Diamon, Larry (1997), "Repensar la sociedad civil", en Metapolítica, no. 2, volumen 1, abril-...
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REPENSAR LA SOCIEDAD CIVIL Larry Diamond
Investigador de la Hoover Institution (Stanford)
Codirector de la Revista Journal of Democracy y
Codirector del International Forum For Demócratic Studies
En la tercera ola de democratización global en curso, ningún fenómeno ha capturado
más vivamente la imaginación de los académicos, observadores y activistas
democráticos como el de la "sociedad civil". ¿Qué podría ser más conmovedor que las
historias de aguerridas bandas de estudiantes, escritores, artistas, sacerdotes, maestros,
obreros y madres desafiando la duplicidad, la corrupción y la dominación brutal de los
Estados autoritarios? ¿Podría alguna visión ser más inspiradora para los demócratas que
aquella vista en Manila en 1986, cuando cientos de miles de ciudadanos organizados y
pacíficos salieron a las calles a reclamar el fraude electoral y a forzar a Ferdinand Marcos
a salir mediante el pacífico "poder de la gente"?
Sin embargo, el derrocamiento de regímenes autoritarios a través de oposiciones
democráticas movilizadas masiva y popularmente no ha sido la norma. La mayoría de las
transiciones democráticas han sido prolongadas y negociadas (si no largamente
controladas desde arriba por los autoritarios en escena). Con todo, aún en tales
transiciones negociadas y controladas, los estímulos para la democratización y en
particular la presión para concluir el proceso han provenido por lo general de la
"resurrección de la sociedad civil", la reestructuración del espacio público y la
movilización de toda clase de grupos independientes y movimientos populares.1
Si el renovado interés en la sociedad civil puede trazar su origen teórico en Alexis de
Tocqueville, parece emocional y espiritualmente en deuda con Jean‐Jacques Rousseau
por su romantización del "pueblo" como una fuerza para el bien común, lista para hacer
valer la voluntad democrática contra una pequeña y malvada autocracia. Tales imágenes
de movilización popular son difundidas por el pensamiento contemporáneo en relación
con el cambio democrático en Asia, América Latina, Europa del Este y África ‐y no sin
razón‐.
En Corea del Sur, Taiwan, Chile, Polonia, China, Checoslovaquia, Sudáfrica, Nigeria y
Benin (para dar solamente una lista parcial), la amplia movilización de la sociedad civil
fue una fuente crucial de presión para el cambio democrático. Los ciudadanos
impulsaron su desafío a la autocracia no sólo como individuos sino también como
miembros de movimientos estudiantiles, iglesias, asociaciones profesionales, grupos de
mujeres, sindicatos, organizaciones de derechos humanos, grupos productores, la
prensa, asociaciones civiles, etcétera.
1 G. O'Donnell y P.C. Schmitter, Transitions from Authoritarian Rule: Tentative Conclusions about Uncertain Democracies, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1986, Cap. 5.
En la actualidad es claro que se debe estudiar la sociedad civil para comprender el
cambio democrático alrededor del mundo. Sin embargo, dicho estudio provee a menudo
una visión unidimensional peligrosamente engañosa. Entender el papel de la sociedad
civil en la construcción de la democracia requiere una conceptualización más compleja y
una teoría más estructurada. La simplista antinomia entre Estado y sociedad civil,
encerrada en una lucha de suma cero, no lo hará. Necesitamos especificar con mayor
precisión qué es y qué no la sociedad civil, e identificar sus muchas variaciones en forma
y carácter. Necesitamos comprender no sólo las diversas maneras en que puede servir a
la democracia, sino también las tensiones y contradicciones que genera y puede
alcanzar. Necesitamos pensar sobre las características de la sociedad civil que más
pueden servir para desarrollar y consolidar la democracia. Asimismo, necesitamos
formar un cuadro más realista de los límites de las contribuciones potenciales de la
sociedad civil a la democracia y, por consiguiente, del relativo énfasis que los demócratas
deberían poner en la construcción de la sociedad civil, entre los muchos desafíos de la
consolidación democrática.
¿QUÉ ES Y QUÉ NO LA SOCIEDAD CIVIL?
La sociedad civil se concibe aquí como el espacio de la vida social organizada que es
voluntariamente autogenerada, (altamente) independiente, autónoma del Estado y
limitada por un orden legal o juego de reglas compartidas. Es distinta de "la sociedad" en
general, por cuanto involucra a ciudadanos actuando colectivamente en una esfera
pública para expresar sus intereses, pasiones e ideas, intercambiar información, alcanzar
objetivos comunes, realizar demandas al Estado y aceptar responsabilidades oficiales del
Estado. La sociedad civil es una entidad intermediaria entre la esfera privada y el Estado.
Así, excluye la vida familiar e individual, la actividad interior de grupo (v.gr. recreación,
entretenimiento o espiritualidad), las empresas lucrativas de firmas de negocios
particulares y los esfuerzos políticos para controlar el Estado. Los actores en la sociedad
civil necesitan la protección de un orden legal institucionalizado para preservar su
autonomía y libertad de acción. De esta manera, la sociedad civil no sólo restringe el
poder del Estado sino que legitima la autoridad estatal cuando ésta se basa en las reglas
de la ley. Cuando el propio Estado es ilegal y desprecia la autonomía individual y de
grupo, la sociedad civil puede sobrevivir (al menos potencialmente o en forma
disminuida) si sus elementos constitutivos operan de acuerdo con algún conjunto de
reglas compartidas (las cuales, por ejemplo, evitan la violencia y respetan el pluralismo).
