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www.ssoar.info El nacionalismo irlandés: orígenes y desarrollo histórico Ferrer Muñoz, Manuel Veröffentlichungsversion / Published Version Zeitschriftenartikel / journal article Empfohlene Zitierung / Suggested Citation: Ferrer Muñoz, M. (1996). El nacionalismo irlandés: orígenes y desarrollo histórico. Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, 41(163), 129-150. https://doi.org/10.22201/fcpys.2448492xe.1996.163.49653 Nutzungsbedingungen: Dieser Text wird unter einer CC BY-NC-ND Lizenz (Namensnennung-Nicht-kommerziell-Keine Bearbeitung) zur Verfügung gestellt. Nähere Auskünfte zu den CC-Lizenzen finden Sie hier: https://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/4.0/deed.de Terms of use: This document is made available under a CC BY-NC-ND Licence (Attribution-Non Comercial-NoDerivatives). For more Information see: https://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/4.0 Diese Version ist zitierbar unter / This version is citable under: https://nbn-resolving.org/urn:nbn:de:0168-ssoar-60091-1

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El nacionalismo irlandés: orígenes y desarrollohistóricoFerrer Muñoz, Manuel

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Empfohlene Zitierung / Suggested Citation:Ferrer Muñoz, M. (1996). El nacionalismo irlandés: orígenes y desarrollo histórico. Revista Mexicana de CienciasPolíticas y Sociales, 41(163), 129-150. https://doi.org/10.22201/fcpys.2448492xe.1996.163.49653

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El nacionalismo irlandés: orígenes y desarrollo histórico

Manuel Ferrer Muñoz

Resumen

No puede darse razón válida del nacionalismo irlandés sin atender a las circunstancias adversas en que se desenvolvió la vida de los habitantes de la isla desde que ésta se incorporó a la Monarquía inglesa. De modo particular, la discriminación de los católicos por los gober­nantes británicos contribuyó a identificar la causa nacionalista con la defensa de la fidelidad a esas creencias religiosas. No obstante esa identificación, la Iglesia católica siempre ha re­probado los métodos violentos propugnados por los nacionalistas más radicalizados.

El problema de Ulster es inseparable del hecho de que los irlandeses del norte comparten la conciencia de constituir una comunidad diferenciada de sus vecinos del sur. Partidarios de una integración en el Reino Unido, no renuncian, sin embargo, au n legado histórico privativo, generador de unos vínculos de dependencia respecto de la Corona inglesa, que podríamos calificar de "lealtad condicionada”.

Abstract

Irish nationalism is a historical process that has evolved from all sort o f adverse circumstances that have affected the life of the Irish people since its incorporation to the British Crown. Among these difficulties, the discrimination of Catholics by British rulers had the effect of linking and identifying the Nationalist movement with the defence o f their religious beliefs. Despite this “link” the official Catholic Church has always been against the violence exerted by the most radical nationalist groups.

On the other hand the Ulster problem cannot be separated from the fact that the Northern Irish population share a common conscience of being a well-differentiated community from their Southern neighbors. Even if in the first place they consider themselves to be part of the U. K. such sentiment does not mean that they have given up their right to keep attached to their historical past to the extent that they have created and justified some sort of dependence links toward the Crown; dependence that could be called “conditioned loyalty”.

H ablar de cualquier nacionalismo obliga a preguntarse por los orígenes remotos y por las circunstancias inmediatas que ro­

dean la génesis de toda conciencia nacional. Ciertamente los nacio­nalismo —en su acepción actual— se fraguan en el siglo xix, pero se fundamentan en un pasado histórico que se supone peculiar y diferenciado del de otros pueblos vecinos. En efecto, nacionalismo implica en muchos casos una referencia a un contexto hostil que, al

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intentar ahogar las especificidades de un pueblo determinado, exas­pera su discurso nacionalista y alienta la búsqueda histórica de las propias raíces.

Inevitablemente esa incursión en los terrenos de la historia brota de motivaciones interesadas, derivadas de la necesidad subjetiva de recuperar la propia identidad a través de un pasado frecuentemen­te mítico e idealizado.

Algunas veces, el detonante de los sentimientos nacionalistas viene constituido por una situación de opresión política, que sujeta a un pueblo a los designios de otro más poderoso, que le impone su propia manera de entender el mundo; es decir, su cultura —con su correspondiente expresión lingüística—, su religión, su derecho y su actitud ante el pasado.

El caso irlandés es paradigmático de todo lo que se ha dicho has­ta aquí. La confluencia de todas esas circunstancias acabará por des­encadenar movimientos reivindicativos, de inspiración diversa, que participan del común anhelo de una patria libre que, con el tiempo, va a implicar la ruptura de todo vínculo con Gran Bretaña y la ins­tauración de un Estado irlandés soberano e independiente.

La reivindicación nacionalista de los irlandeses madura en un medio de enorme dureza, bajo una dominación británica cada vez más fuerte y centralizada y en unas condiciones extremas de repre­sión social, política y religiosa. Nada tiene, pues, de extraño que los sentimientos de inferioridad y de humillación que originó esa de­pendencia desemboquen en actitudes violentas, las cuales termina­ron por imponerse a la línea más moderada que intentaba canalizar las aspiraciones irlandesas por la vía parlamentaria.

Naturalmente el problema se complica cuando se atiende al pun­to de vista de los irlandeses del norte, partidarios de la unión con Inglaterra, quienes dicen no tener la misma cultura ni la misma his­toria que sus vecinos del sur, rechazan con frecuencia la identidad irlandesa, y tienen conciencia de constituir una comunidad diferen­ciada: diferenciada también de Inglaterra, hacia la cual han mostrado siempre una lealtad condicionada.

Con todo resulta muy cuestionable sostener que el norte consti­tuya una nación aparte; pero también es obvio que el pasado histó­rico de este enclave inglés suscita serios inconvenientes para que pueda ser admitida pacíficamente su integración, sin más distingos,130 *'■■ ......................... — . ■—

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Cuestiones contemporáneasen la nacionalidad irlandesa. Salvando las distancias, el caso guarda ciertas analogías con el planteado por la presencia británica en Gi- braltar desde principios del siglo xvm.

Según John O’Beime, elmodo más acertado de entender la nacionalidad irlandesa con­siste en creer que hay una nación irlandesa (católica), y una comunidad (protestante) con rasgos sociales y económicos propios, que destaca debido al lugar geográfico que ocupa en Irlanda. Esta comunidad está montada a horcajadas tanto so­bre la nación irlandesa, como sobre la británica, lo cual es justamente lo que se pretendía con la política de la plantación que se siguió al principio. Los miembros de esta comunidad son verdaderas víctimas de la geografía y de la historia.1

El remoto pasado de Irlanda nos sitúa ya ante un marco original, perceptible en las culturas del Neolítico, caracterizadas por unos restos arquitectónicos tan típicos como las tumbas de pasillo, los dólmenes o las tumbas en cuña; en los vestigios del llamado “pueblo de las copas” en la Edad de Bronce y, sobre todo, en el estableci­miento de los celtas, que ocupan toda la isla hacia el año 500 a.c. y la introducen en la cultura de la Edad de Hierro. La lengua hablada por los celtas, el gaélico, y su cultura sobreviven hasta la época moderna gracias a la posición marginal que ocupa Irlanda en el espacio geográfico europeo.

