Estampa (Madrid. 1928). 27-11-1928

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'Srnoi?¡em^e1^28 ^ ^; estampa Rja^LMxx QrÓLÍtcxx y JZü^rKiria. efe 2h CIctujctXJjolajoL PcLseja cbz Jtuí Vüíente 9o ^ ^ MQDfííD, S o etms. /Director PropLzbcLrLo: z Ixiüdactar-jf^z: VLcai-tz fárhche/zOcañjCL •n JI/^T/T^T %fT~l 7 7-7? 7*7V T-T i~*TT^T* l§f Tífríf-ilí S'í^rí ¡Raquel MeUer, ¡a sugestiva cancioiUsta, ¡a actriz admirable aclamada por todos ios públicos del mundo, vuelve a ofrecernos en *iLA VENENOSAft su última película, ¡a gracia suprema de su arte.

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literatura

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estampa Rja^LMxx QrÓLÍtcxx y JZü^rKiria. efe 2h CIctujctXJjolajoL

PcLseja cbz Jtuí Vüíente 9o ^ ^ MQDfííD,

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VLcai-tz fárhche/zOcañjCL

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su última película, ¡a gracia suprema de su arte.

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estampa

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LUZ DEL KOSTMO

es la Diancura espienmaa de los dientes, cuando

se usa a diario

PASTA DENS ruébela usted. Limpia el

esmalte dental con la suavidad de una esponja, sin atacarlo ni r a y a r l o . Des infec ta y refresca la boca. Aromati^ía el a l ien to . C o n v i e r t e los

i e n t e s en p e r l a s y p a l a b r a en p e r f u m e .

CASA EN BUENOS AIRES:. M A U R E . 2 0 1 0 - 1 4

C A S A EN L O N D R E S S T R A N I) , 7 6

Tubo grande, 2 ptas.; pequeño, 1,25 en toda España.

I El impuesto del Timbre a cargo del comprador, \

PERFUMERÍA G A L , - MADRID

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eslampo

Un fo rmidab l e i n c e n d i o d e s t r u y e la Escue l a Normal de M a e s t r a s , de Salamanca

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La Escuela Normal es pasto de ¡as llamas. El fuego se inició en unos desvanes al amanecer, y cuando se estaban dando las primeras clases, se corrió a todo el edificio, destruyéndolo en pocas ^oras. <FotoGombau.)

Grupo de alumnos entre los escombros de la Escalera Central del edificio siniestrado. Otro grupo de alumnos que prestaron su ayuda para salvar los instrumentos de Física después de apagado el fuego. que no fueron destruidos por las llamas. (Fotos Ansede y luanes.)

E L N A U F R A G I O D E L « V E S T R I S »

Supervivientes del uVestris* a bordo de uno de los barcos americanos que primero acudieron al lugar del naufragio.

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LA JORNADA DEPORTIVA DEL DOMJNGO

El pa r t i do B a r c e l o n a - E s p a ñ o l , en la Ciudad Condal c '

B^K y ,,.J¿ J^K^^^SiPlliÉ.:

>-• ^^J^ái S ;ftSy^"í-'w- '"' i

^^^^^^^•Í^^^HH^I^HI^^^^^^^B^^UJ'^^^^^H

UN <iCOAL» DEL ESPAÑOL.—El potente tiro de Tena II envía el balón a las retlt^, sin que Walter primero, y el ^goaJ=Reepert> después^ puedan interceptarlo.

Eternos amigos—y rivales-—¡os capitanes Samitier y Zw mora posan antes del partido en unión del arbitro, el ma=

drileno Melcón.

El form'dable despeje de Wahsr, de espaldas, corta un avance del canario Padrón.

EL *G0/4t» DEL BARCELONA .—Lo logra Samitier. de un vígotoso remate de cabeza, pese al esfuerzo de 7"ra« El «internaehnaUsimoA Zamora devolviendo un balón alto, apurado ante el alaQue que le dinge, agazapado, su amigo

bal por impedirlo. —y rival—Samitier, (Potas Badosa.)

LUNA,II-FUE

COLCHA SEDA , ^

MAmiMONio r rs IS EDREDÓN RASO _ ^ CENEFA FLORES - 3 2 >ÍANTA LANA - 4 5 ALFOiMBRlTA _ 2 CARAS PTS 9

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Cflampo

MADRID. 7; NACIONAL, / .—El chut fulminante de Luis Uribe, originó dos de los tantos madrileños. (Foto Alvaro.)

REAL SOCIEDAD, 5; REAL UNION DE ÍRÜN, 4.—Una difícil parada de Izaguirre;portero donostiarra, a chut de Regaeiro.

(FotoCarte.)

Barcelona-Español, que siempre tiene una alta

significación deportiva, constituyó uno de los gran­

des episodios de la jomada del domingo. Nueva-

Para toda clase de camas

SOMMIER ACERO «VICTORIA» EL MAS HIGIÉNICO — EXIJA ESTA MARCA

mente triunfó el Español de^ués de una lucha cua­

si epopéyica. Otro- áerby futbolístico se disputó en,

Guipúzcoa: La Real Unión, de Irún, fué también!

derrotada por su rival eterno, el equipo donostia­

rra. Ofreció gran interés, igualmente, el partido de

Zaragoza, en el que el Iberia se tomaba un Honro­

so desquite sobre el nuevo valor: el Patria. Uucha

ruda y varonil entre areneros y baracaldeses, termi--

nada con resultado nulo. En Madrid, un episodio

siu interés, a cargo del Real Madrid (que termina­

ba su actuación en el can^jeonato sin haber cxwio-

cido los amargores de la derrota) y el Nacional,

que realizó una exhibición desgraciada y pobre.

IBERIA, 2; PATRIA, I —tCornen> a la puerta del Patria, hábilmente despejado por su portero.

(Poto Palacio.)

ARENAS. 2; BARACALDO. 2.—Después del primer tanto marcado por los del Baracaldo, Jáüreguiy Vallana,

parecen recriminarse recíprocamente. (Poto Alvaro.)

S E Ñ O R A S Sombreros fieltro, elegantísimos, a 12 ptas.

MONTELEON, 35, primero, derecha

CAUSAN ADMIRACIÓN los espléndidos regalos que hace ^Xa Aurora» con una clase tan inmejorable de Café y Chocolate. PRECIADOS, 27.

M. Cantó. Ángel Arche, Vicente Naare y Gonzalo A¡on= so Martínez, principales adores de la carrera «Subida a-la Dehesa de la Villar, que con un éxito excesivo de público se celebró el domingo, bajo la organización de ^Peña

Motorista"*. (Foto Alvaro.)

BaibES A C A D E M I A A R I S T O C R Á T I C A

PROFESOR: G C O R O K H A V 16. PRÍNCIPE. 16

MADERAS ADRIÁN PIERA Santa Engracia, 135

SALES MARINAS ESPECIAL PARA BAÑOS

M A R C A '* E T A " D E V E N T A E N P E R F U M E R Í A S Y D R O G U E R Í A S

Depóiito: Vizcaya, 7 M A D R I D Teléfono 70900

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estampa

Con toda solemnidad, ha sido inaugurada en la Moncloa la Casa de Velázquez

Aspecto que ofrecía la sala de la Biblioteca durante el acto de la inauguración, presidido por Don Alfonso.

S. M. la Reina Dona Cristina, del brazo del ministro de Marina francés, después de la inauguración. (Fotos Contreras y Vilaseca.)

EL MEJOR Y MAS = A G R A D A B L E

PARA HlHOS, ADOLTOS Y ARCIANOS

El Purgante YER es el mejor de los conocidos hasta el día, pues, debido a la forma en que está preparado, es de un saboT delicio-so, obra sin violencia, no irrita el intestino, no produce cólicos, como sucede con la inmensa mayoría de sus similares, y es, a la par, el más suave^ el más eficaz y el más seguro e inofensivo de los purgantes.

El Purgante YER lo reclaman los niños como la golosina más agradable; tanto es así, que parece prudente recomendar a las Madres que procuren no dejar las cajas al alcance de los niños, para evitar que, tomando las pastillas por ricos bombones, ingieran una cantidad excesiva.

El Purgante YER constituye, forzosamente, el medicamento ideal de las familias, y como tal lo recomiendan los médicos, pues para conservar un perfecto estado de salud, tanto en los niños como en los adultos, es imprescindible apelar al Purgante YER no bien se advierta el más pequeño síntoma de malestar general, indigestión, estado febril, etcétera. Como una de las causas que produce el desgaste prematuro del organismo, cita la ciencia, en primer término, el irregular funcionamiento del intestino: el combatir esta causa será robus­tecer la salud y librarse de numerosas enfermedades y padecimientos.

CAJA CON DOS PASTILLAS: 40 CÉNTIMOS

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Cflampo

D o s a c c i d e n t e s d e a v i a c i ó n

: -. ;" SEVILLA.—Estado en que quedó el avión tripulado por el capitán Elvira y el teniente Rute, después de aterri^- PALMA DE MALLORCA — E l hidro de la Compañía Late:'

zar violentamente en una huerta próxima a la Cruz del Campo. coere que al pretender amarar en el puerto quedó empotrado en (FotoSánchei del Pando.) una calle de la barriada del Jonquet. {Foto J. Compafty.)

ANIVERSARIO DE LA CONQUISTA DE SE. BAUTIZO DEL PRIMER HIJO DEL «NIÑO DE LA PALMA» .—EL ^/Niño de la Palma» y su señora saliendo de VILLA.—El Alcalde de Sevilla llevando ¡a espada ¡a iglesia de San Lorenzo, con su primogénito, después de haber recibido éste las aguas bautismales.

del Rey Fernando el Santo en la procesión. (Fotos Sánchez del Pando.)

M O T O C I C L E T A S I N G L E S

FALTAN ALGUNAS AGENCIAS * C A N T Ó * PRINCESA, NÚM. 14.-MADRID

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Cftampa

30 PLAZAS DE ? MECANÓGRAFOS DE ADUANAS i Ambos sexos.—No se exige título.—Edad: ¡6 años. "^

Exámenes en i . ° de feb re ro de 1929.— Instan= S

cias: desde 15 de d i c i e m b r e ai 1 y de enero pró=" S

x i m o . — E j e r c i c i o s : O r t o g r a f í a y Mecanogra f ía , c i 5

p r i m e r o , y G r a m á t i c a , A r i t m é t i c a y O rgan i zac ión JJ

de Aduanas , el s e g u n d o . 5

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i n t e r n a d o , e tc . , an la Academia

<i " E D I T O R I A L R E U S Casa rundada en 1852

Matrículas: Preciados, I . Libros: Preciados, 6.

Correspondencia; Apartado 12.250

M A D R I D

í ^ enferrrtedaxi&r DEL

ESTONAGO y de los INTESTINOS DOLOR DE ESTÓMACO,

DISPEPSIA, ACEDÍAS Y

VÓMITOS, INAPETENCIA.

DIARREAS EN NIÑOS Y

ADULTOS, OIUTACIÓN Y

ÚLCERA DEL ESTÓMAGO

DISENTERÍA, etc.,

se curan positivamente con el

ELIXIR ESTOMACAL

¡AIZ M CARLOS (STOMALIX)

J^f

poderoso t ón i co

d i g e s t i v o q u e

—^S^'^'^SSl *'"'"°f3 siempre.

^ í ' ^ » ^

A •--V-.^

Tíi>e..tc I n f ú ü EL SALUDO A BENAVENTE

N O escribamos esa palabrita que comienza por una hache y que significa sumisión, venera­

ción y rendimiento. Lo mejor de la idea del señor Polaiico ha sido el abandono de esa palabra, de ori­gen y sentido feudales. "El saludo a Benavente" es una fórmula felicísima, propuesta al público para que demuestre su admiración y su afecío por un honv-bre msigne, por un gran dramaturgo, que—a lo lar­go de tremía y cmco años de labor escénica, no sierar pre con el éxito garantizado, como ahora—lo hai divertido e instruido. lo ha hecho reír y lo ha hecáioi pensar.

Benavente es, hoy, un ídolo. Pero no puede de­cirse que sea un ídolo improvisado, surgido de pron­to en el ara publica, por un capricho o una embria­guez de la muchedumbre. Es un ídolo que se ha( ganado el pedestal a pulso.

Benavente es popular, antes que por sus obras, por su sonrisa y por su puro: ese puro qme es la llave de su sonrisa. EÁ pueblo adora a los gran­des homiíres que disimulan su superioridad, que ncí la llevan sobre la cabeza, como una corona, sino entre los dedos, ligeramente, como un molino de papel.

Benavente, en suma, es un ídolo con el que puede jugarse: un ídolo simpático, que descompo­ne con frecuencia su postura hierática para íiacer un chiste o decir: "Menos incienso, menos.. ."

Esta demostración de simpatía, de cariño y de respeto que no Va a cosíade nada a nadie (nada, es decir, un sello de Correos; y el Elstado bien pu-

CAFES GUI LIS KHtJCllia'f^ ümuGE SxiffiíSi

diera asociarse a la "demostración" concediendff la franquicia postal para las tarjetas del "saludo") es, sciguro estoy, la que más complace a Benavente. Eso de que no exista el ágape a seis duros per cá-pila, ni la función de gala, ni el discurso... ¡Eso de que no haya que afligir al bolsillo, ni necesitar del bicarbonato, ni ponerse el frac, es admirable y con7 fortable, Sr. Polanco! Benavente, que va a sus estrenos y recibe las ovaciones con la camisa floja, se lo habrá agradecido en el alma.

