Interpretaciones Batllismo Caetano Alfaro

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6to SH. DIVERSAS INTERPRETACIONES SOBRE EL PRIMER BATLLISMO Prof. Daniel Martirena DIVERSAS INTERPRETACIONES SOBRE EL PRIMER BATLLISMO En Caetano, Gerardo y Alfaro, Milita: HISTORIA DEL URUGUAY CONTEMPORÁNEO. FCU / Instituto de Ciencia Política. Montevideo 1995. Pág. 85/104 I. La mirada apologética Giudice, Roberto y González Conzi, Efraín. "Batlle y el batllismo". EJ. Medina. 2' edición. Montevideo, 1959, págs. 402-403. “El batllismo, después de señalar la existencia de una graduación infinita de posiciones económicas entre la burguesía y el proletariado, apoya su acción más en el sentido moral de los hombres que en su posición económica. Y no hace —ni podría hacer— un llamado excluyente a determinada clase social: convocar todos los hombres que amen la libertad y la justicia —hállense donde se hallen— para establecer un régimen de justa distribución de la fortuna social. Así integrado, el batllismo utiliza la democracia como medio de acción. 'Los procedimientos revolucionarios están buenos para los gobiernos absolutos que niegan todas las libertades. En las repúblicas, el obrero tiene el voto que es la fuerza que fácilmente puede realizar sin una gota de sangre y sin una lágrima, las más justas aspiraciones del proletariado', dice Batlle. Y con el voto por arma, los más fuertes, los que tienen la victoria en sus manos, los seguros vencedores son los desheredados: porque son los más El pueblo directamente, o sus representantes, reducidos a simples ejecutores de la voluntad popular gracias al mandato imperativo, irán realizando las reformas. La vía parlamentaria o la vía directa son las que adopta el batIlismo en su acción política. Gracias a la labor legislativa, el batIlismo responde a las necesidades de cada momento histórico con reformas inmediatas que no son un fin en sí mismas sino un medio de alcanzar la reforma última. En efecto: el batllismo fundamenta la eficacia de la acción legislativa en este axioma: una mejora cultural, moral o económica de la multitud provoca en ésta un sentimiento de desconformidad que genera a su vez un deseo de nuevas y más grandes mejoras. El legislador ya no puede detenerse. Nuevas exigencias del pueblo provocarán nuevas reformas. Y así hasta la última. El batIlismo es, pues, una tendencia netamente reformista: una primera reforma prepara una segunda, y ésta a su vez una tercera, y cada una apoyándose en la anterior y derivando de ella: no brusco o repentino cambio, sino gradual transición. De esta manera, todo se alcanza sin perturbar el equilibrio social, paulatinamente, en un movimiento progresivo rítmico. Las conquistas se irán sucediendo, una tras otra, hasta la última. Sin violencias ni sacudidas. Armoniosamente. El batIlismo persigue como solución final el desplazamiento hacia la sociedad de los medios de riqueza. Este desplazamiento de manos de particulares a manos de la colectividad, se hará gradualmente. Se

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6to SH. DIVERSAS INTERPRETACIONES SOBRE EL PRIMER BATLLISMOProf. Daniel Martirena

DIVERSAS INTERPRETACIONES SOBRE EL PRIMER BATLLISMO En Caetano, Gerardo y Alfaro, Milita: HISTORIA DEL URUGUAY CONTEMPORÁNEO. FCU / Instituto de Ciencia Política. Montevideo 1995. Pág. 85/104

I. La mirada apologética

Giudice, Roberto y González Conzi, Efraín. "Batlle y el batllismo". EJ. Medina. 2' edición. Montevideo, 1959, págs. 402-403.

“El batllismo, después de señalar la existencia de una graduación infinita de posiciones económicas entre la burguesía y el proletariado, apoya su acción más en el sentido moral de los hombres que en su posición económica. Y no hace —ni podría hacer— un llamado excluyente a determinada clase social: convocar todos los hombres que amen la libertad y la justicia —hállense donde se hallen— para establecer un régimen de justa distribución de la fortuna social.

Así integrado, el batllismo utiliza la democracia como medio de acción. 'Los procedimientos revolucionarios están buenos para los gobiernos absolutos que niegan todas las libertades. En las repúblicas, el obrero tiene el voto que es la fuerza que fácilmente puede realizar sin una gota de sangre y sin una lágrima, las más justas aspiraciones del proletariado', dice Batlle. Y con el voto por arma, los más fuertes, los que tienen la victoria en sus manos, los seguros vencedores son los desheredados: porque son los más

El pueblo directamente, o sus representantes, reducidos a simples ejecutores de la voluntad popular gracias al mandato imperativo, irán realizando las reformas. La vía parlamentaria o la vía directa son las que adopta el batIlismo en su acción política. Gracias a la labor legislativa, el batIlismo responde a las necesidades de cada momento histórico con reformas inmediatas que no son un fin en sí mismas sino un medio de alcanzar la reforma última. En efecto: el batllismo fundamenta la eficacia de la acción legislativa en este axioma: una mejora cultural, moral o económica de la multitud provoca en ésta un sentimiento de

desconformidad que genera a su vez un deseo de nuevas y más grandes mejoras. El legislador ya no puede detenerse. Nuevas exigencias del pueblo provocarán nuevas reformas. Y así hasta la última.

El batIlismo es, pues, una tendencia netamente reformista: una primera reforma prepara una segunda, y ésta a su vez una tercera, y cada una apoyándose en la anterior y derivando de ella: no brusco o repentino cambio, sino gradual transición. De esta manera, todo se alcanza sin perturbar el equilibrio social, paulatinamente, en un movimiento progresivo rítmico. Las conquistas se irán sucediendo, una tras otra, hasta la última. Sin violencias ni sacudidas. Armoniosamente.

El batIlismo persigue como solución final el desplazamiento hacia la sociedad de los medios de riqueza. Este desplazamiento de manos de particulares a manos de la colectividad, se hará gradualmente. Se hará respetando la libertad del trabajo y el derecho de propiedad privada producto del trabajo. 'La unificación de una industria y el establecimiento, por tanto, de un monopolio particular y, en consecuencia, perturbador e injusto, dice Batlle, es lo que constituye la posibilidad, con otros medios, de aquella paulatina transformación'.

Con la nacionalización de algunos servicios públicos e industrias (y no se han nacionalizado todos por falta de una mayoría electoral) ya se ha dado un gran paso: ello representa el apoderamiento por la sociedad de útiles de trabajo hasta entonces en manos de particulares.

En cuanto a las industrias, serán monopolizadas por el Estado cuando ellas hayan sido monopolizadas, o estén a un paso de serlo, por un particular o por un pequeño número de particulares. Por el Estado que, para el batIlismo, no es más que la sociedad organizada jurídicamente. Lo mismo acontecerá en el suelo.

Y así el batllismo alcanzará la finalidad última. Habrá establecido entonces totalmente la libertad del trabajo, que no existe hoy en los servicios que no pueden prestarse sin autorizaciones especiales (aguas, electricidad, ferrocarriles, tranvías, telégrafos, teléfonos); y que no existe tampoco en los otros servicios cuando han sido monopolizados por particulares. Y que no existe desde muchos puntos de vista para el asalariado, cuando impera el régimen patronal. Y habrá respetado la propiedad privada producto del derecho y de la justicia.

Cuando todas las industrias y demás agentes de producción hayan sido monopolizadas por el Estado, será llegado el momento de atribuir científicamente a cada uno lo que le corresponda. Las dificultades de hallar la fórmula absolutamente justa son enormes. El batllismo,

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estudiando la realidad de ese momento histórico, establecerá la fórmula de acuerdo con la nueva realidad".