La tenencia de la propiedad entre los celtas correspondía a los grupos familiares, no a los individuos; y su legislación —las leyes brehonas— reglamentaba con todo detalle la vida social y era apren­dida de memoria y transmitida verbalmente de generación en ge­neración. Estos dos rasgos de la sociedad celta y el uso del gaélico —lengua doméstica y vehículo de transmisión de las bellísimas sagas— configurarán la personalidad de Irlanda durante siglos, in­cluso después de la sujeción a Gran Bretaña.

Las sagas gaélicas, concebidas como relatos míticos sin preten­siones de rigor histórico, plasman una visión romántica de la Irían-

1 John O ’beim e Ranelagh, Breve historia de Irlanda, México, Fondo de Cultura Económica, 1989, pp. 178-179.

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da antigua, colmada de sugerencias y de estímulos, de héroes y de gestas, que servirá de modelo a los futuros luchadores por la independencia nacional. Puede mencionarse, por ejemplo, la leyen­da de Cuchulain protagonista de una de las sagas de más acentuado carácter épico. Este caudillo resistió ante sus enemigos sin soltar la espada a pesar de haber sido herido de muerte, quien, temeroso de que le abandonaran las fuerzas, se ató a una alta roca cercana a un lago para seguir luchando hasta el último instante. La escena, in­vocada explícitamente por los dirigentes del levantamiento de 1916 contra el gobierno británico, quedó inmortalizada en una estatua conmemorativa de aquellos sucesos.

La tradición celta se complementa a partir del siglo V por los nuevos horizontes mentales abiertos por la evangelización de la isla llevada a cabo por San Patricio que, no obstante su origen británi­co, habría de convertirse en uno de los signos más expresivos de la nación irlandesa. El hondo arraigo del cristianismo en la isla, y el audaz espíritu apostólico de los monjes misioneros que colaboran en esa tarea evangelizadora, convertirán enseguida la Irlanda en centro de difusión de los ideales cristianos: primero, la expansión se realiza hacia Escocia e Inglaterra y, en una segunda fase, se dirige a Francia, Alemania, Europa Central y España.

Las invasiones vikingas de fines del siglo vill acaban con la esta­bilidad política del país, pero no logran conmover su fe religiosa; más aún, antes de que terminara el siglo X la mayoría de los vikingos establecidos en Irlanda habían abrazado el catolicismo. También los vikingos daneses que, a mitad del siglo IX, se habían impuesto a sus antecesores noruegos.

Los vínculos de sangre de estos daneses convertidos al cristianis­mo con sus hermanos de Inglaterra les inclinaron a someterse al arzobispo de Canterbury, a quien el papa Gregorio I había conferido autoridad sobre todas las Islas Británicas, por encima del arzobispa­do de Armagh, al que correspondía el primado de Irlanda. Además, la reorganización de la Iglesia en Irlanda acometida en el siglo XII exigía el apoyo de una autoridad política central fuerte; como ésta no existía en la isla, el papa Adriano iv emitió la bula Laudabiteren 1155, por la que concedía el señorío sobre Irlanda al rey Enrique II de Inglaterra, “para que revele la verdad de la fe cristiana a los pueblos que aún permanecen en la ignorancia y la barbarie”. Esta132

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Cuestiones contemporáneasprerrogativa otorgada por el Papado a la Corona inglesa habría de tener consecuencias importantísimas para la posterior historia ir­landesa.

El rey inglés supo explotar en su propio beneficio las diferencias entre los caudillos irlandeses para hacer efectivo su dominio, y con­tó para ello con la ayuda de los normandos que participaron en las operaciones militares y se asentaron en el territorio; de esta manera, cuando mediaba el siglo xiii tres cuartas partes del país estaban bajo control normando.

La influencia de este pueblo se superpuso a las viejas tradiciones locales, con las que compite, desde entonces, una estructura jurí­dica inspirada en el derecho consuetudinario y un distinto régimen de tenencia de la tierra basado en la propiedad individual. De esta época data también el primer Parlamento irlandés del que se tiene noticia, que acogía a representantes normando-irlandeses de casi todas las partes del país.

Con el tiempo se debilitaron los lazos entre normandos e ingleses, y aquéllos fueron asimilando las costumbres gaélicas, a pesar de las disposiciones legales que pretendían preservar la identidad de la mi­noría normanda y evitar la fusión de razas. La guerra de los Cien Años entre Inglaterra y Francia que comenzó en 1337 contribuyó a ese proceso, al verse obligados los normando-irlandeses a arreglárselas por sí mismos. Así, la conciencia cada vez más arraigada de que todos los irlandeses —gaelos y normandos— compartían una misma identidad hizo comprender a los ingleses la necesidad de someter directamente el país a la obediencia de la Corona. Esta es la tarea emprendida por Enrique vn, el primero de los Tudor.

EL primer paso para imponer la autoridad de Inglaterra se dio por medio de la Ley de Poynings (1495) —que se mantuvo en vigor hasta 1782—, que subordinaba el Parlamento irlandés al rey de Inglaterra.

La ruptura de Enrique vm con la Iglesia de Roma no encontró oposición en el Parlamento ni en el pueblo irlandés. Aquél re­conoció a Enrique como Cabeza Suprema de la Iglesia de Irlanda y como rey de Irlanda. Pero la Ley de Cesión y Devolución promul­gada en 1541 por el Parlamento irlandés, a instancias del rey inglés, alteró radicalmente el régimen de propiedad de las tierras, al de­terminarse que éstas pertenecían al rey, que las devolvería en cali­dad de merced a quienes le jurasen lealtad. De este modo se vulne­

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raba la vieja tradición brehona sobre tenencia colectiva de la propie­dad y se introducía un elemento distorsionador en las costumbres del país.

Con Eduardo vi, sucesor de Enrique viii, se impone el régimen de plantaciones, tendente a reforzar la jurisdicción de la Corona me­diante el asentamiento como colonos de inmigrantes británicos en tierras de irlandeses traidores al rey.2 Consecuencia de este continuo flujo de advenedizos, que copan las posiciones de privilegio e im­ponen los usos ingleses, es el repliegue de la cultura gaélica, que se convierte en casi exclusivo patrimonio de los campesinos.

Esos procedimientos dieron origen a sucesivas sublevaciones de Irlanda a lo largo de los siglos xvi y xvn, todas ellas fracasadas y seguidas de una intensificación de las medidas represivas, que aca­baron por despojar de la tierra a los irlandeses. El endurecimiento de la política religiosa y la discriminación de los católicos añadieron nuevas reivindicaciones a la protesta irlandesa, que no tardaría en incorporar la defensa de los derechos de la Iglesia Católica a su pro­grama de demandas.

