El Pastor líder del Rebaño

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EL PASTOR: LIDER DEL REDAÑO James Lee Beall con Marjorie Barber editorial clie

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EL PASTOR: LIDER DEL REDAÑO

James Lee Beall con Marjorie Barber

editorial clie

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Libros CLIE Galvani, 11308224 TERRASSA (Barcelona)

PASTOR: LIDER DEL REBAÑO

Originally published in the USA under the title YOUR PASTOR: YOUR SHEPHARD.© by Logos International.

© 1980 por CLIE para la versión española.

Depósito Legal: B. 36.393 - 1988 ISBN 84-7228-531-6

Impreso en los Talleres Gráficos de la M.C.E. Horeb, E.R. ne 265 S.G. - Poñígono Industrial Can Trias, calles 5 y 8 - VILADECAVALLS (Barcelona)

Printed in Spain

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C O N T E N I D O

P r ó lo g o : Sobre los “Pastores” . . . 7

1. Dios es un p a s to r .........................................11

2. Jesús como O b is p o .........................................19

3. La fuente de toda autoridad . . . . 29

4. ¿De modo que quiere ser un pastor? . . 33

5. El pastor es más que un predicador . . 41

6. Servir, y ¡con g a n a s ! .................................53

7. ¡Hay que vigilar la puerta! . . . . 65

8. Cómo tendría que ser el redil . . . 75

9. Alimenta el rebaño de Dios . . . . 87

10. Somos una c o m u n id a d .................................95

11. Peleando por el a g u a .................................107

12. ¡Sácatelo de e n c i m a ! .................................115

13. Curando a las ovejas lastimadas . . . 125

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Las ovejas necesitan un líder

Gobierno. — ¿Qué es? .

El don del gobierno . . . .

Vocación. — La llamada de Dios .

La voz del pastor . . . .

Restaurando el carisma pastoral .

El gozo del trasquileo .

Invitando o esparciendo .

Dios inicia el cambio en los rediles

Dios disciplina a los pastores

Cómo pasan a ser pastores las ovejas

¿Son todos los ancianos pastores?

Ministros capaces del nuevo pacto

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PROLOGO

Sobre los «Pastores»

«¿Cuenta para algo, la iglesia hoy en día, o bien vivimos en una época que podríamos llamar ‘post-cris- tiana’? ¿Cuál es el papel del pastor? ¿Cuantas ovejas puede un pastor cuidar propiamente y alimentar en su grey?» Estas preguntas y otras semejantes han pasado a ser un tópico del día entre los miembros de las iglesias. De un modo especial, entre los carismáticos, el tema del pastoreo de las ovejas ha llegado a ser objeto de discusión seria y aún de contraversia. Todo aquel que está al corriente de la información del día sabe, que ahora el foco de interés son los pastores.

Casi de la misma importancia, entre los carismáti­cos, es la cuestión de la dirección y guía. Muchos carismáticos han pasado 'años en las denominaciones tradicionales, en que las decisiones eran hechas, para ellos, por sus superiores, con frecuencia apartados de los miembros de iglesia en la jerarquía eclesiástica. De pronto, estas personas descubren que el Consolador o Paracleto ha pasado a residir en su interior, y que

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tienen acceso directo a la mente del Padre. Han descu­bierto la realidad de la promesa de Jesús de que todas sus ovejas oirán su voz. El péndulo ha oscilado yendo al otro extremo en el énfasis sobre la guía del individuo desde dentro. Después de todo, ¿no promete el Nuevo Pacto que todos le conocerán por sí mismos desde el mayor al más pequeño?

Durante los treinta años en que hemos pastoreado una gran iglesia local en el centro de Detroit, hemos experimentado estas oscilaciones del péndulo. Hemos aprendido por experiencia la necesidad de alcanzar un equilibrio en el área de la dirección personal. Este equilibrio lo proporciona la debida comprensión de lo que es la iglesia local y el papel del pastor. La dirección no es sólo individual, sino también corporativa o de todo el cuerpo. La dirección individual ha de ser confir­mada o corregida por lo que Dios está haciendo dentro de toda la grey o rebaño, si la oveja está en la relación que le corresponde respecto al redil o iglesia local.

Junto a la emoción de un derramamiento general del Santo Espíritu sobre personas de toda clase de proce­dencias, Dios está despertando y volviendo a la luz muchas cuestiones doctrinales que habían estado dur­miendo largos años. No sólo ha restaurado Dios el énfasis del Nuevo Testamento sobre los sacramentos y la lectura de las Escrituras, sino que ha puesto en circulación muchas cuestiones sobre el gobierno de la iglesia que yacían archivadas desde mucho tiempo. Co­mo el Espíritu Santo nos «guía a toda verdad», no está dispuesto a pasar de lado aquellas cuestiones que noso­tros encontramos que son causa de divisiones. En vez de pasar de lado nos exige una resolución de las mis­mas y la restauración de las prácticas o costumbres del Nuevo Testamento. Al intentar este proceso de restaura­ción vemos que hemos de sufrir reajustes, hasta el pun­to que a veces nos quedamos consternados. Pero, en tanto que aceptemos la controversia como una parte del

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movimiento saludable hacia la integridad y la totalidad del cuerpo de Cristo, podemos dar la bienvenida a estas preguntas difíciles y arriesgadas sobre el pastoreo, el discipulado y el propósito de la iglesia local, y ponerlas sobre el tapete. Por medio de este proceso alcanzaremos un conocimiento superior de lo que Dios está diciendo a su pueblo.

En este libro presentamos lo que el Señor nos ha enseñado, como iglesia local, durante cuarenta años de trabajo y lucha, para edificar una congregación local, fuerte y grande. Somos una iglesia local independiente, es decir, que no tenemos apoyo de ninguna denomina­ción o agencia central. Los que dirigimos hemos apren­dido a seguir la dirección de Jesucristo como nuestra única Cabeza o Jefatura. Cuando hablamos del ministe­rio como una extensión del pastoreo de Cristo, estamos hablando de algo que es real para nosotros. Nos hemos visto obligados a descubrir en nuestra experiencia diaria la realidad de esta unión vital con el Gran Pastor, que es el único que puede hacernos ministros capaces de este Nuevo Pacto: pastores auténticos.

En las páginas que siguen espero compartir con el lector lo que hemos aprendido como congregación local. He hecho muchas observaciones personales con la espe­ranza de que al compartir con otros las experiencias desde el punto de vista especial de una gran asamblea local, añadiremos la perspectiva necesaria. Yo creo que la iglesia local no es una institución del pasado, sino que es ahora precisamente que pasa a ser lo que debe ser como comunidad de los redimidos de Dios en la tierra. Creo que es en este redil local que el pastor encuentra su lugar propio en el cuerpo de Cristo y no en un ángulo de comedor o sala de estar. El pastor tiene su sitio en el redil local.

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EL PASTORI

Dios es un pastor

Iba observando desde el vallado a las ovejas, que se iban acurrucando juntas a un extremo del cercado o redil, cuando me llamó la atención un agudo silbido. Me volví y vi a un pastor, que tendría unos sesenta años. Estaba dando unos silbidos cortos, repetidos y estridentes llamando a su perro. Detrás de mí se oyó un ruido precipitado: algo se acercaba rápidamente.

El perro -un perro pastor alemán de tamaño media­no se acercaba dando grandes saltos. Procedía de una perrera cercada con alambre. Su velocidad, crecía a cada salto que daba. Al llegar a la valla de madera del redil, la saltó de un brinco pasando a más de un codo por encima. Sus patas apenas tocaron el suelo al caer en el otro lado. Una nubecilla de polvo se levantó del punto de contacto entre las patas y la tierra y el perro siguió su carrera tendida. En cosa de unos segundos ya se había colocado detrás del rebaño e iba empujando a las ovejas en dirección hacia nosotros.

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El perro iba corriendo de un lado a otro, dibujando la figura de un ocho, por detrás del rebaño, sin ladrar y sin gruñir. El único ruido que se oía en medio de esta escena pastoril, cuyo escenario eran las colinas ondu­lantes situadas a unas cincuenta millas al sur de Auck- land, en Nueva Zelanda, era el viento que m urmuraba entre las ramas de los cedros que habían sido plantados en los lindes entre los campos y los prados, como pro­tección contra el viento. Luego se oyó otro silbido seco. El perro se paró. Las ovejas habían sido juntadas den­tro del redil como un inmenso hormiguero.

El viejo -un escocés, que parecía haber salido de la estampa de un libro- llamó al perro. Le dió unas pal- maditas en la nuca, le acarició la cabeza, alabó su «demostración» y con ello el perro saltó la valla en dirección opuesta y regresó a su perrera.

No tardaron mucho las ovejas sin embargo a poner­se en movimiento otra vez. Una de ellas empezó a andar y las otras la siguieron. No había ningún motivo aparente para moverse, pero se movían. Cuando la ove­ja de delante se paraba las que la seguían, hacían los mismo. Al cabo de poco rato el rebaño se había puesto de nuevo en marcha. Iban siguiendo los movimientos de una de las ovejas, yendo de un sitio a otro.

El viejo volvió a silbar. Pero esta vez el que acudió fue otro perro. Era otra clase de silbido que le llamaba a él. al parecer. El perro era más joven y no tenía la agilidad del otro. Intentó saltar la valla pero aunque logró hacer pasar las patas de delante sin tropiezo, las patas traseras chocaron con el tronco superior de la valla dando un ruido seco. No por ello se paró el perro. Se apoyó y se dió empuje con las dos patas traseras y saltó dentro del redil. Las ovejas se dieron cuenta y empezaron a moverse en dirección al pastor. Este perro las azuzaba con sus ladridos.

Al poco rato se oyó otro silbido y el perro cesó sus correteos y se dirigió hacia el pastor, acercándole su

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hocico. El pastor le pasó la mano por la cabeza, le dijo unas palabras de aprobación, y el perro saltó hacia la perrera. Pero un nuevo silbido del pastor volvió a lla­marle para que fuera a buscar una oveja que se había quedado rezagada en un redil adyacente. Fue el perro allí y la encaminó junto a las otras.

Volví luego mi atención al rebaño. Ya estaban otra vez en marcha, cada una con la cabeza pegada a la cola de la que tenía delante, siguiendo a la oveja cabecilla.

Hubo un nuevo silbido que tendría que ser diferente porque apareció un tercer perro, cuyo método de operar era también diferente. Este se dirigió directamente a las ovejas que iban a la cabeza y empezó a ladrarles y amenazarlas con mordiscos. Estas ovejas a toda prisa se volvieron hacia el pastor, con lo que las otras fueron siguiéndolas sin vacilación.

Este viejo escocés tenía las cosas bien organizadas. En cuestión de minutos podía poner en marcha o parar o hacer cambiar de un lugar a otro a centenares de ovejas, según quisiera. El pastor conocía bien a sus perros y lo que podían hacer, y los usaba sacando de ellos el máximo beneficio. Esto me enseñó algo acerca de la administración de una iglesia local o parroquia.

Isaías dice: «Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cuál se apartó por su camino...» (53:6). No es muy halagador ser comparado a una oveja. Las ove­jas son bobas, díscolas y antojadizas. Es por esto que necesitan un pastor. Sólo el pastor y sus ayudantes, tan eficientes, eran capaces de mantener junto al rebaño en el prado en que debían pastar. Las ovejas eran incapa­ces de seguir la dirección conveniente por su cuenta.

El viejo pastor no habría podido hacer todo el traba­jo solo. Este rebaño estaba constituido por más de siete mil ovejas. Pero, los perros también necesitaban un pastor. Los perros no podían entrenarse ellos mismos ni sabían como cuidar el rebaño.

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A los animales se les había entrenado para que condujeran a las ovejas al pastor, para que éste pudiera ministrar a sus necesidades. Las ovejas permanecían quietas y en calma mientras el pastor hablaba con el rebaño. El pastor lo hacía; iba pasando la mano por la cabeza de una, mirando a la otra. Entretanto las ovejas estaban alerta y escuchaban. Pero, a los pocos minutos de haber parado ya estaban inquietas y empezaban a dispersarse.

El Señor es mi pastor.

Cuando David estaba guardando ovejas en las coli­nas de Palestina, hace muchos años, al parecer, apren­dió una lección similar. Se dió cuenta de cuanto nos parecemos a las ovejas. Descubrió también que había alguien que le guardaba a él, cuidando con todo detalle de su bienestar. Dios era quien cuidaba de él, de la misma manera que él, David, cuidaba el rebaño. David exclamó:

«Jehová es mi pastor...» (Salmo 23:1).

David estaba hablando como una de las ovejas de Dios. Verdaderamente estaba hablando a todo hijo de Dios. Jesucristo es nuestro pastor, y necesitamos que El nos pastoree. Si le dejamos y vamos andando por nues­tra cuenta, al hacerlo también corremos el riesgo co­rrespondiente.

Los nombres que se dan a Dios en la Escritura todos revelan a Dios como alguien que provee para nuestras necesidades. Cuando Dios dijo a Moisés en la zarza ardiendo que su nombre era «Yo soy el que soy», lo que le decía en realidad era: «Sea lo que sea que tu necesites que Yo sea para tí, lo seré». A través de todo el Antiguo Testamento Dios aparece a los hombres en momentos de necesidad y les revela que El es exacta­mente lo que ellos necesitan. Este proceso de revelarse

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culmina en la persona de «Jesús», cuyo nombre significa «Dios es mi salvación».

«Jehova-ra‘ah» significa el Señor es mi pastor. David sabía, por el hecho de cuidar ovejas de un modo literal, y por haber observado lo fácilmente que se descarrían, que necesitamos que nos cuiden. Necesitamos que Dios sea para nosotros lo que un pastor es para sus ovejas: guía, protector, proveedor, amigo, corrector. David es­taba expresando la profunda seguridad del cuidado per­sonal propio, cuando comprendió que él tenía también un pastor. Tenía a alguien que estaba preocupándose de él y era capaz de guiarle.

Como sabemos, Jesús es el Buen Pastor. Marcos nos dice: «Y vió una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas que no tienen pastor, y comenzó a enseñarles muchas cosas» (6:34). Las ense­ñanzas de Jesús eran alimento para sus almas. Pero, cuando la muchedumbre empezó a tener hambre de carácter físico, empezó a entrenar a sus futuros suceso­res a pastorear diciéndoles que les distribuyeran panes y pescado. Y, en la iglesia primitiva, los pastores empeza­ron su entrenamiento sirviendo a las mesas (Hechos 6:1-7).

Jesús sabía que las ovejas se esparcirían, como ha­bían hecho las de Juan el Bautista, si no las preparaba para su propia muerte violenta que se acercaba. El iba a morir, aunque no estaría ausente de ellos durante mucho tiempo. Pero, sabía que, siendo ovejas, se ofen­derían. tropezarían a causa de ello: «Todos sufriréis tropiezo, pues está escrito: Heriré al pastor, y se dis­persarán las ovejas. Pero después de que haya sido resucitado, iré delante de vosotros a Galilea». (Marcos 14:27-28).

Pedro insistió que esto no le ocurriría a él. El sería leal hasta la muerte. Pero, como las otras ovejas, cuan­do el pastor fue atacado, Pedro sufrió tropiezo y se descarrió.

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Dios nos comprende. Nos hizo de la manera que somos, con la necesidad de ser pastoreados. Esto es parte de la manera en que nos ha hecho capaces de responder a El. Jesús sabía que después de su ascensión al cielo las ovejas volverían a desparramarse. Su minis­terio invisible no sería suficiente; las ovejas necesitaban a alguien que las cuidara. Por esta razón instituyó un ministerio continuado entre su pueblo, una prolonga­ción de su propio pastoreo.

Jesús dio Pastores

El ministerio de pastoreo de Jesús en el momento presente se realiza por medio de hombres de carne y hueso como yo. Yo soy un pastor -en realidad un ayu­dante de pastor. Cristo es el Gran Pastor, y yo trabajo con él y para El. Los pastores de una iglesia reciben el mismo nombre que los pastores de rebaños. Este nom­bre nos sirve pues muy bien para indicar a aquellas personas que han sido llamadas y separadas por e! Señor para jun tar a las ovejas de Dios en un redil, y cuidar este rebaño.

Cuando Jesús ascendió al cielo, envió al Santo Espí­ritu para que morara en nosotros, su pueblo. Este ad­venimiento del Espíritu Santo añadió una nueva dimen­sión a la vida humana. Pero, en adición al don del Espíritu Santo (Hechos 2:38) a cada creyente, Cristo dio además hombres y mujeres con dones para cuidar de las ovejas: «Unos, los apóstoles; otros, los profetas; otros, los evangelistas; y otros, los pastores y maestros». (Efesios 4:11).

Esto no significa sólo que Dios dió a algunos el don del apostolado, sino que a algunos los hizo apóstoles. Todos pueden profetizar y muchos tienen el don de profecía, pero algunas personas son ellas mismas profe­tas. Cuando Dios dió pastores a sus ovejas, les dió

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hombres y mujeres que eran pastores. Tenían las cuali­dades necesarias para serlo.

Al dar a algunas personas como don a sus ovejas, Jesús se estaba dando a sí mismo. En Hebreos 3:1, leemos que Jesús es llamado: «Apóstol y Sumo Sacerdo­te de nuestra profesión». Como Apóstol, El es el gran Fundador de la iglesia y su Edificador. Y El era el gran profeta del cual habla Moisés en Deuteronomio 18:15. El Señor hablaría por medio de El a su pueblo y les mandaría que oyeran sus palabras.

Además. Jesús era el Evangelista de Dios. Jesús dice: «El Espíritu del Señor está sobre mí, por lo cual me ungió para predicar el evangelio a los pobres. Me ha enviado para sanar a los quebrantados de corazón, a proclamar liberación a los cautivos, y recuperación de la vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimi­dos. a proclamar un año favorable al Señor» (Lucas 4:18-19).

Nicodemo, un hombre importante entre los judíos, le dijo a Jesús: «Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro...» (Juan 3:2). La enseñanza de Jesús era diferente de la de sus contemporáneos en que: «les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas» (Mateo 7:29), que sólo repetían las tradiciones de los hombres.

Finalmente. Jesús se identificó como pastor en Juan10. Aquí mostró el contraste entre el buen pastor que pone su vida por las ovejas y el asalariado que huye al acercarse el lobo.

Jesús era y es nuestro apóstol, profeta, evangelista, pastor y maestro. Y El ha enviado a personas dotadas a Su iglesia para ministrar en cada una de estas maneras. Siempre las ha habido en la iglesia y continuaran en ella hasta que hayamos alcanzado madurez en Cristo.

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Jesús como Obispo

II

Jesucristo es un pastor. Es corno un Pastor de los pastores. En Jesús se manifiesta todo lo que un pastor puede llegar a ser. El vino a buscar las ovejas perdidas v entrenar a los pastores para que perpetuaran su mi­nisterio. Vino para demostrar lo que debe ser un pas­tor.

Hay cuatro referencias en el Nuevo Testamento que presentan cuatro aspectos diferentes del pastoreo de Cristo. Las cuatro son esenciales para el bienestar delas ovejas.

(1) Es el «Buen Pastor» que da su vida por las ovejas (Juan 10:11).

(2) Es el «Gran Pastor» que fue a la muerte y se levantó de los muertos, para cuidar de sus ovejas (Hebreos 13:20-21).

(3) Es el «Pastor y Obispo» o guardián de nuestras almas, el único que puede restaurarnos y hacer­nos verdaderas ovejas del Padre ( I a Pedro 2:24- 25).

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(4) Es el «Pastor Principal», a quien los pastores ayudantes deben dar cuenta ( I a Pedro 5:1-4).

Estos cuatro elementos esenciales del ministerio de pastoreo de Cristo pueden resumirse en las palabras: redención, resurrección, restauración y recompensa. Son ejercidos por el Hijo de Dios por medio del Espíritu Santo y de hombres calificados.

El Buen Pastor

Un pastor auténtico difiere de uno que simplemente cuida las ovejas, en que tiene su corazón en el rebaño. Lo es todo para las ovejas: en el se origina todo: agua, alimento, protección, salud, amistad, ¡todo! Y las ove­jas expresan su amor y aprecio creciente a él por medio de su dependencia, confianza y seguimiento.

El buen pastor pondrá su vida por las ovejas si es necesario. Muchas personas se ponen primero a sí mis­mos pero el buen pastor pone primero a las ovejas. F.B. Meyer escribió lo siguiente acerca de Jesús:

Jesús tiene el corazón de un pastor, que late con amor puro y generoso, que no considera el precio de su sangre demasiado elevado pa­ra pagarlo como rescate. Tiene el ojo del pastor, que abarca a todo el rebaño, y que echa de menos a una sola oveja que se ha descarriado por la montaña, y sufre ahora en la noche inclemente! Tiene la fidelidad del pastor, que nunca falla ni olvida, que no nos deja sin consuelo, ni huye al acercarse el lobo. Tiene la fuerza del pastor, que nos puede librar de las mandíbulas del león, o de la garra del oso. Tiene la ternura del pastor; no hay cordero débil al que se niegue a llevar en sus brazos; ni santo tan débil a quien no quiera conducir con cuidado, ni alma tan

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decaída a la que no dé deséanso. (El Salmo del Pastor, p.22).

Jesús reveló su corazón de pastor en la plegaria íntima que pronunció inmediatamente antes de ser de­tenido y llevado al juicio y a la ejecución.

«Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo sino por los que me diste; porque tuyos son, y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío y he sido glorificado en ellos. Y ya no estoy en el mun­do; mas éstos están en el mundo, y yo voy a tí. Padre santo, a los que me has dado, guár­dalos en tu nommre, para que sean uno, así como nosotros. Cuando estaba con ellos en el mundo, y yo los guardaba en tu nombre; y a los que me diste, los guardé, y ninguno de ellos se perdió... (Juan 17:9-12).

Las ovejas no se mantienen juntas de modo natural. Tienen tendencia a vagar y dispersarse. Una vez separa­das del rebaño y más allá de la distancia de la que pueden oír el pastor, es muy difícil, si no imposible, que puedan encontrar el camino de regreso. Las ovejas no seguirán juntas a menos que haya un pastor que las vigile cuidadosamente, él y sus perros. ¿Unidad sin un pastor? ¡Imposible! La naturaleza de las ovejas exige un pastor.

Pero, Jesús oró para que hubiera más que protec­ción y unidad. Sus ovejas necesitan crecer a su seme­janza, también.

«No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que tam ­bién ellos estén santificados en la verdad».(Juan 17:16-19).

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¿Cómo se van a desarrollar sus ovejas? Sólo por medio de su constante dirección personal. El pastor debe dedicarse por entero a ellas: su tiempo, su perso­nalidad, su poder e influencia, incluso sus objetivos personales, para alimentar a las ovejas. El pastoreo exi­ge esta clase de consagración. No era raro que un pastor diera su vida, o por lo menos la arriesgara se­riamente, para la seguridad de sus ovejas. David hizo frente a un oso y a un león para salvar a su rebaño.

El Gran Pastor.

El Padre contestó la oración del Buen Pastor ha­ciéndole el Gran Pastor. La resurrección y ascensión de Cristo hicieron posible que El ayudara a m adurar a su pueblo. Leemos:

«Y el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, en virtud de la sangre del pacto eterno, os haga aptos en toda obra buena para me hagáis su voluntad, haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por medio de Jesucristo: al cuál sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén. (Hebreos 13: 20- 21) .

Hasta que Jesús sufrió y murió por nuestra reden­ción, su ministerio era limitado. Realizó milagros cuan­do estaba presente en el mundo personalmente, y a veces envió palabra de curación a una cierta distancia, por medio de la fe. Pero su influencia estaba limitada de modo primario a los que podían verle y oirle. Su cuerpo era humano, como el nuestro, con las mismas limitaciones físicas. Su poder estaba en sus palabras.

Dios no quería que su presencia quedara confinada para siempre a la de un cuerpo humano, como no

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quería que permaneciera encerrada en la pequeña caja que la Biblia denomina «el arca del pacto». El corazón de Dios, rebosando de amor es demasiado grande: debe alcanzar a todos. Jesús tenía que regresar sin las limita­ciones humanas. Esto fue lo que hizo, una vez se hubo cumplido el propósito de su Encamación. Jesús regresó en la persona del Espíritu Santo. Es por esto que Jesús dijo a sus discípulos que era mejor para ellos que se fuera; su ascensión al Padre abriría una nueva dimen­sión a su intimidad.

«Pero yo os digo la verdad: os conviene que yo me vaya, porque si no me fuese, el Conso­lador no vendría a vosotros; mas si me voy, os lo enviaré».(Juan 16:7).

El Consolador no era un sustituto para calmar a sus desolados discípulos; era el Paracleto, el cual haría la presencia de Jesús disponible a cada uno de ellos. El Espíritu Santo era «otro» Consolador -exactamente co­mo Jesús. El Espíritu del Pastor regresaría a las ovejas y permanecería en ellas. Esto es lo que Jesús les dice a sus discípulos, al prepararlos para esta transición. Les corroboró para que no se consideraran abandonados (Juan 14:16-18).

Antes de ser traspasado a la gloria, Jesús podía sólo ejercer su influencia desde el exterior, pero mediante la venida del Espíritu Santo, ha conseguido acceso en el recinto más íntimo de la personalidad humana. Pudo a partir de entonces cambiar a las personas desde dentro. La redención nos trajo algo más que la salvación de la ira de Dios; nos hizo posible un cambio básico del carácter por medio de la obra interior del Santo Espíri­tu. Jesús puede vigilar personalmente a cada una de las ovejas desde el interior.

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Pastor Obispo

Jesús llevó las iniquidades de la raza humana en la cruz, pagando la pena total por ellas. Después de ello pudo penetrar en la profundidad de la persona para efectuar un cambio permanente y quitar la raíz de nuestra voluntariedad.

«Quien llevó el mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, muriendo a los pecados, vivamos para la jus­ticia; y por cuya herida fuisteis sanados. Por­que érais como ovejas descarriadas, pero aho­ra os habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas». ( I a .Pedro 2:24-25).

La obra de conversión es continuada por los pasto­res. Esto significa que no basta simplemente llevar a las personas ante el altar y presentarlas al Salvador que las limpie de sus pecados y les permita empezar otra vez. La verdadera obra de pastor empieza tan pronto como han nacido las ovejas.

La palabra «obispo» hace énfasis sobre la responsa­bilidad que tiene el pastor de vigilar a las ovejas. Pro­cede del griego «episkopos», que quiere decir «superin­tendente, inspector, guardián». Esta «vigilancia» espiri­tual es una grave responsabilidad. Al criar al cordero, para que llegue a ser una oveja o un camero, el pastor debe atender a cada fase de su desarrollo.

Pedro describe a las ovejas antes de regresar al pastor u obispo como «habiéndose descarriado». El vo­cablo griego implica que habían sido víctimas de un engaño. Se las había descarriado. Al carecer del cuida­do de Jesús o sus pastores ayudantes, estas ovejas ha­bían sigo engañadas, seducidas, se les había hecho

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errar. El adversario había trabajado para crearse un rebaño propio.

Los pastores auténticos deben enseñar a sus ovejas a seguir sólo la voz del verdadero Pastor. Esto puede requerir mucho tiempo y energía, dependiendo de cuan­to daño han recibido estas ovejas como resultado de sus experiencias previas. Pero una cosa es cierta: todas las ovejas se han descarriado y necesitan ser restauradas. (Isaías 53:6).

El Pastor Principal

Los pastores no son propietarios del rebaño que conducen. Son mayordomos del Pastor principal. El mayordomo cuida la propiedad de otro y tiene que darle cuenta detallada de su administración. Como los pastores ayudantes son responsables ante Jesucristo por su mayordomía se les puede confiar las almas con segu­ridad. Si no tuvieran que dar cuenta habría razón para recelarse de ellos. Nuestra seguridad depende de su integridad personal, aunque bajo el ojo vigilante de Cristo.

Cuanta mayor responsabilidad Dios nos da, más requerirá de nosotros. Los ayudantes seremos juzgados más severamente que la oveja corriente. Santiago ad­vierte: «No os hagáis maestros muchos de vosotros, sa­biendo que recibiremos un juicio más severo» (Santiago 3:1).

El poder es corruptor. Hay grandes líderes en todas las épocas que se han destruido a sí mismos y a sus seguidores, porque se han embriagado con el vino de su poder. Los pastores ayudantes están sujetos a la misma tentación, pero, el hecho que tengan que dar cuenta al Pastor principal es un freno que los constriñe. Pedro lo expresa de esta manera:

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«Ruego a los ancianos que están entre voso­tros, yo anciano también como ellos, y testi­gos de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que ha de ser revelada; pastoread la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no for­zados, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; ni como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, recibiréis la corona incorruptible de gloria». ( I a. Pedro, 5:1-4).

Pedro sabía que es de mayor atractivo el construir para uno mismo que el ser un mayordomo. Es más natural el usar las relaciones que tenemos para prove­cho propio que para alimentar a los otros. Todos de­seamos atención y aplauso -la emoción de saber que los demás nos tienen en gran consideración. Y ¿quién es que en un momento y otro no desea poseer más dinero? Vamos a caer por estos derroteros a menos que se nos ataje desde el exterior. Pero no hay nada en la tierra capaz de doblar y poner coto a nuestra perversidad humana; se necesita la actividad del mismo Príncipe de los Pastores.

El apóstol Pablo dijo:

«... por lo cual también anhelamos, o ausen­tes o presentes, serle agradables. Porque to­dos nosotros debemos comparecer ante el tri­bunal de Cristo, para que cada cual recoja según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo. Conociendo,

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pues, el temor del Señor, persuadimos a los hombres; pero a Dios le es manifiesto lo que somos; y espero que también lo sea a vuestras conciencias». (29. Cor. 5:9-11).

El cordero más indefenso está seguro en los brazos del pastor que sabe que él mismo es transparente ante los ojos del Príncipe de los Pastores.

Estas cuatro facetas del pastoreo deberían ser mani­fiestas en la iglesia. Los buenos pastores ponen su vida por el rebaño. Cooperan con el Espíritu Santo para efectuar cambios en la vida interior de la gente y en sus relaciones. Restauran y educan a su grey hasta que las ovejas están satisfechas de permanecer en el redil y seguir al Pastor y Obispo por todas partes. Sus tratos con el pueblo de Dios son a conciencia, porque el Príncipe de los Pastores va a juzgar su mayordomía.

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III

La Fuente de toda autoridad

En la carta de Pablo a los Efesios vemos a la iglesia como la plenitud de Cristo (capítulo I), «el nuevo hom­bre» (2:11-18), «el templo de Dios». (2:19-22), «la fami­lia de Dios» (capítulo III), «en unión con Cristo» (capí­tulo IV). como «esposa de Cristo» (capítulo V), y como «el ejército de Dios» (capítulo VI).

Estos siete cuadros, tan importantes, dicen todos lo mismo respecto a la iglesia. Dicen que Cristo está tan íntimamente unido a su pueblo que El está en realidad presente y activo en su iglesia sobre la tierra. Cristo mismo es la fuente de la vida y el poder de la iglesia. Su propia presencia activa todo lo que se realiza. No es un propietario ausente y lejano, que dirije las cosas desde «otra parte». Está activo, presente como Cabeza del Cuerpo. El y su pueblo son «uno», como oró El para que fueran (Juan 17). Todavía sigue siendo el Pastor de los pastores y del rebaño.

Cristo pasó a ser la Cabeza de la Iglesia cuando su Ascensión. El había descendido primero para eliminar

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toda oposición a su autoridad suprema. Luego fue le­vantado de los muertos y declarado Hijo de Dios (Rom. 1:4). Pero estos sucesos no tuvieron cumplimiento hasta que Cristo ascensió a la diestra del Padre -en su lugar de autoridad total. Este reinado es evidente ahora sólo en los que creen en El. Pero un día, todas las naciones, tribus y lenguas doblarán la rodilla ante El. Entretanto el Gran Pastor está en medio de aquellos a los que ha llamado del mundo para ser sus ovejas. En su redil, la iglesia, podemos esperar ver su liderazgo permanente.

Un Pacto con el Pastor Rey

La exaltación de Cristo cumplió la promesa de Dios a David, el antiguo rey que había sido pastor. El día de Pentecostés, Pedro, explicó la resurrección y ascensión en términos del Salmo 110, un salmo de David. En el primer sermón que tenemos registrado de Pablo encon­tramos una relación plenamente desarrollada entre el pacto de Dios con David y la exaltación de Cristo:

Y en cuanto a que le levantó de los muertos para nunca más volver a corrupción, lo dijo así: «Os daré las misericordiosas y fieles pro­mesas hechas a David. Por eso dice también en otro salmo: No permitirás que tu Santo vea corrupción». (Hechos 13:34-35).

¿Qué son las misericordiosas y fieles promesas he­chas a David? Se refieren al juram ento inquebrantable que hizo Dios a David. «No olvidaré mi pacto, ni mu­daré lo que ha salido de mis labios. Una vez por todas he jurado por mi santidad, y no mentiré a David. Su descendencia durará para siempre, y su trono como el sol delante de mí». (Salmo 89:34-36).

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El rey David quería edificar un templo para el Se­ñor. David era un hombre de guerra: no estaba equipa­do para construir un templo. Dios escogió para ello a Salomón, el hijo de David, el cuál edifico realmente el templo. Dios dió a David la pauta, pero el templo fue llamado templo de Salomón.

Pero, fue el descendiente más lejano de David, Jesu­cristo, quién construiría el templo espiritual: la iglesia. El deseo de David de edificar un templo material habla­ba de la mayor gloria futura, un templo espiritual, una habitación para alabanza en las vidas del pueblo rendi­do a El. (Efesios 2:19-22).

David quería construir una casa para Dios, pero el propósito de Dios era construir una casa para David. La palabra «casa» en este caso significaba una dinastía perdurable, una línea que no tendría fin, mediante los descendientes de David. Dios envió el profeta Natán para especificar los términos de este Pacto. «Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Yo te tomé del redil, de detrás de las ovejas, para que fueses príncipe sobre mi pueblo de Israel» ( I a. Cron. 17:7). Dios y David eran pastores los dos. Sabían como cuidar el rebaño.

El pacto de David contenía cuatro provisiones bási­cas y una sola condición. Dios prometió dar a David: (1) una «casa» -posteridad; (2) un «trono» -autoridad;(3) «un reinado» -una esfera de gobierno; y (4) «miseri­cordias permanentes» -continuidad. Pero si alguien de la simiente de David se rebelara, Dios le castigaría. Sin embargo este fallo no podía anular el pacto, y este pacto fue finalmente cumplido en Cristo, el hijo de David (Lucas 20:41-44), etc. Viviendo Cristo para siem­pre, El pasó a ser las misericordias seguras a David. Estas misericordias firmes significan que nosotros, como ovejas, no seremos nunca dejados sin dirección. Isaías profetizó: «Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma; y haré con vosotros un pacto eterno, las misericordiosas y firmes promesas hechas a

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David. He aquí que yo lo di por testigo a los pueblos, por jefe y por caudillo a las gentes». (Isaías 55:3-4).

Este pacto fue confirmado a María cuando el ángel le entregó su mensaje: «Mira, concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Este será.grande y será llamada Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de su padre David y reinará sobre la casa de Jacob para siempre; y su reino no tendrá fin». (Lucas 1:31-33).

El reino de Jesús no es exterior y visible, pero ha empezado ya en los corazones de aquellos que han rendido su voluntad a su señorío. Pedro indicó los pasos esenciales para entrar en las esferas del reinado de Cristo: «Arrepentios, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo». (Hechos 2:38). Cristo nos une a El espiritualmente y a los otros que también acuden a El. Pasamos a ser un «miembro en particular» de Su Cuerpo. El juntarnos a la iglesia significa que pasamos a ser un participante activo del poder de la ascensión y gobierno presente de Cristo. Pero, uno no puede hacerse él mismo un seguidor; debe ser atraído, perdonado y cambiado por la obra sobera­na del Espíritu Santo. Debe ser «añadido» a la iglesia (Hechos 2:41-47, etc). Pasamos a ser la herencia de Dios cuando nos convertimos en ovejas que se someten a un pastor y permanecen en el redil.

Los rediles locales son formados a causa de la obra del Espíritu, que levanta líderes que reúnen a las ove­jas. Los que viven aislados, separados, solitarios, pronto se sienten atraídos a unirse a un grupo, porque en él sienten que hallan liderazgo, guía, el don del Espíritu o carisma de guía. Pasamos a estar unificados bajo un líder.

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IV

¿De modo que quiere ser un Pastor?

Hay mucha gente que han asistido a una iglesia toda su vida sin saber realmente lo que es un pastor. Han llamado «pastor» a un hombre o una mujer sin entender bien el lugar especial que este ministro local debería tener en sus vidas.

Un pastor de ganado se distingue de todos los otros obreros del campo a causa de la naturaleza de su traba­jo. De la misma manera el pastor de una iglesia se distingue de los apóstoles, profetas, evangelistas y maes­tros (véase Efesios 4:11) por lo que hace y cómo lo hace. Podemos observar las siguientes cuatro importan­tes diferencias:

1. El pastor es responsable de un rebaño particular.2. Establece relaciones en que se implica un contac­

to personal con individuos.3. Raramente desarrolla una reputación como espe­

cialista, sino que se limita a sí mismo a los asun­tos locales.

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David. He aquí que yo lo di por testigo a los pueblos, por jefe y por caudillo a las gentes». (Isaías 55:3-4).

Este pacto fue confirmado a María cuando el ángel le entregó su mensaje: «Mira, concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Este será, grande y será llamada Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de su padre David y reinará sobre la casa de Jacob para siempre; y su reino no tendrá fin». (Lucas 1:31-33).

El reino de Jesús no es exterior y visible, pero ha empezado ya en los corazones de aquellos que han rendido su voluntad a su señorío. Pedro indicó los pasos esenciales para entrar en las esferas del reinado de Cristo: «Arrepentios, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo». (Hechos 2:38). Cristo nos une a El espiritualmente y a los otros que también acuden a El. Pasamos a ser un «miembro en particular» de Su Cuerpo. El juntarnos a la iglesia significa que pasamos a ser un participante activo del poder de la ascensión y gobierno presente de Cristo. Pero, uno no puede hacerse él mismo un seguidor; debe ser atraído, perdonado y cambiado por la obra sobera­na del Espíritu Santo. Debe ser «añadido» a la iglesia (Hechos 2:41-47, etc). Pasamos a ser la herencia de Dios cuando nos convertimos en ovejas que se someten a un pastor y permanecen en el redil.

Los rediles locales son formados a causa de la obra del Espíritu, que levanta líderes que reúnen a las ove­jas. Los que viven aislados, separados, solitarios, pronto se sienten atraídos a unirse a un grupo, porque en él sienten que hallan liderazgo, guía, el don del Espíritu o carisma de guía. Pasamos a estar unificados bajo un líder.

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IV

¿De modo que quiere ser un Pastor?

Hay mucha gente que han asistido a una iglesia toda su vida sin saber realmente lo que es un pastor. Han llamado «pastor» a un hombre o una mujer sin entender bien el lugar especial que este ministro local debería tener en sus vidas.

Un pastor de ganado se distingue de todos los otros obreros del campo a causa de la naturaleza de su traba­jo. De la misma manera el pastor de una iglesia se distingue de los apóstoles, profetas, evangelistas y maes­tros (véase Efesios 4:11) por lo que hace y cómo lo hace. Podemos observar las siguientes cuatro importan­tes diferencias:

1. El pastor es responsable de un rebaño particular.2. Establece relaciones en que se implica un contac­

to personal con individuos.3. Raramente desarrolla una reputación como espe­

cialista, sino que se limita a sí mismo a los asun­tos locales.

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4. Cuida de que sus ovejas alcancen madurez y esta es la recompensa principal de su vida.

Responsabilidad respecto a La Grey

Dios da el pastor a las peronas a las cuales este pastor sirve. Tanto el ser un pastor como el ser una oveja del rebaño implica responsabilidad. Es una rela­ción mutua. Si Vd. pertenece a una iglesia local no sólo pertenece a Dios sino también al resto de las ovejas de esta grey.

El pastor tiene la responsabilidad de ser como el cabeza de una familia para su grey. Yo soy marido y padre. Como adulto tengo la capacidad de hacer lo que quiero hacer. Si me levanto mañana por la mañana y quiero ir a Arizona, tendría que poder hacer las male­tas e ir. ¿No sería esto magnífico? Pero, no puedo. No vivo sólo para mí mismo. Debo hacer mis decisiones en términos de las necesidades de los otros que forman parte de mi vida: mi esposa y mis hijos.

He sido llamado por Dios para ser un pastor. Esto implica responsabilidad que me atan como las que ten­go respecto a mi propia familia. No puedo irme y abandonar a mis ovejas, como no puedo dejar a mi esposa. Por más atractiva que pueda parecerme la idea de irme a Arizona mis compromisos con las ovejas de la grey me lo impiden.

Por desgracia, muchos pastores no consideran estos puntos cuidadosamente cuando sospesan las oportuni­dades para su mejoramiento personal. Se consideran simplemente libres para ir a cualquier parte y hacer cualquier cosa que sea ventajosa para ellos.

No creo que un pastor puede dejar su redil simple­mente diciendo que Dios se lo ha dicho bajito al oído. Hemos visto demasiados casos así. El pueblo de Dios no debe ser abandonado para que lo arrebaten los lobos. Si es necesario un cambio de liderazgo el rebaño debe

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ser dejado al cuidado de un sucesor que conozca y cuide las ovejas. Israel hubiera sido presa de pánico si el caudillaje hubiera sido transferido de Moisés a Josué sin que el pueblo hubiera tenido ocasión de conocer al nuevo líder. El pueblo conocía a Josué, sus dones, su temperamento, su amor hacia ellos. Y Moisés no se levantó un sábado por la mañana y anunció su dimisión al pueblo como un mazazo. Con antelación a la transfe­rencia de autoridad Moisés había puesto sus manos sobre Josué en presencia de los ancianos y de toda la congregación.

No hay necesidad de ir muy lejos en nuestro país para descubrir iglesias que no tienen cuidado pastoral adecuado. Hay literalmente millares de púlpitos vacíos, y las ovejas, o bien van dando vueltas hambrientas o están desparramadas, porque un pastor local que les servía antes, las abandonó sin que hubiera un sucesor apropiado. Ahora carecen de una supervisión genuína. No es de maravillar que en tantas localidades las con­gregaciones sean débiles y desfallecientes, si no son ya muertas.

Relación con personas reales

De la misma manera que un pastor conoce a cada oveja por su nombre, un pastor conoce a cada uno de sus miembros. Nadie es simplemente un nombre, o un apretón de manos, o un número en las ofrendas. Cada persona tiene una cara, una personalidad, y un lugar especial en su corazón.

La iglesia que pastoreo es grande y a veces algunas personas me preguntan: «¿Cómo puede Vd. conocer los nombres de 3.000 miembros?» Pero, yo tengo una res­puesta simple:

«Estoy metido con esta gente todo el día. Los veo en la iglesia. Los miro cuando se acercan al altar para recibir la gracia divina. Los veo entrar en las aguas del

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bautismo. Oigo sus radiantes testimonios de como des­cubren la realidad del bautismo del Espíritu Santo».

«Me siento con ellos en sus mesas. Hablo con sus hijos. Hago la presentación de los recién nacidos. Los caso. Los entierro. Los ayudo incluso a hacer el presu­puesto familiar cuando las cosas van cuesta arriba. No se termina nunca».

