondenada calor sigue y la cerveza ya se nos acab. La misma marca, no? Okay. Pues como

    iba diciendo, despus que el foreman me quiso vacilar y yo le dej con las ganas, pegamostrabajar en serio. Porque eso s, aqu la guachafita y el trabajo no son compadres. Time emoney, ya t sabes. Pegaron a llegarme radios por el assembly line y yo a meterles los tubochan, chan. S, yo lo que haca entonces era poner los tubos. Dos a cada radio, uno en cada manChan, chan. Al principio, cuando no estaba impuesto, a veces se me pasaba un radio y entoncmuchacho!, tena que correrle detrs y al mismo tiempo echarle el ojo al que vena seguido,crea que me iba a volver loco. Cuando sala del trabajo senta como que llevaba un baile de SaVito en todo el cuerpo. A m me est que por eso en este pas hay tanto borracho y tanto viciosS, chico, porque cuando t quedas as lo que te pide el cuerpo es un juanetazo de lo que sea, q por lo general es ron o algo as, y ah se va acostumbrando uno. Yo digo que por eso las mujerse defienden mejor en el trabajo de factora, porque ellas se entretienen con el chismorreo y

    habladura y el comentario, ves?, y no se imponen a la bebida.Bueno, pues ya tena yo un rato metiendo tubos y pensando boberas cuando en eso viene foreman y me dice: Oye, ah te buscan. Yo le digo: A quin, a m? Pues claro, me dice, aqu nhay dos con el mismo nombre. Entonces pusieron a otro en mi lugar para no parar el trabajo y avoy yo a ver quin era el que me buscaba. Y era Trompoloco, que no me dice ni qu hubo sinque me espeta: Oye, que te vayas para tu casa que tu mujer se est pariendo. S, hombre, as dsopetn. Y es que el pobre Trompoloco se cay del coy all en Puerto Rico cuando era chiquitosegn deca su mam, que en paz descanse, cay de cabeza y parece que del golpe se lablandaron los sesos. Tuvo un tiempo, cuando yo lo conoc aqu en el Barrio, que de repente pona a dar vueltas como loco y no se paraba hasta que se mareaba y se caa al suelo. De ahvino el apodo. Eso s, nadie abusa de l porque su mam era muy buena persona, mdiuespiritista ella, t sabes, y ayudaba a mucha gente y no cobraba. Uno le dejaba lo que podves?, y si no poda no le dejaba nada. Entonces hay mucha gente que se ocupa de quTrompoloco no pase necesidades. Porque l siempre fue hurfano de padre y no tuvo hermanoas que como quien dice est solo en el mundo.

    Bueno, pues llega Trompoloco y me dice eso y yo digo: Ay, mi madre, y ahora qu hago? Eforeman, que estaba pendiente de lo que pasaba porque esa gente nunca le pierde ojo a uno entrabajo, viene y me pregunta: Cul es el trouble? Y yo le digo: Que viene a buscarme porque mmujer se est pariendo. Y entonces el foreman me dice: Bueno, y que t ests esperandoPorque djame decirte que ese foreman tambin era judo y para los judos la familia siempre primero. En eso no son como los dems americanos, que entre hijos y padres y entre hermanosinsultan y hasta se dan por cualquier cosa. Y no s si ser por la clase de vida que la gente lleen este pas. Siempre corriendo detrs del dlar, como los perros esos del candromo que pona correr detrs de un conejo de trapo. T los has visto? Acaban echando el bofe y nuncalcanzan al conejo. Eso s, les dan comida y los cuidan para que vuelvan a correr al otro da, qes lo mismo que hacen con la gente, si miras bien la cosa. As que en este pas todo venimosser como perros de carrera.

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    mundo: en seguida vuelven a prenderse y la gente ni pestaea. Y eso de que el tren se pare uratito antes de llegar a una estacin tampoco es raro. As que de momento no se asust nadiPrendieron las luces de emergencia y todo el mundo lo ms tranquilo. Pero empez a pasar tiempo y el tren no se mova. Y yo pensando: Coo, qu mala suerte, ahora que tena que lleg pronto. Pero todava creyendo que sera cuestin de un ratito, ves? Y as pasaron como tr

    minutos ms y entonces una seora empez a toser. Una seora americana ella, medio viejitque estaba cerca de m. Yo la mir y vi que estaba tosiendo como sin ganas, y pens: Eso no catarro, eso es miedo. Y pas otro minuto y el tren segua parado y entonces la seora le dijoun muchacho que tena al lado, un muchacho alto y rubio l, tofete, con cara como de irlands,dijo la seora: Oiga, joven, a usted esto no le est raro? Y l dijo: No, no se preocupe, eso no nada. Pero la seora como que no qued conforme y sigui con su tosecita y entonces otr pasajeros empezaron a tratar de mirar por las ventanillas, pero como no podan moverse biencon la oscuridad que haba all afuera, pues no vean nada. Te lo digo porque yo tambin trat mirar y lo nico que saqu fue un dolor de cuello que me dur un buen rato.

