Futuro imperfecto
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Futuro imperfecto
Cansado de la luz artificial, se quitó los lentes especiales que le permitían filtrar
el potente resplandor, que emanaba de su nuevo aparato, y decidió dejar por un instante
el laboratorio, para salir a tomar un poco de aire. Cerró, teniendo la precaución palpar
la llave en su bolsillo. La puerta no se abría por afuera, y ya le había pasado en más de
una oportunidad, dada su distracción, de tener que llamar a su mujer para que le trajera
una copia que guardaba en su casa (Eso en el caso que fuera demasiado temprano. De
estar a punto de terminar, dejaba todo y volvía a su hogar). Dirigió su mirada hacia el
mar, y aunque apenas distinguía la blanca espuma del salitre, el inconfundible sonido de
las olas al romper le recordaban cuán cercana se encontraba la inmensidad de sus aguas.
Sintió que algo rozó su pierna. Sin mirarlo, el hombre se agachó. Sabía de qué se
trataba. Piru, un gato blanco, con manchas negras, era su única compañía en ese lugar.
Lo tomó en sus brazos, y acariciándolo, aspiró fuertemente la fresca brisa del mar que
golpeó su rostro, como si en ello descargara parte de la tensión emocional que le
provocaba la aplicación práctica, al día siguiente, de su descubrimiento actual
Camilo Laurentz tenía una mente brillante. Su pasión era la investigación; y
aunque creía que era la actividad que podía darle de comer algún día, por el momento
la única posibilidad que tenía de llevarla a cabo era tomándolo como hobby. Tenía el
título de ingeniero electrónico, aunque era autodidacta en muchas otras cosas.
Conocimientos que volcaba en cualquier emprendimiento que se le ocurriera.
Fuera de lo que significaba su pasatiempo, su deber como padre y esposo, lo
llevaban a tener que trabajar, dada la mala situación por la que atravesaba el país, en una
empresa, como simple oficinista, donde cumplía horario hasta las diecisiete horas, a
partir del cual se retiraba directamente a su laboratorio hasta aproximadamente las
veintidós horas o más, según la situación.
Su mujer, Candelaria, se quejaba continuamente de la desatención de su marido;
tanto en el aspecto personal, dado el poco tiempo que le dispensaba a su familia; como
en el económico, ya que no sólo había utilizado ahorros de toda una vida para armar su
laboratorio, sino que continuamente separaba parte de su sueldo para comprar alguna
que otra pieza para la construcción de algún aparato. En cambio su hijo, Mariano, de
doce años, simplemente tomaba las cosas tal como eran, aunque se alegraba
enormemente cada vez que su padre llegaba temprano a casa.
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Dado lo avanzado de la hora en que llegó ese día, encontró a su mujer y su hijo
durmiendo. Se preparó un sándwich, y se acostó a dormir. No pudo pegar un ojo en toda
la noche. Estaba demasiado tensionado. De haber podido faltar a su trabajo, lo hubiera
hecho, pero su irresponsabilidad no iba tan lejos. Se levantó a las cuatro y treinta, se
duchó, se preparó el desayuno, tomó unas notas referidas a su experimento, las
inspeccionó en detalle, desayunó, y salió a caminar hasta que se le hiciera la hora de
entrar a trabajar
Camilo no tenía deseo de ocuparse de sus tareas de oficina. Su impaciencia lo
desconcentraba. Decidió, ya pasado el mediodía, llenar las horas que le quedaban hasta
retirarse, con una explicación centrada en sus teorías.
— Si tenemos una línea— decía entusiasmado— y encontramos una manera de
pasar de un punto a otro, sin tocar ninguno intermedio, obtenemos el plano —
continuaba, tratando de dibujar lo mismo en una hoja — .Ahora, si pasamos de un punto
del plano a otro sin atravesar ningún otro del propio plano, descubrimos el espacio, o
sea tres dimensiones.
Julián lo escuchaba sin demasiado interés, aunque lo disimulaba. Conocía a su
compañero de trabajo de mucho tiempo (ya eran amigos de solteros), y fue él quien
influyó ante su jefe para que Camilo ingresara a la empresa. En ese momento, su única
intención, con su actitud, no era ni más ni menos que la de hacer sentir bien a su amigo
científico.
