En las alas - ucol.mx · le han intrigado y emocionado a lo largo de su vida, como las paradojas...

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  • En las alas dE lEonardo

  • UNIVERSIDAD DE COLIMADr. Carlos Salazar Silva, Rector / Dr. Miguel ngel Aguayo Lpez, Secretario General / Lic. Juan Diego Surez Dvila, Coordinador General de Extensin Cultural / Licda. Guillermina Araiza Torres, Directora General de Publicaciones

  • En las alas dE lEonardo

    Carlos Moiss Hernndez Surez

  • UNIVERSIDAD DE COLIMA, 2004Avenida Universidad 333Colima, Col., CP 28040

    ISBN: 970-692-174-5

    Derechos reservadosImpreso en Mxico | Printed in Mexico

  • A mi nina Chole

  • ndice

    En las alas de Carlos Moiss ................... 9Sobre las olas ........................................ 11Vivaldi .................................................. 33La Rielera .............................................. 39Signus-1 ................................................ 49En las alas de Leonardo ........................ 67

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    En las alas de Carlos Moiss

    A Carlos Moiss Hernndez le gustan los juegos con el tiempo, las paradojas, el mundo donde la realidad no es lo que parece y donde el pasado es futuro, pero donde tambin el futuro determina el pasado. Le interesan estos juegos y tambin otro ms peligroso: el de la locura.

    Como uno de los habitantes ms distin-guidos del mundo de la razn, Carlos Moiss es tambin un acucioso explorador de la locura y un interesado en conocer los lmites que separan el orden del caos, segn lo demuestra la historia que, para mi gusto, es la mejor lograda del libro y que tambin le da ttulo al volumen: En las alas de Leonardo, donde el joven ngel, a la manera de los verdaderos ngeles de las historias religiosas, conoce y utiliza el secreto para inducir la locura en los dems.

    Dicen que todos tenemos una pasin secre-ta, algo que alimenta nuestro lado oscuro. En el caso de Carlos Moiss, con un Ph. D. en bioes-tadstica por la Universidad de Cornell, Estados

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    Unidos, esa pasin es la literatura, son las histo-rias donde se suspenden, por un momento, las inexorables leyes de la naturaleza.

    En las cinco historias reunidas bajo el ttulo de En las alas de Leonardo, Carlos Moiss Her-nndez nos entrega parte de su universo personal. Son relatos donde su autor explora los temas que le han intrigado y emocionado a lo largo de su vida, como las paradojas del tiempo en Sobre las olas o el mal y el egosmo humanos en Vivaldi y La rielera.

    En ste que es su primer libro de ficcin, su autor ensaya distintas tcnicas literarias, y aunque todava sus palabras son mesuradas, controladas, las historias no dejan de ser interesantes, atrapan desde un principio porque Carlos Moiss es un atento seguidor de las recomendaciones que daba Julio Cortzar: el cuento debe terminar por knock out.

    Este libro, que adems tiene la virtud de la brevedad, promete ser el inicio de una larga se-rie de relatos en los que Carlos Moiss Hernndez seguir explorando, cada vez con mayor profun-didad, el misterio del conocimiento y de la vida.

    Jorge Vega

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    Sobre las olas

    Llegaste tarde le dijo el viejo.Manuel no necesit volver el rostro. Haca

    rato que lo haba visto caminar hacia l, con paso lento pero firme. Ese pobre viejo con algo bajo el brazo.

    Cmo dijo? contest Manuel, casi por reflejo.

    Tardaste mucho insisti el viejo.Manuel lo mir de pies a cabeza. El viejo no

    pareca un pordiosero. Vesta un traje igualmente viejo, rado por el uso, pero luca pulcro. Su ca-bello cano, escaso pero arreglado. Sus limpios za-patos no podan ocultar las largas caminatas. Por un momento Manuel crey encontrar en su rostro un dejo de enfado, como si en realidad lo hubiera esperado.

    Te he estado esperando por mucho tiempo dijo el viejo.

    Manuel estaba sorprendido. El tono de voz era firme y no pareca estar ebrio.

    A m? pregunt Manuel.

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    S, a ti contesto el viejo ahora s que mi espera no fue en vano.

    Manuel repas la tarde rpidamente. No conoca al viejo. No conoca siquiera ese parque perdido de Coyoacn, en la Ciudad de Mxico, al que lleg fortuitamente mientras dejaba pasar el tiempo para su vuelo a Zacatecas. El congreso de neurociruga haba terminado dos horas antes de lo programado por la falta del ltimo de los expo-sitores, lo que le dio un margen de seis horas antes de su vuelo de salida. Fue entonces que camin un poco por las calles y tom un taxi. El trfico de las cinco de la tarde satur, como siempre, las principales arterias del sur de la ciudad.

    Maldicin dijo el taxista.Que sucede? pregunt Manuel.Debe haber un tapn adelante. Tiene

    mucha prisa?En realidad no, piensa tomar un atajo?Ms bien un rodeo. Quiero salir adelante

    en la avenida.Como quiera!El taxi se desvi por las antiguas calles de

    Coyoacn. Muros de piedra, viejas iglesias, calles empedradas, rboles enormes, viejas plazas. Al cabo de un momento pasaron frente a un pequeo jardn. Apenas unas cuantas bancas y una fuente de piedra al lado de una iglesia. Pareca un cuadro de principios de siglo: era el Mxico de 1900 vivo.

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    Detngase dijo Manuel Aqu me quedo.

    No se desespere dijo el taxista llega-r a tiempo.

    Ya lo s, no es por eso.Como quiera.Cunto le debo?Que sean veinte varos.Manuel pag al taxista sin verle el rostro. El

    pequeo jardn ya haba robado completamente su atencin. El taxi se alej y su ruido desapareci rpidamente por las sinuosas calles de Coyoacn. Cruz la calle y contempl a su alrededor: un pe-queo refugio para artistas, aparentemente. Una joven pintaba un lienzo en un extremo del par-que. El viejo estaba sentado en el otro extremo.

    Algo haba en ese parque que Manuel no poda describir, un pequeo parque en forma rec-tangular que le traa una grata sensacin de placi-dez. Un pequeo refugio en el bullicio de la gran ciudad. El paisaje estaba dominado por piedra: en las paredes, en la fuente, en las bancas y en la iglesia cercana. La fuente estaba en el centro del parque. Manuel no saba porqu el parque era tan atractivo para l, haba algo ms que lo eviden-te, algo que no poda describir. Pareca que nadie supiera de su existencia, slo l, aquella joven de largo pelo negro y el viejo. El viejo que lo miraba fijamente desde el otro extremo del jardn. Aquel viejo con un bulto bajo el brazo.

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    Manuel permaneca de pie, con su portafo-lio en la mano. Camin hacia la joven que pareca pintar o dibujar algo; poda leerse en su camiseta en letras grandes Instituto Nacional de Bellas Ar-tes.

    Una estudiante pens Manuel sin duda.

    La joven lo vio venir y se puso evidente-mente nerviosa. Manuel observ como segua tra-bajando mientras intercambiaba su mirada rpi-damente entre l y el cuadro que pintaba. Manuel fingi no haberse percatado de su nerviosismo y continu acercndose. Mir la pintura: eran los trazos de lo que pareca ser la fuente en el par-que. Era, sin embargo, una imagen muy distor-sionada de la realidad. Manuel se dio cuenta que inconscientemente haba esperado ver algo me-jor, de acuerdo con el entorno. Sonri. No quiso mentir con un halago y se alej. Tom asiento en una banca cercana. Abri su portafolio y hurg entre sus notas: encontr su boleto de avin y lo revis. Guard todo nuevamente. Cerr los ojos. Poda escuchar el parque: los pjaros, la fuente. Repentinamente detect un ruido que no pareca concordar con el entorno y abri los ojos: una co-chera enorme se abra para dejar salir un lujoso vehculo. Despus, la calma nuevamente.

    Manuel permaneci as unos momentos, relajndose. Volte hacia un lado: la joven haba cambiado de posicin, lo que le permita sin duda

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    la simetra de la pequea fuente y segua traba-jando.

    Pas el tiempo. Durante la hora en la que haba permanecido sentado slo haban pasado tres vehculos. Era sin duda un barrio afortunado. El cielo comenz a nublarse y la joven se prepar para retirarse.

    Manuel se hundi en sus notas nuevamen-te: revis sus boletos y notas de las conferencias. Cuando levant la cabeza la joven ya no estaba. Volte la cabeza hacia el otro extremo del jardn. El viejo lo segua mirando fijamente. Manuel guardaba sus papeles cuando el viejo se levant y camin hacia l. No le habra llamado la aten-cin de no haber sido porque al caminar segua mirndolo fijamente. Caminaba lento, muy lento hacia l. Llevaba un paquete bajo su brazo dere-cho. Paso a paso se acercaba. Manuel pretendi mirar hacia otro lado pero ya no haba duda, el viejo se diriga hacia l. Lo miraba tan fijamente que cuando lo tuvo cerca, Manuel quiso adelantar el evidente encuentro con un saludo, pero se con-tuvo. Fue entonces cuando el viejo le dijo:

    Llegaste tarde.Ahora Manuel poda apreciar aquello que

    llevaba bajo el brazo: tena la forma de un cua-dro envuelto cuidadosamente en papel, atado con cuerdas y envuelto a su vez en una bolsa de pls-tico.

    Me estaba esperando?

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    El viejo no contest. Hizo ademn de sen-tarse y Manuel se desplaz un poco para hacerle espacio. Con mano temblorosa el viejo busc el respaldo de la banca para apoyarse y tom asiento con dificultad. Mir a Manuel fijamente, lo que a Manuel pareci una eternidad, y sonri.

    Tengo algo para ti dijo el viejo Ms bien, es algo que te pertenece.

    Manuel no senta dominar la situacin: es-taba confundido y no poda imaginar como ter-minara ese encuentro. El viejo acompaaba sus palabras con movimientos tan lentos que Manuel no pudo evitar ver su reloj instintivamente. La lentitud del viejo no era algo que se llevara muy bien con la idea de un aeropuerto.

    Tienes prisa? le dijo el viejo Ten-drs que esperar. Yo te he esperado toda la vida.

    El viejo haba comenzado a abrir el paque-te. Cuidadosamente retir la envoltura de plstico.

    Manuel calcul entonces su edad. En rea-lidad, su aspecto aseado y cuidado lo hacan pa-recer menos viejo de lo que era. Las manchas y la delgadez de su piel evidenciaban una edad cerca-na a los ochenta aos.

    Me llamo Juan explic el viejo, mien-tras segua desenvolviendo con lentitud lo que pareca ser un cuadro Juan Ibarrola. Soy pintor.

    Mucho gusto dijo Manuel Manuel Romero.

    El viejo se detuvo completamente y sonro:

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    As te llamas ahora?Manuel no estuvo seguro de lo que oy. Por

    la edad del viejo, haba descartado una broma. El viejo haba continuado quitando las ataduras de aquello que cada vez ms pareca ser un cuadro, mientras deca:

    Yo no pint este cuadro. Fue mi padre, aqu, en este lugar, en 1915. Era octubre de 1915. La gente segua prefiriendo la pintura a la foto-grafa. Era una costumbre muy francesa. T sabes: Don Porfirio.

    Manuel pens que tal vez le quera vender un cuadro. Dispona de tiempo y se dej llevar por el monlogo del viejo. Imaginaba as que l mismo, junto con la fuente y el viejo, eran par-te ahora del ambiente nostlgico del parque. En realidad lo pareca: cualquiera que pasara por ah habra visto a un joven y un viejo hablando sobre una pintura en un bello parque. Sera tal vez una digna pintura en s misma. Esa idea le agradaba a Manuel y comenz a relajarse.

