Iberoamericana (1977-2000) Volume 22 Issue 3-4 (71-72) 1998 [Doi 10.2307%2F41671720] Jochen Mecke --...

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Una estética de la diferencia: el discurso literario del 98 ¿Efemérides para un fantasma? Author(s): Jochen Mecke Source: Iberoamericana (1977-2000), 22. Jahrg., No. 3/4 (71/72) (1998), pp. 109-143 Published by: Iberoamericana Editorial Vervuert Stable URL: http://www.jstor.org/stable/41671720 . Accessed: 24/06/2014 20:27 Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at . http://www.jstor.org/page/info/about/policies/terms.jsp . JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide range of content in a trusted digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and facilitate new forms of scholarship. For more information about JSTOR, please contact [email protected]. . Iberoamericana Editorial Vervuert is collaborating with JSTOR to digitize, preserve and extend access to Iberoamericana (1977-2000). http://www.jstor.org This content downloaded from 188.72.127.147 on Tue, 24 Jun 2014 20:27:25 PM All use subject to JSTOR Terms and Conditions

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  • Una esttica de la diferencia: el discurso literario del 98 Efemrides para un fantasma?Author(s): Jochen MeckeSource: Iberoamericana (1977-2000), 22. Jahrg., No. 3/4 (71/72) (1998), pp. 109-143Published by: Iberoamericana Editorial VervuertStable URL: http://www.jstor.org/stable/41671720 .Accessed: 24/06/2014 20:27

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  • Jochen Mecke

    Una esttica de la diferencia: el discurso

    literario del 98

    Efemrides para un fantasma?

    Si pasamos revista a las efemrides que se celebraron durante el ao pasado con ocasin del aniversario de la derrota infligida a los buques espaoles ante la Habana1, podra imponerse la idea de que todos los coloquios, congresos y exposiciones sobre este tema no fueron otra cosa que el entierro de un espec- tro, siendo este ltimo el fruto tardo del amor ilegtimo entre, por un lado, la imaginacin nada desinteresada de un autor que juzg oportuno la creacin post factum y ex nihilo de una generacin de autores literarios que nunca haba existido en realidad -por lo menos como generacin literaria- y por otro, el programa poltico-cultural de un falangista que haba perdido las coordenadas de su orientacin poltica y que intentaba, mediante la generacin del 98, pro- mover una renovacin doctrinal y poltica del franquismo2. Sin embargo consta que -segn algunos autores- no slo esta generacin es producto de una invencin, sino tambin Espaa, el objeto predilecto de su crtica y do- lorido amor (Fox 1997) 3. Y si nos acercamos a los hechos histricos, a la ma- nera cmo los interpretan los anlisis recientes, puede desprenderse que ni si- quiera el desastre existi como tal, si se pretende indicar con este trmino algo ms que el mero acontecimiento militar. As las investigaciones recientes en torno a la historia econmica han podido demostrar que la prdida de las ltimas colonias ultramarinas, en vez de perjudicar a la economa espaola, le fue provechosa, ya que Cuba y las Filipinas haban sido fuente de gastos antes que de mercado, y que los capitales de ultramar que regresaron a Espaa per- mitieron cierta recuperacin econmica (Garca Delgado/Jimnez Jimnez

    1 Para una lista del calendario del 98 v. http://titan.alcala.es/1898/calendar/ enemar.htm#top. Informacio- nes generales sobre el 98 se encuentran en la misma direccin bajo http://titan.alcala.es/ 1898.

    2 V. para esto los trabajos historiogrficos de Butt (1980), Ramos-Gascn (1988) y Prez Lpez (1998: 33). Significativa es tambin la famosa Espstola a Dionisio Ridruejo que serva como prlogo al libro de Lan-Entralgo (1997: 13-24).

    3 Fox (1997).

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  • 1998: 26 1)4. No es de extraar, por consiguiente, que un grupo de crticos reu- nidos con ocasin de un coloquio titulado En el 98: los nuevos escritores, firmaran un manifiesto contra el 98, incluso tratndose de un acto supuesta- mente situado a caballo entre broma y crtica seria5 (Mainer/Gracia 1997: 177s.).

    Al parecer, tanto el sujeto (la generacin del 98) como el objeto (la Espaa del 98) como el predicado (el problema de Espaa) son fenmenos puramente imaginarios. Despus de tantas crticas en torno a invenciones de pases, de- rrotas y falsas generaciones literarias, un espectador inocente no puede dejar de preguntarse qu se ha hecho durante todo un ao, sino embestir contra un rtulo que, no obstante, ha posibilitado el congreso o coloquio en el que, antes de empezar, cada participante cumpla debidamente con la obligacin de mar- car su distancia al respecto (en general con frmulas ya consagradas como por ejemplo la llamada, supuesta o inventada generacin) o de denunciar otra vez la invencin del 98.

    A fin de apaciguar al ya impaciente lector de estas lneas, quisiera declarar de antemano que no intentar volver a abrir este debate tan fastidioso y estril acerca de la existencia o no de la generacin del 986, tampoco tratar de rea- nudar otro debate por lo menos tan penoso, para saber si es o no preferible re- emplazar la nocin de generacin del 98 por otra, a saber la de modernismo, ms apta para englobar el fenmeno literario. Mi propsito se sita en un cam- po completamente diferente, ms all de las batallas en torno a la generacin del 98, su existencia, sus miembros o su sustitucin por la nocin de moder- nismo. En lo que sigue, se trata de destilar una problemtica en la que se basan tanto la actitud intelectual del 98 como las diversas estticas del fin de siglo, como tambin el debate sobre las categoras que solemos utilizar para escribir la historia de la literatura espaola. A fin de vislumbrar el fondo comn de to- das estas prcticas, es imprescindible distanciarse respecto de los discursos en cuestin y encuadrarlos conjuntamente desde una perspectiva diferente. Segn la tesis que procurar ilustrar, todos los debates en torno a la generacin del 98 tienen una base comn con la literatura y la postura intelectual mismas de esta poca: en esta perspectiva tanto las discusiones sobre la existencia del 98 co- mo el discurso mismo del 98 parten de la relacin problemtica entre Espaa

    4 Jos Mara Marco hace igualmente hincapi en que incluso el desastre de 1 898 no fue propiamente espa- ol. Lo interpreta ms bien como un nuevo episodio del conflicto entre los poderes imperialistas interna- cionales que infligi derrotas tambin a Francia y Inglaterra (1997: 33).

    5 V. a este propsito Mainer: Prlogo, en: Mainer / Gracia (eds.) (1997: 1 1). 6 Para una discusin ms reciente en torno a la nocin de generacin v. Bernal (1996) y Gambarte (1996).

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  • y Europa7. Sin embargo, antes de analizar esta faceta del discurso del 98, ca- be indicar cules son las condiciones de posibilidad de un enfoque diferente sobre la literatura del fin de siglo y en qu medida ste se distingue del adop- tado anteriormente por la crtica literaria.

    Breve historia de una literatura a destiempo

    Es sabido que la gnesis de la generacin del 98 como categora crtica de la historia literaria fiie muy censurada ya desde el principio, incluso por los auto- res mismos que se contaban entre los intelectuales incluidos en dicha genera- cin. As, en un artculo, Po Baroja rechaz muy tempranamente la nocin promulgada por Azorin, lo que no le impidi hablar de una generacin de 1870 en otros lugares8. Parecidas actitudes contradictorias se dan tambin en otros autores que -segn Azorin- formaban parte de la generacin. Por ende, los reparos a la generacin del 98, no los ponen solamente los crticos a partir de los aos sesenta, sino tambin los autores mismos que se vean reunidos bajo este marbete. Tampoco el origen de la nocin crtica es inocente: Azorin -

    probablemente para esconder un pasado con el que ya no poda identificarse, pero tambin para aprovechar el valor simblico que prometa la fecha del 98- quit el rtulo a Ortega y Gasset, quien quera reservarlo para su propia gene- racin (Cacho Viu 1997: 148ss.). Sin embargo fue Pedro Lain Entralgo quien proporcion a la generacin del 98 su mxima difusin. El crtico que, dicho sea de paso, suscribe todava hoy sin reservas cuanto ahora se imprime, es decir su libro en torno a la Generacin del 98 editado por primera vez en 1945 (Entralgo 1997: 12) dirigi su obra en contra de quienes se oponan a los auto- res del 98 y que podan reconocerse por su casticismo aislacionista, por su terca ceguedad frente al curso inexorable de la historia, en breve, en contra de los conservadores extremos de la Falange, a la que reprocha renunciar siste- mticamente a la novedad de hoy en nombre de la envejecida novedad de ayer (1997: 15s.). Un poco ms adelante Lain Entralgo se declara deudor de

    7 Las comillas sirven para subrayar el hecho de que las designaciones no se refieren tanto a alguna realidad objetiva cuanto reflejan un discurso sobre esta realidad, en el que se opera una oposicin geogrfica y culturalmente problemtica. A lo sumo, podra hablarse con razn de la relacin entre Espaa y algunos otros pases europeos o sea entre culturas cis- y transpirenaicas, la oposicin entre Espaa y Europa, em- pero, carece obviamente de sentido.

    8 Al principio, en 1924, en Divagaciones apasionadas Po Baroja rechaz la existencia de una generacin del 98 (1948: 563-586) para afirmarla despus en una conferencia con el ttulo Tres Generaciones que dio en la Casa del Pueblo bajo el marbete de una generacin de 1870 (Baroja: Obras Completas , 574-580). Al final, Baroja rehusa definitivamente la existencia de dicha generacin en 1941, en el primer tomo de su autobiografa con el ttulo El escritor segn l y segn los crticos (1946: 444).

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  • la generacin del 98, ya que sta promulgaba un patriotismo que haba llegado por el camino de la crtica. Para l, los autores del 98 son los precursores de esta dolorida pasin por Espaa que, por cierto, era una parte constitutiva de la fraccin aperturista o liberal del falangismo, sirviendo el dolor como legiti- macin para una crtica abierta del tan querido pas9.

