Historia Economica General

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HISTORIA ECONÓMICA GENERAL MÓDULO ÚNICO CARRERA: CONTADOR PÚBLICO ADMINISTRACIÓN DE EMPRESAS PROFESOR: LILIA PÉREZ de ARÉVALO CURSO: 1º AÑO SALTA - 2007

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HISTORIA ECONÓMICA GENERALMÓDULO ÚNICO

CARRERA: CONTADOR PÚBLICOADMINISTRACIÓN DE EMPRESAS

PROFESOR: LILIA PÉREZ de ARÉVALOCURSO: 1º AÑOSALTA - 2007

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EducaciónA DISTANCIA

AUTORIDADES DE LA UNIVERSIDADAUTORIDADES DE LA UNIVERSIDADAUTORIDADES DE LA UNIVERSIDADAUTORIDADES DE LA UNIVERSIDADAUTORIDADES DE LA UNIVERSIDAD

CANCILLERCANCILLERCANCILLERCANCILLERCANCILLER

Su Excelencia ReverendísimaMons. MARIO ANTONIO CARGNELLO

Arzobispo de Salta

RECTORRECTORRECTORRECTORRECTOR

Dr. ALFREDO GUSTAVO PUIG

VICE-RECTOR ACADÉMICOVICE-RECTOR ACADÉMICOVICE-RECTOR ACADÉMICOVICE-RECTOR ACADÉMICOVICE-RECTOR ACADÉMICO

Dr. GERARDO VIDES ALMONACID

VICE-RECTOR ADMINISTRVICE-RECTOR ADMINISTRVICE-RECTOR ADMINISTRVICE-RECTOR ADMINISTRVICE-RECTOR ADMINISTRAAAAATIVOTIVOTIVOTIVOTIVO

Ing. MANUEL CORNEJO TORINO

SECRETSECRETSECRETSECRETSECRETARIA GENERARIA GENERARIA GENERARIA GENERARIA GENERALALALALAL

Prof. CONSTANZA DIEDRICH

DELEGDELEGDELEGDELEGDELEGADO RECTORADO RECTORADO RECTORADO RECTORADO RECTORALALALALALdel S.E.A.D.del S.E.A.D.del S.E.A.D.del S.E.A.D.del S.E.A.D.

Dr. OMAR CARRANZA

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Indice General

CURRICULUM VITAE ............................................. 7

I. Fundamentación ................................................ 11

II. Objetivo General ............................................... 11

III. Programa de la Asignatura............................... 11

IV. Bibliografía ...................................................... 12

V. Metodología ...................................................... 13

VI. Recursos ......................................................... 14

VII. Condiciones para regularizar la materia .......... 14

VIII. Guía de Estudio ............................................ 17

UNIDAD IDIAGRAMA DE CONTENIDOS ............................ 15

1. Introducción ...................................................... 17

2. Los indios americanos: Sus culturas y suactitud frente a los conquistadores blancos ..... 18

UNIDAD IIDIAGRAMA DE CONTENIDOS ............................ 33

1. Introducción ...................................................... 35

2. El Río de la Plata en la economía colonial ........ 37

La Península Ibérica en la época de los ReyesCatólicos .......................................................... 37

Los metales preciosos y la ocupación delespacio ............................................................ 40

La producción de plata, el comercio ultramarinoy la configuración del espacio peruano............. 41

El sistema comercial español:La carrera de Indias ......................................... 42

La minería de la plata en el espacio peruano......... 44

Producciones regionales, mercados yfrutas comerciales ........................................... 49

La atlantización de la economía ylas reformas imperiales .................................... 54

El sistema fiscal colonial ...................................... 57

Continuidad y reorientación en el Río de la Plata .. 60

Buenos Aires y el comercio de esclavos .............. 61

Buenos Aires, el interior y el comercio atlántico .... 64

UNIDAD IIIDIAGRAMA DE CONTENIDOS ............................ 69

1. Introducción ...................................................... 71

2. Del mercantilismo a la libertad:Las consecuencias económicas de laindependencia argentina ................................... 74

Comercio .............................................................. 75

Tierras y producción.............................................. 77

Moneda y crédito .................................................. 80

Conclusión ............................................................ 83

3. El comercio y las finanzas públicas en losEstados provinciales ........................................ 86

La tradición comercial y financiera rioplatense ...... 86

Espacios económicos bifrontes ............................ 88

Las finanzas públicas ........................................... 96

4. Nueva Historia de la Nación Argentina .............105

Las ideas económicas .........................................105

El fundamento teórico del conflicto Litoral -Buenos Aires: Liberalismo, proteccionismo,nacionalismo económico .................................109

Las ideas económicas de la generación del '37 ....112

UNIDAD IVDIAGRAMA DE CONTENIDOS ...........................115

1. Introducción .....................................................117

2. Academia Nacional de la HistoriaNueva Historia de la Nación Argentina ............118

3. Las ideas económicas .....................................118

A partir de la Organización Nacional ....................118

Las ideas económicas de Juan Bautista Alberdi ..120

Las doctrinas predominantes en la políticaeconómica Argentina hasta la Crisis de 1873 ..122

La reacción proteccionista ...................................123

Las ideas económicas hacia fin del siglo .............126

Orientación Bibliográfica ......................................127

4. Las producciones regionales extrapampeanas .131

Mercados, flujos y balanzas comerciales .............132

El desarrollo agrícola ...........................................139

Los actores económicos ......................................142

Un panorama del mundo del trabajo .....................153

Las estrategias empresarias frente a losnuevos modelos productivos ...........................156

UNIDAD VDIAGRAMA DE CONTENIDOS ...........................167

1. Introducción .....................................................169

2. El péndulo de la Riqueza: La economíaargentina en el período 1880-1916...................170

Crecimiento económico y exportaciones ..............171

La economía pampeana .......................................179

El comercio y las finanzas ...................................183

Mercado interno y mercado nacional ....................188

La revolución en el consumo ................................191

Los vaivenes de la economía ...............................195

El Estado frente a la economía ............................199

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UNIDAD VIDIAGRAMA DE CONTENIDOS ...........................205

1. Introducción .....................................................207

2. La Crisis económica.........................................209

3. El Pacto Roca-Runciman y el comercio decarnes: una gran clave ....................................211

4. Consecuencias indirectas de la crisis:comienzas del avance industrial .....................214

5. Perón al Poder .................................................225

6. "Ni capitalistas ni comunistas: Justicialistas" ..227

7. Una Nación Políticamente Soberana ................230

8. El avance del Estado .......................................234

9. Una Nación socialmente justa ..........................237

10. Una Nación Económica libre:El Impulso Industrial .......................................240

11. En el campo, las espinas ...............................243

12. Las complicadas cuentas externas ................246

13. Crédito y descrédito: Nace la inflación ...........248

14. Del paraíso peronista a la crisis deldesarrollo (1949-1958) .....................................253

15. Síntomas de crisis .........................................255

16. La hora de la austeridad:El plan económico de 1952 .............................259

17. Una vuelta al campo ......................................262

18. Dilemas de una industrialización acelerada ....265

19. ¿Un defecto estructural? ................................268

20. Un intento de corrección:El segundo Plan Quinquenal ...........................270

21. Una nueva bandera peronista:La Productividad .............................................272

22. Atrayendo el Capital .......................................273

23. El Impulso Desarrollista (1958-1963) ..............279

Un gobierno acosado ...........................................279

24. Los problemas de entonces ...........................281

25. La propuesta desarrollista ..............................283

26. 1958: ¿Clima para la inversión? .....................288

27. La batalla del petróleo ....................................289

28. La Modernización del Agro .............................292

29. El alivio externo .............................................294

30. En busca de una industria madura .................296

31. Vivir con inflación ...........................................299

32. Un plan novedoso ..........................................302

33. Sin rumbo ......................................................305

34. Política económica de un gobiernodisgregado ......................................................307

35. Diez años después,una nueva solución final ..................................308

36. El ocaso de Lord Keynes ...............................310

37. Política financiera, de la reforma a la crisis ....314

38. Política de estabilización:Del monetarismo a la tablita ............................318

39. Política comercial: de la aperturaexportadora a la avalancha importadora ..........323

40. De herencia y condicionamientos ...................329

41. Viejas formulas nuevos problemas .................330

42. Teoría y práctica de una estabilizaciónheterodoxa ......................................................332

43.Hacia el colapso hiperinflacionario...................336

44. Bajo el signo de la Globalización ....................341

45. Una nueva macroeconomía ............................344

46. El ordenamiento del estado ............................349

47. Nuestra gran depresión ..................................352

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CURRICULUM VITAE

Datos Personales

Apellido y Nombres: PÉREZ DE ARÉVALO, LILIA FANNYDocumento de Identidad: L.C 5.604.209Domicilio particular: Las Palmeras 249 - Tres Cerritos - Salta C.P 4.400Teléfono particular: (0387) 439-4645E-mail: [email protected]

[email protected]

Estudios cursados

Profesora en Historia, Universidad Nacional de Salta, 18 de febrero de 1975.Magister en Gestión Educativa. Escuela de Negocios. Universidad Católica deSalta, 10 de septiembre de 2004.

Antecedentes Académicos

Antecedentes Docentes de Postgrado

3) Miembro del Comité de la Especialidad en Historia, Facultad de Humanidades dela Universidad Nacional de Salta.

2) Miembro del Comité de la Maestría en Planificación Gestión y Evaluación Estraté-gica de Instituciones Educativas. Facultad de Humanidades de la UniversidadNacional de Salta.

1) Dictado del Curso de Postgrado "Diplomática de los Documentos NotarialesHispanos", en colaboración con el Dr. José Miguel López Villalba. Resol. 187/05.

Antecedentes Docentes de Grado

• Profesora Asociada Interina en Historia Argentina II desde julio de 2005 y conti-núa. Como extensión de funciones en la cátedra Paleografía y Diplomática His-panoamericana en la Facultad de Humanidades Univ. Nac. de Salta.

• Evaluación aprobada en el régimen de permanencia hasta 2009.• Profesora Adjunta en Historia Económica de la Facultad de Economía y Adminis-

tración de la Universidad Católica de Salta 1986 - 2006.• Se ha desempeñado desde 1974 a la fecha por concursos en cargos correspon-

dientes a todas las categorías del escalafón docente, desde Auxiliar de 2a. cate-goría (Ayudante Estudiantil) hasta Profesora Adjunta.

Desempeño de cargos electivos y otras actividades de docencia y gestión

Actuó como Coordinadora de la Escuela de Historia de la Facultad de Humanidadesde la Universidad Nacional de Salta en varias oportunidades, como miembro del Con-

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sejo Directivo y Vicedecana de la misma Facultad. También fue miembro del ConsejoSuperior.

Antecedentes de investigación

• Docente Investigadora Categoría B del Programa Nacional de Incentivos desde1994-97 y III desde 1997.

• Directora de los Proyectos del Consejo de Investigaciones de la UniversidadNacional de Salta; Nº1534 "La internacionalización en la Educación Superior" (2006– 2008); Nº1210 "La movilidad en la Educación Superior" (2003 – 2005) Aprobado;Nº 891 "La Articulación en Educación Superior", (2000 – 2002). Aprobado.

Formación de Recursos Humanos en investigación

Durante los últimos 5 (cinco) años se han dirigido 1 beca de investigación y 2 tesisde Licenciatura. Se dirigen dos tesis de Maestría y 4 de licenciatura.

Publicaciones

Publicaciones Internacionales y nacionales con referato (44) en varios libros yrevistas. Compiladora de un libro Articulación en la Educación Superior del NOA: Ex-pectativas y Realidades Editorial: MILOR. Salta octubre del 2004. I.S.B.N.: 987-9381-28-9.

Trabajos sin publicar 39.

Jurado en concursos regulares

Miembro Titular como Jurado en el Régimen de Permanencia de la Facultad de Hu-manidades. Dic. 2005 y en 20 concursos regulares de la Univ. Nac. de Salta

Miembro de comisiones en concursos interinos - temporarios

Participación en 57 Comisiones evaluadoras de concursos interinos o temporariosde la Univ. Nac. de Salta.

Cursos de especialización y formación docente

√√√√√ Cursos de Postgrados Aprobados17 (diecisiete)√√√√√ Cursos de Postgrados Asistencia 10 (diez)√√√√√ Dictado de Cursos de especialización y capacitación 8(ocho)√√√√√ Asistencia a cursos de especialización 20 (veinte).

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Miembro Responsable de Cursos de Posgrado 7 (siete)

Actividades de formación de discípulos y de grupos de trabajo

Se ha trabajado con 35 personas entre docentes y alumnos como adscriptos a lascátedras a mi cargo.

Concurrencia a congresos, jornadas o reuniones científicas o técnicas con pre-sentación de trabajos o mesas de discusión

Se participó en 85 reuniones científicas.

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Carrera: Contador Público - Administración de EmpresaCurso: 1° AñoMateria: Historia Económica GeneralProfesor: Prof. Lilia Fanny Pérez de Arévalo

Prof. Mirta del Valle JuárezAño Académico: 2007

I. Fundamentación

La importancia de la Historia Económica reside en que la comprensión de los proce-sos a lo largo de la Historia Americana y Argentina permiten comprender la situacióndel presente.

Se inicia con una rápida visión de las sociedades indígenas al momento de la con-quista española, la organización política y económica de América, el monopolio, Elcomercio interregional, la lucha por la emancipación y el costo de la guerra, los vaive-nes de la economía durante este período, la situación de las provincias hasta la organi-zación nacional. La formación del Estado –Nación Argentino y su política económicainmersa en los procesos mundiales del sistema capitalista con sus crisis cíclicashasta la última crisis del siglo XXI

II. Objetivo General

Que Los alumnos comprendan y conozcan el desarrollo de la historia institucional yeconómica desde las economías indígenas hasta la actualidad, a través de todos losfactores determinantes de la misma.

III. Programa de la Asignatura

Unidad I: América indígena.

América en víspera de la conquista, las culturas Mayas, Aztecas e Incas. Sistemade economía agraria.

Unidad II: La organización de América.

La política económica española. La carrera, el monopolio. El comercio interregional.La autonomía de los mercados interiores. El espacio económico peruano. Creación delVirreinato del Río de la Plata. La atlantización de la economía y las reformas imperiales.

Unidad III: La Revolución y los Estados Provinciales (1810 - 1853).

La Revolución: cambios y continuidades. El comercio y las finanzas públicas en losEstados provinciales. El conflicto liberalismo, proteccionismo, nacionalismo económi-co. Las ideas económicas de la generación del ‘37.

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Unidad IV: La formación del Estado – Nación Argentino. (1853 – 1880).

El pensamiento de Fragueiro, Alberdi y Sarmiento. Ciclo predominio de la lana. Lainmigración y colonización. Las producciones regionales extrapampeanas. Nuevos mo-delos productivos, Mendoza y Tucumán.

Unidad V: El modelo agroexportador (1880 – 1930).

El desarrollo agropecuario. El comercio exterior. La crisis del 90 y sus consecuen-cias. El impacto de la 1º Guerra Mundial en la Argentina. Fin del modelo.

Unidad VI: La economía del siglo XX.

Las nuevas ideas económicas. El pacto Roca - Runciman. Creación del Banco Cen-tral. La Argentina industrial. La guerra y el plan Pinedo.

Perón al poder. El papel del estado en la economía.La propuesta desarrollistaUna primavera económica 1963 – 1973. La modernización del agro y la industria.Política económica de tiempos violentos 1973 – 1983. Las importaciones.Alfonsín y el plan austral.Menem y la globalización

IV. Bibliografía

Básica

• KONETZKE, Richard - América Latina T. 2 La época colonial - Ed. Siglo XXI -Buenos Aires 1974.

• MILLETICH, Vilma - El Rio de la Plata en la economía colonial en Nueva HistoriaArgentina Tomo II - Ed. Sudamericana - Buenos Aires 1998.

• AMARAL, Samuel - Del Mercantilismo a la libertad: Las consecuencias económi-cas de la Independencia Argentina - Ed. Alianza - Madrid 1993.

• SCHMIT, Roberto - El comercio y las finanzas públicas en los Estados provincia-les. En Nueva Historia Tomo 3 Argentina. Revolución, República. Y Confederación.1806 - 1852. GOLMAN, Noemí (comp.) - Ed. Sudamericana - Buenos Aires 1998.

• CHIARAMONTE, José Carlos - Las ideas económicas. En Nueva Historia de laNación Argentina. Tomo 5 La configuración de la República Independiente (1810 –1914) - Ed. Planeta - Buenos Aires 2000.

• CAMPI, Daniel y JORBA, Rodolfo Richard - Las producciones regionalesextrapampeanas EnNueva Historia Tomo 3 Argentina. Revolución, República. YConfederación. 1806 – 1852. GOLMAN, Noemí (comp.) - Ed. Sudamericana -Buenos Aires 1998.

• ROCHI, Fernando - El péndulo de la riqueza: La economía argentina en el período1880 – 1910. En Nueva Historia Tomo V Argentina. El proceso, la modernización ysus límites (1880 - 1916). Mirta Zaida LOBATO (comp) - Ed. Sudamericana -Buenos Aires 2000.

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• CANTÓN, Moreno y CIRIA - La Democracia Constitucional y su crisis - Ed.Hyspamérica - Buenos Aires 1986.

• GERCHUNOFF, Pablo y LLACH, Lucas - El ciclo de la ilusión y el desencanto. Unsiglo de políticas económicas argentinas - Ed. Ariel - Buenos Aires 2005.

De profundización

• GELMAN, Jorge - El mundo rural en transición. EnNueva Historia Tomo 3 Argenti-na. Revolución, República. Y Confederación. 1806 - 1852. GOLMAN, Noemí (comp.)- Ed. Sudamericana - Buenos Aires 1998.

• GELMAN, Jorge - La Historia Económica Argentina en la encrucijada. Balances yperspectivas - Ed. Prometeo - 2006.

• ALBERDI, Juan Bautista - Sistema Económico y Rentístico - Ed. Ciudad Argenti-na - Buenos Aires 1998.

• ALTAMIRANO, Carlos - Los nombres del poder. Arturo Frondizi - Ed. Fondo deCultura Económico - Buenos Aires 1998.

• CORTÉS, Conde Roberto - Progreso y declinación de la economía Argentina. Ed.Fondo de cultura Económica - Buenos Aires 1999.

• CUCCORESE y PANETTIERI - Argentina. Manual de Historia Económica - Ed.Machi - Buenos Aires 1983.

• CHIARAMONTE, José Carlos - Nacionalismo y liberalismo económico en Argenti-na. 1860 - 1880 - Ed. Solar - Buenos Aires 1982.

• DÍAZ, Alejandro - Ensayos sobre Historia Económica Argentina - Ed. Amorroutu -Buenos Aires 1975.

• LOBATO, Mirta Zaida y SORIANO, Juan - Atlas Histórico - Ed. Sudamericana -Buenos Aires 2000.

• NOSIGLIA, C - El Desarrollismo - Ed. CEAL - Buenos Aires 1980.• OSZLAK, Oscar - La Formación del Estado Argentino. Orden, progreso y organi-

zación nacional - Ed. Planeta - Buenos Aires 1998.• PÉREZ de ARÉVALO, Lilia y Otros - Un proyecto en el interior de la periferia

Argentina a mediados del siglo XIX - Ed. Cuadernos de la Facultad de Humanida-des UNSA - Salta, 1989.

• PÉREZ de ARÉVALO, Lilia y Otros - Exportaciones desde Salta al norte Chileno.Fines del siglo XIX y comienzos del XX. En Revista de Estudios Trasandinos. Año1. Nº 2. Ed. Universidad de Santiago de Chile Santiago de Chile - 1998.

• ROFMAN, Alejandro y MORENO, Luis - Sistemas socioeconómicos y estructurasocial de la Argentina - Ed. Amorroutu - Buenos Aires 1998.

• SÁBATO, Hilda - Capitalismo y Ganadería en Buenos Aires: La fiebre del lanar1850 – 1890 - Ed. Sudamericana - Buenos Aires 1989.

V. Metodología

Clases teóricas donde se darán las orientaciones básicas del contenido de la mate-ria.

Clases prácticas donde los alumnos deberán efectuar el análisis e interpretación detextos seleccionados de la bibliografía.

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VI. Recursos

Retroproyector, computadora, mapas.

VII. Condiciones para regularizar la materia

Aprobar el 75% de los trabajos prácticos y dos parciales (uno con recuperación).

La materia tiene 2 (dos) parciales y un sólo recuperatorio, el cual se efectuará al finaldel cuatrimestre.

- El primer parcial abarca las unidades: 1, 2, y 3.- El segundo parcial comprende las unidades: 4, 5 y 6.

Para lograr la PROMOCIONALIDAD los alumnos deberán aprobar los 2 (dos) parcia-les con una nota mínima de 7 (siete) en cada uno.

Para REGULARIZAR los alumnos deben aprobar 1 (un) parcial con nota mínima de 4(cuatro).

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DIAGRAMA DE CONTENIDOSUNIDAD I

América entre dos culturas

América indígena(víspera de la conquista)

Sistema deeconomía agraria

AztecasMayas Incas Política económicamonopolista española

El contrabando

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VIII. Guía de Estudio

UNIDAD I

1. Introducción

Hoy todas las opiniones concuerdan en que el poblamiento americano se produjo porinmigración. Según las últimas investigaciones, el poblamiento americano se inicióhace más de 70.000 años y la vía de acceso al continente habría sido el estrecho deBering, el cual durante la última glaciación, al bajar las aguas, emergía formando unmagnífico paso entre Alaska y Siberia. Fueron varias las migraciones que originaron elpoblamiento americano y las mismas se fueron dando en diferentes épocas.

Los protagonistas de este poblamiento eran recolectores y cazadores que abando-naron sus lugares de origen debido a profundos cambios climáticos que provocaronescasez de alimentos. Los animales se desplazaron hacia el este en busca de alimen-tos seguidos por los grupos humanos cazadores que iniciaron la penetración por elnorte de nuestro continente.

La vastedad del territorio, el aislamiento de los grupos humanos que la fueron habi-tando dio lugar a un heterogéneo desarrollo socio-cultural de los mismos.

Un desarrollo desigual daba por resultado la existencia de algunos grupos humanosque apenas superaban el estadio más primitivo de desarrollo, los que practicaban unaeconomía de subsistencia llevando a cabo actividades como recolección de frutossilvestres, caza y pesca. Este tipo de economía daba lugar a organizaciones socialesmuy simples, pues no sobrepasaban los pequeños grupos de familias, eran sociedadesigualitarias, que apenas practicaban una división sexual del trabajo, no existía la pro-piedad privada. Carecían de organización estatal, pues la toma de decisiones quedabaa cargo de jefes de familia o jefes de tribus.

Frente a estas sociedades nómades podíamos encontrar pueblos que transitaban laetapa de hordas pastoriles, o de aldeas preagrícolas, agrícolas incipientes, o estadoslocales en disputa incapaces todavía de dar forma a una civilización regional.

Sin embargo, también se formaron Estados mucho más avanzados que llegaron aconformar verdaderos imperios teocráticos, caso de los Mayas, Aztecas e Incas, quellegaron a tener estructuras políticas y religiosas muy organizadas, con pleno dominiode la agricultura intensiva, de las técnicas de regadío, de las transacciones comercia-les, de las construcciones monumentales y del arte mágico-religioso característico deestas verdaderas culturas urbanas.

Esta fragmentación y dispersión de la población facilitada por la vastedad del territo-rio, el desconocimiento del carro y de los animales de tiro, y la inexistencia del tráficoultramarino, mas las guerras intestinas que enfrentaban a los pueblos aborígenes es lo

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que favorecerá el proceso de conquista y colonización llevada a cabo por los españolesen estas tierras.

2. Los indios americanos: Sus culturas y su actitudfrente a los conquistadores blancos

Richard Konetzke

La situación geográfica y la conformación del área del continente americano handeterminado decisivamente el desarrollo de los pueblos y culturas en esa parte delmundo. América se extiende, en dirección norte-sur, desde el grado 72 de latitud nortehasta el grado 56 de latitud sur y es, con aproximadamente 14.000 kilómetros de longi-tud, el más largo de los continentes, mientras que su mayor anchura oscila entre 4.000y 5.000 kilómetros y su lugar más angosto, el istmo de Panamá, alcanza apenas a 46kilómetros. Los territorios que originaron las grandes culturas indias y que los españo-les y portugueses conquistaron y colonizaron preferentemente ocupan la parte mediade esta faja de tierra orientada de norte a sur, las regiones entre los trópicos de Cáncery Capricornio. Caen, pues, dentro de la zona tropical. La cordillera de los Andes, empe-ro, que se extiende a lo largo de la costa occidental americana y se eleva por encimadel límite de las nieves perpetuas, modera o elimina el clima de los trópicos.

América es, a más de esto, un continente aislado. La comunicación más corta conEuropa está en el Círculo Polar Ártico y, en efecto, la ruta marítima más septentrionalllevó a los vikingos, favorecidos por los vientos y las corrientes, de Europa a la penín-sula de El Labrador, pasando por Islandia y Groenlandia. Pero no era ese un derroteroapropiado para establecer un contacto entre el Viejo y el Nuevo Mundo. En el extremonoroeste, junto al estrecho de Bering, se tocan América y Asia. En tiempo de la últimaglaciación, hace aproximadamente veinticinco mil años, el descenso del nivel del marhizo surgir una conexión firme entre ambos continentes, y fue a través de este istmopor donde llegaron los primeros hombres a América. Se realizaron reiteradas migracio-nes que se prolongaron durante períodos enteros, y más tarde, pasando por lasAleutianas, llegaron refuerzos por el mar. Es de señalar nuevamente, que los vientospredominantes favorecía el viaje desde la costa asiática hacia América del Norte, peroobstaculizaban el camino inverso por alta mar. Se supone que los polinesios llegaron aAmérica en sus embarcaciones, a través del Pacífico, y que se asentaron allí, mas loshabitantes de las costas peruanas no alcanzaron, contra lo que afirmaba la tesis deThor Heyerdahl, hoy desestimada, las islas polinésicas. Los aborígenes de América nopudieron establecer por sí mismos un contacto con las culturas euroasiáticas. Su ais-lamiento casi absoluto perjudicó y dificultó el desarrollo de las grandes culturas ameri-canas.

En lo esencial, los indios pertenecen a una raza cáucasomonogoloide. A menudoaparecen rasgos del tipo humano europeo. Los españoles observaron que en muchascomarcas a los indígenas, por el aspecto de su cara y su piel blanca, podía tomárselespor europeos. Comprobaron con asombro que en los trópicos americanos no vivíannegros. Este apartamiento respecto del tipo de población negroide seguramente facilitó

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el cruzamiento de indios y blancos. Los indios de ningún modo constituyen un tiporacial uniforme. La heterogeneidad de las oleadas migratorias, y también el aislamientode la población en un espacio amplísimo y carente de caminos, explican las diferenciasque en el aspecto exterior presentan los aborígenes americanos. La impresión de di-versidad se robustece aún por la dispersión cultural y lingüística de la América preco-lombina. Se ha verificado la existencia de 133 familias lingüísticas independientes enAmérica, que comprenden cientos de idiomas especiales y dialectos.

La mayor parte de las civilizaciones que se desarrollaron en ese continente se man-tuvieron separadas entre sí; su relación e intercambio recíprocos fueron escasos. Sudesunión se explica también por la hostilidad, muy notoria, de los indios contra lasinnovaciones. En algunas regiones se produjo el ascenso de grandes culturas, mien-tras que en comarcas apartadas los hombres vivían en el salvajismo más primitivo. Porla época de los descubrimientos europeos no existía ni un hombre indígena, ni unacultura india general.

La América precolombina, empero, no era un mundo aparte, que viviera en una pazidílica. «Los descubridores y colonizadores europeos tropezaron en todas partes concontradicciones, rivalidades y luchas entre tribus o pueblos cuyas condiciones de viday nivel de cultura eran diferentes». La guerra constituía la ocupación fundamental demuchas tribus aborígenes y los conflictos se dirimían de la manera más cruel, enocasiones hasta el exterminio de una tribu enemiga. Los grandes imperios de la Améri-ca primitiva se fundaron a partir de conquistas guerreras y mantuvieron su cohesiónpor medio del poder brutal.

En la época de los descubrimientos, la economía de los indios de América se hallabaen diversos estadios de desarrollo. En extensos territorios la población vivía aún en laetapa de la recolección, la caza y la pesca. Como animales domésticos sacrificableslos indios prácticamente sólo conocían el pavo, el pato, la cobaya y una raza de perros.En diversas comarcas, la caza y la pesca proporcionaban una dieta de albúminas, peroel uso de la carne no estaba generalizado. La carencia proteínica se compensabaañadiendo a la dieta insectos, ranas, serpientes y animales similares. Como tambiénfaltaba el trigo, para los conquistadores e inmigrantes europeos la alimentación enAmérica significó un considerable cambio.

En diversas regiones desarrolló la agricultura. En las altiplanicies de las cordillerasse cultivaba fundamentalmente el maíz, mientras que en las islas del Caribe y lascuencas del Orinoco, el Amazonas y el Río de la Plata, el cultivo de la mandioca, untubérculo, suministraba el alimento más importante. Se trata de una agricultura queexige menos tiempo y fuerza de trabajo que el cultivo del trigo. Se calcula que loscultivadores de maíz sólo necesitaban emplear de sesenta a setenta días al año paraasegurarse el sustento. Eran «civilizaciones del ocio». Las grandes culturas indígenasse han desarrollado sobre la base de los cultivos del suelo. La agricultura se hizo máscompleja. Aumentó considerablemente el número de las plantas cultivadas, y el rega-dío y el abono de los campos acrecentaron la producción agraria. Además de losasentamientos aldeanos, surgieron ciudades compuestas unas de viviendas y otras detemplos. Se ha establecido una relación entre el desarrollo de la cultura urbana en

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América y la introducción de los sistemas de regadío con vistas a una agricultura másintensiva. Las actividades artesanales cobraron gran impulso. Cerámicas primorosas yespléndidos tejidos fueron la obra de sobresalientes y habilísimos artífices. Con oro,plata y cobre se labraron alhajas, pero las armas y las herramientas, por lo general, sefabricaron con piedra o madera. En algunos puntos hizo su aparición el uso del bronce.No llegó a conocerse el laboreo del hierro. En lo tocante a la técnica, por lo general losindios estaban aún en la Edad de Piedra. Los mercados exponían una plétora de bienesde consumo y artículos de lujo. El comercio con regiones distantes distribuía los pro-ductos en un ámbito dilatado.

A los diversos niveles culturales ajustábase la estructura de la organización estataly social. Entre los recolectores, cazadores y pescadores primitivos aún no existíaorganización estatal alguna y la comunidad no excedía de los límites del agrupamientofamiliar. En otros casos las familias ya se habían unido en asociaciones tribales, y unadelanto ulterior se producía al agruparse diversas tribus en confederaciones estables.Al frente de las comunidades indias, grandes o pequeñas, se hallaban caciques. Pornorma general, en la época de los descubrimientos hispano-portugueses el cargo decacique se había vuelto hereditario. No obstante, los caciques de las tribus tambiénpodían ser elegidos y depuestos por la asamblea del pueblo. Junto a esas ligas sobera-nas, fundadas en comunidades gentilicias, se formaron, empero, verdaderos Estados,que reclamaban el dominio sobre un territorio y lo imponían por la violencia y pormedios administrativos. Finalmente, merced a la expansión militar, se originaron losdos grandes imperios de los aztecas y los incas. En su condición de jefes militaressupremos, los soberanos de esos imperios adquirieron facultades de mando absolutasy gobernaron despóticamente.

En las unidades políticas mayores la igualdad de todos los integrantes de una familiao de una tribu dejó lugar a la subdivisión de la sociedad en clases. Las conquistasmilitares y la estratificación por encima de poblaciones sometidas favorecieron la gé-nesis de un ordenamiento jerárquico en capas sociales. Una aristocracia guerrera seconstituyó sobre los campesinos, artesanos y mercaderes libres. La diferenciaciónsocial era particularmente pronunciada en los imperios azteca e inca. Por debajo de loshombres libres del pueblo se encontraban los esclavos, adquiridos como prisionerosde guerra o por robo o compra, o que caían en esa condición como castigo por diversosdelitos. Entre los hombres libres y los esclavos había demás siervos, personalmentelibres pero sujetos a prestaciones de servicios.

El mundo de las religiones era particularmente diverso entre las diferentes tribus ypueblos de América. En los pueblos primitivos se registraba principalmente la creenciaen un ser supremo y la adoración a dioses astrales; las deidades eran representadaspor medio de ídolos. A los fundadores de la tribu se les rendía, asimismo, un cultodivino. La vida religiosa de los pueblos primitivos estaba regida, ante todo, por la creen-cia en demonios y espíritus. Se atribuían poderes mágicos a diversas especies anima-les. En el punto central de la vida religiosa se hallaban los curanderos o shamanes, quecaían en trance para ponerse en contacto con el mundo sobrenatural.

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Las religiones de las grandes culturas presentaban una profusa multitud de divinidades.Se aceptaba, en el culto, a los dioses de los pueblos sometidos. Para determinadosanhelos humanos, se concebían cada vez más figuras divinas. Los españoles, de fecristiana, sintieron una extrema repugnancia por esa impronta politeísta particularmen-te intensa y concibieron como un compromiso ineludible la erradicación de esa creen-cia en múltiples dioses. Estas religiones les resultaron absolutamente repulsivas cuan-do supieron de la existencia de sacrificios humanos, los cuales alcanzaron horrendasproporciones entre los aztecas y fueron practicados también en el imperio de los incas.

La dispersión de las poblaciones indígenas sobre un continente vasto y accidentado,el desconocimiento del carro y de los animales de tiro, que hubieran sido necesariospara establecer comunicaciones terrestres, así como la inexistencia de tráfico ultrama-rino, dificultaron en sumo grado la nivelación de las culturas americanas. Para la colo-nización española y portuguesa resultó decisivo que los europeos no encontraran fren-te a ellos una América política y culturalmente unitaria u homogénea.

Sólo muy paulatinamente, en el curso de sus descubrimientos y conquistas, losespañoles y lusitanos se hicieron conscientes de las múltiples diferencias en el desa-rrollo político, económico y cultural de América. Su toma de posesión y colonización delos territorios de ultramar se efectuó como un constante experimentar en un mundopara ellos realmente «nuevo». No sólo se trataba de reunir observaciones y experien-cias, sino de comprobar su exactitud en un contorno permanentemente mudable. Algu-nos ejemplos revelan cómo las concepciones de los descubridores y conquistadoresen torno a los pueblos y culturas americanos se aplicaron y transformaron y cómo, porotra parte, se modificó la actitud de los aborígenes frente a la irrupción europea que losarrancó de su aislamiento.

El primer contacto de los españoles con indígenas americanos se produjo en lasislas del Mar Caribe. Aquéllas encontraron en las Grandes Antillas a los taínos, quepertenecían a la familia de los aruacos o arahuacos y que, a partir de la tierra firmesudamericana, habían tomado posesión de las Antillas. Ya antes del descubrimientoeuropeo los taínos habían sido desalojados de las Antillas Menores por los caníbales,que los españoles denominaron caribes o caníbales. La complexión física y los rasgosfaciales de los taínos impresionaron agradablemente a los europeos. Colón los descri-bió como hombres de buena figura, agraciados, y comprobó con asombro que carecíande pelo crespo y de piel negra. Eran de cutis bastante claro y serían, según afirmó, casitan blanco como la gente en España si anduviesen vestidos y no expusieran sus cuer-pos al sol y al aire. No encontró monstruos deformes, cuya existencia en esas comar-cas muchos presumían.

Colón observó y a diferencias esenciales entre los integrantes de uno y otro grupo.Según su opinión, los taínos constituían un tipo humano pacífico. Celebró la manse-dumbre y el comportamiento cortés de estos aborígenes. Los taínos vivían en el esta-dio de una cultura primitiva de plantadores, pero ya mostraban rudimentos de desarro-llo de una gran cultura. El cultivo del algodón les proporcionaba la materia prima para laconfección de tejidos; elaboraban adornos de oro y esculpían en piedra y madera. Seacercaban sin recelo a los forasteros que, según creían aquéllos, habían descendido

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de los cielos, e intercambiaron gustosamente sus pertenencias por cualesquiera bara-tijas. Colón afirmaba «que no puede creer que hombre haya visto gente de tan buenoscorazones y francos para dar, y tan temerosos», y parecía haber encontrado en esosindígenas a los «nobles salvajes». Les escribió a los Reyes Católicos: «Son gente deamor y sin codicia... En el mundo creo que no hay mejor gente ni mejor tierra: ellosaman a sus prójimos como a sí mismos, y tienen una habla la más dulce del mundo, ymansa, y siempre con risa».

A los caribes, por el contrario, se les conocía como pueblo guerrero y cruel. Empren-dían correrías por las islas habitadas por los taínos, daban muerte a los hombres yraptaban a las mujeres. Los taínos vivían en permanente temor de las incursiones delos caribes, y por ello pudieron ver en los blancos sus protectores. Describían a susenemigos caribes como seres con cara y dentadura de perro y los caracterizaron comoantropófagos. El canibalismo real o meramente presunto de los llamados caribes, cu-yas áreas de asentamiento no eran bien conocidas, habría de justificar luego el que lalegislación española permitiera atacar a los habitantes de esas islas y tomarlos comoesclavos. Los caribes, que se contaban entre los hombres más corpulentos y fuertesde la raza amerindia, se mostraron como enemigos acérrimos de la conquista europea.

Frente a los invasores europeos, ni taínos ni caribes pudieron presentar un poderpolítico, ya que su organización estatal apenas había ido más allá de las comunidadesaldeanas y de pequeños principados. Las rebeliones posteriores de tal o cual caciquefueron brutalmente aplastadas por los españoles.

Por experiencias similares pasaron los españoles cuando entraron en contacto conlos aborígenes de la costa venezolana. También aquí establecieron una diferencia entrelos indios salvajes y belicosos, que eran caribes y habitaban en la zona ribereña entreParia y Borburata, y los indios pacíficos y amistosos de las cordilleras costeñas, entrelos cuales se hallaban los caiquetíos, quienes habían alcanzado un nivel cultural supe-rior. También los portugueses, en sus desembarcos en las costas brasileñas, tropeza-ron con poblaciones primitivas que vivían en el nivel cultural del Neolítico. Los indíge-nas que poblaban el este de Brasil vivían de la caza y de la pesca y no conocían ni elarte de tejer y la alfarería, ni el laboreo de metales. Los hombres eran primordialmentecazadores, mientras que las mujeres recolectaban plantas y habían iniciado la transi-ción hacia una agricultura primitiva. Su atavío consistía en pintarse el cuerpo y pegar-se plumas. El canibalismo y la caza de cabezas eran costumbres de amplia difusión.Las tribus aborígenes más conocidas del Brasil oriental y el Mato Grosso son lostupíes, los botocudos y los bororoes. Los indios se alimentaban fundamentalmente conel tubérculo de la mandioca. Pedro Vaz de Caminha, cronista de la expedición de Cabraly presente en el primer desembarco de éste en Brasil, escribía sorprendido: «E comisto andam tais e tâo rijos e tâo nédios que o nâo somos nos tanto, com quanto trigo elegumes comemos.» Y consignaba con admiración no menor: «Eles nâo têm coisa quede ferro seja, e cortam sua madeira e paus com pedras feitas como cunhas, metidasem um pau entre duas talas, mui bem atadas e por tal maneira que andam fortes».

Colón consideraba a los aborígenes por él descubiertos como población salvaje dela costa y esperaba encontrar sobre la tierra firme asiática, de la que creía estar cerca,

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pueblos más civilizados. Cuando en su cuarto viaje desembarcó sin saberlo en elcontinente centroamericano, en el cabo de Honduras, y encontró entre los aborígenestestimonios de una mayor destreza artesanal, vio en ello una prueba de que el reino delGran Khan no estaba lejos. En realidad había entrado en contacto con tribus mayas. Enla región ocupada por los mayas, los españoles comenzaron a trabar conocimiento conuna gran cultura americana. En 1517 los miembros de la expedición de Fernández deCórdoba desembarcaron en las costas de Yucatán. Los mayas de esos lugares agasa-jaron hospitalariamente a los forasteros, pero al día siguiente los forzaron, tras san-grientos combates, a refugiarse en sus naves. Sobre la tierra firme americana, a loseuropeos les había hecho frente un poder organizado.

La región de la cultura maya comprendía a Guatemala, parte de Chiapas y Tabascoque la limitan por el oeste, así como Yucatán y Honduras. Desde el siglo IX la penínsulade Yucatán se había transformado en el principal territorio donde se asentaban losmayas. El imperio maya de la «Liga Mayapán» se había disuelto a mediados del sigloXV en una serie de principados-ciudades. Esta decadencia política de la dominaciónmaya facilitó a los españoles la conquista de Yucatán, que, seguida de la conquista deMéxico por Hernán Cortés, se prolongó de 1527 a 1546 como consecuencia de laencarnizada resistencia de los mayas. En las montañas guatemaltecas los españolestropezaron también con diversos estados tribales independientes.

Mientras que los aborígenes antillanos vivían en asentamientos aldeanos, en el con-tinente se había llegado al estadio de las culturas urbanas. Los asombrados españolesdescubrieron en Yucatán ciudades populosas con casas de piedra, grandes templos ycalles empedradas. Los antiguos lugares sagrados de los mayas se habían transforma-do en ciudades residenciales y capitales fortificadas. En la América precolombina laciudad habíase convertido en un factor decisivo para la formación de grandes culturas.El cultivo excedentario de plantas alimenticias, y en particular del maíz, permitió que lapoblación urbana se dedicara a los diversos oficios artesanales, al comercio y otrasocupaciones no productivas de alimentos. De tal suerte, en la época de su descubri-miento por los europeos, en las ciudades mayas existía una sociedad diferenciada,ordenada jerárquicamente, cuyo estrato superior lo constituían una nobleza hereditariay el clero y cuyo estrato inferior estaba representado por los esclavos, que habíanperdido la libertad y se habían vuelto enajenables por ser prisioneros de guerra odelincuentes. No obstante, en esta cultura urbana no se conocía aún el uso del metal.Las herramientas y armas se hacían de piedra y madera. Las ciudades de la culturamaya eran centros de un amplio comercio exterior.

Los mayas desarrollaron una notable cultura intelectual y por eso se les llama «losgriegos de América». Poseían una escritura ideográfica, pero la mayor parte de losjeroglíficos no ha sido interpretada, ni descifrado su vínculo con un contexto ideológico.Escribían los números hasta 19 en forma de puntos y rayas, y para cantidades mayo-res utilizaban el cero y la superposición de los signos, con arreglo al sistema vigesimal.Esta aritmética y sus observaciones astronómicas sin ayuda de instrumentos especia-les les sirvieron a los mayas para la fijación de su calendario y para la cronología. Sussacerdotes calcularon que el año astronómico tenía 365, 2420 días, y por tanto estabanmás cerca del cómputo actual de 365, 2422 día que el calendario gregoriano con sus

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365, 2425 días. Las dotes artísticas de los mayas se revelan singularmente en elrelieve en piedra y en la escultura, así como en la cerámica ornamentada y esmaltada.La religión de los mayas incluía una muchedumbre de divinidades principales y secun-darias, cuyo favor y asistencia se procuraban asegurar por medio de preces,mortificaciones y danzas, pero también mediante la consumación de sacrificios huma-nos. Los sacerdotes, merced al arte de la adivinación, por ellos practicado, habíanadquirido una gran influencia sobre la vida de los hombres.

También se había alcanzado un alto nivel cultural en el imperio azteca, conquistadoen los años 1519-1521 por los españoles acaudillados por Hernán Cortés. El auge delos aztecas como gran potencia aún no alcanzaba, por aquel entonces, a un siglo. Tansólo bajo su jefe Itzcoatl (1428-1446) los aztecas, cuya capital era Tenochtitlán-México,se habían liberado del yugo de los tepanecas y fundado con las vecinas ciudades-estados de Texcoco y Tlacopán una triple alianza. Bajo Moctezuma (1440-1469) losaztecas lograron la primacía en esa liga de ciudades y extendieron su dominacióndesde las costas del Pacífico hasta las del Atlántico. Los jefes siguientes prosiguieronlas conquistas, y bajo Moctezuma II, que gobernó desde 1502, la zona de influenciapolítica de los aztecas alcanzó en el sur hasta los territorios de los mayas, mientrasque hacia el norte sólo se sometieron partes del actual Michoacán. En el momento dela invasión española el gran reino azteca se componía de 38 provincias-ciudades que,aunque sujetas al pago de tributos, conservaban su autonomía administrativa.

Este imperio, sin embargo, no era una formación estatal unitaria. Diversas ciudades-estados, como por ejemplo Tlaxcala, conservaban todavía bajo la jurisdicción aztecasu independencia política. Por añadidura, la hegemonía de los aztecas aún no habíasuprimido totalmente la estructura federal del imperio. La expansión bélica de Méxicose encontraba tan sólo en vías de erigir un sistema de dominación estructurado firme-mente. La institucionalización del poder dominante, empero, estaba en pleno desarrollo.La administración estatal se hallaba ya centralizada y ampliamente burocratizada. Laorganización en tribus, de las cuales en 1521 existían más de setecientas, casi habíadesaparecido por completo. El principio territorial se había impuesto al orden gentilicio.

También la sociedad azteca estaba subdividida en clases. El estamento noble secomponía de miembros pertenecientes a la vieja aristocracia tribal y de los nuevosnobles, que se habían ganado su ascenso por méritos especiales, ante todo en elcampo de batalla. También los sacerdotes y los altos funcionarios obtuvieron los privi-legios de la nobleza. No obstante, se apreciaba una tendencia hacia la formación deuna clase noble hereditaria, cerrada en sí misma. Los nobles poseían numerosos privi-legios. Se les daba la preferencia en la adjudicación de cargos públicos; no pagabantributo alguno, podían poseer predios, privadamente; estaban sujetos a sus propiostribunales, les estaba reservado el uso de determinadas prendas de vestir y aderezosy sus hijos se educaban en escuelas especiales de los templos. También los mercade-res que se dedicaban al comercio exterior de mercancías de lujo, y que en sus viajescomerciales servían como espías al soberano de México, ocupaban una posición privi-legiada en la sociedad mexicana. Otro estrato social era el de los artesanos, que sehallaban liberados de la actividad agrícola; para el desempeño de sus oficios requeríancierto adiestramiento y conocimiento especializado y trabajaban esencialmente para

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las necesidades superfluas de la capa dominante. La ocupación artesanal se transmi-tía por herencia, de padre a hijo.

El pueblo común, que cultivaba la tierra, recibía de las comunidades o calpullispredios asignados a cada familia. Estos no eran propiedad privada enajenable, sino querecaían de nuevo en la comunidad, caso de que la familia se extinguiera. Se obteníanueva tierra cultivable mediante la colonización de regiones conquistadas y la cons-trucción de chinampas, o sea de jardines flotantes que consistían en almadías cubier-tas de limo y amarradas en el lago de México. Junto a estos campesinos, que ademáspracticaban el comercio local y ejecutaban trabajos artesanales, los mayeques, quelabraban las tierras de los nobles, estaban ligados a la gleba y eran transferidos con losbienes inmuebles a los herederos. Por último, también la esclavitud se hallaba difundi-da en el México precolombino. Se podía llegar a ser esclavo por secuestro o cautiveriode guerra, o hundirse en esa clase servil como castigo por diversos delitos o comodeudor moroso, pero también el padre podía vender a su hijo como esclavo. Con todo,entre los aztecas los esclavos no estaban despojados de todo derecho. Podían tenerpropiedades personales y sin su consentimiento o sin motivo fundado sus poseedoresno podían venderlos ni tampoco matarlos. Los hijos de los esclavos eran libres. Enespecial, se ocupaba a los esclavos como cargadores y en los trabajos domésticos.

La diferenciación de la estructura social guardaba estrecha relación con los cambioseconómicos. La productividad del fértil suelo mexicano era elevada. Incluso con elmétodo más primitivo para el cultivo del maíz, el sistema de milpas -desmonte por elfuego antes de roturar la tierra-, se obtenían altos rendimientos. Se ha calculado quecon este sistema una familia de cinco personas que labrara un campo de cuatro a cincohectáreas en ciento noventa días produciría más del doble de lo que necesitaba paraprocurarse el sustento. Aún así, se había pasado entonces a una agricultura más inten-siva. Se cultivaban concienzudamente las tierras ribereñas, periódicamente inunda-das, ya que el cieno dejado por los ríos garantizaba grandes cosechas. Surgió ademásuna extensa red de obras de regadío, que, a su vez, sólo una organización estataldesarrollada pudo crear. La producción agrícola excedente permitió liberar a muchoshombres para que se dedicaran a las actividades artesanales y se asentaran en lasciudades. También en el imperio azteca casi todos los instrumentos se hacían de ma-dera o de piedra; sólo los cinceles de los artesanos eran de cobre. Con los metalespreciosos se hacían aderezos. Los exquisitos trabajos de plumas, ornamentados conpiedras preciosas, son muestra de una técnica especial. En ciertos dominios, la cerá-mica creó productos de gran valía.

La arquitectura urbana se caracteriza por los suntuosos palacios de los nobles,construidos de una sola planta y sin ventanas, con las habitaciones agrupadas en tornoa un patio interior. Parques espléndidos rodeaban los palacios. Las viviendas de lagente común estaban construidas de adobe cocido. Los edificios más imponentes eranlas majestuosas pirámides. La principal de éstas, en la ciudad de México, tenía 100 x80 metros en su base y una altura de 30 metros. Otras construcciones característicasson las canchas de pelota. El arte del relieve en piedra y la escultura también se habíandesarrollado en el México precolombino. Diversos frescos conservados dan testimoniode la pintura azteca.

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La religión azteca contaba, asimismo, con personas divinas en profusión. Los sacri-ficios humanos ofrecidos a las deidades alcanzaron entre los aztecas proporcionesaterradoras; en la consagración del principal templo de la ciudad de México, en efecto,según los cálculos más conservadores, en cuatro días se inmoló a 20.000 hombres,escindiéndoles el corazón. El horror y la repugnancia ante esta atroz costumbre deofrecer al dios, como alimento, el corazón sangrante de un hombre y hasta de un niño,ahondaron enormemente el abismo y la animadversión entre españoles y mexicanos.La mitología de los aztecas hubo de ejercer una influencia decisiva en el destino deMéxico. El espíritu de lucha que animaba al belicoso pueblo azteca frente a los intrusoseuropeos, fue lentamente minado por sus creencias religiosas. Los aztecas considera-ban que su mundo estaba amenazado por el infortunio y condenado a la ruina. Losánimos estaban conturbados por la angustia que suscitaba el profetizado retorno delrey y sacerdote Quetzalcoatl, quien debía aparecer por Oriente y poner término a lasupremacía de los dioses sanguinarios. Moctezuma creyó que los españoles eran losanunciados nuevos señores, venidos del este, a quienes debía cederles el poder.

La situación interior del imperio azteca explica que los españoles lo pudieran some-ter con la asistencia de tribus mexicanas. Los totonacas, de la región de Veracruz, quepadecían bajo la arbitrariedad de los recaudadores aztecas, saludaron a los soldadosde Hernán Cortés como a liberadores. Los habitantes de la ciudad-estado de Tlaxcaladieron pruebas de ser los más fieles y valerosos aliados de los conquistadores espa-ñoles y recibieron por ello, bajo la dominación hispánica, exenciones y fueros especia-les, respecto a la restante población aborigen. También las tribus de los indios otomíesrecibieron amistosamente a los españoles y les abastecieron de víveres. La heroicalucha final sostenida por los habitantes de la capital mexicana no pudo conjurar eldestino de la dominación extranjera.

Grandes culturas se desarrollaron también en la zona andina septentrional, en laregión de las tres cadenas montañosas de Colombia. Era aquélla la tierra originaria delos chibchas, que se extendieron hacia el sur hasta el centro de Ecuador y por el nortemás allá del istmo de Panamá, hasta Nicaragua. En tiempos del descubrimiento desco-llaban como regiones culturalmente desarrolladas el valle del Cauca y la meseta deBogotá. Se habían formado y consolidado allí una organización estatal y una jerarquíade estamentos. Los jefes (caciques), en su condición de caudillos militares supremos,se habían convertido en déspotas que parecían gozar de poderes sobrenaturales, erantrasladados en parihuelas y hamacas y se rodeaban de una profusa corte. Mientrasque en el valle del Cauca no se pasó de los señoríos tribales, los chibchas de lameseta de Bogotá, los muiscas, lograron crear formaciones estatales mayores, aúncuando no habían llegado todavía a la fundación de un estado unitario. Cuando losespañoles penetraron en la altiplanicie andina, luchaban entre sí, por la supremacía,los príncipes más poderosos: el «zaque» de Tunja y el «cipa» de Bogotá.

Los chibchas vivían en asentamientos aldeanos. No habían alcanzado aún el nivelde la fundación de ciudades y la edificación de casas de piedra. La economía se basa-ba en la agricultura, en la que existía propiedad privada de la tierra. Las tribus del valledel Cauca habían demostrado una relevante destreza en la elaboración de aderezos deoro. Los orfebres realizaban figuras humanas de gran tamaño, máscaras, yelmos, pren-

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dedores, pectorales y otros objetos, que hoy se conservan ante todo en el Museo delBanco Nacional de Colombia. Ante esos hallazgos de oro, los conquistadores españo-les creyeron estar cerca de El Dorado, esto es, el país del hombre de oro. En determi-nadas épocas el cacique de Guatavita, siguiendo una usanza del culto, se hacía ungirtodo el cuerpo y luego espolvorear con oro, tras lo cual se bañaba en la laguna sagrada;de esta suerte ofrendaba el metal a la diosa que según ellos moraba en la laguna. Losmuscas se destacaron en el arte del tejido e hicieron cobertores y telas, con dibujos decolores, que encontraron una vasta aceptación como mercancías.

Los chibchas del valle del Cauca, aunque no los muiscas, eran caníbales, pues sealimentaban con carne humana. Estaba generalizada la práctica de sacrificar hombresa los dioses, y se prefería como víctimas a los niños. Todas las tribus practicaban eluso de preparar trofeos con las cabezas de los enemigos muertos en combate y captu-rados. La vida intelectual se hallaba en un nivel primitivo. Los chibchas desconocían laescritura.

El imperio más poderoso de la época precolombina era el de los incas, el «imperiode los cuatro puntos cardinales», que no conocía límites. La palabra inca originaria-mente era sólo el título del soberano y la denominación del linaje real, pero no de unpueblo determinado. Un caudillo de la ciudad-estado de Cuzco, en el altiplano andino,se había atribuido ese nombre. Los habitantes de ese estado montañoso pertenecían alos indios quechuas. La expansión bélica de los incas comenzó en la primera mitad delsiglo XV, cuando tribus aimaraes rivales, vecinas de los señores de Cuzco, pidieronsocorros y apoyo. En el imperio inca se incorporó los pequeños estados de los aimaraes.En rápidas conquistas los incas extendieron su dominación sobre la región andina y seabrieron paso hasta el centro de Ecuador. Túpac Yupanqui (1471-1493) sometió a laBolivia actual y realizó campañas hasta Chile y el noroeste argentino. Poderosos esta-dos como el imperio de Chimor, que se extendía en la costa desde Túmbez hasta lasinmediaciones de Lima, el de Cuismancu en los valles del Chancay, Ancón y el Rímacy el imperio de Chincha, fueron anexados por los incas. Huaina Cápac (1493-1527)sofocó algunas rebeliones en las provincias recién conquistadas y llevó adelante lasinvasiones hasta más allá del norte de Quito.

El dominio de los incas abarcaba a la sazón desde el río Ancasmayu, al sur deColombia, hasta el Maule en Chile. Se realizaron asimismo expediciones bélicas cuyoobjetivo eran las tierras bajas al este de los Andes, pero éstas nunca fueron sometidas.Los indios del altiplano despreciaban a las míseras y primitivas tribus que allí habita-ban. A la muerte del inca Huaina Cápac siguió una pugna por la sucesión entre Huáscar,el hijo primogénito, que había sentado su real en Cuzco, y Atahualpa, el vástago predi-lecto, residente en Quito.

Finalmente, después de la batalla de Cuzco, Atahualpa hizo prisionero a su hermano.En estos tiempos de guerra civil en el imperio inca, los españoles, bajo FranciscoPizarro, emprendieron la conquista del Perú y depusieron al inca que se gloriaba de noconocer a ningún soberano más poderoso que él. Tras el asesinato de Atahualpa (1533)se desmoronó el poder de los incas. En 1539 los españoles tenían el país bajo sucontrol. Con todo, los miembros de la dinastía incaica prosiguieron aún la resistencia

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contra los conquistadores extranjeros. En la remota provincia limítrofe de Vilcabamba,el inca Manco Cápac II organizó un reino oculto y procuró, mediante la revuelta de1565, recuperar su imperio y restaurar la vieja religión. Pero la resistencia se desintegróal ocupar Vilcabamba los españoles, en 1572. Los descendientes del linaje incaico seemparentaron con la nobleza española y se esforzaron por alcanzar de la corona espa-ñola privilegios y recompensas. La masa pasiva de quienes habían sido súbditos de losincas no estaba en condiciones de rechazar el destino que se le había impuesto. Sólo apartir de la segunda mitad del siglo XVII surgieron nuevamente movimientos que procu-raban restablecer el régimen de los incas.

Amalgamar y mantener unido un imperio que se extendía por comarcas dilatadas yde tal grandiosidad natural presupone una capacidad organizativa fuera de lo común. Elacicate más poderoso de esa voluntad de poder radica en la conciencia de la misióndivina del inca. En el ceremonial cortesano se expresa la condición de hombre-dios delinca. Ser titular de la autoridad suprema requería del soberano una inmensa capacidadpersonal de trabajo. Una elite idónea y ávida de distinciones, formada merced a laeducación metódica de una juventud escogida, secundaba al inca. Sus miembros fue-ron denominados orejones por los españoles, puesto que tenían la prerrogativa de usargrandes aros en las orejas. La autoridad administrativa suprema estaba constituida porun consejo de la corona, integrado por cuatro altos funcionarios. Los caciques de lasaldeas y las tribus, los curacas -que estaban bajo un severo control y que periódica-mente debían presentarse en la capital, Cuzco-, velaban por el cumplimiento de lavoluntad del soberano en las provincias. Sagazmente, en los reinos sometidos losincas dejaron subsistir las viejas instituciones.

Mediante una planificación racional, en este extenso imperio se procuraba modelarunitariamente, y desde el punto de vista del bien común, la totalidad de la vida. Convistas a un aprovechamiento eficaz de todas las energías en el servicio militar y lasprestaciones de trabajo, se dividió a los súbditos conforme al sistema decimal. Launidad menor consistía en diez jefes de familia y a los hombres de veinticinco a cin-cuenta años se les agrupaba en centurias. Mediante cordones anudados, los quipus, seinventariaba estadísticamente todo lo digno de saberse que hubiera ocurrido en losdistritos del imperio y se informaba a los organismos centrales. «El servicio estadísticoimperial tenía, gracias a los quipus, se inventariaba estadísticamente todo lo digno desaberse que hubiera ocurrido en los distritos del imperio y se informaba a los organis-mos centrales. El servicio estadístico imperial tenía, gracias a los quipus, el destinodel imperio en sus manos. Sólo le era menester impartir sus órdenes para que cadauno supiera exactamente qué tenía que entregar, qué recibir, qué cosa enviar y cuálalmacenar» (Louis Baudin). Una red viaria, de construcción excelente, posibilitaba efi-cazmente los desplazamientos de tropas, el servicio de noticias y el transporte demercancías. Estas vías estaban trazadas, dentro de lo posible, en línea recta y salva-ban las elevaciones mediante escalinatas, explicable por el hecho de que en el Perúprecolombino no había ni carros ni caballos. Tal sistema de caminos constituía unarealización técnica y organizativa de la cual la Europa de entonces no era capaz.Sarmiento de Gamboa escribió “que el emperador Carlos V, con todo su poder, nopodría construir un camino real tan magnífico como el que llevaba de Cuzco a Quito ode Cuzco a Chile”.

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Para mantener firmemente unidos sus dominios, los incas pugnaron por difundir unidioma uniforme en todo el imperio.

Un poder estatal totalitario se combinaba con un ordenamiento económico socialista.La tierra pertenecía a las comunas aldeanas (ayllus), que asignaban a las diversasfamilias, según el número de sus componentes, una superficie cultivable en usufructo.Cada familia podía disponer libremente de su cosecha y procurarse el sustento, el cual,prescindiendo de las condiciones climáticas, dependía de la laboriosidad personal. Laexistencia de los ancianos y enfermos la aseguraba la comuna cultivando para ellos lospredios correspondientes. Bosques y pasturas estaban a disposición de todos los miem-bros de la comunidad. La casa y el patio eran propiedad de la familia. Para mantener alos sacerdotes y los lugares del culto se destinaba una superficie cultivable especial,que trabajaban, mediante prestaciones de servicios, los integrantes de la comuna.Toda la tierra restante pertenecía al inca, y la labranza de esa propiedad real constituíaasimismo una obligación de cada familia campesina. Los excedentes de las cosechasse almacenaban en graneros del Estado y se disponía de ellos en los tiempos difíciles.El Estado incaico era una «formación pronunciadamente dominial». (Max Weber)

Numerosos indios se separaban de sus ayllus, puesto que el inca los convocabapara ciertas prestaciones de servicios. Muchos se alistaban por tiempo indeterminadoen el ejército, otros eran reclutados para la construcción de caminos y demás trabajospúblicos o se les requería para los múltiples servicios en la corte. También había querealizar trabajos forzados en las minas, donde las cuadrillas de obreros se relevabanen un sistema de turnos prefijados (mita). Según sus aptitudes, se asignaban a laspersonas diversas actividades artesanales, en las cuales debían trabajar con arreglo ainstrucciones especiales. Los bienes producidos se debían entregar a los depósitosestatales. Por orden del inca, se podía desplazar a familias o comunidades aldeanas aotras comarcas. Estas colonizaciones tenían como finalidad la colonización de tierrashasta entonces yermas y el afianzamiento militar de las provincias recién conquista-das. Para la planificación del gobierno y su puesta en práctica se requería una numero-sa burocracia. Se ha calculado que por cada 10.000 habitantes había 1.330 funciona-rios públicos. Según su criterio, el inca establecía los objetivos precisos para alcanzarel bienestar público, y clasificaba a todos sus súbditos con vistas a la utilización prove-chosa de los mismos. El hombre-masa indio soportaba con resignación fatalista elsigno que para él establecía la divinidad del soberano. Los indios conservaron tambiénesa misma pasividad frente a los conquistadores españoles que tomaron posesión delimperio incaico.

La cultura del imperio de los incas se fundaba en los logros alcanzados por lasviejas culturas urbanas de la faja costera del Perú. Una agricultura intensiva merced alcultivo en terrazas, regadío mediante acequias a veces de más de 100 kilómetros delargo y la utilización de abonos, ante todo del guano, había posibilitado en aquellaregión el asentamiento de una población numerosa. En líneas generales, la técnicaseguía siendo la de la Edad de Piedra, aunque ya se utilizaban el cobre y el bronce parala construcción de herramientas y armas. Para labrar el oro y la plata se recurría acomplicados procedimientos. No se conocía el empleo del hierro. Los tejidos peruanoseran de extraordinaria diversidad. Una singular destreza se había desarrollado en la

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confección de abanicos y vestimentas de plumas. Las aptitudes artísticas de estosindios salen a nuestro encuentro particularmente en una variadísima cerámica de losmás diferentes estilos. Ente los edificios descuellan los templos piramidales. Aunquesabemos, por los españoles, que la historia de los incas estaba representada en imá-genes, nada ha llegado hasta nosotros de una escritura pictográfica peruana anterior ala conquista. Se conjetura que los quipus, que se empleaban como sistema numéricocon fines estadísticos, registraban también acontecimientos históricos.

Como los incas adoptaban las deidades de las tribus sometidas, su religión presen-taba una miríada de dioses. Objeto de especial adoración era el dios del Sol, y el incase denominaba a sí mismo «hijo del Sol». Por ende la fiesta solar en Cuzco, en eltemplo del Sol, era la principal solemnidad religiosa. A los dioses también se les sacri-ficaba seres humanos, en particular niños y doncellas, pero esta práctica era relativa-mente infrecuente. Se recurría a los adivinos para interpretar cualquier fenómeno ex-traño. Presagios sobrenaturales sobrecogieron al inca Huaina Cápac, tal como aMoctezuma II, cuando le llegaron las primeras nuevas del arribo de los españoles.

En Chile la dominación de los incas sólo había llegado hasta el río Maule, y losespañoles sometieron rápidamente a los indios chilenos de esa región. Por el contrario,los araucanos en las comarcas al sur del Maule siguieron siendo cazadores yrecolectores nómadas y salvajes. Precisamente el desnivel inmensamente grande en-tre estos indios y los conquistadores blancos fue la causa de que los araucanos ofre-cieran una resistencia enconada y secular a los españoles.

Como norma general, los aborígenes en las zonas de clima frío o moderado nosalieron del estadio cultural más primitivo y fueron exterminados o absorbidos por losinvasores europeos. Los indios nómadas de la pampa en la región platense no habíandesarrollado ni siquiera una agricultura rudimentaria, y resistieron todos los intentos dehacerlos sedentarios y encuadrarlos en un modo de vida civilizado. Sus ataques contralos asentamientos españoles hicieron necesaria la protección militar de la frontera dela colonia y dieron lugar a que las autoridades emprendieron expediciones a conse-cuencia de las cuales se exterminó totalmente a los indios. Las tribus indígenas quehabitaban el Uruguay, y en particular los belicosos charrúas, ofrecieron una tenazresistencia a los colonizadores, hasta que finalmente, en 1835, los últimos restos deesa población fueron exterminados. Empero, allí donde los indios, como los guaraníes,emparentados con los tupíes, practicaban la agricultura y habían demostrado aprecia-ble destreza en el arte de tejer, la alfarería y la talla en madera, se pudo llegar a unaasimilación racial y cultural entre los aborígenes y los europeos. En los territoriosselváticos, por el contrario, donde la colonización europea no penetró, los indios pudie-ron conservar prácticamente intactos su idiosincrasia y su antiguo modo de vida.

El carácter de las regiones naturales y el dispar desarrollo cultural de la Américaprecolombina, condicionado por el primero, repercutieron decisivamente en el curso dela colonización española y portuguesa del Nuevo Mundo.

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Actividad Nº 1

Del texto precedente «Los indios americanos: sus culturas y su actitud frente alos conquistadores blancos» de Richard Konetzke responder el siguiente cuestiona-rio:

1) Describe los diferentes pueblos analizados y el grado de desarrollo alcanzadoteniendo en cuenta:

a) El pueblo y su ubicación geográfica.b) Las actividades económicas que desarrollaron.c) Organización social alcanzada.d) Organización política.e) Nivel tecnológico.f) Religión y arte.

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DIAGRAMA DE CONTENIDOSUNIDAD II

La organización de América

Organización políticay administrativa

Espacio económicoperuano

GanaderíaAgricultura Minería

Articulacioneseconómicas

PolíticaBorbónica

Reglamento delibre comercio

Economíasregionales

Creación del V.del Río de la Plata

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UNIDAD II

1. Introducción

Los españoles llegan a América

La expansión de los españoles a tierras americanas está vinculada a una serie decambios que sacudieron las estructuras en las que se asentaba la sociedad feudal yprovocaron que entre los siglos XV y XVII la Europa Occidental fuese protagonista deun lento pero firme proceso de renovación económica, social, política y cultural. Co-menzó desorganizarse la sociedad feudal y se abrieron las puertas de un mundo nuevo.Creció la actividad comercial, surgieron los Estados Nacionales y se produjo un rena-cimiento en las artes, las letras y las ciencias.

La expansión comercial jugará un papel muy importante en este proceso ya queresponde a un conjunto de necesidades de carácter económico, entre las que se puedemencionar la necesidad del uso de las especies como conservantes de alimentos, yaque las comunidades agrícolas de Europa padecían una falta permanente de forraje deinvierno para alimentar al ganado.

Gran cantidad de animales tenían que ser sacrificados cada otoño, y su carne con-servada para el consumo invernal, salándola o adobándola. De ahí la constante einagotable demanda de especies y de ahí la necesidad de encontrar una nueva rutapara proveerse de los mismos cuando el imperio Turco se apoderó del Mediterráneo yBizancio que era la ruta terrestre que comunicaba a Europa con Oriente y de donde seproveían no solo de especies sino de otros artículos de lujo como la seda china, telasde algodón y piedras preciosas de la India, etc.

También tuvo mucha importancia en este proceso de expansión, el cambio de lasmentalidades que se estaba produciendo en la sociedad, se estaba construyendo unconocimiento del mundo basado en la razón, que no estaba sujeto a los dogmas de lareligión cristiana.

En esta nueva concepción del mundo el hombre dejaba de ser un mero ejecutor delos planes divinos, para pasar a ser el constructor de su propia suerte, independientede la acción divina, capaz de razonar y decidir sobre su propia vida. No se aceptabanverdades absolutas, todo se cuestionaba y se ponía en duda.

Los adelantos técnicos se dieron en muchos aspectos de la vida como la astrono-mía, la medicina, la producción, pero los más importantes y que están vinculadosdirectamente al tema que nos ocupa y que influyeron y posibilitaron los viajes ultrama-rinos ya que permitió a los navegantes alejarse por primera vez de las costas fueron: elastrolabio, instrumento que permitía determinar la altura de los astros, y de este modo,calcular dónde estaba ubicado el barco. Los portolanos, cartas de navegación queindicaban los rumbos y distancias entre los puertos.

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Las carabelas: barcos de tres palos con una vela cuadrada que les daba mayorestabilidad, aún con viento desfavorable. El cuadrante marino instrumento que posibi-litó la navegación nocturna, basado en la ubicación de la estrella polar.

Un elemento fundamental para la concreción de este proceso expansivo fue lograr lacentralización del poder real que permitió el surgimiento de Estados modernos comolas monarquías de España, Francia e Inglaterra.

Con respecto a España, además de las motivaciones económicas, como la necesi-dad de hallar una nueva ruta comercial para las especies, también influyeron en laexpansión europea conflictos político-religiosos como la Reconquista. Los árabes ha-bían ocupado casi toda la península ibérica a partir del S. VIII.

Luego de 700 años de guerras, los reinos cristianos españoles lograron expulsar alos árabes y reconquistar el territorio perdido.

Concluida la reconquista en la península, la unión por matrimonio de la reina deCastilla y el rey de Aragón inició el proceso de unificación de los reinos cristianosespañoles. La necesidad de oro y de metales preciosos por parte de la Corona, eldeseo de muchos nobles empobrecidos de rehacer sus riquezas basadas en tierras ysiervos, y la búsqueda de nuevas rutas comerciales para la burguesía, estimularon lasempresas oceánicas de la España de los Reyes Católicos.

Al llegar los españoles al continente americano se produce un choque de cultura yaque los españoles van a someter a los aborígenes y les van a imponer su propiacultura.

El éxito tan rotundo que lograron los españoles sobre los aborígenes se debió entreotros factores a que tenían experiencia en participar en guerras: tenían superioridaden armamentos, espadas de acero contra lanzas de obsidiana, armaduras de metalcontra túnicas forradas de algodón, armas de fuego (arcabuces) contra arcos y fle-chas, caballería contra un ejército a pie. La obtención de intérpretes indígenas quehicieron de traductores e informantes. El control de jefes indígenas como una formade dominar a los pueblos que estaban subordinados a ellos. El aprovechamiento delas creencias indígenas para aterrorizarlos, realizando acciones espectaculares, comodestruir sus templos e ídolos.

La conquista se desarrolló a partir de distintos núcleos. Las zonas más densamentepobladas y organizadas como los Estados Aztecas e Incas fueron conquistadas másfácil y rápidamente debido a que al someter a las autoridades de ambos imperios, losespañoles lograron dominar a la mayor parte de la población que dependían de ellas.En cambio en zonas como el norte de México o el sur de Chile, tuvieron que enfrentarlargas luchas para derrotar a los líderes o jefes de las bandas existentes.

Desde 1499 hasta 1519 la ocupación se desarrolló en las Antillas. A partir de 1519 a 1540desde Cuba se produce la conquista del Imperio Azteca y el Imperio Inca. Desde acáalgunos expedicionarios se dirigieron a los actuales territorios de Chile y de Argentina.

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2. El Río de la Plata en la economía colonial

por Vilma Milletich

La Península Ibérica en la época de los Reyes Católicos

A mediados del siglo XV la península ibérica estaba integrada por cuatro reinoscristianos -Portugal, Aragón, Navarra y Castilla- y el reino moro independiente de Gra-nada. En el oeste, el reino de Portugal se había conformado durante la reconquista delterritorio en poder de los musulmanes a mediados del siglo XIII. En el este, el reino deAragón incluía a Valencia y a Cataluña y sus reyes gobernaban un imperio mediterrá-neo que incluía las islas Baleares, Sicilia y Cerdeña. Al noroeste y recostado sobre losPirineos estaba el reino de Navarra. En el centro, de norte a sur, se extendía el reino deCastilla, un conjunto de territorios adquiridos durante la larga reconquista de los territo-rios en poder de los musulmanes.

El matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando de Arazón (1469) creó un formidablebloque de poder que pronto empezó a crecer más allá de sus fronteras. Los ReyesCatólicos, título que más tarde confirió a la pareja el papa Alejandro VI, gobernaron enconjunto los territorios más extensos y ricos de la península durante las últimas déca-das del siglo XV. Aún cuando cada uno intervenía activamente en los negocios del reinodel otro, la unión de las dos coronas era personal y no institucional: Castilla y Aragónsiguieron conservando sus propias fisonomía y leyes.

Los europeos del siglo XV utilizaban el término España para designar tanto a Castillacomo al conjunto de posesiones de los Reyes Católicos, pero el nombre alude errónea-mente a una unidad política inexistente en la época. Por otra parte, la separación legal delimperio de Castilla en América y el de Aragón en el Mediterráneo señala que no era inevita-ble la creación de la España moderna a partir del matrimonio de Isabel y Fernando.

La España del siglo XV formaba parte de Europa pero también estaba vinculadatanto con el mundo islámico como con África y con las islas del Atlántico y, a través delcomercio, con todo el Viejo Mundo; estaba bien preparada -tanto por su historia comopor vocación- para el dominio de territorios extraños.

Los comerciantes de Barcelona, Mallorca y Valencia estaban presentes tanto en elMediterráneo como en la Europa atlántica operando en diversas redes comercialesdesde la costa sur de Francia al norte de Italia, desde las islas de Córcega y Cerdeña aSicilia y también en el Mediterráneo islámico con enclaves en Alejandría y Damasco.Asimismo ocuparon una serie de puntos estratégicos en el norte de África que lespermitían tener acceso a diversos productos tropicales y, especialmente, al oro delÁfrica occidental. Los mercaderes de las ciudades del reino de Aragón desarrollaronvínculos comerciales en la Europa nordoccidental con establecimientos en Brujas yAmberes. También estaban presentes en número considerable en Servilla y en Lisboa.

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El comercio exterior castellano se desarrolló junto con las peregrinaciones religio-sas que se dirigían al sepulcro de Santiago en el extremo nordoccidental de la penínsu-la. La catedral de Santiago de Compostela era el punto de llegada de los peregrinos quehacían el siguiente camino desde París: corría hacia el sur a través de la Franciaoccidental, entraba a España por el paso de Roncesvalles -en los Pirineos- para des-pués dirigirse hacia el oeste atravesando el norte de España, pasando por muchasciudades y monasterios famosos. Desde antes del siglo XII los comerciantes se habíanunido a los peregrinos vinculando Castilla con Francia y con el resto de Europa.

Hacia el siglo XV las relaciones comerciales estaban muy desarrolladas, las feriasintegraban el comercio interior y exterior de Castilla. La feria de Medina del Campo serealizaba en la primavera y en el otoño reuniendo en la ciudad a los comerciantespeninsulares de Sevilla, Burgos, Valencia, Barcelona, Lisboa con los que venían desdeFlandes, Florencia, Génova, Portugal, Irlanda.

La costa atlántica definía otro circuito comercial del reino de Castilla, éste se exten-día desde los puertos del Cantábrico a la costa de Francia y a Flandes, las islas Britá-nicas y el mar del Norte. El centro de estos tráficos era la ciudad interior de Burgos,cuyos comerciantes casi monopolizaban las exportaciones de la lana castellana y delhierro de las montañas de la costa norte asegurando el transporte de estas mercan-cías mediante acuerdos con armadores, marinos y propietarios de barcos de la costa.

Castilla era una de las principales productoras de la lana en bruto que abastecía alas manufacturas textiles de Europa occidental. El avance de la frontera a lo largo delsecular proceso de la Reconquista alentó el surgimiento de un régimen de propiedad dela tierra en grandes extensiones con alta concentración y el subsiguiente desarrollo delos grandes rebaños de ovejas para ocupar las tierras recién conquistadas. En el sigloXIII los granaderos ovinos se habían organizado en una poderosa corporación, la Mesta,que se ocupaba de sus asuntos y defendía sus privilegios. En las postrimerías del sigloXV los grandes rebaño de ovejas dejaban las tierras de Castilla la Vieja a comienzosdel otoño para invernar en Extremadura, Andalucía y Murcia y regresar al norte en laprimavera siguiente. En determinados lugares del camino los oficiales reales recauda-ban los derechos de servicio y montazgo que debían pagar los rebaños. En Castilla losderechos de pastoreo estaban por encima de cualquier otro derecho sobre la tierra, poreso la corona apoyaba a los granaderos en sus conflictos con los labradores. La Mestatenía el derecho de pastar sus rebaños en las tierras baldías y en las comunales perode hecho impedía la delimitación de las tierras para los cultivos agrícolas perjudicandode esta manera la producción de cereales.

La producción de lana y su comercialización se convirtieron en los elementos másimportantes de la economía castellana en el siglo XV. Si bien el comercio de la lana nointegró los tráficos transatlánticos de España en el siglo siguiente, las habilidadesrequeridas para el comercio internacional y la economía pastoril jugarían roles impor-tantes en la economía de las colonia americanas.

Los barcos que transportaban las exportaciones castellanas se construían en elpuerto de Bilbao, en la provincia vasca de Vizcaya. En la región se obtenía la mayor

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parte de las materias primas necesarias para la industria naval y el agua y el combus-tible para la fundición del hierro de sus yacimientos. Aunque gran parte del hierro seexportaba a cambio de los alimentos que escaseaban en el interior montañoso, local-mente se producían cuchillos, implementos agrícolas, anclas y armas. Los astillerosde la costa vizcaína, además del hierro, contaban con depósitos de maderas buenaspara la construcción de las embarcaciones que navegaban por las rutas marítimas.

Los circuitos comerciales meridionales tenían como centros de operaciones los puer-tos de Sevilla y Cádiz en la costa sur del Atlántico y Cartagena en la costa sudeste delMediterráneo. Prácticamente todos los barcos cristianos que navegaban a través delestrecho de Gibraltar se detenían en alguno de estos puertos. Los productos del sur deCastilla -sal, cereales, granos, aceite de oliva, lana, seda, vino- generalmente navega-ban hacia la península itálica. Las cargas del retorno se integraban con manufacturasitalianas, especias y otros productos orientales que los italianos obtenían en el este. Lamayoría de los genoveses y otros italianos residentes en Castilla comercializaban losproductos del sur en los mercados del norte de Europa. Aunque los mercaderes espa-ñoles del sur participaban en estos tráficos, carecían de las conexiones internaciona-les de los italianos o de los burgaleses y de los de la Castilla del norte.

Desde el siglo XIII habían un barrio genovés en Sevilla y sus ricos comerciantes sevincularon por medio del matrimonio con la nobleza local. En el siglo XV estaban firme-mente establecidos en Sevilla, donde prosperaron como banqueros y monopolizabanciertas mercancías, entre ellas el mercurio de las minas de Almadén, además decompartir el control del comercio del vino de Jerez de la Frontera con los florentinos. Elcomercio castellano del Mediterráneo incluía también a extranjeros oriundos de Pisa,Milán y Venecia, así como a ingleses, portugueses y franceses sin que faltaran catala-nes, burgaleses y sobre todo cantábricos.

Una variedad de aspectos de las prácticas comerciales castellanas sería especial-mente útil en el momento de establecer y mantener el comercio regular con las Améri-cas. Entre los más obvios se incluyen las organizaciones de comerciantes, una seriede leyes mercantiles y los seguros marítimos, las destrezas marineras y una tradiciónen la construcción de barcos, la experiencia con la guerra y la piratería en un contextocomercial, puertos que podían resolver todas las cuestiones del comercio de largadistancia, una tradición de financiamiento de viajes a parajes lejanos así como vincula-ciones con la comunidad banquera internacional.

En las postrimerías del siglo XV los súbditos de los Reyes Católicos navegabanhacia zonas desconocidas del Atlántico y ya se habían dado los primeros pasos en lasconquistas ultramarinas en las islas Canarias y en África. Los castellanos se interesa-ron en África después de haberse establecido en las Canarias y a mediados del sigloya existía una ruta regular que desde Senegal pasaba por las Canarias y llegaba aCádiz transportando esclavos, marfil y, especialmente, oro. En las islas Canarias loseuropeos obtenían azúcar y los tintóreos que requería la manufactura textil.

Una tradición mercantil y la experiencia marinera estuvieron presentes desde elprincipio en la conquista y colonización de América. En las regiones más remotas del

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Nuevo Mundo los comerciantes españoles establecieron tráficos regulares aún antesde que las Indias hubieran sido estabilizadas políticamente.

Los metales preciosos y la ocupación del espacio

El proceso de descubrimiento, conquista y colonización de los territorios america-nos fue un aspecto de la expansión marítima y comercial de Europa emprendida por lapenínsula ibérica. En la España de los Reyes Católicos los ideales renovados de lacruzada y el imperio se trasladaron al Nuevo Mundo. La experiencia adquirida en elavance de la frontera interior proporcionó una serie de herramientas y habilidades queserían de gran utilidad en la empresa americana. En los cincuenta años posteriores aldescubrimiento la corona castellana exploró territorios desconocidos hasta entonces,conquistó imperios poderosos y construyó un imperio colonial. Una vez superada laetapa antillana, la expansión sobre la masa continental se aceleró dramáticamente.Entre 1520 y 1540 se conquistaron las zonas continentales de meseta -desde Méxicohasta el Alto Perú- que se convertirían en los núcleos centrales del Imperio españolamericano durante los tres siglos siguientes.

Las tierras altas de México y Perú estaban habitadas por poblaciones densas conuna organización social compleja y en esas mismas regiones se encontraron los yaci-mientos de metales preciosos, la mercancía americana más buscada por los europeosde la época.

La expedición de Pizarro, la conquista del Imperio (1531-1533) y el descubrimientodel excepcional yacimiento de plata del cerro de Potosí marcaron un cambio en el ritmode la expansión territorial. La penetración en los territorios que se extienden al sur delAlto Perú, carentes de metales preciosos y habitados por poblaciones poco numerosasy dispersas de agricultores primitivos, cazadores y recolectores nómades, fue máslenta y obedeció a las estrategias y necesidades del núcleo central.

La fundación tardía de las ciudades de Córdoba, Santa Fe, Buenos Aires, Salta, LaRioja y Jujuy en la región conocida como el Tucumán representó la culminación delesfuerzo colonizador de los españoles en la búsqueda del Atlántico. En el último terciodel siglo XVI se configuró la ruta que unía el Río de la Plata con el Alto Perú y Lima.

A fines del siglo XVI el sur del Imperio americano de España estaba organizado entres distritos administrativos, Cuyo y las gobernaciones del Tucumán y del Río de laPlata -con el Paraguay, el litoral, Chaco y Buenos Aires-. Los tres distritos estabansujetos en lo político al Virreinato del Perú, en tanto que para las cuestiones judicialesel Tucumán y el Río de la Plata dependían de la Audiencia de Charcas y Cuyo de la deLima.

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La producción de plata, el comercio ultramarino yla configuración del espacio peruano

La experiencia española en el Nuevo Mundo giró en torno a los metales preciosos. Eloro y la plata tomados como botín por los conquistadores después de los primeroscontactos con los nativos en las islas del Caribe, en Nueva España y Nueva Granada,estimularon la búsqueda de las fuentes que los producían.

El primer auge minero del Nuevo Mundo se produjo en el Caribe y estuvo relacionadocon el oro. No se trataba de verdaderos yacimientos, sino placeres que producían unariqueza considerable de una sola vez. Con un equipo sencillo y escasa capacidadtécnica era posible cavar en la arena o bien cernir el agua de los torrentes que bajabande las montañas para encontrar pequeñas partículas de oro. Año más tarde, ya en elcontinente también se encontraron yacimientos de oro en México, América Central,Nueva Granada, Chile central y Perú.

Las láminas y pepitas de oro podían esconderse con facilidad ante los oficialesreales encargados de recaudar el quinto real, la regalía correspondiente a la corona,por lo que las estimaciones de la producción y acuñación colonial de oro basadas enlas cifras de recaudación regia son poco confiables. Antes de 1550 se exportaronlegalmente más de cinco millones de pesos en oro desde México y otros diez millonesdesde Perú, gran parte de los cuales fueron producto del saqueo a los nativos. Lasexportaciones de oro posteriores decayeron.

No había concluido aún el ciclo del oro cuando hacia 1530 se descubrieron en lascercanías de la ciudad de México los primeros yacimientos de plata de Nueva España,a los que se sumaron en las décadas siguientes las ricas minas de Zacatecas,Guanajuato y Sombrerete en la frontera norte del Virreinato. En América del Sur ya sehabían descubierto los principales depósitos de plata en la región de Charcas. Hacia1538 los españoles estaban explotando los antiguos yacimientos incas de Porco y en1545 se descubrió en el cerro de Potosí el depósito de minerales de plata más rico delcontinente.

La plata, a diferencia del oro, sólo ocasionalmente se encontraba en bruto, siendo lomás común hallarla combinada con otras sustancias. En consecuencia, el proceso deextracción y refinación de la plata requería considerables inversiones de capital enherramientas, tecnología y materias primas, así como el empleo extensivo de mano deobra. Por otra parte, dado que los yacimientos más ricos en los dos virreinatos sedescubrieron en territorios inhóspitos y carentes de poblaciones sedentarias, los efec-tos de la minería de la plata tuvieron consecuencias profundas y de larga duraciónsobre la sociedad y la economía coloniales. Los caminos y el comercio se extendieronrápidamente para satisfacer la demanda minera. Las importaciones de textiles euro-peos, vinos y hierro de España, esclavos de África, especias y sedas del Orienteafluyeron pronto a las poblaciones mineras. Todos estos bienes eran pagados con losmetales americanos, principalmente plata, que por ello tendía a salir del continente.Pero los efectos de la industria minera también estimularon el surgimiento de una

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diversidad de actividades productivas en el espacio americano, en tanto las regionescercanas, así como otras más alejadas de los centros mineros, se organizaron paraproducir los alimentos, combustibles y telas que aquéllos consumían. El cultivo degranos en el Bajío, Michoacán y Cochabamba, la elaboración de vinos en la región deCuyo y en la costa peruana y chilena, los textiles en el Cuzco, Quito y el Tucumán, lacría de ganado vacuno y mular en el Río de la Plata, la yerba en el Paraguay, todosrespondieron a la atracción de los metales preciosos.

La producción de plata americana experimentó un crecimiento sostenido durante losúltimos años del siglo XVI para alcanzar su máximo en las primeras décadas del sigloXVII a lo que el Perú contribuyó en gran medida. Luego, siguió una larga etapa decontracción en los dos virreinatos, aunque en Nueva España la recuperación fue másrápida. En el siglo XVII se produjo un crecimiento dramático de la producción de plata,en Perú se alcanzaron los valores máximos del siglo anterior y en México al boom delas primeras décadas siguió un incremento sostenido que superó por más de seisveces los valores alcanzados en los últimos años del siglo XVII. En la década de 1670la plata mexicana había superado a la peruana y a fines del siglo XVIII los yacimientosmexicanos producían más del doble de lo que se obtenía por aquel entonces en losdistritos mineros de los Virreinatos del Perú y del Río de la Plata en conjunto.

El sistema comercial español: La carrera de Indias

El primer flujo comercial desde España hacia América se relaciona con el oro, ycuando esa etapa se agotó, la corona dedicó sus mayores esfuerzos a la minería de laplata. Las minas constituyeron el motor básico de la actividad económica, al proveer elprincipal producto de exportación y el dinero circulante. No habían concluido aún laetapa de conquista del territorio americano cuando la corona diseñó el sistema comer-cial que habría de vincularla con el Nuevo Mundo. Desde el principio las relacionescomerciales entre la corona y sus posesiones ultramarinas adoptaron la forma de unrígido monopolio en el cual la activa participación de la iniciativa privada no alteraba elprincipio del exclusivismo. El comercio con las Indias estaba reservado únicamente alos súbditos de la monarquía española y la exclusión de cualquier otro país o Estado sebasaba en el derecho adquirido por la prioridad del descubrimiento y la conquista.

Aunque durante los primeros tiempos las relaciones comerciales entre la metrópoli ylos territorios ultramarinos no estuvieron sujetas a ningún tipo de reglamentación, elaumento del número de expediciones y el consecuente incremento del volumen delcomercio impulsaron el dictado de reglamentaciones para organizar el tráfico. Así, en1503 se creó la Casa de Contratación, institución que se ocuparía de todas las cuestio-nes relacionadas con el comercio y la navegación a las Indias. Sin embargo, hastamediados del siglo XVI la navegación atlántica se practicaba en navíos aislados sinningún tipo de protección y no existían comunicaciones regulares. Recién entre 1561 y1566 se dictaron las reglamentaciones que organizaron el método de navegación, trans-porte y comercio entre España y sus Indias. Las Ordenanzas establecieron la salidaobligatoria de dos flotas anuales desde el puerto sevillano de Sanlúcar de Barrameda.

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La «flota» debía zarpar en la primavera con destino a Veracruz para abastecer deproductos europeos a Nueva España. Los «galeones», así llamados porque los barcosnavegaban escoltados por una armada real compuesta por navíos de guerra, partíanen el verano con destino a Nombre de Dios (Portobelo, después de 1593) para surtir alVirreinato del Perú y a todos los otros territorios de la América del Sur española. EnVeracruz y en Portobelo los comerciantes de ambas márgenes del Atlánticointercambiaban mercancías europeas por la plata americana y algunos productos demenor valor. Ambas flotas debían pasar el invierno en Indias y regresar juntas en elmes de marzo desde el puerto de La Habana. Los comerciantes nucleados en losconsulados de México y Lima compraban al por mayor los productos importados, yluego los transportaban a sus almacenes ubicados en las capitales de los virreinatos.Una vez allí, las mercancías eran comercializadas tanto en sus propias tiendas donderealizaban tanto operaciones mayoristas como al por menor; también habilitaban agen-tes en otras ciudades y a vendedores ambulantes que recorrían las zonas rurales.Asimismo entregaban sus mercancías a alcaldes mayores y corregidores que las ven-dían coactivamente en los pueblos de indios a través de sus "repartimientos".

Si bien el rígido monopolio ejercitado mediante un número limitado de puertos facili-taba tanto la recaudación de las imposiciones fiscales que gravaban el comercio comoel transporte de los metales preciosos desde América a Sevilla, también invitaba a loscomerciantes a violar las disposiciones legales y obtener así mayores beneficios evi-tando los controles. Para ello contaban con la colaboración de los funcionarios de laaduana. En Sevilla, los comerciantes evadían total o parcialmente los registros de losbultos antes de ser embarcados en las flotas y en América los oficiales reales registra-ban las mercancías suponiendo que estas nunca habían sido declaradas. Por otraparte, a comienzos del siglo XVII comenzaron a desarrollarse nuevas líneas de comer-cio fuera de las rutas de las flotas. El comercio directo, es decir, el contrabando, tuvoun punto de apoyo en las Antillas donde comerciantes ingleses, holandeses y france-ses establecieron contactos con las islas españolas para alcanzar más tarde a Carta-gena y Portobelo. En la misma época, pero en el extremo sur del Imperio español enAmérica, se desarrolló una ruta comercial entre Europa, Brasil y el puerto de BuenosAires que permitió unir a la economía de la región del Río de la Plata con el Alto Perú.

El sistema de flotas y galeones quedó consagrado por cerca de dos siglos como elmétodo casi exclusivo de navegación y transporte entre España y sus colonias ultra-marinas.

Los territorios americanos que se estimaban emplazados a grandes distancias delos puertos principales de la carrera de Indias eran abastecidos por buques que nave-gaban solos, los «navíos de registro». Éstos partían de España con una licencia espe-cial de la corona y viajaban a cualquier puerto de mar del territorio americano. Habíatambién otro tipo de navío que surcaba el Atlántico entre España y los puertos colonia-les. Se trataba del «aviso» o buque correo, eran embarcaciones pequeñas y rápidasque zarpaban siempre que fuera necesario con la misión de llevar la correspondenciaoficial, transportar funcionarios y también informaciones relativas a las flotas, anun-ciando la fecha de salida y llegada de las mismas, así como noticias acerca del estadode los mercados en América.

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La minería de la plata en el espacio peruano

Los conquistadores españoles recorrieron el territorio americano buscando yaci-mientos de oro y plata. En el extremo meridional del continente se descubrieron en ladécada de 1540 los yacimientos de oro del centro de Chile y de Carabaya al este de losAndes centrales. En esa época los españoles ya estaban explotando el yacimientoincaico de Porco en el Alto Perú. Cerca de allí, en 1545 se descubrió el cerro Rico dePotosí, el más rico yacimiento argentífero, hallazgo al que sucedieron muchos otros demenor importancia en la región. Desde entonces, aunque se produjeron cantidades deoro variables, el valor y volumen de la plata siempre fueron ampliamente mayoritarios.

La plata producida durante las primeras décadas posteriores al descubrimiento delyacimiento fue obtenida por trabajadores nativos enviados al mineral por los conquista-dores españoles y utilizando los métodos de extracción y refinación conocidos duranteel incario.

Un grupo de trabajadores indios de fundamental importancia en los primeros tiem-pos de Potosí lo constituyeron los yanaconas. Su nombre alude a los yanas de lostiempos prehispánicos; éstos eran individuos separados de la comunidad campesinaque constituía la célula básica de la estructura social del Imperio incaico. Los yanasestaban vinculados en calidad de servidores a nobles, jefes militares, curacas localeso al mismo Inca y desempeñaban diversas tareas, tales como cuidar rebaños, atenderel templo o tareas administrativas jerarquizadas. La relativa libertad del status de losyanas los hizo especialmente receptivos ante los conquistadores españoles por lo quese alinearon rápidamente con los vencedores de sus antiguos amos. Los españoles,posiblemente siguiendo antecedentes incas, los eximieron del tributo aplicado al restode los nativos y por eso permanecieron fuera del marco de la encomienda.

Al parecer, los primeros trabajadores en el cerro de Potosí fueron yanaconas envia-dos allí por los españoles con la obligación de producir medio kilo de plata fina porsemana para sus amos, mientras que podían retener para sí lo que excediese esacantidad.

En las décadas de 1550 y 1560 el número de yanaconas ocupados en la mineríacreció notablemente. Con el correr del tiempo muchos indios que no habían sido yanasantes de la conquista fueron asignados al servicio de españoles y asimilados a losyanaconas. Se abrió así una posibilidad de huida de la encomienda, facilitada por lacantidad de españoles necesitados de trabajadores en Potosí.

Los yanaconas fueron los primeros empresarios mineros de Potosí. En verdad, losespañoles tuvieron escasa participación en la extracción y procesamiento del mineraldurante el primer boom de la producción de plata. Los propietarios de las minas concer-taban con indios entrenados en las labores mineras la explotación del mineral. El ca-rácter fundamental de la transacción era el arriendo de una parte de la mina al «indiovara», así llamado porque el dueño le asignaba un número cierto de varas para trabajarlas.El precio pagado por el yanacona era la entrega al español del mineral más rico apto

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para la función mientras que el menos rico se lo quedaba para sí. Un aspecto central delas operaciones de los indios varas es que éstos usaban sus propias herramientas einsumos, realizaban las obras necesarias y contrataban a otros trabajadores indios,algunos de los cuales pueden haber sido indios de encomienda. Éstos comenzaron aaparecer en Potosí a fines de la década de 1540, a pesar de la prohibición expresacontenida en la legislación de enviarlos a las minas. Hacia 1550 había en la ciudadunos cinco mil trabajadores de encomiendas acompañados de sus familias, lo queelevaba a más de 20.000 el número de indios en Potosí. En los primeros años, cuandoel mineral rico y superficial era abundante y fácil de extraer y refinar con la antiguatecnología andina, resultaba atractivo para los indígenas migrar desde sus lejanospueblos al yacimiento para obtener allí la plata que el encomendero exigía entre losproductos del tributo.

Los encomenderos acostumbraban enviar a sus indios a la ciudad en tandas que losnativos llamaban «mita», término quechua que significa tiempo o turno y designaba larotación periódica de trabajo requerida por el Inca a los indios de las comunidades enlos tiempos prehispánicos. Las migraciones de los indios de encomienda hacia el cerroRico de alguna manera anticipa la mita organizada por el virrey Toledo en la década de1570.

Los indios de encomienda presentes en Potosí, en general, no estaban familiariza-dos con las actividades mineras y sólo podían realizar las tareas más sencillas. Mu-chos de estos migrantes eran contratados por los yanaconas para transportar el mine-ral desde el interior de la mina.

Ya desde los primeros tiempos quedaron definidos los rasgos principales de la manode obra de la minería potosina, integrada por yanaconas o trabajadores calificados eindios de encomienda o trabajadores no calificados, que persistirán durante toda laépoca colonial convertidos en los indios mingas y los indios mitayos de los siglossiguientes.

A mediados de la década de 1560, a medida que se agotaban los minerales másricos, los mineros yanaconas abandonaban Potosí para ir a trabajar en las haciendasde españoles que producían los alimentos demandados por los núcleos urbanos delespacio. Otros permanecieron en la ciudad para dedicarse a otras actividades talescomo transporte y venta de alimentos y vestido, corte de madera para combustible,preparación de carbón, etc.. En la misma época y como resultado de una diversidad decausas -el declive de la producción de Potosí, las exigencias de la corona para obtenermayores ingresos provenientes del Perú, la escasez de mano de obra ante el aleja-miento de los yanaconas y de los indios de encomienda, la elevación del costo de loscontratos de los trabajadores en las minas-, las autoridades empezaron a pensar enuna intervención más activa para obligar a los indios a trabajar en las minas.

En los Andes centrales los españoles fueron deudores de la tecnología indígena, quehabía desarrollado la fundición de plata por el método de la wayra («aire» en quechua),especialmente adecuado para refinar los minerales de los depósitos extremadamentericos de la superficie. Una vez extraído el mineral de la montaña era necesario triturarlo

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con un canto rodado de base curva, después las piedritas se fundían en un pequeñohorno de arcilla o piedra con forma cónica o piramidal. En los costados se practicabanvarias perforaciones de aireación por las cuales pasaba el viento cuando el horno seinstalaba en puntos elevados. Los combustibles, estiércol de llama o carbón de leña, seobtenían con facilidad en la zona y permitían alcanzar las temperaturas necesariaspara fundir el mineral en bruto. En estos hornos se produjo toda la plata de Potosí hastala década de 1560.

Sin embargo, el auge de la producción minera del último cuarto del siglo XVI fueposible debido a la introducción de la técnica de amalgama del mercurio con el mineralpara obtener la plata y a la masiva movilización forzosa de trabajadores indígenas, la«mita», organizada por el virrey Toledo en la década de 1570.

El proceso de refinación de plata por amalgama con mercurio permitía refinar conbajos costos lo minerales de baja ley que abundaban en los Andes, pero su implemen-tación requirió importantes inversiones de capital tanto en maquinarias como en infra-estructura, además del empleo extensivo de mano de obra.

El mineral de plata se extraía de la mina y después se trasladaba a la refinería -enlos Andes se llamaba ingenio- donde era triturado hasta quedar reducido al tamaño degranos de arena. Para triturar el mineral se construyeron máquinas consistentes enruedas que movían varios mazos de metal que caían sobre un lecho de piedra. Losingenios fueron accionados al principio por energía humana o animal y poco tiempodespués por energía hidráulica. En Potosí se construyó un sistema de embalses yacueductos que almacenaban el agua de las lluvias del verano para utilizarla a lo largode todo el año. Una vez triturado, el proceso de amalgama se realizaba en un patiopavimentado en piedra y en algunas ocasiones techado. Allí se depositaba el mineral,se lo humedecía con agua, se añadía sal y a continuación se agregaba el mercurio.Durante cuatro o cinco semanas la masa así formada era agitada y removida diaria-mente por los trabajadores indígenas para favorecer el proceso químico. Pasado esetiempo la masa se lavaba, para ello se la introducía en una tina por donde se hacíapasar agua de forma que arrastrase las impurezas, quedando depositada en su interiorla pella o amalgama depurada. La pella se envolvía en un saco de lienzo que primero seretorcía y luego se sometía a la acción del calor para separar los restos de mercurio. Alfinal del proceso se obtenía la piña de plata pura.

La extracción de los minerales del yacimiento y el proceso de refinación por elmétodo de la amalgama de la plata con el mercurio incluían también el acceso a manode obra abundante y poco costosa.

En 1572 el virrey Toledo realizó una visita general del Perú y mientras viajaba desdeel Cuzco rumbo a Potosí empezó a organizar la mita. La zona que se designó comofuente de trabajadores era enorme y comprendía unos 1.300 kilómetros entre Cuzco enel norte y Tarija en el sur y unos 400 kilómetros a lo ancho de los Andes, estabacompuesta por 30 provincias de las que se designaron 16 para proporcionar mano deobra para la minería. La séptima parte de la población sometida a tributo en estasprovincias, es decir, los varones comprendidos entre los 18 y los 50 años, debía trasla-

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darse a Potosí durante un año. Mediante este sistema la minería de la plata obtendríaunas 13.500 almas al año, mano de obra estimada suficiente para la extracción, aca-rreo y refinamiento del mineral. Una vez en Potosí esta cantidad de hombres era dividi-da en tres partes, cada una de ellas trabajaba alternativamente, descansando dossemanas por cada semana de trabajo. Toledo distribuyó a los mitayos entre las minas ylas refinerías y estableció una tarifa de jornales. El trabajo comenzaba el martes por lamañana y se prolongaba sin interrupción hasta el sábado por la noche. Aunque lanormativa establecía una jornada de sol a sol, pronto los propietarios de las minasfijaron cuotas elevadas del mineral que los mitayos debían extraer y acarrear, de mane-ra que se prolongaba la permanencia en el yacimiento hasta completar la cantidadfijada, con el resultado que se incrementaba la carga de trabajo.

Las estimaciones calculadas del volumen de la producción de plata realizadas apartir de la recaudación de los impuestos que gravaban esta actividad en las cajasreales de Potosí señalan un fuerte aumento hasta 1590-1595 y un descenso continuadoa partir de 1610 hasta la tercera década del siglo XVIII.

El descubrimiento y la inmediata explotación del cerro de Potosí, localizado fuera delámbito de asentamiento de las culturas nativas, atrajeron de inmediato a trabajadoresindígenas, españoles y aventureros llegados de todas partes, cuya presencia masivaprovocó la formación de un centro urbano excepcional que probablemente alcanzó las100.000 almas hacia 1580. La dimensión de esa aglomeración urbana traduce la impor-tancia de la ciudad como mercado para una gran diversidad de mercancías originadasen regiones cercanas y lejanas. La Villa Imperial -edificada sobre las laderas del cerro,por encima de los 4.000 metros sobre el nivel del mar en un entorno inhóspito con unsuelo estéril, improductivo e inhabitable- debía importar desde regiones cercanas ylejanas tanto los medios de vida para el consumo de indígenas y españoles así comolos medios de producción necesarios para la minería.

La minería de la plata altoperuana generó efectos profundos en la economía de unaextensa porción de la América del Sur. Las producciones de las regiones vecinas a laciudad de Potosí eran insuficientes para abastecer las crecientes necesidades de laciudad en alimentos, ropa, combustibles e insumos para la minería. La consecuenciafue la incorporación de extensos territorios en la órbita económica del centro minero. Elmercado allí constituido determinará la conversión en mercancías de los excedentesagrarios producidos por las economías campesinas, así como también el surgimientode diversas producciones orientadas específicamente a satisfacer su demanda. El pre-dominio de la demanda de mercancías americanas en Potosí significaba que los meta-les preciosos, antes de ser exportados, realizaban un movimiento de dispersión hacialas regiones productoras que abastecían al centro minero para después concentrarseen los puertos de mar y emprender el viaje a Sevilla y a Europa en general.

El auge de la producción de plata coincide con el proceso de ocupación del territorioen la región del Tucumán. La fundación definitiva de la ciudad de Buenos Aires sobre elAtlántico en 1580 produjo cambios fundamentales en la organización espacial del vi-rreinato peruano. A partir de ese momento dos ejes comerciales van a confluir en laciudad minera del Alto Perú. A la primitiva ruta Potosí-Lima por la que circula el comer-

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cio legal de importaciones y exportaciones se añade ahora la que une a Potosí conBuenos Aires que, a diferencia de la anterior, incluye también buena parte del comerciosemiclandestino y clandestino. El puerto de Buenos Aires se integró pronto en una víacomercial alternativa que vinculaba el Alto Perú con Brasil y Europa.

Desde los primeros tiempos la región del Tucumán orientó los excedentes de suproducción agrícola-ganadera y manufacturera hacia el norte minero. Hacia 1570 yahabían comenzado los primeros envíos a Potosí de tejidos, cera y miel desde Santiagodel Estero. En la década siguiente, desde la jurisdicción de la ciudad de Córdoba seexportaban textiles de algodón que provenían exclusivamente de la actividad domésti-ca urbana o de los telares de los pueblos de indios y en la de 1590 la existenciaganadera de la región cubría las necesidades del consumo local y generaba un exce-dente que le permitía enviar ganado en pie al mercado altoperuano y sebo a Brasil.Hacia fines del siglo comienza a desarrollarse la cría de mulas.

A mediados de la década de 1580 se producían intercambios regulares que vincula-ban a Santa Fe, Córdoba, Santiago del Estero y Potosí. Al mismo tiempo, en las últimasdécadas del siglo XVI ya se habían establecido los viajes comerciales entre Asunción,Santa Fe y Buenos Aires.

Lima, en tanto capital política del virreinato, centro distribuidor de las mercancíaseuropeas y conexión legal con el exterior. Potosí, por los efectos de arrastre de suproducción minera, y Buenos Aires, como puerto alternativo del Alto Perú en el Atlánti-co para una comunicación más directa con Europa, articulan un espacio económicointegrado y ligado por el comercio. Excepto en los puertos de mar cuyo vínculo con elexterior se limitaba prácticamente a la importación de productos europeos a cambio demetales preciosos, los intercambios de cada componente del conjunto se efectuabancasi exclusivamente con las otras regiones del espacio alcanzando un alto grado deautosuficiencia económica y un máximo nivel de integración regional. A principios delsiglo XVII menos del 10 por ciento del comercio potosino provenía de fuera del espacioamericano y consistía principalmente en manufacturas europeas, esclavos, hierro ypapel. El 90 por ciento restante lo integraban productos agrarios, textiles de la tierra einsumos producidos en una diversidad de regiones del espacio americano.

Buenos Aires no producía excedentes para colocar en el mercado minero del AltoPerú y estaba limitada por las imposiciones del sistema comercial en su vinculacióndirecta con el comercio atlántico; sin embargo, su influencia se hará sentir con eldesarrollo comercial del puerto. En la década de 1580 comienzan a ser frecuentes lasnavegaciones hacia la colonia portuguesa del Brasil y a través de ella hacia Europa engeneral, y en 1590 ya era frecuente el comercio intercolonial semiclandestino entre laregión del Río de la Plata y Brasil que transportaba productos locales, esclavos, hierroy manufacturas europeas. A pesar de las prohibiciones de la corona, la actividad mer-cantil del puerto se mantiene y está fundamentalmente a cargo de comerciantes portu-gueses atraídos por la plata potosina.

La principal preocupación para los comerciantes establecidos en Buenos Aires, asícomo para aquellos que estaban de paso en la ciudad, residía en su participación en la

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riqueza potosina. El problema no estaba en la distancia que separaba a la ciudad delpuerto de Potosí ni tampoco en la legislación que prohibía la salida del metálico por elAtlántico. La dificultad se encontraba en las características propias del mercado potosino.Como señalamos más arriba, las importaciones a ese mercado consistían en más del90 por ciento de mercancías originarias del espacio americano. Eran las regiones pro-ductoras del Perú, el Tucumán y el Paraguay las que obtenían mayoritariamente la platapotosina a cambio de la exportación de sus excedentes agrarios y manufacturados.Entonces los comerciantes porteños o los que llegaban al puerto debían vender losesclavos africanos y las manufacturas europeas en las regiones que previamente ha-bían abastecido a Potosí. Algunos ejemplos de operaciones comerciales de la épocamuestran la complejidad de las prácticas mercantiles. A principios del siglo XVII laciudad de Córdoba era un importante centro redistribuidor de esclavos y de manufactu-ras europeas en general. Para invertir en el tráfico los empresarios cordobeses forma-ban compañías con mercaderes itinerantes aportando ya sea el metálico que obteníande la venta de mulas en el norte andino, o bien las carretas y a veces las dos cosas. Obien un comerciante porteño viajaba con manufacturas europeas a Santa Fe, allí trocabauna parte por ganado vacuno en pie y yerba del Paraguay que luego conducía a Saltadonde el conjunto era vendido para su posterior reventa en Potosí. En fin, desde Bue-nos Aires partían hacia el norte andino carretas que conducían yerba mate del Para-guay, esclavos africanos, textiles europeos, hierro de Vizcaya, acompañadas de tropasde mulas, ganado vacuno y caballos. Es decir que los excedentes locales de las econo-mías agrarias se integraban en los intercambios a larga distancia. En otras palabras, lasalida de la plata por Buenos Aires se sostenía sobre un conjunto de economías regio-nales y a su vez articulaba una red de mercados locales.

A fines del siglo XVI esta compleja red de tráficos interregionales, intercoloniales yultramarinos acabó por darle al extremo sur del espacio peruano, centrado sobre la rutaPotosí-Buenos Aires, la conformación que habría de tener hasta fines del siglo XVIII.

Producciones regionales, mercados yfrutas comerciales

Las huellas dejadas por el paso de las carretas tiradas por bueyes y las recuas demulas conformaron las rutas que unieron los precarios centros urbanos diseminadosen el espacio y dibujaron los circuitos mercantiles en los territorios meridionales delespacio peruano. Los intercambios mercantiles vinculaban entre sí a ciudades empla-zadas a grandes distancias una de otra. Jujuy, Salta, Santiago del Estero, Córdoba,eran puntos intermedios en el camino que conectaba el Alto Perú con el puerto deBuenos Aires, La Rioja y Catamarca quedaban fuera de esta ruta pero se enlazabancon ella en alguno de los puntos intermedios.

Asimismo, Buenos Aires estaba vinculada a través de Mendoza con Santiago deChile y la ciudad de Santa Fe, por donde pasaban los tráficos provenientes del Para-guay, se conectaba con Córdoba y Santiago del Estero. Por vía terrestre las carretasllegaban hasta Jujuy y Mendoza y después el camino se hacía a lomo de mula.

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La diversidad de productos que caracterizó la circulación de mercancías en el últimotercio del siglo XVI dio lugar en el siguiente a la especialización en la producción de unoo dos bienes destinados a satisfacer la demanda del mercado altoperuano.

Las principales ciudades de la región del Tucumán eran plazas del comercio interme-diario entre el Atlántico y el centro minero. Desde fines del siglo XVI, la misma ciudadde Tucumán se constituyó en un centro vital de la ruta entre Buenos Aires y el Perú,especializándose en la producción de las carretas que circulaban por los caminos. Elvehículo, utilizado tanto para el transporte de mercancías como de pasajeros, consis-tía en un cajón tosco de madera asentado sobre un eje que une dos grandes ruedas,también de madera. En los costados del cajón varias estacas sostenían arcos demimbre formando un techo oval que se cubría con cueros de toro. Dos yuntas debueyes tiraban de las carretas. El desarrollo de la carretería se vio favorecido por laabundancia de maderas duras en los bosques cercanos y de cueros curtidos del abun-dante ganado vacuno de la región. Al parecer, la carreta como medio de transporte ycarga empezó a utilizarse a fines de la década de 1570 y su uso se generalizó amediados del siglo siguiente. Además, en las zonas rurales se desarrollaron lascurtiembres donde se manufacturaban los cueros del ganado local para producir botas,cinchas, lazos, suelas y otros productos que encontraban salida tanto en el mercadolocal como en el Alto Perú.

En la jurisdicción de Córdoba la producción de textiles conoció una corta etapaexpansiva entre fines del siglo XVI y comienzos del siguiente. A mediados de la décadade 1580 comenzó a desarrollarse la manufactura textil. El incremento en la elaboraciónde tejidos rústicos se vio favorecido por la existencia de mano de obra indígena, laexpansión de los rebaños de ovejas y la demanda del mercado minero principalmente,pero también de otras regiones del espacio, además de las necesidades de la pobla-ción local. Los tejidos cordobeses encontraban salida en Potosí, así como en Asuncióny Santa Fe, donde eran cambiados por vino y azúcar.

Este sector manufacturero era dirigido por europeos, quienes contaban con la manode obra indígena proveniente de las encomiendas para encarar la producción de telasrústicas con fines comerciales. Los encomenderos orientaban el trabajo de una partede sus indios de servicio hacia la confección de sayales, lienzos, calcetas, sobreca-mas, sombreros. En cuanto a las materias primas, la lana en bruto provenía de losextensos ganados de ovejas de la región; en cambio, el algodón era necesario obtener-lo en las regiones vecinas de Santiago del Estero y Catamarca.

En la zona urbana también se producían géneros rústicos. Las indígenas que ser-vían en las viviendas de los españoles, además de las tareas domésticas, también seocupaban del tejido de bayetas, ropas de lana, sobrecamas, etc. Estas manufacturaseran utilizadas para las necesidades de la familia, pero en muchas ocasiones se con-vertían en medios de cambio para adquirir otros bienes en las tiendas locales.

En la última década del siglo XVI algunos europeos establecieron los primeros obrajesdentro de sus repartimientos de indios. El obraje textil colonial era una unidad producti-va que concentraba bajo un mismo techo a numerosos trabajadores que realizaban las

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distintas etapas de la producción textil (cardado, hilado, tejido, teñido). Allí se elabora-ban telas, lienzos, sombreros, sobrecamas, orientados principalmente hacia el consu-mo de los sectores de la sociedad con escaso poder adquisitivo. Algunos de ellos secrearon a partir de la formación de compañías entre un encomendero y un artesanoespañol. El primero aportaba el capital y la mano de obra indígena encomendada entanto que el segundo proporcionaba los conocimientos del oficio. El crecimiento de laproducción obraje se extendió hasta 1613, después empezó a disminuir hasta desapa-recer en la década de 1630, cuando disminuyó la demanda de textiles cordobeses enlos mercados altoperuanos por la concurrencia de las producciones de otras regionesdel espacio. En lo sucesivo la demanda local de ropas comenzó a ser abastecida porlos tejidos rústicos de Asunción, Catamarca, La Rioja y Alto Perú. Mientras tanto, laciudad mediterránea consolidaba su predominio en toda la región y creía su producciónpecuaria. A fines del siglo XVI Córdoba abastecía el consumo local y los excedentes seorientaban tanto hacia Brasil para la comercialización del sebo como en el envío detropas de ganado en pie hacia el norte andino. Entre los años 1596 y 1600 más de 7.000cabezas de vacunos emprendían el camino hacia el norte, para ascender a 42.000entre 1641 y 1645 y alcanzar las 70.000 cabezas anuales entre 1681 y 1685.

La producción de mulas en la campaña cordobesa conoció un desarrollo similar a ladel ganado vacuno para constituirse a partir de 1630 en el sector dominante de lasexportaciones cordobesas. En la década de 1610 en la jurisdicción cordobesa se for-maron varias compañías especializadas en la cría de mulas estimuladas por la deman-da constante de animales de carga en el Alto Perú, donde el híbrido se mostró másresistente que las llamas autóctonas. Entre 1630-1640 las exportaciones de mulasalcanzaron una media anual de casi 12.000 cabezas para ascender a un promedio de20.000 animales por año entre 1650 y 1700 y luego descender bruscamente a princi-pios del siglo XVIII.

Los precios de venta de las mulas en Córdoba señalan una tendencia inversa a losvalores de las exportaciones. Hacia 1630 el precio del híbrido oscilaba entre 56 y 54reales, desde entonces se inició un progresivo y constante descenso que no se detuvohasta bien entrado el siglo XVIII. Recién a mediados de la década de 1740 se haceevidente la recuperación del comercio cordobés de las mulas.

Desde la década de 1640 se habían incorporado a este tráfico la producción santa-fesina y poco después la de la campaña de Buenos Aires. La importancia de Córdobano residía únicamente en la cría de mulas sino también en la culminación del procesode preparación de los animales que provenían de las regiones vecinas. Las tropas demulas, una vez terminadas, emprendían el camino del norte e invernaban en los vallescercanos a la ciudad de Salta donde se realizaba la tablada de Sumalao, la más impor-tante de la región, antes de emprender el camino hasta el Alto Perú.

La producción y el comercio de mulas de Córdoba se combinaban con la importaciónde mercancías europeas. En el norte las mulas eran cambiadas por metálico parapagar las importaciones de Buenos Aires y también por efectos de Castilla y de la tierraque se vendían en la propia jurisdicción o en otros lugares.

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En Catamarca y La Rioja se elaboraron vinos y aguardientes que abastecían elconsumo local y ocasionalmente llegaban a mercados cercanos. En la región de Cuyola viña se constituyó desde los primeros momentos de la colonización española en suprincipal fuente de riqueza. Los caldos elaborados en Mendoza y en San Juan encon-traban los mercados para sus excedentes en Córdoba, Tucumán y Buenos Aires, peroraramente alcanzaban a los más lejanos del Alto Perú. A fines del siglo XVI los vinosmendocinos desalojaron de Buenos Aires a los paraguayos. Los productores de laregión debían hacer frente al costo de los fletes y a las cargas fiscales que pesabansobre vinos y aguardientes tanto en los lugares de origen como en los de su consumo,a lo que se sumaba la concurrencia de los caldos provenientes de los distritos cerca-nos en el caso de los mercados del norte minero y de los peninsulares en los mercadosdel litoral.

Los tejidos rústicos de algodón de la producción doméstica de Catamarca se consu-mían en distintos puntos del interior y también en el litoral.

En el litoral, las relaciones comerciales entre Asunción del Paraguay, Santa Fe yBuenos Aires ponían en movimiento una variedad de productos tales como azúcar,vino, cera, tabaco, tejidos o algodón en rama y yerba. A su vez, estos tráficos fomenta-ban una producción de primitivas embarcaciones fluviales capaces también de practi-car la navegación de cabotaje al Brasil. En las primeras décadas del siglo XVII la regióndel Paraguay empezó a especializarse en la producción de la yerbas alcanzó los mer-cados altoperuanos en la década de 1629 para convertirse a partir de la década de1640 en la producción dominante del Paraguay durante el resto del período colonial. Erael único producto de la región que se consumía tanto en los ambientes rurales comourbanos de una amplísima área del virreinato peruano. Desde Santa Fe la yerba ibasobre todo a Potosí, pero también a Chile y por mar llegaba hasta Lima y Quito.

La ciudad de Buenos Aires había sido excluida del sistema comercial implementadopor la corona; sin embargo, las evidencias señalan la presencia temprana de un intensotráfico marítimo semiclandestino en el puerto del Río de la Plata. Por su parte, lacorona necesitaba promover la subsistencia de los vecinos de la ciudad y por esodesde 1602 y hasta 1618 se otorgaron autorizaciones para exportar harina, cecina ysebo a Brasil, Guinea e islas vecinas y para importar manufacturas extranjeras y azú-car. Con estas medidas se pretendía evitar la salida del metal altoperuano autorizandola exportación de otros productos al tiempo que se trataba de ayudar al abastecimientodel puerto. El derecho a obtener los permisos estaba reservado únicamente a losvecinos de la ciudad y perseguía también la intención de consolidar un grupo de merca-deres residentes para contrarrestar a los portugueses, quienes poco después del des-cubrimiento del yacimiento de Potosí ya estaban presentes en el espacio. Los portu-gueses ocuparon un lugar destacado en la vida comercial de Potosí y Lima y en losúltimos años del siglo estaban también en Buenos Aires, Córdoba y Tucumán. AunqueEspaña y Portugal tuvieron reyes comunes entre 1580 y 1640, la unión de las doscoronas no alcanza a explicar la amplitud del fenómeno, que por otra parte es anterior.Los territorios del Brasil y del Río de la Plata, por su lado -colonias respectivas dePortugal y España-, no podían comerciar legalmente entre sí a no ser que existieranlicencias o permisos especiales que lo autorizaran.

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En la última década del siglo XVI, la actividad comercial en Buenos Aires estaba acargo de mercaderes portugueses atraídos por la economía minera del Alto Perú. Entre1590 y 1640 el comercio intercolonial con el Brasil y las colonias portuguesas de Áfricaoccidental representaba la mayor parte de esa actividad; sin embargo, también llega-ban grandes navíos portugueses, holandeses y españoles directamente desde Europa.Los productos importados consistían en azúcar y aguardientes, esclavos, hierro, papely manufacturas europeas. Por su parte, las exportaciones se integraban -principalmen-te- con la plata altoperuana que alcanzaba al 90% del total, pero también con harinasdel Tucumán y cueros, cecina y sebo.

