Germana

137
pg29640 The Project Gutenberg EBook of Germana, by Edmond About This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included with this eBook or online at www.gutenberg.net Title: Germana Author: Edmond About Translator: Tomás Orts-Ramos Release Date: August 8, 2009 [EBook #29640] Language: Spanish *** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK GERMANA *** Produced by Chuck Greif and the Online Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net BIBLIOTECA de LA NACIÓN EDMUNDO ABOUT GERMANA TRADUCCIÓN DE T. ORTS-RAMOS BUENOS AIRES 1918 Derechos reservados. Imp. de LA NACIÓN.--Buenos Aires INDICE Página 1

description

Edmond François Valentin About nació el 14 de febrero de 1828 a las 11 de la noche en Dieuze, en Mosela, departamento francés situado en la región de Lorena, y murió el 16 de enero de 1885 en París a la edad de 57 años. Fue un escritor, dramaturgo, miembro de la Academia Francesa, crítico de arte y periodista anticlerical francés.Edmond creó situaciones imaginarias en las que trató la inmortalidad a través del progeso científico, como lo hizo en uno de sus libros más populares El hombre de la oreja cortada (L'homme à l'oreille cassée). En varias de sus obras fue cómico y a la vez polémico, a causa de su afán por divertir a sus lectores y hacer reír a la gente. En un principio se ganó la reputación de ser un mal dramaturgo (algunas de sus piezas de teatro no llegaron a representarse más de tres veces), pero años más tarde escribiría obras - como Bodas de París (Les Mariages de Paris) - con las que obtendría un éxito notable. Pese a que poco a poco sus obras han ido perdiendo su popularidad, Edmond está considerado como uno de los clásicos franceses del siglo XIX.

Transcript of Germana

  • pg29640The Project Gutenberg EBook of Germana, by Edmond About

    This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and withalmost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away orre-use it under the terms of the Project Gutenberg License includedwith this eBook or online at www.gutenberg.net

    Title: Germana

    Author: Edmond About

    Translator: Toms Orts-Ramos

    Release Date: August 8, 2009 [EBook #29640]

    Language: Spanish

    *** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK GERMANA ***

    Produced by Chuck Greif and the Online DistributedProofreading Team at http://www.pgdp.net

    BIBLIOTECA de LA NACIN

    EDMUNDO ABOUT

    GERMANA

    TRADUCCIN DE

    T. ORTS-RAMOS

    BUENOS AIRES

    1918

    Derechos reservados.

    Imp. de LA NACIN.--Buenos Aires

    INDICE

    Pgina 1

  • pg29640I.--El aguinaldo de la duquesa

    II.--Peticin de matrimonio

    III.--La boda

    IV.--Viaje a Italia

    V.--El duque

    VI.--Cartas de Corf

    VII.--El nuevo domstico

    VIII.--Los buenos tiempos

    IX.--Cartas de China y de Pars

    X.--La crisis

    XI.--La viuda Chermidy

    XII.--La guerra

    XIII.--El pual

    XIV.--La justicia

    XV.--Conclusin

    I

    EL AGUINALDO DE LA DUQUESA

    Hacia la mitad de la calle de la Universidad, entre los nmeros 51 y 57,se ven cuatro hoteles que pueden citarse entre los ms lindos de Pars.El primero pertenece al seor Pozzo di Borgo, el segundo al condeMailly, el tercero al duque de Choiseul y el ltimo, que hace esquina ala calle Bellechasse, al barn de Sangli.

    El aspecto de este edificio es noble. La puerta cochera da entrada a unpatio de honor cuidadosamente enarenado y tapizado de parrascentenarias. El pabelln del portero est a la izquierda, envuelto entreel follaje espeso de la hiedra, donde los gorriones y los huspedes dela garita parlotean al unsono. En el fondo del patio, a la derecha, unaamplia escalinata resguardada por una marquesina, conduce al vestbulo ya la gran escalera.

    La planta baja y el primer piso estn ocupados por el barn nicamente,que disfruta sin compartirlo con nadie un vasto jardn, limitado porotros jardines, y poblado de urracas, mirlos y ardillas que van y vienende se a los otros en completa libertad, como si se tratara dehabitantes de un bosque y no de ciudadanos de Pars.

    Las armas de los Sangli, pintadas en negro, se descubren en todas lasPgina 2

  • pg29640paredes del vestbulo. Son un jabal de oro en un campo de gules. Elescudo tiene por soporte dos lebreles, y est rematado con el penacho debarn con esta leyenda: _Sang li au Roy_[A].

    Como media docena de lebreles vivos, agrupados segn su capricho, seaburren al pie de la escalera, mordisquean las vernicas floridas en losvasos del Japn o se tienden sobre la alfombra alargando la cabezaserpentina. Los lacayos, sentados en banquetas de Beauvais, cruzansolemnemente los brazos, como conviene a los criados de buena casa.

    El da 1. de enero de 1853, hacia las nueve de la maana, toda laservidumbre del hotel celebraba en el vestbulo un congreso tumultuoso.El administrador del barn, el seor Anatolio, acababa de distribuirlesel aguinaldo. El mayordomo haba recibido quinientos francos, el ayudade cmara doscientos cincuenta. El menos favorecido de todos, elmarmitn, contemplaba con una ternura inefable dos hermosos luises deoro completamente nuevos. Habra celosos en la asamblea, perodescontentos ni uno solo, y cada uno a su manera deca que da gustoservir a un amo rico y generoso.

    Los tales individuos formaban un grupo bastante pintoresco alrededor deuna de las bocas del calorfero. Los ms madrugadores llevaban ya lagran librea; los otros vestan an el chaleco con mangas que constituyeel uniforme de media gala de los criados.

    El ayuda de cmara iba vestido de negro completamente, con zapatillas deorillo; el jardinero pareca un aldeano endomingado; el cochero llevabachaqueta de tricot y sombrero galoneado; el portero un tahal de oro yzuecos. Aqu y acull se distingua a lo largo de las paredes, unafusta, una almohaza, un encerador, escobas, plumeros y algo ms cuyonombre ignoro.

    El seor dorma hasta medioda, como quien ha pasado la noche en elclub, y por lo tanto tenan tiempo para empezar sus faenas. Por lopronto se entretenan en darle empleo al dinero y las ilusiones lesocupaban bastante. Los hombres todos son algo parientes de aquellalechera de la fbula.

    --Con esto, y lo que ya tengo ahorrado--deca el mayordomo--, puedoredondear mi renta vitalicia. A Dios gracias no falta el pan, y los dasde la vejez los tendr asegurados.

    --Como es usted soltero--replico el ayuda de cmara--, no tiene quepensar en nadie. Pero yo tengo familia. Por eso pienso entregarle eldinero a ese buen seor que va a la Bolsa, y algo me producir.

    --Es una buena idea, seor Fernando--dijo el marmitn--. Cuando vayausted, llvele mis cuarenta francos.

    El ayuda de cmara se crey obligado tambin a intervenir y exclam entono de proteccin:

    --Vaya con el joven! Qu crees t que se puede hacer con cuarentafrancos en la Bolsa?

    --Bueno--respondi el joven ahogando un suspiro--, los llevar a la Cajade ahorros.

    El cochero solt una ruidosa carcajada y se dio unos puetazos sobre elPgina 3

  • pg29640estmago gritando:

    --Esta es mi caja de ahorros. Aqu es donde he colocado siempre misfondos, y a fe que no me ha ido mal. Verdad, padre Altorf?

    El padre Altorf, suizo[B] de profesin, alsaciano de nacimiento, deelevada estatura, vigoroso, huesudo, de desarrollado vientre, ancho dehombros, de cabeza enorme y rubicundo como un hipoptamo, sonri con elrabillo del ojo y produjo con la lengua un pequeo chasquido que eratodo un poema.

    El jardinero, delicada flor de la Normanda, hizo sonar el dinero en sumano y respondi al honorable preopinante:

    --Vamos, no diga usted tonteras! lo que se ha bebido ya no se vuelve atener. Lo mejor que hay es esconder el dinero en una pared vieja o en unrbol hueco. Los que as lo hagan no darn de comer al notario!

    La asamblea en pleno protest de la ingenuidad de aquel buen hombre queenterraba en flor sus escudos, sin hacerlos producir. Quince o diez yseis exclamaciones se elevaron al mismo tiempo. Cada uno expuso suopinin, descubri su secreto, cabalg en su Clavileo. Cada uno hizosaltar las monedas en su bolsillo y acarici ardientemente lasesperanzas ciertas, la dicha contante y sonante que haban embolsado. Eloro mezclaba su aguda vocecita con aquel concierto de pasiones vulgares;y el choque de las piezas de veinte francos, ms embriagador que losvapores del vino o el olor de la plvora, emborrachaba a aquellos pobrescerebros y aceleraba los latidos de sus groseros corazones.

    En lo ms fuerte del tumulto, se abri una pequea puerta que daba a laescalera, entre el piso bajo y el primero. Una mujer, con un harapientotraje negro, descendi vivamente los peldaos, atraves el vestbulo,abri la puerta de vidrieras y desapareci en el patio.

    Todo esto pas en un minuto y, no obstante, la sombra aparicin sellev el buen humor de todas aquellas gentes, que se levantaron a supaso con el ms profundo respeto. Los gritos se detuvieron en susgargantas y el oro ya no volvi a sonar en sus bolsillos. La pobre mujerhaba dejado detrs de ella como una estela de silencio y de estupor.

    El primero que se repuso fue el ayuda de cmara, que era lo que se llamaun espritu fuerte.

    --Voto a...!--exclam--. He credo ver pasar a la miseria en persona.Me ha estropeado el ao. Ya veris cmo no vuelve a salirme nada bienhasta el da de San Silvestre. Brrr! tengo fro en la espalda.

    --Pobre mujer!--dijo el mayordomo--. Ha tenido cientos y miles y ya laveis ahora... Quin creera que es una duquesa?

    --Es que el vagabundo de su marido se lo ha comido todo.

    --Un jugador!

    --Un hombre que no piensa ms que en comer!

    --Un andariego que trota de la maana a la noche, con sus piernas derocn.

    Pgina 4

  • pg29640--No es l el que me interesa: tiene lo que se merece.

    --Se sabe algo de la seorita Germana?

    --Su negra me ha dicho que cada da est peor. A cada golpe de tos llenaun pauelo.

    --Y sin una alfombra en su habitacin! Esa nia no se curara ms queen un pas templado, en Italia, por ejemplo.

    --Ser un ngel para Dios.

    --Los que quedan son ms dignos de compasin.

    --No s cmo se las arreglar la duquesa para salir de este atolladero.A todos debe! Ultimamente el panadero se ha negado a fiarles ms.

    --Cunto deben de alquiler?

    --Ochocientos francos; pero lo que me extraa es que siquiera el seorhaya visto el color de su dinero.

    --Si yo fuese l, preferira tener desalquilado el piso antes quepermitir que viviesen en l personas que deshonran la casa.

    --No seas bestia! Para qu arrastrar por el arroyo al duque de La Tourde Embleuse y a su familia? Esas miserias, para que lo sepas, son comolas llagas del barrio; todos nosotros tenemos inters en ocultarlas.

    --Toma!--dijo el marmitn--, creo que tengo razn para burlarme. Porqu no trabajan? Los duques son hombres como los dems.

    --Muchacho!--exclam gravemente el mayordomo--, ests diciendo cosasincoherentes. La prueba de que no son hombres como los dems, es que yo,tu superior, no sera ni barn durante una hora de mi vida. Adems, laduquesa es una mujer sublime y hace cosas de las que ni t ni yoseramos capaces. Tomaras t caldo durante todo un ao y en todas lascomidas?

    --Caramba! No me parece eso muy divertido!

    --Pues bien! la duquesa pone el puchero a la lumbre cada dos das,porque a su marido no le gusta la sopa de vigilia. El seor se come sutapioca de caldo graso y un bistec y un par de chuletas, y la pobre ysanta mujer se conforma con los desperdicios. Es hermoso, verdad?

