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La “expedición” de la naturaleza americana: sobre unos gustos metropolitanos y algunas recolecciones coloniales por Marcelo F. Figueroa Abstract. – This paper studies a small story related to Spanish colonial shipment of Indian natural objects in the last quarter of the 18th century: the case of the “Thé de Bogotá”, which was discovered by José Celestino Mutis, director of the Royal Botanical Expedition of the viceroyalty of New Grenade. The shipment of this commodity is used to observe the agents, institutional spaces, knowledge-skills, and territories that partici- pated in the Spanish project to find an American substitute for Asian tea. Consequently, this article attempts to show the mechanisms used by the Spanish enlightened botany to produce knowledge about nature and enrich the crown’s colonial commerce. Finally, the story of the “Bogotá” can be seen as a failure because it never turned into a real oppon- ent of eastern tea. Nevertheless, the story of this commodity reveals important insights in the history of the transatlantic collaborations between Spain and its Indian posses- sions thanks to jurisdictional mechanisms that operated at court, the royal botanic gar- den, the “Casa de la Contratación”, and the viceroyalty of New Grenade. Descubierto en los años sesenta del siglo XVIII por José Celestino Mutis durante sus excursiones en el Virreinato de Nueva Granada, dado a conocer al rey por su “inventor” el 19 de noviembre de 1785 1 y presentado por el virrey Antonio Caballero y Góngora el 28 de abril de 1786, examinado durante ese mismo año de manera sucesiva por el “boticario mayor del Rey” el 16 de agosto, 2 por el “Gefe de la Real 1 Archivo del Real Jardín Botánico de Madrid (en adelante ARJB-M), Div. III, 4, 11, 25: “Presentación del Te de Bogotà”, Mariquita, 19 de noviembre de 1785. 2 Archivo General de Indias (en adelante AGI), Indiferente General, 1552: “Diserta- ción fisicoquimicabotanica del Té de Bogotá (nuevo reino de Granada) comparado con el de Levante, hecha por don Juan Díaz, boticario mayor del Rey, San Ildefonso, 16 de agosto de 1786”. Dicho documento fue editado, al igual que otros correspondientes al descubrimiento y envío del “Té” y otras plantas americanas, por Francisco de las Barras Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas 45 © Böhlau Verlag Köln/Weimar/Wien 2008 P9005_JBLA45_14_MarceloFFigueroa 297 22.10.2008 11:41:34 Uhr

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La “expedición” de la naturaleza americana: sobre unos gustos metropolitanos y algunas

recolecciones coloniales

por Marcelo F. Figueroa

Abstract. – This paper studies a small story related to Spanish colonial shipment of Indian natural objects in the last quarter of the 18th century: the case of the “Thé de Bogotá”, which was discovered by José Celestino Mutis, director of the Royal Botanical Expedition of the viceroyalty of New Grenade. The shipment of this commodity is used to observe the agents, institutional spaces, knowledge-skills, and territories that partici-pated in the Spanish project to find an American substitute for Asian tea. Consequently, this article attempts to show the mechanisms used by the Spanish enlightened botany to produce knowledge about nature and enrich the crown’s colonial commerce. Finally, the story of the “Bogotá” can be seen as a failure because it never turned into a real oppon-ent of eastern tea. Nevertheless, the story of this commodity reveals important insights in the history of the transatlantic collaborations between Spain and its Indian posses-sions thanks to jurisdictional mechanisms that operated at court, the royal botanic gar-den, the “Casa de la Contratación”, and the viceroyalty of New Grenade.

Descubierto en los años sesenta del siglo XVIII por José Celestino Mutis durante sus excursiones en el Virreinato de Nueva Granada, dado a conocer al rey por su “inventor” el 19 de noviembre de 17851 y presentado por el virrey Antonio Caballero y Góngora el 28 de abril de 1786, examinado durante ese mismo año de manera sucesiva por el “boticario mayor del Rey” el 16 de agosto,2 por el “Gefe de la Real

1 Archivo del Real Jardín Botánico de Madrid (en adelante ARJB-M), Div. III, 4, 11, 25: “Presentación del Te de Bogotà”, Mariquita, 19 de noviembre de 1785.

2 Archivo General de Indias (en adelante AGI), Indiferente General, 1552: “Diserta-ción fisicoquimicabotanica del Té de Bogotá (nuevo reino de Granada) comparado con el de Levante, hecha por don Juan Díaz, boticario mayor del Rey, San Ildefonso, 16 de agosto de 1786”. Dicho documento fue editado, al igual que otros correspondientes al descubrimiento y envío del “Té” y otras plantas americanas, por Francisco de las Barras

Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas 45 © Böhlau Verlag Köln/Weimar/Wien 2008

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Cozina” el 21 del mismo mes3 y por Casimiro Gómez Ortega, primer catedrático de Botánica del Real Jardín Botánico, el 24 de septiembre,4 degustado en Madrid por “ [...] algunas Señoras de delicadísimo gusto [...]”,5 ordenado acopiar en Santa Fe por Real Orden de 8 de septiembre de 1785,6 remitido a través de un correo marítimo en “seis caxones”7 el 13 de julio de 1787, desestimado en Cádiz por el procónsul de Ingla-terra y por el cónsul de Rusia durante 1789 por “[...] no conocerlo por Te [...]”,8 etc., la trayectoria seguida por el “Té de Bogotá” permitiría observar tanto los pormenores de su “expedición”9 colonial como los rasgos de la botánica ilustrada que habrían condicionado su existencia social. La pequeña historia acontecida en torno de esta planta dejaría ver la intersección de las variables administrativas y científicas que con-formaron la ciencia a la distancia ejercida por la Monarquía hispana a través del envío de viajeros a territorios alejados, la recolección y la remisión de especimenes, así como su acumulación y catalogación en las instituciones metropolitanas.10

de Aragón, “Estudios en el Archivo General de Indias de Sevilla. Expedición Botánica al Nuevo Reino de Granada o Santa Fe”: Anales de la Real Academia de Farmacia XV, 6, (1949), pp. 797–814, especialmente: pp. 797, 798 y 799, que corresponden a la “Disertación”.

3 AGI, Indiferente General, 1552: Informe de Silvestre Grosoley – con firma de su hijo José –, Madrid, 21 de agosto de 1786.

4 ARJB-M, Div. III, 2, 5, 32: “Examen del Té de Bogotá”, Madrid, 24 de septiem-bre de 1786.

5 Ibidem, f. 2v. 6 AGI, Indiferente General, 1545: “El Arzobispo Virrey de Santa Fé hará acopiar

porción del Té de Bogotá para remitir a V. E.”, Cartagena, 30 de diciembre de 1786. 7 AGI, Indiferente General, 1545: “El Arzobispo Virrey de Santa Fé remite a V. E.

por el correo tres caxones de Serpentinas, uno de Platina, y seis de Bogotá de la ultima Preparación de Mutis, cuyo uso explica”, 13 de julio de 1787.

8 AGI, Indiferente General, 1545: “Informe de Dn. Manuel González Guiral, Jefe de Escuadra de la Real Armada y Presidente de la Real Casa de Contratación á Indias”, Cádiz, 24 de diciembre de 1789.

9 Tal vocablo refiere en la documentación al envío de objetos naturales. Para el Dic-cionario de Autoridades “expedición” significaba la “brevedad”, “prontitud y velocidad en el decir y hacer alguna cosa [...]”. Real Academia Española (ed.), Diccionario de Autoridades, vol. 2 (Madrid 1969), p. 686.

10 Desde esta perspectiva el trabajo científico descansaría sobre un conjunto de elecciones, decisiones y recursos materiales movilizados a través de unas redes com-puestas por contactos personales e institucionales y vinculadas en gran medida con la identificación y la posesión de las evidencias científicas. La búsqueda y recolección de los “immutable mobiles” sería, en el modelo de Bruno Latour, una pieza clave del

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Aquella trama tendría como su principal protagonista a una “cosa”,11 es decir, un objeto natural cuya deriva trasatlántica a través de unos territorios y unos escenarios institucionales se desarrollaría gracias a la participación de unos funcionarios virreinales, unos “inteligentes”, unos saberes, unos mecanismos administrativos, etc. La historia de su movi-lidad estaría constituida, al menos, por dos procesos vinculados entre sí: por un lado, el de su transformación sociocultural; y, por el otro, el de su “expedición” desde un enclave colonial hacia otro metropolitano, desde un virreinato americano hacia una Corte europea. El primer pro-ceso se relacionaría a las ideas y a las prácticas científicas que hicie-ron que este “precioso descubrimiento” oscilara desde la condición de “planta tan vulgar”12 a la de un descubrimiento científico, viable como una mercancía colonial. El segundo proceso se vincularía al funciona-

trabajo científico. De la ciencia participarían entonces otros componentes, distintos de los eruditos, político-administrativos, de cuya gravitación dependería la comprensión del devenir histórico y social de la ciencia. Sugerente y controvertida, la propuesta de Latour ha consolidado un giro hacia una sofisticada concepción sociológica de la ciencia y ha planteado nuevos interrogantes sobre las relaciones entre ciencia e imperio. Con-vendría resaltar que una parte importante de la discusión historiográfica que su aproxi-mación sociológica abrió se ha centrado en observar vínculos y las prácticas que unirían a los “centros de cálculo” metropolitanos con los territorios coloniales de los cuales se extraían dichas evidencias. Las críticas hacia el modelo de Latour se han dirigido al rol superlativo que dicho autor le diera a los “centros” con respecto a las “periferias”, pues soslayaría los contactos y colaboraciones que ocurrían en los sitios de recolec-ción. Véanse, Bruno Latour, “Visualization and Cognition”: Knowledge and Society 6 (1986), pp. 1–40, aquí: pp. 7–9, 28 y 29; idem, Ciencia en acción: cómo seguir a los científicos e ingenieros a través de la sociedad (Barcelona 1992), p. 217; idem/Steve Woolgar, La vida en el laboratorio. La construcción de los hechos científicos (Madrid 1995), pp. 42, 45, 46, 217 y 263; también, Antonio Lafuente/José Sala Catalá, Ciencia colonial en América (Madrid 1992); Antonio Lafuente/José de la Sota/Jaime Vilchis, “Dinámica imperial de la ciencia. Los contextos metropolitano y colonial de la cultura española del siglo XVIII”: Agustín Guimerá (ed.), El reformismo borbónico. Una visión interdisciplinar (Madrid 1996); Antonio Lafuente, “Enlightenment in an Imperial Con-text. Local Science in the Late-Eighteenth-Century Hispanic World”: Osiris 15 (2000), pp. 155–173; Juan Pimentel, “The Iberian Vision. Science and Empire in the Framework of a Universal Monarchy, 1500–1800”: Osiris 15 (2000), pp. 17–30.