    Bueno, pues sigui pasando el tiempo y a m empez a darme calambre en una pierna y ah f

    donde me entr el nerviosismo. No, no por el calambre, sino porque pens que ya no iba a llega tiempo a casa. Y deca yo para entre m: No, aqu tiene que haber pasado algo, ya es demasiade mucho tiempo que tenemos aqu parados. Y como no tena nada que hacer, puse a funcionel coco y entonces fue que se me ocurri lo del suicidio. Bueno, era lo ms lgico, por qu nT sabes que aqu hay muchsima gente que ya no se quieren para nada y entonces van y trepan al Empire State y pegan el salto desde all arriba y creo que cuando llegan a la calle yestn muertos por el tiempo que tardan en caer. Bueno, yo no s, eso es lo que me han dicho. hay otros que le tiran por delante al subway y quedan que hay que recogerlos con pala. Ah, neso s, a los que brincan desde el Empire State me imagino que habr que recogerlos con secan No, pero en serio, porque con esas cosas no se debe relajar, a m se me ocurri que lo que hab pasado era que alguien se le haba tirado debajo al tren que iba delante de nosotros, y has pens: Bueno, pues que en paz descanse pero ya me chav a m, porque s que voy a llegar tardYa mi mujer debe estar pensando que Trompoloco se perdi en el camino o que yo and borracho por ah y no me importa lo que est pasando en casa. Porque no es que yo sea m bebeln, pero de vez en cuando, t me entiendes... Bueno, y ya que estamos hablando de esoquieres cambiamos de marca, pero que estn bien fras a ver si se nos acaba de quitar la calor.

    Aja! Entonces... por dnde iba yo? Ah s, estaba pensando en eso del suicidio y qu s ycuando de repente -ran!- vienen y se abren las puertas del tren. S, hombre s, all mismo en tnel. Y como eso, a la verdad, era una cosa que yo nunca haba visto, entonces pens: Ahoraque a la puerca se le entorch el rabo. Y enseguida veo que all abajo frente a la puerta estabunos como inspectores o algo as porque tenan uniforme y traan unas linternas de sas comfaroles. Y nos dice uno de ellos: Take it easy que no hay peligro. Bajen despacio y sin empujaY ah mismo la gente empez a bajar y a preguntarle al mster aqul: Qu es lo que pasa, qu lo que pasa? Y l: Cuando estn todos ac abajo les voy a decir. Yo agarr a Trompoloco por brazo y le dije: Ya t oste? No hay peligro, pero no te vayas a apartar de m. Y l me deca qs con la cabeza, porque yo creo que del susto se le haba ido hasta la voz. No deca nada, pe pareca que los ojos se le iban a salir de la cara: los tena como platillos y casi le brillaban en oscuridad, como a los gatos.

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    Bueno, pues fuimos saliendo del tren hasta que no qued nadie adentro. Entonces, cuandestuvimos todos alineados all abajo, los inspectores empezaron a recorrer la fila que nosotrhabamos formado y nos fueron explicando, as por grupos, ves?, que lo que pasaba era qhaba habido un blackout o sea que se haba ido la luz en toda la ciudad y no se saba cundo ia volver. Entonces la seora de la tosecita, que haba quedado cerca de m, le pregunt a

    inspector: Oiga, y cundo vamos a salir de aqu? Y l le dijo: Tenemos que esperar un poc porque hay otros trenes delante de nosotros y no podemos salir todos a la misma vez. Y a pegamos a esperar. Y yo pensando: Maldita sea mi suerte, mira que tener que pasar esto el da hoy, cuando en eso siento que Trompoloco me jala la manga del coat y me dice bajito, como esecreto: Oye, oye, panita, me estoy meando. Imagnate t! Lo nico que faltaba. Y le digo: ATrompo, bendito, aguntate, t no ves que aqu eso es imposible? Y me dice: Pero es que harato que tengo ganas y ya no aguanto ms. Entonces me pongo a pensar rpido porque aqueera una emergencia, no?, y lo nico que se me ocurre es ir a preguntarle al inspector qu poda hacer. Le digo a Trompoloco: Bueno, esprame un momentito, pero no te vayas a movde aqu. Y me salgo de la lnea y voy y le digo al inspector: Listen, mister, my friend wanna taka leak, o sea que mi amigo quera cambiarte el agua al canario. Y me dice, el inspector