Esto es lo que significa apacentar las ovejas. A semejanza del médico de familia, el pastor sirve a todos en la familia. Los especialistas pueden hacer milagros curativos que el antiguo médico de familia nunca había soñado, pero son impersonales. Nunca conocen a la gente como personas, sino como sistema circulatorio, o un par de ojos, o intestino delgado, etc. Pero, nosotros todavía necesitamos el contacto del antiguo médico de cabecera. El sabe a quién referirnos si necesitamos un especialista. De modo similar el pastor puede referir a una de sus ovejas a un especialista en curación, consejo, liberación, según sea el área en que necesite ayuda. Al hacerlo no renuncia a su interés personal. Averigua el resultado. ¿Cómo resolvió Dios la necesidad? El pastor conoce personalmente el ministerio de aquel a quién nos envía.

Por encima de todo, el término pastor implica rela­ción. Cuando me llaman «pastor» yo reconozco una relación, una relación viva y creciente.

No tengo esta clase de relación con toda la familia de Dios. Los rebaños de Alemania no me conocen. Ni los de Francia. Ni aún los de la ciudad de Cleveland, mucho más cerca, me conocen. Pero en el Templo Misionero de Bethesda, los que vienen al servicio son mis ovejas, y yo debo trabajar con ellos cuidadosamen­te. Esto no significa que empiezo a considerarme como un Pastor Principal. No me enseñoreo de los que son la herencia de Dios. Pero significa que mi relación y res­ponsabilidad hacia esta gente es única.

Como predicadores, los que somos pastores, pronto

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nos damos cuenta que recibimos más honor cuando no estamos en nuestra propia congregación. Podemos con­tar historias ya usadas y nadie lo sabe; usar ilustracio­nes pasadas sin que nos abucheen, y combinar un ser­món de otros sermones si creemos que habían resultado satisfactorios. Es mucho más fácil que se nos elogie y aún adule. Pero cuando volvemos a casa no hay un desfile y una banda que lo celebra.

A mi me gustan los cumplimientos como le gustan a cualquiera. De hecho me los trago. A través de los años un cierto número de personas bienintencionadas me han dicho que mi ministerio es demasiado importante para confinarlo sólo a una iglesia local. De momento me he dejado entusiasmar por halagos tan zalameros. Pero no me dejé sonsacar. Eran tonterías. El hecho de que les gusta a la gente oírme cuando les visito en mis viajes a lo largo del país no me confiere automática­mente el don apostólico de viajar. El Señor me llamó a ser pastor. Y si tengo una miaja de buen sentido, pastor quedaré.

El dinero es también un problema. Lo que hago no debe hacerlo por amor al lucro. Si lo es, me vuelvo un asalariado y todo depende de cuanto me pagan. Las ovejas conocen de modo instintivo cuando ocurre esto. Si un pastor no tiene en el fondo de su corazón interés por sus ovejas es mejor que no sea pastor.

No por la reputación o la fama

Una vez asistí a una convención en Indiana. Duran­te los tres días que duró prediqué una vez.

Había un joven allí que me vió tres veces. Cada vez que me vió, yo estaba comiendo. Me había oído hablar sólo una vez. Finalmente se me acercó y me dijo: «Her­mano Beall, ¿podría hacerle una pregunta?».

«Sin duda», le contesté.«¿Qué hace Vd. como profesión?»

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«Soy pastor, ministro».«Ya sé que es un ministro, pero ¿qué más hace?»«No hago nada más; ésto es todo».El joven abrió los ojos asombrado. «Quiere decir

que. esto es todo lo que hace? ¿Cómo ocupa el resto del tiempo?»

¡Para este joven un pastor es una persona que pre­dica una vez en tres días y come el tiempo restante! Sin duda el joven creería que ser pastor era algo muy inte­resante. ¡Cuán lejos se hallaba la verdad! ¡Cuán poco sabía de la inmensa responsabilidad y la presión intensa que implica el cumplir esta vocación fielmente!

El pastorado no es un cargo que uno deba buscar por amor a sí mismo. En los tiempo bíblicos nadie decía que quería cuidar el rebaño. Esta tarea era asig­nada al hijo menor o a una de las hijas. Era una tarea humilde y no reconocida, de carácter rutinario. Día tras día el pastor tenía que escuchar los incesantes balidos de las ovejas que estaban totalmente bajo su cuidado. Esto resultaba monótono en el curso de los años. No es muy diferente el pastorear personas.

Moisés había sido criado como un príncipe en Egip­to. Tenía educación y prestigio. Pero cuando Dios le llamó, abandonó su posición. Y Moisés se encontró pronto en una situación muy diferente.

En Madián no pudo hallar otra ocupación que la de pastor. Esta profesión era considerada despreciable pa­ra los egipcios. El suegro de Moisés, Jethro, le dió a Moisés la tarea de apacentar su ganado en los andurria­les del desierto, durante cuarenta largos años. Cuando llegó para Moisés el momento de conducir a Israel para liberarlo de su servidumbre, su orgullo había sido que­brantado. Estaba preparado para hacerlo por amor a los otros, no con miras a su propio nombre y prestigio.

El pastoreo era una ocupación necesaria, ya que la mayor parte de la tierra no era adecuada para nada más. Había suficiente hierba para las ovejas, pero no

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hubiera crecido allí vegetación más exigente. Pero los que estaban a cargo del ganado no eran tenidos en muy gran estima. Cuando Samuel quería ungir rey a uno de los hijos de Jessé, le costó bastante a Jessé recordar que todavía tenía otro hijo, David, que estaba apacentando el ganado. Cuando Jesús habló de sí mismo como el Buen Pastor, se situó en una posición muy humilde.

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V

El Pastor es más que un predicador

El primer oficio que se menciona en la Biblia des­pués que el hombre fue expulsado del Jardín del Edén fue el de apacentar ovejas. El primer pastor, Abel, nos da una excelente introducción a lo que la Biblia tiene que decir acerca de los pastores, los de ganado y los otros.

«... y Abel fue pasto de ovejas...» (Gen. 4:2).La palabra hebrea que indica «pastor» es ra’ah, y

ocurre unas ochenta veces en el Antiguo Testamento. Su significado incluye no sólo el de cuidado y atención a las necesidades prácticas de las ovejas sino el de compañía personal, (ver Salmo 122:8). Es pastor no vigila las ovejas de un modo frío e impersonal.

«Guardamos» algo porque lo apreciamos o porque, por otra razón, está cerca de nuestro corazón. Jesús apacienta las ovejas de su Padre y procura no perder ninguna. Cada oveja es una posesión que no tiene pre­cio.

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«Todo lo que el Padre me dá, vendrá a Mí; y al que a Mí viene de ningún modo le echaré fuera. Porque he descendido del cielo que me envió. Y esta es la voluntad del Padre, que me envió; Que de todo lo que me ha dado, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el último día» (Juan 6:37-39).

El compromiso es serio: «no perder nada». Pero, notemos que Jesús no estaba diciendo esto sobre los de la muchedumbre que le seguían, sino sobre un grupo selecto, los que el Padre le había dado para que guar­dara como ovejas. Estas personas en particular serían llamadas aparte del mundo y personalmente acudirían a El; le escogerían a El como a alguien especial y le permitirían que fuera importante en sus vidas. Desa­rrollarían una relación especial con El como su pastor, y esta relación los «guardaría».

El pastor no puede ni pensar en perder alguna de sus ovejas. Como en la parábola familiar (Lucas 15:3-7, Mateo, 18:12-24), el pastor dejará las noventa y nueve seguras en el redil y saldrá desafiando la intemperie en busca de la que no ha regresado. Cada individuo es importante pra él. No se preocupa de los números. Puede que sea una iglesia grande la suya, pero si la «querida hermana Fulana» no va bien, el pastor se preocupa. Va a buscarla y trata de resolver las dificul­tades.

No podemos «guardar» algo hasta que lo hemos recibido. El padre le dió a Jesús hombres y mujeres que le buscaran y se sometieran a su cuidado. Pero El, a su vez, tenía que recibirlos. Antes de que una oveja con­sienta en que un pastor la cuide tiene que recibir la garantía de que va a ser aceptada.

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Todos tememos ser rechazados. Algunos hemos sido heridos profundamente por alguna relación que hemos tenido, especialmente los que tienen autoridad en algu­na forma, como padres, maestros y patrones. Estas heridas pueden sanar sólo por medio de una relación positiva y duradera. El ser guardado por un pastor que se preocupa del bien de uno, restaurará la confianza en la autoridad hum ana del tal, y sanará al herido de su temor hacia Dios, que es la última autoridad. La oveja que sabe que es am ada y apreciada no se pierde tan fácilmente.

El poner confianza exige tiempo.

Hay numerosas personas que quieren encontrar a un pastor en quien puedan confiar. Han sido heridas por alguien que representaba a Dios en el pasado, y quieren poder confiar en otro líder espiritual, pero están recelo­sos. Se sientan y escuchan. Observan. Quieren sondear los motivos. Escuchan el tono de la voz de uno. Vigilan cuidadosamente la forma como son tratados los otros y, sólo después de años abren sus vidas al pastor para que ejerza en ellos su ministerio.

Me atrevería a sugerir lo siguiente: algunas personas se han sentado en nuestros servicios durante más de cinco años antes de que fueran capaces de confiar en mí como su guía espiritual. Cuando finalmente hicieron la decisión, comentaron: «Había dicho que no confiaría mi vida otra vez a otro ministro. Tenía que asegurarme, antes de hacerlo con Vd.»

He descubierto que hay un deseo o necesidad mutuo en la relación pastor-oveja. La oveja debe saber que es querida, y el pastor debe tener la seguridad que ha sido aceptado por alguien que va a seguirle. Esto hace que la membresía en la iglesia sea algo más que un compro­miso superficial; es de un valor decisivo en la vida espiritual.

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Jesús no guardaba las ovejas para sí mismo, sino para el Padre. De la misma manera los ayudantes de pastor estamos guardándolas en el nombre de Jesús, como una responsabilidad doble, hacia Dios y hacia las mismas personas a nuestro cargo. Pero, ¿cómo tiene lugar esto? Isaías da una lista de cinco funciones del pastor. Notémoslas en la siguiente cita:

«He aquí que Jehová el Señor vendrá con poder, y su brazo sojuzgará para El; he aquí que su recompensa viene con El, y su paga va delante de El. Como un pastor apacentará su rebaño: en su brazo recogerá los corderos, y en su seno los llevará y pastoreará suavemen­te a las que amamantan». (Isaías 40:10-11).

Las reglas del Pastor

Isaías estaba al corriente de los hábitos de los pasto­res. Nota el papel importante que juegan la mano y el brazo en el oficio de pastor. El pastor usa su mano y su brazo fuertes para defender a las ovejas de todo peligro y para cuidarlas cuando necesitan atenciones especiales. Cuando Isaías describe al Mesías como pastor diciendo que «su brazo sojuzgará para El» está diciendo que su influencia llegará por medio del contacto personal.

La imposición de manos es una forma común de ministerio en el Nuevo Testamento y en el Antiguo. Se puede ver que floreció en plenitud durante el ministerio de Cristo. Jesús no temía tocar a la gente. Y su contac­to no siempre era eclesiástico. Era un hombe tan afec­tuoso que podemos pensar que ponía su brazo alrede­dor de la espalda de sus discípulos cuando hablaba con ellos.

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Me he preguntado alguna vez que tal fue la conver­sación cuando Jesús le dijo a Pedro que Satanás quería zarandearlo como trigo, pero que El oraría por Pedro, para que no le faltara la fe. Me imagino que lo dice con el brazo sobre la espalda de Pedro mientras van andan­do y charlando. Jesús amaba a Pedro y no quería que sufriera o fuera lastimado. Este zarandeo era necesario para el crecimiento de Pedro. Jesús quería que Pedro conociera que estaba en el centro de los pensamientos de Jesús durante esta prueba.

He visto a hombres y mujeres reverdecer cuando les he dicho que progresaban de un modo espléndido. El mero hecho de retener un momento la mano después de haberla apretado puede hablar mejor que un libro. Una mano en la espalda cuando se anda hacia la puerta puede dar la impresión de calor que la oveja necesita quizá de un modo desesperado. Encuentro difícil tronar desde el púlpito amenazas del juicio de Dios cuando tengo la costumbre de pasar la mano acariciando la cabeza, orejas y nuca de la oveja.

La palabra hebrea para «sojuzgar» usada en este pasaje de Isaías habla de dominio, gobierno, reino con poder. El pastor está a cargo del rebaño. El pastor hace las decisiones y las ovejas le siguen; no es al revés. Su gobierno es una extensión del de Cristo.

Como pastor de una iglesia local soy responsable de lo que ocurre en ella. Debo ocuparme de saber lo que está pasando y debo estar seguro de que es digno de ser aprobado. Tendré que dar cuenta de ello al Pastor Principal. Si permito algo en contra de mi conciencia sin protestar de ello, será mía la culpa.

Cuando a mi vez delego autoridad a otros debo mantener el contacto personal. Mi brazo rige por mí. Debo saber a quienes pongo en una posición de autori­dad, pero también debe seguir en contacto con ellos. Es parte de mi deber el asegurarme de que están llevando

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a cabo mis instrucciones como se las di, pero con ama­bilidad y consideración.

El Pastor alimenta

La palabra griega «poimaino» se usa de modo lite­ral y de modo figurado en el Nuevo Testamento. Su significado básico es «apacentar», «tener cuidado» o «conducir al pasto» (Arndt y Gringrich). Pero también es usada en referencia a la iglesia, para describir la actividad que protege, gobierna, estimula. Un pastor, que es llamado en griedo «poimen» el que hace la obra. No hay nada que substituya al hecho de tener el cora­zón en la tarea: ni la educación, ni el talento, ni el nombramiento eclesiástico. El hombre que conduce el rebaño a pastor apetitosos es, al fin y al cabo, aquel cuya voz van a escuchar las ovejas.

Ocurre con frecuencia que un joven aspirante de seminario o de escuela bíblica se gradúa, empezando su carrera como ayudante de un pastor de una gran con­gregación. Casi siempre estos aspirantes al ministerio son personas de talento, instruidos, gente encantadora, con los cuales los miembros establecen relación con agrado. Juntos con el ministro responsable, hacen un equipo magnifico. En esta posición, sin embargo, se sienten tentados a creer que ya han llegado al nivel en que pueden aceptar mayores responsabilidades. Si a esto se añade el cansancio de estar en segunda fila, se comprende que pronto buscan la oportunidad de encon­trar un rebaño en que pueden estar por su cuenta. Y con frecuencia lo consiguen.

No es raro, sin embargo, que descubran que, aun­que pueden predicar, orar, cantar, hacer visitas y tocar el piano como el que más, tienen dificultades para alimentar al rebaño de modo adecuado. Con el tiempo el rebaño está flaco e irritable y el joven pastor se lo toma a pechos no comprende por qué. Pero acaba

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aprendiendo el viejo axioma en la práctica: si no puedes alimentar a las ovejas, las ovejas no te seguirán. Las ovejas buscan otros pastos.

Los ministros por radio que piden dinero con fre­cuencia son los que no ofrecen alimento espiritual ver­dadero. La gente lo sabe y acaba abandonando el pro­grama. El ministro puede clamar y hacer un llama­miento tras otro, y aún recurrir a trucos y supercherías, pero tarde o temprano la maquinaria acaba parándose en seco.

El alimento espiritual es la Palabra dentro de la palabra. Son las palabras que llevan el mensaje, pensa­miento y dirección que uno ha recibido del Espíritu. El Espíritu habla, nosotros escuchamos; la Palabra es diri­gida y luego es revestida del lenguaje corriente. Pero esta Palabra se origina en la mente divina. Cuando el Señor le dijo a Pedro: «Apacienta mis ovejas» le quería decir a Pedro que consiguiera la dirección del Espíritu Santo y que luego preparara sus palabras de modo que sus oyentes entendieran en su lenguaje lo que el Señor quería decirles. El alimentar, para mí, significa la habi­lidad de articular de modo comprensible la carga que el Espíritu Santo ha colocado en nuestro corazón.

El pastorear no es una dictadura arbitraria; es con­ducir el rebaño a pastos abundantes de alimento. El regir es una parte necesaria de llevar a las ovejas el alimento que necesitan. Las ovejas no pueden encontrar su propio alimento. Deben ser conducidas al pasto. Un pastor responsable conoce el terreno y los mejores ca­minos para ir de un área de pasto a otra. Las ovejas sólo pueden llegar a pastos jugosos si se dejan guiar por alguien que conoce el terreno mejor que ellas.

Una y otra vez las escrituras se refieren a los pasto­res como alimentadores. Damos unos pocos ejemplos:

Pastoread la grey de Dios que está entre voso­tros. cuidando de ella... ( I a. Pedro 5:2).

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Por tanto mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os da puesto por supervisores, para alimentar la iglesia del Señor... (Hechos 20:28).Los ancianos que gobiernan bien, sean teni­dos por dignos de doble honor, principalmen­te los que trabajan en predicar y enseñar. ( I a . Timoteo 5:17).

Las ovejas no acuden al pastor para ser dominadas o coaccionadas; van para ser alimentadas. La autoridad en la piedad es el resultado natural de alimentar con la palabra inspirada. Las ovejas aprenden a confiar por­que cuando siguen, experimentan satisfacción. Son ali­mentadas.

Las ovejas que no son conducidas a nuevos pastos van a morir de hambre. El pueblo de Dios no puede ser alimentado con un aspecto de la verdad de Dios tan sólo si es que se espera que crezca. Algún pastor predi­ca sobre un punto particular de la verdad bíblica como si estuviera montado en un caballo de madera: no se mueve del mismo sitio. Algunos escogen la justificación por la fe, otros el bautismo de agua, otros la curación o sanidad, otros sus ideas sobre la demonología, otros sus teorías sobre la tribulación y el milenio. La lista sería interminable. Y, tarde o temprano, las ovejas rehúsan acercarse a su mesa, porque su estómago ya no tolera patatas hervidas recalentadas con un poco de salsa algo distinta en cada comida.

Una vez tuve con un joven una corta conversación. Durante los minutos que estuvimos juntos le pregunté acerca de su iglesia. Me contestó: «Yo pertenezco a una iglesia de las del tipo «cincuenta más dos».

Le contesté: «¿Qué clase de iglesia?»Volvió a repetir: «Cincuenta más dos»No pude por menos que contestarle: «No tengo la

menor idea de lo que me está diciendo».

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El joven se sonrió y me contestó: «Una iglesia en que se predica la salvación cincuenta domingos al año. En los otros dos se predica el diezmo».

El Pastor recoge y reúne ^

Las ovejas se descarrían de un modo natural. El saber recogerlas es una de las cualidades carismáticas únicas que el Señor concede a los pastores. Por medio de ella tiene tal atractivo sobre las ovejas que éstas se agrupan a su alrededor. Le escuchan y siguen su ejem­plo. Es capaz de engendrar confianza en ellas de modo que puedan comer en paz y yacer con un sentimiento de seguridad.

Hay muchas personas que pueden predicar pero que no son capaces de agrupar las ovejas. Se les puede poner en las manos una iglesia firmemente establecida, de varios centenares de miembros, pero a los seis meses ya han esparcido el rebaño. Esto no es debido a que no conozcan la Biblia o no puedan establecer comunica­ción. Es porque carecen de las cualidades personales que hacen que el pastor conserve y guarde las ovejas.

Algunas personas que pueden predicar son simple­mente repelentes a las ovejas. El aunar no es don de los que Dios ha dado a todos. Esto no significa que no tienen otros dones necesarios. Significa que no pueden estar al frente de una iglesia local. En vez de esto, deberían trabajar junto a alguien que haya agrupado a las ovejas. Un pastor no se basta para guardar las ovejas sólo. Necesita a otros, con otros dones, para que le ayuden a cuidar el rebaño. Los que no pueden juntar y recoger deberían trabajar junto a otros que puedan hacerlo.

Recuerdo muy bien unas clases bíblicas que dirigí hace años en Detroit, entre nuevos convertidos princi­palmente. En respuesta a sus preguntas empecé un estudio panorámico del libro de Daniel y del Apocalip­

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sis. Todo fue bien hasta que tuve que salir de la ciudad por un par de semanas a causa de una obligación en otros pulpitos. Antes de salir, llamé a un amigo en el ministerio, que conocía muy bien el tema que estába­mos tratando. Convinimos que daría la clase en mí ausencia.

Cuando regresé, la clase se había evaporado. Cuan­do empecé a buscar y a preguntar a las ovejas, me contestaron: «Nunca voy a entender esto. Estoy confun­dido. Creo que es mejor que no continúe».

Mi amigo conocía todos los textos bíblicos y las teorías, pero no tenía la menor idea de donde se encon­traban las ovejas y de lo que necesitaba como alimento. He procurado siempre no hacer esta equivocación.

El Pastor lleva en sus brazos

Las ovejas dependen de su pastor. Esta dependencia resulta de un reconocimiento sincero de las necesidades personales y se funda en la confianza en el pastor. Las ovejas son criaturas indefensas. No pueden cuidarse a sí mismas. Lo mismo ocurre con el pueblo de Dios. Los corderos, o los recién nacidos, son casi por completo indefensos.

Isaías dice que el pastor lleva a los corderos en su seno. Les permite que se le acerquen. Esto habla de una atención personal que todas las ovejas necesitan. Cuando llega el tiempo inclemente, el cordero que aún no ha tenido tiempo de que le crezca la lana protectora, necesita que el pastor lo ampare del frío bajo su propio vestido, para que no le alcancen las ráfagas de viento y la lluvia. El pastor espiritual necesita hacer lo mismo con algunos de sus miembros.

A veces uno llega en la vida a un punto en que no es capaz de hacer frente a la situación. Se tumba y se rinde a las circunstancias, a menos que alguien le lleve a un lugar seguro. Un pastor no puede permanecer

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indiferente a las necesidades verdaderas. A veces tiene que interferir para el bienester de todos. Los corderos crecen, por otra parte, y el pastor debe procurar no protegerlos en exceso, más de lo que conviene para su desarrollo personal. Debe criarlos de tal manera que deseen seguir creciendo. Pero no les deja que se defien­dan por su cuenta cuando sabe que no pueden.

El Pastor conduce ^

Isaías dibuja un cuadro cuando dice: «Como un pastor apacentará su rebaño; en su brazo recogerá los corderos y en su seno los llevará y pastoreará suavemen­te a las que amamantan» (40:11). Las ovejas en estas condiciones necesitan cuidados especiales, no se las puede empujar ni forzar, de lo contrario quedarían agotadas.

Por amor al rebaño, el pastor debe frenarlo. Deben andar a un paso que sea tolerable al miembro más necesitado. Esto es lo que Jacob le estaba diciendo a Esaú: «Mi señor sabe que los niños son tiernos, y que tengo ovejas y vacas paridas, y que si las fatigan, en un día morirán todas las ovejas». (Gen. 33:13). El pastor debe vigilar a sus ovejas cuidadosamente y estar dis­puesto a ayudarlas si tienen dificultades para dar a luz.

Eligió a David su siervo, lo sacó de los apris­cos del rebaño; de detrás de las ovejas lo trajo, para que apacentase a Jacob su pueblo, y a Israel su heredad. (Salmo 78:70-71).

Los pastores en el Oriente generalmente andan de­lante del rebaño. Pero cuando las ovejas van a tener crías van detrás. El pastor con paciencia y calma anima a las madres a seguir al paso que pueden tolerar, y retienen al resto del rebaño. El paso es importante para las ovejas, como lo es en un trabajo, en la línea de

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producción. Si se interrumpe el ritmo se crean proble­mas. La impetuosidad puede destruir este sentido delpaso.

Un joven que había asistido a nuestra iglesia dejó de hacerlo porque yo no predicaba lo que él consideraba el «Reino de la Verdad». Lo que esto significa no es de importancia. Pero revela una actitud. En muchas igle­sias y organizaciones religiosas hay personas que se consideran «adelantados espirituales». Miran con des­precio a los pobres que no tienen su comprensión espiri­tual. Pero ellos no son obreros, no sirven a las mesas ni visitan a los enfermos. En vez de esto muestran su actividad eliminando himnarios de sus iglesias, inte­rrumpiendo clases de Escuela Dominical, cancelando servicios los domingos por la noche, y así sucesivamen­te, a causa de sus sentimientos de ser «selectos». Un pastor verdadero debe oponerse a estas personas con mansedumbre, pero efectivamente, a fin de proteger a las ovejas.

El trabajo del pastor requiere mucha sensibilidad para las diferentes necesidades de las ovejas. En dife­rentes etapas del desarrollo, necesitan cosas diferentes. El pastor debe conocer con anticipación estas necesida­des. La única manera de conservar un rebaño es satis­facer las necesidades de cada oveja individualmente.

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VI

Servir y ¡con ganas!

El pastor es el líder del rebaño porque sirve a las ovejas. No tendrían defensa sin él. Y esto da lugar a tentaciones especiales. A todos nos gusta ser necesarios. Cuando las personas acuden constantemente a nosotros para que les demos ayuda y consejo es fácil acabar pensando que somos algo especial y olvidar que somos servidores.

Los jóvenes y faltos de experiencia son especialmente vulnerables. Empiezan con ideas nuevas, energía a re­bosar y una visión juvenil. Y creen que van a realizar más cosas dando órdenes que sirviendo. Dan reglas estrictas y establecen requerimientos estrictos para ase­gurar la prosperidad del grupo.

Cuando el Rey Roboam sucedió a Salomón, empezó, como todo nuevo líder debe hacer, llamando a los con­sejeros que habían ayudado a su padre. Estos tenían experiencia en los asuntos del estado y podían ofrecerle sus conocimientos al nuevo rey. Su consejo era oportuno y sabio:

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Y ellos le hablaron diciendo: Si tu te haces hoy servidor de este pueblo y les hablas bue­nas palabras, ellos te servirán para siempre.( I a . Reyes 12:7).

¿Aceptó y puso en práctica Roboam el consejo?. No lo hizo, sino que despidió a los hombres de experiencia y llamó a sus amigos personales. Pidió consejo a los de su edad, que estaban deseosos de ganarse su favor, diciendo lo que el rey deseaba oír. Le instigaron a hacer lo que él ya quería hacer: enseñorearse sobre el pueblo. Roboam de un modo insensato decidió hostigar y acosar al pueblo. Y pronto, un usurpador, Jeroboam, conven­ció a las diez tribus del norte, cuya lealtad a la dinastía de David era menos firme- a que se rebelaran contra Roboam y le hicieran rey a él. El complot tuvo éxito y el heredero de Salomón se quedó sólo con las dos tribus de Judá y Benjamín.

Jesús tenía presente este espíritu de división que se produce por un liderazgo arbitrario. Jesús pasó tres años y medio preparando a sus discípulos a servir antes de permitirles que llevaran a cabo el ministerio. Eran demasiado egocéntricos. El liderazgo no significa decir a los otros lo que tienen que hacer, sino servirles, serles un ejemplo, y atraer su sumisión con una respuesta de amor.

Los discípulos de Jesús disputaron más de una vez acerca de cual de ellos sería el mayor. Marcos nos dice que Santiago y Juan intentaron conseguir que Jesús les concediera puestos de honor. Jesús aprovechó la ocasión para dejar clara la diferencia entre lo que él considera­ba estar al frente y lo que significaba estar al frente para el mundo.

Y llamándoles adonde él estaba les dice Jesús: «Sabéis que los que se tienen por gobernantes de los gentiles, se enseñorean de ellos, y sus

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magnates los sujetan bajo su autoridad. Pero entre vosotros no es así, sino que cualquiera que desee llegar a ser grande entre vosotros será vuestro sirviente; y cualquiera que desee entre vosotros ser primero, será esclavo de todos: porque aún el Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos». (Marcos 10:42- 45).

La palabra griega equivalente a «ministro» se tradu­ce con frecuencia como «servidor». Es la palabra «dia- konos», de la cual se derivan diácono y diaconisa. Sig­nifica servir a la mesa como un sirviente, llevar encar­gos como mensajero para otro, ayudar a los que lo necesitan, proveer para las necesidades de la vida o prestar amigable servicio. Nuestra moderna idea de diá­cono está muy alejada de la idea bíblica de servir, y nuestro concepto del ministerio aún está más desfigura­do.

¿Qué es un sirviente?

El sentido de las palabras cambia a lo largo de los siglos. En el campo de la religión muchas palabras se han «romantizado». Hemos pintado auras espirituales alrededor de ellas. Ya no significan simplemente algo concreto, sino que están cargadas de asociaciones afec­tivas.

Las diversas palabras que hay en la Biblia indicando «servidor» significan esclavo o empleado. No hay nada sentimental acerca de ello. Servir significa ejecutar un deber, hacer una tarea o realizar algo útil. Hoy usamos la palabra «obrero» para dar la misma idea.

Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predi­

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cando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y al ver las multitudes se compadeció de ellas; porque estaban extenuadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: «A la verdad la mies es mu­cha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de las Mies, que envíen obreros a sus mies». (Mateo 9:35-38).

Jesús había estado ministrando a esta gente: ense­ñando, predicando, sanando y, con benignidad, procu­rando atender a sus necesidades humanas. Pero, había trabajo para hacer que El no podía hacer personalmen­te, porque no podía permanecer en un mismo lugar. Jesús necesitaba colaboradores que siguieran la visita­ción personal que había empezado en este gente -cola­boradores que hicieran la labor día tras día de cuidar­los.

Dios contestó su oración enviando al Espíritu Santo a los hombres, haciéndoles personas con el don de servir a otros. Algunos de estos ministros con dones preparaban a otros para el reino, otros realizaban servi­cios especiales, otros atendían a los trabajos inherentes a la diaria rutina de la vida. El Apóstol Pablo conside­raba a todos ellos como «colaboradores de Dios» ( I a. Cor. 3:5-10).

Las Cualidades del siervo

Nuestro sentido religioso del término «siervo» no se acerca mucho al concepto bíblico, pero en cambio el sentido no religioso ha cambiado muy poco. Podemos considerar los diferentes aspectos de lo que es un siervo.1. Persona sujeta a las órdenes de un superior.2. Personal de servicio o doméstico que ejecuta deberes

para las personas, en la casa de su señor.

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3. Un siervo funciona como un instrumento bajo la dirección.

4. Un siervo es un subordinado que obra por cuenta de su señor.

5. Un siervo es alguien que ayuda a otro de un modo práctico.

6. Un siervo es alguien que se hace cargo de los asuntos o propiedad de otro.Podríamos hacer un sumario de estas cualidades de

un siervo con seis palabras: obediencia, ayuda, mayor- domía, sumisión, utilidad y felicidad. Un día los dis­cípulos de Jesús estaban discutiendo el problema de lo que hay que hacer cuando uno es ofendido por las acciones o las palabras de otros. Jesús les enseñó que tenían que esperar ofensas y que debían perdonarlas. Podemos ir derramando más perdón que los otros pueden infligirnos ofensas. Pero, esto sólo es posible si podemos sacar, por fe, el poder hacerlo de los recursos inagotables de Dios.

Los discípulos reconocieron que esto era más fácil de decir que de hacer. En consecuencia, hicieron la siguiente pregunta práctica. «¿Cómo se puede conseguir bastante fe para seguir perdonando?»

Jesús les contestó: No se trata de cuanta fe tenéis. Basta con una fe del tamaño de un grano de mostaza; lo que es importante es como la usáis. ¡Es vuestra actitud! ¿Servís a fin de que se os elogie o hacéis la tarea con gratitud al Señor, que os ha comprado de tan penosa esclavitud?

«¿Quién de vosotros, teniendo un siervo que ara o apacienta ganado, al volver él del cam­po. le dice: Pasa en seguida, y siéntate a la mesa? ¿No le dirá más bien: Prepárame algo para cenar, cíñete y sírveme hasta que haya comido y bebido; y después de ésto, puedes comer y beber tú? ¿Acaso le da las gracias al

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siervo porque hizo lo que se le había m anda­do? Pienso que no. Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid; siervos inútiles somos, pues hemos hecho lo que debíamos hacer». (Lucas 17:7-10).

No tenemos por que esperar una medalla por el hecho de cumplir nuestro deber. Y el hombre en una posición de líder que está buscando constantemente alabanza se pone en una posición peligrosa, porque hay personas rebeldes que están siempre buscando las debi­lidades del líder a fin de atacarle precisamente en este punto. Así que, por más de una razón, debemos procu­rar ser humildes de corazón, de modo que cuando obedezcamos a Dios no nos creamos que hemos hecho algo extraordinario, pues sólo hemos cumplido con nuestro deber.

La fe estimula la obediencia, la cual, a su vez, aumenta nuestra fe. Cuando ejecutamos un servicio porque creemos que El nos lo ha perdido, seremos corroborados al ver que El nos proporciona el poder para ejecutarlo. La fe «obra» es decir, se vuelve operan­te y efectiva, por el amor (Gálatas 5:6). Cuando obede­cemos a Dios porque le amamos, El nos ayuda a servir a otros en amor. Y Su amor eliminará todas las punza­das que sentimos cuando se nos ataca antes que puedan alojarse en nuestro interior. La clave de la protección divina es el comprender que estamos trabajando por otro, no por nosotros mismos. Y de esto resulta nuestra libertad para entregarnos por completo a las ovejas.

El gran expositor y pastor inglés, Charles Bridges, vio clara la gloria del servicio generoso.

No hay pensamiento más responsable relacio­nado con nuestro trabajo, que la obligación de entregarnos a los otros, de modo que pue­

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dan considerarnos como un don de Cristo pa­ra éllos. ¡Oh! que podamos decirles: Pertene­cemos a Cristo, El nos ha ofrecido a vosotros, os pertenecemos por entero; somos vuestros servidores por amor de Jesús; nos hemos en­tregado a la obra, y deseamos estar en ella, como si no hubiera nada por lo que valiera la pena vivir aparte de ella: la obra es nuestro placer y delicia. Le hemos consagrado de todo nuesto tiempo, nuestras lecturas, nuestra mente y nuestro corazón. (El Ministerio Cris­tiano, p. 106).

Las ovejas son mi delicia

Cuando escribo esto llevo treinta años como pastor en la misma iglesia en Detroit. He llegado a amar a esta gente de modo entrañable. Me he esforzado por ser un auténtico pastor, esto es, una persona que se consi­dera afectada por su estado o posición. Quiero ser una persona que ama a los otros y puede mostrarlo. No puedo engañar a las ovejas respecto a esto. Ellas saben si nos gozamos estando con ellas. Perciben rápidamente si tratamos de esquivarlas.

Lo mismo ocurre con los niños. Pueden ver inmedia­tamente si nos gustan o no. Y ellos evitan a los que de modo instintivo consideran poco amistosos, aunque sea de un modo remoto. Un buen sitio para comprobar la condición del corazón es entre los niños de la congrega­ción. ¿Se le acercan a uno y se le abrazan a las pier­nas? ¿Le muestran a uno sus vestidos nuevos, las ni­ñas; o los niños, los zapatos y los pantalones?

Cuando un pastor ama verdaderamente a su grey y se deleita en ella, aumenta la piedad y la rectitud. Las ovejas vacilan en hacer nada que pueda dañar la rela­ción; que pueda poner una nube entre ellos y el Señor.

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Nos amamos unos a otros. Y es un placer mutuo el servirnos unos a otros.

Este deseo de servir a la gente y de estar con ellos indica la diferencia entre un genuino pastor y el «predi­cador». El pastor ama a su gente de un modo sincero. Si no la ama, su trabajo es más bien penoso que delei­toso.

El trabajo de un Pastor oriental

Como estamos buscando el verdadero concepto bí­blico del pastoreo, hemos de volver a dar una mirada de cerca a los pastores del Oriente. Estos, más que los pastores de Europa o América, viven por y entre su ganado. Su existencia es más primitiva y sus relaciones con los animales son más intensas y personales -una característica de la cultura arábigo-semítica, en contras­te con la más formal de los países del norte de Europa.

Poco antes de amanecer conduce al rebaño a los terrenos de pasto. Las ovejas comen cantidades enormes de hierba y el pastor debe ir buscando nuevos pastos continuamente, a veces a considerables distancias de su casa. Al mediodía tiene que encontrarles agua y un sitio donde descansar y que ofrezca amparo contra el calor de la tarde. Luego hay que volver a pastar y finalmente regresa al aprisco por la noche.

A finales de otoño y durante los meses de invierno, es difícil, a veces, para el pastor, encontrar pastos disponibles para su ganado, y entonces es responsable de alimentar a los animales por su cuenta. Si el rebaño es pe­queño puede que le dé acobijo en su propia casa, y entonces la familia vive en el piso de arriba, ya que el de abajo consiste en una especie de establo. Pero además debe procu­rarles alimento... En algunas secciones de Si­

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ria, los rebaños son llevados a las áreas mon­tañosas, donde el pastor corta de los árboles ramas con hojas verdes o brotes tiernos, que las ovejas o las cabras pueden comer. (Cos­tumbres de las Tierras Bíblicas, p.152).

No es necesario tener mucha imaginación para darse cuenta de la gran cantidad de trabajo que todo ello implica; ¿Cuántos hay que querríamos acarrear las preocupaciones del negocio o la profesión a nuestro propio hogar? Lo natural es dejar las responsabilidades en la oficina o en el taller. Pero esto no es posible cuando se crían ovejas.

El pastoreo no sólo es exigente, es también peligro­so. Hay enemigos tanto por parte de la naturaleza como de otros seres humanos que son una amenaza para las ovejas y para el pastor. Esto es cierto hoy como lo era en tiempos antiguos. W.M. Thomson dice:

Muchos de los encuentros con animales salva­jes ocurren de una manera semejante a la que cuenta David, y en estas mismas montañas; porque, aunque no hay leones ahora, hay lo­bos en abundancia; hay leopardos y panteras, feroces en alto grado, que merodean por estos «uadis» o pasos angostos. No es raro que ata­quen al rebaño aún en presencia del pasto, y el pastor debe estar dispuesto para defenderse en cualquier momento. He oído con gran in­terés narraciones gráficas de luchas a brazo partido con estas fieras. Y cuando se acerca el ladrón y salteador -como antaño- el fiel pastor debe poner su vida a disposición del rebaño en su esfuerzo por defenderlo... Un pobre pastor la primavera pasada, entre Tibe- rias y Tabor, en vez de huir cuando le ataca­ron tres beduinos, luchó con ellos, con lo que

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acabó cuarteado por sus alfanjes, muriendo junto al ganado que trataba de defender. (El País y el Libro, pag. 200-203).

Otro problema grave, aunque menos serio es el que tiene el pastor cuando una oveja va a dar a luz. Puede ocurrir en una ladera fría o cuando el rebaño está cruzando un vado. El pastor debe lanzarse en su ayuda, dejando el resto del rebaño ir por su cuenta. Tan pron­to como la oveja lame el corderito y empieza a ama­mantarlo el pastor debe proteger a la débil criatura que de otro modo, se helaría. El pastor no puede parar al rebaño para esperar a que el cordero pueda andar al paso de las demás ovejas, así que el pastor tiene que llevar al recién nacido en su seno y allí calentarlo. La larga capa del pastor está hecha de lana, tejida de modo que haya una bolsa en que meter al cordero.

Pero las ovejas preñadas no son la única causa de atención especial para el pastor. A veces empieza hosti- dad entre varios miembros del rebaño, o la enfermedad se ceba en algunos, o bien algunos se lastiman o se pierden. Para resolver estos problemas puede tratar de aislar a los que son la causa del problema, para así ayudarlos mejor. En las iglesias seguimos esta misma táctica hoy, cuando establecemos grupos pequeños para divorciados, matrimonios recientes, ancianos, etc. Pero la experiencia dice que hay que mantenerlos a todos en contacto con el rebaño. Es raro el caso en que le sea necesario al pastor quitar o expulsar a alguna de las ovejas.

El pastor avisado hace un uso considerable de los perros y la honda. Con ellos tiene medios para hacer frente a la mayoría de las eventualidades mientras el rebaño continúa su marcha para alcanzar los objetivos del día. A veces requiere la ayuda especial de alguna oveja. Por ejemplo, puede hallar otra oveja para que se haga cargo de un recién nacido cuando la madre muere

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o por otra razón está incapacitada. Las ovejas son dis­tintas, y un pastor experimentado dá esto por un hecho, y no le causa problemas. Oigamos a W.M.Thomson otra vez:

En Amur, noté que algunas ovejas del rebaño permanecían cerca del pastor y le seguían por dondequiera que iba, sin la menor vacilación, mientras que otras tendían a descarriarse, o quedar rezagadas; el pastor con frecuencia se vuelve y las riñe, con un grito agudo, o les lanza una piedra. Vi incluso que una cojeaba como resultado de ésto. (La Tierra y el Libro p. 202).

Dentro del rebaño de Dios, el Espíritu Santo ayuda al pastor de maneras maravillosas. El pastor conduce al rebaño a pasajes bíblicos, y el Espíritu aplica el conte­nido a cada oveja según sus necesidades. No debemos nunca poner de lado la enseñanza y predicación regular de la palabra. Muchas veces he visto en mi experiencia que algunas personas que habían pedido hora para que les aconsejara luego cancelaron la visita referente a aquella necesidad particular, porque entretanto había sido tratada y resuelta por medio de la predicación, en el servicio regular.

Las ovejas requieren supervisión constante. El único modo práctico de dársela es mantenerlas juntas, como rebaño, tanto como sea posible. Esto requiere a su vez una vigilancia constante. Esta guardia puede ser peno­sa, pero tiene momentos de gozo y serenidad también. George M.Mackie nos cuenta algunas de estas escenas felices en el pastoreo.

De día y de noche vemos al pastor con sus ovejas... Siempre está con ellas, procurando darles lo que necesitan. No sólo está listo para protegerlas, sino que las conduce al te­

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rreno conveniente, por los mejores medios; les ofrece música, con su flauta de ca’a, la cual las jóvenes responden haciendo cabriolas a su alrededor; arranca hojas de las ramas, las lleva a un aprisco en el acantilado, o a la sombra de un nogal o un sauce, a la vera de un pozo o un arroyo... (Costumbres bíblicas, p. 33).

El día termina para el pastor cuando regresa al redil por la noche, a menos que tenga que velar a la puerta. Cuenta las ovejas, de dos en dos, haciéndolas pasar bajo su cayado, o sus manos, y comprueba que no tengan heridas o estén enfermas. Pero si falta una ove­ja, su tarea no ha terminado. ¡Tiene que ir a buscarla!

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¡Hay que vigilar la puerta!

VII

Las ovejas necesitan mucha protección. Dios no les dió garras ni colmillos, ni las hizo ágiles para escapar de sus enemigos o encaramarse a un árbol para evitar otros peligro. Las ovejas deben ser atendidas por los pastores, que son los que las protegen.

Además de oso, lobos, leopardos, leones, jacales y serpientes, las ovejas son presa fácil para el hombre. Los beduinos, por lo menos algunos, vivían apoderán­dose de ovejas ajenas. Los peligros, sean de las fieras o del hombre, son mayores durante la noche, de modo que los pastores juntaban sus ganados en un aprisco o redil. Estos no eran muchas veces otra cosa que cober- li/os improvisados o provisionales. El pastor se echaba junto a la puerta para asegurarse de que nadie iba a penetrar a escondidas.

En el mercado, en la ciudad, las ovejas de varios pastores eran recogidas en recintos más seguros, con altas paredes alrededor, para mantener alejados a los ladrones. Había una guardia a la entrada. Conocía a

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los pastores legítimos y los dejaba entrar. Pero impedía la entrada a los otros. Una puerta es pues un medio de acceso y de exclusión.

Es posible que Jesús estuviera junto a uno de estos mercados de ovejas cuando se llamó a sí mismo el Buen Pastor, y se comparó a la Puerta, según leemos en Juan 10. Para entender las palabras de Jesús, de la manera que las entendieron los que las escucharon de sus la­bios, hemos de considerar otros puntos.

