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El CUERPO EN LA VEJEZ: el proceso de desvinculación y la concepción de la muerte
Trabajo de grado Presentado por:
Juan David González Monroy
Directora:
Zandra Pedraza Gómez
Universidad de los Andes Facultad de ciencias sociales Departamento de Antropología
Bogota D.C. 2006
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Body Slope of it, Hope of it- echoes faded, what waited up late inside old desires saw through the screwed importunities. This regret? Nothing’s left. Skin’s old, story’s told- but still touch, selfed body, wants another, another mother to him, her insistent “sin” he lets in to hold him. Selfish bastard, headless catastrophe. Sans tits, cunt, Wholly blunt- fucked it up, roof top,loving cup, sweatered room, old love’s tune. Age dies old, Both men and women cold, hold at last no one, die alone. Body lasts forever, pointless conduit, floods in its fever, so issues others parturient. Throug legs wide, From common hole site, aching information’s dumb tide rides to the far side. Robert Creely
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CONTENIDO 1. Introducción 4
1.1 Descripción del método de Investigación 6 a. Objetivo de la investigación 6 b. Metodología 7 c. Trabajo de Campo 9
2. Condición de vida de los ancianos 12
2.1 El pasado 12
a. Proveniencia 12 b. Familia, infancia, juventud 13
c. Educación 14 d. Ocupación 15
2.2 Tres “estilos” de vida 17 a. El Hogar Sagrada Familia 17
b. La vida en familia 30 c. La vida solitaria 34
3. El cuerpo y la vejez 36
3.1 El pasado “encarnado” 36 3.2 La vejez “encarnada” 39
a. El hogar “encarnado” 40 b. La familia “encarnada” 48 c. la soledad “encarnada” 51
3.3 Tardo-mordernidad y vejez 53 4. La vejez y la muerte 55
4.1 El prospecto de la muerte 55
a. La muerte en el hogar 56 b. La muerte en familia 62
c. La muerte solitaria 65 4.2 La religiosidad como estrategia de supervivencia 66
5. Conclusiones 71 6. Bibliografía 76
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1. INTRODUCCIÓN
El envejecimiento demográfico está definido como el aumento de la proporción de
personas en edad avanzada con respecto al resto de la población. Este fenómeno
empieza a tener un impacto mundial a mediados del siglo XX en los países
industrializados y desde entonces ha ido afectando a las demás naciones con
diferentes grados de aceleración. El proceso de envejecimiento demográfico se
debe a diversas variables como son la mejoría de las condiciones de vida, los
avances en diversos campos científicos y tecnológicos (particularmente en lo que
concierne la atención medica), las migraciones y la disminución de las tasas de
fecundidad (DABS, 2003). A nivel mundial se estima que entre los años 2000 y
2050 la proporción de personas de 60 y más años se duplicará del 10% al 21%.
En cambio se proyecta que el porcentaje correspondiente a los niños se reducirá
en un tercio y pasará del 30% al 21%.
En el caso de América Latina la tendencia a la mayor longevidad es generalizada
y se prevé una reducción de las disparidades extremas unida a una ampliación de
los países que superan una expectativa de vida al nacimiento de 60 años. Se
proyecta entonces que entre los años 2000 y 2025, 47 millones de adultos
mayores se incorporarán a los 41 millones existentes y que entre el 2025 y el
2050 este incremento será de 86 millones de personas (Trujillo Uribe, 2004).
Dentro de este marco se sitúa el caso de Colombia. El Banco Mundial (1994)
estima que para el 2050 el porcentaje de población mayor de sesenta años será
de un 25.5 % en comparación al 6 % de1990. Según proyecciones hechas por el
DANE, en el 2000 los mayores de 60 años ascienden a 2.900.800 personas, de
las cuales 1.3 millones son hombres y 1.6 millones son mujeres (Trujillo Uribe,
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2004). Las personas mayores de 60 años viven principalmente en las cabeceras
municipales, equivalen al 70% de la población mayor y dentro de este sector
también las mujeres superan ligeramente en población a los hombres. La
población mayor colombiana tiende a vivir en los cascos urbanos más que en las
zonas rurales. Esto se podría explicar por razones como los desplazamientos
forzados que se han convertido en la causa fundamental de la migración del
campo a la ciudad. En Bogotá y los departamentos de Antioquia y Valle del Cauca
se concentra la mitad de la población que está por encima de 60 años (DABS
2003). Bogotá se caracteriza por tener un crecimiento poblacional marcadamente
superior al del resto del país. De acuerdo al DABS en el caso de Bogotá:
Los cambios en la pirámide poblacional muestran en la actualidad (2002) una moderada extensión en la parte superior y una marcada disminución de su base. Las proyecciones hacia los años 2025 y 2050 denotan un severo ensanchamiento de la parte superior, con la evidente inversión de la misma. “(…) la ciudad se envejece a ritmo mas rápido que el resto del país, lo cual es un signo de modernización” (Misión Bogotá…, 1994:48). (DABS, 2003, p.77).
Igualmente, la expectativa de vida al nacer en Bogotá es ligeramente superior al
resto del país. Teniendo esto en cuenta podemos ver como el contexto urbano
bogotano resulta ejemplar en cuanto al problema del envejecimiento demográfico
en Bogotá. En él la gran mayoría de las investigaciones se han llevado a cabo
desde las disciplinas de gerontología, enfermería, terapia ocupacional, psicología,
fonoaudiología y nutrición. Principalmente los estudios que abordan la vejez
provienen de las siguientes fuentes: instituciones oficiales y estatales,
universidades y organizaciones no gubernamentales (ONG). Por un lado, estas
investigaciones, con el ánimo de promover políticas de asistencia y seguridad, han
estado enfocadas hacia la identificación y resolución de problemas de apoyo,
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salud y vivienda, en su mayoría, en los ancianos en situación de pobreza, ya que
representan la mayoría de la población anciana. Por otro lado la difusión del
conocimiento está dirigida en su mayoría a personal de la salud para su
capacitación y formación en el cuidado de personas ancianas enfermas. Teniendo
esto en cuenta, son excepcionales las investigaciones que abordan el tema de las
relaciones entre el cuerpo y la vejez en el contexto urbano colombiano y más aun
bogotano. Una mirada antropológica sobre el cuerpo en los ancianos nos permite
ampliar el campo de estudio de las investigaciones con el fin de desarrollar un
conocimiento más integral de las condiciones de vida de los ancianos en
Colombia.
1.1 Descripción del método de investigación
a. Objetivo de la investigación
El presente trabajo constituye un estudio cualitativo cuyo propósito fue indagar, de
qué manera, dentro del contexto urbano colombiano, los ancianos construyen e
incorporan una determinada subjetividad de acuerdo a las diversas estrategias
que implementan para confrontar y sobrellevar el proceso de envejecimiento. Así
mismo, el trabajo buscó examinar cómo opera dicha subjetividad frente al
prospecto ineludible de la muerte. En pocas palabras, el interés de la investigación
fue analizar cómo, en el ámbito del envejecimiento y frente al prospecto de la
muerte, entra a operar una concepción del “sí mismo” incorporada (es decir
“hecha cuerpo”) en el individuo.
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b. Metodología
Con este propósito en mente, como parámetros para escoger nuestra área y
sujetos a estudiar partimos del planteamiento de Giddens (1990), que formula que
en el contexto contemporáneo (Giddens lo llama tardo-modernidad [high
modernity]) el control sobre el cuerpo en el individuo moderno, se privatiza en la
medida que este queda solo en la tarea de formular los valores que guían su vida.
En este ámbito el cuerpo se convierte en el fundamento del individuo y, siguiendo
a Bourdieu, a la vez se transforma en una mercancía valorada por su apariencia y
funcionalidad. Por consiguiente, el individuo que le ha atribuido gran valor a su
cuerpo verá la necesidad de desarrollar diversas estrategias para lidiar con el
deterioro físico. Estas estrategias se harán cada vez más visibles a medida que
avanza el proceso de envejecimiento y se hace cada vez más próxima la muerte
(Shilling, 1993).
En la medida en que nuestro estudio busca analizar la manera como se
evidencian estas circunstancias en el contexto colombiano, decidimos acercarnos
a la población que por su situación sociocultural se aproxime al perfil del individuo
moderno; aquella que por sus capacidades económicas tenga la capacidad de
ejercer un control evidente sobre su cuerpo y que por su posición cultural quiera
hacerlo de tal manera que le dé preponderancia a la apariencia, la salud, y demás
variables que pertenecen a los intereses del individuo moderno. Utilizamos
entonces como criterio de selección la pertenencia a los estratos económicos más
altos de nuestra sociedad.
Siguiendo esto, y con miras a tener un entendimiento más global de los diferentes
mecanismos que rigen la corporeidad en la vejez y su relación con la muerte,
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decidimos también seleccionar para nuestro estudio, tres diferentes “modos” o
“estilos” de vida que nos resultan más representativos de las maneras de vivir en
los ancianos. A grandes rasgos, estos son: El anciano que reside solo, el anciano
que reside con miembros de su familia y el anciano que reside en un hogar de
retiro. Esto con el fin de lograr una aproximación comparativa a las formas de
incorporación del “sí mismo” según entran a operar dentro de una subjetividad
marcada por una condición de vida particular y determinante.
Una manera de aproximarnos a este fenómeno, parte de lo que Goolishan y
Anderson (1994) llaman las perspectivas posmodernas sobre el “sí mismo”.
Dentro de este marco teórico podemos definir al “si mismo” como un narrador,
como el resultado del proceso humano de producción de significado por medio de
la acción del lenguaje. Esta concepción narrativa parte de la observación de que la
actividad humana que se lleva a cabo de manera más inexorable es la del
lenguaje y, en el lenguaje, crear significados es narrar historias.
Dicho simplemente, los seres humanos siempre se han contado cosas entre sí, y han escuchado lo que los demás les contaban; y siempre hemos comprendido qué somos y quiénes somos a partir de las narraciones que nos relatamos mutuamente. En el mejor de los casos, no somos más que coautores de una narración en permanente cambio que se transforma en nuestro sí mismo, en nuestra mismidad. Y como coautores de estas narraciones de identidad hemos estado inmersos desde siempre en la historia de nuestro pasado narrado y en los múltiples contextos de nuestras construcciones narrativas. (Goolishan, Harold A; Marlene Anderson, 1994, pp.296-397).
Constantemente estamos contándonos a nosotros mismos y a los demás,
incorporando estas historias unas dentro de otras. Así, el “sí mismo” no es una
identidad estable y duradera, sino una autobiografía que escribimos y rescribimos
permanentemente a medida que participamos en las practicas sociales que
describen nuestras siempre cambiantes narraciones. Establecer nuestra identidad
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consiste entonces en procurar mantener una coherencia y continuidad en las
historias que relatamos sobre nosotros mismos o al menos en tratar de construir
narrativas que le den sentido a la incoherencia respecto de nosotros y la vida. El
“sí mismo” deviene la persona que nuestros relatos requieren. Es, entonces, una
expresión, un ser y un devenir a través del lenguaje y de la narración. A través de
las siempre cambiantes narrativas del “sí mismo”, constantemente dotamos de
sentido al mundo y a nosotros mismos. Esta creación continua de significado y
realidad es un fenómeno intersubjetivo: producto del diálogo, la conversación, de
intercambios y prácticas sociales (Goolishan, Harold A; Marlene Anderson, 1994).
Si la narrativa es el mecanismo mediante el cual se hace evidente la concepción
de sí mismos que han construido los individuos, entonces, de acuerdo a nuestros
objetivos, fue la entrevista la herramienta más útil para explorar dichas
concepciones y su relación con diversas prácticas y campos sociales (Denzin,
Norman K.; Yvonna Lincoln, 1994). Específicamente fue la entrevista
desestructurada y profunda la que empleamos, suponiendo que cierta flexibilidad
en la entrevista le brindará al individuo entrevistado la libertad suficiente par narrar
su historia y así hacer evidente su “sí mismo”, incorporado en un modo de vida
particular.
c. Trabajo de campo
Se realizaron entonces, en la ciudad de Bogotá, durante los meses de agosto y
septiembre del presente año, entrevistas narrativas a 9 individuos divididos entre
los diferentes modos de vida ya descritos. En particular, 4 residen en un hogar de
retiro (2 hombres, 2 mujeres), 3 residen con familiares (2 mujeres y un hombre), y
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2 viven solos (2 mujeres). En principio aplicamos como criterio de selección
aquellos individuos que tuvieran una edad mayor de 75 años y que por lo tanto se
encontraran en un estado de vejez avanzada (suponiendo que esto nos permitiría
entrevistar individuos con una percepción más reflexiva frente al envejecimiento y
la muerte debido a la proximidad de esta). Las vicisitudes del trabajo etnográfico y
la intención de tener al menos dos sujetos para cada modo de vida nos obligaron a
aceptar, dentro del grupo de ancianos que viven solos, a una mujer de 72 años.
Entonces, el rango de edades de los sujetos entrevistados va desde los 72 años a
los 100 años para el caso de una mujer que reside con su sobrina. Tampoco fue
posible encontrar un hombre dentro del grupo de los individuos que viven solos;
por esto, el grupo lo conforman tan solo dos mujeres. En cuanto al criterio
económico hubo dos parámetros: en lo que concierne al hogar de retiro, se buscó
una institución privada en donde los residentes hayan ingresado por voluntad
propia y donde paguen una cuota por su estadía. Bajo este criterio se identificó el
Hogar Sagrada Familia que estuvo dispuesto a cooperar con esta investigación.
Sobre los residentes del hogar nos dice el director de esta institución:
Los adultos que usualmente llegan aquí son personas que usualmente, en términos de educación, en términos económicos, en términos de cultura académica o socioeconómica han sido un poco más afortunados que el común. Los adultos que residen aquí o son profesionales, son ex –médicos, ex –ingenieros, ex –abogados o son hijos de los mismos. Como tal son personas que han tenido alguna posibil idad de formación académica que en su momento les permitió tener ciertas facil idades.
Dentro de esta institución se seleccionaron 4 individuos que se encontraban
lúcidos y dispuestos a colaborar con las entrevistas. A su vez, se entrevistó al
director del hogar y a la terapeuta ocupacional para tener un panorama más
completo del funcionamiento del hogar y su trato a los residentes.
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En lo que corresponde a los demás sujetos se intentó seleccionar al menos dos
individuos para cada grupo, que pertenecieran a un estrato económico alto. Dentro
del trabajo de campo se encontró que aunque no todos los sujetos entrevistados
pertenecían a estratos 5 o 6, sí tenían una capacidad adquisitiva suficiente para
suplir todas sus necesidades diarias y a la vez proveerles una vejez cómoda y sin
presiones financieras.
De acuerdo a estos criterios se seleccionaron estos individuos y a cada uno se le
entrevistó en una ocasión durante un periodo de una a dos horas. Posteriormente,
a cada sujeto se le hizo una segunda entrevista con miras a profundizar en ciertos
temas pertinentes. A grandes rasgos cada entrevista abordó los siguientes temas:
El pasado, sus rutinas y el manejo del cuerpo; Las condiciones de vida que
llevaron a que la escogencia de un determinado estilo de vida, como también las
prácticas y rutinas que conllevan; cuáles son y cómo se desarrollan las relaciones
personales y las rutinas que ocupan los días de los sujetos; cuál es la concepción
que tienen los sujetos de su propio cuerpo en cuanto al valor que le han atribuido
a lo largo de sus vidas, teniendo en cuenta las variable de salud, utilidad y
aspecto, y cómo ha cambiado esta concepción; qué sentimientos les genera el
envejecimiento y cómo lo relacionan con el cuerpo; cuales son los sentimientos
que suscita la muerte en ellos y de qué maneras planean afrontarla.
No cabe duda de que estas entrevistas estuvieron estructuradas con suficiente
libertad y espacio para que las narraciones autobiográficas surgieran
espontáneamente por medio del diálogo y la conversación. Evidentemente la
historia de una vida contada a una persona determinada es, en sentido profundo,
el producto común de quien la cuenta y quien la escucha.
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El Yo […] solo puede revelarse mediante una transacción entre alguien que habla y alguien escucha, y, como nos recuerda Mishler, cualquier tema que abordemos en una entrevista debe evaluarse a la luz de esa transacción.”(Bruner, 1998, p. 122).
2. CONDICIÓN DE VIDA DE LOS ANCIANOS
2.1 El pasado
a. Proveniencia
Al revisar el pasado de los ancianos encontramos ciertas generalidades a pesar
de la particularidad de cada una de sus historias. Si miramos en primer lugar la
proveniencia de los ancianos, encontramos que de 9 ancianos entrevistados, 5 (2
hombres y 3 mujeres) tienen un origen migratorio y 4 (1 hombre y 3 mujeres)
nacieron en Bogotá. La mayoría migratoria en nuestra muestra concuerda con los
datos del DABS (2003) que resalta una mayoría migratoria de la tercera edad para
la capital con la mayoría de la migración proveniente de la zona cundíboyacense.