Triunfante la revolución de Cromwell en Inglaterra,3 en seguida se abordó el problema de Irlanda: en 1653 se decidía la unificación con Gran Bretaña, que conllevaba la desaparición del Parlamento irlandés. La restauración de la monarquía en 1660 no mejoró en nada la suerte de los irlandeses; aunque restablecido el Parlamento y devueltas algunas tierras, se mantuvieron en vigor las plantaciones de Cromwell. El derrocamiento de Jacobo n por Guillermo de Oran- ge confirmó definitivamente el poder de la clase gobernante de ascendencia anglicana.4 Las Leyes Penales contra los católicos elabo­radas en el Parlamento irlandés, dominado por los “Ascendientes”, se valieron de la religión como de un disfraz para encubrir la ex­

2 En relación con la política de plantaciones, cfr. R. F. Foster, M odem Ireland 1600-1972, London, Penguin Books, 1989, pp. 59-78, donde se explica la confluencia de intereses que alimentó ese proyecto: “central to the plantation idea was the notion of an urban network; landlords w anted towns for reasons o f profit and security, and the gobem m ent w anted them for administrative coherence” (p. 75).

3 Una visión panorámica de Irlanda durante la era Cromwell, en R.F. Foster, M odem Ireland 1600-1972, pp. 101-116.

3 Para un más detallado conocimiento de las repercusiones en Irlanda del derrocamiento de Jacobo II y del papel ejercido por los ascendientes en los años inmediatamente posteriores, vid. R.F. Foster, M odem Ireland 1600-1972, pp. 142-163. Y sobre las connotaciones del tér­mino “Ascendencia”, ibidem , p. 170: “Anglicanism conferred exclusivity, in Ireland as in con-

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propiación económica que a su amparo se llevó a efecto durante medio siglo.

La discriminación del clero católico obligó a muchos candidatos al sacerdocio a abandonar suelo irlandés para adquirir la formación eclesiástica en centros docentes fundados en el exterior por los mismos irlandeses. Fue el caso de algunos colegios que se abrieron en España, como los de Salamanca o Valladolid. Esas personas, una vez ordenadas, regresaban a su país natal para emprender una vida de persecución y de miseria; y esos testimonios de fe removieron profundamente al pueblo.

Las medidas persecutorias no consiguen ahogar la lengua, ni las costumbres ni la fidelidad al catolicismo de los irlandeses que, a lo largo del siglo xviii, siguen desarrollando una literatura cuya base y pretexto son los temas nacionalistas. En otro orden de cosas, la reac­ción contra el despojo de que han sido víctimas lleva a muchos jóvenes campesinos a constituir sociedades secretas que aterrorizan a los terratenientes con asesinatos, robos e incendios.5

El ciclo revolucionario que se inaugura con la Revolución Norte­americana y se continúa con la Francesa ofrece posibilidades nuevas a los patriotas irlandeses. Preocupado el gobierno inglés por la eventualidad de un levantamiento en la isla, realiza algunas conce­siones que, en último término, benefician sólo a los Ascendientes pero no a la masa del pueblo. Ese ánimo conciliatorio inspiró la Ley Católica de Desagravio de 1793, que concedía a los católicos dueños de tierras el derecho al voto y el de ingresar en el campo de las pro­fesiones, aunque seguían cerradas para ellos las puertas del Parla­mento. La promulgación de esa ley no fue ajena a la presión de los irlandeses que, en 1791, habían restaurado un Comité Católico y un año después habían organizado una Convención Católica con la precisa finalidad de solicitar medidas de desagravio.

Por entonces se registran en el norte de la isla algunos choques entre protestantes y católicos, enfrentados a causa de la dura com­

Cuestiones contemporáneas

temparary England; and exclusivity defined the Ascendancy, not ethnic origin. They comprised an elite who monopolized law, politics and ‘society’, and whose'aspirations were focused on the Irish House of Commons”.

5 R.F. Foster, M odem Ireland 1600-1972, pp. 196 y 292. El tema es abordado más por- menorizadamente en William T. Desmond (ed.), Secret societies in Ireland, Dublin, 1973.

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petencia para el acceso a los puestos de trabajo. Después de un vio­lento incidente cerca de la ciudad de Armagh (1795), que se saldó en favor de los grupos armados de protestantes, éstos organizaron la Orden de Orange para “apoyar y defender al Rey y a sus herede­ros, siempre y cuando él o ellos apoyen a la Ascendencia protestante”.

Un nuevo nacionalismo de cuño jacobino, dirigido por Wolfe Tone, fundador de la sociedad de los Irlandeses Unidos, y el cual defendía la igualdad religiosa para todos y la reforma política, em­pieza a desarrollarse al calor del ambiente revolucionario difundido desde Francia.6 La revuelta de 1798, desencadenada por esos grupos exaltados, fue aplastada como las anteriores.

Los protestantes del Ulster contemplarán con creciente apren­sión el proyecto de unión anglo-irlandesa que intenta impulsar el Premier británico William Pitt, el Joven, como medio para acabar con las discriminaciones económicas que habían conducido a la sublevación de Tone. Temían los protestantes que la concesión de derechos políticos a los católicos perjudicara su status hegemónico. Y, sin embargo, a pesar de esta oposición, el Acta de Unión, que cuenta con el respaldo de la Iglesia Católica, logra triunfar sobre las reticencias de la Cámara de los Lores y entra en vigor en 1801; desaparecía así el Parlamento irlandés, se unificaban las dos iglesias oficiales de ambos países y nacía el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda.

Las reivindicaciones de los patriotas irlandeses se concentrarán, a partir de entonces, en el requerimiento de un gobierno local autó­nomo y en la restauración del Parlamento irlandés. Y, significa­tivamente, dejará de formularse la vieja demanda revolucionaria de

6 La nueva organización promovida por Tone —los Irlandeses Unidos— reclutó sus primeros adeptos entre miembros del Comité Católico, y pronto derivó hacia actividades más radicales, cada vez más distantes de su inicial reformismo, que aceptaba las vías parlamen­tarias. Sin embargo, esa evolución n o debe ser entendida en el sentido de la asunción de reivindicaciones de tipo “nacionalista”. Foster, en su obra tan reiteradamente citada, ha preve­nido sobre la inconsistencia que supone atribuir un credo de esa naturaleza a los Irlandeses Unidos: ‘Nationalism’ as such had not been part of the original United Irish package. They were internationalist liberals, anti-government rather than anti-English. Even w hen anti-Englishness took over, they had little time for ‘ethnic’ considerations, recent fashions for traditional music and poetry, and archaeological divinations of the ‘Celtic’ past, seem ed to middle-class radicals at best silly and at worst savage. The United Irishmen were modernizers: they appeaed, as they themselves put it, to posterity, not ancestors (c/r. R.F. Foster, M odem Ireland 1600-1972, pp. 269-270.