    El marmitn pareci muy conmovido.

    --Mi buen seor Tournoy--dijo al mayordomo--, me interesan mucho esaspobres gentes. No podramos enviarles algo por medio de la negra?

    --S, s! ella es tan orgullosa como los otros; no querra nada denosotros. Y, no obstante, tengo la seguridad de que no se desayuna todoslos das.

    Esta conversacin se hubiera prolongado indefinidamente a no llegaroportunamente el seor Anatolio para interrumpirla, en el precisomomento en que el guarda, que aun no haba abierto la boca, iba a tomarla palabra. La asamblea se disolvi ms que de prisa; cada uno de los

    Pgina 5

  • pg29640oradores llev consigo sus instrumentos de trabajo y en la sala dedeliberaciones no qued ms que una de esas escobas gigantescas,llamadas cabezas de lobo.

    Mientras tanto, Margarita de Bisson, duquesa de la Tour de Embleuse,caminaba apresuradamente en direccin a la calle Jacob. Los transentesque la rozaban con el codo al correr para dar o recibir los aguinaldos,la encontraran seguramente parecida a una de esas irlandesasdesesperadas que patinan sobre el afirmado de las calles de Londres enpersecucin del penique. Hija de los duques de Bretaa, casada con unantiguo gobernador del Senegal, la duquesa llevaba un sombrero de pajateido de negro cuyas cintas se retorcan como bramantes. Un velillo deimitacin, agujereado por cinco o seis sitios distintos, mal ocultaba sucara, dndole adems un aspecto extrao. Aquel hermoso rostro, sembradode pequeas manchas, produca el efecto de que estuviese desfigurada porla viruela. Un viejo chal, ennegrecido por los cuidados del tintorero yal que la intemperie haba dado un color rojizo, dejaba caer tristementesus tres puntas cuyos flecos rozaban ligeramente la nieve de la acera.La ropa que se ocultaba debajo del mantn estaba tan usada, que no sehubiese podido decir de qu clase era a la simple vista. Unicamenteexaminndola de cerca y con una lupa se hubiera podido reconocer un_moar_ desteido, rado, con los pliegues cortados y las franjasdeshilachadas, devoradas por el lodo corrosivo de las calles de Pars.Los zapatos que soportaban tan lamentable edificio haban perdido laforma y el color. La ropa blanca, ese distintivo de la limpieza y delbienestar, no asomaba ni por el cuello ni por las mangas. Algunas veces,al pasar por un charco, el vestido se levantaba por un lado y dejaba veruna media de lana gris y un sencillo refajo de algodn negro. Las manosde la duquesa, enrojecidas por un fro muy vivo, se escondan bajo suchal. Al andar, arrastraba los pies, no por indolencia, sino por elmiedo de perder los zapatos.

    Por un contraste que hemos podido observar ms de una vez, la miseria nohaba afeado a la duquesa, que no estaba plida ni delgada. Habarecibido de sus antepasados una de esas bellezas rebeldes que loresisten todo, incluso el hambre. Se ha visto a presos que engordaban ensu calabozo hasta la hora de la muerte. A la edad de cuarenta y sieteaos, la seora de la Tour de Embleuse conservaba an, hermosos rasgosde su juventud. Aun tena el cabello negro y treinta y dos piezas en laboca capaces de triturar el pan ms duro. Su salud no responda a suaspecto, pero esto era un secreto que quedaba entre ella y su mdico. Laduquesa estaba en los linderos de aquella hora peligrosa, y a vecesmortal, en que la madre desaparece para dejar lugar a la abuela. Amenudo soaba que la sangre le llenaba la garganta como si quisieraahogarla. Oleadas de calor le suban hasta el cerebro y se despertabacomo si estuviese en un bao de vapor, del que se extraaba salir convida. El doctor Le Bris, un mdico joven y un antiguo amigo, lerecomendaba un rgimen suave, sin fatigas y sobre todo sin emociones.Pero, qu alma, por estoica que fuese, hubiese atravesado sinemocionarse por tan rudas pruebas?

    El duque Csar de La Tour de Embleuse, hijo de uno de los emigrantes msfieles al rey y de los ms encarnizados contra el pueblo, fuemagnficamente recompensado por los servicios de su padre. En 1827,Carlos X le nombr gobernador general de las posesiones francesas delAfrica occidental. Tena apenas cuarenta aos. Durante veintiocho mesesde permanencia en la colonia, se defendi valerosamente contra los morosy contra la fiebre amarilla; despus pidi un permiso para casarse enPars. Era rico, gracias a la indemnizacin que le haban dado, y dobl

    Pgina 6

  • pg29640su fortuna al casarse con la hermosa Margarita de Bisson que poseasesenta mil francos de renta. El rey firm al mismo tiempo su contrato ysu cesanta, y el duque se encontr casado y destituido el mismo da. Elnuevo poder le hubiera acogido de muy buena gana entre la multitud delos trnsfugas; incluso se lleg a decir que el ministerio CasimiroPrier le haba hecho algunas proposiciones. El duque rechaz todos losempleos, primero por orgullo, pero tambin por una invencible pereza.Sea que hubiese gastado en menos de tres aos toda su energa, sea quela vida fcil de Pars le retuviera con un atractivo irresistible, es locierto que durante diez aos su nico trabajo fue pasear sus caballospor el Bosque y exhibir sus guantes amarillos en el _foyer_ de la Opera.Pars era completamente nuevo para l, porque haba vivido en el campobajo la frula inflexible de su padre hasta el momento de partir para elSenegal. Gust tan tarde de los placeres, que no tuvo tiempo parasaciarse.

    Todo le pareca hermoso, los goces de la mesa, las satisfacciones de lavanidad, las emociones del juego y hasta las austeras alegras de lafamilia. Mostraba en casa la cariosa diligencia de un buen esposo y enel mundo la fogosidad de un hijo de familia emancipado. Su mujer era lams dichosa de Francia, pero no la nica de quien l hiciera la dicha.Llor de alegra al nacer su hija, all por el verano de 1835. En elexceso de su felicidad, compr una casa de campo a una bailarina por lacual estaba loco. Las comidas que daba en su casa no tenan rival, comono fuesen las cenas que daba en la de su querida. El mundo, que essiempre indulgente para los hombres, le perdonaba aquel derroche de suvida y de su fortuna. Adems, haca las cosas galantemente, porque susplaceres mundanos no levantaban un eco doloroso en su casa. En justicia,se le poda reprochar que hiciese partcipes a todos de la exuberanciade su bolsillo y de su corazn? Ninguna mujer compadeca a la duquesa,que, en efecto, no era digna de compasin. El duque evitabacuidadosamente comprometerse, no se exhiba en pblico ms que con suesposa, y antes hubiera preferido faltar a una partida que enviarla solaal baile.

    Aquella vida por partida doble y los manejos en que un hombre de mundosabe envolver sus placeres, hicieron pronto brecha en su capital. Nadacuesta ms caro en Pars que la sombra y la discrecin. El duque erademasiado gran seor para detenerse en su camino. Nunca supo negar nadaa su esposa ni a la de los otros. Y no es que ignorase el estado de sufortuna, pero contaba con el juego para repararla. Los hombres a quienesel bien ha venido durmiendo se habitan a una confianza ilimitada en eldestino. El seor de La Tour de Embleuse era dichoso como el que tomalas cartas en sus manos por primera vez. Se estima que sus ganancias delao 1841 doblaron sus rentas y an ms, pero nada dura en este mundo, nisiquiera la suerte en el juego; bien pronto pudo saberlo porexperiencia. La liquidacin de 1848, que dej al descubierto tantasmiserias, le demostr que estaba arruinado sin remisin. Vio que a suspies se abra un abismo sin fondo. Otro hubiera perdido la cabeza; l nisiquiera perdi la esperanza. Fuese directamente a su esposa y le dijocon la alegra de siempre:

    --Mi querida Margarita, esta maldita revolucin nos lo ha quitado todo;no nos quedan ni mil francos nuestros.

    La duquesa no esperaba semejante noticia y, pensando en su hija, lloramargamente.

    --No temas nada--le dijo--; es una tempestad pasajera. Cuenta conmigo;

    Pgina 7

  • pg29640yo cuento con el azar. Dicen que soy un hombre ligero; tanto mejor! Asvolver a flote.

    La pobre mujer enjug sus lgrimas y le dijo:

    --Bien, amigo mo! Es que quieres trabajar?

    --Yo! Ni por pienso! Esperar la Fortuna; es una caprichosa y se haportado siempre muy bien conmigo para que se despida as en redondo ypara siempre.

    El duque esper ocho aos en un pequeo departamento del palacio deSangli, encima de las caballerizas. Sus antiguos amigos, desde queconocieron su situacin, le ayudaron con su bolsa y con su crdito. Tomprestado sin escrpulo, como hombre que haba hecho prstamos sinrecibo. Se le ofrecieron muchos empleos, todos decorosos. Una compaaindustrial quiso incluirle en su consejo de administracin con unagratificacin que equivala a un sueldo. Rehus por miedo de rebajarse.No tengo inconveniente, dijo, en vender mi tiempo, pero a lo que noestoy dispuesto es a prestar mi nombre. As fue descendiendo uno poruno todos los peldaos de la miseria, desanimando a sus amigos, cansandoa sus acreedores, cerrndose todas las puertas, desprestigiando unnombre que no quera comprometer, pero sin preocuparse del traje radoque paseaba por las calles ni de su chimenea en la que no poda echar niun mal pedazo de lea.

    El da 1. de enero de 1853, la duquesa llevaba al Monte de Piedad suanillo de boda.

    Es preciso estar bien falto de todo socorro humano para empear unobjeto de tan escaso valor como un anillo de matrimonio. Pero la duquesano tena ni un cntimo en casa y no se vive sin dinero, por ms que elcrdito sea el gran resorte del comercio de Pars. Se compran muchascosas sin pagarlas cuando se puede echar sobre el mostrador una tarjetacon un nombre conocido y una direccin elegante. Podis amueblar vuestracasa, llenar vuestra bodega y proveer vuestro ropero sin que tengisnecesidad de ensear el color de vuestros escudos. Pero hay mil gastoscotidianos que no se hacen ms que con el dinero en la mano. Un vestidose toma a crdito, pero los remiendos se pagan al contado. Algunas veceses ms fcil comprar un reloj que una col. La duquesa dispona de unresto de crdito que cultivaba con un cuidado religioso, pero, en cuantoal dinero, no saba cmo procurrselo. El duque de La Tour de Embleuseya no tena amigos: los haba gastado como el resto de su fortuna. Talcompaero de colegio nos profesa cario hasta mil francos; tal camaradade placer llega a prestarnos cien luises; tal vecino compasivorepresenta un valor de mil escudos. Pasada cierta cifra, se cree librede todos los deberes de la amistad; no tiene nada de qu reprocharse; yano os debe nada; tiene el derecho de desviar la vista cuando osencuentra y de negaros la entrada cuando llamis a su puerta. Las amigasde la duquesa se haban ido apartando de ella una despus de otra. Laamistad de las mujeres es seguramente ms cordial que la de los hombres,pero en uno y otro sexo no hay afecto duradero ms que para sus iguales.Se experimenta un placer delicado en subir dos o tres veces una escaleraestrecha y en sentarse cerca de un miserable camastro, pero hay muypocas almas tan heroicas que sean capaces de vivir familiarmente con ladesgracia de los dems. Las mejores amigas de la pobre mujer, aquellasque la llamaban Margarita, haban sentido enfriarse su corazn en aqueldepartamento sin alfombras y sin fuego, y ya haban dejado de ir. Cuandose les hablaba de la duquesa, hacan su elogio, la compadecan

    Pgina 8

  • pg29640sinceramente y decan: Nos queremos como siempre, pero no nos vemoscasi nunca. Su marido tiene la culpa!