    Don Agustn Tllez y doa Ins Ibargen-goitia estaban comprometidos narr el viejo Ella viva cerca de aqu. Bueno, en realidad antes todo estaba cerca. Los domingos la gente se reuna en este parque a socializar, se tomaba el t, se juga-ba ajedrez, se escuchaba msica y se discutan las ltimas noticias de la aristocracia mexicana. Era toda una fiesta. La msica era tranquila, de esa que le permite a uno mantener una conversacin

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    sin tener que levantar la voz. Usted me entiende, no? Se oa mucho Sobre las olas, la ha escu-chado?

    Por supuesto dijo Manuel Juventino Rosas.

    Efectivamente respondi el viejo saba usted que el nombre original de ese vals era Junto al manantial, y que vendi los derechos en 45 pesos?

    Manuel neg con la cabeza. Pens en abun-dar sobre el tema pero el viejo lo interrumpi:

    Bueno, eso no es lo que iba a decirle. El caso es que don Agustn no era rico, pero haba logrado ser aceptado dentro de las ms rancias esferas de la sociedad de entonces, porque jugaba ajedrez como pocos y, adems, tena don de gen-tes. Usted me entiende. Todo Mxico lo invitaba a su casa a jugar. Conoca aperturas, movimientos y su memoria histrica para el ajedrez era formida-ble. Era todo un rival, y por lo tanto, era digno de entrar en cualquier casa. As fue como conoci a doa Ins, la cual perteneca a una de las familias ms ricas de Mxico, muy allegada a los crculos polticos de entonces. Para sus amigos, eran la pa-reja perfecta. Para los padres de doa Ins, el no-viazgo debera evitarse a toda costa.

    El viejo haba interrumpido completamente el acto de desenvolver la pintura. La haba pues-to sobre su regazo y ahora contemplaba al cielo. Manuel observ que hablaba de los personajes de

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    su historia con mucho respeto. El viejo suspir y continu su relato:

    Nadie en la familia de doa Ins aceptaba a don Agustn. En especial el joven don Nicols, hermano mayor de dona Ins, que ante las burlas de que era objeto por parte de sus amigos, haba jurado impedir ese noviazgo a como diera lugar. Mi padre era pintor, se llamaba Matas, y encon-traba mucho trabajo en este barrio. Le repito que era la costumbre de entonces. Mi padre tomaba su trabajo con mucho profesionalismo y para l, era ms importante lograr un buen cuadro que un buen pago. A menudo criticaba su propio trabajo ya terminado y decida que lo que se le ofreca era mucho ms del valor del cuadro. As pues, insista en rebajar el precio pactado. Mis hermanos y yo, que fuimos nueve, fuimos criados en esa atmsfera de sobriedad y dignidad. De todos nosotros, slo yo mostr inclinacin a la pintura, la que mi padre deca que se heredaba, no se enseaba. Todos mis hermanos murieron hace mucho. Ahora pienso que as fue porque no esperaban a nadie. No tenan nin-gn trato pendiente.

    Al viejo no pareca importarle que el cielo se nublara rpidamente. Manuel mir su reloj una vez ms, esta vez cuidndose de no ser demasiado evidente. El viejo continu:

    Entre los amigos ms ntimos de la pare-ja haba circulado el rumor de que, ante la opo-sicin de sus padres, don Agustn escapara con

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    doa Ins. Mi padre ignoraba si esto en realidad figuraba en sus planes. Lo importante era que se haba convertido en un rumor al que eran ajenos los padres de doa Ins, pero no el joven Nicols. Tal vez porque sus crculos sociales eran muy si-milares a la pareja de enamorados. Era cuestin de tiempo para que un enfrentamiento ocurrie-ra. Como todos los domingos en este jardn, don Agustn haba jugado algunas partidas de ajedrez con sus amigos y eventuales visitantes que venan a retarlo. Doa Ins no era diestra en el juego, pero insisti en retar a don Agustn, quien acce-di divertido. Tal vez se confi demasiado, o qui-so darle una ventaja temprana a doa Ins, pero aconteci que perdi muy tempranamente una pieza mayor: la reina. La risa de dona Ins con-trast con la seriedad del rostro de don Agustn. Esto llam la atencin de la gente que pronto se percat de que la prdida de la pieza haba sido genuina. Los comentarios irnicos no se hicieron esperar y doa Ins no fue la excepcin:

    Te voy a derrotar! le dijo.Jams! respondi don Agustn.Doa Ins propuso un trato: s derrota-

    ba a don Agustn, mi padre hara una pintura de ambos en la que ella tendra en la mano la reina ganada. Don Agustn acept la apuesta inmedia-tamente. Llamaron a mi padre, el cual presenci el resto de la partida. Mi padre recuerda que don Agustn estaba visiblemente enojado, mientras

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    que doa Ins sonrea y mova sus piezas con mu-cha tranquilidad. Se le vea divertida. Las perso-nas que llegaban inmediatamente se enteraban de los acontecimientos y se unan a los comentarios irnicos contra don Agustn. Mi padre platicaba que le decan: prepara el lienzo Matas lo que suscitaba sonoras carcajadas y sacaba de concen-tracin a don Agustn.

    El viejo tom un breve respiro para luego continuar:

    No voy a alargar mucho la historia. Se hace tarde para usted. Ya se imaginar que suce-di: Doa Ins gan la partida, don Agustn per-di otras piezas mayores y tuvo que rendirse antes de seguir demostrando que se aferraba a defender una posicin insostenible. Sonri levemente al in-clinar su rey. Doa Ins haba dejado de sonrer desde haca mucho tiempo: tal vez lamentaba lo que haba pasado y los nicos divertidos eran los que haban presenciado los hechos. Mi padre no haba preparado su lienzo an, a pesar de que lleg el momento en que la derrota era evidente, porque pensaba que sera tanto como participar de las burlas en contra don Agustn. Esper has-ta que don Agustn mismo orden que lo hiciera. Doa Ins se vea triste. Obviamente no estaba satisfecha con lo que haba logrado. Ambos po-saron para la pintura. Doa Ins haba olvidado tomar la pieza en sus manos, como haba prome-

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    tido que lo hara y don Agustn mismo la tom y la puso entre las frgiles manos de doa Ins.

    El viejo continu hablando, esta vez reto-mando la desenvoltura del cuadro:

    Pintar un cuadro toma tiempo. Para mi padre no era una tarea fcil, porque saba que en realidad ninguno de los dos lo deseaba. Primero hay que hacer los trazos, pintar el fondo, delinear las figuras, los rostros, todo lo que lleva una tar-de. Mi padre les sugiri que no alcanzara la luz del da para terminarlo. Doa Ins insisti una vez ms que no era necesario, lo que haca enojar an ms a don Agustn. Finalmente accedieron a conti-nuar el domingo siguiente. Mi padre esperaba que ese cuadro nunca se realizara pero no fue as. El domingo siguiente, como se haba acordado, ambos estaban ah puntualmente. Doa Ins se vea triste y don Agustn impaciente, pues ya quera ver la pintura terminada. Mientras mi padre trabajaba, los amigos de don Agustn pasaban y le recordaban los hechos del domingo anterior. Don Agustn no responda nada, y callaba estoicamente.

    El viejo casi haba terminado de desenvol-ver la pintura. Slo quedaba una envoltura de tela que cubra el cuadro, sin ataduras.

    Mi padre termin la pintura el domingo siguiente continu el viejo.

    l me deca que la situacin era muy inc-moda, por lo absurdo: ni l ni ellos en realidad de-seaban esa pintura. Estaban sentados en aquella

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    banca el viejo seal con la cabeza una banca en el otro extremo del parque.

    Como usted sabe, al final se pintan los de-talles del cuadro. Prcticamente son los rostros los que toman tiempo, ya que deben de ser cuidado-samente hechos, de tal forma que representen fiel-mente el estado anmico de las personas. Despus de pintar el fondo y delinear las figuras, se pinta el rostro enseguida porque es lo que determina la calidad de la pintura final. Mi padre casi haba terminado el cuadro y estaba afinando algunos de-talles, cuando alguien se acerc a don Agustn y le dijo algo al odo alejndose inmediatamente. Era un amigo de don Agustn. Aparentemente doa Ins alcanz a escuchar algo porque insisti en que se marcharan.

    Por lo que sucedi despus, era evidente que don Agustn haba sido avisado que el joven don Nicols se diriga hacia ese lugar, y que sus intenciones no eran del todo buenas. Doa Ins se haba levantado e insista en retirarse de ese lu-gar. Casi convenca a don Agustn, pero el cuadro an no estaba terminado y en un acto de orgullo don Agustn decidi quedarse. Estaba decidido a no retirarse hasta que el cuadro estuviera ter-minado. Mi padre, desconociendo el origen de la confusin sigui trabajando. Corrigi un poco las posiciones originales de doa Ins y don Agustn y continu con la pintura. Unos minutos despus doa Ins no prestaba atencin a lo que haca: vol-

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    teaba continuamente hacia aquella calle, en donde aparecieron tres hombres. Don Agustn los haba visto tambin, pero permaneci impasible. Los tres hombres se acercaron. Mi padre reconoci a don Nicols, quien se adelant y tom violentamente de la mano a doa Ins. Hubo una discusin entre don Agustn y don Nicols. Entonces mi padre vio cmo una de las personas que acompaaba a don Nicols sac una pistola, tras lo cual sigui un forcejeo. Rodaron por el suelo y derrumbaron el caballete de mi padre con la pintura, cuando se oy un disparo: Don Agustn haba sido herido en el pecho. Yaca ah, en el piso, sangrando.

    El viejo cerr los ojos. Hizo una breve pau-sa y continu:

    Hubo mucha confusin y gritos. Mi pa-dre estaba confundido y slo atin recoger mec-nicamente sus pinceles, pinturas, telas que haban quedado regados por el piso, como si fuera lo ms importante en ese momento. Doa Ins lloraba abrazada a don Agustn, manchado su vestido con sangre. Cuando mi padre intent recoger el lienzo, don Agustn extendi la mano hacia l y le dijo: Matas, el cuadro. Mi padre se acerc, y don Agustn le dijo: Matas, gurdalo, vendr por l. Trabajosamente busc su cartera y se la extendi a mi padre. Tmala, es tuya. Guarda el cuadro, regresar por l.

    Don Nicols haba huido desde haca rato. Mientras sus amigos trataban de levantar a don

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    Agustn para ponerlo a salvo, lleg la polica y se lo llev. Mi padre mencionaba como doa Ins forcejeaba con ellos, mientras varias personas in-tentaban detenerla. La ltima vez que don Agustn se dirigi a mi padre fue para advertirle: Matas, el cuadro, vendr por l. Lo juro.

    Esas palabras se grabaron profundamente en la memoria de mi padre: Vendr por l, lo juro.

    El viejo hizo un silencio. Realmente se vea triste. Manuel pregunt:

    Que pas con don Agustn?Aparentemente muri en un hospital unos

    das despus. Sin parientes ni amigos poderosos fue fcil deshacerse de l.

    Y doa Ins?Ella parti a Veracruz poco despus. All

    tena parientes que la recibieron. Nunca quiso re-gresar a Mxico. Muchos aos despus mi padre supo que se haba casado con un italiano muy rico de apellido Apendini, pero nunca lo conoci.

    Y el cuadro? pregunt Manuel, sin saber si quera o no recibir la respuesta que ima-ginaba.

    El viejo no dijo nada. Lentamente dio la vuelta al cuadro que sostena en sus manos.