Esta es la condición irreductible de su dimensión "civil".2
2 Esta formulación conceptual proviene de numerosas fuentes pero ha sido especialmente influida por N. Chazan, "Africa's Democratic Challenge: Strengthening Civil Society and the State", World Policy Journal, vol. 9, primavera 1992, pp. 279‐308. Véase también E. Shils, "The Virtue of Civil Society", Government and Opposition, vol. 26, invierno 1991, pp. 9‐10, 15‐16; P. Lewis, "Political Transition and the Dilemma of Civil Society in Africa", Journal of International Affairs, vol. 27, verano 1992, pp. 31‐54; M.A. Weigle y J. Butterfield, "Civil Society in Reforming Communist Regimes: The Logic of Emergence", Comparative Politics, vol. 25, octubre 1992, pp. 3‐4; y P.C. Schmitter, "Some Propositions about Civil Society and the Consolidation of Democracy", Documento presentado en una conferencia sobre "Reconfiguring State and Society", Universidad de California‐ Berkeley, 22‐23 de abril, 1993.
La sociedad civil comprende un amplio conjunto de organizaciones, formales e informales.
Estas incluyen grupos que son: a) económicos (asociaciones y redes productivas y
comerciales) ; b) culturales (asociaciones e instituciones religiosas, étnicas, comunales y de
otros tipos que defienden derechos colectivos, valores, creencias y símbolos); c)
informativos y educativos (dedicados a la producción y divulgación ‐con o sin fines de
lucro‐ de conocimiento público, ideas, noticias e información); d) de interés (diseñadas
para promover o defender el funcionamiento común o los intereses materiales de sus
miembros, ya sean trabajadores, veteranos, pensionados, profesionales, etcétera); e) de
desarrollo (organizaciones que combinan recursos individuales para mejorar la
infraestructura, instituciones y calidad de vida de la comunidad); f) con una orientación
específica (movimientos para la protección del medio ambiente, derechos de la mujer,
reformas agrarias o de protección al consumidor); y g) cívicos (que buscan de manera no
partidista mejorar el sistema político y hacerlo más democrático mediante el monitoreo de
los derechos humanos, la educación del voto y la movilización, estudios de opinión,
esfuerzos contra la corrupción, etcétera).
Asimismo, la sociedad civil comprende "el mercado ideológico" y el flujo de información
e ideas. Esto incluye no sólo a los medios de comunicación independientes sino también
a las instituciones que pertenecen al amplio campo de la cultura autónoma y la actividad
intelectual ‐universidades, "tanques del pensamiento", casas editoriales, teatros,
compañías de cine y redes artísticas‐.
Por todo ello, debería ser claro que la sociedad civil no es una simple categoría residual,
sinónimo de "sociedad" o de algo que no es el Estado o el sistema político formal. Más
allá de ser voluntarias, autogeneradas, autónomas y autorreguladas, las organizaciones
de la sociedad civil son distintas de otros grupos sociales en varios aspectos. Primero,
como se subrayó antes, la sociedad civil tiene que ver con fines públicos antes que
privados. Segundo, la sociedad civil se relaciona con el Estado de alguna manera pero no
tiene como objetivo obtener el poder formal o la dirección en el Estado. Por el contrario,
las organizaciones de la sociedad civil buscan del Estado concesiones, beneficios,
cambios en las políticas, asistencia, compensaciones o compromiso. Las organizaciones
cívicas y los movimientos sociales que tratan de cambiar la naturaleza del Estado pueden
calificarse como parte de la sociedad civil, si sus esfuerzos tienen como finalidad el bien
público y no un deseo de alcanzar el poder estatal para el grupo per se. Así, los
movimientos pacíficos para la transición democrática emergen casi siempre de la
sociedad civil.
Una tercera característica es que la sociedad civil implica pluralismo y diversidad. En la
medida en que una organización ‐como las de tipo religiosas fundamentalistas, étnicas
chauvinistas, revolucionarias o un movimiento milenario‐ busca monopolizar un espacio
funcional o político en la sociedad, sosteniendo que representa la única vía legítima,
contradice la naturaleza pluralista y orientada al mercado de la sociedad civil. En relación
con esto hay una cuarta distinción: imparcialidad, que significa que ningún grupo en la
sociedad civil busca representar al conjunto de los intereses de una persona o de una
comunidad. Por el contrario, diferentes grupos representan diferentes intereses.
La sociedad civil es distinta y autónoma no sólo del Estado y de la sociedad en su
conjunto sino también de una cuarta arena de acción social, la sociedad política
(entendida esencialmente como el sistema de partidos). Organizaciones y redes en la
sociedad civil pueden formar alianzas con los partidos, pero si son atrapados por éstos, o
hegemónicos dentro de ellos, cambian de este modo su actividad primaria hacia la
sociedad política y pierden buena parte de su habilidad para desempeñar ciertas
funciones de mediación y de construcción democrática. Paso a examinar ahora más
detalladamente estas funciones.