Benavente no había sido nunca un autor caro. Por e! duro, por las tres, por las dos pesetas de la butaca—o por los dos reales del paraíso—era elí autor que daba más... V ahora bastan quince o Veinticinco céntimos para agasajarlo. Benéfico, cari­tativo, generoso Benavente...

Yo ya tengo preparada mi tarjeta con estas dos palabras a pluma: La Malquerida. Mas he aquí lo único que hace difícil la fórmula fácil de! se­ñor Polanco: ¡Elegir una comedia o un drama de Benavente! ¿ Y si nos gustan todos? Veo a más de un benaventiano, ccm la pluma tremola en los de­dos, preguntándose si se decidirá por Los intereses o por Señora ama, por La Malquerida o por Los malhechores del bien. Y o ya he puesto La Mal­querida. Pero ha sido por ¡sometermie a la fórmula del Sr. Polanco. A nií, más que esta 'O aquella t i r a , me agrada el espíritu—permitáseme afrance­sar el vocablo—: l'esprit de Benavente. No me per­suade en toda ocasión el insigne dramaturgo; pero no ha dejado nunca de hacerme gracia. La mejor de las gracias, entiéndase: la que. por el canal de

la risa, afluye al pensamiento. Y Ío renueva y lo refresca...

Vaya, sin más palabras, mi saludo, mi cordial e intelectual saludo, al maestro.

LA SEMANA DE VELAZQUEZ

Quería hablar de la semana de Velázquez, dtí la • inauguración de ese hogar francés en la Mon-cloa. Pero me queda poco espacio, y no puedo con­sagrar a ese feliz suceso una detenida glosa. Da cuantos en él han intervenido, quiero, subjetivamen­te, lógicamente, por razones profundas de admira­ción y simpatía personales destacar tres nomí>res:

Eí del mariscal Pétain, el de Pierre Paris y e! de Maurice Legendre.

Me hubiese agradado, creo que me hubiese emo-

4W1» LiM:ADtM4§ cionado, volver a ver al marisca! Pétain. Conocí a Pétain cuando todavía no era mariscal, sino general. En Verdun, bajo el fuego de los cañones tudescos. Y en el Verdun inmediato al armisticio, desolado, devastado, semejante a un paisaje lunar. Veo a Pétain, sobre la eminencia de Douaumont. expli­cándole al rey de España la batalla del Mosa. La tierra circundante, con su TÍO, era un enorme mapa en relieve. Cada lonrta, cada barranco, cada uno de esos hoyos abiertos por la metralla, tenía^ cS nombre de una pugna heroica, recordaba un epi­sodio del gran martirio de la humanidad... Ahora Pétain, con su claro uniforme de gala, ¿qué pensa­r ía? , . . Verdun. las horas de Verdun están lejos. ¿Pero el mariscal puede, en la paz, olvidarse de la guerra r

A M. Pierre Pan's. director del Instituto fran­cés, arqueólogo ilustre- -es el mventor de La dama de Elche^. y a M. Maurice Legendre. el hispa­nófilo más apasionado y enterado que haya existido hasta hoy, envío, desde ESTAMPA. mis salutacio-; nes. Con ellos, la "Casa de Velázquez" irá lejos en las armonías francoespañolas. Armonías, hasta ahora, débiles. Porque no son muchos—-sino muy pocos—los franceses que estudian bien a Españ.-* como M. Pierre Paris y M. Maurice Legendre. Ef-f paña es tierra incógnita para la mayoría de los ga-* los. La antorcha de Velázquez acaba de encen­derse e ilumina todo el ámbito español.

Passez, messieurs !...

PA/EO I., RECCIXTO/- 3 =

PAS£OJ,ERECOLETOS 3.MADÍ(ÍD

*A Alberto Insúa—escribe el Ilustre crítico Cansinos Asscns—debe Madrlcl el cuadro más real de su vida hom rada y srave, el cuadro más puro y de más refinada intención literaria». Lea usted la novela madrileña de Insúa

LAS F L E C H A S DEL AMOR lulosamente reeditada por Rivadeneyra (S. A.), y con el prólogo que a la versión fancesa puso el gran Maurice Barres,

CINCO pesetas el tomo en todas las librerfas.

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Cftampa

^^IZUK^ -ñscU^cS^c^cynca^ (£^ olnco cSS<3hyQ) LUISITA avanza gentilmente. Tiene

ya la desenvoltura de una artis» ta habituada a afrontar los públicos. Morena, de rostro gracioso, esbelta,

más sorprende y admira. Porque en Luisita todo es éso: intuición artística. Nada de anticipaciones intelectuales o físicas.

¡Ponía cruzados cuchillos a esta pena que me mata!...

garbosa como hija castiza de la calle de Embajadores que es. En una elegante actitud cruza las manitas sobre el pecho y empieza a recitar una poesía de Antonio Machado:

Anoche, cuando dormía...

La intuición artística de esta niña de cinco años es lo que

La recitadora de cinco años, Luisita Esclapés.

¿Qué me importan tusriquezas?, l í contestóle la cristiana...

Vean ustedes, en las fotos que rcproducÍ= mos en esta página, la gracia y la distinción artística de esta nina prodigio, mientras rcs cita distintas composi = cioncs. Hay en ella soltura V garbo, Por= que Luisita es una artista de corazón.

(Potos Cervera.)

¡Me muero, fiermana!... ¡Me muero! Anocfie, cuando dormía..

¡Tan hermosa y tan bien florecida! ¡Tan alegre, tan pura y tan buena!...

¡Esplendoroso y risueño como una iluminación! ..

...Y perlas, para el cabello y baños, para el calor...

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Cflampü m--

EL ESCRÍTOR ^ Don Ramón ycrguc, con uaa sacudida, el magro hay otra razón. Mi gTjsto hubiera sido darla íntegra

CUENTA Pío Baroja en Las horas solitarias, que una dama extranjera, aristócrata e inteligente, le dijo

en cierta ocasión que aborrecía el trato con escritores, porque son «como limones cxprimidosí. La frase es de una exactitud sorprendente, pero tiene sus exccpcio= nes, y una de ellas, magnífica, es la de D. Ramón del Valle=lnclán. A D. Ra= món habría que hacerle una interviú cada quin= ce días, interviú=resua mcn de cuanto ha pen= sado y dicho en la quin= cena, y que no tiene nada que ver, o apenas, con sus lihrcs. Seria la única manera de que no se pierda uno de los asx pectos más curiosos, des» lumbradores y apa5io= nantes de la personalie dad deValle=lnclán.Don Ramón tiene una cose= cha de limones inagotas ble, y todcs los días, en la mesa d.'l café, o en su casa, ante el visitan= te, pone uno, fresco, in= tacto, recién cogido de su fecundo limonar. Su mano lo exprime, salta el zumo y no hay juego de surtidores ce mpa= rabie.

En estos días, D. Ra= món ha publicado un lie bro y se ha mudado de casa. De la calle de San» ta Catalina, ¡unto a i a del Prado, en el barrio de los anticuarios, ha pasadera la del General Oraá, por las alturas del Hipódromo, a orillas de la Castellana, y tic lejos de la estatua de Ca5te= lar. El siglo xix pcrsi= guc a Vallc=ilnclán. (¿Es que, en el fondo, hemos llegado al siglo xx?)

BURLAS Y VERAS

Cuando D, Ramón viene a mi encuentro, en cl saloncito donde le ess pero, trac en la mano un ejemplar de su nuevo lis bro. Es para mí. Su cor= tcsfa de gran sefíor no acepta titubeos, y se da, desde el primer momento y de un solo brote. El libro se titula Viva mi dueño y es el segundo tomo de la serie del Ruedo ibérico, que inició con La Corte de los Mi= ¡agros.

—El primero—digo—tuvo un enorme y merecido éxito. A éste le espera la misma suerte. Había verdai= dcra ansiedad por conocerlo.

—Todos los libros que se refieren al siglo pasado, especialmente a la época isabelina, interesan mucho. Ahí están los éxitos de los libros del marqués de Vi= llarrutia y del de Lema. Claro está, la gente ha ad= vertido que los hechos no se producen sin más ni más, y se ha lanzado en busca de las raíces de ios que ahora le preocupan. La curiosidad histórica es natural, en un pueblo, por pequeño que sea su instinto de con= servación. Si la Historia no tuviera este valor de ejemo plaridad no serviría para nada.

—¿Qué se propone usted, principalmente, en esta serie de novelas históricas?

cuerpo y contesta rápidamente; —Burlarme, burlarme de todo y de todos. Ahora pausada, emocionada y gravemente: — La Verdad, la Justicia, esas son las únicas cosas

respetables. Don Ramón se levanta y viene hacia mí para ofrc=

ccrme un cigarrillo egipcio que su única mano ex=

en dos o tres grandes tomos. Por eso he huido de la división en episodios. Cada volumen es un fragmento, que sólo adquiere plena significación cuando va uni= do a sus compañeros. Este procedimiento hace que los tomos en sí pierdan, acaso, intensidad c interés; pero la obra total ganará en perspectivas y matices,

— Las novelas suelen tener un personaje principal... ^ L a s mías, no—me

ataja Vallc= Inclán con su j u v e n i l vehemencia- -. Todos son i g u a l e s . Cuando les llega su hora se destacan del fondo y adquieren la máxima ¡m= portancia. Ya sé que ai lector le molesta que le abandonen al personaje que ganó su primera simpatía, pero yo escri= bo la novela de un pue= blo, en una época, y no la de unos cuantos hom= bres. El gran protago= nista de mi libro es cl Ruedo Ibérico. Los de= más sólo sirven mientras su acción es definidora de un aspecto nacional. La calidad externa del suceso o la anécdota me tiene sin cuidado. Lo que me interesa es su calidad expresiva.

D. Ramón del Val¡e=Inclán con su esposa, doña Josefina Blanco, y el más pequeño de sus hijos.

trae, hábilmente, de la caja metálica. Luego, cons tinúa:

—Este género de literatura satírica tiene una gran tradición. Brantóme, por ejemplo, y entre nosotros y sobrz todos, Quevedo. Muy curiosa y dentro de mi manera es la Crónica burlesca de don Francesillc de'Zúñiga, bufón de la corte de Carlos V. Habla en la crónica—probablemente apócrifa—de unas Cortes celebradas en Valladolid. Don Francesillo de Zúñiga, o quien fuere, va pasando lista a todas las grandes fi= guras y viéndolas a una luz traviesa y zumbona. La literatura satírica es una de las formas de la canción histórica que cae sobre los poderosos que no cum= plicron con su deber.

—Estos dos tomos ¿están tratados como una sola novela?

—Toda la serie es una sola novela. La voy dando en volúmenes de trescientas a cuatrocientas páginas— éste, como usted ve, ha pasado de las cuatrocientas—, por ajusfarme a las normas editoriales del día. No

S O Y COMO

UN GENERAL

—-¿Que elementos for= man la base de sus li= bros?

— La luz y lá acción. A un pueblo se le pue= de conocer per el me­dio que lo engendra y por el medie que lo ex= presa. Al Ruedo Ibérico lo engendra la luz y lo expresa la acción.

—Me parece, don Ra= món, que da usted a la novela valores dramáti = COS. Crea usted el esce= naric-— la luz como ele= mentó principal^—-, y en él van y vienen las figu= ras. Una novela suya es una sucesión de escenas dramatizadas así. A us= ted se le presiente, en

una butaca, viendo el desfile. •—Esa es mi actitud. Mire usted. Hay autores que

siguen a sus personajes como mendigos; otrcs, toman aire de perros olfateros; otros, van a su espalda como comadres curiosonas, y otros—aquí Valles inclán en= durece la voz y sus barbas se disponen en una mueca . despreciativa—, otros, como en el caso de Proust, se convierten en verdaderos parás-tos. Sí, sí, Proust se pega a sus personajes como un parásito. Yo, no. Yo tengo a los míos siempre de cara y no los sigo. Un general no sigue los pasos de sus soldados. Lo tiene delante de los ojos, en los'planos y ve, al mismo tiem = po, dónde han estado y dónde es posible que estén, lo que es y lo que puede ser.

LA CRUELDAD ESPAÑOLA

— Los ingleses—dice VaIIe= Inclán—aprovechan to= das las coyunturas para llorar con esa sensiblería quí:

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Cilampa

llega a hacer tan insoportable a Dickcns. Los francc= 5C3 se entusiasman coa sus personajes: los titulan v\z= condes, los visten de chaqué, les dan aire gallardo y a triunfar en el mundo. El español está siem= prc un poco por encima de sus personajes. Es un demiurgo que mira a sus hijos, en el caso más benigno—, con benevolencia de ser superior. Cuando siente ter= nura por ellos procura no demos= trarlo o da a sus expresiones un toque burlón. Si un francés hu= biera escr i to el Quijote, a cada

paso le estaría llamando; «"¡Oh, mi héroe, mi héroe-», extasia= do ante sus hazañas. C2r= vantcs, en el fondo, admira a don Quijote y siente por él una gran ternura, pero tiene ci pudor de sus sen= ti mientes y no lo deja traslucir. La crueldad, la indiferencia ante el Do= lor, es una cualidad muy española. Se ha querido comparar a Rusia con Espa= ña. No ha y nada de eso. Todo ruso reacciona ante el Dolor como sí lo acabara de descubrir, como si lo hubieran fabricado expresamente para él. Por eso le conceden tanta impc r= tancia y se entregan a él con esa voluptuosidad. El español es cruel por escepticismo. Sabe que el Dolor ha existido siempre y siempre existirá, que, como el Sol, amanece para todos. Siendo asi, no vale la pena de tomar actitudes vic= lentas y lo deja pasar, encogiéndose de hombros.