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Cuestiones contemporáneasindependencia absoluta. Al mismo tiempo, al negarse la emancipa­ción que Pitt proponía conceder a los católicos, éstos se sentirán defraudados y alimentarán con esta solicitud las exigencias del na­cionalismo irlandés.7

Es éste el momento en que entra en escena Daniel O’Connell, fundador de la Asociación Católica de Irlanda y primer católico ir­landés que ingresa en el Parlamento de Londres, que se convierte en líder del movimiento por la emancipación y hace de esta causa la fuerza motriz de su programa nacionalista,8 las campañas de O’Connell acabaron por persuadir a los irlandeses de que la eman­cipación de los católicos entrañaba su propia emancipación.9

Fruto de los trabajos de la Asociación Católica será la Ley Católica de Desagravio (1829), que permitía a los católicos acceder al Par­lamento y desempeñar cargos públicos. Pero persiste la angustiosa situación en el campo, agravada por la caída de los precios agríco­las y la depreciación del valor de la tierra, que desencadena una oleada de desórdenes promovidos en su mayoría por sociedades secretas de campesinos.

O’Connell explota ese estado de cosas para atribuir a la unión la responsabilidad de las desgracias que aquejaban a Irlanda, y exigir desde el Parlamento la revocación del Acta de Unión. Aunque no logra en Westminster los apoyos necesarios para la derogación, ob­tiene logros parciales merced a alianzas coyunturales con los whigs y los radicales. Estos procedimientos parlamentarios marcaron la

7 En cambio, la Ascendencia fue derivando hacia una posición cada vez más favorable al Acta, que era identificada con la garantía de protección por la Corona (cfr: R.F. Foster, M odem Ireland 1600-1972, pp. 290-291).

8 Un trabajo minucioso y perspicaz sobre la labor política de este líder irlandés es Fergus O’Ferrall, Catholic Em ancipation: D aniel O 'Connell and the Birth o f Irish Democracy, Dublin, 1985.

9 “By the 1840s Catholicism had been securely identified as the national experience. Young Ireland might preach secular European romanticism, but in Ireland nationalism was almost entirely Catholic; and Unionism was principally, if less exclusively, Protestant” (cfr. R.F. Foster, M odem Ireland 1600-1972, p. 317). No obstante esta aparente rotunda separación entre los planteamientos “católicos” del nacionalismo irlandés mayoritario y el liberalismo profesado por algunos de los más inquietos dirigentes políticos, la divisoria no era tan tajante y los con­tactos entre obispos y activistas políticos no eran infrecuentes. Precisamente, éste fue uno de los motivos que temporalmente inhibieron a Newman del trato con católicos romanos: “le horroriza la alianza entre Wiseman y el político irlandés O’Connell, es decir, el compromiso, que estima lamentable, entre la Iglesia Católica y el liberalismo político” (José Morales Marín, New m an 1801-1890, Madrid, Rialp, 1990, p. 106).

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pauta que más tarde, en las últimas décadas del siglo xrx y primeras del xx, seguirían Parnell y Redmond.

Quedaba así definida una de las corrientes que, en lo sucesivo, caracterizarían al nacionalismo irlandés: la vía constitucional, sus­tentada en un amplio respaldo popular. Junto a ella —y muchas veces en decidida contraposición a ella— susbsistiría la vía revo­lucionaria de los Irlandeses Unidos y de Tone, partidaria de los métodos violentos, que alimentaría primero la acción de los Jóve­nes Irlandeses10 —muy influidos por las doctrinas mazzinianas y promotores de la revuelta de 1848— y, más adelante —ya en el siglo XX— , de los fenianos.11

Otra característica de esta versión radical y revolucionaria del nacionalismo sería su propuesta política de una república irlandesa independiente de Gran Bretaña, de carácter no confesional, en claro contraste con la otra opción, que identificaba la causa nacionalista con la defensa de las creencias católicas y admitía —al menos en una primera etapa— la lealtad al rey inglés.

En los medios culturales irlandeses de mediados del siglo xix marca un hito la decisión de Peel de crear los colleges universitarios interconfesionales de Cork y de Galway:

el pragmático gobierno de Londres pretendía facilitar a los jó­venes católicos irlandeses la posibilidad de acceder a la Uni­versidad. Era un legítimo objetivo que les estaba vetado, sin violentar su conciencia y arriesgar su fe, mientras el único cen­tro universitario del país fuera el protestante y confesional Trinity College de Dublin.12

10 Sobre la movilización política promovida por los Jóvenes Irlandeses, vid R. Davis, The Young Ireland M ovement, Dublin, 1987, y R.F. Foster, M odem Ireland 1600-1972, pp. 310- 317.

" Compartimos íntegramente los puntos de vista de Foster, que matizan la tradicional tesis de que las dos alternativas que se ofrecían a los patriotas irlandeses —parlamentaria o revo­lucionaria— caracterizaban distintamente a unos u otros grupos políticos: “The traditional view of the period separates out two strands of politial activity, ‘constitutional’ and ‘revo­lutionary’, and sees political initiative oscillating between Young Irelanders and Tenant Leaguers, Fenians and Home Rulers. But it may be more enlightening to infer an overall, continuous effort to reorganize political expression in a way that would reflect the new realities of post-Famine Ireland —north and south” (R.F. Foster, M odem Ireland 1600-1972, p. 373).

12 José Morales Marin, Newman, p. 209.

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Cuestiones contemporáneasPero esa iniciativa suscitó recelos entre muchos católicos —tam­

bién entre los miembros de la Jerarquía—, que temían las conse­cuencias que, en el terreno religioso, pudieran derivarse de una edu­cación que no garantizaba la preservación de la fe católica. Esas desconfianzas están en la base de la erección de una Universidad Católica, recomendada por la Santa Sede en 1848 frente a los godless colleges gubernamentales de Cork y Galway.

