HORREA, BARNS AND SILOS. STORAGE AND INCOMES IN …

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DOCUMENTOS DE ARQUEOLOGÍA MEDIEVAL 5 DOCUMENTOS DE ARQUEOLOGÍA MEDIEVAL 5 HORREA, BARNS AND SILOS. STORAGE AND INCOMES IN EARLY MEDIEVAL EUROPE Alfonso Vigil-Escalera Guirado, Giovanna Bianchi, Juan Antonio Quirós (eds.)

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DOCUMENTOS DE ARQUEOLOGÍA MEDIEVAL 5DOCUMENTOS DE ARQUEOLOGÍA MEDIEVAL 5

HORREA, BARNS AND SILOS. STORAGE AND INCOMES

IN EARLY MEDIEVAL EUROPE

Alfonso Vigil-Escalera Guirado, Giovanna Bianchi, Juan Antonio Quirós (eds.)

Horrea, barns and silos. Storage and incomes

in Early Medieval Europe

Horrea, barns and silos. Storage and incomes

in Early Medieval Europe

Alfonso Vigil-Escalera Guirado, Giovanna Bianchi, Juan Antonio Quirós (eds.)

Documentos de Arqueología MedievalEsta colección de monograf ías tiene como fin editar estu-dios, actas de encuentros, tesis o memorias de excavación en el campo de la Arqueología y la Historia siguiendo criterios de calidad. Todos los textos publicados serán revisados por evaluadores siguiendo protocolos en uso en las revistas refe-renciadas, se primará la internacionalización de la colección acogiendo textos en distintos idiomas y solamente se acepta-rán trabajos inéditos. La evaluación de los originales será realizado por el siguiente Comité editorial de la colección, que está formado por los siguientes investigadores:

The aim of this collection is to edit monographs, proceedings, dissertations an archaeological reports from the sphere of Archaeology and History, with quality criteria. Referees following protocols in use in the quoted journals will evaluate the texts; the internationalization of the research will prevail, being possible to edit in different languages and only original texts will be accepted. The evaluation of the manuscripts will be done by an editorial board, formed by the following researches:

Alberto García Porras (Universidad de Granada)Alejandro García Sanjuán (Universidad de Huelva)Alexandra Chavarria Arnau (Università degli Studi di Padova)Andrew Reynolds (University College of London)Catarina Tente (Universidade Nova de Lisboa)Giovanna Bianchi (Università degli Studi di Siena)Helena Catarino (Universidade de Coimbra)Helena Kirchner Granell (Universitat Autonoma de Barcelona)Igor Santos Salazar (Università degli Studi di Bologna)Iñaki Martín Viso (Universidad de Salamanca)Jorge Alejandro Eiroa Rodríguez (Universidad de Murcia)José Avelino Gutiérrez González (Universidad de Oviedo)Juan Antonio Quirós Castillo (Universidad del País Vasco), directorJuan Carlos García Armenteros (Universidad de Jaén)Julio Escalona Monge (Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid)Margarita Fernández Mier (Universidad de León)Olatz Villanueva Zubizarreta (Universidad de Valladolid)Santiago Castellanos (Universidad de León)

Editores EditorsJuan Antonio Quirós Castillo (Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea) director, Santiago Castellanos (Univer-sidad de León), Julio Escalona Monge (Consejo Superior de Investigaciones Científicas), Margarita Fernández Mier (Universidad de León), Iñaki Martín Viso (Universidad de Salamanca).

Este volumen ha sido realizado en el marco del proyecto de investigación «La formación de los paisajes medievales en el Norte Pe-ninsular y en Europa» (HUM 2009-07079) financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación, de la actividad del Grupo de Investi-gación en Patrimonio y Paisajes Culturales (IT315-10), financiado por el Gobierno Vasco y de la Unidad Asociada entre la UPV/EHU y el CSIC Grupo de Estudios del Mundo Rural Medieval, y de la Unidad de Formación e Investigación «Historia, Pensamiento y Cul-tura Material en Europa y el Mundo Atlántico» (UFI 2011/02) de la Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea.

© Euskal Herriko Unibertsitateko Argitalpen Zerbitzua Servicio Editorial de la Universidad del País Vasco

ISBN: Lege gordailua / Depósito legal: BI-

Motivo de la cubierta: silos del castillo de Treviño (Condado de Treviño, Burgos)

Fotokonposizioa / Fotocomposición: Ipar, S. Coop.Zurbaran, 2-4 - 48007 Bilbao

Inprimatzea / Impresión: Itxaropena, S.A.Araba Kalea, 45 - 20800 Zarautz (Gipuzkoa)

CONTENTS

Introduction . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9Summary, Resumen, Riassunto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11List of Illustrations . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13

1. From archaeology of storage systems to agricultural archaeologyGiovanna Bianchi (Università degli Studi di Siena), Juan Antonio Quirós (UPV/EHU) . . . . . . . . . 17

2. Stacks, Barns and Granaries in Early and High Medieval England: Crop Storage and its ImplicationsMark Gardiner (Queen's University, Belfast). . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23

3. Structures et espaces de stockage dans les villages alto-médiévaux (6e-12e s.) de la moitié septen-trionale de la Gaule: un apport à l’étude socio-économique du monde ruralEdith Peytremann (INRAP). . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39

4. Luoghi e contenitori di stoccaggio dei cereali in Toscana (VIII-XII secolo): le evidenze delle fon-ti scritteSimone M. Collavini (Università degli Studi di Pisa) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57

5. Sistemi di stoccaggio nelle campagne italiane (secc. VII-XIII): l’evidenza archeologica dal caso di Rocca degli Alberti in ToscanaGiovanna Bianchi, Francesca Grassi (Università degli Studi di Siena) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77

6. Los palatia, puntos de centralización de rentas en la meseta del Duero (siglos IX-XI)Julio Escalona (CSIC, Madrid), Iñaki Martín Viso (Universidad de Salamanca) . . . . . . . . . . . . . . . 103

7. Ver el silo medio lleno o medio vacío: la estructura arqueológica en su contextoAlfonso Vigil-Escalera Guirado (UPV/EHU) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127

8. Silos, poblados e iglesias: almacenaje y rentas en época visigoda y altomedieval en Cataluña (siglos VI al XI)Jordi Roig Buxó (Cooperativa Arrago). . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 145

9. Silos y sistemas de almacenaje en el País Vasco en la Alta Edad MediaJuan Antonio Quirós Castillo (UPV/EHU) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171

10. Sistemas subterráneos de almacenamiento en la Galicia medieval. Una primera tipología y con-sideraciones para su estudioÁlvaro Rodríguez Resino (Departamento de Historia I de la USC) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 193

11. Técnicas de almacenamiento de alimentos en el mundo rural tradicional: experiencias desde la etnograf íaLeonor Peña-Chocarro (Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma, CSIC), Jesús Emilio González Urquijo (Universidad de Cantabria), Juan José Ibáñez (Istitució Milà i Fontanals, CISC), Lydia Zapata (UPV/EHU) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 209

12. ConclusioniSauro Gelichi (Università di Venezia) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 217

Introducción

This volume collects the proceedings of the conference held in Vitoria-Gasteiz, in the Faculty of Arts of the Basque Country on the 7th of June of 2011 with some latter contributions.

The main objective of this symposium has been to analyse the management and storage forms of the agrarian incomes in the European Early Middle Ages (5th-10th centuries) in the rural settlements and power centres. The main studied markers have been the granaries and the silos used to storage the cereals and other agrarian products, which have been seen as evidence of the action of the rural communities and elites.

Besides, in this meeting, we have expected to make a combined reflection from the texts, material and etnoarchaeological sources, as well as a comparison among the works made from different European disciplinary traditions.

The symposium has been made in the framework of the investigation project “The formation of the medieval landscapes of the North of the Peninsula and in Europe” (HUM 2009-07079), financed by the Ministerio de Ciencia e Innovación, the activity of the “Grupo de Investigación en Patrimonio y Paisajes Culturales” (IT315-10), the Basque Government and the Associated Unit between the UPV/EHU and the CSIC-Grupo de Estudios del Mundo Rural Medieval, and the Unidad de Formación e Investi-gación - “Historia, Pensamiento y Cultura Material”.

The symposium has been financed by the Basque Government, the Faculty of Arts and the Department of Geography, Prehistory and Archaeology of the University of the Basque Country / Euskal Herriko Unibertsitatea, the Università degli Studi di Siena and the Obra Social de la Caja Vital / Vital Kutxa. To all of them, our sincere gratitude.

Likewise, we will like to thank Lorena Elorza, Sonia Gobbato, Francesca Grassi and the whole “Grupo de Investigación en Patrimonio y Paisajes Culturales” for their support in the organization of the symposium and to the evaluators who have contributed to improve the paper.

Giovanna Bianchi, Juan Antonio Quirós

Summary

In archaeological studies of hierarchies and inequalities in pre-industrial societies, the analysis of the agricultural production cycle is of considerable significance, owing to its structural importance in quantitative and qualitative terms. Nevertheless, unlike other productive processes which generate remains and significant evidence, the study of the material remains of agricultural activity poses numerous problems for an archaeology which has developed out of an antiquarian tradition which has leaned more towards the study of monuments and living spaces, rather than an analysis of places of work. Despite this, there are some processes in the agricultural production cycle which, due to their characteristics, are more legible in material terms, and around which intense social action is organized. Specifically, the processes of processing and transforming cereals into flour, and the study of storage systems, constitute two of the processes which can be better detected and analysed in archaeological terms.

This volume studies systems of management and storage of agricultural yields and production in the period between the end of the Roman era and the full medieval period (V-X centuries) on a European scale, using comparative analyses. Although the accent is on archaeological documentation, the volume also includes other contributions based on textual documentation and ethnoarchaeology.

The works collected in this volume allow an understanding of the complexity of social a relation which were established around processes of managing harvests, short-term and long-term storage, systems of deriving income and, in general, forms of agricultural archaeology in early medieval societies.

Resumen

En el estudio arqueológico de las jerarquías y las desigualdades en las sociedades preindustriales el análisis del ciclo de producción agrario tiene un notable protagonismo debido a su importancia estructu-ral en términos cuantitativos y cualitativos. Sin embargo, a diferencia de otros procesos productivos que generan residuos y evidencias significativas, el estudio de la materialidad de las prácticas agrarias plantea numerosos problemas a una arqueología que se ha gestado a partir de una tradición anticuaria y que han privilegiado el estudio de los monumentos y de los espacios de habitación frente al análisis de los lugares de trabajo. No obstante, hay algunos procesos del ciclo de producción agrario que, por sus características, son más legibles en términos materiales y en torno a los cuáles se estructura una intensa acción social. Más concretamente los procesos de tratamiento y transformación del cereal en harina y el estudio de los sistemas de almacenaje constituyen dos de los procesos que pueden ser mejor detectados y analizados en términos arqueológicos.

En este volumen se estudian los sistemas de gestión y almacenaje de las rentas y las producciones agrarias en el período comprendido entre el fin del mundo romano y la plena edad media (siglos V-X) a una escala europea recurriendo al análisis comparativo. Aunque se ha puesto en acento en la documenta-ción arqueológica, en el volumen se recogen otras aportaciones realizadas a partir de la documentación textual o la etnoarqueología.

Los trabajos recogidos en este volumen permiten comprender la complejidad de las relaciones sociales que se establecen en torno a los procesos de gestión de las cosechas, su almacenaje a corto y largo plazo, los sistemas de captación de rentas y, en general, las formas de articulación de la arqueología agraria de las sociedades altomedievales.

12 SUMMARY, RESUMEN, RIASSUNTO

Riassunto

Lo studio archeologico del ciclo di produzione agraria riveste un ruolo molto rilevante nell’analisi delle gerarchie e disuguaglianze nelle società preindustriali per la sua importanza strutturale. Ciononostante, rispetto ad altri processi produttivi che generano residui ed evidenze significative, lo studio della materialità dell’attività agricola pone numerosi problemi ad un’archeologia che si è formata a partire da una tradizione antiquaria e che ha privilegiato lo studio dei monumenti e degli spazi abitativi rispetto all’analisi dei luoghi di produzione. Ci sono comunque alcuni processi del ciclo di produzione agricola che per le sue caratteristiche sono più leggibili dal punto di vista materiale e attorno ai quali si è strutturata una intensa azione sociale. I processi di trasformazione del cereale in farina e lo studio dei sistema di immagazzinaggio sono due dei processi che si possono meglio identificare e analizzare in termini archeologici.

In questo volume si studiano i sistema di gestione e immagazzinaggio delle rendite e le produzioni agrarie in un arco di tempo compreso tra la fine del periodo romano e il pieno medioevo (V-X secolo) a una scala eu-ropea e utilizzando l’analisi comparativa. Anche se l’attenzione si è concentrata soprattutto nel documento ar-cheologico, nel volume si raccolgono anche contributi realizzati a partire delle fonti scritte o dall’etnoarcheolo-gia.

I lavori raccolti in questa pubblicazione permettono di comprendere la complessità delle relazioni sociali che si stabiliscono in relazione ai processi di gestione dei raccolti, del loro immagazzinamento a breve o lun-ga scadenza, il sistema di raccolta delle rendite e, più in generale, alle forme di articolazione dell’archeologia agraria delle società altomedievali.

List of Illustrations

Figure 2.1. Diagrammatic representation of the first sheaves of barley stacked around central post 24Figure 2.2. Excavated examples of early and high medieval ring ditches surrounding stacks and

timber structures supporting stacks (A, B – Chopdike Drove, Gosberton, Lincoln-shire; C – Higham Ferrers, Northamptonshire; D – Wharram Percy, N. Yorkshire; E – Ramsgate (Kent); F – North Elmham, Norfolk; G – Scholes Lodge Farm, W. York-shire; H, I – Yarnton, Oxfordshire; J – Raunds, Northamptonshire). . . . . . . . . . . . . . . . . . 26

Figure 2.3. Contemporary hay stacks in Poland . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27Figure 2.4. Contemporary fenced haystacks in Crna Gora (Montenegro). The more recently cut

hay still stands in the field . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28Figure 2.5. Excavated examples of early and high medieval barns (A – Higham Ferrers 2664;

B – Higham Ferrers 2666; C – Higham Ferrers 2665; D – Higham Ferrers 7023; E – Yarnton 3348; F – Bishopstone Structure A) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30

Figure 2.6. Excavated examples of early and high medieval granaries (A – Hen Domen; B – West Fen Road, Ely; C- Great Holts Farm, Boreham; D – Pennyland) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33

Figure 3.1. Localisation de la zone d’étude. En arrière plan, les régions administratives françaises . . 40Figure 3.2. Les différentes structures de stockages attestées par l’archéologie . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41Figure 3.3. Répartition des principaux modes de stockage par période chronologique . . . . . . . . . . . 44Figure 3.4. Bâtiments comportant des silos internes (IXe-Xe siècle) sur le site de Mondeville en

Normandie. © Claude Lorren, CRAHAM . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45Figure 3.5. Plans d’ensemble de Dury par période (HARNAY, 1999: fig. 5 à 8) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 48Figure 3.6. Plan d’ensemble du site de Distré (maine-et-Loire) de la fin du VIe au milieu du XIe s.

(d’ap. Valais 2008:281) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50Figure 3.7. Plan d’ensemble du site de Mesnil-Aubry (Val-d’Oise) de la fin du Xe à la fin du XIe/

déb. XIIe s. (d’ap. GENTILI 2008:281) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51

Figura 5.1. Carta della Toscana con la localizzazione dei siti citati . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 78Figura 5.2. Foto aerea del sito di Rocca degli Alberti e panoramica dell’area di scavo (per gentile

concessione della Soprintendenza Archeologica della Toscana, foto realizzata da Paolo Nannoni). . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81

Figura 5.3. Pianta della fase di VIII-IX secolo del sito di Rocca degli Alberti (elaborata da Jacopo Bruttini). . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 82

Figura 5.4. Sezione dei silos pertinenti ai secoli VIII-IX del sito di Rocca degli Alberti . . . . . . . . . . . 83Figura 5.5. Dimensioni, caratteristiche e volumi dei silos di Rocca degli Alberti espressi in metri cubi 83Figura 5.6. Pianta della fase di IX-X secolo del sito di Rocca degli Alberti (elaborata da Jacopo

Bruttini). . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85Figura 5.7. Elenco dei siti censiti per la Toscana e tipologia dell’evidenza archeologica riscontrata 87Figura 5.8. Elenco e carta dei siti rurali italiani con presenza di strutture di stoccaggio delle gra-

naglie (VI-XIV secolo) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89Figura 5.9. I granai dei siti di Poggibonsi (a dx) e Miranduolo (a sx, edifici C 01 e C 08). Riprodotte

da FRANCOVICH, VALENTI, 2007 e VALENTI, 2008 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91Figura 5.10. Il granaio familiare datato al X-XI secolo individuato nel castello di Cugnano (Gr) nel

corso delle indagini archeologiche. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 92

14 LIST OF ILLUSTRATIONS

Figura 6.1. Palatia de Navarra y Castilla (ss. X-XII), según García de Cortázar y Peña, 1989 . . . . . . 106Figura 6.2. Palacios regios y alfoces en el sur de Castilla (s. XI) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 107Figura 6.3. Patrimonio de Oña en el alfoz de Ausín (1011-1077) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109Figura 6.4 Bienes de doña Oneca en los alfoces de Muñó y Ausín (1029) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 110Figura 6.5. Patrimonio señorial de Pedro Pérez: localidades en las que posee palacios. . . . . . . . . . . . 114Figura 6.6. Los palacios regios en la cuenca occidental del Duero y la posible itinerancia regia . . . . 118Figura 6.7. Tapiz de Bayeux: El rey Harold de Inglaterra celebra un banquete en su palacio de Bosham 119Figura 6.8. Las torres de Covarrubias (Burgos), Noviercas (Soria) y Trancoso (Portugal) . . . . . . . . . 120Figura 6.9. Palacios del entorno de Castrojeriz mencionados en las fazañas añadidas al fuero. . . . . 121

Figura 7.1. Par de estructuras excavadas en el subsuelo. No siempre resulta sencillo despejar las dudas sobre qué estructuras fueron originalmente concebidas como silos, dependien-do de su estado de conservación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 128

Figura 7.2. Estimación de pérdida de cota del yacimiento a partir de secciones reconstruidas de silos y estructuras de perfil rehundido (entre 15/20 y 75/90 cm). A la derecha, con el grado de arrasamiento antes señalado, se comprueba la eventual desaparición de es-tructuras de escasa profundidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 129

Figura 7.3. Principales tipos de perfiles de los silos altomedievales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 129Figura 7.4. Silos en los que se conservan huellas de fuego en paredes o fondo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 130Figura 7.5. Solado con fragmentos de teja de la base de un silo de El Pelícano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 130Figura 7.6. Silo UE 4030 de La Indiana (Pinto), con una parte de su pared forrada con un murete

de lajas de piedra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131Figura 7.7. Embocadura estrecha de un silo en Gózquez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 132Figura 7.8. Embocadura de formato cuadrangular del silo 6353 de Gózquez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 133Figura 7.9. Porción de la volandera de un molino manual rotatorio en el fondo de un silo . . . . . . . . 134Figura 7.10. Categorías de silos en función de sus dimensiones. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 134Figura 7.11. Gráfica comparativa de la capacidad de los silos de Congosto y El Pelícano . . . . . . . . . . . 135Figura 7.12. Sector central de la aldea de Gózquez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 136Figura 7.13. Particular del edificio 15 de Gózquez con sus silos asociados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 137Figura 7.14. Silo en el interior del E1 de El Pelícano (sector P10) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 138Figura 7.15. Silo en el interior del E3 de El Pelícano (sector P03) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139Figura 7.16. Localización de los silos en el ámbito de la unidad doméstica del sector P1A de El Pe-

lícano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 140

Tabla 1. Lista de asentamientos campesinos de época visigoda en Cataluña excavados en los últimos veinte años (siglos VI-VIII) con sus características principales y número de silos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 147

Tabla 2. Tabla de características y cubicajes de los principales silos del poblado de Can Gam-bús-1 agrupados por las fases evolutivas del asentamiento (siglos VI-VIII) . . . . . . . . . . . 150

Figura 8.1. Plantas de dos poblados campesinos en llano de época visigoda en Cataluña (s. VI-VIII): Els Mallols (Cerdanyola del Vallès, Barcelona (según Francès, 2007) y Can Gambús-1 (Sabadell, Barcelona (según Roig, 2009) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 148

Figura 8.2. Secciones de los principales silos de cada una de las fases del poblado de Can Gam-bús-1 (Sabadell, Barcelona), entre el siglo VI y VIII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149

Figura 8.3. Planta del sector norte del poblado de época visigoda de La Plaça Major de Castellar del Vallès (s. VI-VIII) con la distribución de los silos de las áreas de almacén y de los espacios de habitación. Secciones de los principales silos del asentamiento . . . . . . . . . . . 153

Figura 8.4. Vista de dos niveles de vertido sucesivos en el silo E94 de época visigoda del poblado de Can Gambús-1, generados entre mediados del siglo VII y el primer tercio del siglo VIII, reutilizándolo como espacio de basurero. Se detecta el vertido de tierras junto con de-

LIST OF ILLUSTRATIONS 15

sechos domésticos, animales muertos (dos perros, una oveja y el cráneo de un bóvido) y dos individuos humanos arrojados de forma sucesiva, sin ningún tratamiento funerario . . 157

Figura 8.5. Plantas sucesivas y sección del silo E94 de época visigoda de Can Gambús-1 amortiza-do como hoyo/basurero entre mediados del siglo VII y el primer tercio del siglo VIII, con indicación de los diferentes niveles de vertido . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 158

Figura 8.6. Planta del asentamiento encaramado altomedieval de Castellar Vell de los siglos IX-X y XI (Castellar del Vallès, Barcelona) y secciones de los principales silos. Con el em-plazamiento central de la iglesia prerrománica con necrópolis de tumbas antropo-morfas, y los silos excavados del poblado dispersos por la superficie del altiplano. En el extremo oeste se documenta el foso defensivo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 160

Figura 8.7. Planta del asentamiento campesino en llano altomedieval de Can Sant Joan de los siglos IX-X (Sant Cugat del Vallès, Barcelona) y secciones de los silos. Alguno pre-senta un agujero en el fondo tapado con una loseta, a manera de escondite (según Roig-Matas, 2011) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 162

Figura 8.8. Iglesias prerrománicas de época altomedieval (siglos IX-X) excavadas en el territorio de Barcelona con presencia de silos: Sant Menna (Sentmenat, Vallès Occ.), Sant Este-ve de Castellar Vell (Castellar del Vallès, Vallès Occ.), Santa Maria l’Antiga (Santiga, Santa Perpètua de Mogoda, Vallès Occ.), Sant Iscle de la Salut (Sabadell, Vallès Occ.) y Sant Salvador de Polinyà (Polinyà, Vallès Occ.). . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 164

Figura 8.9. Secciones de los dos grupos de silos de la iglesia de Santa Maria l’Antiga: silos de per-fil troncocónico y/o de barril con el fondo plano de los siglos IX-X. Silos de perfil esfé-rico y fondo redondeado de los siglos XI-XIII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 166

Figura 9.1. Diferentes sistemas de almacenaje empleados en las sociedades medievales (a partir de Miret 2005) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 173

Figura 9.2. Vista general del yacimiento de Zaballa (Iruña de Oca, Álava) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 178Figura 9.3. «Silos familiares» hallados en el fondo de valle de Zaballa (Iruña de Oca, Álava) . . . . . . 179Figura 9.4. Granero del siglo X hallado en Zaballa (Iruña de Oca, Álava) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181Figura 9.5. «Silos de renta» hallados en Zaballa (Iruña de Oca, Álava). A. Ubicación en relación

con la iglesia de San Tirso; B. Detalle de los «silos de renta» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 182Figura 9.6. Silos de renta hallados en el castillo de Treviño (Condado de Treviño, Burgos). . . . . . . . 183Figura 9.7. Silo hallado en la iglesia de San Miguel de Irura (Guipúzcoa), foto N. Sarasola . . . . . . . . 185

Figura 10.1. Distribución de los yacimientos citados en el texto en Santiago de Compostela (A para O Franco, B para Preguntoiro y C para Azabachería), en relación con el Locus Sancti Iacobi (marcado con el número 1), y los suburbios del Villare (número 2) y el Preco-nitorium (número 3). Se puede apreciar el recinto murado del Locus, y en trazo más grueso, la muralla edificada en el 1040 por Cresconio. Elaboración propia a partir de un mapa de López Alsina (López Alsina, 1988: p. 245) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 194

Figura 10.2. Vista general del yacimiento de O Franco. A la izquierda, parcialmente bajo el muro, el silo de mayor tamaño, con forma de botella. A la derecha y en la parte superior de la imagen, las fosas de almacenaje de menor tamaño, junto con el silo cilíndrico, en el centro las fosas y asociado a un hueco de poste . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 195

Figura 10.3. Detalle del revoco de arcilla y restos vegetales identificado en el silo cilíndrico de O Franco 196Figura 10.4. Perfiles de los silos excavados en O Franco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 196Figura 10.5. Fosas con fondo arenoso de O Franco. En la de la derecha pueden verse restos de que-

mado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 202Figura 10.6. Diagrama con el funcionamiento de un silo, basado en los experimentos realizados en

la República Checa (Miret, 2008: p. 225) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 202

16 LIST OF ILLUSTRATIONS

Figura 11.1. Contenedores para productos agrícolas realizados en materiales perecederos: los dos más pequeños son de estiércol y el mayor se trata de una sulla de caña (Marruecos) . . . 211

Figura 11.2. Fabricación de recipientes con estiércol de vaca . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 212Figura 11.3. Hórreos de la aldea de Kalaa, cerca de Xauen, Marruecos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 214

ABSTRACTThis introduction briefly outlines the foundations on

which this conference was planned, as well as the re-search questionnaire which was submitted to the par-ticipants. More specifically, we set out from two obser-vations; the recent interest generated by archaeological studies of storage systems, and the leap forward that has come from incorporating the results of an intense phase of rescue archaeology, when it comes to understanding early medieval rural societies. Bearing in mind this dual perspective, the intention has been to approach the study of systems of storage within the framework of a rural archaeology whose main aim is a study of the so-cial dynamics which developed in the period between the end of the Roman world and the beginning of the medieval period, concerning the management of agri-cultural stores, obtaining revenue, and, finally, the forms in which social inequality was constructed.

KEY WORDS: Archaeology of the production, Social Archaeology, Europe, Early Medieval Age

In the last four years there have been three conferences in Spain devoted to the archaeologi-cal study of storage systems, covering practically the whole period between prehistory and the modern era. The conference held in Toledo in 2007 devoted to protohistorical societies (GARCÍA HUERTA, RODRÍGUEZ GONZÁLEZ, 2009), another held in 2009 in Madrid on the ho-rrea in Hispania and the Mediterranean in the Roman period (ARCE, GOFFAUX, 2011), and the eighth international Ruralia congress, which took place in the city of Lorca on the subject of storage, as well as the medieval processing and distribution of food, are some of the most signifi-cant initiatives (KÁLPSTE, SOMMER, 2011). Added to these is the meeting organized in 2010 by Laurent Schneider in Toulouse, dedicated to the study of the major groups of silos located in Languedoc, which are separated from residential

areas, and which raise a new set of problems of interpretation (eg. BOIS, SCHNEIDER, 2006)1.

The strict academic fragmentation of archaeolo-gy, basically divided up into chronological sectors, has meant that — despite the evident successes achieved at these conferences, and in other studies carried out from the point of view of ethnoar-chaeology or experimental archaeology — there has not been much communication and dialogue between all these initiatives. In fact, we still lack of studies on systems of storage through time, which would certainly provide useful keys with great explanatory value to understand aspects of forms of power in the past. However, even a cur-sory reading of the proceedings of the aforemen-tioned meetings, allows us to understand that the problem of storage of agricultural resources in pre-industrial societies does not represent a sim-ple technical problem, it offers a privileged van-tage point for understanding and explaining so-cial inequality in the past. And despite the fact that it is not a new subject, given that we have very revealing works compiled by writers such as F. Sigaut, the innovations produced in recent years in archaeological practice make it vital to go back to approaching this issue from new points of view (SIGAUT, 1978).

From an European perspective, the study of storage systems in the early medieval period (V-X centuries) has seen a considerable develop-ment in the last few years, as a result of the ex-ponential growth in archaeological studies on villages and rural centres which, in countries such as France, Britain and Spain, have been very closely connected to the practice of rescue ar-chaeology. In the last 20 years, in a great part of

1 The seminar, held on March 26, 2010 in Toulouse, has not been published. We are grateful to L. Schneider for all the information provided regarding this initiative.

1From archaeology of storage systems

to agricultural archaeologyGiovanna Bianchi

Juan Antonio Quirós

18 GIOVANNA BIANCHI JUAN ANTONIO QUIRÓS

Europe, there has been a spectacular process of economic development, especially in terms of the growth of infrastructure and large-scale urbani-zation, whose effects we are paying nowadays in the form of a crisis. Never before has so much been destroyed in such a short space of time, and never has it been necessary to develop rescue ar-chaeology with such intensity. The result has been that more than half a thousand early medie-val villages have been excavated in France, in two decades (LORREN, 2006), while in Madrid, An-dalucía and Cataluña there have been thousands of interventions every year. Therefore, we have recently acquired a new database of great quanti-tative and qualitative significance for analysing the social history of rural landscapes in the peri-od between the end of the Roman world and the emergence of the medieval period2. In many parts of Europe, the discovery of these “new” records has posed problems of practical and methodological nature, but above all, of theoreti-cal nature, when it comes to approach an interpre-tation in historical and archaeological terms, in the context of the collapse of the post-processual paradigm (JOHNSON, 2010, 220-223). Archaeo-logical practice, characterized by the study of fu-nerary and religious monuments, has had to tackle the decoding of large-scale sites which are of low significance, despite the fact they were formed by complex stratigraphical processes, which provide fundamental information to understand the struc-ture of early medieval societies.

The theoretical and methodological focus which has prevailed in many interventions carried out in southern areas has been an analysis of ‘population history’ from a site-centric perspec-tive. While initially attention was paid to the monumental structures, to narrate the history of peasant life by indirect reflection in the actions of élite groups, thanks to the major, large-scale in-terventions carried out in the last few years we have begun to recognize rural occupations formed by far more modest constructions, often existing only in the form of features in the subsoil, and lacking monumental features. Studies of these have made it possible to codify and “make sense” of a whole series of elements connected with ru-ral practices, primarily production processes and formulas of sociability, with the aim of placing

2 An initial collation of works in Spain can be found in QUIRÓS CASTILLO, 2009.

these villages and rural occupations in a histori-cal context (eg. PEYTREMANN, 2003).

A second focus, prevalent in Britain and in var-ious other parts of southern Europe, has been based on the large-scale integration, including in the planning stage of the contribution of environ-mental archaeology and the study of archaeo-bio-logical records in these archaeological projects, with the aim of constructing a landscape archaeol-ogy to supplement the ‘history of settlement’ (HIGHAM and RYAN, 2010). And although Brit-ish landscape archaeology has reinvented itself, al-most permanently, and pays increasing attention to the dimension of meaning in landscapes (REY-NOLDS, 2009), there is no lack of social works which place the accent on a study of inequality and social complexity. One of the most interesting re-cent projects is the Flixborough Anglo-Saxon Set-tlement Project, in which clear importance is giv-en to archaeo-biological records, as regards defining aristocratic lifestyles (LOVELUCK, 2009).

Nevertheless, in southern Europe the shortage of specialists in archaeo-biology, and the shortage of projects geared explicitly towards the analysis of landscapes from this perspective, has meant that contributions made from this point of view have been, so far, substantially specific and modest, al-though things are changing rapidly. By contrast, the picture available for Britain and Scandinavian countries is very interesting indeed3, and has suc-ceeded in including these records in studies of the perception, mobility or social construction of the landscape.

From a new, different point of view, in southern Europe, archaeology of agrarian areas has been constructed based on archaeological study of pro-duction areas, especially terraced share-cropping land, irrigation systems, and areas given over to the breading of livestock (KIRCHNER, 2010). Al-though the main limitations of this focus may lie specifically in the difficulty in connecting these discoveries with residential areas and materialize social classes in the framework of the construction of historical landscapes, its main contribution is of theoretical nature. As far back as the 1980s, M. Barceló postulated the need to construct an ar-

3 For results of archaeobiological studies in Britain worthy of note, see works such as RACKHAM, 1994; PETRA, 2000. Even today the development of these studies shows a clear difference between southern and northern Europe, although the differences are diminishing, and will be further reduced in years to come.

FROM ARCHAEOLOGY OF STORAGE SYSTEMS TO AGRICULTURAL ARCHAEOLOGY 19

chaeology which explains inequality by setting out from a study of production practices and produc-tion sites, given that “archaeology of residential areas… can offer, at most, imprecise images of the flow of products through them, and their processing, when this takes place in people’s homes, or of their storage… But everything else can only be sought in the same fields where work processes took place” (BARCELÓ, 1995, 64). However, it was by means of a comparison with the practice of res-cue archaeology that it has been possible to begin to take advantage of the explanatory potential of archaeology of the countryside, in a study of rural landscapes in southern Europe.

This is not the first time that archaeologists and anthropologists have concerned themselves with the social study of productive processes. The works by A. Leroi-Gourhan on the operational chain (chaîne opératoire), or by T. Mannoni on the ‘Archaeology of Production’, are two good exam-ples of this kind of focus, and they have had a con-siderable influence in the archaeology of medieval Europe (LEROI-GOURHAN, 1964; MANNONI, GIANNICHEDDA, 1996). By making use of these approaches, it has been possible, via studies on evi-dence of production and studies of workshops and craft centres, to construct informative descriptions of systems of the manufacture, circulation and con-sumption of material culture, and, above all, on cul-tural forms of behaviour and the forms of social dominion of each of these processes. To cite just one well-known example, the project created by Riccardo Francovich on the formation of feudal seigneurships, setting out from the material evi-dence of medieval metallurgy at Rocca San Silvestro and the surrounding area, is an important reference point (FRANCOVICH, 1991).

However, the question becomes more complex when there are few production remains, and when production sites are hard to identify, date, study and interpret in a historical framework. Early me-dieval society, like almost all pre-industrial socie-ties, was a rural society. Therefore, agriculture and raising livestock was at a fundamental level of production, and much of the social action took place around it. Accordingly, it is vital to approach the study of archaeology of the countryside in its productive dimension. Despite this, the elusive nature of the material remains of productive processes, and the permanent transformation of fields and workplaces caused its continuity of use, and the difficulty it creates for interpreting the

fragmentary records which we find in our ‘sites’, frequently defined by residential areas, constitute no few obstacles to the development of a real Agrarian Archaeology. Nevertheless, experience tells us that what lead to methodological advances are a theoretical focus and the goals of investiga-tion, not the other way round, and so, in southern Europe too, in the last few decades an agrarian ar-chaeology in its full sense has been under construc-tion. In the case of Spain, the first works were un-dertaken on the 1980s, on irrigated areas in Andalusia, a study of which has allowed an under-standing of basic aspects of the organization of rural life in Andalusia (KIRCHNER, NAVARRO, 1993). In recent years, and mainly as a result of rescue archaeology, it has also been possible to detect and analyse agricultural production sites in feudal societies (eg. BALLESTEROS ARIAS, 2010; FERNÁNDEZ MIER, 2010; VIGIL-ESCALERA, 2010; QUIRÓS CASTILLO, 2010).

The efforts of researchers working in agricul-tural archaeology in our area has been geared towards at least four spheres of action: 1. Recog-nizing and studying areas of agricultural pro-duction and livestock rearing; 2. Studying pro-ductive practices and the types of cultivations, by means of an analysis of archaeobiological and geo-archaeological records; 3. Studying systems of transformation of agricultural products, with special attention to milling; 4. Studying systems of storage and social relations which take place around these processes. Each of these avenues of research has its own methodological and theo-retical needs, and so, they do not always develop in line with each other.

Processes of transformation of cereal into flour, and the study of storage systems, constitute two of the moments in the cycle of agricultural production which can best be detected and ana-lysed in archaeological terms (WILLIAMS and PEACOCK, 2011), to the extent that — as noted by A. Vigil-Escalera in this volume — the dis-covery of more than 80% of early medieval rural sites excavated in the last few years in the hinter-land of the Peninsula was made possible thanks to the appearance of grain silos.

This volume is dedicated to the study of systems of storage from the perspective of Agricultural Ar-chaeology. In our opinion, a study of systems of storage constitutes a bridge in the construction of a historical account capable of explaining the actions of elite groups, and the foundations on which they

20 GIOVANNA BIANCHI JUAN ANTONIO QUIRÓS

were able to exercise their power, as well as using the archaeology of production to analyse the forms in which rural societies were constructed, and “make sense” of the archaeological evidence which has been identified in recent years.

Therefore, analysing a study of systems of storage allows us to approach an analysis of me-dieval societies from two connected levels of in-terpretation; the first is specifically linked to the archaeology of production, and the second to more complex social dynamics. With regard to the latter aspect, it is clear that an analysis of storage sys-tems and, generally, a study of yields and the management of agricultural surpluses, allows us to analyse complex historical and archaeological themes such as: the structure of rural societies; the development of agricultural techniques; processes of formation and consolidation of seigneurships and feudal relations; the distinct forms of the representation and structure of power; the dialec-tics between private rights and collective obliga-tions; the distinct forms of economic and com-mercial development; etc.

In line with these themes, the works collected in this volume analyse forms of management and storage of agricultural yields in the early medieval period in Europe, in relation to forms of dominion in villages and centres of power. The main indica-tors used to analyse these processes are granaries and silos for the storage of cereals, fodder and other agricultural products, representative of the actions of rural communities, and of the forms of extraction of income by elite groups.

To this end, the intention in these studies has been to collectively foster further consideration of these issues, setting out from textual and ma-terial records, and a comparison between works in different disciplinary traditions in Europe, from the point of view of the formation of local power. The intention has been also to give space to an ethnographic perspective, whereas it has not been possible to include specific contribu-tions from experimental archaeology4.

The ultimate aim of this collective effort has been to try to understand social inequality in the early medieval period. The interpretation of this

4 The best work in Spain on experimentation in rural medieval agriculture is the L’Esquerda project (OLLICH, ROCAFIGUERA, OCAÑA, 1998), which involved con-structing silos for cereal storage (REYNOLDS, 1998) and a barn (OLLICH, 1998), as well as in-depth archaeobotanical studies (CUBERO et alii, 2007).

period continues, in many ways, to be very much based on instinctive reactions, and despite the extreme complexity and regionalization which marks historical processes in this period, one still commonly finds references to the standard “topos” of the golden age of rural life, or the existence of strong aristocratic dominions which seem to be even more solid than they actually were as of the year 1000. Much depends on the type of records which one has to deal with, which are almost al-ways very fragmentary, and hard to interpret. In a world that deployed complex systems of legiti-mization and representation of power at various levels — at times cryptic, or fairly opaque, with the result that modern researchers disagree on the meaning of objects of personal adornment placed in graves, for example — we have to make a greater effort to codify and understand other social markers in daily life which may be func-tional for thinking not in terms of what they were, but who they were, and what they did. If this discussion has succeeded in making some contribution in this direction, then the effort will have been worthwhile.

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ABSTRACTThere is little historical evidence for the storage

of crops before the twelfth century. Archaeology sug-gests that most crops were stored in ricks, although barns were built on some of the larger manorial farm-steads from at least the eighth century onwards. Barns are difficult to distinguish from other buildings, al-though the presence of a line of posts along the centre of the building may provide a useful indicator. Grana-ries are identifiable as square buildings with deep postholes, but they too are found infrequently on early medieval settlements. Underground storage pits are unknown: England lay firmly within the North Euro-pean system of crop processing and storage identi-fied by Sigaut. A growth in the number of barns and granaries from the eleventh century is associated with the development of local markets for agricultural produce.

KEY WORDS: Stacks, barns, granaries, medieval, commercialization.

The archaeological view of the English coun-tryside is often beset by an air of unreality. The countryside of medieval England was not full of farms, but of ‘settlements’ in which there were not buildings, but ‘structures’. There were no fields, but ‘field systems’. These abstractions were useful at an earlier stage of research when it was necessary to avoid an over-hasty classification of the remains recovered by excavation. As our un-derstanding of the medieval countryside has in-creased, this terminology has become a barrier to an understanding of the way in which rural socie-ty functioned. The annual routine of farming re-mains remote from academic understanding be-cause we have not interpreted the growing body of evidence in terms of activities which farmers

1 School of Geography, Archaeology and Palaeoecology, Queen’s University Belfast (United Kingdom).

had to undertake. The present paper examines one particular agrarian problem, that of crop storage, to identify the long-term trends in Eng-land over the early medieval period (c. 500-900) and high Middle Ages (c. 900-1200).

We need to distinguish between two types of crop storage — stacks in which the crops were piled up in the open air and barns in which they were kept inside. Stacks were used for fodder crops (particularly hay fed to animals), cereal crops for humans consumption (wheat, barley and oats) and leguminous crops (peas and beans used for both animal and human feed). By the end of the period examined, unprocessed cereals on the larger estates were also stored in barns. A third aspect which we need to consider is the storage of processed cereals — the grain after it had been threshed and winnowed, and was ready for sowing or milling for flour. The growth in the number of barns and their role in crop storage and the use of granaries remain almost wholly unexplored subjects in English archaeological literature, and this paper offers some preliminary conclusions.

1. STACKS

The most important fodder crop in medieval England was hay — grass cut in early summer and allowed to dry in the fields. Hay was pro-duced, either to supplement the winter feed of animals when the pasture was growing slowly, or to feed animals which had been brought into the farmstead over the winter and were kept in a byre, sheephouse or yard. Zimmermann (1999a: 134-135; 1999b) has noted that byres appear to be rare in England in the early medieval period and none has been recognised in this survey of agricultural buildings. Nevertheless, by the eleventh century when the text known as Gerefa

2Stacks, Barns and Granaries in Early and High Medieval

England: Crop Storage and its Implications Mark Gardiner1

24 MARK GARDINER

was written, the work of preparing the shippon or cow-shed was listed as one of the duties of a reeve in the autumn. That source adds that the cattle should be put in stalls in the winter. Though we know little from archaeological evidence about animal houses before 1200, we can suggest that there is likely to have been a regional aspect to their use. A survey made fifty years ago showed that there was a greater use of these in recent years in the north-west of England, which can be notably colder and wetter, than the South East (ZIMMERMANN, 1999a: 137-140). The same pattern is also reflected in the distribution of late medieval byre-house — a building which accom-modated people at one end and cattle at the other. These too were found mainly in the north and west of England (GARDINER, forthcoming). It is notable too that the term ‘byre’, occurs particu-larly in place-names in the same region (PAR-SONS, STYLES, 2000: 113). We may conclude that the same distribution of buildings for cattle is likely to have prevailed in the Early and High Middle Ages.

Hay production may have continued from the Roman period and into the early Middle Ages, but the making of fodder expanded considerably in the High Middle Ages (LAMBRICK, ROBIN-SON, 1988: 73). In the Raunds area (Northamp-tonshire) the growth of hay meadow was has-tened by increased alluviation in the valleys which by the beginning of the twelfth century had buried traces of the earlier arable cultivation. The resulting floodplain was managed to produce a crop of hay (PARRY, 2006: 25, 37). Hay cut in the meadows might be brought into the farm to feed to animals kept in stalls or in a yard over the winter. Alternatively, hay ricks could be built in the fields, close to where the grass had been cut in order to supplement the fodder of livestock left outside to graze. The problem of out-wintering cattle — leaving them in the fields — was that beasts can destroy pasture by trampling upon it, particularly in damp conditions. On the other hand, livestock kept in a byre or sheephouse or in a yard needed not only hay, but also bedding on which they could lie. Straw was generally used for this purpose, but in some areas bracken was cut as alternative material (on bracken, see WIN-CHESTER, 2000: 133-135). Hay, even in the late medieval period when barns were more common, was generally not stored inside, but was kept in the open-air in stacks. Straw too was kept in

open-air stacks, either in the fields in the farm-yard. Stack or rick places for straw have been recognised as earthworks in open fields, but they all appear to have been built on what was formerly cultivated land, suggesting that they may be a late modification, perhaps only made in the sixteenth or seventeenth century (HALL, 1982: 40-41; WILSON, 1989: 187-188)

The treatment of cereals was rather different. After harvesting cereal crops were bound into sheaves, propped up in groups or ‘stooked’, and allowed to dry in the fields for a few days. The sheaves were then taken by cart to be stored until they could be threshed. Cereals stacks were sometimes built around a central post; alterna-tively the sheaves might be kept in a stack of rec-tangular plan. The heads of the grain in both sorts of stacks were set inwards to make it more difficult for birds or mice to eat them and to pro-tect them from the weather (Fig. 2.1). The cereals were generally threshed during the autumn and winter, and then winnowed to separate the chaff from the grain. However, some thirteenth- and fourteenth-century accounts suggested that un-threshed grain might remain in the barn all year (see OSCHINSKY, 1971: 420-421 for a reference to old and new corn). Peas and beans were also stored in stacks, but later evidence suggests that these had to be thatched with straw to protect them from the rain (for example, Norwich Record Office, DCN 60/29/14).

Figure 2.1. Diagrammatic representation of the first sheaves of

barley stacked around central post.

STACKS, BARNS AND GRANARIES IN EARLY AND HIGH MEDIEVAL ENGLAND: CROP STORAGE AND ITS IMPLICATIONS 25

The sites of stacks have been recognised only rarely in archaeological work, though this is per-haps because they have not been sought. A care-ful re-examination of the evidence of excavation reports allows a number of stacks to be identified. Ditched stacks are perhaps the easiest type to lo-cate, and have been found not only in excavation but also through aerial photography and ground survey. Ring ditches marking the site of stacks or raised stack stands are found particularly in marshlands in the Fens in England and and in the uplands in Scotland. These were wet areas, and the purpose of ditches or the raised stands was to keep the stack dry. The ditch ensured that water running off the stack did not rot the bottom layers of crop. A similar effect was achieved by making sure that the base of the stack was less wide than the body, so that rainwater running down would be thrown beyond the base. This shape was com-monly adopted in the post-medieval period, but it is unclear how early this form of construction was introduced.

In total some 700 examples of sites of stack or ‘fen circles’ have been recorded on aerial photo-graphs, and a few even survive as earthworks. There is considerable uncertainty, however, about the date of these. Some are undoubtedly Roman, but a smaller number appear to be medieval (HALL, 1978: 27, 45; HALL, 1996: 177-180). Only a few examples have been excavated. One at Morton (Lincolnshire) was 7m in diameter and had ditches 0.3m wide. It overlay an infilled Ro-man canal, but whether it was late Roman or me-dieval could not be determined (CROWSON et alii, 2000: 129-134). Parts of four successive cir-cular ditches were dug in Chopdike Drove, Gos-berton (Lincolnshire) and could only be dated to the broad period, AD 700-1000. The most com-pletely recorded ring ditch was almost 10m in diameter (Fig. 2.2A, 2B; CROWSON et alii, 2000: 80-97). Elsewhere in England, circular or penan-nular ditches have been recorded at Higham Ferrers (Northamptonshire; Fig. 2.2C) dating to between 850 and 1000 and at Wharram Percy (North Yorkshire; Fig. 2.2D) attributed to c. 1200 (ANDREWS et alii, 2009: 211-212; HARDY et alii, 2007: 64; STAMPER, CROFT, 2000: 46-47). The second of these had a central post around which the crop was stacked, presumably like the hay ricks in present-day Poland (Fig. 2.3). Most of the ditches were narrow, but that at Ramsgate (Kent; Fig. 2.2E), dating to the period after the

late seventh century, was particularly wide. A number of the ditches were not a full circle, but penannular with a gap, evidently to allow crops to be brought in and subsequently removed.

Another indicator of the sites of stacks are cir-cular patterns of postholes. These features are well known in the Netherlands and north Germany where they have been found on sites dating from the Bronze Age onwards (WATERBOLK, 2009: 129, abf. 94). Zimmermann (1989-91; 1992) has sug-gested that the postholes mark the site of buildings with open sides and a moveable roof which might be raised or lowered according to the height of the crop. Such buildings, known in German as Ruten-berg and in Dutch as Roedenberg, are attested in England in written sources from the seventeenth century (HARVEY, 1997; ZIMMERMANN, 1992). Though buildings of this type were called helms in the seventeenth and eighteenth century, it is by no means certain that the term was used for similar roofed structures in the Middle Ages. It seems more probable that the word ‘helm’ was applied to a variety of timber structures. The key feature of the helm was that it raised the base of the stack above ground level, allowing the crop to remain dry and perhaps reduced vermin. In some areas of the country the timber base for the stacks were by the fourteenth century set on stones. There is even a hint that there were mushroom-shaped stones known as staddle stones, which prevented mice from climbing into stack (DYER, 1984). These are certainly known from later periods, but must have been exceptional in the Middle Ages. Most stacks would have been supported entirely on a structure made of timber.

In spite of the lengthy discussions by architec-tural historians about the nature of helms, they have remained entirely unconsidered by English archaeologists. A search through excavation re-ports shows that a number of structures have been recorded which bear close comparison with those in the Netherlands and Germany. Structure N at North Elmham (Norfolk; Fig. 2.2F) for which a re-vised date of the mid- to late eleventh century may be given (the arguments for this will be published elsewhere) and its replacement Structure M, dating to a century later, are very probably helms of this type (WADE MARTINS, 1980: 155-156, 166-167). The circular arrangement of posts at Scholes Lodge Farm (West Yorkshire; Fig. 2.2G) from the period 1050 to 1200 are also likely to be evidence of a helm (LIGHTFOOT et alii,

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Figure 2.2. Excavated examples of early and high medieval ring ditches surrounding stacks and timber structures supporting stacks

(A, B – Chopdike Drove, Gosberton, Lincolnshire; C – Higham Ferrers, Northamptonshire; D – Wharram Percy, N. York-

shire; E – Ramsgate, Kent; F – North Elmham, Norfolk; G – Scholes Lodge Farm, W. Yorkshire; H, I – Yarnton, Oxfordshire;

J – Raunds, Northamptonshire).

STACKS, BARNS AND GRANARIES IN EARLY AND HIGH MEDIEVAL ENGLAND: CROP STORAGE AND ITS IMPLICATIONS 27

2008: 6, 8). It is hard to imagine that these many-sided structures could have been roofed.

These buildings should be considered with the more complex patterns of postholes found at Yarnton (Oxfordshire; AD 670-850; Fig. 2.2I), West Hanningfield (Essex; uncertain date — early or high medieval), and Raunds (Northampton-shire; AD 650-850; Fig. 2.2J) where the posts in an apparent circular pattern seem to have been replaced on numerous occasions (AUDOUY, CHAPMAN, 2009: 109, 114; DALE et alii, 2005: 16; HEY, 2004: 112-116). This evidence matches that from the post-medieval period which sug-gests that helms could be temporary structures which were erected when needed and later taken down (NEEDHAM, 1984; WOODWARD, 1982). We should perhaps consider one further possibil-ity: these groups of postholes were not for tem-porary platforms, but were for fences around the stack which might be necessary to keep livestock from hay. Figure 2.4 shows a modern example from Crna Gora (Montenegro), though in this case the fence was of barbed wired. Fences might

need to be removed when the stack was built and subsequently replaced to prevent the animals eating the crops, producing evidence of multiple posts.

We have considered so far only the evidence for circular stacks. It is clear from detailed de-scriptions of stacks that crops were stored in not only round, but also square ricks. The community of St Paul’s in London compiled detailed invento-ries of the buildings and crops within their man-ors before they were leased, and these provide one of the earliest written records of the composition of farmyards. The mid-twelfth-century description of the large manor of Adulfesnes, now part of the area known as The Sokens in Essex, included the measurements of the stacks in the courtyard, as well as the crops stored in barns. Those at Thorpe recorded the distance around the stack, presumably their circumference, and their height. These were evidently circular in plan. The stacks at Walton were given a measurement of their length and width, and their greatest height, sug-gesting that they had a rectangular footprint. The

Figure 2.3. Contemporary hay stacks in Poland.

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figures in Table 1 have been converted into met-ric units and the values for the circumference changed into the equivalent for the diameter.

It is apparent from these figures why no sites of stacks with rectangular plans have been identi-fied. The stacks were of similar sizes to contem-porary buildings and any ditches around them, or any postholes for helms would almost inevitably have been identified as the traces of timber build-ings. Indeed, a re-examination of plans of pre-sumed buildings from the period 900-1200 has not allowed a single example to be identified with any certainty as the site of a stack. At present, we simply cannot distinguish rectangular stack sites from buildings.

2. BARNS

The chief disadvantage of the stack for storing cereals, according to Brady (1997: 94), was not the loss of the grain to rodents. It was that, once a stack was opened, it had to be fully emptied and threshed so that the remaining grain was not ruined. Unthreshed grain stored in barns was not exposed to the weather and could be threshed as the need arose and as labour was available (SI-GAUT, 1988a: 16, 22-23). Barns must have been particularly important on estates where large quantities of grain had to be stored. This was cer-tainly the pattern in the late Middle Ages, but the prevalence of barns in the early and high Middle

Figure 2.4. Contemporary fenced haystacks in Crna Gora (Montenegro). The more recently cut hay still stands in the field.

Thorpe, Essex

Diameter Height

Oats stack 6.7 m 5.8 m

Rye stack 4.5 m 3.7 m

Oats stack 3.5 m 3.6 m

Walton, Essex

Length Width Height

Wheat stack 11.9 m 5.2 m 3.0 m

Bean stack 12.2 m 6.4 m 5.5 m

Pea stack 10.4 m 4.9 m 5.8 m

Hay stack 9.7 m 4.9 m 4.9 m

Table 1. The dimensions of stacks on the St Paul’s manor of Adulfesnes. Source: HALE, 1858: 130-131.

STACKS, BARNS AND GRANARIES IN EARLY AND HIGH MEDIEVAL ENGLAND: CROP STORAGE AND ITS IMPLICATIONS 29

Ages has not been investigated. (LE PATOUREL, 1991: 866-872).

Perhaps surprisingly, barns are no easier to recognise than stacks in the early and high Middle Ages. The difficulty is that archaeologists have rarely distinguished barns from houses in the field or during post-excavation work. The only way we can begin to separate them is by identi-fying structures associated with quantities of car-bonised grain. This is hardly an infallible indica-tor, since grain might be found close to houses too, but there is a greater probability that grain will occur in or near to barns.

The site of Higham Ferrers has already been mentioned for its rick marked by a ditch. Four buildings from the same site may be identified as barns. Two of the barns — numbers 2664 and 2666, both dating to the eighth century — pro-duced large quantities of charred grain from the post-holes. The third barn — 2665 — was built as a replacement for 2664, and therefore we may suspect that it is also likely to be a barn (Fig. 2.5A, 2.5C). One feature marks these buildings out from most of the other buildings on the site, and from early medieval buildings generally. Each of the buildings has a central line of post-holes run-ning along the middle. One further building of the same period has a foundation trench running down the axis of the building — 7023 — and it too is likely to be a barn, since it also has quantities of wheat in its post-holes (HARDY et alii, 2007: 32-44, 162-163; Fig. 2.5D). A building — 3348 — at Yarnton dated to the eighth or ninth century may have been a barn, since it too has central post-holes (Fig. 2.5E). The building was burnt down and in the adjoining enclosure ditch and pit were large quantities of burnt grain. The pit alone produced 1473 fragments of wheat grain, 1061 grains of barley and 234 pieces of rye — the largest such deposit on the site. The excavators suggest that it is probable that this was a deposit produced by the burning of sheaves of cereals, presumably when the barn caught fire (HEY, 2004: 148-149, 361).

Buildings with central lines of posts are unu-sual and the association of structures on these two sites with evidence of cereal crops is unlikely to be coincidental. The purpose of the axial line of holes cannot be related to the roof. Indeed, the post-holes in building 2664 at Higham Ferrers lie at an slight angle to axis of the building, making it quite impossible for it to support, for example,

a ridge purlin. An alternative interpretation is that the posts in the middle of the building were to support joists for a floor. A raised floor, perhaps only a few centimetres about the ground surface, would have helped to keep the crop raised above the damp.

The identification of buildings with axial posts as barns receives further support from contem-porary structures of the same type in the Nether-lands, as Hamerow (2011: 145) has observed. The examination of the plans of Dutch buildings from the early and high Middle Ages reinforces the im-pression that buildings with axial posts are rela-tively unusual. The feature therefore serves as a possible indicator of function, though it is neces-sary to caution that such posts were not found in all barns, and every building with axial posts was not a barn (WATERBOLK, 2009: 112, afb. 80-81). If we apply this finding to other sites in England, then we can also pick out Structure A at Bishop-stone village (Sussex; perhaps ninth to tenth cen-tury) as a probable barn. It too had a central line of post-holes and was associated with nearby pits containing quantities of charred seeds (THOMAS, 2010: 36, 170). The mid-eleventh-century barns recorded at Grove (Leighton) manor in Bedford-shire appear to have been rather different in charac-ter, but until the details of the excavation are published, no further analysis of these is possible (BAKER, 1997: 228-229).

This small group of barns provides a rather poor return from the period. The overwhelming impression is that barns are exceptional. However, the documentary evidence, which extends back only as far as the twelfth century, provides a rather fuller account for the end of the high Middle Ages. The documents cover only some of the largest estates — those of the king, the Dean and Chapter of St Paul’s, London, and the abbot of Bury St Edmunds. These large estates — or perhaps their tenants — seem to have invested in the con-struction of barns. It is less clear that smaller es-tates made similar expenditure on such buildings. Nevertheless, by drawing together the scattered information, it is possible to suggest the charac-ter and size of barns at this period (Table 2). The majority of the barns had aisles, and the descrip-tions make clear that both the body and the aisles were filled with unthreshed crops. The barns in the table recorded at Leighton Buzzard may be the same as those excavated at Grove manor mentioned above.

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Figure 2.5. Excavated examples of early and high medieval barns (A – Higham Ferrers 2664; B – Higham Ferrers 2666; C – Higham

Ferrers 2665; D – Higham Ferrers 7023; E – Yarnton 3348; F – Bishopstone Structure A).

STACKS, BARNS AND GRANARIES IN EARLY AND HIGH MEDIEVAL ENGLAND: CROP STORAGE AND ITS IMPLICATIONS 31

Length including end aisles Breadth including aisles Height to ridge

Ardleigh (1141)

Barn 2 24.4 m 5.8 m 4.9 m

Barn 3 18.0 m 7.0 m 5.5 m

Ardleigh (c. 1150)

Barn 1 24.4 m 12.2 m 8.8 m

Berwick barn 17.7 m 9.7 m 7.6 m

Aylesbury (c. 1155)

Barn 1 18.3 m 9.2 m 7.3 m

Barn 2 15.2 m 8.5 m 6.1 m

Belchamp St Pauls (1174×80)

Wheat barn 25.2 m 11.1 m 9.0 m

Oat barn 24.7 m 10.8 m 9.8 m

Brill (c. 1155)

Barn 1 15.2 m 9.1 m 6.1 m

Elveden (c. 1186×1200)

New barn 18.3 m 7.9 m 6.4 m

Ingham (c. 1186×1200)

Barn1 20.1 m 9.1 m 7.3 m

Barn 2 9.1 m 9.1 m 7.6 m

Barn 3 8.2 m 8.2 m 6.7 m

Leighton Buzzard (c. 1155)

Barn 1 25.9 m 7.3 m 5.5 m

Barn 2 15.8 m 6.1 m 5.8 m

Threshing barn 7.6 m 4.9 m 4.6 m

Navestock (1152)

Great barn 17.4 m 9.7 m 7.3 m

Thorpe (12th century)

Barn 19.5 m 10.7 m 7.0 m

Threshing buildings 14.0 m 7.9 m 3.0 m

Walton (12th century)

Great barn 51.2 m 16.2 m 10.2 m

Barn 2 29.3 m 4.9 m 4.9 m

Barn 3 35.7 m 4.9 m 4.9 m

Wickham St Paul (12th century)

Barn 1 16.8 m 9.9 m 7.2 m

Barn 2 14.6 m 7.6 m 6.3 m

Barn 3 21.9 m 8.8 m 7.5 m

Table 2. Documented Dimensions of Barns in the Twelfth Century. Sources: Aylesbury, Brill and Leighton Buzzard (c. 1155) – FOWLER,

1926; RICHMOND, 1924. Ardleigh (1141, c. 1150), Belchamp St Pauls, Navestock, Thorpe, Walton and Wickham St Paul –

HALE, 1858. Elveden and Ingham – DAVIS, 1954: charter no. 77.

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3. GRANARIES

After the cereals had been brought into barn or piled in a stack, the work of threshing could begin. There were specialist buildings for thresh-ing on the larger estates (Table 2), but these must have been exceptional. In some places it would have been necessary to dry the grain after it was threshed. There are very few sites on which evi-dence has been found for hearths or kilns for crop-drying, though the number of carbonised seeds does suggest this took place. The eleventh-century text, Gerefa, apparently providing in-structions to a reeve in running the lord’s farm, describes the building of a kiln by the threshing floor. The same source continues with the items that a well-equipped manor should have. The list of tools appears to be arranged according to the building in which they would be found. A barn, or possibly a granary would have been equipped with baskets, bushels (to measure grain), and various sieves to clean the weed seeds from the grain, as well as winnowing fans to separate the cereal from the chaff (GARDINER, 2006: 264).

Granaries are relatively rare on English early and high medieval sites. It is probable that on smaller farms grain was stored in wooden chests in the house, as it was in the early modern period (McCANN, 1996: 3). Alternatively, it may have been stored in very large pottery storage jars, a vessel type made between the tenth and thir-teenth centuries. Broken pieces of such jars were found on a thirteenth-century threshing floor at Copt Hay in Tetsworth (Oxfordshire). They had evidently been broken while waiting to be filled with threshed and winnowed grain (ROBINSON, 1973: 74, 94-95). The distinctive features about these containers are their substantial size, the use of a rounded base and the decoration of applied clay bands. Similar features are found on products from a number of different kilns (for example, MELLOR, 1994: fig. 22, no. 26). The best known of these are the products, from the Thetford kilns, were almost one metre high and had a volume of up to 185 litres (DALLAS, 1983: figs 149-50; MCCARTHY, BROOKS, 1988: 106). These may have taken their inspiration from the Bardorf relief-band amphorae, as Hurst (1976:314) sug-gested but, if so, the form subsequently became wholly indigenous. Storage vessels were produced at a number of different kilns, including Stamford (Lincolnshire) and in Oxfordshire during the

tenth to thirteenth centuries, and they are par-ticularly found in southern and eastern England (for example BARTON, 1979: 35-49; MAHANY, 1982: 60, fig. 34. no. 13; MELLOR, 1994: 86). The evident advantage of pottery containers over sacks was that mice and rats could not gnawed their way through (McCANN, 1996: 2-3). They allowed crops to be stored securely in buildings which were not specially adapted to exclude ro-dents. However, the weight of a full storage jar must have been such that they could not have been moved around once filled. They were quite simply to contain the grain, not to transport it.

The weight of stored grain was also a considera-tion in the construction of granaries. A thirteenth-century stone granary at South Witham (Lincoln-shire), although only 5.5m wide, had a spine wall to support the floor (MAYES, 2002: 34-35). Other possible granaries have been identified from the small size of the buildings, the number and depth of the postholes. On the castle site at Hen Domen, for example, there was a building measuring 6.3m by 4.9m with twelve posts dated to the late eleventh or early twelfth century (Fig. 2.6A; HIGHAM, BARKER, 2000: 46-47). This was considerably larger than most granaries, and evidently served as a store of food for the whole garrison. Simpler, four-post structures are found on a few medieval sites, but have not always recognised as grana-ries. Two sets of four post-holes at Great Holts Farm at Boreham (Essex) were interpreted by the excavator as a single building, but the poor align-ment of the post-settings makes that improbable (Fig. 2.6C). Instead, it can be more plausibly in-terpreted as two separate granary buildings. These granaries could only be dated to a broad period between the tenth and thirteenth century (GER-MANY, 2003: 65-67). A rather earlier building, probably to be identified as a granary, was found at West Fen Road, Ely (Cambridgeshire; Fig. 2.6B). It measured 3.5m square and was attributed to the period 850-1100 (MORTIMER et alii, 2005: 30-31). Earlier buildings of a similar, but more complex form have been found at Yarnton, where the large number of deep postholes have proved to be particularly difficult to resolve into separate granaries, and also perhaps at Wicken Bonhunt (Essex), though the details of that excavation re-main to be published (HEY, 2004: 69, 124-127; WADE, 1980: fig. 38, building N).

The most enigmatic of possible granary struc-tures were found at Pennyland (Buckinghamshire)

STACKS, BARNS AND GRANARIES IN EARLY AND HIGH MEDIEVAL ENGLAND: CROP STORAGE AND ITS IMPLICATIONS 33

Figure 2.6. Excavated examples of early and high medieval granaries (A – Hen Domen; B – West Fen Road, Ely; C- Great Holts Farm,

Boreham; D – Pennyland).

34 MARK GARDINER

where four-post ‘buildings’ had sunken floors be-neath them. It remains quite unclear whether these buildings, which date to the late seventh to eighth century, were certainly for the storage of grain and whether the grain was stored above ground or below. These four examples at Penny-land (Fig. 2.6D) have no parallels on other sites and are notable for their remarkably small size, so that they could have hardly contained very much grain (WILLIAMS, 1993: 83-86).

4. DISCUSSION

Sigaut (1988a: 21-24; 1988b: 120-121) divided grain storage techniques in Europe into four re-gional types which, he argued, persisted over long periods. It is necessary here to consider only two of these, the Mediterranean and the North Euro-pean systems. The former was characterised by threshing, often done by animals, which followed immediately after harvest. Grain was stored in bulk, often in underground silos. Iron Age Britain lay at the margin of the Mediterranean system and grain for most of the period was stored both in si-los (underground storage pits), but also in grana-ries, often set on four posts, above the ground. However, pit storage seems to have ceased around the middle of the first century BC and thereafter is entirely unknown (CUNLIFFE, 1992: 80). This may mark a shift to Sigaut’s North European sys-tem under which harvested crops were gathered into sheaves, stored in a barn or rick and threshing extended through the autumn, winter or early spring. This pattern was certainly adopted by the medieval period, and perhaps from the beginning of the first millennium. Sigaut emphasised the importance of barns which allowed the crop to be removed from storage progressively — for the sheaves were not hermetically sealed — and allowed threshing to continue undercover during the win-ter, even in poor weather.

As we have seen above, the archaeological evi-dence for barns before the documentary records of the mid-twelfth century is limited. It may be that we have failed to distinguish all the excavated barns from other domestic buildings, as Hamerow (2002: 127) has suggested, but this cannot be the complete explanation. It seems more likely that barns only became widespread in the High Middle Ages. The manorial buildings at West Cotton, a site which has been thoroughly excavated, simply had no building

in the earliest phase in the late tenth century, which could have been a barn A possible barn or byre was built subsequently, in the early eleventh century (CHAPMAN, 2010: 34-38). Barns were initially only found at specialist centres, such as Higham Ferrers. This was interpreted by the excavators as a royal centre at which tribute or rent was stored and processed before it was consumed in the nearby vill at Irthlingborough (HARDY et alii, 2007: 201-204). Barns gradually extended to other high-status sites, to manorial farmsteads and were later found more widely. By the later thirteenth century barns begin to be found on peasant settlements. Nevertheless, it is evident that some farmsteads managed to operate without any barn throughout the medieval period: it was possible to store crops in ricks and to thresh grain, either in the open air or in a domestic building.

The incidence of granaries largely follows that of barns. There are few examples before 1200, but an increasing number after. Granaries are men-tioned in a number of lists of buildings on twelfth-century manorial farmsteads, including those for Ardleigh (HALE, 1858: 136), Norton Mandeville (London Metropolitan Archives, formerly Guild-hall Library 25122/245) and Ingham (DAVIS, 1954: charter no. 77). The construction of both granaries and barns reflect an increasing investment in agri-cultural buildings which may have been connected with the growing commercial market for produce from the tenth century and the desire to maximise production and minimise wastage (BRITNELL, 1996: 5-28). We do, however, need to qualify this general statement and think about precisely who was investing in the construction of barns and gra-naries. Domesday Book shows that the majority of manors in England in the late eleventh century were leased out in return for payments either of cash or for food renders, or a combination of the two. A manorial lord did not have a particular in-terest in investing any more than was necessary in the buildings of the demesne farmstead, since it would have had a marginal effect on the value of the lease. On the other hand, a leasee or firmarius in the eleventh or twelfth century might well wish to invest in barns and granaries, both to protect the crop, and to facilitate payments of food made in kind. These often required deliveries of large quantities of food during a few weeks in the year, so that grain and other produce had to be stored in preparation (LENNARD, 1959: 128-134; see also HARVEY, 1983). Furthermore, since the leases of

STACKS, BARNS AND GRANARIES IN EARLY AND HIGH MEDIEVAL ENGLAND: CROP STORAGE AND ITS IMPLICATIONS 35

manors were for the period of a life or even three lives, the investment in constructing farm buildings would be returned over a number of years (LEN-NARD, 1959: 159-165). A leasee, particularly on a large manor, might well have judged that it was a worthwhile to construct a barn.

Stacks provided an alternative and cheaper form of storage, and it is not surprising that the sites of these can be identified throughout the en-tire period considered here. Sigaut (1988a: 16, 22-23) has stated that the chief disadvantage of the stack was that once it was opened, all the sheaves had to be entirely threshed in a comparatively short period. Stacks, unlike silos did not have her-metically sealed conditions in the interior, but once sheaves had been removed it was difficult to keep a stack watertight. It was important that a stack had a suitable shape and the surface layer of straw or hay was arranged to shed rainwater. One solution to this problem on a small peasant farm, where there may not have been the labour to thresh the entire contents of the stack in a short period, might have been to build a series of smaller stacks. Limited quantities of grain could be threshed without spoiling the unthreshed sheaves. The disadvantage of smaller stacks was that overall they had greater surface area exposed to the weather and to the ground, and were therefore more prone to rot.

Another approach to the problem is to consider the consumption of grain at household level. There was no benefit in having large quantities of corn in readiness when grain was ground for flour by hand at home. Hand mills are found on numerous sites in southern Britain, particularly in the period be-fore the eleventh century, suggesting that domestic milling was widespread (PARKHOUSE, 1997). Ce-real crops might be taken on a daily basis from the stack, threshed, turned into flour and then baked. Once the grain was taken to a water-powered mill, larger quantities of grain had to be prepared and greater amounts of the resulting flour had to be stored. It was hardly practical to transport small quantities of grain on a daily or even a weekly basis to a watermill because of the travelling time. The number of water-powered mills was growing in England at the time of the Domesday survey in the late eleventh century and they continued to in-crease in subsequent centuries (HOLT, 1988: 5-16, 116). The number of hand mills found on rural sites decreases correspondingly. We may connect the appearance of large storage jars with the shift in

the technology of milling and the need to produce and store larger quantities of grain and flour.

The findings on crop storage offered here are a first attempt to examine this problem and inevita-bly they are tentative and somewhat speculative. However, a general trend has emerged strongly enough from the evidence that it can be stated with confidence. There was a clear tendency from the eleventh century onwards for greater invest-ment in crop storage with the construction of barns and granaries. Historians and archaeologists are rightly cautious of the assumption that innova-tion takes place at the highest social levels and then percolates downwards. In this case it has been suggested that it may not have been the lords of large estates that were driving such develop-ments, but their leasees. It has been suggested that the development of a market for agricultural pro-duce may have stimulated this investment. While there was only a need to provide for sufficient for a household and for feudal renders, then there little motivation to take anything but the basic steps to reduce spoilage below a certain level. As soon as a local markets emerged, it became worthwhile maximising the return from agriculture and re-duce the rate of spoilage (BRITNELL, 1978). Leasees, in particular, had an interest in producing for the market to obtain cash for the payment of their rent or ‘farm’, as well as providing a profit.

The aim of this paper has been to introduce some critical issues about the operation of agricul-ture into the discussion of early and high medieval settlements. It is apparent that there needs to be a much greater engagement with the processes of farming so that it is possible to think through what evidence might be sought, both from published ex-cavations and in future work. We cannot hope to understand medieval society unless we begin to consider more clearly those activities which ab-sorbed most of the time of most of the population.

ACKNOWLEDGEMENTS

I am grateful to Libby Mulqueeny for preparing the line drawings, Duncan Berryman for the reference to thatching the pea stack at Plumstead in Norfolk, to Niall Brady for kindly sending me a copy of his paper at short notice, to Jan van Doesburg for sending me details of a granary or haystack at Sint Oedernrode, and to Finbar McCormick for discuss-ing with me some of the problems of crop storage.

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3Structures et espaces de stockage dans les villages alto-

médiévaux (6e-12e s.) de la moitié septentrionale de la Gaule: un apport à l’étude socio-économique du monde rural

Edith Peytremann1

RESUMÉGrâce à l’étude des structures et des espaces de stoc-

kage, l’archéologie permet de se faire une idée de la ges-tion des récoltes, qui est complémentaire à celle fournie par les données textuelles. Malgré les difficultés mé-thodologiques inhérentes à ces structures, il est possi-ble d’appréhender partiellement le développement des techniques de stockage mise en œuvre. L’examen chro-nologique des différentes structures de stockage et de leur topographie dans la moitié septentrionale de la France montre l’émergence de zones de stockage dans la seconde moitié du VIIe siècle et l’augmentation des structures de stockage et de leur contenance, sur un certain nombre de sites à partir du IXe siècle. L’hypo-thèse d’une centralisation des récoltes organisée par l’Église et/ou par les élites a été émise, sans toutefois né-gliger l’importance des pratiques socio-culturelles ni les modifications économiques notamment liées au déve-loppement des centres urbains et des sites à caractère militaro-défensifs.

MOTS CLÉS: silo, grenier, zone de stockage, centrali-sation, élite.

Grâce à l’étude des structures de stockage des récoltes, l’archéologie offre une possibilité d’ap-préhender partiellement la gestion des campa-gnes durant le premier Moyen Âge. Dans le cadre de cette réflexion, les études carpologiques ont cependant volontairement été ignorées, en raison de l’impossibilité, dans l’état actuel de la recher-che, d’établir une synthèse, compte tenu de l’in-suffisance et de l’hétérogénéité des données (RUAS, 2010: 56-60).

Après un examen des modes de stockage at-testés par l’archéologie et les textes et l’évocation

1 Inrap, Université Paris I, Panthéon-Sorbonne, CRA-HAM, UMR 6273

des points méthodologiques conditionnant l’ana-lyse, il est proposé un bilan des connaissances sur le développement des structures et des espaces de stockage à partir de la chronologie des sites d’ha-bitats ruraux des 6e-12e siècle de la moitié septen-trionale de la France (PEYTREMANN, 2003) et un certain nombres d’hypothèses sur la gestion des récoltes et son incidence sur l’économie.

1. LES MODES DE STOCKAGE

1.1. Attestés par l’archéologie

Au moins six modes de stockage sont reconnus par l’archéologie en Gaule du nord (Fig. 3.1) pour la période s’étendant du 6e siècle au 12e siècle.

Le premier consiste à stocker les céréales dans des greniers (Fig. 3.2). Cette forme de stockage laisse une certaine souplesse dans la gestion du traitement post-récolte, dans la mesure où la cé-réale peut être conservée en épis ou en grain. Elle est déposée sur le sol du bâtiment ou dans des sacs.

Le grenier correspond le plus souvent à un bâ-timent indépendant. Les plans de ces édifices, gé-néralement matérialisés par quatre, six, voire neuf trous de poteau, sont quadrangulaires et à nef unique. Leurs surfaces couvrent entre 5 et 25 m2. Aucune donnée archéologique ne permet de res-tituer les élévations. Les hypothèses proposées de constructions surélevées reposent principale-ment, sur des exemples ethnographiques et, dans une moindre mesure, sur la taille du creusement des poteaux et la découverte de grains des les comblements des trous de poteaux. (FEDERICI-SCHENARDI, FELLNER, 2004: 216; GENTILI, 2009: 115-116; DECHEZLEPRÊTRE, COUZYN et alii, 2000: 328).

40 EDITH PEYTREMANN

Le stockage en meule sur soutrait est peu at-testé2 en France à la période alto-médiévale (PEY-TREMANN, 2003: 291-293). Il consiste à stocker les céréales sous forme de gerbes montées en meule. Cette dernière, isolée du sol par une petite plate forme (Fig. 3.2), est protégée par un toit cou-lissant. Il est délicat pour l’archéologue de savoir si les soutraits qu’il découvre sont destinés à des meules de foin ou à des gerbes.

Le stockage en silo souterrain (Fig. 3.2) est cou-rant tout au long de la période considérée. Ce mode de stockage confiné, à long terme, nécessi-te un battage et un vannage préalable des céréa-

2 Moins d’une dizaine d’exemples avérés sont recensés à ce jour pour la période : Mondeville (Calvados), Poses (Eure), La Grande-Paroisse (Seine-et-Marne), Écuelles (Seine-et-Marne) et Woippy (Moselle).

les. Plusieurs formes et modules de fosses sont représentés par période et tout au long du pre-mier Moyen Âge.

Le stockage en grange est très rarement évo-qué à partir des sources archéologiques pour la moitié nord de la Gaule. Cette hypothèse est néanmoins avancée pour un des bâtiments à so-lins en pierre (Fig. 3.2), localisé dans l’espace ci-métérial du site des Ruelles à Serris (Seine-et-Marne). Il mesure 25 m de long pour une largeur d’environ 10 m (GENTILI, 2009: 113-114). Elle est également proposée pour le bâtiment sur poteaux à deux nefs (Fig. 3.2) du site de Ruffey (Jura). Ce dernier mesure 121,5 m2 (GOURGOUSSE, 1999: 42-45).

Le stockage en céramique est attesté par la présence de pots de stockage aux modules varia-bles. Ce mode est le plus difficile à cerner et à

© E. Peytremann

Figure 3.1. Localisation de la zone d’étude. En arrière plan, les régions administratives françaises.

STRUCTURES ET ESPACES DE STOCKAGE DANS LES VILLAGES ALTOMÉDIÉVAUX 6e12e S. DE LA MOITIÉ… 41

Sermersheim (Bas-Rhin)

La grange

Woippy (Moselle)

Le silo

Le grenier

Le soutrait de meule

BT 24 Sillégny (Moselle) BT 25 Sillégny (Moselle) BT 27 Sillégny (Moselle)

Serris (Seine-et-Marne)Ruffey (Jura)

2 m0

4 m0

4 m0

SIL 1601SIL 2520

152

Figure 3.2. Les différentes structures de stockages attestées par l’archéologie.

42 EDITH PEYTREMANN

quantifier. Il correspond principalement à un mode de stockage à court terme, que nous ne prendrons pas en considération dans notre ré-flexion.

Le dernier mode de stockage est la conserva-tion du grain en coffre de bois. Il est attesté avec certitude sur le site de Pouthumé (Vienne) (COR-NEC, 2010: 109). Deux autres exemples sont connus dans la région Rhône-Alpes sur les sites de Montboucher-sur-Jabron au XIe siècle (RÉMY, 2006: 119) et sur le site de Charavines au Xe siècle (MILLE, 1997). La fonction des coffres décou-verts à Saint-Denis près de Paris n’est quant à elle pas assurée (MEYER, 1993: 247-248).

Par ailleurs, il existe des fosses, dont la fonc-tion de stockage est assurée, mais dont le système de conservation diffère de celui des silos. La natu-re des denrées stockées dans ces fosses n’est pas clairement identifiée: légumineuses ? Racines ? Céréales ?

1.2. Attestés par les sources écrites

L’examen des sources écrites renvoie à de nombreuses appellations évoquant des construc-tions, pour lesquelles il est toutefois délicat de trouver des traductions.

Pour les VIe-VIIe siècles, ce sont principale-ment les textes des lois qui sont les plus riches en enseignements devant les récits narratifs de Gré-goire de Tours ou de Sidoine Apollinaire. Le tra-vail de Hildegard Dölling permet de se faire une bonne idée de la diversité des constructions ser-vant au stockage des récoltes (DÖLLING, 1980). La mise en regard du tableau récapitulatif des structures découvertes à Warendorf (WINCKEL-MANN, 1958: 500) et de celui des termes ren-voyant aux bâtiments dans les lois (DÖLLING, 1980: 91) telle qu’elle est présentée dans l’ouvrage de J. Chapelot et R. Fossier, montre les limites de la traduction d’un terme en vestige archéologique (CHAPELOT, FOSSIER, 1980: 8-87). L’exemple du mot spicarium, utilisé par Grégoire de Tours dans La vie des pères du Jura notamment, pour évoquer une construction suffisamment vaste pour accueillir des personnes, est également em-ployé dans la Lex Alamannorum, pour désigner un soutrait de meule (épier), montre la difficulté d’avoir une idée précise des structures employées (STÉKOFFER, 2004: 262). Il convient au demeu-rant de souligner que, pour cette période, aucune

allusion au stockage en silo3 n’est mentionnée dans les lois, du moins sous les formes4 em-ployées par les agronomes latins tels Pline, Colu-melle et Varron.

Pour les siècles suivants, le nombre de termes employés notamment dans les polyptyques pour les structures de stockage paraît moins important et plus stéréotypé. En revanche, le problème de traduction en adéquation avec des constructions subsiste. Les termes les plus récurrents sont spica-ria, granaries, horrea (généralement traduits par grange) scuras (chambre à foin). A priori, là enco-re, le mode de conservation en silo n’est pas évo-qué à l’exception peut-être, d’une allusion dans le Capitulaire de Villis au chapitre 51: «Praevideat unusquisque iudex, ut sementia nostra nullatenus pravi homines subtus terram vel aliubi abscondere possint et propter hoc messis rarior fiat. Similiter et de aliis maleficiis illos praevideant, ne aliquan-do facere possint.» (BORETIUS, 1883: 89). Ce cha-pitre a d’ailleurs été utilisé par certains chercheurs pour justifier l’augmentation des silos en relation avec des tentatives de fraudes de la paysannerie li-bre (NISSEN-JAUBERT, 2006: 180-181).

2. RAPPELS MÉTHODOLOGIQUES

Il importe avant de poursuivre, de rappeler un certain nombre de difficultés méthodologiques auxquelles sont confrontés les archéologues tra-vaillant sur les structures de stockage. La premiè-re, et pas la moindre, réside dans l’identification des vestiges, qu’ils correspondent à des silos, des greniers, des soutraits de meule ou des granges. Il est en effet parfois difficile de différencier un silo arasé d’une simple fosse (GENTILI, 1988: 218; RAYNAUD, 1990: 76-77). Le même problème se pose pour les constructions sur poteaux: grenier, grange ou autres ?

La deuxième difficulté a trait à l’estimation de la durée d’utilisation des structures pour tenter d’évaluer le nombre de structures contemporaines. Les études menées sur les silos archéologiques ont démontré que cette structure de stockage pouvait être curée voire approfondie, indiquant un usage

3 Anne Nissen estime que le terme granarium peut s’ap-pliquer aux silos dans la mesure où il désigne seulement le lieu où est stocké le grain sans autre détail (NISSEN-JAUBERT, 2009: 129-130).

4 in scrobibus, sub terra ou sub terris sont les formes rencontrées.

STRUCTURES ET ESPACES DE STOCKAGE DANS LES VILLAGES ALTOMÉDIÉVAUX 6e12e S. DE LA MOITIÉ… 43

assez long ou du moins répété (VILLES, 1981: 32). Frédéric Gransar dans un article consacré au stoc-kage alimentaire sur les établissements ruraux de l’âge du Fer en France septentrionale, estime entre 10 et 15 ans maximum la durée d’utilisation de la structure (GRANSAR, 2000: 289). V. Matterne évoque une durée de 1 à 5 ans en contexte grave-leux et de 1 à 10 dans le limon ou la craie (MAT-TERNE, 2000: 150). F. Gentili estime entre 16 et 32 ans la durée moyenne des silos du site de Vil-liers-le-Sec (Ile-de-France), en s’appuyant sur des données stratigraphiques et céramologiques (GENTILI, 2009: 120).