La posibilidad de acceder al mercado potosino y las importantes ganancias quepodían obtenerse por las diferencias entre los precios en Brasil y España y los dePotosí alentaron la presencia del comercio directo o contrabando en Buenos Aires.Éste se realizaba particularmente en la forma de «arribadas forzosas», es decir, de losnavíos que reclamaban el derecho a entrar en el puerto para cobijarse de los azares dela navegación.

Durante la segunda mitad del siglo XVII las preocupaciones de la corona con respec-to a la permanencia y subsistencia de Buenos Aires motivaron el establecimiento per-manente de funcionarios reales y de una guarnición militar. El conjunto era sobredimensio-nado para las posibilidades demográficas y económicas de la ciudad y sólo podríasostenerse con una comunicación regular con el exterior. Así, la corona debió recurrir ala autorización de los navíos de registro para sostener al puerto y al aparato estatal.Estas embarcaciones navegaban fuera del sistema de las flotas y los galeones y de-bían obtener la autorización de la corona y nunca abandonaron el carácter de prerroga-tiva real. Cada licencia podría comprender una o varias naves y se otorgaban tanto alos vecinos de Buenos Aires como a residentes en la península. Además del pago enmetálico para obtener la licencia, los viajes de los navíos de registro estaban asocia-dos a la prestación de algún servicio a la corona, tales como transporte de autorida-des, tropas, armas, etc.

Las licencias incluían también otras concesiones para el beneficiario. Entre las másimportantes estaban las que aludían al permiso para introducir las mercancías al Tucu-mán, Paraguay y a veces también al Perú pagando previamente los derechos corres-pondientes, aquellas relativas a la cantidad de plata que podían transportar como retor-no, o bien la autorización para internar hierro hasta Charcas cuando las necesidadesde la minería lo requerían.

Un aspecto notable en la operación de los navíos de registro es la presencia delfraude. Este fenómeno explica el aumento de las sumas pagadas como «indulto» -estoes la compra del perdón anticipado por los delitos de contrabando antes de que fuerandescubiertos- durante la segunda mitad del siglo XVII, que no guardan relación con elvalor registrado de las mercancías transportadas.

Junto con los navíos de registro, el contrabando se prolonga en la segunda mitad delsiglo XVII, época en que las «arribadas forzosas» al puerto se convirtieron casi en unhecho consuetudinario, permitiendo la entrada de navíos holandeses, portugueses,

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españoles, ingleses y franceses. A partir de 1680 se agregaron a estos tráficos loscontactos regulares con el establecimiento portugués de la Colonia del Sacramentofundada en la ribera oriental del Río de la Plata.

La vitalidad e intensidad de los intercambios interregionales a lo largo del siglo XVIIplantean la hipótesis de una creciente autonomización de zonas productoras y circui-tos mercantiles respecto de los mercados mineros del espacio. En efecto, desde lasprimeras décadas de ese siglo la producción minera de Potosí inició un lento y prolon-gado descenso que no se revirtió hasta la tercera década del siglo XVIII. Sin embargo,es en la segunda mitad del siglo XVII cuando la producción yerbatera paraguaya seexpande en el espacio peruano. Y en esa época también se observa el incremento de lacantidad de mulas comercializadas desde la jurisdicción de Córdoba. Por su parte, elanálisis del tráfico transatlántico como suma del movimiento «legal» y del contrabandoseñala que la segunda mitad del siglo presenta una cierta expansión, lo cual apuntaríaa una circulación interna creciente de mercancías europeas ante una producción demineral decreciente.

A lo largo del siglo XVII los tráficos interregionales presentan numerosas señales deajustes y cambios pero, en conjunto, la cantidad de bienes y servicios puestos encirculación con destino a los mercados interiores ha ido en aumento.

La atlantización de la economía ylas reformas imperiales

A mediados del siglo XVII la balanza del poderío económico se había trasladadohacia el norte de Europa, mientras se producía el descenso de la supremacía marítimade España y Portugal y el relevo fue quedando en manos de holandeses, ingleses yfranceses. A su vez, la presencia de la Europa no ibérica en la América española yahabía comenzado a perfilarse desde el siglo XVII. En el setecientos esa penetraciónmercantil estuvo estrechamente vinculada al relanzamiento económico que por aque-llos años tenía lugar en algunas regiones del occidente europeo. El proceso supusomodificaciones en las pautas de producción y consumo y planteó demandas crecientes dematerias primas. Aunque la hegemonía de la plata se mantuvo, las cambiantes necesidadeseuropeas condujeron a las regiones que conformaban los espacios coloniales a iniciar unaactividad comercial directa o indirecta con Europa. La atlantización se planteó como unanecesidad de la corona española para reforzar el flanco más débil de su imperio cada vezmás sometido a fuertes presiones por parte de los otros países de Europa.

El siglo XVIII se inauguró en España con la llegada al trono de los Borbones. Lanueva dinastía implementará una serie de reformas destinadas a «modernizar» el país.En los documentos de la administración borbónica aparece diseñado un modelo econó-mico, el de un complejo España-América que hará posible un progreso conjunto enbeneficio de la metrópoli. Se trataba de dar un nuevo contenido a las colonias con el finde adaptarlas a las nuevas necesidades y ellas debían colaborar con el desarrollometropolitano. Los reformadores proponían acelerar el ritmo del crecimiento económico

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a través del poder y de los ingresos del Estado. En este contexto el comercio marítimoera visualizado como la clave del desarrollo económico.

El sistema comercial español se había manifestado incapaz tanto de defender lasposesiones americanas como de abastecerlas de productos europeos desde una épo-ca tan temprana como la primera mitad del siglo XVII. La situación se deterioró másaún en la primera mitad del siglo XVIII a raíz de los avatares de la guerra por lasucesión del trono de España y de los compromisos de Felipe V con la corona france-sa. La concesión de un asiento a la Compañía Francesa de Guinea para abastecer deesclavos a la América española y la autorización de la entrada de barcos franceses alPacífico para practicar el comercio con Chile y Perú significaron modificaciones alcomercio de las flotas y galeones. El tratado de Utrecht puso fin a la guerra y otorgó aGran Bretaña un asiento de negros y el derecho de enviar un navío de 500 toneladas alas ferias que se realizaran en América.

En 1717 se trasladó la Casa de Contratación de Sevilla a Cádiz y se estableció unservicio de avisos o buques correo con el fin de mantener una comunicación regularentre España y sus dominios americanos. Finalizada la guerra, la corona osciló entrelos intentos de restaurar el sistema de flotas y galeones y las vacilantes aproximacio-nes al nuevo sistema. El Real Proyecto para Galeones y Flotas del Perú y NuevaEspaña y para Navíos de Registro y Avisos de 1720 fue un intento de regularizar lasrelaciones comerciales entre España y las Indias. La corona consideraba que esto eraesencial para estimular a las nacientes industrias peninsulares y al mismo tiempoaumentar las rentas reales. Entre las disposiciones del Real Proyecto merece señalar-se, por su incidencia en el aumento del volumen del comercio, la generalización del usode los navíos de registro.

En 1740 se suprimió el sistema de flotas y galeones y en la misma década losnavíos de registro comenzaron a fletarse a los puertos del Pacífico a través de la rutadel estrecho de Magallanes o por el cabo de Hornos para activar los tráficos en elAtlántico Sur. El uso frecuente de esta ruta alternativa después de 1748 resultó en lacreciente incorporación de los puertos del Atlántico y del Pacífico en el tráfico imperiala pesar de estar excluidos de él.

En la segunda mitad del siglo XVIII el ritmo de las reformas comerciales se intensifi-có para culminar con la sanción del «Reglamento y aranceles reales para el comerciolibre de España a Indias», del 12 de octubre de 1778. Éste reunía todas las disposicio-nes emitidas en los años anteriores, ampliaba el número de puertos habilitados enEspaña y en América, simplificaba el sistema tributario manteniendo sólo los derechosde almojarifazgo y alcabala. El arancel adjunto rebajó los derechos de algunos produc-tos y anuló otros. Los objetivos del Reglamento de 1778 eran proporcionar la combina-ción de libertad y protección que fomentaría la colonización de territorios vacíos oescasamente poblados, eliminar el contrabando, generar el aumento de los ingresosaduaneros y una expansión del volumen del comercio.

Los cambios en el sistema comercial se completaron con reformas fiscales. Estasúltimas incluían una simplificación de los derechos que debían pagar las mercancías al

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salir de los puertos españoles y un nuevo sistema en la recaudación y administraciónde las cargas impositivas que desde entonces estuvieron a cargo de los oficialesreales.

En el territorio americano las reformas se concentraron en defender las posesionesde las agresiones extranjeras y se completaron con una serie de reformas administra-tivas. Éstas incluyeron la creación de dos nuevos virreinatos desgajados de los territo-rios del antiguo virreinato peruano, el de Nueva Granada en 1739, que incluía la regiónnorte, y el del Río de la Plata en 1776, que se extendía desde el Alto Perú hasta laTierra del Fuego, con capital en la ciudad de Buenos Aires. También se crearon nuevasAudiencias en Buenos Aires, Cuzco y Caracas. Finalmente, se instaló el sistema deintendencias primero en el Río de la Plata para extenderlo más tarde al Perú y a México.

La producción minera era de vital importancia para toda la vida económica de losterritorios americanos. A diferencia de lo que ocurría en Nueva España, en el Perú laproducción estuvo prácticamente concentrada en un centro, el cerro de Potosí, por lomenos hasta la segunda mitad del siglo XVIII. En esa época, aunque Potosí ya no era nila sombra de lo que había sido en su momento de esplendor, representaba todavía el40 por ciento del total de la producción peruana. La seguían en importancia las minasde Oruro, que producían el 14 por ciento, y las de Pasco con el trece por ciento. Si bienPotosí no ocupaba un lugar de primer orden en la economía colonial en su conjunto, suproducción seguía siendo fundamental para la articulación del extenso espacio sud-americano ubicado al sur del Alto Perú y en torno a 1770 la plata potosina equivalía al65 por ciento de la que se producía en los territorios que integrarían el Virreinato delRío de la Plata.

La producción de metálico en Potosí sufrió un prolongado descenso todo a lo largodel siglo XVII y hasta el primer tercio del siglo XVIII, cuando se define una tendenciaalcista que se prolonga hasta la última década del siglo. Probablemente la producciónde plata en Potosí comenzó a recuperarse a principios del siglo XVIII, pero las cifras dela producción legalizada mediante el pago de impuestos a la corona sólo marcan lainflexión ascendente desde 1736, fecha que coincide con la rebaja de esos impuestosdel 20 al 10 por ciento. Desde entonces marca un crecimiento regular hasta la décadade 1790. Sin embargo, al comenzar el nuevo siglo, varios factores confluyeron en preci-pitar la baja en la producción minera que se extendería hasta el final del período colo-nial. En primer lugar, fue el agotamiento de los restos de antiguas explotaciones mine-ras que habían permitido a los empresarios contar durante todo el siglo XVIII con laventaja de una explotación que rendían poca plata pura por unidad de mineral refinadopero que era rentable por la escasa inversión que requería y por la disponibilidad detrabajo forzado -los «mitayos»- de bajo costo y alta productividad. El segundo fue lasuspensión del abasto del mercurio proveniente de Europa, a causa de las guerras enlas que estuvo envuelta España desde 1796. Por último, la crisis general que afectó alAlto Perú entre 1800 y 1805 con su secuela de falta de alimentos, enfermedades ysequías intensas y repetidas, provocaron la escasez de trabajadores y la falta de aguaa las lagunas artificiales de Potosí, fuente exclusiva de energía para las máquinas demolienda de los ingenios.

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Aunque en el siglo XVIII aumentó su producción minera, la ciudad de Potosí norecuperó el papel articulador que había alcanzado a finales del siglo XVI y comienzosdel XVII. Por una parte, el alza de la producción minera en su momento culminante sóloalcanzaría el 50 por ciento de los valores del primer auge. Además, es necesarioseñalar que este crecimiento no se debió a la introducción de innovaciones tecnológi-cas en los métodos de producción, ni a la expansión numérica de la fuerza de trabajo,sino que se basó en las mayores cantidades de mineral procesado y, sobre todo, en elincremento de las tareas impuestas a los mitayos.

El sistema fiscal colonial

La corona castellana impuso su presencia fiscal en el Nuevo Mundo desde los pri-meros tiempos y exigió que los funcionarios de la Real Hacienda acompañaran a lasexpediciones de los conquistadores con la misión de registrar la parte del botín perte-neciente al rey y remitirla a la península.

Aunque las cargas fiscales existían en la tradición occidental desde tiemposinmemoriales, el establecimiento de las colonias americanas representó para la mo-narquía una oportunidad sin precedentes para diseñar una estructura de impuestosracional y eficiente sin los límites que establecían la costumbre y la tradición en Euro-pa. En la España del siglo XVI coexistían jurisdicciones fiscales paralelas, además, losreinos, las ciudades, las villas, la Iglesia y la nobleza defendían tenazmente sus dere-chos a la exención fiscal concedidos por la corona durante las distintas etapas de lareconquista.

El sistema fiscal establecido en la América española trató de evitar esos condiciona-mientos. La Real Hacienda aseguró a la corona una parte de las riquezas producidasen sus posesiones ultramarinas y, más aún, los impuestos recaudados en las Indiassirvieron para pagar todos los costos de la defensa y la administración de las colonias,así como una porción de los gastos para sostener a las instituciones sociales, religio-sas y educativas, las expediciones científicas, las misiones y la ayuda a los sacerdo-tes de las parroquias. Durante los tres siglos coloniales la metrópoli nunca asumióestas cargas. Además, los ingresos de los impuestos americanos enviados a Españapagaron parte de los costos de las guerras europeas, del mantenimiento de la corte, dela construcción de palacios y conventos en la península.

La unidad del sistema fiscal colonial era la caja real, oficina responsable de la recau-dación y el registro contable de los ingresos provenientes de los impuestos. Las princi-pales fuentes de ingresos estatales provenían de los derechos que pagaban la produc-ción de metales (quintos y diezmos, tres por ciento del oro, ensaye), el comerciointernacional y local (el almojarifazgo y la alcabala, respectivamente) y el tributo quepesaba sobre la masa de la población rural indígena.

Además, la Real Hacienda obtenía considerables ingresos de una variedad de fuen-tes. Existían diversos gravámenes sobre los funcionarios de la burocracia real como la

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venta de oficios públicos y la «media anata» o tributo de la mitad del salario durante elprimer año en cualquier cargo nuevo en la administración civil y religiosa.

Los impuestos eclesiásticos también ingresaban en las cajas reales. El diezmo -impuesto sobre los frutos de la tierra que abarcaba casi todos los productos agrícolasy los animales domésticos- era recaudado por la corona, que retenía para sí el 11 %del total percibido y el resto lo destinaba al mantenimiento del clero secular y de lostemplos, hospitales y escuelas de la Iglesia Católica. En cambio, lo obtenido por laventa de indulgencias o «Santa Cruzada» era recaudado por el clero pero administradopor la Real Hacienda. Finalmente estaban los ingresos provenientes de los monopolioscontrolados por el Estado tales como la venta de nieva, sal, naipes, papel sellado,tabaco, mercurio.

Las jurisdicciones de las tesorerías coincidían con los territorios de las regioneseconómicas. A medida que se extendía su control sobre las Indias, la corona estable-cía cajas en los puertos, en las zonas mineras, en los centros administrativo-comer-ciales regionales y en las avanzadas militares. En cada virreinato, audiencia o capita-nía general había una caja principal que era responsable de una serie de cajas regiona-les o subordinadas. Esta red de tesorerías reales era administrada por numerososburócratas rentados pertenecientes a la Real Hacienda y complementada por recauda-dores privados de impuestos.

Una vez establecido el Virreinato del Perú, hacia 1542, la corona organizó una seriede distritos fiscales en su territorio, todos ellos dependientes de la caja principal deLima. Pocos años más tarde, la región de la Audiencia de Charcas o Alto Perú fuetransformada en una región administrativa autónoma con su correspondiente caja realestablecida en la ciudad minera de Potosí. A fines del siglo XVII y como resultado delcrecimiento de nuevas regiones económicas, se instalaron nuevas tesorerías en laszonas mineras de Oruro, Carangas y Chucuito y en dos centros comerciales neurálgi-cos, Arica -puerto natural de Potosí- y la ciudad de La Paz.

En el extremo sur, la caja real establecida en la ciudad de Buenos Aires recibía losingresos fiscales generados en la región provenientes en su mayor parte de la activi-dad mercantil del puerto. Los modestos excedentes producidos en sus primeros añosde vida se remitían a la Real Hacienda de Potosí.

En el siglo XVII, a medida que la región del Río de la Plata se transformó en unespacio importante para el Imperio español, la tesorería de Buenos Aires empezó adepender del subsidio -conocido como situado- que todos los años remitía el Alto Perú.En esta época los recursos fiscales provenientes de la producción de ganados en lacampaña bonaerense no eran suficientes para el sostén de la burocracia y de la guarni-ción militar permanente instalada allí en 1631. Entre 1650 y 1660 el situado se fijó en35.000 pesos anuales y en el último cuarto del siglo ascendió a un promedio de 121.315pesos por año, cifra equivalente al 12% de los ingresos fiscales en las cajas reales dePotosí. A su vez, estos valores representaron en 71 por ciento de todos los ingresos dela caja de Buenos Aires durante el período.

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Las reformas borbónicas implementadas en la segunda mitad del siglo XVIII introdu-jeron algunas modificaciones en las técnicas recaudatorias. La corona abandonó lapráctica de arrendar impuestos en favor del cobro directo de los derechos por agentesreales, reviso el nivel de algunas contribuciones para estimular la producción y simpli-ficó la percepción de otras para evitar la evasión. En el último cuarto del siglo losoficiales peninsulares establecieron aduanas en los puertos de mar para cobrar losimpuestos que gravaban el comercio de importación y exportación y en todas lasciudades del imperio para recaudar las contribuciones que pesaban sobre la circula-ción de mercancías.

A principios del siglo, mucho antes del establecimiento del Virreinato del Río de laPlata, el Alto Perú cambió su orientación fiscal desde Lima hacia Buenos Aires, y laReal Hacienda de Potosí se convirtió desde entonces en la tesorería central interme-diaria para las cajas del Alto Perú, proporcionando los fondos requeridos por la crecien-te presencia española en el Río de la Plata.

La caja real de Buenos Aires enviaba sus cuentas anuales a Lima hasta 1767. Eneste año se estableció en la ciudad una contaduría general para administrar la contabi-lidad de los distritos fiscales de Buenos Aires y de las provincias del Tucumán y Para-guay; desde entonces sus cuentas dejaron de enviarse a Lima.

A fines del siglo XVIII los territorios de la Audiencia de Charcas pasaron a dependendel nuevo Virreinato del Río de la Plata. La riqueza de la nueva jurisdicción políticaradicaba en los ingresos fiscales provenientes del puerto de Buenos Aires y de laexplotación minera en las tierras del Alto Perú. La región del Paraguay, la costa patagónicay las Malvinas y el fuerte de Maldonado en la Banda Oriental no producían ingresos;por el contrario, para sobrevivir necesitaban de importantes subsidios de la Real Ha-cienda de Buenos Aires.

Aunque los ingresos provenientes de los monopolios reales aportaban un ingresodirecto a la corona, los impuestos sobre la explotación minera, el comercio y la pobla-ción indígena producían escasos excedentes para remitir a España, una vez desconta-dos los gastos de administración y defensa del virreinato. Sin embargo, los Borbonespudieron mantener el dominio de esta importante región del imperio sin afectar losrecursos metropolitanos.

En las últimas décadas del siglo XVIII las finanzas estatales siguieron dependiendo,en gran medida, de los recursos fiscales generados en las cajas reales de Charcas. ElVirreinato del Río de la Plata tuvo un costo muy alto para el Alto Perú. Esta región nonecesitaba de los servicios político-administrativos establecidos en la ciudad de Bue-nos Aires. Además, en su territorio tenía su propia audiencia, su casa de moneda enPotosí, sus funcionarios del tesoro, sus ejércitos y también su propio arzobispado.Tampoco necesitaba de las instalaciones portuarias de Buenos Aires o Montevideo yaque podía embarcar sus metales e importar mercancías europeas a través de lospuertos del Pacífico en Lima o en Arica.

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En la última década del siglo XVIII más del 70% de las entradas de la caja de BuenosAires eran transferencias de la Real Hacienda de Potosí. En la primera década del sigloXIX, cuando la crisis general afectó a la minería y los ingresos estatales se requeríanpara auxiliar sus dificultades, el situado de Buenos Aires se hizo más pesado. Sinembargo, los fondos remitidos a la capital entre 1801 y 1810 afectaron el 43% de losingresos fiscales de las cajas del Alto Perú.

Puede sostenerse entonces que el costo de formar parte del Virreinato del Río de laPlata fue tan alto que en 1810, al iniciarse el movimiento de independencia, el Alto Perúse desprendió de su relación tan onerosa con la región del Río de la Plata.

Continuidad y reorientación en el Río de la Plata

Con la apertura comercial de mediados del siglo XVIII y el paulatino incremento delos tráficos mercantiles que alcanzaban al puerto de Buenos Aires, cada región delespacio reorganizó y reajustó sus orientaciones de acuerdo con las nuevas posibilida-des. El resultado del desarrollo del mercado interno del siglo XVIII implicó en el largoplazo el crecimiento de fuerzas económicas regionales, donde nuevos circuitos y orde-nadores complementarios a los centros mineros entraron en el juego.

Hacia 1740 se acentúa el proceso de atlantización del sector meridional del espacioperuano. Las regiones del Tucumán, Cuyo, Paraguay y Río de la Plata orientarán susproducciones hacia la ciudad-puerto de Buenos Aires en la medida en que ésta partici-pa en los beneficios de una de las corrientes ilegales del metálico altoperuano. Es apartir de mediados del siglo XVIII que se reafirma el papel de Buenos Aires comomercado y centro de redistribución para un vasto conjunto regional.

La población de la ciudad de Buenos Aires pasó de 11.600 habitantes en 1744 a26.100 en 1778 y a 42.250 en 1810, en tanto que la de la ciudad y su zona rural enconjunto habría aumentado de 37.100 a 92.000 almas entre las dos últimas fechas.Este crecimiento se explica en gran parte por las migraciones provenientes de lasregiones del espacio interior, en particular del Paraguay, Cuyo, Córdoba, Santiago delEstero, atraída por las oportunidades laborales surgidas tanto del incremento de lasactividades comerciales del puerto como de la campaña bonaerense.

Sabemos poco sobre el movimiento del tráfico entre Buenos Aires y Europa durantela primera mitad del siglo XVIII. Pero, en la etapa que se inicia en 1760 el análisis de lasexportaciones de cueros y de metales preciosos, incluyendo el comercio legal, el con-trabando y el tráfico intercolonial, muestra que los metales preciosos -plata y oro-acumulados en el puerto de Buenos Aires a través de los intercambios regionales y lastransferencias de las cajas reales constituyeron entre el 90 y el 85 por ciento de lasexportaciones. La plata provenía, en su mayor parte, de Potosí, pero también es impor-tante la participación del oro. Entre 1772 y 1795 la presencia de este metal alcanzó untercio del valor de los metales que salieron de Buenos Aires. Más allá de las proporcio-nes variantes de este metal en el conjunto de los metales exportados, estaría señalan-

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do una intensificación de las relaciones comerciales con Chile y otras regiones del Altoy Bajo Perú. A fines del siglo XVIII -igual que a principios del siglo XVII- el comercioatlántico de Buenos Aires requería recoger en el puerto los metales preciosos que seproducían en zonas muy alejadas de él. Por su parte, en el período 1760-1778 loscueros representaron entre el 10 y el 12 por ciento de las exportaciones y, después dela sanción del Reglamento de Libre Comercio, entre 1779 y 1796 los productos localesalcanzaron en los mejores años el 16 por ciento del total.

Las estimaciones disponibles para evaluar el contrabando con las posesiones portu-guesas, en particular con Colonia de Sacramento, nos acercan a las dimensionesreales del comercio atlántico en la segunda mitad del siglo XVIII. Hacia 1766 entraban aColonia entre 10 y 18 embarcaciones por año y entre 1769 y 1771 lo hicieron 80 bu-ques. Este tráfico suponía una importación de esclavos estimada en 600 hombres poraño además de las consabidas manufacturas europeas y una salida de metales estima-da en más de 2.000.000 de pesos anuales. Asimismo, los comisos se extienden a lolargo de todo el período y constituyen otro indicador para estimar las navegaciones enel Río de la Plata antes de 1778. En 1770 se confiscaron 30 embarcaciones del tráficofluvial y los secuestros constituyen una muestra de las mercancías intercambiadasentre ambas ciudades, es decir, manufacturas europeas, azúcar, aguardiente del Brasily esclavos, y las exportaciones se integraban con plata, cueros y subsistencias para latravesía.

Aunque no contamos con los valores de las importaciones de efectos ultramarinos através del puerto de Buenos Aires durante la segunda mitad del siglo XVIII, las estima-ciones realizadas permiten un acercamiento a sus movimientos. Desde fines de ladécada de 1750 y hasta mediados de la siguiente el comercio atlántico mostraba sínto-mas de depresión, seguida por una recuperación a partir de 1765. A comienzos de ladécada del setenta el comercio sufrió cierta desaceleración para recuperar su ritmoascendente desde de 1775. El volumen y el valor de las mercancías aumentaron deforma regular durante el período retomando una tendencia anterior; sin embargo, lascaracterísticas de los productos y la participación relativa de los distintos rubros nocambiaron. Entre las manufacturas europeas importadas predominaron los textiles du-rante todo el período. Sin embargo, después de 1780 aumentó la presencia relativa deproductos agrícolas de origen español, especialmente de vinos y aguardientes de laregión andaluza.

Buenos Aires y el comercio de esclavos

El mundo mediterráneo había mantenido viva una tradición esclavista desde la Anti-güedad hasta los tiempos modernos. Por otra parte, en la península ibérica moros ycristianos se hicieron mutuamente esclavos siglo tras siglo. A principios del siglo XVItodavía había esclavos moros en Portugal y en Andalucía, pero desde el siglo anteriorlos esclavos negros, procedentes de las actividades comerciales de los portuguesesen la costa africana, ya eran un grupo considerable tanto en Lisboa como en las ciuda-des de Andalucía. En esta época la mano de obra esclava se empleaba, principalmen-

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te, en las tareas domésticas y urbanas, las mujeres en la casa y los hombres acompa-ñando y ayudando a sus amos, y eran un símbolo de prestigio. En Sevilla la posesión deesclavos negros estaba muy definida entre la población, incluyendo a los artesanosquienes los entrenaban en la práctica de los oficios.

La colonización ibérica de las islas del Atlántico (Azores, Madeira, Canarias y SantoTomé) fue acompañada y fomentada por la expansión de la agricultura del azúcar. Losportugueses en Madeira y los castellanos en Canarias establecieron plantaciones decaña e ingenios azucareros gestionados por europeos con el empleo de mano de obraesclava. La combinación de la industria azucarera y la expansión portuguesa a lo largodel siglo XV Portugal recibió una media anual 800 a 900 esclavos destinados a trabajartanto en los ingenios azucareros del Algarve como en los de las islas del Atlántico,además de desempeñar los tradicionales papeles de artesanos y criados domésticos.

Las dos tradiciones, la esclavitud doméstica ibérica y la esclavitud dedicada a lasexplotaciones tropicales, estaban firmemente instaladas en la península ibérica a finesdel siglo XV. A principios del siglo XVI los esclavos africanos negros acompañaron asus amos españoles en las expediciones militares de conquista. Algunos de ellos fue-ron liberados e, incluso, obtuvieron encomiendas en América.

En el Nuevo Mundo, en términos generales, la esclavitud africana prosperó única-mente en las regiones con población nativa escasa o dispersa y en aquellas donde ladrástica caída de la población aborigen obligó a los europeos a emplear formas detrabajo alternativas en sus empresas.

La corona de Castilla tenía vedado el acceso a las cosas de África en virtud deltratado de Alcacovas (1479) que reconocía la exclusividad de los derechos de Portugalsobre esos territorios; en consecuencia, en los primeros tiempos concedió licenciasexclusivas o mercedes a particulares para introducir esclavos en América. Este siste-ma es abandonado a fines del siglo XVI, cuando la corona acudió al «asiento», términoque designaba todo arreglo contractual entre el rey y un particular, para la importaciónde negros. El asiento era un contrato monopólico por el cual el beneficiado se compro-metía a introducir cierta cantidad de esclavos por un determinado número de años enun puerto americano. Este sistema permitía tanto evitar el contrabando como obtener elmáximo beneficio fiscal.

Es difícil conocer el número de los esclavos negros introducidos en la Américaespañola. Las estimaciones señalan que entre principios del siglo XVI y 1810 llegaroncasi un millón de africanos Muchos de ellos desembarcaron en el puerto de BuenosAires.

La región del Río de la Plata no era apta para el desarrollo de economías de planta-ción; sin embargo, en 1534, la corona concedió el primer permiso real para introduciresclavos en la zona. En 1595, y respondiendo a los pedidos de esclavos por parte delos colonos, se firmó el primer asiento con un comerciante portugués para traer culti-vos africanos al puerto de Buenos Aires, práctica que se mantuvo con algunas varian-tes hasta bien entrado el siglo XVIII.

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El comercio de esclavos por el puerto de Buenos Aires era apenas un aspecto delcomercio ultramarino e intercolonial más amplio y estaba sujeto a las mismas prácti-cas.

Un recurso común durante el siglo XVII era que los barcos esclavistas entraran alpuerto de Buenos Aires manifestando una arribada forzosa para realizar reparacionesantes de seguir viaje. Mientras se arreglaban las embarcaciones, generalmente al am-paro de la noche, se desembarcaba la carga de esclavos. Se los sacaba de la ciudad yluego se los volvía a traer como «negros descaminados», es decir, negros que sehabían perdido en su camino. Después estos esclavos podían venderse de una manerasemilegal en remates públicos, aunque no tenían licencia de importación ni estabaregistrada su entrada. Este desembarco subrepticio de una carga de gente y su salidade la ciudad sólo podían realizarse con la cooperación de los funcionarios y de losvecinos. Pero también llegaban navíos esclavistas españoles, algunos venían directa-mente de Angola o de Lisboa, así como una multitud de embarcaciones más pequeñasque había zarpado de puerto del Brasil. Además había barcos que eran propiedad deespañoles o portugueses residentes en Buenos Aires y que venían directamente de lospuertos de Europa o de África.

La existencia de estas prácticas hace difícil determinar con alguna exactitud el nú-mero de esclavos entrados por Buenos Aires durante el período colonial. Las estima-ciones señalan que entre 1586 y 1665 se importaron en la región entre 25.000 y 30.000esclavos distribuidos de la siguiente manera: unos 6.000 autorizados, unos 7.000 sinautorización pero legalizados en remates públicos y el resto entró en forma clandesti-na. Un testigo contemporáneo afirmó que en Potosí entraban anualmente unos 450esclavos provenientes del Brasil.

Buenos Aires y sus alrededores no tenían necesidad de la gran cantidad de africa-nos que llegaron a su puerto durante el siglo XVII. La pequeña ciudad dependía casiexclusivamente de las actividades mercantiles del puerto y de cierta agricultura, norequería grandes flujos de mano de obra esclava esenciales para las economías deplantación del Brasil o del Caribe. Pero la ciudad era la puerta de entrada de los escla-vos y también de productos ultramarinos que abastecían el conjunto del espacio perua-no y puerta de salida del metálico del Alto Perú. La mayoría de los africanos llegaba aBuenos Aires para seguir viaje hacia el norte para ser comercializados en los centrosurbanos del espacio.

Durante el siglo XVIII la corona combinó la concesión de asientos a compañías decomercio con las otorgadas a particulares en un intento por regularizar la introducciónde esclavos que pasaba por la ciudad de Buenos Aires hasta que el Reglamento deComercio Libre de 1778 autorizó a las naves españolas a entrar sin inconvenientes enlos puertos hispanoamerianos. Sin embargo, las antiguas prácticas se mantuvieronhasta 1810.

A lo largo del siglo XVIII la ciudad de Buenos Aires tuvo tres mercados de esclavos.El primero era propiedad de la Compañía Francesa de Guinea, concesionaria del asien-to de esclavos entre 1701 y 1715, y estaba ubicado en la zona sur de la ciudad, donde

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hoy está el parque Lezama. El segundo, perteneciente a los británicos, se instaló alnorte de la ciudad, en la zona del Retiro, y se mantuvo activo hasta 1750 con la BritishSouth Sea Company. A principios de la década de 1790 el gobierno creó un nuevo mer-cado de esclavos junto a las instalaciones de la Real Aduana y cerca de los muelles.

El comercio de esclavos después de 1780 significó la continuidad del tráficointercolonial con el Brasil y África. Con los conflictos de 1779 este tráfico adquiriódiversas formas incluyendo la autorización para el comercio con puertos neutrales, la«arribada forzosa» y también concesiones otorgadas por órdenes reales a particulares.Finalizado el conflicto, las autorizaciones para comerciar con Brasil no se interrumpie-ron, el sistema se generalizó ya que en 1784 una real orden otorgó la facultad paraautorizarlo al virrey o al intendente y a fines de 1791 la corona concedió a Buenos Airesla libertad del comercio negrero. Después de 1796 las guerras europeas perpetuaronlos intercambios semiclandestinos.

Buenos Aires, el interior y el comercio atlántico

El comercio atlántico en el puerto de Buenos Aires seguía dependiendo de la capaci-dad de la ciudad para atraer la corriente de metales preciosos que se producían en ellejano interior del espacio. Desde el siglo XVII una fuente de plata eran las transferen-cias fiscales desde las cajas de Potosí, el situado. Entre 1791 y 1795 estas remesessumaron un promedio anual de 1.631.000 pesos, de los cuales se enviaron a Españaunos 556.000 por año. A su vez, por medio del abastecimiento de las guarnicionesmilitares y del adelanto de salarios a los soldados, los comerciantes vinculados alcomercio atlántico accedían directamente a esos recursos. Sin embargo, la fuente másimportante de metales preciosos para los mercaderes porteños seguía siendo su parti-cipación en la compleja red de intercambios que articulaban las regiones productoras,las economías regionales y el puerto.

Un análisis de los flujos mercantiles que llegaron a Potosí en 1793 muestra que lasmercancías europeas, incluyendo el azogue y el hierro destinados a la minería, repre-sentaron el 24% del total de las importaciones, casi el 80 por ciento del conjunto habíanllegado previamente al puerto de Buenos Aires. Sin embargo, éstas representaron ape-nas el 34% de los efectos de Castilla enviados hacia los mercados del interior desde lacapital del Virreinato.

En lo que respecta a las producciones americanas, al igual que a principios del sigloXVII. Potosí confirma su posición como gran centro minero cuya producción atrae a loscomerciantes del conjunto del espacio peruano que acuden a su mercado con el objeti-vo de trocar sus mercancías por dinero. Sin embargo, aunque Potosí mantiene a gran-des rasgos el tipo de vínculo con el espacio económico peruano que desarrollara ensus días de auge productivo, debe observarse que sus efectos de arrastre disminuye-ron y ocasionaron la paulatina desaparición de algunas de las conexiones de largadistancia establecidas a fines del siglo XVI, manteniendo, en cambio, aquellas fijadascon las regiones ubicadas dentro de los límites del Alto Perú y el Bajo Perú. La mercan-

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cías europeas que se despacharon desde Buenos Aires hacia las provincias del inte-rior entre 1779 y 1784 se distribuyeron de la siguiente manera:

Provincias de Cuyo 17,00%Provincias del Tucumán 30,10%Potosí 12,27%La Plata y La Paz 1,00 %Santa Fe y Corrientes 11,40 %Paraguay 21,15 %

Es preciso señalar la importancia creciente de las plazas del Pacífico para los tráfi-cos mercantiles originados en Buenos Aires en las décadas finales del siglo. Entre1780 y 1784 el 21 por ciento de los envíos salidas de la ciudad puerto se dirigió a loscentros trasandinos y durante el período 1798-1801 ascendieron al 47% del conjuntodistribuido hacia el interior del espacio. Las mercancías comercializadas eran efectoseuropeos en general y esclavos pero también efectos de la tierra: yerba mate, sebo,cueros curtidos, productos de talabartería, botas, textiles de algodón. La contrapartidachilena de los productos importados se integraba con cobre en barra y manufacturado,metales preciosos, jarcias, hilos y sogas. Hasta fines de la década de 1800 el comercioentre Buenos Aires y el reino de Chile se realizaba en un 95 por ciento por vía terrestre y elresto por la ruta del cabo de Hornos. La ruta terrestre salía de Buenos Aires y, pasando porMendoza, cruzaba la cordillera hasta Santiago de Chile-Valparaíso y desde allí se dirigía alos otros puertos del Pacífico. Otro camino de menor uso para Buenos Aires pero de sumaimportancia para centro del interior del virreinato era la ruta sanjuanina: los pasos cordilleradosde San Juan conectaban el Plata con las zonas mineras del norte de Chile.

A fines del siglo XVIII, al igual que en los primeros años del siglo XVII, las principa-les regiones proveedores recibían a cambio de sus productos la proporción más impor-tante de la plata potosina y allí se dirigían los comerciantes del espacio. Aunque lascifras son incompletas, es claro que la expansión del comercio atlántico después de1780 presentaban una continuidad estructural con la trama de intercambios articuladadurante el siglo XVII.

En Salta el comercio de mulas para abastecer la demanda de animales de carga delAlto Perú adquirió un volumen considerable. Las mulas provenían desde las regionescercanas pero también de Buenos Aires, Cuyo, Córdoba, invernaban en los valles querodeaban a la ciudad y una vez recuperadas partían hacia el Alto Perú. Aunque la granrebelión indígena de 1780 provocó una sensible disminución del tráfico en los añosposteriores, a fines del siglo el comercio de mulas recuperó su vitalidad.

La ciudad de Tucumán, emplazada en un lugar privilegiado en la ruta entre BuenosAires y el Alto Perú, se vio favorecida por la expansión de los intercambios mercantilesdurante el período colonial tardío. En el siglo XVIII la ciudad siguió siendo un centro deintermediación hacia el norte exportando al mismo tiempo los excedentes agrarios desu hinterland al Alto Perú, Buenos Aires y todo el interior consumían la producción desu ebanistería y las carretas que allí se fabricaban abastecían las necesidades cre-cientes del transporte de mercancías entre el puerto del Atlántico y Jujuy.

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En la segunda mitad del siglo XVIII Córdoba siguió vendiendo sus mulas y ganado enpie en las ferias de Salta y Jujuy. La recuperación en el comercio se evidenció haciamediados de la década de 1740 y la bonanza de las décadas de 1760 y 1770 seinterrumpe en la de 1780 para recuperarse otra vez en la última década del siglo. Aprincipios del siglo XIX más de la mitad de las mulas que se vendían en las feriassalteñas se producían en la jurisdicción de Córdoba. En términos generales, el comer-cio de mulas cordobesas es floreciente durante el período.

La reactivación de los intercambios comerciales de Córdoba con el puerto de Bue-nos Aires, que se insinúa desde mediados de la década de 1740, se hace más clara enla década de 1760 para aumentar más aún en las últimas décadas del siglo. Sin embar-go, el incremento de estos intercambios no alteró sus vínculos mercantiles con el nortealtoperuano. Los comerciantes cordobeses diversificaron sus transacciones y ello lespermitió sortear las dificultades en el mercado altoperuano cuando se producían caí-das en la demanda de mulas o en sus precios. A su vez, Córdoba encontró en elmercado de Buenos Aires una salida para los textiles de lana elaborados en los hoga-res de la campaña. Ésta era una producción de antigua data, a cargo de las mujeres ydestinada al consumo familiar, reactivada a partir de mediados de la década de 1760.

Asimismo, Córdoba siguió trayendo los tráficos de los vinos, aguardiantes y frutassecas originados en la región de Cuyo como de los caldos y los tejidos rústicos dealgodón que se producían en La Rioja y en Catamarca.

El clima comercial de la segunda mitad del siglo XVIII se reflejó de manera ambiguaen la producción de vinos y aguardientes de la región de Cuyo. Son bien conocidas lasquejas, representaciones y memoriales de cosecheros y funcionarios coloniales conrespecto a los efectos negativos del comercio libre sobre los principales bienes expor-tables de la región. Sin embargo, los estudios disponibles sobre el volumen de lasexportaciones de los caldos cuyanos contradicen esa imagen decadente de la produc-ción vitivinícola cuyana. En efecto, en esta época las exportaciones de vino mendocinono sufrieron contracción alguna, en tanto que las de aguardiente sanjuanino muestranun claro crecimiento.

Los productores de Cuyo emplearon distintas estrategias para alcanzar los principa-les mercados de la región. En San Juan éstos apelaron a convertir la mayor parte delvino producido en aguardiente: en cambio, los mendocinos se especializaron en laelaboración de vino y dedicaron sólo un tercio de su producción para transformarlo enaguardiente. Las diferencias climáticas entre ambas regiones, la pobre calidad de losvinos y las condiciones del transporte seguramente influyeron en la opción elegida.San Juan, alejada de las rutas principales del espacio, producía un vino con mayorcontenido alcohólico que el mendocino, por eso era más apto para convertirlo en aguar-diente. Mendoza, centro comercial importante al que llegaban las carretas con lasmercancías destinadas a los mercados del Pacífico, tenía mayor flexibilidad para deci-dir la producción final según la calidad de la uva de cada cosecha, la disponibilidad detransporte año a año y el estado de los mercados.

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Las deficientes condiciones del traslado alteraban la calidad del vino. Los precariosbarriles cubiertos con cueros en sus extremos que lo contenían se cargaban en carre-tas tiradas por bueyes que demoraban más de 45 días en hacer el viaje desde Mendo-za hasta Buenos Aires. En algunas oportunidades el vino mendocino se transportaba alomo de mula, siendo éste el medio empleado generalmente por los productores de SanJuan porque los desniveles del camino dificultaban el tránsito de las carretas.

Los vinos y aguardiantes de San Juan y Mendoza dependían casi exclusivamentedel gran mercado en que se había convertido Buenos Aires en la segunda mitad delsiglo XVIII y de los más pequeños de Córdoba y Santa Fe. En esta época los caldoscuyanos sólo ocasionalmente y en cantidades ínfimas llegaban a Potosí. Éste y losotros mercados altoperuanos consumían los aguardientes provenientes de los vallesde Arequipa y el vino de Cinti en tanto que Chile se autoabastecía de ambos productos.

Santa Fe verá perder el acceso a casi todas sus vías de comunicación terrestreentre 1715 y 1737. En 1740 los santafesinos habían obtenido el privilegio de la coronade ser «puerto preciso». Esta disposición obligaba a las embarcaciones de la carrerafluvial del Paraná que bajaban de Asunción a tomar el puerto en la barra de Colastiné,para continuar en carrera hacia el interior o hacia Buenos Aires. Con este sistema seintentaba obligar a los traficantes a dejar una parte de sus beneficios en manos de loscomerciantes santafecinos; sin embargo, ello no impidió que Buenos Aires se transfor-mara en el punto más importante para la redistribución de la yerba paraguaya hacia losmercados chileno y altoperuano. En la segunda mitad del siglo se hicieron más impor-tantes sus relaciones comerciales con el Atlántico tanto para la importación de efectoseuropeos como para la exportación de los cueros. Santa Fe estaba orientando su eco-nomía hacia la producción de ganado vacuno.

La indudable expansión del comercio atlántico durante la época del comercio libre semantuvo asociada a la trama de tráficos interregionales conformada durante el sigloXVII que integraba el espacio y al mismo tiempo posibilitaba la acumulación del metáli-co en los puertos de mar. A fines del siglo XVIII los metales preciosos también consti-tuyeron la principal mercancía de exportación y a la sombra de los intercambios descrip-tos se desarrolló la exportación de productos locales provenientes de diversas regio-nes del espacio, principalmente cueros de vacuno pero también lana de vicuña y cobre,sin alterar sus rasgos esenciales. Este espacio económico estructurado en torno a laminería altoperuana y el puerto de Buenos Aires comenzará a desintegrarse bajo eldoble efecto de la Revolución y de las transformaciones de la economía mundial.

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Actividad Nº 2

Del texto precedente «El Río de la Plata en la economía colonial» de Vilma Milletichresponder el siguiente cuestionario:

1) Contexto internacional en el que se da la expansión ultramarina de España.

2) ¿Cómo organiza España el comercio de América?

3) ¿Cuál es la vía comercial alternativa y cómo funciona?

4) Identificar cómo se conforma el espacio económico peruano a partir de activida-des como:

a) La minería: forma de explotación. Demanda y articulación con otros espaciosregionales.

b) La especialización productiva de las regiones teniendo en cuenta, productos,rutas comerciales y mercados a los que accede.

c) Reformas económicas de los Borbones.d) Sistema fiscal de la colonia.e) En lo que el autor llama la atlantización de la economía ¿cuál es la situación de

Buenos Aires y del Interior?

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DIAGRAMA DE CONTENIDOSUNIDAD III

Revolución e inicio formaciónEstado Nacional (1810-1853)

Nuevos rumbospolíticos y económicos

Reformas deRivadavia

Finanzaspúblicas

Economía EmpréstitoBaring

Los estadosprovinciales

Épocade Rosas

Leyde Aduanas

Auge de laganadería

Situación delas provincias

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UNIDAD III

1. Introducción

Sobre las causas que provocaron los movimientos de emancipación de las coloniasamericanas que se encontraban bajo el dominio de España, podemos decir que lasituación internacional jugó como un elemento facilitador del mismo ya que la invasiónfrancesa a España y la destitución del monarca Fernando VII crearon la oportunidadpara el inicio del proceso revolucionario en América.

Internamente, ante la crisis de dominación por la que atravesaban el imperio espa-ñol, un importante sector de quienes controlaban la producción de bienes y el comercioen las principales ciudades americanas, comenzó las acciones que transformarían elorden social colonial, que había pasado a ser perjudicial para sus intereses económicos.

Los principales conflictos que enfrentaban a los propietarios americanos con lasautoridades españolas, se originaban en la negativa de la Corona de permitir el accesode los americanos a los cargos más importantes del gobierno y en el mantenimientodel monopolio comercial.

En Buenos Aires, el rechazo de las invasiones inglesas años antes (1806-1807) porla población local, había ayudado a tomar conciencia de la propia fuerza, a la par quehabía dejado al descubierto la debilidad militar del imperio español.

Conocida la noticia de la disolución en España de la Junta Central de Sevilla quegobernaba en nombre del rey Fernando VII, grupos de vecinos de la ciudad de Bs. As.,comerciantes ganaderos, intelectuales, a los que se fueron sumando la mayoría de losjefes de las milicias criollas, habían comenzado a organizarse con el objetivo de hacer-se cargo del gobierno. Los revolucionarios se hallaban convencidos de que, ante laausencia de la autoridad del monarca, los americanos tenían el mismo derecho que losespañoles peninsulares para decidir la forma de gobierno que más le conviniera.

Una vez dado el pronunciamiento de Mayo, paralelamente al desarrollo de la luchaarmada por la liberación de los lazos coloniales, comenzaba la ardua tarea de organi-zar el Estado- Nación con todo lo que ello implicaba.

Las provincias del ex virreinato, organizadas en las denominadas Provincias Unidasdel Río de la Plata, tuvieron, entre 1810 y 1820 diferentes formas de gobierno, deefímeras existencias como: las Juntas, los Triunviratos y el directorio que significaronel paso de un poder ejecutivo colegiado, es decir, integrado por varios miembros, a unpoder ejecutivo unipersonal.

La inestabilidad política fue una característica de los nuevos gobiernos. Los añosque siguieron a la Revolución de Mayo fueron de gran inestabilidad política ya que seestaba organizando el nuevo Estado y no pudo concretarse un acuerdo sobre la forma

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de gobierno a adoptar. La guerra por la independencia que tuvo consecuenciasdevastadoras en vidas humanas y recursos económicos, también contribuyó a la ines-tabilidad pues las necesidades de la guerra llevaron a los gobiernos revolucionarios abuscar diferentes formas de obtener recursos. Una de ellas fue aumentar los impuestosy las contribuciones extraordinarias a los comerciantes, sobre todo a los peninsulares,por el fuerte sentimiento anti español que existía.

Otra manera de obtener recursos fue la exigencia de entregar ganados y frutos de latierra a los propietarios rurales. E muchas ocasiones el ejército necesitado de alimen-tos tomaba el ganado directamente de los campos. Las zonas rurales contribuyeroncon sus peones y esclavos para aumentar las filas de los ejércitos lo que acentuó laescasez de mano de obra.

También las guerras provocaron la desorganización de los circuitos comercialesvigentes hasta 1810. Los circuitos comerciales se destruyeron como consecuencia dela ruina de los comerciantes y de la inseguridad de los caminos por la guerra y lossaqueos, lo que provocó un mayor aislamiento de las regiones del interior y acentuó lafragmentación del territorio.

La pérdida del Alto Perú, contribuyó a la crisis de la economía. No sólo se perdió unafuente de abastecimiento de plata, sino que también se arruinaron las economía de lasregiones que abastecían al centro minero de Potosí, como la de los fabricantes decarretas de Tucumán o los comerciantes- invernadores de Salta

Desde los primeros gobiernos patrios existieron diferentes opiniones respecto de laorganización del gobierno. Pasado 6 años del movimiento de Mayo y reunido en Tucu-mán en 1816 el congreso General Constituyente que además de declarar formalmentela independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, tenía como objetivodecidir sobre la forma de gobierno a adoptar deja entrever esta división de opiniones.

Frente a las propuestas republicanas que habían impulsado en gran medida lasluchas de independencia, algunos plantearon la posibilidad de establecer un gobiernomonárquico. Varios revolucionarios como Belgrano y San Martín llegaron a plantear la posi-bilidad del establecimiento de una monarquía incásica, la cual fue rechazada de plano.

En 1819 se sancionó una Constitución que por establecer una forma de gobiernocentralista, fue rechazada por las provincias quienes defendían la forma federal degobierno. El conflicto terminó en un enfrentamiento armado en la batalla de Cepeda(1820), que provocó la disolución del Directorio.

A partir de este momento, los gobiernos provinciales reasumieron las atribucionesque habían cedido al gobierno central del Directorio y se avocaron a su reorganizacióninterna, a partir del dictado de sus propias Constituciones o Estatutos que establecíangobiernos de tipo republicano y representativo. Al mismo tiempo, reorganizaron suseconomías a partir de la recaudación de aranceles por el establecimiento de aduanasinternas y que gravaban a las mercancías que transitaban de una provincia a otra.También acuñaron sus propias monedas y comenzaron a manejar sus relaciones con

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países extranjeros. Se inició así un período de lucha y enfrentamientos entre los dife-rentes grupos de intereses entre el interior y Bs. As., aunque no podemos dejar demencionar la existencia de numerosos pactos y acuerdos entre ellas, en la búsquedade la Organización Nacional.

Desde los primeros días, los dirigentes revolucionarios plantearon la necesidad dedictar nuevas leyes, no sólo para ejercer el gobierno sino para manejar la economía.Entre 1810 y 1813 se dictaron una serie de medidas que terminaron con cualquierlimitación al libre comercio establecido, y desde entonces, las producciones y los co-merciantes locales enfrentaron sin ninguna protección la competencia de los comer-ciantes y producciones extranjeras, especialmente las inglesas. El libre comercio liqui-dó todas las barreras monopólicas impuestas por los españoles. El libre comerciofavorecía la entrada masiva de productos británicos, especialmente los textiles produ-cidos a bajos costos por la mecanización de la industria.

La economía libre cambista provocó un desarrollo desigual del país donde la másfavorecida fue Bs. As., ya que el interior quedó relegado.

Esta situación provocó la reacción de los dirigentes del interior que verán amenaza-das sus economías y con ellas sus propios intereses, por lo que es una constanteencontrar pedidos de medidas proteccionistas para dichas economías.

Según el Historiador Chiaramonte, en este período de Organización Nacional no seaprecia la existencia de doctrinas económicas concreta, pero el análisis de documen-tación oficial o de periódicos de la época permite inferir ideas económicas como elfomento a la agricultura vinculado con la fisiocracia, o la defensa del comercio y delproteccionismo al mismo promovido por el mercantilismo, conviviendo además con elfomento del liberalismo, limitado este por las necesidades fiscales del erario público.

La presencia de estas ideas económicas es ininteligible tanto es el debate de lasmismas, como en la adhesión a ellas porque su alcance real estará limitado por lasnecesidades de la guerra y del fisco en una primera etapa y por las divergenciasposteriores que surgen con respecto a la relación entre ejercicio de la soberanía ypolítica económica que existía entre las provincias.

En 1826 habrá otro intento de organización centralista del país, cuando el CongresoNacional que funcionaba desde 1824 dicta la ley de presidencia por la cual se designa-ba a Bernardino Rivadavia como presidente de la República, decidiéndose además lafederalización de Bs. As.. En este período se van a dictar algunas medidas, como lacreación del Banco de Descuento que en 1826 se transformaría en el Banco Nacional,se dictaría la Ley de Enfiteusis como una nueva forma de disponer de la tierra pública.También se gestionó un empréstito a la Casa Inglesa Baring Brother con el objeto demejorar a la ciudad de Bs. As., lo cual no pudo hacerse realidad ya que en 1825 laArgentina entra en guerra con el Brasil, terminando la misma no sólo con el dinero delempréstito, sino también con el gobierno de Rivadavia. Derrotado este último intentocentralista, comienza el ascenso del Federalismo que con Rosas a la cabeza se man-tendrá hasta la caída de éste en 1852.

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2. Del mercantilismo a la libertad: Las consecuenciaseconómicas de la independencia argentina

Samuel Amaral - Northern Illinois University

"El sistema de explotación basado en el monopolio comercial, que España adoptórespecto de América casi inmediatamente después de su descubrimiento, tan funesto ala madre patria como a sus colonias, lo fue más aún para el Río de la Plata". Mitre, elautor de esas palabras en su Historia de Belgrano, como el héroe cuya vida le sirvió dehilo conductor del estudio de la independencia argentina, identificaba a la falta de liber-tad como la principal restricción de la economía colonial. En páginas posteriores mos-traría cómo Belgrano, desde la secretaría del Consulado de Bs. As., propagó las ideasque había adquirido en España a través de sus lecturas de los fisiócratas y los econo-mistas políticos. Para Belgrano estaba claro que ese sistema monopólico que habíaexcluido hasta fines del siglo XVIII a Bs. As. de las principales corrientes comercialesdel imperio debía cambiar, aun cuando no supusiese que tales cambios debían necesa-riamente efectuarse bajo el manto republicano que su biógrafo juzgaba ineludible. Mo-narquía o república, Bs. As. no podía esquivar un destino inevitable que, para Mitre, lehabía sido otorgado por la naturaleza. Pero el que sería - el "emporio de la AméricaMeridional", había sido considerado por España como "un presente funesto", y comotal, olvidado durante casi dos siglos. Sólo en las últimas décadas del siglo XVIII laCorona, acuciada por problemas fiscales, debió recurrir a medidas que sirvieron por unlado para paliar las penurias, pero por otro para abrir el apetito del libertad que prome-tía mayores beneficios que la estricta regulación causante de aquel olvido. Esa libertadse obtuvo con la ruptura y sus beneficios se hicieron en seguida evidentes en la región,tanto que aquellos sectores protegidos detrás de las antiguas regulaciones buscaronpronto regresar a las antiguas prácticas. Estas, lo señala Mitre, no eran la herenciaexclusiva del imperio español: "El error fundamental del sistema colonial de España noera empero una invención suya: era la tradición antigua, era la teoría económica de laépoca reducida a práctica". Era el mercantilismo que, habiendo construido antes a laprosperidad de las potencias europeas, estaba siendo desechado en los albores de larevolución industrial. La independencia trajo, entonces, de manera más decidida quelas reformas borbónicas, el reino de la libertad, pero no necesariamente el fin delmercantilismo. La batalla entre la ley y la arbitrariedad que Sarmiento definió en elcampo político y social en términos de civilización y barbarie se expresó en el campoeconómico en términos de comercio libre y mercantilismo1. Es este capítulo examina-remos el transito del mercantilismo colonial a la libertad comercial posrevolucionariaen el Río de la Plata. La independencia, consecuencia de cambios institucionales pro-ducidos en España, también introdujo cambios en el marco institucional del antiguovirreinato2. Nuestra atención se centrará en esos cambios institucionales y de quemanera afectaron a la producción y comercialización de bienes3.

1. Mercantilismo es un concepto demasiado amplio. Aquí lo usamos en el sentido de Ekelund yTollison (1981).

2. Sobre las instituciones y el cambio institucional ver North (1990).3. Halperin Donghi (1989) y Lynch (1989) han explorado este mismo tema desde diferentes ángulos.

El primero analiza las diferencias regionales de la apertura mercantil; el segundo, la evolución delas exportaciones y su efecto en la economía de Buenos Aires.

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Comercio

La independencia, desde el punto de vista de la economía, fue consecuencia depresiones locales sobre instituciones que tardaban en dar una respuesta a las necesi-dades de desarrollo del comercio y de la producción, pero también introdujo nuevosproblemas y nuevas demandas. El sistema colonial, cuyos factores negativos para elprogreso de Buenos Aires condenó Mitre con tanta razón, presentaba algunos otrosaspectos que tras la independencia manifestarían sus virtudes. La economía de Bue-nos Aires se vio favorecida por la desaparición de regulaciones coloniales que obliga-ban a comercia a través de España y de un sistema fiscal cuyas complejidad trababa ydesalentaba la actividad productiva. Pero al mismo tiempo el estado español proveía alas diferentes partes del virreinato a un costo que pronto se revelaría no demasiadoexagerado el servicio que se espera de un estado: protección, en su doble faz deseguridad y justicia. La disolución del estado español en el Río de la Plata produjo elsurgimiento de nuevos proveedores de esos servicios. La capacidad de estos nuevosproveedores, sin embargo, fue mucho más discutida y menos amplia. La caída delestado español en las Indias muestra hasta qué punto las instituciones, aún en crisis,proveían una manera de reducir los costos de transacción, y al mismo tiempo, eldesorden posterior muestra cómo aumentaron esos costos cuando las institucionespolíticas, sociales y económicas pasaban por un período de turbulencia y redefinición4.

De una economía que a fines del siglo XVIII estaba basada principalmente en laexportación de plata altoperuana, en las décadas posteriores a la independencia sepasó a otra basada en la exportación de productos pecuarios de la pampa bonaerense.La producción de plata altoperuana cayó durante la guerra de la independencia en unalarga crisis de la que no consiguió recuperarse. Más aún, como resultado de la guerrade la independencia, el Alto Perú quedó separado de su antigua capital y envuelto en unlarguísimo período de inestabilidad institucional. Este es uno de los cambios más nota-bles producidos por la independencia en la región rioplatense: tres siglos de hegemoníadel alto Perú terminaron y comenzó, en un área más reducida, la de Buenos Aires. Nosolamente cambió la producción de la región y los equilibrios dentro de ella, sino quetambién la posición de cada una de las partes se vio afectada por las característicasdel nuevo polo hegemónico. Si por un lado hay que enfatizar la ruptura por otro debeseñalarse la continuidad: ese cambio había comenzado a producirse antes de que elAlto Perú decayese debido al surgimiento de Buenos Aires en el último cuarto del sigloXVIII como consecuencia de la creación del virreinato y del Reglamento del LibreComercio.

En Buenos Aires, inmediatamente después de la ruptura (mayo de 1810, que para laeconomía es el momento clave), los servicios del estado continuaron prestándose,muchos de ellos sin verse afectados en absoluto. Quedó en discusión, sin embargo, enqué área podrían proveerse esos servicios, limitada por la escasez de recursos y porcompetencia de otros potenciales oferentes. Ambas restricciones hicieron crisis en1820 cuando la horda montonera puso fin al directorio, un gobierno que respondía ante

4. El mejor análisis del proceso de disolución del poder se encuentra en Halperin Donghi (1972).

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un congreso nacional que trataba sin éxito de proveer una autoridad efectiva, al territo-rio que aparentaba representar. Los poderes locales surgidos de la esfumación delpoder español estaban dando una respuesta efectiva a la demanda local de protección,pero con sus recursos limitados por la capacidad de las economías regionales, sólopodían ejercer tales funciones en áreas restringidas5. La caída del gobierno nacionaltuvo importantes consecuencias económicas para Buenos Aires. Por un lado, el costodel intento de extender los servicios del estado a apartadas áreas se vio inmediata-mente reducido por la desaparición del ejército creado en 1810 para operar en el AltoPerú que, paralizado en Tucumán desde hacía años, aún pesaba sobre los recursos deBuenos Aires. Por otro, llegó la oportunidad de sacudir completamente algunas rémo-ras del pasado y organizar las instituciones económicas locales sobre las nuevasbases provistas por los principios de la libertad económica. Este fenómeno afectóúnicamente a Buenos Aires, que pronto encontró en sus instituciones políticas el mar-co de estabilidad necesario para asegurar el cumplimiento de los contratos.

Los principios de libertad económica no fueron aceptados en el interior sino a rega-ñadientes. Acostumbrados bajo el régimen mercantilista colonial a percibir rentas pordecisiones burocráticas, el ambiente de libre competencia no encontró muchos parti-darios. Así, por ejemplo, los productores de vinos de Cuyo reclamaron en 1817 laprohibición de la importación de vinos extranjeros y desde 1830 el correntino PedroFerré exigió la erección de barreras arancelarias6. Estos intentos regresivos encontra-ban poquísima simpatía en Buenos Aires, donde aún se recordaba perfectamente quela prohibición de importación significaba precios más altos para los consumidoreslocales y rentas para los productores privilegiados, importadores y contrabandistas.No mayor la encontraron en los historiadores que como Mitre estaban comprometidoscon la defensa de la libertad política y económica. Pero el cambio de los vientos a partirde la crisis de 1830, cuando la idea de la libre competencia cayó víctima de la crisis yla depresión, hizo creer que esos elementos retrógrados eran la avanzada de la indus-trialización, sin tomar en cuenta, entre otras cosas, qué producían, cómo producían, y,sobre todo, quién pagaría la protección que reclamaban7. Si dentro del estado españolhabía mecanismos aceptados de asignación de privilegios (el recurso ante el rey), ladesaparición de la autoridad legítima y el fracaso del gobierno de Buenos Aires dereemplazarla como dispensadora de protección en la región habían dejado la negocia-ción de la protección abierta a la libre competencia de los poderes locales. De estamanera, mientras los gobiernos del interior reclamaban al de Buenos Aires el respetode las jurisdicciones provinciales, limitando por lo tanto los servicios de protección,por otro pedían su extensión a través de tarifas. De hecho, los gobiernos de BuenosAires, por las buenas razones expuestas por la Comisión Económica ante los produc-tores de vino cuyanos y por Roxas y Patrón ante Pedro Ferré más tarde, continuaron su

5. Sobre las consecuencias económicas del servicio de protección provisto por el gobierno, verLane (1958).

6. Sobre la lucha el antiguo mercantilismo y el libre cambio, ver Burgin (1943), pp. 291-302, y Segreti(1978).

7. Sobre la supervivencia y limitaciones de una exportación tradicional del interior, ver Garavaglia yWentzel (1989).

8. Para el caso de Córdoba, ver Assadourian (1978); para Cuyo, Amaral (1990); para Tucumán,Cáceres Cano y otros (1979), (1982) y (1983); y para el litoral Wentzel (1988).

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práctica del libre cambio, forzando a las provincias a adaptarse a las circunstancias.Algunas lo hicieron mejor que otras: Córdoba dejó de exportar frezadas para pasar aexportar cueros; San Juan y Mendoza se volcaron hacia la ganadería, y cuando elferrocarril puso a su alcance el mercado porteño, nuevamente vinos8. La aceptación dela organización nacional sobre la base de la libertad económica se dio con la Constitu-ción de 1853. En teoría, al menos, ya que la puesta en práctica de tales principiostodavía requirió ajustes que demoraron casi 30 años más. Aunque las bases de laorganización económica estaban sentadas sobre la libertad, la protección de la produc-ción de algunas regiones (Cuyo y Tucumán) fue el precio pagado por la prosperidad queaquella organización había traído a la pampa húmeda.

Tierras y producción

La mayor consecuencia de la independencia fue la liberar las fuerzas productivas deBuenos Aires, una región que producía bienes demandados en otros mercados. Laexportación de cueros había crecido en las últimas décadas del siglo XVIII, producien-do una moderada expansión de la ocupación territorial. La comercialización estabalimitada por un difícil acceso a los mercados, trabado por las regulaciones coloniales.Si el reglamento de Libre Comercio de 1778 permitió a Buenos Aires comerciar libre-mente con España, aún no dejó que lo hiciera con otros países (salvo excepcionesdebidas a las guerras napoleónicas) hasta después de la independencia, y los extranje-ros continuaron hasta entonces excluidos de sus costas. La independencia, entoncescon la decidida apertura del puerto al libre comercio, aceleró la expansión productivabasada en la incorporación de nuevas tierras9.

La incorporación de nuevas tierras a la producción se produjo dentro de las modali-dades coloniales en uso a fines del siglo XVIII y comienzos de XIX: ocupación detierras realengas, composiciones y mercedes. Esas modalidades no cambiaron inme-diatamente después de la independencia. La introducción de la enfiteusis en 1821 fueuna manera de movilizar la tierra pública al tiempo que se la preservaba como garantíade la deuda pública. El registro gráfico de 1830, donde se muestra la distribución de lapropiedad rural en la campaña de Buenos aires presenta algunos rastros del pasadocon otros que caracterizarán el desarrollo futuro. Las propiedades, a excepción de lacosta fluvial donde la falta de definición se debe a la dificultad de dar cuenta en talforma de parcelas pequeñas, están todavía insertadas en un mar de tierra pública ymuestran un marcado contraste en sus dimensiones a medida que se internan tierraadentro. La pampa tradicional, la pampa del cardo, cuyo límite más remoto había sido elrío Salado, no estaba completamente ocupada por la producción pecuaria a fin delperíodo colonial. O, mejor dicho, aun cuando la producción extensiva la ocupase plena-mente, la definición de los derechos de propiedad sobre la tierra aún no había avanza-do. En parte por el costo de esa definición, en parte porque los derecho sobre el aguasolían ser más importantes que la extensión de las tierras en propiedad, ya que la falta

9. Sobre la expansión productiva y la consecuente expansión territorial, ver Halperin Donghi (1963)e Infesta (1991).

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de control sobre las tierras realengas las habilitaba para el usufructo privado. La exten-sión del área productiva se triplicó, por lo menos, entre 1800 y 1860, al tiempo queaparecen factores que impulsan la definición de los derechos de propiedad. Ya no erasolamente el acceso al agua lo que interesaba de la tierra: por un lado, porque elinvento del balde volcador hacia 1825 había permitido la creación de aguadas artificia-les; por otro, porque el crecimiento de la exportación de productos pecuarios y laintroducción del ovino la había valorizado. La tierra pasó masivamente a manos priva-das a partir de 1836. La liquidación del sistema de enfiteusis primero; luego el repartode tierras públicas por premios militares; y más tarde, tras la caída de Rosas unrégimen de arriendos, fueron las vías por las cuales se abrió el acceso a la tierra anuevos productores.

No todos esos productores eran nuevos en el sentido de que accedían a la tierra porprimera vez. Muchos eran terratenientes que extendían sus propiedades con la incor-poración de tierras públicas. Las grandes extensiones de las propiedades al sur del ríoSalado eran un reflejo de los métodos de producción de la ganadería bovina. Al nortedel Salado, especialmente desde la década de 1840, se dio un proceso de subdivisiónde la propiedad agraria debido a la proliferación del ovino y a las nuevas formas detrabajo que aparecieron10.

Los trabajadores rurales, los peones (no gauchos, palabra reservada entonces paracriminales y marginales), no vieron demasiados cambios en sus tareas hasta la apari-ción del ovino11. Las tareas agropecuarias estaban determinadas por las necesidadesestacionales de la producción. A fines del siglo XVIII la producción de granos y debienes pecuarios (cuero y reses terminadas para el abasto urbano) demandaba manode obra en distintas estaciones, pero no ofrecían empleo continuado. La producción degranos, localizada principalmente en las inmediaciones de la ciudad de Buenos Aires,ofrecía trabajo a los desocupados urbanos, más próximos que la dispersa población dela campaña. Para ésta, eran los ritmo de producción de la ganadería vacuna los quedeterminaban la demanda de mano de obra. De este modo, como en las economíasagrarias del Antiguo Régimen, la demanda estacional de mano de obra dejaba sintrabajo a la población rural durante buena parte del año. Escasez y abundancia demano de obra deben de comprenderse en ese contexto: la queja de los productoresacerca de la inestabilidad de la mano de obra era reflejo no de los hábitos poco laborio-sos de los peones, sino de la incapacidad de esa economía de generar un empleoestable. Es posible que los peones hayan sido, después de todo, poco afectos al traba-jo, pero ello debe atribuirse a los ritmos de la producción agraria y no al particularcarácter de esos peones (acerca del cual la evidencia es por completo mezquina).

La expansión de la ganadería vacuna acentuó las características estacionales de laproducción y por lo tanto de la demanda. Al mismo tiempo esa expansión estabanatrayendo hacia la campaña cada vez más población, aunque diseminándola en unárea que crecía al compás del stock ganadero. Período de escasez y abundancia demano de obra se sucedían estacionalmente. La inhabilidad de la economía rural de

10.Sobre el auge de la ganadería ovina, ver Sabato (1989).11.Sobre el trabajo rural, ver Halperin Donghi (1963) y Amaral (1987).

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proveer de trabajo permanente a la población de la campaña se veía compensada poruna institución también común a todas las economías agrarias. Los terratenientes tole-raban a esos peones dentro de sus propiedades concediéndoles más informal queformalmente derechos, sobre una parcela de tierra donde establecer su rancho y criaralgunas gallinas y vacas. Ese arreglo incluía la tolerancia del robo que tales agregadossolían producir. Aunque punible, el carneo de una vaca por un cuero era demasiadocostoso de controlar. La queja a las autoridades para que controlaran tales excesostenía por objeto transferir al estado el costo de la protección que para los hacendadosindividualmente considerados era poco eficiente implementar. La eficiencia del estadono parece hacer sido mucho mayor, a pesar de las papeletas de conchabo que eranutilizadas para controlar a esa población: la repetición de esas medidas de controlindican su escasa efectividad. Los terratenientes no organizaron otras formas de vigi-lancia antes de la independizar, pero tras ella, alentados quizá por la mayor necesidadde controlar a la mano de obra que la creciente exportación imponía, quizá productodel espíritu emprendedor del uno de los más destacados hacendados, las antiguasmilicias se transformaron en una forma de control de la mano de obra y, al mismotiempo, en un arma política de Rosas, ese hacendado emprendedor12.

Si las tareas rurales no sufrieron transformaciones con la expansión de la ganaderíavacuna, ésta tuvo dos importantes consecuencias laborales. Por un lado, la demandade mano de obra se encontraba dispersa en un territorio cada vez más amplio y, porotro, ella estaba localizada cada vez más lejos de la ciudad de Buenos Aires. La com-plementariedad agropecuaria no había sido perfecta durante el período colonial peroera al menos posible; la expansión hacia el sur esfuma esa posibilidad. Al mismotiempo, la misma producción agrícola parece (la información disponible es demasiadoescueta) haber decaído por varias razones: la apertura a la importación de harinasextranjeras (norteamericana); la aparición de nuevas oportunidades de empleo tanto enel sector urbano como rural; el control del precio del pan, rémora mercantilista cuyadesaparición demoró varias décadas. Esta desaparición de una forma alternativa detrabajo rural puede haber empujado en un primer momento hacia una expansión delagregamiento y una intensificación del control. Pero la extraordinaria expansión de laproducción pecuaria con la consecuente proliferación de oportunidades de empleo,produjo una creciente transparencia en el mercado de trabajo.

La expansión del ovino introdujo, décadas más tarde, nuevas formas de trabajo ruraly por lo tanto nuevas relaciones laborales. El ovino proveía empleo todo el año a unacantidad mucho mayor de trabajadores que el vacuno, con picos de demanda en laépoca de la esquila que eran cubiertos mediante la contratación de trabajadores tem-porarios que se desempeñaban de manera permanente en otro establecimiento. Estostrabajadores, al mismo tiempo, eran con frecuencia medieros, más que asalariados. Deeste modo, al mismo tiempo que la tierra pública estaba pasando a manos de grandesterratenientes, pequeños productores estaban acumulando el capital necesario paraacceder a la propiedad agraria. Aunque estas fueron consecuencias distantes de laindependencia desde un punto de vista temporal, se acercan a ella porque tal desarro-llo se originó en los principios de libertad económica instaurados en 1810. La formas

12.Sobre trabajo coactivo en Corriente, ver Chiarantonte (1979).

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coloniales de producción y de organización del trabajo se mantuvieron vigentes muchomás allá de la independencia, pero los cambios en la política económica introducidospor ésta permitirían que los factores de producción se combinaran del modo más efi-ciente. Esta fue, desde el punto de vista de la producción, la mayor innovación introdu-cida por la independencia.

Moneda y crédito

La independencia significó, entonces, una retracción del estado respecto de la pro-ducción que liberó fuerzas hasta entonces contenidas. Esa retracción fue producto dela disolución del Estado y de la aparición de poderes regionales que compitieron paraproveer los servicios estatales. La desaparición del Estado permitió que las regionesmás dinámicas se organizaran más eficazmente, en tanto que sumió en una largacrisis a aquellas cuya mezquina dotación de recursos y de capital humano las limita-ban a producir unos pocos bienes, que para llegar al mercado debían agregar el costode un transporte primitivo, cuyas condiciones no cambiarían hasta la introducción delferrocarril, ya entrada la segunda mitad del siglo XIX. La misma crisis de esas regionesdel interior las llevó a acentuar su apego a prácticas y políticas coloniales. En BuenosAires, por el contrario, aparecieron formas modernas de organización económica (algu-nas demasiado innovadoras), que contribuyeron a la movilización de los factores pro-ductivos, La creación de instituciones de crédito público y privado y la sustitución de lamoneda metálica por el papel moneda fueron los principales rasgos, no completamenteexitosos, de esa modernidad. Para comprender el funcionamiento y crisis de esasinstituciones describiremos su origen a partir de los antecedentes coloniales13.

La finanzas coloniales estaba organizadas en tormo de los fondos que se recibíandesde el Alto Perú para el sostén de la administración. El gasto fiscal estaba limitadopor el ingreso, de modo que la necesidades extraordinarias debían cubrirse de maneratambién extraordinaria. Aunque el Estado mantenía el monopolio de la acuñación mone-taria, ello no le daba libertad para cubrir los gastos con emisión. La moneda era mone-da física, que valía como medio de cambio por el valor de mercado del metal quecontenía (o casi). La capacidad del Estado de hacer frente a sus gastos estaba limitadaentonces por la capacidad de producir moneda o de conseguirla a través de la recauda-ción de impuestos. Parte de los ingresos producidos por los impuestos estaban desti-nados a objetos específicos, de modo que tampoco ellos eran de libre disposición.Esos fondos, que a veces se demoraban largo tiempo en cuentas de lento movimiento,servían para cubrir las necesidades financieras coloniales.

La independencia produjo grandes cambios monetarios y financieros. El primer agentetransformador fue la desaparición de los ingresos remitidos por las cajas altoperuanaspara mantener a la administración virreinal. Para que las instituciones de gobierno quefuncionaban en Buenos Aires continuaran funcionando fue necesario encontrar nuevosrecursos. En primer lugar se apeló, como en el pasado colonial, a contribuciones forzo-

13.Sobre la evolución de las finanzas públicas, ver Halperin Donghi (1982) y Amaral (1984).

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sas y a expropiaciones, pero esos recursos no eran renovables. A tres años de larevolución se produjo la primer innovación fiscal que implicó una ruptura con el pasado:en noviembre de 1813 el gobierno emitió Pagarés Sellados, un título de deuda quecompensaría a los forzados contribuyentes, que nada habían recibido hasta entoncespor sus aportes. El mayor atractivo de ese instrumento no residía en el interés queredituaban, sino que eran amortizables por la aduana en pago de derechos de importa-ción. De esta manera el gobierno no solamente lanzaba un título de deuda, sino tam-bién un medio de pago. Como tal, el Pagaré Sellado era demasiado imperfecto: por elriesgo que implicaban y por la sobreoferta, circulaba con descuento y su demandaestán limitada al importante pero al fin de cuentas reducido número de importadoresque podían usarlos para el pago de derechos. Si estas imperfecciones pesaban sobrelos usuarios, otras lo hacían sobre el emisor: la circulación de estos y otros títulos desimilares características en los años siguientes tornó incierta la recaudación de dere-chos de importación, que la desaparición del situado y el crecimiento del comercio trasla revolución habían convertido en el principal ingreso fiscal.

Sólo con su real independencia, no solamente de España, sino también del lastreque había representado durante la primera década posrevolucionaria el intento de re-producir las funciones estatales en un ámbito desmesurado para sus recursos reales,el gobierno de Buenos Aires enfrentó la transformación institucional que la crecienteactividad económica y la crisis de las funciones estatales estaban requiriendo. Estoscambios afectaron a las actividades del Estado a sus relaciones con los individuos y alas relaciones entre los individuos14.

La reforma tributaria de 1821 tuvo por objeto eliminar impuestos que las transforma-ciones de la primera década revolucionaria había tornado obsoleto y establecer otrosde recolección más simples (no todos: la contribución directa, destinada a diversificarel ingreso nunca alcanzó a representar una proporción significativa, en parte por ladificultad de determinar la base imponible). Desaparecieron los ingresos vinculados yen futuro los gastos se atenderían con la masa recaudada. Para evitar recurrir a lasexacciones de la época colonial, pero aún más características de la década anterior, lareforma tributaria fue acompañada por una reforma financiera. El Estado de BuenosAires consolidó toda la deuda anterior, inclusive la incurrida por gastos de carácternacional por los gobiernos nacionales residentes en Buenos Aires durante la décadaanterior, y aun la duda anterior a la independencia. La deuda se unificó en los bonos delCrédito Público, cuyas emisiones futuras servirían, se esperaba, para financiar losgastos extraordinarios de un modo que no resultara perjudicial para los acreedores. Enambiente de escasez de medios de pago, si se retiraban de la circulación los títulosque habían sustituido a la moneda metálica, era de esperar que los nuevos títuloscumpliesen igualmente funciones monetarias. La circulación de esos títulos como me-dio de pago fue desalentada al decidirse que no serían amortizables por la aduana.Parte de los ingreso fiscales estaban destinados al servicio de la deuda interna y a laamortización de los bonos. A diferencia de los títulos que circularon durante la primeradécada éstos tenían una garantía real, la tierra pública. Pero la abundancia de ésta, ladificultad de enjuiciar al Estado y los gastos en que un acreedor debía incurrir para la

14.Sobre la reforma de 1821, ver Nicolau (1988).

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apropiación de las tierras, la tornaban en una garantía teórica. Que la tierra públicahubiese sido afectada a la deuda pública tendría consecuencias en su disponibilidad,como luego veremos. Retornando a la circulación de los bonos, más que transformar-los en un medio de pago se pretendía constituir a través de ellos un mercado financie-ro, al que el Estado pudiese recurrir para sus gastos extraordinarios. Para quitarles lascaracterísticas monetarias que pronto adquirirían en medio de la escasez de mediosde pago, fue alentada la creación de un banco que pondría en circulación sus billeteslibremente convertibles contra el descuento de letras. De esta manera el medio depago estaría constituido por la monetización del crédito privado y no por la del créditopúblico.

Los billetes de banco fueron libremente convertibles entre septiembre de 1822 yenero de 1826. En esta última fecha se suspendió la convertibilidad de los billetes ypoco tiempo después adquirieron curso forzoso. Esto se hizo en medio de un bloqueodel puerto de Buenos Aires debido a la guerra con el Brasil. De tal manera, la suspen-sión del comercio exterior (con la consiguiente escasez de productos importados eimposibilidad de exportar) fue acompañada por la ruptura del vínculo real en el mediode pago, cuyo valor en la plaza representaría desde entonces el grado de credibilidaddel gobierno. Nació así, al compás de las demandas de fondos que el gobierno hacía aun nuevo banco organizado en febrero de 1826, la inflación fiduciaria. Esta, a diferenciade la inflación que podemos llamar monetaria, producida por el aumento de la cantidadde moneda física y por lo tanto un cambio en le precio relativo del metal de que estáhecho la moneda respecto de los otros bienes, consiste en un aumento nominal de lacantidad de moneda fiduciaria que obviamente puede producirse a un ritmo infinitamen-te superior al de la inflación monetaria. De este modo, lo que en un caso de inflaciónmonetaria se convierte en un lento cambio de los precios relativos de los bienes res-pecto del medio de cambio, en el caso de la inflación fiduciaria se traduce en un cambioviolento de los precios relativos de los bienes entre sí, debido a que no todos reaccio-nan de la misma manera ante el aumento nominal de la cantidad de moneda. Esareacción está determinada, por ejemplo, por la perdurabilidad del bien y el costo dealmacenamiento. En nuestro caso, debido al bloqueo los precios de los bienes importa-dos subieron según la posibilidad que existiese de introducirlos, y los precios de losbienes exportables cayeron por la paralización de la exportación15.

La inflación fiduciaria fue el nuevo instrumento financiero del gobierno de BuenosAires durante la guerra con el Brasil. El crédito público no estaba tan bien establecidocomo para hacer frente a una emergencia catastrófica como el bloqueo y la guerra. Ladevaluación del medio de pago produjo entre otras cosas consecuencias, la destruc-ción del mercado financiero donde el único instrumento eran títulos cuyo valor nominalse desvalorizaba al ritmo de la moneda. Esa ronda inflacionaria produjo también ladesaparición del Banco Nacional como instrumento crediticio de la plaza. Desde finesde 1826 el principal deudor del banco fue el gobierno y el crédito comercial quedólimitado, hasta la extinción del banco en 1836 (y aun hasta la liquidación de la empresaen 1854), a una franja marginal, insignificante, de sus operaciones.

15.Sobre la transición de la moneda metálica al papel moneda y el surgimiento de la inflación, verAmaral (1989).

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El Banco de Buenos Aires había sido creado por los comerciantes de la plaza,criollos y extranjeros; el Banco Nacional, a pesar de que su socio mayoritario era elEstado por el aporte de dos tercios de su capital, fue manejado porque los votos en laasamblea favorecían a los accionistas minoritarios, por los comerciantes porteños.Pero su victoria frente a los extranjeros fue pírrica, ya que pronto cedieron su autono-mía ante el gobierno. Este forzó al banco a emitir sin una contrapartida de deuda,transformándolo en una institución fantasmagórica, no vinculada con la provisión decréditos a la plaza ni con la monetización del crédito privado. El banco se convirtiósimplemente en una oficina de emisión del gobierno, que como recuerdo de sus ante-riores funciones mantenía una reducidisima actividad crediticia.

La desvalorización de la moneda introdujo incertidumbre en los contratos. El gobier-no, que desde mediados de 1821 hasta enero de 1826 se había esforzado por construirun marco estable para los negocios, se convirtió en el principal factor de inestabilidad.En enero de 1826, al suspenderse la convertibilidad de los billetes del banco se produjode inmediato una desvalorización de los billetes respecto de su valor nominal en metá-lico. Los contratos, sin embargo, no debían sufrir necesariamente las consecuenciasde tal desvalorización. Los billetes de banco no eran sino sustituidos de la monedametálica y la mención que los contratos hacían de a moneda corriente estaba referida aella. En abril de ese año se produjo un cambio significativo que alteró las condicionesde contratación tanto para el futuro como retrospectivamente: los billetes de bancofueron convertidos en moneda corriente en reemplazo de la moneda metálica. Másaún, ésta fue excluida de los contratos, aun aquellos efectuados entre particulares sinintervención del Estado. Esta situación fue revertida en septiembre de 1827, cuando serestableció la libertad de contratación entre los particulares. El Estado continuó pagan-do en papel moneda y éste mantuvo su inconvertibilidad hasta 1867.

Mientras este proceso de reforma tributaria, financiera y monetaria y su consecuen-te corrupción en inflación fiduciaria tenía lugar en Buenos Aires, el interior se mantuvodentro de un patrón metálico hasta la unificación monetaria de 1881 y tanto desde elpunto de vista financiero como tributario se mantuvo apegado a las tradiciones colonia-les, recrudeciendo algunos rasgos perversos, como las exacciones, expropiaciones ycontribuciones forzosas, únicos medios de financiar los gastos extraordinarios que lasguerras civiles habían tomado permanentes. A diferencia de Buenos Aires, que en 1821eliminó los derechos sobre el comercio interno, la mayor fuente de ingresos genuinosde los gobiernos del interior continuó siendo el impuesto sobre las entradas y salidasterrestres, solo abolido por la Constitución de 1853.

Conclusión

La evolución de la política económica no se apartó en Buenos Aires de los principiosde libertad sobre los que se había fundado después de la independencia, pero ello noimplico que se tradujeran necesariamente en libertad política, no que esos principiosfuesen aceptados en el interior. Durante los largos años de la dictadura y la tiranía deRosas, algunas restricciones fueron establecidas sobre la libertad de comercio y sobre

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la propiedad (control de precios, prohibiciones de exportar metálico, expropiacionespor motivos políticos), pero en general la falta de libertad política no conllevó unaviolación sistemática de los principios de libertad económica. Ello no quiere decir quelas consecuencias de la falta de libertad política fuesen positivas; por el contrario, losefectos negativos más generales sobre la actividad económica pueden evaluarse mejorpor el "boom" económico de Buenos Aires tras la caída de Rosas. La sospecha de quesus enemigos habían estado detrás del Banco Nacional y la necesidad de impedir quesurgiera un poder que pudiera rivalizar con el suyo mantuvo constreñida la moviliza-ción de los recursos financieros que sólo a la caída del tirano pudo encauzarse nueva-mente con la creación del Banco de la Provincia, sobre el modelo del antiguo Banco deBuenos Aires, pero con la diferencia de que el gobierno retuvo la facultad de emitir.

La independencia dejó en la economía de Buenos Aires huellas más profundas queen la economías del interior. La creación de nuevas instituciones financieras, la circula-ción de un nuevo medio de pago, la expansión de la ocupación territorial y de la produc-ción pecuaria, rasgo característicos de Buenos Aires en la primera mitad del siglo XIX,no encontraron reflejo en el interior. La inestabilidad política que siguió a la desapari-ción del poder español tuvo allí como consecuencia el desorden social y el desalientode las actividades productivas. Solamente Buenos Aires, fuertemente vinculada al ex-terior por sus exportaciones pecuarias y firmemente adherida a principios que favore-cían su crecimiento, escapó a la opacidad que, por contraste, la independencia llevó alinterior.

La remoción de los obstáculos que "el sistema de explotación basado en el monopo-lio comercial" condenado por Mitre había impuesto produjo en Buenos Aires (despuésde 1820, al menos) crecimiento económico y estabilidad política (bajo regímenes abier-tos o autoritarios); y en el interior, estancamiento e inestabilidad (bajo regímenes engeneral autoritarios). Las relaciones entre aquélla y éste reprodujeron, hasta que larevolución de las comunicaciones cambió los términos, las tensiones entre la libertadeconómica y el mercantilismo que tenían lugar en cada región. La libertad triunfó enBuenos Aires y arrastró al resto del país. La constitución de 1853 expresa la acepta-ción de tales principios por el interior a cambio de la participación en la prosperidadporteña. Los términos de esa participación no fueron aceptados por Buenos Aireshasta que con la guía de Mitre se aunaron en 1861 la libertad política y la libertadeconómica, sentado las bases de la edad dorada que comenzaría veinte años mástarde. Se sabe, ciertamente, que nada hubo de inevitable en tal éxito, pero no cabeduda de que él se debió a esa convergencia, que hizo posible aprovechar una pasajeracircunstancia de la economía mundial.

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Actividad Nº 3

1. Explicar la organización económica pos-indepeniente (tener en cuenta produc-ción, acceso a la tierra, mano de obra).

2. Explique el sistema financiero (de recaudación) colonial3. Explique el sistema financiero (de recaudación) a que da lugar el periodo indepen-

diente.4. ¿Cómo afecta la libertad económica tanto a Buenos Aires como al interior?

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3. El comercio y las finanzas públicas en losEstados provinciales

Roberto Schmit

La evolución de la historia política, económica, comercial y financiera que se produ-jo en le territorio que hoy conforma la Argentina luego de la Revolución de Mayo de 1810suele asociarse rápidamente con el nacimiento de un Estado y una economía "nacio-nal". La nación habría emergido con grandes dificultades pues si vida política se habríacaracterizado por ser conflictiva e inestable, al tiempo que en materia económica lo-graría poner en marcha una tibia integración al mercado atlántico como proveedor dematerias primas, inaugurando el proceso de inserción de "la Argentina" en el mundoindustrial del siglo XIX.

Sin embargo, no existieron luego de la Revolución, ni en la primera mitad del sigloXIX, un Estado, un gobierno y una economía de carácter "nacional". Por el contrario, enel espacio territorial del ex Virreinato rioplatense se produjo a partir de 1810 una grandisgregación política. Y fue recién a partir de la década de 1820 cuando comenzó aconfigurarse un nuevo orden estatal a través de la gestación de Estados provinciales,que a partir de 1831 conformaron una Confederación de provincias. Por ello, duranteesta época los grupos dirigentes de cada provincia pudieron organizar la vida política ysocioeconómica de sus respectivas localidades. Fueron las elites de cada provincialas que se disputaron el poder político y las que se ocuparon del manejo del gobiernoprovincial. En consecuencia fue en el seno de cada uno de esos. Estados donde sereguló el orden de las finanzas públicas y se elaboraron las normas básicas de juris-prudencia.

Dentro de aquel contexto, en el que primaban los intereses de productores y comer-ciantes locales y regionales, las economías provinciales tuvieron durante varias déca-das diversas orientaciones y posibilidades de crecimiento.

Mientras algunas provincias experimentaron importantes transformaciones en suspatrones de desarrollo económico, en sus nexos mercantiles y en sus esquemas finan-cieros, otras, en cambio, apenas manifestaron una limitada reestructuración, mante-niendo una orientación de la economía similar a la de los tiempos coloniales.

La tradición comercial y financiera rioplatense

Desde la década de 1550, cuando comenzó el auge minero de Potosí, se produjo enel Alto Perú una gran demanda de medios de producción y de subsistencia. El consumode los miles de trabajadores que se empleaban en el centro minero, junto con losinsumos necesarios para producción de plata fueron los disparadores del crecimientode la demanda de bienes. Esta situación promovió una acelerada oferta y mercantiliza-ción de producciones de origen tanto europeo como de un vasto espacio regional, quedesde entonces comenzaron a traficarse en una amplia red de circuitos comerciales

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que alimentaba al mercado minero. Este entramado mercantil llegó a cubrir un extensoterritorio que abarcaba los actuales tierras del sur de Ecuador, Perú, Bolivia y parte deChile, Paraguay y la Argentina.

Aunque los bienes que se ofrecían en los mercados coloniales incluían productoselaborados en el continente europeo y en el americano, la mayor parte de las necesida-des se cubrieron con las mercancías originadas en el territorio del "Nuevo Mundo". Porello, las producciones locales lograron desarrollarse con éxito y se insertaron en lasplazas mercantiles del espacio comercial altoperuano.

Este espacio económico regional se mantuvo integrado a lo largo de la época colo-nial. Por más de doscientos años, barcos, carretas y recuas de mulas transportaronpor las tierras rioplatenses un intenso tráfico que incluía una amplia gama de produc-tos.

Esta vitalidad en los tráficos mercantiles posibilitó la consolidación de los negociosen el territorio rioplatense, alimentando el crecimiento de las producciones locales y eenriquecimiento de los productores y comerciantes que operaban en los mercadosamericanos.

Todavía en las últimas décadas del período colonial había una sólida vinculaciónmercantil que unió al Río de la Plata con el Alto Perú. Dentro de este tráfico sobresalíael comercio procedente de Buenos Aires, desde donde continuaban negociándose losbienes europeos que ingresaban a su puerto y luego eran remitidos hacia numerososmercados interiores.

A fines del siglo XVIII, aquella fuerte relación del Río de la Plata con el Alto Perú yano tenía fundamento solamente en los lazos mercantiles que los unían, sino también,desde 1776, en la unidad política que las Reformas Borbónicas les habían dado a estosterritorios con la creación del Virreinato del Río de la Plata, cuyos pilares eran laminería altoperuana y la nueva capital virreinal, que no era otra que la ciudad-puerto deBuenos Aires. Este nuevo ordenamiento político-estatal otorgaba a la metrópoli porteñael manejo de las finanzas del virreinato rioplatense, que se nutrían básicamente de losrecursos que ofrecía la producción minera potosina. Por ello, a partir de entonces lacaja fiscal de Buenos Aires manejó grandes remesas de dinero con las que se cubríanla mayoría de los gastos del Estado.

Luego de la Revolución de 1810, con el advenimiento de las guerras de independen-cia y la crisis de la producción minera, aquel conjunto de vínculos comerciales y finan-cieros que unía el territorio virreinal comenzó a agonizar, para luego casi desaparecer.Estos eventos significaron costes profundos, que fueron modificado sustancialmente eltejido interno que había dado cohesión al virreinato rioplatense. A ellos e sumaba lapropia dinámica política desatada por la Revolución, que desembocó en poco tiempo enuna situación de preeminencia de los intereses locales, en la cual las principales ciuda-des del Virreinato se disputaron la soberanía territorial, lo cual provocó una gran frag-mentación del espacio político-administrativo del ex Virreinato.

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Como se menciona en el capítulo II, las consecuencias de la Revolución tambiénincluían un largo ciclo de guerras independentistas, que en su propia dinámica consu-mieron parte de la riqueza rioplatense. En primer lugar, los frentes de batalla contra losespañoles es Jujuy, Salta y Tucumán alteraron los circuitos del comercio altoperuano,reduciendo y entorpeciendo los negocios que habían sostenido esas economías duran-te varios siglos. Pero los incidentes bélicos alcanzaban a todos los territorios rioplaten-ses, y tanto en el Norte como en el Litoral y Cuyo afectaron los capitales de loscomerciantes y productores, que tuvieron que costear buena parte del abastecimientode los ejércitos libertadores. A ello se sumó la creciente pobreza de recursos fiscalesque afectaría a los gobiernos revolucionarios, ya que la dislocación política y el mante-nimiento del poder español en el Alto Perú tornaron irrecuperable la provisión de recur-sos financieros procedentes de la actividad minera altoperuana.

De esa manera, luego de 1810, el Estado revolucionario se quedaba sin recursosfinancieros, mientras que su economía sufría la alteración de los patrones mercantilesque daban vida a sus producciones, afectando los capitales de comerciantes y hacen-dados.

Pero en aquella primera década posrevolucionaria no todo aparecía tan desfavora-ble, pues en medio de tantas pérdidas algunas economías comenzaban a encontrar unnuevo rumbo, que consistía en fortalecer a través del librecomercio, decretado en 1813,una acelerada inclusión de las producciones rurales rioplatenses en la economía atlán-tica. La producción pecuaria, que en tiempos coloniales había comenzado a exportarsecomo un complemento muy secundario de los metales, pasaba ahora a jugar un rolpreponderante, en un intento por paliar la pérdida de las remesas de plata altoperuana,que hasta fines de la Colonia habían aportado el 80 por ciento de las exportacionesrioplatenses.

Desde el inicio del decenio de 1820, cuando la Independencia rioplatense estabaasegurada, quedaron planteados nuevos desafíos: ¿cuán rápidamente podían las eco-nomías rioplatenses recuperarse de las pérdidas sufridas y enfrentar con éxito lastransformaciones que demandaba la era posindependentista? Al tiempo que, por losdiversos tipos de producciones que tenían las regiones rioplatenses y por su posicióncon respecto al mercado atlántico, no todas ellas estaban en condiciones de aprove-char de igual manera las nuevas oportunidades, por lo cual este nuevo rumbo que ofrecía elmercado ultramarino no era necesariamente viable para todas. Por eso dentro de estenuevo universo de posibilidades sólo algunas economías pudieron encontrar nuevos benefi-cios, mientras que otras se limitaron a reconstruir sus antiguas vinculaciones.

Espacios económicos bifrontes

Miron Burgin y Tulio Halperin Donghi han señalado acertadamente muchas de lascaracterísticas principales de la evolución económica rioplatense. A partir de la segun-da década del siglo XIX la economía ganadera de Buenos Aires inició un ciclo decrecimiento ligado con la plena inserción de la producción pecuario porteña en el mer-

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cado atlántico. De esa manera fue posible que la campaña rural bonaerense sostuvieraun exitoso crecimiento, que se evidenció en una expansión territorial, económica ycomercial.

Unido a ese despegue de la economía ganadera, el Estado bonaerense iniciaba unatransformación de sus estructuras financieras para sanear los gastos de la etapa revo-lucionaria y comenzaba a definir su política de ingreso. El nuevo eje estaba basado enel reemplazo del fuerte peso de las remesas metálicas altoperuanas por los ingresosaduaneros, que desde entonces pasarían a se el sostén de la política fiscal.

Aquella interpretación explica el desarrollo del proceso económico de varias provin-cias litoraleñas, pero lo que no resulta tan evidente es la naturaleza de los nuevosEstados provinciales posrevolucionarios, ni los diferentes ciclos, fluctuaciones y ten-siones que el nuevo esquema económico experimentó a lo largo del siglo XIX; tampocodeba cuenta del alcance efectivo que tenía este nuevo sistema mercantil y financieropara el resto del espacio rioplatense, Por ello resultaba insuficiente para analizar loscambios posrevolucionarios operados en las regiones del Noroeste y Cuyo.

Las investigaciones históricas realizadas en los últimos dos decenios han ampliadola comprensión de las transformaciones posindependentistas, al mismo tiempo queadvierten sobre la complejidad de sus enigmas. La evolución económica-financiera enlas primeras seis década independientes experimentó comportamientos disímiles encada uno de los diferentes territorios provinciales.

Las guerras de independencia trastrocaron notablemente los vínculos comercialesde la región bonaerense-litoraleña; a tal punto se modificaron, que, cuando estas gue-rras finalizaron, se había quebrado definitivamente el eje comercial entre Buenos Airesy Potosí. Pero al mismo tiempo que se dislocaban los vínculos con el Alto Perú, se ibanentretejiendo nuevos nexos comerciales cada vez más fuertes con los mercados deultramar. Y el territorio bonaerense-litoraleño, por sus recursos y posibilidades econó-micas, fue el más beneficiado por el nuevo rumbo del comercio rioplatense. El principalmotor e impulsor de este esquema fue Buenos Aires, cuyo puerto recuperó el liderazgoen su rol de eje principal en la inserción económica al Atlántico. Esta creciente co-nexión mercantil permitía colocar los productos primarios de la ganadería en las plazasmercantiles de los países europeos que se hallaban en pleno proceso de industrializa-ción. Por ello los porteños defendieron afanosamente desde 1810 la plena libertad decomercio de su puerto e impulsaron decididamente el estrechamiento de los vínculosmercantiles con Inglaterra, la principal potencia económica y comercial de la época.

Pero para el resto de las provincias del "Litoral de los ríos" integrado por Corrientes,Entre Ríos y Santa Fe, las cosas no cambiaron tan rápidamente, ya que la circulaciónde su comercio quedó subordinada al puerto de Buenos Aires. Es este sentido, lasrelaciones comerciales posindependentistas entre Buenos Aires y el resto de las pro-vincias nacieron con serias restricciones. Las reformas de libre comercio sólo involu-craron a los puertos de Buenos Aires y de Montevideo, y no a aquellos situados en losríos Paraná y Uruguay. Por ello este sistema era suficiente para las aspiraciones de losporteños, pero no para el resto de los pueblos litoraleños. Para éstos, que también eran

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productores ganaderos los cambios no iban lo suficientemente lejos ya que el esquemafortalecía la concentración comercial en el puerto de Buenos Aires, que intermediaba elingreso y egreso al mercado atlántico. Por eso, luego de 1820 se acentuó la vinculacióndel "Litoral de los ríos" como el puerto de Buenos Aires.

Pero ¿cuál fue el ritmo de recuperación y de expansión de las economías provincia-les luego de la Revolución? En el Litoral hubo en el período poscolonial un ciclo con dosmomentos diferentes. La crisis desatada por las guerras de independencia y por lainestabilidad política de las provincias parece haber afectado la circulación mercantil yla producción sólo hasta 1825. Luego se inicia un largo período hasta mediados de sigloen que, si bien tuvo en 1826-28, 1838-40 y 1845-47 varias fluctuaciones impuestas porlos bloques comerciales, se registró un alza sostenida en la producción de la regiónbonaerense-litoreña.

Claro que la visión de conjunto no debe ocultar el hecho de que dentro de esta regióncada provincia tuvo una participación diferente, y su adaptación a las nuevas condicio-nes fue dispar.

El caso más notable es el de Buenos Aires: a partir de 1820 comenzó su proceso deexpansión de la frontera rural, que más tarde, a partir de 1833, se consolidara con lacampaña militar de Juan Manuel de Rosas.16 Esta nueva disponibilidad de tierras parala producción le permitirá a la provincia incrementar la producción y proveer al merca-do urbano, y sobre todo a su puerto, de mayor cantidad de cueros, sebo, carne salada,lana y cereales. Según recientes estimaciones sobre el comercio exterior, la campañabonaerense aportaba desde 1820 cantidades crecientes de productos ganaderos almercado atlántico. A comienzos del decenio de 1830 la provincia volcaba cada año alas exportaciones ultramarinas un promedio de 500.000 cueros vacunos, veinte añosdespués su promedio se había multiplicado notablemente llegando a un millón y mediode cueros vacunos anuales.

Más allá de los efectos negativos que provocaron los bloqueos comerciales al puer-to bonaerense, desde 1829 la economía provincial y el comercio porteño adquieren unasólida tendencia decrecimiento cuyo correlato es el ascenso al poder de Rosas. Si bienel valor de los productos para la exportación no alcanzó para obtener una balanzacomercial favorable, resultó suficiente para mantener buena parte del intercambio ul-tramarino. De este modo, el Estado provincial pudo obtener ingresos fiscales y loscomerciantes disfrutaron de un marco adecuado para sus negocios.

En el "Litoral de los ríos" la evolución económica de la provincia de Entre Ríosmuestra similitudes con la porteña, aunque con una evolución más retardada. Sólo amediados de la década de 1830 la economía provincial comenzará a crecer a un ritmosostenido, y desde 1840 mostraría una acelerada expansión. La campaña entrerrianaaportaría al mercado atlántico un conjunto de productos idénticos a los bonaerense:cueros vacunos, carne salada, sebo y lana.

16.Véanse la economía y el comercio de Buenos Aires en el capítulo VII, "Economía y sociedad;Buenos Aires de Cepeda a Caseros".

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Aporte regional al comercio de cueros vacunosdel mercado atlántico (en unidades)

Años Bs. As. Otras Prov. Total

1836 244.067 175.854 419.9211837 470.730 352.905 823.6351838 219.907 136.086 355.9931839 8.5011840 69.971 13.808 83.7791841 1.771.963 568.675 2.340.6381842 883.986 515.485 1.399.4711843 1.111.218 943.497 2.054.7151844 1.036.071 750.280 1.786.3511845 1.435.737 506.560 1.942.2971846 416.083 20.656 436.7391847 1.469.234 76.073 1.545.3071848 912.472 472.318 1.384.7901849 2.192.340 769.002 2.961.3421850 1.559.520 864.731 2.424.251

Extraído de: Rosal, Miguel, "La exportación de cueros, lana y tasajo a través delpuerto de Buenos Aires entre 1835 y 1854", XV Jornadas de Historia Económica, Tan-dil, 1996.

La expansión de los vínculos comerciales entrerrianos está ligada al control y pobla-miento de tierras de fronteras situadas en la costa oriental de la provincia. Por ello,desde los primeros años de la década de 1840 sería la zona de bordea la ribera del ríoUruguay, la que se convertiría en el núcleo más dinámico de la economía provincial. Yserá en este contexto de expansión productiva y comercial donde Concepción del Uru-guay comienza a jugar un papel destacado: allí se irán consolidando las estanciasganaderas y un conjunto de saladeros que darán sustento material al crecimiento de laprovincia. En este ámbito se edifica el poder del gobernador Justo José de Urquiza,quien luego de construir en exitoso liderazgo en todo el Litoral, reunirá fuerza suficientepara enfrentar y destruir el sistema político rosista.

Cruzando el río Paraná se encontraba la economía santafesina, que intentaba seguirlos pasos de la expansión rural litoraleña, pero sus esfuerzos no fueron tan exitosos. Apesar del férreo liderazgo político de Estanislao López, la base económica de la provin-cia estuvo circunscrita a una endeble franja de tierras en los alrededores de la ciudadde Santa Fe y del pueblo de Rosario. Y pese a los esfuerzos militares, no logró conso-lidar una expansión territorial sobre la frontera indígena. Por ello el aporte de estaestrecha economía rural al mercado atlántico fue errático y bastante pobre entre lasdécadas de 1820 a 1840. Sólo hacia mediados de siglo los santafesinos podrían comenzara consolidar el control de sus tierras fronterizas y será a partir de 1870 cuando lograrán seruna de las provincias más favorecidas dentro del desarrollo económico de la Argentina.

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Quizás el cambio más significativo en Santa Fe durante la primera mitad del sigloXIX fue que desde 1830 comenzó el progreso del puerto de Rosario, que ya desdeentonces manejaba buena parte del comercio provincial, inaugurando así un creci-miento que le permitirá a partir de la década de 1840 desplazar a Santa Fe y convertir-se en el principal puerto de río Paraná.

En este Litoral, hasta ahora con perfiles comerciales y económicos bastante homo-géneos, fueron los correntinos los que se sintieron más incómodos con el nuevo es-quema posindependentista. Como se vio en el capítulo II, la provincia de Corrientestenía una economía bastante diversificada dentro de la cual convivían algunas indus-trias de vieja data, como la producción de textiles burdos, la yerba mate y el tabaco,junto con una joven producción ganadera en el sur del territorio. Durante los últimosaños y los primeros posteriores a la Revolución, la yerba y el tabaco correntinos ha-bían tenido una acceso interesante al mercado de consumo doméstico rioplatense.Pero la apertura librecambista de los porteños representó un problema serio para laestrategia económica correntina. Por ello, desde fines del bloqueo comercial de 1828,la competencia de los productores brasileños comenzó a perjudicarlos notablemente.Éste fue un golpe mortal para los productores correntinos e impulsó a los líderesprovinciales a discutir con los porteños las políticas arancelarias del comercio y lalibre navegación de los ríos interiores.

De ese modo, buena parte de aquellas cuestiones estuvo en juego desde mediadosde la década de 1820 y sobre todo en la crítica coyuntura de los años 1830-31, cuandolos gobiernos provinciales discutieron sus mutuas relaciones interprovinciales y trata-ron de formular un acuerdo de convivencia política. En ese momento el gobernadorcorrentino Pedro Ferré planteó duros reclamos al gobierno de Buenos Aires, preten-diendo disputar a los porteños el monopolio del tráfico comercial con ultramar y elbeneficio de las rentas de la aduana bonaerense. Pero los planteos correntinos nolograron despertar demasiado entusiasmo entre los jefes de las provincias litoraleñas,que tenían una relación más ventajosa para sus economías bajo los patrones de inter-cambio liberados por Buenos Aires. Además, frente a los reclamos, la postura de Bue-nos Aires fue inamovible: "...¿Cuáles son, pues, esas rentas nacionales? ¿Son acasolos derechos que recauda Buenos Aires por su aduana? Pero esos derechos han sidoreconocidos por los Congresos de la República como una propiedad de esta provin-cia... De consiguiente todo esa grita del Sr. Ferré, acusando a Buenos Aires de usurpa-ción de las rentas nacionales, no es más que un conjunto de calumniosos imprope-rios.."17

No obstante los acuerdos alcanzados entre las provincias con la firma del PactoFederal en 1831, las disputas por la libre navegación de los ríos continuaron presentescomo telón de fondo en los permanentes enfrentamientos políticos y militares quemantuvieron los correntinos con el sistema político rosista hasta mediados de la déca-da de 1840.18

17."El Porteño, defensa de la conducta de Buenos Aires", La Gaceta Mercantil, Buenos Aires, 1832.18.Véanse la política aduanera y arancelaria del Estado de Buenos Aires en el capítulo VII, "Econo-

mía y sociedad..."

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Pero más allá de los acuerdos políticos interprovinciales que firmaron los correnti-nos, el comercio provincial no progresó como sus líderes pretendían. La dinámicacreciente que tuvo el comercio brasileño en el Río de la Plata terminó dominando elmercado local y quitó a los bienes correntinos toda oportunidad de obtener un lugar.Éstos no podían competir con los precios ni con la calidad de los productos introduci-dos por los brasileños. Tampoco tuvo éxito el pedido de Pedro Ferré de proteger otrosproductos, que él llamaba "nacionales", como los textiles y el aguardiente, creando unnuevo sistema arancelario en el puerto de Buenos Aires.

Tuvieron algo más de éxito con los productos ganaderos. Hubo desde 1830 unatemprana expansión de la producción y del comercio de cueros correntinos. Pero adiferencia de sus vecinos, la disponibilidad de tierras aptas para la ganadería era mu-cho menor en la campaña del sur correntino y ese impulso no pudo sostener aumentossimilares a los entrerrianos o porteños.

Otra industria provincial que tuvo cierto impulso mercantil fue la curtiembre; yadesde fines del período colonial, la provincia exportaba suelas de cuero al mercadoporteño. Este comercio creció durante la década de 1810-20, a expensas del mercadode consumo doméstico. El equipamiento de los ejércitos y el amplio uso del cuerocurtido en muchos ramos fueron los demandantes de esta producción, pero luego deun corto período de apogeo entre 1824-29, en la década de 1830 la importancia deestas producciones declinó. Ya en la década de 1840 las tenerías correntinas entraronen franco retroceso, mientras aumentaba la exportación de cueros secos y salados.

Ahora bien, si la región litoral-bonaerense pudo reencauzar con relativa facilidad sucomercio hacia el puerto de Buenos Aires, ¿qué había ocurrido con el resto de losterritorios que integraban aquella gran ruta mercantil que llegaba hasta el Alto Perú?Luego de 1810, también algunas provincias, como las de Córdoba y Tucumán, encon-traron nuevos rumbos para sus economías, mientras que los territorios del Noroeste yCuyo reconstruyeron antiguos circuitos comerciales similares a los del período colo-nial.

Las relaciones de intercambio comercial de la provincia de Córdoba se reorientaronen la era poscolonial. Su base ya no sería el abasto de los mercados mineros con sutípico comercio mular y textil, sino que desde 1820 los cordobeses tejen un vínculobastante estrecho con el puerto de Buenos Aires, orientado progresivamente su pro-ducción para el intercambio con el mercado atlántico [cfr. supra, cap II].

En su nuevo rumbo la economía mediterránea se sustentó en la exportación decueros vacunos y ovinos, lana, cerda, cueros ovinos destinados al comercio ultramari-no. También enviaba tejidos, harina y cal para el consumo de los mercados urbanoslitoraleños al tiempo que importaba una amplia gama de productos ultramarinos delpuerto de Buenos Aires.

Entre los rubros de exportación sobresales los cueros vacunos, que hacia la décadade 1840 alcanzaron un promedio anual de 50.000 piezas. También en esa época sevalorizaron las 5.000 arrobas de sebo que exportaba la provincia. Junto con estos

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productos, cobró una importante significación desde la década de 1830 el comercio delana. Éste subió su promedio de 30.000 arrobas entre 1830-40 a 60.000 a comienzos dela década de 1850. También se registro un aumento del comercio de cueros de carneroy de cabra curtidos llamados "cordobanes".

En tanto, los tejidos -ponchos, frazadas y jergas- sobrevivieron a los cambios produ-cidos luego de la Revolución y fueron importantes hasta la década de 1840. Su comer-cio tuvo buen ritmo entre 1820-40 con unas 40.000 piezas anuales, pero la exportaciónde este ramo declinó hacia fin de los 40 a unas 20.000 piezas, al tiempo que aumenta-ban las exportaciones de lana en bruto para el mercado atlántico. Esta tendencia mos-traría que al tiempo que aumentaba la exportación a ultramar declinaba el sector textilcordobés: en ella influirían los buenos precios que alcanzaba la lana mientras los pre-cios locales de los ponchos se mantenían estables. Por su parte el comercio tucumanoluego de la Revolución mostró una situación más compleja, pues su intercambio co-mercial estuvo muy ligado al mercado atlántico, pero sin perder totalmente sus víncu-los con los mercados chileno y boliviano. Así entre 1825 y 1852 las importaciones de laprovincia muestran una amplia preeminencia de los bienes arribados desde BuenosAires. Pero asimismo durante los bloques comerciales a la plaza mercantil porteña,mantiene un lazo comercial estrecho con los puertos del Pacífico. No obstante lasdiferentes alternativas del comercio tucumano, éste parece haberse volcado más deci-didamente hacia el Atlántico, como lo muestra la rápida recuperación que tiene esevínculo luego del levantamiento de los bloques en el Río de la Plata.

El proceso de vinculación tucumana a la economía atlántica es notorio luego de laRevolución, cuando el comercio con el Alto Perú disminuye un 50 por ciento y desde1812 desaparece casi completamente. Para 1815 ya han desaparecido los vínculosmercantiles permanentes que unían a Tucumán con el Alto Perú, Paraguay y Chile. Altiempo que parece acentuarse el rol de Tucumán como intermediario de productoseuropeos entre Buenos Aires y las provincias del Noroeste. Mientras tanto, las exporta-ciones evidencian un lento pero sostenido destino hacia Buenos Aires, destacándosesuelas, lana de vicuña, pelones, cueros vacunos y tejidos de la tierra.

En el caso de la provincia del Noroeste y Cuyo, la caída del orden colonial no estuvoacompañada por una fuerte desestructuración de su espacio económico, aunque síocasionó un largo período de reacomodamiento mercantil.

El comercio salto-jujeño mantuvo entre 1810-1825, con las dificultades que impo-nían las guerras, un activo circuito mercantil con dirección norte-sur consistente enubicar en los mercados del altiplano los productos que llegaban desde Buenos Aires.En este tráfico se seguía combinando, como en la época colonial, el comercio de losproductos ultramarinos con gran cantidad de bienes de producción local. Pero desde1825, a partir de la independencia de Bolivia, cambiará sustancialmente. Los bienesimportados ya no ingresarán desde Buenos Aires, sino que serán llevados desde Aricapara abastecer estos circuitos mercantiles. A la conexión mercantil entre Arica y lasprovincias del norte se agregará el puerto de Cobija; allí se establecerán las casascomerciales salto-jujeñas para organizar una extensa red de negocios entre ambasplazas.

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La introducción de mercaderías desde el Pacífico a través de Cobija le permite alcomercio salto-jujeño abastecer los mercados sudbolivianos de Potosí, Oruro, Tupiza yAtacama, mientras que los productos que se internan desde el puerto de Arica sonllevados a La Paz. Pero ello en este período los productos de "la tierra" de Salta y Jujuycontinúan yendo de sur a norte, mientras que los de ultramar ingresan de norte a sur.De esa manera, la economía salto-jujeña posindependentista se orientó en gran medi-da hacia la provisión de los centros mineros y urbanos del sur del Bolivia, cuyosrequerimientos estaban basados en ganado vacuno, mular y equino, y otros productosdel interior. Así se revalorizó la riqueza de la región slto-jujeña que era la crianza y elengorde del ganado vacuno en las estancias de los valles norteños. También se expor-taban suelas y textiles, como bayetas y paños burdos.

En este esquema comercial la ruta mercantil del puerto de Cobija tuvo importancia,ya que también aceleró el comercio que conectaba al litoral del Pacífico con el noroes-te. Así se relacionaban Cobija, San Pedro de Atacama y Salta con la ruta que iba desdeSalta a San Juan y Valparaíso. Estos vínculos incluían un tráfico de mercancías enarrias de mula que circulaban en ambos lados de la cordillera de los Andes.

Desde finales de la década de 1830 los comerciantes salto-jujeños utilizaron conmucha frecuencia el puerto de Valparaíso para entrar los efectos de "ultramar", a losque agregaban vinos y aguardientes sanjuaninos que vendían en los mercados delNoroeste y el altiplano [cfr. supra, cap II].

Desde 1840, los vínculos mercantiles salto-jujeños con el altiplano se estrecharonmás aún debido a la reactivación de la producción de plata en Bolivia, puesto que envarias zonas del altiplano boliviano florecieron en forma dispersa algunos centros mi-neros. De modo que, a mediados de siglo, el comercio salto-jujeño se reinstalaba en losmercados mineros de Bolivia que, si bien estaban muy dispersos y no tenían la enver-gadura de los tiempos coloniales, continuaban siendo en potencia importantes consu-midores, al tiempo que aseguraban a través del intercambio el retorno de moneda deplata boliviana.

De esta manera, las provincias cuyanas eran un importante nexo entre las econo-mías de las provincias del norte y los mercados chileno y boliviano. Por ellas pasabanlos productos ultramarinos que ingresaban desde Chile, a los que se unían los produc-tores locales y los del Alto Perú. Además, los cuyanos volcaban también su aguardien-te y su vino hacia el mercado chileno. Más ocasionalmente, sobre todo en épocas debloqueo, lo hacían hacia Buenos Aires. Es este tráfico se incluían también los produc-tos de otras provincias mencionados. Allí se unían el comercio de caldos con el deganado en pie. Este ganado era traído por el comercio salto-jujeño junto con tucuyos ylienzos de algodón altoperuanos. También llegaba el ganado desde los llanos de LaRioja, en el que estaba involucrado el caudillo riojano Facundo Quiroga.

En suma, las provincias del actual territorio argentino luego de la Revolución tuvie-ron una orientación bifronte, en la que convivieron las economías fuertemente vincula-das al mercado atlántico con otras constituidas fundamentalmente por modestos mer-cados locales y regionales, que se abastecían de los productos ultramarinos a través

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de los puertos chileno-bolivianos y más ocasionalmente desde Buenos Aires. La zonalitoraleñas-bonaerense se volcó con bastante éxito hacia la economía atlántica. Laexpansión de la producción ganadera fue el eje sobre el cual se movió este vínculomercantil, aunque también se completaba en algunos casos con volúmenes importan-tes de productos cuyos destino era mercado doméstico. Esta orientación arrastró in-cluso algunas economías, como la correntina y la cordobesa, que lentamente fuerondisminuyendo su perfil productivo diversificado para insertarse con más fuerza en sunuevo rol de exportadoras de bienes pecuarios. Aquí también se involucraron los tucu-manos, que volcaron sus bienes hacia Buenos Aires pero sin perder totalmente susvínculos con el Alto Perú y chile, e incluso recuperándolos plenamente en momentoscríticos de bloqueo mercantiles en el Río de la Plata.

Mientras tanto, las economías de las provincias del Noroeste y Cuyo reestructura-ron sus vínculos mercantiles con los mercados bolivianos-chilenos, manteniendo uncontacto más débil con el mercado atlántico. Estas provincias no alteraron demasiadolos perfiles productivos heredados de la época colonial; se mantuvieron como provee-dores de ganado en pues, textiles, aguardiente, vino y frutas secas en los mercadoslocales y regionales. Esto fue posible gracias a una compleja y extensa red de circuitosmercantiles que unían una significativa cantidad de provincias del Interior. Al tiempoque exportaban sus bienes se surtían de los productos ultramarinos a través de lospuertos de Arica, Cobija, Valparaíso y Buenos Aires. A partir de 1840, con el resurgi-miento de la minería boliviana este circuito recuperó su inserción en los mercadosmineros altoperuanos.

La tensión entre las diferentes orientaciones de las economías y los circuitos mer-cantiles se mantuvo durante las primeras seis décadas poscoloniales; sin embargo, lapotencialidad de ambas estrategias no eran equiparables: mientras los mercados re-gionales eran modestos e inestables, el mercado atlántico mostraba una vitalidad cre-ciente. La situación comenzaría a cambiar drásticamente, adquiriendo una nueva fiso-nomía hacia 1870-80, cuando se integraban las economías provinciales y se consoli-daba la construcción del Estado nacional argentino.

Las finanzas públicas

La caída del orden colonial despojó al Río de la Plata de los recursos fiscales queofrecía la minería altoperuana. A partir de la Revolución se abrió una cuestión crucial:sentar las bases sobre las cuales posteriormente se reestructurarían las finanzas.

Las cuentas públicas de la azarosa década de guerras independentistas entre 1810-20 muestran que la separación del Alto Perú produjo la pérdida completa de los ingre-sos provenientes de Potosí, mientras la dinámica revolucionaria originaba gastos cre-cientes. En ese contexto la aduana se fue transformando en el principal proveedor derecursos con un 46,4 por ciento de los ingresos entre 1811-15, pero sin lograr compen-sar los ingresos que anteriormente se recibían desde Potosí. Por ello, durante estaetapa inicial se recurrió muy frecuentemente a tomar recursos de las contribuciones

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forzosas y los préstamos que "solicitaba" la caja fiscal de Buenos Aires a los capitalis-tas para cubrir el déficit permanente.

Recién a partir de la década de 1820, cuando terminaron las luchas por la indepen-dencia, la política fiscal tomó un rumbo más firma, por lo que fue posible que losnuevos Estados provinciales pusieran en vigencia política más estables con la promul-gación de nuevas leyes de aduana, de recaudación impositiva y de emisión monetaria.

La nueva matriz impositiva que pondrían en funcionamiento las provincias fue muysimilar. Las finanzas públicas casi no gravaron la propiedad ni los ingresos, es decir,nunca hubo grandes impuesto directos. En cambio, se acentuó la tendencia iniciadacon la Revolución de sustentar los ingresos de erario en los recursos que proporciona-ba el comercio. A partir de esta característica se estableció una relación muy directaentre el volumen de la actividad mercantil y el de ingreso público. De modo que laevolución de las actividades mercantiles fueron un factor determinante en la recauda-ción fiscal que cada Estado dispondría. En ese contexto, el Estado bonaerense contócon una gran ventaja derivada de la intensa actividad mercantil de su puerto, por elloesta provincia gozó de una situación de privilegio frente a las restantes.

