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REPENSAR LA SOCIEDAD CIVIL Larry Diamond Investigador de la Hoover Institution (Stanford) Codirector de la Revista Journal of Democracy y Codirector del International Forum For Demócratic Studies En la tercera ola de democratización global en curso, ningún fenómeno ha capturado más vivamente la imaginación de los académicos, observadores y activistas democráticos como el de la "sociedad civil". ¿Qué podría ser más conmovedor que las historias de aguerridas bandas de estudiantes, escritores, artistas, sacerdotes, maestros, obreros y madres desafiando la duplicidad, la corrupción y la dominación brutal de los Estados autoritarios? ¿Podría alguna visión ser más inspiradora para los demócratas que aquella vista en Manila en 1986, cuando cientos de miles de ciudadanos organizados y pacíficos salieron a las calles a reclamar el fraude electoral y a forzar a Ferdinand Marcos a salir mediante el pacífico "poder de la gente"? Sin embargo, el derrocamiento de regímenes autoritarios a través de oposiciones democráticas movilizadas masiva y popularmente no ha sido la norma. La mayoría de las transiciones democráticas han sido prolongadas y negociadas (si no largamente controladas desde arriba por los autoritarios en escena). Con todo, aún en tales transiciones negociadas y controladas, los estímulos para la democratización y en particular la presión para concluir el proceso han provenido por lo general de la "resurrección de la sociedad civil", la reestructuración del espacio público y la movilización de toda clase de grupos independientes y movimientos populares. 1 Si el renovado interés en la sociedad civil puede trazar su origen teórico en Alexis de Tocqueville, parece emocional y espiritualmente en deuda con JeanJacques Rousseau por su romantización del "pueblo" como una fuerza para el bien común, lista para hacer valer la voluntad democrática contra una pequeña y malvada autocracia. Tales imágenes de movilización popular son difundidas por el pensamiento contemporáneo en relación con el cambio democrático en Asia, América Latina, Europa del Este y África y no sin razón. En Corea del Sur, Taiwan, Chile, Polonia, China, Checoslovaquia, Sudáfrica, Nigeria y Benin (para dar solamente una lista parcial), la amplia movilización de la sociedad civil fue una fuente crucial de presión para el cambio democrático. Los ciudadanos impulsaron su desafío a la autocracia no sólo como individuos sino también como miembros de movimientos estudiantiles, iglesias, asociaciones profesionales, grupos de mujeres, sindicatos, organizaciones de derechos humanos, grupos productores, la prensa, asociaciones civiles, etcétera. 1 G. O'Donnell y P.C. Schmitter, Transitions from Authoritarian Rule: Tentative Conclusions about Uncertain Democracies, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1986, Cap. 5.

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REPENSAR LA SOCIEDAD CIVIL Larry Diamond 

Investigador de la Hoover Institution (Stanford) 

Codirector de la Revista Journal of Democracy y 

Codirector del International Forum For Demócratic Studies 

 

 

En  la  tercera ola de democratización  global en  curso, ningún  fenómeno ha  capturado 

más  vivamente  la  imaginación  de  los  académicos,  observadores  y  activistas 

democráticos como el de  la "sociedad civil". ¿Qué podría ser más conmovedor que  las 

historias de aguerridas bandas de estudiantes, escritores, artistas, sacerdotes, maestros, 

obreros y madres desafiando  la duplicidad,  la corrupción y  la dominación brutal de  los 

Estados autoritarios? ¿Podría alguna visión ser más inspiradora para los demócratas que 

aquella vista en Manila en 1986, cuando cientos de miles de ciudadanos organizados y 

pacíficos salieron a las calles a reclamar el fraude electoral y a forzar a Ferdinand Marcos 

a salir mediante el pacífico "poder de la gente"? 

Sin  embargo,  el  derrocamiento  de  regímenes  autoritarios  a  través  de  oposiciones 

democráticas movilizadas masiva y popularmente no ha sido la norma. La mayoría de las 

transiciones  democráticas  han  sido  prolongadas  y  negociadas  (si  no  largamente 

controladas  desde  arriba  por  los  autoritarios  en  escena).  Con  todo,  aún  en  tales 

transiciones  negociadas  y  controladas,  los  estímulos  para  la  democratización  y  en 

particular  la  presión  para  concluir  el  proceso  han  provenido  por  lo  general  de  la 

"resurrección  de  la  sociedad  civil",  la  reestructuración  del  espacio  público  y  la 

movilización de toda clase de grupos independientes y movimientos populares.1 

Si el  renovado  interés en  la  sociedad  civil puede  trazar  su origen  teórico en Alexis de 

Tocqueville, parece emocional y espiritualmente en deuda  con  Jean‐Jacques Rousseau 

por su romantización del "pueblo" como una fuerza para el bien común, lista para hacer 

valer la voluntad democrática contra una pequeña y malvada autocracia. Tales imágenes 

de movilización popular son difundidas por el pensamiento contemporáneo en relación 

con el  cambio democrático en Asia, América  Latina, Europa del Este y África  ‐y no  sin 

razón‐. 

En  Corea  del  Sur,  Taiwan,  Chile,  Polonia,  China,  Checoslovaquia,  Sudáfrica,  Nigeria  y 

Benin  (para dar solamente una  lista parcial),  la amplia movilización de  la sociedad civil 

fue  una  fuente  crucial  de  presión  para  el  cambio  democrático.  Los  ciudadanos 

impulsaron  su  desafío  a  la  autocracia  no  sólo  como  individuos  sino  también  como 

miembros de movimientos estudiantiles,  iglesias, asociaciones profesionales, grupos de 

mujeres,  sindicatos,  organizaciones  de  derechos  humanos,  grupos  productores,  la 

prensa, asociaciones civiles, etcétera. 

                                                                 1 G. O'Donnell  y  P.C.  Schmitter,  Transitions  from Authoritarian  Rule:  Tentative  Conclusions  about Uncertain Democracies, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1986, Cap. 5. 

 

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En  la  actualidad  es  claro  que  se  debe  estudiar  la  sociedad  civil  para  comprender  el 

cambio democrático alrededor del mundo. Sin embargo, dicho estudio provee a menudo 

una visión unidimensional peligrosamente engañosa. Entender el papel de  la  sociedad 

civil en la construcción de la democracia requiere una conceptualización más compleja y 

una  teoría  más  estructurada.  La  simplista  antinomia  entre  Estado  y  sociedad  civil, 

encerrada en una  lucha de  suma  cero, no  lo hará. Necesitamos especificar con mayor 

precisión qué es y qué no la sociedad civil, e identificar sus muchas variaciones en forma 

y carácter. Necesitamos comprender no sólo las diversas maneras en que puede servir a 

la  democracia,  sino  también  las  tensiones  y  contradicciones  que  genera  y  puede 

alcanzar.  Necesitamos  pensar  sobre  las  características  de  la  sociedad  civil  que  más 

pueden  servir  para  desarrollar  y  consolidar  la  democracia.  Asimismo,  necesitamos 

formar  un  cuadro más  realista  de  los  límites  de  las  contribuciones  potenciales  de  la 

sociedad civil a la democracia y, por consiguiente, del relativo énfasis que los demócratas 

deberían poner en  la construcción de  la sociedad civil, entre  los muchos desafíos de  la 

consolidación democrática. 