    Aqu lo tienes, tal como lo dej mi padre.Manuel qued perplejo: el viejo le extenda

    el cuadro y Manuel no atinaba a recibirlo. Su mira-da estaba absorta en el rostro de aquel joven, que miraba a su vez un punto en el infinito. Lo que

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    Manuel vea no era un retrato parecido a l. Era l, sin ninguna duda; eran sus facciones, su pelo, sus ojos, su nariz, su complexin fsica. Efectivamen-te, era el mismo parque en donde estaba ahora, excepto que estaba sentado en la banca que el vie-jo le haba indicado. Se poda apreciar la fuente al fondo. Por lo dems, nada haba cambiado. Con asombro contempl a la joven que lo acompaa-ba: era increblemente hermosa. Su vestido an resaltaba a pesar del deterioro de los colores. Su pequeo paraguas del mismo color a su lado, con las manos en su regazo, y entre ellas, un pequeo objeto oscuro contrastaba con la blancura de su vestido: una pieza de ajedrez.

    Manuel no atinaba a decir nada. Su cabeza era un torrente de ideas y preguntas y sin embar-go, no acertaba a hilvanar coherentemente una sola de ellas. Balbuceaba sin darse cuenta.

    El viejo sonri levemente. Se levant con dificultad y dijo, en tono de alivio:

    La promesa que hice a mi padre est cum-plida. l y yo finalmente podremos descansar.

    Manuel lo miraba con el cuadro en sus ma-nos sin atinar a decir nada. El viejo sonri y le aclar:

    Cuando mi padre se enter de la muerte de don Agustn, nunca dud que usted regresara por el cuadro. l deca que las promesas hechas en peligro de muerte se cumplen de una forma u otra. Mi padre vena aqu todos los domingos. No

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    comprenda cabalmente como entregara el cuadro, pero continu viniendo, durante doce aos, todos los domingos. Cuando supo que su muerte era in-minente, me entreg el cuadro y me hizo prometer que vendra aqu cada domingo, y es lo que hice du-rante muchos aos. Hasta que dej de venir todos los domingos porque los achaques no tienen reloj; adems, la gente dej de venir desde hace mucho a este parque para refugiarse en esas casonas de al-tas bardas sin ventanas. Este parque ya no es para ellos, imagino. Entonces vengo cada vez que puedo, pero vengo. Me imaginaba que s don Agustn iba a regresar por su cuadro, l sabra como encontrar-me.

    Y esto? dijo Manuel, sealando unas manchas rojas en el margen del cuadro Es?

    Sangre interrumpi el viejo Mi pa-dre no quiso modificar el cuadro. Hubiera querido, pero el cuadro ya estaba pagado, por lo tanto no le perteneca.

    Manuel callaba, no atinaba a decir nada. Unos minutos antes esperaba un vuelo y ahora haba escuchado una historia increble que no po-da digerir. El viejo dio la vuelta como para mar-charse.

    Me olvidaba dijo.El viejo busc entre sus ropas y sac una

    vieja cartera.Toma extendi la mano es tuya.

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    Manuel tom la cartera que el viejo le ex-tenda y la observ cuidadosamente. La abri con cuidado. Estaba vaca. Busc en los compar-timientos interiores y encontr una fotografa. Tena forma ovalada. Era la joven de la pintura. Manuel slo pudo voltear a ver al viejo. Senta l-grimas en sus ojos.

    As es es ella. Veo que sabas donde buscar.

    El viejo dio la vuelta y comenz a alejarse. Manuel no haba podido digerir todo lo aconteci-do. Vio que el viejo se alejaba y lo llam:

    Espere, no me deje as. Quiero hablar con usted. Tengo muchas preguntas.

    Ya lo he dicho todo respondi el viejo Tal vez yo he quedado ms satisfecho, pero es hora de irme.

    No, espere ataj Manuel Permtame darle algo. No es mucho, pero de algo servir.

    Le repito que el cuadro ya se pag. No quiero nada.

    Es slo que quiero drselo. En realidad, esto es increble. Tome.

    Manuel extendi hacia el viejo un fajo de billetes. Prcticamente todo lo que tena. Haba dejado slo para el taxi.

    No lo quiero. El viejo dio la vuelta. Manuel insisti:Tome, por favor.

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    Manuel meti los billetes al rado saco del viejo y dijo:

    Quisiera volver a platicar otra vez con usted. Tiene que darme ms detalles, usted me comprende.

    Luis Urbina 105, Colonia del Valle res-pondi el viejo Ah puede encontrarme. Todos me conocen en el barrio. No es lejos de aqu.

    Manuel anot rpidamente la direccin en su libreta. Faltaba un poco ms de una hora para su vuelo. Era hora de irse. Alcanz a preguntar:

    Y doa Ins, dej algn familiar?Creo que tuvo una hija, vive en Veracruz.

    No s si deba buscarla.Manuel no haba dejado de sorprenderse.

    Para sobrellevar mejor los acontecimientos, tom asiento y observ la pintura en detalle. Era incre-ble. Era l, definitivamente. As estuvo observan-do el cuadro por largo tiempo. Levant la vista y el viejo haba desaparecido. Por la lentitud con la que el viejo caminaba, Manuel dedujo que haba permanecido demasiado tiempo observando la pintura. Comenz a envolverla cuidadosamente, no sin antes dar una ltima mirada a la obra. Se levant y camin por esas calles, en busca de un taxi.

    Esa misma noche, Manuel lleg a su casa y escondi el cuadro. Haba decidido no mostrarlo a nadie hasta que completara su increble historia. Una semana despus se encontraba en el puer-

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    to de Veracruz. Haba localizado una familia de apellido Apendini. Vivan en una vieja mansin. Manuel se encontr tocando el timbre con su cua-dro bajo el brazo. Un poco despus, un sirviente abra. Antes de decir palabra, ste le dijo:

    No me diga, usted busca a doa Ins Ibar-gengoitia.

    Manuel no dijo nada. No poda decir nada. Se quedo ah, en el marco de la gran puerta, sor-prendido, igual que lo haba dejado aquel viejo unos das antes. Qu historias le deparara esa casona?

    *En el barrio de Triana, en Aguascalientes, junto al museo dedicado a Jos Guadalupe Posada se encuentra un pequeo jardn. Ricardo se haba detenido ah para descansar un momento. Ob-serva aquellos jvenes que pintan. No encuentra ya a aquella joven estudiante de largo pelo negro que hace rato pintaba e intercambiaba nerviosa-mente sus miradas entre l y su lienzo. Le pareca un coqueteo y estuvo a punto de acercarse a ella, pero decidi esperar unos momentos ms. Ahora ya no la encuentra. La ha buscado con la mirada en todas direcciones y no la encuentra. Abre un peridico y comienza a leer. Pasan los minutos. El parque es en realidad relajante. Ricardo decide que ya es hora de dirigirse al museo a comprar unas imitaciones de Posada. Todo estara en cal-

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    ma, de no ser por aquel viejo de traje pulcro y lento caminar, que lo ha estado mirando fijamente desde hace tiempo.

    *El sol se oculta ya en Aguascalientes. Por la ca-lle camina un viejo acompaado de una joven. Ella carga un caballete bajo el brazo, y el viejo un par de paquetes que parecen cuadros envueltos. El lento caminar del viejo delata su cansancio, y la joven se esmera en mantener su paso a la par. La conversacin que mantienen es propia de un maestro y su discpulo:

    Tienes que apresurarte ms la prxima vez, la pintura tiene que secar ms rpido dijo el viejo.

    Cunto te dio, abuelo? pregunt la joven.

    No lo cont. Parecan varios billetes grandes. Me dio todo lo que traa, igual que todos. Ah! y este reloj.

    El viejo sac de su bolsillo un reloj de pul-sera y se lo extendi a la joven.

    Parece bueno observ ella.El viejo no respondi inmediatamente.

    Avanzo unos cuantos pasos, se detuvo, y en tono de queja, respondi:

    Tal vez sea bueno. Siempre es poco pago por hacerte partcipe de una buena historia.

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    Vivaldi

    Por eso no oigo a Vivaldi. Y me acuerdo y estoy a punto de llorar. No s porqu, pero ya no me sabe igual la rapidez de las notas del primer movimien-to de Verano, la tremenda placidez de Otoo o la desenfrenada alegra de Primavera. El caso es que ya no me sabe igual.

    Tal vez sea porque me trae recuerdos. Re-cuerdos de aquella vez que us la obra de don Antonio para castigar a mi vecino, un tal Jess Fuentes. Quin ser ms importante? don An-tonio Lucio Vivaldi, gran compositor; don Enri-que, graduado de una de las mejores escuelas de Mxico; o mi vecino Jess, jornalero de campo, graduado de la escuela de la vida. Me acuerdo y una lgrima traicionera me sale del ojo izquierdo, ayudada desde adentro en mi cabeza por aejos enemigos. Cierro los ojos y me acuerdo. y pue-do or la msica de don Antonio: suave, lenta, a veces impetuosa Ojo traicionero, an cerrado sigues trabajando. Me traslado en el tiempo, oigo, veo, siento

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    Irrespetuoso Jess. Irrespetuoso de la obra de don Antonio y de mi persona. Quin se cree que es para interrumpir la msica de don Antonio a las 10 de la noche? Tal vez no sabe que recin graduado, me veo forzado a vivir al lado de su casucha, slo mientras arreglan la casa en la que vivir definitivamente. Sabe l lo que es regresar de la ciudad? Sabe lo importante que soy? Sabe cuantos aos he estudiado?

    Miserable. Cmo se atreve a tocar su msi-ca ruidosa? Al diablo con l. Estoy seguro que no sabe la diferencia entre Primavera y Verano, y algo debe de concederme a m que estudi con mucho esfuerzo y conozco el Invierno de Vivaldi y el de la ciudad de Mxico.

    Pobre diablo! Conoce la diferencia entre la nieve artificial, esa que le vi poniendo ayer a su rbol navideo igualmente artificial, y la nieve verdadera?

    Irreverente, debe estar borracho. No le im-porta despertar a sus propios hijos; se pueden dis-tinguir claramente los llantos de un nio. Es ms, debe estar peleando con su esposa, se oye llorar tambin. Su msica es insoportable, en volumen y calidad. Qu me importa a m s Joaqun Men-dieta se rob a la vieja que quera en un caballo blanco y huy matando a sus cuados?

    Decid responder. No lo vi entonces como respuesta sino como una leccin de msica clsica

  • 37

    gratuita. Quieres msica? Te la voy a dar. Sabes lo que es un buen aparato de sonido? Sabes que tambin mi Sony puede hacer reaccionar a los ve-cinos? Pues vas a ver, y agradece la leccin. Aqu tienes. Y aprovechando que tu casa es de un piso y la ma de dos, pues te pongo las bocinas, cual caones ojal lo fueran, pens y play. Vi-valdi, una y otra vez, que te la aprendas, a todo volumen.

    Cuatro horas dur la msica, una y otra vez. Vivaldi: Primavera, Verano, Otoo, Invierno, Primavera, Verano, Otoo, Invierno, Primavera, Verano...

    No duermo yo, no duermes t. Tienes que aprender a respetar las jerarquas. Bueno, no tanto as, estoy recin graduado, pero que carajo, se ne-cesita ser un nango para no entender que el nivel de estudios hace la jerarqua, y que yo fui a estu-diar para mejorar el nivel de vida de l y de otros como l. Que se amuele, que respete. Todava se oye su msica, ms fuerte que antes, y los llantos de un nio y la actividad febril en la casucha de al lado.

    De repente, vasijas que ruedan, gente que corre, gritos y luego, silencio. Llantos queditos. La msica se apag repentinamente. Me di cuenta lo escandaloso que poda sonar don Antonio Vivaldi cuando se lo propona, y decid dejarlo descansar. A l y a mi 4-way speaker Sony, MHC-C33, 60 Watts per channel.