    Goddamit to helI, can't he hold it in a while? Y le digo que eso mismo le haba dicho yo, que aguantara, pero que ya no poda. Entonces me dice: Bueno, que lo haga donde pueda, pero qno se aleje mucho. As que vuelvo donde Trompoloco y le digo: vente conmigo por ah atrs,ver si encontramos un lugarcito, y pegamos a caminar, pero aquella hilera de gente nos se acanunca. Y habamos caminado un trecho cuando vuelve a jalarme la manga y dice: Ahora si ya naguanto, brother. Entonces le digo: Pues mira, ponte detrs de m pegadito a la pared, pero tcuenta que no me vayas a mojar los zapatos. Y hazlo despacito, para que no se oiga. Y ni habacabado de hablar cuando oigo aquello que, bueno, t sabes cmo hacen eso los caballos? Pucon decirte que pareca que eran dos caballos en vez de uno. Si yo no s cmo no se le habreventado la vejiga. No, una cosa terrible. Yo pens: Ave Mara, ste me va a salpicar hasta ecoat. Y mira que era de esos cortitos, que no llegan ni a la rodilla, porque a mi siempre me hgustado estar a la moda, verdad? Y entonces, claro, la gente que estaba por all tuvo que darcuenta y yo o que empezaron a murmurar. Y pens: Menos mal que est oscuro y no nos puedver la cara, porque si se dan cuenta que somos puertorriqueos... Ya t sabes cmo es el asunaqu. Yo pensando todo eso y Trampoloco que no acababa. Cristiano, las cosas que le pasanuno en este pas! Despus las cuentas y la gente no te las cree. Bueno, pues al fin Trompolocacab, o por lo menos eso cre yo porque ya no se oa aquel estrpito que estaba haciendo, pe pasaba el tiempo y no se mova. Y le digo: Oye, ya t acabaste? Y me dice: S. Y yo: Pues vmonos. Y entonces me sale con que: Esprate, que me estoy sacudiendo. Mira, ah fue donyo me encocor. Le digo: Pero, muchacho, eso es una manguera o qu? Camina por ah si quieres que esta gente nos sacuda hasta los huesos despus de esta inundacin que t has hecaqu! Entonces como que comprendi la situacin y me dijo: est bien, est bien, vmonos.

    Pues volvimos adonde estbamos antes y ah nos quedamos esperando como media hora ms. Yoa a la gente alrededor de m hablando ingls, quejndose y diciendo que qu abuso, que parecmentira, que si el alcalde, que si qu s yo. Y de repente oigo por all que alguien dice eespaol: bueno, para estirar la pata lo mismo da aqu adentro que all afuera, y mejor que seaqu porque as el entierro tiene que pagarlo el gobierno. S, algn boricua que quera hacersegracioso. Yo mir as a ver si lo vea, para decirle que el entierro de l lo iba a pagar la socied protectora de animales, pero en aquella oscuridad no pude ver quin era. Y lo malo es que

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    chistecito aqul me hizo su efecto, no te creas. Porque parado all sin hacer nada y con l preocupacin que traa yo y todo ese problema, t sabes lo que me ocurri a m entonceImagnate, yo pens que el inspector nos haba dicho un embuste y que lo que pasaba era que haba empezado la tercera guerra mundial. No, no te ras, yo te apuesto que yo no era el nique estaba pensando eso. S, hombre, con todo lo que se pasan diciendo los peridicos aqu,

    que si los rusos y los chinos y hasta los marcianos en los platillos voladores.., pues claro, y pqu t te crees que en este pas hay tanto loco? Si ah en Bellevue ya ni caben y creo que vantener que construir otro manicomio.

    Bueno, pues en esa barbaridad estaba yo pensando cuando vienen los inspectores y nos dicen qya nos tocaba el turno de salir a nosotros, pero caminando en fila y con calma. Entonce pegamos a caminar y al fin llegamos a la estacin, que era la de tan lejos de casa, pero tampotan cerca porque eran unas cuantas calles las que nos faltaban. Imagnate que eso nos hubie pasado en la 28 o algo as. La cagazn, no? Pero, bueno, la cosa es que llegamos a la estacinle digo a Trompoloco: Avanza y vamos a salir de aqu. Y subimos las escaleras con todo aqumontn de gente que pareca un hormiguero cuando t le echas agua caliente, y al salir a la cal

    ay, Bendito! No, no, tiniebla no, porque estaban las luces de los carros y eso, verdad? Peroscuridad si porque ni en la calle ni en los edificios haba una sola luz prendida. Y en eso paun tipo con un radio de esos porttiles, y como iba caminando en la misma direccin que yo, mle emparej y me puse a or lo que estaba diciendo el radio. Y era lo mismo que nos haba dichel inspector all abajo en el tnel, as que ah se me quit la preocupacin esa de la guerra. Peentonces me volvi la otra, la del parto de mi mujer y eso, ves?, y le digo a Trompoloco: Buen paisa, ahora la cosa es en el carro de don Fernando, un ratito a pie y otro andando, as que a vquin llega primero. Y me dice l: Te voy, te voy rindose, sabes?, como que ya se hab pasado el susto.

    Y pegamos a caminar bien ligero porque adems estaba haciendo fro y cuando bamos por 103 o algo as, pienso yo: Bueno, y si no hay luz en casa, cmo harn hecho para el parto? A mejor tuvieron que llamar la ambulancia para llevarse a mi mujer a alguna clnica y ahora yo nvoy a saber ni dnde est. Porque, oye, lo que es el da que uno se levanta de malas.