11 Se usa este vocablo en un sentido amplio, lejos de connotaciones metafísicas y más bien como sinónimo de objeto. Para el Diccionario de Autoridades (nota 9), vol. 2, p. 635, una “cosa” sería “todo aquello que tiene entidad, yá sea espiritual ò cor-poral, natural ò artificial”.

12 AGI, Indiferente General, 1545: “Oficio de José Celestino Mutis al Virrey Anto-nio Caballero y Góngora”, Mariquita, 3 de noviembre de 1785, f. 1.

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miento de los engranajes políticos y administrativos que consumaron su remisión material: dos secuencias que en conjunto constituirían la “vida social”13 de aquella planta, es decir, la historia de su circulación a través de distintas manos, territorios, épocas o instituciones, y la de los umbrales semánticos que dicho objeto habría atravesado según se producía su apropiación;14 lo que algunos autores llaman la “biogra-fía” de las cosas y cuya síntesis dejaría explicar a la sociedad, a los agentes, a los comportamientos y a las circunstancias que actuaron en relación al intercambio y a la posesión de un vegetal devenido en un artículo de lujo.15

Pues, según se entiende en este trabajo, la historia de la transferen-cia trasatlántica del “Té de Bogotá” permitiría observar la confluencia de aquellos procesos. Ambos, tanto el científico como el administra-tivo, iluminarían los mecanismos articulados por el reformismo bor-bónico para administrar y gobernar los territorios ultramarinos sujetos a la jurisdicción monárquica. Del mismo modo expresarían el procedi-miento de toma de decisión que se puso en movimiento tras el intento de establecer un nuevo ramo comercial que aspiraba a sustituir al té de la China.

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De hecho, los múltiples proyectos destinados a la búsqueda de espe-cies vegetales nativas de América y Filipinas proliferaron en el siglo XVIII en Europa en general. El interés por contar con una fuente segura de aprovisionamiento de productos vegetales de ultramar con

13 Igor Kopytoff, “The Cultural Biography of Things. Commoditization as Process”: Arjun Appadurai (ed.), The Social Life of Things. Commodities in Cultural Perspective (Cambridge 1995), pp. 64–91, aquí: pp. 65–69.

14 Arjun Appadurai, “Commodities and the politics of value, Introductory Essay”: ibidem, pp. 3–63, aquí: p. 5.

15 El interés por indagar los “aspectos semióticos” de la cultura material – según la expresión de Appadurai – ha dado lugar a planteos cuya denominación como “entangled objects”, “social life of things” o “cultural biography of things” evidencia el profundo cambio operado en torno a la historia del consumo, donde fueron clave la antropolo-gía, la sociología y la filosofía. Véase, Nicholas Thomas, Entangled Objects. Exchange, Material Culture, and Colonialism (Cambridge 1991); John Brewer/Roy Porter (eds.), Consumption and the World of Goods (Londres 1993), pp. 2, 4 y 6; Ann Bermingham/John Brewer (eds.), The Consumption of Culture, 1600–1800. Image, Object, Text (Londres 1995), pp. 3, 4, 6 y 14.

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fines médicos o alimenticios tenía en el caso hispano antecedentes célebres como los viajes de Colón o la pionera expedición científica del Doctor Hernández en tiempos de Felipe II.

Durante la centuria ilustrada dichos emprendimientos fueron reto-mados a la luz de los intereses de la nueva dinastía, que creyó encon-trar en las ciencias físicas un instrumento para el relanzamiento de la política hispana en su doble faz peninsular y americana. La reforma sanitaria efectuada por Carlos III, en especial, provocó, al separar las esferas de la práctica médica con respecto a la fabricación de medica-mentos, una escisión que le reservó a la Corona el derecho de inves-tigar los principios activos existentes en las plantas con el objetivo de consolidar la producción de remedios a manos de su Real Botica.16 Del mismo modo, el pronunciado interés por reactivar el comercio colonial con nuevas materias primas hizo que a la luz de los progresos de la botánica la flora americana resplandeciera con renovado brillo. En este contexto las expediciones botánicas vinieron a cumplir con la función de investigar y recolectar un cúmulo de vegetales cuya potencialidad radicaba en su función sustitutiva. Tal sería el caso de la canela, que fuera objeto de las instrucciones dadas por Casimiro Gómez Ortega a Cuellar, Mutis y Dombey con el fin de que investigasen la existencia de especies autóctonas en Filipinas, Nueva Granada y Perú17 con miras a su posible aclimatación en la Península.18

Sin embargo, no serían los científicos y viajeros los únicos agentes instruidos por la Corona para tal empresa. Junto a aquellos se hallaban las autoridades residentes: es el caso del virrey Antonio Caballero y Góngora en Nueva Granada o los botánicos neogranadinos que cola-boraron y se confrontaron con los miembros de la expedición botánica a Nueva España dirigida por Martín Sessé. Más allá de las relaciones más o menos amigables que pudieran establecer los botánicos del rey con las autoridades o los botánicos criollos, su inclusión implicaba su reconocimiento como uno de los resortes necesarios para articular las investigaciones florísticas, transformadas de manera sistemática en una

16 Antonio Lafuente/Nuria Valverde, “Linnean Botany and Spanish Imperial Bio-politics”: Londa Schiebinger/Claudia Swan (eds.), Colonial Botany: Science, Com-merce, and Politics in the Early Modern World (Filadelfia 2004), pp. 134–147.

17 Mauricio Nieto, Remedios para el Imperio. Historia natural y apropiación del Nuevo Mundo (Bogotá 2000), p. 150.

18 Francisco Javier Puerto Sarmiento, “Jardines de aclimatación en la España de la Ilustración”: Ciencias 68 (2002), pp. 30–41.

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de las áreas de gestión gubernamental. De hecho, parte sustancial del éxito de dicha intervención científico-jurisdiccional dependía de las acciones desarrolladas en las Indias en estrecha relación con los agentes locales, a saber: vecinos, indígenas, eruditos, aficiona-dos, autoridades, comerciantes, etc. Sin embargo, en todos los casos la recolección de especímenes vegetales constituía una parte fun-damental de las tareas estipuladas por las instrucciones emanadas del jardín madrileño; al respecto, las órdenes dadas a Sessé se halla-ban fundadas en el artículo 26 del reglamento del Real Jardín que establecía la remisión de especies útiles hacia Madrid.19 En ese sen-tido deberían entenderse las sucesivas remisiones efectuadas por Mutis, que abarcaron, según los resultados de sus indagaciones y del clima cortesano reinante en Madrid, a la quina, el “té”, la canela, etc.

De este modo la historiografía especializada, conforme ha matizado su concepción eurocéntrica del trabajo científico durante la edad moderna, le ha concedido en los últimos tiempos un lugar de privilegio a los meca-nismos de recolección de información natural en los contextos coloniales en que se ejecutaron. Buen ejemplo de este estado de ánimo es la biblio-grafía que puede confrontarse en los pies de página de este artículo. En líneas generales, puede decirse que se ha avanzado en dos direcciones: por un lado, hacia la consideración de los espacios en que se efectuaba la recolección debido a la necesaria colaboración de los agentes locales y sus saberes – de allí que se piense a los espacios coloniales como ámbitos de transacciones entre las partes que entraban en contacto –; por el otro lado, se ha redefinido a las prácticas de recolección como una práctica vinculada a la faz empírica del trabajo científico dado el alcance extra-europeo de los ámbitos en que se desarrollaba.

Bajo estas coordenadas algunas experiencias coloniales son hoy reconsideradas y puestas en relación con el contexto histórico al cual pertenecieron. Tal sería el caso de la Monarquía hispana y sus prácticas de historia natural que, según Antonio Barrera, pertenecían tanto a la esfera de la ciencia como de la administración indiana, transformándose así en prácticas institucionalizadas a partir del siglo XVI.20 El estudio de

19 José Luis Maldonado Polo, “La expedición botánica a Nueva España, 1786–1803. El Jardín Botánico y la Cátedra de Botánica”: Historia Mexicana L, 1 (2000), pp. 5–56, aquí: p. 8.

20 Antonio Barrera, “Empire and Knowledge. Reporting from the New World”: Colonial Latin American Review 1, 15 (2006), pp. 39–55, aquí: pp. 39–40. Antonio

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las prácticas botánicas, en especial, permite entender, según Paula De Vos, la racionalidad de la política económica y científica de la Corona. Sus fracasos son, para esta autora, las causas que explican una suerte de vacío historiográfico en relación con el saber disponible para otras experiencias como la francesa o la inglesa. Sin embargo, tal como lo señala la misma autora, los persistentes intentos por parte de la Corona de transplantar especies vegetales y de aclimatarlos con fines económi-cos permitiría entender, más allá de sus límites, el funcionamiento de la política comercial de la Corona fundada en prácticas científicas.21

*

La cuestión del gusto hizo confluir durante el siglo XVIII en un mismo lugar a las reflexiones provenientes de la ciencia, la técnica, la filosofía, la literatura, la pintura, la economía política, etc. En un plano erudito esta noción se constituyó en una categoría analítica de pronunciado prestigio intelectual, central en la discusión estética de la obra literaria o pictórica.22 Sin embargo, su irrupción en otros planos, por ejemplo el referido al comercio colonial, sería un indicador de su gravitación política y económica. Al interrogar los mecanismos fisio-lógicos y filosóficos del gusto, los pensadores del siglo concluyeron en destacar los componentes sociales y culturales de la cuestión.