En el grupo encontramos que de los 5 ancianos migrantes, 3 provienen de la zona
cundiboyacense, con los 2 sobrantes provenientes de Santander y Antioquia
respectivamente.
Aun con su carácter de migrantes, los ancianos evidencian una larga experiencia
citadina; todos migraron a Bogotá en la infancia y han vivido en la ciudad durante
la mayor parte de sus vidas. En general han habitado en la ciudad mas de 50 años
y uno en particular (Libardo1, 89 años) lleva más de 80 años viviendo en la ciudad
por lo que dijo: “aquí yo soy mas bogotano que santandereano”. A su vez estos
datos concuerdan con los proporcionados por el DABS (2003) sobre la experiencia
citadina:
1 Se cambiaron todos los nombres originales.
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38.4 años como promedio (López, 1993). Para los beneficiarios-as de los programas del DABS se anota que el 67% vive en Bogotá hace mas de 20 años y el 53. 9% hace mas de 31; en un estudio realizado en un barrio especifico la permanencia supera los 40 años (Rodríguez, 1995). (DABS, 2003, p.78).
Esta prolongada residencia en un contexto claramente urbano promueve un mayor
sentido de pertenencia con la ciudad aun cuando en la capital se encuentre una
mezcla de las costumbres de habitantes provenientes de diversas regiones. En
este sentido todos los ancianos entrevistados presentan una forma de vivir urbana
determinada por su prolongada residencia en la ciudad.
b. Familia, infancia, juventud
Al revisar los testimonios acerca de la familia, infancia y juventud de los ancianos
cabe resaltar que, en su mayoría, los ancianos aludieron a estos como tiempos
gratos, sin mayores complicaciones. En primer lugar, la mayoría de los ancianos
provienen de familias numerosas y extensas. Seis de los entrevistados tienen al
menos 6 hermanos. Solo dos ancianos tuvieron un solo hermano y hubo un caso
en que el anciano se declaró huérfano y dijo explícitamente que le disgustaba
hablar de su familia porque lo habían abandonado. Exceptuando este caso, todos
los ancianos tuvieron familias conformadas por padre, madre y hermanos. La
familia numerosa se reproduce en su mayoría en las familias propias que fueron
conformando los ancianos, aunque se evidencia un descenso en la cantidad de
hijos que tuvieron en comparación a sus padres. Seis de los ancianos tuvieron al
menos 2 hijos y 5 de estos al menos tres. Una mujer solo tuvo un hijo y dos
mujeres no tuvieron hijos. Por otro lado, todos los ancianos dijeron provenir de
familias con suficientes capacidades económicas para proveer las necesidades de
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todos los integrantes. Ningún anciano habló de pasar penurias o de haber
experimentado algún tipo de pobreza. Una (Marina, 72) en particular, al referirse a
su infancia dijo: “Teníamos una vida de burgueses digámoslo así.”
En cuanto a la percepción que los ancianos tienen de su infancia, en 7 casos se
refirieron a esta como “buena” o “muy buena”. En tan solo un caso un anciano dijo
no haber tenido una infancia buena. En un caso particular, el anciano expresó que
su infancia había sido buena y enfatizó múltiples veces la normalidad de su
infancia y juventud. Esto parece ser una constante en la mayoría de los ancianos
pues en su mayoría ninguno rescata situaciones extraordinarias en su juventud.
Solo Josefa (86 años) resalta una condición determinante en su infancia. Dijo ella:
Pues la infancia no fue ni muy buena. Yo tuve a los 8 años un porrazo que no pareció muy grave pero a los dos meses ya la rodil la derecha se empezó a inflamar y a doler y todo. Entonces el medico que esta allá; un paisano muy querido le dijo a mi papá: “mira esto no es de bañitos tibios, tienes que hospitalizar a esta niña”. Y me hospitalizaron dos años en la misericordia. (…) . Y yo me tuve que armar de valor por que en ese tiempo no había flota todavía de Sesquilé sino tren que venia del norte, de Boyacá, de Sogamoso. Entonces las visitas no eran sino cada mes. No, pues lo mío fue más bien como medio tristón.
A excepción de este testimonio, los demás ancianos destacaron el bienestar de su
infancia y de su juventud.
c. Educación
De acuerdo al DABS (2003) para la población vieja del Distrito Capital se hace
patente un mayor grado de analfabetismo. En la población vieja, las mujeres son
las que más padecen el analfabetismo. Equivalen al 15% de la población total
mayor de 65 años. Los hombres analfabetos constituyen el 11% de la población
(CEPSIGER, 2004). En cuanto al grado de escolaridad nos dice el DABS:
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En los casos en los cuales se consideran hombres y mujeres, para estas ultimas la escolaridad es menor; pues como señala Dulcy-Ruiz (2002), piénsese en la Bogotá y en la Colombia de entonces (1942 o antes), cuando el acceso a la educación era, sin duda un privilegio, más probable para los hombres que para las mujeres. (DABS, 2003, p. 84).
Si comparamos estos datos con los que encontramos en la investigación, pudimos
ver que, aunque no hallamos casos de analfabetismo, el nivel de escolaridad si
resultó ser bajo para el grupo en general. En cuanto a las mujeres, tres cursaron
completo el bachillerato y solo una de estas cursó estudios universitarios pero no
obtuvo un grado profesional. Las otras 3 mujeres cursaron la primaria y no tuvieron
estudios posteriores. De los tres hombres solo uno obtuvo un grado profesional en
una carrera técnica, otro cursó estudios secundarios pero se retiró antes de
terminar y el otro no recibió ningún tipo de educación y dijo haberse formado en “la
universidad de la vida”.
d. Ocupación
A pesar de que en el grupo solo encontramos un hombre con estudios
profesionales, hallamos que para los ancianos, sus condiciones económicas
durante su vida no se vieron determinadas directamente por esto. Como dijimos
anteriormente, en la vejez todos los ancianos están en condiciones económicas
favorables que les permite vivir con comodidad. Si examinamos con más atención
las condiciones de trabajo y ocupación en el grupo, encontramos sustanciales
diferencias de género entre sus integrantes.
Por un lado, todos los hombres se casaron y formaron familias y se emplearon en
trabajos dedicados a proveer ante todo a estas familias. En un caso, al principio de
su testimonio, un anciano (Alírio, 88 años) dijo no haber trabajado en nada. Sin
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embargo más adelante descubrimos que, en realidad, si había sido empleado
varias veces pero que debido a que ha padecido de diabetes la mayor parte de su
vida los empleos que conseguía eran temporales. De esta manera lo relató él:
cuando conseguía un trabajo así por ahí, me lo daban por tiempos porque no me daban trabajo porque tenia que presentar papeles de la salud y cuando el medico apenas lo examina a uno dice, usted es diabético, entonces ahí quedaba.
Por otro lado, en las mujeres la situación de empleo es más variable. Cinco se
casaron y 4 de estas tuvieron hijos; una se casó y no tuvo hijos y la restante es
soltera y tampoco tuvo hijos. Tres mujeres quedaron viudas a temprana a edad,
una nunca mantuvo un empleo y las otras 2 mujeres se vieron obligadas a
emplearse durante gran parte de sus vidas.2 La mujer soltera también trabajó
durante mas de 20 años para ver por si misma. Las mujeres que mantuvieron un
hogar con esposo e hijos describen su ocupación principal como el cuidado del
hogar y la crianza de los hijos, aunque en un caso esta labor estuvo combinada
con trabajos externos para colaborar con el ingreso del hombre.
En general ver por los hijos y el manejo de la casa es visto por las mujeres como
una ocupación permanente y de suma importancia. Esto resultó mas claro al
preguntarles a los ancianos cómo ocupaban su tiempo libre. En general, en los
hombres el tiempo libre lo relacionaron con deportes, pasatiempos y amistades.
En cuanto a las mujeres, entre aquellas que dijeron haberse ocupado criando los
2 Cabe resaltar que en la investigación encontramos solo un hombre viudo en comparación con 5 mujeres que en la vejez se encontraban viudas. Los demás hombres todavía convivían con su pareja. Esto concuerda con los datos que proporciona el DABS: “ Por otra parte, la perdida del cónyuge es mas frecuente en las mujeres que en los hombres: “ las mujeres envejecen viudas y, los hombres casados.” (López. 1993)”. Responde esto a la mayor expectativa de vida en las mujeres y la sobremortalidad femenina, lo cual también puede explicar porque al buscar los sujetos para la investigación que cumplieran los requerimientos de edad, encontramos una mayoría de mujeres (6 mujeres, 3 hombres).
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hijos y manejando su hogar, el tiempo libre no hizo parte de su rutina pues en
general su labor en la casa era para ellas de tiempo completo.
Encontramos también que el tipo de trabajo en que se han ocupado los ancianos,
a su vez, difiere entre hombres y mujeres. Para los hombres su empleo se definió
por ser de carácter empresarial. También los hombres ocuparon cargos altos o
fueron dirigentes de sus propios negocios y empresas. En las mujeres sus
empleos fueron de menor nivel. En general, tuvieron cargos menores en empresas
como de secretaria o trabajaron en negocios menores como una salsamentaria o
en otro caso una venta casera de empanadas.
2.2. Tres “estilos” de vida.
Como dijimos anteriormente, escogimos analizar a los ancianos desde tres
“modos” o “estilos de vida” con el propósito de comparar la manera en que se
hace efectiva una determinada subjetividad en la vejez. Por eso, a continuación
examinaremos detalladamente cada uno de los estilos de vida para analizar de
qué modo la situación en la que los ancianos experimentan la vejez determina el
proceso de envejecimiento.
a. El Hogar Sagrada Familia
El Hogar Sagrada Familia es una institución privada que se fundó como
institución de intención geriátrica hace 17 años a cargo de la orden de las
religiosas de San José de Gerona. De acuerdo al informe de gestión del hogar
para mayo 2005: “actualmente residen en el hogar 88 (100 %) adultos, de los
cuales, un 48 % son funcionales; un 26 % son semifuncionales y el otro 26%
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restante son dependientes” (HSF, 2005). De acuerdo al director del hogar, este
cuenta con 24 empleados en diferentes áreas entre las cuales están oficios varios,
enfermería y administración. El informe de gestión de igual manera divide las
actividades y proyectos en varias áreas de trabajo. En primer lugar plantea el área
asistencial que cuenta con 10 auxiliares de enfermería, distribuidos en jornada
diurna y nocturna, cuyas funciones son:
-Arreglo general del paciente.
-Arreglo de las unidades.
-Asistencia alimentaria.
-Toma y control de signos vitales.
-Vigilancia y control de pacientes especiales
- Participación y colaboración con procesos interdisciplinarios (Promoción y
prevención.)
-Recepción, administración y registro de medicamentos.
-Registro de notas y de enfermería. (HSF, 2005).
En segundo lugar el hogar cuenta con un área de convenios con distintas
universidades mediante los cuales los estudiantes universitarios apoyan las
actividades del hogar en distintas áreas. En el momento de la investigación, el
hogar desarrollaba convenios en las áreas de fisioterapia, enfermería, psicología y
neuropsicología. En tercer lugar, ubica el área de terapia ocupacional que consta
de:
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una actividad diaria con una intensidad horaria de 90 minutos en los cuales se realiza una rutina de ejercicios de calentamiento que preceden a una actividad que busca potenciar una dimensión especifica del adulto mayor; así, se abarcan en los distintos días de la semana el área cognoscitiva, de motricidad fina, el área de interacción social, la atención y la memoria. (HSF, 2005).
En cuarto lugar se halla el área interdisciplinaria que abarca la retroalimentación
entre los estudiantes practicantes, los docentes de las áreas de práctica y los
funcionarios y directivos del hogar. En quinto lugar, plantea el área de
acompañamiento espiritual que abarca tanto la celebración diaria de la eucaristía y
la celebración de otras fiestas religiosas, como la visita a los residentes de las
hermanas de la comunidad que está a cargo del hogar y la promoción del grupo
de la pastoral de la salud que busca acompañar a quienes se encuentran en una
situación especifica de enfermedad. Por ultimo, el área administrativa vela por la
organización de los procesos y actividades de la institución. (HSF, 2005).
En cuanto a la infraestructura del hogar en palabras del director del hogar:
es un hogar que consta de seis plantas de las cuales la primera planta en donde funciona todo el área administrativa, un gimnasio, el sótano que es donde está pues toda la parte de lavandería, donde funciona la planta eléctrica como tal. Dividido pues en espacios apropiados para ello. También están los jardines en esta primera planta. A los jardines también se tiene acceso por la segunda planta que es donde funciona el solario, la capilla, el gimnasio, el comedor. Y de la tercera planta que es el segundo piso al quinto piso funciona toda la parte que es de residencias para adultos. Cada piso cuenta con un “stand” de enfermería, así como también cuenta con salas apropiadas para que ellos también atiendan sus visitas o puedan disfrutar del espacio, o del paisaje o de la vista que hay en los pisos. Cada piso ha sido pues adaptado para personas que están pasando por la etapa de este proceso de envejecimiento que es la vejez. Es un espacio que no fue improvisado, sino fue básicamente pensado para esas personas, tanto la estructura como a nivel interno, en cuanto a servicios se refiere.
Como pudimos ver el hogar consta de espacios amplios para los ancianos que
efectivamente están diseñados para alojar personas que están atravesando el
proceso de envejecimiento. En cuanto a su aspecto general, el hogar presenta
muchas de los diseños típicos de un hospital lo cual responde a su carácter de
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institución de atención geriátrica. Por otro lado, el hogar también consta de una
abundancia de elementos decorativo que hacen referencia al carácter religioso de
la institución.
A partir de estos datos podemos empezar a formular un perfil del hogar en tanto
institución y en cuanto a su relación con los residentes. Podemos partir de la
perspectiva teórica que plantea Erving Goffman en su obra “Internados” (1972), y
analizar el hogar a la luz del concepto de la institución total que plantea el autor.
Para Goffman se le da el nombre de institución a sitios tales como habitaciones,
conjuntos de habitaciones, edificios o plantas industriales donde se desarrollan
regularmente determinadas actividades. Todas las instituciones tienen
tendencias absorbentes en la medida en que absorben parte del tiempo y el
interés de sus miembros. Algunas representan estas características absorbentes
en mayor grado; es decir, de manera totalizadora. Esta tendencia está simbolizada
por la separación que opone la interacción social con el exterior y el éxodo de los
miembros (Goffman, 1972). La institución total entonces, se puede definir como:
Un lugar de residencia y trabajo, donde un gran número de individuos en igual situación, aislados de la sociedad por un periodo apreciable de tiempo, comparten en su encierro una rutina diaria, administrada formalmente (Goffman, 1972, p. 13).
Las instituciones totales en la sociedad occidental se pueden clasificar en cinco
grupos. En primer lugar están las instituciones conformadas para cuidar a las
personas que parecen ser incapaces pero inofensivas, como son los hogares para
ciegos, ancianos, indigentes y huérfanos. En segundo término están las
instituciones erigidas para cuidar de aquellas personas incapaces de cuidarse a sí
mismas y que además constituyen una amenaza para la sociedad externa como
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pueden ser los leprosarios y los hospitales psiquiátricos. En un tercer grupo están
las constituidas con el fin de proteger a la sociedad contra quienes constituyen un
peligro para ella y no buscan el cuidado o bienestar de los reclusos: estas pueden
ser las cárceles y/o los campos de trabajo y concentración. Al cuarto grupo
corresponden las instituciones que tienen como fin el mejor cumplimiento de una
tarea laboral y que solo se justifican por este fundamento; por ejemplo los
cuarteles, los barcos o las escuelas de internos. Finalmente están los
establecimientos concebidos como refugio del mundo; en muchos casos como
ámbito para la formación religiosa. Ejemplo de estas son los monasterios, las
abadías y los claustros (Goffman, 1972).
A pesar de sus diferencias, Goffman establece unas características comunes para
todas las instituciones totales. A continuación analizaremos estas características
con el fin de determinar en qué medida se pueden aplicar al Hogar Sagrada
Familia y qué repercusiones tienen sobre los residentes.
La característica central de las instituciones totales es una ruptura de las barreras
que separan los ámbitos de la vida ordinaria. En general, en la sociedad moderna
el individuo duerme, juega y trabaja en distintos lugares, con distintos coparticipes,
bajo autoridades diferentes y sin un plan racional amplio. En la institución total
estas barreras se quiebran: todas las actividades se llevan a acabo dentro de un
mismo lugar y bajo una misma autoridad; cada etapa de la actividad diaria se
realiza en la compañía de un numeroso grupo de personas, a quienes se les da el
mismo trato y se espera que actúen de la misma manera; todas las etapas de la
actividad están estrictamente programadas; y finalmente todas las actividades se
22
integran dentro de un plan racional concebido para el logro de los objetivos de la
institución (Goffman, 1972).