    Entonces con esa idea en la cabeza entr yo en la recta final que pareca un campen: yo creque no tardamos ni cinco minutos de la 103 a casa Y ah mismo entro y agarro por aquellaescaleras oscuras que no vea ni los escalones y... ah, pero ahora va empezar lo bueno, lo que quieres que yo te cuente porque t no estabas en Nueva York ese da, verdad? Okay. Pueentonces vamos a pedir otras cervecitas porque tengo el gaznate ms seco que aquellos arenalde Salinas donde yo me cri.

    Pues como te iba diciendo. Esa noche romp el rcord mundial de tres pisos de escaleras en oscuridad. Ya ni saba si Trompoloco me vena siguiendo. Cuando llegu frente a la puerta dapartamento traa la llave en la mano y la met en la cerradura al primer golpe, como si lestuviera viendo. Y entonces, cuando abr la puerta, lo primero que vi fue que haba cuatro vel prendidas en la sala y unas cuantas vecinas all sentadas, lo ms tranquilas y dndole a la shueso que aquello pareca la olimpiada del bembeteo. Ave Mara, y es que se es el deportfavorito de las mujeres. Yo creo que el da que les prohban eso se forma una revolucin mgrande que la del Fidel Castro. Pero eso s, cuando me vieron entrar as de sopetn, les pegu

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    susto que se quedaron mudas de repente. Cuantims que yo ni siquiera dije buenas noches sique ah mismo empec a preguntar: Oigan y qu ha pasado con mi mujer? Dnde est? Sellevaron? Y entonces una de las seoras viene y me dice: No, hombre, no, ella est ah adentro ms bien. Aqu estbamos comentando que para ser el primer parto... Y en ese mismo momenoigo aquellos berridos que empez a pegar mi hijo all en el cuarto. Bueno, yo todava no sab

    si era hijo o hija, pero lo que si te digo es que gritaba ms que Daniel Santos en sus buentiempos. Y entonces le digo a la seora: Con permiso, doa, y me tiro para el cuarto y abro puerta y lo primero que veo es aquel montn de velas prendidas que eso pareca un altar iglesia. Y la comadrona all trajinando con las palanganas y los trompos y esas cosas, y mi mujen la cama quietecita, pero con los ojos bien abiertos. Y cuando me ve dice, as con la voz bifinita: Ay, mi hijo, qu bueno que llegaste. Yo ya estaba preocupada por ti. Fjate, bendito, y qu preocupada por m, ella que era la que acababa de salir de ese brete del parto. S, hombre, lmujeres a veces tienen esas cosas. Yo creo que por eso es que les aguantamos sus boberas y lqueremos tanto, verdad? Entonces yo le iba a explicar el problema del subway y eso, cuando mdice la comadrona: Oiga, ese muchacho es la misma cara de usted. Venga a verlo, mire. Y erque estaba ah en la cama al lado de mi mujer, pero como eran tan chiquito casi ni se ve

    Entonces me acerco y le miro la carita, que era lo nico que se le poda ver porque ya lo tenms envuelto que pastel de hoja. Y cuando yo estoy ah mirndolo me dice mi mujer: Verdaque sali a ti? Y le digo: S, se parece bastante. Pero yo pensando: No, hombre, se no se parea m ni a nadie, si lo que parece es un ratn recin nacido. Pero es que as somos todos cuandllegamos al mundo, no? Y me dice mi mujer: Pues sali machito, como t lo queras. Y yo, pdecir algo: Bueno, a ver si la prxima vez formamos la parejita. Yo tratando de que no se mnotara ese orgullo y esa felicidad que yo estaba sintiendo, ves? Y entonces dice la comadronBueno, y qu nombre le van a poner? Y dice mi mujer: Pues el mismo del pap, para que no le vaya a olvidar que es suyo. Bromeando, t sabes, pero con su pullita. Y yo le digo: Buennena, si se es tu gusto... Y en eso ya mi hijo se haba callado y yo empiezo a or como unmsica que vena de la parte de arriba del building, pero una msica que no era de radio ni disco, ves? Sino como de un conjunto que estuviera all mismo, porque a la misma vez que msica se oa una risera y una conversacin de mucha gente. Y le digo a mi mujer: Adis, por ah hay bachata? Y me dice: Bueno, yo no s, pero parece que s porque hace rato questamos oyendo eso. A lo mejor es un party de cumpleaos. Y digo yo: Pero as, sin luz? entonces dice la comadrona: Bueno, a lo mejor hicieron igual que nosotros, que salimos comprar velas. Y en eso oigo yo que Trompoloco me llama desde la sala: Oye, oye, ven ac. Shombre, Trompoloco que haba llegado despus que yo y se haba puesto a averiguar. Entoncsalgo y le digo: Qu pasa? Y me dice: Muchacho, que all arriba en el rufo est chvere la cosS, en el rufo, o sea en la azotea. Y digo yo: Bueno, pues vamos a ver qu es lo que pasa. Ytodava sin imaginarme nada, ves?