En cuanto al gasto público, el grueso estuvo concentrado en el aparato militar y laestructura administrativa de los Estados provinciales, que entre 1820-30 en plena eta-pa de gestación y de enfrentamiento tuvieron que aplicar gran parte de sus recursos enafirmar y defender su soberanía y dominio territorial.

Pero más allá de la riqueza de las actividades comerciales y la eficiencia de lasdiferentes administraciones provinciales, los ingresos genuinos rara vez resultaronsuficientes para cubrir totalmente los gastos. Estos jóvenes Estados tenían por delante

Porcentaje sabre el ingreso provincial del rubro impuesto alcomercio en las finanzas públicas de Buenos Aires,

Corrientes, Córdoba y Santa Fe.

PROVINCIA 1830 1833 1836

Corrientes 64% 63% 64%Santa Fe 40% 18% 23%Córdoba 73% 93% 92%

1830-34 1835-36

Buenos Aires 75% 84%

Extraído de: Chiaramonte, José, "Fiananzas públicas...", po. cit.Romano, Silvia, "Finanzas públicas de la provincia de Córdoba" en Boletín del

Instituto de Historia Argentina y Americana "Dr. E. Ravignani", N° 6. Fac. Filosofíay Letras, UBA. Buenas Aires, 1992, págs. 99-148.

Halperin Donghi, T., "Guerra y finanzas...", op. cit.

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Las épocas de mayor inestabilidad política, de luchas interprovinciales o de campa-ñas militares emprendidas por el Estado provincial para ampliar el control sobre lastierras de la frontera fueron algunos de los momentos en que los gastos crecieron. Porello, gran parte de la deuda estatal provino de algunas de esas fuentes "extraordina-rias" de inversión pública tan frecuentes durante este período. Pese a estas caracterís-ticas generales en los ingresos y gastos de los Estados provinciales, también hubonotables diferencias en las modalidades y estrategias fiscales. En este sentido, loscasos más interesantes fueron: el correntino, que basó su política fiscal en la crecienterecaudación de recursos genuinos a través de un sistema "mercantilista" proteccionis-ta que intentó eliminar el déficit comercial mediante el estricto control del gasto públicoy, casi en el extremo opuesto, el de Buenos Aires, que lideró una política comerciallibrecambista, disponiendo de suculentos recursos fiscales procedentes de su activi-dad comercial ultramarina; a lo que se sumó el uso frecuente de la emisión de papelmoneda para financiar el gasto público.

En Buenos Aires, el Estado miraba hacia el puerto y la campaña. El puerto le brinda-ba los impuestos cobrados fundamentalmente a las importaciones que, como se vio,se vendían en un amplio espacio mercantil. Mientras que la campaña rural lo proveíade bienes para la exportación, que sostenían en forma creciente el intercambio conultramar. Desde el comienzo de la década de 1820 el Estado provincial inició un ciclode reformas con las que se terminaron de configurar las nuevas finanzas de la eraindependiente.19

Dentro del modelo financiero quedó muy marcado el peso abrumador que tenía elingreso aduanero. A comienzo de los 20 este rubro cubría el 85,99 por ciento de losingresos. De allí en más fluctuaría durante las tres décadas siguientes, aportandohabitualmente entre el 70 y 80 por ciento de lo recaudado. Cayendo en los magros añosde bloqueo comerciales a un 50 por ciento de los ingresos.

Durante el prolongado liderazgo de Juan Manuel de Rosas no habría grandes cam-bios en la política financiera. La reformas aduaneras de 1836 fueron muy limitadas, yno alteraron nada fundamental dentro del perfil librecambista de la provincia.

Desde la década de 1830 el gobernador porteño intentó limitar los gastos a lo indis-pensable. No obstante hubo varios momentos de sobresaltos financieros. Éstos estu-vieron relacionados a los bloqueos comerciales que sufrió el puerto de Buenos Aires.En esas circunstancias el gobierno recurrió a la emisión, que fue significativa sobre

19.Véanse las reformas rivadavianas y la política fiscal-monetaria del Estado de Buenos Aires en elcapítulo VII, "Economía y sociedad..."

múltiples tareas: como mínimo debían asegurarse el control y dominio de su territoriopara lo cual debían mantener una adecuada estructura administrativa y militar. Ade-más, en la mayoría de las provincias el gobierno tenía que invertir recursos para forta-lecer la economía rural expandiendo el control estatal sobre nuevos territorios fronteri-zos; y garantizar la seguridad de los habitantes de la frontera de los ataques ya degrupos indígenas ya de bandoleros.

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todo entre los años 1838-40. Este recurso fue un instrumento financiero habitual, alpunto que la expansión del papel moneda circulante pasó de unos 12 millones de pesosplata en 1836 a unos 80 millones en 1852. Paralelamente se depreció el papel monedainconvertible, lo que produjo efectos negativos en los sectores bonaerenses más mo-destos que lo usaban. Pero a pesar de los vaivenes monetario la provincia pudo pros-perar, probablemente porque esa masa de dinero tenía como correlato un sostenidocrecimiento de la economía provincial.

Entre 1821 y 1838 las finanzas correntinas muestran una progresiva eficacia, allograr aumentar el ingreso y manejar el gasto dentro de los límites impuestos por surecaudación fiscal. De esa manera lograron mantener las finanzas provinciales sindéficit durante un largo período. La política del gobierno fue recurrir a los impuestosindirectos como medio de evitar al sector propietario la carga de mantener al Estado.Tampoco se apeló de manera sistemática al endeudamiento y sólo en dos oportunida-des, en 1828 y 1834, se pidió un empréstito público de emergencia. También el Estadoindemnizó a los hacendados por el ganado que suministraron a las tropas provinciales.

De esta manera los correntinos organizaron sus finanzas públicas evitando exaccio-nes a los sectores propietarios, lo que garantizó a los gobiernos provinciales el apoyode la elite provincial y resultó un factor esencial en la conservación de la estabilidadinstitucional.

El espíritu que sostenía la política comercial correntina consistía en conciliar losintereses fiscales con la tradición proteccionista, con una intención de privilegiar suproducción de tabaco, cigarros, textiles, aguardiente, azúcar y dulces. Más aún desde1830-31, en que el gobierno puso en vigencia medidas más severas de protección. Seelevaron los gravámenes generales a las importaciones al 12 por ciento para mercan-cías de ultramar y de un 8 por ciento para las de otras provincias, y se prohibió laintroducción de ciertos productos que se elaboraban a nivel local como el aguardiente,el azúcar, los licores, la ropa, los calzados y otros efectos. A todo ello se agrego en1833 la prohibición del ingreso de yerba brasileña. De ese modo los gobiernos correnti-nos mantuvieron hasta 1841 una política arancelaria muy activa de protección de susindustrias locales y de limitaciones a las importaciones en pos de mantener una balan-za comercial favorable.

En correlación con las medidas de protección mercantil, los gobiernos de la provin-cia de Corrientes alcanzaron a sostener entre 1827-36 los gastos ordinarios y extraor-

La satisfacción por estos resultados, totalmente diferentesde los de sus provincias vecinas, se reflejaba en el discurso del

Gobierno Atienza a la legislatura provincial de 1836.

"...no sólo las rentas públicas han bastado a cubrir los gastos delservicio ordinario y extraordinario de toda la provincia, sino que tambiénse han pagado los cuarenta mil pesos del empréstito mencionado y

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dinarios efectuados por el Estado. Incluso habían hecho préstamos a las provincias deEntre Ríos y Santa Fe.

otras deudas considerables, resultantes de auxilio de ganado y otroscompromisos contraídos, así para la ejecución de obras públicas, comopara otros objetivos de no menos importancia.

Informe del gobernador de Corrientes Rafael Atienza, tomado de Chiaramonte, J.C., Mercaderes del litoral, FCE, 1991. pág. 151.

Por todo ello el cuadro de las finanzas correntinas difiere del de los otros Estadosprovinciales, ya que usaron recursos genuinos y no se endeudaron internamente niexternamente. El éxito en la recaudación del erario público se refleja en una sencillacomparación de los ingresos: durante el período 1822-30 se recaudaron 77.000 pesosfuertes, mientras que entre 1831-38 lograron llegar a 126.000. Buena parte de esasuma proviene de los aranceles cobrados al ingreso de mercancías, que significaron el66,5 por ciento de todo el ingreso de 1831-38. En cuanto al gasto, mantuvieron unasólida disciplina de inversión volcando el 85 por ciento de los ingresos en los ramos de"guerra" y "extraordinarios". Los recursos destinados a "guerra" cubrían los sueldos delas tropas militares y de la milicia, los "extraordinarios" se utilizaron para equipamientomilitar, necesario por los continuos enfrentamientos de los correntinos con los porte-ños, paraguayos y brasileños.

Pese a los logros financieros correntinos, los límites del sistema proteccionista eranbastante estrechos. Las exportaciones debían expandirse constantemente para evitarcaer en déficit de la balanza comercial. Pero el fracaso de las exportaciones de tabaco,la yerba y los textiles correntinos en los mercados provinciales, junto a las limitacionesde su ganadería no permitieron el crecimiento sostenido del comercio exterior provin-cial. Esto fue un serio freno para que los negocios privados y públicos tuvieran éxito alargo plazo.

A ello se sumó el enorme esfuerzo de equipar dos grandes ejércitos que fueronderrotados militarmente por el sistema político rosista en los enfrentamientos de PagoLargo en 1839 y Vences en 1846. Estos esfuerzos terminaron malgastando la inversiónpública y produjeron el endeudamiento del Estado provincial. Así, a partir de la décadade 1840 los correntinos también vivirán un sostenido proceso inflacionario y de déficitfiscal, dejando atrás la experiencia proteccionista.

Las provincias de Buenos Aires y Corrientes, con sus dispares estrategias, lograroncierto éxito en la recaudación fiscal, alternando épocas de relativa prosperidad finan-ciera con otras de endeudamiento o de financiamiento inflacionario. En cambio, lasfinanzas de Entre Ríos, Córdoba, Santa Fe y Jujuy reflejan realidades más pobres.Algunas de estas provincias tenían una tendencia a acumular déficit, mientras queotras acusan debilidades crónicas, por lo cual se vieron obligadas a recurrir permanen-temente al endeudamiento.

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Las finanzas de Entre Río soportaron desde su gestación un progresivo deterioro,que se extendió hasta mediados de la década de 1830. El desorden financiero coincidecon la inestable situación política que vivió la provincia, los permanentes conflictosmilitares consumieron rápidamente los muy limitados fondos públicos, al tiempo que lafalta de consenso político debilitó la capacidad recaudadora del Estado. Esta situaciónrecién comienza a revertirse en la década de 1840 cuando se estabiliza la situaciónpolítica en la provincia y se inicia un significativo progreso económico de la zonaoriental entrerriana.

Desde el inicio la provincia debió paliar su crónico déficit recurriendo al endeuda-miento. En 1821 el crédito representaba el 31 por ciento de los ingresos, en 1824alcanzó el 43 por ciento. Luego fue disminuyendo, pero sin poder saldar sustancialmen-te la deuda, que persistió casi intacta hasta la década de 1840.

En los primeros años de la década de 1820, el Estado entrerriano se caracterizó porrecurrir al crédito externo, sobre todo a los préstamos del Estado porteño y en menormedida a sus otras vecinas, Corrientes y Santa Fe. Entre 1821 a 1828 los créditosllegaron a equivaler a la mitad de los ingresos provinciales. Pero luego de 1830 elendeudamiento comenzó a ser interno, y se componía de dos tipos de ingresos: los"préstamos y los suplementos", que eran aportados por el grupo mercantil de la provin-cia y por los sueldos impagos a los empleados públicos.

En el caso de los "suplementos", se trataba de mercancías que entregaban loscomerciantes a los establecimientos públicos. Entre ellos los más importantes fueronel abasto de víveres y ropa al ejército o a los establecimiento ganaderos de propiedaddel Estado. En cuanto a los "prestamos", eran solicitados por el gobernador al Tribunalde Comercio, y debían ser recolectados entre los principales comerciantes que opera-ban en la provincia. Tenían carácter de empréstito forzoso, y en general eran a cortoplazo, de 6 a 12 meses, con un interés del 1 por ciento mensual. Por su parte lossueldos adeudados afectaron principalmente a los empleados civiles y militares, y sumonto llegó a representar entre un 40 y un 60 por ciento de la deuda interna.

La política de finanzas cordobesa también evitó afectar las fortunas particulares: nosólo cobraba impuestos directos a los capitales, sino que hizo recaer las cargas fisca-les sobre toda la población. Por ello los recursos genuinos del Estado provinieronbásicamente de los impuestos al comercio, tanto de importación como de exportación,y sólo excepcionalmente se aplicó la "contribución directa" a los patrimonios.

Dentro de los impuestos al comercio estaban los de carácter tributario, como losderechos cobrados al ingreso de las mercancías importadas, que aportaban el gruesode la recaudación. Éstos se complementaban con los no tributarios que provenían delas exportaciones y los pasaportes y guías. En cuanto al resto del ingreso, provenía deempréstitos y auxilios, que representaban un promedio del 19 por ciento del ingresoprovincial, aunque su importancia creció en ciertas coyunturas de inestabilidad políticacomo en 1831, cuando llegó al 51 por ciento, o en 1840 cuando trepó al 31 por ciento.Pero en términos generales crecieron más los ingresos genuinos que los producidospor endeudamiento. No obstante esta leve tendencia al crecimiento de los ingresos

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genuinos del erario cordobés, los fondos no fueron suficientes para solventar los gas-tos del Estado, sobre todo los que provenían del abasto militar. Por esta situación, losgobiernos tomaron crédito público de manera sistemática.

Las finanzas santafesinas muestran a primera vista que sus cuentas públicas tuvie-ron en general un saldo positivo. Pero detrás de este fenómeno de superávit se escon-de una política de permanente endeudamiento. Soportaba la penuria de una economíaestancada y de una débil organización estatal, al punto que por momentos se confun-den los intereses públicos y privados en el manejo de los fondos financieros de laprovincia.

Los ingresos fiscales santafesinos se componían e los gravámenes al comercio ydel crédito obtenido de los principales mercaderes de la provincia y sobre todo de los"auxilias" provenientes de Buenos Aires. Los ingresos genuinos provenían de la recau-dación de impuestos al comercio, sobre todo aportados por la ciudad de Santa Fe, enderecho de aduana, tiendas y pulperías, papel sello y venta de cueros. También secobraba un impuesto directo, el diezmo sobre la producción ganadera y agrícola de laprovincia. Todos estos rubros proveen entre el 30 y 50 por ciento de los ingresos,mientras que el resto era completado a través del endeudamiento estatal. Los présta-mos tomados tuvieron una progresión creciente: a principios de la década de 1820representaban el 10 por ciento del ingreso, pero a fines de los 30 habían llegado arepresentar un 50 por ciento de los ingresos.

El gasto público santafesino estuvo concentrado en el ramo militar, que tiene unatendencia creciente muy similar al ritmo del endeudamiento provincial. El gasto militarconsumía el 43 por ciento de los ingresos, pero una década después oscilaba entre el50 y el 75 por ciento. De manera que parece claro que los recursos públicos genuinosrecaudados por el erario santafesino fueron muy limitados y tenían por lo tanto unaclara dependencia de las partidas de dinero en "asignaciones" y "auxilios" del gobiernode Buenos Aires. Así, el fuerte liderazgo que ejerció Estanislao López en la vida políti-ca de la provincia tenía una extrema debilidad financiera, que era cubierta por lospréstamos porteños, clara que muy probablemente a cambio de limitar la autonomía delas decisiones políticas de los dirigentes santafesinos.

Por otra parte, el caso de Jujuy, que fue uno de los últimos Estado provinciales enconstituir su autonomía política al separarse en 1835 de la jurisdicción salteña, obtienesu financiamiento de dos fuentes principales, los impuestos y el endeudamiento públi-co,

Las cargas impositivas principales eran sobre el tránsito o extracción de mercan-cías, ganados y personas; éstos suministraron al Estado los principales ingresos. Gra-baban la introducción, tránsito o extracción de muchos artículos como el jabón, cueros,aguardiente, coca, suelas, vino, yerba y el ganado vacuno, mular y caballar. Sin duda,el más importante ingreso fiscal provino de la exportación de ganado. Mientras undiezmo grababa la producción y era rematado por el Estado cada dos años al mejorpostor.

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También los jujeños usaron la otra vertiente habitual de ingreso público, el endeuda-miento. Esta práctica se debió a los continuos déficit fiscal de la provincia, agravadospor los gastos que producían los conflictos militares. Por ello se cubrió el déficit recu-rriendo al financiamiento interno y externo a través de empréstitos.

En suma, la organización de las finanzas provinciales luego de 1820, salvo el casode Buenos Aires -cuyo ingreso eran muy elevados con relación al resto-, dejó a losgobiernos provinciales en una situación muy precaria. Los fondos que las provinciaspodían recaudas de su comercio resultaban exiguos para las enormes tareas que de-bían enfrentar. A ello se sumó el creciente gasto "político" que generaron los perma-nentes enfrentamientos bélicos de este período. Por todo ello, los fondos del erariopúblico fueron severamente afectado por el magro resultado de la actividad comercial,o por otros motivos como los bloqueos comerciales, las expediciones militares a lafrontera, las luchas entre facciones políticas provinciales, los enfrentamientos inter-provinciales. La falta de recursos públicos fue una constante en esta etapa.

Es ese contexto hubo diferentes estrategias y resultados. Los porteños sustentansus gastos en el potencial de sus ingresos aduaneros, combinado con emisiones depapel moneda y de endeudamiento público. Mientras los correntinos apostaron a unférreo control de la balanza comercial y de la recaudación impositiva, sin recurrir alendeudamiento, lo que les permitió hasta la década de 1840 mantener una progresivaeficacia fiscal. Por su parte, los cordobeses, entrerrianos, santafesinos y jujeños esca-sos de fondos soportaron déficit fiscal y endeudamiento en forma casi permanente.Entre Ríos y Córdoba lograron desde 1830 una mejoría al disminuir su tendencia alendeudamiento. Mientras los santafesinos sustentaron su ingreso en base a permanen-tes recursos extraordinarios de los "auxilios" y "remesas" porteñas.

Esta situación dejó a los Estados provinciales una realidad muy delicada de inesta-bilidad material para enfrentar las tareas básicas, como asegurar la soberanía provin-cial, mantener el orden jurídico y político interno y mantener una estructura administra-tiva eficiente para recaudar los impuestos. Algunos pocos Estados lograron cumplircon éxito sus funciones básicas, mientras que otros sólo pudieron cumplirlas parcial-mente sobreviviendo gracias al permanente auxilio de los préstamos internos y exter-nos. En este último caso, esa práctica muy probablemente condujo a un sistema clien-telístico, que tuvo como consecuencia reforzar la lealtad al sistema política hegemoni-zado por el rosismo.

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Actividad Nº 4

1. Explicar la tradición comercial y financiera rioplatense a que alude el autor.2. Explicar los espacios económicos bifrontes.3. ¿Cómo organizan las provincias las finanzas luego de 1820?

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4. Nueva Historia de la Nación Argentina

Las ideas económicas

José Carlos Chiaramonte

Los primeros años del proceso de la Independencia no muestran expresionesdoctrinarias de importancia en el terreno del pensamiento económico, en el sentido detextos que se hayan propuesto examinar o simplemente exponer opiniones teóricas. Encambio, los documentos oficiales y periodísticos relativos a iniciativas económicas ofinancieras suelen contener a veces pronunciamientos en materia de doctrina, los queaunque no vayan más allá del propósito de apoyar esas medidas y al mismo tiempo,posiblemente, de la intención de formar opinión entre el público, permiten alguna infe-rencia sobre el tipo de ideas económicas en circulación.

Llama la atención, en primer lugar, que pese a la prédica doctrinaria de los periódi-cos de Vieytes y de Belgrano -en los que siguiendo a los neomercantilistas italianos o alos fisiócratas franceses, se proclamaba a la agricultura como fuente de la riqueza delas sociedades-, varios de los considerandos de las primeras mediadas de gobiernodesde 1810 hasta 1813 declaren al comercio como verdadero creador de la riqueza. Esprobable que esto tradujera la motivación circunstancial que guiaba en la práctica aquienes afrontaban la obra de gobierno: “Entre los medios de fomentar estas provincias– sostenía un documento de la Primera Junta- se han preferido los que tienen unaparticular tendencia a facilitar el comercio, raíz única de la población y riqueza de losEstados”. No es así casual el orden de conceptos en otro documento de la Junta quealudía al objetivo del “fomento del comercio y de la agricultura”. Y todavía en 1815, ElCensor, órgano del Cabildo, anteponía la predilección por “nuestros beneméritos co-merciantes” a los reclamos de protección a labradores y artesanos, y declaraba alcomercio “base de la prosperidad de las naciones”.

Asimismo, uno de los asuntos de mayor significación que en el plano de los princi-pios económicos debatió la Asamblea del año XIII, el proyecto de suprimir la obligaciónpara los comerciantes extranjeros, establecida en 1809, de utilizar colegas americanospara las operaciones del comercio exterior, fue fundamentado por el documento finaldel debate con una invocación al “comercio, única fuente principal y de donde derivannuestros recursos”.

Pero si en algunos documentos oficiales parece haberse olvidado la prédica de lospromotores de la agricultura, en cambio, los informes de un funcionario público, eloficial de milicias Pedro Andrés García, abundan en argumentos similares a los que seencuentran en los escritos de Félix de Azara y en los periódicos de Vieytes y Belgrano.Una de las diversas misiones de García había sido dispuesta por un decreto del Triun-virato, de septiembre de 1812, destinado al levantamiento de un plano topográfico delterritorio bonaerense, en cuyos considerandos el problema rural aparecía como cues-tión de justicia social y de interés fiscal, no como asunto de política económicas. Estaperspectiva se encuentra también en los escritos de García, pero unida a la tesis de laagricultura como base de la riqueza de la sociedad. Una mirada a las campañas que

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rolean a Buenos Aires, alegaba García, revelará que la riqueza que produjo el comerciono se apoya en el desarrollo de la agricultura y de la industria. Por consiguiente, “sugrandeza y esplendor son efímeros, porque no estriban en la tierra, la única capaz deconsolidar la felicidad de un estado”. El desarrollo de la agricultura permitiría el aumen-to de población, base de la riqueza del Estado y, asimismo, cuestión particularmenteimportante para Buenos Aires, fundamento de la seguridad de las fronteras. Sus reco-mendaciones, insistentemente reiteradas en sus diversos escritos, consistían funda-mentalmente en la organización de una adecuada mensura de las tierras, la división yreparto de las mismas entre los pobladores que quisieran trabajarlas, la formación depequeñas poblaciones y la seguridad de las fronteras. La adecuada distribución de lapropiedad de la tierra impediría el “despotismo” de los grandes propietarios así comoaseguraría la prosperidad de la sociedad y del Estado. Por lo tanto, en este punto,proponía dos grandes objetivos: “introducción de la moderna agricultura” y “atracciónde colonos de todo el mundo”. E insistía en que los metales preciosos por sí mismos noaseguran la riqueza de un Estado, meta que sólo se alcanzaría mediante el desarrollode la agricultura, junto al de la industria que transforme sus productos.

En cuanto a los documentos oficiales, otra inferencia que ellos permiten es la delpredominio de una tendencia a la liberalización del comercio, sin perjuicio de medidasen sentido contrario que podían estar condicionadas por las necesidades fiscales,como el 25% general de los aranceles para las importaciones (que sin ser en maneraalguna prohibitivo implicaba un cierto efecto proteccionista), o el arancel mayor paraalgunos productos con explícita intención protectora. Justamente, en los consideran-dos de uno de los documentos más significativos del período, el proyecto de impuestosaduaneros que el Segundo Triunvirato eleva a la Asamblea del año XIII, se formula conla claridad de disyuntiva que tiene ante sí el gobierno, cuyos extremos considera igual-mente nocivos: uno, los aranceles altos para satisfacer necesidades fiscales, otro, susupresión o fuerte reducción para satisfacer los intereses de los comerciantes. Gravarlas operaciones del comercio “y dejar expedito su movimiento para que no se resientadel peso que se le sobrepone, es la delicada operación encomendada a la política delgobierno”. La postura que el documento parece querer transmitir es la de un liberalismosolamente moderado por las necesidades del erario. Sin embargo, ello no impedía queel arancel general del 25% fuera aumentado al 35% para artículos que requerían pro-tección: “En el recargo de los caldos, aceite, ropas, calzados, sombreros, muebles ygasas, se ha tenido consideración al fomento de la industria y agricultura del país”.

En esta oscilación, se percibe la misma disyuntiva que pesará continuamente sobrelas decisiones de política económica y que, más aún, habían sido examinadas explíci-tamente al comparar las posturas dispares de dos autoridades de tanto peso en losaños finales del período colonial como la del autor de las influyentes Lecciones deComercio, Antonio Genovesi y la de Gaetano Filangieri, una de las autoridades máselogiadas por Mariano Moreno. En las notas que Victorián de Villava agregó a su tra-ducción de la citada obra de Genovesi, llamaba la atención respecto de la diferenteopinión de Filangieri sobre los impuestos a los víveres de mayor consumo y sobre elproteccionismo aduanero en general, a los que el autor de la Ciencia de la Legisla-ción… criticaba con acidez. Y tomaba partido, si bien con mesura, por el liberalismo deFilangieri, del cual incluía una larga cita que no debe haber pasado desapercibida a

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Moreno. En ella, Filangieri criticaba a los partidarios de los aranceles protectores, aquienes calificaba de “ineptos y miserables políticos” por creer que el aumento deprecios de los productos del exterior era el único recurso para elevar la industria nacio-nal sobre la extranjera y de impedir que saliese el dinero afuera, creyendo evitar así elperjuicio que para el Estado provendría del consumo de productos del exterior. Falsailusiones, argüía, que eran el fruto de ignorar “que el Comercio no da, sino a proporciónde lo que recibe”. Y por último, que si una nación pudiese llegar a ser autosuficiente y avender al exterior todo su excedente, vería al poco tiempo arruinarse su comercio y manu-facturas por el exceso de circulante, el que encareciendo sus producciones, les impediríacompetir con las de otras naciones, y llevaría al país a consumir productos extranjeros, porsus precios más bajos que los de los productos propios, “por cuyo motivo vuelve a empo-brecerse la Nación por los mismos medios que había pretendido su opulencia”.

Aunque la lectura de Filangieri, de Smith y de otros defensores del liberalismo eco-nómico parecía ganar terreno en la política porteña, la postura opuesta no dejará deaparecer constantemente en los reclamos de diversos sectores que resentían los efec-tos del librecambio: agricultores y artesanos, junto a comerciantes que seguramenteeran mucho más que tales, dada la general difusión en esos tiempos de las prácticasde las “habilitaciones” mercantiles a la producción rural o industrial. Recorriendo losdocumentos de reclamos, peticiones, iniciativas gubernamentales o periodísticas ydebates en congresos, se puede observar que ya están delineadas las mismas tenden-cias opuestas que seguirán enfrentándose a lo largo de toda la centuria, y en buenamedida hasta los mismos argumentos que una y otra usarán en su recurrente enfrenta-miento. Uno de los textos de mayor expresividad de la tendencia proteccionista es elque uno de los Anchorena, Juan José Cristóbal, presentó en 1814 en una de las reunio-nes del consulado. En él se encuentra una acerba crítica de los efectos del librecambiosobre la producción local y de los perjuicios que el comercio inglés acarrea al comerciolocal y hasta una demanda de volver a la consignación forzosa en comerciantes loca-les para las operaciones del tráfico exterior.

Pero el panorama que ofrece en este punto la política económica del período es pocopropicio para lograr conclusiones definitivas sobre el grado de adhesión a las ideas econó-micas circulantes. Lo que se ve es la conjunción de gobiernos que declaran su adhesión alliberalismo económico, sectores que protestan contra él, y el paradójico resultado de políti-cas económicas que no conforman ni a los principios liberales ni a sus críticos, en funciónde buscar soluciones al creciente costo de la guerra de la Independencia.

La modificación de perspectivas respecto de la riqueza pública se advierte ya alpromediar la primera década de vida independiente. En 1817, el mismo periódico cita-do, El Censor, admite que agricultura, comercio y manufacturas son las tres grandesfuentes de la riqueza pública, y que la agricultura es la mayor de las tres, mientras que,por otra parte, reclama manufacturar localmente las materias primas producidas en elpaís de manera de conjugar el aumento de la población y de la producción agrícola, queconstata con satisfacción, con las ventajas del fomento a la industria local. Y al comien-zo de la segunda década independiente, la perspectiva teórica, al menos en el nuevoEstado de Buenos Aires, continúa en la misma orientación. Agricultura, industria ycomercio son invocados por la Gazeta, en agosto de 1821, como factores independien-

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tes de la prosperidad de un país. Más aún, citando expresamente a Raynal, la Gazeta,en noviembre del mismo año, reflejaba el criterio predominante desde los fisiócratas yneomercantilistas del siglo XVIII, criticando el error de considerar a los metales precio-sos como la verdadera riqueza de un pueblo y encareciendo el fomento de la agricultu-ra, de la industria y el comercio. Asimismo, el Argos, en mayo de 1823, exhortaba aBuenos Aires a no ser inconsecuente con el mucho dominio de la ciencia económicaque había mostrado y a no olvidar, para no agotar el manantial de la riqueza del Río dela Plata, que la verdadera riqueza de un país consiste en su producciones y no en elmetálico que circula.

Una de las figuras más influyentes en la política económica de estos años, Manuel J.García, hijo del ya citado Pedro Andrés, sería también un firme partidario de los postu-lados de la escuela clásica de economía, a los que trató de ceñir su actuación pública.Smith, Ricardo, James Mill, Say, fueron autoridades invocadas en su correspondenciay adoptadas para delinear sus iniciativas económica y financieras, tanto durante losgobiernos posteriores a 1820, como durante los de Rosas.

Asimismo, la enseñanza de la economía política en la recién creada Universidad deBuenos Aires muestra con toda claridad la tendencia predominante en el pensamientoeconómico del período, en consonancia con la orientación de la política económicaoficial. Las ideas económicas del período se adscriben a las doctrinas de Adam Smith,de David Ricardo y de James Mill, epígono de aquéllos, una de cuyas obras fue hechatraducir por Rivadavia para su uso en la Universidad. En la traslación de esas doctri-nas, observaba Sergio Bagú, las reservas que, respecto del optimismo de Smith sobreel funcionamiento del mercado, habían efectuado Ricardo y Mill, no fueron percibidasen Buenos Aires. Por ejemplo, la previsión de que el crecimiento de la masa de capitalsería superado por el de la población –problema que posiblemente no preocuparía enuna región como la de Buenos Aires, de tan escasa densidad demográfica-. Aunque noes de desestimar el entusiasmo por Jeremías Bentham, cuya pasión reformadora tantoinfluyó en Rivadavia, que sin elaborar una nueva teoría del Estado tendía de hecho anegar la concepción liberal del Estado gendarme por su reclamo de reglamentación delas actividades económicas y sociales.

Todas estas orientaciones, si bien no dieron lugar a trabajos de índole teórica,insuflaron el intenso debate de esos años sobre la política impositiva, especialmenteen torno al proyecto de contribución directa, y a otras facetas de la política económicaoficial. La orientación hacia el liberalismo económico fue apoyada desde la prensa,sobre todo por el oficialista Argos, cuya prédica por el desarrollo de las produccionesagrícolas e industriales como fundamento de la actividad comercial iba acompañada deun firme rechazo de las reglamentaciones económicas, de las medidas proteccionistasy de la concesión de privilegios.

En definitiva, es notorio que la tónica dominante en el plano del pensamiento econó-mico seguía siendo el conflicto entre liberalismo y proteccionismo, conflicto que alcan-zó su mayor intensidad en los enfrentamientos de los Estados del Litoral fluvial con elde Buenos Aires, en 1830, durante las tramitaciones de la Liga del Litoral y, posterior-mente, respecto de las previsiones del Pacto Federal de 1831.

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El fundamento teórico del conflicto Litoral -Buenos Aires: Liberalismo, proteccionismo,

nacionalismo económico

La controversia entre las provincias del Litoral fluvial, Santa Fe, Corrientes y EntreRíos, por una parte, y la de Buenos Aires, por otra, tenía ya años de gestación cuandola resistencia creciente a la política del Directorio estalló en la crisis de 1820. Recom-puestas parcialmente las relaciones sobre la supuesta base de la igualdad entre todoslos poderes soberanos del Río de la Plata, según los principios del derecho de gentes,el conflicto se renovó por efecto de las posturas discordantes ante problemas económi-cos de vital importancia para todas las partes. Entre esos problemas, sobresalían el dela libre navegación de los ríos, la regulación del comercio exterior y la pertenencia delas rentas de la Aduana de Buenos Aires. Mientras tanto, el debate sobre el ejercicio dela soberanía –esto es, respecto de la subsistencia o cese de la calidad estatal sobera-na de las provincias- complicaba de más en más la posibilidad de organizar constitu-cionalmente una nueva nación.

La tensión creada por la discrepancias en materia de política económica llevó a unanueva crisis en los años 1830 y subsiguientes, y el conflicto que originó volvería acobrar la forma de una polémica pública entre librecambio y proteccionismo, protagoni-zada por los representantes de Buenos Aires y de Corrientes durante la gestión de laLiga del Litoral. El blanco de las críticas de muchos sectores del Litoral e Interior era lapolítica librecambista que Buenos Aires imponía al resto del territorio rioplatense por elcontrol de hechos que ejercía sobre la navegación de la cuenca del Plata y sobre elcomercio ultramarino. Y esa política tenía una encarnación reciente y una base sólidaen el Tratado de Amistad, Comercio y Navegación con Gran Bretaña, suscripto enfebrero de 1825.

Las tesis correntinas, que Pedro Ferré expuso en el seno de las negociaciones conlas otras provincias del Litoral, renovaban los clásicos argumentos neomercantilistas.Un neomercantilismo que el letrado de más relieve de Corrientes, Simón García deCossio –verdadero autor de los escritos que firmaba Ferré-, había tenido oportunidadde conocer durante sus estudios en la Universidad de Charcas, en la que enseñabaVillava, el traductor de Genovesi. Pero en las condiciones en que se encontraba suprovincia, Ferré acentuaba lo más estrictamente mercantilista, porque su demanda eralisa y llanamente la de prohibir la importación de las mercancías que competían con lasindustrias del país, fomentar el desarrollo de estas producciones y desalojar a losbritánicos de las posiciones que habían ganado en el comercio rioplatense. A ellasañadía uno de los reclamos más irritantes para Buenos Aires: la “nacionalización” delas rentas de su Aduana.

El núcleo de la argumentación correntina era que la independencia y prosperidad deuna nación se basaba en el desarrollo de una industria nacional que complementase laproducción agropecuaria y que, para resistir la competencia de las principales nacio-nes industriales, debía ser necesariamente protegida por los gobiernos. La sociedades

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deben aspirar a su mayor desarrollo posible, alegaba Ferré, razón por la cual el país nodebía pretender ser un consumidor perpetuo de mercancías extranjeras, convirtiéndo-se así en una factoría de todas las naciones del mundo. El librecambio era una desven-tura porque los escasos productos industriales que se producen no resisten la compe-tencia con la industria del exterior, y al disminuir o desaparecer, se acrecienta el saldodesfavorable de la balanza comercial, se aniquilan los capitales invertidos en esasproducciones y sobreviene la miseria de la población. Los críticos del proteccionismoque alegan que el mismo comporta la instauración de un monopolio deben recordar queel librecambio genera otro monopolio más injusto y nocivo: el de las naciones industria-les que traban con su competencia el desarrollo de la industria nacional en los paísesmás débiles. El proteccionismo tiene el mérito de ampliar la ocupación, fomentar laproducción industrial, reducir el consumo de importaciones y salvar así la economía deunos pueblos e impulsar la prosperidad de la de otros.

A estos argumentos, la respuesta de Buenos Aires, por medio de un Memorandumde José María Roxas y Patrón, representante del gobierno de Rosas en esas negocia-ciones, se apoyaba en la teoría liberal clásica y en el argumento de su conformidad conlas condiciones particulares del río de la Plata, al menos de su Litoral fluvial y maríti-mo. En esta provincias, argüía el representante porteño, predominaba ampliamente laproducción ganadera. En Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos, y aún en parte deCorrientes, ella era la principal fuente de ocupación y de ingresos, dada la baratura delos campos y la posibilidad de utilizar la mano de obra más rudimentaria. La protecciónencarecería sus costos de producción, puesto que la mayor parte de los consumos delos trabajadores rurales provenían del exterior, por el menor precio de los mismos. Elproteccionismo sería un permanente motivo de quejas entre las distintas provincias, unobstáculo para la ganadería, “industria natural” de muchas de ellas, y resentiría elcomercio exterior, afectando los precios de cueros y otros productos exportados, ydisminuyendo así las rentas nacionales.

Si bien el debate entre Corrientes y Buenos Aires se inició en el seno de las reunio-nes preparativas de la Liga del Litoral y se prolongó luego durante cuatro años, susantecedentes remiten a algunos sucesos posteriores al año ’20, cuando la Santa Fe deEstanislao López encabezaba el desafío de las provincias del Litoral al liderazgo porte-ño -papel que iría declinando por su fragilidad económica y la consiguiente incapacidadde resistir a la presión de Bs. Aires, y en el que sería reemplazada por Corrientes-. Unode los motivos centrales del enfrentamiento era el reclamo de libre navegación de losríos. Un reclamo que aunque tradicionalmente ha sido tratado como asunto sólo riopla-tense, era en buena medida un eco local de las estipulaciones que el Congreso deViena había efectuado para asegurar la libertad del comercio en los ríos europeos,principalmente a partir de la regulación de la navegación del Rin y del Escalda, y que através del tiempo fueron ratificadas y ampliadas por los tratados internacionales queaseguraron la libertad del tráfico fluvial.

En la medida en que la cuestión de libertad de la navegación fluvial implicaba proble-mas de regulación de la soberanía, esto es, de conciliar los derechos soberanos de losEstados ribereños (entre otros, además del control de la navegación, la percepción deimpuestos), las provincias del Litoral habían reafirmado su pretensión de independen-

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cia soberana que les permitía situar esa cuestión en el plano de las negociacionesdiplomáticas y reclamar a Buenos Aires el acuerdo correspondiente, mientras BuenosAires terminaría por adoptar igual actitud, en un giro completo de su anterior posturacentralista, como un recurso par apoyar en esa calidad de Estado soberano el derechoa controlar la navegación de la cuenca del Plata.

Por eso, el tipo de ideas económicas debatidas y la adhesión a ellas serían ininteligi-bles en su real alcance si no se atendiese a las profundas divergencias respecto de larelación entre ejercicio de la soberanía y política económica que existían entre lasprovincias: “Es un principio proclamado desde el 25 de mayo de 1810 por todos loshabitantes de la República -escribía José María Roxas y Patrón en la prensa de buenosAires, en 1832-, que cada una de las provincias que la componen es libre, soberana eindependiente de las demás”, razón por la que Buenos Aires es dueña de disponer deforma exclusiva de su territorio, sus costas y sus ríos, así como de regular su comer-cio exterior y utilizar en su provecho las rentas que ese comercio le produzca. Ensíntesis, Buenos Aires era, “exclusivamente la verdadera dueña de todos los lucros”, ypor lo tanto, le pertenecía solamente a ella lo percibido por derechos de aduana, dadoque esas rentas integraban las ganancias obtenidas del comercio exterior.

Esta postura -reiterada en la Comisión Representativa de la Liga del Litoral, en 1832,por el representante de Buenos Aires, Olavarrieta, al subrayar que esa Comisión era unorganismo “meramente diplomático”- muestra un vuelo por demás significativo en laopinión, predominante al menos en el seno de la elite porteña, respecto de la organiza-ción política del Río de la Plata. De haber sido desde 1810 el soporte de la tendencia aorganizar un Estado unitario, luego del fracaso del congreso constituyente de 1824-27,había pasado a ser la principal sostenedora del carácter soberano independiente de lasprovincias, postura que mantendrá durante todos los gobiernos de Rosas y, posterior-mente, hasta 1860. En la medida en que la posible organización de un nuevo Estadoargentino hubiera significado el fin de las ventajas que Roxas y Patrón enumerabacomo exclusivas de Buenos Aires, su única defensa posible resultó la tenue uniónconfederal vigente hasta 1852, y, posteriormente, la secesión vigente hasta 1860.

Mientras tal vuelco se producía en Buenos Aires, un giro simétrico en direcciónopuesta era adoptado por su principal opositora, Corrientes, que por declaración de sugobernador sostendría en 1833 que, al contrario de lo que alegaba Pedro de Angelis, aldefender la política de Buenos Aires, “la soberanía de las provincias no es absoluta […]La Nación está formada, y ella ha sancionado por actos públicos y solemnes la base dela federación”. Y añadía Ferré que el poder de la Nación era “preponderante sobre cada unade las provincias federadas”, y también gravitaba, por lo tanto, sobre Buenos Aires, puesto“que la nación reunida puede tocar y disponer de las prerrogativas de una provincia”.

Es en tal perspectiva que el programa económico correntino trasciende los límiteshabituales de las demandas proteccionistas, para esbozar un nacionalismo económicopropuesto como aspecto inseparable de la organización política constitucional que Co-rrientes, inicialmente respaldaba en esto por Santa Fe y Entre Ríos, consideraba co-metido principal de la Comisión representativa de la Liga del Litoral. Se apoyaba en sutradicional reclamo de respetar “los principios de la verdadera economía pública”, que

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eviten “la concurrencia de los extranjeros” sin someterla a las restricciones legaleshabituales en el comercio internacional, propias “del derecho incuestionable de lasnaciones independientes”. Adoptando ya el gentilicio que antes eludía, el gobierno deCorrientes encabeza un documento dirigiéndolo a los “Argentinos”, y les pregunta: “¡Qué!¿Se ha derramado tanto sangre, y habéis arrastrado la amargura de todos los infortuniospara ser perpetuamente la común factoría del antiguo mundo?” [el destacado es deltexto]. A este reclamo, Ferré llegó a añadir una irónica agresión a Buenos Aires. “Nopuede ser que la benemérita Buenos Aires”, proclamaba, “hubiese derramado su san-gre y sacrificado su fortuna para convertirse perpetuamente en un país consumidor delos productos y manufacturas del mundo”, situación, añadía, que era “muy baja y nocorresponde a la grandeza a que la naturaleza la ha destinado”. Y sintetizaba su alegatocon un párrafo de acentuado dramatismo: “No puede ser que Argentino alguno oiga sinirritación, el proyecto de conspirar a que la nación, en la edad sucesiva de las genera-ciones, no sea más que una factoría, que perteneciendo a todas las naciones delmundo, sea para ella misma un estado nulo, sin vigor y sin gloria propia”; una nación,añadía, que poseyendo todo los factores en los que fundaron los países del viejo mun-do su prosperidad, “permanezca pobre y humillada, recibiendo de manos extrañas todocuanto pueda crear en su seno para facilitar con el tiempo las necesidades, la comodi-dad y los placeres de la vida”.

Yendo más allá del argumento, comenzado a esgrimir por Santa Fe años antes, deque las provincias eran estados independientes y soberanos, Corrientes afirmaba aho-ra que ellas habían superado tal calidad por la ya existencia de una Nación Argentina.De ahí deducía el carácter nacional de las rentas de la Aduana de Buenos Aires. Pero,asimismo, sostenía que la nacionalidad de esas rentas emanaba del hecho de que laNación Argentina las había heredado de la corona de Castilla. Por lo tanto, eranindivisibles, esto es, en cuanto rentas nacionales, no podían ser fraccionadas sin queresultase fraccionado el poder soberano de la Nación Argentina. De manera que, con-cluía, “O es falso que la Nación Argentina tenga aquel supremo poder, o es verdad quesus rentas son indivisibles, porque son nacionales”.

Las ideas económicas de la generación del '37

El ímpetu nacionalista del proteccionismo correntino no sería otra cosa que un mo-mento paroxístico en una larga historia de una tendencia político económica que llegahasta nuestros días. Un proteccionismo, por otra parte, que se profesaba de formaconciliable con el fundamento liberal del pensamiento político. Esa tendencia teníamodalidades e intensidades distintas en cada provincia, sin dejar de estar presente enla misma Buenos Aires, en la que, sin embargo, dadas sus características económi-cas, predominaba siempre la política librecambista.

Esteban Echeverría, por ejemplo, dedicó dos lecturas del Salón Literario al análisisde la economía local. Como se percibe en las páginas sobre la importancia de laagricultura, el ámbito real en el que piensa y el que invoca es el de la provincia, no el dela proyectada Nación Argentina. Echeverría criticaba las restricciones y privilegios, y

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encarecía la libertad industrial, pero reclamando, al mismo tiempo, “libertad, garantías,protección y fomento por parte de los gobiernos”. Proclamaba que “la industria es lafuente de la riqueza y del poder de las naciones”, y mostraba una toma de concienciarealista de las transformaciones económicas de su tiempo, pues distinguía las dimen-siones de la industria artesanal de “las grandes operaciones de la industria fabril, mer-cantil, agrícola”, que requieren “capital y brazos”. Con esta modalidad, en la que englo-bar en el calificativo de industria a las actividades rurales y comerciales traduce ahorala percepción del rasgo común a todas de organizarse como actividades capitalistas,juzga la situación rioplatense como primitiva y lamenta que, al carecerse de capital ymano de obra adecuados, fuera necesario mendigarlos del extranjero a cambio de lospocos productos de la industria local. Por eso mismo, añadía, se debía fomentar lasproducciones ya existentes y que habían tomado gran incremento, como “la industriaagrícola y el pastoreo”. Pero, advierte, eso debía hacerse acumulando capital para, conel tiempo, poder encarar otras clases de industrias. Se trataba de mejorar las produc-ciones rurales, con mayor capital y mano de obra, y también de procesar aquí susproductos, en lugar de recibirlos del extranjero a doble o mayor precio del que se lesvendía. No creía posible aún producir textiles, pero sí dar al extranjero la lana mejorada(limpiada y escardada), así como los cueros curtidos. Y concluía, con un notable alardede sensatez, que también encierra una crítica a la obra de gobierno unitaria: antes deser fabril y mercantil, nuestra industria debe ser rural pero con otra calidad. En lugar deconstruir canales y puertos, hay que mejorar los caminos.

En el plano teórico de su enfoque no podía faltar el sesgo historicista y nacionalizantepropio de su romanticismo. Las doctrinas de los economistas europeos, afirmaba, nonos sirven, pese a algún número de verdades propias de todos los tiempos y climas,porque ninguno de ellos ha estudiado una sociedad casi primitiva como la nuestra.Proponía entonces estudiar, y comparar, el valor de la propiedad y otros factores de lasactividades económicas del siglo anterior y del presente, estudios que con el tiempopodrían “engendrar una ciencia económica verdaderamente argentina”. Su criterio neomer-cantilista está más desarrollado en el fragmento en que se ocupa de la contribución te-rritorial -impuesto que recomienda como el más seguro, fácil de establecer y de recau-dar, al tiempo que da al Estado una renta fija- y en el que critica los impuestos indirec-tos, que además de precarios, considera muy injustos porque golpean a los pobres.

Una similar perspectiva historicista reclamaba también Alberdi en el Fragmento pre-liminar al estudio del Derecho (1837). Contrastando con su postura en la etapa demadurez, que va desde las Bases hasta las opiniones vertidas en torno al ’80, Alberdiconcebía como necesaria la conjunción de una ciencia de la riqueza, de validez univer-sal, con una economía política “enteramente armónica” con las “condiciones del espa-cio y del tiempo”. Concebía una “vida histórica” en la ciencia económica, una “cienciafilosófica de la economía verdadera” que, empero, consideraba que no había nacidoaún y que sería obra del pensamiento francés de su tiempo. Para el Alberdi del ’38,Adam Smith había sido uno de los tantos teóricos de la economía que pretendía con-vertir en ciencia universal la expresión de las condiciones de tiempo y lugar. Colbert,Quesnay, Smith, “habían elevado la riqueza y la ciencia de la riqueza de una épocadada, al rango de ciencia y riqueza absoluta, filosófica”. Pero gracias a “las inspiracio-nes fecundas de la filosofía francesa”, esa confusión habría de cesar.

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Actividad Nº 5

Del texto precedente ”Las ideas económicas” de José Carlos Chiaromonte respon-der el siguiente cuestionario:

1) ¿Cuáles son las tendencias económicas antagónicas de la época y que promuevecada una de ellas.

2) Durante la gestión de la liga del Litoral de 1832 explicar:a) El posicionamiento económico de Corrientes.b) El posicionamiento económico de Buenos Aires.c) En qué consiste el nacionalismo de Ferré.

3) Explicar las ideas económicas de la generación del ’37.

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DIAGRAMA DE CONTENIDOSUNIDAD IV

Consolidación del EstadoNación Argentina (1853-1880)

Formación delEstado Argentino

Pensamiento deFragueiro y Alberdi

Confederación delEstado de Bs. As.

Ciclo predominiode la lana

Inmigracióny colonización

Mediosde transporte

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UNIDAD IV

1. Introducción

Para los intelectuales liberales argentinos que querían que nuestro país se organiza-ra de acuerdo a los modelos europeos o norteamericanos el proyecto de moderniza-ción del país estaba basado en el aporte de población y de capitales extranjeros quepondrían a producir las fértiles tierras y permitirían la transformación y el progreso dela sociedad argentina. Ante el aumento de la demanda exterior de productos primarios ylas oportunidades que ofrecía una integración plena al mercado mundial provocaron laadhesión de los sectores ganaderos y mercantiles, principalmente del litoral atlántico,al proyecto de modernización.

Para llevar a cabo este proyecto de modernización, era necesario establecer unorden político y social estable, organizar un estado que lo llevara adelante y ofreciera elmarco jurídico adecuado para atraer inmigrantes y capitales extranjeros. La caída delrégimen rosista le imprimió nuevos bríos a los intentos de unificación del país, pues sebuscó una fórmula política institucional que conciliara los intereses del conjunto de lasociedad y construyera un poder legítimo capaz de gobernar y ejercer su autoridadsobre todo el territorio de la Nación.

El dictado de la constitución de 1853 allanó este camino al establecer entre otrascosas, la forma Republicana, Representativa y federal de gobierno que contaba con elconsenso de la mayoría de las provincias. Además establecía la nacionalización de lasaduanas exteriores (incluida la porteña), la libre navegación de los ríos, la eliminaciónde las aduanas interiores, la libre circulación por todo el territorio de la nación debienes y personas, etc.

Pero el dictado de la constitución no fue suficiente para garantizar la unidad políticadel país ya que ésta rigió sólo sobre una parte del país, dividido por la negativa deBuenos Aires de compartir sus privilegios y por la guerra civil. Luego la batalla dePavón al incorporarse Buenos Aires a la Confederación, se inició un proceso de organi-zación estatal conducido por Buenos Aires.

A partir de la unificación del país se recorrerá el último tramo hacia la organizaciónnacional ya que los gobiernos nacionales surgidos entre 1862-1880 se empeñaron entomar una serie de medidas que asegurará la centralización del poder. Para ello seavanzó en el dictado de Códigos de leyes como el civil, comercial, penal, de minería,necesarios para regular las relaciones entre los habitantes y las actividades económi-cas. También el Estado empezó a hacerse cargo de funciones que hasta ese momentohabían correspondido a la iglesia, para ello dictó la ley de Registro Civil con el propósi-to de que el Estado llevara el registro de los nacimientos, casamientos y defunciones; yla ley de Enseñanza pública que hacía a la educación primaria, obligatoria, laica ygratuita.

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También se decidió la creación de una fuerza militar única (ejército nacional) quetuviera el monopolio de la violencia, con autoridad sobre todo el territorio. Conjunta-mente con ésto se hizo uso de las intervenciones del gobierno central a las provinciasque preve la Constitución para casos excepcionales en los cuales estuviera amenaza-da la integridad del país, pero que al gobierno nacional le sirvió para enviar al ejército yreprimir y aplastar a los que se oponían al gobierno central.

Por otro lado para ganarse el apoyo de las oligarquías provinciales el gobierno nacio-nal apeló a la realización de obras y el envío de fondos (subsidios) para facilitar laproducción y la circulación de bienes y personas a lo largo de todo el país y conectarlas áreas productivas de las provincias con el mercado externo para lo cual se mejora-ron los medios de comunicación, caminos, puentes, correos, ferrocarriles, etc.

A medida que aumentaban las exportaciones, que ingresaban inmigrantes y capita-les de extranjeros, que se extendían las vías del ferrocarril y se organizaba el mercadonacional, el Estado se fue fortaleciendo y centralizando, y fue imponiendo su autoridadsobre él. En este proceso dinámico de construcción y modernización del Estado y dedesarrollo de una economía capitalista, las oligarquías provinciales beneficiarias delprogreso material y de la política estatal, fueron formando alianzas, hasta conformaruna clase hegemónica o dirigente de alcance nacional, que concretó la unidad nacionaly la consolidación del Estado-Nación.

2. Academia Nacional de la HistoriaNueva Historia de la Nación Argentina

Tomo V

3. Las ideas económicas

José Carlos Chiaramonte

A partir de la Organización Nacional

El liberalismo clásico predominaba en el ámbito bonaerense pero no es la mayorparte de las otras provincias en la que continuaban criterios y prácticas mercantilistaso neomercantilistas, al amparo del status confederal vigente. La mal interpretada ley deaduanas de 1835, lejos de ser el indicador de un proyecto de nacionalismo económico,fue una circunstancial concesión de Buenos Aires a una muy fuerte presión de provin-cias que, como la Mendoza del gobernador Molina, además de las del Litoral, amagaronenfrentamientos o esbozaron el abandono de la Confederación. Tanto desde el punto devista del pensamiento económico como de la política económica en el conjunto riopla-tense, el período que va del Pacto Federal de 1831 a la Constitución de 1853 es,entonces, un mosaico de tendencias mercantilistas, neomercantilistas y liberales.

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La relación confederal vigente tendía a hacer pensar la economía con restricción alespacio de cada provincia, perspectiva que prevalecía sobre eventuales expresionesde carácter nacional. Las recién comentadas páginas de Echeverría conducen nueva-mente a esta circunstancia, de las más proclives a pasar desapercibidas. Si bien lameta ideal, omnipresente en los textos de la generación del ’37, es la nación Argentina,las referencias concretas de su análisis son a la economía de Buenos Aires: “la subsis-tencia de la Provincia”, “el consumo de la Provincia”. La misma observación vale paralas ideas económicas defendidas por los voceros de Rosas. En cambio, aunque lapostura correntina de 1832-1833 es una ampliación a un ideal espacio nacional de losobjetivos políticos económicos provinciales, no dejaban por eso de revestir el carácterde una incipiente política económica nacional. Si puede encontrarse un antecedente aesta dimensión de los proyectos político- económicos, es en las iniciativas del gruporivadaviano. Al mismo tiempo que se encontraría en esa dimensión la raíz de la fuerteresistencia de todas las provincias, principalmente la de Buenos Aires.

Una perspectiva distinta rige, en cambio, las reflexiones económica ubicadas luegode la caída de Rosas, al eliminarse -en la forma del Estado federal instaurado por laConstitución de 1853- la principal resistencia para pasar de la relación confederal a ungrado mayor de unificación. Ellas están dominadas por esa perspectiva inmediata deunificación nacional. No sólo las Bases de Juan Bautista Alberdi, sino también lasCuestiones Argentinas de Mariano Fragueiro, son así obras consagradas a analizar lasmedidas de gobierno que debían adoptarse en el plano económico para hacer efectivala organización de una nación argentina. Pero los criterios que rigen estos dos trabajosson sustancialmente distintos.

Mariano Fragueiro fue una destacada figura política cordobesa que adquiría trascen-dencia nacional a partir de su actuación como ministro del gobierno de la Confedera-ción Argentina en agosto de 1853. Pero durante su exilio en Chile, había ya publicado,entre otros trabajos, los dos que le darían un lugar destacado en la historia del pensa-miento económico argentino: Organización del Crédito (1850) y Cuestiones Argentinas(1852). En el último de ellos, es clara su concepción federal, no confederal, al precisarlas instancias soberanas concedidas al gobierno nacional que limitarían la independen-cia y libertad de las provincias.

Sus reflexiones económicas, por lo tanto, están enfocadas a programar el funciona-miento de una economía nacional argentina, respecto de la cual a postura de Fragueiro,similar en esto a la de Echeverría, es la de un liberalismo moderado por un propósitosocial, cuyo logro es confiado a la intervención del Estado. Sostiene así que la propie-dad es el objetivo fundamental de una sociedad, pero que por eso mismo es perfectiblepor efecto de la legislación, y que, por sagrado que sea el derecho de propiedad, nodebe escapar a la intervención de la ley en caos de necesidad o por razones de utilidadpública. Su propósito era lograr que la propiedad fuera accesible al mayor número depersonas, así como, por otra pare y por la misma razón, liberarla de las vinculacionesque trababan aún su mercantilización.

Con similar criterio, sus consideraciones sobre el comercio exterior tienden, por otraparte, a uniformar el sistema aduanero en manos de la nación y, por otra, a basar la

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tarifa en el principio de que la libertad es la ley general del comercio, pero admitiendoque ciertas restricciones pueden ser útiles por cierto tiempo como instrumento deapoyo a la industria nacional, puesto que la libertad absoluta del comercio es riesgosapara el país que la adopta sin recaudos.

Pero lo más destacado de este liberalismo moderado por el interés social es suconcepto de la organización del crédito público, tema central de la primera de sus dosobras principales y vuelto a examinar en la segunda de ellas. Mediante el crédito públi-co el Estado se convierte no sólo en el receptor de los tributos que haya establecido yen el monopolizador de la acuñación de moneda y de funciones bancarias, como larecepción de depósitos, sino también en el organizador, mediante la inversión de susrecursos, de obras públicas diversas, tales como la construcción de puertos, muelles,puentes, ferrocarriles y cualquier vía pública nacional. La concepción económica deFragueiro es la del Estado como promotor fundamental del desarrollo económico.

La Organización del Crédito es una obra que muestra la influencia de una corrientede pensamiento de su época que ha sido considerada como una primera manifestacióndoctrinaria del socialismo. Leroux, Saint Simon, son autores que, como en el caso delDogma Socialista de Echeverría, han dejado su huella en el romanticismo hispanoame-ricano. Sólo que ese socialismo no suponía la abolición de la propiedad privada sino elpropósito de evitar su monopolización. Una lectura atenta de las modalidades de len-guaje de Fragueiro permite comprobar cómo el vocablo socialismo cumple la funciónde oponerse a individualismo y no la de designar un nuevo tipo histórico de organiza-ción económica de la sociedad. La propiedad, fundamento del orden social, debía a sujuicio ser sometida a una regulación por parte del Estado para que se distribuyese de lamás amplia forma posible, de manera de armonizar los intereses individuales y socia-les, que de otra manera podrían producir convulsiones políticas de las que, sobre todoEuropa, había dado numerosos ejemplos.

Las ideas económicas de Juan Bautista Alberdi

La postura de Alberdi, en cambio, en ese promediar del siglo sacudido por el descu-brimiento del oro en California y por diversas innovaciones económicas y técnicas quepreanunciaban lo que sería la pujante etapa inicial del capitalismo de libre competenciaque duraría hasta la crisis de 1873, es la de un pleno liberalismo. Construyendo unavisión del presente y del pasado hispanoamericano basada en la prioridad de la vidaeconómica, con un economicismo que podría provenir tanto de su lectura de la escuelaclásica de economía como de los autores socialistas, consideraba que las necesida-des económicas eran las más vitales para la Argentina, como también para toda laAmérica del Sur, y encarecía la más completa libertad a fin de satisfacerlas y desuprimir así, por medio de ella, la miseria y la pobreza, herencias de intervencionismoestatal hispano.

Sus trabajos de tema económico, que han sido considerados lo más destacado de lahistoria de las ideas económicas argentinas en el siglo XIX, no trascienden empero la

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característica dominante de esa historia: la de constituir una glosa de teóricos euro-peos en función de la preponderante inquietud por las cuestiones de política económicalocal. Su más extenso trabajo, el Sistema económico y rentístico de la ConfederaciónArgentina, publicado en febrero de 1855, en el que amplía el programa expuesto en sumás célebre trabajo, las Bases (1852), ofrece en la “Introducción” un resumen de loscriterios en que se basa en materia de teoría económica, a la vez que una definiciónexplícita del libro como una obra de política económica, no de teoría. Un libro, advierteallí Alberdi, de “economía aplicada” y más bien, agrega, un trabajo “de política económi-ca que de economía política”.

Para exponer los principios de política económica que preconiza, la estrategia deAlberdi es, por una parte, la de afirmar la existencia de una doctrina propia de laConstitución de 1853 y, por otra, la necesidad de explicarla para superar lo que juzga elcaos causado por la diversidad de criterios que las distintas escuelas de economíapolítica muestran respecto de conceptos como los de riqueza, producción, valor, pre-cio, renta, capital, moneda y crédito. De esta manera, corre posible evitar el riesgo deque los legisladores se extravíen al elaborar las reglamentaciones de los artículosconstitucionales concernientes a esos tópicos. Y considera que el dilema central atodos ellos es el de si es más valiosa «la libertad que la regla». Nuevamente, el choqueentre libertad e intervención estatal, entre librecambio y proteccionismo, ocupa el cen-tro de la discusión. Se trata, para Alberdi, de la más grave cuestión concerniente a lasrelaciones de la economía política con el derecho público.

Su resumen de la historia de las doctrinas económicas, a fin de establecer una filia-ción de la doctrina constitucional del ’53, es el clásico esquema histórico que parte dela contraposición de mercantilismo y fisiocracia, conflicto que considera prolongado ensu tiempo por el choque entre el liberalismo económico de los continuadores de laescuela clásica, entre los que considera que sobresale por encima de todos Juan Bau-tista Say, y la postura intervencionista del socialismo. A la escuela de la libertad econó-mica, afirma pertenece la doctrina económica de la Constitución Argentina, y no debebuscarse nada fuera de ella para la sanción del derecho orgánico correspondiente.

Sobre esta base, Alberdi construye un diagnóstico de la economía argentina y desus remedios, cuyas dos notas principales son una interpretación del papel de BuenosAires en los conflictos pasados y el reclamo de una plena libertad como cimiento de lapolítica económica del país. Respecto del primero de estos puntos, Alberdi desarrollóen un folleto de amplia repercusión en su momento (De la integridad nacional argentina,1855) los argumentos expuestos en las Bases y en Derecho público provincial (1853).Los conflictos interprovinciales, sostiene allí, que tanto retardaron la organización na-cional, fueron principalmente efecto de la política de Buenos Aires tendiente a preser-var la posición monopolista derivada de su ubicación geográfica: control de la navega-ción de la cuenta del Plata, de los ingresos aduaneros y del comercio exterior. Esto fueel origen de la guerra civil entre unitarios y federales. Fracasadas sus tentativas depreservar esos privilegios mediante un Estado unitario, Buenos Aires se refugió en sucalidad de Estado independiente y mantuvo a las provincias en similar condición.

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Entre todas esas cuestiones relativas a los fundamentos económicos de la políticaporteña, Alberdi destaca la de la libre navegación de los ríos de la cuenca del Plata, lalibertad fluvial cuya existencia, por la política monopolista de Buenos Aires, afectabalos intereses no sólo de las demás provincias argentinas sino también de las grandespotencias comerciales del mundo. En su manejo de este argumento, Alberdi presenta aBuenos Aires acorralada frente a la presión conjugada de intereses locales e interna-cionales. Y a tal punto llega su apología de la libertad económica como llave de todaslas soluciones posibles para asegurar la prosperidad futura del país, que atribuye lareciente organización nacional a la previa adopción de la libertad fluvial para el comer-cio extranjero: Buenos Aires usurpaba los bienes que correspondían a la Nación, peroapenas destruido el gobierno de Rosas, fue proclamada, en agosto de 1852, la libertadfluvial que logró “colocar a la Nación en la posesión irrevocable de su soberanía”. LaArgentina logró así formar un gobierno que “teniendo origen en la libertad fluvial”, serála mejor garantía para la misma y obtendrá mediante ella la ansiada paz interior.

Las doctrinas predominantes en la política económica Argentinahasta la Crisis de 1873

El reingreso de Buenos Aires a la Nación Argentina, mediante las reformas constitu-cionales de 1860, eliminó gran parte de los antiguos problemas que obstaculizaban laorganización nacional. El liberalismo económico tuvo el camino casi totalmente despe-jado, camino en el que las tarifas aduaneras constituyeron sustancia y símbolo de unapolítica económica que Alberdi había reclamado agresivamente en las Bases y en susotros trabajos ya comentados. Desde antes de la independencia, sostenía, nuestropaís había sido condenado, por la errada política económica española, a impedir eldesarrollo industrial y atender solamente a las producciones agropecuarias. Esto eraya un dato irreversible y la mejor estrategia consistía en no intentar modificarlo me-diante reprobables procedimientos proteccionistas y, en cambio, sacar de ello el mayorrédito posible, reconociendo a Europa como nuestro proveedor de productos fabriles yenviándole nuestros productos agropecuarios. Para eso había que desterrar definitiva-mente las trabas al comercio, a los capitales y a la población europea, y abrir laspuertas del país de par en par a Europa.

En el terreno de la fiscalidad, ya la Memoria de Pedro de Angelis, de 1834, criticabael uso de las tarifas como instrumento protector, aduciendo además que el proteccio-nismo tendía a monopolizar en una sola clase de personas las comodidades de la viday que las leyes, “en vez de poner sus miras fiscales en los ricos, las dirigen contra lospobres”, clásico argumento contra el impuesto indirecto que reflejaba más bien la ne-cesidad de no encarecer los costos de producción de la ganadería bonaerense. Si bienla discusión sobre el tipo de impuestos seguiría presente a lo largo del siglo, el debateconstitucional en torno al proyecto del artículo 4º de la Constitución de 1853 tradujootro tipo de preocupación más profunda: la relativa a las competencias recíprocas delas provincias y de la nación en materia fiscal. La tentativa de varios representantesprovinciales de impedir la transferencia de las aduanas a la nación fue apoyada, sin éxito, enlas disposiciones del Acuerdo de San Nicolás que protegían las instituciones provinciales.

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El texto del proyecto, que formaba los fondos del tesoro nacional en primer lugar con elproducto de los derechos de importación y exportación, finalmente fue aprobado.

Alberdi no había hecho otra cosa que sintetizar elocuentemente un diagnóstico y unprograma que eran compartidos por la mayoría de los dirigentes políticos nacionales,sin exceptuar a los que no mantenían cordial relación con el tucumano. El país debíaconstituirse para incrementar y mejorar su producción, aumentar su población, desa-rrollar el transporte ferroviario y la navegación fluvial, y de esta manera lograr la pros-peridad y el bienestar. Para esto debía suplirse la escasez de capital local abriendopaso al capital extranjero, ofreciéndole privilegios e inmunidades para logras su instala-ción permanente. En la medida en que el país carecía de fábricas y de marina, habíaque evitar limitar con prohibiciones y reglamentos el arribo de la industria y la marinaextranjeras. Aún más, no debía temerse el empeñar las rentas y bienes nacionalespara obtener empréstitos destinados a empresas que harían multiplicar esas rentas yesos bienes.

Era una máxima encarecida por Alberdi y repetida incesantemente en el parlamentoy en la prensa, que la Aduana era solamente un instrumento fiscal y no un medio deprotección. La Aduana, se proclamaba en el debate parlamentario sobre la ley de adua-nas para 1863, es una institución admitida exclusivamente como recaudadora de dere-chos fiscales, según establece la economía política, cuyo objetivo, añadía el diputadoZavalía, es establecer “países sin fronteras y pueblos sin aduanas”, esto es, el libre-cambio sin restricciones como medio de lograr la “regeneración y perfeccionamientomora y material de las sociedades”. La libertad de comercio, a la cual el Poder Ejecuti-vo Nacional, al elevar el proyecto de ley de aduanas para 1874, atribuía todos losprogresos del país, fue el supuesto firme de la política económica nacional hasta lacrisis de 1873, y parecía revestir la calidad de un dogma intocable en el debate políticode la época, hasta que los efectos de la crisis de 1866 comenzaron a generar lasprimeras voces adversas.

La reacción proteccionista

Las serias consecuencias que tuvieron las crisis de 1866 y 1873 para las exporta-ciones del país, en las que predominaban entonces las lanas, socavaron la ciega con-fianza en las ventajas de librecambio y crearon condiciones propicias para el resurgi-miento de las antiguas tendencias proteccionistas. El factor de mayor peso en este girofue la iniciativa, no llega a concretar, de crear una industria textil que conformara unmercado interno para las lanas, de manera de compensar así la caída de las exporta-ciones y la disminución de su precio en los mercados europeos. Sus promotores fueronnada menos que algunos de los más importantes miembros del grupo fundador de laSociedad Rural Argentina (1866), pero tuvieron un líder intelectual prestigioso en Vi-cente Fidel López quien, rodeado de un grupo de jóvenes universitarios, algunos de loscuales serían más tarde figuras de renombre, como Carlos Pellegrini, Miguel Cané, ysu hijo Lucio V. López, llevó adelante una tenaz empresa propagandística en pos de unprograma de nacionalismo económico.

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Las primeras reacciones de pública repercusión muestran no sólo el efecto local dela crisis de 1866 sino también la influencia de una nueva tendencia del pensamientoeconómico europeo y norteamericano, encarnada en autores que criticaban la políticalibrecambista en auge. Dos nombres resaltan en los escritos periodísticos y en losdiscursos parlamentarios, el del alemán Friedrich List y el del estadounidense RobertCarey, invocados dentro de la tradicional y simple estrategia discursiva de la que abu-saban unos y otros, consistente en atribuir la verdad de un argumento al hecho dehaber sido sostenido por una autoridad del exterior.

Para Vicente Fidel López, que ante la crisis derivada del Acuerdo de San Nicoláshabía abrazado la causa de la Confederación y había dado prioridad a los interesesnacionales a los de su Buenos Aires natal, el Sistema Nacional de economía política deList le servía de apoyo para trascender el mero proteccionismo y adoptar una perspec-tiva de nacionalismo económico. La cátedra de Economía Política, que López ocupó enla Universidad de Buenos Aires a partir de 1874, se convertiría en sus manos en unmedio de difusión del nacionalismo económico. Único ámbito de estudio universitariosde economía del país hasta 1892, la cátedra había sido creada en la recién fundadaUniversidad en 1824, suprimida en 1830 y restablecida en los estudios de Derecho en1854. Reunía la enseñanza de la economía y de las finanzas en un curso más bienelemental, basado en un texto europeo. En los comienzos de esta segunda etapa seutilizó un manual sencillo de liberalismo económico, los Elementos de Economía Políti-ca de Joseph Garnier, texto “apoyado en los mejores autores”, Quesnay, Turgot, AdamSmith, Malthus, Ricardo, Say y Rossi. En cambio, durante los cursos de López, losautores preferidos fueron los ya citados List y Carey, junto a otros partidarios delliberalismo pero que admitían el proteccionismo como recurso excepcional en el casode países jóvenes, tales como Rossi, Stuart Mill, Mac Culloch o Courcelle Seneuil.

En la polémica, los librecambistas apelaban recurrentemente al ejemplo europeo,sobre todo al de la pujanza de Inglaterra y a su explicación con base en los economis-tas clásicos o en sus continuadores, y hacían un abundante uso de citas de autoresprestigiosos, desde Adam Smith hasta Mac Culloch. Mientras, en cambio, lospropugnadores del proteccionismo analizaban la misma experiencia en términoshistoricistas, aduciendo que la política librecambista británica era el fruto reciente deun poderío que ese país había obtenido en etapas anteriores gracias al proteccionismo.De tal manera, López y su acólitos enfocaban ambas tendencias económicas comoexpresión de circunstancias de tiempo y lugar, y concluían en consecuencia que nopodían convenir a países jóvenes como la Argentina doctrinas económicas que eranexitosas en países con mayor grado de desarrollo. En tal perspectiva, el librecambioera juzgado como un recurso proteccionista británico, tal como lo podría ser para laArgentina en el futuro, cuando su desarrollo industrial hubiera alcanzado una consis-tencia similar a la británica. De otra manera, alegaban, imponer ahora el librecambioequivalía a condenar al país a continuar permanentemente en su actual retraso.

Los argumentos del nacionalismo económico volvían, entonces, a reiterar el argu-mento historicista que ya había sido esgrimido, por ejemplo, por Manuel Belgrano. Unenfoque historicista de la política económica en la que, en el siglo XVIII, el abateGaliani había fundado su polémica contra los fisiócratas, y que seguía reapareciendo,

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fortalecido por la crítica antiiluminista del historicismo romántico, en la segunda mitaddel siglo XIX. Cabe advertir, empero, que el enfoque historicista se limitaba al plano dela política económica, sin llegar al de los fundamentos de las teorías económicas. Estoes, Vicente Fidel López y su grupo seguían admitiendo la validez general de la econo-mía clásica, y por lo tanto, compartían, sin dejar lugar a dudas, una profesión de feliberal, pero aducían que la aplicación práctica de los preceptos económicos debíasubordinarse a criterios de oportunidad histórica. Así, un ejemplo entre muchos, DardoRocha manifestaba en 1875, en el Senado de la Nación, que estaba lejos de rechazar lateoría librecambista o ”la expresión de libertad”, pero que debía advertirse que lasideas “no siempre pueden aplicarse en la misma forma a países dados en condicionesdeterminadas”.

Pero entre las diversas manifestaciones de esta perspectiva relativista de los crite-rios de política económica, hay una que sorprende por el giro que entraña en la posturade su autor. Se trata de un apunte de los Escritos póstumos de Alberdi, aparentementemotivado por la crisis de 1866, en la que el optimismo liberal de las Bases es reempla-zado por una decepcionada conclusión, obtenida desde el excepcional punto de obser-vación que le brindaba su voluntad de exilio europeo. Alberdi observaba con amarguraque los amigos de la libertad comercial no lo eran de la libertad política, mientras quesí lo eran los proteccionistas. Exceptuaba de esta observación a Inglaterra, mientrasconsideraba que en los demás países la plena libertad comercial no tenía mássostenedores que los absolutistas. Pero matizaba esa excepción, al escribir que “elliberalismo inglés es de circunstancias y transitorio; el día que todo el mundo esté tanfuerte y rico como Inglaterra, esta nación volverá a darse el Acta de Cromwell”.

Un aspecto concomitante del nacionalismo económico, de menor peso en la políticanacional pero igualmente significativo, fue la difusión de las ideas igualitarias de Proudhony de otros anarquistas y socialistas, que llegaron al nivel de agitación pública durantela depresión subsiguiente a la crisis del ’73. Particularmente las ideas de Proudhon, encuanto reflejo de los intereses de los pequeños propietarios, alentaban la demanda demedidas de protección y fomento que beneficiaran a ese sector, especialmente me-diante la reorganización del crédito público. Esta tendencia encontró sustento en elcrecido sector de pequeños propietarios que generaba la inmigración masiva y tuvoexpresión institucional en el recientemente fundado Club Industrial (1875), primer ante-cedente de la Unión Industrial Argentina, algunos de cuyos principales miembros eranadeptos a las doctrinas de Proudhon y de Louis Blanc y también a las socialistasutópicos como Saint Simon y Fourier. El periódico El Industrial, órgano del Club, recla-maba la reorganización del crédito y la creación de un Banco Popular que contribuyeraa una más equitativa distribución de la propiedad. Las ideas proteccionistas de la ma-yoría de dirigentes del Club Industrial provocaron su escisión y dieron lugar a que losdisidentes crearan un Centro Industrial Argentino, a fines de 1878. El Centro, a diferen-cia del Club, cultivó relaciones cordiales con la Sociedad Rural Argentina, y criticó elconcepto estrecho de industria utilizado por los miembros del Club, abriendo ademássus puertas no sólo a industriales, sino también a ganaderos, agricultores y comer-ciantes. El órgano periodístico del Centro, la Industria Argentina, encaró una firmedefensa del liberalismo económico y una acerba crítica a la campaña proteccionista delClub, reivindicando la importancia de la producción primaria y la necesidad de no cas-

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tigar a los consumidores con tarifas aduaneras elevadas, a la par que considerabaconveniente dar prioridad a la ganadería y a la agricultura en cuanto “industrias natura-les” del país.

Las ideas económicas hacia fin del siglo

El movimiento de nacionalismo económico, comenzado a gestarse luego de la crisisde 1866, había cobrado forma en la década siguiente. Lo hizo, además, con notableímpetu por la intensidad con que la crisis de 1873 agravó la situación del sector externoargentino y, consiguientemente, del conjunto de la economía del país. La tendencialogró predominio en la Cámara de Diputados de la Nación y aun en la misma Legislatu-ra de la provincia de Buenos Aires, y las leyes de aduana aprobadas bajo esta relaciónde fuerzas impusieron fuertes aumentos en las tarifas de importación y rebajas en lasde insumos para la industria local. Pero todo su vigor se habría de evaporar súbitamen-te cuando la llegada de los primeros buques frigoríficos, en 1876 y 1877, cambiara lasperspectivas para el sector externo, dibujando un sonriente futuro, fundado no ya en lalana sino en la carne para exportación, perspectiva de prosperidad pronto reforzada porel auge cerealero con similar propósito.

Los últimos años del siglo vieron revigorizarse los tradicionales postulados del libe-ralismo económico, como fundamento, además de una política económica que, sinabandonar totalmente, ni mucho menos, la intervención del Estado, tendía a ceñirse aaquella tendencia. No son las libertades “patrióticas” las que han hecho la grandeza delas naciones modernas, señalaría Alberdi en 1880 invocando la autoridad de Spencer yde Adam Smith, “sino la libertades individuales”. Y en todo orden de problemas, JoséHernández, en la Introducción a su Introducción del estanciero (1881), proclamaba que“como país productor tenemos asignado un rol importante en el gran concurso de laindustria universal”. Por mucho tiempo aún, agregaba, el país seguirá intercambiandolos frutos de sus campos por los productos fabriles europeos, en un mundo en el que elprogreso había suprimido todas las barreras entre los pueblos modernos y eliminadolos recelos entre ellos y en el que la Argentina participaba con su industria ganadera.“América es para Europa -resumía- la colonia rural. Europa es para América la coloniafabril”.

Se trataba de una confianza que ni la misma crisis del ’90 lograría destruir, En 1889,Roque Sáenz Peña desechaba la iniciativa estadounidense de crear una Unión Aduane-ra, especie de Zollverein americano, afirmando que cuando el Estado intenta quebrar elcurso natural de la producción y la acción del interés individual en el comercio no haceotra cosa que introducir un factor de perturbación en la economía. Las viejas leyes dela oferta y la demanda, agregaba, seguirían dominando el intercambio entre los pue-blos, y las posibles reformas e innovaciones provendrán naturalmente de esos facto-res. Y subrayaba el criterio, permanentemente reiterado en esos años, de la comple-mentariedad de las producciones primarias de la Argentina con los mercados fabrilescomo fundamento de la política económica nacional.

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Los años anteriores a la crisis del ’90, entonces, habían llevado la profesión de feeconómica liberal a afirmaciones tajantes que renovaban la condena de la intervenciónestatal en la economía y pronosticaban un futuro próspero basado en la producciónprimaria para la exportación y el comercio exterior sin trabas. Sin embargo, en loshechos, la práctica gubernamental mostraba la perduración del viejo hábito de recurrira la intervención estatal como medio de acelerar el desarrollo aprovechando las opor-tunidades del mercado internacional. Práctica que fue apoyada conceptualmente porJosé A. Terry -ministro de Hacienda en los gobiernos de Luis Sáenz Peña y de ManuelQuintana-, en su manual de Finanzas, obra que contenía el texto de sus clases en laUniversidad de Buenos Aires. Mientras, por una parte, Terry se apoyaba en la viejatradición historicista respecto de la aplicación de las doctrinas económicas, al recla-mar lo que con pintoresca elocuencia denominaba unas “finanzas criollas”, se definíacomo partidario de un “socialismo de Estado”, expresión de valor más bien metafóricoque ceñido al significado del término socialismo, pero que apuntaba a definir la tenden-cia a no excluir al estado de la promoción del desarrollo económico.

Ya sea el sólo proteccionismo, ya la más amplia concepción del nacionalismo econó-mico, no desaparecerán empero, sino que perdurarán a lo largo de la historia de lasideas económicas del país, hasta mediados del siglo XX, fuese como latente alternati-va a la política económica liberal, ya como iniciativas circunstanciales que, por logeneral, no irían más allá del carácter de transitorios recursos de política anticíclica.Como lo apuntó José A. Terry ante las consecuencias de la crisis de 1890, se imponíaser “proteccionista nacional”, adoptando esa alternativa “no como doctrina sino comosíntoma de la situación”. O como lo sintetizó al presentar como ministro de Hacienda elproyecto de ley de aduana para 1905, al señalar que en ella no había ni proteccionismoni librecambio, sino una decisión de oportunidad.

Orientación Bibliográfica

La historia de las ideas económicas en la Argentina, en su conjunto, no ha recibidoun tratamiento especial para el período de este capítulo. Lo más que se ha hechoconsiste en el estudio del pensamiento de alguna figura destacada, como en los casosde Esteban Echeverría o Mariano Fragueiro. Fuera de algunos pocos trabajos de estaíndole -en algún caso excepcional, en forma de libro; en otros, como introducciones a lapublicación de escritos de los autores estudiados o de artículos en revistas- se debeacudir a algunas páginas o párrafos dispersos en obra de carácter más general, yasean trabajos biográficos -donde las ideas económicas son abordadas dentro del con-junto mayor del pensamiento de alguna de esas figuras-, sea en obras históricas gene-rales. Mejor balance, en cambio, surge de la, por fortuna, no pequeña cantidad defuentes éditas, que proporcionan datos e indicios sobre el tipo y filiación de las ideaseconómicas circulantes en las contiendas políticas de la época.

Las siguientes referencias reúnen algunos de los principales trabajos de autores deépoca y los estudios juzgados de mayor vinculación con el tema de esta capítulo.

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De trabajos de autores del período, se destacan las dos “lecturas” de EstebanEcheverría en el Salón Literario, que originalmente fueron publicadas por Juan MaríaGutiérrez en su edición de ESTEBAN ECHEVERRÍA, Obras Completas, Buenos Aires,1870-1874, y posteriormente reproducidas en Antecedentes de la Asociación de Mayo,Buenos Aires, 1939; ESTEBAN ECHEVERRÍA, Reflexiones sobre la organización eco-nómica de la Argentina, Buenos Aires, 1953.

De JUAN BAUTISTA ALBERDI, Bases y puntos de partida para la organización na-cional, de cuyas muchas ediciones se ha utilizado la de Editorial Estrada, BuenosAires, 1952; Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina según suConstitución de 1853, Buenos Aires, 1921; De la integridad nacional argentina conside-rada en sus relaciones con los intereses extranjeros de navegación, de comercio y deseguridad en los países del Río de la Plata, Buenos Aires, 1855; y Estudios Económi-cos, Buenos Aires, 1934. (Fueron publicados por primera vez en Escritos Póstumos deJuan Bautista Alberdi, Buenos Aires, 1895-1901, t. XIII. Hay en marcha una reedición:Escritos Póstumos de J. B. Alberdi, tomos I, II y III, Buenos Aires, 1996-98).

De MARIANO FRAGUEIRO se han reeditado: Organización del crédito, Buenos Ai-res, 1954 (primera edición, Santiago de Chile, 1850), y Cuestiones Argentinas, BuenosAires, 1930, con prólogo de Enrique Martínez Paz (primera edición, Copiapó, 1852).Esta reedición añade dos folletos sobre cuestiones financieras chilenas, de 1845.

Para años anteriores a los de estos autores, además de documentos incluidos amanera de apéndice documental en obras mencionadas más abajo, véase el “Informede P. A. García, del 26/11/1811 y fragmentos del ‘Diario de Viajes a Salinas’”, en JOR-GE GELMAN (comp.), Un funcionario en busca del estado, Buenos Aires, 1997. Unaselección de textos de diverso origen, relativos a la política económica, se encuentraen JOSÉ MARÍA URQUIJO, Estado e industria, 1810-1862, Buenos Aires, 1969.

Los textos del crucial debate sobre política económica protagonizado por hombresde Corrientes y de Buenos Aires entre los años 1830 y 1833, fueron publicados en el“Apéndice Segundo, Impresos Publicados por los Gobiernos de Buenos Aires y Co-rrientes relativos a la Liga Litoral”, de EMILIO RAVIGNANI (comp.), Relaciones Inter-provinciales. La Liga del Litoral (1829-1833). Documentos para la Historia Argentina,tomo XVII, Buenos Aires, 1922. Algunos de esos documentos fueron reeditados porENRIQUE ARTURO SAMPAY en PEDRO FERRÉ, La constitución de la nación bajo elsistema federativo, Buenos Aires, 1969. Los textos de Ferré y Roxas y Patrón en lasdiscusiones previas a la formación de la Liga del Litoral se encuentran en Memoria delBrigadier General Pedro Ferré, Buenos Aires, 1921. En cuanto a los artículos de FlorencioVarela en El comercio del Plata, véase FLORENCIO VARELA, Rosas y su gobierno.Escritos políticos, económicos y literarios, Buenos Aires, 1975. Es también de interés,por su reflejo del liberalismo de la política económica del gobierno de Rosas, PEDRODE ANGELIS, Memoria sobre el estado de la hacienda pública escrita por orden delgobierno, Buenos Aires, 1834.

Respecto de estudio de las ideas económica del período, entre los no abundantestrabajos destinados expresamente al tema, se destacan los motivados por las ideas

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agitadas en torno a las iniciativas reformistas asociadas a la figura de BernardinoRivadavia. A ellas está dedicado un libro que las analiza tendiendo a ver en el conjuntode las mismas un plan de carácter nacionalista, y que añade un amplio y útil conjuntode documentos: SERGIO BAGÚ, El plan económico del grupo rivadaviano (1811-1827),Rosario, 1966. Sobre el liberalismo en las ideas económica de Manuel José García, unpersonaje vinculado a esas formas y a etapas posteriores de la política económica deBuenos Aires, cuentan los trabajos de JUAN CARLOS NICOLAU: Rosas y García(1829-1835). La economía bonaerense, Buenos Aires, 1980, y La reforma económica-financiera en la Provincia de Buenos Aires (1821-1825). Liberalismo y economía, Bue-nos Aires, 1988. Asimismo, sobre las ideas en torno a la política económica posterior a1810, JOSÉ MARÍA MARILUZ URQUIJO, “Protección y libre cambio durante el período1820-1835, Boletín de la Academia Nacional de la Historia, vol. XXXIV, 2ª Secc., Bue-nos Aires, 1963.

Del debate de Corrientes y de Buenos Aires entre los años 1830 y 1833, MIRONBURGIN incluyó un resumen en su Aspectos económicos del federalismo argentino,Buenos Aires, 1960 y, posteriormente, fue también comentado en JOSÉ CARLOSCHIARAMONTE, Mercaderes del Litoral, Economía y sociedad en la provincia de Co-rrientes, primera mitad del siglo XIX, Buenos Aires, 1991. La relación entre esos deba-tes y los conflictos en torno a la organización constitucional está tratada, con selecciónde documentos, en JOSÉ CARLOS CHIARAMONTE, Ciudades, provincias, Estados:Orígenes de la Nación Argentina (1800-1846), Buenos Aires, 1997.

Las ideas económicas de Echeverría y de su época fueron objeto de estudio espe-cial en un libro: RICARDO M. ORTIZ, El pensamiento económico de Echeverría, Tra-yectoria y actualidad, Buenos Aires, 1953.

Para la segunda mitad del siglo, la bibliografía específica es más escasa. Referen-cias y documentos importantes se encuentra en TULIO HALPERIN DONGHI, Proyectoy construcción de una Nación (1846-1880), Buenos Aires, 1997, y en NATALIO BOTA-NA y EZEQUIEL GALLO, De la República posible a la República verdadera (1880-1910), Buenos Aires, 1997. Para las contiendas en torno a la política económica y a susfundamentos teóricos, JOSÉ CARLOS CHIARAMONTE, Nacionalismo y liberalismoeconómicos en Argentina, 1860-1880, 1º ed., Buenos Aires, 1971. A ellos puedenagregarse algunos estudios monográficos sobre autores del período, como LUIS V.SOMMI, “Estudio preliminar”, en ARISTÓBULO DEL VALLE, La política económicaargentina en la década del 80, Buenos Aires, 1955, y RICARDO M. ORTÍZ, “Estudiopreliminar”, en MARIANO FRAGUEIRO, Organización, op. cit.

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Actividad Nº 6

Del Texto precedente "Las ideas económicas" de José Carlos Chiaramonte respon-der el siguiente cuestionario:

1) Teniendo en cuenta la evolución de las ideas económicas de la última mitad delsiglo XIX explicar:

a) El pensamiento económico de Mariano Fragueiro Ministro de la ConfederaciónArgentina en 1853.

b) Las ideas económicas de Alberdi.

2) Luego de la crisis de 1873 explicar en qué consiste la reacción proteccionista ycómo concluye la misma.

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4. Las producciones regionales extrapampeanas

Nueva Historia Argentina. Dirección de Tomo: Marta Bonaudo. Liberalismo, Estadoy Orden Burgués (1852-1880). Editorial Sudamericana.

por Daniel Campi y Rodolfo Richard Jorba

Uno de los procesos que caracterizaron a la historia del área rioplatense durante elsiglo XIX fue el lento pero paulatino afianzamiento de la orientación atlántica de laeconomía. La creación del Virreinato del Río de la Plata, en 1776, había sido una de lasmanifestaciones de esta tendencia secular, que a partir de entonces cobró sostenidoimpulso. Una serie de cambios estructurales en la demanda europea de productosamericanos -acaecidos en la segunda mitad del siglo XVIII- determinaron el surgimien-to de nuevas economías en áreas hasta entonces periféricas del imperio colonial espa-ñol, como lo era la del Río de la Plata. El cuero y el sebo, en un primer momento; eltasajo -como producto del afianzamiento de las economías de plantación de baseesclavista en el sur de EE.UU., Cuba y Brasil- y la lana de oveja avanzando el sigloXIX, fueron los productos en torno a los que organizó la próspera economía ganaderade las pampas rioplatenses, especialmente la de la provincia de Buenos Aires, que contabapara ello con ventajosas condiciones ecológicas y una rápida conexión con el puerto.

Diferente era la situación de las regiones no pampeanas, en particular de las provin-cias norteñas y cuyanas. Vinculadas por circuitos comerciales forjados en la Colonia,su relación con los mercados andinos y del Pacífico era muy fuerte. Tanto Mendozacomo San Juan, Tucumán, Salta, Jujuy, Catamarca y La Rioja habían desarrollado unaserie de producciones que satisfacían la demanda de las economías chilena y boliviana-y que también intercambiaban entre ellas- en rubros que incluían ganado, artesaníasde cuero, aguardientes, harinas, frutas, secas, etc. Asimismo, se habían especializadoen actividades como la fletería, a través de la cual articulaban diversas geografíasdentro de una activa red comercial. La plata boliviana, amonedada o labrada, fue elgeneralizado medio de pago que permitió las transacciones en ese gran espacio hastala década de 1880, fenómeno favorecido por la revitalización de la minería boliviana apartir de los años cuarenta y por las políticas monetarias de ese país. La conexión conBuenos Aires, a su vez, no era menos fuerte. Principal mercado para la importanteproducción de suelas tucumanas y salteñas, era también uno de los principales puntosde aprovisionamiento de productos de ultramar, función en la que competía con Valpa-raíso, Cobija y otros puertos del Pacífico.

Diversas circunstancias y coyunturas orientaban a las provincias norteñas o cuya-nas a abastecerse ora en Buenos Aires, ora en el Pacífico: los bloqueos del puerto deBuenos Aires de 1827, 1838 y 1845, por ejemplo, hicieron resurgir a Valparaíso comocentro de aprovisionamiento alternativo de efectos de ultramar, a la vez que incentivarondeterminadas exportaciones tucumanas y sanjuaninas a la ciudad-puerto, aunque, comose ha dicho, la tendencia indiscutible era la "atlantización" de toda la economía delterritorio hoy argentino.

La década de 1850, tan notable en transformaciones institucionales, no marcó uncambio sustancial de la vida económica de estas regiones interiores con relación a las

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precedentes, aunque ciertas innovaciones -supresión de las aduanas interiores,reformulación del sistema impositivo de las provincias, etc.- tuvieron una incidencia nodespreciable. De todos modos, en tanto se incrementaron las actividades mercantilesy se fortalecieron las bases de un proceso de acumulación de capitales que dos déca-das después serían claves para la reconversión productiva tanto del Norte como deCuyo, es posible considerar estos años como los del inicio de un proceso de transiciónque desembocó -desde fines de los setenta a comienzos de los noventa- en una radicaltransformación de los modelos productivos imperantes en ambas regiones. Tucumánen el norte y Mendoza en Cuyo fueron los epicentros de estas transformaciones, lasprovincias que anticiparon el nuevo perfil productivo y social de sus respectivas regio-nes, razón por la cual en el análisis que se ofrece de estos procesos se les prestaráuna atención privilegiada.

Mercados, flujos y balanzas comerciales

En las anotaciones que Justo Maeso hizo a la obra de Parish se encuentra unaobservación común a casi todos los viajeros y cronistas de época: el rol central delcomercio en la vida económica y social en las ciudades de Mendoza, Salta, Tucumán y-con volúmenes más reducidos- San Juan, cuyo dinamismo promovía u obraba comoun disparador de ciertas actividades manufactureras.

Los habitantes de Mendoza, desde su independencia de España, han ido mejorandovisiblemente en su condición, porque aunque a una distancia tan vasta de la Capital, aligual que Salta, su posición como ciudad fronteriza le ha proporcionado algunas venta-jas especiales, ofreciéndoles una comunicación con el extranjero y la oportunidad deun tráfico con Chile y con Buenos Aires que, poniéndolos al corriente del valor de suspropios recursos, ha hecho surgir una especie de espíritu comercial entre los habitan-tes, estimulándolos hacia hábitos más industriosos.

El caso tucumano es en ese sentido paradigmático. La ciudad de San Miguel deTucumán poseía una ubicación estratégica que le permitía concentrar, cual una bisa-gra, los importantes mercados andinos con el litoral atlántico, Cuyo y el Pacífico. Y, delmismo modo que Mendoza, el comercio brindaba excelentes oportunidades para eldesarrollo de ciertas manufacturas, las que podían aprovechar las tropas de mulas ycarretas que atravesaban la geografía provincial para abastecer mercados distantes.

Donna Guy ha asociado "el impresionante comercio regional de Tucumán" a la felizconfluencia de recursos naturales abundantes y la gran laboriosidad de sus "tesoneros"campesinos y artesanos. Esta conjunción habría brindado a Tucumán la "base econó-mica" para revitalizar el comercio en los cincuenta y devolverle su antigua posicióncomo "centro comercial del noroeste". Mientras el quebracho, el cebil y otras maderasde sus bosques posibilitaban el desarrollo de la construcción de carretas y la curtiem-bre, sus campos producían cereales y tabaco, los que -junto con el azúcar y el aguar-diente- eran el sostén de una intensa actividad comercial a nivel local y regional.

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Independientemente de que la hipótesis de Tucumán como capital comercial delnorte deber ser demostrada con serios estudios cuantitativos, es evidente que la pro-vincia inició la segunda mitad del siglo XIX con un importante nivel de mercantilizaciónde sus actividades productivas y muy volcada a las actividades de exportación. Alrespecto es muy elocuente la reelaboración que hizo Giménez Zapiola de la situaciónde la economía tucumana de mediados de los cincuenta de Maeso (véase cuadro nº 1de página 162). Si se desagregan algunos productos quedaría más clara la vinculaciónde la estructura productiva provincial con la orientación exportadora y los flujos comer-ciales, tal como se puede apreciar en el cuadro nº 2 de página 162.

Las cifras demuestran la estrecha relación de ciertas actividades productivas -ba-sada en pequeñas unidades de producción, como la explotación del tabaco y en granmedida la ganadería- con los flujos exportadores. Tanto la suerte de los productores detabaco como de los pequeños "criadores" que vendían sus cueros a curtidores, lasmás de las veces a acopiadores que hacían curtir las pieles para encarar el negocio dela exportación con mayores márgenes de beneficio, dependía del mantenimiento deesos flujos y del comportamiento de mercados muy lejanos.

El centro de las operaciones comerciales estaba en San Miguel de Tucumán, encuyos alrededores se concentraba la mayoría de las curtiembres e "ingenios de desti-lación" -tal era la designación más corriente de los rudimentarios establecimientos queproducían azúcar y aguardiente-, las barracas de acopios de frutos del país, donde secargaban las carretas, y las tiendas y almacenes que comercializaban los efectos deultramar. La ciudad era, en las décadas de 1850 y 1860, un punto de confluencia detropas de carretas y mulas, de comerciantes locales, de Buenos Aires, de las provin-cias vecinas y de Bolivia. En ella optaron por radicarse no pocos e importantes comer-ciantes santiagueños, catamarqueños y salteños, y cuyos lazos familiares solidificabano daban origen a sociedades mercantiles que desplegaban sus actividades en un am-plio espacio.

A su vez, desde comienzos de la década de 1850, Mendoza articulaba un activocomercio ganadero con Chile, integrando funcionalmente las zonas productoras deleste argentino con el mercado consumidor trasandino. El desarrollo productivo delOasis Norte mendocino se concentró en una agricultura subordinada a tal comercio,con extensos alfalfares para engorde; otros, menores, aparecían en puntos estratégi-cos sobre los caminos hacia el litoral y Chile con la función de evitar el deterioro delganado en tránsito.

En la segunda mitad de los cincuenta y en la década siguiente, las estadísticasoficiales señalan, por su valor y volumen, la importancia que adquiría Rosario de SantaFe como centro excluyente del litoral para la remisión de los productos mendocinos(como lo era también para las producciones tucumanas y salteñas), a la vez que setransformaba en destacada proveedora de mercancías de ultramar. Mendoza enviaba aese destino más del 80% de la fruta seca y de sus harinas y proveía a San Juan conimportantes volúmenes de mercaderías diversas, lo que demuestra la función deintermediación que desempeñaba en el ámbito regional. Durante el período de la Confe-deración, las provincias de Cuyo y del norte habían abandonado el mercado bonaeren-

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se -al menos en el plano legal- por factores de orden político, reorientándose haciaRosario. Sin duda, la apertura de los ríos al tráfico ultramarino potenció el desarrollo deesta ciudad como plaza comercial, reforzado al convertirse en el único puerto alterna-tivo con que contaba la Confederación durante la secesión bonaerense, rol que seconsolidó en los sesenta pese a la unificación política en torno a Buenos Aires quesobrevino después de la batalla de Pavón. En esta década, aún cuando esa provinciadetentó una gran hegemonía política, su comercio no logró imponerse como proveedorde las importaciones de gran parte del espacio nacional. Por ejemplo, Chile proveía el66% de los bienes importados (azúcar, yerba, lienzos, tejidos, lozas, ferretería, etc.)que demandaban Mendoza y otras localidades servidas desde esta ciudad por suscomerciantes, y recibía de éstas ganado en pie, jabón, cueros, grasa y sebo, esquemaque se mantuvo hasta los años setenta, que fueron de transición hacia un nuevo mode-lo productivo. Del mismo modo, Salta continuaba distribuyendo en el norte determina-das mercaderías de ultramar ingresadas desde Chile, país al que remitía ganado vacuno.

Al comenzar la segunda mitad del siglo XIX, las ciudades de Mendoza y Tucumánconstituían verdaderos núcleos dinamizadores de la vida económica de áreascrecientemente valorizadas y en las que se insinuaban transformaciones sociales pro-fundas que se extenderían, con diversa intensidad, en ambos conjuntos regionales.Con 12.000 habitantes antes del gran terremoto de 1861 la primera, y 15.000 en 1863 lasegunda,20 las dos ciudades eran el eje de una red jerarquizada de incipientes núcleosurbanos, sedes de las delegaciones del débil aparato administrativo y político estatal.

Los grupos dominantes de ambas provincias controlaban antiguos circuitos comer-ciales, organizando la producción agrícola, pecuaria, artesanal y manufacturera y arti-culando las zonas productoras con los mercados locales, regionales y extrarregionales.En el caso mendocino, se adelantaron, en muchos años, a la organización de la gana-dería impuesta en la pampa húmeda, conformada en términos generales entre criado-res-productores e invernadores-comerciantes.

Mendoza desarrolló este comercio en diferentes épocas, proveyendo a Chile mulares,ovinos y bovinos. Pero el gran auge comenzó en la década de 1850 cuando el paístrasandino expandió sus cultivos trigueros como consecuencia de su penetración enmercados de la cuenca del Pacífico -que extendería a las fachadas atlánticas sudame-ricana y europea desde mediados de los sesenta-, lo que motivó un avance agrícolasobre los suelos ganaderos y el consecuente retroceso del rodeo existente. Esta situa-ción generó un gradual aumento de las importaciones chilenas desde el oeste argenti-no, casi monopolizadas por Mendoza y San Juan. Paralelamente, como se ha dicho,Rosario se transformaba en aquella década en el núcleo de un activo comerciointerregional porque comenzaban a superarse las trabas al intercambio interior, entrelas que sobresalía la eliminación de las aduanas provinciales. Las relaciones comer-ciales con Mendoza se afianzaron y el hinterland pampeano de aquel puerto producíaganados que se incorporarían al circuito Litoral-Pacífico articulado desde la ciudadandina.

20.La población total de Mendoza, según el censo provincial de 1864, era de 57.476 habitantes;Tucumán contaba con 99.000 almas en 1863, según las estimaciones de Moussy.

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La principal fuente de acumulación en Mendoza era el comercio de ganado. Lasventas de los productos locales (cereales, harinas, cueros) a las provincias argentinasno lograban equilibrar el crónico déficit comercial con el este, el que sin embargo eracompensado holgadamente con las colocaciones ganaderas y de algunas otras mer-cancías, de significación menor, en el mercado chileno. El comercio ganadero mantuvosu preeminencia entre las décadas de 1850 y 1880 e implicaba, en promedio, el 96% delas exportaciones locales al país trasandino. Por ejemplo, en el trienio 1870-72, seexportó por 2,78 millones de pesos, correspondiendo 2,67 millones al ganado. Entre1847 y 1878 salieron de Mendoza -legalmente- 1.027.753 animales engordados en susalfalfares, lo cual significó un ingreso de 30,8 millones de pesos bolivianos (en lo suce-sivo $b) (El Constitucional, 16-10-1879).

Pese a la insuficiencia de datos y al hecho básico de representar sólo la exportaciónlegal, el cuadro nº 3 (ver página 163) da un panorama de la magnitud de las ventas aChile. El contrabando bien podría calcularse en cifras similares.

La información reunida muestra un flujo relativamente estable que hizo crisis a me-diados de la década de 1870, cuando problemas diversos incidieron negativamente enel comercio exportador; entre otros, la depreciación del peso chileno y su inconvertibi-lidad, la Guerra del Pacífico y hasta fenómenos naturales. A partir de entonces conti-nuaron las exportaciones, con fuertes oscilaciones, pero su época de oro estaba defi-nitivamente terminada. Ello incentivaría una gradual reorientación productiva hacia laagroindustria vitivinícola, que empezó a manifestarse tenuemente en los setenta y quese aceleraría de los años ochenta, imponiéndose como elemento de recambio econó-mico en medio de profundas transformaciones en la organización territorial y en lasjerarquías urbanas, esto es, el desplazamiento del eje Santiago-Valparaíso y la preemi-nencia de la gran metrópoli nacional, Buenos Aires, secundada por Rosario.

Sin embargo, los datos de la balanza comercial de Mendoza, no definitivos, confir-man que la evolución del modelo de ganadería comercial dejó importantes saldos posi-tivos que facilitaron su reemplazo por el agroindustrial vitivinícola, sin ocasionar unareestructuración traumática en el plano socioeconómico (véase el cuadro nº 4, pág.163).

Para Tucumán, los mercados del litoral eran mucho más importantes. Hacia allí seremitían anualmente cientos de carretas, cargadas principalmente con suelas, aunquetambién eran rubros importantes el tabaco, los quesos y otros productos con valoragregado, aperos, botas, sillas de montar, caronas, cordobanes, pellones, etc. Lasimportaciones de efectos de ultramar se realizaban también del litoral, aunque desdeSalta se traían eventualmente algunas mercancías ingresadas por los puertos del Pa-cífico. La vinculación económica de Tucumán con sus provincias vecinas era tambiénmás estrecha que la de Mendoza con San Juan, productor de los mismos bienes yexportador de ganado. San Luis, en cambio ea una especie de mercado cautivo deMendoza, consumidor de sus vinos y frutos secos. El mercado regional era importanteconsumidor de las manufacturas en cuero, aguardientes, azúcar y algunos excedentesagrícolas, como el maíz y el trigo, partidas de los cuales se remitían a Santiago delEstero. Asimismo, Bolivia demandaba manufacturas tucumanas de cuero y Chile era un

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mercado relevante para la producción tabacalera; a ambos países se remitían discre-tas cantidades de ganado.

En ese sentido las exportaciones tucumanas de las décadas de 1850 y 1860 secaracterizaban por no depender de un único mercado de consumo. Por el contrario,éstos tenían una amplia dispersión espacial, que era la manifestación de una economíarelativamente diversificada, cuyas especializaciones productivas se habían desarrolla-do en el marco de un complejo sistema de intercambios y articulaciones forjados en elantiguo "espacio económico peruano", como lo denominó Assadourian y luego lo redefinióAntonio Mitre.

Aparentemente, la dependencia de los mercados extranjeros era menor para la pro-vincia norteña que la notoria subordinación de la economía mendocina con relación dela demanda chilena. Sin embargo, sólo en el maco de los intensos vínculos de lasprovincias extrapampeanas con los mercados andinos y del Pacífico, Tucumán pudo,del mismo modo que lo hacía Mendoza, compensar el déficit comercial con el litoral. Acomienzos de la década de 1870 las dos terceras partes de los dos millones de pesosen efectos de ultramar que se introducían anualmente en la provincia desde el litoraleran saldados con "sus frutos" y el resto "en dinero" que "recogía" del comercio conChile, Bolivia y las provincias vecinas. "Sus ganancias anuales -afirmaba ArsenioGranillo- no bajarán de ochocientos mil pesos a un millón que, en moneda circulante,en máquinas, edificios y progreso de sus industrias pasa a formar su capital acumula-do". La penetración en esos mercados tradicionales no dejaba de ser, por otra parte,una estrategia de los comerciantes locales para escapar de la desventajosa relacióncon que se encontraban con el comercio de Buenos Aires. Esta fue la percepción deVicente Quesada, que visitó la provincia en la década del cincuenta, según el cual elconsignatario que adelantaba fondos en Buenos Aires, cobraba comisión de venta,comisión de compra, garantía e interés de los capitales que adelantaba. El comerciantede las provincias se encontraba esquilmado. Para todas las operaciones necesitaba unintermediario, es decir, una comisión a pagar. Así, pues, hicieron tratativas para abriren Chile un mercado consumidor a los tabacos tucumanos, pero les faltó crédito ycapital. Obviamente, el vínculo con Bolivia era crucial para la captación del circulantenecesario para las transacciones de los mercados local y regional.

Esa diversificación productiva implicaba el desarrollo de un importante segmentomanufacturero. De base agrícola y ganadera, las exportaciones tucumanas -salvo eltabaco en hoja- tenían valor agregado. Las suelas, las artesanías de cuero, cigarros,quesos, azúcar y aguardientes, etc., implicaban un rudimentario -por la debilidad de subase tecnológica- pero consistente desarrollo manufacturero, que no solamente seexpresaba con la presencia de curtiembres e "ingenios -o fábricas- de destilación",sino por el buen número de talleres y de maestros artesanos registrados en los padro-nes de patentes. A fines de los cincuenta, entre 1856 y 1859, pagaron dicho impuestoen la capital unas 34 "fábricas de destilación" (21 de 1ª categoría y 13 de 2ª), 23curtiembres, 4 hojalaterías, 6 platerías, 16 herrerías, 25 zapaterías, 16 carpinterías decarretas, 65 carpinterías de obra blanca y 30 lomillerías y talabarterías. Este perfilmanufacturero fue afirmándose a lo largo de la década, como lo demuestra la evoluciónde la participación relativa de estas actividades en la recaudación del impuesto, que se

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incrementó del 14% en 1853 al 52% en 1859 y al 60% en 1863, en desmedro de laparticipación de las actividades comerciales, que descendieron (también en términosrelativos) del 86 al 44 y al 36% en los mismos años. Ya entonces, el dinamismo de laproducción de azúcar y aguardiente superaba al curtido de cueros, tendencia que seexpresó -en la década considerada, 1853-1863- en el aumento de la participación rela-tiva de los ingenios de la Capital en el impuesto a las patentes, que subió del 64 al 73%,mientras la de las curtiembres descendía del 27 al 15%.

En verdad, los beneficios que deparaba el curtido de cueros -actividad que entraríaen una pronunciada decadencia a mediados de los setenta- demostraron ser muchosmás aleatorios que los de la elaboración de azúcar y aguardiente y estuvieron someti-dos a fuertes fluctuaciones de los mercados. Si en 1855 se habían remitido a Rosario57.630 suelas, en 1862 -según los registros del impuesto al marchamo, tasa aplicada asuelas y cueros- se introdujeron al mercado 54.950 suelas, mientras que entre 1863 y1866 la producción cayó abruptamente (26.000, 14.900, 15.500 y 25.600 en esos cuatroaños), para recuperarse en 1867 y 1868, en los que se abonó el impuesto por 41.800 y57.800 piezas, respectivamente, cifra esta última que no llegó a superarse en los añossubsiguientes. Por el contrario, la producción azucarera se incrementó en el mismoperíodo a un ritmo sostenido, en sólo diez años -de acuerdo a los padrones elaboradospara 1864 y 1874 y según las cuadras cuadradas cultivadas con caña dulce en eldepartamento Capital- en un 90% (1864: 385,5 cuadras cuadradas; 1974: 738,5). Estasconsideraciones sirven para poner de relevancia la importancia decisiva del mercadolocal y regional en la dinámica económica y en el proceso de acumulación de capitales,que contrasta con el carácter estacionario de la demanda del litoral entre 1856 y 1870.Al no contar con mejores datos, el número de carretas exportadas al litoral no es unmal indicador para observar esta tendencia, expresada en el cuadro nº 5 (ver pág. 164).

Sin embargo, no hay forma de aproximarse a los valores de las exportacionestucumanas a las provincias vecinas y al norte, pues en la fuente no se describe elcontenido de los "bultos" de mercancías. La operación sí puede realizarse con algunosproductos remitidos al litoral. Por ejemplo, según nuestras estimaciones, entre 1863 y1870 se exportaron en carretas unas 320.000 suelas tucumanas y salteñas (unas 40.000anuales, en promedio) y unas 100.000 arrobas de tabaco, cuyo valor ascendía a1.440.000 y 150.000 $b, respectivamente.

Las actividades descriptas, junto a un importante desarrollo agrícola que analizare-mos más adelante, presentaban a los testigos de época un cuadro de una economíafuertemente mercantilizada que actuaba -ya desde la década de 1840- como un verda-dero imán para la población de las provincias vecinas, especialmente de Santiago delEstero, cuyas clases más pobres vivían -según Hermann Burmeister- "[...] en su ma-yoría de las provincias vecinas y, especialmente, de Tucumán, a donde acuden muchossantiagueños en la época de la zafra. [...]". La conexión ferroviaria con el litoral, laprotección arancelaria general que implementó el país para enfrentar los efectos de lacrisis económica internacional y la crisis de la industria de la curtiembre se conjugarona mediados de la década de 1870 para potenciar una transformación radical de laeconomía de la provincia en torno al azúcar. No hay dudas de que la misma se fueperfilando por lo menos en las dos décadas previas y que los saldos favorables acumu-

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lados en los antiguos circuitos mercantiles fueron reinvertidos oportunamente en laespectacular reconversión productiva que tendría lugar entre 1876 y 1895.

No está de más resaltar que este panorama no puede asimilarse a otros casos. Lavinculación de Salta con el Pacífico y Bolivia, por ejemplo, era mucho más estrechaque la tucumana. Sus intercambios en la década que va de 1845 a 1855 muestran unamuy marcada dependencia, en cuanto a importaciones, hacia los puertos del Pacífico,área con la que tenía un saldo comercial negativo de 1.550.000 $ fuertes, frente a unsaldo -también negativo- de 400.000 $ fuertes que resultaba de sus intercambios con ellitoral atlántico. Este déficit era compensado con las exportaciones hacia Bolivia, paíspara el cual la provincia norteña era el nexo con la economía argentina. La revitalizaciónde la minería argentífera boliviana, el surgimiento de nuevos centros mineros en el surdel altiplano y la emisión de moneda feble que los flujos dentro del antiguo espaciomercantil andino, creando oportunidades para agricultores, artesanos, grandes, media-nos y pequeños comerciantes, estos últimos en buena medida campesinos indígenas omestizos que comercializaban sus excedentes, de ambos lados de la frontera. Ganado(mulas, caballos, vacunos y asnos), textiles y otros productos de ultramar, aguardien-tes, artesanías y manufacturas varias, coca y cacao (los principales productos bolivia-nos introducidos a la Argentina), eran objeto de un intenso tráfico en el revitalizadoespacio mercantil surandino.

El rubro más destacado de estos intercambios fue el ganado, que encontró -graciasal auge salitrero del Pacífico- un gran mercado. Ello acentuó el carácter ganadero de laproducción salteña, motivando la expansión de la frontera económica hacia el Chaco.Los bovinos eran engordados en los valles salteños y remitidos a través de la cordilleraa las salitreras chilenas, conformando un circuito que cubría un amplio radio, desde elsur boliviano hasta Atacama. Un conjunto de ferias articulaba el espacio, siendo lasmás relevantes por las transacciones de ganado que se llevaban a cabo en ellas las deLa Tablada, en Jujuy, y la de Huari, en Oruro, aunque todos los circuitos estaban jalonadospor una serie de ferias menores. Abril era el mes en el que se reunían las predominan-temente ganaderas, luego de los meses de engorde de los animales y, finalizada latemporada de lluvias estivales, se iniciaba el cruce de la cordillera o el ascenso alaltiplano a través de quebradas y valles.

Sin embargo, la dinámica de estos mercados fue severamente afectada por el giroliberal de la política económica de los gobiernos bolivianos, que promovieron a partirde 1872 la libre exportación de pastas e interrumpieron la emisión de moneda feble, loque redujo el circulante y provocó una progresiva iliquidez. La Guerra del Pacífico(1879-1883) revitalizó la conexión de la economía boliviana con la Argentina, favore-ciendo a Jujuy, Salta y Tucumán, puntos de tránsito obligado de todas las exportacio-nes e importaciones bolivianas. Las empresas mineras y las casas comerciales delpaís vecino solidificaron sus vínculos con el comercio jujeño, salteño y tucumano, endonde se proveían de insumos y artículos extranjeros. Se trató, no obstante, de unauge efímero. El viejo sistema de articulaciones dentro de este mercado interno nologró sobrevivir al ciclo argentífero, al apogeo de la producción de antaño que se trans-formó a principios del siglo XX en el principal producto de exportación boliviano y altendido de las líneas férreas desde Antofagasta, aunque las exportaciones de ganado

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al norte chileno continuaron hasta 1930. Las tendencias centrífugas desestructurarían,de ese modo, el espacio mercantil andino y darían fundamento a las nostálgicas imáge-nes que -hacia el 900- se trazaban en Salta sobre los últimos años de esplendor de lasferias. Según Guillermo Bustos, "entre las más notables se contaba la feria de Sumalao,en la que se hacían fuertes negociaciones de compra y venta de mulas, artículosnacionales y extranjeros [...] [hoy] existe, pero no es sino una bacanal de varios días".

El desarrollo agrícola

El Oasis Norte mendocino, que comprendía alrededor de 80.000 hectáreas cultiva-das (91.637 según el Censo Nacional de 1869 y 78.842 según la Inspección Nacionalde Agricultura en 1875), estaba ocupado en un 90% por cultivos de alfalfa, cereales ensegundo término (6%) y, en modesto tercer lugar, por el viñedo, cifras que muestran lasubordinación agrícola al comercio ganadero.

El trigo, acompañando el desarrollo del alfalfar, tuvo en Mendoza un notable creci-miento desde los años cincuenta. Paralelamente se expandió la molinería y hubo es-fuerzos por modernizarla para atender una demanda sostenida, sin que existiera enmuchos productores una clara conciencia de sus limitadas posibilidades en el largoplazo. La evolución de este sector estaba relacionada con la de la forrajera y ésta,como se ha visto, con el comercio ganadero.

Hacia los años cincuenta (véanse las cifras del cuadro nº 6 pág. 164), se cultivabanen la provincia unas 4.500 hectáreas de trigo, con un leve descenso en 1864 (3.944hectáreas), probable consecuencia del gran terremoto de marzo de 1861. En los prime-ros años de la década de 1880 se produjo el máximo desarrollo de los trigales, con16.288 hectáreas en 1881 y posiblemente 23.000 en 1883. En los años siguientes seinició un sostenido descenso, desplazado por el viñedo moderno y su traslado haciaespacios periféricos cumpliendo meramente la función de incorporar nuevas tierras ala producción agrícola. En 1887 no superaba las 13.000 hectáreas (13% del total culti-vado) y el Censo de 1895 relevó un poco más de 5.000 (5%).

Aunque se trataba de un cultivo secundario, el trigo tenía gran significación en laeconomía mendocina. Así, para producciones que promediaban 100.000 fanegas (10.350toneladas) en los setenta, la comercialización local habría representado entre 300.000y 500.000 pesos bolivianos, en 1872 (3 $b/fanega) y 1876 (5 $). El valor agregado en laelaboración de harina, importante rubro de las ventas a otras provincias, hacía crecerla representatividad del sector en los flujos del intercambio.

El desarrollo de la actividad de transformación sólo puede reconstruirse parcialmen-te. El momento de auge -por cantidad de molinos- parece situarse en 1864 con 49establecimientos, 65% de los cuales estaban instalados en las áreas vecinas a laciudad capital, de mayor subdivisión y diversificación económica de las propiedades,pese a que sólo disponían de un 17,4% de las sementeras de trigo. No hay dudas de

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que el principal mercado de consumo y los servicios de transporte radicados en estazona obraron como factor de localización.

En los años ochenta disminuyó el número de molinos, combinándose el comienzo deuna retracción del sector con un proceso de modernización de algunos establecimien-tos que dejaban fuera de competencia a los de menor capacidad y técnicamenteobsoletos. Paralelamente, estos molinos modernizados controlaban el mercado que seretraía cada vez más hacia el ámbito provincial.

Durante las décadas del cincuenta y sesenta el principal mercado consumidor de losexcedentes de harina era la provincia de Santa Fe, particularmente Rosario, que absor-bía más del 80% de las remesas, seguida por Córdoba y San Luis. En los años setenta,el avance cerealero en Santa Fe, que acompañaba la expansión ferroviaria, redujo lasignificación económica de aquellos mercados, lo que afectó también a otros produc-tos. El gobierno percibía el problema y el ministro, Angel Ceretti, empresario molineropor lo demás, expresaba en El Constitucional: "El adelanto en el sistema de cultivosque de pocos años a esta parte se ha dejado sentir en los mercados consumidores denuestros productos agrícolas, principalmente del Litoral, ha aumentado de tal modo yabaratándolos que ya los nuestros no pueden soportar la competencia, habiendo que-dado reducida nuestra exportación por esta causa a una mínima parte de lo que eraantes, privando a la Provincia de uno de los más poderosos recursos con que contabapara pagar los artículos de ultramar que necesita y consume".

Pero esa percepción aparecía impregnada aún del optimismo de quienes preconiza-ban la modernización agrícola sin cambiar los cultivos tradicionales. Ceretti estimabaque con una cerealicultura tecnificada y cuando llegara a Mendoza el ferrocarril, sepodría competir con el litoral. Obviamente, no tenía conciencia de la magnitud espacialy productiva que adquiría el desarrollo de la nueva agricultura pampeana.

Cabe agregar que la reducción arancelaria para los trigos importados había cerradoa partir de 1876 los mercados de Buenos Aires y del litoral a las harinas, aun cuandocontaban con una protección del 45%. No obstante, las ventas continuaban, pues hacia1880 las harinas mendocinas tenían cotización en la capital.

Lo concreto es que los envíos se fueron limitando a Río IV y San Luis, lugares dondela relación costo/flete permitiría por un tiempo más la concurrencia de la producciónlocal. Y esta situación generaba un grave problema, porque la harina era el principalrubro en las provincias orientales. Por ejemplo, la harina exportada en 1857 significó el37% del valor de las mercaderías enviadas a las provincias e ingresos de entre 80.000y 96.000 $b, a los que deben sumarse los generados por los transportistas. A comien-zos de los años ochenta, se estima que las ventas de harina fuera de la provinciafueron del orden de 1.000.000 $m/n. Comparados con los 2.200.000 $ del ganado en-viado a Chile en 1884, queda clara la importancia del sector y las dificultades queplanteaba su desplazamiento de los mercados litoraleños.