Jesús había curado a un hombre ciego de nacimien­to. (Juan 9). Los principales de los judíos no estaban acostumbrados a ver a Dios en acción, porque su reli­gión era sólo de tipo preceptivo. Se enojaron con Jesús. Jesús hizo uso de esta ocasión de controversia para compararse a los que se consideraban, ellos mismos, como pastores del pueblo de Dios.

Los fariseos y los escribas, según Jesús, eran ciegos. No podían ver lo que Dios quería, y por tanto no estaban capacitados para guiar a los otros. No entraban en el redil de Dios habiendo sido llamados por El, sino «de otra manera» Se arrogaban el derecho de pastorear sin haber recibido la autoridad de Dios. No eran un «don» de Dios al pueblo, sino que eran ladrones y salteadores.

Hay una diferencia entre ladrones y salteadores. El ladrón se introduce cuando no le ven, por engaño. El salteador en cambio hace uso de la violencia. Lleva armas y va en bandas, con otros forajidos, que exceden en número a los pastores que guardan los rebaños. Vienen a saquear, atacar, destruir y llevarse todo lo que puede. Ni, los ladrones ni, los salteadores se acercan a la puerta, llaman y pide: «¿Se puede pasar?».

Jesús y los otros pastores a sus órdenes entran por la puerta, de modo legítimo. El guarda los reconoce y les deja pasar de buen grado adentro. La aprobación de Dios es aparente en la vida del hombre que se ha convertido en pastor en obediencia a la llamada de

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Dios. El pastor auténtico entre en la profesión identifi­cándose con Jesús. Primero pasa a ser una aveja, y luego permite al Gran Pastor que la vaya transforman­do en líder. Entra en el rebaño exactamente de la misma manera que las ovejas todas, por medio de Cris­to. la Puerta: «De cierto, de cierto os digo: El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, éste es ladrón y salteador». (Juan 10:1).

Subir por otra parte, sin duda, puede requerir mu­cho esfuerzo. Puede que sean necesarios años de ins­trucción y preparación. Pero si este esfuerzo no conduce a un encuentro personal con Cristo, el supuesto minis­tro no será nunca más que un ladrón o salteador. El Espíritu Santo no habrá ungido las palabras del tal, pues sólo lo hace con los que han entrado por medio de Cristo.

Las ovejas conocen la diferencia entre un pastor instituido por Dios y uno que ha conseguido el puesto por otros medios. Jesús dijo: «Mas el que entra por la puerta, es pastor de las ovejas. A éste le abre el porte­ro, y las ovejas oyen su voz; y llama a sus propias ovejas por su nombre y las saca». (Juan 10:2-3).

Las ovejas tienen derecho a oír la voz de Jesús a través del pastor. Tienen derecho a esperar también que viva rectamente, en piedad y de modo sobrio. El que predica la verdad del evangelio debe también vivirlo. Debe experimentar la presencia personal de Cristo.

Hemos puesto demasiado énfasis en la educación y demasiado poco en este punto crucial de la piedad personal en la preparación de los ministros. Pensamos que con enviar a una persona al «college» y al seminario o a una Escuela Bíblica, saldrá de allí preparado para ser pastor. Y, de modo inevitable, las congregaciones pequeñas, que son las que menos pueden permitirse ser pastoreadas por una persona poco experimentada, son las que los reciben. Esto es verdad en cada denomina­

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ción: episcopal, presbiteriana o congregacionalista- por­que se trata, triste es decirlo, más que nada, de un problema de orden económico.

Y ¿qué ocurre? Después de un tiempo, o bien la congregación invita al pastor a marcharse o son los miembros los que se van. Saben que algo va mal, pero no se lo pueden explicar. Están impacientes, ocurre porque el pastor es realmente un asalariado que no alimenta al rebaño con las palabras que ha oído de Dios, sino con las palabras que ha concebido en su cabeza o quizá tomado de otros. A veces suenan muy elocuentes, pero no dan vida.

El Apóstol Pablo, después de pasar bastante tiempo en Efeso, estableciendo allí la iglesia, se marchó con esta solemne advertencia:

Y ahora, he aquí que yo sé que ninguno de vosotros, entre quienes he pasado predicando el reino de Dios, verá más mi rostro. Por tanto, yo os pongo por testigos en el día de hoy, de que estoy limpio de la sangre de todos; porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios. Por tanto, mirad por voso­tros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por supervisores, para apacentar la iglesia del Señor, la cual El ad­quirió para sí por medio de su propia sangre. Porque yo sé que después de mi partida en­trarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen co­sas perversas para arrastrar tras sí a los discí­pulos. Por tanto, velad, recordando que, por tres, años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno. Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la pala­bra de su gracia, que tiene poder para sobre­

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edificaros y daros herencia con todos los san­tificados. Ni plata ni oro ni vestido de nadie he codiciado (Hechos 20:25-33).

Pablo ha actuado como guardián -una especie de puerta- para el rebaño, mientras los pastores locales iban adquiriendo madurez y experiencia. Trabajaron con él para aprender a conservar las puertas cerradas a los pastores y hermanos falsos. Les había mostrado cual era la naturaleza de un verdadero pastor, en contraste con los falsarios que se habían nombrado a sí mismos. La diferencia consistía en que:1. Les había dado un régimen de alimento equilibrado

en las Escrituras (v.27).2. Sus advertencias proceden del interés personal en las

ovejas (v.31).í. No deseaba ningún beneficio material, sino que pre­

fería al dador (v.33-35).En estos puntos Pablo da un ejemplo de lo que es

ser un pastor auténtico. Pero había hombres cuyos co­razones no habían sido cambiados radicalmente por el líspíritu Santo, los cuales no llegarían a la altura en ninguno de estos puntos. Probablemente predicarían y enseñarían uno o dos puntos de doctrina, dejando de lado los otros, pensando que habían descubierto una panacea o un alimento maravilloso. Pero, las panaceas no existen y nada puede substituir una variedad equili­brada de alimento.

Los pastores falsos es probable también que den mensajes de amenaza y destrucción, pero les falta la unión, porque estos hombres se mantienen distantes de sus oyentes. Pueden dar la alarma -¡fuego!, ¡fuego!- pero están demasiado ocupados para tener tiempo de liacer planes para ejercicios de incendio o para dirigir la evacuación ordenada de un edificio ardiendo. En vez de esto parece que intentan causar estragos.

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Lo que hay con frecuencia debajo de esta compul­sión a dar la alarma es un deseo de ser notado que puede parangonarse a una ambición que es idolátrica (Col.3:5). La única diferencia entre los que buscan esta notoriedad y los que buscan dinero es que los primeros tienden a predicar mensajes alarmantes que enojan y ahuyentan a los miembros ricos de las congregaciones.

De acuerdo con estos profetas, California va a caer en el mar, Henry Kissinger es el anticristo, J. Edgar Hoover era un agente comunista. Hambres, inundacio­nes, terremotos, y ¡qué se yo! adornan sus proclamacio­nes. Pero estas cosas no sirven ningún propósito. Las ovejas se inquietan, todo lo cual no las lleva más aden­tro en la vida cristiana. Muchas de estas cosas no tocan a sus vidas en ningún sentido real. Son sensacionalismo y efervescencia, pero no un cambio de vida.

Como vigilan la puerta los pastores ayudantes

Jesús se asegura que los pastores ayudantes entren legítimamente, y a su vez, les pide que estén con El a la puerta, para asegurarse de que sólo las ovejas sean admitidas al redil. La doble función de la puerte resu­me muy bien en el Comentario de la Biblia Broadman, (Juan 10).

En el versículo 8 Jesús regula el acceso de los pasto­res a las ovejas, mientras que en el 9, regula el acceso de las ovejas al redil y al pasto. En otras palabras, Cristo sólo controla el ministerio y la membresía de la iglesia. Mientras que los caudillos del viejo Israel, te­nían sus credenciales por herencia (sacerdotes, reyes), y por ordenación humana (rabinos), los líderes del nuevo Israel fueron admitidos al servicio sólo por Cristo. De la misma manera en tanto que se entraba en el viejo Israel por la circuncisión, sacrificio y fidelidad a la Ley, ahora se entra en el nuevo Israel «por Mí», es decir, por medio de la fe personal en Cristo, (vol.9, p.305).

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El entrar a formar parle del rebaño de Dios es una de las mayores cosas que nos puede ocurrir. No es extraño que muchos quieran entrar sin ser ovejas. Pero es mi responsabilidad como pastor estar a la puerta con Jesús, para prevenir que entren aquellos que quieren hacerlo con apariencias fingidas. Nadie puede hacerse una oveja a sí mismo; Dios es el que debe cambiarle. Debo examinar si los que quieren entrar han experi­mentado esta obra sobrenatural de regeneración. Si no es así, debo hacer todo lo que pueda para conducirlos a Cristo. Debo mantenerlos aparte de la membresía hasta que se conviertan en ovejas genuínas.

Cuando se transportan ovejas a otro estado, se las inspecciona por si sufren alguna enfermedad. A veces hay que ponerlas en cuarentena, para asegurarse de que todo peligro de contagio ha pasado. No basta con la palabra del dueño de que estas ovejas están sanas; el empleado debe hacer sus propios exámenes.

Cuando alguien viene de otra iglesia local es esencial que traiga una carta de su .previo pastor, pero no basta. Yo tengo también que hacer mis pruebas.

El Catecismo determina las ovejas

En una iglesia tan grande como la nuestra no puedo conocer a cada persona nueva inmediatamente. Así que antes de permitir que nadie pase a ser miembro de esta iglesia local debe someterse a nueve meses de doctrina bíblica básica, lo que llamamos «Catecismo Uno» Todos los puntos fundamentales respecto a la salvación son cubiertos por medio de preguntas y respuestas. No tra­tamos sólo de asegurarnos de un conocimiento intelec­tual, sino de que hay un auténtico cambio de corazón en la experiencia de cada persona.

Los instructores y consejeros comprueban que la persona ha participado en cada fase de la salvación: arrepentimiento, fe, bautismo por agua, bautismo por

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el Espíritu Santo. Hablan con las personas y tratan de conocer sus actitudes íntimas. ¿Se les puede enseñar y son dóciles? ¿Cómo reaccionan cuando la verdad no marcha en la misma dirección de sus opiniones y estilo de vida?

El tiempo requerido -nueve meses- es bastante largo para eliminar a muchos que son meramente curiosos y que por otra parte no se han consagrado de modo serio. Pero los que tienen sed auténtica lo aceptan con entu­siasmo.

Al completar el catecismo la persona puede ser con­firmada en la fe por el presbítero local (ancianos) que imponen sus manos sobre ellos. Pero esto no es aún membresía. La confirmación es un esfuerzo de la perso­na en la fe y el sello sobre las verdades enseñadas en el catecismo. Esto la prepara para las pruebas de la fe que sin duda vendrán. La confirmación nos da raíces en Cristo más que en una congregación particular. Vemos esto en la obra de los apóstoles Pablo y Bernabé. «Y después de anunciar el evangelio a aquella ciudad y de hacer muchos discípulos, volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía, fortaleciendo los ánimos de los discípulos, exhortándoles a que permaneciesen en la fe, y dicién- doles: «Es menester que pasemos por muchas tribula­ciones para entrar en el reino de Dios». (Hechos 14:21- 22).

Es necesario dar un paso más para llegar a ser miembro. Nosotros somos un grupo que cree en el diezmo. Todos participamos en la responsabilidad de construir y mantener la propiedad de Dios sobre la que hemos sido hecho mayordomos. Nadie puede pertenecer a ella a menos que prometa dar el diezmo de ingresos y su tiempo. Además de esto debe estar de acuerdo en conformarse a nuestros standards de conducta y de vestido. Cada uno pasa a contribuir en una forma u otra. No hay miembros inútiles; cada uno tiene una función importante, aunque no sea visible.

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Algunos se ofenden por estas exigencias. Recuerdo un seftor que deseaba hacerse miembro del Templo Misionero de Betesda. Le describí cuales eran nuestros procedimientos. Tendría que asistir a las clases de cate­cismo, recibir al Salvador, ser enterrado con Cristo en el bautismo, recibir el sello del Espíritu, diezmar, y someterse a la doctrina de la iglesia en cuanto a su conducta personal.

Cuando terminé, tenía la cara encarnada: «Puedo unirme a cualquier iglesia en la ciudad de Detroit. No tengo por qué someterme a todo esto. Su iglesia me gusta, pero no voy a aceptar estas imposiciones».

Estuve de acuerdo con él en que había otras iglesias que no le presentarían tantas exigencias. Le dije que no había inconveniente en que se buscara una. No por esto teníamos que ser enemigos. Además, estaba a su dispo­sición para todo lo que deseara.

Se fue indignando de mi estudio. Creí que no había por qué esperar que regresara jam ás.

Sin embargo, unos meses después, recibí una llama­da telefónica de este señor. Me dijo que había asistido a otras iglesias, pero que comprendía que no le convenía ingresar en ellas. Era fácil entrar y no había inspección alguna.

Así que me pidió que le perdonara, se enroló en nuestra clase de catecismo, y luego paso a ser miembro de Betesda, y hasta el día de hoy continúa siéndolo.

El bajar estos standards haría crecer a la gente, en algunos casos, que eran ovejas que pastaban en los prados de Dios sin serlo. En vez de esto, Dios usa estos standards para ayudar a la gente a someterse al proceso que la Biblia llama conversión.

En el día de Pentecostés los apóstoles estaban a la puerta del redil con Cristo. Después que Pedro hubo predicado la palabra del Señor con poder y el pueblo le preguntó que era lo que tenían que hacer, Pedro, y los otros con él, les dieron instrucciones concretas: «Arre-

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pentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados y recibiréis el don del Espíritu Santo». (Hechos 2:38).

Este es el único camino -la puerta legítima- para entrar en el redil. La sumisión a Cristo significa obe­diencia a los pastores ayudantes. Si la persona no se somete a los requisitos exigidos en la puerta, no se someterá tampoco al gobierno de la iglesia una vez dentro.

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VIII

Como tendría que ser el redil

En nuestros días hay muchas discusiones acerca de la verdadera naturaleza del redil -la iglesia local. Algu­nos insisten que esto significa toda la iglesia de una vecindad, la iglesia de Detroit, de Seattle, de Filadelfia, etc.., porque en el antiguo Oriente Medio, en cada área estaba localizado un redil grande y se hallaba general­mente en la ciudad más importante del distrito. Este redil constaba de muchos rebaños, cada uno con su pastor. Esto puede haber sido verdad en las zonas rura­les. pero sin duda no era el caso de una ciudad del tamaño de Jerusalén. Esta interpretación está basada principalmente en Juan 10:16: «También tengo otras ovejas que no son de este redil, aquellas también debo traer; y oirán mi voz, y habrá un sólo rebaño, y un sólo pastor».

Pero aquí Jesús está hablando de la eliminación de las distinciones entre los judíos y los gentiles. Una vez las ovejas han entrado por la Puerta, que es El, pierden sus características nacionales que pasan a ser una sola.

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El énfasis es sobre el que hay un sólo Pastor, que es El. La unidad es creada por el hecho que todas las oveja, sea cual sea su origen previo, están unidas a El.

Muchas personas tienden a pensar que el redil se refiere a un gran patio, en el cual las ovejas eran conservadas cerca del mercado. A.W. Pink describe un redil de este tipo:

En Palestina, que estaba infectada de anim a­les salvajes en las regiones dedicadas al pasto­reo, había en cada pueblo un gran redil, que era propiedad común de los pastores locales.Este redil estaba protegido por una muralla de unos doce pies de alto. Cuando caía la noche, los pastores distintos conducían sus rebaños hacia la puerta del redil, la cruza­ban. y dejaban las ovejas al cuidado del por­tero o guardián, y ellos se iban a sus aloja­mientos particulares. El portero hacía guardia a la puerta, toda la noche, dispuesto a prote­ger a las ovejas contra los ladrones y saltea­dores. o contra los animales que intentaran saltar las murallas. Por la mañana los distin­tos pastores regresaban. El portero les permi­tía entrar por la puerta. Cada pastor, una vez dentro, llamaba a las ovejas de su rebaño.Las ovejas conocían su voz, y el pastor las conducía al pasto. (Exposición del Evangelio de Juan, pag. 102-103).

Pero éste no era el único tipo de redil. Las ovejas pastaban a veces lejos de los centros de población. En este caso cada pastor construía su cercado o aprisco. En algunos casos eran permantes recios, con altas murallas y aún una torre. Otras veces eran improvisados, atando zarzas o bien haciendo una pequeña muralla de piedras a la entrada de una cueva.

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Estos rediles son un reflejo de las iglesias en las diversas comunidades. Los pastores son responsables de construir cercados para las ovejas y también de condu­cirlas.

Hace algún tiempo tuve el placer de viajar por Aus­tralia y Nueva Zelanda, en un viaje de predicación y enseñanza. Unos años antes de mi visita otros predica­dores habían viajado por el país enseñando una filosofía contraria a construir rediles. Los argumentos que usa­ban era:1. El dinero hay que gastarlo en las personas no en

edificios.2. La gente tiene tendencia a venerar los edificios.3. Los edificios producen un orgullo espiritual que hay

que evitar.Pero Dios creó al hombre con un deseo innato de

construir. Dios es también un constructor y creador. Jesús dijo: «Edificaré mi iglesia y las puertas del infier­no no prevalecerán contra ella». Y Cristo está edifican­do su iglesia con adornos que la hacen gloriosa y bella (Efesios 5:27).

Los edificios de la iglesia deben ser adecuados y confortables. Un edificio en general refleja la clase de personas que lo ocupa. Uno puede conocer la clase de personas que somos Ann, mi esposa, y yo, visitando la casa en que vivimos y viendo la manera en que lo hemos decorado y la conservamos.

Cuando veo una iglesia cuyo edificio está mal pinta­do, con las paredes rayadas, el patio con el cesped sin cortar, los retretes descuidados, saco una impresión muy pobre de la congregación.

La gente construye edificios que reflejan sus propios sentimientos. En Washington, D.C. nuestro gobierno ha erigido edificios que hablan de la gloria y grandeza de esta nación. El decaimiento físico de muchas de nuestras ciudades dice muchas cosas acerca de nosotros también. Ya no construimos y conservamos bibliotecas

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magníficas, institutos de arte, palacios para conciertos y música en general. Esto habla también de la clase de personas que somos y de la culturas que ostentamos. ¿Debe el cuerpo de Cristo seguir este ejemplo? ¿Hay que mantener las paredes de nuestros edificios despro­vistos de arte, escultura y otros objetos bellos? Yo no lo creo.

Esta es una razón entre otras por la que no me parece bien la idea de la iglesia que se reúne en las casas. No tiene el mismo valor para las necesidades profundas humanas que el pertenecer a algo de valor y significado.

El redil habla del hogar.

La lengua hebrea, como es natural, tiene vanas palabras que describen el redil. Nos será de ayuda prescindir de ideas estereotipadas y examinar estas dife­rentes palabras.

La palabra más común en hebreo para rediles: «navah» que significa, en sus varias formas como nom­bre y como verbo, un recinto para pastores o rebaños, una habitación (poético), una pradera, un aposento, un pasto. Da un sentimiento de paz, porque es algo a que pertenecemos. Esta palabra puede ser aplicada a rediles sencillos, como cuevas o puede servir para estructuras más complejas. Lo que es importante es la idea de que las ovejas están «en casa».

El viajar es a menudo placentero. Pero no hay m a­yor placer que el saber que podemos regresar al hogar. Las vacaciones son un deleite, en parte porque sabemos que podemos regresar al hogar.

El rey Salomón usa «navah» en su oración de santi­ficación del templo (2a. Crónicas 6:40-42). Aquí signifi­ca el lugar de deseando de Dios.

El templo de Jerusalén en esta época era el único lugar de descanso de Dios. Dios se encuentra siempre

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en todas partes en todo momento, pero ha designado lugares específicos, en distintas épocas, para revelar su presencia a su pueblo. Así se mostró en la columna de fuego en la nube mientras Israel peregrinaba por el desierto de Sinaí. Más tarde habitó entre los querubines en el arca del pacto. Esta misma arca fue trasladada del tabernáculo de Moisés al templo de Salomón. Lue­go. Dios se hizo carne y habitó entre nosotros en la persona de Jesús de Nazaret. En el día de Pentecostés vino a morar en cada creyente en la persona del Espíri­tu Santo. Esto continúa hasta el día de hoy. Y además de esto, y de un modo muy especial y hermoso, viene a cada iglesia local cuando nos reunimos para adorarle. Pablo lo expresa cuando dice: «...en quién todo El edificio, bien ajustado, va creciendo para ser un santua­rio sagrado en el Señor; en quien también vosotros sois ¡tintamente edificados para morada de Dios en el Espí­ritu». (Efes. 2:21-22).

Dios tiene ahora un hogar -un lugar de descanso- entre su pueblo que le alaba. No mucho después del fin de la segunda guerra mundial nuestra iglesia empezó a descubrir nuevas dimensiones de fraternidad y culto de adoración cuando nos dimos cuenta que la iglesia local lenía que ser «una morada -un hogar para Dios en el F.spíritu». Vimos que Dios construye un templo de nuestra adoración colectica y que Cristo canta con su pueblo cuando se reúnen en su nombre (Hebreos 2:12).

Hoy parece que algunos han desviado el énfasis des­de la adoración a la enseñanza y el discipulado. Han quitado el gozo y alegría de ser una oveja de Dios. K1 estudio y la enseñanza intensiva, sin el gozo del culto <le adoración, produce sabihondos que saben muy poco o nada de la vida real. La iglesia local es un lugar donde deberíamos estar a gusto en la presencia de Dios v gozar de la belleza del culto.

Cuando la congregación se separa en grupos se orientan al estudio de problemas. En vez de centrarse

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en el culto y en la predicación de la palabra, se deva­nan los sesos con problemas de estructura y función. La iglesia local debe ser un lugar en que descansa la pre­sencia de Dios entre su pueblo cuando adoran colecti­vamente. Es allí que han de hallar ricos pastos por medio de la predicación de la Palabra. Es necesario equilibrar el estudio con la adoración.

El redil protege

Las ovejas necesitan protección de los ladrones, los animales salvajes y las inclemencias del tiempo. En algunos sitios estos peligros son mayores que en otros. A veces una cueva o unos matojos ofrecen toda la protección necesaria. Pero en algunas áreas, infectadas por forajidos que hacen presa en los rebaños de los pastores alejados de zonas pobladas, son necesarias re­cias estructuras, con torres para que los pastores pue­dan ver el peligro desde lejos y prepararse (2a. Cron 26:9-10: Miqueas a 4:8. etc).

Pero algunas veces las fortificaciones no son bastan­te. A las murallas hay que añadir la vigilancia. Thom­son. describiendo los presentes rediles en Líbano, dice:

Estos edificios bajos, aplanados hacia el lado resguardado del valle, son rediles... en las noches frías, los rebaños son encerrados en ellos, pero en tiempo corriente se deja a las ovejas en el patio. Este, como se puede obser­var, está defendido por una muralla de piedra en cuya parte superior hay colocados pinchos agudos, para impedir que un lobo, merodean­do alrededor, pueda escalarla... el leopardo y la pantera de este país, cuando están acucia­dos por el hambre dan un salto sobre esta muralla y se introducen en el patio, en medio del ganado aterrorizado. Este es el momento

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en que se pone a prueba el coraje del pastor fiel... Al avanzar la primavera, se trasladan a regiones más altas y más verdes, y en los meses de verano duermen con sus rebaños en las frescas alturas de las montañas, sin otra protección que una recia empalizada de zar­zas entretejidas. (El País y el Libro, p»201- 202).

Pero, las ovejas se quedan, en general, fuera del redil, con un pastor que las vigila (Genes. 31-39; Lucas 2:8, etc). De un modo instintivo las ovejas se acurrucan juntas, confiando quizá en hallar seguridad en el núme­ro. Pero, la protección verdadera procede sólo del pas­tor y los perros. El pastor defiende a las ovejas con armas: la honda, el cayado o la escopeta. Como David, debe luchar personalmente con el intruso, sea un león, un oso, o una pandilla de forajidos. Es cuando esta valla humana es destruida, trátese de descuido, pereza, falta de interés o lo que sea, que las ovejas están realmente en peligro.

Los pastores se desaniman y, periódicamente, cada pastor debe ser reavivado en su interés y vigilancia.

El proteger a .las ovejas significa más que amor y preocupación afectica. Significa también una actitud de vigilancia respecto a los enemigos. Las ovejas son explo­tadas fácilmente por aquellos que tergiversan las Escri­turas para su propio beneficio. Esto significa que los pastores deben ser capaces de distinguir los errores sutiles y alimentar a sus ovejas para que no sean atraí­das hacia vericuetos enrevesados. Pablo protegió a los Efesios rehusando declararles menos que todo el consejo de Dios. Insistió en que los ancianos se hicieran cargo del rebaño en que el Espíritu Santo les había puesto por guardianes y que alimentaran la iglesia del Señor. Esto significaría la mejor protección contra los lobos de

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fuera y los falsos maestros de dentro. Siempre es mejor prevenir que curar.

Hace algunos años, un grupo de ministros que co­nocía muy bien, cayó en la tram pa de creer que la gracia de Dios significaba libertinaje. Uno de ellos, al parecer, había recibido una revelación de Dios referente a Romanos 8:10: «Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, más el espíritu vive a causa de la justicia». Esto significaba según él que si la persona estaba en Cristo, el cuerpo estaba muerto a la vista del Señor y cualquier cosa que hiciera el cuerpo no tenía importancia. Esto abría las esclusas para borracheras, adulterio, homosexualidad, y todo lo que se quiera.

Cuando oí semejantes enseñanzas planté cara a estos individuos. Pero su respuesta fue evasiva. Unas sema­nas más tarde recibí la visita de uno de ellos a quién había conocido durante años. Me pidió si podía condu­cir una serie de reuniones en Betesda.

Le contesté que no, por lo menos hasta que pudiera aclarar los puntos que quedaban borrosos. Al poco tiempo, y con horror, descubrí que lo que me habían dicho era verdad. Me negué a dejarle conducir ningún servicio, rehusé darles la bienvenida y le dejé bien claro que ni él ni sus amigos serían aceptables en la iglesia ni en la casa de ninguno de los miembros.

El redil constriñe a las ovejas

La palabra hebrea «miklah» significa también un cercado o vallado. Se deriva del verbo «kala» que signi­fica encerrar, retener. Esto puede parecer contradictorio a la descripción de redil como un sitio del que se puede entrar y salir para hallar pastos, pero no es así. Bill Gothard ha dicho que la libertad es el poder de hacer lo que debemos, y no la licencia de hacer lo que nos place. ¡Breve y exacto!.

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Dios hizo a las ovejas tales que pudieran ser domes­ticadas por los hombres. Las ovejas salvajes no han desarrollado mucha lana. Tienen pieles pardas con una cobertura de lana sólo durante el invierno. La fina lana de oveja que tanto apreciamos para forros y tejidos hoy, es resultado de cruzamientos controlados y super­visados por el hombre. Como ovejas de los pastos de Dios no somos de valor hasta que hallamos nuestro lugar en la iglesia local y nos sometemos a un pastor.

Hemos preparado a varios hombres en Besteda para ser pastores. En este momento me vienen a la mente dos de ellos.

Los dos habían estado en ambientes religiosos en que había poca disciplina o ninguna. Con el tiempo llegaron a comprender que su potencial se disipaba por carecer de directrices. Vinieron a Betesda y se sometie­ron a su dirección y entrenamiento. Allí presentaron metódicamente la palabra de Dios, dirigieron grupos de oración y realizaron tareas al parecer humildes. Se so­metieron e hicieron las tareas encargadas bien. Bajo esta disciplina, el carisma del Espíritu Santo adquirió mayores proporciones. Las ovejas respondían, les bus­caban, les seguían.

Cuando, en los designios de Dios, estuvieron prepa­rados para ponerse al frente de sus propio rebaños, las ovejas se sintieron seguras con ellos. Demostraron que no eran advenedizos y, cuando llegaron situaciones para las cuales no estaban preparados, se mantuvieron en estrecha hermandad y armonía con nuestra iglesia de Detroit. Mirando hacia atrás, no creo que ninguno de los dos hombres hubiera llegado muy lejos si no se hubieran sometido a la disciplina. Como con las ovejas la lana se hizo abundante al ser domesticados.

Las ovejas en estado salvaje no están en tanta liber­tad como puede suponerse al principio. Sin duda tienen más recursos y tienen más denuedo, se pueden valer más de sí mismas que las domesticadas. Pero, nunca

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consiguen el grado de recursos e inteligencia que tiene el pastor que cuida ovejas. Así que, cuando el frío o el hambre o la sequía se dejan sentir las ovejas salvajes perecen en números mucho mayores que las que están protegidas por el pastor. De la misma manera, los cristianos que se mantienen aislados de la autoridad de una iglesia se colocan en una situación peligrosa. Las ovejas de Dios están limitadas en lo que pueden espigar de la Biblia. Las ovejas necesitan ser enseñadas por un pastor competente.

Cuando se deja a las ovejas que vayan según les gusta, en la dirección de la menor resistencia, no cre­cen. En vez de ello se vuelven esclavas de sus hábitos. Sólo la restricción externa puede arrancar a la oveja de sus tendencias naturales y edificar en ellas el carácter que Dios quiere.

Al estar confinadas en el redil cada oveja encuentra su lugar. Pero, no considero este redil como un peque­ño corral o patio. El profeta Miqueas habló de orden en el remanente espiritual de Israel refiriéndose a los co­piosos rebaños de Bosra (2:12-13). El orden y la disci­plina no requieren por necesidad un grupo pequeño. Debemos recordar que Dios llama insistentemente a toda la nación de Israel su rebaño, y que en el tiempo del éxodo ésto significaba quizá dos millones de perso­nas. Lo que traía el orden, la disciplina y la seguridad, era el cuidadoso caudillaje de su pastor Moisés, y de sus ayudantes. Cualquiera que sea el tamaño del reba­ño, su orden, disciplina y seguridad dependen de la habilidad y fidelidad del pastor. El sólo puede recoger ovejas, que vagabundean y se descarrían fácilmente, y hacer de ellas una comunidad beneficiosa, en que se desviven unos por otros:

Apacienta tu pueblo con tu cayado, el rebaño de tu heredad,

que mora solitario en la montaña

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en el campo fértil; busqué pasto en Basán y Galaad,

como en el tiempo pasado.

Miqueas 7:14

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IX

Alimenta el rebaño de Dios

Vamos ahora del tema del acobijo al tema del ali­mento. Ningún pastor podrá conservar su rebaño si no lo alimenta adecuadamente. Y el tamaño del rebaño depende en gran parte de la cantidad de pasto que tiene a su disposición y el acceso al agua para beber.

No hace mucho un amigo mío que es pastor en Virginia experimentó una maravillosa visitación de Dios. Los servicios en su iglesia estaban llenos siempre; había gente que de toda el área cercana, especialmente los jóvenes, acudían a ellos. Finalmente uno de sus compañeros en el pastorado en aquella vecindad le visi­tó, para hacerle preguntas y manifestar su desagrado. Ellos habían trabajado largo y tendido para proporcio­narles lo mejor en música y toda clase de actividades que acostumbran atraer a los jóvenes, sin muchos resul­tados. ¿Cómo conseguía él atraer a un número tan grande de jóvenes? «¡No lo sé!» contestó mi amigo. «Creo que es porque les doy alimento».

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Cuando pensamos en alimentar, lo hacemos en tér­minos de una botella con biberón o una cucharada en la boca del crío, animándole a que se trague el conteni­do. Pero, esta no es la idea de la Biblia cuando habla de alimentar las ovejas. La palabra hebrea «ra’ah» sig­nifica «proveer pasto y dejar pacer a las ovejas». El pastor sólo tiene que conducirlas a la hierba y las ovejas ya se cuidan de pacer. El pastor debe hacer que el rebaño vaya de un sitio a otro, para no consumir excesi­vamente la hierba de un lugar. Los pastores, del mismo modo, no debemos repetir los mismos pasajes de la Escritura o especializarnos en unas pocas doctrinas. Debemos proclamar el «consejo entero de Dios». Debe­mos presentar una enseñanza equilibrada.

Los Miller, en su «Enciclopedia de la Vida en la Biblia», describe como alimenta al ganado un pastor oriental:

«(El pastor)... conocía los «pastos verdes»,to­dos los que había, alrededor de las casas de labranza en las terrazas más abajo de Belén.Sabía como andar al frente de su rebaño, dirigiéndolo -no siguiéndolo, como hacen los pastores en el Occidente- para descansar «jun­to a aguas apacibles». No se acercaba a las corrientes torrenciales que se unen al Nimrin, al Jordán, al Orontes o al mar. Las tranquilas aguas conocidas por el Salmista estaban en los pozos, los estanques los arroyuelos o en las franjas arenosas protegidas como el Río de los Perros cuando éste entra en el M editerrá­neo en verano. Allí, bajo un puente, nunca dejé de ver rebaños abrevando, vigilados por los pastores que descansaban y que los habían conducido allí desde las tierras altas de Siria.

Las ovejas necesitan nuevos pastos

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Las «Sendas de justicia» eran antiguos sende­ros para ovejas usados desde los comienzos de la población hebrea», (p. 34).

Una buena parte de la alimentación del ganado es procurar una atmósfera sosegada para que coman y digieran. No se echarán, a menos que se sientan segu­ras. Y la presencia del pastor les tranquiliza más que nada. Les muestra la mejor hierba y les protege de los enemigos.

El alimentar el ganado es algo así como criar una familia. Hay que poner una serie de alimentos nutriti­vos delante de la familia y procurar disuadirlos de que coman nada indigesto u ordinario aunque sea atractivo. Algunas de las ovejas de mi rebaño preferirían que pasara más tiempo hablando sobre sanidad o curacio­nes de lo que hago; otros preferirían que tocara temas apocalípticos como la marca de la bestia y su identidad, y la de siete cabezas y diez cuernos. Otros me dicen que quisieran oir hablar sólo de los dones del Espíritu San­to. Otros no se cansan nunca de oír a un cuarteto de música evangélica, y hay otros que sólo al mencionar el cuarteto vuelven grupas y se alejan.

Es inútil explicar que el alimentar a una congrega­ción significa conflictos, lágrimas, frustación, contrarie­dades. Pero, a menos que se les alimente de modo apropiado se pondrán enfermos o enflaquecerán. A la larga las ovejas bien nutridas son ovejas contentas. Y habrá tiempo para todo, a su hora.

Otro factor que determina la clase y la cantidad de alimento que el rebaño debe comer son las diferentes estaciones. Algunas veces los pastos son abundantes y jugosos; en otras, son escasos y ralos. A veces, cuando no hay pasto disponible, el pastor debe darles forraje para mantenerlos en vida. Thomson hace énfasis en que estas ocasiones son la excepción y no la regla:

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«En circunstancias corrientes el pastor no «ali­menta» a su rebaño, sino que los guía hacia donde las ovejas lo van a encontrar ellas mis­mas; pero no siempre es así. Al finalizar el otoño, cuando los pastos están secos, y en invierno, que en algunos puntos los cubre de nieve, el pastor debe proveerles de alimento, o las ovejas van a morir. En los extensos bos­ques de robles en las laderas orientales del Líbano, entre Baalbek y los cedros, hay reuni­dos numerosos rebaños, y los pastores que pasan el día en el arbolado, cortando ramas del monte bajo y matorrales, de cuyas hojas y brotes tiernos las ovejas y cabras se alimentan por entero. Esto mismo ocurre en todos los distritos montañosos y hay extensos bosques que se han preservado para este objetivo» (La Tierra y el Libro, p.204).

Y en la «Enciclopedia Británica» leemo'"Es en general poco económico alimentar a las ovejas o corderos que maman con grano cuando hay gran abundancia de suculento fo­rraje para pastar. Aunque les va mejor pacer en pastos y dehesas que contienen hierba es­cogida o plantas leguminosas forrajeras, bajas y blandas, también consumen cantidades con­siderables de material fibroso, alto y matojos así como hierbas silvestres. El heno y la alfal­fa pueden ser usados, particularmente en ve­rano o en períodos de sequía. El grano es usado en cantidades pequeñas en épocas de cría y, naturalmente, para engordarlas» (vol.20, pág. 364).

Así pues, en condiciones corrientes, el pastor abre ante el rebaño las praderas y valles de la Biblia bajo la guía del Espíritu Santo. El pasto depende también del

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Espíritu Santo para ayudar a cada creyente a alimentar­se de lo que necesita. Hay verdades que «no hay necesi­dad que nadie enseñe» ( I a Juan 2:27). Pero en general no vamos a donde no queremos ir. El pastor debe instigarnos a frecuentar aquellas porciones de la Pala­bra de Dios que nos cambiarán si las obedecemos. Necesitamos visión para mantener un equilibrio delica­do en que ejerzamos nuestra autoridad pastoral de mo­do decidido sin disminuir la relación directa con Dios del creyente individual.

En Betesda, nos reunimos con los maestros de los adultos de la iglesia una vez al mes para repasar las lecciones que hemos escrito para su uso. Discutimos los puntos culminantes de cada lección y explicamos los particulares que no son claros y evidentes. Las lecciones mismas dan a los maestros una gran cantidad de infor­mación que ellos ingieren y digieren durante la semana. Muchos de ellos no tienen ni el tiempo ni la oportuni­dad de procurarse este pasto para ellos mismos. Pero cuando se les guía a los verdes prados, ellos a su vez pueden conducir a sus estudiantes en la clase a los mismos sitios, el domingo.

Dios no quiere que la autoridad pastoral entre en conflicto con el acceso a Dios de cada creyente (cada creyente es un sacerdote según Hebreos), sino que tra­bajemos juntos. En el Nuevo Testamento encontramos que se insiste plenamente en las dos cosas, sin ningún sentido de contradicción. Leamos, por ejemplo, los dos pasajes siguientes, los dos procedentes de la pluma del mismo autor:

«... Pondré mis leyes en la mente de ellos, y las inscribiré sobre su corazón y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mi por pueblo y ninguno enseñará más a su prójimo ni ningu­no a su hermano, diciendo: Conoce al Señor;

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porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos» (Hebreos 8:10-11).

«... (que os hagáis) imitadores de aquellos que por la fe y la paciendia heredan las pro­mesas». (Hebreos 6:12).

No se contradicen, pero crean tensión. La tensión no nos gusta, y en general nos sentimos más cómodos sin ella. La historia de la iglesia es como un péndulo en que se oscila entre el autoritarianismo a libertarianis- mo. Queremos estar sentados cómodamente mientras otro toma toda la responsabilidad sobre sus espaldas, o queremos lanzarnos a hacernos lo que nos parece me­jor, sin restricciones. Pero, Dios frustra nuestros deseos de estar a uno u otro lado del péndulo. Ordena una tensión entre la autoridad y la libertad y es en esta tensión que experimentamos más plenamente Su vida.

Nuestros guías deben llevarnos a buenos pastos y protegernos de los enemigos. Pero nosotros debemos comer según el Espíritu nos hace vivas las Escrituras personalmente a cada uno. Necesitamos oír la voz de Dios que nos llega por sus pastores, y por medio de la lectura de la Biblia. Si nos hacemos sordos a estas dos fuentes de información, lo más probable es que nos descarriemos.

«Hay un sólo cuerpo, y un sólo Espíritu, como también fuisteis llamados en una misma espe­ranza de vuestra vocación; un Señor, una fe un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual está sobre todos, por todos, y en todos». (Efesios 4:4-6).

Cada uno de nosotros encuentra a Dios individual­mente, pero somos atraídos unos a otros por varios medios, porque Dios los escoge para nuestro bien. En

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los versículos siguientes Pablo habla de los apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros que ayudan a los santos en la obra del ministerio para edificar el cuerpo de Cristo. Sin estos hombres y mujeres ordena­dos por Dios para ejecutar sus tareas en la iglesia, las personas no llegarán a ser lo que estaban destinadas a ser.

La Biblia presenta la verdad en forma paradójica con frecuencia. El Santo Espíritu, periódicamente, nos llama la atención sobre algún aspecto de la verdad, cuando en estos días nos estimula en lo que se refiere al caudillaje y cuidado del pueblo de Dios. Pero, la otra parte de la paradoja -el sacerdocio de cada creyente- está ahí para alcanzar un equilibrio. Al avanzar con el pie derecho adelante, debemos apoyar el peso del cuer­po en el izquierdo.

Durante algún tiempo un grupo de unas cuarenta personas se había venido reuniendo en una pequeña población de la Florida. Un pastor los visitaba desde más de un centenar de millas de distancia cada viernes por la noche. Cada semana estas personas se reunían con él y le presentaban sus preguntas y sus problemas. Le rogaron que empezara estudios regulares de catecis­mo o doctrina.

«No» les contestó lamentándolo. «No creo que tenga derecho a ello. Es mejor que esperen hasta que venga su pastor. Creo que Dios les está preparando uno, y deberían orar por él». Este hombre comprendía algo básico. Quien fuera que llevara a estas personas en contacto vital con el Señor por medio de la enseñanza de la doctrina, debía también reunirías a su alrededor como ovejas. Este hombre no quería establecer una relación con ellos que luego no podría mantener. Ni tampoco quería hacer las cosas difíciles para el pastor que luego reuniría las ovejas alrededor de sí.

Pasaron los meses, en que en la Florida y en Detroit oraban, pidiendo que alguien oyera la llamada de Dios

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para alimentar a estas almas hambrientas. A su debido tiempo, un matrimonio respondió y fue allí para reco­nocer la situación. Insistí que fueran prudentes porque no querría simplemente enviarles a una posición que resultara temporal, habiendo ya hecho ellos la m udan­za.

Antes de que fueran, el hombre que había estado enseñando a este grupito había orado: «Señor, cuando llegue la persona a quien envías, como prueba para mí, permite que todos éstos que me han rodeado cada vier­nes se junten con él, hasta el menor de ellos». Mientras escuchaba el sermón de la persona enviada el pastor que antes los visitaba oyó que Dios insinuaba a su oído: «Este es el pastor». Sin embargo, esperó a ver la res­puesta del grupo.

Después del grupo todos se reunieron para tomar unos refrescos. Los jóvenes habían hecho al horno unas galletas para la ocación. Como de costumbre, empeza­ron a aparecer preguntas y problemas para resolver de entre el grupo. Pero, entonces ocurrió algo nuevo. La conversación fue centrándose alrededor del visitante y de su esposa. Pronto su mesa estaba llena. Había dos o tres hileras de personas de pie para escuchar lo que tenía que decirles. Antes de poco el antiguo pastor visitante quedó solo con su esposa. Cada una de las ovejas, hasta la más pequeña, se había reunido con su nuevo pastor. Dios había contestado la oración.

Esto era la garantía de que había llegado la persona apropiada para tomar la plena responsabilidad de la obra. Luego le dijo al nuevo pastor: «Les he dicho a esta gente que una vez llegue el nuevo pastor no deben acudir a mí o llamarme de nuevo. Las ovejas deben ir a Vd. para todas sus necesidades. Nos podemos juntar en oración, o para charlar o simplemente lo que desee. Pero las ovejas ya cuentan ahora con Vd. Para que les proprcione el alimento».

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Somos una comunidad

X

Las ovejas tienen relaciones unas con otras, así co­mo las tienen con el pastor. Tienen algo en común. Disfrutan del mismo cuidado. Comen la misma comida. Se sienten cómodos unos con otros. Esto es lo que constituye una comunidad. Dios ha hecho a sus criatu­ras con la necesidad de juntarse.

La necesidad de reunirse es uno de los motivos básicos en la vida animal y el comportamiento humano. Consideremos que es normal el unirse a una comunidad y anormal el rehuirla.