    Entonces agarramos las escaleras y subimos y cuando salgo para afuera veo que all estaba catodo el building: doa Lula la viuda del primer piso, Cheo el de Aguadilla que haba cerrado cafetn cuando se fue la luz y se haba metido en su casa, las muchachas del segundo que trabajan, ni estn en el welfare segn las malas lenguas, don Leo el ministro pentecostal qutiene cuatro hijos aqu y siete en Puerto Rico, Pipo y los muchachos de doa Lula y uno de los don Leo, que sos eran los que haban formado el conjunto con una guitarra, un giro, unmaracas y hasta unos timbales que no s de dnde los sacaron porque nunca los haba visto pall. S, un cuarteto. Oye, y sonaba! Cuando yo llegu estaban tocando Preciosa y el qu

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    cantaba era Pipo, que t sabes que es independentista y cuando llegaba a aquella parte que dicPreciosa, preciosa te llaman los hijos de la libertad, suba la voz que yo creo que lo oa hasta Morovis. Y yo all parado mirando a toda aquella gente y oyendo la cancin, cuando viene y me acerca una de las muchachas del segundo piso, una medio gordita ella que creo que se llamMirta, y me dice: Oiga, qu bueno que subi. Vengase para ac para que se d un palito. A

    porque tenan sus botellas y unos vasitos de cartn all encima de una silla, y yo no s si eran Bacard o Don Q, porque desde donde yo estaba no se vea tanto, pero le digo enseguida a muchacha: Bueno, si usted me lo ofrece yo acepto con mucho gusto. Y vamos y me sirve el ronentonces le pregunto: Bueno, y por qu es la fiesta, si se puede saber? Y en eso viene doa Lula viuda, y me dice: Adis, pero usted no se ha fijado? Y yo miro as como buscando por llados, pero doa Lula me dice: No, hombre, cristiano, por ah no. Mire para arriba. Y cuando ylevanto la cabeza y miro, me dice: Qu est viendo? Y yo: Pues la luna. Y ella Y que ms? yo: Pues las estrellas. Ave Mara, muchacho, y ah fue donde yo ca en cuenta! Yo creo qudoa Lula me lo vio en la cara porque ya no me dijo nada ms. Me puso las dos manos en lohombros y se qued mirado ella tambin, quietecita, como si yo estuviera dormido y ella nquisiera despertarme. Porque yo no s si t me lo vas a creer, pero aquello era como un sue

    Haba salido una luna de este tamao, mira, y amarilla amarilla como si estuviera hecha de oroel cielo estaba todito lleno de estrellas como si todos los cocuyos del mundo se hubieran subidhasta all arriba y despus se hubieran quedado a descansar en aquella inmensidad. Igual que Puerto Rico cualquier noche del ao, pero era que despus de tanto tiempo sin poder ver el cie por ese resplandor de las millones de luces elctricas que se prenden aqu todas las noches, yanos haba olvidado que las estrellas existan. Y entonces, cuando llevbamos yo no s cuantiempo contemplando aquel milagro, oigo a doa Lula que me dice: Bueno, y parece que nsomos los nicos que estamos celebrando. Y era verdad. Yo no poda decirte en cuntas azotedel Barrio se hizo fiesta aquella noche, pero seguro que fue en unas cuantas, porque cuando conjunto de nosotros dejaba de tocar, oamos clarita la msica que llegaba de otros sitioEntonces yo pens muchas cosas. Pens en mi hijo que acababa de nacer y en lo que iba a ser vida aqu, pens en Puerto Rico y en los viejos y en todo lo que dejamos all nada ms que pnecesidad, pens tantas cosas que algunas ya se me han olvidado, porque t sabes que la menes como una pizarra y el tiempo como un borrador que le pasa por encima cada vez que se nllena. Pero de lo que s me voy a acordar siempre es de lo que le dije yo entonces a doa Lulque es lo que te voy a decir ahora para acabar de contarte lo que t queras saber. Y es que, segmi pobre manera de entender las cosas, aqulla fue la noche que volvimos a ser gente.

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    Una caja de plomo que no se poda abrir A Emilio Daz Valcrcel

    Esto sucedi hace dos aos, cuando llegaron los restos de Moncho Ramrez, que muri en Corea. Bueneso de los restos de Moncho Ramrez es un decir, porque la verdad es que nadie lleg a saber nuncaque haba dentro de aquella caja de plomo que no se poda abrir. De plomo, s, seor, y que no se podabrir; y eso fue lo que puso como loca a doa Milla, la mam de Moncho, porque lo que ella quera ever a su hijo antes de que lo enterraran y... Pero ms vale que yo empiece a contar esto desde el principi

    Seis meses despus que se llevaron a Moncho Ramrez a Corea, doa Milla recibi una carta del gobierque deca que Moncho estaba en la lista de los desaparecidos en combate. La carta se la dio doa Millaun vecino para que se la leyera porque vena de los Estados Unidos y estaba en ingls. Cuando doa Mise enter de lo que deca la carta, se encerr en sus dos piezas y se pas tres das llorando. No les abri puerta ni a las vecinas que fueron a llevarle guarapillos.