DEL 9 8 Y DEL 2 8

—Mire usted—me dice dop Ramón—; ha venido a España un escritor alemán con el encargo de hacer un libro sobre !a generación del 98. El otro día fué en mi busca a la tertulia del Regina, y comenzó a ha= cernos preguntas para orientarse un poco. Rígido, como buen alemán, se traía clavados en la frente el nueve y el ocho, y no ha= bía manera de hacerle en= tender las cosas. Yo le dije: «¿que cuarto es ese del 98? ¿Por qué scy un escritor del 98? Será del 98 el escritor que encop = tro en aquella fecha su des finitiva expresión y la rc= puta a lo largo de los añcs, pero el escritor que cambia y se renueva y se transforma es de! 98 y de 1928.

(Esta teoría de den Ra= món me parece extraordi= nariamcntc justa y opor= tuna. Recójanla los litcra= tos del último minuto,)

EL HOMBRE

El salón donde se cele­bra esta entrevista se ha cuajado de sombras con la caída de la tarde. En la obscuridad, casi abso= luta, sólo hieren mis ojos los brillos blancos de la barba y la melena de Vallcdnclán.

La silueta menuda de uno de los hijos de don Ramón se destaca en la puerta, ,

—Anda—le dice el ilus= trc escritor—, ve a decir

D. Ramón hablando con nuestro colaborador Paulino Masip.

que den la luz. Yo no sé aún dónde está la llave. Poco después entra la esposa de don Ramón. — ¡Por Dios! ¿Están ustedes a obscuras? ¿Por qué

no has avisado? Con la luz acuden los hijos de Valle=Inclán, de

vuelta del paseo o del colegio, a saludar a su padre, con un beso. A mi, me tienden la mano gentilmente.

— ¿ C ó m o está?

Don Ramón tiene cinco hijos. Li nena, María Antonia, de cuatro años. Loa

en escala hasta Conchita, la mayor, que es ya señorita.

—-¿No ha venido ESTAMPA, mamá?—pregunta uno de ellos.

—No, no ha venido aún—contesta la señora—. ¿Ve usted?—dice, dirigién=

dose a mí—. En esta casa, EsTAM = PA es una obsesión. Esta prcgun= ta se repite todas las semanas treinta veces. Mis hijos y yo esperamos su revista cumo un regalo.

La esposa de Valle= Inclán es Josefina Blanco, actriz, antes de su matrimonio, en la compañía de Ma= ría Guerrero, como todo el mundo sabe. Josefina era una admirable intér^ prcte de nuestro teatro clásico. Su recuerdo está vivo en la escena espa=

ñcla. —No, no hable usted de

mí, se lo ruego—me dice, ata= jando mis preguntas—. Yo soy

una mujer insignificante, obs= cura, que vivo feliz, en mi ho= gar, entregada al culto de mi

marido y de mis hijos y no quiero salir de ahí.

•—El interés que despierta la gran figura literaria de su esposo se con=

'y tagia a todo lo que está cerca de él. Usted en primer término.

— Yo no cuento, yo no quiero contar. Estoy encan» tada con mi papel^-^dice, dulcificando la negativa con una sonrisa.

— Una sola pregunta: ¿Guarda usted buen recuerdo de su carrera teatral?

—Me sirvió para conocer a mi marido. La entrevista ha terminado, —Espere usted un poco y salimos juntos—me dice

don Ramón. Y a h o r a su e s p o s a

D. Ramón, rodeado de sus hijos.

—¿No quiere usted toa mar algo?

—No, muchas gracias. -— Sí, un vaso de leche.

Es una leche muy buena que traen a casa.

Se lo traigo. Es tan cordial, tan ama=

ble y tan efusivo el ofrcs cimiento, que no puedo negarme. (Un aparte, Al lector no le interesa sa= ber que yo estoy a rcgi= men lácteo, pero, sabtcn= dolo, comprenderá mejor hasta qué punto rebosa, este hogar ilustre, de sims patía humana.)

-—¿Es buena? —Magnífica — digo y

siento.

Poco después, en la Castellana, con rumbo a Alcalá. Mientras anda= mos, a paso rápido, don Ramón habla:

— El teatro de Lcnor» mand no tiene, en ab= s o l u t o , n a d a que ver con el teatro de Caldc» ron...

Pero la interviú, a pe= sar mío, tiene que ter= minar.

PAULINO MASIP

(Potos Zapata.)

Page 12: Estampa (Madrid. 1928). 27-11-1928

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Page 13: Estampa (Madrid. 1928). 27-11-1928

euampa

ífiMMN^ móz(oÁii(mM>oMo DESDE que Paulino se puso dentadura de oro y

empezó a alternar con las cupletistas de posa t in , son legión los m,uchachos guipuzcoanos que sueñan con el boxeo.

Los forzudos de cada pueblo que se desa= fiaban antes a cortar troncos y a levantar pie= draj de loo i<¡Ios, llegan ahora a la capital buscando un entrenador que los adiestre y lo j pilotee hasta la tierra del dólar. La fama del mozo de Régil ha hecho ver= dadcros estragos en las costumbres sencillas de estos muchachos. De pronto se han dado cuenta de que estaban gastando inút i l nente su juventud y sus fuerzas cuando se derrengaban para ganar i.ooo ó 2.000 pesetas en apuestas pueblc= riñas. El porvenir está en el ring.

¡Ah, si Ochoa tuviera ahora veinte años! A pesar de todo lo que ha dicho de Paulino y de los ascos que parece hacerle al boxeo, se estaría entrenando estos días en el «Boxing Guipilzcoa».

Contando con la afición que se despertado en la provincia, S2 fundó

El nove! recibe las primeras lecciones que han de facilitarle la entrada en el <iImperio del puñetazo)).

como le llamarán pronto los cronistas deportivos. Porque este chico, que no ha cumplido aún los diez

y ocho años, levanta setenta y ocho veces en veinte minutos una piedra de loo kilos.

A esta grúa la quieren transfoimar ahora en cata= pulta.

En una sala de boxeo todos los movimientos están bien estudiados y medidos. Son, por lo tanto, cosa se= ría. Sin embargo, nada hay que más se parezca a una jaula de locos.

Cuando crftramos en el «Boxing Guipúzcoa» vemos a Ara dando vueltas desatinadas entre las cuerdas del rins, en un ejercicio que es como í i quisiera cazar con guant«s una mosca que le anda zumbando alrededor

^íí^i^S Mateo de la Osa, el nuevo campeón, posando para

iiEstampa».

de las orejas. Sanguitúa, delante de un ^spejo, se halla empeñado en una lucha terrible con'su propia figura. JÍm=el=Zaird, tirado en el sucio, se agarra la cabeza con las manos y la golpea contra las baldosas. Unos saltan a la cuerda, dándose rtocino»; otros descargar golpes terribles contra unos sacos de arena. Movién= dose todos a la vez y en giros encontrados, como en una endiablada visión de cuadro futurista, tienen el aire

El «footingf>, curioso ejercicio al que deben someterse los boxeadores y que tiene muchas semejanzas con el paso del

«Charleston».

San Sebastián la Sociedad deportiva «Boxing Guie púzcoas.

Al l í está Mateo de la Osa, luciendo su título nueves cito de campeón español de los semipesados. Al l í Ara, que ya no encuentra adversarios en su categoría, y que tanto se parece a Carpentier en lo bien peinado que se presenta er el ring y en otras muchas cosas. Y el orancs= guipuzcoano JÍm=£.l=Zaird, que sale a Íos combates jacarandoso como una bailarina, para embestir en= seguida como un toro, con la cabeza entre los puños. Y los dos sapientísimos «plumas» Roca y Martínez Fort, profesores del Gimnasio. Y entre los que acaban de llegar, José Manuel Sanguitúa, la grúa de Deva,

'nmpoco le irá mal a los futuros boxeadores que hagan su «cross» correspondiente todos los días, ejercicio muy saluda^ ble para la salud en general y, en especial, para el fortalecimiento de los pulmones.

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estampo

Mateo y Lete, con las clásicas coscorroneras, dándose de puñetazos,

lleno de puñetazos disparados en todas direcciones. Por si uno

de eJIos pudiera caernos en un ojo o en otro miembro de impres=

cindible necesidad, no nos atrevemos a pasar por en medio para

llegar hasta Mateo de la Osa, que nos está saludando desde el

otro extremo de la sala.

Aprovechamos el momento en que Marín ios deja a todos

parados con el fogonazo del magnesio.

Mateo está hecho un dandy desde que dej^el traje m¡Ii=

tar, cumplido su servicio en el regimiento de Sicilia,"don=

de se despertaron sus aficion?s boxísticas.

Se le ve con frecuencia en el Paseo de la Ave=

nida. Sus camisas de seda parten los corazones de

las modistillas en los bailes de Igucldo y la Perla,

y no hay un boxeador que. haya sacado al rins unos

culotfes más elegantes que los suyos.

Es un buen muchachote este Mateo, que tiene prisa

de quitarle ]a corteza aldeana.

El nos cuenta cómo se escapó un día del cuartel, sin

encomendarse a Dios ni al oficial de guardia. Habían

llegado de Améi íca sus primos, unos pelotaris famosos,

y se marchff con ellos al pueblo, Al volver, se presentó sin

vacilación al oficial.

—A sus órdenes, mi teniente.

El oficial empezó a increparle con severidad.

— Tú sabes lo que has hecho?

—Qué le voy a «dcsir*, mi teniente. Yo «hisc» lo que

pude. Ahora haga usted lo que quiera.

Y, claro está, el teniente se echó a reír y no le hizo nada.

Ara y Roca, dos ases del boxeo que aspiran a ser campeones • . de las categorías más codiciadas.

• La única persona con quien Mateo no ha podido hacer nunca Lueru

amistad ha sido Isidoro, el de Ibarra. Este le venció en.-sus comienzos

por un «li -o» impresionante. Pero de aquella derrota se vengó luego

Mateo en igual medida. De aquella derrota y de otras malas partidas

Isidoro le jugó. Anduvieron mucho tiempo juntos por las casas

uéspcdcs de la calle Embeltrán y de! barrio de Gros y dejaron

allí historias muy largas de contar,

jdoro es hombre de más conchas que el bueno de Mateo, y vio

él desde el principio a su rival más temible.

do Mateo sólo llevaba quince días de aprendizaje, se fue=

cer una exhibición en Ondárroa, que está a dos pasos

de Motrico, el pueblo de Mateo. Este, como es

natural, tenía grandes deseos de lucir sus habi=

lidades ante los paisancs y amigos que irían a

verle. Pues bien, Isidoro el de Ibarra, que era ya más

viejo y entrenado en estos menesteres, se ensañó con

él pérfidamente a lo largo de los ocho rounds que duró

el juego. Le dejó la cara en tal forma, que no le conocía

ni su familia.

— M i padre me encontró en la calle—dice Mateo—•,

y me miraba triste, triste, sin «desirme» nada. No me

atreví a llegar a casa. Cogí el tren y me volví a San

Sebastián inmediatamente.

Ahora Mateo está lleno de optimismos. Le llaman de

América y allá se va tras el espejuelo de los dólares.

Lo mismo que los chicos de lo escuela, los boxeados res entretienen sb tiempo saltando a las «buenas

vayas».

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Page 15: Estampa (Madrid. 1928). 27-11-1928

estampa

N os hallamos ante un homenaje insólito; el que se va a dedicar a Pompcyo Fabra. Se tribirta

un homenaje a Pompcyo Fabra en ocasión de sus se= senta anos de edad; lo cual, verdaderamente, nada tiene de extraordinario. El plato fuerte lo constituirá la publicación de un volumen de miscelánea; tampoco hasta aquí, nada de chocante. Pero es que en Pompe= yo Fabra se homenajea al gramático, y esto, sí, esto ya parece algo singular.

Porque, que se festcie a un artista, a un dramatur= go, a un político, a un actor, que con sus triun= fos y sus obras de arte nos ha cautivado, y cuya figura se presta a la po= pularidad; bien. ¡Pero un gramático!... ¿Qué cmo= ción de esas habrá podi» do proporcionarnos un gramático? Decir gramas tica, ¿no es como decir aridez, sequedad, aburría miento?

Sencillamente, es q"c en el caso de Pompcyo Fabra nos hallamos ante un tratadista, no^de aula de Instituto o de Univcr= sidad, sino ante el gramas tico de un Pueblo.

El espectáculo que por aquel entonces, allá por el ochenta del siglo pasado, ofrecía la expresión grama= ticai de! lenguaje popular en Cataluña no era muy confortador. Mientras esa expresión había ido vegc= tando en fórmulas de uso corriente, no hubo confIic= to; pero desde la hora en que, acosada por <?1 ienaci= miento, prendió en cuerpo vivo, nos encontramos con una ortografía anárquica.

Surgieron voces ^n. demanda de una ortografía uni= ficada. El afío 81, intentóse la creación de una Aca=

sistema ortográfico. He ahí el nacimiento de las cclc= bérrimas normas del Instituto,

Prat de la Riba aceptó el sistema elaborado y el Instituto adoptó las normas. Luego, con la autoridad y el prestigio de este hecho, el mismo Prat invitó a todos en general a adoptailas también. En un artículo lapidario, memorable, que publicó La Veu áe Cata=¡ lunya, expuso las razones de su acto de gobierno y los motivos de su invitación. Al cabo de pocos días, las adhesiones se contaban por millares.