    En aquel abandono lamentable, la duquesa recurra al ltimo amigo de losdesgraciados, un acreedor que presta a un inters muy elevado, esverdad, pero sin objeciones ni reproches. El Monte de Piedad guardabasus alhajas, sus encajes, sus vestidos, lo mejor de su ropa blanca y elpenltimo colchn de su cama. Lo haba empeado todo a la vista delpropio duque que vea marchar uno a uno todos los objetos de sumobiliario, despidindose alegremente de ellos. Aquel incomprensibleviejo viva en su casa como Luis XIV en su reino, sin preocuparse delporvenir y diciendo: Despus de m, el diluvio! Se levantaba yatarde, almorzaba con excelente apetito, se pasaba una hora en eltocador, se tea el pelo, se pona colorete, se pula las uas ypaseaba sus gracias por Pars hasta la hora de comer. No mostraba lamenor extraeza cuando vea una buena comida sobre la mesa, y erademasiado discreto para preguntar a su mujer cmo la haba logrado. Sila comida era magra, se condola humorsticamente y sonrea a la malafortuna como otras veces a la buena. Cuando Germana empez a toser,brome alegremente sobre tan mala costumbre. Se pas largo tiempo sinver que la pobre languideca, y el da que lo advirti experiment unaviva contrariedad.

    Cuando el doctor le anunci que slo un milagro poda salvar a lainfeliz nia, le llam mdico _Tant-Pis_ (Tanto peor), y le dijofrotndose las manos: Vamos, vamos, eso no ser nada! El mismoignoraba si hablaba as para tranquilizar a la familia o es querealmente su trivialidad natural le impeda sentir el dolor. Su mujer ysu hija le adoraban tal como era. Trataba a la duquesa con la mismagalantera que al da siguiente de la boda, y haca saltar a Germanasobre sus rodillas como cuando tena tres aos. La duquesa jams leacus, ni en su fuero interno, de su ruina; vea en l, lo mismo queveintitrs aos antes, al hombre perfecto; tomaba su indiferencia porvalor y firmeza; esperaba en l, a pesar de todo, y le crea capaz delevantar la casa por un golpe inesperado de fortuna.

    A Germana, segn el doctor Le Bris, no le quedaban ms que cuatro mesesde vida. Deba caer en los primeros das de la primavera, a tiempo paraque las lilas blancas pudiesen florecer sobre su tumba. La pobre jovenpresenta su destino y juzgaba sobre su estado con una clarividenciabien rara en los tuberculosos. Quizs hasta tena sospechas del mal queminaba a su madre. Dorma al lado de la duquesa, y en sus largas nochesde insomnio se asustaba algunas veces del sueo anhelante de la queridaenfermera. Cuando yo haya muerto, pensaba, mam no tardar en seguirme.No estaremos mucho tiempo separadas; pero, qu ser de mi padre?

    Todas las preocupaciones, todas las miserias, todos los dolores fsicosy morales tenan su asiento en aquel rincn del palacio Sangli; y enPars, donde la miseria abunda, no haba, quizs, una familia mscompletamente miserable que la de La Tour de Embleuse que posea portodo recurso un anillo de boda.

    La duquesa fue primero a la sucursal del Monte de Piedad, situada en lacalle de Bonaparte, cerca de la Escuela de Bellas Artes, pero encontrla casa cerrada; haba olvidado que era da de fiesta. Entonces se leocurri la idea de que tal vez habra abierto el comisionista de lacalle de Cond, pero le ocurri lo mismo. No saba ya dnde dirigirse,porque los establecimientos de este gnero no son muy frecuentes en elbarrio de San Germn; no obstante, como el duque no poda comenzar el

    Pgina 9

  • pg29640ao ayunando, entr en un pequeo establecimiento de bisutera de laencrucijada del Oden donde vendi su anillo por once francos. Elmercader prometi conservarlo tres meses, por si quera ir a buscarlo.

    Guard el dinero en una punta de su pauelo de bolsillo y, sindetenerse, se encamin hacia la calle de los Lombardos. Entr en unafarmacia, compr una botella de aceite de hgado de bacalao paraGermana, atraves el arroyo, se detuvo en una tienda, eligi unalangosta y una perdiz, y volvi, enlodada hasta las rodillas, al palacioSangli. No le quedaban ms que cuarenta cntimos.

    El departamento que ocupaba era una construccin ligera, aadida treintaaos antes al edificio. Las cuatro piezas de que se compona estabanseparadas por tabiques de madera. La antesala daba por un lado al salny por el otro a un largo corredor que conduca a la habitacin delduque. Desde el saln se pasaba a la habitacin de la duquesa y desdeall al comedor que una la habitacin del duque con la de la duquesa.

    La seora de La Tour de Embleuse encontr en la antesala a su nicasirvienta, la vieja Semramis, que lloraba silenciosamente con un papelen la mano.

    --Qu tienes?--pregunt.

    --Seora, esto es todo lo que ha trado el panadero. Si no le pagamos,no nos dar ms pan.

    La duquesa record que, efectivamente, se le deban ms de 600 francos.

    --No llores ms--dijo--. Aqu tienes algn dinero; ve a la panadera dela calle del Bac y compra un panecillo de Viena para el seor y paranosotros lo traes del otro. Llvate eso a la cocina; es el almuerzo delseor. Y Germana, ya est levantada?

    --S, seora; el mdico la ha visto a las diez. Aun est en lahabitacin del seor duque.

    Semramis sali y la seora de La Tour de Embleuse se dirigi a lahabitacin de su marido. Cuando se dispona a abrir la puerta, oy lavoz del duque, clara, alegre y vibrante como un clarn.

    --Cincuenta mil francos de renta!--deca el viejo--. Ya saba yo quevolvera la fortuna!

    II

    PETICIN DE MATRIMONIO

    El doctor Carlos Le Bris era uno de los hombres ms apreciados de Pars.La gran ciudad tiene sus nios mimados en todas las artes, pero noconozco a ninguno que lo fuese tanto como l. Haba nacido en unamiserable y pequea ciudad de la Champaa, pero hizo sus estudios en elcolegio de Enrique IV. Un pariente suyo, que ejerca la medicina en elpas, le dedic desde muy joven a la misma profesin. Carlos sigui suscursos, frecuent los hospitales, hizo su internado, practic a la vista

    Pgina 10

  • pg29640de sus maestros y gan a pulso todos sus diplomas y algunas medallasque hoy constituyen el adorno de su gabinete. Su nica ambicin erasuceder a su to y acabar con los enfermos que el buen hombre le dejase.Pero cuando le vieron aparecer, armado de sus xitos y doctor hasta losdientes, los curanderos del pas, y su to que, despus de todo, no eraotra cosa, le preguntaron por qu no se haba quedado en Pars. Una asu talento unos modales tan seductores y le sentaba tan bien su granpalet, que se adivinaba desde el primer da que todos los enfermosseran para l. El venerable pariente se encontraba demasiado joven parapensar en retirarse, y la rivalidad de su sobrino dio una agilidad a suspiernas que nunca haba tenido. En resumen, el pobre muchacho fue tanmal recibido, se le pusieron tantos obstculos en su camino, que, depuro desesperado, se volvi a Pars. Sus antiguos maestros le acogieroncon los brazos abiertos y pronto tuvo una gran clientela. Los grandeshombres tienen el medio de no ser envidiosos; gracias a su generosidad,el doctor Le Bris hizo su reputacin en cinco o seis aos. Aqu se leapreciaba como sabio, all como bailarn, y en todas partes como hombresimptico y bueno. Ignoraba los primeros elementos de la charlatanera,hablaba muy poco de sus xitos y abandonaba a sus enfermos el cuidado dedecir que los haba curado. Su casa no era un templo, ni mucho menos.Habitaba en un cuarto piso de un barrio extremo. Por modestia? Porcoquetera? No se sabe. Las pobres gentes de su barrio no se quejaban detal vecindad; l, por su parte, las cuidaba con tanta solicitud, quealgunas veces olvidaba el portamonedas a la cabecera de su cama.

    El seor Le Bris era, desde haca tres aos, el mdico de la seorita deLa Tour de Embleuse. Haba seguido los progresos de la enfermedad sinpoder hacer nada para detenerlos. Y no es que Germana fuese una de esasnias condenadas desde su nacimiento, que llevan en s el germen de unamuerte hereditaria. Su constitucin era robusta y su pecho ancho;adems, su madre nunca haba tosido. Un resfriado descuidado, unahabitacin demasiado fra, la privacin de cosas necesarias a la vida,es lo que haba producido todo su mal. Poco a poco, a pesar de loscuidados del doctor, la pobre nia haba palidecido coma una estatua decera y sus fuerzas la haban abandonado; el apetito, la alegra, elaliento, la satisfaccin de respirar el aire, todo le faltaba. Seismeses antes del principio de esta historia, Le Bris haba tenidoconsulta con dos celebridades. Aun poda salvarse entonces; le quedabaun pulmn, y la Naturaleza a veces se contenta con menos. Pero erapreciso llevarla sin demora a Egipto o a Italia.

    --S--dijo el joven doctor--, sa es la nica prescripcin racional; unacasa de campo a orillas del Arno, una vida tranquila y sinpreocupaciones pecuniarias... Pero, ya veis!...

    Y design con el dedo los cortinajes destrozados, las sillas de paja yel desnudo pavimento del saln.

    --He aqu su sentencia de muerte!

    En el mes de enero el ltimo pulmn fue afectado; el sacrificio seconsumaba. El doctor casi se preocupaba ya ms de la duquesa que de laenferma. Su ltima esperanza era que la hija se extinguiese dulcemente yque la madre se salvase.

    Hizo su visita a Germana, le tom el pulso por pura frmula, le ofreciuna caja de bombones, la bes fraternalmente en la frente y pas a lahabitacin del seor de La Tour de Embleuse.

    Pgina 11

  • pg29640El duque aun estaba en la cama y, sin los artificios de tocador, nadiele hubiera rebajado un mes de sus sesenta y tres aos.

    --Y bien, elegante doctor--dijo con su risa sonora--, qu ao nuevo nostrae usted? La Fortuna, al fin, querr venir a verme? Ah! bribona, sivuelvo a pillarte! Usted es testigo, doctor, de que la espero en lacama.

    --Seor duque--respondi el doctor--, puesto que estamos solos, podemoshablar de cosas serias. Creo que no he ocultado a usted el estado de suhija.

    El duque hizo una pequea mueca sentimental y dijo:

    --Verdaderamente, doctor, es que no se puede ya esperar nada? Yo creo,falsa modestia aparte, que es usted capaz de un milagro.

    Le Bris movi tristemente la cabeza.

    --Todo lo ms que yo puedo hacer--respondi--, es evitarle sufrimientosen sus ltimos das.

    --Pobre pequea! Figrese usted, querido doctor, que tose todas lasnoches hasta despertarme. Debe sufrir horriblemente, aunque trate deocultarlo. Si no hay ninguna esperanza, su ltima hora ser la deldescanso.

    --No es eso todo lo que tengo que decirle, y perdneme usted si empiezoel ao con tristes noticias.

    El duque se incorpor de un salto.

    --Qu pasa, pues? Me da usted miedo!

    --La seora duquesa me inquieta desde hace algunos meses.

    --Ah!... Efectivamente, doctor, usted abusa de los malos augurios. Laduquesa, gracias a Dios, est perfectamente. Ya quisiera estar yo comoella!...

    El doctor entr en detalles que abatieron la indiferencia y la ligerezadel viejo. Se vio solo en el mundo y se estremeci de terror. Su vozbaj de tono y se cogi a la mano del doctor como un nufrago al ltimotrozo de madera.

    --Amigo mo--le dijo--, slveme! Salve a la duquesa, quera decir! Notengo ms que a ella en el mundo. Qu sera de m? Es un ngel, mingel guardin. Qu es necesario hacer para curarla? Dgamelo yobedecer como un esclavo.

    --Seor duque, lo que necesita la seora duquesa es una vida tranquila yfcil, sin emociones, y, sobre todo, sin privaciones; un rgimen suave,alimentos escogidos y variados, una casa cmoda, un buen coche...