    En el ranchn se habl muchsimo de la desaparicin de Moncho Ramrez. Al principio algunos opinamque Moncho seguramente se haba perdido en algn monte y ya aparecera el da menos pensado. Otrdijeron que a lo mejor los coreanos o los chinos lo haban hecho prisionero y despus de la guerra devolveran. Por las noches, despus de comer, los hombres nos reunamos en el patio del ranchn y n ponamos a discutir esas dos posibilidades, y as vinimos a llamarnos los perdidos y los prisionerosegn lo que pensbamos que le haba sucedido a Moncho Ramrez. Ahora que ya todo eso es urecuerdo, yo me pregunto cuntos de nosotros pensbamos, sin decirlo, que Moncho no estaba perdido ningn monte ni era prisionero de los coreanos o los chinos, sino que estaba muerto. Yo pensaba esmuchas veces, pero nunca lo deca, y ahora me parece que a todos les pasaba igual, porque no est bieso de ponerse a dar por muerto a nadie -y menos a un buen amigo como era Moncho Ramrez, que habnacido en el ranchn- antes de saberlo uno con seguridad. Y adems, cmo bamos a discutir por lnoches en el patio del ranchn si no haba dos opiniones diferentes?

    Dos meses despus de la primera carta, lleg otra. Esta segunda carta, que le ley a doa Milla el mismvecino porque estaba en ingls igual que la primera, deca que Moncho Ramrez haba aparecido. mejor dicho, lo que quedaba de Moncho Ramrez. Nosotros nos enteramos de eso por los gritos quempez a dar doa Milla tan pronto supo lo que deca la carta. Aquella tarde todo el ranchn se vaci las dos piezas de doa Milla. Yo no s cmo cabamos all, pero all estbamos toditos, y ramos unocuantos como quien dice. A doa Milla tuvieron que acostarla las mujeres cuando todava no era de noc porque de tanto gritar, mirando el retrato de Moncho en uniforme militar, entre una bandera americanaun guila con un mazo de flechas entre las garras, se haba puesto como tonta. Los hombres nos fuimsaliendo al patio poco a poco, pero aquella noche no hubo discusin porque ya todos sabamos quMoncho estaba muerto y era imposible ponerse a imaginar.

    Tres meses despus lleg la caja de plomo que no se poda abrir. La trajeron una tarde, sin avisar, en ucamin del Ejrcito con rifles y guantes blancos. A los cuatros soldados los mandaba un teniente, que ntraa rifle, pero s una cuarenta y cinco en la cintura. Ese fue el primero en bajar del camin. Se plant medio de la calle, con los puos en las caderas y las piernas abiertas, y mir la fachada del ranchn commira un hombre a otro cuando va a pedirle cuentas por alguna ofensa. Despus volte la cabeza y les dia los que estaban en el camin:

    -S, aqu es. Bjense.

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    Los cuatro soldados se apearon, dos de ellos cargando la caja, que no era del tamao de un atad, sinms pequea y estaba cubierta con una bandera americana.

    El teniente tuvo que preguntar a un grupo de vecinos en la acera cul era la pieza de la viuda de Ramr(ustedes saben cmo son estos ranchones de Puerta de Tierra: quince o veinte puertas, cada una de lcuales da a una vivienda, y la mayora de las puertas sin nmero ni nada que indique quin vive all). Lvecinos no slo le informaron al teniente que la puerta de doa Milla era la cuarta a mano izquierdentrando, sino que siguieron a los cinco militares dentro del ranchn sin despegar los ojos de la cacubierta con la bandera americana. El teniente, sin disimular la molestia que le causaba eacompaamiento, toc a la puerta con la mano enguantada de blanco. Abri doa Milla y el oficial pregunt:

    -La seora Emilia viuda de Ramrez?

    Doa Milla no contest en seguida. Mir sucesivamente al teniente, a los cuatro soldados, a los vecinosla caja.

    -Ah? -dijo como si no hubiera odo la pregunta del oficial.

    -Seora, usted es doa Emilia viuda de Ramrez?

    Doa Milla volvi a mirar la caja cubierta con la bandera. Levant una mano, seal, pregunt a su vcon la voz delgadita:

    -Qu es eso?

    El teniente repiti, con un dejo de impaciencia:

    -Seora, usted es...

    -Qu es eso, ah? -volvi a preguntar doa Milla, en ese trmulo tono de voz con que una mujer anticipa siempre a la confirmacin de una desgracia-. Dgame, qu es eso?

    El teniente volte la cabeza, mir a los vecinos. Ley en los ojos de todos la misma interrogacin. Svolvi nuevamente hacia la mujer; carraspe; dijo al fin:

    -Seora... el Ejrcito de los Estados Unidos...

    Se interrumpi como quien olvida de repente algo que est acostumbrado a decir de memoria.

