evolución y progreso en el positivismo

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evolución y progreso en el positivismo Author(s): héctor díaz-polanco Source: Boletín de Antropología Americana, No. 6 (diciembre 1982), pp. 25-35 Published by: Pan American Institute of Geography and History Stable URL: http://www.jstor.org/stable/40977002 . Accessed: 03/03/2014 22:10 Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at . http://www.jstor.org/page/info/about/policies/terms.jsp . JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide range of content in a trusted digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and facilitate new forms of scholarship. For more information about JSTOR, please contact [email protected]. . Pan American Institute of Geography and History is collaborating with JSTOR to digitize, preserve and extend access to Boletín de Antropología Americana. http://www.jstor.org This content downloaded from 132.248.9.8 on Mon, 3 Mar 2014 22:10:42 PM All use subject to JSTOR Terms and Conditions

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evolución y progreso en el positivismoAuthor(s): héctor díaz-polancoSource: Boletín de Antropología Americana, No. 6 (diciembre 1982), pp. 25-35Published by: Pan American Institute of Geography and HistoryStable URL: http://www.jstor.org/stable/40977002 .

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héctor díaz-polanco*

evolución y progreso en el positivismo*

1. INTRODUCCIÓN

Ninguna otra corriente de pensamiento social ante- rior a la concepción positivista se empeñó tanto como ésta en fundar una interpretación de la histo- ria y la sociedad que probara fehacientemente la universalidad e inevitabilidad del progreso humano, y, a partir de ese acerto, en postular una continui- dad evolutiva. Es verdad que con antelación nume- rosos pensadores -especialmente durante el siglo XVlll- se interesaron en encontrar un sentido a la historia (v.gr., Montesquieu, Turgot, etcétera)1 y, en ocasiones, esbozaron cuadros o esquemas en los que la idea del progreso jugaba un papel de impor- tancia (caso de Condorcet, a quien Comte, por cierto, consideraba uno de sus antecesores teóricos directos).2 Pero es el positivismo constituido por Saint-Simon y sistematizado por Comte el que pretende encontrar los fundamentos de la ley del progreso humano ("ley del desarrollo continuo"), interpretar el pasado histórico, comprender el pre- sente y prever racionalmente el futuro, basándose en los instrumentos de una nueva ciencia ("la física social" o "sociología") que es anunciada como la única capaz de aplicarse al estudio de los fenómenos más complejos: los sociales.

** Investigador del Centro de Investigación para la Inte- gración Social (CUS).

* El presente texto forma parte de la obra que sobre las ideas evolucionistas en el siglo XIX elabora el autor.

1. Un panorama de los grandes mojones que marcan el desarrollo de la concepción del "progreso" se encuen- tra en John B. Bury, La idea del progreso, Alianza Editorial, Madrid, 1971.

2. En su Calendario Positivista. . ., Comte dedica el jueves 25 del undécimo mes a Condorcet, junto a Ferguson.

El positivismo, en efecto, reclama ser la concep- ción que corresponde a la etapa más avanzada y de- finitiva del desarrollo mental de la humanidad (la fase "científica") y, por ello, cree disponer de las herramientas más sólidas para procurar una total reordenación o reorganización de la sociedad hasta en sus más mínimos detalles: desde lo moral, pasan- do por la organización de la producción, hasta la vida política. Así, pues, los fundadores del positivis- mo (y particularmente Comte) no sólo postulan una teoría evolutiva, basada en la ley del progreso, sino que a partir de ella construyen todo un sistema que intenta integrar en un vasto enfoque comprehensi- vo las etapas del pasado con la situación presente, a fin de entender hacia donde marcha la humanidad con el firme paso de los procesos que responden a leyes, procesos que, no obstante, pueden ser con- ducidos o acelerados de acuerdo con la sabia direc- ción científica que proporciona la nueva filosofía.

Es importante destacar aquí otra particularidad que establece una diferencia adicional entre el positivismo y laxorriente iluministaque le precedió (especialmente la constituida por los enciclopedis- tas, tales como Voltaire). Mientras los impulsores de ésta generalmente interpretan el pasado medie- val como una época totalmente negativa y oscura, el positivismo lo reivindicará como una fase provi- sional e indispensable, que prepara las condiciones que dan origen a la época positiva. Así, el pasado queda integrado, en una línea continua de evolu- ción, al presente, y éste prepara el futuro. Hay mucho que aprender del pasado, especialmente de su organicidad, que dio estabilidad y armonía a la sociedad humana, hasta que comenzaron a desgas- tarse sus fundamentos; por eso, sostienen los po- sitivistas, no hay que enjuiciar todo el estadio pretérito que denominan "teológico", así como sus diversas fases, a partir de su periodo de deca-

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dencia y disolución, sino tornando en cuenta sus aportaciones en el campo del consenso social y la armonía entre el poder temporal y el espiritual que logró alcanzar.

El positivismo no propone volver al pasado, pero aspira a crear un sistema social basado en una plataforma de armonía y estabilidad, semejante a la que caracterizó el largo estadio teológico en su mejor momento. Esta fascinación gradual que la estabilidad del pasado ejercerá sobre el positivismo -y ello es observable claramente en el desarrollo del pensamiento comtiano- marcará profunda- mente su perspectiva de la sociedad ideal y su vocación política, así como, desde luego, su actitud frente a las tendencias democráticas y revoluciona- rias que se inspiraban en el gran movimiento de 1780. En todo caso, vale la pena subrayar que tal obsesión por encontrar los fundamentos del equi- librio social es, quizás, la más fuerte herencia que transmite el positivismo a las más destacadas e influyentes tendencias que, en los campos de la antropología y la sociología principalmente, se desarrollan durante el siglo XX (especialmente durante su primera mitad).