2. Vanger, Milton. "El país modelo. José Batlle y Ordóñez. 1907-1915". Arca—E.B.O. Montevideo. 1980. Pág. 212-215.

La presidencia de Batlle ya estaba llegando a su término medio —más de la mitad si el Colegiado iba a cortar su administración en un año— y aunque Batlle retenía algunas de sus más radicales propuestas hasta después de que se estableciera el Colegiado, las líneas generales de su visión del Uruguay —país modelo— eran ahora más definidas y más conocidas de lo que lo habían sido cuando su elección basada en la imagen de un Batlle 'maduro'. Estaba utilizando la prosperidad de la nación para impulsar la transformación económica, rural y urbana. La estancia se tornaría intensiva, la agricultura se expandiría; la industria crecería (la sustitutiva de importaciones y la nueva, como la pesca, el alcohol industrial, la minería). Nuevas y ampliadas empresas del Estado detendrían el drenaje del oro a la vez que reducirían los costos para los consumidores. El Estado, 'dueño de todas las fortunas y de gran parte de ellas', por medio de los impuestos, estaría capacitado para proporcionar a todos una vida decorosa. La educación y la cultura también estarían al alcance de todos. En contraste con revolucionarios posteriores que quieren eliminar la distancia entre intelectuales y obreros forzando a los intelectuales a realizar trabajos manuales, Don Pepe quería disminuir esa distancia dándole a los trabajadores una cultura intelectual. Las mujeres serían liberadas de la Iglesia y de las constricciones de la dominación masculina. El proceso hacia el país modelo continuaría, bajo la creciente democracia, dirigido por el Partido Colorado y asegurado por el Colegiado.

Este resumen de lo que Batlle estaba haciendo, difiere en la mayoría de los escritos recientes —comenzando en la década de 1960— acerca de él. Esos escritores ven a un Batlle que, por falta de conocimiento sobre asuntos rurales y por cálculo político, deja tranquilos a los estancieros, descuida al interior y concentra sus planes en Montevideo donde estaba su respaldo político. Afirmaciones tales como 'el núcleo del problema — la tenencia de la tierra— aún no había llegado al líder en la Presidencia' (J. P. Barran y B. Nahum); 'aunque Batlle adoptó una postura reformista radical con respecto a un amplio sector

de intereses e instituciones, ella no se extendió a la cuestión de la propiedad de la tierra' (Henry Finch); 'el gobierno de Batlle operaba en un contexto casi completamente urbano' (John Kirby), son ejemplos de lo que se ha convertido en conocimiento convencional.

'El arreglo de Batlle —reformas urbanas a cambio del statu quo rural' (Peter Winn) es visto como un 'camino lateral' (Ricardo Martínez Ces) destinado a expandir el consumo urbano, 'resolver tensiones sociales' y así 'no afectar las estructuras tradicionales que él quería preservar' (Henry Finch).

Tomados en conjunto, estos estudios interpretan mal las intenciones de Batlle, reducen el alcance de su política y subestiman su radicalismo. En vez de aceptar el statu quo rural, se estaba moviendo para imponer el uso intensivo de la tierra y reclamar las tierras fiscales. En lugar de operar en un contexto casi exclusivamente urbano, su obra de gobierno y su política eran nacionales. Las estaciones agronómicas, casinos, ferrocarriles del Estado, un nuevo puerto todavía no anunciado, sobre el Atlántico, cerca de Brasil, todo estaba destinado al desarrollo del interior, el crédito y los seguros de los bancos del Estado servían al interior y a Montevideo, ahora tenía usinas en todo el país; los nuevos liceos departamentales acercarían el nivel cultural del interior al de Montevideo.

Políticamente, Batlle presidía un partido nacional, no sólo montevideano.

Tampoco creo sea acertada la opinión de que Batlle quería preservar las estructuras tradicionales y aliviar tensiones sociales a través de caminos laterales. Un hombre que estaba proponiendo hacer del Estado 'el dueño de todas las fortunas o de gran parte de ellas', obviamente no quería preservar las estructuras tradicionales. Esta interpretación errónea de las intenciones y de la política de Batlle surge por mirar el pasado del Uruguay desde el punto de vista de la continuada crisis económica posterior a la década del 50, cuando el consumo excedía a la producción, cuando el país tenía una enorme burocracia, y cuando las empresas del Estado producían déficit, paros y apagones.

El argumento del 'camino lateral' ubica el camino de esta situación en la segunda presidencia de Batlle. Según este argumento, Batlle incrementó intencionalmente el empleo público, especialmente en las empresas del Estado, para aumentar la masa obrera, el consumo y el mercado de productos (Ricardo Martínez Ces). Una opinión similar en Carlos Real de Azúa ("El impulso y su freno. Tres décadas de batllismo y las raíces de la crisis uruguaya"). Pero el propio Batlle, como lo demuestra el análisis de sus presupuestos, fue muy cuidadoso en mantener bajo el crecimiento del empleo público. Hasta he sostenido que las

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empresas proyectadas por Eduardo Acevedo tenían menos empleados de los necesarios para llevar adelante sus propósitos. Para Batlle, la función primordial de esas empresas era restringir el drenaje del oro y proporcionar servicios nuevos y más baratos dentro del programa de desarrollo económico que estaba imponiendo al Uruguay. Llenar las empresas con demasiados empleados elevaría los costos y les impediría ofrecer servicios baratos. El éxito justificaría la creación de otras; la ineficiencia, no.

Cuando las Usinas Eléctricas extendieron sus servicios a todo el país, se le dio a su Directorio el derecho de despedir trabajadores aun cuando, normalmente, los empleados públicos sólo podían ser despedidos con venia del Senado. Los legisladores se opusieron. El Ministro de Hacienda, José Serrato, contestó que el Estado quería que sus empresas tuvieran éxito y tenía que 'organizarlas (...) en igual forma en que las organiza la industria privada'."

II.- La mirada marxista

ortodoxa

• Louis, Julio A. "Batlle y Ordóñez. Apogeo y muerte de la democracia burguesa". Natura Libros. Montevideo, 1969. Pág. 183-116 y 189-90.

Carácter radical, progresista y zigzagueante del

batllismo

"El batllismo mantiene el carácter burgués del Estado ampliando su estructura democrático—burguesa y la apropiación privada de los medios de producción y de cambio. Sostiene el sistema burgués y propagandea entre las masas la confianza hacia el régimen democrático—burgués. El punto principal del batllismo ideológicamente consiste en valorar la democracia y la ley, como factores supremos, estables y condicionantes de los demás (... )

La burguesía industrial inteligentemente conducida por BatIle y Ordóñez, propagandea, posibilitada por la situación económica, la democracia, consciente de que es la forma más sutil de enfrentar la política revolucionaria del proletariado. Un proletariado, por otra parte, sumamente débil social, política e ideológicamente.

Favorecida por esas circunstancias, la burguesía permite que dentro del batIlismo se hable de conquistar una auténtica libertad y justicia a través de la colectivización, se manifiesten propósitos antiimperialistas y hasta socializantes. Permite que el Estado se mantenga 'neutral' en los conflictos obrero—patronales,

aunque ejerciendo el papel de sostenedor jurídico del orden burgués, y hasta llega a tolerar que el representante más radical de la pequeña burguesía, el 'obrerista' Domingo Arena, declare que debe dejarse de lado la simple neutralidad estatal en los conflictos obrero—patronales para colocarse de parte del más débil.

Tan liberal es que, por boca de ese batllista, se denuncia duramente a la sociedad capitalista: 'esta sociedad capitalista, para poder seguir marchando como marcha, para poder seguir utilizando como utiliza al pobre rebaño humano, necesita forzosamente mantenerlo en un estado de abyección, de embrutecimiento, de abandono en que hoy vive'.

O se plantea, para un futuro indefinido, la colectivización de la tierra y de los restantes medios de producción.Pero en el fondo, la burguesía industrial se siente

expresada y segura por el batIlismo, a pesar de los pujos radicales de la pequeña burguesía, expresados sobre todo a través de Arena. Y eso en la medida en que el batIlismo descarga todos sus dardos contra la lucha de clases, verdadero motor de donde el proletariado extrae en la práctica su ideología revolucionaria, socialista y comunista. Ataca, primero sutilmente, la lucha de clases, propagandeando la conciliación; y siempre, muchas veces ya no sutilmente, blandiendo el garrote o la pluma contra las ideas revolucionarias.