— Ahora — continuó Camilo —, si logro atravesar el espacio sin tocar ningún
punto intermedio, ¿qué se evidencia?
Su compañero lo miró, sin interés, pero esforzando un gesto de interrogación.
— ¡La cuarta dimensión, hombre!—dijo casi gritando, mientras trataba de
doblar el mismo papel que había dibujado anteriormente.
Su voz retumbo en el ambiente, lo que lo obligó a taparse la boca tras el
exabrupto.
— Bueno — dijo bajando excesivamente el tono de su voz—, ese cuarto eje
cartesiano es el que trato de descubrir o creo haber descubierto, y el cual alterna entre el
tiempo o un nuevo espacio dimensional diferente al conocido.
—¿Y como es posible lograr eso? — preguntó su amigo, demostrando cierto
interés. Conocía muy bien a Camilo; y a pesar de considerarlo casi un genio en lo suyo,
sabía que la mayoría de sus investigaciones habían terminado en fracaso.
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— Según la teoría de la relatividad, la masa de un cuerpo, a velocidades
cercanas a la de la luz, se hace infinita, lo que explica la imposibilidad de superarla. Lo
que yo estoy intentando lograr es desarticular esa masa para obtener un cambio en la
famosa fórmula Einsteniana. — Julián lo miraba como si su amigo le hablara en chino
—. Aunque en realidad lo que lograría es entrar en otro aspecto de la física — y aclaró,
confundiendo aún más a su oyente: — . Es como el paso de la física Newtoniana a la
Einsteniana; una no quita la otra.
— ¿Y eso como se come?— preguntó por preguntar.
— ¡La desintegración molecular y transportación!— exclamó casi volviendo a
gritar. Debo lograr y creo que estoy bien encaminado, una fuerza interatómica que logre
la separación de las moléculas, pero a su vez, mantenga una fuerza, mucho más débil,
aunque segura, entre ellas, que permita nuevamente un nueva integración sin daño
alguno.
— Eso es una locura — y lo miró extrañado, a pesar de no entender nada—
¿Todo esto no te estará haciendo mal?
Camilo se puso serio
—¿A que te referís?
— ¿No te estarás volviendo loco?
Si bien Julián esbozó una sonrisa, al científico no le cayó demasiado bien las
palabras de su amigo. Tomaba lo referente a su hobby demasiado en serio.
— Cuando te lo demuestre, me vas a creer— dijo algo enojado
— No lo tomés a mal — señaló el bromista, palmeándole el hombro a su
amigo—. Yo no entiendo nada; simplemente fue una broma — a lo cual agregó,
borrando la sonrisa de sus labios: — Si querés que hablemos en serio, y de algo que
"sí" entiendo, permitime un consejo.
— Te escucho.
— Yo sé que amás demasiado a tu esposa y a tu hijo.
— ¿Y con eso?
— A mí me parece que los estás descuidando. No soy quien para decirte esto,
pero no estaría mal que dejaras un poco, no digo demasiado, todo esto de la ciencia y les
dedicaras más tiempo. Nunca olvido que entre nosotros, Candelaria te eligió. Me dolió
por mí, pero a su vez me puse contento por vos; y aunque parezca una contradicción,
así fue.
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— Pero...— dijo Camilo desconcertado, ya que no esperaba semejante planteo—
¿Vos también? Tengo que escuchar las quejas de mi mujer todos los días. ¿y ahora se
agregan tus reproches? No tenés idea lo que me cuesta mantener día a día ese
laboratorio que logré con mi propio esfuerzo, durante mucho tiempo.
— ¿Y vos crees que soportar tu falta casi todos los días del año, no implica
esfuerzo de parte de Candelaria y Mariano?
— Yo no falto a casa.
— ¿Vos crees?
— Bueno, dejame con mis cosas y dedicate a las tuyas— dijo Camilo enojado.
— Como quieras— respondió Julián, un poco triste por su amigo.
No hablaron más del tema.
Ni bien se hizo la hora de salida, casi podría decirse que Camilo corrió hacia su
auto, y salió a una velocidad desacostumbrada. Era algo que repetía, simplemente,
cuando creía estar cerca de algún descubrimiento importante; y eso no era demasiado
frecuente..