 

¿QUÉ ES Y QUÉ NO LA SOCIEDAD CIVIL?  

La  sociedad  civil  se  concibe  aquí  como  el  espacio de  la  vida  social organizada que  es 

voluntariamente  autogenerada,  (altamente)  independiente,  autónoma  del  Estado  y 

limitada por un orden legal o juego de reglas compartidas. Es distinta de "la sociedad" en 

general,  por  cuanto  involucra  a  ciudadanos  actuando  colectivamente  en  una  esfera 

pública para expresar sus intereses, pasiones e ideas, intercambiar información, alcanzar 

objetivos comunes, realizar demandas al Estado y aceptar responsabilidades oficiales del 

Estado. La sociedad civil es una entidad intermediaria entre la esfera privada y el Estado. 

Así, excluye  la vida familiar e  individual,  la actividad  interior de grupo (v.gr. recreación, 

entretenimiento  o  espiritualidad),  las  empresas  lucrativas  de  firmas  de  negocios 

particulares y los esfuerzos políticos para controlar el Estado. Los actores en la sociedad 

civil  necesitan  la  protección  de  un  orden  legal  institucionalizado  para  preservar  su 

autonomía y  libertad de acción. De esta manera,  la  sociedad  civil no  sólo  restringe el 

poder del Estado sino que legitima la autoridad estatal cuando ésta se basa en las reglas 

de  la  ley.  Cuando  el propio  Estado  es  ilegal  y desprecia  la  autonomía  individual  y de 

grupo,  la  sociedad  civil  puede  sobrevivir  (al  menos  potencialmente  o  en  forma 

disminuida)  si  sus  elementos  constitutivos  operan  de  acuerdo  con  algún  conjunto  de 

reglas compartidas (las cuales, por ejemplo, evitan la violencia y respetan el pluralismo). 

Esta es la condición irreductible de su dimensión "civil".2 

                                                                 2 Esta  formulación  conceptual  proviene  de  numerosas  fuentes  pero  ha  sido  especialmente  influida  por  N. Chazan, "Africa's Democratic Challenge: Strengthening Civil Society and the State", World Policy Journal, vol. 9, primavera 1992, pp. 279‐308. Véase también E. Shils, "The Virtue of Civil Society", Government and Opposition, vol. 26, invierno 1991, pp. 9‐10, 15‐16; P. Lewis, "Political Transition and the Dilemma of Civil Society in Africa", Journal of  International Affairs, vol. 27, verano 1992, pp. 31‐54; M.A. Weigle y J. Butterfield, "Civil Society  in Reforming Communist Regimes: The Logic of Emergence", Comparative Politics, vol. 25, octubre 1992, pp. 3‐4; y  P.C.  Schmitter,  "Some  Propositions  about Civil  Society  and  the Consolidation of Democracy", Documento presentado en una conferencia sobre "Reconfiguring State and Society", Universidad de California‐ Berkeley, 22‐23 de abril, 1993. 

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La sociedad civil comprende un amplio conjunto de organizaciones, formales e informales. 

Estas  incluyen  grupos  que  son:  a)  económicos  (asociaciones  y  redes  productivas  y 

comerciales) ; b) culturales (asociaciones e instituciones religiosas, étnicas, comunales y de 

otros  tipos  que  defienden  derechos  colectivos,  valores,  creencias  y  símbolos);  c) 

informativos  y  educativos  (dedicados  a  la  producción  y  divulgación  ‐con  o  sin  fines  de 

lucro‐  de  conocimiento  público,  ideas,  noticias  e  información);  d)  de  interés  (diseñadas 

para  promover  o  defender  el  funcionamiento  común  o  los  intereses materiales  de  sus 

miembros, ya  sean  trabajadores, veteranos, pensionados, profesionales, etcétera); e) de 

desarrollo  (organizaciones  que  combinan  recursos  individuales  para  mejorar  la 

infraestructura,  instituciones  y  calidad de vida de  la  comunidad);  f)  con una orientación 

específica  (movimientos  para  la  protección  del medio  ambiente,  derechos  de  la mujer, 

reformas agrarias o de protección al consumidor); y g) cívicos (que buscan de manera no 

partidista mejorar el sistema político y hacerlo más democrático mediante el monitoreo de 

los  derechos  humanos,  la  educación  del  voto  y  la movilización,  estudios  de  opinión, 

esfuerzos contra la corrupción, etcétera). 

Asimismo, la sociedad civil comprende "el mercado ideológico" y el flujo de información 

e ideas. Esto incluye no sólo a los medios de comunicación independientes sino también 

a las instituciones que pertenecen al amplio campo de la cultura autónoma y la actividad 

intelectual  ‐universidades,  "tanques  del  pensamiento",  casas  editoriales,  teatros, 

compañías de cine y redes artísticas‐. 

Por todo ello, debería ser claro que la sociedad civil no es una simple categoría residual, 

sinónimo de "sociedad" o de algo que no es el Estado o el sistema político formal. Más 

allá de ser voluntarias, autogeneradas, autónomas y autorreguladas,  las organizaciones 

de  la  sociedad  civil  son distintas de otros grupos  sociales en varios aspectos. Primero, 

como  se  subrayó  antes,  la  sociedad  civil  tiene  que  ver  con  fines  públicos  antes  que 

privados. Segundo, la sociedad civil se relaciona con el Estado de alguna manera pero no 

tiene como objetivo obtener el poder formal o la dirección en el Estado. Por el contrario, 

las  organizaciones  de  la  sociedad  civil  buscan  del  Estado  concesiones,  beneficios, 

cambios en  las políticas, asistencia, compensaciones o compromiso. Las organizaciones 

cívicas y los movimientos sociales que tratan de cambiar la naturaleza del Estado pueden 

calificarse como parte de la sociedad civil, si sus esfuerzos tienen como finalidad el bien 

público  y  no  un  deseo  de  alcanzar  el  poder  estatal  para  el  grupo  per  se.  Así,  los 

movimientos  pacíficos  para  la  transición  democrática  emergen  casi  siempre  de  la 

sociedad civil. 