La hambruna que se cierne sobre Irlanda entre 1845 y 1849, a causa de una plaga que destruyó las cosechas de patatas, elevó al primer rango el problema de la tierra: arruinados muchos cultivado­res, se vieron incapacitados para pagar los impuestos y los arriendos, por lo que fueron desposeídos de sus tierras y de sus hogares. Los problemas causados por el hambre convencieron al Primer totjRo- bert Peel de la necesidad de abandonar la política proteccionista y de abolir las leyes sobre el maíz, aun a costa de romper la unidad del partido.13

El relevo de Peel por el wihg John Russell, un convencido doc­trinario del laissez-faire, complicó las cosas de Irlanda, al abando­narse las eficaces medidas intervencionistas adoptadas por Peel. A pesar de la insensibilidad del gobierno de Londres, que nunca llegó a captar la verdadera magnitud de la hambruna, no llegó a produ­cirse ningún movimiento organizado de protesta: los campesinos arruinados abandonaron sus tierras y emigraron masivamente a otros países —Estados Unidos, Australia, Canadá, Gran Bretaña—, con la inevitable consecuencia de un enorme descenso en el número de hablantes de la lengua gaélica. No en vano esta emigración es conceptuada por algunos autores como uno de los hechos más im­portantes de la historia social de Irlanda en el siglo xix.14

Los que emigraron llevaron consigo un odio acrecentado hacia Inglaterra y conformaron en sus países de destino grupos de opinión política caracterizados por una implacable hostilidad a los intereses

13 Las implicaciones políticas y sociales del hambre irlandesa de mediados de siglo son objeto de estudio detallado en K.T. Hoppen, Eleclions, Polines and Society in Ireland 1832- 1885, Oxford, 1984, y en Charles Townshend, Political Violence in Ireland: Government and Resistance since 1848, Oxford, 1983.

1,1 R.F. Foster, M odem Ireland 1600-1972, p. 345. Es amplísima la bibliografía que se ocupa de la emigración irlandesa, por lo que nos limitamos a reseñar tan sólo un artículo particu­larmente clarificador: David Fitzpatrick, “Irish Emigration 1801-1921”, en Studies in Irish Econom ic a n d Social History, núm 1, Dundalk, 1984.

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británicos. Esto explica los posteriores apoyos que lograrían en Es­tados Unidos los líderes nacionalistas irlandeses que, como Eamon De Valera, viajaron a aquellas antiguas posesiones de Gran Bretaña para recabar ayuda material con qué sostener la lucha por la inde­pendencia.15

Uno de esos emigrados, James Stephens, fue el fundador en 1858 de la Hermandad Revolucionaria Irlandesa (Irish Republican Bro- therhood-ir b ) , heredera de la tradición de sociedades secretas de campesinos al servicio de la causa nacional. Casualmente, el mismo día en que se constituía la ir b nacía en Nueva York la Hermandad Feniana, que trabajaría en estrecho contacto con la primera, hasta el punto de que en seguida el nombre de fenianos se utilizó para de­signar indistintamente a los miembros de una u otra sociedad. No tardaría en registrarse la primera revuelta de los fenianos, en 1867, que resultó un completo fracaso.

Como en el caso de las demás reivindicaciones nacionalistas de carácter violento, promovidas por sociedades secretas, también los fenianos tropezaron con la condena que la Jerarquía católica lanzó sobre sus actividades: en 1870, la Santa Sede proscribió la sociedad y excomulgó a sus miembros.

El ascenso al cargo de primer ministro de Gladstone, en 1868, marca una nueva etapa en el enfoque de la cuestión irlandesa por parte de los gobiernos ingleses. Desde entonces la concesión de un estatuto de autonomía a Irlanda figurará en lugar preferente en los programas de los ministros liberales que, a diferencia de sus cole­gas conservadores, entenderán que el problema de Irlanda exigía una solución política y que no bastaba la remoción de los palpables abusos que pesaban sobre una sociedad sometida a injustas y cla­morosas discriminaciones.

Ese acento en la autonomía no excluía una preocupación efectiva por reformar el régimen de tenencia de la tierra, como vinieron a de­mostrar sucesivas disposiciones tendentes a facilitar el acceso a la propiedad a los arrendatarios. En parte, esa legislación obedecía a

15 Gladstone fue perfectamente consciente del peligro que, para los intereses del Imperio, representaba la acción de estos irlandeses emigrados: “In my opinion this Empire has but one danger: it is the danger by the combination of the three names, Ireland, United States and Canada” (cií. en E.D. Steele, “Gladstone and Ireland”, en Irish H istorical Studies, vol. XVII, núm. 65, marzo, 1970, p. 67).

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Cuestiones contemporáneasla presión ejercida desde 1850 por la Liga por los Derechos de los Arrendatarios, que centró sus objetivos en las “tres efes”: fa ir rent (renta justa), fix ity o f tanure (garantías de permanencia en las ha­ciendas) y free sale (derecho a traspasar libremente la tierra a otros arrendatarios). No obstante, cuando la ley para la reforma agraria logró esas concesiones, la presión de los irlandeses no hizo sino incrementarse tanto en el campo como en el Parlamento.

En el orden de las demandas estrictamente políticas sobresale la labor desarrollada en favor del gobierno autónomo por Charles Pamell, diputado en la Cámara de los Comunes a partir de 1875. La contundencia de sus intervenciones en Westminster atrajo sobre él la atención de la irb y del Clan-na-Gael, sucesor de la Hermandad Feniana, que consideraron la viabilidad de una cooperación entre los separatistas partidarios de la violencia y los patriotas que, como Parnell, anteponían el recurso a las soluciones parlamentarias.

Para Pamell, la vinculación entre tierra y nacionalidad era inse­parable, por lo que las exigencias del reconocimiento de la nación irlandesa entrañaban la devolución del suelo de la isla al pueblo abo­rigen. De ese modo enlazaban las aspiraciones autonómicas con la campaña de la recién creada Liga por la Tierra en favor de los arren­datarios.

Un acuerdo informal entre Parnell y Gladstone, después del en­cierro de aquél en la prisión de Kilmainham, puso fin al caos desen­cadenado en el campo por la negativa generalizada al pago de las rentas. El éxito obtenido entonces y la reforma electoral de 1884 proporcionaron la plataforma en que cimentó su fortaleza durante los años siguientes el Partido Parlamentario Irlandés, que tenía en Parnell a su dirigente indiscutible.

La victoria liberal en las elecciones de 1885 animó a Gladstone a plantear en el Parlamento su primer proyecto de Ley de Autonomía Irlandesa, pero tropezó con el rechazo de quienes —aun entre los mismos liberales— apreciaban que la autonomía no significaba más que un paso hacia la plena independencia de la isla. Un grupo de setenta y ocho diputados liberales —los unionistas de Chamberlain— se escindió del partido y, más tarde, pasó a engrosar las filas de los conservadores.16 Cuando, en 1893, Gladstone obtuvo el necesario

16 Acerca de la línea autonomista seguida por Gladstone durante los últimos años de su

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respaldo a su proyecto en la Cámara de los Comunes, se encontró con la oposición de los lores.