David Hume, por ejemplo, acrisoló en su reflexión sobre el lujo al comercio interior y exterior, la introducción de nuevos productos exó-ticos, la ilustración de los consumidores y la prosperidad del Estado.23 Por ello, el gusto fue considerado un factor de civilización. Si bien por detrás del consumo de determinados productos se hallaba, según el escocés, un conjunto de variables como el “luxe et la délicatesse”, también pesaban otras de carácter político y cultural que nacían de la sociabilidad, tanto íntima como pública, vinculada al disfrute individual y colectivo de unos bienes en torno de los cuales se multiplicaban los

Barrera, Experiencing Nature: The Spanish American Empire and the Early Scientific Revolution (Austin, TX 2006).

21 Paula De Vos, “The Science of Spices. Empiricism and Economic Botany in the Early Spanish Empire”: Journal of World History 17, 4 (2006), pp. 399–427, aquí: pp. 399, 400 y 403.

22 Roland Portier, “Goût”: Michel Delon (dir.), Dictionnaire européen des Lumières (París 1997), pp. 509–511, aquí: p. 510.

23 David Hume, Du commerce et du luxe (París 2005), p. 36.

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conocimientos y los placeres, así como los contactos entre los ciudada-nos, que tenían la virtud de sentar las bases de la sociedad civil.24

El gusto era definido como “uno de los cinco sentidos corporales, que reside en la lengua [...]”,25 y al mismo tiempo era considerado como parte de “[...] la propia voluntad, determinación, ú arbitrio”26 de una persona. Autores como Feijóo, al reflexionar sobre los orígenes del gusto, distinguían entre “[...] la varia disposición natural de los órga-nos en quienes hacen impresión estos objetos [...]”27 y la “aprehensión”, esto es, la estima que nace de la frecuentación de algo y que templa las sensaciones iniciales merced a “[...] la consideración de su repe-tido uso [...]”.28 De allí que se lo considerara como una magnitud refe-rida al entendimiento, ya que – influido por otros factores, tales como la moda, la consideración social o la afición por lo exótico – su des-pliegue dependía de la información y de los conocimientos a los que podían echar mano los individuos.29 Por ello el gusto se transformó en un asunto de la discusión ilustrada, ya que tenía que ver con las fuentes del conocimiento y los principios que guiaban los comportamientos. Pudo ser pensado y definido como un campo susceptible de recibir la

24 “Les avantages résultant de l’industrie et du progrès des connaissances ne sont pas seulement réservés à la vie particulière et privée. Ils répandent leur influence favorable dans la vie publique, parce que la grandeur et la puissance des États sont toujours dans la proportion du bonheur et de l’occupation des sujets. La société profite de l’accroisse-ment des consommations de toutes les espèces de denrées et de marchandises qui contri-buent aux plaisirs et aux commodités de la vie, et, en même temps que cet accroissement des consommations multiplie les plaisirs innocents des citoyens, il est réellement une réserve de travail toujours subsistante parmi le peuple, et propre à être employée au ser-vice public dans les temps de nécessité. Chez toutes les nations, au contraire, où le strict nécessaire suffit, et dont les sujets sont sans désir pour le superflu, les hommes vivent dans l’oisiveté, ne prennent aucune part aux plaisirs de la vie et son inutiles au public, qui ne peut tirer aucun secours, pour l’entretien de ses flottes et de ses armées, de sujets paresseux et indolents”. Ibidem, p. 50.

25 Diccionario de Autoridades (nota 9), vol. 2, s.v. “Gusto”, p. 100.26 Ibidem, p. 101.27 Benito Jerónimo Feijóo, Teatro Crítico Universal, tomo III (Madrid 1941), p. 96. 28 Ibidem, p. 101.29 “Muchos no gustan de un manjar al principio y gustan más después de él porque

oyen que es de la moda o que se pone en la mesa de los grandes señores; otros, porque les dicen que viene de remotas tierras y se vende a un precio subido. Como, también, al contrario, aunque gusten de él al principio, si oyen después que es manjar de rústicos o alimento ordinario de algunos pueblos incultos y bárbaros, empiezan a sentir displicen-cia en su uso. Aquellas noticias excitaron una comprensión, o apreciativa o contempla-tiva, que mudó el gusto [...]”. Ibidem, p. 101.

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impronta de la política reformista; las voliciones del gusto podían ser entonces conducidas o incluso fundadas alrededor de nuevos produc-tos, comportamientos, sentimientos, sensaciones, etc. Esta constatación filosófica se transformó, así, en uno de los axiomas sobre los cuales se pudieron basar tanto los dictámenes de la política cultural como de la económica.30

Las cuestiones relativas al gusto se transformaron en un asunto de alta política, en especial durante el siglo XVIII, cuando de su robustez y refinamiento dependía en un grado superlativo el prestigio de un pueblo. La fundación de academias, la traducción de obras extranjeras, la reforma urbanística del Prado, la publicación de relatos de viajes sobre América, la subvención de viajes eruditos por Europa, la visita a los jardines botánicos, la observación pública de experimentos y demostraciones técnicas, etc., referidas por Sempere y Guarinos a lo largo de su apologético discurso constituían no sólo una contundente evidencia a favor de la política reformista de los Borbones españoles, sino también un ejemplo acerca de la maleabilidad del gusto que Sem-pere reseñó en su obra.31

Convendría no soslayar el hecho de que el gusto por la historia natu-ral, por la contemplación de curiosidades, por la posesión de los objetos suntuarios – porcelanas, espejos, cajitas de rapé, etc. – y por el con-sumo de algunos productos coloniales como el chocolate, la vainilla, la canela y, en menor medida, el café y el té, se hallaban extendidos de manera amplia entre la nobleza peninsular;32 por ello, quizás, la función del rey y su Corte, en tanto casa del rey y centro político-administrativo, haya sido la de ponderar y exhibir en un grado superlativo el disfrute de aquellos bienes. Dicha política implicaba no sólo instaurar un nuevo

30 “[...] Je sais bien que les rapports que les choses ont entre elles auroient subsisté; mais le rapport qu’elles ont avec nous ayant changé, les choses qui, dans l’état présent, font un certain effet sur nous, ne le seroient plus; et comme la perfection des arts et de nous présenter les choses telles qu’elles nous fassent les plus de plaisir qu’il est possible, il faudroit qu’il y eût du changement dans les arts, puisqu’il y en auroit dans la manière la plus propre à nous donner du plaisir”. Montesquieu, Essai sur le goût dans les choses de la nature et de l’art, Œuvres de Montesquieu, tomo 7 (París 1822), p. 131.

31 Antonio Ludovico Muratori, Reflexiones sobre el buen gusto en las ciencias, y en las artes/con un Discurso sobre el gusto actual de los españoles en la Literatura. Por don Juan Sempere y Guarinos (Madrid 1782), p. 196.

32 Véase María Bolaños, “Técnicas del Placer, Industrias del Capricho. Artes Sun-tuarias y Fábricas Reales”: José Luis Peset Reig (dir.), Historia de la ciencia y de la técnica en la Corona de Castilla, tomo IV: Siglo XVIII (Valladolid 2002), pp. 725–764.

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gusto, sino también conducirlo y brindarle los contextos materiales para su expansión.33 A la creación de un nuevo paseo o a la provisión de nuevos “ultramarinos” subyacería la misma lógica de beneficio polí-tico y material de la Corona configurada en torno del proceso histórico que condujo a que la figura regia oscilara desde la función guerrera y cortesana hacia la del administrador y “comerciante”.34 Este afán de beneficio político y económico se transparentó a través de un conjunto de medidas unidas a las prácticas económicas, jurídicas y fiscales del mercantilismo.35 La creación de los establecimientos manufactureros reales por Felipe V36 o la búsqueda de nuevos recursos coloniales para nutrir el comercio de España con Europa serían ejemplos de ello.

*

Tal como se infiere de la lectura de las Reflexiones Finales que escri-biera Casimiro Gómez Ortega, una de las cuestiones vinculadas al aprovechamiento del “Té de Bogotá” consistía en explotar sus cua-lidades como un producto comercial; una cuestión que exigía “[...] gran pulso, maña y prudencia”,37 ya que gravitaban sobre ella factores políticos, económicos, culturales, sociales, técnicos, etc., y exigía ade-más la colaboración de distintos funcionarios e instituciones ubicados en ambos lados del Atlántico. El intento por introducir un cambio en la entidad social de dicho vegetal – es decir, capitalizar su naturaleza

33 Antonio Lafuente, “Corte. Decoro y utilidad de la ciencia”: idem, Los mundos de la ciencia en la Ilustración Española (Madrid 2003), p. 147; idem/Juan Pimentel, “La construcción de un espacio público para la ciencia: Escritura y escenarios en la Ilustra-ción española”: Peset Reig, Historia de la ciencia (nota 32), pp. 111–156, aquí: pp. 131, 135, 136 y 140.

34 Alejandro Diz, “El tránsito del ‘Rey Guerrero’ y ‘Cortesano’ al Rey o Gobernante ‘Comerciante’. Felipe V, el último ‘Rey Guerrero’”: Eliseo Serrano (ed.), Felipe V y su tiempo, vol. 1 (Zaragoza 2004), pp. 843–863.