El gradualismo reformista es posible mientras se exprese el propósito (¡y hasta Domingo Arena lo hace!) de aplicar la ley contra los que inciten a la violencia.

De esta forma, hábilmente, el batIlismo actúa como antídoto contra la revolución proletaria. Su práctica es la siguiente: cuando el proletariado forcejea para romper sus cadenas, le dirige palabras dulces convenciéndole de que no apele a la violencia, de que dirija sus argumentos a convencer al patrón, o se dirige al patrón pidiéndole que no sea cruel. Y por fin, mientras le asegura que algún día todos serán iguales, permite que el patrón mantenga las cadenas de la esclavitud asalariada.

Por fin es preciso estimar la significación política interna de José Batlle y Ordóñez. Su aguda inteligencia, su habilidad para maniobrar entre amigos y enemigos, su penetrante visión psicológica, puesta sagazmente de relieve por Arena, al servicio de la unidad del partido. Es la expresión más alta, más definida, de lo que es su partido. Con sus virtudes y defectos. Cobija bajo su atenta mirada intereses contradictorios pero no

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antagónicos. Está siempre listo a inclinarse, según las circunstancias, a desplegar el progresismo social, económico y político del partido hacia el cual parece predispuesto, e igualmente a replegarse, en aras de la unidad partidaria, en aras de seguir siendo expresión política de la burguesía industrial en los períodos de crisis, como ocurre con el 'alto de Viera'.

Su progresismo de los años de apogeo económico poco a poco se va apagando, a medida que la burguesía industrial retrocede y, junto a él, en primera fila, retrocede el partido en su conjunto.

Cumple en el Uruguay, y dentro de su partido, similar papel al de Luis Bonaparte, que Marx pone de relieve. Su papel `bonapartista' consiste en otorgar leyes avanzadas a los obreros, favorecer a los pequeños propietarios, proteger a las mujeres, ancianos y niños, impulsar el desarrollo de la burguesía industrial, serenar a los grandes propietarios de tierras y de comercios, nacionalizar resortes básicos y otorgar concesiones a los imperialistas. A diferencia de Luís Bonaparte, tuvo la suerte de morir a tiempo, como muy lúcidamente afirma Martínez Ces, antes de que su creación estallara en mil pedazos como consecuencia de la crisis del sistema.

Batlle y Ordóñez es imagen y reflejo de una época, de un país: de un Uruguay que quiso y no pudo ser."

2. Claps, Manuel y Lamas, Mario Daniel. "Algunos aspectos de la estructura del bat-llismo", en Investigación Económica. Vol. XLI, N° 162. México, UNAM, oct.-dic. 1982, págs. 219-265.

"Con relación a la realidad histórico—social, el batIlismo posee elementos de conocimiento capaces de insertarse en ella y transformarla, aunque sólo sea a nivel jurídico— político y, en mucho menor medida, en las relaciones sociales y de producción.

También aparece el elemento elusivo de esta ideología, o sea la ausencia total, minimización o simplemente olvido de aspectos fundamentales de la realidad ('ceguera al contexto') y que en sus rubros más importantes se refiere al imperialismo, al capitalismo, al contexto histórico hispanoamericano, etc. Es decir, lo que significa el límite de su conciencia posible dada

su situación de clase y las características peculiares del país. También aparece este elemento elusivo en su aspecto de lectura ideológica, en lo que podemos denominar 'falacia batIlista', que lo hace permanecer al nivel de las estructuras aparentes a las que trata de modificar creyendo que son las profundas. Y aquí radica el núcleo más importante para nuestro análisis, ya que él orientó las prácticas jurídico– políticas del batIlismo.

Uno de los elementos de esa 'falacia batllista', ligado a su concepción universalista racionalista, consiste en la dicotomía que establece entre aquí y allá, es decir, el Uruguay y el Viejo Mundo. Para negar la realidad y escamotearla, sostiene, sin advertir las características comunes del sistema, que lo que existe o puede estar justificado en Europa, en los países viejos, no existe ni está justificado aquí, en este país nuevo —a su juicio— con excepcionales condiciones geográficas, demográficas y culturales. Así procede con respecto a la lucha de clases, a las reformas sociales, etc., incurriendo en una ilusión muy generalizada en esta etapa de las formaciones sociales hispanoamericanas.

En función de la transformación realizada en las estructuras jurídico–políticas (reforma constitucional, leyes sociales, intervencionismo estatal en la economía, etc.), la democracia política hace aparecer como no utópicos los otros elementos de la estructura ideológica y enmascara las contradicciones fundamentales y secundarias de la realidad (lucha de clases, lucha entre fracciones de la burguesía, dominación imperialista, monopolios. etc..).

(...)

Las reformas sociales de la época batllista, sin perjuicio del adelanto que significaron, no cambiaron en lo sustancial la situación de la clase obrera, sus condiciones durísimas de vida, el nivel mínimo de subsistencia, etc. Sin embargo, esta ideología fue muy eficaz para crear y mantener el horizonte utópico, apoyado en el desarrollo económico del país y en la posibilidad de ascenso social que permitió el mantenimiento de las libertades políticas como el máximo realizable en una formación social como la uruguaya de ese entonces, Poco a poco, a lo largo de los años, la ideología batIlista llega a una formalización teórica del horizonte utópico y naturaliza así, por la vía del discurso, los rigores de la realidad. Así, los seguidores de Batlle hablan de los axiomas batllista y afirman: 'Para mí, la palabra de Batlle es axiomática'. (Mateo Legnani en la Convención de 1925) (...)

Batllismo: ¿Socialismo o capitalismo?

En los capítulos anteriores indicamos que el

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intervencionismo del Estado batllista en la economía no había significado un debilitamiento del carácter capitalista de nuestra formación social sino, por el contrario, un reforzamiento de las estructuras de dominación vigentes que favorecían la apropiación de la plusvalía por parte de las diferentes fracciones de la clase burguesa. Sin embargo, ese intervencionismo, así como la política social del batllismo, dieron lugar al lanzamiento de versiones como que estábamos en presencia de una corriente socialista o al menos socializante (...)¿Cuáles son las diferencias que separan su ideología de la socialista? Podemos mencionar: su posición de clase, su concepción filosófica espiritualista y, por tanto, la imparranda concedida a los diversos factores de la conducta humana: el concepto de lucha de clases que rechaza y también, conexo con ello, la división esquematizada en burgueses y proletarios: por último, su posición frente a la supresión de la propiedad privada y a la socialización de los medios de producción. El batllismo quisiera organizar una sociedad capitalista más justa y humanitaria, donde el capital no fuera deshumanizado y egoísta, regida por altos principios morales compartidos por igual por todas las clases y sectores sociales.

Por otra parte, el reformismo y aparente anticapitalismo del batllismo, cumple la específica función de obstaculizar cualquier intento de organización política autónoma de las clases explotadas. En tal sentido, su carácter intermedio, que rechaza los extremos, tiende a ocultar las contradicciones sociales y políticas fundamentales de la sociedad uruguaya." ….......................

III. La mirada ensayística

Real de Azúa, Carlos. "El impulso y su freno. Tres décadas de batllismo y las raíces de, la la crisis uruguaya-. E.B.O. Montevideo, 1964.

"El Batllismo contribuyó a modelar, en esfuerzo dominante o más egregio que otros factores concurrentes, una sociedad y un Estado muy superiores a casi todos los otros hispanoamericanos según pautas determinadas. Unas pautas que, ni exclusivas ni intemporales, cabe llamar, más localizadamente 'modernas' y 'progresistas'.

Todas las dimensiones del país dieron un salto hacia adelante y seguirían creciendo un tiempo, siendo los guarismos decisivos de la población y la producción los que antes se detuvieron. De cualquier manera, pasó el

Uruguay en las primeras décadas del 900, por esa etapa de regodeo de las cifras que fue también una hora de la vida argentina. Con acrimonia (como siempre en él), un antibatllista tan consecuente como Mario Falcao Espalter, criticó en 1920 tal estado de espíritu.