Un año después, Gladstone optaba por el abandono de la vida po­lítica, no sin advertir acerca de las previsibles graves consecuencias de la negativa de la autonomía para Irlanda. Hasta 1905 no volverían al poder los liberales, por lo que se abría un paréntesis de diez años durante los cuales la causa de la autonomía pareció desahuciada, imponiéndose el punto de vista conservador, que anteponía la refor­ma agraria y que se plasmó en varias leyes reguladoras de la propie­dad agrícola en Irlanda. Como ha escrito un historiador irlandés,

los políticos de Westminster se vanagloriaban de sus leyes de reforma, pues, según ellos, habían resuelto el problema irlan­dés. Al igual que Carlos Marx, cometieron el error de creer que los problemas económicos eran más importantes que los pro­blemas políticos.17

La muerte de Pamell en 1891 y, previamente, el imprevisto y re­pentino fin de su carrera política, a causa de un sonado escándalo matrimonial, cortó las alas del Partido Parlamentario Irlandés, que ya no remontaría el vuelo sino efímeramente. La ir b recuperaría el protagonismo perdido y, para ello, supo explotar con habilidad el renacimiento literario y cultural de los últimos años del siglo, avi­vado desde instituciones de nueva creación, como la Liga Gaélica (1893), empeñada en la recuperación de la lengua irlandesa, o la Asociación Atlética Gaélica (1884).18 La Hermandad logró someter bajo su influencia a esta última asociación que, en muy poco tiempo, se convirtió en un foco de propaganda del nacionalismo preconiza­do por los fenianos, al tiempo que proporcionaba una discreta co­bertura para los militantes de la i r b .

Entretanto, los unionistas protestantes, alentados por los políti­cos conservadores, intensificaban sus luchas por el mantenimientovida política, vid. J. Loughlin, Gladstone, Home Rule a n d the Ulster Q uestion 1882-1893, Dublin, 1986; y más genéricamente, sobre la postura política d e los liberales en relación con el problema irlandés, hasta la Gran Guerra: P. Jallad, The Liberals a n d Ireland: The Ulster Q uestion in British Politics to 1914, Brighton, 1980.

17 John O ’Beime Ranelagh, Breve historia de Irlanda, p. 169.18 Cfr. W.F. Mandle, The G aelic A thletic Association a n d Irish N ationalist Politics 1884-

1924, London, Dublin, 1987.

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Cuestiones contemporáneasdel Acta de Unión Aglutinados por la Orden de Orange, el fanatismo religioso por ésta preconizado entró a formar parte de los programas políticos unionistas, que focalizaron su atención en el peligro que, para los intereses protestantes, representaba una Irlanda indepen­diente de Inglaterra y controlada por los católicos.

La recuperación de las riendas del gobierno por el Partido Liberal, en 1905, resucitaría la cuestión autonomista irlandesa.19 Precisado el premier Asquith del voto de los diputados irlandeses para compen­sar el control ejercido por los conservadores sobre la Cámara de los Lores, pactó con aquéllos la presentación de un nuevo proyecto de Ley de Autonomía en 1912; aprobado tres veces por los Comunes y otras tantas vetado por los lores, el proyecto se convirtió auto­máticamente en ley en 1914, gracias al Parliament Act de 1911, en virtud del cual se reducía a dos años el poder de veto de la Cámara de los Lores. Una enmienda a la ley, aprobada el mismo año, daba la oportunidad a los seis condados del norte, la mayoría unionista y protestante, de permanecer temporalmente en dependencia di­recta del gobierno de Londres.

Para entonces, el mapa político del nacionalismo irlandés se ha­bía diversificado: el Partido Parlamentario Irlandés había perdido su indiscutida posición hegemónica, arrebatada desde 1916 por el Sinn Fein Party (creado en 1905), en el que cohabitaban actitudes par­lamentarias y revolucionarias, representadas respectivamente por Arthur Griffith y Bulmer Hobson, los dos pertenecientes al grupo de nacionalistas que impulsó la constitución del partido.

La incapacidad demostrada por el Partido Irlandés en las ne­gociaciones emprendidas con el gobierno inglés y los dirigentes unionistas, con objeto de llegar a un acuerdo sobre la división de Irlanda que se había previsto en la ya mencionada enmienda a la Ley de Autonomía, llevó a muchos irlandeses al convencimiento de que sus intereses sólo podrían ser eficazmente defendidos por una formación política más intransigente, capaz de resistir las presiones y maniobras de Lloyd George, representante del gobierno de Su

19 El siglo XX contemplará importantísimos acontecimientos que culminarán en la procla­mación de independencia que, como es de sobra sabido, no cerrará el capítulo de las aspi­raciones insatisfechas del nacionalismo irlandés. Bástenos, por ahora, mencionar dos obras de conjunto: John A. Murphy, Ireland in the Twentieth Century, Dublin, 1976, y Ronan Fanning, Independent Ireland, Dublin, 1986.

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Majestad en las conversaciones sobre el status del Ulster. Además, la radicalización del sentimiento nacionalista que siguió a la repre­sión del estallido revolucionario de Pascua de 191620 acabó de con­figurar las condiciones para el relevo del Partido Irlandés como fuerza política hegemónica por el Sinn Fein, cuya presidencia se encomendó a Eamon De Valera en 1917.21

Las posturas extremistas se impusieron también en el campo pro­testante, y dieron vida a la Fuerza de Voluntarios del Ulster ( u v f ) , una formación paramilitar decidida a resistir mediante la fuerza a la eventual integración del norte en la autonomía irlandesa. Como ré­plica a la u v f se constituyó en el sur, en 1 9 1 3 , un cuerpo de análogas características: los Voluntarios Irlandeses de MacNeill. A pesar del enfoque constitucionalista y anturevolucionario de su fundador, los miembros de la Hermandad Revolucionaria Irlandesa ( ir b ) enrola­dos en las compañías de voluntarios lograron controlar durante un tiempo sus actividades e imponer sus preferencias por métodos más expeditivos.

El ERI (Ejército de la República de Irlanda), nacido en Estados Uni­dos en la séptima década del siglo xix, se reconstituyó con motivo de la revuelta de Pascua de 1916. James Connolly, uno de los di­rigentes que protagonizó el asalto de la Oficina General de Correos de Dublín, manifestó entonces a sus hombres que ya no eran miem­

20 Cfr. Doireann Macdermott, “La independencia de Irlanda. El levantamiento de Pascua de 1916”, en H istoria y Vida, marzo 1969, pp. 22-33. En relación con la critica coyuntura de la Gran Guerra, en la que se inserta la sublevación del Lunes de Pascua, cfr. David Fitzpatrick Ced.), Ireland a n d the First W orld War, Dublin, 1986; y sobre las divisiones entre los nacio­nalistas irlandeses durante el mismo periodo, cfr. T.D. Williams (ed.), Thelrish Struggle 1916- 1926, London, 1966.