Por lo demás, en tanto la estabilidad por la que propugnaba el positivismo maduro (vale decir, comtiano) implicaba:

1) un sistema jerárquico en el que la estructura de clases quedaba intacta; 2) una doctrina que predi- caba la sumisión de los trabajadores como cuestión de necesidad y razón de orden público, y 3) un enfoque en el que la lucha social era descartada como una acción "negativa" o "anárquica", alrede- dor de tales puntos se definió un nudo de contra- dicción y pugna entre aquél y las corrientes revolu- cionarias (destacando entre éstas la denominada "socialismo científico", es decir, el marxismo). Además, en la misma medida en que la perspectiva política del positivismo comtiano estaba íntima- mente entrelazada con sus concepciones teóricas o "científicas", la actitud de desprecio y repudio hacia esta vertiente de aquél no era menor en las filas del marxismo revolucionario. El propio Marx se encargó de expresar su opinión del positivismo comtiano en una carta dirigida a Edward Spencer Beesly (conocido discípulo de Comte, pero quien era apreciado por el primero como "un hombre muy capaz y valiente" y un buen historiador); con su lenguaje directo y sin tapujos, Marx le indicó a Beesly en 1871: "como hombre de partido, mi actitud hacia la filosofía de Comte es por entero

hostil, al tiempo que como hombre de ciencia tengo de ella una opinión muy pobre. . ."3

Antes de pasar al análisis de las formulaciones básicas del positivismo, conviene decir algo acerca de su importancia e influencia durante el siglo X IX . Muchos de los planteamientos positivistas -en especial las proposiciones más particulares, relativas, por ejemplo, a la reorganización de la sociedad- pueden parecer a un lector contemporáneo simples extravagancias de mentes un poco desquiciadas o excéntricas ocurrencias que no pueden tomarse muy en serio. Sin embargo, se debe advertir que en su tiempo tales proposiciones no sólo fueron consi- deradas con la mayor seriedad, sino que además fueron acogidas con el mayor entusiasno por numerosos adeptos que se habían convertido rápi- damente a la nueva doctrina.

El positivismo alcanzó su expresión más "clási- ca" y acabada en Francia, bajo el liderazgo intelec- tual de Comte, pero también tuvo manifestaciones de importancia en otros países europeos. En Ingla- terra, la doctrina logró importantes repercusiones y fue abrazada por un pensador de la relevancia de John Stuart Mill;4 en Alemania, la filosofía positi- va cobró cuerpo en la obra de Friedrich J. Stahl, empeñado en ofrecer una concepción alternativa a la filosofía "negativa" de Hegel,5 etcétera. Es innecesario indicar aquí que la filosofía positiva asumió características específicas -que particu- larizaban el enfoque general-, según las condi- ciones sociohistóricas y la tradición propias de cada país.

Por lo que respecta a los países de América Latina, es ampliamente conocida la influencia que tuvo en ellos el positivismo, particularmente en los grupos dirigentes y las capas intelectuales. En casi todas las naciones del continente -Chile, Argentina, Perú, Brasil (en donde el lema de "Orden y Progreso" figura en la enseña nacional), etcétera- la doctrina positivista (y particularmente comtiana) encontró seguidores y, en ocasiones, se ensayaron intentos de aplicación de sus recomendaciones.

Uno de los casos latinoamericanos más destaca- dos de adopción de la doctrina positivista por par- te de las capas dirigentes lo constituye el de México,

3. Carta de Marx a Beesly, Londres, 12 de junio de 1871, en Marx-Engels, Correspondencia, Ediciones de Cultura Popular, México. 1977, p. 399.

4. Cf. John S. Mili, Auguste Comte y el positivismo, Aguilar, Buenos Aires, 1977 (edición original de 1865).

5. Cf., Herber Marcuse, Razón y Revolución, Alianza Editorial, Madrid, 1979, p. 349 y sigs.

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en donde un importante grupo denominado los "científicos" logró enquistarse en el aparato de gobierno e influir en el curso de los acontecimien- tos políticos y el manejo de la cosa pública. Los miembros de este grupo asumían, con mayor o menor ortodoxia, elementos de la doctrina positi- vista de Auguste Comte. La voluntad de reorgani- zar la sociedad, transformando las opiniones de los ciudadanos (en particular a partir de la educación), a fin de alcanzar "Libertad, Orden y Progreso", fue expresada muy tempranamente por el mexica- no Gabino Barreda, discípulo directo de Comte, en su célebre y pionero discurso de 1867.6 Los posi- tivistas mexicanos, asimismo, intentaban interpre- tar la historia del país de acuerdo con la ley de los tres estadios de Comte y, como éste, manifestaban una gran preocupación por el mantenimiento del orden.

En su clásico trabajo sobre el tema, Leopoldo Zea7 observa el dilema en que se encontró la bur- guesía europea entre el ímpety revolucionario y las fuerzas retardatarias del antiguo régimen*, dile- ma que expresó e intentó resolver el positivismo; enseguida dicho autor establece un paralelismo al sostener que la '"burguesía" de México, "a seme- janza de la europea, tuvo una etapa combativa" que se basó en la filosofía de los encliclopedistas: esa etapa "jacobinista" es ilustrada en México, a su juicio, por el movimiento de la Reforma. "Sin em- bargo - prosigue Zea-, al triunfar dicha clase 'bur- guesa', tal filosofía resultaba peligrosa, alentaba a otros grupos sociales a solicitar o exigir los dere- chos que ellos reclamaron contra la clase conserva- dora. Aquí surge una segunda etapa de la burguesía en México. Esta etapa fue la del orden. Obtenido el triunfo, obtenido el poder, era menester afianzar éste, y para ello era menester una filosofía de orden. Esta filosofía no fue menester crearla, esta filosofía fue el positivismo".8 Así pues, según Zea, son las circunstancias sociohistóricas similares las que per- miten entender la adopción en México, por parte de las clases altas, del positivismo que había servi- do de bandera filosófica a la burguesía europea.9

6. Cf., Gabino Barreda, "Oración cívica" (pronunciada en Guanajuato el 16 de septiembre de 1867), en Abelardo Villegas, Positivismo y Porfirismo, SepSe- tentas, México, 1972.