—Mi familia era una modesta familia de la cla= se media—nos decía él mismo. Con unos primos míos, nos tratábamos fra= ternalmente y quJso la ca= sualidad, o mejor dicho el afecto, que, en ocasión de hallarnos separados, a causa del veraneo, cierto día les escribiera una car» ta... Y la redacté en la lengua con que familiar^ mente nos expresábamos. Mi padre, que me sora prendió con la epístola, extrañóse de mi proceder; usar el lenguaje popular, en escritos, era aún algo fuera de lo corriente. La misma cxtrañcza de mi padre hízome reaccionar y entré en ganas de «apren» d<?r* el catalán.

—¿Sería usted muy jo= ven entonces?

—Tendría unos diez años... Luego, a mis naturales ansias por conocer bien el idioma materno, añadióse otro hcchc' circunstancial; el entrar en relaciones mis padres con cierta familia, procedente de Cuba que, además de su propia lengua, hablaba tres o cuatro ex= tranjeras. Entre el bagaje de esas nuevas amistades se contaban los libros, y entre éstos, diversas gramáticas y diccionarios de varías lenguas. Estas gramáticas fue= ron para mí,,, una revelación. Leyéndolas, en seguida vi la enorme distancia que las separaba de cierta gras mática de la lengua catalana en la que yo, con mucha afición, estudiaba. Mientras en ésta chocábame un cx= trano confusionismo y vaguedad, en aquéllas encontré orden y normas claras... Caí en la cuenta de que lo que se imponía rápidamente era tratar de estructurar una gramática de la lengua catalana que no adoleciera de falta de esas condiciones esenciales.

—¿Y quién iba a intentarlo? —Yo mismo... ¿Le parecen a usted muchas preten=

siones las mías? —¿Y compuso usted una gramática? — ¡La compuse! —¿A que edad? —Tendría catorce o quince años, aproximadamente. —¿Y la publicó usted? —Y la publiqué... a los veinte o veintidós.

Pompeyo Fabra, en su estudio, con sus enormes diccionarios, atlas lingüísticos, gramáticas, ficheros... (Poto Badosa.)

dem<a, que no cuajó. No tardó mucho en aparecer la célebre agrupación L'Aven^, que inició una corriente de estructuración.

Entramos en el siglo actual y dentro de este orden de cosas hallamos manifestaciones tan interesantes como el Congreso Internacional, donde se trataron múltiples aspectos del idioma, con la intervención de eminentes personalidades. Pero en toda la primzra década del 900 las diferencias y confusión ortográfica persisten. Hasta que llega la hora del jalón definitivo. Prat de la Riba la decide. Veremos cómo.

Por el 1911 habíase creado, bajo suj auspicios, el Instituto de Estudios Catalanes. A! año ¿igu-ente, tra= tose de empezar a dar a luz sus célebres «Archivos» y otras publicaciones, redactados en diversas lenguas, de cara al mundo estudioso. Y Prat de la Riba, el políti= co, el ordenador, vio la medida justa y planteó la cuestión en sus términos ineluctables:

Por de pronto, sentó el principio de que para las obras del Instituto no tenía que haber más que una ortografía. Manera de detci minar cuál tenía que ser; nombróse para ello una Comisión integrada por per= sonas competentes, con el fin de acordar el establcci= miento de unas normas ortográficas para uso de las publicaciones del Instituto. La Comisión laboró asi= duamente hasta llegar a la formación completa del

Pompeyo Fabra estaba a la sazón en Bilbao ejer» ciendo en su cátedra titua lar de Química, de la Es= cuela de Ingenieros. Pero Pompeyo Fabra no había abandonado sus estudios filulógicos y gramaticaies, y sus trabajos y pubhca= ciones eran harto conocí» dos como los de una ver ^ dadera autoridad. Pues bien, Prat de la Riba lla-s m ó a Pompcyo Fabra cuando de elaborar el sis= tema de normas ortográ= ficas se trató, y en la es= tructuración de las mis= mas, Fabra tuvo parte principalísima.

Cuando, una vez esta= blecidas las normas, tra= tose de constituir, dentro del Instituto, la Sección Filológica, el mismo Pom= peyó Fabra fué llamado a su alta dirección, Traslan dósc definitivamente a Barcelona, y el año 1913 empezaba su normal fun^ cionamicnto. Día tras día, Pompeyo Fabra. con una ejemplaridad, tina tenacis dad, una lucidez y tacto zxquisítos, ha llegado a la posesión de algo así como un patriarcado. Un pa» triarcado que él no impu= 50, sino que los escrito^ res, prosistas y poetas, ensayistas y dramaturgos, periodistas y hombres de ciencia, poco a poco, y luego todo el pueblo le ha ido deparando... Y es este pueblo, con sus in»

telecluaics, quien va a homenajeark.

Pompcyo Fabra cumple sus sesenta años y conserva todo el frescor de ta más auténtica juventud. Espíritu abierto, generoso, jovial, optimista. Cuerpo ágil, trato afable, conversación chispeante. Sportsman.

En la actualidad, Pompeyo Fabra da sus clases en el Polytcchnicum,

—¿Cuántos discípulos habrá tenido ujted en su lar­ga actuación gramatical?—-le preguntamos.

—No sabría cómo calcularlo. —A lo menos díganos cuál piensa usted que fué su

primer discípulo. El maestro Fabra se encoge de hombros. —¿Quiere usted que se lo diga? —A ver... ¡Me maravillará! — ¡Pues su primer discípulo fué su mismo padre

de usted! En efecto, su padre, después de haberle sorprendí^

do con aquella carta que escribiera para su primo, re= dactada en lengua materna; el propio padre siguió luego su ejemplo.

~—¿No recuerda usted que así nos lo había contado usted mismo?

Pompeyo Fabra sonríe... Luis BEFÉTRAN Y PIJOAN

Page 16: Estampa (Madrid. 1928). 27-11-1928

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" L O S T I R O L E S E S "

í.a casa sobrevive a la tienda de campaña

brigo t empora l , la t ienda de campaña es la her­

mana m e n o r de la casa . Se conformará us ted

con aquel la d u r a n t e unos d í a s : pe ro no ta rdará

usted en buscar la casa para pone r se al abr igo

(le los rij^ores del t i empo .

Lo mismo pueíle dec i r se de los a t r ibu tos de la vida

co t id iana . Cüada cosa en su sitio, con su d e t e r m i n a d a desti­

nación y ut i l idad.

De igual modo el reloj es uno de los objetos más pre­

c iosos , l l amado a dura r , como la casa, mucho t iempo. Klija

us ted bien su r e lo j ! . . .

Adquiera us ted el reloj Omcga q u e se burla de la usura

del t i empo . Será su c o m p a ñ e r o más fiel v le du ra rá toda

la vida.

í^ Para toda la vida ^í

Page 17: Estampa (Madrid. 1928). 27-11-1928

6>lompo

(PARÁBOLA)

Había una vez un rey... (Empezaremos como en los cuentos, pues hay que

ser generoso con los débiles. Y nada tan frágil y des= valido como el fantasma de una corona en el destierro de la compasión burguesa. Este pobre rey destronado que aparece en nuestra historia, vive en el tercer piso, letra B, de una casa de= cente—de una calle decente—de cual= quier capital francesa de provincia. Na=i die sabe cómo se llama, pero se le com» padece mucho. ¡Pobre rey de cuento!)

Había una vez un rey en una ciudad gris y poderosa, corte de un pueblo tan formidable que casi era un gran puc= blo. Tierra baja y llana y grandes ríos en un clima templado, valen tanto como riqueza y fecundidad. Y rico y fecundo era el pueblo que gobernaba nuestro rey desde su ciudad gris y poderosa.

Dicen que han existido esos hombres extraordinarios a quienes se llama «es^ cultores de pueblos». Puede ser. El rey de este cuento era un producto más de la colosal manufactura histórica del país. Era una consecuencia, un resultado y, al mismo tiempo, un resumen y una dea mostración. Et orgullo nacional, enraiza= do en las márgenes fértiles de los gran» des ríos que cruzaban la llanura patria, exigía un rey así. V como el orgullo ñas cional hace milagros, hizo, en este caso, con semídivina taumaturgia, un rey a su imagen y semejanza. V lo expuso en el Palacio de la Historia como en una feria de muestras.

Ya lo hemos dicho: un producto...

¡Qué horrible misterio el de las pe» quenas causas! El instinto de vida ha llegado a atrofiar en nosotros el sentía miento de terror hacia esas fuerzas la= tentes, cuya potencia asoladora de hura= can, inesperada siempre, es desencade» nada por los percutores invisibles, agu» dos y falaces, de lo ínfimo. Cuando se derrumba algo de apariencia firme, pero llagado por dentro, como esas construcn Clones que el termes ha roído, sucede algo sorprendente sólo en su cxterioria dad, mas claro y explicable tan pronto como nos damos cuenta de la carcoma interior. Las fuerza? destructoras que llamaríamos "de zapao pueden concebirse lógicas mente y ser comprendidas, aunque el efecto nos sor=

prenda. Cabe apercibirse y hasta prevenir el peligro. ¿Cómo prever, en cambio, cómo aproximarse con el cálculo a la magnitud posible de la fuerza confia» grada por un grito certero en la conciencia enorme y dormida de las multitudes? La explosión, lenta o fulmínea, de las potencias latentes en la Humanidad, es un peligro de eterna inminencia, cuya descarga se

produce fuera de la medida de nuestra comprensión.

Había un monte, solo como el monarca, en la lla«

nura del reino, cerca de la inmensa ciudad gris. Hasta su base Uegaba la Calzada Real, que arrancaba de la misma Puerta de Hierro del Palacio. El monte, igual que el rey, no tenía nombre. La calzada se hundía en su entraña, por la herida negra de un túnel, como una hoja afilada, para terminar en la mina maravillosa de los cuentos de gnomos: la gran plaza subterránea, ilu=

minada por un eléctrico sol y limitada por las cien puertas de cristales de sus cien ascensores. Por ellos se subía a lo que, de cumbre señera, había convertido una ingeniería sabia en colosal anfiteatro para los célebres desfiles. Allí, en el tro= no cimero, la punta acerada del casco real sobre la cabeza del monarca, era la aguja mayestática de la nación. Arri ' ba, la centella olímpica de un |úpiter abstracto.

El cumpleaños del rey se celebraba con el gran espectáculo aéreo. Desde la ladera escalonada presenciaba el pueblo aquel alarde de su propia fuerza y el soberano veía, imponente, en la cum= bre, desfilar las escuadras a sus pies. Todo era grandioso, todo era superhu= mano... Jamás se había logrado una fu= sión tan potente de las «capas sociales», acomodadas con matemática exactitud, por orden de jerarquías. Las clases «al» tas», arriba. La clase media, en el cene tro. La plebe, abajo. Una plebe limpia y dócil, sin niños. Una plebe compuesta de mujeres robustas y de hombres con espaldas heroicas de resistencia, como de atlantes...

Si el día de la fiesta era nublado, se encargaban de disiparlas las baterías es^ pecialés del observatorio meteoixilógico y comenzaba el destile, a veces, surc giendo las aeronaves, enormes y panzu= das, con sus motores silenciosos y su reflejo argénteo, igual que fantasmas, del seno de una nube. Para cruzar, en formación, ante el anfiteatro gigante, donde el buen tiempo era oficial...

El sol ponía destellos, como relámpa= gos, en el casco del Rey. La muchcdum= bre lanzaba un murmullo compacto...

El hombre sucio y melenudo llegó por la frontera del Este. Era pequeño

y débil, pero no le importaba la vida. ¡Como que iba a morir!

Subido en el toldo de un camión, entró en la Gran Plaza. Tendió los brazos trémulos y paralizó el trá=

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estampa fico y acalló los motores, como si aplacara las olas de un mar.,,

Dcbíaa todos oír su voz porque así lo rrandaba una voluntad invencible. Habló... Y sus palabras tuvieron el timbre de un clarín y sus harapos flamearon en ei viento como una bandera de rebelión... La multitud, suspenso el aliento como un respiro de oleaje, reac= cionó sobre el grotesco agitador de mitin que había

CAFES QUILIS P R E C I A D O S . 10

logrado perturbar, un instante, el orden formidable, cl titánico dinamismo de su ritmo vital.

—¡Lincharlel ¡Lincharlcl—fué el grito espontáneo, que se hizo unánime y se convirtió en clamor.,.

Ei hombre sucio y melenudo que había llegado por la frontera del Este pagó su audacia con la vida. El propio camión tembloroso que le sirvió de pulpito, laminó, con sus terribles ruedas de tortuta, aquel cuerpo exhausto y frágil...

El magnifico servicio municipal de higiene hizo desaparecer rápidamente del asfalto de la Gran Plaza un nefando arroyo de sangre.

Han pasado diez artes. La urbe inmensa y gris pa= rece muerta. Un silencio de funeral en sus calles. En el centro de la Gran Plaza hay un pobre catafalco ro)o al que dan guardia de honor cien proletarios.

SOMBREROS B R A V E MOIITEHA, 6 Sobre el anfiteatro del monte que servía de trono al monarca para que desfilasen a sus pies las escuadras, flotan al sol unos andrajos tintos en sangre: el feroz estandarte de la huelga revolucionaria...