Les observations de Leonor Peña Chocarro et Lydia Zapata Peña dans le nord du Maroc5 sur des silos actuels indiquent une durée d’utilisation de deux ans environ. La durée d’utilisation d’un grenier sur poteaux est, quant à elle, évaluée à une vingtaine d’années par F. Gransar (GRAN-SAR, 2000: 289) et entre 30 et 50 ans s’il est com-paré à la durée d’une maison en bois (FEDERICI-SCHENARDI, FELLNER, 2004: 242).

Il subsiste par ailleurs un flou sémantique concernant l’utilisation des expressions «batte-rie» et «zone de stockage». En examinant les dif-férentes publications, il est possible de définir la batterie comme un ensemble de silos générale-ment limité (10 ?) et regroupé, alors que la zone de stockage est considérée comme un espace concentrant plus de 10 silos. La répartition de ces derniers est variable: en batterie ou «dispersée». Ces espace peuvent être délimités par une clôture ou un autre système, comme cela est suggéré pour la zone de stockage de 650 m2 de Grosblie-derstroff (PEYTREMANN, 2006: 70) ou la batte-rie de silos de Sillégny couvrant une superficie de 200 m2 (PEYTREMANN, 2008: 45).

La troisième difficulté touche au calcul des ca-pacités de stockage. S’il est possible de calculer la capacité d’un silo en le décomposant par forme géométrique théorique, l’exercice devient périlleux selon l’état de conservation de ce dernier. En effet, une restitution des parties manquantes s’avère in-dispensable et cette dernière est bien souvent sub-jective. Les décompositions en forme géométrique sont également variables selon les chercheurs. En tout état de cause, les chiffrages proposés doivent être considérés comme des estimations et non comme des capacités réelles. Une difficulté sup-plémentaire s’ajoute quand il s’agit de comparer les

5 Communication orale lors de la journée à Vitoria.

estimations d’un site à l’autre en l’absence de pro-tocoles de restitution et de calcul clairement expo-sés. Au-delà d’un certain degré d’arasement, il est impossible de proposer une capacité. Pour les gre-niers, le calcul n’est pas envisageable.

Une autre difficulté concerne la datation de la structure. Si le silo n’a pas, dans un second temps, servi de dépotoir, son comblement ne permet pas, lorsqu’il est stérile, ce qui est le cas le plus fréquent, de dater l’abandon de la structure. Les propositions fondées sur la chronologie relative et sur la topographie du site ont, elles aussi, leurs limites. Le problème se pose de manière encore plus cruciale pour les greniers.

Enfin, la dernière remarque porte sur la nature des denrées stockées. Les silos comme les gre-niers ne sont pas uniquement destinés à conser-ver les céréales. Ils peuvent également servir au stockage des légumineuses (RUAS, 2008: 331).

Ces différents rappels indiquent qu’il n’est pas possible, à l’aide des seules données archéologi-ques, d’entrer dans une logique d’estimation des rendements et d’évaluation de la population, comme cela a parfois été proposé.

Les données sont en outre trop imprécises et partielles, dans la mesure où il existe des formes contemporaines de stockage qui ne sont jamais considérées simultanément. En revanche, il est possible de faire apparaître de grandes tendances, aussi bien dans le nombre de structures de stoc-kage observées que dans leurs capacités.

3. LES MODALITÉS DE STOCKAGE DURANT LE PREMIER MOYEN ÂGE

Pour tenter de saisir des modifications dans les modalités de stockage, le parti a été pris de sélec-tionner des sites fouillés sur des superficies consé-quentes et aux datations suffisamment précises.

3.1. Aux VIe-VIIe s. dans la moitié nord de la Gaule

Sur un corpus incomplet de 160 sites de la moitié nord de la France, occupé aux VIe-VIIe siè-cles, plus de la moitié des sites ne possède a prio-ri aucune structure de stockage identifiée en tant que telle (Fig. 3.3). La ferme de Goudelancourt-Lès-Pierrepont (Aisne), entièrement fouillée sur 1,5 ha, en est un bel exemple.

44 EDITH PEYTREMANN

L’ensilage est le mode de stockage le plus fré-quemment rencontré dans toute la moitié septen-trionale de la Gaule aux VIe-VIIe siècles avec 35,6% de sites attestant la présence de silos.

Il est en revanche plus délicat d’analyser le nom-bre de structures de stockage, tant le corpus de sites est variable. En effet, les superficies explorées concernent quelques milliers de mètres carrés à quelques dizaines d’hectares. Par ailleurs la nature des sites étudiés diffère selon des cas. Il peut s’agir d’un secteur d’un village groupé (Genlis, Côte-d’Or; Preny, Meurthe-et-Moselle), d’une ferme isolée (Goudelancourt, l’Aisne), ou d’une portion d’une zone d’activités spécifiques (Sermersheim, Bas-Rhin). Ces précautions prises, il apparaît néanmoins qu’aucun site, quelle que soit sa superficie explorée, ne comprend plus d’une trentaine de silos (table 1).

Nom du site Superficie fouillée

Nombre de silos

Genlis (Côte-d’Or) 3,2 ha 30

Brebières (Pas-de-Calais) 0,375 ha 5

Serris (Seine-et-Marne) 12 ha 4

Distré (Maine-et-Loire) 1 ha 30

Table 1. Nombre des silos découverts par rapport à la superfi-

cie fouillée de quelques sites des VIe-VIIe siècles.

Les silos sont généralement situés à proximité des bâtiments ou des cabanes excavées. Des re-groupement de quelques silos (maximum 5) ont été reconnus. Ces derniers peuvent parfois s’or-ganiser en ligne (Genlis). Les données concernant le volume de stockage des silos pour cette pério-

de sont extrêmement rares et ne permettent pas d’indiquer une tendance.

Les greniers sont également présents, en moin-dre quantité. Ils ne représentent en effet que 7,5% du corpus. Leur nombre par site, quelle que soit la nature et la superficie de celui-ci, n’excède pas 20 (table 2).

Nom du site Superficie fouillée

Nombre de greniers

Genlis (Côte-d’Or) 3,2 ha 8

Villiers-le-Sec (Val-d’Oise) 9 ha 3

Serris (Seine-et-Marne) 12 ha 9

Orville (Val-d’Oise) + de 3 ha 1

Tournedos (Eure) 7 ha 15

Table 2. Nombre de greniers découverts par rapport à la su-

perficie fouillée de quelques sites des VIe-VIIe siècles.

Tout comme pour les silos, ces constructions sont généralement associées à un bâtiment ou à des cabanes.

Silos et greniers peuvent parfois être associés sur un même site voir au sein d’une même unité agricole: Genlis, Rouvres-en-plaine (Côte-d’Or), Moussy-le-Neuf (Seine-et-Marne), Juvincourt-et Damary (Aisne), Villeroy (Yonne). Les sites attes-tant silos et greniers représentent 5% du corpus.

Les céramiques de stockage identifiées pour cette période sont généralement des récipients de petite taille évoquant un stockage à court terme. Elles sont souvent mélangées au reste du mobilier céramique issu des comblements des différentes structures du site.

Les données à disposition conduisent à inter-préter ces structures de conservation comme ap-partenant essentiellement à un système de stocka-ge privatif, vraisemblablement à usage familial. Il est cependant nécessaire d’être prudent dans cette interprétation dans la mesure où de nombreuses structures de stockage échappent aux investiga-tions archéologiques, notamment les construc-tions sur poteaux utilisées comme grange.

3.2. Aux VIIe-VIIIe s. dans la moitié nord de la Gaule

Le corpus de sites attestant une occupation stricto sensu des VIIe-VIIIe siècle est plus restreint puisqu’il ne comprend que quatre-vingt-treize si-

Figure 3.3. Répartition des principaux modes de stockage par

période chronologique.

STRUCTURES ET ESPACES DE STOCKAGE DANS LES VILLAGES ALTOMÉDIÉVAUX 6e12e S. DE LA MOITIÉ… 45

tes. Il convient de noter que sur 44,13% des sites, aucune structure de stockage n’a été identifiée. L’ensilage reste le mode de stockage le plus fré-quent, avec 33,33% des sites (Fig. 3.3).

Le nombre de silos par site, quelle que soit sa superficie, ne dépasse pas quarante6. En revan-che, c’est à partir de cette période que l’on voit apparaître une organisation des silos en batterie formant parfois des zones d’ensilage distinctes des secteurs bâtis. C’est le cas notamment sur les sites de Marines (Val-d’Oise), Raray (Oise), Déols (Indre), etc. Il convient aussi de noter l’appari-tion, plus particulièrement dans l’Ouest de la France, de silos au sein de bâtiments (Mondeville, Grentheville, Calvados) (Fig. 3.4).

Certains de ces sites comprenant des zones d’ensilage ou des batteries correspondent à des zones d’activités spécifiques localisées vraisem-blablement en périphérie de la partie résidentielle du village (Léry, Eure ; Sermersheim, Bas-Rhin).

Concernant les volumes, les rares données existantes font état de silos compris entre 0,5 et

6 Sissonne (Aisne): 39, Champlay (Yonne): 10, etc.

1,40 m3 à Déols, entre 0,34 et 0,5 m3 à Néons-sur-Creuse (DABECK, 2004: 31) et 0,2 et 1,8 m3 à Villiers-le Sec.

Le stockage en grenier est a priori peu identifié puisque seulement sept sites possèdent ce type de structure de stockage7. Un soutrait de meule a été reconnu sur le site de Mondeville (Calvados).

Les sites de Léry, Bolbec, Saran et Mondeville attestent les deux modes de stockage.

Il apparaît qu’au côté d’un mode de stockage pri-vatif, se développe un mode de stockage différent, dont la nature privative ou collective pose question.

3.3. Aux IXe-XIIe s. dans la moitié nord de la Gaule

Le corpus de sites pour cette période est le plus important puisqu’il renferme pas moins de 260 sites. Le nombre de sites sans structu-

7 Mittelhausen (Bas-Rhin), Sorigny (Indre-et-Loire), Choisey (Jura), Tournedos-sur-Seine, Léry (Eure), Saran «ZAC des Vergers» et Bolbec (Seine-Maritime).

Figure 3.4. Bâtiments comportant des silos internes (IXe-Xe siècle) sur le site de Mondeville en Normandie. © Claude Lorren, CRAHAM.

46 EDITH PEYTREMANN

re de stockage est en nette diminution (21,54%). L’ensilage reste le mode de stockage privilégié. Il est d’ailleurs nettement majoritaire puisqu’il est recensé sur plus de 53% des sites du corpus (Fig. 3.3).

C’est à partir du IXe siècle que certains sites se singularisent par un nombre important de silos (table 3).

Les durées d’occupation de ces sites varient de deux à quatre siècles.

Les autres sites possèdent des silos dans des proportions moindres et en quantité comparable à celle de la période antérieure.

On retrouve les zones d’ensilage apparues à la période antérieure (Néons-sur-Creuse, Dury), mais aussi des dispersions de batteries compre-nant moins d’une dizaine d’individus au sein du

village (Villiers-le-Sec, Sermersheim, Déols, Gros-bliederstroff ) et des silos clairement associés à des unités agricoles (Baillet-en-France, Sorigny, etc.). Tout comme pour la période antérieure, les zones d’ensilage et/ou les batteries de silos peuvent être situées au sein de zones d’activités spécifiques, lo-calisées vraisemblablement en périphérie de la partie résidentielle du village (Sermersheim, Châ-lette-sur-Loing, Grosbliederstroff, etc.). Les bâti-ments abritant des silos sont plus nombreux dans l’ouest de la France (Mondeville, Vieux, Neuilly-la-Forêt, Distré…).

Les volumes des silos sont variables d’une ré-gion à l’autre.

Ces données indiquent une certaine cohéren-ce pour la région francilienne (table 4). En revan-che, sur les sites Picards les données apparaissent

Nom du site Superficie fouillée Nombre de silos

Distré (Maine-et-Loire) 1 ha 150

Villiers-en-Plaine (Deux-Sèvres) 1,75 ha 50

Villepinte (Seine-Saint-Denis) 0,2256 ha 60

Mesnil-Aubry (Val d’oise) 0,52 ha 100

Villiers-le-Sec (Val d’Oise) 9 ha 200

Dury (Somme) 1 ha 137

Béon (Yonne) 0,1ha 58

Néons-sur Creuse (Indre) 1,3 ha 100

Isle-Aumont (Aube) 1,6 ha 50

Marolles-sur-Seine (Seine et Marne) 0,7 ha 92

Table 3. Nombre des silos découverts par rapport à la superficie fouillée de quelques sites des IXe-XIIe siècles.

Nom du site Classe des volumes

Moyenne des

volumes

Volume le plus

importantRégion

Villiers-le-Sec (Val d’Oise) 0,3 et 3,6 m3, 1,6 m3 3,6 m3 Île-de-France

Tremblay-en-France «Les ruisseau» (Seine-Saint-Denis) NR 1 m3 NR Île-de-France

Villepinte (Seine-Saint-Denis) 0,5 et 4 m3 NR 4 m3 Île-de-France

Dury (Somme) 3 m3 10 m3 Picardie

Varesne (Oise) (PINARD et alii, 2006:97) 0,16 et 0,98 m3 NR 0,98 m3 Picardie

Saran «Zac des Vergers» (Loiret) 0,1 et 3 m3 NR 3 m3 Centre

Villetrun (Loir-et-Cher) 0,2 et 0,70 m3 NR 0,70 m3 Centre

Mouhet «La Grande Pièce» (Indre) 0,4 et 1,20 m3 NR 1,20 m3 Centre

Table 4. Variation des volumes des silos selon quelques sites des IXe-XIIe siècle (NR: non renseigné).

STRUCTURES ET ESPACES DE STOCKAGE DANS LES VILLAGES ALTOMÉDIÉVAUX 6e12e S. DE LA MOITIÉ… 47

hétérogènes, tout comme dans la régions Centre (DABECK 2004:51-55).

L’apparition de silos à grande capacité (≥ 2 m3) est attestée sur plusieurs sites franciliens (Créteil, Villiers-le-Sec, Louvres) mais aussi picards (Dury) ou de la région Centre (Saran).

Le stockage en grenier est lui aussi mieux re-présenté puisqu’il est attesté sur 13% des sites. Malgré les difficultés d’identifications de cette structure, il apparaît que, comme pour les silos, le nombre de greniers par site est plus important. Ils sont généralement à proximité de bâtiments plus grands mais aussi au sein de zone d’activité spécifique en marge du village (Sermersheim).

Les sites attestant les deux modes de stocka-ge sont également plus abondants puisqu’ils re-présentent environ 12%. La région francilienne se distingue dans ce corpus par le nombre im-portant de structures représentées, qui ne peut pas uniquement être imputées à l’importance du corpus.

Il convient par ailleurs de signaler pour cette période la mise au jour, sur quelques sites de l’Ouest de la France, de fosses de stockages desti-nées à recevoir des céramiques. C’est en effet le cas à Bressuire et à Airvault «La Grande-Cosse» (Deux-Sèvres) où respectivement onze fosses et une fosse ont été découvertes.

Durant cette période, la coexistence des deux modes d’organisation du stockage est confirmée.

4. ANALYSE ET DISCUSSION

Plusieurs constats procèdent de l’examen des modalités de stockage.

En premier lieu, l’ensilage ressort comme le mode de stockage le plus utilisé durant le premier Moyen Âge. Ce résultat contraste grandement avec les sources écrites et incite à la prudence. L’incapa-cité des archéologues à identifier clairement les granges et parfois les greniers nous prive en effet de données indispensables à la compréhension des choix des modes de stockage et de gestion des ré-coltes en fonction des besoins en nourriture, en se-mences et à partir du VIe/VIIe siècle en redevances. A contrario, l’absence d’inventaire des récoltes en-silées dans les textes invalide toutes tentatives de calcul de rendement. Il y a probablement ici une explication, probablement pas la seule, à la fai-blesse de rendement estimé par certains histo-riens comme G. Duby et d’ailleurs considérés

comme impossible par d’autres historiens comme R. Latouche (DEVROEY, 2003: 115-119).

En second lieu, l’augmentation du nombre de structures de stockage constatée à partir du IXe siè-cle attire l’attention. C’est en effet dans le courant des IXe-XIIe siècles qu’un certain nombre d’habi-tats est doté de zone d’ensilage plus conséquente ou/et de batteries plus nombreuses. C’est éga-lement à partir de cette période qu’un accroisse-ment de la capacité des silos a été constaté no-tamment en Île-de-France (GENTILI, 2009: 103) ou en région Centre (DABECK, 2004: 57). Mais avant d’émettre des hypothèses sur ces transfor-mations, il convient d’examiner plus attentive-ment quelques uns de ces sites ayant livré un nombre important de silos.

Deux types d’habitat se distinguent en fonc-tion de la topographie des structures de stocka-ge8. Le premier type correspond au village possé-dant au moins une zone d’ensilage comme Dury ou Néon-sur-Creuse.

L’occupation de l’habitat de Dury (Somme) débute au milieu du IXe siècle sur un site ayant été occupé à la période antique et dont la voie est encore en activité (Fig. 3.5). Les bâtiments (dont peut-être un grenier) et vingt silo se répartissent de part et d’autre de cet axe au sein de bande de 35 m de large. Les silos sont isolés ou par petit groupe formant parfois des alignements. Dans une seconde phase attribuable au Xe siècle, un fossé délimite l’espace bâti à l’ouest. Le bâtiment sur poteau reconstruit est entouré d’une quinzai-ne de silos. À l’est, un secteur délimité par des fossés abrite un bâtiment sur poteau et une caba-ne excavée. Quelques silos sont creusés à l’exté-rieur. L’occupation se densifie au XIe siècle. A l’ouest, le secteur est délimité par un nouveau fossé. Il est caractérisé par la présence d’une ving-taine de silos. À l’est, le secteur fossoyé est aban-donné au profit de deux bâtiments, dont l’un cor-respond peut-être à un grenier. Un nouveau secteur fossoyé est mis en service plus au nord. Ce dernier comprend une cabane excavée. Une quinzaine de silos sont creusés dans la partie mé-ridionale. À partir du XIIe siècle, la zone d’ensila-ge occidentale est abandonnée au profit d’un es-pace d’hébergement auquel sont associés trois silos. À l’ouest, un grand bâtiment est édifié au sein d’un enclos. Au sud de cet ensemble, se trou-

8 Sous réserve d’une connaissance suffisante de la topo-graphie du village.

48 EDITH PEYTREMANN

Figure 3.5. Plans d’ensemble de Dury par période (HARNAY, 1999: fig. 5 à 8).

STRUCTURES ET ESPACES DE STOCKAGE DANS LES VILLAGES ALTOMÉDIÉVAUX 6e12e S. DE LA MOITIÉ… 49

vent une cabane excavée et quelques silos et fos-ses. À partir de la seconde moitié du XIIe siècle, le site est en voie d’abandon. Seuls quelques silos et fosses subsistent (HARNAY, 1990: 203-235).

Le site de Dury présente effectivement une zone d’ensilage comprenant, au plus fort de son occupation (XIe siècle), 35 silos répartis en deux secteurs (ce qui est peu dans l’absolu par rapport au 137 silos mis au jour). Le site comprend égale-ment quelques batteries et des silos dispersés. Le volume moyen de ces silos destinés uniquement à la conservation des céréales est de 3 m3, le plus important est de 10 m3. Les bâtiments entourés de fossés ou d’enclos sont interprétés comme pri-vilégiés. Cette hypothèse est étayée pour le bâti-ment enclos de la dernière période par la décou-verte d’un éperon et d’une pierre sculptée.

L’exemple du site de Néons-sur-Creuse est moins parlant, dans la mesure où les datations sont moins bien assurées. Il est ainsi difficile d’avoir une idée du phasage de la centaine de silos mise au jour. En revanche, il apparaît que les si-los sont implantés au sein d’une zone qui ne change pas durant toute l’occupation du site.

Le second type d’habitat correspond aux villa-ges dépourvus de zone d’ensilage. Les structures d’ensilage étant systématiquement associées à une unité agricole.

Le village de Villiers-le-Sec a livré un corpus de 224 silos datés entre le VIIe et le XIe siècle. La répartition spatiale des silos étudiée par F. Gentili (GENTILI, 2009: 97-123) indique une localisa-tion des silos en périphérie de l’espace bâti pour la période couvrant les VIIe-VIIe siècle, alors qu’aux périodes suivantes les structures de stocka ge se distribuent le long des deux axes pas-sant par le village et sont associées aux unités agri-coles. Il convient de noter aux VIIIe-IXe siècles une plus forte densité de silos dans la cour de la princi-pale unité agricole et que c’est parmi elle que se trouvent les silos à plus forte contenance. Cette distribution des grands silos change aux IXe-Xe siè-cle, puisque c’est une unité localisée au nord-ouest qui compte les plus gros silos. Des batteries de silos associant petite, moyenne et grande contenance se retrouvent sur d’autres sites franci-liens (Créteil, Mesnil-Aubry)

À Distré, 150 silos sont comptabilisés pour une durée de deux siècles et demi (IXe-mi XIe). Ils se répartissent en batterie, généralement en asso-ciation avec un bâtiment (Fig. 3.6). Deux zones apparaissent «isolées». Une zone de stockage au

centre de l’emprise regroupant une cinquantaine de silos est attribuée au IXe siècle, une seconde se trouve en limite sud-est du site et regroupe une trentaine de silos (GENTILI, VALAIS, 2007: 129). Il convient de mentionner également les silos présents dans les bâtiments.

Au Mesnil-Aubry (Val-d’Oise), l’habitat est implanté de part et d’autre d’une voie secondaire à partir du IXe siècle sur un site attestant une fré-quentation durant l’Antiquité et probablement la période mérovingienne (Fig. 3.7). Le bâti des IXe s. se développe principalement à l’ouest de la voie dans la partie septentrionale de la fouille. Quel-ques silos et deux greniers sont attribués à cette phase. À partir du XIe siècle, le bâti se développe en investissant notamment le secteur à l’est de la voie où sont construits deux bâtiments entre les-quels se trouvent une cabane excavée et des silos. Dans la partie occidentale, trois constructions sur poteaux, huit cabanes excavées et un four sont mis en service. Parallèlement, environ 80 silos sont attribués à cette période. Leur répartition indique des groupes de quelques silos parmi les-quels sont associés des silos de grande, moyenne et petite contenance, sans concentration particu-lière au sein d’un secteur donné. Les volumes va-rient entre 0,2 et 2,05 m3. La disposition suggère des silos associés à des unités agricoles (GENTI-LI, 2008: 265-308). D’après les études carpologi-ques, les silos étaient également utilisés pour stocker des fèves et des vesces.

Le site de l’Isle-Aumont (Aube) se distingue par son caractère perché et par son fossé défensif. Au sein de l’aire délimitée par ce dernier, 50 silos ont été dénombrés. Ils se répartissent en petits groupes sur l’ensemble de la surface (SCAPULA, 1975).

L’examen rapide de ces sites ayant livré un nombre conséquent de silos montre toutefois que ce nombre est très relatif et que les concentra-tions dépassent rarement les vingt silos contem-porains. Par ailleurs, les volumes varient d’un site à l’autre. Malgré tout, ces sites se distinguent de ceux qui n’ont livré qu’une dizaine de silos.

Plusieurs hypothèses peuvent être émises pour expliquer l’augmentation du nombre de structu-res de stockage et de leur capacité.

Une première explication, que l’on peut énon-cer mais qui souffre de l’insuffisance des don-nées, renvoie à une augmentation des rendements et/ou une augmentation des cultures de céréa-les et/ou de légumineuses. S’il est indéniable que ces améliorations jouent un rôle sur les structures

50 EDITH PEYTREMANN

N

SO

E

0 20 m

emplacement des zones d’ensilages des IXe-mi XIe

Figure 3.6. Plan d’ensemble du site de Distré (maine-et-Loire) de la fin du VIe au milieu du XIe s. (d’ap. Valais 2008:281).

STRUCTURES ET ESPACES DE STOCKAGE DANS LES VILLAGES ALTOMÉDIÉVAUX 6e12e S. DE LA MOITIÉ… 51

de stockage, elles ne peuvent pas à elles seules jus-tifier et expliquer les quantités importantes de structures de stockage relevées sur certains sites et pas sur tous. La nature des denrées stockées dans les silos peut également constituer un élé-ment d’explication à l’augmentation des contenan-ces. L’étude carpologique menée sur le site de Mesnil-Aubry a en effet montré un stockage en

silo de fèves et de vesces, dont la masse volumique est supérieure à celle de la plupart des céréales.

La deuxième hypothèse est celle d’une centra-lisation d’une partie ou de la totalité de la pro-duction. Si cette hypothèse a l’avantage d’expli-quer la disparité entre les sites, elle suggère également des changements dans les modalités de productions et de conservation.

N

S

O E

0 25 m

Figure 3.7. Plan d’ensemble du site de Mesnil-Aubry (Val-d’Oise) de la fin du Xe à la fin du XIe/déb. XIIe s. (d’ap. GENTILI 2008:281).

52 EDITH PEYTREMANN

À partir des VIIe-VIIIe siècle, deux acteurs économiques prennent de l’importance et sont notamment susceptibles de pouvoir organiser une centralisation de la production: l’Église et les élites civiles rurales. L’instauration de la dîme à la fin du VIe siècle suppose en effet des structures de stockage permettant sa collecte avant que n’apparaissent les «granges aux dîmes». Cette hy-pothèse est curieusement énoncée pour des sites n’offrant pas de nombreuses structures de stocka-ge. En effet, Claude Lorren émet cette hypothèse pour expliquer la présence d’un silo de 2,5 m3 au sein d’un bâtiment situé dans le cimetière à proxi-mité de l’église du site de Mondeville (LORREN, 1989: 460). Florence Carré suggère une hypothè-se similaire pour la concentration de structures de traitement et de stockage (greniers) des céréa-les située au sein d’un espace localisé à proximité de l’église et du cimetière à Tournedos (CARRÉ, 2011: 221).

Les revenus des abbayes devaient également à un moment être centralisés, avant d’être répartis en fonction des besoins. L’archéologue peine, en l’absence de texte, à identifier la nature des établis-sements qu’il met au jour et le rôle qu’il peut jouer dans l’économie abbatiale. Le site de Distré, identi-fié comme une villa dépendant de l’abbaye de Saint-Florent de Saumur, joue peut-être ce rôle.

Concernant les élites civiles rurales, il est parti-culièrement délicat, au travers des seules données archéologiques, de savoir si cette centralisation se faisait au sein d’un établissement particulier (cours) ou sur le lieu même de la résidence élitaire. L’im-portante unité agricole qui se distingue sur le site de Villiers-le-Sec peut éventuellement étayer cette hypothèse.

Par ailleurs, l’émergence de sites à caractère militaro-défensif accompagnant cette expansion des élites rurales, provoque également une cen-tralisation des récoltes en vue d’assurer le ravi-taillement des hommes et des chevaux pendant les campagnes militaires mais également lors de possibles sièges. Le nombre de silos mis au jour sur le site de l’Isle-Aumont illustre probablement ce cas de figure.

Le site de Distré présente également des indi-ces d’une présence de cavalier (éperon, fers de flèche) en plus d’une importante production arti-sanale et agricole. Identifié comme une villa ap-partenant à une puissante abbaye (Cf infra), les textes évoquent le recrutement d’un chevalier pour la défendre des attaques des Angevins

(GENTILI, VALAIS, 2007: 133). La possibilité de réserve en cas de conflit n’est pas non plus à ex-clure si l’on se réfère à la présence de souterrains dont le rôle de stockage est envisagé par l’auteur des fouilles. Le site de Villepinte présente un pro-fil relativement comparable à celui de Distré9.

Si l’hypothèse d’une centralisation de la pro-duction est probable au vu des exemples men-tionnés, elle pose la question plus globale de la gestion des récoltes (part pour les semences, les besoins alimentaires) et d’un éventuel dégage-ment d’un surplus et de sa gestion: redistribution en circuit interne ou commercialisation (circuit externe) notamment vers les centres urbains en développement.

La troisième hypothèse met en avant une ra-tionalisation des pratiques agricoles. La concen-tration des structures de stockage en un lieu précis permet une optimisation de la chaîne opé-ratoire post-récolte. La localisation des silos du site de Villiers-en-Plaine (Deux-Sèvres) en dehors de l’enclos de la résidente élitaire et à proximité du chemin suggère en effet une localisation en re-lation directe avec l’espace agricole (BOLLE, 2009: 248). Ce cas de figure peut être rapproché des importantes zones d’ensilage mises au jour dans la moitié sud de la Gaule localisé en dehors des espaces bâtis, probablement à proximité des champs comme sur les sites de L’Oustalou à Pré-serville et celui de Clos-Montplaisir à Vieille-Tou-louse (Tarn-et-Garonne)10.

Ces exemples tentent à montrer qu’une partie du traitement des céréales et de leur stockage pouvait également se faire à proximité des champs, réduisant de cette manière les corvées de trans-port. Pour être cohérente, cette hypothèse suppo-se que seuls les grains prévus pour les semences étaient conservés dans ces silos «en plein champs» ou plus exactement de bord de champs. Si séduisant soit-elle, cette hypothèse présente, dans l’état actuel de la recherche, une dimension «géographique» dans la mesure où ce type de zone d’ensilage a plus particulièrement été obser-vé dans le sud de la Gaule. Doit-on y voir une or-ganisation sociale différente ou plutôt une ré-partition des habitats par rapport aux espaces

9 Malheureusement, l’absence de publication, limite les comparaisons. Villepinte est signalée à partir du IXe siècle comme villa possédée par l’abbaye de Saint-Denis.

10 Informations de Rémy Carme et Yann Henri que nous remercions.

STRUCTURES ET ESPACES DE STOCKAGE DANS LES VILLAGES ALTOMÉDIÉVAUX 6e12e S. DE LA MOITIÉ… 53

cultivés différente de celle en place dans la moitié septentrionale de la Gaule?

Si un certain nombre d’hypothèse peuvent être émises pour expliquer l’augmentation du nombre des structures de stockage et de leur capacité, de nombreuses questions restent en suspens. En effet, la gestion des différents modes de stockage échap-pe grandement au chercheur. Quelles sont les rai-sons qui poussent à utiliser plutôt le silo, le gre-nier ou la grange? Le type de céréale est-il en cause? L’utilisation de la céréale (consommation, réserve ou semence)? Ou le rythme des travaux en fonction de la chaîne opératoire nécessitant un stockage en grange avant le battage et le vannage puis un stockage en silo?

Les groupes de silos aux capacités variables ob-servés sur des sites franciliens illustrent peut-être ces différents cas de figure. L’observation de la ges-tion des céréales dans le rif marocain tend à mon-trer que l’utilisation de tel ou tel mode de stockage est dépendante de la taille de la récolte11.

L’explication liée au climat est depuis long-temps abandonnée (SIGAUT, 1981: 173-174) et la présence conjointe de greniers voir de grange et de silos sur un même site confirme, s’il le fal-lait, sa non recevabilité. La qualité du sous-sol, si elle peut apporter un élément d’explication, n’est pas non plus suffisante.

Ne faudrait-il pas plutôt avancer des explica-tions sociologiques (mode de stockage différent selon le niveau social?). L’imprécision dans la dé-signation des structures dans les textes et les dif-férentes possibilités de traduction ne facilite pas la recherche.

En dernier lieu, ne doit-on pas aussi proposer une explication culturelle, dont l’association silos et inhumation serait un indice? En effet, de nom-breux sites d’habitat européens possèdent des silos installés au sein de secteurs funéraires ou des sé-pultures installées dans des silos en cours de com-blement. Cette association est également présente au sein des cimetières (Villarnau, Pyrénées-Orien-tales). Si ce phénomène a particulièrement bien été étudié pour la Tène (DELATTRE, 2000a; DE-LATTRE, 2000b), il n’a pas encore à ce jour été étudié pour la période altomédiévale12. A contra-rio, une association récurrente entre grenier et in-humation n’a, à ce jour, jamais été observée.

11 Informations orales de Leonor Peña Chocarro et Ly-dia Zapata Peña données lors de la journée d’étude.

12 Étude en cours par E. Peytremann.

Un dernier problème resté en suspens concer-ne la possibilité d’une gestion collective des récol-tes. La présence de zones de stockage comprenant de nombreux silos est fréquemment interprétée comme la preuve d’une gestion collective, ce qui sous-tend la présence d’une communauté. La ten-dance des chercheurs à vouloir mettre en avant cette idée tire son origine dans l’historiographie du village, et plus particulièrement de la définition qui en est donnée par des historiens des textes, qui in-sistent sur le rôle de la communauté villageoise (FOSSIER, 1984: 60). L’examen plus approfondi des données archéologiques incite à la prudence, notamment si l’hypothèse d’une centralisation to-tale ou partielle des récoltes est retenue.

CONCLUSION

L’étude des structures et des espaces de stoc-kages apporte-t-elle des informations sur l’orga-nisation socio-économique du monde rural alto-médiéval de la Gaule du nord ? Au regard des résultats, le doute est permis. L’examen rapide des données issues des sources écrites montre en effet une absence de référence au stockage par ensilage.

De son côté, l’archéologie peine à identifier clairement les structures de stockage, à les dater et à analyser leur fonctionnement dans l’écono-mie rurale. Loin d’être négatifs, ces résultats inci-tent le chercheur à la prudence et témoignent de l’extrême complexité des organisations rurales sur cette longue période.

L’analyse sur cinq siècles des structures de stockage en contexte d’habitat rural montre un certain nombre de changements sans toutefois les expliquer entièrement. Il convient tout d’abord d’insister sur le fait qu’ensilage, stockage en gre-nier, en grange, en coffre ou en céramique sont pratiqués durant toute la période, avec apparem-ment une nette dominance de l’ensilage.

Pour les VIe-VIIe siècle, l’étude renvoie l’image de structures de stockage liées à l’unité agricole sans que cela soit systématique. L’absence de structure de stockage relevée sur les sites du cor-pus est probablement imputable aux limites souli-gnées lors des rappels méthodologiques. La seule nouveauté remarquable observée pour ce début du premier Moyen Âge est l’apparition aux VIIe/VIIIe siècles de secteurs spécialisés implantés dans ou en périphérie de l’habitat. Il est en revan-

54 EDITH PEYTREMANN

che délicat de trancher entre une gestion collective de l’espace villageois ou l’apparition de parcelles dédiées à une centralisation et à une spécialisation croissante dans le cadre de la gestion des domai-nes par les élites.

Pour la période suivante (IXe-XIIe siècle), les principaux changements observés concernent l’ac-croissement de nombre de sites équipés de struc-tures de stockage, le développement du nombre de structures de stockage sur certains sites et l’aug-mentation de la capacité de stockage des silos.

En plus des hypothèses traditionnellement avancées renvoyant à la croissance démographi-que et à l’amélioration des techniques culturales, plusieurs explications concernant la centralisa-tion des productions en relation avec la supréma-tie en milieu rural de deux acteurs, d’ailleurs for-tement liés, l’Église et les élites, ont été proposées. L’augmentation de la demande en céréales, liée au développement des centres urbains mais égale-ment à la militarisation accompagnée de l’essor de l’usage des équidés, a grandement favorisé ce mouvement de centralisation et vraisemblable-ment de spéculation.

Il ne doit pas cependant occulter les nombreu-ses questions restées en suspens, notamment liées aux choix du mode de stockage qui fait pro-bablement appel à plusieurs facteurs, non seule-ment technologique, sociologique, économique mais aussi culturel, ce que les chercheurs ont ten-dance à négliger, tant cette période est perçue comme un temps de «rationalisation» des cam-pagnes et d’optimisation des modes de gestion.

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RIASSUNTOGli storici hanno poco studiato forme e luoghi di

conservazione dei cereali anche per la povertà delle fonti scritte. Per la Toscana alto medievale buone in-formazioni vengono dai polittici del vescovato lucche-se di fine IX sec., che ricordano granaria volti a im-magazzinare i cereali. Essi non erano presenti in tutte le curtes, ma solo nelle più strutturate. Vi era raccolto solo il grano prodotto nel dominico: canoni in cereali dei massari erano rari. Il prodotto del massaricio, dun-que, era conservato altrove in strutture differenti fami-gliari o di villaggio, forse i silos noti dall’archeologia. Le carte lucchesi e amiatine (sec. IX) confermano i dati dei polittici: due circuiti separati, uno dominicale (che faceva capo ai granaria curtensi), l’altro contadino non conoscibile dalle fonti scritte. Esse permettono inoltre di individuare alcuni granaria: strutture sia urbane che rurali, dall’importante valore economico e simbolico. I granaria infatti erano indicatori di status per le élites di villaggio. Da fine IX i livelli ci sono sempre meno uti-li sia per il generalizzarsi dei censi in denaro, che per il prevalere di livelli per intermediari. Notizie utili ri-compaiono solo da metà XII sec., grazie ai contratti di «affitto» con canoni in cereali. Le carte di S. Michele di Passignano, in Chianti, sono un buon campione di que-sta nuova realtà. Il panorama è ormai molto mutato: non ci sono più tracce di granaria e i cereali —sia quel-li dei canoni, sia in mano ad operatori economici locali e a membri delle élites di villaggio— sono conservati in arce. Si tratta di contenitori rettangolari, talora di gran-di dimensioni, spesso in legno —ma talora forse in pie-tra—. La loro diffusione (ben attestata in tutta la regio-ne) si spiega con la crescente commercializzazione dei cereali. La rapida circolazione del grano rendeva inutili i manufatti destinati a conservare i cereali a lungo ter-mine. D’altronde, le quantità di grano mosse dai flus-si commerciali erano ancora tali, almeno in campagna, da rendere sufficienti manufatti di dimensioni ridotte rispetto ai granai e alle grandi fosse granarie che torne-ranno a dominare la scena dal Duecento in poi.

PAROLE CHIAVE: Italia, Economia rurale, Secoli IX-XII, curtes

1 Dipartimento di Civiltà e Forme del Sapere, Universitá degli Studi di Pisa, [email protected].

1. INTRODUZIONE

Quando ho accolto l’invito a offrire un contri-buto sui luoghi e sui contenitori nei quali in To-scana tra VIII e XII secolo erano raccolti e con-servati i cereali, sapevo di affrontare un tema su cui né la bibliografia né le fonti erano ricche. In seguito mi sono reso conto che le testimonianze scritte sono ancor più povere di quanto non cre-dessi: ciò spiega perché la storiografia abbia trat-tato poco un problema così rilevante2. La povertà delle fonti scritte non si limita al solo piano quan-titativo (sono poche le menzioni dei manufatti che ci interessano): esse sono anche fortemente orientate e selettive, perché attestano solo parte delle tipologie di contenitori granari riconosciuti dagli archeologi e perché restituiscono informa-zioni sulle pratiche di immagazzinamento solo di certi attori sociali (grandi chiese, aristocratici e, in minor misura, élites rurali). I documenti scrit-ti, inoltre, non sono «densi», poiché solo di rado vanno oltre il semplice nome del manufatto, co-sicché è difficile farsi un’idea della materialità dei contenitori granari e di come essi fossero impie-gati. Le nostre fonti, infine, tacciono su questioni nodali, come le differenti forme di immagazzina-mento dettate dalle varie necessità di produttori e consumatori (scorte alimentari a breve e a lun-go termine, conservazione della semente, raccol-ta in vista della commercializzazione ecc.), o come gli eventuali nessi tra tipologia dei manu-fatti e specie di cereali immagazzinate. A molte di queste questioni, invece, le fonti archeologiche apportano importanti elementi di riflessione. Solo con l’integrazione dei due ordini di fonti, perciò, si potrà giungere a una più adeguata co-noscenza dei fenomeni, davvero fondamentali,

2 Per un utile panorama generale vd. ZUG TUCCI, 1990; cfr. anche CORTONESI, 2002: 215-217. Concentrati sul basso medioevo, ma comunque utili, sono BRESC, 1979 e CORTONESI, 1991; cfr. anche ARCIFA, 2008.

4Luoghi e contenitori di stoccaggio dei cereali in Toscana

(VIII-XII secolo): le evidenze delle fonti scritte Simone M. Collavini1

58 SIMONE M. COLLAVINI

connessi alla conservazione dei cereali nelle so-cietà toscane dell’alto e del pieno medioevo; un obiettivo cui il presente saggio vuole fornire una prima, parziale, Vorarbeit.

Nonostante i loro limiti, appena richiamati, le fonti scritte possono fornire un utile contri-buto al nostro tema. Oltre a considerare i dati puntuali su luoghi e manufatti atti a immagazzi-nare e conservare i cereali, è infatti utile riflette-re sui contesti di produzione, trasferimento e accumulazione dei cereali, descritti (o anche solo suggeriti) dai testi scritti. La raccolta e l’im-magazzinamento dei cereali mutano di significa-to a seconda dei contesti produttivi, del variare delle forme di estrazione del surplus contadino e delle forme di trasferimento del prodotto della terra. Va infine considerata la presenza o meno di forme di commercializzazione del prodotto. La riflessione su questi contesti aiuta a interpre-tare in modo più articolato le informazioni de-sumibili dalle fonti scritte e i più abbondanti dati archeologici.

La considerazione dei contesti produttivi e proprietari, nei quali si collocano le forme di im-magazzinamento, invitano del resto gli archeolo-gi a riconsiderare interpretazioni apparentemen-te scontate e incontrovertibili, ma falsificate dalle fonti scritte: una per tutte, l’idea che nei granai curtensi si immagazzinassero i cereali prodotti dai massari. Infine, le informazioni restituite dal-le fonti scritte su luoghi e contenitori di stoccag-gio dei cereali, in ragione della molteplicità dei manufatti, del loro aspetto materiale diversificato e del loro vario grado di visibilità, invitano gli ar-cheologi a indagare su una pluralità di oggetti, al-cuni dei quali non immediatamente riconoscibili sul campo.

La prima e fondamentale questione da cui prendere le mosse è: «Dove è possibile trovare notizie sulla raccolta e la conservazione dei ce-reali in Toscana nei secoli VIII-XII?». Ho indi-viduato tre serie documentarie promettenti: i polittici lucchesi di fine IX secolo, le uniche fonti del genere sul sistema curtense toscano; i livelli toscani per coltivatori del secolo IX; e i contratti di «affitto» della seconda metà del XII secolo, che prevedevano spesso canoni in natura. Dopo un primo sondaggio, ho invece ri-nunciato ad approfondire il tema dei luoghi di pagamento e immagazzinamento delle decime: le fonti disponibili, infatti, non restituiscono dati significativi.

2. CURTES E POLITTICI DEL VESCOVO DI LUCCA FINE SEC. IX

Gli unici due polittici toscani conservati furo-no prodotti a Lucca alla fine del secolo IX per conto del vescovo Pietro II3. Il primo (il cosid-detto Inventarium) è un inventario dei beni del vescovato, diffusi anche fuori della diocesi e or-ganizzati secondo il modello curtense, seppur con diversa efficacia in ragione dell’estensione delle proprietà vescovili e delle diverse realtà in-sediative e produttive della regione (LUZZATI, 1979: 207-224). Un secondo inventario (il cosid-detto Breve de feora), coevo al primo, registra i benefici (feora) che i predecessori di Pietro ave-vano concesso ad aristocratici ed ecclesiastici loro fedeli. Le entrate del Breve de feora, che è mutilo, descrivono innanzitutto le rendite di ogni beneficiario, ma le precisano, descrivendo beni e diritti sui quali esse erano assise. Anche il secondo testo, perciò, dà notizie sulle unità aziendali, spesso bipartite, e su censi prestazioni e canoni dovuti dai conduttori dei mansi (LUZZATI, 1979: 225-246). Essendo un elenco di red-diti —e non una descrizione di complessi azien-dali— il Breve de feora è però più generico dell’Inventarium nel descrivere le aziende cur-tensi. Infine, sempre nel quadro della riorganiz-zazione del patrimonio vescovile e della sua ri-vendicazione nei confronti di chi se n’era più o meno abusivamente impadronito, Pietro II fece allestire un terzo breve, recentemente rinvenuto e in corso di edizione, che elenca i livelli concessi dal suo immediato predecessore Gherardo II, evidentemente in vista di una rinegoziazione o di un annullamento4.

Dato ciò che si è detto, non stupisce che solo l’Inventarium conservi informazioni a noi utili. Nella sua seconda parte che elenca le curtes più compiutamente organizzate secondo il modello curtense (poste in Valdiserchio, in Valdarno e in Maremma), esso ricorda la presenza in 7 diversi centri domocultili di kanave e granaria, citati in for-

3 LUZZATI, 1979. Guida imprescindibile sul siste-ma curtense in Italia sono i due saggi di P. Toubert (1995a e 1995b). Un buon aggiornamento in PASQUALI 2002. Sui polittici lucchesi cfr. PASQUALI, 2002: 27-29 e ANDREOLLI, 1978: 128-147 (con tabelle riassuntive dei dati).

4 TOMEI, i.c.s. (con una bibliografia aggiornata sui po-littici lucchesi). Seppur sommario, l’elenco è utile come ter-mine di paragone con la contrattualistica agraria esaminata in seguito.

LUOGHI E CONTENITORI DI STOCCAGGIO DEI CEREALI IN TOSCANA VIIIXII SECOLO: LE EVIDENZE DELLE FONTI SCRITTE 59

mule standardizzate del tipo: casa domnicata, ka-nava, granario, finile, curte, orto cum aliis edificiis5.

Per illustrare le caratteristiche delle entrate, si può ricorrere all’esempio della curtis più vicina al sito di Monterotondo, indagato archeologica-mente da G. Bianchi e F. Grassi:

Invenimus in Curnino: casa domnicata, ka-nava, granario, finile, curte, orto cum aliis edi-ficiis, terram domnicata ad seminandum mo-diorum l, pratum ad fenum ad carratas xx, vineas ad anfora xii et de redditum anforas x, silva ad porci saginando cc; de manentes … (segue l’elenco dei manentes con i relativi one-ri) (LUZZATI, 1979: 221222).In queste strutture, della cui realtà materiale

nulla dice la fonte, era raccolta e conservata (per essere poi in parte indirizzata a Lucca?) la produ-zione cerealicola del dominico. Infatti, dato che gli oneri dei massari consistevano di norma in corvées (spesso pesanti) e/o in censi in denaro, in-tegrati da donativi in natura, i cereali raccolti nei granai provenivano in gran parte (se non soltan-to) dal dominico. L’unico significativo canone in natura dovuto dai massari, di solito parziario (o, occasionalmente, fisso), era il vino6. Il ruolo dei canoni in cereali è invece minimo, se non nullo, sia nelle curtes dotate di granai, sia nelle altre de-scritte dall’Inventarium e dal Breve de feora7.

L’Inventarium, concentrato sulle potenzialità aziendali (terra disponibile nelle sue varie tipolo-gie, strutture immobiliari, canoni e censi, cor-vées), nulla dice delle scorte né del tipo cereali se-minati, come tace anche sulla presenza di servi prebendarii (incerta) e di attrezzi agricoli (certa). L’estensione del seminativo delle curtes, fino a 50 moggi, era comunque tale da consentire di racco-gliere consistenti quantità di grano, nell’ordine

5 Si tratta delle curtes di Filettole (LUZZATI, 1979: 219), Vecchiano (LUZZATI, 1979: 219-220), Corazzano d’Evola (LUZZATI, 1979: 220), Elsa (LUZZATI, 1979: 220-221), Cor-nino (LUZZATI, 1979: 221-222), S. Giorgio di Ravi (LUZZATI, 1979: 222-223) e Lacchise (LUZZATI, 1979: 223-224).

6 Ne danno conto entrate come la precedente che, nel de-scrivere il centro domocultile e i suoi redditi, distinguono le entrate in vino tra quelle del dominico e quelle de redditum.

7 Nel caso delle 7 curtes dotate di granai, solo 5 dei 61 manentes pagavano canoni (fissi o parziari) in cereali. Tre di loro (tutti gravati di canoni fissi) abitavano a Terra Russula, probabilmente un complesso di beni (recentemente?) aggre-gato alla curtis di Elsa, come si ricava anche dalla struttura dell’item (ibid., p. 221). Sulla modesta incidenza dei canoni in cereali nei polittici lucchesi cfr. ANDREOLLI, 1978: 130-132; si noti che questa caratteristica si discosta dalla norma dei po-littici padani, vd., p.es., MONTANARI, 1979: 78-79, 109-114.

delle centinaia di moggi, che andavano stoccate e conservate nelle infrastrutture del caput curtis: le kaneve e i granaria di cui si è detto.

Il resto della produzione cerealicola delle aziende curtensi, quella dei mansi, non giungeva invece, se non in minima parte, al caput curtis: doveva dunque essere autonomamente immagaz-zinata e conservata dai contadini. Le fonti taccio-no al riguardo, a partire dal punto fondamentale se ciò avvenisse in proprio ad opera di ogni fami-glia o se esistessero strutture di villaggio centraliz-zate. È probabile che le pratiche variassero da luo-go a luogo, anche in relazione alle diverse realtà insediative e all’esistenza o meno di embrionali comunità di villaggio. Del resto i massari abitava-no in più insediamenti, a volte distanti tra loro, al-cuni dei quali erano dei villaggi. Niente vieta di pensare, perciò, che si servissero, con i massari di-pendenti da altri proprietari e gli allodieri, larga-mente presenti nella Toscana carolingia, di granai o fosse granarie di villaggio, indipendenti dalla grande proprietà. Qui ci muoviamo, però, sul pia-no delle ipotesi non verificabili.

Questa struttura organizzativa, tipica delle più evolute aziende curtensi del vescovo di Lucca, trova sostanziale conferma nel resto dell’Inventa-rium, concentrato sull’area più vicina alla città; ha inoltre puntuali riscontri nel Breve de feora, come mostra una sua entrata.

Beneficio Teupaldi de Vigesimo. Habet terra domnicata laboratoria modiorum vii, vinea domnicata unde exeunt anforas vi, manentes viiii, qui faciunt per ebdomadas dies iii. Et ad S. Petro de Vuinzulo terra modiorum iii, habet vinea unde potest exire anforas i, habet pra-tum unde potest exire carratas viiii, habet te-rra agreste modiorum ii. Ad Staffili habet ma-nentes ii, qui reddunt solidos v … (LUZZATI, 1979: 233-234, beni in Valdarno).Le unità aziendali più vicine alla città e quelle

descritte nel Breve de feora sono più piccole e meno strutturate; a volte le curtes sono semplici aggregati di case massarice, altre volte il domini-co è poco esteso, ma la tipologia dei censi e i principi in base ai quali si ripartivano il lavoro e la produzione sono i medesimi. Il dominico for-niva i cereali ai proprietari, mentre i massari era-no gravati da censi in denaro (in questo caso più comuni), canoni in vino (e olio), donativi e cor-vées. Nel Breve de feora le aziende sono spesso in-cardinate sulle chiese, anziché su centri domocul-tili; una circostanza che si spiega in primo luogo

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con la storia della formazione del patrimonio ve-scovile, largamente innervato da antiche fonda-zioni private, pervenute al vescovo nella prima età carolingia. Era all’interno o nei pressi di que-ste chiese che dovevano essere immagazzinati i prodotti del dominico e i canoni in natura. Ecce-zionalmente, quando a essere concessa in benefi-cio era una pieve, oltre al prodotto del dominico affluivano lì anche le decime —e lì dovevano es-sere conservate8. Nessuna entrata, comunque, ri-corda manufatti o strutture utili a immagazzinare i cereali, il che non si spiega né con la loro assen-za (esistevano di certo), né con il tipo di struttura aziendale (simile a quella delle curtes dell’Inven-tarium), ma con la particolare finalità del Breve de feora: registrare le rendite anziché le potenzia-lità produttive delle curtes.

3. CONTRATTI AGRARI DEL SECOLO IX S. SALVATORE AL MONTE AMIATA E LUCCA

I due inventari lucchesi restituiscono un’im-magine nitida dell’organizzazione della produzio-ne cerealicola nelle curtes vescovili, nettamente distinta in un circuito padronale (dominico) e in un circuito contadino (mansi), quest’ultimo volto all’autoconsumo. Tale bipartizione si rifletteva sulle forme di conservazione delle granaglie. Solo per alcune curtes del Valdiserchio, del Valdarno e della Maremma si può andare oltre la ricostru-zione di questo contesto: in queste aziende esiste-vano strutture specifiche per raccogliere e con-servare i cereali, kaneve e granaria, anche se non è facile farsene un’immagine concreta. È probabi-le che altrove, in ragione dei più limitati volumi di cereali da conservare, il prodotto del dominico fosse raccolto nelle chiese, grandi e piccole, intor-no alle quali era organizzato il patrimonio vesco-vile. Niente, infine, sappiamo di come i massari immagazzinassero e conservassero i cereali, pra-tiche che restano al di fuori dello spazio illumina-to dalle fonti scritte.

8 È il caso della pieve di Sovigliana, parte del beneficio di Cunimondo (LUZZATI 1979: 230-231), e di quelle di Tri-palle e Travalda, parte del beneficio di Teudilascio (LUZZATI, 1979: 239): la menzione delle decime, però, non è espli-citamente limitata ai cereali. Del beneficio di Fraolmo faceva parte la pieve urbana di S. Reparata (LUZZATI, 1979: 233) con le sue villas decimales, ma non credo che i proventi del-le decime fossero conservati lì.

Questa descrizione, però, si attaglia al patri-monio del vescovo di Lucca e alla fine del seco-lo IX. Non possiamo essere certi della sua anti-chità, né è legittimo generalizzarla a tutta la Tuscia o anche solo ai grandi patrimoni di mona-steri e aristocratici —per non parlare della picco-la proprietà allodiale che sicuramente funzionava secondo principi differenti.

Quanto alla cronologia e alla diffusione geo-grafica del fenomeno ci può aiutare la serie dei contratti agrari toscani del IX secolo. Su questa fonte i medievisti non hanno opinioni univoche: taluni li hanno ritenuti uno specchio fedele dei rapporti produttivi delle campagne, altri li osser-vano con occhio più scettico in base alla conside-razione che gran parte dei contadini (se non tutti) che lavoravano terra altrui lo facevano in base ad accordi orali e consuetudinari. Anzi —si è argo-mentato— i contratti scritti, riguardando aristo-cratici, intermediari o contadini privilegiati, falsano la nostra percezione della realtà delle campagne9. Pur concordando in larga misura con queste riserve, credo si possano fare delle distin-zioni. Per lo più i contratti di livello non sono una guida affidabile ai rapporti produttivi delle cam-pagne: talora sono in numero troppo esiguo per essere rappresentativi socialmente, ancor prima che statisticamente; talaltra, a un esame non su-perficiale, riguardano innanzitutto intermediari o membri delle élites rurali. Quando il loro numero è consistente e in specifici contesti, è però possi-bile distinguere con accettabile approssimazione lavoratori e non lavoratori, élites rurali e normali conduttori, il che permette di tratteggiare un quadro, seppur parziale e sfumato, delle condi-zioni dei coltivatori e dei loro oneri e obblighi.

Credo che due nuclei documentari toscani alto medievali soddisfino le esigenze di densità e rappresentatività minime: i livelli di IX secolo conservati nell’Archivio Arcivescovile di Lucca10 (del resto immediatamente confrontabili con i

9 Per la prima posizione vd., p.es., i lavori di B. Andreol-li (raccolti in ANDREOLLI, 1999) e, più in generale, gli studi della «scuola» di Vito Fumagalli; per la seconda vd. le osser-vazioni critiche, o almeno prudenti, di MENANT 1993: 317-321 e CAMMAROSANO, 2001: 126-129, 161-169. Sull’evo-luzione formale di questi contratti cfr. GHIGNOLI, 1998 e GHIGNOLI, 2009.

10 Editi in BERTINI, 1836 e BARSOCCHINI, 1837; i documenti sono ora riediti, fino all’855, in ChLA e ChLA2. Il punto di partenza sulla contrattualistica agraria alto medie-vale lucchese è ANDREOLLI, 1978.

LUOGHI E CONTENITORI DI STOCCAGGIO DEI CEREALI IN TOSCANA VIIIXII SECOLO: LE EVIDENZE DELLE FONTI SCRITTE 61

polittici esaminati in precedenza) e quelli coevi del monastero di S. Salvatore al Monte Amiata (in Toscana meridionale)11. Entrambe le serie sono abbastanza ricche da essere rappresentative —anche se non statisticamente significative— e a un’analisi ravvicinata lasciano emergere un buon numero di contratti per coltivatori diretti. Possia-mo così provare a verificare quanto finora osser-vato, risalendo indietro nel IX secolo e allargando l’indagine alla Toscana meridionale.

Partiamo dalla serie amiatina. Degli oltre 60 li-velli (o contratti assimilabili) conservati nel fon-do monastico per il periodo tra 750 e 900 se ne possono isolare una cinquantina che riguardano —con un buon livello di plausibilità— coltivatori diretti e danno perciò informazioni utili alla no-stra ricerca12. Questi atti vanno maneggiati con prudenza per tre ragioni. Innanzitutto riguarda-no un’ampia fascia territoriale tra bassa Toscana e alto Lazio, al cui interno dovevano esistere im-portanti differenze che in larga parte ci sfuggono. Inoltre illuminano un settore di popolazione ru-rale più ristretto degli inventari lucchesi e non danno ragguagli sul dominico, da cui i mansi di-pendevano. Infine molti livelli sono retrocessioni di beni donati o venduti al monastero dagli stessi livellari, dai loro genitori o da loro parenti: si può ritenere che in casi del genere le clausole preve-dessero condizioni di relativo favore rispetto ai «normali» patti agrari o almeno che questa circo-stanza alterasse i termini contrattuali.

Pur tenendo conto di queste prudenze, i livelli amiatini sono un buon punto di osservazione. La serie conferma la tipologia curtense in preceden-za delineata. Larga è la diffusione delle corvées, spesso molto gravose: l’onere più frequente (e a volte esclusivo). Molto consistente è poi l’inci-

11 Editi in KURZE, 1974-81. Sul loro contenuto vd. la recensione di B. Andreolli (1977), ANDREOLLI, 1978: 153-154 e NISHIMURA, 2007.

12 KURZE, 1974-81: n° 2 (735/6), 15 (765), 19 (772), 20 (772), 45 (794), 54 (804), 64 (808), 65 (809), 67 (809), 68 (810), 71 (811), 73 (812), 81 (818), 82 (819), 83 (819), 86 (821), 99 (827), 100 (827), 102 (827), 103 (827), 104 (828), 111 (834), 112 (835), 113 (835), 114 (837), 120 (841), 121 (843), 123 (844), 124 (844), 127 (851), 128 (852), 130 (853), 135 (854), 137 (855), 138 (856), 139 (856), 140 (859), 141 (860), 142 (860), 145 (864), 146 (864), 147 (865) [per non la-voratori, ma con oneri dei lavoratori], 148 (866), 150 (870), 151 (871), 156 (875), 157 (876), 158 (880), 159 (881), 161 (883), 163 (886), 165 (887), 166 (887), 173 (897); MARROCCHI, 1997, n° 1 (873). Cfr. l’elenco, leggermente differente, di ANDREOLLI, 1977: 139. Si noti che il monastero conservò, come munimina, alcuni contratti di livello tra laici.

denza dei censi in denaro (anche se tra i censuari non è sempre facile distinguere coltivatori e pic-coli intermediari); chiara è, infine, l’insistenza dei canoni in natura sul vino (con canoni fissi anzi-ché parziari), sebbene il loro peso sia più mode-sto che in Lucchesia. Quasi del tutto assenti sono i canoni in cereali, con un’ulteriore accentazione di questa tendenza rispetto agli inventari lucche-si13. L’unica sostanziale differenza è la totale as-senza di donativi in area amiatina.

Sebbene i livelli dicano poco del dominico, dobbiamo ritenere che le aziende di S. Salvatore, quanto alla specializzazione produttiva, fossero organizzate secondo principi analoghi a quelli delle curtes del vescovo di Lucca: i cereali neces-sari al monastero erano coltivati sul dominico, ri-correndo al lavoro coatto dei massari (e dei pre-bendarii?); i massari, da parte loro, non versavano canoni in cereali e quindi tutto il prodotto dei mansi restava nelle loro mani. Dato che nei con-tratti di livello si cita spesso il luogo o l’ambito in cui svolgere le corvées, scopriamo che, come le minori curtes lucchesi, anche quelle di S. Salvato-re erano incardinate su una rete di chiese dipen-denti, talora dette celle, veri e propri organismi aziendali14. Possiamo ipotizzare che i prodotti del dominico, e in particolare i cereali, fossero rac-colti e conservati proprio lì; come e in quali strut-ture materiali rimane ignoto, perché ciò avveniva in situazioni che restano al di fuori delle azioni documentate dai contratti di livello. Viceversa quanto al vino e al denaro, largamente trasferiti dai massari ai rettori delle celle o recati diretta-mente al monastero, disponiamo di notizie sul luogo dei pagamenti, sebbene le indicazioni siano meno frequenti e dettagliate di quelle sulle cor-vées —evidentemente una questione più delicata.

La serie dei livelli lucchesi di IX secolo, molto più ampia e articolata, non contraddice il quadro già delineato. Il panorama complessivo è più con-gruente con quello restituito dal Breve de feora, an-ziché dall’Inventarium e dai livelli amiatini, ma si tratta di sfumature più che di differenze strutturali.

I quasi 500 livelli lucchesi di IX secolo, depura-ti di quelli per intermediari e aristocratici, molto

13 Eccezioni: KURZE, 1974-81, n° 86 (821) e n° 135 (854), entrambi ad medium; e KURZE, 1974-81, n° 166 (890), canone di un moggio di grano e di uno d’orzo. Cfr. ANDREOLLI, 1977: 140 e ANDREOLLI, 1978: 154.

14 KURZE, 1974-81, n° 68 (810), 71 (811), 83 (819), 114 (837), 121 (843), 128 (852), 148 (866), 150 (870), 156 (875), 158 (880), 169 (883).

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numerosi nella seconda metà del secolo15, mostra-no la notevole diffusione delle corvées (di norma più lievi di quelle amiatine), che rimanda al consi-stente peso del dominico nel patrimonio vescovi-le. La varietà dei concedenti —non sopravvivono solo livelli vescovili— chiarisce che possedevano ampi dominici non solo il vescovo, ma anche le chiese minori (urbane e rurali) e alcuni laici.

La tipologia dei censi nei livelli lucchesi si ac-corda con quella già delineata. Prevalgono i censi in denaro (anche per coltivatori diretti); molto diffusi sono i canoni in vino (parziari o fissi); con-sistente è trasferimento ai proprietari di altri pro-dotti della terra attraverso l’ampia gamma dei do-nativi in natura. Nell’area più vicina alla città, poi, hanno un peso rilevante i canoni in olio o olive, spesso associatati a quelli in vino, a conferma del legame tra le due specie arboree. Anche in questa serie, infine, i canoni in cereali sono marginali, anche se meno che in quella amiatina16. L’ipotesi di una vendita (forse in città?) del vino spieghe-rebbe la peculiare attenzione dei proprietari per questo canone, confermata anche da formule lar-gamente diffuse, come l’obbligo di premere tre volte l’uva senza togliere il peso, o come l’obbligo di ospitare super palmentum il padrone o i messi incaricati di controllare la pigiatura17.

15 Secondo ANDREOLLI, 1978 i livelli per coltivato-ri diretti sono 221. Eventuali valutazioni diverse riguardo a questa distinzione equivoca non mutano la sostanza delle considerazioni successive. Sull’aumento dei contratti per in-termediari nella seconda metà del secolo IX, vd. CAMMAROSANO, 2001: 161-169.

16 Ricavo i seguenti dati quantitativi dalle tabelle di ANDREOLLI 1978: 88-113, verificate a campione per al-cuni decenni. Queste le incidenze relative delle tipologie di oneri (spesso compositi): censi in denaro 122/221, canoni in vino 102/221, corvées 64/221, exenia 63/221 (in questo caso ho categorizzato diversamente da Andreolli: ritengo sin-goli maiali, capre ecc. exenia e non canoni in natura legati all’economia silvo-pastorale; così come non ritengo assimi-labili agli exenia, sempre integrativi di altri censi o canoni, i censi in carri o in altri manufatti), canoni in cereali 36/211 (così secondo l’autore, ma in base al mio calcolo sulle tabel-le solo 33), in olio 20/221.

Si noti che tale marginalità non era un dato originario: le poche fonti longobarde mostrano consistenti canoni in cere-ali, che vengono meno dall’ultimo quarto del secolo VIII, vd. ANDREOLLI, 1978: 71, 74-75, 79, 84-86.

17 Cfr. p.es. ChLA2, lxxv, n° 32 (825): per singulos an-nos … medietatem vinum purum … et quando tu aut mis-so tuo ibidem per vindemmia super palmentum veneritis, nos vos recipere et gubernare debeamus iuxta possivilitate nostra; ChLA2, lxxvi, n° 18 (829): singuli anni … in supra-scripto loco medietatem vinum purum et lora …; et quando ibi vos aut misso vestro nobis per vindemia super palmentum

Nel complesso, ne esce confermato che i mo-menti di produzione dei cereali (e anche le specie coltivate?) rimanevano sostanzialmente distinti tra dominico e mansi, soprattutto nelle aree eco-nomicamente più sviluppate; come anche diverse dovevano essere forme e luoghi di conservazione che, comunque, restano oscuri, perché estranei alla negoziazione tra proprietari e conduttori18.

Nella seconda metà del secolo IX cresce il nu-mero di livelli lucchesi per aristocratici e inter-mediari, come del resto aumenta, anche in quelli per coltivatori, il peso dei censi in denaro fino a farsi quasi esclusivo. Lo mostra bene il breve che elenca i livelli concessi da Gherardo II (870-896), immediato predecessore di quel Pietro II che commissionò gli inventari. L’elenco, forse mutilo dei suoi tre quarti, nell’attuale consistenza contie-ne una novantina di entrate. I riassunti dei livelli, assai stringati, non permettono di distinguere con sicurezza coltivatori e non coltivatori, ma è chia-ro lo schiacciante predominio dei censi in denaro (80 tra solo e parzialmente in denaro), seguiti molto da lungi dai canoni (parziari) in vino (9); gli altri oneri, soli o uniti ai precedenti, sono solo residuali (3 canoni in olio, 2 corvées, 2 canoni parziari in cereali, 2 in oggetti) (TOMEI, i.c.s.). Una trasformazione che non si spiega solo con il crescente ruolo degli intermediari. Pertanto per il tardo IX e per il X secolo la serie dei livelli, pure in crescita per quantità e diffusione geografica, per noi è di limitatissima utilità: i livelli infatti non danno più un’idea, anche solo approssimati-va, dei normali patti agrari a base orale; inoltre il dilagare dei censi in denaro —fossero anche per coltivatori— rende impossibile ogni riflessione, anche solo indiretta, sulle pratiche colturali19.

Il venir meno dei livelli, nel caso amiatino, o il loro concentrarsi su intermediari e aristocratici, in

veneritis, nos vos recipere et gubernare debeamus; e ChLA2, lxxvi, n° 22 (830): per singulos annos … medietatem vinum puro a tertia vices uba legitime calcata et indi vinata, nam non pondo levandum; … et quando ibidem per vendemia su-per palmentum venerit misso vestro, nos illut recipere et gu-bernare debeamus.

18 Sulla differenziazione sociale delle specie di cerea-li cfr. CORTONESI, 2002: 194-198, con rinvio all’ampia bi-bliografia, a partire dagli studi di M. Montanari.

19 Sulla contrattualistica lucchese del X secolo, con stime forse un po’ ottimistiche sul numero di contratti per coltivato-ri, cfr. ANDREOLLI, 1999a: 111 (e nt. 1), 121-122; sul predo-minio dei censi in denaro ANDREOLLI, 1999a: 120. Sull’affer-mazione dei livelli per intermediari come fenomeno non solo lucchese, vd. CAMMAROSANO, 2001: 161-169 e passim.

LUOGHI E CONTENITORI DI STOCCAGGIO DEI CEREALI IN TOSCANA VIIIXII SECOLO: LE EVIDENZE DELLE FONTI SCRITTE 63

quello lucchese, renderebbero improduttiva l’esten-sione dell’analisi al X secolo. Solo molto più tardi, infatti, i contratti di affitto tornano a gettare luce sul mondo contadino e sulle pratiche produttive. Prima, però, di spostare l’attenzione a questo con-testo occorre soffermarsi sulle poche ma interes-santi informazioni sui «contenitori» per conservare il grano, desumibili dalle fonti di IX secolo.

4. CONTENITORI GRANARI ALTO MEDIEVALI

Le carte del IX secolo permettono di tratteg-giare le pratiche produttive e i percorsi di tra-smissione del surplus agrario, due fattori chiave per comprendere le forme di conservazione e di stoccaggio dei cereali. Occasionalmente esse re-stituiscono inoltre notizie su «luoghi» e manufat-ti atti ad accumulare e conservare i cereali, come nel caso delle kaneve e dei granaria citati nell’In-ventarium.

Delle kaneve mancano altri ricordi, se non per un paio di tracce indirette: non è perciò il caso di azzardare il sempre avventuroso passaggio dalla parola al manufatto, nella sua concreta materiali-tà, e alla sua funzione20.

Le fonti lucchesi e amiatine restituiscono in-vece qualcosa di più sui granaria. Dalle 1071 car-te lucchesi schedate fino all’898 emergono 21 menzioni di granaria, così distribuite nel tem-po: 7 nel periodo tra 750 e 800, 9 tra 801 e 850, 4 i tra 851 e 898. Cinque di queste strutture erano poste a Lucca (dentro o immediatamente fuori le mura), 16 in area rurale21. Di norma i granai

20 SCHIAPARELLI, 1929-33, n° 49 (730): Mauricciuni canavarius domini regi acquista beni ad Arena, presso Pisa; ChLA2, lxxvi, n° 13 (828) ricorda il micro-toponimo loco ubi dicitur Canavario, fra gli annessi della fondazione della chiesa privata di S. Stefano in Rogio.

21 SCHIAPARELLI, 1929-33, n° 127 (757), Lucca; SCHIAPARELLI, 1929-33, n° 178 (764) Lucca e Asilatto; SCHIAPARELLI, 1929-33, n° 200 (766) Capannoli (?); ChLA n° 1050 (774) S. Martino de Albiano; ChLA n° 1059 (777) S. Michele di Antraccoli; ChLA n° 1125 (789) Lucca; ChLA n° 1129 (791) Lucca; ChLA2, lxxii, n° 21 (803) loco Vil-la; ChLA2, lxxiii, n° 9 (807) loco Quarrata; ChLA2, lxxiv, n° 7 (814) Lucca; ChLA2, lxxvi, n° 23 (830) presso S. Ippo-lito de Aniano; ChLA2, lxxvi, n° 26 (830) S. Maria di Feru-niano; ChLA2, lxxvi, n° 33 (832) Glutziano; ChLA2, lxxvii, n° 6 (837) S. Cassiano di Campori; ChLA2, lxxvii, n° 33 (839) Campori; ChLA2, lxxix, n° 42 (849) in più luoghi della Garfagnana; BARSOCCHINI, 1837, n° 725 (856) Capanno-li; BARSOCCHINI 1837, n° 893 (879) Diecimo; BARSOC-

sono citati in formule simili a quelle dell’Inventa-rium: casa abitationis … una cum fondamento, curte, orto, fenile, granario22. Questi ricordi non possono essere liquidati come «solo formulari»: innanzitutto sono rari; inoltre alcuni testi chiari-scono che il termine rimanda all’effettiva presen-za di quei manufatti. In un atto dell’807 —una permuta di due case rurali e dei loro beni— solo nel caso della prima casa si ricorda tra gli annessi il granarium, mentre per la seconda si omette di citarlo23. In un livello dell’880, riguardante la casa et curte domnicata di Agello, la formula di pertinenza è declinata al plurale, tranne che per il granarium, ricordato al singolare: evidente-mente esso era l’unico presente nella curtis di Agello, dotata invece di più case, orti e altre in-frastrutture24.

Se dall’analisi formale degli atti passiamo a considerare i patrimoni di cui facevano parte i granai, possiamo svolgere alcune considerazioni ulteriori. Il granarium, in particolare negli atti più risalenti, era spesso annesso a edifici o com-plessi di edifici di prestigio: solaria a Lucca, sale in ambiente rurale. In una prima fase, poi, esso compare spesso tra le pertinenze delle chiese pri-vate, anch’esse formate da complessi edilizi di

CHINI, 1837, n° 903 (880) Lavaiano; BARSOCCHINI, 1837, n° 913 (882) Corsanico.

22 ChLA n° 1050 (774): Godiperto prete della chiesa di S. Martino di Albiano, dona al vescovato portione mea de ipsa suprascripta ecclesia; simul et casa abitationis meae una cum fondamento, curte, orto, faenile, granario. Cfr. anche ChLA n° 1125 (789) Lucca: Celso chierico riserva ai nipoti casa avitationis infra hanc civitatem cum fundamento, curte, orto, granario, fenile sive puteo et arboribus; e ChLA2, lxxvi, n° 26 (830): lascito testamentario costituito dalla chiesa di S. Maria in loco Feruniano cum fundamento ubi ipsa sanctam ecclesiam super edificata est, una cum casas circa funda-mento eidem ecclesie, curte, granario, seu clausura de terra, et vinea, ubi ipsa Dei ecclesia sita est.

23 ChLA2, lxxiii, n° 9 (807): Octiperto del fu Octari cambia beni con Alperto (II) chierico, figlio di Ilprando aba-te (Aldobrandeschi), rettore della chiesa di S. Pietro; Octi-perto cede casa mea, quam abeo in loco Quarrata …, que mihi obvenit a Bellerifonsus, ipsa casa cum fundamento, cur-te, granario, ambas ipsa sala, cum fundamentis suis, ortis, terris, vineis, silvis, virgariis, pratis, pascuis; riceve in cambio una casa della chiesa di S. Pietro in loco Terra Valda, ubi di-citur Laveriano … cum fundamento, curte, orto, fenile, terris, vineis, silvis, pratis, pascuis.

24 BARSOCCHINI, 1837, n° 903 (880): Liutfrido del fu Teuderado riceve in livello da Gherardo, vescovo di Lucca, casa et curte illa domnicata in loco et finibus ubi dicitur La-vaiano, prope Agello, … una cum casis et rebus massariciis, cum fundamentis et omnem edificiis suis, curtis, granario, ortis.

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pregio25. Alcune fondazioni private, del resto, ol-tre a essere centri aziendali, svolgevano compiti assistenziali e necessitavano perciò di luoghi di immagazzinamento dei cereali a quello scopo. Il contesto in cui compaiono mostra che i granai ri-chiedevano un consistente investimento econo-mico: erano strutture di un certo rilievo, senz’al-tro anche simbolico. In questi granai doveva affluire in primo luogo il prodotto dei dominici di aristocratici e chiese.

Dal IX secolo i ricordi di granaria divengono più frequenti anche in campagna; e dagli anni Trenta cresce il peso relativo dei livelli fra i docu-menti che li ricordano26. Il granarium, però, non entra mai a far parte della normale dotazione del manso; e anche nei livelli per intermediari lo si rammenta solo di rado, persino nei complessi aziendali più ampi e articolati.

Un livello amiatino dell’812 conforta il silenzio delle formule e solleva degli interrogativi sulle forme di conservazione dei cereali da parte dei coltivatori. Esso conserva, infatti, un’inusuale e dettagliata descrizione delle pertinenze e delle in-frastrutture annesse al manso: ebbene, accanto agli attrezzi da lavoro compare sì una botte da vino, ma non un granaio né alcuna altra suppel-lettile per la raccolta e la conservazione dei cere-ali27. In base a quanto si è detto, non stupisce il

25 Chiese private: SCHIAPARELLI, 1929-33, n° 127 (757), n° 178 (764), ChLA n° 1050 (774), ChLA n° 1059 (777), ChLA2, lxxiv, n° 7 (814), ChLA2, lxxvi, n° 26 (830). Case urbane: ChLA n° 1125 (789), ChLA n° 1129 (791), casa sola-riata, ChLA2, lxxiv, n° 7 (814), casa solariata. Sala: SCHIAPARELLI, 1929-33, n° 178 (764). Un cenno in linea con que-ste conclusioni in PASQUALI, 2002a: 114.

26 Livelli: ChLA2, lxxvi, n° 23, ChLA2, lxxvi, n° 33 (832), ChLA2, lxxvii, n° 6 (837), BARSOCCHINI, 1837, n° 725 (856), n° 892 (879), n° 903 (880), n° 913 (882).

27 KURZE 1974-81, n° 73 (812): Rachiperto e Auto del vicus di S. Pietro di Colonnata danno in livello ad Alperto orvietano beni in fundo Figline cum casam et curtem et urto. Segue la descrizione degli elementi costitutivi del manso: cetinam at motziorum decem, pasculam et landem ad be-stram nutrimina in ipso casale; … duas petziam de bineam …; seo et duas petzias de bineam ad funtana de Figlinule … cum sortem de puma nostras; bicte binaria una; stantarium unum; falce mensuria una; runcilione unum; secure una; tzappa una; marrone unum; runcone unum. Cfr. CAMMAROSANO, 2001: 129 e nt. 35. A differenza di Kurze e Cam-marosano, che traducono stantarium con stadera, acco-glierei una suggestione del Du Cange che lo propone come sinonimo di stanga: la presenza di una pertica di ferro, an-ziché di una bilancia, mi pare più coerente con il resto del-la dotazione. Sulle infrastrutture del manso cfr. anche ANDREOLLI, 1978: 116.

non trovare un granaio tra gli elementi costituivi del manso, ma pone problemi l’assenza di suppel-lettili atte a conservare il cereale necessario per l’alimentazione e per il seme dell’anno seguente. Dobbiamo pensare che tali manufatti fossero in materiali dal ciclo di vita breve (a differenza della botte e dell’armamentario di zappe, roncigli e pertiche) e perciò fossero taciuti? O dobbiamo ipotizzare forme di conservazione centralizzata a livello di villaggio?

L’assenza di granai e di manufatti analoghi an-che nei mansi migliori è confermata da un’altra circostanza: i livelli lucchesi che rammentano i granaria tra le pertinenze aziendali sono di solito retrocessioni di complessi produttivi donati al ve-scovo dal livellario o da altri benefattori oppure sono conferme di beni già in precedenza in mano della famiglia del concessionario28. Siamo di fron-te, insomma, ad aziende agrarie create e dotate di infrastrutture da privati e non dal vescovo. Molto spesso, infine, i concessionari di granaria sono esponenti del notabilato di villaggio o interme-diari e non coltivatori, come chiariscono il conte-nuto degli atti, le formule o i dati prosopografi-ci29. Erano dunque personaggi per i quali sono ipotizzabili una certa agiatezza e la capacità di accumulare e conservare consistenti quantità di cereali, grazie alla produzione in economia diret-ta e/o alla riscossione di canoni.

Nonostante manchino quasi completamente atti di sub-livello concessi da intermediari30, al-cuni indizi indiretti suggeriscono una loro diffe-rente attitudine, quanto agli oneri imposti ai contadini, rispetto ai grandi proprietari ecclesia-stici: sembra, infatti, che ricevessero significativi canoni in cereali. Un primo indizio in tal senso può venire dall’analisi dei concedenti di atti di li-vello con canoni in cereali: al loro interno pre-dominano i soggetti diversi dai vescovi (21/33), anche se sono i vescovi a concedere la maggio-

28 ChLA2, lxxvi, n° 33 (832), conferma di un livello pre-cedente; ChLA2, lxxvii, n° 33 (839), retrocessione in pre-caria di beni donati; BARSOCCHINI, 1837, n° 725 (856), li-vello di una donazione altrui; n° 892 (879), conferma di un livello precedente.

29 Eccezioni: ChLA2, lxxvi, n° 33 (832), ChLA2, lxxvii, n° 6 (837) e, forse, ChLA2, lxxvi, n° 23 (830), apparentemen-te il caso di un contadino benestante, che dota il figlio di un manso ulteriore rispetto all’asse ereditario.

30 Eccezione: BARSOCCHINI, 1837, n° 629 (846), con censo in denaro. BARSOCCHINI, 1837, n° 577 (841) è un li-vello di beni tenuti in beneficio da un chierico e medico: un redditiere e non un intermediario.

LUOGHI E CONTENITORI DI STOCCAGGIO DEI CEREALI IN TOSCANA VIIIXII SECOLO: LE EVIDENZE DELLE FONTI SCRITTE 65

ranza dei livelli. Così, se l’incidenza complessiva dei canoni (anche o solo) in cereali è del 15%, essa scende al 9.8% per le concessioni vescovili e sale al 23.4% per quelle di rettori di chiese e pie-vani31. Certo l’analisi andrebbe affinata (rettori di chiese e pievani non sono una categoria so-cialmente omogenea), ma anche questi dati grezzi suggeriscono una maggior attitudine a chiedere canoni in cereali da parte dei rettori di chiese e dei pievani che, per ruolo sociale e fun-zione economica, sono i più avvicinabili agli in-termediari laici.

Anche un livello dell’ 846 suggerisce conside-razioni analoghe. È l’atto con cui il vescovo Am-brogio allivellò ad Aliprando di Teudiperto de loco Arena una capanna e un complesso di beni in quella località (già retti da Agiprandulo) con l’ob-bligo di restaurare e far abitare la capanna e di far lavorare la terra. Aliprando era dunque un inter-mediario. S’impegnò, però, a versare ogni anno al vescovo un moggio di grano, uno di fave e uno di orzo, oltre a 3 scaffilia di miglio e a 3 di buon pa-nico. Tutto il lavore (cereale) doveva essere mun-do e ad legitimo sistario mensurato32. Il contratto presenta varie anomalie: il pagamento di un cano-ne in natura da parte di un intermediario; la pun-tuale descrizione delle specie di cereali che lo componevano; la precisazione della misura impie-gata e delle condizioni nelle quali essi andavano conferiti. Tutti elementi di norma assenti nei ca-noni in cereali (a differenza di quelli in vino o in olio), anche se per coltivatori. Si possono spiegare tali peculiarità ipotizzando che Aliprando «giras-se» al vescovo parte di ciò che avrebbe ricevuto dal coltivatore: quanto ai canoni, il livello recepi-rebbe insomma i termini del patto tra Aliprando e il coltivatore diretto. Se l’ipotesi è corretta, il livel-lo sarebbe una traccia indiretta dei rapporti cor-renti tra intermediari e coltivatori, nei quali dove-vano avere un ruolo più rilevante i canoni (compositi) in cereali. Stando agli sporadici affio-ramenti documentari, tale modello si porrebbe in continuità con la situazione d’epoca longobarda precedente all’affermazione del sistema curtense, che nel settore dei cereali generò i distinti circuiti produttivi padronale e contadino.

31 Elaborazioni a partire dalle tabelle di ANDREOLLI, 1978.

32 ChLA2, lxxviii, n° 24 (844): hic Luca … per singulos annos … uno modio de grano et uno de faba seo uno modio de ordeo et tres scuffilia de milio et tres scuffilia de panico bono, lavore mundo ad legitimo sistario mensurato tantum.

Dovevano perciò essere i cereali raccolti gra-zie ai canoni agrari, oltre a quelli prodotti dai loro modesti dominici, a colmare i granai di interme-diari e notabili locali. Oltre al loro valore propria-mente economico, poi, non va trascurato il rilie-vo simbolico di queste infrastrutture. Come suggerisce la graduale migrazione del termine (e quindi del manufatto) dai contesti aristocratici e urbani alle élites rurali, possiamo ritenere i gra-naria oggetti di prestigio, che fungevano da indi-catori di status33.