7. El positivismo en México. Nacimiento, apogeo y decadencia, Fondo de Cultura Económica, México, 1978.

8. Ibidem, pp. 46-47. 9. "Como se ve -sostiene nuestro autor-, existfa una

gran semejanza entre las circunstancias con las cuales se tuvo que enfrentar la burguesía mexicana y las

La evaluación que hace Zea de la importancia del positivismo en México y su particular interpre- tación de las condiciones en que surge el movimien- to doctrinario, pueden ser discutibles. W.D. Raat, por ejemplo, ha cuestionado el .punto relativo a la calidad del positivismo como filosofía oficial del régimen porfirista, que se desprende del análisis de Zea; asimismo, ha sometido a un nuevo análisis las ideas de los "positivistas" mexicanos, para tratar de probar que los planteamientos de éstos ni se ajustaban tan estrechamente a la doctrina elabora- da por Comte, como parece deducirse de la obra antes citada, ni mostraban homogeneidad entre sí, manifestando, en cambio, diferencias sustanciales por lo que se refiere a cuestiones importantes (como la cuestión indígena, por ejemplo, en relación con la cual las posiciones iban desde las actitudes racistas hasta el reconocimiento de una problemá- tica social que sustentaba las diferencias entre indios y no indios).10 Raat cree que fue lo que denomina el "ciencismo", y no el positivismo, la corriente dominante durante el porfiriato.

No obstante, Raat admite la importancia que tuvo el positivismo en el campo de la educación; y aunque rechaza que esta doctrina haya alcanzado el "rango de filosofía política oficial del régimen" y sostiene que los llamados "científicos" (con el secretario de Hacienda porfirista José Yves Lima- tour a la cabeza) no conformaron un "partido po- lítico", acepta el peso que tuvieron durante el régimen al estar constituidos como una "camarilla política" que precisamente trataba de manejar el aparato gubernamental "aprovechando sus cone- xiones en la industria, la banca y la política".11

En suma, pese a las exageraciones en que a veces incurren ciertas interpretaciones retrospecti- vas sobre el papel cumplido por el positivismo, es indudable la importancia e influencia que cobró dicha filosofía durante el siglo XIX. Mutatis m u-

circunstancias con las cuales se habían enfrentado la burguesía europea. De donde se explica la adopción que este grupo social mexicano hizo de las ideas sos- tenidas por la burguesía en Europa. Esta semejanza de circunstancias Hzo que la burguesía mexicana se encontrase reflejada en las ideas expresadas por la burguesía europea, identificando su desarrollo con el desarrollo de ésta > m progreso con el progreso expresado por el positivismo de Comte. Ambas bur- guesías anhelaban el orden; el orden fue el ideal perseguido por ambos grupos sociales en distintas aunque semejantes circunstancias". Ibid., p. 50.

1 0. William D. Raat, El positivismo durante el porfiriato, Sep-Setentas, México, 1975, pp. 120-121.

11. Ibidem, pp. 117-118.

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tandis, la influencia del positivismo es comparable a la de las teorías más impactantes que se desarro- llaron durante la segunda mitad de la pasada cen- turia, particularmente a la del marxismo.12

Es cierto que la corriente positivista no alcanzó a provocar los resultados prácticos y globales que concibieron el propio Comte y sus principales discípulos; y en este sentido puede hablarse de un fracaso del positivismo. Sin embargo, en rigor, el escaso éxito sólo puede concebirse en proporción con una incomprensión y sobrestimación -del propio Comte y sus seguidores- respecto al papel que debía cumplir la doctrina por ellos elaborada; en este sentido, el "fracaso" es una función de las excesivas espectativas de los propios positivistas, quienes establecieron exigencias en el terreno de las transformaciones sociales que rebasaban el

12. El mismo Raat destaca este punto: "El positivismo se difundió y fue adoptado por cientos de creyentes tanto en Europa como en América. En Francia, m- glaterra, Alemania, Estados Unidos, Brasil, Chile, Argentina, Perú, Bolivia y, por supuesto, en México hubo prosélitos de la doctrina comtiana. Probable- mente ningún otro sistema de pensamiento, salvo el darwinismo social y el marxismo, influyó tanto en la vida intelectual de Europa y América Latina en el Siglo XIX como el positivismo". Ibid., p. 1 1.

alcance de un sistema filosófico y se sustentaban en una inadecuada evaluación de las tendencias sociohistóricas. Dejando de lado estas exageracio- nes, puede llegarse a la conclusión, en cambio, de que el positivismo cumplió ampliamente sus pro- pósitos político-ideológicos.

Esto último resulta más cierto si se toma en cuenta la influencia posterior, es decir, durante el presente siglo, que el positivismo ejerció en el des- arrollo de las ciencias sociales y, en particular, de la sociología y la antropología. El positivismo, en efecto, sentó las bases del enfoque "sociológico" que sustenta a estas disciplinas sociales, las cuales se desarrollan, por tanto, anulando cualquier con- cepción dialéctica ("negativa") de los procesos sociales.

Como recuerda Marcuse, a partir del positivis- mo comtiano "la sociología ha seguido los esque- mas de las ciencias naturales. Ha sido considerada como ciencia, precisamente en la medida en que su objeto pudiese recibir el mismo trato neutral que el objeto de las ciencias exactas. . ."l3 A la neutra- lidad, se añade la posibilidad de constituir ciencias especiales que hacen caso omiso de una concepción dialéctica de la totalidad. Es por ello que dichos

13. H. Marcuse, Razón y Revolución, op. cit., p. 364.

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principios sociológicos se "oponen a la teoría dia- léctica de la sociedad", pues ésta a) "destaca las potencialidades y contradicciones esenciales dentro de este todo social", b) sostiene que la neutralidad científica "es incompatible con la naturaleza del objeto y con las indicaciones para la práctica huma- na derivadas de su análisis" y c) rechaza su consti- tución en una "ciencia especial", pues considera "que las relaciones sociales abarcan y condicionan todas las esferas de la existencia y del pensamien- to". "Por tales razones -concluye Marcuse-, la dialéctica es un método filosófico y no sociológico, un método en el que cada una de las nociones dia- lécticas encierra toda la totalidad negativa y, por lo tanto, entra en conflicto con cualquier intento de dividir en ámbitos especiales las relaciones so- ciales".14

Así, pues, en la tarea de establecer tal platafor- ma - el método sociológico que serviría de sustento a las ciencias sociales modernas- es evidente que el positivismo cumplió su papel con creces.

LOS FUNDAMENTOS POSITIVISTAS EN SAINT-SIMON

La ubicación teòrico-politica precisa de Claudio Enrique de Rouvroy, conde de Saint-Simon, es una tarea dificultosa y siempre polémica, dada la com- plejidad de su pensamiento y, sobre todo, la diver- sidad de opciones o caminos que el mismo abre.