Llegó a los diez minutos de salir. Sacó las llaves de su bolsillo, y abrió en forma
apresurada. Piru lo estaba aguardando en la puerta. Entró, encendió la luz, se colocó el
guardapolvo que tenía colgado en un perchero al lado de la entrada, y se dirigió
directamente a la pequeña palanca que daba energía al aparato que se encontraba en el
medio del recinto, y que tenía una forma cónica horizontal con una serie de añillos
metálicos en su parte trasera, conectados con un grueso cable, a un tablero, con un
aspecto propio de los encontrados en grandes proveedores de energía(con luces, llaves,
etc.). Frente al aparato, un cilindro de un material transparente, aparentando ser vidrio,
colocado en forma vertical, donde cabía perfectamente una persona parada, completaba
el conjunto.
Camilo se dirigió hacia un armario, con un gran nudo en el estómago y
temblando. Tomó un objeto de un metal brillante, en forma de cubo, lo colocó en el
centro del cilindro, y se retiró. Encendió la computadora, entró a su programa, y ajustó
unos cuantos datos. Miró fijamente al objeto, por fuera, y por la pantalla de su
ordenador, y tras dudarlo un instante, se colocó los lentes que utilizaba de filtro, y
apretó la tecla intro. Un flujo de luminosos rayos comenzó a envolver el cilindro, para
luego confluir en el pequeño objeto, que casi era imposible observar, debido al fuerte
reflejo puntual, que imponía el escenario. La duración no fue más allá de los veinte
segundos, cuando todo “volvió” a la normalidad. Camilo, aún agitado por la emoción,
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se acercó, comprobando que la pieza que había colocado allí, no estaba. Pegó un grito
de alegría, mientras chocaba su puño derecho contra la palma de su mano izquierda.
Buscó por todo el interior, para asegurarse que no hubiera caído al piso, pero comprobó
que había desaparecido. Ahora necesitaba generar el proceso inverso. Se acercó, casi
saltando de júbilo, nuevamente a la pantalla, y retomó su tarea, digitando rápidamente
en el teclado. Volvió a levantar su mano, y nuevamente, marcando una gran pausa,
empujó con su dedo índice la misma tecla que, una vez oprimida, impedía la vuelta
atrás. Una serie de rayos, fuertemente luminosos, casi de un color azul, partían de
dentro del tubo transparente, como saliendo de la nada, y recorrían el camino inverso a
los otros, responsables de la desaparición del objeto, para finalmente internarse en el
aparato. Camilo esperó. Al momento de cesar la actividad, volvió a acercarse a su
objetivo, comprobando que el cubo que había elegido para la experiencia, se encontraba
exactamente en el lugar donde lo había dejado, y en perfectas condiciones. Fue tal el
nerviosismo tras su experimento, que debió realizar un esfuerzo mayúsculo, para no
vomitar en ese mismo momento. Se sentó tratando de respirar profundamente, para
lograr una relajación que no tenía. Quiso tomar el teléfono y llamar a alguien, para
comentar lo sucedido, pero no lo hizo ¿Quién lo entendería? Ya lo daría a conocer.
Finalmente se relajó. De aquí en más, era probable que todo fuera sencillo.
Simplemente debía probar primero con un animal, y verificar su regreso sin ningún tipo
de perjuicio, y finalmente podía intentarlo con él mismo, programando la secuencia de
desintegración-transportación-integración y vuelta, para un lapso de cinco minutos.
Pero, lo primero era lo primero. Tenía la opción de realizar la experiencia al día
siguiente, pero su ansiedad pudo más. Sus ojos se dirigieron a Piru. Lo observó un rato
y dudó; algo extraño en él(Era evidente su cariño por el gato). Preparó todo para poder
realizar la prueba nuevamente, y previo a apretar la última tecla, tomó al animal y se
dirigió al cilindro. Esperaba que el movimiento del felino no arruinara su cometido.
Creía necesario calmarlo, pero el hecho de no contar con ningún sedante, no lo frenó.