  • 38

    Me qued en la hamaca de arriba. Queda poco para el amanecer pens algo podr dormir.

    Las ocho de la maana. Ruidos otra vez? Msica? No, esta vez es diferente. Me asomo a la ventana del segundo piso y veo gente humilde vestida de negro. Murmullos. La gente entra y sale de la casa del tal Jess. Llantos. Bajo las escaleras rpidamente, salgo al patio, voy a la calle, y an con el recuerdo fresco de la batalla ganada ayer a caonazos musicales, me quedo en el marco de la puerta a la expectativa. Mi vecino me espera sentado afuera de mi acera. Su pantaln blanco, rado, su sombrero en la mano, su camisa con las inconfundibles manchas originadas por cargar racimos de pltanos. Su esposa e hijas a lo lejos, llorando. Hombres y mujeres separados a la hora de rer y de llorar, como siempre.

    Don Enrique me dijo.Atin a contestar un digno: Qu sucede?Don Enrique repiti le quiero pedir

    una disculpa, don Enrique. Por lo de ayer, usted sabe.

    Qu pas? le contest, como si no hu-biera estado presente la noche anterior en la bata-lla que gloriosamente haba ganado.

    Es que, la chatita, se acuerda de la cha-tita, don Enrique? pues se me puso muy mala ayer en la noche, y gritaba mucho de dolor, y pues, us-ted sabe, me dio mucha pena que oyera los gritos.

  • 39

    Un alacrn, usted sabe. Parece que la pobrecita se ahogaba, y gritaba angustiada y se agarraba la garganta. Y pues mientras yo buscaba al maldi-to alacrn por toda la casa, atrs del ropero, las cajas, las herramientas, la cocina, pues not que estbamos haciendo harto escndalo y pues le dije a mi viejita. Prndete la msica bien alto, pa que don Enrique no se perturbe, y ella: pos cul pon-go y yo la que quieras, mientras busco la maldita alimaa y corre que te corre con las compresas de agua caliente, el trajn, los gritos de mi chatita, pos debemos haberle hecho rete harto escndalo, y le vengo a pedir disculpas.

    La gente de negro puso el resto de su ex-plicacin. Se me hizo un nudo en la garganta, como el que se me esta haciendo ahora cuando me acuerdo. Entr a la casa. Me qued parado viendo al cielo, no s porqu, con la cabeza bien levantada, tanto que el cuello me dola. Por qu reaccion as? No s. Una posicin absurda, como buscando estrellas. Alguien que me castigara, no s.

    As fue como conoc a don Jess. Y me acuerdo, y Vivaldi ya no me sabe igual.

    Y don Jess sigue all, en alguna platanera supongo, cargando racimos ms pesados que l, y manchando su camisa blanca con el vstago y los racimos.

    Estar la chatita escuchando a Vivaldi?

  • 41

    La Rielera

    Yo soy rielera y tengo mi Juan...Tal vez usted haya escuchado esa meloda

    alguna vez. Su origen se remonta a la poca en que los hombres combatan en la Revolucin a ca-ballo, mientras que las mujeres los seguan a pie cargando bultos y canastos con enseres de cocina y alimentos.

    No s con que la asocie usted. Probable-mente sea muy joven y le recuerde una pelcula con muchos balazos y besos, no s.

    Habr quien seguramente la asocie con los bailes de la escuela primaria. Tal vez.

    Yo la asocio con una trompeta. No s si a usted le suene divertida o alegre. Pero yo, lamen-tablemente, la asocio con un viejo sin piernas; sentado all, en la calle principal de Cuyutln. Con pantaln y camisa de manta blanca; ceidor rojo a la cintura; trompeta mohosa, aunque lim-pia; sombrero al lado, para la colecta. La asocio con don Sebastin.

  • 42

    Cuyutln, pueblito en la costa del Pacfico; cuatro calles paralelas a la costa y una calle princi-pal, empedrado blanco por el sol y olor a pescado cocinndose.

    La reaccin que provoca el viejo al verlo di-fiere segn se sea turista o local. Nio o adulto. Unos dicen don Sebastin. Otros dicen, don Sebas. Algunos ms dicen El Mochito. Otros dicen: Qu le pas, mam?

    Si don Sebas cobrara por las veces que se le usa para asustar a los nios, no necesitara su sombrero para colectar. Por las noches, dicen que don Sebas come nios y se mete entre las cobijas de aquellos que no se quisieron comer el pescado o, bien, asusta a los que durante el da jugaron a ser salvavidas a escondidas, adentrndose en el mar hasta ms all de donde las olas rompen; has-ta que alguna ola de color esmeralda los revolc tanto que volvieron a ser nios de puro susto, y ahora estn envueltos en las faldas de sus madres que platican a la orilla del mar.

    Tal vez s l cobrara por las veces que se mete entre los sueos de los nios, no necesitara el sombrero para colectar, pero lo que invariable-mente s necesita son los dos pedazos de neum-tico que usa para protegerse los muones de las rodillas, cuando va de su casa a su sitio de trabajo y viceversa. Tambin los dos bloques de madera que usa para no tener que tocar el abrasador suelo mientras se impulsa, especialmente al cruzar la va

  • 43

    del ferrocarril, al caer la tarde de cada da, exhaus-tos sus pulmones de tanto soplar.

    Todos los das, al regresar, se queda un rati-to entre los rieles. Aguarda por el ruido. Ese ruido que no llega. Cierra los ojos un momento. Luego cruza la va: Otro da ser.

    Ya en su choza de palma y otate, separada del resto de las casas del poblado, enciende el fo-gn. Enciende tambin un cigarro y observa cmo el humo sube al cielo que comienza a oscurecerse. De entre sus ropas saca cuidadosamente un pe-queo objeto amarillo. Lo protege de la poca luz del atardecer. Lo acaricia suavemente y se lo lleva a los labios. Sus cansados pulmones an pueden hacer el ltimo esfuerzo del da: sopla suavemen-te para dar origen a un pequeo globo amarillo. Apenas el globo tiene el suficiente tamao para caber completamente en su mano, se detiene y lo observa: una pequea mariposa se dibuja en l, brillante y hermosa. Don Sebas sonre, murmura unas palabras, detrs de lo cual procede a desin-flarlo cuidadosamente y lo vuelve a guardar entre sus ropas.

    Sonre. Luego, llora.

    *Que no se te olvide el encargo, orejn!

    Grit la madre sonriente, aunque un poco preocupada, desde el andn, al nio que apenas se

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    acomodaba en el vagn del tren de pasajeros que sala de Colima rumbo a Manzanillo.

    Le das el encargo a tu abuela! agreg.El nio ya se haba acomodado en el vagn

    de segunda clase, nervioso, era la primera vez que haca la travesa, y el tren que parta le inspiraba miedo. La misma travesa que sus hermanos ma-yores haban hecho varias veces, ahora era respon-sabilidad suya: llevarle algn dinero a su abuela. sa era la prueba de fuego para poder tutearse con sus hermanos mayores.

    A los siete aos, el tren es un ser vivo que te lleva en su vientre. Hace ruido, se mueve y arroja humo como corresponde a un ser mitolgico de su tamao. Mientras el nio se acomoda repasa las instrucciones: bajarse en Armera, entregar el di-nero a su abuela Natividad y regresarse en el tren de la tarde. Al regreso, asegurarse de subirse en el ltimo vagn, porque en caso de quedarse dor-mido, su madre sabe donde buscarlo en la breve parada que hace el tren en Colima antes de partir a Guadalajara.

    Lo importante: no dormirse en el camino de ida, porque despus de Armera el tren no se detiene hasta el puerto de Manzanillo, donde el tren permanece varios das. Esto significara para un nio el perderse definitivamente, y eso era lo que ms le preocupaba a Juanito. Aunque en rea-lidad, le preocupaba menos que a su madre.

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    El tren parti lentamente. Los gritos de su madre se oan an a pesar del estruendo de la lo-comotora:

    No te vayas a dormir, orejn!Juanito era orejn en realidad. Y dormiln.

    Sus hermanos decan que se dorma con facilidad porque poda cubrirse los ojos con sus enormes orejas. Ante estas burlas, Juanito sonrea y se abra-zaba al mandil hmedo de su madre. Frecuente-mente se quedaba dormido as. Todos ignoraban que su estado de desnutricin crnica lo haca verse ms orejn de lo que en realidad era, a la vez que le provocaba una eterna somnolencia.

    El viejo de la camisa oscura lo observ des-de que subi al tren. Imaginaba cul era el en-cargo. Urdi su plan. Cuando calcul que faltaba una media hora para llegar a Armera, comenz a llevarlo a cabo. Se coloc en el asiento junto y pregunt:

    Cmo te llamas, vale?Juanito contest el nio, sonriente.A que mi Juan! Como la cancin: Yo soy

    rielera y tengo mi Juan La conoces?El nio neg con la cabeza.Dime continu el viejo te gustan

    los globos?Antes de que Juan pudiera contestar, el vie-

    jo saco de sus ropas un globo amarillo, y comenz a inflarlo.

    Mira dijo el viejo te gusta?

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    Juanito no poda creerlo: ante sus ojos se desplegaba un globo enorme, con una bellsima mariposa. El viejo pens que los ojos se le saldran de las cuencas.

    Te gusta? repiti el viejo.Juanito asinti tmidamente con la cabe-

    za. Enjuto ah, en el asiento del tren, flaqusimo como era, pareca un trapo colgado del asiento. Los otros viajeros, ocupados en mantener quietos los pollos y las escobas, no prestaban atencin al dilogo.

    Lo quieres? pregunt el viejo.Juanito volvi a asentir con la cabeza. A pe-

    sar de su corta edad, saba que ahora vendra la condicin para tenerlo. Permaneci serio, con el mentn pegado al pecho, imaginando que sera algo imposible, como corresponda a ese bello ob-jeto.

    Bueno dijo el viejo te lo doy si lo in-flas.

    El viejo desinfl el globo y se lo extendi a Juanito.

    Juanito no poda creerlo. Inmediatamente lo tom con ambas manos y comenz a soplar.

    El globo, de grueso plstico, no era presa fcil para un nio enclenque de siete aos. A Jua-nito le tom varios minutos llevarlo a la mitad del tamao que el viejo haba logrado.

    No se vale dijo el viejo tienes que de-jarlo igual que yo.

  • 47

    Juanito sigui soplando. Despus de varios minutos, apenas haba alcanzado a incrementar su tamao un poco. Sin soltarlo con su boca, volte hacia el viejo con ojos suplicantes.

    Un poco ms y es tuyo dijo el viejo sonriendo.

    Juanito continu soplando por unos mi-nutos ms. La reduccin en el abasto de oxgeno comenz a hacer el efecto que el viejo esperaba: el nio comenz a quedarse dormido. Inclin la ca-beza lentamente al tiempo que el viejo le quitaba el globo de la boca. As, dormido, fue fcil hurgar entre sus ropas y extraer el sobre con unos cuan-tos billetes. En su lugar, meti el globo.

    El viejo permaneci al lado de Juanito an cuando el tren hizo su nica parada en Armera. De esa forma no llamara la atencin de alguien, de otra forma lo hubiera despertado. Cuando el tren estuvo a punto de partir, el viejo baj rpi-damente dejando al nio dormido. Entre gritos y acomodos, nadie se ocup de l.

    *Armera no le gust al viejo de la camisa oscura ni para emborracharse. A la playa de El Paraso nadie lo quiso llevar por lo intransitable de la ca-rretera, as que tom un taxi a Cuyutln, a unos quince kilmetros. La travesa, de unos quince minutos, le pareci una eternidad, ante la urgen-cia de tomarse una cerveza en una enramada.