Un livello amiatino dell’830 suggerisce di estendere gli affioramenti lucchesi al resto della regione. Il suo destinatario, Inseradu chierico, era un piccolo notabile locale, già livellario del mona-stero e tuttora impegnato nel lavoro della terra (come mostrano alcune formule del contratto). Nel quadro di un percorso di ascesa sociale e inse-guendo nuove opportunità produttive, Inseradu decise di cambiare il suo vecchio manso con un ampio appezzamento di terreno, apparentemente in larga parte ancora incolto34. Il nuovo manso, nel casale Presoniano (nell’area di Callemala), sa-rebbe stato gravato da un censo di 30 denari e dal pagamento della decima sui maiali allevati nel bo-sco monastico. Esso si componeva di un fonda-mento su cui edificare la casa, di 60 moggi di terra (certo in gran parte incolta), dei diritti d’uso del bosco, e della terra per impiantare una vigna e un orto, insieme ad altri diritti. Costruire la nuova re-sidenza e i suoi annessi e avviare la produzione sul nuovo manso richiedevano un capitale di parten-za, dunque Inseradu doveva avere già una discreta fortuna. Per favorirne il trasferimento e l’avvia-mento dell’azienda, il monastero gli concesse co-munque di poter continuare a godere per un certo lasso di tempo di alcune infrastrutture del vecchio

33 Lo conferma il possesso di un granarium da parte dei Gundualdi di Campori, studiati da C. Wickham (1988: 40-51), vd. ChLA2, lxxvii, n° 33 (839), retrocessione in preca-ria. Si noti che il granarium compare tra le pertinenze del-la sola casa di residenza dei due fratelli e non nelle altre case menzionate. Cfr. anche la precedente cessione in ChLA2, lxxvii, n° 32.

34 L’ampio pezzo di terra, su cui sarebbe stata edificata la casa e sarebbero stati impiantati vigna e orto, confinava con una via sulla quale si trovava una taverna: de una pars occurri (sic) ei flubio Palia usque in fossato qui dicitur Sicco, inde per fossato usque in via, qui venit de casa ubi Tachiper-tulu clericu inhabitat, inde pergit via ad taverna et in fossa-to Petroso, inde per fossato Petroso usque in Palia (KURZE, 1974-81, n° 108). Suggeriscono che Inseradu lavorasse anco-ra la terra la residenza coatta, l’obbligo di coltivare e miglio-rare i beni, e quello di sottostare alla iustitia domnica.

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manso: per cinque (o, come si dice altrove, per due) anni della casa; per cinque anni della vigna; per due anni dell’orto. Inoltre, egli avrebbe potuto procurarsi gratuitamente nel bosco del monastero (cadio) il legname necessario alla costruzione dei nuovi edifici. Infine, avrebbe potuto trasferire i beni mobili e gli oggetti trasportabili (mobilia) dalla vecchia casa alla nuova. In questo contesto compare la clausola che ci interessa: essa prevede il diritto di ipso granario exinde tollendo et traen-dum.

La formula —analoga per concezione a quelle che regolano il trasferimento di capanne e dimo-re contadine in legno— dà un’idea della materia-lità di un granarium nella Toscana carolingia. Un’immagine che si armonizza con il poco che lasciano scorgere le altre fonti scritte e che riten-go perciò legittimo generalizzare agli altri granai, non essendo contraddetta del resto dalle caratte-ristiche degli edifici indagati archeologicamente e interpretati come granai35. Il granarium era un edificio in legno, probabilmente costruito su un fondamento in pietra, simile alle dimore contadi-ne (e quindi smontabile), ma specificamente de-stinato alla conservazione dei cereali (anche se non saprei dire in quali contenitori). I granaria dovevano avere dimensioni variabili: più grandi quelli curtensi, più piccoli quelli di proprietà di notabili rurali, ma erano rari e svolgevano un ruolo importante sia come infrastruttura produt-tiva che come indicatore di status sociale.

Si noti, infine, che la facies sociale di Inseradu è pienamente coerente con quella dei notabili rurali lucchesi che durante il IX secolo affiancarono chiese e aristocratici nel possesso di granai. Anche il possesso di manufatti del genere da parte delle élites di villaggio pare quindi un fenomeno genera-lizzabile, pur con tutte le prudenze del caso.

5. CANONI IN NATURA E CONTENITORI GRANARI NELLA TOSCANA DEL SECOLO XII

Dalla fine del secolo IX i contratti di livello fu-rono sempre più spesso usati per trasferire diritti di possesso e rendite all’interno del ceto domi-nante, anziché per regolare i rapporti tra posses-sori e coltivatori. Inoltre essi prevedono sempre più spesso censi in denaro, anziché canoni in na-

35 Cfr. il saggio di G. Bianchi e F. Grassi in questo volume.

tura. Diventano perciò del tutto inutili per la no-stra ricerca: tacciono, infatti, sui luoghi di conser-vazione dei cereali, sulla loro coltivazione e sulle forme di ripartizione del prodotto tra coltivatori e proprietari. Le cose non cambiano fino alla fine del secolo XI. È questo un arco di tempo fonda-mentale, dato che si determinarono allora la crisi del sistema curtense e la sua sostituzione con al-tre forme di organizzazione della grande proprie-tà fondiaria36. Solo alla metà del XII secolo il boom demografico, la crescente commercializza-zione dell’economia rurale e le nuove necessità di spesa di chiese e aristocrazie indussero i grandi proprietari a riaffermare un controllo sulla pro-duzione agraria e in particolare sui cereali, il cui prezzo andava rapidamente crescendo per la spinta demografica e per la diffusione dell’urba-nesimo cittadino e di villaggio. Il terzo campione interrogato si colloca in questo contesto.

Sul piano dei patti agrari lo specchio più fede-le di questa trasformazione è la crescente fortuna di contratti d’affitto scritti (livelli, tenimenta, con-tratti di colonato) per i lavoratori della terra; tale crescita riguarda sia il numero degli atti conser-vati (e dunque presumibilmente di quelli scritti), sia l’ampiezza sociale della loro diffusione. Diver-si tra loro per forma, per durata e per tipologia dei canoni (parziari o fissi) a causa delle diverse strutture economiche e sociali delle varie aree sub-regionali, essi hanno in comune l’enfasi posta sui cereali e, al loro interno, sul frumento. La nuova preferenza accordata al grano come stru-mento di pagamento degli oneri agrari causò una massiccia conversione dei precedenti censi misti o in denaro, di matrice alto medievale, spesso a base orale e consuetudinaria, in contratti agrari scritti di nuovo tipo37. È innanzitutto grazie a queste conversioni che possiamo tratteggiare gli andamenti precedenti, che appaiono largamente in continuità con l’alto medioevo.

Disponendo di un’ampia base di dati, costitui-ta dalla schedatura delle pergamene del monaste-ro di S. Michele di Passignano del periodo tra 1150 e 1210 circa38, ho provato a verificare, attra-

36 PASQUALI, 2002: 52-63; una buona guida alla storio-grafia in NOBILI, 1993.

37 Punto di partenza sulle conversioni sono KOTEL’NIKOVA, 1968, KOTEL’NIKOVA, 1982 e JONES, 1980.

38 I documenti, per lo più inediti, sono in Archivio di Stato di Firenze, Diplomatico, S. Michele di Passignano (d’ora in poi Pass. con data e, tra parentesi quadre, numero d’ordi-ne delle riproduzioni on line).

LUOGHI E CONTENITORI DI STOCCAGGIO DEI CEREALI IN TOSCANA VIIIXII SECOLO: LE EVIDENZE DELLE FONTI SCRITTE 67

verso un case-study, le ricadute di questa trasfor-mazione economica e sociale sulla disponibilità di notizie utili al nostro tema con particolare ri-guardo a tre aspetti. a) In quali luoghi si pagava-no i canoni? b) Dove accumulavano e conserva-vano il grano i proprietari? c) Quali contenitori usavano per farlo?

Prima di esporre i risultati dell’indagine, vanno sottolineate le differenze tra questa base di dati e le precedenti. Sebbene quantitativa-mente più ricco del fondo amiatino e simile per intensità al fondo arcivescovile lucchese, l’archi-vio di Passignano appartenne a un ente molto meno ricco e potente degli altri: un tipico mo-nastero rurale di medio calibro del Chianti, la regione collinare tra Firenze e Siena39. Riflesso del minor rilievo dell’ente è il suo orizzonte lo-cale. Le celle di S. Salvatore erano talora a gior-ni di cammino l’una dall’altra e le curtes del ve-scovo di Lucca potevano distare molte decine, se non centinaia, di chilometri dalla città. Al contrario il patrimonio di S. Michele aveva un orizzonte del tutto locale: un fattore significati-vo nell’organizzazione delle pratiche agrarie —e in particolare nelle forme assunte dal pagamen-to di censi e canoni e dalla raccolta e conserva-zione dei cereali.

Nella nostra area la diffusione dei nuovi con-tratti agrari fu massiccia e molto intensa nell’ulti-mo ventennio del XII secolo, proseguendo poi nel primo Duecento. Essa assunse prevalentemente la forma della conversione di censi misti (in dena-ro e in natura) in affitti perpetui con canoni fissi in grano, integrati dal riconoscimento della di-pendenza signorile del contadino (dichiarazione della condizione di colono o di homo). I pochi esempi di canoni parziari, infatti, riguardano sin-goli appezzamenti di terreno e non unità poderali (mansi, sortes, poderi)40. I nuovi contratti erano in discontinuità con le pratiche precedenti: in ef-fetti i livelli della prima metà del secolo e, soprat-tutto, i canoni abbonati al momento delle conver-sioni illustrano la differente tipologia di canoni agrari corrente fino ad allora. Essa era caratteriz-

39 Nella ricca bibliografia sul monastero segnalo solo a due «classici»: PLESNER, 1934 e CONTI, 1965. Cfr. anche il recentissimo PIRILLO a c.), 2009.

40 Canoni parziari: Pass. 1159 aprile 8 [n° 5345]; Pass. 1174 marzo 10 (s.f.) [n° 5870]; Pass. 1174 agosto 28 [n° 5895]; Pass. 1184 aprile 9 [n° 6396]; Pass. 1189 marzo 30 [n° 6704]; Pass. 1199 giugno 30 [n° 7374]; Pass. 1202 ottobre 10 [n° 7720].

zata dalla larga presenza di censi misti in denaro e/o prodotti della terra (in primo luogo vino), dal ruolo importante dei donativi in natura, da resi-duali, e sempre più marginali, corvées. Il domini-co, talora evocato ma non quantificabile anche solo grossolanamente, doveva essere lavorato in primo luogo da salariati. Fino a tutto l’XI secolo, dunque, non c’era un significativo travaso di ce-reali dalle sortes contadine al monastero41. I cere-ali che S. Michele ricavava dai (pochi) canoni in natura e dalla produzione diretta dovevano co-munque soddisfare le limitate necessità alimenta-ri dei pochi monaci. La tipologia dei canoni, al cui interno avevano largo spazio i donativi ali-mentari (uova e pollame, torte salate, prosciutti), rimanda del resto a un orizzonte di autosufficien-za alimentare.

Dalla metà del XII secolo fanno la loro com-parsa i canoni fissi in cereali, per lo più in grano (o frumento). Questa novità si spiega con la cre-scente commercializzazione di quel prodotto, sia in ambito rurale verso i centri più sviluppati che in direzione di Firenze. In effetti diversi indizi al-ludono al nuovo ruolo dei processi di commer-cializzazione: innanzitutto non si può ipotizzare una crescita dei consumi monastici, che giustifi-chi i nuovi canoni; compaiono inoltre espliciti cenni alla compravendita di grano; nei contratti dapprima compare e poi si fissa una formula che ricorda lo staio impiegato a Passignano (talora detto esplicitamente venditale)42; ci sono infine evidenze di attività speculative (come i prestiti in grano), che coinvolsero anche un abate di S. Mi-chele.

In questo contesto di attenzione per la pro-duzione cerealicola e per la compravendita del grano era lecito attendersi informazioni sui luo-ghi di pagamento dei canoni e di conservazione dei cereali. La cinquantina di atti di «affitto» in grano (uso il termine nel suo senso più generico di trasferimento di un bene agrario dal posses-sore al coltivatore in cambio di un pagamento ripetuto nel tempo) degli anni 1155-1205 cre-scono di frequenza con il passare dei decenni: 12 nei primi trent’anni, 10 nel quarto decennio,

41 Cfr. CONTI, 1965: 125-130, anche per l’ipotesi che nel X-XI secolo la maggior parte della rendita (cerealicola) di Passignano venisse dalla conduzione diretta.

42 Stario venditale: Pass. 1155 gennaio 17 (s.f.) [n° 5167]; Pass. 1182 febbraio 26 (s.f.) [n° 6299]; Pass. 1183 agosto 18 [n° 6368]; Pass. 1190 settembre 27 [n° 6772].

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21 nel quinto43. Inoltre, si regolarizzano nella forma con la sostituzione di canoni fissi a quelli parziari e con il venir meno dei canoni in altre specie alimentari44. L’attenzione dei proprietari per un bene dal crescente valore commerciale emerge anche dall’enfasi sulla correttezza della misura impiegata: frequentissima è la menzione dello «staio di Passignano» (5/12 nel periodo 1155-85, 8/10 nel periodo 1186-95, 18/21 tra 1195 e 1204)45. Meno frequente è invece il ri-cordo del luogo presso cui doveva essere versa-to il canone (rispettivamente 2/12, 4/10 e 7/21 nei tre periodi): di norma si tratta della «resi-denza» del proprietario (anche per i signori

43 Pass. 1155 gennaio 17 (s.f.) [n° 5167], Pass. 1156 feb-braio 4 (s.f.) [n° 5212], Pass. 1170 gennaio 13 (s.f.) [n° 5687], Pass. 1177 marzo 1 (s.f.) [n° 6022], Pass. 1182 agosto 12 [n° 6327], Pass. 1182 febbraio 26 (s.f.) [n° 6299], Pass. 1183 agosto 18 [n° 6368], Pass. 1185 febbraio 11 (s.f.) [n° 6447], Pass. 1190 settembre 27 [n° 6772], Pass. 1192 marzo 15 (s.f.) [n° 6864], Pass. 1193 giugno 23 [n° 6942], Pass. 1194 otto-bre 26 [n° 7048], Pass. 1194 gennaio 21 (s.f.) [n° 6993], Pass. 1194 gennaio 23 (s.f.) [n° 6994], Pass. 1194 febbraio 16 (s.f.) [n° 6999], Pass. 1195 giugno 9 [n° 7109], Pass. 1195 ago-sto 22 [n° 7119], Pass. 1196 marzo 31 [n° 7167], Pass. 1198 maggio 10 [n° 7305], Pass. 1198 maggio 27 [n° 7311], Pass. 1198 marzo (s.f.) [n° 7291], Pass. 1199 ottobre 19 [n° 7384], Pass. 1199 marzo 23 (s.f.) [n° 7359], Pass. 1201 novembre 11 [n° 7624], Pass. 1202 marzo 25 [n° 7669], Pass. 1202 luglio 28 [n° 7700], Pass. 1202 ottobre 17 [n° 7723], Pass. 1202 no-vembre 18 [n° 7735], Pass. 1202 gennaio 28 (s.f.) [n° 7647], Pass. 1202 marzo 10 (s.f.) [n° 7663], Pass. 1203 aprile 15 [n° 7776], Pass. 1203 dicembre 13 [n° 7833], Pass. 1203 di-cembre 21 [n° 7836], Pass. 1203 gennaio 8 (s.f.) [n° 7751], Pass. 1203 febbraio 15 (s.f.) [n° 7758], Pass. 1204 marzo 17 (s.f.) [n° 7866]; cui vanno aggiunti gli atti cit. supra nt. 40. Cfr. anche Pass. 1184 aprile 29 [n° 6407].

44 Eccezioni: Pass. 1184 aprile 9 [n° 6396], 2 partes delle olive (in un canone misto); Pass. 1194 ottobre 26 [n° 7048], metà delle olive (misto); Pass. 1195 giugno 9 [n° 7109], mo-sto di vino (misto).

45 Staio (antico o nuovo) di Passignano (o della sua por-ta): Pass. 1155 gennaio 17 (s.f.) [n° 5167], Pass. 1156 febbra-io 4 (s.f.) [n° 5212], Pass. 1185 febbraio 11 (s.f.) [n° 6447], Pass. 1192 marzo 15 (s.f.) [n° 6864], Pass. 1193 giugno 23 [n° 6942], Pass. 1194 ottobre 26 [n° 7048], Pass. 1194 gen-naio 21 (s.f.) [n° 6993], Pass. 1194 gennaio 23 (s.f.) [n° 6994], Pass. 1194 febbraio 16 (s.f.) [n° 6999], Pass. 1195 agosto 22 [n° 7119], Pass. 1196 marzo 31 [n° 7167], Pass. 1198 mag-gio 10 [n° 7305], Pass. 1198 marzo (s.f.) [n° 7291], Pass. 1199 ottobre 19 [n° 7384], Pass. 1199 marzo 23 (s.f.) [n° 7359], Pass. 1201 novembre 11 [n° 7624], Pass. 1202 marzo 25 [n° 7669], Pass. 1202 luglio 28 [n° 7700], Pass. 1202 otto-bre 17 [n° 7723], Pass. 1202 novembre 18 [n° 7735], Pass. 1202 gennaio 28 (s.f.) [n° 7647], Pass. 1202 marzo 10 (s.f.) [n° 7663], Pass. 1203 aprile 15 [n° 7776], Pass. 1203 dicembre 21 [n° 7836], Pass. 1203 gennaio 8 (s.f.) [n° 7751], Pass. 1203 febbraio 15 (s.f.) [n° 7758], Pass. 1204 marzo 17 [n° 7866].

laici)46. I canoni dovuti a S. Michele erano reca-ti presso la sua sede non solo dai contadini resi-denti nel castello e nella sua curia (il territorio signorile dipendente), ma anche dagli abitanti dell’altro castello monastico, Poggio al Vento, o di castelli (e signorie) altrui: i monaci, insom-ma, volevano raccogliere lì la maggior quantità possibile di cereali per destinarla al mercato ben attestato nel castello. Del resto l’ambito spaziale illuminato dal fondo archivistico è così ristretto che recare i canoni a Passignano non comportava gravi scomodità o significative spe-se aggiuntive per i coltivatori.

In base a quanto abbiamo argomentato fino-ra, si potrebbe dare per scontato che il poco grano prodotto in conduzione diretta dal monastero e il molto ricavato dai canoni fosse raccolto in un gra-naio, annesso al monastero. Parrebbe confermarlo il ricordo in un contratto d’affitto del 1198 di una certa quantità di grano da pagare al cellerario del monastero47. Era questa, del resto, la situazione ti-pica del pieno Duecento, attestata dalle sistema-tiche ricognizioni dei patti tra i coltivatori dipen-denti e il monastero. In questa serie documentaria le formule sono esplicite nell’indicare nel granaio monastico il luogo cui si recavano i canoni48.

Le cose, però, non andavano così nell’ultimo quarto del XII secolo —e non solo perché nessun atto cita un granarium49. Lo chiarisce un’inusuale clausola di un atto del gennaio 1195. Guidolino de Gialle, il cui podere era stato recentemente ceduto al monastero da Rinaldo di Malapresa, si accordò per convertire i censi pagati al precedente signore

46 Presso il monastero: Pass. 1185 febbraio 11 (s.f.) [n° 6447], Pass. 1190 settembre 27 [n° 6772], Pass. 1192 marzo 15 (s.f.) [n° 6864], Pass. 1199 ottobre 19 [n° 7384], Pass. 1201 novembre 11 [n° 7624], Pass. 1202 marzo 25 [n° 7669], Pass. 1202 gennaio 28 (s.f.) [n° 7647]. A Passigna-no: Pass. 1194 febbraio 16 (s.f.) [n° 6999], Pass. 1196 mar-zo 31 [n° 7167], Pass. 1202 ottobre 17 [n° 7723], Pass. 1203 dicembre 13 [n° 7833]. Alla porta di Passignano: Pass. 1204 marzo 17 (s.f.) [n° 7866]. Presso la corte e la casa del conce-dente: Pass. 1195 giugno 9 [n° 7109].

47 Pass. 1198 maggio 27 [n° 7311]: et de ipso grano debet abere cellerarium de monachis unum starium.

48 P.es., Pass. 1272 agosto 2 (f. 18535): obbligo di versa-re ad granarium dicti monasterii, dompno Benigno camera-rio monasterii de Passiniano 13 staia di grano ad rectum sta-rium affictale de Passiniano; o Pass. 1277 ottobre 3 (f. 19658): obbligo di versare 5 staia di grano ad granarium domus dicti monasterii, que olim fuit Accorsetti quondam Baroncetti. Su questi contratti cfr. CASINI 2009: 71-75.

49 Per un’eccezione, a dire il vero la menzione di orrea, vd. infra nt. 51.

LUOGHI E CONTENITORI DI STOCCAGGIO DEI CEREALI IN TOSCANA VIIIXII SECOLO: LE EVIDENZE DELLE FONTI SCRITTE 69

in un canone di 33 staia boni frumenti ad rectum starium eiusdem castelli, da pagare in Passignano al suo nuovo signore, restando salvi i suoi obblighi economici e personali di contadino dipendente (homo) prima di Rinaldo e ora di S. Michele. Il pas-saggio di mano di Guidolino e della sua terra non era stato pacifico; egli temeva, perciò, che il mona-stero, ricorrendo a una sottigliezza formale, lo di-chiarasse insolvente e prendesse possesso delle sue terre (il cui canone non era evidentemente remu-nerativo). Fece perciò inserire al notaio una clau-sola di questo tenore: se al momento di versare il canone i monaci avessero fraudolentemente rifiu-tato di riceverlo, Guidolino avrebbe portato il fru-mento dovuto nel chiostro del monastero e, dopo averlo bene mensuratum alla presenza di testi ido-nei, lo avrebbe versato nell’archa. Avrebbe assolto così ai propri obblighi contrattuali e il monastero non avrebbe potuto dichiararlo inadempiente50. Dobbiamo desumerne che, a differenza di quanto avveniva nell’alto medioevo, a fine XII secolo i ce-reali erano raccolti in contenitori in forma di pa-rallelepipedo, forse in pietra. Essi erano apparente-mente annessi alle residenze padronali; le arce, però, non si trovavano in edifici a sé, appositamen-te dedicati, come i granaria alto medievali: la no-stra arca, infatti, era nel chiostro di S. Michele.

Se, in effetti, nelle carte di Passignano della se-conda metà del XII e del primo XIII secolo ho in-dividuato una sola menzione di granai (orrea)51, ben più frequenti, anche se limitati, sono gli affio-ramenti di arce. Lo stesso è vero, più in generale, delle fonti di XII secolo che ho schedato negli ul-timi due decenni in numerose ricerche sulle cam-pagne toscane: all’assoluto (o quasi assoluto) si-lenzio sui granai fa riscontro un certo numero di ricordi di arche granarie. Certo, si tratta di poche occorrenze, ma non molte meno di quelle dei granaria alto medievali. I contenitori di cereali, del resto, anche nel pieno medioevo restano og-

50 Pass. 1194 gennaio 21 (s.f.) [n° 6993]: Si vero predic-tum frumentum pro tempore in monasterio constituti frau-de adhibita recipere nollent, tu idem Guidolinus ad hoc ut liberatio tibi contigat deferas et bene mensuratum intus clau-strum testibus convocatis in archam mundatorii mittendo deponas, nec ullam conmestionem ob hoc exigere valeas.

51 Pass. 1206 febbraio 24 (s.f.) [n° 8040]: Ranieri di Cor-so, in procinto di recarsi ultra mare, nomina due procurato-ri per riscuotere i canoni agrari e per dare eventuale seguito alle proprie disposizioni testamentarie. Costoro dovranno riscuotere i canoni (in totale 24 staia di grano l’anno) et in tempore recollecture recondant in sua orrea et salvum fa-ciant predictum granum usque ad eius reditum.

getti liminali, esterni allo spazio materiale e sim-bolico illuminato dalle fonti d’archivio.

Allargando l’analisi a tutta la Toscana, si ha con-ferma dell’esistenza di questo manufatto e del suo uso per raccogliere e conservare i canoni in cereali. Un teste, interrogato nel quadro della lite che nel 1203/4 oppose i conti Guidi a S. Maria di Rosano per l’esercizio dei diritti di patronato su quel mona-stero del Valdarno, ricordò che, in occasione di una visita del conte Guido e del suo seguito, i loro ca-valli erano stati nutriti con l’annona (una mistura di cereali minori), pagata come canone dai dipen-denti signorili (homines) del monastero e del conte. Essa era raccolta in quadam arca, que erat in eccle-sia de Rosano. Di lì, appunto, l’annona fu presa per sfamare i cavalli52. Nella prima metà del XIII seco-lo anche i Guidi possedevano arce simili per fun-zioni e collocazione: nella cessione del 1254 di par-te dei propri diritti signorili e patrimoniali in Valdarno, il conte Guido di Modigliana rinunciò alla sua quota di due arce magne poste nella chiesa di S. Lorenzo di Montevarchi53. Nel testo dopo l’ar-ca si ricordano i diritti sul mercatale, il che ci sug-gerisce la funzione delle arce e perché i Guidi faces-sero raccogliere lì i canoni in cereali loro spettanti come signori locali. Anche un altro documento, di qualche decennio precedente, attesta il possesso di arce da parte dei Guidi. In un atto (c. 1225) connes-so alla divisione della contea tra i figli di Guido VII Guerra si rammentano alcune suppellettili presenti nei castelli di Poppi, Ghinanzuolo, Ampinana e Co-relle, fra cui vegetibus et arcis et tinis54.

52 BAGNAI LOSACCO, 2010, teste I, 52 (Rodulfus de Castilionclio), p. 46: Et vidit hic testis quod in quadam arca, que erat in ecclesia de Rosano, collecta erat annona quam conlegerat abbatisa per homines suos et vicecomites per co-mitis homines; et sic de illa arca dederunt annonam, in sero, omnibus equis.

53 SANTINI, 1952, n° 16 (1254): Et quartam partem pro indiviso duarum arcarum magnarum, que sunt in domo ec-clesie sancti Laurentii de Monteguarchi; et quartam partem pro indiviso terreni et mercatalis, ubi fuit mercatum, ad pe-dem castri de Monteguarchi; et quartam partem pro indiviso terreni et mercatalis, ubi fuit mercatum, iuxta stratam prope domum que fuit Vitelli. Cfr. anche SANTINI, 1952: n° 17. Ha interpretato il termine arca nel senso di sepoltura PIRILLO, 2005: 352, cfr. COLLAVINI, 2007: 15.

54 Archivio di Stato di Firenze, Diplomatico, Riformagio-ni Atti Pubblici, sec. XIII [n° 27474], un atto accessorio nel-la lite per l’eredità di Guido VII, contenente le richieste dei conti Marcovaldo e Aghinolfo nei confronti dei fratelli Gui-do e Tegrimo. Fra le richieste compare la metà di 42 letti e di vegetibus et arcis et tinis de Popio, Ghinanzuolo et Ampena-na et Corelle, que extimant 200 £ di denari Pisani.

70 SIMONE M. COLLAVINI

Questo testo ci trasporta da manufatti di gran-di dimensioni, forse in pietra, carichi di valore simbolico anche per la loro peculiare collocazione spaziale, a manufatti di più modeste dimensioni, probabilmente in legno, di uso più largamente dif-fuso e domestico. Possedevano, infatti, arce atte alla raccolta dei cereali anche soggetti meno emi-nenti di monasteri e conti; e a volte ne possedeva-no più esemplari. Alcuni di questi possessori, poi, erano personaggi attivi nel mercato rurale e nel credito. Dato che esse rimangono al di fuori degli spazi fisici e sociali normalmente illuminati dalle fonti d’archivio, le arce sono spesso ricordate in atti stravaganti, come i precedenti o come quelli che descrivono e risolvono contrasti violenti.

Nel 1145 una famiglia del castello di Passigna-no chiuse una lite con il monastero di S. Michele, impegnandosi ad emigrare. Nel farlo, rinunciò alla casa che abitava e promise di non rivalersi dei danni dati, compresa una archa que destructa fuit; ottenne in cambio, fra l’altro, di poter porta-re con sé alie vero arche et mobilia55. Analoga-mente, nella pace tra S. Michele e i «da Monte-corboli» (una famiglia aristocratica della zona) due delle lagnanze presentate riguardavano pro-prio le arche. Borgnolino, un fidelis del monaste-ro, si era impadronito di due arche, apud eum de-posite, rispettivamente dai filii Ildebrandini Boscketti e dai filii Pisciancolli (dipendenti dei «da Montecorboli»), insieme al grano che vi era conservato56. Per rendere intellegibile il passo, bi-sogna pensare che Borgnolino, personaggio ben noto per le sue attività speculative, vendesse gra-no in conto terzi. Il frumento così negoziato do-veva essere conservato in arce di proprietà dei soci, distinte da quelle proprie di Borgnolino, ma collocate nel medesimo locale in cui egli svolgeva

55 Pass. 1145 giugno 26 [n° 4728]: Ugo di Ugo di Corbi-zo e la moglie Odierna rinunciano de eorum porthone de casa eorum posita in carbonaia de Pasiniano et de omni querimo-nia et richesta, quam agebant adversum ipsam aecclesiam, mobilem vel inmobilem, videlicet de una archa, que distructa fuit, et de terra de Callebona; predicta vero casa cum suo fun-damento paries et tectum et mura, et omnia predicta refutave-runt …; alie vero arche residue et mobilia sibi reservaverunt.

56 Pass. 1193 novembre 29 [n° 6982], ediz. parz. CONTI 1965: 284-285, n° 52: Item … Bernardus petebat, pro filiis Ildibrandi Boscketti fidelibus suis, a Borgnolino sibi restitui tria modia frumenti et xiicim staria et unam archam apud eum depositam. Item idem Bernardus, pro filiis Pisciancolli, petebat ab eodem Borgnolino tria scafillia frumenti et unam archam apud eum depositam. Sulla lite vd. WICKHAM, 2000: 332, 335-337. Su Borgnolino vd. Wickham, 1995, 244-246.

la propria attività commerciale. Lo scoppio della guerra tra i rispettivi signori doveva aver causato il sequestro di arce e cereali dei soci da parte di Borgnolino, donde la lagnanza giunta fino a noi.

Al medesimo contesto di violenze e di atti volti a regolarle o pacificarle rimandano altri due ricor-di di arce. Il primo viene da una querimonia pre-sentata a un ignoto giudice dai monaci di S. Lo-renzo di Coltibuono verso il 1171. L’atto ripercorre in dettaglio violenze e danni arrecati al monastero da alcuni aristocratici, fra cui i Firidolfi, in parti-colare a Montegrossoli. Il passo che ci interessa, però, riguarda un’altra località, Casanova: di lì, ol-tre al vino immagazzinato, erano stati sottratti vari oggetti comprese una botte e un’arca57. Un’ul-tima occorrenza, infine, viene dalle deposizioni rese nel 1174 nella lite tra il monastero di S. Mi-chele di Marturi e la pieve di S. Maria di Poggi-bonsi. Un teste ricordò che suo fratello Saraceno —forse nel quadro di un conflitto militare— aveva ricoverato un’arca piena di grano all’interno della pieve. In seguito il pievano si era impadronito di un moggio di frumento in essa contenuto, cosic-ché né Saraceno né, dopo la sua morte, il fratello Uberto prete avevano potuto riaverlo58.

Da queste testimonianze si può ricavare un’idea di massima delle caratteristiche materiali delle arce evocate dalle fonti toscane del XII se-colo. Erano contenitori a forma di parallelepipe-do, forse a volte in pietra, altre volte certo in le-gno, di dimensioni variabili59 e talora dotati di

57 Archivio di Stato di Firenze, Diplomatico, Vallombro-sa, sec. XIII [n° 27478], ediz. parz. (e scorretta) MAJNONI, 1981: 149-150 (per la datazione vd. DAVIDSOHN, 1896: 103): Item de Casanova abstulerunt nobis unam vegetem, unam arcam et totum vinum, quod ibi erat. Sui contenu-ti della querimonia DAVIDSOHN, 1956: 762-763, WICKHAM, 2000: 354-355 e COLLAVINI, 2009: 201.

58 CAMBI SCHMITTER, 2009: n° 59 (1174), deposizione di Uberto prete (p. 209): Item dicit quod Seracenus frater suus apud plebem reposuit unam arcam plenam grano de qua ple-banus fecit abstrai unum modium frumenti; et ipsemet, pre-sbiter Ubertus, sepe requisitivit numquam habere potuit. Cfr. WICKHAM, 2000: 400-408 (402-404 su Uberto prete).

59 Il dato più rilevante circa le dimensioni di un’arca vie-ne dall’atto del 1193 (cit. supra nt. 56): un’arca, quando se ne appropriò Borgnolino, conteneva 3 moggi e 12 staia di gra-no (cioè 84 staia). La quantità di grano —e quindi il volume minimo dell’archa— varia molto a seconda dell’equivalen-za accettata: in base al moggio carolingio (52,2 L) avremmo 4384,80 L di grano (cioè 4,385 m3); in base allo staio corren-te nella zona nel secolo XI secondo E. Conti (1965: 98-99), pari a 8.66 L, avremmo 727.44 L (0.727 m3); in base allo staio di XIV-XV secolo, infine, stimato in 24,4 L (ibid.), avremmo 2049,6 L (cioè 2,050 m3). Altri dati sono meno significati-

LUOGHI E CONTENITORI DI STOCCAGGIO DEI CEREALI IN TOSCANA VIIIXII SECOLO: LE EVIDENZE DELLE FONTI SCRITTE 71

coperchi60. Alcuni atti chiariscono che le arce po-tevano essere sia spostate che rotte, sebbene non sia chiaro se fossero normalmente trasportabili o se il loro spostamento fosse un evento ecceziona-le (come per i granaria alto medievali): dobbiamo dunque ritenere che fossero poste fuori terra61.

Sebbene siano un manufatto tipico del XII e del primo XIII secolo, le arce hanno dei prece-denti. Un’esecuzione testamentaria del 787, con-sistente nella cessione di una casa, già del prete Deusdedit, a beneficio della chiesa di S. Nazario di Lucca, cita tra i beni mobili eccettuati dalla do-nazione un’arca. Analogamente una refuta amia-tina del 1025/27 riguardante beni dipendenti dal-la curtis di Lamule ricorda, fra le pertinenze, la presenza di arce insieme alle più attestate botti62.

Infine, nel già ricordato Breve de feora (fine IX secolo) nel beneficio di Cunimondo si rammenta un’archaria posta a Fibbialla (quella in Versilia o quella in Val di Nievole?): un opificio in cui si la-vorava la pietra (o, meno probabilmente, il legna-me) per costruire le arce63. Comunque, per que-

vi: l’altra arca sottratta da Borgnolino conteneva 3 scaffili di frumento, mentre quella riposta da Saraceno nella pieve di Poggibonsi (vd. supra nt. 56) conteneva almeno un moggio di grano. Comunque i dati sembrano compatibili con manu-fatti di dimensioni relativamente contenute, anche se niente permette di ritenere che le arce fossero piene quando com-paiono nelle nostre fonti (niente sappiamo, p.es., del mese cui si riferiscono le notizie).

60 ORLANDI, 2002, n° 88 (1178), messa in possesso di beni in seguita a una condanna criminale, fra cui: unum pen-natum et duas marras et unum securim et tres tabulas pal-menti et duas arcas, una tamen est sine cohoperchio.

61 Arce rotte: Pass. 1145 giugno 26 [n° 4728]. Arce aspor-tabili: ibid., Pass. 1193 novembre 29 [n° 6982], Archivio di Stato di Firenze, Diplomatico, Vallombrosa, sec. XIII [n° 27478], CAMBI SCHMITTER, 2009, n° 59 (1174). Man-cano informazioni su loro eventuali distruzioni con il fuoco, un indicatore dirimente circa il materiale di costruzione.

62 ChLA n° 1107 (787), si eccettuano dalla donazio-ne buttes, chapitella, arcas, ferramenta sive alia usitilia vel scherfa, que in ipsa casa est, que novis reservamus ad di-spensandum; e KURZE, 1974-81, n° 262 (1025/27), refuta di terra dipendente dalla curtis di Lamule cum casis et vineis et bottes et arcas et libelli.

63 LUZZATI, 1979: 231: In Flabianula: archaria, ubi ar-che faciunt; habet manentes duo et sinditio uno (ho modi-ficato punteggiatura e maiuscole dell’editore). L’ubicazione di Flabianula è incerta: Luzzati la identifica con Fibbialla in Versilia, ma presso l’omonima località in comune di Pescia (PT) ci sono tutt’oggi cave di pietra serena, un materiale ve-rosimile per la produzione di arce in pietra. Andrebbe chia-rito il rapporto tra arce e vasculas (-es) da grano attestate dall’inventario di S. Tommaso di Reggio Emilia (sec. X) in più centri domocultili: Enzola (7), Sciola (2), Curciliano (6), vd. CASTAGNETTI, 1979: 197-198.

ste più risalenti e occasionali testimonianze, lo stesso collegamento al manufatto di XII seco-lo non è certo, senza parlare poi delle sue caratte-ristiche materiali e della sua funzione.

6. CONCLUSIONI

Le conclusioni di questo primo affondo nelle fonti toscane per raccogliere notizie sulle forme di stoccaggio e di conservazione dei cereali debbono essere volte innanzitutto a precisare i limiti delle nostre conoscenze. Il problema dell’immagazzina-mento dei cereali è articolato e complesso. Vi con-correvano molteplici e contraddittorie esigenze: alimentari e colturali; di breve, medio e lungo ter-mine. La combinazione delle diverse esigenze im-poneva differenti forme di conservazione. Non meno importanti sono le variabili socio-economi-che: grandi proprietari, piccoli allodieri e massari avevano necessità diverse e dovevano stoccare quantità di cereali non paragonabili tra loro. Ne de-rivarono luoghi e contesti differenti di conservazio-ne del prodotto. Non va trascurato, infine, il possi-bile ruolo delle comunità, più o meno strutturate, nella conservazione del grano o, viceversa, il preva-lere di attitudini individualiste da parte dei vari nu-clei famigliari. La riflessione su queste variabili, per individuare le possibili intersezioni tra le diverse necessità e i differenti condizionamenti sociali è ancora in gran parte da compiere. Solo con uno sforzo interpretativo, compiuto a partire dalla con-siderazione di tutte queste variabili, sarà possibile comprendere meglio i frammenti di informazione sui quali noi tutti —storici delle fonti scritte e ar-cheologi— lavoriamo e continueremo a lavorare, auspicabilmente in sempre più stretta sinergia.

Frammenti —si diceva. È la dimensione fram-mentaria e parziale delle fonti scritte il punto su cui vorrei insistere ora: come si è detto, le informa-zioni restituite dai documenti sono molto parziali. In primo luogo per gli ampi vuoti cronologici, frutto anche dell’alterna rappresentatività per le pratiche agrarie dei contratti di «affitto». I vuoti, però, non riguardano solo questa prima, più scon-tata, variabile. Altrettanto importanti sono i silenzi di tipo strutturale. Se non occorre insistere ancora sul carattere liminale dei nostri manufatti nell’alto e nel pieno medioevo, va sottolineato che tale mar-ginalità ha diverse sfumature. Granaria e arce, per quanto marginali, a volte sono ricordati; non al-trettanto può dirsi di altri contenitori che gli scavi

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archeologici, i paralleli etnografici e lo stesso «buon senso» ci assicurano dovessero esistere: si-los, contenitori ceramici e ceste in fibre naturali (per limitarsi a tre esempi). È difficile stabilire in che misura queste assenze derivino dalla peculiare connotazione sociale delle fonti scritte (concentra-te su chiese e grandi proprietari) e in che misura, invece, siano frutto soltanto dello sguardo selettivo di scribi e notai. Certo entrambi i fattori dovettero agire; e noi dobbiamo tenerne conto.

Valutare, contenitore per contenitore, il peso relativo dei due fattori di nascondimento sarebbe utile per affrontare una questione molto impor-tante: quanto e come si differenziarono le forme di conservazione dei cereali all’interno dei diversi gruppi sociali. Granaria e arce (i primi ancor più delle seconde) erano manufatti in possesso dei ceti eminenti, i principali protagonisti delle fonti scritte. Nell’alto medioevo il silenzio su fosse gra-narie e silos rimanda alla loro connotazione come luoghi preferenziali di conservazione da parte di soggetti marginali nelle fonti scritte, come conta-dini liberi e comunità di villaggio? Oppure il si-lenzio è solo frutto della loro invisibilità agli oc-chi di scriveva gli atti? Dopo tutto si trattava di buche nel terreno che, come molte altre realtà delle campagne, non meritavano di precipitare nei «formulari notarili» (era certo così, del resto, per ceste e contenitori ceramici). Accanto a ulte-riori riflessioni sulle fonti scritte —magari dif-frenti da quelle d’archivio da me valorizzate— credo che un contributo decisivo alla soluzione di questi quesiti potrà venire solo dall’archeologia e da un ulteriore sforzo di collegare i contenitori granari individuati sul campo, le strutture sociali desumibili dagli insediamenti e i sistemi econo-mici nei quali essi erano integrati.

L’ultima questione che vorrei toccare riguarda le arche granarie, un manufatto sulla cui esatta funzione, materialità e storia rimangono numero-se incertezze, ma che merita attenzione per il ruo-lo peculiare assunto nel XII secolo. L’assenza di confronti archeologici e l’ambiguità dei testi scrit-ti non consentono certezze nemmeno sui mate-riali con cui le arce erano costruite: pietra, legno o entrambi? Se la seconda è forse la soluzione più probabile, non è corretto retrodatare al XII seco-lo i dati desumibili dalle fonti basso medievali e dai confronti etnografici, che indicherebbero l’uso esclusivo del legno. La collocazione all’interno o nelle vicinanze di chiese e chiostri e le apparenti grandi dimensioni di alcune arce suggeriscono

che alcune fossero in pietra. Parte di questi conte-nitori —senz’altro quelli più piccoli e d’uso quoti-diano— dovevano comunque essere di legno, come le arce e i cassoni da grano del pieno XIII e XIV secolo. Ciò aiuta a spiegarne l’invisibilità ar-cheologica (anche se cerniere e inchiavardature metalliche dovrebbero essere sopravvissute). Va del resto sottolineato che, non lasciando i cereali tracce paleo-botaniche nei contenitori64, anche eventuali vasche e casse da grano in pietra non sa-rebbero immediatamente riconoscibili.

Oltre a quella della materialità dell’oggetto-ar-ca, un’altra questione resta aperta: la storia del manufatto prima del XII secolo. I dati disponibili al riguardo sono pochi e tali da sconsigliare di az-zardare soluzioni univoche. Dobbiamo innanzi-tutto chiederci se la comparsa delle arce nelle fonti del XII secolo rimandi alla produzione di un nuovo manufatto (o, almeno, a una sua più signi-ficativa diffusione) o solo al suo emergere nelle fonti scritte. Per provare a rispondere al quesito, occorre tratteggiare una storia delle arce, che è innanzitutto una storia del termine. Oggi non mi sentirei di condividere al riguardo la serena cer-tezza di Giovanni Boccaccio che nella seconda metà del XIV secolo, nel glossare le «arche» in-fernali nelle quali giacciono gli epicurei, spiegava che Dante aveva chiamato così i sarcofagi perché, pur essendo fatti di pietra, hanno la stessa forma delle «arche di legno nelle quali molti conservano il grano e le cose loro»65.

Nel latino medievale (e poi nel volgare) sono attestati entrambi i significati (arca granaria e sarcofago), ma nel latino classico (stando al For-cellini) il significato di «arca granaria» è assente e l’evoluzione del termine pare quella che conduce da «carcere» a «sarcofago», quindi alle nozioni di «luogo nascosto» o di «edificio quadrangolare», fino da ultimo al significato di «cassa in cui ripor-re monete o preziosi». È dunque dal significato originario di «sarcofago» o da quello mediato di «cassa per preziosi» (e poi di teca per reliquie)

64 Cfr. Bianchi-Grassi in questo volume.65 BOCCACCIO, 1373-74, c. IX (i), par. 101, p. 492:

«Chiamasi «arca» per ciò che assai, essendo di pietra o di marmo, hanno quella forma che hanno l’arche di legno, nel-le quali molti conservano il grano e le cose loro; ed è detta questa «arca», per ciò ch’ella ha a rimuovere il vedere delle cose che dentro vi sono, o il latro da poterle torre, e di quin-ci viene «arcano», la cosa segreta»; commento a Inf. ix, 124-126. Debbo la citazione al TLIO (Tesoro della lingua italiana delle origini) http://tlio.ovi.cnr.it/TLIO/.

LUOGHI E CONTENITORI DI STOCCAGGIO DEI CEREALI IN TOSCANA VIIIXII SECOLO: LE EVIDENZE DELLE FONTI SCRITTE 73

che emerge tra tarda antichità e alto medioevo il significato di arca granaria, corrente nel Due e Trecento in Toscana. Questo percorso lessicale e le poche fonti alto medievali finora individuate consentono di ipotizzare due diversi percorsi: l’assunzione di un generico significato di «cassa» e poi la sua applicazione a cassoni e cassette con-tenenti grano66; oppure una più duratura interfe-renza tra sarcofagi e cassoni (in pietra?) per con-servare i cereali (all’interno o nelle vicinanze delle chiese), dai quali poi avrebbero derivato nome e forma le cassette in legno attestate nella seconda metà del XII secolo.

Al di là dei percorsi lessicali (che necessitano di un serrato confronto con le evidenze materiali) abbiamo alcune certezze: fossero del tutto nuove o emergessero solo allora all’attenzione dei notai, le arce della seconda metà del XII secolo sono un indicatore degli equilibri economici e delle prati-che produttive del tempo. La loro diffusione coin-cide, infatti, con una momentanea eclissi dei gra-naria e forse anche dei silos —almeno stando ai dati archeologici presentati da G. Bianchi e F. Grassi. Granai e silos tornano comuni solo dalla metà del XIII secolo. Come interpretare questo andamento apparentemente incomprensibile? La diffusione delle arce va certo collegata allo svilup-po del mercato dei cereali: lo mostrano il conte-sto generale, la tipologia dei documenti che le ri-cordano e considerazioni attinenti alla loro materialità e distribuzione. Si trovavano, infatti, in luoghi più accessibili e aperti dei vecchi granai curtensi; e a volte le troviamo in ambienti esplici-tamente destinati al commercio. Le arce erano inoltre asportabili, anche se è incerto se i loro spostamenti fossero o meno eccezionali. Ne van-no infine considerate le dimensioni relativamente ridotte, funzionali a una rapida circolazione del cereale più che alla sua conservazione a medio o lungo termine. Sia nel caso delle grandi arce an-

66 GREGORIO MAGNO, 2005, I, 4.20 (vol. I, p. 46): Aiebat namque quia corpus eius (scil. di san Equizio) dum in beati Laurentii martyris oratorio esset humatum, super sepulcrum illius rusticus quidam arcam cum frumento po-suit, nec quantus qualisque vir illic iaceret perpendere vel vereri curavit. Cum repente turbo caelitus factus, rebus illic omnibus in sua stabilitate manentibus, arcam, quae super-posita sepulcro eius fuerat, extulit longeque proiecit, ut pa-lam cuncti cognoscerent quanti esset meriti is cuius illic cor-pus iaceret. Nel passo andranno notati la già rilevata pratica di ricoverare le arce nelle chiese, e il fatto che l’arca non era per antonomasia granaria, visto che si sente il bisogno di ag-giungere cum frumento.

nesse a chiese e monasteri, sia nel caso di quelle più piccole in mano a intermediari e modesti spe-culatori, il ciclo di conservazione pare di breve respiro: non siamo di fronte alla costituzione di scorte alimentari a lungo termine, volte a scon-giurare le carestie, e neppure alla conservazione del seme per l’anno successivo, ma all’immagazzi-namento per il consumo differito durante l’anno e, ancor più, per l’avviamento al mercato.

Si può insomma ipotizzare che, nella prima fase del boom demografico e dei fenomeni di commercializzazione dei cereali, l’attivazione dei meccanismi di mercato svolgesse una funzione sostitutiva rispetto alle tradizionali forme di ac-cantonamento, tipiche delle economie alto me-dievali tendenzialmente più «chiuse». In caso di difficoltà localizzate, quali erano gran parte delle carestie medievali, il mercato dei cereali permet-teva di rispondere sia alle necessità alimentari che a quelle di semente senza ricorrere a scorte a lungo termine —scoraggiate del resto dall’anda-mento ascendente dei prezzi, che induceva i pro-duttori a vendere, più che ad accumulare. Ciò po-trebbe aiutare a spiegare la momentanea scomparsa (o almeno riduzione) di fosse granarie e granai.

D’altro canto, i volumi relativamente modesti del grano negoziato, sia per l’ancora incompleta commercializzazione dell’economia toscana nella seconda metà del XII secolo, sia per l’ancora limi-tata urbanizzazione della regione, spiegano la pre-ferenza accordata a contenitori granari di dimen-sioni modeste. Non per caso granai, fosse granarie urbane e silos di dimensioni impressionanti ri-compaiono nel pieno Duecento e nel primo Tre-cento, nel quadro dell’accelerazione dei processi di commercializzazione, di urbanizzazione e di integrazione economica regionale. Visti i grandi volumi prodotti, scambiati, conservati e consuma-ti le arce divennero allora inutili, se non per uso domestico. Si apriva la stagione dei cassoni da grano, cui pensava Giovanni Boccaccio.

La fortuna delle arche da grano incornicia così un periodo ben preciso e chiaramente delimitato della storia economica toscana, cosicché la si può ritenere un indicatore delle trasformazioni eco-nomiche e delle loro logiche. Lo studio dei conte-nitori da cereali —nonostante le difficoltà e le ir-risolte ambiguità— si conferma un osservatorio preferenziale per comprendere le strutture di base dell’economia e della società toscana dell’al-to e del pieno medioevo.

74 SIMONE M. COLLAVINI

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RIASSUNTO1

In Italia l’analisi approfondita di sistemi di sto-ccaggio dei cereali nel Medioevo si è, sino ad adesso, limitata a studi relativi a casi specifici od a circos critti ambiti territoriali. Nel presente articolo, partendo dal recente contesto di indagine di Rocca degli Alber-ti a Monterotondo M.mo, si cerca di sintetizzare i ri-sultati di un preliminare censimento di tali sistemi di stocca ggio desunto da una seppur parziale spoglio del-la letteratura sinora edita, relativa all’intero panorama italiano. L’obiettivo è stato quello di individuare pos-sibili tendenze relative a diversi sistemi di stoccaggio in rapporto alle differenti dinamiche storiche. Per tut-te le regioni italiane i silos risultano essere i sistemi di conservazione più diffusi tra Alto e Basso Medioevo. La registrazione delle loro evidenze sembra aumenta-re a partire dalla seconda metà dell’VIII secolo. Sopra-tutto in Toscana, un mutamento significativo si coglie dalla seconda metà del IX secolo, quando, in molti siti indagati, ai silos situati nelle aree sommitali degli in-sediamenti di altura, si sostituirono o furono edifica-ti ex-novo dei granai, indicativi di un netto cambio di gestione dei possedimenti fondiari da parte delle più importanti e locali élites o delle aristocrazie urbane, interessate ad una maggiore razionalizzazione e otti-mizzazione dei propri possessi. L’analisi dei resti car-pologici rinvenuti nei silos più antichi e nei successivi granai non sembra indicativa di una significativa tras-formazione di scala del tipo di sfruttamento agricolo. Nel Nord, come nel Sud della penisola, il grosso sal-to di produzione che trasformò la cultura ceralicola in un importante settore economico avvenne soprattutto nel XII secolo. Per il Nord, tale cambio è maggiormen-te attestato dalle fonti documentarie, dal momento che nei castelli di sommità è molto raro il ritrovamen-to di sistemi di stoccaggio, evidentemente organizza-to in maniera diversa rispetto all’Alto Medioevo for-

1 Dipartimento di Scienze Storiche e di Beni Cultura-li, Universita' degli Studi di Siena. [email protected] [email protected]

se in rapporto anche alle politiche commerciali delle varie signorie territoriali. Silos di grandi dimensioni e quantità sono stati, invece, rinvenuti, nel Sud all’inter-no od in prossimità degli insediamenti accentrati, a te-stimonianza di una comune politica di profitto e sfru-tta mento intensivo del territorio tra potere centrale e locale.

PAROLE CHIAVE: curtes, Toscana, silos, granaio, ar-cheobotanica.

Negli ultimi tre anni di indagine archeologi-ca nella Rocca degli Alberti, complesso monu-mentale situato sulla sommità del centro abitato di Monterotondo Marittimo (GR), sono gradual-mente venute in luce una serie sempre più com-plessa di evidenze materiali altomedievali collega-te al ciclo di stoccaggio e lavorazione dei cereali. L’articolata sequenza stratigrafica si collegava ad una più complessa trama insediativa che, partendo proprio da quei primi punti di stoccaggio ricava-ti nel suolo roccioso, si dipanava nel corso dei se-coli, caratterizzata da fasi di vita legate a strutture più o meno monumentali sino agli ultimi esiti di dominio signo rile basso medievale, con la costru-zione del palazzo e degli edifici annessi. La sto-ria di quest’area sommitale, indagata dalla nostra équipe tra il 2005 ed il 2010, non si discosta mol-to da quella di altri e più noti siti oggetto di inda-gine da parte del gruppo di lavoro senese diretto da Riccardo Francovich prima della sua prema-tura scomparsa. Scarlino, Montarrenti e tanti al-tri luoghi, studiati nel corso dell’ultimo ventennio, presentano una simile sequenza di occupazione, grazie alla quale è stato maturato da Francovich un preciso modello insediativo (FRANCOVICH, GINATEMPO, 2000; FRANCOVICH, HODGES, 2003; FRANCOVICH, 2004). Secondo tale mo-

5Sistemi di stoccaggio nelle campagne italiane

(secc. VII-XIII): l'evidenza archeologica dal caso di Rocca degli Alberti in Toscana

Giovanna Bianchi1

Francesca Grassi

78 GIOVANNA BIANCHI FRANCESCA GRASSI

dello, ad una prima fase spontanea di occupazione delle alture, già nel corso del VII secolo, sarebbe succeduta, a partire dall’VIII secolo, una più evi-dente riorganizzazione insediativa legata ad una maggiore ingerenza delle nuove elités rurali che di-venne, dalla piena età carolingia, sempre più inci-siva sino, in alcuni casi, a condizionare fortemente il vissuto delle comunità residenti. Il tema, quindi,

dello stoccaggio delle risorse cerealicole è stretta-mente intrecciato con la storia del popolamento rurale e con quei meccanismi storici che regolaro-no, per la Toscana, ma anche per buona parte del Centro Nord della penisola, il passaggio dalle si-gnorie fondiarie a quelle territoriali, dalle curtes ai castelli dei secoli centrali. Ciò, quindi, con evidenti effetti sui processi di trasformazione relativi a pic-

Figura 5.1. Carta della Toscana con la localizzazione dei siti citati.

SISTEMI DI STOCCAGGIO NELLE CAMPAGNE ITALIANE SECC. VIIXIII: L'EVIDENZA ARCHEOLOGICA DAL CASO… 79

cole o più grandi comunità, per le quali l’aspetto economico legato alla gestione delle risorse agri-cole deve essere analizzato insieme agli altri aspet-ti che regolavano le strutture di queste società.

In questo senso l’indagine a Rocca degli Alber-ti non può, quindi, essere disgiunta da quella de-gli altri siti della Toscana meridionale, oggetto di precedenti scavi o al centro di indagini ancora in corso (Fig. 5.1). Il sito da noi indagato e intorno al quale ruota questo contributo si trova nel territo-rio delle cosidette Colline Metallifere, un’estesa area comprensiva di territori costieri e interni, caratterizzati dalla presenza di filoni metalliferi di notevole entità e qualità, soprattutto per la pre-senza di solfuri misti, rame, piombo e argento (BIANCHI, BRUTTINI, DALLAI, 2011). Questa zona, intensamente sfruttata nei secoli centrali del Medioevo soprattutto in relazione ai suoi metalli monetabili, fu al centro di interessi di forti poteri politici sin dall’Alto Medioevo. Le fonti scritte do-cumentano chiaramente le forti ingerenze del ve-scovo di Lucca, di Populonia, di Volterra, così come di un importante monastero sorto, quasi al margine delle stesse Colline Metallifere, alla metà dell’VIII secolo: S. Pietro in Palazzuolo a Monte-verdi (per un quadro di insieme si veda BIANCHI, 2010). Contemporaneamente, dal IX secolo, tro-viamo attestate forme di signoria privata laica, come nel caso degli Aldobrandeschi a cui, nel corso del tempo, si affiancarono esponenti di al-tre importanti famiglie aristocratiche. Come scrit-to sopra, la ricerca pregressa può contare sullo scavo in molti siti: nelle aree sommitali dei centri abitati di Scarlino, Suvereto, Campiglia Maritti-ma, Montemassi (FRANCOVICH, 1985; CE-GLIE, PARIS, VENTURINI, 2006; BIANCHI, 2004a, BRUTTINI, 2009); lo scavo in estensione nei siti minerari di Rocca San Silvestro (FRAN-COVICH, 1991), Rocchette Pannocchieschi (BEL-LI, DE LUCA, GRASSI, 2003; GRASSI c.s.) ed in quello ancora in corso nel castello di Cugnano (in ultimo BRUTTINI, FICHERA, GRASSI, 2010a; BIANCHI et alii, 2012; gli scavi a Castel di Pietra (CITTER, 2009), in località Vetricella, nella piana di Scarlino (MARASCO, 2009), quelli ancora in atto nel castello di Donoratico (BIANCHI, 2004b; FRANCOVICH, BIANCHI, 2006a), nella Cano-nica di Montieri (BIANCHI, BRUTTINI, DAL-LAI, 2011) oltre a puntuali interventi di indagini archeologica nei centri abitati di Piombino e Montieri (BERTI, BIANCHI, 2007; ARANGU-REN, BIANCHI, BRUTTINI, 2007; BRUTTINI,

GRASSI, 2010b). A questo gruppo di indagini de-vono essere aggiunte quelle effettuate in passato nei monasteri di S. Quirico di Populonia (BIAN-CHI, FRANCOVICH, GELICHI, 2006) e nella sede alto e basso medievale del monastero di S. Pietro in Palazzuolo a Monteverdi (FRANCO-VICH, BIANCHI, 2006b), insieme a progetti di archeologia di superficie che hanno riguardato i comprensori di ben sei attuali circoscrizioni co-munali. L’insieme dei dati raccolti, in particolare dal 2007 ad oggi nei siti ancora in corso di scavo, con le nuove informazioni desumibili dalle fonti scritte, oltre a confermare le dinamiche insediati-ve proposte da Francovich nel suo modello, han-no, in contemporanea, evidenziato nuovi dati. In-nanzitutto una più precisa scansione cronologica e geografica dei processi di trasformazione delle varie realtà insediative altomedievali, mettendo meglio a fuoco dei parametri di lettura necessari per comprendere in maniera più dettagliata le fasi di affermazione delle diverse élites ed aristocrazie rurali, in rapporto anche a dinamiche più com-plesse di interazione con le locali comunità resi-denti (BIANCHI, 2010; BIANCHI, c.s.). In secon-do luogo, una rinnovata attenzione e lettura delle fasi mature di incastellamento, corrispondenti all’XI e soprattutto XII secolo, ha messo in luce articolati processi di stabilizzazione e rappresen-tazione dei poteri signorili, evidenziando, più del passato, differenze con i precedenti modelli di ge-stione altomedievali.

La nostra ricerca, focalizzata sui sistemi di stoccaggio, si inserisce, quindi, in questo più ge-nerale contesto. L’analisi del caso di Rocca degli Alberti ci ha, di conseguenza, obbligato ad allar-gare lo sguardo oltre i limiti dei confini dell’area di indagine dove la nostra équipe si muove da tempo, per un rinnovato confronto non solo con siti limitrofi, dove si è registrata la presenza di si-mili sistemi di stoccaggio, ma anche con quelli in-dagati in altre parti della Toscana.

L’evidenza di alcuni dati e del loro portato in-terpretativo ci ha poi spinto a valicare i confini regionali tentando un censimento di massima re-lativo a simili evidenze archeologiche edite rinve-nute nell’intera penisola. Questo per cercare di mettere meglio a fuoco tendenze comuni o meno, pur all’interno di realtà microregionali caratteriz-zate da specifiche dinamiche di gestione delle ri-sorse territoriali in rapporto ai poteri locali.

G. B.

80 GIOVANNA BIANCHI FRANCESCA GRASSI

1. IL CASO DI ROCCA DEGLI ALBERTI IN TOSCANA MONTEROTONDO M.MO, GROSSETO

La lavorazione e lo stoccaggio delle granaglie rivestono un’importanza particolare in una so-cietà come quella altomedievale nella quale il consumo agricolo era rivolto prevalentemente all’alimentazione e dove, spesso, produttore e con-sumatore erano la stessa persona2. In Toscana si trovano riscontri archeologici di stoccaggio delle granaglie, pur con valenze diverse, dal tardo an-tico a tutto l’XI secolo, mentre in epoca successi-va, la loro scomparsa, perlomeno in ambito rura-le, farebbe presupporre una logica diversa nei confronti del raccolto. Solo dal XIII secolo avan-zato compaiono nuovamente forme di stoccag-gio sotterraneo, ubicate prevalentemente nei centri urbani, anche di piccole dimensioni, spes-so associate agli edifici destinati a palazzi pubbli-ci oppure a grandi complessi ospedalieri3. Di questi casi non ci occuperemo, poiché fanno parte di una strutturazione del rapporto tra città e campagna molto complesso e della ripresa dei mercati di tipo urbano, nei quali arrivava il rac-colto per essere venduto.

Vari studi etnografici hanno avuto per oggetto lo studio della conservazione delle granaglie nelle società preindustriali ed hanno convincentemen-te mostrato che le popolazioni contadine conser-vavano il loro raccolto per alcuni motivi essenzia-li, tra cui il principale era la volontà di creare una riserva ad uso personale in caso di carestie e per la semina dell’anno successivo (SIGAUT, 1978). Negli esempi messi in luce con gli scavi archeolo-gici troviamo tutti i tipi di stoccaggio e quello che varia dunque è la modalità con la quale quest’ul-timo viene effettuato4. La conservazione per il

2 Questo tipo di consumo viene definito consumo agri-colo diretto e sottintende la autosufficienza parziale della maggioranza della popolazione che, oltre a produrre il cibo di cui abbisogna, ne rifornisce anche la popolazione non agricola, nell’ambito di un processo di scambio. E’ una fase evoluta rispetto ad una agricoltura puramente di sussistenza nella quale chi produce beni agricoli li consuma nella totali-tà (SLICHER VAN BATH, 1972: 34-37).

3 Ad esempio si possono ricordare i silos di San Giovan-ni Valdarno –Fi– (BOLDRINI, DE LUCA, 1988), di Campi-glia Marittima –Li– (FRANCOVICH, PARENTI, 1987) o di Siena (SAFFIOTI, 2005).

4 Lo stoccaggio di derrate alimentari che riscontria-mo negli scavi archeologici, documentato anche dalle fon-ti etnografiche, può essere a breve o lungo termine. Per lo

consumo quotidiano avveniva in semplici conte-nitori, dei quali i più comuni tra i resti archeolo-gici sono le brocche e conche in ceramica; quello che è difficile è che vi sia conservata traccia del contenuto, dato che i semi non lasciano segni or-ganici nei recipienti rilevabili dalle analisi chimi-che (PECCI, 2009: 32). Per i secoli del Medioevo è comunque efficace uno studio classico del rap-porto tra forma e funzione, effettuato attraverso l’incrocio tra le fonti scritte e l’osservazione dell’as-senza di tracce sui vasi, di per sé abbastanza elo-quente (GRASSI, 2010: 24-25).

Lo stoccaggio a medio e lungo termine, per ri-serva personale, per conservare i semi o, per pa-gare un censo, avveniva invece nei silos scavati nel terreno o nei granai costruiti in elevato; dei due sistemi, quello legato al silos garantisce più lunga durata, dato che la conservazione avviene in ambiente anaerobico, mentre granai e struttu-re in elevato sembrano più adatti ad uno stoccag-gio di durata media (GAST, SIGAUT, 1979). Le dimensioni, i tipi di granaglie contenute, l’ubica-zione rispetto all’insediamento (dentro le case o in aree pubbliche) e la cronologia delle evidenze stesse (sia silos sia granai) determinano la diffe-renza tra uno stoccaggio familiare o collettivo, per usi militari o religiosi, riserva dei contadini o de-stinata ai possidenti. Dunque, il passaggio dall’ana-lisi di queste strutture alla discussione sulle popo-lazioni rurali, sull’interazione tra contadini e proprietari e sul sistema di sfruttamento del ter-ritorio è possibile, a patto di riconoscere che spesso le stesse evidenze sono soggette a molte interpretazioni.

Il sito denominato Rocca degli Alberti è posto all’interno del paese di Monterotondo Marittimo (Gr), nel cuore delle Colline Metallifere (BIAN-

stoccaggio breve venivano usati alloggi mobili, come cera-miche o sacchi ed anche strutture in negativo come le fosse granarie, scavate nel terreno, ma ben distinte dai silos per le dimensioni che non superano mai 0,5 m cubi di capaci-tà. Invece, lo stoccaggio a lungo termine è contraddistin-to dall’uso del silos scavato nel terreno, di varia forma, ma sempre con una capacità superiore a 0,50 m cubi. Passando alle strutture in elevato per la conservazione delle grana-glie, granai o magazzini, laddove documentati anche arche-ologicamente, sono da considerarsi una forma di stoccaggio a breve termine, dato che all’interno si ipotizza l’utilizzo di sacchi o contenitori per tenere i cereali. In sintesi, la diffe-renza fondamentale che determina la diversa durata della conservazione è la presenza o meno di un ambiente anae-robico che impedirebbe la fermentazione dei cereali. Tale condizione avveniva perfettamente solo all’interno dei ca-pienti silos.

SISTEMI DI STOCCAGGIO NELLE CAMPAGNE ITALIANE SECC. VIIXIII: L'EVIDENZA ARCHEOLOGICA DAL CASO… 81

CHI, BRUTTINI, DALLAI, 2011) e deve il suo nome alla rocca monumentale attribuita ai Conti Alberti che sovrasta il borgo. Nell’arco di sei anni l’indagine è stata estesa su tutto il complesso ar-cheologico5, scavando circa 1.000 metri quadrati di superficie ed asportando 1.440 metri cubi di deposito stratigrafico, che copre un arco cronolo-gico dall’VIII al XVIII secolo (BRUTTINI, GRAS-SI, 2010a; BIANCHI et alii, 2012b) (Fig. 5.2).

In questo contributo sintetizzeremo solo alcuni aspetti del sito nei secoli VIII-XI, per focalizzare i contesti legati allo stoccaggio delle granaglie e rela-zionarli con i siti italiani che presentano fasi simili.

Tra VIII e IX secolo (Fig. 5.3), l’area indagata faceva parte di un consistente villaggio ed era adi-

5 Le ricerche sono state dirette sino al 2007 da Riccardo Francovich ed in seguito da Giovanna Bianchi, coordinate sul campo da Francesca Grassi e Jacopo Bruttini.

bita a zona artigianale, una delle quali dedicata alla lavorazione ed all’immagazzinamento di gra-naglie e legumi. Tutta l’area, delimitata da almeno due piccoli fossati, presentava anche recinzioni interne volte ad una maggiore organizzazione de-gli spazi, mentre non sono state trovate tracce di abitazioni o edifici di altro tipo. In particolare, nella zona di lavorazione di granaglie e legumi, sono state scavate strutture collegate alle seguenti fasi del ciclo produttivo: piani di essiccazione e di lavorazione del raccolto, forni per la tostatura, aree di butto dei residui dell’uso dei forni (cenere, carbone, semi carbonizzati), silos scavati nel ter-reno per l’immagazzinamento dei prodotti.

I forni per la tostatura erano cinque, ricavati sulla roccia; tre di essi, i più conservati, erano composti da due camere di forma rettangolare e circolare, probabilmente adibite a due fasi diverse della cottura. Intorno ai forni sono stati scavati

Figura 5.2. Foto aerea del sito di Rocca degli Alberti e panoramica dell’area di scavo (per gentile concessione della Soprintendenza

Archeologica della Toscana, foto realizzata da Paolo Nannoni).

82 GIOVANNA BIANCHI FRANCESCA GRASSI

ampi piani composti da carboni e semi carboniz-zati, interpretati come la svuotatura dei forni stessi e come zona di smaltimento di cenere e carboni. La presenza di una serie di fori lungo il perimetro ed all’interno di questi focolari potreb-be testimoniare l’uso di graticci per accogliere i cereali. La grigliatura, infatti, assicurerebbe una migliore conservazione, favorendo la decortica-tura; l’esposizione ad un calore abilmente dosato era anche una prevenzione contro le cause di de-teriorazione del grano, come la fermentazione6.

I silos erano otto e furono scavati nel terreno seguendo tre allineamenti regolari, Est-Ovest e Nord-Sud. Presentano forme all’imboccatura ir-regolari, sono costituiti da una camera unica ed

6 Esempi di associazioni di silos con focolari, databili al Medioevo, sono attestati in vari siti francesi, si veda CHA-PELOT, 2010 in vari contributi inerenti siti rurali.

uno soltanto presenta tre fosse (silos tripartito) (Fig. 5.4). Le variazioni del profilo superiore che si possono constatare sono determinate dall’erosione del suolo e dal fatto che tutta l’area fu soggetta ad un frequente riuso: queste azioni hanno colpito soprattutto la parete alta della fossa, provocando-ne talvolta il crollo7. La profondità media è di circa 60-80 cm, la loro capacità varia da 0,50 metri cubi a 0,97 metri cubi, ma bisogna considerare che il cubaggio in alcuni casi è per difetto (due silos fu-rono tagliati a metà dalla sovrapposizione di muri). La capacità massima di tutti gli otto silos ritrovati è pari a 5,58 metri cubi (5.580 litri) (Fig. 5.5).

7 Ne è una prova il fatto che quasi tutti i silos terminano con un’apertura che talvolta è più ampia della parte termina-le, mentre nella dinamica dello scavo della fossa si tendeva a restringere notevolmente la parte della bocca in modo da fa-cilitarne la chiusura e da diminuire l’afflusso di ossigeno che avrebbe compromesso il mantenimento dei cereali.

Figura 5.3. Pianta della fase di VIII-IX secolo del sito di Rocca degli Alberti (elaborata da Jacopo Bruttini).

SISTEMI DI STOCCAGGIO NELLE CAMPAGNE ITALIANE SECC. VIIXIII: L'EVIDENZA ARCHEOLOGICA DAL CASO… 83

Figura 5.4. Sezione dei silos pertinenti ai secoli VIII-IX del sito di Rocca degli Alberti.

0

0.1

0.2

0.3

0.4

0.5

0.6

0.7

0.8

0.9

1

1.1

us 3722

us 3627

us 3441

us 3664

us 3163

us 4000

us 3329

us 3898

us 3899

us 4020

ipotizzati

mc reali

Figura 5.5. Dimensioni, caratteristiche e volumi dei silos di Rocca degli Alberti espressi in metri cubi.

84 GIOVANNA BIANCHI FRANCESCA GRASSI

Come si vede dall’istogramma nella figura 5.5, i silos di Rocca degli Alberti rientrano in tre gruppi: tre fosse da circa 1 metro cubo (conside-rando anche una parte di volume ipotizzata, in scuro nel grafico), tre da 0,60-70 metri cubi, tre da 0,50 metri cubi ed infine una piccola fossa da 0,20 metri cubi.

Cronologicamente i silos appartengono tutti alla stessa fase, datata in base alle relazioni strati-grafiche con i piani di calpestio contenenti vari reperti, anche in ceramica; ma risulta difficile dire se tutti ed otto fossero in uso contemporane-amente. Si potrebbe ipotizzare che quelli più pic-coli fossero usati per conservare piccoli quantita-tivi, forse per le semine successive, come potrebbe essere per la struttura tripartita che comprende anche una piccola fossa da 0,20 metro cubo, men-tre i più capienti potevano essere considerati come stoccaggio a lungo termine, dai 6 mesi in poi, dato che le sperimentazioni hanno mostrato che per un tempo inferiore non è conveniente preparare un silos (GAST, SIGAUT, 1979). I si-stemi di chiusura sono ricostruibili solo nei casi in cui le fosse siano circondate da alloggi per pali, ipotizzabili come sostegno per coperture rigide in legno; talvolta, sono stati documentati anche incassi tagliati direttamente nell’imboccatura del silos, forse sempre per la copertura. Infine, per quanto riguarda i rivestimenti delle pareti, si di-spone di pochi elementi per ricostruire questo aspetto, ma data la ventosità del luogo ed il tipo di roccia compatta e asciutta si può ipotizzare che non fossero sempre necessari oppure che po-tessero essere costituiti da uno strato di terra e semi pressati. Infatti, in almeno tre silos è stata distinta e scavata una specie di fodera che rico-priva le pareti, molto compatta, formata da terra, granaglie e legumi miscelati assieme e stesi sulle pareti della fossa.

Per quanto riguarda lo studio dei resti carpo-logici, ancora in corso8, l’analisi ha mostrato una certa eterogeneità delle specie sia cerealicole sia leguminose (nella maggior parte dei casi, infatti, si tratta di Triticum aestivum/durum/turgidum, Hordeum vulgare, Vicia faba e Lathyrus sp. men-tre risultano pochi i resti riferibili al Triticum

8 Lo studio delle granaglie è parte di una tesi di laurea specialistica svolta presso l’Università di Siena da Valentina Pescini, seguita nel lavoro da Mauro Buonincontri e Gaeta-no di Pasquale, che ringraziamo per le informazioni che ci ha potuto anticipare sul proprio lavoro. Per il contesto del granaio si veda anche PESCINI, 2008/2009.

monococcum e al genere Avena); i grani recupe-rati sono totalmente carbonizzati e forse frutto di uno scarto di lavoro e nessun resto proviene in situazione primaria dall’interno dei silos. Ciono-nostante, abbiamo potuto studiare alcuni conte-sti molto interessanti per la loro contemporanei-tà con quello che veniva insilato, provenienti dalle fodere di tre silos, dai piani d’uso collegati alle strutture e dai resti delle lavorazione dei for-ni. Ne è scaturito che il raccolto sarebbe giunto al villaggio così come veniva prelevato dal campo per poi essere lavorato nelle aree predisposte all’interno della zona artigianale; il tipo di stoc-caggio è prevalentemente costituito da grani grossi invernali (seminati in inverno e raccolti in estate) e da legumi con lo stesso ciclo vitale (la Vicia Faba).

Nel corso della seconda metà del IX secolo il sito fu ristrutturato, allestendo un cantiere per la costruzione del muro di cinta in pietra e, succes-sivamente, un granaio in materiale deperibile (Fig. 5.6). Tutta l’area, pur rimanendo destinata a livello funzionale soltanto ad attività artigianali, assunse i connotati di una fortificazione, all’inter-no della quale non sono state trovate abitazioni od edifici, ad eccezione di magazzini9. Anche per questo periodo cronologico si può dunque affer-mare che l’area indagata, occupata da attività ar-tigianali, non era che una porzione di un abitato più ampio che si sviluppava a Nord del sito.

Per quanto riguarda la parte est del sito, i silos ed i forni furono obliterati con l’impianto di un magazzino, costruito in materiale deperibile, for-se a livello del suolo, con una superficie di circa 30 metri quadrati ed una planimetria rettangola-re (5 × 6-7 metri), caratterizzata da alcune divi-sioni interne e dalla presenza di muretti, usati forse come base per l’alzato in materiale deperibi-le. Tale magazzino è stato interpretato come gra-naio per la presenza di circa un chilo di granaglie combuste nello strato di disfacimento. Gli strati relativi all’abbandono del granaio hanno restitui-to prevalentemente cereali, in particolare resti ri-feribili al Triticum aestivum/durum/turgidum, ma è impossibile calcolare i quantitativi imma-gazzinati dato che le modalità di abbandono della

9 Il cantiere fu caratterizzato dall’allestimento di un mi-scelatore per ottenere la malta, ritrovato integro nei livel-li formatisi durante i lavori di costruzione delle murature. Il muro messo in opera è stato indagato per una lunghezza di circa 30 metri e creava un ampio spazio all’interno del quale si trovavano le strutture per immagazzinare.

SISTEMI DI STOCCAGGIO NELLE CAMPAGNE ITALIANE SECC. VIIXIII: L'EVIDENZA ARCHEOLOGICA DAL CASO… 85

struttura sono legate alla defunzionalizzazione della stessa e ad un lento abbandono.

Sembrano scomparire, tra i prodotti del rac-colto, tutti i legumi e non sono state rintracciate strutture preposte alla lavorazione, analoghe ai forni della fase precedente: si può ipotizzare dun-que che i soli cereali, raccolti nel granaio, giun-gessero già pronti per essere immagazzinati, all’interno di sacchi o contenitori di altro tipo che non hanno lasciato traccia. Trattandosi di una conservazione a breve termine, è difficile stabilire se le specie di grani e di legumi, coltivate un seco-lo prima, fossero ancora presenti nel territorio, ma non raccolte in questa area, o piuttosto se vi sia stato un cambiamento nel tipo di coltivazioni. Infatti, se quello che era conservato nel granaio parrebbe il frutto di una richiesta precisa, poco può rivelarci sul totale delle specie coltivate dagli

abitanti del villaggio, che forse continuarono ad avere come riserva personale la stessa eterogenei-tà di raccolto.

Infine, l’ultima evoluzione del sito si registra nel corso del primo quarto dell’XI secolo, quando tutte le strutture del periodo precedente furono abbandonate, o distrutte e gli strati di crollo oc-cuparono gran parte dell’area indagata. Su questi strati fu impostato un nuovo muro di cinta che racchiudeva un insediamento topograficamente spostato a Nord mentre la parte a Sud, prima densamente utilizzata, fu adibita a spazio aperto nel quale risultano quasi assenti tracce di attività. Segnaliamo soltanto che all’interno della cinta sono stati scavati alcuni depositi che hanno resti-tuito evidenze riconducibili ad una fase abitativa tra cui un edificio costruito con tecnica mista ed una piccola struttura in materiale deperibile per

Figura 5.6. Pianta della fase di IX-X secolo del sito di Rocca degli Alberti (elaborata da Jacopo Bruttini).

86 GIOVANNA BIANCHI FRANCESCA GRASSI

la conservazione delle granaglie ad uso familiare, molto simile a quella che descriveremo nel para-grafo successivo per il vicino sito di Cugnano.

Il sito di Rocca degli Alberti mostra dunque la trasformazione di un villaggio e della sua co-munità, in rapporto al paesaggio circostante ed ai poteri politici che subentrarono nel corso dei secoli. Nel primo periodo, tra VIII e metà IX se-colo, ci è sembrato di poter leggere, dalle tracce archeologiche, indizi di una comunità relativa-mente libera, al suo interno socialmente differen-ziata, nella quale le attività di gestione dell’area artigianale, anche se diretta da uno o più perso-naggi locali, sembrerebbe seguire una logica pri-vata, volta alla lavorazione ed alla conservazione del frutto delle coltivazioni provenienti, forse, da campi di proprietà degli abitanti stessi del villag-gio10. Il contenuto dei silos potrebbe essere inter-pretato come parte del raccolto, prima lavorato ed in seguito stoccato in un’area di uso collettivo: le quantità insilabili nelle fosse trovate farebbero ipotizzare una piccola forma di «scorta alimenta-re» creata per i momenti di necessità e per le se-mine dell’anno successivo. Nella meticolosità dell’organizzazione dell’area artigianale si intra-vede l’importanza dei beni che si andavano a ge-stire, ai quali era delegata probabilmente la so-pravvivenza alimentare della comunità stessa, anche per gli anni futuri11.

Nel secondo periodo, tra fine IX e primo X se-colo, l’investimento consistente nella creazione di varie opere in muratura, tra cui una grande cinta, mostrano un cambiamento nella modalità di ge-stione del sito; la scomparsa dei silos e delle ri-serve a lungo termine e l’immagazzinamento del-

10 Una simile comunità, posta a Paterno, località mol-to vicina a Rocca degli Alberti e forse identificabile con lo stesso sito, è descritta in alcuni documenti esaminati recen-temente (COLLAVINI, 2007) e relativi alla chiesa di San Regolo in Gualdo, oggi sede di una fattoria rurale. Da que-sta documentazione, relativa agli anni dal 769 al 791, emer-ge che il villaggio di Paterno, in cui sono attestate varie case ed una chiesa intitolata a San Liberio, era composto da un gruppo di piccoli possessori descritti attraverso vendite e transazioni di beni nei confronti della locale chiesa di San Regolo in Gualdo, nel tentativo di ascendere socialmente ed entrare a fare parte dell’aristocrazia diocesana lucchese.

11 Possiamo infatti immaginare, per questo territorio nel Medioevo, una limitata presenza di campi coltivabili, rispet-to ai boschi in cui si praticava la silvicoltura e nei quali la materia prima fondamentale era il metallo per le monete ed il legno per gli impianti produttivi. Per questo motivo dob-biamo considerare la risorsa cerealicola ancora più preziosa per la sussistenza delle comunità.

le granaglie in un granaio in elevato, protetto dalla cinta, con la presenza di una sola specie di cerea-le sembra rispondere ad una richiesta di derrate alimentari specifica, forse stimolata da un attore politico, adesso più evidente rispetto al periodo precedente, che avrebbe gestito parte del raccolto a proprio uso anche per la sua vendita possibile sui mercati rurali. Accanto a questo surplus co-stituito da solo grano e conservato nel granaio, la fonte archeologica non riesce a dirci se gli abitan-ti di Monterotondo, in ogni modo, conservassero per se stessi una piccola riserva, forse spostata dall’area collettiva all’interno delle singole abita-zioni. In questo senso ci potrebbe condurre pro-prio il ritrovamento di un piccolo granaio mono-familiare associato ad una casa in materiale deperibile, circa un secolo dopo, fornendoci un modello che forse possiamo retrodatare anche alla fase di IX e X secolo.

F. G.

2. LA TOSCANA: UNA RASSEGNA DEI CONTESTI REGIONALI RELATIVI ALLO STOCCAGGIO DELLE GRANAGLIE

In Toscana, tra la Tarda Antichità ed i seco-li centrali del Medioevo, i casi di insediamenti che presentano strutture per la conservazione e lo stoccaggio delle granaglie rilevate archeologi-camente sono nove (Fig. 5.7) e solo in due di que-sti, Rocca Alberti e Miranduolo, sono state rin-tracciate sia strutture in negativo (silos e fosse granarie) sia strutture in elevato ligneo, talvolta coeve, talvolta in fasi e cronologie distinte.

Un primo dato che accomuna quasi tutti i casi toscani è che le indagini o la loro edizione sono assai recenti, motivo per cui l’approccio alle strut-ture di nostro interesse è solitamente ricco e cor-redato da tutti i parametri che ne permettono un confronto diretto (forma, dimensione, cubaggio, ubicazione rispetto al sito, contenuto, talvolta analisi dei carporesti associati alle fasi di vita dei silos). Un secondo dato, che non è proprio della sola Toscana, ma di tutti i confronti editi è che spesso il loro riuso e la continuità di vita negli stessi siti fa sì che le cronologie e le funzioni spe-cifiche non sempre siano facilmente intuibili.

In ordine cronologico, i due casi tardoantichi (VI-VII sec.), sono relativi a siti molto diversi: un castrum bizantino sulla costa meridionale della

SISTEMI DI STOCCAGGIO NELLE CAMPAGNE ITALIANE SECC. VIIXIII: L'EVIDENZA ARCHEOLOGICA DAL CASO… 87

Toscana (Ansedonia) ed un villaggio di pianura (S. Genesio), posto al centro della regione ed alla confluenza di importanti vie di comunicazione, l’asse Pisa-Firenze, il fiume Arno e la perpendico-lare via Francigena (Fig. 5.8, nn. 9 e 17).

A San Genesio (Pisa), nell’abitato interpretato come un villaggio a vocazione produttiva e com-merciale, denominato dalla fonti successive Vicus Vallari, all’interno di un’area artigianale nella quale si è trovata anche una fornace che produsse ceramica con ingobbio rosso ed un grande edifi-cio in legno, forse adibito a laboratorio per il va-sellame, si è riconosciuto un magazzino in legno, provvisto di un silos interno e di un grande dolio interrato (CANTINI, 2010a). Ad Ansedonia (Grosseto), sui resti della città romana, nell’area dell’Arx fu costruita una mansio ed un granaio, un fienile e le stalle, tutti pertinenti ad un ridotto militare in seguito fortificato. In associazione, nell’area più bassa del foro si riscontrano abita-zioni di tipo civile (FENTRESS, 2003).