    --Y la luna, no es verdad?--exclam el duque con impaciencia--. Lecrea a usted, doctor, hombre de ms talento y de ms vista. Coche!casa! buena alimentacin! Vaya usted a buscarme todo eso y se lodar!

    Pgina 12

  • pg29640El doctor respondi sin inmutarse:

    --Ya se lo traigo a usted, seor duque, y no tiene usted ms quetomarlo.

    Los ojos del duque brillaron como los de un gato en la obscuridad.

    --Hable usted, pues!--exclam--. Me tiene usted en ascuas!

    --Antes de pasar adelante, seor duque, debo recordarle que desde hacetres aos soy el mejor amigo de la casa.

    --Puede usted decir el nico sin temor a ser desmentido.

    --El honor de su nombre me es tan caro como a usted mismo, y si...

    --Va bien! va bien!

    --No olvide usted que la vida de la seora duquesa est en peligro y queyo respondo de salvarla, puesto que usted me proporciona los medios.

    --Qu diablo! Es usted el que me los proporciona a m. Hace una horaque me est usted hablando como el peripattico del _Matrimonioforzado_. Al grano, doctor, al grano!

    --A eso voy. Ha visto usted nunca en Pars al conde de Villanera?

    --Al de los caballos negros?

    --Precisamente.

    --El ms hermoso tronco de Pars!

    --Don Diego Gmez de Villanera es el ltimo vstago de una ilustrefamilia napolitana transplantada a Espaa durante el reinado de CarlosV. Su fortuna es la ms grande de toda la pennsula; si cultivase sustierras y explotase sus minas, sus rentas no bajaran de dos o tresmillones. As y todo, tiene milln y medio de renta, un poco menos queel prncipe de Isupoff, treinta y dos aos, una figura agradable, unaeducacin exquisita, un carcter caballeroso...

    --Y a la seora de Chermidy, puede usted aadir.

    --Puesto que usted sabe eso, me abrevia el camino. El conde, por razonesque ahora sera muy largo exponer, desea abandonar a la seora deChermidy y unirse, con arreglo a su jerarqua, con una de las msilustres familias. Se preocupa tan poco de los bienes de su futura, queasegurar a su suegro una renta de cincuenta mil francos. El suegro quel desea es usted, y me ha encargado que explore sus disposiciones. Siusted accede, l vendr hoy mismo a pedirle la mano de la seoritaGermana y dentro de quince das se habr celebrado la boda.

    Por de pronto, el duque salt al suelo y mir fijamente al doctor.

    --No est usted loco?--dijo--, no se est burlando de m? Supongo queno olvidar usted que soy el duque de La Tour de Embleuse y que puedodoblarle en edad... Es verdad todo eso que me ha dicho?

    --Como el Evangelio.

    Pgina 13

  • pg29640

    --Pero l no sabe que Germana est enferma?

    --Lo sabe.

    --Que est moribunda?

    --Lo sabe.

    --Desahuciada?

    --Lo sabe.

    Una nube pas por el rostro del viejo duque. Se sent en un rincn de lafra chimenea sin darse cuenta de que estaba casi desnudo y, apoyandolos codos sobre las rodillas, se apret la cabeza con las manos.

    --Eso no es natural--aadi--; usted no me lo ha dicho todo y el seorde Villanera debe tener algn motivo secreto para querer casarse con unamuerta.

    --En efecto--respondi el doctor--. Pero haga usted el favor de volversea la cama. Es una historia muy larga.

    El duque volvi a arrebujarse debajo del cobertor. Sus dientescastaeteaban a causa del fro y de la impaciencia y tena sus ojillosfijos en el doctor con la curiosidad inquieta de un nio ante el que seabre una caja de bombones. El seor Le Bris no le hizo esperar.

    --Usted sabe--dijo--cul es la situacin de la seora de Chermidy?

    --Viuda consolable de un marido al que no ha visto nunca.

    --Yo he visto al seor Chermidy hace tres aos y le aseguro por lo tantoque su esposa no es viuda.

    --Tanto mejor para l! Diablo! Marido de la seora Chermidy! Es unasinecura que le debe proporcionar muy bonitas rentas.

    --As es como se hacen juicios temerarios! El seor Chermidy es unhombre honrado y hasta un oficial de algn mrito. No creo quepertenezca a una familia aristocrtica; a los treinta y cinco aos eracapitn de la marina mercante y obtuvo embarque en un navo del Estadocomo oficial auxiliar hasta que, al cabo de dos aos de navegacin, elministro le firm su nombramiento de oficial. Fue en 1838 cuando puso sucorazn y sus charreteras a los pies de Honorina Lavenaze. Esta tenapor toda fortuna sus diez y ocho aos, unos grandes ojos que usted yaconoce, un gorro de arlesiana y una ambicin sin lmites. No era, ni conmucho, tan hermosa como hoy. Ella misma me ha dicho que era seca como unpalo y negra como un cuervo, pero tena ciertos atractivos que la hacandesear. Reinaba en el mostrador de un despacho de tabacos y, desde elprefecto martimo hasta los alumnos de segundo ao, toda la aristocracianutica de Toln iba a fumar y a suspirar a su alrededor. Pero nadapoda trastornar aquella firme cabeza, ni los vapores del incienso ni elhumo de los cigarros. Se haba jurado ser juiciosa hasta que encontraseun marido, y ninguna seduccin fue bastante para desviar su decisin.Los oficiales la llamaban _Croquet_ (rosquilla de almendra) a causa desu dureza; los burgueses _Ulloa_, porque haba sido sitiada por lamarina francesa.

    Pgina 14

  • pg29640

    No faltaban hombres serios que quisieran casarse con ella; en lospuertos de mar se les encuentra en abundancia. Cuando regresa de largastravesas, el oficial de marina tiene ms ilusiones, ms ingenuidad, msjuventud que el da de la partida; la primera mujer que aparece a susojos se le presenta tan hermosa, tan santa, como la patria que se vuelvea ver; es la patria vestida de seda! La apetitosa Honorina, vista porChermidy, rudo lobo de mar, fue la preferida por su candor, y aquellaoveja recalcitrante pas a su poder bajo las barbas de sus rivales.

    Su buena suerte, que hubiese podido darle muchos enemigos, no perjudicen lo ms mnimo su porvenir. Aunque viva apartado, solo con su mujer,en una quinta aislada, obtuvo un bonito embarque, que no haba pedido.Desde entonces, no ha estado en Francia ms que raras veces; siempre enel mar, ha podido hacer economas para su esposa que, por su parte, lasha hecho para l. Honorina, embellecida por el tocador, por el bienestary por el aumento de carnes, ha reinado diez aos en el departamento delVar. Los nicos acontecimientos que hayan sealado su reinado son laquiebra de un almacenista de carbones y la destitucin de dos oficialespagadores. Despus de un proceso escandaloso, en el cual su nombre noson para nada, crey prudente exhibirse en un escenario ms amplio ytom el piso que aun ocupa en la calle del Circo. Su marido navegabasobre los bancos de Terranova, mientras que ella rodaba por Pars.Asisti usted a su presentacin en esta ciudad, seor duque?

    --S, pardiez! y me atrevo a decir que hay pocas mujeres que hayanhecho mejor su camino. Ser bonita y tener talento, no es nada; lodifcil es aparentar ser millonaria, la nica manera de que se leofrezcan millones.

    --Lleg aqu con doscientos o trescientos mil francos, rebaadosdiscretamente aqu y acull. As y todo, levant en el Bosque talpolvareda que se habra dicho que la reina de Saba acababa de llegar aPars. En menos de un ao consigui hacer hablar de sus caballos, de susvestidos, de su mobiliario, sin que nadie pudiese decir nada positivosobre su conducta. Yo mismo la he estado visitando ao y medio sinsospechar quin era. Y la hubiese credo otra cosa durante largo tiempo,si la casualidad no me hubiera puesto en presencia de su marido. Era enlos primeros das de 1850, ahora hace tres aos, poco ms o menos. Elpobre diablo acababa de llegar de Terranova y a fin de mes parta paralos mares de la China, donde haba de permanecer cinco aos, yencontraba muy natural abrazar a su mujer, entre dos viajes. La libreade _sus_ criados le hizo guiar los ojos, y los esplendores de _su_mobiliario le acabaron de deslumbrar. Pero cuando vio a su queridaHonorina aparecer en un traje de maana que representaba dos o tres aosde su sueldo, se olvid de caer en sus brazos, vir en redondo sin deciruna palabra y se hizo llevar el equipaje a la estacin de Lyn. As escmo el seor Chermidy me hizo entrar en la intimidad de su mujer.Otros pormenores los conozco por el conde de Villanera.

    --Llegamos ya?--pregunt el duque.

    --Un poco de paciencia. La seora Chermidy haba distinguido a don Diegoalgn tiempo antes de la llegada de su marido. Era su vecina en elteatro de los Italianos y haba sabido mirarle con tales ojos que sehizo presentar a ella. Todos los hombres le dirn que sus salones sonlos ms agradables de Pars, aun cuando no se encuentre a otra mujer quea la duea de la casa. Pero Honorina se multiplica. El conde se apasionpor ella, llevado del mismo espritu de emulacin que perdi al pobre

    Pgina 15

  • pg29640Chermidy. Y la am tanto ms ciegamente, por cuanto ella le otorg todoslos honores de la guerra y pareci ceder a una inclinacin irresistibleque la arrojaba en sus brazos. El hombre ms inteligente se deja prenderen este lazo y todo el escepticismo se estrella contra la comedia delamor verdadero. Don Diego no es un atolondrado sin experiencia. Sihubiera adivinado el menor inters, sorprendido un movimiento calculado,se habra puesto en guardia y todo estaba perdido, pero la ladina llevsu habilidad hasta el herosmo. Agot todos los recursos de supresupuesto, gast hasta su ltimo sueldo e hizo creer al conde que leamaba por l. Lleg hasta exponer su reputacin, que tanto haba cuidadohasta entonces, y se hubiera comprometido locamente a no impedrselo l.La condesa viuda de Villanera, una santa mujer, un prodigio de vejez yde rigidez, parecida a un retrato de Velzquez, escapado del lienzo,tuvo conocimiento de los amores de su hijo y no encontr nada que decir.Prefera verlo en relaciones con una mujer de mundo, que perdido entrelos placeres fciles en los cuales se arruina el cuerpo y se envilece elalma.

    La delicadeza de la seora Chermidy era de carcter tan quisquilloso,que don Diego no pudo ofrecerle ni la menor bagatela. Lo primero queacept de l, despus de un ao de intimidad, fue una inscripcin decuarenta mil francos de renta. Estaba encinta de un hijo que naci ennoviembre de 1850. Ahora, seor duque, llegamos al fondo de la cuestin.

    La seora Chermidy dio a luz en Bretche-Saint-Nom, detrs de SanGermn. Yo estaba all. Don Diego, ignorando nuestras leyes y creyendoque todo era permitido a las personas de su condicin, quera reconoceral nio. Los primognitos de la familia Villanera son marqueses de losMontes de Hierro. Yo le expliqu el axioma de derecho: _Is pater est_, yle demostr que su hijo deba llamarse Chermidy o no llamarse de ningnmodo. Precisamente el marino haba estado en Pars en enero ltimo yesto bastaba para salvar las apariencias. Despus de deliberar un buenrato cerca de la cama de la parturienta, sta nos dijo que su marido lamatara infaliblemente si ella intentaba imponerle esta paternidadlegal. El conde aadi que el marqus de los Montes de Hierro noconsentira jams en firmarse Chermidy. Resumiendo, inscrib al nio enla alcalda con el nombre de Gmez, hijo de padres desconocidos.