    Si para la crtica el concepto de generacin del 98 constituy, sobre todo a partir de los aos sesenta, un blanco predilecto, las objeciones van dirigidas tanto contra el concepto historiogrfico como contra la ideologa que ste trae aparejada. La mala prensa que tenan los autores del 98 en los crculos inte- lectuales se debe, por lo menos en parte, tambin a la funcin ideolgica que cumplan stos para el falangismo liberal10. As, Carlos Blanco Aguinaga demostr en su libro sobre La juventud del 98, que los mentados autores, lejos de replegarse en una torre de marfil construida sobre las bases de un pesimis- mo ablico, estaban preocupados, a comienzos de su carrera literaria, por la cuestin social, denunciando de esta manera como deformacin nada desinte- resada la imagen que Lain Entralgo haba forjado de dicha generacin. Sin embargo, a Blanco Aguinaga tampoco le faltan motivos polticos. La diferen- cia reside en que su intencin es opuesta a la de Lain Entralgo, ya que ahora se trata obviamente de legitimar la regeneracin del pas por parte de una pol- tica de izquierda11. Desde este punto de vista, tanto el establecimiento de un determinado concepto de la generacin por Lain Entralgo como la correccin de esta imagen por Blanco Aguinaga, participan no slo de los conflictos en torno a la interpretacin del pasado, sino que intervienen tambin en las luchas por el anlisis del presente12. De ah que el mero hecho de que intereses extra- literarios motivaran la invencin y la propagacin del 98 no es ya un argu- mento que puede esgrimirse en su contra, porque lo mismo vale tambin para los propsitos de su abolicin13.

    9 V. para este contexto: Mainer (1997: 8) y tambin Prez Lpez (1998: 33). 10 V. a ttulo de ejemplo la ya clebre polmica titulada La herencia del 98 con que Juan Goytisolo censu-

    r a los autores del 98 (Goytisolo 1967: 123-131). 11 En el prlogo escrito para la reedicin de su libro Blanco Aguinaga revela como motivo principal de su

    investigacin el intento de explorar el significado de los conflictos sociales en el fin de siglo (1998: 8). Esta descripcin de una lucha de clases del pasado hace vislumbrar los conflictos sociales en la Espaa del momento, en el que Blanco Aguinaga publica su libro.

    12 Es cierto que Blanco Aguinaga no es el nico investigador de los aos sesenta y setenta interesado en este tipo de reversin de la imagen del 98 impuesta por Lain Entralgo. Hay que incluir, desde luego, en este grupo de investigadores a Inman Fox, Jos Luis Abelln, Jos Carlos Mainer, Jos Mara Valverde y Ra- fael Prez de la Dehesa.

    13 La crtica ideolgica subraya que el conocimiento siempre es motivado por ciertos intereses determinados que lo acompaan (v. Habermas 1973). Este hecho en s mismo, por ser general, no puede justificar un re- chazo. La motivacin de investigaciones por intereses no meramente cientficos, sea dicho de paso, vale tanto para la construccin como para la destruccin de la nocin de una generacin del 98.

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  • Mientras que en el debate sobre las posturas polticas de Azorin, Maeztu, Baroja o Unamuno se opera todava con la nocin de una generacin del 98, porque se considera que tiene un sentido preciso en el contexto de la historia intelectual, a finales de los aos sesenta estalla otra controversia de ndole ms literaria y esttica que pone en duda justamente esta nocin misma. En un art- culo ahora famoso, Ricardo Gulln niega toda legitimidad al concepto de una generacin del 98 desde un punto de vista estrictamente literario. Segn Gu- lln, esta nocin, que tiene un sentido concreto en los campos de la poltica, sociologa o historia, pierde toda justificacin, cuando se traslada al dominio de la literatura14. Debido a que proviene de la historia social, esta nocin tien- de a aislar a la literatura espaola de su contexto literario natural y a escindir su unidad. En cuanto a la geografa intelectual, esta separacin implicaba un aislamiento artificial de la literatura espaola respecto de su contexto europeo, con el que, sin embargo, mantena un intenso dilogo (Gulln 1969: 8s.). As se logr, separar la literatura espaola y la europea, dividir forma y contenido y cortar la continuidad de la corriente renovadora de la literatura espaola des- de 1880 (1969: 7). Fue, probablemente, el xito de esta revisin del 98 centra- da en la literatura y la esttica, lo que provoc crticas muy pertinentes que, aplicando solamente criterios genuinamente literarios, concluyeron por recha- zar definitivamente el concepto de una generacin del 98. Si el nacimiento de esta generacin ocurre por una metonimia crtica15, se esboza la consecuen- cia de abandonarla completamente como instrumento para escribir la historia de la literatura. Muchos autores, empezando por el mismo Ricardo Gulln, in- sisten, por ende, en que no hay ningn parecido entre los escritores menciona- dos. Ya en los aos sesenta Rafael Ferreres puso de manifiesto esta heteroge- neidad y disparidad del concepto generacional16:

    14 Conste que el reproche de Gulln corresponde exactamente a lo que Lain Entralgo piensa haber hecho en su libro, ya que concede sin reparos en el prefacio que el parecido generacional estudiado por l, consiste sobre todo en la condicin de espaoles de estos autores y que ha abandonado con exceso lo que les dis- tingue por su condicin de literatos (1997: 21). El desacuerdo entre ambos autores reside en el hecho de que Lain Entralgo piensa que este parecido -aunque no lo ha estudiado- existe de hecho en el manejo del idioma y en la creacin estilstica, en la sensibilidad y en las actitudes estticas, en el sentimiento religioso y en el de la naturaleza (1997: 21).

    15 Cito solamente como ejemplo ms reciente El uso y el abuso del sentido de la 'generacin del 98' de Espaa (Fox (1998: 5-16), artculo en el que el autor insiste en el origen extraliterario de esta nocin, que -segn l tendra cierto sentido en la historia intelectual. Inman Fox, por ende, opina que la generacin del 98 pertenece a la historia intelectual, pero que carece de sentido cuando se aplica a la literatura strictu sensu (Fox 1998: 8, 16). En su Sociologa del 98, Jos Luis Abelln estudia la generacin del 98 como concepto que pertenece exclusivamente a la historia de las ideas y no de la esttica literaria (Abelln 1973).

    16 Veinticuatro aos despus, Jos Carlos Mainer reiter estos argumentos, pero esta vez refirindose a un solo autor: There is nothing more dissimilar than naturalism and idealism, or mysticism, or more antago-

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  • Leyendo atentamente los libros de los escritores de la llamada genera- cin del 98 nos damos cuenta que nunca existi de una manera tan n- tida, tan diferenciadora en la literatura espaola tal disparidad de esti- los ni tan distinta intencin ideolgica; nunca, ni an en una poca en que se ventilaba una disputa tan esencial, en la literatura nuestra, como la de Cristbal de Castillejo y Garcilaso, ni la etapa de los conceptistas y culteranos. Nadie ms dispar en formas de ser, en preferencias y en resultados literarios que los que forman el meollo de la as llamada ge- neracin del 98 (Ferreres 1964: 42).

    Si la generacin del 98, por un lado, est amenazada, por la aparente incohe- rencia ideolgica y esttica de sus miembros, por otro corre el riesgo de perder su especificidad que la diferencia del modernismo y del fin de siglo europeo. As, la mayora de los autores que abogan por la expulsin de la generacin del 98 de la historia literaria optan por sustituirla por la nocin ms amplia y estrictamente literaria de modernismo17. Algunos autores abrieron as el presi- dio historiogrfico en que cierta crtica haba encarcelado a la literatura espa- ola de la poca, para reiniciar el dilogo con la literatura del resto de Europa. Estas tendencias ms recientes enfocan las obras y los autores del 98 desde una perspectiva claramente europesta para revelar su fondo moderno18 y para de- mostrar que la literatura espaola de ese momento no es otra cosa que la ex- presin espaola de la crisis universal de la esttica de la modernidad (Navajas 1996: 89).

    Mas, si la generacin del 98 es una nocin obsoleta que carece aparente- mente de legitimacin, cabe preguntarse cmo fue posible que surgiera y por qu tuvo tanto xito en los crculos de intelectuales y literatos. Este es aproxi- madamente el propsito de otro conjunto de trabajos de orientacin ms bien historiogrfica. Los estudios de John L. Butt (1980), Vicente Cacho Viu (1985), Antonio Ramos Gascn (1988) e Inman Fox (1990), en vez de limitar- se a discutir otra vez la legitimidad de la nocin generacional, investigan el

    nistic as classifying texts (i.e. the art of Valle-Incln) as both impressionistic and expressionistic (Mainer 1988: 197).

    17 En el artculo que sirve como introduccin al suplemento de tomo 6/1 de la Historia y crtica de la litera- tura espaola dedicado a Modernismo y 98, Jos Carlos Mainer constata que la nueva ampliada formula- cin del modernismo resulta ser el indiscutible vencedor de la pareja modernismo-noventayocho (1994: 5). Sin embargo, este reemplazo de una nocin problemtica por otra, que ofrece la ventaja de ser ms lite- raria, no soluciona el problema que planteaba la (nocin de) generacin del 98. Volver sobre este punto ms adelante.

    1 8 As, muy a menudo, se intenta demostrar que algunos autores tienen un potencial por lo menos tan moder- no como la literatura centroeuropea. Como ejemplo se puede aducir el libro de Antonio Risco sobre Azo- rin y la ruptura con la novela tradicional (1980). V. tambin Spires (1986: 57). Desde una perspectiva di- ferente e inspirada por el postestructuralismo Gonzalo Navajas tambin sita la obra unamuniana en un contexto ms amplio, esta vez el de la modernidad y posmodernidad (Navajas 1988).

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  • nacimiento de esta ltima como concepto historiogrfico. Se puede desprender de estos estudios que hubo una verdadera competencia en torno a la mentada nocin, en la que participaron el grupo conservador de Maura, los intelectuales progresistas con Jos Ortega y Gasset a la cabeza y los autores que haban em- pezado su carrera literaria en los aos noventa del siglo pasado. Segn las in- terpretaciones de Vicente Cacho Viu y Antonio Ramos Gascn, el grupo cons- tituido por Azorin sali vencedor de esta contienda en torno al 98 porque Or- tega y Gasset le cedi paso, supuestamente para reunir a los intelectuales jve- nes de su grupo con los autores mayores en edad y ya clebres bajo el mismo proyecto de reformas (Cacho Viu 1985: 23).