El hogar claramente comparte estas características. Los ancianos al ingresar
entran a formar parte de un grupo o una masa clasificada bajo la categoría de
“residentes” o “adultos mayores” que se empieza a regir bajo una rutina
programada y en compañía de otros “adultos” con los que comparten muchas, si
no la mayor parte de las actividades del día. El hogar supervisa todas estas
actividades dentro del plan racional de:
(…) potenciar una cultura de la eficiencia y la eficacia fundamentada en un marco administrativo, que asuma desde la planeación, la organización, la dirección y el control los retos que presenta la atención a la población de adultos mayores residentes en nuestro hogar. (HSF, 2005).
En este contexto, la autoridad regente, por medio del personal, asume una labor de
vigilancia, así sea en busca del bienestar de los individuos. Dentro de este marco
se crea una escisión entre un gran grupo de “internados” y un grupo pequeño de
personal supervisor. (Goffman, 1972).
En el trabajo de campo en el hogar se entrevistaron 4 ancianos (2 hombres y 2
mujeres). De estos un hombre (Alírio, 88 años) y una mujer (Alfonsina, 85 años)
forman una pareja y llevan más de 50 años juntos. El otro hombre (Libardo, 89
años) y la otra mujer (Josefa, 86 años) se encuentran solos. Todos tienen un
entendimiento claro de estas características; están conscientes de sus rutinas
preestablecidas, de que responden ante unos asistentes y funcionarios que los
supervisan y que tienen un contacto con el exterior regulado por la institución. En
este sentido podemos recurrir al testimonio de Alfonsina cuando relata su
experiencia al entrar al hogar:
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Pues yo no quería venirme para acá por que usted sabe que uno esta acostumbrado a salir, a hacer comprar, pasear. Pero aquí no nos dejan salir, (…) solos. Tiene que venir alguien de la familia para que nos saque. Si no si no viene ahí nos estamos lo meses o los días por que no nos dejan salir.
Aunque según los directivos del hogar la entrada y salida del hogar no es
restrictiva y hay muchos casos en que los residentes entran y salen libremente,
muchos de los ancianos tiene su libertad de movimiento limitada, ya sea por
patologías físicas o porque la familia del anciano lo impone por miedo a que sufra
algún accidente. En el caso de Alfonsina y Alírio fueron las hijas de estos que
ordenaron no se les dejara salir.
Con esto en mente, es necesario examinar como los individuos que ingresan a
esta institución están de por sí atravesando un proceso de envejecimiento que
tiene sus propias características determinantes, las cuales, unidas a las
características de la institución que hemos repasado, crean una situación bastante
peculiar. En particular podemos hablar de un proceso de desvinculación3 de las
condiciones de vida anteriores. Para los ancianos en el hogar termina siendo un
proceso doble: tanto por el lado del envejecimiento como por el lado del ingreso a
la institución. Fericgla (1992) plantea la jubilación como un rito de exclusión que
hace evidente este proceso de desvinculación y produce una situación “de
profunda desorientación individual y, con frecuencia, también familiar.” (Fericgla,
1992, p.121). Por el otro lado, Goffman plantea como el trabajo constituye un
problema humano en las instituciones totales pues al tener los internos todo su día
programado también tienen suplidas todas sus necesidades esenciales. En este
3 Utilizamos el termino de “ proceso de desvinculación” en el sentido de que no se trata de un quiebre súbito con las practicas y rutinas del pasado, sino que es de hecho un fenómeno temporal progresivo que se vuelve mas excluyente a medida que avanza el tiempo.
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ámbito, los incentivos para el trabajo carecerán de la significación estructural que
tienen en el exterior. A veces es tan poco el trabajo que los internos sufren crisis
de aburrimiento (Goffman, 1972).
En el hogar, entonces hallamos una situación en la que confluyen estas
circunstancias y se hacen evidentes tanto en hombres como en mujeres. Tanto de
los hombres como de las mujeres se pudo inferir que no querían verse ni sentirse
inútiles lo cual se les dificultaba en un contexto creado para asistirlos en la mayoría
de sus actividades. El hogar entonces se apropia de las labores y actividades de la
vida diaria. Alfonsina, que en su vida antes de ingresar al hogar fue lo que
comúnmente se llama una “ama de casa”, cuando se le preguntó por su autonomía
dentro del hogar, opino al respecto:
aquí como mandan son ellas, uno manda adentro de su apartamento pero afuera no puede hacer nada desde que no den la orden las hermanas. ¿Con tal de que?
En otra instancia, Libardo, que trabajó formalmente hasta pasados los 80 años, dijo
que no poder trabajar es “un vació tremendo”. Lo mismo aplica para Alírio que
aunque sufre de diabetes y ha sufrido múltiples caídas, se negó a que le pusieran
una enfermera que lo asistiera en su baño diario.
En el hogar, a pesar de que no se les exige hacer un determinado trabajo como en
otras instituciones totales, sí se experimenta como un quiebre ya que afuera se
había internalizado un ritmo de trabajo totalmente diferente.
Hay que considerar entonces que el hogar en cuanto institución es un agente
transformador que actúa sobre los individuos que entran a residir en él. Podemos
profundizar más en este aspecto si estudiamos otras categorías que propone
Goffman para analizar el mundo de los internos en las instituciones totales.
25
Podemos reforzar el concepto de desvinculación que ya tratamos a partir de lo que
Goffman llama la desculturación que sufre el individuo al ser internado. Es
característico que los internos lleguen a la institución con una “cultura de
presentación” derivada de un “mundo habitual”, un estilo de vida y una rutina de
actividades. El individuo poseía una organización personal que formaba parte de
un marco de referencia más amplio, ubicado en su entorno civil. En otras palabras,
el individuo hacía referencia a un ciclo de experiencias que confirmaba una
concepción tolerable de su “yo” o “sí mismo” y le permitían un conjunto de
mecanismos defensivos, ejercidos a discreción, para enfrentar conflictos y
fracasos (Goffman, 1972). Una vez el individuo ingresa a la institución se
desvincula de estos referentes y empieza a perder la capacidad de mantenerse al
día con ciertos aspectos de la vida diaria en el exterior, o sea, sufre un
desentrenamiento para desenvolverse en el mundo exterior. En el caso de los
ancianos en el hogar el atravesar esta desculturación representa la otra cara de la
moneda del proceso de exclusión que implica el envejecimiento en cuanto
determina el cese de las actividades ocupacionales habituales. La administración
del hogar, consciente de lo difícil que puede ser este proceso, plantea una
alternativa de supuesta asimilación que consiste en que una vez se ha hecho una
entrevista preliminar con el anciano o su familia, el anciano acude a diario al hogar
para aclimatarse con las actividades y rutinas de hogar. En palabras del director:
se determina un espacio de “centro día” que nosotros decidimos que fuese de aproximadamente de un mes y miedo o dos meses, tiempo en el cual la persona que este interesada viene y además de conocer la infraestructura de la casa conoce los espacios en los cuales hay gimnasia, terapia ocupacional, actividades en las cuales nos apoyan los convenios universitarios, almuerza con nosotros, conoce los demás residentes, ya que pues es bien importante que mas allá de que la infraestructura para ellos sea cómoda, sea también cómoda la convivencia, saber con quien se va a encontrar a la hora del desayuno saber con quien se va a encontrar a la hora del almuerzo, y les sea
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efectivamente agradable. Entonces es una valoración reciproca en la cual nosotros vamos revisando si el adulto reúne o no el perfi l para estar dentro de la casa, dentro del hogar y el adulto va mirando si efectivamente si el hogar l lena sus expectativas.
En todo caso, aun cuando el paciente atraviesa este periodo de prueba, aún siente
el impacto de la separación una vez entra a residir permanentemente en el hogar.
También, aunque el hogar declare que:
de entrada es requisito básico que ellos de manera autónoma escojan estar aquí lo cual determina que ellos tengan un buen grado de lucidez para elegir por ellos mismos estar aquí y pues que como te comentaba que tengan pues un potencial físico que les permita realizar todas la actividades propias de la vida diaria.
En los casos que examinamos, encontramos que los ancianos habían sido
internados por sus familiares o al menos bajo el incentivo de estos. Este factor
también contribuye a entender como en el hogar se hace evidente otro aspecto
primordial de las instituciones totales que es la mortificación del yo. Consiste en
despojar sistemáticamente al interno del apoyo que brindan ciertas disposiciones
sociales estables de su medio habitual. A pesar de que el hogar instaura el
proceso de “centro día” para contrarrestar el impacto de ruptura con la vida
habitual externa, a la vez que instaura otras medidas una vez el anciano ha sido
internado (como las visitas de los familiares, las llamadas telefónicas, las salidas a
caminar), se pueden observar varias de las mortificaciones del yo (en cierta
medida las más sutiles) que se practican en las instituciones totales. En primera
instancia las barreras que separan al interno del exterior son la primera mutilación
del yo y, aunque en el hogar el contacto con el mundo exterior para algunos es
totalmente libre (utilizan el hogar como un apartamento cualquiera), para otros está
restringido y para muchos está fuertemente regulado. Quizás una de las
mortificaciones del yo más aplicable a todos los ancianos en el hogar es aquella
27
que se manifiesta bajo la forma de una especie de exposición contaminadora. Así
la define Goffman:
Afuera el individuo puede mantener ciertos objetos l igados a la conciencia de su yo-por ejemplo su cuerpo, sus actos inmediatos, sus pensamientos y algunas de sus pertenencias- a salvo del contacto con cosas extrañas y contaminadoras. En las instituciones totales se violan estos límites personales: se traspasa el l inde que el individuo ha trazado entre su ser y el medio ambiente, y se profanan las encarnaciones del yo (Goffman, 1972, p. 35).
En el hogar se hace patente esto en el hecho de que los individuos se ven
obligados a exhibir frente a otros toda una gama de actividades que en el exterior
por lo general se practican de manera privada. Este es el caso de tener que recibir
asistencia de las enfermeras para el baño por las mañanas o la entrega de
sabanas y otras pertenencias personales al personal para su limpieza. A su vez, la
medicación publica frente a otros internos, o el hecho de verse expuestos a
internos que debido a su condición tienen accidentes escatológicos. La exposición
contaminadora es entonces no solo de carácter físico sino también social porque al
individuo se le obliga a establecer relaciones interpersonales forzadas. Este es el
caso de los ancianos funcionales que deben convivir y compartir espacios con
ancianos seniles, o enfermos de Alzheimer o con ancianos moribundos. Este
contacto tiene un efecto visible en los ancianos. Según el director del hogar, el
contacto diario con los enfermos hace que los ancianos se proyecten y se
pregunten; ¿en qué momento me ocurrirá eso a mí?
También ocurre que a pesar de que deben compartir ciertos espacios, hay una
clara separación entre los ancianos funcionales y aquellos que ya registran ciertas
enfermedades y discapacidades como el Alzheimer. Por otro lado, debido al
carácter religioso del hogar, se puede ver un fenómeno de asistencia y apoyo entre
28
los mismos residentes en la figura del grupo de la pastoral de la salud, en el cual
algunas mujeres cumplen la labor de acompañar a los enfermos.
Los ancianos a pesar de todas estas circunstancias, ajenas a sus estilos de vida
anteriores, después de un tiempo empiezan a implantar en su rutina un proceso de
adaptación como señala el director del hogar:
las primeras dos semanas que es la experiencia que nosotros tenemos, son un poquito apáticos al principio, un poco renuentes a participar pero ya lógicamente ellos van entrando en más compañía, va consiguiendo más amistades con quien hacer relación en horas de la noche. Se sienten mas cómodos en el comedor y ya van lógicamente adquiriendo independencia sobre su espacio y asumiendo sus roles que es lo que nosotros queremos potenciar aquí, que es que ellos no pierdan sus roles sociales y es un proceso.
Este proceso de adaptación viene acompañado de lo que podemos llamar una
racionalización de las disminuciones del yo. De esta manera, las que empiezan
siendo mortificaciones externas del yo pasan a ser auto mortificaciones. En el
hogar esto es más evidente en la figura de la resignación. Los ancianos aprenden
a aceptar su situación y resignarse a ella. Podemos ver esto en el caso de Josefa
que cuando se le preguntó por su experiencia al entrar al hogar respondió:
Pues al principio siempre me sentía como dif erente pues eso sí, una dif erencia muy distinto y todo. Ya uno no puede hacer su v oluntad sino tiene que acogerse a un régimen. Pero las hermanas me acogieron muy bien. He tenido esa f ortuna, no he tenido problemas con las señoras. Nos entendemos div inamente y estoy contenta, muy contenta, y a que sea mi f inal.
Este proceso de renunciación se pudo ver en todos los ancianos que
entrevistamos cuando se les preguntó si les gustaría vivir con sus familias. Un
ejemplo de la respuesta común fue la que dio Alfonsina:
Pues sí, pero no es que ellos también ya tienen sus hogares, ya están, para que va uno a molestar. Ellos saben que una persona de edad no hace mas que fregarle a uno la vida entonces por eso yo estoy aquí.
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Goffman clasifica estas estrategias de adaptación en tres tipos. Primero está la
“línea de la regresión” situacional en la cual el interno retira de su atención todo
cuanto no sean los hechos inmediatamente referidos a su cuerpo. En segundo
término está la “línea intransigente” que consiste en el enfrentamiento del interno
con la institución en deliberado desafío. La tercera táctica es la “colonización” en
donde el establecimiento significa para el individuo la totalidad del mundo y se
construye una vida placentera y estable con el máximo de satisfacción posible
dentro de la institución. La cuarta estrategia es la “conversión” cuando el interno
asume plenamente la visión que el personal tiene de él y se empeña en
desempeñar el rol del pupilo perfecto (Goffman, 1972).
Aunque en la mayoría de las instituciones totales se da una combinación de estas
estrategias y aparentemente en el hogar esto ocurre en muchos casos, en general,
para los ancianos entrevistados y de acuerdo a sus testimonios la tercera
estrategia parece ser a la que mas recurren(es posible que sea una actitud
específica en el momento de narrar su situación). Todos dicen estar satisfechos en
el hogar a pesar de los inconvenientes o restricciones que encuentran. Los
ancianos se adaptan al hogar y solo ven los servicios beneficiosos que les brinda y
dejan a un lado las incomodidades.
En últimas, para el caso del hogar podemos ver que las características de la
institución total aplican en diversas instancias. La diferencia tal vez con otras
instituciones totales mas rígidas (como es el caso de cárceles u hospitales
psiquiátricos) es que en el hogar las restricciones y mortificaciones se desarrollan
de una manera más sutil y menos directa (en el sentido fisiológico) sobre los
individuos. En la medida en que el hogar es de carácter privado y atiende a
30
ancianos pertenecientes a un estrato socioeconómico privilegiado, que han
ingresado de manera consciente, entran a operar las características de una
institución total de manera sugestiva o coercitiva. Como mencionó el director del
hogar, se busca potenciar en el adulto que asuma sus roles y maneje su espacio.
El problema radica en que la institución de por sí no permite que el anciano
mantenga sus roles tradicionales. Todo esto lleva a que se produzca una situación
permanente de tensión entre la institución como tal y sus internados.
b. La vida en familia
De los ancianos entrevistados encontramos a tres que viven actualmente con
algún tipo de familiar. En primer lugar tenemos a Pastor (80 años) que vive con su
cónyuge y con una hija. En segunda instancia tenemos a Matilde (79 años) que es
viuda y vive con dos hijas, y por ultimo tenemos a Clarisa (100 años), también
viuda y vive con una sobrina.
Para analizar la situación de los ancianos en familia podemos recurrir a ciertos
conceptos que aplica Josep M. Fericgla en su libro sobre la ancianidad en
Cataluña “Envejecer: una antropología de la ancianidad” (1992). En primer lugar
resulta relevante volver al concepto de la jubilación como rito de exclusión. Como
señalamos anteriormente, la jubilación puede entenderse como una desvinculación
socialmente obligada a partir de la cual el individuo puede “hacer lo que quiera”. En
la medida en que el individuo no ha sido socializado para disponer de todo su
tiempo libre de obligaciones y responsabilidades, la situación le puede producir un
profundo desconcierto (Fericgla, 1992).
31
Para el propósito de nuestra investigación nos referiremos a jubilación, no en el
sentido estricto de la renuncia al trabajo formal, sino más en el sentido de una
separación sugerida o forzada de las actividades ocupacionales habituales que
pudieron ser o no ser remuneradas monetariamente. Ya que en la investigación
encontramos que aunque no todos los ancianos tuvieron trabajos remunerados,
era evidente que habían atravesado un proceso de desvinculación que podemos
entender si aceptamos que:
Es un hecho ampliamente verificado que la cultura designa la edad social de cada individuo y los papeles que puede, debería, se pretende, se desea o debe realizar obligatoriamente, y el sistema cultural lo indica o lo enseña a través de los ritos que jalonaba el proceso de socialización que se inicia al nacer y se prolonga hasta la muerte. Sin embargo, determinados roles sociales pueden estar en contradicción con las expectativas y con las capacidades físicas reales de cada persona. (Fericgla, 1992, p. 121).