Risulta, dunque, difficile, con questi due soli casi, molti diversi tra loro, tentare una sintesi sui dati del tardo antico e su quanto lo stoccaggio di granaglie facesse parte delle pratiche comuni del mondo contadino, per proprio consumo singolo o collettivo, oppure fosse motivato da riserve forzate per esigenze belliche, come nel caso di Ansedonia.

Diverso il ragionamento che si può trarre dai casi altomedievali, inseriti in un arco cronologico abbastanza ampio, tra VIII e X-XI secolo.

Il primo gruppo di siti presenta contesti di VIII-IX secolo. Nel sito di Montarrenti (Siena) (Fig. 5.8, n. 11), un villaggio nato nel VII secolo, si è documentata, tra seconda metà VIII e IX secolo, una trasformazione della parte sommitale da sola zona residenziale a zona produttiva e di stoccag-gio. Tale area era provvista di una fortificazione, di un piccolo forno e di un grande edificio in le-gno di forma rettangolare (13 × 4 metri), convin-centemente interpretato come granaio, che dovet-te essere in uso nel corso del IX secolo12. Le specie botaniche ritrovate negli strati collegati al granaio sono di diverso tipo e sembrano indicare imma-gazzinamenti distinti di grani grossi e grani minu-ti (frumento, orzo, panico, sorgo); nel forno inve-ce sono state rinvenuti qualità a semi piccoli tra cui sorgo e panico ed una qualità a semi grandi, l’orzo. Tutti i grani erano puliti, dunque si racco-glieva il raccolto, ma le lavorazioni di battitura e setacciatura avvenivano altrove, mentre il forno doveva servire per seccare i chicchi da macinare. Tutte queste evidenze sono state interpretate come l’immagazzinamento di un surplus agricolo da consumare a breve-medio termine, data anche l’alta pulizia dei grani che li rendeva meno resi-

12 L’edificio in legno è stato ritrovato carbonizzato e nel-lo strato relativo all’incendio sono stati campionati moltissi-mi semi di cereali e leguminose. Da questi resti provengo-no alcuni campioni sottoposti ad analisi radiocarbonica che hanno fornito una datazione assoluta per l’abbandono del magazzino.

SITO Tipologia Cronologia Silos Granaio Fossa Bibliografia

Ansedonia castrum bizantino VI 1 Fentress 2003

San Genesio vicus VI-VII 1 + dolio Cantini 2010a

Montarrenti villaggio di altura s.m.VIII/IX 1 (13 × 4 m.) Cantini 2003

Rocchette P. villaggio di altura VIII-IX 1 inedito

Miranduolo villaggio di altura VIII-IX 2 4 (1 mc) Valenti 2008

Monterotondo villaggio di altura VIII-IX 8 (5,58 mc.) Bianchi et alii 2012b

Monterotondo villaggio fortificato IX-X 1 (5 × 6 m.) Bianchi et alii 2012b

Miranduolo villaggio di altura IX-X 1 1 (5 × 6 m.)1 (diam. 6 m.)

11 (2 mc) Valenti 2008

Poggibonsi villaggio di altura m. IX-m. X 1 (8,5 × 5,5 m.) Francovich, Valenti 2007

Cugnano castello XI 1 Bruttini et alii 2010

Vitozza sito rupestre medioevo 1 Parenti 1980

Figura 5.7. Elenco dei siti censiti per la Toscana e tipologia dell’evidenza archeologica riscontrata.

88 GIOVANNA BIANCHI FRANCESCA GRASSI

SITO Secolo Evidenza

1. Chieri (To) fine X-XI silos familiare

2. Torre Bric (To) p.m. X silos familiare

3. Peveragno (To) IV-VII fossa familiare

4. Piadena (Cr) IX-XI silos collettivo-granaio

5. Bovolone (Vr) IX-X granaio

6. Montegrotto (Vr) IX-X silos familiare

7. Castellaro di Groppallo (Pc) X granaio

8. Castello della Brina (Sp) X-XI silos collettivo-granaio

9. San Genesio (Pi) VI-VII silos collettivo-dolio

10. Poggio Imperiale (Si) m.IX-m.X granaio

11. Montarrenti (Si) IX granaio

12. Miranduolo (Si) VIII-X silos familiare-fosse-granaio

13. Monterotondo (Gr) VIII-XI silos collettivo-granaio

14. Cugnano (Gr) XI silos familiare

15. Rocchette P. (Gr) VIII-IX granaio

16. Vitozza (Gr) medioevo silos familiare

17. Ansedonia (Gr) VI granaio

18. Castel Porciano (Vt) XII-XIII silos collettivo

19. Torre dell’Isola (Vt) X-XI silos collettivo

20. Castilenti (Te) altomedioevo fossa familiare

21. Cepagatti loc. Villanova (Pe) altomedioevo fossa familiare

22. Rosciano (Pe) altomedieovo fossa familiare

23. Catignano, loc. Ponte Rosso VIII-XI fossa familiare

24. S.Maria Meiulano IX-X fossa familiare

25. San Giovanni d’Atri (Te) VIII silos collettivo

26. Ventignano (Pe) IX-X fossa familiare

27. Casale de Mejulanum (Te) IX-X fossa familiare

28. Penne, loc. Colle Fiorano IX-XIV fossa familiare

29. Pianella (Pe) XI-XII fossa familiare

30. Castello di Bominaco (Aq) IX fossa familiare

31. Atri-Colle S.Antonio (Te) altomedioevo fossa familiare

32. Spoltore, loc. Pescarina VI-VII fossa familiare

33. Penne, loc. Pluviano altomedioevo fossa familiare

34. Fiorentino (Fg) medioevo silos collettivo

35. San Lorenzo (Fg) XI-XII silos collettivo

SITO Secolo Evidenza

36. Ordona (Fg) XI-XIII silos collettivo

37. Mottola (Ta) medioevo silos collettivo

38. Mesagne (Br) fine XII silos collettivo

39. Ginosa (Ta) medioevo silos collettivo

40. Grottaglie (Ta) medioevo silos collettivo

41. Frassinito (Le) XI-XII silos collettivo

42. Apigliano (Le) XIII silos collettivo

43. Cento Porte (Le) XI silos collettivo

44. Matera (MT) medioevo silos collettivo

45. Scribla (Cs) X-XII silos collettivo

46. Pietramala - Cleto (Cs) VI-VII silos

47. S. Severina (Kr) X-XII silos collettivo

48. Scolacium (Cz) VII fossa familiare

49. Oppido Mamertino (Rc) X silos collettivo

50. Gifana (Pa) XII-XIV silos collettivo

51. Casale (Tp) XII-XIV silos collettivo

52. Castelvetrano (Tp) XII-XIV silos collettivo

53. Belluino (Tp) XII-XIV silos collettivo

54. Galiello (Pa) XII-XIV silos collettivo

55. Rao (Pa) XII-XIV silos collettivo

56. Bruca (Tp) XII-XIV silos collettivo

57. Calatamauro (Tp) XII-XIV silos collettivo

58. Cefalà (Pa) XII-XIV silos collettivo

59. Fitalia (Pa) XII-XIV silos collettivo

60. Margana (Pa) XII-XIV silos collettivo

61. Peteranna (Pa) XII-XIV silos collettivo

62. Chaverki (Pa) XII-XIV silos collettivo

63. Garcia (Pa) XII-XIV silos collettivo

64. Gulfa (Pa) XII-XIV silos collettivo

65. Garbinicauli (Pa) XII-XIV silos collettivo

66. Chabica (Ag) XII-XIV silos collettivo

67. Sommatino (Cl) XII-XIV silos collettivo

68. Licata (Ag) XII-XIV silos collettivo

69. Casale (Sr) XII-XIV silos collettivo

70. Milazzo (Me) XII silos collettivo

71. Pietrarossa (En) VI-VII granaio

72. Palazzolo Acreide (Sr) VII silos collettivo

73. Milocca (Cl) VI silos familiare

SISTEMI DI STOCCAGGIO NELLE CAMPAGNE ITALIANE SECC. VIIXIII: L'EVIDENZA ARCHEOLOGICA DAL CASO… 89

stenti; queste operazioni avvenivano nell’ambito di un centro curtense, quale era diventato il sito, circondato da un paesaggio con coltivazioni di ce-reali grandi e piccoli gestite con un sistema di ro-tazione biennale (CANTINI, 2003: 228-231).

A Rocchette Pannocchieschi (Grosseto) (Fig. 5.8, n. 15), un villaggio minerario nelle Colli-ne Metallifere, nell’area dell’insediamento carat-terizzato da case in legno e paglia, vi erano anche alcuni annessi di servizio, tra cui una capanna se-

Figura 5.8. Elenco e carta dei siti rurali italiani con presenza di strutture di stoccaggio delle granaglie (VI-XIV secolo).

90 GIOVANNA BIANCHI FRANCESCA GRASSI

miscavata, di forma rettangolare (la lunghezza massima è 4,20 m. e la larghezza è di circa 2 m.), ipotizzabile con il tetto a due spioventi. La pre-senza di molti semi nei depositi relativi all’abban-dono delle buche di palo potrebbe rappresentare un indicatore della funzione della capanna, ma i quantitativi di granaglie raccolti, relativi a cereali nudi pronti per la farina e dunque per la panifica-zione (grano e orzo), assieme a legumi (lenticchie e piselli), non farebbero propendere per un acca-tastamento relativo a tutto il villaggio, ma per una piccola riserva monofamiliare il cui uso era sicu-ramente a breve termine. Si segnala tuttavia la pressoché totale assenza, dal campione di Roc-chette, dei cereali inferiori e meno pregiati come la segale, il farro monococco, il miglio e il panico presenti invece nei siti di Montarrenti e Miran-duolo13. Questo piccolo magazzino fa parte di un villaggio aperto che mostra già dal momento del-la sua formazione una spiccata «vocazione» mi-neraria, ma pochi indizi di un proprietario che gestiva le sue risorse economiche, perlomeno fino al X secolo.

Tra i casi inseribili nell’VIII secolo, infine, vi è quello di Miranduolo (Siena) (Fig. 5.8, n. 12), con molteplici evidenze legate allo stoccaggio che perdurano fino al X secolo, con diverse caratteri-stiche14. In estrema sintesi, nell’abitato di VIII se-colo, interpretato come un villaggio contadino, sono state riconosciute molte fosse granarie/al-loggi/silos di dimensioni variabili posti anche all’interno di capanne unifamiliari.

In seguito, tra il IX e la seconda metà del X se-colo, l’insediamento si trasformò in azienda cur-tense, con una sommità provvista di difese e sede di un proprietario e varie capanne sottostanti in-terpretate come parte massaricia. In questa fase le evidenze legate all’immagazzinamento di pro-dotti agricoli si fanno più consistenti: un silos di volume pari a 0,74 metri cubi (molto rasato) ed undici fosse granarie/alloggi collocate nelle aree destinate alle élites e di supporto a ben due granai in elevato, uno circolare ed uno rettangolare, en-trambi provvisti di fosse-cantina al loro interno. Nel magazzino rettangolare sono stati trovati re-sti di contenitori ceramici e di ramaglie forse uti-

13 Questi dati sono tratti dal contributo di Gaetano di Pasquale e Mauro Buonincontri, inserito all’interno dell’edi-zione dello scavo in preparazione (GRASSI, c.s.).

14 Questi dati sono tratti da VALENTI, 2008; VALENTI, 2011.

lizzate per fabbricare dei contenitori per le diver-se specie raccolte: sembra che in quest’ultimi venisse conservato soprattutto grano duro, in parte segale ed orzo, assieme a piccole quantità di frutti ed altre specie, forse per gli animali, tra cui favino e cicerchia.

Completava questa area di stoccaggio una tet-toia che copriva un focolare, ritrovato obliterato da cenere e semi combusti e pertanto associato all’essiccazione delle granaglie. Per la fase curten-se dunque, la presenza di magazzini e fosse è sta-ta messa in relazione con un surplus gestito da un possessore lì residente, secondo un modello di gestione piramidale suggerito anche dalla distri-buzione spaziale dei punti di stoccaggio nell’area sommitale (VALENTI, 2008: 148-152).

Allo stesso modello è stato rapportato il grande edificio di metà IX-X secolo, interpretato come magazzino, all’interno del sito pluristratificato di Poggio Imperiale (Siena) (Fig. 5.8, n. 10). Il grana-io, tra i più grandi documentati al momento in To-scana assieme a quello di Montarrenti (circa 47 metri quadrati di superficie), era ubicato nei pressi della capanna del tipo longhouse attribuita al proprietario che da qui gestiva l’azienda ed imma-gazzinava le quote del canone prelevato ai contadi-ni (FRANCOVICH, VALENTI, 2007: 107-114). Purtroppo, non si hanno a disposizione analisi dei carporesti relative a questo importante magazzino.

Vediamo infine le aree di stoccaggio più tarde del castello di Cugnano e Vitozza, prima di passa-re ad una breve sintesi dei dati toscani (Fig. 5.8, nn. 14 e 16). Entrambe le evidenze sono collegate ad uno stoccaggio monofamiliare, ubicate dentro o nei pressi di case ed inserite in insediamenti già definibili come castelli. Il sito di Cugnano (Gros-seto), villaggio minerario sorto nell’VIII secolo, fu provvisto di una cinta muraria tra fine X ed XI se-colo che racchiudeva alcune coeve capanne in materiale deperibile, una delle quali aveva una struttura di pertinenza, di forma ellittica, posta all’interno di una cavità della roccia vergine nella quale sono state rinvenute cinque buche, in alcu-ni casi foderate con pietre. Nelle buche vi era una grande quantità di semi carbonizzati di diverse specie, al momento non caratterizzati perchè an-cora in corso di studio. Il piano di calpestio della struttura era in terra battuta e conservava al suo interno un elevato numero di semi carbonizzati. Queste tracce sono state interpretate come un piccolo granaio monofamiliare (BRUTTINI, FI-CHERA, GRASSI, 2010).

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Il caso di Vitozza, pur presentando analoghe caratteristiche (stoccaggio monofamiliare) è co-stituito da un grande silos presente all’interno di una delle 180 unità abitative rupestri che forma-vano l’abitato scavato al di sotto della Rocca Al-dobrandesca, popolato anche nel corso del Me-dioevo (PARENTI, 1980). In questo caso non si sono trovati carporesti associati e la datazione stessa è genericamente inserita nell’arco del Me-dioevo.

Per i secoli VI-VII, quindi, i due soli casi a di-sposizione sembrano mostrare tipologie di stoc-caggio ben distinte: riserva comunitaria della po-polazione di un villaggio in un caso e riserva, forse forzata, per un gruppo militare, nell’altro. In paral-lelo a questi immagazzinamenti più visibili dalle fonti archeologiche possiamo ipotizzare come ge-neralizzata la conservazione delle granaglie all’in-terno delle singole famiglie, se non altro per cereali e legumi destinati al consumo a breve termine od al mangime animale, all’interno di contenitori de-peribili o sacchi oppure nelle ceramiche che certo non scarseggiano tra i rinvenimenti di ogni conte-sto domestico, in qualsiasi epoca. La stessa promi-scuità delle forme ceramiche, più volte ricordata, soprattutto per i secoli altomedievali, potrebbe portare gli archeologi ad una sottovalutazione del-la riserva singola che ogni nucleo familiare teneva con sè (GRASSI, 2010: 14-21).

Nel corso dell’VIII secolo, quando compaiono in Toscana i primi casi di approvvigionamento col-legati a villaggi già costituiti, i casi archeologici mo-strano varie realtà di immagazzinamento: si hanno comunità che predispongono ampie aree di stoccaggio e di lavorazione (sarà il caso dei silos di Rocca degli Alberti) e singole famiglie che stoc-cano a proprio uso individuale, sempre nell’ambito di comunità di villaggio (Rocchette e Miranduolo). La tipologia di queste riserve, dove collegata alle singole famiglie, è da considerarsi a breve termine, in quanto non inserita all’interno di strutture parti-colari (si hanno semplici capanne ad uso magazzi-no o piccole fosse granarie). Al contrario, il tipo di riserva a lungo termine ci mostra un caso di una collettività che stoccava per futuri anni di carestia, come avveniva a Rocca degli Alberti.

Un secolo dopo, il panorama sembra farsi più omogeneo e gli stoccaggi, sempre a medio o breve termine perchè caratterizzati dai gra-nai, potrebbero essere legati ad una specifica vo-lontà di proprietari adesso ben visibili, sia lad-dove gli insediamenti vengano interpretati come parte del dominico (Miranduolo, Poggibonsi, Montarrenti) sia nel caso di Rocca degli Alberti dove il granaio è inserito al centro di una gran-de area artigianale fortificata con un muro in pietra (Fig. 5.9). Parallellamente, essendo l’agri-coltura al centro dell’economia di questi siti, bi-

Figura 5.9. I granai dei siti di Poggibonsi (a dx) e Miranduolo (a sx, edifici C 01 e C 08). Riprodotte da FRANCOVICH, VALENTI, 2007 e

VALENTI, 2008.

92 GIOVANNA BIANCHI FRANCESCA GRASSI

sogna considerare la consuetudine delle riser-ve personali, forse all’interno delle abitazioni, in brocche di ceramica con impasto depurato o nel-le olle stesse, in genere usate per cuocere il cibo, ma in alcune fonti scritte dell’Italia meridiona-le associate anche alla conservazione del grano (DITCHFIELD, 2007: 124).

Per l’Altomedioevo, la rassegna delle fonti scritte, proposta nel contributo di Collavini in questo volume, evidenzia un dato che contrasta in parte quello che è stato scritto per altre aree: in Toscana, sono pochi i documenti che rammenta-no censi in cereali prima del XII secolo, mentre più frequente è la richiesta di vino, olio e moneta. Dunque, la rassegna dei documenti ci permette di osservare una diversificazione nella qualità della richiesta di censi in Toscana; in più, parlando an-che di moneta, fa emergere un dato che l’archeo-logia al momento non mostra con completezza, in quanto i ritrovamenti di moneta altomedievale sono assai rari (ROVELLI, 2010)15.

Il sistema di stoccaggio pare scomparire, dai casi esaminati in Toscana, nel corso dell’XI seco-lo e quello che documentiamo da questo momen-to (ma sono casi rari) sono riserve personali, come a Cugnano, Vitozza o Rocca degli Alberti (Fig. 5.10). Possiamo ipotizzare una strutturazio-ne maggiore dei mercati, anche rurali (pensiamo,

15 Ad esempio Montanari, attraverso la lettura del Po-littico di S. Giulia di Brescia (905-906 d.C.) e quelle del mo-nastero di S. Colombano a Bobbio (862 d.C.) mostra che i canoni a cui erano sottoposti i coloni erano soprattutto in cereali e le quantità venivano diversificate in base alla ubi-cazione dei poderi in pianura o montagna (MONTANARI, 1979: 78-79, 109-114).

ad esempio, alla nuova circolazione di ceramica locale ed urbana che si attiva nella Toscana pro-prio da questo secolo (GRASSI, 2010: 58-59; CANTINI, 2010), nei quali poter vendere parte del raccolto e di conseguenza una minima neces-sità di immagazzinare il surplus, ora direttamente commerciato.

In ogni caso visto, spicca con chiarezza l’im-portanza del raccolto agricolo, a cui era collegata l’alimentazione familiare e, nel contempo, l’etero-geneità delle coltivazioni per tutto l’Altomedioe-vo (cereali grossi, cereali minuti, legumi di vario tipo, anche frutta nel caso di Miranduolo): le col-tivazioni di varie specie di cereali e legumi pote-vano garantire il raccolto anche in caso di condi-zioni climatiche avverse e la dieta stessa doveva essere ricca di carboidrati e proteine anche vege-tali (GRASSO, FIORENTINO, 2009: 120-125)16.

F. G.

3. DAL CASO TOSCANO AI CONTESTI EXTRA REGIONALI: OSSERVAZIONI CONCLUSIVE

Come premesso nel paragrafo iniziale, discu-tere il caso specifico di Rocca degli Alberti pur all’interno del contesto toscano, obbliga in ogni

16 Una fonte lucchese relativa alla fine dell’VIII seco-lo (764 d.C.) indica come razione giornaliera di cibo per una persona un pane di frumento, un quarto d’anfora di vino, un quarto d’anfora di fagioli e di farina di panico pressati e con-diti con grasso ed olio (WICKHAM, 1997: 126).

Figura 5.10. Il granaio familiare datato al X-XI secolo individuato nel castello di Cugnano (Gr) nel corso delle indagini archeologiche.

SISTEMI DI STOCCAGGIO NELLE CAMPAGNE ITALIANE SECC. VIIXIII: L'EVIDENZA ARCHEOLOGICA DAL CASO… 93

caso ad allargare lo sguardo verso simili ritrova-menti nel resto della penisola. Il titolo del para-grafo è però, probabilmente, pretenzioso rispetto ai dati che in questa sede possiamo riassumere. Questo per una serie di ragioni, emerse durante la fase di raccolta del materiale edito a nostra di-sposizione. I dati da noi censiti, nella maggioran-za, sono estrapolati da edizioni complete o par-ziali di indagini archeologiche in vari luoghi della penisola. Il problema generale emerso dalla lettu-ra dei vari contributi è, però, legato soprattutto alle caratteristiche delle informazioni raccolte. In alcune delle pubblicazioni le evidenze archeolo-giche pertinenti sistemi di immagazzinamento sono descritte utilizzando definizioni generiche. A riguardo manca spesso un’adeguata docu-mentazione grafica e fotografica e, soprattutto, risultano carenti informazioni essenziali quali il numero delle evidenze censite, le loro esatte di-mensioni, il loro funzionamento, la precisa ubica-zione rispetto al contesto di rinvenimento, la ca-pacità presunta di contenimento delle granaglie, la cronologia di riferimento ed i legami interpre-tativi con le altre coeve evidenze archeologiche. Inoltre, solo in pochi casi possiamo contare su di una dettagliata analisi di laboratorio degli even-tuali resti carpologici, rinvenuti internamente od esternamente a tali sistemi di stoccaggio. Tali premesse sono pertanto necessarie a conferire un carattere di assoluta preliminarità al nostro lavo-ro di censimento, consapevoli, peraltro, di avere sicuramente visionato solo una parte dell’edito, quello più facilmente reperibile, rispetto, ad esempio, a testi contenuti in pubblicazioni locali e di più difficile accesso17.

In tutto, i siti censiti nella penisola, al cui in-terno sono evidenti sistemi di stoccaggio di vario tipo, ammontano a 73 (vedi Fig. 5.8). Data la rela-tiva esiguità numerica di quelli risalenti al pieno Alto Medioevo la raccolta ha interessato anche quei contesti riferibili cronologicamente ai seco-li bassomedievali, al fine di tentare di individuare, attraverso un raffronto tra i due diversi ambiti cronologici, delle possibili linee di tendenza pas-sando in rassegna prima il contesto geografico dell’Italia centro settentrionale, per poi analizzare i casi del Meridione della penisola.

17 A tale proposito si ringrazia vivamente Francesco Cu-teri, Pasquale Favia, Alessandra Molinari e Marco Milanese per le informazioni fornite nel corso della stesura di questo contributo.

In riferimento alla cronologia, notiamo come tra i secoli compresi tra V e VII, i casi documen-tati per l’Italia Centro Nord siano numericamen-te ridotti. Due silos di carattere familiare, sono stati rinvenuti rispettivamente in Abruzzo, a Spoltore (Fig. 5.8, n. 32) databili al VI-VII seco-lo (STAFFA, 2005) e in Piemonte a Peveragno (Fig. 5.8, n. 3), con cronologia compresa tra IV e VII secolo (MICHELETTO, 1998). In Toscana si registra il granaio di Ansedonia e il silos di S. Ge-nesio (vedi supra). È possibile che tale scarsità di evidenze venga implementata, in futuro, con un censimento più dettagliato di quello da noi ese-guito in forma preliminare. In ogni caso, i pochi dati relativi ai primi secoli dell’Altomedioevo, per un territorio in buona parte incluso all’inter-no dei territori longobardi, possono dipendere da un ventaglio troppo ampio di ipotesi, al mo-mento complesse da verificare senza elementi nuovi, riferibili allo sfruttamento delle campagne in tale periodo. Tra queste: la possibilità di stoc-caggio dei prodotti agricoli in luoghi o conteni-tori non visibili attraverso il record archeologico; una precaria organizzazione di sfruttamento del-le campagne, legata a tecniche ancora relativa-mente affinate; un’economia domestica volta ad un ristretto autoconsumo e, quindi, incapace di generare dei possibili surplus. Ipotesi, per i seco-li VI-VII, che potrebbero bene accordarsi con il generale trend insediativo ed economico, ma che ancorate a così scarse evidenze di stoccaggio non acquisiscono una pregnanza interpretativa di ri-lievo.

In corrispondenza dell’ultima fase di dominio longobardo i dati divengono, però, più numerosi. Pur trovandoci di fronte ad evidenze spesso defi-nite genericamente silos e riferite ad un’ampia cronologia, è indubbio che il loro numero au-menta. Tra i vari esempi, non riferibili a singoli punti di stoccaggio ma a contesti più complessi, si distingue, per numero di testimonianze, il caso dell’entroterra abruzzese dove, in più siti, è stato rinvenuto un discreto numero di silos, spesso da-tati ad un generico Alto Medioevo (Fig. 5.8). Di questi è interessante l’interpretazione che forni-sce Andrea Staffa che li collega a villaggi di liberi contadini, a volte referenti ad élites longobarde, localizzate in città od in insediamenti fortificati di altura. Liberi contadini, in grado di gestire au-tonomamente lo sfruttamento del territorio, stoc-cando cereali in silos singoli ma, spesso, collocati in uno spazio aperto comunitario, posto, come

94 GIOVANNA BIANCHI FRANCESCA GRASSI

nel caso di Colle San Giovanni, al centro dell’in-sediamento (STAFFA, 2000; STAFFA, 2005). L’or-ganizzazione di queste comunità che, secondo Staffa continuerebbe, in alcuni casi, immutata an-che per il secolo successivo (STAFFA, 2000: 74-76), è, pertanto, abbastanza allineata, per l’VIII-inizio IX secolo, con alcuni contesti toscani, caratterizzati dalla presenza di proprietà fondia-rie, in gran parte curtensi. Se a Miranduolo le fosse granarie e i silos di VIII secolo, furono lega-te all’autoconsumo di una comunità di contadini su cui, però, si ipotizza che già da questo periodo gravassero le decisioni di un rappresentante, delle nuove elités rurali (VALENTI, 2008: 105-106), a Rocca degli Alberti è possibile prospettare una si-tuazione leggermente diversa. Nel precedente pa-ragrafo, infatti, si è ipotizzato che il gruppo uma-no residente nell’area sommitale, pur vivendo in prossimità di vasti domini di proprietari politica-mente rilevanti, nell’VIII secolo fosse una comu-nità sostanzialmente libera e ancora non sottopo-sta a forti vincoli di dipendenza ad un potere forte e più interessato ad una pervasività di domi-nio locale18. L’esistenza, poco lontano da questo insediamento, di un villaggio chiamato Paterno (COLLAVINI, 2007), dove, alla metà dell’VIII se-colo, documenti lucchesi attestano una libera co-munità di possessori di piccolo medio livello, ren-de plausibile l’ipotesi della presenza a Rocca degli Alberti di una comunità ancora di fatto svincola-ta da più invasivi e forti poteri politici ma caratte-rizzata da una certa articolazione sociale, con probabile presenza di piccole élites rurali (come per Paterno) o possibili leaders di villaggio in gra-do di realizzare e gestire l’area artigianale sommi-tale del villaggio, comprensiva anche delle batte-rie di silos.

In altri casi toscani (Staggia, VALENTI, 2008: 104-108; Poggibonsi, FRANCOVICH, VALENTI, 2007: 104-105; Montarrenti, CANTINI, 2003: 25-29), privi ancora di sistemi di stoccaggio,

18 Sul concetto di pervasività inteso, seppure in riferi-mento ai secoli più tardi, come «la capacità del signore di esercitare un controllo attento e minuto del territorio e della società locale» si veda in ultimo CAROCCI, 2010; 264-265. In ogni caso è doveroso per Monterotondo non escludere, prudentemente, anche la possibilità che sulla nostra comu-nità gravasse la figura di un possessore fondiario di più am-pio peso politico o di possibili patroni a cui tali individui si erano affiliati ed a cui, in entrambi i casi, potevano essere dati dei tributi costituiti da una parte del raccolto contenuto nei silos rinvenuti.

nell’VIII secolo sono leggibili tracce materiali che sarebbero esemplificative di trasformazioni dello spazio abitativo (come la definizione più evidente di un’area sommitale protetta) interpretate, ana-logamente a Miranduolo, come segno tangibile di una certa ingerenza di attori politici interessati ad una maggiore razionalizzazione e controllo dei loro possessi. In ogni caso le granaglie stoccate (sia a Miranduolo, sia a Monterotondo) sono in-dicative di un quantitativo più consono ai bisogni di singole unità familiari, all’interno di un conte-sto di sfruttamento delle campagne che parrebbe ancora decentralizzato e poco votato al profitto. Tale situazione sembra accordarsi con l’atteggia-mento tenuto dalle aristocrazie o dalle élites di più alto livello nei confronti dei propri possedi-menti fondiari, di recente tratteggiato da Wick-ham (WICKHAM, 2009: 422). Quest’ultime, in-fatti, secondo lo studioso, sino perlomeno al IX secolo inoltrato, a fronte di una maggiore cen-tralità delle città, non sarebbero state interessate a forme forti di dominio locale. L’importanza del possesso della terra era più rilevante del suo pro-fitto e questo poteva, di conseguenza, comporta-re minori interferenze tra proprietari e comunità di villaggio nelle scelte economiche e di gestione delle risorse agricole.

Quando è, quindi, che questi nuclei accentrati, per la Toscana, variamente interpretati come fa-centi parte del massaricio o coincidenti con il do-minico, divennero parte di un sistema economico più ampio?

Wickham risponde che questo avvenne quan-do i più grandi proprietari fondiari diventarono influenti al punto tale da dominare o subentrare nel controllo dell’economia dello stesso villaggio che divenne parte di un sistema economico feu-dale (WICKHAM, 2009: 575). Nei casi da noi considerati, a partire da quello toscano, i tipi di stoccaggio possono essere un’iniziale spia di que-sto cambiamento che per acquisire, però, una for-te valenza interpretativa devono essere visti insie-me anche ad altri parametri. Per Rocca degli Alberti, ad esempio, il cambio è netto e di facile lettura. Verso la fine del IX secolo, al di sopra dell’abbandono dei silos si impostano nuovi strati di vita e soprattutto un granaio circondato da un possente muro in pietra. Analogo processo, sem-pre tra IX e X secolo, si registra per Miranduolo, Montarrenti e Poggibonsi. In quest’ultimi casi tali evidenze hanno spinto gli archeologi ad interpre-tarle come segno della presenza in loco di un at-

SISTEMI DI STOCCAGGIO NELLE CAMPAGNE ITALIANE SECC. VIIXIII: L'EVIDENZA ARCHEOLOGICA DAL CASO… 95

tore politicamente forte o di un suo emissario che, da questi nuclei accentrati, interpretati come caput curtis, gestiva in maniera diretta il surplus agricolo degli abitanti del massaricio, all’interno, soprattutto nel caso di Miranduolo, di dinamiche di strettissimo controllo della comunità che con-tribuiva ad un accumulo legato ad una logica di profitto finalizzata non ad investimenti, ma alla «soddisfazione dei bisogni primari» (VALENTI, 2008: 161) del possidente. Anche a Rocca degli Alberti le transformazioni del sito sono stato connesse all’influenza di un nuovo possessore in grado di influire maggiormente sulla gestione delle risorse.

È indubbio, per i casi citati, che la presenza di queste nuove strutture di stoccaggio rappresenti la prova materiale più evidente di una possibile riorganizzazione ed ottimizzazione del dominico, contestualmente alla quale il granaio sembra, per la Toscana, divenire anche un significativo indi-catore di status (COLLAVINI in questo volume). La scarsità dei censi in grano, riscontrata diffusa-mente da Collavini per la Toscana dopo il IX se-colo, induce però ad una certa prudenza nell’in-terpretare tali edifici sicuramente connessi con la raccolta di surplus proveniente dal massaricio. Gli stessi dati materiali non portano ad escludere, ad esempio, che i cereali, in alcuni di questi gra-nai, potessero provenire dalle pars dominica, le cui terre di pertinenza in questa fase erano sicu-ramente in diminuzione, come attestano le fonti documentarie ma, al tempo stesso, soggette a trasfor mar si in domini più compatti e meglio col-tivati (TOUBERT, 1995: 209 e ss.).

Purtroppo la difficoltà, per i granai rinvenuti, di effettuare una giusta stima dei quantitativi di granaglie stoccate al loro interno, non permette di valutare con attendibilità possibili aumenti di produzione. In ogni caso, la presenza di simili strutture presupponeva un tipo di riserva più fa-cilmente prelevabile, consona maggiormente a dinamiche di trasporto e commercializzazione del prodotto cerealicolo, più di quanto potevano prestarsi i silos, maggiormente adatti a logiche di stoccaggi strategici a lungo termine e più desti-nati al consumo locale. Del resto la riorganizza-zione di molti presunti caput curtis di questo pe-riodo è ben provata archeologicamente per la Toscana del Sud e se non sempre si lega alla pre-senza di granai, è comunque collegata a notevoli trasformazioni degli assetti abitativi (come nei casi di Scarlino, Vetricella, Donoratico BIAN-

CHI, 2010; BIANCHI, c.s.) non registrabili, ad esempio, in siti interpretati come facenti parte del massaricio (come ad esempio per Montemas-si, BRUTTINI, 2009 o Campiglia, BIANCHI, 2004). Sarebbe, quindi, in contemporanea o dopo la disgregazione dell’impero carolingio che si co-mincia a cogliere un più netto cambio di gestio-ne messo in atto solo in alcuni siti, come ci indi-cano i casi toscani, da attori dotati di una forte fisionomia pubblica, quali vescovi, abati e conti, sicuramente spinti dall’influenza carolingia a ra-zionalizzare le funzioni delle proprietà rurali (WICKHAM, 2009: 327) seguiti, solo nel corso del X secolo, da esponenti di aristocrazie minori. Tali attori, del resto, tra fine IX e X secolo, si sa-rebbero resi protagonisti di importanti trasfor-mazioni anche all’interno di nuclei accentrati dell’Italia padana, alcuni dei quali presentano al loro interno silos/fosse rapportabili però ad un uso, probabilmente, familiare, come nel caso di Piadena, e Bovolone (Fig. 5.8, nn. 4-5) 19. Un si-mile processo è registrato ar cheo lo gi ca men te an-che a Chieri (Fig. 5.8, n. 1), una delle principali curtis del vescovo di Torino dove, nel corso del X secolo, la presenza di un certo numero di silos è coeva a specializzazioni artigianali legate alla lavorazione del minerale (PANTO, 2005). Ad analoghe riorganizzazioni, in funzione di specia-lizzazioni produttive di centri direzionali è poi il castrum del Monte Castellano di Groppallo (Pc, Fig. 5.8, n. 7), che si ipotizza legato al conte di Piacenza e all’interno del quale, oltre a conside-revoli tracce di un’attività di lavorazione della steatite, è stato scavato un granaio datato al X se-colo (BAZZINI, DEVOTI, GHIRETTI, GIANNI-CHEDDA, PEREGO, PROVINI, 2008).

In quest’ottica interpretativa, quindi, per la Toscana, dove disponiamo ormai di una notevo-le quantità di dati archeologici e forse per il resto del Centro Nord, l’aumento di punti di stoccag-gio di risorse cerealicole sarebbe una delle spie di una consistente riorganizzazione, in cui una maggiore logica di profitto, connessa anche ad una ottimizzazione del dominico, ove ipotizzabi-le (TOUBERT, 1995: 201-214; PASQUALI, 2002:

19 Per lo studio dei villaggi di area padana, per i quali tra fine IX e X secolo si prospetta una sorta di pianificazio-ne dell’assetto insediativo, come per il caso del villaggio in loc. Crocetta presso l’attuale S. Agata Bolognese, si veda la recente sintesi di GELICHI, LIBRENTI, 2010; per gli speci-fici casi di Piadena e Bovolone si rimanda rispettivamente a BROGIOLO, MANCASSOLA, 2005 e SAGGIORO, 2010.

96 GIOVANNA BIANCHI FRANCESCA GRASSI

52-55 con bibliografia relativa), si legò ad un nuo-vo contesto politico-economico esemplificato a livello materiale non tanto e solo dagli stessi si-stemi di stoccaggio, quanto dalle caratteristiche materiali dei nuovi assetti insediativi, per i qua-li si è supposto l’impiego di maestranze specia-lizzate esterne (per la Toscana, BIANCHI, 2010, per l’area padana GELICHI, 2010) e dal tipo di cultura materiale connessa, come l’aumento delle produzioni locali di ceramiche o delle prime im-portazioni a conferma di una, seppure ancora li-mitata, ripresa dei traffici interregionali (CANTI-NI, 2011). Tale gestione delle risorse cerealicole, legata ancora, comunque, ad una logica econo-mica di tipo curtense, proseguì invariata in molti casi sino alla prima metà dell’XI secolo, sebbene negli insediamenti toscani indagati si registrino, tra X ed XI secolo, importanti trasformazioni, quali, ad esempio, la costruzione di nuove cinte in pietra, che conferirono l’aspetto fortificato tipi-camente castrense anche a quei nuclei accentrati pertinenti ad attori politici di calibro minore.

Per la Toscana, il cambio netto di questo siste-ma, in cui probabilmente la coltivazione dei grani divenne fortemente protagonista di una rinnova-ta politica di sfruttamento del territorio, si regi-stra solo nel XII secolo, quando nelle aree som-mitali del caput curtis o di villaggi pertinenti il massaricio, le capanne e i precedenti granai furo-no di colpo spazzati via, sostituiti dalle residenze dei signori o dei loro emissari. Piccole o più gran-di torri, palazzi e torrioni in pietra sorsero in buona parte dei castelli del Centro Nord, contem-poraneamente al sovente rifacimento delle prece-denti cinte e all’edificazione di abitazioni poste nei nuovi borghi sottostanti l’area sommitale. La presenza delle abitazioni aristocratiche, da inten-dersi come il segno tangibile dell’ormai avvenuta stabilizzazione delle signorie rurali e, a differenza dei secoli altomedievali, di un loro generale tra-sferimento fisico dalla città alla campagna, coin-cise probabilmente con un più stretto controllo della produzione agraria e dei profitti. Questo all’interno di un più ampio e complesso sistema economico, in cui i contatti e gli scambi tra città e campagna si erano intensificati e la richiesta di cereali, generata anche dall’incremento demogra-fico e dalla centralità del pane nell’alimentazione (CORTONESI, 2002: 196), portò ad un aumento dei prezzi, spingendo a più consistenti livelli di produzione destinati anche ai nuovi mercati ur-bani (PICCINNI, 2002: 125-136). Paradossalmen-

te tale cambio di rotta, che ad esempio nella Tu-scia è bene leggibile nella conversione dei censi altomedievali in nuovi contratti di affitto in cui la produzione cerealicola ha un ruolo di primo pia-no (COLLAVINI in questo volume), si caratteriz-za per il Centro Nord della penisola per un’assen-za dell’evidenza materiale. Malgrado la recente ipotesi per i castelli dei Colli Euganei e per alcuni casi nel vicentino (CALAON, 2005: 99-100) di stoccaggi posti in grotte nei pressi o al di sotto dei perimetri difensivi castellani, raramente nu-merosi sistemi di riserva sono stati rinvenuti all’interno dei castelli. Nessun caso, al momento, chiaramente individuabile nei sette castelli tosca-ni scavati in estensione, compreso il noto Rocca San Silvestro. Questo dato, necessariamente, in-duce a riflessioni di vario tipo. È, infatti, possibile che da questo periodo i punti di raccolta si tro-vassero al di fuori dei castelli, magari in luoghi dei vari distretti signorili connessi a viabilità e scambi commerciali. L’interessante menzione di arche, di cui Collavini, per la Toscana, ha trovato numerose tracce nei documenti di XII secolo (COLLAVINI in questo volume) sembrerebbe ri-mandare a contenitori mobili di stoccaggio, adat-ti ad un trasporto in funzione di una più marcata commercializzazione, la cui gestione pubblica o privata deve ancora essere capita nella sua varia-bilità. Di testimonianze materiali relative a questi contenitori, al momento, non vi sono tracce, ma la non casuale connessione tra la sostituzione di punti di stoccaggio fissi, tipici dell’Altomedioevo, legati ad un’economica sicuramente in crescita, a partire soprattutto dalla fine del IX secolo, ma ancora collegata a logiche di profitto più circo-scritte, e la possibile presenza di punti di stoccag-gi mobili, più adatti ad una più fluida commercia-lizzazione dei prodotti cerealicoli, nel momento di massima affermazione delle signorie territoria-li, non può essere ignorata.

Dal punto di vista delle evidenze materiali il contrasto con il Sud Italia è abbastanza evidente sin dai primi secoli dell’Alto Medioevo. Qui, in-fatti, sino alla conquista normanna, l’esistenza del potere centrale bizantino comportò per tutto l’Al-to Medioevo (ad esclusione delle aree a domina-zione islamica) la presenza di più o meno consi-stenti luoghi di stoccaggio destinati ad una produzione di frumento collegata ad una pianifi-cazione statale ed a contesti di grandi proprietà agraria a carattere pubblico e fiscale. Questo aspetto è stato bene evidenziato per alcuni siti

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della Calabria (Fig. 5.8, nn. 45-46-47) come Scri-bla (NOYE, 1981), S. Severina (CUTERI, 1998) o nel castello di Petramala (DONATO, 2006) a cui devono essere aggiunti casi di silos a carattere fa-miliare, come, ad esempio, quelli rinvenuti a So-lacium (Fig. 5.8, n. 48) con continuità di uso sino al VII secolo (RAIMONDO, 2005). Il fenomeno conta minori attestazioni materiali in Sicilia dove, a fronte di ritrovamenti di stoccaggi di limitata entità, piu’ ad uso familiare, solo nel caso degli 11 silos di Palazzo Acreide (Fig. 5.8, n. 72), databili al VII secolo, è possibile presumere modalità più organizzate di immagazzinamento (ARCIFA, 2008). Nella Puglia settentrionale, invece, la par-zialità del dato archeologico non consente ancora di collegare alla fase bizantina lo sviluppo in grande scala delle fosse granarie (FAVIA, 2008).

Anche per il Sud il vero cambio di scala sem-bra cogliersi tra fine XI e XII secolo, in concomi-tanza della conquista normanna. L’analogia cro-nologica con il Centro Nord non trova però corrispondenza nei meccanismi di sfruttamento e di stoccaggio. L’invisibilità archeologica ri-scontrata per l’area centrale e settentrionale della Penisola è controbilanciata, per alcune aree del Meridione, da un notevole numero di evidenze materiali. Ciò avvenne in concomitanza con im-portanti cambiamenti dell’assetto insediativo che, dalla Sicilia al Nord della Puglia, con tempi e mo-dalità differenti, a seconda dei contesti regionali e micro regionali, portarono all’affermazione di po-teri privati con prerogative un tempo fiscali e ad una forte accelerazione di appropriazione del sur-plus contadino20. La politica statale, in accordo con la stessa feudalità normanna che controllava i territori conquistati, promosse un intenso pro-gramma di sfruttamento delle potenzialità rurali delle aree sottomesse, in cui la risorsa cerealicola rivestì uno dei ruoli principali. Castelli, casali, cit-tà, porti entrarono a fare parte di un sistema ben congegnato in cui stoccaggi, probabili trasporti e smercio del prodotto, furono gestiti in generale accordo tra tutte le parti politiche ed istituzionali coinvolte, come ben dimostra il caso della Sicilia (ARCIFA, 2008; BRESC, 1979) ma anche della Capitanata, in Puglia (FAVIA, 2008; FAVIA 2010). Le dimensioni delle fosse relative a questi secoli e la loro capienza sono indicative della scala di im-

20 Per dei recenti quadri di sintesi sul Meridione di Italia in questa fase storica si rimanda ai contributi contenuti in MOLINARI, 2010a.

presa. Il caso della Capitanata, più ricco di recen-ti e particolareggiati dati, è esemplificativo. All’in-terno di queste cavità, che si ipotizza fossero realizzate da personale specializzato (FAVIA, 2008: 253), profonde dai 4 ai 5 m con un diame-tro intorno ai 3 m (come nei casi di Fiorentino e Ordona, fig. 5.8, nn. 34-36), si poteva stoccare un quantitativo pari a 260-270 quintali di prodotto. Sebbene in questo comprensorio geografico i si-los furono il sistema di stoccaggio più diffuso, a seconda delle caratteristiche geologiche del suo-lo, vennero progettati però anche altri sistemi di immagazzinamento, come quelli ipotizzati per il sito di Castelpagano, corrispondenti a circa ot-tanta piccoli ambienti in muratura in elevato. Un’apparente pianificazione sembra legarsi anche alla loro locazione, nei pressi dell’abitato, in aree specifiche di un suburbium destinato a questo uso, come provato archeologicamente nel sito di S. Lorenzo in Carmignano (Fig. 5.8, n. 35) e ipo-tizzato per altri casi (FAVIA, 2008: 264). Inoltre, sempre in questo periodo, si rileva la presenza di silos anche all’interno di abitazioni, come nel caso del villaggio rupestre di Madonna della Scala a Massafra (CAPRARA, DELL’AQUILA, 2004) o nella stessa Capitanata. In quest’ultimo compren-sorio la loro evidenza e capienza, soprattutto per i secoli XIII e XIV, ha spinto gli studiosi a ritener-le forse spia di singole strategie di commercializ-zazione o ancora connesse ai prelievi fiscali (FA-VIA, 2008: 270).

A fine, quindi, di questo preliminare e sicura-mente incompleto sguardo di insieme, alcune considerazioni di carattere generale.

Intanto i silos sembrano essere il sistema di stoccaggio più diffuso in tutta la penisola, dal Sud al Nord e la loro presenza si distribuisce lungo un ampio arco temporale che va dalla Tarda Antichi-tà sino al Basso Medioevo, indipendentemente dal tipo di dominazione politica e dal loro utiliz-zo (familiare, collettivo, riserva signorile o stata-le). Questo pare, quindi, un segno evidente di come tale sistema di stoccaggio facesse parte del-le conoscenze stratificate di un mondo contadi-no, passate inalterate attraverso eventi storici e differenti soggetti politici dominanti che, a loro volta, utilizzarono analoghe cavità in funzione di proprie strategie pianificate di sfruttamento del territorio. Sicuramente i silos furono e sono, an-cora oggi, in alcune parti del Mediterraneo, il si-stema di conservazione più diffuso che meglio si lega alle logiche delle società rurali radicate in

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territori con specifiche caratteristiche geopedolo-giche che consentivano la realizzazione di simili cavità sotterranee21. Un censimento più dettaglia-to, comprensivo di un raffronto specifico tra le diverse tecniche di realizzazione dei silos (dimen-sioni, forma, tipi di rivestimenti etc) potrebbe fare emergere delle differenze regionali o crono-logiche, utili per orientare la futura ricerca, così come ad esempio si è verificato nel caso dei profi-li delle fosse bizantine e normanne di Scribla (NOYE’, 1981: 429-434).

Per la Toscana, è possibile seguire una più det-tagliata scansione cronologica del possibile signi-ficato che alcuni di questi sistemi di stoccaggio rivestirono, soprattutto negli ultimi secoli dell’Al-tomedioevo. Non tanto le singole fosse rinvenu-te in alcune aree sommitali, ma i granai destinati a raccogliere possibili censi del massaricio o i ce-reali provenienti dalle terre a conduzione diretta, sono comunque indicativi, di un netto cambio di gestione dei possedimenti fondiari da parte delle più importanti e locali élites o delle aristocrazie urbane, evidentemente interessate ad una mag-giore razionalizzazione e ottimizzazione dei pro-pri possessi, anche in relazione all’attivazione di nuovi circuiti commerciali. Da un punto di vista di gestione della terra tali sistemi di stoccaggio non sembrano denunciare però grossi mutamenti di scala. Ad esclusione del caso di Rocca degli Al-berti, infatti, le specie raccolte sono le stesse pre-senti nei silos dei periodi precedenti e la difficoltà di stima delle quantità stoccate nei granai ren-de difficile collegarle ad un possibile aumento di resa della terra, conseguente ad un ampliamento dei terreni coltivati. Al momento, quindi, l’indi-catore che in generale questi granai rappresenta-no è più di tipo politico, poiché il nuovo controllo delle economie di villaggio ed il loro inserimento in un più ampio sistema è sicuramente meglio leggibile attraverso altri indicatori archeologici, legati ai cambi di assetto insediativo, al primo uso della pietra od a specifiche vocazioni produttive o commerciali.

I granai furono, quindi, parte di un sistema ge-nerale in trasformazione e la loro datazione al IX secolo inoltrato ed a quello successivo ci infor-ma, al pari di altri parametri interpretativi, come

21 Nei siti indagati archeologicamente posti nell’area della Pianura Padana, ad esempio, lo scarso numero di tali evidenze potrebbe forse essere connessa, appunto, a specifi-che caratteristiche dei suoli.

ciò fosse avvenuto soprattutto in periodi succes-sivi alla disgregazione dell’impero carolingio.

Uniformemente, nel Nord come nel Sud della penisola, il grosso salto di produzione che tra-sforma senza dubbi la cultura ceralicola in un im-portante settore economico avvenne soprattutto nel XII secolo. Al di là delle generali considera-zioni di carattere politico-istituzionale legate a queste trasformazioni, connesse ai nuovi rapporti tra città e campagna, alla stabilizzazione delle si-gnorie e alla presenza dei Normanni nel Meridio-ne, è interessante notare quanto, ancora una vol-ta, in base ai dati materiali, il XII secolo si confermi come momento di grande mutamento obbligando in future ricerche a scandagliare me-glio i tempi di ripresa della generale economia, come evidenziato anche in recenti contributi (WICKHAM, 2010; CAROCCI, 2010).

L’analisi dei sistemi di stoccaggio o la loro invi-sibilità archeologica (ma non nelle fonti docu-mentarie) sembra indicativa di strategie connesse a differenti tipologie di potere politico. Dove esi-steva una comune politica di profitto e sfrutta-mento intensivo del territorio tra potere centrale e locale, come nel Meridione normanno, i numerosi e capienti silos sono presenti nei nuclei accentrati di pianura o sommità, legati a politiche di imma-gazzinamento, trasporto e commercio ben conge-gnate22. In questo sistema di sfruttamento intensi-vo, proprio anche di grandi signorie come i Doria nella Sardegna settentrionale (MILANESE, 2006) la coltura cerealicola venne fortemente imposta anche in quei contesti dove in precedenti periodi storici non fu così intensiva, come nei territori della Sicilia islamica (MOLINARI, 2010b: 231) o, appunto, nella terre sarde poi conquistate dai Do-ria. Un meccanismo relativo ad un rapporto diret-to città-campagna, più documentato dalle fonti scritte che archeologiche, sarebbe stato peculiare tra XII e XIII secolo, anche dell’agro romano, dove le fosse granarie presenti nei casali dei territori prossimi a Roma avrebbero stoccato i raccolti di proprietà della grande aristocrazia romana resi-dente in città (MOLINARI, 2010c, con bibliogra-fia di riferimento). Ove esisteva una maggiore frammentazione dei poteri locali, anche in rap-porto al sempre più invasivo potere cittadino,

22 Non a caso dove il potere normanno fu meno invasi-vo, come nel Salento, tali sistemi di stoccaggio sono inizial-mente assenti (per un inquadramento generale si rimanda in ultimo ad ARTHUR, 2010).

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come nell’Italia del Centro Nord, è possibile che lo stoccaggio (di cui lamentiamo la non visibilità ar-cheologica) seguisse differenti canali anche di commercializzazione, variabili a seconda dei tipi di poteri coinvolti e caratterizzati forse da passag-gi e soggetti intermediari che rendevano necessa-rio e forse più conveniente lo stoccaggio, magari, nei contenitori mobili sopra citati, più adatti a queste nuove dinamiche di scambio. È solo quan-do, nel corso del XII e soprattutto del XIII secolo, la città subentrò in un controllo più invasivo del proprio contado, in contemporanea a nuovi lega-mi con i piccoli comuni rurali, che si ripristinò un sistema di stoccaggio-commercio combinato tra città e campagna con silos, di grandi dimensioni, di nuovo materialmente registrabili, come in To-scana, all’interno dei piccoli palazzi dei comuni rurali o nelle Terre Nuove di fondazione comuna-le (vedi nota 2 per bibliografia).

G. B.

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RESUMENEste trabajo se centra en el análisis de los palacios,

un elemento frecuente en el paisaje de la cuenca del Duero en los siglos X y XI, a través de los testimonios de la documentación escrita. A partir de una amplia encuesta, se observa la pluralidad de situaciones que se encubren bajo el mismo término: palacios regios asociados al ejercicio de un dominio «político», pala-cios del rey vinculados al control de propiedades, pa-lacios de magnates y de pequeños señores. En todos los casos se trataba de edificaciones con una edilicia superior al resto, generalmente integradas en comple-jos patrimoniales más amplios. También se puede afir-mar que los palacios ejercían una amplia diversidad de funciones (judiciales, políticas), aunque destaca su pa-pel como centros desde los que se gestiona un patri-monio señorial, lo que incluye su carácter de puntos de centralización f ísica de las rentas. Su connotación como centros de alto estatus unido a la concentración material de riqueza explica que fuesen objeto de dispu-tas, en ocasiones violentas, que han quedado refleja-das en algunos textos.

PALABRAS CLAVE: Palacios. Renta. Señorío. Justi-cia. Almacenamiento. Excedentes agrarios. Meseta del Duero.

1. INTRODUCCIÓN

En todas las sociedades preindustriales las téc-nicas de conservación y almacenamiento de los alimentos constituyen un aspecto clave del equipa-

1 (CCHS-CSIC). Instituto de Historia. Centro de Cien-cias Humanas y Sociales - CSIC. C/ Albasanz, 26-28, 28037 Madrid. Tfno: +34916022331. E-mail: [email protected]. Esta investigación se encuadra en el proyecto coordi-nado HAR2010-21950-C03 del Plan Nacional de I+D+i.

2 Departamento de Historia Medieval, Moderna y Con-temporánea. Facultad de Geograf ía e Historia. Universidad de Salamanca. C/ Cervantes s/n 37002 Salamanca. Tfno. +34923294400, ext. 1443. E-mail: [email protected].

miento cultural (GAST, SIGAUT, BRUNETON-GOVERNATORI, 1981; RIDDERVOLD, RO-PEID, 1988). Conservar los alimentos es tan necesario en los sistemas económicos de subsis-tencia como en los excedentarios, pero en estos últimos las iniciativas para asegurar el consumo a medio plazo de las unidades domésticas se com-binan con los mecanismos de acumulación y cir-culación de la renta agraria para formar un pa-trón mucho más complejo. De esta manera, el almacenamiento —especialmente el almacena-miento a largo plazo— de productos agropecua-rios, puede ser tratado como un reflejo de la complejidad de las relaciones sociales y su distri-bución espacial como un componente esencial de su territorialidad.

En el caso de las sociedades altomedievales del norte de la Península Ibérica, desde los años 80 la identificación de silos de almacena-miento de cereal vino acompañada de reflexiones que iban más allá de la mera tecnología alimenta-ria y se adentraban en la modelización de las rela-ciones sociales subyacentes (FERNÁNDEZ UGALDE, 1993; REYES TÉLLEZ, MENÉNDEZ ROBLES, 1985). Sin duda en esta cuestión, como en otras tantas, la disparidad de desarrollo entre la historia basada en textos y la investigación ar-queológica marca de forma contundente el punto de partida. Por un lado la identificación arqueo-lógica de estructuras de almacenamiento esta permitiendo no sólo comprender mejor sus deta-lles técnicos, sino valorar mejor su variabilidad, como ocurre con la distinción entre silos de tipo «doméstico» y «silos de renta» propuesta por Juan Antonio Quirós (QUIRÓS CASTILLO, 2009a).3 Por otra parte, cuando se pasa del nivel domésti-co al de acumulación de renta, entramos en un escenario de modelización de las relaciones so-

3 Ver el trabajo de J. A. Quirós en este mismo volumen.

6Los palatia, puntos de centralización de rentas

en la Meseta del Duero (siglos IX-XI)Julio Escalona1

Iñaki Martín Viso2

104 JULIO ESCALONA IÑAKI MARTÍN VISO

ciales que emana, casi al cien por cien, de la his-toria basada en textos. El panorama se complica aún más por el hecho de que nuestra compren-sión de las jerarquías de asentamientos de este período y sus transformaciones todavía es muy imperfecta, ya sea a partir de los textos o de la ar-queología, pero especialmente desde esta última. Es cierto que el desarrollo de la arqueología de las aldeas y de los espacios agrarios en los últimos años por fin ha hecho visible en el registro mate-rial el componente básico del edificio social: los asentamientos campesinos y sus formas de orga-nización del hábitat y el espacio. Ello representa un giro fundamental frente a una arqueología tra-dicionalmente centrada en las expresiones mate-riales de las elites (VIGIL-ESCALERA GUIRA-DO, QUIRÓS CASTILLO, 2011; QUIRÓS CASTILLO, 2011; ESCALONA, 2009). Sin em-bargo, resulta irónico comprobar que, después de todo, tampoco sabemos tanto sobre las elites des-de el punto de vista arqueológico, y ello debido sobre todo a que las categorías de asentamientos son demasiado simples y rígidas. Reconocemos granjas y aldeas como la quintaesencia del pobla-miento campesino (QUIRÓS CASTILLO, 2009b; VIGIL-ESCALERA GUIRADO, 2007, 2009), re-conocemos asentamientos de altura (castros), aunque en unas ocasiones puedan ser entendidos como una emanación de las sociedades aldeanas y en otras como reflejo de la acción de elites de escala mayor (MARTÍN VISO, 2000, 2008; ES-CALONA, 2002; CHAVARRÍA ARNAU, 2005; GUTIÉRREZ GONZÁLEZ, 2010). La frontera entre éstos últimos y las fortificaciones asociadas a los poderes políticos superiores es un terreno particularmente resbaladizo.

El resto del espectro de categorías de asenta-mientos es más dif ícil aún de observar y definir. Reconocemos edificios de culto erigidos con dife-rentes grados de sofisticación técnica, pero no es fácil conectarlos con los conceptos de iglesias o monasterios derivados de las fuentes escritas. Nuestra compresión de las jerarquías de monas-terios antes del siglo XI es aún muy imperfecta pero hay que destacar que la mayor parte de los monasterios más señalados de los siglos IX y X carecen de una investigación arqueológica en profundidad. Lo mismo puede decirse de las ciu-dades. Las fuentes escritas nos dan pistas sobre los centros jerárquicos principales y a veces tene-mos indicios sobre procesos de protourbaniza-ción (ESTEPA DÍEZ, 1978, 1985) pero sin una ar-

queología urbana más desarrollada seguiremos sin comprender uno de los polos esenciales de las relaciones de poder y, por descontado, de los me-canismos de circulación de renta. En tal sentido, es muy probable que, al menos desde mediados del siglo X, las principales ciudades del norte pe-ninsular funcionasen ya como nodos dominantes en la red de circulación y almacenamiento —qui-zá también de consumo— de rentas.

Sin embargo, nuestro foco de atención se situa-rá en un nivel inferior, pero enormemente impor-tante: los puntos de acumulación de renta —y por tanto espacialmente jerárquicos— dentro del pro-pio medio rural. Trabajando primordialmente a partir de las fuentes escritas, trataremos de dibujar un esquema que permita, en primer lugar, subra-yar la necesidad de contemplar este tipo de cen-tros a la hora de modelizar las relaciones sociales y los patrones territoriales de este período y, en se-gundo lugar, si fuera posible, ofrecer alguna suge-rencia sobre qué clase de estructuras faltan, hoy por hoy, en nuestro registro arqueológico. A partir de los datos proporcionados por los textos, pode-mos definir al menos tres tipos de asentamientos que pudieron funcionar como centros de acumu-lación de renta agraria en el medio rural: castros, monasterios y palatia. Estos últimos serán el obje-to de estudio de este trabajo, aunque a menudo es dif ícil trazar fronteras rígidas entre unos y otros en términos conceptuales y, sobre todo, a efectos de su reconocimiento arqueológico.

Comencemos por el vocabulario. Existe un repertorio de términos, como casa, domus, o curtis, que son bastante polisémicos y, aunque pueden designar residencias de alto estatus, no siempre sucede así.4 En cambio, el término pala-tium lleva una carga más clara de estatus. De en-trada, se trata de una voz que remite a la época romana, asociada a la colina del Palatino en Roma y al poder del emperador. Este uso se per-petúa en la Alta Edad Media, en que el término palatium se utiliza para designar tanto a las resi-dencias regias como al entorno inmediato de los monarcas, con un significado análogo al de la pa-

4 Hay casos claros de asociación entre los términos casa, curtis y palatium. Por ejemplo, en 967 (Sahagún1, 246) se registra la donación de una casa en Hontoria, en el subur-bio de Melgar, la cual comprendía una iglesia dedicada a San Clemente, junto con una corte cercada con dos palacios y dos sobrados: […] et est in ipsa casa quam concedimus vobis eclesia Sancti Clementi, corte clausa cum suis edificiis, pala-cios duos et supratos duos […].

LOS PALATIA, PUNTOS DE CENTRALIZACIÓN DE RENTAS EN LA MESETA DEL DUERO SIGLOS IXXI 105

labra «corte» en la Edad Moderna. El reino visi-godo de Toledo proporciona un buen ejemplo del uso de la voz palatium en ambos sentidos, como residencia regia y como entorno de poder, institucionalizado en el concepto de officium pa-latinum (SÁNCHEZ-ALBORNOZ, 1974: 93-94; ISLA FREZ, 2002; ARCE, 2011: 76-78). El perío-do post-visigodo en el norte peninsular, en cam-bio, marca una diferencia importante, puesto que la palabra palatium aparece en las fuentes con el valor añadido de residencia señorial o de alto estatus, pero sin un carácter exclusivamente regio (PÉREZ GONZÁLEZ, 2010, s. v. Palacium). En esto diverge la península ibérica de otros ám-bitos de Europa Occidental, como Francia o la Inglaterra anglosajona, donde el término pala-tium parece más claramente reservado a la titu-laridad del monarca.

En el caso ibérico, la palabra palatium aparece en dos tipos de registro: textual y toponímico. En las fuentes cronísticas —que para el período que nos interesa se reducen a las crónicas asturianas y a la de Sampiro— el palatium se refiere al mo-narca, ya sea a su residencia o a su entorno políti-co, en lo cual la herencia del vocabulario institu-cional visigodo juega un papel importante (SÁNCHEZ-ALBORNOZ, 1976). Por ejemplo, en las dos versiones de la Crónica de Alfonso III5 se menciona cómo Alfonso II construyó, junto a la iglesia de San Julián, unos palacios (en plural) y unos hermosos baños; y en la Albeldense se atri-buye a Alfonso II la restauración del Ordo Gotho-rum tam in ecclesia quam palatio in Ovetao.6 Dos menciones de naturaleza muy diferente —material una, institucional la otra—, pero en un contexto inequívocamente regio. En la Crónica de Sampiro es igualmente regio el contexto de la mención del monasterio de San Salvador de León, construido por Ramiro II junto al palacium regis,7 pero ello contrasta con su descripción de las devastaciones de Almanzor, de quien se dice eclesias, monasteria, palacia fregit atque igne cremavit,8 donde palacia puede referirse de for-ma genérica a edificaciones de alto estatus. En esta línea, las fuentes documentales muestran una gran variedad de situaciones, con palacios de titularidad no sólo regia, sino también aristocrá-

5 Rot, 21; Ovet, 21.6 Alb, XV, 9.7 Sampiro, 24.8 Sampiro, 30.

tica y eclesiástica. Tanto en el siglo X como en el XI, hay referencias de tipo institucional al palatium,9 a los magnates palatii10 e incluso, como sucede en un documento de 1059, a la multitudo palacii11 como asamblea que refrenda acciones jurídicas.12 Igualmente se mencionan residencias regias con-cretas denominadas palatia, como el palacio del rey en León junto a San Salvador que se cita en 1045 como referencia para ubicar un solar.13 Pero, junto a estos, hay numerosos ejemplos de pala-cios en manos de laicos, sin indicio alguno de ha-ber sido anteriormente de titularidad regia, y que a menudo se visibilizan en el registro documental en el momento de ser transferidos a instituciones eclesiásticas. Las referencias son en general abun-dantes, pero se incrementan enormemente en el siglo XI (GARCÍA DE CORTÁZAR Y RUIZ DE AGUIRRE, PEÑA BOCOS, 1989) (Fig. 6.1).

En cuanto a la toponimia, los casos no son masivos, pero sí los suficientes para constituir un grupo digno de atención. La voz «palacio» apare-ce tanto en las referencias geográficas de los do-cumentos de los siglos IX-XI como en la toponi-mia mayor actualmente conservada, y tanto en su forma normal como en el diminutivo (Palazuelo) que, en cambio, rara vez aparece si no es como topónimo. Parece relevante destacar dos rasgos en torno a esta cuestión. En primer lugar, parece existir un predominio relativo de las menciones en plural (Palacios, Palazuelos), aunque eso no indica necesariamente una multiplicidad de pala-tia. En segundo lugar, no hay una concordancia clara entre documentos y toponimia: son muy frecuentes los casos de lugares llamados Palacios o Palazuelos donde no hay huella documental de

9 Sahagún1, 284 (976); Sahagún2, 401 (1013).10 Sahagún1, 276 (974); 284 (976); 328 (986). Sahagún2,

401 (1013); 404 (1018); 444 (1036); 514 (1048).11 Sahagún2, 608 (1059).12 Es interesante anotar que este tipo de referencias,

que son comunes en el ámbito leonés, están prácticamen-te ausentes en Castilla, en consonancia con la casi total au-sencia de actuaciones directas de los monarcas en territo-rio castellano. Una excepción elocuente es un documento de Oña de 944 (Oña_Álamo, 3) en que aparece el conde Asur Fernández presidiendo una asamblea judicial junto con va-rios abades y los magnates palatii. El caso es especialmen-te interesante por su contexto político, ya que corresponde al momento en que Fernán González fue encarcelado por Ramiro III y Asur Fernández tomó el control de Castilla en nombre del rey, por lo que la cita se da en un período de ex-cepcional presencia regia. Sobre estos episodios, ver Martí-nez Díez (2004: 383-395).

13 CatLeón4, 1022.

106 JULIO ESCALONA IÑAKI MARTÍN VISO

la existencia de ningún palacio y, por el contrario, la mayor parte de los asentamientos donde se do-cumentan palacios en los siglos IX-XI tienen to-pónimos que no se vinculan con esa realidad. Esa discordancia no debe achacarse a las limitaciones de las fuentes sino que parece estar en la natura-leza del problema.

2. PALATIA Y TERRITORIALIDAD

Los textos documentan la presencia de palacios del rey en las sedes regias principales: Oviedo y León. Pero existía además una amplia red de otros establecimientos ligados al poder regio dispersos por el territorio. Un grupo especialmente relevan-te eran los centros de poder relacionados con las divisiones político-administrativas y que, en el caso de los alfoces castellanos, parecen haber esta-do bajo el control directo de los condes de Castilla como máximo poder político efectivo. Como ha estudiado exhaustivamente para el caso castellano I. Álvarez Borge (1993), hacia estos centros territo-riales se canalizaba no sólo la percepción de las

rentas derivadas del ejercicio del poder político —sobre todo militar y judicial—, sino también las procedentes de la propiedad dominical que los condes tenían en cada distrito. Esta mezcla de fun-ciones de tipo señorial con otras asociadas al po-der político favorece la confusión con los palatia de tipo estrictamente patrimonial.

Desde el punto de vista territorial, sin embar-go, los palatia ubicados en centros políticos pa-recen presentar rasgos peculiares. Uno de ellos es que, a pesar de que los gobernantes pudieran te-ner más de un palacio en un mismo distrito, solo uno de ellos —normalmente ubicado en la cabe-cera— tenía ese carácter de centro territorial. Por otra parte, su jurisdicción era territorialmente continua y afectaba a todos los habitantes del territorio, con la salvedad de posibles inmunida-des o exenciones (ESCALONA, 2000-2001; cfr. ÁLVAREZ BORGE, 1991). Así, por ejemplo, la documentación revela la presencia de una red de palacios regios en las cabeceras de distrito del sur de Castilla a mediados del siglo XI. En 1062, Fer-nando I donó a San Pedro de Arlanza el diezmo de la labranza asociada a los palacios del rey situa-

Figura 6.1. Palatia de Navarra y Castilla (ss. X-XII), según García de Cortázar y Peña, 1989.

LOS PALATIA, PUNTOS DE CENTRALIZACIÓN DE RENTAS EN LA MESETA DEL DUERO SIGLOS IXXI 107

dos en varias cabeceras de alfoz: San Esteban de Gormaz, Huerta del Rey, Tabladillo y Barbadillo,14 acto que fue confirmado por Sancho II en 1069, añadiendo, entre otras cosas, el diezmo de Lara15 (Fig. 6.2). Es posible que en los distritos del área leonesa (mandaciones) operase un modelo seme-jante. En 985, Vermudo II concedía al monasterio de San Andrés de Pardomino que el tributo de veintitrés modios de cereal que percibía el mo-nasterio por donación real en la mandación del Esla ahora lo recibiese en la de Boñar.16 El texto sugiere un sistema de captación de rentas en es-pecie basado en las mandaciones (Esla, Boñar), rentas que podrían ser posteriormente redistri-buidas a favor de algunas instituciones. Sin em-bargo, no podemos establecer con claridad la co-rrespondencia entre mandación y palacio de una manera constante. Ahora bien, puede aceptarse una identificación entre los palatia de tipo «polí-tico» y las fortificaciones que a menudo marca-ban la centralidad de los distritos, situación que parece perpetuarse en Castilla en los siglos ple-nomedievales, como se subraya en algunas cartas forales (ESTEPA DÍEZ, 1984; MONSALVO AN-TÓN, 1999) que dividen la jurisdicción entre el concejo de la villa y el palacio a efectos, por ejem-plo, de la percepción de multas. En estas fechas tardías esta misma circunstancia se da también en fueros otorgados por poderes señoriales, como ocurre en 1095 en Fresnillo de las Dueñas.17

Las fuentes revelan, por otra parte, la existen-cia de tierras y términos de palatio que corres-ponderían a recursos fundiarios gestionados di-rectamente desde los palacios. Por ejemplo, en algunas delimitaciones de tierras o viñas apare-cen citadas tierras o términos de palatio, como

14 Arlanza, 62 (1062): concedimus sine ulla ambiguita-te illo decimo de Sancto Stephano de tota illa laborancia ad integrum, que pertinet ad palatio, cum illas casas que sunt de Sancti Petri. Similiter autem damus toto illo decimo que pertinet ad palacio de Orta ad integrum. Sic quoque conce-dimus illo decimo de Tablatello ad integrum, que pertinet ad palacio de sua laboranza tota.

15 Arlanza, 73 (1069): concedo sine ulla ambiquitate illo decimo de Lara de tota laboranza ad integrum, quae perti-net ad palatium cum suo excusato; similiter autem de toto illo decimo de Barbadiello de tota illa laboranza ad inte-grum, quae pertinet ad palatium cum suo excusato…

16 CatLeón2, doc. 506.17 Fueros Burgos, 127. Se pueden advertir claras seme-

janzas con los casos de la zona navarro-riojana, donde, de todos modos, la escala de actuación parece ser más local (GARCÍA DE CORTÁZAR Y RUIZ DE AGUIRRE, PEÑA BOCOS, 1989: 288-289).

sucede en Trobanello en 1040,18 o en San Esteban de Valderaduey en 1059.19 Aunque los textos no son muy expresivos, la mención en singular hace sospechar que podemos estar ante tierras adscri-tas a un palacio de tipo «político», más que seño-rial. ¿Cómo se construyó ese patrimonio? Es muy probable que existiera una base patrimonial ini-cial, que articulase los bienes fundiarios, quizá originada al calor de los procesos que se detectan en la cuenca del Duero en los siglos IX y X. Sin embargo, los gobernantes disponían, además, del ejercicio de la justicia como un factor que facili-taba el control de nuevos bienes patrimoniales. Por ejemplo, Juan Cítiz y su mujer donaron en 1097 al monasterio de San Felices y San Facundo de la villa de Siero, en el Cea, entre Villamaya y San Felices, cuatro tierras que habían «caído en

18 Sahagún2, 461.19 Sahagún2, 607.

Figura 6.2. Palacios regios y alfoces en el sur de Castilla (s. XI).

108 JULIO ESCALONA IÑAKI MARTÍN VISO

palacio» y que fueron rescatadas al entregar por ellas un buey valorado en 20 sueldos.20 Por otro lado, Alfonso VI donó a su fiel Diego Cídiz en 1079 una heredad entre Mansilla y Sobradillo, que había sido del padre de Diego Cídiz y que ha-bía «caído por derecho» en poder del palacio.21 Esta experiencia debió transmitirse a periodos posteriores y pudo haber servido de base para que en los fueros de los siglos XII y XIII, fuesen de origen regio o promulgados por una instancia señorial laica o eclesiástica, el palatium aparezca como un centro de organización de la justicia y de la jurisdicción, que incluía además el control de bienes inmuebles (REGLERO DE LA FUEN-TE, 2007: 435).

Frente a estos palatia de tipo más «político», abundan en las fuentes las referencias a otros pa-lacios regios de carácter únicamente patrimonial. No parece haber habido un patrón fijo a la hora de fijar su ubicación. Podría tratarse de lugares donde existiese una mayor concentración de pro-piedad fundiaria del rey, o bien de localizaciones privilegiadas, como nudos viarios o vados de ríos. En tales casos su posición topográfica no tendría por qué ser un lugar elevado, como ocurría con los castillos alfoceros, sino que podrían situarse en llano. Podía igualmente haber varios de ellos en un mismo distrito y tampoco hay que esperar que contasen con un ámbito jurisdiccional espa-cialmente continuo, dado que sólo servirían para centralizar las rentas detraídas de determinadas propiedades del rey en la zona.

El complejo panorama que genera la confluen-cia de las dimensiones públicas y privadas del po-der de los gobernantes queda bien ilustrado por el caso de Clunia entre fines del siglo X y comien-zos del XI, tal y como lo describe el documento que se suele denominar «de los infanzones de Espeja»22 (ÁLVAREZ BORGE, 1991; ESCALO-NA, 2000-2001: 99-117). En Clunia, cabecera de un importante distrito en el sur del condado de Castilla, existía desde al menos mediados del si-glo X un palacio condal gestionado por un meri-no que se encargaba del cobro de las rentas que los condes disfrutaban en razón tanto del ejerci-cio de su poder político como de su propiedad dominical. Está documentada la percepción de rentas derivadas del ejercicio de la justicia y del

20 Sahagún3, 1004.21 Gradefes, 5.22 Peña, 54.

castigo de infanzones rebeldes, pero también de donaciones recibidas a título particular por los condes o de derechos señoriales —por ejemplo la mañería— sobre sus vasallos directos. En este sentido, el palacio funcionaba al mismo tiempo como centro político y señorial, y contaba con tierras adscritas directamente, en las cuales de-bían pagar prestaciones de trabajo «los hombres de aquellas villas que tenían obligación de hacer las labores del palacio de Clunia». Es decir, los vecinos de algunas villas sometidas directamente al conde, pero no todos los habitantes del alfoz (ESCALONA, 2000-2001: 108).23 Por otra parte, la gestión del merino podía ir mucho más allá; se cita, por ejemplo, cómo Rodrigo Gudestioz tomó —ignoramos con qué justificación— las hereda-des y las casas que un tal don Severo tenía en Hontoria de Valdearados y las convirtió en pala-cios, los cuales dio en préstamo al monasterio de San Isidoro de Clunia: Illas hereditates de Fonte auria de domno Severo, et suas casas fecit eas Ro-derico Godestioz palatios, et tenet Sancti Isidori monasterio de Clunia cum suas sernas et suas vi-neas et suo mulino.24

El caso de Clunia arroja indirectamente cierta luz sobre el carácter de los palatia señoriales. Éstos podían ser creados en función de los intereses pri-vados de sus dueños y funcionar totalmente al mar-gen de las divisiones político-administrativas. Bas-taba con erigir el palatium y vincular a él —de manera más o menos arbitraria— una serie de pro-piedades y derechos en las áreas circundantes. Por ejemplo, en 1024, el conde García Sánchez devol-vió al presbítero Julián una heredad en Villagonzalo que sus antecesores, injustamente, habían tomado y vinculado a su palacio: miserunt in suo palacio.25 Sin embargo, los documentos del siglo XI sugieren que los palacios podían operar en un marco relati-vamente territorializado a escala local, puesto que son frecuentes los casos en que el palacio va aso-ciado al disfrute de divisa en el lugar.26

23 Peña, 54: Zelluruelo de Gimara et varrio de Fabone et alio varrio in Piniellos, in Uilliellas abent nomen Agrivellas, fuerunt de comite Garcia Fernandiz et de domna Aba et de domno Sancio comite, et mandarunt illas suos maiorinos qui Clunia obtinuerunt; et illos homines de ipsas villas abuerunt fuero per totas illas labores de palatio de Clunia facere.

24 Ibidem.25 Cardeña, 224.26 Por ejemplo, Sahagún2, 648 y 693. También hay casos

de asociación entre el palacio y fracciones de propiedad y derechos: cartula donacionis de illa tercia de Castellanos et de illos meos palacios (Sahagún2 685, 1069).

LOS PALATIA, PUNTOS DE CENTRALIZACIÓN DE RENTAS EN LA MESETA DEL DUERO SIGLOS IXXI 109

Figura 6.3. Patrimonio de Oña en el alfoz de Ausín (1011-1077).

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La influencia de los marcos territoriales en el funcionamiento de los palacios se pone de mani-fiesto en dos ejemplos particularmente elocuen-tes procedentes del alfoz de Ausín, al sur de Bur-gos. En la dotación fundacional del monasterio de Oña, en 1011, el conde de Castilla Sancho García incluyó, entre otros muchos bienes, una serie bastante compacta de propiedades en el al-foz de Ausín, consistente en dos villas íntegras y la porción del conde en otras seis.27 La cabecera del alfoz —Ausín— no se vio afectada por la do-nación y hay que suponer que continuó siendo el centro de gestión de la jurisdicción condal en el distrito, aunque las propiedades del conde hubie-sen sido transferidas al monasterio. Mucho más tarde, en 1077, Oña decidió desprenderse de

27 Condes, 64, 1011: Et in alfoce de Agosin, Ripiella cum integritate. In Fonte Aurea nostram porcionem. Et in alia Fonte Aurea nostram porcionem. Tablatiello cum integritate. Et in Cubiello, et in Repiella de Campo, nostram porcionem. Cela Sancti Romani cum integritate. Et in Salguero nostram porcionem. Cella Sancti Andres cum integritate. In Mutua nostram porcionem.

todo este bloque de propiedades por medio de una permuta con el obispado de Burgos.28 En la descripción de los bienes se aprecian los intere-santes cambios que la gestión monástica había introducido. Aunque no se mencione la palabra palatium, la descripción permite deducir que en Revillarruz, una de las villas donadas de forma íntegra en 1011, se había erigido un centro seño-

28 CatBurgos 34, 1077: Ripiella de Ferruç, ad integrum cum suo saione, qui currit super decem uillas, id est: in am-bas Fonte Aureas et in Ripiella de la Fonte et in Ripiella de Campo et in Salguero et in Cupiello de Cipriana et in Cupiello de Sesnando et in Motua de Sancti Cipriani et in Motua de Zahalanes et in Quintanaseca. Addimus, etiam, et in Fonte Aurea de Iusu nostra porcione; et, in alia Fonte Aurea de Susu, nostra porcione; et, in ambos Cupiellos, nos-tra porcione; et in Ripiella de Campo, nostra porcione; cella Sancti Romani ac integritate; in Salguero, nostra procione; cella Sancti Andree cum integro; in Motua de Sancti Cipria-ni, nostra porcione; in Motua de Zahalanes, nostra porcione; in Quintanaseca, nostra porcione. El hecho de que los luga-res sobre los que actúa el sayón de Revillarruz sean ahora diez y no siete probablemente obedece a que estos asenta-mientos se daban por sobreentendidos en las «porciones» del conde Sancho del documento de 1011.

Figura 6.4 Bienes de doña Oneca en los alfoces de Muñó y Ausín (1029).

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rial de este tipo, desde el cual un oficial señorial, un sayón, gestionaba los derechos del monaste-rio en las villas del alfoz. Es decir, desde el punto de vista territorial, la estructura de gestión de los derechos señoriales generada por Oña replicaba el modelo establecido previamente por la gestión de los derechos condales desde la cabecera del Alfoz (Fig. 6.3).

El caso es aún más interesante porque pode-mos compararlo con otro ejemplo aproximada-mente coetáneo. En 1029, doña Oneca, dama per-teneciente al linaje condal castellano (MARTÍNEZ DÍEZ, 2004: 554), profilió al rey Sancho III de Pamplona, haciéndolo heredero de gran cantidad de bienes en Castilla, entre los cuales se incluían, por una parte, la villa íntegra de Madrigal, en el alfoz de Muñó, con palacios y edificios, y con las villas que «servían a Madrigal»; y, por otra, la por-ción de doña Oneca en Hontoria de la Cantera, en el alfoz de Ausín, con sus palacios y casas y las vi-llas que servían allí, en este caso porciones —no las villas íntegras— en Modúbar, Quintanaseca y los Cubillos.29 La distancia entre Madrigal y Hon-toria de la Cantera es muy escasa y, en principio, hubiera resultado relativamente sencillo estable-cer un único centro señorial y asignarle todas las rentas en cuestión. Sin embargo, se prefirió respe-tar las dependencias territoriales generando dos redes de escala menor a ambos lados de la diviso-ria territorial entre alfoces (Fig. 6.4).

3. LOS PALATIA COMO COMPLEJOS

Una cuestión importante es saber cómo eran exactamente esos palacios de los que nos hablan las fuentes. Desde luego, el término es polisémico y abarca una gran pluralidad de situaciones que no son fácilmente reducibles a una tipología. Aún así, deben ser entendidos como construcciones de cierta relevancia en el paisaje local, con capa-cidad para funcionar como vertebradores de las comunicaciones, como ocurre en un documento

29 Peña 49, 1029: Matrikal integra cum palatiis et edi-ficiis et omnibus servientibus et omnia que ad ipsam villam pertinet et villas que ad Matrikalem deserbiunt, id est Pila integra, et meam portionem in Foliosa, et meam portionem in Frescinosa. Has villas in territorio de Monnio. In Fonteau-rea de Agusin meam portionem cum palatiis hac domibus, et villas quod ibi serviunt. In Mutuam, meam portionem. In Quintana Sicca meam portionem. In Cupiellu meam portio-nem, et in alio Cupiellu, meam portionem […].

de 1055 que cita ipsa carrera qui discurrit a pala-cio.30 Igualmente, los palacios funcionan a veces como referencia para ubicar propiedades; en 945 se mencionan tres aceñas en Zamora ad Olibares iusta palacium nostrum,31 y en 957 dos viñas sub-tus palacio.32 Es notorio el caso de Valdoré, en la montaña leonesa, donde en sendos documentos de 1016 y 1017 figuran una tierra iusta palacio in illa leira, un soto situado super palatio o unos ce-rezales qui sunt in illa presa so palatio.33 Parece evidente que en Valdoré el palacio era un hito en el paisaje que servía como punto de referencia en la localización de los bienes fundiarios.

Los textos muestran a menudo que los palacios constituían el eje de una estructura local de poder y propiedad más compleja, que integraba otros bienes, como heredades, sernas, viñas, huertos,34 o incluso equipamientos como molinos, tal y como ocurre en un documento de Cardeña de 981 que cita un molino iusta alio molino de pala-tio.35 Por supuesto, es posible que en ocasiones estos bienes —o parte de ellos— formasen un bloque compacto anejo a las edificaciones de los palacios pero más normalmente hay que pensar en conjuntos de propiedades asignadas al palacio, pero repartidas por diferentes puntos del espacio local, en función de la distribución de los recur-sos y los usos del suelo (GARCÍA DE CORTÁ-ZAR Y RUIZ DE AGUIRRE, PEÑA BOCOS, 1989: 284). Y a ello habría que añadir la existen-cia de bloques de propiedad en otros lugares ads-critos al palacio a la hora de recolectar las rentas.