Supuso que una vez encerrado dentro del cilindro, no tendría escapatoria; además
necesitaba saber si el movimiento no se transformaría en una complicación. De pronto,
y ya dentro de su cámara tubular, fue como si la pequeña mascota lo presintiera. Saltó
de los brazos de Camilo a una velocidad tal que no le dio tiempo a atajarlo en el aire, y
con tan mala suerte, que en su recorrido, pasó por encima del teclado, presionando la
tecla que no debía presionar. Al ver el haz de rayos que lo envolvía, Camilo cerró los
ojos, y colocó sus manos como cubriéndose de algún proyectil. Fuera del gran calor
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que le produjo la acumulación de energía sobre su cuerpo, no sintió nada. Agradeció
internamente el hecho de no haber tenido éxito en esta oportunidad, así que abrió los
ojos lentamente, parpadeando, en su afán por eliminar el reflejo, que aún persistía en su
retina, y no le permitía ver con claridad. Su corazón dio un vuelco terrible al comprobar
que no era el mismo lugar, aunque al intensificar el detalle de la observación, pudo
darse cuenta que se encontraba en su propio laboratorio, pero con un salón totalmente
vacío. No existía aparato ni mueble alguno. Las paredes, derruidas por el paso del
tiempo, y probablemente la influencia del salitre marino, dejaban entrever el polvo que
se desprendía de sus ladrillos. Camilo no salía de su estado de confusión. Parado, casi
en el medio del salón, no atinaba a hacer nada. Sus ojos miraban azorados a su
alrededor. No podía terminar de descifrar lo que había sucedido. Golpeó su rostro con
la palma de su mano, en un intento por volver a una realidad que había dejado lugar a
otra distinta, pero en vano; seguía en el mismo lugar. Intentó dejar un poco de espacio
en su mente para darle cabida a la posibilidad de haber sido víctima de su propio
proyecto, el que, con la evidencia presente, había dado resultado. Un resultado que no le
indicaba lo verdaderamente ocurrido. Trató de analizar la situación. Pensó que no
encontraría solución alguna quedándose parado donde estaba, así que decidió ponerse
en movimiento. Sabía donde se encontraba. Lo que necesitaba saber era en que
momento o en qué situación. Así que, al comprobar que tenía la llave en su bolsillo, se
dirigió a la puerta, e intentó abrirla, a pesar de estar casi seguro que no iba a lograr dar
ni siquiera el primer giro. Y no se equivocó. Además de todo, estaba encerrado.
Agudizó su vista. Pudo apreciar una pequeña ventana, que él desconocía, y que era
parte de una de sus paredes laterales, conectando el interior con el exterior. Se acercó,
tratando de sobreponer su paso al debilitamiento que sentía en sus miembros inferiores,
y que casi lo hicieron caer por dos veces consecutivas. Pretendió abrirla, pero no lo
logró. Así que buscó algo contundente con lo que pudiera romper el vidrio. Lo encontró
muy cerca suyo. Una considerable piedra triangular estaba por transformarse en el
elemento que le permitiría salir del lugar que ya comenzaba a asfixiarlo. La tomó y la
arrojó sobre el cristal. Un intenso estallido, acompañó la catarata de vidrios rotos que
volaban hacia todos lados. Camilo quiso protegerse, moviéndose rápidamente hacia
atrás, pero desafortunadamente un pequeño fragmento del peligroso material, saltó
sobre su mano, provocándole una herida, que si bien no profunda, bastante dolorosa.
Tomó un pañuelo arrugado de su bolsillo, y se envolvió la lastimadura, terminando de
anudarlo fuertemente con su boca. Saltó hacia el exterior con cuidado, y cayó del otro
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lado, al tropezar con el marco de la propia ventana. Lanzó un improperio debido a los
contratiempos vividos desde su decisión de poner en marcha su descubrimiento. Se
levantó, y recorrió el lugar con los ojos. Sintió frío, pero no la brisa fresca del mar por la
noche, sino, verdadero frío. Quiso abrigarse con sus propios brazos, pero no fue
suficiente. Buscó su auto, pero como era de esperar no estaba. Como reconoció el
paisaje, comenzó a caminar por el borde del pavimento. Sabía que le restaba un gran
trecho por recorrer, pero no le quedaba otro remedio. No veía a nadie. No sabía la hora,
por lo que no consideró el hecho de esperar el autobús. Por otro lado, caminar era
mejor ejercicio que quedarse parado, lo cual lo podía llegar a dejar duro del frío. Así
que a paso ligero, o lo que las piernas en su condición podían darle, se dirigió a su casa.