LAS FUNCIONES DEMOCRÁTICAS DE LA SOCIEDAD CIVIL
La primera y más importante función democrática de la sociedad civil es proveer "las
bases para la limitación del poder estatal, así como del control del Estado por la
sociedad, y finalmente de las instituciones políticas democráticas como los medios más
efectivos para ejercer ese control."3 Esta función tiene dos dimensiones: monitorear y
restringir el ejercicio del poder de los Estados democráticos y democratizar los Estados
autoritarios. Movilizar a la sociedad civil es una de las mejores vías para exponer los
abusos y disminuir la legitimidad de los regímenes no democráticos. Esta función,
desempeñada dramáticamente en muchas transiciones democráticas durante las dos
décadas pasadas, ha catapultado a la sociedad civil que está a la vanguardia del
pensamiento sobre la democracia. Sin embargo, este pensamiento revive la idea de
sociedad civil del siglo XVIII como opuesta al Estado y, como demostraré, tiene sus
peligros si se lleva muy lejos.4
La sociedad civil es también un instrumento vital para limitar el poder de los gobiernos
democráticos, vigilar sus potenciales abusos y violaciones a la ley y someterlos al
escrutinio público. Más aún, una sociedad civil pujante es probablemente más esencial
para consolidar y mantener la democracia que para iniciarla. Pocos desarrollos son más
destructivos para la legitimidad de las nuevas democracias que la creciente y penetrante
corrupción política, particularmente durante períodos de plena reestructuración
económica cuando muchos grupos e individuos son llamados a realizar grandes
sacrificios. Las nuevas democracias después de largos períodos de arbitrariedad y reglas
estáticas, carecen de los medios legales y burocráticos para contener la corrupción. Sin
una prensa libre, robusta e inquisitiva y sin grupos civiles para presionar por la reforma
institucional, es probable que florezca la corrupción.
Segunda, una vida asociativa rica suple el papel de los partidos políticos en la
estimulación de la participación política, incrementando la eficacia política y adiestrando
a los ciudadanos democráticos y promoviendo una percepción de las obligaciones así
como de los derechos de la ciudadanía democrática. Para muchos americanos (cerca de
la mitad de quienes votaron en las elecciones presidenciales), esto parece ahora tan sólo
una típica homilía. Hace un siglo y medio, sin embargo, la participación voluntaria de los
ciudadanos en toda clase de asociaciones fuera del Estado impresionó a Tocqueville
como un pilar de la cultura democrática y de la vitalidad económica en el joven Estados
Unidos: las "asociaciones voluntarias pueden, por lo tanto, ser consideradas como
3 S.P. Huntington, "Will More Countries Become Democratic?", Political Science Quarterly, vol. 9, verano 1984, p. 204. Véase también S.M. Lipset, Political Man, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1981, p. 52. 4 B. Geremek, "Civil Society Then and Now", Journal of Democracy, vol. 3, abril 1992, pp. 3‐12.
grandes escuelas libres, donde todos los miembros de la comunidad van a aprender la
teoría general de la asociación".5
La sociedad civil también puede ser una arena crucial para el desarrollo de otros
atributos democráticos, tales como la tolerancia, la moderación, la voluntad de
compromiso y el respeto a las posiciones opuestas. Estos valores y normas se hacen más
estables cuando emergen de la experiencia y cuando la participación organizativa en la
sociedad civil provee una práctica importante en la defensa y la contestación políticas.
Asimismo, muchas organizaciones cívicas (como la Conciencia, una red de organizaciones
de mujeres que comenzó en Argentina y se ha extendido a otros 14 países
latinoamericanos) están trabajando directamente en las escuelas y entre grupos de
ciudadanos adultos para desarrollar estos elementos de cultura democrática a través de
programas interactivos que demuestran las dinámicas para alcanzar el consenso en un
grupo, la posibilidad del debate respetuoso entre puntos de vista en competencia y los
medios por los cuales la gente puede cooperar para resolver los problemas de sus
propias comunidades.6
Una cuarta forma en que la sociedad civil puede servir a la democracia es creando otros
canales distintos a los partidos políticos, para la articulación, agregación y
representación de intereses. Esta función es particularmente importante para
proporcionar a los grupos tradicionalmente excluidos ‐tales como mujeres y minorías
raciales o étnicas‐ acceso al poder que les ha sido negado en los "escalones superiores
institucionales" de la política formal. Incluso donde (como en Sudamérica) las mujeres
han jugado, mediante varios movimientos y organizaciones, papeles prominentes en la
movilización contra el régimen autoritario, las políticas democráticas y el gobierno
después de la transición se han revertido por lo general a los anteriores patrones
excluyentes. En Europa del Este existen muchos signos de deterioro en el estatus político
y social de las mujeres después de la transición. Solamente con una presión sostenida y
organizada desde abajo, en la sociedad civil, puede avanzar la igualdad política y social, y
puede profundizarse así la calidad, responsabilidad y legitimidad de la democracia.7
La sociedad civil provee una fundación especialmente fuerte para la democracia cuando
genera oportunidades para la participación e influye en todos los niveles del gobierno,
incluyendo el nivel local. Históricamente marginado, el nivel local es el más capaz para
afectar la política pública y desarrollar un sentido de eficacia así como de destreza
política. La democratización del gobierno local va de esta manera de la mano con el
desarrollo de la sociedad civil, como una condición importante para la profundización de
5 A. de Tocqueville, Democracy in America, Nueva York, Vintage Books, 2 vols., 1945 (publicación original: 1840), p. 124. 6 M.R. de Martini y S. de Pinedo, "Women and Civil Life in Argentina," Journal of Democracy, vol. 3, julio 1992, pp. 138‐146; y M.R. de Martini, "Civic Participation in the Argentine Democratic Process", en L. Diamond (ed.), The Democratic Revolution: Struggles for Freedom and Pluralism in the Developing World, Nueva York, Freedom House, 1992, pp. 29‐52. 7 G. Waylen, "Women and Democratization: Conceptualizing Gender Relations in Transition Politics", World Politics, vol. 46, abril 1994, pp. 327‐354. Aunque Waylen está de acuerdo con O'Donnell y Schmitter en hablar de los peligros de una excesiva movilización popular durante la transición, la crítica que hace a la literatura sobre la democracia por trivializar el papel de la sociedad civil, es injustamente generalizada e inaplicable en África. Más aún, aceptando el desafío de tratar a las sociedad civil como un fenómeno central importante en la democratización, no es necesario que se acepte la insistencia de Waylen en definir a la democracia para que incluya derechos económicos y sociales por igual.