Resulta muy interesante señalar que hay varios ejemplos de palacios directamente asociados a iglesias, bien porque contienen templos como parte del complejo, bien porque los palacios for-

30 Sahagún2, 550.31 Sahagún1, 99.32 Sahagún1, 153.33 Otero, 104 y 111.34 En ocasiones las enumeraciones son sumamente pro-

lijas y explícitas, como ocurre en una donación de María Pe-láez a San Pedro de Arlanza (Arlanza 84, 1091): illa mea he-reditate de Fontoria, id est, meos palacios et meas divisas cum suos solares populatos sive heremos et meas terras et vi-neas, ortos, pratos, pascibiles, rivis, stagnis, molinis, fontes, montes, defesas ligneas, arbores fructuosos sive infructuosos, cum egressu et regressu, sicuti a me dinoscitur esse possessum […] Et in Torre de Agomar similiter trado meos palacios cum suas divisas et suos solares, populatos sive heremos, et meas terras, vineas, ortos, pratos, pascibiles, rivis, stagnis, molinis, montes, defesas, arbores fructuosos sive infructuosos, cum in egressu et regressu, sicuti a me dinoscitur esse possessum.

35 Cardeña, 181.

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man parte del equipamiento de una iglesia, que aparece en este caso como la referencia principal. En la primera situación, un documento de Carde-ña de 968 cita una aecclesia de palatio36 y en 1011 una donación del conde Sancho García al monas-terio de Oña incluye un palacio y dos iglesias en Marmellar.37 Lo mismo sucede con las heredades que la condesa doña Sancha entrega a Sahagún en 1020 en la villa de Santa María, indicando: ec-clesia ibi fundata et palatios in ipsa uilla.38 En 1089 se mencionan dos palacios dotados de igle-sias en Petrapidonia, en Castilla.39 Mucho más elocuentes son dos documentos de 1011 en que el conde castellano Sancho García utiliza el tér-mino «capilla» para citar una iglesia aneja a un palacio: et cum palacio et cum ecclesia beati Mar-tini que est mea capella et ecclesia sancti Iohan-nis.40 En el segundo supuesto, el de una iglesia que figura como elemento principal al que se aso-cia un palacio, tenemos un ejemplo muy elocuen-te —y relativamente temprano, del año 967— en el abad de Celariolo Ranosindo, quien entregaba la iglesia de San Clemente de Hontoria, junto a Melgar, incluyendo corte clausa cum suis edificiis, palacios IIos et supratos duos.41 En este caso, los palacios —se cita expresamente dos— forman parte de un complejo delimitado por una curtis cercada en cuyo interior se incluían varias edifi-caciones, entre las cuales el documento no sólo cita los palacios, sino también los sobrados, es decir, espacios de almacenamiento. Estos palacios deben entenderse como edificaciones residencia-les de prestigio, asociadas a esos sobrados donde podría estarse recogiendo la renta. Es muy llama-tivo que este complejo patrimonial, compuesto por un espacio cercado y varios edificios, se vin-cule explícitamente a una iglesia, lo que vendría a subrayar la idea de que los centros eclesiásticos desempeñaban un papel esencial en la articula-ción de la propiedad señorial en la cuenca del Duero. Haya o no una vinculación con lugares de

36 Cardeña, 134.37 Oña_Álamo, 14.38 Sahagún, 407.39 Oña_Álamo, 84: alio palacio de Falcon Munioz cum

sua ecclesia que dicitur Sancti Aciscli […] et alio palacio cum sua ecclesia que dicitur Sancti Salvatoris.

40 Oña_Álamo, 14. La segunda mención procede, por desgracia, de un documento poco digno de crédito: ...nos-tro palacio et cum suo exido et cum nostris ecclesiis que sunt nostre capelle (Oña_Álamo, 9, 1011).

41 Sahagún1, 246.

tipo religioso, lo cierto es que la mayoría de las informaciones sobre palacios en la zona leonesa sugieren que eran parte de cortes o de villae, como sucede con la villa que Gotina poseía en Vi-llella, en el río Valderaduey, y que donó en 1033 al monasterio de San Martín de Valdepueblo cum suas hereditates et cum suos palacios obtimos.42

Un aspecto fundamental de estos complejos es la existencia de familias campesinas adscritas a los palacios como tales, ya estuviesen asentadas en sus inmediaciones o en un radio de dispersión mayor, cuestión que los documentos no suelen precisar. En ocasiones se cita simplemente sola-res, como en Gabinos en 1087;43 en otras, se menciona más claramente a los campesinos de-pendientes, como en Villavega en 1042,44 en Gri-jalba en 104745 y en Zarapicos, donde en 1065 la condesa Justa y su hijo Diego Ansúrez donan nos-tra divisa et nostros palatios, cum hominibus qui habitant vel ad habitandum venerint46. Hay ca-sos, aunque son los menos, en que aparece una lista nominal de los dependientes, como en un documento de San Miguel de Pedroso de 971, en que doña Mayor ofrece su divisa y palacios en Leiva, junto con siete collazos citados nominal-mente.47

Aunque los aristócratas de este período po-dían tener propiedades en muchos lugares sin tener palacios en ellos, parece que allí donde te-nían un palacio también disfrutaban de una sóli-da implantación señorial a escala local, la cual podía ir desde el control total de la aldea al dis-frute de una parte de la misma, hubiese o no otros señores presentes en ella. Esta realidad aparece reflejada en expresiones comunes como la asociación entre palacios y heredades o la mención de porciones o fracciones. Sin embar-go, a partir del segundo tercio del siglo XI se empieza a generalizar el fenómeno de la divisa como expresión de ese tipo de implantación lo-

42 CatLeón4, 916.43 Sahagún3, 836.44 Sahagún2, 465.45 Sahagún2, 504.46 Sahagún2, 648. Este aspecto también se detecta en los

casos estudiados en la zona navarro-riojana por García de Cortázar y Peña (1989, 285-286).

47 San Millán, 89: dono vobis in villa Leiva, qui est sitam iuxta rivum Tironis, mea divisa et palacios, cum terris, vi-neis, ortis, molinis et collazos pernominatos, id est Vincenti Ovecoz, Ulaquide Nunniz et Alvaro Garceiz, Gutier Alvarez, Eita Nunno, Nunno Gutierez, Fortun Nunnez, cum exitu et regressu, et pastu, potestate, per in seculum, amen.

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cal parcial. El control de una divisa suponía dis-poner de una parcela de dominio señorial local o, lo que es igual, ser reconocido como señor o como uno de los señores de una determinada comunidad (ESTEPA DÍEZ, 1996; ÁLVAREZ BORGE, 1996: 38-39). Disponemos de algunos datos que sitúan a los palacios en relación direc-ta con esas divisas y, en consecuencia, vincula-dos al control sobre los campesinos. Tales refe-rencias comienzan a ser más frecuentes a partir del segundo tercio del siglo XI y suelen referirse a miembros de la aristocracia magnaticia. Un buen ejemplo de ello es la donación, antes cita-da, que hacen en 1065 la condesa Justa y su hijo Diego Ansúrez al monasterio de Sahagún de su divisa y sus palacios, con los hombres que allí habitan, en Zarapicos, cerca de Mayorga.48 Se atestigua una relación entre divisa (poder seño-rial local), presencia de palacios y existencia de un campesinado sometido al poder señorial. La específica mención a los palacios −entendidos como varias edificaciones con funciones diver-sas, pero asociadas a la representación local del poder señorial− parece indicar que éstos com-ponían un elemento esencial en esa articulación señorial, como también ocurría en regiones más orientales (GARCÍA DE CORTÁZAR Y RUIZ DE AGUIRRE, PEÑA BOCOS, 1989). Un caso similar es el de la condesa Momadonna, que en 1083 dona al monasterio de Sahagún, entre otros muchos bienes, los palacios, con sus habitantes y heredades, que su marido, el conde Munio Al-fonso, le había dado en arras en San Román, así como los que tenía en Gordaliza del Pino.49 En ese documento no se menciona la existencia de divisas, pero los palacios funcionan como un re-ferente básico que explica la dominación sobre los hombres.

Un caso especialmente interesante proviene de la donación que hace Pedro Pérez al monasterio de San Mancio en 1070.50 A través de ella puede describirse cómo era un dominio señorial de nivel magnaticio en el centro de la cuenca del Duero, y curiosamente se citan numerosos palacios:

[...] Inprimis poneo ibi Uillanoba cum suos palacios et cum sua turre et cum suas sernas et cum suas uineas, montes, fontes […] Et illa

48 Sahagún2, 648.49 Sahagún3, doc. 806.50 Sahagún2, doc. 693 (Sobre esta donación, véase RE-

GLERO DE LA FUENTE, 1993: 100 y 158).

mea diuisa in Escobare, cum suos palacios et suas sernas et cum suas uineas et cum suos monasterios Sancti Laurencii et Sancta Maria, cum omnia sua prestancia ab omni integrita-te. Et in Campo de Tauro, in Uilliela, illa mea deuisa cum suos palacios et cum suas sernas et cum suas uineas et cum omnia tota sua pres-tancia ab omni integritate. Et in Lopo Roio illa mea diuisa cum suas casas et suos palacios et suas sernas et suas uineas et cum suos montes et suas fontes […] Et in Palacios illa mea deui-sa, ab omni integritate, cum suas terras et cum suas uineas et cum omnia tota sua prestantia quomodo superius dixi […] Et in Karrione illa billa que uocitant Bezerrileio, illa mea deuisa cum suos palacios et cum suas sernas et cum suas uineas et cum suos pumares et cum suos molinos […] Et illa mea deuisa de Spinosa, cum suos palacios et cum suas sernas et cum suas uineas et cum suos pumares et cum suos molinos [...]En el texto se aprecia una repetida asociación

entre palacios, divisas y sernas, lo que revela la existencia de una potestad señorial local y de pro-piedades fundiarias asociadas a esa potestad, pro-bablemente trabajadas mediante prestaciones ejecutadas por campesinos sometidos al señorío. Así sucede en Escobar de Campos, en Velilla en el Campo de Toro, en Lobroyo51, en Becerrilejo y en Espinosa de Villagonzalo. En el lugar de Villa-nueva de San Mancio no se habla de divisas, pero sí de unos palacios que tenían una torre y que esta-ban asociados a sernas y viñas. En Escobar de Campos, esa propiedad señorial incluye los monas-terios de San Lorenzo y Santa María, que probable-mente eran el origen de la divisa de que disponía en el lugar. Por otro lado, es muy significativo que en la mención de Palacios, posiblemente Palacios de Campos, sólo se cite el lugar, la divisa y las tie-rras, pero no los palacios; quizá en este caso nos hallamos ante un lugar que evolucionó a partir de la presencia de esos palacios concretos, configu-rándose un núcleo de población en torno a dichas estructuras. Ello nos debería inclinar a considerar la posibilidad de que en ocasiones haya uno o más palacios en una aldea y, en otras, pueda ha-ber palacios que son la aldea (Fig. 6.5).

El extremo opuesto viene ilustrado por el valle de Petrapidonia, en Castilla. Una donación de

51 Este lugar debe identificarse con un despoblado al oeste de Torrecilla de la Abadesa, Valladolid.

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106752 nos habla de una divisa articulada en tor-no a solares que habían pertenecido a unos pala-cios y que estaban compuestos por una serie de bienes, como tierras, viñas y otras propiedades. Más elocuentemente, en un texto de 108453 se observa la presencia de numerosos palacios si-tuados en el valle de Petrapidonia, con propieta-rios diferentes:

[…] nostros palacios cum suis divisis et nos-tra hereditate quam habemus in valle de Pe-trapidonia […]. In primis damus ipsos palacios cum suis divisis qui sunt in villa de Suso, sub-ter fonte de Peniella intra viam publicam, et alio palacio de Falcon Munioz cum sua eccle-sia que dicitur Sancti Aciscli tras palacio de Fortun Ouegoz, et alio palacio cum sua eccle-sia que dicitur Sancti Salvatoris qui fuit de Annaia de Sancti Salvatoris […]. Similiter et ego Falcon Falconez et Garsia Orioles et uxor mea domna Terasia damus nostros palatios cum suis diuisis qui sunt in uilla de Suso iuxta casas de don Bermudo, ex alia parte casas de Cid de Maçar […] et ante ipsos palacios una

52 Oña_Álamo, 52 (REGLERO DE LA FUENTE, 1994: 243).

53 Oña_Álamo, 84.

ecclesia que dicitur Sancti Andres cum omnia que pertinent ad ipsam ecclesiam et ad ipsos palatios […]No conocemos en detalle cómo se gestiona-

ban las tierras adscritas a palacios, aunque los testimonios de los fueros permiten pensar que en ocasiones sirvieron para implementar prestacio-nes de trabajo que afectaban, bien a solares con-cretos adscritos al palacio, bien a comunidades locales enteras. Es cierto que las noticias más ex-plícitas se refieren sobre todo a palacios regios, pero es muy posible que el modelo se reprodujese en el caso de los palacios en manos de aristócra-tas, puesto que su relación con las divisas y con propiedad dominical (sernas) los colocaría en una posición central en la configuración de entrama-dos señoriales con una sólida base fundiaria. A pesar de la polisemia del término serna (BO-TELLA POMBO, 1988), su uso en relación con palacios aristocráticos permite presumir que se trataba de áreas sometidas a esas prestaciones de trabajo que están mejor documentadas en el caso de los palacios regios debido a las concesiones de fueros (ALFONSO ANTÓN, 1974, 2004; GAR-CÍA GONZÁLEZ, 1984).

La conclusión a la que se debe llegar es que ge-neralmente los palacios se encontraban formando

Figura 6.5. Patrimonio señorial de Pedro Pérez: localidades en las que posee palacios.

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parte de estructuras señoriales o de propiedad más complejas, de las cuales eran un componente esen-cial. Pero ¿cómo eran materialmente estas estruc-turas identificadas como palacios? Un documento del año 960 nos describe un palacio situado en Asurvial (San Ciprián de Sanabria) que estaba construido a escuadra y con un sobrado hecho con piedra, que disponía de otras casas, incluyendo un lagar y una cocina: palacio uno ex squado cons-tructo et superato ex petra murice fabricato, casa alia cum suo lagare obtimo et alia coquina.54 El pa-lacio que tenía en León el presbítero Vela en 1040 se integraba en una corte y disponía de lagar y pozo: ipsa corte cum duos soberados et uno palatio cum suo lagare et suo puteo.55 En ambos casos la imagen que se ofrece es la de una estructura de ni-vel superior al resto, con una edilicia más cuidada, que podía integrar otras construcciones con fun-ciones específicas, aunque desconocemos si se en-contraban f ísicamente adyacentes. La percepción del palacio como una edificación de un cierto prestigio se manifiesta en el énfasis que se da en ocasiones a su condición de espacios cuya cubierta es de teja, frente al uso de otros materiales más co-munes. En 980, se menciona específicamente uno domvm palatio teliato en Dueñas.56 Por tanto, el palacio se identifica con edificio de mayor porte arquitectónico, el cual se asocia generalmente a la existencia de un complejo patrimonial, una corte o una villa, que incluye otras edificaciones como laga-res, pozos y sobrados, distinguidos al menos nomi-nalmente respecto del palacio, aunque no configu-ran necesariamente un bloque espacial diferenciado. Probablemente esta complejidad estructural expli-ca el frecuente empleo del plural para referirse a una sola entidad (meos palatios), así como el pre-dominio cuantitativo de la forma plural en los to-pónimos: Palacios o Palazuelos.

Esta impresión de imponencia material debe ser, obviamente, matizada. En los Montes de To-rozos, por ejemplo, el término palatium en la do-cumentación del siglo X identifica a una edifica-ción de cierta envergadura, mientras que en el siglo XI incorpora el sentido de un control seño-rial de la aldea, aunque con un reflejo f ísico (RE-GLERO DE LA FUENTE, 1994: 367). En cambio, García de Cortázar y Peña (1989: 284) los supo-nen muy similares a las casas campesinas. Es pro-

54 Castañeda, 9.55 CatLeón4, 989.56 CatLeón2, 478.

bable que en muchas ocasiones, sobre todo en la zona riojano-navarra, donde los palacios son abundantísimos, fuese así, e incluso también en parte de los casos que hemos encontrado en nuestra encuesta. Quizá sea oportuno recordar que en la Castilla bajomedieval, la prestación del conducho (obligación del vasallo de alimentar al señor y su comitiva cuando estuviese de paso) implicaba que el señor —si no disponía de casa en el lugar— debía ser alojado en casa de su vasa-llo, la cual, durante el período de presencia del señor, pasaba a ser considerada —provisional-mente— como «el palacio» (BARBERO DE AGUILERA, LORING GARCÍA, 1991), una si-tuación que puede retrotraerse a experiencias históricas previas.57 Pero también se pueden citar otros ejemplos de palacios «temporales» en la cuenca del Duero medieval, aunque siempre con cronologías posteriores a los límites de este estu-dio. Por ejemplo, la obra del monje silense Pedro Marín documenta que la enfermería del monas-terio de Silos podía servir para alojar provisional-mente al rey Alfonso X y su comitiva cuando éste estaba de paso y, durante ese tiempo, pasaba a ser denominada «palacio».58

Todo ello, sin embargo no obsta para recono-cer que en muchos casos, los palacios documen-tados en la Cuenca del Duero en los siglos X y XI disponían de un porte arquitectónico superior a la media de las edificaciones rurales, aunque tam-bién es cierto que todavía no conocemos bien, desde un punto de vista arqueológico, la materia-lidad de las casas campesinas de este periodo.

4. QUÉ SUCEDE EN LOS PALATIA?

Las funciones que ejercían los palatia que apa-recen en las fuentes escritas de la cuenca del Due-ro eran muy diversas. En primer lugar, se constata que al menos algunos de ellos servían como cen-tros de almacenamiento de cereales. Las noticias son muy escasas, debido al tipo de textos que se han conservado, relacionados básicamente con la defensa de los derechos y bienes de las institucio-

57 De todos modos, y como referencia general, debe ad-vertirse cómo en época tardorromana y visigoda, el pala-tium puede ser cualquier lugar donde reside el emperador o el rey, como se observa en el caso del palatium de Ataúlfo en Barcino (ARCE, 2011: 26).

58 Miraculos, 133-134: Commo aparesçio santo Domingo en vision al Rey don alffonso en el Palaçio dela enfermeria.

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nes y no con su gestión cotidiana, lo que nos ha-bría aportado un mayor caudal de información. De todos modos, es muy relevante un texto de 937, en el que Citone y su madre venden al obispo Cixila de León y a los monjes de San Cosme y San Damián de Abejar una acequia en Naves junto al Porma y un soto que habían sido de su padre. Re-ciben como precio dos pieles de cordero, valo-radas en diez sueldos, así como cinco modios de trigo en grano, que llevó el obispo del palacio del rey: et cibaria de tritico quam leuastis de palatio regio, modios Ve.59 Se trata de un palacio regio, po-siblemente emplazado en la ciudad de León, don-de se guardarían reservas en grano. No queda cla-ro si el obispo tenía asignada la gestión del palacio regio o si se trata de una suerte de préstamo en-tregado a Citone y su madre.

Si aceptamos que el palacio era una edificación de envergadura superior, que representaba en el paisaje el poder y que formaba parte de un entra-mado más complejo, resulta lógico pensar que ha-bría otras construcciones que se dedicarían a esa labor de almacenamiento. Las menciones docu-mentales de palacios con sobrados, a las que se ha hecho referencia, probablemente deban relacio-narse con este almacenamiento de rentas. Pero la acumulación de cereal no agota las posibilidades. Las fazañas añadidas al final del texto del fuero de Castrojeriz, incluyen varios episodios en que los caballeros de Castro asaltaron los palacios de dife-rentes poderosos con el fin de recuperar sus gana-dos, que habían sido tomados en prenda, lo que muestra que en estas instalaciones se podía acu-mular ganado, tanto perteneciente al palacio como procedente de multas o exacciones cobradas —de forma más o menos legítima— dentro de su radio de acción. Un pasaje especialmente vívido descri-be uno de esos asaltos: el merino de la infanta doña Urraca había tomado prenda a los vecinos —probablemente en ganado— y la había conduci-do al palacio de la infanta; los hombres de Castro-jeriz fueron tras él y entraron por fuerza en la villa y el palacio, y bebieron todo el vino que pudieron y lo que no pudieron beber lo derramaron por el suelo; el consumo «punitivo» de vino se registra en otras dos ocasiones en este texto.60 Aparte de ga-nado, como puede verse, los palacios podían alber-gar cantidades significativas de vino.

59 CatLeón1, 124.60 Fueros Burgos, 1, §19. Ver la cita textual completa

más adelante.

La presencia de animales en los palacios viene complementada por otros textos, como el fuero otorgado por Fernando I a los habitantes de San-ta Cristina, cerca de Zamora, en 1062, en que una cláusula indica que si alguno quisiere marcharse del lugar, deberá vaciar su casa en ocho días; y si no tuviere bueyes, podrá tomar los del palacio y usarlos como transporte para mudar su casa, de-volviéndolos luego a su lugar, a cambio de reali-zar una prestación de trabajo (una parata) al año.61 El palacio aparece aquí como una institu-ción que dispone de animales que pueden, en este caso, ser usados por las gentes del lugar. La pre-sencia de dichos animales se explica por la exis-tencia de tierras adscritas al palacio y cultivadas por parte de los campesinos, de ahí la mención de la parata. Esta misma situación se advierte en el fuero otorgado por el conde Ramón de Borgo-ña a los habitantes de Valle, cerca de Zamora, en 1094. En él, se indica con claridad la existencia de una prestación de trabajo en la serna de palacio, situada en Salmas, cuantificada en dos días.62 Otra cláusula señala que quien desee marchar de la aldea tome los bueyes de palacio con su carro y se lleve sus bienes, siempre y cuando los bueyes vuelvan ese mismo día al palacio: Et qui se quesie-rit exire de illa villa, quomodo prenda illos boves de palacio cum suo carro et leve suo habere et tor-ne illos boves ipso die ad palacio.63 Ambos casos muestran el palacio como una entidad dotada de tierras cultivadas por campesinos dependientes, y como lugar de centralización de rentas en espe-cie y de rentas en trabajo; en definitiva, un ele-mento central en la articulación del poder seño-rial, aunque desde luego no el único.

Una faceta particularmente interesante de los palacios es su papel como escenario en el ejercicio de la justicia regia en un nivel local. Sin duda las limitaciones a las que hacía frente esa justicia, de-rivadas del incremento de los privilegios obteni-dos por instituciones y señores, debían ser paten-tes y no podemos pensar en una actuación omnipresente. Así y todo, contamos con ejemplos elocuentes. El más explícito se documenta en la Valduerna, la comarca en torno a La Bañeza, con-cretamente en Palacios de la Valduerna, localidad que parece haber recibido su nombre precisamen-te por haber sido el asentamiento de unos pala-

61 Fueros Zamora, 2, §5.62 Fueros Zamora, 4, §4.63 Fueros Zamora, 4, §6.

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cios del rey, en una zona con nutrida presencia de propiedad fundiaria regia64, frente a lo que suce-de, por ejemplo, en el entorno de la cercana ciu-dad de Astorga (CARVAJAL CASTRO, MARTÍN VISO, en prensa). En 1008, el obispo Jimeno de Astorga reconocía que la villa de San Pelayo, si-tuada en la Valduerna, era propiedad del conde Munio Fernández y de sus descendientes. Este re-conocimiento vino precedido de una vista judicial que se llevó a cabo en el lugar que llaman Pala-cios, ante el juez y el vicario del rey Alfonso V y ante varios magnates del palacio: in loco predicto quam dicunt Palatios, ante iudex et uigarius de rex domnus Adefonsus.65 El escenario donde se ce-lebró la vista parece ser Palacios de Valduerna, por lo que debía existir alguna estructura f ísica que permitiera albergar ese juicio, donde podrían residir temporalmente los individuos encargados de la acción judicial. Poco más tarde, en 1014, el abad y los monjes de Santa María de Tera dona-ban a Pelayo Daniéliz una serie de bienes, que, ante Alfonso V, le habían reconocido como pro-pios, en un juicio que se había celebrado en Pala-cios del Rey en Valduerna.66 La importancia de este lugar como centro de actividad regia conti-núa a lo largo del siglo XI. En 1080 el abad de San Julián de Samos se desplazó hasta los palacios que tenía Alfonso VI en el Órbigo, es decir Palacios de Valduerna, para quejarse porque el tenente de Ul-ver había incumplido un acuerdo previo acerca de la propiedad de unas tierras en el Bierzo. Resulta llamativo que el monarca no se encontrase en León o en Astorga, sino en sus palacios en el Ór-bigo; pero aún es más interesante comprobar que el abad acompañó al rey hasta Morales del Rey, cerca de Benavente, y fue allí donde el monarca dio una sentencia definitiva: fuit ille abba domno Fromarico cum querimonia ad rex domno Adefon-so et invenit illum in ripa de Orvego, hic in pala-tios, et pergit cum ille rex usque ad Morales de Re-ge.67 Todo sugiere que Palacios de Valduerna era un nodo importante en una red de propiedades regias entre las cuales el monarca itineraba y que se podían convertir en escenario judicial cuando el rey estaba f ísicamente presente.

64 Sampiro §24 refiere, por ejemplo, cómo la infanta El-vira, hija de Ramiro II, fundó un monasterio en el lugar de Destriana, en plena Valduerna, posiblemente con bienes que disponía en la zona.

65 CatLeón3, 669.66 CatAstorga, 212.67 Samos, 172.

En este mismo sentido, los palacios regios —aquellos desde los cuales se ejercía la justicia— podían funcionar como prisión, lo que refuerza su carácter polifuncional. En 1014, Fernando Braóliz y Sabe Elías, fiadores de Juan Matérniz y de su mu-jer, se comprometieron a que éstos entregasen a Pedro Flaínez, conde y encargado de la mandación de Lorma, la villa y la heredad que tenían en Quin-tanilla, como consecuencia del delito cometido por su hija Vitalia con el monje Flaíno, quien, por ese hecho, había sido «llevada al palacio».68 Pero quizá sea todavía más claro un documento de 1032 en el que doña Infante donaba a un tal Nuza la mi-tad de sus heredades en Cea y en Villar de Valdera-duey por haber sacado a su hija Froylo de la cauti-vidad en que se encontraba en el palacio del rey Sancho III en Monzón: Tibi dabo pro que saques filia mea domno Froylo de kaptibitate de palatium regis domno Santium de Montesone.69

Esa referencia nos permite conocer cómo San-cho III disponía de un palacio en Monzón, en un momento de expansión del poder del monarca pamplonés por el oeste de la cuenca del Duero. Por otra parte, hemos comprobado más arriba la pre-sencia de Alfonso VI en los palacios que tenía en el Órbigo, es decir en Palacios de Valduerna. Otras tres noticias procedentes de la época de Alfonso VI nos hablan de la presencia de unos palacios en las inmediaciones de Carrión en 109270 y en Sahagún, muy cerca del monasterio, en 1093 donde la reina Constanza construyó la iglesia de Santa María Magdalena,71 así como de la existencia de un pala-cio del rey en Astorga en 1100.72 Estos palacios se sitúan en algunos de los núcleos más importantes de la geograf ía política del reino, lo que posible-mente tenga que ver con la formación de circuitos de itinerancia en un sistema organizado en torno a la presencia f ísica del monarca, lo que exigía conti-nuos desplazamientos.73 Parece verosímil que los palacios desempeñasen una función relevante en ese circuito, como plasmación f ísica de la monar-quía en los principales centros políticos y en las áreas donde se había generado un denso patrimo-nio señorial del rey (Fig. 6.6).

68 Otero, 99.69 Sahagún2, 433.70 Sahagún3, 912.71 Sahagún3, 914.72 CatAst, 491.73 Sobre este modelo de itinerancia y la importancia de

los monasterios en dichos recorridos, véase BERNHARDT, 1993.

118 JULIO ESCALONA IÑAKI MARTÍN VISO

Por desgracia, la información de que dispone-mos para el período anterior a 1100 es muy parca y no permite grandes precisiones, pero, por compa-ración con otros casos europeos mejor documen-tados, hay que imaginar estos establecimientos como escenarios privilegiados para los procesos de sociabilidad que entretejían las relaciones de las éli-tes del reino. Acompañando al rey iban aristócra-tas, clérigos y oficiales regios (los ejemplos judicia-les sí ilustran este aspecto) que probablemente desarrollaban otras actividades aparte de las judi-ciales. Podemos imaginar la práctica de actividades aristocráticas, como la caza o la celebración de banquetes del tipo que aparecen representados de forma muy expresiva en el tapiz de Bayeux74 (Fig. 6.7). Por otra parte, la presencia f ísica del rey

74 En esta obra, de una riqueza iconográfica y narrativa excepcional, aparecen en varias ocasiones residencias que podemos identificar como palacios como escenario de even-tos formales, como asambleas, entrevistas, o la muerte del rey (GIBBS-SMITH, 1974: figs. 2, 21 y 25-27), pero también de reuniones informales y banquetes (imágenes en GIBBS-SMITH, 1974: figs. 32, 33 y 44; comentarios en BERTRAND, 1966: 272-73 y 77-85; LEWIS, 1999: 48-48 y 117-22), que dan pistas valiosas para imaginar lo que podría estar ocu-rriendo en otros casos peor documentados.

en ámbitos locales probablemente constituía una oportunidad muy valiosa para que personajes de nivel local, que dif ícilmente podrían acceder a él en otros contextos, pudieran contactar con el entorno regio, ofrecer sus servicios, buscar oportunidades de medrar para ellos o su prole, etc. En todos estos aspectos, sin duda muy importantes, sólo podemos de momento hacer conjeturas pero sería suma-mente interesante, por ejemplo, poder identificar este tipo de sitios y comparar sus registros zooar-queológicos con los de las aldeas campesinas, para tratar de aquilatar las diferencias de estatus a través de la dieta consumida en los palacios.75

Entre los rasgos que perfilan la materialidad de los palacios, los documentos permiten formarse una idea de cierta contundencia f ísica. Ya hemos visto que en muchos casos los palacios probable-mente coincidían con fortificaciones de control del territorio, como en el caso de los alfoces castella-nos. Por otra parte, especialmente en los casos en que los palacios se encontraban en lugares llanos o

75 Los análisis zooarqueológicos ofrecen una vía suma-mente prometedora para el estudio de las diferencias so-cioeconómicas en época medieval y post-medieval (ASHBY, 2002; MORENO-GARCÍA, DETRY, 2010).

Figura 6.6. Los palacios regios en la cuenca occidental del Duero y la posible itinerancia regia.

LOS PALATIA, PUNTOS DE CENTRALIZACIÓN DE RENTAS EN LA MESETA DEL DUERO SIGLOS IXXI 119

en medio de caserío, hay que suponer que las men-ciones de «cortes cerradas», podrían aludir a es-tructuras más sólidas e imponentes que meros va-llados. Un diploma de 1070 asocia palacio y torre en Villanueva de San Mancio: Villanoba cum suos palacios et cum sua turre.76 Se trata de un caso poco frecuente, donde el uso del plural (palacios) parece indicar que estamos ante un conjunto de es-tructuras palatinas, entre las cuales destaca la torre.

76 Sahagún2, 693.

No hay que pensar que en todos los casos la parte residencial y representativa del palacio fuese una torre, pero tampoco puede descartarse que el mo-delo típico de residencia de la hidalguía local bajo-medieval —la torre señorial— tenga un anteceden-te en este período altomedieval.77 En relación con

77 Una reciente propuesta plantea que la residencia de las aristocracias hispanas post-romanas debía situarse en una serie de torres (ACIÉN ALMANSA, 2008). No obstante, la debilidad de las pruebas empíricas impide de momento ir más allá de la hipótesis.

Figura 6.7. Tapiz de Bayeux: El rey Harold de Inglaterra celebra un banquete en su palacio de Bosham.

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esa posibilidad, cabe recordar las menciones docu-mentales y toponímicas de torres y similares en contextos no regios de los siglos X y XI, de las cua-les no hay rastro material (VÁZQUEZ ÁLVAREZ, 1999; ESCALONA, en prensa). Es dif ícil imaginar su aspecto, pero quizá se pueda citar algún ejemplo «de máximos», como sería el caso de la llamada to-rre de doña Urraca en Covarrubias, que, a pesar de las transformaciones experimentadas en época ba-jomedieval, tiene una base constructiva claramente altomedieval y se emplaza en llano, en el centro de un establecimiento señorial del más alto nivel: con-dal y eclesiástico (HUIDOBRO, 1922; SÁNCHEZ TRUJILLANO, 1976). ¿Es posible que este edificio marque un «techo» en cuanto a la envergadura ma-terial de los palacios no regios de los siglos X y XI? Si es así, cabría preguntarse qué clase de poderes pudieron impulsar la construcción de la torre de Noviercas, en Soria, de tipología y emplazamiento muy semejantes a la torre de Covarrubias, como se ha indicado en más de una ocasión (GAYA NUÑO, 1932; SÁNCHEZ TRUJILLANO, 1976; MARTÍ-NEZ TERCERO, 1979), o la torre de Trancoso (Por-tugal) tipológicamente análoga, aunque de empla-zamiento más claramente defensivo (BARROCA, 1990-91: 94 y 96). En un nivel más modesto, quizás el yacimiento excavado por Ramón Bohigas en Las Henestrosas (Cantabria) pueda ser considerado un ejemplo de la evolución plenomedieval de este tipo de establecimientos señoriales (BOHIGAS ROL-DÁN, GARCIA ALONSO, 1986) (Fig. 6.8).

Esta cuestión de la materalidad de los pala-cios es importante porque las funciones que he-mos descrito (almacenamiento de rentas, ejerci-cio de la justicia, percepción de multas, prisión) sugieren que los palacios podían ser también es-cenarios de violencia y que debían estar equipa-dos teniendo en cuenta la eventualidad de que pudieran ser atacados. Por desgracia la informa-ción sobre este aspecto no es abundante, pero contamos con un texto excepcional que abre gran cantidad de perspectivas. Se trata de las fa-zañas —arriba citadas— añadidas como apéndi-ce al fuero de Castrojeriz, un texto cuya forma definitiva se forjó probablemente en tiempos de la reina Urraca (LARRAÑAGA ZULUETA, 1999). Estas fazañas dibujan un panorama enor-memente sugerente: en un momento clave en la consolidación del señorío concejil de Castrojeriz sobre su territorio, la implantación de otros po-deres señoriales dentro de su alfoz constituía un motivo de fricción casi garantizada. Gracias al fuero sabemos que en el entorno de Castrojeriz había no menos de doce palacios de titularidad muy variable: en un caso no se especifica, dos eran del rey, uno de la infanta Urraca, seis eran de nobles y dos de instituciones eclesiásticas. Es-tos palacios representaban una amenaza para el emergente señorío concejil, entre otras cosas porque desde ellos se ejercían acciones, legítimas o no, que eran percibidas por el concejo como lesivas de sus derechos (Fig. 6.9):

Figura 6.8. Las torres de Covarrubias (Burgos), Noviercas (Soria) y Trancoso (Portugal).

LOS PALATIA, PUNTOS DE CENTRALIZACIÓN DE RENTAS EN LA MESETA DEL DUERO SIGLOS IXXI 121

[19] … In diebus illis venit Didaco Perez et pignoravit nostro ganato et missit se in villa Si-los, et fuimus post illo et dirrumpimus illa vi-lla et suos palacios et occiderunt ibi quindecim homines, et fecimus ibi magnum dampnum et traximus nostra pignora inde per força. Migra-vit a seculo Sanctius rex, et surrexerunt homi-nes de Castro et occiderunt IIII saiones in pala-cio de Rex in Mercatello et LX judeos; et illos alios prendamus totas et traximus illos de suas casas et de suas hereditates et fecerunt popula-re ad Castrello, regnante rex Ferrandus filius eius pro eo. In illo tempore venerunt Nunno Fa-nez et Assur Fanez et levarunt nostra pignora ad villa Guimara; et fuimus post illa et dis-rumpimus suos palacios et traximus nostra pignora; et misserunt se illos in uno orpeo, et traximus los foram cum magno deshonore et fecimus expressa de quanto ibi invenimus. Et fuimus post uno pedrero et abscondit se in illo palatio de rex Ferrandus in Astudiello, et dis-rumpimus illos palatios et matamus inter illo pedrero. Et levaron nostra pignora, ad Quinta-nilla de Villegas et fuimus post illa et disrum-pimus villa et palatios ubi pignora illa erant et adduximus nostro ganato et suo; et venit Or-don Ordonez, qui tenebat Palentia, et fecit

querimoniam ad regem domino Ferrando, et autorizavit nostros foros. Et uno pedrero alia vice abscondit se in palatio de Gonzalo Alva-rez, et fregimus illo palatio interfecimus illum ibi. Aegrotavit rex Ferrandus usque ad mortem et dedit Castellam ad filio suo Sancio rege et regnavit in ea modico tempore; ipse fuit occi-sus per concilium domna Urraca, germana sua, in civitate que dicitur Zamora. Post hec venit fratrer suus rex in Castella et regnavit in ea et authoritavit istos foros supradictos. In tempore illo venit merino de illa infante dña Urraca et accepit ipsa pignora et missit illa in palatio de illa Infante in villa Izinaz; et fuimus post illa et rumpimus villa et palatio et bibi-mus illo vino quantum potuimus, et illud quod non potuimus bibere dedimus de manu per te-rra; et venit illa infante cum querimonia ad illo rege suo germano, et confirmavit nostro foro. Et venerunt homines de villa Silos et leva-verunt nostra pignora; et fuimus post illa; et misserunt se cum [ea] in palatio de Sebastiano Petrez, et dirrumpimus illo palatio, et occidi-mus uno homine nomine Armentero, et bibi-mus illo vino et adduximus nostra pignora; hoc factum fuit cum domno Cite de Ferrera. Et alia vice fuimus cum Salvator Mudarra post

Figura 6.9. Palacios del entorno de Castrojeriz mencionados en las fazañas añadidas al fuero.

122 JULIO ESCALONA IÑAKI MARTÍN VISO

uno pedrero ad Melgarejo, et abscondit se in palatio de Gustio Rodriguez, et fregimus illo palatio, suo filio ibi stante, et reperiamus illum et adduximus illos petreros ad illa ponte de Fi-tero et fecimus illos saltum facere in aqua et interfecti sunt ibi. Alice vice fuimus ad Fitero cum Alvaro Cosides propter nostra pignora et traximus illa de monasterio sancti Emiliani; et alia vice fuimus cum eo ad Rivela post nostra pignora, et fregimus illa villa et illos palatios de illo Comite domno Garsias, et adduximus nostra pignora per força. Et alia vice fuimus cum ipso a Balbona, et fregimus illa villa et illos palatios de illa Comitissa domna Maria, et traximus nostra pignora per força, et bibi-mus illo vino qui invenimus. Et fuimus post nostro ganato ad Villa Veia, et rumpimus illos palatios de Cobarruvias, et adduximus nostra pignora. Et todas estas fazañas fueron faralla-das ante Reges, et Comites, et fuerunt authori-zadas…78

Como puede verse, las fazañas recogen una serie de acciones emprendidas por los hombres del concejo contra los palacios en cuestión, ac-ciones que en ocasiones llaman la atención por lo violento y lo contundente. Así, en época de Sancho III (1029-1035), para recuperar un ga-nado que les había sido prendado, los de Cas-trojeriz irrumpieron en la villa y palacios de Diego Pérez en Villasilos y mataron a quince hombres e hicieron grandes daños. A la muerte de Sancho III en 1035, se levantaron los habi-tantes de Castrojeriz contra el palacio del rey en Mercadillo y, tras matar a cuatro sayones y sesenta judíos, tomaron prendas al resto de los judíos y los sacaron de sus casas y los obligaron a poblar Castrillo Matajudíos. En tiempos de Fernando I (1035-1065), para recuperar otra prenda, los de Castrojeriz atacaron los palacios de Nuño y Asur Fáñez, los quebrantaron y recu-peraron su prenda; y ellos se refugiaron en un hórreo del cual los de Castro los sacaron con gran deshonor.79 Por otra parte, en dos ocasio-

78 Fueros Burgos, 1, §19. Para comodidad del lector, re-producimos la totalidad del pasaje.

79 En la edición de Martínez Díez (Fueros Burgos), que reproduce la de De Manuel de 1800, esta frase aparece así: et misserunt se illos in uno Orpeo, et traximus illos foram cum magno deshonore, entendiendo que se trata de un des-conocido topónimo. Parece obvio que el pasaje esta de-turpado y debe restituirse como misserunt se illos in uno orreo.

nes fueron en persecución de honderos (pedre-ros), que probablemente habían acometido al-gún delito, y que se habían refugiado en palacios, los cuales los de Castro allanaron, ma-tando a los perseguidos. En otra ocasión, los pe-dreros les tomaron prenda que llevaron a Quin-tanilla de Villegas y los de Castro la recuperaron quebrantando villa y palacios. En tiempos de Alfonso VI (1072-1109), el merino de la infanta Urraca tomó prendas a los de Castrojeriz y las llevó a su palacio de Villaiznaz, el cual fue alla-nado por los de Castro, que se bebieron todo el vino que pudieron y lo que no pudieron beber lo desparramaron por el suelo. También se menciona cómo los vecinos de Villasilos toma-ron prenda a los de Castrojeriz y se refugiaron con ella en el palacio de Sebastián Pérez; sin embargo, los de Castro atacaron el palacio, ma-taron a un hombre, se bebieron el vino y se lle-varon su prenda. Por último, en persecución de otros pedreros, atacaron y destruyeron el pala-cio de Salvador Mudarra en Melgarejo, donde estaba el hijo de éste a quien se llevaron junto con los pedreros y los hicieron saltar desde el puente de Fitero, causándoles la muerte.

Todos estos episodios violentos muestran la amenaza que existía contra los palacios debido a sus funciones, que podrían engendrar conflictos de cierta intensidad, al menos en una escala local. Por consiguiente, algunos de estos palacios de-bían estar bien guarnecidos para ofrecer una re-sistencia ante esos ataques, por mínima que fue-ra. Evidentemente, no hay que pensar en castillos o fortificaciones mayores, pero sí en estableci-mientos que van más allá de meras casas grandes, dotados de edificios fuertes, y recintos capaces de albergar un contingente humano relativamente numeroso, amén de construcciones de almacén, establos o corrales. Igualmente hay que pensar en cerramientos suficientemente sólidos para tener que ser tomados por la fuerza. Llama la atención un dato referido a las fazañas: no se respetan los palacios del rey más que los de otros señores, pero nunca se registra un ataque contra ellos es-tando el rey presente y, en dos ocasiones, se pro-duce un alzamiento —con nefastas consecuencias para la minoría judía— con ocasión de la muerte del rey. Obviamente se trata de una fuente excep-cional, pero nos permite pensar en situaciones análogas que pudieron darse en otros palacios que la documentación registra de manera mucho más parca.

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5. CONCLUSIONES

Este acercamiento impresionista desde las fuentes escritas ha permitido señalar algunos ele-mentos significativos. El primero de ellos es la im-portancia que tienen los palacios en la organiza-ción de las estructuras sociopolíticas en el ámbito rural en la cuenca del Duero. Esta circunstancia ya fue advertida y subrayada por García de Cortá-zar y Peña Bocos (1989) para la Castilla de los si-glos X al XII. Sin embargo, hemos podido com-probar que es una realidad observable también en el área leonesa, aunque quizá la densidad de men-ciones de palacios es menor en este caso. Los pa-lacios de dominio regio sirvieron para hacer efec-tivo el poder de la autoridad central, pero la aristocracia imitó o creó ex novo ese instrumento para llevar a cabo una tarea similar: ejercer las po-testades señoriales en un ámbito local o comarcal.

Los palacios presentan un carácter plurifun-cional, como espacios f ísicos en los que se esce-nificaban diversas actividades. La evidencia es mucho más clara en el caso de los palacios regios, en los que se observa la concentración de funcio-nes señoriales y propiamente «políticas». Las no-ticias sobre los palacios aristocráticos son más escuetas, aunque la identificación con divisas pa-rece indicar que eran la plataforma para articular el dominio señorial en el ámbito local. En cual-quier caso, todas estas funciones tenían apareja-das la captación y centralización de rentas. A pe-sar de que los indicios no son muy numerosos, hay testimonios que parecen ir en la dirección de que los palacios podían ser centros de captación y almacenamiento —y posiblemente de consu-mo— de productos como cereales, vino o ganado. No eran los únicos puntos de centralización de las rentas, pero seguramente eran los más cerca-nos a los productores. Este carácter de centraliza-ción de las rentas y de manifestación f ísica del poder señorial y/o regio-condal es lo que explica que en varias ocasiones los palacios sean escena-rio de conflictos.

La materialidad de estos palacios es dif ícil de conocer. Las referencias escritas nos hablan de edificaciones de cierto nivel, construidas a veces en piedra, con cubiertas de teja, e integrados en complejos patrimoniales más amplios. En dichas estructuras, aparecen espacios de producción (la-gares) y de almacenamiento (sobrados, horreos), que deben entenderse como un síntoma de las funciones asociadas a los palacios.

Es precisamente en este punto donde se echa en falta un mejor registro arqueológico: práctica-mente no conocemos nada de cómo eran realmen-te estos palacios desde un punto de vista material. La investigación no se ha centrado en esos aspec-tos, pues, o bien se han estudiado los monumentos más llamativos (iglesias, castillos), aunque sin comprenderlos necesariamente como puntos de centralización de rentas, o bien, en los últimos años, se han centrado en la urgente tarea de desve-lar los asentamientos y espacios agrarios campesi-nos. Creemos que la búsqueda de los palacios debe integrarse en esta última línea de trabajo, para comprobar materialmente cómo se efectuaba la captura de excedentes desde los productores hacia los señores, ya que la mayoría de los palacios esta-ban instalados en esos asentamientos campesinos. Habría que conocer mejor de qué áreas de almace-namiento disponían y cómo podrían gestionarse, qué pautas de consumo se advierten en estos pala-cios, qué emplazamientos se elegían, si eran o no zonas residenciales y cómo estaban construidos.

Una última pregunta es saber cuándo se pro-dujo el despegue de estos palacios en la cuenca del Duero. La hipótesis más factible es que este modelo hunda sus raíces en un momento relativa-mente tardío, a finales del siglo IX y comienzos del siglo X, coincidiendo con los procesos de transformación sociopolítica generados por la ex-pansión de estructuras políticas que englobaron a las fragmentarias sociedades locales durienses. Pero ¿qué sucedía antes? ¿Había grupos sociales capaces de capturar renta y almacenarla? ¿Utiliza-ban otros mecanismos? ¿O a partir del siglo VIII se abrió una fase de fuerte control campesino, di-ferente de la que se habría verificado en época post-romana? Todas estas preguntas forman parte de una agenda de investigación futura, que se en-camine a aclarar las formas en las que el poder so-cial y político se hizo efectivo a escala local.

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RESUMENLos silos constituyen un tipo de estructura arqueo-

lógica cuyo análisis alberga un gran potencial de cara a la interpretación de los yacimientos desde diversas pers-pectivas. Proporcionan útiles pistas para aproximarnos a la reconstrucción de la cotidianeidad y comprender la estructura social de la comunidad campesina. En el tra-bajo centraremos nuestra atención en los aspectos que conciernen a su correcta interpretación como parte in-tegrante de unos registros sometidos a una fuerte dis-torsión tafonómica (preservación diferencial de distin-tos tipos de estructuras) y en la relación que mantienen con la organización general del espacio doméstico.

PALABRAS CLAVE: Silo, arqueología altomedieval, producción campesina, gestión de recursos, tafo-nomía, residualidad.

En la producción bibliográfica peninsular de contenido arqueológico anterior a 1990, las re-ferencias a estructuras altomedievales interpre-tadas genéricamente como basureros eran una constante, constituyendo un reflejo bastante fiel del escaso desarrollo metodológico y conceptual alcanzado todavía por nuestra disciplina. El tér-mino ha sido usado por prehistoriadores, arqueó-logos clásicos e incluso por medievalistas para re-ferirse a casi cualquier contenedor estratigráfico «poco convencional» (silos, fondos de cabaña, pozos ), eludiendo así una descripción precisa o su conflictiva interpretación. Carente en la mayo-ría de las ocasiones de cualquier significado real, una gran variedad de estructuras arqueológicas ha tenido cabida en dicha «no categoría» arqueo-lógica. Se obviaba así una mínima reflexión en

1 Investigador postdoctoral, Departamento de Geo-graf ía, Prehistoria y Arqueología de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU). E-mail: [email protected]. Este trabajo ha sido realizado en el marco del Grupo de In-vestigación en Patrimonio y Paisajes Culturales IT35-10 (GI-PYPAC), financiado por el Gobierno Vasco.

torno a la función e interpretación del registro arqueológico, su complejidad e implicaciones.

Desde entonces, no obstante, una imprescindi-ble reconsideración crítica del análisis arqueológi-co (BARCELÓ et alii, 1988) y, por qué no, tam-bién, una significativa renovación de los actores que intervienen sobre el patrimonio arqueológico con la irrupción de la arqueología contractual, condujeron, al menos en el caso del medievalismo hispano, a tratar de dotar de contenido y de una adecuada dimensión histórica a variados registros arqueológicos que hasta entonces habían perma-necido subinterpretados2. Resulta indispensable aludir también en este contexto a las renovadoras aportaciones que desde la etnoarqueología, la ar-queobiología o la arqueología experimental han ido incidiendo sobre el debate, destacando sobre todo los trabajos de Miret (2005, 2006, 2008) o Peña (PEÑA et alii, 2000).

A lo largo de estas líneas procuraremos abordar distintas posibilidades de análisis de los silos como estructuras arqueológicas dentro de su más amplio contexto espacial (en relación a la vivienda y al ám-bito de la unidad doméstica), y como elemento so-bresaliente por su potencialidad para desarrollar inferencias sobre la organización interna o la es-tructura socioeconómica de los asentamientos en los que se identifican, y también sobre cuestiones relacionadas con la tafonomía del registro. Ensaya-remos a la vez una sucinta aproximación cronoló-gica al fenómeno, exponiendo lo que a nuestro jui-cio pueden ser algunas claves para explicar su aparición y desaparición en distintas etapas históri-cas como elemento trascendental para la compren-sión de los mecanismos de autorreproducción de la familia campesina (la gestión a escala doméstica de una parte de la producción y de la conservación es-

2 Véanse, por ejemplo, FERNÁNDEZ UGALDE, 1994; VIGILESCALERA, 2000 o AZKARATE, QUIRÓS, 2001. Con un contenido más teórico, BARCELÓ, 1996, 1998.

7Ver el silo medio lleno o medio vacío:

la estructura arqueológica en su contexto Alfonso Vigil-Escalera Guirado1

128 ALFONSO VIGILESCALERA GUIRADO

tratégica de los recursos básicos para su autonomía y supervivencia) y, por tanto, para entender la es-tructura social en la que ésta se inserta.

Se considerará en primer lugar hasta qué punto se pueden interpretar como silos determinadas es-tructuras arqueológicas, con las implicaciones que ello conlleva (MIRET, 2006: 213). Existen toda una serie de rasgos cuya correcta comprensión, en conjunto, ayudaría a esclarecer el asunto. Como veremos, no siempre esa tarea es sencilla, depen-diendo de cuestiones tafonómicas entre las cuales destaca sobre el resto especialmente una: el estado de conservación de la cota original de la superficie del yacimiento3 (Fig. 7.1). Superado ese primer es-collo, las propias estructuras constituyen un valio-

3 Tratándose de asentamientos rurales en llano y de ca-rácter abierto, sometidos a prácticas agrarias continuadas hasta la actualidad, no es extraño encontrar grados de arra-samiento excepcionalmente severos, con pérdidas de en-tre 40 y 80 cm de cota. Además, como se comprueba por ejemplo en Gózquez (VIGILESCALERA, 2000b), esa la-minación horizontal no suele ofrecer un valor homogéneo, habiendo partes del yacimiento más o menos dañadas en función de distintos factores.

sísimo indicador, por ejemplo, acerca del grado de arrasamiento de la cota de frecuentación original del sitio arqueológico, aspecto éste que creemos ha sido infravalorado de manera poco comprensi-ble (VIGILESCALERA, 2006) (Fig. 7.2).

Cuál era su forma completa original, por ejem-plo, o si sus paredes recibieron regularmente al-guna clase de revestimiento o tratamiento espe-cial son todos ellos asuntos que facilitarán la correcta discriminación de los silos respecto a otras fosas de funcionalidad imprecisa. En princi-pio consideramos que tienen una elevada proba-bilidad de haber sido silos para el almacenamiento a medio/largo plazo de cereal la mayor parte de las fosas de planta circular con diámetros com-prendidos entre los 70/80 y los 200/230 cm4 cuyo perfil sea compatible con el de un contenedor de boca estrecha5. Quedan así fuera de esta categoría

4 Se documentan de manera esporádica contenedores subterráneos de mayores dimensiones y capacidad en con-textos altomedievales.

5 La conservación en ambiente anaerobio es un rasgo distintivo del silo de cereal.

Figura 7.1. Par de estructuras excavadas en el subsuelo. No siempre resulta sencillo despejar las dudas sobre qué estructuras fueron

originalmente concebidas como silos, dependiendo de su estado de conservación.

VER EL SILO MEDIO LLENO O MEDIO VACÍO: LA ESTRUCTURA ARQUEOLÓGICA EN SU CONTEXTO 129

distintas clases de pozos, letrinas o fosas de fun-ción indeterminada con desarrollos poco regula-res en planta y sección. Dependiendo del grado de arrasamiento horizontal estimado de la cota de frecuentación original del yacimiento, solemos excluir de esta categoría a fosas de planta circular con diámetros inferiores a 70 cm, a las que cuen-tan con secciones irregulares o a aquellas con una profundidad conservada inferior a 20/30 cm.

Aunque su base suele tender a ser plana en un elevado porcentaje de silos altomedievales, no faltan ejemplos de perfil globular neto. En fun-

ción de la sección diametral de la estructura, los perfiles de los silos podrían ser descritos, pues, como globulares, en forma de saco, de matraz o de botella (Fig. 7.3).

Un porcentaje bastante elevado de silos denota haber tenido sus paredes sometidas a intenso calor, lo que deja superficies tostadas o rubefactadas que suelen conservarse por debajo de la cota de máxi-mo diámetro de la estructura y especialmente en su base, y a veces se desprenden en forma de costras (Fig. 7.4). Sin duda en la construcción o manteni-miento de los silos se empleaba el fuego (MIRET,

Figura 7.2. Estimación de pérdida de cota del yacimiento a partir de secciones reconstruidas de silos y estructuras de perfil rehundido

(entre 15/20 y 75/90 cm). A la derecha, con el grado de arrasamiento antes señalado, se comprueba la eventual desapari-

ción de estructuras de escasa profundidad.

Figura 7.3. Principales tipos de perfiles de los silos altomedievales.

130 ALFONSO VIGILESCALERA GUIRADO

Figura 7.4. Silos en los que se conservan huellas de fuego en paredes o fondo.

Figura 7.5. Solado con fragmentos de teja de la base de un silo de El Pelícano.

VER EL SILO MEDIO LLENO O MEDIO VACÍO: LA ESTRUCTURA ARQUEOLÓGICA EN SU CONTEXTO 131

2006: 214, nota 3) bien para endurecer, secar o sa-near de posibles plagas las paredes del contenedor, aunque la documentación de estas huellas es varia-ble en función del estado de conservación de la es-tructura. En determinadas ocasiones se han podido registrar solados a base de fragmentos de teja, cerá-mica o losas de piedra (Fig. 7.5).

Cuando las estructuras han sido excavadas en estratos arenosos, poco compactos o con riesgo de colapso, tampoco es infrecuente la documentación de muretes de contención o el forrado parcial o completo de las paredes (Fig. 7.6). Lo mismo suce-de en las ocasiones en que una estructura llega a seccionar a otra fosa preexistente. De las observa-ciones efectuadas en un alto número de yacimien-tos rurales se deduce que ha habido un especial cuidado en tratar de evitar el contacto con terreno removido con anterioridad o que pudiera conside-rarse contaminado. Resulta por ello bastante ex-cepcional en campo abierto la documentación de estructuras siliformes intersectadas por otras de su misma naturaleza, aunque esta consideración no parece funcionar en contextos urbanos o en los ca-sos de yacimientos con secuencias pluriestratifica-das complejas.

Un proceso de excavación y registro minucioso suele ofrecer detalles significativos acerca de cómo se produjo la obliteración de los silos (MIRET, 2006: 220-221, Fig. 9). Distintos autores han traba-

jado sobre el particular, ofreciendo pautas procedi-mentales para analizar las dinámicas de oclusión o proponiendo esquemas de sistematización de los variables procesos que conducen al relleno de la es-tructura (MESTRES, SOCIAS, 1993; MESTRES et alii, 1998; VILLES, 1981, 1982; MIRET, 2006: 221-222). Los silos pueden ser objeto de procesos de colmatación naturales (categoría A), bien de forma pausada (A1) o catastrófica (A2), resultar rellenos intencionadamente tras su abandono (categoría B), ya sea conservándose la estructura en buen estado (B1, lo que da lugar a la formación de estratos con una disposición cónica), con un derribo intencio-nado de su embocadura (B2, a veces resultando en estratos similares a los de A2). También pueden ha-ber sido reutilizados para otros fines (categoría C), como en el caso de la inhumación doble comenta-da del yacimiento de Congosto (vide infra). Dentro de la segunda categoría (B) tal vez merecieran una ulterior segregación aquellas estructuras que reci-bieron grandes porciones esqueléticas o carcasas completas de animales muertos, a veces también de cuerpos humanos, dada su elevada tasa de apa-rición en yacimientos rurales altomedievales. Es sintomático que un porcentaje elevado de los silos colmatados por procesos naturales suelan identifi-carse en la periferia de los ámbitos domésticos, siendo de dif ícil reconocimiento, mientras que los procesos de oclusión intencionada, relativamente

Figura 7.6. Silo UE 4030 de La Indiana (Pinto), con una parte de su pared forrada

con un murete de lajas de piedra.

132 ALFONSO VIGILESCALERA GUIRADO

rápidos, son generales en las inmediaciones de los espacios habitados.

La parte estructuralmente más débil o precaria del silo es la más cercana a su embocadura, su parte superior. El colapso parcial o completo del tercio su-perior de la estructura cuando ésta se hallaba par-cial o totalmente vacía suele manifestarse en la do-cumentación de depósitos estériles con forma anular en planta en el tercio inferior de la fosa. A pesar de que no son muchos los ejemplos que po-demos aportar, la existencia de silos vacíos en un cierto número de yacimientos rurales altomedieva-les invita a pensar en que estas estructuras podían llegar a pasar periodos relativamente largos de des-canso en buen estado de conservación a la espera de ser utilizados. Otro testimonio a este respecto es la utilización de un silo vacío en el sitio de Congosto para la inhumación cuidadosa y sucesiva de dos in-dividuos conforme a unas ciertas pautas rituales6. No debería confundirse esta clase de utilización ex-cepcional de un silo como estructura funeraria con el muy frecuente uso secundario de éstos como contenedor último de productos en descomposi-ción: sean estos partes anatómicas de reses o ani-males completos, animales domésticos de compa-ñía e incluso seres humanos privados del derecho a inhumarse en el cementerio de la comunidad. A pe-sar de ser ésta una práctica documentada con cierta frecuencia (estimamos que se documenta en más de la mitad de los yacimientos rurales altomedievales excavados en la Comunidad de Madrid), aún queda por desarrollar un análisis pormenorizado del fenó-meno. La frecuencia con la que los cuerpos huma-nos van acompañados de carcasas completas de diversos animales excluiría, a nuestro juicio, la in-terpretación funeraria ritualizada del depósito7.

La excepcional preservación de determinadas estructuras en el yacimiento de Gózquez nos ha permitido determinar unas dimensiones inferio-res a los 30 centímetro de diámetro para la em-bocadura de algunos silos (Fig. 7.7). Incluso los arqueólogos más menudos del equipo (porque en este caso la anchura de la cadera hubo de ser el criterio de selección del responsable de su ex-cavación) tuvieron serias dificultados para pro-ceder a la documentación rigurosa de la estruc-

6 VIGILESCALERA, 2007: 259.7 También el hecho de que los cuerpos no son sistemá-

ticamente colocados dentro de la fosa, sino arrojados a su interior. Un ejemplo de interpretación «ritual» opuesta a la aquí sostenida en NIETO, ESCALA, 2004.

Figura 7.7. Embocadura estrecha de un silo en Gózquez.

tura sin ensanchar su acceso, lo que apunta a la probable corta edad o talla de los constructores de los mismos. En alguna ocasión se ha plantea-do si podría ser éste un indicio acerca del em-pleo de mano de obra infantil en la construcción de los silos.

Por curioso que pudiera parecer en principio, la preparación de la embocadura de los silos para alojar su tapadera o sistema de cierre pue-de ofrecer un formato cuadrangular (Fig. 7.8). Así se documenta en los silos de Ampurias del siglo I a.C. (AQUILUÉ et alii, 2002: Figs. 4, 5), en el ejemplar G.6353 de Gózquez (VIGILESCALERA, 2000b) y en el que se aprecia en una de las fotograf ías publicadas de El Bovalar (Se-rós, Lleida), estos últimos datados en la primera mitad del siglo VIII d.C. (PALOL, 1968: 524, Foto II).

La aparición de molinos manuales circulares en la base de los depósitos de un elevado número de estructuras siliformes, completos o grandes porciones de los mismos, invita a pensar en que estos elementos, una vez amortizados, eran usa-dos con frecuencia como piezas de cierre o tapa-dera. Más de las dos terceras partes de las piedras de molienda documentadas en el yacimiento de Gózquez proceden de esa precisa ubicación den-tro de silos (Fig. 7.9).

Por cuanto respecta a las dimensiones de las estructuras identificables como silos, el análisis de la documentación revela la existencia de al menos dos grupos diferenciados (Fig. 7.10): tene-mos por un lado algunas estructuras de limitada capacidad (de 120-150 a 300 litros) que podrían

VER EL SILO MEDIO LLENO O MEDIO VACÍO: LA ESTRUCTURA ARQUEOLÓGICA EN SU CONTEXTO 133

interpretarse como sementeras8; y por otro, el resto de estructuras de mayor tamaño, cuya capa-cidad varía notablemente dentro de cada yaci-miento e incluso a lo largo de distintos periodos históricos9. Las medias de capacidad estimadas para los silos de algunos de los yacimientos rura-les altomedievales del entorno de Madrid ofrecen los siguientes valores: Congosto, 2250 litros; Góz-quez, 1.800 litros; El Soto, 1.510 litros; El Pelíca-no, 1.015 litros; Encadenado, 985 litros (Fig. 7.11). Las mediciones realizadas sobre los silos docu-mentados en el ámbito del segundo recinto amu-rallado de la ciudad de Madrid (siglos XII-XIII)

8 Por mucho que la teoría desaconseje el uso de estruc-turas subterráneas para el almacenamiento de simiente (y las investigaciones etnográficas así parecen ratificarlo), el hecho es que ésa parece la función más coherente para algunas es-tructuras arqueológicas minoritarias.

9 Es bastante significativo el aumento de capacidad me-dia de los silos bajomedievales respecto de los altomedieva-les, por ejemplo.

ofrecen valores que oscilan entre los 1.300 y 3.400 litros (FERNÁNDEZ UGALDE, 1994: 612-613).

Una vez tratadas brevemente algunas de las cuestiones relativas a la morfología o tipología de los silos, abordaremos a continuación la clase de información proporcionada por estas estructuras acerca de la gestión de los residuos y algunas po-sibilidades de análisis en lo concerniente a las re-laciones y asociaciones que presentan entre sí o con otras estructuras dentro del ámbito de la uni-dad doméstica, especialmente con el espacio des-tinado a vivienda.

1. LOS SILOS, SUS RELLENOS Y LA GESTIÓN DE LOS RESIDUOS DOMÉSTICOS

Los silos, como se ha apuntado más arriba, ofrecen una extraordinaria potencialidad infe-rencial para llegar a comprender otros aspectos

Figura 7.8. Embocadura de formato cuadrangular del silo 6353 de Gózquez.

134 ALFONSO VIGILESCALERA GUIRADO

relativos a la intrahistoria del yacimiento en el que se insertan. Una vez amortizados como con-tenedores potenciales de las reservas estratégicas de la unidad doméstica, las cuestiones que nos preocupan giran en torno al propio proceso de abandono u oclusión intencionada, porque de ello pueden extraerse inferencias sobre las for-mas de gestión de los residuos domésticos, la vi-

gencia, extensión o modalidades de las formas de abonado, el tipo y la cantidad de los residuos ge-nerados por cada clase de actividad y las formas excepcionales de retirada de materias peligrosas o contaminantes (cadáveres o productos en des-composición).

En los yacimientos rurales madrileños de la Alta Edad Media, por ejemplo, se han observado

Figura 7.9. Porción de la volandera de un molino manual rotatorio en el fondo de

un silo.

Figura 7.10. Categorías de silos en función de sus dimensiones.

VER EL SILO MEDIO LLENO O MEDIO VACÍO: LA ESTRUCTURA ARQUEOLÓGICA EN SU CONTEXTO 135

modos diferenciales de oclusión de silos (y otras estructuras) en función de su ubicación en el asentamiento. Dentro de las parcelas identifica-das como pertenecientes a una unidad doméstica aparecen silos cuyos rellenos proporcionan una elevada proporción de residuos en las inmedia-ciones de las estructuras residenciales o auxilia-res, mientras que algunos silos documentados cerca de los límites o en la periferia de estas par-celas presentan estratos de relleno originados fundamentalmente por sedimentación natural. El esporádico hallazgo de fragmentos de una misma pieza de vajilla cerámica en rellenos de silos rela-tivamente distantes, como se observó por ejem-plo en Gózquez, sugiere que existirían ciertos lu-gares de acumulación primarios para los residuos de las actividades cotidianas, generados en la vi-vienda (cenizas, restos de comida consumida, va-jilla rota, estiércol) o en el procesado de artículos de consumo (paja de cereal, subproductos de ac-tividades artesanales ).

La evidencia disponible indica que la oclusión de los silos suele ser un proceso bastante rápido, por mucho que la estratigraf ía ofrecida por sus rellenos pueda resultar más o menos compleja. En la literatura arqueológica no escasean referen-cias que dejan translucir cierta confusión al res-pecto. Tampoco son raros los comentarios de los que se deduce una falsa asociación entre la com-posición de los estratos de relleno y el uso origi-nal de la estructura10. Así sucede cuando se rela-ciona, por ejemplo, la cantidad de pólenes de cereal del sedimento de un estrato de relleno con la funcionalidad original de la estructura conte-nedor. Esos análisis pueden ofrecer los mismos resultados (y de hecho lo hacen) en sedimentos análogos procedentes del relleno de un pozo o de una cabaña de suelo rehundido.

10 Esta clase de confusiones también han afectado a la interpretación de otras estructuras subterráneas como son las cabañas de perfil rehundido.

Figura 7.11. Gráfica comparativa de la capacidad de los silos de Congosto y El Pelícano.

136 ALFONSO VIGILESCALERA GUIRADO

2. LOS SILOS EN SU CONTEXTO ESPACIAL

Abordaremos en este apartado la ubicación de los silos dentro del complejo ámbito espacial de la unidad doméstica. Dentro de la vivienda, cuan-do es posible identificarla con claridad, los silos aparecen en corto número, y sería interesante también conocer en qué clase de ambientes se ubican y las razones para ello, así como si es posi-ble reconocer alguna clase de diferencia en la uti-

lización de éstos y los situados en el entorno de la casa, asociados a otras estructuras auxiliares, ali-neados respecto a ejes de circulación o en los márgenes del parcelario agrario.

Asociados directamente al edificio E15 de Gózquez (San Martín de la Vega, Madrid), perte-neciente al periodo III de ocupación del yacimien-to (segunda mitad del siglo VII y siglo VIII d.C.), encontramos un total de seis silos. El edificio E15 de Gózquez se emplaza en el centro del barrio si-

Figura 7.12. Sector central de la aldea de Gózquez.

VER EL SILO MEDIO LLENO O MEDIO VACÍO: LA ESTRUCTURA ARQUEOLÓGICA EN SU CONTEXTO 137

Id. Estructura Capacidad (litros)

Capacidad conjunta

6220 900

3.3106230 1.460

6240 950

6353 3.140

5831 3.100

6360 5.580

Tabla 1. Capacidad estimada de los silos asociados al edificio

E15 de Gózquez.

tuado al Este del cementerio, en una posición do-minante y privilegiada respecto a las restantes unidades domésticas en que se articula este sector de la aldea (Fig. 7.12, 7.13). A escasos tres metros

de la vivienda por su lado occidental se documen-tó un excepcional edificio interpretado como al-mazara o lagar de aceite, único por sus caracterís-ticas en el contexto de este asentamiento. No se descarta una posible posición jerárquica de esta vivienda respecto al resto del barrio oriental.

Sólo uno de los seis silos se localiza dentro de la casa (6360), los otros cinco se disponen bien inmediatamente por fuera de los muros perime-trales (5381 en la fachada Sur, 6220, 6230 y 6240 alineados en el tramo Norte de la fachada occi-dental), bien a escasa distancia de los mismos (6353).

Parece razonable sospechar que estos seis si-los no estuvieron en uso o disponibles para ello al mismo tiempo. Sólo uno, el de mayores di-mensiones y con mayor grado de deterioro, se ubica dentro de la vivienda, probablemente en

Figura 7.13. Particular del edificio 15 de Gózquez con sus silos asociados.

138 ALFONSO VIGILESCALERA GUIRADO

un espacio inespecífico, distribuidor. Se trata de uno de los dos silos de máxima capacidad docu-mentados en el yacimiento. Tal vez dentro de la casa pudiera garantizarse un mayor control o vi-gilancia sobre el contenido de estas estructuras que, como sabemos por la documentación tex-tual, podía ser objeto de robos. La posición de los exteriores parece sostener la existencia de aleros en las techumbres, aunque fuera con un mínimo vuelo. Uno de ellos se documentó casi totalmente vacío, pero en perfecto estado de conservación, con su sistema de cierre aún en función por el que solamente había filtrado un reducido volumen de sedimento limoso. El volu-men conjunto de capacidad de almacenamiento asciende a 15.130 litros. La suma de la capacidad de los tres silos pequeños alineados da un total de 3.310 litros, bastante similar a la cantidad ofrecida por los silos medianos 6353 (3.140 li-tros) o 5831 (3.100 litros) tomados de forma in-

dividual. No se descarta la existencia de sistemas de control de las dimensiones (y por tanto de la capacidad) de los silos si se tiene en considera-ción que podrían estar repitiendo de forma bas-tante recurrente (aunque aproximada) múltiplos de un valor en torno a los 370 litros.

Los silos del edificio E15 señalados hasta ahora no cierran el capítulo de los presentes en el ámbi-to de la unidad doméstica cuyo centro lo constitu-ye la mencionada vivienda. Al Sur de la misma se localizan una gran estructura de perfil rehundido interpretada como cocina y varias estructuras más de carácter satélite, también de perfil rehundido, a las que se asocian otros grupos de silos, bien den-tro de su perímetro o a escasa distancia de esas edificaciones más modestas.

Llama la atención a este respecto, por ejem-plo, la serie de cuatro silos alineados al SW de la casa, porque se repite esta misma serie de cuatro en la unidad doméstica vecina. Y lo mismo po-

Figura 7.14. Silo en el interior del E1 de El Pelícano (sector P10).

VER EL SILO MEDIO LLENO O MEDIO VACÍO: LA ESTRUCTURA ARQUEOLÓGICA EN SU CONTEXTO 139

dríamos decir respecto de los silos encajados par-cialmente bajo un muro, ya que son variados los casos en que se repite esta ubicación en distintos yacimientos (Figs. 7.14, 7.15).

El valor espacial de los datos ofrecidos hasta el momento se puede contrastar al respecto de las evidencias obtenidas en otras asociaciones entre casas y silos o variados modelos de organi-zación interna de las unidades domésticas en asentamientos rurales con ocupaciones coetá-neas a la de Gózquez. Es el caso del conjunto de vivienda y estructuras anejas documentado en el sector P01 del yacimiento de El Pelícano (Arro-yomolinos, Madrid) (Fig. 7.16). La actividad de esta unidad doméstica no parece extenderse más allá de un lapso unigeneracional de 25-40 años, en torno al segundo tercio del siglo VI d.C. A unos 6-10 metros al Sur-Suroeste, ladera abajo de la casa, se disponen cuatro silos emparejados en dos grupos. Cada uno de estos grupos presen-

ta una capacidad de almacenamiento aproxima-da de 1.200 litros.

Id. Estructura Capacidad (litros)

Capacidad agregada

1280 3801.190

1310 810

1340 5401.275

1345 735

Tabla 2. Capacidad estimada de los silos asociados a la

unidad doméstica del sector P01 de El Pelícano.

El contraste de estas cifras con las observa-ciones efectuadas en el edificio 15 de Gózquez es más que evidente. Otra cuestión sería tratar de responder al interrogante que plantean estas diferencias entre unidades domésticas. Podría

Figura 7.15. Silo en el interior del E3 de El Pelícano (sector P03).

140 ALFONSO VIGILESCALERA GUIRADO

barajarse el factor del propio tamaño de la uni-dad doméstica, del número de miembros que la componen. Incluso la posibilidad de que la fa-milia incluyera en sus previsiones de manuten-ción a un cierto número de trabajadores depen-dientes acoplados a la casa. Pero también sería posible inferir de ello una sustancial diferencia en la capacidad de movilización social a disposi-ción de cada una de esas unidades: una movili-zación que se traduciría en organizar el trabajo de miembros externos a la familia, por ejemplo, a la contratación de trabajadores eventuales en determinadas épocas del año (la vendimia o la cosecha de la aceituna). La presencia en Góz-quez del lagar y de una gran estructura de coci-na asociadas al edificio 15 podría avalar esa cla-se de hipótesis.

Todo ellos nos proporciona posibles pistas acer-ca de unas diferencias sociales internas a la escala de la aldea que tienen muy escaso contraste o ma-terialidad cuando analizamos la clase y cantidad de

materiales presentes en cada una de esas células, o el esquema básico de sus patrones de consumo.

Relacionado con lo anterior, también debería-mos tener en consideración las inferencias que el análisis de estas estructuras nos proporcionan so-bre la capacidad productiva de cada una de las unidades domésticas en que se suelen articular los asentamientos, aunque para ello será necesa-rio clarificar el grado de coetaneidad en el uso de un determinado número de estructuras silifor-mes, o sea, cuantos silos mantiene la familia en disposición de ser utilizados al mismo tiempo, y cual es el ritmo con el que se produce la sustitu-ción de unas estructuras amortizadas por otras nuevas. Dilucidar ese número de silos contempo-ráneamente en activo puede ofrecer una excelen-te pista sobre la previsión de la propia capacidad productiva de la familia y la de sus necesidades futuras, valor éste directamente dependiente de la variable incidencia en la sucesión de años ma-los (HALSTEAD, O’SHEA, 1989).

Figura 7.16. Localización de los silos en el ámbito de la unidad doméstica del

sector P1A de El Pelícano.

VER EL SILO MEDIO LLENO O MEDIO VACÍO: LA ESTRUCTURA ARQUEOLÓGICA EN SU CONTEXTO 141

3. SOBRE LA CRONOLOGÍA DE LOS SILOS Y EL SIGNIFICADO DE SU EMERGENCIA

Abordaremos en último lugar una cuestión cronológica realmente trascendente, que atañe a la reaparición masiva y generalizada de los silos durante los primeros compases de la Alta Edad Media. Esta se produce tras un largo periodo de tiempo (casi toda la duración del Imperio roma-no) durante el cual su función recayó en otros sis-temas de almacenamiento, ya fueran edificacio-nes específicas ventiladas (horrea) o contenedores cerámicos. Parece fuera de toda duda que existe una clara relación entre la adopción de nuevas es-trategias económicas (productivas y de la gestión del almacenamiento) por las unidades domésticas campesinas y la emergencia de los silos en los ya-cimientos altomedievales.

Es cierto, de todas formas, que existieron otros sistemas alternativos para la conservación a largo plazo del cereal, como apunta J. A. Quirós en su trabajo11. Así y todo, el procedimiento de ensilado fue predominante en todos los ámbitos peninsulares donde el sustrato geológico lo hacía posible12. Incluso en Galicia o la cornisa cantábri-ca, allí donde esta clase de estructuras fueron usadas durante la prehistoria, se documenta de nuevo su aparición en contextos altomedievales tempranos13 antes de que se generalicen los alma-cenes aéreos (hórreos).

Repasaremos con este objetivo cuales son los contextos más antiguos conocidos que incluyen silos en las granjas y aldeas altomedievales de la región de Madrid, tratando al mismo tiempo de entender las razones por las que un cierto núme-ro de silos pueden haber sido datados incorrecta-mente en época bajoimperial. En el repertorio de casos que hemos manejado no hay silos con sigi-llatas tardías que no sean fragmentos residuales, por lo que resulta dif ícil asumir la aparición de éstos antes de mediados del siglo V, y son tam-bién escasos en la literatura arqueológica penin-sular los ejemplos se puedan llevar de forma bien

11 En este mismo volumen.12 En asentamientos encastillados emplazados sobre un

sustrato geológico rocoso dif ícilmente excavable se emplea-ron con certeza otros medios, véase por ejemplo el de Dehe-sa de la Oliva, en Patones, Madrid, (sobre caliza) o el de Na-vasangil, en Solosancho, Ávila, (sobre granito).

13 Véase por ejemplo el caso de A Pousada (Santiago de Compostela, La Coruña), ilustrado por P. Ballesteros, R. Blan-co-Rotea y P. Prieto (QUIRÓS, VIGILESCALERA, 2006).

contrastada a la segunda mitad del siglo V d.C.14. El ingente número de excavaciones de salvamen-to realizadas durante las pasadas dos décadas proporciona un elemento probatorio de primer orden para confirmar que los silos desaparecen del registro arqueológico durante el siglo I d.C.15 y que su retorno no se produce antes de la quinta centuria. El análisis particular y detallado de las supuestas excepciones siempre desemboca en dudas razonables acerca de la atribución cronoló-gica propuesta.

Partiendo del hecho de que se trata de un tipo de estructura diseñada para perdurar en el tiempo, arqueológicamente sólo queda testimoniado con relativa claridad el momento en que se produce su oclusión. Resulta dif ícil argumentar arqueológica-mente cuándo fueron construidos y cuanto tiempo estuvieron en uso, incluso si eso pudiera ser facti-ble a partir de determinados rasgos que pudo ir adquiriendo la estructura contenedora a lo largo del tiempo a causa de un uso repetido. Es más fácil (aunque no siempre) determinar el momento de su amortización, en función del análisis del mate-rial arqueológico presente en los depósitos cerra-dos contenidos en su interior.

Algunas fuentes escritas de la antigüedad (DUPRÉ, 1991: 207, n. 8) ofrecen referencias acerca del uso de silos durante periodos plurigeneracio-nales. El texto islámico sobre los silos toledanos y el buen estado del grano al cabo de un centenar de años, incluso despejado de sus matices más exagerados, apunta en esa misma dirección, aun-que sigue bastante literalmente las menciones de Varrón (1, 57, 2) o Plinio (18, 307). No sabemos, en todo caso, si esa afirmación se refiere a silos en un contexto urbano o rural, y las posibles dife-rencias en la manera de utilizar los silos en esos dos ámbitos podrían ser significativas.

Como forma de almacenamiento y conserva-ción a medio y largo plazo, son un recurso cotidia-

14 Silos de la c/Molino (Águilas, Murcia) datados en la segunda mitad del siglo V d.C. (HERNÁNDEZ, 1998: 191) con abundante material reconocible de esa fecha (TSAD, CCR, ánforas). En la más antigua fase de ocupación del sec-tor P09 del yacimiento de El Pelícano (Arroyomolinos, Ma-drid), una serie de silos podrían llevarse al último tercio del siglo V d.C. (9360, 9367, 9656, 9312, 9316) y otros al primer tercio del VI (9249, 9406, 9627, 9690). También correspon-dería al último tercio del siglo V d.C. un buen número de es-tructuras de almacenamiento subterráneo del yacimiento de Congosto (Rivas-Vaciamadrid).

15 Puede darse algún caso que llegue a la primera mitad del siglo II d.C., pero no sería lo habitual.

142 ALFONSO VIGILESCALERA GUIRADO

no empleado por las unidades domésticas desde época prehistórica (desde la implantación de las primeras comunidades agricultoras productoras de alimentos, en el Neolítico). Sólo en muy deter-minados momentos y circunstancias su uso quedo relegado a favor de otras soluciones. Por ejemplo, queda bastante claro a partir de la documentación arqueológica que su empleo habitual desapareció de la ciudad de Madrid entre los siglos XIII y XIV, aunque se siguiese utilizando después de esa fecha en otros asentamientos de la región de carácter ru-ral (o no tan marcadamente urbano como ya lo era Madrid). Esta claro que esa forma tradicional de-bió ser sustituida por otras equivalentes en cuanto a función, y lo que se alteró de manera radical fue la gestión de los recursos almacenados, arrebatada o cedida de las manos de las unidades domésticas a las de instituciones comunales o señoriales (FERNÁNDEZ UGALDE, 1994). Es precisamente en ese aspecto donde querríamos detenernos ahora, porque son las formas de gestión de los excedentes en un determinado contexto social las que a veces cambian, y no el empleo de una técnica u otra, de una estructura específica u otra. Los pósitos supu-sieron la desaparición de los silos en la mayor par-te de las casas de las ciudades. Formas comunales de conservación (una gestión centralizada de re-cursos considerados estratégicos por la comuni-dad) o la apropiación monopolística de esas fun-ciones por determinados individuos o instituciones con el suficiente poder pueden terminar con las formas estrictamente domésticas de gestión de esos excedentes.

Los silos, por ejemplo, también desaparecen del registro arqueológico durante buena parte del periodo imperial romano. Esta observación ya la recogió Dupré refiriéndose al valle del Ebro: «le matériel de comblement des silos semble indi-quer que le déclin de ce type de stockage com-mença au debut de l’Empire» (DUPRÉ, 1991: 210). Desde la segunda mitad del siglo I de nues-tra era hasta mediados del siglo V, los silos pare-cen haber sido sustituidos bien por contenedores cerámicos bien por edificios específicos (grane-ros aéreos, horrea) dentro de un contexto de ges-tión del almacenamiento de carácter centraliza-do. En todo caso, alienada esa gestión del control de la propia unidad doméstica productora si ésta estaba constituida como tal.

A nuestro juicio, es el final de esa gestión cen-tralizada del almacenamiento (que sin duda abar-caba también al ámbito de la producción que en-

carna el sistema social y económico en el que se desenvuelve la actividad de las haciendas rurales romanas que conocemos bajo el nombre de vi-llae) el que provoca la reaparición de los silos en la segunda mitad de la quinta centuria. A través del uso de los silos se manifiesta la recuperación por la familia campesina de un grado de autono-mía que forma parte de la esencia del nuevo uni-verso aldeano. La transferencia de una parte de la gestión de la producción agraria a las comunida-des rurales (WICKHAM, 2005: 264) y su contra-parte, la del almacenamiento de las reservas es-tratégicas, significa un punto y aparte cualitativo, porque representa por fuerza un nuevo sistema de relaciones entre el patrón o propietario (priva-do o público) y la familia campesina. Eso por por un lado. Y por otro, la gestión de esos mecanis-mos de los que depende en último lugar la super-vivencia obliga a la interacción efectiva entre fa-milias de cara a la constitución de entidades sociales de nuevo cuño.