    El noble padre, dichoso y desgraciado a la vez, comunic tan importanteacontecimiento a la venerable condesa. Esta ha querido ver al nio, y hahecho llevarlo a su lado, en su hotel del _faubourg_ Saint-Honor, dondeaun est. Tiene dos aos, goza de buena salud y se parece ya a lasveinticuatro generaciones de los Villanera. Don Diego adora a su hijo, yno se consuela de ver en l a un nio sin nombre y, lo que es peor,adulterino. La seora de Chermidy es una mujer capaz de remover lasmontaas para asegurar a su heredero el nombre y la fortuna de losVillanera. Pero la ms digna de compasin es la pobre viuda. Ella prevque don Diego no se casar nunca ante el temor de desheredar a su hijoamado; que desarraigar su fortuna para podrsela entregar, que venderlas tierras de la familia y que de su ilustre nombre y grandes dominiosno quedar nada dentro de medio siglo.

    Ante este conflicto, la seora Chermidy ha tenido un rasgo de genio yha dicho a don Diego: Csese usted. Busque una esposa de la primeranobleza de Francia y obtenga, por medio del acta de matrimonio, que ellareconozca a nuestro hijo como suyo. Siendo as, el pequeo Gmez ser suhijo legtimo, noble por padre y madre, heredero de todos los bienes dela familia. En cuanto a m, no se preocupe usted, me sacrifico por losdos.

    Pgina 16

  • pg29640

    El conde ha sometido el proyecto a su madre, que est dispuesta afirmar a dos manos. La noble dama ha perdido ya sus ilusiones sobre laseora Chermidy que cuesta ms de cuatro millones a don Diego y quehabla de retirarse a una choza para llorar la dicha perdida pensando ensu hijo. El seor de Villanera cree cndidamente en su falsa resignaciny creera cometer un crimen abandonando a esta herona del amormaternal. Para terminar, y con objeto de acallar sus nobles escrpulos,la seora Chermidy ha susurrado al odo del conde: Csese usted porpoco tiempo. El doctor le buscar una esposa entre sus enfermas. Yo hepensado en la seorita de La Tour de Embleuse y he venido a confiarmeabsolutamente en usted, seor duque. Este matrimonio, por extravaganteque parezca a primera vista, y aunque d a usted un nieto que no es desu sangre, asegura a la seorita Germana un fin dulce y tranquilo y unaprolongacin de la existencia; salva la vida a la seora duquesa, y, enfin...

    --Me da a m cincuenta mil libras de renta, no es eso? Pues bien,querido doctor, le doy a usted las gracias. Dgale al seor de Villaneraque soy su servidor. A mi hija podr enterrarla tal vez, pero novenderla.

    --Seor duque, realmente lo que propongo a usted es un negocio, pero siyo lo creyese indigno de un caballero, no hubiera intervenido en l,puede creerme.

    --Pardiez! doctor, cada uno entiende el honor a su manera. Hay el honordel soldado, el honor del tendero y el honor del noble que no me permiteser el abuelo del pequeo Gmez. Ah! el seor de Villanera pretendelegitimar a sus bastardos! Eso es Luis XIV puro, pero nosotros noestamos aliados a la familia Saint-Simon. Cincuenta mil francos derenta! Yo he tenido ciento veinte mil, seor, sin haber hecho nuncanada, ni bueno ni malo. Y no me apartar de las tradiciones de misantepasados para obtener menos de la mitad!

    --Me permito llamarle la atencin, seor duque, sobre el hecho de que lafamilia Villanera es digna de tal alianza. El mundo no encontrara nadaque decir.

    --No faltara ms sino que se me ofreciese un yerno plebeyo! Confiesoque en cualquiera otra circunstancia me considerara muy honrado. DonDiego Gmez de Villanera es bien nacido, he odo elogiar a su familia ya su persona. Pero, qu diablo! no quiero que se diga que la seoritade La Tour de Embleuse tena un hijo de dos aos el da de su boda!

    --No dirn nada, ni lo sabr nadie. El reconocimiento ser secreto, ydespus, quin se ocupara de eso ms tarde? Ni la ley ni la sociedadestablecen diferencia alguna entre un hijo legitimado y un hijolegtimo.

    --Pero cree usted que yo voy a poder ver a Germana en el altar mayor deSanto Toms de Aquino, con el seor de Villanera a su derecha, la seoraChermidy a su izquierda con un nio de dos aos en los brazos, y elsepulturero cerrando la comitiva? Eso es sencillamente abominable, mipobre doctor. No hablemos ms de ello... Diga usted... Y es muycomplicada esa ceremonia del reconocimiento?

    --No hay ceremonia alguna. Una frase en el acta de matrimonio y todoqueda en regla.

    Pgina 17

  • pg29640

    --Esa frase es la que sobra. No hablemos ms de ello. Ni una palabra ala duquesa, me lo promete usted?

    --Se lo prometo.

    --Y usted cree que verdaderamente est tan mal la pobre duquesa? Perosi est tan gil como cuando tena quince aos!

    --El estado de la seora duquesa es bastante serio.

    --Y cree usted, de buena fe, que con dinero la podramos curar?

    --Respondo de su vida si obtengo de usted...

    --Usted no obtendr nada absolutamente. Yo soy de piedra roquea, miquerido amigo! Y ya ve usted si mi negativa tiene mrito, tal vez nohay diez luises en toda la casa! A fe de gentilhombre que si alguienmuriese aqu no se encontrara con qu enterrarle. Tanto peor! tantopeor! nobleza obliga! El duque de La Tour de Embleuse no es un amaseca, y sobre todo del hijo de la seora Chermidy! Antes me dejaramorir en un jergn. Doctor, estoy muy contento de que me haya puesto aprueba y no le guardo ningn resentimiento. Nunca se conoce bien uno as mismo y no estaba muy seguro de la cara que pondra ante cincuentamil francos de renta. Usted ha pulsado mi honor que gracias a Dios! harespondido bien... El seor de Villanera ofrece el capital o slo larenta?

    --A eleccin de usted, seor duque.

    --Yo he elegido la miseria, ya lo ha visto usted. Pero cuando yo ledeca que la Fortuna era una caprichosa! La conozco desde hace muchotiempo y unas veces hemos estado en buenas relaciones y otras reidos.Ahora quiere tentarme... como si no! Adis, querido doctor!

    El seor Le Bris se levant de la silla. El duque le retuvo por la mano.

    --Fjese usted en que lo que hago es heroico. Usted no ha sido jugador?Conoce usted las cartas?

    --Juego al _whist_.

    --Entonces no es usted jugador. Sepa usted, pues, amigo mo, que cuandouna vez se ha dejado pasar una buena racha, ya no vuelve. Al rechazarsus proposiciones, renuncio a toda esperanza en lo porvenir y me condenoa perpetuidad.

    --Acepte usted, pues, seor duque, y no desprecie a la fortuna. Cmo!yo le traigo a usted en mis manos la salud para la seora duquesa, elbienestar para usted y un fin dulce y tranquilo para la pobre nia quese extingue entre privaciones de todas clases; levanto su casa que sederrumba entre el polvo; le doy un nieto ya criado, un nio magnficoque podr unir su nombre de usted al de su padre, y todo eso, a quprecio? Mediante una clusula de dos lneas en el acta de matrimonio. Yusted prefiere mejor condenar a su hija, a su esposa y hasta condenarsea s mismo, antes que prestar su nombre a un nio extrao? Cree ustedque con eso cometera un crimen de lesa nobleza? Es que no sabe usted aqu precio se ha conservado la nobleza en Francia y en todas partesdesde las Cruzadas? Cuntos nombres salvados por milagro o por

    Pgina 18

  • pg29640habilidad! Cuntos rboles genealgicos rejuvenecidos por un injertoplebeyo!

    --Casi todos, querido doctor! Le citara ms de veinte sin salir deesta misma calle. Adems, los Villanera pertenecen a la aristocracia mspura; no veo inconveniente en una alianza con esos seores. Con unacondicin, sin embargo: y es que el asunto se lleve en plena luz, sinhipocresa. Mi hija puede reconocer un hijo extrao en el inters de dosilustres casas de Espaa y de Francia. Si alguien pregunta por qu, sele contestar que por razones de Estado. Y usted salvar a la duquesa?

    --Respondo de ella.

    --Y a mi hija tambin?

    El doctor movi lentamente la cabeza. El viejo continu con tono deresignacin:

    --Qu le vamos a hacer! no se puede tener todo a la vez. Pobre nia!Tanto que me hubiera gustado compartir con ella el bienestar!Cincuenta mil francos de renta! Ya saba yo que volvera la fortuna!

    En aquel momento entr la duquesa y su marido le hizo un resumen de losofrecimientos del doctor con transportes de una admiracin infantil. Elseor Le Bris se haba levantado para ofrecer su silla a la pobre mujerque corra sin descanso desde por la maana. Con los codos sobre lacama, frente a frente del duque, escuch con los ojos cerrados todo loque aqul quiso decirle. El viejo, inconstante como un hombre cuya raznvacila, haba olvidado sus propias objeciones. No vea ms que una cosaen el mundo: los cincuenta mil francos de renta. En su aturdimientolleg hasta a hablar a la duquesa de los peligros que corra y de suvida amenazada. Pero esta revelacin resbal sobre su corazn sinherirlo.

    Abri los ojos, y volvindolos tristemente hacia el doctor, le dijo:

    --Y bien, Germana est condenada sin remisin, puesto que esa mujer notiene miedo de casarla con su amante?

    El doctor intent persuadirla de que no se haba perdido toda esperanza,pero ella le detuvo con el gesto.

    --No mienta usted, pobre amigo mo. Esas gentes han puesto su confianzaen usted y le han pedido que buscase una mujer lo suficientementeenferma para que no hubiese esperanza alguna de salvarla. Si por unacasualidad viviese, si un da llegase a colocarse entre los dos parareclamar sus derechos y expulsar a la amante, el seor de Villanerapodra echar en cara a usted que le haba engaado. Y usted no habrquerido exponerse a eso.

    El seor Le Bris enrojeci a su pesar, porque la duquesa deca laverdad; pero sali de aquel mal paso haciendo el elogio de don Diego. Lepint como un noble corazn, un caballero de antao perdido en nuestrosiglo.

    --Puede usted creer, seora duquesa, que si nuestra querida enfermallegase a salvarse, lo debera a su marido. El no la conoce, no la havisto nunca; ama a otra y abriga una esperanza bien triste para nosotrosal decidirse a colocar una esposa legtima entre su amante y l. Pero

    Pgina 19

  • pg29640cuanto mayor sea su inters en esperar el da de la viudez, ms creerde su deber el retrasarlo. No slo rodear a su esposa de todos loscuidados que su estado requiere, si no que es hombre para constituirseen enfermero de ella y velarla noche y da. Le garantizo a usted quetomar el matrimonio en serio, como todos los deberes de la vida. Esespaol e incapaz de jugar con los Sacramentos; tiene un culto por sumadre y una ternura apasionada por su hijo. Est usted segura de que elda en que le conceda la mano de su hija, se habr acabado todo entre ly la seora Chermidy. Llevar a su mujer a Italia; yo les acompaar yusted tambin, y si Dios tiene a bien hacer un milagro, seremos trespara ayudarle, seora duquesa.

    --Diablo!--aadi el duque--. No hay nada imposible; todo puede ocurriren este mundo; quin me hubiera dicho esta maana que yo heredaracincuenta mil francos de renta?

    Ante estas palabras la duquesa sinti que una oleada de lgrimas suba asus ojos.

    --Amigo mo--dijo--, es muy triste el que los padres hereden a loshijos. Si Dios tiene decidido llamar a su lado a mi pobre Germana, yobendecir llorando su mano rigurosa y esperar a tu lado el instante enque debamos reunirnos. Pero yo quiero que la memoria de mi ngel amadosea tan pura como su vida. Desde hace ms de veinte aos conservo unramo de flores de azahar, marchito lo mismo que mi felicidad y mijuventud: cuando ella muera quiero ponerlo sobre su atad.

    --Ta! ta!--exclam el duque--. As son las mujeres! T ests enferma,querida, y no sern las flores de azahar las que te curen.

    --En cuanto a m...!