Específicamente en los ancianos encontramos que el proceso de desvinculación
empieza desde la misma familia y en especial los hijos, que coercionan al anciano
a que suspenda muchas de sus actividades regulares. Suele ocurrir esto por dos
motivos: para evitar que el anciano se lastime o como forma de pago por todo el
esfuerzo que hizo durante su vida activa (en el sentido de “dejar al viejo
descansar”)4.
Los ancianos entonces, para contrarrestar la situación de liminalidad que conlleva
este proceso de desvinculación adoptan estrategias con base en diversas
actividades de ocio como pueden ser deportes, juegos de mesa, obras sociales,
ejercicio o clubes. Ejemplo de esto tenemos en Pastor quien jugó golf durante
4 También resultan ser estas dos de las razones principales por las que los familiares ingresan a los ancianos al hogar de retiro produciendo efectos similares aunque, como ya mostramos, mucho más pronunciados.
32
muchos años después de jubilado. Podemos también revisar el testimonio de
Matilde cuando se le preguntó en qué ocupaba su tiempo:
En haciendo. Ya le digo, por la mañana hago el desayuno. [A mis hijos] les dije: a mí no. porque ellos querían conseguirme vigilancia porque ya dizque me puedo quemar. Yo les dije que no, si yo no estoy invalida todavía, hago el oficio para las tres, nuestra comida y después me voy para el gimnasio. Me llevan, me voy para el gimnasio, o nos vamos a hacer obras manuales, cualquier cosa.
De todas formas y a pesar de la adopción de estas actividades, encontramos que
en los ancianos se evidencia una reducción de las relaciones sociales. Fericgla
plantea esto como una constante durante el periodo de vida a partir
aproximadamente de los 65 años y con respecto al periodo de vida anterior. En los
ancianos encontramos que al preguntarles por sus amistades actuales aludían a
una disminución de estas. Específicamente podemos recurrir al ejemplo de Pastor:
Pues mira, eso se va acabando poco a poco. Antes, es decir en tiempos pasados, ya hace muchos años, todas las familias, las amistades, los amigos; había como más comprensión, más tolerancia, más amistad, más unión. El modus vivendi de hoy en día, el modus operandi es diferente. Ya la gente está muy concentrada en su propia casa, en su propia persona. Ya no se toman en cuenta los demás.
Fericgla plantea entonces que en la ancianidad la familia se convierte en el núcleo
referencial y de pertenencia por encima de cualquier otro. En los ancianos
encontramos que su actitud concuerda con este planteamiento. Para el caso de
Clarisa, cuando se le preguntó por amistades, solo hizo referencia a sus sobrinos.
Esta importancia que se le atribuye a la familia es más pronunciada en cuanto a la
familia nuclear y específicamente a los integrantes de esta con los que se convive.
También se les atribuye esta importancia predominante a los hijos sobre los
cuales los ancianos se proyectan y reviven los dramas. Es en las mujeres en
particular en las que ocurre este fenómeno. Un caso específico es el de Matilde
que tiene un hijo epiléptico:
33
Eso sí me afana, A veces digo, yo como mamá, un día de ver que la mujer y los hijos porque le dan los ataques ya no quieren verlo, me arrodil le y le pedí a la santísima virgen que si lo iba a dejar por ahí para que quedara solo, que se acordara de él antes de que yo me muriera. Y fue no más dicho, y lo alentaron porque vea como está ahora. Esa resignación de una mama, que le pida a Dios que le quite un hijo, eso yo lo hice. Eso sí, yo quiero mucho a mis hijos y a mí me dolía, que se quedara por ahí solo y le pedí tanto, con tanto amor al señor que se acordara de él antes de que yo me muriera, así me doliera en el alma porque peor sería yo morirme y saber que quedaba por ahí.
Los otros ancianos también le atribuían gran importancia a la vida de sus hijos.
Cuando se les preguntó por sus triunfos respondieron que haber sacado adelante
a sus hijos era uno de los más grandes.
Para los ancianos en familia encontramos, en fin, que es la dinámica familiar lo que
hace posible que el proceso de desvinculación sea más llevadero y tenga efectos
más sutiles. Específicamente en los casos estudiados nos dimos cuenta que esto
ocurrió porque los ancianos lograron conservar buena parte de sus roles habituales
en la dinámica familiar. En el caso de Pastor, este continúo siendo el líder de su
hogar y continúa recibiendo el mismo respeto por parte de su familia inmediata ya
que aun le es permitido tomar decisiones que repercuten sobre su familia. Matilde,
aunque viuda, también sigue teniendo un rol importante dentro de su familia y
frente a sus hijos. En este caso también su hogar, que ella maneja, tiene el rol de
ser el punto de encuentro para los demás hijos y sus respectivas familias. Claro
que en este caso ya se podía ver la influencia de los hijos tratando de disminuir los
roles de su madre por miedo a que se lastimara. Matilde dijo que en estos casos
era cuando se sentía más sola. Por otro lado el caso de Clarisa es peculiar porque
debido a su muy avanzada edad, recibe asistencia para la mayoría de sus
actividades esenciales (como bañarse y vestirse). Aun así debido a su longevidad
tiene dentro de su familia un estatus de sumo respeto lo cual le permite sobrellevar
34
su situación. También el hecho de que ocupe la mayoría de su tiempo cosiendo,
siendo esta una actividad que ha practicado durante toda su vida y la cual en una
época fue su medio de subsistencia, hace que no se vea afectada por su situación.
Es la posibilidad de mantener los roles que a través de un oficio habitual (ya sea el
trabajo para un hombre o el papel de madre “ama de casa” para una mujer)
proporcionaban cierto estatus para los ancianos en una etapa anterior de la vida, lo
que hace posible sobrellevar las incertidumbres que proporciona la vejez.
c. La vida solitaria
En la investigación hallamos dos ancianos dentro de la categoría de aquellos que
residen solitarios. Fueron Marina (72 años) y Lolita (75 años). Ambas son viudas y
residen solas desde hace varios años. En general, hallamos que para estos casos
aplican la mayoría de las categorías que utilizamos para los ancianos en familia
aunque en diferente grado.
Teniendo en cuenta que para nosotros el proceso de desvinculación es una
característica primordial del envejecimiento, descubrimos en estos casos esta
experiencia pero bajo matices diferentes. En primer lugar, también vemos que el
vacío que ha dejado la ocupación o los oficios habituales de etapas anteriores ha
sido suplido por actividades de ocio. En el caso de Lolita, la labor de ama de casa
ha sido sustituida por juegos de cartas, reuniones y, esporádicamente, un
voluntariado en un hospital. Marina, por su lado se ha dedicado a escribir una
autobiografía. Aun con estas actividades recurre en sus testimonios el hecho de
que tienen amigas pero pocas y no muy íntimas. Es entonces más severo en estos
casos la reducción del ámbito social pues aunque también tienen a su familia como
35
un referente primordial, el no convivir con ellos hace que no puedan implementar
sus roles de manera permanente. Acá podemos recurrir a la categoría de
desarraigo social que plantea Fericgla (1992) para analizar esta situación. Se
entiende por desarraigo:
La rotura o disolución de la red social del anciano, que termina separándose del grupo de pertenencia anterior (sea cual sea el motivo) sin adscribirse a ningún otro grupo formal o informal. (Fericgla, 1992, p. 159).
Existen dos tipos de desarraigo el total y el parcial. En las ancianas encontramos
un tipo en cada una. Para el caso de Lolita, encontramos un desarraigo parcial
pues aunque ella no ocupa el mismo espacio de habitación con su familia sí tiene
un contacto regular con ellos. En Marina encontramos un desarraigo total pues vive
lejos de su familia y no mantiene relaciones íntimas ni funcionales. Por su lado,
esta categoría de desarraigo total tiene un paralelo con la categoría de
desculturación que plantea Goffman para los internos. De todas formas, esta
situación de Marina está condicionada por haber sufrido un accidente trágico y
haber perdido en este a su hijo y a su nieto, lo cual disminuyó considerablemente
su familia más cercana.
En últimas, las ancianas también adoptan tácticas para sobrellevar su situación.
Lolita justifica su estado solitario separada de su familia con la idea de no molestar
a los hijos, evidenciando también el conflicto de relaciones sociales entre
diferentes grupos de edad. En su testimonio, Lolita dejó esto muy claro cuando
dijo:
Por eso digo, vivir con la familia, pues muy queridas las hijas, los yernos y todo pero ir a estar uno poniendo pereque, ya uno no se siente en su casa, ya uno no puede mandar, tras de que las suegras tenemos mala fama. Yo por eso soy de lejitos y antes los muchachos son muy queridos porque cuando dejo de ir, por ejemplo el sábado pasado
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porque una de mis hijas me invita casi todos los sábados a almorzar pero hay sábados que yo no voy, no porque no pueda sino para que no se vuelva costumbre.
Matilde en cambio ha utilizado su accidente para sobrellevar su situación por
medio de la escritura de su autobiografía. También se ha involucrado en un
conflicto prolongado con sus vecinos que, partiendo de las recurrentes alusiones
que hizo a este durante las entrevistas, le permiten ocupar su tiempo y sentirse útil.
3. EL CUERPO Y LA VEJEZ
Una vez planteado el contexto en el que los ancianos experimentan su
envejecimiento, podemos entrar a analizar este fenómeno desde la perspectiva de
los individuos. Partiendo del supuesto de que el envejecimiento es un proceso que
se vive y evidencia primordialmente desde el cuerpo, debemos entonces
examinar cómo se incorpora o “encarna” la vejez y de qué manera opera en la
subjetividad de los ancianos. Alcanzar este propósito implica analizar la
percepción que los ancianos tienen de su cuerpo y las maneras como han
implementado estrategias de control en este a lo largo de sus vidas. Siguiendo
esto, en primer lugar, examinaremos el manejo del cuerpo en los ancianos en lo
que corresponde al periodo de sus vidas anterior al momento en que empezó lo
que hemos llamado el proceso de desvinculación. Después entraremos a
examinar, desde la percepción de los ancianos, la relación entre el cuerpo y el
envejecimiento y cómo opera en cada uno de los estilos de vida que han asumido
en la vejez. Al mismo tiempo, buscaremos concretar hasta qué punto, el control y
la noción que tienen de sus cuerpos, concuerda con el argumento de Shilling
(1993) de que en las condiciones del periodo que Giddens llama la tardo-
37
modernidad hay una tendencia a que el cuerpo se convierta cada vez más en el
eje primordial para la construcción de la auto-identidad [self-identity] en la
persona moderna.
3.1 El pasado “encarnado”
Antes de abordar las maneras como los ancianos se han relacionado con su
cuerpo en su pasado, debemos aclarar que, al ser interrogados la mayoría de sus
respuestas retomaban las problemáticas de su situación actual, lo cual hizo que la
información sobre el pasado se viera matizada por la situación presente. Sin
embargo, la información adquirida nos permite plantear ciertas generalidades
sobre las formas en que han administrado el cuerpo en sus vidas. En los ancianos
el tipo de actividad física que realizaron en el periodo anterior al proceso de
desvinculación está directamente relacionado con la ocupación que
desempeñaron durante este periodo. Como ya he hemos mencionado, el tipo de
trabajo que los ancianos ejercieron también se vio determinado por la condición de
género. La relación entre estas dos variables nos da paso para revisar sus
actitudes corporales.
La ocupación en los hombres se caracterizó principalmente por ser un trabajo
formal remunerado principalmente en el área empresarial y administrativa. En las
mujeres, en cambio, encontramos en general un tipo de ocupación circunscrito al
ámbito doméstico en su totalidad o acompañado por trabajo informal o de bajo
nivel remunerativo. Es decir que, las mujeres, dedicaban su tiempo
completamente al cuidado y manejo del hogar y los hijos o se complementaba con
algún tipo de trabajo, ya fuera para suplir las necesidades del hogar (en el caso de
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las mujeres que quedaron viudas a temprana edad) o para colaborar con los
ingresos del hogar (para el caso de las mujeres casadas y la mujer soltera).A partir
de esto podemos comprender como en los hombres se hace evidente y operativo
el concepto de tiempo libre. En los hombres, la jornada de trabajo implica la suma
del trabajo diario requerido. En las mujeres, a excepción de una, (Lolita) que
nunca se ocupó en algún tipo de trabajo remunerado, el concepto de tiempo libre
no aplica de la misma manera. Podemos ver un ejemplo extremo de esto en la
respuesta que dio Alfonsina cuando se le preguntó por lo que solía hacer en su
tiempo libre: “¿En mi tiempo libre? Ver por la casa porque, qué más.”
En los hombres entonces encontramos que el tiempo libre se asocia con tiempo
de ocio, tiempo de juego y en particular tiempo para practicar diversos deportes.
Los hombres dicen haber sido acérrimos deportistas. Como ejemplo podemos
referirnos al caso concreto de Pastor:
Ah yo he sido muy deportista toda la vida. Yo estuve practicando de muchacho, practicaba el fútbol, practicaba, hacía judo, no karate sino judo, fui cazador. Jugué golf. Sí muchos años, treinta años dure jugando golf. Ya me cansé o me retiré. Pues eso ha sido. Deporte, jugaba bil lar. Todo lo que fueran entretenciones. (…) Desde pelado yo jugaba fútbol, jugaba tenis, jugaba cuanta cosa. Durante muchos años fui cazador y entonces escalábamos toda clase de cerros. Caminábamos extensiones muy grandes, estábamos en climas calientes, en climas fríos, en paramos, en distintas partes, donde quiera que se sabia que había aves para la caza. Entonces se hacia mucho ejercicio, había que cargar con la munición al hombro, a la espalda.
A diferencia de los hombres, en las mujeres encontramos que el tiempo libre se
asocia con actividades que no requieren el esfuerzo físico de los deportes. En la
mayoría de los casos encontramos que hacen referencia a prácticas como el
bordado y el tejido. Para el caso particular de Clarisa, esta actividad también era
su medio de subsistencia, como nos contó ella:
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yo nunca he estado de balde. Yo aprendí a cortar y yo tenía una máquina que me dejó el marido, una máquina de coser Singer y me sentaba y yo cortaba. Yo sé cortar, se hacer vestidos de hombre, sé hacer camisas de hombre, sé hacer vestidos de mujer, hago pantalones, hago chalecos y esos montañeros les coso los vestidos que les encanta y entonces a mi no me falta destino. Esa fue la juventud mía.
Otro aspecto que podemos entrar a considerar sobre el control que los ancianos
han impuesto sobre sus cuerpos es el tema de la alimentación. Sobre esto
encontramos que para los ancianos la alimentación es un factor que consideran
generalmente desde la variable de cantidad y muy poco en cuanto a el valor
nutricional o el daño que puedan hacer ciertos alimentos. En general, resaltan su
capacidad para comer de todo y en buena cantidad durante su juventud. Este es el
caso particular de Libardo al respecto:
Ah no yo tuve una época ave maría, yo tuve una época en que tomaba hasta 3,4 desayunos y no comía, tragaba. Era algo exagerado. Iba al Moisés, el restaurante Moisés que no se si todavía exista. En todo caso quedaba en la carrera 6 con calle 10 y de ahí después en el restaurante Bogotá o al Fénix, y bueno era exagerado lo que yo comía. Los meseros o las meseras se quedaban aterradas cuando yo hacia los pedidos: dos platos de sopa y unas bandejas de este tamaño con pierna y pernil de gallina o de pollo, arracacha, yuca, plátano, arroz con verduras y el famoso refajo que había en esa época, dos dulces, tres amargas o al contrario dos amargas y tres dulces, en fin y a eso había veces le echaba un trago de ron o de aguardiente. A cualquier hora de la noche, como yo trasnochaba mucho, me compraba un tarro de salmón o una caja de sardinas de esas ovaladas grandes, y me comía eso con pan francés y cerveza, refajo. A cualquier hora. Era exagerado lo que comía.
También cabe resaltar la percepción que tienen los ancianos de su salud a lo largo
de sus vidas. Pudimos ver que consideraban haber tenido una salud admirable
durante sus vidas; cosa peculiar en el caso de Alirio que ha tenido diabetes
durante gran parte de su vida. Aun así, dijo haber tenido un estado de salud
perfecto y se lo atribuyó a su alimentación en su juventud que para el era muy
buena:
Yo comía arroz huevos, carne muy buena, de primera porque a nosotros no nos gustaba ninguna otra carne, pollo y verdura, las habichuelas, yo soy feliz comiendo habichuelas.
40
En cuanto a los demás ancianos, resaltaron el hecho de no haber sufrido
enfermedades durante su vida.