Una tercera característica es que  la sociedad civil  implica pluralismo y diversidad. En  la 

medida en que una organización  ‐como  las de  tipo religiosas  fundamentalistas, étnicas 

chauvinistas, revolucionarias o un movimiento milenario‐ busca monopolizar un espacio 

funcional  o  político  en  la  sociedad,  sosteniendo  que  representa  la  única  vía  legítima, 

contradice la naturaleza pluralista y orientada al mercado de la sociedad civil. En relación 

con esto hay una cuarta distinción:  imparcialidad, que significa que ningún grupo en  la 

sociedad civil busca  representar al conjunto de  los  intereses de una persona o de una 

comunidad. Por el contrario, diferentes grupos representan diferentes intereses. 

La  sociedad  civil  es  distinta  y  autónoma  no  sólo  del  Estado  y  de  la  sociedad  en  su 

conjunto  sino  también  de  una  cuarta  arena  de  acción  social,  la  sociedad  política 

(entendida  esencialmente  como  el  sistema de partidos). Organizaciones  y  redes  en  la 

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sociedad civil pueden formar alianzas con los partidos, pero si son atrapados por éstos, o 

hegemónicos  dentro  de  ellos,  cambian  de  este modo  su  actividad  primaria  hacia  la 

sociedad  política  y  pierden  buena  parte  de  su  habilidad  para  desempeñar  ciertas 

funciones  de mediación  y  de  construcción  democrática.  Paso  a  examinar  ahora más 

detalladamente estas funciones. 

 

LAS FUNCIONES DEMOCRÁTICAS DE LA SOCIEDAD CIVIL  

La primera  y más  importante  función democrática de  la  sociedad  civil es proveer  "las 

bases  para  la  limitación  del  poder  estatal,  así  como  del  control  del  Estado  por  la 

sociedad, y finalmente de  las  instituciones políticas democráticas como  los medios más 

efectivos para ejercer ese  control."3 Esta  función  tiene dos dimensiones: monitorear y 

restringir el ejercicio del poder de  los Estados democráticos y democratizar  los Estados 

autoritarios. Movilizar  a  la  sociedad  civil  es  una de  las mejores  vías para  exponer  los 

abusos  y  disminuir  la  legitimidad  de  los  regímenes  no  democráticos.  Esta  función, 

desempeñada  dramáticamente  en muchas  transiciones  democráticas  durante  las  dos 

décadas  pasadas,  ha  catapultado  a  la  sociedad  civil  que  está  a  la  vanguardia  del 

pensamiento  sobre  la  democracia.  Sin  embargo,  este  pensamiento  revive  la  idea  de 

sociedad  civil  del  siglo  XVIII  como  opuesta  al  Estado  y,  como  demostraré,  tiene  sus 

peligros si se lleva muy lejos.4 

La sociedad civil es también un  instrumento vital para  limitar el poder de  los gobiernos 

democráticos,  vigilar  sus  potenciales  abusos  y  violaciones  a  la  ley  y  someterlos  al 

escrutinio público. Más aún, una sociedad civil pujante es probablemente más esencial 

para consolidar y mantener la democracia que para iniciarla. Pocos desarrollos son más 

destructivos para la legitimidad de las nuevas democracias que la creciente y penetrante 

corrupción  política,  particularmente  durante  períodos  de  plena  reestructuración 

económica  cuando  muchos  grupos  e  individuos  son  llamados  a  realizar  grandes 

sacrificios. Las nuevas democracias después de largos períodos de arbitrariedad y reglas 

estáticas, carecen de  los medios  legales y burocráticos para contener  la corrupción. Sin 

una prensa libre, robusta e inquisitiva y sin grupos civiles para presionar por la reforma 

institucional, es probable que florezca la corrupción. 

Segunda,  una  vida  asociativa  rica  suple  el  papel  de  los  partidos  políticos  en  la 

estimulación de la participación política, incrementando la eficacia política y adiestrando 

a  los  ciudadanos democráticos  y promoviendo una percepción de  las obligaciones  así 

como de los derechos de la ciudadanía democrática. Para muchos americanos (cerca de 

la mitad de quienes votaron en las elecciones presidenciales), esto parece ahora tan sólo 

una típica homilía. Hace un siglo y medio, sin embargo, la participación voluntaria de los 

ciudadanos  en  toda  clase  de  asociaciones  fuera  del  Estado  impresionó  a  Tocqueville 

como un pilar de la cultura democrática y de la vitalidad económica en el joven Estados 

Unidos:  las  "asociaciones  voluntarias  pueden,  por  lo  tanto,  ser  consideradas  como 

                                                                 3 S.P. Huntington, "Will More Countries Become Democratic?", Political Science Quarterly, vol. 9, verano 1984, p. 204. Véase también S.M. Lipset, Political Man, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1981, p. 52. 4 B. Geremek, "Civil Society Then and Now", Journal of Democracy, vol. 3, abril 1992, pp. 3‐12. 

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grandes escuelas  libres, donde  todos  los miembros de  la comunidad van a aprender  la 

teoría general de la asociación".5 

La  sociedad  civil  también  puede  ser  una  arena  crucial  para  el  desarrollo  de  otros 

atributos  democráticos,  tales  como  la  tolerancia,  la  moderación,  la  voluntad  de 

compromiso y el respeto a las posiciones opuestas. Estos valores y normas se hacen más 

estables cuando emergen de  la experiencia y cuando  la participación organizativa en  la 

sociedad civil provee una práctica  importante en  la defensa y  la contestación políticas. 

Asimismo, muchas organizaciones cívicas (como la Conciencia, una red de organizaciones 

de  mujeres  que  comenzó  en  Argentina  y  se  ha  extendido  a  otros  14  países 

latinoamericanos)  están  trabajando  directamente  en  las  escuelas  y  entre  grupos  de 

ciudadanos adultos para desarrollar estos elementos de cultura democrática a través de 

programas  interactivos que demuestran  las dinámicas para alcanzar el consenso en un 

grupo,  la posibilidad del debate respetuoso entre puntos de vista en competencia y  los 

medios  por  los  cuales  la  gente  puede  cooperar  para  resolver  los  problemas  de  sus 

propias comunidades.6 

Una cuarta forma en que la sociedad civil puede servir a la democracia es creando otros 

canales  distintos  a  los  partidos  políticos,  para  la  articulación,  agregación  y 

representación  de  intereses.  Esta  función  es  particularmente  importante  para 

proporcionar  a  los  grupos  tradicionalmente  excluidos  ‐tales  como mujeres  y minorías 

raciales o étnicas‐ acceso al poder que  les ha sido negado en  los "escalones superiores 

institucionales" de  la política  formal.  Incluso donde  (como en Sudamérica)  las mujeres 

han  jugado, mediante varios movimientos y organizaciones, papeles prominentes en  la 

movilización  contra  el  régimen  autoritario,  las  políticas  democráticas  y  el  gobierno 

después  de  la  transición  se  han  revertido  por  lo  general  a  los  anteriores  patrones 

excluyentes. En Europa del Este existen muchos signos de deterioro en el estatus político 

y social de las mujeres después de la transición. Solamente con una presión sostenida y 

organizada desde abajo, en la sociedad civil, puede avanzar la igualdad política y social, y 

puede profundizarse así la calidad, responsabilidad y legitimidad de la democracia.7 