Las criaturas de la Naturaleza muestran con frecuencia impulsos afirmativos propios y competitivos. Pero en todo el vasto panorama de la vida, estos instintos están equilibrados por otro impulso. La Naturaleza implanta en sus hijos un mensaje básico: «Procura por tí mismo». Pero hay otra segunda orden, anti­gua y universal «Júntate con otros». Es tan

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vital como el respirar. Cada criatura necesita compañía y biológicamente es tan importante como la comida y la bebida. Experimentando con renacuajos los zoólogos han encontrado que incluso estas humildes criaturas están tan profundamente influidas por las necesidades sociales, que aunque un renacuajo aislado puede regenerar una parte herida de su cuer­po muy lentamente, si se le proporciona com­pañía con otros renacuajos, sus poderes cura­tivos se aceleran de modo milagroso. (Rea- der’s Digest (editores) Nuestro asombroso mundo Natural: Sus maravillas, p.20).

No estamos diseñados para funcionar mejor estando solos. Los pájaros se juntan en bandadas. Las ovejas en rebaños. Lo mismo el ganado vacuno. Todos los ani­males. Ninguno quiere estar aislado. Esto debería hacer ver como algo natural el que las ovejas se junten en nuestras iglesias. Si no hacemos énfasis en este instinto de unirse, o gregario si se quiere, estamos luchando contra la tendencia natural. No es natural el repeler a la gente. Algunos parece que siempre quieren ir contra la corriente. Y como es natural recogen los resultados.

El Espíritu Santo añade una nueva dimensión a nuestro instinto natural de reunimos en grupos. Los que han sido hechos ovejas en los pastos de Dios por medio de la redención sienten una afinidad especial unos con otros. El Santo Espíritu atrae a las personas a juntarse, derramando su amor en nuestros corazones.

El mundo va de veras de mal en peor. En ciudades como Detroit el sentido de comunidad se ha fragmenta­do en mil pedazos. Cuando éramos pequeños había comunidades de vecindario. Eramos «los crios de los Beall». Eramos una familia que vivía en la mitad de la manzana. Todo el mundo en el vecindario conocía al Sr. y a la Sra. Beall y a sus hijos.

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Si cometíamos alguna tropelía la gente sabía lo que tenía que hacer. Bastaban unas palabras a nuestros padres para que éstos se cuidaran de enseñarnos a usar el tiempo de modo más útil. La comunidad era impor­tante para los que crecíamos. Teníamos equipos de baseball. Sabíamos que estábamos unidos, y esto nos daba un sentimiento de identidad. Sabíamos que tenía­mos raíces y que contábamos para los que nos rodea­ban.

Pero, es nuestra complicada sociedad urbana, la gente se siente anónima, no hay sentido de pertenecer a nada. Nuestra iglesia en Detroit no es una iglesia de vecindario. Viene gente de toda el área metropolitana, hasta de sesenta y ochenta millas de distancia.

Pero, incluso si no servimos a una comunidad o parroquia, el Espíritu Santo obra entre nosotros para edificar una comunidad, no basada en la geografía, sino en El. ¿Cómo hemos desarrollado el sentimiento de pertenecemos el uno al otro?. Enseñando a las ovejas a apreciarse. Por medio de la palabra y del ejemplo les mostramos cómo cuidar y preocuparse de los demás.

La iglesia primitiva empezó en unidades locales ba­sadas en el concepto de comunidad. Pero, después de un tiempo, la iglesia pasó a ser ella misma una comuni­dad -una comunidad espiritual. No era la ciudad ahora lo que importaba, sino los lazos mutuos en Jesucristo. Como dijo Juan: «Lo que hemos visto y oído eso os anunciamos también; para que también vosotros tengáis comunicación con nosotros; y nuestra comunión verda­deramente es con el Padre, ( I a .Juan 1:3).

Hasta que se establece nuestra relación con Dios por medio de la redención, la base de nuestras relaciones humanas es frágil e inadecuada. «Koinonia» no significa sólo compartir, sino un participar juntos en algo mayor que nosotros mismos.

Por el hecho de que la comunidad está basada en Dios últimamente, y no en interés humano, sus valores

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■.mi muy diferentes de los del orden social del cual la iglesia saca sus miembros. El orden social está edificado sobre la idolatría que proclama la supremacía del hom­bre y sus deseo. Pero el nuevo orden está edificado sobre el reino de Dios, cuyos caminos no son los nues­tros. Jesús dijo que el reino de Dios era como un poco de levadura, que leuda toda la masa. Entre otras cosas, esto significa que donde hay la iglesia -en cualquier sitio donde se obedezca y adore a Cristo- el orden social del ambiente tiene que ser afectado por necesidad. El cambio raramente es dramático o súbito. Es como la levadura que trabaja en silencio, lenta pero inexorable­mente.

El orden social en la antigua civilización grecorro­mana estaba dividido entre los esclavos y los hombres libres. Las mujeres, aunque eran libres, tenían un esta­do social sólo ligeramente superior al de los esclavos. Pero el reino de Dios borró estas ignominiosas distin­ciones (Gálatas 3:28). Cristo dá una identidad positiva a sus siervos los cuales, por tanto, ya no tienen que encontrarla en ser judíos, mujeres o esclavos. Lo que tienen en común en el Señor ha venido a ser más importante que las diferencias naturales o las distincio­nes sociales.

Como la iglesia está más adelante que el orden social, hay siempre una cierta tensión entre los dos. Si ajustamos nuestra conducta a lo que la Biblia exige, no nos será posible conformar nuestra vida a la del mundo exterior al mismo tiempo. Sólo podemos ajustarnos a un molde a la vez. Cuanto más importante es la comu­nidad del Espíritu menos tomaremos como modelo los standards de fuera. Nos vestiremos y nos comportare­mos según el grupo que es más importante para noso­tros. Las presiones de la comunidad nos ayudan a cor­tar nuestras relaciones con el sistema del mundo y a seguir a Cristo. En la comunidad nos encontramos ca­

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paces de poner en práctica modos de vida que nos parecerían difíciles si lo intentáramos solos.

Nos levantamos de las aguas del bautismo para an­dar en novedad de vida, pero no de modo automático. Los nuevos hábitos deben ser aprendidos. A menos que abracemos los valores de la nueva comunidad y deci­damos que nuestra identidad está decididamente entre los redimidos y no en la opinión del mundo, incluso nuestro cambio de conducta externa tendrá lugar de modo lento.

Necesidades básicas humanas

Entramos en un nuevo reino por medio del segundo nacimiento (Juan 3:3-5). Lo mismo que en el nacimien­to natural, nacemos para el reino de Dios con muchas necesidades básicas, que deben ser provistas para noso­tros por otros. Estas necesidades no son sólo espiritua­les, sino emocionales, intelectuales y físicas también. Nos movemos de un orden social a otro, y todos nues­tros valores e ideas cambian. La iglesia nos satisface espiritualmente y es la respuesta para nuestras necesi­dades psicológicas también. De otro modo no podría­mos ser destetados del orden social del mundo. La nueva comunidad debe poder proveer para toda clase de necesidades,que satisfacíamos antes en el orden so­cial externo.

La necesidad de pertenencia

Tenemos que ver nuestro nombre en alguna parte. Si no lo conseguimos de otro modo lo logramos al firmar un volante con la carta de crédito en la gasoline­ra. Es posible que ni aún usemos las tarjetas de crédito cuando las tengamos, pero sabemos que pertenecemos a algo.

La gente debe saber si pertenecen o no a nuestras iglesias. El unirse a ellas debe ser por medio de un

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acontecimiento destacado, que haga una fuerte y dura­dera impresión. Es demasiado sencillo, si, como por casualidad, un domingo el que quiere hacerse miembro, se presenta ante la plataforma y le damos la mano. Si la iglesia va a satisfacer la necesidad de pertenencia, el entrar a formar parte de la comunidad es algo impor­tante.

Ya he indicado el procedimiento por medio del cual una persona pasa a ser miembro del Templo Misionero Betesda. En general se tarda un año desde el momento en que la persona inicialmente decide que quiere ser miembro hasta que se le dá la bienvenida formal por parte de los pastores y ancianos. No hay que decir que esta ocasión es también algo destacada. Creemos que no es simplemente ostentación, sino que es un suceso de importancia en nuestra congregación. Y deja sin duda un recuerdo en la mente de los que pasan por ella: tienen un sentido de pertenencia a partir de aquel mo­mento.

La necesidad de significación

La comunidad a la que pertenecemos debe hacernos especiales en alguna manera. Esto es posible sólo si la comunidad misma es reconocida en una amplia escala. La religión denominacional tiene un punto fuerte en esto. Cuando se está en una reunión social y se toca el tema de la religión, los que pertenecen a las denomina­ciones principales tienen ventaja. Alguien pregunta: ¿Cuál es su religión?.

El individuo yergue cabeza y hombros y dice: «Soy luterano».

El otro contesta con orgullo que es católico.Otro dice que es prebiteriano.Estas etiquetas acarrean peso, prestigio. Pero,

cuando nos lo preguntan a nosotros, los que somos independientes, tenemos que empezar a explicarnos y la tarea que tenemos entre manos no es fácil.

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Es un gran golpe psicológico el reconocer que no pertenecemos a nada que tenga significación en el or­den social. Aquellos que pastoreamos iglesias indepen­dientes debemos trabajar bien este punto, especialmente entre los jóvenes. Este asunto de la significación e iden­tidad es realmente devastador en los adolescentes.

Cuando iba a la escuela secundaria teníamos buena reputación como iglesia, pero el problema que yo tenía era que mi madre era el pastor y yo no quería que nadie lo supiera, porque no podía explicárselo.

Algún chico se me acercaba y me decía: «¡Oye, Beall, me han dicho que tu madre es el predicador! ¿Qué clase de iglesia es ésta?».

Yo no contestaba: «Yo no te pregunto nada de tu religión. Déjame en paz con la mía».

Ningún adolescente quiere que le miren como algo raro o especial, y en puntos así, la presión del orden social para adaptarse a los standards aceptados puede ser abrumadora. ¿Qué significaba el que yo pertenecie­ra a una iglesia independiente de la que mi madre era el ministro? ¿Significaba que yo era algo raro, fuera del orden común? Sí, por lo menos en cierto sentido. El viejo orden no había reconocido todavía ni se había ajustado a este nuevo signo del reino de Dios. Hoy los independientes son reconocidos de modo más amplio y aún la iglesia Episcopal ha decidido admitir al pastora- do a las mujeres por medio de la ordenación. Pero, la vida en la comunidad creada por Dios de un modo inevitable pondrá a prueba nuestra necesidad de signifi­cación. Podremos pasarla si ganamos fuerza para repu­diar la idea de que somos algo extraño de modo inhe­rente, de por sí, y si con la ayuda del Espíritu Santo nos sentimos satisfechos de ser cristianos que permane­cemos independientes de las denominaciones tradicio­nales.

Lo mismo se refiere a los dones espirituales. El pensar que lo único que los miembros pueden contri­

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buir a la iglesia se reduce al área de los nueve dones espirituales es una seria equivocación. Los dones del Espíritu no deben ser minimizados, pero no debe per­mitirse que eclipsen todo lo demás. En realidad hay personas que ni saben que tengan dones espirituales o no saben como ejercerlos. Si ponemos demasiado énfa­sis en ellos estas personas no considerarán que puedan contribuir nada a la comunidad.

En Betesda pasamos una vez un período muy bo­rrascoso porque no sabíamos como ayudar a la gente a encontrar la mejor manera de contribuir. Dios nos mos­traba que por la imposición de manos sobre las perso­nas y profetizando sobre ellas, podían ser establecidas en lugares útiles en el cuerpo de Cristo. Pero, en nues­tro entusiasmo, perdimos de modo temporal al equili­brio. Algunos en la iglesia acabaron casi por no hacer nada, porque no habían recibido la imposición de ma­nos y la revelación directa de Dios acerca de su voca­ción. Consideraban, sin decirlo, sin embargo, que su contribución no era realmente importante hasta que pudieran ser confirmados por el presbítero. De modo que cesaron lo que hacían para esperar que les dieran instrucciones los demás. Y los que habían recibido la imposición de manos generalmente no contribuían sino dentro de los puntos específicos de la profecía que habían recibido. Teníamos la iglesia llena de gente que estaba turbada acerca de su área de contribución.

En otro época, el aspecto más importante del traba­jo en nuestra iglesia parecía que era la enseñanza. Si se era un maestro se era algo importante; si no, el trabajo de uno pasaba a ser secundario. El cantar en el coro, por ejemplo, no acarreaba tanto prestigio, ni mucho menos, como la enseñanza. En consecuencia, había un problema para conseguir gente que quisieran pasar las colectas, cantar en el coro o servir en los comités de carácter administrativo.

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La solución, decidimos, se hallaba no en rebajar la enseñanza sino en dar más importancia a los otros servicios. Mi hermano Harry descubrió maneras de ha­cer del coro un lugar destacado de contribución. T raba­jo con los miembros del coro preparándolos para un programa musical después del otro. La iglesia se llena­ba a rebosar para estas festividades. Mucha gente que nunca había cruzado nuestros umbrales asistía en estas ocasiones. Desplegaba luces, vestido y fondos complica­dos. Cada cantata era gran acontecimiento. Al poco, la gente hacía lista para entrar en el coro.

Hemos de desarrollar diferentes vías para contribuir a nuestra comunidad. Cada una de estas vías debe ser lenida en gran estima. Si ahora alguien viene a Detroit encontrará no sólo los maestros de catecismo, sino tam ­bién muchos que trabajan a sus órdenes como conseje­ros a un nivel personal. Estos consejeros son una parte esencial del departamento de catecismo. No sólo eva­lúan el trabajo en casa y toman nota de la asistencia, sino que ayudan a los estudiantes en sus problemas personales. Hay una lista de personas que esperan en­trar para ser consejeros de catecismo. ¿Por qué? Porque hemos hecho énfasis en que esta es una área de contri­bución vital.

Otras personas hacen su contribución recogiendo materiales para estas clases. Otros ponen las mesas, preparan reuniones sociales con los niños, hacen arre­glos para los servicios de confirmación, cuidan de los edificios o hacen trabajo de tipo burocrático. Pero, es­tán contentos de poder hacer algo que saben que es necesario. Apreciamos los servicios de todos.

La necesidad de aprobación

Otra necesidad básica humana es la de sentirse a- probado. No basta con saber que la contribución de uno es importante; hay que saber que se hace a satis­

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facción de aquellos que están en autoridad. Se necesi­tan elogios, de vez en cuando.

Por desgracia, no siempre es fácil para los que tie­nen puestos de responsabilidad el satisfacer esta necesi­dad. Pueden sentirse amenazados ellos mismos por la competencia de los que trabajan bajo sus órdenes, y es posible que procuren tenerlos a raya, para asegurar la propia posición.

En las iglesias independientes, el pastor se encuen­tra completamente a solas, dando la cara al viento, sin que haya la denominación detrás prestando apoyo. Es la persona que va a hundirse si la iglesia se hunde. Esta situación crea un sentimiento de inseguridad.

Sin saberlo, el pastor transfiere este sentimiento de inseguridad a los miembros. Los miembros del rebaño a su vez compiten unos con otros. En vez de aceptar la competición y el talento de los otros, como estímulo, reaccionan de modo defensivo. La gente olvida que se hallan en el mismo equipo, y que si alguien marca tantos, la victoria es la de la iglesia en común. Son incapaces de alegrarse cuando otro es honrado.

Cuando el rebaño empieza a sentirse inseguro y ansioso, deja de alimentarse. El pastor puede ir soltan­do desde el púlpito los mejores sermones del mundo, pero las ovejas no digieren nada. Se vuelven nerviosas, inquietas, irritables. Cuando nuestras necesidades bási­cas no son cubiertas, no podemos pacer adecuadamen­te. Antes de poco las ovejas empiezan a decaer, se enseñan los dientes, y aún intentan morderse. La gente no sabe lo que les pasa, pero pierden interés por el pasto y abandonan el rebaño.

Los líderes debemos dar aprobación a los que traba­jan con nosotros. Si una persona hace algo excelente, debemos decírselo. Pero, si somos incapaces de dar aprobación a causa de nuestra propia inseguridad, sus necesidades no serán cubiertas y esto será causa de otro problemas. Debemos aprender a dominar nuestra pro­

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pia inseguridad y acostumbrarnos a dar nuestra aproba­ción cuando se merece.

Estas necesidades básicas no son teóricas. Existen en la personalidad humana. Estas necesidades sociales son tan reales como el instinto de conservación o el impulso sexual. Si la comunidad de la iglesia falla y no las cubre, las ovejas procurarán hallar satisfacción en otra parte. Es parte de la alimentación del rebaño de Dios el asegurarnos que nuestra comunidad local haga frente a todas estas necesidades básicas. Sólo así pode­mos conducir un rebaño contento y tranquilo.

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Peleando por el agua

XI

Palestina es una tierra semiárida, situada al borde sudoeste del Mediterráneo, encajonada entre el mar y el desierto. Como en California del Sur, el aire húmedo del mar es bloqueado por las montañas, por lo que casi toda la lluvia cae en las vertientes occidentales; en el lado oriental es casi un verdadero desierto. Durante seis meses hay lluvia; Los otros seis meses son secos. Las primeras lluvias empiezan a caer por el otoño y los campesinos y pastores las aguardan ansiosos. Cae abundante lluvia durante los tres meses que van de diciembre a principios de marzo. Puede que haya tam ­bién nieve hacia la Navidad. Luego, en marzo, las llu­vias. van disminuyendo y los últimos chubascos caen durante abril. Estas lluvias son de importancia crucial para la cosecha. Como ocurren al final de la temporada se las llama «lluvias tardías». Esta lluvia permite crecer el grano, haciendo posible la cosecha.

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Las lluvias tardías son esenciales para el pastor. Llenas las cisternas para el verano. Contribuyen tam ­bién a mantener la hierba verde durante más tiempo.

Según la Enciclopedia Británica:«Las ovejas necesitan aproximadamente unos seis litros de agua cada día; aunque el rocío que hay sobre la hierba o bien la nieve, si la hay, pueden suplir gran parte de estos reque­rimientos. No deben andar más de tres a cua­tro millas (unos seis kilómetros) entre los pas­tos y el agua, en tiempo fresco, o dos millas, en tiempo caluroso; los animales con crías tienen que tenerla aún más cerca. Así que el número de cabezas de ganado que pueden mantenerse en un área semiárida está limita­do al número y situación de los abrevaderos». (vol.20. p.364).

Durante la estación seca, el pastor debe buscar po­zos alimentados por corrientes subterráneas. Estos se llaman pozos de agua viva, o agua que emerge por sí misma. Como la fuente es subterránea, la corriente depende en menor grado de las condiciones reinantes en la superficie, por lo menos en el curso de una sola temporada. Las cisternas, por otro lado, son meros depósitos de agua de lluvia. Tienen agua si ha llovido, nada más y rápidamente es agotada o bien se echa a perder.

¿Qué tiene todo esto que ver con la iglesia local y con las ovejas de Dios? Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento se usa el agua como figura del Espí­ritu Santo (Juan 4, Isaías 55), y los pozos hablan de nuestra capacidad para Dios (Juan 4).

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Las ovejas deben abrevar cada mediodía. Los pasto­res se reúnen en el pozo o abrevadero. En tanto que hay agua éste es un rato agradable para los pastores. Descansan, se refrescan y entretanto las ovejas se mez­clan bebiendo. Oigamos a James Hastings describiendo la hora de abrevar:

Es uno de los espectáculos más interesantes el ver a un cierto número de rebaños de ovejas sedientas acercándose, guiadas por los pasto­res, al abrevadero o manantial. Cada rebaño, obedeciendo a la orden de su propio pastor se echa, esperando su turno. El pastor de un rebaño llama a sus ovejas en grupos, y saca agua para ellas, vertiéndola en los depósitos o abrevaderos. Cuando este grupo ha bebido, les ordena que se marchen con silbidos o gri­tos que las ovejas entienden perfectamente, y llama a otro grupo. Cuando todo el rebaño ha abrevado el pastor les da una señal y todas las ovejas se levantan y empiezan a alejarse lentamente, mientras otro rebaño acude a los abrevaderos de la misma manera, y así va siguiendo hasta que todos los rebaños han bebido. Las ovejas no se equivocan nunca con respecto a las señales que las llaman a ellas.(Un Diccionario de la Biblia, vol IV, p.487).

Los pastores se conocen bien y fraternizan durante este rato. También, podríamos decir, tienen contacto «social» las ovejas. De la misma manera los pastores y sus rebaños tienen necesidad de momentos de refrige­rio en la presencia de Dios, cuando Dios en su sobera­nía hace descender su gracia sobre el servicio. La ala-

El agua es el punto de reunión

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banza es fácil y eleva. La gente acuden en masa al altar. Las necesidades son cubiertas.

Hemos encontrado en el curso de los años que Dios bendice las convenciones especiales que celebramos por Pascua y en el mes de noviembre. ¿Por qué? Creo que es por estas razones:

1. Una convención nos hace accesibles a los extra­ños, incluso el abrir las puertas de nuestras casas y el pasar horas en la labor de la cocina prepa­rando las comidas, y el deleite de comer juntos.

2. Invitamos a predicadores y pastores de fuera -re­galos para el cuerpo de Cristo- que ayudan al pastor local y a las ovejas.

3. Cada uno se siente animado a romper la rutina de esperar en Dios para reunirse con viejos y nuevos amigos y asistir a servicios estimulantes

Hay una atmósfera de entusiasmo, expectativa y franqueza. La gente esperan algo de Dios y no se sien­ten decepcionados. El les dá una nueva visión. Los sueños y objetivos que Dios nos ha dado en el pasado son con frecuencia restaurados y nuevamente enfocados. Y, de un modo especial, las verdades que Dios ha venido diciéndonos durante semanas y meses son con­firmadas por medio de dos o tres predicadores de fuera, que sólo podrían decir lo que Dios les ha indicado que digan. Se añaden nuevos coros a nuestro repertorio y descubrimos nuevas vías para agradecer y loar a Dios sus bendiciones.

Las convenciones que han hecho una impresión du­radera en nosotros tienen algo en común: una presencia real del Espíritu Santo derramándose copiosamente. Los predicadores no habían hablado sobre temas indi­cados previamente y con todo los mensajes encajaban perfectamente. Jesucristo, Cabeza de la Iglesia, propor­cionaba el agua necesaria para que todos pudiéramos satisfacernos.

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Las disputas sobre el derecho al agua eran la causa más común de guerra o contiendas entre familias o tribus dedicadas al pastoreo en el Oriente Medio. Quien cavaba un pozo y le ponía un nombre era su dueño.Pe­ro los otros tenían envidia. La gente hacen cosas insos­pechables cuando va en juego su supervivencia.

Los enemigos a veces cegaban un pozo. Isaac tuvo que volver a cavar varios pozos en su día, porque los filisteos, envidiosos de su riqueza, los habían llenado de tierra (Génesis 26:15); tuvo que sufrir contiendas y odio antes de hallar sitio para él en aquella tierra. Esto ocurre también en el ministerio.

En los años cuarenta y principios de los cincuenta, el Señor envió su gracia en abundancia en muchas secciones de los Estados Unidos y el Canadá. Algunos lo llamaron «lluvias tardías», otros «movimiento divino» y otros «avivamiento de curaciones». En efecto, la elec­ción del nombre dado reflejaba la asociación previa a una denominación.

Era cosa digna de gozo descubrir nuevos pozos de bendición que el Señor abría en toda la tierra durante este período de visitación. Nos podíamos juntar, hom­bro con hombro, con ministros y obreros de toda clase y color, y beber en el agua que fluía en abundancia. ¡Qué hermandad! ¡Qué cantos! ¡Qué amor!. Pero, al final, ¡qué contiendas!

Algunos pastores celosos y pusilánimes empezaron a insistir que sus rebaños debían abrevar en un sitio particular sólo, y a su manera.

Cosas insignificantes empezaron a dividirnos. Algu­nos querían suprimir los viejos himnarios: decían que Dios nos había dado una nueva revelación; debíamos tener vasijas nuevas para el nuevo vino. Otros replica­ban que no había inconveniente en tener nuevos him­nos, pero que cada uno «saca de su tesoro cosas nuevas

Luchas sobre el derecho al agua

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y cosas viejas» (M at. 13:52). No querían cortar su con­tinuidad con el pasado.

Esta contienda llegó a enmarañarse tanto alrededor de algunos pozos por cosas insignificantes como las mencionadas que al final todo el mundo acabó echando tierra en los pozos y los cegaron; tierra de resentimien­to, lucha y amargura.

O tra forma en que se expresó esta envidia y pugna­cidad fue dando a nuestros pozos -congregaciones- nombres y características particulares. Así algunas igle­sias se especializaron en la alabanza, otras en la sani­dad, otras en la liberación (exorcismo). La profecía era prominente de un modo especial entre estos motivos. Triste es decirlo, pero tanto peso se puso sobre la profecía que acabó aplastada. La gente se acostumbró a pronosticar desastres, a usarla para usurpar autoridad, y dar salida a su ira y rebellón. Se perdió toda capaci­dad para edificar y consolar.

Cualquiera que fuera el motivo seleccionado por la congregación, fue usado para elevar el grupo aquel por encima de los demás. Una iglesia que se especializaba en el exorcismo apenas daba oportunidad al hermano que creía que la alabanza era el motivo esencial en el reino de Dios. O un evangelista dedicado a curaciones era recibido fríamente en las iglesias que hacían énfasis en la profecía.

Con ello los pozos empezaron a secarse y nuestro gozo se convirtió en tristeza. Empezamos a tener sed, y esto era precisamente lo que el Espíritu Santo sabía que necesitábamos. La gente sedienta, la gente necesitada, es menos probable que tengan confianza en su propia suficiencia o insistan en sus celos. Aprendimos a consi­derar nuestros verdaderos sentimientos acerca de los éxitos de otros pastores y otras iglesias, y sobre los nuevos pastores y congregaciones que empezaban en nuestra vecindad. Entonces pudimos pronto confesar nuestra envidia y ser limpiados de ella, de modo que

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pudimos empezar a cavar pozos y orar para que hubie­ra lluvia en toda la región. De esta manera hemos aprendido a tener abundancia y al mismo tiempo gozar de una comunión abierta con todos los hermanos.

Y esto es esencial, porque, generalmente, tenemos que trabajar juntos a fin de obtener agua para nuestros rebaños. La descripción que hace Thomson de un pozo nos ayudará a entender el por qué.

He visto con frecuencia pozos cerrados con grandes piedras.... en regiones desérticas. Es­tas cisternas se cubren generalmente con una gran losa de piedra, que tiene en el centro un agujero de tamaño suficiente para dejar pasar un cubo de piel o una vasija de arcilla. Se coloca en este agujero otra gran piedra, que a veces requiere la fuerza de dos o tres pastores para ser quitada. Lo mismo se hace en los pfozos de agua viva. Pero cuando los pozos son grandes y la cantidad de agua es abun­dante no son necesarias estas precauciones...He visto pozos cuya boca había sido cerrada casi herméticamente incluso con mortero. Es­tos pozos eran reservas para épocas de gran necesidad, cuando todas las otras fuentes se habían secado. (El país y el libro, p.589).

Leemos de iglesias que se nos dice han tenido que cerrar sus puertas. La gente ha dejado de asistir a las mismas. El problema, en todos los casos, es la falta de agua. El pastor no supo abrir las puertas a la obra del Espíritu Santo. Pero, las que han hallado la manera de dejarle paso gozan de un crecimiento excepcional. Las ovejas son atraídas desde los alrededores a estos abreva­deros y a estos rediles. En este día de visitación caris- mática, hay muchos pozos cuyas piedras son sacadas y se cavan muchos pozos nuevos. Hay agua abundante

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para todos si somos capaces de descartar el temor, la envidia y aprender a recibir a los hermanos con los brazos abiertos.

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¡Sácatelo de encima!

XII

Cuando nuestras necesidades básicas han sido cu­biertas y nuestros órganos funcionan normalmente, de­cimos que «gozamos de buena salud». Esto mismo se puede decir de las ovejas. En los manuales agropecua­rios encontramos señales específicas que se usan como guías cuando los pastores de un modo periódico com­prueban si las ovejas tienen heridas o sufren enferme­dad.

(1) La oveja sana se ve alerta, mira con ojos claros y mantiene las orejas erguidas.

(2) La oveja sana tiene apetito.(3) La oveja sana anda de modo coordinado, man­

tiene alta la’ cabeza y el cuello.(4) La oveja sana mastica y rumia de un modo

regular.(5) La oveja sana tiene el vellón firme y entero.(6) La oveja sana se mantiene junto al resto del

rebaño, excepto cuando se aleja algo al pacer.

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(7) La oveja sana tiene los pies intactos.(8) La oveja sana tiene los dientes enteros.Los pastores observan todos estos puntos cogiendo a

las ovejas y buscando señales de posible infección, cos­tras o abatimiento. Cuando hay algo que va mal, apli­can la medicación adecuada para eliminar la enferme­dad. En algunas ocasiones es necesario hacer pasar a las ovejas por dentro de un canal para limpiarlas. Cada noche al regresar al redil el pastor aplica ungüento en las rozaduras y rasguños, o friega, según necesario, a las cansadas, con aceite o trata a otras según es necesa­rio. Junto con la medicación el pastor da a cada oveja abundante cuidado y aún cariño.

Un buen conocedor de este ganado, en el Líbano, nos revela este secreto del oficio:

La palabra «shemen» se traduce por aceite, pero en realidad significa mantequilla orien­tal. muy conocida en todo el Oriente Medio, y que todos los pastores usan como remedio para sus ovejas enfermas. Una vez dentro del redil el pastor cuida a las ovejas enfermas.Saca «shemen» del recipiente y les friega la cabeza con la medicina. Si no tiene «shemen» lo hace con aceite de oliva; a veces usa un­güento de cedro y lo aplica a las heridas y rasguños; luego les da de beber. (La Canción del Pastor en las Colinas del Líbano, p. 36,112)

Cuando las ovejas están sanas todas sus necesidades básicas quedan satisfechas. Tienen la comida que nece­sitan, agua y ejercicio. Están, para resumirlo en una palabra «contentas». No están agitadas ni enfermas, sino tranquilas. Demuestran su contento por su actitud juguetona. Incluso saltan y danzan.

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«Los montes saltaron como carneros, y los collados como corderitos». (Salmo 114:4)

Manifestaciones de Descontento

De la misma manera que podemos decir si una oveja está contenta y sana por su comportamiento, tam ­bién podemos discernir cuando las cosas no son norma­les. El descontento se puede notar. Se le ve en los ojos, en el andar, en el gesto. Cuando una oveja no responde bien y parece abatida, necesita los cuidados del pastor. Tiene que ser restaurada. Puede que se eche y no sea capaz de levantarse otra vez. El pastor la acaricia, le hace masaje y gradualmente la pone de pie.

Esta tarea de restaurar una oveja caída es lo que quería decir David cuando alababa al Señor por «res- laurar mi alma». Restaurar el alma significa volverla a poner de pie.

El volver a poner de pie a una persona no significa que no podía andar físicamente, sino que se hallaba abatida emocionalmente y necesita a alguien que la levantara. Llamamos a esto buscar amparo en el sentir lástima por uno mismo, la depresión, la melancolía. Significa estar abatida interiormente, espiritualmente. Leamos en el Salmo 42:

«Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche, mientras me dicen todos los días: ¿Dónde está tu Dios? Me acuerdo de estas cosas, y derramo mi alma dentro de mi. De como yo iba con la multitud, y la conducía hasta la casa de Dios, entre voces de alegría y de alabanza del pueblo en fiesta. ¿Por qué te abates oh alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de ala­barle. Salvación mía y Dios mío. Dios mío,

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mi alma está abatida en mí. Me acordaré por tanto, de tí desde la tierra del Jordán... (3-6).

Los hijos de Dios se abaten, como lo hacen las ovejas naturales, y cuando esto ocurre deben ser restau­rados. Podemos ser sinceros como cristianos y decir cuando nuestra alma necesita restauración. No tenemos por que hacer ver otra cosa, como si lleváramos una máscara.

Algunos creen que deben presentarse con un frente falso, no admitiendo nunca que algo malo les está ocu­rriendo. Pero, esto es un error. No tenemos porque no admitir que algo no va bien, como hizo David. Esto abre la puerta para una curación genuina del daño que está causando nuestra pesadumbre. La ira se ha trans­formado en depresión porque pensábamos que no nos serviría de nada el expresarla.

David pregunta a su alma por qué está abatida. Había ofrecido adoración diariamente en el templo. Pe­ro a partir de cierto día pareció cambiar de color. Todos podemos despertarnos un día y sentirnos depri­midos. Podría ocurrimos m añana por la mañana, l^o que tenemos que hacer en este caso es pedirle a Dios que nos diga qué es lo que ha pasado, como hizo David.

¿Por qué se altera un alma? ¿Por qué está turbada? Muchas veces no sabemos por qué. Pedro escribe sobre estos sentimientos:

«...aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, seáis afligidos en diversas tentacio­nes. para que la prueba de vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual perece aun­que se prueba con fuego, se halle que resulta en alabanza, gloria y honra en la revelación de Jesucristo». ( I a Pedro 1:6-7)

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Es necesario para nuestro crecimiento que pasemos por estos períodos de tribulación. No siempre somos librados rápidamente. A veces esta pesadumbre conti­nua día tras día. Pero es sólo por un poco de tiempo. Ya saldremos de ella.

Dios permite la depresión para enseñarnos a vencer­la. No quiere que seamos esclavos de nuestros senti­mientos y humor. Tenemos un manantial interno de gozo que no está sujeto a mudanza a causa de las circunstancias.

Hay que quedarse junto al Pastor

Las ovejas se abaten por varias razones. La más común es por no prestar atención al pastor. Las ovejas pueden quedar tan absorbidas en su afán de hallar hierba comestible que dejan de notar que la voz del pastor se vuelve distante. Preocupadas, no ven que el rebaño se aleja. A veces se descarrían porque el pastor no hs vigilado bastante. Las ovejas se encuentran aleja­das del rebaño y son demasiado débiles para cuidarse a ellas mismas. Agotadas y sedientas, se echan en una hondonada. Una vez echadas su centro de gravedad se ha desplazado y aunque lo intentan no pueden levantar­se. Sus patas azotan el aire pero nada más. Sus balidos frenéticos y su patear desesperado no sirve para nada. Pronto van a morir si no son halladas y recatadas.

Algunas ovejas están siempre cerca; otras siempre andan metidas en dificultades. Thomson describe las diferencias que ha notado en la personalidad de las ovejas:

Algunas ovejas siempre se mantienen cerca del pastor y son sus favoritas. Cada una de ellas tiene un nombre, al que responden con alegría, y el pastor cariñoso siempre les está distribuyendo bocados escogidos, que recoge

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con este propósito. Estas son las que están contentas. No hay peligro de que éstas se pierdan o les ocurra ningún percance, sea por ladrones o por fieras que se acerquen. El cuerpo general del rebaño, sin embargo, está compuesto de ovejas que van a lo suyo, bus­cando la hierba más suculenta a su placer, vendo de vez en cuando para ver donde está el pastor, o las otras ovejas, ya que saben que si se alejan van a recibir algo desagradable: una piedra o los ladridos de un perro. Otras, todavía, están inquietas y descontentas, sal­tando en los campos, encaramándose en ar­bustos y aún árboles tumbados, o inclinados, para alcanzar las ramas bajas. Estas dan al pastor toda clase de problemas. Las hay, fi­nalmente, tan inquietas, que se descarrían y acaban perdidas. (El País y el Libro, p. 203)

La parábola de Jesús referente a la oveja perdida está sacada de la vida real. Si el pastor echa de menos una oveja o dos por la noche cuando las hace entrar en el redil por debajo de su cayado, debe ir inmediatamen­te a buscarlas. Unas pocas horas pueden significar la vida o la muerte para la oveja, que es presa fácil de los buitres, jaguares y otros enemigos.

El pastor busca hasta que encuentra a la oveja. Si la oveja está echada abatida, se le acerca con cuidado, poniéndola de pie. La calma y acaricia, aunque la re­gaña, y le hace masaje para restaurarle la circulación. Puede que la oveja se caiga otra vez, porque no puede sostenerse sobre sus propias patas. Pero, el pastor con paciencia empieza otra vez hasta que al fin puede te­nerse en pie.

Todos nos descarriamos, inquietamos, deprimimos y necesitamos ser restaurados, alguna vez en la vida. Por esto San Pablo nos advierte que nos vigilemos unos a

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otros: «Hermanos, si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros, los que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a tí mismo, no sea que tu también seas tentado». (Gálatas 6:1)

Las ovejas que se descarrían son un problema gene­ral. Las tenemos en nuestra iglesia. Después de su conversión son ovejas fervientes. Asisten al servicio cada noche de miércoles, a dos servicios el domingo, y se las arreglan para estar en todas las reuniones que se anun­cian. Se ofrecen voluntarios para todo. Cuidan el patio de estacionamiento, traspalean la nieve, cambian paña­les, limpian platos -lo hacen todo, para estar junto con otras ovajas. Pero, al poco, empiezan a enfriarse y pronto se hallan tumbadas y moribundas.

Ministerio de Restauración

Necesitan ayuda y yo no puedo alcanzar a todas. Es por esto que hay el ministerio de restauración de los ancianos, los diáconos y los maestros, tan necesario. Ellos saben cuando alguno a quien conocen bien no anda en el Señor como antes hacía, y se halla tumbado de espaldas, falleciente.

En una iglesia corriente si una de las oveajs está descontenta y se aparta, el pastor la busca e intenta que regrese. Pero esto no es siempre lo mejor. A veces encuentro que es más efectivo llamar a un amigo de la oveja descarriada y encargarle que hable con ella y me comunique el resultado. A veces, si el pastor responsa­ble va a visitar a alguien que se siente un poco culpable por el descarrío puede sentirse amenazado o abrumado. I’cro si otra oveja se le acerca con cariño y le habla de su falta, dándole su testimonio de restauración se puede conseguir mucho más.

Creo que muchas iglesias locales no crecen porque el pastor no es capaz de compartir el ministerio de restau­ración con el resto del rebaño. Nuestra gente, los que

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constituyen nuestras iglesias locales, han saboreado la maravillosa gracia de Dios y son personas magníficas que desean ser usadas por el Señor. Tienen medios o maneras personales que, nosotros en posición de líderes no tenemos. Dios quiere usar estos puentes naturales de amistad para transmitir salud y restauración a las ove­jas abatidas de la comunidad.

Pero, mejor aún que curar es prevenir. Si algo desa­gradable ocurre entre mi hermano y yo, lo mejor es ir a el y tratar de resolver el problema (Mateo 18:15-17). Si no podemos entendernos y reconciliamos, debemos lla­mar a otra persona para que venga a ayudarnos. Los ancianos deberían estar disponibles para este tipo de necesidad. Sólo si una persona rehúsa ser reconciliada debería ser el asunto llevado a la atención del pastor. La gente no debería correr al pastor con toda clase de agravios personales. El crecimiento incluye aprender a resolver las diferencias personales de forma amigable y ponderada.

Hace algún tiempo me dijeron que un joven de la iglesia había dejado de asistir a los servicios. Pregunté por qué y me dijeron que nadie en realidad se interesa­ba si asistía o no. Cuando oré sobre este asunto, me pareció que, si yo iba, sería un ejemplo más de un pastor yendo detrás de la oveja porque es su deber. El joven iba a pensar: «Ahí viene el pastor. El me dirá que Dios se preocupa de mí, que él se preocupa de mí y que todo el mundo se preocupa de mí...¡y qué!» En vez de ir yo, les pedí a cuatro jóvenes que fueran a verle: un par de chicas y un par de chicos. Fueron. En tres días el joven estaba restaurado. Vió que alguien se preocu­paba de él de un modo personal.

El gozo se encuentra en el centro de la corriente

Cuando el salmista declaró que hay un río para alegrar la ciudad de Dios, no sólo estaba hablando de

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la obra del Espíritu Santo, sino de interesarse por lo que ocurre y lanzarse al centro de la corriente. El I íspíritu Santo nos hace personas extrovertidas. Nos estimula hasta que no podemos por menos que entre­garnos a los otros. No sólo nos da nuevas vías para contribuir con nuestras capacidades espirituales sino que toca nuestra personalidad y nuestras habilidades naturales hasta que encontramos un lugar que nos co­rresponde en la iglesia local. Descubrimos que somos «miembros particulares» y que la contribución que po­demos hacer nosotros no puede hacerla nadie más. Al pasar el tiempo nos sentimos confortables en este lugar v gradualmente se extiende nuestra influencia. Nuestro circulo de amigos se ensancha.

El mantenerse activo es la mejor garantía para no ser nunca una oveja abatida. Nos mantiene en contacto con las otras ovejas. No nos retiraremos con nuestros rasgu­ños y nuestra depresión.

La mayoría de nuestros miembros trabajan la jorna­da normal. Necesitan hacer algo más que asistir a los servicios y reuniones. Así que, además de nuestro com­plejo programa de educación cristiana, tenemos un programa de deportes muy desarrollado, clases de artes y oficios, excursiones y mítines de grupos para propósi­tos especiales. La participación en estos grupos es una salvaguarda importante contra el sentirse solitario y abatido.

Algunas personas son de natural abierto y eferves­cente. Otros parecen ahuyentar a la gente. Cuanto más desean compañerismo más alejan a los otros con su propia tensión y ansiedad, precisamente a aquellos que desearían atraer. Tienen que aprender a relacionarse.

Las personas solitarias encuentran amistades con frecuencia sirviendo junto con otros. En una obra ex­tensa como la nuestra son comunes los entierros, bodas y otras ocasiones especiales. Siempre necesitamos perso­nas que preparen mesas, cocinen comidas, arreglen ha­

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bitaciones y limpien algo. Cuando las personas retraídas vienen y ayudan, encuentran fácilmente a otros que les ofrecen afecto y aprecio.

Las personas solas que no tienen familias o compa­ñeros tienen dificultades para alternar socialmente. Re­cientemente en nuestra iglesia algunos se dieron cuenta de las dificultades de estas personas y decidieron hacer algo sobre ello. Organizaron un grupo llamado «La Familia de Dios» para las personas viudas, divorciadas y solteras de la congregación. No sólo organizan fiestas en días especiales y salidas al campo, sino que también se ayudan en la limpieza de la casa, cuidado de los niños y menesteres semejantes. Muchas personas que habían sido ovejas abatidas durante años encuentran que son útiles y se les busca.

Muchos problemas que nos abaten se desvanecen, simplemente, cuando nos ocupamos en servir a otros. Una de las mejores cosas que podemos hacer como pastores en nuestra área de influencia es aliviar a las ovejas abatidas, mostrándoles las oportunidades para entrar en actividad. El descubrimiento por experiencia propia de que otros pueden querernos y desearnos junto a sí puede hacer por ellos más que horas de consejos o psicoterapia.

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XIII

Curando a las ovejas lastimadas

Las ovejas y los cristianos tienen enemigos. Hay lobos, serpientes, hombres y leones, todos los cuales amenazan a las ovejas de modo real y de varias mane­ras. Y las ovejas con razón están asustadas de estos merodeadores. Los lobos causan terror entre las ovejas hasta el punto de que éstas rehúsan pasar sobre los restos enterrados de un lobo. Y es natural, porque las ovejas, sin el pastor, están completamente indefensas contra estas criaturas rapaces.