Según el énfasis que se proponga el análisis, el pensamiento saintsimoniano puede ser considerado como un punto de partida esencial de la corriente socialista "utópica" que se desarrolla en Europa a principios del siglo XIX, o como la primera plata- forma más o menos conformada de la concepción positivista que cristalizaría unas décadas después como todo un sistema, gracias a los empeños y esfuerzos sistematizadores de A. Comte.

Tal ambigüedad o ambivalencia seguramente está relacionada con las circunstancias históricas concretas en medio de las cuales nuestro autor constituye su pensamiento filosófico y socioh ¡stò- rico: la época del Imperio, del derrumbamiento de éste y de la instauración de la Restauración. Se trata, pues, de un periodo que puede ser denominado transitorio, en la medida en que las fuerzas del pasado y las recién surgidas fuerzas renovadoras

14. Ibidem, p. 365.

escenifican una fuerte lucha, pero sin que ninguna logre establecer todavía plenamente su imperio: la una por representar condiciones que se están trans- formando manifiestamente, la otra por ser todavía muy débil.

Por lo demás, dentro de las fuerzas renovadoras, asoma no sólo una burguesía en cierne (aunque activa ya en las esferas industrial, comercial, agríco- la y bancaria), sino además un proletariado aún amorfo, en cuyo seno tienen un peso específico importante los artesanos y otros pequeños produc- tores. Saint-Simon se muestra claramente partida- rio de dichas fuerzas renovadoras, pero -dada la misma naturaleza de éstas- sin discriminar clara- mente a unos sectores de otros y sin vislumbrar una diferencia desde el punto de vista de los proyec- tos socioeconómicos y políticos respectivos, debido a que, de hecho, tal diferencia no era ciertamente notable y manifiesta en ese momento. De ahí que nuestro autor intente proporcionar una solución global que lo mismo responda a los intereses de los "industriales" que a los de los trabajadores. Por ello, el pensamiento saintsimoniano puede ser enfocado -sin caer en grave inconsecuencia, consi- derando lo ya apuntado- como un "socialismo" humanitario y utópico, y/o como un sistema "in- dustrialista". En todo caso, se busca establecer los cimientos filosóficos y socioh istóricos según los •cuales las clases "laboriosas" y "útiles" convivirían armónica y pacíficamente sobre unas bases positi- vas, las que procurarían la justicia y la estrecha colaboración social. Fue esta perspectiva, desde luego, la que se propuso desarrollar después su discípulo y anterior colaborador Auguste Comte.

De mane.a fundamental, en efecto, Saint-Simon distingue dos grandes conjuntos: por un lado, a los sectores que representan el pasado, entre los que incluye tanto a los miembros de la aristocracia de viejo cuño ("los antiguos nobles, los clérigos, los descendientes de aquellos que habían sido emplea- dos bajo el antiguo régimen"), como a la camarilla enoblecida y burocrático-militarque surgió después de la Revolución y durante el imperio bonapartista ("Los nuevos nobles, los militares que sirvieron durante la revolución, las personas que Bonaparte había empleado dentro de la administración colosal que había establecido"); por el otro, a los que re- presentan el trabajo productivo y útil para la nación, engrandecen la "civilización" e impulsan la prospe- ridad, entre los que incluye a los industriales, los científicos y sabios, los artistas y artesanos, los agricultores y trabajadores en general.

A los primeros, nuestro autor los considera "dos

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clases de zángano", "sanguijuelas" que viven "a expensas de la nación", chupando de los impuestos la savia vital que podría ser mejor utilizada para impulsar la industria del país; a los segundos, en cambio, los compara con las abejas laboriosas, creadoras de la miel que sirve en gran porción de alimento a los holgazanes.15

Esta posición fue ilustrada por Sain-Simon de la manera más irónica y contundente, en la célebre parábola que incluyó en U Organisateur, trabajo publicado el mismo año de 1819. El autor "supone" dos acontecimientos dramáticos y evalúa sus con- secuencias. Según el primero, Francia "pierde súbi- tamente" a sus principales científicos, sabios y artistas; a sus más destacados ingenieros y construc- tores; a sus principales banqueros, agricultores y fabricantes; y, finalmente, a sus más capaces arte- sanos. . . Tal ocurrencia sería, deduce Sain-Simon, una verdadera "desgracia" para la nación: "Como éstos son los franceces más esencialmente produc- tores, aquellos que dan los productos más impor- tantes, aquellos que dirigen los trabajos más útiles para la nación, y que la vuelven productiva en la ciencia, en las bellas artes y en las artes y oficios, ellos son realmente la flor de la sociedad francesa, son todos los franceses más útiles a su país, son aquellos que le proporcionan la mayor de las glorias, que engrandecen más su civilización así como su prosperidad. La nación se volvería un cuerpo sin alma en el momento en que los perdiera; caería inmediatamente en un estado de inferioridad. . . Francia necesitaría al menos una generación entera para reparar esta desgracia, porque los hombres que se distinguen en los trabajos de utilidad positi- va son verdaderas anomalías, y la naturaleza no es pródiga en anomalías, sobre todo aquellas de esta especie".16

Sarcàsticamente, nuestro autor pasa enseguida a una segunda suposición: que conservando a sus "hombres de genio", Francia pierde repentina- mente a los miembros de la nobleza y, al mismo tiempo, a todos los "oficiales de la corona", minis- tros y consejeros de Estado, magistrados, maris- cales, dignatarios del clero (cardenales, arzobispos, obispos,vicarios, canónigos), prefectos, empleados ministeriales, jueces y, para completar, "a los diez mil propietarios más ricos de entre aquellos que

15. Claude-Henri de Saint-Simon, "Le politique" (1819), en Claude H. de Saint-Simon, Crítica de la política, Cuadernos de Causa, 4, Centro de Documentación Política, México, 1977, pp. 17-18.