35 Pierre Deyon, Los orígenes de la Europa Moderna. El mercantilismo (Barcelona 1976).

36 Dichos establecimientos – la Real Manufactura de Tapices de Santa Bárbara, la Real Manufactura de Vidrio y Cristal de La Granja, la Real Fábrica de Platería de Mar-tínez, etc. – abarcaron cuatro áreas prioritarias: la producción textil y metalúrgica, los monopolios regios sobre el coñac, la cera para sellar, la pólvora o el tabaco, así como las manufacturas destinadas – “sin perder la belleza y dignidad, industrializar la rareza” – a producir bienes suntuarios. Bolaños, “Técnicas del placer” (nota 32), p. 737.

37 “Examen del Té de Bogotá” (nota 4), f. 5.

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material y articular sobre él una mutación para transformarlo en una mercancía – requería de la concurrencia de la ciencia – la botánica y la química –, del gusto, y de la burocracia.

Desde el inicio, cuando fuera presentado por Mutis el 19 de noviembre de 1785, el “Té de Bogotá” fue considerado como un artículo que podía contribuir al fortalecimiento del comercio de la metrópoli,38 ya sea bajo su condición de “remedio”39 o de “alimento”. El pronunciado énfasis que Mutis pusiera en la faz médica de su descu-brimiento se explicaría por las motivaciones sanitarias que acompaña-ron a la institucionalización del estudio de las plantas en España durante el siglo XVIII,40 por los objetivos que motivaron la expedición botánica al Reino de Nueva Granada de la cual el gaditano era director41 y por la formación médica acreditada por Mutis, quien había estudiado en el Colegio de Cirugía de Cádiz. En sus Advertencias la vocación médica y sanitaria del nuevo producto resultaría excluyente pese a que se men-cionaran también sus otras posibles aplicaciones que lo asemejaban a las demás “infusiones teiformes”, como el “té de la China” y el “café”. Aunque Mutis destacara el hecho de que “[...] pasado por la primera infusión es propiamente Té lavado, que ya se puede usar en calidad de alimento [...]”42 concluía en destacar sus aplicaciones medico-sanitarias por sobre las alimenticias.43

38 “El abuso de lo mui bueno suele ser pesimo y puntualmente se verifica lo mismo en este singularisimo remedio. Las propiedades de esta planta son de grado mui emi-nente y usarla instintivamente y sin reglas sería pervertir y trastornar el orden de la Pro-videncia, que todo lo ha criado á beneficio del hombre en determinadas circunstancias. Distingo el Té puro del Té lavado: aquel como remedio, y este como alimento. No juzgo que deba introducirse esta distinción en el comercio por evitar desde su origen super-cherias que podrian cometerse á cada paso por la codicia de los tratantes y cosecheros. Deberá pasar siempre a Europa el Té preparado y puro: y solo para el uso se tendrá presente una distinción tan necesaria [...]”. ARJB-M, Div. III, 4, 11, 25: “Advertencias para el uso del Té de Bogotá”, Mariquita, 19 de noviembre de 1785, f. 5.

39 Ibidem. 40 Francisco Javier Puerto Sarmiento, La ilusión quebrada. Botánica, sanidad y

política científica en la España ilustrada (Barcelona 1988), p. 20.41 Convendría no olvidar que el afán por comerciar con las hierbas y los produc-

tos medicinales indígenas estuvo presente desde el inicio de la Conquista americana. Esteban Mira Caballos, “La medicina indígena en la Española y su comercialización, 1492–1550”: Asclepio XLIX, 2 (1992), pp. 185–198.

42 “Advertencias” (nota 38), f. 5v.43 Ibidem, f. 5.

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Convendría incluir la apuesta científico-comercial de Mutis por el “Té” en el marco de sus proyectos neogranadinos, entre los cuales destacó su interés por descubrir los caracteres y establecer las cualida-des médicas de las quinas septentrionales en oposición a las peruanas. Desde su primer contacto con las plantas de quina en 1772 en Ibagué hasta su desestimación como un febrífugo de óptima calidad a fines de los años ochenta, dicha cuestión orientaba de manera prioritaria los trabajos de la expedición botánica aprobada en 1783. Por esta razón, ante el revés que significó para la quina de Santa Fe la aprobación real de la que fuera objeto la quina de Loja, erigida en la principal y legítima fuente de abastecimiento de la Real Botica en 1789, cobró relieve la recolección y remisión de muestras de “Té”.44

La ponderación médico-sanitaria realizada por Mutis respondía al particular tipo de apropiación que éste efectuara del vegetal dada su condición de “inteligente”. Su encendida retórica estaba unida a las expectativas institucionales de la Corona española45 y permite observar la economía erudita que había originado la existencia social del “Té” bajo la condición de un objeto científico.

Es decir, las acciones de Mutis habrían alumbrado, ante todo, una nueva especie botánica. Merced a sus investigaciones, un conjunto de datos dispersos, relativos a una “[...] planta tan vulgar y a la vista de un pueblo que la pisa, desprecia, y destina al fuègo sin aver conocido ni aun sospechado sus preciositas virtudes [...]”46 pudieron ser agrupados y estabilizados al amparo de una nomenclatura que dotó de un nuevo valor intelectual y social a ese vegetal. De esta forma, Mutis creó los

44 Marcelo Frías Núñez, Tras El Dorado vegetal. José Celestino Mutis y la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada, 1783–1808 (Sevilla 1994), pp. 208–210 y 212.

45 “[...] Si a V. E. deve tambien este Reyno entre sus grandes y bien señalados bene-ficios la nueva mina de un poderoso ramo de comercio: Deverá tambien su autor a la Divina providencia la rara constancia de haverse dedicado a promover lo util entre lo aparente [...] para poder aumentar como lo espera el numero de los remedios beneficos a la humanidad, exitando su aplicación por el dulce sentimiento y aquella noble satisfac-ción que naturalmente resulta de haver agregado al Catalogo de las plantas utiles, una preciosa producción anteriormente contada entre las despreciables pero que será en ade-lante no menos ventajosa por su exquisito gusto, entre las yerbas alimentarias, quanto singular y recomendable por su preciosas virtudes entre las medicinales [...]”. “Oficio de José Celestino Mutis” (nota 12), f. 2.

46 Ibidem, f. 1.

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fundamentos para la posesión científica de ese objeto;47 sólo una vez que fuera identificado, clasificado, analizado y comparado podía ser remi-tido, explotado y divulgado. Su intervención y la de la botánica metropo-litana provocaron, de este modo, la aparición de un nuevo objeto cientí-fico que, bajo la denominación de Alstonia Theaeformis, venía a ocupar el lugar, al menos para los ojos peninsulares, del “Palo Blanco”.48

La Alstonia era para Mutis una planta “diversa”, distinta del té de la China, que podía usarse como medicamento y alimento. Mietras que el “té puro” era aconsejable para recobrar el vigor y la fuerza, el “té lavado” cumplía la función de una bebida social a la cual podía agregársele leche y azúcar.49 Entonces, la Corona, impulsada por un interés sanitario y económico, ejerció a través de Mutis y de la botá-nica una suerte de jurisdicción expresada tanto sobre la administra-ción de los recursos naturales de sus dominios americanos como sobre los conocimientos preexistentes que se encontraban en posesión de los criollos y de los indígenas.

La utilidad de aquella intervención tenía una doble faz: la primera material, referida al hecho de contribuir al enriquecimiento de la Corona gracias al hallazgo de una mercancía que fuera capaz de competir con el “té de Levante”; la segunda simbólica, pues merced a este descubri-miento la Monarquía hispana podía hacerse acreedora del prestigio cien-tífico que algunas comunidades científicas del siglo le habían negado. En tanto que un tipo de soporte material capaz de evidenciar el tenor de los esfuerzos llevados adelante por la Corona en materia botánica, el “Té de Bogotá” confirmaba el carácter ilustrado del rey español.50

*

Así como el conjunto de transformaciones referidas al “Té” implica-ron en un plano erudito una notable mutación sobre su entidad social, el conjunto de ideas y prácticas que lo asimilaron con una mercancía

47 Lorraine Daston (ed.), Biographies of Scientific Objects (Chicago 1999), pp. 6–7.48 Nombre vulgar con el cual era conocida la planta en cuestión.49 Frías Núñez, Tras El Dorado vegetal (nota 44), p. 221.50 “Si a V. E. deve su Autoridad la dicha de poder presentar àl publico una obra digna

de toda proteccion Real, y a la estimacion de los sabios como lo anuncian los elogios que han comenzado a dibulgar por algunos rasgos que vieron los extranjeros, jueces imparciales y competentes, por no bien nombrados a celebrar las glorias Españolas [...]”. “Oficio de José Celestino Mutis” (nota 12), f. 1v.

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también habrían introducido otras variables a su existencia. Sobre el fundamento dado por su descubrimiento americano, el umbral sobre el cual se fundaría cada una de las intervenciones subsiguientes, el periplo metropolitano del “precioso descubrimiento” mostraría el despliegue de otros vectores que, aunque unidos a los anteriores, indi-carían las sucesivas apropiaciones sufridas por dicha planta a lo largo de su viaje trasatlántico. Los gestos, los comportamientos y las ideas de los funcionarios reales, aunque anclados en la novedad del des-cubrimiento, desnudarían nuevos aspectos referidos al sustrato ideo-lógico y a la estructura político-administrativa que erigió al “Té”, al menos por un tiempo, en un “ultramarino” susceptible de alimentar las arcas de la Real Hacienda.