la democracia y la "transición del clientelismo a la ciudadanía" en América Latina, así
como en el mundo en desarrollo y en el poscomunista.8
Quinta, una sociedad civil ricamente pluralista, en particular en una economía
relativamente desarrollada, tenderá a generar un amplio rango de intereses que pueden
separar, y mitigar así, las principales polaridades del conflicto político. Conforme las
nuevas organizaciones de base y movimientos sociales emergen, diseñan juntos nuevas
formas constitutivas que cruzan a lo largo de líneas de conflicto regionales, religiosas,
étnicas o partidistas. En las dictaduras comunistas derrocadas (y en otras) y en la
movilización por la democracia, estas nuevas formaciones pueden generar un moderno
tipo de ciudadanía que trascienda las divisiones históricas y contenga el resurgimiento
de incipientes impulsos nacionalistas. En la medida en que los individuos tienen
múltiples intereses y pertenecen a una amplia variedad de organizaciones para perseguir
y desarrollar estos intereses, tenderán a asociarse con diferentes tipos de gente que
tiene intereses y opiniones políticas divergentes. Esta actitud tenderá a suavizar la
militancia de sus propias posiciones, genera una perspectiva política más amplia y
sofisticada y, por consiguiente, estimula la tolerancia a las diferencias y una mayor
disposición al compromiso.
Una sexta función de una sociedad civil democrática es reclutar y entrenar a nuevos
líderes políticos. En algunos casos, este es un propósito deliberado de las organizaciones
cívicas. La Fundación Evelio B. Javier en Filipinas, por ejemplo, ofrece programas de
entrenamiento a las bases no partidistas para ser electos candidatos y oficiales a nivel
local y estatal, enfatizando no sólo las aptitudes técnicas y administrativas sino también
las pautas normativas de responsabilidad y transparencia públicas. 9 Más aún, el
reclutamiento y entrenamiento son simplemente un resultado a largo plazo del
funcionamiento exitoso de las organizaciones de la sociedad civil en la medida en que
sus líderes y activistas ganan la destreza y la autoconfianza que los califica para servir en
el gobierno y en los partidos políticos. Aprenden cómo organizar y motivar a la gente, a
debatir temas, a conseguir fondos, hacer presupuestos, publicitar programas,
administrar grupos, conseguir apoyos, negociar acuerdos y construir coaliciones. Al
mismo tiempo, trabajan a nombre de sus representados, o de lo que ellos consideran es
de interés público, y su articulación de alternativas de políticas claras y competentes
puede hacerles ganar un extenso grupo de seguidores políticos. Por lo tanto, grupos de
interés, movimientos sociales y esfuerzos comunitarios de varios tipos pueden entrenar,
fortalecer y confiar en que el público advierte un mayor (y más representativo) conjunto
de potenciales nuevos líderes políticos que puede ser reclutados por otra parte por los
partidos políticos. Dada la tradicional dominación de los hombres en los círculos del
poder, la sociedad civil es una base particularmente importante para el entrenamiento y
reclutamiento de mujeres (y miembros de otros grupos marginados) en posiciones del
poder político formal. Ahí donde el reclutamiento de nuevos líderes políticos dentro de
los partidos políticos establecidos se ha reducido o estancado, esta función de la
sociedad civil puede jugar un papel crucial para revitalizar la democracia y renovar su
legitimidad.
8 J. Fox, "Latin America's Emerging Local Politics", Journal of Democracy, vol. 5, abril 1994, p. 114. 9 D. Pascual, "Organizing People Power in the Philippines", Journal of Democracy, vol. 1, invierno 1990, pp. 102‐109.
Séptima, muchas organizaciones cívicas tienen propósitos explícitos de construir la
democracia que van más allá del entrenamiento del liderazgo. Los esfuerzos no
partidistas de monitoreo electoral han sido críticos para desterrar el fraude, aumentar la
confianza del votante, afirmar la legitimidad del resultado o para, en algunos casos
(como en Filipinas en 1986 y Panamá en 1989), demostrar una victoria de la oposición a
pesar del fraude gubernamental. Esta función es particularmente crucial en elecciones
fundantes como aquellas que iniciaron la democracia en Chile, Nicaragua, Bulgaria,
Zambia y Sudáfrica. Institutos y "tanques del pensamiento" democráticos están
trabajando en varios países para reformar el sistema electoral, democratizar los partidos
políticos, descentralizar y abrir el gobierno, fortalecer la legislatura e incrementar la
responsabilidad del gobierno. Y aún después de la transición, organizaciones de
derechos humanos continúan jugando un papel vital en la búsqueda de reformas legales
y judiciales, en la mejora de las condiciones carcelarias y en el logro de un mayor respeto
institucional a las libertades individuales y los derechos de las minorías.