El pueblo de Dios tiene enemigos también y nos asustamos también, de un modo natural. Sería conve­niente, a criterio nuestro, que Dios eliminara simple­mente a todos nuestros enemigos. Pero no lo hace. Ni aún quita de nuestro camino las ocasiones para tener lemor. La idea de Dios es hacernos vencedores, y esto significa que El obra en nosotros, no sobre las circuns- lancias. Nos da la firmeza espiritual necesaria para hacer frente a nuestros conflictos y temores. Nos permi- le seguir de pie en la vida.

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Los pastores tienen la tarea de educar al pueblo de Dios. Dios no piensa como nosotros; nunca lo ha he­cho. Nosotros hemos de aprender a aceptar la vida tal cual El lo ha hecho. Hemos de ajustamos al universo, puesto que Dios no lo va a ajustar a nosotros. Pero muchos creyentes tienen la idea de que en la vida todo irá a pedir de boca y no habrá conflictos para ellos. A menudo se ofenden porque Dios permite todavía que tengan problemas y dificultades. No comprenden que parte del plan de la salvación de Dios es entrenarnos de nuevo a vivir. Dios insiste en que aprendamos a deslizar la mano a lo largo de la fibra de la madera, para que no se nos claven astillas.

Como pastores hemos de enseñar a los miembros a adaptarse al hecho de que tenemos enemigos. Cuando estos enemigos son personas, hemos de aprender a transformarlos de enemigos en amigos. Hemos de aprender maneras prácticas de amar a nuestros enemi­gos y bendecir a aquellos que nos perjudican. Al acon­sejar a las ovejas de Dios, no les puedo decir que no tienen por qué temer, porque Dios ha quitado todos los obstáculos, pero puedo decirles que la gracia de Dios, que ha sido puesta dentro de ellos en la persona del Espíritu Santo, es suficiente para que puedan hacer frente a la situación. Dios puede algo a partir de ellos usando las personas y las situaciones que ellos temen.

Muchas veces cuando una oveja tiene un problema, piensa que es ella sola que lo tiene. Está segura que nadie hizo frente a semejante crisis antes. Mi primera tarea es, generalmente, asegurarles y hacerles entender que estos problemas son lugar común. Es normal que los cristianos encuentren enemigos y se hallen en situa­ciones que requieran la fuerza divina en su interior. Muchas veces les muestro lo que le ocurrió a David. Oigamos su queja en el Salmo 22:

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«Dios mío. Dios mío, ¿por qué me has de­samparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor?Dios mío, clamo de día y no respondes; y de noche, y no hay para mi reposo... Estoy de­rramado con agua, y todos mis huesos se descoyentaron; mi corazón se torna como ce­ra, derritiéndose en medio de mis entrañas. Como un tiesto se secó mi vigor, y mi lengua se pegó a mi paladar. Y me has puesto en el polvo de la muerte. Porque perros me han rodeado; me han cercado una banda de mal­hechores; horadaron mis manos y mis pies».(1-2; 14-16).

¿Qué es lo que está diciendo David? «He clamado noche y día y nada ha cambiado. Tengo más enemigos, que moscas acuden a un panal. Me rodean, no puedo esquivarlos. Se burlan de mi fe. Se burlan de mi con­fianza en Dios. Dicen: «¿Dónde está este Dios que tenía que hacer tanto por tí?».

David tenía tendencia a estar abatido. Podríamos decir que sufría una depresión, o que estaba tocado de melancolía y que necesitaba simpatía y cariño. Como el pastor friega con ungüento a la oveja para curarla de las heridas inflingidas por el enemigo, lo mismo el Señor ministra a las heridas que nos infligen los enemi­gos del pueblo de Dios. Lo hace por medio del consuelo directo del Espíritu Santo y por medio del ministerio de sus siervos. Los pastores con frecuencia tienen la tarea de curar las heridas que resultan de un encuentro con el enemigo, y de enseñar a las ovejas a manejar la situación mejor la próxima vez.

A veces las ovejas se causan daño unas a otras. La competencia y los celos hacen a las ovejas embestirse y herirse de vez en cuando. En la iglesia muchas heridas

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son inflingidas por la lengua. Muchas veces hemos de ayudar a la gente a sobrellevar los resultados de la refriega y enseñarles a relacionarse mejor unos con otros. Debemos ungir sus cabezas con óleo y pedir al Espíritu Santo que entre en la herida y la cure.

El ungir la cabeza, tratamiento contra los bichos

Cuando oímos a una persona que se queja como lo hacía David, tenemos que reconocer que algo está ocu­rriendo en su cabeza: es decir, a sus ideas. David estaba abatido y se sentía abandonado, tenía lástima por sí mismo y estaba desesperado. Necesitaba cura­ción.

El aceite es en la Biblia un símbolo para el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es la obra de Dios en nosotros y sobre nosotros en el nivel más profundo posible. Su obra tiene lugar sobre todo en la mente y en el corazón. El Espíritu Santo cambia los pensamientos y las emo­ciones.

Jesús habló de algunos de los cambios que el Espíri­tu Santo obraría en nuestra mente: la persuasión pro­funda de pecado, la justicia y el juicio (Juan 16:7-11). Nos convence de que somos aceptados por Dios como sus hijos queridos. Pablo decribe este aspecto de la obra del Espíritu Santo como alivio del temor y para corro­borar a la familia de Dios. Usa las siguientes palabras:

«Porque todos los que son guiados por el Es­píritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido espíritu de servidumbre para recaer en el temor, sino que habéis reci­bido espíritu de adopción como hijos, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da juntamente testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios». (Roma­nos 8:14-17).

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El Santo Espíritu aplica la sangre de Jesús en nues­tro corazón y nuestra mente, purifica la conciencia de culpa y de obras muertas. El Espíritu Santo escribe la palabra de Dios en tablas de carne en el corazón y en la mente, llevándonos a la posesión de la verdad. Nos unge la cabeza con óleo y cura y ajusta nuestro modo de pensar.

David está hablando en el Salmo 23 como si fuera una oveja. Está describiendo el ministerio del Gran Pastor para con él. En un punto importante de su vida, el Señor ungió la cabeza de David. David fue curado. Estos seis versículos son su grito de victoria: «Unge mi cabeza con aceite; estoy libre de estos pensamientos que me habían torturado tanto tiempo».

Las ovejas tienen problemas constantes con los bi­chos. El verano trae insectos. Las ovejas atraen ciertas clases de moscas y otros bichos de la misma manera que las personas atraen a los mosquitos.

Hay moscas que entran por las narices de las ovejas y allí depositan sus huevos. Al salir los insectos de los huevos ascienden por los pasajes nasales y su zumbido deja a la oveja completamente aturdida. No saben lo que se hacen y en su tormento dan cabezazos contra los árboles o paredes, todo para pararlo. Incluso atacan a otras ovejas.

Las ovejas deben sufrir de la misma manera que David cuando escribe el Salmo 22, como un hombre a quien los bichos han llevado a un estado de desespera­ción. Su cabeza debe ser ungida con aceite.

El pastor hace mezclas de aceite de oliva y terpenti- na con azufre. El ungüento apesta horrores. Untan la nariz de la oveja con ello, alrededor de los ojos, la boca. Esto destruye y aleja a los insectos. La oveja exclama como en el Salmo: «Ungiste mi cabeza con aceite, mi copa está rebosando...»

He descubierto bichos que son pensamientos en la cabeza de la gente, y también, a veces, personas. Los

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dos pueden molestar hasta que la cabeza es ungida. Esta es una área importante del ministerio del pastor. De modo periódico hemos de observar si hay gente turbada por bichos. Si es así vemos que no cantan, están inquietos, se les ve en la cara.

Pensamientos molestos comunes

Voy a hacer una lista de los bichos que perturban a las ovejas de Dios. Estas son las quejas que se oyen con más frecuencia al aconsejar.

El bicho número uno es la condenación. Este persi­gue a los cristianos con pensamientos así: «No eres realmente salvo; no mereces la gracia de Dios. No eres nada como cristiano...» Cada oveja conoce secretos so­bre sí misma. Es posible por tanto que se condene.

Muchas personas se condenan por el hecho de no hacer algo que tienen la sensación que deberían hacer, pero no saben lo que es. Esta falsa condenación debe ser barrida. Este bicho debe ser destruido.

Dios no es un Dios de condenación. Si esta fuera la naturaleza de Dios ya estaríamos todos perdidos. Dios tiene abundantes motivos para condenarnos: fallamos en lo que deberíamos hacer y en lo que no deberíamos hacer. Pero El es misericordioso y clemente. La Biblia nos dice:

«Porque Dios nos envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por medio de El». (Juan 3:17).

«Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no están andando conforme a la carne, sino con­forme al Espíritu». (Romanos 8:1).

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No se puede permitir a la idea de la condenación que se introduzca en la cabeza. Las misericordias de Dios son nuevas cada mañana. Hay que usarlas y apli­cárselas.

Vencer la condenación bendiciendo a los otros

Como pastores trabajando con Jesús el Gran Pastor aprendemos a aplicar apropiadamente el ungüento que disipa y ahuyenta a los bichos. Se necesita algo más que una oración standard y un golpecito en la cabeza. Los pastores aprenden por experiencia propia. Puedo ayu­dar contra las moscas de la condenación porque he recibido ministerio del Espíritu Santo para mis propias necesidades.

Hace unos años sentí el alivio real de la peste moles­ta de la condenación interior. Vino por medio del mi­nisterio directo del Gran Pastor que me ungió la cabeza con una nueva verdad y claridad. Sabía que algo me pasaba, pero no podía averiguar que era. Una noche mientras esperaba en Dios leyendo la Biblia me pareció que las palabras saltaban de la página: «Bendice a tus enemigos, bendice a los que te desprecian por causa de la justicia». ¡Bendice a todos! No sabía si podría hacerloo no.

En este momento de quietud encontré que el Espíri­tu Santo me estaba enseñando. Me decía: «Bendice a todos aquellos a quienes te es fácil bendecir». Ni más ni menos como hace el niño en sus plegarias antes de ir a la cama. El Señor me estaba enseñando que debía empezar por aquí... pero, luego después de estas bendi­ciones, a los que las merecían, tenía que continuar bendiciendo a aquellos a quienen no tenía ningún inte­rés en hacerlo.

Tenía que recordar a todas las personas que me hacían sentir incomodo. Hice lo que pude por recordar­las y bendecirlas. ¡Oh! Es muy difícil bendecir a los

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enemigos. Lo que desearíamos es que Dios les diera un trastazo o algo semejante y desembarazarnos de ellos definitivamente.

Había ciertas personas que no quería recordar, pero que tuve que recordar. Había una en particular por la que me fue muy difícil orar. Finalmente pude conseguir que me saliera su nombre de la boca, aunque casi me atraganto. Dije: «Señor, si la bendigo, soy un hipócrita. No quiero bendecirla y no quiero que Tú la bendigas». Sabía que mis sentimientos estaban metidos muy aden­tro. Este resentimiento atascaba mi vida con pensa­mientos de condenación. Me condenaba porque le esta­ba condenando a él. Finalmente dije: «Señor, bendícele, prospérale, séle favorable en toda forma posible».

Recuerdo mis sentimientos cuando me fui a la cama aquella noche. Un peso como un mundo se me había ido rodando espaldas abajo. El día siguiente era m ara­villoso. Había aprendido que si bendecía yo también sería medido con la misma medida con que yo medía a los otros.

Otros bichos comunes

El bicho número dos es la mosca común del descon­tento. Hay puñados de personas que no disfrutan de lo que tienen a causa de lo que no tienen. No pueden descansar en las bondades que Dios les concede hoy, porque les pica y atosiga pensar en las que desean para mañana.

El descontento entra fácilmente en la oveja que no se ocupa de actividades creativas dentro del rebaño. Estas son las ovejas que creen que la hierba es siempre más verde al otro lado de la valla, como dice el prover­bio. Como resultado van pasando de una iglesia local a la otra. Están descontentos e irritables y convencidos de que la culpa es siempre del prójimo.

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El Apostol Pablo dió un gran ejemplo cuando decla­ró:

«He aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación.» (Filipenses 4:11)

Es necesario a veces buscar ayuda del pastor para eliminar el bicho del descontento. Este insecto, que anda a rastras, le hace sentir descontento de la clase bíblica, del coro, del grupo de oración, del pastor, de los amigos. Si uno se examina detenidamente descubre que este bicho le está molestando y no se trata de los «•Iros en absoluto. El día que uno nota que ha entrado en una fase de descontento ha de correr en busca de ayuda. El descontento destruye el gozo y la vitalidad.

Como ovejas en los pastos de Dios, aprendemos a gozar de Dios y sus bondades. Hay que cantar durante el día. Antes de ir a la cama hay que clasificar los problemas y echar todo lo que es negativo. Hay que ponerlos en las manos de Dios y echarse a dormir. Vayai la cama con la conciencia tranquila. Luego levántese

el día siguiente glorificando a Dios porque ha llegado un nuevo día. Empiece cantando al poner los pies sobre la alfombra. «Este es el día que el Señor ha dispuesto: alegrémonos y regocigémonos en él.» Deje el ayer y no considere con antelación los problemas de mañana.

Otro bicho, el tercero, es la sospecha importuna de que no somos «bastante espiritualmente». Hay personas «|iie vienen y me exponen una gran preocupación: «Her­mano Jim, estoy verdaderamente preocupado; no pue­do ser espiritual. No soy una persona espiritual.»

Les pregunto: «¿Qué es lo que uno debe sentir para considerarse espiritual?»

Lo primero que hacen es quedarse perplejos. Luego empiezan a reír, al comprender, y se sienten aliviados. Se dan cuenta de que no existe este sentimiento. La espiritualidad es como la humildad. En el momento que se sabe uno humilde ya ha dejado de serlo. La espiri­tualidad es una cualidad escondida e indefinible. Es

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básicamente el sentimiento de bienestar, de que todo está en orden entre uno y Dios. De que todo va bien para el alma.

Muchas personas se sienten inadecuadas espiritual­mente porque se comparan con otros. ¿Por qué no tengo la fe de un Oral Roberts? Muy sencillo. ¡Porque Vd. no es Oral Roberts! Cada uno puede ser sólo él mismo y gozar del propio nivel de crecimiento y desa­rrollo. No hay manera de decir lo que Vd. puede llegar a ser si deja de poner limitaciones en su vida. ¿Por qué quiere ser como otro? Esto le haría una persona de segundo orden.

El problema del contagio

Los pastores deben intervenir rápidamente cuando observan que hay algo que altera el bienestar de las ovejas. Los bichos son contagiosos. Se multiplican y dispersan rápidamente y pueden afectar todo el rebaño si no se hace nada.

Un bicho en extremo contagioso en la iglesia local es el sentirse amargado. Si la gente no resuelven su des­contento e ira, inmediatamente éstos se transforman en resentimiento profundo que es corrosivo, no sólo para este individuo, sino alrededor. Las personas amargadas viven en un mundo deformado y su modo de hablar refleja esta deformación. Cada palabra puede contagiar. El escritor de Hebreos habla de este problema:

«Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Mirad bien, no sea que alguno se rezague y no llegue a alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados.» (Hebreos 12:14-15)

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Cuando hay alguien que muestra síntomas de desá­nimo y contrariedad se lo vemos en la cara. Cuando visitaba Nueva Zelanda noté un rebaño de ovejas con eczema facial. Esta erupción resultaba de una afección del hígado. Los pastores marcaban a estas ovejas con un brochazo de pintura amarilla en la cabeza y en el lado. De esta manera podían seguir el curso de la enfermedad más fácilmente. Llevaban la marca de la enfermedad.

Si la enfermedad progresaba era necesario aislar a la oveja y colocarla en otro cercado. Esto se hacía para que pudiera recibir cuidados y medicación especial y también para disminuir o eliminar la posibilidad de contagio al resto del rebaño.

De la misma manera, las ovejas de la iglesia local deben ser observadas, y si se ven señales de enferme­dad, hay que hacer un examen más detallado e intenso. A veces la oveja será curada con tiempo y la alimenta­ción adecuada. Pero a veces su condición empeora, y entonces debe ser separada del resto del rebaño para aconsejarla de un modo especial. He comprobado que el pastor que es débil en aconsejar encuentra su rebaño contaminado de vez en cuando.

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Las ovejas necesitan un líder

XIV

Las ovejas necesitan un líder -un pastor. La gente quiere ser dirigida. El instinto de seguir al guía está profundamente arraigado en la oveja, como el instinto de dirigir está profundamente arraigado en el líder. Es el orden natural de las cosas. Es probablemente este hecho que hizo que Dios comparara a las personas con las ovejas. Sólo es posible tener a las ovejas, o a las personas, contentas cuando se han satisfecho sus nece­sidades básicas. Si la necesidad de ser dirigido no se cubre el resultado es la confusión y el desconcierto.

Si los hombres carecen de liderazgo, lo buscarán. Vemos que esto sucede constantemente. Basta mirar a los chicos que salen a jugar al baseball. No se puede jugar sin organización, sin reglas, sin dirección. Alguien licne que elegir los lados y los equipos. Pero también hay que elegir los capitanes, y éstos, resultan ser siem­pre los mismos. El elegir guías es tan normal como el respirar.

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Ocurre algo semejante con los animales. En un ga­llinero un gallo establece su autoridad sobre los demás y subyuga a los oponentes. El gallo que puede picar a todos los demás es el amo del gallinero. Sigue luego otro que pica a todos los restantes, y así sucesivamente. Lo mismo se ve en los animales de cuerna. Es lo que ocurre en las ovejas y cabras. El liderazgo aparece como resultado de la competencia.

Siendo tan importante la necesidad de líderes, mu­cha gente siguen incluso a aquellos que piensan poco en los intereses de los que los siguen. Como las ovejas, la gente son esencialmente «seguidores». Si alguien guía, lo natural es seguir. La gente teme carecer de dirección. No quieren ser dejados solos. Un mal gobierno es mejor que la falta total del mismo. Una dirección pobre es mejor que la anarquía.

Desde los primeros tiempos, los hombres han busca­do a otros para que sean sus «pastores».

La gente crea a sus propios líderes

Si los pastores que Dios intenta usar para guiar a su pueblo no responden a su llamada, la gente tomará las cosas por la mano. Si los guías escogidos por Dios no aparecen, el rebaño elegirá a uno de los suyos para que los dirija.

La responsabilidad de llamar y preparar líderes do­tados para la iglesia local corresponde a Dios. Con frecuencia lo olvidamos. Somos propensos a precipitar­nos. Hemos de ponernos en marcha. El asunto del lugar y objetivo propios del liderazgo es una fuente de confusión en la iglesia hoy en día. Por desgracia, la cualidad carismática tan necesaria en el liderazgo no es requerida del pasto por los ancianos o responsables de las iglesias. El poner a un hombre tras un pulpito no le cambio automáticamente en el hombre de Dios necesa­rio para la situación.

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La iglesia de hoy, en el mundo, se enfrenta con la necesidad de revisar toda el área del liderazgo. Estamos en transición. Las iglesias denominacionales han visto que hay hombres y mujeres fuertes que han salido de las filas para ejercer ministerios importantes. Estos líde­res carismáticos han conducido a decenas de miles a nuevas experiencias con Dios. Muchos han sido curados milagrosamente por medio de sus ministerios. Otros lian sido llenados del Espíritu y conmovidos profunda­mente. Hay hombres de negocios que testifican de la gracia de Dios y de lo que el Espíritu Santo ha hecho por ellos. Pero todos estos líderes no son pastores. Dios 110 ha querido nunca que lo fueran. Hoy en día las ovejas están buscando liderazgo para las iglesias locales cstablecidad, para que los guien día tras día en los pastos de la palabra de Dios. Están buscando ejemplos que les muestren como aplicar los principios bíblicos a la vida cotidiana.

Es en este punto que el Espíritu Santo debe interve­nir. Debe llamar y preparar a los pastores. Si el Espíri­tu Santo no llama a hombres y mujeres al ministerio y los entrega a las iglesias, nos quedamos con un gobier­no humano de la iglesia. Lo hemos tenido durante siglos y no podemos continuar así. Es como si tuviéra­mos polvo en la boca: no lo podemos tragar.

En cada generación Dios ha llamado a líderes, pero en general no son reconocidos por las masas. En conse­cuencia la gente escoge los líderes aplicando sus medi­das. Caemos en la misma tram pa en que cayeron nues­tros padres: es decir, que creemos entender más que Dios en lo que se refiere a las personas.

Los discípulos de Jesús, sin duda, pasaron mucho tiempo pensando en el reino de Dios durante los tres años y medio que anduvieron con su Maestro. Pero, el problema era que sus pensamientos del reino no coinci­dían con lo que Jesús sabía que era. Las luchas entre ellos tenían que ver con quien sería el mayor. En estas

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ocasiones Jesús con paciencia, pero también firmeza, les explicaba el significado de ser un líder. Por ejemplo, en Lucas 22:24-27, leemos:

«Hubo también entre ellos un altercado sobre quien de ellos parecía ser mayor. Pero, él les dijo: Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores; mas no así voso­tros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve. Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve.»

Jesús estaba hablando de gobierno y liderazgo que eran familiares a los discípulos: contrastaba el gobierno de los gentiles con el del reino de Dios. Son simple­mente dos mundos distintos.

El término usado por Jesús «bienhechor» no es ori­ginal. Lo usaban en el lenguaje político local en aquella época. Los griegos habían hecho popular el concepto de «bienhechor». El famoso filósofo Platón había escrito lo que es probablemente el mayor discurso sobre gobierno de los hombres. Lo tituló «La República». Las ideas de Platón influyeron no sólo en aquellos tiempos, sino que sus escritos han sido lectura requerida hasta hoy de los estudiantes. Muchos otros escritos posteriores han sido influidos por «La República» de Platón.

Platón no estaba inventando una teoría sino obser­vando lo que los hombres hacían. Había observado más o menos lo que Jesús les decía a sus discípulos. La gente elegirá a sus líderes, porque exige liderazgo. Los llamaran benefactores porque creen que de un gobierno se derivan beneficios. Platón describió en detalle el pro­ceso. Si los hombres carecen de líder eligen uno. Lo

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hacen grande, lo consideran beneficioso para ellos. Lo llaman benefactor. Pero al poco, este benefactor se transforma en un tirano. Este cambio empieza en la mente del propio líder: «Tengo poder sobre esta gente porque dependen de mí; puedo hacer que me sirvan en vez de servirles yo a ellos». En este momento, han sido plantadas las semillas de la tiranía. Pero, luego la gente reacciona y quieren librarse del tirano. Es la revolución. La misma sociedad que lo encumbró ahora quiere de­rribarlo.

Este mismo proceso se repite en una iglesia si el líder de la misma fue elegido por medios humanos en vez de ser el Dios soberano que lo escogió y lo envió como un «don» a la iglesia. Cuando es la iglesia la que elige al pastor por medio de una elección, también puede ser substituido en la siguiente, tan pronto como la luna de miel entre iglesia y pastor ha terminado.

Ovejas sin pastor

Tan básica es nuestra necesidad de liderazgo que en algunas ocasiones la Biblia registra oraciones y declara­ciones en que se dice que el pueblo sin líderes era como «ovejas sin pastor». Si algo ocurre al líder, la gente no pueden funcionar como grupo unido. Todo se deshace. Como dice Zacarías, el profeta:

«... Hiere al pastor, y serán dispersadas las ovejas» (Zacarías 13:7).

Una de las grandes oraciones de la Escritura es la de Moisés en Números 27:16-17:

«Ponga Jehová, Dios de los espíritus de toda carne, un varón sobre la congregación, que salga delante de ellos y que entre delante de ellos, que los saque y los introduzca, para que la congregación de Jehová no sea como ovejas sin pastor».

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La oración de Moisés abarca cuatro propósitos bási­cos para la dirección pastoral. Se enuncian a continua­ción:

(1) que salga delante de ellos;(2) que entre delante de ellos;(3) que los saque;(4) que los introduzca.Moisés era un pastor experimentado él mismo y

sabía que este equilibrio en el liderazgo era necesario para la supervivencia del rebaño. No bastaba que el líder conociera bien un punto, debía funcionar en todos los aspectos directivos.

Estas acciones tienen un significado específico. Eran expresiones militares y términos que describían el dere­cho a la iniciativa que correspondía a un rey o a un general en virtud de su posición. Las ideas combinadas de salir y entrar daban la seguridad de que el líder del pueblo de Dios se hará cargo de la operación desde el principio al final, que no va a desertar a mitad del camino.

Los líderes de Dios primero dan el ejemplo

Moisés habló de líderes que primero salen delante del pueblo. Salen primero para abrir paso e indicar el camino. Reconocen la situación y deciden un curso de acción. Esto se puede hacer por medio de la experiencia personal, que pasa a ser una pauta que los otros van a seguir. En todas las Escrituras vemos que Dios requiere de sus líderes la capacidad de vivir una vida ejemplar. Pablo exhorta a Timoteo a ejercer un liderazgo respon­sable.

«... sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza». ( I a Timoteo 4:12).

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Pedro se puso él mismo como ejemplo y luego habló con autoridad a los otros líderes para que no domina­ran como «señores» sino que los otros les siguieran por su ejemplo:

«Ni como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplo de la grey». ( I a Pedro 5:3).

Los líderes sólo pueden conducir si los otros siguen. A fin de atraer seguidores los líderes deben inspirar a los otros a que sigan su propio ejemplo. Esto es necesa­rio y precisamente por esto es que queremos asemejar­nos a Jesús, nuestro Líder y Pastor.

Considero que el querer ser como otros es normal y a tono con la realidad. Escucho a alguien que canta y muestra tener mucho talento y me gustaría poder hacer lo mismo. Recuerdo que cuando era un niño quería oír tocar a la banda. M iraba los que tocaban el cornetín, y los que tocaban el clarinete. Quería poder tocar como ellos. Todos los niños sueñan con hacerlo, porque pare­ce tan fácil.

Lo mismo ocurre con los pastores que tienen con­fianza y aplomo y que son capaces de ministrar la palabra de Dios al parecer sin esfuerzo. Queremos e- mularlos. Un buen pastor produce líderes que quieren emularle, que quieren se como él. Alguien ha dicho que la mayor forma de halago es la imitación. Sin duda, lo es.

Los líderes de Dios motivan a otros a entrar en la vida

Moisés dice a continuación que el líder debe «entrar ante» el pueblo. Tenía que ser el primero en ir al encuentro de cualquier situación nueva o confrontar cualquier dificultad. U n buen ejemplo lo tenemos en Josué. El y Caleb fueron los únicos que pudieron entrar

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en la tierra prometida de la vieja generación, debido a la ira de Dios consecutiva a las murmuraciones que tuvieron lugar en Kades-Barnea. Su actitud de fe entu­siasta y valor fue tal que ellos pudieron elegir a los otros al entrar en la tierra. Su confianza en Dios era un ejemplo y estímulo que pudieron seguir los otros. Josué podía hacer entrar al pueblo, algo que le fue negado a Moisés. Moisés había permitido que el pueblo influyera en sus reacciones. Josué en cambio determinaba la acti­tud de todo el campo: estaba lleno de confianza y ánimo, porque su fe estaba anclada profundamente en Dios. Su entusiasmo era contagioso.

Los líderes de Dios motivan al pueblo a entrar en la vida de la misma manera que Josué llevó al pueblo a la posesión de su herencia en Canaán. El tono emocional del líder da el paso que sigue el rebaño. Si el líder de la iglesia está contento, es animoso, imaginativo, el pueblo quiere ser como él es. Yo creo que algunos de los líderes repelen a otros en la iglesia. Dan la impresión de estar angustiados y desanimados. Nunca muestran que disfrutan en lo que hacen.

Cuando llego a los servicios el domingo por la m a­ñana, o por la noche, o el miércoles por la noche, voy al pulpito como un hombre que disfruta en su trabajo. Cuando indico a la gente que se levante digo, general­mente: «Este es el día que el Señor ha hecho, para que nos alegremos y regocigemos en él». Si yo estoy gozoso, también ellos acabaran estando gozosos. Si doy la im­presión que llevo el mundo a cuestas, ellos querrán ayudarme a llevar parte de la carga o sea compartir mi depresión. Si soy un hombre de fe, impulsaré a otros a la fe. Si me gusta cantar, la congregación disfrutará en el canto.

He notado de un modo especial que cuando el pas­tor no participa en el canto o abre su vida realmente a la alabanza, la iglesia es deficiente en ambos aspectos. Las ovejas creen que, en un modo u otro, es así como

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debe ser, de otro modo su pastor lo haría con gusto. Puesto que él se mantiene reservado ellos no se atreven a dar el paso. Ellos no creen que deben mostrar deci­sión en que él muestra vacilación.

He adquirido también la costumbre, de sentarme con el predicador invitado en la plataforma, para que la gente me vea la cara, especialmente cuando nos visita un evangelista. Creo que deben verme la cara. Si yo recibo lo que el visitante tiene que ofrecer, ellos tam ­bién lo reciben con agrado. Si hay la impresión de desagrado en mi cara, ellos podrán leerlo y conocer que el alimento presentado no es apto para la consumición.

Es posible que esto sea recibido con críticas por parte de algunos. Pero yo contesto que esto es parte del cuidado pastoral de las ovejas. Las ovejas saben cuando el alimento es sano. La mejor prueba es que lo consuma el pastor. Esto estimula el apetito de ellas.

Los líderes de Dios dirigen y coordinan a los otros

La tercera tarea del líder, según Moisés, es que los saque, es decir, que los guíe, los conduzca. El líder tiene un cayado, que es un símbolo de autoridad, pues indica el camino que otros deben seguir con disciplina. Lo vemos esto en el pastor o en los militares. Incluso el director de orquesta tiene su batuta. El líder establece el paso y la dirección. Está delante del grupo los m an­tiene unidos y les inspira confianza. Marca el paso. Tiene el derecho a tom ar la iniciativa.

Creo que en cualquier grupo de gente, sean en un redil o en una organización cívica, tiene que haber alguien que ponga las cosas en marcha. Un presidente abre la sesión con su mazo. O alguien suelta un disparo para iniciar una carrera. O el pastor sube al púlpito y empieza el servicio. La gente necesita un líder, alguien que inicie el programa. En la iglesia el iniciador, nor­malmente, ha de ser el pastor.

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Es el pastor el que debe dar el paso y no el consejo de la iglesia. El consejo de la iglesia tiene que dar su opinión en todas las decisiones de importancia, pero en la obra total de la iglesia el derecho de la iniciativa debe recaer en las manos del líder señalado por Dios.

Los líderes ayudan a otros en su desarrollo y los sitúan

La frase final de Moisés describe la actividad de los líderes de Dios como «que introduz.can», es decir que consigan que el pueblo de Dios alcance fruición y cum­plimiento. Josué dividió la tierra de Canaán en porcio­nes y la entregó a cada tribu, familia e individuo, todos los cuales recibieron parte de esta herencia. Nosotros somos todos herederos en Cristo de una posesión espiri­tual. Los líderes de Dios, bajo la dirección del Santo Espíritu, nos ayudan a ver nuestro lugar en Dios.

Es normal que el pastor vigile el rebaño para ver donde hay talentos especiales. Algunos hacen bien una tarea que otros no podrían realizar. Algunos tienen de modo natural mejor aspecto que otros. Lo mismo con otras características. Es natural que el pastor busque entre el rebaño personas capaces de ser buenos líderes cuando haya necesidad de los tales, personas con atri­butos y talentos, piedad y dones espirituales.

Se puede notar en las Espístolas a Timoteo y a Tito que el Apóstol Pablo da el derecho de iniciativa a estos dos evangelistas. Les dice que dondequiera que vayan, y en cualquier ciudad en que entren tienen la responsabi­lidad de escoger ancianos, pero que deben escoger con mucho cuidado. A Tito se le dice cuando fue a Creta que los cretenses tenían características comunes poco deseables. Por esta razón debía ser más cuidadoso en seleccionar entre ellos sólo a hombres que tuvieran cier­tas clasificaciones. No podía poner en un lugar de res­ponsabilidad a alguien que pudiera acarrear reproche a la iglesia de Jesucristo.

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Se puede notar que en las epístolas evangelísticas de Timoteo y Tito el derecho de iniciativa y el derecho de selección no cae en manos de la congregación. Estos evangelistas servían como pastores en aquellos momen­tos. Cuando se desarrollaban estas iglesias locales no hay duda que el don del pastorado aparecería entre ellas. Entonces el nuevo líder tendría la responsabilidad de buscar la propia dirección para las distintas áreas de la iglesia.

Los líderes no deben ser puestos en la iglesia como resultado de un concurso de popularidad. Los líderes de la iglesia deben ser seleccionados con ayuno y oración, es decir, debemos conocer lo que Dios quiere acerca de los hombres y mujeres que van a tomar los lugares directivos.

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Gobierno - ¿Qué es?

XV

El gobierno es el control social que hace posible que el pueblo viva en paz y unido. A fin de tener un gobierno son necesarias por lo menos tres cosas:

1. un territorio2. un pueblo3. un dirigente

El territorio del gobierno de Dios es la iglesia local. Sin duda alguna, El es el Señor de toda la Iglesia pero cuando hablamos de la expresión práctica del gobierno de Dios lo encontramos en cada uno de los rediles locales.

No encontramos fundamento bíblico para la fusión de las iglesias locales en una jerarquía. La unión entre las iglesias locales se realiza por fraternización y unidad en el Espíritu, no por el gobierno. La iglesia local de Jcrusalén no daba instrucciones a la iglesia de Roma, ni la de Roma tenía poder sobre la de Corinto.

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Dios ha limitado su gobierno personal y directo a aquellos que se someten voluntariamente a su reino. Sólo los que han entrado por la Puerta, Cristo, son miembros del redil y elegibles para el cuidado y gobier­no del Pastor. Dios no hace nada durante esta dispen­sación para gobernar a los paganos, excepto por medio de su Providencia y las oraciones de su pueblo. Su gobierno personal está de momento en el «interior» de los corazones individuales. Es experimentado por aque­llos que forman ahora su reino, la esfera activa de su reino.

Dios ha asignado líderes dentro de su iglesia para actuar como subpastores suyos, en cada iglesia local. Ha dotado a estos dirigentes de «carisma» no sólo para reunir a las ovejas, sino también para regirlas.

Para el gobierno es necesario que haya una comuni­dad, es decir, el lazo común que une a todos a pesar de las individualidades variadas. El Espíritu de Dios nos une, hasta que al fin experimentamos la unidad en el nivel más profundo posible. Viviendo con objetivos co­munes, desarrollando un lenguaje común, siguiendo a líderes comunes, nos hacemos «uno»; experimentamos este profundo sentimiento de unidad y conocimiento por el que nos llamamos «nosotros», con un espíritu de cuerpo en común.

Los sociólogos y políticos describen cinco tipos de gobierno humano como posibles.

1. Oligarquía - el gobierno de unos pocos selectos.2. Monarquía - el gobierno por un hombre sólo o

una mujer.3. Gerontocracia - el gobierno de los ancianos.4. Democracia -el gobierno de una gran parte del

pueblo, generalmente por medio de alguna repre­sentación.

5. Teocracia - el gobierno de Dios por medio de las autoridades designadas por El.

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A lo largo de la Escritura encontramos que la teo­cracia es designada como el gobierno de Dios sobre la comunidad de los redimidos. Esto es verdad tanto de la iglesia de Jesucristo como lo era de la nación de Israel.

Toda la autoridad es de Dios

El pueblo de Dios vive en su reino y está sujeto a Cristo como su Rey. Tienen que obedecer a aquellos en quienes ha delegado su autoridad en la iglesia. Pero, también tienen que vivir en el mundo secular con sus propios sistemas políticos. El pueblo de Dios no vive junto en una comunidad física y política propia, disfru­tando de inmunidad respecto a las leyes del país. El pueblo de Dios vive esparcido alrededor del mundo bajo gobierno humanos diferentes.

El pueblo de Dios tiene, pues, una ciudadanía do­ble. La palabra de Dios les ordena someterse a la forma de gobierno natural del territorio en que viven. Como súbditos o ciudadanos del Reino de Dios deben obede­cer a Jesucristo su Señor, y esto significa aquellos a quienes El ha puesto sobre ellos en la iglesia. Deben rendir obediencia al Cesar y a Cristo.

Dios ha prevenido conflictos en el área de autoridad y obediencia al requerir que todos sus súbditos deben obedecer a las autoridades como si fueran El mismo. El apóstol Pablo al escribir a los Romanos, no deja lugar a duda sobre esto:

«Sométase toda persona a las autoridades su­periores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quién se opo­ne a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condena­ción para sí mismos. Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el

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bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer a la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás ala­banza de ella porque es un servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que practica lo malo. Por lo cual es necesario estarle sometidos, no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la concien­cia. Pues por esto pagais también los tributos, porque son funcionarios de Dios, dedicados continuamente a esto mismo. Pagad a todos lo que debeis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honor, honor».(13:l-7).

Es imposible decirlo más claro: los súbditos de Dios deben someterse al gobierno humano como parte de su obediencia a Dios.

La iglesia, como hemos dicho, es una sociedad apar­te, impuesta sobre el orden social secular. Es una co­munidad dentro de la comunidad, una nación dentro de una nación. El gobierno de la iglesia es muy diferente del gobierno del orden social. Cuando los cristianos lo olvidan y tratan de incorporar ideas y actitudes deriva­das de las formas humanas de gobierno inmediatamente aparecen problemas. Cuando tratamos de regir una iglesia con una pauta de una asociación secular todo va al revés. Dios ha designado a la iglesia para ser un territorio bajo un régimen personal -su reino- ¡una teo­cracia! Esta puede existir bajo el orden social que sea: monarquía, etc. El pueblo de Dios debe aprender a rendir a Dios lo que es de Dios.

Todas las formas de gobierno humano tienen venta­jas y desventajas. Si no hubiera aspectos buenos en cada una de estas estructuras políticas no se habrían ideado estos medios para gobernar. Pero, no por esto

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hemos de sentirnos autorizados a incorporar ideales de­mocráticos, o la simplicidad de una monarquía u otra estructura humana cualquiera en la iglesia. Dios ha dicho claramente que su forma de gobierno es una teocracia, y ¡El es el Señor!

El tener a Dios en primer lugar no es fácil

Cuando vivimos en una sociedad es fácil adquirir sus ideas y valores. Esto es parte del instinto gregario, en que queremos ser igual que los vecinos. Esta misma presión aparece con respecto al gobierno. El pueblo de Israel quiso imitar a las naciones circundantes y tener un rey. Rechazaron el orden querido por Dios -una teocracia- a fin de copiar a los vecinos. Cuando Samuel se quejó a Dios recibió como respuesta:

«Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan, porque no te han desechado a tí, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos». ( I a Samuel 8:7).

La iglesia no ha obrado mejor en Israel en este asunto. Ha pasado por ciclos distintos de renovación, prosperidad y declive, y, en cada caso, creo, la razón por la decadencia consiste en la negativa del pueblo de Dios a pagar al precio de seguir verdaderamente a Cristo.

Jesucristo sólo es quién se reserva el derecho de edificar la iglesia. Sólo El tiene la autoridad absoluta en el cielo y en la tierra, y ejerce esta autoridad a través de sus siervos. Empezó con los doce apóstoles y ha conti­nuado a través de los apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros.

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En el día de Pentecostés, Pedro, junto con los once, constituía el núcleo espiritual alrededor del cual se jun­taron los convertidos. Estos apóstoles no tenían la auto­ridad a causa de su cargo, sino porque nadie podía negar el poder de Dios que obraba a través de ellos.

Estos mismos hombres se hicieron cargo de la direc­ción de la iglesia y continuaron así hasta que otros hombres de la congregación estuvieron preparados para compartir parte de la responsabilidad. Durante este período tuvieron que hacer todo el trabajo, y con 8.120 personas, no era pequeño. Pero esperaron fielmente en Dios para que El tomara la iniciativa y proveyera ayuda en los cuadros de mando. Incluso así, estos otros fueron designados sólo para hacerse cargo de las viudas.

Parece que al principio de los diáconos estaban a cargo de la distribución de recursos de beneficiencia y otros similares, pero, de hecho, dos de ellos, Esteban y Felipe, pasaron a ser líderes de importancia. Esteban tenía amplia oportunidad para ministrar. Por las calles de Jerusalén predicaba a Cristom y condenaba a la mul­titud judía por no reconocer lo que estaba pasando entre ellos espiritualmente. Fue apedreado -el primer mártir- y una vez cometido este crimen, empezó una terrible persecución en la iglesia por todo Jerusalén. Los discípulos se esparcieron, como resultado de la misma, en Judea y Samaría.

Felipe se encontraba entre los que se escaparon a Samaría y predicaba allí a Cristo. El pueblo se maravi­llaba de los milagros que eran efectuados por medio de él. Muchos se convirtieron y fueron bautizados. Cuando llegaron Pedro y Juan no reprendieron a Felipe por esta labor. Aprobaron todo lo que había hecho y procuraron complementarlo. Reconocieron que los convertidos de Felipe eran creyentes genuínos y pusieron las manos sobre ellos para que recibieran el don del Espíritu San­

Cristo delega su propia autoridad

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to. Sin duda los apóstoles en autoridad no estorbaron al pueblo a que manifestara verbalmente al Señor, y lo compartiera con los que les rodeaban.

Los doce apóstoles originales (Judas fue substituido por Matías) tuvieron una posición única en el Nuevo Testamento. No son los mismos que los otros apóstoles y líderes que vinieron luego a la iglesia, después de Pentecostés. En el Libro del Apocalipsis de les llama los doce apóstoles del Cordero (21:24). Son los únicos após­toles que tienen este lugar especial.

Junto con estos doce había los ancianos en la iglesia de Jerusalén (Hechos 15:2) incluyendo a otros apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros.

Estos ancianos constituían el conjunto de los cinco dones ministeriales que hemos mencionado. Entre ellos había por ejemplo, profetas como Bernabé, Judas y Silas. Si no hacemos esta distinción clara entre los doce apóstoles y los apóstoles posteriores, de después de la ascensión, nos confundiremos en la relación entre los apóstoles y los ancianos.

La antigua tradición dice que los doce salieron de Jerusalén, al final, (Jacobo, el hermano de Juan, fue muerto, Hechos 12:2) y fueron a varias partes del mun­do. Sabemos que Juan terminó en Patmos y de Tomás se dice que fue a la India. El liderazgo de la iglesia de Jerusalén pasó a manos de los ancianos que habían trabajado con ellos. Uno de ellos, Jacobo, el hermano de Jesús, había alcanzado una notable importancia en la iglesia al tiempo del concilio mencionado en Hechos 15. Evidentemente había conseguido esta posición a base de sus dones o carisma -su evidente autoridad en el ministerio. Los otros ancianos reconocían que era un hombre de Dios, que tenía los dones y talentos suficien­tes para dirigirlos en su obra. Se sometían con agrado a su autoridad.

Cuando Pablo escribe a los Gálatas, dice que Jaco­bo. el hermano de Jesús, era uno de los apóstoles, pero

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no dice que era uno de los doce. Pero, yo creo que Jacobo era principalmente el pastor de la iglesia de Jerusalén. Es por esto que en Gálatas, Pablo habla de que «ciertos hombres que vinieron de Jacobo». En efec­to, venían de Jerusalén. La iglesia y su líder eran sinó­nimos.

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El don del gobierno

XVI

El gobierno de la iglesia no es hecho por el hombre, es un don de Dios, y el pastor es un don de Dios a la iglesia local. Pedro dice:

«Cada uno según el don que ha recibido, mi­nístrelo a los otros, como buenos administra­dores de la multiforme gracia de Dios. Si alguno habla, que hable como si fuesen pala­bras de Dios; si alguno ministra, que lo haga en virtud de la fuerza que Dios suministra, para que en todo sea Dios glorificado median­te Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el dominio por los siglos de los siglos. Amén».( I a Pedro 4:10-11).