16. C.H. de Saint-Simon, "L'Organisateur", en Op. cit., p. 1 0 a 20. Subrayados nuestros.

viven noblemente". ¿Qué consecuencias traería esta pérdida? La respuesta de Sain-Simon, termi- nante y cargada de intención, es que tal pérdida causaría sólo una sentimental aflicción y pena en los ciudadanos, pero no acarrearía mal político alguno. Efectivamente -escribe con sorna apenas disimulada Saint-Simon- "Este accidente afligiría en verdad a los franceses porque ellos son buenos, porque ellos no sabrían ver con indiferencia la desaparición súbita de tan gran número de compa- triotas. Pero esta pérdida de treinta mil individuos reputados como los más importantes del Estado no les causaría más que tristeza en lo que respecta a lo sentimental, porque no sobrevendría ningún mal político para el Estado ". 1 7

Con lo dicho hasta aquí habría bastado a cual- quier buen entendedor. Pero Saint-Simon quizo dar razones explícitas del porqué esta última pér- dida sería inocua desde el punto de vista sociopolí- tico. Las dos que ofrece se caracterizan igualmente por poner en tela de juicio la utilidad social y polí- tica de los antiguos sectores sociales, amén de su naturaleza hiriente y ofensiva para éstos últimos:

La primera razón radica sencillamente, según Saint-Simon, en que "sería muy fácil llenar las plazas que se hubieran quedado vacantes", pues existen nutnerosos ciudadanos que podrían ejercer las funciones de los nobles, militares, eclesiásticos, administradores, propietarios, etcétera. Aquí, la intención del autor es poner de relieve el carácter secundario y superfluo de los papeles que ocupan los mencionados sectores: se trata de funciones que, por lo inútil e intrascendente, en todo caso prácti- camente cualquiera podría ejercerlas. . .

La segunda razón se orienta directamente a destacar el carácter negativo y pernicioso de la existencia de los grupos indicados, dada su doble naturaleza parasitaria y retardataria, en contraste con el papel creativo y progresivo de los sectores que sí realizan un trabajo productivo y útil. El autor parte de un principio o supuesto fundamental : que la prosperidad de la nación "no puede llevarse a cabo más que por el efecto y resultado de los progresos de las ciencias, las bellas artes y de las artes y oficios". Pero "los príncipes, los grandes oficiales de la corona, los obispos, los mariscales de Francia, los prefectos y propietarios ociosos no trabajan directamente en los progresos de las cien- cias, de las bellas artes y de las artes y oficios: lejos de contribuir a ello na pueden más que dañarlos"; y la razón general de esto radica en que "seesfuer-

1 7. Ibidem, pp. 20 y 21 . Subrayado nuestro.

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zan por prolongar la preponderancia ejercida hasta este día por las teorías de conjeturas sobre los conocimientos positivos1'. De ahí que tales sectores retardatarios dañen, por lo demás, a la sociedad: 1. al privar, "como lo hacen, a los sabios, a los artesa-

nos, del primer grado de consideración que les

corresponde legítimamente"; 2. al emplear sus recursos "de una manera que no es directamente útil" a las actividades creativas en el campo de la

ciencia, el arte y la producción, y 3. al deducir cada año de las riquezas producidas por los ciuda-

danos, de los impuestos pagados por éstos, una fuerte suma, bajo diversos títulos, como "pago" por "trabajos que no le son útiles a la nación".18

De todo lo dicho, Saint-Simon deduce, a modo de conclusión, lo que llama "el hecho más impor- tante de la política actual", a saber, "que la orga- nización social está poco perfeccionada, que los hombres se dejan aún explotar por la violencia y por la astucia, y que la especie humana (políti- camente hablando) está todavía sumergida en la inmoralidad". Más aún, dado que los hombres que realizan trabajos que revisten una "utilidad positi- va" para la sociedad están subordinados a los que son unos "rutinarios más o menos incapaces", que los grupos preponderantes deben su condición "al azar del linaje, a la adulación, a la intriga o a otras acciones poco estimables", que los ciudadanos laboriosos deben sostener a los parásitos; que éstos

(siendo "los más grandes culpables") son encarga- dos de castigar "los pequeños delitos contra la sociedad"; que los atributos de tales "jefes supre- mos de la sociedad" son la ignorancia, la supersti- ción, la pereza y el dispendio, etcétera, Saint-Simon concluye que "la sociedad coloca verdaderamente el mundo al revés" y que el cuerpo político de la misma está enfermo. Tal enfermedad, que sin duda resulta el efecto de una organización social desor- denada y enrevesada, es considerada por nuestro autor no sólo como "grave", sino además como

"peligrosa".19 Así las cosas, la más urgente tarea consistía en

buscar la forma de enderezar ese mundo invertido y procurar el remedio a la grave y peligrosa enfer- medad que padecía la sociedad. Ahora bien, Saint- Simon pretende deducir sus soluciones de lo que concibe como las tendencias que operan en el proceso histórico, no de simples conjeturas, las que precisamente rechaza. Así, pues, la comprensión de las soluciones que sugiere para cambiar la situa-

18. Ibid., p. 21. Subrayados nuestros. 19. /bid., pp. 22 y 23. Subrayado nuestro.

ción, requieren tomar en cuenta sus concepciones sociohistóricas, pues éstas están íntimamente

entretejidas con aquéllas. Según Saint-Simon la historiase caracteriza por

un progreso incesante, en lo que coincide con mu- chos otros pensadores del siglo XV MI (Turgot,Con- docet, Montesquien, etcétera). Pero Saint-Simon cree que dicha progresión histórica está regida por una ley general, la cual consiste en la sucesión de lo que llama "épocas críticas" y "épocas orgánicas". Mientras durante estas últimas la sociedad se funda en un sistema de creencias adecuado, existe un mínimo de consenso social y, en consecuencia, de sana organización y armonía, durante las primeras falta esa base de creencias y la sociedad se debate en la crisis y la desorganización. En la actualidad, pensaba Saint-Simon, la sociedad atraviesa por una

época crítica, pues el progreso científico ha puesto en entredicho las antiguas ideas teológicas y meta- físicas que se basan en conjeturas y no en la natu- raleza de las "cosas", en "principios" y no en los "hechos". Es el predominio de las antiguas creen-

cias, sobre todo de las "metafísicas", y la dirección

que ejercen sobre los "asuntos públicos", la causa

principal de la crisis y la desorganización social; se

requiere fundar a la sociedad sobre una base posi-

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tiva, a fin de pasar a una época orgánica, es decir, a fin de establecer un orden armónico y estable.