Por la frontera del Oeste huye el monarca, sin cas= co y sin corona...

¡Pobre rey anónimo, de cuento!

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pin/os mensuulcb de pioh . el pnineit) ii la rct:tpi.-u>n

> los otriis cada niís. Iinstu completa li^uidacuiQ ''lirn

tras no ic hu.\a satisfecho el iniporle <fe la ptenilii se consí

dcrnrd ésta en calidad de depósiio en pnder de! mmpradiir

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N«nihre > dos apeHidus

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eslampa

POR CSEGUIHIYAS»

EL gitano vive en Sevilla como el pez en. el agua; mejor que en alguna otra población.

Sevilla, ancha y azul, no desprendida aún de su romanticismo tínico, agarrada todavía al pico del úl= t imo mantón de Manila que ¿e va, es acogedora para cl gitano. Y lo es sin intervención ninguna de sus hombres de charlestón y de sus casas cada día más ^Itas. Incluso, a pesar de esa Sevilla, colmena nueva, l o se sabe bien por que , cuando el gitano acampa en iiucstra feria abrileña, et gitano se nos aparece bajo Su dosel más adecuado y brilla como una joya inte^^ "asante y vieja.

Pero el gitano no es de Sevilla ni de ninguna parte , ya que ni siquiera es de Egipto, como parecería na= tura l . El gitano, que puede llegar a la máxima finura por .ue= ra, pero que no dejará de

En la colmena de la feria, mientras el gitano va de un lado para otro golpeando con su vara las ancas de las bestias, la gitana se queda con el churumbel, cerca del botriquillo, que su hombre ha de vender acaso aquel

mismo día.

El gitano es el poeta del camino, q u e va andando V va aventando su trigo a la ventura . En esta vereda regala la cosecha de sus t ropos . En aquella otra re^ coge la siembra de su emoción, que agarra en toda t ierra que él pise.. .

N o , no haga su merced con la cabeza que no . ¡Us= tcd qué sabe! ¿ L o ve ahí pelando burros? Es un homo bre sucio e- ignorante . Pues bien; ese m i i m o gitano, en expansión sincera ante usted, puede descubrir le ricos paisajes de fantasía...

Sí, porque el gitano, ante todo, es eso; fantasía, imaginación. Imaginación dorada a todas horas por et sol de ese atardecer e terno bajo el cual nos pasa^ mos la vida esperando una aurora que nunca llega, que nunca llega...

FRANCISCO C O V E S

(Potos Serrano.)

Ya han acampado los descendientes de Faraón. Charlotean; hacen lum" bre... Ellos son ¡os dueños del mun= do. V de su pobreza saben sacar el agranito de oro-» para su dalmática

orgulloso.

poner su alma eriza con las púas de pun ta para el «gaché» (todo el que no sea gitano), no ama verda^ de ramentc nada, nada más q u e lo estr ictamente suyo.

Suyo es su bur ro de feria, aun= que lo haya de vender al día si= guíente. Y su «seguiriya», melódica V quejumbrosa . Y su pobreza, de la que ¿abe sacar el «granito de orce para su dalmática orgullosa y... ¡oh!, suyo como nada es ese fondo d e sentimental ismo anár= quico, donde el gitano se deba= te a gusto a brazo part ido con sus eseguiriyas» o con una «soleá» cualquiera. . .

El gitano, señor, es poeta. Qui» zas sea esa poesía sin mixtificas ciones desterrada de los m u n d o s nuevos y viejos. Cuando el munp do no tenía aeroplanos tenía ya poetas irreconciliables con las mis^ mas diligencian.

Esta es la hora del trabajo: Unas tijeras, buen ojo, buenas manos y un poquito de tiempo. ¿Y a ver quién conoce el pollino, antes maulan y Heno de mataduras, y ahora de buen pelo y mejor andarf

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B A R C E L O N A PASEO DE GRACIA, NUM. 57 B I G A S , S. A. M A D R I D

SERRANO. NÜM. 16

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^pej^cienfeP ntil mñ0P^f> evclictctj^ ^ ^ ^ ^ miFDD&Q HAlumiIPC OPCXPC ' - - •'"•' • GUERRAS, HAMBRES, PESTES...

TODOS los viajeros que vuelven de Rusia hablan con horror de *los niños abandonados». Es el

espectáculo más terr ible , más angustioso de nuestro t i empo . Cerca de medio millón de chiquil los, s in pa= dres, s in familia n inguna; medio millón de chiquillos que no saben decir cómo se llaman, ai de dónde pro= Ceden, vagan por los campos y las ciudades de Rusia haraposos, hambr ien tos , roídos de llagas.

«A menudo—dice Andrea Viollis, una periodista francesa que ha escrito sobre la Unión Soviética un libro m u y interesante t i tulado Sola en Husia»—, a me= nudo he oído reprochar al rég imen de los Soviets el abandono de esos n iños . Es inexacto. Los d e más edad proceden de los avances alemanes de 1915=16, cuando una ola de te r ror barría terr i torios más gran= des que Francia, llevándose por delante a m u c h e d u m s bres de campesinos enloquecidos.»

Unos millares de niños quedan en esa trágica hui= da abandonados en las aldeas y en las carreteras, per= didos en la estepa.

Luego estalla la Revolución, sobrevienen las gue= iras civiles, epidemias de tifus y de cólera, el hambre de 1921.. . Los muer tos se amon tonan en las calles, en las encrucijadas de los caminos , y manadas de campesinos espantados los pisotean corr iendo de u n lado para o t ro , c iegamente , e n busca de u n refugio^

fie aquí o tres niños perdidos, harapientos, miserables, parados en medio de una calle de Moscú, aechando un cigarral.

Un muchacho cocainómano, uno de los chiquillos de ese medio millón que no saben decir cómo se ¡laman ni de dónde proceden.

Q u e d a n vacías las casas; quc= dan vacíos los pueblos; quedan vacías regiones enteras . . . Y aquí y allá, olvidado entre los escoma bros , o caído en una cuneta , o gateando sobre el mon tón de cadáveres de su familia, un chi= quil lo. . . otro chiquil lo. . . o t ro. . . otro...

LA CAMPANA DE SALVAMENTO

¿Cuántos , en total? N o se sabe. Cuando , pasados unos

a ñ o s , acabadas l a s ep idemias , las hambres y las guerras , el Gobierno soviético p u d o contarlos, se encontró con que aún vivían novecientos mil . Habrían sido muchos más , natural= mente .

Vivían, ¡figúrense ustedes cómo!: mendigando , merodeando por los cam= pos, haciendo raterías en las gran=

jas, asaltando t renes . . . El Gobierno empezó a recogcr= los. Se decre taron créditos extraordinarios de muchos millones de rublos; se fundaron asilos y «hogares de niños» y se metió en el 'os cuantos chicos fué posible. A otros se los colocaba en el campo, con labriegos. O en las oficinas públicas, de ordenanzas . Median te es= tos procedimientos se consiguió adaptar a la existencia normal a la mayoría de los niños perdidos : a unos

seiscientos mil, v^ ' \ \ t , f • >•, f , / / ( , ' -'

' ' ' /-. . , * LOS INADAPTABLES

Pero muchos no tenían ya salvación cuando el Esc tado se acordó de ellos. Lanzados a los cinco o a los

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Page 22: Estampa (Madrid. 1928). 27-11-1928

Cflampa

a una mujer, hirieron a otras varias personas y esca= paron, llevándose todo el dinero y todo el ganado que encontraron.

»Cuando acudió desde Kazan un destacamento de guardias rojos en auxilio de la aldea, encontró cerca de ella el cadáver de uno de los muchachos horrible^ mente destrozado, con la cabeza deshecha a pedradas. Como los aldeanos no habían sido !os autores de la muerte, se supuso que lo habrían matado sus mismos compañeros y no se acertaba a descubrir el móvil del crimen, cuando a los pocos días la «G. P. U.'> (la Po= licía bolclieviquc) capturó a unos cuantos asaltantes en Kazan. Los chicos presos declararon que uno de los capitanes de la banda se había escondido entre las ropas el revólver del comisario soviético asesinado; a la hora de repartir el bot in, se echó de menos el arma, se sospechó de él, se le registró y convicto de «roboi> a los compañeros, éstos le condenaron a muerte y le ejecutaron inmediatamente a pedradas.*

LOS VAGABUNDOS EN LA CIUDAD

Andrea Violl is, por su parte, describe otras hazañas de los «niños abandona^ dos», en la propia capital de la U. R. S. S., en Moscú.

*Una escena entre mil—escribe—. En * medio de la inmensa Plaza Roja, casi de= sierta, están agrupados en soviet una de= cena de pi l ludos vestidos de andrajos, de caras mugrientas, de aire descarado. De pronto cchtfn a correr sobre la punta de sus pies negros y desnudos; vuelan y van a caer sobre la cesta de una vieja vendedora que dormita en una esquina; coger a puñados buñuelos y pasteles y ¡hala!, en un segun=

{Pobre niño perdido!... Sus facciones conservan lodavía rasgos finos, nobles. Acaso en otro tiempo era e¡ bebé mimado de un bogar feliz. y ahora tiende ¡a mano pidietido limosna.

seis años a vivir por su cuenta, crias dos en medio de las brutalidades de la guerra,acostumbrados a robar, a recibir palizas de los campesinos, a escon= derse, a mentir, a hacer su deseo, no ha sido posible sujetarlos a disciplina so= cial. Los encierran en un asilo y aguantan allí cobi= jados los días más duros del invierno, pero en cuan= tú apunta el buen tiempo se escapan. Los colocan en una casa de labor o en una oficina y roban lo que pueden y se marchan.

En siniestras cuadrillas vagan por Rusia, mcndis gando y robando. Los nia= yores, mozos de diezy seis a diez y ocho anos, son ya verdaderos bandidos, que organizan asaltos a mano armada y asesinan cuan= do es menester. Tienen sus jefes y sti disciplina, y su «espíritu de Cuerpo».

«JUICIO» SUMARÍSIMO

•Cerca de Kazan—cuenta la escritora sueca Annie Qucnsei-—una banda de unos cien «niños abandonados* atacó uno aldehucla aprovechando un día que casi tocios los hombres de la localidad habían ido a la fe= ría. Mataron al comisario soviético, a un anciano y

También tiende la manlz. esta triste criatura, de rost .-;i

embrutecido por la miseria, y '• cuerpo castigado por el hambre y el fnijf'

do están muy lejos, mientras la viej lanza débiles gritos perdidos.

i>Los ladronzuelos se de tienen sin pudor frente a Santuario de Lenin. Surge»

otros desvergonzados chi cuelos que salen no s sabe de dónde. Reparteij como hermanos. Comeii ávidamente. No por muJ cho tiempo. Tres ¡nocen' tes chiquitas atraviesan |] plaza. Nuevo vuelo silen» cioso; unos brincos; vio' lentamente agarradas poi sus trenzas las niñas gri^ tan llenas de espanto Danza guerrera de apa­ches, aullidos de triun^ fo y ¡hala!, la cuadril l . toma por asalto la trasc ; ra y los estribos de do' tranvías que van a toda velocidad, se cuelga de ellos como un enjambre) Y, ni vista ni oída, sf desvanece.

»Toda la escena no h-. durado dos minu to j .

»Otra vez. Estoy éspe* rando un tranvía en la plaza d a Sverdloff. Súbitamente una ^r.rps sucia surgió a dos pulgadas de mli cara. Con un ademán instintivo Ii{ rechacé. Entonces apareció un ros^

Otro chiquilla perdido que pide pan mientras, acurru'= codo junte a él, dormita un compañero. ¡Qué infinito dos

lor hay en la carita del pequeño mendigo!

iREUMÁTICOS!i"«APEis RADICALMENTE VUESTRO R E U M A ^0^ REUMOVITAL

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estompa

tro costroso, con dientes' blancos, agudos, tendidos hacia mí... Apenas tuve t i e m p o para retirar la mano...

»La víspera me habían dicho:

«—Esos niños están, to= dos, enfermos, con la en= fcrmedad que ya se ima= ginará uíted. Saben que son contagiosos y inuer=' den. Estos días hay en los hospitales muchos enfcrs mos a los que ellos han inoculado el virus. ¡Tenga usted cuidado!»

«Aun entre la muchc= dumbrc tengo miedo y oculto mi 3 manos. Plan= tado frente a mí, el po= bre niño ríe, ríe terrible= mente, mostrando los dicn= tes y los ojos brillantes, de lobezno. Tan lasti mo= so, en medio de su irso= lencia y su rebeldía, que se sienten deseos de echar= le la mano al hombro y murmurarle las p a l a b r a s tiernas y compasivas que jamás ha escuchado su orea jil la sucia...»

PERSEG UIDOS POR LA «G. P. U.9

No tienen muchas pro= habilidades de e s c u c h a r esai palabras del tutor que les ha dado últimamente el Estado sov i é t i c o : la

• * G . P. U.». Desesperados de conquistarlos por medio de las maneras suasorias y benéficas, el Gobierno boU chevique ha encargado de combatirlos a la *G. P. U.», a la dura Policía política. Pero hasta ahora tampoco ella ha podido hacer gran cosa. Un compañero, co= laborador de ESTAMPA, que

ha recorrido Rusia este vea rano, Manuel Chaves No= gales, cuenta que los «nía ños abandonados* siguen vagando por todas las Re» públicas soviéticas y rca=j libando fechorías. Una no= che él m i s m o , viajando por el sur de Rusia en un tren de mercancías, ha vis= to a una banda de mu= chachos asaltar el convoy, V a los guardia^ rojos ahu= ventarla a t iros.