Hacia el 2 de octubre de 1786 el “Té de Bogotá” ya había atra-vesado el Atlántico, franqueado los registros de la Casa de Contra-tación en Cádiz y afrontado varios experimentos. Las sendas notifi-caciones reales mediante las cuales se informaba al virrey sobre la “satisfacción” del monarca y se agradecía a Mutis por el “utilísimo descubrimiento”,51 así como las sucesivas reales ordenes que instruían su acopio, evidenciaban las expectativas nacidas alrededor de dicho objeto; un interés originado por las potencialidades del “Té” que permi-tía atisbar su adopción mercantil como un futuro sustituto del té chino, cuyo sólido comercio europeo seguía en expansión. De allí que el “Té” fuera considerado como un tipo de réplica americana, una “cosecha Nacional” en palabras de Gómez Ortega,52 cuyo costo inferior, sólo equivalente al de su valor estratégico, se enraizaba en su disponibilidad colonial para la Corona española.

A lo largo del siglo XVIII, y en especial durante los años que siguie-ron a la firma de la Paz de París en 1763, las cuestiones relativas al comercio y a la posesión colonial de distintos productos y territorios que nutrían el consumo europeo cobraron una nueva dimensión. Por su costo, por la inestabilidad de los contactos comerciales – en especial con el Cercano Oriente, China y Japón – y por las distancias geográ-

51 AGI, Indiferente General, 1545. Notificación, San Ildefonso, 2 de octubre de 1786.

52 “Considerado el Té de Bogotá en calidad de un artículo de nuestra dieta, resulta ser mui superior al de Asia para bebida de gusto y regalo, atendiendo a su mayor y mas grata fragancia, a sus demas propiedades perceptibles por los sentidos, y a su menor consumo de azucar, ademas de sér cosecha Nacional y según todas las apariencias de cortisima costa respecto a el otro”. “Examen del Té de Bogotá” (nota 4), f. 3 v.

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ficas interpuestas, la necesidad de contar con una fuente previsible de materias alimenticias, mercantiles o manufactureras se transformó en un tema central de la política administrativa, económica y científica de las Monarquías europeas. Puede decirse que el interés puesto en suplan-tar por nuevas variedades o especies a los onerosos productos tropicales como el cacao, el café, el té o el azúcar siguió dos caminos: el de la aclimatación de aquellos cultivos tropicales en suelo europeo, y el de la investigación botánica en el mismo suelo “patrio” con el fin de descu-brir los tan ansiados sustitutos. En ambos casos la historia natural y la botánica cumplieron una función fundamental: se transformaron en los auxiliares científicos de una práctica política que aspiraba tanto a solu-cionar los problemas devenidos del abastecimiento interno de amplias franjas de la población53 como a asegurarle a la Corona un mayor mar-gen de autarquía.

En este contexto el caso del té resulta notable, tanto por los desafíos que su comercio asiático implicaba como por la gama de soluciones científico-administrativas que las Monarquías aplicaron. El crecimiento de su comercio con China y Japón se inscribía en el secular problema del saldo negativo que arrojaba a Europa el comercio con Asia.54 Las expectativas peninsulares depositadas sobre el comercio europeo del “Té de Bogotá” resultaban equivalentes a otras que se habían dado en el continente alrededor de algunos emprendimientos precedentes que también habían involucrado al té.55

El descubrimiento de un sustituto dependía en gran medida del cum-plimiento de unos protocolos que certificaran la idoneidad de la nueva

53 Sobre la patata y su difusión en Francia durante el tránsito del siglo XVIII al XIX, véase Lorelai Kury, Histoire naturelle et voyages scientifiques, 1780–1830 (París 2001).

54 Fernand Braudel, Civilización material, economía y capitalismo, siglos XV–XVIII, tomo I: Las estructuras de lo cotidiano. Lo posible y lo imposible (Madrid 1984), p. 207.

55 Por ejemplo, las sucesivas búsquedas de la Academia Sueca de la Ciencia en torno de la aclimatación del té chino en Europa en un primer momento, y de la investigación de un sustituto báltico en un segundo; un tema de discusión y de múltiples proyectos que emergió de manera repetida en 1741, 1755, 1757, etc., y que se constituyó en uno de los proyectos diseñados por Linneo y seguido por sus discípulos, los viajeros botá-nicos Solander y Sparrman y por su hijo Linneo el jóven, entre otros. Véase Lisbet Koerner, “Purposes of Linnean Travel. A Preliminary Research Report”: Daniel Philip Miller/Peter Hans Reill (eds.), Visions of Empire. Voyage, Botany, and Representations of Nature (Cambridge 1996), pp. 117–152, aquí: pp. 131–133.

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mercancía; una cuestión de la cual participaban múltiples expertos, saberes e instituciones y de cuya colaboración dependía que el descu-brimiento no se erigiera en un fraude o un mal negocio para la Hacienda Real.56 Por lo tanto, la existencia social del “Té de Bogotá” como una mercancía se hallaría vinculada a la constatación de sus cualidades quí-micas, botánicas o mundanas.57 Ello explicaría que en relación a cada experimento al que fue sometido actuaran diversos saberes y exper-tos que modificaron su status, desde el de planta inservible hasta el de “bebida de gusto, y recreo”,58 pasando por el de medicina.

Las sucesivas experiencias a las que fue sometido el “Té” durante 1786 en la metrópoli configuraron otra etapa en su vida social. Si la primera se desarrollaría bajo su “vulgar” condición de “Palo Blanco”, la segunda comenzaría con la intervención de Mutis en Nueva Granada y su transformación en una nueva especie, la Alstonia Theaeformis, con posibles aplicaciones médico-alimenticias. La tercera etapa se desarro-llaría en Madrid y comprendería la apropiación cortesana que sufriera y a través de la cual podría observarse un nuevo giro en su entidad, pues, sin dejar de ser un objeto científico y una mercancía, el Té oscilaría desde la condición de medicamento hacia la de una “bebida de gusto y regalo”.

Quizás el principal aspecto que compartían entre sí los experimentos del año 1786 fuera el de desarrollarse en unos contextos cortesanos. Más allá de los rasgos particulares que pudieran tener la Real Botica, la “Real Cozina” y el Real Jardín Botánico, todos estos ámbitos com-partían el hecho de haber nacido en relación con el rey y su Corte. De allí que los expertos involucrados en aquellas indagaciones pertenecie-

56 Tal sería el caso del fraude reseñado por Lisbet Koerner, ocurrido en 1754 – uno de los muchos que según la autora podrían identificarse en el siglo XVIII – cuando la Academia Sueca mandó a investigar una variedad de té como las “comúnmente usadas entre el público en China” y que tenía la particularidad de crecer en Finlandia. Luego de repetidos experimentos Linneo pudo establecer que se trataba de una planta del báltico que nada tenía que ver con el té chino. Ibidem, p. 137.

57 La existencia de supuestos sustitutos del té era un tema conocido y objeto de dis-cusión. Uno de ellos era el “Thé des Antilles”, que poseía su propio apartado dentro del artículo “The” consagrado por L’Encyclopédie, al cual se caracterizaba como “Le pré-tendu Thé des îles n’est d’aucun usage universellement connu dans le pays, on l’arrache comme une mauvaise herbe nuisible dans les savanes & dans les jardins”. Encyclopédie, ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers, tomo 16 (Livorno 1775), p. 213.

58 “Examen del Té de Bogotá” (nota 4), f. 4.

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ran al mismo universo. Si bien es cierto que la retórica de la botánica o de la química irrumpía para fundamentar los argumentos esgrimidos por los funcionarios reales, convendría no olvidar que la naturaleza misma de sus funciones y de las instituciones que representaban respon-día también a los intereses patrimoniales, y en cierto modo domésticos, de la casa reinante. Instituciones como la Real Casa de la Geografía, creada durante el ministerio del Marqués de La Ensenada y a instancias de Antonio de Ulloa en 1752, son ejemplos notables.59 Al observar su historia institucional se advierte su paulatino deslizamiento desde unas funciones científicas hacia otras que la vincularon a un almacén real para el depósito de los cargamentos de cacao, vainilla, quina, etc., para uso de la familia del rey “en sus reales sitios” y para regalo, un destino que contemplaba tanto a otras casas reinantes como a los hospitales del reino.60

De este modo, mientras que el boticario mayor del Rey apelaba a la “fisicoquimicabotanica” para determinar la calidad del “Té”, el “Gefe de la Real Cozina” y Gómez Ortega se ampararon en su experiencia del goût. Es decir, ambos apelaron a conocimientos y experiencias que per-tenecían al formalizado y no académico mundo de la Corte en la cual se hallaban insertos, como cocinero uno y como cortesano el otro.

Esta circunstancia se percibe a través de sus escritos en los argumen-tos y las pruebas empíricas que aportaron. Para don Juan Díaz, el boti-cario mayor del Rey, las evidencias botánicas que se habían remitido resultaban incompletas, la ausencia de los órganos de la fructificación en la muestra de “Palo Blanco” tornaba inviable, según la preceptiva botánica establecida por Linneo, la constatación de que el “Té” pertene-ciera al mismo género del “té de Levante”; un dictamen que contrastaba

59 La misma había nacido con un claro objetivo científico al ser uno de los apo-yos para los estudios de historia natural, pues tutelaba el instrumental científico de la Corona. Sin embargo, funcionaba también como un almacén real para los productos llegados de ultramar. Pilar Corella Suárez, “La Real Casa de Geografía de la Corte y el comercio ultramarino durante el siglo XVIII”: Anales del Instituto de Estudios Madri-leños 24 (1987), pp. 217–236, aquí: pp. 218 y 220.

60 La Real Casa dejó de cumplir funciones científicas en 1792. Ibidem, pp. 228–229 y 235. Véase, Alfredo Baratas Díaz/Joaquín Fernández Pérez, “El Almacén de la Quina de la Casa de Geografía en el último tercio del siglo XVIII”: Luis García Hourcade/Juan Manuel Moreno Yuste/Gloria Ruiz Hernández (eds.), Estudios de Historia de las Técni-cas, la Arqueología Industrial y las Ciencias, vol. II (Salamanca 1998), pp. 635–648.