    A despecho de todas las diferencias que los separan, hay sin embargo un rasgo comn que une a casi todos los crticos que, durante las ltimas tres d- cadas, han analizado las obras del 98. Mientras que Lain Entralgo (1945), D- az-Plaja (1951) y Granjel (1959) haban insistido ms bien en el carcter parti- cular del rumbo que tom la literatura espaola a finales del siglo XIX, la ma- yora de los trabajos publicados despus, ha intentado una revisin completa de la imagen esbozada por los citados autores a fin de restablecer el contexto europeo de la literatura espaola. Conste que, despus de los aos sesenta, to- das las investigaciones coinciden en esta tendencia de reintegrar la literatura espaola en el desarrollo de la cultura europea moderna. Esta tendencia se ma- nifiesta tanto en la intencin de Blanco Aguinaga cuando considera las posi- ciones polticas de los noventayochistas como reaccin tpica de intelectuales pequeoburgueses europeos que viven la honda crisis del capitalismo moderno (v. arriba) como en el propsito de Ricardo Gulln, quien trata de demostrar que -al contrario de lo que sugiere la invencin del 98- la literatura espa- ola est dentro de las corrientes de la modernidad literaria. Lo mismo vale para los anlisis de las estructuras de algunas obras del 98, tan modernas y hasta avanzadas y anticipadoras, y el examen historiogrfico de la gnesis del concepto tan discutido de generacin del 98.

    El discurso del 98 en la literatura y la crtica literaria

    La breve historia de la crtica esbozada muy sumariamente en los prrafos pre- cedentes muestra que el conjunto de los trabajos de los aos cuarenta y cin- cuenta manifiesta una preferencia ntida por acentuar el carcter particular de la literatura espaola de esa poca y los rasgos supuestamente esenciales que la distinguen a la vez de las literaturas hispanoamericanas y las europeas.

    En cambio, lo que une las investigaciones ms recientes -por supuesto muy distintas en cuanto a sus mtodos- es un inters general en demostrar que no

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  • cabe aislar la literatura espaola del fin de siglo de su homologa europea y que, al fin y al cabo, Espaa no es diferente, tampoco en el dominio de la literatura.

    Ya se afirme o se niegue la particularidad de la literatura espaola, lo que sirve como lnea de demarcacin en ambos casos es la interpretacin de su re- lacin con la literatura que se produce al otro lado de los Pirineos. Encontra- mos entonces a nivel de la discusin de los crticos una problemtica que ya preocup tambin a los autores del 98. Si los unos insisten en la diferencia cultural -a veces con intenciones francamente nacionalistas-, si subrayan su identidad cultural, los otros intentan restablecer el contexto europeo, lo que reviene a una europeizacin post factum de las obras en cuestin. Dicho de otra manera: a la luz de un anlisis discursivo (en la acepcin foucaultiana de la palabra) cierta dimensin del discurso del 98 parece prefigurar y predeter- minar todava hoy el discurso crtico sobre el 98. En este sentido, la crtica so- bre el discurso literario del 98 repite posturas de este mismo discurso, incluso cuando los crticos abogan por abolir la nocin misma de una generacin del 98, lo que corresponde a europeizar historiogrficamente la literatura espa- ola. Debemos a la deconstruccin y, en particular a Paul de Man, la idea de que la obra literaria puede ser una alegora y tambin contener una deconstruc- cin de sus lecturas (v. de Man 1979). El caso del 98 parece confirmar esta tesis en ms de un sentido (v. ms adelante). Adems, las discusiones acerca de la existencia del 98 comprueban la teora sociolgica segn la cual las con- troversias en torno a las categoras crticas -en este caso la de generacin del 98- con que describimos las controversias intelectuales, suelen participar de las controversias que constituyen el objeto de esta descripcin. Concretamente y aplicado al caso de la generacin del 98, esto significa que los debates sobre la existencia de una generacin del 98 participan tambin en un debate sobre la europeizacin de Espaa, que dominaba en los discursos intelectuales del momento19.

    A fin de evitar malentendidos, cabe insistir en el hecho de que no se intenta aqu criticar o minimizar los mritos de investigaciones que han contribuido mucho a rectificar una imagen seguramente parcial de las obras estticas y de las preocupaciones intelectuales de principios de siglo, dejando atrs la ver- tiente espaolista del 98 para poner de relieve los rasgos que los autores com- parten con la corriente ms amplia e importante de la modernidad europea. De

    19 Esta teora, segn la cual los debates en torno a las categoras descriptivas participan de las luchas inte- lectuales o sociales mismas, fue formulada por la sociologa estructural de Pierre Bourdieu (1982: 18). Bourdieu insiste en que la decisin terica acerca de la existencia o no de una clase obrera no es pura- mente terica, porque toma tambin posicin en las luchas de este grupo social, otorgndole el derecho a la existencia.

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  • esta manera, se ha corregido no slo una injusticia historiogrfica, sino tam- bin una deformacin grotesca o -para retomar la frmula valleinclanesca- esperpntica que la literatura espaola sufri gracias al acuerdo tcito entre un eurocentrismo, por metonimia muy a menudo galicista, por una parte y un hispanocentrismo neo-nacionalista por otra. El mrito innegable de los trabajos antedichos es tambin haber puesto de manifiesto el potencial moderno, a ve- ces anticipador, de esta literatura. Asimismo, puso en duda una sospechosa forma de escribir la historia de la literatura espaola -el supuesto mtodo cientfico basado en el concepto de las generaciones20- que tambin le es particular y la aisla del resto de Europa.

    Para una perspectiva diferente sobre el 98

    Sin embargo, despus de los cien aos que han pasado del primer 98 al segun- do, el de nuestro siglo, estamos asistiendo a un cambio de rumbo completo que -sobre todo gracias a los resultados fructferos de la crtica de las ltimas d- cadas- nos permite desarrollar nuevas perspectivas. Para decirlo de la manera paradjica que fue tan cara a Unamuno: podemos analizar el discurso del 98 desde una nueva perspectiva porque, debido a las recientes investigaciones crticas, este discurso ha sido sobrepasado. La tarea ser ms fcil en la medida en que ha cambiado no solamente nuestra imagen de la literatura que se escri- bi en los albores de la modernidad, sino tambin las coordenadas con las que se suele describir la Espaa actual y su cultura.

    A nivel geocultural no cabe duda de que Espaa se encuentra en Europa y no fuera de ella. La cultura espaola forma parte indiscutible del conjunto de las culturas europeas y desempea un papel importante en el concierto euro- peo21. A nivel de las temporalidades histricas es de constatar que Espaa ya no sufre ningn retraso con respecto a otros pases europeos. Al mismo tiem- po, la llegada de la posmodernidad ha transformado profundamente el sistema de valores literarios y estticos, valores que antes se identificaban con la mo- dernidad. Este cambio pone justamente en tela de juicio lo que caracteriza el discurso literario moderno, a saber, un anhelo de pureza, autenticidad, auto- noma y actualidad absoluta . Ahora bien, si los valores de la modernidad han

    20 Para una exposicin y crtica actuales del Concepto de generacin literaria v. el libro de Eduardo Mateo Gambarte (1996).

    21 Corriendo el riesgo de repetir lo ya expuesto antes, insisto, no obstante, en que lo que se hace aqu y en lo que sigue es el anlisis de un discurso sobre la realidad de Espaa no una descripcin de esta realidad misma.

    22 Para una descripcin de este discurso v. Habermas (1981), Jauss ( 1 970) y Welsch ( 1 988).

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  • perdido vigencia, tampoco pueden servir para descalificar una literatura que no estaba enteramente conforme con ellos. En suma, nos encontramos ante unos cambios muy importantes con los que cae la obligacin de ser -como lo pos- tul Rimbaud23- absolutamente modernos y, por consiguiente, la condicin de posibilidad, o sea, la medida en cuyo nombre se desprestigiaba o ignoraba muy a menudo la literatura espaola del fin de siglo. Si cambia entonces el punto de vista de la crtica actual, si ya no est obligada a comprobar la modernidad de las obras en cuestin a todo precio, se puede echar una ojeada diferente y ms desinteresada sobre las obras del 98. Adems, las investigaciones postcolonia- listas pueden tambin aportar aclaraciones para determinar la situacin de la literatura espaola del fin de siglo. A primera vista, este acercamiento de la teora postcolonialista a la problemtica de la literatura del fin de siglo en Es- paa parece temerario. Sin embargo, y sin hacer -lo que se podra concebir con pleno derecho24- referencia alguna a la situacin econmica del pas que tena ciertos rasgos de pas colonizado, el papel que Espaa, desde hace unos siglos desempeaba respecto del resto de Europa no distaba mucho del papel de las culturas colonizadas y subalternas (Spivak 1988; Said 1995), ya que Espaa serva igualmente como pantalla ideal para las proyecciones europeas, llmen- se estas leyenda negra, Espaa romntica o sencillamente Espaa diferente. El trabajo del crtico es, por consiguiente, ms complicado y difcil. Por un lado se trata, por supuesto, de romper con un discurso eurocntrico del hispanism25 que se complace en despreciar la literatura espaola del co- mienzo de la modernidad por la simple razn de que las obras en cuestin no se pueden encuadrar sin problemas en la esttica moderna. De esta manera lle- ga a su fin toda una poca en la que el menosprecio acompa, muy a menudo, a la comprobacin de la ms mnima diferencia26. En efecto, la reversin y la revisin de esta imagen ha sido uno de los logros ms exitosos en los ltimos lustros de trabajo crtico. No obstante, si la crtica intenta sencillamente enca- sillar la literatura espaola del fin de siglo en los moldes de una literatura fran- cesa que muy a menudo funciona como metonimia de la literatura europea en-

    23 En Illuminations Rimbaud exige una modernidad absoluta: II faut tre absolument moderne (Rimbaud 1981:241).

    24 Por ejemplo, en Espaa la renta per cpita se mantuvo a lo largo de toda la segunda mitad del siglo XIX apenas en la mitad de la renta de la Europa ms prspera (Delgado/Jimnez 1998: 66). Otro ejemplo es la construccin de ferrocarriles en Espaa, financiado en gran parte con capital ingls, un prstamo por el que Espaa tena que pagar importantes intereses (Bernecker 1990: 195s.).

    25 La palabra se pone en ingls para hacer hincapi en las analogas que se ofrecen con el discurso orienta- lista tal como lo analiza Said (1978/1995).

    26 No es por simple casualidad que los manuales de referencia destinados a los estudiantes, generalmente no hacen caso a la literatura espaola de esta poca. V. a ttulo de ejemplo el libro de Bradbury y McFarlane (1991).