La sociedad civil provee una fundación especialmente fuerte para la democracia cuando 

genera oportunidades para  la participación e  influye en  todos  los niveles del gobierno, 

incluyendo el nivel  local. Históricamente marginado, el nivel  local es el más capaz para 

afectar  la  política  pública  y  desarrollar  un  sentido  de  eficacia  así  como  de  destreza 

política.  La  democratización  del  gobierno  local  va  de  esta manera  de  la mano  con  el 

desarrollo de la sociedad civil, como una condición importante para la profundización de 

                                                                 5 A.  de  Tocqueville, Democracy  in  America, Nueva  York,  Vintage  Books,  2  vols.,  1945  (publicación  original: 1840), p. 124. 6 M.R. de Martini y S. de Pinedo, "Women and Civil Life in Argentina," Journal of Democracy, vol. 3, julio 1992, pp. 138‐146; y M.R. de Martini, "Civic Participation in the Argentine Democratic Process", en L. Diamond (ed.), The  Democratic  Revolution:  Struggles  for  Freedom  and  Pluralism  in  the  Developing  World,  Nueva  York, Freedom House, 1992, pp. 29‐52. 7 G. Waylen,  "Women  and Democratization: Conceptualizing Gender Relations  in  Transition Politics", World Politics, vol. 46, abril 1994, pp. 327‐354. Aunque Waylen está de acuerdo con O'Donnell y Schmitter en hablar de  los peligros de una excesiva movilización popular durante  la  transición,  la crítica que hace a  la  literatura sobre  la democracia por trivializar el papel de  la sociedad civil, es  injustamente generalizada e  inaplicable en África. Más aún, aceptando el desafío de tratar a las sociedad civil como un fenómeno central importante en la democratización, no es necesario que se acepte  la  insistencia de Waylen en definir a  la democracia para que incluya derechos económicos y sociales por igual. 

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la democracia  y  la  "transición del  clientelismo  a  la  ciudadanía" en América  Latina,  así 

como en el mundo en desarrollo y en el poscomunista.8 

Quinta,  una  sociedad  civil  ricamente  pluralista,  en  particular  en  una  economía 

relativamente desarrollada, tenderá a generar un amplio rango de intereses que pueden 

separar,  y mitigar  así,  las  principales  polaridades  del  conflicto  político.  Conforme  las 

nuevas organizaciones de base y movimientos sociales emergen, diseñan  juntos nuevas 

formas  constitutivas que cruzan a  lo  largo de  líneas de conflicto  regionales,  religiosas, 

étnicas  o  partidistas.  En  las  dictaduras  comunistas  derrocadas  (y  en  otras)  y  en  la 

movilización por  la democracia, estas nuevas formaciones pueden generar un moderno 

tipo de ciudadanía que  trascienda  las divisiones históricas y contenga el  resurgimiento 

de  incipientes  impulsos  nacionalistas.  En  la  medida  en  que  los  individuos  tienen 

múltiples intereses y pertenecen a una amplia variedad de organizaciones para perseguir 

y  desarrollar  estos  intereses,  tenderán  a  asociarse  con  diferentes  tipos  de  gente  que 

tiene  intereses  y  opiniones  políticas  divergentes.  Esta  actitud  tenderá  a  suavizar  la 

militancia  de  sus  propias  posiciones,  genera  una  perspectiva  política  más  amplia  y 

sofisticada  y,  por  consiguiente,  estimula  la  tolerancia  a  las  diferencias  y  una mayor 

disposición al compromiso. 

Una  sexta  función  de  una  sociedad  civil  democrática  es  reclutar  y  entrenar  a  nuevos 

líderes políticos. En algunos casos, este es un propósito deliberado de las organizaciones 

cívicas.  La  Fundación  Evelio  B.  Javier  en  Filipinas,  por  ejemplo,  ofrece  programas  de 

entrenamiento a  las bases no partidistas para ser electos candidatos y oficiales a nivel 

local y estatal, enfatizando no sólo las aptitudes técnicas y administrativas sino también 

las  pautas  normativas  de  responsabilidad  y  transparencia  públicas. 9  Más  aún,  el 

reclutamiento  y  entrenamiento  son  simplemente  un  resultado  a  largo  plazo  del 

funcionamiento exitoso de  las organizaciones de  la sociedad civil en  la medida en que 

sus líderes y activistas ganan la destreza y la autoconfianza que los califica para servir en 

el gobierno y en los partidos políticos. Aprenden cómo organizar y motivar a la gente, a 

debatir  temas,  a  conseguir  fondos,  hacer  presupuestos,  publicitar  programas, 

administrar  grupos,  conseguir  apoyos,  negociar  acuerdos  y  construir  coaliciones.  Al 

mismo tiempo, trabajan a nombre de sus representados, o de lo que ellos consideran es 

de  interés público,  y  su  articulación  de  alternativas  de políticas  claras  y  competentes 

puede hacerles ganar un extenso grupo de seguidores políticos. Por lo tanto, grupos de 

interés, movimientos sociales y esfuerzos comunitarios de varios tipos pueden entrenar, 

fortalecer y confiar en que el público advierte un mayor (y más representativo) conjunto 

de potenciales nuevos  líderes políticos que puede ser reclutados por otra parte por  los 

partidos  políticos.  Dada  la  tradicional  dominación  de  los  hombres  en  los  círculos  del 

poder, la sociedad civil es una base particularmente importante para el entrenamiento y 

reclutamiento de mujeres  (y miembros de otros grupos marginados) en posiciones del 

poder político formal. Ahí donde el reclutamiento de nuevos  líderes políticos dentro de 

los  partidos  políticos  establecidos  se  ha  reducido  o  estancado,  esta  función  de  la 

sociedad  civil puede  jugar un papel  crucial para  revitalizar  la democracia y  renovar  su 

legitimidad. 

                                                                 8 J. Fox, "Latin America's Emerging Local Politics", Journal of Democracy, vol. 5, abril 1994, p. 114. 9 D. Pascual, "Organizing People Power in the Philippines", Journal of Democracy, vol. 1, invierno 1990, pp. 102‐109. 