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con la opinión de Mutis,61 para quien sí constituía un nuevo género, pues, dada su condición de viajero e “inteligente”, sus ojos expertos habían capturado en el escenario mismo de la naturaleza americana las flores y el fruto de la planta estudiada; una variable sociológica de pri-mer orden que durante el siglo XVIII reservó a los viajeros un sitio eminente dentro de la producción de conocimiento. La capacidad de Mutis para desplazarse hacia territorios alejados se constituyó, así, en un aliado insustituible con el cual Díaz, pese a estar cobijado por su gabinete, no contaba.62

Entonces, si para la botánica el “Té” parecía no constituir un nuevo género, todavía quedaban los recursos de la química y del gusto. En gran medida la cuestión osciló de manera ostensiva hacia la constata-ción de su capacidad para sustituir al té de China. Durante esta etapa del proceso la irresolución referida a la cuestión taxonómica fue conside-rada en cierto modo accesoria, pues tanto las prácticas como las expec-tativas de los funcionarios reales situaron al “Té” en estas coordenadas. Con ello dejaban al descubierto los intereses y las ideas que alumbra-ron al “precioso descubrimiento”. Su existencia social dependía más de sus atributos como una mercancía y menos de los de un descubri-miento científico.63 Por ello, en ambos experimentos la comprobación

61 “Adelantada la Botánica en nuestro siglo, y reducida à principios ciertos [...] no es facil que à los Verdaderos Botanicos suceda tales equivocaciones. Ciertamente que al contemplar un Botánico la traza de unos arbolitos, examinando su estatura, la disposi-ción y figura de sus hojas, y el modo de florecer, hallara [...] que se percibe un Arbolito de Té, pero el fruto encontrandose diverso con los demas caracteres y su flor le mani-festaran que es planta diversa, y digna de constituir un nuevo genero [...]”. “Presenta-ción del Te de Bogotà” (nota 1), f. 3.

62 “Habiéndonos propuesto reconocer las hojas de una planta de América que se han remitido con el nombre de Té de Bogotá para determinar su género y especie por los caracteres de estas partes de la fructificación, en las cuales se hallan solamente según los mejores botánicos; y no habiéndolas encontrado nos pareció imposible determinar por esta sola parte de qué género de planta sean estas hojas [...]. Comparadas pues, estas hojas [...] se nota entre unas y otras la diferencia [...] por lo tanto puede asegurarse sin duda, son distintas plantas [...] y aunque los que hayan visto ésta en su nativo suelo digan con fundamento es del mismo género no negarán es distinta especie que la del Té de Levante”. AGI, Indiferente General, 1552. “Disertación fisicoquimicabotanica” (nota 2).

63 “No pudiendo adelantarse más [...] este examen botánico [...] nos pareció pasar al examen químico para poder, con la separación de sus principios, decidir con alguna seguridad si el uso del Té de Bogotá podrá suplir al de Levante; pues aunque muchos autores botánicos de primera nota aseguran que las plantas que convienen en género convienen en virtud, no obstante hay muchas escepciones en esta regla [...] y hechos

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química y la del gusto sucedieron a la botánica. Tras la consecución de un objetivo tan utilitario como lo era el de conseguir un sustituto para fortalecer el comercio de la metrópoli, la irresolución presente en otros planos importaba poco ante la “virtud del Té de Bogotá [...] para su uso”,64 tal como lo expresaban el boticario y el director de la Real Expedición Botánica al Nuevo Reino de Granada en las conclusiones finales de sus respectivos informes. De aquí en más, la deriva penin-sular del “Té” discurriría más por los senderos del goût y menos por los de la ciencia. 65

*

Por los parámetros de que se valieron, por las experiencias que reali-zaron, por los espacios desde los cuales actuaron y por los argumentos que esgrimieron, los informes de Silvestre Grosoley y Casimiro Gómez Ortega situaron al “Té” en un ambiente cortesano. Para el “Gefe de la Real Cozina” éste no poseía ninguna cualidad que lo hiciera suscep-tible de su comercio, ya sea como alimento u otra cosa.66 Sus experien-cias fundadas tanto en el gusto como en el goût, si bien traslucen los saberes y las funciones que aquel poseía en el entramado institucional del cual formaba parte, descubren también la amplia gama de recursos a los cuales podía recurrir la Corona en su búsqueda por determinar la

cargo de que si conviniesen las dos plantas en sus principios químicos, deberán servir a los mismos usos y por consiguiente podría suplir al té de Levante el de Bogotá, dimos principio a dicho examen químico con la solicitud de encontrar o conseguir por él la certidumbre de que es capaz este asunto”. Ibidem, p. 797.

64 Ibidem, p. 799.65 “Saben muy bien los Botánicos los arbitrios que han de emplear en estas indaga-

ciones: y era mui normal à quien se le presentaba una planta con los caracteres analo-gos al Té investigar sus propiedades y principios por el gusto comparandola en los dos diversos estado de yerba fresca y seca. Interesa poco al público presentarle un catalogo de tales observaciones. Basta decir que su sabor guarda la misma correspondencia. Se ha repetido innumerables experiencias con la debida cautela, asta poder asegurar que el Té de Bogotá no solo es el único sucedaneo del de la China, sino tambien que su delicado gusto y peculiares virtudes lo hacen tan singular en su genero que el introducido en el comercio y llevado por todo el Mundo debia reputarse el Te de la china por el sucedaneo Té de Bogotá”. “Presentación del Te de Bogotà” (nota 1), f. 3v.

66 “[...] he hecho las experiencias que me manda hacer en varias pruevas con el Té que me remite de Bogotá y en ninguna de ellas encuentro sea cosa que en ningun tiempo pueda tener salida ni menos ser genero que se le encuentre gusto alguno de referido Té”. Informe de Silvestre Grosoley (nota 3), f. 1328.

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calidad sustitutiva de la supuesta mercancía. El recurso a las prácticas y al consejo de un cocinero ilustra los variados medios y los singulares derroteros por los cuales podía discurrir una cuestión que pertenecía, sin lugar a dudas, por su escala y naturaleza, al diseño de una política económica. Pues, al igual que sucediera con Mutis, enviado a Nueva Granada tras una búsqueda florística, los actos de Grosoley pertene-cían al mismo sustrato ideológico y administrativo que los coordinaba en sus esfuerzos particulares. Cada uno de sus experimentos resultaría equivalente más allá de las prácticas y espacios desde los cuales actua-ban. El recurso al jefe de cocineros evidencia su inscripción como un tipo particular de experto que poseía un lugar específico e identifi-cable en la estructura que administraba la casa del rey y sus asuntos en el marco más amplio del reino: la Corte.

Un espacio significativo, puesto que era a un mismo tiempo la morada del rey y un centro burocrático de primer orden,67 en la Corte se gene-raban pautas culturales y se tomaban decisiones de un alcance general que trascendían su aparente aislamiento. En cuestiones de urbanidad la Corte dictaba las normas, era un ámbito en el cual los ampulosos gestos de los nobles podían fundar unos comportamientos y unas aficiones,68 en especial durante el siglo XVIII, cuando el consumo de alimentos en la Corte española estuvo muy influido por las pautas de la alta cocina francesa. El notable cambio que significó la llegada de la nueva dinas-tía se evidencia también en este plano. Junto al servicio de cocineros franceses, la Corte española se caracterizó, al igual que sus homónimas europeas, por introducir alimentos más sofisticados y por una nueva actitud ligada al hecho de “probar” otros productos, en tanto que dicho acto constituía un gesto de “refinamiento y excelencia”.69 De allí que al tratarse de un consumo elitista como lo era el del té, la cocina real, más allá de lo excéntrico de su ubicación, haya sido uno de los espacios institucionales a los que la Corona recurrió para dilucidar la supuesta entidad sustitutiva del “Bogotá”.

67 Pablo Vázquez Gestal, “La corte española en la historiografía modernista espa-ñola. Estado de la cuestión y bibliografía”: Cuadernos de Historia Moderna II (2003), pp. 269–310, aquí: pp. 281–282.

68 Carlos Gómez-Centurión Jiménez, “Introducción”: Cuadernos de Historia Moderna II (2003), pp. 5–10, aquí: p. 9.

69 María de los Ángeles Pérez Samper, “La alimentación en la corte de Felipe V”: Serrano, Felipe V y su tiempo (nota 34), vol. 1, pp. 529–584, aquí: pp. 529–530.

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La textura administrativa del proceso aquí tratado se expresa tam-bién en el hecho de que sea un sumiller de Corps el encargado de hacer llegar al cocinero la muestra de “Té”. Como se sabe, el sumiller de Corps era uno de los cargos desempeñados por los nobles en la Corte y se encargaba de la distribución de la comida sobrante de la mesa real entre los demás servidores a su cargo.70 Fuente de constantes disputas entre aquel y el mayordomo real, la función de distribuir posee aquí un especial significado que la aleja de aquel carácter simbólico de repartir comida, pues lo que el Marqués de Valdecarzana condujo el 4 de 1786 a la Real Botica era en última instancia una muestra científica.71

Ahora bien, convendría no perder de vista el pronunciado carácter administrativo de los procesos involucrados en la indagación del “Té”, al igual que su condición médico-alimenticia. Del mismo modo que sucediera con los botánicos, los boticarios, los viajeros, los virreyes, los oficiales reales en Indias, las damas de corte, etc., también el “Gefe de la Real Cozina”72 y el sumiller de Corps constituían agentes dispuestos alrededor de las búsquedas de la Corona y su afán reformista, que con-fluía, así, en articular unos objetos, unos saberes, unos territorios y unas instituciones que en una primera aproximación podrían ser considera-dos como inconexos, distantes o inconmensurables entre sí.73

Como sucediera con el juicio de Silvestre Grosoley, fueron los atri-butos “para el uso dietético” los que primaron en el experimento de Casimiro Gómez Ortega. Si bien éste no soslayó las virtudes médicas

70 Ibidem, pp. 572–573.71 AGI, Indiferente General, 1545: Para el expediente del Té de Bogotá, 19 de fe-

brero de 1790. 72 Los jefes de la cocina poseían un lugar destacado en la escala jerárquica del per-

sonal encargado de la alimentación del rey y su familia. Durante gran parte del siglo XVIII fueron franceses; la Ordenanza y Reglamento de 1761, que reorganizó la planta de cria-dos de palacio, estableció su número en dos con un sueldo de 12.000 reales de vellón. María de los Ángeles Pérez Samper, “La alimentación en la corte española del siglo XVIII”: Cuadernos de Historia Moderna II (2003), pp. 153–197, aquí: p. 188.