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  • tera, cae de un extremo en otro que consiste en una colonizacin de un tipo ms refinado por ser casi imperceptible. En este caso los valores eurocntricos quedan intactos, la nica diferencia con respecto al discurso dominante reside en que, esta vez, no se niega el acceso de la literatura espaola al panten de una modernidad de tipo francs. Es cierto que ya esta nueva apreciacin recti- fica las exageraciones de un discurso que hace aparecer la literatura espaola de esta poca como carente de modernidad o simplemente como deficiente. Sin embargo, esta rehabilitacin paga el precio bastante elevado de una vista tam- bin unilateral y desequilibrada que toma en cuenta solamente una dimensin de las obras noventayochistas, a expensas de otra que no se adeca a la moder- nidad literaria. Independientemente de que la esttica del 98 se considere con- forme con el canon de la literatura moderna o como tradicional, se conservan y respetan en ambos casos los valores de la modernidad.

    El discurso del 98: difcil identidad

    Despus de tantos aos de investigacin fructfera, se impone tomar en cuenta ambas dimensiones de la literatura espaola moderna, es decir hacer hincapi en sus estructuras modernas, sin por lo tanto desatender las dimensiones que no tienen cabida en el espacio y el tiempo de la modernidad. De esta manera se bosqueja la posibilidad de tener en cuenta las estructuras modernas de la lite- ratura del 98 sin renunciar a poner de relieve sus caracteres especficos. Aqu se vislumbra que, en el fondo, esta propuesta concierne a la misma problemti- ca de identidad que determinaba las prcticas intelectuales y estticas de los autores del 98, a saber cmo se puede mantener la identidad cultural sin ais- larse del resto de Europa y trocarse en el objeto de un desprestigio que sera la consecuencia de una diferencia manifiesta? Cmo resistir a todas las tentati- vas de aislar, desprestigiar o aniquilar la diferencia de esta literatura o simple- mente acapararla? La sustitucin de la nocin de generacin del 98 por la de modernismo no resolvera los problemas historiogrficos, ya que el modernis- mo conoce las mismas objeciones que la literatura de la generacin del 98. En efecto, tanto para el 98 como para el modernismo -a pesar de ser una no- cin aparentemente ms literaria- se plantea el mismo problema de la identi- dad cultural de Espaa, o bien en el caso del modernismo, de Amrica Latina. Ya el simple nombre del movimiento en la acepcin hispana de la palabra, su- giere que lo que en otros pases se poda considerar como condicin de la pro-

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  • duccin y recepcin literaria apareca ms bien como un objetivo a realizar27. Modernismo y 98 no son -como se ha constatado varias veces- movimientos opuestos, sino que ambas corrientes estn unidas por la misma problemtica de la modernizacin de la sociedad y la cultura, ambas parten del sentimiento de que Espaa estaba atrasada y se encontraba al margen de Europa. Ambas coin- ciden en los intentos de superar social y estticamente este retraso y moderni- zar la sociedad y la cultura. Y ambas se ven finalmente confrontadas con la misma problemtica de identidad que trae aparejado este proyecto. Conste, luego, que el discurso historiogrfico comparte con el discurso esttico del modernismo y del 98 la misma problemtica: Cmo se puede conservar la identidad cultural del pas mientras que se modernizan -y en el marco del dis- curso de la poca esto quera decir europeizan- la sociedad y la cultura?

    El problema que se plantea a los discursos del 98 -la ambigedad del trmi- no, que engloba dos fines de siglo viene a propsito- es entonces un problema de identidad que se manifiesta tanto en el nivel esttico como en el nivel inte- lectual, tanto en su dimensin individual como en la dimensin colectiva. En ambos casos los resultados obtenidos estn impregnados de una ambigedad y heterogeneidad fundamentales. En lo que sigue se tratar, en consecuencia, de enfocar las obras estticas del 98 como manifestacin de un discurso cuyo eje principal es una problemtica de identidad. Aqu puede ser til un anlisis dis- cursivo de ndole postestructuralista, ya que permite tener en cuenta la hetero- geneidad a veces contradictoria de las posturas intelectuales y estticas del 98 que preocupaba tanto a los crticos de la generacin del 98. Desde el punto de vista de las teoras postcolonialistas esta heterogeneidad aparece como ma- nifestacin de toda cultura que ha sido el objeto de una colonizacin, indepen- dientemente de si esta fue acompaada de una invasin militar o si se ha limi- tado a una colonizacin del discurso de identidad. A partir de estos enfoques se puede abandonar toda presuncin de resolver las contradicciones inherentes no tan slo a las corrientes literarias o intelectuales, sino tambin a autores in- dividuales e incluso a obras particulares. En vez de construir una homogenei- dad ficcional, se puede, al contrario, enfocar y analizar esta heterogeneidad misma y las tensiones internas que atraviesan corrientes literarias, autores y obras. Al mismo tiempo, el anlisis del discurso es un instrumento valioso para explicar la aparente contradiccin entre los resultados de una parte de la crtica que demuestra cada vez con ms pertinencia que las obras literarias del 98 no estn al margen de la esttica moderna, y las apreciaciones de otra parte, que prueba lo contrario. Un anlisis de este tipo permite asimismo tener en cuenta

    27 En esto reside la analoga entre el modernismo como movimiento catlico de renovacin que trataba tam- bin de poner el cristianismo a tono con la modernidad, por un lado, y el movimiento esttico que tena las mismas ambiciones para la literatura hispana por otro (v. Gumbrecht 1978).

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  • no slo la posicin objetiva de los autores del 98 en el marco de la cultura eu- ropea, sino tambin la posicin subjetiva que se atribuan a s mismos, ya que los autores espaoles de esta poca se sentan y se vean diferentes que sus contemporneos europeos. Aun si no fueran distintos, el simple hecho de que se sintieran como tales influy en su prctica esttica e intelectual. A un anli- sis del discurso no le interesa tanto la supuesta realidad, sino la manera c- mo es percibida y descrita en el marco de un discurso. Y huelga decir que en la perspectiva del 98, tanto la literatura espaola como la cultura, la economa y la industria del pas padecieron de un retraso importante. Si la fecha de 1898 tiene un significado -aparte de ser una fecha, que se puede aprovechar y se aprovech para montar estrategias intelectuales- es justamente el de ser una representacin simblica para todos los intelectuales y literatos empeados en la modernizacin y europeizacin del pas28. Segn la geografa imaginaria inherente a este discurso, Espaa se encuentra al margen de Europa; conforme con su cronologa imaginaria, el pas lleva un retraso considerable con res- pecto a las otras culturas europeas. De esta representacin simblica de la si- tuacin espacial y temporal del pas se puede deducir el objetivo principal que consiste entonces en superar el supuesto retraso y reintegrar a Espaa en la cultura europea. En este sentido, conviene aadir otro argumento ms para abolir la diferencia entre el modernismo y la generacin del 98. En ambos ca- sos se plantea el problema de la modernidad literaria ntimamente relacionado con otro ligado con la identidad cultural. Desaparecen, luego, las diferencias entre 98 y modernismo a favor de una problemtica que ambos tienen en co- mn y que se expresa tanto en el dominio esttico como en el campo intelec- tual, poltico y econmico.

    Si Manuel Azaa reprocha a la generacin del 98 que -al contrario de sus proyectos iniciales- su accin se limitara al orden literario, sosteniendo que innov, transform los valores literarios, pero que en el orden poltico lo equivalente a la obra de la generacin literaria del 98, est todava por empe- zar29, es cierto que su crtica es adecuada. Sin embargo, el hecho de que los intelectuales no tuvieran xito con sus proyectos polticos no implica que estos proyectos nunca hubieran existido y, sobre todo, que no existiera ninguna rela- cin entre los objetivos intelectuales de los autores del 98 y los especfica-

    28 En esta ptica no importa del todo saber si la derrota de la marina espaola ante la Habana provoc real- mente estos anhelos de cambiar la situacin del pas o si fue solamente un acontecimiento que vena a pro- psito para reforzarlos. Es esta una discusin fastidiosa y por lo menos tan estril como la que gira en tor- no a la existencia o no de la generacin del 98. Lo nico que importa es la funcin simblica que tena la fecha del 98 para los autores del fin de siglo, no solamente para los escritores que se cuentan entre la gene- racin del 98.

    29 Azaa (1997:42).

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  • mente literarios30. Al contrario, el problema de la modernizacin se manifiesta tanto en el discurso intelectual como en el discurso literario, incluso en este ltimo quizs con mayor agudeza (v. ms adelante).

    En resumidas cuentas, lo que se propone aqu, es sacar algunas conclusiones de las investigaciones recientes, segn las cuales la literatura espaola perte- nece de lleno a la modernidad europea, o sea, que es la versin espaola de la crisis de la modernidad. Sin embargo, si se reconoce que las obras del 98 son la versin espaola de una modernidad literaria que se da en todos los pases europeos, parece tambin legtimo indagar en qu consiste la diferencia espec- fica de esta versin espaola. Segn la relativizacin sugerida por un anlisis del discurso, lo que distingue a la literatura espaola de otras literaturas de la modernidad, reside justamente en sentirse diferente, marginal y atrasada. Lo que distingue a la literatura espaola de 1898 es que, a partir de este senti- miento de diferencia, los autores trataban de tomar posicin con respecto a la modernidad, adoptando de hecho tcnicas, principios estticos y literarios ca- ractersticos de la modernidad y marcando al mismo tiempo su distancia y dife- rencia. Esta postura, por ser muy compleja y a veces contradictoria desde el punto de vista esttico, es capaz de despertar ms inters en cuanto al anlisis esttico que la que se pone de manifiesto en otro tipo de obras que se pueden adscribir sin problemas a la modernidad europea.

    Para un anlisis del discurso noventayochista

    A fin de poder llevar a cabo este anlisis es imprescindible abandonar la ilu- sin de unidad y homogeneidad que la crtica suele compartir generalmente, ya sea negando o aceptando la existencia de una generacin del 98. De hecho, cuando miramos un poco ms de cerca la literatura de los albores de la moder- nidad, no slo cabe constatar la heterogeneidad dentro de generaciones o co- rrientes, sino tambin las contradicciones internas que atraviesan a autores y obras particulares. Esta ambigedad general se comprueba tambin al tratar de determinar la posicin de corrientes, grupos, autores y obras con respecto a la tradicin o la modernidad. Si enfocamos las obras literarias en esta perspectiva resulta que el verdadero conflicto no deriva tanto de un supuesto antagonismo entre modernismo y noventayocho, cuanto de una diferencia entre ambas co-

    30 En esto las conclusiones de Ricardo Gulln parecen problemticas, ya que existe un rasgo comn entre la problemtica intelectual y la prctica literaria. En ambos casos se plantea el problema de una crisis de identidad engendrada por la modernizacin real o proyectada de la* sociedad respectivamente de la cultura.