Por ello, es como siempre a los factores cualitativos a los que hay que apelar cuando se quieren sorprender 'las grietas en el muro', el gusano en la fruta exteriormente opulenta.Aventuremos, sin embargo, antes de su estricta consideración, que los modelos del subdesarrollo y los de los modos de salir de él, dan relevancia y cohesión a muchas de las críticas que en estas reflexiones se han realizado. Tal es, por ejemplo, el evidente en el fracaso en diversificar y hacer crecer el sector primario agrícola-ganadero en términos sustanciales. Tal, el no haber previsto el efecto embotellador que sobre todo el desarrollo industrial tendrían tanto aquél como la pequeñez del mercado. (Una seña, si se quiere, uno de los muchos lados desde el que puede presentarse el capital problema de la 'magnitud nacional', geográfica, demográfica y económica, en que una empresa modernizadora se hace factible y el acuciante para nosotros de qué porvenir poseen, como tales, las 'pequeñas naciones'). Tales podrían ser también (reanudo el recuento) el carácter negativo de ciertos trazos que aquí se han subrayado. El haber dejado subsistente el sesgo predominantemente intelectualista y universalista de la educación uruguaya. El haber promovido un espíritu de 'alto consumo', de reclamo, derecho y facilidad antes de haberse llegado a estadios más altos de desarrollo. El haber anquilosado una superestructura política haciéndola sólo nominalmente representativa tan inepta para recibir auténticas inflexiones del entramado social como para comunicar a éste impulsos valederos. Haber angostado por sectarismo político y religioso la generosidad y la amplitud de su veraz llamado a construir un país nuevo. Haber empantanado en la rutina política y en la torpeza burocrática toda dirección dinamizadora.

Con todo, si hubiera que ceñir las debilidades más globales, más conspicuas, de más efecto a largo plazo, es especialmente a dos que hay que hacer referencia.

La del móvil filosófico cultural podría ser una de ellas, pues es dable pensar que la filosofía 'progresista' de que el Batllismo se reclamó ha entrado en proceso definitivo de disgregación y caducidad y que sus ingredientes racionalistas, individualistas, hedonistas, ético–inmanentistas, romántico–populistas o han seguido la suerte del compuesto que los integraba o han entrado —lo que en cierto modo es más seguro— en nuevas, en muy disímiles y hasta casi siempre irreconocibles recomposiciones.

Ceguera al contexto podría registrarse por

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fin; olvido, por ejemplo, de las restricciones que imponía al desenvolvimiento industrial la pequeña magnitud de la comunidad y de su mercado, desprecio a las constricciones a que sujetaría el crecimiento de la clase inedia y obrera una estructura aguada del tipo de la uruguaya, desatención a los fenómenos y desequilibrios de una situación de marginalidad en un medio cultural tan intensamente europeizado como ya era el nuestro. La falta de conocimiento de las condiciones americanas y de la naturaleza y significación del imperialismo que hizo a Batlle, en 1904, acariciar la idea de la intervención de la marinería yanki en nuestra guerra civil, no es, en cierto sentido, más que el corolario verosímil de una situación ambigua, de la residencia en un limbo en el que no éramos ni americanos ni europeos.

A este respecto, se ha hablado del 'país de espaldas a América', bullente, promisoria, trágica, que geográficamente integramos. Es un tema predilecto de las recientes promociones intelectuales y algunos libros muy conocidos de Mario Benedetti, de Carlos Martínez Moreno, lo han orquestado con riqueza. Vale la pena señalar, con todo, que es dudoso que una 'atención a lo americano', una menor alienación a los figurines de la cultura literaria y social de Francia tuviera que haber llevado a una renuncia de ciertas superioridades naturales de nuestro país respecto a otras zonas de América, a un masoquista ponernos a la altura de las más infortunadas.

En realidad, entre no haber conseguido hacernos una nación 'central' y no 'periférica' (una tarea de la magnitud de parar el sol) y este habernos diferenciado de lo específicamente rioplatense y americano; entre haber querido dotarnos de todos los órganos y tejidos de una nación madura y haberse conformado con el destino y la magnitud de una pequeña comunidad económica e ideológicamente mediatizada, se deslinda con suficiente precisión la falacia batllista. Una falacia que en cierto modo era inevitable: el despejarla hubiera reclamado esas grandes energías históricas de eslora, de aliento universal que recién las naciones del Tercer Mundo están, como un todo, en condiciones de potenciar y planear. La situación desde la que tal empresa quiso acometerse en nuestro país es de las que están más allá de la mera culpa o mala fe subjetivas: cualquier solución de fondo sólo podría haber vencido la precariedad de lo que se logró (dejando, por obvio, de lado el no haber hecho nada) por medio de un giro copernicano del destino de Latinoamérica entera.

Pudo, con todo, darse, pudo alborear una comprensión más exacta, menos satisfecha, menos hinchada de las constricciones que

acechaban a lo ya realizado. La lucidez de una intelección plena es un bien en sí y pudo dictar a nuestros orondos gobernantes de las últimas décadas acciones y abstenciones que no hubieran lucido, pero que pudieron dejar más desbrozado el camino. La convicción, por el contrario, de que con algunos retoques políticos y económico—sociales se había llegado a un estado de perfección no sólo es antidialéctica y antihistórica sino que tiene mucho que ver con todo el espíritu que inficionó lo mejor de la obra batllista.

Ricardo Martínez Ces le ha llamado el 'espíritu de facilidad', señalando de paso lo ajeno que la personalidad de Batlle era a él. Podría llamarse 'espíritu acreedor' también. Un trazo universal de la sociedad de masas que países industrializados y maduros pueden (incluso) tener interés en fomentar, pero que aquí se desplegó en un muy distinto contexto. Un inverosímil optimismo, una sistemática ceguera a la dureza acechante de la historia, al rigor de la competencia entre sociedades y naciones fue trasfundido a grandes oleadas a toda una colectividad a la que se acostumbró al constante reclamo, a la que se aflojó hasta un ritmo de trabajo propio de tiempos idílicos, a la que se dotó de un sistema de seguridad social cuyo costo respecto a la producción de la que tiene que salir, del aporte de los activos de la que ha de ser extraído, nadie se atreve ya a decir que, absoluta o comparativamente, no sea desmedido. Una colectividad, en suma, a la que se hizo creer que, tras el éxito de los primeros esfuerzos, la plenitud del reino y sus 'añadiduras' habían llegado.

En su terminología de las etapas de desarrollo Walt Rostow opinó tras un rápido conocimiento del Uruguay, que éramos una sociedad que había pasado sin etapas del 'take off', del 'demarrage' o del impulso del crecimiento inicial a la del 'alto consumo de masas'. Traducido a cualquiera otra terminología, el diagnóstico sigue siendo exacto. Y aún otra cosa podría resultar más grave: una sociedad a la que se estancó en una suerte de radicalismo verbal básicamente conservador y a la que se limó de toda energía revolucionaria incómoda, trabajosa, dura al fin, haciéndole creer que con algunas elecciones ganadas, algún impuesto más, algunas medidas legislativas, los privilegios de los grupos superiores caerían al suelo como hojas secas y el feliz imperio de la igualdad sería alcanzado. No se necesita ser un revolucionario cabal para pensar que si en algún país el 'evolucionismo' social ha tenido un sentido enervador, ese país es el Uruguay.Culminando este proceso, hemos llegado a ser una sociedad económicamente estancada, políticamente enferma, éticamente átona. Podrá decirse, también, que civilmente sana y socialmente más equilibrada que muchas otras de su tipo, pero las notas peyorativas son las dinámicas y éstas sólo pasivas y remanentes.

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Porque, globalmente (ya se trató de fundarlo) parecemos ineptos para la altura de los tiempos y sus implícitos desafíos.