  • 48

    Al llegar a Cuyutln, el pueblo estaba de-sierto. Las tiendas, aunque abiertas, estaban des-habitadas, igual que los comercios ambulantes. El pueblo era un pueblo fantasma.

    Sbitamente vio correr a dos nios hacia el final de la calle.

    Algo pas! dijo el taxista.Y se dirigi hacia ellos. El hombre de la ca-

    misa obscura se dej llevar, el taxista le haba con-tagiado de curiosidad.

    Al dar vuelta en la esquina, encontr a todo el pueblo reunido: unas cincuenta personas junto a la va del ferrocarril.

    Seguro que el tren volvi a agarrar a un borracho dijo el taxista Voy a Armera a traer al Ministerio Pblico.

    El viejo de la camisa oscura baj del taxi. Como pudo, se abri paso. En el centro del grupo una sbana cubra un pequeo bulto, justo al lado de la va, caliente an por el paso del tren. Las seoras lloraban y rezaban. Los hombres, con el sombrero de palma en la mano. Los nios abraza-dos a la falda de su madre.

    El viejo de la camisa oscura se abri paso hasta el pie del bulto. Despus no se movi.

    *El agente de Ministerio Pblico lleg desde Ar-mera en el mismo taxi una hora despus. Hubo quienes juraban haber visto al nio brincar del

  • 49

    tren al pasar por Cuyutln. Nadie se haba movido todava. El agente levant la sbana y vio aquella carita destrozada. Las mujeres vieron sus pies sin zapatos. Los nios vieron aquellas orejas enor-mes. El hombre de la camisa oscura slo poda ver aquel objeto amarillo que sobresala de la manita.

    *Don Sebastin no tiene piernas, dicen, porque una vez borracho se le lanz al tren. Algunos dicen que lo vieron cmo se acost en la va esperan-do que el tren lo triturara, pero por algn motivo slo se llev las piernas. Nadie lo vio llorar nunca por haberlas perdido, ni siquiera cuando se vio los muones por primera vez. Todos saben que lleg el da en que el tren mat a un nio, y nunca abandon Cuyutln. Hace muchos aos ya.

    Hay quien lo ha visto inflar un pequeo globo por las tardes, como si no se cansara de so-plar por el tubo de la trompeta todo el da.

  • 51

    Signus-1

    La nave produca un zumbido casi imperceptible. Un sonido constante, sin altibajos, muy similar al sonido de un motor elctrico. Augusto no poda precisar de donde vena. Estaba mareado y con-fundido. Tena sed. Como pudo, trat de incorpo-rarse. Sus esposas no se lo permitieron.

    Era extrao. No poda recordar nada. Re-pentinamente haba despertado con un dolor de cabeza y una resequedad en la boca, que slo po-da comparar a la sensacin posterior a una noche de juerga. El despertar era, sin embargo, muy ex-trao: viajaba en la parte posterior de una nave, y no tena la ms remota idea que estaba haciendo ah.

    La nave era pequea, aproximadamente del tamao de una combi de fines de siglo XX, con asientos solamente para el piloto y el copiloto. Las ventanas de la parte trasera de la nave eran amplias, comprendiendo la mitad superior de las paredes laterales, por las que poda verse un pai-saje surrealista: dunas y montaas de color rojo

  • 52

    pasando rpidamente. La nave volaba a unos cien metros de altura, apenas suficiente para evitar las dunas de Marte. La pequea nave era muy estable para su tamao, aunque experimentaba de vez en cuando pequeas sacudidas.

    Augusto se encontraba esposado en la parte trasera y poco a poco se daba cuenta de su situa-cin: vesta, al igual que la tripulacin de la nave, un traje espacial; sin embargo, mientras que el de los otros era de color rojo, el de l tena un diseo ajedrezado en blanco y negro, para ser localiza-do fcilmente en caso de escapar, como despus imagin. Adems de las esposas, se encontraba encadenado por la cintura a la pared lateral de la nave. Usaba un casco con una visera amplia que le permita ver unos 120 grados a su alrededor.

    Enfrente de l, con la mirada impasible, un guardia lo vigilaba Augusto le calcul unos cincuenta aos, tena un arma en su regazo y lo miraba fijamente, dando la espalda al piloto y co-piloto. Cuando Augusto intent incorporarse, este le apunt con su arma.

    Ha vuelto en s dijo el guardia.Bien dijo el copiloto pasamos a sta-

    tus 4 ahora.Tom el radio y avis:Transporte de prisionero AH-VR6 a Sig-

    nus-1. El prisionero ha reaccionado ya, pasamos a status 4, llegaremos en una hora.

    Transporte AH-VR6 en status 4, enten-

  • 53

    dido. Tengan cuidado respondi la voz por la radio.

    Al parecer su despertar haba armado gran revuelo. El guardia que lo custodiaba se vea ten-so. Sentado en una pequea silla, no dejaba de apuntarle con su arma.

    Si te preocupa, usa el M3 para calmarlo. Yo no reportar nada dijo el copiloto al guardia.

    Sin quitar la vista de Augusto, ste respon-di con firmeza.

    La convencin de Zrich prohbe usarlo dos veces en el lapso de una hora a menos que sea en defensa propia, t lo sabes contest ste con resignacin.

    Como quieras respondi el copiloto.Adems continu el guardia, quiero

    hablar con l. Es mi ltima custodia antes de jubi-larme. En los ltimos 20 aos no he hablado con ninguna de esta basura.

    Pues si usar el M3 est prohibido por la convencin de Zrich, hablar con l est prohibi-do por el reglamento de Signus-1.

    Recit de memoria: Captulo XII seccin 1.a del reglamento de prisiones galcticas: Todo transporte hacia una prisin galc-tica de alta seguridad pertenece a tal prisin desde que el prisionero aborda el transporte hasta comple-tar la cesin del prisionero...Si, si, lo s ataj el guardia S que

    pertenece a Signus-1 desde que salimos, y que en Signus-1 no se habla con los prisioneros, pero de

  • 54

    todas formas, nunca he hablado con un criminal de estos. Tengo curiosidad.

    Augusto no comprenda lo que suceda. Simplemente no recordaba nada. Pudo apreciar cmo el piloto de la nave puso su mano sobre el hombro del copiloto diciendo:

    Djalo en paz! Cuando cumplas 20 aos como guardia en un transporte de prisione-ros tambin te vas a ablandar, igual que l.

    No me estoy ablandando! replic el guardia, sin apartar la mirada de Augusto te re-pito que tengo curiosidad de hablar con una lacra como sta.

    El copiloto volvi la mirada al frente, resig-nado; tal vez meditando qu sentira l despus de tantos aos de transportar prisioneros en custodia a Signus-1: la infame prisin de alta seguridad en medio de la nada en el planeta Marte.

    Augusto segua tan perplejo como al prin-cipio. Le dola la cabeza y tena mucha sed. Con naturalidad, exclam:

    Tengo sedNadie respondi. Volvi a repetir:Tengo sed, podran darme agua?El copiloto volvi la cabeza hacia el guar-

    dia, esperando una reaccin. Despus de unos se-gundos dijo:

    No entiendo cmo deseas hablar con l y ni siquiera respondes de acuerdo al manual, lo vas a hacer o no?

  • 55

    Que se aguante! fue la respuesta del guardia.

    El copiloto resignado toc unos botones del tablero que hicieron brillar una pantalla enfrente de l. Acto seguido, ley en voz alta el apartado 154 del trato a prisioneros:

    Prisionero S-76544-F, usted est siendo transporta-do a la prisin galctica de alta seguridad Signus-1. Como tal, se le notifica que aunque este transporte est presurizado y cuenta con una provisin de ox-geno ambiental, por su integridad no le puede ser re-tirada la visera del casco, lo que impide...Lo que quiere decir interrumpi el

    guardia que te vas a aguantar hasta que llegues all y tomes tu racin.

    El copiloto, resignado, apag con enfado la computadora al frente.

    Como quieras! dijo con enfado.Augusto supuso que este haba presionado

    un botn, o algo por el estilo, porque enseguida un grueso vidrio polarizado aisl la parte de la cabina del resto de la nave. Despus de eso, Augusto slo poda ver las siluetas del capitn y del copiloto.

    El zumbido continuaba persistente. La luz amarillenta en la parte trasera de la nave permi-ta apreciar algunos detalles: el piso de la nave estaba cubierto por una ligera capa de un mate-rial acolchonado, y la pared que divida la parte trasera de la cabina, frente a Augusto y sobre la que el guardia recargaba su espalda, tena algu-nos botones e indicadores luminosos que parpa-

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    deaban continuamente. A pesar de estar sentado en el suelo de la nave, Augusto poda apreciar el paisaje: montaas de color rojizo y dunas pasando rpidamente. Algunas rocas, pero ni un solo vesti-gio de vegetacin, de agua. Nada. Simplemente el paisaje desolado de Marte.

    * Qu sucedi? pregunt Augusto en voz baja Porqu estoy aqu?

    Es natural que no recuerdes ahora respondi el guardia. De cualquier forma, ya lo hars. Por lo pronto debes saber que has sido declarado culpable por un tribunal internacional. Pero eso no importa, aunque fueras inocente, tu destino es la prisin Signus-1.

    Por qu? Qu hice? pregunt Au-gusto con desesperacin.

    El guardia no respondi. Una mueca de odio ensombreca su rostro. Tom una especie de hoja de cristal muy delgado que estaba colgado cerca de l. Con curiosidad, presion unos boto-nes impresos. Result ser una pantalla que comen-z a arrojar informacin. Augusto slo poda ver el reflejo brillante en la visera del guardia, el cual lea con atencin. Despus de unos minutos, dijo:

    Veo que han usado el M3 contra ti varias veces, a su mxima potencia. Esto puede explicar por qu no has recobrado la memoria.

  • 57

    Volvi a colgar la pequea pantalla en su sitio.

    Igual da! Ahora eres husped de Sig-nus-1. Ya la recobrars del todo.

    Pero, qu hice? pregunt Augusto resignado a su situacin pasiva No s siquie-ra porque estoy aqu. Aydeme, dgame algo, no recuerdo nada! exclam con creciente desespe-racin.

    El guardia no respondi inmediatamente a su pregunta. Apret fuertemente el arma que por-taba y la apunt hacia l. La mueca de odio apa-reci otra vez en su rostro. Lanz el torrente de palabras a Augusto como s hubiera esperado que le preguntara:

    Asesino dijo el guardia sin inflexin de voz Has matado inocentes: hombres, ancianos, mujeres, nios. Todo por el alcohol y las drogas. Por conseguir ms dinero, fuiste capaz de come-ter las mayores atrocidades una y otra vez. Tres veces escapaste de la crcel en tu pas, segura-mente sobornando a los guardias. De no haber sido por la convencin de Zrich, seguiras go-zando de libertad impunemente en tu pas, para de vez en cuando pisar la crcel, slo para que alguien aparentara que haca su trabajo. Gracias a esa convencin, los asesinos como t dejaron de ser ciudadanos de algn pas, y pasaron al des-tierro en alguna de las prisiones planetarias de mxima seguridad. Vigilado por un consejo mun-

  • 58

    dial de seguridad hasta tu muerte, sin posibilidad de regresar a la tierra jams.

    Las palabras del guardia fueron como un torrente de lava que dejaron a Augusto petrificado. No supo que decir. Por unos instantes, permaneci as, con la boca abierta, queriendo balbucear algo. Todo era confusin. Prcticamente haba desper-tado en una prisin. Recordaba haber ledo alguna vez: uno no sabe cundo est soando, pero en definitiva, uno sabe cundo no est soando. La frase no tena sentido, pero servira para impulsar a alguien, como lo haca Augusto ahora, a pensar objetivamente sobre su situacin. Definitivamen-te, no estaba soando. Perciba demasiados deta-lles a su alrededor.