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  • rrientes por un lado y la modernidad europea por el otro31. A partir de estas premisas se puede considerar como eje principal del discurso del 98 la tensin entre los anhelos de transformar, modernizar y europeizar completamente el pas y los deseos de conservar su identidad, antagonismo que se manifestaba tanto en el orden poltico, econmico y intelectual como en la literatura.

    Esttica de la diferencia La invencin esttica de Espaa

    Un anlisis del discurso que enfoca las prcticas literarias del discurso del 98 en relacin con esta problemtica de identidad permite percibir una ambige- dad dialctica y contradictoria incluso de las posturas ms sospechosas de his- panocentrismo. As, es cierto que la construccin de una Espaa imaginaria en los escritos histricos del 98, esta invencin de Espaa que analiza Inman Fox en su reciente libro (1997), tena la funcin de fundar una cultura nacional que parece hoy mismo obsoleta. A pesar de ser sta una actitud general com- partida por muchos pases europeos 2, en Espaa la bsqueda de una identidad nacional en la historia se ve acompaada de un elemento suplementario, a sa- ber, que se trata de una cultura que, por concebirse como atrasada y marginal, siente la necesidad de transformarse y europeizarse. En este caso, la busca de una identidad en el pasado no es nicamente una orientacin retrospectiva, sino que se sita en relacin con la necesidad aparentemente opuesta, percibi- da por los intelectuales del 98, de adoptar estructuras econmicas, procedi- mientos polticos y hasta mentalidades modernos. Enfocada de esta manera, la invencin de Espaa no es ms que el reverso de la europeizacin, que no puede analizarse adecuadamente sin tener en cuenta la actitud complementaria, es decir, los deseos de una transformacin radical del pas.

    As que muchas de las estrategias con las que se identifica generalmente el discurso noventayochista, como por ejemplo, la nueva interpretacin de los mitos (Don Juan, Don Quijote, La Celestina etc.) o de los clsicos castellanos, la descripcin del paisaje castellano, las indagaciones en la intrahistoria, la

    31 En su prlogo al mentado tomo sobre el 98 {En el 98: los nuevos escritores ), Jos Carlos Mainer supone que la verdadera y definitiva solucin del problema historiogrfico consistira probablemente en el plan- teamiento de una continuidad en la modernidad en el sentido lato, al modo anglosajn y no tanto en el modernismo restringido (al uso hispnico) (Mainer 1997: 9).

    32 Sin embargo, hay que sealar, que esta construccin de una identidad nacional no es una particularidad de la Espaa del fin de siglo. Como subraya Fox, que sigue en este punto la tesis de Anderson (1983), la in- vencin de identidades nacionales haba sido un fenmeno ms generalizado en Europa, durante el siglo XIX, poca en la que la legitimidad dinstica y divina se sustituy por una nueva legitimidad popular (Fox 1997: 18ss.).

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  • reivindicacin de los presumibles valores de Espaa, la pesquisa de nuevos fundamentos religiosos, la actualizacin de la tradicin, todas estas posturas tpicas, a las que, segn el libro de Lain Entralgo, se limita la construccin de la generacin del 98 no funcionan tanto por s mismas cuanto en relacin estrecha con otra estrategia, casi opuesta a la primera y que consiste en trans- formar fundamentalmente al pas entero, su cultura y su tradicin. De ah que la invocacin a la tradicin eterna, el paisaje castellano o los mitos espao- les sea el reverso de una tendencia opuesta hacia una modernizacin radical. Resulta que la invencin de la tradicin eterna, distando mucho de encerrar el pas en un pasado mtico, le confiere a ste una identidad confiable, que es la condicin de posibilidad para abrir paso a una modernizacin y europeizacin radicales. La invencin de Espaa no est solamente orientada hacia el pasado, sino tambin hacia el porvenir. Si, por ende, se cambia de perspectiva y se abandona la construccin de las obras y autores del 98 como grupo unitario y homogneo, si se toma en cuenta su carcter mltiple, contradictorio y multi- forme, la invencin de Espaa aparece como una estrategia simblica para construir una identidad, cuyo elemento complementario es la diferencia euro- pea, el anhelo de la transformacin de Espaa en Europa. Es una indagacin sobre lo que se puede conservar a pesar de todos los cambios a nivel histrico. El conservadurismo aparente de la bsqueda de un alma nacional es el reverso del progresismo de los mismos autores en busca de una europeizacin de Es- paa.

    Ambas tendencias se encuentran en los ensayos de Unamuno. En un artculo bastante temprano Sobre el marasmo actual de Espaa33, el joven autor atri- buye la miseria mental de Espaa al aislamiento en que nos puso toda una conducta cifrada en el proteccionismo inquisitorial que ahog en su cuna la reforma castiza e impidi su entrada a la europea (1968, I: 869). El autor aconseja, por consiguiente, abrir las ventanas a vientos europeos, empapn- donos en el ambiente continental ... europeizndonos para hacer Espaa ... (1968, 1: 869). Sin embargo, esta europeizacin se puede efectuar sin miedo de perder nuestra personalidad al hacerlo, si al mismo tiempo se establece el contacto con la masa del pueblo, ya que ... en la intrahistoria vive con la ma- sa difusa y desdeada el principio de honda continuidad internacional y de cosmopolitismo, el protoplasma universal humano (1968; I: 869). La identi- dad cultural la garantizan entonces el pueblo y el tiempo intrahistrico en que ste vive. La garanta de la conservacin de la identidad es tanto ms segura en cuanto que el pueblo ya contiene en s mismo rasgos humanos universales. La accin propuesta por Unamuno es por ende doble: Tenemos que europeizar-

    33 v. Unamuno: En torno al casticismo. En: Obras Completas I: Paisajes y Ensayos, 856-869.

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  • nos y chapuzarnos en pueblo (1968, I: 867). La europeizacin de Espaa se basa en una honda identidad cultural garantizada por el pueblo y el modo in- trahistrico de su existencia. En ltima instancia hay que abolir las diferencias nacionales excluyentes (1968, 1: 867), proyecto al que se dedica Unamuno en sus ensayos agnicos (v. ms adelante).

    El discurso del 98 como manifestacin de la crisis de identidad y su solu- cin

    Hasta este punto nuestro anlisis ha hecho hincapi en que las prcticas estti- cas del noventayocho funcionan, a veces independientemente de los objetivos explcitos de los autores, como contrapunto a las tendencias europestas del 98, posibilitando, no obstante, al mismo tiempo esta europeizacin al construir una identidad fiable y capaz de soportar y sostener la modernizacin de la sociedad espaola. Sin embargo, el discurso esttico del 98 no funciona solamente como contrapunto a la modernizacin, sino que expresa tambin el antagonismo en- tre identidad y modernizacin y trata de encontrar una solucin.

    Ensayos apcrifos y agnicos

    En primer lugar se destaca una prctica discursiva que se considera -y aqu encontramos uno de los pocos consensos de la crtica- como primordial y ca- racterstico de los autores del 98. De hecho, el ensayo es muy propicio para un discurso en busca de su propia identidad y que todava no ha encontrado su posicin en torno a un problema determinado. Me limitar a unas breves indi- caciones acerca de dos ensayistas del 98, empezando con lo cronolgicamente posterior, es decir los ensayos que Antonio Machado escribi bajo el nombre del poeta-filsofo apcrifo Juan de Mairena34.

    Lo que muestra una lectura cuidadosa del Juan de Mairena es que su autor transforma la posicin que ocupa la cultura espaola segn los anlisis del 98 en un principio de escritura eficiente, ya que Juan de Mairena est completa- mente al margen de la filosofa escolar. De hecho, Mairena no es profesor de filosofa, sino un humilde profesor de educacin fsica que -en sus horas li- bres- intenta ensear filosofa a algunos de sus alumnos:

    34 Aqu no se puede tratar ms que este aspecto. Para un anlisis de la concepcin de la identidad que Ma- chado propag en el marco de su concepcin de lo apcrifo v. Mecke (1999b).

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  • Sabido es que Juan de Mairena era, oficialmente, profesor de Gimna- sia, y que sus clases de Retrica, gratuitas y voluntarias, se daban al margen del programa oficial del Instituto en que prestaba sus servicios (1986: 142)

    Mairena ensea por consiguiente la filosofia desde la posicin exterior y mar- ginal del profano, una posicin que reproduce exactamente el lugar marginal que -segn el discurso del 98- ocupaba la literatura espaola respecto de la europea. Esta reproduccin es an ms concreta, porque Juan de Mairena no es solamente un mero lego en filosofa, que no tiene por su formacin derecho alguno de ensearla, sino que es tambin un poeta-filsofo, que pertenece completamente al siglo pasado:

    Abel Martn y Juan de Mairena son dos poetas del siglo XIX que no existieron, pero que debieron existir y que hubieran existido si la lrica espaola hubiera vivido su tiempo (1964: 833)35.

    Esta situacin extempornea se manifiesta tambin en el dominio de la filoso- fa:

    Juan de Mairena era un hombre de otro tiempo, intelectualmente for- mado en el descrdito de las filosofas romnticas, los grandes rasca- cielos de las metafsicas postkantianas, y no haba alcanzado, o no tu- vo noticia, de este moderno resurgir de la fe platnica-escolstica en la realidad de los universales, en la posible intuicin de las esencias, la Wesensschau de los fenomenlogos de Friburgo (1986: 237).

    La refraccin irnica no se manifiesta slo en la situacin marginal del profe- sor de esta enseanza, sino tambin en la de sus alumnos:

    Juan de Mairena haca advertencias demasiado elementales a sus alumnos. No olvidemos que stos eran muy jvenes, casi nios, apenas bachilleres; que Mairena colocaba en el primer banco de su clase a los ms torpes y que casi siempre se diriga a ellos (1986: 98).