3.2 La vejez “encarnada”
En la vida de los ancianos, una vez entra a operar el proceso de desvinculación
encontramos que hay una transformación en la relación que tienen con el cuerpo y
en los mecanismos de control que implantan sobre este. A la vez, esta actitud
frente al cuerpo varía de acuerdo a la situación de vida en la que se encuentran
los ancianos. Son estos cambios los que consideraremos a continuación.
a. El hogar “encarnado”
Empecemos por mirar el tipo de actividad física que se realiza en el hogar. En
palabras del director del hogar:
En este momento se manejan de forma individual y de forma grupal. De forma grupal entonces nos apoya la terapeuta ocupacional de casa en gimnasia y además la empalma con actividades propias de la terapia que ayudan a limitar cualquier tipo de progresión en deterioro cognitivo y en deterioro físico. Pero también la universidad Manuela Beltrán a través de su énfasis en fisioterapia, nos apoya en actividades individualizadas por adultos que de pronto no pueden bajar a las terapias, que no se pueden desplazar, que no pueden participar como participan otras personas un poco más funcionales.
Estas actividades dentro del hogar se complementan con una caminata cada
martes en donde salen aproximadamente 12 o 14 residentes a caminar hasta el
Parque Nacional. Adicionalmente se programan 3 o 4 paseos al año a lugares
como el Jardín Botánico o el Museo Nacional. Todas las actividades en el hogar
son opcionales para los ancianos pero como ya hemos mencionado, el hogar, a
través de su personal, busca “potenciar” la participación en la mayor cantidad de
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individuos posible. Otras actividades que se realizan en el hogar con cierta
regularidad son las exhibiciones de películas, bailes y, durante la investigación, los
ancianos tuvieron un concierto en el cual un grupo de ellos cantó lo cual también
implicó sesiones de ensayo. Sin embargo, el hogar tiene más éxito a convocar a la
actividad grupal que realiza todas las mañanas la terapeuta ocupacional. Según
ella esta actividad consiste en:
Yo realizo actividades, terapia física todos los días y actividades motrices, cognitivas, recreativas con todo el grupo de adultos mayores que quieran asistir.(…) A las 10 de la mañana es la terapia, se hace media hora de gimnasia y media hora o 40 minutos de actividad cognitiva, recreativa, bueno lo que vaya viendo que ellos van necesitando.
Volviendo a Goffman y a su análisis de la institución total, podemos ver que el
sentido de muchas de las actividades que se realizan en una institución es
simplemente matar el tiempo. Debido a las desconexiones sociales causadas por
el ingreso y a la impotencia para adquirir beneficios ulteriormente transferibles a la
vida de afuera se aumenta el agobio de vivir un tiempo muerto lo cual produce una
implementación y valoración de actividades de distracción desprovistas de un
carácter serio pero capaces de sacar al anciano de su ensimismamiento y hacerlo
olvidar de la realidad de su situación (Goffman, 1972). En la actividad diaria que
dirige la terapeuta ocupacional vemos un claro ejemplo de esta situación. La
gimnasia grupal viene acompañada de música y no requiere mayor esfuerzo a los
ancianos pues busca abarcar el mayor número de ancianos en un contexto en que
gran parte presenta ya problemas fisiológicos característicos del proceso de
envejecimiento agravados en ciertos casos por enfermedades como el Alzheimer.
La gimnasia no representa una estimulación corporal significativa sino más bien
funciona a manera de ejercicio de integración. Lo mismo ocurre con las
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actividades cognitivas y recreativas que se desarrollan después de la gimnasia. En
el trabajo de campo se presenció una de estas actividades y podemos decir que,
en realidad por su simplicidad no suponía mayor estimulación en los ancianos.
Consistía en un juego llamado “ponerle el sombrero al abuelito” que era una
versión del juego popular de niños “pegarle la cola al burro”. En este juego se le
vendaban los ojos a un anciano y se le entregaba un sombrero de papel, quien
con la ayuda oral de los otros ancianos debía pegar sobre el recorte de un
“abuelito” pegado sobre un tablero. La falta de interés de los ancianos
acompañada de su subsiguiente resignación a participar, ejemplifica la dinámica
de este tipo de actividades que, como ya dijimos, se ocupan más de “matar” el
tiempo y mantener ocupadas a la personas, que de realizar actividades con un
significado mas allá de estos. Aunque el hogar, por medio de estas actividades
tiene la intención de estimular física y cognitivamente a los ancianos, el carácter
infantil y simple que denotan al final resultan ser poco estimulantes. Por otro lado,
las actividades que realizan los ancianos independientemente, también tienen este
sentido de matar el tiempo y por lo general son actividades pasivas como leer, ver
televisión, bordar, tejer y escuchar radio. En el caso de Libardo que tiene
problemas para ver y oír bien, su actividad se limita a:
En esa forma, dormir y comer y aquí. En esa forma como le digo. Yo no veo, no leo prensa, no veo televisión, entonces generalmente lo que hago es dormir. Hay veces que hay actos culturales y hay gimnasia y tal, terapias que hacen. Entonces vienes unas estudiantes o enfermeras y en el primer piso, allá en el salón ahí. Por ejemplo esta tarde a la 2 de la tarde va a haber cine, van a pasar el video de una actuación que tuvimos un viernes y cantamos y entonces esta a la 2 lo van a pasar. Y hay baile, hay conjunto musicales, conjuntos de baile y nosotros también bailamos, hacemos el deber de distraernos o nos distraen de esa forma.
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Lo que vemos, por parte del hogar, es la necesidad de ocupar a los ancianos en
actividades, de “potenciarlos” a participar en diversas practicas para que no
pierdan el tiempo y “asuman sus roles”. Se les coerciona a participar en
actividades que no practicarían regularmente por fuera del hogar como en el caso
del juego de ponerle el sombrero al abuelito. En este sentido se hace visible una
de las actitudes más comunes frente a los ancianos por parte de la gente que los
cuida. Consiste en tratar a los ancianos como algo menos o inferior a un adulto
completo como respuesta a la perdida de capacidades físicas y cognitivas que en
la sociedad son requisito para funcionar adecuadamente; es decir, conseguir
empleo, obtener poder, en fin, ser aceptado socialmente (Featherstone, Hepworth,
1991). En los ancianos esta actitud se puede convertir en la asimilación del
anciano a un niño o incluso un bebé, y el trato puede resultar correspondiente en
cuanto a la ignorancia y el estado indefenso que se asocia con estos grupos de
edad. En el hogar se exacerbara este trato debido a las condiciones mismas de la
institución que ya hemos resaltado y en especial se hace más efectivo sobre el
cuerpo como punto de referencia. La asistencia para alimentarse, para vestirse y
para usar el baño son ejemplos de esta actitud. Aun así, en este aspecto también
se puede ver la tensión que existe entre la institución en sí y los ancianos, pues el
trato infantil en el campo físico viene acompañado de un trato reverencial y de
respeto en el campo oral y referencial. El personal puede cuidar del interno como
cuida a un bebé pero al referirse a este siempre utilizara el apelativo de “Don” o
“Doña” y aun cuando se esté dirigiendo al anciano combinará el trato reverencial
con el infantil.
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Por otro lado, el carácter normativo y regulado de las actividades se muestra como
un tipo de mortificación del yo que actúa directamente sobre el cuerpo, en el
sentido de que afuera el individuo es libre en su mayor parte de escoger en qué
momento y que tipo de actividades físicas, de ocio o de distracción quiere
ejercer. La aplicación regulada de salidas, bailes o gimnasias, lleva a que el adulto
se vea obligado en ocasiones a participar en actividades que no le interesan o que
no haría en otros contextos y a dejar de hacer actividades que sí le gustaría hacer.
En el caso de Alfonsina esta necesidad era poder salir a caminar por el centro y
ver las vitrinas.
A partir de esto podemos empezar a entender cómo el control sobre el cuerpo en
el hogar pasa a recaer en gran medida en las manos de la institución. Aunque en
muchos casos no directamente, como ocurre con los enfermos de Alzheimer y los
que presentan una senilidad avanzada, sino de manera tangencial y sugestiva,
como vimos con los ancianos que entrevistamos. El control que ejerce el hogar no
solo rige las actividades físicas como el ejercicio y los pasatiempos, también entra
a ordenar múltiples aspectos de la vida corporal de los internos que anteriormente
ellos mismos controlaban. Este el es caso de la alimentación que en la vida
externa es parte del ámbito de decisiones personales. Qué come y a qué horas
recae dentro del ámbito familiar y privado. Como ya vimos, para los ancianos, la
buena alimentación la asociaban con cantidad y poco con el valor nutricional. En el
hogar, la selección de alimentos y el momento para consumirlos esta regulado y
regido por especialistas de la salud como médicos y nutricionistas que buscan
implementar regímenes de cuidado según su propia concepción profesional. Este
propósito abarca todas las áreas del cuidado corporal en los ancianos y
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corresponde a la tendencia en la modernidad de implementar mecanismos de
mantenimiento corporal o regímenes corporales que promueven la metáfora del
“cuerpo como máquina” bajo el supuesto de que, como un carro y otros bienes de
consumo, el cuerpo necesita servicios de mantenimiento que conserven su
eficiencia funcional (Featherstone, 1991). La actividad física regulada, la
imposición de una dieta particular y la experiencia de recibir chequeos médicos
regularmente, conforman el régimen de cuidado que adopta el hogar e implanta
por medio de terapeutas, geriatras y otros profesionales de la salud.
En el hogar estas imposiciones responden a lo que Morgan (2002) llama las
concepciones modernas del dolor y el sufrimiento. De acuerdo al autor, a
diferencia de lo que ocurre en la sociedades tradicionales, donde la psicoterapia,
las creencias, y las drogas necesarias para soportar el dolor están inscritas dentro
del comportamiento diario y reflejan la convicción de que la realidad es
desagradable y la muerte inevitable, en la sociedad moderna, el sufrimiento es
absurdo y sin sentido. El dolor es visto como un aspecto técnico, una contingencia
emergente que se debe tratar por medio de intervenciones médicas. La reducción
del dolor y el malestar físico son vistos como sinónimos del ideal de progreso y
desarrollo.
En la medida en que la institución promueve los regímenes corporales, estos
empiezan a ser asimilados por de los ancianos. Encontramos en el testimonio de
Alirio, un ejemplo:
Yo no sentía nada. Mi estado de salud perfecto. Yo tengo una tensión de un niño de tres días de nacido. Perfecta. No ve, en ese hospital que me llevaron me salió un medico español y me dijo: “estoy aterrado usted tiene la tensión perfecta.
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Al mismo tiempo la aceptación de una vida monitoreada regularmente por
personal especializado entra en conflicto con una percepción del cuerpo, la salud y
la enfermedad que en los acianos estaba afincada en creencias tradicionales
donde el sufrimiento tolerado penitentemente sería recompensado espiritualmente
en la vida póstuma (Morgan, 2002).
Se presenta entonces una evidente medicalización del control corporal tanto en el
trato que brinda el hogar a los ancianos, como en la misma percepción que estos
tienen de sus cuerpos. A su vez, se establece una tensión entre el propósito
moderno de establecer regímenes corporales para el bienestar de los ancianos y
una actitud corporal tradicional que los ancianos incorporaron a partir de una
educación marcadamente religiosa que en el hogar encuentra su referente en el
carácter religioso de este y las hermanas que lo supervisan.
En el testimonio de Libardo tenemos un ejemplo de esta tensión. Respecto a su
salud en el pasado, respondió lo siguiente:
Ah muy buena, muy buena, mi estado de salud ha sido estupendamente buena, buena, buena. Yo no tomaba droga, yo nunca tomaba droga, procuraba eso sí, cuando me daban esas gripas tremendas que me daban, entonces a base de tomate y de cebolla y l imón me curaba con eso. Hacía preparar agua de papayuela también. Para mí es una gran medicina.
Contrasta con esta respuesta, la que dio cuando se le preguntó por su salud
actualmente (la cual es muy similar a la que dio Alirio):
Bien, me han tomado los pulsos. Ayer me tomaron la presión arterial, el pulso y la temperatura y me encontraban bien.
Aun con lo expuesto anteriormente, no podemos afirmar que el control sobre el
cuerpo en el hogar recaiga exclusivamente en manos de la institución como tal y
su personal. En las entrevistas encontramos que frente a la pregunta sobre su
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estado de salud actual y sus sentimientos frente al cuerpo, la mayoría de las
respuestas eran abiertamente positivas. Inferimos que esto se debe a que, para el
caso de los ancianos entrevistados, ellos habían logrado mantener en el hogar un
grado de control sobre sus cuerpos que les permitía sobrellevar sus respectivas
situaciones y el mismo carácter invasor de la institución. Incluso en el caso de
Alirio que sufre de diabetes y necesita un bastón para caminar o en el caso de
Libardo que tiene problemas de visión y oído, encontramos que los ancianos ven
positivamente su situación. Para estos casos y, en general, vemos que los
diversos problemas físicos que puedan padecer se aíslan y se enfatizan las
ventajas físicas que aun conservan. Al hablar sobre sus cuerpos, se concentran
más en sus capacidades, que en sus discapacidades. Esto explica por qué ningún
anciano dijo sentirse inválido o discapacitado aun cuando padeciera aflicciones
que no le permitirían desenvolverse sin asistencia en la sociedad exterior. Esto
también explica por qué a fin de cuentas, la valoración máxima esta en las
capacidades mentales. Los ancianos pueden tolerar el deterioro físico que implica
la vejez pero se muestran mucho más renuentes a aceptar el deterioro mental que
por lo general se asocia con una enfermedad como el Alzheimer.
El control que los ancianos logran mantener en el hogar se relaciona directamente
con su capacidad de administrar sus procesos fisiológicos más íntimos. Según
Isaksen (2002) perder el control de esto procesos esta asociado con perder la
dignidad y la identidad humana porque hace visible, lo que para los estándares
culturales, debe permanecer privado para poder mantener la idea de que como
humanos somos entes diferentes y separados el uno del otro.
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Los ancianos que entrevistamos, aquellos que el hogar denomina como
“funcionales” por el hecho de que pueden controlar sus funciones corporales,
deben convivir con ancianos enfermos de Alzheimer y con ancianos en estado de
avanzada senilidad que en muchos casos han perdido esta capacidad y han sido
relegados al papel de bebés que requieren constante asistencia. La resistencia de
los ancianos que entrevistamos a recibir asistencia en el uso del baño y las
actividades fisiológicas que encierra, demuestran cómo el cuerpo en su carácter
más intimo es el último bastión de defensa del anciano y es solo superado por el
terreno mental. En este sentido, el enfermo de Alzheimer aparece como un
individuo que presenta la pérdida total de control, tanto en el campo corporal
como en el mental. Por eso, la convivencia con tales individuos puede ser tan
mortificante en el sentido de que el enfermo hace las veces de un espejo sobre el
cual el anciano se proyecta y ve todo lo que puede perder. Esto lleva a que haya
una clara separación entre los enfermos y los “funcionales” con un mínimo
contacto por parte del grupo de pastoral. Resulta entonces que en el hogar la
convivencia diaria con el deterioro de otros, por un lado, hace que los ancianos
“funcionales” se vuelvan más conscientes y por tanto enfaticen sus capacidades e
ignoren sus discapacidades y por el otro, trae también más resignación frente al
prospecto de deteriorarse y morir.
b. La familia “encarnada”
En el contexto familiar encontramos que el tipo de actividad física y las maneras
de ocupar el tiempo libre sufren una transformación debido al proceso de
desvinculación que entra a regir en la vejez, pero a diferencia del hogar de retiro,
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donde el cambio viene dictaminado por un discurso institucional, en las familias el
cambio transcurre bajo otras variables. Como ya mencionamos, los ancianos que
viven con sus familias han podido sobrellevar el proceso de desvinculación pues
han podido mantener hasta cierto punto sus roles de liderazgo y poder. Esto
implica que los ancianos en familia tienen la libertad de manejar su tiempo de
acuerdo a sus necesidades personales. Por ende, su actividad física se regirá
bajo estos mismos parámetros. La rutina diaria responde entonces a actividades
de ocio que no están reguladas. El caso de Pastor es ilustrativo:
Común y corriente, como todas las familias. Se levanta uno, hago gimnasia, hago ejercicios. Se desayuna uno, sale por ahí a caminar. Y lo que te digo, se está uno, oye música. Se mete al computador y se le pasa el día sin darse cuenta. Lo normal, sale uno, está en reuniones familiares. Y todo en la vida como todo el mundo normalita.
Debido a que no están actuando dentro de un marco institucional, las relaciones
de los ancianos con su cuerpo presentan un mayor grado de variabilidad de
acuerdo a las particularidades de cada contexto familiar. Matilde, por ejemplo, al
todavía ser responsable por el cuidado de su hogar, emplea su cuerpo diariamente
en estas labores, a diferencia de Pastor que después del retiro encuentra mucho
más tiempo para un ocio libre de las responsabilidades del hogar. De todas
maneras, Matilde ha recibido presión de sus hijos para que disminuya su carga de
trabajo y tal vez por esto pertenece a un club de ancianos donde practica gimnasia
y hace manualidades. Podemos ver que para el caso de Matilde, la familia juega
un papel importante en el momento de decidir qué tipo de manejo se le da al
cuerpo. Esto también es evidente en Clarisa quien a la edad de 100 años ha
relegado gran parte de sus actividades físicas a las enfermeras que la cuidan y a
su sobrina. En todo caso, existe un mayor grado de independencia entre estos
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ancianos ya que en ningún caso se encuentra la rigidez institucional que
caracteriza al hogar de retiro.