Octava, una vigorosa sociedad civil difunde una información considerable, ayudando así
a los ciudadanos en el logro y defensa colectivos de sus intereses y valores. Mientras que
los grupos de la sociedad civil pueden prevalecer algunas veces temporalmente a fuerza
de actos simples (v.gr. huelgas y demostraciones), generalmente no pueden ser efectivos
para responder a las políticas del gobierno o para defender sus intereses a menos de que
estén bien informados. Esto es aún más cierto en debates sobre políticas militares y de
seguridad nacional, donde civiles en países en desarrollo han adolecido por lo general
del más elemental conocimiento. Una prensa libre es sólo un vehículo para proporcionar
al público un buen número de noticias y perspectivas alternas. Las organizaciones
independientes pueden también dar a los ciudadanos información importante sobre las
actividades del gobierno que no depende de lo que el gobierno dice que está haciendo.
Esta es una técnica vital de las organizaciones de derechos humanos: al contradecir la
historia oficial hacen más difícil de cubrir la represión y los abusos del poder.
La difusión de nueva información e ideas es esencial para lograr la reforma económica
en una democracia, y esta es una novena función que la sociedad puede jugar. Mientras
que las políticas económicas de estabilización deben ser implementadas por lo general
de manera rápida, forzada y unilateral por los ejecutivos electos en situaciones de crisis,
las reformas económicas más estructurales ‐privatización, liberalización industrial y
financiera‐ parecen ser más sustentables y de largo plazo (o en muchos países
poscomunistas, sólo factibles) cuando se persiguen mediante los procesos democráticos.
Una reforma económica exitosa requiere el apoyo de coaliciones políticas en la sociedad
y la legislatura. Tales coaliciones no son espontáneas; deben ser creadas. Aquí el
problema no es tanto la escala, la autonomía y los recursos de la sociedad civil sino su
distribución a través de intereses. Intereses viejos y establecidos que se resisten a perder
por la reforma tienden a organizarse en formaciones tales como sindicatos y redes de
sectores estatales, que incluyen a las autoridades de las empresas estatales o a los
propietarios de industrias favorecidas para controlar a los jefes de los partidos. Estos son
precisamente los intereses que se niegan a desaparecer por las reformas económicas
que cierran las industrias ineficientes, reducen la intervención estatal y abren la
economía a una mayor competencia nacional e internacional. Los intereses más nuevos y
difusos que pretenden ganar con la reforma ‐por ejemplo, agricultores, pequeños
empresarios y consumidores‐ tienden a estar débilmente organizados y escasamente
informados acerca de cómo las nuevas políticas terminarán por afectarlos. En Asia,
América Latina y Europa del Este, nuevos actores en la sociedad civil ‐tales como
"tanques del pensamiento sobre políticas económicas, cámaras de comercio, escritores,
periodistas, comentaristas y productores de televisión‐ han comenzado a traspasar las
barreras de la información y la organización, movilizando apoyos para (y neutralizando
las resistencias a) las reformas políticas.
Finalmente, hay una décima función de la sociedad civil ‐a la cual ya me he referido‐ que
se deriva del éxito de la novena. La "libertad de asociación", reflexionaba Tocqueville,
puede, "después de haber agitado a la sociedad por algún tiempo,... fortalecer al final al
Estado."10 Al incrementar la responsabilidad, la capacidad de respuesta, la inclusividad,
la efectividad y, por consiguiente, la legitimidad del sistema político, una sociedad civil
vigorosa proporciona a los ciudadanos respeto para el Estado y un compromiso positivo
con él. Al final, esto aumenta la habilidad del Estado para gobernar y para obtener
obediencia voluntaria de sus ciudadanos. Asimismo, una vida asociativa rica puede hacer
más que las simples demandas al Estado; puede también multiplicar las capacidades de
los grupos para mejorar su propio bienestar, independientemente del Estado. Esfuerzos
de desarrollo efectivos pueden contribuir de esta manera a aligerar la carga de
expectativas puestas en el Estado y a disminuir así los intereses de los políticos,
especialmente a nivel nacional.
CARACTERÍSTICAS DE UNA SOCIEDAD CIVIL DEMOCRÁTICA
No todas las sociedades civiles y las organizaciones de la sociedad civil tienen el mismo
potencial para desempeñar las funciones para la construcción de la democracia
mencionadas arriba. Su habilidad para hacerlo depende de varias características de su
estructura interna y carácter.
Una de estas características tiene que ver con los objetivos y métodos de los grupos en la
sociedad civil. Las oportunidades para desarrollar democracias estables aumentan
significativamente si la sociedad civil no contiene grupos de interés maximalistas y no
comprometidos o grupos con fines y métodos antidemocráticos. En la medida en que un
grupo busca conquistar el Estado o a otros competidores, o rechaza las reglas de la ley y
la autoridad del Estado democrático, no es en absoluto un componente de la sociedad
civil, pero sí puede hacer mucho daño a las aspiraciones democráticas. Grupos de interés
poderosos empujan a los partidos hacia promesas políticas populistas y extremas,
polarizando el sistema de partidos, y posibilitan en mayor medida la represión estatal
que puede tener un carácter amplio e indiscriminado, debilitando o radicalizando los
elementos más democráticos de la sociedad civil.