CONCLUSIONES

Los silos son, como hemos visto a través de al-gunos de los ejemplos anteriormente esbozados, un determinado tipo de estructura cuyo análisis arqueológico encierra un enorme potencial de cara a la interpretación de los yacimientos desde muy diversas perspectivas. Proporciona útiles pistas para aproximarnos a la reconstrucción de la cotidianeidad y para comprender la estructura social de la comunidad en que desarrollan su existencia las distintas unidades domésticas. El hecho de que esta clase de estructuras sobreviva cuando casi todo el resto del registro arqueológi-co original ha desaparecido es sin embargo un arma de doble filo.

Es probable que más de un 80% de todos los yacimientos rurales altomedievales sobre los que se ha intervenido arqueológicamente durante es-tos últimos veinte años (al menos en la región madrileña) hayan podido caracterizarse gracias a la aparición de silos. En un número muy signifi-cativo de ellos, de hecho, los silos son las únicas estructuras supervivientes del proceso de des-trucción progresiva del registro arqueológico que comienza con las faenas agrícolas desarrolladas sobre el antiguo emplazamiento del hábitat, pri-mero siguiendo pautas tradicionales y luego pro-cedimientos mecanizados mucho más agresivos,

VER EL SILO MEDIO LLENO O MEDIO VACÍO: LA ESTRUCTURA ARQUEOLÓGICA EN SU CONTEXTO 143

y culmina con el desbroce y excavación del yaci-miento arqueológico. En otros muchos casos son las únicas estructuras reconocibles a resultas de la implementación de sistemas de registro poco efectivos o inadecuados. Las pautas habituales de seguimiento arqueológico de los movimientos de tierra, por ejemplo, recomendadas por distintas administraciones regionales competentes en la protección del patrimonio arqueológico, suelen deparar, en el mejor de los casos, la documenta-ción fortuita de esta clase de estructuras en las secciones ocasionales generadas por distintos ti-pos de obras.

Un número significativo de modernas inter-venciones arqueológicas a gran escala, pues, ha salvado su cara (en términos de metodología apli-cada) registrando la presencia de silos. Si esas in-tervenciones hubieran hecho valer un control más efectivo sobre las primeras tareas mecánicas de desbroce y documentación del yacimiento, los silos formarían parte de un registro más articula-do y complejo, pero también más caro y dif ícil de gestionar. Algunas de las consecuencias sobre la arqueología contractual de la actual crisis econó-mica global han desembocado en un endureci-miento de las condiciones de supervivencia (o precarización) de la estratificación horizontal de la mayoría de los asentamientos rurales altome-dievales. Esta es ahora mismo la parte más vulne-rable del registro arqueológico sometido a las in-clemencias de la arqueología contractual. El creciente predominio de estrictos criterios de rentabilidad económica sobre los de calidad o profesionalidad, la insuficiente capacitación téc-nico-profesional de algunos arqueólogos y un laissez faire administrativo y corporativo directa-mente reñido con lo que debiera ser el respecto a un código deontológico elemental son responsa-bles de la extremada penuria documental propor-cionada en todos estos aspectos por la más re-ciente actividad arqueológica.

Resultaría chocante que precisamente ahora, cuando parece posible comenzar a sacarle verda-dero partido a la información proporcionada por los silos a partir de un examen minucioso sobre el complejo contexto en el que se insertan, ahora que los nuevos interrogantes que nos plantean esta clase de estructuras comienzan a ser real-mente sugestivos, los silos vuelvan a quedarse en los registros arqueológicos altomedievales como las únicas estructuras documentadas debido a su sencillo y económico reconocimiento: aisladas y

descontextualizadas, como los últimos testigos de una actividad arqueológica apresurada. Tal vez, en esa deprimente tesitura, debiéramos volver a referirnos a ellos como basureros.

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RESUMENLa arqueología de los últimos veinte años en Ca-

taluña ha proporcionado un considerable número de asentamientos campesinos de época visigoda y al-tomedieval, que nos permiten abordar con ciertas garantías el estudio del poblamiento rural entre los siglos VI y XI. En este escrito se establecen los dife-rentes grupos y categorías de asentamientos, iden-tificando sus sistemas y formas de almacenaje, así como las características de los silos/granero. Duran-te la antigüedad tardía (siglos VI-VIII) se documenta la aparición de las grandes concentraciones de silos atribuibles a los poblados campesinos, gestados de nuevo en este momento. Será a lo largo del perío-do visigodo que los silos proliferan de manera con-siderable, constituyendo el modelo principal para el almacenaje de cereal a medio y largo plazo. Dis-ponemos de unos poblados con un elevado número de silos y una importante capacidad de almacenaje, que en algunos casos supera el propio consumo del asentamiento. Estos, nos plantean la existencia de una producción agrícola considerable que generaría un excedente de cereal con el que poder comerciar y pagar impuestos o rentas. Durante la época altome-dieval (siglos IX-X y XI), detectamos ciertos cambios en los asentamientos, con un aumento y una mayor dispersión de los mismos, así como una reducción de las superficies de ocupación y un menor número de si-los por asentamiento. La presencia f ísica de la igle-sia en el territorio y en los poblados campesinos será una realidad a partir de los siglos IX-X. La arqueolo-gía nos confirma la presencia de silos en el interior de estas iglesias prerrománicas, que podemos aso-ciar con la recaudación en cereal de los censos del alodio eclesiástico primero y del diezmo eclesiástico después.

PALABRAS CLAVE: asentamientos campesinos, igle-sias prerrománicas, silos, almacenaje, época visigo-da, época altomedieval, Cataluña.

1 Arqueólogo de Arrago sl. Doctorando de la UPV/EHU. [email protected]

1. INTRODUCCIÓN

El ámbito de estudio del presente escrito com-prende inicialmente la actual Cataluña en toda su amplitud, pero nos vamos a centrar, especialmen-te, en los territorios más conocidos a nivel ar-queológico y que nos ofrecen un mayor número de yacimientos excavados en extensión. Cabe de-cir, que el territorio catalán presenta marcadas diferencias geográficas y una particular evolución histórica entre el bajo imperio y la alta edad me-dia según las áreas territoriales. Estos factores han condicionado la morfología del poblamiento rural, generando una diversidad de tipos y mode-los de asentamientos campesinos y unos determi-nados sistemas de almacenaje y de captación de rentas, que obedecen a estrategias de ocupación y de explotación del territorio diferenciadas. El conocimiento del poblamiento rural del área ca-talana entre el siglo VI y XI, con todas sus catego-rías y variedades arqueológicas, es aún incipiente, habiéndose realizado algunas caracterizaciones y estudios de conjunto recientemente (ROIG, 2009, 2011a y 2011b). Con todo, existen importantes desigualdades de conocimiento según las áreas geográficas.

En este escrito, presentamos una visión sinté-tica y general de una de las zonas mejor conoci-das de toda Cataluña, que básicamente com-prende la Depresión Litoral y Prelitoral. Estas áreas geográficas se corresponden, en líneas ge-nerales, con los antiguos territoria de las diócesis de Barcino (Barcelona) y de Egara (Terrassa) para la antigüedad tardía y la época visigoda (si-glos V al VIII), y con una parte de la Catalunya Vella para el período carolingio y la época con-dal (siglos IX-X y XI). De esta manera, analiza-mos y recogemos los resultados aportados por algunos de los yacimientos excavados en exten-sión durante los últimos veinte años, que consti-

8Silos, poblados e iglesias: almacenaje y rentas en época

visigoda y altomedieval en Cataluña (siglos VI al XI) Jordi Roig Buxó1

146 JORDI ROIG BUXÓ

tuyen la base de estudio del poblamiento rural y son los modelos de referencia de un área territo-rial bien definida. Así, podemos establecer los diferentes grupos y categorías de asentamientos campesinos, partiendo de su naturaleza y atri-bución cronológica especifica entre el siglo VI y el XI, identificando sus sistemas y formas de al-macenaje y las características y tipologías de los silos/graneros. La finalidad es la de discernir, en cada caso y dentro de su período histórico, el uso y gestión de los silos, así como el destino final de los productos agrícolas almacenados, ya sea para el propio consumo de las comunidades campesi-nas, el comercio a pequeña escala o bien el pago de impuestos y rentas.

2. SILOS, ALMACENAJE Y ASENTAMIENTOS CAMPESINOS DE ÉPOCA VISIGODA SIGLOS VIVIII

En primer lugar, cabe señalar que el uso ge-neralizado de silos excavados en el terreno natu-ral como almacenes de cereal a manera de gra-neros subterráneos, no se desarrolla hasta bien avanzado el siglo V y el siglo VI, coincidiendo con la aparición de los poblados y los asenta-mientos campesinos de la antigüedad tardía y la época visigoda. Anteriormente, durante la épo-ca bajo imperial romana, parece que los silos son más bien escasos, por no decir inexistentes. Contamos con puntuales y dudosos ejemplos de silos en las villas tardo romanas y en las explota-ciones agrícolas de los siglos III-IV y V, donde el uso de dolia dentro de grandes almacenes y la presencia de graneros y ámbitos construidos, parece que constituirían el sistema de almacena-je más habitual. No obstante, aún no está muy claro que pasa con la producción agrícola, el al-macenaje y el excedente de cereal durante este período en las haciendas y fundi del bajo impe-rio de la Tarraconense oriental. En este sentido, no existe ningún trabajo ni estudio especifico al respecto.

Incluso, para la época romana imperial, y a pesar del considerable número de yacimientos con presencia de grandes contenedores de cerá-mica tipo dolium, agrupados y concentrados den-tro de espacios construidos, este fenómeno no ha sido analizado en detalle. Así, a partir de los pun-tuales ejemplos publicados se presupone que gran cantidad de estos almacenes se dedicaron al

almacenaje de cereal, y en otros casos al almace-naje de líquidos, ya sea vino o aceite. Uno de los casos modélicos, estudiado en profundidad y con métodos analíticos, es el de la villa romana de los Tolegassos (Girona) con 125 dolia en un patio in-terior, que están en uso desde del siglo I hasta el siglo III (CASAS, SOLER, 2003). En este caso, los análisis antracológicos determinaron la presencia de trigo y cebada, proponiendo un uso casi exclu-sivo como almacén de cereal. Estos datos presu-ponen unas 40 toneladas de cereal, que a 3 tone-ladas por hectárea han permitido inferir que la extensión de la parte del fundus dedicada a cereal seria de unas 12 o 13 hectáreas, unos 50 iugera (CASAS et alii, 1995).

De esta manera, podemos determinar que las grandes agrupaciones y conjuntos de silos son ausentes y no están testimoniados por la arqueo-logía durante los siglos III-IV y V en todo el territorio de Cataluña. Los ejemplos de las villas bajo imperiales de l’Aiguacuit, Can Solà del Racó, Can Tarrés, Can Palau y Poble Sec, por citar al-gunos ejemplos del territorium de Barcino sin presencia de silos, son del todo significativos (COLL, ROIG, 2011). Con todo, en determina-dos yacimientos se han fechado algunos conjuntos de silos en los siglos III-IV a partir de la presen-cia puntual de alguna cerámica de importación, sin llegar a estudiar con profundidad el resto del material asociado ni el contexto cerámico en su conjunto. En estos casos, las cronologías pro-puestas ofrecen serias dudas y están pendientes de verificación.

Así, las primeras concentraciones de silos en el área catalana las detectamos en los poblados y asentamientos campesinos de época visigoda (si-glos VI-VIII; ROIG, 2009). Estos presentan, en la mayoría de casos, un numero bastante elevado de estructuras, ofreciendo una dinámica sucesiva de apertura y colmatación de silos a lo largo de sus casi trescientos años de vida. En líneas generales, y en relación a las áreas productivas y a las es-tructuras de almacenaje de estos asentamientos, es del todo mayoritaria la presencia de silos para cereal. En muy menor número observamos la presencia de recortes subterráneos, con cubetas y encajes internos para grandes recipientes conte-nedores y tinajas, configurando, así, unos ámbi-tos de almacén a manera de cobertizos. También son presentes los ámbitos de prensado para vino y las bodegas con dolia y botas de almacenaje, con unas capacidades más bien reducidas, que

SILOS, POBLADOS E IGLESIAS: ALMACENAJE Y RENTAS EN ÉPOCA VISIGODA Y ALTOMEDIEVAL EN CATALUÑA… 147

parecen destinadas al propio consumo del asen-tamiento.

Los silos se distribuyen aparentemente de for-ma anárquica por gran parte de la superficie de los asentamientos, a veces formando concentra-ciones y agrupaciones homogéneas, que nos indi-carían el espacio ocupado por las casas y los edi-ficios de cubrimiento. Estos silos presentan diferentes volúmenes y una morfología más o menos diversificada, con perfiles esféricos, cilín-dricos, bitroncocónicos y acampanados, mayori-tariamente de fondo aplanado, que no obedece a criterios cronológicos.

De forma preliminar y a grandes rasgos, pode-mos establecer tres grupos o categorías de asen-tamientos en base al número integrante de es-tructuras de almacenaje tipo silo, partiendo de los yacimientos más completos y excavados en cierta extensión, que para el territorio catalán constituyen casi una veintena de asentamientos analizados hasta la fecha.

En primer lugar, identificamos los grandes asentamientos o poblados mayores, con un nú-mero de silos que en su conjunto oscila entre los 100 y 250 graneros (tabla 1). En este grupo, y como modelo de poblado ex novo, destaca el asentamiento de Can Gambús-1 (Sabadell, Bar-

celona), con una cronología que abraza desde inicios del siglo VI hasta mediados-finales del si-glo VIII. Este poblado, excavado en su totalidad, presenta un total de 324 estructuras arqueológi-cas, y una superficie de ocupación de unas 1,7 ha, siendo uno de los más completos que te-nemos por ahora en el territorio (ROIG, 2009) (Fig. 8.1). El asentamiento consta de nueve gran-des recortes tipo cabaña hundida y ámbitos de almacén, un sector de prensado para la produc-ción de vino con dos depósitos (lacus) y cuatro encajes de dolia asociados, varias cubetas y un total de 233 silos repartidos por el asentamiento. Estos graneros son de perfiles esféricos y tronco-cónicos con el fondo irregularmente aplanado y en algunos casos presentan dimensiones consi-derables (Fig. 8.2, tabla 2). A menudo se obser-van agrupaciones de cuatro o cinco silos, así como ciertas alineaciones y concentraciones más o menos ordenadas, que tal vez podrían indicar los espacios ocupados por las estructuras supe-riores de las casas y los alzados de los almacenes y cobertizos desaparecidos.

En segundo lugar, tenemos lo que podríamos llamar asentamientos medianos, integrados por un número de silos inferior al de los grandes po-blados, que puede oscilar entre los 50 y 100 gra-

Nombre yacimiento Altura (m s.n.m)

Características intervención

(total / parcial)

Sup. asent. Tipo yacimiento N.º

silos Cronología

CAN SOLÀ DEL RACÓ Matadepera 465 Parcial 0,9 Ha Asentamiento con precedente de villa BI 55 VI - VIIIPLAÇA MAJOR CASTELLAR (Castellar del Vallès) 334 Parcial 1,1 Ha Asentamiento con precedente de villa BI 54 VI - VIIICAN BONVILAR (Terrassa) 335 Parcial ? Asentamiento con precedente de villa BI 59 VI - VIIICAN MARCET (St. Cugat del Vallès) 180 Total 500 m2 Asentamiento con precedente de villa BI 18 VI - VIIIL'AIGUACUIT (Terrassa) 230 Parcial 625 m2 Asentamiento con precedente de villa BI 14 VI - VIIICAN PALAU (Sentmenat) 230 Parcial 50 m2 Asentamiento con precedente de villa BI 3 VI - VIII

CAN GAMBÚS - 1 (Sabadell) 198 Total 1,7 Ha Asentamiento exnovo con cabañas 233 VI - VIIIELS MALLOLS (Cerdanyola del Vallès) 106 Total 1,2 Ha Asentamiento exnovo con cabañas 139 VI - VIIILA SOLANA (Cubelles) 28 Total 0,7 Ha Asentamiento exnovo con cabañas 87 VI - VIIILA BASTIDA (Rubí) 185 Total 1.500 m2 Asentamiento exnovo con cabañas 61 VI - VIIIPLA DEL SERRADOR (Les Franqueses del Vallès) 211 Parcial ? Asentamiento exnovo con cabañas 24 VI - VIIICA L'ESTRADA (Canovelles) 160 Total? ? Asentamiento exnovo con cabañas 2 VI - VIII

TORREROMEU (Sabadell) 186 Parcial 1 Ha Asentamiento exnovo en llano 48 VI - VIIIELS VINYALETS (Sta. Perpètua de Mogoda) 111 Parcial ? Asentamiento exnovo en llano 14 VI - VIII

EL BOVALAR (Seròs) 120 Casi total 2.000 m2 Asentamiento exnovo con muros 10 V - VIIIVILACLARA (Castellfollit del Boix) 681 Total Asentamiento exnovo con muros 10 VI - VIII

SANT ISCLE DE LA SALUT. Fase II (Sabadell) 227 Parcial Asentamiento exnovo con silos 7 VII - VIII

Tabla 1. Lista de asentamientos campesinos de época visigoda en Cataluña excavados en los últimos veinte años (siglos VI-VIII), con

sus características principales y el número de silos.

148 JORDI ROIG BUXÓ

Figura 8.1. Plantas de dos poblados campesinos en llano de época visigoda en Cataluña (siglos VI-VIII): Els

Mallols (Cerdanyola del Vallès, Barcelona) (según Francès, 2007) y Can Gambús-1 (Sabadell,

Barcelona) (según Roig, 2009).

SILOS, POBLADOS E IGLESIAS: ALMACENAJE Y RENTAS EN ÉPOCA VISIGODA Y ALTOMEDIEVAL EN CATALUÑA… 149

Figura 8.2. Secciones de los principales silos de cada una de las fases del poblado de

Can Gambús-1 (Sabadell, Barcelona), entre el siglo VI y VIII.

150 JORDI ROIG BUXÓ

Silo Crono. Perfil Diam. sup.

Diam. inf.

Diam. máx.

Prof. cons.

Volumen cons. (L)

197

FASE 1 (500 - 575 aprox.)

Globular 2 1,85 2,1 0,85 2538,8

206 Cilíndrico 1,9 1,72 1,9 0,8 2239,9

249 Troncocónico 1,16 1,4 1,44 1,03 1366,4

250 Globular 1,1 1,1 1,3 0,78 902,4

252 Cilíndrico 2,3 2,06 2,3 0,92 4064,9

264 Cilíndrico 1,6 1,52 1,6 1,01 2142,3

267 Bitroncocónico (barril) 1,86 1,86 2,02 0,94 2920,6

631 Cilíndrico 2 1,8 2 0,6 1847,6

638 Globular 1,42 1,64 2,04 1,52 3873,8

645 Troncocónico invertido (V) 1,22 0,9 1,22 0,5 501,8

646 Bitroncocónico (barril) 1,23 1 1,27 0,6 627,5

652 Troncocónico 1,8 2 2 0,86 2747,4

653 Troncocónico 2 2,2 2,2 1,06 3146,1

655 Troncocónico 1,56 1,94 2,94 1 2871,7

656 Troncocónico 2,1 2,14 2,14 0,71 2419,8

659 Troncocónico 1,59 1,84 1,84 0,68 1502,1

694 Troncocónico 1,59 1,81 1,81 1,1 2746,5

040

FASE 2 (575 - 650 aprox.)

Cilíndrico 2,45 2,25 2,45 0,88 3511

043 Cilíndrico 2,6 2,36 2,6 0,8 3743,4

068 Troncocónico 1,32 1,58 1,58 0,98 1846,1

069 Troncocónico invertido (V) 1,6 1,2 1,6 1,18 2018,9

080 Cilíndrico 1,5 1,5 1,5 0,8 1304,7

104 Troncocónico 1,9 2,14 2,14 1 2702,5

106 Globular 1,79 1,82 2,04 1,06 2924,3

114 Troncocónico 1,05 1,26 1,26 0,6 714

117 Globular 1,13 1,21 1,28 1,26 1737,9

164 Cilíndrico 1,65 1,65 1,65 0,58 1393,8

199 Cilíndrico 1,7 1,8 1,8 0,6 1591,3

229 Troncocónico 2,73 2,2 2,2 1,1 5145,1

245 Bitroncocónico (barril) 1,68 1,3 1,74 1,2 2583,3

251 Cilíndrico 2 2,06 2 0,92 4280,9

257 Cilíndrico 1,24 1,3 1,3 0,5 673,3

Tabla 2. Tabla de características y cubicajes de los principales silos del poblado de Can Gambús-1 agrupados por las fases evolutivas

del asentamiento (siglos VI-VIII).

SILOS, POBLADOS E IGLESIAS: ALMACENAJE Y RENTAS EN ÉPOCA VISIGODA Y ALTOMEDIEVAL EN CATALUÑA… 151

Silo Crono. Perfil Diam. sup.

Diam. inf.

Diam. máx.

Prof. cons.

Volumen cons. (L)

261

FASE 2 (575 - 650 aprox.)

Troncocónico 2,79 2,8 2,8 1,4 8327,8

274 Globular 1,76 0,5 1,76 1,85 3795

277 Troncocónico invertido (V) 1,57 1,42 1,57 0,9 1948,4

278 Bitroncocónico (barril) 1,64 1,2 1,72 0,72 1617,9

283 Globular 1,52 1,64 1,7 0,77 1722,9

284 Globular 1,38 1,12 1,51 0,84 1361,4

286 Troncocónico 1,24 1,3 1,3 0,62 978,9

290 Globular 1,52 1,6 1,65 0,68 1403,1

294 Troncocónico 1,74 1,78 1,78 0,71 1875,9

299 Troncocónico 1,3 1,64 1,64 0,84 1174,9

419 Bitroncocónico (barril) 1,18 1,2 1,34 0,82 1093,1

424 Troncocónico 1,09 1,3 1,3 0,74 765,9

425 Cilíndrico 1,36 1,2 1,38 1,02 1379,2

426 Troncocónico 1,32 1,98 1,98 0,74 2103,2

427 Troncocónico 1,4 1,6 1,6 0,9 1652,9

640 Globular 1,61 1,4 1,65 0,78 1568,9

650 Cilíndrico 1,7 1,82 1,8 1 1868,6

657 Globular 1,52 1,44 1,66 0,96 1914,5

048

FASE 3 (675 - 750 aprox.)

Cilíndrico 2,4 1,9 2,3 0,5 2488,1

050 Cilíndrico 1,66 1,39 1,6 0,35 649,4

055 Troncocónico 2,5 2,3 2,3 0,8 4824,7

059 Troncocónico 1,78 1,7 1,7 0,64 1275,4

066 Cilíndrico 1,74 0,36 1,75 1,59 4693,8

072 Bitroncocónico (barril) 1,6 1,52 2 1,1 3361,8

092 Cilíndrico 2,4 2,3 2,4 1,16 6087,8

093 Cilíndrico 2,2 2,36 2,37 1,8 9704,8

094 Troncocónico 1,76 1,74 1,74 1 2790,4

134 Cilíndrico 1,48 1,64 1,66 0,86 2656,9

648 Troncocónico 1,57 1,87 1,87 1,09 3331,2

649 Troncocónico 1,35 1,95 1,95 1,09 3112,9

675 Cilíndrico 1,3 1,3 1,3 1,06 1210,9

Tabla 2 (continuación). Tabla de características y cubicajes de los principales silos del poblado de Can Gambús-1 agrupados por las

fases evolutivas del asentamiento (siglos VI-VIII).

152 JORDI ROIG BUXÓ

neros (tabla 1). Destacamos en este caso, el mo-delo ejemplar de poblado con precedente de villa bajo imperial de Plaça Major de Castellar del Va-llès (Barcelona), con 1 ha de ocupación, sin cono-cer aún la totalidad del asentamiento (ROIG, 2009 y 2011a y b). Se trata de un pequeño pobla-do de cabañas emplazado en un espacio vacío en medio de una hacienda bajo imperial, entre su parte residencial y su parte productiva ya aban-donadas, con una amplitud cronológica que abra-za del siglo VI al VIII (Fig. 8.3). Destaca, en pri-mer lugar, su área de habitación con tres estancias tipo cabaña hundida con hogar y agujeros de pos-te perimetrales, y ámbitos subterráneos de alma-cén. En segundo lugar, identificamos una zona de prensado destinada a la elaboración de vino (tor-cularium), que ocupa un espacio construido con los restos de un edificio de 9,5 × 4 m, con una base de prensa de opus signinum y dos depósitos/lacus asociados. Por otro lado, disponemos de otra área productiva, en este caso alejada unos 35 metros del núcleo central y de los espacios de habitación. Se trata de un área de elaboración de pan, consistente en un gran recorte a manera de ámbito subterráneo de acceso y trabajo, de planta elíptica de 15 × 10 m y un acceso en rampa en el lado noreste. Presenta tres hornos perime-trales de cámara única de planta circular y sec-ción hemisférica. Todas estas áreas funcionales y estructuras de habitación, una vez abandonadas, son tapadas con tierras y utilizadas como basure-ro hacia finales del siglo VI e inicios del siglo VII. De esta manera, observamos que el asentamiento se desplaza ligeramente hacia la terraza superior del lado noroeste, con la construcción de nuevas estructuras de material perecedero y nuevos silos a lo largo de los siglos VII-VIII. En este caso, su distribución, formando agrupaciones de 2 o 3 si-los más o menos separadas, junto a las caracterís-ticas de los vertidos y los materiales localizados en su interior, plantean la posibilidad que los es-pacios de habitación de esta fase final estarían emplazados justo encima de los graneros, habien-do desaparecido la estructura superior y el alzado de las edificaciones (Fig. 8.3).

Finalmente identificamos las explotaciones menores tipo granja, con una presencia de estruc-turas de almacenaje mucho más reducida, que puede oscilar entre los 10 y 50 silos como máxi-mo. Son significativos los ejemplos de Can Mar-cet y Vilaclara, ambos excavados en su totalidad, con una superficie de ocupación entorno a los

500 m2 y un total de 14 y 10 silos respectivamente (tabla 1).

En su conjunto, observamos que las capacida-des conservadas de estos graneros oscilan entre 500-9.000 litros, tomando como referencia los si-los mejor conservados, con una media de 2.800 li-tros en Can Gambús, como ejemplo de gran po-blado, o con una media de 1.200 litros en Plaça Major de Castellar, como ejemplo de poblado mediano (tablas 2 y 3). Hay que tener en cuenta que estos silos nos han llegado seccionados en su mayor parte, por lo que sus dimensiones y capa-cidades son orientativas, y que por lo tanto serían mayores. Con todo, se observa la coexistencia de unos silos de pequeño tamaño, junto con otros de grandes dimensiones. Estas diferencias podrían ser explicadas, tal vez, por las características y el tipo de cereal a almacenar, por el destino final del producto almacenado (a medio o largo plazo) o bien por la atribución a diferentes fases del asen-tamiento y a diferentes momentos de uso de los graneros.

De esta manera, el elevado número de silos en la mayoría de poblados, delata su base eminente-mente agrícola, así como una considerable capaci-dad de almacenamiento de cereal, que en algunos casos supera el propio consumo del asentamiento. Este sería el caso de los poblados en llano de Can Gambús con un total de 233 silos, o Els Mallols con 139 silos, por citar dos ejemplos (Fig. 8.1, tabla 1). En esta línea, durante la época visigoda plena (si-glo VII) detectamos un considerable aumento del tamaño de algunos silos y por consiguiente de su capacidad de almacenaje, aspecto que no se observa en los silos del siglo VI. Así, para la fase 2 y 3 del po-blado de Can Gambús (finales VI-mediados VIII, aprox.), tenemos unos silos de grandes dimensio-nes que ofrecen unas capacidades conservadas desmesuradas, oscilando entre los 7.000-9.000 li-tros (Fig. 8.2, tabla 2).

En este sentido, se nos plantea la existencia de un excedente de cereal con el que poder comer-ciar y pagar impuestos o rentas, detectando una elevada concentración de poblados agrícolas en lo que sería el territorio de la diócesis de Barcino y de Egara. Así, este granero que será el territorio del Vallés durante la época visigoda, toma sentido al leer el conocido documento del año 592 sobre el fisco de Barcelona (De fisco Barcinonensi). En este texto se dice, explícitamente, que los agentes y auxiliares del fisco de los territorios bajo la ad-ministración o dependientes de Barcelona han de

SILOS, POBLADOS E IGLESIAS: ALMACENAJE Y RENTAS EN ÉPOCA VISIGODA Y ALTOMEDIEVAL EN CATALUÑA… 153

Figura 8.3. Planta del sector norte del poblado de época visigoda de La Plaça Major de Castellar del Vallès (s. VI-VIII)

con la distribución de los silos de las áreas de almacén y de los espacios de habitación. Secciones de los

principales silos del asentamiento.

154 JORDI ROIG BUXÓ

Silo Crono. Perfil Diam. sup.

Diam. inf.

Diam. máx.

Prof. cons.

Volumen cons. (L)

3

Fase 1 (s. VI - 1/2 VII)

Troncocónico 1,23 1,7 1,7 1,15 2335,8

4 Troncocónico 0,97 1,35 1,35 0,88 1122,6

18 Troncocónico 1,65 1,69 1,69 1,14 2176,7

19 Troncocónico 1,18 1,37 1,46 0,77 1210,2

20 Troncocónico 1,22 1,35 1,35 0,79 1364,9

21 Troncocónico 1,32 1,5 1,59 0,88 1470,3

22 Troncocónico 1,04 1,19 1,2 0,7 945

24 Troncocónico 0,91 1,38 1,38 1,03 1417,8

25 Troncocónico 1 1,33 1,56 0,99 1627,2

29 Troncocónico 1,14 1,56 1,56 1,34 2763,4

30 Troncocónico 1,23 1,6 1,6 1,67 2002,8

31 Troncocónico 0,88 1,15 1,34 1,29 1305,1

33 Troncocónico 1,2 1,47 1,47 0,7 1031,9

66 Cilíndrico 1,09 1,08 1,09 0,71 906,1

67 Troncocónico invertido (V) 1,33 0,93 1,33 0,71 685,3

68 Troncocónico invertido (V) 1,22 1,01 1,22 0,59 710,9

76 Troncocónico 1,56 1,5 1,65 1,15 2549,2

80 Cilíndrico 1,97 1,81 1,97 0,98 3034,1

83 Troncocónico invertido (V) 1,91 1,6 1,91 0,93 689

86 Cilíndrico 1,26 1 1,26 0,73 887

99 Cilíndrico 1,39 1,35 1,39 0,7 1054,6

13

Fase 2 (1/2 s. VII - VIII)

Bitroncocónico (barril) 1,2 1,2 1,41 0,82 1236,1

14 Bitroncocónico (barril) 1,34 1,42 1,6 1,02 1936,1

15 Cilíndrico 1,12 1,09 1,21 0,75 778,7

16 Bitroncocónico (barril) 0,92 1,43 1,69 1,62 3139,9

69 Troncocónico invertido (V) 1,47 1,18 1,47 0,78 966,3

74 Globular 1,23 1,12 1,58 1,05 1943,3

81 Cilíndrico 1,83 1,63 1,83 1,28 3323,6

84 Globular 1,15 1,11 1,28 0,6 762

87 Cilíndrico 1,46 1,36 1,46 0,58 942,8

90 Cilíndrico 0,86 0,8 0,86 0,43 240,1

92 Troncocónico 1,54 1,65 1,65 0,75 1500,6

Tabla 3. Tabla de características y cubicajes de los principales silos del poblado de Plaça Major de Castellar del Vallès agrupados por las

fases evolutivas del asentamiento (siglos VI-VIII).

SILOS, POBLADOS E IGLESIAS: ALMACENAJE Y RENTAS EN ÉPOCA VISIGODA Y ALTOMEDIEVAL EN CATALUÑA… 155

exigir al pueblo los impuestos en especie y básica-mente en cereal (…procuraverit in specie… inibi hordeo…). A nivel de interpretación preliminar, y como hipótesis sugerente que ya hemos expuesto, podríamos hablar de la presencia de una red de poblados distribuidos por los territoria de Barci-no-Egara que generaría una producción agrícola considerable con la que pagar impuestos. Estos asentamientos campesinos constituirían la base productiva del obispado y del fisco durante los si-glos VI y VII (ROIG, 2009: 225) A nuestro pare-cer, es en este contexto de fiscalidad en especie que se puede entender la gran concentración de asentamientos campesinos en este territorio, así como su elevado número de silos y su considera-ble capacidad de almacenamiento de cereal.

Por otro lado, queremos hacer especial inci-dencia en las iglesias rurales de la antigüedad tar-día que conocemos de forma puntual en el área catalana, las cuales funcionan y son contemporá-neas con los asentamientos campesinos. Dentro de los ámbitos territoriales de las diócesis de épo-ca visigoda de Cataluña, los ejemplos registrados por la arqueología son del todo minoritarios, constatándose la escasa difusión de las mismas en el ámbito rural. Así, para toda el área catalana, estas no constituyen más de una veintena de ejemplos completos (VV.AA., 1999), y para los te-rritoria de Barcino y Egara tan solo cuatro casos seguros (ROIG, 2011c). En este sentido, la ar-queología nos muestra la función eminentemente funeraria de estas iglesias rurales, con tumbas en su interior y densas necrópolis en el exterior, ya sea para uso exclusivo de la familia del patrocina-dor o bien para el grupo o la comunidad que las gestiona. De esta manera, la presencia de silos y graneros subterráneos para cereal en estas igle-sias o capillas funerarias es prácticamente inexis-tente. Cabe considerar la posibilidad de la exis-tencia de otros emplazamientos y de otros sistemas de almacenaje en estos conjuntos, aun no detectados por la arqueología. Por ahora, tan solo contamos con un caso singular en todo el territorio, representado por la iglesia de Sant Menna, donde se documentan tres silos emplaza-dos en los pies de la nave fechados en una fase avanzada de la época visigoda, entre los si-glos VII-VIII (ROIG et alii, 1995).

De esta manera, y considerando la función fis-cal de los obispados, al menos durante los siglos VI y VII, y en lo que atañe al caso de Barcino como centro de poder económico que concentra el pago

de impuestos de toda la región, desde Tarraco has-ta Gerunda, resulta significativa esta ausencia de silos/graneros en las iglesias rurales, y en especial, en los mismos centros episcopales. En este senti-do, el considerable desconocimiento arqueológico que tenemos de los obispados y de las ciudades de época visigoda en Cataluña, nos impide hablar de cómo se articularia esta función fiscal dentro de los conjuntos episcopales y las ciudades, y de cómo se realizaría esta recaudación de impuestos en es-pecie, su almacenaje y la conversión en dinero del valor de los productos tributados.

Las últimas y recientes excavaciones en el con-junto episcopal de Egara (Terrassa; GARCIA et alii, 2009), actualmente en curso de estudio y aná-lisis detallado, nos permitirán conocer en profun-didad y de forma arqueológica y estratificada, el primer obispado de la antigüedad tardía y la épo-ca visigoda de Cataluña en casi su totalidad. Pese a que el estudio está en fase de desarrollo, detec-tamos la presencia de grupos de silos que están en funcionamiento durante el siglo VI y VII, situados en áreas concretas del complejo fuera de los edifi-cios cultuales. Desconocemos, por ahora, si se trata de los graneros para el uso propio del con-junto episcopal o bien se trata de los silos que al-macenan el cereal de los impuestos del territorio de la diócesis.

2.1. El abandono de los silos/granero y su uso como basurero

Una vez constatada la funcionalidad primaria de los silos/granero, el registro arqueológico nos muestra su uso final como contenedores de basu-ra y desechos domésticos de los asentamientos. Las estratigraf ías son totalmente reveladoras al respecto, detectándose potentes vertidos inten-cionados, a veces realizados en un mismo mo-mento y en otros casos de forma prolongada, con niveles sucesivos de tierras orgánicas y cenizas, mezclados con restos de comida, recipientes ce-rámicos, útiles de hierro, e incluso personas y animales muertos. Este último uso de los silos como espacio de vertedero, ha llevado a interpre-taciones confusas de su funcionalidad primaria, como la de estructura funeraria, fruto de una lec-tura equívoca del registro arqueológico y estrati-gráfico.

En este sentido, la presencia de esqueletos hu-manos en el interior de silos, pozos y espacios de

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vertedero, constituye un hecho arqueológico sin-gular que vamos detectando en todos los poblados de la época visigoda de Cataluña, y que reciente-mente hemos presentado y estudiado específica-mente (ROIG, COLL, 2011a). De esta manera, po-demos identificar a estos esqueletos como individuos que no han sido enterrados en las ne-crópolis ni en las áreas funerarias de los asenta-mientos, siendo abandonados y arrojados en el in-terior de estructuras de almacenaje tipo silo ya amortizadas y convertidas en hoyos-basurero, a menudo junto con animales domésticos, como ovejas o perros, además de otros restos de basura diversa. Generalmente los esqueletos presentan posiciones anatómicas peculiares y forzadas, pro-ducto del lanzamiento indiscriminado del cuerpo en el interior del silo, sin demasiado cuidado y sin ningún indicio aparente de deposición intenciona-da, carentes de cualquier tratamiento y gesto fune-rario. En algunos casos se han llegado a localizar entre 3 y 5 esqueletos por silo, no necesariamente juntos, sino arrojados de forma sucesiva, identifi-cando tanto individuos adultos como infantiles y tanto masculinos como femeninos. Por ahora, he-mos podido contabilizar a partir de 9 asentamien-tos analizados, un total de 57 individuos dentro de estructuras utilizadas como vertedero y como car-nero. En su conjunto, y con algunos casos pen-dientes de validar, estos esqueletos se pueden aco-tar, grosso modo, entre los siglos V y VIII a partir del material arqueológico asociado y de algunas dataciones radiocarbónicas realizadas en determi-nados esqueletos, como por ejemplo los de la aldea de Can Gambús, con dos individuos que ofrecen unas dataciones absolutas entre mediados del si-glo VII y el primer tercio del siglo VIII (ROIG, 2009: 228; ROIG, COLL, 2011a).

Así, para el caso de Can Gambús, que constitu-ye el asentamiento modelo donde detectamos por primera vez este aspecto de tafonomía, fue posible identificar 11 estructuras con esqueletos humanos arrojados que suman un total de 15 individuos en su conjunto. Siete de los silos contenían un solo esqueleto (dos infantiles y cinco adultos), y cuatro silos presentaban dos esqueletos en cada uno (tres infantiles y cinco adultos). En uno de los casos (silo E94), se documentó una secuencia diacrónica sucesiva, con un primer individuo adulto masculi-no que se descompuso en espacio vacío, sobre el que posteriormente se tiró un perro, y más tarde un segundo individuo adulto femenino, junto con los esqueletos de otro perro, una oveja y un cráneo

de bóvido (Fig. 8.4 y 8.5). Otro ejemplo significati-vo lo constituye un pozo de agua (E374), también con una sucesión de dos individuos tirados en mo-mentos diferentes, uno infantil femenino caído de cabeza con las piernas en alto, y otro adulto mas-culino totalmente flexionado junto a un elevado número de animales muertos en conexión anató-mica (cuatro perros, dos gatos y tres crías de cerdo doméstico).

En conclusión, y en base al registro arqueológi-co se ha planteado que este tratamiento singular observado en determinados individuos, o mejor dicho, la falta de tratamiento funerario en estos individuos arrojados, podría constituir un indicio arqueológico claro de la presencia de esclavos y siervos en los asentamientos rurales de la antigüe-dad tardía (ROIG, 2009: 238-239; ROIG, COLL, 2011a). Esta evidencia arqueológica nos muestra que en el momento de su muerte estos individuos tuvieron el mismo trato y consideración que el resto de animales domésticos de la hacienda. Así, se desprende que estos individuos estarían ex-cluidos y no formarían parte del grupo o comuni-dad del asentamiento, y en consecuencia no reci-birían sepultura en el cementerio del poblado, siendo arrojados en los vertederos junto con los animales muertos y los desechos. Cabe señalar, que en las fuentes escritas del período visigodo está bien documentada y atestiguada la presencia de esclavos y siervos (serui, mancipii o ancillae) en las fincas rústicas y explotaciones rurales de Hispania. Un ejemplo muy significativo lo encon-tramos en las pizarras opistógrafas de Diego Ál-varo en la provincia de Ávila de finales del si-glo VI o inicios del siglo VII, donde una inscripción hace referencia a la permuta de una sierva o an-cilla por un caballo2

3. SILOS, ALMACENAJE Y ASENTAMIENTOS CAMPESINOS DE ÉPOCA ALTOMEDIEVAL SIGLOS IXX Y XI

El conocimiento arqueológico de los asenta-mientos campesinos altomedievales del período de conquista y dominio islámico, y también caro-lingio (entre inicio del siglo VIII y mediados del siglo IX) es, por ahora, muy limitado y parcial. En

2 HEp 10, 15. Hispania Epigraphica (dir. Julio Manjar-rés), Departamento de Historia Antigua, Universidad Com-plutense, vol. 10 (2000), Madrid, 1991-2004.

SILOS, POBLADOS E IGLESIAS: ALMACENAJE Y RENTAS EN ÉPOCA VISIGODA Y ALTOMEDIEVAL EN CATALUÑA… 157

Figura 8.4. Vista de dos niveles de vertido sucesivos en el silo E94 de época visigoda del poblado de Can Gambús-1,

generados entre mediados del siglo VII y el primer tercio del siglo VIII, reutilizándolo como espacio de basurero.

Se detecta el vertido de tierras junto con desechos domésticos, animales muertos (dos perros, una oveja y el

cráneo de un bóvido) y dos individuos humanos arrojados de forma sucesiva, sin ningún tratamiento funerario.

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Figura 8.5. Plantas sucesivas y sección del silo E94 de época visigoda de Can Gambús-1 amortizado como hoyo/basurero entre

mediados del siglo VII y el primer tercio del siglo VIII, con indicación de los diferentes niveles de vertido.

SILOS, POBLADOS E IGLESIAS: ALMACENAJE Y RENTAS EN ÉPOCA VISIGODA Y ALTOMEDIEVAL EN CATALUÑA… 159

cambio, para el período carolingio pleno y la pri-mera época condal (entre mediados del siglo IX y el siglo X), disponemos de más datos arqueológi-cos y de un cierto número de yacimientos excava-dos en extensión (tabla 4). A partir de estos con-juntos podemos observar ciertos cambios y diferencias respecto a los asentamientos prece-dentes de época visigoda (ROIG, 2009: 245). Es-tos cambios parecen obedecer a nuevas pautas y estrategias de explotación del territorio y de con-trol del campesinado.

La base económica de estos asentamientos es claramente de tipo agropecuario para el propio autoabastecimiento, con una actividad agrícola principal y también ganadera, con una presencia casi exclusiva de silos para el almacenaje de ce-real. A menudo, estas concentraciones aisladas de silos han sido interpretadas por algunos autores como campos de silos vinculados a un poblado si-tuado en las proximidades, sin llegar a identificar que el propio poblado estaría emplazado justo encima de los silos/granero. Cabe decir, que en este tipo de yacimientos rurales existe el proble-ma de los rebajes antrópicos y los efectos de la erosión de los últimos mil años, que han hecho

desaparecer las estructuras aéreas de la casas y los cobertizos, hasta incluso sus trazas en negati-vo. En este sentido, el registro arqueológico nos muestra que estos asentamientos y sus construc-ciones serían de escasa entidad y se caracteriza-rían, en líneas generales, por una arquitectura de tierra y madera con presencia de muros hechos de piedra y arcilla en los zócalos. Así mismo, se dispone de algunas dataciones radiocarbónicas para estos asentamientos con unas cronologías absolutas que se sitúan entre los siglos IX-X y mediados del XI.

En primer lugar, detectamos una mayor dis-persión de asentamientos, documentando un cierto poblamiento en altura o encaramado, que ocupa zonas elevadas (tabla 4). Estos asentamien-tos se encuentran emplazados en lugares de to-pograf ía accidentada, en lo alto de cerros o alti-planos escarpados de márgenes abruptas, que ya de por sí, presentan características naturales y condicionantes f ísicos de tipo defensivo. En estos casos, a menudo, se le añaden estructuras antró-picas de clara funcionalidad defensiva y de pro-tección, como son los fosos situados en los pun-tos más accesibles del enclave.

Nombre yacimiento Altura (m s.n.m)

Características intervención

(total / parcial)Sup. asent. Tipo yacimiento Nº silos Cronología

VILATGE DE CASTELLAR VELL (Castellar del Vallès) 310 Parcial 7.000 m2 Asentamiento encaramado 26 IX - X - ½ XISANT ESTEVE D'OLIUS (Olius) 564 Parcial 5.000 m2 Asentamiento encaramado 40 IX - X - ½ XI

AEROPORT (Sabadell) 145 Total? ? Manso/Granja? 10 IX - X - ½ XICA L'ESTRADA (Canovelles) 160 Total? ? Manso/Granja 7 IX - X - ½ XICAN GAMBÚS - 1 (Sabadell) - Oeste 191 Total 60 m2 Manso/Granja 7 IX - X - ½ XICAN GAMBÚS - 1 (Sabadell) - Este 198 Total 35 m2 Manso/Granja 5 IX - X - ½ XICAN MARCET (St. Cugat del Vallès) 187 Total 500 m2 Manso/Granja? 10 IX - X - ½ XIELS VINYALETS (Sta. Perpètua de Mogoda) 111 Parcial ? Manso/Granja 6 IX - X - ½ XI

CAN ROQUETA II (Sabadell) 175 Total 550 m2 Asentamiento en Llano 29 IX - X - ½ XICAN SANT JOAN (St. Cugat del Vallès) 141 Total 750 m2 Asentamiento en Llano 32 IX - X - ½ XIL'AIGUACUIT. Fase V (Terrassa) 230 Parcial 302 m2 Asentamiento en Llano 28 IX - X - ½ XIPLA DEL SERRADOR. Subfase 2 (Les Franqueses del Vallès) 211 Parcial — Asentamiento en Llano 28 IX - X - ½ XIST. PAU DE RIUSEC (Sabadell) 126 Total 711 m2 Asentamiento en Llano 18 IX - X - ½ XITORREBONICA (Terrassa) 275-300 Total 750 m2 Asentamiento en Llano 47 IX - X - ½ XI

ST. ESTEVE DE CASTELLAR VELL (Castellar del Vallès) 310 Total 7 × 5 m Iglesia prerománica 3 exterior IX - X - ½ XIST. ISCLE DE LA SALUT (Sabadell) 227 Total 7,6 × 5,5 m Iglesia prerománica 2 interior IX - X - ½ XIST. SALVADOR DE POLINYÀ (Polinyà) 159 Total 7,5 × 5 m Iglesia prerománica 3 interior IX - X - ½ XISTA. MARIA L'ANTIGA. Prerománica (Sta. Perpètua de Mogoda) 100 Total 4 × 3 m Iglesia prerománica 4 (2 interior) IX - X - ½ XIESGLÉSIA VELLA DE SANT MENNA. Fase III (Sentmenat) 203 Total 15 × 6 m Iglesia prerománica 13 (9 interior) IX - X - ½ XIST. NICOLAU D'ARRAONA (Sabadell) 192 Total 12 × 5 m Iglesia prerománica 2 interior IX - X - ½ XI

Tabla 4. Lista de asentamientos campesinos e iglesias prerrománicas de época altomedieval en Cataluña excavados en los últimos

veinte años (siglos IX-X y mediados XI), con sus características principales y el número de silos.

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De este tipo de asentamiento encaramado destaca, como yacimiento modelo, el conjunto de Castellar Vell (Castellar del Vallès, Barcelona; ROIG, COLL, 2003a y 2007). Este se encuentra emplazado a 310 msnm en la planicie de un cerro escarpado por todos sus costados y defendido por un foso en su lado noroeste, punto de mayor accesibilidad. El asentamiento, aún no excavado en su totalidad, presenta hasta el momento un to-tal de 26 silos distribuidos por la práctica totali-dad de la superficie útil del altiplano, con unos 7.000 m2 de ocupación (Fig. 8.6). Estos silos, de formas y capacidades muy homogéneas, presen-tan un perfil troncocónico y bitroncocónico con el fondo plano, y fueron amortizados de forma suce-siva a lo largo del siglo X e inicios XI, con vertidos de tipo doméstico a manera de basureros. Estos rellenos ofrecieron un amplio y diversificado re-gistro cerámico de cocina, con las producciones oxidadas y reducidas de superficies lisas espatula-das, con presencia de ollas, cazuelas, jarras, si-tras, tinajas, etc, que nos muestran el repertorio de los recipientes en uso en el asentamiento3.

3 Estas cerámicas altomedievales han sido estudiadas detalladamente en la mayoría de yacimientos y contextos de referencia, y han sido recientemente caracterizadas a ni-vel de conjunto con la presentación de una propuesta tipo-lógica y cronológica para el ámbito de la Catalunya Vella (ROIG, 2012).

Destaca la presencia de herramientas y útiles de hierro para uso doméstico y agrícola, núcleos de escoria de hierro y restos de forja, así como moli-nos manuales rotatorios. También se documentan las primeras grandes muelas planas para molinos hidráulicos de más de un metro de diámetro, reu-tilizadas como tapas de tumbas antropomorfas, y desconocidas en los poblados precedentes de época visigoda. Estos materiales indican la base agropecuaria del asentamiento, con prácticas agrícolas, ganaderas y metalúrgicas. En el costado este del altiplano, localizamos la necrópolis de tumbas antropomorfas asociada, con 30 sepultu-ras conocidas hasta la fecha, así como los trazos de una primera capilla funeraria prerrománica, desmontada hacia el siglo XI por la construcción de la iglesia románica posterior.

En segundo lugar, detectamos un tipo de asen-tamiento campesino en llano de los siglos IX-X, con pequeños poblados emplazados en promon-torios aplanados y en vertientes de suaves lomas delimitadas por torrentes y en medio de las zonas de llano fértil, rodeadas de campos de cultivo (ROIG, 2009: 241-245). Para este modelo conta-mos con más de una docena de yacimientos exca-vados en extensión y en su totalidad (tabla 4). Destacamos el poblado de Can Sant Joan (Sant Cugat del Vallès, Barcelona), conocido en su tota-lidad y con una superficie de ocupación de 760 m2

Figura 8.6. Planta del asentamiento encaramado altomedieval de Castellar Vell de los siglos IX-X y XI (Castellar del Vallès, Barcelona)

y secciones de los principales silos. Con el emplazamiento central de la iglesia prerrománica con necrópolis de tumbas

antropomorfas, y los silos excavados del poblado dispersos por la superficie del altiplano. En el extremo oeste se documenta

el foso defensivo.

SILOS, POBLADOS E IGLESIAS: ALMACENAJE Y RENTAS EN ÉPOCA VISIGODA Y ALTOMEDIEVAL EN CATALUÑA… 161

(ROIG, MATAS, 2011). Se trata de un asenta-miento situado en la parte alta de una suave loma a 141 msnm rodeada de llanos agrícolas en medio del territorio del Vallès. Está formado por una concentración de 32 silos de perfiles troncocóni-cos y cilíndricos en forma de barril y fondo apla-nado, formando significativas agrupaciones, y un gran recorte tipo cubeta. En algunos silos se de-tectan unos pequeños agujeros excavados en el fondo, más o menos centrados y tapados con una loseta, probablemente a modo de escondite y ocultación de monedas y/o pequeños objetos de valor (Fig. 8.7). Los materiales arqueológicos son los característicos de este período e idénticos a los del poblado de Castellar Vell, con presencia de cerámicas oxidantes espatuladas y cerámicas reducidas de cocina, destacando las ollas para el fuego y las sitras y jarras como contenedores de líquidos, que ofrecen una datación entre los si-glos IX-X y mediados XI (ROIG, 2012: 197-200).

En líneas generales, y en su conjunto, observa-mos que los asentamientos altomedievales pre-sentan unas dimensiones más reducidas y con menos estructuras integrantes en comparación con los poblados agrícolas de la época visigoda. No obstante, detectamos unos núcleos o pobla-dos más extensos, con unas superficies de ocupa-ción entre 4.000-7.000 m2, representados básica-mente por Castellar Vell i Sant Esteve de Olius. En segundo lugar, identificamos un grupo forma-do por unos asentamientos y explotaciones de ta-maño medio, ocupando unas superficies entre 300-1.000 m2, siendo los mayoritarios. Destacan los casos de Can Roqueta II, Can Sant Joan y To-rrebonica, como ejemplos de referencia, excava-dos y conocidos en su totalidad. En tercer y úl-timo lugar, tenemos un grupo de asentamientos mucho más reducidos, tipo manso o granja, con una superficie de ocupación que oscila entre 40-100 m2 aproximadamente (tabla 4).

Todos estos asentamientos se caracterizan por la presencia más o menos numerosa, y práctica-mente exclusiva, de silos formando diferentes agrupaciones, que nos permiten diferenciar dos grandes categorías de asentamientos a partir del número de graneros integrantes. Estas se corres-ponden con los grupos anteriormente estableci-dos en base a la superficie de ocupación (tabla 4). En primer lugar detectamos unos asentamientos tipo poblado de mayores dimensiones, con agru-paciones de entre 30 y 50 silos, formando una aglomeración más o menos homogénea y com-

pacta, con pequeños grupos bien definidos y pre-sentando una cierta ordenación. Estos nos insi-núan los espacios ocupados por las construcciones superiores de cubrimiento, ya sean unidades do-mésticas o espacios de almacén. De estos, y como ya se ha dicho, habría que diferenciar según la su-perficie de ocupación, unos grandes poblados (4.000-7.000 m2) y unos poblados medianos (300-1.000 m2). También observamos unos pe-queños asentamientos de dimensiones mucho más reducidas (40-100 m2), tipo manso o granja, formados por una concentración menor de silos, que generalmente puede oscilar entre 5 y 20 silos, sin otras estructuras asociadas (tabla 4).

Las capacidades conservadas de estos silos/graneros de época altomedieval oscilan, en su conjunto, entre los 500 y 2.700 litros, sin llegar a documentarse, en ningún caso, los silos de gran-des dimensiones y capacidades extraordinarias de los poblados de época visigoda que llegan a al-canzar, en determinados casos, los 8.000-9.000 li-tros de capacidad conservada.

Por otro lado, en algunos asentamientos de-tectamos la presencia en sus inmediaciones de necrópolis asociadas con tumbas antropomorfas exclusivamente. Estas, a menudo, están relacio-nadas con pequeñas iglesias prerrománicas o ca-pillas funerarias, algunas parece que instaladas con ligera posterioridad a la necrópolis, tal vez a inicios del siglo X. Serían los casos de Sant Pau de Riu-sec, Sant Iscle de la Salut, Sant Menna, Santa Maria l’Antiga y Sant Salvador de Polinyà, por ci-tar algunos ejemplos arqueológicos conocidos en el territorio de Barcelona (tabla 4; ROIG, 2009: 243-245).

4. IGLESIAS PREROMÁNICAS, SILOS Y NECRÓPOLIS SIGLOS IXX Y XI

La presencia f ísica de la iglesia en estos asen-tamientos altomedievales, ya sea en sus proximi-dades o bien en sus zonas de cementerio, empe-zará ahora a ser una realidad, no atestiguada anteriormente en los poblados precedentes de la época visigoda. Así, a partir de los siglos IX-X, se constituirá una verdadera y densa red de peque-ñas iglesias y capillas funerarias, que con una cierta e incipiente organización y función fiscal desarrollada hacia mediados del siglo X, ejerce-rán un control espiritual evidente del campesina-do, en especial con la absorción y la concentra-

162 JORDI ROIG BUXÓ

Figura 8.7. Planta del asentamiento campesino en llano altomedieval de Can Sant Joan de los siglos IX-X (Sant

Cugat del Vallès, Barcelona) y secciones de los principales silos. Alguno presenta un agujero en el

fondo tapado con una loseta, a manera de escondite (según Roig-Matas, 2011).

SILOS, POBLADOS E IGLESIAS: ALMACENAJE Y RENTAS EN ÉPOCA VISIGODA Y ALTOMEDIEVAL EN CATALUÑA… 163

ción de las áreas funerarias a su alrededor. Estas iglesias prerrománicas llegaran a controlar y a or-ganizar el poblamiento rural, disperso por el territorio, en paralelo con la red de castillos igual-mente repartida y distribuida por la Catalunya Vella a lo largo del siglo X. Los múltiples ejem-plos excavados de iglesias prerrománicas nos muestran unos pequeños edificios de planta rec-tangular de tipo funerario, construidos con pie-dra y mortero, con cubierta de teja, y necrópolis asociada de tumbas antropomorfas rodeando el templo, que a veces es anterior (Fig. 8.8). En el in-terior de estos edificios, la arqueología nos con-firma, de forma generalizada y en pleno siglo X, la presencia de silos para el almacenaje de cereal, a menudo formando parejas y siendo amortiza-dos con anterioridad al período románico, entre inicios y mediados del siglo XI (ROIG, 2011c).

Tal vez, habría que asociar estos primerizos si-los de las iglesias prerrománicas con la recauda-ción en cereal de los censos del alodio eclesiásti-co. Así, podemos determinar que estos graneros del siglo X constituirían el precedente de los po-tentes sitjars de las iglesias románicas posteriores y los sacrarios del siglo XI, correspondientes a la décima eclesiástica y a los propietarios laicos y particulares. De este modo, tenemos documenta-do a nivel arqueológico y a nivel textual el de-sarrollo de este proceso y la consolidación de la red de iglesias prerrománicas, que se manifiesta definitivamente y tiene su culminación con la ins-tauración de la parroquia y la sagrera eclesiástica a lo largo de la primera mitad del siglo XI (MAR-TÍ, 2006; FARIAS et alii, 2007). Es tal vez en este contexto, que se pueda entender el abandono y la dispersión de los asentamientos campesinos alto-medievales de los siglos IX-X, y la concentración de los silos y los graneros en los espacios de sa-grera alrededor de las iglesias románicas.

En el territorio estudiado disponemos aproxi-madamente de una docena de ejemplos arqueoló-gicos completos de iglesias prerrománicas exca-vadas en los últimos veinte años, de las que sobresalen especialmente cinco en el área del Va-llès por ser las mejor conocidas (Fig. 8.8, tabla 4).

En primer lugar, destacamos el conjunto de Sant Iscle de la Salut (Sabadell), localizado en el plano de la sierra del mismo nombre a 226 me-tros en el lado izquierdo del río Ripoll. El yaci-miento arqueológico presenta diferentes fases evolutivas des de época romana hasta época me-dieval y moderna (ROIG, 2006 y 2011c). Tenemos

un pequeño asentamiento rural aún no conocido en profundidad, fechado en un momento final de la época visigoda, entre los siglos VII-VIII, con-sistente en una agrupación de siete silos, sin nin-gún precedente directo. Estos son amortizados conjuntamente con vertidos de tierras para nive-lar la zona y convertirla en un espacio de cemen-terio con tumbas antropomorfas en un momento indeterminado del siglo IX, antes de la construc-ción de la iglesia prerrománica del siglo X. Así, documentamos tres enterramientos en fosa an-tropomorfa afectados por la pared de cierre oeste de la iglesia, indicándonos la existencia de esta necrópolis precedente. Uno de estos dispone de una datación radiocarbónica entre inicios del si-glo IX y finales del siglo X4. Sin embargo, desco-nocemos si podría haber existido alguna capilla asociada de estructura perecedera de la que no tenemos ningún testimonio conservado. La igle-sia prerrománica del siglo X, prácticamente con-servada en alzado en su totalidad, presenta una nave rectangular de 7,6 × 5,5 m sin cabecera di-ferenciada (Fig. 8.8). Está hecha con muros de 60-70 cm. de grosor con un aparejo irregular de guijarros y mortero de cal, dispuestos en opus spicatum en algún tramo.

La necrópolis que funcionaría con esta iglesia está situada alrededor del edificio y presenta, por ahora, un total de diecisiete enterramientos, to-dos ellos del tipo fosa antropomorfa a excepción de tres pequeñas fosas simples infantiles. Uno de ellos, fechado por radiocarbono, ofrece una data-ción absoluta entre finales del siglo IX y el primer cuarto del siglo XI5. Por otro lado, documenta-mos dos silos emplazados en el interior de la igle-sia, que corresponderían a un uso exclusivo pro-pio del templo y estarían en uso entre los siglos X-XI en relación al almacenaje de cereal producto de los censos del alodio eclesiástico pri-mero y del diezmo eclesiástico después. Estos graneros presentan unas dimensiones considera-bles con unos perfiles acampanados alargados y el fondo plano. Por otro lado, documentamos tres silos más en el interior que corresponden a un se-gundo momento de uso de los graneros y que funcionarían entre el siglo XII y el siglo XIII, con

4 Se trata del enterramiento E-15 (UE281): Ref. UBAR-908, datación radiocarbónica 1125±40 BP, datación calibra-da al 92,9% a 2 sigmas de cal AD 806-995 (ROIG, 2011c).

5 Se trata del enterramiento E-3 (UE183): Ref. UBAR-909, datación radiocarbónica 1085±40 BP, datación calibra-da al 95,4% a 2 sigmas de cal AD 886-1022 (ROIG, 2011c).

164 JORDI ROIG BUXÓ

Figura 8.8. Iglesias prerrománicas de época altomedieval (siglos IX-X) excavadas en el territorio de Barcelona con presencia de

silos: Sant Menna (Sentmenat, Vallès Occ.), Sant Esteve de Castellar Vell (Castellar del Vallès, Vallès Occ.), Santa Maria

l’Antiga (Santiga, Santa Perpètua de Mogoda, Vallès Occ.), Sant Iscle de la Salut (Sabadell, Vallès Occ.) y Sant Salvador

de Polinyà (Polinyà, Vallès Occ.).

SILOS, POBLADOS E IGLESIAS: ALMACENAJE Y RENTAS EN ÉPOCA VISIGODA Y ALTOMEDIEVAL EN CATALUÑA… 165

unos perfiles totalmente diferenciados de forma acusadamente globular y fondo redondeado.

Otro ejemplo significativo lo constituye la iglesia de Sant Salvador de Polinyà (Polinya del Vallès), que conserva en alzado todo el edificio románico del siglo XI. La intervención arqueoló-gica de todo su interior documentó una intensa secuencia estratigráfica y una diversidad de es-tructuras correspondientes a diferentes momen-tos cronológicos, estableciendo seis fases evoluti-vas que testimonian el paso de un asentamiento rural de la antigüedad tardía a una iglesia pa-rroquial de época altomedieval (ROIG-COLL, 2003b; ROIG, 2011c). En un momento indetermi-nado de mediados-finales siglo X se detecta la construcción de una iglesia prerrománica sobre el espacio de un ámbito de habitación preceden-te. Este pequeño edificio presenta una planta rec-tangular de 7,5 por 5 m con ábside resaltado tam-bién de planta rectangular de 2,35 por 2,10 m. En su interior se documentaron tres silos que pre-sentaban un perfil esférico alargado con el fondo aplanado, dos de ellos rellenados con piedras y mortero producto de la construcción de la iglesia románica del siglo XI (Fig. 8.8). El material ar-queológico localizado, cerámica espatulada y ce-rámica reducida de cocina, permite proponer una datación entre el siglo X y mediados del siglo XI para el momento de uso y de amortización de es-tos silos. Por otra parte, y también asociada a la iglesia prerrománica se localizó parte de su ne-crópolis con un total de trece enterramientos en fosa antropomorfa, situados en el lado de ponien-te de la iglesia, justo delante de los pies de la nave. Desconocemos el alcance de este cementerio y los límites del área utilizada como necrópolis en este periodo, que creemos que debe extenderse fuera del recinto actual de la iglesia. Tenemos sólo dos tumbas de individuos adultos, una de ellas fechada por radiocarbono entre la segunda mitad del siglo IX e inicios del XI6, y el resto co-rresponden a individuos infantiles. Durante la primera mitad del siglo XI se constata la cons-trucción de una nueva iglesia románica con ábsi-de semicircular y campanario de torre de estilo lombardo, sobre el mismo espacio f ísico de la iglesia prerrománica precedente. Atribuible a esta fase se localizaron un total de 11 silos de diferen-

6 Se trata del enterramiento E-14 (UE163): Ref. UBAR-912, datación radiocarbónica 1105±40 BP, datación calibra-da al 93,0% a 2 sigmas de cal AD 861-1019 (ROIG, 2011c).

tes tamaños que estuvieron en funcionamiento a lo largo de los siglos XI y XII. De estos, tenemos 2 silos emplazados en el interior de la iglesia y un total de 9 situados en el exterior, formando parte de la sagrera eclesiástica.

El siguiente ejemplo lo tenemos en el conjunto de Santa María l’Antiga (Santiga, Santa Perpètua de Mogoda), donde recientemente hemos reali-zado una completa intervención arqueológica de su interior. Esta ha permitido documentar un im-portante conjunto de restos arqueológicos y esta-blecer siete grandes fases cronológicas y evoluti-vas para el yacimiento, desde época romana imperial, con una importante villa, hasta época moderna y contemporánea (ROIG, COLL, 2011b). Esta iglesia aparece documentada por primera vez a finales del siglo X bajo la advoca-ción de Santa María, con la atribución de anti-qua, lo que parece indicar un origen antiguo para el edificio, que hizo plantear en su momento la posible existencia de una iglesia paleocristiana en el lugar. Así, en el año 983 tenemos el locum ubi dicunt Sancta Maria Antiqua, en el 994 la eccle-siola que dicitur Sancta Maria Antiqua, y final-mente en el año 1147 ya tenemos la mención de la Parrochia s. Marie de Antiqua, con la noticia en el año 1193 de un acta de consagración.

Atribuible a la época altomedieval (siglos IX-X) identificamos una pequeña iglesia que aprovecha, en parte, las estructuras murárias prexistentes de la villa romana y del asentamiento de la antigüe-dad tardía. Esta presenta una planta rectangular sin cabecera diferenciada, de unos 4 m de largo por 3 m de ancho, de la que se identifica la nueva construcción de la pared de cierre en el lado este, a modo de cabecera recta, conservándose el ba-samento del soporte de la mesa de altar, hecho con piedras y mortero de cal, y apoyado en este muro de cierre. Este pequeño edificio quedó eng-lobado y rodeado por los potentes cimientos de la posterior iglesia románica hacia mediados del si-glo XI. En el interior de la capilla prerrománica tenemos dos silos de perfil acampanado y fondo plano, rellenados con materiales propios del si-glo X (cerámica reducida y oxidada espatulada), así como dos silos exteriores de las mismas carac-terísticas, a escasos metros del edificio (Figs. 8.8 y 8.9). También se localizaron dentro de la iglesia y por debajo de su pavimento de arcilla, dos sin-gulares tumbas antropomorfas infantiles de redu-cidas dimensiones, con un feto humano a térmi-no en el interior de cada una.

166 JORDI ROIG BUXÓ

Así, en base a las recientes excavaciones pode-mos confirmar que esta pequeña iglesia prerro-mánica sería el primer edificio religioso que se alza en lugar, aprovechando las construcciones preexistentes de la villa romana y del asentamien-to visigodo. Esta se puede relacionar con las pri-meras referencias documentales del 983 y 994 de la ecclesiola que dicitur Sancta Maria Antiqua. De esta manera, la arqueología nos permite des-mentir definitivamente la existencia en este lugar de la supuesta iglesia paleocristiana que plantea-ba la historiograf ía local (ROIG, COLL, 2011b). Por otra parte, la excavación arqueológica ha per-

mitido documentar toda la planta de la iglesia románica del siglo XI, de una sola nave con un ábside semicircular en el este y un campanario de torre adosado en el costado norte. Esta se su-perpuso a la iglesia prerrománica precedente, desmontándola hasta nivel de cimentación. Esta iglesia románica es la que evolucionará estructu-ralmente y arquitectónicamente, con todos sus añadidos posteriores, hasta configurar el edificio actual. Dentro de la nave se han documentado un total de 8 silos que estuvieron en funciona-miento entre el s. XI y XIII en relación a la déci-ma eclesiástica (Fig. 8.9).

Figura 8.9. Secciones de los dos grupos de silos de la iglesia de Santa Maria l’Antiga: silos de perfil troncocónico y/o de barril con el

fondo plano de los siglos IX-X. Silos de perfil esférico y fondo redondeado de los siglos XI-XIII.

SILOS, POBLADOS E IGLESIAS: ALMACENAJE Y RENTAS EN ÉPOCA VISIGODA Y ALTOMEDIEVAL EN CATALUÑA… 167

Otro conjunto significativo lo constituye la antigua iglesia parroquial de Sant Esteve de Cas-tellar Vell (Castellar del Vallès), situada en la ex-planada formada sobre un pequeño altiplano es-carpado en el margen derecho del río Ripoll. El yacimiento arqueológico ha sido objeto, hasta ahora, de seis campañas de intervención, los re-sultados de las cuales ya han sido parcialmente publicados en varias ocasiones, convirtiéndose en un caso relevante para el estudio de los asenta-mientos campesinos y del poblamiento altome-dieval en la Catalunya Vella. En estos momentos, se dispone de un conocimiento arqueológico bas-tante completo de un poblado de época carolin-gia y primera época condal y de una iglesia con necrópolis y silos de época altomedieval, que se convertirá en parroquia en el siglo XI y perdurará como tal hasta finales del siglo XVIII (ROIG, COLL, 2007; ROIG, 2009 y 2011c).

Asociada con el asentamiento campesino tene-mos una necrópolis coetánea de tumbas antropo-morfas, que puede fecharse entre los siglos IX-X. Este cementerio se encuentra parcialmente situa-do bajo la iglesia románica, por la cual queda afectado. Por ahora han sido identificados más de una treintena de enterramientos del tipo antro-pomorfo. Se trata de fosas de grandes dimensio-nes, excavadas en la arcilla a una gran profundi-dad, con un doble recodo para encajar la cubierta hecha de losas, fragmentos de molinos hidráuli-cos o tablas de madera. Contamos con la data-ción radiocarbónica de una de las tumbas corta-das por el ábside románico que se sitúa entre finales del siglo IX y el primer cuarto del si-glo XI7. Esta necrópolis se puede asociar con una iglesia prerrománica de la que han desaparecido prácticamente todos los restos debido a la cons-trucción de la iglesia románica posterior. Atribui-ble a la primitiva capilla prerrománica sólo se conserva en alzado un tramo de pared perimetral de la nave con una ventana de un solo derrame integrada en la obra románica, configurando un pequeño edificio de planta rectangular de unos 7 × 5 m (Fig. 8.8). La primera mención documen-tal conocida de la iglesia es del año 1014, que con toda probabilidad habría que atribuir a esta pri-mera iglesia prerrománica fundacional. En su re-ducido espacio interior no se documenta ningún

7 Se trata del enterramiento E-2 (UE370): Ref. UBAR-910, datación radiocarbónica 1065±40 BP, datación calibra-da al 95,4% a 2 sigmas de cal AD 893-1024 (ROIG, 2011c).

silo coetáneo. Con todo, detectamos 3 grandes si-los de los siglos IX-X formando un significativo y homogéneo grupo detrás del edificio, a escasos 2 metros, que tal vez habría que asociar al uso de la iglesia prerrománica. Podemos observar como las características tipológicas de estos graneros difieren notablemente de los silos del asenta-miento campesino, que presentan menores dimen-siones y unos perfiles más bajos y acampanados. También la dinámica estratigráfica y el material cerámico de los niveles de amortización es del todo diferenciado, con presencia de unas formas singulares tipo cossi/lebrillo, que prácticamente son ausentes en los silos del poblado.

Finalmente, destacamos el conocido conjunto de Sant Menna (Sentmenat) publicado monográ-ficamente en su momento y en donde hemos rea-lizado algunas intervenciones puntuales con pos-terioridad (ROIG et alii, 1995; ROIG, 2011c). En este caso nos interesa ahora su Fase II, corres-pondiente al periodo que oscila entre el siglo IX y mediados del siglo XI, durante la cual se mantuvo en pie y en uso la iglesia de la antigüedad tardía precedente. De este modo, tenemos que la iglesia prerrománica es el mismo edificio que el de la iglesia paleocristiana, con la misma planta y es-tructura arquitectónica y con la única modifica-ción de un campanario de torre construido enci-ma del aula lateral precedente, aprovechándola como cimiento. Se trata de un edificio de planta rectangular con ábside resaltado también rectan-gular de 15 × 6 m, con un total de trece silos aso-ciados (nueve en el interior y cuatro en el exte-rior), y una necrópolis de tumbas antropomorfas alrededor del edificio, con una treintena de casos conocidos (Fig. 8.8). Así, durante el período alto-medieval observamos como los silos del interior de la iglesia se van multiplicando, con un total de nueve graneros que se van sucediendo a lo largo de los siglos IX-X y mediados XI. Estos aumentan sensiblemente de medidas y de volumen respecto a los tres silos anteriores de la época tardo visigo-da, confirmando así una considerable capacidad de almacenaje de cereal fruto de los excedentes que genera el alodio de la iglesia a lo largo del si-glo X, así como el diezmo eclesiástico. Gran parte de este granero interior fue anulado hacia me-diados del siglo XI al construir una iglesia romá-nica de nueva planta encima de la prerrománica precedente, que supuso su desmontaje casi total, a excepción del campanario de torre prerrománi-co, que fue conservado y sobrealzado.

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5. CONCLUSIONES

Recapitulando y en base a lo dicho, podemos concluir con la enumeración de las principales consideraciones aportadas en este trabajo.

1. Durante el bajo imperio, entre los siglos III y V, la arqueología no detecta la existencia de conjuntos y agrupaciones de silos para el almace-naje de cereal. Tal vez, los almacenes de dolia y los graneros construidos, constituirían los princi-pales sistemas de almacenaje en las villas y ha-ciendas romanas bajo imperiales.

2. Durante la antigüedad tardía y la época visi-goda, entre el siglo VI y VIII, se documenta por primera vez la aparición de las grandes concen-traciones de silos correspondientes a los pobla-dos y asentamientos campesinos, gestados de nuevo en este momento. Es a lo largo este perío-do que los silos proliferan de manera considera-ble, constituyendo el modelo principal, y tal vez exclusivo, para el almacenaje de cereal a medio y largo plazo en los asentamientos campesinos.

3. Detectamos una elevada concentración de poblados agrícolas en llano en los territoria de las diócesis de Barcino y de Egara entre los siglos VI y VIII. Algunos presentan un elevado número de silos para sus casi trescientos años de vida, así como una considerable capacidad de almacenaje de cereal, que en algunos casos supera el propio consumo del asentamiento. En esta línea, durante la fase visigoda plena (finales VI-mediados VIII, aprox.) detectamos un considerable aumento del tamaño de algunos silos y por consiguiente de su capacidad de almacenaje, con unos graneros de grandes dimensiones entre los 7.000-9.000 litros de capacidad conservada.

4. Los ejemplos arqueológicos nos plantean la existencia durante la época visigoda de unos asentamientos campesinos que generarían una producción agrícola considerable y un excedente de cereal con el que poder comerciar y pagar im-puestos o rentas. En este contexto cobra sentido el documento De fisco Barcinonensi del año 592, que nos dice que los agentes y auxiliares del fisco de los territorios bajo la administración o depen-dientes de Barcelona han de exigir al pueblo los impuestos en especie, básicamente en cereal. A nuestro parecer, es en este contexto de fiscalidad en especie que se puede entender la gran concen-tración de asentamientos campesinos en este territorio, así como el elevado número de silos y su considerable capacidad de almacenaje.

5. Por otro lado, tenemos evidencias arqueoló-gicas de la presencia de esclavos y siervos en es-tos asentamientos rurales y poblados campesinos de la antigüedad tardía y la época visigoda, en al-gunos casos fechados por radiocarbono entre el siglo VII y mediados VIII. Se trata de individuos que fueron arrojados sin ningún tratamiento fu-nerario en los hoyos/basurero, junto con anima-les muertos y desechos domésticos, no recibien-do sepultura en el cementerio del poblado. Cabe señalar, que en las fuentes escritas del período vi-sigodo está bien documentada la presencia de serui, mancipii o ancillae en las fincas rústicas y explotaciones rurales de Hispania.

6. Los puntuales ejemplos de iglesias rurales de la antigüedad tardía en Cataluña, nos mues-tran la escasa difusión de las mismas en los terri-torios de las diócesis, presentando una función básicamente funeraria, sin apenas presencia de silos asociados. No se detecta, en ningún caso, la existencia de iglesias o capillas funerarias en los poblados y asentamientos campesinos de este período.

7. Durante la época altomedieval, entre los si-glos IX-X y XI, detectamos ciertos cambios en los asentamientos campesinos respecto al periodo anterior. Observamos un aumento y una mayor dispersión de los mismos, que va acompañada de una reducción de las dimensiones y de la superfi-cie de ocupación, con un menor número de silos. Documentamos también, la aparición de nuevos asentamientos de tipo encaramado con ciertas características defensivas, no detectados ante-riormente.

8. La presencia f ísica de la iglesia en los asen-tamientos campesinos altomedievales, ya sea en sus inmediaciones o bien en sus zonas de cemen-terio, será una realidad a partir de los siglos IX-X. Se detecta una verdadera y densa red de iglesias y capillas funerarias prerrománicas, repartidas y distribuidas por la Catalunya Vella a lo largo del siglo X, con una cierta e incipiente organización y función fiscal.

9. Los diversos ejemplos excavados de igle-sias prerrománicas nos muestran unos peque-ños edificios de planta rectangular con necrópo-lis exterior de tumbas antropomorfas rodeando el templo.

10. La arqueología nos confirma, de forma ge-neralizada y en pleno siglo X, la presencia de silos para el almacenaje de cereal en el interior de estas iglesias prerrománicas. Podemos asociar estos

SILOS, POBLADOS E IGLESIAS: ALMACENAJE Y RENTAS EN ÉPOCA VISIGODA Y ALTOMEDIEVAL EN CATALUÑA… 169

primerizos silos con la recaudación en cereal de los censos del alodio eclesiástico primero, y del diezmo eclesiástico después. Estos graneros del siglo X constituyen el precedente de los potentes silos y los sacrarios de las iglesias románicas pos-teriores, que se desarrollan entre el siglo XI y XII.

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RESUMENEn este trabajo se analizan los sistemas de alma-

cenaje de cereales y otros recursos alimentarios en la Alta Edad Media en el País Vasco. El trabajo está ar-ticulado en cinco partes. En primer lugar se analiza en términos técnicos y sociales la articulación de los sis-temas de almacenaje, contextualizando el uso de los silos en términos históricos. A continuación se anali-zan las fuentes escritas altomedievales, para concluir que los horrea y los silos son los sistemas de almace-naje más utilizados en el norte peninsular. El estudio arqueológico en términos diacrónicos de los silos alto-medievales en el País Vasco permite analizar las trans-formaciones sociales que han tenido lugar entre los siglos VI y XI. Se han analizado en particular los yaci-mientos de Zaballa y de Treviño. Por último se estudia la presencia de silos de almacenaje de renta en las igle-sias medievales del País Vasco.

PALABRAS CLAVE: Silos, graneros, horrea, Alta Edad Media, País Vasco.

1. INTRODUCCIÓN

La arqueología de la producción de los recur-sos alimentarios, de su gestión y de las formas de consumo constituye uno de los instrumentos más eficaces a través de los cuáles analizar la desigual-dad social en la Historia y la naturaleza de las for-maciones políticas a escala local y central. Pero a diferencia de otros procesos productivos, como podría ser el estudio de la minería o la construc-ción —que generan abundantes residuos de los

1 Departamento de Geograf ía, Prehistoria y Arqueolo-gía, Universidad del País Vasco. Trabajo realizado en el mar-co del Grupo de Investigación en Patrimonio y Paisajes Cul-turales IT315-10 financiado por el Gobierno Vasco, de la UFI «Historia, Pensamiento y Cultura Material» (UFI2011/02) y del proyecto de investigación «La formación de los paisajes medievales en el Norte Peninsular y en Europa. Agricultura y ganadería en los siglos V al XII» (HUM 2009-07079).

procesos de producción y del propio consumo—, la arqueología de los ciclos de producción agraria y ganadera es mucho más evanescente, puesto que raramente proporciona residuos de producción o elementos materiales que sean fácilmente identifi-cables y datables a través de los cuáles analizar los procesos productivos. Y aunque se ha hecho un notable esfuerzo en los últimos años por construir una arqueología agraria de las sociedades medie-vales en la Península Ibérica (KIRCHNER, 2010), aún no contamos con una masa crítica de estu-dios suficientemente amplia y la arqueología de las sociedades medievales sigue primando el es-tudio de los yacimientos monumentales y de los lugares de habitación.

El análisis de los espacios de almacenamiento de los productos agrarios y de las complejas diná-micas sociales que se establecen en torno a su gestión a través de la obtención de rentas, la ges-tión centralizada de excedentes, la creación de reservas estructurales o la comercialización de los recursos alimentarios constituyen piezas bási-cas para comprender las desigualdades sociales en las sociedades. Su ubicación en distintos tipos de yacimientos, incluyendo los espacios habita-dos, posibilita la interrelación entre la arqueolo-gía de los espacios de producción, los centros de poder y los lugares de consumo.

Paradójicamente, la arqueología de los espa-cios de almacenamiento no cuenta con buenos trabajos territoriales para el período medieval, a pesar de que el hallazgo de silos es extremada-mente frecuente en los yacimientos de la Penín-sula Ibérica2. En cambio, los especialistas de las

2 Se pueden señalar en particular los trabajos de A. Fer-nández Ugalde o A. Vigil-Escalera como los más incisivos en términos históricos (FERNÁNDEZ UGALDE, 1997, 2003; VIGILESCALERA, 2009). En términos más generales ver FOURNIER, 1982: 162-169. Para el País Vasco se cuenta con una primera valoración en QUIRÓS CASTILLO, 2006.

9Silos y sistemas de almacenaje en el País Vasco

en la Alta Edad MediaJuan Antonio Quirós Castillo1

172 JUAN ANTONIO QUIRÓS CASTILLO

sociedades protohistóricas peninsulares han prestado una notable atención tanto al estudio de los sistemas de almacenaje (GARCÍA HUERTA, RODRÍGUEZ GONZÁLEZ, 2009) como en ge-neral, al análisis arqueológico de todo el ciclo de producción agrario y al estudio de los espacios de producción (p.e. DÍAZ DEL RÍO et alii, 1997; DÍAZ DEL RÍO, 2001). Solamente por señalar un único ejemplo, el excelente trabajo doctoral de Natalia Alonso Martínez (ALONSO MARTÍNEZ, 1999) sobre las sociedades protohistóricas de la Cataluña occidental ha abordado el análisis integral del ciclo de producción agraria con ópti-mos resultados. Creo que estamos aún bastante lejos de poder contar con un trabajo similar para el caso de las sociedades medievales, aunque se están dando pasos en esta dirección.

El objetivo de este trabajo será el de realizar un estado de la cuestión sobre la arqueología de los sistemas de almacenaje en el País Vasco en época medieval desde la óptica de la arqueología de las desigualdades en torno a la cuál se articula el planteamiento teórico de nuestro grupo de in-vestigación. Y aunque indudablemente los silos subterráneos constituyen las evidencias materia-les más relevantes en el País Vasco, su análisis no agota ni mucho menos el estudio de los sistemas de almacenamiento empleados en época medie-val. Por este motivo será preciso comprender en primer lugar el papel de los silos en el contexto más global de los sistemas de almacenaje. A con-tinuación se tomarán en consideración los siste-mas de almacenaje tanto desde la documentación escrita como desde el registro arqueológico. Por último se analizarán los silos hallados en las igle-sias medievales del País Vasco.

2. DE LOS SILOS A LOS SISTEMAS DE ALMACENAJE

Uno de los principales logros obtenido por los estudios arqueológicos, etnográficos y agronómi-cos de los sistemas y los procesos de almacena-miento realizados en los últimos años ha sido el de identificar una variabilidad de sistemas y, como consecuencia de ello, una diversidad de funciones. Y aunque no resulta posible definir formas universales de articulación de los sistemas de almacenaje, se pueden plantear algunos esque-mas generales que faciliten la interpretación ar-queológica de los registros altomedievales.