El gobierno de Dios significa personas con dones

Cristo es la Cabeza de la Iglesia. Pero, siendo su gobierno ejecutado por medio de hombres y mujeres, la

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tarea es asegurar que el gobierno permanezca en las manos de personas dotadas por Dios y por El escogidas. Esto requiere algunos medios para reconocer a estas personas, y alguna manera de designarlos delante de la congregación. En tiempo de los doce apóstoles esto no era ningún problema.

Desaparecidos ellos, sin embargo, empezaron los problemas. Nadie podía ocupar su lugar. Pero, la impo­sición de manos hecha por ellos había impartido bendi­ción y carisma reales a otros. Por este medio pusieron aparte para Dios a otros y les dieron honor a la vista del pueblo al que tenían que guiar. Esto no era magia. Era una transmisión espiritual hecha por fe y obedien­cia.

La designación de líderes nunca fue arbitraria; era evidente a todos cuando una persona había sido dotada por Dios. Al escoger estos primeros diáconos, los após­toles dijeron, simplemente, a la multitud de discípulos, que buscaran entre ellos mismos y eligieran a siete hombres que fueran de buen testimonio, llenos del Es­píritu Santo y de sabiduría. ¿Por qué?. Esto no era una elección a base de popularidad, sino que concurría con la elección hecha ya por Dios. Estaban meramente re­conociendo los dones que Dios había dado.

En los capítulos de los Hechos que siguen encontra­mos a los apóstoles yendo de ciudad en ciudad ordenan­do ancianos. Los apóstoles no esperaban que la congre­gación fuera capaz y madura para poder escoger el liderazgo de estas iglesias que Dios había levantado entre ellos. Los apóstoles podían ver el potencial dado por Dios en hombres y mujeres, que no era siempre aparente en las congregaciones de nuevos creyentes. Cuando estas congregaciones quedaron establecidas ba­jo el cuidado de los pastores locales y otros ancianos, el liderazgo futuro podía ser recogido entre la congrega­ción por estos líderes locales.

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A lo largo del Nuevo Testamento encontramos que el gobierno era siempre elegido en términos carismáti- cos y no en términos burocráticos. Se dice muy poco acerca de la estructura del gobierno, porque el foco y objeto eran los individuos específicos que funcionaban carismáticamente. No fue hasta que el pueblo perdió esta simple y directa relación con Cristo que empezaron a formularse sistemas de gobierno.

Olvidaron que el gobierno de la iglesia no es un sistema sino un don. Como resultado, la iglesia primiti­va nos dejó una herencia de tres formas básicas de gobierno de la iglesia, cada una de las cuales subsiste hasta el día de hoy. Cada una hace énfasis en un aspecto de la manera en que Dios obra, cuando el Espíritu Santo está libre para dirigir los asuntos de la iglesia, pero todos ellos están lejos de la simplicidad que hallamos en Cristo solamente.

¿Hay alguna relación entre el evangelio del reino que la iglesia proclama y la forma visible con que ella se presenta ante el mundo? Jesús enseñó que la respues­ta a esta pregunta era afirmativa, pero que seria vista en términos de amor práctico y relaciones leales. Cuan­to más la iglesia se alejó de la presencia viva de Dios, más contestó a la pregunta anterior en términos de estructura externa en la forma de gobierno y de arqui­tectura. Robert S. Paul hace una aguda observación en su reciente Libro «La Iglesia en busca de sí misma»:

«La manera clásica en que las iglesias han contestado a esta pregunta es en términos de gobierno -y esto da un medio de clasificación que va desde la Iglesia Católicoromana, con su estructura jerárquica con el Papa a la ca­beza, como «obispo de los obispos», a la inde­pendencia congregacional atomística. Los tres patrones simples que han aparecido son para­lelos a las tres formas o sistemas básicos de

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gobierno civil conocidos en el mundo antiguo: episcopal (monárquico), presbiteriano (oligár­quico o aristocrático), y congregacional (de­mocrático)». (p. 31).

Los nombres de estos tres tipos de gobierno se deri­van de la palabra que mejor describe el foco de poder o autoridad en cada uno. El vocablo griego para obispo o guardián es «episkopos». Esta palabra describe el pastor como uno que vigila y guarda al rebaño (skopos: «ver o mirar», epi: sobre). La forma presbiteriana de gobierno hace énfasis sobre un grupo de ancianos, tomando la palabra griega «presbuteros», que significa «anciano». Según este sistema el poder está en las manos de los varios ancianos de igual rango, llamados presbiterio o sesión. La forma de gobierno congregacional coloca el poder en manos de la congregación entera y hace énfa­sis en la independencia de cada iglesia en materias de finanzas y directrices.

Bajo el gobierno episcopal, la autoridad es conferida sobre el pastor local por sus superiores en una jerarquía eclesiástica. Bajo el gobierno presbiteriano, la autoridad procede de la concurrencia de criterio de una sesión de ancianos. Bajo el gobierno congregacional el derecho a regir es conferido por la elección del pueblo que va a ser gobernado por un pastor particular. Bajo ninguno de estos arreglos el pastor tiene la autoridad final para declarar la voluntad de Dios a la congregación local. En cada caso hay una autoridad humana superior a la suya. De esta manera el carisma pastoral para gobernar y administrar queda limitado.

Cada una de estas formas históricas de gobierno hace énfasis en un punto bíblico, pero ninguna de ellas es la pauta bíblica. En nuestro Templo de Betesda nos damos cuenta de la importancia de la autoridad última en manos de un anciano que presida, o de un obispo, para que estos puedan hacer la decisión para la congre­

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gación entera y hablar con autoridad representando a todos los ancianos. Pero vemos también la necesidad de aguardar hasta que todos los ancianos que forman el consejo de la iglesia puedan sentir que Dios está mo­viéndose en una dirección determinada, antes de proce­der adelante en asuntos de mucha importancia. Pode­mos permitirnos esperar hasta llegar a la unanimidad, y tener el sentimiento de paz y conocimiento de que es bueno, para el Espíritu Santo y para nosotros, antes de actuar. Ni tampoco pasamos por alto la voz del pueblo de Dios en conjunto. Esperamos su consentimiento y respuesta cuando intentamos edificar o emprender ex­pansión en nuevas direcciones. Tenemos asambleas de carácter administrativo anuales en que se pueden airear estas cuestiones. Pero, el pueblo no elige a sus líderes; los líderes son previamente designados por Dios. Al combinar las contribuciones válidas de cada corriente histórica, creemos que nuestro gobierno local es refor­zado y aligerado para una mayor eficiencia.

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Vocación - La llamada de Dios

XVII

Todo se convierte en un problema cuando hay un vacío. La disputa presente sobre el ministerio pastoral se ha suscitado porque hay falta de dirección en el mismo. Cada vez que hay problema en el reino del liderazgo es porque los líderes no se levantan y expresan su opinión. Siempre hay una crisis de liderazgo cuando no hay tal liderazgo. Esto puede demostrarse en la esfera de la política nacional. A veces faltan portaestan­dartes. Los líderes no aparecen. A causa de esta falta, muchos sacan espadas para probar que ellos son los mejores.

A lo largo de la historia encontramos que los pro­blemas con que se enfrentan las naciones pronto apare­cerán en el seno de la iglesia. Dios quiso que fuera así. Cristo rogó que su pueblo fuera dejado «en» el mundo, no sacado del mismo, porque quería usarlos como ins­trumento para el cambio social. El efectuar este cambio en la sociedad requiere hacer frente a los problemas y resolverlos en la iglesia primero. La influencia sigue al

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ejemplo. Así que encontramos la iglesia luchando para hallar respuestas a los muchos problemas de nuestros días sobre liderazgo, autoridad y respeto al gobierno. La iglesia se esfuerza en resolver estos problemas al mundo.

En nuestros días vemos como la familia se está disolviendo. Tal como profetiza la Escritura, los hijos se volverán contra los padres (2a . Tim. 3:1-5). La falta de respeto es pan del día. La pérdida de respeto a los padres está directamente relacionada con la falta de respeto a otras autoridades dadas por Dios. Como fami­lia de Dios debemos descubrir otra vez como relacionar­nos con nuestros superiores en el Señor -nuestros padres espirituales- antes de hablar con autoridad a la socie­dad en general. Nuestro mensaje verbal sólo tendrá la importancia que tenga nuestro ejemplo. Hay que res­taurar el respeto dentro de la iglesia.

Si cada uno se hace la ley, el resultado es la anar­quía, la confusión, el caos. La cohesión que conserva la sociedad intacta se disuelve. Los pactos son quebranta­dos. No hay respeto para la familia, la iglesia, el go­bierno. El Espíritu de Dios está estableciendo un ejem­plo contra esta inundación por medio de la palabra y la restauración de las iglesias locales como ejemplos de orden y paz. A medida que el espíritu de los tiempos presentes engendra más y más anarquía, el Espíritu de Dios se derrama en una medida sin precedentes para restaurar el respeto y la obediencia.

Acompañando este derramamiento general del Espí­ritu Santo hay una restauración de la obediencia a la autoridad delegada. Dios está restaurando la verdad de que El está detrás de toda autoridad. Nuestra obedien­cia a una autoridad es en realidad respeto a Dios. El deber del hijo y el deber de la oveja es someterse y respetar la autoridad -autoridad que es como el cemen­to que asegura los fundamentos de la sociedad y de la iglesia.

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Las tendencias corrientes en algunos círculos tienden a minimizar la responsabilidad y autoridad pastoral. Esto refleja nuestro escepticismo nacional sobre el lide­razgo. las presiones nacionales e internacionales se re­flejan de modo paralelo en la iglesia. Pero, a causa del plan de Dios, encontramos que el Espíritu se levanta en el pueblo de Dios para vencer el mal con el bien. La respuesta acerca de la autoridad delegada y el respeto a la misma aparecerá primero en la comunidad de los redimidos, donde el verdadero liderazgo viene del Espí­ritu Santo. El pueblo de Dios servirá como sal para corregir y preservar la sociedad, en tanto que la sal no pierda su verdadero sabor por mezclarse con el mundo, sus valores y su estrategia. El aviso de Pablo es bien claro y vale incluso hoy, aunque fue esrito hace cente­nares de años:

«No os adaptéis a las formas de este mundo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestra mente, para que comprobéis cual es la voluntad de Dios; lo bueno, lo que le agrada y lo perfecto. Digo, pues, por la gra­cia que me ha sido dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener. (Roma­nos 12:2-3).

Nuestra nación necesita liderazgo. Necesitamos go­bierno -buen gobierno- porque sin él las cosas se desar­ticulan. Esto es verdad tam bién de la iglesia, local y universal. Este es el vacío que Dios quiere llenar redefi- niendo el papel y autoridad del pastor. Dios restaura al pastor local a su sitio como líder del redil local que le corresponde; líder que debe ser respetado, honrado y obedecido. Dios ha dado dones a la iglesia para llenar

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esta necesidad de gobierno; estamos aprendiendo a re­conocer el carisma pastoral y a darle el respeto que merece.

Podemos vencer la desilusión

Cada vez que Dios se mueve adelante en la historia hay muchas personas que se desilusionan con las insti­tuciones y doctrinas del pasado. Cuando de repente nos damos cuenta de la pauta original de Dios, Nos impa­cientamos con nosotros mismos y nuestros prójimos cristianos porque hallamos que nos hemos desviado tan­to de sus planes. Tendemos a reaccionar con violencia y a hacer oscilar el péndulo hacia el extremo opuesto. Pero, no encontramos esta actitud en el Maestro Alfare­ro. Cuando El ve que un vaso se ha echado a perder -una creación de sus manos que no ha salido como quería- no la tira y la rompe con ira, sino que la modela de nuevo. Sabe que puede sacar algo de noso­tros que nosotros no podemos sacar. Quitará lo excesi­vo, pero da valor a la materia prima de nuestras vidas. Rehacerá el vaso tantas veces como sea necesario para amoldarnos a sus propósitos.

Cuando Juan Carlos Ortíz se desilusionó con la igle­sia institucional de la Argentina, indicó un vacío real en el área del liderazgo pastoral vital. Sintió la falta de relación auténtica entre el pastor y las ovejas. Compar­tió esto con otros en otras partes del mundo de nuestro país. Aparecieron también deficiencias claras en la práctica presente del pastorado. Ortíz y sus seguidores dieron la voz de alarma para despertar a la iglesia a la necesidad de restauración de las relaciones personales y la disciplina en la iglesia local. Están llamando nuestra atención sobre una necesidad genuína.

Pero, al precipitarse a llenar este vacío, están ca­yendo en la misma clase de error que yo he hecho y otros muchos. En su desilusión van apresuradamente.

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Se han vuelto iconoclastas. Están dejando de lado el valor que hay en la materia prima de la iglesia local. En vez de rehacer la vasija, la echan. Han olvidado que la pauta de Dios es la iglesia local y que El todavia proporciona a la iglesia individuos con dones para ser­virle como apóstoles, profetas, evangelistas, pastores, y maestros -y que éstos operan en el contexto de la co­munidad reunida en cada localidad. Las ovejas son todavía alimentadas y protegidas en el redil donde las apacientan individuos llamados y equipados por el So­berano para cuidar a las ovejas. La descentralización en grupos, en casas o en celdas, no puede ocupar el lugar de la comunidad junta, que pasa a ser una morada para Dios y el Espíritu sólo cuando se reúnen juntos. Es el pastor local que tiene carisma para reunir a las ovejas de esta manera. Los hombres no se vuelven pas­tores por nombramiento arbitrario, sino por la llamada sobrenatural de Dios.

No todos los ancianos están equipados de esta ma­nera. No todos pueden pastorear, como no pueden pro­fetizar como no tienen dones de curación. Dios divide el carisma de varios modos según quiere. Esto significa que la palabra «anciano» no es siempre sinónima de «pastor». Tenemos muchos ancianos en nuestra iglesia local, pero no todos ellos tienen el don pastoral. Algu­nos tienen palabra de sabiduría, otros tienen palabra de conocimiento. Algunos tienen don de curación. Pero pastorear no es sinónimo de ser anciano. Depende de los dones del hombre y de su vocación.

Si se toma un joven y se le pone sobre un grupo de discípulos, puede sentirse exaltado por su importancia Puede volverse arbitrario y su orgullo le hace hablar recio. El va a tener discípulos, ¡de lo contrario!...; la gente tiene que someterse. No debemos olvidar que nuestra autoridad no es arbitraria, ni es eclesiástica; nuestra autoridad es espiritual. Es nuestra habilidad para alimentar. Si dividimos la iglesia local en peque­

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ñas celdas y ponemos ancianos a cargo de algunas de las ovejas, pero estos hombres no tienen don pastoral, buena parte de estas ovejas no serán alimentadas sim­plemente.

Debemos reconocer nuestra vocación

El poeta dijo que «sólo Dios puede hacer un árbol». De modo similar hemos de reconocer que sólo Dios puede hacer un pastor. Un pastor debe tener la voca­ción divina de reunir, alimentar, proteger y dirigir el ganado. Los otros hombres no pueden darlo a la iglesia como un don, tiene que ser dado por Cristo. Tiene que tener una vocación pastoral válida y darse, a sí mismo, la preparación para cumplir esta llamada. Si hemos de ver a Dios llenar el vacío en el área del liderazgo caris- mático, debemos dejarle que haga la selección. Hemos de poner de lado nuestras propias ideas e ideales y escuchar la voz del Pastor Principal. El es el que debe llamar. Nosotros debemos esperar a estar seguros de su llamada antes de empezar a «andar dignamente» para esta vocación (Efesios 4:1).

Me gusta lo que la Biblia dice acerca de nuestra vocación. Me gusta el que Dios nos llame y nos dé un sentido de misión. Hablo con frecuencia del sentido de destino, porque es importe para mí. «No estoy por mi cuenta; estoy bajo órdenes». Actúo como una autoridad delegada.

Me acuerdo de mis días en la Marina de Guerra. Entre los militares se sabe bien lo que es recibir órde­nes. No queríamos ir a un campo de batalla y luchar sin recibir instrucciones. Yo quería saber que a cual­quier sitio donde me m andaran me darían órdenes y que mis superiores sabían que yo estaba allí. Queríamos estar seguros que se trataba del interés de la nación, que estábamos en el Pacífico por razones válidas, y que otros nos respaldaban. Necesitábamos respuestas.

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Cuando Dios nos llama lo conocemos, y sabemos por qué se nos asigna a localizaciones y situaciones específicas. Nunca obramos por nuestra cuenta.

Este asunto de la vocación no tiene que ser un misterio. Es tan claro y práctico como una orden mili­tar. Cuando estamos bajo órdenes significa que sabe­mos lo que Dios nos pide. Sabemos cuales son sus órdenes. No hay duda en la mente de si tenemos voca­ción o no la tenemos.

Quiero permitirme insistir sobre lo que significa la palabra «vocación». Es un vocablo religioso que ha per­dido su significado original. Vocación viene de «voca- tio», (latín), y significa «llamada, cita, mandato, invita­ción». Dios nos invita o llama y nosotros respondemos a su iniciativa. No decidimos con algún «consejero voca- cional» que el pastorado sería una buena carrera para nosotros. O bien Dios nos llama para sí y su obra y nos «da» a su pueblo con la habilidad para jun tar y alimen­tar, o no tenemos tal vocación. Este énfasis sobre la iniciativa divina se deja ver claramente en la definición de los diccionarios:

1. Vocación es la llamada de Dios a un individuo (o grupo) para emprender las obligaciones y ejecutar los deberes de una tarea particular o una función en la vida.

2. Vocación es la llamada divina a colocarnos al servicio de otros, de acuerdo con el plan divino. Es el llevar a cabo sus órdenes.

3. Vocación es la llamada divina a una carrera religiosa como el sacerdote o el ministerio pasto­ral que se muestra por la adecuación, inclinacio­nes naturales y convicción de la llamada divina.

Tengamos en cuenta estas definiciones básicas al explorar la evidencia bíblica que nos mostrará si tene­mos o no esta vocación dada por Dios.

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Cuando Dios pone su mano sobre nosotros para cualquier clase de ministerio, lo sabemos. Lo sabemos tan seguro interiormente, que nadie nos puede persua­dir de lo contrario. Sin duda, experimentamos períodos de tentación en que nos preguntamos y dudamos sobre el propósito de Dios en nuestras vidas, pero, por deba­jo, en nuestro corazón hay la seguridad, el conocimien­to que el Espíritu Santo ha colocado en él.

La historia de Elias y el llamamiento de Elíseo nos sirve como una ilustración excelente de lo que llamamos conocimiento de la vocación. Hallamos esta historia en I a. Reyes 19:19-21:

Partiendo él de allí, halló a Elíseo hijo de Safat, que araba con doce yuntas delante de sí, y él tenía la última. Y pasando Elias por delante de él, echó sobre él su manto. Enton­ces, dejando él los bueyes, vino corriendo en pos de Elias; y dijo: Te ruego que me dejes besar a mi padre y a mi madre, y luego te seguiré. Y él le dijo: Ve, vuelve; ¿qué te he hecho yo? Y se volvió, y tomó un par de bueyes y los mató, y con el arado de los bueyes coció la carne, y la dió a sus gentes para que comiesen. Después se levantó y fue tras Elias y le servía.

Elias tenía buenas razones para actuar de la forma en que lo hizo con Elíseo. Estaba probando la autenti­cidad de la vocación de Eliseo. Este acto de echar su manto sobre Elias era un lenguaje que entendían en aquel día. Significaba adopción. Como los padres visten a sus hijos, Elias tomaba a Elíseo bajo su cuidado personal, para criarle en las cosas de Dios. Eliseo reco­

El Pastor sabe que es llamado

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noció el significado pleno de este acto. Inmediatamente contestó cortando la conexión con su familia y su oficio de labrador. Elias trató de disuadirlo. Le habló como si no supiera nada de todo aquel asunto: «¿Por qué todo esto, no tienes por qué cambiar tu modo de vida?».

Pero, la vocación auténtica le había sido comunica­da. Eliseo pudo contestar con la seguridad que sólo Dios planta en el corazón: «Vengo porque estoy respon­diendo a la llamada de Dios para trabajar en el minis­terio».

He visto que si puedo disuadir a un hombre de seguir el ministerio, su vocación no es genuína. Si mis palabras pueden hacerle volver la espalda, ¿qué haría bajo la presión de la oposición real en la obra? Esto ha resultado ser útil para hallar a los que sólo tienen «ideas» acerca del ministerio.

Cuando Dios nos ha llamado estamos seguros que nadie puede detenernos de seguir las órdenes de Dios.

U s pastores llamados muestran consagración

El conocimiento de la llamada de Dios crece en nosotros. Ocupa más y más nuestros pensamientos y planes. Encontramos que ponemos de lado otros objeti­vos menores para podernos dar más completamente a esta llamada. Esta clase de consagración es obrada en nosotros por el Espíritu Santo. El hace que los deseos de Dios nos consuman y nos apasionen. Después de algún tiempo encontramos que nada más nos importa, aparte de nuestra vocación. Esto no es algo que hace­mos nosotros sino que es nuestra respuesta a la iniciati­va de Dios al llamarnos.

Después de un número de años de estar Eliseo al servicio de Elias, vemos que este conocimiento ha pasa­do a consagración. No puede ser disuadido del propósi­to de Dios para él. Cuando el momento de la partida de Klías se acerca, vemos que Eliseo hace una serie de

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pruebas sobre su consagración. Todo el mundo, incluso los compañeros en el ministerio y su propio tutor le dicen que lo deje. Quédate satisfecho con lo que has hecho. No perseveres más adelante. Pero, dentro del corazón de Elíseo hay una pasión consumidora y una decisión inquebrantable, similar a la del Apóstol Pablo, que dijo:

«No que lo haya alcanzado ya, ni que ya haya conseguido la perfección total; sino que prosi­go, por ver si logro darle alcance, puesto que yo también fui alcanzado por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no considero haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo hacia la meta para con­seguir el premio del supremo llamamiento de Dios, en Cristo Jesús». (Filip. 3:12-14).

La historia de la preparación de Elíseo para tomar la posición de Elias en 2a. Reyes nos ilustra el impulso a obedecer la llamada de Dios que Pablo expresa en sus palabras en Filipenses 3. Si no tenemos el sentimiento de este «ser necesario» dentro, es que Cristo no nos ha pedido que alimentáramos a sus ovejas. La vocación genuína no puede ser negada. Si hemos oído su llamada se verá en la dedicación total de nuestra vida a contes­tarla. Ningún coste en la preparación parecerá un sacri­ficio demasiado grande para contestar a Dios. Si la idea del ministerio fue nuestra propia o de otro, nos encon­traremos en la posición de un asalariado. Cuando arre­cie la oposición, la abandonaremos.

Los pastores llamados poseen fe y paciencia

Cuando oímos que Dios habla, se engendra la fe. Esto es lo que hace siempre la auténtica palabra que

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procede de Dios. Cuando la hemos oído respondemos creyendo y obrando en obediencia. La misma fe oye la llamada y ve la visión es la que nos sostiene y nos hace firmes en la paciencia.La vocación no es algo que ocu­rre de la noche a 1 mañana. Se requieren años de preparación en la escuela del Espíritu Santo. Dios nos enviará en la vida las cosas que nos harán poder ser aquéllo que Dios quiere que seamos. Lo mismo si so­mos llamados a ser apóstoles, o pastores, o lo que sea. Pero, debemos crecer en El antes de que esto pase a ser una realidad. Esto significa que hemos de pasar la prueba más difícil de todas: la prueba del tiempo.

Creo que el esperar es una de las cosas más difíciles que Dios nos pide. Pero, no hay atajos en el cumpli­miento del ministerio. A mí nunca me ha gustado espe­rar. Recuerdo que cuando era un chico, una de las cosas que más aborrecía oír de mis padres era: «Espera. Nos lo pensaremos». Cuando quería una bicicleta la quería al momento. Todos los chicos del vecindario la tenían. ¿Por qué tenía yo que esperar? Al ir creciendo para llenar nuestra vocación vemos que Dios espera para mostrarnos su misericordia.

Es absolutamente esencial que la fe y la paciencia se desarrollen en el pastor. Esto no es sólo para hereder las promesas, sino una cualidad necesaria para atraer y conservar seguidores. La gente no se nos juntarán y permanecerán con nosotros si ven que nunca llevamos a su término las cosas que empezamos. Se nos ordena que busquemos líderes que sean capaces de pasar la prueba del tiempo. El autor de Hebreos dice:

Pero deseamos que cada uno de vosotros muestre la misma solicitud hasta el fin, para plena certeza de la esperanza, a fin de que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aque­llos que por la fe y la paciencia heredan las promesas. (6:11-12).

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Es importante que el pastor lleve a cabo las visiones que ha compartido con su pueblo. Las ovejas se despa­rraman rápidamente cuando ven que después de haber dado su dinero para un proyecto éste no se completa nunca. Los líderes deben tener fe y paciencia para completar lo que han empezado en Dios. Es mejor emprender proyectos dentro de los límites de la fe del líder y llevarlos a cabo, que hablar de grandes cosas y no hacerlas.

Los pastores llamados obran con confianza

La vocación genuína llega con una certidumbre sóli­da. Podemos permitirnos estar tranquilos respecto a la obra de Dios. Podemos ser amables con los otros. Les hacemos paso a los otros que muestran haber recibido dones de Dios. He aprendido que la confianza es abso­lutamente esencial para triunfar en la vida. Incluso al jugar al golf con los amigos encuentro que el estar tranquilo es vital. Cuando uno de mis oponentes me sigue demasiado cerca procuro ponerle un poco nervio­so. Le digo bromeando: «¿Es esta la posición que adop­tas siempre?». O, «¿es así que coges el bate?». Si insisto pierde el aplomo. Lo mismo es válido en el ministerio que en los deportes.

Es fácil notar que el novicio se esfuerza generalmen­te demasiado. No se permite hacer errores ni se lo permite a los otros. No es flexible. Es exigente y arbi­trario. Se siente amenazado cuando hay alguien que tiene dones y le parece que quieren competir con él, en vez de estar agradecido por la ayuda. Pero, el hombre que sabe que está en Dios, cuya vocación es segura, puede permitirse relajar, ser simple y disfrutar de la vida. Cuando tenemos confianza, la vida no es tensa y difícil.

La confianza que resulta de la genuína vocación pastoral consiste primariamente en una autoimágen

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perfilada, una identidad cuyo destino es servir a Dios ayudando al prójimo. El saber lo que se es en Dios libera al pastor de tener que usar los muchos trucos psicológicos que la gente hace en sus esfuerzos para hacer ver que son algo distintos de lo que son. El pastor llamado no necesita proyectar ninguna imagen mayor que lo que realmente es en Dios. Puede permitirse ser él mismo incluso cuando predica y aconseja a los suyos. El problema de la identidad ha sido resuelto por medio de su unión vital con el Pastor Principal. Esto deja en libertad las energías emocionales del pastor para que en vez de preocuparse de defender y proteger su imagen se dedique a cuidar realmente de los demás.

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XVIII

La voz del pastor

En Juan 10 encontramos varias comparaciones bien delineadas entre los que son llamados por Dios para alimentar su rebaño y los que se nombran a sí mismos para esquilarlo a mansalva.

Pastor

1. Entra por la puerta; es reconocido por el porte­ro como auténtico.

2. Las ovejas conocen suvoz.

3. Llama a las ovejas por su nombre y las saca.

4. Las ovejas le siguen.5. Pone su vida para de­

fenderlas si es necesario

Asalariado

1. Sube «por otra parte».

2. Las ovejas no conocen su voz. Lo consideran un extraño.

3. No puede llamarlas por su nombre.

4. Las ovejas huyen de él.5. Las abandona si hay

peligro, para salvar su vida.

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6. Cuida de las ovejas. 6. Se preocupa del salariosolamente.

Jesús hizo estas comparaciones para ayudar al pue­blo de aquel tiempo a distinguir entre los que realmente los conducían a Dios y los que trataban de aprovecharse de ellos. Presentó los contrastes entre su propio niniste- rio y el de los que se decían líderes y pastores, pero en realidad servían sólo sus propios intereses. Pero, estos contrastes básicos son válidos todavía hoy cuando tra ta ­mos de distinguir entre los siervos de Dios que son sus colaboradores, de aquéllos que se introducen ellos mis­mos en el ministerio para buscar su propio placer.

Todos estos atributos encuentran expresión en la voz del pastor. Es por medio de su voz que llama a las ovejas para que le sigan. Las ovejas de modo instintivo distinguen en el timbre de la voz si tienen que respon­der a la llamada. El pastor con carisma concedido por Dios tiene una voz que atrae a las ovejas. Esto es algo que el asalariado no puede imitar.

La diferencia entre el asalariado y el pastor verdade­ro es la manera de relacionarse con el Gran Pastor. La voz del pastor verdadero atrae a las ovejas porque lleva los mismos timbres de genuino amor y cuidado que Cristo tiene para cada uno de los suyos. El pastor está tan vitalmente unido personalmente al Gran Pastor que en un sentido real las ovejas son suyas propias. No se preocupa del salario sino de que las ovejas estén ali­mentadas. Esta clase de unión con Cristo resulta en fruto abundante en su ministerio pastoral.

¿Cuántas ovejas puede cuidar un Pastor?

Algunos maestros dicen que como Jesús se limitó a doce discípulos no deberíamos intentar alimentar a mi­les. Pero la obra de Jesús con sus doce discípulos era diferente de la obra que El realizó con las muchas otras

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ovejas que Dios le dió. Las doce habían de poner los cimientos de la iglesia en la doctrina apostólica y el ejemplo.

Eran a miles los que se apiñaban para oír a Jesús. Cuando Jesús contó la parábola de la oveja perdida, habló de un pastor que tenía cien ovejas. Pero, no era raro que los pastores de aquellos tiempos tuvieran cen­tenares de ovejas y aún miles de ellas. Con frecuencia tenían varios ayudantes y usaban muchos perros, pero había un sólo pastor. Jesús consideraba a la multitud como ovejas, no sólo a los doce.

Y al ver a las multitudes se compadeció de ellas; porque estaban extenuadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor (Mateo9:36).

Algunos dicen que cuando la iglesia alcanza los doscientos miembros es mejor dividirla en iglesias filia­les. Pero, éstos no han examinado bien los ejemplos del Nuevo Testamento. Al principio de la historia de la iglesia de Jerusalén, su número era de más de 8.120. Al principio, los nuevos convertidos eran «añadidos» dia­riamente, pero más tarde, cuando la obra de Dios entre su pueblo se fue incrementando, los creyentes se «mul- liplicaban». El número de personas en una iglesia local depende de cuantas personas el pastor puede alimentar con su voz. Con cuantas ovejas puede compartir la carga de compasión del Señor. Esto depende de cada persona. No se pueden establecer límites arbitrarios.

No se sabe a cuantas personas se puede cuidar hasta que se empieza a alimentarlas. Pero, más importante aún, no se trata de la cuestión de limitar el número de ovejas del rebaño, sino de como se expande la persona­lidad del pastor. A medida que el pastor se va abriendo a Dios y al pueblo, el carisma se vuelve más aparente. Hay más ovejas que le escuchan y responden a su voz.

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No hablamos aquí de elocuencia, sino del poder de juntar y alimentar al pueblo.

Los pastores difieren en su capacidad para mantener juntas las ovejas. Algunos atraen unas pocas durante su vida, otros atraen a miles. Esto es debido a la diferen­cia en los dones que Dios nos ha dado. Dios requiere de nosotros que demos fruto según la capacidad que nos ha dado. No se trata básicamente de más o menos oración. Muchas veces se ofende a las personas por falta de disciplina personal. Poco cuidado en cumplir las promesas, ir poco arreglado, hacer tarde, comer demasiado, todo ésto son pequeñas zorras que pueden echar a perder la eficacia de un ministerio pastoral. Somos responsables de cultivar el don que Dios ha depositado en nosotros en su potencial total.

Durante los dos siglos que siguieron a la compila­ción del Nuevo Testamento hubo una gran confusión en la iglesia acerca de la autoridad del pastor como líder carismático. Se daba por un hecho que el pastor, por haberse establecido para cuidar el rebaño, en vez de viajar con los apóstoles y profetas, debía carecer de inspiración y ser inferior a ellos.

J. A. Robinson comenta sobre este abandono del patrón del Nuevo Testamento:

El decir que el ministerio era local es algo que no causa ningún daño; pero si se entien­de que el ministerio local no es un don de Dios al conjunto de la iglesia, se le rebaja en comparación con los profetas y otros maes­tros, que salían del seno de la comunidad local, pero cuyos dones podían ser reconoci­dos en otras comunidades a las que visitaban, y esto es ir mucho más allá de lo que permite el Nuevo Testamento. La consecuencia sacada es completamente equivocada si se llega a la conclusión de que los profetas y maestros

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eran personas de autoridad, que tenían dere­cho a dirigirse a las comunidades locales en nombre de toda la iglesia en conjunto. (El Ministerio Primitivo, p.77).

Al declinar el carisma la autoridad tenía que ser obtenida de otras formas. Por esta razón empezó a exagerarse la idea de la jerarquía eclesiástica. El térmi­no obispo fue separado de otros términos aplicados al pastor y se le hizo una posición de mayor importancia. En vez de ser el anciano que presidía la comunidad local, el obispo fue elevado a la supervisión, no de una, sino de varias iglesias. La organización de los hombres había reemplazado la regla de Dios.

La voz del Pastor da confianza

Hay algo dentro de cada uno de nosotros, ovejas del Señor, que clam a por la seguridad de estar bajo el cuidado de alguien que sepa lo que hace y que lo haga con una firmeza hija de la confianza. Esta necesidad de la confianza que procede de la autoridad es tan eviden- le en las ovejas reales como en el pueblo de Dios. Veamos una ilustración:

Durante una guarda nocturna tem prana visité una vez a un pastor en su redil; al oírle gritar de vez en cuando: «¡Oh! ¡Ah! ¡Ah!» le pre­gunté si era necesario gritar ésto durante la noche. Su respuesta fue. «¡Amigo! si no llamo a las ovejas así, oirán las voces de sus enemi­gos y se asustarán. Si ellas no oyen mi voz, oirán a los lobos que merodean y se acercan más y más al aprisco. Necesitan oír mi voz para estar tranquilas y disfrutar de un sueño reposado. (La canción del pastor en las coli­nas del Líbano, p.36).

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De manera semejante, los vaqueros americanos les cantan al ganado. Muchas de nuestras canciones del Oeste son en realidad producto de esta necesidad de contacto con las vacas por parte del vaquero. Incluso la rasposa voz del vaquero debe sonar agradable a las vacas al cantar, pues se quedan tranquilas y quietas.

Un pastor oriental observó la semejanza entre las ovejas naturales y el pueblo de Dios. Los dos tienen necesidad de que les recuerde que son de valor personal para el pastor. Los dos medran con estos toques perió­dicos de cuidado y afecto. Oigamos lo que dice en su pintoresco lenguaje:

Cuando las ovejas salen cada mañana, cada una toma su lugar, como un ejército discipli­nado, hacia el pasto, y conserva la misma posición durante el día. Mientras apacentaba el ganado pensé mucho sobre esto. De vez en cuando durante el día una oveja se acerca al pastor, dejando el pasto, y le mira con ojos de expectativa, soltando un «bee» plañidero.Los pastores conocen el significado de esta balido: los pastores alargan la mano y la ove­ja corre hacie el pastor. Entonces el pastor la acaricia, le pasa la mano por la espalda y le da unos golpecitos, murmurando palabras tiernas en su oído: «¿Qué tal te gusta hoy el pasto, has comido bien? ¿Habían zarzas, o serpientes que mordían?» Y sigue acaricián­dola. La oveja, entretanto, arrima la cabeza a la pierna del pastor y la frota contra ella.. A su manera le dice que le quiere. Después de unos momentos de esta fraternización e inter­cambio de amor y amistad con su dueño, gozosa y alegre en su presencia, la oveja se vuelve a pastar en el lugar que el correspon­de, refrescada y contenta del contacto con el pastor. (El Espíritu del Pastor, p.59).

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El consejo pastoral es a menudo el mejor medio para resolver los problemas personales y familiares. Y estas oportunidades en que hay atención personal au­mentan el valor del ministerio público. He conocido en estas sesiones cuales son los problemas comunes entre las personas, en un período dado. Al darme cuenta, de un tal problema, a menudo veo que es un servicio a todos el predicar sobre el mismo a toda la congrega­ción. Pero, más importante es que estas personas a- prenden a escuchar con mayor confianza el consejo entero de la Palabra de Dios, habiendo visto en una pequeña experiencia personal que su sabiduría excede a la nuestra.

Hemos de ser cuidadosos, sin embargo, en preservar el equilibrio entre el tiempo empleado en el aconseja­miento individual y el tiempo empleado en alimentar al rebaño como un conjunto. Algunas personas parecen necesitar un pastor privado para ellos solos. No quieren la responsabilidad de hacer sus propias decisiones.

La voz dentro de la voz

Este fenómeno de la voz dentro de otra voz, la palabra inspirada, es lo que hace la diferencia entre la letra muerta y la viva. Hay dos palabras griegas para traducir el vocablo «palabra» de nuestra lengua. Una de ellas es «logos». Esta habla del principio eterno.

La segunda es «rhema». Este vocablo se refiere a una afirmación hecha en una ocasión específica. «Rhe­ma» se refiere a «ahora», en contraste con «eternamen­te» de «logos». Dios se ha manifestado como «logos», inmutable. Pero El nos habla periódicamente, y «rhe­ma» es la palabra apropiada para esta situación parti­cular. Es sobre esta palabra viva que Jesús dice:

«El Espíritu es el que da vida; la carne no aprovecha para nada; las palabras que yo os

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he hablado son espíritu y son vida». (Juan6:63).

Dios santifica, limpia, lava la iglesia por la palabra viva que procede de su boca: «rhema» (Efesios 5:26). Durante muchos años la gente ha oído sólo de «logos» en una forma general e impersonal; no sabían que podían oír la palabra que brotaba, viva, hablada direc­tamente por el Espíritu Santo y también a través de la palabra ungida del ministro. Y la gente está entusias­mada acerca de esto.

Pero como en todo entusiasmo, hay que vigilar mu­cho para no perder el equilibrio o la proporción. No hay «rhesma» que no esté de acuerdo con «logos». Esto es una prueba a que hay que someter a todos los que pretenden haber oído la palabra de Dios, sea directa­mente o a través de alguno de sus siervos. Dios nunca se contradice. El Espíritu y la palabra escrita tienen que estar de acuerdo.

Como hay la posibilidad de error, Dios nos ha dado salvaguardas. Podemos juzgar las palabras. Podemos ver si se cumplen. Podemos comprobar si lo que se dice está en contra de lo que está escrito bajo la inspiración del Espíritu en la Escritura.

Probablemente la salvaguarda más importante en esta materia de oir la palabra directa de Dios es la iglesia local. Aquí tenemos una caja de resonancia para verificar toda profecía o revelación que creemos haber recibido. Podemos expresarla públicamente y que los otros, con ministerios probados, juzguen el sentimiento de que la revelación es para el cuerpo entero de Cristo.

No creo que nadie tenga el derecho de imponer enseñanza al cuerpo entero de Cristo hasta que se haya mostrado operable como principio en la situación local. Dios quiere que la iglesia local sea como un «plantel» en el que podamos comprobar nuestras revelaciones y di­recciones. Luego, cuando vemos que producen resulta­

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do, otros verán la gracia de Dios entre nosotros y se abrirán para recibir la misma revelación. La influencia de una iglesia sobre otra es espiritual. Aprendemos de otros, pero aprendemos lo que no debemos hacer tam ­bién, no sólo lo que hemos de hacer.

Los ministros nacionales e internacionales no tienen garantía escritural para procurar influir en otros en una base más amplia si no se ha investigado la cosa en el plantel local. Si tu enseñas algo, enséñamelo en térmi­nos prácticos, en gente de carne y hueso. Si tu no puedes darme esta demostración práctica estas teori­zando. El teorizar es peligroso en extremo. Tenemos que saber lo que hacemos. Hemos de ver como «rhema» se acopla a «logos» y como opera en la vida real.

Somos pastores en situaciones locales. Tenemos las manos ocupadas en la iglesia local. Mi voz puede influ­irle a Vd. espiritualmente, pero yo no puedo tratar de influirle de modo arbitrario.

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Restaurando el carisma pastoral

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No hay mayor bendición para la iglesia que la visi­tación del Espíritu Santo. Por desgracia, algunos pasto­res no entienden la brisa fresca del Espíritu Santo. En vez de dar la bienvenida a esta visitación se sienten amenazados. Su personal se escapa a reuniones de ora­ción, a almuerzos de fraternización, incluso a grandes convenciones en otras ciudades, donde se mezclan con ovejas de toda clase de rediles. «¿Qué cosa buena puede venir de tanta confusión?» se dicen.

Pero en realidad, la visitación carismática significa no sólo que su gente serán revitalizados y recibirán alimento nutritivo de la palabra de Dios, sino que su propio carisma pastoral será restaurado. El pastor cesa­rá de ser un cargo y pasará otra vez a ser un ministerio concedido por el Cristo ascendido. Los que han sido bautizados en la Señoría de Cristo podrán obedecer de modo genuino la autoridad pastoral.

Los que estudian el crecimiento de la iglesia nos dicen desde hace años que la gente están sedientos de

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autoridad. Las iglesias que crecen rápidamente han sido descritas como conservadoras en doctrina y estrictas en disciplina. Los pastores, deben, pues, levantarse y po­nerse el manto dado por Dios. Deben revestirse de la autoridad que Dios les ha dado y las ovejas acudirán a sus rediles en números asombrosos.

Dios tiene una pauta

La pauta de Dios siempre ha sido que un pastor gobierne el rebaño mediante las funciones de alimentar, reunir, llevar y conducir. Un pastor puede tener mu­chos ayudantes y muchos perros, pero sólo hay un pas­tor a la cabeza del rebaño.

Moisés clamó a Dios durante una crisis de liderazgo y Dios respondió proporcionándole setenta ayudantes o ancianos.

Entonces Jehová dijo a Moisés: Reúneme se­tenta varones de los ancianos de Israel, que tú sepas que son ancianos del pueblo y sus principales; y tráelos a la puerta del taberná­culo de reunión, y esperen allí contigo. Y yo descenderé y hablaré allí contigo, y tomaré del espíritu que está en tí, y pondré en ellos; y llevarán contigo la carga del pueblo, y no la llevarás tú sólo. (Números 11:16-17).

No sólo debe el pastor tener carisma para reunir las ovejas, sino que debe poder jun tar a líderes capaces alrededor de sí. Este es un aspecto muy abandonado de la labor del pastor. Pero, si el pastor no obra por medio del poder de Dios, los otros ministerios tampoco pueden funcionar propiamente. ¿Cómo puede enseñar un maes­tro hasta que el pastor ha juntado a la gente en un punto? ¿A quién puede profetizar el profeta si no se ha juntado el rebaño?

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Sin embargo, cuando Moisés estaba cerca de su muerte, Dios no puso el manto de Moisés sobre las espaldas de los setenta. Reconoció la necesidad básica de un sólo caudillo. Dios contestó la última oración de Moisés levantando a otro hombre para que tomara su lugar, Josué.