Si la agricultura cerealera se desarrollaba en los oasis mendocinos, también lo hacíaen el piedemonte tucumano, una especie de gran oasis en un medio árido y semiárido

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muy irrigado por el sistema de afluentes del río Salí que bajan de las Sierras delAconquija y que cuenta con un elevado nivel de precipitaciones, alrededor de 1.000 mmanuales según las zonas. La abundancia del recurso hídrico y una tierra rica en humuscrearon condiciones favorables no sólo para el cultivo de la caña de azúcar y deltabaco, sino del maíz, el trigo, el arroz y otros cereales. Aunque la caña de azúcarterminaría ocupando el lugar central en la agricultura tucumana hasta el punto de que laeconomía provincial fue considerada un caso típico de monocultura, en el período bajoestudio la producción de alimentos se desarrolló notablemente. Era en el piedemontesubandino y en la margen este del Salí, en el departamento Capital, donde se concen-traban los recursos demográficos de la provincia -holgadamente la más densamentepoblada del país- y el núcleo receptor de un proceso migratorio intrarregional que iríaadquiriendo intensidad con los años y que tenía sus picos en los meses de la zafraazucarera (fines de mayo a comienzos de octubre), lo que generó una demanda progre-siva de alimentos e impulsó el desarrollo agrícola. Un informe elaborado en 1881 desta-caba que ciertos puntos de campaña, "antes incultos y recorridos por unos pocosganados y hoy completamente cubiertos de cercos perfectamente cultivados", habíanexperimentado "una transformación radical".

Aunque no se han elaborado series confiables que den cuenta de la evolución de laproducción cerealera tucumana, un cuadro elaborado por Juan Manuel Terán en 1875para el Departamento Nacional de Agricultura traza un panorama agrícola diversificadoy con una gran presencia del cereal. Comparados los valores tucumanos con los quese disponen de sus vecinas Salta y Santiago del Estero, podemos formarnos una ideamás precisa de la importancia del sector en el contexto regional. En 1872 en Salta secultivaba un total de 8.066 ha y en 1878 se estimaban en 5.164 las sembradas enSantiago del Estero, un 17,6 y 11,3%, respectivamente, de la superficie bajo cultivo entierras tucumanas, como se desprende del cuadro nº 7 (véase pág. 165).

En consecuencia, Tucumán prácticamente se autoabastecía de alimentos, exportan-do excedentes a las provincias vecinas, en particular maíz y trigo a Santiago del Este-ro, remitiendo incluso algunos años partidas de arroz al litoral. Sin embargo -y aunqueel incremento del número de molinos puede considerarse una de las manifestacionesde la expansión del cultivo del trigo (1847: 5; 1857: 11; 1874: 44; 1880: 26)21- en 1870 seimportaban harinas, por lo menos de Catamarca, y a comienzos de los ochenta deSantiago del Estero, Catamarca, La Rioja, San Juan, Mendoza y Córdoba, en años demalas cosechas hasta 80 o 100.000 @, cuyo valor estimado era de 120.000 a 150.000 $b.

De este modo, a comienzos de los ochenta se insinuaba la dependencia tucumanaen lo que se refiere a importación de harinas, que se haría patente a fines de siglo. Laconsolidación de harinas, que se haría patente a fines de siglo. La consolidación delmercado nacional con el trazado de los ferrocarriles, la competencia de las harinas dellitoral y los altos precios de la caña de azúcar en el período de más acelerada expan-sión de la agroindustria (1880-1895) reorientaron a los productores de cereales (peque-ños propietarios y arrendatarios) hacia la producción cañera, haciendo desaparecer

21.La disminución del número de molinos a mediados de los setenta o tiene que ver con la reduccióndel área sembrada de trigo, sino con la modernización tecnológica y un proceso de concentraciónde la actividad.

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prácticamente el cultivo del arroz y disminuyendo notablemente el del trigo, que en1895 sólo ocupaba 1.276 ha. Además de la caña de azúcar, que en este último añocubría más de 50.000 ha (el 56% del total del área sembrada de la provincia), sólo elmaíz (30.000 ha) -por su importancia en la dieta de campesinos y trabajadores deplantaciones e ingenios- y el tabaco (2.750 ha)- que no se vio afectado por ningunacompetencia con la conexión ferroviaria con el litoral- evolucionaron en consonanciacon la expansión del mercado local y regional.

Los actores económicos

Entre las décadas de 1850 y 1880 los agentes que hegemonizaban la actividadmercantil, ganadera y manufacturera de estas economías extrapampeanas estabaninsertos en redes sociales y económicas muy antiguas, manifiestas en los circuitoscomerciales forjados en la Colonia y en la complementariedad de los espacios involu-crados, lo que aseguraba los mercados. En el interior de sus propios territorios, elsector mercantil era socialmente productivo en tanto generaba actividades que, aun-que subordinadas, permitían el funcionamiento de la estructura social sin desequilibriosmanifiestos: en Mendoza, la producción de forrajeras para el ganado en tránsito aChile, los cereales y frutales y su transformación semiindustrial o artesanal, que in-cluía subproductos ganaderos; en Tucumán, también cereales, caña de azúcar, tabacoy ganado, bases de una consolidada producción manufacturera destinada a un conjuntode mercados espacialmente muy dispersos. En ambos casos, este sector controlaba otenía gran participación en la estratégica actividad transportista. Correlativamente conla división del trabajo en el territorio provincial, que tenía a la ciudad capital comonúcleo superior, articulador interno y externo, la estructura social del modelo mendocinode ganadería comercial reconocía actores jerárquicamente vinculados. El nivel supe-rior estaba constituido por un reducido grupo de hacendados o comerciantes con resi-dencia urbana que operaba tanto en niveles familiares como en sociedades formales.Sus miembros estaban vinculados por relaciones parentales, económicas y políticas.

Los actores involucrados en el modelo de ganadería comercial han sido identifica-dos en función del grado de integración económica que tuvieron y, consecuentemente,de su poder de control sobre segmentos de la actividad y su capacidad de incidir en laorganización del territorio y la economía. Se reconocen agricultores que producíanalfalfa, criadores, productores no integrados, comerciantes integrados y comerciantesno productores.

Los productores de alfalfa estaban en la base de la pirámide y dependíanmarcadamente de los niveles superiores. Eran propietarios o arrendatarios dedicadoscasi exclusivamente al cultivo forrajero. Sus explotaciones eran pequeñas, medianas yaún grandes. El potrero, que recibía ganado a talaje o para la venta por cuadra, era lafuente principal de ingresos. Fuertemente sujeto a las oscilaciones del comercio gana-dero, tenían una extrema dependencia respecto de las variaciones de la demanda ex-terna y, por ende, de quienes controlaban la exportación. Pocas alternativas tenía esteactor dentro del modelo, en el que la adopción de innovaciones y/o tecnificación de las

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pequeñas y medianas explotaciones era poco factible. En los años setenta, el 1,4% delos propietarios concentraba un 30% de las tierras irrigadas; el resto, unos 5.000 agen-tes, disponía de explotaciones de 11,5 ha promedio en la capital y departamentosaledaños y algo más extensas en las periferias. La subdivisión se aceleraría posterior-mente como consecuencia de la expansión vitícola. Estos pequeños productores for-maban el estrato más bajo dentro de la base de la pirámide, aunque los propietarios demayores extensiones cumplían idéntica función de proveedores de pasturas.

Los criadores de ganado estaban también en la base de la pirámide, subordinados alos actores que controlaban el comercio. Sólo eran propietarios de sus animales ytrabajaban para estancieros-hacendados. Las estancias, situadas fuera del oasis prin-cipal, tenían puesteros e inquilinos que integraban un grupo definido por los reglamen-tos de estancias. En 1834 inquilino o arrendatario era el individuo que poseía más de 25vacunos y 150 lanares y cabríos; quienes estuvieran por debajo de esas cifras queda-ban habilitados para permanecer en la estancia únicamente en relación de dependenciacon el propietario. Desde la década de 1860 se impusieron gravámenes a la ganadería,progresivos a partir de una base más o menos amplia. Pero, desde los setenta, todoslos criadores pagaron patente, aún los más pequeños.

Los criadores, con 50, 100 o 200 vacunos o yeguarizos y una probable tasa deextracción no superior al 20%, dispondrían anualmente de 10 a 40 animales para laventa, cantidad muy exigua para justificar su traslado a mercados distantes para sercomercializada. Seguramente los enajenaban al propietario del campo en condicionesimpuestas por éstos, con lo cual cabe suponer que sus ingresos eran escasos y de-bían ser complementados con trabajos realizados para el estanciero-hacendado, antequien quedaban doblemente subordinados. Al igual que el productor de forraje con suspastos, el criador vendería sus animales si había demanda sostenida y los liquidaría,muy subvaluados, si se dificultaba el comercio exportador.

El Censo Provincial de 1864 registró 489 criadores. Un 32% estaba concentrado enel sur, todavía frontera con el indio, y un 38% en el Valle de Uco (departamentos de SanCarlos, Tunuyán y Tupungato). La distribución mayoritaria de los criadores estaba en-tonces sobre zonas en proceso de ocupación (San Rafael) y otras ya afianzadas (Vallede Uco), pero todas vinculadas con Chile que era el mercado natural para el ganado. EnLa Paz (al este) y Lavalle (al norte) los criadores estaban más relacionados con elengorde de animales en haciendas cercanas y con la provisión de ganado menor paraconsumo de la población. Veinte años después, el número de criadores había aumenta-do casi un 44%, registrándose 704 propietarios de ganados de crianza, incluidos loshacendados con estancia más destacados, menos de 30 individuos pertenecientes a17 grupos familiares. En promedio, estos agentes poseían 137 vacunos, 134 ovinos ocaprinos y 32 caballares, cifras reducidas, indicativas de los condicionantes naturalesde un semidesierto que soporta cargas animales mínimas y demanda extensos campos.

Los hacendados se ubicaban por encima de las categorías anteriores. Estos agen-tes se autocalificaban como hacendados o propietarios en censos, documentos guber-namentales, prensa, etc., términos que hacen referencia a una posición social de reco-nocido prestigio. Entre ellos pueden definirse dos categorías de actores: los producto-

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res no integraos y los comerciantes integrados. Los productores no integrados eranagentes con relativa autonomía. Generalmente residentes en la capital o alrededores,eran propietarios, arrendatarios o ambas cosas, producían forraje, cereales y harinaspara su venta, recibían ganado para invernar (talaje) o engordaban su propio rodeo, quecriaban o adquirían en campos fuera del oasis para venderlo finalmente al comercianteexportador o a los abasteros de la ciudad y de la campaña. Muchos de estos agentesdesarrollaban otras actividades: comerciales, financieras, etc. y pertenecían a anti-guas familias de la elite; otros tenían estrechos vínculos parentales, sociales y econó-micos con aquella, de modo que integraban también el grupo dominante. Son los casosde Manuel González de Jonte, Adolfo Maza o el médico inglés Edmundo Day. Otrosagentes, pese a comerciar en rubros diversos con Chile, no incluyeron la exportaciónde ganado; tal, por ejemplo, Saturnino Ferreira, criador e invernador de su propio rodeo,que vendía en mendoza no obstante sus estrechas relaciones con Valparaíso comomercader de efectos o agente local de casas comerciales chilenas. Eusebio Blanco,por su parte, era comerciante mayorista e importador desde Chile, con negocios en SanJuan, Rosario y el interior provincial. Blanco tenía potreros para invernada en el oasis y en1860, con una estancia de 30 leguas cuadradas en Córdoba, se convirtió en criador.

Los comerciantes integrados residían en la ciudad capital e inmediaciones, controla-ban la totalidad de la estructura económica y social y se apropiaban en mayor propor-ción del ingreso que generaba el modelo. Generalmente eran grandes propietarios -aunque también arrendatarios- de campos en el secano y n el oasis; sus explotacionesestaban en diversos puntos de la provincia, localizadas sobre las vías de ingreso yegreso del ganado para invernar y exportar. En consecuencia, podían ser criadores,invernadores del rodeo propio y del que compraban, abastecían parte del mercadolocal y manejaban la exportación. Producían forrajeras y los diversos cultivos asocia-dos e invertían además en mejorar las razas ganaderas -aunque en muy pequeñaescala-; pero además, era habitual que desarrollaran simultáneamente otras activida-des, como el transporte, el crédito laico y el comercio de mercancías.

El comercio extrarregional les daba un manejo de la información sobre la situaciónfavorable o no de los mercados donde operaban. Sumado esto al control que ejercíansobre la siempre escasa oferta de moneda dura obtenida de sus exportaciones, queda-ban en posición de orientar la producción en la provincia, generando relaciones desubordinación de los grupos descriptos previamente y aún de los comerciantes urba-nos, vía créditos o por las condiciones que imponían para adquirir el ganado, el pasto ocontratar el talaje, o por la provisión de metálico o la gestión de créditos en Chile paralos importadores de mercancías. Desde la actividad mercantil, que los relacionaba conotros centros urbanos, estos actores articularon espacios funcionales y se convirtie-ron, además, en potenciales agentes de difusión de nuevas tecnologías. Numerososmiembros de este grupo poseían estancias de cría en Santa Fe o Córdoba y en zonasdel secano o de los pasos cordilleranos hacia Chile, con lo que dominaban y organiza-ban el territorio en función de su actividad económica central.

En general, pertenecían integralmente al grupo dominante de la sociedad local ytenían fuertes vínculos sociales y económicos con Chile y, algunos de ellos, con ellitoral y Buenos Aires. Pertenecían a esta categoría comerciantes que se integraron

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como hacendados y quienes hicieron el proceso inverso. Sus acciones y decisiones sedieron en el marco de empresas familiares y de relaciones parentales o sociales queformaban un entramado económico y territorial. La constitución de sociedades para elcomercio de ganado fue frecuente dentro de este grupo, tanto para operaciones de granenvergadura y fuerte ganancia como para reducir la exposición de los patrimoniosindividuales frente a riesgos imprevistos en los negocios.

Junto con los empresarios locales, cabe destacarlo, actuaron comerciantes chile-nos, indicativo de la pervivencia de relaciones muy estrechas al margen de la separa-ción política, que hacían percibir a quienes controlaban la economía que el eje Mendo-za-Valparaíso era un espacio integrado. Tanto aquella percepción como la efectiva inte-gración se irían diluyendo por factores diversos, como los problemas limítrofes o elefecto unificador del territorio nacional que provocó el ferrocarril y el desarrollo delEstado-nación.

La escasez de población y el lento proceso de puesta en valor de las tierras fuera deloasis determinaban una enorme diferencia en los precios de haciendas y estancias enrelación con Chile, algo que no pasó desapercibido a los inversores trasandinos. De talmodo, varios empresarios chilenos se convirtieron en comerciantes integrados apro-vechando las oportunidades que representaban las tierras poco valorizadas de Mendo-za, no sometidas aún al proceso de mercantilización que se iniciaría a mediados de losaños setenta, pero, sobre todo, no dejando pasar el momento de eclosión de la deman-da y ascenso de precios ganaderos de la década de 1850 en su país. Inclusive, uncomerciante inglés de Valparaíso, Guillermo Gibbs, terminó incorporándose como ha-cendado en la provincia, donde se radicó y se integró al empresariado local y al grupodominante.

Los empresarios mendocinos controlaban, no obstante, el funcionamiento del mode-lo económico hasta el momento en que el ganado trasponía la frontera. Nicolás Sotomayortenía propiedades y arriendos rurales, muy extensos, estratégicamente ubicados sobreel circuito del comercio ganadero (provincia de Córdoba; en el este y sudoeste deloasis; la gran hacienda y estancia «El Melocotón», en el Valle del Uco, sobre la cordille-ra). Se lo llamó "el Rostchild de Mendoza", aunque a fines de los cincuenta terminaríaen la quiebra. Era comerciante de efectos, prestamista, criador, invernador y exportador.

Domingo Bombal, comerciante de efectos, introducía ganado en Mendoza desde ladécada de 1830. Tenía vínculos con Buenos Aires y Chile, desde donde importabamercaderías como mayorista. A fines de los cincuenta, como consecuencia de nohabérsele reintegrado un préstamo, se convirtió en criador de ganado, al pasar a su"dominio" (luego propiedad) una estancia sobre el río Diamante, a la que agregó otrascuatro en la misma zona sanrafaelina. En los años setenta Bombal disponía de casi 300ha de potreros alfalfados para invernada y era ya un fuerte exportador de ganado. Susposesiones sureñas se completaban con 12.000 ha cultivables (con derecho de riego)y más 300.000 de campos naturales para cría. Éste es un caso de lo que hoy seconsideraría como integración hacia atrás; es decir, partiendo del comercio y otorgan-do créditos, Bombal accedió gradualmente a la etapa de cría primero y de invernada enpotreros propios después, para culminar con su participación plena en la exportación a

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Chile. Los González constituyen otro ejemplo de un grupo económico familiar que asu-mió integralmente el negocio ganadero, del mismo modo que los Correa, los Corvalán,los Villanueva, los Guiñazú y los Videla.

Este rápido panorama muestra claramente la integración de todas las etapas delnegocio ganadero: cría, invernada, abastecimiento al mercado local y exportación, conun amplio control del espacio sobre el que se desarrollaba este circuito comercial:propiedades en zonas productoras de otras provincias o en el secano mendocino;explotaciones en áreas de engorde y en las de tránsito hacia Chile, es decir que susdecisiones económicas necesariamente influían en un determinado modo de organiza-ción de la producción y del territorio. El comercio de exportación culminaba con elingreso del ganado a Chile, donde la disposición final estaba a cargo de empresarios deese país, propietarios a su vez de campos de engorde y mantenimiento. El exportadormendocino se limitaba a satisfacer la demanda, sin invertir en las muy valorizadastierras de aquel país. Como su actividad estaba centrada en la compra de ganado, elriesgo que asumía en la cría era mínimo, porque en caso de retraerse la demandaexterna se aseguraba el mercado provincial, engordando su ganado en los fundospropios y suspendiendo o limitando las compras a los criadores o a los productores deforrajes de Mendoza o de las tradicionales zonas proveedoras. También debe tenersepresente que los comerciantes chilenos controlaban con firmeza la actividad en supaís, imponiendo una cierta relación de subordinación a los exportadores mendocinos.

Los comerciantes no productores constituyeron una categoría poca numerosa, con-formada por argentinos y también por algunos chilenos que, en términos generales,avanzaron hacia la integración de las diversas etapas. Su posición inicial era la menosriesgosa, en tanto cría e invernada eran asumidas por otros agentes, El ganado erasólo una mercancía más empleada inclusive para ser trocada por otras. No obstante,para la mayoría de los casos registrados, esta categoría habría sido de iniciación en laexportación ganadera, tal vez de experimentación y de vinculación con el mercado deconsumo, para avanzar luego hacia la etapa de invernada y, en ocasiones, la de cría.No debe ignorarse que los vínculos familiares directos obraban frecuentemente comouna estructura económica en la que el trabajo podía dividirse; lo mismo para las rela-ciones interfamiliares, de manera que si sólo se considera al individuo, esta categoríapodría adquirir nitidez, mientras que si el objeto es el grupo familiar o la parentelaampliada, se estaría en presencia de comerciantes integrados.

Los ejemplos más nítidos de esta categoría corresponden a comerciantes prove-nientes de la inmigración europea de la etapa temprana, es decir, arribados con ante-rioridad a 1870. Y son destacables, además, porque indican que el europeo adoptabalas mismas prácticas económicas que el comerciante argentino, en relación con lasposibilidades que ofrecían mercados fragmentados, territorios inseguros y mal comu-nicados. Pedro Caraffa, comerciante italiano residente en San Juan, fue un fuerte ex-portador de ganado desde mediados de los setenta, asociado con un empresariomendocino. Luis Olivé, francés, comerciante, y Carlos Malmen, sueco e ingeniero,ambos fuertes prestamistas desde los años setenta, exportaban ganado en 1880.

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Finalmente, a comienzos de la década de 1870 aparece la figura del consignatario deganado, agente que ofrecía sus servicios inicialmente desde Chile, marcando así unode varios casos de introducción de innovaciones desde ese país en la actividad econó-mica local. En los años ochenta, algunos mendocinos (entre otros, D. Guiñazú, comer-ciante integrado) se incorporaron como consignatarios, operando desde la ciudad capi-tal o desde Chile, aunque -como se ha dicho- el control del mercado trasandino semantuvo siempre en manos de los comerciantes del país vecino.

El modelo mercantil-manufacturero tucumano reconocía un conjunto de actores quepueden clasificarse en labradores, criadores, hacendados, manufactureros, comerciantesintegrados y comerciantes no productores. Los labradores y criadores trabajaban pe-queñas explotaciones. Podían ser propietarios con títulos, arrendatarios, agregados omeros ocupantes de la tierra, cuya fuerte presencia en el panorama agrario de laprovincia norteña se ha destacado como una de las particularidades que han modeladosu desarrollo social y político hasta nuestros días.

El censo nacional de 1869 registró 833 agricultores y 10.785 labradores (sobre untotal de 108.953 habitantes). Frecuentemente, en la documentación y prensa de épocase asimilaba el vocablo "labrador" y con la condición de "pobre", pero resaltando su"independencia" y "respetabilidad", cualidades derivadas del acceso a la tierra quecontrastaban con la desconfianza y permanente sospecha que despertaban jornalerosy sirvientes. Sobre este segmento social el Estado ejercía un estricto control parapreservarlo de la "corrupción" moral a la que se lo consideraba proclive y su existencialegal sólo era posible bajo la tutela de patrones. Por el contrario, las referencias hacialabradores y criadores exaltaban su laboriosidad y sus hábitos "moralmente sanos".Nadie más elocuente, al respecto, que Vicente Quesada: "Ya lo he dicho, el campesinoera agricultor y ganadero. Así echaba más hondas raíces en el suelo que labraba, y alabrir el surco y depositar la simiente, se radicaba más al orden y se hacía más econó-mico y moral. La propiedad estaba muy subdividida; no había grandes propietarios,pero no se conocía la miseria en el que era apto para el trabajo".

La distinción que hace el censo entre "agricultores" y "labradores" no es arbitraria.Una muestra elaborada a partir de las cédulas censales del área rural de la capital(3.483 registros, con 86 labradores y 67 agricultores), muestra que ambos grupostenían ciertas características comunes en cuanto a origen (15% de migrantes,mayoritariamente oriundos de Santiago del Estero; 35 años de edad promedio y un 66%de jefes de familia), pero se distinguían por un mayor porcentaje en cuanto a instruc-ción de los segundos: 35% de ellos sabían leer y escribir, mientras entre los labradoressólo lo hacia el 20%. Ello indica que los segundos eran el segmento más avanzado encuanto al uso de técnicas agrícolas, más mercantilizado y, seguramente, con una es-cala mayor de operaciones y posibilidades de contratar trabajadores.

Sin embargo, siendo la relación numérica agricultores-labradores de 1:13 -no hayforma de establecer una relación sobre la base de superficie cultivada y/o producción,hay que centrarse en los labradores si queremos identificar a los productores de cerea-les y tabaco. De acuerdo con nuestras estimaciones, las unidades de producción dedi-caban una extensión aproximada de 0,9 cuadras cuadradas para el maíz, 1,3 para el

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trigo y 0,4 para el tabaco. En general se trataba de explotaciones familiares en las queel cultivo predominante era el maíz y que comercializaban los excedentes, salvo en elcaso del tabaco, producto de destacada participación en las exportaciones tucumanas,como se ha visto. Su relación jurídica con la tierra, con los mercados y los vínculos conlos grandes propietarios fueron muy variados y estaban determinados por diversascondiciones: cercanía de los mercados de consumo, acceso a los circuitos mercanti-les, recursos hídricos o tamaño de las parcelas, elementos todos que determinabandiferentes posibilidades de negociación con comerciantes, acopiadores y grandes pro-ductores.

El estrato más desfavorecido del grupo era sin duda el caracterizado por los censistascomo "labradores-peones", que aparece en las cédulas censales pero no en el resu-men editado. Quizás se trate de aquellos labradores sin tierras a los que se refiereTerán en su informe de 1875, que pagaban el arriendo con un "servicio personal" de unoo dos meses anuales a los propietarios y que se valían (como el conjunto de loslabradores) de primitivos arados de madera, un año antes de la llegada del ferrocarril ycuando se generalizaba en ingenios y molinos el uso de la máquina a vapor.

Tres últimas observaciones caben sobre este sector. Su peso específico en la es-tructura social no era uniforme. Mientras los labradores del área rural de la capitalconstituían el 6,9% de la población adulta masculina /y los "agricultores" el 5,4), en uncontexto en el que la categoría ocupacional dominante era la de peón (61% de lapoblación masculina adulta, 32,5% del mismo migrantes), en Monteros los labradoresconstituían en 58,6% de la población adulta masculina del área rural. Por otro lado,muchos de estos labradores eran también propietarios de algunas cabezas de ganadoy eventualmente pagaban la contribución mobiliaria por el mismo. En cuanto a su rela-ción con los comerciantes, los productores de tabaco dependían absolutamente delfuncionamiento de mercados y circuitos en los cuales el rol protagónico lo desempeña-ban grandes acopiadores y comerciantes exportadores, quienes adquirían las cose-chas. Pero nada sabemos sobre su participación en los circuitos comerciales locales,aunque no es probable que el gran comercio los monopolizara en los niveles en que lohacía con el "tráfico exterior". En este plano, habría que indagar sobre el rol de pulperosy tenderos de la campaña y del significado de ciertos datos que eventualmente apare-cen en la documentación, con la existencia de numerosos carreteros propietarios deuna sola carrera en los departamentos del interior. Por último, las actividades agrícolasy ganaderas de las pequeñas unidades campesinas se combinaban con la producciónartesanal y con la venta de la fuerza de trabajo, lo que se desprende del elevadoporcentaje de mujeres identificadas como hiladoras, tejedoras y costureras en el Cen-so Nacional de 1869.

Los criadores fueron también un segmento numeroso. Aunque el resumen del censode 1869 unifica bajo la denominación de "Estancieros, hacendados, etc." a todos losque tenían como ocupación principal la cría de ganado (1.584 en total), Terán mencionapara 1875 la existencia de 4.828 "criadores". Según Bousquet, "La cría de ganadovacuno [...] está tan repartida entre todos los habitantes de la campaña, que son conta-dos los hacendados que tengan 6.000 cabezas de ganado". Los departamentos gana-deros por excelencia eran Burruyacu, Trancas y, en menor medida, Leales, es decir

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aquellos de clima semiárido, no pedemontanos. Los dos primeros concentraban, en1875, el 45% de todo el ganado vacuno de la provincia y en ellos se localizaban lasestancias típicamente ganaderas. Sin embargo, también tenían un elevado número depequeños criadores. Según el padrón de contribuyentes de Trancas del año 1867, delos 150 criadores sujetos al pago de la contribución mobiliaria, 90 declararon poseermenos de 100 cabezas, 26 entre 100 y menos de 500, 11 entre 500 y menos de 1.000 ytres más de 1.000 (un solo propietario declaró 2.000 cabezas).

Hacendados y estancieros eran el estrato más concentrado de los propietarios ga-naderos. La Memoria histórica y descriptiva de la provincia de Tucumán, de 1882,identifica haciendas con estancias, definiéndolas como "propiedades no cercadas, des-tinadas a la cría de ganado. [...] Si se exceptúan unas pocas, entre las que citaremosmás particularmente las del Sr. D. Rufino Cossio en la Ramada [9.000 cabezas deganado vacuno+, de los Srs. Wenceslao Posse e hijo en el Alto de las Salinas, de losSres. Manuel Posse e hijo en Chorrillos [7.000 cabezas], las tres pertenecientes alDepartamento de Burruyacu, la de D. Belisario López en Santa Ana, departamento deRío Chico, la mayor parte de las estancias de Tafí en número de diez o doce, etc., lasdemás son relativamente poco extensas, y cada día, con los rápidos progresos de laagricultura, se va cercenando el espacio haciéndose más difícil la cría de ganados".

En realidad, muchos de los antiguos hacendados habían reorientado sus actividadeshacia el comercio y la producción manufacturera. En ese sentido, en el seno de anti-guas haciendas surgieron en las décadas de 1840, 1850 y 1860 curtiembres e ingenios.Fue el caso de una de las antiguas estancias jesuíticas, propiedad de José Frías, quienmontó un ingenio en Cebil Redondo, al oeste de San Miguel; de "La Reducción", deVicente Posse, y de las haciendas "Concepción", "La Trinidad", "Cruz Alta" y "SantaAna". Como es obvio, aquellos hacendados y estancieros que no dieron tales pasosocuparon posteriormente un lugar secundario entre los sectores económicamente do-minantes, aunque conservaron intacto el prestigio social y su inserción en el seno de laelite local.

El sector de manufactureros estaba integrado por aquellos individuos o sociedadesfamiliares dedicados fundamentalmente a la curtiduría y a la producción de azúcares yaguardientes. Aunque en las mismas incursionaron comerciantes de diversos rangos yhacendados, se distingue claramente un sector cuya participación en el comercio deexportación e importación fue marginal. En el mismo se destacaron representantes dela inmigración temprana, en especial vascofranceses, como Evaristo Etchecopar (fun-dador del ingenio "Lastenia" a fines de la década de 1840) y los curtidores Juan Bautis-ta Bascary, Salvador Larramendy, Martín Apestey, Pedro Etchevergere, Alejo Hergui,Pedro Lacavera, Martín Berho, Juan Hardoy, Antonio Laharraga, Juan Fagalde, JuanDermit, Martín Murphy, Francisco Garat, el alemán Enrique Erdman (fundador de unacurtiembre y de un ingenio en la estancia "La Invernada"), Alejandro Duverti, entreotros. Muchos de estos curtidores también se aventuraron, con suerte varía, en elprocesamiento de la caña de azúcar (Lacavera, Fagalde, Berho, Bascary, Apestey,Hergui, Dermit) y otros como Hardoy fueron sólo plantadores. Quizás su condición deextranjeros les impidió contar con las imprescindibles vinculaciones parentales y polí-ticas ("capital social") para introducirse en el comercio de larga distancia, aunque

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también formaron parte del segmento familias criollas, tales como los Colombres (An-tonio, Clementino, Ezequiel y Remigio) y los Cardozo (Celestino, Santos, Mariano yPedro), que figuran pagando patente por ingenios desde los cincuenta; los Mariño, losVersaluce (curtidores), como el ignoto Vicente Pérez, propietario de un ingenio en loscomienzos de los cincuenta que se mantuvo en actividad por lo menos hasta la llegadadel ferrocarril, para nombrar unos pocos ejemplos.

Algunos casos merecen atención especial, como el de ciertos hacendados que evo-lucionaron hasta especializarse en la producción azucarera, tal el caso de los García,fundadores de los ingenios "Cruz Alta", "El Paraíso", "Concepción" y "San Andrés", ode los Zavalía. Del mismo modo es intersante la evolución de la familia Nougués. JeanNougués se instaló en Tucumán en la década de 1820 y fundó en los treinta un ingenio,pero montó también un aserradero, una curtiembre y un molino harinero. Al igual que lafamilia Padilla, fundadora del ingenio "Mercedes", en 1830, incursionó en los mercadoslocal y regional comercializando su propia producción de azúcares y aguardientes einstalando almacenes en Tucumán, Monteros y Salta, a la vez que adquiría importantesporciones de tierras en el piedemonte, aunque los Padilla se dedicaban también a laexportación de ganado y tabaco al norte chileno y a Bolivia. De todos modos, estosgrupos familiares conservaron un predominante perfil manufacturero. Por último, esnecesario referirse a Baltazar Aguirre, precursor de la modernización tecnológica, quieninstaló en 1859 -en sociedad con el entonces hombre fuerte de la Confederación, JustoJosé de Urquiza- un ingenio con maquinarias integralmente importadas de Inglaterra.Aunque los orígenes de sus actividades empresarias estaban en el comercio, concen-tró todos sus ahorros y esfuerzos en el emprendimiento industrial. Sin tierras paradesarrollar plantíos propios y sin capitales suficientes para afrontar las contingenciasde una actividad que, ofreciendo buenos márgenes de beneficio, también estaba ex-puesta a imponderables de consecuencias desastrosas, su ingenio de "El Alto" tuvouna accidentada existencia y no pudo evadir la quiebra en los setenta. Quizás su casosea la manifestación extrema y dramática de la debilidad de aquellos manufacturerossin tierras, sin bases de sustentación en la actividad comercial y sin el "capital social"necesario para la obtención de créditos y de favores oficiales en circunstanciales difí-ciles.

Los comerciantes integrados tucumanos tenían una presencia similar a la actividadeconómica local que los mendocinos. Controlaban el comercio de exportación e impor-tación, con sólidos vínculos con el litoral y el norte; el manejo del metálico los transfor-maba en los únicos oferentes de dinero a interés en la etapa prebancaria de la econo-mía tucumana, que llegó prácticamente hasta 1880. Tenían una gran participación en elcomercio mayorista y al menudeo; les pertenecían las propiedades urbanas más valio-sas y, muchos de ellos, eran propietarios de haciendas ganaderas; asimismo, poseíantropas de carretas propias e integraban la elite que detentaba el poder político.

Si los grande comerciantes mendocinos asumían integralmente el negocio ganade-ro, los tucumanos orientaron sus inversiones hacia un rubro de gran rentabilidad, laproducción de azúcares y aguardientes, sin descuidar el negocio de la curtiembre, quecontrolaban sin necesidad de invertir en ella. Bastaba con encarar en forma directa elacopio de cueros y encargar a los curtidores la producción, pagando por pieza curtida,

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para que todos los beneficios de la intermediación (tanto en la esfera local como en lainterregional) quedaran en sus manos. En ese sentido, muchos curtidores -salvo unospocos cuya envergadura les permitía competir en el acopio de cueros y exportación desuelas- estaban totalmente subordinados a los comerciantes integrados, del mismomodo que los criadores y productores de tabaco. Por ejemplo, entre 1860 y 1874, de loscuatro más grandes contribuyentes del impuesto al marchamo -no se tienen datosdiscriminados de 1872 y 1873)- tres eran comerciantes integrados: Wenceslao Posse,Méndez Hnos. y Vicente Gallo y Cía., y el estante, Gramajo Hnos., una firma de comer-ciantes no productores.22

Pero las vías hacia la integración de actividades comerciales y productivas fuerondiferentes. Los tres grandes grupos familiares que a fines de nuestro período aparecencomo los grandes representantes de este grupo, los Posse, los Méndez y los Gallo,recorrieron diferentes caminos en el proceso de integrar actividades de intermediacióncon las productivas. Mientras los Posse ya aparecían en los años cuarenta comopropietarios de ingenios, los Méndez (Juan Manuel y Juan Crisóstomo, hijos del pode-roso mercader Pedro Gregorio) y los Gallo (Santiago, Vicente y Delfín, hijos de Vicentey sobrinos de Napoleón) irrumpieron poco antes de la llegada del ferrocarril a la provin-cia. Hasta los setenta, estas sociedades familiares eran eminentemente mercantiles,pero a partir de entonces se transformarían en empresarios del azúcar, especialmentelos Méndez, quienes adquirieron el ingenio "Concepción" en 1870 y fundaron "La Trini-dad" en 1878 y "La Florida" -en sociedad con Ernesto Tornquist- a principios de losnoventa. No está de más agregar que esta sociedad familiar había fundado, también aprincipios de los setenta, uno de los primeros bancos que funcionaron en la plazatucumana.

La extensa familia Posse tenía, como se dijo, una larga experiencia en la producciónde azúcares y sus derivados. Importantes comerciantes, estuvieron en la primera filade los que incorporaban innovaciones tecnológicas. En 1864, de los seis ingenios quehabían adquirido trapiches de hierro accionados hidráulicamente, tres pertenecían amiembros de la familia, siendo Vicente Posse, padre de Wenceslao, Emidio, Juan yManuel, todos industriales, el primero en adoptar la novedad. Para 1880, "La Esperan-za", de Wenceslao, era uno de los tres ingenios más poderosos y modernos de Tucu-mán, junto al "Concepción" y a "La Trinidad". Fue sin duda Wenceslao el miembro másdestacado de este grupo familiar por sus iniciativas empresarias y por la envergaduraque adquirieron sus operaciones. Exportador e importador; comerciante mayorista yminorista de productos de ultramar y de frutos del país, tenía consignatarios en Salta,Santiago del Estero, Córdoba y buenos Aires; audaz especulador de azúcar y aguar-diente, acaparaba estos productos en épocas de precios deprimidos para vender cuan-do los mismos se tonificaran, protagonista de frustradas iniciativas para la producciónen gran escala del añil y de pellones, estos últimos con máquinas importadas de Euro-pa; inversor en tierras -e importante ganadero- en Lobería y también de numerosaspropiedades urbanas en la ciudad de Buenos Aires, puede considerarse como el arque-tipo de los comerciantes-manufactureros tucumanos, aquellos que motorizaron un pro-ceso que transformó -en las décadas del setenta y del ochenta- el antiguo centro

22.Véase también este tema en el capítulo 7: "Las burguesías regionales".

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mercantil del norte en un epicentro agroindustrial de una región que, a partir de enton-ces y por varias décadas, respiró al ritmo de la producción azucarera.

Sin duda fue la necesidad de maximizar beneficios los que promovió los procesos deintegración comercial-manufacturera. Si para quienes controlaban los circuitos mer-cantiles el desarrollo manufacturero aportaba nuevos productos que podían colocarseen los mercados locales, regionales y extrarregionales, para muchos manufactureroscomercializar sus producciones les aportaba los beneficios de la intermediación y losliberaba de las relaciones de subordinación con los grandes comerciantes. Por ejem-plo, curtidores como Lacavera, Berho, Hardoy y Laharraga, entre otros, tuvieron unadestacada participación en las exportaciones de suelas al litoral en la década de 1860.

Otra lógica, más conservadora, guió a los comerciantes no productores, aunquealgunos asumieron gran protagonismo como transportistas. Por ejemplo, la sociedadque operó en la década de 1850 como Duhart y Gramajo y e la de 1860 como GramajoHnos., no se aventuró en empresas productivas, pero controló un elevado porcentajede las carretas que partían a Rosario y que llegaban de esta plaza. De las 2.374carretas despachadas desde Tucumán hacia esa ciudad entre 1863 y 1867, se carga-ron 840 en la barraca de la firma, el 35% de total (Vicente Gallo y Prudencio Santillándespacharon, respectivamente, el 31 y el 9%). Durante varios años Gramajo Hnos. fuela más importante de las firmas tucumanas exportadoras de suelas. Según nuestrasestimaciones, entre 1856 y 1859 exportó el 25% del total de suelas remitidas al litoral;y entre 1863 y 1867, cuando el número de exportadores se multiplicó, su control delnegocio se redujo al 15%, Pedro Lacavera. Propietarios de tiendas y tropas de carre-tas, poseían asimismo una importante estancia ("Arcadia", que fuera propiedad delgobernador federal Alejandro Heredia), pues la producción ganadera surgía de la natu-ral necesidad de controlar los recursos que demandaba la movilización de las tropas.No conocemos cómo funcionaba la estancia de los Gramajo, pero las de otros comer-ciantes-troperos eran verdaderos complejos productivos donde se criaban bueyes y sefabricaban carretas y repuestos. Más allá del poderío económico y la influencia social ypolítica de que gozaron por décadas, la irrupción como actividad dominante de laagroindustria azucarera y del ferrocarril eclipsó la era del comercio a larga distancia encarretas, relegando a quienes habían decidido no invertir en la producción azucarera aun plano totalmente secundario entre las clases propietarias tucumanas.

Junto a los pequeños productores agropecuarios, el espectro de los sectores subor-dinados se completaba en ambas provincias con asalariados, artesanos y trabajadoresde unidades domésticas. Las 3.859 costureras, 2.718 hiladores/as y tejedores/as, 8.699jornaleros, peones y gañanes y 5.571 sirvientes/as, cocineros/as y lavanderasmendocinos; junto a los 1.078 cigarreros/as, 7.511 costureras, 7.635 hiladores/as ytejedores/as, 6.527 jornaleros y peones, 14.29 pelloneras, 8.258 sirvientes/as, cocine-ros/as y lavanderas y 1.224 zapateros, boteros y remendones tucumanos registradospor el Censo Nacional de 1869, constituían un conjunto de hombres y mujeres que nofueron ente pasivos en el desenvolvimiento económico y social. Aunque se carecetodavía de suficientes estudios sobre su cultura, sus sistemas de representaciones ysus estrategias frente a los sectores dominantes, los mercados y el Estado, es posibleaproximarnos a este conjunto de cuestiones a partir de la problemática del trabajo.

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Un panorama del mundo del trabajo

Las relaciones laborales en las provincias argentinas durante el siglo XIX estuvieronregidas por una particular institución, la papeleta de conchabo. Derivada de las genéri-camente conocidas leyes contra la vagancia, era un documento emitido por una autori-dad competente (policía o juez de paz) que certificaba que determinado individuo esta-ba bajo relación de dependencia laboral con un patrón. Para quienes, según el Regla-mento de Policía de Tucumán de 1877, no poseían oficio, profesión, renta, sueldo,ocupación o medio lícito con que vivir era condición de su existencia legal, ya que sintal documento eran considerados vagos o sospechosos de serlo y pasibles de serperseguidos y castigados como tales.

Junto a la indigencia, de la que se desprendía la sospecha de "vagancia", había unaserie de conductas que se tipificaban con esta calificación, todas las que amenazaranlos derechos de propiedad, el orden y la moral instituidos por los sectores dominantes,incluyendo la afición al juego, al alcohol, la mendicidad, el vagabundeo, etc. Los casti-gos y reprensiones aplicados a los incriminados como vagos eran variados, en funciónde las peculiaridades locales y los intereses de particulares y del Estado puestos enjuego. Los más frecuentes eran trabajos públicos forzados y servicio de armas en lafrontera.

Aunque no fueron los requerimientos productivos los que primaron en la génesis deeste tipo de normativas durante la colonia, cuando en la segunda mitad del siglo XIX lademanda de mano de obra cobró capital importancia, estas normativas sociolaboralesfueron revitalizadas para la captación y retención de trabajadores, sirviendo de unmodo complejo a la formación de mercados de trabajo indispensables para satisfacerlas necesidades de la expansión económica que aconteció en gran parte del territorionacional.

En las décadas de 1820, 1830 y 1840, tanto en Mendoza como en Tucumán sereafirmó la sujeción de los trabajadores a los patrones. A través de leyes, decretos oedictos policiales se establecían penalidades a los indigentes que carecían de papeletade conchabo y a quienes contrataran peones sin que éstos demostraran con una pape-leta de desconchabo estar libres de deudas y haber finalizado su relación laboral ante-rior. Los fundamentos de estas ordenanzas eran siempre disciplinadores y moralizantes,apuntando a erradicar los vicios, la holgazanería y la inmoralidad, con la pretensión demodificar hábitos, conductas y sistemas de valores de los sectores populares. Para lossectores dominantes se trataba de uno de los requisitos de la modernización de lasociedad y, desde esta perspectiva, los aspectos económicos, políticos y culturales dela cuestión se confundían, ya que no se podían disociar los esfuerzos por transformarlos hábitos laborales con los que pretendían anular las manifestaciones culturales ypolíticas autónomas de las clases subordinadas. Tanto la variada gama de mecanis-mos e instrumentos de represión social y "moralización" como el control del esparci-miento popular y los esfuerzos por imponer valores y pautas culturales de las clasesdominantes -definición de los derechos de propiedad, nociones de lo legal e ilegal, deltrabajo, del ocio, del tiempo, de la diversión, etc.- deben entenderse como partes de

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una misma empresa "civilizadora" de los sectores populares que fue encarada en todaAmérica latina en el siglo XIX.

La insistencia con la que se recordaba la vigencia de las normativas coactivas y laspenas para los trabajadores y multas para los patrones establecidas son una evidenciade que su efectividad era relativa. Pese a que las elites agudizaban los esfuerzos parareducir al máximo la movilidad de los trabajadores con la retención por deudas, lasrespuestas de éstos al sistema coactivo no fueron pasivas. Los peones se fugaban confrecuencia buscando mejores oportunidades, escapando a regímenes de trabajo muyrigurosos o como efectivo medio para evadir deudas, por anticipos salariales o porbienes adquiridos en almacenes o pulperías de sus patrones, difíciles de saldar. De-nuncias como la efectuada por un patrón mendocino en 1857 contra un ex peón, "uninsigne ladrón", que se había fugado tres años antes, eran muy comunes: "En esteinvierno se presentó en este establecimiento [...] diciendo que debía a la hacienda yque quería pagar en trabajo, razón por [la] que el mayordomo lo admitió. Pocos díasdespués se fugó debiendo en el almacén...".23

Estas conductas fueron sistemáticamente reprimidas y la policía asumió el rol deuna especie de agencia de conchabos, en tanto capturaba trabajadores "prófugos" y"vagos", los entregaba a los patrones con "derechos" sobre los mismos o los colocabacon nuevos empleadores. En Tucumán, mientras a principios de la década de 1850 lasdetenciones por causas laborales eran poco significativas, su número se incrementónotablemente en los años sesenta y setenta, junto al número de trabajadores registra-dos en la Oficina de Conchabos y las plantaciones de caña de azúcar. De acuerdo conlos registros policiales, entre 1865 y 1886 el 23,5% de los detenidos fueron trabajado-res "prófugos" o "deudores" de sus patrones, con un porcentaje máximo de 37,7 en1866 y un mínimo de 15 en 1879. Con todo, el porcentaje de "prófugos" detenidos sobrelas denuncias efectuadas por los patrones (11.066 en 1889) nunca superó el 30% y enalgunos años apenas pasó el 10%. Tal situación llevaba a que los propietarios fueran nor-malmente presentados como víctimas de sus dependientes: "Los patrones -decía el perió-dico mendocino El Constitucional- se encuentran completamente sometidos a los capri-chos de los trabajadores que por la abundancia del país pueden trabajar cuando quieren...".

Los críticos contemporáneos del sistema coactivo señalaban su flagrante contradic-ción con la Constitución Nacional, que consagraba el principio de la igualdad civil, yasimilaban la condición del trabajador a la de los siervos de la gleba. No obstante, másque un reflejo del ordenamiento social, las leyes de conchabo eran una representaciónideal de la sociedad, in instrumento de acción de las elites sobre las relaciones socia-les, un "deber ser" más que "el ser". Los trabajadores eran, en rigor, asalariados, ypese a que las normativas sociolaborales pretendían establecer derechos de propiedadde los patrones sobre el trabajo de quienes habían matriculado como peones "propios"-"derechos" que podían ser transferidos como cualquier bien patrimonial si mediabandeudas por anticipos de salarios o bienes-, fue imposible evitar que la mano de obra semovilizar bajo los impulsos de los incentivos monetarios. Fue a través de las fugas yde la contratación ilegal de peones "prófugos" como actuaron la oferta y la demanda,

23.Archivo Histórico de Mendoza, Carpeta 390, Documento 41.

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abriendo lentamente el camino a la constitución del mercado libre de trabajo. La mismapráctica del endeudamiento por anticipo de salarios, presentada como una trampa queencadenaba de por vida a los trabajadores y obstaculizaba el desarrollo de un modernomercado laboral, era el producto de una negociación previa a los contratos. Desde lamisma perspectiva, a falta de sindicatos u otras formas de organización colectivas, elrecurso de las fugas fortalecía la posición de los trabajadores para negociar salarios ycondiciones laborales.

Pero el camino hacia un mercado de trabajo libre estuvo jalonado de marchas ycontramarchas. En 1855 se reactualizaron las disposiciones coactivas en Mendoza através de un decreto particularmente duro que normaba sobre la duración de los con-tratos e imponía a los trabajadores las multas, las prisiones y el trabajo forzado enobras públicas de rigor. Obligaba asimismo a los peones de tropas de arrias y carretas-del mismo modo que en hizo en Tucumán en esos mismos años- a conchabarse "tanluego como llegaran de viaje", considerándoselos vagos si no obtenían de inmediato lapapeleta. En 1867 el gobernado Nicolás Villanueva derogó el régimen de conchaboobligatorio y propició un sistema de libre contratación acorde con las disposicionesconstitucionales, pero en la década siguiente, una ordenanza sobre servicio domésticode la municipalidad de Mendoza, de 1873, fue extendida a todo el ámbito provincial unaño después, quedando restaurada la papeleta. Aunque su aplicación fue irregular enlos distintos departamentos y no rigió para los trabajadores europeos, mantuvo suvigencia hasta fines del siglo.

Esta virtual liberalización de las normativas en el ámbito mendocino no se dio enTucumán, donde el Reglamento de Policía de 1878 reproducía, con variantes no muyimportantes, las disposiciones del reglamento de 1856. Quizá la mayor "hambre debrazos" de la elite tucumana, en momentos en que la expansión azucarera se potencia-ba con la llegada del ferrocarril, explique la decisión de no renunciar a imponer losviejos vínculos de dependencia, los que sin embargo estaban en un lento proceso dedesintegración como efecto de las conductas refractarias de los trabajadores. En con-secuencia, las leyes de conchabo y la persecución a la "vagancia" se aplicaron tam-bién a los inmigrantes europeos, que pronto demostraron ser tan "indóciles" e "indolentes"como los desacreditados trabajadores criollos. En realidad, no pudieron adaptarse alas exigencias del corte de la caña y del trabajo en los ingenios y a la dieta alimenticia,como tampoco pudieron hacerlo los indios pampas que fueron enviados a Tucumánluego de la conquista del desierto, a lo que deben agregarse expectativas salarialesinsatisfechas y el rechazo al régimen del conchabo obligatorio, razones que puedenexplicar en parte la relativamente pobre afluencia a esa provincia de la inmigracióneuropea con relación al litoral y a Cuyo. No está de más aclarar que los inmigranteslaboralmente calificados, contratados como técnicos en los ingenios azucareros conniveles salariales relativamente altos y aquellos que se radicaban en el medio urbanocon oficios "respetables", escapaban a los rigores del conchabo obligatorio.

La conexión ferroviaria de Tucumán con el litoral en 1876 y las perspectivas quedespertaba en Mendoza esa posibilidad hicieron vislumbrar a las clases propietarias lainevitabilidad del mercado de trabajo libre. "Así que vengan con el Ferrocarril, les hande pagar un peso a cada gañán y no hemos de tener quien nos alcance un jarro de

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agua", se quejaba en Mendoza, ya en 1871, un "suscriptor" de El Constitucional. EnTucumán, a su vez, la competencia del ferrocarril ocasionó grandes dolores de cabezaa los empresarios ávidos de mano de obra. A principios de la década de 1880, más de3.600 peones estaban ocupados en las obras de prolongación al norte, 2.500 de ellosen los trabajos de corte y construcción de terraplenes. La competencia del ferrocarrilafectaba inclusive a los contratistas de los ingenios enviados a Santiago del Estero yCatamarca por los mejores salarios ofrecidos por los empresarios del riel. En Mendozala preocupación por el costo de los salarios promovió propuestas para mecanizar laagricultura, a través de lo cual se lograrían aumentos de productividad y una sustancialreducción de la mano de obra empleada. Se pensaba que con las máquinas "encontra-remos los brazos a bajo precio, que es lo que nos conviene". De este modo, las sega-doras y sembradoras permitirían cultivar grandes extensiones y cosecharlas en cortotiempo "sin tener -según un informe publicado por El Constitucional- que estar subordi-nados a la voluntad y capricho de los peones que en esas épocas suelen ponersecaros y escasos".

Pese a tales previsiones y a la persistencia de la coacción, los salarios de lostrabajadores tendieron a subir. Aunque se trataba de un salario de tipo antiguo, con uncomponente monetario y la ración alimenticia, los vigentes en Tucumán pronto se des-pegaron de los de Santiago del Estero y Catamarca, vigorizándose el flujo de migrantesque año tras año partían de esas provincias en la época de la zafra azucarera. Delmismo modo, la afluencia de trabajadores chilenos a Mendoza se fortaleció con laexpansión del oasis y la valorización de nuevas tierras para atender la creciente de-manda trasandina de ganado, lo que les aseguraba mayores ingresos salariales y me-jores perspectivas que los que les ofrecían las duras condiciones de existencia de losgañanes en tierras chilenas. No obstante, hubo que esperar a fines de los ochenta yprincipios de los noventa para que los salarios se incrementaran de un modo significa-tivo. Entre 1886 y 1888 los sueldos y jornales pagados en ciertos departamentosmendocinos se duplicaron; en Tucumán los salarios reales del trabajador azucarerosólo comenzaron a subir en 1890 (entre un 20 y un 40% con relación a 1880).

Las estrategias empresarias frente a los nuevos modelosproductivos

Las tres décadas analizadas han sido las del auge de los modelos denominados deganadería comercial, para Mendoza, y comercial-manufacturero, para Tucumán. A fi-nes del período el modelo mendocino iniciaba un rápido declive y el tucumano habíasufrido transformaciones radicales en su estructura y funcionamiento. La concurrenciade un conjunto de factores, entre los que se destacan el desarrollo del sistema ferrovia-rio y el afianzamiento del mercado nacional y del Estado-nación, explica tales cambios,los que deben asociarse sin duda al debilitamiento y desestructuración de los antiguoscircuitos mercantiles de raigambre colonial que conservaron su vitalidad en el interiorargentino durante casi todo el siglo XIX. De esta "crisis" surgirían dos nuevos modelos,el agroindustrial vitivinícola en Mendoza y San Juan y el azucarero en Tucumán y lasrestantes provincias del norte, que posibilitaron a ambas regiones adaptarse notable-

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mente a las nuevas condiciones de los mercados y acoplarse con relativo éxito almodelo agroexportador cuyo auge despuntaba en esos años.

Es indudable que Tucumán se adelantó a Mendoza en la reconversión de su econo-mía, en tanto el sector azucarero se perfilaba ya en los cincuenta y los sesenta comoel más dinámico y rentable. Se ha atribuido al ferrocarril, que llegó a la provincia en1876, el haber desempeñado la función de "disparador" de ese proceso que transformóde un modo radical el paisaje social de la provincia. Sin embargo, teniendo en cuenta laavanzada especialización en la producción de azúcar y aguardientes que tenía ya aprincipios de los setenta la capital y, en menor medida, el departamento de Famaillá,podría invertirse la ecuación y afirmar que fue el incipiente aunque promisorio augeazucarero de esos años lo que aceleró el tendido de los rieles.

En 1861 las expectativas en torno a la explotación industrial de la caña de azúcareran generalizadas. Ese año la firma inglesa Fawcett Preston y Cía., especializada enla fabricación de trapiches y demás aparatos para la elaboración de azúcar, anunciabaen la prensa tucumana que sus representantes recibían órdenes para la construcciónde todo tipo de maquinaria. Aunque el azúcar tucumana estaba todavía imposibilitadade competir con sus similares extranjeras en el litoral, la voluntad de los empresariostucumanos de abastecer nuevos mercados o sufría mella. En 1870, troperos y arrierostucumanos abastecían con el producto a Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja,Córdoba, Valles Calchaquíes, Salta y, en reducidas cantidades, a las provincias deCuyo, pero ya en 1874 se hacían especulaciones sobre las posibilidades de competiren el mercado chileno, entonces abastecido con azúcares peruanos, brasileños, fran-ceses, alemanes y norteamericanos. Los efectos de la depresión mundial iniciada amediados de la década, que elevaron los precios de los artículos de importación, juntocon la proximidad de la conexión ferroviaria, generaron en esos años una verdaderaeuforia de inversiones, lanzando a muchos al negocio del azúcar. En tres año, entre1873 y 1876, el número de ingenios con trapiche de hierro se elevó en el departamentoCapital de 21 a 24; aquellos con trapiches de madera saltaron de 13 a 36.

Los testimonios son coincidentes en destacar la elevada rentabilidad que ofrecía laactividad. Según Granillo, a principios de los setenta una nueva plantación cañera (con-siderando los costos de la tierra y su puesta en producción) redituaba en un año el125% de la inversión. En 1880, un informe del gobierno tucumano estimaba una rentabi-lidad menos espectacular, pero igualmente extraordinaria: arriba del 50% en el primeraño y superior al 100% en los años subsiguientes. Consecuentemente, desde fines delos setenta y principios de los ochenta hubo un marcado aumento del número de hectá-reas cultivadas con caña (1877: 2.487; 1880: 4.254; 1884: 6.636) y de la producción deazúcar (1877: 3.000 ton; 1880: 9.000; 1884: 24.152), valores que irían en incrementosostenido hasta alcanzar en 1895 a 40.724 ha y 109.253 ton. Paralelamente, en tresaños se produjo una drástica concentración industrial: los 69 ingenios en funcionamien-to de 1880 se redujeron a 33 en 1883, cifra alrededor de la cual rondaría durante variasdécadas el número de establecimientos azucareros tucumanos. Para el último año elnúmero de cultivadores había ascendido a 923 y continuaría creciendo.

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El abaratamiento de los fletes con la irrupción del Ferrocarril Central Norte, su grancapacidad de carga y el efectivo acortamiento de las distancias desde el puerto deRosario facilitaron la importación de maquinarias eximidas de todo impuesto aduaneroen 1876. Un año después, la ley de aduanas protegía al azúcar con el arancel generalad valorem del 25% y en 1884 el Congreso estableció por primera vez un arancel deprotección específico: 5 centavos por kilo de azúcar importada, año en el que tambiénlos ferrocarriles del Estado rebajaron los fletes para el transporte del azúcar tucumanocon el fin de mejorar las condiciones en que competía con el producto importado.

Como es evidente, el rol del Estado fue clave en la protección y fomento del nuevomodelo productivo. No sólo al hacerse cargo de la construcción de la línea férrea desdeCórdoba, sino también modernizando el sistema financiero, reduciendo las elevadastasas de interés y otorgando los créditos para solventar, las cada día mayores inver-siones que exigía la importación de maquinaria, las obras civiles y la extensión del áreade cultivo. Como los bancos no podían satisfacer las crecientes demandas de capita-les, los empresarios del azúcar tuvieron que recurrir a otras vías de financiación, entrela que se destacaron los créditos otorgados por los fabricantes de maquinarias -enparticular franceses- o por sus agentes en Buenos Aires. Aunque las inversiones fue-ron esencialmente locales, en los ochenta aparecen en escena empresariosextrarregionales y extranjeros. Capitales cordobeses fundan en 1882 los ingenios "LaProvidencia" y "Bella Vista" -los propietarios de este último eran comerciantes de ori-gen español-; el mismo año una sociedad inglesa monta "La Corona"; el industrialporteño Juan Videla había puesto en marcha un año antes "El Manantial" y a fines de ladécada, Ernesto Tornquist -el prototipo de los empresarios que nacionalizarían la acti-vidad- se hacía cargo del "Nueva Baviera". No son éstos los únicos aportes en capita-les, experiencia empresaria y vinculaciones con el gran mundo de las finanzas y lapolítica argentinas de los ochenta y los noventa que recibió la economía tucumana,pero bastan como ejemplos para dar cuenta de un nuevo clima en los negocios y de laprofundidad de los cambios acaecidos en apenas una década.

La trascendencia de los mismos podrá aquilatarse mejor si se considera que tam-bién se manifestaron en Jujuy, Salta y Santiago del Estero, provincias en la cualesentre los setenta y los ochenta se pusieron en marcha o se modernizaron totalmentemás de una decena de ingenios azucareros (tres, uno y siete en cada una de ellas,respectivamente), aunque la experiencia azucarera santiagueña no haya podido perdu-rar en el tiempo.

Con relación al caso mendocino, se ha mencionado que el desarrollo agrícolapampeano y el ferrocarril determinaron el fin de la ganadería comercial y de la organi-zación económico-espacial que la sustentaba. El mercado interno en formación despla-zaba las harinas mendocinas y era conquistado por nuevas regiones productoras; laganadería, gradualmente refinada, avanzaba hacia el oeste y el tendido ferroviario, quellegó en 1876 a Villa Mercedes, contrajo el espacio y el tiempo, desplazando o limitandoconsiderablemente una de las fuentes de acumulación más importantes en el modelode ganadería comercial: el transporte. Por otra parte, la demanda chilena se contraía,tornando ilusorias las posibilidades de sustentar el crecimiento económico con la solaactividad de engorde de ganado.

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Desde mediados de los setenta, los cambios económicos y político en el país, enparticular la consolidación del proceso de centralización del poder estatal y la inserciónen la división internacional del trabajo bajo la hegemonía británica, obligaron a la elitelocal a buscar alternativas. La actividad vitivinícola, con una tradición tricentenaria,apareció a los ojos de políticos e inversores como una de ellas, quizás la más prome-tedora. Al comenzar la década de 1880, Mendoza disponía de sólo 2.788 ha con viñas,cultivadas en su mayoría en asociación con alfalfa, con baja densidad de cepas porunidad de superficie (alrededor de 1.000 por ha). Salvo contadas excepciones, queintentaban una transición modernizante, el viñedo se mantenía dentro de la tradicióntécnica colonial. Pero a partir de 1881, el Estado provincial eximió de impuestos a losnuevos viñedos que se implantaran de manera exclusiva y promovió la incorporaciónde inmigrantes y la difusión de información técnica. La gran expectativa ante la proximi-dad de la llegada del ferrocarril y la consecuente ampliación del mercado, fue otrofactor central. El Estado nacional tuvo a su cargo ese tendido ferroviario y la formaciónde recursos humanos a través de la Escuela Nacional de Agricultura.

El ferrocarril promovió, además, la valorización de la tierra, así como la introducciónde equipo técnico para la bodega moderna. Agregado a ello, el libre flujo de mano deobra, los altos salarios iniciales que abrieron posibilidades de ahorro y capitalización,la difusión del crédito institucional (bancos de Mendoza, Nacional e Hipotecario), fue-ron factores concurrentes a la incorporación de un número creciente de pequeñospropietarios a la producción del sector, a la vez que se producía una concentración dela propiedad vitícola en manos del grupo dominante (un tercio de la misma sería con-trolada a fines de siglo por treinta grupos familiares) y de nuevos empresarios capitali-zados en la región, aunque de origen inmigrante.

Desde el Estado provincial se fueron generando políticas de estímulo a la vitiviniculturaque transformaron el oasis y refuncionalizaron el espacio. A partir de las administracio-nes de los empresarios-políticos Francisco Civit (1873-76), Elías Villanueva (1878-81)y la de Tiburcio Benegas (1887-89) se dictaron normas de promoción fiscal, formaciónde recursos humanos, atracción de inmigrantes, expansión del crédito, aprovechadaspor el grupo empresarial que controlaba el Estado para incorporarse a la modernaagroindustria.

A partir de esos años se implantaron viñedos con criterios técnicos modernos: 3.000/4.000 cepas por ha.; conducción en espaldera; labores culturales, etc., buscando pro-ducir grandes cantidades de uva. En los quinquenios 1881-85; 1886-90 y 1891-95, seregistró una acelerada expansión de la vid, muy notable desde la llegada del ferrocarril(1885); 174 ha en el primer período; 4.462 en el segundo y 7.248 en el último. Al finalizarel siglo habían sido incorporadas 17.830 ha a la viticultura con promoción fiscal ysumadas a las tradicionales, empadronadas en 1883, proveían de materia prima a lanaciente industria del vino. De ese modo, el viñedo intensivo fue desplazando a losalfalfares en el espacio productivo agrícola y transformándose, por su valor, en elcultivo dominante del paisaje mendocino. Paralelamente, en 1884 se modernizó la le-gislación de aguas y poco después la red de riego, lo que permitiría una utilización másracional del recurso hídrico y una expansión de las superficies irrigadas.

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Expresiones de estas transformaciones fueron la mercantilización de la tierra, lamovilización de la fuerza de trabajo y una estrecha relación de la naciente agroindustriacon los mercados productores de bienes de capital, Europa y EE.UU. Más de 10.000inmigrantes arribaron a la provincia entre 1881 y 1890. Por su parte, el desarrollo delmercado de tierras y la inevitable especulación hicieron crecer los precios de los terre-nos cultivables. Entre 1886 y 1888, por ejemplo, hubo una notable apreciación, sobretodo en tierras cercanas a la ciudad capital, donde avanzaba el viñedo.

En 1884-85 el vino había reaparecido como bien exportable y era enviado en volú-menes significativos al mercado nacional. El ferrocarril generaba una modificación es-tructural en la composición del comercio exportador de Mendoza porque al integrarfísicamente al territorio, ofrecía un mercado considerablemente ampliado con buenascondiciones de accesibilidad y menores costos relativos. En esos años continuó el envíode ganado a Chile, pero el resto de los bienes fueron remitidos al mercado nacional y, algoexcepcional, pequeñas remesas de miel de abeja y de minerales exportadas a Europa. Paraentonces, el vino se colocaba en Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, San Luis y Tucumán.

Por supuesto, el desarrollo de la industria era imprescindible para llegar a aquellosresultados. Las bodegas modernas se instalaron en un acelerado proceso dominadopor la improvisación. La bodega de tradición colonial estaba incapacitada para proce-sar la creciente producción de uvas, tanto por su número escaso (alrededor de 60 en1864) y lo rudimentario del equipamiento técnico, cuanto por su tamaño reducido y laconsecuente indisponibilidad de vasija vinaria.

Hacia 1887 se registraban 420 bodegas, todas muy pequeñas para las magnitudesactuales, y en 1899 llegarían a ser 1.084. Aunque para ese año el 87% elaborabamenos de 1.000 hectolitros, habían aparecido las bodegas grandes, muy tecnificadas.No hay dudas de que las inversiones en el sector y el proceso modernizador fueron lasrespuestas del empresariado mendocino a la creciente oferta de uvas y a la expansivademanda del mercado consumidor de vinos.

Los procesos de estructuración espacial de la vitivinicultura y la inserción de losempresarios en el nuevo modelo productivo respondieron a estrategias lógicamenteconcebidas: la utilización del crédito y la inversión en la etapa agrícola, distribuida enexplotaciones de distinta localización para minimizar el riesgo de desastres naturales ypara mantener formas de control social. La viticultura moderna se justificaba ante lasperspectivas de rápidas y grandes ganancias motivadas por una demanda creciente,aprovechando la exención de impuestos con que el Estado provincial subsidiaba partedel desembolso inicial del nuevo cultivo.

Las estrategias de los grupos empresarios mendocinos y tucumanos que en lasdécadas de 1850, 1860 y 1870 controlaron las actividades económicas de sus provin-cias han sido ya más que esbozadas. Como se ha visto, tenía al comercio como ejefundamental, complementado con actividades agrícolas, ganaderas y manufacturerasy con préstamos al Estado y a particulares, frecuentemente a estos últimos con garan-tías hipotecarias. En ambas provincias supieron aprovechar las ventajas de una posi-ción geográfica que les permitía articular diversos mercados en un amplio espacio,

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conectando el Pacífico con el Atlántico y los Andes, a la vez que desarrollaban produc-ciones que potenciaba su penetración en los mismos y maximizaban beneficios.

En ese sentido pueden proponerse las siguientes hipótesis: a) Mendoza y Tucumánhabrían desempeñado en el período un rol central en el comercio de Cuyo y del hoyNoroeste argentino, operando como nexos entre mercados distantes; b) esa posiciónposibilitó que en general los saldos comerciales de ambas provincias fueran positivos,pese a la relación deficitaria de sus intercambios con el litoral atlántico; c) los interesescomerciales y manufactureros nunca entraron en colisión; por el contrario, se benefi-ciaron mutuamente conformando una estrecha sociedad; d) el más concentrado seg-mento de las clases propietarias -los comerciantes integrados- desarrolló estrategiasde inversión que, diversificando sus intereses, los transformaría -en los ochenta enTucumán y desde los noventa en Mendoza- en dos poderosas burguesíasagroindustriales: la azucarera y la vitivinícola; e) el proceso incluyó una redefinición delas elites dominantes, en curso en las décadas de 1880 y 1890.

No está de más destacar que estos grupos fueron muy abiertos y receptivos aincorporaciones de diverso origen. Comerciantes de otras provincias argentinas y chi-lenos, emigrados por razones políticas, e inmigrantes europeos los engrosaron y desa-rrollaron estrategias que no los diferenciaron en lo sustancial de la tradicional elitecriolla. Por otra parte, adherentes al nuevo orden fundado en Caseros y en Pavón,políticamente liberales, controlaron y pusieron al servicio de sus intereses a las admi-nistraciones provinciales, las que gozaban de relativa autonomía frente un Estado cen-tral todavía débil. Asimismo, cuando ese Estado entra en su etapa de consolidacióndefinitiva en los ochenta, tuvieron una activa presencia en la coalición de elites queexpresó el roquismo. Entonces garantizaron -en especial desde el Congreso- un efecti-vo manto protector para ambas agroindustrias, pese a la propaganda hostil que mere-ció de los adherentes al librecambio.

Casi siempre desde sólidas posiciones de poder, ambas elites orientaron sus inver-siones de acuerdo con la dinámica de los cambios que tenían lugar a escala nacional einternacional, aprovecharon al máximo los antiguos circuitos mercantiles que pervivíandesde la colonia y -con los capitales acumulados en ellos- hicieron posible el surgi-miento de dos economías regionales con base en la producción agroindustrial y dentrode un esquema de división del trabajo del nuevo espacio económico nacional. Natural-mente, el desarrollo del sistema ferroviario y la consolidación definitiva del Estado-nación que sobrevino a los sucesos del 1880 constituyeron otros de los factores clavesque permiten explicar este proceso.

El mismo puede valorarse, asimismo, desde otras perspectivas. El perfil azucarerotucumano y el vitivinícola mendocino significaron la consolidación de una economíacapitalista, hasta entonces incipiente. Sus manifestaciones fueron el surgimiento delsistema financiero moderno; la generalización de la mercantilización de la tierra; laexpansión de las relaciones salariales y la constitución de un moderno mercado detrabajo; la concentración de las unidades productivas (fenómeno más notorio en elcaso tucumano por la magnitud de los capitales necesarios para montar un ingenio contecnología moderna), etc.

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Desde el punto de vista espacial, el proceso terminó refuncionalizando a todo Cuyoy al norte, rejerarquizando las relaciones de las distintas provincias y áreas y convir-tiendo a las ciudades de Mendoza y San Miguel de Tucumán en verdaderas metrópolisregionales. Epicentros de una radical transformación económica y social, dichas pro-vincias anticiparon procesos que se expandieron en pocos años y que otorgaron aambas regiones un perfil productivo en torno a determinadas actividades hasta enton-ces no hegemónicas. Desde el punto de vista nacional, ambos procesos pueden consi-derarse como los primeros grandes ensayos de sustitución de importaciones, en tantosu consolidación implicó desalojar a los vinos y azúcares extranjeros que tradicional-mente abastecían a los mercados rioplatenses.

Cuadro Nº 1.Producción, consumo y exportaciones en Tucumán alrededor de 1853 (pesos plata).

Rubro Producción % Consumo Exportaciones % exportadototal local del producto

I. Azúcar y aguardiente 178.500 10 86.500 92.000 51II. Tabaco y cigarrillos 155.000 9 43.000 112.000 72III. Resto de la agricultura 370.000 21 293.000 77.000 20IV. Ganadería, cueros y queso 681.500 39 321.000 360.000 52V. Manufacturas artesanales 369.750 21 108.000 261.750 70

Total 1.754.750 100 851.500 903.250 51

Fuente: Giménez Zapiola, Marcos, "El interior argentino y el 'desarrollo hacia afuera': el caso de Tucumán", enGiménez Zapiola (comp.), El régimen oligárquico. Materiales para el estudio de la realidad argentina, BuenosAires, Amorrortu, 1975, pág. 89.

Cuadro Nº 2.Producción y destino de algunas exportaciones tucumanas a mediados de la década de 1850

(pesos plata).

Rubro Producción Exportación Exportacióna provincias a Chile y Bolivia

argentinas

Azúcar 76.500 30.000 ---Aguardiente 102.000 60.000 2.000Quesos 30.000 20.00 ---Tabaco 130.000 40.000 50.000Cigarros 25.000 12.000 10.000Pellones 80.000 60.000 16.000Aperos 60.000 35.000 15.000Suelas 120.000 100.000 ---Becerros 36.000 10.000 4.000Ganado vacuno 448.000 168.000 ---Ganado caballar 30.000 --- 30.000Ganado mular 30.000 --- 30.000

TOTALES 1.167.500 535.000 157.000

Fuente: elaboración propia a partir de los datos de Maeso, en Parish, Woodbine, Buenos Aires y las provinciasdel Río de la Plata, Buenos Aires, Hachette, 1958, pág. 637.Nota: los datos sobre las exportaciones a Bolivia y Chile pueden estar subestimados por efecto de las reex-portaciones de productos tucumanos que se efectuaban desde otras provincias hacia esos destinos.

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Cuadro Nº 3.Exportaciones de ganado de Mendoza a Chile (1852-1887).

Años Nº de cabezas Años Nº de cabezas

1852-53 37.500 1875 45.0001858 33.000* 1879 12.9651864 33.000* 1883 51.4121870 44.850 1884 45.7411873 61.225 1887 29.166

* Estimación. Corresponde al promedio exportado en 31 años, de 1847 a 1878, 1.027.753 cabezas (El Cons-titucional, 16.10.1878).Fuente: Richard, Rodolfo, "Evolución económica y transformación espacial en la provincia de Mendoza, 1850-1900. Del comercio a la producción agroindustrial capitalista: el papel de los grupos empresarios como agentesgeográficos", tesis doctoral inédita, Universidad Nacional de Cuyo, 1997.

Cuadro Nº 4. Mendoza Balanza comercial (en pesos corrientes).

Años Exportaciones Importaciones Saldos

18581 370.280 583.275 -212.99518642 830.000 600.000 230.00018663 711.008 224.813 486.1951867 695.826 226.688 429.1381868 304.750 496.592 -191.4821869 1.010.516 394.460 616.0561870 762.039 447.185 314.85418714 1.117.000 410.800 706.20018725 1.896.000 1.602.000 294.00018776 1.307.089 375.517 931.57218837 1.291.917 40.858 1.251.0591884 902.506 30.957 871.5491885 1.229.595 11.562 1.218.0331886 1.105.617 28.044 1.077.573

1 Corresponde al movimiento comercial del primer semestre de 1858, discriminado como sigue: a) con Chile:exportaciones, $ 302.387; importaciones, $ 384.728; saldo, $ -82.341; b) con Rosario: exportaciones, $ 67.893;importaciones, $ 198.547; saldo, $ -130.654. (Tristany, Manuel Rogelio, Guía estadística de la provincia deMendoza, Mendoza, 1860, págs. 93-94). Estas cifras deben ser tomadas con cuidado, pues Tristany defiendela necesidad de proteger y desarrollar producciones locales para venderlas en un mercado nacional, mercadoen donde se cubrirían las necesidades mendocinas, inclusive las importaciones ultramarinas. En esa línea,este autor incluye las importaciones desde Rosario al valor que tenían puestas en Mendoza, mientras que lasventas locales al puerto litoraleño consignan el valor local, excluyendo los fletes hasta Rosario, que agrega-ban valor a esas mercancías.

2 Estimaciones no muy precisas realizadas en el Censo Provincial de 1864 (AHM-Carpeta Nº 15-Censos).3 Período 1866-1870: únicamente comercio con Chile (Masini Calderón, 1967-79).4 Corresponde sólo al comercio con Chile (El Constitucional) Nº 186, 11-7-1872).5 Documento del Registro Estadístico de Mendoza (AHM-Carpeta Nº 40-Estadísticas 1825-1878, Doc. 55): a)

Importaciones: desde Chile, $ 450.000; del Litoral, $ 402.000; ganado, $ 750.000; b) Exportaciones: de ganadoa Chile, $ 1.494.000; mercancías al Litoral, $ 402.000.

6 Sólo comercio con Chile (El Constitucional Nº 1001, 3-1-1878).7 Período 1883-1886: sólo comercio con Chile (Lemos, Abraham, Mendoza. Memoria estadística de la provin-

cia, Mendoza, Imp. Los Andes, 1888, págs. 143). En los 4 años se exportó por $ 4.513.675 en ganado y sólo$ 15.960 en otros efectos. Lemos señala que la importación desde Chile prácticamente había desaparecido yMendoza se proveía de bienes en el Litoral.En todos los casos, la cifras del cuadro corresponden al comercio legal. El cuadro no refleja fielmente elbalance comercial de la provincia en todos los años considerados pero, ante la insuficiencia de documenta-ción, la información reunida constituye un aporte que, en la medida de lo posible, deberá ser revisado yampliado.

Fuente: elaboración propia. Las notas precedentes indican el origen de los datos.

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Cuadro Nº 5.Carretas despachadas en San Miguel de Tucumán con destino al sur (litoral y Córdoba)

y al norte (Salta y Jujuy)* entre 1856 y 1870.

Años Carretas Años Carretas Sur Norte Sur Norte

1856 540 70 1865 320 1401857 385 21 1866 205 4271858 432 59 1867 558 1651859 376 113 1868** 656 1391863 579 153 1869** 528 911864 490 164 1870** 507 204

* Los despachos de mercancías al sur se realizaban en tropas de carretas; al norte en tropas de carretas yrecuas de mulas; al oeste y Cuyo exclusivamente en mulas, por lo que los datos expresan más fielmente laevolución de las exportaciones al litoral. Por otra parte, la carga de carretas y carros al norte estaba constitui-da por "bultos de mercaderías" de ultramar en un porcentaje que desconocemos, por lo que el valor transpor-tado por carreta debe haber sido notoriamente mayor que el de las que se despachaban al sur. No se poseeinformación sobre las caretas que desde el litoral llegaban a Tucumán.** Hasta 1867 las carretas movidas por bueyes que transportaban "efectos de la tierra" al litoral (cargando, enpromedio, 2.100 kg cada una) se dirigían a Rosario casi con exclusividad; las que iban al norte se dirigíantambién mayoritariamente a Salta y cargaban en promedio unos 1.700 kg, aproximadamente. A partir de 1868comienzan a utilizarse carros tirados por mulas, con una capacidad de una tonelada y mucho más rápidos, yse produce una reorientación en los flujos, en tanto las tropas tendían a dirigirse a Córdoba en búsqueda de laterminal del riel que se construía desde Rosario a la capital de esta provincia. Para homogeneizar los datos sehan convertido (en los años 1868, 1869 y 1870) los carros en carretas (2:1).Fuentes: elaboración propia a partir de Campi, Daniel, "Aproximación a la génesis de una elite azucarera. Lasexportaciones tucumanas en carretas, 1863-1867", mimeo, 1996; Ortiz, María Eugenia et al, "Estructura yorientación de las exportaciones de Tucumán en carros y carretas en el período 1868-1870", trabajo de Semi-nario, Facultad de Ciencias Económicas de la UNT, 1996; Saravia, Pedro y Chaile, Nicolás, "Comercio yactores económicos en Tucumán, 1856-1859", trabajo de Seminario, Facultad de Ciencias Económicas de laUNT, 1997.

Cuadro Nº 6.Evolución de la agricultura mendocina, 1877-1895 (en hectáreas).

Cultivos 1877 1887 1895

Alfalfa 83.665 77.325* 82.081Viñedos 3.175 6.653 11.753Trigo 1.588 12.791 5.358Otros --- 3.231 7.832Totales 88.428 100.000 107.024

* Estimación de los autores.Fuentes: Mensaje del gobernador J. Villanueva ante la Legislatura provincial del 3.2.1877 (1877); estimaciónoficial realizada por el Anuario Estadístico de la provincia de Mendoza correspondiente al año 1887 y RichardJorba, op. cit. cuadro nº 3 (1887); Segundo Censo de la República Argentina. 1895 (1895).

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Cuadro Nº 7.Producción agrícola tucumana. 1875

Cultivo Hectáreas sembradas Producción Valor ($b)*

Trigo 13.910 111.120 cargas de 14 @ 1.444.560Maíz 19.692 68.9000 fanegas 1.378.000Arroz** 3.472 440.000 @ 1.760.000Caña de azúcar 2.349 225.706 1.102.260Tabaco 948 104.488 391.830Alfalfa 3.654 --- 913.500Otros 1.765 --- 192.580

Totales 45.790 --- 7.182.730

* Según la fuente, se utilizaron precios promedios estimados teniendo en cuenta las variaciones verificadas enlas distintas estaciones.** Con la misma superficie cultivada, en 1874 la producción ascendió a 763.840 @, siendo el valor de lacosecha de 1.909.600 $b.Fuente: elaboración propia a partir de Terán, Juan M., "Provincia de Tucumán, 1874, cuadro estadístico", enInforme del Departamento Nacional de Agricultura, Buenos Aires, 1875.

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Actividad Nº 7

- Identificar los dos periodos económicos que el autor da para Tucumán: manufactu-ra comercial y el de la caña de azúcar. Para Mendoza el de la ganadería comercialy el de la producción vitivinícola.

- Analizar la influencia de dichas producciones, en las provincias mencionadas, anivel regional, teniendo en cuenta, producciones, mercados, actores sociales,mano de obra, etc.

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DIAGRAMA DE CONTENIDOSUNIDAD V

El modelo agroexportador(1880-1930)

Auge delmodelo La crisis del 90

Consecuencias

Los ferrocarriles

Los frigoríficos Impacto de la 1ra.Guerral Mundial en

Argentina

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UNIDAD V

1. Introducción

Establecida la división internacional del Trabajo a partir de la 2ª mitad del siglo XIX,la Argentina se incorporó a la misma a través del Modelo Agro-exportador, como pro-ductora de alimentos y materias primas para el mercado mundial. En esta etapa sepriorizó la producción agrícola-ganadera para la exportación, desarrollándose comocontra partida la importación de bienes industrializados. En este contexto, el sectorindustrial que se desarrollo se orientó casi exclusivamente hacia la elaboración deproductos primarios como complemento del sector-exportador.

Hacia 1880-1890 se puede encontrar un reducido número de grandes establecimien-tos como frigoríficos, empresas aceiteras, curtiembres, molinos harineros, bodegas,con gran participación de capitales extranjeros. Junto a estos grandes establecimien-tos existían una gran cantidad de pequeñas y medianas empresas productoras debienes livianos.

La actitud del estado en esta etapa será la de favorecer con créditos al sectoragroexportador, relegando en todos los aspectos al sector industrial, lo que condiciona-rá o pondrá limites a su crecimiento.

La expansión del sector agro-exportador afectó en distintos grados a las economíasregionales ya que la inserción de la periferia argentina dentro de la economía nacionalfue dispar. Algunas comenzaron a desaparecer tempranamente frente a las competen-cias de productos importados, algunas sufrieron retrocesos al no poder competir conlos sectores de las exportaciones pampeanas y otras producciones del interior conbases muy primitivas se modernizaron y crecieron rápidamente, especializándose enbienes que la región pampeana no producía para abastecer a un mercado interno enpleno crecimiento.

La estabilidad política alcanzada en 1880 alentó al ingreso de capitales extranjerosprincipalmente británicos, quienes obtuvieron privilegios y garantías de rentabilidad.Estos capitales se invirtieron sobre todo en la extensión del sistema ferroviario ademásde otras obras de infraestructura, empréstitos al gobierno, tierras, frigoríficos, etc.

Al mismo tiempo una creciente influencia inmigratoria estimulada por el Estado des-de los 80, proveyó una buena parte de la mano de obra necesaria para la expansióneconómica. La rápida expansión del transporte, del comercio, de la construcción y delas industrias vinculadas al sector exportador y al consumo interno estimuló la radica-ción en las ciudades portuarias como Bs.As. Y Rosario de la mayor parte de los reciénllegados, lo que aceleró el proceso de urbanización y la consiguiente estratificación dela sociedad, con la formación de nuevos sectores medios y bajos.

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El macro de fondo de esta prosperidad económica y social fue un orden institucionaly político de carácter conservador y oligárquico, fuertemente centralizado, que instauróen 1880, subsistió durante más de 30 años, sobre la base del fraude y el controlelectoral, la elección de los sucesores en los cargos gubernamentales por parte de losfuncionarios salientes, la exclusión de la oposición, mecanismos todos que posibilita-ron la continuidad del sistema político restrictivo.

La legitimidad del régimen comenzó a ser cuestionada a partir de los años 90 desdedistintos sectores, incluso desde el seno de la propia elite dirigente y comenzó unproceso de lucha por democratizar la vida política que cristalizó en 1812 con unareforma electoral que abrió el sistema político a nuevos actores sociales.

La 1ª Guerra Mundial vino a marcar el fin de una época. La fe en el progreso no podíamantenerse intacta frente a los horrores de la guerra. En lo económico la guerra supu-so para la Argentina el final de una época de crecimiento relativamente fácil.

La ley Sáenz Peña permitió el acceso de los gobiernos radicales que se tuvieron quedesenvolver en un contexto nuevo, para el cual no tenían respuestas. El surgimiento deconflictos importantes en el sector ganadero que pusieron en evidencia los enfrenta-mientos entre distintas facciones de las cuales propietarias y que mostraron el papeldominante de los frigoríficos extranjeros, fue uno de los aspectos novedosos de estaépoca. Los conflictos mostraron la creciente importancia de los Estados Unidos comopotencia económica y la inserción de Argentina en una relación comercial triangularcon los E.E.U.U. y Gran Bretaña.

Desde el punto de vista político la llegada del radicalismo al poder significó el des-plazamiento de los conservadores los que solo volverían al poder con el golpe militardel 30 y el fraude electoral. El retorno de éstos se produjo de la mano del impacto de lacrisis del 30, que puso término definitivo al sistema económico mundial bajo el cual laArgentina había prosperado.

2. El péndulo de la Riqueza: La economía argentina en elperíodo 1880-1916

por Fernando Rocchi

En 1908, mientras la Argentina vivía uno de sus momentos de mayor esplendoreconómico, el escritor Octavio Batolla miraba al pasado con nostalgia. No era el res-plandor en si lo que movía la queja del escritor, sino la forma en que el éxito ibamodelando los valores de una nueva sociedad. Batolla, en verdad, pensaba que laeconomía había ido demasiado lejos: más allá de los ferrocarriles, puertos, estancias ychacras que se mostraban como los logros de un país pujante, lamentaba que el creci-miento económico hubiera producido un cambio de tal profundidad de las costumbrescomo para barrer con los rasgos virtuosos de un pasado que no era completamentenegativo. Con dolor, concluía que “si nuestros criollos del año ’20 resucitasen, no reco-

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nocerían hoy, a buen seguro, la tierra natal en que desaparecieron para siempre (...) losdevaneo más o menos inocentes de su juventud (...)”.

Al vociferar contra los cambios que el crecimiento económico había traído en lascostumbres, Batolla no era una voz aislada. Antes que él, a fines del siglo XIX, ungrupo de escritores nostálgicos había producido una serie de obras con el fin de recor-dar (y, aún más, de revalorizar) la sociedad de la posindependencia en la que elloshabían desplegado sus vigores juveniles. Uno de ellos –Santiago de Calzadilla– publicóen 1891 una lacrimosa colección de recuerdos a la que llamó Las beldades de mi tiem-po y en la que se quejaba de la superficialidad y ostentación producida por la expansióneconómica. Como hacen todos los nostálgicos, Calzadilla imaginaba un pasado dema-siado armonioso frente a un presente excesivamente conflictivo. Los puntos de ruptura,sin embargo, no estaban elegidos al azar y transpiraban del contexto en el que escribíasu relato. Refiriéndose a los años de su juventud, este hombre nacido con la Revolu-ción de Mayo recordaba que, en ese entonces, las tertulias “se repetían al infinito,facilitadas por la sencillez, por el ningún aparato de los salones ni los tocados, pues nose daban para lucir trapos, sino para gozar del trato en el intercambio de ideas con tanbellas y distinguidas señoras”. El consumismo del fin de siglo, en cambio, contrastabagroseramente con los apuros en que se encontraban aquellos que realizaban convitesen su propia casa sesenta o setenta años atrás, cuando “la vajilla andaba escasa. Lasfuentes y platos, y sobre todo las cucharitas de café, eran insuficientes. En ese tiempoera rarísima la persona que poseyera más de una docena de cucharitas».

En la imaginación de Calzadilla y Batolla, los hombres de 1820 no podían reconocerel mundo de principios del siglo XX. Probablemente, y a pesar de los cambios ocurri-dos, los de 1910 se sorprenderían menos si resucitaran en la actualidad; aunque asom-brados, podrían reconocer elementos que formaban parte de su universo. Los elemen-tos del confort que tanto despertaban la atención (y la indignación) de los nostálgicoseran, en verdad, parte del despliegue de elementos materiales y simbólicos que nohacían más que mostrar los alcances de un proceso iniciado mucho antes, pero quesólo por entonces mostró que había llegado para quedarse y en el que la economíaocupó un papel crucial como fuerza dinamizadora de la modernidad.

Crecimiento económico y exportaciones

En el período 1880-1916, la economía argentina experimentó un crecimiento tal quela llevó desde una posición marginal a convertirse en una promesa destinada a ocuparen América del Sur el lugar que los Estados Unidos tenían en América del Norte. Sibien lo ocurrido en el resto del siglo terminó por desestimar tan favorables pronósticos,en aquellos años no había dudas sobre el porvenir de gloria que le superaba al país. Yla realidad parecía demostrarlo; en los treinta y seis años que siguieron a 1880, mien-tras la población se triplicaba, la economía se multiplicó nueve veces (Véase Cuadro nº1). El producto bruto interno creció, en ese período, a una tasa del 6% anual. Más aún,el producto per cápita lo hizo a aproximadamente un 3% un dato todavía más reveladordada la cantidad de inmigrantes que llegaron, por entonces, al país. Estas cifras resul-

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taban inusuales para esa época, en que la economía mundial crecía a un ritmo másmodesto que lo que hemos estado a ver desde la segunda posguerra. En efecto, elcrecimiento del producto per cápita en la Argentina superaba, aunque levemente a losEstados Unidos –el ejemplo más llamativo de prosperidad de la época– y holgadamen-te al de Francia, Gran Bretaña y Japón.

El motor del crecimiento económico fueron las exportaciones de productos prima-rios. Desde mediados del siglo XIX, las ventas al exterior de lana habían crecido demanera sostenida y convertido a este producto en el principal bien exportable del país,desplazando al cuero y otros derivados del vacuno que habían dominado al comerciointernacional en los años que siguieron a la independencia. Entre las décadas de 1840y 1880, la “fiebre del lanar” pobló de ovejas refinadas de raza merino los campos de laregión pampeana y sentó las bases de su crecimiento económico. A fines del siglo XIX,la estructura de las exportaciones comenzó a diversificarse con la producción de nue-vas mercaderías para vender en el exterior, como cereales, lino, carne congelada ovinay animales en pie. A principios del siglo XX, la carne refrigerada vacuna se transformóen una nueva estrella (que brillaría con más vigor a partir de la década del veinte),mientras los cereales ampliaban su presencia. Cultivos y vacas de razas desplazarona las ovejas hacia el sur y cambiaron el paisaje de las pampas hasta modelarlo con lascaracterísticas que aún hoy continúan prevaleciendo. Los cambios, por otro lado, nosólo implicaron un aumento en la diversidad sino en el volumen físico y el valor de lasexportaciones que, entre 1880 y 1916, se incrementó nueve veces, al mismo ritmo queel producto bruto interno (véanse Cuadros nº1, nº2, nº3).

Cuadro nº 1: Producto bruto interno per cápita 1875-1913(en dólares de 1970)

Años Argentina Canadá Italia Gran Bretaña EE.UU.

1875 334 631 565 1041 8261899 946 1020 560 1386 13871913 1151 1466 783 1492 1815

Fuente: Roberto Cortés Conde. La economía argentina en el largo plazo(siglos XIX y XX), Buenos Aires, Sudamericana -Universal de San Andrés,1997, p. 29.

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Cuadro nº 2: La economía argentina 1881-1916La población es en miles; el producto toma como año base a 1900=100; lasexportaciones y las importaciones están en millones de libras; los ferroca-

rriles en kilómetros.

Año Población Producto Exportaciones Importaciones Ferrocarriles

1881 2.565 21,86 11,6 11,1 2.4421885 2.880 44,70 16,8 18,4 4.5411890 3.377 58,59 20,2 28,4 9.2541895 3.956 82,69 24.0 19,0 14.2221900 4.607 100.00 31.0 22,6 16.7671905 5.289 164.30 64,6 41,0 19.6821910 6.586 197,43 74,5 70,4 27.7131916 7.885 201,02 99,4 59,8 34.534

Fuente: Elaboración propia basada en Vicente Vázquez Presedo, Estadísticas his-tóricas argentinas. Primera parte, 1875-1914, pp. 15-6, 65-6, 75, 105, y Segundaparte, 1914-1939, Buenos Aires, Macchi, 1971, p. 183; Roberto Cortés Conde, Laeconomía argentina..., pp. 230-1.

Cuadro nº 3: Principales exportaciones argentinas 1881-1914(en miles de pesos oro)

Año Lana Carne Carne Trigo Maíz LinoRefrig. Refrig.Ovina Vacuna

1881 30.432 - - 147 288 6041885 35.950 75 - 3.140 3.957 3.4711890 35.522 1.636 - 9.837 14.146 1.2291895 31.029 1.675 64 19.472 10.193 8.2871900 27.992 2.265 2.459 48.628 11.934 10.6741905 64.313 6.289 15.286 85.883 46.537 26.2341910 58.848 6.008 25.371 72.202 60.261 44.6041914 46.968 4.695 36.897 37.166 77.720 42.948

Fuente: Elaboración propia basada en Vicente Vázquez Presedo, Estadísticas históri-cas argentinas, Primera parte, 1875-1914, Buenos Aires, Macchi, 1971, pp. 69-71.

El auge exportador argentino fue parte de un proceso de internacionalización delintercambio general comercial que se aceleró a fines del siglo XIX con el desarrollo delcapitalismo internacional. Las economías más avanzadas estaban, por entonces, vi-viendo un proceso de industrialización, algunas como continuación de la revoluciónindustrial iniciada años atrás y otras como el comienzo de una nueva etapa, que gene-raba tanto un exceso de producción de bienes manufacturados (a los que había queexportar) como un aumento en la demanda de alimentos para su población y de lasmaterias primas necesarias para sus fábricas (a los que había que importar). Aunquegran parte de este comercio se realizaba entre estos mismos países, la importancia delos mercados extraeuropeos fue creciendo hasta llegar a ocupar, a principios del sigloXX, un lugar relevante en la economía internacional.

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Así como se comerciaban los bienes y servicios de un lugar a otro, también losfactores de producción móviles -como el trabajo y el capital- fluyeron en el marco deesta internacionalización económica. El movimiento, como resulta fácil de esperar, sedio desde aquellos lugares en que estos factores eran abundantes hacia donde resulta-ban escasos. Una Europa con exceso de población se convirtió, entonces, en la princi-pal fuente de salida de mano de obra hacia las zonas que la requerían y que ofrecíansalarios más atractivos. La industrialización en las economías más dinámicas, por otrolado, produjo excedentes de capital que, ante la disminución en las tasas de rentabili-dad que la saturación productiva generaba en sus propios mercados, estaban ansiosospor migrar hacia donde se le ofreciera una ganancia mayor. La migración de trabajo yde capital requería un cierto marco de orden político y jurídico en los lugares de recep-ción, que protegiera vidas, propiedades y emprendimientos. En ciertas áreas, comoocurrió en gran parte de Asía y de África, el dominio colonial europeo aseguró estemarco a través del control militar y político directo. En el caso de los países indepen-dientes de América Latina, la forma de los Estados centrales -que puso fin a las gue-rras civiles que siguieron a la independencia- brindó este contexto.

A mediados del siglo XIX, la inserción de la Argentina en el mercado capitalistamundial era débil, dato que no resulta sorprendente al tener en cuenta que estabanausentes las condiciones para lograrla; el país, en verdad, no tenía ni capitales nipoblación suficiente como para producir bienes exportables en gran escala. Más aún,ni siquiera había un Estado central que pudiera ofrecer el orden político necesario pararecibir estos factores escasos. Este orden finalmente llegó después de un largo, costo-so y complejo proceso que comenzó a gestarse con la batalla de Caseros, en 1852, yculminó en 1880, cuando las tropas del gobierno central vencieron a la última rebeliónprovincial. En este proceso, el Estado en formación comenzó a garantizar la seguridadjurídica, la propiedad privada y el movimiento libre de capitales, con lo que llegaron lasinversiones extranjeras y los inmigrantes.

La Argentina contaba con un factor de producción abundante sobre el que se basó (apartir de la combinación con lo que eran escasos) el crecimiento exportador; la tierra.El tipo de tierras y el clima de las pampas permitieron la producción de bienes quecontaban con una demanda creciente en el mercado mundial, así como convirtieron ala región pampeana en el eje de una expansión que parecía no conocer limites. Y nofaltaban razones para pensarlo; la dotación de tierras se mostraba como inacabable,mientras que la fertilidad del suelo hacía que la producción agropecuaria resultaraaltamente eficiente por los bajos costos que implicaba en términos internacionales.

La ocupación del espacio pampeano por parte de los blancos se fue desplegando enel tiempo a partir de una frontera que se desplazaba esporádica pero irreversiblementesobre el territorio indígena. El salto final se produjo con la Campaña del Desierto,librada por el general Julio A. Roca en 1879. En la década de 1880, con las campañasen el Chaco y en la Patagonia, esta frontera terminó por desaparecer. La expulsión delos indígenas, sin embargo, no significaba que las tierras entraran de inmediato en laproducción. A partir de la conquista se dio otro proceso más lento, el del avance de lafrontera productiva, que se desplegó durante varias décadas y alcanzó recién en la de1920 el límite de su expansión.

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Este doble movimiento de fronteras, la política y la productiva, resulta peculiar en laArgentina pues, a diferencia de otros lugares del mundo, no era la presión de una masade población ávida de tierras la que impulsaba la conquista militar. En nuestro país, porel contrario, fue esta conquista la que atrajo a los pobladores ofreciéndoles una vastaextensión de tierras vírgenes. Su apropiación, por otro lado, precedió al poblamiento yaún a la propia conquista (como ocurrió con la venta de grandes extensiones parapoder financiar las expediciones militares). A partir de su apropiación y poblamiento,las tierras se destinaron a la producción y, paralelamente, una parte de ellas comenzóa comprarse y venderse en un mercado cada vez más dinámico. Por su abundancia, elprecio de la tierra fue, en un principio, muy bajo. A partir del avance de la fronteraproductiva, sin embargo, su valor comenzó a subir y, entre 1880 y 1913, el preciopromedio de la tierra pampeana se multiplicó por diez.

El trabajo necesario para el proceso productivo fue provisto por la acción conjuntadel crecimiento demográfico, de las migraciones internas y, sobre todo, de la inmigra-ción. Para que esta última tuviera lugar operaron las malas condiciones de lossuperpoblados países europeos y los incentivos que ofrecía la Argentina, básicamentefavorable de salarios y las posibilidades de movilidad social que ofrecía un país nuevo.Este proceso será analizado en los capítulos siguientes por lo que aquí me centraré enel otro factor escaso que migró hacia la Argentina: el capital, al que se le ofrecieronoportunidades para lograr ganancias extraordinarias. Las inversiones extranjeras sedesplegaron siguiendo dos elementos cuya importancia relativa fue cambiando con eltiempo: la seguridad (que fue crucial al principio del proceso) y la rentabilidad (que fuecobrando, a medida que aumentaba la confianza en el país, cada vez más atractivocomo factor independiente). El primer elemento era sólo en parte similar al que hoy endía se denomina seguridad jurídica pues tenía, por entonces, un cariz más dramático.La Argentina, en efecto, se había vivido durante buena parte de la primera mitad delsiglo XIX en medio de una atroz guerra civil donde las confiscaciones, la arbitrariedad yla ausencia de la ley habían sido una constante. En esta atmósfera, ni siquiera lasinstituciones gubernamentales despertaban confianza.

En uno de los momentos de efímera paz, durante la presidencia de BernardinoRivadavia, el gobierno había contraído un préstamo con inversionistas ingleses. Elcrédito tenía como fin la inversión productiva pero el clima político inestable, sumado alos requerimientos de la guerra con el Brasil, había derivado el dinero hacia otrosdestinos. La disolución del gobierno nacional, por otro lado, llevo a que la deuda sedeclarara impagable por lo que los capitales extranjeros se mantuvieron lejos de laposibilidad de realizar un nuevo préstamo y concentraron sus energías en recobrar eldinero prestado. No resulta sorprendente, entonces, que cuando a mediados del siglose impuso la idea de alentar la llegada de nuevos capitales, se hiciera un arreglo conlos acreedores extranjeros y se estableciera la forma en que finalmente se les pagaría.

El arreglo de problema de la vieja deuda era parte de la construcción de una atmós-fera favorable para la llegada de nuevos capitales que requería un marco jurídico y legalmás amplio. La constitución de 1853 fue la base para lograrlo, al establecer el caráctersagrado de la propiedad privada y prohibir expresamente la confiscación. La seguridadque brindaba la ley, sin embargo, no eliminaba los riesgos del mercado. Fue el naciente

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Estado el que, con el objetivo de atraer inversiones, los disminuyó ofreciendo garantíasde rentabilidad a los inversores. Mientras tanto, se iba generando la garantía final delmovimiento de capitales: la confianza (que llevaría a la disminución del riesgo-país. Unvalor que solo pudo ser construido en el largo plazo.

El Estado impulsó la primera ola de inversiones a través de la emisión de bonos delgobierno sobre los que se pagaba un interés mayor que el que brindaba un bancoeuropeo; justamente en esa diferencia de rentabilidad estaba el interés por comprarlos.Pero ninguna ganancia hubiera resultado atractiva de no ofrecerse seguridad sobre supago. La mejor muestra de seguridad estaba en el propio Estado, que ofreció susingresos como garantía y que, a la vez, pudo afianzarse gracias a esos préstamos quefortalecieron su aparato militar y burocrático, así como la posibilidad de subsidiar a losaliados provinciales.

La gran mayoría de los capitales provenía de Gran Bretaña, que conservaría porvarias décadas ese papel predominante con el conjunto de las inversiones extranjerasen la Argentina. Así como compraron los primeros bonos del Estado, los inglesestambién iban invertir su capital en las vías del transporte que la producción necesitabapara poder comercializarse y exportarse: los ferrocarriles. La rentabilidad de las prime-ras inversiones ferroviarias extranjera estuvo garantizada -como los bonos- por el Es-tado que, durante la mayor parte del siglo XIX, les aseguró una ganancia (que general-mente rondaba el 7%) sobre el capital invertido. Como premio adicional, a algunasempresas se les cedió una amplia extensión de tierra al costado de las vías, que éstastransformaban en un negocio inmobiliario a partir de su venta. La garantía estatal teníacomo contrapartida su injerencia en la fijación de tarifas. Cuando todavía el país noofrecía condiciones de seguridad suficientemente firmes, esta fórmula fue la más atrac-tiva. Sin embargo, cuando resultó evidente que esas condiciones existían (y que, ade-más, permitían altas ganancias), las compañías británicas prefirieron desestimar lagarantía con el fin de quitarse de encima la intrusión estatal y afrontar los riesgos delmercado.

Si bien el grueso de la inversión ferroviaria fue realizada por los británicos, la prime-ra vía de tren la construyó el estado de Buenos Aires en 1857, cuando estaba separadodel resto del país. Era ésta una pequeña isla que iba de plaza Lavalle a la de Misererey que terminó convirtiéndose en el Gran Oeste Argentino. Esta compañía, que fueextendiendo sus ramales por la provincia, continuó de propiedad estatal hasta 1890,año en que fue vendida después de un largo y controversial debate público y legislativo.El debate dividió a quienes querían mantenerla dentro de la órbita del Estado (y queesgrimían el argumento de su eficiencia y rentabilidad) frente a los que veían como unelemento disruptor de la iniciativa privada y estaban a favor de su venta. La últimaposición liderada por el presidente Miguel Juárez Celman, ganó y la empresa terminóvendiéndose a los ingleses, que la rebautizaron como The Buenos Aires Western Reltway.Una experiencia similar tuvo el estatal ferrocarril Andino, que unía a Buenos Aires conlas provincias cuyanas, y que pasó a convertirse en el Great Western Argentine Railway.Para entonces los británicos ya habían realizado importantes inversiones directas encompañías ferroviarias. Entre ellas, se destacaba el Gran Sud, que se extendía por elsur de la provincia de Buenos Aires transportando lana con destino a la estación Cons-

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titución; el Central Argentino, que se transformó en el eje de los transportes en la regióna partir de su línea madre que iba de Córdoba a Rosario: y el Ferrocarril Argentino delEste, que atravesaba la Mesopotamia.

En la década del ochenta las inversiones ferroviarias se multiplicaron y, hacia el finde ella, la fiebre generada por ese tipo de actividad hizo que la red ferroviaria pasara delos 2.500 a los 9.000 kilómetros (véase Cuadro nº2). Esta red, que continuó extendién-dose en las tres décadas siguientes, posibilitó la puesta en producción de nuevastierras, así como la explotación de nuevos productos exportables. Mientras las anti-guas y recientes líneas británicas crecían en cantidad de carga exportada, capitalesfranceses invirtieron principalmente en dos ramales, uno que iba de Rosario a BahíaBlanca y otro en la región central y norte de la provincia de Santa Fe. El Estado nacio-nal, por otro lado, continuó construyendo ferrocarriles en las zonas donde el capitalprivado no quería aventurarse, como ocurría en buena parte del Noroeste, en la regiónchaqueña y de la Patagonia. Dado su carácter “de fomento” (como antes se lo llamaba),estos ferrocarriles se construían como la más económica trocha angosta, que hacíalos viajes más lentos y fatigosos, pero cuya extensión representaba, hacia 1916, un20% del total. En esta fecha, el sistema ferroviario había superado los 34.000 kilóme-tros, una cifra mayor que los 25.000 de México y los 22.000 en Brasil, aunque muchomenor que el estadounidense, que alcanzaba los 350.000 kilómetros. Desde entonces,la expansión ferroviaria se desaceleró y entró en el estacionamiento. Sólo la concreciónparcial de algunos proyectos gubernamentales (como el ferrocarril que cruzaba losAndes en Salta) posibilitó la construcción de nuevas vías. El capital privado no seaventuró más, pues el fin de la expansión ferroviaria mostraba que se había llegado alos límites de la frontera productiva rentable.

Los británicos invirtieron, a la vez, en tierras, comercio y hasta industrias. Perofueron los bonos del Estado y los ferrocarriles los que acapararon su atención. Tambiéninvirtieron, aunque en un grado mucho menor que Gran Bretaña, otros países europeoscomo Francia (además de los ferrocarriles mencionados, lo hizo en el puerto de Rosa-rio), Alemania (que ejercía una posición dominante en la provisión de electricidad),Bélgica e Italia. A principios de siglo comenzaron a llegar capitales norteamericanos.Aunque todavía en 1914 sus inversiones eran cuarenta veces menores que las británi-cas, mostraron un dinamismo que las iba a llevar a convertirse, avanzado el siglo XX,en las principales del país. En un principio, el grueso de ellas se centró en bonosestatales, repitiendo lo que había sucedido con los ingleses varias décadas atrás ymostrando la precaución con que el capital se maneja frente a un mercado nuevo. A lavez, los norteamericanos invirtieron en una operación más riesgosa, aunque potencial-mente más prometedora: los frigoríficos. Estas empresas permitían el procesamientode vacunos con destino a la exportación, pero de unos animales que eran muy distintosa los que habían poblado las pampas desde la época colonial.

A fines del siglo XIX comenzó a exportarse ganado vacuno en pie para su faena en ellugar de consumo. Esta línea de exportación se desvaneció ante la invasión del buquefrigorífico que, por la acción del frío, permitía transportar la carne conservada hastamercados europeos. El principal comprador de carne argentina era Gran Bretaña, don-de este alimento se fue popularizando cada vez más gracias a los bajos costos con

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que el producto salía de las pampas. Esta orientación hacia la venta externa transformólas razas bovinas utilizadas por los productores. El vacuno criollo, flaco y con cuernos,fue reemplazado por animales refinados -como los de la raza Shorthorn- que se impor-taban de Inglaterra pues su carne era más tierna y grasosa y, por ende, más apta parael consumo europeo. En un principio la carne se enviaba refrigerada, resultado de unproceso con mucho nivel de frío que conservaba la frescura del producto pero que, aldescongelarse, le quitaba parte su sabor y poder nutritivo. El perfeccionamiento de lastécnicas llevó al enfriado, por el cual la carne se mantenía a un frío menor, pero losuficiente como para cruzar el Atlántico y mantenerse más cerca del sabor y las virtu-des originales. Las técnicas más modernas fueron empleadas en los frigoríficos argen-tinos cuando los norteamericanos desembarcaron con sus capitales, compraron algu-nas empresas en manos de los ingleses abrieron otras nuevas como Swift y Armour,levantando instalaciones donde empleaban a varios miles de trabajadores y aplicabanlos métodos más modernos de organización de la producción que se utilizaban en lasfirmas similares de Chicago.

Los ferrocarriles fueron fundamentales para hacer que la Argentina se convirtiera enun exportador de cereales en gran escala. Si bien las primeras redes ferroviarias seextendieron sobre zonas que ya contaban con una carga apreciable para transportar(como el Gran Sud y el Oeste, que trataban de captar el comercio de lanas), en otroscasos fue su propia construcción la que impulsó. Como efecto multiplicador, la produc-ción. Así ocurrió en la zona recorrida por el Central Argentino, que había obtenido lausual lonja de tierra que fragmento y vendió entre colonos, mayormente italianos quese dedicaron al cultivo de cereales. La producción de esta zona se unió a la de coloniasmás grandes, que habían surgido en torno de Esperanza, fundada en 1857 al noroestede la ciudad de Santa Fe.

Las colonias, formadas por inmigrantes y dedicadas preferentemente a la agricultu-ra, se caracterizan por la alta presencia de propietarios de la tierra entre sus poblado-res. Ni los pequeños propietarios ni las explotaciones agrícolas habían faltado antes dela existencia de las colonias (la historiografía reciente nos muestra su presencia desdefines de la época colonial). Sin embargo, el cambio que estas produjeron fue de talmagnitud que transformó a la Argentina de país importado a exportador de cereales. Laproducción de las colonias encontró rápida aceptación en el mercado interno, al quelogró abastecer y, en 1876, inició una nueva tendencia al permitir el primer embarquede cereales. De allí en más, nuevas colonias se fueron desplegando en el cinturón de lafrontera productiva de la región pampeana que iba desde Entre Ríos hasta el territoriode la Pampa. Siendo importantes, las colonias no llegaron a representar el grueso de laactividad agropecuaria pampeana, en la que la estancia iba a ocupar la mayor parte dela tierra productiva.

En los primeros años del siglo XX, la Argentina ya había delineado un perfil produc-tivo y exportador que continuaría por muchos años: cereales y carne con destino a losmercados europeos (véase Cuadro nº3 ). El número de productos que formaban elgrueso de la exportación -trigo, maíz, lino, carne vacuna y lana- no era alto. Pero lacantidad exportada era tal que los ingresos provenientes del exterior diluían los efectosde la falta de diversificación. En 1910, el país se había convertido en el tercer exporta-

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dor mundial de trigo del mundo, lejos del primero -Rusia-, pero no tanto del segundo –los Estados Unidos-. En otros productos, como la carne y el lino, su posición en elmercado mundial era todavía más significativa. Fueron las épocas en que la Argentinacomenzó a ser llamada “el granero del mundo” y en que su carne se convirtió, junto consu fama, en una verdadera marca del país.

La economía pampeana

Las transformaciones ocurridas en la esfera macroeconómica se correspondieroncon cambios en las unidades productivas. La producción de cereales con destino a laexportación comenzó, como se ha dicho, en las colonias agrícolas. Allí, la regla era delos agricultores fueran propietarios de una parcela de tierra que, en promedio, alcanza-ba unas 50 hectáreas. Los colonos trabajaban junto con sus familias, pero se veían enla necesidad de emplear manos de obra adicional (así como de intensificar la explota-ción de la familia) para las tareas que, como la cosecha, eran trabajo-intensivas. Elcosto de la contratación de peones era significativo para estos colonos que no teníanmucho más capital que su tierra. Por ello, no resulta casual que la primera “fábrica” demaquinaria agrícola (ahorradora de mano de obra) del país fuera un pequeño estableci-miento en la colonia de Esperanza.

A principios del siglo XX el escenario macroeconómico del agro pampeano cambiocuando buena parte de la producción cerealera comenzó a originarse en estancias,establecimientos bien diferentes de las colonias. La estancia, considerada como unaunidad económica desplegada en una gran extensión de tierra, había caracterizado elpaisaje pampeano desde la época colonial. Los cereales se produjeron, sin embargo,en la “estancia mixta” (así llamada por que combinaba la agricultura con la ganadería),un tipo de unidad productiva nueva, con una serie de instalaciones y un manejo empre-sarial que la volvían diferente de la vieja estancia. En ella no sólo la producción decereales aparecía como novedad; la ganadería que se explotaba era también distintade la de los antiguos establecimientos, pues se trataba de producir primero ovinos yposteriormente vacunos refinados que terminarían, después de su faena en los frigorí-ficos locales, siendo exportado.

En las “estancias mixtas”, el estanciero se dedicaba al engorde (o invernada) deeste ganado. El negocio de la invernada era muy lucrativo, siempre que se aseguraraque el forraje para los animales tuviera costos bajos. La forma que estos estancierosencontraron para abaratar eso costos fue la asociación económica con un grupo degran importancia, tanto cuantitativa como cualitativa, en el agropampeano: el de loschacareros. Los chacareros explotaban una facción de tierra, generalmente para pro-ducir cereales, pero no eran dueños de la propiedad sino que la arrendaban. Su benefi-cio estaba en vender sus cultivos, pagarle un arriendo al propietario -un estanciero ouna compañía colonizadora que alquilaba tierra rural- y obtener una diferencia. En elcaso de que el contrato fuera con un estanciero invernador los chacareros se compro-metían a dejar el campo alfalfado al finalizar el contrato. El negocio del estanciero

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invernador, en consecuencia, era doble; cobraba la renta por la tierra adquirida y obte-nía la tierra alfalfada donde iba a engordar sus vacas.

Los chacareros arrendaban la tierra por uno o dos años y, después de dejarla listapara el engorde, se desplazaban a otra parcela que podía ser (o no) del mismo dueño.Este sistema originaba un movimiento sobre el cual se había discutido mucho. Paraunos, era una espada de Damocles que pasaba sobre las cabezas de estos arrendata-rios, pues dependían de la buena voluntad de los estancieros o de las compañías parapoder continuar cultivando. Para otros, era una estrategia que le permitía al chacarerocon escaso capital trabajar una mayor porción de tierra (que rondaba, en promedio, las200 hectáreas), frente a la opción de sólo ser dueño de 50, como ocurría en las colo-nias.

Aunque sin ser propietarios de la tierra, los chacareros no eran el eslabón más bajode la estructura social del agropampeano. Ya sea desde la óptica pesimista u optimistadel sistema en el que desarrollaban sus actividades, eran empresarios capitalistas enpequeña escala así como empleadores de mano de obra que (como los colonos) nece-sitaban para tareas agrícolas estacionales. Esta mano de obra era provista por peones,que necesitaban el nombre de “braseros” y que eran generalmente contratados por unperíodo del año, aunque tampoco faltaba algún que otro jornalero que trabajara demanera más permanente en las tierras de un chacarero. Esta descripción somera, sinembargo, no puede llevar a pensar en un agropampeano con grupos sociales homogé-neos; mientras algunos chacareros eran empresarios capitalistas en asenso, otrosllevaban un nivel de vida poco holgado, que no era tan diferente del de los braseros.

El mundo de los estancieros mostraba su propia complejidad. Los invernadores es-taban al tope de la estructura económica de la región pampeana, aunque no eran elloslos únicos miembros del universo de los dueños de grandes porciones de tierra. Unanueva parte de los estancieros eran “criadores”, que se ocupaban de la primera etapade la vida de los terneros, la previa al engorde. Los campos de cría eran de peor calidadque los de invernada por lo que, generalmente, los criadores eran menos ricos y prós-peros que los invernadores. Más aún, la relación entre invernadores y criadores estu-vo, no pocas veces, teñida por el conflicto (y llevó, en la década de 1920, a una luchaabierta por el control de la Sociedad Natural Argentina). Este choque se debía a losespacios de diferente jerarquía que ambos grupos ocupaban en la cadena de produc-ción y comercialización del agropampeano; mientras que los criadores quedaban (co-mercialmente) presos de los invernadores que les compraban sus novillos, los segun-dos tenían vinculaciones directas y fluidas con los frigoríficos, que constituían el lugardonde se concentraba la parte más rentable del negocio de la carne y con quienespodían negociar precios, pues eran sus proveedores. Esta generalización no quita quehubiera criadores poderosos, con gran cantidad de tierra y poder de negociación, nique existieran estancieros que fueran criadores e invernadores a la vez. Esta divisiónni siquiera termina por describir las diferentes actividades realizadas por los estancie-ros. Un grupo generalmente diferenciado de los ya nombrados era el de los cabañeros,que se dedicaban a la importación y producción de animales de raza, por lo que ocupa-ban un papel fundamental de una economía que estaba renovando su stock de vacunosa ritmo acelerado.

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Si bien las colonias impulsaron la primera producción agrícola en gran escala, laestancia mixta la hizo llegar a los niveles que convirtieron a la Argentina en uno de losgraneros del mundo. Entre 1880 y 1890, cuando las colonias concentraban el grueso dela actividad, las exportaciones agrícolas pasaron de 450.000 a 25.000.000 pesos enoro. En el siglo XX, con el auge de la estancia mixta (y contando, también, con elcrecimiento de la producción de las colonias), estas ventas al exterior pasaron de70.000.000 pesos oro en 1900 (cuando desplazaban a las lanas por su valor en embar-ques) a 300.000.000 en 1913. La combinación entre agricultura y ganadería se mostra-ba, entonces, como una asociación altamente eficiente.

El agro pampeano se caracterizó por la ausencia de grandes conflictos socialesdurante buena parte del período de auge exportador. El entramado que unía a estancie-ros, arrendatarios y braseros, sin embargo, no siempre era tan calmo. Cuando estalla-ba una crisis, como ocurrió en 1912 durante el llamado Grito de Alcorta (por la calidaddel sur de Santa Fe donde comenzó el conflicto), las complejidades y tensiones deltejido social pampeano salían a flor de piel. Su fama se debió, en gran medida, a quefue el primer conflicto agrario de este siglo en el corazón de la religión pampeana, en laque sólo el levantamiento de colonos en la provincia de Santa Fe en 1893 aparecíacomo un antecedente (algo remoto) choque rural. Las razones de ambos enfrentamien-tos fueron, sin embargo, diferentes, tal como se verá mas adelante. En los primerosaños del siglo XX, el conflicto social se desarrolló más en las ciudades que en el agro,y tuvo a los obreros de las fábricas como sus principales actores.

La industria se desarrolló en torno a la conducción de una serie de artículos deconsumo y creció como resultado de un doble movimiento de protección arancelaria yaumento de la demanda agregada. La actividad manufacturera había comenzado adesplegarse tímidamente en la década de 1870 (a partir de la aplicación de tarifasaduaneras) y se había afianzado un poco más durante la expansiva década del 80. Elcrecimiento industrial, sin embargo, sólo logró cifras significativas en la década de1890, cuando una crisis en el sector financiero fue seguida por nuevas tarifas y por unaabrupta caída en el valor del peso. Por entonces surgieron una serie de grandes fábri-cas dedicadas a producir bienes de consumo que iban desde los alimentos y bebidashasta la vestimenta y artículos de ferretería. Finalmente, a principios del siglo XX, laindustria se desplegó con mayor fuerza a partir de un nuevo aumento de la demanda,logrando (en algunos casos) la producción estandarizada mediante el uso de máquinasmodernas y aprovechando la economía de escala (véase Cuadro nº 4). Si bien este fueel escenario para un número muy limitado de bienes y de fábricas, esta industria mos-tró los primeros síntomas de masificación, que resultaban novedosos en un país en elcual la sensación de tamaño había estado sólo asociada en el desierto. A pesar deesto, la expansión manufacturera pronto encontró serios límites para su expansión enlas dimensiones del mercado que demandaba sus productos.

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Cuadro nº 4: Peso relativo de los sectores de la actividad económica ar-gentina 1881-1916

(en porcentaje del producto total)

Año Industria Agricult. Ganadería Transporte Comercio Gobierno Construc.

1881 10,7 5,3 57,8 1,4 18,6 sin datos 6,21885 9,0 6,4 42,5 1,9 16,3 6,6 17,31890 13,4 12,9 27,8 2,9 19,4 5,3 18,21895 13,8 21,3 30,4 3,0 19,9 5,2 6,01900 18,2 19,7 24,2 4,3 19,5 6,4 7,81905 22,1 18,9 17,1 3,9 19,5 3,8 14,71910 22,8 15,0 17,2 5,2 19,1 4,8 15,91916 27,8 18,3 18,3 5,7 22,0 4,0 3,9

Fuente: Elaboración propia basada en Roberto Cortés Conde, Estimaciones del produc-to Bruto interno de Argentina, 1875-1910, Buenos Aires, Departamento de EconomíaUniversal de San Andrés, 1994, p.18.

La producción de esta industria, protegida por las tarifas aduaneras y poco eficien-tes, tenia como principal destino el mercado interno. Ni siquiera las actividadesagroindustriales, con excepción de los frigoríficos, tuvieron éxito en el negocio de laexportación. Las producciones regionales protegidas, como el azúcar y el vino, nocontaban con las ventajas comparativas que hubieran hecho posible la exportación;sólo el subsidio estatal permitió que el primer producto se vendiese al exterior por unbreve período a fines del siglo XIX. La actividad molinera, aún contando con talesventajas, vio limitadas sus posibilidades de exportación cuando los mercados externosse reservaron la molienda en sus propios territorios y prefirieron importar el cereal noelaborado. Una de las luchas más denodadas fue con el mercado brasileño, que final-mente terminó cediendo a la presión de los molineros de su propio país y se cerró a lasimportaciones argentinas. Una situación diferente vivía la industria de la carne, no sólopor las ventajas de exportar los artículos procesados frente a la de enviar ganado enpie, sino también por la existencia de un mercado, sobre todo en Gran Bretaña, abiertopara recibir el producto de los frigoríficos.