Saint-Simon sostenía que "los jurisperitos y los metafísicos dominan, en el momento actual, la sociedad en todas sus partes y bajo todos los aspec- tos pol íticos". Estos señores, sometidos a las "viejas creencias", "se ocupan mucho más de las formas que del fondo, de las palabras que de las cosas, de los principios que de los hechos; no están acostum- brados a dirigir su atención y sus trabajos hacia un fin único fijo y determinado; ahora bien, de todo esto, debe resultar y en efecto resulta, que su espí- ritu se extravíe a menudo en el laberinto de las ideas abstractas, y de todo esto -dice- yo saco la siguiente conclusión:

"Mientras que sean los jurisperitos y los meta- físicos quienes dirijan los asuntos públicos, la revolución [es decir, la época crítica] no llegará a su término. . .: un orden estable de cosas no se establecerá".20

De ahí que, según nuestro autor, una tarea primordial consistiera en afirmar y desarrollar la nueva perspectiva positiva que debía normar a la sociedad, sustituyendo las antiguas creencias. Las condiciones para ello estaban dadas y, de hecho, el espíritu positivo se estaba imponiendo ya, como lo mostraban los progresos científicos y los logros alcanzados por los industriales basándose en la "administración positiva". A tono con la predomi- nancia que el espíritu positivo alcanzaría gradual- mente en el plano de las creencias, en el terreno político deberían ocurrir cambios consecuentes, asignando, por consiguiente, el manejo de los asun- tos públicos a aquellos que demostraban mayor capacidad y que poseían los mayores méritos. Estos hombres, según Saint-Simon, eran obviamen- te aquellos que habían probado mayor aptitud en las ciencias positivas, las artes y la industria;21 así se anularían los privilegios, por una parte, y se

20. C.H. de Saint-Simon, "Du système industriel" (1 821 ), en Op. cit., p. 1 7.

21. "Todos los privilegios serán aniquilados, y no podran reproducirse más, ya que el sistema de igualdad, el más completo que pueda existir, será constituido por los hombres que muestren la mayor capacidad en las ciencias positivas, en las bellas artes y en la industria, llamados por el nuevo sistema a disfrutar del primer grado de consideración social y a ser encargados de la dirección de los asuntos públicos, disposición funda- mental que destine a todos los hombres poseedores de talento trascendente a elevarse a la primera cate- goría, cualquiera que sea la posición en la que el azar de nacimiento los haya colocado". C.H. de Saint- Simon, "Suite á la brochure des Bourbons et des Stuarts" (1822), en Op. cit., p. 27.

establecería una organización social en la que podría garantizarse la anhelada estabilidad y tran- quilidad, por otra.

Así, pues, para terminar con la amenaza de las "insurrecciones" y alcanzar la "felicidad moral y la felicidad física", respectivamente, era necesario encargar a los industriales del manejo de la cosa pública y de las actividades económicas y produc- tivas en general, y a los sabios de la instrucción del pueblo.22 Saint-Simon piensa que son los "indus- triales", al asumir la dirección, los únicos capaces de garantizar la "tranquilidad pública", ya que ellos son los más interesados en mantenerla, limi- tando al mismo tiempo la arbitrariedad; además, los mismos han dado pruebas de su capacidad en la administración positiva, como lo demuestran los éxitos que alcanzaron en sus respectivas empresas particulares.23

De los planteamientos hasta aquí esbozados, se desprende un cuadro del porqué el pensamiento saintsimoniano puede ser considerado con justicia el primer bosquejo decimonónico de una sociedad ajustada, en último análisis, a los intereses de la burguesía en ascenso. Pero, en tanto el mismo autor muestra igual preocupación por el mejora- miento de las condiciones de los trabajadores, en el seno mismo de una sociedad industrial-capitalista en constante progreso, también se pone de relieve la vertiente "utópica" de su concepción.Saint-Simon pensaba que la sociedad capitalista o "industrial"

22. En efecto, para alcanzar la felicidad física, "es nece- sario que los trabajos de cultura, de fabricación y de comercio sean estimulados y favorecidos hasta donde sea posible. . . En cuanto lo que concierne a la felici- dad moral de la nación, es necesario confiar la ins- trucción de la juventud y del pueblo a los sabios, cuyos conocimientos son los más positivamente útiles." Idem.

23. "La tendencia política general de la inmersa mayoría de la sociedad es la de estar gobernada dentro del mejor trato posible, y de ser gobernada lo menos posi- ble, y de ser gobernada por los hombres más capaces y de una manera que asegure completamente la tran- quilidad pública. Ahora bien, el único medio de satis- facer, bajo estos diferentes aspectos, los deseos de la mayoría, consiste en encargar a los más importantes industriales dirigir la fortuna pública; ya que los industriales más importantes son los más interesados en la economía de los gastos públicos; son también los más interesados en la limitación de la arbitrarie- dad; en fin, ellos son de todos los miembros de la sociedad, los que dieron prueba de la más grande capacidad en administración positiva; los éxitos que obtuvieron con sus empresas particulares constataron su capacidad en este género". C.H. de Saint-Simon, "Catechismo des industriels", en Op. cit., p. 23.

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EVOLUCIÓN Y PROGRESO EN EL POSITIVISMO 33

procuraría el bienestar de los trabajadores y permi- tiría la colaboración, tranquila y pacífica, entre las clases. Obviamente no consideró los factores gene- radores de contradicciones ni la lucha social conse- cuente (lucha de clases) como elementos impulsores de las transformaciones sociales, tal y como lo harían posteriormente los fundadores del marxismo.