Y Jehová dijo a Moisés: Toma Josué hijo de Nun, varón en el cual hay espíritu y pondrás tu mano sobre él; y lo pondrás delante del sacerdote Eleazar, y delante de toda la con­gregación; y le darás el cargo en presencia de ellos. Y pondrás de tu dignidad sobre él, para que toda la congregación de los hijos de Israel le obedezca. El se pondrá delante del sacerdo­te Eleazar, y le consultará por el juicio del Urim delante de Jehová; por el dicho de él saldrán, y por el dicho de él entrarán, él y todos los hijos de Israel con él, toda la con­gregación. (Números 27:18-21).

En este pasaje se nos presentan varios aspectos im­portantes del ministerio del pastor.

1. Dios dirige en la selección del líder que ha de ser puesto sobre la congregación, incluso sobre sus ancianos.

2. Este líder debe ser reconocido públicamente. De esta manera el pueblo sabe que le debe ser leal.

3. La obediencia del pueblo es una respuesta espon­tánea espiritual al don de gobierno del líder nombrado.

4. El pastor tiene la iniciativa; a su palabra el pueblo debe entrar y salir.

5. A medida que el pastor avanza en su camino delante del Señor, el pueblo le sigue. Su habili­dad de reunir significa que el pueblo quiere estar con él dondequiera que va en su prosecución de los objetivos de la comunidad.

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La mejor manera de medir el don de gobierno es mirar la respuesta de los seguidores. Cuando Dios pone un líder, su ministerio se demostrará provechoso con el tiempo.

Hay tres semejanzas de la iglesia que nos ayudan a comprender la naturaleza e este liderazgo: la iglesia como la familia de Dios, la iglesia como el ejército de Dios, la iglesia como el cuerpo de Cristo. Empezaremos comparando el ministerio del pastor a la función del padre de familia.

La Iglesia como familia de Dios

La mayoría estaremos de acuerdo en que un buen padre no sólo provee para la familia sino que los disci­plina, los protege, y les da un ejemplo. El pastor cuida de sus ovejas como un padre de familia porque Dios le da gracia para cumplir esta vocación.

Si el padre no mantiene a la familia y los alimenta como debe, la relación familiar será una verdadera ca­lamidad y todo acabará en un divorcio. El hombre que pastorea el rebaño de Dios, debe proveer alimento espi­ritual para el pueblo.

El apóstol Pablo hace énfasis en que el obispo debe mantener orden y disciplina en su propia casa antes de aceptar la responsabilidad de la iglesia. ( I a . Tim. 3:4- 5). El pastor u obispo del Nuevo Testamento era el líder de la congregación. El tenía que procurar para ellos como el padre por su familia.

La Iglesia como el ejército de Dios

El segundo cuadro en que presentamos a la iglesia nos ayuda a entender que el liderazgo pastoral es el de un ejército. El don del Espíritu Santo hace más que bendecirnos con gozo y comprensión espiritual. Nos cambia. Crea en nuestros corazones rebeldes la capaci­

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dad de someterse a la autoridad. El Salmista profetizó: «Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente el día en que guies tus tropas». (Salmo 110:3).

Los que pertenecen a Dios, los elegidos de Dios, irán a El por su propia voluntad (ver Jun 6:37). Pero, la idea no es sólo de ir voluntariamente sino con deleite espontáneo.

Los rebeldes se transformarán en voluntarios por medio del poder del Cristo ascendido. Y Cristo toma estos voluntarios y los da a su iglesia. Los cinco minis­terios después de la ascensión lo constituyen hombres y mujeres que primero se han ofrecido a Cristo por su propia voluntad. Cuando El los dió a la iglesia, el espíritu de consagración se hizo contagioso y así mu­chos fueron añadidos a la iglesia del Señor.

Cuando estamos en un ejército nos olvidamos de nuestras minúsculas diferencias y todos trabajamos por un objetivo común: la victoria. Ponemos de lado nues­tras diferencias y trabajamos, hombro con hombro, por­que cada uno responde a algo más importante que nuestros propios intereses personales.

La Iglesia como cuerpo de Cristo

La tercera imágen de la iglesia -el cuerpo de Cristo- nos ayudará también a comprender la verdadera fun­ción del pastor. Subraya nuestra interdependencia, re­lación y comunicación. Como Cristo puede mover direc­tamente cada miembro de su iglesia por medio del Espíritu Santo, ¿por qué necesitamos tener una estruc­tura de autoridad visible en cada iglesia local?

La iglesia está estructurada de la misma manera que el cuerpo humano, para proveer el marco para una vida compleja. En el campo de la biología, la distinción y orden entre las células de los organismos más complejos hace que sean diferentes de los organismos de una o de pocas células, las cuales en este último caso, ejecutan

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unas pocas e idénticas funciones básicas. Pero en los organismos complejos estas funciones están separadas: hay células especializadas en la respiración, la elimina­ción, la digestión. Estas células se agrupan para formar órganos, los órganos, sistemas, para llevar a cabo tareas especializadas. La especialización permite la gran varie­dad de formas de vida, siempre y cuando estas partes funcionen de modo coordinado.

Para asegurarse de la coordinación adecuada entre las partes, hay células y órganos especializados en la dirección, que es el sistema nervioso en general. Los especialistas en el liderazgo son también esenciales en el cuerpo de Cristo.

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El gozo del trasquileo

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Las ovejas son una fuente de riqueza, de varias formas, Hay la carne, la leche, la piel, el abono -los huesos incluidos. Los cuernos de los carneros eran usa­dos como vasijas para aceite y trompetas. Además, eran usadas para el sistema de sacrificios de animales del Antiguo Testamento.

Pero, lo más importante que se saca de la oveja es la lana. Cuando se logró domesticar a las ovejas, los hombres cruzaron diferentes tipos para refinar la lana. No todas las ovejas producen la misma clase de lana, y aún entre ovejas de la misma raza, hay factores, como la comida y otros, que determinan la calidad de la lana.

Hay que trasquilar a las ovejas

Se trasquila a las ovejas después de nacer las crías, en la primavera. Los pastores celebran el acontecimien­to llamando a sus familias y amigos para una gran fiesta. Es una ocasión para festejos, bailes y regocijo, que dura más de una semana.

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Las ovejas se resisten de modo instintivo a que las trasquilen. Por esta razón los pastores deben atarles las patas delanteras para impedir que se escapen. Es curio­so, pero las ovejas no hacen el menor sonido cuando las trasquilan. Es por ésto que Isaías dijo de Cristo: «... y como oveja que delante de sus trasquiladores está mu­da, tampoco él abrió su boca». (53:7).

Hay que trasquilar a las ovejas. Esto no es un acto cruel, porque las ovejas sin trasquilar pronto se convier­ten en problemas incluso para ellas mismas. La lana les cae sobre los ojos, hasta que les impide ver. Se vuelve tan pesada que cuando se echan no pueden levantarse. En la lana se acumulan gran cantidad de barro y pin­chos. Los insectos y bichos se encuentran en ella a las mil maravillas. El trasquilarlas es hacerles un verdadero favor.

El diezmo es una ley de bendición

El trasquileo de las ovejas nos presenta la relación recíproca que existe entre el pueblo de Dios y su pastor. Las ovejas de la iglesia deben también ser trasquiladas, pues de lo contrario se suceden desagradables conse­cuencias. Al pueblo le fue dicho que tenía que dar el diezmo como ofrenda, que es lo mismo que recoger la lana de la oveja. El negar al pueblo la oportunidad de mantener con ofrendas el ministerio de aquellos que las cuidan es tan cruel como permitir que la lana las ciegue y el peso las haga caer. Necesitan dar.

El diezmo es la décima parte de nuestros ingresos, y ésto antes de substraer los impuestos y los gastos. El diezmo ya pertenece a Dios y el substraérselo es robár­selo (Malaquías 3:8-12).

Pero, cuando damos, Dios nos lo devuelve, no de forma material, sino en felicidad y bienestar espiritual. La prosperidad siempre acompaña a la generosidad. En Proverbios leemos:

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Hay quiénes reparten y les es añadido más; y hay quiénes retienen más de lo que es justo, pero vienen a pobreza. El alma generosa será prosperada; y el que saciare, él también será saciado. (11:24-25).

El dar nos permite dominar nuestras tentaciones materiales. El dejar de mantener subordinadas las ga­nancias materiales a los objetivos del reino de Dios nos hace imposible permanecer leales en nuestro amor por el Gran Pastor. Nuestra lana entorpece nuestro progre­so espiritual.

Una oveja debe ser trasquilada periódicamente. No­sotros debemos dar en proporción a nuestros aumentos.

Como el río se vuelve un pantano si se entorpece su corriente, nuestras vidas se encenagan si no dejamos que los beneficios que Dios nos m anda pasen a otros. Lucas lo dice de esta manera:

Dad y se os dará; una medida buena, apreta­da, remecida y rebosante os pondrá en el regazo. Porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir. (Lucas 6:38).

No hay nada que ciegue al hombre para ver lo que es realmente, como el dinero. Jesús dijo que era más fácil que un camello pasara por el ojo de una aguja que no que un hombre rico entrara en el reino. Un hombre con dinero casi inevitablemente tiene una opinión exa­gerada de sí mismo. Después de todo, es autosuficiente. Es casi imposible hacerle ver que está necesitado e indefenso. La lana desciende por delante de sus ojos.

Uno de los mayores servicios que el pastor puede rendir a un rico es ayudarle a desprenderse del exceso de lana y ponerla a circular en el mercado del reino. El diezmo es acumular tesoros en el cielo. Es mejor que una cuenta corriente en Suiza.

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La lana trasquilada pertenece al pastor que cuida a las ovejas. De la misma manera el diezmo debe pasar a la iglesia local, bajo la supervisión del pastor.

Esto es parte de la ley de bendición. Si bendecimos a los que nos alimentan con la palabra de Dios, se verán libres de la preocupación de carácter financiero, y así podrán darse por completo a la tarea de pastorear­nos. «El que está siendo instruido en la palabra, haga partícipe de toda cosa buena al que lo instruye» (Gála- tas 6:6).

La calidad y la cantidad de lana está directamente relacionada con los pastos y el estado general de salud de la oveja. El pastor prudente sabe como escoger los mejores pastos para el rebaño si quiere una buena cosecha de lana. El alimentar y cuidar el rebaño de manera que produzca lana en abundancia requiere tac­to y sabiduría. Lo mismo, el pastor de la iglesia tiene una tarea difícil entre manos para mantener el equili­brio prudente con el grupo. El que lo consigue es digno de elogio.

Hay una clara relación entre el gobierno y las finan­zas. Cuando damos tributo al Cesar, reconocemos su autoridad sobre nosotros. Es un deber de los gobernan­tes el asignar la carga según las necesidades. A lo largo de la Biblia vemos que la riqueza del pueblo de Dios fluye a las autoridades delegadas por Dios, las cuales las usan para los sacrificios y su propia manutención.

En el Antiguo Testamento el diezmo empezó antes de la institución de la ley. Abraham daba diezmos a Melquisedec, que le había bendecido en el nombre de Dios, el creador de cielos y tierra y la fuente de toda riqueza (Génesis 14:18-20). Jacob probablemente a- prendió el diezmo de su abuelo y de su padre, porque vemos que promete dar el diezmo a Dios cuando se encuentra en un apuro (Gen.28:20-22).

Pero, la ley de Moisés hizo más claros los requeri­mientos de Dios de lo que habían sido en tiempos

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patriarcales. Dios quería mostrar a los hombres su pro­pia rebelión contra la autoridad y los prepara para aceptar un Salvador de la corrupción interior del peca­do. La ley dice que el dar debía ser proporcional, según lo recibido. Debía ser dado a los sacerdotes y levitas, los cuales lo usaban para su manutención y para aten­der el tabernáculo.

En el Nuevo Testamento, los diezmos y las ofrendas eran entregadas a la iglesia local. Al principio los após­toles decían como usar el dinero. Pero cuando las varias asambleas locales maduraron, se crearon ministerios lo­cales, y el pastor y los ancianos decidían qué hacer con el dinero. El Nuevo Testamento no menciona que el diezmo de una iglesia local deba pasar a otro o a ningún cuartel general. Las riquezas pasaban de una iglesia a otra en forma de ofrendas voluntarias, como en el caso de los fondos de socorro recolectados por Pablo entre las iglesias gentiles para ayudar a la de Jerusalén.

Quien controla las finanzas de la iglesia tiene con­trol, en cierto modo, de la iglesia. Los fondos deben ser puestos en manos de los líderes nombrados por Dios. Cuando no ocurre así el resultado es una confusión de deberes y aparecen conflictos y se paraliza la dirección. El pastor debe tener el derecho a la iniciativa para decidir que hacer con los fondos de la iglesia y cuando usarlos. Sin este poder no tiene prácticamente autori­dad. No debe hacerlo por coerción, sino porque inspira confianza, la cual hará que todos quieran trabajar con él para el bienestar de todo el rebaño.

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Juntando o esparciendo

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¿Qué es lo que hace a un pastor atractivo para sus gentes? La Biblia está llena de ejemplos de hombres que atraían a otros por amor a Dios: Moisés, Josué, David, Pedro, Bernabé, Pablo, Jacobo el hermano del Señor y Juan, por nombrar unos pocos. Pero había otros que proclamaban la verdad de Dios con poder, pero no tenían quienes les siguieran personalmente: E- lías, Elíseo, Jeremías, Ezequiel y Apolos, entre ellos. ¿Cuál es la diferencia?

Charles Haddon Spurgeon juntó a miles y miles de ovejas en el Londres del siglo diecinueve. He aquí algu­na de sus explicaciones de su éxito.

El amor es el principal don de un pastor; el pastor tiene que am ar a Cristo si quiere ser­virle en capacidad de pastor. Nuestro Señor trata de este punto vital. La pregunta no es «Simón, hijo de Jonás, ¿me conoces?» aunque esto no hubiera sido una pregunta fuera de

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lugar, puesto que Pedro había dicho: «No co­nozco a este hombre». Jesús podría haber preguntado: «Simón, hijo de Jonás, conoces tú los misterios profundos de Dios?». Los co­nocía, porque su Señor le había llamado ben­dito porque sabía algo que no le había sido revelado por carne ni sangre. Nuestro Obispo de las almas no le examina con respecto a sus dotes intelectuales, ni sobre otra cualidad es­piritual, sino sobre ésta: «Simón, hijo de Jo­nás, ¿me amas?. Si es así, apacienta mis ove­jas». ¿No nos muestra esto claramente que el don principal de un pastor es amar a Cristo de modo supremo? Sólo este hombre puede cuidar de las ovejas de Cristo. El que llene este puesto bien es que ama a Cristo: amor que le conservará en la compañía del Señor, le mantendrá bajo su inmediata supervisión, y le asegurará su ayuda. El amor a El engen­drará amor para las ovejas, amor que da po­der sobre ellas. La experiencia testifica que nunca conseguimos una partícula de poder para bien sobre nuestro pueblo con palabras airadas, pero que obtenemos un poder abso­luto para ellos con amor paciente; en verdad, el único poder deseable debe proceder de este origen. He tenido el gran placer de am ar a algunas de las personas más desagradables, hasta que no tuvieron más remedio que a- marme a mí; y a algunas de las más amarga­das y resentidas he ganado rehusando sentir­me contrariado con ellas y persistir creyendo que podían mejorar. (Spurgeon. Enciclopedia Expositoria. vol.II, p.80).

Spurgeon hablaba de lo que sabía. Pero, hay más.El amor no es una diferencia entre el hombre que junta

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ovejas y el hombre que declara la verdad profética con fidelidad, que le hace sacrificarse a sí mismo, porque ambos aman. La diferencia no está en la devoción, sino en los dones y llamamientos de Dios.

Algunos hombres predican con elocuencia. Tienen a los demás boquiabiertos y sentados sobre el borde del banco cuando desarrollan la profundidad y riqueza del mensaje de Dios a la iglesia. ¡Qué función tienen estos hombres! Pero muy a menudo son hombres que no son capaces de mezclarse con el pueblo. Con frecuencia me piden que no de su número de teléfono en el hotel en que residen.

He visto a algunos de estos hombres intentar pasto­rear una iglesia local. Han empezado invariablemente con un gran impulso,pero a los pocos meses o al aflo, lodo había quedado reducido a nada. Su poder en la predicación no había disminuido, pero las ovejas no estaban satisfechas con la elocuencia y la revelación sólo. Estos hombres poderosos en la palabra eran lla­mados a un ministerio itinerante. Dios divide los dones dando a cada uno según su voluntad.

Los que no son llamados a ser pastores deben a- pronder a cooperar con el Espíritu Santo, si los dones ■ le Dios han de operar de modo efectivo entre nosotros. Algunas cosas sólo se aprenden por la experiencia. Hay i i/ones por las que las ovejas se juntan y medran bajo <1 ministerio de uno, y se dispersan rápidamente cuan­tío otro intenta pastorearlas.

< orno esparcir las ovejas

Hace veinte años creía que una de las cosas que edificarían una iglesia rápida y sólidamente era el énfa­sis en lo milagroso. Estaba seguro de que si podía conseguir que Dios hiciera suficientes milagros la gente vendría a bandadas.

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Desde entonces he tenido oportunidad de aprender que Dios no edifica una iglesia con señales y milagros, sino con la enseñanza de la palabra. Los milagros entu­siasman a las ovejas. Pero, a la larga, sólo la palabra de Dios permite que las ovejas crezcan y se multipli­quen.

El hacer énfasis sobre los milagros tiene un límite en sí mismo. La cosa va como sigue: La primera noche, Dios curó a una mujer ciega. La mujer corre de un lado a otro gritando «¡Puedo ver! ¡Puedo ver!» Todo el mun­do está emocionado. La noche siguiente la gente espera algo mejor. ¿Hay sordos? ¿Hay cojos?. De modo que la segunda noche esperan que Dios permita andar a un hombre que antes estaba paralizado. Salta de su cami­lla y anda por la plataforma. La gente están locos de alegría y emoción. Pero, luego esperan algo más, espe­cialmente si es sensacional. La tercera noche no hay más solución que resucitar a un muerto. Y es de temer que incluso si se resucitara a un muerto las ovejas no quedarían satisfechas.

Los carismáticos necesitan de un modo especial evi­tar el orientarse demasiado hacia los milagros. Muchas veces son gente que se sentaban en iglesias frías y secas escuchando las cosas que Dios «solía» hacer. Luego descubrieron por sí mismos que Dios todavía las «hace». Pero los milagros, las maravillas y los dones del Espíri­tu fueron dados para confirmar el mensaje de la pala­bra. El propósito de los mismos es atestar la veracidad del evangelio. No están para substituir la predicción y la enseñanza sino para reforzarla.

Otra manera de esparcir las ovejas es darles demasia­da responsabilidad, demasiado pronto. Entre los pasto­res de ovejas esto es conocido como «apresurar el reba­ño». El forzarles a ir demasiado rápido o demasiado lejos puede matar a los corderos y a las ovejas débiles, y, con tiempo, todo el rebaño. Lo mismo ocurre en las iglesias locales. El pastor puede «apresurar» su rebaño

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empujándole demasiado rápido hacia enseñanzas que no pueden comprender.

La Biblia hace una distinción entre la «leche» y la «carne» de la palabra, por razones muy buenas. El principiante tiene que alimentarse de leche hasta que está bien fundado en Cristo. Si tratamos de ir adelante sin asegurarnos de que los cimientos espirituales son sólidos, nos saldrá el tiro por la culata, cuando menos lo pensemos.

Hace algunos años tuvimos que ampliar nuestro pro­grama educativo, locales destinados al mismo, etc. Se planeó un edificio de cuatro pisos, que se uniría a la nave del edificio de la iglesia. Se empezaron las excava­ciones. A los pocos días el arquitecto y el contratista pidieron una reunión. La pared del oeste de la iglesia, nos dijeron, tenía que ser apuntalada, porque no tenía un fundamento adecuado. Si se le añadía más peso se derrumbaría. Esto nos costaría unos 40.000 dólares más. En aquel momento nos dimos cuenta de la impor­tancia de tener un fundamento sólido. Así que hemos aprendido a apacentar el rebaño de Betesda en los verdes prados de la doctrinas cristianas básicas, durante todo el tiempo necesario. Nos hemos disciplinado a evitar lo sensacional en favor de lo nutritivo.

El Templo Misionero de Betesda se especializa en la preparación de personas que sirven a otros en las for­mas que Dios escoge. En efecto, creemos que Dios no ha mostrado que somos un «arsenal», porque Dios quie­re que equipemos a la gente a funcionar según su vocación. Pero, de nuevo, hemos aprendido a no «apre­surar» el rebaño.

Yo creía que si cada persona en la iglesia local experimentaba la imposición de manos, y tenía una revelación directa de su ministerio, todo lo demás iría a pedir de boca. Tendríamos una iglesia local fuerte y activa. Pero pronto descubrí que no era éste el plan que Dios tenía para nosotros.

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En vez de motivar a la gente a ser vencedores y de equiparles para el servicio, lo que hacía era paralizarlos con temor, confusión y los apocaba. Dejaron de hacer lo que estaban haciendo. No sabían qué hacer con con todas las revelaciones para el futuro. Era más de lo que podían tolerar.

Otra manera de «apresurar» el rebaño es tener de­masiadas actividades. En otro tiempo pensamos que cuantas más reuniones pudieran atender la gente, cuan­do Dios se movía y la verdad fluía, Más rápidamete crecerían. Nos parecía que nunca habría demasiado si la predicación era buena y la adoración sincera. Pero, la gente necesita tiempo para digerir lo que han ganado en períodos de revelación e instrucción. Necesitan apli­carlo y probarlo en la vida cotidiana. Es posible saciar­se en exceso y hacer menos ejercicio del necesario.

En 1949 experimentamos un gran derramamiento del Espíritu Santo, lo mismo que en otros lugares en aquel entonces. Dios se movía en nuevas dimensiones. Era fácil predicar. Había buenos cultos de adoración. Podían esperarse grandes cosas. La gente acudía a nuestras reuniones procedente de los cuatro puntos car­dinales.

Como que la gente venía de tan diversos orígenes pensamos que el redil podía multiplicarse si evitábamos las doctrinas divisivas. Por tanto no había por qué dicutir sobre la cena del Señor, o el gobierno de la iglesia, o la escatología. Era el tiempo de am ar a todo el mundo y abrazar a todos los que querían ser parte de nuestras cosas, o por lo menos así lo pensamos.

Casi dejamos de bautizar con agua. Eramos tan libres que cualquiera podía ser bautizado de la manera que quisiera, o de ninguna manera. Queríamos que todo el mundo se sintiera bien y bienvenido. ¡Fuera las enseñanzas que categorizaban a la gente!

Después de unos años de bendición, estas personas que habían empezado tan bien empezaron a apartarse.

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Algunos perdieron interés por una razón u otra o sim­plemente dejaron de figurar entre los miembros activos. Otros se confundieron y siguieron vericuetos doctrina­les. Habíamos fallado ante las ovejas al rehusar mante­ner los standards elevados, y por negligencia, al no cimentar las verdades esenciales en sus vidas. Dios nos llamó al arrepentimiento. Los líderes tuvimos que regre­sar al orden establecido por Dios.

El resultado inmediato de nuestro cambio de actitud con respecto a la doctrina y la disciplina fue devasta­dor. La asistencia a los servicios dió, un bajón. Pero, nosotros persistimos en nuestra fidelidad en lo que crei­mos que Dios no estaba diciendo, y el crecimiento se recobro. Las ovejas que empezaron a venir después permanecieron con nosotros firmes. No eran llevadas de acá para allá por todo viento de doctrina. Las modas no tenian mucho atractivo para ellas. En cambio vimos un crecimiento continuado, que estaban sanas y la lana crecía en abundancia.

Un desequilibrio en el régimen alimenticio produci­rá, con el tiempo,una pérdida del apetito. No se puede comer bistec cada día, pués de intentarlo viene la sacie­dad. Esto es también verdad respecto a cualquier don del Espíritu Santo si se hace un énfasis excesivo sobre el mismo. He asistido a iglesias en que hay cuatro o cinco declaraciones proféticas en cada reunión. Después de dos o tres sesiones de esto uno deja de escuchar. Uno se cansa y espera que el líder dirija la reunión a lo largo de otra vía. Nos es imposible separar lo bueno de lo malo, así es que se echa todo. Un mensaje profético en el momento oportuno es edificante en gran manera, pero demasiados, tienen el efecto opuesto.

Como juntar las ovejas

Hemos examinado varias prácticas con las cuales se esparcen las ovejas. Pero la experiencia nos ha ensefta-

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do algunos procedimientos que permiten juntar a las ovejas. Ya he mencionado algunos. Parecen condenados al fracaso e infalibles para acarrear divisiones, pero resultan un medio de gran bendición. Cuando mi her­mana Pat propuso por primera vez instruir a los niflos de la iglesia en las verdades básicas bíblicas por medio de un catecismo, yo estaba seguro de que la cosa no iría bien. La palabra «catecismo» tenía un sonido raro. La había asociado siempre con los católicos, los luteranos, y otros grupos litúrgicos. Pero, cuando fuimos mirando el significado de la palabra vimos que describía un antiguo y sólido método de enseñanza, tan viejo como la misma iglesia. El método consiste en una serie de preguntas y respuestas que instila la doctrina de una forma ordenada y sensata. Y su uso entre nosotros ha traído grandes bendiciones a la iglesia y nos ha dado un mayor sentido de unidad.

La doctrina, después de todo, es simplemente la enseñanza sistemática de la Biblia. Cuando preparamos la comida bien, las ovejas la comen, la asimilan y crecen. Pero toda doctrina debe ser referida a la perso­na de Cristo. Aparte de su presencia y de la obra vivificadora del Espíritu Santo, la doctrina pasará a ser letra muerta.

La presencia de Jesucristo en un servicio de adora­ción es éste algo indefinible que junta a las ovejas. Cada cristiano nacido de nuevo debería ser capaz de discernir la presencia del Espíritu de Dios, aunque no pueda articular exactamente lo que siente. Pero, una vez la ha sentido, notará claramente cuando está ausen­te. Si la falta de su presencia continúa en la iglesia local y la congregación se ha despertado espiritualmen­te, no tardará en irse a otra parte, para encontrar la presencia que está buscando.

Pero quisiera dejar claro que no hemos tratado de edificar nuestra unidad sobre doctrina, sino sobre el Espíritu. Por más que lo intentemos nunca habrá, en

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este lado del cielo, el momento en que toda la iglesia esté completamente de acuerdo en todos los puntos de doctrina. Esto nos ha enseñado a aceptar a la gente como son y a recibirlos como Cristo nos recibe a noso­tros. Cuando descansamos en el Espíritu de Dios, El nos combina juntos en una «koinonia», o hermandad genuína.

Cuando con mi esposa Anne estábamos criando a nuestros tres hijos tuvimos que aceptar su falta de m a­durez, al mismo tiempo que estábamos procurando con­seguir que crecieran. Les hablábamos para explicarles lo que no entendían. Les enseñábamos a hablar, a cantar, a apreciar lo bello, a mezclarse con la gente, a poner en orden una casa, a limpiar ventanas. Los tra tá­bamos con amor y gozábamos en ello, de modo que al final, pudieron conversar de modo inteligente como a- dultos y amaron y se gozaron de las mismas cosas que los adultos.

Este es el camino a seguir en la familia de Dios. Continuamos amando y compartimos todo lo que recibi­mos del Señor con todos los que nos rodean, con la esperanza de que al fin, podrán sentir lo mismo con respecto a las mismas cosas. Seremos una familia au-- téntica, gozándonos en el Padre, unos con otros, y nuestro conocimiento atesorado.

¿Quiere Dios que nuestras relaciones en la iglesia sean tan fuertes como las de una familia? Parece que El quiere que sean más fuertes aún (Mateo 12:46-50). La idea de una iglesia como una comunidad en el pacto se va introduciendo y se hace operante.

La palabra «pacto» significa «un acuerdo que obliga, un tratado». La sangre de Jesucristo no sólo nos une a Dios sino que nos une a nuestros «hermanos de sangre» El pacto nos hace a todos, una familia con una intimi­dad y una voluntad de darse cada uno al otro, que está por encima aún de nuestros lazos naturales de paren­tesco.

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El problema principal en nuestra sociedad en los Estados Unidos es que nuestras relaciones se han hecho superficiales. Conocemos a la gente, pero sólo por enci­ma. Trabajamos en la misma compaftia, pero nos sen­timos ligados a la misma sólo en el sentido de que nos dan un cheque al fin de semana o de mes y nosotros damos horas de trabajo. Si otra compañía nos paga más, abandonamos la primera y aceptamos el nuevo trabajo sin el menor sentido de deslealtad.

El comprometernos de por vida con algo o con al­guien es raro en nuestra sociedad. Esto es un inconve­niente, no una ventaja. Tengo la idea de que hay algu­nas personas en mi círculo social que me necesitarán durante el resto de sus vidas. Esto es lo que quiere decir ser la familia de Dios. El suplementarnos el uno a otro, no por una semana, un mes o un año, sino por toda la vida. Esto es lo que les falta a nuestros jóvenes, que no tienen a nadie que realmente se preocupe de ellos.

Jesús dijo: «El que no está conmigo, contra mi está; y el que conmigo no recoge, desparrama». (Lucas 11: 23). Esto nos vuelve al principio del capítulo. Hemos dado una mirada a las prácticas que desparraman y a las que juntan. Y finalmente hemos considerado breve­mente uno de los propósitos de Dios al reunimos juntos en una familia.

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XXII

Dios inicia el cambio en los rediles

El pueblo de Dios no debe censurar o criticar a sus líderes. Deben considerarlos como ungidos por Dios y ni aún deberían usar con ellos palabras despreciativas ( I a. Cron. 16:22). La Biblia prohíbe reprender a los líderes o considerar ninguna acusación contra ellos a menos que pueda ser substanciada por testigos de con­fianza ( I a. Timoteo 5:1; 19-20).

Las ovejas deben mirar a sus líderes con profundo respeto y confianza y el deseo de ser como ellos. Sin ésto no es posible una obediencia sincera ni la sumi­sión. Si hemos de seguir a nuestros líderes sin reservas o vacilaciones, sin embargo, su ejemplo debe ser impe­cable.

Dios mismo inicia todo juicio, incluido el de tomar ovejas de un pastor y asignárselas a otro. Puede hacerlo quitando a un líder descalificado y distribuyendo el rebaño. Pero Dios no permite que las ovejas se tomen los asuntos en sus propias manos.

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Si ha habido un problema en un redil no se puede evitar simplemente yéndose a otro, unas cuadras más abajo en la calle. Las iglesias locales deben comunicarse unas con otras. Si una oveja deja un redil por otro para evitar disciplina, el pastor de este otro redil debe saber qué es lo que pasa. A veces hay que resolver el proble­ma con el primer redil para que la persona pueda ser recibida en el nuevo.

Llevamos con nosotros los problemas que tenemos, dondequiera que vayamos. Lo que no resolvemos en el primer sitio, va a recurrir en el segundo, o en el próxi­mo, hasta que hayamos llegado a la raíz del problema y lo resolvamos. La fuente de nuestras dificultades está en nosotros mismos más bien que en nuestras situaciones. Tarde o temprano, Dios insiste en que lo reconozcamos, para que nos arrepintamos, nos convirtamos y seamos personas distintas. Por esta razón El requiere que sus pastores investiguen las razones por las que las ovejas han dejado otros rediles y obrar con ellas según sea la necesidad.

Permaneced bajo la nube

Sólo el Señor sabe donde está el pasto adecuado para nosotros. Es fácil creer que somos conducidos, cuando en realidad estamos nosotros mismos buscando el camino. Dios «nos planta» en la casa del Señor, y si nos sometemos, vamos a florecer. Esto es lo que descu­brió el Salmista:

Plantados en la casa de Jehová, en los atrios de nuestro Dios florecerán. Aún en la vejez fructificarán; estarán vigorosos y lozanos. (Salmo 92:13-14).

El liderazgo de Dios significa que sigamos propósi­tos que no son los nuestros propios. Pedro era un

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hombre impetuoso. Jesús le dijo que llegaría un día en que le llevarían donde él no querría ir, en este día ya no sería el hombre impetuoso y voluntarioso que había sido antes. Y lo mismo Jesús nos llama de donde queremos hacer nuestra voluntad a ser sus siervos, a entregar nuestros objetivos y aceptar los suyos.

Cuando Israel salió de la tierra de Egipto, Dios los llevó a otra parte. Tenían un destino. Iban a ser un pueblo libre, algo que no habían sido antes. Antes eran esclavos. Ahora iban a tener importancia, algo con lo que el mundo tendría que contar, todo ello como resul­tado de que Dios los acaudillaba.

Dios los condujo a Canaan, al que podían llegar con sólo días de camino a través de la Península de Sinaí. Pero estuvieron andando cuarenta años de un sitio a otro por el desierto porque no querían someterse a su dirección. El pueblo que había salido de Egipto -con la excepción de Caleb y Josué- nunca entró a recibir la herencia. No queremos ser un pueblo de vagabundos por negarnos a cooperar con Dios en su liderazgo.

La guía es un asunto de la comunidad

Oímos hablar mucho acerca de guía. Pero estamos en peligro de hacer demasiado énfasis en la guía perso­nal. Enseñamos que el Espíritu Santo tiene curso libre en nuestras vidas. La Biblia nos enseña que aquellos que son guiados por el Espíritu son los hijos de Dios.

Pero, no debemos permitir que un segmento de la Escritura parezca más importante que otros a este res­pecto. No somos guiados sólo por el Espíritu Santo personalmente, somos guiados por el Espíritu Santo a través de nuestros líderes. Dios nos dirige a través de las decisiones de nuestros pastores. Este es un asunto importante cuando consideramos la posibilidad de dejar un redil e ir a otro.

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Muchas personas no reconocen la dimensión de co­munidad en el pastoreo divino. Olvidan que las ovejas de Dios están en un rebaño. Para ellos la guía es un asunto privado, entre ellos y Dios. Pierden la seguridad que se encuentra en el sabio consejo. No pueden creer que si permanecen en la comunidad de una iglesia local serán conducidos por Dios. Pero, con demasiada fre­cuencia, se engañan. Lo que temen realmente, es que si se someten a un pastor, éste pueda oponerse a su volun­tad o terquedad.

Notemos la forma en que Dios guía al pueblo de Israel. Dondequiera que fuera Su nube o Su columna de fuego, ellos tenían que seguir. Esto era muy simple. Pero esta guía no era agradable al razonamiento natu­ral de pueblo. Ellos hubieran preferido un mapa, un horario, algo concreto y predictible. El movimiento de la nube o la columna era impredictible. No podían saber con antelación lo que iba a ocurrir el día siguien­te. Ni tampoco donde pararía. Estaban reducidos a depender de Su presencia.

Cuando Dios guia, lo hace por las mejores razones. Pero El se guarda estas razones para sí. La nube prote­gía al pueblo en una situación en que no habrían sobre­vivido sin ella. Puede que no sea tan evidente, pero nosotros dependemos del mismo modo de su presencia. El puede guiarnos hacia experiencias y situaciones que en modo alguno escogeríamos nosotros. Pero, a menos que estemos bajo la bendición de su presencia, también nosotros pereceremos en el desierto.

La nube permanecía en algunos lugares un día o dos, en otros una semana, en otros un mes. De vez en cuando permanecía en el mismo sitio durante un año. Esto debe de haber sido origen de tribulación para el pueblo de Israel. Y ¿qué diremos de nosotros mismos hoy? «Yo soy salvo, he sido bautizado por el Espíritu Santo y tengo los dones del Espíritu; me voy a tal sitio rápido, con sólo que alguien me diga que vaya».

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Cuando marchamos hacia Canaán, no queremos es­tar plantados en un sitio del desierto un año. Vamos mirando cada día a la nube, pero no se mueve. Nos inquietamos. Ponemos presión sobre los otros, en nues­tra ansiedad y desconfianza del caudillaje de Dios.

Pero, la nube permanecía en un sitio un año porque el pueblo no estaba preparado para avanzar. Moisés no podía guiar al pueblo adelante a menos que la presen­cia de Dios estuviera delante de ellos. Mientras estaban bajo la nube y experimentaban la provisión sobrenatu­ral, no por esto dejaban de volverse más irritables. Su ira se transformaba en rebelión.

Nosotros hacemos lo mismo. Empezamos a conside­rar que no vamos a ninguna parte. Pero, si estamos en la presencia de Dios, estamos en un buen sitio. En el momento propicio la nube empezará a moverse, no sólo para nosotros, personalmente, sino también para todos, como comunidad.

La nube no nos sigue. No es posible ir a donde a uno le place contando con llevarse la presencia y bendi­ción con uno. Todos llegamos a años de retiro y mo­mentos de cambio. Pero, éstos pueden ser períodos peligrosos. He visto gente que al retirarse han decidido ir a la Florida, California o Arizona, seguros que la nube estaría allí. Pero no estaba. Esto no niega la omnipresencia de Dios, sólo significa que no podemos dar por sentado que Dios va a bendecir todo lo que nosotros decidamos hacer. Hemos de movernos en obe­diencia no de modo voluntarioso. La pauta de la visita­ción de Dios no se puede predecir. Hay que esperar.

He visto a pastores hacer la misma equivocación. Experimentan la bendición de Dios en un sitio y consi­deran que pueden llevársela consigo a otro sitio. Creen que llevan la nube consigo, a donde van. Pero, lo que llevaban era sólo sus planes, y al ponerlos en práctica, se dieron cuenta de ello.

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La gente pregunta cosas a los ministros. Dicen: «Tenemos un grupo aquí que necesita pastor. Vd. tiene a mucha gente entrenada en Betesda. ¿Por qué no nos envía a alguien a ayudarnos?» Pero no podemos enviar gente a otros sitios de modo arbitrario esperando que la nube los siga. Debemos seguir la nube nosotros, es decir, esperar la iniciativa divina.

Muchas personas me han preguntado: «¿No cree que ha pasado demasiado tiempo en Detroit?»

Yo les contesto: «No. No me muevo. Tengo que permanecer debajo de la nube».

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XXIII

Dios disciplina a los pastores

El mariscal de campo Montgomery dijo: «El grado de la influencia (de un líder) depende de la personali­dad del hombre, de la «incandescencia» de que es ca­paz, de la llama que arde dentro del mismo, del mag­netismo con el que atrae el corazón de los demás hacia él». Luego dio una lista de siete características esencia­les en un líder, que pueden ser parafraseadas del si­guiente modo:

(1) Adopta una actitud objetiva y distante respecto al detalle.

(2) Evita enzarzarse en pequeños problemas.(3) No se toma a si mismo de modo demasiado

serio.(4) Sabe seleccionar a personas aptas para ayudarle.(5) Tiene confianza en sus ayudantes y los deja en

libertad de acción.(6) Puede hacer decisiones claras y definidas.(7) Inspira confianza.

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Estas mismas cualidades que distinguen a los líderes naturales marcan también al líder con dones espiritua­les. Dios no escoge a uno y luego transforma su poten­cial natural y sus limitaciones, sino que estimula y alimenta su propensión natural para el mando, que ya reside en su personalidad. A causa de esto, es común la tentación de los guías espirituales de confiar demasiado en sí mismos. Empiezan a tener de ellos mismos una opinión demasiado alta. Muchas veces esperan que sus encantos naturales, su personalidad, su «manera de obrar» con la gente, su don de gentes, conseguirá lo que sólo el Espíritu de Dios puede conseguir.

Una tentación tan peligrosa como esta es la tenden­cia a poner de lado lo que uno posee de modo natural, en la suposición errónea de que el Espíritu le hará capaz de llegar a ser lo que no es. Esta no es la manera que Dios obra. Dios escoge la unión de lo espiritual y lo natural, y hace de nosotros algo que no podríamos ser aparte de El.

J. Oswald Sanders expresa bien este principio:

El liderazgo espiritual es una combinación de cualidades naturales y espirituales. Incluso las cualidades naturales no son nuestras propias, sino dadas por Dios, y por tanto alcanzan su eficiencia mayor cuando se usan en el servicio de Dios y para su gloria... El líder espiritual, sin embargo, influencia a los otros no sólo con el poder de su propia personalidad, sino por su personalidad irradiada e interpenetra­da por el poder del Espíritu Santo. Como permite al Espíritu Santo un control indiscu- tido de su vida, el poder del Espíritu puede fluir a través de él sin obstáculos hacia los otros. El liderazgo espiritual es un asunto de poder superior, que no puede ser generado por uno mismo. No hay tal cosa como un

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lider espiritual que se haya hecho a sí mismo. (Liderazgo espiritual, p. 19—20).

El mantener el liderazgo espiritual en equilibrio es algo tan difícil como andar por la cuerda floja. Debe­mos aprender cuando nos debemos dejar llevar por la corriente de su soberanía y cuando hacer presión para reclamar las promesas por la fuerza de la fe. Aprende­mos a ser «colaboradores» de Cristo por medio de aflos de experiencia. Nadie, sino el Gran Pastor, puede mo­delar la vida interior de un pastor.

Todos los líderes hacen frente a tentaciones similares

El líder es el miembro más importante de un grupo. A veces la supervivencia del grupo depende de la pru­dencia y recursos del gran líder.

Los líderes de grupo emergen porque pueden ver a mayor distancia que los otros miembros de la comuni­dad y pueden guiar a los otros hacia esta meta. Los líderes no sólo tienen imaginación para mejorar el pre­sente, sino también visión para preparar el futuro. Pue­den compaginar y articular su programa de modo que los otros quieran seguirlos.

Cuando vemos una bandada de patos silvestres en el otoño volando hacia el sur para pasar el invierno, hay un pájaro en el ángulo de la V que dibujan en el cielo, y los otros que le siguen en rango, uno a cada lado siguiéndole en orden. En la iglesia vemos también que los dones de un hombre le abren paso. El que haya un líder final responsable único es aparentemente una ley en el mundo. Dios escoge a los líderes y éstos, a su vez expresan los deseos de Dios directamente a su pueblo.Y el pueblo puede mirar al líder como la personifica­ción y expresión de la voluntad divina. Asaph dice: «Condujiste a tu pueblo como rebaño por mano de Moisés y de Aarón». (Salmo 77:20).

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Sin duda hay guías secundarios que pasan a servir a la mano derecha del jefe, sea este un rey, un sacerdote, un caudillo militar o un pastor. Pero, incluso estos subordinados íntimos insisten en oír una voz de autori­dad final y última. Y esta voz es la del lider visible.

La firmeza interna innata que hace de un individuo un líder lleva en si una vulnerabilidad especial a las tentaciones en la línea de la estimación propia y de la ambición personal. Estas tentaciones son comunes a todos los líderes. Hay pocas personas, sin duda, que hayan estado largo tiempo en posiciones de liderazgo y que hayan evitado estas trampas con éxito.

Los líderes de Israel, aunque estaban sujetos a Dios por la forma teocrática de gobierno, fallaron en su intento de permanecer como eslabones entre Dios y su pueblo. Insistieron en ponerse ellos mismos como auto­ridad final, y con ello usurparon el lugar de Dios en el corazón del pueblo. No es de extrañar que Dios les avisara con voz de trueno en las ardientes palabras de los profetas. Ahí van dos ejemplos:

«Vino a mi palabra de Jehová, diciendo: Hijo del hombre, profetiza contra los pastores de Israel; profetiza, y di a los pastores: Así dice el Señor Jehová: ¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan a sí mismos! ¿No deben los pastores apacentar el rebaño? Coméis la gro­sura, y os vestís de la lana, degolláis la engor­dad; mas no apacentáis a las ovejas. No for­talecisteis las débiles, ni curásteis la enferma; no vendasteis la perniquebrada, ni volvisteis al redil a la descarriada, ni buscasteis la per­dida, sino que os habéis enseñoreado de ellas con violencia y con dureza. Y andan errantes por falta de pastor, y son presa de todas las fieras del campo, y se han dispersado». (Eze- quiel 34:1-5).