    Su mirada acab la frase de modo tan expresivo que hasta el mismo duquela comprendi.

    --Eso es!--dijo--; a vuestra comodidad! moros las dos juntas! Yentonces qu ser de m?

    --Usted ser rico, padre mo--dijo Germana abriendo la puerta delcomedor.

    La duquesa se levant como movida por un resorte y corri hacia su hija;pero sta no tena necesidad de apoyo. Bes a su madre y con paso firmey resuelto, el paso de los mrtires, avanz hasta la cama.

    Iba vestida de blanco, como Paulina en el quinto acto de _Poliuto_. Unplido rayo del sol de enero caa sobre su frente, formando como unaaureola. Su rostro sin color pareca una pgina borrada en la que no sevea brillar ms que dos grandes ojos negros. Una masa de cabellos deoro, finos y frondosos, se amontonaban sobre su cabeza. Una hermosacabellera es el ltimo adorno de los tsicos; la conservan hasta el finy son enterrados con ella. Sus manos transparentes caan a lo largo delcuerpo y se confundan con los pliegues del vestido. Era tal la delgadezde su persona que se asemejaba a una de esas criaturas celestes que notienen ninguna de las bellezas ni de las imperfecciones de la mujer.

    Se sent familiarmente al borde de la cama, pas el brazo derechoalrededor del cuello de su padre y le atrajo dulcemente hacia s.Despus design la silla a Le Bris y le dijo:

    Pgina 20

  • pg29640

    --Haga el favor de sentarse, doctor, para que la familia est completa.No me arrepiento de haber escuchado detrs de las puertas. Yo me temaque no hubiese servido para gran cosa; esta discusin me ha demostradoque an podra ser til a los mos. Ustedes son testigos de que no tengoningn aprecio a la vida y que hace seis meses me he despedido de ella.As como as este mundo es una bien triste morada para los que no puedenrespirar sin sufrir. Mi nico disgusto era el de legar a mis padres unporvenir de dolores y de miserias; ahora ya estoy tranquila. Me casarcon el conde de Villanera y adoptar al hijo de esa seora. Gracias,querido doctor; a usted debemos nuestra salvacin. Gracias a usted, eldesarreglo de esas gentes devolver el bienestar a mi excelente padre yla vida a mi noble madre. Mi paso por el mundo no habr sido intil. Mequedaba por todo bien el recuerdo de una vida pura y un pobre nombresin mancha, como el velo de la primera comunin de una nia. Se lo doytodo a mis padres. Le ruego, mam, que no proteste usted. No sedesobedece a los enfermos. Verdad, doctor?

    --Seorita--respondi tendindole la mano--, es usted una santa.

    --S; me esperan all arriba; mi urna est dispuesta para recibirme.Rogar a Dios por usted, mi digno amigo, ya que usted no lo hace.

    Al hablar as su voz tena algo de alado, de areo, de sobrenatural,como la serenidad del cielo. La duquesa se estremeca al escucharla; lepareca que el alma de su hija iba a escapar como un pjaro al que se haabierto la jaula. Estrech a Germana entre sus brazos y le dijo:

    --No, t no nos dejars! Iremos todos a Italia y el sol te curar. Elseor de Villanera es un hombre de corazn.

    La enferma se encogi ligeramente de hombros y respondi:

    --El hombre a quien se refiere usted har mejor en quedarse en Pars,puesto que aqu tiene sus afectos, y en dejarme que pague tranquilamentemi deuda. Ya s yo a lo que me comprometo aceptando su nombre. Qudira, Dios santo!, si le jugase la mala partida de curarme? La seoraChermidy tendra el derecho de hacerme expulsar de este mundo por lajusticia. Y diga usted, doctor, me ver obligada a presentarme al seorde Villanera?

    El seor Le Bris contest con un imperceptible signo afirmativo.

    --Bueno--dijo ella--, le har buena cara. En cuanto al nio, le besarde muy buena gana. Siempre me han gustado los nios.

    La duquesa mir al cielo como un nufrago mira la orilla.

    --Si Dios es justo--murmur--, no nos separar; nos llevar a todosjuntos.

    --No, querida mam; usted vivir para mi padre. Usted, padre mo, vivirpara s mismo.

    --Te lo prometo--respondi ingenuamente el viejo.

    Ni la duquesa ni su hija parecieron darse cuenta del egosmo monstruosoque se encerraba detrs de aquellas palabras, al contrario, seemocionaron hasta derramar lgrimas; solamente el doctor sonri.

    Pgina 21

  • pg29640

    Semramis entr, anunciando que el almuerzo del seor duque estaba en lamesa.

    --Adis, seoras--dijo el doctor--; voy a llevar esas buenas noticias alconde. Creo que ustedes recibirn hoy mismo su visita.

    --Tan pronto?--pregunt la duquesa.

    --No tenemos tiempo que perder--aadi Germana.

    --Mientras tanto--dijo el duque--, almorcemos.

    III

    LA BODA

    El seor Le Bris tena el coche a la puerta. Se hizo llevar a una lujosaconfitera del barrio, compr una cajita de madera de violeta, la hizollenar de bombones, volvi a subir al coche, que se detuvo bien prontodelante de la casa de la seora Chermidy. La bella arlesiana erapropietaria del edificio, aunque no ocupaba ms que el primer piso. Elconserje era uno de sus criados y saba que dos golpes de timbresignificaban una visita para su seora.

    Las puertas se abrieron por s solas ante el joven doctor. Un lacayo lecogi el gabn de sobre los hombros con tanta ligereza que apenas si loadvirti. Otro le introdujo, sin anunciarle, en el comedor. En aquelmomento el conde y la seora Chermidy se sentaban a la mesa. La duea dela casa le present sus mejillas y el conde le estrech cordialmente lamano.

    Los cubiertos haban sido puestos sin mantel sobre una mesa biselada deencina tallada. La habitacin estaba adornada con tallas antiguas ycuadros modernos; un clebre banquero de la Calzada de Antin, quemanejaba el pincel en sus ratos de ocio, haba ofrecido a la seoraChermidy cuatro grandes panneaux representando escenas de naturalezamuerta; el techo era una copia del _Banquete de los dioses_; laalfombra haba venido de Esmirna y los floreros de Macao. Una gran araaflamante, de vientre redondeado y delgadas patas, se agarrabaimplacablemente al centro del techo sin respeto alguno para la asambleade los dioses. Dos aparadores esculpidos por Knecht brillaban a la luzcon su profusin de cristal, loza y plata. El servicio de mesacorresponda a tanta suntuosidad; los platos eran chinos, las botellasde Bohemia y los vasos de Venecia. Los mangos de los cuchillos provenande un servicio encargado a Sajonia por Luis XV.

    Si el seor Le Bris hubiese gustado de las anttesis, habra podidohacer una comparacin muy interesante entre el mobiliario de la seoraChermidy y el de la duquesa de La Tour de Embleuse. Pero los mdicos dePars son filsofos imperturbables que viajan entre el lujo y lamiseria, sin extraarse de nada, del mismo modo que pasan del calor alfro sin resfriarse.

    La seora Chermidy estaba envuelta en vestido acolchado de raso blanco.

    Pgina 22

  • pg29640Con aquel traje pareca una gata sobre un edredn, una joya en suestuche. No habis visto nunca nada ms brillante que su persona, ni msmuelle que su envoltura. Tena treinta y tres aos, una hermosa edadpara las mujeres que han sabido conservarse. La belleza, el msperecedero de todos los bienes terrestres, es aquel cuya administracinresulta ms difcil. La Naturaleza la da; el arte aade muy poca cosa,pero es necesario saberla conservar. Los prdigos que la derrochan ylos avaros que no hacen uso de ella, llegan en pocos aos al mismoresultado; la mujer de genio es la que se gobierna con una sabiaeconoma. La seora Chermidy, nacida sin pasiones y sin virtudes, sobriaen todos los placeres, siempre tranquila en el fondo del corazn con lasapariencias de una vivacidad meridional, administraba con tanto cuidadosu belleza como su fortuna. Cultivaba su frescura lo mismo que un tenorcultiva su voz. Era de aquellas mujeres que dicen locuras a todas horas,pero que no las hacen ms que con su cuenta y razn; muy capaz dearrojar un milln por el balcn para que le entrasen dos por la puerta,pero demasiado prudente para cascar una avellana con los dientes. Susantiguos admiradores de Toln apenas si hubieran podido reconocerla:tanto haba cambiado, o, por mejor decir, ganado. Sin ser tan blancacomo una flamenca, haba encontrado, no s dnde, reflejos nacarados. Lasalud suba hasta sus pupilas en suaves arreboles rosados; su bocapequea, redonda, carnosa, pareca una gruesa cereza que los gorrioneshubiesen abierto a picotazos. Sus ojos brillaban en sus rbitas obscurascomo un fuego de sarmientos en el centro de la chimenea. La indiferenciay la bondad formaban en su rostro una mezcla deliciosa. Sus cabellos, deun negro azulado, se partan sobre una frente pura, como las alas de uncuervo sobre la nieve de diciembre. Todo en ella era joven, fresco,sonriente; hubiera sido necesario tener muy buenos ojos para descubriren los ngulos de aquella linda boca dos arrugas imperceptibles, finascomo el cabello rubio de un recin nacido, y que ocultaban una ambicininsaciable, una voluntad de hierro, una perseverancia china y unaenerga capaz de todos los crmenes.

    Sus manos eran quizs un poco cortas, pero blancas como el marfil, conlos dedos redondos, ondulosos, regordetes, en los que, no obstante, seadivinaba la garra. Su pie era el pie corto de las andaluzas,redondeado, lo mostraba tal como era y no cometa la tontera de usarbotas largas. Todo su cuerpo era corto y redondeado, lo mismo que suspies y sus manos; el talle un poco grueso, los brazos un poco carnosos,las caderas un poco pronunciadas; demasiada gordura, si os parece, perola gordura graciosa de una codorniz, la redondez sabrosa de una hermosafruta.

    Don Diego se la coma con los ojos con una admiracin infantil. Es quelos enamorados de todas las clases no son nios? Segn las teogonasantiguas, el Amor es un nio de cinco aos y medio, y no obstanteHesiodo asegura que es ms viejo que el Tiempo.

    El conde de Villanera descenda en lnea recta de esos espaolescaballerescos hasta lo ridculo, que el divino Cervantes haridiculizado, no sin admirarlos. Nada haba en l que descubriese suorigen napolitano, y se hubiera dicho que sus antepasados le habanlegado, con armas y bagajes, la vieja virtud de la Espaa heroica. Eraun joven serio, rgido, fro, algo engredo, con un corazn de fuego yun alma apasionada. Hablaba poco, siempre despus de larga reflexin, ynunca haba mentido. No le gustaba discutir y rea rara vez, pero susonrisa estaba llena de una gracia afable que no careca de grandeza. Laalegra, convengo en ello, le hubiera sentado mal. Intentadrepresentaros un don Quijote joven, vestido de frac. A primera vista no

    Pgina 23

  • pg29640se distingua ms que por sus negros bigotes, puntiagudos, lustrosos. Sularga nariz se encorvaba vigorosamente como el pico de un guila; tenalos ojos negros, las cejas negras, los cabellos negros y la tez delcolor uniforme de una naranja de Portugal. Sus dientes podan haberpasado por hermosos si no hubiesen sido tan largos y si su dueo nohubiera sido fumador. Estaban revestidos de un esmalte un pocoamarillento, pero tan slido que de l se hubieran podido construirpiedras de molino. El blanco de sus ojos era tambin algo amarillento;no obstante, no se poda negar que tena unos ojos muy hermosos. Encuanto a su boca, no dejaba nada que desear, y debajo de sus mostachosse advertan unos labios rosados como los de un nio. Sus brazos y suspiernas, as como sus manos y sus pies, eran de una longitudaristocrtica. Finalmente, tena la estatura de un granadero y laapostura de un prncipe.