Ahora bien, por lo que respecta directamente a nuestro asunto, es preciso destacar la extraordina- ria importancia que la perspectiva de Saint-Simon reviste para el posterior desarrollo del pensamiento social decimonómico y, en especial, para las elabo- raciones propiamente antropológicas que tendrán lugar en la segunda mitad de esa centuria. Sobresa- le, por sobre todo, el recurso general utilizado por el autor consistente en acudir al análisis de fases históricas anteriores, con el fin de entender la situación actual, someterla a críticas y anunciar la nueva organización social que se avecina. De este modo, las nuevas formas sociales en gestación y los supuestos sociopolíticos en que se sustentan, no son el resultado voluntarista de proyectos conjetu- rales, sino la expresión de "leyes" que han venido operando a lo largo de la historia con una fuerza irresistible y con puntual eficacia. El análisis histó- rico descubre esta tendencia, devela la naturaleza de los factores impulsores en cada fase y revela el carácter y el sistema que "debe" fundar a la socie- dad en lo adelante.

En este momento, importa menos al pensador la profundidad y el detalle del análisis de las fases pasadas, que el mostrar plausiblemente que ellas han ocurrido. De igual modo, no altera mucho su propósito principal -reiteramos, entender lo que ocurre actualmente en su propia sociedad- el hecho de que el análisis no retroceda más allá de la historia y el ámbito medieval europeos, dejando así a un lado tanto las fases tempranas o arcaicas, como las sociedades "primitivas" o "salvajes" con- temporáneas al autor.

De hecho, una tarea fundamental cumplida por la antropología de la segunda mitad del siglo XIX consistió en realizar la extensión necesaria, llevando el estudio hasta fases más tempranas de la historia humana y penetrando en el mundo de las socieda- des "primitivas" coexistentes, es decir, de aquellas que no habían alcanzado el grado de "civilización" característico del mundo occidental-capital ¡sta. Pero esa labor se cumple sin abandonar la perspec- tiva básica anudada tan magistralmente, aunque todavía de una manera imperfecta, por un autor como Saint-Simon; a saber, conservando un mode- lo analítico basado en fases evolutivas y secuencias,

concibiendo tales fases como la consecución del progreso humano y, finalmente, otorgando racio- nalidad a la sociedad actuai que resulta así la lógica e histórica culminación de aquel proceso progresivo. Puede decirse, pues, que los elementos lógico-analí- ticos fundamentales que orientarán al evolucionis- mo antropológico posterior, se encontraban ya contenidos en la concepción positivista saintsimo- niana, la que Comte, como veremos más adelante, se encargará de sistematizar.

En suma, los trabajos de los primeros antropó- logos contribuirán qo sólo a fortalecer la idea de un paulatino y creciente progreso humano -la cual, como se ha dicho,. se venía gestando desde el ¡lumi- nismo-, sino además a mostrar que ese proceso tiene lugar desdé el inicio mismo del camino, desde los primeros escalones de la historia. De esta manera se compieta el alcance del análisis: si ciertas épocas podían parecer oscuras y, por consiguiente, podían existir dudas respecto a la operación de las leyes del progreso durante ellas, después de los trabajos de los antropólogos tales incertidumbres parecían desvanecerse. Es cierto, como se verá en su oportu- nidad, que en ese trance los antropólogos decimo- nónicos intentarán, y en ocasiones lo lograrán ampliamente, establecer nuevas bases y criterios distintos para discernir los factores que impulsan el proceso evolutivo; pero es evidente también que el patrón analítico básico es semejante al que elabo- raron sus antecesores positivistas.

Por lo demás, hay que considerar que este mayor alcance del análisis antropológico, en término de su tratamiento de las sociedades antiguas o primiti- vas, no sólo se debió a una disposición más amplia de "información" o "datos" sobre esas sociedades tempranas o simples (aunque tal disponibilidad fuera cierta), sino probablemente, de manera prin- cipal, al hecho de que el evolucionismo se consti- tuía en una fase en que el sistema social burgués había dejado de ser un proyecto en lucha por imponerse, para pasar a ser un sistema en plena realización. Quizás esta última circunstancia con- tribuyó, más que nada, a alentar los intentos com- prehensivos no sólo respecto al pasado histórico más lejano, sino también por lo que toca a las demás sociedades no "occidentales" que supervivían en diversos puntos del globo, esfuerzos totalizadores que estaban en consonancia con la tendencia del capitalismo a convertirse en un sistema mundial. En relación con este punto, el argumento de una mayor disposición de información sobre las socie- dades arcaicas y primitivas, resulta una explicación insuficiente y circular, puesto que en buena medi-

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da los "datos" disponibles para las nuevas interpre- taciones fueron generados, sistematizados y/o revalorizados por los propios antropólogos intere- sados en presentar sus esquemas evolutivos de factura general.

Volviendo a la obra de Saint-Simon, se despren- de de ella que aunque no presta especial atención a las sociedades "primitivas", en su doble expresión prehistórica y contemporánea, contribuye a esta- blecer las bases de una perspectiva evolutiva, la cual sería fundamental para la antropología que comenzaría a desarrollarse unas décadas después. Saint-Simon no se limitó a retomar la idea de un progreso general del "espíritu humano" (tal y como fue esbozada, por ejemplo, por Condorcet en su Esquisse d' un tableau des progrés de /' esprit humain), sino que se esforzó por encontrar las "leyes" que determinaban el paso de una fase par- ticular a otra: un propósito similar orientará el trabajo de los antropólogos de la segunda mitad de la pasada centuria.

Pero, por otra parte, como en el caso de la obra de Condorcet -que según nos recuerde U. Bitterli "sin dedicar especial interés a la situación cultural del hombre arcaico, condujo de nuevo al problema del encuentro cultural ultramarino dando rodeos por los caminos de la legitimidad generalmente

vinculante inscrita en la idea del progreso"24-, los trabajos de Saint-Simon contribuyen a perfilar una actitud frente a los pueblos de ultramar, a las colo- nias y, más adelante por extensión, a las sociedades que no habían alcanzado el grado de civilización de tipo occidental.