21 A raíz del levantamiento de 1916, se inicia un periodo jalonado de sangrientos sucesos y dura represión, marcado por la acrecentada hostilidad hacia la dominación inglesa, la lucha civil entre moderados y radicales irlandeses que se desencadenó tras la concesión del estatuto d e dominio, y el rechazo de todo resto de influencia inglesa. Un trabajo reciente, presentado en el X I Congreso de Estudios Vascos, que analiza los años transcurridos entre 1916 y 1936, se ha ocupado de los paralelismos entre los casos irlandés y vasco: aunque el proceso histórico de formación de la independencia irlandesa no puede ser homologado sin más a las cir­cunstancias del pueblo vasco, sí son apreciables interesantes concomitancias: “aspectos como la religión, la degradación de la lengua y la cultura, o la pertenencia a un mismo grupo de pueblos europeos necesitados de negociar su status bajo semejantes imperios históricos”; José María Lorenzo Espinoza, "Influencia del nacionalismo irlandés en el nacionalismo vasco 1916- 1936”, en X I Congreso de Estudios Vascos. Nuevas form ulaciones culturales: Euskal H erríay Europa, San Sebastián, Sociedad de Estudios Vascos, 1991, pp. 239-247. La comunicación contiene, además, abundantes datos sobre las relaciones y contactos entre patriotas irlandeses y nacionalistas vascos.

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Cuestiones contemporáneasbros del Ejército Ciudadano Irlandés, que él mismo había organiza­do en colaboración con Tom Clarke, ni de los Voluntarios Irlandeses, sino del Ejército de la República de Irlanda.

Los resultados de las elecciones de 1918 confirmaron la primacía del Sinn Fein, que enseguida planteó el tema de la independencia de Irlanda y estableció una Asamblea Constituyente, llamada Dail Eireann (Parlamento de Irlanda), que formuló una Declaración de Independencia, reafirmó la República de 1916 y estableció su propio gobierno. Pronto se hizo ostensible la tradicional dualidad en el seno de los nacionalistas, y las posturas legalistas del dail tropezaron con el radicalismo de los fenianos y de los dirigentes del e r i , entre los que Michael Collins se convirtió en el principal estratega. El Ejército Republicano, aunque teórico brazo militar del gobierno y del dail, nunca llegó a aceptar completamente su autoridad.

En 1919 empieza una guerra no declarada entre el e r i y el Real Cuerpo de Alguaciles de Irlanda ( r ic ) , reforzado desde 1920 por ex­soldados y oficiales de las fuerzas británicas y por la recién cons­tituida División Auxiliar del R íe . En plena guerra civil entró en vigor una nueva Acta de Gobierno de Irlanda que sustituía a la de 1914 y estipulaba la división de Irlanda, con dos gobiernos autónomos, con sedes en Belfast y en Dublín. Tanto el dail como el e r i negaron su reconocimiento al Acta de partición y reafirmaron su aspiración de convertir a Irlanda en una república completamente indepen­diente de Gran Bretaña.

Desde el 21 de enero de 1919, fecha en que comenzaroa las hostilidades, hasta julio de 1921, cuando se firmó una tregua, habían muerto más de mil quinientas personas de ambos bandos. La ne­cesidad de poner definitivo fin al derramamiento de sangre persua­dió a la delegación irlandesa, que se reunió con Lloyd George, de que era preciso ceder en las pretensiones maximalistas. El acuerdo alcanzado en diciembre señalaba el nacimiento del Estado libre de Irlanda; pero el juramento de fidelidad a la Corona británica y la división de la isla, sancionados en aquel Tratado, suscitaron debates muy polémicos en las organizaciones nacionalistas y en el dail. Cuando éste votó en favor del Tratado, en enero de 1922, De Valera presentó su renuncia como presidente de la república y del dail.

Para De Valera, la aceptación de la oferta del gobierno inglés había sido un error, pues la ratificación del Tratado implicaba negar

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la república. Pero para otros nacionalistas más radicales, la valora­ción era aún más negativa: la república por la que venían luchando durante años había sido traicionada, por lo que el acuerdo debía ser revocado y reinstaurada la república revolucionaria de 1916.

El fantasma de la reactivación de la guerra civil aconsejó al go­bierno provisional, que se había constituido en enero de 1922 de acuerdo con lo previsto en el Tratado, el reclutamiento de un Ejército Nacional para reemplazar a un ERI cada vez menos fiable, que llegó a retirar su apoyo al dail. Aquellos temores no eran infundados y, efectivamente, en junio del mismo año 1922 recomenzaba la con­tienda civil, que costó muchas vidas al e r i en sus enfrentamientos con el Ejército Nacional, representante de una legitimidad que con­taba con el refrendo de la opinión mayoritaria del pueblo irlandés.

En plena conmoción bélica tuvo lugar el formal nacimiento del Estado Libre de Irlanda, al cumplirse el aniversario del Tratado, el 6 de diciembre de 1922; un día después, Irlanda del Norte optaba por su segregación del Estado Libre y el mantenimiento de su unión con Gran Bretaña. La falta de apoyo popular a las acciones del ERI facilitó la victoria del gobierno legítimo del Estado Libre que, a fines de 1923, había restablecido la normalidad.

Terminada la guerra, De Valera corta definitivamente sus antiguos vínculos con el Sinn Fein y con el ERI y en 1926 funda un nuevo par­tido, el Fianna Fail, que desde unos planteamientos nacionalistas radicales —progresivamente atenuados— disputa el poder al más moderado Cumann na nGaedhealpromovido por William Cosgrave tres años antes, quien logra controlar el gobierno hasta 1932; un año antes obtuvo un éxito importante, al aprobarse el Estatuto de West- minster, el cual reconocía la igualdad de los dominios y el Reino Unido y el derecho de los parlamentos de los dominios a rechazar o cambiar las leyes británicas que les afectaran.

Desde 1932 se asienta en el poder el Fianna Fail, en el cual se habían agrupado todos los derrotados en la guerra civil, por lo que era previsible una revisión de las bases de la Constitución del Estado Libre. En efecto, una de las primeras medidas del nuevo Ejecutivo fue el anuncio de su intención de eliminar en la Constitución el ju­ramento de lealtad a la Corona británica, y de suspender los pagos vitalicios por la tierra que los arrendatarios irlandeses pagaban a la Tesorería del Reino Unido por los préstamos que ésta les había con­146

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cedido. Siguió una guerra económica con Gran Bretaña, que se pro­longó hasta 1938 y produjo resultados desastrosos para la economía de Irlanda.

El sistema de partidos políticos acogió desde 1933 una nueva formación, el Fine Gael, en la que confluían antiguos miembros del Ejército Nacional, muy influidos por la ideología fascista, el Cumann na nGaedheal y el pequeño Partido Nacional Centrista, que repre­sentaba los intereses de granjeros y contribuyentes de los muni­cipios.

Obra del Fianna Gail fue la Constitución de 1937, que abolía la figura del gobernador general como representante de la Corona en la isla, rebautizaba el Estado Libre de Irlanda con el nombre de Eire y concedía a la Iglesia Católica una situación de privilegio, fundada en el hecho de que era la profesada por la mayoría del pueblo y de que tanto la Iglesia como el nacionalismo irlandés habían compar­tido históricamente las mismas persecuciones. Según se recogía en el texto constitucional, el territorio nacional incluía la totalidad de la isla, aunque las leyes emanadas por el legislativo de Eire sola­mente podrían aplicarse en el sur. Sólo al cabo de once años, un go­bierno de coalición integrado por El Fine Gael, el Partido Laborista y un pequeño partido de carácter ardientemente republicano, con­virtió el Eire en República.22

La desaprobación por parte de la Iglesia de las actividades del e r i , que se remontaba a 1922, influyó en el rechazo popular, compartido por el Fianna Gail y el gobierno, de sus métodos terroristas; así pudo comprobarse en 1939 a raíz de unos atentados cometidos por el e r i en varias ciudades de Gran Bretaña.