73 El informe de Grosoley se halla firmado por su hijo José Grosoley, quien se des-empeñaba como uno de los ayudas del ramillete del Rey. La organización de la mesa del rey y de la reina era compleja en extremo; de ella se encargaban cortesanos y servidores que desempeñaban los oficios de Boca que incluían Panetería, Cava, Sausería, Frutería, etc. Entre estos se destacaba el nuevo oficio del ramillete, cuyos responsables se ocu-paban de adornar las mesas con “centros” confeccionados con flores, frutas, piezas de porcelana, metales preciosos, etc. Ibidem, p. 188.

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del “Té”,74 puede decirse que los argumentos, las pruebas y las propues-tas con las cuales este último fundamentó la calidad sustitutiva del “Té” signaron su existencia social como un alimento. En Gómez Ortega la economía de la demostración habría transitado tanto por los senderos de la botánica y de la química como los del gusto y del goût. Merced a su doble condición de científico y cortesano, su intervención consumaría aquella traslación que opacó la entidad social del “Té” como un descu-brimiento científico.

Para Gómez Ortega se trataba de “un estimulante” que “[...] despide mas olor, y tiene mas savor que el té estrangero, o Asiático”. En favor de su dictamen concurrían una superficial descripción botánica, algu-nas pruebas químicas y sus concluyentes experiencias del goût realiza-das entre “[...] varias personas acostumbradas al Té verde de la China [...]”.75 En su perspectiva se trataba de aprovechar para la Real Hacienda aquella “[...] costumbre ya arraigada del uso universal de esta bebida [...]” entre ingleses y holandeses que podía servir para aprovechar “[...] un género no necesario, y de puro luxo y regalo [...]”. La postura de Gómez Ortega revela un particular tipo de apropiación cognitiva del “Té”: si en los demás agentes de la Corona había primado la botánica o la química como saberes, en la intervención de aquel despunta el goût. Botánico, cortesano76 y conocedor de los mecanismos que actuaban en aquellas personas capaces de disfrutar con una infinidad de sensaciones desconocidas que las transformaba en “gens délicats”,77 Gómez Ortega buscó influir en los hábitos de consumo de la gente, instaurar el uso

74 “Como planta medicinal no admite tampoco duda de que es mucho mas eficaz que el Té de la China y Japon que excita los espitirus, que alegra el animo y que promueve la transpiración y el sudor [...]”. “Examen del Té de Bogotá” (nota 4), f. 4.

75 “Probada esta infusión por varias personas acostumbradas al Té verde de la China, y señaladamente por algunas personas de delicadísimo gusto, les ha merecido unánime-mente decidida preferencia al Té de Bogotá sobre el oriental; así en la hermosura del color, y diafanidad de la bebida como en lo grato de ella al paladar, y al olfato: siendo innegable que la infusión del Té extranjero con que se ha comparado [...] sale siempre de un color mas o menos encendido, o vinoso [...] y algo amarga, y por lo mismo con-sume mayor porción de azúcar para poderse generalmente usar: lo que no solo hace la bebida mas cara, sino también menos conveniente à los estómagos débiles [...]”. “Exa-men” (nota 4), f. 2v.

76 Francisco Javier Puerto Sarmiento, Ciencia de cámara. Casimiro Gómez Ortega, 1741–1818, el científico cortesano (Madrid 1992); Joaquín F. Quintanilla, Naturalistas para una corte ilustrada (Madrid 1999).

77 Montesquieu, “Essai sur le goût” (nota 30), p. 151.

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alimentario del té en España78 y dar a conocer entre los propios79 y los ajenos las virtudes del nuevo producto ultramarino.80

Por ello, la Alstonia Theaeformis pudo convertirse en “El Bogotá”. La existencia social del “Té” mutó, sin dejar de ser un producto comer-cial, pues el dictamen de Gómez Ortega lo hacía oscilar desde el sta-tus de un sustituto al de un bien de consumo con identidad propia en el cual la Corona podía cifrar expectativas comerciales como ya había sucedido con otros productos coloniales.81 Los entresijos de este singu-lar momento en la historia de la trayectoria social del “Té” permitirían iluminar, por un lado, las múltiples formas que podía tomar esta socia-bilidad nacida en torno de los objetos y, por el otro, el tipo de juicios surgidos alrededor de su entidad material. Ambas magnitudes desnu-

78 “Entre nosotros que tenemos otra bebida digamoslo así Nacional, que es el Cho-colate y hemos de experimentar la contradicción y concurrencia de las Naciones comer-ciantes en el Té de Asia, y en el café de su propia cosecha de las Islas de America; me parece que sería indispensable aun mayor sagacidad en un asunto, cuia fortuna en gran parte ha de pender del gusto, fantasia y capricho de las gentes, que es difícil de fixar, à no ser que se procure governarle por principios indirectos y secretos, que interesen su propio luxo, comodidad y lucimiento para que de ningun modo se entienda que hay designio de formar en el consumo del Té de Bogotá un Ramo de Rentas Reales [...]”. “Examen” (nota 4), f. 5v.

79 Más allá de algunas novedades alimenticias provenientes de las colonias y que enriquecieron las mesas de la nobleza, el consumo de vastas franjas de la población se mantuvo ligado a productos tradicionales. En Madrid el consumo de algunas infusiones como el té o el café sólo tuvo una expansión efectiva durante el siglo XIX. El uso del chocolate, por ejemplo, superaba con amplitud en los ámbitos cortesanos al consumo del café o del té. Para algunos autores el consumo de té durante el siglo XVIII no arraigó entre los miembros de la familia real, quienes parecían tener muy poca estima por esta infusión. María de los Ángeles Pérez Samper/Luis Ramón-Laca Menéndez de Luarca/Francisco Javier Tardío Pato, “Productos vegetales utilizados en Madrid entre los si-glos XIV y XIX”: Asclepio LVII, 2 (2005); Pérez Samper, “La alimentación” (nota 69), p. 563.

80 “Examen” (nota 4), f. 5.81 “Por ultimo respecto de que experimentamos que hasta la eleccion de los nombres

que se imponen à los imples y artefactos del comercio influien en su aprecio imaginario y consiguientemente en su mas, o menos feliz despacho: he pensado que asi por este motivo como por evitar toda odiosa comparación con el Té admitido, que cuenta ya en Europa innumerables apasionados y havituados a su uso convendrá anunciar la planta del Té de Bogotá y su bebida con el unico, sencillo y numeroso nombre de El Bogotá, à ejemplo de otros muchos vegetables; frutos y bebidas que se conocen con la misma denominación que el Pays de su origen, como la Jalapa, el Mechoacan, el Tabaco, la Malagueta, la Bengala, el Persigo, las Chinas, la Babaroise [...]”. “Examen” (nota 4), f. 6.

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darían los contornos del proceso político y cultural relacionado con las diferentes formas de intervención operadas desde la metrópoli durante el siglo XVIII; esto es, a través de las prospecciones botánicas que ins-tituyeron a las expediciones españolas hacia América y Filipinas82 y del diseño de una política económica de talante mercantilista que trató de recuperar y asegurar, por medio de un amplio conjunto de disposicio-nes, los beneficios del comercio colonial trasatlántico de los productos naturales que sólo se hallaban en ultramar.

*

Más allá de la indeterminación en que sumieron a las autoridades metropolitanas los dictámenes contrapuestos del año 1786, el acopio y la remisión del “Té” se mantuvieron en Nueva Granada por medio de sucesivas órdenes reales a lo largo de 1787 y 1788. Las expectativas persistían en ambos lados del Atlántico y, cobijado por los anhelos nacidos de su supuesta calidad alimenticia, el “Té” pudo continuar su existencia como un sustituto del té de la China. Se siguieron pro-yectando empresas comerciales que lo tenían como protagonista, y hasta fue objeto de intercambio entre algunos miembros de la admi-nistración indiana interesados en el estudio y el aprovechamiento de la naturaleza americana.

En síntesis, se trataba de ideas, gestos y prácticas que revelaban tanto “[...] las ideas políticas que naturalmente fluyen del descubri-miento de un fruto tan del gusto de las Naciones Europeas en este siglo [...]”83 como los múltiples intereses que hicieron de la historia natural una sofisticada herramienta para inquirir y administrar unos territorios distantes y dispersos.84 A través del estudio de la naturaleza aquellos

82 La bibliografía específica es casi inabarcable; en líneas generales se ve en la botánica a una poderosa y eficaz herramienta de intervención imperial. Especialmente, véase Lucile Brockway, Science and Colonial Expansions. The Role of the British Royal Botanic Gardens (Nueva York 1979); Londa Schiebinger, Plants and Empire. Colonial Bioprospecting in the Atlantic World (Cambridge 2004); Schiebinger/Swan (eds.), Colo-nial Botany (nota 16).