Terminó exhausto y jadeante, pero la vista que tenía adelante pudo más que cualquier
fatiga. Comenzó a correr, olvidándose de su estado.
— ¡Candelaria, Mariano, llegué a casa!— gritaba, mientras intentaba colocar la
llave en la cerradura.
— ¡Qué...! ¡¿Qué sucede?!— Una voz femenina, aunque temerosa, del otro
lado, lo entusiasmó
— ¡Soy Yo Candelaria!, abrí — exclamaba, mientras intentaba, en vano girar la
llave.
— ¡Julián, vení! —gritó nuevamente, la voz femenina —. Hay un hombre en la
puerta que quiere entrar.
—¿Julián?— pensó, para sí, el científico — ¿Qué hace Julián en mi casa?
—¡¿Qué sucede?!— dijo el hombre entre molesto y cauto, acercándose a la
puerta.
—Soy yo, Camilo—repetía el hombre de guardapolvo blanco, desesperado—.
Abrí.
— ¡Candelaria! Llamá a la policía. Este hombre o es un maniático o es un ladrón
— exclamó Julián, sin abrir la puerta.
—¿¡Policía!? ¡¿Estás mal de la cabeza?! Yo soy camilo ¡Qué hacés en mi casa!
— Insistí. Definitivamente este hombre está loco. Ahora dice que es su casa.
— Pero... ¿Qué está sucediendo?— Camilo no terminaba de comprender.
— ¿Qué pasa mami? — preguntó asustado el niño, que ante semejante alboroto,
salió de su cuarto, y bajó las escaleras.
— ¡Mariano, hijo!— insistió el hombre desde afuera, reconociendo la voz de su
hijo, aunque le pareció la de un niño un poco más pequeño — ¡Soy papá!
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— Papi—decía el niño, pero evidentemente no dirigiéndose a él — ¿Quién es
ese hombre?
— No sé, no lo conozco, pero es evidente que no está bien. Quedate tranquilo—
dijo acariciando la cabellera del pequeño—, ya debe estar por llegar la policía.
Camilo no podía creer lo que estaba viviendo, ni su propio hijo lo reconocía.
Seguramente sería una broma de mal gusto, y en un minuto todo se aclararía.
Pero una sirena acercándose rápidamente, lo hizo pensar en que si se trataba de
una broma, había llegado demasiado lejos. Buscó los documentos en su bolsillo, pero al
extraerlos, notó que tanto la foto como las letras estaban borroneadas al punto de no
poder identificarlo. Lo guardó nuevamente, y antes que la policía llegara, decidió
emprender la retirada lo más rápido posible. No lo pensó dos veces. Con algo de dinero
que tenía en su bolsillo, al cual le comprobó las condiciones, dada la experiencia con su
documento, buscaría un albergue en la ciudad. Gracias a Dios, los billetes no tenía
ninguna anormalidad, lo que le dio cierto respiro. Recordó una pensión cercana a su
casa, que no era demasiado cara, y que además su dueña había sido una ex compañera
del colegio, y aunque no llegaron a ser amigos, lo conocía. Así que hasta allí se dirigió.
Llegó cansado y preocupado. No quiso demostrar su desesperación en el llamado, por lo
que golpeó suavemente la puerta de entrada, esperando pacientemente. A los pocos
segundos, la hoja giró unos grados, exhibiendo una pequeña cadena a modo de
seguridad. La figura de una joven morocha de unos dieciocho años se asomó, mirándolo
interrogante
— Necesito hablar con la señora Villamil ¿Se encuentra ella?
Sin responder palabra alguna, la adolescente dio media vuelta y desapareció
—¡No, otra vez!— exclamó para sí mismo, aunque lo tranquilizó el hecho que
no había cerrado totalmente.
— Bueno—dijo en voz baja— algo es algo.
Tras esperar un poco. Vio como la puerta se cerraba, pero al escuchar el ruido
de la cadena, supuso que la estaban destrabando. Así fue. Al instante, se abrió del todo,
y la hermosa figura de Claudia Villamil se presentó ante él.
— ¡Por fin! — dijo exhalando un suspiro.
—¿Qué desea?— dijo la mujer de inmediato.
— Soy camilo, ¿No te acordás de mí?