Los seis condados del norte, separados del Estado Libre desde el Acta de Gobierno de 1920, desarrollan entretanto su vida propia, con un pleno control del poder por los unionistas, lo que implica un rechazo de las ofertas nacionalistas y, consiguientemente, el refor­zamiento de la Orden de Orange y la discriminación de los católi­cos.23 Una anécdota expresiva de ese sectarismo es la protagonizada

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a La Ley de Irlanda reconocía en efecto que, en 1949, Eire dejaba de pertenecer a los dominios de Su Majestad y se configuraba como República.

23 En la imposibilidad de orientar debidamente sobre la numerosa bibliografía que se ocupa del problema del Ulster remitimos a la que se recoge en J. Whyte, “Interpretations of

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por Basil Brooke, primer ministro de Irlanda del Norte entre 1943 y 1963. Cuando en 1933 fue nombrado ministro de Agricultura, despi­dió a más de un centenar de trabajadores católicos de su hacienda, para dar ejemplo a otros propietarios de tierras. A él se atribuye la siguiente frase: “Los católicos estaban listos para destruir el Ulster, con todo su poder y su fuerza. Querían anular el voto protestante, sacarle al Ulster todo lo que pudieran, y luego ver cómo se hun­día”.24

Las funciones desempeñadas por el Real Cuerpo de Alguaciles de Irlanda ( r ic ) se confiaron en 1922 al Real Cuerpo de Alguaciles del Ulster ( r u c ) , reforzado por los gmpos de Especiales, militantemente anticatólicos. Sólo en 1970 desaparecieron los Especiales, sustitui­dos por el Regimiento de Voluntarios para la Defensa del Ulster, de­pendiente del Ejército.

Este reforzamiento de la represión policial se vio compensado, en parte, por algunas medidas tendentes a la supresión de privilegios y a la atención de los grupos sociales marginados. Puede mencionar­se a este respecto la Ley de Educación de 1947, que promovió la concesión de becas en la enseñanza universitaria, prolongó hasta quince años la escolaridad obligatoria, proporcionó una enseñanza secundaria gratuita. Esa ley permitió el acceso a la educación supe­rior de los estudiantes con escasos recursos económicos, católicos en su inmensa mayoría. No deja de ser interesante constatar que fue precisamente esta generación de estudiantes, beneficiada por la so­cialización del sistema educativo, la que dio vida a los movimientos de protesta de los años sesenta, y promovió la campaña de defen­sa de los derechos civiles que desencadenó los gravísimos inciden­tes de los últimos años de la década.

El deterioro del orden público obligó a intervenir al Ejército bri­tánico, acogido con aprobación por los católicos en un primer mo­mento. Sin embargo, sus desdichadas incursiones en los ghettos ca­tólicos de Belfast en 1970 le atrajeron el odio que hasta entonces monopolizaba el r u c . Fue ésta la oportunidad que esperaba el e r i , que pasó a representar para muchos católicos la única garantía de

the Northern Ireland Problem”, en C. Townshend (ed.), Consensus in Ireland: Approaches a n d Recessions, Oxford, 1988.

“ John O ’Beime Ranelagh, B revehistoriadeIrianda, pp. 274-275.

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una protección efectiva. A finales de 1969 se constituye el e r i pro­visional, una rama desgajada del e r i oficial, que se convirtió rá­pidamente en una activa fuerza guerrillero-terrorista, insumisa a los mandos del Ejército Republicano, partidarios de una violencia dis­criminada, aplicable sólo a la consecución de objetivos concretos.

La política del encarcelamiento, adoptada por las autoridades de Belfast desde el verano de 1971, no logró sino enconar la oposición de los católicos a los unionistas y acrecentar el número de muertes violentas. La respuesta del gobierno británico, presidido por el con­servador Edward Heath, fue suspender las sesiones del Parlamento de Stormont y someter a la dependencia directa de Westminster los asuntos del norte de Irlanda (marzo de 1972).

La creciente hostilidad entre católicos y protestantes se refleja también en el mapa de partidos políticos, que se complica por la en­trada en escena del populista Partido Unionista Democrático, fun­dado por el reverendo Ian Paisley en 1971 para defender la supre­macía protestante en el territorio. También entre los católicos se percibe el triunfo de las tendencias extremistas, que abandera desde 1970 el Partido Social-Demócrata y Laborista. Ese mismo año nacía el Partido de la Alianza, integrado por unionistas moderados que, en un intento por situarse en el centro político, pugna por atraer el voto de unionistas y nacionalistas.

Posteriores intentos encaminados a compartir el poder entre una facción de los unionistas, liderada por Faullkner, y el Partido de la Alianza, y a buscar un entendimiento con el gobierno de Eire, se vieron condenados al fracaso, derrotados por la oleada de huelgas desencadenada por una nueva formación sindical en cuyo naci­miento tuvieron mucho que ver Paisley y Craig, ambos unionistas radicales. Desde entonces permanece bloqueada una salida política en el Ulster, por la cerrazón de los unionistas, que se niegan a com­partir el poder, y de los nacionalistas, aferrados a la idea de participar en el Ejecutivo.

De todo lo dicho hasta ahora se desprenden unas cuantas conclu­siones con las que deseo cerrar este artículo:

—El nacionalismo irlandés, radicado en unas tradiciones cultura­les propias, es estimulado por las circunstancias adversas en que se desenvuelve la vida de los habitantes de la isla desde que ésta entra en la órbita de la Corona inglesa: “inlreland radical identifications

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had begun to fuse ivith nationalism, in the sense that the establish- m ent was defined as English”;25

—La discriminación de los católicos por los gobernantes británi­cos contribuye a identificar la causa del nacionalismo irlandés con la defensa de la fidelidad a las creencias religiosas profesadas mayo- ritariamente en Irlanda desde la evangelización de la isla por San Patricio en el siglo v. No obstante esa identificación, la Iglesia ca­tólica siempre ha reprobado los métodos violentos propugnados por los nacionalistas más radicalizados;

—El problema del Ulster es inseparable del hecho de que los ir­landeses del norte comparten la conciencia de constituir una comu­nidad diferenciada de sus vecinos del sur. Partidarios de una inte­gración en el Reino Unido, no renuncian, sin embargo, a un legado histórico privativo, generador de unos vínculos de dependencia res­pecto de la Corona inglesa, que podríamos calificar de “lealtad con­dicionada”.

25 R.F. Foster, M odem Ireland 1600-1972, p. 269.