Dada la complejidad del entramado social del agro pampeano, resulta sorprendenteque el conflicto social que tenía lugar en las ciudades no tuviera su correlato en elcampo (influido por el dinamismo y el furor capitalistas) y que el Grito del Alcorta hayasido casi una excepción. Especialmente llamativo es que no se dieran más conflictosagrarios al estilo de los que tenían lugar, contemporáneamente, en los Estados Unidos.Allí surgió, en la década de 1890, un movimiento de protesta de amplio eco entre losagricultores (propietarios de la tierra, a diferencia de los chacareros pampeanos) querecibió el nombre de popularismo; en 1896, su candidato presidencial señalaba que losagricultores sufrían el martirio de una “cruz de oro”, que no era otra cosa que el símbo-lo del comercio y las finanzas que los ahogaban. En la Argentina, estos sectores eran,asimismo, uno de los bancos preferidos de ataque de los productores: su importanciaen el conjunto de la economía hacia entendible este reclamo.

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El comercio y las finanzas

Los intermediarios en la cadena de comercialización eran otras tantas piezas delentramado económico pampeano, así como la fuente de eventuales conflictos. Losalmacenes de ramos generales proveían a los chacareros de mercaderías y créditosgeneralmente prendando la futura cosecha. Para levantarla, los agricultores requerían(además de peones) de máquinas agrícolas que, daba su escasez de capital, alquila-ban a algunas de las empresas dedicadas a esta actividad. Una vez levantada la cose-cha, era necesario enviarla rápidamente al puerto. Al carecerse de un sistema deelevadores de granos que permitiera almacenar el producto cosechado, los agriculto-res necesitaban cubrirlo con bolsa de yute provistas por un puñado de fábricas porte-ñas que, habiendo establecido un oligopolio, mantenían un precio artificialmente altopara sus artículos. Este sistema ponía al productor en una situación especialmentefrágil, pues quería deshacerse de su cereal tan pronto como fuera posible, ante elriesgo de un temporal, e impedía que guardase lo cosechado hasta que los preciostuvieran a su favor. El transporte se realizaba a través del ferrocarril, cuyas empresascobraban altos fletes y, frecuentemente, se aprovechaban de la premura del productor(y de la congestión en las cargas que implicaba que todos quisieran enviar la cosechaal mismo tiempo) para negarse a la negociación de sus tarifas. Las casas explotadorasde cereales, que se ocupaban de la etapa final de la cadena de comercialización,tenían una actitud similar, por lo que los productores tendían a verlas como adversa-rios en el complejo proceso de exportación.

Los mecanismos de financiamiento eran, asimismo, uno de los cuellos de botella alos que se enfrentaba la producción agropecuaria. El sistema de créditos se basaba enla prenda hipotecaria, por lo que aquellos que no poseían tierras se veían en dificulta-des (y debían recurrir a mecanismos paralelos, como el caso señalado de los almace-nes de ramos generales). El crédito hipotecario estaba, sin embargo, relativamentedifundido a través de una serie de Bancos, cuya historia mostraba la potencialidad ylos límites de la economía exportadora. A principios de la década de 1880, el escenariobancario estaba largamente ocupado por el Banco de la Provincia de Buenos Aires, depropiedad estatal, y caracterizado por una liberalidad creciente en la concesión decréditos. Los beneficiarios eran tanto el sector ganadero cuanto el comercial, aunquebuena parte de su gestión estuvo interferida (o facilitada, según quien tuviera involucra-do) por las conexiones con el mundo político, especialmente con el Partido Autonomis-ta Nacional, que controlaba los destinos de la provincia y los del banco que la sosteníafinancieramente. El crecimiento económico de la década parecía justificar esta estrate-gia liberal y llevó a la mayoría de los bancos privados a compartirla, haciendo que lainstitución provincial estuviera lejos de la excepcionalidad.

Además de los préstamos directos, en esta década otro banco de la provincia deBuenos Aires -el Hipotecario- ocupó un papel destacado en el circuito de financiamien-to agrario al oficiar de intermediario en la cadena de crédito que tenía como inversoresfinales a los ahorristas británicos. Esta cadena poseía como instrumento a las célulashipotecarias emitida por el banco sobre la garantía que ofrecía la propiedad de la tierraa cambio del dinero, el deudor se comprometía a pagar la amortización de capital más

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los intereses. Estas células se negociaban en primer lugar, en el mercado de BuenosAires, para después hacerlo en el de Londres, donde encontraron una buena acepta-ción entre los inversores (muchos de ellos pequeños ahorristas) dada la imagen depaís pujante que la Argentina tenía en ese momento (así como por el prestigio de lascasas comerciales británicas que vendían estos valores). La deuda estaba contraídaen pesos moneda nacional, un detalle que los inversores no tuvieron en cuenta y queiban a lamentar; en efecto, las sucesivas devaluaciones de la moneda hacían que supago en pesos papel representara cada vez menos libras esterlinas. Los inversoresbritánicos terminaron perdiendo dinero, pero también se desvaneció la oportunidad deemitir deuda en moneda local para venderla en el resto del mundo. A partir de allí, estaemisión se haría en pesos oro que, al ser equivalente a la divisa extranjera, no depen-dían de las fluctuaciones en el valor de la moneda nacional.

La pérdida de dinero por parte de los inversores británicos (y la transferencia deingresos a los deudores locales) era posible porque en la economía argentina se reali-zaban dos monedas de manera paralela. Por un lado, circulaban los pesos papel omoneda nacional, que variaban con la emisión local. Por el otro, se usaban los pesosoro atados a este metal que cambiaba por pautas internacionales mucho más estables.En la década del ochenta, los pesos moneda nacional eran emitidos por el Estado (o,más bien, por sus bancos) de acuerdo con las necesidades del erario, que generalmen-te eran muchas. De esta manera se producía una constante inflación que hacía que elpeso papel perdiera su valor respeto del peso oro, cuyo aumento era llamado porentonces el “premio del oro”.

Para fijar una relación estable entre ambas monedas se implantó, en 1881, un patrónbimetálico, por el cual se respaldaba en oro y plata cada peso emitido localmente. Lasposibilidades de mantener este sistema (que exigía un alto nivel de reservas) no eranmuchas, por lo que en 1884, ante una pequeña crisis, se volvió a la “inconvertibilidad” o“curso forzoso”, que obligaba a aceptar la moneda según su denominación pero sinpoder cambiarla libremente por oro ( o plata), simplemente por que el Estado no teníacon qué pagar. La relación inestable entre las dos monedas favorecía a los exportado-res, que obtenían sus ingresos en divisas extranjeras (equivalente a los pesos oro)mientras que solventaban sus costos (salarios, crédito y compras hechas en el país)en pesos papel que se iban despreciando.

En 1887, el presidente Miguel Juárez Celman lanzó el proyecto -pronto convertidoen ley- de creación de los bancos garantidos, una iniciativa que tendría una negativarepercusión en la historia financiera del país). De acuerdo con esta ley, cualquier bancotendría la facultad de emitir moneda siempre que comprara bonos del gobierno nacionalque servirían como respaldo a esa emisión. La emisión de dinero por parte de unBanco del Estado no era un fenómeno nuevo, pues el de la Provincia de Buenos Aires lohabía hecho por mucho tiempo. La novedad estaba sin embargo en la extensión delmismo como parte de un proyecto político de amplio alcance, Juárez Celman pretendíaquitarle poder a Buenos Aires y uno de los instrumentos que intentó utilizar fue el deconcederle al resto de las provincias las mismas ventajas financieras de las que goza-ba la primera. La ley de bancos garantidos llevó a la emisión descontrolada de dineroen todo el país; unida a la concesión liberal de crédito que se estaba produciendo,

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sentaron el terreno para que se desarrollara la crisis de 1890, que impactó desfavora-blemente sobre la actividad bancaria.

La crisis terminó con el viejo sistema bancario liberal a través de la destrucción debuena parte del mismo. Muchos bancos privados y estatales, incluido el de la Provinciade Buenos Aire, fueron a la quiebra. La reorganización de la red bancaria se llevó acabo a partir de las entidades privadas más conservadora (que por ello habían podidocapear el temporal) y, sobre todo, del Banco de la Nación Argentina, una instituciónestatal creada en 1891. Aunque ya había existido un Banco Nacional -que tambiénsucumbió con la crisis-, la creación de la nueva entidad implicó un fenómeno de profun-das consecuencias para un Estado central que ganaba poder al llegar a manejar elsistema a través de la nacionalización de la oferta monetaria; el control de la monedaresulto así una de las fibras que tejieron su entramado de poder a costa de las provin-cias y, como ocurrió ante la rebelión de Carlos Tejedor en 1880, el resultado fue laderrota de la más poderosa de ellas.

El Banco de la Nación, según la idea del presidente Carlos Pellegrini, tendría unapolítica diferente de la del Banco Provincia, conservadora en cuanto a la concesión decréditos y despolitizada a partir de una cláusula que impedía realizar adelantos altesoro. El terror que infundió la crisis permitió que esta política se mantuviera. En ladécada de 1890, el Banco de la nación fue continuamente acusado de conservaduris-mo -y hasta avaricia- por su renuencia a conceder créditos. A pesar de las críticas nosolo se mantuvo reticente sino que su ejemplo fue seguido por la banca privada quehabía sobrevivido la crisis y consideraba a la prudencia como un valor inestimable.

El renovado crecimiento económico que se produjo a principios de siglo XX cambióel panorama, aunque sin volver a la política de manos llenas de los ochenta. Tanto labanca oficial cuanto la privada se volvieron más generosa a medida que aumentaba losdepósitos; los del Banco de la Nación, que siguió siendo la principal institución del sis-tema, crecieron a la par de la apertura de sucursales en todo el país e hicieron que lainstitución reformara su carta orgánica en 1905 para permitir una mayor liberalidad. Enese período, además, se consolidaron algunos bancos privados y se abrieron otrosnuevos. Una buena parte de esa actividad estaba ligada al fenómeno de la inmigración,por los ahorros y el manejo de las remesas a los países de origen que implicaba; no re-sulta extraño, entonces que los Bancos de Italia y Español se convirtieran en podero-sas instituciones. Un acontecimiento significativo fue la apertura, en 1906, del Bancode la Provincia de Buenos Aires como el resultado de la iniciativa del gobernador y líderpolítico de la provincia, Marcelino Ugarte, un caudillo político con un conocimiento pro-fundo de las finanzas públicas solo equiparado por su habilidad para manejar la mayormáquina electoral del país, en la que la acción económica del Estado ocupaba un lugarsignificativo. Sin embargo, el renovado banco estuvo lejos de quedar atado a la políticadel gobierno de turno, como había sucedido en décadas pasadas. La mitad del capital loproveyó la provincia, mientras la otra mitad lo hizo el sector privado a través de Bancode Comercio Hispano que, al reservarse el management de la institución, intentaba evi-tar su politización. Siendo algo más liberal que el de la Nación en cuanto a la concesión decréditos, el Banco de la Provincia de Buenos Aires también mantuvo la usual restricciónaunque se convirtió -por su nivel de depósitos y créditos- en la segunda entidad del país.

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En la década de 1910, la Argentina contaba con una serie de sólidas institucionesestatales y privadas que, sin embargo, no llegaban a formar un sistema bancario desa-rrollado; las instituciones no tenían conexión entre sí y una operación tan simple comoel clearing recién llegó a establecerse en 1912. Lo más grave fue que la falta de una redbancaria llevaba a restricciones en un mercado de capitales ya limitado por su extremaprudencia. El conservadurismo, aunque amenguado, seguía tiñiendo la actividad, comolo muestran las altas cifras de encaje con que operaban todas las instituciones. Estapráctica, más allá de las limitaciones que generaba, mostró una gran sabiduría. En1913, cuando una nueva crisis azotó al país, los bancos sintieron el golpe. Sus grandesreservas, que resultaban de los encajes, hicieron posible mantenerse en pie y recupe-rar posteriormente su nivel de actividad, ofreciendo un panorama muy distinto del ten-dal de heridos que siguió a la crisis de 1890.

El grueso de la demanda bancaria estaba en el comercio, aunque los sectores pro-ductivos -tanto la industria cuanto el agro- recibieron una importante proporción de loscréditos otorgados. Considerado como sector, la agricultura era la menos beneficiadapor el renacer bancario (aún menos que la industria), un tema que generó críticas en sumomento y ha sido considerado como uno de los que más afectaron a los pequeñosproductores. La acción del Banco de la Provincia de Buenos Aires muestra que estacrítica no dejaba de ser cierta; su objetivo declarado era ayudar al campo, por lo quellenó la provincia de sucursales que tenían que cumplir con este deseo. La ganadería,sin embargo, terminó acaparando este activismo crediticio y dejó a la agricultura enuna situación más precaria. Más que una política sesgada del banco, las característi-cas de la agricultura bonaerense, llevada adelante por arrendatarios y aparceros sintierras, y las del sistema crediticio rural, que buscaba garantía en la propiedad rural, seunieron en el caso de la región pampeana para hacer de los agricultores (que sufríanpor la falta de préstamos en casi todo el mundo) un grupo especialmente sufrientefrente a los problemas del financiamiento.

Mientras el sistema bancario se movía, a principios del siglo, dentro de un fuerteconservadurismo, el marco monetario lo hacía en medio de una novedosa estabilidad.En 1899, durante el segundo gobierno de Julio A. Roca, se adoptó una ley de converti-bilidad monetaria que iba a tener una vida más larga que la de los intentos anteriores.Esta ley fija la conversión entre pesos papel y pesos oro bajo el sistema de patrón-oro,en el que la moneda emitida localmente contaba con el respaldo de reservas en estemetal. A la vez, establecía una institución -la Caja de Conversión- que se encargaría demantener la convertibilidad. El por qué de la sanción de la ley en ese momento esmotivo de especulaciones diversas. Hay quienes sostienen que se produjo cuando elpeso papel se estaba apreciando con respecto al oro, por lo que los exportadoreshabrían presionado al Estado para que interviniera frente a un mercado monetario queles resultaba crecientemente desfavorable. Otros creen ver en la ley el fruto de lapreocupación por una inestabilidad permanente, que terminaba perjudicando a todos enel largo plazo, aún a los exportadores que no podían llegar a planear sus actividades.Cualquiera fuese la causa, el Estado puso en vigencia la ley cuando, en 1901, contócon las reservas suficientes para hacerlo, inaugurando una década de estabilidad mo-netaria que duró hasta la Primera Guerra Mundial, en que fue reimplantado el cursoforzoso. La convertibilidad quedó, entonces, como una aspiración para tiempos mejo-

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res; volvió por unos años en la década del veinte, pero sólo para caer nuevamentefrente a la crisis de 1929/1930.

Uno de los sectores que más pujaba por esta estabilidad era el comercio. Por unlado, la moneda devaluada desfavorecía las importaciones, que se veían así afectadasfrente a la producción local. Por el otro, la inestabilidad afectaba el comercio interno,que incluía la actividad minorista y la mayorista. El comercio minorista ejercía unainfluencia considerable en la economía y en la sociedad; empleaba un gran número depersonas, mientras se desplegaba en cualquier sitio que contara con una cierta de-manda. Este tipo de actividad conservó muchas de sus características a medida queterminaba el siglo XIX y comenzaba el siguiente. Sin embargo, no ocurrió lo mismo conel comercio mayorista que, habiendo estado tradicionalmente relacionado con la impor-tación, comenzó a cambiar con el surgimiento de la producción local. Los mayoristastendieron, entonces, a diversificar sus ofertas con productos importados y nacionales,e incluso surgieron empresas solamente dedicadas a los últimos. De manera paralela,aparecían nuevas especialidades, como la de los comerciantes mayoristas «introduc-tores» que se dedicaban a enviar mercaderías al interior. Los introductores, general-mente, poseían sus casas centrales en Buenos Aires y sucursales en las provincias,aunque no faltaron quienes tuvieron a Rosario, o aún a una ciudad más pequeña comoBahía Blanca, como base de lanzamiento para comerciar con el interior.

A principios del siglo XX se consolidaron las grandes tiendas, empresas que conta-ban con secciones especiales de venta y que combinaban el comercio con la produc-ción a la manera en que lo hacían los departament stores de los Estados Unidos yEuropa, que revolucionaron el mundo del comercio allí donde se instalaron. Las gran-des tiendas empleaban a varios centenarios de empleados y obreros, y desarrollabansu actividad en edificios de varios pisos y en talleres donde confeccionaban sus pro-pios productos, especialmente los relacionados con la vestimenta y el mobiliario; lamás importante de ellas -Gath & Chaves- contaba en 1910 con una casa central subdi-vidida en dos edificios de seis y cuatro pisos en Buenos Aires, mientras daba trabajo acasi cinco mil personas. Las grandes tiendas tenían una comercialización dividida porsecciones: calzado, juguetes, artículos de bazar, ropa infantil, de señoras, masculina,de novias, de luto y así hasta abarcar un amplio universo de bienes de consumo. A lavez, se dedicaron a la producción de ropa hecha en serie, que se vendía apilada en losanaqueles de estos mismos emporios del consumo, o se la enviaba a una red denegocios que cubría la casi totalidad del territorio argentino. El fenómeno de este tipode empresas no se restringió, sin embargo, a Buenos Aires. Las ciudades más pobla-das de las provincias, con consumidores de mayor poder adquisitivo, tuvieron suspropias grandes tiendas que eran una réplica (más grande o más pequeña) de lasexistentes en la capital del país. Rosario fue la que pudo emular con mayor éxito estapráctica comercial: las lujosas y espaciosas «Tiendas La Favorita» estaban allí paramostrarlo. El resto de las ciudades contó con establecimientos menores, mientras quecuando el movimiento comercial no lo justificaba, canalizó sus compras a las casas deBuenos Aires que se expandían, en buena medida, gracias a la consolidación del mer-cado interno.

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Mercado interno y mercado nacional

Con ser rápido e intenso, el crecimiento económico que originó el boom exportadorse desplegó de manera desigual en la geografía argentina. La región pampeana, dedonde salía el grueso de la producción exportable, fue la que experimentó las mayorestransformaciones y cosechó los mayores beneficios. El resto del país tuvo una evolu-ción económica no solo menos impresionante que la pampeana sino también másheterogénea, de acuerdo con la profundidad y la modalidad en que se integraba almercado mundial. Ciertas áreas lograron una ligazón directa con este mercado a tra-vés de un producto específico, como ocurrió con el tanino del norte de Santa Fe y conla lana de la zona patagónica orientada al Atlántico, pero constituyendo economías deenclave que generaban pocos efectos multiplicadores. Otras zonas, ubicadas en lasfronteras políticas recientemente definidas, se conectaron con los espacios comercia-les de los países limítrofes donde comercializaban parte de sus bienes, aunque conresultados limitados tanto por el escaso potencial económico que ofrecían estos paí-ses cuanto por el creciente debilitamiento que sufría la paulatina integración de esasregiones con el mercado argentino. La posibilidad de vender algún producto a la expansivaregión pampeana (y de esa manera vincularse, aunque de manera indirecta, al merca-do internacional) se transformó en la alternativa más provechosa y en la llave del éxitopara un par de economías regionales. Los casos más sobresalientes fueron los delazúcar -cultivo principalmente en Tucumán y, en menor medida, en Jujuy- y del vino-producido en Mendoza y San Juan-. Varias provincias, sin embargo, no lograron pro-ducir en gran escala bienes que fueran atractivos ni para el mercado interno ni para elexterno por lo que tuvieron que contar, como fuente de supervivencia, con la realiza-ción de algún emprendimiento del Estado central -que iba desde un puente hasta uncolegio- o directamente en los subsidios que éste les enviaba.

El crecimiento del mercado interno fue paralelo al de la economía exportadora. Esque, a diferencia de las economías de enclave donde predominaba el proceso extractivo,el desarrollo agrario pampeano generó efectos multiplicadores sobre el resto de lasactividades. De cada divisa ingresada vía exportaciones, una proporción más o menosimportante iba a algún sector o a alguna persona fuera de las «industrias madres», queera como entonces se llamaba a la agricultura y la ganadería. El peso de las activida-des secundarias y terciarias fue (como puede verse en el Cuadro n° 4) de una magni-tud que no puede dejarse de lado al analizar la economía argentina del período. Escierto que buena parte de esas actividades estaban íntima y directamente relaciona-das con la actividad exportadora; el transporte y el comercio crecieron, en buena medi-da, vinculados con el movimiento de mercancías hasta el puerto, así como una partedel sector industrial estaba representada por los frigoríficos, que exportaban lo másvalioso de su producción. A pesar de todo, la economía interna llegó a generar supropio dinamismo.

El mercado argentino se abastecía parcialmente de importaciones, que crecieron ala par del conjunto de la economía. Una buena parte de la demanda interna, sin embar-go, fue provista por la oferta local. La importancia que adquirió esta producción dentrodel conjunto del consumo nacional puede verse no sólo a través del aumento del pro-

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ducto industrial sino también a partir del espacio creciente que las importaciones deja-ban de abastecer; mientras éstas no llegaban a sextuplicarse entre 1881 y 1916, elproducto -tomado como medida de la demanda interna- se multiplicó por nueve (véaseCuadro n° 2). Salvo que consideremos que la población había entrado en una fase deahorro desmesurado (hipótesis que el resto del relato mostrará como improbable),resulta sensato pensar que la diferencia observada fue provista por la producción local.

Parte de este mercado interno estaba en la zona rural, donde el crecimiento de laagricultura, más que el de la ganadería, proveyó los grandes números de la demanda;la producción agrícola, en efecto, requería una cantidad mayor de mano de obra inte-grada por trabajadores que era, a la vez, consumidores. En este mercado rural sobre-salían los colonos de la provincia de Santa Fe, que comenzaron a ser objeto de laseducción por parte de las fábricas de Buenos Aires; más aún que los arrendatarios yaparceros del corazón de la zona pampeana, cuya capacidad de ahorro parecía ser(por lo menos si atendemos al fenómeno del consumo) menor. Siendo alta en las zonasagrícolas, la demanda se hacía más visible y dinámica en las ciudades.

La urbanización fue un fenómeno paralelo al del crecimiento exportador. Las ciuda-des que crecían como hongos demandaban cada vez más bienes y servicios. La activi-dad de la construcción se desarrolló a ese mismo ritmo y llegó, a principios del sigloXX, a ocupar un lugar significativo dentro del producto total (véase Cuadro n° 4). Estaactividad movilizaba capital y mano de obra a través de sus herrerías, yeserías,marmolerías, zinguerías, aserraderos, carpinterías y de las empresas (llamadas «deconstrucción») dedicadas a varias de estas actividades al mismo tiempo. Desde lospequeños pueblos hasta la homérica Buenos Aires, el esfuerzo por crear el entramadourbano tuvo efectos tanto transformadores cuanto multiplicadores. Viejas casas chataeran demolidas para dar paso a edificios más altos, ornamentados y sofisticados,mientras las ciudades extendían sus brazos con una rapidez que sorprendía a quienesvisitaban estos lugares de manera espasmódica. El clima de pujanza que imprimía veredificios en construcción en cada cuadra era, sin duda, uno de los elementos que másllamaron la atención de aquellos visitantes extranjeros que no dudaron en considerar ala Argentina como una naciente potencia económica (y que no diferían mucho de loselementos privilegiados que influían el ánimo de los observadores que predecían elfuturo económico de los nuevos tigres del sudeste asiático antes de la crisis de 1997).La demanda para la construcción (desde los clavos hasta los tirantes) se convirtió enuno de los mercados más atractivos para la naciente industria. Las fábricas se concen-traban en la ciudad de Buenos Aires, donde llegaron a emplear (en conjunto con lospequeños talleres) un tercio de su población económicamente activa. Esta localizaciónno les impedía tener como uno de sus objetivos la conquista de un mercado que fueramás allá de los límites de la capital y coincidiera con las fronteras del país. Al lograrlo,crearon un mercado nacional de productos que se desarrollaba junto con la formaciónde una nación argentina, concebida como una comunidad de vivencias.

La formación de un mercado nacional fue una trabajosa construcción tanto para elEstado cuanto para el sector privado. Sobre el primero, sin embargo, recaía la tarea deproveer el contexto legal necesario para que el segundo pudiera desplegar sus estrate-gias. La Constitución Argentina había prohibido de manera expresa la existencia de

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aduanas internas. A pesar de ello, las obstrucciones provinciales al comercio continua-ron existiendo, de manera más o menos velada, y se convirtieron en uno de los temasque más sensibilizaba a los comerciantes de Buenos Aires. Después de aprobada laConstitución Nacional, sin embargo, varias provincias continuaron con sus viejas tari-fas al comercio interior o implantaron otras nuevas, a veces con el objetivo expreso deafectar la entrada de bienes de otra provincia y otras para generar ingresos adicionalesen sus modestas finanzas. La Suprema Corte de la Nación intervino en la cuestión einterpretó la existencia de tales trabas como anticonstitucionales, obligando a dar mar-cha atrás a las provincias que habían hecho uso de esta medida. No obstante, siempreexistía algún instrumento para perturbar al comercio. Uno de ellos fue la instalación de«oficinas químicas», que tenían el control sobre las sustancias alimenticias que entra-ban a una provincia y que funcionaban, todavía en la década de 1910 y según la voz delos comerciantes, como verdaderas «aduanas secas».

Si se hubieran sostenido en el tiempo, las tarifas provinciales podrían haber impedi-do que llegara la marea de productos salidos de las recientes industrias de la capitaldel país y que terminaron por reemplazar (salvo contados casos) las manufacturasprovinciales que habían logrado competir con las importaciones. La entrada de produc-tos importados a partir del libre comercio había significado un primer golpe para estasindustrias locales, mientras la construcción de una red ferroviaria profundizó el peligroal reducir los costos de transporte de las importaciones. Las fábricas porteñas tambiénlograron, con la llegada de los tres, mejores posibilidades para vender en el interior. Aesta posibilidad, le adicionaron las ventajas que les ofrecían sus economías de escalapara salir al mercado con productos más baratos. Una de las víctimas de la industriaporteña fueron las curtiembres de Salta, que terminaron por sucumbir cuando -en ladécada de 1880- las de Buenos Aires enfrentaron el mercado con inversiones de capi-tal, producción en escala y reducción de costos. La manufactura salteña, entonces,quedó reducida y limitada al pequeño segmento de la producción artesanal (como la debotas y monturas) que las industrias de la capital no podían reproducir.

El toque de muerte para una gran parte de la rudimentaria manufactura del interiorllegó de la mano de las estrategias específicas que las fábricas de Buenos Aires reali-zaron para conquistar el mercado nacional. Esto no era una tarea sencilla, pues aprincipios del siglo XX muchos productos todavía enfrentaban mercados regionalmentesegmentados. Una de las razones de la segmentación era que ciertas áreas del interiortenían pautas de comercialización y de consumo diferentes de las de la región pampeana.Mientras en Buenos Aires o en Rosario se vendían -aún al consumidor final- productosen cantidades relativamente grandes, en el interior las compras se hacían en númerosmás modestos. Este problema podía ser enfrentado por las industrias porteñas a tra-vés de una estrategia comercial de empaquetamiento diferenciado que no implicaracostos adicionales desmesurados. Más difícil fue vencer las barreras de las calidades; elinterior consumía (en términos generales) productos más baratos y de tipo inferior a aque-llos que demandaba la región pampeana. Entrar al mercado del interior implicaba, entonces,una estrategia más compleja, que requería de una línea de producción especial. Finalmen-te, la industria de Buenos Aires terminó por conquistarlo, creando productos de calidadesmás bajas (que, a veces, hasta tenían una marca diferente) y comprando fábricas máspequeñas en el interior para convertirlas en sucursales o para que salieran del mercado.

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El dominio industrial de Buenos Aires encontraba un muro de resistencia en lasproducciones regionales que el Estado protegía abiertamente, como el azúcar y el vino.La idea de producir azúcar de remolacha en la capital argentina a partir de cultivos quese realizarían en la región pampeana quedó como una iniciativa frustrada ante la pre-sión del Noroeste. A partir de la integración de Cuyo al mercado nacional, por otro lado,la producción de vinos artificiales -hechos a base de pasas de uva mezcladas conalcohol y que salían de unas cuantas fábricas porteñas- fue prohibida por un gobiernopreocupado por considerarlos peligrosos para la salud así como por la presión cons-tante de los legisladores cuyanos. De una manera u otra, hacia la década de 1910, lamayor parte del país terminó por formar parte de un mercado unificado de productos.Sólo quedaron fuera de tal mercado algunas áreas por entonces marginales (comoocurría con ciertos espacios de la Patagonia) que terminarían integrándose en lasdécadas siguientes. Mientras se formaba como nacional, el mercado interno experi-mentó cambios paralelos relacionados con la propia esfera del consumo.

La revolución en el consumo

El crecimiento del mercado interno fue tan meteórico como el de las exportaciones.Considerado como producto total, en 1916 era (como dijimos) nueve veces mayor queel de 1881, un crecimiento excepcional para la época; en el mismo lapso, mercadosemergentes como el de México y otros de crecimiento más antiguo como el de GranBretaña «sólo» se habían triplicado. El aumento producido en la Argentina incluso so-bresalía frente a los países de mayor dinamismo económico del período, como losEstados Unidos, donde el mercado se había multiplicado, por entonces, menos decinco veces. Las cifras del aumento tenían que ver, en parte, con la pequeñez de laeconomía argentina en 1880; si su tamaño en este año no llegaba a la mitad de labrasileña, en 1916 la duplicaba. El crecimiento del producto total, sin embargo, era elresultado de la confluencia, en proporciones similares, de dos fenómenos que se po-tenciaron para aumentar la demanda: el crecimiento poblacional y del ingreso per cápita(el primero explicaba un 55% y el segundo un 45% de la ampliación del mercado). Ennúmeros gruesos, en ese período de algo más de treinta años, los habitantes de laArgentina se habían triplicado mientras que -en promedio- eran tres veces más ricos.

Aparte de su incremento en cuanto a niveles absolutos del producto, la Argentinaofrecía una característica adicional en su demanda: su alto ingreso per cápita, que ladistanciaba del resto de América Latina. Estas cifras, de todas maneras, encubrenrealidades muy diferentes. La distribución del ingreso, tanto al nivel regional comosocial, nos es desconocida, aunque hay ciertas tendencias que indican el rumbo queiba tomando. El grueso del producto se concentraba en la región pampeana, cuyasciudades contaban con una demanda potencial significativa, tanto que, cuando la grantienda inglesa Harrod’s tuvo la idea de abrir su primera sucursal en otro lugar delmundo, meditó sobre la decisión, realizó estudios sobre la factibilidad de hacerlo envarios urbes del mundo y, finalmente, en 1913, lo hizo en la capital argentina.

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La alta movilidad social de la Argentina, así como los continuos movimientos físicosde la población, vuelve complicada la definición de grupos sociales, si el objetivo esmostrarlos como estáticos y permanentes. Si la idea es describirlos como grupostransitorios, heterogéneos y con límites difusos, en cambio, es posible y útil definirlos yanalizar sus comportamientos. Las clases altas desplegaban un consumo conspicuoque incluía mayormente artículos importados; pero su número y su incidencia en elmercado eran pequeños por lo que las clases medias y bajas conformaron el grueso dela demanda nacional. Si bien consumían bienes importados, también demandaban mu-chos de origen local, por lo que se convirtieron en la base sobre la que se sustentaba laproducción industrial argentina.

La clase media aumentó en número y en presencia a medida que creían una econo-mía con efectos multiplicadores sobre las actividades secundarias y terciarias y unEstado cada vez más dispendioso en sus gastos y sus capacidades de empleo. Partepor emulación, parte por creación de valores propios, fue creando un espacio de con-sumo donde lo masivo -como copa más que como antinomia de lo exquisito- se tornóno sólo viable sino aceptable. La clase baja entró de manera similar en la esfera delconsumo, sus recursos más modestos, sin embargo, la llevaban a desenvolverse enella más con la actitud que con los números de los sectores medios. Las discusionessobre el nivel de vida de los sectores populares, cuyo tamaño también nos es descono-cido, señalan (según sea la perspectiva) tanto un descenso como un aumento en lossalarios reales. Sea cual fuere la evolución salarial, la participación en el consumo devastos sectores de la población, con la jerarquización de una determinada distribucióndel ingreso, fue también una característica de esta etapa.

A la vuelta del siglo pasado, el mercado experimentó cambios cuantitativos y cualita-tivos que llevaron a la formación de una sociedad de consumo masivo que terminó porplasmarse con mayor definición en los primeros años del siglo XX. Los primeros atisbosde este nuevo escenario comenzaron a darse a fines de la década de 1880, cuando elpaís llegó a contar con una masa de población significativa (que superaba los tresmillones de personas) y el crecimiento económico argentino parecía no alcanzar lími-tes, expectativa que la crisis de 1890 mostró como demasiado optimista. El renovadocrecimiento económico de la primera década del nuevo siglo posibilitó que los cambiosque antecedieron a la crisis se desplegaran con mayor solidez. La llegada de inmigrantestrajo el número de gente necesario para que el fenómeno se concretara en un país quealcanzaba, a principios de la década de 1910, los seis millones de habitantes. Lastransformaciones cualitativas, que respondían a un complejo entramado de renovadasideas y costumbres, no fueron menores. El concepto de tradición, entendido como unarelación determinada con el espacio y el tiempo, tomó un significado diferente, que fuede la mano de la victoria de la masificación y la secularización que los nuevos tiemposimponían.

La masificación del espacio encontró su mejor empleo en el papel cada vez másimportante que los lugares públicos ofrecían como sitios de convivencia simétrica,donde asistían no sólo individuos de distintas clases (algo que siempre habían sucedi-do) sino que lo hacían de manera indiferenciada. Si el paseo por los parque de Palermohabían sido un lugar de encuentro elegante del pasado, con familias ricas paseando en

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sus carruajes, a la vuelta del siglo pasado esos sitios eran invadidos por gentes de lasclases medias y bajas que alquilaban uno de esos vehículos por una horas. Lamasificación del tiempo, por su parte, se desplegó en la concesión de créditos por lasempresas comerciales, desde las grandes tiendas (que abrieron carteras especiales asus clientes) hasta los pequeños negocios que vendieron sus mercancías en cuotas. Através del crédito, el acceso a los productos se volvió más flexible e incluso logró queciertos bienes antes inalcanzables para la mayoría dejaran de serlo. La secularizacióndel espacio se tradujo en el surgimiento de lugares comerciales como suerte de versio-nes del cielo en la tierra, una ilusión que había sido en los ojos viejos tiempos uno delos mayores encantos (y a la vez monopolio) de las iglesias. Las grandes tiendas sevolvieron el mejor ejemplo de la nueva tendencia, con sus orquestas, servicios de ́ te yfuentes que las convertían en imágenes terrenales del paraíso para quien entrabadesde el conflictivo mundo de la calle. La secularización del tiempo, finalmente, semostró en la atención creciente que los grandes acontecimientos comerciales -comolas liquidaciones- comenzaron a tener por sobre las celebraciones religiosas que antesconcentraban la mayor atención.

Con la llegada de la sociedad de consumo masiva, todo terminó siendo un engranajedel mercado. Quizás una de las mejores medidas para observar la profundidad de estefenómeno sea el hecho de que las ceremonias más íntimas y privadas de la vida, comolos casamientos y los entierros, pasaron a ser realizadas por empresas comerciales.El surgimiento de compañías que arreglaban todos los detalles del casamiento, asícomo de otras que se dedicaban al negocio de la muerte, resultó tan novedosa comodemostrativa de unos tiempos que cambiaban. Junto con ellas surgieron unas empre-sas que ofrecían sus conocimientos especializados ante quienes debían vender en unmercado cada vez más complejo: las agencias de publicidad.

Las vidrieras de Buenos AiresLos negocios de Londres y París no tienen nada que enseñar a los vidrieristasde la capital argentina (...) En efecto, el despliegue de luces eléctricas, cu-briendo con multitud de lámparas toda la serie de edificios de estos grandesnegocios que venden ropa, es probablemente único en el mundo de la de-coración de negocios.

Reginald Lloyd, Argentina in the Twentieh Century, Londres, 1911, pág. 426.

La masificación del mercado iba acompaña de cambios en la esfera de la comercia-lización que exigían conocimientos expertos y especializados. La vieja concepción deuna tienda a la que sus clientes recurrían con la idea preconcebida de lo que queríancomprar dejó lugar a la vidriera, un instrumento por el cual el vendedor tentaba alpotencial comprador con artículos que no necesariamente tenía en mente adquirir. Losproductos se acercaban, de esta manera, hasta el consumidor de una manera quetransformaba la mediación ejercida por el comercio y potenciaba la relación entre pro-ductores y consumidores, que cobró un nuevo cariz con el uso intensivo de la publici-dad a principios del siglo XX. Los aburridos avisos clasificados de los años anteriores,que sólo eran leídos por quienes intentaban buscar algo en especial, fueron reemplaza-

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dos por atractivas propagandas que tenían la finalidad de captar la atención del lectorgeneral. Algunas de estas propagandas comenzaron a ser el resultado de verdaderascampañas publicitarias que resultaban de una planificación y estrategia de ventas endonde las agencias ejercieron una acción mediadora.

El mercado, por otro lado, les dio una nueva significación a ciertos fenómenos yaexistentes. De esta manera, la moda se transformó de una expresión de la elite a unade masas. La vestimenta había sido durante la época colonial un elemento de distinciónsocial (el viajero Concolorcorvo recordaba, en 1778, los latigazos recibidos por unamulata en Córdoba por usar un vestido similar al de las mujeres blancas de los gruposacomodados). A medida que fue avanzando el siglo XIX, la indumentaria perdió sólolentamente su dramatismo como instrumento de diferenciación; eran los grupos declase alta quienes adoptaban las modas (como ocurría con los famosos peinetones dela época federal), mientras los sectores más pobres se vestían de una manera diferen-te que los hacía fácilmente identificables. En la mitad del siglo, sin embargo, BuenosAires mostraba algunos rasgos que presagiaban cambios de largo alcance; un Domin-go Faustino Sarmiento recién llegado de Chile notaba que los habitantes de la ciudaddonde hacía poco había gobernado Juan Manuel de Rosas mostraban un efecto iguali-tario en la vestimenta que contrastaba con la jerarquización indumentaria de Santiago.La irrupción de lo masivo hizo que, a la vuelta del siglo, el fenómeno alcanzara otrasproporciones cuando el grueso de la población empezara a vestirse de manera similar,más allá de su posición social, con lo que la diferenciación a partir de la ropa quedócada vez más asociada con la marginalidad. Aún los sectores populares se comprabansu traje y su vestido en las pilas de las grandes tiendas, que ofrecían artículos simila-res a aquellos usados por los grupos de mayores ingresos. Este fenómeno se hizoespecialmente visible en las grandes ciudades pampeanas, aunque resultó mucho mástenue (o casi inexistente) en las áreas con economías menos dinámicas. El visitanteespañol Federico Rahola anotaba, en 1905, en la Sangre Nueva que «es por demáscurioso uno de los rasgos fisonómicos de Buenos Aires; no se advierte gente maltrajeada en sus calles. Los obreros, con ser muchos, no usan la indumentaria especialque los hace resaltar en las vías de nuestras ciudades. La población ofrece tipomarcadamente burgués; no se notan las blusas ni las gorras que en París y en Barcelo-na dan un color de mezcla a las muchedumbres que circulan por las grandes aveni-das». Esta similitud visual no implicaba la igualación social ni económica, pero símostraba que la participación en el mercado había alcanzado a casi todos.

La difusión de la moda

En septiembre de este año, en la exposición anual de ganadería de Palermo,varias mujeres de familia prominente de la Capital, que vestían de luto, apa-recieron en las gradas con zapatos de cuero de color gris perla. Inmediata-mente, hubo una demanda por gris perla en las zapaterías y este color, quehabía tenido muy escasa demanda en el mercado en los últimos años, depronto se volvió uno de los más populares.

Herman Brock, Boots and Shoes, Leather, and Supplies in Argentina, Uruguay, andParaguay, Special agents Series, United States Department of Commerce, SerieN° 177, Washington, 1919, pp -60-61.

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Los vaivenes de la economía

La incorporación de la Argentina al capitalismo mundial, que permitió un aceleradocrecimiento, también le dio a su economía la vulnerabilidad de ese universo integrado.El capitalismo de entonces se caracterizaba (como el actual) por ciclos de auge ydepresión que se propagaban en espacios cada vez más amplios en la medida en quese iban integrando nuevos países y regiones al sistema económico mundial. La primeracrisis internacional sufrida por la economía argentina ocurrió en 1866 y afectó a lasexportaciones de lana. En 1873, el país se vio nuevamente envuelto en una crisismundial que inició una etapa depresiva e impactó sobre toda la economía; la forma quetomó la llevó a convertirse en un modelo tan novedoso como casi permanente de«crisis de balanza de pagos», que caracterizaría la economía nacional por el resto desu existencia. En los años previos, la Argentina había recibido una cantidad de capita-les en forma de préstamos al gobierno que, sumada a las divisas ingresadas por lacreciente exportación de lanas, llevaron a un aumento del consumo interno y de lasimportaciones que entonces lo proveían. En esos años, las importaciones superaronlargamente a las exportaciones, con lo que se produjo un déficit en el balance comer-cial; pero esto no implicaba un problema a corto plazo, porque habían un superávit en lacuenta capital del balance de pagos (los capitales que entraban, en efecto, eran mayo-res que los que salían). Ante los primeros síntomas de desorden económico, las inver-siones se retrotrajeron, y volvieron a sus lugares de origen (como sucede en todas lascrisis) y cambiaron el signo positivo de la cuenta capital. El problema, entonces, setornó insostenible porque ambas cuentas de balance de pagos se volvieron negativas.El gobierno de Nicolás Avellaneda decidió enfrentar la crisis sin dejar de pagar la deudaexterna, pues el objetivo era mantener el buen nombre del país en el mercado financie-ro internacional; allí fue cuando lanzó su famosa frase, asegurando que se iban arespetar los compromisos internacionales «sobre el hambre y la sed de los argenti-nos». Éste no era un objetivo menor; la idea era borrar de la mente de los inversores laimagen de una Argentina que no pagaba sus deudas, para así lograr que el capitalextranjero volviera (y se incrementara) cuando la situación retornara a la normalidad.Avellaneda impuso un plan que incluía el aumento de los impuestos a las importacio-nes y un ajuste en los gastos del gobierno. La caída en el consumo -por la interrupciónen la llegada de capitales- se unió a las tarifas más altas y al menor gasto público paraproducir un abrupto descenso en las importaciones (que generó un superávit en balan-ce comercial) y un aumento en la posibilidad del Estado (que recaudaba más y gastabamenos) para pagar la deuda.

A fines de la década de 1870, la crisis había pasado a ser un recuerdo, mientras elcrecimiento económico de los ochenta llevó a la repetición (en escala aumentada) dealgunos elementos que la habían precedido. Una nueva crisis llevó a interrumpir eloptimismo en 1884; si bien su alcance fue mucho menor que la de 1873, fue lo suficien-temente grave como para hacer que se abandonara, como ya dijimos, el recientementeaprobado plan de patrón monetario bimetálico. Pero el país salió de ella sin esfuerzosprofundos, y en la segunda mitad de la década volvió el crecimiento económico. Denuevo se incrementaron el consumo y las importaciones, lo cual llevó a un balancecomercial desfavorable que se compensaba con una cuenta capital de nuevo positiva

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por la llegada de préstamos extranjeros (véase Cuadro n° 5). Este esquema parecíafuncionar de manera aceitada y la Argentina se convirtió, entonces, en el principalreceptor de las inversiones de Gran Bretaña, que era a su vez el mayor exportadormundial de capitales. En medio de la política monetaria expansiva emprendida porJuárez Celman, a fines de la década surgieron bancos sin respaldo a partir de lamencionada ley de bancos garantidos, así como sociedades anónimas cuya naturalezaresultaba sospechosa. El veloz crecimiento económico pronto se conjugó con unaespeculación que hacía que se realizaran las transacciones más increíbles en la Bolsade Buenos Aires. El espíritu especulativo de la época llevó a fuertes condenas de partede algunos grupos que consideraban que la superficialidad y la locura se habían hechocarne tanto del gobierno como de muchos de sus conciudadanos. De pronto, todo sederrumbó. Las inversiones especulativas pasaron a ser el blanco de la desconfianza yel público encontró en el oro la única inversión segura. Como resultado, el peso mone-da nacional cayó de manera estrepitosa y las subidas en el precio del oro se transfor-maron en el tema preferencial de la discusión y la preocupación cotidianas. Este ma-lestar económico, iniciado en 1889, se acentuó al año siguiente, cuando se desencade-nó la crisis.

Cuadro n° 5: Cuentas del sector externo argentino 1881-1891(en miles de pesos oro)

Año Export. Import. Balance Nuevos Servicios Saldo de Balancecomercial préstamos (intereses la cuenta de pagos

+amortiz.) capital

1881 57.938 55.706 2.232 14.075 11.967 2.108 4.3401882 60.389 61.246 -857 25.293 15.724 9.568 8.7121883 60.208 80.436 -20.228 47.399 14.496 27.903 7.8301884 68.030 94.056 -26.026 39.732 27.574 12.158 -13.8681885 83.879 92.822 -8.943 38.732 22.637 15.522 7.7521886 69.835 95.409 -25.574 67.580 26.764 40.816 15.2421887 84.422 117.352 -32.930 153.498 37.305 190.083 83.2631888 100.112 128.412 -28.300 247.796 49.503 198.293 169.9731889 90.145 164.570 -74.425 153.612 59.602 94.010 19.3851890 100.819 142.241 -41.422 43.395 60.241 -14.846 -56.2681891 103.219 67.208 36.011 8.242 31.575 -23.333 12.678

Fuente: Elaboración propia a partir de John H. Williams, El comercio internacional argentino enun régimen de papel moneda inconvertible 1880-1900, Buenos Aires, Facultad de CienciasEconómicas, 1922.

Los orígenes de la crisis de 1890 son objeto de discusión. Algunos historiadoresponen el acento en el marco internacional y en la forma en que la Argentina se relacio-naba con él. De acuerdo con esta perspectiva, la fragilidad del sector externo tenía sutalón de Aquiles en la entrada de capitales. Cuando los inversores extranjeros se dieroncuenta de que las expectativas sobre el crecimiento argentino superaban la realidad,decidieron retirar su dinero y generaron una aguda crisis en el balance de pagos (así

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como dejaron a la prestigiosa Casa Baring -la principal encargada de canalizar losmovimientos de capital en el mercado londinense- al borde de la quiebra). Otros histo-riadores, por el contrario, han señalado la importancia de los factores internos. Elorigen de la crisis, según ellos, estaría en la irresponsable política monetaria expansiva,que generó una fuerte inflación y un caos irresponsable en la concesión de créditos.

La salida de la crisis fue capitaneada por el presidente Carlos Pellegrini a partir deun plan que era una versión más profunda y extendida del implementado por Avellanedacasi veinte años atrás. Las tarifas a la importación se elevaron, mientras se renegocióel pago de la deuda externa (que era imposible de cumplir), acordando posponerlohasta fines de la década. Las importaciones se desplomaron ante las altas tarifas, ladesvalorización del peso y la caída del consumo, con lo que se logró un balance co-mercial favorable. Por otro lado, el sistema bancario se reorganizó de cuajo, como seha explicado anteriormente.

La maduración de las inversiones en ferrocarriles realizadas antes de la crisis, máslas que se seguían haciendo en este rubro que (a diferencia de otros) continuabarecibiendo capital, originaron un incremento en las exportaciones. Fue gracias al ferro-carril que, en esos años, los cereales pudieron convertirse en un producto de exporta-ción masiva. A mediados de la década de 1890 se comenzaron a ver los síntomas de larecuperación. Una nueva crisis, sin embargo, volvió a azotar a la economía argentinaantes que el siglo terminara. En 1897, varios factores (que esta vez poco tuvieron quever con el balance de pagos) se unieron para desencadenarla. Por un lado, las altastarifas habían llevado a la apertura de una cantidad de fábricas que la demanda argen-tina no podía sostener, llevando a una sobreproducción industrial que se traducía enuna competencia salvaje y una reducción de precios (y beneficios) que ponían a variasempresas el borde de la quiebra. A esto se unió el agravamiento del conflicto fronterizocon Chile, que por momentos pareció que iba a desembocar en una guerra. El temor aeste desenlace llevó a una desaceleración en la concesión de créditos, un fenómenoque afectó tanto las actividades industriales cuando el comercio. El sector externo,mientras tanto, se mantuvo saludable, permitiendo que el país comenzara el pago desu antigua deuda renegociada. La economía interna, en cambio, sólo mostró un creci-miento similar al anterior a la crisis después de un nuevo sacudón financiero interna-cional ocurrido en 1901 y de firmarse los Tratados de Mayo (que pusieron fin al conflictoexistente con Chile) en 1902.

A partir de entonces, la economía en su conjunto desplegó sus energías de unamanera que se asimilaba a la década del ochenta, pero sobre bases más firmes. Debi-do a la fortaleza de las exportaciones, el balance comercial se mantuvo favorable, apesar del aumento de las importaciones que traía el crecimiento del consumo. Ya paraentonces, una parte de éste se abastecía de industrias asentadas en el país, lo cualgeneraba el consecuente ahorro de divisas externas. Las inversiones extranjeras, porotro lado, se renovaron, con lo que la cuenta capital también se mostró en superávit. Elpaís, por entonces, parecía haber encontrado la fórmula mágica para el crecimientoperpetuo: la coexistencia de saldos externos favorables en el balance comercial y lacuenta capital. Una crisis internacional ocurrida en 1907 afectó poco a esta economíapujante (aunque la causa de tan poca incidencia puede relacionarse con que el princi-

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pal país afectado fueron los Estados Unidos, con quienes las relaciones económicaseran mucho más débiles que con Gran Bretaña). Parte del crecimiento económico de laprimera década del siglo XX se debió al optimismo que la Argentina generaba en ellargo plazo, más allá de la situación coyuntural que vivían las exportaciones. Cuandoocurría una sequía, una invasión de langostas o una inundación que hacían caer lasventas al exterior, el conjunto de la economía continuaba creciendo porque los capita-les, confiando en que éste era un fenómeno pasajero, seguían llegando. Este optimismobrindó el marco para el desarrollo de las fiestas del Centenario de la Revolución deMayo, en que no se ahorró energía para mostrar que el país se había convertido en unade las naciones más pujantes de la Tierra.

La crisis a fin del siglo XIX

Por el presente se calculó el porvenir, y de ahí que, en vez de impulsarlascon cautelosa prudencia, se les diera en muchos casos una amplitud y unvuelo exagerado y violento. Se levantaron establecimientos industriales detanto poder y de tanto costo como los más importantes de Europa, pues secreía contar con consumos suficientes para darles vida próspera y activa.Los resultados, empero, ocasionaron algunas desilusiones. Y la razón esclara; hoy por hoy, algunas industrias carecen de consumos suficientes. Es-tablecida una fábrica para producir 50, si sólo tiene un consumo de 20 o 30,claro está que su marcha será difícil, si el industrial, como experto piloto, nobusca horizontes en nuevos mercados donde competir ventajosamente conlos artículos europeos. La producción está limitada por el consumo; nadieescala las consecuencias de esta ley económica.

Opinión de un hombre de negocios chileno durante su vida a Buenos Aires, Boletínde la Unión Industrial Argentina, 2 de octubre de 1897, N° 339, p. 25.

El ciclo dorado se vio interrumpido en 1913. Una crisis internacional, ocurrida a raízde la inseguridad que la guerra de los Balcanes despertaba entre los inversores, llevónuevamente a la Argentina a vivir los problemas del ciclo capitalista mundial. La caídaen las inversiones condujo a un efecto de rebote en la economía interna que afectó conespecial dureza a la construcción, uno de los sectores que por entonces se mostrabacomo más dinámico, así como al naturalmente sensible sector financiero. La estructuraque el sector externo había adquirido desde principios de siglo, sin embargo, llevó a quelas soluciones encontradas fueran distintas de las que habían tenido lugar para hacerfrente a las tempestades de 1873 y 1890. Como el balance comercial ya era favorableantes de la crisis, no fue necesario aplicar tarifas para disminuir las importaciones másallá del descenso que la caída del consumo conllevaba. No faltaron quienes aconseja-ron que tales medidas fueran implementadas, pero dos factores se unieron para queello no ocurriera. Uno fue el contexto mundial, con una guerra que hacía que las impor-taciones mermaran por el cierre de los mercados europeos sobre sí mismos. El oro fuela ortodoxia económica del presidente Victorino de la Plaza, que se resistió a tomar esecamino. Igualmente, De la Plaza se vio obligado a declarar la inconvertibilidad de lamoneda, ante el malestar mostrado en el afectado sector financiero. La crisis puso a labanca privada en serios problemas, que se agravaban porque los depositantes tendían

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a sacar sus ahorros y a dejarlos en algún banco oficial. Que fuera el Estado quieninspirara esa seguridad en 1913 (aún antes de comenzada la guerra mundial) era undato que mostraba el éxito alcanzado en sus esfuerzos por consolidarse.

El Estado frente a la economía

Hay una creencia generalizada que considera que el papel del Estado en la econo-mía durante el período de auge exportador fue casi inexistente. De acuerdo con estavisión, la ideología supuestamente dominante del laissez-faire habría mantenido al go-bierno exclusivamente como gendarme y garante del marco político-jurídico en el quese desarrollaban los negocios, pero ajeno a los dictados del mercado. Esta creencia,sin embargo, está lejos de la realidad; si bien no existió un Estado intervencionista a lamanera en que la Argentina lo conoció más avanzado el siglo XX, la presencia estatalen la economía fue tan significativa cuanto compleja.

El Estado promovió las primeras inversiones garantizando sus bonos y las ganan-cias de las empresas ferroviarias privadas. Incluso se involucró directamente a partirde la construcción de la primera red de trenes, así como se aventuró con sus ferroca-rriles de fomento donde el capital privado no lo hacía. La intervención estatal se conti-nuaba en el mercado bancario. El papel clave que tuvo el Banco de la Provincia deBuenos Aires en los orígenes del sistema continuó con el funcionamiento del Banco dela Nación Argentina en la década del noventa. A principios del siglo XX, una renovada ypujante banca privada convivió con una fuerte influencia de esta institución estatal. ElNación, en efecto, era mucho más que el mayor banco del país (lo que ya le otorgabasu propia capacidad para influenciar sobre el sistema). Sin ser nada parecido a unBanco Central, tenía una función indicativa que resultaba ineludible para el resto de lasinstituciones. Su tasa de redescuento, el interés cobrado en sus préstamos y el por-centaje de sus reservas destinado al encaje eran un indicador para las demás entida-des, que solían seguir sus lineamientos. Por otro lado, sus operaciones en el mercadode bonos y en el de compra de divisas limaban los desequilibrios coyunturales.

La complejidad de la relación entre Estado y economía también se desplegaba en lapolítica fiscal. El grueso de los ingresos estatales estuvo compuesto, durante esteperíodo, por impuestos a las importaciones. Los gravámenes a las exportaciones (queno eran muchos) terminaron desapareciendo en la década de 1880 (para reaparecertímidamente y por corto tiempo después de la crisis del noventa), pues se considerabaque obstruían las ventas al exterior, que eran el motor del crecimiento. Los impuestosdirectos, por otro lado, quedaban dentro de la jurisdicción provincial. Una fuente deingreso adicional fue la aplicación de impuestos internos a artículos, como las bebidasalcohólicas y el tabaco, a los que se consideraba legítimo gravar por el efecto perjudi-cial sobre la salud de la población. Estos impuestos, implementados en la década de1890, terminaron convirtiéndose en un 10% de los ingresos a las arcas fiscales, unacifra nada desdeñable aunque sólo complementaria de otras fuentes.

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La política fiscal elegida, que gravaba al consumo, fue criticada como inequitativapor algunos de los contemporáneos. Los proyectos alternativos para imponer tributos ala riqueza, sin embargo, nunca fueron seriamente considerados por el Estado. Detrásde esta elección puede verse (siguiendo una conducta que atraviesa la historia univer-sal) la presión de los más ricos. No obstante, la dificultad que otros países tuvieron enaplicar impuestos directos al ingreso y a la propiedad nos hace interrogar sobre lacapacidad que hubiera tenido el naciente Estado argentino para hacerlo. Una política talexige un gran esfuerzo de información catastral y censal para identificar a quién se leva a cobrar, tarea que los países nuevos (sin las experiencias que en Europa se habíandado desde la Edad Media) encontraban como hercúlea. Con toda su pujanza, losmismos Estados Unidos sólo pudieron cambiar su política impositiva después de gene-raciones de esfuerzos recabando información. Por otro lado, que uno de los pocosproyectos para gravar la renta haya sido presentado por el diputado Emilio Berduc, unmiembro del directorio de varias empresas del poderoso grupo Tornquist, somete cual-quier conclusión a un análisis más matizado que el que se ha hecho tradicionalmentesobre la cuestión.

Uno de los resultados de la política fiscal argentina fue una inevitable protección a laindustria local. Esta protección, sin embargo, era selectiva y compleja. El porqué deque ciertas industrias se protegían y otras no se debía a razones económicas, políti-cas, ideológicas y hasta fortuitas. Pero lo cierto es que una serie de bienes de consu-mo resultó protegido por tarifas que solían surgir o profundizarse como consecuenciade una crisis. La complicada política tarifaria se explica tanto por las complejidades delEstado cuanto de los mismos empresarios industriales. En realidad, la mayoría deéstos también era importadores de bienes finales manufacturados, pero con algunacalidad o especificación diferente de la que producían. Así, los industriales reunían enuna empresa dos actividades, como la fabricación y la importación, que aparecíanantagonizando en el marco macroeconómico, pero que para ellos eran parte de unmismo negocio. Por lo tanto, estos industriales no iban a presionar por una políticalibrecambista general (porque afectaba lo que producían), pero tampoco por una com-pletamente proteccionista (que dañaba lo que importaban). En cambio, prefirieron in-fluir sobre tarifas específicas dentro de los más de seis mil ítem en que se dividía elcódigo de identificación de importaciones argentino, a partir de un lobby que encontra-ba su espacio de mayor eco en el Congreso; allí presionaban para lograr protecciónselectiva fue redondeada por el mismo Estado a través de quien fue uno de sus cons-tructores, Julio A. Roca. En 1899, el entonces presidente definió (en un discurso públi-co) a la Argentina como un país que no tenía una evolución económica exitosa losuficientemente vieja -como Gran Bretaña- para lanzarse al librecambismo, pero tam-poco había alcanzado aún la potencialidad de los Estados Unidos, con lo que el protec-cionismo resultaba igualmente desventajoso. La elección, entonces, recayó en unpragmatismo que significaba tomar caso por caso y decidir en consecuencia. Estepragmatismo resultaba parte del discurso que influía otras esferas de la política econó-mica. En el momento de discutir la ley de convertibilidad monetaria, existían dos postu-ras seriamente enfrentadas: la de los «papelistas», que deseaban una conversión deloro al peso a niveles que implicaban una fuerte devaluación (como la de establecer laparidad de un peso oro por cuatro moneda nacional), y los «oristas», que querían que elmercado siguiera funcionando libremente en la fijación del tipo de cambio. Roca tomó

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una posición intermedia, optando por la intervención estatal, pero a un nivel menor delsugerido por los «papelistas», el de un peso oro por cada 2,27 papel.

Los ingresos del Estado nunca llegaban a cubrir sus gastos, por lo que el déficitfiscal era moneda corriente (véase Cuadro n° 6). El agujero fiscal se cubría a partir dela emisión de deuda pública (parte vendida localmente, parte a inversores externos). Sibien esta deuda aumentaba sin solución de continuidad, llegó a tener una incidenciacada vez menor en el presupuesto a medida que avanzaba el nuevo siglo, en lo que fueun síntoma de un Estado que se consolidaba en sus finanzas. La emisión de deudapública para solventar el creciente gasto público llevaba a un aumento en la tasa deinterés del sistema y a una eventual caída en la tasa de inversión del sector privado,generando el efecto de crowding-out (o expulsión). Este efecto se volvía más acentua-do en los momentos difíciles, cuando los inversores preferían la seguridad de los títu-los del Estado antes que una atractiva -pero incierta- rentabilidad en la esfera privada.

Cuadro n° 6: Presupuestos nacionales y deuda pública 1881-1914(en miles de pesos oro)

Año Ingresos Gastos Deuda Servicios % deuda sobrepública presupuestos

1881 21.345 28.381 107.075 8.766 45,21885 26.581 40.515 113.381 10.312 32,51890 29.143 38.145 355.762 12.958 38,61895 38.226 48.505 401.863 15.469 43,51900 64.858 68.580 447.191 26.886 41,51905 90.423 141.470 384.437 30.945 34.91910 133.094 180.947 452.790 28.518 24,31914 110.029 194.371 545.023 37.116 18,7

Fuente: Elaboración propia basada en Vicente Vázquez Presedo, Estadísticas his-tóricas argentinas. Primera parte, 1875-1914, Buenos Aires, Macchi, 1971, p. 93.

Aunque podía generar un efecto negativo sobre la inversión privada, un Estado cadavez más gastador implicaba un aumento en la demanda agregada. A partir de su forma-ción, el Estado fue adquiriendo una serie de capacidades administrativas, que implica-ban gastos en materiales y en salarios. La «empleomanía» -como se llamaba al deseopor ocupar uno de los cada vez más numerosos puestos de la administración- fue unode los temas preferidos de la literatura, que veía en ella un signo de estancamiento(particularmente entre los jóvenes de familias venidas a menos). A principios del sigloXX el Estado creció más que el conjunto de la economía aunque sin alcanzar losniveles de desborde a los que llegaría en los años posteriores (entre 1900 y 1910 elpresupuesto del Estado central crecía 2.6 veces mientras el producto no llegaba aduplicarse). Esta sola característica, sin embargo, hacía que se convirtiera en uno delos principales demandantes del mercado para proveer a sus fuerzas militares, policia-les y del servicio civil.

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El período en que el crecimiento económico hacia fuera se consolidó estuvo lejos,entonces, de ser homogéneo, no sólo porque se desarrollaron etapas diferenciadasdentro de lo que se supuso como una evolución lineal sino también por la heterogenei-dad en las propias características de cada una de estas etapas. Siendo la exportaciónel motor de tal crecimiento, una de las principales características de estos años fuejustamente la conformación de un mercado interno (y nacional) de productos y defactores de producción. Este mercado comenzó a mostrar en ciertas áreas los rasgosmás distintivos de las sociedades de consumo masivas que habían surgido en Europaoccidental y en los Estados Unidos. Otras regiones, sin embargo, permanecían másajenas a la llegada de tal modernidad. La política económica, por otro lado, no podíallegar a definirse ni como librecambista ni como intervencionista sino como una mezclade pragmatismo y flexibilidad. Es que fue en esa posición intermedia, con referencia alos rígidos modelos de las interpretaciones sobre el desarrollo, donde la economíaargentina encontró su difícil equilibrio: entre el dinamismo externo y el interno, entre lapujanza de una región y el estancamiento de la otra, entre la indefinición de políticas yel dogmatismo. Esta característica, que llevaría a la Argentina de entonces a alejarsetanto de la evolución que tenían otros países de América Latina así como de los Esta-dos Unidos, fue la que plasmó los éxitos y los límites de una etapa que los argentinostienden a asociar con el mejor momento de su vida económica.

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Actividad Nº 8

Del Texto precedente "El péndulo de la riqueza: la economía Argentina en elperíodo 1880-1916" de Fernando Rocchi, responder el siguiente cuestionario:

1) Para entender el surgimiento y auge del modelo agroexportador entre 1880 y 1916analizar:

a) Las condiciones externas e internas que hacen posible la inserción Argentinaen el mercado mundial.

b) Objetivos del capital extranjero.c) La industria frigorífica.d) Agricultura.e) Comercio.f) Finanzas.g) Mercado local y mercado nacional.h) Característica del mercado de consumo de la época.i) Las crisis recurrentes.j) Papel del Estado en la economía de esta etapa.

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DIAGRAMA DE CONTENIDOSUNIDAD VI

Desde la sustitución de importacionesa la globalización (1930-2000)

Sust. de importacionesCrisis del '29

Pacto Roca Runciman

1930-1945

Desindustrialización

1974-1983

Globalización

1983-2000

Auge y crisisModelo sustitutoModelo peronista

El Estadoen la Economía

1945-1955

Expansiónsostenida

1962-1974

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UNIDAD VI

1. Introducción

La década de 1930 fue un período en el que se produjeron importantes transforma-ciones en la estructura económica, política y social de la Argentina.

En lo económico la crisis económica mundial de 1930 desorganizó los patrones deintercambio comercial internacional provocando entre otras cosas una contracción delos principales mercados europeos, que afectó los términos del intercambio comercialque Argentina mantenía con los países centrales. Como consecuencia disminuyó elvolumen de las exportaciones de cereales y carnes que la Argentina colocaba en di-chos mercados y por supuesto también se redujo el ingreso de divisas y la economíaentró en crisis. La burguesía agraria vinculada con el comercio externo tuvo que imple-mentar ciertas estrategias como el pacto Roca-Runciman y la industrialización porsituación para salvar al jaqueado modelo Agro-exportador.

En lo social el surgimiento de un nuevo sector industrial originó el surgimiento de unanueva clase obrera. El crecimiento del desempleo en las áreas rurales y los requeri-mientos de mano de obra de las nuevas industrias instaladas en algunas ciudadesprovocó un importante movimiento de migración interno.

En lo político, el golpe militar del 30 interrumpió el lento proceso de construcción dela democracia política que se había iniciado en 1912 y se propusieron reconstruir elrégimen oligárquico vigente entre 1880 y 1916. Esto lo lograron manteniendo las institu-ciones del régimen político democrático, como las elecciones de los gobernantes através del sufragio universal, pero al mismo tiempo pusieron en práctica el fraudeelectoral, la proscripción de las fuerzas políticas opositoras y la represión hacia losdirigentes del movimiento obrero, combinación que mostró la ilegitimidad de los gobier-nos de la época.

Como contra cara de lo hasta acá expuesto, la Argentina vive una bonanza económi-ca en los primeros años de la década del 40, producto del creciente comercio quemantiene con los países beligerantes de la segunda Guerra Mundial, especialmentecon Inglaterra. Muestra de ello son los abultados saldos a su favor con que cuenta laArgentina, en la banca londinense, una vez finalizado el conflicto bélico.

Esta situación económica favorable que vive la Argentina es lo que permitirá a Perón,cuando accede a la escena política entre el 43 y el 55, poner en práctica no sólo, unaserie de medidas económicas para generar fuente de Trabajo, y elevar el nivel de vidade los sectores más humildes según su modelo redistributivo de la economía, sino quecoherente con su discurso antiimperialista, nacionalizará importantes ramas de la eco-nomía, sobre todo servicios y Transporte, Petróleo, Energía, promoverá el desarrolloindustrial, como el camino a seguir para hacer realidad, la independencia económica, lasoberanía política y la justicia social que tanto pregonaba.

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A partir de 1951-52 una serie de factores van a enfrentar a la economía Argentina,que entra en crisis y que también afecta el sector industrial. El gobierno peronistacontrariando sus propios postulados de años anteriores decidió recurrir a las inversio-nes de capitales extranjeros como fuente necesaria de la financiación del desarrollo dela industria y efectuó convenios con empresas Standard Oil y la Mercedes Benz deorigen norteamericano que desató el enfrentamiento de oposición.

Si bien los militares que derrocaron a Perón pensaron en atraer a los capitalesextranjeros para resolver los conflictos económicos pero fueron incapaces de poner enpráctica un proyecto económico que los atrajera.

Entre 1958-1962 durante el gobierno desarrollista de produce un crecimiento de laproducción industrial basado principalmente en la radicación de capitales extranjerosen ramas como la química, petroquímica y automotriz dedicadas especialmente a abas-tecer la demanda local. Las características de estas inversiones fueron el predominiode capitales norteamericanos y una fuerte concentración industrial que desplazó ysubordinó a las pequeñas y medianas empresas que no pudieron competir con el capi-tal extranjero.

Entre 1964-74 estas tendencias de desarrollo industrial se afianzaron por lo que esconsiderado el de más largo y continuo crecimiento de la industria Argentina.

Entre 1966 y 1969 se produjo una gran afluencia de capitales extranjeros destinadosa la ampliación de los establecimientos ya instalados y a la adquisición de firmaslocales líderes. Desde el estado se promocionó el desarrollo de empresas de grandimensión que debían cubrir las necesidades de expansión de los sectores básicos dela industria.

Luego de los conflictivos últimos años del gobierno militar de Onganía, la aperturademocrática ofrece un panorama más promisorio. Entre las medidas que se tomandurante el tercer gobierno peronista del 73 al 76, como para alentar una redistribuciónmás equitativa de la riqueza, encontramos el pacto social. Este era un acuerdo entretrabajadores, empresarios y el estado, con el que se intentaba equilibrar la balanzaentre el capital y el trabajo. Establecía este pacto entre otras cosas, un estricto controlde cosas, un estricto control de precios, el incremento de los salarios y la suspensiónpor dos años de los convenios colectivos de trabajo.

Se puede advertir en estos años, una expansión de la producción producto de mayorpoder adquisitivo de los sectores populares, una reducción de la tasa de desempleo.Pero esto que parece auspicioso, se ve frustrado rápidamente por la desfavorablecoyuntura internacional, que cerró las puertas del mercado europeo a las exportacio-nes de carne de la Argentina, pilar de la estrategia distribucionista ensayada por elgobierno, a favor de los sectores más humildes. Los reclamos sectoriales se agudizaron.En 1975 el ministro de economía Celestino Rodríguez pone en marcha una serie demedidas, conocidas popularmente como el “Rodrigazo”, se aplica una devaluación mo-netaria, aumento de los combustibles y de las tarifas de los servicios públicos sinajuste de salarios.

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Esto hizo recrudecer los conflictos, y junto con la inflación imperante, creció lainestabilidad económica y la política traducida esta última en el enfrentamiento entre laizquierda y la derecha, con la consiguiente aparición en escena de la triple A, de gruposguerrilleros, Montoneros, E R P. y otros adquiriendo la lucha ribetes sangrientos, culmi-nando con el golpe militar del 76.

En marzo del 76 se cierra el proceso de industrialización de importaciones, y alinstalarse un nuevo gobierno de pacto en la Argentina, comienza un proceso económi-co de corte neoliberal, que prioriza la apertura de la economía, es decir la apertura delmercado interno a la competencia exterior, asegurada por la desregulación del Estadoy la reforma financiera.

Martínez de Hoz, ministro de Economía del gobierno militar instalado a partir demarzo de 1976, puso en práctica un programa de inspiración neoliberal que postulabala necesidad de pasar de una economía de especulación a una economía de produc-ción, por medio del estímulo a la libre competencia y la limitación del papel del estadoen la economía. Estos objetivos no fueron alcanzados, por el contrario, el resultado dela política económica de Martínez de Hoz, fue un crecimiento explosivo de la especula-ción financiera y una caída alarmante de las actividades productivas, por el cierre deuna gran cantidad de establecimientos industriales, lo que influyó en el crecimiento delíndice de desocupación y de los conflictos sociales que estallaron y que provocaron elalejamiento de dicho ministro de Economía.

Este proceso de apertura económica que se inicia en la década del 70, se refuerzacon los últimos gobiernos democráticos, pues en mayor o menor medida estos van aacelerar y profundizar el proceso de apertura y globalización de la economía, porque apartir de las exigencias del capital transnacional, se agudiza la crisis que viven lospaíses dependientes cuyos gobiernos, plantean la necesidad, de una reformulación delpapel del Estado en la economía y la sociedad de pone en práctica, lo que se conocecomo reforma del Estado que contempla la desregulación o achicamiento del Estado, laprivatización y el ajuste del gasto público para reducir el déficit fiscal, con las conse-cuencias por todos nosotros conocidas y vividas.

2. La Crisis económica

La democracia constitucional y su crisisDarío Cantón - José Luis Moreno - Alberto Ciria

La crisis económica y financiera que comenzó a precipitarse sobre el mundo capita-lista a partir del crack de Wall Street el 29 de octubre de 1929, llegaría pronto tambiéna nuestras playas y signaría prácticamente el último año de la segunda presidencia deHipólito Yrigoyen y los primeros de la restauración conservadora iniciada por el generalJosé F. Uriburu y consolidada por su colega Agustín P. Justo. La segunda Guerra Mun-dial es en cierto sentido lo otra gran influencia exterior del período.

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Tanto Marcelo T. de Alvear como el segundo gobierno de Yrigoyen no se habíanpreocupado en demasía por alterar la dependencia argentina con respecto a su comer-cio de granos y carnes (y principalmente frente a su cliente más importante, GranBretaña), y si bien es cierto que entre 1926 y 1930 el país contó con abundantesmedios de pago -producto de sus exportaciones tradicionales- que ascendieron a unos10.000 millones de pesos, ellos se destinaron predominantemente a la importación deartículos de consumo, y a cubrir los servicios de la deuda exterior (intereses, dividen-dos y otras remesas derivadas de las inversiones foráneas). No se consolidaba (ni seveía por qué había que hacerlo) ese flujo de divisas en inversiones productivas quebeneficiaran a mediano y a largo plazo a todo el país.

Seis meses antes de su caída, Yrigoyen era víctima de la crisis mundial. Los recur-sos del gobierno descendieron entre 1928 y 1930 en 75 millones de pesos, pero susgastos se incrementaron, en el mismo período, de 795 a 905 millones de pesos. Eldéficit obligó al Estado a colocar títulos en el mercado por valor de 193 millones depesos en 1929 y en 1930 por 357 millones. El resultado, debido a la falta de absorciónde la plaza, fue que el gobierno se encontró abocado a una parcial cesación de pagos.

A esta grave crisis en las finanzas del Estado se sumaba la baja tremenda en losproductos agropecuarios. Ya a partir de la Primera Guerra Mundial los precios de lasexportaciones tradicionales argentinas habían descendido año tras año en relación conlos de las importaciones, subrayando la tendencia que en épocas más recientes laCEPAL caracterizó como "deterioro de los términos del intercambio". Con un índice 100para 1913, en 1920 la relación ya era de 79, en 1930 (luego de un breve repunte quenunca sobrepasó los 84) bajó a 77 y en 1931 a 69. Paralelamente, el comercio mundialdescendió en un 61% entre 1929 y 1932. Las exportaciones argentinas sufrieron eseimpacto muy directamente, y su volumen físico y de precios también decrecieron. Lacapacidad de compra de nuestro país bajó de un promedio anual de 2.000 millones dedólares para 1925-1929 a 1.200 millones en 1930-1934.

A diferencia de anteriores crisis cíclicas, la de 1929 provoca a nivel mundial, entreotras consecuencias, una quiebra profunda y prolongada en el sistema multilateral decomercio y pagos, y ello lleva a las metrópolis industriales extranjeras a un abandonogeneralizado de las reglas del juego hasta entonces predominantes. Ya no será posibleremediar los trastornos mediante los habituales recursos del pasado, y fuertes tenden-cias dirigistas y proteccionistas (el Estado desempeñará un papel muy distinto al delgendarme o político de la doctrina clásica) hacen pie en Europa y los Estados Unidos:la formación de bloques, los acuerdos bilaterales y el abandono del multilateralismo, ladevaluación de las monedas y el abandono del patrón oro, la adopción de controles decambio, el establecimiento de cuotas de importación y la adopción de tarifas sustan-cialmente mayores que las vigentes antes de la crisis. También, para estimular unamayor ocupación interna, los países centrales impusieron trabas a las exportacionesprovenientes de los periféricos, contribuyendo apreciablemente a la disminución delcomercio internacional antes aludida.

El proceso se agudizó además en el movimiento internacional de capitales, que seredujo apreciablemente (contracción del comercio mundial, disminución de los ahorros

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en los países exportadores de capital, dificultad de los países deudores para pagar losservicios de los capitales radicados en ellos, y condiciones generales de inseguridad).Por añadidura, se notó un movimiento complementario de recuperación parcial de lasinversiones en el extranjero por parte de los países de los que esos capitales eranoriginarios, lo que provocó un trastocamiento de las corrientes internacional de capita-les. Por supuesto, la Argentina también sufrió estos ramalazos.

De ahí que, como consecuencia básica de la crisis internacional y de la falta deiniciativa e imaginación económicas de los gobiernos argentinos anteriores a 1930, laaguda caída del poder de compra de las exportaciones y de la capacidad de importar,debía repercutir violentamente sobre el nivel de ocupación e ingreso interno, el balancede pagos y las finanzas públicas.

En la práctica, la ruta seguida por la Argentina ha sido llamada por Aldo Ferrer una"política compensatoria", cuyos hitos principales fueron el abandono de la convertibili-dad del peso en diciembre de 1929, que causó una depreciación rápida de la monedacomo consecuencia del desequilibrio del balance de pagos (esto todavía bajo la presi-dencia de Yrigoyen); en forma correlativa, el presupuesto nacional arrojó un desequili-brio que fue financiado con la colocación de títulos públicos en el sistema bancario(esto es, se crearon nuevos medios de pago); luego se autorizó a la Caja de Conver-sión a cambiar papeles comerciales por billetes y, por fin, en octubre de 1931 se aplicóel control de cambios con el objeto de evitar la continua desvalorización del peso.Dichos resortes financieros fueron complementados con cambios en la política econó-mica y en la administración del Estado que introdujeron, por decisión de gobiernosconservadores, las primeras manifestaciones de dirigismo estatal, pero siempre con elcriterio de que se trataba de medidas excepcionales, pues era innata la creencia opti-mista en que, tarde o temprano el futuro resolvería los problemas estructurales.

3. El Pacto Roca-Runciman y el comercio de carnes:una gran clave

Además de la crisis de las exportaciones, uno de los motivos determinantes de laactitud seguida por el gobierno argentino con relación a Gran Bretaña y al comercioentre ambos países, puede referirse con certeza a la Conferencia que el Commonwealthrealizó en Ottawa en 1932. De lo tratado en esa ocasión, debemos aislar algunoselementos referentes al comienzo de lo que en adelante se llamaría movimiento del buyBritish (comprar productos británicos), reflejo del nacionalismo económico que se infil-traba en todos lo países europeos y muchos extraeuropeos como consecuencia delcierre de mercados. Inglaterra firma acuerdos con Australia y Canadá para dar a suscarnes preferencia en el mercado metropolitano, prometiendo no reducir sus tarifassobre las carnes de otra procedencia, o permitir que entrase en el Reino Unido másproducción que la especificada en la cuota para esos dos Dominios. Desde que sefirmaron los acuerdos en Ottawa, las exportaciones de carnes argentinas comenzarona descender a razón de un 5% mensual. La situación exigía medidas rápidas, y acasoconcesiones muy amplias por parte de nuestro país.

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El gobierno nacional, pues, decide enviar en 1933 una importante misión a Londres,encabezada por el vicepresidente Julio A. Roca. El pretexto es retribuir una visitaprevia a la Argentina del príncipe de Gales, pero los resultados concretos son muchosmenos protocolares; el Pacto Roca-Runciman, firmado por el vicepresidente y el minis-tro británico Walter Runciman, presidente del Board of Trade, el 1° de mayo de 1933.

Guillermo Leguizamón, abogado de los ferrocarriles ingleses e influyente figura delas relaciones entre nuestro país y el Reino Unido, participante también él de la misiónRoca, caracterizó de este modo al pacto: "El convenio Roca-Runciman es sin dudaalguna, en la historia financiera de la Nación, el acontecimiento más importante delpresente siglo".

Gran Bretaña, en la práctica, sólo se obligaba condicionalmente a conservar la cuo-ta de importaciones de carnes argentinas, aun reservándose el derecho de restringir-las cuanto le conviniera. Por otra parte reservaba a los frigoríficos extranjeros el 85%de esa cuota de exportación, permitiendo que sólo el 15% restante fuese exportado porempresas argentinas que no persiguieran beneficio privado (en contraste con las em-presas privadas favorecidas, que eran controladas por capitales norteamericanos eingleses), y siempre que dichos embarques fuesen colocados en el mercado por lasvías normales, esto es, buques y comerciantes ingleses.

La Argentina, en cambio, se comprometía a:

1) mantener libres de derechos al carbón y todas las demás mercaderías que enton-ces se importaban en esas condiciones;

2) respecto de las importaciones inglesas, de cuyos derechos aduaneros el ReinoUnido gestionaba una reducción, volver a las tasas y aforos vigentes en 1930,comprometiéndose el gobierno argentino a no imponer ningún nuevo derecho niaumentar los existentes por concepto de tasas, aforos o por cualquier otro medio;

3) no reducir las tarifas ferroviarias;4) destinar a compras en Gran Bretaña un tipo de cambio menos favorables que para

las destinadas a otros países, y5) a dispensar a las empresas británicas de servicios públicos, sean éstos naciona-

les, municipales o privados, y otros, un tratamiento benévolo y la protección desus intereses.

La favorables posición de Gran Bretaña frente a la Argentina, que termina de conso-lidar el Pacto de Roca-Runciman, llevó a muchos autores a hablar de nuestro paíscomo del "sexto Dominio" de la corona británica (o del "pulpo británico", como lo resu-mió Ysabel F. Rennie). Pero si de "Dominio" podía hablarse en el terreno económico,justo es convenir con Lisandro de la Torre en que en verdad se trataba de un Dominiocon capitis deminutio: "Los Dominios británicos tienen cada uno su cuota [de carne], y laadministraban ellos, La Argentina es la que no podrá administrar su cuota; lo podrá hacerNueva Zelandia, lo podrá hacer Australia, lo podrá hacer Canadá, lo podrá hacer hastaÁfrica del Sur. Inglaterra tiene, respecto de esas comunidades de personalidad internacio-nal restringida, que forman parte de su Imperio, más respecto que por el gobierno argentino.No sé si después de esto podremos seguir diciendo: ¡Al gran pueblo argentino, salud!".

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La protección a los grandes ganadores e invernadores y a sus asociados de hecho,los frigoríficos extranjeros, en perjuicio de los medianos y pequeños productores, seráel núcleo del más famoso debate parlamentario de esos años -el "de las carnes"-, quese inicia cuando el 1° de setiembre de 1934, el senador de la Torre presenta mediante ladesignación de una comisión investigadora compuesta por tres senadores, establecer"cuál es la situación del comercio de exportación de carnes argentinas" y verificar "silos precios que pagan los frigoríficos en la Argentina guardan relación con los queobtienen en sus ventas en el exterior".

En síntesis, la situación de la ganadería y los frigoríficos, en el momento en que dela Torre presenta su proyecto, era la siguiente: la Argentina había firmado el PactoRoca-Runciman para favorecer al mercado inglés donde dirigía su carne vacuna y decarnero. Dicho acuerdo había consolidado el monopolio frigorífico en manos inglesas ynorteamericanas. Si los estancieros que, de acuerdo con las estadísticas, realizabanganancias sumamente inferiores a las de los frigoríficos, y para quienes en rigor sehabía firmado el Pacto, en medio de la depresión ganaban menos del 2% anual (1933-1934), mientras los frigoríficos ganaban más del 12%, ¿cuál sería la situación para elpequeño ganadero, el hombre que arrendaba la tierra de su propietario a altos precios?Los valores de la propiedad inmobiliaria estaban inflados, los arriendos eran costosos,y el ganadero independiente, a quien defenderá Lisandro de la Torre (que seis grandesfrigoríficos que trabajaban de consuno con los poderosos invernadores que les vendíana buen precio su producto.

Como era de esperar, la comisión investigadora presenta dos despachos. Uno, pormayoría, elaborado por Laureano Landaburu y Carlos Serrey, que lee el primero, pre-senta un cuadro de bucólica cooperación y buena voluntad entre el frigorífico y elestanciero, afirmando que los precios pagados resultaban justo y el comercio estabaequitativamente regulado.

El 18 de junio de 1935 habla de la Torre para defender su informe por minoría, y en élse centrará la atención del país hasta el mes siguiente.

Con método y tesón, el senador por Santa Fe demuestra en su investigación que "laexportación de carnes argentinas produce ganancias exclusivamente a los intermedia-rios, y que el gobierno de la Nación, lejos de realizar esfuerzos para modificar unasituación tan ingrata, está al servicio de los intermediarios, les ha permitido establecerun monopolio y los colma de favores en todos los órdenes de sus actividades, mientraspersigue sin cuartel toda tentativa de organización de empresas argentinas controla-das por los productores".

De la Torre, entre otras cosas, prueba que los frigoríficos extranjeros evadían losimpuestos nacionales; intentaban -como el Anglo- enviar fuera del país sus libros decontabilidad en cajones rotulados corned beef (la cause celèbre del carguero inglésNorman Star); ocultaban su documentación a las autoridades impositivas, practicandouna doble contabilidad; evadían los controles cambiarios reservando divisas para ne-gociarlas en el mercado libre y en el extranjero; y compensaban las pérdidas sufridasen Australia, Nueva Zelandia y Brasil (caso del Swift) con las ganancias en nuestro

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país, autorizados para ello por la Dirección de Réditos. El propio Ministerio de Agricul-tura proporcionaba a la comisión del Senado estadísticas llenas de errores que le eranconocidos, y le retaceaba su colaboración. El gobierno permitía a los frigoríficos extranjerosreservar hasta el 25% de sus divisas para su uso particular, privilegio que no se autorizabaal resto de los exportadores, incluyendo al frigorífico argentino de Gualeguaychú.

La tensión creada por las acusaciones había alcanzado hasta a miembros importan-tes del gabinete, como Federico Pinedo (ministro de Hacienda) y Luis Duhau (de Agri-cultura). Este último, rico ganadero, no pudo justificar que el Swift le pagara con regula-ridad una prima por novillo superior en treinta peso al precio del mercado, lo cualresultaba grave indicio sobre la complicidad de funcionarios del gobierno con el mono-polio frigorífico.

De la Torre seguía ofreciendo pruebas concluyentes, pero el 22 de julio de 1935 -elcomienzo del fin- tuvo un agrio incidente personal con Pinedo y, al día siguiente, en eltranscurso de otro similar con Duhau, un disparo proveniente del propio recinto desesiones, efectuado por un ex comisario de policía y matón profesional al servicio delos conservadores asesina al senado electo demócrata progresista Enzo Bordabehere,amigo y discípulo de la Torre.

Es hecho pone fin en la práctica a la investigación del empecinado senador rosarino,y nunca alcanzó a ser explicado de modo satisfactorio, ya que si bien el ejecutormaterial cumplió un larga pena de prisión, sus instigadores gozaron de impunidad. Eraun síntoma trágico de los tiempos que se vivían bajo una apariencia de normalidadconstitucional y correcto funcionamiento de las instituciones argentinas. Pinedo y Duhaupresentan sus renuncias al gabinete, el primero se bate a duelo con de la Torre, y ésteinicia lentamente el camino hacia su autoeliminación, asqueado e impotente frente almonopolio y al fraude. La política económica del régimen continúa su curso.

4. Consecuencias indirectas de la crisis:comienzas del avance industrial

Ciertos factores externos, como quizá la Primer Guerra Mundial (1914-1918) sinduda la crisis económica-financiera cuyos reflejos afectan seriamente a la Argentina apartir de 1929, serán en buena medida responsables del crecimiento industrial de nuestropaís, que ya es apreciable de la década del 30.

De acuerdo con Adolfo Dorfman, las causas principales de la industrialización quetoma cuerpo en esta época son las siguientes:

1) La disminución de las exportaciones argentinas, en valor y tonelaje, que hace quese carezca del número necesario de divisas para continuar importando gran can-tidad de mercaderías que empiezan, progresivamente, a elaborarse en el país (elproceso conocido técnicamente como de "sustitución de importaciones".

2) La desvalorización del signo monetario, complementaria de la anterior.

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3) El aumento de los derechos aduaneros a partir de 1931 (en especial el 10%adicional, que por sí solo abarca los dos tercios de la recaudación aduanera).

4) La regulación gubernativa de las importaciones, para ajustarlas al nivel de ventasargentinas.

5) La existencia de mano de obra abundante, barata y competente.6) La existencia de un mercado consumidor relativamente importante en los que a la

iniciación de ciertas actividades atañe, por ejemplo en el campo de la industria liviana.7) La presencia de industrias auxiliares desarrolladas (algunas materias primas, cons-

trucción de equipos industriales, etcétera).8) El desmantelamiento de industrias en los países más adelantados (como Estados

Unidos, por ejemplo) que dejaba inactivos valiosos planteles cuya utilización ha-bía que procurar.

9) La existencia en aquellos países de capitales y técnicos en condiciones de serexportados y que habían quedado disponibles por la crisis en los negocios y ladesocupación..

10) La mayor ganancia que prometía la actividad industrial en un país no suficiente-mente desarrollado económicamente, que permitiría el empleo de menor propor-ción de capital fijo.

11) La necesidad de ajustar la producción a los gustos del consumidor y poder brin-darle una oportuna flexibilidad.

El proceso genérico de industrialización abarcó sólo determinadas áreas geográfi-cas de nuestro país (Buenos Aires y el Gran Buenos Aires, y la región de Litoral), comolo indican a manera de ejemplo las cifras relativas a la industria textil. Según el CensoIndustrial de 1935, ésta ocupaba 80.000 trabajadores que constituían cerca del 17% delpersonal obrero argentino; el 92% de obreros textiles se encontraba en un radio deveinte kilómetros de la plaza del Congreso, fabricándose en la Capital Federal y alrede-dores el 87% de la producción textil nacional. Para 1938, Buenos Aires concentraba el62,2$ de establecimientos manufactureros, el 71,8% de total de obreros y empleados,el 64,4% de la fuerza motriz y el 73,9% del total de la producción.

La industrialización fue paralela también al fenómeno de las migraciones internasrural-urbanas, que tan bien ha estudiado Gino Germano. En 1895 el 37% de la pobla-ción argentina era urbana, y el 63% rural; ya en 1914 los porcentajes eran del 53% y47% respectivamente, para alcanzar en 1947 a 62% y 38%. El lapso de 1930 a 1943, ylos años inmediatamente posteriores, aceleran el proceso, ya que la industria en creci-miento debe buscar sus mano de obra dentro del propio país.

La distribución ocupacional de la población argentina también había cambiado. En1914, 1.246.000 personas trabajaban en la industria y 880.000 en las tareas agrícolas;en 1930, la proporción es de 2.156.000 y 1.137.000, para pasar en 1938 a 2.600.000 y1.050.000 respectivamente.

El mismo Germani ha calculado que para 1943 el número de personas emigradas delInterior al Gran Buenos Aires, con una antigüedad de radicación no mayor de diez uonce años, alcanzaba a ochocientos mil, y concluye: "Es perfectamente lógico suponerque la inmisión relativamente brusca de esta nueva masa de población -dotada de

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características psicosociales propias y diferentes de las de los habitantes de largaradicación en la ciudad- haya influido significativamente en la manera de pensar y deobrar de las masas urbanas, especialmente en su sector obrero." Ello permitirá com-prender mejor las causas profundas que provocaron la aparición del peronismo. Las"masas disponibles" (obreros provenientes de zonas rurales, migrantes dedicados aactividades transitorias, más los trabajadores agricologanaderos sumergidos del Inte-rior, los peones) se habían formado también al calor de la industrialización, como suconsecuencia social más significativa. Sólo faltaba para ponerlas en marcha el dirigen-te capaz de canalizarlas, un programa de tinte nacionalista y el cumplimiento de reivin-dicaciones perseguidas pero nunca alcanzadas a lo largo de la década del 30 y losprimeros años del 40.

En las restantes zonas del país, estos cs, las que enviaban migrantes a los centrosurbanos y se descapitalizaban, la época contempla precisamente la culminación delproceso inverso, o sea el de retroceso industrial. El conjunto de las provincias deSantiago del Estero, La Rioja, Tucumán y Salta en 1914 cuenta con 4.811 estableci-mientos industriales, cifra que disminuye a 1.391 en 1935, y en 1914 el número total deobreros y empleados en los mismos era de 33.306, mientras que para 1935 habíabajado a 20.275. Idéntica tendencia podría encontrarse en el resto de las llamadasentonces "provincias pobres", cuando aún no se había popularizado el empleo deladjetivo "subdesarrollado".

La situación, que abarca otros aspectos que los meramente industriales, fue descri-ta así por David Efron: " Con excepción de los distritos azucareros de Tucumán, Salta yJujuy y algunos islotes aislados de la Rioja, Catamarca y Santiago del Estero, el No-roeste argentino constituye regiones del país. Desde el punto de vista social, la regiónse caracteriza por un desajuste y miseria extremos, que reclaman urgente remedio.Muchos son los distritos en que una estructura semifeudal en lo que a propiedad de latierra y condiciones de trabajo se refiere, obstaculiza seriamente una explotación ra-cional de los recursos. En otras regiones, esa situación se ve aun más agravada porcondiciones naturales adversas."

La política oficial con respecto a la industria merece mención especial. Los datosdisponibles indican que, en rigor, el Estado argentino practicó a ese respecto unapolítica que Félix J. Weil ha caracterizado acertadamente como "proteccionismo alrevés" o "neutralidad malévola", en lugar de apoyar decididamente el proceso.

Antes de la Primera Guerra Mundial, como es sabido, la Argentina se ajustaba có-modamente al molde de los tradicionales principios de la división internacional deltrabajo en el marco geográfico: el comercio consistía en la exportación de productosagricologanaderos a cambio de combustibles y ciertos bienes manufacturados, conrespecto a su cliente principal (Gran Bretaña). Pero las consecuencias del conflictobélico, más la gran crisis de 1929, dislocaron esa aparente estructura que quería co-rresponder al concepto de la "mano invisible" de Adam Smith que vigilaba los merca-dos y las leyes de la oferta y la demanda. Debieron intentarse algunos remedios paraconsolidar la economía y las finanzas nacionales frente alas fluctuaciones del comer-cio exterior. Por un lado, tender a una mejor distribución del ingreso nacional (esto se

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produciría sólo en la década del 40, en los primeros años del peronismo); por el otro, elfortalecimiento de los ingresos de los grandes ganaderos y agricultores, que fue pre-ocupación dominante de los gobiernos consevadores que sucedieron a Yrigoyen. Latercera vía era el desarrollo de las fuerzas productivas nacionales mediante la indus-trialización, con el consiguiente incremento del mercado interno de consumo.

Nos parece correcto manifestar que este tercer tipo de soluciones a la crisis sealcanzó paradójicamente, a pesar del Estado o, por lo menos sin contar con la adecua-da protección y fomento que éste debió presta en que todavía hoy se debate nuestraindustria.

Por supuesto, la industrialización como tal no fue prohibida por el gobierno, pero síse la dificultó mediante el uso de los derechos de aduana y (a partir de 1932) delcontrol de cambio.

Bajo el sistema entonces predominante, las autoridades favorecían la importaciónde artículos terminados (ya manufacturados), por lo cual en ocasiones resultaba másconveniente el traslado in toto de fábricas extranjeras a la Argentina, que la solicitud dedivisas -muchas veces rechazada- para la compra de maquinarias, que pudieran efec-tuar industriales locales. En muchos casos, cuando no se requería la transferencia endivisas extranjeras, los dueños de la maquinaria importada recibían en lugar de dineroefectivo acciones de la nueva campañia argentina que se creaba. Ello era, pues, unaconsecuencia indirecta del régimen de control de cambios vigentes.

En otras instancias, el industrial argentino debía comprar divisas en el mercado librepara importar maquinarias o ciertas materias primas con destino a la producción na-cional, en lugar de acogerse a la tasa oficial, que le era denegada. Cuando no habíasuficiente divisas para satisfacer todas las demandas, las solicitudes de la industriaeran casi seguramente postergadas, de modo que se satisfacían primero las necesi-dades de los importadores de mercaderías terminadas.

Los derechos de aduana fueron utilizados de tres maneras para desalentar a laindustria nacional.

En primer término, los derechos sobre las materias primas (que en ocasiones nece-sitaban los industriales argentinos para manufacturar productos terminados en el país)eran con frecuencia superiores a los de los artículos terminados o semiterminadoselaborados con ellas. Así el alambre de púas, galvanizado o bien hierro (empleado enenormes cantidades para alambrados en las explotaciones ganaderas), los barriles demadera, las maquinarias y los motores eléctricos en general, se importaban con underecho básico del 5%, y las máquinas y las agujas de coser, y los instrumentosartesanales hechos con hierro o acero, podían entrar inclusive libres de derechos. Encambio, las materias primas necesarias para su fabricación estaba sujetas a tasasbásicas del 5% para el hierro, 10% para el estaño, 17% para el acero, 25% para lamadera, etcétera.

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En segundo lugar, funcionaba una discriminación oculta debida al sistema de losaforos, que eran estimaciones fijas, adecuadas treinta o cuarenta años atrás a losvalores reales, que hacían que en muchos casos la tarifa aduanera se fijara en un valormayor para el kilogramo de materia prima que para el kilogramo de producto terminadofabricado con ella. Por ejemplo, las lámparas eléctricas se valuaban a 1,28 pesos oro elkilo, pero si el material para su elaboración se importaba por separado, el total deaforos subía a 3,33 pero oro.

Finalmente, otra forma de discriminación surgía de no considerar la merma o pérdidade materia prima en el proceso de la manufactura. Ello ni siquiera se compensabafijando al derecho o tarifa aduaneros por unidad de materia prima un valor menor que elcorrespondiente a la unidad de bienes terminados. Por ejemplo, si cierta materia primase valuaba en sólo 0,60 pesos oro por kilo, y los artículos elaborados en ella a 1,60, nose tenía un cuenta que si con tres kilos de materia prima sólo se alcanzaba a elaborarun kilo del producto terminado, la bajo valuación antes mencionada daba como resulta-do una sobrevaluación de la materia prima en un 20 por ciento.

Otras desventajas que encontraba la naciente industria nacional en su camino, fue-ron la falta de capitales locales dispuestos a invertir en ella (los estancieros por su faltade interés en el nuevo proceso, la clase media por su carencia como tal de concienciaindustrialista y por dificultades económicas) y la renuncia de los bancos a concedercréditos a mediano plazo, pues preferían las inversiones más sólidas en debenturescon garantía flotante o los préstamos a corto plazo. El Banco de Crédito Industrial porel cual se elevaron tantas voces durante estos tiempos, sería creado mucho más tardepor el gobierno militar surgido del movimiento de 4 de junio de 1943.

Pero lo cierto es que, superando los inconvenientes anotados, lo industria argentinaha crecido a saltos desde 1935, fecha que parece acertada para indicar el comienzo deeste proceso. El país, impedido de continuar su desarrollo mediante las exportaciones,debido al crecimiento proteccionismo agricologanadero de los grandes mercados mun-diales, comenzó a crecer desordenada y dispersamente hacia dentro. En 1935, el valorbruto de la producción industrial superó al de la agraria en un 14% y en 1943 en un132%. El valor agregado al producto nacional por la industria creció a más del dobleentre 1935 y 1943, mientras que el de la producción agraria sólo aumentó en un 17%, yello principalmente debido al alza en los precios de la ganadería.

Si bien había 1943 la base de las actividades económicas argentinas todavía repo-saba en el campo, se centraba en un número limitado de productos, y apenas habíaexplotado las riquezas forestal y minera, las industrias de transformación ya se habíandesarrollado con firmeza y variedad. Estas industrias utilizaban productos nacionales yalgunas materias primas importadas, librando al país de la importación que antes ha-bía sido tradicional de la mayoría de sus bienes de consumo.

Con posterioridad a 1939, la Argentina era prácticamente autosuficiente en los ra-mos de vino, cerveza, azúcar, harina, aceite vegetales, pinturas y barriles, discosfonográficos, sombreros, zapatos y demás artículos de cuero, productos derivados deltabaco, cosméticos y perfumes, neumáticos, cemento, muebles, alimentos procesa-

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dos, cerámicas y cristales, la mayoría de textiles y vestimenta, una parte considerablede los artefactos eléctricos, heladeras, radios, productos químicos, rayón, plásticos,alambre, drogas medicinales, lámparas eléctricas, baterías, etcétera.

Todos estos ramos, como se ve, pertenecen genéricamente a la industria liviana,otra importante característica de la industrialización argentina, y uno de los aspectosque más ha condicionado los desarrollos posteriores. Para sintetizar en cifras el avan-ce industrial entre 1935 y 1943, reproducimos este cuadro adaptado de Alejandro E.Bunge:

Numero de establecimientos industriales personal empleado, sueldos ysalarios, materia prima y valor de la producción. 1935-1943

* sin datos

Durante este lapso el país vivió un importante desarrollo industrial (de preferenciaen las ramas livianas) al que faltó totalmente la protección estatal, brindada en cambiocon premura a los productores y comerciantes en carnes y granos, y que en buenamedida fue consecuencia espontánea de un proceso histórico natural estimulado poracontecimientos internacionales, como la crisis de 1929 y luego la Segunda GuerraMundial. Dicho proceso incluyó factores como la reducción de las exportaciones envalor y cantidad; la restricción a la importación de artículos extranjeros -entre loscuales la mayor proporción estaba compuesta por productos terminados-; la devalua-ción del peso; la disposición del consumidor argentino a comprar todo lo que pudieraelaborarse en el país; la inseguridad política de Europa; el control de cambio, que hacíacada vez más difícil la remesa de ganancias al exterior; el creciente abaratamiento dela mano de obra, debido a la competencia y el gran margen de utilidades que se podíaobtener en un país subdesarrollado.

La recuperación económica y las primeras consecuencias de la segunda GuerraMundial

El sistema de la restauración conservadora enfrentó hacia mediados de 1940 otraseria crisis, provocada esta vez por el estallido de la guerra europea de 1939. En

3.4584.7094.9005.1275.3276.3417.3008.100

Años

19351937193819391940194119421943

N° deestablecimientos

40.60649.375

*53.927

*57.97860.50065.000

Personalempleado

590.000730.000760.000785.000813.000918.000955.000980.000

Sueldos ysalarios

pagados por laindustria

7821.0011.0461.1231.1501.2851.4501.575

Materia primaempleada

1.9642.8812.9973.0023.1003.8584.5505.100

Valor de laproducción

en millones de m$n

220

aquella fecha el cataclismo cerró prácticamente todos los puertos europeos -a excep-ción de los de España y Portugal- a los productores argentinos, y limitó en forma muyconsiderable las bodegas extranjeras disponibles para nuestras exportaciones. Losbarcos que entraban en puerto locales disminuyeron de 4,1 millones de toneladas en elprimer semestre de 1940, a 2,5 millones en el segundo, y su declinación continuaba. Enpoco tiempo, el volumen de nuestras exportaciones sufrió una merma demás de 50%.Las importaciones, en cambio, decrecieron en proporción mucho menor debido a losacuerdos previos, y su impacto no se sintió de inmediato.

La balanza comercial de nuestro país comenzó a adquirir signo desfavorables apartir también de la segunda mitad de 1940. Esto se complicó con el desempleo tempo-rario en alza que se advertía en los sectores industriales, como resultado de la inte-rrupción en los envíos de materias primas importadas para ser elaboradas aquí.

Estos y otros hechos concomitantes hicieron que el ministro de Hacienda, que erade nuevo Federico Pinedo (nombrado esta vez por el vicepresidente del ejercicio Ra-món S. Castillo), se decidiera a elaborar un plan para enfrentar la crisis. Análogamentea lo ocurrido a principios de la década del 30, se trataba de emplear soluciones ajenasal liberalismo económico, para mantener en su esencia el predomino del sistema tradi-cional. El Plan de Reactivación Económica que Pinedo elevó al Congreso el 14 denoviembre de 1940, sería la respuesta de los conservadores ilustrados frente a losacontecimiento que se precipitaban.

Conviene detenerse con algún detalle en dicho Plan, no tanto por su resultadosvisibles, ya que el Parlamento le negó su aprobación y a poco Pinedo se alejo delministerio, sino porque en él pueden encontrarse antecedentes de muchos sucesos dela década del 40, cuando otros hombres y otros objetivos se enfrentarían con losúltimos tiempos del conflicto armado (ya universal, y no restringido a Europa), y otrasserían las soluciones a tentarse.

Brevemente, la propuesta de Pinedo indicaba:

1) Compra por el Estado de los excedentes de la producción agropecuaria a preciosmoderados, con el objeto de que el productor pudiera cubrir sus costos, sin quelos propietarios exigieran arrendamientos excesivos. Los latifundistas, en definiti-va, seguirían percibiendo la renta terrateniente de los chacareros arrendatarios,ayudados en la ocasión por los beneficios que el Estado obtenía del manejo de loscambios y que empleaba para financiar las compras antedichas.

2) Construcción de viviendas populares, facilitando los negocios de las compañíasprivadas a las que el Estado fomentaría con recursos financieros a largo plazos ybajo interés.

3) Estímulo a las actividades manufactureras, con crédito bancarios a largo plazo, yutilización preferente de materias primas nacionales. Pinero explica así este insó-lito proteccionismo en el que no había pensado cuando fue ministro de Justo:hasta que llegue el fin de la guerra, y con él el restablecimiento de las tradiciona-

221

les relaciones de país exportador de granos y carnes frente a países que le envia-ban artículos manufacturados y combustibles, la Argentina "necesita recurrir de-cididamente a su industria para suplir en lo que sea posible lo que no puedeimportar o pagar y evitar el grave mal de la desocupación".

4) Fomento de una zona de libre comercio entre países vecinos.

5) Utilización de los recursos bancarios para las necesidades financieras del Esta-do, tomando a sus cargo el Banco Central parte de los depósitos que se encuen-tran en los bancos particulares. Esto se completa con la emisión de nuevos me-dios de pago.

6) Crédito sin pago inmediato, fundamentalmente para la exportación al mercadobritánico.

7) Una discutible "nacionalización" de los ferrocarriles británicos, empleando paraello los saldos acumulados en favor del país en el Reino Unido (además de dedi-carlos al rescate de títulos de la deuda pública). El capital británica se "inflaba"exageradamente a 230.593.975 libras esterlinas, para disminuir la importancia delos dividendos girados a Londres; el Estado argentino renunciaba a las "rebajasextraordinarias" de que gozaba, y se comprometía a renovar las concesiones enfavor de una "Corporación de Ferrocarriles Argentinos" por crearse, que abarcaríaa todas las líneas inglesas -y eventualmente a los Ferrocarriles del Estado-; acambio de ello, el gobierno nacional tendría, luego de treinta años, el 50% delcontrol de dicha Corporación, pero sólo en el año 2000 la totalidad de las accionesde ésta, además de una participación directa y creciente en sus utilidades. El planferroviario, según confesión pública del ministro Pinedo, había sido elaborado porél mismo en su carácter de abogado y asesor de intereses británicos, percibiendopor dicha tarea la suma de 10.000 libreas esterlinas.

8) Limitación de las importaciones provenientes de los Estados Unidos, al mismotiempo que se solicitaba un préstamo en ese país para financiar las compras, sinimponerse ninguna restricción a la remesa de utilidades y servicios financieros alos Estados Unidos.

Los considerandos del Poder Ejecutivo que acompañaban al proyecto, como unaresonancia más de las doctrinas keynesianas, reiteraban que "el Estado no tiene enesto necesidad alguna de sustituir a las fuerzas productivas de la economía privada.Pero es indispensable que el Estado cree las condiciones favorables y ofrezca el in-centivo necesario con el fin de que esas actividades adquieran todo el impulso de queson capaces para combatir eficazmente la depresión que comienza".

El Plan Pinedo, aprobado en la Cámara Alta por 17 votos de la Concordancia contra3 de los senadores radicales, ni siquiera llegó a discutirse en la Cámara de Diputados,donde radicales alvearistas y socialistas controlaban la mayoría del cuerpo. La posi-ción radical puede explicarse por diversas razones, entre ellas la de no contribuir alprestigio del gobierno en manos entonces de Castillo, en quien con bueno fundamentos

222

veían al antiguo adversario conservador, y a la táctica obstruccionista que en esaépoca ponían en práctica en el Parlamento como protesta ante las elecciones fraudu-lentas en Santa Fe y Mendoza.

Pero ya cuando el plan se estaba debatiendo en el Senado, la crisis parecía entrar enun cause más propicio. La balanza comercial argentina, en 1941, comenzó a repuntar:este año cerró con un margen favorable de comercio de 187,9 millones de pesos (casitan elevado como el de 1939); en 1942 con 514,6 millones y en 1943 con 1.245,5millones. Hay que advertir, empero, que Gran Bretaña no podía vender muchos de susproductos a la Argentina, ni tampoco permitía a nuestro país el uso de divisas paracomprar fuera del área del la libra esterlina, y de esta forma nuestras reservas blo-queadas en moneda inglesa comenzaron a acumularse en Londres.

El aumento de precio que en esa época experimentaron los saldos exportables de laganadería, y el incremento de los envíos argentinos a otras naciones sudamericanas ya Sudáfrica (gran parte de ellos en forma de productos industriales), junto con el es-pectacular aumento en el comercio con los Estados Unidos, contribuyeron a alejar lacrisis que Pinedo consideraba inminente.

En cifras, la situación de la Argentina con respecto a Gran Bretaña, sus Dominios ylos Estados Unidos, a partir de la iniciación de la Segunda Guerra Mundial, era lasiguiente:

Exportaciones Argentinas al imperio Británico yEE.UU. en millones de pesos 1937-1947

Las exportaciones de productos argentinos "no tradicionales" aumentaron conside-rablemente, con lo cual la industria local empezó a obtener mejores beneficios. Lasexportaciones a los Estados Unidos aumentaron a más del doble de su nivel de 1937-

Años

1937/39194119421943

Imperio Británico

577553689894

Estados Unidos

221562492498

Importaciones Argentinas procedentes del imperio Británico yEE.UU. en millones de pesos 1937-1947

Años

1937/39194119421943

Imperio Británico

371314264222

Estados Unidos

284370329150

223

39, aunque a partir de 1943 esa tendencia no continuó, debido a la candente tensiónpolítica entre ambos países con motivo de la neutralidad adoptada por la Argentina enmateria internacional, que se considerará más adelante.

La guerra, entre otras consecuencias, frenó el drenaje de divisas al reducirse laimportación, facilitó la creación y el desarrollo de nuevas industrias para reemplazar alos productos que ya no podían importarse, contribuyó a la acumulación de grandesreservas de oro en las naciones beligerantes, fomentó las migraciones internas quellenaban las vacantes en las fábricas que se establecían en el Litoral, hizo desaparecerla desocupación y produjo una rápida circulación de bienes.

Pero un nuevo elemento había entrado en acción: "Los Estados Unidos aprovecha-ron los dos años de paz que le quedaban para intensificar sus relaciones con la Argen-tina. Se concedió un empréstito, se concreto un tratado de comercio, se creó unaCorporación para el Fomento del Intercambio con Estados Unidos y los viajeros argen-tinos que antes paseaban en Europa empezaron a buscar el camino del norte, entreellos, no pocas personalidades -como Miguel Angel Cárcano y Federico Pinedo- quehasta entonces habían estado en una rendida línea pro británica" (Félix Luna).

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Actividad Nº 9

"Del texto precedente responda las siguientes consignas".

Las consignas del texto de Cantón son las siguientes:

1. ¿En qué consiste la crisis de 1929 y cuáles fueron sus efectos, en especial en laArgentina?

2. Explique el Pacto Roca - Runciman y sus consecuencias para el país.

3. ¿Cuáles son las denuncias de Lisandro de la Torre?

4. ¿Cuáles son las causas de la industrialización?

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5. Perón al Poder

El ciclo de la ilusión y el desencanto - Capìtulo IVPablo Gerchunoff - Lucas Llach

La relación de Perón con los sindicatos se inició unos meses después de la revolucióndel 4 de junio. El derrocamiento de Castillo había contado con el apoyo, o al menos con laesperanza, de los más importantes voceros sindicales. El "unicato de uno" castillistahabía visto reducirse a un mínimo su popularidad, y la ilusión de un vuelco favorables eracompartida por casi toda la sociedad. A eso contribuían las dudas respecto a la filiaciónpolítica de los militares golpistas. Por ese entonces, la CGT está dividida: la CGT N° 1agrupaba a gremios menos politizados que la CGT N° 2, dominada por socialistas ycomunistas. Ambas recibieron con agrado la revolución, tanto que la CGT N° 2, acaso sinpercibir el enconado anticomunismo del nuevo gobierno militar, aseguró su "adhesiónfranca y leal".

En pocos meses, este apoyo se había evaporado. Quizás deba decirse, con másrigor, que el gobierno se encargó de enajenar ese acogida cordial. La CGT N° 2 fuedisuelta en julio, y en el mismo mes se promulgó un decreto de Asociaciones Profesio-nales que imponía restricciones al movimiento obrero. El gobierno intentaba así unmayor control sobre los sindicatos, en líneas con su concepción jerárquica del poder.La intervención de los más importantes gremios ferroviarios en agosto del mismo añofue otra de las iniciativas del gobierno que lo enfrentó con las organizaciones obreras.Tan sólo cuatro meses después del 4 de junio, un gremialista advertía que la presiónsobre los sindicatos podía "hacer crisis y canalizarse por sendas obscuras". Sin em-bargo, en la tan resistida intervención a la Fraternidad y a la Unión Ferroviaria estaba elgermen de lo que sería la más decisiva participación sindical en la historia argentina, ya queel coronel Domingo Mercante, amigo de Perón, fue designado al frente de esos gremios. Através de ese contacto iniciaría Perón su largo romance con los sectores obreros.

Cuando en octubre de 1943 Perón se hizo cargo del Departamento Nacional deTrabajo, ya era evidente que la política de control y dominación que el gobierno estabaejerciendo sobre los sindicatos no servía ni siquiera a sus propios fines. Las posibilida-des de éxito de una eventual penetración comunista crecían si se acentuaba el antago-nismo entre el gobierno y los gremios. Además, la situación de franco enfrentamientoera particularmente peligrosa para un gobierno que carecía de una sólida base delegitimidad. Estos argumentos, sumados a una indudable pretensión personal de poder,convencieron a Perón de que era hora de pasar de una política de control a una deconcesiones. La nueva estrategia se veía facilitada por la creación de la Secretaria deTrabajo y Previsión, a fines de 1943, encabezada por Perón. Los trabajadores nuclea-dos en la Unión Ferroviaria fueron los primeros beneficiarios del cambio de rumbo en laspolíticas laborales. Se aumentaron sus salarios, se otorgaron subsidios para prestacionessociales y se laudó en su favor en antiguas disputas contra las compañías de trenes.

Así conseguía Perón sus primeros adherentes, y antes de comenzar 1944 ya habíasido bautizado como "el primer trabajador argentino" por Domenech, gremialista ferrovia-rio. La acción del secretario de Trabajo y Previsión pronto fue extendiéndose a otros

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sectores. A la derogación del régimen de Asociaciones Profesionales apenas iniciadasu tarea se agregaron una serie de arbitrios por lo general favorables a los trabajado-res, aumentos salariales por decreto, el establecimiento de salarios mínimos para cier-tas industrias y las extensiones del sistema de previsión social, entre muchas otrasmedidas. Los favores de Perón tenían, desde luego, una intencionalidad política: no eratan generoso cuando consideraba que las concesiones no eran capaces de conquistarel favor de algún gremio, y mantenía excluidos a los sectores socialistas. Perón fuehábil para obtener lo máximo posible de las estructuras gremiales (que habían crecidovelozmente en los años 30), potenciando las organizaciones que apoyaban su políticalaboral y debilitando a las que mostraban mayor independencia.

Para las organizaciones obreras, la repentina generosidad oficial era un hecho inusi-tado y sorpresivo. Se instalaba una vez más la cuestión de la participación política delos sindicatos. El dilema tenía ahora un componente adicional: ya no se trataba dedecidir si era o no conveniente alinearse con un partido político de la oposición, sinocon el propio gobierno, un gobierno que, para peor, había surgido de un golpe de estado.El debate afloraba a menudo, ante circunstancias muy concretas que obligaban a laCGT a definir hasta qué punto llegaba su apoyo al gobierno. Poco a poco fue imponién-dose la línea más conciliadora, en la que algunos veían una pérdida de independenciade parte de los gremios. La nueva actitud sindical era comprensible. En palabras deldirigente cervecero Montiel:

el grueso de los trabajadores, lo que desean es que se solucionen sus pro-blemas, y quienes pueden hacerlo son precisamente las autoridades delpaís.24

Si para ello debían dejarse parcialmente de lado "los principios que son caros atodos", la recompensa bien valía ese sacrificio. A partir de mediados del año 1944, conPerón ya como vicepresidente y ministro de Guerra, los actos de apoyo al gobiernoorganizados o auspiciados por los sindicatos se multiplicaron, mientras Perón no cedíaen sus esfuerzos por captar la mayor cantidad posible de gremios. En esta tarea, labandera del nacionalismo servía para acercar el discurso del gobierno al de las organi-zaciones obreras.

Perón aprovechaba además las ambiciones políticas de muchos dirigentes sindica-les. De éstos partió la propuesta de respaldar su candidatura a partir de la constituciónde un Partido Laborista, lo que respondió en parte al éxito electoral del laborismobritánico en 1945. Perón era, a esta altura, la figura más importante del país, y lasfuerzas políticas se definían en relación al él. Algunos radicales de raigambre naciona-lista le brindaron apoyo. La oposición democrática, en tanto, se organizaba para com-batir sus aspiraciones. Encabezada por socialistas y radicales, se efectuó en septiem-bre de 1945 una Marcha por la Libertad y la Constitución, en la que se ensalzaba elviejo ideal republicano. Desde la universidad, la prensa y un empresariado descontentopor las medidas sociales del gobierno, partían presiones, que pronto se hicieron insos-tenibles, para forzar el alejamiento de Perón y una rápida normalización institucional.

24.Matsushita (1983).

227

Tomó fuerza la idea de entregar provisoriamente el gobierno a la Corte Suprema, yhubo tentativas de un nuevo golpe de estado. El 9 de octubre Perón debió renunciar asus múltiples cargos, mientras se constituía un gabinete sin figuras leales al salientecoronel. Perón pudo despedirse con un acto en la Secretaría de Trabajo y un mensajeradial transmitido en cadena, en el que resaltó las medidas sociales que había propicia-do, antes de ser detenido y enviado a Martín García. La noticia de la renuncia y arrestode Perón hizo reaccionar a los gremios. Se sucedieron las reuniones, y desde distintospuntos del país se reclamó su libertad. El día 6 se decidió una huelga general, pero losacontecimientos se precipitaron al conocerse el traslado de Perón al Hospital Militar. Aldía siguiente, 17 de octubre, una movilización popular, en parte organizada por lossindicatos pero también alimentada por trabajadores que espontáneamente marcharona la Plaza de Mayo, volcó la crisis en favor de Perón y forzó su restitución al gobierno.

A partir de ese día, y hasta febrero de 1946, un clima de agitación electoral sacudióal país como nunca antes. Las tres elecciones presidenciales plenamente democráti-cas que había habido hasta entonces habían terminado en cómodos triunfos radicales.Además, los valores que en 1946 estaban en juego eran proclives a suscitar un polari-zación extrema. Desde las filas de la Unión Democrática se caracterizaba a Peróncomo un nuevo Mussolini. Mientras tanto, la notoria simpatía del embajador estadouni-dense Spruille Braden por los candidatos de la Unión Democrática permitía a los parti-darios del candidato laborista darle un tono dramático y emocional a la puja electoral, através de la eficaz antinomia "Braden o Perón". Para sorpresa de muchos, la fórmulaPerón-Quijano obtuvo 300.000 votos de ventaja sobre los candidatos de la Unión De-mocrática en las elecciones de febrero. El apoyo de los sindicatos, la Iglesia y losmilitares, quizás en ese mismo orden, había decidido el triunfo peronista.

6. "Ni capitalistas ni comunistas: Justicialistas"

La configuración de la alianza peronista deba algunas claves de los que sería uno delos elementos centrales de la concepción política del peronismo. Los militares, el "ejér-cito que cuida", los sindicatos, el "ejército que produce" y la Iglesia, respetada durantelos primeros años de gobierno como fuente del "poder moral", reemplazaban de hechoal Parlamento como representantes de la sociedad ante un esta tutor. El Congresomantuvo su funcionamiento de acuerdo con las previsiones formales de la Constitu-ción, pero estuvo dominado por diputados oficialistas siempre fieles a los dictados delpresidente.

La visión corporativa era uno de los pocos rasgos del pensamiento de Perón que semantendría inalterable a lo largo de toda su carrera. Una circunstancia fortuita habíasido determinante para moldear esa concepción del poder. Los azares de la carreramilitar lo habían destinado a Italia durante el apogeo de Mussolini, época en que losencantos del sistema corporativo eran difíciles de resistir. En Turín, Perón había toma-do cursos de economía política fascista, que según el mismo admitiría mucho después,forjaron su concepción del problema obrero.

228

Una prueba de la consideración de Perón hacia esta peculiar manera de relacionar ala sociedad con el estado fue su política previa a 1946 desde la Secretaría de Trabajo.Los trabajadores sindicalizados siempre recibieron mayor atención que los no afiliadosa gremios, y, de todos los sindicatos, los más beneficiados fueron los que estabanasociados a la CGT. Perón reconocía su predilección por la concentración gremial alafirmar:

Los gremios más beneficiados, los que han visto acumular en su favor elmayor número de conquistas, son los gremios mejor organizados. Esto quie-re decir que la Secretaria de Trabajo y Previsión cumple conscientementecon su deber, escuchando el clamor de los trabajadores organizados, reci-biendo la manifestación de sus aspiraciones colectivas, porque tienen másfacilidad para hacerse oír las organizaciones obreras serias, estables y res-ponsables, porque tienen más acierto en el reclamo de sus reivindicacio-nes...25

Las ventajas de una sindicalización más concentrada fueron advertidas por los diri-gentes laborales, y en el año 1944 la cantidad de gremios afiliados a la CGT aumentó aun paso mucho más acelerado que en épocas anteriores.