Una segunda característica importante de la sociedad civil es su nivel de
institucionalización organizacional. Al igual que los partidos políticos, los grupos de
interés institucionalizados contribuyen a la estabilidad, predictibilidad y gobernabilidad
de un régimen democrático. Ahí donde los intereses están organizados de una manera
10 A. de Tocqueville, Democracy in America, vol. 2, p. 126.
estructurada y estable, se facilitan las negociaciones y el crecimiento de redes
cooperativas. Las fuerzas sociales no enfrentan el continuo costo de establecer nuevas
estructuras. Y si la organización espera continuar operando en la sociedad durante un
período ininterrumpido, sus líderes tendrán mayor razón para comprometerse y
responsabilizarse con los grupos que la constituyen, y pueden lograr así un mayor
alcance de los intereses de grupo y de sus objetivos de políticas, más que buscando
maximizar los beneficios inmediatos de una manera irresponsable.
Tercera, el propio carácter internamente democrático de las sociedad civil afecta el
grado en el cual puede socializar a los participantes en formas de conducta democráticas
‐o antidemocráticas. Si los grupos y organizaciones que forman la sociedad civil
funcionan como "grandes escuelas libres" para la democracia, deben funcionar
democráticamente en sus procesos internos de decisión‐elaboración de políticas y de
selección de liderazgo. Constitucionalismo, representación, transparencia,
responsabilidad y rotación de líderes electos dentro de asociaciones autónomas
incrementarán en gran medida la habilidad de esas asociaciones para inculcar tales
valores democráticos y prácticas en sus miembros.
Cuarta, entre más pluralista se vuelve la sociedad civil sin fragmentarse, más benéfica
será la democracia. Algún grado de pluralismo es necesario por definición para la
sociedad civil. El pluralismo ayuda a los grupos en la sociedad civil a sobrevivir y los
impulsa a aprender a cooperar y negociar entre sí. El pluralismo dentro de un sector
dado, como los derechos humanos o laborales, tiene varios efectos benéficos
adicionales. Uno de ellos es que hace a ese sector menos vulnerable (pensando en el
posible costo de debilitamiento en su poder de negociación); la pérdida o represión de
una organización no significa el fin de toda representación organizada. La competencia
puede también contribuir a asegurar la responsabilidad y representatividad,
proporcionando a los miembros la posibilidad de cambiarse a otras organizaciones si la
suya no cumple con estos requisitos.
Finalmente, la sociedad civil sirve mejor a la democracia cuando es compacta,
proporcionando oportunidades individuales para participar en diversas asociaciones y
redes informales en múltiples niveles de la sociedad. Entre más asociaciones existan en
la sociedad civil, es más probable que éstas desarrollen agendas especializadas y
propósitos que no buscan acaparar las vidas de sus miembros en todo su marco
organizativo. Muchas membrecías tienden también a reflejar y reforzar patrones de
fracturas ya superados.
ALGUNAS PRECAUCIONES IMPORTANTES
A la lista anterior de funciones democráticas de la sociedad civil debemos añadir algunas
importantes precauciones. Para comenzar, las asociaciones y los medios de
comunicación pueden desempeñar sus papeles de constructores de la democracia sólo si
tienen cuando menos alguna autonomía del Estado en su financiamiento, operaciones y
situación legal. Más específicamente, existen formas marcadamente diferentes de
organizar la representación de intereses en una democracia. Los sistemas pluralistas
abarcan "asociaciones de interés múltiples, voluntarias, competitivas, no
jerárquicamente ordenadas y autodeterminadas... las cuales no están especialmente
autorizadas, reconocidas, subsidiadas, creadas o controladas por el Estado". Los sistemas
corporativos, en contraste, tienen "asociaciones de interés singulares, no competitivas,
jerárquicamente ordenadas y divididas sectorialmente, que ejercen el monopolio de la
representación y aceptan (de jure o de facto) limitaciones gubernamentales impuestas
en el tipo de líderes que eligen y en los fines y la intensidad de las demandas que
rutinariamente elevan al Estado."11 Algunos países del norte de Europa han operado un
sistema corporativo de representación de intereses al tiempo que funcionan
exitosamente como democracias (a veces incluso mejor, económica y políticamente, que
sus contrapartes pluralistas). Pese a que los acuerdos corporativos están erosionados en
muchas democracias establecidas, existen importantes diferencias en el grado en que los
grupos de interés son competitivos, pluralistas, compartimentalizados, jerárquicamente
ordenados, etcétera.