¿Camilo? Primero que no conocía ningún Camilo, y segundo que ese rostro no le
era familiar para nada. Había abierto la puerta confiada, debido a que habían
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pronunciado su nombre, pero ante semejante situación, la mujer temió lo peor ¿Por qué
se presentaba así? Intentó cerrar la puerta de golpe, pero la mano de Camilo fue más
rápida. Sostuvo la hoja con su mano izquierda, y adelantó su pie derecho, para que
cualquier esfuerzo por cerrarla fuera inútil.
— ¡Por favor, escuchame! — imploró Camilo.
— No me haga daño— lloraba la mujer. Su hija, la joven que le había avisado de
la presencia del hombre, estaba inmóvil.
—Nada más atendeme cinco minutos.
— ¡Yo no lo conozco! ¡¿Qué quiere?!
— Soy Camilo Laurentz — sostuvo el hombre, sin soltar la puerta ni a ella—.
Fuimos compañeros de colegio.
— Yo recuerdo a mis compañeros, y no lo conozco.
—¡No puede ser!— exclamó él, agregando:—¡Por favor! Necesito alojamiento
por esta noche.
—¡Búsquese un hotel!— gritó ella temerosa. Ese hombre no la soltaba, y en el
último tiempo, los delitos habían crecido enormemente—. Por favor, déjeme.
—¿Esto no es una pensión? — preguntó extrañado
— ¡No! Por favor, déjeme.
— Necesito que me escuche, es muy importante— insistió él.
— ¡No puedo!— dijo ella.
Camilo sabía que cualquier acción forzada no podía llegar a buen término, por lo
que decidió desistir de su actitud, soltando el brazo de la mujer y permitiendo que ésta
cerrara la puerta. Se quedó parado, con los brazos caídos, y mirando hacia el suelo. Ante
cada nueva situación, su desesperanza crecía. Al rato, tras reaccionar, decidió buscar un
hotel cualquiera, y huir lo antes posible. Su rostro, aunque nadie lo conociera, se estaba
tornando demasiado destacado como para estar merodeando cerca de allí. Necesitaba
descansar. Al día siguiente tendría la mente un poco más clara. Así que corrió los
primeros metros, y luego caminó, no sin antes asegurarse que nadie lo seguía, y se
internó en el centro mismo de la ciudad. Buscó un hotel barato. Tomó un cuarto, y se
recostó sobre la cama. No tenía fuerzas para ducharse, ni siquiera, y a pesar del frío
reinante tuvo energía para taparse. Cerró sus ojos, y su cuerpo, inerte, quedó en una
posición que no se modificaría en toda la noche.
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Se despertó sobresaltado. Había tenido varias pesadillas, pero no las recordaba.
La última fue la que lo obligó a abrir los ojos de golpe. Se sentó en la cama, y a pesar
que pudo comprobar un excelente día de sol, el frío lo invadió de inmediato. Se acercó a
la ventana, sin cortinas, y cotejó una rotura en el vidrio, por la que soplaba una brisa
nada agradable. Le dolía la cabeza, y la cortadura de la mano. Si bien pensó que su
mente se aclararía luego de su descanso, no se le ocurría por donde comenzar la
mañana. Por lo pronto tomaría una ducha, y para ello saldría a buscar algo de ropa,
aunque el dinero con el que contaba, no le permitía demasiados lujos. Bajó las escaleras
que lo separaban de la conserjería. Un hombre mayor, tras una barra lo miró indiferente.
Camilo no lo recordaba. Tenía la sensación de haber bebido alcohol, ya que sería una
posible explicación a todo lo vivido, pero seguramente se trataba más de un deseo que
otra cosa.
Preguntó al hombre por la tienda, no sin antes pagar el alojamiento, ya que el
anciano así se lo exigió. Salió, tapándose los ojos, debido a la fuerza del sol, y se
dirigió al negocio de prendas, donde adquirió ropa interior, una camisa, un pulóver
abrigado, y un pequeño bolso. Entró a una farmacia que se encontraba en el camino,
donde compró curitas y desinfectante, volvió al hotel, y tomó una ducha. No se sentía
demasiado bien, pero el aseo lo mejoró un poco. Le dolían las piernas, aunque las notó
más fuertes.