Si la violencia no da al Estado comunista mejores resultados que hasta aho» ra, dentro d¿ unos anos, cuando esos c h i q u i l l o s kean hombres, se encon= trará Rusia con que tiene que hacer frente a un ejército de trescientos mi l bandoleros.

Es una perspectiva ame= nazadora, no sólo para Ru= sia misnia, sino—como dice bien la señorita Viol l is— para toda Europa.

V. S A N C H E Z ^ O C A Ñ A

(Fotos Orrios.)

>'

Esta pareja de niños perdidos—niño y niña—ha establecido sa «^hogar en un cajón de los que se usan en los parques y jardines de Moscú para recoger las hojas secas que caen de los árboles. Y vean ustedes al muchacho que llega, llevándole de regalo a su compañera una botella de aguardiente.

«Struggle for Ufe!» Han caído, no se sabe cómo, unas monedas en poder de esos chiquillos abandonados, y se las disputan igual que las bestias carnh ceras se disputan una presa.

Estos niños perdidos tienen suerte. Han encontrado cobijo en el rincón de una cuadra, y descansan con una comodidad a la que no están acostumbras dos. ¡Los pobres pasan las más de las noches en fídormiforiosii peores todavía!

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Cftlampa estampa

La ciudad de Londres tiene ya nuevo Lord Mayor, cuya toma de posesión ha ido acompañada de grandes festejos. En ellos han figurado, como de columbre, los gigantes tradicionales Gog y Magog, tan populares entre los londinenses, que no se asustan de

sus caras ferocísimas. (Foto Trampus.)

Esta anciana señora, que se llama Paulina Bath, se ^"i-Jo'^''*'*'. durante cincuenta años, a la venia de periódicos. Con motivo de estas bodas de oro, Paulina ha sido <^K ^e un homenaje que le rindieron sus compañeros y sus

clientes í"^ ^>ifiguos. (Poto Vidal )

Alber Tangora, de Nueva Jersey, es el campeón de los mecanógrafos. Cuando él escribe, la máquina acaba siempre por echar fuego. En nuestra foto ¡o presentamos vigilado por Norma Shearer y John Mack Brown, artistas de la pantalla, que parecen

dispuestos a intervenir como bomberos antes de que el incendio adquiera proporciones alarmantes. (Poto Marín.)

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Cslampo

WMCJCÜÉ/DEU MIENTRAS CRUZAMOS LA CANCELA

HAY un zaguán obscuro y fresJo con cua= dros piadosos en los muros, Al fondo,

cancela de finos labrados con adornos de metal rebrillantes, en la sombra. De la ca= Me llega el sofoco del. sol, que hace — por contraste—más tierno y sa= broso este rinconcito en penumbra. Vo estaba muy lejos de imaginar^ me que una Prisión mayor, una Ga= lera pudiera tener este delicado aire de cenobio, esta mirífica paz claus= tral que aquí se respira. Uno tiene de estos lugares las referencias más pavorosas, y llega a ellos seguro de encontrarse eJ alto muro coronado de puñales, e! rastrillo, la bayoneta calada, el ¡quién vive!

—No; es que van a atusarse un poco^aclara, sonriente, la monja. Como aquí es tan raro que entren hombres...

¡Qué bien conoce Sor Mclchora este pequeño mundo a su cuidado!

— xQui. quiere usted!... Son veinte años sin salir de aquí. ¡Si habré tenido tiempo de ob=

servarlas!... —Y dígame. Sor Melchora, ¿cómo se

porta esta pobre gente? •—Muy bien. Son obedientes, traba¡a=

doras, rezan, no alborotan nunca... Excc= lentes muchachas.

¿Y escaparse? ¿Trata alguna de esca= parse?

—Ninguna. Desde la evasión de Ceci=

ha recluso más joven y la más vieja (veinticinco y setenta y dos unos, res= pectivamente), hablan= do con nuestro colabora^

dor Pedro Massa.

ceño de unos hombres torvos e infacundos... Cuando, en lugar de todo esto, lo que encuentra uno es un rc= cinto apacible, limpio como los chorros del oro y tras= pasado de sol—tal el caso de Alcalá—, inconfesablc= mente uno se mira defraudado, al ver en la leve cosa que puso tantas oleadas de emoción sin merecerlas. Ya sé que esto es abominable; pero así es. «Dadme una abominación y os devolveré una gracia*-—decía Wilde. Y a nadie se le ha ocurrido, hasta ahora, motejar de caribe al gran esteta.

Mas he aquí que la cancela se abre ante nosotros. Unos pasos más, y habremos penetrado en el hosco mundo de la delincuencia a recaudo. Adelante...

DENTRO DE LA GALERA

Un patio claro, limpísimo, del que parten dos es= caleras que conducen a la galería principal de la pri= sión. Las primeras reclusas: una vicjecita seca, de mirada consumida y dulce; una moza de porte opu= lento, pelo rubio y cara rosada, que cruza junto a nosotros sin mirarnos; dos o tres mujeres que char= lan, una de ellas con un crío en brazos, las cuales, al vernos, enfilan hacia el jardín y se pierden por él.

—Es conmovedora la vergüenza de estas mujeres —digo a Sor Melchora, creyendo haber descubierto la razón de su huida.

• - T T * " ' i i i i ' i ^ ¿ i j^ , , - -"•• ,...

lia Aznar y María Luisa no se ha vuelto a repetir el caso. Verdad que aquí hacen una vida entretenida; el trabajo, tas ocupaciones de cada una hacen que se pa= sen las horas volando. Yo no le diré que no sientan su falta de libertad; pero todos procuramos que la sientan lo menos posible. Y así ha podido darse el caso de muchas reclusas que, al cumplir su condena, no mostraron el menor deseo de abandonar la prisión, en la que se hubieran quedado gustosas toda la vida.

— Régimen interior de la Casa, Sor Melchora. —Se levantan a las seis de la mañana, en verano y

a las siete, en invierno. Media hora después toman el desayuno: café con leche con unas rebanadas de pan.

Con sus limpios trajes de percal azul, las reclusas parecen un enjambre de honradísimas menestralas, atentas sólo al primor de su trabajo, sin más preocupaciones. ¡Y sobre algunas pesan condenas ierriblesl

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estampa

En seguida, arreglar los dormitorios y, terminada esta tarea, cada una a su trabajo: unas, a la cocina, otras, al taller de costura y bordado, otras, al lavadero...

—¿Y no hay alguna que se niegue en redondo a trabajar?

—Alguna hay, pero en el pecado llevan la penia tcncia. Mientras las demás están distraídas y tienen siempre vales a mano y su Cartilla en la Caja Postal, ellas se aburren bajo una acacia, y carecen de esas menudas cosas superfluas, tan gratas para la mujer.

—Comida. —A las once de la mañana y siete de la tarde, en

punto. Sopa de fideos o arroz, cocido, 575 gramos de pan, y los jueves y domingos, extraordinario de cara ne. Mientras comen, una de las más aplicadas, lee troíos de Vidas de Santos, cuentecillos morales o aU gún otro texto por el estilo que les sirva de edificación y ejemplo. A las nueve de la noche, requisa general y a las diez todo el mundo a la cama.

TODAS INCLINADAS SOBRE

LA COSTURA

Hablando, hablando hemos llegado al taller de coss tura. ¿Quién descubriría, entre tanta afanosa y sencilla mujer, a la infanticida, a la asesina, a la devota de la propiedad ajena, a la parricida, a la monedera faU sa?... Con sus limpios trajes de percal azul, tan repei« nadas, tan modosicas, parecen un enjambre de honra» dísimas menestrales atentas sólo al primor de su tra= bajo. ¡Y sobre algunas pesan condenas terribles: doce, veinte, treinta años!...

¡Y qué bellas algunas bajo el humilde atavío! Tal esta chiquilla de ojos verdes, tez como la leche y pelo dorado, que no levanta ia mirada del bastidor, bor^

Arquia, ¡a reelusa mora, que reza en tengua árabe al Dios de los cristianos. Ar» quia lleva la frente y el mentón latuados y

sus negras trenzas cáenle sobre el pecho, a} uso marro»

quL

El Administrador de la Calera depone sa seriedad habitual, en medio de esta buena tropa.

da que te borda. Pregunto: ¿Qué ha hecho esta mu= chacha? Matar al hombre que la sedujo. ¿Y esta mo= renilla que ríe a más y mejor? Infanticida. ¿Y esta viejuca de aspecto tan venerable? Asesina. ¿Y aqué= lia, y la otra, y la otra?... Homicida, parricida, ladroe na... (Debo de estar poniendo una cara de asombro insuperable porque la morenilla me mira y sonríe, convencida de mi estupor). Y es que, la verdad, uno se queda boquiabierto, sin saber cómo relacionar la monstruosidad del delito con el porte francamente gracioso de estas criaturas.

UNA FRANCESA Y UNA MORA

EN LA GALERA

De Orlcaas la una; de Arcila la otra. Ninguna de las dos cumplió los treinta años. La francesa es blan= ca, llena de alegría y muy linda. La mora es irresis= tiblcmentc simpática, lleva la frente y el mentón ta= tuados y sus negras trenzas cáerUe sobre el pecho, al uso marroquí. Las manos de la francesa están lim:-pias de sangre. Robó. No así las de la mora, que está condenada por infanticida.

—¿Por qué hiciste eso, mujer? — ¡Yo estar muy pobre, muy pobre!... ¡No tener

pan..., tener tres hijos!... [Uno más, no, no!.., Y rompe en sollozos.

NifSos

Hasta doce hay en la Galera, hijos de las reclusas. El que más, tiene cuatro anos; uno, c! que menos. Es conmovedor ver a esta patrulla de chiquillos correr detrás de Sor Águeda, la vieja monja, que lleva ciña cuenta y tres años bregando con los pequenuclos de la Prisión.

—Ea, a estarse muy quielecítos que os van a retratar.

—¿Nos darán después caramelos?—dice una di* quilla monísima.

—Sí, hija mía, caramelos y almendras—ofrece 50= lemne Vilaseca.

Don Rafael Morales, administrador de la Prisión, toma a dos rapaces en brazos, y, entre llanto de los unos y complacencia de los más, se logra plenamente el intento.

• * «

—Número total de rBclusas—^prcxontamos a doo Rafael.

—Doscientas cincuenta y cinco, —^¿Qué provincia, en proporción, da aquí el raa^

yor contingente p>enal? —Guadalajara; y e! menor, Valladolid. —¿Muchas perpetuas? •—^Cincuenta. —¿Cuántas reclusas proceden de la .Audiencia de

Barcelona? —Veinti una. —¿Y de la de Madrid? —El doble justamente: cuarenta y dos. Repique de campana. La comida. Del taller, del

lavadero, de la galería alta salen, en bandadas azules. cruzan el jardín, bañado de sol, y van a perderse, allá lejos, en la sombra frcsquita del refectorio..'.

PEDRO M A S S A

Agradecimiento muy rendido debe el reportero a las Hijas de la Caridad, y a los señores Miguélcz de Mendiluci, Director general de Prisiones, Gallego, Morales, Camporredondo y Lozano por la gentileza impagable con que facilitaron su tarea.

(Potos Contreras v Vilaseca.)

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O

ALCALÁ 26

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DE I^VIEQNO

eJx... e t c . . .

PAR.ir ZKUEDELAPAIX

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N, ... Cuellos de imitación y /effiiimos

¿Hay nada más cnrsi (en el verdadero senti= do de la palabra, que no es, como creen algu= nos, el de «pobreza», sino únicamente el de «quiero y no puedo») que las «imitaciones»? Cursi es el ves= tido de hechura complicada y extravagante, rcali= zado por una modista inexperta y con un tejido mediocre; cursi es el bordado brillante, de calidad inferior; cural es la alhaja, de bisutería, que imita las de pedrerías finas o las antiguas, legítimas; p«ro cui^i no es nunca lo modesto, lo sencillo, lo borroso, por muy pobre que sea; cursi es siempre lo quz llama la atención, por su brillo o su ex= travagancia, si no es de una auténtica originalidad o de un coste muy elevado.

Y las imitaciones son siempre de una absoluta, de una implacable cursilería..., salvo una excep= ción..., que confirma la regla, naturalmente: me refiero a 'as pieles.

Entendámonos: el abrigo de pieles de imitación no siempre es cursi, porque, en cierto modo, está

-á ¿s

Abrigo de tejido inglés en color «beige» con cuello y carte= ras de terciopelo marrón, bordado-

Abrigo de terciopelo verde, bordado; cuello y puños de visan. (Creación fRenée».)

impuesto, más que por el afán de «apariencia», por la necesidad; lo mismo abriga el de conejo que el de astralián, y, por lo tanto, tan indispensable es el uno como el otro.

Pero el adorno, el cuello de pieles de imitación, si no es cursi... merece serlo.

A veces, estos cuellos de piel de conejo tienen un agravante: se les surca con unos pespuntes que pueden hacerse muy fácilmente, en casa, con la máquina de

coser, por el lado del cuero y siguiendo con la aguja la dirección d?t pelo; estos pes= ntes están destinados a imitiar las tiras de

que se componen los cuellos de armitío o de petit=gri5.

Esa es la imitación suprema, la imitación imper= donable, la imitación con ensañamiento.