    -Seora... -recomenz-. Su hijo, el cabo Ramrez...

    Despus de esas palabras dijo otras que nadie lleg a escuchar porque ya doa Milla se haba puesto a dgritos, unos gritos tremendos que parecan desgarrarle la garganta.

    Lo que sucedi inmediatamente despus result demasiado confuso para que yo, que estaba en el grupde vecinos detrs de los militares, pueda recordarlo bien. Alguien empuj con fuerza y en unos instanttodos nos encontramos dentro de la pieza de doa Milla. Una mujer pidi agua de azahar a vocemientras trataba de impedir que doa Milla se clavara las uas en el rostro. El teniente empez a dec

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    Calma! Calma!, pero nadie le hizo caso. Ms y ms vecinos fueron llegando, como llamados por tumulto, hasta que result imposible dar un paso dentro de la pieza. Al fin varias mujeres lograrollevarse a doa Milla a la otra habitacin. La hicieron tomar agua de azahar y la acostaron en la cama. la primera pieza quedamos slo los hombres. El teniente se dirigi entonces a nosotros con una sonriforzada:

    -Bueno, muchachos... Ustedes eran amigos del cabo Ramrez, verdad?

    Nadie contest. El teniente aadi:

    -Bueno, muchachos... En lo que las mujeres se calman, ustedes pueden ayudarme, no? Pnganme aquemesita en el medio de la pieza. Vamos a colocar ah la caja para hacerle la guardia.

    Uno de nosotros habl entonces por primera vez. Fue el viejo Sotero Valle, que haba sido compaero trabajo en los muelles del difunto Artemio Ramrez, esposo de doa Milla y pap de Moncho. Sealcaja cubierta con la bandera americana y empez a interrogar al teniente:

    -Ah... ah...?-S, seor -dijo el teniente-. Esa caja contiene los restos del cabo Ramrez. Usted conoca al cabRamrez?

    -Era m ahijado -contest Sotero Valle, muy quedo, como si temiera no llegar a concluir la frase.

    -El cabo Ramrez muri en el cumplimiento de su deber -dijo el teniente, y ya nadie volvi a hablar.

    Eso fue como a las cinco de la tarde. Por la noche no caba la gente en la pieza: haban llegado vecinos todo el barrio, que llenaban el patio y llegaban hasta la acera. Adentro tombamos el caf que colaba hora en hora una vecina. De otras piezas se haban trado varias sillas, pero los ms de los present

    estbamos de pie: as ocupbamos menos espacio. Las mujeres seguan encerradas con doa Milla en otra habitacin. Una de ellas sala de vez en cuando a buscar cualquier cosa -agua, alcoholado, caf-aprovechaba para informarnos:

    -Ya est ms calmada. Yo creo que de aqu a un rato podr salir.

    Los cuatro soldados montaban guardia, el rifle prensado contra la pierna derecha, dos a cada lado demesita sobre la que descansaba la caja cubierta con la bandera. El teniente se haba apostado al pie demesita, de espaldas a sta y a sus cuatro hombres, las piernas separadas y las manos a la espalda. A principio, cuando se col el primer caf, alguien le ofreci una taza, pero l no la acept. Dijo que no poda interrumpir la guardia.

    El viejo Sotero Valle tampoco quiso tomar caf. Se haba sentado desde el principio frente a la mesitano le haba dirigido la palabra a nadie durante todo ese tiempo. Y durante todo ese tiempo no habapartado la mirada de la caja. Era una mirada rara la del viejo Sotero: pareca que miraba sin ver. Drepente (en los momentos en que servan caf por cuarta vez) se levant de la silla y se acerc al tenient

    -Oiga -le dijo, sin mirarlo, los ojos siempre fijos en la caja-. Usted dice que mi ahijado Ramn Ramrest ah dentro?

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    -S, seor -contest el oficial.

    -Pero... en esa caja tan chiquita?

    -Bueno, mire... es que ah slo estn los restos del Cabo Ramrez.

    -Quiere decir que... que lo nico que encontraron...

    -Solamente los restos, s, seor. Seguramente ya haba muerto haca bastante tiempo. As sucede en guerra, ve?

    El viejo no dijo nada ms. Todava de pie, sigui mirando la caja durante un rato; despus volvi a silla.

    Unos minutos ms tarde se abri la puerta de la otra habitacin y doa Milla sali apoyada en los brazde dos vecinas. Estaba plida y despeinada, pero su semblante reflejaba una gran serenidad. Caminlentamente, siempre apoyada en las otras dos mujeres, hasta llegar frente al teniente. Le dijo:

    -Seor... tenga la bondad... dganos cmo se abre la caja.

    El teniente la mir sorprendido.

    -Seora, la caja no se puede abrir. Est sellada.

    Doa Milla pareci no comprender. Agrand los ojos y los fij largamente en los del oficial, hasta quste se sinti obligado a repetir:

    -La caja est sellada, seora. No se puede abrir.

    La mujer movi de un lado a otro, lentamente, la cabeza.