Page 7: Diamon, Larry (1997), "Repensar la sociedad civil", en Metapolítica, no. 2,  volumen 1, abril- junio, México.

Séptima,  muchas  organizaciones  cívicas  tienen  propósitos  explícitos  de  construir  la 

democracia  que  van  más  allá  del  entrenamiento  del  liderazgo.  Los  esfuerzos  no 

partidistas de monitoreo electoral han sido críticos para desterrar el fraude, aumentar la 

confianza  del  votante,  afirmar  la  legitimidad  del  resultado  o  para,  en  algunos  casos 

(como en Filipinas en 1986 y Panamá en 1989), demostrar una victoria de la oposición a 

pesar del  fraude gubernamental. Esta  función es particularmente crucial en elecciones 

fundantes  como  aquellas  que  iniciaron  la  democracia  en  Chile,  Nicaragua,  Bulgaria, 

Zambia  y  Sudáfrica.  Institutos  y  "tanques  del  pensamiento"  democráticos  están 

trabajando en varios países para reformar el sistema electoral, democratizar los partidos 

políticos,  descentralizar  y  abrir  el  gobierno,  fortalecer  la  legislatura  e  incrementar  la 

responsabilidad  del  gobierno.  Y  aún  después  de  la  transición,  organizaciones  de 

derechos humanos continúan jugando un papel vital en la búsqueda de reformas legales 

y judiciales, en la mejora de las condiciones carcelarias y en el logro de un mayor respeto 

institucional a las libertades individuales y los derechos de las minorías. 

Octava, una vigorosa sociedad civil difunde una información considerable, ayudando así 

a los ciudadanos en el logro y defensa colectivos de sus intereses y valores. Mientras que 

los grupos de la sociedad civil pueden prevalecer algunas veces temporalmente a fuerza 

de actos simples (v.gr. huelgas y demostraciones), generalmente no pueden ser efectivos 

para responder a las políticas del gobierno o para defender sus intereses a menos de que 

estén bien  informados. Esto es aún más cierto en debates sobre políticas militares y de 

seguridad nacional, donde civiles en países en desarrollo han adolecido por  lo general 

del más elemental conocimiento. Una prensa libre es sólo un vehículo para proporcionar 

al  público  un  buen  número  de  noticias  y  perspectivas  alternas.  Las  organizaciones 

independientes pueden también dar a los ciudadanos información importante sobre las 

actividades del gobierno que no depende de lo que el gobierno dice que está haciendo. 

Esta es una  técnica vital de  las organizaciones de derechos humanos: al contradecir  la 

historia oficial hacen más difícil de cubrir la represión y los abusos del poder. 

La difusión de nueva  información e  ideas es esencial para  lograr  la reforma económica 

en una democracia, y esta es una novena función que la sociedad puede jugar. Mientras 

que  las políticas económicas de estabilización deben ser  implementadas por  lo general 

de manera rápida, forzada y unilateral por los ejecutivos electos en situaciones de crisis, 

las  reformas  económicas  más  estructurales  ‐privatización,  liberalización  industrial  y 

financiera‐  parecen  ser  más  sustentables  y  de  largo  plazo  (o  en  muchos  países 

poscomunistas, sólo factibles) cuando se persiguen mediante los procesos democráticos. 

Una reforma económica exitosa requiere el apoyo de coaliciones políticas en la sociedad 

y  la  legislatura.  Tales  coaliciones  no  son  espontáneas;  deben  ser  creadas.  Aquí  el 

problema no es tanto  la escala,  la autonomía y  los recursos de  la sociedad civil sino su 

distribución a través de intereses. Intereses viejos y establecidos que se resisten a perder 

por  la  reforma  tienden a organizarse en  formaciones  tales como sindicatos y  redes de 

sectores  estatales,  que  incluyen  a  las  autoridades  de  las  empresas  estatales  o  a  los 

propietarios de industrias favorecidas para controlar a los jefes de los partidos. Estos son 

precisamente  los  intereses que  se niegan  a desaparecer por  las  reformas  económicas 

que  cierran  las  industrias  ineficientes,  reducen  la  intervención  estatal  y  abren  la 

economía a una mayor competencia nacional e internacional. Los intereses más nuevos y 

difusos  que  pretenden  ganar  con  la  reforma  ‐por  ejemplo,  agricultores,  pequeños 

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empresarios  y  consumidores‐  tienden  a  estar  débilmente  organizados  y  escasamente 

informados  acerca  de  cómo  las  nuevas  políticas  terminarán  por  afectarlos.  En  Asia, 

América  Latina  y  Europa  del  Este,  nuevos  actores  en  la  sociedad  civil  ‐tales  como 

"tanques del pensamiento sobre políticas económicas, cámaras de comercio, escritores, 

periodistas, comentaristas y productores de  televisión‐ han comenzado a  traspasar  las 

barreras de  la  información y  la organización, movilizando apoyos para  (y neutralizando 

las resistencias a) las reformas políticas. 

Finalmente, hay una décima función de la sociedad civil ‐a la cual ya me he referido‐ que 

se deriva del éxito de  la novena.  La  "libertad de asociación",  reflexionaba Tocqueville, 

puede, "después de haber agitado a la sociedad por algún tiempo,... fortalecer al final al 

Estado."10 Al  incrementar  la responsabilidad,  la capacidad de respuesta,  la  inclusividad, 

la efectividad y, por consiguiente,  la  legitimidad del sistema político, una sociedad civil 

vigorosa proporciona a los ciudadanos respeto para el Estado y un compromiso positivo 

con  él.  Al  final,  esto  aumenta  la  habilidad  del  Estado  para  gobernar  y  para  obtener 

obediencia voluntaria de sus ciudadanos. Asimismo, una vida asociativa rica puede hacer 

más que las simples demandas al Estado; puede también multiplicar las capacidades de 

los grupos para mejorar su propio bienestar, independientemente del Estado. Esfuerzos 

de  desarrollo  efectivos  pueden  contribuir  de  esta  manera  a  aligerar  la  carga  de 

expectativas  puestas  en  el  Estado  y  a  disminuir  así  los  intereses  de  los  políticos, 

especialmente a nivel nacional. 

 

CARACTERÍSTICAS DE UNA SOCIEDAD CIVIL DEMOCRÁTICA  

No todas  las sociedades civiles y  las organizaciones de  la sociedad civil tienen el mismo 

potencial  para  desempeñar  las  funciones  para  la  construcción  de  la  democracia 

mencionadas arriba. Su habilidad para hacerlo depende de varias características de su 

estructura interna y carácter. 