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¡Ay de los pastores que destruyen y dispersan las ovejas de mis pastos! dice Jehová. Por tanto, así dice Jehová, Dios de Israel, a los pastores que apacientan mi pueblo: Vosotros dispersasteis mis ovejas, y las espantasteis, y no las habéis cuidado. He aquí que yo visito la maldad de vuestras obras, dice Jehová. (Je­remías 23:1-2).

Ezequiel indica a los pastores de Israel tres pecados básicos en el liderazgo: explotación, negligencia y do­minación por la fuerza. Jeremías describe el resultado de este abuso como destructivo. No sólo habían sido dispersados los rebaños, sino que las ovejas individual­mente habían sido destruidas. Las ovejas sólo pueden recurrir a Dios cuando el pastor empieza a usarlas para sus propios fines, y rehúsa hacer caso a sus objeciones.

Recuerdo una floreciente y próspera iglesia en una de nuestras ciudades del sur. El pastor tenía un carisma destacado para guiar a la gente. Pero, creía que no podía equivocarse. Estaba seguro que Dios bendecía cada una de las cosas que hacía. Empezó a despilfarrar de un modo desaforado. Explotó a su pueblo. Pedia más y más dinero para usarlo en un proyecto tras otro, pero el dinero no llegaba a su destino, sino a su bolsi­llo. Pedía prestado dinero a los miembros de la congre­gación, pero se olvidaba de devolverlo. Cuando se le pidió que devolviera un préstamo se indignó: después de todo él era un hombre de Dios.

Vi como el Señor barría esta iglesia y dispersaba el rebaño en todas direcciones. El Señor no permite que los líderes exploten a las ovejas.

Otro pastor con dones de ministerio extraordinarios fue «descubierto», para usar esta expresión popular, y se le invitó a ser el «speaker» en muchas reuniones de gran importancia. El estar ante el público le hizo subir los humos a la cabeza. Se atildó y aderezo como una

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reina de belleza. Cada vez que regresaba a «su» iglesia era como sumergirse en el anonimato y le deprimía. Su congregación local no le apreciaba como estos audito­rios de otras ciudades. En consecuencia aceptó más y más solicitudes para hablar fuera. El orgullo le condujo a descuidar su propio rebaño, una negligencia que Dios no tolera de un pastor.

Finalmente, poco a poco se fue creando en su iglesia un espíritu de insubordinación. Era sólo cuestión de tiempo hasta que Dios le reemplazara, y, cuando aban­donó su vocación pastoral, las invitaciones que antes recibía cesaron también. El descuido en que había teni­do a sus ovejas había enturbiado su carisma.

O tra instancia de egoísmo carismático es el de un hombre de considerable renombre que había sido ins­trumento para la apertura de vías de revelación para otros ministros. En sus reuniones enseñaba la palabra de Dios con un poder considerable. Generalmente con­cluía sus reuniones imponiendo sus manos sobre los otros ministros y dándoles alguna palabra de dirección en el nombre del Señor. Era tan efectiva esta labor que empezó a darse más importancia de la que le corres­pondía.

Esto ocurrió en una ocasión en que escribió una carta a un compañero en el pastorado, que no seguía las indicaciones que él le había dado. Decía la carta: «Con esta fecha quito la unción de tu vida, y lo recono­cerás por tu falta de eficacia, en el término de unos días». Este ministro «estrella» está actualmente eclipsa­do, mientras que el otro a quien había amenazado continua su pastorado en un rebaño que va prosperan­do.Dios protege a sus ovejas

Las ovejas, hablando humanamente, están indefen­sas en contra de los pastores corrompidos. Pero Dios interviene a su favor:

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Por tanto, así dice Jehová, Dios de Israel, a los pastores que apacientan mi pueblo: Voso­tros dispersasteis mis ovejas, y las espantas­teis, y no las habéis cuidado. He aquí que yo visito la maldad de vuestras obras, dice Jeho­vá. Y yo mismo recogeré el remanente de mis ovejas de todas las tierras adonde las eche, y las haré volver a sus moradas; y crecerán y se multiplicarán. (Jeremías 23:2-3).Por tanto, pastores, oíd palabra de Jehová:«Vivo yo», dice el Señor Jehová, «que por cuanto mi rebaño fue expuesto al pillaje y a ser presa de todas las fieras del campo, sin pastor; y mis pastores no buscaron mis ove­jas, sino que los pastores se apacentaron a sí mismos y no apacentaron mis ovejas»; por tanto, oh pastores, oíd palabra de Jehová.Así dice el Señor Jehová: «He aquí, yo estoy contra los pastores; y demandaré mis ovejas de su mano, y les haré dejar de apacentar las ovejas; y los pastores ya no se apacentarán más a sí mismos, pues yo libraré mis ovejas de sus bocas, para que no les sirvan más por comida». (Ezequiel 34:7-10).

La expresión «Vivo yo, dice el señor Jehová» es un juramento en el Pacto. Dios sin duda traerá a los pasto­res al juicio por todos los actos perversos que han come­tido. El les quitará el carisma que ha atraído a las ovejas a ellos. Las ovejas se esparcirán y encontrarán mejores pastos. Los pastores habían abandonado a las ovejas -el efecto del juicio de Dios será que las ovejas abandonarán a los pastores. Dio sólo puede cortar esta hermosa relación. El crea y destruye y restaura.

Y vemos que este juicio está ocurriendo delante de nuestros ojos. Dios está volviendo a juntar a sus ovejas y restaurando el carisma pastoral genuino. Ezequiel y

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Jeremías no sólo profetizaron este castigo a los pastores, sino que predijeron también de la curación y la nueva reunión de las ovejas.

Porque así dice el Señor Jehová: «Aquí estoy yo; yo mismo iré a buscar mis ovejas, y las recogeré. Como recoge su rebaño el pastor el día que está en medio de sus ovejas esparci­das, así recogeré mis ovejas, y las libraré de todos los lugares en que fueron esparcidas el día del nublado y de la densa obscuridad. Y yo las sacaré de los pueblos y las juntaré de las tierras; las traeré a su propia tierra y las apacentaré en los montes de Israel, junto a los arroyos, y en todos los lugares habitables del País. Las apacentaré en buenos pastos, y en los altos montes de Israel estará su apris­co; allí dormirán en un buen redil, y serán apacentadas con pastos suculentos sobre los montes de Israel. Yo apacentaré mis ovejas, y yo las haré reposar», dice el Señor Jehová.«Yo buscaré la perdida y haré volver al redil la descarriada, vendaré la perniquebrada y fortaleceré la débil; mas destruiré a la engor­dada y a la fuerte; las apacentaré con justi­cia». (Ezequiel 34:11-16).

Podemos ver que Dios está haciendo todas estas cosas hoy. En efecto, podemos hacer una lista de los elementos básicos del renovamiento carismático y en­contrar cada uno de ellos en la profecía mencionada:

(1) Dios está reuniendo a su pueblo a base de la identidad espiritual, no haciendo caso de barre­ras y etiquetas puestas por los hombres.

(2) El pueblo está descubriendo la Biblia como fuente de las palabras de vida -un alimento espi­ritual auténtico.

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(3) Los ríos están llenos del Espíritu estos días -fin yendo en adoración, gozo y en revelación reno­vada del Señor.

(4) El énfasis sobre la adoración y la alabanza eleva al pueblo a niveles más altos de receptividad -los buenos- pastos se encuentran en las altas colinas de la presencia de Dios.

(5) Las ovejas están contentas y libres de alarmas, capaces de echarse y digerir enseñanzas sólidas.

(6) El Señor está restaurando los dones de liderazgo, para hacer su reino más aparente -está pasto­reando activamente a su pueblo por medio de los subpastores.

(7) La iglesia ha vuelto a descubrir el poder curativo del amor de Dios; la salud vuelve a los enfermos física y emocionalmente, lo mismo que a los abatidos en espíritu.

(8) Ningún líder descuella como dominando a los otros; Dios levanta liderazgo dotado en todo el mundo, y estos líderes están aprendiendo la ne­cesidad de cooperación y fraternización.

El énfasis de Jeremías, al describir la restauración del pueblo de Dios, es sobre el papel de pastor. Hace siglos, pudo prever la restauración de este ministerio a su función carismática y a su posición de respeto. Dijo Jeremías:

Y pondré sobre ella pastores que las apacien­te; y no temerán más, ni se amedrentarán, ni serán menoscabadas, dice Jehová. (23:4).

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Como pasan a ser pastores las ovejas

XXIV

Yo no soy sólo un pastor; soy también una oveja. Al principio de este libro describimos un perro en Nueva Zelanda que maniobraba el rebaño entero mordiendo las pezuñas a ciertas ovejas que se ponían a la cabeza de un grupo. Hay algunas ovejas en cada rebaño que son líderes. Son ovejas clave para controlar todo el rebaño.

Hace unos años nos visitó el Pastor Kearney de Australia. Nos enseñó muchas cosas acerca de las dife­rentes clases de ovejas. Entre otras, discutimos el orden que establecen las ovejas al darse topetazos unas a otras, y que ovejas no sirven para dirigir a las otras, lodo ello con mucho detalle.

Cuando el pastor guía a las ovejas, siempre hay una oveja que le sigue cerca, otras detrás de ésta, y así sucesivamente. Este orden en las ovejas es el mismo cada vez que el rebaño se mueve a otro sitio. Es impor­tante que el pastor conozca bien estas ovejas y entienda las características y preferencias que puedan tener.

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Hay tres clases de ovejas que quedan descalificadas automáticamente para ser ovejas líderes, a causa de características especiales. Son la oveja ermitaña, la ove­ja de la valla y la oveja caprichosa. Para que el ganado paste y descanse lo suficiente debe estar libre de ten­siones y alarmas. Estos tres tipos de ovejas tienen ten­dencia a introducir la discordia y la ansiedad en el redil.

La oveja ermitaña

Esta oveja rehúsa mezclarse con las otras y no se adapta a las reglas del redil. Cuando las otras están paciendo, la ermitaña está dando vueltas. Cuando las otras yacen descandando ella está en otra parte pacien­do.

En la iglesia local las ovejas ermitañas son los soli­tarios. No siguen al pastor, van por su cuenta, siguen sus motivos personales. La oveja ermitaña es un espíritu libre y suelto que no se somete a la disciplina. Hace poner a todo el rebaño nervioso.

Estos parecen a veces poseer capacidad de liderazgo, porque son ambiciosos y persiguen sus objetivos. Están seguros de sí mismos y no les hacen cambiar las opinio­nes a los demás. Pero, las otras ovejas raramente los siguen, más bien sospechan de modo instintivo de su liderazgo, porque nunca siguen al pastor. Siempre están hallando faltas en los demás, son quisquillosos y nunca guían de forma constructiva. Sus objetivos se dirigen al mejoramiento propio más bien que al bienestar del re­baño.

La oveja de la valla

La oveja de la valla recibe su nombre porque se mantiene tan cerca del borde del pasto que con fre­cuencia encuentra algún punto por el que puede cruzar

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la valla. Le gusta pastorear siempre cerca de la valla, en vez de hacerlo en campo abierto, donde las otras ovejas encuentran su pasto.

La oveja de la valla mira siempre al otro lado de la valla, al mundo exterior. Como su objetivo está fuera del pasto, siempre está descontenta. En su contrariedad escarba agujeros que le permiten pasar por debajo de la cerca y conseguir libertad para ir a lo suyo.

La oveja de la valla está muy alejada de las preocu­paciones del rebaño o los objetivos del pastor. Rara­mente está al corriente de nada. Los psicólogos sociales llaman a esta gente «marginales», porque cuando dibu­jan gráficas mostrando la interacción social, esta gente se hallan fuera de toda relación con el resto del grupo. Generalmente se trata de individuos poco estables emo­cionalmente, profundamente inseguros. Su capacidad para confiar en el pastor es insuficiente; se quedan aparte para no ser lastimados.

La oveja de la valla presenta serios problemas en la granjeria del redil. No sólo encuentran agujeros en la cerca y se escapan sino que sus corderos las siguen. Y otras ovejas cercanas se deslizan fuera y son tentadas a buscar lo que desean al otro lado de la valla.

En términos de la iglesia local, la oveja de la valla es la que mordisquea aquí un poquito, y allí otro po­quito. Cuando hay un nuevo predicador en la ciudad va y asiste a la reunión. Sigue a varios predicadores por la radio, se suscribe a varias revistas religiosas, contribuye a varios proyectos alrededor del país. Pero no se puede contar con ella para apoyar la escuela elemental de la iglesia local, no quiere ayudar al jardín de infancia, y tampoco diezma. Cada nuevo foco de interés pierde pronto su encanto y descubre que está descontenta dondequiera que va.

Asiste a la iglesia local durante unas semanas y luego deja de hacerlo. Muchas veces es explotada por ministros ambulantes, que se aprovechan de aquellos

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que son atraídos por lo espectacular, pero nunca aprende la lección. Después de recobrarse de la última vez que la han esquilmado, ya está dispuesta para que el primero que aparezca lo haga otra vez.

La oveja disidente y esquiva

La oveja caprichosa rehúsa tener ningún dueño. Si­gue siempre un curso independiente. No se considera parte del rebaño, va por su cuenta en todo. Es incon- formista, recalcitrante.

Esta oveja es generalmente una persona de carácter firme, en general agresivo y decidido. Pero, su falla fatal es su incapacidad para someterse a la autoridad. Es imposible llegar a ser un verdadero guía si antes no se ha sido un verdadero seguidor. La oveja esquiva no admite órdenes, tiene miedo que sus dones y talentos sean puestos bajo el arnés, por el pastor. Por esta razón, aunque tenga muchas habilidades es por com­pleto imposible contar con ellas. La persona debe ser flexible si ha de formar parte de un grupo antes de atraer a otros para que sigan sus directrices.

La oveja disidente y esquiva a veces separa un pe­queño grupo del rebaño, para conducirlo por su propio y tortuoso curso. Pero, nunca busca conseguir liderazgo por los medios legítimos. En vez de ello intenta juntar a las ovejas descontentas para atacar juntos al líder. Por razones evidentes, la oveja disidente es una verda­dera amenaza a la paz y bienestar del rebaño.

En realidad, las ovejas ermitañas, las de la valla y las disidentes no sólo están incapacitadas para el lide­razgo; a veces es necesario echarlas del rebaño por completo. En tanto que haya una subcorriente de rebe­lión dentro del rebaño, las ovejas están inquietas. La acción contra los miembros ingobernables es necesaria.Y esta disciplina no es la idea de los pastores, porque no les gusta que nadie desafíe su autoridad. Toda la

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autoridad que poseen les ha sido dada por Dios y líl os el responsable de protegerla. Oigamos las palabras del profeta Ezequiel:

Y en cuanto a vosotras, ovejas mías, así dice el Señor Jehová: «He aquí yo juzgo entre oveja y oveja, entre carneros y machos cabríos. ¿Os parece poco el haberos alimentado con lo me­jor de los pastos, para que también pisoteéis con vuestros pies lo que queda de vuestros pastos, y que habiéndoos bebido las aguas claras, enturbiéis además con vuestros pies las que quedan?». Así que mis ovejas comen lo hollado de vuestros pies, y beben lo que con vuestros pies habéis enturbiado. Por eso, así les dice el Señor Jehová: «He aquí que yo, sí, yo juzgaré entre la oveja engordada y la oveja flaca, por cuanto empujásteis con el costado y con el hombro, y acorneásteis con vuestros cuernos a todas las débiles, hasta que las echásteis y las dispersásteis. Por tanto, yo sal­varé a mis ovejas, y nunca más servirán para el pillaje; y juzgaré entre oveja y oveja.» (Eze­quiel 34:17-22).

El Señor está tratando de varias formas de egoísmo aquí: competencia, codicia, envidia, crueldad. Tales co­sas descalifican a una persona para el liderazgo, pero además le hacen candidato para la disciplina y el casti­go.

Como aparecen los líderes

Un pastor debe descubrir aquellos que tienen caris- ma del Espíritu Santo en sus vidas. Su tarea, realmen­te, no es buscar sino confirmar lo que Dios ya ha hecho. Esto es lo que los apóstoles hicieron cuando

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fueron escogidos los primeros diáconos. Simplemente dijeron: «Buscad, pues, hermanos de entre vosotros a siete varones de buen testimonio llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quiénes encargaremos este tra­bajo» (Hechos 6:3).

La congregación reconoció pronto a Esteban, Felipe, Prócoro y otros que ya habían demostrado cualidades de liderazgo evidentes. Estaban preocupados por el bie­nestar de la iglesia por encima de todo. Cuando los apóstoles los nombraron para hacerse cargo de las viu­das, y asegurarse que las viudas griegas recibían el mismo tratamiento que las viudas de los judíos, no consideraron esta orden como rebajamiento de su digni­dad.

He visto ovejas líderes aparecer en la congregación, una y otra vez. Son las que se deleitan en servir al rebaño, que comparten la palabra con los otros, que tienen la habilidad de captar lo que está ocurriendo. Los líderes no nacen, sino que más bien se desarrollan en los grupos de que forman parte. Estos individuos aparecen como líderes porque comprenden más rápi­damente que los otros lo que está pasando.

Felipe tenía una gran habilidad para presentar la verdad, no sólo a los miembros de la iglesia de Jerusa- lén, sino también a sus enemigos de Samaría. Esteban, lo mismo, era un hombre de gran comprensión y sabi­duría.

Me gusta la relación que los apóstoles tenían con Felipe. Era un hombre inteligente que conocía sus limi­taciones. Comprendía que no estaba cualificado todavía para imponer sus manos sobre los samaritanos para que recibieran el Espíritu Santo y llamó a los apóstoles para que lo hicieran. Felipe reconoció que formaba un equi­po con los apóstoles y que no era un equipo por sí solo.

En el Libro de los Hechos vemos que el Espíritu Santo desarrollaba los dones de liderazgo dentro del hombre de modo que con el tiempo eran visibles a todo

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el mundo. Cuando una persona era elevada a la esfera del liderazgo, todos los demás decían amén. La activi­dad de Dios es siempre sobrenatural, pero raramente es un relámpago que cambia el orden social en un abrir de ojos. Con mucha mayor frecuencia hay una transición gradual de un nivel a otro, hasta que se realizan los propósitos de Dios de una forma que parece natural y sin esfuerzo.

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¿Son todos los ancianos pastores?

XXV

Un anciano es un cristiano maduro. Ha vivido una vida equilibrada, su personalidad es ponderada, su por­te es digno y su ministerio excelente. Ha aprendido la medida de la fe y cómo obra en el interior, y no trata de alcanzar lo que está más allá de sus posibilidades. Pablo describe este proceso de desarrollo en los siguien­tes términos:

«Digo, pues, por la gracia que me ha sido dada, a cada cuál que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno. Porque, así como en un sólo cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma fun­ción, así también nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, mas siendo cada uno por su parte miembros los unos de

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los otros. Y teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si es el de profecía úsese conforme a la proporción de la fe; o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta, en la exhortación; el que reparte, con sencillez; el que preside, con solicitud; el que hace misericordia, con alegría». (Romanos 12:3-8).

El desarrollo personal y el ministerial van juntos. Cristo no sólo nos hace personas íntegras para nuestro bien, sino para el bien de la iglesia. Todo el mundo quiere a los niños, pero nadie acepta que seamos niños cuando tenemos el tamaño de adultos. Las personas maduran cuando aprenden a agradar a Dios y no a sí mismas.

M adurar no es adquirir de repente talentos y carac­terísticas que antes no poseíamos. M adurar es llegar al punto el potencial que Dios nos había dado.

Veamos varias definiciones de madurar:

1. Madurez es alcanzar la cima normal del desarro­llo.

2. Madurez es alcanzar el estado final deseado, des­pués de un proceso apropiado.

3. Madurez es la expresión de cualidades mentales y emocionales que se esperan de un adulto normal ajustado socialmente.

4. Madurez es adecuación al tiempo.En la Espístola a los Efesios el apóstol habló de la

medida de la estatura de la plenitud en Cristo. Estatura significa altura. Yo mido dos metros. Esta ha sido mi estatura desde los diecisiete años. A esta edad, ¿era ya un hombre maduro como lo soy ahora? ¡Ni mucho menos! Era un adolescente alto, y además atolondrado.

En la Espístola a los Colosenses, el apóstol añade otra dimensión que es el «conocimiento»:

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Revestios del nuevo hombre, el cuál conforme a la imágen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno. (3:10).

Hay mucho que aprender después de haber alcanza­do la estatura física máxima. Hay que aprender a usar el cuerpo, el intelecto, las emociones.

Cuando uno lleva el automóvil al garage para repa­raciones espera que el que haga el trabajo sea experto. Si el mecánico se dirige al coche para emprender el trabajo con una sierra y una maza, vamos a llevarnos el coche más que deprisa. Un mecánico debe conocer el coche, saber manejar sus herramientas y todo lo perti­nente a los coches. Lo mismo se puede decir de una persona madura, cristiano o no cristiano.

Pablo define la madurez en su carta a los Filipenses, como plena obediencia. Cristo se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. La vergüenza y sufrimien­to de la cruz era necesaria para que luego se sentara a la derecha del Padre. Cada uno debe hacer frente a realidades desagradables en la vida sin quejarse ni mur­murar.

Las cárceles están llenas de hombre y mujeres que han alcanzado plena madurez en su estatura, su destre­za y talentos, pero nada de esto les valió porque rehusa­ron obedecer la ley. La madurez se mide en términos de obediencia. El niño y la persona inm atura son los que equivocadamente creen que pueden desobedecer sin te­ner que pagar las consecuencias.

La madurez, pues, es la realización del potencial. Uno no pasa a ser algo nuevo, sino que descubre lo que Dios quiere que sea desde el principio. Dios nos ha designado para ser algo especial y único, cada uno. Los bebés se parecen todos, pero cuando crecen van apare­ciendo las diferencias: sean naturales o espirituales.

Cuanto más examinamos la intrincada diversidad de la naturaleza o leemos las Escrituras, más vemos que

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Dios se deleita en la diversidad. Veamos, por ejemplo, los dones esperituales o manifestacios espirituales enu­meradas por el apóstol Pablo:

«Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de mi­nisterios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de actividades, pero Dios, que e- fectúa todas las cosas en todos, es el mismo.Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho común. Porque a uno es dada por medio del Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de conocimiento según el mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu; y a otro dones de sanidades, en el mismo Espíritu. A otro, el efectuar mi­lagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de len­guas; y a otro interpretación de lenguas. Pero todas estas cosas las efectúa uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular según su voluntad. Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un sólo cuerpo, así también Cristo». ( I a. Co- rint. 12:4-11).

Confusión a causa de la multiplicidad de palabras

Una causa común de confusión acerca de la verdad bíblica es el uso de dos o tres palabras para describir una misma cosa. A veces requiere tiempo y esfuerzo separar las palabras que expresan realmente diferen­cias, de las que son, en todo sentido práctico, sinóni­mas. Una de estas controversias se refiere al bautismo en el Espíritu Santo. Este bautismo es descrito con varias frases en la Biblia, pero el escoger un término u

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otro no introduce un nuevo significado doctrinal. Son simplemente otras maneras de expresar el mismo con­cepto: Dios inunda y sumerge al creyente con su presen­cia. Otras expresiones para lo mismo son: el «don del Espíritu», «lleno del Espíritu», «El Espíritu cayó sobre ellos», y el «bautismo en el Espíritu».

Nos encontramos con una situación similar al mirar las palabras griegas del Nuevo Testamento usadas para designar a un anciano: «presbíteros» y «episkopos». En general en el Nuevo Testamento el primero es traducido por «anciano» y el segundo por «obispo». Pero, en reali­dad son sinónimos.

¿Cómo sabemos que estas palabras, en el Nuevo Testamento, significan lo mismo?.

En primer lugar no vemos que los dos términos se usen para designar entidades distintas en el Nuevo Tes­tamento. Los obispos y los diáconos son contrastados en (Filip. 1:1; en I a . Tim. 3:1-8), pero nunca los obispos y los ancianos. Por otra parte encontramos por lo menos un caso en que los obispos y los ancianos son usados como sinónimos. «Por esta causa te dejé en Creta, para que... y constituyeses ancianos (presbuterous)... como yo te ordené, el que sea irreprensible, marido de una sola mujer y que tenga hijos creyentes, que no estén acusados de disolución ni de rebeldía. Porque el obispo (episkopon) debe ser irreprensible, como administrador de Dios; no arrogante...» (Tito 1:5-7).

El término «presbuteros» había sido tomado de la sinagoga judía con sus ancianos supervisores (Lucas 7:3). El término «episkopos» fue introducido por los helenistas, y era usado en las ciudades-estado griegas. Ambos términos en su contexto indicaban la idea de superintendentes.

Pero, tan pronto como se escribió el Nuevo Testa­mento, la gente empezó a confundir los dos términos en su significado. Empezaron a hacer el «episkopos» supe­rior al «presbuteros». Las Espístolas de Ignacio, escritas

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al principio del siglo II ya hablan de «episkopos» como distinto de «presbuteros» y como su superior. Los histo­riadores describen esta ascendencia del gobierno de un hombre como el desarrollo del episcopado. Cuando el poder de los obispos creció empezaron a ser considera­dos como herederos de la autoridad inicialmente deposi­tada en los doce apóstoles del Cordero. Como este pro­ceso histórico continuó, y por una serie de razones políticas y económicas, el obispo de Roma empezó a ejercer autoridad sobre las iglesias de la Europa Occi­dental, mientras el patriarca de Constantinopla tenía poder sobre las iglesias orientales.

No hay acuerdo entre los historiadores respecto a como ocurrió ésto exactamente. Pero, hay dos direccio­nes en la interpretación. Theodoret y sus seguidores nos informan que el episcopado fue formado del orden a- postólico por localización. Los apóstoles dejaron de via­jar y se establecieron en un punto y allí residió su autoridad.

Por otra parte, Lightfoot dice que el episcopado fue formado del orden de los presbíteros, por elevación. Gradualmente un anciano fue separado en la iglesia local para actuar con mayor poder ejecutivo.

Cualquiera que sea el proceso, la elevación al orden del episcopado no se halla en las Escrituras. En vez de ello, el nacimiento del mismo obedece a tendencias hacia la construcción de una jerarquía que son huma­nas. Los hombres permitieron que sus propias ideas substituyeran al ejemplo bíblico y la revelación. Frede- rick W. Dillistone habló de ésto:

«En todas las grandes civilizaciones aposenta­das del pasado halló expresión el principio jerárquico. Hasta cierto punto es impresio­nante y efectivo. La forma piramidal es una de las más estables conocidas al hombre. El peligro que existe, en último término, es la

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distancia que separa a las figuras en el piná­culo de la jerarquía, de las que se hallan a la base. Es muy fácil que los que están encima pierdan contacto con los de la base, que de­pendan de un modo excesivo con los que se hallan en el peldaño inferior al suyo en el orden, y que exageren su propia importancia hallándose tan cerca del ideal celestial, hasta el punto de que se creen de un orden diferen­te de los demás mortales, algo así como semi- divinos. En general el proceso no tiene lugar de modo consciente a su propósito. Una vez ha empezado el movimiento hacia formas je­rárquicas superiores va siguiendo hasta ter­minar en aquel que es el último eslabón entre la tierra y el cielo». (Cristianismo y Simbolis­mo, p.123).

Lo que yo quiero afirmar es que cada iglesia local ha de ser una unidad autónoma por completo, sin suje­ción ni supervisión respecto a ninguna agencia humana, sea episcopal o presbiteriana. Sólo el Espíritu puede sostener las iglesias en la vida de Jesús. Y lo que cada congregación necesita de El es un pastor verdaderamen­te ungido de carisma pastoral.

La partida de Pablo de Efeso (Hechos 20) abundó en lágrimas y fue solemne, creo, porque el apóstol se daba cuenta que el Espíritu Santo no había levantado todavía un pastor ungido para los efesios. Su despedida fue a los ancianos de la iglesia, ninguno de los cuales al parecer destacaba como líder. Era realmente una oca­sión para verter lágrimas, porque como Pablo profetizó: «... sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas, para arrastrar tras sí a los discípulos». (Hechos 20:29-30).

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Pablo no pudo designar un pastor de entre los an­cianos de la iglesia de Efeso, y por tanto sabía que después de su partida empezarían las disensiones. El don pastoral era ausente en este presbiterio. Probable­mente tenían muchos otros dones y ministerios en este grupo de líderes; pero no existía el carisma pastoral.

Un pastor debe ser un anciano, pero ésto no signifi­ca que cada anciano es automáticamente un pastor. Un anciano puede tener el don de sanidad, o el de sabidu­ría, o el de palabra de conocimiento, o de discernimien­to de espíritus o puede ser un maestro. El carisma pastoral es un don distinto y la capacidad de darlo reside en Cristo.

Pero, es práctica común en algunas iglesias el consi­derar a un anciano como un pastor. Estas iglesias se dividen en «células de discipulado» con un anciano en cada una de ellas como pastor. Esto no puede encon­trarse en el Libro de los Hechos ni en las epístolas.

Cuando la iglesia de Jerusalén se reunió para el primer concilio ecuménico (Hechos 15), Lucas habla de tres grupos distintos, la iglesia, los apóstoles y los an­cianos (v.4).

En este punto, los apóstoles eran los pastores o supervisores generales. Eran los que establecían la doc­trina, las líneas de fraternización y las guías para el culto. Durante los años que siguieron, uno que no era de los doce originales, Jacobo, el hermano del Señor, pasó a ser reconocido como pastor en Jerusalén. Fue Jacobo el que concluyó este decisivo concilio con las palabras: «Por lo cual yo juzgo que no se inquiete a los que de entre los gentiles se convierten a Dios», (Hechos 15:19). Estas son palabras ungidas con la autoridad de Dios. En los años que siguieron, el liderazgo de la iglesia de Jerusalén y el hombre de Jacobo eran sinóni­mos. Jacobo era considerado el pastor y nunca hubo la menor sugerencia de que la iglesia de Jerusalén fuera dividida geográficamente y cada anciano de Jerusalén pastoreara una célula.

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Ministros capaces del nuevo pacto

XXVI

Hay una gran diferencia entre el liderazgo en el Antiguo Testamento y el Nuevo. Esta diferencia es de­bida al cambio que Dios obró en el corazón de aquellos que entraron en el nuevo pacto de Cristo. El nuevo pacto fue escrito en corazones de carne por la obra interna del Espíritu Santo, mientras que el antiguo pacto estaba escrito en tablas de piedra, y coercía desde fuera. Por esto los líderes de Dios bajo el antiguo pacto estaban limitados a medios externos para hacer volver a las ovejas al buen camino, conforme a la voluntad de Dios. Pero en el nuevo pacto, el mismo Espíritu Santo, que dirige a los subpastores, está obrando en el interior de las ovejas para que quieran hacer la voluntad de Dios. (Filip. 2:12-13).

Pacto y consagración son dos conceptos bíblicos, entre otros, que han sido restaurados por el Espíritu Santo en nuestros días. Pero debemos ser cuidadosos en el uso del lenguaje bíblico para hacerlo de la misma manera que la Biblia lo usa. No tenemos la libertad de

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redefinir los términos para que se ajusten a las situa­ciones modernas.

El Pacto es ante todo un contrato entre Dios y el hombre. Sin duda hay muchos ejemplos de pactos entre hombres, como el que hicieron David y Jonatán. Pero el pacto sempiterno por medio del cuál el Gran Pastor perfecciona a sus ovejas habla de lo que ocurre entre Dios y los hombres (Isaías 42:6; 49:8-10).

Si miramos al pacto sempiterno como un gran río que fluye a lo largo de las Escrituras, podemos vislum­brar muchos ríos tributarios que han desembocado en él, en varios puntos. Entre ellos tenemos:

1. El pacto con Adán (Gen. 3:14-17);2. El pacto con Noé (Gens. 8:20; 9:29);3. El pacto con Abraham (con circuncisión) Génesis

12:1-3; 15; 17; 22:15-18);4. El pacto de sanidad (Exodo 15:26; 23:25; Isaías

53);5. El pacto mosaico (Exodo 19, 20, etc).6. El pacto de David (2a . Sam. 7:1-17; I a. Cron

17:7-15);7. El nuevo pacto (Hebreos 8:6-13; 10:1-25; Col. 2:9

-13, etc).El pacto antiguo incluye todos los acuerdos entre

Dios y el hombre que llevaron a la venida de Cristo para redimirnos del pecado y reconciliarnos con Dios. El nuevo pacto resulta de la muerte de Cristo, su entie­rro y resurrección, que hizo posible la llegada del Espí­ritu Santo que vive en nosotros y cambia nuestro cora­zón. El corazón de piedra de rebelión y resistencia es quitado y Dios escribe sus leyes en el corazón y la mente del creyente, que hace de la voluntad de Dios su deleite. El nuevo pacto junta a los creyentes de Dios hasta que son un espíritu ( I a. Cor. 6:17).

De modo que el pacto hace énfasis esencialmente en la relación del hombre con Dios. Nuestra hermandad unos con otros es un producto resultante de la reden­

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ción. La membresía en un redil local, ocurre como resultado de que pertenecemos al Gran Pastor.

El pacto no empieza con un compromiso o entrega del hombre a otros hombres, sino a Cristo. Como resul­tado, nos son dados líderes para perfeccionarnos. Pero, estos líderes cuidan de nosotros como mayordomos del redil de Cristo, sabiendo que un día tendrán que dar cuenta de cada oveja.

Coberturas o garantías.Dios nombra líderes, pero éstos no pueden tomar

nunca el lugar del que los nombró. El famoso personaje de la historieta cómica Linus exige su manta, para tenerla a mano, en todo momento: es su protección, cobertura, garantía. No es raro pues oír hablar hoy del «coberturas» o «garantías» en la iglesia. Lo que ésto significa es que un hombre bajo autoridad está cubierto o protegido por el otro, al cual se somete. De esta manera varios ministros pactan entre sí con otro o con un líder, para que sea su «cobertura».

Pero yo no encuentro ningún precedente para esta práctica en el Nuevo Testamento. Pablo, por ejemplo, nunca «cubrió» a Pedro, ni Pedro a Juan. Eran hombres vibrantes, que sin temor declaraban el evangelio al mundo pagano hostil. ¿Qué clase de protección tenían para no sucumbir a las presiones que el sistema secular ejercía sobre ellos? ¿Arrostraban los vientos de la ad­versidad sin abrigo?

En todo el Nuevo Testamento encuentro la significa­tiva frase «en Cristo», que es lo que cuenta. Hasta que una persona está «en Cristo» está limitada a lo natural. Pero una vez acude a Cristo, cruza la Puerta, y es colocada en el cuerpo, la Biblia lo llama de modo literal «nueva criatura». Oigamos al apóstol Pablo:

De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aún si a

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Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así. De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí, todas son hechas nuevas. Y todo proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por medio de Cristo, y nos dió el ministerio de la reconciliación. (2a. Corin­tios 5:16-18).

El acudir a Cristo es mucho más importante de lo que muchas personas en la iglesia creen; es la diferen­cia entre la vida y la muerte. Pasamos a ser nuevas criaturas cuando nos unimos a Cristo por medio del nuevo nacimiento y nos unimos a El en términos del nuevo pacto. Antes de ésto, éramos muertos, estábamos desnudos, deshechos por el pecado y por nuestra natu­raleza pecaminosa. Pero, «en Cristo» somos vueltos a la vida. Estamos vestidos de su propia justicia y somos hechos partícipes de su naturaleza. Pablo nos dice que como parte de nuestra conversión-iniciación al entrar por la puerta recibimos nuestra «cobertura». Oigamos sus palabras en Gálatas:

«Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo. Ya no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si voso­tros sois de Cristo, entonces sois descendencia de Abraham, y herederos según la promesa (3:27-29)».

Es significativo que estas palabras sean expresadas tan claramente en la epístola de la libertad. La iglesia de Galacia había tenido problemas a causa de un ma­lentendido en la relación entre el antiguo pacto y el nuevo. Estaban todavía obrando bajo la premisa de que

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Dios actúa desde el exterior, aún cuando Cristo obra desde el interior. Pablo tuvo que clarificar el hecho de que todos los otros pactos habían sido cumplidos en la persona de Cristo. En El somos herederos de todos los pactos y promesas de Dios.

Los que insisten en «coberturas» hechas por hombres no acaban de entender la herencia que ya han recibido en Cristo, una «cobertura» tan completa que es incon­cebible que nadie ni nada la pueda suplementar. Una de las maneras en que Cristo nos protege es destruyen­do las antiguas distinciones hechas por Dios por medio del pacto sinaítico, porque Pablo informa a los Efesios:

«Pero, ahora, en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estábais lejos, habéis sido he­chos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de sepa­ración, aboliendo en su carne la enemistad, la ley de los mandamientos expresados en orde­nanzas, para crear en sí mismo de los dos un sólo y nuevo hombre, haciendo la paz». (2:13- 15).

Cuando visitamos la Tierra Santa vimos esta mura­lla que dividía no sólo a los judíos de los gentiles, sino a los hombres de las mujeres. ¡Qué vista más triste! Esta experiencia hizo en mí una impresión muy viva, y com­prendí la importancia de las palabras de Pablo mucho mejor. Cristo es el gran nivelador. No importa lo que éramos antes de ir a El, ahora somos uno en El.

Allí, en el muro de lamentaciones se me dió un yarmulke o una pequeña boina para colocar en la parte posterior de la cabeza. No podía acercarme a este lugar lan santo sin llevar la cabeza cubierta. Cuando hube visitado la pared, regresé y vi la escena desde lejos. En el. otro lado de la pared se acercaban las mujeres,

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veladas y cubiertas. Me di cuenta perfecta entonces que Cristo había traído una libertad tremenda a toda la humanidad -hombres y mujeres- cuando abrió este nue­vo camino para entrar a la presencia de Dios.

Una mujer tiene el derecho de acercarse a Dios por su cuenta, sin pedir permiso a nadie, su marido o el anciano de la iglesia. Yo presento mis pensamientos, deseos, planes al Señor sin necesitar el visto bueno de ningún hombre. Puedo hablar a Dios de mi casa, mi vestido, lo que quiero. El buscar permiso de alguien que provee para mí con la llamada «cobertura» es algo completamente ridículo. Aquellos a quienes el Hijo ha hecho libres ¡son verdaderamente libres!

El amor del pacto

Los diferentes términos para «amor» en el Antiguo Testamento han sido distinguidos como amor electivo en oposición al amor del pacto o pactado. El amor electivo o de elección es un concepto cercano al de la gracia en el Nuevo Testamento. Procede libremente de Dios, y es totalmente inmerecido.

El amor del pacto, por otra parte, se refiere a la fidelidad una vez la persona o nación ha sido unida a Dios por un pacto. El amor del pacto se expresa en términos de deber y lealtad.

Cuando Dios muestra amor del pacto a su pueblo, demuestra lealtad y fidelidad para llevar a cabo sus promesas. Los que estaban enlazados en el pacto de­bían responder a Dios dándole su leal servicio y obe­diencia. Dios les mostraría compasión y les daría ayu­da, y aún castigo si éste había de restaurar la relación del pacto quebrantado. En otras palabras, la ira, celos y disciplina divinas eran una parte de su fidelidad en el amor del pacto.

Para resumirlo: el amor electivo estimula a Dios a escoger a ciertas personas para sí de un modo incondi­

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cional; el amor del pacto es a la vez la fidelidad para cumplir todo lo que El en su amor ha prometido, y la respuesta del hombre de devoción leal a Dios.

Viendo que palabras tales como fidelidad, lealtad, devoción, etc., no encandilan ya nuestra imaginación como en otros tiempos, algunos maestros cristianos han buscado la palabra «amor del pacto» para expresar la idea de entrega del uno al otro y las correspondientes obligaciones de lealtad mutua.

Debemos renovar el concepto de consagración, pero es triste que éste se haya confundido con otros asuntos tales como los grupos de células, y la obediencia ciega a algún anciano que no es el pastor de la iglesia local. En todo el Nuevo Testamento, la consagración del hombre se dirige primariamente a Dios mismo, y de modo se­cundario a los hermanos en el cuerpo de Cristo. La lealtad y consagración se expresaban en la vida diaria de los cristianos que amaban a Jesús ministrándose unos a otros. No encontramos nada en el Nuevo Testa­mento que sugiera un pacto en un pequeño círculo, aparte de toda la asamblea local.

¿Por qué el amor del pacto nos ha llamado la aten­ción estos días? El Santo Espíritu llama nuestra aten­ción respecto a un área deficiente. Esta controversia subraya la necesidad de restaurar la consagración o compromiso del pacto dentro del marco de la asamblea local corriente. Dios nos llama de nuevo al amor al prójimo, especialmente un amor que sea práctico, que ayude a sobrellevar las cargas pesadas de los necesita­dos v a confortarlos. El pastor y sus asociados en el ministerio no pueden hacerlo por nosotros. Desde el principio Dios espera de todos que mostremos cuidado el uno por el otro. El realizarlo requiere arrepentimien­to y restauración por parte de todos; no requiere una reestructuración de la comunidad en pequeños grupos de vecindario.

Los que estaban bajo Moisés dependían de él. No

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podían acercarse a Dios por su cuenta. Pero, como contraste, el nuevo pacto no depende de ningún hom­bre; cada uno experiencia a Dios por sí mismo. Deben ser guiados, pero no coaccionados; alimentados, pero no se les debe prohibir la libertad de descubrir la pala­bra de Dios por medio de la ayuda del Espíritu Santo.

Pablo se opuso fuertemente a los falsos profetas que trataban de enseñorearse sobre el ganado. Los que se le oponían se apoyaban en credenciales humanas y en tradiciones. Pablo no tenía por qué defenderse en estos términos, porque su autoridad nacía del Espíritu. Veá- moslo:

«¿Comenzamos otra vez a recomendarnos a nosotros mismos? ¿O tenemos necesidad, co­mo algunos, de cartas de recomendación para vosotros, o de parte de vosotros? Vosotros sois nuestra carta, escrita en nuestros corazones, conocida y leída por todos los hombres; sien­do manifiesto que sois carta de Cristo expedi­da por nosotros, escrita no con tinta sino con el Espíritu del Dios vivo, no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón».(2a . Corintios 3:1-3).

Bajo el antiguo pacto, los corazones de las personas eran tan duros para con Dios como las tablas de piedra en que fueron inscritos los Diez Mandamientos. Pero una vez el corazón de piedra fue reemplazado por un corazón de carne, cuando el Espíritu Santo pasó a residir permanentemente en ellos bajo el nuevo pacto, fue fácil imprimir los deseos de Dios en los corazones y mentes de los hombres. Cristo pudo ser formado dentro de los creyentes, por medio de la enseñanza y el ejem­plo de los líderes. El buen pastor, según los standards del nuevo pacto, es el que imprime más fielmente la imágen del Gran Pastor en las ovejas.

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Pablo no estaba escribiendo para media docena de personas en una casa, sino a una asamblea local esta­blecida, probablemente con varios centenares de ovejas. Había escrito el mensaje de Cristo en sus mentes y corazones no por medio de la atención individual, sino la predicación sistemática, el buen ejemplo y la disci­plina de la iglesia local. No había trabajado sólo, sino que había usado a otros con varios dones de ministerio para ayudarle a perfeccionar las ovejas. Cuando estu­diamos las dos cartas a los Corintios y otra evidencia del Nuevo Testamento, nos sería difícil encontrar un ministerio más efectivo que el de Pablo. El ministro capacitado del Nuevo Pacto funciona de modo más efectivo dentro del contexto de la iglesia local, en una atmósfera de libertad creada por la actividad del Espíri­tu Santo entre el rebaño.

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