La experimentación sobre los silos subterrá-neos tradicionales, iniciada ya en el siglo XIX, y las observaciones etnográficas han permitido re-conocer que la ausencia de oxígeno, las bajas tem-peraturas, la escasa humedad y la presencia de productos repelentes o tóxicos para las plagas constituyen los principales factores que condicio-nan la viabilidad del almacenaje subterráneo (MIRET, 2008). Teniendo en cuenta estas considera-ciones, autores como F. Sigaut han definido tres formas principales de almacenaje del cereal en época preindustrial: aquélla realizada en atmósfe-ra hermética o confinada (confinée); aquélla reali-zada en atmósfera aérea y renovada y aquélla ca-rente de un control atmosférico específico (SIGAUT, 1981: 168; ALONSO, 1999: 205). Se-gún los especialistas son dos las variables que condicionan las formas de almacenaje del cereal o las leguminosas: el volumen de grano que se pre-tende conservar y sobre todo el tiempo de conser-vación del mismo (SIGAUT, 1981: 166; ALONSO, 1999: 204). Y aunque normalmente se ha puesto el acento en las formas de almacenaje a gran escala y a largo plazo, en los últimos años hay varios traba-jos que ha reivindicado la importancia de las sis-tema a menor escala, incluso en el estudio de las sociedades prehistóricas (CUNNIGHAM, 2011).

Partiendo de estas consideraciones el arqueó-logo y vinicultor Josep Miret ha reconocido al menos cinco formas principales de almacenaje tradicionales: el uso de graneros, de contenedo-res cerámicos, de contenedores de madera, de contenedores realizados con tejidos vegetales y de silos subterráneos3 (MIRET, 2005: 321; 2008).

El uso de cada uno de estos sistemas responde a necesidades específicas y tiene una función muy específica en el seno del ciclo de producción agraria, de tal manera que no son siempre siste-mas intercambiables (BURCH, SAGRERA, 2009: 77). Es más, los estudios más avanzados mues-tran que es imprescindible la integración de va-rios de estos sistemas en función de las formas de organización social de la producción, distribu-ción y consumo. Y aunque los silos subterráneos constituyen por su visibilidad el principal registro

3 Aunque también se han empleado otro tipo de con-tenedores, como son los recipientes de piedra menciona-dos por S. Collavini en este mismo volumen. En la Baja Edad Media, cuando tenemos más referencias documentales, se empleó un amplia variedad de instrumentos de almacenaje y de transporte en la Península Ibérica como señala GARCÍA DE CORTAZAR, 1994, 23-25.

SILOS Y SISTEMAS DE ALMACENAJE EN EL PAÍS VASCO EN LA ALTA EDAD MEDIA 173

arqueológico con el que contamos para el estudio de los procesos de almacenaje en la Península Ibérica, no es sino una pieza de un engranaje más amplio (Fig. 9.1).

En términos volumétricos hay que diferenciar los graneros y los silos, destinados al almacenaje de cantidades significativas de cereal, respecto al resto de recipientes. En términos funcionales los recipientes de madera, de cerámica y en ocasiones los graneros se destinaban al almacenaje del cereal de uso más inmediato, mientras que los contene-dores vegetales, los graneros y sobre todo los silos tenían como fin garantizar el almacenaje a medio o largo plazo. En Europa occidental una vez trans-curridos de 4 a 6 meses es preciso recurrir a for-mas de almacenaje específico para evitar el dete-rioro del cereal (BUXÓ, PIQUÉ, 2008: 224), por lo que es a partir de este momento cuando debemos de tomar en consideración el empleo de sistemas de almacenaje a medio y largo plazo.

Por lo tanto los cereales consumidos a diario se almacenaban en pequeñas cantidades en reci-pientes de madera, de cerámica o de materiales vegetales, suele ser común contar con graneros u hórreos de mayor capacidad para reponer de for-ma regular estos contenedores de uso doméstico (CHAPA, MAYORAL, 2009: 254-265). Asimis-mo la simiente que se empleaba para producir la próxima cosecha y que garantizaba la reproduc-ción del sistema se almacenaba de forma tal que no se deteriorase y se mantuviese en las mejores con-diciones posibles. Por este motivo es raro que la si-miente se almacene en silos (BUXÓ, PIQUÉ, 2008: 224), aunque hay datos etnográficos (BURCH, SAGRERA, 2009: 75) y evidencias arqueológicas

(DÍAZ DEL RÍO, 2001: 201) que sugieren que también se llegaron a emplear en algunas ocasio-nes, aunque durante períodos cortos de tiempo.

La mayor parte de los investigadores coinci-den en señalar que los silos subterráneos, es de-cir, los almacenes de cereal herméticos, han sido utilizados sustancialmente para el almacenaje a largo plazo, incluso a muy largo plazo. Y aunque hay evidencias etnográficas que muestran la posi-bilidad de usos más cortos (PEÑA CHOCARRO et alii, 2000: 411), la viabilidad de este sistema de almacenaje depende precisamente de su carácter hermético, que limita el deterioro del cereal al-macenado (REYNOLDS, 1988: 86-87; DÍAZ DEL RÍO, 2001: 137-141; ALONSO, 1999: 205-209; BURCH, SAGRERA, 2009: 74-75). Teniendo en cuenta estos condicionantes técnicos, se puede concluir que, en general, el grano almacenado en un silo no está destinado al consumo inmediato sino que está orientado bien a un uso especulati-vo de carácter comercial o señorial, bien a la re-serva preventiva por parte de los grupos campe-sinos para hacer frente a las irregularidades de las cosechas (ALONSO, 1999: 230).

De esta reflexión se infiere que el grano depo-sitado en silos es solamente un grano de reserva, por lo que debe convivir necesariamente con otros sistemas de almacenaje y de procesado que, en muchas ocasiones, no son muy visibles en tér-minos arqueológicos (BURCH, SAGRERA, 2009: 77; FERNÁNDEZ UGALDE, 1997: 284).

Pero más allá de estos condicionantes técni-cos, el estudio de las formas de almacenaje preci-sa establecer su uso social y su integración en los sistemas de producción y de intercambio. Dife-

Atmósfera renovada Sin control atmosférico específico Atmósfera hermética

Granero / Horreo Recipiente cerámica

Recipiente madera

Contenedor vegetal Silo

Volumen Grande Pequeño Pequeño Pequeño Grande

Duración Corto / Medio Corto Corto Corto / Medio Medio / Largo

Consumo diario A veces Sí Sí Sí No

Consumo anual Sí No No Sí No

Simiente Sí Sí Sí Sí A veces

Almacenaje rentas Sí ? ? ? Sí

Reserva estratégica ? No No No Sí

Figura 9.1. Diferentes sistemas de almacenaje empleados en las sociedades medievales (a partir de Miret 2005).

174 JUAN ANTONIO QUIRÓS CASTILLO

renciar las formas de almacenaje de carácter do-méstico, centralizado o de carácter comercial y las formas de redistribución son fundamentales para historiar este tipo de evidencias materiales y superar aproximaciones meramente tipológicas o volumétricas. Así por ejemplo los silos subterrá-neos han cumplido funciones muy diferentes en distintos períodos históricos en función de las distintas formas de articulación social; en el no-roeste peninsular en época ibérica los silos se han interpretado como un testimonio de una agricul-tura de carácter comercial basada en la exporta-ción (GRACIA ALONSO, 2009: 32); su desapari-ción en época romana en amplios sectores peninsulares se debe atribuir a la existencia de otras formas de gestión centralizada y dominada socialmente de los excedentes y de las reservas (SALIDO, 2009); la descentralización de la pro-ducción agraria a partir del siglo V explica el em-pleo masivo de los silos a partir de este período (VIGILESCALERA, 2009); hay otros silos que se realizan a partir del siglo X con el fin de almace-nar rentas y especular con el cereal en años de malas cosechas (QUIRÓS CASTILLO, 2011); la desaparición de los silos en la plena y la baja edad media se ha puesto en relación con transforma-ciones profundas de los sistemas sociales, como es la conquista de los feudales (FERNÁNDEZ UGALDE, 1997) o la centralización de la gestión del almacenaje en un sistema feudal más polari-zado territorialmente, etc. En definitiva, para «dar sentido» estas evidencias materiales es pre-ciso analizar y comprender el papel que desem-peñan en los procesos de producción y reproduc-ción social.

Teniendo en cuenta estas perspectivas se ana-lizará a continuación los sistemas de almacenaje empleados en la Alta Edad Media en el País Vas-co desde la perspectiva de las fuentes escritas y materiales.

3. LA DOCUMENTACIÓN ESCRITA ALTOMEDIEVAL

Aún carecemos de un estudio sistemático so-bre las formas de almacenaje altomedieval reali-zado a partir de las fuentes documentales, por lo que en esta ocasión únicamente se aspira a trazar algunas tendencias principales. Por otro lado, la documentación escrita altomedieval relativa al País Vasco no es lo suficientemente densa como

para abordar esta temática, por lo que se ha con-siderado oportuno hacer una análisis contextual tomando en consideración un territorio mucho más amplio, correspondiente con el cuadrante noroccidental peninsular.

Un vaciado incompleto, pero geográficamente representativo de algunas series documentales medievales4 confirma la existencia de una multi-plicidad de sistemas de almacenaje del cereal y de otros productos agrarios entre los siglos VIII y X. Los dos sistemas más citados en la documenta-ción son los silos y —especialmente— los horrea5, aunque también aparecen menciones más pun-tuales a cellarios (SÁNCHEZ ALBORNOZ, 1995: 123-124) y otros sistemas6. Estos términos nor-malmente se mencionan en donaciones, compra-ventas o permutas en forma de listados de bienes, por lo que resulta muy complejo determinar su materialidad y comprender su articulación en los procesos de gestión de las prácticas agrarias.

Cuando contamos con descripciones detalla-das se puede inferir que tanto los hórreos como los silos forman parte de las unidades residencia-les, por lo que hay que pensar que se emplean en un ámbito doméstico, tanto en la ciudad como en el campo. Este es el caso del solar donado por los condes Gondimaro y Mumadomna al monasterio de San Vicente junto a la iglesia de San Tirso de Oviedo, que comprende kasa et orreo et orto per illa corte de ciuitate (San Vicente 27, a. 1003)7.

Los hórreos eran graneros aéreos realizados de madera y en su realización participaban car-

4 Más concretamente se han consultado algunos índi-ces y bases de datos como son Codolga: Corpus Latinum Gallaeciae (http://corpus.cirp.es/codolga/, consultado el 1.10.2011), el Index Verborum de la documentación medie-val leonesa (FERNÁNDEZ CATÓN, 1999, 2002), el Léxico Hispánico primitivo (Seco 2008), algunas colecciones do-cumentales asturianas (Catedral de Oviedo; San Vicente) y leonesas (Sahagún, Catedral León) y los cartularios de Val-puesta (BGGV), San Millán de la Cogolla (SMC), Liébana o Covarrubias.

5 También son muy comunes en la documentación ara-gonesa (UBIETO ARTETA, 1980) y navarra (FORTÚN, 1993: 576-577), donde también se menciona el cellario o ze-lero. Para el caso navarro ver también Caro Baroja 1971.

6 A partir del año mil se diversifican las formas de alma-cenaje de productos agrarios mencionados en la documen-tación escrita y aparecen referencias al uso de arcas (a. 1106, Léxico, p. 592), algorios en el ámbito navarro (p.e. a. 1237, Fortún 1982, 1004), alhóndigas (FERNÁNDEZ UGALDE, 1993: 614) y otros sistemas de gestión centralizada del ce-real, en ocasiones ubicados en castillos (MARTINENA, 1994: 585-586).

7 Lo mismo ocurre con los silos (ver SECO, 2008: 592).

SILOS Y SISTEMAS DE ALMACENAJE EN EL PAÍS VASCO EN LA ALTA EDAD MEDIA 175

pinteros especializados. En el relato hagiográfico de San Millán redactado en el siglo VII se recuer-da como el santo obró un milagro mediante la oración aumentando las dimensiones de uno de los maderos con los que se estaba construyendo un hórreo, que era más corto que los restantes8. Asimismo era frecuente que entonces, como aho-ra, estos hórreos fuesen realizados con piezas de madera reutilizadas y que se desmontasen para realizar otras construcciones. Un documento del año 940 del Cartulario de Valpuesta recuerda como la madera obtenida del desmontaje de tres casas, un hórreo y el techo de tres iglesias, fue utilizada por parte del obispo Diego II para reali-zar nuevas viviendas e iglesias en Villambrosa, en la actual provincia de Álava (BGGV 18). La docu-mentación muestra asimismo que la posesión de hórreos en la Alta Edad Media no era una carac-terística específica de un determinado grupo so-cial, puesto que aunque la mayor parte de los mismos estaban en manos de grandes propieta-rios (p.e. SMC I 2, a. 800; Liébana 7, p. 12, a. 831, SMC I 429, a. 1075), también hay casos de cam-pesinos y de pequeños propietarios que poseían normalmente un único hórreo (BGGV 45, a. 973). En general los hórreos eran bienes lo sufi-cientemente valiosos como para ser objeto de in-tercambio y de donación por sí mismos, y en oca-siones se mencionan explícitamente orreos plenos frumento9. Por lo que se refiere a la distribución espacial encontramos menciones de hórreos en todo el territorio del cuadrante septentrional, desde Galicia hasta Navarra, siendo muy abun-dantes en el sector gallego y asturleonés (RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ, 1984).

Las menciones de silos son mucho más escasas en la documentación medieval y aparecen espe-

8 «Me refiero al madero, artísticamente labrado, que un grupo de artesanos llevó consigo para la construcción de un granero y que medido con los demás maderos, adaptados ya para aquella obra, resultó un tanto más corto. En cuanto se dio cuenta manda a los artesanos comer con calma; él se re-tira para implorar a la providencia del Creador; habiendo acabado a la hora sexta la oración, hecha de la forma espa-cial que tenía por costumbre, comprendió que había alcan-zado sus deseos y volviendo ante los jornaleros, les dijo, “No penséis que se os ha escapado el salario de vuestro trabajo. Colocad el madero en el lugar que le corresponde”. Al levan-tarlo y acomodarlo según la indicación, descubren que te-nía una longitud mayor que los demás, y que había crecido de un palmo; en ese tramo graban una señal, que luce clara-mente hasta hoy día» (OROZ, 1978: 202-203).

9 Sahagún 308, a. 980; 274, a. 962.

cialmente en la zona castellana, sobre todo a par-tir del año 100010. No obstante, deberíamos evitar cualquier determinismo geográfico (p. e. FERNÁNDEZ UGALDE, 1997: 284), puesto que en Galicia y en otras áreas húmedas se ha hallado un amplio número de silos11. En la práctica totalidad de los casos documentados los silos aparecen en manos de pequeños propietarios (p.e. SMC I 100, a. 988, SMC II 239, a. 1081-1099; BGGV 168, a.1132), aunque hay algún caso puntual que nos muestra que también los monasterios recurrieron a este instrumento. Este es el caso del silo pleno de ceuada que hacia el año 1050 figura entre las po-sesiones del monasterio de Santa María de Vezde-marbán (Toro, Zamora)12. Pero en general, el es-caso valor del silo en sí mismo, el hecho de que estuviesen escondidos y que formasen parte del ámbito doméstico explicaría su silencio en las fuentes textuales.

Por último, los celleros serían graneros situa-dos en el interior o en proximidad de las casas (Cardeña, a. 917: kasas, cellarios, orreos; Sahagún 962: Kasas et orreos et cellarios). No tenemos ele-mentos para establecer sus características forma-les y funcionales, pero resulta indudable que eran diferentes de los hórreos, y no es raro que en la documentación aparezcan mencionados de for-ma conjunta los celleros y los hórreos.

10 También en Francia se constata el predominio de si-los en el registro material, mientras que están prácticamente ausentes en la documentación textual, ver E. Peytremann en este volumen.

11 Ver por ejemplo el yacimiento de Agro de Ouzande en Silleda (Pontevedra) o el caso de A Pousada (PARCERO OUBIÑA, AYÁN VILA, 2009; BALLESTEROS, BLANCO, 2009).

12 Se trata de unos bienes embargados en una casa de Vezdemarbán. «Hec est noditia de ganato de Sancta Ma-ria de Uec de Maruan que leuarunt inde sajones. Id est: una mula cum sua sella et cum suo freno, et I.º cauallo et II.º asi-nos et V.º oues cum suos filios et VIII.º gallinas et I.ª ánate, et VI exatas et I.ª exola et I.º cadnato et [I.ª] asa de puçal et I.ª conga de allaton et I.ª serra et I. tonsorias; I.º manto et I.ª manta, et I.ª linia, I.º kapello inuestito in panno tiraz, I.º co-rio de boue et alio de cauallo et III. tordegas et III. soueijos et VI kapestros; VI. uatannas pro perga minar, et I.ª perga mi-nata; I.º folle cabruno et I.º allifafe cordeiro et filato pro I.º lenzo; et I.ª cargatura de sal; et un cultello de mesa, et IIII faucinas de messe segar et I.º silo pleno de ceuata, pane et uino sine numero,et I.ª caral de azeto, et una segur et II es-corçus. Et alias causas multas que non tenuimus. Et quando dedit domno Migael Citiz illa casa ad illo abbate, ille jacen-te in suo lecto, uenit filio de Rodrigo Moniiz et suo uassallo et prendiderunt suo clerigo ad sua uarua et souarunt illum et jactarunt eum in terra ad te suos pedes de illo abbate» (MENÉNDEZ PIDAL, 1926: 134).

176 JUAN ANTONIO QUIRÓS CASTILLO

En definitiva, los datos que proporcionan las fuentes son demasiado puntuales como para po-der hacer un análisis detallado. Sin embargo, la documentación nos proporciona otras informa-ciones indirectas sobre la articulación y el funcio-namiento de los sistemas de almacenaje.

Los años 949-950 fueron terribles para el cam-pesinado de la Bureba. La pésima cosecha de ese año (anno pessimo) llevó a que Sanzone donase el uno de junio al monasterio de San Pedro y San Pablo de Buezo, cerca de Briviesca, un campo de cereal y una huerta con algunos frutales, que constituían probablemente todas sus propiedades (BGGV 28). Tal y como recuerda el acto, la razón de esta donación se debe a que ya era junio y él y sus hijos se estaban literalmente muriendo de hambre13. Indudablemente esta familia no conta-ba con reservas estratégicas ni tenía otros recur-sos a los que acudir, quizás porque en los años anteriores otras malas cosechas habrían agotado las reservas. El monasterio les dió de comer regu-la panis de die en die además de una cabra para dar leche a la hija de Sanzone y algunos vestidos. No es un caso aislado. Aunque otros textos no son tan explícitos, a lo largo de ese mismo año el mismo monasterio de Buezo recibió otras once donaciones y compraventas de campesinos y pe-queños propietarios locales (BGGV 20-31, año 950)14 consistentes en bienes raíces a cambio de

13 «Notum sit ómnibus hominibus beneficum et uiscera pietatjs quod inpendistis super me in isto anni pesimo, per ue-stra digna misericordia et remedium anume uestre. Iacebam ad Ianua uestra defectus et inflatus de famen et non abam ego fiducia de anima mea que bibissem uno die super terram, manducando filius meus panem ego morieba de famen. Et in-spirabit Deus in uos spiritus bonus et in pietatjs super me pro uestra digna miser icordia in die notum kalendas Iunias et separastjs mici ipsam ratjonem quod unus ex uobis mandu-cabat, id est, regula panis de die in die et ipsum manduca-re quod et uos et ipso conpanio et super hoc capra cum lacte unde reuibesci filia mea, et induististis corpus meum de saIa et manto, quod mici bene fuit, unde non abui fiducia de ani-ma mea que fuissem Iam in ista luce, de die kalendas Iunias usque in diem Sancti Christofori. Et ego, Iam supranominato Sanzone, dedi uobis donatjonem pro uestro seruitjo quod mici fecistis, id est, agrum ad sex quartarios seminatura, et hor-tale Iusta uestro horto, cum quinque mazanos et tres nocetos et uno perare, quod ego dedi et uos accepistis in facie de filiis meis et de ipsos uicinos qui sunt presens» (BGGV 28, p. 238).

14 Siete donaciones, tres compraventas, una carta «obla-tionis» y una carta de «traditio et animae» (RUIZ ASENSIO et alii, 2010: 135). En opinión de M. Zabalza, este conjunto de documentos de Buezo serían restos de un cartulario de-saparecido que nada tiene que ver con el de Valpuesta, aun-que haya acabado en este (ZABALZA DUQUE, 2004: 321).

un carnero (BGGV 24), un modio de cereal (BGGV 27), cereales y dos quesos (BGGV 29). Este ejemplo nos muestra, por un lado, la debili-dad estructural del campesinado local y el tre-mendo efecto que podían tener las malas cose-chas en su supervivencia; pero por otro lado, nos indica que un monasterio muy modesto, como era el de San Pedro y San Pablo de Buezo, conta-ba a mediados del siglo X con un eficaz sistema de almacenaje de carácter especulativo que pro-porciona varios tipos de alimentos que le permi-tiría alimentar no solamente a la comunidad, sino también a los campesinos hambrientos que, a cambio, terminaban perdiendo todos o parte de sus bienes a favor del monasterio15.

4. EL REGISTRO ARQUEOLÓGICO

4.1. Los siglos VI y VII

Indudablemente el sistema de almacenaje de productos agrarios mejor conocido en nuestro territorio es el uso de silos. En el País Vasco se han excavado decenas de silos altomedievales y son mucho más frecuentes en el sector alavés que en el cantábrico (QUIRÓS CASTILLO, 2006).

Al igual que en otros territorios peninsulares (p.e. MACIAS, 2009; ROIG en este volumen), no conocemos hasta el momento el empleo de silos subterráneos de época romana en el País Vasco16. Y aunque hay algunos autores que han sugerido que durante el período romano se habría mante-nido el empleo de los silos domésticos como un sistema de almacenaje más (SALIDO, 2009: 130-133), en muchas ocasiones se tiene la impresión de que se fechan a partir de materiales residuales hallados en los rellenos de amortización, puesto que los materiales de cronología imperial apare-cen asociados a cerámicas y otros objetos «comu-nes» más dif íciles de fechar. Pero incluso acep-tando que algunos silos podrían haberse utilizado en este período, su importancia habría sido real-

Esta misma interpretación se propone en RUIZ ASENSIO et alii, 2010: 117, 135-137.

15 Ver también el pacto realizado entre el abad de San Millán y los vecinos de Ojacastro, La Rioja (SMC II p. 401, a. 1063) «…si forte aliqua penuria vel fames seu pro alia oca-sione…»

16 En el yacimiento de Buradón se ha hallado un silo atri-buido al período tardoantiguo (siglos IV-VI) en el exterior del denominado recinto A (UNZUETA, MARTÍNEZ, 1994: 55).

SILOS Y SISTEMAS DE ALMACENAJE EN EL PAÍS VASCO EN LA ALTA EDAD MEDIA 177

mente muy limitada (SALIDO, 2009: 131) frente al predominio de otros sistemas centralizados como son los horrea (SALIDO, 2008, 2009).

Por lo tanto resulta pertinente preguntarse por qué, de la misma manera que en el siglo I de-jaron de emplearse los silos subterráneos en Ca-taluña, su uso vuelve a estar documentado a par-tir del siglo V o el VI (BURCH, SAGRERA, 2009: 74). Tal y como ha argumentado Alfonso Vigil-Escalera, el empleo de silos de almacenaje de carác-ter familiar (esto es, con capacidades comprendi-das entre los 1.000 y los 2.000 litros) constituye un instrumento más de los procesos de descen-tralización de la producción agraria y de la trans-ferencia a las comunidades campesinas de aspec-tos básicos de la organización y la gestión de las prácticas productivas (VIGILESCALERA GUIRADO, 2009: 220-225). Este fenómeno, que tiene una importancia capital a la hora de explicar mu-chas de las transformaciones que tuvieron lugar en los paisajes rurales de amplios sectores tras el fin del Imperio (WICKHAM, 2008: 384-385), está en la base de procesos como el fin de las vi-llas romanas, aunque no de la gran propiedad, o la emergencia de sistemas de aldeas en territorios dotados de una cierta coherencia política o de la fragmentación territorial que caracteriza espa-cios como el País Vasco y quizás el sector cantá-brico peninsular durante buena parte de los si-glos VI y VII.

Aunque en el ámbito del País Vasco aún no contamos con muchos contextos de carácter do-méstico fechables en los siglos VI y VII, la ma-yor parte de ellos se caracterizan precisamente por el uso de silos subterráneos de carácter fa-miliar.

Uno de estos ejemplos está representado por el yacimiento de La Erilla (La Puebla de Argan-zón) fechado hacia el siglo VI. Durante una inter-vención preventiva se halló hace unos años un conjunto de once hoyos excavados directamente en la roca, de los cuales al menos uno de ellos ha sido identificado como un «fondo de cabaña» y otros ocho como silos. Las estructuras estaban muy arrasadas debido a las prácticas agrarias re-cientes, pero se ha podido estimar que estos silos tendrían una capacidad de almacenaje máxima comprendida entre los 1.100-1.500 litros.

Se han producido hallazgos similares en otros yacimientos alaveses del siglo VII como son los de Aistra o Zaballa en los que se han hallado silos de capacidades similares. Uno de los mejores

ejemplos conocidos es un silo amortizado en el siglo VII en Aistra en cuyo relleno se ha recupera-do un broche de cinturón liriforme (REYNOLDS, QUIRÓS, 2010).

Por otro lado hay que señalar que la extremada simplificación del repertorio cerámico atribuido a este período, que comprende sustancialmente ollas y cuencos de pequeñas dimensiones y de ca-rácter polifuncional (AZKARATE, NUÑEZ, SOLAUN, 2003), no permite hasta el momento pro-fundizar en las formas de almacenaje mediante el empleo de vasijas cerámicas. Es muy probable que se utilizase de forma masiva otro tipo de recipien-tes realizados en materiales orgánicos que no han sido reconocidos en términos arqueológicos.

En síntesis, los datos con los que contamos en el País Vasco para los siglos VI y VII son aún muy parcos, pero muestran con claridad la existencia de un proceso de descentralización de la produc-ción agraria. Las pequeñas dimensiones de los si-los se corresponden, según las estimaciones teó-ricas, con las reservas estratégicas necesarias para la alimentación de una familia según los pa-trones de consumo de cereal que manejan los es-pecialistas. Estos datos indican que las comuni-dades campesinas siguieron basando una parte sustancial de su alimentación en el consumo ce-realícola y que contaron con capacidad de alma-cenaje estratégico de carácter preventivo, necesa-rio en un sistema caracterizado por una débil comercialización.

4.2. Los siglos VIII y IX

Hacia el 700 se produjo una profunda reestruc-turación de los paisajes rurales altomedievales en el País Vasco que trajo como consecuencia la con-figuración de densos sistemas de aldeas dotados de una notable estabilidad y que constituyen la base sobre la que se estructura el tejido social me-dieval a largo plazo (QUIRÓS CASTILLO, 2009).

En los últimos años se han excavado varios es-pacios domésticos de este período, tanto en des-poblados (Mavilla, La Llana, Zornoztegi, Aistra, Zaballa, Treviño, Bagoeta)17 como lugares aún

17 Sobre Mavilla, FERNÁNDEZ BORDEGARAI, AJAMIL BAÑOS 2011; sobre La Llana, GIL ZUBILLAGA, 2005; sobre Zornoztegi, QUIRÓS CASTILLO et alii, 2010; sobre Aistra, REY NOLDS, QUIRÓS CASTILLO, 2010; sobre Tre-viño, QUIRÓS CASTILLO, 2011; sobre Bagoeta, AZKARATE et alii, 2010.

178 JUAN ANTONIO QUIRÓS CASTILLO

habitados (Laguardia, Gasteiz, Rivabellosa, Du-lantzi18), que han permitido documentar la im-portancia que han tenido los silos en las aldeas altomedievales. De hecho, solamente en el País Vasco se puede estimar que son más de tres cen-tenares los silos que han sido excavados en los úl-timos años atribuidos a este período (QUIRÓS CASTILLO, 2006).

Uno de los mejores casos conocidos es el de Zaballa (Iruña de Oca, Álava), donde se ha llevado a cabo una excavación de grandes dimensiones (QUIRÓS CASTILLO, 2012). Tras haber indaga-do una superficie que supera las 4 Ha se ha identi-ficado una larga secuencia ocupacional compren-dida entre el siglo VI y el siglo XVII. En la primera fase, fechada en los siglos VI y VII, se han recupe-rado una serie de silos de una capacidad estimada de unos 1.200 litros aproximadamente (Fig. 9.2).

En el siglo VIII se formó una aldea sobre la ocu-pación anterior mediante la densificación de las es-

18 Sobre Laguardia, AJAMIL, 2007; sobre Gasteiz, AZKARATE, SOLAUN, 2009; sobre Rivabellosa, AJAMAIL BAÑOS, 2011; sobre Dulantzi, LOZA, NISO, 2011.

tructuras domésticas hasta alcanzar una extensión mínima de unos 9.000 m2. Los registros arqueobio-lógicos muestran patrones productivos y de consu-mo propios de comunidades campesinas decomer-cializadas basadas en una actividad agrícola extensiva muy diversificada y en una ganadería es-tante. Esta diversidad de las producción y la inte-gración entre varias dedicaciones limita los riesgos de las comunidades campesinas excluyendo la es-pecialización. De hecho, la coexistencia de cereales de invierno y de primavera permite sugerir que la rotación de cultivos era una práctica común en Za-balla durante los siglos VIII y X. La arquitectura doméstica no refleja jerarquías sociales evidentes ni hay indicadores de producciones especializadas.

Indudablemente los silos son los instrumentos de almacenaje más visibles en la documentación arqueológica de los siglos VIII-X de este yacimien-to. Teniendo en cuenta la ubicación de estos silos en relación con las viviendas así como su capacidad podemos pensar que se trata de silos de uso fami-liar o doméstico, y que por lo tanto reflejan la capa-cidad de almacenaje estratégico del que disponen las grupos campesinos de Zaballa. Muchos de estos

Figura 9.2. Vista general del yacimiento de Zaballa (Iruña de Oca, Álava).

SILOS Y SISTEMAS DE ALMACENAJE EN EL PAÍS VASCO EN LA ALTA EDAD MEDIA 179

silos han sido arrasados tanto por las tareas agra-rias recientes como por la propia continuidad de ocupación del yacimiento, por lo que resulta muy dif ícil llegar a establecer su morfología y su capaci-dad original. No obstante, los silos conservados de forma más integral se alcanzan los 2.000-2.700 li-tros de capacidad, llegando en dos casos excepcio-nales a superar los 3.500 litros (Fig. 9.3)19. Podemos inferir, por lo tanto, que entre los siglos VIII y X au-

19 Son patrones dimensionales similares a los utiliza-dos en otras sociedades históricas. Por ejemplo, en Catalu-ña occidental en la protohistoria se consideran silos peque-ños los que están por debajo de los 500 litros, medianos los comprendidos entre 500-1.500 litros, grandes entre 1.500-2.500 litros, y excepcionales los que superan los 2.500 litros (ALONSO, 1999: 216); en la protohistoria madrileña se han diferenciado los silos pequeños inferiores a los 610 litros, y los grandes, superiores a los 1.150 litros (DÍAZ DEL RÍO et alii, 1997: 96). En el mundo ibérico, T. Chapa y V. Ma-yoral han diferenciado entre silos pequeños de uso domés-tico (300-650 litros) frente a los silos de carácter comercial mucho mayores (5.000-7.000 litros) (CHAPA, MAYORAL, 2007: 142). También R. Buxó y R. Piqué han planteado que los silos más pequeños alcanzan los 300-1.000 litros de ca-pacidad y los más grandes los 3.000 litros, siendo raros los que superan los 1.500 litros (BUXÓ, PIQUÉ, 2008: 222).

mentó la capacidad de almacenaje estratégico por parte de algunos de los grupos familiares campesi-nos respecto a los siglos anteriores.

Los especialistas han señalado hace años que las dimensiones de los silos tienen una gran po-tencialidad para hacer historia social. Así por ejemplo F. Sigaut diferenció entre los silos cam-pesinos de carácter doméstico, los silos orienta-dos al mercado pertenecientes a comerciantes, banqueros, concejos y al estado, y como los silos de carácter feudal (SIGAUT, 1978: 34-40). En tér-minos técnicos, los especialistas coinciden en se-ñalar que los silos son más eficaces y limitan me-jor las pérdidas cuando mayores sean (DÍAZ DEL RÍO, 2001: 139), por lo que la tendencia es la ex-cavar los silos en función de la capacidad máxima de almacenaje estimado. Pero en realidad las ca-racterísticas, el número y las dimensiones vienen determinadas por los diferentes agentes sociales y las necesidades de almacenaje (almacenaje fa-miliar; almacenaje de rentas; almacenaje especu-lativo; almacenaje centralizado).

Pero más allá de estas reservas estratégicas, ¿hay otros sistemas de almacenaje documentados

Figura 9.3. «Silos familiares» hallados en el fondo de valle de Zaballa (Iruña de Oca, Álava).

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arqueológicamente en las aldeas de los siglos VIII y IX? Si bien durante los siglos VI y VII el núme-ro de formas cerámicas que hallamos en los yaci-mientos es muy reducido, a partir de los si-glos VIII y IX aumenta su número y también se detecta una cierta especialización de la produc-ción, tanto en lo que se refiere a la especializa-ción funcional de las formas como de las pastas empleadas (SOLAUN, 2005). Más concretamente a partir de este momento se documenta el em-pleo de grandes tinajas, orzas y cántaros, que en ocasiones superan los 60 litros de capacidad20 (SOLAUN, 2005: 244).

Aunque en Zaballa no hemos realizado análisis químicos y de residuos de las superficies de las for-mas cerámicas, y por lo tanto no podemos definir si las formas cerámicas han sido utilizadas exclusi-vamente para el almacenaje de productos agrarios, podemos analizar los contextos cerámicos para es-timar la capacidad de almacenaje potencial de las que disponía una unidad doméstica. Y aunque la mayor parte de los depósitos arqueológicos dispo-nibles son carácter secundario, pueden proporcio-nar algunas indicaciones de referencia.

En el relleno de un silo (ue 6731) realizado en-tre los siglos VIII y IX se han hallado un dos cán-taros, una orza y una olla (cántaro 2-VI, otro cán-taro 1.1-VI, una orza 1-VI y una olla 7-VI). Todas las formas identificadas permiten almacenar de forma teórica poco más de 32 litros de cereal.

En el relleno de un segundo silo arrasado, ue 6704, fechado asimismo entre los siglos IX y me-diados del X se recuperaron tres cántaros, un jarro y dos ollas (2 cántaros 1.4-VI, 1 cántaro 1.1-VI, 15 ollas 7-VI, jarro 1-1.VI). La capacidad de alma-cenaje teórica de todos estos contenedores supe-ra los 45 litros de cereal.

Teniendo en cuenta que varios estudiosos han estimado que el consumo anual de cereal en épo-ca preindustrial podría situarse en torno a los 100-250 litros por persona al año21, resulta evi-dente que los recipientes cerámicos hallados en estos yacimientos podrían almacenar únicamente una parte reducida del cereal necesario para el consumo diario. Y aunque se podía contar con

20 En el cálculo volumétrico se han seguido las capaci-dades proporcionadas por J. L. Solaun en su tesis doctoral (SOLAUN, 2005).

21 PARCERO, AYÁN, 2009: 384, unos 100 litros.; CERDEÑO, 2009: 357, unos 210 litros.; CHAPA, MAYORAL, 2009: 263, 250 litros; GARCÍA, MORALES, 2009: 192, 212 litros; ALONSO, 1999: 231, 250 litros.

otras formas de almacenaje, como podrían ser to-neles, sacos de esparto, arcones de madera, etc., hay que pensar que se disponían de otro tipo de almacenes que permitían reponer de forma regu-lar estos contenedores domésticos. Es muy poco probable que fuesen los silos estos almacenes a los que acudir de forma regular en un sistema económico tan descentralizado. Por lo tanto, hay que pensar en la existencia de graneros u hórreos que tendrían esta función pero que, a pesar de su visibilidad en la documentación escrita o de la abundante documentación etnográfica disponi-ble, son casi desconocidos en el registro arqueo-lógico del norte peninsular22.

En Zaballa se han reconocido dos estructuras aéreas que han desempeñado esta función. La es-tructura E7, fechada en la primera mitad del si-glo X, es una construcción realizada sobre un zó-calo de piedra que ha sido construido contra la roca, tallada a forma de escalón. No se conservan restos del alzado de la estructura, que probable-mente estaba realizado con postes de madera. Tanto en los niveles asociados al uso de la estruc-tura como al abandono de la misma se ha hallado numerosas evidencias arqueobotánicas relativas al tratamiento y el almacenaje del cereal, que in-cluye chaff y restos de paja (Fig. 9.4).

Una posible segundo granero fechado en los siglos VIII y IX ha sido identificada en el tramo superior de la plataforma de Zaballa. Está consti-tuido por los encajes para cinco durmientes de madera dispuestos en paralelo próximos entre sí, dispuestos de forma similar a los muros de piedra que configuran los graneros y horrea de época prerromana y romana. La estructura, que tendría una longitud superior a los 5 metros y una super-ficie estimada en torno a los 16 m2, constituye la base de una estructura aérea levantada sobre un entramado de carpintería armada y se completa-ría en el ángulo SO con un apoyo vertical. No ten-dría postes verticales o pegollos, sino una base de durmientes corridos similar a la que aparece en

22 Conocemos muy pocos graneros en términos arqueo-lógicos de cronología altomedieval en la Península Ibérica. La estancia 3 del primer sector de excavación de Monte el Alcaide (Salamanca) podría interpretarse como un granero (PARICIO, VINUESA, 2009: 52). También en la unidad do-méstica 2 de La Cabeza de Navasangil (Salamanca) se ha ha-llado una pequeña estancia de 4 m2 con una importante can-tidad de cereal carbonizado que ha sido interpretado como un granero y al menos una tinaja dedicado al almacenaje de cereal (CABALLERO, PEÑAS, 2012).

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otros ejemplos etnográficos conocidos23. Y aun-que los graneros altomedievales europeos mejor conocidas se levantan sobre postes de madera24, contamos con algunas analogías en la Península Ibérica aunque pertenecientes a otros períodos históricos. En particular hay que señalar las es-tructuras calcolíticas del III milenio a.C. halladas en el yacimiento de Barrocal Tenreiro (valle del Côa, en Portugal) formadas por bases de madera dispuestas en forma de durmientes cruzados que han sido interpretadas como celeiros o espigueiros de madera (CARBALHO, 2003: 250-261).

4.3. Los siglos X y XI

En el curso del siglo X y del siglo XI se produ-jeron profundas transformaciones territoriales en el País Vasco como reflejo de los cambios que tu-

23 Se han hallado bases de durmientes corridos simila-res en algunos hórreos gallegos, y soportes de madera de es-tructuras aéreas en los Alpes o en Croacia (FRANKOWSKI, 1986: 373, 386).

24 Ver los trabajos de M. Gardiner y E. Peytremann en este mismo volumen.

vieron lugar en las formas de articulación social y política. Los estudios arqueológicos y los trabajos realizados sobre la documentación escrita coinci-den en señalar que en el curso de un «largo si-glo X» se crearon nuevas formas de poder local en relación con la emergencia de nuevas realida-des de poder centralizadas en el área castellana y alavesa25 (QUIRÓS CASTILLO, SANTOS SALAZAR, 2012).

En el caso concreto de Zaballa, hacia media-dos del siglo X se produjo una profunda transfor-mación de la aldea. Toda la plataforma superior del yacimiento, donde se emplazaba el corazón de la aldea, fue ocupada por una iglesia dedicada a San Tirso. La construcción de este edificio com-portó el desplazamiento de todas las unidades domésticas al próximo valle de Zaballa y, en con-secuencia, tuvo lugar una profunda reorganiza-ción urbanística, espacial y social de la aldea (QUIRÓS CASTILLO, 2012).

Al noroeste de la iglesia de San Tirso se reali-zaron una serie de silos y de estructuras negativas

25 Ver también el texto de J. Escalona e I. Martín Viso en este mismo volumen.

Figura 9.4. Granero del siglo X hallado en Zaballa (Iruña de Oca, Álava).

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pertenecientes a varios períodos de ocupación del yacimiento. En el siglo X, en correspondencia de la construcción de la iglesia de San Tirso, se reali-zaron en esta zona grandes silos que constituyen un sistema de almacenaje asociado al uso de la iglesia. En particular destaca la realización del silo ue 6567, de más de dos metros de diámetro y que ha sido notablemente arrasado por los usos posteriores del espacio (Fig. 9.5). Se ha podido es-timar que su capacidad de almacenaje alcanzaría un volumen comprendido entre los 5.400 y los 6.300 litros. Por lo tanto, se trata de un silo que tiene una capacidad de almacenaje muy superior a la que encontramos en el seno de las unidades do-mésticas, lo que indudablemente plantea que su uso ha sido muy distinto. No es un silo que tenga como fin proteger la autonomía de la unidad fa-miliar frente a calamidades o annus pessimus. Un silo de esta capacidad está preparado para acoger las reservas de élites, tanto para su propio consu-mo como para la alimentación de vecinos en difi-cultades que pudiesen vender sus bienes, tal y como ocurrió en el caso de San Pedro y San Pablo

de Buezo (Valpuesta). Además, para colmar un silo de estas dimensiones sería preciso que su pro-pietario contase con amplias propiedades y recur-sos para su cultivo o, más probablemente, con rentas y pagos de vario tipo que permitiesen esta acumulación tan gigantesca26.

Zaballa no es un caso aislado. A poco más de 8 km hacia el sureste de esta aldea se yergue el castillo de Treviño. El castillo fue fundado en el cur-so del siglo X siguiendo de forma canónica el mo-delo de incastellamento propuesto en su día por P. Toubert (TOUBERT, 1973). La fundación, rea-lizada por una familia laica, se realizó en un lugar carente de una ocupación previa, comportó la concentración de parte del campesinado circuns-tante, y el nuevo centro fue dotado de un recinto fortificado. La plasmación material de esta acción social se manifiesta en la existencia, en la plata-forma superior del castillo, de una ocupación de

26 También en Francia se han hallado silos de notables dimensiones a partir del siglo IX (ver E. Peytremann en este volumen).

Figura 9.5. «Silos de renta» hallados en Zaballa (Iruña de Oca, Álava). A. Ubicación en relación con la iglesia de San Tirso; B. Detalle

de los «silos de renta».

SILOS Y SISTEMAS DE ALMACENAJE EN EL PAÍS VASCO EN LA ALTA EDAD MEDIA 183

carácter señorial claramente diferenciada del área campesina, situada en la zona inferior del castillo (QUIRÓS CASTILLO, 2011).

En el siglo XI se realizaron en el sector seño-rial al menos tres enormes silos de almacenaje, alguno de los cuales no han podido ser excava-dos porque fueron amortizados en el siglo si-guiente por un potente recinto fortificado (Fig. 9.6). La capacidad de almacenaje de uno de los silos que fue parcialmente amortizado en el siglo XII (ue 3130) superaba los 5.000 li-tros, y sabemos que estaban en uso a la vez otros tres, lo que prueba que la capacidad de percep-ción de rentas de los señores de Treviño era real-mente muy notable. Aunque los análisis arqueo-botánicos aún no han proporcionado resultados significativos, contamos con algunas informacio-nes procedentes del consumo cárnico que indi-can ulteriormente su capacidad de obtención de rentas. El elevado porcentaje de individuos jóve-nes (lechones y corderos) y la escasa incidencia del vacuno, que en cambio caracteriza las ocupa-ciones campesinas en este período en el área de

Álava, refuerzan ulteriormente el carácter seño-rial de la estructura económica de Treviño (QUIRÓS CASTILLO, 2011).

Pero si la construcción de silos de grandes di-mensiones en los siglos X y XI tuvo un carácter señorial muy evidente, desde luego éste tampoco fue el único recurso utilizado por las élites loca-les. A lo largo del año 2010 se realizó una exca-vación preventiva en San Martín de Dulanzti, en la llanada oriental alavesa, por la empresa Iterbi-de que ha permitido reconocer una interesante secuencia que cubre toda la Alta Edad Media (NISO, LOZA, 2011). Sobre una ocupación ro-mana se ha realizado una presunta iglesia en cuyo interior se han hallado algunos enterra-mientos con elementos de adorno personal y ar-mamento fechables en el curso del siglo VII. Cor-tando estos enterramientos se han realizado un total de 17 hoyos circulares interpretados como silos de dimensiones muy variables (comprendi-dos entre los 600 y los 2.800 litros) de carácter familiar o doméstico. Esta serie de silos, realiza-dos dentro del edificio probablemente aún en

Figura 9.6. Silos de renta hallados en el castillo de Treviño (Condado de Treviño, Burgos).

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uso, fue amortizada probablemente en el siglo X. El estudio de los materiales hallados en los relle-nos de estos silos nos ha mostrado que en la últi-ma fase de ocupación estuvieron en uso al me-nos cuatro de ellos de forma contemporánea lo que proporcionaría una capacidad de almacenaje teórica superior a los 4.000 litros27.

Para interpretar en términos sociales estos ha-llazgos hay que señalar que pocos metros hacia el oeste se ha hallado una unidad doméstica confor-mada por una estructura semienterrada (ue 108) y tres silos de carácter doméstico no necesaria-mente coetáneos (ue 173, 175, 197) que confor-man un sistema de almacenaje muy similar al que hallamos en cualquier yacimiento aldeano de este período28. Por lo tanto podríamos plantear como hipótesis que la presunta iglesia estuvo durante los siglos IX y X en manos de unas élites locales que disponían de una importante capacidad de almacenaje que no utilizaba un único silo, sino varios de pequeñas y medianas dimensiones usa-dos de forma contemporánea. Es probable que la decisión de utilizar pocos silos grandes o varios más pequeños se corresponda con diferentes for-mas de gestión y obtención de rentas.

Como han señalado I. Martín y J. Escalona en este mismo volumen, una de las principales ca-rencias de la arqueología medieval del norte pe-ninsular es la aparente invisibilidad de los palatia y de los centros de poder territorial durante la Alta Edad Media, e igualmente la opacidad de los que hemos llamado «castillos de segunda genera-ción» resulta muy significativo (QUIRÓS CASTILLO, 2013). Y esta carencia es muy notable a la hora de analizar fenómenos como la emergencia de las redes de aldeas hacia el 700.

A partir del siglo IX se constata la construcción de iglesias rurales en un número muy reducido de centros rurales, especialmente en el occidente ala-vés, promovidas por élites locales cuyas bases pa-trimoniales se han construido probablemente du-rante el siglo anterior (SÁNCHEZ ZUFIARRE, 2007). Pero solamente a partir del siglo X se hace patente en un amplio número de yacimientos el

27 También en el caso de Gasteiz se ha hallado un «campo de silos» en hilera y se ha sugerido que al menos seis de ellos pudieron estar en uso de forma contemporá-nea (AZKARATE, SOLAUN, 2009: 411), que pueden ser asimilados a los «silos en batería» observados en Francia (ver E. Peytremann en este volumen).

28 La capacidad de estos silos se sitúa entre los 680 y los 823 litros.

desarrollo de formas de poder local, una de cuyas manifestaciones más evidentes será la emergencia de formas de gestión del almacenaje de rentas y el desarrollo de un paisaje de la desigualdad social (QUIRÓS CASTILLO, SANTOS SALAZAR, 2012). Es muy significativo señalar además que, a la luz de los pocos datos arqueobotánicos disponi-bles, no se produjo una transformación sustancial de los patrones productivos, sino que en las aldeas se mantuvo una diversificación agraria tendente a reducir riesgos. Únicamente en la plena edad me-dia se constata la existencia de especializaciones productivas más evidentes.

4.4. Los silos en iglesias del País Vasco

Para concluir este trabajo querríamos analizar el fenómeno del almacenamiento de cereal en si-los en el interior de las iglesias. Este es un fenó-meno bien conocido en la Meseta (Valdezate, Melque, Saquera de Haza, San Vicente del Valle, Soto de Bureba, etc.), Navarra (Torres del Río, Ambás), pero que alcanza su máxima expansión en Cataluña29.

En el caso del País Vasco los ejemplos conoci-dos no son muy abundantes, aunque tampoco contamos con muchas iglesias altomedievales ex-cavadas integralmente en su interior o en su en-torno más inmediato, donde es frecuente que se hallen este tipo de almacenes subterráneos. Su número es más abundante en Álava, aunque es probable que se deba únicamente al hecho de que aquí se han excavado más iglesias.

Entre los casos mejor conocidos hay que seña-lar los dos silos hallados en la nave de la iglesia de San Román de Tobillas, amortizados por un nivel de enterramientos fechado a partir del siglo XIII. En ausencia de materiales datables, se ha supues-to que estos silos podrían ser altomedievales (AZKARATE, 1995: 193).

29 Para los casos castellanos, REYES TÉLLEZ, 1991; APARICIO BASTARDO, 1992, 1991, CABALLERO ZOREDA, FERNÁNDEZ MIER, 1999: 204. Para Torres del Río UNZU URMENETA, CAÑADA PALACIO, 1995. Carece-mos aún de una síntesis adecuada sobre el caso catalán, aun-que hay reflexiones importantes en trabajos como MARTÍ, 2007 y ROIG I BUXÓ et alii, 1995. También en algunas igle-sias altomedievales italianas se conoce la presencia de varios silos, como en el caso de San Vincenzo di Sesto Calende, San Martino di Serravalle a Valdisotto o Santa Maria Torba (BROGIOLO, GELICHI, 1996: 147).

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Otro ejemplo conocido es el de la ermita de Santa Eufemia en Virgen del Campo (Maestu), en el que se han excavado cuatro silos. Uno de estos se amortizó en el siglo XIV, pero al menos otros dos presentan materiales con cronologías que se pueden situar entre los siglos XII y XIII (SAÉNZ DE URTURI, 1985).

En el sector cantábrico los ejemplos son más escasos. En una reciente intervención realizada en San Miguel de Irura (Guipúzcoa) se ha hallado un silo, aunque la limitada extensión de la inter-vención no debería excluir la existencia de otros (Fig. 9.7). En los niveles de relleno se han hallado varios fragmentos de una única forma cerámica medieval y la datación radiocarbónica de una muestra de los carbones hallados en su interior permiten fechar su amortización en los si-glos XI-XIII (SARASOLA et alii, 2007: 488).

Asimismo, en Santa Lucía de Gerrika en Mu-nitibar (Bizkaia) se ha identificado un silo junto al muro testero de una iglesia de los siglos X-XI. Te-niendo en cuenta que se ha excavado casi la tota-lidad de la iglesia, unos cien metros cuadrados, tenemos la certeza de que ha sido el único en uso. Su amortización se ha realizado parcialmente en época moderna, por lo que ha podido tener una larga duración (GARCÍA CAMINO, NEIRA, 2006: 369).

En otros dos casos, más dudosos, no ha sido posible determinar si los silos se encontraban en el interior de las iglesias o si, en cambio, pertene-cían a ocupaciones domésticas amortizadas pos-teriormente por la construcción de los templos.

Uno de estos casos es la iglesia de San Martín de Rivabellosa donde se han hallado cuatro silos carentes de materiales arqueológicos situados en el exterior de la iglesia, donde se realizó poste-riormente una ampliación en la Baja Edad Media (AJAMIL, 2005: 199). También en San Martín de Agurain se ha localizado un silo donde se cons-truyó posteriormente la cabecera de la iglesia (FERNÁNDEZ DE JÁURGEGUI, 2005).

Además hay que señalar que la documenta-ción escrita menciona la existencia de al menos un silo en la iglesia de San Cristóbal de Salinas de Añana30, aunque no se ha hallado en las excava-ciones allí realizadas.

El estudio y la interpretación social de estos silos presentan algunas dificultades debido a la

30 Covarrubias X, pp. 33-34 (24-11-978), En el plano de Villacones VII eras et suo pozo, ad ecclesia I silo.

propia naturaleza de estas estructuras (MIRET, 2005). En primer lugar resulta de notable com-plejidad establecer el momento inicial en el que han sido excavados. Los rellenos de los silos do-cumentan únicamente el momento de su amorti-zación, que puede haber tenido lugar siglos des-pués de su excavación. En todo caso, y salvo en uno de los casos de Santa Eufemia y el de Ge-rrika, todos parecen amortizarse antes del si-glo XIII. Por otro lado, el buen estado de conser-vación de estas estructuras arqueológicas permite pensar que no se han usado de forma tan intensa como los silos hallados en las aldeas. Asimismo, la baja densidad de los silos hallados en las igle-sias y su entorno nos muestra que no ha sido ne-cesario abrir nuevos silos tras la amortización de los anteriores, como ocurre con frecuencia en las aldeas coetáneas. Únicamente en Santa Eufemia los hoyos son más numerosos, aunque su número es muy contenido si se comparan con otros casos castellanos o catalanes.

Figura 9.7. Silo hallado en la iglesia de San Miguel de Irura

(Guipúzcoa), foto N. Sarasola.

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En segundo lugar, la interpretación social y funcional de estos silos ha planteado diferentes soluciones entre los estudiosos. Una primera lí-nea de trabajo ha identificado estos silos como lugares de almacenaje de las comunidades cam-pesinas propietarias de las iglesias, que de esta manera protegían los excedentes de la rapiña se-ñorial. En Castilla esta interpretación ha sido de-sarrollada a partir de los trabajos realizados en conjuntos como el de la ermita de Santa Cruz de Valdezate (REYES TÉLLEZ, 2002: 339-345). Se-gún F. Reyes la identificación de estos silos como centros de almacenamiento de una comunidad de aldea y su ubicación en el interior o anejos al cen-tro de culto tendría su razón de ser en las siguien-tes motivaciones:

El grano se vería resguardado ante el inten-to de apropiación mediante dos mecanismos, uno coercitivo social —la consideración del la-trocinio— y otro religioso al conllevar el inten-to un allanamiento del lugar sacro, por lo que el primero se uniría la pena de sacrilegio. Jun-to a estos mecanismos de salvaguardia del ce-real allí depositado, encontramos un segundo motivo de justificación. Su custodia en lugar sagrado propiciaría la fertilidad de la nueva cosecha. Un tercer motivo, de tipo social, se uniría a los anteriores. Se instala en el paraje del centro de culto y no en el recinto defensivo, cuando lo hay, porque así se resguarda de las apetencias del linaje dominante que intentaría apropiarse para sí del excedente, en un mo-mento en el que la disolución de lo vínculos de consanguinidad han dado paso a linajes emer-gentes que reclaman parcelas económicas an-tes reservadas al grupo (REYES TÉLLEZ, 1991: 89-90).De alguna manera esta propuesta se ha aplica-

do en el caso del País Vasco a casos como el de Santa Lucia de Gerrika, puesto que se ha inter-pretado que el silo hallado en la iglesia sería un lugar de almacenaje de excedentes generados por la comunidad para escapar a la presión señorial (GARCÍA CAMINO, NEIRA, 2006: 370).

En el caso de Cataluña esta interpretación se ha ligado de forma muy estrecha con el fenóme-no de las sagreras como espacios protegidos o de refugio vinculados a la paz de Dios (FARÍAS ZURITA, 2007). De esta manera se ha sostenido que los silos presentes en las celleras y sagreras debe-rían identificarse como almacenes de las comuni-dades que buscan la protección de la iglesia.

En cambio, autores como M. Barceló han sos-tenido que estos silos han de ser interpretados como almacenes de rentas eclesiásticas de carác-ter señorial:

Se excavaron dos juntas, en el Alto Penedés, Santa María de Lavit y Sant Marçal de Terra-sola. En las dos aparecieron lo que creíamos iba a aparecer, silos inmensos de los que lla-man «Sagreres», es decir, lugares sagrados donde los curas almacenaban la producción capturada. Hemos hecho un cálculo de Santa María de Lavit, los silos son enormes, y el re-sultado es que podían contener, lo cual no quiere decir que no contuvieran sino que la as-piración de los curas era ésa, toneladas de gra-no. No era una ciudad era una rector, dos diá-conos, un par de presbíteros, sus amantes y nada más (BARCELÓ, 1992: 95-96).Nuevos estudios realizados en Cataluña tenien-

do en cuenta las numerosas intervenciones ar-queológicas hechas en los últimos años plantean una diferenciación más sutil. Los silos situados en el interior de las iglesias habría que interpretarlos como almacenes de censos eclesiásticos (diezmos, primicias, etc.), mientras que aquellos situados en el exterior serían, en cambio, graneros particulares que se agruparían con fines de protección en tor-no a la iglesia dentro de la Sagrera (MARTÍ, 2007: 195). Entre ambos tipos de silos habría una dife-rencia cuantitativa, puesto que los graneros ecle-siásticos duplicarían en dimensiones las capacida-des de los silos familiares (MARTÍ, 2007: 190).

A excepción del caso de Zaballa antes analiza-do, los silos hallados en las iglesias del País Vasco son más bien modestos, puesto que se mueven entre los 600 y los 1.500 litros, y por lo tanto es-tán en línea con los volúmenes que encontramos en unidades domésticas coetáneas. Y aunque se podría sugerir que estos silos en iglesias han de relacionarse con la percepción de diezmos, pagos y rentas eclesiásticas, tampoco puede excluirse la interpretación comunitaria propuesta para Ge-rrika. En cualquier caso, ni el número de silos ha-llados, ni las dimensiones de los silos hallados en el País Vasco son equiparables a los grandes gra-neros eclesiásticos catalanes (MARTÍ, 2007), sal-vo en el caso de Zaballa. Pero teniendo en cuenta que los silos de renta de Zaballa no han sido ha-llados en la iglesia sino en su proximidad, es pro-bable que hasta que no contemos con una mues-tra más amplia no se pueda verificar la fiabilidad de estas propuestas interpretativas.

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5. CONCLUSIONES

En definitiva, el estudio de los sistemas de al-macenaje constituye un potente instrumento de análisis social del registro material. Sin embar-go, es preciso evitar simplificaciones excesivas y contextualizar estos marcadores en un cuadro más amplio. El empleo de categorías como «si-los de renta» o «silos campesinos» puede ser muy eficaz para analizar las desigualdades, pero sería muy reductivo identificar silos grandes con rentas y silos pequeños con campesinos. El ejemplo de Dulantzi es muy elocuente a este propósito.

Aunque resulta evidente que el estudio ar-queológico de los sistemas de almacenaje permite analizar aspectos básicos de la arqueología de la desigualdad social, el salto cualitativo se podrá dar cuando seamos capaces de desarrollar una ar-queología agraria de forma plena, en la cual po-damos ubicar los procesos de almacenaje en el marco más general del análisis de los ciclos de producción agraria con el fin de analizar los pro-cesos de producción y de reproducción social. Nuestros colegas protohistoriadores llevan años trabajando en esta línea. Ojala que en los próxi-mos años los investigadores de las sociedades históricas seamos capaces de colmar estas lagu-nas.

AGRADECIMIENTOS

Se agradece a la empresa Iterbide todas las informaciones proporcionadas acerca del yaci-miento de Dulantzi y a Catarina Tente las refe-rencias sobre Barrocal Tenreiro. Asimismo Jon Andoni Fernández de Larrea nos ha proporcio-nado útiles referencias documentales y Laurent Schneider nos ha facilitado informaciones sobre el estudio en el Sur de Francia de los sistemas de almacenaje. Nerea Sarasola es la autora de la fi-gura 7. Ha leído y mejorado el texto Lorena Elorza.

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10Sistemas subterráneos de almacenamiento

en la Galicia medieval. Una primera tipología y consideraciones para su estudio

Álvaro Rodríguez Resino1

RESUMENEn este artículo presentamos una primera tipología

para los silos altomedievales gallegos, incidiendo en su función dentro de los trabajos estacionales del campe-sino. Así mismo, realizamos una reflexión teórica so-bre su posible valor para historiar procesos clave como la estratificación social, la dependencia campesina y el pago de rentas.

PALABRAS CLAVE: Galicia, Alta Edad Media, silos, agricultura, estratificación social.

A lo largo de los últimos años una serie de ex-cavaciones, todas ellas vinculadas a la arqueología de empresa, han permitido identificar una serie de yacimientos, con una cronología entre los siglos IX y XII, en los que podemos identificar sistemas sub-terráneos de almacenamiento subterráneos, referi-dos en la literatura arqueológica como silos. Estos datos permiten comenzar a realizar una primera tipología de los mismos, con varios casos diferen-ciados, que describiremos a continuación.

También, la existencia de estos silos plantea va-rias preguntas acerca de su significado histórico dentro de las comunidades altomedievales. Funda-mentalmente, cabe preguntarse si las diferencias existentes entre los silos, de tamaño y forma basica-mente, son el reflejo de realidades sociales y econó-micas diferenciadas, y de qué tipo. A este tema nos dedicaremos en la segunda y tercera parte del ar-tículo.

1. LOS SILOS ALTOMEDIEVALES EN GALICIA. UNA PRIMERA TIPOLOGÍA

A continuación describiremos varias de las es-tructuras subterráneas de almacenamiento apare-

1 Departamento de Historia I de la USC. [email protected].

cidas en Galicia en los últimos dos años (es posi-ble que existan más exhumadas en intervenciones arqueológicas, pero insuficientemente publicadas o no identificadas como tales), y los contextos ar-queológicos de la misma. A este respecto, clara-mente podemos distinguir dos muy claros: el pro-tourbano, que para este momento cronológico implica referirse exclusivamente a Santiago de Compostela, y el rural2. Veamos cada caso con más detenimiento.

En los últimos años en Santiago, gracias a va-rias intervenciones urbanas vinculadas a proyec-tos inmobiliarios, fue posible identificar varias estructuras subterráneas de almacenamiento, al-gunas de tamaño muy considerable (Fig. 10.1). Todas estas excavadas en la roca esquistosa que se encuentra casi aflorando en muchos lugares, y raramente asociadas a estructuras contemporá-neas a los propios silos, que con seguridad fueron destruidas para construir en los siglos posterio-res. En algún caso, como en la Rúa do Franco, hay evidencias de posibles estructuras lígneas asocia-das a los silos, como un hueco de poste. En todo caso, están perdidas y no aparecen en el registro, por lo menos hasta ahora. Veamos ahora cada ya-cimiento.

El primero de ellos, excavado por nosotros, es la intervención en la Rúa do Franco 31 bis. En un solar en reformas destinado a local de restaura-

2 El estudio de los silos altomedievales gallegos, cómo muchas otras cosas, aún está en pañales, en gran parte por la existencia de un registro muy fragmentado, que aquí preten-demos comenzar a ordenar. En otras zonas de la Península se ha avanzado considerablemente en el estudio de los silos en la Edad Media, como por ejemplo en QUIRÓS CASTILLO, 2006 y 2009; VIGIL ESCALERA, QUIRÓS CASTILLO, 2011; OLLICH, DE ROCAFIGUERA, OCAÑA, 1998. Para una escala global, destaca SIGAUT, 1978 y 1981. Es también muy interesante, por su elaborada síntesis etnoarqueológica, MIRET, 2009.

194 ÁLVARO RODRÍGUEZ RESINO

Figura 10.1. Distribución de los yacimientos citados en el texto en Santiago de Compostela (A para O Franco, B para Preguntoiro y C

para Azabachería), en relación con el Locus Sancti Iacobi (marcado con el número 1), y los suburbios del Villare (número 2)

y el Preconitorium (número 3). Se puede apreciar el recinto murado del Locus, y en trazo más grueso, la muralla edificada

en el 1040 por Cresconio. Elaboración propia a partir de un mapa de López Alsina (López Alsina, 1988: p. 245).

SISTEMAS SUBTERRÁNEOS DE ALMACENAMIENTO EN LA GALICIA MEDIEVAL. UNA PRIMERA TIPOLOGÍA… 195

ción, se excavaron varios depósitos y estructuras, como pavimentos y canalizaciones, de los si-glos XVI y XVII3. Todo ello se encontraba dentro de una casa, muy posiblemente medieval ya que es anterior a los niveles modernos, que en el si-glo XIX fue retranqueada para eliminar sus so-portales, adelantando la fachada y colmatando un pozo que estaría ubicado bajo aquellos. Excava-das en el sustrato rocoso, y claramente con una disposición diferente a la de la casa (como mues-tra el hecho de que un silo enorme y varias fosas estaban ubicadas parcialmente por debajo de los muros, que las sellaban), aparecieron varias es-tructuras de almacenamiento (Fig. 10.2). En pri-

3 La excavación de este solar se dividió en dos interven-ciones. La primera, dirigida por Manuela Mato, excavó los niveles contemporáneos y modernos. La segunda y última, que excavó las fosas y silos altomedievales, fue la dirigida por nosotros.

mer lugar, se identificaron y excavaron 3 fosas, de pequeño tamaño y forma en bañera o cilíndrica. En ellas apareció un nivel de sellado en el fondo formado por arena y conchas machacadas. Junto a estas fosas aparecieron dos grandes estructuras de almacenamiento, con dos formas distintas: una cilíndrica, de casi 2,50 metros de profundi-dad (Fig. 10.4a) y 1,10 metros de diámetro de me-dia, y otra con forma de «botella», de 4,40 metros metros de profundidad, y una anchura máxima de 2 metros (Fig. 10.4b). En ambos casos se en-contraron restos de un revoco hecho con arena, que posiblemente funcionó como impermeabili-zante. Y en el cilíndrico aparecieron restos de otro revoco, por encima del anterior, formado por arcilla, materia orgánica y restos vegetales, posiblemente paja. En el silo más grande, se loca-lizaron dos agujeros tallados en la roca, a interva-los regulares, y en sentido vertical, dispuestos en la parte superior del silo, cuando comienza a es-

Figura 10.2. Vista general del yacimiento de O Franco. A la izquierda, parcialmente bajo el muro, el silo de mayor tamaño, con forma

de botella. A la derecha y en la parte superior de la imagen, las fosas de almacenaje de menor tamaño, junto con el silo

cilíndrico, en el centro las fosas y asociado a un hueco de poste.

196 ÁLVARO RODRÍGUEZ RESINO

trecharse hacia la boca. Ambos silos, al igual que las fosas, estaban rellenados por un depósito idéntico que mezclaba sillarejo y otros restos ar-quitectónicos, cerámica muy fragmentada de ti-pología medieval, teja y tierra con gran contenido orgánico. En practicamente todos los casos, este relleno fue rematado con un nivel de sellado de piedras y argamasa, lo que creemos que indica una amortización rápida, posiblemente casi si-multánea, de todos ellos. El silo más grande, par-cialmente ubicado bajo el muro de la casa, no es-taba ni siquiera colmatado del todo, pero si seguramente tapado con una cubierta que se des-menuzó en la primera intervención arqueológica. Las analíticas de este yacimiento aún están pen-dientes de realizarse, sobre los muestreos recogi-dos estratigráficamente. Sin embargo, en el silo ci-líndrico de mayor tamaño, en el nivel de revoco con abundante materia vegetal antes mencionado, fueron localizadas semillas, que en un examen preliminar resultaron ser de cereza4 (Fig. 10.3). Pese a que aún no contamos con más datos, el material cerámico recogido en los niveles de re-lleno del silo, y las características de los silos y su contexto arqueológico, remiten al siguiente yaci-miento, en la misma ciudad, y que ya sí dispone

4 Agradecemos a los miembros del Grupo de Estudios de Prehistoria del Noroeste, de la USC, el examen y tipifica-ción de estos restos vegetales, que realizó de manera volun-taria y desinteresada. Seguramente estas semillas sean parte de los residuos acumulados en el interior del silo en el mo-mento de su amortización, o del estiércol que se pudo usar como revoco del silo. El análisis del muestreo recogido espe-ramos que ayude a dilucidar el contenido del silo durante su período de uso.

Figura 10.3. Detalle del revoco de arcilla y restos vegetales

identificado en el silo cilíndrico de O Franco.

Figura 10.4. Perfiles de los silos excavados en O Franco.

SISTEMAS SUBTERRÁNEOS DE ALMACENAMIENTO EN LA GALICIA MEDIEVAL. UNA PRIMERA TIPOLOGÍA… 197

de cronologías absolutas y analíticas paleoam-bientales.

En esta intervención, realizada por Manuela Mato en 2010, se halló un campo de silos situado bajo el número 25 de la Rúa do Preguntoiro en Santiago de Compostela, en el mismo casco anti-guo compostelano y bajo un palacio urbano de Época Moderna. Las cronologías de estos silos, realizadas mediante métodos radiométricos de datación absoluta, dan como fecha para el colma-tado de los silos el año 1045, aproximadamente, coincidiendo practicamente con la construcción de la muralla del obispo Cresconio, que dará for-ma al Santiago urbano medieval. Además, las analíticas de estos silos confirman que fueron empleados para almacenar trigo5, reutilizados como aljibe o factoría de curtidos, y finalmente amortizados con varios niveles de desechos. En uno de los casos tenemos un silo de más de seis metros de profundidad, superando en capacidad a cualquiera de los excavados hasta ahora en San-tiago. Este yacimiento sirve, en nuestra opinión, para enmarcar cronológicamente el muy cercano de la Rúa do Franco. En primer lugar, el tamaño de los silos y sus características formales son pa-recidos. Además, también en este caso los silos se encuentran claramente desviados, en su disposi-ción, respecto a la parcela urbana. Si a ello suma-mos que la cerámica recuperada en los niveles de colmatación de los silos del Preguntoiro es muy similar a la recuperada en el Franco, podemos asumir que ambos yacimientos comparten un mismo momento cronológico.

Un tercer conjunto de silos podemos encon-trarlo en el interior del primitivo Locus Sancti Iacobus6. En este contexto aparecieron varias po-sibles estructuras subterráneas de almacena-miento, en unas obras para unas zapatas en una casa en la actual Rúa da Azabachería (RODRÍGUEZ PUENTES, REY SEARA, 1987). En esta excavación fueron localizados 8 silos tallados en la roca (RODRÍGUEZ PUENTES, REY SEARA, 1987: 59-66). No todos fueron excavados, ya que

5 Agradecemos a Dolores Cerqueiro, arqueólogo muni-cipal de Santiago de Compostela, la información al respecto de este yacimiento, que por su importancia para entender el desarrollo urbano en Santiago esperamos sea publicado en breve.

6 Por este nombre se conocía el conjunto sacro que in-cluía la basílica prerrománica del Apostól, el monasterio de San Paio de Antealtares y todas las estructuras anexas, dedi-cadas al culto apostólico.

varios se encontraban bajo muros posteriores, bien de la muralla y torre edificadas por el obispo Sisnando en el 960 para defender el recinto de los ataques normados (LÓPEZ ALSINA, 1988: 255)7, o bien de las casas que se fueron construyendo pegadas a la parte interior de la cerca con poste-rioridad. Esta muralla y casas aún estaban en pie en el siglo XII, y de hecho en la revuelta ciudada-na de 1117 el obispo Gelmírez, según relatos de la época, escapó del asalto a la catedral por los burgueses por estos tejados, escondiéndose en una bodega en la zona tras atravesar varios tabi-ques de madera. Estaríamos hablando por tanto de construcciones de planta baja, con zócalo pé-tro y alzados en madera (LÓPEZ ALSINA, 1988: 256, nota 371). En cuanto a su forma, tenemos un silo en forma de botella, con una profundidad de 2 metros, una anchura máxima de 1,36 me-tros y una mínima, en la boca, de 0,90 metros. También se excavaron dos silos cilíndricos, uno de 4,60 metros de profundidad y 1,10 de anchura, y otro de 3,20 metros, con una anchura de unos 1,10 metros de media. Se encontró un silo en for-ma de embudo de 80 centímetros de profundidad y de unos 40 cm de anchura en la parte superior. Resulta complicado, en nuestra opinión y según los datos de la excavación disponibles, vincular todos estos silos a las casas aquí mencionadas. En algunos casos es posible, pero en otros los silos aparecen claramente en una posición estratigráfi-ca previa a la construcción de la muralla, por lo que es posible que tengamos silos de varios mo-mentos, abiertos y amortizados en diversas fases desde el siglo IX en adelante. En todo caso, en va-rios de ellos (RODRÍGUEZ PUENTES, REY SEARA, 1987: 18, 30) aparece un nivel de sellado intencional, en algún caso bastante elaborado y con empleo de mortero. En todos los casos fue-ron amortizados con varios niveles de desechos constructivos y domésticos, como en los yaci-mientos antes tratados, con abundancia de mate-rial cerámico.

A la vista de los ejemplos citados, cabe pregun-tarse si las estructuras cilíndricas excavadas en la roca con una profundidad notable, como las de Franco o Azabachería, son realmente silos. En este caso, creemos que sí lo son, por dos razones. En primer lugar, porque las analíticas de Preguntoiro

7 Esta muralla fue complementada por otra más amplia, edificada en el 1040, aproximadamente, por el obispo Cres-conio y a la que hemos hecho mención un poco más arriba.

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antes mencionadas confirman que las estructuras cilíndricas de gran profundidad excavadas en la roca, presentes en varias zonas de Santiago, fun-cionan como silos. Por otro lado, en el yacimiento de la Rúa Franco también excavamos parcialmente un pozo, que responde a la tipología típica que co-menzamos a conocer en la zona urbana composte-lana8. Los pozos, al menos los identificados como tales en Santiago de Compostela, son cuadrados y disponen de agujeros tallados en su parte interna a intervalos regulares, destinados a colocar los ta-blones que servían como escalera desmontable para su limpieza. Un caso bien conocido es el pozo identificado en A Casa do Pozo do Cabido, en la Rúa Nova de Santiago de Compostela, de enorme tamaño, aunque claramente diferente a los silos aquí presentados (BÓVEDA FERNÁNDEZ, BLANCO SANMARTÍN, 2004). En cualquier caso, parece que los arqueólogos ya somos capaces de empezar a diferenciar en Santiago de Compos-tela los pozos de silos de gran tamaño. Esperemos que futuras intervenciones ayuden a completar esta tipología con nuevos datos.

Es interesante comprobar, si situamos todos estos hallazgos en un mapa del Santiago altome-dieval, como se ubican en varias zonas bien dife-renciadas. Por un lado, tenemos los silos de Aza-bachería, seguramente pertenecientes a los monjes y sacerdotes de los monasterios y basíli-cas del Locus Sancti Iacobi, ubicados en la perife-ria inmediata de los monasterios y la basílica de-dicados al culto apostólico. No creemos que pueda haber dudas al respecto de la titularidad de estos silos, que nos parece evidente.

Por otro lado, tenemos los silos de la Rúa do Franco y do Preguntoiro, ubicados extramuros del Locus Sancti Iacobi. Ya desde el siglo X se hace mención a varios asentamientos o locus, en los que comenzaba a agregarse población a la previa-mente existente. Estos nuevos habitantes eran in-dividuos adscritos de diversas maneras a los mo-nasterios e iglesia dedicados al culto apostólico, peregrinos, domini y campesinos del entorno, que al asentarse en los alredededores del sepulcro apostólico motivan que estos pequeños locus au-menten de tamaño, pasando rápidamente de ser emplazamientos rurales a otros mayores, que po-

8 De nuevo agradecemos a Dolores Cerqueiro la infor-mación oral sobre este tipo de estructuras, aparecidas en controles y sondeos por todo el casco histórico, y todavía no publicadas.

dríamos definir como protourbanos, según López Alsina (LÓPEZ ALSINA, 1988: 254-257). Este mismo autor cita varios suburbios presentes en la documentación, todos ellos ordenados alrededor de las vías de acceso al recinto apostólico. Estos suburbios sería el de Villare, en la zona de las ac-tuales Rúa do Franco y Rúa do Vilar, el de Pinario, el creado alrededor de un albergue para peregri-nos en la iglesia de San Fiz de Lovio, y el Vicus Francorum, cercano al de Pinario. Posiblemente también el suburbio del Preconitorium, actual Rúa do Preguntoiro, estuviese también en formación, y los silos allí excavados así lo sugieren. Junto con la construcción de la muralla del recinto apostóli-co en el 960 ya citada, es probable que fuesen to-dos cercados con una empalizada y foso. Varios documentos de donación y venta de parcelas en el entorno del Locus Sanctus nos permiten hacernos una idea de cómo la zona estaba ocupada y explo-tada. Por ejemplo, el documento del Tumbo de Sobrado en el que se certifica la compra de una propiedad por el monasterio a un franco instalado en Compostela, Bretenaldo, que construyó «corte fabricata cum suos hortales et mazanarias in giro plantatas quas empto pretio emimus de Bertenan-do franco qui illam edificavit, Hermenegildo confe-sor comparavit ipsa corte de ipso franco» (LÓPEZ ALSINA, 1988: 95, nota 301). Este documento su-giere que en los alrededores del recinto apostóli-co, asociados a estos enclaves protourbanos, se explotaba intensamente la tierra.

La expedición de Almazor en el 997, que deció de ser desastrosa, y las últimas razzias, vikingas, llevaron al obispo Cresconio a construír el segun-do recinto amurallado en el 1040, que daría la de-finitiva forma a la ciudad medieval. Es más, el he-cho de que se encuentren estas estructuras por debajo de las casas dispuestas según el planea-miento urbanístico santiagués típicamente me-dieval9, nos aportan un dato fundamental: existió,

9 Se trata de un parcelario formado por franjas estrechas de terreno, donde se construyen casas y corrales. Este planea-miento existe desde al menos el siglo XII, y está siendo docu-mentalmente estudiado. Cada familia arrendaba una parcela, donde construía casa, huerta y otras dependencias, aprove-chando también la muralla cuando era posible. En un prin-cipio, la densidad constructiva en cada parcela era baja, pero con el paso del tiempo y el aumento de población, estas par-celas iban haciéndose más densas constructivamente, cons-truyéndose más casas en espacios antes vacíos. Agradecemos al profesor López Alsina esta información, resultado de su tra-bajo en el Proyecto Urbe de investigación histórica, patrocina-do por el Consorcio de Santiago de Compostela y la USC.

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al mismo tiempo que se construyó la segunda muralla, una reorganización del espacio urbano que afectó a las estructuras previas, creándose un parcelario urbano formado por franjas estrechas donde se iban construyendo las casas. Parcelario que fue apropiado por las instituciones religiosas de la ciudad, y que para configurarse, por iniciati-va seguramente de las mismas instituciones seño-riales, destruyó la anterior disposición preurba-na, más difusa, con amplios espacios abiertos entre las casas, con huertas, campos de cultivo y espacios de almacenamiento como los que aquí presentamos. De toda maneras, el carácter se-miurbano de Santiago, con amplios espacios abiertos, aún se mantenía en un momento tan avanzado como el siglo XII, según las descripcio-nes documentales (LÓPEZ ALSINA, 1988: 259), momento en el que se crea el suburbio de Vicus Novus, en la zona de la actual Rúa Nova. Lo cual nos da una idea del carácter orgánico, y en parte dirigido, del proceso de urbanización composte-lano. Todos estos cambios drásticos en el reparto de la tierra debieron de suponer, junto con la creación de un alfoz y mercado urbano que pasa-ría a suministrar los productos agrícolas necesa-rios para la población, el abandono del cultivo in-tensivo de cereal (aunque no de las huertas, seguramente presentes dentro de la ciudad du-rante todavía mucho tiempo). En definitiva se al-teró, o más bien quitó todo el sentido, a los cálcu-los agrícolas que habían motivado la creación de estos silos, y de ahí su amortización.

Por otro lado, en el interior mismo del Locus Sancti Iacobi la construcción de la muralla de Cresconio también motivó importantes cam-bios. La muralla del 960, que con el nuevo recin-to dejaba de tener sentido, fue progresivamente amortizada, durante los siglos XI y XII. Será de-finitivamente eliminada por el obispo Gelmírez: con la reforma del espacio acometida por este mismo obispo, que incluía la construcción de la catedral románica, estas casas y otras edificacio-nes prerrománicas, incluyendo la cerca, fueron destruídas. El almacenaje de rentas y tributos debió de derivarse a almacenes que aún no co-nocemos arqueológicamente, aunque sí docu-mentalmente, los celeiros señoriales. En cual-quier caso, la zona cambió drásticamente en su configuración urbana.

Esta disposición de los lugares de almacena-miento subterráneo coincide, por tanto, con la descripción del urbanismo altomedieval compos-

telano, realizada desde la documentación, como un conjunto de asentamientos protourbanos, cen-trados alrededor de un núcleo monástico-basilical, en los que seguramente se combinarían zonas de cultivo y trabajo artesano con aglomeraciones habitacionales alrededor de varios enclaves. Los silos extramuros del Locus aquí presentados ser-virían, seguramente, a los habitantes de los suburbios del Vilar y del Preguntoiro y/o San Fiz de Solovio, completando los conocimientos ac-tuales sobre el urbanismo prerrománico compos-telano. Su amortización, además, nos señala los profundos cambios urbanísticos acometidos tras la construcción de la muralla de mediados del si-glo XII, parcelando el nuevo espacio interior, lo cual motivó la amortización de los espacios antes ocupados por los silos.

Para terminar con los silos compostelanos, es también interesante preguntarse por la caracteri-zación social de las comunidades que los cons-truyeron. En el caso de Azabachería es obvio que se trata de silos vinculados, de una u otra mane-ra, a los monasterios y basílicas compostelanas. Pero en el caso de los suburbios, no está tan cla-ro. ¿Campesinos, siervos señoriales, o protobur-gueses? Nuevamente según López Alsina (LÓPEZ ALSINA, 1988: 259-273), el autor que más y mejor ha estudiado desde una perspectiva docu-mental la historia de la ciudad, entre el 912 y el 1020 se está operando el proceso de formación de una sociedad urbana. En el 915 Ordoño II garan-tiza que cualquier persona que se traslade al Giro compostelano (la zona de autoridad privativa de la iglesia apostólica, un espacio de 60 kilómetros cuadrados alrededor de la tumba donado por Al-fonso II en el 834), y consiga vivir 40 días allí sin que le sea reclamada servidumbre alguna, vería reconocido si derecho a asentarse allí, extiguién-dose cualquier servidumbre anterior. Se abre así un régimen de plena libertad personal para cual-quier habitante de este Giro, con la excepción de la sumisión a la iglesia compostelana. Además, comienza a esbozarse dos tipos de dependencia señorial dentro del giro: la del campesino, y la del habitante de Compostela, que va adquiriendo un estatus particular, reforzado por el desempeño de labores artesanales y comerciales cada vez más especializadas, orientadas a un mercado, que po-dría haber aparecido ya a mediados del siglo X, con moneda incluída. Este proceso culmina, en parte, en 1019/1020, cuando Alfonso V concede privilegios especiales, a nivel judicial, a los habi-

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tantes de Santiago. No podía ser sometido como un campesino, no era un dependiente rural más. Se le eximía del pago de ciertos derechos, se limi-taba su participación en las milicias señoriales, aunque debía de pagar los tributos fiscales desti-nados al Apóstol y su clero. En 1105 Raimundo de Borgoña confirma los privilegios de esta co-munidad, que en 1116 se alzará en armas contra los señores de Santiago, en una «hermandad» burguesa que pondrá en serios aprietos al obispo Gelmírez (LÓPEZ ALSINA, 1988: 264). Tenien-do en cuenta estos datos, presumiblemente los si-los de los suburbios estaban controlados por una comunidad protoburguesa, que estaba diferen-ciándose socialmente del campesinado, con dere-chos particulares y ventajas legales que les dotaban de un mayor grado de autonomía organizativa. Esto será importante tenerlo en cuenta cuando hablemos más adelante acerca de la posibilidad de identificar en la materialidad de los silos pro-cesos sociales concretos.

Toca ahora ocuparse de los silos en el rural, de los que tenemos un ejemplo recientemente exca-vado: O Bordel (BARBEITO POSE, RÚA CARRIL, 2008). Se trata de un asentamiento rural, del cual fueron excavados 1793 metros cuadra-dos, excavados para dejar paso a la construcción de una urbanización a las afueras de Padrón, puerto natural de Santiago de Compostela. Cerca de allí, además, se encontraron evidencias de la posible cerca medieval de esta villa, por lo que los autores sugieren que este asentamiento era un suburbio rural del propio Padrón10. Tiene una cronología del siglo XI y XII según los hallazgos monetarios, aunque las dataciones radiocarbóni-cas, aún no publicadas, deberán dar una fecha más precisa para los diversos niveles del yaci-miento, ubicado en una área de aluvión del río Sar. Dentro de este yacimiento se identificaron restos de construcciones de tamaño modesto, cuya fábrica no se diferencia de las técnicas cons-tructivas identificadas en otros yacimiento rura-les ibéricos, donde priman los materiales perece-

10 Interpretación en nuestra opinión precipitada, ya que estos arqueólogos, sin duda poco familiarizados con la do-cumentación medieval, confunden el término villa usado en los diplomas de la época, usado para referirse a Padrón en el siglo X y XI como simple asentamiento rural, con la actual acepción en gallego, que es la de núcleo urbanizado y con-centrado de población. Además, el foro de Padrón data del siglo XIII, por lo que resulta un poco precipitado suponerle un carácter suburbial a este yacimiento.

deros, con zócalos de piedra y zanjas, fosas de cimentación y agujeros de poste. Estas estructu-ras están acompañadas de un pozo, aterraza-mientos constructivos, y de fosas de formas y ta-maños variados, que conforman en conjunto un espacio residencial, formado por varias unidades domésticas, asociado a un área de almacenaje, con funciones agrícolas y artesanales (BARBEITO, RÚA, 2008: 246).