La concepción corporativa de la sociedad, que estaban en el corazón del pensa-miento peronista, venía a reemplazar a la visión clasista de la que hasta entonceshabía abrevado buena parte del sindicalismo. Perón se esforzaba por diferenciarsetajantemente del pensamiento de izquierda, y opuso al concepto de lucha de clase el dearmonía de clases. La colaboración entre el capital y el trabajo, antes que su enfrenta-miento, era el camino para el progreso social. En palabras de Perón:

La armonía entre el capital y el trabajo, extremos inseparables en el procesode la producción, es condición esencial para el desarrollo económico delpaís, para el desenvolvimiento de sus fuerzas productoras y para el afianza-miento de la paz social.26

Y también:

Buscamos superar la lucha de clases, suplantándola por un acuerdo justoentre obreros y patrones, al amparo de la justicia que emana del Estado.27

La propaganda oficial difundía las bondades de esta visión conciliatoria y la presen-taba como una verdadera doctrina, que pronto se llamó justicialista. En un corto publi-citario, por ejemplo, un joven empresario negociaba mejoras en las condiciones detrabajo de los obreros y le explicaba a sus preocupado padre: "Ni comunista ni capita-lista: justicialista". Perón se alejaba cuanto podía de cualquier invocación que loemparentara con el marxismo, de manera de ganar la confianza de un empresariado

25.Matsushita (1983).26.Cafiero (1961).27.Cafiero (1961).

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siempre temeroso de la acechanza comunista. Mucho más respetable era asociar elcontenido social de su programa a la doctrina de la Iglesia, tal como venía siendo expues-ta desde hacía tiempo, en encíclicas como Rerum Novarum (1891) o Quadragesimoanno (1931). La idea de función social de la propiedad, allí presente; era rescatada por elperonismo como una alternativa distante al mismo tiempo del liberalismo ortodoxo y delcolectivismo. Este tipo de persuasión era efectiva en un mundo de posguerra aparente-mente apresado entre opciones radicales. La Guerra Fría ya se vislumbraba como elnuevo conflicto, y las "terceras posiciones dejaban de tener su atractivo.

Fuera de cierto compromiso general con la equidad, sin embargo, no había en elenfoque económico de Perón un contenido sustantivo y coherente que permita hablarde una "economía peronista". Mientras fuera posible, Perón intentaba identificar suadministración de la economía con los fines buscados antes que con los medios em-pleados. La ausencia de compromisos doctrinarios en materia económico-social eraexplícita:

Nosotros no somos ni intervencionistas ni antiintervencionistas; somos rea-listas. El que se dice "intervencionista" no sabe lo que dice; hay que ubicarsede acuerdo a lo que exigen las circunstancias. La circunstancias imponen lasolución. No hay sistemas ni métodos, ni reglas de economía en los tiemposactuales. Hay soluciones concretas frente a un problema también concreto.Resuelto ese problema se va a presentar otro quizás también diametralmen-te opuesto al anterior. A éste le daremos una solución contraria al anterior,pero no por sistema, sino por inteligente apreciación y reflexión del casoconcreto.28

Ese eclecticismo le daba a Perón cierta flexibilidad para resolver los dilemas distri-buidos que, como cualquier gobernante, debía enfrentar. Pero no alcanzaba, desdeluego, para superarlos, como proponía el ideario peronista. No se podía convencer alos empresarios de que, en nombre de la "armonía de clases", debían ceder generosa-mente ante las demandas de los trabajadores. La posibilidad de una extensión exagera-da de beneficios sociales era un temor de la UIA desde hacía unos años. En 1940 habíaafirmado:

El momento del reparto recién llega cuando se han cumplido bienes, sóloentonces los más necesitados y los más menesterosos podrán beneficiarseen grado máximo del esfuerzo de los más afortunados o de los más eficien-tes. La República Argentina está en la edad del crecimiento, es una plantaque todavía no ha florecido, podarla ahora no es vivificar sino corte dañino.29

En su paso por la Secretaría de Trabajo y Previsión, Perón se había ganado laantipatía de "los patrones". Un Manifiesto del Comercio y la Industria se había encarga-do de sentar claramente la oposición de muchos empresarios a la política prolaboraldel gobierno revolucionario, generando reacciones sindicales. Con la recuperación eco-

28.Citado en Cafiero (1961), 369.29.Citado en Llach (1984), 536.

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nómica de posguerra, las tensiones remitieron. Durante los primeros años del gobiernopropiamente peronista, el conflicto entre el trabajo y el capital se mantuvo en un estadolatente. La bonanza alcanzaba para unos y para otros, y hasta para sellar la alianzaentre obreros y empresarios industriales sobre la cual se asentó el peronismo. Pero setrataba de una distensión transitoria, no de la inauguración de la convivencia armónicaque pretendía el peronismo. Más aún, la posibilidad de un consenso estable entretrabajadores y empresarios parecía más remota aquí que en Europa, donde la amena-za comunista era más palpable y aparecía como un argumento bastante convincentepara que los empleadores cedieran ante los reclamos de sus empleados.

7. Una Nación Políticamente Soberana

El problema distributivo no fue el único en el que Perón buscó diferenciarse de lasantinomias en que parecía apresado el mundo de la posguerra. La predilección deldiscurso peronista por el justo medio entre dos extremos -presente también en otrospaíses semidesarrollados- fue más explícita en la política internacional que en cual-quier otro ámbito. La "tercera posición" era la frase oficial para definir lo que se preten-día de las relaciones internacionales de la Argentina, básicamente una actitud de inde-pendencia ante el conflicto entre los Estado Unidos y la Unión Soviética. Detrás de estapostura prescindente había una predicción de lo que, se creía, sería el resultado delnuevo gran antagonismo mundial. Perón consideraba probable una Tercera Guerra Mun-dial, previsión a la que contribuía la sucesión de conflictos entre las dos grandes poten-cias de la posguerra, tal el caso del problema berlinés. Más allá de sus consecuenciasglobales, una nueva guerra colocaría a la Argentina en una situación privilegiada. Conlos Estados Unidos desgastándose en el conflicto, la Argentina ganaría poder en elhemisferio occidental, además de ver nuevamente estimulada su industria por la segu-ra retracción comercial.

Recién terminada la Segunda Guerra, no era fácil imaginar que sobrevendría unanueva era de expansión sostenida del comercio mundial. Con el antecedente de unadécada y media de estancamiento del intercambio comercial, el espíritu internaciona-lista de la conferencia de Bretton Woods (1944) no sonaba demasiado convincente. Laesperanza de retornar a un sistema de comercio y de pagos multilaterales se basabaen el supuesto de que el intercambio comercial sería relativamente equilibrado. Pero enlos años de la inmediata posguerra la realidad fue exactamente la opuesta: EstadosUnidos era el gran proveedor mundial, y mantenía voluminosos excedentes comercia-les con Europa y Japón. El aumento del dólar en el mundo, provocado por esta intensademanda de bienes norteamericanos, atentaba contra el sistema de tipos de cambiofijos propuestos en Bretton Woods. Todavía en 1946, se leía en la Memoria del BancoCentral:

Ha sido una característica de los últimos tres años de guerra la de que, tantopolíticos como economistas, se dieran en cada país a la tarea de estudiar losaspectos probables del período de posguerra. Pero preciso es reconocer que,en los hechos, las circunstancias posteriores al cese de hostilidades han dife-

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rido bastante de como se pensaba que serían [...] La cooperación económicainternacional no parece ser uno de los hechos más señalados de esta pos-guerra, a pesar de los muchos planes elaborados para evitar los trastornosde los políticas económicas unilaterales.30

La conjunción de la "tercera posición" y la creencia de que las dificultades comercia-les de la inmediata posguerra se prolongarían y podrían agravarse con un nuevo con-flicto mundial justificaba la opción del gobierno por la autarquía económica. La memoriade la Depresión y de la reciente guerra ya eran alertas importantes contra la participa-ción activa de la Argentina en el flujo internacional de mercaderías. Si a ello se agrega-ba el hecho de que la competencia entre Estados Unidos y la Unión Soviética podíaconvertirse en un conflicto abierto en cualquier momento, había todavía más razonespara desentenderse del comercio mundial e impulsar al mercado interno como fuentede oferta y de demanda.

Las relaciones de la Argentina con Estados Unidos e Inglaterra fueron una mezclade ese declamado nacionalismo con el sentido de oportunidad característico de Perón.El trato con los norteamericanos era de mutua desconfianza; baste recordar la oposi-ción del embajador norteamericano Spruille Branden a Perón antes de acceder éste ala presidencia. El cortocircuito entre Buenos Aires y Washington tenía, por supuesto,una razón más profunda. Perón había formado parte del gobierno revolucionario quehabía mantenido la neutralidad argentina en la Segunda Guerra casi hasta el últimodisparo. Sin embargo, la nueva configuración internacional estaba haciendo más inten-sa la necesidad de Estados Unidos de conseguir aliados. La independencia de criterioque pregonaba el presidente argentino, por su parte, no era incoherente con un estre-chamiento de las relaciones con los norteamericanos, como tampoco impedía a acer-camiento a la Unión Soviética. Los embajadores de ambos países habían estado pre-sentes en la asunción de Perón al gobierno. Las mejores disposiciones mutuas entreargentinos y estadounidenses se reflejaron en la Conferencia Interamericana de Río deJaneiro. La delegación argentina dejó de lado la tradicional actitud hostil de las pro-puestas de Washington, y no obstaculizó la aprobación del Tratado Internacional deAsistencia Recíproca. Pero esta tregua sería breve. Ya a principios de 1948, en unareunión complementaria a la de Río de Janeiro, la Argentina objetó los planes norte-americanos para la Organización de Estados Americanos, acaso sin percibir los cos-tos que acarrearía el nuevo enfriamiento de las relaciones.

Estado Unidos tampoco vio con agrado la política del gobierno argentino en relacióna la comercialización de sus productos de exportación. Se denunciaba un excesivooportunismo argentino en la fijación de los precios de los alimentos. La acusación noera del todo justa. No está claro que las pretensiones argentinas en las negociacionescomerciales con las naciones europeas fueran desmedidas, en comparación con la deotros países, incluso Estados Unidos. Pero lo cierto es que la opinión internacionalcondenó el comportamiento argentino, y las represalias tardaron poco en llegar. Aprincipios de 1948 se anunció el Plan Marshall, un sistema de créditos para que lospaíses europeos devastados por la guerra tuvieran acceso a importaciones cruciales.

30.BCRA (1946), 5.

232

A pesar de repetidas promesas, la Argentina fue excluida como proveedor de alimen-tos, lo que representó un oportunidad perdida para un sector rural ya bastante castigado.Era la respuesta de Estados Unidos a un país que, más allá de acercamientoscircunstanciales, no había aceptado el papel que se le había asignado en le reconstruc-ción de posguerra.

La exclusión argentina del Plan Marshall fue, de los eventos diplomáticos con reper-cusiones económicas, el segundo en importancia. El primera fue, indudablemente, laextensa, polémica y global negociación con Gran Bretaña para arreglar las cuestas deguerra. La "especial relación" comercial con Inglaterra en la preguerra tenía una histo-ria casi tan larga como la de la Argentina moderna. El balance de pagos con Inglaterravenía siendo, desde tiempo atrás, reflejo nítido de la configuración del nexo angloar-gentino: un superávit comercial en el que las importaciones de manufacturas británicasno alcanzaban a contrapesar las fuertes exportaciones agropecuarias argentinas eracompensado por una cuenta de servicios financieros favorable a Inglaterra, que surgíade las utilidades de los servicios públicos (especialmente los ferrocarriles) y de lospagos de deuda del estado. Durante la guerra la situación cambió. La dedicación de laindustria británica al esfuerzo bélico, la decadencia de los ferrocarriles, aquejados porla competencia automotriz y la crisis del comercio, y las sucesivas repatriaciones dedeuda pública, generaron un fuerte superávit global para la Argentina. Entre 1940 y1945 el balance de la Argentina con el conjunto del Imperio Británico arrojó un saldofavorable de 1500 millones de pesos. Hacia fines de la guerra, el Reino Unido debía alestado argentino 112 millones de libras esterlinas. Técnicamente, éstas eran "librasbloqueadas", ya que era imposible su libre convertibilidad con el dólar. Sólo podíanutilizarse para compras en el área de la libra, es decir en aquellos países que usaban lamoneda británica como divisa comercial. La distinción no era sutil para la Argentina,necesitada sobre todo de productos norteamericanos. Así, el problema de las librasbloqueadas pasó a ser el punto de conflicto central en las relaciones con Inglaterra,que comenzó a resolverse en las negociaciones que acabarían con la firma del tratadoEady-Miranda en septiembre de 1946.

Las posiciones de los argentinos y británicos eran claras y opuestas. La Argentinabuscaba la convertibilidad del mayor porcentaje posible de libras, o al menos la obten-ción de un interés mayor porcentajes posible de libras, o al menos la obtención de uninterés mayor al magro medio punto porcentual que hasta entonces estaban rindiendo,mientras la deuda se mantuviese congelada. Inglaterra, por su parte, pretendía ir cu-briendo la sangría con una balanza comercial favorable durante los años siguientes.Además, había una predisposición británica a desprenderse de los ferrocarriles instala-dos en la Argentina (cuyos privilegios impositivos estaban a punto de caducar) y pagarasí la deuda. Se acordó finalmente mantener la situación respecto a las libras ya blo-queadas pero asegurar la convertibilidad de los futuros pagos ingleses por exportacio-nes argentinas. También se garantizó a la carne argentina una cuota del mercado in-glés. En cuanto a los ferrocarriles, se previó la formación de una compañia mixta conparticipación del estado argentino.

Las disposiciones más importantes del tratado cayeron pronto en el olvido, tras lasdificultades en las negociaciones con las compañías ferroviarias británicas y una nueva

233

declaración de inconvertibilidad de la libra por parte de Inglaterra en agosto de 1947.Finalmente, los dos problemas bilaterales más importantes (los ferrocarriles y las librasbloqueadas) fueron resueltos conjuntamente. Se destinó la mayor parte del saldo argenti-no en el Banco de Inglaterra a la compra de los ferrocarriles, monto que fue completadocon un crédito británico a pagar con los futuros superávits comerciales. Se concluía asíno sólo con un complicado problema de pagos sino también con aquella "especial rela-ción" que había llevado a Julio Roca (h) a considerar a la Argentina, desde el punto devista comercial, como una parte integrante del Imperio británico.

¿A quién convenía la nacionalización de los ferrocarriles? Del lado argentino, elcuestionamiento tradicional a la operación la ha presentado como un derroche de re-servas que podían haberse usado para modernizar el aparato productivo del país,deteriorado como estaba por años de baja inversión. En realidad, el gobierno tambiénpreveía ese destino para las divisas. De acuerdo con la Memoria del Banco Central de1946, la intención oficial era

una aplicación preferencial de las divisas al pago de las importaciones ex-traordinarias que requiere la reposición d maquinarias, elementos de trans-porte, la formación de reservas de materias primas, artículos elaborados ysemi-elaborados indispensables para el normal desenvolvimiento de las ac-tividades del país.31

Del tal modo se utilizarían "las divisas disponibles y las que se reciban por futurasexportaciones". Respecto a las primeras, sin embargo, tal cosa era imposible en elcaso de las libras congeladas, ya que Gran Bretaña, recién salida de la guerra, no eracapaz de proveer esas importaciones. Cuando el negocio de los ferrocarriles fue con-cluido, se lo defendió alegando que permitía "una favorable reestructuración del pasivodel balance de pagos argentino", al eliminar de la cuenta de servicios financieros lospagos por utilidades de las compañías ferroviarias.

Desde el punto de vista inglés, la venta de los ferrocarriles era uno de los modosmenos onerosos para pagar por la provisión de alimentos argentinos durante la guerra.Un funcionario de la Foreign Office decía ya en 1941:

Siempre me ha parecido que una oferta firme para comprar esta semi-aban-donada carga sobre nuestras espaldas es una forma de caridad, que losdirectores [de las compañías] de ninguna manera deberían rechazar.

Y el financial Times aconsejaba en 1946:

Hay muchas razones para preferir un pájaro en mano antes que en las pam-pas argentinas.

Pero otros han sostenido que la compra de los ferrocarriles fue una agresión naciona-lista a Gran Bretaña. En ocasión de la muerte de Perón. The Times opinaba:

31.BCRA (1946), 36.

234

Las relaciones angloargentinas tocaron fondo cuando los ferrocarriles britá-nicos fueron nacionalizados en 1948.32

¿Entreguismo o nacionalismo desaforado? Para responder con certeza se requiereun cálculo preciso del precio pagado por el estado argentino y el valor económico delos ferrocarriles, ambos difíciles de estimar. Se ha argumentado que, cuando se consi-deran las tierras a los costados de las vías que fueron adquiridas junto con los trenes,fue la Argentina quien hizo un buen negocio. Pero en este punto no hay un acuerdo entrelos autores. En cualquier caso, la compra de los ferrocarriles es una muestra de quetambién en las relaciones económicas internacionales pudo Perón conciliar un discur-so fuertemente heterodoxo con un trato realista u adecuado a los tiempos que sevivían. La nacionalización de los servicios públicos no era, en los años 40, una políticaque estuviera a contramano de la tendencia mundial. En la Argentina y en el mundo,una nueva concepción de lo que debía hacer el estado madurando.

8. El avance del Estado

La compra de los ferrocarriles británicos por parte del estado argentino debe consi-derarse en su doble aspecto de nacionalización y estatización. No se trataba única-mente de limitar la participación de los capitales extranjeros en la economía argentina.La adquisición de los ferrocarriles, como la de muchos otros servicios públicos que leseguirían, era también un síntoma del crecimiento del estado como productor de bie-nes y servicios. Ya durante el gobierno militar de 1943-45 se habían dado pasos en estadirección. Además de la creación de Fabricaciones Militares, se había inaugurado unhorno siderúrgico en Zapla, provincia de Jujuy, y se había dado impulso a la FlotaMercante, creada en tiempos de Castillo.

Durante el gobierno peronista, la estatización tomó mayor vigor. A la nacionalizaciónde los ferrocarriles siguió la de los teléfonos, pertenecientes a la ITT. En el área energé-tica, consideraciones estratégicas justificaban la intervención del estado más que enningún otro sector. Así es como la Empresa Nacional de Energía tuvo a su cargo lainstalación de 37 plantas hidroeléctricas. Con la creación de Yacimientos CarboníferosFiscales se inició la explotación de las minas de Río Turbio, en la provincia de SantaCruz. La estatización del servicio de gas se completó con la creación de Gas delEstado. Continuaron además las expropiaciones de empresas alemanas, que fueron labase del grupo DINIE (Dirección Nacional de Industrias del Estado), al tiempo que seestatizaba el transporte urbano. El texto constitucional de 1949 consagró esta tenden-cia, declarando al estado dueño natural de los servicios públicos (previéndose la com-pra o confiscación de aquellos que aún estuvieran en manos privadas) y de las fuentesde energía.

En este terreno la política peronista tampoco puede ser tildada sin más como extrema oextemporánea. La nacionalización no fue tan lejos como algunos pretendían. Perón se

32.Esta cita y las dos anteriores están tomadas de Fodor (1989), 44-45.

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pronunció en contra de la estatización de los frigoríficos y de una empresa cementerade origen norteamericano. Los límites eran impuestos, también aquí, por sus propiasconvicciones, Antonio Cafiero, quien a partir de 1952 desempeñaría importantes fun-ciones en el gobierno, acentuaba el carácter coyuntural del estatismo peronista:

El estatismo o capitalismo de Estado le es esencial al socialismo y no aljusticialismo. Nuestro justicialismo, es verdad, carga una buena dosis deestatismo. Pero tan sólo por imperativo de las contingencias económicasinternacionales. No porque lo lleve en la sangre. Y, créame, si no tuviéramosque luchar contra el estatismo internacional y defender al país de la sateliza-ción de los imperialismo, echaríamos por al borda nuestra carga de estatis-mo sin desmedro, antes bien con medro del Justicialismo.33

Conviene entender la posición del gobierno en este tema dentro del clima de opiniónnacional de la época. El partido opositor más importante, la Unión Cívica Radical,criticó la política de nacionalizaciones y estatizaciones no por excesiva, sino por insu-ficiente. Los principios económicos que guiaron al radicalismo de aquellos años eranbásicamente los contenidos en la Declaración de Avellaneda de 1945, que años mástarde fue calificada por un autor de extracción radical como "un programa antiimperialista,antioligárquico, revolucionario y de corte estatista". Al conocerse los resultados delacuerdo Eady-Miranda, que contemplaban la formación de una empresa mixta paraadministrar los ferrocarriles, los radicales se opusieron demandando en cambio la na-cionalización total. Durante el curso de las negociaciones, diputados de la Unión CívicaRadical se mostraron temerosos de lo que consideraban un peligroso acercamiento dePerón a Gran Bretaña. Esta oposición se haría mucho mas dura cuando a partir de ladécada del 50 el gobierno intentara un golpe de timón que diera marcha atrás conalgunas de sus medidas en esta área.

Así como en el debate vernáculo el avance del estado era aceptado por la mayoríade las partes, en el resto del mundo también se advertía una tendencia ampliatoria delas facultades estatales. Desde la crisis del '30, la confianza en las capacidades delestado venía en aumento, y la inevitable participación en la economía de los sectorespúblicos de diversos países durante la Segunda Guerra había reforzado esta tenden-cia. Lo que parecían medidas de emergencia durante el conflicto adquirieron en laposguerra un carácter permanente, siendo el caso paradigmático las nacionalizacionesdel gobierno laborista inglés que sucedió a Churchill. También el estado francés semovió, a partir de 1945, en el mismo sentido: se hizo cargo de las minas, casi todos losservicios públicos, la empresa Renault y la aviación civil. En Italia, el estado intervinoen la producción industrial a gran escala, además de controlar los servicios públicos.La experiencia soviética, que ya había cosechado sus primeros éxitos antes de laguerra, sin duda contribuía al optimismo por la planificación y la intervención del esta-do en general.

En la mayoría de los países de Latinoamérica también abordó el estado nuevasactividades. El complejo siderúrgico de Volta Redonda, en Brasil, es sólo el más impor-

33.Citado al pie en Cafieron (1961), 375.

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tante de los muchos emprendimientos estatales en la región. La participación del esta-do tuvo especial relevancia en los sectores de generación eléctrica, construcción ytransporte. Un autor argentino debió utilizar más de ochenta páginas para "resumir" lasdisposiciones intervencionistas en América latina.

En la Argentina, las cifras de gasto público reflejan el crecimiento estatal, tendenciaque se inició antes del gobierno peronista.

EL PESO CRECIENTE DEL ESTADOGastos públicos total, en término reales (1941=100)

1941 1942 1943 1944 1945 1946 1947 1948 1949

100 135,7 147,7 202,5 202,2 183,8 203,8 285,4 284,8

Fuente: Elizagaray (1985)

El aumento del gasto en inversión fue determinante para el incremento global de laserogaciones estatales. Bueno parte de está explicada por las nacionalizaciones. Peroademás hubo inversiones en comunicaciones, energía y material ferroviario, y se dioimpulsado a la construcción de caminos. En algunos de esos sectores, sin embargo, noalcanzó a compensarse la fuerte depreciación del capital ya instalado, ni a satisfacersela creciente demanda por infraestructura. El caso más palpable en este sentido fue elde la electricidad. En contradicción con el acentuado discurso pro industrial, la capaci-dad instalada no creció al ritmo previsto por el gobierno, y la escasez se tradujo enfrecuentes caídas de tensión. En algunas áreas, el aumento del gasto venía a satisfa-cer las demandas de los sectores que sostenían al peronismo en el poder: los militaresy la clase trabajadora. En los años 1946 y 1947 el principal motor de la inversiónpública fue la defensa exterior, que llegó a representar el 60% de los gastos públicos decapital. Creció también la importancia del gasto en salud, educación y vivienda. Elaumento del empleo público en general, aun sin considerar las empresas estatizadas,puede verse como otra manera de asegurar esas lealtades, y extenderlas también a laclase media.

En todo el mundo la receta keynesiana de tonificar la demanda agregada con aumen-tos del gasto público estaba en su momento de mayor apogeo. En los países quehabían participado de la guerra, las compras de material bélico habían permitido supe-rar una situación de desempleo que, en algunos casos -como el británico-, se remonta-ba a la primera posguerra. ¿Qué otra prueba se requería para consagrar finalmente alkeynesianismo? Los gobiernos pronto se hicieron eco de este nuevo consenso deideas en materia económica. En Inglaterra, el White Paper on Employment, de 1944,comprometía al gobierno al mantenimiento del pleno empleo, a través del gasto públicocuando fuera necesario. En Estados Unidos, en tanto, el keynesianismo era doctrinaoficial ya desde la exitosa salida de la recesión de 1937. En los países América latinatambién se difundieron las políticas contracíclicas, como las que Colombia había aplica-do cuando la guerra complicó a su comercio de exportación.

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Pero la estatización de algunas actividades económicas y los aumentos cíclicos delgasto para combatir las recesiones no eran los únicos elementos del nuevo modelo delestado que se estaba gestando en la posguerra. La reconstrucción del estado en Euro-pa Occidental fue también la construcción definitiva del Welfare State (Estado de Bien-estar). Aunque sus orígenes pueden rastrearse hasta las Poor Laws dictadas en laInglaterra del siglo XIX, fue recién a partir de la Segunda Guerra Mundial que laspolíticas redistributivas alcanzaron una sólida expresión institucional. Inglaterra conti-nuó siendo pionera, favorecida por el menor deterioro de su economía durante la gue-rra, comparado con los países de Europa continental. El Informe Beveridge, escrito en1942, preveía un sistema universal de seguridad social, y fue la base de la gran expan-sión del Estado de Bienestar Inglés en la segunda mitad de los años 40, de la mano delgobierno laborista. Se creó, entre otras cosas, un sistema bastante amplio de ingresocomplementario para trabajadores pobres. En países más parecidos a la Argentinatambién se reconoció esta nueva función del estado. Australia, por ejemplo, introdujoseguros de desempleo y por enfermedad, y aumentó los beneficios por maternidad,todo ello a mediados de la década del 40.

El triunfo del keynesianismo y la consideración de los problemas distributivos segu-ramente influyeron en el diseño de las políticas fiscales peronistas. Así y todo, el gastodel gobierno no fue el único instrumento usado para sostener la demanda agregada ypara redistribuir progresivamente el ingreso. Más aún, cuando al comenzar los años 50la economía marchaba hacia una recesión, el gasto del estado se redujo, más en líneacon la vieja ortodoxia fiscal que con la receta keynesiana dominante por entonces. Laotra gran inyección de demanda no provino directamente del sector público, sino quefue inducida al sector privado a través de una política de ingreso basada en el aumentomasivo de salarios. Por esta vía el gobierno conseguía un doble objetivo: ayudaba aexpandir la economía y al mismo tiempo daba a su programa el contenido de equidadque estaba en el corazón del discurso peronista.

9. Una Nación socialmente justa

La declamada opción por la justicia social tuvo su expresión más acabada en lagenerosa política de ingresos de los primeros tres años de gobierno peronista, y notanto en prácticas del tipo europeo o norteamericano que, montadas sobre esquemasde impuestos y subsidios explícitos, se estaban institucionalizando por esa época en laforma del Estado de Bienestar. El Primer Plan Quinquenal, y el nombre de MiguelMiranda, conductor del equipo económico casi hasta 1949, están asociados a una fasede expansión salarial sin precedentes. A pesar de las buenas relaciones entre el go-bierno y los gremios durante el período anterior a Perón, los salarios reales apenashabían aumentado entre 1943 y 1945. A partir de ese año, los salarios reales crecierona una tasa récord, aumentando 62% entre el último de esos años y 1949. Esa mejora fuemás acentuada que la de la productividad, y en 1949 el costo laboral por unidad deproducto era un 23% más alto que en 1945.

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La Expansión SalarialEvolución de los salarios reales

Año 1945 1946 1947 1948 1949

Salario real (1945=100) 100 103 129 156 162

Fuente: Gerchunoff (1989).

El incremento de los salarios reales llevó a una distribución del ingreso nacional másequitativa. Se ha calculado que el componente salarial del ingreso nacional superó, porprimera vez en la historia, a la retribución obtenida en concepto de ganancias, intere-ses y renta de la tierra. En 1948, aquél ascendía a 53%, contra 47% de éste, lo que secomparaba favorablemente con la situación imperante sólo un lustro atrás, cuando lostrabajadores percibían 44,4% y los empresarios, capitalistas y rentistas recibían 55,6%.

Detrás de esta política había, por supuesto, una intención política de Perón. A pesarde haber ganado la elección de 1946 con la mayoría absoluta de los votos, el margenno había sido tan amplio. Además, Perón debía definir la compulsa entre el grupopolítico y el grupo sindical dentro del partido que lo había llevado al poder. Un éxitoinicial rotundo como administrador le permitiría unir fuerzas detrás de la persona, antesque del partido y de los sindicatos, cosa que finalmente ocurrió: en 1947 quedó fundadoel Partido Peronista. Es inevitable, por lo tanto, apuntar a las urgencias políticas comouna de las causas de la expansión salarial alentada por el gobierno durante el primertrienio peronista. Sin embargo, a ello hay que agregar la particular concepción delprimer Perón acerca del funcionamiento de la economía para comprender la políticasalarial. Algunos años después, Perón aconsejaba al presidente chileno Ibáñez:

Dele al pueblo, especialmente a los trabajadores, todo lo que sea posible.Cuando parezca que ya les está dando demasiado, deles más. Todos trata-rán de asustarle con el espectro del colapso económico. Pero todo eso esmentira. No hay nada más elástico que la economía, a la que todos tementanto por que no la entienden.34

Esa manera de entender la economía estaba en línea con las medidas que se imple-mentaron. El optimismo de los años iniciales del peronismo era capaz de justificarpolíticas a veces demasiado audaces. La explosión salarial, por ejemplo, no era consi-derada únicamente como una forma de mejorar el nivel de vida de los trabajadores,sino también como un instrumento para alimentar la demanda agregada y garantizarcon ello el pleno empleo. En palabras de Cafiero:

... cuando mayor es el poder adquisitivo del sector "trabajo", que es el sectorfundamentalmente consumidor de la economía, más amplio se torna el merca-do y la demanda y por consiguiente más intensos resultan los estímulos a la

34.Citado por Antonio Paiva R., "La Economía del Populismo", ¿Sigue vigente el populismo en Amé-rica Latina?, Ed. Fundación Pensamiento y Acción, KAS, Caracas, 1999, 26.

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producción y al desarrollo, tendiéndose a configurar una verdadera "cadenade la prosperidad": más ingreso - más demanda - más producción - másingresos ...35

Esa cadena de prosperidad era palpable para el ciudadano común, especialmentepara los más pobres. En los años 1946, 1947 y 1948 la clase trabajadora argentinaexperimento el mayor aumento de bienestar de toda su historia. La imponente tasa decrecimiento de la producción (8,4 por ciento anual en promedio, la segunda más altahasta ese momento para un período de tres años) no alcanza a reflejar completamenteel progreso económico popular. La mayor disponibilidad de bienes, frutos del aumentode producción industrial y del creciente valor de las exportaciones, se volcó sobre todoa expandir el consumo, que en 1948 fue casi un 50 por ciento mayor al de sólo tres añosatrás. Además, su distribución resultó más pareja que en épocas anteriores. Ni en laesplendorosa década que culminó con el Centenario, ni en los plácidos tiempos deAlvear, la bonanza económica había sido generosa con todos. Con alguna razón seconsideraba que, de una u otra manera, la prosperidad de entonces terminaba siempreen Europa o en los europeos, ya derrochada en las largas travesías de los estancieros,ya acumulada en los bolsillos de los inmigrantes que habían venido a buscarla desde elotro lado del Atlántico. Esta vez el bienestar era de todo el pueblo argentino, y no fueextraño que el peronismo obtuviera más de dos tercio de los votos en las elecciones deconstituyentes de 1949. Un periodista británico describía esos años de euforia con uningenioso juego de palabras, al titular una nota A portrait of the Peronist party, quepuede traducirse como "Un retrato del Partido Peronista" pero también como "Un retra-to de la fiesta peronista". El espectáculo de prosperidad popular era visible a todos,incluido por supuesto el propio Perón, quien pudo decir de sus sindicalistas:

Antes venían de alpargatas. Ahora, los veo con camisas de seda y buenostrajes.36

El control de los alquileres y el congelamiento de algunos precios de bienes básicosse sumó a la generosa política salarial para difundir el bienestar a los sectores de másbajos ingresos. No sólo mejoró la indumentaria de muchas familias trabajadoras. Tam-bién crecieron las compras de electrodomésticos: la heladera eléctrica reemplazaba ala refrigeradora a hielo, y la cocina a gas a la vieja "cocina económica". Mientras tanto,los días de radio conocían su más acabado esplendor. La multiplicación de aparatosfue tan decisiva para la popularidad de las novelas como para la fluida comunicación deJuan Domingo y Eva Perón con "sus descamisados". Los temores al subconsumo y larecesión tan en boga en la preguerra y la Guerra dejaban paso al "círculo de la felici-dad" en el que el consumo y la producción se alimentaban mutuamente.

La política salarial de Perón, con su doble objetivo de garantizar el pleno empleo yredistribuir el ingreso hacia los sectores populares, fue uno de los elementos centrales desu política económica hasta 1949. La mayor equidad también se vio favorecida por algu-nos cambios impositivos. El impuesto al ingreso, creado al comenzar la década del 30,

35.Cafiero (1961), 126.36.Cafiero (1961), 126.

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fue rediseñado repetidas veces de manera de hacerlo más progresivo. Se creó ademásun gravamen a los beneficios de las empresas, lo que también contribuyo a mejorar ladistribución del ingreso. Con la sanción de un impuesto sobre "exceso de beneficios" yotro sobre ganancias de capital, también se intentó cargar a las empresas y a las perso-nas de altos ingresos con una parte mayor del peso de los gastos públicos.

Para la hacienda pública, todas estas medidas impositivas tuvieron una importanciamenor al lado de los recursos obtenidos por la ampliación de la seguridad social. Elsistema previsional argentino había comenzado a funcionar, de manera todavía muylimitada, en 1904, con la creación de una caja para empleados públicos. Poco a poco sefue extendiendo la gama de actividades cubiertas por la seguridad social: en 1915 secreó la caja para los trabajadores ferroviarios, en 1921 para los de otros serviciospúblicos, en 1923 para los bancarios y en 1939 para los periodistas y marineros. Perofue recién a partir de la asunción de Perón en la Secretaría de Trabajo y Previsión quelas cajas adquirieron un impulso decisivo. En 1944 se organizó el sistema de previsiónpara los empleados de comercio, y los obreros industriales tuvieron el suyo en 1946.Durante los primeros años de vida del régimen jubilatorio, que fueron los años delperonismo en el poder, hubo un enorme superávit por este concepto, ya que la propor-ción de beneficiarios sobre contribuyentes era ínfima. Así, en cada uno de los añosfinales de la década del 40 el gobierno obtenía alrededor de un 4% del producto brutodel flamante sistema de seguridad social, fracción que fue decayendo con el correr delos años a medida que aumentaba el número de beneficiarios.

El sistema impositivo y previsional fue un factor importante, pero no el decisivo, enel esquema distribucionista del peronismo. El elemento crucial era la generosa políticasalarial. Pero si los aumentos salariales mejoraron la situación de los trabajadores,¿quién pagó esa bonanza? Una hipótesis debe descartarse de plano: no fueron losempresarios industriales, favorecidos por un gobierno que hizo del desarrollo manufac-turero una de sus más apreciadas banderas.

10. Una Nación Económica libre: El Impulso Industrial

La pomposa declaración de la Independencia Económica, proclamada en Tucumán el9 de julio de 1947, y la incorporación en la Constitución Justicialista de fuertes restric-ciones a la inversiones externas fueron tan sólo los signos superficiales de la decididamarcha de la economía nacional hacia una mayor autarquía. El gobierno peronistaactuó vigorosa y deliberadamente en favor de la industria sustitutiva de importaciones.No fue el nacionalismo el único argumento en pro de la industrialización. Perón veía enel crecimiento industrial la posibilidad de mantener un alto nivel de empleo y de consu-mo. Según sus propias palabras en ocasión del lanzamiento del Primer Plan Quinquenal:

Debemos producir el doble; multiplicarlo por cuatro mediante una buena indus-trialización, es decir, enriqueciendo la producción por la industria; distribuirequitativamente esa riqueza y aumentar el estándar de vida de nuestras

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poblaciones hambrientas [...] y habremos solucionado con ello una de lascuestiones más importantes: la estabilidad social.37

La industrialización era vista también como una política de desarrollo para el largoplazo. Las recomendaciones de la mayoría de los economistas para los países endesarrollo giraban siempre en torno al objetivo compartido de la industrialización. Enlas Naciones Unidas, por ejemplo, la prédica industrialista estaba firmemente instala-da. En el informe de 1945-47 se afirma:

La otrora rígida distinción entre países "industrializados" y países producto-res de materias primas se está haciendo cada vez más difusa [...] en el largoplazo estas tendencias, especialmente si son apoyadas por una acción deli-berada que promueva esquemas de desarrollo, pueden resultar más impor-tantes que el actual predominio de los Estados Unidos en la producciónmundial, lo que quizás era esperable inmediatamente después de un períodode guerra y devastación en el resto del mundo industrializado.38

Los medios elegidos por el gobierno para llevar a cabo este proyecto fueron básica-mente dos: la restricción de las importaciones y la generosa política crediticia. Ya en1944, el "Régimen para la protección y la promoción de la industria" había mostrado lavoluntad oficial de proteger la producción de manufacturas de "interés nacional". Seelevaban los aranceles para las importaciones de los productos que competían conesas industrias, se reforzaban los permisos previos para la obtención de cambio y seestablecía un sistema de preferencias para la importación de materias primas y bienesde capital. Es posible que las restricciones a la importaciones vía aumentos tarifarioshaya tenido una importancia menor como política protectiva. Más relevante fue, sindudas, el sistema de control de cambios, reforzado por la exigencia de permisos pre-vios a veces imposibles de conseguir. En cuanto al sistema de preferencias cambiariaspara la importación de insumos y bienes de capital, tuvo alguna incidencia: comparadocon los productores rurales, por ejemplo, los industriales podían acceder a maquina-rias importadas en condiciones más favorables.

Pero tan decisiva como la protección a través de barreras arancelarias y cambiariasfue la política de crédito industrial, que se canalizó a través de dos bancos oficiales. ElBanco Industrial, fundado en 1944, inició sus actividades con una capacidad prestableequivalente a seis veces el volumen negociado en la Bolsa de Buenos Aires. Con losaños, ese poder crediticio se haría todavía mayor. El Banco Central, por su parte, fuenacionalizado en 1946 junto al sistema bancario, lo que le permitió al gobierno manejarel crédito a voluntad. Lo hizo con un sesgo marcadamente pro industrial. Así es como,entre 1946 y 1948, la industria se encontró con fondos abundantes a su disposición,redimibles en plazos largos y con tasas de interés muy favorables. De hecho, muchasveces las tasas de interés reales fueron negativas, ya que la tasa de inflación superó a lasexiguas tasas nominales. Se estima que los créditos tomados por el sector industrialpasaron de un 2,6% del producto bruto en 1944 a 4,4% en 1948, y continuaron susascenso en los años siguientes luego de una pausa en 1949.

37.Schwartz (1967).38.Cafiero (1961).

242

También contribuyó algo a la industrialización la política fiscal del peronismo. Lascompras del estado, derivadas entre otras cosas del aumento del gasto en defensa,generaron demanda adicional por los productos industriales. Además, se invirtió bas-tante en la instrucción para la industria, siguiendo los consejos ya centenarios de JuanBautista Alberdi de evitar una formación demasiado enciclopedista. La desafortunadafórmula "Alpargatas sí, libros no" fue al mismo tiempo un símbolo y una caricatura delcambio en las prioridades. El instituto Superior de la Escuela Otto Krause entrenó amuchos de los futuros industriales, y en el mismo sentido apuntó la expansión de lasescuelas técnicas. Además, aumentó fuertemente el número de graduados en carrerasque habilitaban para trabajar en el sector industrial.

Educación para la IndustriaGraduados en carreras relacionadas con la industria

(1936-40=100)

Ingeniería Matemática, biología, Farmacia química y física y bioquímica

1936-40 100,0 100,0 100,01941-45 171,6 165,1 274,51946-50 257,6 231,3 891,5

Fuente: Schwartz (1967).

Los juicios sobre los resultados de la industrialización peronista, todavía incipienteen 1949, son variados. La tasa de crecimiento industrial en la época ha sido motivo dedisputa. Dependiendo de la fuente de datos que se utilice, la tasa anual de crecimientodel producto industrial puede haber sido 3,4% o 7,5%. La discrepancia no es menor, loque contamina cualquier evaluación sobre la performance industrial en ese período.Juzgada con la vara de las esperanzas iniciales y -sobre todo- de las frustracionesposteriores, pueden encontrarse varios defectos en el desarrollo manufacturero de laprimera época del peronismo. Entre ellos deben mencionarse las limitaciones de esca-la impuestas por el reducido mercado interno, las consecuencias del rechazo inicial alcapital extranjero, la ausencia de un énfasis en la productividad o la aún escasa sustitu-ción de importaciones en ramas básicas. En su momento, sin embargo, no faltaronelogios hacia la estrategia de industrialización de los primeros años del gobierno dePerón. Un miembro del Parlamento británico, por ejemplo, dejaba entrever su admira-ción y, por qué no, su recelo, cuando afirmaba en 1949:

El presidente Perón y el señor Miranda no son tontos. Si lo que resultaríapeor para ellos finalmente ocurre, y el mundo deja de estar hambriento, ha-brán conseguido, al menos, financiar su Plan Quinquenal, y habrán avanzadobastante hacia la autosuficiencia, siguiendo el modelo alemán.39

La observación del parlamentario inglés daba una de las claves de la industrializaciónperonista, que estaba sostenida sobre una transferencia intersectorial de ingreso que a

39.Fodor (1975)160.

243

su vez era posible por la particular coyuntura internacional, excepcionalmente favora-ble para la Argentina. Los altos precios mundiales de los productos rurales estabansiendo aprovechados por el gobierno para financiar sus políticas expansivas.

11. En el campo, las espinas

Desde que, en el último cuarto de siglo XIX, la economía argentina se había consa-grado a la producción agropecuaria destinada en su mayoría a los mercados externos,las variaciones en los precios de los productos rurales habían determinado en granmedida la situación general del país. La marcada inestabilidad de la economía se debíabastante a la brusquedad de las fluctuaciones en esos precios. Perón tuvo la suerte deasumir la presidencia con los términos de intercambio más altos de todo el siglo:

Años AfortunadosTérminos de intercambio externos (1960=100)

1920/9 1930/9 1940/3 1944 1945 1946 1947 1948 1949

Términos deintercambioexternos 87,1 99,7 113,7 105,9 94,8 145,8 147,2 151 134,1

Fuente: apéndice estadístico.

En los primeros años de la década del 30, el sector agropecuarios había sufrido lasconsecuencias de unos términos de intercambio inusualmente bajos. El gobierno con-servador del general Justo, en cuyo gabinete se contaban cinco miembros de la Socie-dad Rural Argentina, intentó ayudar a los productores agrícolas y ganaderos. Estosúltimos se vieron favorecidos por la firma del tratado Roca-Runciman, que garantizabauna proporción del mercado inglés a la carne argentina; para ayudar a los agricultores,en tanto, se instauró la Junta Nacional de Granos, con la misión de asegurar un preciomínimo a los cereales, comprar los excedentes y venderlos a pérdida en el mercadointernacional. Durante el gobierno de Perón, la influencia del gobierno sobre los preciosagrícolas se intensificó, pero con signo cambiado. El Instituto Argentino para la Promo-ción del Intercambio (IAPI) monopolizó, desde principios de 1946, la comercializaciónde los cereales y oleaginosas. Entre 1946 y 1949, compró las cosechas a los agriculto-res para venderlas internamente y en el exterior, obteniendo un margen muy ampliogracias a los favorables términos de intercambio externos.

Había dos motivos muy concretos para esta política discriminatoria hacia el sectorrural. En primer lugar, las ganancias del IAPI sirvieron para sostener el aumento en elgasto público. Además, la intervención del IAPI desligó parcialmente la evolución de losprecios internos de los alimentos del crecimiento de los mismos que se estaba verifi-cando en el mercado internacional. Este fenómeno se refleja en las estimaciones sobre laparticipación de las actividades agropecuarias en el producto bruto total argentino, que

244

es mucho menor cuando se la valúa a los precios internos (influidos por políticas comolas del IAPI) que cuando se calcula tomando los precios internacionales.

La discriminación del campo(Base 1925-1929=100)

Participación del sector rural Participación del sector rural si los a precios corrientes precios internos hubiesen seguido (% del PBI) a los internacionales (% del PBI)

1925-29 33 331935-39 26 281947-49 16 32

Fuente: Díaz Alejandro (1975).

De no haberse esterilizado el aumento internacional de los precios de los alimentos,una de dos cosas habría ocurrido: o bien los salarios reales habrían mermado por elencarecimiento de algunos productos básicos de la canasta familiar, o bien, en el casode compensar ese aumento con nuevos incrementos en los salarios nominales, sehabría visto afectada la rentabilidad industrial. A través de la política del IAPI, el gobier-no peronista cerraba un triángulo de redistribución sectorial de ingreso coherente conla conformación de su apoyo político. En este triángulo redistributivo, los vértices eranel sector rural, el sector urbano y el propio estado. El crecimiento salarial fomentadopor el gobierno era compensado en el sector industrial con una liberal política crediticiay el estancamiento de los precios de los alimentos. A su vez, el gobierno financiabaparcialmente la expansión del gasto y empleo público con el margen que obtenía el IAPIgracias a unas inmejorables condiciones internacionales. El mantenimiento de estedelicado equilibrio dependía de que esa especial situación se prolongara. Pero, en sumomento, la sensación predominante era que el peronismo por fin había logrado conci-liar la expansión económica con la justicia social, algo que tenía pocos precedentes enel mundo y ninguno en la Argentina.

La presión al sector agrícola era reconocida, pero justificada, por el gobierno. Así,Antonio Cafiero concedía:

...los planes de industrialización y desarrollo económico previstos en el Pri-mer Plan Quinquenal de Gobierno hicieron necesario que ese mejoramientotransitorio de la capacidad adquisitiva internacional de nuestros cereales yproductos ganaderos, se aprovechara en la consolidación de otras activida-des económicas fundamentales que, a su vez, habrían de constituirse enuna inestimable fuente de demanda permanente para la propia producciónprimaria, cuando cedieran los estímulos transitoriamente presentes en el mer-cado internacional.40

40.Cafiero (1961), 228.

245

Había otras razones, de importancia menor, con las que se defendía la política delIAPI. El comercio de posguerra era bilateral en todo el mundo. no había, en realidad, unprecio internacional al que atenerse en las ventas al exterior. Al contrario, las condicionesde las transacciones surgían de las negociaciones entre las partes. Una agencia únicade comercialización, como era el IAPI, era capaz de obtener mejores precios que los quese habrían conseguido con el poder de negociación más disperso. Además, la situaciónde posguerra obligaba a vender a crédito, y el IAPI, siendo estatal, podía soportar mayo-res riesgos y plazos. Por último, el productor agrícola estaba menos expuesto a fluctua-ciones violentas en los precios de sus productos.

Estas consideraciones eran poco convincentes para los propietarios rurales, mu-chos menos cuando otras políticas tampoco les eran favorables. Los aumentos salaria-les en la industria habían repercutido en los costos de los productores, que debíanaumentar los salarios de los peones para evitar su emigración hacia las ciudades. EsEstatuto del Peón, además, había extendido algunos beneficios sociales a los trabaja-dores del campo, lo que también impactaba sobre la rentabilidad rural. La agricultura,más golpeada que la ganadería por el encarecimiento de la mano de obra, sufrió espe-cialmente con el cambio en la reglas de propiedad rural. El sistema de arrendamientoutilizado hasta entonces entró en crisis. Se dio al arrendatario el derecho a renovar sucontrato a los mismos valores que en el período anterior, lo que perjudicaba al dueñode la tierra debido a la erosión inflacionaria. El terrateniente perdió el incentivo paraarrendar sus campos, y este tipo de contratos disminuyó sensiblemente a partir de laposguerra. La sujeción de la importación de maquinaria agrícola al tipo de cambio nopreferencial completaba la batería de políticas adversas al sector rural.

Para muchos, la drástica caída del área sembrada con los cultivos más importantesfue una de las consecuencias de esas políticas.

El Descenso de los cultivos tradicionalesÁrea sembrada con los principales cultivos, en miles de hectáreas

Fuente: Villarruel (1988).

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Pero no hubo una crisis rural como la que sugiere esta tendencia del área sembradacon los principales productos agrarios. Hubo, como contrapartida, una intensa sustitu-ción de cultivos en la pampa húmeda. Creció la importancia de semillas nuevas, como elgirasol, el maní y la cebada. La caída en la producción de los cultivos tradicionales (maíz,trigo, lino y avena), de alrededor de 39%, fue parcialmente compensada por un aumentode 75% de las nuevas variedades. La paulatina normalización de las importaciones debienes de capital, incluyendo la maquinaria agraria, ayudó a que la caída en la produc-ción no fuera mayor. Además, la producción pecuaria avanzó sobre tierras antes dedica-das a la agricultura, reasignación que ya había ocurrido, a veces en sentido inverso, enotras épocas.

Dentro del esquema económico peronista, el campo tenía el importantísimo rol deproveer las divisas necesarias para la importación de insumos y maquinarias que laindustria local aún no producía. Quizás ésa fue la causa de la timidez de los cambiosen el régimen de tierras llevados adelante por el peronismo. Muchos dirigentes dentrodel partido no se contentaban con el congelamiento de los arrendamiento, y proponíanuna reforma agraria para acabar con la gran propiedad rural. Pero el gobierno no quisoarriesgarse a complicar una situación de pagos internacionales que había comenzadoa deteriorarse.

12. Las complicadas cuentas externas

La posición comercial argentina al finalizar la Segunda Guerra Mundial no era cómo-da, a pesar de los superávits comerciales que venían acumulándose. En realidad, elproblema era el excesivo superávit, ya que no se trataba de un fenómeno derivado deuna gran performance exportadora, sino de las dificultades para conseguir importacio-nes. Así es como, apenas acabada la guerra, el problema exterior era opuesto al quehabía imperado durante la Gran Depresión. La cuestión no era tanto asegurar merca-dos en el exterior para las exportaciones argentinas como conseguir las importacionesnecesarias con la divisas por las ventas externas. Ya no se trataba de "comprar a quiennos compra" sino, más bien, de "vender a quien nos vende". Decía Perón:

... tropezamos permanentemente con la prohibición de exportar de los paí-ses a quienes nosotros estamos proveyendo de alimentación. Por eso hasido necesario, frente a la situación de que todos los barcos lleguen vacíosporque los gobiernos de esos países no permiten la exportación a la Argenti-na, que establezcamos que barco que llegue vacío se irá también vacío.41

El embajador brasileño en la Argentina resaltaba esta preocupación de Perón:

Cada vez que le pedía trigo al general Perón, me exigía caucho a cambio."Queremos hierro y acero" decía, casi gritando, Perón, "y eso vale paracualquiera que desee granos y carne argentinos".42

41.Llach (1984), 547.42.Fodor (1975), 159.

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La manifestación más clara de este problema era el bloqueo de libras en el Banco deInglaterra. Las libras que se habían conseguido con las exportaciones durante la guerrasólo podían utilizarse para importar desde países del "área de la libra". Así es que puedehablarse, hasta el año 1946, del "problema" del superávit comercial. Problemas similaresobligaron a firmar acuerdos con varios países, además de Inglaterra. En un mundo decontroles cambiarios, el comercio se había vuelto bilateral, poco más que un trueque: lascompras y ventas debían equilibrarse no ya con el conjunto de los socios comerciales,sino con cada uno tomado individualmente. La Argentina se adecuaba a lo que imponíanlas circunstancias, tal como lo describía el Banco Central:

Una situación de tal naturaleza nos constriñe forzosamente a encauzar, en estosmomentos, las importaciones desde aquellos países que adquieren los productosargentinos, pues sólo en esta forma lograremos abastecernos de bienes, sin afec-tar nuestra disponibilidad de oro y divisas. En este sentido, debe aceptarse que laestructura básica de nuestro intercambio y la inconvertibilidad actual de las divi-sas que recibimos en pago de nuestra producción exportable, nos llevan necesa-riamente a tratar de utilizar al máximo las posibilidades que encierra la negocia-ción comercial bilateral, sin dejar de reconocer que, con esta política, el país nopuede alcanzar todos los beneficios que recogería con la restauración del multila-teralismo en el comercio internacional.43

Los primeros años de la posguerra trajeron novedades al comercio exterior argenti-no. El precio promedio de las exportaciones creció un 208% entro 1945 y 1948, mien-tras las compras al exterior se normalizaban después del período bélico, además deaumentar su precio alrededor de 30%. El comercio exterior argentino recuperó asíparte de su vigor de preguerra. Pero las variaciones en los precios no podían esconderun hecho decepcionante: el volumen exportado en 1946 era menor al de 1935, que a suvez había sido inferior al de los mejores años de la década del 20. La tendencia descen-dente de las exportaciones argentinas era en parte el resultado de condiciones exter-nas menos favorables que las vigentes antes de la crisis del '30. La reducción en elcoeficiente de importaciones británico, por ejemplo, impedía colocar demasiadas ex-portaciones en ese mercado. Pero, bajo esas mismas condiciones, países similares ala Argentina pudieron aumentar o al menos mantener el volumen de sus ventas exter-nas. Australia, por ejemplo, exportaba a principios de los años 50 más que a fines delos años 20, a pesar de las dificultades en los mercados para sus productos.

Parece claro, entonces, que en la mediocre evolución exportadora de la Argentinalas políticas internas -que no estimularon la producción rural pero sí su consumo-fueron determinantes. En el diseño de estas políticas influyó el escepticismo del go-bierno respecto a la posibilidad de una recuperación del comercio mundial. En 1946, yase habían cumplido más de quince años de decadencia en los mercados internaciona-les, y el gobierno peronista apostó más a una Tercera Guerra Mundial y a un debilita-miento todavía mayor del intercambio entre naciones que a la impresionante resurrec-ción que finalmente tuvo lugar. Este pesimismo acerca de las posibilidades de desarro-llo que el comercio mundial brindaba a los países productores de materias primas

43.BCRA (1948), 10.

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tendría su mayor expresión intelectual en las ideas del economista argentino RaúlPrebisch. El hecho de que el crecimiento del ingreso per cápita provocara aumentos enel consumo de bienes industriales, antes que de bienes agropecuarios, hacía inevitableque los países productores de alimentos sufrieran una caída secular de sus términosde intercambio externos. De acuerdo con este argumento, la favorable situación de losprecios de exportación argentinos en la inmediata posguerra no podía ser vista sinocomo un hecho absolutamente excepcional y acaso irrepetible, con el que no se podíacontar en el futuro.

Lo cierto es que esas circunstancias fortuitas hicieron que la balanza comercial argen-tina tuviera, entre 1945 y 1948, un signo positivo.

Un balance positivoExportaciones e importaciones argentinas

(millones de dólares corrientes)

Año Exportaciones Importaciones

1945 719 289,61946 1003,6 503,71947 1587,4 1319,81948 1604,2 1567,8

Fuente: Apéndice estadístico.

Las importaciones se recuperaron rápidamente de su deprimido nivel durante la gue-rra, empujadas por la fuerte demanda interna. Además hubo un cambio en su composi-ción. El aumento en la demanda por bienes de consumo era satisfecho con produccióndoméstica, pero ésta necesitaba cada vez más insumos y bienes de capital. Estos rubrospasaron a representar alrededor de 90% de las importaciones totales. El creciente nivelde importaciones comenzó a ser visto con preocupación cuando amenazó con cambiarel signo de la balanza comercial argentina. En el caso de aparecer un déficit de comer-cio, éste no podría ser compensado con entradas de capitales, que estaban desalentadaspor las políticas peronistas y limitadas por las circunstancias internacionales. Así, unsigno de pregunta ensombrecía el futuro de las cuentas externas argentinas ya en 1948,y al año siguiente se transformaría en un verdadero problema. El desequilibrio exterior de1949 coincidiría con la aparición de otro de los temas llamados a dominar el debateeconómico en las décadas siguientes, la inflación de precios.

13. Crédito y descrédito: Nace la inflación

Ya a partir de la Segunda Guerra Mundial la economía argentina empezó a mostrarsíntomas inflacionarios. Eso no era extraño ni demasiado preocupante. Lo mismo que afines de la Primera Guerra Mundial, el cuantioso superávit comercial se reflejaba enentradas de divisas que se convertían en moneda nacional, lo que a su vez alimentaba

249

el aumento de precios. Durante cada uno de los años entre 1941 y 1945, la basemonetaria creció más de 15%, un aumento elevado para lo que era la tradición argenti-na desde principios de siglo. La resistencia de la sociedad argentina a las políticasinflacionarias era bastante fuerte, quizás como reacción a la desagradable experienciade crisis en 1890. Cuando se fundó el Banco Central, en 1935, para reemplazar a unaCaja de Conversión que ya no tenía razón de ser, la bancada socialista criticó dura-mente el proyecto por considerar que abría la puerta al emisionismo y la inflación. Demanera idéntica, al conocer los contenidos del Plan Pinedo, los radicales se mostraronescépticos acerca del programa de créditos que contemplaba, denunciando tambiénuna amenaza inflacionaria. Pero no podía culparse al gobierno por la inflación de losaños de guerra, ya que se trataba de un fenómeno puramente coyuntural que desapare-cería con la paz. Eso era, al menos, lo que se creía.

No fue así. La Argentina mantuvo, a partir de la posguerra, una inflación consistentementemás alta que la de los países más avanzados. A partir de fines de los años 40 los caminosde la inflación argentina y la norteamericana se separaron definitivamente, o al menospor varias décadas.

Caminos DivergentesInflación argentina y estadounidense (% anual)

Fuente: base de datos elaborada por Gerardo della Paolera y Javier Ortiz, y apéndice estadístico.

Recién iniciado el gobierno peronista, el régimen monetario y bancario argentino fuemodificado profundamente. En marzo de 1946 fue nacionalizado el Banco Central, hastaentonces una sociedad mixta. Al mes siguiente se decidió otra medida fundamental: lanacionalización de todo el sistema bancario. Esto significaba que los depósitos pasabana ser pasivos del Banco Central antes que de los propios bancos comerciales que losrecibían. Los bancos no eran más que agentes receptores de depósitos por cuenta delBanco Central, y desde luego no se les permitía prestarlos. Ambas disposiciones teníancomo fundamento la idea de que el estado debía reservarse para sí mismo el monopoliode la emisión monetaria. Si bien los bancos no emiten directamente dinero, tienen uncierto control sobre la "creación secundaria" de dinero a través de su política de prés-

250

tamos. Suprimiendo esa actividad se conseguía un manejo más inmediato de la canti-dad de dinero. Pero seguramente haya tenido más peso en esa decisión el reconoci-miento de que la política monetaria podía servir para alcanzar y mantener el pleno empleo.De hecho, el tradicional objetivo del Banco Central, consistente en "ajustar los agregadosmonetarios al volumen de los negocios", fue reemplazado por los más ambiciosos de:

promover, orientar y realizar la política económica adecuada para mantener unalto grado de actividad que procure el máximo empleo de los recursos huma-nos y materiales disponibles y la expansión ordenada de la economía, convista a que el crecimiento de la riqueza nacional permita elevar el nivel de vidade los habitantes de la Nación.44

Curiosamente, el sistema monetario inaugurado en 1946 tenía algunos resabios de loque habían sido las propuestas monetarias consideradas más ortodoxas. En círculosacadémicos, se identifica con el economista Henry Simons la idea de reemplazar elsistema habitual de reserva fraccionaria por uno de reservas 100%, en el que los bancosestán impedidos de prestar el dinero que reciben en forma de depósitos. El fin buscadoen ese caso es evitar el período de crisis bancaria al que está expuesto todo sistema deencajes fraccionarios. A pesar de las apariencias, sin embargo, el modelo monetarioelegido por el peronismo distaba mucho de tal propuesta. La diferencia estaba en ladiscrecional política crediticia y de redescuentos del Banco Central. A través de losbancos comerciales, el Banco Central desplegó la generosa política de créditos quepermitió a la industria financiera inversiones y, sobre todo, pagar salarios cada vez máselevados. Estos créditos eran en realidad un sustancial subsidio, ya que las tasas deinterés pagadas fueron menores, entre 1946 y 1948, que la tasa de inflación:

Un subsidio encubiertoTasa de interés nominal e inflación (% anual)

Tasa de interés nominal Tasa de inflación(promedio mayorista y minorista)

1946 5,5 20,41947 5,5 9,81948 6,5 15,61949 6,5 27,4

Fuente: Arnaudo (1987).

Una parte de los créditos volvía al sistema bancario en forma de depósito, que - medi-dos como porcentajes del producto bruto- aumentaron durante los primeros años delperonismo. Sin embargo, el aumento en los créditos fue siempre mayor al crecimiento delos depósitos, y eso no era ni más ni menos que una expansión del dinero circulante,siempre proclive a generar inflación. Pero la teoría cuantitativa, según la cual los au-mentos en la cantidad de dinero llevan a la larga a aumentos en los precios, no contaba

44.BCRA (1946), 10.

251

con la adhesión de las autoridades económicas argentinas. Predominaba, en cambio,una suerte de "teoría cualitativa del dinero" según la cual las expansiones monetariasbien dirigidas generaban aumentos en el nivel de actividad económica más que en losprecios. Alfredo Gómez Morales, quien a partir de 1949 sería el conductor de la políticaeconómica, sostenía que a través de las políticas crediticias del Banco Central y delBanco Industrial se estaba manifestando una nueva concepción del dinero. Antes delperonismo, decía Gómez Morales, el dinero era considerado como un producto cual-quiera, que se vendía al mejor postor, ya que los bancos intentaban sacar el mayorinterés posible de sus préstamos; a partir de la nacionalización del sistema bancario, eldinero había pasado a ser un bien público que se concedía de acuerdo con las necesi-dades de la sociedad en general. Esa filosofía fue el fundamento de la rápida expansiónmonetaria. Antonio Cafiero la exponía a su modo:

... el Banco Central [...] estaba en condiciones de dotar de elástica fluidez a losmedios de pago en circulación y a secundar de una manera harta efectiva losplanes de desarrollo. Esta emisión cuantitativa y cualitativa de moneda bancaria seconvirtió así en un poderoso instrumento de regulación monetaria.45

A la expansión crediticia provocada por la ayuda a la industria siguió la que recibía elestado nacional para cubrir su creciente déficit presupuestario. Se iniciaba así una prác-tica que sobrevivirá durante años, y que ligaba íntimamente a la inflación con el déficitfiscal. Durante los primeros años del peronismo, ese financiamiento no fue tan grande,porque el gobierno tuvo otras maneras de cubrir sus gastos. Hubo en esos primerostiempos dos fuentes extraordinarias de recursos: las ganancias del IAPI y el superávit delrecién nacido sistema de seguridad social. Ambas eran transitorias. En cuanto los pre-cios internacionales de los productos agrarios bajaran a un nivel "normal", y a medidaque comenzaran a jubilarse trabajadores afiliados a las nuevas caja de previsión, esasfuentes se agotarían, lo que acabaría por avivar la inflación.

¿Cómo reaccionó la sociedad a las inéditas condiciones inflacionarias? Lo esperable,de acuerdo tanto a las teorías económicas como a la experiencia de los países de altainflación, habría sido un creciente rechazo del público por el dinero. Cuanto más alto esla inflación, más poder de compra está perdiendo quien mantiene billetes en su bolsillo ymás rápido se va a desprender de ellos. Algo sorprendentemente, durante el primer trie-nio peronista ocurrió al revés. La cantidad de dinero circulante medida en términos realesaumentó en lugar de disminuir. Estaba operando lo que los economistas llaman "ilusiónmonetaria": la gente no sentía la necesidad de desprenderse de las crecientes cantida-des de dinero que recibía porque no sentía que ese dinero estuviera perdiendo valor.¿Cómo iba a pensar tal cosa, si la única manera que concebía de medir el valor deldinero era la cantidad de pesos moneda nacional impresa en el billete? Todavía faltabaalgún tiempo para que los argentinos se acostumbrasen a distinguir entre cantidadesnominales y cantidades reales, y a usar monedas como unidades de referencia.

Inflación incipiente, signos de debilidad externa: aunque todavía no fuera obvio, allíestaban los síntomas de que el impulso expansivo y distribucionista se había llevado a

45.Cafiero (1961), 255.

252

un extremo peligroso. La bonanza de los término de intercambio, la abundancia derecursos fiscales provenientes de la seguridad social, de la propia expansión económi-ca y de la apropiación pública de la prosperidad exportadora, el incremento de lossalarios en proporción mayor al de la productividad, la capacidad para expandir elcrédito sin provocar inflación; nada de ello duraría para siempre. Sí tendrían más vidalos instrumentos de política económica que aceitaron la combinación feliz de los prime-ros años del peronismo, como la intervención pública en el comercio exterior, la protec-ción arancelaria y cambiaria, los estímulos monetarios y crediticios, las políticas deingreso. Perón los había usado en favor de la estrategia audaz y hasta inconsistentecon la que amalgamó su base política, aprovechando para ello las instituciones quecon objetivos más moderados habían legado los gobiernos de los años 30: el BancoCentral, los controles de cambio, los organismos reguladores del comercio de agroex-portación. Poco a poco, el propio gobierno peronista iría ensayando respuestas a lasfragilidades e interrogantes que asomaban en el horizonte. Pero esas reacciones debe-rían transitar por un equilibrio nada fácil, siendo que ya no podía desandarse -salvo conun alto consto político- el comino hacia la equidad emprendido en los dulces tiempos deMiranda.

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14. Del paraíso peronista a la crisis del desarrollo (1949-1958)

Capítulo V

El año 1948 había sido, probablemente, el mejor del gobierno peronista. La economíatodavía crecía con solidez, y el futuro era visto con optimismo, al menos por el propioPerón. En ocasión de una reunión con escritores, por ejemplo, el presidente les prometióun fuerte apoyo financiero, aparentemente compatible con unas cuentas fiscales ordena-das:

Pero eso digo que no tengo inconveniente en dedicar esos cuatrocientos millo-nes de superávit a las actividades culturales del país, si es necesario. Plata,sobra: lo que hay que hacer es cuidarla y administrarla bien.46

La plata sobraba, y dominaba la sensación de que lo económico había dejado de serun problema para la Argentina. Con este marco de abundancia, Perón se ocupaba detejer nuevas ambiciones. Una de ellas fue la realización de una reforma constitucionalque le permitiera ser reelecto en 1952. Aunque públicamente se pronunciara en contra dealterar la "sabia y prudente" disposición constitucional de no reelección, Perón sabía quela maquinaria política que había montado bastaría para modificar esa cláusula clave. Lareforma fue una nueva ocasión para que el peronismo mostrara su poder en las urnas.Desde un primer momento, la oposición criticó el procedimiento por el que se habíadecidido la necesidad de la reforma, tanto que algunos partidos (Socialista, DemócrataProgresista) decidieron no participar de la elección. Después de un debate interno, en elque ya se atisbaban signos de un enfrentamiento serio, la Unión Cívica Radical optó porpresentarse, lo mismo que el Partido Comunista. La victoria oficialista fue total: el PartidoPeronista cosechó 1.730.000 votos, contra 757.000 de la UCR y 85.000 del comunismo.Aun cuando la modificación más polémica fue la del artículo 77, que finalmente permitióla reelección, el artículo 40 fue el más significativo desde el punto de vista económico:entre otras cosas, consagraba la monopolización del comercio exterior por parte delestado, declaraba propiedad del estado a los servicios públicos y a las fuentes de ener-gía.

El retiro de los radicales de las sesiones de la Convención Constituyente, unos díasdespués de iniciada, fue una muestra del enrarecido clima político que imperaba en elpaís. La oposición estaba condenada a una asfixia que iba más allá de la innegabledebilidad electora. Más allá de ciertos elogios iniciales a los partidos opositores, Perón notoleraba cuestionamientos, y pronto dio a su discurso un tono más combativo. En 1946 yahablaba de repartir alambres de fardo para colgar a sus enemigos políticos. En el Con-greso, la mayoría peronista se hacía eco de la actitud presidencial acallando la vozminorista de la oposición, cuando no directamente expulsando de la Cámara a los diputa-dos más rebeldes. Los ataques a actos y locales de los partidos opositores, aparentemen-te llevados a cabo por las facciones peronistas de raíz nacionalista, contribuían adesalentar las actividades contra el gobierno. El encierro de la oposición se veía agra-vado por la política de comunicaciones del oficialismo. Muchos diarios fueron adquiri-

46.Nuestro siglo, VI, 207.

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dos por el gobierno, otros directamente clausurados y expropiados, notoriamente elconservador La Prensa. La radio, que por entonces conocía sus días de mayor popula-ridad, también pasó a difundir un monocorde tono oficial, luego de la estatización decasi todas las emisoras. La presión del gobierno sobre los políticos no adictos tambiénincluyó una purga en filas propias. Cipriano Reyes, autoconsagrado autor del 17 deoctubre, se opuso ala desaparición del Partido Laborista y a su reemplazo por unpartido más vertical, lo que le valió un atentado, torturas y una presión que sólo con-cluiría en 1955. Otros sindicalistas que se resistían al "nuevo unicato" de Perón, lomismo que gobernadores provinciales que mostraron independencia de criterio, corrie-ron una sueste apenas mejor.

No era fácil para los integrantes de los partidos opositores acordar una posición co-mún ante un gobierno que, en el mejor de los casos, los ignoraba. El Partido Radicalhabía conocido una situación similar en los años del régimen anterior a la ley SáenzPeña. Alguno (los radicales "unionistas") razonaban que era hora de levantar las mismasbanderas que en ese entonces: el abstencionismo y la revolución. Eran los mismos queen 1946 habían optado por aglutinar a todo el antiperonismo en la derrotada Unión Demo-crática. Los radicales "intransigentes", en tanto, preferían la lucha política normal, electo-ral y parlamentaria. La causa unionista consiguió un predominio transitorio con la intento-na militar de 1951. Con el apoyo tácito o explícito de varios políticos de la oposición, elgeneral retirado Benjamín Menéndez encabezó una desorganizada marcha desde Cam-po de Mayo, cuyo fracaso no requirió demasiado esfuerzo de parte del gobierno. Loscabecillas fueron enviados a Tierra del Fuego, y Perón aprovechó la oportunidad paraeliminar de las Fuerzas Armadas a los militares que no le eran leales. Este primer intentode golpe de estado resultó se una bendición para el gobierno, ya que le permitió a Perónseñalar enemigos peligrosos mientras desarrollaba la campaña que finalmente culminó ensu reelección. Los meses anteriores a los comicios de noviembre de 1951 habían pre-senciado también el recordado renunciamiento de Evita a la posibilidad de servicepresidenta, los primeros indicios de su enfermedad y la designación de Balbín, quienhabía estado preso, como líder de la fórmula radical.

La victoria peronista fue casi tan fácil como en las elecciones de constituyentes: 62,5%de los votos para Perón-Quijano contra 31,8% de Balbín-Frondizi, quienes corrieron conla importante desventaja de no poder acceder a los medios de comunicación. La valora-ción del electorado por los logros sociales se mostraba suficientemente intensa comopara restar importancia a los excesos políticos del presidente. A su vez, el respaldopopular podía ser leído por Perón como refrendando sus prácticas poco republicanas.Pero la minoría antiperonista no se acobardó ante la superioridad numérica de quienesapoyaban al gobierno. Al contrario, a partir de 1952 continuó, como pudo, en una oposi-ción cada vez más enconada, buscando la ocasión propicia para derribar a Perón. Esaactitud fue ganando nuevas adhesiones con el correr de los años, ya que, tras la muertede su mujer, el presidente perdió iniciativa, mientras alrededor del gobierno proliferabanlos escándalos y las sospechas de corrupción. Paradójicamente, la estrella de Peróncomenzó a declinar aproximadamente cuando la economía empezaba a encaminarsenuevamente en una senda de crecimiento. Acaso por última vez en mucho tiempo, unperíodo relativamente largo de estabilidad económica, entre 1952 y 1955, convivió contensiones políticas crecientes y de inciertas consecuencias. Es que por fin a partir de

255

1952 comenzó a sentirse la recuperación de una larga crisis económica cuyos prime-ros inicios habían aparecido en 1949.

15. Síntomas de crisis

Lo que ha quedado para la historia económica como la etapa "clásica" del peronismoabarcó un lapso de apenas tres años, entre 1946 y 1948, y entró en crisis ya en 1949. Laintensa expansión del producto y del gasto durante ese trienio había sido fomentadadesde el gobierno, aprovechando circunstancia excepcionales que no se prolongaríanpor mucho más. La particular situación mundial de la inmediata posguerra, caracterizadapor una demanda insatisfecha de alimentos, había colocado a los términos de intercam-bio externos de la Argentina en lo que sería el punto más alto del siglo. El estado habíapodido apropiarse de esa bonanza gracias a la nacionalización del comercio exterior, yhabía alimentado con gasto público la expansión económica. Al mismo tiempo, la naturalrestricción de importaciones fruto de la Segunda Guerra había sido prolongada y extendi-da, básicamente a través de una protección arancelaria y de una mayor rigidez en loscontroles cambiarios. Los límites a las importaciones y la expansión monetaria y crediticiaespecialmente dirigidas habían estimulado un veloz crecimiento de la industria, que ensus ramas livianas ya abastecía casi completamente el consumo nacional. El gasto inter-no había crecido no sólo por el impulso directo del estado sino también por el rápidoascenso de los salarios, que garantizaban el apoyo popular a las políticas de Perón.

En 1949, el debilitamiento del esquema distributivo de los primeros años del peronismoempezó a resquebrajarse por lo más frágil: la balanza comercial y la inflación. El supues-to de una nueva guerra mundial que sostuviera la demanda por los productos agropecuariosargentinos, con el que había especulado el equipo económico encabezado por MiguelMiranda, resultó ser nada más que una ilusión. Ya en 1949, los términos de intercambiodeclinantes que como una pausa en una tendencia de largo plazo hacia el alza. A ello sesumaron las consecuencias de una política exterior algo orgullosa, que impidió la partici-pación argentina en el Plan Mundial. Fue un hecho inesperado: en 1948, un informe de laCámara de Representantes de Estados Unidos de América aseguraba que:

Entre los veinte países latinoamericanos la Argentina mantiene una posiciónúnica como exportador de productos alimenticios. En los años de la preguerra(1936-1940) la Argentina ha provisto una parte principal de las exportacionesmundiales de productos alimenticios y materias primas [...] Una exitosa movili-zación de la producción argentina de alimentos y materias primas sería unagran contribución a la reconstrucción de Europa. Con cerca de 7 millones detoneladas de cereales disponibles para la exportación en la cosecha de 1947/48, con enorme existencias de grasas y aceites, carne, cueros, etc., la Argen-tina es un punto focal del problema de hacer participar la capacidad produc-tiva de Latinoamérica en la recuperación europea.47

47.Cafiero (1961), 298.

256

Pero Estados Unidos no quiso favorecer a una Argentina que no se había alineadocon los vencedores sino hasta el final de la Segunda Guerra Mundial y que se mostrabademasiado oportunista en sus negocios con las hambrientas naciones europeas. Endefinitiva, le cupo al país sólo un 3% de la participación latinoamericana en el esquemade reconstrucción europea. De cualquier manera, la causa determinante de la crisis delsector externo fue de origen interno. La campaña agropecuaria de 1949/50 estuvo signadapor una fuerte sequía que fue un anuncia de la que no mayor rigor azotaría el campoargentino en 1951/52. La pobreza de las cosechas de esos años puede constatarsecomparándolas con la de 1950/51:

Años desafortunadosSuperficie sembrada y cultivada y producción de cereales, lino y girasol

Campaña Área sembrada Área cosechada Producción (miles de hectáreas) (miles de hectáreas) (miles de toneladas)

1949-50 14.312,8 8.766,2 8.580,31950-51 16.110,2 11.317,0 12.021,71951-52 13.536,5 6.599,6 5.879,8

Fuente: Cafiero (1961)

La Argentina exportó en 1949 por un valor de 933 millones de dólares, contra 1600 delaño anterior. Esa drástica reducción en las divisas disponibles, combinada con el aumen-to de los precios de los artículos que el país obtenía del exterior, obligó a comprimir aúnmás las importaciones, ya bastantes restringidas. Pero el país estaba llegando a un puntoen que era imposible contraer las importaciones sin alterar la producción industrial local,que obtenía del exterior muchos de sus insumos: en 1948, las importaciones de bienes deconsumo eran apenas de 30% de las compras externas argentinas. El gobierno debió sermás selectivo en la asignación de divisas, y gradualmente fue reforzando el sistema depermisos de cambio que regulaba la obtención de bienes extranjeros. Además, algunasimportaciones pasaron a estar directamente prohibidas.

La industria, por lejos el sector más dinámico en los primeros años de la posguerra,sufrió con la intensificación de esos controles. Los empresarios industriales se quejabanpor las dificultades para importar maquinaria y materias primas, dificultades que tambiéneran reconocidas por el gobierno. El año 1949 fue uno de los únicos entre 1944 y 1958en el que la producción industrial fue menor a la del año anterior. Las importaciones parala industria caían al compás de los términos de intercambio, evidenciando la debilidad delos cimientos de la industrialización peronista. Ello era particularmente grave en tiemposen que la expansión crediticia, otro de los elementos clave de la política industrial delperonismo, empezaba a moderarse.

De hecho, el crédito total hacia la industria, medido en valores constantes, cayó en1949, algo que no se repetiría en los diez años siguientes. El aumento total en lacantidad de dinero fue un poco menor al del año anterior. En realidad, ya a fines de 1948se había llevado a cabo un intento por apaciguar la inflación, que incluyó ciertas res-

257

tricciones para la concesión de créditos y la elevación de la tasa de interés a la que elBanco Central prestaba dinero a los bancos privados (para que éstos a su vez dierancréditos, de acuerdo con las directivas del Banco Central). Esa corrección fue insufi-ciente para Perón, quien consideró que un cambio de hombres podía contribuir a supe-rar con éxito los problemas que se avecinaban. A principios de 1949 asumió un nuevoequipo económico, encabezado por Alfredo Gómez Morales.

El gobierno parecía por fin reaccionar ante las presiones inflacionarias, que de todosmodos llegarían al récord de 31% de aumento anual de precios al consumidor en 1949, elmayor desde la crisis de 1890. El aumento de la inflación fue acompañado por un ajusteen los tipos de cambio, de alrededor de 33% en promedio, que se sumó a la devaluaciónde la libra esterlina respecto del dólar. Las autoridades económicas no podían evitar quela insuficiencia de dólares se reflejara en su precio, salvo que quisieran llevar el sistemade permisos a extremos inmanejables.

Pero más allá del recambio en la conducción económica y de la tímida desaceleraciónde la creación de dinero, no hubo otros signos de una firme voluntad estabilizadora. Losnuevos conductores de la política económica aún no veían en la inflación un peligroincontrolable. En 1949 se derribó el último obstáculo para el desarrollo de una políticamonetaria absolutamente independiente, y eventualmente expansiva: se eliminó el últimovestigio de convertibilidad, al anularse una cláusula que obligaba al Banco Central arespaldar con reservas internacionales por lo menos un 25% de la base monetaria. Toda-vía se estaba lejos de un retorno, aunque más no fuera parcial, a cierta prudencia mone-taria que permitiera contener la inflación. En su Curso de política económica peronistadictado a principios de 1951. Gómez Morales se definía a favor de una suerte depragmatismo heterodoxo en cuestiones de moneda:

En materia financiera no se puede ser ortodoxo. La política económica es másbien un arte que contempla las condiciones particulares de cada momento y,sentadas las grandes líneas, la organización monetaria y financiera debe tenerla suficiente flexibilidad como para irse adaptando a las nuevas contingen-cias...48

Para algunos peronistas la inflación era un mal necesario, si es que realmente laconsideraban un mal. El aumento de los precios era visto como el único instrumentopoderoso de redistribución de ingresos que no chocaba con las normas constitucionalesni con la jurisprudencia (existía un antiguo fallo de la Corte Suprema que declarabaatentatorio contra la propiedad privada una tasa impositiva "excesiva"). Dependiendo lapolítica económica del peronismo, Arturo Jauretche señalaba:

No existe en cambio posibilidad alguna de declarar inconstitucional a un proce-so de inflación. Congeladas las rentas -caso de los arrendamientos urbanos yrurales- y los créditos, la inflación fue cercenando gran parte de los ingresosde los rentistas y acreedores, que se transfirió al sector de los trabajadoresa través de incrementos constantes de sueldos. De otro manera no hubiera

48.Gómez Morales (1951).

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sido posible llevar a cabo esa política social que permitió elevar el nivel devida de la población y dar al trabajador una mayor participación en la distri-bución de los ingresos totales de la Nación.49

El razonamiento de Jauretche era correcto, siempre y cuando los sueldos aumentasena un ritmo mayor que los precios. En 1949 todavía fue así, con lo cual los salarios realescontinuaron en la empinada trayectoria de crecimiento que se había iniciado tres añosatrás. En 1950 aún pudo alentarse alguna esperanza de mantener el rumbo sin correc-ciones sustanciales: el salario real aumentó levemente y los precios agropecuarios reci-bieron un inesperado impulso, asociado al conflicto de Corea. Así y todo, el gobiernoperonista tuvo que actuar contra lo que, se suponía, eran sus principios, al tomar unpréstamo exterior del Eximbank por 125 millones de dólares. También se incentivó, através de un mecanismo que involucraba a los permisos de cambio, el endeudamientoprivado con el exterior.

Pero en 1951 el panorama volvió a empeorar. La inflación superó a la tasa de aumentosalarial, por primera vez desde que Perón estaba en el poder, mientras una terrible se-quía reducía las cosechas de los principales cultivos a la mitad de lo que había sido elaño anterior. El modesto superávit comercial de 1950 se transformaba en un cuantiosodéficit en 1951. La reaparición de las huelgas, a partir de 1950, contribuyó a difundir lasensación de que una era de rápido progreso popular estaba concluyendo. La restriccióndel crédito estaba golpeando sobre algunos sectores industriales y hacía inevitable elconflicto entre trabajadores y empresarios, ambos ya acostumbrados a ver crecer simul-tánea y velozmente sus ingresos.

La erosión inflacionariaInflación y salario real en 1949-51

Inflación minorista Salario real (1945=100)

1949 31,0 162,21950 25,6 172,11951 36,7 145,0

Fuente: Gerchunoff (1989).

Entre 1950 y 1951 pararon los trabajadores de la industria azucarera y los empleadosgráficos, bancarios y marítimos. Pero el mayor conflicto fue el de los ferrocarriles, conuna huelga que duró nueve meses e incluyó entre sus avatares la vana y patética recorri-da de Eva Perón por las estaciones, arengando a los ferroviarios para que volvieran altrabajo. Por lo general, no el origen de estos conflictos ni sus resoluciones estabanexentas de motivaciones políticas, pero es indudable que el deterioro de la economíaestaba jugando un importante papel.

49.Jauretche (1955), 54.

259

16. La hora de la austeridad: El plan económico de 1952

Una serie de factores se conjugaron entonces para que a principios de 1952 el gobier-no lanzara un programa de austeridad que contrastaba, a todas luces, con las políticas delos primeros años. En primer lugar, Perón ya había conseguido su reelección, y teníasuficiente margen de maniobra como para tomar decisiones no del todo populares. Elequipo de Gómez Morales venía preparando algunas de las medidas desde tiempo atrás,pero a Perón no lo convencía la idea de un cambio drástico de política antes de serreelecto. Por otro lado, el estancamiento económico ya venía prolongándose por treslargo años, tanto como había durado la expansión inicial. Ya no se trataba de defectosque los críticos señalaban como gérmenes de problemas futuros: la crisis estaba ahí, erapalpable para todo el mundo, cualquier fuese la responsabilidad del gobierno. Además,los pronósticos para el año 1952 eran del todo desalentadores. Fueron, además, certe-ros: la desastrosa cosecha obligó a consumir un pan negro de calidad inferior, elaboradocon centeno y mijo, y a restringir nuevamente las importaciones, con el consabido efectosobre la producción industrial. La escasez de energía eléctrica obligó a reglamentar suconsumo, lo que también impactó sobre la industria. El invierno de 1952, enmarcado porel luto de los funerales de Evita, fue también amargo desde el punto de vista económico, yquedó grabado con tristeza en el recuerdo popular.

El plan de estabilización económico de 1952 (por entonces conocido simplementecomo "plan económico", como tantos otros que le seguirían) compartía el objetivo básicode todos sus sucesores: detener la inflación. Además, se intentaba resolver el problemadel déficit comercial externo, que ya se esta tornando crónico. En ambos sentidos apun-taba la idea fuerza del plan: la austeridad. El mensaje gubernamental era que habíallegado la hora de moderar el desenfrenado consumo de los primeros años, lo quedescomprimiría la situación del comercio exterior y ayudaría a calmar la inflación. Nadiedebía esquivar este necesario esfuerzo de frugalidad, ni el gobierno, ni los empresarios,ni los trabajadores. Perón lo ponía a su manera:

La economía justicialista establece que de la producción del país se satisfaceprimero la necesidad de sus habitantes y solamente se vende lo que sobra; loque sobra, nada más. Claro que aquí los muchachos, con esa teoría, cada díacomen más y consumen más y, como consecuencia, cada día sobra menos.Pero han estado sumergidos, pobrecitos, durante cincuenta años; por eso yolos he dejado que gastaran y que comieran y que derrocharan durante cincoaños todo lo que quisieran; se hicieron el guardarropa que no tenían, se com-praran las cositas que les gustaban, y se divirtieran también; que tomaran unabotella cuando tuvieran ganas [...] pero, indudablemente, ahora empezamos areordenar para no derrochar más...50

O también

Algunos días, cuando me traslado a mi oficina a las seis de la mañana suelodetenerme en alguna casa para revisar los residuos que allí se arrojan al cajón

50.Citado en Mallon y Sourrouille (1973), 23.

260

de la basura. Es común encontrar en ellos grandes trozos de carne y variospanes... ¡Con lo que se arroja diariamente a la basura podría alimentarseBuenos Aires!51

La idea era así de simple. Había que gastar menos. El plan no se limitó desde luego, aestos llamados voluntaristas a la austeridad popular. El estado moderó la dispendiosapolítica de los años iniciales. La inversión pública se redujo bastante a partir de 1952.Medido en precios constantes, el gasto del gobierno bajó entre 1950 y 1953 un 23%, y eldéficit fiscal disminuyó considerablemente. Subsistieron como fuente de problemas pre-supuestarios los desequilibrios financieros de las empresas recientemente estatizados,ya que se intentó retrasar las tarifas para evitar un impacto inflacionario. Los fondos de laseguridad social, mientras tanto, siguieron solventando los déficit fiscales, ya que losingresos por aportes previsionales continuaron superando a los pagos por ese conceptohasta más allá de la caída del peronismo.

La retracción fiscal se combinó con una política monetaria mucho más restrictiva quehasta entonces. La tasa de crecimiento de la cantidad de dinero descendió abruptamentea partir de 1952. Sorprendentemente, la inflación había pasado a ser una preocupacióngubernamental de primer orden. En la publicación oficialista Hechos o Ideas, por ejem-plo, un defensor del plan de estabilización peronista advertía que "la inflación empobrecea los que viven de un ingreso fijo (sueldo y salarios)". Con argumentos similares a aque-llos con los que antes se defendía la inflación, ahora se exponían las ventajas de laestabilidad de precios.

Los instrumentos monetarios no fueron los únicos con que se intentó combatir la infla-ción. Hubo medidas más directas, como el retraso deliberado de la tarifa públicas y elaumento de los subsidios a los bienes básicos, de tal magnitud que tuvieron un costofiscal de un 20 o un 30% del gasto público total entre 1952 y 1955. El decidido combatecontra "el agio y la especulación" incluyo frecuentes clausuras de los comercios. Lapolítica anti-inflacionaria fue acompañada, asimismo, por un concertado y prudente ma-nejo de los salarios. Se creó una Comisión Nacional de Precios y Salarios y se instauróun sistema de negociaciones salariales bianuales. Con esta batería de disposiciones sepretendía establecer una política de ingreso más duradera, que reemplazara a la carreraentre precios y salarios de los años anteriores.

Hubo, por otra parte, algunas medidas que apuntaron al aumento de las exportaciones.La faena de animales se restringió de manera de reducir la inestabilidad de la exportaciónvacuna, y se asignaban a las cámaras frigoríficas, para la exportación, las matanzas deun día de la semana. Con el mismo objetivo, se prohibió el consumo de carne vacuna losdías viernes. Después de años de ser perjudicados por la política del IAPI, los producto-res agropecuarios comenzaron a recibir precios más favorables, superiores incluso a losvigentes en el exterior. Se intentó además fomentar la exportación de otros artículos através de modificaciones en el sistema cambiario. También cambió la actitud hacia elcapital extranjero, lo que se manifestaría con claridad un par de años más tarde.

51.Nuestro siglo, VII, 41.

261

Con el plan de 1952, el gobierno desmontó el esquema que había estado vigente apartir de 1946 y había tenido un impresionante éxito inicial. Cada uno de los elementosque constituían ese sistema fue eliminado o atenuado a partir de la segunda presidenciade Perón: la expansiva política salarial de 1946-50 dejó paso a un sistema de negociacio-nes bianuales que empezó con una drástica caída de los salarios reales; la liberal políticade crédito para la industria fue moderada en nombre de la estabilidad monetaria; y elvirtual impuesto a las exportaciones agropecuarias que estaba implícito en la política delIAPI hasta 1948 no sólo desapareció, sino que fue reemplazado por una deliberadapolítica de aliento al sector rural. Estos cambios fueron dictados por las circunstancias.La alta inflación y el deterioro de los términos de intercambio hacían inviable el viejoesquema.

A juzgar por el movimiento de las principales variables desde 1952, el plan debe consi-derarse exitoso. Por las buenas o por las malas, la inflación bajó hasta tocar un mínimo de3,1% en 1954. La estabilización resultó ser menos dolorosa de lo esperado, rasgo quesería compartido por muchas de las estabilizaciones posteriores. Después de descenderen 1951 y 1952, los salarios reales comenzaron una firme recuperación.

Recuperando lo perdidoInflación y salarios reales, 1950-55

180 40170 35160 30150 25140 20130 15120 10110 5100 0

1950 1951 1952 1953 1954 1955

Salario real (1945=100), escala izquierdaInflación minorista, escala derecha

Fuente: Gerchunoff (1989)

La caída de la inflación restableció la confianza en el peso. Entre 1952 y 1955 aumen-tó la proporción de riqueza privada atesorada en moneda nacional, que había disminuidoen los años anteriores. También se recuperó la producción interna: a la reducción de algomás de 2% entre 1948 y 1952, siguieron tres años de sólida recuperación: 17% acumu-lado entre 1952 y 1955. También el problema externo fue corregido, al menostemporariamente. Después de las severas sangrías de 1951 y 1952, la balanza comer-cial pasó a ser superavitaria en 1953 y 1954, para luego volver a un déficit en 1955.

262

Cambios de signoExportaciones, importaciones y balanza comercial en 1951-55

Exportaciones Importaciones Balanza(millones de U$S) (millones de U$S) comercial

1951 1.387,9 1.698,7 -310,81952 716,8 1.208,3 -491,51953 1.125,2 795,2 3301954 1.026,6 979,0 47,61955 928,6 1.172,6 -244

Fuente: apéndice estadístico.

La extraordinaria cosecha de 1952/53 fue decisiva para este alivio. Pero el firme alien-to del gobierno a las exportaciones también tuvo algo que ver su recuperación. La épocaen que el IAPI era el gran enemigo de los productores agropecuarios ya estaba definitiva-mente terminada. Como había sucedido hasta la década del 30, el sector rural pasó acontar nuevamente con el favor oficial.

17. Una vuelta al campo

Muchos se ha discutido sobre la naturaleza y los efectos de la intervención del IAPI enla comercialización de los productos del campo argentino. Se ha argumentado que ladecadencia de ciertos cultivos en la Argentina en los últimos años de la década del 40 sedebió a la política gubernamental de adquirir la cosecha a precios bajos al productor localpara venderlo caro al comprador internacional. La evidencia más frecuentemente citadaen defensa de esa tesis es la reducción en el área sembrada con maíz (cayó 16% entre1945/46 y 1947/48), trigo (disminuyó 6%) y lino (descendió 15%). Esas estadísticasignoran una tendencia creciente de diversificación agrícola: el girasol, el maní y la ceba-da compensaron en parte la retracción de los cultivos tradicionales. Además, continuó elproceso de sustitución por el cual la ganadería ocupó tierras antes dedicadas a la explo-tación agrícola. Eso no fue sólo la respuesta a una tendencia de largo plazo. También sevio estimulado por la política del IAPI, que fue menos favorables al producto vegetal que alproducto animal del campo argentino. Así, es cierto que la producción agropecuariaglobal cayó entre 1947 y 1950, en alrededor de un 6%. La cifra no es tan dramática comola que surge e considerar únicamente a los cultivos tradicionales, y pone en duda la ideade que la política del IAPI (acompañada por la ley de arrendamientos y el estatuto depeón, que perjudicaban a los propietarios) provocó una grave crisis en el campo.

Más allá de la discusión acerca de los efectos de la intervención inicial del IAPI, lo queestá fuera de duda es el nítido cambio de signo de la política de compras de cosechas apartir de fines de la década del 40. Una comparación entre el precio local y el preciointernacional de trigo muestra en claro punto de ruptura hacia esa época.

263

Un nuevo trato para el campoPrecio internacional y precio local del trigo

80

60

40

20

0

-20

-40Diferencia Precio Internacional Precio local

No hay datos para 1953. Fuente: Elizagaray (1985)

El equipo económico reconocía tanto el trato inicial desfavorable al agro como la nuevatendencia de la política hacia el sector rural, que se consolidó con el cambio de década.Según Gómez Morales:

si bien en los dos primeros años se concentraron los esfuerzos y los mediospara estimular el progreso industrial, fue porque hasta entonces nada se habíahecho a su respecto, pero alcanzadas las metas fijadas, esa misma energía sevuelca ahora al estímulo y protección del agricultor y del ganadero [para así]restablecer el transitorio desequilibrio que intencionalmente habíamos provo-cado con anterioridad entre la industria y el agro.52

A diferencia de lo que ocurriría con planes de estabilización posteriores, la política deestímulo a las exportaciones agropecuarias descansó solamente en los subsidios delIAPI, y no en una devaluación. El tipo de cambio se mantuvo a niveles consideradosfrancamente bajos, lo que sólo se corregiría tras la caída de Perón. De esta manera selograban "precios remunerativos" para el campo sin que los precios internos aumentarantanto como lo hubieran hecho con una devaluación, que también encarece las importa-ciones. Además de retribuir a los productores rurales con precios superiores a los inter-nacionales, el gobierno pasó a tener en cuenta al sector agropecuario en la asignaciónde créditos.

Las opiniones de la Sociedad Rural reflejaron el cambio de humor de la gente delcampo a partir de los años 50. Al principio llovieron las quejas por la política del IAPI, laley de arrendamientos y la expropiación de algunas tierras. Se leía en la Memoria Anualde 1947 de la Sociedad Rural:

1948

1949

1950

1951

1952

1954

1955

1947

52.Gómez Morales (1951).

264

El sorprendente desarrollo de nuestros grandes centros urbanos y el esplen-dor y opulencia de la gran metrópoli así como el progreso y el confort ciuda-dano no son más que el resultado de la enorme riqueza producida en nues-tros campos y que ha sido absorbida por la ciudad, no habiendo recibido, enconcepto de compensación, sino una mínima parte de lo entregado.53

Uno de los pasos fundamentales del gobierno para revertir la oposición rural fue lafirma de sucesivos protocolos con Inglaterra, que establecían las condiciones decomercialización para las carnes argentinas. El problema con Inglaterra había surgidodespués de la devaluación de la libra en septiembre de 1949. El IAPI había reaccionadoa esa medida con un aumento proporcional del precio en dólares de la carne, una res-puesta razonable. Pero los ingleses se negaron a comerciar en esos términos, con lo quese suspendieron los embarques hasta junio de 1950. El acuerdo Paz-Edwards en 1951suprimió los detalles innecesarios de arreglos anteriores y llegó a una solución de com-promiso en la fijación de precios, tanto de los productos argentinos como del carbón y elpetróleo provistos por Inglaterra. A pesar de ello, el comercio angloargentino siguió acu-mulando problemas, y las partes tuvieron que sentarse a la mesa de negociaciones otravez, a fines de 1952. Esta sucesión de conflictos fue una muestra más de que los días dela "especial relación" entre la Argentina y el Reino Unido eran ya cosa del pasado. Elesfuerzo oficial por mantener vivo el mercado inglés, combinado con el aumento de losprecios a los que el IAPI hacía sus compras, fue cálidamente acogido por los sectoresrurales. Luego del protocolo de 1951, la Sociedad Rural hacía público su agradecimiento:

Tributamos, entonces, a los dignos representantes de esos valores que actua-ron inspirados por el Excmo. Señor Presidente de la Nación General Juan D.Perón, el Señor Ministro de Economía de la Nación, Dr. Roberto Ares, presi-dente de la Comisión Negociadora, como así también a todos sus integrantes,nuestro sincero voto de aplauso.54

El nuevo trato del gobierno de Perón al sector rural no se agotó en las políticas decrédito y subsidio, aunque éstas fueron las más importantes. Hubo intentos más o menosexitosos por aumentar la productividad y bajar los costos de las producción agropecuariaargentina. Se organizó un plan de inversiones del estado para fomentar la investigación,difundir innovaciones en los modos de producción y mejorar la sanidad animal y vegetal,entre otras cosas. Fueron ampliadas también las instalaciones para almacenamiento delas cosechas, y se incentivó la mecanización agraria. La importación de tractores fuecasi el doble en el quinquenio 1950-1954 que en el anterior.

El drástico replanteo de la política para el agro puede ser visto como un reconocimien-to de los límites que tenía la pretendida transformación de la economía, de un paíspredominantemente agrario a una nación industrial moderna. La industrialización, todavíaconsiderada una panacea, empezaba a mostrarse problemática.

53.Citado en Villarruel (1988), 427.54.Citado en Villarruel (1988), 428.

265

18. Dilemas de una industrialización acelerada

El aumento de la producción industrial nacional era un objetivo declarado de las políti-cas públicas por lo menos a partir del gobierno militar que surgió de la revolución de1943. Durante el peronismo, el impulso industrialista se intensificó, a través de políticasque buscaban completar el proceso de sustitución de importaciones por producción na-cional. Los dos instrumentos clave de esa orientación fueron la política crediticia y la deprotección a través de mecanismo cambiarios y comerciales. El Banco Industrial, creadoen 1944, y el Banco Central, nacionalizado en 1946, fueron los encargados de llevaradelante un programa de créditos marcadamente expansivo. En primer lugar, los créditosconcedidos a las empresas industriales no imponían condiciones en cuanto al uso quepodía hacerse de ellos. Además, las tasas de interés reales pagadas por los prestatariosresultaron negativas hasta principios de los años 50. Aun luego de una mayor moderaciónen los años de crisis 1949-52, y de la creciente preocupación por la estabilidad deprecios a partir del plan de 1952, la proporción de créditos expresada como porcentajedel PBI creció de 2,8% en 1946 a 6,7% en 1955. En cuanto a la protección respecto a lacompetencia externa, las dificultades que el importador encontraba para obtener divisasse acentuaron en 1948/49, cuando se limitó aún más la concesión de permisos previospara importar.

No puede resultar demasiado sorprendente que, bajo esas inusuales condiciones deprotección, el grado de sustitución de importaciones industriales que la Argentina alcanzóhacia 1950 se contara entre los mayores del mundo semi-industrializado, exceptuando alos países socialistas. Mientras que en 1929 se importaba el 45% de la manufacturasconsumidas o invertidas en el país, veinte años después la proporción era tan sólo 15%.Por esa vía, los años del peronismo fueron años de vigoroso crecimiento industrial, queninguna de las dispares series estadísticas llega a poner en duda.

La industria baja el peronismoProducción industrial (1943=100)

1946 1947 1948 1949 1950 1951 1952 1953 1954 1955

134,7 156,0 158,5 157,3 166,5 183,6 162,2 190,0 207,1 232,9

Fuente: Schwartz (1967).

Lo que si es más difícil de establecer con las estadística disponibles es la performanceargentina comparada con la de otros países. Del período 1945-1958, que abarca apenastres años más que el peronismo, se ha escrito que la performance industrial argentina fuepeor que la de Brasil, pero que "se compara favorablemente" con Chile y México. Detodos modos, una evaluación de la industrialización peronista no puede limitarse a con-signar la tasa de crecimiento agregada de la industria. También es importante tener en cuentalos costos del tipo de industrialización que se generó, y determinar si era viable en el largoplazo. Una vez considerados esos otros aspectos, el desarrollo de la industria durante la épocade Perón sólo puede calificarse, en el mejor de los casos, como un éxito parcial.

266

Los analistas de la política industrial peronista la han criticado por excesivamenteindiscriminada. En efecto, las autoridades bancarias encargadas de la distribución decréditos pocas veces indicaban los criterios con que decidían esa asignación. Si es quede la política crediticia se puede discernir alguna estrategia consistente, ésta no parecehaber sido otra que el desarrollo simultáneo de todas las ramas de la industria. Eseespíritu ya venía manifestándose desde los tiempos de la fundación del Banco Industrial.Según las expresiones oficiales, el Banco Industrial vendría a complementar la tarea delos bancos comerciales, que tenían "un incentivo para preferir concesiones de créditos alas ramas industriales más lucrativas, dejando de lado a otras con menores beneficiosque sin embargo son igualmente indispensables para la economía nacional". Nunca fuedemasiado claro cuáles eran esas industrias. En los episodios de restricción crediticiaque cada tanto se dieron a partir de 1948, sólo se aconsejaba contraer los créditos a lasindustrias productoras de bienes "no esenciales", un criterio no menos difuso. Se haestimado que de las noventa y una industrias favorecidas por la protección, la Argentinasólo tenía ventajas comparativas en aproximadamente la mitad.

Entre los economistas ha habido debate acerca de las ventajas y desventajas de undesarrollo industrial diversificado. Por lo pronto, es obvio que quienes más confianza hantenido en la idea de las ventajas comparativas se han pronunciado por una industrializa-ción limitada a algún sector capaz de competir internacionalmente luego de una protec-ción temporaria, si es que no han rechazado cualquier tipo de intervención pro industrial.Pero aun entre los más entusiastas de la industrialización, alguno también ha considera-do que la protección a ciertos sectores líderes es suficiente parque empuja al desarrollo aotras ramas a través de "eslabonamientos", que pueden ser "hacia adelante" (cuando laindustria favorecida provee insumos a otras actividades) o "hacia atrás" (cuando deman-da insumos cuya protección queda así incentivada). Para otros, en cambio, esta estrate-gia puede ser peligrosa porque si fallan los eslabonamientos no sólo no se difunde elcrecimiento, sino que se complica la expansión de la propia industria favorecida, ya quese enfrenta con dificultades tanto en el mercado para sus productos como en el de susinsumos.

Es ilusorio pensar que estos argumentos, ni siquiera en una versión menos refinada,inspiraron las políticas del peronismo, entre otras cosas porque en los años 50 esasdiscusiones recién se estaban popularizando entre los economistas. Los hombres prácti-cos, según dictaminó Keynes, son a menudo esclavos de algún economista o un filósofopolítico, pero de uno difunto. De todos modos, es más apropiado asociar la política delperonismo a la estrategia "diversificada" que a la versión "concentrada" de la industriali-zación, aunque fuera una estrategia del todo involuntaria. Si bien la tasa de crecimientode las distintas ramas industriales fue despareja, ello no fue el resultado de las políticas,que intentaron favorecer al sector industrial en conjunto.

La política industrial diversificada que en los hechos eligió el peronismo era particular-mente problemática en un país con una población relativamente escasa, como era laArgentina. Muchas de las industrias que nacieron al amparo de las políticas proteccionis-tas de los años 40 y 50 no alcanzaban una cierta escala mínima a partir de la cualpudieran trabajar con un aceptable grado de eficiencia, defecto que se habría atenuadocon una industrialización más selectiva. El resultado fue una producción manufacturera

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de alto costo y con pocas posibilidades de exportación. Un cuidadoso estudio compa-rativo entre las industrias metalúrgica argentina y norteamericana ha estimado diferen-cias de costos de hasta 300% en 1955. Visto de otra manera, sólo con una devaluación deesa magnitud (una devaluación que no impactara sobre los costos industriales, imposiblesde lograr) se habría podido competir en pie de igualdad con la producción estadounidense.

El proceso de expansión manufacturera también estuvo complicado por un mercadode trabajo distinto del de otro países que encararon la industrialización en la posguerra.Un supuesto tradicional en la teoría del desarrollo es que la expansión inicial de la indus-tria puede contar con una gran disponibilidad de trabajadores con salarios bajos, hastaentonces dedicados a actividades rurales de baja productividad. En la Argentina las co-sas eran distintas. La ganadería y la agricultura eran esencialmente modernas desde loscomienzos de la industrialización, y por lo tanto tenían productividad y salarios compara-tivamente altos. Era inevitable que la expansión de la demanda por trabajadores se refleja-ra pronto en aumentos salariales, ya que no había en el campo un numeroso "ejército dereserva" capaz de proveer indefinidamente las necesidades de mano de obra de la indus-tria. Desde el punto de vista de los empresarios industriales, esta mejora en los salarios,sumada a otros costos laborales derivados del Estado de Bienestar peronista, pronto setransformó en una preocupación. Más allá de la marchas y contramarcha que se sucede-rían en el futuro, el relativamente alto nivel salarial seguiría siendo una característica delmercado de trabajo argentino, mientras que el empleo industrial avanzaría menos que enotros países. De hecho, a partir de los años 50 casi toda la expansión de la producciónindustrial surgiría de aumentos en el capital instalado y de mejoras tecnológicas, con untenue crecimiento de la ocupación. Esta tendencia se vería favorecida por el patrónsectorial de la expansión industrial, concentrado en ramas de mayor complejidad tecnoló-gica menos intensivas en trabajo.

Aun cuando de ninguna actividad manufacturera puede decirse que estuvieradesprotegida bajo la política industrial del peronismo, para el final del período no todoshabían sustituido las importaciones con la misma intensidad. Considerando una clasifica-ción bastante agregada, está claro que la demanda de bienes de capital, y en menormedida también los bienes intermedios, seguían abasteciéndose con importaciones enuna proporción no desdeñable.

Una situación incompletaImportaciones de bienes de consumo, intermedios y de capital

Período

1925-291935-391945-491950-54

Importacio-nes como %&

del PBI

24,814,89,87,3

Importaciones debienes de

consumo como% del

consumo total

13,36,83,21,2

Importaciones debienes intermedios

como % de la deman-da de bienes manu-

facturados

21,017,413,414,1

Importaciones demaquinaria y equipocomo % de la inver-sión en maquinaria y

equipos

35,326,419,720,1

Fuente: Mallon y Sorrouille (1973)

268

La idea de que durante el peronismo hubo un industrialización basada exclusivamen-te en "estufas y lavarropas" mientras se descuidaba la fabricación local de maquinariay equipos no tiene apoyo en estas cifras: la producción de éstos aumentos 102% entre1946 y 1955, contra un promedio general de la industria de 73%. La mayor participaciónde las importaciones en esa rama no se debía a un crecimiento más lento, sino a unmenor nivel inicial. Pero esa tendencia no alcanzaba para impedir que el peso de esasimportaciones fuera un rubro persistentemente negativo en la balanza de pagos, algo queatentaba contra la viabilidad global del esquema industrializador.

19. ¿Un defecto estructural?

Después de dos años de un superávit comercial provocado por el plan de estabiliza-ción y por la gran cosecha de 1952-53, en 1955 reapareció el déficit comercial, ya quelas importaciones comenzaron a recuperarse de su deprimido nivel de 1953 y 1954.Como en 1946-48, el crecimiento del producto volvía a traducirse en aumentos de lademanda por importaciones y consecuentes temores por la balanza de pagos (hastamediados de los años 50, la balanza de pagos seguía los pasos de la balanza de comer-cio, ya que los movimientos de capitales eran poco importantes, y la deuda externa habíasido cancelada). El problema no era que los mayores ingresos estimularan directamentela importación de bienes de consumo. El mecanismo era más indirecto: la recuperaciónde la demanda por productos industriales locales se traducía en mayores necesidades deinsumos, de los cuales una buena parte era importada. De los 1170 millones de dólaresque se pagaron por importaciones en 1955, casi 800 millones se usaron para comprar bienesde capital, metales no ferrosos, productos de siderurgia, productos químicos y petróleo.

La situación estaba agravada por el comportamiento de las exportaciones. La voluntadoficial por mejorar la productividad agropecuaria y el restablecimiento de precios acepta-bles para el agro no estaba logrando el objetivo de aumentar el valor de las ventas alexterior. En 1955, la Argentina estaba exportando por un monto en dólares menor al de1920. Pero, teniendo en cuenta que un dólar era en 1920 mucho más valioso que en1955, la comparación es todavía peor: en moneda constante, la Argentina exportó en elprimer lustro de los años 50 apenas la mitad de lo que había exportado en 1920/24. Partede esta debilidad exportadora se debía a las políticas internas -en un principio, perjudi-ciales a las producción primaria- pero también influían las condiciones internacionales,mucho más adversas al comercio. Además de bajos, los valores exportadores eran voláti-les e imprevisibles, determinados por precios mundiales y factores climáticos incontrola-bles, En este aspecto, la Argentina compartía las vicisitades de otras economías "media-nas". Australia, por ejemplo, pasó por una sucesión de equilibrios endebles y desequili-brios en la balanza de pagos durante los años 50. El alto porcentaje de las ventas alexterior representado por productos rurales (como la lana), cuya producción se creíadifícil de aumentar, generaba dudas sobre las perspectivas futuras de las exportacio-nes. Provocaba, además, problemas de pagos cada vez que los precios de esos pro-ductos caían. Los controles cuantitativos a las importaciones y las barreras arancela-rias se fueron extendiendo durante las sucesivas crisis en la balanza de pagos austra-liana. Brasil, por su parte, también sufrió frecuentes tensiones en su balanza de pagos

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durante los años 50 (en parte relacionadas con las avatares de la exportación de café).La conducción económica reaccionó a esas instancias de crisis con diversas combina-ciones de controles cambiarios, licencias a las importaciones y préstamos exteriores.

Las respuestas peronistas a los problemas de pagos externos estaban a tono con lapráctica internacional. El control de cambios, nacido en la peor época de la Depresión,se reforzaba o se relajaba según la gravedad de la coyuntura. En línea con lo que veníasiendo la regulación cambiaria desde la crisis, convivían varios tipos de cambio, cadauno aplicado a un conjunto distinto de productos. El precio al que se vendían divisas a losimportadores (tipo de cambio "vendedor") tenía especial consideración con las materiasprimas esenciales y los combustibles, ya que de éstos de pendía el funcionamiento delaparato industrial. La concesión de permisos también era favorable a estas importacio-nes. Decía la CGE:

En 1950 y 1951, el 57,5% y 62,0% respectivamente, de los permisos previosde cambio acordados lo fueron para materia prima y productos semielaboradospar la industria. Cuando en 1952, por las razones ya señaladas, fue necesariorestringir el otorgamiento de divisas, la proporción de permisos acordadospara materias prima descendió en beneficio del abastecimiento de combusti-bles, que no pudo ser comprimido en la misma proporción.55

Los controles cambiarios, o los préstamos exteriores -como el de Eximbank norteame-ricano en 1950- eran sólo una solución temporaria al problema externo argentino, peroestaban lejos de eliminar sus causas más profundas. Para superar de manera permanen-te ese defecto tenía que llevarse adelante una combinación de dos políticas: incentivar lasexportaciones y alentar la producción local de maquinarias e insumos industriales, sobretodo de combustible. En relación a los primero, hubo en efecto un golpe de timón, a travésde la nueva política de IAPI y los intentos de mecanización agraria. Pero los resultadospodrían verse, en el mejor de los casos, en un plazo largo. La producción nacional deaquellos renglones que más pesaban en la balanza de pagos, por su parte, no era undesafío menos complicado. Al listar las industrias que más debían ser incentivadas, laCGE ubicaba en primer lugar a los:

sectores industriales productores de artículos que reemplazan materiales esen-ciales de importación. Hay ciertas importaciones que por su esencialidad sonimperiosas y pesan constantemente sobre la balanza comercial. Si mediante elaprovechamiento de materia prima nacional o bien el empleo de un sustitutoobtenible en el país se alivia esa carga permanente, no debe llamar la atenciónel hecho de que se dé a la rama de la actividad que lo pueda producir, priori-dad para su desarrollo.56

Pero producir localmente acero y más petróleo, por ejemplo, demandaría grandesinversiones iniciales, y una cuantiosa importación de bienes de capital. La presión sobre labalanza de pagos sería mayor, no menor, hasta que esas inversiones rindieran sus frutos.

55.CGE (1955), 134.56.CGE (1955), 75.

270

La escasez de divisas para importar hizo que muchos se lamentaran por el uso quese había hecho de las reservas acumuladas durante la guerra. Según esta visión, losdos o tres años posteriores a la guerra fueron una época de "oportunidades perdidas",ya que podría haberse encarado con decisión la capitalización del país en ciertasindustrias básicas, lo que habría permitido la provisión local de bienes de capital einsumos que de otro modo debían importarse. En lugar de ello, la mayoría de lasreservas había sido usada para las nacionalizaciones de activos extranjeros, básica-mente a través de la cancelación de deudas y de la estatización de servicios públicos.Lo que esta crítica olvida es que buena parte de esas reservas eran divisas inconver-tibles, incapaces de ser usadas para compras que necesariamente debían provenir delos Estado Unidos. Por otro lado, no era fácil imaginar en 1945 los problemas que semanifestarían con claridad recién ocho o diez años después. Cuando este defecto sehizo patente, el peronismo esbozó algunas respuestas, aunque siempre vacilante ypoco efectivas.

20. Un intento de corrección: El segundo Plan Quinquenal

Un candidato obvio para liderar la "profundización" o "integración" de la industrializa-ción argentina era, desde luego, el mismo estado. Así lo creyeron los conductores de lapolítica económica, y así fue reconocido en el Segundo Plan Quinquenal. Aplicado apartir de 1953 (en un principio iba a ejecutarse desde 1952, pero el plan de austeridadobligó a retrasarlo), era éste un plan de mediano o largo plazo que complementaba el plande estabilización de 1952. Se notaba, en el Segundo Plan Quinquenal, una evoluciónbastante marcada de las ideas del gobierno, no ajena al cambio de hombres que sehabían dado en 1949. Alfredo Gómez Morales, presidente del Consejo Económico Nacio-nal (cargo máximo en la conducción económica), reconocía en 1955:

Nosotros mismos hicimos la autocrítica del Primer Plan Quinquenal de gobier-no y podemos afirmar, sin que nadie pueda seriamente desmentirnos, que enel Segundo Plan Quinquenal, que abarcaba el período 1952-1957, las inversio-nes previstas y el desarrollo de las distintas actividades fueron reajustadas demodo que quedaba asegurada una evolución armónica de los distintos secto-res que componen la economía nacional.57

Esta "evolución armónica" tenía que ver con las nuevas prioridades de inversión quecontemplaba el plan. Un objetivo explícito era el de "solventar las necesidades básicas delpaís en lo concerniente a la producción de materias primas, energía y transportes ybienes de capital". Así es como la distribución de la inversión pública entre 1952 y 1955fue bastante distinta que en el quinquenio anterior, con aumento en el porcentaje corres-pondiente a transportes (de 27,4 a 29% del total), energía y comunicaciones (de 16,7 a24,4%) y siderurgia (de 0,5 a 2,1%). Como contrapartida caían las inversiones en defen-sa (de 23,5 a 9,7%) y las "de carácter social" (hospitales, escuelas, que cayeron de 18,3a 12,5%). El énfasis en la cuestión distributiva de los primeros años del peronismo

57.Citado en Cafiero (1961).405.

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ahora dejaba paso a un esfuerzo por poner en orden las bases productivas de la economía.La urgencia era ahora avanzar hacia un estadio superior de la industrialización. En uno delos muchos documentos oficiales que explicaban el plan, se reconocía sencillamente que

El Primer Plan Quinquenal consolidó en el país la industria liviana y correspon-de a este Segundo Plan arraigar la industria pesada.58

La atención a la industria estuvo centrada en el proyecto de SOMISA. Ya en 1947 elCongreso Nacional había aprobado la Ley Savio, con la intención de poner en marchauna planta siderúrgica en 1951, la mayoría de cuyo capital sería provisto por el estado.Pero mientras el peronismo gozaba de sus mejores años, el gobierno no dedicó demasia-das energías al plan del general Savio. Hubo, por ejemplo, una demora de dos años entreun pedido del directorio de la empresa para aumentar su capital y la aprobación públicade esa petición. Recién en 1955 pudo incorporarse el alto horno, luego de otro crédito delBanco de Exportación e Importación norteamericano.

La vacilaciones en torno a SOMISA se repitieron en otras áreas de inversión. Pero laprincipal complicación del Segundo Plan Quinquenal fue el problema fiscal que veníaacarreando el peronismo. De hecho, la inversión pública fue uno de los rubros sobre losque recayó el ajuste fiscal que inevitablemente debía sostener el intento de estabilizacióneconómica que se había iniciado en 1952. Tomando cifras de valores constantes, lainversión pública total disminuyó entre 1948 y 1955 en alrededor de un 35%. En algunossectores, el déficit de inversión pública tuvo consecuencias bien visibles, como los cortesde energía eléctrica en Buenos Aires. Los esfuerzos del gobierno, que incluyeron lapuesta en marcha de varias centrales hidroeléctrica, no alcanzaron para satisfacer lacreciente demanda, derivada de la expansión industrial. Algo similar ocurrió con el petró-leo: la producción nacional pasó de 3,3 millones de toneladas en 1946 a 4,7 millones en1954. A YPF correspondieron, respectivamente, un 68,3% y un 83,3% de esa produc-ción. Pero tampoco fue suficiente para abastecer a la industria, lo que se reflejó en lacreciente participación de los combustibles en las importaciones. En estos aspectos, elSegundo Plan Quinquenal puede entenderse como una corrección a la despreocupaciónde los primeros años, corrección que fue de todos modos insuficiente. Evaluando lapolítica económica del período, Gómez Morales concedía:

Es mucho más respetable la opinión de aquellos que arguyen que debío haber-se promovido una menor inversión en industrias manufactureras y sobre todoen obras de beneficio social, atendiendo en mayor grado del que se hizo, aldesarrollo del petróleo y la energía. Aceptan que era indispensable y urgentefomentar el desarrollo de industrias destinadas a producir bienes de consumodurables y no durables [...] y coinciden en que era necesario elevar el nivel devida y el poder de consumo popular, pero sostienen que hubo exceso de pro-teccionismo y fomento para este tipo de actividades y que también hubo exce-so en la atención de obras y medidas de beneficio popular. Estos críticos sonlos que hacen una cuestión de grado, de proporciones, de "quántums".59

58."El segundo Plan Quinquenal", folleto oficial de 1953.59.Citado en Cafiero (1961), 404.

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El Segundo Plan Quinquenal fue en parte al acomodamiento de las actividades delestado a esas críticas de las que tomaba nota Gómez Morales. Pero era evidente queel esfuerzo estatal por sí solo no podía ser suficiente para solucionar los problemasque aquejaban a la economía argentina. El paso de una instancia distribucionista a unaetapa más preocupada en los problemas de eficiencia y producción requería tambiéndel esfuerzo privado. El intento más consistente que llevó a cabo el gobierno paraestimular esa respuesta del sector privado llegó recién en 1955.

21. Una nueva bandera peronista: La Productividad

Habiendo transcurrido dos años de aplicación del Plan Económico de 1952, parecíahaberse logrado el equilibrio estable al que se había apuntado con el cambio en la políticade ingreso. A fines de 1953, el gobierno podía estar contento por la marcha de la econo-mía: en los últimos doce meses la inflación había sido de 4%, y los salarios habíanregistrado un alza moderada. En marzo de 1954 el programa económico debía enfrentaruna prueba de fuego, ya que para esa fecha estaba programada la renegociación desalarios. Algunos gremios, notoriamente el de los metalúrgicos, organizaron huelgas paradar más entidad a sus reclamos salariales. La demandas fueron bastante exitosas, yllevaron el salario real promedio de 1954 a un nivel 12% superior al de doce meses atrás.Este importante avance de los trabajadores tenía su lado negativo, ya que amenazabacon derrumbar el equilibrio alcanzado luego de dos años de austeridad. De hecho, si bienla inflación de 1954 fue la menor de todo el período peronista, hacia el segundo semestreempezaron a percibirse aumentos de precios. La carrera entre precios y salarios dabasignos de reaparecer. Perón sabía que para mantener una economía dinámica, quepermitiera un aumento progresivo del ingreso salarial, era necesario incentivar la produc-ción y la inversión garantizando de algún modo las ganancias de los empresarios. Así, enun discurso pronunciado en 1954 sostenía que:

Ya no es posible que se beneficie un determinado sector de la actividad econó-mica mediante el aumento de su participación en la distribución de la rentanacional en detrimento del resto, sino que la mayor retribución únicamente seha de lograr elevando la cantidad de bienes a repartir. De esa manera, elbeneficio general y el mejoramiento de la situación se realizan armónicamente.60

Aumentar la cantidad de bienes a repartir, ahí estaba la clave del nuevo enfoque de lapolítica económica del peronismo. De alguna manera había que ingeniárselas paraproducir más. El gobierno tomó conciencia de que sólo existiría un margen para au-mentar los salarios reales o las utilidades de las empresas si crecía la productividad.Eso podía conseguirse tanto con un aumento de la inversión (que estaba siendo esti-mulado por el Segundo Plan Quinquenal, por una actitud más receptiva hacia el capitalextranjero y por las limitaciones salariales) como con cambios de organización de lasempresas, que apuntaran hacia una mayor eficiencia. Con la intención de alentar esasinnovaciones, en octubre de 1954 se convocó a un Congreso de la Productividad y el

60.Citado en Giménez Zapiola y Leguizamón (1988),9.