Una de estas características tiene que ver con los objetivos y métodos de los grupos en la 

sociedad  civil.  Las  oportunidades  para  desarrollar  democracias  estables  aumentan 

significativamente  si  la  sociedad  civil no  contiene grupos de  interés maximalistas y no 

comprometidos o grupos con fines y métodos antidemocráticos. En la medida en que un 

grupo busca conquistar el Estado o a otros competidores, o rechaza las reglas de la ley y 

la autoridad del Estado democrático, no es en absoluto un componente de  la sociedad 

civil, pero sí puede hacer mucho daño a las aspiraciones democráticas. Grupos de interés 

poderosos  empujan  a  los  partidos  hacia  promesas  políticas  populistas  y  extremas, 

polarizando el  sistema de partidos, y posibilitan en mayor medida  la  represión estatal 

que  puede  tener  un  carácter  amplio  e  indiscriminado, debilitando  o  radicalizando  los 

elementos más democráticos de la sociedad civil. 

Una  segunda  característica  importante  de  la  sociedad  civil  es  su  nivel  de 

institucionalización  organizacional.  Al  igual  que  los  partidos  políticos,  los  grupos  de 

interés  institucionalizados contribuyen a  la estabilidad, predictibilidad y gobernabilidad 

de un régimen democrático. Ahí donde  los  intereses están organizados de una manera 

                                                                 10 A. de Tocqueville, Democracy in America, vol. 2, p. 126. 

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estructurada  y  estable,  se  facilitan  las  negociaciones  y  el  crecimiento  de  redes 

cooperativas. Las  fuerzas sociales no enfrentan el continuo costo de establecer nuevas 

estructuras. Y  si  la organización espera continuar operando en  la  sociedad durante un 

período  ininterrumpido,  sus  líderes  tendrán  mayor  razón  para  comprometerse  y 

responsabilizarse  con  los  grupos  que  la  constituyen,  y  pueden  lograr  así  un  mayor 

alcance  de  los  intereses  de  grupo  y  de  sus  objetivos  de  políticas, más  que  buscando 

maximizar los beneficios inmediatos de una manera irresponsable. 

Tercera,  el  propio  carácter  internamente  democrático  de  las  sociedad  civil  afecta  el 

grado en el cual puede socializar a los participantes en formas de conducta democráticas 

‐o  antidemocráticas.  Si  los  grupos  y  organizaciones  que  forman  la  sociedad  civil 

funcionan  como  "grandes  escuelas  libres"  para  la  democracia,  deben  funcionar 

democráticamente  en  sus procesos  internos de decisión‐elaboración de políticas  y de 

selección  de  liderazgo.  Constitucionalismo,  representación,  transparencia, 

responsabilidad  y  rotación  de  líderes  electos  dentro  de  asociaciones  autónomas 

incrementarán  en  gran medida  la  habilidad  de  esas  asociaciones  para  inculcar  tales 

valores democráticos y prácticas en sus miembros. 

Cuarta, entre más pluralista  se vuelve  la  sociedad civil  sin  fragmentarse, más benéfica 

será  la  democracia.  Algún  grado  de  pluralismo  es  necesario  por  definición  para  la 

sociedad  civil.  El  pluralismo  ayuda  a  los  grupos  en  la  sociedad  civil  a  sobrevivir  y  los 

impulsa  a  aprender  a  cooperar  y negociar  entre  sí.  El pluralismo dentro de un  sector 

dado,  como  los  derechos  humanos  o  laborales,  tiene  varios  efectos  benéficos 

adicionales. Uno de ellos es que hace a ese  sector menos vulnerable  (pensando en el 

posible costo de debilitamiento en su poder de negociación);  la pérdida o represión de 

una organización no significa el fin de toda representación organizada. La competencia 

puede  también  contribuir  a  asegurar  la  responsabilidad  y  representatividad, 

proporcionando a  los miembros  la posibilidad de cambiarse a otras organizaciones si  la 

suya no cumple con estos requisitos. 

Finalmente,  la  sociedad  civil  sirve  mejor  a  la  democracia  cuando  es  compacta, 

proporcionando  oportunidades  individuales  para  participar  en  diversas  asociaciones  y 

redes  informales en múltiples niveles de  la sociedad. Entre más asociaciones existan en 

la  sociedad  civil,  es  más  probable  que  éstas  desarrollen  agendas  especializadas  y 

propósitos  que  no  buscan  acaparar  las  vidas  de  sus  miembros  en  todo  su  marco 

organizativo. Muchas membrecías  tienden  también  a  reflejar  y  reforzar  patrones  de 

fracturas ya superados. 

 

ALGUNAS PRECAUCIONES IMPORTANTES  

A la lista anterior de funciones democráticas de la sociedad civil debemos añadir algunas 

importantes  precauciones.  Para  comenzar,  las  asociaciones  y  los  medios  de 

comunicación pueden desempeñar sus papeles de constructores de la democracia sólo si 

tienen cuando menos alguna autonomía del Estado en su financiamiento, operaciones y 

situación  legal.  Más  específicamente,  existen  formas  marcadamente  diferentes  de 

organizar  la  representación  de  intereses  en  una  democracia.  Los  sistemas  pluralistas 

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abarcan  "asociaciones  de  interés  múltiples,  voluntarias,  competitivas,  no 

jerárquicamente  ordenadas  y  autodeterminadas...  las  cuales  no  están  especialmente 

autorizadas, reconocidas, subsidiadas, creadas o controladas por el Estado". Los sistemas 

corporativos, en contraste, tienen "asociaciones de  interés singulares, no competitivas, 

jerárquicamente ordenadas y divididas sectorialmente, que ejercen el monopolio de  la 

representación y aceptan  (de  jure o de  facto)  limitaciones gubernamentales  impuestas 

en  el  tipo  de  líderes  que  eligen  y  en  los  fines  y  la  intensidad  de  las  demandas  que 

rutinariamente elevan al Estado."11 Algunos países del norte de Europa han operado un 

sistema  corporativo  de  representación  de  intereses  al  tiempo  que  funcionan 

exitosamente como democracias (a veces incluso mejor, económica y políticamente, que 

sus contrapartes pluralistas). Pese a que los acuerdos corporativos están erosionados en 

muchas democracias establecidas, existen importantes diferencias en el grado en que los 

grupos de  interés son competitivos, pluralistas, compartimentalizados,  jerárquicamente 

ordenados, etcétera. 