Dejó el cuarto, tras poner la ropa sucia en el bolso, y salió a la calle. No sabía
hacia donde dirigirse. Tenía que pensar. Supuso que sentado en algún bar, tomando su
desayuno, las ideas podían fluirle a una velocidad mayor. Así que cruzó la calle, y entró
a un café que se encontraba en la misma cuadra del hotel, pidió su desayuno, y esperó
pacientemente. Observó sobre una mesa contigua a la suya, un periódico. Sin necesidad
de levantarse, estiró su brazo derecho y lo tomó. Miró la fecha y lo devolvió a su lugar.
Ese periódico databa de cuatro años atrás. Le extraño, pero supuso que algún cliente, lo
habría olvidado. El quería uno de la fecha, por lo que al acercarse el joven mozo para
traerle su pedido Camilo le solicitó:
—Discúlpeme ¿No tendría un diario de hoy?
— Si, como no— le respondió el camarero, y tras asentir, giró su cuerpo, y tomó
el que Camilo había tenido en su poder.
— Pero... ese es un diario viejo — sugirió.
— Perdone, pero el periódico es de hoy— aseguró el joven.
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Camilo comenzó a perder los colores de su rostro. Todavía no terminaba de
comprender lo sucedido. Tuvo que recurrir a un gran poder mental para relajarse y tratar
de aclarar sus ideas. Lo logró tras un esfuerzo mayúsculo, aunque el mozo que no le
quitaba la vista de encima. Llegó incluso a preguntarle si se sentía bien.
No sabía si ponerse contento por el éxito de su descubrimiento, o comenzar a
llorar por una situación no deseada, pero ¿Cuál era su verdadera situación? Su
conocimiento teórico, no llegaba a tanto. O por lo menos lo que él creía era muy
diferente. Tendría que averiguar más. Se levantó, pagó la cuenta, verificando que le
quedaba muy poco dinero, y salió. La ciudad no había cambiado, por lo que tomó el
autobús a su oficina, y en el camino pensó en la lógica de la inexistencia de la pensión,
que no tenía más de dos años, pero no podía explicarse todo lo demás. Llegó en diez
minutos, bajó del autobús, caminó los cincuenta metros que lo separaban de su destino,
a paso ligero, y entró como si fuera su casa, pero en la puerta fue detenido.
— ¿Señor?— le preguntó una señorita muy elegante que se encontraba sentada
tras un escritorio curvo con un cartel que indicaba la recepción.
— Pero Marcela, soy yo, Camilo.
La joven y bella señorita no demostró asombro, ya que en la solapa derecha de
su uniforme, una pequeña inscripción con su nombre y apellido la identificaba.
— Discúlpeme, pero no lo conozco — dijo indiferente— ¿A quien desea ver?
Ante una situación irreversible, Camilo dijo:
— Vengo a ver a Julián Cepeda. Soy Camilo Laurentz.
— Un segundo por favor.
Tomó el auricular de un teléfono interno, y marcó un número de tres dígitos.
— Sí— dijo al instante—. Acá hay un señor de apellido...— Lo observó con
insistencia esperando que le repitiera su apellido.
— Laurentz— dijo Camilo
— Laurentz— repitió la secretaria.
Colgó.
— Ya baja, le dijo al instante. Si quiere puede tomar asiento.
El científico observó unos sillones que se encontraban en la recepción, y se sentó
en uno de ellos.
Tras unos cinco minutos de espera apareció la figura de su amigo. Camilo no
atinó a acercarse, por miedo a una reacción negativa de aquel hombre.
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Luego de una breve conversación con la joven de la recepción, Julián dirigió su
mirada hacia donde se encontraba. Lo observó por un instante. Dio gracias que no lo
reconoció como la persona que había querido entrar (ya no sabía al hogar de quien), la
noche anterior. Se acercó a paso lento, hasta que una vez ubicado a su lado, preguntó:
— Me dijeron que me busca.
—¿Puede sentarse, por favor?— preguntó, señalando un sillón de dos cuerpos,
junto al que ocupaba él.
El hombre obedeció, ya que más que pregunta fue una solicitud.
— Mire — comenzó, con cierta duda, el científico—, no sé como empezar.
— Lo escucho.