No pretendo afirmar que entre este cuadro y el Batllismo la relación sea inequívoca. Puede defenderse aún ahora que el Batllismo no es el responsable de nuestra crisis por que no es el 'único responsable'. Empero si todavía se le considerara hipotéticamente actor único, podrían alegarse dispensas que tendrían a su mano tres 'porqués'.

Primero, porque completó de alguna manera una imagen del país y la consideró aceptable, juzgando, por ende, que no tenía razón de hacer 'otra' cosa.

Segundo, porque, supuesto lo anterior, fueron factores supervinientes los que la destruyeron y ya no está el Batllismo, por lo menos en su mejor `forma', en su plenitud histórica, para calafatearla o inventar otra nueva.

Tercero, porque (matizando la primera dispensa), cuando un movimiento político —como es el caso del Batllismo— alcanza esa 'imagen satisfactoria' se detiene y el esfuerzo por hacerla más veraz, cabal y profunda alteraría el cuadro y las estructuras alcanzadas. Ello hace que cuando es atacada esa imagen, o ésta se desdibuja, se plantee la duda, de si el esfuerzo correlativo por devolverle su vigencia no hará correr demasiados riesgos a lo que, de alguna manera, se conserva, de algún modo sobrevive.

Sin embargo, de tener que escogerse entre una opción, podría resistir una buena andanada de críticas, sostener que determinadas limitaciones internas, ciertas carencias y falibilidades fueron las que no le permitieron culminar su importante obra, las que de algún modo le impidieron darle perduración, hacerla resistente a todos los embates de descomposición que por tres décadas más sobrevendrían."

IV. La mirada de la historiografía más contemporánea

Henry. "Historia económica del Uruguay contemporáneo". E.B.0. Montevideo, 1980, págs. 16-21.

'En la historiografía uruguaya ha existido una tendencia a considerar las dos presidencias de José Baffle y Ordóñez (19(73-1907 y 19 II-1915) y la sostenida influencia que ejerció hasta su muerte en 1929, como un cambio radical en la vida del país. En realidad, no pueden existir dudas acerca de la importancia de esos años decisivos para la posterior evolución del Uruguay. El último conflicto armado entre blancos y colorados terminó en 1904 y, a partir de entonces, se consolidaron las formas democráticas de gobierno y los partidos políticos adquirieron definitivamente carácter civil. La legislación que le ha valido al Uruguay la equívoca denominación de 'estado benefactor' se originó en ese período. El valor de las exportaciones se duplicó entre 1900 y el estallido de la Primera Guerra Mundial a raíz de la iniciación del comercio de carnes congeladas. La actividad industrial aumentó y se realizaron importantes mejoras en la infraestructura, tanto a nivel urbano como nacional. La sola enumeración de estos cambios llevaría a pensar que —sin desmedro alguno del significado de su obra— sería más acertado decir que Batlle fue la creación de su tiempo que sostener —como lo hace Vanger— que fue el creador de los mismos.

En realidad, los logros de Batlle pueden ser considerados como respuestas a dos procesos que eran ya evidentes a fines del siglo pasado: la inestabilidad social del sector ganadero y el rápido crecimiento de la economía urbana. El fenómeno batllista significó una transacción —de carácter liberal, humanitario, muy de clase media— entre las tensiones sociales y políticas resultantes de estos procesos encontrados. Aunque en algunas oportunidades puede haber tomado formas radicales —más que nada en la defensa por parte del Estado de los sectores económica y socialmente desvalidos— la intención subyacente del batIlismo era de esencia

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conservadora; se trataba de extender las funciones del Estado a los efectos de asegurar el equilibrio de fuerzas entre las distintas clases sociales y realzar el papel del sistema político (...)

La última guerra civil tuvo una gran importancia en la determinación de las relaciones entre el gobierno esencialmente urbano de Batlle y los propietarios rurales. A pesar de los daños y pérdidas físicas que tuvo que sufrir y de su aislamiento político. que resultó evidente, la clase alta rural pudo considerarse satisfecha. La conducta financiera del gobierno de Batlle fue —a pesar de los costos de la guerra— inobjetable. Más importante aún fue la concluyente demostración de que el poder de una autoridad central resultaba —a largo plazo— una garantía mucho más efectiva de la paz y de la estabilidad interna que cualquier acuerdo interpartidario sobre la base de una distribución territorial de zonas de influencia. La época de los acuerdos, de las tradicionales formas de coparticipación a través de las cuales los partidos habían mantenido una paz inestable desde 1872, había llegado a su fin.

Los propietarios rurales tuvieron claro, a partir de 1904, que el Partido Colorado no planea atacar el principio de la propiedad privada de la tierra ni rescatar tierras fiscales que los propietarios habían ocupado. La autonomía del sistema político era. en verdad, un privilegio del que la naciente clase política no podía arriesgarse a abusar atacando las bases mismas del sector rural. Un pacto implícito se estableció entonces entre ambos sectores. Sin embargo, la paradoja de la vulnerabilidad política de la clase alta rural —el hecho de que un grupo económicamente dominante no pudiese controlar el sistema político— fue reconocida en 1916 cuando los propietarios rurales se unieron para formar la Federación Rural como un grupo de presión que actuase en el seno de ambos partidos tradicionales en defensa de los intereses del campo.

A pesar de todas las ideas peligrosas que se proclamaban en Montevideo, los intereses rurales tenían poco que temer. La política agropecuaria de Batlle fue, en realidad, neutral. Su propósito era lograr la transformación gradual de una estructura insostenible. pero las medidas que puso en práctica —elevación de los impuestos sobre la tierra, impuestos a la herencia y al ausentismo, salarios mínimos para el medio rural, planes de colonización, créditos a los pequeños productores— fueron fácilmente evadidas o tuvieron escasos resultados. A largo plazo, el fracaso del batIlismo en reformar la estructura agraria iba a tener serias consecuencias para el futuro desarrollo del Uruguay. El rápido crecimiento de las exportaciones y las demostradas habilidades en el difícil arte de la conciliación política constituyeron —por otra parte

— razones de peso para evitar un enfrentamiento de fondo con los intereses rurales. Además, en lo que respecta al corto plazo, existía un argumento concluyente: la economía urbana —cuyos intereses Batlle representaba directamente— tenía margen para crecer sin entrar en conflicto con las arcaicas estructuras rurales 1...)

La política económica de Batlle no logró ningún cambio importante en la estructura económica del país. Se concedieron beneficios impositivos a las nuevas empresas industriales que se sumaron a la protección arancelaria ya existente. Pero al faltar una política fiscal progresista, el mercado se mantuvo sin desarrollarse y tuvo que ser el socialista Emilio Frugoni quien señalase el carácter regresivo del proteccionismo aplicado a los artículos de primera necesidad.

El crecimiento del sector público —otro rasgo del batIlismo-- lejos de perjudicarlo, favoreció indudablemente al capital nacional. El monopolio por parte del Estado en algunos tipos de seguros se realizó a expensas de empresas extranjeras, no de las uruguayas.

Por otra parte, la hostilidad de Batlle hacia el capital extranjero, si bien era sincera, distaba mucho de ser una actitud de enfrentamiento a la intromisión imperial. (…)

Si bien los resultados económicos de la política batllista fueron en verdad modestos, sus logros sociales y políticos fueron realmente importantes. La inmigración masiva introdujo nuevos intereses en Montevideo —instituciones e ideologías de base social— que empezaron a entrecruzarse con las fidelidades partidarias tradicionales que hasta entonces no habían tenido una base social homogénea. Las organizaciones obreras se fortalecieron a partir de 1895 y el descontento laboral se intensificó durante la década de rápido crecimiento que precedió a la Primera Guerra Mundial provocando alarma entre los sectores empresarios más poderosos. Los partidos políticos tradicionales, tan mal equipados para registrar y articular los nuevos reclamos se sintieron igualmente amenazados por la militancia de los obreros. La respuesta de Batlle fue elevar al Estado —y con él al sistema político— al plano de una benevolente neutralidad desde la que se podía mediar en los conflictos sociales que se convirtiesen en un peligro para el orden que el Estado quería salvaguardar. Las leyes consagraron una aspiración primaria del movimiento obrero —la jornada de 8 horas— en 1915. Posteriores actos legislativos fueron anticipando los reclamos laborales y, de esa manera, los viejos partidos políticos se fortalecieron a expensas del movimiento sindical y —más aún— de la eventual temática de los partidos de izquierda. Mientras los clubes políticos cumplían el papel de agentes para la integración de los inmigrantes montevideanos, la aprobación de leyes sobre pensiones a la vejez,

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jubilaciones, descanso semanal para los trabajadores. seguros de accidentes de trabajo y salarios mínimos consolidaba la lealtad de los trabajadores al aparato estatal que los protegía. La legislación era el precio que debían pagar los pequeños industriales en ascenso por la estabilidad política y social.