Mientras que los pactos de estilo corporativo o contratos entre el Estado y asociaciones
de interés de élite pueden contribuir a una dirección macroeconómica estable, los
acuerdos corporativos ponen una seria amenaza a la democracia en regímenes en
transición o de nueva creación. El riesgo aparece mayor en países con una historia de
Estado corporativista autoritario ‐tales como México, Egipto e Indonesia‐, donde el
Estado ha creado, organizado, autorizado, fundado, subordinado y controlado a los
grupos de "interés" (y también a la mayoría de los medios de comunicación que
oficialmente no son de su propiedad y control), con una perspectiva de cooptación,
represión y dominación más que de articular un pacto. En contraste, la transición a una
forma democrática de corporativismo "parece depender mucho del pasado liberal‐
pluralista," el cual está ausente en muchos Estados en desarrollo y poscomunistas.12 Un
nivel bajo de desarrollo económico o la ausencia de una economía de mercado
plenamente funcional aumenta el peligro de que el corporativismo sofoque a la sociedad
civil aún dentro de un marco formalmente democrático, pues sólo existen unos cuantos
recursos autónomos así como pocos intereses organizados en la sociedad.
Mediante la cooptación, agotamiento o estrechamiento de las fuentes más serias de
potencial desafío a su dominación (y minimizando así la cantidad de represión que tiene
que emplearse), un régimen corporativo‐estatal puede alcanzar una vida autoritaria más
larga. Tales regímenes, sin embargo, caen eventualmente bajo la presión de fuerzas
sociales, económicas y demográficas. Un desarrollo socioeconómico exitoso, como en
México e Indonesia, produce una profusión de auténticos grupos de la sociedad civil que
demandan libertad política bajo la ley. Alternativamente, la decadencia social y
económica, junto con la corrupción política masiva, debilita el dominio del Estado
corporativo‐autoritario, socava la legitimidad de sus asociaciones patrocinadoras, y
puede dar paso a movimientos revolucionarios como los frentes fundamentalistas
islámicos en Egipto y Argelia, los cuales prometen la redención popular a través de una
nueva forma de Estado hegemónico.
11 P.C. Schmitter, "Still the Century of Corporatism?" en W. Streeck y P.C. Schmitter (eds.), Private Interest Government: Beyond Market and State, Beverly Hills, Sage Publications, 1984, pp. 99‐100. 12 Ibid., p. 126. Ver pp. 102‐108 para una importante distinción entre corporativismo social (democrático) y corporativismo de Estado.
Sin embargo, la autonomía social puede ir demasiado lejos, incluso para los propósitos
de la democracia. La necesidad de límites en la autonomía es una segunda precaución
que, junto con la primera, crea una mayor tensión en el desarrollo democrático. Una
sociedad civil hiperactiva, confrontadora e implacablemente demandante puede
abrumar a un Estado débil y socavado por la diversidad y magnitud de sus demandas,
dejando poco en el camino para un verdadero sector "público" interesado en el
bienestar social. El propio Estado debe tener suficiente autonomía, legitimidad,
capacidad y apoyo para mediar entre varios grupos de interés y equilibrar sus reclamos.
Este es un dilema de particular presión para nuevas democracias que buscan
implementar reformas económicas necesarias de cara a una fuerte oposición de los
sindicatos, pensionados y de la burguesía protegida por el Estado, por lo que las fuerzas
controversiales en la sociedad civil deben ser educadas y movilizadas, como ya se
argumentó.
En muchas democracias nuevas existe un profundo problema, que resulta de los
orígenes de una sociedad civil profundamente enojada e incluso enérgica en contra de
un Estado abusivo y decadente. Este problema es lo que el economista camerunés
Célestin Monga llama el "déficit civil":
Treinta años de régimen autoritario ha forjado un concepto de indisciplina como un
método de resistencia popular. Para sobrevivir y resistir a leyes y reglas anticuadas, la
gente ha tenido que recurrir al tesoro de su imaginación. Dado que la vida es una larga
batalla contra el Estado, la imaginación colectiva ha conspirado gradualmente para
oponerse con destreza a todo lo que simboliza la autoridad pública.13
En muchos aspectos, un extenso cinismo, indisciplina y alienación semejantes con
respecto a la autoridad estatal ‐incluso a las políticas en su conjunto‐ se presentó
durante décadas de régimen comunista en Europa del Este y en la Unión Soviética, pese
a que llevaron a diferentes (y en Polonia, mucho más extensamente organizadas) formas
de disidencia y resistencia. Algunos países como Polonia, Hungría, las tierras checas y los
estados Bálticos, tienen tradiciones cívicas previas que podrían ser recuperadas. Estos
países tienen por lo general el mayor progreso (aunque todavía parcial) hacia la
reconstrucción de la autoridad estatal en una fundación democrática mientras comienza
a constituirse una sociedad civil liberal‐plural moderna. Aquellos Estados donde las
tradiciones cívicas fueron más débiles y las reglas más predatorias ‐Rumania, Rusia, las
Repúblicas postsoviéticas de Asia Central y muchos países africanos al sur del Sahara‐
enfrentan un tiempo mucho más difícil, con sociedades civiles todavía fragmentadas y
economías de mercado emergentes que todavía permanecen fuera del marco de la ley.
Esta desventaja cívica apunta a una tercera precaución mayor con respecto al valor
positivo de la sociedad civil para la democracia. La sociedad civil debe ser autónoma del
Estado, pero no alienada respecto a él. Debe ser vigilante pero respetuosa de la
autonomía estatal. La imagen de una sociedad civil noble, vigilante y organizada que
observa en todo momento los abusos de un Estado que sólo sirve a sí mismo, que
preserva un simple desprendimiento de su abrazo corrupto, es altamente romántica y de
poca utilidad en la construcción de una democracia viable.