Mientras que los pactos de estilo corporativo o contratos entre el Estado y asociaciones 

de  interés  de  élite  pueden  contribuir  a  una  dirección  macroeconómica  estable,  los 

acuerdos  corporativos  ponen  una  seria  amenaza  a  la  democracia  en  regímenes  en 

transición o de nueva creación. El  riesgo aparece mayor en países con una historia de 

Estado  corporativista  autoritario  ‐tales  como  México,  Egipto  e  Indonesia‐,  donde  el 

Estado  ha  creado,  organizado,  autorizado,  fundado,  subordinado  y  controlado  a  los 

grupos  de  "interés"  (y  también  a  la  mayoría  de  los  medios  de  comunicación  que 

oficialmente  no  son  de  su  propiedad  y  control),  con  una  perspectiva  de  cooptación, 

represión y dominación más que de articular un pacto. En contraste, la transición a una 

forma  democrática  de  corporativismo  "parece  depender  mucho  del  pasado  liberal‐

pluralista," el cual está ausente en muchos Estados en desarrollo y poscomunistas.12 Un 

nivel  bajo  de  desarrollo  económico  o  la  ausencia  de  una  economía  de  mercado 

plenamente funcional aumenta el peligro de que el corporativismo sofoque a la sociedad 

civil aún dentro de un marco formalmente democrático, pues sólo existen unos cuantos 

recursos autónomos así como pocos intereses organizados en la sociedad. 

Mediante  la  cooptación,  agotamiento  o  estrechamiento  de  las  fuentes más  serias  de 

potencial desafío a su dominación (y minimizando así la cantidad de represión que tiene 

que emplearse), un régimen corporativo‐estatal puede alcanzar una vida autoritaria más 

larga.  Tales  regímenes,  sin  embargo,  caen  eventualmente  bajo  la  presión  de  fuerzas 

sociales,  económicas  y demográficas. Un desarrollo  socioeconómico  exitoso,  como  en 

México e Indonesia, produce una profusión de auténticos grupos de la sociedad civil que 

demandan  libertad  política  bajo  la  ley.  Alternativamente,  la  decadencia  social  y 

económica,  junto  con  la  corrupción  política  masiva,  debilita  el  dominio  del  Estado 

corporativo‐autoritario,  socava  la  legitimidad  de  sus  asociaciones  patrocinadoras,  y 

puede  dar  paso  a  movimientos  revolucionarios  como  los  frentes  fundamentalistas 

islámicos en Egipto y Argelia,  los cuales prometen  la redención popular a través de una 

nueva forma de Estado hegemónico. 

                                                                 11 P.C.  Schmitter,  "Still  the Century of Corporatism?" en W.  Streeck  y P.C.  Schmitter  (eds.), Private  Interest Government: Beyond Market and State, Beverly Hills, Sage Publications, 1984, pp. 99‐100. 12 Ibid., p. 126. Ver pp. 102‐108 para una  importante distinción entre corporativismo  social  (democrático) y corporativismo de Estado. 

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Sin embargo,  la autonomía social puede  ir demasiado  lejos,  incluso para  los propósitos 

de  la democracia. La necesidad de  límites en  la autonomía es una segunda precaución 

que,  junto  con  la primera,  crea una mayor  tensión en el desarrollo democrático. Una 

sociedad  civil  hiperactiva,  confrontadora  e  implacablemente  demandante  puede 

abrumar a un Estado débil y socavado por  la diversidad y magnitud de sus demandas, 

dejando  poco  en  el  camino  para  un  verdadero  sector  "público"  interesado  en  el 

bienestar  social.  El  propio  Estado  debe  tener  suficiente  autonomía,  legitimidad, 

capacidad y apoyo para mediar entre varios grupos de interés y equilibrar sus reclamos. 

Este  es  un  dilema  de  particular  presión  para  nuevas  democracias  que  buscan 

implementar  reformas  económicas  necesarias  de  cara  a  una  fuerte  oposición  de  los 

sindicatos, pensionados y de la burguesía protegida por el Estado, por lo que las fuerzas 

controversiales  en  la  sociedad  civil  deben  ser  educadas  y  movilizadas,  como  ya  se 

argumentó. 

En  muchas  democracias  nuevas  existe  un  profundo  problema,  que  resulta  de  los 

orígenes de una sociedad civil profundamente enojada e  incluso enérgica en contra de 

un  Estado  abusivo  y  decadente.  Este  problema  es  lo  que  el  economista  camerunés 

Célestin Monga llama el "déficit civil": 

Treinta  años  de  régimen  autoritario  ha  forjado  un  concepto  de  indisciplina  como  un 

método de  resistencia popular. Para sobrevivir y  resistir a  leyes y  reglas anticuadas,  la 

gente ha tenido que recurrir al tesoro de su imaginación. Dado que la vida es una larga 

batalla  contra  el  Estado,  la  imaginación  colectiva  ha  conspirado  gradualmente  para 

oponerse con destreza a todo lo que simboliza la autoridad pública.13 

En  muchos  aspectos,  un  extenso  cinismo,  indisciplina  y  alienación  semejantes  con 

respecto  a  la  autoridad  estatal  ‐incluso  a  las  políticas  en  su  conjunto‐  se  presentó 

durante décadas de régimen comunista en Europa del Este y en la Unión Soviética, pese 

a que llevaron a diferentes (y en Polonia, mucho más extensamente organizadas) formas 

de disidencia y resistencia. Algunos países como Polonia, Hungría, las tierras checas y los 

estados Bálticos,  tienen  tradiciones  cívicas previas que podrían  ser  recuperadas. Estos 

países  tienen  por  lo  general  el  mayor  progreso  (aunque  todavía  parcial)  hacia  la 

reconstrucción de la autoridad estatal en una fundación democrática mientras comienza 

a  constituirse  una  sociedad  civil  liberal‐plural  moderna.  Aquellos  Estados  donde  las 

tradiciones cívicas fueron más débiles y  las reglas más predatorias  ‐Rumania, Rusia,  las 

Repúblicas postsoviéticas de Asia Central y muchos países africanos al  sur del Sahara‐ 

enfrentan un  tiempo mucho más difícil, con  sociedades civiles  todavía  fragmentadas y 

economías de mercado emergentes que todavía permanecen fuera del marco de la ley. 

Esta  desventaja  cívica  apunta  a  una  tercera  precaución mayor  con  respecto  al  valor 

positivo de la sociedad civil para la democracia. La sociedad civil debe ser autónoma del 

Estado,  pero  no  alienada  respecto  a  él.  Debe  ser  vigilante  pero  respetuosa  de  la 

autonomía  estatal.  La  imagen  de  una  sociedad  civil  noble,  vigilante  y  organizada  que 

observa  en  todo momento  los  abusos  de  un  Estado  que  sólo  sirve  a  sí mismo,  que 

preserva un simple desprendimiento de su abrazo corrupto, es altamente romántica y de 

poca utilidad en la construcción de una democracia viable. 

                                                                 13  C.  Monga,  "Civil  Society  and  Democratization  in  Francophone  Africa",  Documento  entregado  en  la Universidad de Harvard en 1994 y que aparece en una obra en francés del mismo autor: Anthropologie de  la colère: Société et démocratie en Afrique Noire, París, L'Harmattan, 1994.  