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Bienestar Social (CNP), que tendría lugar desde comienzo del año siguiente. Formal-mente, la iniciativa partió de la CGT, pero lo más probable es que el "autor intelectual"haya sido el propio Perón.

La preparación de este congreso fue una de las últimas ocasiones en que el gobiernodesplegó su importante aparato de propaganda y mostró en toda su dimensión su susten-to corporativo. El CNP tendría como protagonista principales a los empresarios, agrupa-dos en la recientemente creada Confederación General Económica, y a los sindicatos,nucleados en la CGT. Más allá de las decisiones concretas que se alcanzaran en el CNP,al gobierno le interesaba crear una conciencia nacional sobre el problema de la produc-tividad.

Las reuniones del CNP, en marzo de 1955, fueron presentadas por el gobierno comouna muestra elocuente de que la armonía de clases sobre la que tanto había insistido eraya una realidad palpable. Empresarios y trabajadores se sentaba a discutir acerca de susproblemas comunes. Pero la realidad estaba bastante lejos de esa concordia. Los deba-tes en el CNP tuvieron muchos más de conflicto que de acuerdo. Los empleados reclama-ban la imposición de medidas contra el ausentismo (el "lunes criollo", que consistía en ladeserción masiva de trabajadores, ya era una tradición), la posibilidad de usar mecanis-mos de incentivos que estimularan el esfuerzo de los trabajadores, un mayor margen demaniobra en las convenciones colectivas y en el manejo de personal y la limitación alpoder de las comisiones gremiales internar en las fábricas. Los sindicalistas, por suparte, estaban a la defensiva, cuestionando palmo a palmo el terreno que habían ganadogracias a las concesiones de Perón. En esta condiciones, era poco lo que se podíasacar en limpio. Ya que una de las precondiciones del CNP era que los documentosresultantes fuesen votados por unanimidad, la mayor parte de las conclusiones fueronpoco sustantivas, porque casi todas las propuestas empresarias chocaban contra la opo-sición firme de los sindicalistas. Si no se mantuvo completamente el statu quo, fue sola-mente por un par de modificaciones menores, como la mayor importancia que se acordódar a las consideraciones de productividad en las negociaciones salariales y por ciertalibertad que consiguieron los empleadores para reubicar personal y premiar la eficiencia.

Las prácticas laborales no eran, con todo, la única manera por la que se podía esperaruna mejora en la capacidad de producción de la economía argentina. Pero se les prestóbastante atención porque la otra forma básica de aumentar sustancialmente el productopor hombre ocupado -una fuerte inyección de inversión en diversas áreas- no era algoque estuviese al alcance de la mano. No es que el gobierno no estuviese haciendo nada alrespecto. Desde hacía unos años, había un claro fomento oficial a la inversión, querecién por entonces estaba dando sus primeros frutos.

22. Atrayendo el Capital

La inversión de origen interno, fuera pública o privada, era insuficiente para aumen-tar sensiblemente la productividad y para reducir el peso de ciertas importaciones ensu balanza de pagos. No era sólo que no se contara con el ahorro necesario; el proble-

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ma principal era que faltaban las divisas para comprar en el exterior los bienes decapital necesarios. Preso en esa encrucijada, el gobierno se decidió a tomar el únicocamino viable: recurrir a la inversión extranjera.

Ya en abril de 1950, el ministro de Economía Ramón Cereijo pronunciaba estas pala-bras en una reunión con empresarios en Estados Unidos:

La Argentina de hoy, como la de ayer necesita y desea el ingreso de capitalesextranjeros que, en un pie de igualdad con respecto a los capitales nacionales,se sumen a éstos para colaborar en su engrandecimiento.61

La consigna de "independencia económica" (incorporada al texto de la ConstituciónJusticialista aprobada apenas un año antes) y una retórica que se enorgullecía de "com-batir al capital" pronto fueron desapareciendo del discurso oficial. También menguó elnotorio estatismo de los primeros años, tanto que de Perón pudo decirse que "a partir de1949 era decididamente antiestatista".

El gobierno había entendido que para superar los problemas de la balanza de pagos nohabía otra salida que invertir en algunos sectores industriales y en el área petrolera (demanera de reducir la carga de las importaciones), lo mismo que en equipos queincrementaran la productividad agrícola (con lo que se conseguiría un aumento de lossaldos exportables). Era claro, además, que muchos del equipamiento necesario para eacapitalización debía importarse, para lo que se requería financiamiento externo. La formamás adecuada para obtenerlo era la inversión directa de empresas foráneas. En el Se-gundo Plan Quinquenal se declaró la importancia de los capitales extranjeros, y se abrióla posibilidad de que participaran en servicios públicos (lo que era contrario al polémicoartículo 40 de la Constitución):

En materia de trabajo públicos el Estado auspiciará, estimulará y apoyará laconcurrencia de inversiones privadas, nacionales y extranjeras, creando lascondiciones adecuadas y las oportunidades favorables a fin de que puedanparticipar en forma directa, paralela o complementaria en la realización de lasobras.62

Fue con una ley de 1953, relacionada a la inversión de capitales extranjeros, comose plasmó con mayor claridad el nuevo espíritu del gobierno. En los considerandos dela norma abundaban párrafos sobre los benéficos efectos de la inversión externa. No esdifícil descubrir, luego de la lectura de esa ley, que el fundamento principal de estainvitación al capital externo era la necesidad de superar la escasez de divisas. Así, seconsignaba como el primer criterio que el Poder Ejecutivo debía tener en cuenta en elmomento de aprobar una inversión extranjera "que la actividad a la que se destine lainversión contribuya a la realización del desarrollo económico previsto en los planes degobierno, traduciéndose directa o indirectamente en la obtención o economía de divi-

61.Cereijo (1951), "Hacia un mayor y mejor conocimiento de la verdadera situación económica ar-gentina", 34.

62."El Segundo Plan Quinquenal", folleto oficial de 1953.

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sas". En consecuencia, las prioridades eran la mecanización agrícola y la producciónlocal de insumos que hasta entonces se importaban. En relación a lo primero, la pro-ducción local de tractores por parte de empresas extranjeras fue un primer avance. ElPoder Ejecutivo aprobó la instalación de cuatro fábricas (Fiat, Deutz, Fahr y Hanomag)con el compromiso de éstas de llegar a producir 13.200 unidades al año (en 1946, lasexistencias de tractores del país ascendían a sólo 10.000). El acuerdo con el gobiernoincluía una cláusula según la cual la fabricación de tractores debería tener un compo-nente de partes importadas que cayera con el tiempo. Así, se suponía que se partiríaen un 80 o 90% de componentes importados a un 5%, en el curso de cuatro años apartir de 1953. Aunque no tan relacionada con el ahorro de divisas, la instalación de laautomotriz IKA (Industria Kaises Argentina) en Córdoba, ya sobre el final del gobiernoperonista, fue otro indicio significativo de la nueva actitud hacia el capital extranjero.

Pero lo más innovador en materia de inversiones externas se dio en el ámbito de lapolítica petrolera. En realidad, ya en 1946 se había considerado la posibilidad de unaasociación entre YPF y la Compañia Standard Oil, que pronto sucumbió antes el encendi-do nacionalismo del primer peronismo. Pero, algo paradójicamente, esta postura autárquicachocaba con el objetivo de abastecerse internamente de petróleo, ya que YPF no teníacapacidad para explorar todos los yacimientos disponibles. La distancia entre la infraes-tructura necesaria para aprovechar al máximo las existencias de petróleo en suelo argen-tino y las modestas posibilidades de extracción de YPF se amplió con el descubrimientode los yacimientos de Campo Durán y Madrejones en 1951. Una primera oferta de cola-boración fue la de la compañia norteamericana Atlas, en 1954, pero el gobierno no laconsideró satisfactoria.

Los acercamiento entre los empresarios petroleros norteamericanos y el gobierno dePerón no acabaron allí. En abril de 1955, un funcionario del gobierno argentino firmó conla California Argentina de Petróleo (empresa creada ad hoc por su propietaria estadouni-dense, la Standard Oil de California, que en el debate público se llamó "la California", asecas) un contrato de explotación petrolera, cuya aprobación final quedaba en manos delparlamento argentino. Esto último respondía a un pedido de los norteamericanos, ya quela ratificación por ley daría al contrato una protección jurídica que de otro modo era débilen un país cuya constitución consideraba a los yacimientos petrolíferos "propiedad ina-lienable del Estado".

Las magnitudes involucradas en el acuerdo justifican tales recaudos. El convenio con-cedía a la California Argentina de Petróleo los derechos para explotar, por un término decuarenta años, 50.000 kilómetros cuadrados de tierra santacruceña, más de la quintaparte de la superficie de la provincia. En ese territorio, la empresa podría construir yusar con exclusividad caminos, embarcaderos y aeropuertos durante la vigencia delcontrato. Es sorprendente que un gobierno que había volcado tantas energías en pro-clamar la independencia económica y atacar al imperialismo firmara estas cláusulas.Pero eso no es sino una evidencia nítida de que el problema de abastecimiento decombustibles, lo mismo que el de otros insumos, era un callejón que no tenía otrassalidas. Una vez más Perón mostraba que no era precisamente un dogmático a la horade enfrentarse con problemas concretos, y respondía a los desafíos de cada coyunturahistórica con os instrumentos que consideraba más aptos. Todas las defensas oficiales

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del proyecto petrolero invocaban el sentido común y la razón práctica, como la delministro de Industria Orlando Santos:

En muchas otras cosas se pueden improvisar los argumentos y buscar deveinte mil maneras la forma de atraer al electorado; pero no esto, señores,tarde o temprano la opinión pública dirá quién tiene razón y en dónde está laverdad [...] Señores, la situación que propiciamos tiende al logro de un objetivoconcreto: alcanzar con ella la mayor producción posible en la zona de SantaCruz, y unir a esa producción las otras producciones, también máximas, detodas las demás zonas del país.63

O la del propio Perón, que en una reunión con sindicalistas resaltaba el hecho de queel petróleo extraído por la California sería comprado por YPF:

Y bueno, si trabajan para YPF no perdemos absolutamente nada, porque hastales pagamos con el mismo petróleo que sacan. En buena hora, entonces quevengan para que nos den todo el petróleo que necesitamos. Antes no veníanninguna compañia si no le entregaban el subsuelo y todo el petróleo que produ-cía. Ahora, para que vengan a trabajar, ¡cómo no va a ser negocio, un grannegocio, si nosotros estamos gastando anualmente en el exterior arriba de 350millones de dólares para comprar el petróleo que necesitamos, que lo tenemosbajo tierra y que no nos cuesta un centavo! ¡Cómo vamos a seguir pagandoeso!... ¿Qué ellos sacan beneficios? Por supuesto que no van a venir a traba-jar por amor al arte. Ellos sacan su ganancia y nosotros la nuestras es lojusto.64

Pero el contrato con la California fracasó. El proyecto de ley quedó estancado en unacomisión de diputados, sin ser tratado por ninguna de las Cámaras del Congreso, Perónera así víctima de las mismas ideas que había contribuido eficazmente a instalar. El anti-imperialismo y la autosuficiencia económica ya no eran banderas exclusivas del peronismo.Desde el radicalismo, por ejemplo, se criticaba a la conducción económica no por exce-sivamente estatista y nacionalista, sino por todo lo contrario. Una publicación partidariaafirmaba de la política económica del gobierno:

además de hallarse plagada de errores y excesos parciales, se mantuvo desdeel comienzo dentro de la misma esfera que singularizó a la política económi-ca de los gobierno conservadores. Es decir, dentro de la esfera delineada porel interés de los privilegios nativos y extranjeros.65

Arturo Frondizi, uno de los líderes de la oposición radical, publicaba por entoncesPetróleo y política, y defendía la tesis de que YPF era capaz de abastecer por sí sola lasnecesidades petroleras del país. En una alocución radial, Frondizi insistía sobre elcarácter imperialista del acuerdo con la petrolera norteamericana:

63.Nuestro siglo, VII, 159.64.Citado de Potash (1994), 225.65.Unión Cívica Radical, "El Segundo Plan Quinquenal" (1953).

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... ese convenio enajena una llave de nuestra política energética, acepta unrégimen de bases estratégicas extranjeras y cruza la parte sur del territoriocon una ancha franja colonial, cuya sola presencia sería como la marcafísica del vasallaje.66

La resistencia al proyecto de la California no era patrimonio exclusivo de los partidosopositores. En las filas peronistas no se notaba el menor entusiasmo por una iniciativaque, según muchos creían, traicionaba el principio justicialista de independencia econó-mica. Esa oposición interna no se proclamaba a viva vos, pero la escasez de expresionesde apoyo era indicio suficientes para que el gobierno comprendiera que en esa empresaestaba solo. En cualquier caso, está claro que el Poder Ejecutivo tampoco puso todo suempeño para llevar adelante la iniciativa. Mientras que en otros ámbitos el gobierno res-pondía a las críticas con un contraataque más fuerte, en el proyecto de la California nohubo una voluntad similar, acaso porque las probabilidades de éxito se considerabanbajas desde un principio. No fue utilizado el aparato oficial de propaganda, y la defensadel contrato no fue tomada personalmente por Perón sino dejada en mano de funciona-rios menores.

De todos modos, al gobierno ya se le había hecho tarde para completar su viraje depolítica. Los problemas económicos no eran la preocupación principal de casi nadie, yaentrado 1955. El desgaste político del gobierno se estaba acelerando, y cada ves sona-ban más fuerte los rumores de un levantamiento militar.

66.Nuestro siglo, VII, 160.

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Actividad Nº 10

El ciclo de la ilusión y el desencanto

1º Periodo Peronista

1. Medidas económicas del primer gobierno de Perón.

2. Medidas económicas del segundo gobierno de Perón.

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23. El Impulso Desarrollista (1958-1963)

Un gobierno acosado

Capítulo VI

La llegada de Arturo Frondizi a la presidencia de la Nación, en mayo de 1958, no fueel resultado de un proceso democrático normal. Varios defectos relacionados entre síproyectaron sobre su elección una sombra de ilegitimidad, y se transformaron en peca-dos originales que marcarían a fuego su gestión posterior. En primer lugar, los comi-cios que llevaron a Frondizi al poder habían sido convocados por un gobierno militar,que había derrocado a Perón casi tres años antes con el declarado propósito de garan-tizar las formas constitucionales. El antecedente de la Revolución del ́ 55 daba idea delpapel que las Fuerzas Armadas se autogestionaban: guardianes de lo que ellas consi-deraban un correcto funcionamiento republicano. Para poder sobrevivir como tal, elgobierno debía tener en cuenta los límites que la amenazadora presencia de los milita-res imponía. Además, tal como ocurriera en 1931 tras el veto de la fórmula radicalAlvear-Güemes, la participación de un partido había sido prohibida en las eleccionesde 1958. Esta vez era el peronismo, cuya proscripción era condición sine qua non para loshombres de la Revolución Libertadora aceptar un gobierno surgido de la voluntad popular.

Las consecuencias de una veda lectoral al peronismo ya se habían experimentado en1957 con las elecciones para la Convención Constituyente, una asamblea que anuló laConstitución Justicialista en 1949 y la reemplazó por una versión ligeramente remozadade la vieja Carta Magna de 1853. En esa oportunidad la orden de Perón de votar enblanco había traído malas noticias para los "libertadores": sin llegar a ser mayoría absolu-ta, los votos en blanco habían superado a los de cualquier otro partido considerandoindividualmente. El hecho había sido, además, un aviso para los eventuales candidatos apresidente, al mostrar que los votos peronistas eran absolutamente decisivos. Frondizi,cuya Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI) había conseguido solamente el tercerlugar, fue el más receptivo destinatario de este mensaje. A través de su asesor RogelioFrigerio, inició negociaciones secretas con el exiliado ex presidente, que se conocieronpúblicamente recién en 1959. Nunca han quedado claros los términos del acuerdo, perolo cierto es que Frigerio cumplió su misión: en febrero de 1958 circularon por todo el paíscopias de una carta en la que Perón aconsejaba a sus partidarios votar a Frondizi. Almismo tiempo, el candidato de la UCRI llevaba su campaña sobre la base de una platafor-ma bastante aceptable para el electorado peronista, que incluía la exigencia de amnistíatotal y una CGT unificada. Ese acercamiento al electorado peronista despertaba suspica-cia entre los militares, quienes asumían como un deber patriótico impedir al menoratisbo de poder justicialista. Más allá de la proscripción al peronismo, sin embargo, laselecciones se llevaron a cabo normalmente. El saliente presidente Aramburu ratificó elresultado electoral invitando a Frondizi a la Casa Rosada al día siguiente de su triunfoen las urnas.

A lo largo de su gobierno, el presidente Frondizi intentó aprovechar al máximo elreducido margen de maniobra con que contó, limitado como estaba por una red depresiones que habían generado desde antes de su victoria electoral. Ese complicado

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mapa político era, en parte, responsabilidad propia, ya que había surgido de los com-promisos que había contraído para acceder a la presidencia. Desde un principio senotó que la habilidad que había llevado a Frondizi a la presidencia no era suficiente paraindependizar sus movimientos de la tutela militar y de la recelosa mirada peronista. Yaantes de asumir, Frondizi debió discutir con las Fuerzas Armadas los nombramientosmilitares, y en julio se vio obligado a decidir el pase a retiro de un almirante que quisodenunciar el carácter izquierdista del gabinete. Al poco tiempo del recambio presiden-cial. El Wall Street Journal ya lanzaba el interrogante que estaba en la mente de todos:"¿Cuánto durará Frondizi?". En los años 1959 y 1960 recrudecieron los planteos milita-res, con distinto grado de éxito. En ocasiones, la solución de estos episodios fortalecíala autoridad presidencial, pero otras veces el gobierno debió acceder a las demandasde insurrectos. En general, los cuestionamientos de las Fuerzas Armadas alrededor dela política gremial del Poder Ejecutivo (insuficientemente antiperonista, según la ópticacastrense), las actividades del influyente Frigerio y una supuesta infiltración comunistaen el gabinete. No fueron menos de treinta los planteos de ese estilo que tuvo queenfrentar Frondizi a lo largo de sus cuatro años de presidencia.

Cuando en marzo de 1961 el general Carlos Toranzo Montero, líder de varios levanta-mientos, fue forzado a retirarse, pareció que por fin Frondizi había conseguido unamayor autonomía. Esa esperanza no tardó en empeñarse. En agosto de 1961 Frondizi seentrevistó en Buenos Aires con Ernesto Che Guevara, representante de Cuba en el exte-rior. Esto era demasiado para el proverbial anticomunismo de las Fuerzas Armadas ar-gentina, y pronto el panorama comenzó a oscurecerse. Frondizi debió dar profusasexplicaciones de la vida del Che, y más tarde fue presionado para modificar la actitudmoderadamente tolerante de la Argentina hacia Cuba en la Organización de EstadosAmericanos. A todo esto, se acerba una fecha crucial: el 18 de marzo de 1962, día enque debían realizarse elecciones en la Capital Federal y en diecisiete provincias.

Estos comicios aparecían como un interrogante básico en el horizonte político nacio-nal. Por sincera convicción o como parte de su estrategia para tomar prestados los votosperonistas, Frondizi había prometido levantar la proscripción a los candidatos de esepartido. Ya cercanas las elecciones de 1962, el presidente aún no había dado signos dedar marcha atrás en ese sentido, lo que movilizaba los ánimos militares. Desde las Fuer-zas Armadas se esperaba una rectificación, especialmente teniendo en cuenta que lasintonía entre el frondicismo y el partido proscripto, que había llevado al triunfo de laUCRI en 1958, se había debilitado. Hasta el propio Perón creía que a último momento seprohibiría la participación electoral de su movimiento. El general exiliado era ya desdemediados de 1959 un opositor declarado. En el segundo año de gobierno ucrista habíasacado la luz los términos de su pacto con Frondizi, denunciándolo por desviarse dealgunas clausuras. En esa ocasión, las desmentidas del presidente no habían alcanza-do para evitar una intensificación de la presión militar, que lo obligó a un cambio deministros. En las elecciones de renovación parcial del Congreso, en 1960, los votos enblancos habían sido de nuevo la primera minoría, con lo que quedaba clara la tensiónentre el gobierno y todavía proscripto justicialismo. Evidentemente, la política económi-co social no colmaba ni las más mínimas aspiraciones del electorado justicialista. Laoposición de ese signo también se había manifestado como una intentona militar de filia-ción peronista en noviembre de ese año, cuya represión había costado varias vidas.

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A pesar de todo ello, Frondizi se obstinó en permitir la participación electoral decandidatos justicialistas en los comicios de 1962. El gobierno confiaba en una victoriapropia, cosa que no era descabellada después de los triunfos ucristas en las eleccio-nes adelantadas de San Luis, Catamarca, Santa Fe, Formosa y La Rioja. Quizás estamisma confianza lo que convenció a Frondizi de acceder a un nuevo pedido militar: enconversiones secretas, que se conocieron años después, el presidente se comprome-tió a no permitir el ascenso del peronismo al poder. El precario equilibrio que sosteníaal presidente dependía de una victoria electoral que él consideraba probable, pero quenunca llegó. Si bien el orden nacional sólo un escaso margen separó el victoriosojusticialismo (2.530.000 votos) de la UCRI (2.425.000), el dirigente sindical peronistaFramini fue elegido gobernador de la provincia de Buenos Aires, lo que desató una seriede acontecimientos que acabarían con el derrocamiento de Frondizi.

La aceptable performance electoral del oficialismo (más allá de la decisiva derrota deBuenos Aires) es en realidad sorprendente tratándose de un gobierno que había tenidotantos condicionamientos y había estado presionado desde distintos ángulos. A fin decuentas, no había faltado tanto para que produjera la serie de eventos con que el frondicismohabía especulado. La estrategia había sido mantenerse en el poder, costara lo que costa-ra, durante los primeros años, hasta que se lograse recoger electoralmente los frutos deun programa económico en el que estaban puestas todas las esperanzas. Es que laeconomía había sido, desde los primeros días de la administración, el eje principal delprograma general de gobierno. Si Frondizi lograba encaminar al país en un sendero deprogreso, se razonaba, no sólo habría logrado detener por fin un estancamiento que yavenía prolongándose por casi tres décadas; también habría aumentado con creces supropio capital político. La recompensa no era menor, pero la tarea era vasta: hacia finesdel los años 50, la economía argentina parecía haberse atorado en un callejón sin salida.

24. Los problemas de entonces

En 1959, la Comisión Económica para América latina (CEPAL) publicó los resultados deun profundo diagnóstico sobre la economía argentina, que le había sido encargado por elgobierno provisional de la Revolución Libertadora. Ya en el título de su primer capítulo, elinforme hablaba de una "crisis estructural de la economía argentina". ¿En qué consistíaesa crisis? Según los autores,

El país carece actualmente de recursos exteriores para importar no sólo losbienes de capital más indispensables, sino también las materias primas y pro-ductos intermedios que con creciente amplitud requiere el desenvolvimiento desu industria. Además, el estado de los transportes es precario y considerable eldéficit de energía eléctrica. En el fondo de este proceso de estrangulamientode la economía argentina hay fenómeno de insuficiente acumulación de capi-tal. Es notoria en esos servicios básicos y en la industria y el petróleo. Laproducción no ha crecido como debiera haberlo hecho por no haberse reali-zado las inversiones necesarias: asimismo, la producción agropecuaria de

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inversión que se venían arrastrando y agravando desde la gran depresiónmundial.66

La expresión más cabal de la insuficiencia de divisas para procurarse bienes impor-tados era la balanza comercial. En siete de los diez años del período 1949-1958 laArgentina había tenido déficit comercial, y solamente una vez (1953), un superávit quepudiera considerarse significativo.

Una década deficitariaIntercambio comercial argentino en 1949-1958 (millones de dólares)

2000

1500

1000

500

0

-500

Fuente: apéndice estadístico

Con el término "estrangulamiento" se trataba de ilustrar el hecho de que cada vezque la economía se expandía, las importaciones aumentaban y se agudizaba el proble-ma de la balanza comercial. Ya que en ese período el acceso al crédito externo estuvobastante restringido, la única manera de evitar una caída en las reservas de divisas eraconteniendo las importaciones. El control de cambios, los elevados aranceles aduane-ros y los controles cuantitativos eran los instrumentos habituales para evitar al mismotiempo el déficit comercial y la depreciación cambiaria. El gobierno de la RevoluciónLibertadora había intentado una parcial modificación de este mecanismo, confiando enque un tipo de cambio más alto desalentarías las importaciones y estimularía las ex-portaciones. Su política devaluacionista había incluido un ajuste de cambio oficial (queera el precio relevante para las operaciones comerciales) de alrededor de 8 pesosmoneda nacional a 18. Sin embargo, en el trienio 1955-57 el comercio argentino siguiósiendo deficitario, en parte por el deterioro de los precios de exportación.

Este "problema externo" de la economía argentina, y los instrumento para enfrentarlo,venían acentuándose desde la Fran Depresión. Su consecuencia más palpable era quela Argentina, que compraba en el exterior por un valor equivalente a casi el 50% de suproducción interna en 1928, había pasado a importar menos del 10% de su PBI en1958. La política de control de importaciones había encontrado, con el correr del tiem-po, una racional adicional a la de evitar una sangría comercial. Muchos productos

66.CEPAL (1959).

283

industriales, que antes de la crisis del ´30 se importaban habían sido reemplazos porbienes nacionales. Esta expansión de la industria nacional a costa de importaciones(conocida como "industrialización por sustitución de importaciones", o simplementeISI) se había transformado en política oficial, y había sido impulsada con particularénfasis durante el gobierno peronista. Pero a partir de los años 50 comenzó hacerseevidente que se trataba de un arma de doble filo. En tanto la ISI descansaba principal-mente sobre las ramas industriales livianas, la provisión de ciertos insumos y de ma-quinarias y equipos de producción, necesarios para mantener esas actividades enfuncionamiento dependía del exterior. El ahorro de divisas brindado por la reducción deimportaciones tenía su contracara: los requerimientos de moneda extranjera para com-prarle al resto del mundo los elementos necesarios para que la industria funcionara.Había además un problema de largo plazo. Tal como advertía CEPAL, las dificultadespara incorporar bienes de capital importados detenían la inversión y atentaban contracualquier esperanza de crecimiento económico sostenido.

Durante sus años finales, el gobierno peronista ensayó algunas salidas a esta encruci-jada. Agotada la sustitución de importaciones en las ramas livianas, intentó estimular lainstalación de industrias básicas, que atendieran localmente las necesidades de la pro-ducción manufacturera nacional. Pero esa no era una estrategia simple, ya que el esta-blecimiento de esas industrias requería a su vez ingentes cantidades de bienes importa-dos. ¿Cómo financiar esa masa crítica de inversiones que eliminara la presión constantede los insumos industriales sobre la balanza de pagos del país? La única alternativa viableera traer el capital internacional, y el gobierno periodista intentó orientar su política enesa dirección. La sanción de una ley que fomentara las inversiones externas fue el primerpaso de ese golpe de timón, aunque no el más sonado. La firma en 1955 de un contratode explotación con una petrolera norteamericana (la Standard Oil de California) despertóresquemor del propio justicialismo para no hablar del rechazo furibundo de la oposición.La resistencia parlamentaria a esa iniciativa fue un símbolo el fracaso global del cambiode rumbo que intentó Perón. Con algún matiz distinto, pero con resultados no menosdecepcionantes, el gobierno de facto insistió en la misma línea de atracción al capitalextranjero. Más allá de sus pobre logros, todos esos refuerzos prefiguraban, en ciertomodo, lo que sería el intento desarrollista de Frondizi.

25. La propuesta desarrollista

Si en algún área el gobierno de Frondizi mostró una línea consistente y decidida, fueen el ámbito de la política económica. Contaba, en este terreno, con un elaborado plande acción, que fue de máxima prioridad a lo largo de todo su período presidencial. Eseprograma, como otros que se llevaron adelante en América latina, estaba explícitamentebasado en las tesis del desarrollismo.

¿Qué era el desarrollismo? Su punto de partida era un diagnóstico aplicable todaslas regiones del mundo que todavía no habían completado su industrialización. Unprimer postulado sobre el que se basaba el desarrollismo era el pesimismo respecto alas exportaciones de productos primarios, tal como sostenía la tesis de Prebisch. La

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evolución adversa de los precios de los productos agropecuarios y mineros hacíainevitable el estancamiento de los países que se dedicaran casi con exclusividad a suproducción. Según esta óptica, desarrollarse era desarrollar las manufacturas, hastatransformarse en una economía enteramente industrializada. En el caso de la Argenti-na, era obvio que parte del camino ya estaba recorrido. Pero el carácter desbalanceadode su estructura industrial (concentrado en las ramas livianas) hacía necesario unimpulso que garantizara definitivamente el paso de una economía agroexportadora auna economía industrial. La clave era la expansión "vertical", es decir, el acople de lasactividades de producción de insumos y bienes de capital a las ramas ya más expandi-das.

Este empuje final hacia una "economía industrial integrada" reconocía una serie deprioridades. En primer lugar, debía multiplicarse la producción de petróleo y gas, lo quepermitiría, es un plazo bastante corto, ahorrar divisas para dedicarlas a la inversión a enotros rubros. La importación e combustibles representaban en 1955 casi un quinto totalde bienes adquiridos a otros países, lo que hacía aconsejables, según el diagnósticodesarrollista, su sustitución por producción local. Frigerio sintetizó esa aspiración en lafórmula "Petróleo + carne = acero + industria química": la capacidad de conseguir elcapital necesario para instalar las ramas químicas y de acero estaba dada por las posibi-lidades de exportación de carne y la sustitución de importaciones petroleras. Esta ecua-ción el petróleo jugaba un papel adicional, ya que además de ahorrar divisas estimularíalas industrias químicas y petroquímicas, consideradas clave. Segunda en la lista de prio-ridades estaba la siderurgia, cuyo desarrollo requería además la exportación de los depó-sitos de carbón y hierro. Aquí se contaba con la ventaja de que la planta de SOMISA en SanNicolás, iniciada varios años atrás, ya estaba casi lista para funciona con todo su poten-cial. El desarrollismo planeaba también una solución permanente al problema de la provi-sión de energía eléctrica que desde hacía algunos años venía Sufriendo Bueno Aires. Lasita también incluía, en una posición más relegada, a las industrias del cemento, delpapel, y de maquinaria y equipos industriales.

La ausencia de actividades agropecuarias en el conjunto de prioridades del gobiernoera notoria. Según la visión desarrollista, el estancamiento agropecuario no era cuestiónde corto plazo que pudiera resolverse con políticas de precios favorables al sector, talcomo lo había entendido el gobierno del Revolución Libertadora. Tampoco pensaba Frondizi,como así creían muchos, que el problema fuera una excesiva concentración productiva.No estaba en los planes del gobierno llevar adelante una reforma agraria, como sí comen-zaba a plantearse en Chile y Brasil. Para el desarrollismo, la cuestión agropecuaria nopodía desligarse del problema general de atraso tecnológico de la Argentina. Era solomediante un adecuado monto de inversiones que podría retomarse un camino de creci-miento en el campo argentino. Así y todo, las pobres perspectivas que ofrecían losmercados de productos rurales (especialmente, el mercado Común Europeo, embarca-do como estaba en una política de proteccionismo agrícola) reforzaban se escepticis-mo característico de los desarrollistas respecto a la viabilidad de cualquier modelo decrecimiento en que las actividades primarias tuvieran un panel central.

Una meta en que se ponía énfasis era la construcción de una amplia red de rutas yautopistas. Se intentaría estimular, al mismo tiempo, la producción nacional de autos y

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camiones. Además, el gobierno esperaba construir o modernizar cuarenta aeropuertosa lo largo del país. La intención era pone fin al grave déficit de transporte que denuncia-ba el informe de la CEPAL. Se buscaba, por esa vía, integrar económicamente a lasdistintas regiones del país y descentralizar las actividades económicas. Era de apari-ción habitual en la revista Qué, dirigida por Frigerio, la imagen de un mapa de la Argen-tina en el que se realizaba un área limitada por un radio de 300 kilómetros alrededor deBuenos Aires. Correspondía a esa zona, de acuerdo con un cálculo aproximado, el 50%de la población, el 70% de los transportes y el 80% de la actividad industrial naciona-les. La solución a esta configuración espacial acrocéfala no era, para los desarrollistas,la vuelta de los trabajadores al campo, sino la conformación de nuevos centros deproducción y consumo en el interior del país. Un mercado interno unificado, razonaban,proporcionaría una firme fuente de demanda para los nuevos productos industriales.Dentro de este esquema de fomento a las regiones no pampeanas, la Patagonia teníalugar privilegiado, asociado a su abundante dotación de minerales.

Para Frondizi y los suyos, no sólo era cuestión de alcanzar el amplio desarrollo indus-trial previsto en sus prioridades; también tenía que conseguirse rápido y en todos losfrentes al mismo tiempo. La idea de que se necesitaba un impulso de inversión decisivo ysimultáneo era una de las claves en el pensamiento de los "teóricos del desarrollo", comoRosenstein-Rodan, Nurske, Myrdal o Gerschenkron. Se creía que sólo así podía que-brarse lo que se llamaba por entonces "trampa de la pobreza", definida por Myrdal como"una constelación circular de fuerzas que tienden a actuar y a reaccionar las unas sobrelas otras de manera tal que mantienen a un país pobre en estado de pobreza". La formamás habitual de este perverso mecanismo de causalidad tenía que ver con la capacidadde ahorro e inversión. Se argumentaba que los países más pobres ahorraban una pro-porción menor de su ingreso que las naciones desarrolladas (porque no podían limitar unconsumo que era en su mayor parte imprescindible) y como consecuencia de ese bajoahorro invertían poco y por lo tanto crecían lentamente, quedando condenados ad infinituma la pobreza. Según la sombría fórmula de Nurske, "los países pobres son pobres porqueson pobres". Para poder despegarse de esa tendencia al estancamiento se considerabanecesario un esfuerzo crítico mínimo de inversión, que Rosenstein-Rodan bautizó bigpush ("gran empuje").

Era natural que la posibilidad de un aluvión de inversiones sonara a utopía en la Argen-tina, un país que, después de una acumulación anual de capital de 10% del PBI en losaños de la Segunda Guerra, sólo había alcanzado una inversión promedio de 15$ del PBIen los doce años siguientes. ¿Cómo conseguir el capital necesario para extraer petróleo,levantar puentes y autopistas, construir rutas, multiplicar la producción de acero, estable-cer industrias químicas y celulosas, instalar aeropuertos y obtener hierro y carbón,todo e una vez? La respuesta a esta pregunta fue la nota característica del gobierno deFrondizi: había que conseguir un masivo aporte capital extranjero. La atracción a lasinversiones foráneas, que el Perón de los años 50 había encarado con alguna timidez,se convertía en la piedra angular el programa desarrollista, y no se ahorraría esfuerzosen el empeño. Entre los obstáculos políticos a vencer, el pasado nacionalista del pen-samiento económico de Frondizi no era el menor. Como diputado radical, había encabe-zado la oposición al contrato con la California firmado durante el gobierno peronista. Ensu libro Petróleo y política, en tanto, había sostenido que YPF era capaz de conseguir el

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autoabastecimiento petrolero. Pero los principios de la Declaración de Avellaneda ("lanacionalización de la energía, el transporte y el combustible") era para el presidenteFrondizi letra muerta, borrada por el Programa e Chascomús aprobado en 1960m queestipulaba en cambio "que las empresa privadas, nacionales y extranjeras, que pro-muevan nuestras fuentes naturales efectivas, no deben ser obstaculizada por inútilesimpedimentos burocráticos". El giro ideológico era suavizado por la convicción de quelas inversiones extranjeras era la única vía para garantizar la independencia económi-ca. En palabras de Frondizi:

La Argentina será una verdadera potencia si obtiene el autoabastecimientoenergético y promueve ampliamente su siderurgia y sus industrias básicas.Será, en cambio, un país débil y atrasado, sometido a la influencia de otraspotencias si no modifica aceleradamente su estructura. Lo vital y urgente, esque el país recobre el alto ritmo de crecimiento que conoció a fines del sigloasado y a principios del presente. Los Estados Unidos resolvieron el mismoproblema con el concurso del capital extranjero, cumpliendo la afirmación deHamilton en el sentido de que todo extranjero que se invierte en una Nacióndeja de ser un rival para constituirse en un aliado [...] Una vez establecidos losrubros esenciales de la economía que interesa promover-petróleo, acero, car-bón, energía eléctrica, petroquímica, celulosa- y determinado el desarrollocorrelativo de las áreas que se debe procurar en función exclusiva del interésnacional, la incorporación del capital extranjero, dentro de ese marco, no so-mete, sino libera. 67

La idea de llevar la industrialización al extremo de producir todo o casi todo no dejó detener sus críticos. En el fondo, los reparos eran los mismos que los que siempre hadespertado cualquier política de estímulo a ciertas actividades: ¿Por qué intentar produ-cir adentro lo que puede conseguirse en el exterior costo mucho menor? La propuestadesarrollista implicaba no ya una desviación parcial respecto a la teoría de las ventajascompetitivas, como había sido el caso durante los primeros años de industrialización,sino su negación absoluta y rotunda. Para los desarrollistas, los beneficios de una "eco-nomía industrial integrada" excedían cualquier costo que pudiera acarrear su consolida-ción. Frondizi se defendía así de sus críticos:

La tesis antidesarrollista de que una inversión industrial, en un país subdesa-rrollado, para ser conveniente debe ser "económica" en términos de costos deproducción, propios de una nación desarrollada, ha sido objeto, más recien-temente, de nuevas formulaciones. Una de ellas es la que hace hincapié en lapresunta "antieconomicidad" de las inversiones extranjeras, en función del egresode divisas que involucran en concepto de dividendos, intereses, regalías. En lapráctica, y en especial para los rubros de la industria pesada, prescindir de lainversión extranjera [...] equivale habitualmente a prescindir de la propia in-versión y, en general, a aplastar el ritmo de la industrialización. [...] La falacia"economista" se suele encubrir también bajo el argumento de la insuficientedimensión del mercado interno. La envergadura de éste, se afirma, no hace

67.Citado en Nosiglia (1983), 26.

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posible la instalación de plantas de proporciones óptimas, que excederían lacapacidad actual de consumo. Esta idea se funda en la petición de principioconforme a la cual si no hay mercado no puede haber desarrollo, lo queequivale a decir que no habiendo cristianos no podía escribirse el Evange-lio...

El arribo de inversiones, desde el exterior dependía de las condiciones internas quelograra generar el gobierno. La voluntad para crear esas condiciones se manifestó, entreotras cosas, en la sanción de una ley de inversiones extranjeras. Pero desde el oficialismose especulaba además con que la coexistencia pacífica entre Estados Unidos y Rusia,que parecía haberse afirmado tras el giro amistoso de Kruschev y una actitud menoscombativa hacia la Unión Soviética de la diplomacia norteamericana, redundaría en unaliberación de recursos dedicados a la producción de armamentos que buscarían espon-táneamente nuevos horizontes. A tono con los acontecimientos mundiales, el desarrollismopreveía un futuro de relativa paz y diseñaba su estrategia sobre la base de ese supuesto.Atrás había quedado los años de Perón había equivocado algunas decisiones por contarcon una Tercera Guerra Mundial que definiera la tensión de la inmediata posguerra y delconflicto de Corea.

La coexistencia pacífica no era el único viento que soplaba a favor de la estrategiaoficial. El clima favorable al desarrollismo tenía un alcance continental, que en 1961 seríarefrendado por los Estados Unidos a través de la alianza para el Progreso, un sistema deayuda técnica y financiera a los países de América latina dirigido a combatir el subdesa-rrollo. La intención de esa iniciativa del presidente Kennedy tenía mucho que ver con lacreciente amenaza comunista: Estados Unidos no quería otra Cuba, y combatir la pobre-za en los países latinoamericanos parecía la mejor manera de ahuyentar la revolución.En los organismos internacionales más importantes de Occidente se abrazaba el mismoparadigma de progreso; en 1960, por ejemplo, el Banco Internacional de Reconstruccióny Fomento (antecesor del Banco Mundial) publicaba los trabajos de quienes eran enmayor o menor medida inspiradores del pensamiento desarrollista, entre los que se en-contraba Prebisch, Singer y Lewis.

En la época en que Frondizi asumía la presidencia, Brasil ya estaba recogiendo losprimeros frutos de la política económica desarrollista. A poco de comenzada la presiden-cia de Juscelino Kubitschek /1956-1961), se había puesto en marcha un ambicioso Plande Metas a propuesta del recientemente creado Consejo de Desarrollo. Ese programafue, según un autor, "la más sólida decisión consciente en pro de la industrialización detoda la industria económica del país". Los sectores prioritarios no eran muy diferentes delos que poco después favoreció a Frondizi en la Argentina: a las áreas de energía,transporte e industrias básicas se destinaba el 93,6% de las inversiones previstas enel plan. Se contemplaba un financiamiento mixto, con predominio estatal en los secto-res energéticos y de transporte y un mayor peso privado en las otras industrias (bási-camente, siderurgia, automóviles, cemento y mecánica). El éxito del programa brasile-ño seguramente reforzó la convicción de Frondizi de poner en marcha un plan similar.La previsión de crecimiento del producto global, de 5% por año, fue ampliamente supe-rara por la realidad: en 1957-61 el PBI brasileño creció el 8,2% anual. Excepto en laextracción de petróleo y carbón, se cumplieron en un grado aceptable los objetivos

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específicos de producción que contempla el Plan de Metas. El aumento de la inversiónpública, sin embargo, e financió básicamente con emisión monetaria, lo que provocóuna inflación (22% anual en 1957-61) mayor a la prevista (13,5%). Si había un conflictoentre los objetivos de desarrollo y estabilidad. Kubitschek siempre optó por el primero.En la Argentina, el mismo dilema tendría una resolución algo distinta, y una conflictivi-dad que emergería a la superficie política.

26. 1958: ¿Clima para la inversión?

Cualquiera fuesen sus intenciones de largo plazo, el nuevo gobierno debía encararante los problemas urgentes. El bajo nivel de reservas internacionales en el Banco Centralera especialmente preocupante en un año para el cual se preveía un nuevo déficit comer-cial. Ya en su discurso inaugural, el presidente reconocía la grave coyuntura:

La situación del país es dramática [...] Si mantuviéramos la política económicaseguida hasta el momento, el país se veía abocado a muy corto plazo a lacesación de pagos externos e internos.68

Pero la implementación de la receta ortodoxa para combatir ese problema (esencial-mente, la contención del gasto interno) chocaba con otra de las urgencias del presidente,en este caso de naturaleza política. Habiendo accedido a la presidencia gracias a votosque eran en buena parte peronistas. Frondizi se veía obligado a evitar, aunque más nofuera de manera transitoria, las políticas típicamente impopulares que requería la situa-ción de pagos argentina.

Acaso en cumplimiento de compromisos contraídos con Perón, el presidente procedióa revocar los decretos anti CGT que había dictado el gobierno provisional. Fue sanciona-da una ley que reconocía solamente al mayor gremio de cada rama de actividad, lo quefavorecía al sindicalismo peronista. Además, en cumplimiento de promesas preelectorales,el Poder Ejecutivo decretó un aumento de 60% sobre los salario básicos de convenio,que estaban congelados desde febrero de 1956. Esa decisión fue acompañada por unaimportante expansión monetaria, que el presidente justificó: "Para que estos aumentossalariales no dañen la actividad de las empresas, o limiten su producción, el Estado,usando su autoridad sobre el crédito, asistirá a quienes necesiten". Una laxitud similarguió a la política fiscal del primer gobierno. El crecimiento de los salarios y de lainversión pública provocó un déficit que rozó el 9% del producto bruto interno y fuefinanciado en su mayoría a través de la emisión monetaria.

La economía reaccionó rápidamente a esas políticas expansivas. El incremento en lademanda por bienes pronto se reflejó en un aumento de las compras al exterior y enuna estampida inflacionaria. Quizás como recaudo a esa presión sobre la balanzacomercial, una de las primera medidas del gobierno fue la intensificación de los contro-ladores sobre las importaciones. La concesión de permisos de importación quedaba

68.Citado en Zuvekas (1968), 68.

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limitada a determinados productos esencialmente los necesarios para llevar adelanteel proyecto económico desarrollista. Aún así, las balanzas comercial y de pagos fuerondeficitarias en 1958, y continuó el drenaje de reservas del Banco Central. La situaciónhabría sido peor de no mediar un crédito del Fondo Monetario Internacional (FMI), querenovó un préstamo contraído en 1957. La inflación, en tanto, comenzó a crecer peli-grosamente. Ente mayo y diciembre, los precios se elevaron a una tasa equivalente al68% anual. En el mismo lapso, el valor del dólar en el mercado libre pasó de 42 a 70,5pesos.

Hacia fines de 1958, la inflación ya había erosionado el aumento de salarios de media-dos de año. Al gobierno se le hizo evidente que las políticas expansivas habían agotadocualquier encanto que pudieran haber generado inicialmente en la población, además decrear un clima de inestabilidad que difícilmente atraería al capital extranjero. Ya en no-viembre, el Banco Central comenzó a moverse hacia un comportamiento monetario másrestrictiva. Parecía acercarse el momento de una política más prudente que creara con-diciones mínimas de estabilidad.

Se ha sugerido que el manejo económico del primer año de la administración frondicistano se debió tanto al requerimiento político de favorecer al electorado peronista como al anecesidad de crear una situación insostenible que justificara un violento cambio de rum-bo. De acuerdo con esta hipótesis, sólo en medio de un gran clima de inquietud como elde fines de 1958, podía encararse el ordenamiento duradero que requería el programadesarrollista. En apoyo de esa tesis se cita el hecho d que, antes de asumir, Frondizi,rechazó un ofrecimiento de administración anterior que consistía en tomar medidas im-populares consideradas necesarias para una estabilización inmediata (básicamente, unadevaluación). Eso no parece, sin embargo, evidencia suficiente para aceptar que losproblemas económicos de 1958 fueron una consecuencia internacional de las políticas.

Como fuera, es que a fines de 1958 el gobierno estaba preparando un serio intento deestabilización entretanto, ya había dado un primer paso en la dirección desarrollista, en elcrucial terreno de la política petrolera.

27. La batalla del petróleo

Mientras el problema de corto plazo en la balanza de pagos era agudizado por lapolítica económica, se implementaban medidas más estructurales para encarar su solu-ción definitiva. Había llegado la hora de probar en los hechos la validez de las ideasdesarrollistas sobre los pagos externos. Una de las principales, se recordará, era laconvicción de que había un margen amplio para sustituir las importaciones de petróleopor producción doméstica.

En julio de 1958, el gobierno anunció que se habían firmado contratos de exportacióncon empresas petroleras extranjeras. Tal como había ocurrido tres años atrás, en oca-sión del acuerdo de Perón con la Standard Oil de California, las críticas arreciarondesde casi todos los frentes, incluido el partido oficial. Con Frondizi, la repercusión

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pública fue aún peor, tanto que el episodio de "los contratos" hizo tambalear el gobierno.Algunos radicales del pueblo hablaban de un muy profundo intento de golpe al que nodudarían en sumarse. También desde el ámbito militar se presionó a Frondizi para querevocara los acuerdos con las compañías extranjeras. Pero el presidente no estabadispuesto a cejar e el tema que tenía la máxima prioridad dentro de su esquema econó-mico:

Será una batalla frontal y por difícil y de enorme desgaste [...] No cabe dilacio-nes, estamos resueltos a extraer la mayor cantidad de petróleo en el menorlapso posible...69

Nadie era ciego al problema petrolero, y todo el mundo coincidía en la inconvenienciade gastar 350 millones de dólares anuales en la importación del mineral cuando el paísestaba dotado de reservas. Pero muchos consideraban que otras soluciones eran mássatisfactorias. Se hablaba, por ejemplo, de la posibilidad de que YPF se capitalizara conayuda externa y ampliara por sí misma la explotación. Otros rechazaban más las formasque el fondo de la cuestión. Las negociaciones habían sido llevadas personalmente por elpolémico Frigerio, no se había convocado a una licitación pública y no se preveía laaprobación parlamentaria de los contratos, cuando el antecedente de la California suge-ría ese camino. También se discutía aspectos particulares de los acuerdos, especialmen-te en relación al precio que YPF debía pagar a las compañías extranjeras por el petróleoextraído.

En contraste con lo que ocurrió fronteras adentro, la reacción en Estados Unidos yEuropa fue de aprobación calurosa. Desde el punto de vista político, esa bienvenida nofavoreció a Frondizi, porque acicateó la crítica nacionalista. Pero el ánimo favorable conque se recibió la noticia en los círculos empresariales del exterior permitió que se firma-ran más contratos y al mismo tiempo despertó el interés extranjero por las inversiones enotro rubros.

En pocos años quedó demostrado que, más allá de todos sus avatares, el proyectopetrolero del gobierno había sido un éxito. El autoabastecimiento, poco antes considera-do un ideal lejano, se hizo realidad en poco tiempo. Además, se multiplicó por cuatro laproducción de gas. De paso, se acrecentaba el fomento de la región patagónica. Frigerioresaltaba el innegable logro del gobierno desarrollista:

En el fondo de nuestra política era muy concreto: cuando asumimos el gobier-no, la importación de petróleo era el 25% de las importaciones totales de laArgentina. Una sangría de 300 millones de dólares anuales, que era mucho yque constituía un grave obstáculo para el desarrollo nacional. Nosotros en 30meses seguimos el autoabastecimiento, pasamos de una producción anual de5,6 millones de metros cúbicos a producir 16 millones anuales.70

69.Citado en Nosiglia (1983), 93.70.Citado en Nosiglia (1983), 90.

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Paradójicamente, el episodio de los contratos le costó el cargo a Frigerio, cuya figurasiempre cuestionada cayó definitivamente en desgracia. El propio Frondizi, que debiópasar por el trance de retractarse públicamente de sus posiciones anteriores, tambiénperdió credibilidad. El peronismo y los militares, en cierto modo celadores del poderpresencial, comprobaban que no podían confiar en un conductor tan flexible. Por otrolado, al audacia con que Frondizi había llevado adelante su política petrolera era unamuestra de que el gobierno estaba dispuesto a cumplir con el programa económiconeutralizando las eventuales resistencias. La puesta en marcha de un plan de estabili-zación sería otra prueba de esa determinación.

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28. La Modernización del Agro

Capítulo VII

De la actividad agropecuaria argentina en los 60 se ha dicho:

Analizada en conjunto, la evolución de la producción agropecuaria [...] puedejuzgarse como modesta, y muy por debajo de los niveles que pueden alcanzarsedada la cantidad de los recursos naturales, las posibilidades tecnológicas y lacapacidad empresarial existentes en la Argentina...71

Pero también se ha escrito:

Lo más notable [del desempeño económico argentino en los años anteriores a1973] fue el crecimiento del sector agropecuario pampeano, que revirtiendo ellargo estancamiento y retroceso anterior se inició a principios de los añossesenta...72

También aquí hay discrepamiento estadístico, porque existe más de un índice delproducto rural. Además, la volatilidad propia de la producción agropecuaria hace que latasa de crecimiento dependa mucho de los años que se tomen como puntos de partida yde llegada. El cualquier caso, la cita pesimista y la cita optimista pueden conciliarse porotra razón. La primera habla del sector agropecuario "en la Argentina", y la segunda de laproducción rural "pampeana". Es cierto, por un lado, que las actividades primarias en laArgentina fueron menos dinámicas que la economía en conjunto. El aumento de laproducción de bienes primarios a lo largo de los diez años anteriores a 1973 fue de entre25% y 30%, alrededor de 2,4% anual. Comparada con la tasa de crecimiento global de laeconomía en la misma época (6%), la performance del sector rural parece bastantepobre. Pero también es cierto que, luego de tres décadas de estancamiento, las pampasargentinas volvieron a dar fruto abundante.

El renacimiento de las pampas fue un logro de la agricultura más que de la ganade-ría. Entre los quinquenios 1960-64 y 1970-74, la producción de lo que más tarde seríanlo cinco principales cultivos pampeanos (trigo, maíz, soja, girasol) pasó de 12,5 a 20,7millones de tonelada anuales, un aumento de nada menos que 5.1% al año. La clave dela recuperación pampeana fue tecnológica. La "revolución mecánica" en el agro, eseimperativo de todos los gobiernos de los años 50 por el que muchos había bregadoFrondizi, por fin se concretó a gran escala. El parque de tractores estuvo cerca deduplicarse en el curso de diez años. Además, como la fuerza motriz de la nueva máqui-nas era mayor que la de las más antiguas, la potencia total creció en mayor proporciónque la cantidad de tractores.

71.Banco Ganadero (1974), 10.72.Luis Alberto Romero (1994), 10.

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El Retorno de las PampasÍndices de productividad y tecnología (1960=100)

Fuente: Cirio (1988).

En los 60 también llegaron a la Argentina algunos beneficios de la revolución verde.Paulatinamente se fue difundiendo el eso de semillas mejoradas. La producción de sorgogranífero y de maíz -las estrellas de la agricultura en esa época- se basó cada vez másen variedades híbridas, tendencia que se iba a acentuar y extender a otros cultivos (elgirasol, por ejemplo) en los años siguientes. De todos modos, a comienzos de los 70 eraclaro que, a pesar de los avances, faltaba mucho para equiparar la productividad del agroargentino con los países más avanzados.

La política hacia el agro atenuó un poco el énfasis en los "precios remunerativos" quehabía sido característico de los gobiernos posperonistas hasta entonces. No se queríareeditar la serie de bruscas devaluaciones que se había experimentado en tiempos deAramburu, Frondizi y Guido, todas ellas seguida de progresivos aumentos de costos yprecios internos que atenuaban el beneficio inicial de la depreciación sobre la rentabili-dad exportadora. Según afirmaba el ministro de Agricultura de Illia, las políticas dedevaluaciones erráticas a partir de la Revolución Libertadora habían probado si inefica-cia: "Mayores precios no se tradujeron en mayor producción". Con el tiempo se recono-cería que, aunque en un plazo corto los incentivos de precio son estériles, en el largoplazo la producción crece en respuesta a precios más altos. En otras palabras, elagricultor o el ganadero reaccionará a los incentivos de precios si advierte cierta esta-bilidad en el poder de compra de sus productos.

En 1963-73, el tipo de cambio y los impuestos a la exportación ("retenciones") secombinaron en general de una forma que impidió oscilaciones bruscas en la rentabili-dad de los bienes rurales, sobre todo en la rentabilidad de la agricultura. No es quehaya habido una estrategia intencional y continuada de "incentivos estables", pero a lahora de tomar las medidas de corto plazo las sucesivas administraciones se cuidaronde no castigar en exceso al sector agropecuario. La política de devaluación moderadasy periódicas en tiempos de Illia tenía ese efecto estabilizador sobre las ganancias. Un

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ejemplo todavía más claro es el de 1967-70, una época de estabilidad de preciosagrícolas (asentada en un tipo de cambio fijo) en la que fueron recortándose las reten-ciones para compensar a los productores por aumentos de costos. Eso ocurrió luegode que el gobierno contrapesara el crecimiento de los precios de exportación (surgidode una devaluación) con un fuerte incremento de las retenciones. Y a comienzo de los70, cuando empezó a notarse un aumento sostenido en los precios mundiales de losalimentos, se introdujeron "derechos especiales móviles" (impuestos) a la exportacio-nes que atenuaron el incremento de los precios locales de esos bienes. Como se verá,sin embargo, las oscilaciones periódicas del precio de la carne fueron una excepcióndecisiva al patrón medianamente estable de los precios agropecuarios durante el pe-ríodo.

Otro tópico recurrente en el debate de política hacia el sector rural fue el impuesto a latierra libre de mejoras. El propósito de la iniciativa era gravar los lotes por su productivi-dad potencial, de manera que los tributos al sector rural no desalentaran la eficiencia. Laidea no era nueva. Medio siglo antes que el gobierno de Illia, los socialistas habíanpresentado una propuesta similar para afrontar el déficit de Tesoro provocado por laPrimera Guerra. El proyecto del gobierno radical no prosperó, y hubo que esperar hasta1969 para que se estableciera una versión sui generis del gravamen.

Quince años de dificultades serias en la balanza de pagos habían enseñado a losgobiernos a respetar ciertos límites en el trato al sector rural. Las administraciones de1963-73 mostraron que habían aprendido esa lección. Dentro del esquema global deeconomía protegida, que esencialmente se mantuvo, el campo encontró su lugar. No erael sitial de privilegio de las primeras décadas del siglo, pero era suficiente para seguirsiendo el nexo principal -y ahora dinámico- entre la Argentina y los mercado mundiales.

29. El alivio externo

La recuperación de la agricultura se reflejó en un mayor volumen de exportaciones.Eso permitió modificar la tendencia estructural al déficit de comercio que había sidocaracterística de la Argentina en la década anterior. Mientras que entre 1951 y 1962 lasexportaciones habían superado a las importaciones sólo tres veces (una cada cuatroaños), diez de los once años del período 1963-73 cerraron con superávit comercial.Ello permitió que, a pesar del déficit en los "rubros invisibles" (intereses de deuda,dividendos y utilidades de empresas multinacionales) la cuenta corriente fuera positivaseis veces, y negativa cinco, en 1963-73. La Argentina retornaba así a la combinaciónde superávit de comercio y déficits en los "servicios financieros" que había sido carac-terística hasta los años 50.

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Un saldo más positivoLa balanza comercial argentina (millones de dólares) y su tendencia

Fuente: apéndice estadístico

El excedente de comercio se explica por el crecimiento significativo de las exportacio-nes, que fue acompañado por un aumento más lento de las importaciones. Tomando uníndice 100 para el período 1951-1962, el volumen de ventas al exterior pasó a 169 en1963-73, en tanto las compras de productos extranjeros aumentaron sólo a 129. Cuandose toma el valor en dólares en lugar de volumen la diferencia en todavía mayor, porque enel segundo lapso los términos de intercambio fueron, en promedio, levemente superiores.Esa mejora, no obstante, está concentrada en los tempranos años 70. En 1973 los térmi-nos de intercambio argentino tocarían su punto máximo desde 1951, gracias a un aumen-to de la demanda mundial de alimentos provocada por la aceleración del crecimientoprevia a la crisis de principios de los 70.

Aunque el fenómeno central del comercio internacional argentino fue la recuperaciónde las exportaciones agropecuarias (hecho capital para suavizar lo que hasta entonceshabía sido una sistemática escasez de divisas) poco a poco se fueron perfilando otrastendencias tanto o más interesantes. De los años 60 datan los primeros acercamiento alos países socialistas como destino de los productos argentinos. Lo que en un principiofue un suceso aislado y audaz (los embarques de cereal a China durante la presidenciade Illia), se convertiría en un objetivo deliberado del gobierno peronista a partir de 1973.Era una buena oportunidad, porque la Comunidad Económica Europea ya había co-menzado a aplicar su "política agrícola y ganadera común", que para los países expor-tadores de alimentos no significaba otra cosa que proteccionismo.

Un hecho mucho más palpable que esa incipiente apertura de mercados de exporta-ción fue la diversificación de los productos vendidos. Fue en esa época cuando lasexportaciones no tradicionales (básicamente, industriales) se instalaron definitivamen-te como un rubro significativo de ingreso de divisas, pasando del 10 al 20% del totalexportado entre 1962 y 1972. Esa noticia tenía que ver con la evolución por la queatravesaban la industrialización argentina y las ideas y políticas asociadas a ella.

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30. En busca de una industria madura

El debate en torno al modelo de desarrollo apropiado para la Argentina continuónutriéndose de la experiencia. En primer lugar, a pesar de la mejora en la balanza depagos durante los años 60, persistía la preocupación por la restricción externa de laArgentina. Aunque la profundización del desarrollo industrial (el proceso de sustituciónde importaciones en las ramas básicas) no se había completado totalmente, se fuehaciendo evidente que el margen para reemplazar producción importada por produc-ción nacional era ya muy pequeña. Al mismo tiempo, comenzaron a tener más peso losargumentos que cuestionaban la eficiencia del sector industrial argentino. La idea de laindustria infante empezaba a ser algo forzada en muchos caso, salvo que se estuvierapensando en una infancia de varias décadas.

Ambas inquietudes convergían en un punto. Casa vez más, se coincidía en la necesi-dad de exportar productos industriales. Con ello se dejaría de depender del sectoragropecuario para obtener divisas, y al mismo tiempo se estimularía la competitividadinternacional de la industria argentina. Como el impuesto a la tierra, la expansión de lasexportaciones de manufacturas era una vieja aspiración, cuyos orígenes se podían ras-trear por lo menos hasta el Plan Pinedo de 1940. Pero esa pretensión sólo se habíaconcretado -de un modo parcial y transitorio- durante la Segunda Guerra Mundial, cuan-do las dificultades para el transporte desde Europa habían abierto mercados en Américalatina e incluso en Estados Unidos. En 1964, el Plan Nacional de Desarrollo del gobiernoradical hacía suyas algunas de las críticas "eficientistas" a la industrialización argentina:

En un mercado cerrado, el precio tiende a estar determinado por el costo de launidad de producción menos eficiente, lo que no estimula ninguna mejora enlas condiciones de producción. Es imposible considerar la eliminación de to-dos los tipos de protección, ya que hay una necesidad de conservar las fuen-tes de trabajo y de respetar intereses legítimos [...] Pero es necesario revitalizarla presente situación estática, programando una reducción gradual de impues-tos y sobrecarga, de manera de modificar la estructura de costos, restablecerun mercado competitivo y permitir que la industria compita en los mercados deexportación [...] Esta última propuesta es el resultado del grado de desarrolloconseguido, que hace de la expansión gradual de mercados externos unanecesidad para aprovechar las ventajas determinadas por las economías deescala, y también para liberar parte de la producción de las fluctuaciones dela demanda interna [...] El proceso de reestructuración de las exportacioneses vital, fundamentalmente por la tendencia del comercio internacional ainteresarse principalmente en la línea de productos manufacturados, y sóloen menor medida en materias primas y alimentos, cualquiera sea su gradode elaboración [...] Las necesidades de la economía en general son talesque, en orden de asegurar crecimiento estable en el largo plazo, la industriadebe ser competitiva en los frentes externo e interno...73

73.Citado en Guadagni (1989), 155.

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Un punto a favor de este tipo de llamados era la evolución de la industria brasileña,que parecía estar pasando de una etapa de sustitución de importaciones a otra deexpansión exportadora. La política económica argentina no fue sorda a esa corriente.Mientras que las exportaciones tradicionales estuvieron sujetas a retenciones durantela mayor parte del período, las no tradicionales fueron estimuladas con reembolsos delos impuestos internos, acceso a un sistema de "draw-back" (que compensaba a losexportadores por los aranceles que habían pagado por sus insumos), deducciones enel impuesto a los ingresos y crédito subsidiado. En 1967, se implementaron simultá-neamente una devalución, una reducción de aranceles y un aumento de las retencionesa las exportaciones, cuyo efecto conjunto debía ser la mejora de la competitividadindustrial. El intento fue bastante breve porque la inflación fue deteriorando poco a pocoel beneficio inicial de la devaluación, pero de todos modos era otra señal de que unaconciencia industrial-exportadora estaba en ascenso. Un estímulo distinto se aplicódurante el gobierno de Lanusse: dentro de un complejo esquema de tipos de cambiosmúltiples, se favorecía a los exportadores de productos no tradicionales permitiéndolesvender una proporción de las divisas en el mercado financiero, que registraba un preciodel dólar superior al tipo de cambio comercial. Sobre el final del período, la combinaciónde medidas de aliento a la exportación era tal que "fuentes de a conducción fiscalestiman que se han desbordado los niveles previstos para el año en materia de alicien-tes impositivos a la exportación".

Esas políticas seguramente incidieron en el comentado crecimiento de las exportacio-nes industriales. Pero más allá de sus intenciones, las medidas no alcanzaban pararevertir el sesgo favorable a la venta en el mercado interno que desde hacía tiempo teníala industrialización argentina. No es difícil entender esa inclinación de los empresarios avender fronteras adentro. Si para las ventas externas podían contar con algún subsidio,siempre era una magnitud menor que el beneficio implícito en la protección que brinda-ban, en el mercado interno, los altos aranceles y demás restricciones a la importación.Así las cosas, no es extraño que el crecimiento de las exportaciones industriales fueraacotado. En realidad, el repunte de los productos manufacturados en el comercio argen-tino era en buena medida un resultado del creciente peso de la industria en la economía.Cuando se considera la contribución de las exportaciones al desarrollo industrial en elperíodo 1963-73, la cifra es decepcionante: sólo un 2,9% del crecimiento se dirigió a losmercados externos.

Con el tiempo, las voces en favor de un cambio de estrategia hacia un esquema másdecididamente industrial-exportador comenzaron a oírse con frecuencia, hasta hacer-se dominantes. Como un réplica de las discusiones de los años 40 sobre si era conve-niente estimular a todas las industria o sólo a las "naturales" -y no a las "artificiales"-también las propuestas industrial-exportadora de los 60 y 70 tenían una versión indis-criminada y una versión especializada. De un lado se proponía un esquema en el quecada rama de la industria tuviera la protección adecuada, dada su productividad, peroque esa protección fuera simétrica para las exportaciones y la sustitución de importa-ciones. Eso podía lograrse, por ejemplo, con un sistema de tipos de cambio múltiplesque asignara un tipo distinto para cada actividad industrial, o con una adecuada combi-nación de tipos de cambio, aranceles y subsidios a la exportación. No se trataba conello de desproteger a unas para favoreces a otras, sino de ofrecer incentivos generali-

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zados a la exportación de manera de descomprimir las cuentas externas. Una propues-ta más audaz -en tanto implicaba una alteración mayor en el patrón de desarrolloindustrial- era la de ir hacia un esquema industrial-exportador especializado en lo queaños atrás se llamaban las "industrias naturales", es decir, aquellas en las que el paístenía ventajas comparativas. Sólo así se podría exportar volúmenes suficientes comopara aprovechar los beneficios de la producción a gran escala. El aliento debía concen-trarse en aquellas actividades industriales que requerían factores de la producción(capital, trabajo) en proporciones parecidas a las existentes en la Argentina:

en lugar de una dispersión del esfuerzo, lo que es más conveniente es laconcentración del esfuerzo en un menor número de actividades industriales yen un menor número de firmas por industria desarrolladas en cambio a unaescala mucho mayor [...] Para llevar el aprovechamiento de las economías deescala a su plenitud, obviando el problema de la escasa dimensión del merca-do nacional, debería sin duda encararse la exportación de manufacturas [...]Resulta deseable elegir actividades que usen los factores en la proporción ycalidad en la que los tenemos o podemos tener a corto plazo. Así, parecíaconveniente seleccionar actividades que no usen demasiado capital, relativa-mente, y que usen mano de obra del tipo que tenemos o podemos desarrollardurante el período de vida de la inversión.74

Más allá de sus aspectos cualitativos, lo cierto es que, cuantitativamente, la evoluciónde la industria en la década que siguió a la recesión de 1962/63 fue francamente alenta-dora. Por lo pronto, el ritmo de crecimiento industrial se aceleró, lo que explica buenaparte del rápido incremento del producto global en esos años. En una medida difícil deestimar, las fuertes inversiones de la época de Frondizi contribuyeron a esa expansión,porque habían ampliado la capacidad instalada. El crecimiento industrial, que en 1951-58había sido el del 5,3% anual, y en 1958-64 del 3,8%, entre 1964 y 1971 llegó al 7%, másque para el conjunto de la economía. Además, al contrario de lo que había ocurridodurante los años de Frondizi, la industria generó muchos empleos. Dos tercios de lospuestos de trabajo industriales creados entre 1951 y 1970 correspondieron al períodoiniciado en 1965. La diferencia no se explica solamente por la aceleración general delcrecimiento; también ayudó la recuperación relativa de las industrias más intensivas enel trabajo, que en los años anteriores había quedado muy rezagadas en relación a lasactividades que utilizaban capital en un mayor proporción.

El aumento del empleo se combinó con un crecimiento de los salarios reales, demodo que la participación de los asalariados en el ingreso nacional se recuperó a lolargo de la década. No está clara la magnitud de esa recuperación: unos estudioshablan de un aumento del 37 al 40%, otros de un cambio del 40,6 al 50% (el mismoporcentaje que durante el primer peronismo). En cualquier caso, tampoco los trabaja-dores de entonces podrían contestar con precisión cuánto habían variado sus ingre-sos. Esa incapacidad era una de las consecuencias (seguramente no la más importan-te) de la alta inflación.

74.Di Tella (1973), 35.

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31. Vivir con inflación

Al finalizar los años 60, la Argentina ya se perfilaba como candidata seria al récordmundial de inflación sostenida en el siglo XX. Una publicación de la Naciones Unidas laubicaba entre los ocho países con más lata inflación en todo el mundo. A comienzos delos 70 llegó un consuelo de tontos: el aumento persistente de los precios pasó a ser unmal de mucho, al desmoronarse en el mundo desarrollado la estabilidad diseñada enBretton Woods. Lo que allí era casi una novedad, en la Argentina ya tenía una historiabastante larga, que se remontaba al final de la Segunda Guerra Mundial. En 1963-73 noapareció la inflación; sólo siguió creciendo , como venía siendo habitual desde hacía unpar de décadas.

Historia de una inflaciónTasa anual promedio para distintos períodos del siglo

Fuente: apéndice estadístico

Lo mismo que ante una enfermedad desconocida, ante la inflación no había acuerdo nien el diagnóstico ni en el tratamiento. En realidad, tampoco estaba clara en qué medidaera dañina la inflación, aunque ya nadie consideraba, como en otras épocas, que fuerabeneficiosa (para, por ejemplo, mejor la distribución del ingreso aumentando los sala-rios). Entre sus perjuicios se enumeraba por lo general alguna combinación de éstos: laincertidumbre respecto a los precios futuros, que desalentaba los planes de largo pla-zo; la intensificación de las múltiples pujas distributivas derivada de la necesidad deredefinir los precios continuamente; el deterioro de las cuentas públicas, al quedarrezagado el valor de impuestos y tarifas; el desaliento al crédito en moneda local; sucarácter discriminatorio contra quienes menos acceso tiene a mecanismo de defensacomo el mercado de cambios; y, finalmente, los costos asociados al menor uso deldinero, del que la gente se desprende más rápido cuando los precios están aumentan-do. El problema era que, aunque se coincidiera en la descripción cualitativa de susefectos, era difícil o imposible medir su gravedad. El desacuerdo sobre el daño queprovocaba la inflación seguramente influyó para que los distintos gobiernos dieran

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distinta prioridad a las políticas de estabilización de precios. Eso se reflejó en la varia-bilidad de la inflación. Tomando el decenio 1963-73, el promedio anual de aumento deprecios fue 29%, pero hubo años (1972, 1973) cercanos a 60% y un año (1969) en quela inflación fue de un solo dígito (algo que no se repetiría en el siguiente cuarto desiglo).

Marchas y contramarchas de la inflaciónTasa de inflación anual minorista

Fuente: apéndice estadístico

Más problemático y también más polémico que el debate en torno a los efectos de lainflación era el disenso respecto a sus causas. La explicación tradicional de la inflaciónera la monetarista. Nutrida en la teoría cuantitativa del dinero (que sostiene que los pre-cios se mueven proporcionalmente a la oferta monetaria), señalaba a la rápida expansiónde la cantidad de dinero como causa única de la inflación. Si se querían detener losaumentos de precios, no había más que frenar esa expansión. La posición monetaristase debilitó con la experiencia de 1962-63. En ese bienio, la cantidad de dinero habíaaumentado 37% y los precios mayoristas 95% (tomando sólo 1962, la oferta monetariacreció al 6,9% y los precios mayoristas al 42,3%), mientras la recesión se profundizaba.Ciertamente, otros factores habían entrado en juego (la incertidumbre política había pro-vocado una huida del dinero que aceleró los precios, y la recesión era ante todo unestadio más del ciclo de stop and go) pero el episodio no dejaba de ser una batallaperdida para el monetarismo.

El recurrente fracaso de los programas de estabilización era visto por quienes creíaen la inflación estructural como una confirmación de sus teorías. En la óptica estructu-ralista, la inflación no era el resultado de políticas monetarias equivocadas sino unsíntoma inevitable de defectos arraigados en la organización económica. Aplicada alcaso argentino, la idea era que no había una configuración posible de precios que fueracapaz de generar, simultáneamente, una distribución del ingreso aceptable y un creci-miento que no pusiera en peligro la balanza de pagos. Se podía priorizar el equilibrioexterno, con precios para los productos exportables tan altos como fuera necesario

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para restringir la demanda interna y vender saldos importantes en el exterior. Pero enese caso el salario real sería demasiado bajo como para ser aceptado por los trabaja-dores, ya que los productos de exportación (básicamente, alimentos) tenían muchopeso en la canasta de consumo. Además, es probable que ni siquiera así quedabagarantizado el equilibrio externo, ya que la demanda de importaciones aumentaría amedida que se redistribuía el ingreso en favor de los no asalariados (se suponía que losno asalariados, al ser más ricos, demandaban una mayor proporción de importacionesque los asalariados, quienes concentraban su consumo en bienes de fabricación nacio-nal como alimentos y productos industriales de menor calidad y con menos componen-tes importados). Si el gobierno cedía a la presión sindical por mejoras salariales (algoinevitable desde el punto de vista político), los precios industriales aumentaban por lainflación de costos. Las autoridades se veían forzadas, en ese caso, a convalidar lainflación a través de expansiones en la cantidad de dinero, porque de otro modo secaería en la recesión. Pero el círculo no cerraba: la espiral inflacionaria seguía funcio-nando porque las nuevas condiciones comprometían el equilibrio exterior, ya que a lapar del salario crecía la demanda interna de productos exportables. LA devaluación erael camino habitual para devolver los precios altos al sector agroexportador.

En esencia, la inflación estructural no era otra cosa que la cara monetaria del stop andgo. En la medida en que la Argentina fue librándose de esa traba (gracias a las mejorasen la productividad agropecuaria y a cierto despertar de las exportaciones industriales) lavisión estructuralista fue perdiendo terreno, como lo había perdido la monetarista. Lainflación argentina no dejó de ser, sin embargo, un fenómeno con particularidades pro-pias. El hecho mismo de haber convivido tanto tiempo con ella, por ejemplo, generabaexpectativas de inflación que complicaban los intentos de combatirla. La persistencia dela inflación era una parte bien asentada de la "normalidad", que hacía inaplicable muchade la experiencia internacional en la materia. Las grandes inflaciones europeas del siglohabían sido de un tipo bien distinto, mucho más repentino y más violento,

Entre 1963 y 1973 fueron variando el énfasis y el modo con que se trató a la inflación.Ya se dijo que para el gobierno de Illia la reactivación económica, antes que la estabilidadde precios, había sido el objetivo central. De hecho, de los diez períodos de gobierno quepueden contarse entre la mitad y el final del siglo (considerando como uno solo a cadauno de los cuatro gobierno de facto), el de Illia es el único del que no puede decirse quellevara adelante un plan de estabilización más o menos orgánico. Hubo, es cierto unintento por mantener bajo control los aumentos de precios, luego del expansivo año 1964.No era gran cosa lo que se pretendía: el programa financiero del gobierno contemplabauna reducción escalonada de la inflación, dando un primer paso de 22% en 1964 a 20%en 1965, con la idea de llegar al 10% recién en 1969. Para ello se moderó el ritmo dexpansión de la base monetaria (de 40 a 27%), lo que fue posible gracias a cierta mejoraen las cuentas públicas. La reactivación estaba ayudando a recomponer los ingresosfiscales, y el déficit global bajó de 5,8 a 3,6% del producto. Pero el gobierno no pudocontener los aumentos salariales (llegaron al 35%) y la inflación de 1965 estuvo muy porencima de las expectativas. En 1966 las metas fueron todavía más pretenciosas, y másrestrictivas la políticas. Ya había comenzado a ceder la inflación cuando el golpe de junioacabó con el gobierno de Illia. Con la Revolución Argentina a llegar, después de algunasvacilaciones, un ataque más frontal a la inflación.

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32. Un plan novedoso

Como ocurrió tantas veces en la Argentina de posguerra, hubo que esperar algúntiempo para que el nuevo gobierno lanzara el plan económico con que luego se lo identi-ficaría. Es que durante los primeros meses de la Revolución Argentina no estaba clara nisiquiera la orientación general que tendría la conducción económica. Eso respondía a unproblema de fondo. La aceptación compartida de ciertos objetivos bastante difusos (mo-dernización, eficiencia) no podía ocultar un marcado disenso ideológico entre los "revo-lucionarios", tanto entre los que estaban en el poder como entre los que silenciosamente,o no tanto, habían apoyado el golpe. Esquemáticamente, puede hablarse de una tensiónentre una estrategia desarrollista y ésta más inclinada a atenuar la presencia del estadoen la economía y a eliminar lo que consideraba su más visible consecuencia, la inflación.

El Ministerio de Economía estuvo en un principio a cargo de Néstor Salimei, sin quepudiera distinguirse una dirección clara en sus intenciones de mediano plazo. De subreve período pueden recordarse la intervención de los ingenios azucareros y el enfren-tamiento con los obreros del puerto de Buenos Aires que se resistían a un plan deracionalización. Donde sí se diseñaba un programa más global era en el Banco Central,bajo la dirección de Felipe Tami. Se abogaba allí por un combate gradual a la inflación, através de un pacto social entre empresarios y trabajadores, la progresiva reducción deldéficit fiscal y ajustes periódicos en el tipo de cambio. Además se establecían ciertaslíneas para la planificación del desarrollo económico. Pero Onganía daba signos deinclinarse hacia políticas más drásticas de lucha contra la inflación. Después de todo, setrataba de un objetivo explícito de la Revolución, cuyo proclama inaugural afirmaba:

[La inflación es] el más terrible flagelo que puede castigar a la sociedad, ha-ciendo del salario una estafa y del ahorro una ilusión.

Entre fines de 1966 y comienzos de 1967, dos cambios en la conducción económicaprenunciaron la puesta en marcha de un ambicioso programa anti-infraccionario: la re-nuncia de Tami y el reemplazo de Salimei por Adalbert Krieger Vasena, quien tenía elantecedente de haber ensayado una estabilización en épocas de la Revolución Libertadora.El fracaso de un Plan de Acción sindical, a principios de 1967, aportó el momento apro-piado para intentarlo de nuevo. El 13 de marzo se anunció el Plan de Estabilización yDesarrollo. Incluía "la medida trascendental de fijar una nueva paridad del peso argenti-no igual a 350 por dólar, [que] asegura, por su magnitud, que no habrá más devaluacio-nes", segun la definición del ministro. El mercado de cambio quedaba unificado a esenuevo nivel, un 40% superior al que estaba vigente antes del plan. Se trataba de unadevaluación compensada, porque al mismo tiempo bajaban los aranceles de importa-ción y se establecían impuestos de entre 16% y 25% a las exportaciones tradicionales,con lo que se amortiguaba el impacto sobre los precios internos de la valorización deldólar. El corazón del programa de Kriger Vasena era su política de ingreso. La intenciónera llegar a una configuración de precios y salarios más o menos aceptables para laspartes, que no tuviera que ser revisada y eventualmente modificada por la vía de lainflación. Suspendidas las convenciones colectivas de trabajo, se concedió un aumen-to de salarios también destinado a ser "el último", al menos por los dos años siguientes.

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A su vez, se llegó a un acuerdo de precios con las grandes empresas. A cambio de lapromesa de no remarcar precios por un tiempo, las firmas recibían beneficios talescomo ser incluidos entre las que podían vender a quienes obtuvieran créditos de con-sumo.

Es un hecho notable que el plan de Krieger Vasena se abstuviera casi por completo delremedio monetarista. La cantidad de dinero creció a tasas anuales de nada menos que30% en 1967 y 27% en 1968. Esa política tenía una justificación razonable, coherentecon el diagnóstico que estaba implícito en el plan. Con el congelamiento del tipo decambio y los salarios, más los acuerdos de precios, se pretendía eliminar o al menosdebilitar decisivamente las expectativas de inflación. La percepción de que los preciossólo aumentarían moderadamente llevaría a la gente a mantener más dinero, revirtiendola práctica de deshacerse rápido de los pesos para no verse castigada por la inflación.En esas condiciones, una política monetaria demasiado estricta era sencillamente im-practicable. Si la gente demandaba dinero nacional, y las autoridades se resistían aexpandir la masa monetaria de manera de colmar esa demanda, el precio del peso tende-ría a aumentar o, lo que es lo mismo, el dólar descendería del nivel establecido en 350.No quedaba otra posibilidad que ir acompañando con aumentos en la cantidad de dinerola desinflación de expectativas.

El plan consiguió reducir significativamente, y de manera bastante rápida, la tasa deincremento de precios. Entre diciembre de 1967 y el mismo mes de 1968, la inflación fuede 9,6% y de 6,7% en los doce meses siguientes. No era la estabilidad perfecta que sepretende con un tipo de cambio fijo pero no dejaba de ser un gran comienzo. Además, elgobierno todavía contaba con la posibilidad de reducir las retenciones de manera deevitar un deterioro excesivo de la rentabilidad exportadora, cosa que hizo varias veces. Talcomo ocurrió en las otras cuatro experiencias de estabilización con tasa de cambiopreestablecida en la segunda mitad del siglo (las de 1959, 1978. 1985 y 1991), la activi-dad económica se vio estimulada por un acceso más fácil al crédito y un clima de mayorconfianza para la inversión. El producto bruto comenzó su recuperación en 1967 (3,6%)repunte que se consolidó en 1968 (5,3%) y 1969 (9,6%). Quedaba demostrado, parasorpresa de muchos, que "estabilización y desarrollo" no eran objetivos contrapuestos.

La recuperación de la demanda por dinero daba al gobierno cierto aire para poderfinanciarse de manera no inflacionaria mientras resolvía sus complicaciones fiscales.Se elevaron las tarifas, de modo de reducir el desequilibrio de las empresas públicas,fue aumentando el impuestos de las ventas, se crearon algunos tributos nuevos ycomenzaron a cobrarse los impuestos a las exportaciones. Todo eso permitió mejorarsustancialmente la recaudación, tanto que a pesar de un leve aumento del gasto públi-co, el déficit se redujo a menos de la mitad (pasó de 4,2 a 1,8% del PBI). No sedescuidaba, entretanto, la inversión pública, que en términos reales creció cerca de un55% entre 1966 y 1970. De una larga lista de obras que se empezaron, se terminaron,o tuvieron su gran impulso a fines de los 60, se destacan la represa del Chocón, enNeuquén (una aspiración largamente demorada), el túnel subfluvial Santa Fe-Paraná yel complejo Zárate-Brazo Largo (dos obras clave para superar el aislamiento de laMesopotamia), la Central Nuclear Atucha, en la provincia de Buenos Aires y la pavi-mentación de la ruta 3.

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La lista de realizaciones no conformaba a los críticos nacionalistas, sensibilizadoscomo estaba por el influjo de capital extranjero, que reaccionó favorablemente a lasnuevas condiciones. La cara más visible de esta nueva ola de inversiones del exteriorera la compra de empresas argentinas. Los sectores bancarios, automotor y de cigarri-llos eran los preferidos por el capital extranjero. Se calculaba que la mayor firma decapital nacional ocupaba el puesto número 14 en el ranking de empresas que operabanen la Argentina. Más allá del efecto sobre la inversión, la entrada de fondos desde elexterior era importante para alejar los fantasmas de crisis de balanza de pagos. ElBanco Central acumuló en 1967 más reservas que en cualquier año previo. Un gestodel gobierno ayudó a recomponer la confianza exterior en la Argentina: la sanción deuna ley de hidrocarburos, que revertía la tan cuestionada política petrolera de la admi-nistración Illia.

El año 1969 cerró con un crecimiento del producto bruto (9,6%) mayor a la tasa deinflación (7,6%), algo que no se daba desde 1954 y que sólo se repetiría veinticinco añosmás tarde. Pero a fin de año Krieger Vasena ya no estaba en el Ministerio de Economía.Había sido una de las bajas en el gabinete provocadas por el Cordobazo. En un añobrillante desde el punto de vista macroeconómico, al ministro lo habían derribado, segúnsus palabras, "los obreros mejor remunerados del país", los del cinturón industrial deCórdoba. Como contrapunto a cualquier relación simplista entre la economía y la política,ahí está el Cordobazo recordando que a veces una y otra marchan por caminos distintos.

El subsiguiente proceso de descomposición política de la Revolución Argentina sereflejó en la administración de la economía. Durante el año que transcurrió entre elCordobazo y el reemplazo de Onganía por Levingston, fue ministro José María DagninoPastore. No las tuvo todas consigo: debió padecer la fuga de capital causada por ladesconfianza que surgió a la remoción de Krieger Vasena, encarar las renegociacionessalariales y sufrir la "inflación vacuna" -el aumento acelerado de los precios de la carne-. A la reversión del flujo de divisas respondió con algunas medidas de contracción deimportaciones, con las que logró generar un superávit comercial en 1970. Los otros dosproblemas eran amenazas serias a la estabilidad de precios. Los salarios se renegociarona niveles que estaban un 20% por encima de os anteriores. Después de dos años de undeterioro suave de los salarios reales, los trabajadores por fin conseguían una posiciónalgo más cómoda. Pero la inflación retomaba un curso ascendente, empujada por elprecio de la carne. El quinquenio previo había sido de intensa faena, y ahora los gana-deros retenían los animales para poblar sus existencias. Al mismo tiempo, estabacreciendo la demanda externa. Todo ello hizo que la carne llegase a acumular casi un100% de aumento en un año, a pesar de una veda parcial que buscaba moderar losprecios y que enfrentó a los hombres de campo con el gobierno.

Cuando Levingston llegó a la presidencia, en junio de 1970, el ritmo anual de inflaciónya era del 12%, una tasa que, sumada a la de los años previos, parecía incompatible conun tipo de cambio estático en 350 pesos. A dos meses de iniciada la década del 70,Dagnino Pastore había asegurado que "El panorama con que se cierra la década de losaños sesenta es alentador, pues ha preparado el terreno para la etapa de desarrollosostenido con estabilidad". Los años se encargarían de desmentirlo.

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33. Sin rumbo

El año 1970 marcó el paso a lo que puede considerarse una tercera fase en el ciclo depolítica económica. Después de una primera etapa de preparativos (junio de 1966 -marzo de 1967) y una segunda de estabilización (marzo de 1967 - junio de 1970) seingresaba al período de declinación, que se prolongaría hasta 1973. Carlos MoyanoLlerena, designado ministro por Levingston, se anticipó a las expectativas de devaluación,llevando el dólar a 400, y compensando el efecto sobre los precios con nuevas redencio-nes y reducciones de aranceles. Era un plan como el de 1967 pero a pequeña escala,que intentaba salvar los logros del programa original. Pero el presidente no tenía intencio-nes de encolumnarse detrás de una política antiinflacionaria. Como en tiempos de Illia, laprioridad volvía a ser el desarrollo económico, y no tanto la estabilidad de precios. Sebuscaba un crecimiento asentado en el capital nacional, que compensara la extranjerizaciónde los años previos. Aunque no rechazaba totalmente el aporte externo. Levingston noocultaba su inclinación nacionalista:

O somos autores y responsables de nuestro propio destino, con fe y con orgu-llo, o corremos el riesgo de orbitar en el vasallaje, según los designios dealguien que, desde afuera, determine nuestro destino.75

La figura de Aldo Ferrer, de orientación nacional desarrollista, estaba más en línea conlas nuevas prioridades del gobierno. Designado ministro en octubre de 1970, tomó unaserie de medidas favorables a las empresas argentinas, fundadas en la idea de que "elsistema productivo y financiero argentino revela un alarmante grado de extranjerización.Esta situación debe rectificarse...". Con la "ley de compre nacional", se obligó a todas lasdependencias estatales a adquirir bienes y servicios a firmar del país. También se orientóla política crediticia hacia las empresas nacionales. La política de gastos se hizo másexpansiva. Para 1971 se anunciaba un aumento de 30% en la inversión pública, queformaría parte de un nuevo Plan de Desarrollo ("y Seguridad"). Se proyectaba para elquinquenio 1971-1975 una progresiva aceleración de la actividad económica, hastaalcanzar un crecimiento de 8%.

Sobre fines de 1970 ya no quedaban rastros de la estabilización de Krieger Vasena.La inflación había vuelto a un valor superior a 20% anual. El reemplazo del peso monedanacional por el "peso ley 18.188" fue el primer cambio de signo monetario en el siglo,aunque estaría lejos de ser el último. El nuevo peso (que valía cien veces más que elanterior) rápidamente fue perdiendo posiciones frente al dólar. Se había restablecido elcontrol de cambio, que hizo posible que el valor de la moneda estadounidense usarapara importaciones y exportaciones creciera suavemente. Pero la cotización paralelase duplicó entre los septiembres de 1970 y 1971. Entretanto, las cuentas públicas ibanperdiendo poco a poco la solidez de los años previos. El déficit de las empresas delestado se duplicó entre 1969 y 1971.

75. Clarín, 27 de octubre de 1970

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Con Lanusse la economía siguió deteriorándose, pero ya estaba lejos de ocupar elcentro de la escena. El "tiempo político" de la Revolución Argentina finalmente habíallegado, pero apurado por las circunstancias y sin que se hubiesen cumplido los objetivosplaneados inicialmente. Después del alejamiento de Ferrer, el Ministro de Economía fueabolido y se dio rango ministerial a cuatro secretarías (la de Industria, Comercio y Mine-ría, la de Trabajo, la de Hacienda y Finanzas y la de Agricultura y Ganadería). La admi-nistración perdía así la poca capacidad que le quedaba para controlar las presionessectoriales y evitar los desbordes inflacionarios. El desfile de ministros prosiguió: JuanQuilici, Cayetano Licciardo y Jorge Wehbe se sucedieron en la cartera de Hacienda. Elvacío de poder en el manejo económico impidió casi cualquier medida que no fueraadministrar la situación de corto plazo. El panorama económico se deterioró año a añoentre 1970 y 1972, y fueron desdibujándose las cifras de crecimiento y superávit comer-cial que se habían conseguido los años anteriores. El déficit público y la inflación setriplicaron largamente en ese período. Con un aumento de precios de 58,5%, el año 1972pasó a ocupar el segundo lugar en el ranking del siglo.

Desgastado su propio poder por la evidente derrota en su puja con Perón, sobre el finalde su período Lanusse optó por apoyarse en las organizaciones empresarias y la CGT. Elúltimo de los ochos ministros de la Revolución Argentina, Jorge Wehbe, pretendió conpoco éxito apartarse hacia un manejo un poco más prudente que el que exigían esasentidades. Cámpora recibiría una economía inflacionaria, con casi todos los indicado-res en retroceso.

Excepto uno. Lo que en 1972 era una tendencia alcista de los precios de exportaciónde los productos argentinos adquirió al año siguiente todas las características de unboom. Se acentuaba así, en forma temporaria, la relativa distensión de las cuentas exter-nas que había sido característica del decenio 1963-73. El gobierno peronista contaríacon esa carta decisiva a favor: podía expandir la economía son temor a chocar con larestricción de lo balanza de pagos, de manera de prolongar el crecimiento de la décadaanterior. Pero la posibilidad de crecer sin marchas y contramarchas no sería la heren-cia más duradera del período que acaba en 1973. La inflación seguiría en ascenso,como cifra de una inestabilidad que parecía imposible de purgar y como preocupacióncentral del debate económico.

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34. Política económica de un gobierno disgregado

Capítulo VIII

La aceleración vertiginosa de la crisis política y económica hace difícil acaso inútil ladescripción minuciosa de los acontecimientos que siguieron. El número de ministros hasido en Argentina un buen indicador del grado de estabilidad de la economía y de laspolíticas económicas. En los veinte meses que duró la presidencia de la viuda de Perón,pasaron por el Palacio de Hacienda seis ministros: Gelbard, Gómez Morales, CelestinoRodrigo, Pedro Bonanni, Antonio Cafiero y Emilio Mondelli, con una duración promedio queno llegó a los 100 días. Fuera de la expansión económica, cuya inercia se prolongó hastaprincipios de 1975, todos los indicadores transmiten el sombrío panorama de entonces.

Un cuadro desmejoradoIndicadores económicos durante el peronismo

Fuente: apéndice estadístico

Los cambios de nombres y de políticas en el área económica acompañaban el movi-miento pendular que se daba en lo más alto del poder, donde alternativamente dominaronel tronco peronista-sindical y el círculo de López Rega: Gómez Morales, apoyado por losgremios pero resistido por el grupo íntimo de la presidencia, ensayó una serie de correc-ciones graduales a lo que quedaba del esquema montado por Gelbard y Perón. Permitióvarios ajustes de precios y salarios, al tiempo que intentaba avanzar, salvando resis-tencias que provenían de todos los frentes, hacia políticas más de fondo, como lareducción del déficit fiscal y la atracción al capital extranjero. El problema más urgenteera la delicada situación de las cuentas externas, que no mostró signos de recupera-ción después de una devaluación moderada. Una estrategia más drástica se aplicó unavez Rodrigo, apoyado por López Rega, accedió al Ministerio de Economía. Se anunció

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un paquete e medidas que incluía una devaluación del 100%, incrementos de las tarifaspúblicas en una proporción similar o mayor y la liberación de casi todos los precios. Erael Rodrigazo, que ganaba un lugar en la memoria colectiva al lado de otras conmocio-nes también recordadas con aumentativos. Para los sindicatos, que por ese entoncesacababan de negociar en la convenciones colectiva correcciones salariales del 38%, elnuevo plan equivalía a una declaración de guerra. Cuando la Presidenta ratificó laslimitaciones a las demandas de las organizaciones obreras, el país se paralizó. Lamovilización gremial forzó las renuncias de López Rega y Rodrigo, dando lugar a unanueva etapa de predominio sindical en el gobierno y a la consecuente negociación delos salarios pactados.

A esa altura (mediados de 1975) la economía ya estaba pasando de la expansión a larecesión. La situación de pagos se tornó desesperante, y el nuevo equipo económicotuvo que recurrir a un acuerdo con el FMI, el primero del gobierno peronista, y mantenerun alto precio del dólar. Se consideraba que el contexto de semianarquía imperantedetener la inflación era imposible, siendo más razonable una política indexatoria para lossalarios, el tipo de cambio y la deuda pública, de manera de, al menos, evitar reajustesviolentos y desagradables. Un nuevo cambio de gabinete a principios de 1976 desplazó aCafiero, que fue sucedido por Mondelli. Para ese entonces la credibilidad en la políticaeconómica era nula. El ministro declaraba que no tenía un plan, sino tan sólo "medidas",y la Presidenta parecía ante todo preocupada por mantener cierta imagen de dignidadfrente al final que se avecinaba. "No me lo silben mucho al pobre Mondelli", pedía a lossindicalistas. El déficit fiscal ya estaba totalmente fuera de control, habiendo llegado a lolargo de 1975 a la inédita cifra de 12,4% del PBI. En marzo, el incremento de preciosalcanzó un ritmo técnicamente hiperinflacionario: por primera vez en la historia, lo pre-cios mayoristas aumentaron más del 50% en un solo mes. Pero el gobierno de Isabel nollegó a anunciar ese registro. El día 24 se habían alzado con el poder, una vez más, loshombres venidos de los cuarteles.

35. Diez años después, una nueva solución final

En medio de ese descalabro político y económico que era la Argentina de principiosde 1976, no fue extraño que el golpe de marzo fuera recibido con alivio por un parte dela sociedad argentina. Hasta el propio gobierno -o lo que quedaba de él- parecía ansio-so por librarse de una responsabilidad que ya lo excedía largamente. La reacción de ladirigencia política, que había tolerado intervenciones militares en circunstancias muchomenos graves, fue de resignación antes que de resistencia. La sensación de que "ningúncambio puede ser para peor" era más fuerte que cualquier argumento legalista: era inútilapelar a la paciencia, a la esperanza de una renovación presidencial que, de acuerdocon lo que se había legislado durante la Revolución Argentina, llegaría en 1977.

El móvil inmediato del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional era,por supuesto, la eliminación de los grupos armados, en particular el ERP y Montone-ros. Tanto era así que entre los planes políticos previos al golpe se manejó la alternati-va de un gobierno relámpago que en seis meses acabara con la guerrilla y llamara a

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elecciones. Pero ese calendario era insuficiente para los objetivos de más largo alcan-ce que se anunciaron una vez derrocado el gobierno de Isabel. Sin distinguirse en estode los golpistas de diez años atrás, los interrogantes de la Junta Militar del ´76 habla-ran de la necesidad de erradicar ciertos males básicos que, según entendían, eranincompatibles con un funcionamiento ordenado de la economía y de la sociedad. Peroen su diagnóstico y sus propuestas los militares del Proceso sí pensaban que los de laRevolución Argentina. Había que evitar a toda costa la tentación corporativa y estatis-ta, percibida como el verdadero nudo gordiano de los problemas nacionales. Al contra-rio, su proyecto de largo plazo vislumbraba una sociedad despolitizada y con un estadomenos poderoso. Claro que esos deseos, lo mismo que la mención de la democracia comoforma preferible de gobierno, estaban perdidos en el confín de una larga serie de accionespreliminares que resultaban mucho más urgentes, y que nunca e llegarían a concluir.

Una de ellas sí pudo terminarse en los tiempos y en las formas que se había planeado,e incluso con algún adelanto. Hacia 1978, la aniquilación de las organizaciones guerrille-ras era un hecho. Descabezado el ERP, a mediados de 1976 y exiliada la cúpula deMontoneros en 1977, la suerte de lo que uno y otro bando consideraban una "guerra" yaestaba echada a poco más de una año del golpe de marzo. En la elección de sus vícti-mas, cuya suerte podía ir de la detención y el exilio a la tortura y asesinato, los militaresfueron coherentes con lo anunciado: "Nuestros enemigos son los subversivos, los amigosde los subversivos, y los indiferentes" había dicho el gobernador-interventor de BuenosAires. La erradicación de la guerrilla y todo lo que se asemejaría a ella significó para elProceso una primera colisión entre una de sus fantasías (pertenecer al mundo "occiden-tal y cristiano") y la realidad. La violación sistemática de los derechos humanos era conoci-da y repudiada por la diplomacia norteamericana -inspirada en el principismo demócrata deCarter- y por los más importantes países europeos, donde el testimonio de miles de exilia-dos originaba lo que para el gobierno de facto era una "campaña antiargentina".

Hubo otro tema saliente en el ámbito de la política internacional durante la presidenciade Jorge Rafael Videla (1976-1981). Hacia fines de 1978, después de más de un siglosin conflictos exteriores, la Argentina estuvo a punto de entrar en guerra con Chile poruna cuestión limítrofe también centenaria. Los buenos oficios de un cardenal, no menosque la oportuna prudencia de Videla, permitieron una salida pacífica de último minutoque difirió la cuestión, finalmente resuelta en 1984. La tensión con Chile fue uno deesos episodios que de tanto en tanto hacían visible el disenso entre los hombre dearmas. Suspendida toda actividad política desde 1976, la lucha por el poder tenía lugarentre los militares. Era una disputa sorda, muchas veces ignorada por una poblacióndesinformada, en la que se mezclaban conflictos políticos con motivos meramenteoportunistas. Con todo, se pudo llegar a 1981 con el esquema político intacto, y hastalograrse una curiosa innovación institucional: una sucesión presidencial entre gober-nantes de facto respetando un cronograma que se había programado en el acta funda-cional del Proceso.

Pero ya desde antes de la asunción del general Roberto Viola (marzo del ´81) undesgaste creciente estaba corroyendo al régimen debajo de la superficie. Era la razónmisma de ser de todo el Proceso lo que estaba en cuestión: sin grupos armados quecombatir, y –como se verá- sin resultados económicos respetables que exhibir, el

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gobierno había perdido toda iniciativa. A medida que el Proceso se marchitaba por símismo, reverdecía lentamente la actividad de los partidos hacia mediados de 1981 seformó la Multipartidaria, a parir de las agrupaciones que más votos obtendrían en 1983.Radicales, peronistas, intransigentes, desarrollistas y demócratas cristianos tenían almenos un canal común para reclamar por una salida institucional. Paralelamente, ibatomando más fuerza y haciéndose sistemática la protesta por los "desaparecidos",cuyo asesinato sólo sería reconocido por los militares pocos meses antes de las elec-ciones de 1983. En este punto, el Proceso parecía seguir matemáticamente el curso dela Revolución Argentina, sólo con diez años de diferencia. Videla había sido, comoOnganía, un presidente fuerte que con en el tiempo había ido perdiendo los apoyosiniciales. Viola, como Levingston, la figura débil, carente del capital político de su ante-cesor, durante cuya presidencia se había hecho obvia la necesidad de un rápido final.Faltaba el Lanusse, el hombre que se decidiera a forzar el ya necesario llamado elec-ciones. Pero la analogía no puede llevarse tan lejos. El tercer presidente del Proceso noquiso resignarse al pobre papel de preparar una salida lo más digna posible para unrégimen en franca decadencia. No era el general Leopoldo F. Galtieri hombre de rendir-se fácilmente, por lo menos hasta entonces.

Independientemente del desempeño estrictamente militar (tema complicado y de todosmodos poco relevante dad la evidente superioridad del adversario), es difícil encontrar unsolo acierto político en el antes, el durante o el después de la intervención argentina enMalvinas (abril-junio de 1982). Se concibió como una operación de salvataje al Procesoantes que como una verdadera empresa nacional, se especuló con apoyos internaciona-les que nunca llegaron, se rechazaron propuestas de paz cuando aún parecía habertiempo (misión Haig), considerándoselas cuando ya era demasiado tarde (propuestaBeláunde Terry), se retaceó la información a la sociedad y hasta se ensayaron interpreta-ciones honrosas de la derrota en medio de la frustración popular.

Malvinas fue el tiro final para el Proceso. El año y medio transcurrido hasta la elecciónde Alfonsín en octubre de 1983, bajo la presidencia de Reynaldo Bignone, fue un períodomás de disgregación de un gobierno de facto, como habían sido, a su manera, 1931,1963 y 1971-73. En tanto los objetivo de esta última experiencia militar habían sidomucho más ambiciosos que los de las anteriores y la desilusión proporcionalmentemayor, y en tanto se había fracasado no sólo en el gobierno en general sino en el áreaespecífica de las Fuerzas Armadas, la posibilidad de consolidar definitivamente unsistema democrático aparecería en 1983 como menos remota que en cualquier oportu-nidad anterior de restablecimiento institucional.

36. El ocaso de Lord Keynes

En el área económica, la declaración de principios del Proceso de ReorganizaciónNacional estuvo a cargo del flamante ministro José Alfredo Martínez de Hoz, un em-presario proveniente de las vertientes más liberales de la democracia cristiana. En sumensaje inaugural de casi dos horas y media no sólo se anunciaban una serie demedidas dirigidas a manjar la situación de corto plazo: se sugería, una orientación

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general que, de completarse y mantenerse, implicaría una sustantiva redirección de lapolítica económica. Aunque por un lado Martínez de Hoz aseguraba que "la economíaargentina no tiene ningún mal básico o irreparable" y que "la Argentina no es exacta-mente un país subdesarrollado", por otro lado suscribía un diagnóstico según el cual lainflación –el problema dominante por entonces- obedecía a falencias profundas en laorganización económica. La reivindicación de la iniciativa privada y la eliminación deldéficit fiscal por la vía de un ordenamiento del estado (temas sobre los que no se debanmayores precisiones) eran presentados no solamente como objetivos deseables en símismos, sino condiciones necesarias para el tránsito hacia la estabilidad de precios.Por otra parte, su entreveía en el discurso inicial de Martínez de Hoz una revaloriza-ción del comercio internacional -llamada a tener una importancia fundamenta en supolítica subsiguiente- y se criticaban y derogaban las medidas de desaliento a lasexportaciones, especialmente las agropecuarias.

El enfoque que subyacía en los anuncios de Martínez de Hoz no era únicamente unarespuesta a una nueva encrucijada de la historia argentina. Tenía mucho que ver, tambiéncon un clima de época que a principios de los 70 recién estaba amaneciendo.Sorpresivamente, el consenso intelectual de los años 60, asociado a conceptos comokeynesianismo. Estado de Bienestar o pleno empleo pasó en esos años a una fase decrepúsculo acelerando a Richard Nixon, un republicano, había declarado a fines de los60 la unanimidad de ese consenso: "todos somos keynesianos ahora"5. Una década mástarde, un respetado economista argentino argumentaba:

"Los keynesianos son buena gente… yo tengo un amigo keynesiano". Tal comopintan las cosas no me extrañaría que esta frase se empleara a escuchar enlos círculos de los economistas.76

Diez años no son muchos para la historia del pensamiento. De ello podría dar fe elpropio Keynes, cuyas ideas habían esperado bastante más que eso para ser acepta-das. ¿Cómo fue posible, entonces, que se renegara tan pronto de esa manera depensar la economía que había hecho feliz a una generación? El hecho era que elkeynesianismo empezó a perder batallas en los dos campos donde tres décadas atrásla había ganado: en las mentes de los economistas, teóricos y prácticos, y en la másvisible mundo de la economía real, de la producción, el empleo y los precios. Losprimeros signos de cambio se dieron de manera paralela, en los os terrenos, justocuando Nixon anunciaba la hegemonía del keynesianismo.

Por un lado, sobre finales de la década del 60 la inflación mundial comenzó a ser unproblema. En los años previos a 1965, el aumento de precios anual en Estados Unidoshabía estado por debajo del 2º, pero en 1969 ya se acercaba al 6%. En realidad, esto noera incoherente con las descripciones y las prescripciones keynesianas. La acelera-ción de los precios no era otra cosa que el costo de reducir el desempleo (de 6% amenos de 4% entre 1963 y 1969), tal como predecía la sencilla curva de Phillips.Menos desempleo exigía más inflación, eso estaba claro, y era una regla establece conla que podían balancearse los objetos de la política económica.

76.Calvo (1979), 35.

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Todo pensaban así o, mejor dicho, casi todos. En 1968, Milton Friedman y EdmundPhelps desarrollaron independientemente una idea que cuestionaba a la curva de Phillipsy a las políticas activas asociadas a ella. Las expansiones monetarias, sostenían, soneficaces para reducir el desempleo sólo si provocan una inflación mayor a la esperada.Cuando se verifica esa asimetría entre expectativas y realidad, las firmas ven aumentarsus precios de venta más allá que lo que crecen los costos salariales, negociados a partirde las previsiones inflacionarias. El punto de Friedman y Phelps era que si el gobiernoinsistía con políticas de expansión, todo el mundo esperaría una inflación mayor, y seríatodavía más estímulo inflacionario para reducir el desempleo. El corolario era decepcio-nante: mantener la desocupación en niveles muy bajos (inferiores a lo que se llamó "tasanatural de desempleo") requería no ya una inflación moderada, sino un aumento persis-tente, eventualmente explosivo, en la tasa de inflación.

Fue una profecía acertada aun cuando los postulados teóricos sobre los que se senta-ba pudieran discutirse. Una de las víctimas fue justamente Nixon, cuyo intento por reducirla inflación a costa de un mayor desempleo fue un fracaso: las expectativas inflacionariaseran ahora más alta y, si es que seguía existiendo algo como una curva de Phillips, noestaba en su lugar, es decir, donde había estado durante los 60. El abandono del sistemamonetario de Bretton Woods, en 1971, y la crisis del petróleo en 1973, añadieron másconfusión al ya convulsionado estado de cosas en la economía y la teoría económica.Antes de la recesión mundial del ́ 74 ́ 75, "inflar la economía" era una frase con sentidonada ambiguo: lo que se inflaba era, al mismo tiempo, los precios y la producción. Los 70vieron nacer un neologismo como "estanflación", que describía el fenómeno inédito derecesión combinada con alta inflación. Entretanto, el pesimismo respecto a la capacidaddel gobierno para influir sistemáticamente sobre el nivel de actividad recibía nuevo sus-tento teórico. La macroeconomía basada en las "expectativas nacionales", presentada ensociedad en 1973, no sólo daba por sentado que no había una relación estable entredesempleo e inflación. Más que eso, cuestionaba el hecho hasta entonces indisputado deque, al menos en el corto plazo, los instrumentos monetarios tenían algún poder parareducir la desocupación. La idea era que el uso y abuso de las políticas activas acos-tumbrada a todos a esperar mayor inflación y un nivel de desempleo inalterado comoúnico resultado viable. Incorporar esa verdad de hierro a las expectativas de precioslas hacía mucho más precisas, y en la misma medida esterilizaba cualquier intento porcombatir el desempleo acelerando los precios. Más allá de los argumentos técnicos, enel fondo de estas nuevas ideas subyacía un cuestionamiento radical a la capacidadmisma del estado para hacer política económica. La tesis fundamental, era que, inde-pendientemente de la acción de los gobiernos, una tendencia automática, intrínseca enel sistema, llevaba a la economía a un equilibrio indefectible, aquel que estaba definidopor la "tasa natural" de desempleo.

La interacción entre el mundo de las ideas y la economía real se daba también enotros ámbitos. El carácter internacional tanto de la crisis de Bretton Woods como elshock petrolero ponía en un primer plano el estudio de las balanzas de pagos. Losanálisis en la tradición keynesiana eran atacados también en este campo. Aunquedesarrollados en los Estados Unidos (más específicamente, en la Universidad de Chi-cago, de donde provenían también Friedman y la escuela de expectativas racionales)los nuevos enfoques en esta área eran especialmente relevantes para países relativa-

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mente pequeños, como la Argentina. La esencia del "enfoque monetario de la balanzade pagos" estaba en su nombre: el resultado neto de los pagos internacionales de unpaís era, ante que nada, un fenómeno monetario, y debía analizarse como tal. Loseconomistas keynesianos, siempre preocupados por la producción y el empleo, sehabían concentrado excesivamente en las exportaciones e importaciones, consideran-do a los aspectos monetarios como meros residuos de lo que pasaba en el sector real.Los análisis tradicionales de la balanza comercial tenían sus virtudes, pero eran insu-ficientes para comprender el resultado global de la balanza de pagos. La idea centralera que, en una economía abierta, los desfasajes entre la oferta y la demanda de dinerose corregían a través del sector externo. Cuando funcionara un tipo de cambio fijo, todaexpansión monetaria no compensada por un aumento de la demanda de dinero queda-ría automáticamente anulada por la reducción de las reservas internacionales, queserían requeridas en reemplazo e la emisión indeseada. En el caso de un tipo decambio flexible, el alza en la cantidad nominal de dinero no se traduciría en un incre-mento real porque el valor de las divisas se ajustaría hasta que los precios internos –determinados por el tipo de cambio- crecieran lo suficiente como para llevar la ofertareal de dinero a niveles compatibles con la demanda. No había un largo trecho entreesa descripción y la prescripción de limitar la expansión monetaria a las necesidades dliquides, para evitar, según el caso, una reducción de las reservas o una depreciacióncambiaria. En definitiva, se extraía a las economías abiertas el escepticismo respectoa la posibilidad de estimular la producción apelando a instrumentos monetarios.

La decadencia de la macroeconomía keynesiana arrastraba consigo a instituciones ypolíticas que, aunque no en todos los casos se derivaran estrictamente de sus proposi-ciones teóricas, estaba asociadas a ella. Todavía no era claro cuál sería, o en realidad sies que existía, el paradigma sustituto de aquel que había hecho del estado un protago-nista central en todo Occidente. En el ámbito intelectual, la evolución era relativamenterápida: en 1974 el Premio Nobel de Economía fue para Friederich von Hayek, y en 1976para Friedman, dos adalides en el cuestionamiento al estado tal como se lo habíaconocido desde la Segunda Guerra. Pero en la política económica la influencia fue mástardía y sólo se hizo obvia con el cambio de década, cuando las administraciones deThatcher en Gran Bretaña y Reagan en Estados Unidos iniciaban su campaña contraEstado de Bienestar y los respectivos bancos centrales adoptan las enseñanzas delmonetarismo. La evolución en el mundo de las ideas y en el de las políticas económicahabía sido, una vez más, asincrónica. Según lo describía Hobsbawm:

Tras 1974 los partidarios del libre mercado pasaron a la ofensiva, aunque nollegaron a dominar las políticas gubernamentales hasta 1980, con la excep-ción de Chile, donde una dictadura militar basada en el terror permitió a losasesores estadounidenses instaurar una economía ultraliberal, tras el derro-camiento, en 1973, de un gobierno popular. Con lo que se demostraba, depaso, que no había una conexión necesaria entre el mercado libre y la demo-cracia política.77

77.Hobsbawn (1995), 409.

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"La excepción de Chile" era poco relevante para el mundo desarrollado, pero deninguna manera para la Argentina. Además de la cercanía geográfica, el desarrollopolítico de los 70 emparentaba a chilenos y argentinos. De ambos lados de los Andes,una etapa de movilización política y social se había cerrado con un golpe militar que nopreveía plazos. Cuando la Junta Militar se hizo cargo del poder en la Argentina, hacíaya dos años y medio que Pinochet gobernaba en Chile. Desde entonces se veníanllevando adelante políticas de liberación, con las que se pretendía revertir lo que sepresentaba como un prolongado crescendo de intervencionismo:

el caos sembrado por el gobierno marxista de Allende solamente aceleró loscambios socializantes graduales que se fueron introduciendo en Chile ininte-rrumpidamente desde mediados de la década del 30.78

El péndulo de la política económica se movió en chile con más rapidez que en laArgentina. En pocos años, la economía chilena había pasado a ser una de las menosregulares y estatizadas de Occidente. Se había liberado prácticamente todos los precios,unificado el mercado cambiario, privatizando la banca y levantando las regulacionessobre las tasas de interés. El déficit fiscal había disminuido hasta convertirse en unsuperávit en 1979 y la economía se había abierto primero al mercado internacional debienes y después al de capitales. Las reformas tuvieron un costo alto: el desempleoaumentó hasta estabilizarse en torno al 17%. Pero la inflación, al principio inestable a lamedicina monetaria, empezó a ceder en 1977. Y a partir de la aplicación de políticascambiarias inspiradas en el enfoque monetario de la balanza de pagos (prenunciando laevolución del precio del dólar en 1978 y 1979, y fijándolo entre 1979 y 1981) parecióalcanzarse la feliz combinación entre baja inflación (9% en 1981) y alto crecimiento (unpromedio de casi 8% anual entre 1976 y 1981). La experiencia chilena basada en elenfoque monetario de la balanza de pagos terminaría en una profunda crisis y en unobligado viraje de políticas en 1982, pero a fines de los 70 era natural que los militaresargentinos se fijaran, con una mezcla de admiración y envidia, en los avances de unvecino que, de un momento a otro, podía ser también un enemigo.

37. Política financiera, de la reforma a la crisis

A juzgar por la enunciación de intenciones, le esperaban a la Argentina reformas delmismo signo que las ocurridas en Chile. Martínez de Hoz planteó una lista de prioridadesacorde a la coyuntura de marzo de 1976, caracterizada por una incipiente hiperinflacióny una dramática situación de pagos externos. Los tres objetivos principales de su políticaeconómica serían, en orden decreciente de importancia, la estabilidad de precios, elcrecimiento económico y una distribución del ingreso "razonable". Se decía que la esen-cia de la nueva política sería el paso "de una economía de especulación a una deproducción". Lo que sigue es la triste historia de un programa que se había propuesto.

La política del equipo económico se inició aplicado una estrategia antiinflacionariagradualista, rasgo que se mantendría durante todo el período de Martínez de Hoz. La

78.Meller (1996), 174.

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memoria del Rodrigazo estaba demasiado viva como para intentar algo del estilo. Ade-más, la configuración de precios relativos definida por los niveles de salarios, precios ytipo de cambio parecía consistente con el objetivo oficial de corregir l déficit externo,porque durante los últimos meses del gobierno peronista se habían corregido los desfasajesque anteriormente existían entre esas variables. En lugar e recurrir a una devaluación, seliberaron los precios y se fue ajustando el tipo de cambio a la inflación, en tanto lossalarios fueron congelados por un tiempo para sólo después evolucionar de acuerdo conlos aumentos de precios. El resultado fue el buscado: el salario real cayó bruscamente(cerca de un tercio de su valor de marzo, en un par de meses). Con instrumentos algodistintos, se había conseguido lo que tantas otras veces: contraer el gasto a través de lacaída de salarios, de manera de obtener un superávit comercial por la disminución delconsumo de bienes exportables y de las importaciones. Mientras se esperaba esta co-rrección en las cuentas externas, un crédito del Fondo Monetario ayudaba a cumplir conlas obligaciones más urgentes.

Pasado un año del golpe militar, era indiscutible, en comparación con el caos demarzo, la economía había recuperado al menos cierto orden y previsibilidad. La combi-nación de políticas cambiaria, salarial y arancelaria, ayudadas por las devaluaciones quese habían heredado del momento final del peronismo, logró generar un superávit comer-cial a lo largo de 1976. El déficit fiscal, estaba declinando. Y en materia de inflación ya sehabía superado el descontrol. El comienzo había sido particularmente alentador: en juniode 1976 se había llegado a un registro de sólo 2,7% mensual, en un marco de libertad deprecios (nadie podía imaginar entonces que ese récord se mantendría en pie durantecasi diez años). Pero fue un episodio fugaz, empujado por la recuperación de la deman-da de dinero, que se alejaba así de su piso de marzo. La evolución a partir d allí no fue tanbrillante. A principios de 1977, el índice se había estabilizado en alrededor de 7% pormes, y el gobierno parecía no tener claro con la inflación. El recurso a una "tregua deprecios" de cuatro meses a partir de marzo y a una política de reducción arancelariapara aquellos productos que registraban alzas injustificadas era un acto reflejo que noestaba en sintonía con el espíritu generalmente ortodoxo del gobierno y que denotabala ausencia de una estrategia global en un área clave.

Mientras buscaba a tientas la manera de doblegar la inflación, el equipo económicointrodujo uno de los cambios más drásticos del período, una excepción a su políticageneralmente gradualista: la reforma financiera. Desde 1946, el sistema bancario ar-gentino había alternado etapas de relativa libertad con épocas de mayor regularización,las últimas asociadas a los gobiernos peronistas. La diferencia entre las dos formas deorganización era el papel de los bancos en la distribución del crédito. Durante el primerperonismo, y en menor medida durante el trienio 1973-76, la capacidad prestable decada banco dependía de las asignaciones que obtuviera del Banco Central, teniendopoco que ver con la cantidad de fondos que recibiera como depósitos. Eso no fue asíentre 1957 y 1973, pero aun en esta etapa hubo límites para las tasas de interés. Dadoque la tendencia de la inflación fue creciente, y que las tasas reguladas no aumentabanen la misma medida que la inflación, la Argentina tuvo tasas de interés reales negativasdesde la posguerra hasta 1977, con las únicas excepciones de 1954, 1960m 1968 y1969, años de excepcional estabilidad de precios.

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Dinero baratoTasa de interés activa, nominal y real, antes de 1977

100 80 60 40 20 0-20-40-60-80

Fuente: datos provistos por Carlos Winograd

La reforma financiera de 1977 implicaba un cambio sustancial en el mercado de capi-tales argentino. Las medidas principales eran la liberación de la tasas de interés y la"desnacionalización" –más correcto sería hablar de "descentralización"– de los depósi-tos, de modo que la capacidad prestable de los bancos quedaba atada a su habilidadpara captar depósitos. Disposiciones complementarias regulaban los encajes de manerade neutralizar sus efectos sobre la tasa de interés. Como habitualmente ocurre cuando selanza una reforma estructural, razones de convicción respaldaban la iniciativa. Si el go-bierno realmente quería acabar con la "economía de especulación", era inevitable uncambio como el que se proponía. Ya que existía un circuito informal de tasas libres, yademás había bonos del gobierno indexados al nivel de precios, quienes tenían acceso acréditos en el mercado formal podían colocarlos en alguna de esas alternativas y seaseguraban enormes ganancias.

Probablemente, el sistema bancario formal habría colapsado de no haberse introduci-do una reforma en esa línea. No tenía sentido prestar a tasas reales de interés que en1976 eran de -57% anual es decir, tasas que para el prestamista significaban una pérdidade más de la mitad de su capital en un año. A esta motivación dictada por el sentidocomún se agregaban otras más elaboradas que resaltaban no ya la imposibilidad sino laineficiencia de un sistema tan regulado. Por un lado, se suponía que la aparición de tasasde interés reales positivas estimularía el ahorro. Además, la existencia de un costo real delos créditos haría que operaciones improductivas (entre ellas, comprar bien y revenderloen la fecha de maduración del crédito) dejaran de ser rentables, con lo cual el ahorro secanalizaría a las inversiones de ñata productividad real.

Algunas de esas expectativas parecieron cumplirse parcialmente. El número de ban-cos (aunque no el de otras instituciones financieras) aumentó de 119 a 219 entre mayode 1977 y mayo de 1980, en un proceso que desde el ámbito oficial fue percibido comoun indicador de una mayor competencia. Las tasas reales, si bien tuvieron un comporta-miento muy volátil, pasaron a formarse como era previsible bajo las nuevas reglas: a lastasas de interés internacionales se les sumaba el riesgo de depreciación cambiaria, y las

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tasas domésticas podrían resultar positivas –cuando dicha suma era mayor a la infla-ción vigente- o negativas –si era menor-. Aunque de vez en cuando sus expectativas sevieron defraudadas, pasó a ser frecuente que los ahorristas obtuvieran rendimientosreales positivos, y fue en respuesta a ello que lo depósitos a plazo pasaron del 5,9%del PBI en 1976 a 16,5% en 1980. Menos nítido fue el efecto de la reforma financierasobre el ahorro interno: quizás la reaparición de tasas de interés reales positivas esti-mulara el ahorro, pero la remonetización consecuente posibilitó la paulatina recons-trucción de un mercado de crédito para consumo; si bien la tasa de ahorro domésticotuvo un pico en 1977, lo más probable es que ello no se debiera a la reforma financierasino a políticas económicas que deprimieron los salarios reales y el consumo popular.