La ideología del batllismo fue, fundamentalmente, una ideología de clase inedia. Aunque ningún sector social fue excluido de la alianza batllista, los mejor representados fueron el de la pequeña industria y el de los empleados públicos y privados. Un sentimiento igualitario combinado con la defensa de la propiedad, la creencia en el valor de la movilidad social manifestada a través del apoyo a la educación y a la igualdad de oportunidades y la afirmación del Estado por encima de los intereses de las distintas clases sociales, fueron rasgos característicos de la temática del movimiento. La política batllista consistía, entonces, en mantener mediante concesiones el equilibrio entre fuerzas sociales crecientemente antagónicas, mientras conservaba y fortalecía la independencia del sistema político a través de su capacidad de mediar entre ellas.

Sin desmedro de la significación que el período batllista tuvo en la evolución del Uruguay, resulta evidente que no se inició en él el crecimiento y la diversificación de la economía urbana y que no representó enteramente el ascenso de una nueva clase social. Menos aún puede decirse que haya logrado un cambio significativo en los términos de la dependencia uruguaya. El sistema político comparativamente autónomo que se gestó en épocas anteriores fue empleado para asegurar el aislamiento político del sector económicamente dominante, es decir, los propietarios rurales, y para establecer un cierto grado de equilibrio entre el capital y el trabajo en el medio urbano, entre el capital nacional y el capital extranjero, entre el capital británico y el capital norteamericano. El Estado se convirtió en un mediador neutral en los conflictos de intereses y el control de las organizaciones partidarias tradicionales sobre un aparato estatal en franco crecimiento quedó plenamente confirmado."

2. Zubillaga, Carlos. "El batllismo, una expresión populista". En "El primer batllismo. Cinco enfoques polémicos". E.B.O. – CLAEH. Montevideo, 1985, págs. 16.-45.

Las claves populistas del batllismo

"El populismo aparece como un movimiento político característico de América Latina, fundado en la concertación social, que intenta modificar —a través de una estrategia reformista promovida por un líder carismático y sin un sistema político democrático formal en pleno funcionamiento— la estructura primario–exportadora y promover una industrialización acelerada, en búsqueda de caminos de inserción autónoma en el mercado mundial. La acción populista resulta, por lo demás, sumamente fluida, cambiante, sometida a impulsos pragmáticos no siempre gobernables, que juegan como respuestas sensibles a los requerimientos de las masas pero sin una cabal previsión de las consecuencias que los factores puestos en movimiento pueden generar (...)

Sostenemos como hipótesis (para cuya confirmación empírica ofrecemos algunas someras anotaciones) que el 'primer batIlismo` configuró una de las primeras experiencias populistas en América Latina (...)

Un intento de caracterización como el presente implica —parece obvio pero no es desdeñable reiterarlo— un esfuerzo científico por interpretar, sobre bases más sólidas que las de la solidaridad ideológica o el simple Impresionismo' intelectual, un proceso de honda incidencia en la configuración del Uruguay contemporáneo.

El modelo batllista de desarrollo: una ideología populista

El modelo batllista de desarrollo, cuya implementación se pretendió lograr mediante un proceso de reformas legales (facilitado por el exclusivismo político que signó un tramo considerable de la experiencia gubernamental del bautismo), conformó un vasto programa de transformaciones tendiente al logro de un mayor bienestar para la mayoría de la población.

En este marco conceptual amplio se

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inscribieron las siguientes estrategias operativas:

I) De nacionalización–estatización.

II) De industrialización.

III) De tecnificación y transformación

estructural del sector agropecuario.

IV) De mejoramiento de las

condiciones de vida.

V) De incremento de la educación.

Una propuesta económica capitalistacon.fuerte componente de intervencionismo estatalLa preocupación del batllismo por la silbsistencia de la propiedad privada como motor del desarrollo económico, tuvo una de sus expresiones más significativas en el firme rechazo a In implantación del impuesto a la renta. Considerada como una traba a la aplicación productiva del capital, esta medida de política impositiva fue combatida desde tiendas baillistas, proponiéndose en su lugar el impuesto a la tierra y el impuesto a la he-rencia (..,)Pero la política de equilibrio que la concertación social exigió del batllismo, traducida también en la promoción de medidas legislativas favorables a las condiciones de los asalariados, generó formas diversas de preocupación en los sectores empresariales. El tono tranquilizador de las mismas caracterizó desde entonces el discurso batIlista (...)

La acción del Estado providente: una legislación social otorgadaHubo en el pensamiento badlista, no obstante las salvedades anotadas, una concepción implícita de la intangibilidad del orden social (no en su formulación liberal clásica, sino en la renovada del 'socialismo de Estado'), que descartó cualquier forma de superación estruciural tendiente a priorizar el trabajo en la dinámica productiva. De allí que el batllismo se proclamara 'obrerista' y • no socialista'. Es decir, que confiara en la acción de un Estado providente pero no intentara modificar las relaciones últimas del sis-tema productivo, mediante mecanismos de socialización de los medios de producción, de cogestión o de autogestión obrera.El carácter providente del Estado árbitro se tradujo, de manera inequívoca, en el otorgamiento de una legislación social que se anticipara a las reivindicaciones obreras (o que

fuera asumida y esgrimida por el partido de gobierno como anticipándose a dichas reivindicaciones, aunque en la realidad resultara —muchas veces— una parcial respuesta a viejos reclamos del movimiento sindical). En este manejo ideológico de la actitud concedente del Estado radicó uno de los rasgos más claramente populistas del discurso batIlista: 'Que hemos suscitado en el pueblo el apetito de todos los bienes materiales? En eso puede haber mucho de verdad. Fuimos nosotros los que propusimos y realizamos la jornada de ocho horas, invitando al trabajador a tomar algún reposo. Somos nosotros los que hemos realizado cuanto se ha hecho para aumentar sus bienes materiales. Y somos nosotros los que nos hemos empeñado siempre en apartar sus miradas del cielo para que las dirigiese a esta tierra, y los que le decimos día a día que tienen derecho a vivir mucho mejor de lo que viven y que deben luchar para llegar a ese fin. Muchas veces ofrecimos al pueblo más de lo que pedía." (El Día. 6.2.1920).Las trabas a la consagración de un sistema democrático formalEl batIlismo buscó la implantación de un modelo reformista sobre la base de un sistema político que estaba lejos de configurar la consagración de un régimen democrático formal. Entre la democracia social y la democracia política, optó por la primera, poten cializando para lograrla el rol del partido, en una dinámica excluyente de la pluralidad de expresiones políticas. Todo lo cual tiñó su accionar de un inequívoco cariz populista.En este plano resultaron contradictorios de las afirmaciones de Baffle en ocasión de sus dos candidaturas presidenciales (formuladas como propuestas de perfeccionamiento democrático del sistema político) los movimientos específicos realizados por su partido en la acción legislativa y en la práctica electoral. (...)