Page 12: Diamon, Larry (1997), "Repensar la sociedad civil", en Metapolítica, no. 2,  volumen 1, abril- junio, México.

Una  cuarta  precaución  se  refiere  al  papel  de  los  políticos.  Los  grupos  de  interés  no 

pueden  substituir  a  los  partidos  políticos  coherentes  con  bases  de  apoyo  popular 

extensas  y  relativamente  fuertes.  Para  los  grupos  de  interés  no  es  posible  agregar 

intereses  tan extensos a  través de grupos sociales y acciones políticas como hacen  los 

partidos políticos. No puede tampoco proporcionar la disciplina necesaria para formar y 

mantener gobiernos y aprobar  la  legislación. A este respecto  (y no solamente éste), se 

puede  cuestionar  la  tesis  según  la  cual  una  sociedad  civil  fuerte  es  estrictamente 

complementaria a las estructuras políticas y estatales de la democracia. En la medida en 

que  los  grupos de  interés dominan,  enervan o  excluyen  a  los partidos políticos  como 

vehículos  y  agregadores  de  intereses,  pueden  presentar  un  problema  para  la 

consolidación democrática. Según  la  famosa  tesis de Barrington Moore, "Sin burguesía 

no  hay  democracia,"  podemos  añadir  un  corolario:  "sin  un  sistema  de  partidos 

coherente,  no  hay  democracia  estable".  Y  en  una  época  en  la  que  los  medios 

electrónicos,  la  creciente  movilidad  y  la  profusión  y  la  fragmentación  de  intereses 

privados están debilitando las bases organizacionales para partidos y sistemas de partido 

fuertes,  esto  es  algo  de  lo  que  los  demócratas  de  cualquier  lugar  necesitan 

preocuparse.14 

 

CONSOLIDACIÓN DEMOCRÁTICA  

En efecto, una generalización más  fuerte y extensa parece estar garantizada: el  factor 

más  importante y urgente en  la consolidación de  la democracia no es  la sociedad civil 

sino  la  institucionalización  política.  La  consolidación  es  el  proceso  por  el  cual  la 

democracia se amplía y se legitima profundamente entre los ciudadanos al grado de que 

se dificulta su caída. La consolidación implica cambios de conducta e institucionales que 

normalizan las políticas democráticas y disminuyen su incertidumbre. Esta normalización 

requiere  la expansión de vías de acceso ciudadanas, el desarrollo de una ciudadanía y 

cultura democráticas,  la ampliación del reclutamiento y entrenamiento del  liderazgo, y 

otras funciones que la sociedad civil desempeña. Pero sobre todo, y más urgentemente, 

requiere institucionalización política. 

A  pesar  de  su  impresionante  capacidad  para  sobrevivir  años  (en  algunos  casos,  una 

década  o  más)  de  disenso  social  e  inestabilidad  y  decadencia  económicas,  muchas 

democracias  nuevas  en  América  Latina,  Europa  del  Este,  Asia  y  África,  colapsarán 

probablemente en el mediano plazo a menos que puedan reducir sus ínfimos niveles de 

pobreza,  inequidad  e  injusticia  social  y,  a  través  de  reformas  orientadas  al mercado, 

puedan establecer  las bases para un crecimiento sostenido. Para estos y otros desafíos 

políticos,  no  solamente  son  necesarios  partidos  políticos  fuertes  sino  también 

instituciones estatales efectivas. Estos no garantizan políticas geniales y efectivas, pero al 

menos  aseguran  que  el  gobierno  será  capaz  de  elaborar  e  implementar  políticas  de 

cierto tipo, preferibles a las que simplemente pisotean, son impotentes o están en punto 

muerto.  

                                                                 14 J.  Linz,  "Change and Continuity  in  the Nature of Contemporary Democracies", en G. Marks  y  L. Diamond (eds.),  Reexamining Democracy:  Essays  in Honor  of  Seymour Martin  Lipset, Newbury  Park,  California.,  Sage Publications, 1992, pp. 184‐190. 

Page 13: Diamon, Larry (1997), "Repensar la sociedad civil", en Metapolítica, no. 2,  volumen 1, abril- junio, México.

Se necesitan  instituciones políticas  robustas para complementar  la  reforma económica 

bajo  condiciones  democráticas.  Sólo  cuando  son  fuertes,  tienen  autoridades  bien 

estructuradas, se apoyan en expertos hasta cierto punto aislados de las presiones diarias 

de  los  políticos,  es  posible  la  implementación  de  medidas  reformistas  dolorosas  y 

disruptivas.  Sistemas  de  partido  estables  y  agregativos  (es  decir,  no  volátiles  o 

fragmentados),  en  los  cuales  uno  o  dos  partidos  fuertemente  establecidos  obtienen 

mayorías  electorales,  están  en  mejor  posición  para  resistir  estrechos  intereses 

sectoriales  y  de  clase  y  para mantener  la  continuidad  de  las  reformas  económicas  a 

través  de  las  sucesivas  administraciones.  Legislaturas  efectivas  pueden  algunas  veces 

obstruir  las  reformas, pero  si están  compuestas de partidos  fuertes y  coherentes,  con 

tendencias  centristas,  terminarán  haciendo más  para  reconciliar  la  democracia  y  las 

reformas económicas, proporcionando una base política de apoyo y algunos medios para 

absorber  y mediar  las  protestas  sociales.  Finalmente,  sistemas  judiciales  autónomos, 

profesionales y bien constituidos son indispensables para asegurar el imperio de la ley. 

Estas precauciones son moderadas, pero no nulifican mi tesis principal. La sociedad civil 

puede,  y  por  lo  general  debe,  jugar  un  importante  papel  en  la  construcción  y 

consolidación de  la democracia. Su papel no es decisivo o el más  importante, al menos 

inicialmente. Sin embargo, entre más  la  sociedad  civil  sea activa, plural,  con  recursos, 

institucionalizada y democrática, y entre más efectiva sea para equilibrar  las  tensiones 

en  sus  relaciones  con  el  Estado  ‐entre  autonomía  y  cooperación,  vigilancia  y  lealtad, 

escepticismo y confianza, dogmatismo y civilidad‐ es más probable que surja y se afirme 

la democracia. 

  

 HEMEROGRAFÍA  § Diamond Larry, Repensar la Sociedad Civil, en Revista Metapolítica, número 2, volumen 1, Abril ‐ Junio, México 1997 (traducción de Reyna Carretero y César Cansino), Tomado del Journal of Democracy, vol 5, número 3, Julio de 1994, pp. 4‐ 17.