    Como si esto no fuera suficiente para marcar el origen problemtico de este discurso filosfico que renuncia deliberadamente a toda autoridad, Mairena advierte a sus alumnos que no deben fiarse nunca de lo que dice:

    Plceme poneros un poco en guardia contra m mismo. ... no me to- mis demasiado en serio. Pensad que no siempre estoy yo seguro de lo que os digo, y que, aunque pretenda educaros, no creo que mi educa- cin est mucho ms avanzada que la vuestra (1986: 105).

    35 El ao de la muerte de Mairena, 1909, subraya este atraso.

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  • De esta manera, el profesor de educacin fsica ensea no tanto la historia de la filosofa cuanto incita a sus alumnos a filosofar:

    Llevo conmigo un diablo ... que me tacha a veces lo que escribo, para escribir encima lo contrario de lo tachado, que a veces habla por m y otras yo por l, cuando no hablamos los dos a la par, para decir en coro cosas distintas (1986: 105).

    En la historia de la filosofa esta maniobra de afirmar el contrario de lo que se piensa o de simular la ignorancia, es conocida como irona socrtica. En el Juan de Mairena, empero, esta irona no es socrtica, porque no se emplea desde un saber superior que eleva a su propietario por encima de sus alumnos. Como se puede desprender de la crtica que dirige Mairena contra la duda metdica cartesiana, la irona y el humor son la manifestacin sincera de que el filsofo apcrifo carece de una posicin soberana:

    Yo os enseo una duda sincera, nada metdica, por ende, pues si yo tuviera un mtodo, tendra un camino conducente a la verdad y mi du- da sera pura simulacin (1986: 72).

    Es esta duda potica y sincera, y no la irona de los dilogos socrticos, la que hace que Juan de Mairena no ensee dogmas o historia de la filosofa, si- no que incite a filosofar. Conforme con esta actitud, el libro no empieza con una declaracin de principios filosficos, sino que confronta al lector directa- mente con la filosofa dialgica tan cara a su autor:

    La verdad es la verdad, dgalo Agamenn o su porquero. Agamenn. - Conforme. El porquero- No me convence (1986: 75).

    Este pequeo dilogo no ensea ningn teorema de la filosofa. Al contrario, parte de una tesis nica y dogmtica que luego sufre una refraccin dialgica para dividirse en dos posiciones opuestas, cuya contradiccin Mairena o Ma- chado se niegan a resolver. Aparentemente, esta prctica de la filosofa y tam- bin la definicin que nos da el filsofo apcrifo de la duda potica se corres- ponden con una definicin del ensayo como la que propone Jean-Franois Lyotard. Para el filsofo francs el ensayo es una forma discursiva tpica de la posmodernidad, porque no conoce de antemano ni el fin ni el resultado del proceso de su reflexin36. Sin embargo, y a pesar de todos los parecidos que se pueden establecer entre la posmodernidad y la manera maireniana de practicar filosofa, en Machado el ensayo y la duda potica no arrancan tanto de una cri-

    36 No carece de inters que Lyotard cuente el ensayo entre las formas discursivas que son tpicas de la pos- modernidad, justamente porque el ensayo es una forma de expresin que no conoce reglas estrictas, sino que est en busca de estas reglas (Lyotard 1982: 367). Vemos aqu un elemento que el discurso del 98 y la posmodernidad tienen en comn.

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  • sis de la racionalidad moderna como de una ontologia de lo complementario y de lo apcrifo37.

    En el marco de nuestro propsito los procedimientos que emplea Machado en el Mairena corresponden a la situacin que los autores del 98 preconizan para la cultura espaola con el fin de expresarla y transformarla en un princi- pio esttico viable y eficaz. Si el profesor de educacin fsica que ensea filo- sofa lo hace desde una posicin marginal, cmo no ver en este gesto autoir- nico una traduccin de la supuesta marginalidad de la cultura de Espaa con respecto a la de Europa? Si Mairena es todava un poeta-filsofo del siglo XIX, que no ha podido conocer el rumbo que tomara la filosofa moderna en el siglo XX, cmo no interpretar este anacronismo como otra traduccin del presumible atraso de la modernidad espaola en comparacin con la europea? Tambin el premeditado rechazo de toda doxa filosfica y de toda postura ni- ca se puede interpretar como manifestacin de la carencia de una posicin de- terminada y precisa que pudiera ocupar la cultura espaola en la geografa cultural europea. Si Mairena (y tambin Machado) se niega a tomar una posi- cin fija38, este rechazo a tomar posicin es la traduccin exacta del hecho de no saber que postura adoptar con respecto a la cultura europea. Sin embargo, a la vez que expresan esta situacin especial en la que se vean los autores del 98, los procedimientos literarios del Juan de Mairena dan una solucin estti- camente valiente al problema planteado por esta ltima. Si la modernidad eu- ropea se conceba como inalcanzable, lo que se puede hacer es servirse de la distancia respecto de la misma como medio de expresin esttica. Es cierto que Juan de Mairena trata de problemas filosficos muy modernos, pero el uso que Machado hace del discurso indirecto traduce -reproducindolas- un dis- tane i ami ento humorstico con respecto a las filosofas modernas. En cuanto al anacronismo deliberado de Juan de Mairena, se impone la misma conclusin: si Mairena no puede estar a la altura de su tiempo, esta carencia de actualidad se puede tambin transformar en un principio esttico que enfoque la filosofa del siglo XX desde el punto de vista de las metafsicas postkantianas del siglo XIX para echar una ojeada inslita y humorstica sobre las, nuevas filosofas, relativizando el propio punto de vista por su aparente anacronismo. Lo mismo

    37 Para el trasfondo ontolgico y metafsico de la forma machadiana de filosofar v. Mecke (1999b). 38 Esta negativa a tomar una postura determinada, que se da tambin en la filosofa postestructuralista, no

    concierne obviamente al compromiso intelectual de Machado, que, sobre todo en esta poca, tom justa- mente una postura poltica muy clara, adhirindose sin reservas a la causa de la Repblica. Sin embargo, no hay contradiccin entre esta falta de posicin filosfica y el compromiso machadiano, porque la nega- cin del dogma es la condicin de posibilidad para el establecimiento de un dilogo que transforme el an- tiguo objeto de una enseanza dogmtica en el verdadero sujeto de su propia filosofa. Este rechazo de una posicin clara en el contexto filosfico es, en el campo poltico, por consiguiente, un gesto democrtico por excelencia.

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  • vale para la imposibilidad de encontrar su posicin en el marco de la moderni- dad europea, que Machado transforma en el principio del dilogo que obliga al lector a buscar su propia posicin reflexionando sobre las mximas contradic- torias del autor. Son estas tcnicas las que tienen como consecuencia que el Juan de Mairena, adems de ser un libro de filosofa, sea sobre todo un libro filosfico capaz de incitar al lector a poner a prueba su propia filosofa y sus propias capacidades filosficas.

    Miguel de Unamuno comparte esta desconfianza en el dogmatismo con el Machado de Juan de Mairena. En el prlogo destinado a la edicin espaola de Agona del cristianismo Unamuno rechaza el dogma como monolgico (1930/1984: 10), mientras que aboga por la discusin, el dilogo y la contra- diccin (1984: 11). En el tercer captulo del mismo libro, al hablar de Santa Teresa de Jess, da una descripcin adecuada de sus propios procedimientos estilsticos:

    (La mstica agnica ...) procede por anttesis, paradojas y hasta trgi- cos juegos de palabras. Porque la agona mstica juega con las pala- bras, juega con la Palabra, con el Verbo. Y juega a crearla (1984: 32).

    Unos prrafos ms adelante el autor mismo emplea estos procedimientos: No hay consuelo mayor que el desconsuelo, como no hay esperanza ms creadora que la de los desesperados (1984: 33).

    La predileccin que manifiesta Unamuno por la paradoja es la expresin ade- cuada de su antidogmatismo que a su vez esta ntimamente ligado con su de- fensa de la palabra viva: segn el autor salmantino el dogma se instituy con la letra escrita y bblica, mientras que la palabra viva, dialgica y contradictoria es la palabra antidogmtica (1984: 48). En consecuencia, lo que Unamuno practica hasta la saciedad en sus ensayos consistira, por lo menos segn su propia interpretacin, en devolver la vida a la palabra muerta. Mientras que la letra y el dogma fijan la palabra viva para matarla, el juego con los conceptos inspira nueva vida a la letra para transformarla de nuevo en palabra. Si tradu- cimos el conceptismo de este pasaje en trminos ms modernos se puede ver que en los ensayos se confrontan las palabras con sus antnimos para disemi- nar su significado y fluidificar la estructura del sistema lingstico. Como se puede constatar, Unamuno utiliza procedimientos deconstructivos39 con la di- ferencia de que l parte del fonocentrismo y que en sus textos se encuentra muy poca argumentacin, razn por la cual una palabra puede muy abrupta-

    39 Segn Derrida, en el primer momento, la deconstruccin consiste en invertir, en una dicotoma de dos trminos, la jerarqua existente entre ellos para subvertir, en el segundo momento, esta oposicin misma, demostrando que los dos trminos se constituyen a partir de su diferencia (Derrida 1972: 56 - 59).

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  • mente cambiar de sentido y pasar de un significado al que est diametralmente opuesto. Sin embargo, lo que se oculta bajo esta tcnica, es un problema que los ensayos de Unamuno comparten con su sucesores posmodernos. Se trata, en ambos casos, de un problema de identidad. En La agona del cristianismo Unamuno deconstruye la contradiccin entre fe y duda, paz y guerra, vida y muerte, no tanto demostrando cuanto sugiriendo que el primer trmino carece de sentido sin el segundo y que sin el trmino opuesto el trmino de partida no tiene sentido alguno. Citando la clebre paradoja de Santa Teresa, Muero porque no muero, Unamuno insiste en que, para vivir la vida como tal, la idea de la muerte es imprescindible, ya que la vida presupone su fin. Por eso, con- sidera como legtimo hablar de la vida de la muerte y de la muerte de la vida (1984: 24), es decir de la vida que contiene en s misma su contrario y viceversa. Lo mismo vale para la relacin entre fe y duda o el antagonismo entre dogma y hereja.