    Si preguntis por qu un hombre as haba podido caer en las manos de laseora Chermidy, os contestar que la dama era ms atractiva y ms hbilque Dulcinea del Toboso. Los hombres del temple de don Diego no son losms difciles de engaar, y el len se arroja con mayor aturdimientosobre la trampa que el zorro. La sencillez, la rectitud y todas lascualidades generosas son otros tantos defectos para tratar con ciertasgentes. Un corazn honrado no desconfa de los clculos y bellaquerasde que es incapaz, y cada cual se hace el mundo a su imagen. Si alguienhubiera dicho al seor de Villanera que la seora Chermidy le amaba porel inters, se habra encogido de hombros. Ella no le haba pedido naday l se lo haba ofrecido todo. Al aceptar cuatro millones, le haca unfavor y l le estaba reconocido.

    Por lo dems, al ver las miradas que le lanzaba a intervalos, era fciladivinar que la fortuna de los Villanera poda cambiar de manos en elespacio de ocho das. Un perro echado a los pies de su dueo no era mshumilde ni ms respetuoso que l. Se lea en sus grandes ojos negros elreconocimiento apasionado que todo hombre galante debe a la mujer que haelegido; la admiracin religiosa de un padre joven por la madre de suhijo. Se vea, en fin, como un deseo no saciado, una sumisin de lafuerza al capricho, el temor de la negativa, una solicitud inquieta queprobaba que la seora Chermidy era una mujer de talento.

    El simptico doctor, sentado enfrente del conde, formaba con l uncontraste singular. El seor Le Bris era lo que se llama un muchachoguapo. Quiz le faltaban un centmetro o dos para llegar a una estaturaregular, pero era bien proporcionado. No tena cara de tonto ni muchomenos, pero no s si su nariz era del todo correcta. Su fisonoma decamuchas cosas, pero su filiacin no os hubiese dicho nada. Se vesta conun aseo que se confunda con la elegancia; el corte de sus patillascastaas era irreprochable y su raya se prolongaba casi hasta la nuca.No era un hombre vulgar y, sin embargo, no se sala de lo vulgar.Ninguna muchacha casadera le hubiese rechazado por su fsico, pero mehabra extraado mucho que se echase al agua por l. Adems, se vea queno llegara a los cuarenta aos sin tener vientre.

    Difcilmente otro mdico poda ser ms a propsito que l para laclientela. Sin parar maana y tarde, afectuoso con lo ms alto y lo msbajo de la sociedad, no desentona nunca. Es un Alcibades burgus que seacomoda a todas las costumbres. Es apreciado en el _faubourg_Saint-Germain por su reserva, en la Calzada de Antin por su ingenio y enla calle Vivienne por su franqueza. Las mujeres, fuese cualquiera suposicin, trabajaban activamente por l; y sabis por qu? Porque allado de una enferma joven o vieja, fea o hermosa, demostraba una

    Pgina 24

  • pg29640solicitud amable, una especie de galantera intermedia entre el respetoy el amor. El mismo no ha sabido explicarse jams la naturaleza de estesentimiento, pero todas las mujeres sienten por l una simpata benvolaque puede llevarle muy lejos.

    Sus antiguos camaradas del hospital le haban llamado, por este motivo,_la llave de los corazones_. Yo s de una casa donde se le llama, y nosin motivo, _la tumba de los secretos_. Sus jvenes clientes del_faubourg_ Saint-Germain le reprochaban el que visitase todas lasnoches el escenario de la Opera y le llamaban _mata ratas_. En cambio,en el saln de baile su juiciosa conducta le haba valido el apodo de_Nuevo Continente_.

    --Y bien, Tumba de los secretos--dijo la seora Chermidy con su ligeroacento provenzal--, ha cumplido usted mi encargo?

    --S, seora.

    --Se trata de la tsica en cuestin?

    --S, de la seorita de La Tour de Embleuse.

    --Bravo! me parece que es una buena alianza... Yo siempre haba sentidointers por las tsicas... Las mujeres que tosen...! Ya ve usted cmoel Cielo recompensa mi compasin.

    --Doctor--pregunt el conde--, ha hablado usted de las condiciones?

    --S, querido conde; las aceptan todas.

    La seora Chermidy lanz un grito de alegra.

    --Negocio concluido! Viva Pars, donde se compran las duquesas alcontado!

    El conde frunci el entrecejo. El doctor dijo vivamente:

    --Si usted hubiese podido venir conmigo, seora, tengo la seguridad deque habra llorado.

    --Es realmente muy conmovedor una duquesa que vende a su hija? Unepisodio del mercado de esclavas!

    --Yo dira mejor un episodio de la vida de los mrtires.

    --Galante est usted!

    El doctor cont la escena en la que l haba representado un papel. Elconde se emocion. La seora Chermidy tom su pauelo e hizo ademn deenjugar sus hermosos ojos que no lo necesitaban.

    --Me satisface mucho--dijo el conde--que sea ella quien haya adoptadoesta resolucin. Si los padres hubiesen aceptado por s mismos, tal vezles habra juzgado mal.

    --Perdn, pero antes de juzgarles faltara saber si esta maana tenanpan en casa.

    --Pan?

    Pgina 25

  • pg29640

    --Pan, sin metfora.

    --Adis--dijo el conde--. Voy a saludar a mi madre. Dorma an estamaana cuando he salido del hotel. Le contar todo lo ocurrido y lepreguntar qu es lo que debo hacer. Es posible, doctor, que hayagentes que carezcan de pan?

    --He encontrado algunas en el camino de mi vida. Desgraciadamente notena un milln para ofrecerles como hoy.

    El conde bes la mano a la seora Chermidy y corri al hotel de sumadre. La linda mujer qued con el doctor.

    --Puesto que hay gentes que carecen de pan--dijo--, veamos, doctor, unataza de caf!... Cmo me las arreglara yo para ver a esa mrtir delpecho? Porque es necesario que sepa yo a quin confo a mi hijo.

    --Puede usted verla en la iglesia, el da de la boda.

    --En la iglesia? Pero es que puede salir?

    --Sin duda... en coche.

    --Cre que estaba ms enferma.

    --Usted por lo visto quera un casamiento _in articulo mortis_?

    --No, pero quiero estar segura. Bondad divina! doctor, si llegase acurar!

    --La Facultad de Medicina se extraara mucho.

    --Y don Diego quedara casado para siempre! Y yo matara a usted,Llave de los corazones!

    --Ay! seora, no me siento en peligro.

    --Cmo ay!

    --Perdone usted, es el mdico el que habla, no el amigo.

    --Una vez casada, usted continuar asistindola?

    --Es que hay que dejarla morir sin socorro?

    --Toma! para qu la casamos, pues? No ser para que sea eterna.

    El doctor reprimi un movimiento de disgusto y respondi con el tono msnatural, como el de un hombre en el que la virtud no es pedantera:

    --Dios mo! seora, es mi costumbre, y ya soy demasiado viejo paracorregirme. Nosotros los mdicos cuidamos a nuestros enfermos como losperros de Terranova salvan a los que se estn ahogando. Cuestin deinstinto. Un perro salva ciegamente al enemigo de su dueo. Yo cuidar aesa pobre criatura como si todos tuvisemos inters en que se curase.

    Despus de la partida del doctor, la seora Chermidy pas a su tocador yse entreg en manos de su doncella. Por la primera vez en mucho tiempo

    Pgina 26

  • pg29640se dej vestir sin fijarse: tena otras preocupaciones msimportantes! Aquel matrimonio que haba preparado, aquella combinacininteligente que ella misma se aplauda como un rasgo de genio, podaconvertirse en su confusin y en su ruina. No haca falta para ello msque un capricho de la Naturaleza o la estpida honradez de un mdicopara que quedasen fallidos los clculos ms sabios y defraudadas sus msqueridas esperanzas. Comenzaba a dudar de su amante, de su buenaestrella, de todo, en fin.

    Hacia las tres de la tarde comenzaron a desfilar las visitas. Hubo desonrer a todos los pares de patillas que se acercaron a ella,extasiarse ante cuarenta cajas de bombones salidas todas de la mismatienda. Maldijo con todo su corazn las amables importunidades de aonuevo, pero no dej traslucir nada de la inquietud que le roa el alma.Todos los que salan de su casa se hacan lenguas de su amabilidad.

    Y es que tena un talento bien precioso para una duea de casa; sabahacer hablar a todo el mundo. Hablaba a cada uno de lo que ms leinteresaba; conduca a cada uno al terreno en que se encontraba msfirme. Aquella mujer sin educacin, demasiado perezosa y demasiadoorgullosa para tener un libro en la mano, saba fabricarse un fondo deconocimientos tiles leyendo a sus amigos. Y ellos le servan con lamejor voluntad. En el mundo somos as; agradecemos interiormente a todoaquel que nos obliga a hablar de lo que sabemos o a contar la historiaque decimos bien. El que nos hace mostrar nuestro talento no es nuncaun tonto, y cuando se est contento de s mismo, no se est descontentode los dems. Los hombres ms inteligentes trabajaban en la reputacinde la seora Chermidy, tan pronto proporcionndole ideas, tan prontodiciendo con una secreta complacencia: Es una mujer superior, me hacomprendido.

    En el curso de aquella reunin se encar con un homepata de renombre,que cuidaba a las personas ms ilustres de Pars. Encontr medio deinterrogarle delante de siete u ocho personas sobre el punto que lapreocupaba.

    --Doctor--le dijo--, usted que todo lo sabe, quiere decirme si lostsicos pueden curar?

    El homepata le respondi galantemente que ella no tendra nunca nadaque temer de tal enfermedad.

    --No se trata de m--repuso--. Es que me intereso vivamente por unapobre nia que tiene los pulmones destrozados.

    --Enveme usted a su casa, seora. No hay curacin imposible para lahomeopata.

    --Es usted muy bueno, doctor. Pero su mdico, un simple alpata, aseguraque ya no le queda ms que un pulmn, y aun estropeado.

    --Se le puede curar.

    --El pulmn, tal vez. Pero y la enferma?

    --Puede vivir con un solo pulmn. Se ha visto muchas veces. Yo no leaseguro que pueda subir al Mont-Blanc a la carrera, pero s vivirtranquilamente por espacio de muchos aos, a fuerza de cuidados y deglbulos.

    Pgina 27

  • pg29640

    --No deja de ser un porvenir! Nunca hubiese credo que se pudiese vivircon un solo pulmn.

    --Tenemos ejemplos muy numerosos. La autopsia ha demostrado...

    --La autopsia! pero la autopsia no se hace ms que a los muertos!

    --Tiene usted razn, seora, y mis palabras se asemejan a una tontera.No obstante, escuche usted. En Argelia, el ganado de los rabes esgeneralmente tsico. Los rebaos estn mal cuidados, pasan las noches alrelente y enferman del pecho. Nuestros sbditos musulmanes no se sirvenpara nada del veterinario; dejan a Mahoma el cuidado de curar a susvacas y a sus bueyes. Pierden muchas cabezas a causa de estanegligencia, pero no las pierden todas. Los animales curan alguna vez,sin el socorro de la ciencia y a pesar de todos los estragos que laenfermedad haya podido hacer en su cuerpo. Uno de mis colegas que prestaservicio en el ejrcito del Africa, ha visto sacrificar en los mataderosvacas curadas de la tisis y que haban vivido muchos aos con un solopulmn en muy mal estado. A esta autopsia quera referirme yo.

    --Ahora comprendo--contest la seora Chermidy--. Entonces, si sematase a todas las personas que viven en nuestra sociedad se encontraraalgunas que no tienen los pulmones como es debido?

    --Y que no parecen darse cuenta. Precisamente, seora.

    Una hora ms tarde se haba renovado la tertulia alrededor de lachimenea del saln. La seora Chermidy vio entrar un viejo alpata,curtido en el ejercicio de la profesin, que no crea en los milagros,que gustaba de colocar las cosas en lo peor y que se extraaba de que unanimal tan frgil como el hombre pudiese llegar sin accidente a lossesenta aos.