En verdad que cuando no se dispone de un Iegí= timo renard, ni siquiera de un cuello de cordero rasé, lo mejor es renunciar resueltamente a adornar con piel el abriguito callejero de terciopelo, de lana, de Iweed o de cheviot; el cuello de piel de imitación se sustituye con ventaja por el de terciopelo... legítimo.

Sobre todo, cuando el cuello es de terciopelo, bordado, y del mismo color que c! abrigo, pero en un matiz más obscuro; por ejemplo, azul marino, para un abrigo azul fuerte; verde botella, para un abrigo verde claro; café, para un abrigo beige.

Estos cuellos lo mismo pueden ponerse en abrigo de color liso que en los de dibujos menudos y borro= sos, que, en conjunto, producen el ^.fecto de un solo tono, con el cual debe armonizarse el del terciopelo.

Vestido de tul negro con hebilla de üs/rass». (Creación fGermaine Lecomfe^.}

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Cilampa

TuJ

Hay palabras que son especialmente onomatopcyi= cas; así, por ejemplo, el nombre del compositor ale= uian. i'Gluck-' tiene un sonido cristalino, que evo.a el agua... y la propia música de Gluclí.

Asimismo la palabra *tul» tiene una gracia ligera, aérea, alada; es, en fin, la que corresponde J! más sutil

Mientras que, collares de fantasía, es ind¡spcn5a= tener uno para cada traje y para cada temporada; olvidar nunca que ei coUar pasa de moda antes

i- l vestido; y, en fin, es indispensable también Sagan juego con ^\ collar, por lo menos, una sor=

Collar y pulsera de fantasía de ifstrass». (Creación (1/4 la reine des féesfí.)

Vestido de tul azul, adornado con ancha cinta de tafetán azul y rositas de tul rosa-(Creación aívJartial el Armand».)

Vestido de encaje blanco y oro y tul amarillo pálido, (Creación «Jen¡:yi.)

y vaporoso de los tejidos. Y esa palabra tenemos, este invierno, ocasión constante de pronunciarla.

La bog:a actual del tul, juntamente con la del en= caje, supone ana reacción saludable contra la suntuo= sidad deslumbradora que viene imperando en ios vcs= tidos de noche, y a cuyo carácter music=hal¡ me refcs ría hace poco en estas mismas páginas.

Las muchachas llevan vestidos 'de estilo», más aún de tul que de tafetán; y los tonos predilectos son el azul pálido, el pétalo de rosa y el verde Nilo. En los demás vestidos, de tul, donUna lo negro, sin perjuicio de otros muchos matices, suaves siempre.

H tul se Combina ojn crespón Georgette o con en= caje. XamLíién puede combinarse con tafetán, con moaré, o con raso; en cualquiera de estos tres últimos casos, el cuerpo se hace recto y muy ceñido,

Pero la falda de tul ha de ser, sin una sola excep= ción, amplia, amplísima. Si es de volantes, éstos no deben nunca ser de un tamaño regular, sino estrechos y fruncidos, y pueden hacerse en varios matices, dé= grades, por ejemplo, del blanco al gris obscuro.

Más airosa que la falda de volantes es la que se bace con vanas capas de tul; no con dos, ni con tres, sino con muchaf. Es indispensable que quepa mu=

chísimo tul; un vestido de tul no empezará a resultar «decoroso» más que pasando de los diez o doce metros.

Si a este detalle trascendental se añade que ei tul no admite la calidad mediocre, sino que debe ser excc= lente; ni la hechura semi=casera, sino que debe ser manejado tan sólo por manos de gran modista, se com= prenderá fácilmente que un vestido de tul alcanza, precios muy elevados.

Y como el tul, por su naturaleza, rechaza los ador= nos brillantes, el resultado es que un vestido de tul, juvenil, sencillo, constituye un lujo... sin parcccrlo.

Tal es, precisamente, el grado supremo a que puede aspirar la verdadera elegancia.

Defal/es: Collares

Estos collares de far.tasía de ahora son de mejor gusto que los collares de perlas falsas—por lo menos son más lealer que ellos, puesto que no simulan nada—, pero no resultan sensiblemente más económicos que los de perlas finas,

Y no es paradoja, pues no me refiero estrictamente al precio de coste; pero tengamos en cuenta que, con un solo collar de perlas, una mujer puede, «en rigor*, vivir.

tija, los pcrdici tes, una pulsera y algún que otro dp = talle, tal como flor, cartera o cinturón.

Pero eso sí, hay algunos tan bonitos, que casi harían palidecer de envidia a cualquier negra de Zululandia.

Finos, un poco* sosos, son los que sa componen de cuentas de cristal mate y de cristal brillante.

Menos sosos, finos también, son los de cristal y sfrass; casi suntuosos, los de strass solo; pero, para ofrecer alguna novedad, estos últimos han de ser en forma de cadena, de trenza o de cordón.

Muy a propósito para los vestidos de un solo color, de terciopelo o de Georgette, son los collares de gruc= sas bolas, redondas u ovaladas, de cristal mate, blanco, alternadas con redondeles de cristal tallado, del mis= mo color que el vestido.

Indicados para los vestidos de terciopelo estam= pado, son los trenzados, formados por varias hilera? de Cuentas multicolores.

En fin, exprofeso para los vestidos de terciopelo negro que tienen una sola nota de color rojo—éc/iorpe, flor, cinturón, hebilla—-, se han creado los enormes collares de cuentas rojas; en tales casos, el color rojo tiene un matiz de geranio.

(Fotos Sartonv Laffitte V Henri Manuel.)

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\^j^oí eS^einaciírAf^di plciéiricdL

PARA situarnos en el plano estético don= de opera Benjamín Palt'ncia es prc=

ciso olvidar la evolución del poitimprc= sionismo y volver U mirada a los cstcri= les ensayos ds Cezánrc y Gaugín. No hay, pues, que hacerse demasiadas ilusiones con esta moderna estenografía pictórica.

Detenida en aq^uel punto la marcha d ? la pintura universal, Benjamin Falencia pu= diera ser un extraño superviviente de las inconcretas y vagas formas cubistas. Sus pongamos que no hubieran existido Si= gnac, ni Matisse, ni Picasso, ni ninguno de los pintores que dieron carácter pcr= sonai a la estenografía artística; imagines ffiOS que la reacción idealista no hubiese sobrevenido a causa de la deserción de los postimpresionistas; aceptemos, por último, que la gran guerra no despertara de nue= vo el sentido de la humanización del Arte; y, allí, en ese momento de turbación, in^ certidumbre y desasosiego, encontraremos a Beniamin Falencia.

Su pintura de hoy, más arcaizante que coetánea, más retrÓgada que revoluciona= ria—digan 'o que quieran los incautos— pugna todavía por descubrir valores que ya el tiempo y la decantación de los estilos im= prcsionistas ha mostrado en toda su cfí= mera amplitud.

Cierto que el arte nuevo, o tomado por nuevo, tiende, por sorprendente paradoja, a revivir el pasado más re= mote. No puede ni aun hablarse ác una negación de los cánones estéticos. Más bien parece una ig= ncrancia de los mismos. Así, el estilo intuitivo c ingznuo de estos artistas de ahora, que en su afán de notoriedad han veni= do a llamarle—muy apro= piadamente, por cierto— lantiartistas», aspira a res mover las cenizas de los trogloditas, con la vana esperanza de hallar entre los restos fósiles elemen= tos estimulantes de! arte futuro.

For ahí parece caminar también Benjamín Palen= cia, según su última I:x= posición del Museo Mo= derno, tras de haber bu= ceado con impaciente in= quietud en otros campos, ya labrados y fértiles, de la pintura contemporánea. Creemos recordar que Pa= lencia no fué ajeno algu= ñas veces a tas sugestiones de la pintura negra de Re= goyos y Solana, siquiera fuera con una leve varian= te colorista.

Para huir del arte re= prcsentativo huye incluso del dibujo, que practicó Dos cuadros representativos de la pintura de Benjamín Polencia.

cor plausible corrección; del color, que has b[a sido en él nota sobresaliente; de la ar= monía, de la estructura, de todo, en fin, lo que puede encerrarse en reglas y normas disciplinarias. Un solo principio canónico subsiste en su manera actual: el ritmo, al que procura incorporar la dinámica de la obra entera. Fuera de eso—que es justa= mente el límite entre las audacias incon= gruentes y el concepto ortodoxo del Arte—-, lo demás es pura heterodoxia. Redúcese a lo que ya nombraban los postimpresio= nistas «sensaciones plásticas», «sugerencias emotivas», «estenografía pictórica», etcétca fa, etc. En resolución, arte inarticulado, desnaturalizado, inmaterializado, reflejo in= directo del instintivo de las cavernas.

Un desnudo—nos dicen los cuadros de Benjamín Falencia, con un lenguaje dcfor= mado y confuso, parejo de la técnica ru= dimentaria—nc es una forma, ni un tema, ni un patrón de belleza, sino una sensación, una emoción y un ritmo. Eí instinto aquí y allí lo preside y le disculpa todo. Por eso hay que regresar ai momento en que los hombres sólo eran instinto, cuando la civi­lización no había echado los frenos de la ¡n= teligencia y la sensibilidad no pasaba de ser una ingenua y espontánea manifestación instintiva.

Gaugín, con su gran talento pictórico, se esforzaba en explicar las anomalías del di=

bujo, diciendo que cuando se pinta en plena fábula un brazo demasiado largo o una cadera demasiado pompo>a, contribuyen a salirse de la realidad,siem= pre que la obra respire en absoluto el mismo estilo.

En cuanto'a la unidad estilística de-la obra, Ben= jamín Falencia sólo mere= ce elogios. No hay en ella suplantación capciosa de elementos y valores. Toda aun tonj , arbitrario y con= vencional, pero uniforme y único. O toda buena o toda mala. Yo prefiero, no obstante, los lienzos titu= lados Ventanas, por ser, dentro del ritmo de) autor, tos más ¿xpresivos y subs-tanciosos.

Yo celebraría, de todos modos, que Benjamín Fa= lencia, en quien estimo una muy moderna y des= pabilada inquietud es^i= ritual, diera al fin con ia fórmula explicativa y com= prensiva de tales cor je= turas pictóricas. Por esc, o por cualquier otro ca= mino, artista de su capa= cidad puede proporcio= narnos s i e m p r e alguna agradable sorpresa.

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Page 32: Estampa (Madrid. 1928). 27-11-1928

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ESTAMPA quisiera fomentar un género no\'e= lesca'>, como se dice, con una redundancia muy ex= caso: esto es, dicho aproximadamente, lo que bus= leseo que, aunque tiene gloriosa tradición en nues= presilla. Cuentos que no sean solamente expansio= camos. Para buscarlo, convocamos a todos los jó-ho país, está un poco abandonado en los tiempos nes líricas: cuentos de una trama interesante, de venes escritores españoles e hispanoamericanos a últimos: la Literatura de acción, la ^movela nove- acción clara y viva... De interés folletinesco, si es un concurso en las siguientes condiciones:

1 .^ Los cuentos han de ser originales, inéditos, de una extensión aproximada de dos páginas de ESTAMPA y se nos enviarán escritos a máqui= na en cuartillas.

2.^ Los concursantes han de ser españoles o hispanoamericanos. Cada uno puede enviar todos los trabajos que quiera. Y puede firmarlos con Su nombre, si lo estima conveniente (indicando, bajo la firma, su domicilio) y si no, con un seudónimo. En este segundo caso, dentro del sobre que contenga eí cuento- deberá venir otro cerrado (rotulado con el seudónimo que el escritor haya escogido) y dentro de él el nombre verdadero y la di= rección del concursante.

5.^ Los originales se admiten en nuestras oficinas desde el día 1." de diciembre hasta las doce de la noche del día 28 de febrero próximo. 4.* Un Jurado, formado por ilustres Maestros de la literatura, cuyos nombres daremos a conocer cuando publiquemos su fallo» será el encar=

gado de discernir qué cuentos merecen los premios que da ESTAMPA, Éstos premios son tres:

El primero, de 2.000 pesetas,

d segundo, de 1.000 pesetas.

Y el tercero, de 500 pesetas.

^ 5.^ Los cuentos premiados serán publicados por ESTAMPA, que se reserva los derechos de propiedad sobre ellos, durante e! ario 1929. Tam= bien publicará ESTAMPA los originales que le recomiende como estimables ei Jurado. Por éstos abonará la retribución que paga habitualmentc por esta clase de colaboraciones.

M- 6.^ El envío de un trabajo al concurso implica la aceptación de las condiciones que dejamos establecidas.

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Page 33: Estampa (Madrid. 1928). 27-11-1928

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Page 34: Estampa (Madrid. 1928). 27-11-1928

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JPl'íBmS'all PARA celebrar u n a int¿rviú

con K=Hito, irrumpimos en la Redacción de un periódico humorista: Gutierres. Sería !o más natural que de entrada, como el payaso de circo, c : igáramos el sombrero, por ejemplo, en ninguna percha: en la pared lisa. Y luego hiciéramos un espanto cómico al ver c! flcMíblc en el sucio.