    No obstante, y a diferencia de sus sucesores postestructuralistas, la decons- truccin practicada por Unamuno no tiene sus fundamentos en una crtica de la metafsica de la presencia o en la idea de la estructuralidad de la estructura (Derrida 1979: 409), l no se sita en el nivel de un concepto de la universali- dad del texto, sino que pretende concebir y describir realidades. Lo que el au- tor salmantino intenta no es deconstruir jerarquas lingsticas y semiticas, sino describir un fundamento real y casi metafisico del mundo. Su concepcin es, por ende, profundamente ontolgica. As las deconstrucciones que realiza en sus ensayos son la metfora lingstica de un principio vital que se encuen- tra en la realidad y que l bautiza -basndose en la etimologa de la palabra- agonia, es decir lucha. La vida es la lucha, la agona contra la muerte y tambin contra la verdad, contra la verdad de la muerte (1984: 19). El discur- so ensaystico, por ende, mantiene en movimiento las nociones y las palabras al cambiarles siempre el sentido. No es de extraar que estos pasajes de un ex- tremo al otro sean tambin caractersticos para las opiniones de Unamuno mismo, que defiende en un momento de su argumentacin una posicin y adopta despus la postura contraria. La misma disposicin, a contradecirse se puede constatar en las varias posiciones que Unamuno adopt en cuanto a la poltica, al papel del Don Quijote en la cultura espaola o en cuanto a la euro- peizacin de Espaa que de repente poda trocarse en la mxima de una espaolizacin de Europa (1968, III: 931). Ahora bien, en una perspectiva sociolgica esta proliferacin de posturas radicales opuestas entre s se consi- dera como tcnica discursiva basada en la doble falta de una posicin determi- nada de los intelectuales en la sociedad espaola de la poca. Tanto como pe- queoburgueses cuanto como intelectuales se sentan atrados y al mismo tiempo rechazados por la clase inferior con la que queran solidarizarse y por

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  • la clase superior a la que aspiraban a acceder. Adems y gracias a su precaria existencia de intelectuales sin poder poltico, pertenecan a un grupo de dominantes dominados que, en su propia clase, ocupaban una posicin an- loga a la que ocupaba la clase baja en el conjunto de la sociedad. De esta ho- mologa de la situacin social arranca la solidaridad inicial con los obreros40. Tanto las posturas radicales de la juventud del 98 como las peripecias de los diferentes compromisos polticos que los autores adoptaron ms tarde se expli- can por esta posicin social ambigua y contradictoria.

    Sin embargo, en el marco de un anlisis del discurso del 98 cabe aadir otra contextualizacin de estos procedimientos. En el ltimo captulo de La agona del cristianismo, Unamuno relaciona el agon con la situacin de Espaa ante Europa. En el contexto de la problemtica de la fe, Espaa desempea el papel del pas cristiano por excelencia, mientras que Europa representa el papel de la cultura civilizada:

    Siento la agona del Cristo espaol, del Cristo agonizante. Y siento la agona de la civilizacin que llamamos cristiana, de la civilizacin grecolatina u occidental. Y las dos agonas son una misma. El cristia- nismo mata a la civilizacin occidental, a la vez que sta a aqul. Y as viven, matndose (1984: 137).

    Aqu, la agona est estrechamente relacionada con la problemtica de la iden- tidad resentida por una Espaa que se define con respecto a Europa. Por cierto, Espaa desempea otra vez ms el papel de defensora de la fe y de la tradi- cin, mientras que Europa encarna la civilizacin moderna y contraria a la fe. Sin embargo, la agona desarrolla una posibilidad de superar las meras oposi- ciones entre lo propio y lo ajeno, y con eso supera tambin una concepcin de identidad que obliga a escoger entre la europeizacin, que equivale a una pr- dida de identidad o la conservacin de una identidad precaria identificada con una tradicin sin porvenir. La concepcin agnica permite superar estas alter- nativas en la medida en que demuestra que Espaa consigue su identidad por el agon, la lucha con Europa, constituyndose como su diferencia. Europa, en cambio, adquiere su identidad por medio de la diferenciacin frente a Espaa, razn por la cual Europa ya forma parte de la identidad espaola y al revs. En resumidas cuentas, la agona permite concebir una identidad diferente que abra paso a una transformacin de la cultura espaola hacia Europa sin correr el riesgo de perder su identidad.

    40 V. Bourdieu (1991: 63).

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  • La esttica como reescritura de la identidad

    Como se ha podido constatar, los ensayos del 98, tratan el problema de la identidad cultural al mismo tiempo que le proporcionan mediante sus procedi- mientos literarios una expresin discursiva adecuada. La filosofa ejercida desde una posicin apcrifa, marginal y anacrnica que posibilita un distan- ciamiento (auto-)irnico de la modernidad europea, y la deconstruccin agni- ca de los conceptos convierten la representacin del problema de Espaa en un problema de la representacin literaria. En los ensayos de Machado y Unamu- no la problemtica de la identidad cultural deviene un principio de la escritura misma. Ya en los ensayos, el problema de Espaa deja de ser un mero tema y empieza a influir en la forma literaria del ensayo. En este sentido se puede afirmar que hay un vnculo entre el problema central de los intelectuales del 98 y sus representaciones literarias. Es cierto que el denominador comn de los ensayos y textos literarios no reside en una esttica compartida, pero esto no quiere decir que no haya tal denominador. Como se ha podido demostrar, el parecido discursivo no se manifiesta tanto en la variedad y multiplicidad de las respuestas estticas, sino en el planteamiento de la misma problemtica a la que contestan. En vano se buscaran, como lo han hecho algunos crticos, ras- gos comunes a todos los autores del 98, pero muchas de las formas estticas creadas por ellos pueden concebirse como respuestas diferentes a la problem- tica comn de identidad cultural entre tradicin y modernidad.

    Este problema se plantea de una manera an ms aguda y tal vez paradjica en el campo de la esttica. Si el imperativo categrico de la modernidad misma exige de cada obra moderna actualidad, presencia, originalidad y autenticidad, estas exigencias deban de parecer contradictorias en la perspectiva de una cultura que se senta atrasada y marginal. Debido a esta situacin especfica, los postulados de actualidad y autenticidad en particular no se pueden realizar al mismo tiempo, puesto que -segn las propias coordenadas establecidas por el discurso noventayochista- el intento de poner la literatura espaola a tono con la modernidad europea excluye explcitamente el requerimiento de auten- ticidad. Debido a esta contradiccin, los autores del 98 no podan contentarse con una mera imitacin de los modelos estticos elaborados al otro lado de los Pirineos, sin por tanto desmentir los principios mismos de la modernidad. Desde este punto de vista ya el clebre Noli foras ire; in interiore Hispaniae habitat Veritas del Idearium Espaol (Ganivet 1981: 124) no seria tanto y ex- clusivamente una exhortacin conservadora y tradicionalista motivada por el anhelo de conservar la pureza de la cultura castiza cuanto ya una admonicin que corresponde a un principio de autenticidad moderno:

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  • Nuestro espritu ... parece flaco, porque est slo nutrido de ideas ridi- culas, copiadas sin discernimiento; y parece poco original, porque ha perdido la audacia, la fe en su propias ideas, porque busca ftiera de s lo que dentro de s tiene (1981 : 148; los subrayados son mos).

    Unamuno ataca la imitacin de modelos europeos de la modernidad desde un ngulo imagolgico, protestando contra la reduccin de la cultura espaola al objeto de una visin eurocentrista que se hace pasar por universal:

    No es una esttica universal, valedera para todos los pueblos, sino que es la esttica de otros pueblos, de otro ms bien, del pueblo francs, la que ha impuesto a muchos de nosotros este canon ... Nada ms inso- portable que la literatura espaola afrancesada: nada ms falso y ms vano y ms desagradable que los escritores espaoles formados en la imitacin de la literatura francesa (1968, III: 934).

    Lo que puede parecer como una mera defensa de la hispanidad motivada por un casticismo conservador y tradicional radica, al contrario, ya en esta bsque- da de autenticidad tan propia a la modernidad literaria. Unamuno rechaza la imitacin de los modelos franceses porque ve en la crtica a la supuesta anor- malidad de Espaa el resultado de una visin eurocentrista que consiste en mi- rar Espaa a travs de unos lentes comprados fuera de Espaa (1968, III: 734). Lamenta que en Francia la cultura espaola o bien despierte el desinters general, o bien sea revestida de cualquier fantasa con un ropaje espaol de pura convencin (1968; III: 735). Si Unamuno se niega por un lado a aceptar construcciones de Espaa por proyecciones desde fuera y, en particular, la de- preciacin de su cultura por valores eurocntricos de modernidad41, esta acti- tud no le impide, por otro lado, utilizar en sus obras formas muy modernas, marcando al mismo tiempo cierta distancia y diferencia de su propia esttica42.

    Sin entrar en los detalles de un anlisis profundizado, se puede demostrar que la prctica esttica del discurso del 98 y a veces tambin del modernismo consiste, entre otros, en adoptar tcnicas modernas para ponerlas despus est- ticamente entre comillas, operando de esta manera un distanciamiento respecto de la modernidad europea4 . No es necesario insistir en que este procedimiento

    41 A veces, este rechazo de una visin que desprestigia a Espaa toma la forma de un mero rechazo de la cultura moderna: Desengese Ud. -me deca ... un extranjero ... : los espaoles en general son incapaces para la civilizacin moderna y refractarios a ella ... Y es eso un mal? (1968, III: 928).

    42 Para un anlisis de esta agona de la modernidad v. Mecke (1999a) Mecke (1999b). 43 Me Guirk ha interpretado las carencias de modernidad que se manifiestan en la poesa del modernismo

    como malentendido o lectura errnea: I suggest that Rubn Daro is consistent in ever misreading his pre- cursor, ever choosing to read Mallarm as 'Le Cygne' rather than 'le signe' (McGuirk 1989: 316). No obs- tante, se podra interpretar esta lectura tambin como resultado de una actitud consciente de distancia- miento.

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  • constituye una solucin original al problema que plantea la paradoja de una modernizacin de la literatura espaola. El distanciamiento irnico es un tercer camino entre la Escila de la conservacin de la tradicin literaria que corres- pondera a un encarcelamiento en el pasado y la Caribdis de la imitacin sin discernimiento de la modernidad europea, que cumplira con el postulado de la novedad y actualidad, pero que contradira el principio de la autenticidad.