    --Doctor--le dijo--, tendra usted que haber llegado un momento antes;se ha perdido usted un hermoso panegrico de la homeopata. El seorP..., que acaba de salir, se alababa de hacernos vivir a todos con unsolo pulmn. Qu le parece a usted?

    El anciano mdico se encogi imperceptiblemente de hombros.

    --Seora--respondi--, el pulmn es a la vez el ms delicado y el msindispensable de nuestros rganos; renueva la vida a cada segundo por unprodigio de combustin que Spallanzani y los ms grandes fisilogos nohan explicado ni descrito. Su contextura es de una fragilidad queespanta; su funcionamiento le expone a peligros continuamente renovados.Es en el pulmn donde nuestra sangre se pone en contacto inmediato conel aire exterior. Si se pensase que el aire es casi siempre demasiadofro o demasiado caliente o bien est mezclado con gases deletreos, nose respirara una sola vez sin hacer testamento. Un filsofo alemn queprolong su vida a fuerza de prudencia, el clebre Kant, cuando daba sucotidiano paseo higinico, tena cuidado de cerrar la boca y derespirar exclusivamente por la nariz tanto tema al aire que lerodeaba!

    --Pero, entonces, querido doctor, todos estamos condenados a morir delpecho?

    --Mueren muchos, seora, y los homepatas no lo evitan.Pgina 28

  • pg29640

    --Pero tambin curan muchos! Veamos; quiero suponer que un hombre joveny robusto se casa con una joven y bella tsica. El la lleva a Italia,hace lo posible por curarla y le proporciona los cuidados de un hombrecomo usted. Es que no podra en dos o tres aos...?

    --Salvar al marido? Es posible; pero yo no me atrevera a responder.

    --El marido! Pero qu peligro puede haber?

    --El peligro del contagio, seora. Quin sabe si los tubrculos quenacen en los pulmones del tsico no extienden a su alrededor el germende la muerte? Pero perdone usted, no es ste ni el lugar ni el momentode desarrollar una nueva teora, inventada por m, y que pienso someteruno de estos das al examen de la Academia de Medicina. Unicamente lecontar un caso observado por m.

    --Hable usted, querido doctor; hay tanto placer como provecho enescuchar a un hombre como usted.

    --Hace cinco aos, seora, visitaba yo a la mujer de un sastre de lacalle de Richelieu, una infeliz criatura abominablemente tsica. Sumarido era un robusto alemn, slido y sano como una manzana. Los dosse adoraban. En 1849 haban tenido un nio que no vivi. La mujer murien 1850; yo hice todo lo que pude por salvarla. El marido me pidi lacuenta y yo pas dos aos sin ir por la casa. El ao ltimo el sastre meenvi a buscar; le encontr en la cama, de tal modo cambiado, que nopoda reconocerle. Estaba tsico en el ltimo grado. As lo dije a unaregordeta que lloraba a su cabecera. Era su segunda esposa; habacometido la tontera de casarse de nuevo. El marido muri, conforme alprograma. La viuda ha heredado la enfermedad. Ayer la visit y aunque elmal ha sido atacado desde el principio, no me atrevera a responder denada.

    La seora Chermidy cerr sus puertas a las cinco de la tarde y se sumien una melanclica meditacin.

    Nunca haba desesperado de ser condesa de la Villanera. Toda mujer queengaa a su marido aspira necesariamente a ser viuda; con mayor motivocuando tiene un amante rico y soltero. No crea descabellado queChermidy faltase un da u otro. Un hombre que vive entre el cielo y elagua es un enfermo en peligro de muerte.

    Sus esperanzas haban tomado cuerpo desde el nacimiento del pequeoGmez. Tena atado al conde con un lazo bien poderoso para las almashonradas, el amor paternal. Al casar al seor de Villanera con unamoribunda, aseguraba el porvenir de su hijo y el suyo propio. Pero en lavspera de realizarse aquel atrevido proyecto, descubra dos peligrosque no haba previsto. Germana poda curar. Si sucumba, poda arrastraral conde con ella y legarle un germen mortal. En el primer caso, laseora Chermidy lo perda todo, incluso su hijo. Con qu derecho ira areclamar el hijo legtimo de don Diego y de la seorita de La Tour deEmbleuse? Por otra parte, si el conde deba morir despus de su mujer,ella no se casara con l. Se senta demasiado joven y era demasiadohermosa para representar el papel de la segunda esposa del sastre.

    Afortunadamente, pensaba, nada se ha hecho an. Se puede buscar otroexpediente. El conde est enamorado y es padre; har de l lo quequiera. Si es absolutamente necesario que se case para que legitime a su

    Pgina 29

  • pg29640hijo, ya encontraremos otra enferma cuya muerte sea ms segura y cuyomal no sea contagioso. Adems, se deca para tranquilizarse, que elviejo alpata era un original capaz de inventar las teoras msabsurdas. Haba odo decir, es verdad, que la tuberculosis se transmitaalgunas veces de padre a hijo, pero encontraba muy natural que Germanaguardase para s la enfermedad y la muerte, como bienes parafernales. Loque la inquietaba seriamente era la posibilidad de una de esascuraciones maravillosas que echan por tierra todos los clculos de laprudencia humana. Comenzaba a odiar al doctor Le Bris, tanto por susescrpulos como por su talento. Para acabarse de tranquilizar seprometi cortar en flor las gestiones de don Diego, hasta que ellahubiese tomado todas sus precauciones.

    Pero los acontecimientos haban ido muy de prisa durante el da y elconde lleg a las diez para decirle que sus planes se haban idocumpliendo al pie de la letra.

    Don Diego, al levantarse de la mesa, haba corrido a casa de su madre.La vieja condesa era una mujer de la misma madera que su hijo, alta,seca, huesuda, modelada como una tabla, plantada majestuosamente sobredos grandes pies, morena hasta dar miedo a los nios, con una muecaaristocrtica que pareca una sonrisa, y el pelo gris partido. Escuchel relat de don Diego con la condescendencia rgida y desdeosa deotras pocas para las pequeeces de hoy. Por su parte, el conde no hizonada para atenuar lo que haba de reprensible en los clculos de sumatrimonio. Aquellas dos personas honradas, pero mezcladas por la fuerzade las circunstancias en uno de esos asuntos escabrosos que algunasveces se presentan en Pars, no se preocupaban ms que de los medios dehacer dignamente una cosa que sus antepasados no haban hecho. La viudano tuvo en la conversacin un reproche, ni siquiera mudo; hubiera sidotardo; nicamente se trataba de asegurar el porvenir de la casasalvando el nombre de los Villanera.

    Cuando todos los pormenores quedaron convenidos, la condesa subi a sucarroza y se hizo conducir al palacio Sangli. Los lacayos del barn lacondujeron hasta el departamento de la duquesa. Semramis le abri lapuerta y la introdujo en el saln. El seor y la seora de La Tour deEmbleuse la recibieron al lado de la chimenea, en la que arda todo loque se haba podido encontrar en la casa: dos tablas de la cocina, unasilla de paja y otros objetos. La duquesa se haba vestido como habapodido. Su traje de terciopelo negro azuleaba por los pliegues. El duquellevaba la cinta de sus condecoraciones sobre un frac ms rado que elde un maestro de escuela.

    La entrevista fue fra y solemne. La seora de La Tour de Embleuse nopoda hacer buena cara a los que especulaban sobre la prxima muerte desu hija. El duque, ms despreocupado, intent aparecer como un hombre demundo, pero la rigidez de la viuda paraliz todas sus gracias y sintifro hasta en la espalda. La seora de Villanera, por un error que secomete frecuentemente en los primeros encuentros, envolvi en un mismojuicio despectivo al duque y a la duquesa. Los acus de demasiadoapresuramiento y crey leer en sus ojos una alegra srdida. Noobstante, no olvid los graves intereses que all la llevaban y expusoframente el motivo de su visita. Discuti, como si fuese un notario,todas las condiciones del matrimonio, y cuando estuvieron de acuerdosobre todos los puntos, se levant de su silla y dijo con una vozmetlica:

    --Seor duque, seora duquesa, tengo el honor de pedirles la mano de la

    Pgina 30

  • pg29640seorita Germana de La Tour de Embleuse, su hija, para el conde DiegoGmez de la Villanera, mi hijo.

    El duque respondi que su hija se consideraba muy honrada por laeleccin del seor de Villanera.

    Se fij de comn acuerdo el da de la boda y la duquesa fue a buscar aGermana para presentarla a la viuda. La pobre nia crey morir deespanto al compararse con aquel espectro de mujer. La condesa laencontr de su agrado, le habl maternalmente, la bes en la frente ypens al despedirse: Por qu ha de estar condenada a muerte? Tal vezfuese la nuera que me convendra.

    Al entrar en el hotel, la seora de Villanera encontr a don Diego quejugaba con el nio. El padre y el hijo formaban un grupo bastanteoriginal; quizs un extrao hubiese sonredo. El conde manejaba a ladbil criatura con una ternura temerosa; quiz tena miedo de hacerpedazos a su heredero con algn movimiento de sus robustos brazos. Elnio era bastante fuerte para su edad, pero feo, sin gracia yexcesivamente hurao. Desde que le haban separado de su nodriza, nohaba visto ms que dos seres humanos, su padre y su abuela, y vivaentre aquellos dos colosos como Gulliver en la isla de los gigantes. Laviuda se haba secuestrado voluntariamente para estar a su lado; haca yreciba muy pocas visitas por miedo que alguna palabra imprudentetraicionase su secreto. Los nicos cmplices de aquella educacinclandestina eran cinco o seis viejos domsticos encanecidos bajo lalibrea, gentes de otra poca y de otro pas. Hubieseis dicho que setrataba de los restos del ejrcito de Gonzalo de Crdoba o bien denufragos de la Armada Invencible. A la sombra de aquella extraafamilia, el nio creca tristemente. Le faltaba la compaa de los de suedad y era intil que se le quisiera ensear a jugar. Hay nios de dosaos que ya saben decirlo todo; l apenas si pronunciaba cinco o seispalabras de dos slabas. Don Diego lo adoraba tal como era: un padre essiempre un padre; pero l tena miedo a don Diego. Deca mam a la viejacondesa, pero no la besaba sin llorar muchas veces. En cuanto a sumadre, la conoca solamente de vista; la encontraba de cuando en cuando,en una plazoleta apartada, lejos de las alamedas por donde pasea lamultitud. La seora Chermidy dejaba su coche a cierta distancia e iba apie hasta el del conde; besaba al nio a hurtadillas, le daba bombones yle deca con una ternura sincera: Mi pobre perrito, nunca sers mo!No hubiera sido prudente llevarlo a su casa aun cuando la condesa viudalo permitiese. La seora Chermidy saba salvar las apariencias. TodoPars sospechaba su situacin, pero el mundo establece una grandiferencia entre una delincuente convencida o una mujer sospechosa. Aspoda encontrar aqu y acull algunas almas tan ingenuas querespondiesen de su virtud.

    La seora de Villanera anunci a su hijo que la demanda estaba hecha yaceptada. Hizo el elogio de Germana, sin decir nada de la familia, ydescribi la miseria en que vivan los duques. Don Diego dijo que erapreciso enviarles un pronto socorro sin humillarles. La condesa propusosencillamente abrir su bolsillo al viejo duque en la seguridad de queno dejara de recurrir a l; pero el conde encontr ms decente comprarinmediatamente la canastilla y deslizar en ella mil luises. Esta limosnaoculta entre flores servira para pagar las deudas ms apremiantes ypara que la familia pudiese comer durante quince das. Y as se hizo. Lamadre y el hijo quisieron encargarse personalmente de ello. Antes desalir, la seora de Villanera bes las anaranjadas mejillas de su nietoy le dijo: Vaya, mi pobre bastardo, tu aguinaldo consistir en un

    Pgina 31

  • pg29640nombre!

    Nada es imposible en Pars: la canastilla fue improvisada en algunashoras. Por la noche, todos los comerciantes enviaro