La expansión financiera que siguió a la reforma se inició de modo bastante improvisa-do, y acabó en un verdadero caos. El espíritu liberal de los cambios introducidos, refleja-do entre otras cosas en las facilidades para entrar al mercado financiero, mal se compa-decía con un mecanismo que poco tenía de liberal. Se mantuvo una amplia garantía a losdepósitos sin que existiera un adecuado sistema de supervisión, que en su contrapartenatural. Bajo un régimen d tasas libres, la combinación de garantía pública y ausencia decierto "control de calidad" a la cartera de los bancos era potencialmente explosiva, másaún cuando, tras varias décadas de tasas reguladas, los participantes del mercado finan-ciero no estaba acostumbrados a que el crédito tuviera un costo real. Se montaba así unescenario de alto riesgo. Por un lado, los bancos competían por la captación de fondos,con tasas de interés crecientes. Por otro lado, financiar esas prácticas con una adecua-da contrapartida del otro lado e la hoja del balance, es decir, prestando también a tasasaltas. Pero quienes tomaban esos créditos caros eran justamente las empresas en apurosque no conseguían financiamiento en condiciones más razonables, y que por el hechomismo de tener que pagar un alto precio por el financiamiento tendrían a embarcarse enoperaciones cuya inusual rentabilidad escondía en verdad un importante riesgo. En todocaso, la esperanza de los deudores riesgosos –o de los apostadores oportunistas- eraque, como había sido práctica común en la Argentina, un golpe inflacionario terminaríaaliviando la carga financiera cuando ésta se volviera intolerable.

Los depositantes, en cambio, llevaban una vida más tranquila con la reforma. Sabíanque, aunque poco hiciera por supervisar l calidad de los préstamos, el Banco Central síestaría allí para, en última instancia, responder ante la defección de los deudores y losbancos. El sistema de garantía de depósitos sin regularización de calidad de los prés-tamos dejaba así espacio para múltiples operaciones desleales por parte de institucio-nes financieras: los autopréstamos –es decir, la canalización de créditos hacia empre-sas vinculadas, de dudosa solvencia- fueron una de las más frecuentes.

La presión alcista sobre las tasas que estos mecanismos imponían se reforzaba porla presencia en el mercado, como importantes demandas de crédito, de las empresaspúblicas, que en 1977 habían pasado a ser autónomas desde el punto de vista financie-ro. El sistema pudo sobrevivir mientras duró la rueda de la fortuna de una monetizaciónespeculativa, pero hizo crisis a partir de la liquidación del Banco de Intercambio Regio-nal (BIR), una entidad que al amparo de la combinación entre amplia garantía pública,libertad de tasas y ausencia e regulación había llegado a ser la mayor del país. Sedesató una corrida que en un principio acabó con otros tres bancos importantes (Oddone,

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de los Andes e International) y terminó afectando a todo el sistema financiero. Duranteese fatídico año 1980, el Banco Central debió asumir el control de unas 60 instituciones.

Con la crisis financiera comenzó la fase terminal del programa económico de Martínezde Hoz. Poco antes, el almirante Massera había declarado: "No es verdad que hayamospasado de una economía de especulación a una producción". En realidad, no se habíanalcanzado ni ese objetivo general ni los fines más concretos que se había propuestoMartínez de Hoz desde los comienzos. Cuatro años habían pasado y la economía apenashabía crecido. Más grave aún –de acuerdo con el orden de prioridades del gobierno- eraque la inflación siguiera siendo un problema sin solución.

38. Política de estabilización: Del monetarismo a la tablita

En el área crucial de la estabilización de precios, la política de Martínez de Hoz fue,más que gradualista, eléctrica y hasta errática, con marchas y contramarchas sucediéndoseunas a otras. En un principio, no hubo una clara estrategia contra la inflación, salvo eltradicional expediente recesivo basado en la reducción de los salarios reales. En 1977 seexploraron alternativas heterodoxas: la mencionada tregua de precios y las primeras re-ducciones arancelarias con propósitos antiinflacionarios. Pero la inflación no cedía, yhacia mediados de ese año se ubicaba en el inaceptable nivel de 140% anual.

Fue entonces que, tras la tregua de precios, llegó el turno del monetarismo entendido ala manera tradicional. Los números fiscales eran mucho más rubros que en 1976, yademás se decidió que los desequilibrios del estado y de las empresas públicas se finan-ciaran en el mercado de crédito. De ese modo, podía reducirse el ritmo de creación dedinero. Así se hizo, en una magnitud que era todo un logro para un país"megainflacionario": entre junio y noviembre del ́ 77, luego de la puesta en marcha de lareforma financiera, la oferta monetaria aumentó a razón del 2,6% mensual. Pero fraca-so en materia antiinflacionaria fue mayúsculo, ya que en el mismo período los precios,aumentaron a una tasa de casi el 10% por mes. Para peor, esa política cortó la recupe-ración en el nivel de actividad económica, que ya llevaba un año. Una recesión brevepero violenta redujo la producción en alrededor de 5% en los doce meses posteriores ajunio de 1977. Las tasas de interés se dispararon, llegando en ocasiones al imposiblenivel de 10% mensual, en términos reales. Fue la primera recesión de la posguerra noprovocada por dificultades en la balanza de pagos.

En realidad, la retracción productiva era una implicación lógica de la contrataciónmonetaria, según las enseñanzas de Friedman y los suyos. Hasta que las expectativasd inflación no se ajustaran a la nueva política, no podía esperarse otra cosa que unarecesión. Martínez de Hoz parecía entender el punto:

La actual situación financiera es típica de un ajuste transitorio debido, en granmedida, a la sobreestimulación por parte de los empresarios de la tasa de infla-ción.79

79.Citado en de Pablo (1987), 87.

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La coherencia monetaria exigía, por supuesto, insistir con la moderación en la crea-ción de dinero hasta que las expectativas se adecuaran a la política de desinflación.Pero había algo más profundo que estaba fallando, y que tenía que ver con las diferen-cias entre una economía cerrada al mercado internacional de crédito y una economíaabierta a esa influencia. Desde los comienzos, el gobierno intervenía en el mercadocambiario, comprando y vendiendo dólares de manera de conseguir el nivel deseadodel tipo de cambio. Este nivel se determinaba de acuerdo con una política de crawlingpeg, es decir que el tipo de cambio seguía aproximadamente a la inflación pasada. Elhecho era que el gobierno no podía tener todo a la vez: o elegía el precio del dólar oelegía la cantidad de dinero. Si, como era el caso entonces, se pretendía mantenercierto valor del tipo de cambio, la determinación de la oferta monetaria dependía exclu-sivamente del comportamiento de la gente. Cuando la cantidad de dinero fuera menor ala deseada, el aumento en las tasas de interés se encargaría de atraer dólares delexterior que, intercambiados por pesos al tipo de cambio establecido por el gobierno,alimentaban la cantidad de dinero. Monetarismo y crawling peg eran incompatibles, yuno de los dos debía ser abandonado.

Hacia mayo de 1978, pareció que la decisión final del gobierno era determinar lacantidad de dinero y renunciar a la política cambiaria. El Banco Central dejó de interveniractivamente en el mercado de divisas (aunque ocasionalmente siguió comprando dóla-res), permitiendo que el tipo de cambio alcanzara "su propio equilibrio". La nueva políticaprovocó una fuerte apreciación real. Un turista que viniese a la Argentina en junio con laidea de ver el Campeonato Mundial de Fútbol y quedarse un par de meses más devacaciones comprobaría con asombro, a la hora de partir, que los precios medidos endólares eran un 15% más altos que al llegar. Es que la inflación se mantenía alta en unnivel que poco tenía de equilibrio: entre 6 y 9% por mes. ¿Qué sentido tenía para elgobierno persistir en una política que nada le hacía a la inflación y a la que se considera-ba responsable del estancamiento de la economía?

Así que a fin de año se decidió otro golpe de timón. Si no funcionaba como métodoantiinflacionario el control monetario, era mejor manejar el tipo de cambio de modo deponer una cota a los precios nacionales. El 20 de diciembre se anunció un cronograma(la tablita) especificando el valor del dólar durante 8 meses a partir del principio de1979. Se preveía una reducción gradual en la tasa de aumento del tipo de cambio, de 55mensual en enero a 3,7% en agosto. Otras "pautas" completaban la fase de "profundi-zación y ajuste" del programa de Martínez de Hoz. Las tarifas públicas, los salariosmínimos y el crédito doméstico tenían sus propias tablitas. El propósito de todas esaspautas era disciplinar la inflación, llevándola a un nivel incompatible con el que se hacíaexplícito en esos cronogramas. Se confiaba en que la suave trayectoria anunciada paratarifas y salarios actuaría sobre los costos de las empresas moderando la inflación.

Pero la mayor apuesta estaba en la evolución del dólar. La idea era que si, porejemplo, el precio en dólares de los bienes comerciables aumentaban 10% al año en elmercado internacional, y la tablita preveía un incremento de 60% en tipo de cambio, elaumento del precio local de los bienes comerciales no podía estar lejos del 70%. Enotras palabras, la tasa de inflación iba a estar determinada por la suma de la inflacióninternacional más el ritmo de la devaluación. Otra resolución reaseguraba este meca-

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nismo: habría recortes especiales de aranceles a la importación para aquellos produc-tos cuya inflación fuera mayor a la internacional más la tasa de depreciación.

A primera vista, el esquema tenía sus ventajas. En primer lugar estaba, por supuesto, ladeclinación prevista de la tasa de inflación, que se acentuaría a medida que la velocidadde devaluación se redujera. Pero un beneficio no menor del plan del 20 de diciembre eraque no se vislumbraba como recesivo. Ya se había sufrido bastante con la política dealtas tasas de interés durante la etapa monetarista de Martínez de Hoz. Ahora se espera-ba todo lo contrario: al hacerse previsible el ritmo devaluatorio, el atractivo para prestar enpesos aumentaba considerablemente. Una operación de ese tipo es mucho menos riesgosa(y, por lo tanto, se cobra menos por ella) cuando se sabe a ciencia cierta, o casi cierta,cuánto va a valer el dólar en el momento de recuperar el préstamo.

El efecto inicial de la tablita tuvo una doble cara. Por un lado, hubo en 1979 unaexpansión de la actividad económica, en parte porque la demanda agregada se recuperóal compás del descenso en las tasas reales de interés, que durante varios meses fueronnegativas. Pero la caída del interés real se dio de modo distinto del que esperaba elgobierno, ya que se debió menos a la reducción en el "riesgo país" (que debería haberactuado, y en alguna medida actuó, acercando las tasas nominales de Argentina a lasdel resto del mundo) que a la cara desagradable del programa de estabilización: lapersistencia de una inflación alta, que hizo que las tasas reales estuvieran muy pordebajo de las nominales.

Es que el plan antiinflacionario falló en su cometido específico. Durante el primer añode la tablita (1979), no podía haber sido más desalentador lo que pasó a la inflación, asaber: nada. Entre 1978 y 1979, la inflación minorista apenas había disminuido, de 171%a 163%, y la mayorista no sólo no había caído sino que había aumentado levemente, de146% a 149%. La pervivencia de la alta inflación era mala en si misma, por supuesto,pero con el esquema de la tablita tenía efecto adicional quizás más grave. El aumentodel precio del dólar estipulado por la pauta cambiaria era de poco más de 60%, muchomenor al de los precios. Así se iba acumulando un atraso cambiario que, al abaratar lasimportaciones y hacer menos rentable la exportación en general, tendía a deteriorar labalanza comercial. El gran interrogante era, obviamente, por qué seguía alta la inflación,por qué no se daba la convergencia que las autoridades habían esperado entre inflaciónlocal e inflación internacional (más tasa de devaluación).

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DivergenciaTasas trimestrales de inflación local e internacional y de devaluación

Fuente: Canitrot (1981)

Las explicaciones se multiplicaban. Al principio hubo quienes sencillamente negaban elatraso cambiario, señalando que la alta inflación nacional no era otra cosa que unaconsecuencia de la aceleración de los precios internacionales, en particular de aquellosque comerciaba la Argentina. Desde el gobierno se ensayaban explicaciones en esalínea, y hasta se publicaba un índice de precios "descarnado", es decir, que no contabael aumento de la carne. Una visión optimista consideraba que esa tendencia era unfenómeno de equilibrio sintomático de cambios más profundos, como el abandono de laspolíticas de desaliento a las exportaciones agropecuarias o la incorporación de la Argen-tina al circuito financiero internacional.

Pero, fuera del gobierno y una minoría de economista, se coincidía en la gravedaddel problema del atraso cambiario. De manera algo incompatible con el enfoque mone-tario de la balanza de pagos, se apuntaba a la expansión del circulante –empujado porlas entradas de dinero exterior o por motivos fiscales- como causa de la divergencia.Más coherentemente con la filosofía del programa, se atribuía la excesiva inflación aldinamismo de la demanda, empujad por el alto nivel de gasto público o privado, estimu-lados a su vez por las tasas de interés negativas. Esta hipótesis tenía cierto sustentoen 1979 (año en que el PBI se expandió un 7,7% y el desempleo tocó su mínimohistórico) pero ya no en 1980, con tasas de interés reales anormalmente altas y rece-sión. Finalmente, desde posiciones más heterodoxas se resaltaba la influencia de lainercia inflacionaria y del arraigo de prácticas indexatorias, cuya desaparición era pocoprobable en el contexto de un programa gradualista.

El tema del atraso cambiario estaba instalado en el debate y atentaba contra lasexpectativas de supervivencia de la tablita. Era obvio que la Argentina era un país caroen comparación al mundo; el chiste era que los pobres iban de vacaciones a Uruguay,la clase media de Brasil, y sólo los ricos podían quedarse en el país. La balanza decomercio, fuertemente positiva entre 1976 y 1979, cambió bruscamente de signo en

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1980. Muchos sectores industriales, e incluso quienes habían sido aliados incondicio-nales del ministro, como la Sociedad Rural Argentina, planteaban explícitamente lanecesidad de apartarse del esquema de pautas cambiarias. El gobierno, por su parte,no era del todo claro en su compromiso con esa política. El cronograma cambiario sesiguió anunciando con anticipación, pero en ocasiones de manera un tanto ambigua. Yaen marzo de 1980, ante la inquietud de un periodista que pedía pronunciamiento másexplícito, Martínez de Hoz, respondía:

Estamos buscando la gente viva sin que el Estado le tenga que dar pautas. Nohay necesidad. La inflación seguirá cayendo sin necesidad de que demospautas.80

A lo largo de 1980 la confianza se fue deteriorando. La crisis bancaria fue una primeraseñal, que obligó al Banco Central a desprenderse de una proposición nada despreciablede las reservas que había acumulado los años anteriores. Propuestas para afianzar lacredibilidad, como la de ofrecer seguros de cambio para transacciones a realizarse en elfuturo, se desecharon. Se fue ensanchando la cuña entre las tasas de interés en pesos yen dólares, una medida de desconfianza. La estampida de las tasas, empujadas tambiénpor la crisis bancaria, reforzaba el incipiente ciclo recesivo y ponía entre la espada y lapared a las empresas endeudadas. A mediados de año, un informe sobre los distintossectores productores de bienes era poco menos que apocalíptico. Salvo en las industriasautomotriz ("mayor producción y alta rentabilidad") y naval ("suave viento en popa"), todoera quejas. En agricultura, "unanimidad: nadie está contento"; ganadería, "una depresiónsin precedentes"; siderurgia, "en el camino de la debacle"; petroquímica, "la retracciónno cesa"; celulosa y papel, "estamos todos castigados"; electrodomésticos, "lo únicofirme es el desaliento"; textil, "en la cuerda floja"; alimentación, "una evolución de signonegativo"11. Ese era el tono general.

En julio de 1980 se había anunciado una nueva "profundización" del plan de estabili-zación, que incluía, además de medidas para reducir el déficit público, el levantamientode las últimas trabas para tomar créditos en el exterior. Hubo cierta respuesta efímeray de corto plazo de los capitales externos, pero la credibilidad ya parecía estar irrever-siblemente minada. Se esperaba con ansiedad la renovación presidencial de marzo de1981, sin que el futuro jefe de estado se pronunciara sobre hombres sobre políticas enel área económica. Para la tablita, el "silencio de Viola" era más perjudicial que milpalabras y se descontaba su abandono. Sólo el 5% de los banqueros consultados parauna encuesta en octubre de 1980 confiaban en el cronograma cambiario tal comoestaba previsto hasta marzo de 1981. Se anunció primero una corrección hacia arribade la tasa de depreciación, pero no fue suficiente para detener lo que hacia fines de1980 era una corrida contra el peso. En febrero, finalmente, una devaluación no progra-mada de 10% acabó con la tablita, aunque formalmente permanecían en pie pautas deldólar hasta agosto. La desconfianza se convirtió en pánico, y a fines de marzo lapérdida de reservas acumulada desde octubre rozó los 5000 millones de dólares (másde la mitad). Era una economía con pronóstico reservado, aquejada por una inflación

80.Revista Mercado, 27 de marzo de 1980.

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que amenazaba con acelerarse y sumida en una honda recesión, la que legaban Videlay Martínez de Hoz a sus sucesores, Viola y Lorenzo Sigaut.

39. Política comercial: de la apertura exportadora a laavalancha importadora

A lo largo de toda la administración Videla-Martínez de Hoz, la apertura de la economíaal comercio internacional fue el segundo tema más importante en el debate de la políticaeconómica, sólo superado por la lucha contra la inflación. En realidad, si los planes delgobierno en ambos campos se hubieses cumplido, la reforma comercial habría significa-do una revolución acaso mayor que la derrota de la inflación, ya que implicaba un cambiodrástico en el modelo de desarrollo argentino tal como se lo conocía desde los años 30.Desde ese entonces, la participación del país en el valor de las exportaciones e importa-ciones expresadas como proporción del PBI.

Lejos del mundoComercio argentino como porcentaje de su PBI y del comercio mundial

Fuente: Maddison (1995) y apéndice estadístico

Resulta curioso que, aunque uno de los hechos más recordados de la época deMartínez de Hoz es la avalancha importadora, el énfasis inicial de la apertura estuvodel otro lado de la balanza de comercio. Al cabo de menos de un año del golpe militar,las retenciones a las exportaciones tradicionales habían sido recortadas sustancial-mente, y a fines de 1978 todos los impuestos a la venta exterior habían desaparecido,para no reaparecer hasta después de la caída de Martínez de Hoz. En el rubro de lasexportaciones no tradicionales, desde hacía un tiempo fomentadas por medidas credi-ticias e impositivas, no hubo una estrategia sistemática, prefiriéndose en cambio unaconsideración caso por caso. Si bien es imposible determinar con precisión cuánto

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influyeron las políticas oficiales favorables a la venta externa, el hecho es que la pro-ducción de bienes exportables (y el valor de las exportaciones) aumentó significativa-mente con Martínez de Hoz. Contando los cinco cultivos principales, entre los cualesla soja ganaba rápidamente posiciones, la producción había alcanzado una nueva pla-taforma cercana a los 35 millones de toneladas hacia comienzo de los 80, contra unpromedio apenas superior a 20 millones durante el gobierno peronista. La posibilidad deuna reacción ante mayores precios debe desecharse -porque en realidad los valores deventa no estuvieron por encima de los de años anteriores- pero es lógico pensar quesin la eliminación de las retenciones no habría habido tal dinamismo. La producciónagrícola de exportación también se vio favorecida por un evento externo. En 1980,Estados Unidos impuso un embargo cerealero a la URSS por su intervención enAfganistán, del que la Argentina decidió abstenerse. Ese año, la mitad de las exporta-ciones de granos tuvo como destino el mercado soviético. Aun cuando después laproporción descendería, la Unión Soviética se consolidaría como cliente importante delos productos argentinos, coronando con éxito una de las pocas iniciativas con efectosduraderos del gobierno peronista.

En cuanto a las importaciones, la acción aperturista fue pausada en por lo menos dossentidos: se trató de un programa de reducciones arancelarias graduales que a su vezfue dado a conocer de manera gradual. Que la política fuera progresiva en lugar dedrástica tenía ventaja de evitar una reestructuración productiva demasiado brusca, parti-cularmente peligrosa para los sectores que comprendían con las importaciones, expues-tos durante el período a otras fuerzas recesivas, como las altas tasas de interés y laapreciación cambiara. Dentro de esa ruta gradual, los momentos críticos de la aperturafueron tres: noviembre de 1976 (se bajó el arancel máximo a 100%), diciembre de 1979(contemporáneamente con la tablita, se anunció un cronograma de disminución de aran-celes a las importaciones con horizonte en 1984) y julio de 1980 (se apuró ese esquema).También se tomaron, de tanto en tanto, medidas parciales con objetivos más específi-cos. Para contener la inflación se dispuso un recorte de aranceles a aquellos productoscuyo precio aumentara más de lo que era compatible con la tablita, y para fomentar lainversión se aceleró la reducción de tarifas a las importaciones de bienes de capital.

Por otra parte, dos factores contribuyeron a moderar la apertura comercial importadora.De un lado, los frecuentes desvíos a la vocación declaradamente librecambista. Unrégimen para la industria automotriz, una ley de promoción industrial que protegía aactividades nuevas y la supervivencia de casi todos los cupos de importación existen-tes fueron los ejemplos, más importantes. Al amparo de esos desvíos crecía y seconsolidaba un empresario nacional de nuevo cuño –los "capitanes de la industria"-cuya importancia económica se extendería hasta fines de siglo. De otro lado, a losmatices de la apertura debe sumarse el hecho de que, en muchos casos, el efectoeconómico de la caída de aranceles era prácticamente nulo. Eso ocurría cuando laprotección resultante de las reducciones todavía era bastante alta como para que elprecio del bien de importación en el mercado internacional se mantuviera por encimadel precio de venta en el mercado local. Estimaciones para principios de 1977 –esdecir, cuando ya había tenido lugar la primera fase de liberalización del comercio exte-rior- ubicaban este margen de protección excedente en un 57% del precio internacio-nal.

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Abajo el arancelEvaluación de la estructura arancelaria bajo Martínez de Hoz

Fuente: De Pablo (1987)

La pregunta que surge a la indagación histórica es: ¿por qué una estrategia de apertu-ra como la descripta -gradualista y matizada por varias excepciones- desembocó final-mente en un aluvión masivo de importaciones y en un creciente desequilibrio comercial?La respuesta es que no pueden juzgarse las políticas específicamente comerciales comoalgo aislado, pasando por alto las potentes influencias de la macroeconomía. De hecho,el problema del atraso cambiario sería determinante en la suerte final del intento aperturistade Martínez de Hoz. La reducción de controles al comercio exterior y el programa deestabilización fueron prácticamente simultáneos; ambos se insinuaron en 1976, 1977 y1978 para recién llevarse adelante con más decisión en 1979 y 1980. Fue una combina-ción de políticas que alteró bruscamente los precios relativos de los distintos sectores deproducción. Crudamente, se puede clasificar a los bienes producidos internamente enexportables (que en la Argentina son básicamente productos rurales), importables (do-minados por el sector industrial) y no comerciable (la mayoría de los servicios, ade-más de los bienes cuya importación o exportación no es rentable por barreras natura-les, como los altos costos de transporte). La reducción de impuestos al comercioexterior favorecía a los exportables respecto a los importables, mientras que la políticade estabilización, en tanto provocaba una apreciación del peso, mejoraba la relación deprecios de los bienes no comerciables respecto a los comerciales. Los productos deexportación ganaban por un lado y perdían por otro, lo que ayuda a explicar por qué lasorganizaciones rurales tuvieron una actitud ambivalente ante la política económica,que tornó a oposición cuando el atraso cambiario se hizo intolerable. Pero el sectormás perjudicado era el industrial. Las importaciones, estimuladas por el retraso deldólar y por la apertura, representaron una competencia que para muchas ramas manu-factureras resultó perjudicial, y además provocaron un fuerte déficit de comercio. En1980 esas tenencias se acentuarían, hasta hacerse insostenibles, por la continuadaapreciación cambiaria y el inicio de la recesión. La oportunidad para una reversiónglobal de la política económica -incluida apertura- llegaría al año siguiente, luego delrecambio presidencial.

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Cuando el tipo de cambio importaExportaciones, importaciones y tipo de cambio real

Fuente: Winograd (1984) y apéndice estadístico

No es fácil determinar con exactitud cuánto de la expansión importadora se debía a laapertura y cuánto al atraso cambiario, pero está claro que la apreciación monetaria fueun factor crucial. Cálculos de protección efectiva para 1979, que medían cuánto sebeneficiaba cada actividad con los precios relativos vigentes en comparación con unasituación de libre comercio, mostraban hasta que punto la desprotección que sentíanalgunos sectores era atribuible al bajo nivel del dólar. Sólo tres ramas industrialesmantenían una protección efectiva mayor a la que existía con aranceles iguales a ceroy con un tipo de cambio apenas 10% más alto que el que regía en ese entonces. Lapercepción de los empresarios era coherente con esas estimaciones:

el principal motivo por el cual los sectores productores de bienes transados(bienes que sustituyen importaciones y aun bienes de exportaciones) levan-tan voces de alarma contra la actual apertura no está tanto en los efectosque ésta por sí misma produce sino en el efecto de sus supuesto atrasocambiario que se deriva de la aplicación del Plan de Estabilización emprendi-do simultáneamente con la apertura.81

La evolución sectorial de la producción nacional acusó el impacto de la nueva confi-guración de precios relativos. En el sexenio 1974-1980 la industria redujo entre tres ycuatro puntos su participación e el PBI. En las ramas textil y papelera la combinaciónde apertura, atraso cambiarlo y bajo crecimiento económico fue tan pronunciada queprodujo caídas netas de alrededor de 15% en el segundo lustro de los 70. Mientrastanto, la contribución de las actividades agropecuarias lograba mantenerse (la expan-sión en las pampas era compensada parcialmente por el estancamiento de cultivosindustriales) y la proporción de construcción y otros servicios crecía.

81.Revista Redacción, agosto de1980.

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El final del gobierno de Videla coincidió con el desmoronamiento de lo que habíansido sus principales política. La tablita se abandonaba, el sistema bancario apenasempezaba a revelar sus múltiples fragilidades y la apertura se tornaba insostenible encombinación con el atraso cambiario. Quedaba para los sucesores de Martínez de Hozuna empresa ingrata: debían administrar una economía inflacionaria, endeudada yrecesiva sin contar con el margen de maniobra necesario para dar a esos problemasuna solución de fondo.

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Actividad Nº 11

1. Explicar la propuesta desarrollista.

a. Década del 60: rumbo de la economía.b. Modernización del agro.c. Desarrollo de la industria para la exportación.d. El Plan de estabilización y desarrollo de Krieger Vasena.

2. La política económica de Martínez de Hoz.

a. Política financiera.b. Apertura comercial.c. Producción.

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40. De herencia y condicionamientos

Capítulo IX

Entrampada como estaba entre las duras opciones con la que de pronto se teníanque enfrentar los paises latinoamericanos, la economía que Alfonsín recibía de losmilitares pasaba por un momento decididamente problemático. El Gobierno radical, lomismo que casi todos los de la posguerra, no dejo de resaltar una y otra vez el "pesode la herencia", con toda razón. Pero la sensación que se trasmitía inicialmente res-pecto a la economía tenía mucho más de esperanza que de desesperación. Los proble-mas económicos eran visto como cuestiones subalterna, destinada a rendirse en pocotiempo más a la omnipotencia de la democracia. Pasado apenas más de un año deadministración radical, si embargo, se cayo el la cuenta de que ese optimismo era enrealidad un subestimación. La opinión de Martínez de Hoz al asumir como ministro ("laeconomía Argentina no tiene ningún mal básico ni irreparable") podía haber sido ciertaen 1976, pero ya no lo era tanto en 1983.

El impacto de la crisis de la deuda fue muy violento. Los pagos al exterior por interesesy utilidades habían crecido de un 2,2% a un 9,4% del PBI entre 1980 y 1983. No era unmero "problema de liquides" como se pensó en algún momento, sino uno de insolvenciaestructural. El ajuste a la nueva restricción obligó, en los primeros años de la década del80, a obtener superávits comerciales por la vía de una contracción de importaciones, alcosto de una caída pronunciada de la inversión bruta interna. En 1983, tanto las importa-ciones como la inversión estaban en la mitad de su valor de 1980. Eso no alentabaninguna posibilidad objetiva de revertir lo que era un retraso relativo de larga data.Salvando la inmediata posguerra y los "gloriosos 60", la economía argentina habíacrecido muy poco desde la crisis del 30. Desde el segundo quinquenio de los 70, sehabía pasado del atraso relativo al estancamiento absoluto: el PBI per cápita de 1974había sido levemente superior al de 1983. Para ese entonces, se coincidía en que unasde las causas de las dificultades para crecer -además de la transferencia forzada deuna masa importante de ahorros al exterior- era el aislamiento de la economía respectoa los flujos de comercio internacional y la estructura oligopolística de muchos merca-dos nacionales. En esas condiciones eran bajos los incentivos a incrementar la pro-ductividad. Sobre el escenario de esta crisis de crecimiento se iban acumulando pre-siones sociales a favor de un rápido cambio en el nivel de vida, que florecieron con eladvenimiento de la democracia en 1983.

La expansión de las demandas cuyas satisfacción dependía directamente del presu-puesto general -bienes públicos, gasto social, inversiones en infraestructura y en ser-vicios públicos, subsidio a la producción privada- ponía en grave riesgo a un estadoestructuralmente deficitario. Cada vez más debía recurrirse a forma de financiamientoextraordinarias y poco aconsejables. Agotados el sistema de seguridad social y la deudaexterna como fuente de fondos, quedaban como única salida el endeudamiento interno yla emisión monetaria, siempre que no se alteraran el sistema impositivo y, acaso más queeso, la débil cultura tributaria de los argentinos. Desde hacia un tiempo que la argentinapeleaba el primer puesto en el ranking mundial de inflación. En 1970-1982, por ejemplo,sólo Chile la había superado, pero allí la trayectoria era declinante.

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Cinco factores -endeudamiento externo, estancamiento, cierre de una economía conescaso grado de competencia interna desequilibrio fiscal e inflación-, pues, se agudizarone interactuaron durante el último tramo de gobierno militar, en gran medida por las desor-denadas políticas de ajuste impuesta por las nuevas condiciones externas. Para controlarlas importaciones se hizo todo lo que se pudo, desde devaluaciones record (2200% endos años) a restricciones cuantitativas a las importaciones. Como fue siempre típico enperíodos de devaluaciones bruscas, el producto cayo, pero esta vez de manera particu-larmente intensa. El PBI per cápita registro un retroceso de más de 10% entre 1979-80 y1982-83, el mayor desde la gran depresión. La tasa de inflación paso de 101 a 343%entre 1980 y 1983, alimentada por un déficit público que en 1982 superó el 10% del PBI.Con el objetivo de evitar una quiebra generalizada de empresas, el estado se hizo cargo através de diversos mecanismo del endeudamiento externo privado, expandiendo en unaproporción significativa el gasto público y convirtiendo el problema de la deuda en unproblema de naturaleza fiscal.

El grave estado en que se encontraba la economía al momento de la transición demo-crática se amoldaba a la perfección con las interpretaciones puramente institucionales delos problemas argentinos. Dichas explicaciones tenían su mérito y hasta una gran coinci-dencia en la que asentarse (aquella entre las fechas de inicio de la declinación relativa dela Argentina y de los golpes militares, en 1930), pero ignoraban los agudos problemasestructurales que aquejaban a la economía. Esa subestimación era una de las razonespara llevar adelante una política económica alejada de la austeridad que se necesitabapara combatir simultáneamente los problemas fiscales, inflacionarios, de inversión yde sector externo. Las penurias que habían resultado de los sacrificios anteriores y lavocación por dar cabida inmediatamente a los postergados reclamos de bienestar tam-bién contribuían a que una política de ajuste severo estuviera fuera de cualquier agen-da de gobierno.

La administración de Alfonsín se iniciaba con un predominio absoluto de los temaspolíticos sobre los económicos, algo que iba a cambiar con el tiempo. La subordinacióndel gobierno de la economía a las motivaciones de la política -que se iba a mantenersiempre, sencillamente porque es una regla sin excepciones- tendría durante todo elperíodo una particularidad. El juego de presiones al que estaría expuesto el gobierno deAlfonsín tenía un límite preciso. El poder de negociación se acababa allí donde empe-zaba a percibirse un riesgo -por mínimo que fuera- para las instituciones democráticas.Ahí estaba el punto más sensible y más cuidado por el gobierno, tanto que en muchasocasiones lo llevo a ver amenazas al sistema donde no las había y, quizás, a cedermás de lo necesario. Si esa era la consecuencia de un celo excesivo en la defensa de lademocracia, para Alfonsín era un precio que bien valía la recompensa.

41. Viejas formulas nuevos problemas

La política económica de la administración radical siguió aproximadamente una evolu-ción ya conocida durante otros gobiernos de la posguerra: una administración algoimprovisada de la economía, sin un plan claro, precedió a un elaborado intento de

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estabilización, que concluiría en una tercera etapa de deterioro. Con las diferencia delcaso, durante los gobierno de Frondizi, de la Revolución Argentina y del Proceso deReorganización Nacional, la trayectoria había sido similar. Con Alfonsín, la primera deesas etapas, duro al rededor de 15 meses desde el comienzo de su gestión hastafebrero de 1985.

Alejado del poder por diecisiete años, período en el que sólo tuvo vos y voto durante elbreve intervalo peronista, el radicalismo no había tenido la necesidad de formular unprograma económico. Sumando a ello el hecho de que el resultado electoral de 1983 fuebastante inesperado, resulta comprensible que el flamante gobierno constitucional notuviera claro que hacer con la economía. Alfonsín adopto una salida lógica. Decidiórecostarse sobre las mismas políticas que veinte años antes, en tiempo de Illia, habíanpresidido un período más que aceptable en materia de crecimiento del producto y de lossalarios reales. Recrear algo así parecía razonable para un gobierno como el de Alfonsín,que había prometido rápidos frutos apenas se instalara la democracia. El paralelo con laadministración de Illia no fue sólo una cuestión de los lineamientos generales de la políti-ca económica, sino también de nombres. El ministro Bernardo Grinspun y otros miem-bros de su equipo habían participado en el gobierno radical de 1963 - 1966.

Pero durante los 15 meses iniciales de Alfonsín se fue tomando conciencia de que laeconomía requería medidas mucho más drástica que las que se habían implementado.La estrategia original de Grinspun era mantener un alto nivel de empleo con los típicosinstrumento de estímulo a la demanda (crédito barato y gasto público), mientras secombatía la inflación gradualmente, con una política de ingreso que además diera lugara una recuperación de los salarios reales. Así, después de un aumento inicial de suel-dos, se estableció un sistema de pautas para dirigir su evolución y la de los precios, eltipo de cambio y las tarifas de los servicios públicos.

Pero pronpo aparecieron problemas: las directivas de precios eran ignoradas por lossectores que estaban fuera del control gubernamental, con lo cual se fue abriendo unabrecha entre las variables que obligó a nuevos aumentos, esta vez retroactivos, de lossalarios. El mecanismo luego se automatizo para evitar ese tipo de descompensaciones yse paso a un esquema de indexación salarial completa. Pero con ello se abandonabatambién cualquier aspiración de contener la inflación Si ya era imposible mantener bajoel ritmo inflacionario de largo plazo en ausencia de políticas monetarias o fiscalesrestrictivas, con políticas de ingreso pasivas no habían ni siquiera un fuerza de conten-ción temporaria. Durante 1984, los aumentos de precios se hicieron más intenso tri-mestre a trimestre: 58% en enero-marzo, 63% en abril-junio y 85% en julio-septiembre.

Entre tanto, la negociaciones por la deuda externa tomaban un cariz combativo. Laesperanza había sido, también en este terreno, que la llegada de la democracia hicierauna valiosa contribución a la economía, ablandando las condiciones de los acreedores.Hasta cierto punto, esa mejor predisposición existió -especialmente de parte del gobiernode Estados Unidos-, pero de todos modos la ayuda externa seguía dependiendo "éxito deun programa de ajuste [que se concentrara] en reducir el déficit fiscal, bajar la tasa deinflación controlar la oferta monetaria y con el tiempo alentar el crecimiento económicointerno", tal como se encargo de recordad el subsecretario del Tesoro Norteamericano.

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Grinspun, por su parte, no parecía demasiado dispuesto a aceptar condiciones, dejan-do en claro que había que "sacarle hasta el último centavo que legalmente podamossacarle al fondo y a quien sea... y si queda en el tapete una chirola, vamos a volver abuscarla" y que "el radicalismo es antiimperialismo práctico, no retórico ni declamativo".Esa actitud estaba complicando aún más unas cuentas externas en estado de emer-gencia. La apretada situación obligó a acudir a una ayuda combinada entre los másimportantes países latinoamericanos y los Estado Unidos, condicionada de todos mo-dos a un pronto acuerdo con el Fondo Monetario.

A poco meses de su inauguración, era evidente que las políticas de Grinspun noestaban consiguiendo sus objetivos. El año 1984 cerraría con un aumento del salario realde 35%, pero con la economía marchando hacia la recesión y una inflación de 626%. Laluna de miel entre Alfonsín y la ciudadanía se iba eclipsando a medida que le deterioro dela economía pasaba a ocupar el centro de la escena. Las laxas políticas salarial, fiscal ymonetaria y la beligerancia ante los bancos acreedores recreaban en el mundo de losnegocios el inconfundible perfil de una política populista, en tanto los sindicatos estabanmucho menos atentos a la mejora en el salario real que a las políticas específicamentegremiales que buscaban debilitarlos. Al mismo tiempo, la revaluación de la moneda quehabía permitido la recuperación salarial era una carga para el sector agropecuario. Atono con el espíritu pluralista de la época, se convocó a los distintos sectores a unaconcertación económica y social. El resultado, previsible, se limitó a una enumeración decríticas y propuestas de medidas sectoriales, y desnudó una falencia que veníadenunciándose desde el comienzo: "si el gobierno no dice cómo se propone concretartan loables proposiciones es sencillamente porque no lo sabe".

Dentro del propio gobierno comenzaron a escucharse voces en disidencia a la pasivaadministración de Grinspun. El anciano asesor presidencial Raúl Prebisch reconocía quelas políticas iniciales "tendrían a perpetuar la inflación", y hasta Alfonsín parecía alejar-se de la estrategia de Grinspun al afirmar que la expansión de la economía por la víadel consumo tenía "patas cortas". Tras la firma de un inevitable acuerdo con el FondoMonetario a fines de 1984 -con Grinspun todavía en el Ministerio de Economía- elgobierno hizo explícita su decisión de priorizar la lucha contra la inflación. Con eseobjetivo, y como una imagen invertida respecto a lo que hasta ese momento habíavenido realizando, recurrió a los instrumentos convencionales de una política de admi-nistración de la demanda: devaluó la moneda, incrementó las tarifas públicas y restrin-gió la oferta monetaria. Junto a algunas medidas de recorte del gasto público (principal-mente en materia de salarios, jubilaciones y erogaciones militares) ello moderó unpoco el déficit fiscal y el aumento de precios. Era el preludio de lo que sería un virajehacia una política de ataque frontal a la inflación.

42. Teoría y práctica de una estabilización heterodoxa

En febrero de 1985, Grinspun fue reemplazado por Juan Vital Sourrouille -un econo-mista independiente cercano a Alfonsín pero alejado del tronco partidario- en el Minis-tro de Economía. Sourrouille no llegaba con un gran poder, porque muchas secretarías

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importantes y -crucialmente- el Banco Central, estaban en manos de funcionarios noidentificados con el nuevo ministro. Poco después del recambio ministerial se iniciaronsecretamente los preparativos para poner en marcha un plan de estabilización. De forma-ción estructuralista, Sourrouille y su equipo admitían que el déficit fiscal y la consecuenteemisión monetaria eran la principal causa de la inflación en el largo plazo, pero en sudiagnóstico otros factores jugaban un papel mucho más importante para explicar lasvariaciones de precios de corto plazo. Su análisis enfatizaba la existencia, en economíahistóricamente inflacionarias como la argentina, de una fuerte inflación inercial, es decir,de una tendencia de la inflación a perpetuarse a sí misma. Seguía, como corolario, quelas políticas gradualistas tenían pocas chances de éxito. Confiar en una reducción de lainflación en pequeñas etapas sucesivas equivalía a creer posible una destrucción debases enemigas a través de ataques parciales y espaciados, concediendo un tiempopara que se rearme.

Claro que en este punto el argumento se volvía circular y hasta sonaba tautológico:había que bajar la inflación para poder bajar la inflación. El problema seguía siendo pordónde empezar. Y aquí estaba el corazón teórico de los que sería el Plan Austral. Segúnveían el problema Sourrouille y los suyos, el efecto Olivera-Tanzi y el hecho de que amedida que se desmonetizaba la economía -a causa de la inflación- la emisión de unadeterminada cantidad de dinero hacía aumentar más los precios eran fenómenos no tandeterminantes en el corto plazo. El mecanismo crucial que hacía que la inflación de unmes tendiera a repetir a la del mes anterior tenía que ver con las consecuencias y lascausas de las expectativas de inflación. Por un lado, si se esperaba alta inflación esaexpectativa tendría a cumplirse, porque para definir las decisiones salariales y deprecios la estimación acerca de la inflación del mes en curso era un dato fundamental,Los trabajadores estaban preocupados no tanto por la cantidad de pesos que recibieransino por el poder adquisitivo de se dinero; a los empresarios, por su parte, les interesa-ba el costo real de trabajo, y la relación que el precio se sus productos guardara conotros precios (sobre todo, el de los competidores en su mercado y el de los insumos).Por otro lado, la inflación pasada era en general confiable como primera aproximaciónpara estimar la del período corriente. Aunque no existiera indexación legal, ajustarprecios y salarios a la inflación del periodo anterior parecía bastante razonable. Enprimer lugar, porque la indexación era una regla explícita y sabida para ciertos precios,que se había extendido durante los meses de Grinspun. Además, era una prácticasimple y de conocimiento común que por la misma dinámica del proceso se veía más omenos confirmada. En el lenguaje del equipo económico de entonces, la inflación pasa-da "coordinaba las expectativas" sobre la inflación corriente.

La conclusión era que para bajar la inflación había que bajar las expectativas de infla-ción, objeto que podía ser difícil pero ya no lógicamente insensato. Si por un momento sepudiera cortar el nexo entre inflación pasada y expectativas de inflación, entonces seestaría levantando la última ficha del dominó caído y con ella se levantarían también lasdemás: la expectativa de estabilidad generaría por sí sola una inmediata estabilidad, Laexperiencia previa de planes de estabilización era bastante clara en el sentido de que elfactor expectativas era crucial. Tanto en las salidas de las hiperinflaciones históricas (elcaso de Alemania en 1923 era el más estudiado) como en las estabilizaciones transitoriasde la Argentina, siempre había existido una señal contundente de que se estaba quebran-

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do con el pasado. Paradójicamente, el detenté de las expectativas era más fácil cuandomás desbocado fuera el proceso inflacionario, porque en esos casos el elemento coordi-nador no era tanto la inflación pasada (inapropiada en contextos tan volátiles) sino algúnprecio de referencia, generalmente el tipo de cambio. Su fijación había sido clave en lasestabilizaciones europeas de los años 20. En casos como el argentino, purgar la memoriainflacionaria había resultado mucho más complejo, y había sido necesario congelar todolo que fuera posible, desde el tipo de cambio y las tarifas públicas hasta los preciosprivados y los salarios. El éxito inicial de los planes de Gómez Morales (1952), de Gelbard(1973) y de Krieger Vasena (1967) se tomaban como evidencia favorable al enfoque delequipo de Sourrouille. Al mismo tiempo, la insuficiencia de programas que confiaranexclusivamente en instrumentos ortodoxos sin actuar directamente sobre las expectativasquedaba demostrada por el fracaso de los intentos estrictamente monetarios de 1962-63(Alsogaray), 1977 (Martínez de Hoz) y 1982 (Alemann).

Después del impacto inicial, la cuestión era desactivar las causas últimas del problema(el déficit fiscal y la emisión monetaria), para consolidar la nueva situación y las expecta-tivas de que se mantuviera en el tiempo. De otro modo se corría el riesgo de caer en elmismo error que Gelbard, quien había ignorado por completo la necesidad de corregir losfundamentos de la inflación y se había embarcado en política fiscales y monetariasexpansivas. No era una tarea fácil, pero allí se contaría con la inestimable ayuda de lanatural remonetización de la economía y de la recomposición del valor real de los ingre-sos públicos al detenerse la corrosión provocada por el aumento continuo de los precios.Las autoridades eran conscientes de que debían poner en empeño especial en evitarcualquier brote inflacionarios, aunque más no fuera parcial y limitado a un sector de laeconomía, porque ello podía poner en marcha otra vez la rueda perversa de la inflación.

Fue con esa idea que antes de anunciarse el Plan Austral se corrigieron hacia arribaalgunos precios que se creían retrasados respecto al promedio, de modo que no fuerana despertarse una vez en marcha el programa de estabilización. El tipo de cambio sedevaluó hasta alcanzar un nivel prácticamente récord y las tarifas públicas se elevaronhasta el punto en que cubrían los costos de las empresas estatales. Se indujo también aun aumento del precio de la carne para evitar las desagradable sorpresas que habíansufrido los planes de Krieger Vasena y de Martínez de Hoz. Mientras tanto, se negocia-ba con el gobierno norteamericano y con el Fondo Monetario un paquete de ayuda, quecontribuiría a la credibilidad del programa.

Las medidas de corrección de precios previas al Plan Austral aceleraron la inflación.Tanto en abril como en mayo los precios mayoristas se elevaron más del 30%, con unatendencia creciente que se reflejaría en un índice de 42,3% en junio, sólo superado en lahistoria por el de marzo de 1976. La hiperinflación estaba cerca y cundía la sensación deque "algo hay que hacer" en ese clima, llegó un primer indicio de que se aproximaba lahora de un impacto estabilizador, cuando Alfonsín advirtió que no se debían esperarmejoras en el nivel de vida y anunció que comenzaba un etapa de "economía de guerra".Finalmente, la noche del viernes 14 de junio de 1985 se anunció el Programa de ReformaEconómica, en seguida rebautizado por la prensa Plan Austral. El austral sería la nuevaunidad monetaria, que se cotizaría a un tipo de cambio fijo de 80 centavos de australpor dolar. Quedaba congelados en el acto todos los precios de la economía, salvo en

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los mercados donde los precios reflejaban instantáneamente las condiciones de ofertay demanda, como por ejemplo el de alimentos frescos.

Un anuncio fundamental era que el Banco Central dejaría de emitir dinero destinado afinanciar los desequilibrios del Tesoro Nacional. Esa promesa podría cumplirse porque eldesequilibrio en las cuentas públicas se limitaría a un 2,5% del PBI, una magnitudfinanciable por la vía del endeudamiento externo. La esperada recuperación fiscal sebasaba en impuestos adicionales a la exportación, un esquema de "ahorro forzoso" (dehecho, un impuesto, porque la tasa de interés real de la deuda que el estado contraía conel contribuyente sería negativa), el aumento en algunos gravámenes específicos y lareducción del período de pago del IVA. Para evitar ganancias inesperadas de acreedo-res y propietarios, se introdujo el "desagio": los contratos pactados en la moneda antigua,que incorporaban una alta expectativa de inflación, se transformaban automáticamente aaustrales a través de una tabla de conversión que mantenía el valor real esperado de lospagos futuros. Las tasas de interés reguladas se reducían a un promedio de 5% mensual,intentando instalar la expectativa de una pronta baja de la inflación.

El plan fue recibido con alivio y pasó un primer test de credibilidad: los ahorristasrenovaron sus depósitos y la distancia entre el dólar oficial y el paralelo se acortó de 30 a4%. "Habíamos ganado la primera batalla"3, recordaba tiempo después un funcionariodel equipo de Sourrouille. La gran guerra era contra la inflación, y durante los primerosmeses de vigencia del plan la victoria no parecía estar lejos. Ya en julio los precios al pormayor bajaron en términos nominales, algo que no ocurría desde 1976, y en octubre lainflación al consumidor se había estabilizado en la infrecuente marca de sólo 2% men-sual. No se había alcanzado el objetivo de máxima -la inmovilidad del nivel general deprecios- pero sí una rotunda estabilización, sin que fuera necesario forzar el cumplimien-to de los controles de precios. La convergencia de expectativas a la que se había apunta-do con el congelamiento y con las medidas fiscales estaba desarmando la trampa de lainflación. El círculo vicioso que funcionaba unos meses atrás dejaba paso ahora a uncírculo virtuoso de estabilidad. El dinero de los impuestos ya no llegaba depreciado a laarcas del estado, lo que elevaba la recaudación por un monto que equivalía a más de lamitad de lo obtenido por la emisión monetaria antes del Austral. Pero no toda la correc-ción fiscal podía conseguirse sin esfuerzo. El aumento de gravámenes al comercioexterior y a los combustibles, el producto del "ahorro forzoso" y la contención de lossalarios de la administración pública también contribuyeron a que el déficit fiscal semantuviera dentro de los márgenes previstos en el plan. Se revirtió además la huida dela moneda nacional. La proporción entre dinero en efectivo o cuentas corrientes y elPBI pasó del 3,3% en el segundo trimestre del '85 a 8,1% en el primer cuarto del '86.

La estabilidad trajo consigo ganancias concretas para la población, como el aumentoinmediato del salario real y la reaparición de líneas de crédito para consumo. Esasmejoras ayudaron a tonificar la demanda y, luego de un período de desacumulación deinventarios, estimular la producción. En contraste con la idea presidencial de una "econo-mía de guerra" y con los titulares de los diarios al anunciarse el Plan Austral ("uno de losplanes más audaces y más duros que hayan regido en Occidente desde la SegundaGuerra Mundial", "Apuesta a un programa de extrema dureza"), a los pocos mesesempezó a detenerse lo que en el primer semestre era una tendencia recesiva, y hacia

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fin de año ya se notaba una clara reactivación. El nuevo escenario económico no podíahaber llegado en un momento más oportuno para el gobierno: en las elecciones derenovación parlamentaria de noviembre de 1985 se consolidó la mayoría radical, y erabastante obvio que la estabilidad había sido decisiva. En octubre, una encuesta mos-traba que el 68% de la población consideraba "buena" o "muy buena" al Plan Austral, ysólo un 9% decía que era malo.

Al comenzar 1986, el Plan Austral era un éxito, económico, político y también intelec-tual. En noviembre, el premio Nobel de Economía Franco Modigliani decía haber viajadoa la Argentina para interiorizarse "sobre el milagro argentino" y para "apreciar cómo seaplica el Plan Austral, cuyo éxito interesa a todo el mundo". El secretario adjunto delTesoro norteamericano David Mulford también quiso "ver de primera mano el éxito delPlan Austral", al que calificaba como "el más firme esfuerzo de estabilización realizadopor un gobierno argentino en los últimos 15 años"4. Cualquiera fuese la evolución subsi-guiente de la economía argentina, la idea de que para salir de un régimen de alta inflaciónse requería algo más que medidas monetarias y fiscales tenía ahora más evidencia en laque apoyarse, no sólo por la experiencia del Austral sino también por el programa deestabilización israelí (junio de 1985), de características similares.

Claro que la guerra declarada a la inflación apenas había comenzado. El 2,5% men-sual de aumento de precios minoristas entre agosto y diciembre era un índice muymeritorio y claramente tolerable desde el punto de vista de un consumidor como el argen-tino, acostumbrado a tasas mensuales de dos cifras. Pero la acumulación de eso au-mentos, multiplicados por la regla del interés compuesto, era incompatible con el es-quema instalado en junio. La reactivación de la demanda, bienvenida como era, empe-zaba a impactar sobre los valores de venta de los productos con precios libres. Esamoderaba inflación se transmitía a otros sectores de la economía, activando los meca-nismos de indexación. Ya que el equipo económico quería evitar a toda costa desajus-tes de precios relativos clave, como el tipo de cambio y las tarifas, comenzó a plan-tearse la necesidad de pasar a una segunda etapa. La cuestión era cómo revertir en elfuturo esos desfasajes consolidando al mismo tiempo la estabilidad de precios.

43.Hacia el colapso hiperinflacionario

En la dialéctica entre las políticas de estabilización de corto plazo las iniciativas dereforma estructural, estas últimas iban ganando en importancia a medida que se recono-cía su carácter casi ineludible. En este sentido, el año 1987 marca un hito en la evolucióndel pensamiento oficial, algo que puede comprobarse comparando los congelamientos deprecios anunciados en octubre y en febrero de ese año. A diferencia del programa defebrero, en el de octubre el congelamiento formaba parte de un voluminoso paquete demedidas, que contenía desde iniciativas para mejorar la situación fiscal de coro plazo(modificaciones al régimen impositivo, al sistema de coparticipación federal y al esquemade financiamiento de la seguridad social) hasta un movimiento hacia la liberalizaciónfinanciera (se desregularon las tasas de interés y se permitió una cotización "libre" deldolar), además de varias de las reforma estructurales ya mencionadas.

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Lo que no fue muy distinto entre ambos planes fue su corta duración. La tasa deinflación bajó en los últimos meses de 1987 (de 20% en octubre a 3% en diciembre),gracias a la conjunción del control de precios y de una política monetaria relativamenterestrictiva. Pero en la semana final del año el congelamiento debió ser abandonado. Endos meses no podía avanzar demasiado en la reducción del déficit, lo que hacía efímerocualquier propósito de abstinencia monetaria. El peso fue devaluado, pero esta vez no seestablecieron pautas para su evolución futura, ni tampoco para la de los precios y lossalarios. Se iniciaba así 1988 con la inflación librada a su propia suerte. El abandono decualquier forma de control directo sobre la inflación era, en parte, una decisión voluntariadel gobierno. Los congelamientos y las "pautas" tenían sentido sólo si eran voluntaria-mente aceptadas por todos o casi todos, porque sólo entonces actuaban como guía paralas expectativas y para la formación de precios. Después de su uso y abuso durante lamayoría de los cuatro años transcurridos desde fines de 1983, eran herramientas des-gastadas por el simple hecho de que ya nadie creía en ellas. Pero la resignación a unainflación "de mercado" era también una imposición de las circunstancias. El breve ro-mance entre el oficialismo y el sindicalismo había dejado como vástago una legislaciónlaboral que impedía toda influencia del gobierno en la determinación de salarios, excep-tuando obviamente los del sector público.

Tampoco podía predecirse ningún programa cambiario creíble, porque la escasez dedivisas se estaba volviendo desesperante. Durante los primeros cuatro años de gobierno,los términos de intercambio habían completado una caída de casi el 40%. Como conse-cuencia, el saldo de la balanza comercial de 1987 -que habría alcanzado los 3400millones de dólares si los precios de exportación e importación de la Argentina hubie-ran sido los mismos que al inicio de la gestión de Alfonsín- apenas superó los 500millones, una cifra que no tenía precedentes desde 1981 y que colocaba al país en unasituación muy difícil considerando los compromisos derivados del endeudamiento ex-terno. Las negociaciones con los acreedores se venían intensificando a medida que lasdificultades de la cuenta comercial amenazaban con comprometer los flujos de finan-ciamiento exterior. Ayudado por el temor a una crisis generalizada de pagos que habíadespertado la moratoria de Brasil, el gobierno logró en 1987 un acuerdo para reestruc-turar la deuda con los bancos comerciales y para obtener dinero fresco por 1950 millo-nes de dólares. Ese arreglo tuvo, sin embargo, una contrapartida onerosa: durante elaño 1987 los intereses girados al exterior sumaron más de 4000 millones de dólares,que, al no ser totalmente compensados por un nuevo endeudamiento, provocaron unapérdida de reservas por 1100 millones. La posición externa argentina llegaba así a unpunto crítico que no podría ya superarse. Sin anunciarlo a viva voz, en abril de 1988 elpaís dejó de pagar los servicios de la deuda, con lo cual ingresaba, de hecho, en unamoratoria.

La crisis externa se sumaba así a la crisis fiscal para montar un escenario de altoriesgo. Para un gobierno que hacia 1988 había perdido prácticamente toda la confianzapública y que había presidido un período de retroceso de los niveles de actividad y desalarios, sólo quedaba un magro consuelo en materia económica: la victoria secreta deno haber caído en el abismo de la hiperinflación. Pero hasta ese humilde logro se hallabaahora en peligro. La posibilidad de un colapso hiperinflacionario, que ya se había insi-nuado en el pasado (marzo de 1975, junio de 1985), pasó a tener una presencia palpa-

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ble y amenazante. Durante la primera mitad de 1988, el índice de inflación creció casiininterrumpidamente, hasta alcanzar un máximo de 27,6% en agosto. Aunque en esaescala habían jugado cierto papel eventos ocasionales (el intento por recuperar el valorreal de las tarifas públicas y un incremento del precio internacional de los productosexportables provocado por una sequía en Estados Unidos) la causa última seguíasiendo la incapacidad del gobierno para cerrar o al menos entrecerrar las cuentasfiscales. En este terreno, una parte no menor de las dificultades provenía del BancoCentral, que debía emitir enormes sumas de dinero para compensar al sector financie-ro porque, con el fin de suavizar los efectos inflacionarios de emisiones anteriores,buena parte de los activos de los bancos privados estaba inmovilizados en el BancoCentral.

Si quería conservase la chance, por mínima que fuera, de un triunfo radical en laselecciones de 1989, el peligro de la hiperinflación debía conjurarse de algún modo. Fuecon ese objeto que se montó la operación de salvataje que se llamó Plan Primavera,anunciado a fines de agosto. Este programa recuperaba algo de la tradición heterodoxade sus autores, pero adaptada ahora a una época de debilidad política. El golpe a lainercia inflacionaria no consistió ya en un congelamiento sino en un acuerdo desindexatoriocon las empresas líderes -agrupadas en la Unión Industrial Argentina- y con la Cámarade Comercio, quiénes a cambio de su apoyo se beneficiaron en una baja del IVA. Ya queera difícil lograr un ajuste fiscal basado en nuevos impuestos -que necesariamente ten-drían que haber pasado por un Parlamento adverso- se intentó una corrección a travésdel Banco Central, por dos vías: en primer lugar, se diseño un nuevo régimen cambiario,por el cual la autoridad monetaria compraba dólares a los exportadores de productostradicionales en el mercado oficial y los vendía a los importadores en el mercadofinanciero, quedándose con una diferencia; además, se refinanció de manera forzosaparte de la deuda interna con el sistema financiero privado. Al mismo tiempo se intenta-ba una nueva convergencia de expectativas hacia una menor inflación, prenunciando eltipo de cambio y asegurándose la existencia de una determinada relación entre lostipos de oficial y financiero.

La potencia estabilizadora del nuevo esquema estaba en el tipo de cambio, lo queevocaba a la tablita de Martínez de Hoz. En 1988, como diez año antes, entraban capita-les para obtener la alta y -a medida que la desconfianza aumentaba- creciente tasa deinterés. Mientras el dólar se mantuvo dentro de los márgenes programados, el efectodel acuerdo sobre los precios se hizo sentir; ya en diciembre se había vuelto a unainflación de un dígito mensual. Pero sobre el Plan Primavera pendían dos amenazas alas que no sobreviviría: la escasez de reservas, que sólo era transitoriamente cubiertapor capitales golondrina que aprovechaban la alta tasa de interés en dólar, y la incerti-dumbre política y económica antes las inminentes elecciones para el recambio presi-dencial.

Iniciando 1989, la idea del gobierno de llegar a las elecciones de mayo con la situaciónbajo cierto control no era compartida en general por los operadores financieros. Aunquela inflación había bajado, seguía siendo mayor porque el ritmo de devaluación, y pronto eltipo de cambio acumuló un claro atraso. Entrado el verano, ya nadie creía en el PlanPrimavera, pero no podía saberse el momento exacto de la debacle. La confirmación no

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oficial de la sospecha de que el Banco Mundial suspendería su ayuda a la Argentinaactuó como una señal. La corrida contra el austral se inició hacia fines de enero de 1989,y en pocos días el Banco Central tuvo que desprenderse de 900 millones de dólares paraevitar una depreciación del peso. Pero la fuga hacia el dólar seguía, y el 6 de febrero sedecidió la creación de un tercer mercado de cambios (el dólar "libre", que se sumaba aloficial y el financiero). La noticia significaba el final del Plan Primavera, y también elderrumbe del último dique de contención a la hiperinflación.

Un contrapunto entre los economistas que estudiaron las hiperinflaciones europeaspuede servir para entender qué ocurrió en la Argentina de 1989. Todos aceptan, desdeluego, que en esas hiperinflaciones la raíz del mal está en el problema fiscal, que engeneral resultaba de algún tipo de crisis profunda (entre las cuales ha figurado prominen-temente la guerra y sus consecuencias). Pero ¿cuál es la causa inmediata de la explo-sión de precios? En la visión monetarista, el problema es simplemente uno de exceso deoferta de dinero del que el público se intenta deshacer, provocando los aumentos deprecios. Otra concepción pone en el ojo de la tormenta al tipo de cambio: es la previa fugahacia las divisas y el consecuente aumento de su valor lo que genera la explosióninflacionaria, a través de los bienes comerciables y de la práctica más o menos generali-zada de fijar precios siguiendo al tipo de cambio. La hiperinflación argentina de 1989parece seguir más bien el segundo patrón. Después del colapso del Plan Primavera enfebrero, la fuga hacia el dólar se propagó al punto de provocar una depreciación cambiariade 193% en abril y de 111% en mayo. A la crisis real se sumaba una crisis psicológicapor la desconfianza que la imagen de Menem despertaba en el mercado financiero. Unsigno de ello era que los vencimientos de los depósitos a plazo fijo estaban concentradosen la fecha final del gobierno de Alfonsín.

La transmisión desde el valor del dólar hacia los precios internos quiso evitarse consucesivos sistemas cambiarios, seis en total entre principios de año y la asunción deMenem en junio. Pero los esquemas de control en el mercado de cambio generaban aveces mayores problemas, entre otras cosas porque los exportadores retenían divisas.En todo caso, con el tiempo empezó a actuar con mayor intensidad el aspecto másestrictamente monetarista, avivado por el carácter explosivo de un endeudamientointerno que se contraía cada vez a tasas más altas -con cláusulas de indexación o deajuste al dólar- y cuyos intereses eran pagados directamente con emisión monetaria.Los procesos de retroalimentación de la inflación empezaron a funcionar a toda veloci-dad, y hasta parecían manifestarse con una cadencia precisa: cada uno de los mesesentre marzo y mayo el índice mensual de aumento de precios minorista duplicó casiexactamente al del mes anterior, empezando por 9,6% en febrero y llegando a 78,4% enmayo. Con la economía funcionando ya en un régimen hiperinflacionario, cada sectorideaba estrategias defensivas que terminaban agravando la situación general: los tra-bajadores exigían pagos adelantados de sus remuneraciones y aumentos excepciona-les que moderaron algo la caída del salario real; los empresarios se cubrían aumentan-do sus precios preventivamente o acumulando inventarios; los exportadores reteníansus mercaderías como reservas de valor, lo cual hacía escasear aún más los dólares;la especulación en general se financiaba en parte con el diferimiento de las obligacio-nes impositivas y previsionales y hasta con la postergación de los pagos de los servi-cios públicos, agravando aún más la situación fiscal.

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El gobierno comprobaba ahora, desde una posición invertida, lo mismo que habíadescubierto en 1985: la impopularidad de la alta inflación. La renuncia de Sourrouille ysu equipo en el mes de marzo no había bastado para calmar las aguas, y el 14 de mayoMenem era elegido presidente con mayoría absoluta de los electores. La sucesión deotros dos ministros de Economía fue inútil, porque el pequeño capital de credibilidadcon que comenzaban se diluía enseguida en una situación que se había vuelto prácti-camente inmanejable y de la que era imposible salir con las medidas parciales y casiimprovisadas que se ensayaban. El medio año que todavía debía transcurrir hasta lafecha fijada para el recambio de presidente se abría como un abismo en el que elpeligro de un recrudecimiento de la hiperinflación podía prolongar un nuevo ataque a lasinstituciones políticas nacidas en 1983. Una Argentina convulsionada asistía al espec-táculo de la desintegración de un gobierno del que se había esperado casi todo peroque, forzado por las circunstancias a retirarse anticipadamente, apenas podría cumpliracabadamente con el mandato institucional que había recibido cinco años y medioatrás. Quedaba en manos de la nueva administración la responsabilidad inmediata deencontrar una salida a la hiperinflación y, eventualmente, la tarea tal largamente poster-gada de guiar al país por un sendero de crecimiento.

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44. Bajo el signo de la Globalización

Capítulo X

Las tendencias de la economía internacional durante los años 90 pueden entender-se, desde una perspectiva histórica, como una prolongación y una intensificación delas que venían manifestándose desde la posguerra. El proceso de interrelación cre-ciente entre los varios mercados nacionales de bienes -y en mucho menor medida, decapitales- había sido uno de los rasgos definitorios de la economía mundial desde lamitad del siglo. Esas tendencias de posguerra retornaban, a su vez, lo que había sido laprimera gran fase de internacionalización de la economía, cuya fecha de inicio -nolejana a mediados del siglo XIX- es más difícil de determinar con exactitud que su fechade terminación, el comienzo de la Primera Guerra Mundial. En esa mirada de largoplazo, el terco de siglo que abarcó las dos guerras mundiales y el tumultuoso períodode entreguerras aparece como una larga pausa dentro de un cuadro general de cre-ciente internacionalización de la economía. Las cifras de comercio mundial así lo indi-can. Mientas que en los 43 años anteriores a 1913 el volumen de exportaciones habíaaumentado a una tasa de 2,51% por año, en los 37 años siguientes (signados por lainfausta secuencia guerra-depresión-guerra) la velocidad de expansión fue exactamen-te la mitad, 1,26% anual. Desde 1950 hasta 1990, esa tasa alcanzó un valor de 5,7%,que aumenta a un inédito 7% si se consideran únicamente los años dorados de 1950-1973.

Como en la belle époque, los avances tecnológicos que reducían los costos de comuni-cación y transporte facilitaban la expansión comercial. Entre 1950 y 1980, el valor deltransporte aéreo de pasajeros disminuyó en dos tercios y el precio de una llamada detres minutos de Londres a Nueva York pasó de 53,2 a 4,8 dólares (en moneda constantede 1990). Pero no pueden explicarse las diferencias entre los tres grandes períodosrecién comentados sin reconocer la influencia de las políticas económicas. Mientrasque tanto 1870-1914 como 1950-73 fueron épocas de aranceles decrecientes y relati-vamente bajos, los años de guerra y entreguerra se caracterizaron por un ascenso delproteccionismo, inspirado en la preocupación por las balanzas de pagos o en los pro-pios conflictos bélicos. En la desaceleración del comercio de los diez o quince añosposteriores a 1973, atribuible en gran parte al menor ritmo de expansión de la econo-mía mundial, también impactaron las políticas económicas, no sólo comerciales (nohubo grandes reducciones arancelarias) sino también monetarias (el orden de BrettonWoods fue sucedido por variantes poco previsibles de tipos de cambio flotantes oadministrados). Pero, por otro lado, para ese entonces ya había empezado a configu-rarse un mercado de capitales auténticamente internacional. Muchos países fueronlevantando a lo largo de los años 70 y 80 las restricciones sobre los movimientos decapitales que los arquitectos de Bretton Woods habían aconsejado para dar más podera las políticas económicas internas.

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Historia y prehistoria de la globalizaciónValor del comercio y la producción mundiales

(escala logarítmica, 1870=100)

Fuente: Maddison (1995).

En los 90, la internacionalización del comercio y de las finanzas se intensificó. Latasa de crecimiento de las exportaciones mundiales, que había sido de 3,7% anual en1973-1990, reaccionó a poco más del 5,7% en 1990-2001; mientras que en el primerperíodo la producción mundial había crecido al 2,6% en 1990-2001 lo hizo al 2,1%. Enambos casos, pues, los coeficientes de apertura aumentaron, pero mucho más des-pués de 1990 (el crecimiento del comercio casi triplicó al de la producción). El renova-do vigor del intercambio fue un evento global, pero se concentró sobre todo en lospaíses menos desarrollados. Todas las regiones ricas (Europa Occidental, EstadosUnidos, Oceanía anglosajona, Japón) perdieron algo de participación en el comerciomundial entre 1993 y 2001; con la excepción de África -que mantuvo su proporción- lasregiones pobres (América Latina, Europa Oriental y toda el Asia continental) vieroncrecer su participación en los flujos comerciantes. El mercado internacional de capita-les fue mutando aún más rápidamente. En su pico de 1996, los flujos de capital privadohacia países en desarrollo alcanzaron los 200 mil millones de dólares, un valor que eraseis veces mayor que el del período 1983-1989 y que, expresado como proporción delPBI de esos países, doblaba el de 1985. Al fondo fluían sobre todo como préstamosbancarios, en los 90 los principales motores fueron la inversión extranjera directa y lacolocación de bonos entre inversores individuales y fondos comunes.

El paso a regímenes comerciales y financieros más abiertos hizo realidad lo que latendencia estructural cimentada en los avances tecnológicos hacía posible. En el or-den comercial, se profundizaron o iniciaron procesos de integración regional, con laUnión Europea como caso líder en el mundo y el NAFTA y el Mercosur destacándoseen América. Aún cuando en teoría el efecto neto de la formación de bloques no es claro(porque puede perjudicar el intercambio entre países que no pertenecen a una misma

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área comercial), lo cierto es que el regionalismo ha facilitado los recortes recíprocosde aranceles, más difícilmente negociables en un esquema multilateral. Con todo, tam-bién se consolidaron los mecanismos de coordinación a nivel global tendientes a re-construir un orden más liberal de comercio; la sucesión de ocasionales acuerdos aran-celarios característica del GATT dejó paso a la Organización Mundial de Comercio, unainstitución supranacional más estructurada y con un control efectivo sobre las políticascomerciales de cada miembro. Se ha calculado que, por una u otra vía, 33 economíasconsideras cerradas pasaron a regímenes más abiertos entre 1985 y 1995.

Ello sugiere una realidad bien captada por el término globalización: los 90 se distin-guen de otros épocas menos por la intensificación de lazos económicos entre paísesya abiertos a esas influencias -rasgo también presente en décadas anteriores- que porla veloz incorporación de nuevos integrantes al circuito económico internacional. Unindicador de esa extensión es el incremento en el número de países-miembros del FMIque respetaban la obligatoriedad de libre conversión de divisas, de 35 a 137 o del 30%al 76% del total de socios. El fenómeno e llamativo, aún más que en América latina, enlas naciones que recorrían la dolorosa transición del socialismo al capitalismo. De lacaída del comunismo debe decirse que aceleró la globalización no sólo porque proveyóbuena parte de los nuevos participantes del capitalismo otrora "occidental"; además,derribó de un golpe el fantasma de una revolución capaz de afectar los derechos depropiedad. Mientras duró la Guerra Fría, esa amenaza había limitado el flujo de inver-siones extranjeras a los países en desarrollo.

¿Qué inspiró a muchos gobiernos a adoptar políticas que facilitaban la globalización,entendida como la paulatina integración de los mercados de bienes y de capitales? Larespuesta sigue, en alguna medida, una lógica circular. Las economías se abrían paraaprovechar las oportunidades que la propia globalización brindaba: expansión comer-cial y atracción de los capitales que estaban a la búsqueda de oportunidades de inver-sión más rentables. Acaso sin ser plenamente conscientes de ello, los gobiernos queseguían esa lógica estaban respaldados por la experiencia histórica, pues la evidenciadel último siglo y medio señala que ha sido precisamente en tiempos de intenso comer-cio internacional -como de la segunda mitad del siglo XX, o el que antecedió a laPrimera Guerra Mundial- cuando los procesos de apertura económica han brindadomayores frutos en términos de crecimiento. Los organismos internacionales, por suparte, valoraron como nunca antes los beneficios del librecambio, y condicionaron elotorgamiento de créditos a la adopción de políticas de apertura. Mucho tenía que ver enla revalorización del comercio el poder que se asignaba a las exportaciones comovehículo para el crecimiento económico. La experiencia de las décadas anteriores ve-nía mostrando que era viable un modelo de desarrollo "hacia afuera", en el que lasventas al exterior impulsaran un crecimiento alto y con un peso cada vez mayor deproductos de elaboración compleja. Al trasponer las limitaciones impuestas por el mer-cado interno, las exportaciones permitían una mayor escala y, como consecuencia deello, un más rápido aprendizaje de las técnicas de producción. En cuanto a las importa-ciones, su crecimiento era no sólo la consecuencia natural de querer exportar más -nopuede prolongarse indefinidamente un superávit externo importante-, sino unaprecondición para ello, en tanto se hacían más accesibles bienes de capital e insumosnecesarios para las actividades de exportación.

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Una cosa llevaba a la otra y, aunque en principio no fuera una combinación inconsis-tente, era difícil en los nuevos tiempos pensar en una apertura comercial con barrerasfuertes a la movilidad de capitales. Las entradas de capital -sobre todo, si tomaban laforma de inversiones directas- eran la vía de escape a esa verdad de hierro para laseconomías cerradas según la cual más inversión implica menos consumo. El ordena-miento macroeconómico pasaba así a ser, además de un bien en sí mismo, una condi-ción necesaria para financiar externamente los aumentos en la inversión que se reque-rían para crecer más rápido. La caída del riesgo país, capaz de conceder el ansiadostatus de "mercado emergente", fue uno entre otros objetivos de la relativa prudenciafiscal en los países en desarrollo. Como consecuencia, las tasas de inflación fueronreduciéndose a lo largo de la década. En el conjunto de América del Sur y México, porejemplo, la tasa de inflación que dividía a esos países en una mitad de inflación alta yora deinflación baja pasó del 41% al 7% anual entre 1990 y 2001.

En la Argentina, la naturaleza exacta de las oportunidades, desafíos y riesgos plan-teados por la globalización fue ganando importancia como tema de debate a medidaque se iban dando respuestas satisfactorias a otras cuestiones, que en 1989 eran másapremiantes. Es que durante los dos o tres años iniciales del gobierno justicialista, elproblema de cómo contener la inflación no perdió el protagonismo que había ido ganan-do durante los quince o veinte años anteriores; todo lo contrario, la experiencia de lahiperinflación relegaba a otra grandes temas a una posición siempre subordinada a lanecesidad de dominar de una buena vez los índices de precios. Las marchas y contra-marchas en la búsqueda de la estabilidad debe ser, por esa razón, un primer hito de labreve recorrida por la política económica del gobierno justicialista que se presenta acontinuación.

45. Una nueva macroeconomía

Basándose en la premisa de que la hiperinflación era, ante todo, la consecuencia deuna profunda crisis del estado, el gobierno de Menem hizo sus primeras armas en lalucha contra la inflación bajo el supuesto -derivado apresuradamente de aquel diagnós-tico- de que la estabilidad de precios seguiría de manera poco menos que automática ala solución de esa crisis estructural. La formulación de una política de reforma delestado pasaba así a ser no ya una condición necesaria para la estabilización sino, enverdad, una condición suficiente para ello. Más aún, se esperaba que el solo anuncio deuna reforma integral ayudaría a detener la huida hacia el dólar y a sofocar la inflación, sies que lograba granjearse la credibilidad de los actores económicos.

La convocatoria al grupo empresarial Bunge & Born para que se hiciera cargo de laeconomía puede entenderse como un paso esencialmente político, por el cual Menemdaba una señal inequívoca de su compromiso con la anunciada "economía social demercado". Esa opción tuvo sus primeras manifestaciones en las leyes de emergenciaeconómica y de reforma del estado. La primera de ellas asestó un golpe frontal alcorazón del capitalismo asistido que imperaba en la Argentina desde la posguerra, alsuspender por un plazo de 18 días -que sería luego renovado indefinidamente- los

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regímenes de promoción industrial, regional y de exportaciones y las preferencias quebeneficiaban a las manufacturas nacionales en las compras del estado; también seautorizaron los licenciamientos de empleados públicos y se puso fin a esquemas sala-riales de privilegio en la administración. Por su parte, la ley de reforma del estadomarcó e comienzo del fin de otro de los pilares del patrón de desarrollo preexistente, alfijar el marco normativo para la privatización de gran número de empresas públicas,incluyendo las compañías de teléfonos, de aviación comercial, los ferrocarriles, loscomplejos siderúrgicos y petroquímicos y las rutas y puertos. Al mismo tiempo seenunciaban los objetivos en materia de apertura comercial, que acabarían de realizar-se en un plazo de cuatro años. El énfasis en las reformas estructurales continuó luegode que a fines de 1989 un cambio ministerial pusiera fin a la participación directa delempresariado en el diseño de la política económica. Durante el año 1990 se concreta-ron las primeras privatizaciones importantes, se aceleró la apertura comercial y sesuprimió el tratamiento fiscal diferencial que desde hacia décadas brindaba a las em-presas nacionales cierta ventaja sobre las extranjeras.

Pero en el área específica de la estabilización de precios el avance fue mínimo -si esque hubo alguno- durante 1989 y 1990. Un primer período de tipo de cambio fijo duróapenas unos meses, y acabó en un segundo episodio hiperinflacionario en el verano de1989-1990. Durante 1990, la política antinflacionaria siguió la tradición monetaristamás clásica, bajo un régimen de flotación cambiaria. Previo a ello se había refinanciadoforzadamente la deuda del Banco Central por la vía de una conversión de los depósitosa plazo fijo en títulos de deuda pública de largo plazo. Pero los precios seguían enascenso: en octubre de este año se publicitaba como todo un logro que el índice men-sual de inflación minorista fuera de 7,7%. Cuando la situación fiscal obligó a las autori-dades a apartarse de la restricción monetaria, la inflación recrudeció y una nuevacorrida cambiaria forzó otro cambio en el Ministerio de Economía, que pasó a manosdel hasta entonces canciller Domingo Cavallo.

Pasado un año y medio de gobierno, pues, Menem no había cosechado ningún éxitoduradero en la más urgente de las tareas que le habían sido encomendadas. Desgasta-do su capital político por dos tentativas frustradas de estabilización, la posibilidad deque la tercera fuera la vencida no parecía muy cercana en esos meses de 1991. Pero lasituación de fondo (fiscal, de sector externo) no era tan desesperante como en loscomienzos. La privatización de un buen número de empresas públicas -aún con lasevidentes imperfecciones en los términos de los contratos- y la conversión de la deudade corto plazo en obligaciones menos apremiantes permitían pensar en un horizonte deequilibrio fiscal. Por otra parte; el Banco Central contaba con varios miles de millonesde dólares en reservas, que había acumulado en el intento por no dejar caer el tipo decambio durante 1990.

El presidente y quien sería por cinco años su principal ministro entendieron que lascondiciones estaban dadas para una arriesgada apuesta de estabilización, orientadano ya a reducir los índices de inflación sino sencillamente a anularlos. La sanción de laLey de Convertibilidad, en abril de 1991, fue algo más que el lanzamiento de un progra-ma tradicional de tipo de cambio fijo. La mayor diferencia estaba en la obligación im-puesta al Banco Central de mantener reservas en divisas -incluyendo una proporción

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de títulos públicos pagaderos en dólares- capaces de comprar toda la base monetaria,al tipo de cambio que establecía la ley (diez mil australes -equivalentes a un peso apartir de la reforma de 1992- por dólar). Aunque apareciese como un detalle superficial,el hecho de que el valor del dólares estuviese fijado por la ley daba cierto plus decredibilidad a ese precio; se trataba de una promesa grabada en la legislación, cuyoincumplimiento acarrearía un importante costo de reputación a quien lo decidiera. Laexperiencia reciente de una hiperinflación estaba lejos de ser una desventaja inicial. Elvirtual bimonetarismo de la economía argentina y las enseñanzas de las hiperinflacioneshistóricas sugerían más bien lo contrario: el tipo de cambio podía ser una pesada anclanominal en situaciones como ésa.

La práctica de comprar y vender dólares a un precio fijo, que traía a la memoria elrégimen de Caja de Conversión interrumpido en 1929, llevaba consigo la renuncia delgobierno a la política monetaria como instrumento macroeconómico. La reputación delestado y, consecuentemente, la de la autoridad monetaria, estaba severamente afecta-da por la larga inestabilidad económica y, en particular, por los episodioshiperinflacionarios de 1989 y 1990. En una situación semejante, la opción por la con-vertibilidad descansó en una estrategia de autoatamiento: como Ulises, quien ordenóser atado al mástil de su nave para que las engañosas melodías de las sirenas nodetuvieran su odisea, el gobierno optó por abdicar de un instrumento clave de políticaeconómica para hacer más creíble su compromiso con la disciplina fiscal y monetaria.

El Plan de Convertibilidad tuvo un éxito inusual en su fin específico de acabar con lainflación. Aunque en los primeros meses el índice de precios al consumidor creció a unritmo parecido al de comienzos del Plan Austral (considerado peligroso para la supervi-vencia de un tipo de cambio fijo), a fines de 1991 ya se registraron tasas mensualesmenores al 1%. El índice mayorista -construido predominantemente a partir de bienestransables- fue más rápidamente disciplinado por la combinación de competencia ex-terna y tipo de cambio fijo. El apaciguamiento de los precios probaría ser un logroduradero. Entre 1992 (que registró un todavía significativo 17,5% anual) y 1996, elíndice alcanzaría cada año un valor nunca muy superior a la mitad del correspondienteal año previo.

De la hiperinflación a la inflación CeroVariación porcentual anual de los índices de precios

1980-88 1989 1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997

Precios al consumidor 287 4.924 1.344 84 17,5 7,4 3,9 1,6 0,1 0,3Precios mayoristas 293 5.383 798 57 3,1 0,1 3 5,8 2,1 -0,9

Fuente: Llach (1997).

Por otra parte, después de tres años de caída ininterrumpida del nivel de actividad,podía esperarse que una reactivación económica acompañaría a la nueva situación. Enefecto, la reaparición del crédito a tasas más accesibles y previsibles (acentuada poruna fase del ciclo económico internacional caracterizada por la abundancia de capita-les que buscaban nuevos horizontes) y el aumento del poder de compra de los salarios

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reales derivado de la desaparición del impuesto inflacionario, resultaron ser poderosasfuerzas de expansión puestas en marcha por la estabilidad. A ellas se sumaban losefectos de otras políticas, como el abaratamiento de los bienes de importación queresultó de la apertura comercial. La reacción de la demanda estimuló el nivel de activi-dad, que creció a razón del 8,8% anual entre 1990 y 1994, el récord del siglo para unperíodo de cuatro años. Se trataba, por su duración y su magnitud, de algo más queuna clásica reactivación de corto plazo. Pero ni siquiera esa expansión inédita fuesuficiente para abastecer a una demanda interna en franca recuperación. El consumo yla inversión, tomados en conjunto, aumentaron nada menos que un 50% (10,7% anual)en el mismo lapso. La situación de exceso de demanda tuvo como resultado un cambiodrástico en la balanza comercial: de un superávit de 8275 millones de dólares en 1990se pasó a un déficit de 5751 en 1994, una diferencia de más de 14 mil millones dedólares (equivalente al promedio de exportaciones e importaciones en 1993).

El crecimiento de 1990-94 desencadenó a su vez una serie de desarrollos que con-solidaron económica y políticamente el esquema estabilizadora. Mientras se cosecha-ban los frutos de una reforma tributaria que concentró la recaudación en el IVA y elimpuesto a las ganancias, y se combatía la evasión, el aumento del producto garantiza-ba ingresos crecientes al fisco y mejoraba la solvencia del sistema financiero. Ayudadotambién por el dinero obtenido de las privatizaciones, el estado argentino redujo sudéficit e incluso llegó a transformarlo en un pequeño superávit. La mejora fiscal sirviópara alcanzar un acuerdo global con los acreedores externos, por la vía del Plan Brady,lo que a su turno retroalimentó las expectativas favorables, la entrada de capitales (quepermitía sostener el déficit de comercio) y la demanda agregada.

Este círculo virtuoso también contribuyó a que el programa afianzara su base políti-ca. La virtual eliminación del impuesto inflacionario tuvo un efecto progresivo pues susconsecuencias recaían predominantemente sobre los estratos más vulnerables de lasociedad. Los hogares bajo la línea de pobreza en el área metropolitana de BuenosAires, que habían alcanzado un máximo del 38% a fines de 1989, cayeron al 14% en1993, revelando que o sólo la estabilización sino también los efectos del boom econó-mico habían alcanzado a los escalones más bajos de la estructura social. La desocu-pación generada por la liberalización comercial, la reorganización del sector público y,en menor escala, las privatizaciones fue más que compensada, en un principio, por elimpacto que sobre el empleo tuvo el aumento del producto. Por fin, la expansión econó-mica atenuó la mortandad empresarial que la apertura externa trajo consigo. Así, elrechazo localizado de quienes perdían con algunas de las políticas de reforma se diluíafrente al ánimo generalmente favorable al conjunto de la política económica. El presi-dente ganaba de esa manera el consenso necesario para llevar adelante sus aspiracio-nes de consolidación política.

Sin embargo, hacia mediados de 1994 algunos interrogantes proyectaban una som-bra de duda sobre el mejorado escenario macroeconómico. Uno de ellos no era nuevo,sino que venía acompañando al Plan de Convertibilidad prácticamente desde sus co-mienzos: el creciente déficit de comercio, que, sumado a los intereses de la deudaexterna, demandaba cada año cuantiosos pagos al exterior. Ese desbalance era posibleporque, en contraste con lo que había ocurrido durante los años que siguieron a la

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crisis de la deuda, había abundantes capitales dispuestos a financiar a aquellos paísesque pagaran un pequeño sobreprecio, el riesgo país. Pero del hecho de que esos des-equilibrios fueran posibles no se seguía automáticamente que fueran deseables. Exis-tía el temor de que ese déficit externo -activado en parte por la apreciación cambiaria-acabaría también con el Plan de Convertibilidad, como había ocurrido con planes ante-riores basados en un tipo de cambio fijo.

El gobierno encaraba la cuestión de las cuentas externas de acuerdo con un lógicaalgo coléctica. Por un lado, relativizaba la alarma causada por el déficit enfatizando elvigoroso aumento de la inversión (que se había duplicado largamente en cuatro años) yla ampliada participación de los bienes de capital en las importaciones. Se razonabaque el déficit no era esta vez el signo de una frágil y efímera expansión del consumo(como había sido en tiempos de Martínez de Hoz) sino un aspecto típico de la faseinicial de un período de alto crecimiento. Pero, por otro lado, el gobierno daba muestrasde que consideraba problemático el efecto de la apreciación cambiaria sobre la compe-titividad. Descartada la devaluación como mecanismo corrector, se tomaron caminosalternativos. La desregulación de varios mercados, la reducción o anulación de unsinnúmero de impuestos internos, específicos y laborales (posible por la mejora fiscal)y la eliminación de aranceles a las importaciones de bienes de capital fueron todoscapítulos de una misma política, destinada a mejorar la competitividad de la producciónnacional. La reimplantación de incentivos fiscales a las exportaciones y cierta recupe-ración de los aranceles, en tanto, apuntaban más explícitamente a mejorar la balanzacomercial. Y, aunque respondiera a fines de otra naturaleza, del tan debatido paso de unrégimen jubilatorio de reparto a un sistema mixto asentado sobre la capitalización delos aportes individuales, también esperaban las autoridades un efecto saludable sobrelas cuentas externas, porque llevaría a un aumento del ahorro privado. La gran apuestadel gobierno era que el proceso de inversión que se había iniciado tuviera como resul-tado un incremento de productividad tal que, una vez considerados todos los incentivosfiscales, las empresas que producían en la Argentina podrían competir sin desventajacon las del resto del mundo.

La mejora en la productividad fue, en efecto, muy intensa. El producto medio deltrabajo en el sector urbano creció a razón del 7,3% anual entre 1990 y 1994, unaevolución que jugaba a favor de la estrategia oficial. Podían entreverse ciertos rasgosdefinitorios de ese aumento en la productividad, en alguna medida comparables a losque habían actuado en dos períodos históricos de alto crecimiento, la época anterior a1914 y los años 60. Por un lado, la ampliada participación del capital extranjero, que enel primer lustro de los 90 tuvo como características distintivas su diversificación (a lasinversiones industriales típicas de otras épocas se añadieron con una importanciainédita las dirigidas a los servicios -en particular, los privatizados- y las actividadespetroleras y mineras) y su énfasis en la introducción de cambios en la organización deltrabajo. Esas tendencias en la elección de estrategias de expansión alcanzaron a unaparte del capital nacional, enfrentado a idénticas condiciones de competencia externa einterna. Por otro lado, y también a tono con lo ocurrido en fases anteriores de rápidodesarrollo, el sector rural se convirtió con el tiempo en una de las estrellas del nuevocrecimiento, incorporando velozmente capital y tecnología.

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Aún con todo lo que significaba como indicador de progreso, el aumento de la pro-ductividad tenía una amarga contracara, que pronto sería el más grave problema de laeconomía argentina: el desempleo. Si bien en un principio (años 1991 y 1992) la reacti-vación había creado una gran cantidad de empleos, el número de puestos de trabajoapenas aumentó (0,5% anual) entre 1992 y 1994, a pesar de la continuada expansiónproductiva (6,5% anual). A ello se sumó un excepcional aumento de la población dis-puesta a trabajar, fenómeno en cuya explicación intervenían, además de razones de-mográficas, la posibilidad de obtener salarios más altos que en el pasado y -una vezque el desempleo había aumentado- la incorporación de un cierto número de personasa la fuerza laboral como respuesta a la falta de trabajo de otro miembro del hogar. Elresultado fue un aumento récord en la tasa de desocupación urbana, de 7% en octubrede 1992 a 12,2% en octubre de 1994.

La gran pregunta era por qué la expansión de 1990-1994 había sido, en conjunto, tanpoco intensiva en trabajo. Hubo, en ese aspecto, respuestas diversas y no necesaria-mente en conflicto. Algunos enfatizaban el hecho de que el trabajo estuviera demasiadocaro en relación a los bienes de capital, ahora más accesibles gracias al abaratamientoque siguió a la apertura comercial externa y a la reaparición de créditos a tasas deinterés razonables; otros ponían el acento sobre la persistencia de regulaciones quedificultaban la contratación de trabajadores en una época en la que la tecnología deproducción requería normas más flexibles en el mercado laboral. Pero por encima detoda polémica había una realidad incontrastable asociada al súbito cambio en las con-diciones de la economía. En un país que había pasado por largos años de retroceso dela productividad (en la década del 80 había acumulado una caída de 25%), el rápidoproceso de modernización desencadenado por las reformas estructurales expulsó em-pleo del sector público y de otras actividades -desde el comercio minorista hasta lospequeños talleres industriales- que en los años anteriores habían actuado como refugiolaboral, pero que mal podían adaptarse a las nuevas condiciones y, en gran número,fueron desapareciendo. Ese excedente de empleo pudo ser absorbido sólo parcialmen-te por las firmas nuevas o modernizadas, que también debían enfrentar una competen-cia rigurosa y una configuración de precios poco favorable a expansiones intensivas enempleo.

¿En qué habían consistido esas reformas estructurales que, actuando en combina-ción con el plan de estabilización, estaban provocando una dinámica de cambio que sereflejaba tanto en el despegue de la economía como en la intensificación del desempleoy de las quiebras? En esencia, en dos conjuntos de políticas que se complementaronpara redondear un movimiento global hacia el laissez faire. Los cambios operados en elestado y la apertura comercial y de capitales fueron los pilares de lo que resultó seruna de las mayores mutaciones del capitalismo argentino en todo el siglo.

46. El ordenamiento del estado

La crisis de financiamiento del estado había derivado asimismo en un deterioro deeficiencia y calidad en la prestación de los servicios públicos. A comienzos del gobier-

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no de Menem, pues, la demanda por un cambio profundo no era exclusiva de unaminoría, sino que se había extendido a franjas muy amplias de la población. Las empre-sas públicas, las políticas sectoriales (en particular, las industriales), el sistema previ-sional y la administración pública en general parecían sentados en el banquillo de losacusados, y enfrentados a un jurado decididamente adverso. El nuevo gobierno teníaentonces espacio para avanzar con su política reformista, y lo hizo estableciendo suspropias prioridades. A tono con su necesidad de acumular fondos frescos y de mostraren los hechos su viraje ideológico hacia una economía de mercado, comenzó con unapolítica financieramente redituable y con una gran carga simbólica: la privatización delos servicios públicos. Empujada por las circunstancias, la venta de empresas estata-les iniciada en 1989 fue un proceso único en el mundo por su intensidad y rapidez.

El gobierno obtuvo resultados favorables. Por un lado, ganó reputación en el mundode los negocios, que era uno de sus flancos débiles al inicio de su gestión. Por otrolado, el impacto sobre las cuentas públicas fue positivo, por dos razones. En el cortoplazo, las ventas resultaron en una significativa entrada de ingresos extraordinarios alTesoro, o en canjes por deuda pública. En el largo plazo, las empresas se transforma-ron de generadoras de déficit en contribuyentes impositivos. Finalmente, como resulta-do de las privatizaciones, comenzó a cerrarse la brecha tecnológica y organizativaabierta durante años de desinversión y desfinanciamiento en las ex empresas públi-cas, lo que a su vez impactó favorablemente sobre la productividad general de laeconomía. Las mejores de eficiencia en los mercados no fueron, con todo, uniformes.Mientras que en algunos casos se inyectó una combinación saludable de regulación ycompetencia, en otros se conformaron verdaderos monopolios privados que se benefi-ciaron de rentas extraordinarias. Esto último fue cierto sobre todo cuando lasprivatizaciones estuvieron motivadas primordialmente por urgencias fiscales: así ocu-rrió tanto en las primeras privatizaciones -Aerolíneas Argentinas, las compañías tele-fónicas o las rutas nacionales, traspasadas al sector privado en 1990- como en las delos años finales de la década, cuando el estado trasfirió a una empresa española lo quele restaba del paquete accionario de YPF.

A las privatizaciones se fueron sumando otras políticas de reforma que modificabanaún más el espectro de actividades estatales y el modo de asumirlas, pero siemprerespetando una secuencia en la que los objetivos macroeconómicos predominaronsobre otros. Así, el traspaso de los servicios de salud y educación desde la Naciónhacia las provincias, sin una contrapartida suficiente en la transferencia de financia-miento, sirvió -en el corto plazo- para que el gobierno central aliviara su déficit, y nonecesariamente para aumentar la eficiencia de las prestaciones. En cuanto a la refor-ma previsional -que consistió en un traslado, paulatino y parcial, de los aportesjubilatorios hacia fondos privados de pensión- puede decirse que, si ayudó a germinarun mercado de capitales de largo plazo sobre la base del ahorro nacional, fue a uncosto fiscal mayúsculo, en tanto significó que por un largo tiempo los pagos públicos alos jubilados excederían a los menguados aportes que quedaban en manos del estado.Otras áreas en las que las instituciones y las políticas públicas fueron modificadaspermiten extraer conclusiones del mismo ambiguo tenor; los esquemas de promociónproductiva, por ejemplo, fueron cuestionados argumentando que su deficiente instru-mentación en el pasado las había convertido en puro derroche de recursos, pero de

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ello no se siguió una reforma que mejorara el sistema de incentivos, sino su cancela-ción, su reemplazo por otros no menos cuestionables o, en algunos casos, su supervi-vencia bajo formas apenas mutadas.

Del lado de los ingresos públicos hubo también modificaciones importantes, pero eneste rubro se logró un combinación más feliz entre los objetivos macroeconómicos ylos de eficiencia y equidad. La recaudación aumentó y de ese modo pudo eliminarse elregresivo impuesto inflacionario. Los gravámenes que sirvieron para ello fueron el im-puesto al valor agregado (que aumentó de aproximadamente 2,5% del PBI durante ladécada del 80 a más de 6% en los 90) y el impuesto a las ganancias, que pasó demenos del 1% al 2,5% en el mismo período. A partir de esa nueva plataforma sesuprimieron o redujeron impuestos internos, tributos al comercio exterior, impuestos altrabajo -que afectaban la competitividad, con la economía funcionando bajo un régimende tipo de cambio fijo- y algunas contribuciones directas. Naturalmente, las controver-sias sobre el sistema tributario que han atravesado el siglo no han terminado, peroqueda la impresión de que el centro del debate se ha ido trasladando de un problema decomposición a un problema de administración y, por lo tanto, de nivel de recaudación.

¿Cuál fue el resultado de todas estas reformas que afectaron al sector público ar-gentino? En términos del nivel del gasto del estado, se comprueba que, a pesar de unincremento en términos reales, hubo un retroceso en comparación con los 80 si laserogaciones se miden en porcentaje del PBI. En términos de su estructura, se observauna disminución de la proporción correspondiente a las inversiones y los subsidios,resultado de las privatizaciones y de la anulación de diversos regímenes de apoyofiscal al sector privado. Como contrapartida de la reducción de esos rubros, creció enimportancia el gasto público social. Los pagos por intereses de la deuda pública dismi-nuyeron su incidencia a lo largo de la primera mitad de la década, ya que las quitas alas obligaciones externas asociadas al Plan Brady, la caída de las tasas de interésinternacionales, la liquidación de la deuda interna y el propio crecimiento de la econo-mía compensaron largamente el impacto del nuevo endeudamiento. Ello dejó de sercierto sobre finales del decenio, cuando el incremento en los intereses fue precisamen-te el rubro de mayor crecimiento en el gasto del gobierno central.

La promesa implícita en la Ley de Convertibilidad (no emitir para enjugar desequili-brios fiscales) pudo cumplirse gracias a un cambio pronunciado en las cuentas delestado. La trampa de los 80 -deuda externa, déficit público, inflación y recesión- pudosortearse durante el primer lustro de los 90 con la feliz conjunción de estabilidad,financiamiento externo, crecimiento y desahogo fiscal. De un déficit que había promediado8 puntos del PBI en 1980-1990 se pasó a un pequeño desequilibrio de 0,5 punto en1991-94. En buena medida, la nueva configuración se sostuvo a sí misma. Tal comohabía ocurrido durante algún tiempo con el Plan Austral, el compromiso implícito en elPlan de Convertibilidad tuvo bastante de autocumplimiento, en tanto la estabilidad y lareactivación que le siguieron contribuyeron a reducir el déficit. El fin de la recesión -quedisminuía la recaudación más que proporcionalmente, porque muchas empresas sefinanciaban evadiendo impuestos- y el fin de la inflación -que depreciaba la recauda-ción impositiva percibida con atraso- eran al mismo tiempo consecuencias y requisitosde la solvencia fiscal. A ello debe agregarse la abundancia de fondos externos, que hizo

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posible un financiamiento en condiciones favorables. Estos mismos factores (creci-miento, abundancia de fondos a tasas de interés reducidas) cambiarían de signo con elefecto Tequila de 1995 y, mucho más, con la recesión de finales de la década; de lamano de esos desarrollos iría deteriorándose la posición fiscal.

47. Nuestra gran depresión

Hemos concluido el relato de la sección anterior hacia mediados del año 1998, preci-samente cuando este libro iba hacia su primera edición. Lo que ha ocurrido entre aquelmomento y la hora en que se escriben estas páginas -inicios de 2003- era inimaginablepor entonces. Nunca antes tanta ilusión había dado lugar a tanto desencanto. Comple-tado el primer año tras la devaluación de 2002, la economía se encontraba sumergidaen profundidades poco menos oscuras que las que los Estados Unidos conocierondurante su Gran Depresión; la caída del ingreso de la Argentina entre 1998 y 2002puede estimarse en alrededor de 20%, algo más suave que la de los Estados Unidosentre 1929 y 1933, que fue de 29%; y la tasa de desempleo en las principales ciudadesargentinas llegó a 21,5% en 2002, un registro cercado al máximo de 25% que losnorteamericanos sufrieron en 1933. Se trataba de la retracción productiva más prolon-gada y más profunda de la Argentina desde que existen registros. En la crisis de 1890,la caída duró dos años (1889-1891) y el producto acumuló una baja de 15%. En laPrimera Guerra Mundial -el precedente más aproximado desde un punto de vista cuan-titativo- hubo tres años de retracción, aunque no consecutivos (1814, 1916 y 1917) y elretroceso total del producto fue del 19,5% en un período de cuatro años (1913-1917).La crisis del '30 es el único antecedente en el que el producto se redujo ininterrumpida-mente durante tres años, pero en el acumulado se perdió un 10%. Llamativamente, enlos tres casos la producción se ubicó alrededor del pico anterior transcurridos apena-dos dos años de recuperación.

¿Cómo ocurrió la crisis argentina? Sobrevolemos rápidamente los hechos que lleva-ron al abandono de la convertibilidad a principios del año 2002 antes de entrar en ladiscusión sobre las causas que condujeron a ese final. Cada uno de los cuatro años1999, 2000, 2001 y 2002 tiene características propias, distinguibles de los demás. Elprimero de ellos estuvo dominado por las malas noticias provenientes desde el exteriory por el debate acerca de cómo reaccionar a ellas. La devaluación de la moneda brasi-leña, la apreciación mundial del dólar, la consecuente caída de los precios externos dela Argentina, la fuga a la calidad de los capitales, todo aquello que venía insinuándosedesde 1998 se manifestó con toda intensidad en el año 1999. La respuesta de la políticaeconómica parecía recoger los eco del efecto Tequila; se daban señales de que si sepensaba modificar las instituciones económicas organizadas alrededor de la converti-bilidad, sólo sería en la dirección de una profundización. En ese contexto surgió la ideaconcreta de la dolarización como ultima ratio en el caso de que la crisis se profundiza-ra.

El año 2000 coincidió con el primer año de la presidencia de Fernando de la Rúa,quien había llegado al poder pronunciándose, con mucho más fervor que el candidato

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justicialista Eduardo Duhalde, en favor de la continuidad del régimen monetario. Elgobierno de la Alianza buscó ante todo generar una confianza suficiente como pararevertir o, aunque más no fuera, moderar una salida de capitales que se manifestaba enuna creciente prima de riesgo país y obstaulizaba por esa vía la recuperación económi-ca. Es como parte de esa visión que debe entenderse el énfasis de la administración deJosé Luis Machinea, el primero de los tres ministros de Economía aliancistas, en laausteridad fiscal. A pesar de que por lo general se considera contraproducente unajuste de las cuentas públicas en medio de la recesión, el gobierno suponía que laprudencia presupuestaria conduciría a una reducción del riesgo país y que los efectosexpansivos de la caída en la tasa de interés excederían largamente cualquier influenciadirectamente contractiva que pudiera tener el ajuste fiscal. Más aún; se concebía queuna fuerte señal inicial de austeridad -cuyo costo en términos de nivel de actividad, sies que lo había, sería temporario- podía ser suficiente para convencer a lo mercadosde la vocación por la responsabilidad fiscal del nuevo gobierno, que se diferenciaría asíno sólo de la relativa laxitud presupuestaria de los últimos años de Menem sino tam-bién de la imagen de mala administración que pesaba sobre los radicales tras la frus-trada experiencia de Alfonsín.

El gobierno de la Alianza arrancó, pues, con aumentos impositivos y, cuando esto sejuzgó insuficiente para restablecer el equilibrio presupuestario, se procedió a recortargastos y a establecer topes en las transferencias que la Nación realizaba a los tesorosprovinciales. Estas reacciones no lograron atraer los capitales ni despertar la actividadeconómica, y tampoco contribuyeron a aglutinar detrás del programa económico a unacoalición del gobierno que pronto se reveló extremadamente frágil, y que se fracturó dehecho antes de cumplir un año en el poder. Gradualmente, la economía argentina pasa-ba a estar en el foco de los inversores internacionales como candidato a incumplir suscompromisos financieros. A fin de año, pocas semanas antes del final del gobierno deClinton -que había sido generoso con los países que, habiendo abrazado el Consensode Washington, enfrentaban una coyuntura difícil en los mercados de capitales- senegoció un préstamo de los organismos internacionales destinado a cubrir los bachesen los vencimientos de deuda que la ausencia de financiamiento privado dejaría abier-tos.

Fue un fugaz momento de esperanza antes del año más crítico dentro de la crisis. Yaen el mes de marzo de 2001 se vivieron momentos de vértigo, como los de los veranosde 1995, 191, 1990 y 1989. Fue el mes de mayor salida de depósitos del sistemafinanciero a lo largo de toda la década de convertibilidad. La crisis económica barríacon los equilibrios políticos; a principios de ese mes, el reemplazo de Machinea porRicardo López Murphy, un economista de raigambre netamente ortodoxa, generó talrechazo en el partido de gobierno que sorprendentemente se optó por convocar aCavallo, el ministro símbolo de la primera presidencia de Menem, quien desde el llanocolocaba en un segundo plano la cuestión fiscal y se inclinaba por resolver el problemade solvencia maximizando la tasa de crecimiento económico. En la visión de Cavallo, elproblema central que aquejaba a la convertibilidad -a diez años exactos de su puestaen marcha- en una escasa competitividad, derivada de la devaluación de prácticamen-te todas las monedas del mundo frente al dólar y al peso, de un par de años de retroce-so de la productividad y de una política tributaria gravosa para que la producción argen-

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tina compitiera con la extranjera, dentro y fuera del país. Los instrumentos de políticaeconómica con los que podía enfrentare ese problema en el marco de la convertibilidaderan limitados, pero Cavallo los creía suficientemente poderosos como para revertir larecesión si eran explotados al máximo. Los aranceles a los bienes de consumo fueronaumentados hasta los topes permitidos por la Organización Mundial de Comercio y seredujeron impuestos para diversos sectores productores de bienes. Poco después deanunció que, para evitar en el futuro los perjuicios de las devaluaciones extranjeras, elvalor del peso no sería ya idéntico al de un dólar sino a la suma de medio euro y mediodólar. El efecto de esta medida sobre la competitividad era nulo, porque sólo entraría envigencia cuando la moneda europea y la norteamericana se equipararan, y aún enton-ces -como consecuencia de l anterior- la redefinición de valor no implicaría una deva-luación. El costo de tal anuncio, en cambio fue inmediato, ya que se percibió como undebilitamiento del compromiso de la Argentina con la convertibilidad tal como la habíanconocido los argentinos.

Mientras que el sector real de la economía no reaccionó positivamente a las medi-das de Cavallo, los mercados financieros respondían, pero para mal. El continuadodeterioro de la situación fiscal pronto reclamó la atención inmediata de Cavallo, y peseal diagnóstico inicial del ministro pasó a ocupar el centro de la escena en toda lasegunda mitad del año 2001. Los tres hitos en "la lucha por evitar la cesación de pagosy la devaluación" fueron un canje voluntario de deuda de corto plazo por otra de venci-mientos más largos pero con intereses gravosos; el anuncio de una política de "déficitcero" según la cual los gastos se ajustarían mes a mes a los ingresos públicos; y,finalmente, otro canje de deuda -ya con características compulsivas- que prolongabaaún más los vencimientos, esta vez con intereses reducidos. Para ese entonces, laexpectativa de que la convertibilidad sería abandonada era una profecía ya inevitable-mente destinada al autocumplimiento. La caída de los depósitos llegó a tal punto que elgobierno optó por restringir los retiros de efectivo para evitar la caída de bancos; lospesos en cuentas bancarias seguían siendo convertibles con dólares dentro de esascuentas, y los pesos en efectivo con los dólares en efectivo, pero ya no existía conver-tibilidad entre el dinero en efectivo con aquel del sistema bancario. La situación explotóen diciembre; en medio de manifestaciones callejeras violentamente reprimidas y sa-queos más o menos espontáneos a comercios, renunciaron sucesivamente Cavallo yDe la Rúa. El Partido Justicialista se hizo cargo del poder sin antes dirimir sus conflic-tos internos. En la última semana de 2001, el presidente Rodríguez Saá -quien o llegó adurar una semana en el cargo- anunció que la Argentina no pagaría en tiempo y formala deuda pública. En la primera semana de 2002, el gobierno de Duhalde decretó el finalde la convertibilidad.

¿Por qué cayó la Argentina e la mayor crisis económica de su historia? ¿Por quéacabó tan catastróficamente un sistema monetario que en algún momento había des-pertado los mayores elogios y un apoyo popular que se prolongó hasta su final? ¿Porqué pasó la Argentina de ser una de las economías de más alto crecimiento a princi-pios de los 90 a experimentar la recesión más aguda que una economía capitalistahaya sufrido en tiempos de paz en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial.Existen, desde luego, diversas explicaciones. Algunas de ellas ponen el énfasis ensituaciones no estrictamente económicas; el deterioro institucional que caracterizó al

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período menemista, la escasa capacidad de los políticos argentinos para lograr acuer-dos o sencillamente para administrar el estado, o hasta una resistencia genética de lasociedad argentina para abrazar los comportamientos sociales e individuales favora-bles al crecimiento económico (tales como el ahorro o el respeto a las leyes). Parecedifícil, sin embargo, atribuir la caída de finales de los 90 a factores negativos más omenos constantes en el tiempo y poder dar cuenta, simultáneamente, del rápido creci-miento de los años anteriores.

En cuanto a las explicaciones más propiamente económicas, conviene desdoblar ladiscusión en dos problemas distintos, aunque relacionados: en primer lugar, qué fue loque inició la crisis; en segundo lugar, cuáles fueron los mecanismos de propagaciónque la hicieron tan prolongada y tan profunda. Sobre la cuestión del disparador de lacrisis hay esencialmente dos explicaciones; sobre el problema de la propagación de larecesión pueden citarse al menos cuatro. Todas esas hipótesis son, en principio, com-plementarias unas con otras; según el cálculo combinatorio, pues, tan sólo las limita-das consideraciones de los párrafos que siguen dan lugar a decenas de potencialesrelatos sobre la crisis argentina.

De las dos explicaciones principales acerca del origen de la depresión argentina,una apunta a la cuestión cambiaria y otra enfatiza el manejo fiscal. De acuerdo a lahipótesis cambiaria, la Argentina padeció de un desequilibrio en su tipo real de cambio,debido a su vez a distintos motivos. Por lo pronto, el nivel de precios en dólares quesurgió de la estabilización de 1991 fue más alto de lo que las propias autoridadeseconómicas esperaban -de hecho, Cavallo y su equipo de comienzos de la décadahabían esperado una deflación inicial- y de lo que la mayoría de los observadoresjuzgaba como razonable. Como regla general, el tipo de cambio real puede acercarse asu nivel de equilibrio porque su valor se modifica (como resultado de una apreciación odepreciación nominal, o de un cambio en los precios internos o externos), o bien por-que el valor de equilibrio se mueve, aproximándose al nivel vigente (como ocurre, porejemplo, si aumenta la productividad, o si los mercados de capitales permiten un mayorendeudamiento externo). Durante algunos años alrededor de mediados de la década del90, el problema inicial de tipo de cambio pareció corregirse por ambas vías: tras elefecto Tequila, los precios internos de la Argentina aumentaron menos que sus preciosexternos; además, la Argentina siguió siendo un destino relativamente seguro para elcapital internacional, y la productividad aumentó más que en los Estados Unidos. Apartir de 1998, sin embargo, los precios externos comenzaron a caer -un evento que enparte respondía a la apreciación del dólar frente a otras monedas- y los capitalesemprendieron la retirada de los países emergentes. La percepción de que el desequili-brio externo de la Argentina quizás sería corregido con una devaluación añadía, cadavez más, un motivo de orden local a la fuga de capitales. De algún modo, el problemaque empezaba a aquejar a la Argentina era idéntico en su raíz al que explicaba lacontinua recesión japonesa durante la última década del siglo o los penosos ajustes enla industria tecnológica norteamericana a partir del desplome del índice bursátil Nasdaqa fines de los 90: una expectativa maravillosa era súbitamente reemplazada por el mástenebroso pesimismo, y el consecuente ajuste hacia abajo en los precios no era neutralpara la actividad económica: si en los países centrales la caída en los valores bursáti-les iba a poblar las carteras bancarias de deudas incobrables y a forzar dolorosas

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reestructuraciones empresariales, en la Argentina la reducción en los ingresos y en losprecios de los activos conduciría a una deflación recesiva.

De acuerdo con uno de los muchos cálculos posibles, en 1996 el tipo de cambio realestaba en su nivel de equilibrio, pero para el año 2001 se había apreciado en un 20%por obra de los menores precios externos, mientras que el nivel de equilibrio habíaaumentado un 80% ante la caída en desgracia del país en los mercados financieros; enotras palabras, según ese cómputo, la Argentina necesitaba aproximadamente unaduplicación de su tipo de cambio para restablecer el equilibrio. Otros calculaban que ladevaluación necesaria era del orden del 40%, y el propio Cavallo, señalaba a principiosde 2001 que la ganancia requerida en la competitividad para restablecer las condicio-nes que hicieran posible el crecimiento era tan sólo del 20%. En todo caso, la divergen-cia del tipo de cambio respecto de su nivel adecuado habría despertado, según estahipótesis, la recesión, al deteriorar la competitividad de la producción argentina tantofrente a las importaciones como en los mercados exteriores.

La hipótesis fiscal señala, en cambio, un desequilibrio presupuestario mayor al sos-tenible como causa de primer orden. De acuerdo con esta conjetura, la debilidad de lascuentas públicas impactaba en el riesgo soberano de la Argentina, aumentando lastasas de interés y retrayendo por esa vía el gasto privado. En su versión más prosaica,esta visión no sobrevive las primeras pruebas numéricas, que no sugieren nada tanextraordinario como para explicar una recesión extraordinaria: la Argentina tenía a me-diados de la década una deuda pública de alrededor de 40% del PBI (sobre un total deuna muestra de 55 países del Banco Mundial, 26 tenían una deuda mayor, incluidosentre otros Estados Unidos, el Reino Unido, Finlandia o España), y a lo largo del perío-do 1991-2000 un desequilibrio de 1% del PBI, un tercio de aquel que se admitía a lospaíses europeos según el tratado de Maastricht. La hipótesis puede refinarse con argu-mentos cuantitativos y cualitativos. En primer lugar, la contabilidad presentada es dis-cutible ya que el aumento de la deuda pública excedió sistemáticamente las cifraspublicadas de déficit fiscal, es decir que los números mencionados subestiman elverdadero desequilibrio. En segundo lugar, en un país federal como la Argentina lorelevante no es la deuda del gobierno central sino la de todo el sector público, incluyen-do las administraciones provinciales, cuyo desequilibrio entre 1991 y 2000 fue 0,78%del PBI. En tercer lugar, es posible que el problema no hubiese sido de acción sino másbien de omisión; no fue tanto que el déficit fuera elevado en un estricto sentido numéri-co, sino que no se aprovecharon los años de crecimiento para ahorrar, reducir la deudapública y de ese modo enfrentar desde una posición más sólida el ciclo de declive.

No por ecléctica es menos válida una explicación que combine el problema fiscalcon el de sector externo. Parece relevante, por ejemplo, que una alta proporción de ladeuda pública argentina estuviera denominada en moneda extranjera. Ello implicabaque no se trataba meramente de recolectar suficientes impuestos como para pagar elgasto presente y futuro sino también de generar las divisas necesarias para hacerlo.En la relación del endeudamiento externo con la capacidad de obtener divisas sí eraextraordinaria la situación argentina; en el año 2000 su deuda externa más quequintuplicaba sus exportaciones. Los dos países que le seguían en la razón Deuda

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Externa/Exportaciones (Brasil y Turquía) también padecieron crisis financieras más omenos por la misma época.

Un problema de proporcionesDeuda externa como porcentaje de las exportaciones,

países seleccionados (2000)

Fuente: estadísticas del fondo Monetario Internacional y de la Organización Mundial de Comercio.

Cualquiera fuera la causa última de la recesión argentina (el problema de la compe-titividad, o el desequilibrio público, o una combinación entre ellos), lo cierto es queexistieron mecanismos que tendieron a perpetuar y agravar la recesión. Si diez añosantes una dinámica perversa hacía que la inflación generara más inflación, ahora era larecesión la que por diversos canales se vigorizaba a sí misma. Uno primordial surgíadel hecho de que en un países como la Argentina, endeudado y dependiente del capitalextranjero, la tasa de interés aumentaba a medida que caía la economía, en lugar dereducirse, como sucede en los países centrales. Es que con el correr de la recesiónfue empeorando la salud de las cuentas públicas, lo que a su vez impactó sobre elriesgo país y la tasa de interés y, en consecuencia, sobre el gasto privado. Una segun-da vía por la cual la recesión tendía a autoperpetuarse tenía que ver con el ajuste decuentas al que forzosamente obligaba la crisis fiscal. Al contrario de lo que prescribentodas las escuelas económicas, se redujeron gastos y se aumentaron impuestos enmedio de la recesión, lo cual implicaba mayores caídas de la demanda agregada y -enel caso de los aumentos de impuestos que afectaban directamente los costos empre-sariales, como un gravamen sobre las transacciones bancarias que comenzó a cobrar-se en abril de 2001- un deterioro adicional de la competitividad. En tercer lugar, larecesión colaboraba para que la caída de los precios -provocada en un principio por lacaída en los valores unitarios en dólares de las exportaciones e importaciones argenti-nas- se acentuara. La deflación o era apenas un mal síntoma sino, peor que eso, otromecanismo de propagación de la recesión: reducía el valor nominal de los ingresospúblicos -desencadenando los efectos fiscales recesivos ya mencionados-, encarecíael valor real de las deudas y, en tanto los salarios no se ajustaran hacia abajo tan rápido

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como otros precios -lo que parece probable-, involucraba aumentos en el costo salarialal que muchas empresas se ajustaban reduciendo su personal. Como cuarto factor detransmisión estaba la incertidumbre cambiaria; al deteriorar la competitividad, la situa-ción fiscal y la solvencia en general de los deudores, la recesión poco a poco dejabaver un horizonte en el que se vislumbraba un trío de catástrofes, cada una de lascuales era capaz, por sí misma, de acabar con la convertibilidad, y mucho más siocurrían en combinación; la crisis del sector externo, la crisis fiscal y la crisis bancaria.La percepción de que la devaluación no era ya un evento imposible implicaba unaretracción de los capitales y un aumento en la tasa de interés real.

Las fluctuantes -y en muchos casos contradictorias- reacciones de la política eco-nómica a lo largo de toda la crisis reflejaron la importancia variable que las sucesivasadministraciones dieron a cada una de sus posibles causas y de sus mecanismos depropagación. La postura en favor de la dolarización, que Menem y sus hombres en elMinisterio de Economía y en el Banco Central defendieron desde el comienzo, colocabaa la incertidumbre cambiaria como factor decisivo. La administración de Machinea fue,acaso, la más ecléctica de todas; en un principio se concentró en brindar señales desolvencia ajustando gastos e ingresos; luego ensayó medidas impositivas que preten-dían apuntalar la competitividad; y finalmente reconoció que el ajuste presupuestarioacentuaba la recesión, por lo cual decidió posponerlo hacia el futuro -con financiamien-to de los organismos multilaterales- pero aliviando mientras tanto la presión fiscalcorriente. López Murphy se mostró, durante su paso fugaz por el Ministerio de Econo-mía, como un fiscalista externo; no había en su programa ningún elemento que noapuntara a corregir lo más rápida y profundamente posible el desequilibrio presupues-tario. Cavallo se ubicó inicialmente en las antípodas, atribuyendo todo el problema ytoda la solución a la competitividad, aunque luego se vio forzado, por ausencia total definanciamiento interno y externo, a lidiar con el aspecto fiscal de la crisis.

Todo, pues, o casi todo, se intentó para salir de la depresión sin salir de la converti-bilidad; aún si fuera cierto que una salida era imposible sin la otra, la traumática expe-riencia del año 2002 probó que aquel espanto instintivo a la devaluación -que, en últimainstancia, fue lo que dio a la convertibilidad tan larga vida- tenía, finalmente, buenosmotivos.

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Actividad Nº 12

1. Alfonsín: Plan australPlan Primavera

2. Menen: Ley de emergencia económicaLey de reforma del EstadoLey de convertibilidadProducción nacional y política de desregulación.Consecuencias de las medidas económicas en los ámbitos:• Laboral• Educación• Salud• Jubilación

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FICHA DE EVFICHA DE EVFICHA DE EVFICHA DE EVFICHA DE EVALALALALALUUUUUAAAAACIÓNCIÓNCIÓNCIÓNCIÓNMÓDULO ÚNICOMÓDULO ÚNICOMÓDULO ÚNICOMÓDULO ÚNICOMÓDULO ÚNICO

Sr. alumno/a:

El Instituto de Educación Abierta y a Distancia, en su constante preocupación por mejorar lacalidad de su nivel académico y sistema administrativo, solicita su importante colaboración pararesponder a esta ficha de evaluación. Una vez realizada entréguela a su Tutoría en el menortiempo posible.

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MÓDULO En gran medida Medianamente Escasamente

1. Los contenidos de los módulos fueronverdadera guía de aprendizaje (punto 5del módulo).

2. Los contenidos proporcionados me ayu-daron a resolver las actividades.

3. Los textos (anexos) seleccionados mepermitieron conocer más sobre cadatema.

4. La metodología de Estudio (punto 4 delmódulo) me orientó en el aprendizaje.

5. Las indicaciones para realizar activida-des me resultaron claras.

6. Las actividades propuestas fueron acce-sibles.

7. Las actividades me permitieron una re-flexión atenta sobre el contenido

8. El lenguaje empleado en cada módulo fueaccesible.

CONSULTAS A TUTORIAS SI NO

1. Fueron importantes y ayudaron resolver mis dudas y actividades.

2) Para que la próxima salga mejor... (Agregue sugerencias sobre la línea de puntos)

1.- Para mejorar este módulo se podría ................................................................................................................................

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3) Evaluación sintética del Módulo.

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Evaluación: MB - B - R - I -

4) Otras sugerencias.............................................................................................................................................................

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