    En lo que concierne a la postura esttica en general se puede decir que el discurso del 98 en su vertiente literaria comparte con los movimientos moder- nos transpirenaicos una bsqueda de nuevas formas de expresin. Obras litera- rias como La Voluntad de Jos Martnez Ruiz, el futuro Azorin, Camino de perfeccin o El rbol de la ciencia de Po Baroja, Niebla o Como se hace una novela de Miguel de Unamuno, La sonata de otoo o La corte de los milagros de Ramn del Valle-Incln destruyen las matrices tradicionales de la novela y participan de la corriente demoledora de la literatura moderna44. Lo mismo se puede decir de obras teatrales como por ejemplo Luces de Bohemia o Los cuernos de Don Friolera (Valle-Incln), El Otro (Unamuno) o los dramas en un acto de Lo Invisible (Azorin)45. A despecho de todas las particularidades que los distinguen, la mayora de los autores del 98 coinciden en la destruccin de la fbula, la reduccin radical de los acontecimientos exteriores, la disolu- cin del hroe y del sujeto, la abolicin de la constelacin tradicional de per- sonajes y la destitucin del autor como instancia todopoderosa que decide el destino de sus criaturas y comenta sus acciones. Esta tendencia iconoclasta se ve compensada por tcnicas estticas positivas que provienen del arsenal de la modernidad literaria como por ejemplo la mise en abyme y el montaje elptico de escenas en Niebla o Flix Vargas, el cambio rpido de perspectivas en La Voluntad o el grado cero de la escritura experimentada por Po Baroja en sus novelas-reportaje. Sin embargo, al mismo tiempo que aplican principios y pro- cedimientos tpicos de la literatura moderna, dichas obras marcan su distancia y su diferencia respecto de la modernidad europea.

    As, ambas definiciones del esperpento que nos da Max Estrella en Luces de Bohemia ilustran bastante bien esta ambigedad que determina tambin la tc- nica valle-inclanesca46. Como es sabido, el esperpento comparte con las tcni-

    44 Para un anlisis del conjunto de las actitudes estticas del discurso del 98 v. Mecke (1999c). 45 Como es sabido, tambin la lrica adopta tcnicas modernas que -en su mayora- provienen del moder-

    nismo y simbolismo, y que renuncian tambin a lo anecdtico. As, Antonio Machado pretende que Sole- dades es el primer libro espaol del que lo anecdtico ha sido completamente proscrito (1987: 136). No importa aqu si la pretensin de Machado est justificada. Para un anlisis del discurso del 98 ya el mero hecho de requerir para una obra literaria esta primaca es significativo porque la propone como pertene- ciente a la modernidad.

    46 Para nuestro propsito no es necesario tener en cuenta la evolucin ulterior del esperpento que ha analiza- do Lyon (1986). Tampoco es imprescindible insistir en la mltiples funciones del esperpento, dado que

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  • cas teatrales modernas esta deformacin grotesca de los personajes dramticos, tal como podemos encontrarlos tambin en Alfred Jarry, Luigi Pirandello o, ms tarde, en el teatro del absurdo de Ionesco o Beckett. La primera descrip- cin de la nueva tcnica hace hincapi en la destruccin o por lo menos de- formacin del personaje del teatro clsico:

    Los hroes clsicos han ido a pasearse en el callejn del Gato. ... Los hroes clsicos reflejados en los espejos cncavos dan el Esperpento. ... (1988: 168) .... Mi esttica actual es transformar con matemtica de espejo cncavo las normas clsicas (1988: 169).

    Primero, Max Estrella, que cumple aqu con la funcin del portavoz de su au- tor, hace hincapi en la dimensin iconoclasta de la nueva tcnica. Sin embar- go, ya la frase que sigue no relaciona esta tcnica con una supuesta autonoma del arte o una crtica de la cultura moderna en general, sino que insiste en que este procedimiento est estrechamente vinculado con la situacin especial de Espaa: El sentido trgico de la vida espaola slo puede darse con una est- tica sistemticamente deformada (1988: 168). Segn Max Estrella, esta situa- cin de Espaa aparece claramente, si se compara con la de Europa. La segun- da dimensin del esperpento aparece en esta otra definicin no menos famosa que concibe a Espaa como una deformacin grotesca de la civilizacin eu- ropea (1988: 168). El esperpento sirve, por consiguiente, al mismo tiempo que desfigura la tradicin espaola, como instrumento esttico para indicar la deformacin de la modernidad europea. De esta manera expresa la situacin marginal de la civilizacin espaola y el desajuste que existe entre el presente de Espaa y su pasado. Asimismo da una forma literaria al desacuerdo que se ha instalado entre la actualidad de Espaa y lo que representa -en el marco del discurso noventayochista- su posible futuro europeo y moderno. En cuanto a su funcin referencial, el esperpento, con su deformacin doble del pasado y del futuro, expresa la ambigua situacin de la modernidad en Espaa, puesto que ni la tradicin espaola ni la modernidad europea pueden servir para enfo- car adecuadamente la situacin actual del pas.

    Conjuntamente con esta funcin, que suele relacionarse con el discurso no- ventayochista sobre el problema de Espaa, el esperpento desarrolla otra funcin que se sita nicamente en el marco de la esttica: se puede insinuar que Valle-Incln supera aun buena parte de las tcnicas grotescas modernas como podemos encontrarlas en las obras modernas de Jarry o Ionseco, en la medida en que, a diferencia de sus predecesores en Jarry o de sus sucesores en el teatro del absurdo, los personajes de Luces de Bohemia , interpretan ellos

    nuestra intencin es sencillamente establecer el vnculo con la problemtica central de la relacin entre Espaa y Europa.

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  • mismos su propia historia en trminos esperpnticos. De tal forma, Max Estre- lla comprende su propia vida como un esperpento:

    Max: -La tragedia nuestra no es tragedia. Don Latino: -Pues, algo se- r. Max: El esperpento (1988: 167).

    A diferencia, por ejemplo de la Cantatrice chauve de Ionesco, los personajes en Luces de Bohemia son conscientes de lo grotesco de su vida y sto no slo como autores de obras literarias, sino tambin como simples seres humanos. An ms importante para nuestra problemtica es todava el hecho de que la literatura y los literatos sean igualmente objetos de una deformacin grotesca. No es solamente el caso de Max Estrella y su compaero, sino tambin el de la literatura misma. Cuando, en la segunda escena el personaje que lleva el nombre ilustremente literario de Zaratustra, aparece como un librero abichado y giboso, la cara de tocino rancio y la bufanda de verde serpiente, de quien las acotaciones dicen explcitamente que promueve, con su caracte- rizacin de fantoche, una aguda y dolorosa disonancia muy emotiva y muy moderna (1988: 55), esto corresponde ya a un rebajamiento grotesco de la literatura misma. Si adems un gato, un perro y un loro intervienen en la discu- sin entre Zaratustra, Don Latino y Max Estrella, sobre todo en los momentos en los que se utilizan citas patticas o literarias, este rebajamiento transforma la representacin literaria del grotesco en una grotesca representacin de la literatura:

    El gato: Fu! Fu! Fu! El can: Guau! El Loro: Viva Espaa! ... Max Estrella: Mal Polonia recibes a un extranjero! (1988: 56).

    No slo los hroes del teatro clsico, sino tambin su ms famosas rplicas son deformadas por la nueva esttica. No obstante, este rebajamiento no concierne solamente al teatro clsico, sino tambin a su moderno sucesor, puesto que Don Latino interrumpe la exposicin de la nueva teora del teatro con palabras que degradan las elevadas reflexiones en torno a una nueva esttica:

    Max: El Esperpento. Don Latino: No tuerzas la boca. ... Max: Los h- roes clsicos han ido a pasearse en el callejn del Gato. Don Latino: Estas completamente curda! Max: Los hroes clsicos reflejados en los espejos cncavos dan el Esperpento. El sentido trgico de la vida espaola slo puede darse con una esttica sistemticamente deforma- da. Don Latino: Miau! Te ests contagiando! (1988: 168)

    En este pasaje Valle-Incln aplica en un gesto a la vez reflexivo y paradjico uno de los procedimientos del esperpento, la deshumanizacin metafrica, a la exposicin terica del esperpento mismo. Por esta esperpentizacin del es- perpento Luces de Bohemia se distancia de s mismo o ms precisamente, de

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  • sus propias tcnicas asociadas a Europa. De esta manera, el esperpento como representacin moderna de la grotesca deformacin de la civilizacin europea que es Espaa se trueca en la grotesca deformacin de la modernidad europea. El distanciamiento en Luces de Bohemia es, en consecuencia, doble: la tradi- cin y la modernidad esttica se ven distanciadas a la vez que el texto toma distancia con respecto a s mismo.

    Un procedimiento diferente se emplea con un resultado parecido en las So- natas. En estas novelas cortas, Valle-Incln se sirve de unos elementos tan es- tereotpicos, representndolos adems de una manera tan hiperblica, que la novela, al mismo tiempo que evoca el ambiente de la decadencia literaria, ex- presa sus reservas con respecto a sta. As, ya la manera breve y elptica como caracteriza a su hroe principal en la nota de la Sonata de primavera como un Don Juan, admirable. El ms admirable tal vez! Era feo, catlico y senti- mental (1988: 18) seala una toma de distancia tanto respecto de la tradicin clsica como de ciertos modelos de la modernidad europea, como por ejemplo el Des Esseintes de Huysmans en A Rebours. En la Sonata de otoo, ya las primeras pginas estn repletas de estereotipos de la decadencia: el antiguo amor ya muerto hace aos, despertado otra vez por una carta que anuncia la muerte prxima de la amada; la representacin de la amada como una arist- crata plida, enferma y dedicada a la muerte y el aumento del deseo ante la idea de la inminencia de sta; la conversin del dolor de Concha en exquisitas sensaciones para el Marqus de Bradomn; la memoria melanclica de los tiempos pasados; etc.,47 imitan con tanta exactitud los modelos de la decaden- cia europea que, al mismo tiempo que los copian, sealan que se trata de un pastiche con respecto al cual, la novela toma distancia. En los primeros prra- fos, esta distancia se ve reforzada por el empleo excesivo de repeticiones, que -como corresponde a un texto modernista- le imprimen un ritmo, pero a la vez relativizan, por la mera repeticin, los elementos citados: secuencias como la pobre Concha se mora, como en otro tiempo, etc. se repiten dos o tres ve- ces indicando mediante la repeticin su carcter estereotpico (1986: 7). Lo mismo ocur