—¿Usted no cree mucho en la ciencia, verdad?— Le costaba hablarle de usted,
pero pensó que era lo mejor.
— Creo en la ciencia, lo que pasa que no me interesa demasiado. — Quedó
pensativo— ¿A que viene todo esto?
— Es un poco embarazoso, pero necesito decírselo — y tras decidirse,
comenzó:— Yo soy científico.
Julián lo miró aburrido, observó su reloj.
—Igual que siempre— pensó Camilo.
—Desde hace unos años—continuó—, vengo investigando la posibilidad de
encontrar una cuarta dimensión. En el dos mil... — se frenó, corrigiéndose— Unos tres
años atrás instalé un laboratorio con el cual pude materializar mis sueños. — De haber
especificado una fecha, seguramente su amigo hubiera dado terminada la conversación
en ese preciso momento
Julián volvió a mirar su reloj, pero esta vez un poco más impaciente. No tenía ni
idea adonde quería llegar esa persona.
—Tenía una familia, amigos, trabajo—prosiguió—. Un día, y ante la seguridad
de haber logrado mi objetivo, un accidente me encontró en el momento y en el lugar
equivocado, y aquí estoy.
— Discúlpeme, pero estoy apurado. Tengo mucho trabajo que hacer. Si quiere
concretar.
— Bueno— dijo Camilo, sabiendo que no podía dar más vueltas —. Ese amigo
era usted, esa familia es la que usted tiene ahora, y ese trabajo era este— hizo un gesto
con la mano abarcando ese recinto.
Julián lo miró como si viera un loco, y frunció el ceño dubitativo.
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— ¿Usted es la persona que quiso entrar a mi casa anoche?
— Escúcheme— dijo Camilo que ya veía venir la escena. Intentó tomar del
brazo a su amigo para evitar un escándalo, pero éste ya se había parado y llamaba
insistentemente al personal de seguridad.
El desesperado hombre sabía que no podía hacer otra cosa que huir, así que, de
inmediato, se levantó y salió corriendo. Un guardia de seguridad quiso detenerlo, pero
la alteración del científico pudo más. En su carrera lo volteó y pasó por encima de él
como si mil demonios lo persiguieran. Corrió dos cuadras más y se detuvo. Tuvo que
sostenerse de la pared para poder recuperar el aire. Jadeaba, intentando oxigenar su
cuerpo, pero le llevó mucho tiempo. Caminó lentamente hasta encontrar un bar, donde
entró, se sentó, y pidió un agua mineral; la necesitaba. Fue una estupidez tratar de
convencer a alguien a quien no le interesa la ciencia.
Era inteligente. Necesitaba encontrar una solución, pero antes era indispensable
explicarse por que él no existía en el pasado. Le llevó mucho tiempo la interpretación de
los hechos, arribando a lo que él creía una conclusión lógica. Y era que en un mismo
espacio y en un mismo tiempo no podía coexistir la misma persona desdoblada. O sea,
implicaba que al hacer una integración en el pasado, se modificaba el proceso del
tiempo, cambiando los hechos relacionados con él, pero no los otros, ni las personas, a
excepción de él mismo, quien se veía imposibilitado de tener una doble existencia, o
sea, transformándolo en la nada. Y la evidencia de la figura de su hijo, marcaba la
continuidad de las personas tal como eran, aunque ya no era suyo, sino de su amigo. Era
comprensible que la historia se haya inclinado hacia ese escenario, ya que los tres
fueron amigos desde solteros, y Julián siempre quiso a Candelaria. El mismo que en
otro espacio le había negado la oportunidad, fue el responsable de otorgársela
nuevamente.
Entonces... su única posible salvación sería revertir el proceso, pero para ello
necesitaba que alguien desde su laboratorio, planificara lo que él solo sabía. O por otro
lado podría crear nuevamente una máquina igual, aunque estaba muy lejos de ser
seguro, ya que, incluso sospechaba que las situaciones de partida deberían ser similares.
Y si eso fuera poco, no contaba con dinero, ni con trabajo, ni siquiera con un
laboratorio, y lo que es peor, con ninguna identidad. Él, en realidad, no existía. Tomó su
rostro con ambas manos. Apoyó la frente en la mesa, y comenzó a llorar como un niño
sin consuelo.
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Leonardo Kuperman
Escritor