13 C. Monga, "Civil Society and Democratization in Francophone Africa", Documento entregado en la Universidad de Harvard en 1994 y que aparece en una obra en francés del mismo autor: Anthropologie de la colère: Société et démocratie en Afrique Noire, París, L'Harmattan, 1994.
Una cuarta precaución se refiere al papel de los políticos. Los grupos de interés no
pueden substituir a los partidos políticos coherentes con bases de apoyo popular
extensas y relativamente fuertes. Para los grupos de interés no es posible agregar
intereses tan extensos a través de grupos sociales y acciones políticas como hacen los
partidos políticos. No puede tampoco proporcionar la disciplina necesaria para formar y
mantener gobiernos y aprobar la legislación. A este respecto (y no solamente éste), se
puede cuestionar la tesis según la cual una sociedad civil fuerte es estrictamente
complementaria a las estructuras políticas y estatales de la democracia. En la medida en
que los grupos de interés dominan, enervan o excluyen a los partidos políticos como
vehículos y agregadores de intereses, pueden presentar un problema para la
consolidación democrática. Según la famosa tesis de Barrington Moore, "Sin burguesía
no hay democracia," podemos añadir un corolario: "sin un sistema de partidos
coherente, no hay democracia estable". Y en una época en la que los medios
electrónicos, la creciente movilidad y la profusión y la fragmentación de intereses
privados están debilitando las bases organizacionales para partidos y sistemas de partido
fuertes, esto es algo de lo que los demócratas de cualquier lugar necesitan
preocuparse.14
CONSOLIDACIÓN DEMOCRÁTICA
En efecto, una generalización más fuerte y extensa parece estar garantizada: el factor
más importante y urgente en la consolidación de la democracia no es la sociedad civil
sino la institucionalización política. La consolidación es el proceso por el cual la
democracia se amplía y se legitima profundamente entre los ciudadanos al grado de que
se dificulta su caída. La consolidación implica cambios de conducta e institucionales que
normalizan las políticas democráticas y disminuyen su incertidumbre. Esta normalización
requiere la expansión de vías de acceso ciudadanas, el desarrollo de una ciudadanía y
cultura democráticas, la ampliación del reclutamiento y entrenamiento del liderazgo, y
otras funciones que la sociedad civil desempeña. Pero sobre todo, y más urgentemente,
requiere institucionalización política.
A pesar de su impresionante capacidad para sobrevivir años (en algunos casos, una
década o más) de disenso social e inestabilidad y decadencia económicas, muchas
democracias nuevas en América Latina, Europa del Este, Asia y África, colapsarán
probablemente en el mediano plazo a menos que puedan reducir sus ínfimos niveles de
pobreza, inequidad e injusticia social y, a través de reformas orientadas al mercado,
puedan establecer las bases para un crecimiento sostenido. Para estos y otros desafíos
políticos, no solamente son necesarios partidos políticos fuertes sino también
instituciones estatales efectivas. Estos no garantizan políticas geniales y efectivas, pero al
menos aseguran que el gobierno será capaz de elaborar e implementar políticas de
cierto tipo, preferibles a las que simplemente pisotean, son impotentes o están en punto
muerto.
14 J. Linz, "Change and Continuity in the Nature of Contemporary Democracies", en G. Marks y L. Diamond (eds.), Reexamining Democracy: Essays in Honor of Seymour Martin Lipset, Newbury Park, California., Sage Publications, 1992, pp. 184‐190.
Se necesitan instituciones políticas robustas para complementar la reforma económica
bajo condiciones democráticas. Sólo cuando son fuertes, tienen autoridades bien
estructuradas, se apoyan en expertos hasta cierto punto aislados de las presiones diarias
de los políticos, es posible la implementación de medidas reformistas dolorosas y
disruptivas. Sistemas de partido estables y agregativos (es decir, no volátiles o
fragmentados), en los cuales uno o dos partidos fuertemente establecidos obtienen
mayorías electorales, están en mejor posición para resistir estrechos intereses
sectoriales y de clase y para mantener la continuidad de las reformas económicas a
través de las sucesivas administraciones. Legislaturas efectivas pueden algunas veces
obstruir las reformas, pero si están compuestas de partidos fuertes y coherentes, con
tendencias centristas, terminarán haciendo más para reconciliar la democracia y las
reformas económicas, proporcionando una base política de apoyo y algunos medios para
absorber y mediar las protestas sociales. Finalmente, sistemas judiciales autónomos,
profesionales y bien constituidos son indispensables para asegurar el imperio de la ley.
Estas precauciones son moderadas, pero no nulifican mi tesis principal. La sociedad civil
puede, y por lo general debe, jugar un importante papel en la construcción y
consolidación de la democracia. Su papel no es decisivo o el más importante, al menos
inicialmente. Sin embargo, entre más la sociedad civil sea activa, plural, con recursos,
institucionalizada y democrática, y entre más efectiva sea para equilibrar las tensiones
en sus relaciones con el Estado ‐entre autonomía y cooperación, vigilancia y lealtad,
escepticismo y confianza, dogmatismo y civilidad‐ es más probable que surja y se afirme
la democracia.
HEMEROGRAFÍA § Diamond Larry, Repensar la Sociedad Civil, en Revista Metapolítica, número 2, volumen 1, Abril ‐ Junio, México 1997 (traducción de Reyna Carretero y César Cansino), Tomado del Journal of Democracy, vol 5, número 3, Julio de 1994, pp. 4‐ 17.