    Cuando se convenci de que no soaba, an sin sobreponerse del asombro, se atrevi a de-cir, con voz entrecortada:

    Yo... yo... no recuerdo nada...Claro que no, por ahora dijo el guar-

    dia Ya lo recordars, slo que no como lo ha-cas antes, con satisfaccin, con regocijo. Esta vez despertars cada da en una celda en Sig-nus-1. No hay escape de ah. No lo hars otra vez. No hay posibilidad de que hagas dao a alguien, nunca ms. No es posible hacerle dao a alguien en Signus-1, porque una vez dentro, no volvers a ver a nadie jams.

    Augusto debi haber expresado asombro, porque el guardia continu:

  • 59

    Signus-1 est plagada de prisioneros que no se ven unos a otros. No es posible ver a los guardias siquiera. Clamars por una voz, pero no escuchars ninguna, slo la tuya.

    Luego dijo, inclinando un poco el cuerpo, lapidario:

    En Signus-1 ests muerto desde que lle-gas.

    * Augusto no saba qu pensar. Su mente alterada pasaba vertiginosamente del anlisis de su horri-ble pasado al de su igualmente aterrador futuro. Ambos, cincelados en roca, sin posibilidad de cambio.

    Comenz a sollozar. La imposibilidad de llevarse las manos al rostro y cubrirse con ellas era desesperante. Sus sollozos se convirtieron en un llanto franco.

    No recuerdo nada! No puedo recordar nada! Yo no me merezco esto!

    El guardia lo miraba impasible. Pareciera pensaba Augusto que el guardia lamentara el hecho de que no recordara nada de su pasado por ahora. Algo que sin duda le permitira a su custo-dio seguir atormentndolo con lo que le esperaba en Signus-1.

    El guardia mir por la ventana al paisaje ro-jizo por unos segundos. Luego dijo:

  • 60

    Ahora te arrepientes porque no recuer-das nada. Hubieras querido no haberlo hecho, pero ya vers, en unos minutos ms comenzars a recordar tus hazaas. El M3 es un gran inven-to dijo sonriendo mientras palpaba el arma no hay mejor forma de controlar a un peligroso asesino como t, que despojarlo totalmente de su identidad (sin disminuir las funciones bsicas del cerebro) por unas horas. Sin recuerdos, no pue-des ser peligroso. Sin embargo continu ya hemos tenido algunos casos en que los convictos al ser transportados, han recobrado su memoria y han querido sorprender a los guardias. Por eso la seguridad.

    Augusto levant la cabeza. Con resigna-cin aparente, pregunt:

    Me han borrado la memoria?As es contest el guardia Pero como

    te digo, es cuestin de unos minutos. No podemos usar el M3 a menos de que sea estrictamente ne-cesario.

    Hizo una leve pausa para continuar:No te ilusiones, no es una medida para

    protegerte dijo con sorna No hay muchas le-yes que te protejan ahora. Es para que no vaya a ocurrir un accidente, y se te borre la memoria permanentemente. Esta cosa dijo levantan-do el arma en exceso, no slo podra dejarte sin recuerdos permanentemente, tambin podra matarte. Para que tu pena sea eficaz, debes tener

  • 61

    presente por qu ests en Signus-1. Nadie quie-re que te preguntes qu haces ah sino que ests consciente de tus crmenes y tu castigo.

    El guardia haba tomado una actitud relaja-da. Se recarg contra la pared de la nave, el M3 apuntando siempre a Augusto. Moviendo la cabe-za en desaprobacin, continu:

    Algunos piensan as, que recordando tus fechoras el castigo se hace justo. Yo pienso que los asesinos como t, se alegran cuando esos re-cuerdos vuelven. Sabes por qu? Porque gozan recordndolos. Las lacras como t, deberan des-aparecer.

    Augusto volvi a bajar la cabeza. Su mente comenzaba a recordar: Rostros. Una mujer. Una pequea nia en sus brazos. Una crcel. Imge-nes que se desvanecan. Sentimientos que no po-da describir... apenas escuch cuando el guardia continu:

    No. Pensndolo bien, yo creo que no es un buen castigo matarte. El mejor castigo es tu nuevo hogar.

    Augusto levant la cabeza para preguntar con ansiedad. Con mucha humildad,

    Tengo...tena corrigi esposa, hi-jos?

    El guardia lo mir fijamente con enfado. Augusto pudo ver cmo sus dedos se crisparon sobre el M3. Augusto desvi la mirada. Era obvio que lo haba molestado. Un largo silencio.

  • 62

    Augusto no supo qu decir. Le quedaba un ltimo recurso y lo us:

    Escucha dijo con voz calmada, miran-do al guardia fijamente a los ojos s que de-searas matarme, pero tambin s que prefieres el castigo que me espera. Por ahora, quieras o no, yo no soy yo. Es decir, sufro mucho por lo que dices que hice, como si me hubieran puesto en el cuerpo de otra persona. S que recordar todo eventualmente, pero por ahora, quisiera saber una sola cosa: dime lo que sepas de mi esposa y mis hijos, si tuve a alguien as.

    El guardia no contest. Augusto no se atrevi a seguir suplicando. Baj la cabeza. Los recuerdos llegaban rpidamente, pero en forma desordenada: nuevamente rostros difusos, senti-mientos confusos, llanto, todo en un tropel desor-denado en el tiempo y el espacio. Mientras trataba de ordenar sus ideas, esperaba a la vez el momen-to en que se convertira en un monstruo, poco a poco, sin desearlo, al menos por ahora. No poda concebir cmo dentro de unos minutos todas esas horribles acciones le seran familiares, y peor an, tal vez lo haran sentir orgulloso. La idea de que las aceptara y de que, tal vez, se regocijara con ellas, le acentu la sensacin de volver el est-mago.

    Permaneci as, con la mirada en el piso, en espera de sus recuerdos, un par de minutos. Le-vant la cabeza ante la voz del guardia, que haba

  • 63

    vuelto a tomar la pequea pantalla de la pared de la nave:

    Tienes una esposa y tenas una hija. Tu esposa est en el hospital, en estado de coma; tu hija muri. Las tomaste como rehenes cuando te arrestaron. Huiste con ellas, te persiguieron, hubo un accidente.

    El guardia apag la pantalla con enfado y volvi a colgarla en la pared. Prosigui:

    Te encontraron en la sangre ms drogas que las que hay en una farmacia. De alcohol, ni se diga. Escapaste del vehculo sin ningn rasguo. Tu hija tena cuatro aos; en tu huda atropellaste a seis personas, t mismo declaraste haberlo he-cho a propsito para distraer a tus perseguidores.

    Nuevamente la sensacin de vmito en-volvi a Augusto. Comenz a sollozar. Luego, el llanto abierto. Negaba con la cabeza desespera-damente.

    No puede ser! No puede ser! Yo no pude haber hecho eso!

    El llanto inund completamente los audfo-nos en el casco del guardia. Toc unos botones en el cuello del mismo. Luego se relaj y se recarg de nuevo contra la pared.

    Pasaron varios minutos. Augusto tuvo una idea, una imposibilidad ms bien. Perdido como estaba, slo haba una cosa que poda hacer. No haba por qu no intentarlo. Imaginaba el odio que

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    el guardia debera sentir hacia l. Sin embargo, aunque remota, era una posibilidad:

    Escucha dijo con firmeza Creo que he comenzado a recobrar la memoria. Veo unos rostros; gente que llora, que huye de m, llantos, crcel. Sin embargo, no siento la menor satisfac-cin. Y no quiero sentirla. Voy en camino hacia una crcel de mxima seguridad, de la que no hay escape. No puedo cambiar mi pasado, no puedo cambiar mi futuro, pero hay algo que es posible hacer: no quisiera recordar que hice jams. Esto sera como si cambiara mi pasado. Si pudiera elegir entre cambiar mi pasado o mi futuro, pre-ferira mil veces cambiar ese pasado donde he he-cho sufrir a tantas personas, auque mi futuro sea como es, aterrador. Prefiero sentir que soy ino-cente en esa crcel, que regocijarme por el dao que hice alguna vez.

    Augusto hablaba rpido, con desespera-cin. No quera que esos horribles recuerdos lle-garan antes de terminar de hacer su propuesta al guardia. Continu:

    No s qu es esa arma que tienes, ni s como funciona, pero t mencionaste que en algu-nas ocasiones haban borrado la memoria de al-guien completamente, sin poder recobrarla jams

    Augusto trag saliva, saba que no estaba en posicin de negociar. Pero se atrevi a lanzar su propuesta:

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    Ten compasin de m. Del que soy yo ahora. Usa eso contra m con toda su intensidad. A cambio, quiz me mates, lo que estoy seguro te dara mucho placer.

    Contra lo que Augusto esperaba, el guardia permaneci impasible. Augusto estaba seguro de que provocara una sonora carcajada, pero no fue as. Pareciera como si el guardia estuviera pensan-do la propuesta. Augusto imagin ver un destello de luz en su futuro.

    El guardia permaneci inmvil por unos instantes. Acarici el arma suavemente y se incli-n hacia Augusto. Por unos segundos estuvo as, sin atreverse a responder a la propuesta. Augusto apur:

    Sabes que puedes alegar defensa propia; si te es ms fcil, trato de zafarme de estas cade-nas, cualquier cosa que te sirva de pretexto. Pue-do hacer movimientos violentos, cualquier cosa que sea necesario... por favor!

    El guardia continuaba mirndolo impasi-ble. Despus dijo, marcando sus palabras:

    Dime, si pudieras cambiar el pasado lo haras?

    Augusto estaba extraado de la pregunta. Se sobrepuso rpidamente para responder:

    Dara mi vida por cambiar lo que hice. No me importara morir inmediatamente a cam-bio de eso.

    Bien dijo el guardia

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    Dej el arma en el suelo, a los pies de Au-gusto. Toc varias veces el vidrio polarizado que comunicaba a la cabina del piloto, se quit el cas-co y grit:

    Se acab! Vmonos!

    * Lo que sucedi a continuacin fue vertiginoso. Augusto apenas poda poner su cabeza en orden mientras el taxi avanzaba por el perifrico sur, frente a la UNAM. Su esposa y su nia a su lado. l, confundido por lo que haba pasado. Ella, des-hacindose en explicaciones:

    No me culpes Augusto, t lo propusiste. T te decidiste a pasar por eso. Yo te dije que esa idea me pareca media loca, que esos muchachi-tos no saban lo que hacan. Acurdate: te dijeron que ellos tenan la forma de quitarte el vicio del alcohol y las drogas, que te iban a dar una pas-tilla con la que no ibas a recordar nada por una hora, y que ellos te iban a dar un tratamiento que hara que jams te volvieras a meter en esos vi-cios.

    Augusto no responda. Estaba muy confun-dido. Haba recordado todo, pero no poda creer lo que haba sucedido. Un set de unos viejos es-tudios de cine, un viejo vehculo acondicionado como nave espacial, unos proyectores, un motor-cito que no dejaba de zumbir, y un par de nios sacudiendo el vehculo de vez en cuando.

  • 67

    La mujer se deshaca en explicaciones:Augusto, Augusto, no me culpes a m. T

    fuiste el que insisti, no te enojes conmigo, fue tu idea.

    Augusto no responda. En esa hora pico, los automviles avanzaban a paso lento. Todo el mundo maldeca: conductores, peatones, policas. En aquel calor de verano en la Muy noble, real y pontificia ciudad de Mxico, todo el mundo rene-gaba, todos, menos Augusto. Con los ojos cerra-dos, volviendo su rostro hacia el cristal del taxi, sonrea feliz. Amaba estar ah. Agradeca al cielo estar ah.