En el contexto familiar, el control que ejercen sobre su cuerpo suele debatirse
entre lo que sugiere la familia y lo que opina el individuo. Sin embargo, en ambos
lados opera también el ideal moderno de implementar regímenes corporales para
mantener el cuerpo funcionando adecuadamente. Claro está que no podemos
desconocer el papel que los medios de comunicación y su influencia en la cultura
popular y de consumo, tienen en formar la noción moderna del cuerpo apto para el
mantenimiento de su belleza y salud.
En este sentido pudimos ver que los ancianos en familia, actualmente presentaban
una preocupación mayor por sus cuerpos. Esto responde naturalmente al deterioro
gradual que implica la vejez. Sin embargo, podemos destacar que para los
ancianos en familia, al igual que para los ancianos en el hogar, la preocupación
por el cuerpo está marcada por una intrusión del discurso médico que, para estos
ancianos, opera con más fuerza desde las sugerencias y actitudes de los
familiares. Los ancianos entonces se apropian de estos discursos y los integran a
sus propias percepciones. Un buen ejemplo es el de Clarisa. Al preguntarle por su
salud esto fue lo que respondió:
Ave Maria por dios, como una muchacha. ¿Sabe cuantos años tengo? 100 años cuidado, esos tengo para que vea. Y vaya a ver si yo me enfermo de alguna enfermedad grave, no señor yo no me enfermo de nada. Cuando me da algún dolor le digo a mi sobrina: ¿me trae alguna pastil la?” Esa es tan buena que ella debió haber estudiado medicina, las pastil las que me compra me parece que son las finas porque le dice uno: “tengo un dolor” y le da la pastil l i ta y ahí mismo se le calma a uno el dolor. Yo no tengo que ir donde médicos ni nada.
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Con esto podemos ver como Clarisa profesa su dependencia de medicamentos, al
mismo tiempo que hace evidente su ignorancia del tipo de medicamentos que
toma.
Por otro lado vemos como Pastor y Matilde han implementado regímenes
corporales en la vejez que buscan conservar un estado de salud favorable y que a
la vez difieren en gran medida de las actividades físicas que practicaban
anteriormente. Pastor ha implementado en su rutina diaria un régimen de ejercicio
que difiere de los deportes que solía practicar en su juventud, incluso del golf que
practicó durante muchos años pero que ya ha abandonado. Teniendo en cuenta
que ya no practica estos deportes de alto esfuerzo físico, ha cambiado sus
costumbres alimenticias. Así lo planteó el:
Conservando la línea. Eso es importante, sí. Yo por ejemplo no como demasiado hoy día, como no hago ejercicios fuertes que me contrarresten entonces comienza uno a ponerse feo y barrigón. Entonces eso es horroroso. Entonces hay que cuidar un poquito, como puede comer, entonces me cuido un poquito la línea para no volverse uno como una bola de grasa. Todas son cosas que tiene, no solamente la presunción de la juventud para las conquistas sino para la aceptación de uno mismo ante la sociedad.
Observamos el mismo proceso en Matilde que en el pasado empleó su cuerpo en
el manejo del hogar y en trabajos informales, y ahora acude al club de ancianos en
donde hace gimnasia y realiza otras actividades lúdicas como bailes en compañía
de otros ancianos.
También hallamos en los ancianos en familia cierto grado de inquietud frente a la
posibilidad de perder sus capacidades físicas y mentales, y esta posibilidad de
pérdida e incapacidad la asocian con ser internados en un hogar o ancianato lo
cual les produce aun más ansiedad. En general ven este tipo de institución como
un lugar de abandono.
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Matilde por ejemplo, frente al prospecto de perder sus capacidades mentales dijo
lo siguiente:
eso ya seria mortal. Porque ya no se siente uno como persona. Ahí sí se siente uno que para qué sirve. Para mí eso sí es mortal. De que lo l leven a un ancianato, lo dejen a uno solo. Como muchos que llevan a sus padres o sus hermanos, los botan que ni jamás van. Eso sí yo creo que me moría en menos de nada porque yo cogería una pena moral, porque yo he vivido con mis hijos en un ambiente distinto, todos conmigo o toda cerca, nunca se han ido lejos. (…)Eso sí, eso de que me dejaran sí seria triste. Yo creo que ahí no duraría nada. Ahí sí perdería la memoria yo creo de pensar. Para mí si es muy duro eso.
c. La soledad “encarnada”
Para el caso de los ancianos que viven solos, vemos que muchas de las
características que hemos planteado para los otros dos “estilos” de vida también
aplican. Una diferencia que es posible marcar es el hecho de que por su condición
de soledad, las ancianas reciben muy poca presión externa para realizar o dejar
de realizar distintas actividades. El no convivir con otros individuos produce un
mayor grado de libertad frente a las actividades que la persona busca empeñar.
De igual manera el vivir solo aumenta las preocupaciones frente al
envejecimiento. La posibilidad de perder las capacidades mentales o físicas en un
contexto de soledad les produce ansiedad. El caso de Marina en particular es
reseñable en el sentido de que por haber sufrido un accidente que afectó
severamente su capacidad motriz, se ha vuelto más reflexiva sobre los efectos
que el envejecimiento pueda tener sobre su condición. En este caso entonces
encontramos un alto grado de reflexión sobre el cuerpo y su funcionamiento y a la
vez una intención de intervenir en él. Marina ha implementado un régimen diario
de ejercicios y recurre regularmente a sesiones de fisioterapia.
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Por otro lado, en ambas mujeres existe el miedo de perder las capacidades
mentales, específicamente relacionado con el Alzheimer, como mencionó Lolita:
Uy no que susto a mí me da la cosa mental porque tengo una cuñada que tiene Alzheimer, tiene principios de Alzheimer. Entonces a uno le da angustia, hay que ejercitar la memoria, hay que estar uno recordando cosas. (…)Entonces le tocaría a uno, pues ¿Cómo se queda solo en un apartamento? Me tocaría ahí sí, entonces tendría que irme a una de esas casas para la mayor edad para que lo l idien a uno. Porque qué mas, irme donde los hijas, no. Muy queridas las hijas, los nietos, los yernos, pero ir uno a poner pereque, no.
En soledad, entonces, las ancianas logran ejercer control sobre sus cuerpos de
acuerdo a sus propios impulsos y necesidades pero la falta de compañía
constante produce mayor ansiedad y hasta cierto grado limita el grado de
actividades que la persona puede realizar.
3.3 Tardo-modernidad y vejez
Según lo que hemos expuesto, podemos ver como los ancianos implementan
regimenes de mantenimiento corporal una vez entra a opera el proceso de
desvinculación y se hacen visibles en el cuerpo el deterioro físico y las
desventajas que este implica. Evidenciamos una transformación de una actitud
corporal en el pasado determinada por el tipo de ocupación, a su vez marcado por
la diferencia de género, a una actitud marcada por las pautas que genera el ideal
moderno del mantenimiento del cuerpo. El discurso que se construye dentro del
ámbito cultural moderno y se propaga por los medios de comunicación, llega a los
ancianos y es reforzado en ciertos casos por el contexto institucional o familiar.
Si miramos directamente la percepción de la vejez que tienen los ancianos, nos
topamos con lo que Featherstone y Hepworth (1991) llaman “la máscara del
envejecimiento”. Consiste en definir la vejez como una mascara que oculta la
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identidad esencial de la persona. Este tipo de racionalización de la vejez se basa
en la creencia en que el envejecimiento es una enfermedad potencialmente
curable. Este tipo de actitud aparece como constante en los testimonios de los
ancianos. De hecho, Pastor dice algo muy parecido a lo que plantean los autores:
La vejez en sí está denominada como una enfermedad según los grandes filósofos de la antigüedad. La han conceptuado como una enfermedad. Y la verdad para mí sí es una enfermedad porque se van dañando, se van descomponiendo, se van mermando todos los órganos del cuerpo hasta que ya se consume, se acabó. Cuando no es que se ataca por un infarto o alguna cosa, que eso lo acaba de una, pero sí se acaba como una vela, se va mermando, se va mermando hasta que se apaga.
Los demás ancianos dan respuestas similares en las cuales consideran el
envejecimiento como algo que solo afecta las capas externas y deja intacto el ser
o “sí mismo” interior y juvenil. Matilde nos da un ejemplo claro de este
pensamiento:
Yo tengo el físico y yo soy vieja pero tengo mi espíritu muy joven, porque para mi yo tengo un espíritu joven porque todo lo que me gusta a mi de la juventud, a mi me gusta la juventud, me gusta todo, ya le digo, me gusta bailar todo y los muchachos y las chinas se amañan conmigo, nos ponemos a charlar y les cuento cosas y ellos encantados conmigo. Por eso le digo, para mí, yo no me siento con espíritu ni triste ni viejo porque eso sí yo les digo a todos; yo seré vieja por mi físico pero tengo un espíritu joven y yo me siento así.
Esto demuestra como en los ancianos se presenta una clara distinción entre la
apariencia física externa y el “sí mismo” interno. Los ancianos dijeron no darle
importancia a la vejez y no sentirse afectados por ella pero cuando se les preguntó
por la apariencia externa y la presentación, todos confirmaron que es importante
siempre estar bien vestido y presentable. Lolita por ejemplo mencionó que:
Toca tratar de estar uno presentable no solamente por uno, por los nietos, por las nietas, por los yernos. Uno siempre tiene que estar bien figúrate, mas o menos las nietas que están de 16 de 17 siempre quieren que su abuela esté bien y no solo por eso, por uno mismo. Pues así vanidosa no tampoco pero uno bien presentado siempre y todo eso para que el día de mañana ellas me dicen “vamos aquí vamos allí, camine me acompaña”. Entonces muy sabroso que yo a estas horas pues me cuenten de sus amigos”. Y así bien con ellas.
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En este caso, vemos como en esta respuesta se articula la tensión que existe
entre las generaciones. Lolita esta consciente de la concepción de belleza que
tienen sus nietas y las tiene como referente al momento de mantener su
apariencia física. Por otro lado, Matilde dijo que hay que mantener la apariencia
porque:
Es un acto de todo y sobre todo del espíritu de uno, saber que hay gente que guarda y guarda y andan descachalandrados, eso es un pecado, porque ante la presencia de dios como va a uno a ir así si dios le da a uno para eso.
En estas dos respuestas hallamos un ejemplo de la tensión que opera en relación
al cuerpo y la vejez en los ancianos. Por un lado tenemos la imposición de
regímenes corporales en la vejez y por el otro tenemos un sistema de creencias
marcadamente religioso. Es, de hecho esta religiosidad católica que hallamos
presente en los testimonios de los ancianos lo que permite hacerle contrapeso a la
supuesta ansiedad y angustia que representa en la tardo-modernidad, según
Shilling, hacer un énfasis sobre el control del cuerpo. Es por esto, que en los
ancianos encontramos un grado de ansiedad mesurado frente al envejecimiento,
que podemos ver en respuestas como la que dio Clarisa cuando se le preguntó
sobre el prospecto de perder sus capacidades físicas:
Eso no hace falta. Oiga una cosa es que esas cosas las tiene que dejar uno en las manos de dios porque digamos mi dios no me va a quitar a mi las manos. Para tejer no tengo que tener mucha luz porque eso es aquí cerca y dios no lo abandona a uno nunca. Dios le va dando a uno medios para poderse bregar la enfermedad y yo le pido mucho a mi dios eso y dios me lo va concediendo.
El sentimiento de resignación frente ciertas molestias o malestares físicos en la
vejez también viene sustentado por ese sistema de creencias que en definitiva
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separa el cuerpo mortal del espíritu eterno que reposa en manos de Dios. Debido
a esto, la muerte, que significa el fin del cuerpo en su expresión espacio-temporal,
resulta ser un fenómeno menos angustioso para los ancianos pues en el ideario
católico no simboliza el fin del individuo.
4. LA VEJEZ Y LA MUERTE
4.1 El prospecto de la muerte
De todos los seres vivientes solo los seres humanos vemos la muerte como un
problema. Compartimos con todos los animales el nacimiento, la juventud, la
madurez, la enfermedad, la vejez y la muerte, pero solo nosotros de entre todos
los seres vivos tenemos conciencia de que vamos a morir. Tan solo nosotros
estamos concientes de nuestro propio fin, sabemos que puede ocurrir en cualquier
momento y adoptamos medidas especiales, tanto individuales como grupales,
para protegernos del peligro de perecer. El problema entonces, para los seres
humanos, radica no tanto en el hecho de morir, sino en el saber de la muerte
(Elias, 1989). Como hemos visto, el proceso de desvinculación que implica el
envejecimiento produce una transformación en la forma de vida de los ancianos
que modifica la percepción de sus “sí mismos” de acuerdo a la manera como se
relacionan con su entorno social e interiorizan su condición corporal. La muerte, en
este contexto, representa el fin del cuerpo y como tal anula la posibilidad en los
ancianos de continuar construyendo su “sí mismo” a partir de categorías
corporales. La vejez, entonces, como preámbulo a la muerte, requiere la adopción
de ciertas actitudes frente al prospecto del fin inevitable. Estas actitudes son las
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que nos disponemos a analizar a continuación según los diferentes estilos de vida
en que se encuentran los ancianos.
a. La muerte en el hogar
Entrar a analizar el prospecto de la muerte en el hogar de retiro implica, en primer
lugar, examinar ciertas actitudes características de un contexto moderno frente a
la muerte. Shilling (1993) enfatiza como en el contexto moderno la organización de
la muerte ha sido víctima de una gradual privatización, de una reducción del
alcance de lo sagrado en cuanto a la experiencia de la muerte y de un cambio
fundamental en las fronteras corpóreas tanto simbólicas como físicas asociadas
con los vivos y los muertos. En efecto, han surgido procesos de privatización e
individualización de la muerte. Esto corresponde a lo que Shilling llama el
secuestro de la muerte. En este sentido, la muerte se ha visto gradualmente
eliminada del dominio público. El proceso histórico de este acontecer lo traza
Ariès (1974) en la medida en que propone que en las sociedades tradicionales la
muerte siempre fue un fenómeno social. Era un evento que producía respuestas
comunales y estaba administrado por símbolos y rituales colectivos. En este
contexto la muerte era vista como una disrupción en el cuerpo social más que en
cualquier cuerpo individual. Así, en la medida en que la identidad era formulada
desde el grupo y no desde el individuo, la muerte no tenía el mismo efecto sobre el
individuo que tiene en las sociedades modernas.
Elias (1989) propone que la transformación en la actitud frente a la muerte, que ha
llevado a su privatización e individualización, es un aspecto del empuje civilizador
que ha caracterizado la historia occidental.
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En el curso de este proceso, todos los aspectos elementales, animales, de la vida humana, que casi sin excepción traen consigo peligros para la vida en común y para la vida del individuo, se ven cercados, de un modo más comprehensivo, regular y al diferenciado que anteriormente, por reglas sociales, y al mismo tiempo por reglas de la conciencia. De acuerdo con las relaciones de poder imperantes en cada caso, se cubren estos aspectos con sentimientos de vergüenza o de embarazo, y algunas veces, en especial dentro del marco del gran empuje de la civil ización europea, se esconden detrás de las bambalinas de la vida social, o por lo menos se excluyen de la vida social pública. En esta dirección camina la transformación a largo plazo con respecto a los moribundos (Elias, 1989, p 19).
Implica este proceso que los ancianos, en cuanto son aquellos que están mas
cercanos a la muerte, se convierten en víctimas de este aislamiento y pasan a
formar un sector cada vez mas alejado de la atención pública. En cuanto la muerte
deja de ser un evento colectivo y comunal, y se convierte en un evento privado y
escondido empiezan a ser más marcadas las fronteras corporales entre los vivos y
los muertos o moribundos. En general, el proceso de individualización y
privatización en la organización de muerte ha llevado a que la gente la consuma
un sentimiento de embarazo en presencia de los muertos. Se sienten vulnerables
y faltos de palabras lo cual en últimas lleva a que la gente se muestre reticente a
entrar en contacto con los moribundos (Elias, 1989). El hogar, bajo este marco, se
puede ver como una institución que funciona como mecanismo para hacer efectiva
esta necesidad moderna de mantener fuera de vista a los individuos más próximos
a la muerte. Alejar de la atención pública las evidencias corporales del dolor y la
muerte se convierte entonces en una de las misiones implícitas del hogar. En este
sentido podemos entender las razones por las cuales los ancianos son internados
en el hogar. En palabras del director:
en algunos casos,(…) es la enfermedad porque muchas de las visitas de las personas que se sienten interesadas de venir al hogar l legan aquí y particularmente en muchos casos no son ellos sino son los familiares quien se encuentran interesados en proponer que su mamá, que su tía o que su abuela venga. Lo proponen desde la experiencia que han tenido dos o tres meses atrás en el que la mama, la tía o la abuela ha tenido algún
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proceso de alteración cognitiva o han tenido alguna crisis de accidente cerebro vascular que les haya de alguna forma impedido el potencial físico, algunas fracturas de cadera, algunas personas ya son enfermos terminales, y que buscan la alternativa de estar en un sitio como este.