Dentro de esta excavación nos interesan las fosas de almacenaje o silos, 41 en total, aunque los propios excavadores reconocen que pueden ser más. ¿Cuantas de estas fosas podrían ser silos de cereal? Como reconocen los autores, citando a Gutiérrez González (GUTIÉRREZ GONZÁLEZ, 1999: 66-67), estas fosas podían servir para mu-chas más cosas que el almacenamiento de cereal (pozos de regadío, pozos negros, fresqueras, o fo-sas para labores artesanales), por lo que debemos ser cautos a la hora de identificar funcionalida-des. Vistas estas reservas, sí que podemos contar, para este yacimiento concreto, con algún ejemplo de silos confirmados. Es el caso de la estructura E143, en cuyo interior se encontraron restos de una tapa de madera, y de abundantes semillas, con evidencias de germinación. Sus medidas aproximadas son de unos 2 metros de profundi-dad por 2,10 de ancho en su boca, con una forma con tendencia cónica. Se identificó también un recubrimiento arcilloso de las paredes y fondo del silo, y una «cama» de materia arenoso en la parte inferior, que debieron de servir seguramente de impermeabilizante del silo, y que confirman el uso de este tipo de aislantes para los silos, identi-ficados en el yacimiento de Rúa do Franco. Otras fosas tienen una funcionalidad como silo aún por confirmar analíticamente, aunque los excavado-res apuntan a una doble clasificación según su ta-maño, con dos grupos: el de fosas más pequeñas, que identifican con fosas para cereal destinado a la resiembra, y el de fosas de mayor tamaño, que consideran son silos de mayor capacidad de al-macenaje (BARBEITO, RÚA, 2008: 250). Inde-pendientemente de esta clasificación funcional, que cómo veremos es muy discutible, la alternan-cia de fosas grandes y pequeñas parece ser un he-cho corriente, ya que se repite en los yacimientos de Franco y Preguntoiro antes descritos. Y como también es habitual en estos yacimientos, las fo-sas fueron finalmente amortizadas con desechos y depósitos de tierra. Los presencia de trazas de quemado señala la existencia, según los excava-

SISTEMAS SUBTERRÁNEOS DE ALMACENAMIENTO EN LA GALICIA MEDIEVAL. UNA PRIMERA TIPOLOGÍA… 201

dores, de posibles actividades de quema de resi-duos (BARBEITO, RÚA, 2008: 249). También aparecen materiales residuales de época tardo-rromana, algo no inusual en una zona densamen-te romanizada como lo fue Padrón.

Cambios en el uso de la tierra podrían estar también en la amortización de los silos O Bordel. Si esos cambios se deben a modificaciones sus-tanciales de la propiedad fundiaria, o simplemen-te a razones simplemente prácticas, es algo que no sabemos y que los silos no pueden indicarnos por si mismos. Necesitamos, como en el caso santiagués, otro tipo de datos para saberlo.

Por último, parece que los silos como tecnología agrícola fue abandonada durante la Edad Media, ya que no tenemos referencias para los mismos en la etnograf ía gallega, ni tampoco referencias agro-nómicas históricas para la época medieval o mo-derna. Y tampoco aparecen en el registro arqueo-lógico con posterioridad al siglo XII. ¿Qué tipo de tecnología de almacenaje les sustituyó? Segu-ramente, los graneros sobreelevados típicos de Galicia, los hórreos, junto con la conservación en cestas, arcones, sacos y grandes tinajas. ¿Se siguió usando el silo como sistema de almacenaje, o se renunció a su uso por motivos que todavía no co-nocemos? Son preguntas aún abiertas, y que to-davía no estamos en condiciones de responder.

2. LOS SILOS Y FOSAS COMO TECNOLOGÍA AGRÍCOLA. USO Y SENTIDO DENTRO DE LA ECONOMÍA AGRÍCOLA

El tema de los silos y fosas de almacenaje ha suscitado en varios investigadores la pregunta acerca de si es posible historiar determinados as-pectos de los grupos humanos que construyeron estos silos a partir de su estudio arqueológico. Para ello, es necesario, como en cualquier intento de crear discurso histórico a partir de la arqueo-logía, recurrir al análisis contextual. Es decir, no podemos saber qué conocimiento histórico es posible a partir de los silos por mera deducción a partir de las características formales de los mis-mos, sino que debemos recurrir a un contexto teórico que nos oriente acerca de para qué, y para qué no, sirve el estudio de los silos. Este contexto debe venir dado por la etnoarqueología, la ar-queología experimental y otras herramientas que nos permitan la observación directa de estos sis-temas de almacenamiento en un contexto más o

menos actual, observando como funcionan y cómo se insertan en los procesos productivos y sociales en cada caso. Esto es lo que trataremos de hacer a continuación.

Empecemos por los silos de cereal. Los estu-dios etnoarqueológicos, y también los experi-mentos arqueológicos realizados en Inglaterra, Cataluña y otras regiones europeas, junto con los estudios agronómicos actuales, permiten conocer cómo funcionaban técnicamente en condiciones climatológicas similares a las gallegas, como en Inglaterra, la Francia atlántica, o zonas húmedas y frías de EEUU (MIRET I MESTRE, 2008 y 2009; BOWEN, WOOD, 1968; LACEY, 1972; REYNOLDS, 1969, 1974, 1979 1988, y 2000; FIRMIN, 1984 y 1986; DEVOS, FIRMIN, 1984; ASANGA, MILLS, 1985).

Los silos buscaban realizar una conservación del grano, para la cual hay cuatro aspectos funda-mentales a tener en cuenta (MIRET, 2008: 233-235): la ausencia de oxígeno, las bajas temperatu-ras, la baja humedad y la presencia de sustancias repelentes de plagas de insectos u hongos. Todo ello contribuía a conservar el grano a largo plazo, de una cosecha a la siguiente como mínimo, que era el objetivo de estas estructuras. En esta lucha contra la humedad, en ocasiones se secaba el gra-no antes de almacenarlo, y quitarle toda la hume-dad posible. Además, para evitar las entradas de humedad, se podía revocar el silo con arcilla, ar-gamasa, paja u otros materiales orgánicos, como el estiércol, o incluso esteras de mimbre o paja trenzada, fijadas a la pared del silo. Una vez alma-cenado el grano, se tapaba con tierra, paja y pie-dras para cerrar la entrada de aire (Fig. 10.6). En los silos de O Franco y O Bordel podemos com-probar como restos de este revoco pueden ser identificados arqueológicamente. Puede incluso que el agujero de poste identificado en esta exca-vación esté relacionado con un techado que pro-tegía la boca del silo de la lluvia, la nieve y otras inclemencias que pudiesen alterar la estanquei-dad de la estructura. En el caso del silo más gran-de O Franco, la aparición de huecos tallados en la roca en sentido vertical podría relacionarse con algún tipo de sustentación de una cubierta. De todas maneras, estos silos tiene limitaciones téc-nicas, como el trasvase de humedad de la tierra al grano, que limitan el período de conservación del grano en las zonas húmedas (MIRET I MESTRE, 2008: 236), y era común que una parte del grano, normalmente la de al zona superior o los

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laterales, se echara a perder por los hongos. Así mismo, la conservación en silo produce una caída de la tasa de germinación del grano, variables se-gún las zonas, por lo que en varios de los ejem-

plos etnográficos conocidos el grano en ellos con-servado no se usaba en la siembra más que en casos excepcionales (MIRET, 2005: 323).

Al lado de estos silos, de los que no cabe duda, por los paralelos arqueológicos y etnográficos consultados, que servían para almacenar grano, tenemos una serie de estructuras excavadas, de pequeñas fosas (en comparación con los silos), que se alternan con estos, compartiendo el mis-mo espacio. En el caso de O Franco, que por ser excavado por nosotros conocemos mejor, se pudo identificar, en prácticamente todas ellas una cama de arena, mezclada con conchas machacadas, que cubría el fondo de la fosa (Fig. 10.5). Estas varia-ban en forma, desde las cilíndricas, mayoritarias, a la forma en bañera. A la espera de las analíticas de los sedimentos excavados, podemos adelantar que, como propone Miret basándose en tratados agronómicos antiguos y referencias etnográficas (MIRET, 2009: 87-91)11, podemos seguramente estar ante fosas para la conservación de hortali-zas, frutos secos, tubérculos, setas o fruta, alma-cenadas en capas sobre un lecho que las protegía

11 El propio Miret sugiere que esta es una práctica pro-pia más de climas templados, dada su escasa aparición en la zona Mediterránea (MIRET, 2009: 87). Entre los productos que se preservaban según las fuentes citadas por este autor, estaban las castañas, muy habituales en la dieta campesi-na gallega hasta el siglo XX. Futuras analíticas serán las que tengan que determinar qué productos se conservaban en esas fosas.

Figura 10.5. Fosas con fondo arenoso de O Franco. En la de la derecha pueden verse restos de quemado.

Figura 10.6. Diagrama con el funcionamiento de un silo, basa-

do en los experimentos realizados en la República

Checa (Miret, 2008: p. 225).

SISTEMAS SUBTERRÁNEOS DE ALMACENAMIENTO EN LA GALICIA MEDIEVAL. UNA PRIMERA TIPOLOGÍA… 203

de la humedad. En una de esta fosas también pu-dimos identificar restos de quemado, que podría ser parte de un proceso identificado arqueológica y etnográficamente para estas estructuras, y que consistía en encender una hoguera para limpiar de restos una fosa o un silo antes de volver a usar-lo (MIRET, 2009: 67-68).

Es además interesante constatar como esta al-ternancia de silos y fosas, junto con evidencias de fuegos en la zona de almacenamiento, también aparecen en O Bordel. Esto amplia nuestra visión y comprensión de este registro arqueológico, que no sólo serviría para almacenar grano sino que podría recibir otros productos agrícolas, conformando zonas de almacenaje complejas, con silos de tama-ños diferentes, calculada según la producción agrí-cola y las necesidades de conservación del grupo que los construía, y que se iría reutilizando cada temporada. Y, además, nos dan una idea del grado de variedad e intensificación agrícolas en la zona, donde se alternarían campos de cultivo con huer-tas y frutales, cómo ya hemos comentado.

Un último aspecto a tratar es el consumo de los productos almacenados. ¿Cómo se realizaba? Si tenemos en cuenta ejemplos etnográficos cómo los más arriba citados, la extracción del grano y otros productos no tenía porqué ser de una sola vez (MIRET, 2009: 61-64). Según las necesidades y la organización de la producción agrícola y su consumo, los silos podían ser abiertos periódica-mente, cada pocas semanas o cada mes, para ex-traer el fruto para el consumo, o bien podían se-llarse meses para reservar cereales de primavera para la siembra. Incluso podían almacenar pro-ducto agrícola casi una temporada entera para su venta o consumo en malas épocas, quedando el contenido sellado durante largas temporadas.

De todos estos ejemplos podemos concluír que este tipo de estructuras debemos entender-las dentro de los procesos de cultivo, recolec-ción, almacenaje y consumo de los productos agrícolas en sociedades rurales, con una gran variedad de posibilidades. Dentro de sus posi-bles y variados usos y formas de gestionarlos, lo que da sentido y explica a estas estructuras es la gestión del riesgo, un elemento fundamental en toda economía agraria, que se basa en inversio-nes de trabajo con rendimientos diferidos y no siempre asegurados, y que requería recurrir a la acumulación de excedentes, entre otros métodos de reducción del riesgo (MIRET, 2009: 31-32). Esta gestión del riesgo implica que cada produc-

tor realice un cálculo en el que entran variables como la productividad esperada y las necesida-des a cubrir, en relación directa con los produc-tos cultivados y su estacionalidad.

¿Podemos reconstruír estos cálculos, por tan-to, a partir de los silos? Para responder a esta pre-gunta, primero debemos tener en cuenta que no es el único método de almacenaje, ni mucho me-nos, y que incluso pudiese ser que no fuese mayo-ritario, por lo que los cálculos de la capacidad agrícola de una aldea, de una granja o de un su-burbio medieval, no pueden hacerse sólo en base a estos silos, sino que deberían de tener en cuenta la existencia de, por ejemplo, almacenes sobreele-vados u hórreos, de uso común al menos desde época romana (SALIDO DOMÍNGUEZ, 2008). Además, para entender este almacenamiento de-bemos conocer el ciclo productivo estacional de cada agricultura estudiada, ya que si algo enseña la bibliograf ía etnográfica que aquí señalamos es que existe una amplia variedad de estrategias campesinas para asegurarse el sustento, y que sólo dentro de estas podemos entender cómo y para qué eran usados los silos. Una reconstrucción po-sible del ciclo productivo agrícola es es la sugerida por Miret (MIRET, 2009: 62-63), basada en los trabajos de Reynolds para la Inglaterra protohis-tórica y medieval. Según este autor, el almacenaje en silos se reservaría para los cereales de primave-ra, de crecimiento rápido, ya que entre su recolec-ción y resembrado pasarían 6 meses. Para los ce-reales de invierno, esto no sería necesario ya que el período de almacenaje entre temporadas no su-peraría los tres meses. Este tipo de modelos son de la mayor importancia, ya que explican el uso de silos herméticos subterráneos, identificando su función exacta dentro de los trabajos estacionales del campesino. ¿Sirve este modelo para la Galicia altomedieval? Aún estamos lejos de poder saber-lo. Para comenzar a trabajar, sería necesario un amplio abanico de análisis paleoecológicos de los que todavía carecemos. Y tener también en cuen-ta que no toda la producción agrícola tiene que pasar por un silo, por lo que sus datos deben de ser complementados con análisis paleoecológicos procedentes de otros registros.

Sin embargo, los silos sí que pueden darnos in-dicaciones comparativas sobre la capacidad pro-ductiva y de creación de excedente de distintos productores, por lo que es importante también saber qué cantidad de grano, u otros productos, cabía en cada silo y cuantas personas podía ali-

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mentar. Así, para calcular el volumen de silos ci-líndricos aplicamos la fórmula 3,14 × r2 × H, sien-do H la altura del cilindro y r su radio. Tenemos que tener en cuenta que la parte superior estaría formada por una tapa de tierra, paja y otros ma-teriales, por lo que la capacidad sería algo menor a la aquí indicada. Para los silos en forma de bo-tella, partimos de la base de que, cómo se refleja en los ejemplos arqueométricos y etnográficos antes citados, el silo no se llenaba del todo, sino que se dejaba la parte más estrecha para hacer la tapadera. Por tanto, la capacidad sería la de la parte cilíndrica del silo, por lo que el cálculo, al menos en los casos que aquí tratamos, sería idén-tico al anterior. Para las formas cónicas, podemos usar la fórmula 1,3 × 3,14 × r2 × H. Otras formas, como las esféricas o globulares requieren cálculos más complejos, pero para nada inalcanzables para los arqueólogos. El cálculo en metros cúbi-cos para los silos considerados es como sigue:

Silo/Intervención Volumen en metros cúbicos

SILO 1/ RÚA FRANCO 1,96 metros cúbicos (1.960 litros)

SILO 2/ RÚA FRANCO12 6,61 metros cúbicos (6.610 litros)

AZABACHERÍA/SILO 1 4,32 metros cúbicos (4.320 litros).

AZABACHERÍA/SILO 2 6,10 metros cúbicos (6.100 litros).

AZABACHERÍA/SILO 3 3,03 metros cúbicos (3.030 litros).

AZABACHERÍA/SILO 4 0,13 metros cúbicos (130 litros).

BORDEL 2,46 metros cúbicos (2.460 litros)

A partir de estos cálculos vemos que las capa-cidades de almacenaje de los silos varían mucho por cada yacimiento. ¿A cuánta gente podría ali-mentarse con estas cantidades de grano? Resulta dif ícil calcularlo, sin duda, ya que el cereal podía complementarse con otros productos hortofrutí-colas y animales, además de la caza y pesca, que harían que el peso de los cereales en la dieta va-riase dentro de su importancia. En cualquier caso, aquí empleamos el cálculo de Fernández Ugalde, que afirma, basándose en documentación medieval, que para 8 personas se necesita al año 3.200 litros de cereal (FERNÁNDEZ UGALDE,

12 Dado que las paredes de este silo son ligeramente irregulares y este se ensancha ligeramente en la base cilín-drica de su cuerpo, esta medida es aproximativa. Es posible que su capacidad sea algo menor.

1994: 611-617). Cálculo que parece razonable, y que de momento es el único que conocemos. Se-gún el mismo, el cereal almacenado en los silos aquí estudiados podría alimentar al siguiente nú-mero de personas13:

– Franco: 8.570 litros, para unas 21 personas.– Azabachería: 13.580 litros, para unas 34 per-

sonas.– Bordel: 2.460 litros, para unas 6,15 personas.Algo más complejo es calcular el número de ki-

los que podían almacenarse, ya que la densidad del grano y su compactación podrían variar, por lo que resulta muy complicado calcular el peso del producto conservado. En este artículo no pode-mos presentar ningún método, ni siquiera aproxi-mativo, por lo que serán futuros estudios ar-queométricos los que tengan que determinar cuanto pesaba el grano almacenado en un silo. El tema del cálculo del peso del grano es algo más importante de lo que parece, y la propia etnograf ía así lo señala. Por ejemplo, en Galicia se pagaban las rentas en ferrados14 hasta principios del si-glo XX, y el cálculo de cosechas, e incluso de la ex-tensión de las parcelas15, se hacía según esta medi-da, que variaba según las zonas. No conocemos ninguna medida de peso para este período, aun-que con toda seguridad tuvo que existir, y debió servir para calcular cuanto grano habría que reser-var para resembrar, cuanto se almacenaba para

13 En cualquier caso, dado lo fragmentario de algunos da-tos, debemos tomarnos estos cálculos como aproximativos, como simples tendencias comparables. En el caso de Azaba-chería, el que existan silos no excavados permite suponer que al menos habría el doble de grano acumulado. En O Bordel deberemos esperar a la publicación completa de los datos para identificar más silos y su capacidad. En O Franco, dado que apenas quedó una fosa sin excavar, y de pequeño tama-ño, el cálculo es sin duda el más fiable de todos.

14 El ferrado es una unidad metrológica, que variaba se-gún las zonas de Galicia, y que se refería a la cantidad de metros cuadrados necesarios para producir suficiente cereal para llenar un cajón de madera, con el que se pagaban las rentas, y que recibía también el nombre de ferrado. Por ex-tensión, se convirtió en una unidad de pesaje. Dentro del fe-rrado, por tanto, se incluía el cálculo de la productividad del suelo, la intensidad de la producción agrícola y el pago de las rentas, lo que nos da una idea muy precisa de cómo cal-culaba y planificaba un campesino su explotación agrícola. Para un listado de las distintas medidas del ferrado, se puede consultar la siguiente web: http://www.edugaliza.org/inicio/aulas/mates/metro/19

15 Las parcelas podían medirse según el número de fe-rrados de cereal que producían, lo que da una idea de la im-portancia de las pesas y medidas para entender como se or-ganizaba la producción en el rural.

SISTEMAS SUBTERRÁNEOS DE ALMACENAMIENTO EN LA GALICIA MEDIEVAL. UNA PRIMERA TIPOLOGÍA… 205

otras estaciones, y cuanto se repartía entre los campesinos o se pagaba en posibles rentas. De he-cho, seguramente la capacidad de cada silo, al ser excavados, fue calculada a partir de alguna medida de capacidad o peso que sería necesario conocer, como parte del sistema agrícola que era16.

Podemos ver, en resumen, que comparativa-mente el tamaño de los silos estudiados es muy variado. Este dato está sin duda relacionado con el tamaño del grupo que los gestionaba: desde unidades domésticas de reducido tamaño, como en O Bordel, a grupos muchos más amplios, como los suburbios preurbanos compostelanos, o el propio recinto apostólico. De esta manera, los silos exhumados, su capacidad y su contenido, son datos que nos permiten acercanos al tamaño de las comunidades rurales, así como los produc-tos que cultivaban, y permiten hacerse una idea de la capacidad productiva de la economía agrí-cola en cuestión, así como de la posible capacidad de extracción de renta de los grupos señoriales.

Llegados a este punto, y después de mostrar, en la medida en que los datos lo permiten, las ca-racterísticas tecnológicas de los silos aquí presen-tados, para qué se usaban y por quién, y por qué fueron abandonados, podemos ya plantearnos la pregunta que formulábamos al principio de este artículo: ¿pueden las características de los silos por sí mismas, sin el apoyo de la información do-cumental o de un contexto arqueológico amplio como el que aquí presentamos, darnos informa-ción sobre la existencia de grupos sociales dife-renciados, en los que unos producen, y otros ex-traen renta de lo producido?

3. SILOS, RELACIONES DE PROPIEDAD Y PRODUCCIÓN AGRÍCOLA

Para tratar de entender si es posible identificar a partir de los silos la existencia de rentas, rentis-tas, y pagadores de renta, tenemos que partir de un presupuesto teórico que nos parece funda-mental. La renta es una relación social que pode-mos incluir dentro de las relaciones sociales de propiedad. Es el resultado, para expresarlo de otra manera, de la existencia de un acceso desi-gual a los recursos productivos, que permite a un

16 Una interesante aproximación al tema de los pesos y medidas es la realizada por Riu para la zona catalana (RIU, 1988).

grupo social preeminente forzar a los campesinos a una dependencia económica y política y contro-lar su trabajo, y que se traduce en el pago por es-tos de un tributo a cambio del acceso a la tierra y otros recursos productivos acaparados por los rentistas. Tributo que proviene del excedente productivo del campesinado, que los rentistas acumulan y emplean como capital social con el que reproducir su estatus.

Partiendo de esta base, podría suponerse que un gran silo como los que aquí hemos mostrado podría usarse para acumular excedente por parte de un rentista, sea un individuo o un grupo, y re-distribuírlo entre sus siervos, dependientes, y aliados. Sin embargo, no es tan sencillo. El caso compostelano muestra como grandes silos los hay tanto en el recinto apostólico, que era un cen-tro señorial donde sin duda se recogían y almace-naban rentas, como en un asentamiento suburbial, habitado por una comunidad de «protoburgue-ses», donde no se recogería ningún tipo de renta. Sin duda, es muy probable que parte del grano acumulado en O Franco o Preguntoiro fuese des-tinado a renta, pero lo que este ejemplo nos muestra es que el tamaño del silo no tiene nada que ver con el origen o destino del cereal, sino con la necesidad de almacenaje, directamente re-lacionada con las necesidades sociales de aquellos grupos que gestionan el producto agrícola. El ar-gumento puede ser defendido también a la inver-sa: hay silos en Azabachería más pequeños que los de O Bordel.

Si el almacenaje se gestiona en una casa cam-pesina, los silos serán del tamaño adecuado para la misma, con una capacidad calculada dentro del ciclo agrícola practicado en ese momento, y para responder a las necesidades de reproducción so-cial y posible pago de rentas del grupo doméstico. Este sería el caso de O Bordel, dónde los silos es-tán asociados a una o varias unidades domésti-cas. En cambio, si los silos se gestionan dentro de un grupo más amplio, como en el caso de los su-burbios preurbanos de Santiago, su capacidad responderá a las necesidades de gestión del riesgo de sus habitantes, que parece que comenzaban a asumir formas de solidaridad que prefiguraban las propias de un concello urbano. Y en el caso de Azabachería, el almacenaje del grano responde a la necesidad de almacenar la renta recogida por las instituciones religiosas compostelanas, de ahí su tamaño. En conclusión, parece claro que el ta-maño del silo, por si mismo, sólo nos muestra la

206 ÁLVARO RODRÍGUEZ RESINO

necesidad de almacenaje y su volumen, no quién lo gestionaba y para qué.

En la línea de nuestra argumentación Miquel Barceló ya comentó en su momento que para iden-tificar las relaciones de propiedad y sus resultados sociales debemos centrarnos en la tierra y su re-parto, y no le falta razón en nuestra opinión17. Además, también debemos fijarnos en la plasma-ción espacial de la producción de excedentes y la separación de estos de los que los producen (BARCELÓ et alii, 1988: 200) Las relaciones sociales de propiedad arqueológicamente pueden buscarse también tanto en el estudio del patrón de gastos de las élites, como en la organización interna de las comunidades (GILMAN, 1997: 86-87). ¿Aportan los silos por si solos información sobre algunos de estos aspectos? Al menos, en los casos que hemos visto, no es así.

Sin embargo, creemos que el estudio de los si-los no es del todo inútil para conocer las relacio-nes de propiedad. La modificación o abandono de las estructuras de almacenaje podría indicar-nos la existencia de presiones por parte de gru-pos de renta dentro de las comunidades campesi-nas, que buscan eliminar o limitar la capacidad de almacenaje de los campesinos y burgueses, forzando a un mayor control de los excedentes producidos por ellos. Esta es la propuesta de Fer-nández Ugalde (FERNÁNDEZ UGALDE, 1993) para explicar el porqué de la desaparición del al-macenaje en silos en Madrid tras la conquista feudal de las comunidades andalusíes.

Desde esta perspectiva, la eliminación de los grandes silos de almacenamiento en los subur-bios de Santiago, o de los de O Bordel, podrían responder también a la presión de poderes seño-riales para controlar el excedente, forzando su acumulación en almacenes controlados por ellos. Pero podemos pulir un poco más este argumen-to. Si tenemos en cuenta que la función de los si-los depende de los ciclos agrícolas y las estrate-

17 «…es la hora de la arqueología refundada, que tenga por objeto principal los campos de trabajo campesinos en todas sus dimensiones sociales para poder llegar a estable-cer el sentido y las cronologías de la erosión constante de su autonomía (…) La arqueología de las zonas de residencia, para esta cuestión, puede ofrecer a lo sumo imágenes im-precisas del paso de los productos por ellas, de su elabora-ción cuando ésta se hace en las casa o de su almacenamien-to, además de precisar en algunos casos de qué productos se trata. Pero el resto sólo puede ser buscado en los mismos campos donde se desarrollaron los procesos de trabajo» (BARCELÓ et alii, 1988: 196).

gias productivas elegidas por los campesinos, como ya hemos visto, podemos suponer que la desaparición de los silos tenga que ver con una modificación de aquellas. Es posible que, simple-mente ya no hiciesen falta porque los productos que originalmente guardaban (¿quizás cereales de primavera?) ya no necesitaban almacenarse, bien porque se eliminan del ciclo productivo por presiones señoriales, o bien porque pasan a ser pagados como renta practicamente en su totali-dad, y almacenados por los señores de turno. Esta posibilidad, que no deja de ser una hipótesis de trabajo, necesita aún de más datos, y más tra-bajo teórico para formularla adecuadamente, pero puede ser una línea de trabajo interesante que permita encuadrar estas estructuras de al-macenamiento dentro de las relaciones sociales del momento.

En conclusión, el estudio de los silos, cómo he-mos querido mostrar aquí, no obedece a patrones explicativos lineales, por lo que debemos tener siempre muy presente el contexto arqueológico en el que son usados, y aplicar técnicas de análisis «micro» que ayuden a entender estas estructuras en su contexto. Desde esta perspectiva, es sin duda deseable que se excaven más silos, acompa-ñados de los correspondientes análisis paleoam-bientales, en Galicia. Nos aportan información de calidad sobre los productos cultivados y el tama-ño de los grupos que los gestionaban. Pero sí lo que queremos es conocer cómo se distribuía la propiedad de los recursos productivos, y las con-secuencias sociales y políticas derivadas de ello, el estudio de los silos por si mismo no es suficiente. Debemos recurrir a registros arqueológicos, como los arriba indicados (el ciclo productivo, el reparto de la tierra y de su producción), donde realmente sí podemos claramente encontrar la materializa-ción arqueológica de la estratificación social y la extracción de trabajo campesino que la sustenta. Y, claro está, a la documentación, que también puede iluminar un poco más estos interesantes hallazgos arqueológicos.

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RESUMENSe presenta un resumen del trabajo etnoarqueoló-

gico desarrollado en el Rif marroquí en un medio me-diterráneo en relación con las técnicas tradicionales de almacenamiento de alimentos en el mundo rural. En concreto, se describen las «sulla» realizadas con caña, los contenedores de estiércol y arcilla sin co-cer, los hórreos y los silos. Algunos de estos elemen-tos presentan muy baja visibilidad arqueológica. Las comunidades estudiadas suelen utilizar a la vez dife-rentes sistemas de almacenamiento como estrategia destinada a gestionar la conservación y uso de la pro-ducción agraria.

PALABRAS CLAVE: etnoarqueología, almacenamien-to, contenedor, hórreo, silo.

1. INTRODUCCIÓN

Cuando los recursos alimentarios de una co-munidad son estacionales, es necesario desarro-llar estrategias de conservación y almacenamiento que aseguren su disponibilidad en un momento posterior a su producción. De hecho, estos aspec-tos han sido elementos cruciales en los debates so-bre los orígenes de la producción de alimentos o el surgimiento de la desigual social (KUIJT, 2009). In-cluso entre sociedades cazadoras-recolectoras se

1 Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma (CSIC). [email protected]

2 Área de Prehistoria, Universidad de Cantabria. Insti-tuto Internacional de Investigaciones Prehistóricas de Can-tabria. [email protected]

3 Istitució Milà i Fontanals (CSIC), [email protected] University of the Basque Country (UPV/EHU). lydia.

[email protected]

ha subrayado la importancia del almacenamiento a la hora de considerar aspectos como los patro-nes de residencia, las densidades de población o las desigualdades (TESTART, 1982). Sin embar-go, son las sociedades agrícola-ganaderas las que obligatoriamente necesitan gestionar una pro-ducción estacional que, al menos en el caso de las plantas, es masiva en un momento del año e inexistente en el resto. Aunque es cierto que la mayor parte de los estudios sobre almacenamien-to se han concentrado en las grandes estructuras destinadas a acumular cereales (silos, graneros, etc.) a largo plazo, trabajos como el de Cun-ningham (2011) demuestran la necesidad de con-siderar categorías y escalas diferentes de almace-namiento.

La escasa visibilidad de las diferentes modali-dades de almacenamiento en el registro arqueo-lógico limita en gran medida las posibilidades de explorar estos aspectos en el pasado. Una forma de paliar estas limitaciones la ofrece el estudio et-noarqueológico en comunidades tradicionales que, si bien no pretende establecer analogías di-rectas, ofrece la posibilidad de explorar la enor-me variedad de métodos y soluciones técnicas utilizadas y mejorar nuestra comprensión de las posibilidades existentes en el pasado. Los datos etnográficos ofrecen la oportunidad de indagar sobre las diferentes técnicas utilizadas para con-servar los alimentos perecederos, y sobre la ges-tión de las estructuras y contenedores de almace-namiento. Nuestra intención es contribuir a ampliar el conocimiento de los investigadores so-bre una serie de soluciones, que han pervivido, y que en algunos casos aún perviven, en sociedades no lejanas a las nuestras, y que sin duda ofrecen

11Técnicas de almacenamiento de alimentos en

el mundo rural tradicional: experiencias desde la etnograf íaLeonor Peña-Chocarro1

Jesús Emilio González Urquijo2

Juan José Ibáñez3

Lydia Zapata4

210 LEONOR PEÑACHOCARRO JESÚS EMILIO GONZÁLEZ URQUIJO JUAN JOSÉ IBÁÑEZ LYDIA ZAPATA

la posibilidad de incrementar nuestro conoci-miento sobre la enorme variabilidad de solucio-nes que debieron existir en el pasado.

Las estrategias de almacenamiento pueden va-riar en función de factores muy diferentes, por ejemplo, del tipo de producto que se va a almace-nar, de la disponibilidad de determinadas materias primas, del tiempo que pasa entre el almacena-miento y el consumo, de las condiciones climáti-cas, o simplemente de condicionamientos cultu-rales (Christakis 1999). En cualquier caso, existen una serie de elementos clave como son el tiempo y el procedimiento empleado en crear un medio de almacenamiento estable que son críticos para garantizar el éxito de la operación. Por otra parte, aspectos como la localización de las estructuras de almacenamiento, su tamaño, su construcción, etc. pueden aportar datos muy interesantes sobre el tipo de organización social de la comunidad en cuestión. Si atendemos al tipo de atmósfera que existe durante el almacenamiento, se pueden se-ñalar diversos grandes sistemas: sin control at-mosférico, herméticos, con ventilación natural o artificial (SIGAUT, 1988: 17).

Entre 1998 y 2002, llevamos a cabo un proyec-to etnoarqueológico en el Rif occidental (Marrue-cos) encaminado a estudiar diferentes aspectos de la sociedad rifeña: agricultura y aprovecha-miento de los recursos vegetales, ganadería y caza, procesos de trabajo (cerámica, piel, metales, etc.), papel de la mujer, etc. que nos permitieran ampliar nuestra experiencia y nuestro conoci-miento sobre las diferentes variables del compor-tamiento humano, y por lo tanto nuestra capaci-dad de generar explicaciones alternativas de determinados procesos. Como parte del mismo estudiamos las diferentes formas de almacenar la producción agrícola en la región de Chefchaouen.

Los datos que aquí presentamos se centrarán en las diferentes soluciones desarrolladas por las comunidades rurales del Rif Occidental y en los diferentes métodos utilizados por la población para almacenar los excedentes agrícolas. Como en muchas otras comunidades rurales, en el Rif marroquí los dispositivos de almacenamiento se han realizado en aquellos materiales disponibles en el entorno que incluyen una gran variedad de alternativas. Desde las grandes cestas realizadas con cañas y recubiertas de barro o estiércol, hasta los pequeños contenedores fabricados en corcho, pasando por la utilización del estiércol de vaca para la realización de contenedores de tamaños

diferentes destinados al almacenamiento de pro-ducciones pequeñas (GONZÁLEZ URQUIJO et alii, 2001; PEÑACHOCARRO et alii, 2000 y 2005).

2. RECIPIENTES EN FIBRAS VEGETALES

A pesar de que la llegada del plástico a las co-munidades rurales del Rif ha transformado com-pletamente las técnicas de almacenamiento, existen todavía zonas en las que es posible docu-mentar los métodos tradicionales. Los métodos más habituales son aquellos que utilizan los re-cursos existentes en el entorno como es el caso de las fibras vegetales para la realización de con-tenedores de dimensiones y formas variadas que se han utilizado tradicionalmente para guardar cereales, leguminosas y frutos secos. Uno de los contenedores más habituales en el registro etno-gráfico de la zona es la conocida como «sulla», un contenedor de capacidad media (150 kg) o gran-de (hasta 300 kg) en el que se almacenaban fun-damentalmente las mayores producciones (cerea-les). La «sulla» presenta una forma ahusada pudiendo alcanzar una altura de hasta 1,60 m. Este tipo de contenedor se realiza con cañas (Arundo donax) que artesanos especializados re-cogen en el otoño en zonas del entorno, aunque se ha documentado la recolección de la materia prima en zonas distantes hasta 1 día de la zona de habitación del artesano. La recolección en terre-nos privados se paga o bien en dinero o bien en cestas. Los artesanos almacenan fuera de la casa las cañas humedeciéndose varias veces al día y cubriéndose con una manta para que guarden la humedad. Una práctica habitual en caso de pro-ducción a gran escala es sumergir las cañas en un pozo.

Una vez humedecidas, las cañas se pelan li-mándose los nudos y se procede a la clasificación por tamaños. Las más finas son las que se utilizan para la base, mientras que las medianas se em-plean para la estructura vertical. Las más largas son las que se usan para el trenzado. Una vez ter-minada, y dependiendo del tipo de producto al-macenado, la cara externa de la cesta puede recu-brirse con un estrato de estiércol pintado de blanco para evitar que el producto almacenado salga a través de los orificios del trenzado.

Además de las cañas, los rifeños utilizan otras especies vegetales como el palmito (Chamaerops

TÉCNICAS DE ALMACENAMIENTO DE ALIMENTOS EN EL MUNDO RURAL TRADICIONAL: EXPERIENCIAS DESDE… 211

humilis) cuyas hojas se recolectan según las ne-cesidades. La mejor época para la recolección es el verano cunado el calor aprieta ya que según los informantes si se cortan cuando son jóvenes, las hojas tiende a ponerse negras. El tamaño de las hojas de palma depende de la humedad; los años lluviosos es más grande, de mejor calidad. El pro-cesado consiste en dejar las hojas al sol quince días y cuando ya están secas separar las hojas con la mano y cortarlas. Si la finalidad es fabricar una cuerda, se cortarán a mano y si, por el contrario el objetivo es la fabricación de un cesto, se corta-rán con un cuchillo para homogeneizar el tama-ño de todas las hojas. En el caso del palmito cada artesano trabaja para sí mismo, recogiendo el pal-mito, elaborando el cesto y vendiéndolo en el zoco.

Además de estas fibras, también se ha docu-mentado el uso del esparto (Stipa tenacissima) así como de otras especies cuyo procesado no ha sido posible documentar.

Entre las materias primas de origen vegetal también señalamos la utilización del corcho para

realizar contenedores. Aunque podemos consta-tar su utilización en el pasado, no ha sido posible documentar su utilización actual (Fig. 11.1).

3. EL ESTIÉRCOL Y LA ARCILLA SIN COCER

En las sociedades campesinas existen produc-tos como el estiércol que han jugado un papel im-portante en la vida cotidiana de las sociedades rurales. El estiércol es un producto secundario de la actividad ganadera que ha generado un impor-tante número de usos. El más difundido es sin duda es el de fertilizante de las tierras bien cono-cido en numerosas sociedades ganaderas. A pesar del importante papel que ha ocupado el estiércol en el abonado de los campos, la investigación et-nográfica ha puesto de manifiesto otros usos de gran interés: como combustible, como material constructivo y finalmente como materia prima para la fabricación de recipientes. Existen refe-rencias sobre el uso de este material en relación con el almacenado de alimentos pero son muy es-

Figura 11.1. Contenedores para productos agrícolas realizados en materiales perecederos: los dos más pequeños son de estiércol y

el mayor se trata de una sulla de caña (Marruecos).

212 LEONOR PEÑACHOCARRO JESÚS EMILIO GONZÁLEZ URQUIJO JUAN JOSÉ IBÁÑEZ LYDIA ZAPATA

casas las que indican su utilización en la fabrica-ción de contenedores. Makal (1954) menciona recipientes de este tipo en una aldea de Anatolia, y Ertug-Yaras (1997) localizó algunos de estos ob-jetos abandonados en establos y en zonas de al-macenamiento en la aldea turca. Los contenedo-res tenían entre 15 y 20 cm de diámetro y entre 12 y 20 cm de altura. Algunas mujeres ancianas le informaron que hacían estos recipientes para contener huevos o las cenizas barridas del suelo. Las generaciones más jóvenes ni fabricaban ni usaban estos objetos.

En nuestra zona de estudio pudimos docu-mentar tanto la elaboración como el uso de reci-pientes elaborados con estiércol, con arcilla no cocida o con una mezcla de estiércol con arcilla (IBÁÑEZ et alii, 2002). Dichos recipientes se de-nominan tabtoba y tonna y la elección de uno u otro sistema dependía de la disponibilidad y de las características de la materia prima. En prima-vera, el estiércol suele estar demasiado blando porque el ganado se alimenta de hierba fresca,

por lo que es necesario mezclarlo con arcilla. También se mezcla con arcilla si no se dispone de suficiente materia prima. Los recipientes fabrica-dos de una u otra manera se elaboraban igual y la única diferencia es que los elaborados con arcilla resultaban más pesados. Se solía preferir el estiér-col en las zonas o en las estaciones calurosas, mientras que en áreas o épocas de clima más hú-medo se añadía la arcilla para que la materia pri-ma fuera más consistente. Este tipo de recipientes se elaboraba en áreas donde existían ceramistas y es posible que la pervivencia de esta tradición esté en parte relacionada con la necesidad de fa-bricar recipientes cerámicos que por su gran ta-maño implicaba una cierta dificultad.

Cuando la única materia prima era el estiércol, este se recogía directamente de las cuadras aun-que en el pasado la producción de estiércol se al-macenaba en un pozo excavado en el exterior de la casa. La fabricación tenía lugar preferentemen-te en verano para facilitar el secado y era frecuen-te que en esta época se fabricara alguno extra para tener durante el invierno (Fig. 11.2).

Se documentan dos técnicas principales de fa-bricación:

1. Con molde cóncavo: Se parte de una pella grande de unos 25 cm de base por 20 cm de altura y se utiliza un cuenco-plato metá-lico como base. Antiguamente utilizaban como molde dos tipos de cerámica de Ouedlau. En primer lugar se amasa el ma-terial sobre la tierra polvorienta con el fin de que dé solidez a la masa. A continuación se pone la pella sobre el plato en el que pre-viamente se ha echado un poco de tierra para facilitar la extracción. Con las manos se va aplastando, dando forma a la pella so-bre el plato. Se deja secar unos 4 días, se extrae del molde y se recubre con arcilla.

2. Arrollado o urdido: Después de amasar el material se elaboran rollos de pequeño ta-maño, de unos 15-20 cm de longitud por 5 de diámetro. En primer lugar se forma la base y a continuación se van levantando las paredes con esta técnica. Los rollos se van uniendo y solapando entre sí, trabajando la unión con las manos, hasta establecer la circunferencia del vaso y gradualmente au-mentar su altura. Cada día se trabaja una parte del vaso y se deja secar ya que las ca-racterísticas de este material no permiten elevar mucho las paredes sin que la base

Figura 11.2. Fabricación de recipientes con estiércol de vaca.

TÉCNICAS DE ALMACENAMIENTO DE ALIMENTOS EN EL MUNDO RURAL TRADICIONAL: EXPERIENCIAS DESDE… 213

esté seca. Se tarda unos 15 días en comple-tar un vaso grande. Los mayores solían ser de aproximadamente 1.6 m de altura. A es-tas piezas grandes se les hacía un agujero en la parte inferior para poder extraer el conte-nido con facilidad. Una vez que el recipien-te está finalizado, se recubre con barro.

Los recipientes pequeños y abiertos se utiliza-ban para dar de comer a los animales y para transportar el cereal que se iba a moler. Los de mayor tamaño servían para almacenar todo tipo de alimentos secos: cereales, legumbres, harina, uvas pasas, higos secos...

La fabricación de recipientes con excrementos de animales domésticos tiene abundantes venta-jas. Se trata de un material accesible para cual-quier sociedad ganadera que no es necesario comprar ya que el suministro de la materia prima es continuo. Su fabricación no requiere conoci-mientos técnicos sofisticados que exijan un cos-toso aprendizaje ni estructuras asociadas como los hornos. En Marruecos se atribuye a los reci-pientes algunas características ventajosas a la hora de almacenar en ellos los cereales. Por ejem-plo, dicen que guardan bien el calor y que man-tienen una temperatura estable. Además, son muy ligeros y pueden durar muchos años en buen estado. Los principales inconvenientes radican en que no pueden contener líquidos ni entrar en contacto con el fuego porque se queman. Por ello, la cerámica, junto a otros materiales, es insusti-tuible para estas actividades y ha convivido con las piezas elaboradas con estiércol.

En las tonna metían generalmente las produc-ciones menores como las leguminosas, mientras que en las sulla se almacenaban las producciones mayores (cereales). Las tonna eran de tamaño va-riable: las más grandes de unos 200 kg, y existían otras de capacidad menor (50 kg). Cada mujer elaboraba las tonna de su casa, se solían tener unas 5 o 7.

4. LOS HÓRREOS

Uno de los sistemas de almacenamiento más interesantes que hemos documentado es el hri, una construcción similar a los hórreos. Se trata deconstrucciones cuadrangulares de adobe de hasta 3 m de largo, 1,5 m de ancho y unos 2 m de alto sobreelevadas respecto al suelo. La eleva-ción se consigue apoyando la construcción sobre

dos bancadas corridas situadas en los dos extre-mos y sobre dos pilares construidos con dos o tres piedras, situados en el centro de cada lado largo.

Están agrupados en pequeños conjuntos, en aterrazamientos naturales o artificiales, general-mente con el eje largo transversal a la pendiente. Las paredes están construidas con adobes recu-biertos por el exterior y por el interior con sen-das capas de arcilla. La base es de madera. A me-nudo, los hórreos tienen una o dos fajas alrededor de las paredes, hechas con tablones encajados, para soportar la tensión que el peso del contenido ejerce sobre las paredes. El acceso al hri se hace por una ventana pequeña colgada a 1 m de altura sobre el suelo y cerrada con dos planchas de madera. El habitáculo interior está dividido por un tabique longitudinal de adobe pero está cubierto por una tabla de madera sobre la que se apoyan los pies al entrar. Además de esta división en dos mitades pueden instalarse planchas de madera que creen dos o tres com-partimentos.

La cubierta es doble. La inferior consta de dos capas de tablones de madera, la superior es el tejado propiamente dicho y está elevada como 30 cm sobre la anterior; es una cubierta a dos aguas hecha antiguamente con escaña, ahora con cinc en la mayor parte de los casos.

La única concentración de estos hórreos se en-cuentra actualmente en la aldea de Kalaa, a unos km. al N. de Xauen. En la actualidad se conservan en uso unos 80 hórreos (hri) de los 578 originales y se encuentran diseminados en varias hectáreas en la abrupta ladera de la montaña El Krar. La zona de los hórreos está delimitada por unos fa-rallones pronuncionados en casi todos sus lími-tes. El acceso está protegido por muros, entre los cuales pasa el camino. En todo el paraje, a dife-rencia de lo que ocurre en el resto de la ladera, se conservan árboles de gran porte que camuflan las construcciones. La parte del monte donde se en-cuentran los hórreos se considera un lugar sagra-do ya que cuenta la leyenda que hay 40 sabios enterrados. El bosque indica los límites de lo sa-grado y hay una puerta que da acceso a esta zona sagrada. Cuando se entra en los hórreos hay que pedir perdón a Dios por haber entrado y después purificarse con agua. Aparte de los alimentos también guardan allí las cosas que aprecian mu-cho, como dinero, joyas o documentos. En el bos-que no se puede cortar leña, como sucede con los

214 LEONOR PEÑACHOCARRO JESÚS EMILIO GONZÁLEZ URQUIJO JUAN JOSÉ IBÁÑEZ LYDIA ZAPATA

cementerios. La propiedad de los hórreos pasa de generación en generación. No utilizan la zona sa-grada para ninguna fiesta religiosa (Fig. 11.3).

5. LOS SILOS

Dada la importancia de hoyos y silos en el re-gistro arqueológico, decidimos entrevistar a agri-cultores sobre este fenómeno en la región de Chefchaouen. En esta zona hasta muy reciente-mente los silos constituían un elemento habitual en el paisaje agrario y una herramienta funda-mental en la gestión de las reservas cerealistas. Sin embargo, según nuestros datos, es un tipo de almacenamiento que ya no se utiliza en la actuali-dad por lo que los datos recogidos responden a información oral y no a la observación directa.

Los silos constituyen una técnica tradicional para mantener un control atmosférico confinado que se conoce desde la Prehistoria (v. ejemplos y abundante información y referencias en ALONSO, 1997: 348-355; MIRET i MESTRE, 2005 y 2008), al menos desde momentos iniciales del Neolítico (TORREGROSA, 2011: 336) y llegando

a formar auténticos «campos de silos». Su pre-sencia frecuentemente se asocia con la existencia de un excedente agrario o en todo caso con un consumo diferido en el tiempo de una parte de la producción cerealista. Suele tratarse de estructu-ras de apertura y vaciado controlados ya que la ausencia de oxígeno es clave. Los estudios de ar-queología experimental desarrollados por P. Rey-nolds (1994) reflejan que cuando se cierra el silo herméticamente, el grano continúa consumiendo el oxígeno en el interior, expulsando anhídrido carbónico. Esto resulta en una atmósfera estable en la que el grano permanece en estado de laten-cia. Es posible que se produzca germinación en las paredes del silo y la zona de contacto con el cierre. Por ello, supuestamente no suelen ser es-tructuras para abrir y cerrar de forma continua ya que con la apertura se produce la entrada del aire. Los informantes de Marruecos sin embargo, nos señalaron que solían abrirlos cada tres o cuatro semanas. En consecuencia, es posible que exista cierta variabilidad en este aspecto en función de la producción y de la demanda de los grupos agri-cultores. En la zona estudiada los silos o matmu-ra se situaban tanto en el interior de las casas

Figura 11.3. Hórreos de la aldea de Kalaa, cerca de Xauen, Marruecos.

TÉCNICAS DE ALMACENAMIENTO DE ALIMENTOS EN EL MUNDO RURAL TRADICIONAL: EXPERIENCIAS DESDE… 215

como en el exterior en las proximidad de las eras. Las dimensiones y capacidad eran variables al-canzando cantidades de almacenamiento de has-ta 1.000 kg de cereal. La boca era circular lo sufi-cientemente grande para permitir el paso de una persona, y se abría en el interior en forma de arco. Las paredes del silo se preparaban desde el interior con un enlucido que podía realizarse con materiales diversos y que se extendía con las ma-nos, normalmente una mezcla de tierra, paja, moyuelo de cereales y agua, o bien barro y excre-mentos de vaca. Se podía encender un fuego inte-rior para secar las paredes. Con el fin de conse-guir mayor aislamiento, se forraban las paredes y base del silo con paja de trigo vestido (Triticum monococcum) sujeta con cinturones de varas de caña (Arundo donax) a diversas alturas el perí-metro del silo. Una vez relleno, el silo se cerraba con una laja de piedra sellada con tierra o con una mezcla de tierra, arcilla blanca y excrementos de vaca, con arcilla y paja de escaña. Este mon-tículo señalaba la localización de la estructura a no ser que quisiera ocultarse por algún motivo. Una vez vaciado en su totalidad el silo se prepara-ba de nuevo sustituyendo el revestimiento in-terior de paja y caña. Si no se utilizaban, se ce-rraban y una vez en desuso, con el fin de evitar accidentes, se rellenaban con piedras y basura.

6. CONCLUSIONES

Las sociedades campesinas han utilizado a lo largo de la historia diferentes técnicas de almace-namiento encaminadas a conservar una produc-ción que es por definición estacional e irregular según los años. Diversos factores influyen en la elección de unos sistemas u otros —volumen al-macenado, periodo de uso, productos que se van a guardar— pero en general se observa que cada familia, cada comunidad suele utilizar una com-binación de diferentes materiales y sistemas que se utilizan a la vez y en diversos espacios —desde el estrictamente doméstico en el interior de las viviendas en contenedores hasta espacios comu-nales alejados de las aldeas como el caso de los hórreos aquí descritos—. En el caso de la inter-pretación arqueológica, la etnoarqueología se nos presenta como una herramienta excepcional para hacer mejores análisis del registro excavado y para observar la diversidad de materiales que han podido ser utilizados y que muchas veces presen-

tan una visibilidad arqueológica nula. Por otro lado, el trabajo etnoarqueológico es una tarea de urgencia (GONZÁLEZ RUIBAL, 2003) ya que muchas prácticas tradicionales que han pervivido durante siglos están desapareciendo delante de nuestros ojos. Centrándonos exclusivamente en las técnicas de almacenamiento, muchas han sido totalmente barridas por el uso de nuevos mate-riales como el plástico o las fibras textiles sintéti-cas así como por los nuevos materiales y diseños utilizados en la construcción de las viviendas. Sin embargo, la cultura material del presente e inclu-so sus transformaciones aceleradas pueden ser lugar de reflexión para los que trabajamos con el pasado.

AGRADECIMIENTOS

Este trabajo se realizó en el marco del proyecto Las primeras comunidades campesinas en la re-gión cantá brica: el aporte de la etnoarqueología en Marruecos financiado por la Fundación Marcelino Botín. Forma parte así mismo del Proyecto AGRIWESTMED (Origins and Spread of Agricul-ture in the Western Mediterranean Region) finan-ciado por el ERC (European Research Council) a través de un Advanced Grant (ERC-AdG-230561) y de los Proyectos HAR2008-01920/HIST y HAR2011-23716 (Plan Nacional de I+D+i). La investigación de L. Peña-Chocarro se inserta en el Programa Consolider TCP-CSD2007-00058. L. Zapata forma parte del Grupo de Investigación de la UPV/EHU IT-288-07 financiado por el Gobier-no Vasco y de la UFI11/09 Cuaternario: Cambios Ambientales y Huella Humana de la UPV/EHU.

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1. INTRODUZIONE

Il tema che è stato al centro di questo colloquio non è nuovo (GAST, SIGAUT, 1979-1985), anche se gli archeologi medievisti lo hanno frequentato con intensità differente nelle diverse regioni euro-pee (qui, peraltro, rappresentate da alcune esem-plificazioni). Il Paese da cui provengo, ad esempio, ha investito poco in un’archeologia delle strutture agrarie, non solo dunque sul problema dell’imma-gazzinamento delle eccedenze agricole (per una visione d’insieme sull’archeologia dell’agricoltu-ra in Italia rimando a GELICHI, 2012). A maggior ragione ho dunque apprezzato la relazione di Gio-vanna Bianchi e di Francesca Grassi, che hanno compiuto lo sforzo di raccogliere per la prima vol-ta quanto finora documentato in Italia su questo argomento. E mi sono meravigliato che il nume-ro dei dati archeologici non sia così basso come molto superficialmente immaginavo. Questo si-gnifica che la frammentarietà e la dispersione del-la ricerca, unita ad una sostanziale indisponibilità, quando non diffidenza, a far circolare informa-zioni (o ad elaborare contributi di sintesi anche a fasi intermedie del lavoro), continui a rimane-re il «male endemico» dell’archeologia del nostro Paese. Tuttavia se la quantità, almeno in questa occasione, è in gran parte salva, il discorso sulla qualità è diverso. Ed è proprio dalla qualità del re-cord archeo logico, e dai modi attraverso i quali si costruis ce il documento materiale che vorrei ini-ziare le mie riflessioni, prima di entrare nel merito del tema del colloquio.

2. UN PROBLEMA DI SCALA

La prima osservazione che vorrei fare riguar-da le modalità che si sono utilizzate per studiare questo tipo di problemi, e soprattutto la scala di

1 Università Ca’ Foscari di Venezia.

osservazione. Qualche tempo fa Diego Moreno aveva tentato di introdurre il concetto di storia di un sito come «valore operativo di strumento gui-da per gli storici delle società rurali» (MORENO, 1990: 161), un concetto attraverso il quale si po-tevano recuperare, grazie ad un’operazione re-gressiva, i primi elementi della storia del paesag-gio agrario. Si tratta di un paradigma che va a mio avviso ripreso, perché ci consente non solo di ricomporre nell’unità archeologica la storia dei paesaggi con quella delle strutture insediative, ma anche perchè individua la scala (ottimale) attra-verso la quale osservare ed interpretare alcuni dei processi che qui ci interessano. Gran parte dell’ar-cheologia dell’ultimo quarto del secolo scorso, in-vece, si è mossa in direzione totalmente opposta. Sulla scia della lezione processualista si è creduto che solo le grandi ricerche su vasta scala (i terri-tori) fossero in grado di descrivere le dinamiche del popolamento (attraverso l’anagrafe dei siti) e, di conseguenza, le modalità di utilizzo degli spazi agrari. Tuttavia, col trascorrere del tempo, si capì che non era soltanto la scala ad essere parzial-mente inadeguata, ma anche la struttura teorico-strumentale che ci stava dietro: per l’insediamen-to, perché ci si rese conto che la visibilità incideva in maniera determinante sulla possibilità di rico-noscere le tracce di occupazione (e questo anche integrando i metodi tradizionali con le più inno-vative diagnostiche, come il «remote sensing», la geofisica etc.); per l’ambiente, perché anche lavo-rando con progetti mirati alla determinazione de-gli ecofatti, questi ultimi finivano col rimanere si-stemi naturali sullo sfondo di pratiche agricole e di gestione delle risorse territoriali del tutto indi-stinte.

Tornare dunque al concetto operativo di «sto-ria del sito» = «archeologia del sito», mi sembra, anche in questa occasione, un passaggio utile. Lo dimostrano molte delle relazioni presentate nell’incontro di oggi, che hanno opportunamente recuperato questo paradigma e hanno cercato di

12Conclusioni

Sauro Gelichi1

218 SAURO GELICHI

spiegare il fenomeno dello stoccaggio delle ecce-denze agricole all’interno di quel contesto. Ma quale tipo di archeologia è allora necessario? A questo proposito, un’insospettata lezione ci pro-viene da una categoria di interventi che ci aspet-teremmo poco inclini, o poco duttili, a fare luce su tematiche di questo tipo. Negli ultimi anni, in diverse regioni europee, sono stati praticati molti scavi su larga scala, legati ad invasive trasforma-zioni del territorio per la realizzazione di grandi infrastrutture. In occasione di questo incontro, tali interventi sono stati rubricati sotto la defini-zione di «archeologia preventiva», anche se io di-rei meglio «archeologia delle grandi infrastruttu-re», che ne costituisce una specifica declinazione. Grandi risorse economiche e poco tempo a dispo-sizione sono state la loro cifra specifica, in quasi tutti i Paesi europei (qui abbiamo apprezzato esempi illuminanti nelle relazioni di Edith Peytre-mann, Juan Antonio Quirós Castillo e Alfonso Vi-gil-Escalera Guirado), compresa l’Italia, per quan-to con risultati al momento più deludenti. Questo tipo di archeologia comporta, è innegabile, una serie di problemi, come ha giustamente osservato Vigil-Escalera, poiché introduce nei rapporti ge-stionali ed operativi meccanismi non sempre vir-tuosi (da qui anche la pertinente definizione di «archeologia contrattuale»). Ma le opportunità che essa offre sono altrettanto innegabili, poiché proprio alti investimenti in progetti di grande im-patto territoriale hanno permesso di indagare, ad una scala appropriata, porzioni ragguardevoli di paesaggio agrario (in alcuni casi diverse decine di ettari), rivelando, per la prima volta, documenti archeologici di notevole spessore euristico (dal ri-conoscimento della singola azione sul terreno, all’organizzazione delle parcelle agrarie, alle dina-miche locazionali delle unità abitative). Questo tipo di approccio ci consente di ripensare anche i limiti di un’archeologia che ha lavorato su para-digmi, come insediamento sparso/insediamento accentrato (oppure villaggio/singola fattoria), che si sono dimostrati del tutto inefficaci per studiare le dinamiche del popolamento alto-medievale. Sono dunque questi cambiamenti nella scala di osservazione e, contemporaneamente, nelle mo-dalità dell’azione archeologica che hanno permes-so quel salto di qualità di cui abbiamo parlato. Ed è anche grazie a questo tipo di archeologia se un tema come quello siamo andati a discutere oggi, può disporre finalmente di un’apprezzabile ed adeguata documentazione.

3. COME CONSERVARE

Un primo problema riguarda le modalità di conservazione delle eccedenze agricole. Natural-mente, queste modalità sono numerose e molto varie, come ci insegnano le ricerche di carattere etnografico (si vedano le osservazioni di Leonor Peňa-Chocarro e Lydia Zapata Peňa basate sulle ricognizioni nel Rif occidentale, Marocco); e mol-te di queste sfuggono alla percezione archeologi-ca. Avere riferimenti che ci provengono dal ver-sante etnografico può risultare dunque utile, sia per contestualizzare tali strutture all’interno di una casistica oggettivamente più ampia, sia per interpretare meglio quelle che l’archeologia è in grado di documentare (come ha messo giusta-mente in evidenza Álvaro Rodríguez Resino).

In ogni modo, se il nostro primo obbiettivo è quello di categorizzare le modalità riconoscibili dello stoccaggio delle eccedenze, è alle fonti ar-cheologiche che bisogna ritornare e a ciò che fi-nora sono state in grado di documentare. Da que-sto punto di vista una prima distinzione si può istituire tra modalità di conservazione non tem-poranee (e, entro certi limiti, immobili) e quelle temporanee (e, entro certi limiti, mobili). Partia-mo dalle prime.

Ci sono alcuni modi di conservazione che sono presenti più o meno in tutti i Paesi in questa occasione analizzati (o in gran parte dei territori di quei Paesi), e cioè l’Inghilterra, l’Italia, la Fran-cia e la Spagna; mentre ce ne sono altri che sem-brano specifici solo di alcuni di questi (o che, in certi territori, documentano una densità distribu-tiva differente). La struttura che più comunemen-te riscontriamo (anche se con ovvie differenti modalità di caratterizzazione archeologica) è quella dei «granai», che qui si intendono come manufatti in legno (poi anche in materiale più duraturo, come la pietra o il mattone) costruiti sopra terra. Un’altra struttura che possiamo im-maginare fosse presente ovunque in tutte queste aree, ma che è stata discussa solo da Mark Gardi-ner, è quella dei pagliai (stacks). In ambito anglo-sassone questi pagliai servivano per accumulare sia alimenti per gli animali che cereali (come fru-mento, orzo e avena) per gli esseri umani.

L’ultima categoria di strutture presenti in qua-si tutti i Paesi, con una sola eccezione, sono i si-los, cioè cavità interrate di forma e dimensioni diverse. In questo caso sembra possibile segnala-re delle differenze tra aree, come la Spagna e la

CONCLUSIONI 219

Francia, in cui la pratica di stoccare granaglie (e non solo) in silos appare ovunque territorialmen-te diffusa; ed aree, come l’Italia, dove al momento tale pratica appare documentata in maniera dise-guale (ma questa percezione potrebbe essere fal-sata in un senso e nell’altro dalla diversa prospet-tiva che caratterizza i contributi presentati in questa occasione). In Inghilterra, i silos sono to-talmente assenti nel record archeologico di que-sto periodo. Si tratta, tuttavia, di una caratteristi-ca solo temporale, dal momento che strutture sotterranee per la conservazione del grano sono note durante l’età del ferro. Dunque siamo di fronte ad una caratteristica che non è esclusiva-mente imputabile alla natura del clima o alla geo-logia di quei territori (che peraltro hanno riscon-tri simili nell’area gallega e nella Francia atlantica). Un’analisi distributiva di queste pratiche in rela-zione alla natura dei territori e alle condizioni cli-matiche potrebbe allora rivelarsi significativa in tutte le aree che sono state oggetto di studio, al fine di verificare quanto le assenze siano spiega-bili con specifici comportamenti sociali e non solo con oggettive indisponibilità dei luoghi.

Ci sono poi tutta un’altra serie di contenitori per la conservazione che rivestono un ruolo im-portante all’interno delle comunità, ma che si qualificano per un utilizzo temporale più limitato e per la loro mobilità. Nonostante si tratti di og-getti molto comuni e diffusi, in questo colloquio sono stati presi in considerazione solo da Quirós Castillo: sono manufatti in genere di dimensioni modeste, in materiali molto diversi tra di loro (le-gno, ceramica, fibre vegetali), per un consumo generalmente giornaliero e che si ritrovano ad un diverso grado di conservazione archeologica.

Infine segnalo qui la presenza di un altro con-tenitore, di cui ci ha parlato Collavini: le arche in pietra (tuttavia arcas vengono menzionate anche nelle fonti scritte di XI secolo dell’area nord-occi-dentale della penisola iberica: vd. ancora Quirós Castillo). Nel caso italiano, questo tipo di conte-nitore appare attestato nelle chiese, aspetto que-sto che deve averne forse limitato (o condiziona-to) il riconoscimento archeologico. Si tratta comunque di un contenitore che fa la sua com-parsa solo nella fase terminale della sequenza temporale di cui ci siamo occupati in questo in-contro.

Il quadro che ne scaturisce si muove verso una decisa omogeneità, con qualche piccola eccezio-ne: i silos assenti in Inghilterra, e in alcune zone

dell’Italia, e i granai in muratura (o in pietra), as-senti o rari un po’ ovunque, forse perché più tardi rispetto al periodo analizzato, come peraltro emerge dalla documentazione scritta e da quella archeologica. Dunque al momento di dover stoc-care delle eccedenze, le comunità agricole euro-pee adottano i medesimi accorgimenti; ma con alcune differenze, che riguardano essenzialmente la destinazione locazionale delle strutture, le loro dimensioni e la loro qualità intrinseca (valore del materiale). Prima di discutere questi aspetti, sarà bene prendere in considerazione brevemente quale sia la loro visibilità archeologica e quali problemi questo comporti, perchè si tratta di un altro tema discusso in maniera molto approfondi-ta durante il nostro incontro.

4. UN PROBLEMA DI VISIBILITÀ

Qual è la possibilità che noi abbiamo di rico-noscere queste strutture da un punto di vista ar-cheologico? Se dovessi giudicare da quanto ho sentito, che dipende anche, non si può negare, dalla qualità intrinseca dell’archeologia praticata in ciascuno dei diversi Paesi, direi che i silos sono le strutture più facili da individuare, riconoscere e, anche, da interpretare (naturalmente questo non significa che si trovino interi, anzi quasi sem-pre avviene il contrario, come ha dimostrato in maniera molto chiara Vigil-Escalera). Bisogna dunque chiedersi se l’abbondanza con la quale vengono segnalati un po’ in tutte le regioni ana-lizzate, costituisca l’effettivo riflesso di un loro estensivo impiego (in molti periodi e in specifi-che zone) oppure dipenda, almeno in parte, dalla maggiore facilità di poterli riconoscere.

Un grado superiore di difficoltà è da attribuir-si al riconoscimento dei granai in legno. Gardiner ci ha spiegato che in Inghilterra e in Irlanda molti granai in legno sono stati a lungo ritenuti edifici abitativi, anche per la loro forma (in genere ret-tangolare). Con le case, essi condividono anche un’altra caratteristica, e cioè che potevano essere smontati e ricostruiti altrove (oppure, se non ri-costruiti come tali, le loro parti potevano essere reimpiegate in altri edifici).

Infine, le strutture più difficili da riconoscere sono i pagliai, per quanto, si può presumere, fos-sero di diffusissimo impiego (e non solo in ambi-to anglosassone). Quanto siano poco studiati, lo dimostra anche il fatto che questo tipo di struttu-

220 SAURO GELICHI

re non venga preso in esame anche in eccellenti testi dedicati all’insediamento rurale (ad es. HA-MEROW, 2002).

Più facile è invece redigere una casistica tra i contenitori di uso temporaneo: la ceramica, è ov-vio, è facilissima da trovare e, si presume, ricono-scere (ma qui il problema è che gli archeologi non la studiano quasi mai in relazione alle sue funzio-ni). Tuttavia, nel periodo di cui ci occupiamo, sono prevalenti oggetti polifunzionali, e dunque in questi casi saranno le relazioni spaziali tra i manufatti e i luoghi dove si rinvengono a sugge-rirne l’impiego, oppure le tracce di utilizzo (come ad esempio in una serie di grandi olle, prive di bruniture esterne da fuoco, trovate in un villaggio alto-medievale nei pressi di Bologna: SBARRA, 2002: 100-101, grafico 4). I grandi contenitori, come le giare o i dolii, piuttosto diffusi in età ro-mana, sembrano invece assenti, o molto rari, nel record archeologico di molte delle regioni che ab-biamo analizzato, come ad esempio l’Italia o la Francia (es. GENTILI, 1988: 257), al contrario di quanto avviene nella penisola iberica dove tina-jas, con forme ovviamente diverse nel tempo, compaiono durante tutto l’alto-medioevo, soprat-tutto nella zona meridionale (es. GUTIÉRREZ, 1996: 87-89, Fig. 23).

Infine tutta una serie di contenitori, sempre di questa seconda categoria, sono difficili (talvolta quasi impossibili) da rintracciare in scavo, come quelli in legno o in fibre vegetali.

E’ chiaro che un confronto con la documenta-zione scritta (e quella etnografica) può evitare, o compensare come abbiamo detto, le inevitabili distorsioni che produce il record archeologico.

5. CONFRONTARE/COMPARARE: ANCORA UN PROBLEMA DI FONTI

Ma che cosa ci raccontano le fonti scritte e quelle archeologiche? Collavini, nel suo contribu-to sulla Toscana, ci ha opportunamente messo in guardia dal passare troppo meccanicamente, o semplicisticamente, da un lemma al dato mate-riale (si tratta di un accorgimento che, in genera-le, sarebbe utile venisse praticato molto più di frequente). Ma l’insidia non si nasconde solo nel tentativo, spesso banale, trovare una dimensione fisica e una cifra identificativa ad un sostantivo. Infatti, l’aspetto forse più interessante è dato dal fatto che le varie sequenze di fonti ci raccontano

spesso storie (in apparenza?) differenti o comun-que declinano livelli interpretati diversi e non sempre confrontabili.

Ad esempio, nei documenti scritti non vengo-no (quasi) mai citati i silos, mentre l’inverso av-viene per i granai, menzionati di frequente. Na-turalmente questo non significa che tutto quello che manca non esista, significa solo che i docu-menti non sono interessati a ricordarlo (e vice-versa). Gardiner ci dice, ad esempio, che le fon-ti archeologiche relative al mondo anglo-sassone indicano con chiarezza come i granai si trovino quasi solo all’interno di proprietà gestite dalle grandi aristocrazie. Una situazione simile sembra emergere anche nel caso toscano di Rocca de-gli Alberti, nelle fasi di IX secolo. Si potrebbero così cominciare a riconoscere modalità differenti nel controllo (direi anche nel possesso) di specifi-ci contenitori per la conservazione delle derrate agricole. Ma perché i silos dovrebbero costituire una modalità direttamente gestita dalle comuni-tà rurali e i granai, invece, dalle aristocrazie? Per un fatto puramente economico, come sembrereb-be suggerire ancora Gardiner quando nota che i granai erano realizzati in materiale di un certo pregio, che solo i ricchi possessori potevano per-mettersi? Oppure, per un problema di durata? (per quanto non ci sia una differenza nei tempi di conservazione tale da giustificare appieno ques-ta spiegazione); o ancora per un motivo di ca-pacità? (ma si potrebbe obbiettare che più silos avrebbero potuto preservare la stessa quantità di un granaio). Allora, una prima componente po-trebbe essere riconosciuta nel fatto che i granai si rappresentano come strutture che centralizza-no l’eccedenza per un diverso sistema di consu-mo e di speculazione. Poi si potrebbe aggiungere la praticità: il granaio conserva a lungo, ma si può smontare (e ricostruire) più facilmente e con-sente anche un prelievo più semplice. I granai, in sostan za, come poi le arche sarebbero forme cen-tralizzate più duttili nella movimentazione del surplus, dunque più funzionali ad una gestione signorile delle eccedenze.

6. QUANDO CONSERVARE?

Veniamo ora alla parte forse più interessante di quest’incontro. Dopo aver discusso dove e come si conservano le eccedenze, dobbiamo do-mandarci quando (questo avviene) e perché. Non

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è facile, né forse opportuno o comunque prema-turo, muoversi verso generalizzazioni: meno arbi-tario e più costruttivo è forse tentare di vedere se si possono riconoscere alcune costanti. A livello di macroprocessi, in tutte le relazioni (eccetto quella relativa all’area anglo-sassone, che sembra costitu-ire un caso a sé nella sua invariabilità atemporale delle attestazioni), si ritrovano alcuni elementi in comune che mi sembra utile evidenziare.

In una fase iniziale (tra VI e prima metà VIII secolo) sono documentati pochi silos e, quelli presenti, sono quasi sempre ubicati vicino alle case: dunque si profilerebbe un prevalente uso fa-miliare per questo sistema di stoccaggio. Costi-tuiscono una eccezione gli episodi descritti per l’area catalana da Jordi Roig i Buxó. Però l’area ca-talana illustra, in questo momento, una situazio-ne molto particolare: siamo vicini ad una grande città e c’è, probabilmente, un forte controllo ter-ritoriale da parte del vescovo. L’archeologia ha quindi messo in evidenza una situazione nella quale le comunità rurali stoccano eccedenze per un prelievo fiscale? Lo farebbero pensare il nu-mero dei silos, la loro posizione rispetto agli abi-tati e, infine, le modalità di conservazione che, abbiamo visto, sembrano rappresentare una sorta di prerogativa delle comunità rurali. Però, eccetto la situazione catalana, il resto della casistica ana-lizzata (per quanto ancora numericamente bassa nel caso dell’Italia) sembrerebbe indicare in que-sta fase una modesta attività di stoccaggio delle eccedenze: ciò sarebbe esemplificativo di una economia agricola rivolta quasi esclusivamente alla sussistenza.

Nel periodo successivo (seconda metà VIII - prima metà IX secolo), invece, la situazione mo-stra alcuni sensibili cambiamenti. Un po’ in tutte le aree analizzate si registra, infatti, un aumento del numero dei silos, e in qualche caso, come in Francia, anche delle loro capacità (e cambia an-che la loro ubicazione rispetto all’abitato). Una situazione molto simile viene segnalata per Roc-ca degli Alberti, in Toscana, dove nella prima fase di occupazione l’area è destinata al tratta-mento e all’immagazzinamento dei cereali e dei legumi. Lo stesso sembra avvenire nell’area ibe-rica. Quirós Castillo spiega questo fenomeno con una maggiore capacità da parte dei contadi-ni di organizzare riserve. In poche parole, si pas-serebbe da una situazione iniziale in cui i conta-dini non producono assolutamente eccedenze (tutto quello che producono consumano) ad una

situazione nella quale queste comunità sono in grado di ottenere del surplus che viene imma-gazzinato. Una riprova sarebbe fornita dall’au-mento del numero dei silos e, soprattutto, dal loro posizionamento in aree specifiche. Ma a quale fine conservare? Alcuni hanno spiegato questi processi con la necessità di accumulare, da parte delle comunità rurali, del censo in na-tura per destinarlo ai Signori-proprietari, come nel caso del villaggio di Miranduolo (SI), in Toscana (VALENTI, 2008: 148-152). Questa res-ta una spiegazione plausibile, in quanto le fonti scritte relative alla Tuscia altomedievale, almeno fino al IX secolo, dichiarano come i censi in na-tura, quando presenti, prevedano anche l’uso di cereali. Ma è anche possibile che, in questo pe-riodo, l’uso di un surplus resti prevalentemente confinato all’interno delle comunità rurali (e questo sarebbe provato anche dall’impiego quasi esclusivo di strutture per lo stoccaggio come i silos). Tuttavia non è facile spiegare che cosa si-gnifichi il passaggio da un uso e controllo «fami-liare» della produzione (del periodo precedente) ad un uso (e controllo) «collettivo» di questa se-conda fase. Alcuni segnali, infine, sembrano in-dicare i cambiamenti che avverranno di lì a poco: la presenza di poteri forti, infatti, farebbe la sua prima comparsa attraverso un indicatore significativo e cioè l’aumento di capacità dei si-los, che la Peytremann riscontra in molti dei siti francesi indagati.

Il terzo momento (seconda metà IX-X secolo) descrive una nuova situazione, caratterizzata dal-la definitiva affermazione delle aristocrazie sul controllo del surplus. Ne sarebbe una conferma, in maniera molto chiara nella sequenza di Rocca degli Alberti, il passaggio dai silos al granaio. An-che le situazioni spagnole e francese mostrano una evoluzione in questo senso, con la presenza di silos di dimensioni ancora più grandi. Si passe-rebbe, dunque, da un sistema decentralizzato ad un sistema centralizzato. E’ in questo periodo che le fonti scritte relative alla meseta del Duero atte-stano l’esistenza di luoghi (chiamati palatia) dove vengono centralizzate le rendite (vd. la relazione di Iñaki Martín Viso); ed è in questo periodo che anche la situazione catalana si ri-allinea al resto della penisola. Infatti, se non ci facciamo fuorvia-re dal numero dei silos rinvenuti nell’area intorno a Barcellona durante l’epoca tardo-antica (ecce-zione?), la situazione successiva sembra trovare puntuali riscontri, tipologici e quantitativi, con

222 SAURO GELICHI

quanto riscontrato nel resto del Paese, nel nord della Francia e in Italia (regola?).

Dunque, ricapitolando, tutti i colleghi che han-no studiato questo fenomeno hanno riconosciuto tre principali momenti (VI-prima metà VIII; se-conda metà VIII- prima metà IX; seconda metà IX-X secolo), che in qualche modo trovano nei comportamenti di controllo/gestione delle ecce-denze agricole, tradotti in specifici documenti materiali, molti elementi in comune. Naturalmen-te si sono analizzati territori molti distanti, e mol-to diversi tra di loro, e sarebbe banale pensare di riconoscervi puntuali corrispondenze. Ma, pure in queste diversità, non deve sorprenderci il fatto che siano riscontrabili cadenze e processi molto simili, a dimostrazione di una sorta di sotterranea liason che, nella longue durée, accomuna tutta la società rurale europa di tradizione romanza.

7. CONSERVARE E DISTRIBUIRE

Il problema delle conservazione delle ecce-denze agricole non è solo un fatto che riguarda quello che potremmo definire uno specifico etno-grafico del mondo rurale medievale. La misura-zione di questo fenomeno, infatti, può muoversi nella direzione di fare chiarezza su altri aspetti che sono di fondamentale importanza per l’eco-nomia delle società alto-medievali. Perchè indi-scutibilmente una collettività che preserva agisce in una prospettiva di un utilizzo futuro delle ec-cedenze: ma per quale motivo e per conto di chi?

L’evidenza archeologica dei fenomeni analizzati tende a chiarire abbastanza bene la seconda do-manda: il tipo e l’ubicazione dei contenitori (ma anche il loro numero e la loro capienza) costitui-scono degli indicatori che ci consentono abbastan-za agevolmente di distinguere quando il controllo e la gestione avviene all’interno di un singolo nu-cleo familiare e quando, invece, questo controllo (e questa gestione) si sposta verso spazi comunitari.

Ci sono invece tre possibili opzioni che posso-no spiegare l’esigenza di stoccare eccedenze agri-cole. La prima (e più banale) è quella che riguarda la necessità di accantonare beni in previsione di stagioni di raccolta più difficili (situazioni di que-sto tipo vengono rapsodicamente menzionate an-che dalle fonti scritte). Ciò significa che la singola unità familiare (o la comunità) possono produrre eccedenze e, nel contempo, hanno la capacità di prevederne una gestione futura.

Una seconda possibilità è quella che l’accanto-namento di eccedenze venga realizzato per corri-spondere censi in natura dovuti all’eventuale pro-prietario dei terreni.

La terza, ed ultima possibilità, è che invece le eccedenze vengano accantonate per scambi o sia-no finalizzate ad una loro introduzione sul merca-to. Si tratta di una ipotesi operativa molto interes-sante, perché consentirebbe di accostare dati archeologici (cronologici e anche quantitativi: nu-mero dei silos, loro capacità, presenza e numero di granai) con la vitalità di un sistema di mercato.

8. CONSERVARE CORPI?

Un ultimo interessante argomento, emerso qua e là in varie relazioni, è il nesso tra silos e sepoltu-re, un nesso che viene diversamente spiegato, an-che in ragione di una diversa evidenza archeologi-ca. Nei casi francesi, le inumazioni sembrano disposte con una certa cura ed attenzione all’in-terno delle fosse (ovviamente defunzionalizzate), mentre in quello catalano, che tuttavia sarà op-portuno ricordare è cronologicamente sfalsato rispetto ai precedenti, i corpi sono disposti nei si-los senza alcuna attenzione, in molti casi quasi gettati al loro interno.

Ambedue le casistiche rientrano in quella ca-tegoria di sepolture c.d. «devianti» o «inusuali», nel senso che deviano dalla norma qualunque essa sia al momento in cui vennero realizzate. Ci sono, come è noto, ragioni individuali e pubbli-che che possono spiegare questo tipo di compor-tamenti (CARELLI, 1993-94: 43-59); e ci sono, è innegabile, diversità rilevabili a seconda dei con-testi socio-culturali a cui questi episodi apparten-gono (LUCY, 2000: 65-103). Nel caso delle sepol-ture catalane, si ha la percezione che queste rientrino in un utilizzo dichiaratamente inciden-tale del contenitore, lo stesso che spiega la pre-senza all’interno dei silos di carogne di animali o di altri tipi di rifiuti. E’ evidente che si tratti di in-dividui ai quali non è stata concessa una sepoltu-ra normale (non solo nella dislocazione, ma an-che nelle modalità), ma non è possibile stabilire quale ne sia stata la ragione. In ambito cristiano, ci sono delle situazioni, come quelle relative ai suicidi o ai condannati a morte, in cui i corpi ven-gono estromessi dalle pratiche liturgiche consue-tudinarie fino all’allontamento del cadavere, per quanto l’atteggiamento delle autorità ecclesiasti-

CONCLUSIONI 223

che appaia per questi casi contraddittorio nel tempo e comunque non pienamente formalizzato prima del X secolo (TREFFORT, 1996: 157-163). Sappiamo inoltre che, se tra queste comunità i riti sociali e liturgici delle fasi preliminari e limi-nali al decesso non erano stati completati, la se-parazione tra la vita e la morte rimaneva irrisolta e ciò poteva comportare che i corpi avessero dei trattamenti speciali, con alcune preclusioni spa-ziali (GILCHRIST, SLOANE, 2005: 71). Ma le motivazioni che originano questi comportamenti possono rientrare anche in casistiche molto più banali, come quelle, ad esempio, di nascondere o occultare un cadavere.

Le inumazioni nei contesti francesi rientrano, invece, nella categoria delle sepolture isolate (o in piccoli gruppi) che si trovano di frequente all’inter-no o in prossimità degli insediamentii (se ne veda una discreta casistica in FAURE, BOUCHARLAT, 2001: 127-410, passim). Si tratta di un fenomeno molto diffuso in ambito rurale tra VII e X secolo, che si qualifica nel quadro di pratiche funerarie an-cora non pienamente formalizzate in senso cristia-no. Scelte di carattere familiare o, ancora meglio, motivazioni di natura squisitamente economica, e cioè l’impossibilità di percorrere le lunghe distanze che spesso separavano l’insediamento dalla parroc-chia, ne stanno alla base. Anche la scelta del luogo del seppellimento può non essere disgiunta da cri-teri meramente economici. La preziosità della ter-ra, infatti, poteva essere il motivo che suggeriva di individuare «zone a statuto speciale, come antiche strutture scavate abbandonate» (TREFFORT, 1996: 170): tra cui i silos dismessi, appunto.

9. PAROLE D’ORDINE

Chiudo dicendo che l’archeologia ha sempre bisogno, o ha spesso bisogno, di parole d’ordine; e allora se io dovessi trovare una parola d’ordine per il fenomeno che in questa giornata si è cerca-to di analizzare e discutere la troverei nell’espres-sione di Juan Quirós quando dice che «questo tipo di archeologia è un’archeologia che ci aiuta a capire la diseguaglianza». Io non so se i contribu-ti che abbiamo sentito oggi ci abbiano aiutato a capire la diseguaglianza (anche se penso di sì). Di una cosa però sono certo: che per capire anche la diseguaglianza, c’è bisogno di un’archeologia di-versa: e di un’archeologia diversa in questo incon-tro abbiamo avuto sicuramente la percezione.

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mente (cronológicamente si existe más de una obra del autor):

Libro:

WARD-PERKINS B., 2005, The fall of Rome and the end of the civilization, Oxford.

Capítulo libro:

RIBERA A., ROSELLÓ M., 2000, El primer grupo episcopal de Valencia, Los orígenes del Cristianismo en Valencia y su entorno, 165-185, Valencia.

Artículo revista:

ALBERTI A., BALDASSARRI M., 1999, Per la storia dell’insediamento longobardo a Pisa: nuovi mate-riali dell’area cimiteriale di piazza del Duomo, Archeologia Medievale XXVI, pp. 369-375.

Dataciones radiocarbónicas

Las dataciones radiocarbónicas se expresarán en años BP, incluyendo la referencia del laboratorio y la calibración a 1 y/o 2 sigma con las indicaciones cal AD.

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