    Augusto, Augustito... ests enojado?

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    En las alas de Leonardo

    Es el atardecer de un martes de verano en la Biblio-teca Kroch de manuscritos raros de la Universidad de Cornell, en Ithaca, Nueva York. La biblioteca Kroch, mayormente subterrnea, se especializa en la conservacin y exposicin de manuscritos considerados de alto valor por su antigedad. Fre-cuentemente se exhiben manuscritos europeos y asiticos, generalmente ejemplares nicos.

    El ambiente es pulcro y la seguridad im-presionante. Algunos volmenes slo estn en exhibicin en forma temporal, y son guardados tras gruesos cristales, mientras las cmaras en el techo vigilan discretamente. Es imposible voltear una de sus pginas o simplemente tocarlos. La temperatura, humedad e iluminacin de la sala de exhibicin se encuentran cuidadosamente re-guladas para evitar el deterioro de tan preciado material, particularmente del sensible color de

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    los grabados, especialmente abundantes entre las descripciones botnicas en los viajes de Humboldt y Bonpland por Amrica, o en los grabados chinos del siglo XII.

    Algunos de los manuscritos que pertenecen a la coleccin de la biblioteca pueden ser consul-tados dentro de la misma, aunque en forma res-tringida y despus de muchos trmites, y siem-pre bajo la vigilancia sutil de las omnipresentes cmaras. Los dos niveles inferiores, a los que slo se llega por elevador, contienen las valiosas colec-ciones y exhibiciones, mientras que en el primer nivel hay algunas mesas de lectura.

    Es en este nivel en el que un hombre joven de aspecto sucio, desaliado, con unas notas de papel desordenadas sobre la mesa, escribe apura-damente unos trazos: unos puntos y unas lneas solamente. Hoja tras hoja, hace intentos deses-perados por concretar algo, dibujando apretada-mente hasta en los mrgenes una y otra vez. Uno podra suponer que su bsqueda ha sido infruc-tuosa, pues concluye cada hoja arrugndola rpi-damente o dejndola cuidadosamente a un lado, como si quisiera compararla despus. Decenas de hojas estn esparcidas por toda la mesa. El olor que despide es intenso y desagradable, su pelo y barba hirsutos denotan una devocin total a su quehacer, que sin duda se ha extendido por varias semanas.

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    Un joven pulcro se acerca por detrs y mira sobre su hombro. Lo mira tal y como sonreira un maestro al acercarse a un nio que hace su tarea. Enseguida le dice con amabilidad:

    Perdone seor, ya vamos a cerrar...Luego observa con atencin los trazos que

    emergen rpidamente de la punta del lpiz de aquel joven. Esto lo hace sonrer.

    Sonre con compasin... o tal vez placer?

    ngel siempre estuvo interesado en la locura. Des-de muy joven le fascin el tema, y fue as como decidi estudiar psiquiatra. Joven brillante y to-talmente dedicado a sus pacientes, jams imagi-nara el cambio que dara su vida seis aos atrs. Fue en esa misma biblioteca donde encontr acci-dentalmente, en las pginas perdidas de un libro, una pequea hoja amarillenta, escrita en latn. La hoja se encontraba entre otras dos extraordinaria-mente delgadas, haciendo parecer al conjunto de tres hojas una sola. Las hojas que guardaban esa hoja amarillenta contenan grabados profusamen-te iluminados, tal vez con la intencin de ocultar su contenido. Los bordes haban sido cuidadosa-mente sellados para guardar el delicado material

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    y fue mera suerte el hecho de que comenzaran a desprenderse y el que ngel los separara.

    Recordaba cmo al encontrar esa hoja suel-ta contuvo el impulso inmediato de tomarla. Con-tinu hojeando cuidadosamente el libro, aunque la curiosidad era irresistible. Se tranquiliz: no haba cometido ningn delito. Hojeaba el libro mecnicamente, urdiendo un plan para hacerse de esa hoja. Saba que las cmaras vigilaban, as que fue muy cuidadoso: comenz a escribir notas en hojas individuales y a colocarlas como mar-cadores entre las pginas del libro, incluida una sobre aquella hoja amarillenta. Cuando llen una veintena, comenz a retirarlas una a una apresu-radamente y al terminar esto, se dirigi a la salida. Nadie not cuando sustrajo la hoja entre aquellas notas. Entre la vegetacin aledaa al Big Red Barn, apenas la mir; cuidadosamente dobl la hoja y la guard entre sus ropas. Al llegar a su departamen-to, copi cuidadosamente el texto. Ignorante del latn, ngel solo pudo traducir palabras aisladas, pero no poda percibir el mensaje completo. Po-da entender dementia, alea. Lo que le pareci ms interesante fue la frase final, que hacia referencia a un personaje aparentemente conocido. La nota terminaba abruptamente con la frase ...et ad sol-vendum necese est in alis Leonardi vehi.

    Semanas despus, gracias a la traduccin hecha por un sacerdote en Mxico, ngel se dio cuenta que la hoja narraba la existencia de un

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    problema matemtico muy antiguo, cuyo origen se haba perdido en el tiempo. Aparentemente, el primero en documentarlo haba sido Ptolomeo, el cual describa el problema y sus efectos en la men-te humana. La nota que ngel haba encontrado careca de autor y result que la frase final signifi-caba: ... y para resolverlo necesitara viajar en las Alas de Leonardo.

    Aleae era el eptome de la locura. Tal vez era la locura misma. Un problema aparentemente muy sencillo, pero muy difcil de resolver en realidad: seis puntos dispuestos en dos filas, de la misma forma en que se ordenan los seis puntos de la cara de un dado. ngel supuso que siendo el dado el smbolo universal del azar Alea en latn haba derivado su nombre de ah.

    El problema consista en unir cada uno de los puntos de una fila con cada uno de los tres de la otra, utilizando lneas rectas o curvas, pero sin cruzarlas. Por la nota, poda deducirse que unos pocos individuos haban encontrado la solucin de este problema, y los que lo haban logrado, ha-ban sabido guardar el secreto, ya que aparente-mente no exista registro alguno de su solucin.

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    Sin embargo, la nota no contena trazo alguno, y por lo tanto no contena la solucin de Alea.

    Sin lugar a dudas, lo que ms llamaba la atencin era una advertencia: aparentemente aquellos que haban intentado encontrar la solu-cin por un tiempo prolongado sin lograrlo, en-loqueceran s la solucin les era mostrada, an si esto fuera mucho despus de haber capitulado en sus esfuerzos.

    Esta advertencia fue lo que captur la aten-cin de ngel. La explicacin de la prdida de la razn le inquietaba an ms que la solucin del problema mismo. As pues, encontrar la solucin del problema se convirti para l, desde entonces, en un medio para comprender la locura, no en un fin.

    Durante muchos aos, ngel busc infruc-tuosamente la solucin. Aprovechaba cualquier espacio de tiempo para intentar resolver el pro-blema, dibujando diagramas en cuanto pedazo de papel caa en sus manos: boletos de autobs, servilletas, mrgenes de libros y revistas e incluso hasta en la palma de sus manos. Todo fue intil.

    Paralelamente realiz una infructuosa bs-queda bibliogrfica en bibliotecas pblicas y pri-vadas, tambin sin xito. Lo interesante fue la gran cantidad de correspondencia con referencia al divino problema en diferentes fuentes, misma que pasaba desapercibida a menos de que el lector conociera el tema. Desde los cdices de Leonar-

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    do Da Vinci, incluyendo a Girolamo Cardano en Liber de Ludo Aleae (Libro de los juegos de azar) y a Galileo Galilei en Sopra le Scoperte dei dadi (Acerca de un descubrimiento concerniente a los dados), ngel se dio cuenta que grandes mentes haban abordado el tema en el pasado, ocultando sus intentos e intercambiando resultados en una correspondencia aparentemente cientfica. La so-lucin de Aleae no era la nica enigmtica: el pro-blema en s haba sido mantenido oculto cuida-dosa y sistemticamente del individuo ordinario.

    La ultima frase de aquella nota amarillenta continuaba inquietando a ngel: necesitara viajar en las Alas de Leonardo. En su bsqueda bibliogrfica, aprendi que Newton, inventor del Clculo, haba declarado haber viajado en hom-bros de gigantes para encontrar sus resultados, por lo que entonces pens que la referencia a Da Vinci era igualmente figurativa. Sin embargo, su vida dio un giro la primera vez que ley una frase de Da Vinci, escrita la noche del 30 de noviembre de 1504:

    ...en la noche de San ngel encontr el fin de la cua-dratura del crculo. Al terminar la luz, y la noche y el papel en el que escribo. Presuntamente, se refera a la solucin de

    un problema que hoy se sabe no tiene solucin: la cuadratura del crculo. Sera esta la pista que ngel buscaba? De hecho, de todos era conocido que la solucin de la que el gran maestro hablaba

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    no exista, y slo era una aproximacin. Esto es, s Leonardo estuviera convencido de haber encon-trado la solucin de tal problema, entonces para l, un milln equivala al concepto de infinito, algo tan ridculo que era inconcebible atriburselo a tal genio. Estara Leonardo hablando solo para los entendidos en la materia? Tal vez, y esta idea entusiasmaba a ngel, hablaba de la solucin del otro problema.

    No era tan descabellado adjudicar estos mtodos crpticos al gran Leonardo: Acaso no era l el que escriba de tal forma que sus escritos slo podan ser ledos usando un espejo? El hombre que haba concebido el helicptero, la ametralla-dora, el submarino, el paracadas y otros muchos artefactos slo un poco despus del descubri-miento de Amrica, podra haberse equivocado en algo tan trivial?

    La posibilidad de que Da Vinci hubiera ata-cado y resuelto el Divino problema era real, an a pesar de la gran diversidad de problemas que Leo-nardo haba abordado. Sin embargo, suponiendo que as fuera, eso no resolva el problema: esta-ba implcito en el mensaje, el lugar dnde haba ocultado Leonardo la solucin del Divino proble-ma? Ms importante an, cmo pudo escapar l mismo a sus efectos devastadores?