Batlle y Ordóñez: un líder carismáticoEn el sugerente reportaje de El Tiempo de enero de 1903, Batlle y Ordóñez avanzó una interpretación sobre la diversidad de roles entre la masa ciudadana y el elenco político, que configura un elemento ineludible para la comprensión de la dinámica populista del battlismo. Sostuvo en la ocasión que eran perfectamente distinguibles las funciones de elector y las de gobernante, y que la injerencia directa de la ciudadanía en estas últimas

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resultaba inconveniente. 1A los ciudadanos está cometida la creación de los gobiernos y a los gobiernos está cometida la realización de los intereses públicos. La intervención directa de los elementos populares en el _gobierno conduciría al desorden y a la anarquía'. (El Tiempo. 23.1.1903).El líder era visto entonces, como el ideal receptor de los deseos y las aspiraciones incumplidas de los sectores populares y como su único realizador potencial (...)

El batllismo: un partido con funciones tribuniciasEl modelo organizativo del batllismo en el plano del quehacer político concreto estuvo dado por un partido concebido como portavoz de los descontentos (de los postergados), integrado por elementos bien intencionados provenientes de todos los sectores sociales, destinado a respaldar la acción del líder y vehiculizarla, dotado de aspiración hegemónica (sin perjuicio del formal reconocimiento del pluripartidismo).Un esquema de esa naturaleza necesitaba asegurar el rol del partido en un proceso de democracia social, sin liberar todas las posibilidades de democratización política que la modernización de la sociedad uruguaya parecía requerir. Por lo mismo, el planteo de reforma constitucional de Baffle y Ordóñez en sus Apuntes de 1913, tendía a consolidar la presencia del partido en el gobierno colegiado por un período más extenso que aquel que la Constitución de 1830 habilitaba a desempeñar al Presidente de la República.En tesis política, pues, el batllismo sostuvo como instrumento ineludible para el logro de su propuesta de cambio social, la política de partido: el partido mayoritario gobernando con sus ideas, sus métodos y sus hombres, inclusive nutriendo la administración con sus militantes (...) en el cumplimiento de una práctica burocrático–clientelística de vieja raigambre en el coloradismo.

Pero en la realidad política, lejos de jugarse a la política de partido —lo que hubiera requerido optar por su autonomía como partido en el sistema político uruguayo— el batllismo prefirió la comodidad electoral del lema tradicional. Ahogó, entonces, sus potencialidades y anuló su especificidad, al no poder articular —con valor para todo el Partido Colorado— la coordinación de la acción gubernamental con las decisiones de las autoridades partidarias. No pudo ser, en consecuencia, el portavoz oficial de los des-contentos, sino que hubo de conformarse con ser

el coprotagonista de maniobras electorales en las que los reclamos de los sectores sociales movilizados por la experiencia populista fueron neutralizados por los resabios políticos de las oligarquías preexistentes.

He ahí, sin duda, uno de los perfiles diferenciales de esta experiencia populista: su nacimiento en el seno de una formación política tradicional (extremadamente plural en su integración social y, en consecuen-cia, carente de la mínima coherencia exigi -ble para su articulación como pan ido mo-derno). El badlismo corno partido populis -ta no actuó con independencia en el plano polí-tico y electoral, porque no rompió sus ataduras con el tradicionalismo (por el contrario, las realimentó con sus acuerdos comiciales y las sublimó mediante la evocación perma-nente, de su matriz caudil lista, de las 'glo-rias de la Defensa' y de otros tópicos emo-cionales). Esa adhesión tradicional impli -có transferir al seno mismo del batIlismo las características de extrema pluralidad ideológica que eran propias de las viejas colectividades históricas uruguayas, en una adecuación fluida — sólo comprensible en el contexto nacional— a la naturaleza del partido populista (es decir, a su rol de articulación de. intereses, a la vez conver-gentes y encontrados). Por esta razón, el batllismo no cortó jamás su vinculación con la colectividad tradicional: servía a su con-dición de partido populista (fruto y vocero de la concertación social) la natura leza plural de su matriz histórica. El riesgo que quizás no calibró debidamente residía en que los sectores colorados no batllistas (por ende ajenos a la política de concertación social) encontraron sus aliados en las alas conservadoras de la entente populis -ta. Ese riesgo se concretó. por lo que no resultó extraña la convergencia en la 'Re-volución de Marzo' de riveristas, vieristas y sosistas con batIl istas conservadores, todos ellos dispuestos a inclinar la balanza en perjuicio de los sectores populares.

Solo la presencia del líder carismático pudo validar la opción mediatizadora que implicó la permanencia del batllismo en el seno del Partido Colorado. Cuando a su muerte la política de alianza con el tradi -cionalismo (los 'acuerdos colorados') se evidenció en toda su negatividad. Se pro-dujo la fractura interna del partido que habi-litó el tránsito hacia 1:1 regresión institucional de 1933 y la liquidación del cambio social refor-mista."

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3. Barrán, José Pedro y Nahum, Benja-mín. "Batlle, los estancieros y el imperio británico". E.B.O. Montevideo. 1981 Tomo II: "Un diálogo difícil. 1903-1910". Págs. 7-8, 13- I 5 y 39-45).

-Los movimientos polít icos y socia -les son lo que quieren sus protagonistas pero también lo que ven de ellos sus anta-gonistas e incluso el historiador, quien re-presenta la interrogación del presente

Por eso, este libro pretende ser como un juego de múltiples espejos en que la vi -sión del contrario refleja y a la vez recrea a través de sus esperanzas y sus miedos. Batlle se vio a si mismo como un hombre del progreso. los obreros lo consideraron un 'amigo', el patronato industrial y británico lo creyó 'un social ista', los social istas, un burgués de buena voluntad, los blancos, un autócrata demágogo, y el historiador, un reformador. Cada una de estas miradas es falsa y verdadera al mismo tiempo por parcial, y son todas juntas la que dan idea ca-bal del personaje, el movimiento que protagonizó y su época.

Caracterización

Fue ese elenco político del novecientos, el protagonista de lo que de ahora en adelante denominaremos 'reformismo', es decir, la ten-dencia a promover el cambio más o menos ra-dical de los modelos económicos, sociales y mentales dominantes, sin recurrir a la violen-cia.Preferimos usar el término 'reformismo' en lu-gar del habitual `batIlismo' por varias razones.En primer lugar, en todo el período a estudio (1903-1916) y más todavía en el que se anali-za en este tomo (1903-1910), el batIlismo no era aún un partido organizado, con autorida-des, lema y programa; tampoco, a no ser en los años finales (1914-16), un movimiento de masas.En segundo lugar, los que vivieron y escribie-ron en 1905 a 1910, utilizaron en general el término 'reformista' para designar a la corrien-

te que luego se denominará `batllista'. En los documentos analizados, mensajes presidencia-les, ministeriales, discursos parlamentarios y editoriales periodísticos, los seguidores de Batlle se llamaron a sí mismos 'reformistas' o 'reformadores', pretendiendo expresar con ello la esencia misma de su nueva fe; el uso del aparato estatal para la promoción de una eco-nomía que nos tornara Independientes', de una sociedad que fuera 'justa', de una cultura cien-tífica que nos liberara de la 'esclavitud de la ignorancia, todo ello dentro del respeto por el `estado de derecho' y sus reglas de juego, lo que impedía el recurso a la violencia revolu-cionaria y a la vez identificaban al reformis-mo con la defensa de los derechos individua-les, herencia que la mayoría de sus dirigentes no podía olvidar por haberse formado al calor de la lucha contra el santismo.En tercer lugar, el uso del término 'reformis-mo' nos permite ubicar al batllismo como una de las muchas corrientes políticas europeas y americanas que buscaron en las primeras dé-cadas del siglo XX eliminar las aristas más crudas del 'capitalismo salvaje' y resucitar el viejo anhelo de 1789 por una sociedad ideal, sin recurrir, empero, a los mismos métodos (...)