83 AGI, Indiferente General, 1545: “El Arzobispo Virrey de Santa Fé dirixe dos cajones de muestras del café que se halla en aquel Reyno”, Turbaco, 16 de mayo de 1787, f. 1.

84 Steven Harris, “Long-Distance Corporations, Big Sciences, and the Geography of Knowledge”: Configurations 6 (1998), pp. 269–304.

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espacios podían ser representados e integrados. La acción de los agen-tes de la administración virreinal que, como el virrey Antonio Caballero y Góngora, confeccionaron el inventario de los productos naturales de aquellos territorios85 así lo pondría de manifiesto. Al inventariarlos y acrisolar un discurso con contenidos ecológicos y administrativos con-sumaba una operación que era al mismo tiempo política y cultural. Del mismo modo lo era aquella otra forma de apropiación de la naturaleza americana expresada en el intercambio del “Té” bajo la forma de un “precioso” regalo. El envío que Mutis hiciera al ministro de Indias, el Marqués de Sonora, y al intendente de Caracas de manera respectiva el 3 de junio de 1787 expresaría bajo otra modalidad las expectativas y los comportamientos nacidos en torno a la posesión de esta planta.86

Durante 1788 el “Té” parece no participar de ningún hecho en parti-cular; recién a partir del 21 de julio de 1789 reaparece en el Real Palacio, desde donde se lo remite en un “cajon” al “Laboratorio Químico y a la Junta del Jardin” para someterlo a nuevos estudios químicos.87 La etapa que se inicia con esta remisión y que se caracteriza por nuevos experimen-tos constituye el último momento en la existencia social de “El Bogotá”. Despojado de sus potenciales atributos como sustituto del té de Levante, las intervenciones, los saberes y las experiencias realizadas por otros agen-tes de la burocracia le quitarían incluso su carácter de mercancía.

El 9 de diciembre una real orden instruyó al presidente de la Casa de Contratación en Cádiz que remitiera a la Corte “quatro zurrones de Té de la ciudad de Mariquita”. Si bien éste cumplió con el envío el día 22, antes realizó sus propios experimentos.88 El examen fue llevado adelante por un “Corredor” mercantil según las órdenes de don Manuel González Guiral, “Gefe de Escuadra de la Real Armada y Presidente de la Real Casa de Contratación à Indias”. Los resultados obtenidos

85 “El Arzobispo Virrey de Santa Fé dirixe” (nota 83), f. 2v.86 “Dirijo a manos de V.Exa. la lista de diez caxones numerados [...] y rotulados al

Exmo. Sor. Marques de Sonora. Persuadido a la prolijidad y aséo que pide este precioso genero del Bogotá, hize soldar los caxones grandes y botes de oja de lata rotulandolos al Exmo. Sor Marques de Sonora [...] por separado he puesto en poder del oficial Real de Honda un caxoncito que contiene quatro Botes medianos del mismo genero rotulado a V. E. Por si se digna remitirlos en su nombre al sor. Intendente de Caracas en obsequio de las instrucciones y Semillas de Añil”. AGI, Indiferente General, 1545: Mariquita, 3 de junio de 1787, f. 1.

87 AGI, Indiferente General, 1545: Palacio, 21 de julio de 1789.88 AGI, Indiferente General, 1545: Cádiz, 22 de diciembre de 789.

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indicaban que no se trataba de ningún tipo de té y “[...] que no tiene beneficio alguno [...]”. La experiencia de quien era comerciante y, por lo tanto, “Inteligente en este Genero”, así como el juicio de otros exper-tos89 versados en cuestiones comerciales y dotados de goût, como lo eran el procónsul de Inglaterra, el cónsul de Rusia o el “sobrino [...] del de Suecia”, dictaminaron que se trataba de unas “[...] ojas, de las que en Indias llaman culen, que usan para dolores de Estomago”.

Pese a ello, el “Té” todavía formaba parte de los proyectos mercanti-les de la Corona. En una nota fechada el día 3 de enero de 1790 y añadida a la carta del día 22 de diciembre no sólo se podía constatar este interés, sino también el recurso al secreto con el que la administración recubría a sus proyectos. Fundar un nuevo rubro comercial implicaba aislar de otras potencias a toda aquella información o descubrimiento que, bajo la forma de libros, mapas o descubrimientos botánicos, pudiera servir a los adver-sarios. El “Té” era un elemento clave de aquel emprendimiento y, por tanto, constituía una de las piezas desplegadas por la estrategia reformista de la Corona en sus asuntos coloniales; de allí el tenor de las adverten-cias destinadas al “Presidente”.90 Hacia el 10 de enero los interrogantes seguían en pie; la existencia social del “Té” como una mercancía seguía dependiendo de la articulación de los múltiples recursos de los que dis-ponía la Corona, los cuales durante el siglo XVIII se habían sofisticado con la creación de los jardines botánicos, las expediciones botánicas, etc. Para determinar la viabilidad económica del “Té” y, así, transformar su comercio en beneficios tangibles para la Corona, la política reformista del rey necesitaba precisar y agrupar los datos, realizar nuevos experi-mentos y reunir a sus expertos para confrontar resultados y puntos de vista con el fin de convenir la utilidad o la inutilidad de la mercancía.91 Sólo de este modo, y merced a una lógica administrativa alimentada de contenidos burocráticos y científicos, la política y la botánica ilustradas podían cumplir con la intención reformista que las había instituido.

Los últimos acontecimientos que constituyeron la existencia social del “Té” dejan en evidencia los resultados paupérrimos de aquella polí-tica. Al igual que sucediera con otros productos coloniales el “Té” se fue acumulando en los almacenes de la Casa de Contratación. Según

89 Steven Shapin, A Social History of Truth. Civility and Science in Seventeenth-Century England (Chicago/Londres 1994).

90 AGI, Indiferente General, 1545: Nota, 3 de enero de 1790.91 AGI, Indiferente General, 1545: Nota, 14 de febrero de 1790.

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el tiempo pasaba y crecían las dudas sobre su utilidad dejó de ser un posible sustituto colonial para convertirse en un “perjuicio del erario”.92 El 19 de febrero de 1790 una real orden informaba al virrey de Nueva Granada que se suspendieran las remesas en vista de que los experi-mentos se continuaban en la Corte y ya se contaba con más de “mil y ochocientas arrobas”.93 Hacia mayo del mismo año, “El Bogotá” ya no constituía una mercancía; desestimado, sólo era una voluminosa evi-dencia material de un proyecto comercial fallido.94

*

La pequeña historia del “Té de Bogotá” ha permitido descubrir la multiplicidad de agentes, saberes, instituciones, territorios, prácticas e ideas que participaron en su deriva trasatlántica. Los pormenores de su existencia social evidencian las búsquedas del reformismo borbó-nico y dejan entrever los mecanismos del proceso de toma de decisión que condujeron a aquella planta por los diferentes status que se han registrado en este trabajo.

Si bien el concurso de la botánica y de la química junto con el del andamiaje administrativo de la Corona emergen en una primera aproximación como los rasgos más destacados de este proceso, la pre-sencia de otros saberes, ámbitos y agentes pondría de manifiesto la pluralidad de argumentos, evidencias y experiencias que gravitaron en el devenir de dicha mercancía. Las intervenciones del “Real Gefe de Cozina”, del “Carretero” y del “Presidente de la Real Casa de Contra-tación à Indias” – junto a la de Mutis o Gómez Ortega – al influir en la existencia social del “Té” no sólo contribuyeron a decidir su via-bilidad como un sustituto del té de la China, en un primer momento,

92 “Parece urgentisimo se hagan unos experimentos [...] no suceda como con la Quina de Santa Fe que se continuan sus remesas en gran copia con perjuicio del Erario”. AGI, Indiferente General, 1545: 10 de febrero de 1790.

93 AGI, Indiferente General, 1545: 19 de febrero de 1790.94 “Haviendo resuelto el Rey queden á disposición del Sr. Dn Pedro de Lerena las

porciones de Quina y de Té que en diferentes ocasiones han venido de Santa Fe y exis-ten en los Almacenes de Indias en esa plaza, como efectos comerciables, para propor- cionar la mejor salida que pueda darse á uno y otro renglón, a fin de que sea reintegrada a la Real hacienda de alguna parte de los costos causados en sus acopios en aquel Reyno, y de los considerables fletes que se han pagado ahí”. AGI, Indiferente General, 1553: Aranjuez, 16 de mayo de 1790.

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y como una mercancía, en un segundo, sino también definía otros haces de la cultura científica y administrativa sobre la cual se habría fundado la política reformista de los Borbones españoles.

De hecho, la apelación al gusto y al goût, transformada en una fuente privilegiada de argumentos, pone en evidencia la naturaleza del emprendimiento y la gama de recursos dispuestos en torno al estable-cimiento de aquel consumo suntuario – una circunstancia que hacía viable la inclusión de otras “instituciones” y que, de este modo, vincu-laba unos espacios en apariencia “íntimos” con otros públicos, según las difuminadas fronteras establecidas por la cultura cortesana del Antiguo Régimen: la cocina y un despacho ministerial, por ejemplo. Al mismo tiempo aquella circunstancia evidencia también la concu-rrencia de una gama amplia de saberes, es decir, la creciente gravi-tación del goût como uno de los parámetros usados para discernir las bondades del “Té” frente a los argumentos esgrimidos por la botánica o la química.

De este modo un goût metropolitano podía fundar un despliegue científico, político y administrativo de este tipo alrededor de la bús-queda de un artículo exótico. Debido a sus singulares características materiales y pese a existir sólo en unos territorios distantes, el “Té” podía ser identificado, transportado y disfrutado gracias al sustrato de unas instituciones, unos vínculos y unas solidaridades ubicadas en ambos lados del Atlántico, las mismas que produjeron su travesía y provocaron las transformaciones sufridas en su existencia social.

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