    Si la solucin del problema haba logrado permanecer oculta durante tantos siglos, su forma de accin, el mecanismo que desataba la locura en

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    los individuos tal vez lo fuera ms an. Tal vez sea inexistente. O tal vez exista y sea incomprensible para el estado actual del conocimiento de la com-pleja mente humana. Gracias a una experiencia ocurrida en su niez, ngel elucubr una teora de su funcionamiento, un principio bsico, simple pero eficiente: Confusin.

    ngel comenz a interesarse en la confusin y sus consecuencias en la mente humana desde que era un nio, cuando apenas tenia 11 aos. Recordaba vivamente esa noche:

    Seor, le estoy hablando.ngel dorma. No recuerda qu lo desper-

    t, pero cuando lo hizo tenia sed y comenz a caminar hacia la cocina. Sali de su cuarto, lleg a la sala y cuando estuvo a punto de entrar a la cocina golpe en el marco de la puerta y... des-pert. Entonces se da cuenta que ha estado dor-mido, caminando y acaba de chocar contra una pared. La situacin es confusa y divertida, pero sobre todo interesante en extremo: en su sueo sinti sed y dormido camin hacia la cocina, y por un accidente acaba de despertar. No poda ver ab-solutamente nada y el conocimiento pleno de la

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    casa le salv de tropezar mucho antes, y es justo al entrar a la cocina cuando ha cometido un error. Se pregunta qu hubiera hecho de no haber cho-cado: Habra entrado a la cocina, tomado agua y regresado sobre sus pasos a la cama, de no haber cometido ese pequeo error de clculo? De ser as, lo que acaba de aprender sobre los sueos es muy atrayente. Simultneamente al anlisis de las consecuencias eventuales, su cerebro tambin esta dedicado a toda marcha a establecer su posicin actual: encuentra que el interruptor no est donde debera estar, junto a la puerta justo a la entrada de la cocina, por lo que rpidamente comienza a explorar una posibilidad: est desviado un poco, y sus manos comienzan a buscar: arriba, abajo, a la derecha y a la izquierda, sin xito. Peor an: se ha dado cuenta que no existe tal puerta: se ha despertado con un golpe pleno contra la pared. No puede explicar que pasa, y su cerebro analiza otras posibilidades: la puerta est unos pasos a la derecha, o tal vez a la izquierda... o tal vez no se ha despertado. Si no se ha despertado an, est en su cama tal vez y no sabe como desper-tarse, lo cual aunado al hecho de que ya deter-min que la puerta no se encuentra a la derecha, ni a la izquierda, hace la situacin un poco, slo un poco, preocupante. Han transcurrido unos se-gundos solamente y su cerebro busca respuestas frenticamente. Por otro lado, se encontr un ob-jeto cuya forma es irreconocible entre la clase de

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    objetos que l sabe que hay en la sala, y ahora no encuentra el sof, la lmpara de pie en el rincn ni el cuadro que debera estar en la pared. Comienza a explorar la posibilidad de que ha salido de su habitacin y ha ido tal vez ms lejos de lo que imagina: porqu no? Acaba de despertar, excepto por el hecho de que l mismo se ha transporta-do podra estar dondequiera. En este momento se encuentra desesperado y confundido: todas las posibles explicaciones acerca de dnde est han resultado falsas, por propia experimentacin. No sabe siquiera si est despierto, y por lo tanto no est seguro si est en un problema o no. Su cere-bro sigue proponiendo alternativas que explican donde est y cmo llego ah, pero ninguna resulta cierta, por experimentacin propia. Las posibles explicaciones y fracasos comienzan a sucederse con rapidez vertiginosa hasta que sus manos des-esperadas dan con un interruptor.

    ...La situacin ya no es divertida y no hay intento alguno de seguir experimentando. Su ce-rebro sabe que al accionar ese interruptor obten-dr todas las explicaciones... probablemente.

    Entonces, lo hace: acciona el interruptor y la luz se hace en su cerebro y en la habitacin:

    La respuesta a todas sus interrogantes es muy simple: no ha salido de su habitacin, an esta en su recmara. Todo fue un engao: su cere-bro ordenaba a su cuerpo que actuara tal y como debera hacerlo si l estuviera en otro lugar, mien-

  • 80

    tras sus manos rechazaban continuamente cual-quiera de las propuestas errneas de su mente.

    Un poco avergonzado consigo mismo, se acuesta en la cama y se cubre totalmente con la sbana. Cuando todo se ha explicado y se ha rela-jado, se duerme.

    Muchos aos despus, ngel analiz con detalle ese acontecimiento y lleg a una conclu-sin sobre una posible causa de locura: un esta-do de confusin prolongada, donde el cerebro ha agotado todas las posibles explicaciones y al resul-tar infructuosas todas ellas, decide desconectarse del mundo que lo rodea, como un mecanismo de autodefensa.

    El cerebro es un gran buscador de respues-tas: tiene que encontrar una explicacin a todo lo que sus sentidos le informan. Sin embargo, su forma de accin es muy interesante: cuando algo no puede ser explicado por l, en trminos de lo que ya conoce, entonces este hecho pasa a ser un conocimiento nuevo; sin embargo, antes de ser adoptado como un conocimiento nuevo, debe pa-sar una prueba: no debe entrar en conflicto con otra informacin que el cerebro posee, de ser as, entonces una nueva explicacin debe de surgir, hasta encontrar una que no entre en conflicto. As, un nio podra pisar por primera vez un insecto y s este rearmara sus partes para volver a caminar, el cerebro del nio no tendra un conflicto con esto: pasara a formar parte de su acervo de co-

  • 81

    nocimientos. Algunas veces nuevas experiencias entran en conflicto con ese acervo y estas diferen-cias tienen que ser solucionadas, especialmente si son trascendentales. As, por ejemplo, s un adulto recordara que durante su infancia los insectos que pisaba volvan a rearmarse para caminar nueva-mente, su cerebro eliminara el conflicto atribu-yndolo a la imaginacin propia de los infantes. Esto explicara por qu un adulto aprende ms lento que un nio: cada vez su cerebro requiere ms tiempo para catalogar, comparar, negociar y dirimir conflictos entre el conocimiento viejo y el nuevo, aunque si no son trascendentales, pueden permanecer en conflicto por tiempo indefinido.

    El meollo del asunto es que elucubraba ngel en cuestiones trascendentales, el cerebro tiene que encontrar una respuesta, no importa lo descabellada que sea, algo que le permita darle un respiro. El problema surge cuando no existe forma de dirimir el conflicto causado por informacin nueva, percibida a travs de los sentidos, especial-mente cuando entra en conflicto con un conoci-miento trascendental firme y slido.

    Bajo estas circunstancias, el cerebro propo-ne una sucesin cada vez ms veloz de posibles explicaciones, rechazadas cada una, hasta que, a punto de fallar, se desactiva. O tal vez, la sucesin de explicaciones se prolonga hasta la falla misma. El resultado es el mismo: el cerebro ha dejado de percibir el entorno.

  • 82

    Tal vez esto explique la locura en la que han cado personas que creen haber visto u odo a un familiar que ya ha fallecido: Cmo explicar su presencia aqu, frente a m?

    Seor, me escucha?ngel ha pensado en sta como una posi-

    ble explicacin del Divino problema. l mismo re-cuerda cmo despus de haber tratado de resolver el problema infructuosamente, so durante se-manas lneas y puntos. Cruzndose entre s, abra-zndose, entretejindose, anudndose alrededor de los puntos, slo para apartarse repentinamente y volver a comenzar. ngel estaba convencido de que el cerebro guardaba el problema; lo almacena-ba como un conocimiento bsico, trascendental y as, ante la presencia de la solucin al problema, el cerebro entrara en un estado de confusin ab-soluta: cmo explicar la presencia sbita de una solucin largamente buscada?

    ...al terminar la luz, y la noche y el papel en que escribo. No era eso lo que haba hecho ngel por

    tantas noches? No haba agotado noches enteras y miles de hojas de papel en la bsqueda de la solucin? No habra agotado Leonardo la luz de las velas en su bsqueda?

    Desde entonces ngel se concentr exclu-sivamente en la obra de Leonardo. Sus pesquisas lo llevaron a concluir que el libro donde haba en-contrado esa hoja amarillenta haba pertenecido,

  • 83

    alguna vez, a la biblioteca de Ludovico el Moro, al cual Leonardo haba servido en Miln. ngel crea ver huellas de alea por doquier. Particularmente significativa le pareci la pintura de un contem-porneo de Leonardo, Andrea Mantenga, que re-trataba al conde Ludovico y su corte. La pintura mostraba a un desconocido entregando al Conde una pequea hoja de papel, en una actitud su-brepticia.

    Cuando ngel se enter que el poderoso dueo de Microsoft, Bill Gates, haba comprado el Cdice Hamilton en 30 millones de dlares, su corazn dio un vuelco. Supo entonces que l y el poderoso empresario estaban tras el mismo ob-jetivo. Por un lado, estaba feliz de saber que no haba perseguido una quimera a lo largo de los ltimos aos; y por el otro, de que no era remota la posibilidad de que la solucin, si es que exista, no estuviera ya a su alcance. Esto lo entristeci y lo hizo caer en un estado de profunda depresin.

    Ya no ms al acecho de Alea, lo encontr cuan-do menos lo esperaba: en una exposicin sobre la historia de la aviacin, en el tren subterrneo de la ciudad de Mxico. Ah, viendo un diagrama de

  • 84

    lo que deba ser un ala de un planeador, tuvo un destello, y apart rpidamente la vista de aquel di-bujo. No lo haba visto en realidad, pero imagin que ah estaba. Temblaba de emocin y miedo a la vez: estara ah lo que l y tantos haban buscado durante tanto tiempo? Sin lugar a dudas, era un lugar ideal, propio del genio de El gran maestro. Una duda lo asalt: lo haba visto? Es decir, s estaba ah, lo haba visto y no lo saba? Estaba loco ya y no se haba dado cuenta? No estara exagerando con el poder del divino problema?

    Camin hacia la salida. Se dirigi a la pri-mera farmacia que encontr y compro una cmara fotogrfica desechable y unos lentes oscuros. Re-greso al tnel del metro. Antes de acercarse al cua-dro, se puso los lentes y entrecerr los ojos. Sin fijar demasiado la vista, tom una fotografa, pero lo hizo tan rpido que estaba seguro no servira. Llam a un joven que pasaba y le pidi al mismo tiempo que extenda la pequea cmara:

    Disculpa, me podras hacer un favor?El joven tom la cmara an antes de reci-

    bir detalles y, aunque le pareca un lugar extrao para tomar una fotografa, se prepar a tomarle una a ngel.

    No! a m no dijo sonriendo a la vez que sealaba el cuadro, vindolo de reojo es a ese cuadro, mis manos tiemblan y no puedo hacer-lo.

  • 85

    A se? dijo el joven, sealando el cua-dro.

    S, a ese contest ngel, siempre viendo el cuadro de reojo Slo trata de que llene el re-cuadro completamente.

    El joven tom varias fotografas y devolvi la cmara. Despus de agradecerle, ngel desapa-reci en la multitud.

    Los meses que siguieron fueron vertigi-nosos: Primero, ngel se abstuvo de observar cualquier dibujo de Leonardo Da Vinci. No saba cuanto tiempo de exposicin necesitaba para en-contrar la solucin, pero no quera correr riesgos. Despus, llev a cabo el plan que haba elaborado desde haca mucho tiempo, an antes de saber si el problema era real o la solucin exista: un plan que intentaba probar la efectividad del Divino pro-blema.

    La cafetera cerca de la Facultad de Medi-cina de la UNAM estaba como siempre, repleta de estudiantes. Tendi la trampa: vistiendo una impecable bata blanca y un estetoscopio al cuello, hubiera parecido otro joven profesor ms, de no haber sido por el par de gruesos libros de clcu-lo y topologa en la mesa, a la vez que dibujaba trazos sin sentido en una hoja de papel. Slo le quedaba esperar.

    Haba imaginado tanto tiempo esa escena, que la disfrutaba profundamente: estaba vivien-

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    do un futuro que pareca nunca llegara. Tanto la haba imaginado, que viva la escena no desde esa silla sino tal como la vera a travs del lente de una cmara. Apenas tocaba la taza de caf con los labios y miraba de reojo a su alrededor continua-mente, en espera de su vctima. Los gruesos libros podran confundirse con cualquier volumen de medicina para aquel que no observara en detalle, no as para cualquiera que tuviera que compar-tir la mesa, lo que pronto ocurri: un joven de aproximadamente 20 aos, evidentemente estu-diante de la Facultad, tom asiento frente a ngel. Fue en este momento cuando ngel acentu su labor sobre la hoja de papel. La apariencia de frus-tracin que emanaba era evidente: abra el grue-so libro en una pgina marcada, para despus de unos segundos negar con la cabeza, lentamente al principio, rpidamente despus, slo para cerrar el libro cuidndose a fin de causar la impresin de una ira contenida. Dej el lpiz y las notas a un lado. Cerr los ojos y baj la cabeza. Se toc la base de la nariz con el ndice y el pulgar de la mano izquierda, y apoy su codo en su mano de-recha sobre el vientre, en una actitud de reanudar fuerzas antes del siguiente intento.

    Bastaron unos segund