Una ideología jacobina

Arturo Ardao ha comprobado que una con-cepción ética de la sociedad y el derecho fue la base filosófica del reformismo, al menos si nos referimos a su personalidad descollante, Batlle y Ordóñez. Una moral, en efecto, de se-llo tolstoiano, no católico, en la que el hombre era el centro de una obsesión a veces hedonis-ta, sin que nada, y menos una institución, lo trascendiera; imbuida de cierta 'piedad difusa, casi cósmica' hacia el ser débil, fuera de la na-turaleza que fuera (humana o animal), hallára-se donde se hallare (en el Uruguay o en el res-to del mundo); vertebrada por una 'concep-ción romántico anarquista—naturalista, un poco a lo Ibsen, del individuo y las construc-ciones sociales' al decir de Carlos Real de Azúa.Una ideología, entonces, finisecular, alimen-tada en el pensamiento enciclopedista, la creencia en el progreso indefinido a través de la ciencia y la difusión de la educación, y el

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rechazo del 'prejuicio' religioso corno factor explicativo del mundo y el hombre. El refor-mismo se pensó a sí mismo y se vio como un hijo de la 'Gran Revolución', y es éste. por cierto, uno de los tantos puntos de contacto que tiene con el contemporáneo Partido Radi-cal—Socialista francés (...)Más importante es advertir que el reformismo fue sobre todo una postura vital, un sentirse los abanderados de cierta concepción racional y ética del mundo y no meramente los soste-nedores de un programa político.El núcleo del mensaje no ofrece dudas: la or-ganización social, económica y política debe garantizar a cada individuo las mismas oportu-nidades de elevarse en la escala social, depen-diendo luego todo del 'mérito personal'. Con-cebido como una suma de virtudes intelectua-les, ya que el talento era lo único que debía diferenciar a los hombres entre sí. (...)El segundo postulado incorpora la novedad: la 'Gran Revolución' ha dejado resabios que se oponen a la igualdad: el desnivel económico entre los ciudadanos y el mantenimiento de la educación como privilegio de minorías. El Es-tado será la herramienta niveladora que resta-blecerá la igualdad natural. Concebido como el representante de toda la sociedad, inclinará la balanza del lado del débil cuando la estruc-tura económica, social o cultural haya coloca-do el fiel del lado de los fuertes, los privile-giados, los menos. El Estado deberá ser (y po-drá ser) el corrector de la injusticia; no tiene por qué seguir necesariamente representando a los grupos dominantes. Para ello abandonará su viejo papel de 'juez y gendarme' e interven-drá directamente en la economía y la socie-dad. Esta concepción dará origen a la amplia-ción de los fines del Estado, criterio común en la Europa 'progresista' de la época, según el cual los servicios públicos no podrían quedar en manos de la empresa privada. (...)

Reforma, no revolución

El Estado reformista no pretendía destruir el sistema sino sus excesos. Este postulado apli-cado a la concreta realidad uruguaya tenía. empero, sus bemoles, ya que los excesos pare-cían constituir parte del sistema. De cualquier manera, el reformismo quiso poner distancia entre él y las ideologías revolucionarias del

novecientos. Mucho fue dicho con tal de sepa-rarse de ellas. Esto se debió a dos factores cu-yos respectivos pesos es difícil medir con exactitud: la propia convicción de ser 'obreris-tas' y no 'socialistas', y la necesidad de tran-quilizar a las clases conservadoras (...)La lucha de clases era un hecho que podía ser modificado sin modificar el supuesto de la propiedad privada de los medios de produc-ción.Para El Día, los estancieros incluso debían es-perar ventajas económicas del fraccio-namiento de sus tierras mediante la expropia-ción y la colonización. Los términos en que se entablara el difícil diálogo con las clases pro-pietarias tendrían que elegirse con cuidado; no era una 'lucha' contra el latifundio lo que pre-conizaba el reformismo (y parecían creer cier-tos extremistas dentro del movimiento), sino una tarea de convencimiento. Claro que si ella fracasaba, el Estado actuaría, 'pero sin menos-cabo de intereses legítimos'.En todas las clases sociales había hombres de buena y mala voluntad. El individuo no tenía determinada su conciencia por su posición so-cial, sino que su conciencia seguía el camino del bien colectivo cuando era despertada. Este razonamiento evitaba que se tuviera que recu-rrir siempre a la coerción para modificar el or-den establecido: bastaba a veces difundir, con argumentos razonables, la necesidad del cam-bio y hasta los beneficiados del modelo termi-narían aceptando las reformas.El reformismo se vio a sí mismo como un 'so-cialismo de estado'. tan respetuoso de la pro-piedad privada, como consciente de las limita-ciones de ese derecho, tan dispuesto al cambio como a promoverlo sólo por medio de 'la evo-lución' pacífica."

Barrán, José Pedro y Nahum, Benjamín. "Batlle, los estancieros y el imperio británi-co". E.B.O. Montevideo. 1982. Tomo III: "El nacimiento del batllismo Págs. 78-83.

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El batllismo, 'partido del Estado'

"El batllismo de estos años fue, entre otras co-sas, el brazo político del Estado.La profesionalización de sus dirigentes en el manejo del gobierno; el rol esencial que juga-ba en su electorado todo tipo de burocracia (civil, militar, policial, pasiva, obrera, origina-da ésta en los entes industriales del Estado creados por el movimiento); el carácter prota-gónico que sus ideólogos le asignaron al Esta-do como motor de la vida económica y árbitro de lo social, todo, en fin, se armonizaba para conferirle ese papel.En realidad, los dos primeros rasgos formaban parte de la vieja herencia colorada que, eso sí, el batIlismo consolidó; y el tercero, justificaba éticamente tanto al creci miento del espacio estatal como al batIlismo, su 'intérprete'.Los contemporáneos fueron también raramen-te unánimes en esta caracterización del batllis-mo. La oposición lo definió peyorativamente como 'el partido del Estado' sin advertir que el propio batllismo aspiraba a representar los in-tereses 'superiores' de la comunidad encarna-dos precisamente en el Estado (...)En la ideología batllista, al Estado correspon-día el papel protagónico si se deseaba implan-tar una sociedad 'solidaria'. El era la gran fuer-za capaz de oponerse a la dictadura de los mo-nopolios, 'cartels y agrupaciones financieras' privadas que tendían al dominio de la 'produc-ción': a él correspondía, en nombre de 'ese va-lor fundamental que es el hombre' limitar los viejos conceptos clásicos de 'libertad y pro-piedad' en beneficio exclusivo de todos, al de-cir del Ministro de Hacienda en 1911, José Serrato.Al Estado incumbía impulsar el cambio y di-namizar la economía en estos países 'nuevos' (...)La justificación ética de esta notable exten-sión de los roles del Estado radicaba en su identificación con la sociedad organizada. Lo que beneficiaba al Estado terminaba por bene-ficiar a todos los ciudadanos. (...)Pero ese Estado, ¿debía representar sólo a los 'débiles', al proletariado? No. el Estado no de-bía estar al servicio de ninguna clase sino por encima de todas pues era la única entidad ca-paz de garantizar la armonía social.¿Y si había que elegir entre el interés del Es-

tado y el interés de los oprimidos del taller o del hogar, o entre mantener incólume el vigor del ejército —brazo armado del Estado colo-rado— y los principios jacobino–libertarios que muchos batllistas defendieron, 'principios que les hacían ver en el ejército al sostén del injusto orden social y al enemigo del obrero y la libertad? La actitud del batllismo ante estas opciones reveló dónde puso el acento, dónde vio que estaba su 'cosa propia', con quién se sentía identificado más y mejor, si con las cla-ses populares o con el Estado.

Ciertos derechos de los trabajadores, como el de huelga, tenían un límite preciso para estos 'socialistas de Estado': no regían cuando el Es-tado era el empleador. (...)El fortalecimiento del ejército, ya lo hemos comprobado, primó también sobre cualquier principio libertario que se hubiera infiltrado —y se infiltraron por cierto variasen los edito-riales de El Día o sus escritos de divulgación de ideas políticas. (...)El batllismo mereció bien el calificativo de 'partido del Estado'. El movimiento era una consecuencia del tamaño singular que estaba alcanzando el Estado en la sociedad uruguaya tanto como una causa de ese hecho. Pero no fue sólo eso, ya que, contradictoriamente, este 'partido del Estado' nació de una elite política que hizo sus primeras armas luchando contra el militarismo santista, encarnación en bruto de la 'fuerza del Estado'."