    -Pero yo quiero ver a mi hijo. Yo quiero ver a mi hijo, usted me entiende? Yo no puedo dejar que lentierren sin verlo por ltima vez.

    El teniente nos mir entonces a nosotros; era evidente que su mirada solicitaba comprensin, pero naddijo una palabra. Doa Milla dio un paso hacia la caja, retir con delicadeza una punta de la bandera, tolevemente.

    -Seor -le dijo al oficial, sin mirarlo-, esta caja no es de madera. De qu es esta caja, seor?

    -Es de plomo, seora. Las hacen as para que resistan mejor el viaje por mar desde Corea.-De plomo? -murmur doa Milla sin apartar la mirada de la caja-. Y no se puede abrir?

    El teniente, mirndonos nuevamente a nosotros, repiti:

    -Las hacen as para que resistan mejor el via...

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    Pero no pudo terminar; no lo dejaron terminar los gritos de doa Milla, unos gritos terribles que a m mhicieron sentir como si repentinamente me hubiese golpeado en la boca del estmago:

    -Moncho! Moncho, hijo mo, nadie va a enterrarte sin que yo te vea! Nadie, mi hijito, nadie...!

    Otra vez se me hace difcil contar con exactitud: los gritos de doa Milla produjeron una gran confusiLas dos mujeres que la sostenan por los brazos trataron de alejarla de la caja, pero ella frustr el intenaflojando el cuerpo y dejndose ir hacia el suelo. Entonces intervinieron varios hombres. Yo no: ytodava no me libraba de aquella sensacin en la boca del estmago. El viejo Sotero Valle fue uno de loque acudieron junto a doa Emilia, y yo me sent en su silla. No me da vergenza decirlo: o me sentabatena que salir de la pieza. Yo no s si a alguno de ustedes le ha pasado eso alguna vez. No, no era mied porque ningn peligro me amenazaba en aquel momento. Pero yo senta el estmago duro y apretacomo un puo, y las piernas como si sbitamente se me hubiesen vuelto de trapo. Si a alguno de ustedle ha pasado eso alguna vez, sabr lo que quiero decir. Y si no... bueno, si no, ojal que no le pase nuncO por lo menos que le pase donde la gente no se d cuenta.

    Yo me sent. Me sent, y, en medio de la tremenda confusin que me rodeaba, me puse a pensar eMoncho como nunca en mi vida haba pensado en l. Doa Milla gritaba hasta enronquecer mientrasiban arrastrando hacia la otra habitacin, y yo pensaba en Moncho, en Moncho que naci en aquel mismranchn donde tambin nac yo, en Moncho que fue el nico que no llor cuando nos llevaron a la escu por primera vez, en Moncho que nadaba ms lejos que nadie cuando bamos a la playa detrs dCapitolio, en Moncho que haba sido siempre cuarto bate cuando jugbamos pelota en la Isla Grandantes de que hicieran all la base area... Doa Milla segua gritando que a su hijo no iba a enterrarnadie sin que ella lo viera por ltima vez. Pero la caja era de plomo y no se poda abrir.

    Al otro da enterramos a Moncho Ramrez. Un destacamento de soldados hizo una descarga cuando lrestos de Moncho -o lo que hubiera dentro de aquella caja- descendieron al hmedo y hondo agujero detumba. Doa Milla asisti a toda la ceremonia de rodillas sobre la tierra.

    De todo eso hace dos aos. A m no se me haba ocurrido contarlo hasta ahora. Es posible que alguien pregunte por qu lo cuento al fin. Yo dir que esta maana vino el cartero al ranchn. No tuve que pediayuda a nadie para leer lo que me trajo, porque yo s mi poco de ingls. Era el aviso de reclutamienmilitar.

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    La CartaSan Juan, puerto Rico

    8 de marso de 1947

    Qerida bieja:

    Como yo le desia antes de venirme, aqui las cosas me van vin. Desde que lleg enseguidincontr trabajo. Me pagan 8 pesos la semana y con eso bivo como don Pepe el alministradol la central all.

    La ropa aqella que qued de mandale, no la he podido compral pues quiero buscarla en una las tiendas mejores. Digale a Petra que cuando valla por casa le boy a llevar un regalito al nen

    de ella.Boy a ver si me saco un retrato un dia de estos para mandlselo a uste.

    El otro dia vi a Felo el ijo de la comai Mara. El est travajando pero gana menos que yo.

    Bueno recueldese de escrivirme y contarme todo lo que pasa por alla.

    Su ijo que la qiere y le pide la bendision.

    Juan

    Despus de firmar, dobl cuidadosamente el papel ajado y lleno de borrones y se lo guard en bolsillo de la camisa. Camin hasta la estacin de correos ms prxima, y al llegar se ech gorra rada sobre la frente y se acuclill en el umbral de una de las puertas. Dobl la manizquierda, fingindose manco, y extendi la derecha con la palma hacia arriba.

    Cuando reuni los cuatro centavos necesarios, compr el sobre y el sello y despach la carta.