Pero estas son cosas que tienen gracia si tienen público, y en la Redacción de Gutiérrez no hay en este momento más que tres muchachos que, además, traba» jan con mal humor. Y esto no

La sonrisa forzadísima de H=Hito, el dibujante de ¡a gracia esa

pontánea.

es público, ciertamente —Buenas... —Buenas, don Antonio. (Como en una barbc=

ría, igual,) — O y e u n a c o s a ,

H^Hifo. —Espera que termine

esto. —Es que quería q u e . Los tres: —//5s5sssA//... ¿Y dónde están aquellos

humoristas del pasado si= glo, dedicados sólo a zaherir las grandes figuras, ampara= dos en una espada de duelo y cñ una tertulia trasnochada? (Se hundieron con los pie» ataa dos a la piedra de la ratonería.)

¿Y aquel humorismo de prin= cipio de siglo, astrakár científi­co, que consistía cas i como una charada, en buscarle con una lupa al Diccionario las palabras que tu= vieran dos valores? (Se está hundicn=

Algunos de los redactores y colaboradores de «Gutiérrez» y «Macaco», en ese momento de transición que tienen los hombres, que luego son concejales-

do con los pies atados a la piedra de la Insulsez.) ¿Y los finos humoristas de después, artificiosos, fi=

lósofos baratos y llorones, enredadores en la realidad, a la que vuelven del revcj sencillamente, por todo humorismo, como a un calcetín? (Se hundirán con los pies atados a la piedra de su simple truco.)

Para elaborar ahora 2I humorismo hay que dejar la realidad como está... y ceñirse a ella. Podrá inven= tarsc para asunto una mentira, m3Jor absurda que po= sible; pero después hay que caminar sin perder las ve= redas de la vida, y coger a las orillas las florecitas de la ironía.

KsHito (con su X al pie, como en ¡as fotografías de verdad), trama una —el comandante Eckener y ¡os tripulantes de su Zepelin, a bordo—destinada

a los lectores de «Gutiérrez».

Humorismo de hoy, ¿qué eres?, vulgaridad, ironía suavecita; tomarse el pelo a sí mismo en las pasiones chiquititas y en los pequeños azaramientos y en los dedeos pequeñajos, que son comunes a la Humanidad entera.

Vivir la vida vulgar, con una sonrisa vuelta hacia dentro y un ojo guiñando el ojo ai ojo del otro lado; eso es humor, hoy al minos.

— H=tlito, por Dioi, que tengo prisa—le digo. —Espera un momentito. Tengo una espera de esas de joven que viene con

un trabajo recomendado. Medite. Un periódico ha de sosteneise siempre al latido de una persona que en todo momento ofrezca generosamente ese latido. Y

Gutiérrez es eso: un periódico de humor que crece al contacto vivo de K=Hi1o.

Porque H=tíÍto ha sabido, además, re= unir la colaboración que, sin cscapar=

se mucho de su eje, da la ameni= dad policromada completa. Y a

la vuelta de sus propios dibujos rectos y burocráticos, muy ex=

prcsivos de su sosería, apa= recen los dibujos de masa tan graciosamente dcfor=

mada por Tono, o les mo= nigotjs alegres de imi= tar, d> López Rubic, ya la vuelta de las estampas modernísima^ de Barbe» ro, que casi son aleluyas de vanguardia, el frÍvo= lismo tan graciosamente moderno de Roberto.

Por cuanto a los tcx= tos, ¿dónde se da más

variación aparente q u e en Gutiérrez, a pe^ar de

sostenerse p j r todos la en= tonación autoburlona, pin=

tada de bobcría? Ncvillc — hoy en América—es el

humorismo nuevo; Menda es periodismo de humor que

icnta en el hornillo los casca= s y luego queman; José Ló= Lubio es la graciosa coleta en za de la cultura; Jardicl, el

. .. admirable disparate cómico, y Miguel composición , ^ *^ 1 . a emocionar Mihura Santos, que en las historietas

es grave y saladísimo, en los textos -^z

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estampo

lleva la flor natura l—grandona y blan= ca—de la carcajada clara. Haita aparece también el humor silencioso, color de fracaso, del que está celebrando esta interviú con KsHito.

—Pero oye, H=Hito... — ¡Que te calles! Es un momen to . Las vidas de toda esta docena áz hu=

moristas, como las vidas, por cicmplo, de loi alabarderos, e i tán aparte de su profesión. Se puede ser humorista y echar en serio miguita? a los pajaritos. Por eso se ha caído tantas veces en el falso lugar común de decir que el humo^ rista, íntima e invariablemente, es un cas ballero serio con impactes de mal g in io .

Los hay muy serios y los hay m u y alea gres . Entre los alabarderos, t ambién : los hay muy series; los hay muy alegres. Y a la hora de las prcfesiones, aquéllos.. . ito= d e s m u y alegres! Y éstos, ¡oh!, todos m u y serios. . .

Es curiosa aquí la entrega de traba= jos. El director los examina con cuida* do y contesta demasiado formal: «Muy bien; m u y gracicso.» Y sigue t rabajando hasta que llega o t ro . H=Mito suelta en= U n c e s una carcajada. Sospechamos que el trabajo será de una gracia genial. Y el director comenta: «¡Qué cosa tan mala! Escribe, escribe otro, que esto no lo doy...»

Algunas veces—muchas veces^—la ale= gría se sostiene ard iendo horas y horas en ia Redacción. En pocos ritios se reirá tan bien y la llama de la diversión ten= drá tanta fuerza. Ta l vez es perqué prc= paran la foto de actualidad que se pu= blica en todos los números . Unas bar= bas gordas, negras y bastas, son lo mejor de su ropero teatral . Todos se pelean por ponérselas. Han salido ha5= ta en los niños de una colonia escolar

El resto del roperito es poca cosa: unas narices de cera pintada, un cas= quctc medieval, el cesto de los pape= les, un p lumero y los sombreros y las chaquetas de los otros, como en los dis= fraccs Ingenuos.

(Hay im chaquñ que dpbc tener due= ño, porque sólo ha salido dos o tres ve= ees, y sobre los redactores menos revcU tosos.)

Si el tema es una fiesta de damas, i r rumpen todos en casa de uno de los casados. ¡Ahí van trajes blancos, ador= nos y medias , que luego salen con las mil rodajas de las arrugas, en las fotos!

(No sabemos, t ampoco , de quién es el hongo. Se lo llevan como lo traen.)

Existe una gran propensión a vestir= se de futbolistas para cualquier depor te . Sobre todo en verano.

T a m b i é n hay en el ropero una corba= ta de mil colorines. Yo les acuso el t imo de la corbata. Es un acierto de humor : es como el Arco Iris en un espejo cónc cavo. Pero esa policromía no sale en la foto. ¿Es que esos colorines son sólo a favor de los colaboradores?. . . ¡Eso es un t imo! . . .

Y ya me aburría de esperar y m e iba poniendo de mal humor , cuando K=fiito, el maestro de hoy en el bien

elevado y bien difícil arte del humor monigotero, levanta ia cabeza.

— T ú me dirás—exclama, —Pues . . . que quiero celebrar contigo

una interviú. Oye: tú eres el director y el creador de Gutiérrez y de Macaco, ¿,no'í

—Sí. . .—dice con el t i tubeo de la mo= destia.

•—Muy bien. M u c h a s gracias. Adiós,

El comandante Eckener en brazos de la multitud. (Esta fotografía, organizada en la Re= dacción de <iGutiérrez'i>, es auténtica. Declaración que nos vemos obligados a hacer, por

si alguno, viéndole la cara al comandante, lo pusiera en duda.) (Potos Zapata.)

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Page 36: Estampa (Madrid. 1928). 27-11-1928

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La bella y conocida actriz Luisa Moneró, cuyas últimas actuaciones han merecido el

aplauso entusiasta del público, (Poto Apen.)

La ¡oven de diez y siete años Elena Amat Calderón, que se ha licenciado en Filosofía y Letrfls, y se ha doctorado con el premio

extraordinario. (Poto Lagos.)

K'

^ ^ ^ ¡ ¡ ^

1

L \

D. Rafael Heredia, concejal del Ayuntas miento de Madrid, a quien se debe la creas ción del Cuerpo Pericial de Contabilidad

en el expresado organismo.

El distinguido redactor de «í:/ Sol», Rao món J. Sender, cuyo libra ^El problema re= ligioso en México'* ha tenido un éxito resom

nante. i Poto Alfonso.)

El popular primer actor Diego Valero, que acaba de regresar de Buenos Aires, donde

ha actuado brillantemente.

El notable periodista D. Manuel de la Pa^ rra, premiado en el concurso de argumentos

cinematográficos de <iCosmópolisf>.

Page 37: Estampa (Madrid. 1928). 27-11-1928

eilampa

W-an ii-^fiifes ¡as cestas conteniendo luí crias a su llegada a la Estación de Atocha, promesa segura de que dentro

MAÜHW.—ti domingo, nuestro IVianzanares, este no honesto, que alegra los alrededores del Norte de Madrid, fué obsequiado con la vh de pocos años tendremos pesca abum sita de 20.000 alevines de truchas. Momento de vaciar un bidón Heno de crías. dante. (Potos Luque.

SAN SEBASTIAN.—Aspecto que ofrecía ¡a playa de la Concha batida por el temporal y adonde fue» Las admiraciones qué'Tta sabido captarse nuestro compañero, Antonio ion arrojados los restos del barco pesquero «lrura»Batf> en la madrugada del día 24. Barbero, directoide «La Pantalla», tuvieron expresión en el banque con

(Foto Carte.) que se le agasajó hace pocos días.

i% uc €6 mejor para ^i estómago 2

Si áiu pcidcclnticnU) t iene como áintomo^, ctotor ocidcgL t| £AtrenUnu¿MU€>^ oé ea5i lieguro c|tic éa CEirofiac a l iv iará con oUmciUación a d e c u a d a fJ

DIGESTONICO DEL DR VíCENTEO

Page 38: Estampa (Madrid. 1928). 27-11-1928

Pftompo

í5

Lola Membrives y el actor Manuel Soto en una escena de f.Pepa Doncel», la nueva obra de D. Jacinto Benavente, cuyo estreno en el teatro del Centro ha constituido un grandio=

so éxito.

Uno de los últimos retratos del glorioso autor de «Pepa Doncel», la nueva obra del inge=> ni benaventiano, clamorosamente ovacionada el día de sa estreno,

(Poto Zapata.)

LOS ^STJ{ENOS Jy-E LA S'EMATQA

Apoteosis benavent iana en el Centro. En " P e p a

Doncel" Benavente ha d a d o lo más caracter ís t ico de sí mismo: ingenio agudo, sátira social, frases flage­ladoras . Todo ello con desenfadado br ío y juvenil

combatividad. Eli entusiasmo encendió a lborozadas lu­

minarias desde Jas primeras escenas. Lola Memibri-ves, admirable . Secundáronla eficazmente A m p a r o Astort y B i s a Moreu.

I rene López Heredia se ha atrevido a representa!

" C á n d i d a " , de Bernard Shaw. He aquí una actriz valerosa a quíen no ar redran los aires de universa­l idad en el ar le . A l lado d e la bella protagonista,

Asquermo obtuvo uno d e sus más legítimos tr iunfos. En la Sa l a Rex ha inaugurado su c a m p a ñ a el gru­

po teatral de! "Caraco l " , núcleo iiteírario cuyo de­

signio es abrir b recha en ía sensibilidad popular pa ra

dar paso a las corrientes renovadoras . "Azor ín" mos­tróse en el triple aspecto de orador , autor y come­d ian te . Rivas Cherif, director del grupo, cuenta con

colaboradores tan inteligentes y animosos como Na­

tividad Zaro, Magda Donato , Regina y Eusebio Gor-bea . P a r a todos hubo cordiales y alentadores aplausos.

TEATRO DE LA PRINCESA Todos los días de esta semana, la obra inmortal de

Shkespeare,

H A M L E T Interpretación notablede RICARDO CALVO

LIDO en el teatro REY ALFONSO Éxito extraordinario de las grandes

«vedettes.»

DOREY SISTER'S Todos los días exhibición en el TE de seis y media a nueve y SOUPER de once y media a la madrugada.

Irene López Heredia y los actores Puga y Espantaleón, en una escena de la admirable comedia de Bernard Shaiv, esm trenada en el Infanta Beatriz. (Foto Zap«t»J

RAQUEL éxito del teatro Lara, éxito de Maura, éxito de compa= nía. Raquel, éxito de público

No faltéis a los miércoles de Moda en el teatro de LARA

M A R A V I L L A S Toda ¡a semana LAS AVIADORAS,

— extraordinario éxito. —

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PONTEVEDRA.—La Sociedad Coral Polifónica, de esta capital, que ha obtenido resonantes éxitos en los conciertos que últimamente ha dado en Galicia. (Foto Pintos.)

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y en sos Escuetas especiales una porción de cosas que a nosotros, meridionales intuitivos e improvisadores, nos parece absurdo estudiar. Un amigo nuestro sostiene que un prusiano, recien llegado a Madrid, le preguntó qué trámites debía seguir para matricularse en los curfíts de toreo de la Universidad Cen­tral. Puede ser que nuestr • amigo exagere un poco. Pero que los alemanes emprenden cursos un poco raros lo demuestran estas fotografías, que reprea sentan a los alumnos de una Escueta que se ha creado en Berlín recientemerm te, dando sus lecciones. ¿Para qué dirán ustedes que estudian?... ¿Para ar= quiiectos?... ¿Para abogados?... ¿Para peritos mercantiles^... No. ¡¡Para

transeúntes!!... De verdad. Para transeúntes. Esa Escuela está destinada sencillamente a enseñar a las gentes a andar por las calles y a utilizar los servicios urbanos.

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