Como en el caso de Alfonsina y Alirio, es la familia la que usualmente impulsa al
anciano a ser internado con el fin de brindarle un tratamiento médico que se
supone más adecuado. Lo que no consideran en muchos casos es que remover a
los ancianos de sus familias y sus comunidades locales tiene un marcado efecto
sobre su capacidad de mantener sus vínculos sociales que le permiten construir
un “sí mismo” que ellos consideren adecuado. En efecto, Alfonsina presenta
características depresivas porque siente que la han internado en un lugar donde
no le es permitido hacer las actividades sobre las cuales ella había construido los
roles que la definían como persona. Sus papeles de madre, abuela y ama de casa
se han visto reducidos significantemente.
De igual manera podemos entender otros casos de depresión que surgen en el
hogar pues se caracterizan también por un sentimiento de abandono por parte de
las familias y de desarticulación con las redes sociales que mantenía el anciano.
La terapeuta ocupacional clasifica las relaciones entre los ancianos y sus familias
de la siguiente manera:
Podríamos clasificarlas como en dos grupos. Hay acudientes muy pendientes, que están pendientes de las necesidades del adulto, de traerle lo que necesita, de llevarlos al médico y de sacarlos porque ellos se angustian mucho de estar aquí. Pero también hay otros que sí son un poquito más descuidados, que sí hay que estar l lamando: traiga esto, se le acabó esto, se le acabó lo otro, está enferma, hay que llevarla, insistir, insistir hasta que la l leven al médico porque de pronto es gente muy ocupada. Como que sí hay que estar insistiendo para que estén más atentos de los adultos.
En general, existe la tensión en los ancianos entre su sentimiento de estar
encerrados y su relación con sus familias que puede socavar este sentimiento o
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reforzarlo. En muchos casos, los ancianos se encuentran solos frente al prospecto
de su muerte en el día a día del hogar. De esta manera el hogar se convierte en el
espacio institucional donde se secuestra la muerte de la mirada publica. En la
medida en que la familia le confiere este papel, el hogar no solo se encarga de
remover de la vida social externa al anciano en cuanto moribundo, sino que
también asume en cierto grado el manejo de la organización de su muerte. Como
indica Bauman (1992), a la muerte en las condiciones modernas le ha sido
asignada su propia locación segregada en el espacio social; ha sido puesta bajo
la custodia de especialistas selectos con credenciales científicas. El hogar, en la
figura de su personal, ocupa este papel bajo el auspicio de los familiares de los
ancianos. La organización de la muerte de los ancianos en el hogar se administra
entre la familia y los directivos del hogar usualmente dejando por fuera de estos
asuntos a los ancianos. Esto conlleva que en los ancianos entrevistados
encontráramos una falta de información y cierta despreocupación en cuanto al
manejo de sus cuerpos tras su muerte. Alirio, por ejemplo, cuando se le preguntó
por los planes que tenía para su muerte respondió:
No, francamente es la hija, ella es la organizada. Me dijo: “papito yo estoy pagando una póliza para ti y mí mama por si acaso mueren de repente, no hay problema.”
Se entiende, entonces, que los ancianos han relegado al hogar y a sus familias el
control sobre la organización de su muerte. El hogar, en este aspecto, también
asume las actitudes características del secuestro de la muerte, en cuanto es una
institución que aborda el deterioro de los ancianos y su inevitable muerte desde
una perspectiva medicinal y sanitaria. Como señala la terapeuta ocupacional, tras
la muerte de un residente:
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Se trata de no hacer mucha bulla al respecto porque ellos sí se angustian mucho. Cuando alguien se muere entonces pues les da el miedo normal a la muerte. Entonces pues, ellos se dan cuenta pero no tratamos de hacer mucha, mucha bulla. Ellos les genera mucha angustia porque acá ocurre algo muy especial, cuando se muere uno no se muere uno solo, se mueren dos o tres en el mismo tiempo. Entonces se muere uno y ellos son como ¿Quién sigue, quién sigue? Porque en los mismos dos o tres meses muere otro y pasa un tiempo. Por ejemplo a principio de año se murieron tres y ya de un tiempo para acá ha estado tranquilo, no ha pasado nada. Entonces ellos saben que cuando arranca uno, son temerosos de quién sigue.
Así, dentro del hogar se busca esconder la muerte de la mirada de los demás
ancianos. La muerte al igual que la enfermedad es vista como un fenómeno que
deber ser tratado de manera aislada e higiénica por profesionales de la salud.
Como menciona Elias:
Nunca anteriormente, en toda la historia de la humanidad, se hizo desaparecer a los moribundos de modo tan higiénico de la vista de los vivientes, para esconderlos tras las bambalinas de la vida social (Elias, 1989, p. 32).
Esto implica una separación espacial y emocional de los moribundos en los
momentos en que la compañía de los amigos y los familiares resultaría más
efectiva para despedirse de la vida en paz. La soledad entonces puede ser una
característica de los ancianos que están en el hogar. Al fin resulta ser una soledad
social en donde al individuo se le restringe frecuentar a ciertas personas de
acuerdo a su propia iniciativa. El carácter regulador de la institución hace
imposible este tipo de disposiciones. Por ejemplo, es interesante ver que
Alfonsina y Alirio son una pareja y han estado juntos por más de 50 años, pero al
ingresar al hogar debieron instalarse, por falta de cupo para un apartamento
doble, en cuartos separados. Estas circunstancias revelan el tipo de
modificaciones que se dan en el hogar. Curiosamente, aunque es evidente que
entrar a residir dentro del hogar representa significativas transformaciones en el
modo de vida anterior, los ancianos en general dieron respuestas positivas
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cuando se les preguntó por sus sentimientos de soledad y su actitud frente a la
muerte. Como ya hemos mencionado, frente a la vejez y la enfermedad, los
ancianos manejan un doble discurso que les permite sobrellevar su situación.
Como ya hemos señalado, en el hogar, la medicalización de la salud y la
incorporación de regímenes corporales se contraponen con el mensaje católico
de la inmortalidad del alma. Podemos clasificar la adopción de estas actitudes
según lo que Bauman llama estrategias de supervivencia, las cuales se
caracterizan por buscar mantener alejada la muerte a través de la administración
de varias opciones de vida (Shilling, 1993). Frente a la muerte, la estrategia de
supervivencia que impone el hogar a través de su personal, en la forma de
regímenes corporales, inevitablemente debe fallar y es en este momento cuando
la estrategia más tradicional entra a operar. Hasta qué punto y de qué manera
opera esta estrategia en los tres estilos de vida es algo que analizaremos más
adelante.
En resumidas cuentas podemos decir que la muerte en el hogar es asumida por
los ancianos como un camino [career] que los ancianos se ven obligados a
recorrer. Gustafson (1972) define un camino como una serie de etapas que
conducen a un punto final reconocible. En el hogar de retiro los ancianos están
encaminados en una carrera regresiva que termina en la muerte. En la carrera los
sucesos progresan en una dirección (hacia la muerte) y las disposiciones del
hogar jalan en la otra dirección, hacia mantener la salud. Esto crea una tensión en
el anciano que en realidad está luchando no tanto contra su muerte física, sino
contra su muerte social. La separación del entorno social que implica ser
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internado en el hogar en muchas ocasiones implica esta muerte social que puede
hacer mucho más difícil sobrellevar la muerte corporal.
Tal como hemos visto, la plenitud de sentido del individuo está en la más estrecha relación con el significado que, en el curso de su vida, ha alcanzado para los demás, bien por su persona, por su comportamiento o por su trabajo. Hoy intentamos proporcionar ayuda a los moribundos procurando aliviar sus dolores y preocupándonos, en la medida de lo posible, de su bienestar físico. (…) Pero en los hospitales donde hay muchos enfermos a los que atender es lógico que estas atenciones cobren un estilo algo mecánico e impersonal. Muchas veces, tampoco, las familias saben hoy a ciencia cierta con que palabras afrontar esta situación relativamente poco familiar y aportar ayuda a los moribundos. No siempre resulta fácil mostrar a las personas que están a punto de morir que no han perdido su significado para otras personas (Elias, 1989, p. 80-81).
b. La muerte en familia
Para los ancianos en familia vemos que en la medida en que han logrado
mantener sus posiciones y relaciones sociales su percepción de la muerte tiene
un carácter más reflexivo. Esto es evidente en el hecho de que estos ancianos
tienen una actitud más participativa frente a la organización de su muerte.
Respecto a esto Pastor resulta ejemplar:
Yo desde muchacho, recién casado, me fueron a vender lotes en los jardines del recuerdo. Compré diez para que el que se fuera muriendo de la familia pues le facil itábamos nosotros mismos o si nos moríamos irnos enterrando. Felizmente no tenemos sino dos huecos de esos ocupados, los otros ocho están esperando turno para ver quién llega primero.
De igual manera, Clarisa está preparada para su muerte:
Yo tengo comprado el hábito y la Virgen del Carmen. Tengo todo listo. No nos gusta la incineración y nos gusta la bóveda. Nos gusta es la tierra para no tener que estar sacando restos.
A diferencia de los ancianos del hogar que en sus respuestas mostraban cierta
indiferencia frente al prospecto de su muerte, vemos que los ancianos en familia
tienen una idea muy clara de cuál debe ser el manejo que se les dé a sus cuerpos
una vez perezcan. En general, frente a las preguntas de la muerte los ancianos se
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mostraron mucho más abiertos a tratar el tema. Frente a la pregunta de cómo le
gustaría morir, Pastor dijo:
Que a mí no me lleven a entubarme y hacerme esa cuestión. Que a mí me entierren como me muera, en donde me muera. No en donde me muera pero sí que si me muero en un bar que no me vayan a enterrar en el bar, pero sí, es decir, lo normal. Pero que a mí no me amortajen, que no me envuelvan, que no me hagan piruetas ni nada de eso por que no tiene sentido. Si me muero como estoy ahoritica que me entierren así. Si estoy de frac que me entierren con mi frac puesto, si estoy en calzoncil los que me entierren así, no tienen que ponerse ni a vestirme, ni adornarme, ni pintarme. Yo como cualquier ser humano, sin misterios de ninguna clase, es lo que yo les he pedido, es lo que llaman una muerte digna.
Y Matilde dijo:
Pues yo digo: la muerte para mí es cuando Dios quiera pero me gustaría morir con toda mi familia. Tengo presente que quiero morirme en mi casa. Si no se puede, si Dios no quiere, no se puede pero para mi eso es lo que quiero. ¿Por qué? Por el amor que le tengo y el apego que les tengo a mis hijos, hasta en la muerte quiero estar con ellos.
En este sentido podemos comprender como el convivir con la familia es
significativo para el tipo de relación que el anciano establece con su muerte. En la
medida en que les es posible mantener una posición de poder dentro de sus
familias, los ancianos logran hacer su voluntad en cuanto a la organización del
final de sus vidas.
En particular, la posibilidad que han tenido estos ancianos de mantener su
independencia financiera, les ha permitido considerar su muerte como algo que
pueden organizar libremente. Por su parte, Matilde y Pastor, al mantener sus roles
de cabeza de familia, enfatizan el hecho de haber asegurado su bienestar
económico para la vejez, lo cual les brinda la seguridad de que podrán ejercer un
mayor grado de control sobre su propia muerte. En este sentido, la ausencia de
una institución como mediadora entre los deseos de la familia y los deseos del
individuo posibilita un mayor grado de incidencia en las decisiones por parte del
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anciano. Esto a su vez, permite aminorar la puesta en práctica del secuestro de la
muerte que evidencia una institución como el hogar de retiro. El hecho de que
Pastor exija una muerte digna, y de que Matilde quiera morir en su casa con su
familia, claramente demuestra una inclinación en contra del ideal moderno en el
cual la muerte se sufre aisladamente en un hospital bajo el cuidado de
profesionales. El deseo de no querer ser entubado e internado en un hospital
representa la necesidad en los ancianos de permanecer socialmente vigentes en
el contexto familiar que, hacia el final de la vida puede llegar a ser el único
referente social que tienen. La posibilidad de ejercer esta voluntad es lo que les
permite a los ancianos validar su posición.
c. La muerte solitaria
Para el caso de las ancianas que viven solas su muerte también es un evento
sobre el cual ellas tienen incidencia. De hecho, el vivir solas pone en sus manos
un mayor grado de responsabilidad en cuanto a la organización de su muerte.
Marina, por ejemplo, y acaso por su situación de desarraigo social, tiene
concebida su muerte hasta el más ínfimo detalle:
Sí, tengo una póliza de servicio funerario. Póliza de vida no tengo porque lo que tenia me lo pagaron cuando el accidente. Y estoy organizada en ese aspecto y estoy organizando mi vida como quien está alistando las maletas por si las moscas, por si las moscas llegan más pronto. (…) He dicho que no quiero que me lleven a ninguna sala de muertos, allá donde esas funerarias. Sino que quiero que me dejen en mi propia cama, aquí entre mis l ibros, entre mi biblioteca y mi galería. Que me dejen ahí y que me pongan música surtida. Ya como música de piano de ese francés. Entonces que me pongan música y que me vistan con una pijama de satín amaril la. Que me dejen en eso y cuando ya me saquen sea directamente a cremarme. Pero que no se vayan a poner en cosas de funeraria ni en escándalos ni en nada de esas cosas, una cosa muy privada.
Por su parte, Lolita también tiene una idea de cómo quiere que sea su muerte:
Yo así que haya hecho algún plan, yo tengo con mi marido, el está en los Jardines de Paz entonces yo tengo mi lote, pero me gusta por ejemplo la cremación, eso es genial, por que eso listo, una misa y lo bajan allá y ya.
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Vivir solas entonces las ha hecho más reflexivas frente al hecho de morir pues les
proporciona un mayor grado de libertad a la hora de escoger cómo será
organizada su muerte. Por otro lado, las ancianas también muestran un
sentimiento de calma frente al prospecto de la muerte que podemos explicar
desde su misma situación de soledad. En efecto, estas mujeres se encuentran
solas porque han tenido un contacto directo con la muerte. Marina perdió a su hijo
y a su nieto en un accidente del cual ella fue la única sobreviviente. Por eso frente
a la muerte ella dice:
Me siento que no le tengo temor, como ya la conocí. Yo ya viajé con mis dos niños sino que ellos me llevaban la delantera. Yo los veía. O lo viví o lo vivió el subconsciente. Yo los vi que iban delante de mí y yo detrás y yo a alcanzarlos y no alcanzaba hasta que se me desaparecieron. Íbamos por como una cosa grisosa así como vaporosa y ellos entraron a una luz bril lante y yo me quedé en la oril la y quedé despistada pero yo no podía entrar, yo me quede ahí parada desconcertada. Después el viaje de regreso.
También Lolita se encuentra sola porque han muerto aquellos con los que vivía
anteriormente. Lolita cuidó la vejez y la muerte de su marido y de su madre. En
este sentido, estas mujeres han tenido una experiencia directa de la muerte y de
los moribundos. A diferencia de los residentes del hogar de retiro que
experimentan la muerte higienizada de extraños, estas mujeres vivieron la muerte
de familiares cercanos lo cual puede explicar por qué muestran un mayor grado
de reflexión frente a la muerte.
4.2 La religiosidad como estrategia de supervivencia
Partiendo del trabajo de Shilling (1993) podemos entender como la muerte es un
problema fundamental para el ser humano. Shilling resalta el trabajo de Berger y
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su argumento que muestra como los seres humanos, debido a su constitución
biológica se ven obligados a construir su mundo y darle significado a estas
construcciones. Sin embargo esto plantea una paradoja pues los humanos
necesitan que estas construcciones adopten la apariencia de certidumbres con
significados permanentes. En otras palabras, la gente debe incorporar a su “sí
mismo” un significado, pero este significado debe asumir la apariencia de una
realidad objetiva. En este contexto, los sistemas de significado compartido se
vuelven para los humanos una manera esencial de esconderse de la contingencia
de sus acciones y de la fragilidad de sus identidades incorporadas. En su nivel
más amplio, ha sido la religión aquella que ha provisto a los humanos con una
visión compartida y sistemática del mundo y la identidad de sus individuos. Frente
a la muerte, los sistemas compartidos de significado asumen una importancia
particular. En la medida en que el saber de la muerte no puede ser evadido por lo
humanos, en toda sociedad existe el requerimiento de crear legitimaciones de la
realidad social de cara a la muerte. La religión ha ocupado tradicionalmente este
rol pues sitúa al individuo dentro de una realidad que lo encierra y lo trasciende al
mismo tiempo que tiene un significado permanente y ordenado (Shilling, 1993).