En la medida en que, según el punto de vista de Condorcet, se alcanzaban entre los pueblos civiliza- dos de europa los altos grados de razón y progreso espiritual y político, tales logros debían ser trans- mitidos a las demás sociedades. De esto resulta un entusiasta proyecto civilizador, aunque benévolo y paternal, que reclama la sustitución de las prácticas opresoras y corruptoras respecto a los indígenas africanos y asiáticos por un nuevo estilo de relación que convierta a los colonizadores europeos "en instrumentos útiles o generosos libertadores".25 La obra de este autor, pues, despierta a principios del siglo XIX una conciencia de "misión civilizado- ra", de carácter tutelar y temporal (hasta tanto los tutelados alcanzaran la madurez); sin embargo, como se ha visto en la Primera Parte de esta obra, las condiciones concretas para que tal misión civili- zadora presidiera las acciones de expansión colonial no se darían plenamente sino hasta el último cuar- to de ese siglo. De todos modos, lo cierto es que de los planteamientos de Condorcet no se deduce una actitud que postule "la 'descolonización', el radical desmantelamiento del compromiso europeo en Ultramar. Lo que propugna es una reconfiguración de las relaciones, humanamente responsable y en concordancia con los principios éticos de la Revo- lución".26

La actitud de Saint-Simon es algo distinta. Ello se debe no tanto a que éste último tuviera menos fe en el progreso que su antecesor o a que fuera menor su convicción de que los pueblos deberían elevarse hacia un estadio mental y social superior, como, en primer término, a la visión que tenía del proceso por el que atravesaba su propia sociedad en ese momento. Como hemos visto, si bien Saint- Simon consideraba que en la sociedad se estaban desarrollando los cimientos de una concepción positiva y ello posibilitaba la reorganización sociò- política sobre esa base, opinaba que ello ocurría sobre el telón de fondo de una crisis que infestaba

24. Urs Bitterli, Los 'salvajes' y los 'civilizados'. El en- cuentro de Europa y Ultramar, Fondo de Cultura Económica, México, 1982, p. 356.

25. Ver texto de Condorcet, en El anticolonialismo euro- peo. Desde Las Casas a Marx, Alianza Editorial, Madrid, 1972, p. 211 y sigs.

26. U. Bitterli, op. cit., p. 353.

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EVOLUCIÓN Y PROGRESO EN EL POSITIVISMO 35

a todo el cuerpo social y que lo hacía marchar de cabeza. Enderezar este mundo enrevesado era la tarea primordial que atraía toda su atención. Por lo demás, una sociedad que padecía todavía tan gra- ves desarreglos, no era lo que podrían llamarse un modelo para ser difundido hacia ultramar y, en especial, hacia los pueblos atrasados. Por lo que respecta a las ideas positivas, era mucho lo que quedaba por hacer a fin de que se impusieran en la propia Francia y en los demás países occidentales.

A todo ello habría que agregar, en segundo tér- mino, el especial rechazo que producía en nuestro autor el uso de la fuerza y la existencia de los ejér- citos profesionales (instrumentos privilegiados para la "difusión" de los valores y patrones occidenta- les),27 asociados en su filosofía con la época crítica por la que atravesaba la sociedad y con el predomi- nio de los principios metafísicos que combatía. Esta asociación, como se verá más adelante, es retomada con mayor vehemencia aún por A. Comte, determinando en éste el rechazo de la guerra y, también, de la colonización como impulsora del progreso.

Así, pues, en la concepción de Saint-Simon se sitúa en primer plano la consecusión de los imperati- vos sociopolíticos positivos en la propia sociedad, desprendiéndose de ello una actitud francamente anticolonial y en favor de la descolonización. A nuestro autor le parecen aceptables las "colonias de población" que se justifican tan sólo como un modo de resolver el eventual problema de la "su- perabundancia" de población (argumento que, como ya se vio, fue utilizado durante el último cuarto del siglo XIX para justificar la vigencia de las colonias en general y la legitimidad del sistema colonial), oponiéndose a las que no cumplían dicha función y propugnando abiertamente por su supre- sión. En un escrito redactado hacia 1816, serlee:

27. En "Le politique" Saint-Simon dice: "Nosotros con- cluimos entonces, del razonamiento como de la experiencia, que una nación que no ambiciona domi- nar a pueblos extranjeros no tienen necesidad de un ejército permanente y pagado. . ." Loe. ci¿., p. 15.

"El principal objetivo que una nación debe propo- nerse en la formación de colonias, es el de procurarse los medios de desalojar la superabundancia de población que ésta puede tener o que le pueda sobrevenir. Las pocas colonias que nosotros tene- mos no han sido formadas con esta intención; no han sido organizadas de manera que satisfagan las necesidades de este género que nosotros pudimos tener, o prevenir aquellas que pudieran sobrevenir- nos. De modo que, bajo este puntó, lo mejor que podemos hacer es renunciar a nuestras colonias, suprimir el gasto que nos ocasionan y esto nos proveerá del dinero para procurar trabajo a los obreros".28

Las ideas sociohistóricas de Saint-Simon, quien muere en 1825, prolongarán su resonancia durante toda la primera mitad del siglo y en medida muy importante servirán como una de las canteras de donde los antropólogos evolucionistas extraerán algunas de sus piedras angulares. Esa prolongación se da a través de sus discípulos, entre los que desta- ca ampliamente Auguste Comte, quien entra en relación con el maestro en calidad de colaborador y secretario a partir de1818, relación que se pro- longa hasta la desavenencia definitiva que da lugar a la separación en 1 824.

En efecto, no obstante los empeños del propio Comte por negar la herencia saintsimoniana conte- nida en su sistema de filosofía positiva, y a pesar también de los duros epítetos y acusaciones que lanzó contra su antiguo maestro, es clara la fuerte influencia que los planteamientos de Saint-Simon ejercieron sobre los esquemas comtianos, sellándo- los profundamente. La más ligera comparación entre la obra de ambos autores, pone en evidencia la extraordinaria fertilidad del pensamiento saint- simoniano, en cuya fuente bebió Comte a sus anchas.29

28. Ibidem, p. 16. Subrayado nuestro. 29. Ciertamente, "Haciendo un inventario de las ideas

de la doctrina del sansi monismo, se advierte la pode- rosa y decisiva influencia de Saint-Simon sobre Comte, descontando el hecho de que éste último fue asimismo colaborador de aquél. El nombre de filoso- fía positiva, las etapas orgánicas y críticas, teológicas y científicas, la ciencia como capacidad de previsión, la reforma social como meta del pensamiento, una nueva religión, etcétera, son ¡deas fundamentales en la doctrina comtiana". Francisco Larroyo "Estudio introductorio", en Comte, La Filosofía positiva, Editorial Porrúa, México, 1979, p. XXII.

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