La religión católica, particularmente, ha logrado difundir lo que Bauman llama una
estrategia de supervivencia que consiste en una negación de la muerte en el
sentido de que concibe la vida y la muerte como formas intercambiables de un
mismo ser eterno. Negar la muerte por medio de insistir en la inmortalidad
personal hace posible en los creyentes trascender sus limitaciones corporales
creyendo que la muerte del cuerpo no significa la muerte de la persona. En los
ancianos que entrevistamos en los tres estilos de vida, el acogimiento de esta
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estrategia de supervivencia resulto común a todos. Los ancianos, entonces, no
ven la muerte como el fin absoluto de sus “sí mismos” sino que la consideran
como una etapa dentro de proceso que continúa en el más allá.
Esto nos ayuda a entender por qué frente a la pregunta sobre sus sentimientos
ante la muerte, todos dieron respuestas similares. Matilde es un caso ilustrativo:
Pues yo digo, mis sentimientos, desde joven, digo, cuando el Señor lo llama a uno, uno no tiene que escapar, que se haga su santísima voluntad. Pienso, no le hago mal nadie, no le quito a nadie, no le quito el honor a nadie. Eso es lo que uno tiene que llevar ante Dios. Eso. Yo estoy consciente de eso y por eso procuro siempre obrar bien, ayudar al que yo pueda, que yo soy pobre pero yo ayudo a mucha gente, porque yo sé que esas son las obras que me van a servir ante los ojos de Dios. El resto no. Pero no, el día que el Señor diga, hasta aquí fue, uno no sabe, ni a que horas, ni cuando, ni nada. Y si es una enfermada que Dios le mande a uno para purificarlo, yo creo que la acepto con paciencia.
En general, en los ancianos no se produce el miedo a la muerte que cabría
suponer por el hecho de tenerla más cerca. En efecto, todos los ancianos tienen
la creencia en algún tipo de vida o existencia después de la muerte que niega el
fin del “sí mismo”. Libardo por ejemplo dijo al respecto:
Bueno, pues yo tengo la idea y según me han inculcado hay un cielo que de acuerdo con la vida que haya llevado la persona se hace acreedor a vivir en un estado de felicidad, de enterna felicidad y de vivir para toda la vida. Entonces a mí no me asusta la vida, no le tengo miedo a la muerte. Entonces espiritualmente me siento muy bien gracias a Dios.
Clarisa por su parte tiene una idea similar:
Es que uno sabiendo vivir sabe cómo va a ser la muerte y quién es lo que lo va a recibir según la vida que uno lleve. Porque uno llevando una vida organizada, de oír la misa cuando pueda, comulgar cuando mi Dios le ayuda y eso, ya tiene asegurado, porque me voy a pensar en el mañana sabiendo que Dios lo está cuidando y Dios lo esta vigilando y está sabiendo que son los pensamientos que yo estoy haciendo. Eso al que le va mal es al que piensa mal. Una buena vida tiene una buena muerte y sabe que salió de este mundo pero fue a vivir mejor. Dicen que la vida del cielo no tiene comparación. Que los ángeles y los santos saben recibir a aquellas personas que supieron vivir y que los supieron comprender. Eso hay que tener esa fe. Las personas que son incrédulas o tienen problemas de fe, esas son las que complican la vida y hacen la vida insoportable, pero uno viviendo como cristiano, siendo bautizado, sabiendo lo que le enseñaron en la casa, sabiendo cuáles son los mandamientos que tiene que guardar no tiene por qué vivir preocupado. Yo no, a mí no me da nada, y ya ve que tengo esos años que tengo. El día que la muerte venga en todas estas, está uno bien preparadito y si se murió la muerte es para todo el mundo. ¿Acaso la muerte es para mí sola?
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En estos testimonios vemos como el problema de la muerte es diferido por medio
de una asimilación de la enseñanza católica que le da significado a la muerte a
partir del valor simbólico que el individuo le atribuye a su propia vida. En la medida
en que los ancianos piensan que han tenido vidas satisfactorias, asumen que su
muerte y la vida posterior también lo será. Esto explicaría el grado de resignación
frente a la muerte que evidencian los ancianos internados en el hogar de retiro. El
verse internados en una institución acrecienta el proceso de desvinculación y los
sentimientos de desarraigo social que en la etapa de la vejez despojan al
individuo de sus sentimientos de validez social. Los ancianos en este contexto,
pueden llegar a sentir que su vida carece de valor y por ende es solo justo esperar
una valoración en el más allá. Bajo esta luz podemos examinar un testimonio
como el de Josefa, cuando dice:
Yo más bien resignada frente a la hora de la verdad, conforme con la voluntad de Dios. Es que ya toca. Quién sabe, en fin. Eso lo de en esta tierra es pasable, todo es poderse presentar uno a la verdad con sus debidos dones, no. Yo espero lo que Dios quiera. Yo me he resignado a la verdad. No hay problema. Sabe uno que tiene que morir, que tiene que desaparecer, que tiene que dejar todo. Esto es pasajero.
Resulta que es el hogar el espacio que permite una asimilación de la estrategia de
supervivencia religiosa más institucional pues al ser regido por monjas, es un
aspecto que incide en gran parte de la rutina diaria. La misa diaria en la capilla del
hogar es un ejemplo de esta característica como también otras actividades de
talante religioso que dirigen las hermanas. De igual manera, el espacio físico del
hogar está surtido de una abundancia de imágenes y figuras religiosas que
enfatizan el carácter católico del lugar. Paradójicamente, este mensaje religioso
se desarrolla en convivencia con el ideal moderno de asistencia aséptica. La
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figura de las monjas se contrapone a la figura del personal médico. Al final
encontramos que al contexto institucional, que de por sí puede ser el más
despersonalizado y mortificante del “sí mismo”, se le contrapone de manera
rigurosa la institución católica la cual hacia el final de la vida, cuando los
regímenes de la salud inevitablemente deben fallar, le proporciona a los ancianos
una rutina religiosa que sirve para aminorar los problemas de la muerte. En los
otros ancianos encontramos que al no estar viviendo dentro de un contexto
religioso de este estilo hay más variedad en cuanto a la idea que se tiene de la
inmortalidad del ser. Aunque Matilde y Clarisa dieron respuestas claramente
entrañadas dentro del dogma católico, Pastor, por ejemplo,, frente a la pregunta
sobre la vida después de la muerte, respondió lo siguiente:
Hay tantas teorías, tantas cosas. Unos creen en reencarnación, otros no creen. La curia la niega. Antes de que la curia la negara la aceptaba porque parece que es una realidad lo de la reencarnación porque no es posible que si Dios quiere que una persona se purifique, se haga buena gente lo consiga en un ratico de vida que tiene, porque es un rato. Sí, yo sí creo en la reencarnación. Mas no es una realidad, puede que sí, puede que no, creo en ella como creo en el amor de una persona, puede que si me quiera o puede que no me quiera. Yo me imagino que sí o me imagino que no y sea lo contrario. Por esto decía yo antes, no se sabe nada porque después de que termina su proceso aquí, no se sabe nada. Todos son suposiciones, unos creemos en una cosa, otros creen otras, las religiones especulan y explotan con unas ideas, otras con otras. ¿Quién tiene la verdadera razón? ¿Quién?
Sin embargo, la fe en Dios es una constante para todos los ancianos lo cual les
permite creer en un orden universal que garantiza su supervivencia mas allá de la
muerte. Todos los ancianos le atribuyeron importancia fundamental a su vida
espiritual y no solo como preparación para la muerte sino como un estilo de vida.
Con todo esto debemos aclarar que a pesar de encontrar esta condición de
espiritualidad en los ancianos, en el trabajo de campo no fue posible determinar si
esta actitud es una condición exclusivamente determinada por el proceso de
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envejecimiento o si acaso solo es una continuación de prácticas y creencias que
se adoptaron desde la niñez. Sin embargo, podemos recurrir al trabajo de Fericgla
(1992) en el cual plantea que:
Según Guttman (1964), con la edad se pasa del dominio activo, a través de la lucha contra el medio exterior, al dominio pasivo, para llegar finalmente al dominio mágico de la realidad, a partir de un replegarse en el propio universo interno. Según este autor, se trata de cambios cognitivos observados en cualquier ser humano y que él ha verificado en diversas culturas y sociedades. Así pues, la cosmovisión de esta última etapa de la evolución individual está orientada por el ontologismo (Fericgla 1992, p. 335).
De esto podemos derivar que los ancianos, dada su proximidad a la muerte,
recuperan la religiosidad como instrumento para combatir la ansiedad que
supone la desintegración de la identidad personal (Fericgla, 1992).
En resumidas cuentas, la religiosidad aparece en la vida de los ancianos como el
último bastión de lucha frente a la desintegración del “sí mismo” que supone la
muerte en cuanto seres físicos y sociales. Creer en la inmortalidad del ser supone
una última salida al problema del envejecimiento una vez se hacen visibles las
señales del deterioro físico que inevitablemente resultarán en la muerte.
5. CONCLUSIONES
Este análisis comparativo de la percepción de la vejez que tienen diversos
individuos pertenecientes a tres estilos de vida diferentes sugiere los siguientes
planteamientos:
El proceso de envejecimiento en el contexto urbano colombiano supone un
proceso de desvinculación. Partiendo de los conceptos de Fericgla (1992)
entendemos que la jubilación, en el sentido de ser una separación sugerida o
forzada de las actividades ocupacionales habituales, representa el comienzo de
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este proceso que tiende a acentuarse a medida que el individuo avanza en edad y
se aproxima a la muerte. Este proceso conlleva una condición de liminalidad para
los ancianos puesto que a medida que envejecen pierden la capacidad de
participar en los roles que anteriormente les brindaban poder y prestigio. Este
proceso de desvinculación significa entonces una desvalorización de la persona
en un contexto diseñado para la acumulación de valor.
Generalmente encontramos que el proceso de desvinculación empieza a operar
en los ancianos desde la iniciativa de sus familiares y en especial de sus hijos.
Una valoración sustentada en las capacidades que designa el sistema cultural
para determinada edad social le permite a los familiares sugerir una disminución
de la actividades que usualmente le han proporcionado su status y sobre las
cuales ha construido su concepción de si mismo. En distintivas ocasiones esta
valoración puede llevar al internamiento del anciano en un hogar de retiro. Para
aquellos ancianos que se encuentran en el hogar de retiro, el proceso de
desvinculación se radicaliza en el sentido en que el hogar presenta muchas de las
características que Goffman analiza para las instituciones totales aunque tienden
a ser ejercidas de manera sugestiva. Particularmente la desculturación que sufre
el individuo al ser internado y las mortificaciones del yo que operan regularmente
en la institución actúan como mecanismos que exacerbaran el proceso de
desvinculación y el estado liminal y de desarraigo social.
Sin embargo, todos los ancianos desarrollan estrategias para lidiar con el proceso
de desvinculación de acuerdo a sus respectivas condiciones de vida. Podemos
recurrir acá al concepto de control para entender la manera como los ancianos
sobrellevan sus situaciones. Para los ancianos en familia la posibilidad de
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mantener una posición de poder dentro del ámbito familiar, lo cual les permite
ejercer control sobre diversos aspectos de la vida comunal, sirve para
contrarrestar la gradual separación del mundo exterior. Para los ancianos que
viven solos es la capacidad de ejercer, prácticamente control absoluto sobre las
actividades que buscan ejercer lo que les permite sobrellevar su situación que sin
embargo presenta un grado de desarraigo social mayor al que evidencian los
ancianos en familia aunque menor al que viven los ancianos en el hogar.
En el hogar, sobrellevar el proceso de desvinculación significa adoptar una
estrategia de adaptación en donde la institución constituye la totalidad del mundo
en el cual se construye una vida placentera y estable. A su vez, el anciano
internado logra implementar un grado de control sobre su cuerpo en sus aspectos
más íntimos que le permite mantener una concepción positiva de su sí mismo.
El concepto de control adquiere otros matices una vez entendemos que la vejez
es de hecho un fenómeno que se vive desde el cuerpo. Cada individuo incorpora
o “encarna” la vejez. El proceso de desvinculación implica una transformación en
el tipo de control que los ancianos ejercen sobre su cuerpo que varía de acuerdo
al estilo de vida en que se halle cada uno. El deterioro gradual que implica la vejez
produce en los ancianos una preocupación mayor por sus cuerpos que se ve
reflejada en la implementación de regímenes de mantenimiento corporal. Los
ancianos entonces modifican sus actitudes corporales que en el pasado estaban
determinadas por su tipo de ocupación y por su condición de género. Esto
conduce a una actitud corporal marcada por las pautas que genera el discurso
moderno que promueve la adopción de regímenes de cuidado corporal con el fin
de mantener el cuerpo luciendo y funcionando adecuadamente. En el contexto
74
institucional del hogar, se impone directamente este discurso sobre los ancianos
por medio del personal médico especializado. Para los ancianos en familia, el
discurso puede verse reforzado por los mismos familiares. Para los ancianos que
viven solos es el hecho de vivir en soledad lo que puede aumentar la
preocupación sobre el cuerpo. Sin embargo, el grado de ansiedad frente al
deterioro del cuerpo en los ancianos es mesurado ya que a lo largo de sus vidas
no dedicaron enormes esfuerzos en construir sus identidades personales a partir
de sus cuerpos. Debido a esto, los ancianos ven la vejez como un fenómeno que
solo afecta el aspecto exterior de la persona y no atenta contra la integridad del “sí
mismo”. El envejecimiento es visto como una “máscara” que esconde la identidad
esencial de la persona.
Los regímenes corporales y el conocimiento médico inevitablemente deben
fracasar frente a la muerte. Los ancianos ineludiblemente perderán el control
sobre sus cuerpos. La muerte, que en el mundo moderno se concibe como un
evento que se debe secuestrar de la vida publica (la internación en un hogar de
retiro siendo uno de los síntomas mas claros de esta concepción), para los
ancianos no significa una anulación del “sí mismo”. En el medida en que el
deterioro físico hace visible la inocuidad de los ejercicios, la dietas y los
medicamentos, negar la muerte deja de ser un esfuerzo corporal y pasa a ser un
trabajo espiritual. Los ancianos recurren a una estrategia de supervivencia
basada en la religiosidad. Esta permite concebir la muerte no como el fin absoluto
sino como un tránsito hacia una vida eterna llena de goces y dichas.
En conclusión, podemos decir que el envejecimiento supone un proceso de lucha
contra la desintegración del “sí mismo”. Desde que entra a operar el proceso de
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desvinculación, los ancianos acogen diferentes estrategias para contrarrestar
este suceso. En la medida en que los ancianos que entrevistamos, a lo largo de
sus vidas construyeron su identidad a partir de sus roles sociales (laborales y
familiares), la muerte social aparece como el resultado mas catastrófico del
envejecimiento y aquel que produce mayor ansiedad en los ancianos. Mantener
una posición de poder y respeto frente a la gente que conforma su circulo social
se convierte en el principal interés del anciano y aquello por lo que lucha
diariamente consciente e inconscientemente. Mantener cierto grado de control
sobre su entorno social (ya sea este conformado por su familia, sus amigos o sus
co-residentes) y en últimas sobre su cuerpo, es la estrategia que adopta el
anciano para contrarrestar la desvalorización de la persona que implica el proceso
de desvinculación en una sociedad diseñada para la acumulación de valor.
Cuando esta estrategia falla, los ancianos recurren a la fe en dios como medio
que asegura el carácter esencial y eterno de su “sí mismo”. Teniendo esto en
cuenta podemos decir que de los tres estilos de vida que analizamos, aquel que
atenta en mayor medida contra la integridad del “sí mismo” es el hogar de retiro y
por tal es aquel que requiere un mayor esfuerzo del anciano para mantener
intacta su identidad. La vida en familia aparece como el contexto más favorable
siempre y cuando el anciano pueda mantener un rol que le permita participar
activamente de la toma de decisiones y no ocurra lo que sucede en muchas
familias donde el anciano se convierte en una carga o un estorbo hasta el punto
de que el anciano asume ese papel. La vida solitaria se presenta como un punto
intermedio en el cual la soledad puede ser tanto una ventaja como un obstáculo.
Depende en fin del grado de aislamiento social que evidencie la persona.
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Claramente se puede vivir solo y, sin embargo, no sentir soledad. A fin de
cuentas, la vejez es tolerable en muchas situaciones siempre y cuando los
ancianos sientan que todavía son considerados adultos relevantes para las
personas que forman parte de su red social. Al final sería óptimo que la muerte
social del individuo no antecediera la muerte física y que los ancianos pudieran
despedirse de este mundo viendo en los ojos de sus más queridos el valor que
dedicaron toda su vida a construir.
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