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Del colonialismo al capitalismo verde: los movimientos sociales y la emergencia de regímenes alimentarios FROM COLONIALISM TO GREEN CAPITALISM: SOCIAL MOVEMENTS AND EMERGENCE OF FOOD REGIMES Harriet Friedmann Traducción: Javier Rodríguez Sandoval 1

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Del colonialismo al capitalismo verde: los movimientos sociales y la emergencia de regímenes alimentarios

FROM COLONIALISM TO GREEN CAPITALISM: SOCIAL MOVEMENTS AND EMERGENCE OF FOOD REGIMES

Harriet Friedmann

Traducción: Javier Rodríguez Sandoval

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NOTA DE LA TRADUCCIÓN

Para la traducción del presente texto fue necesaria cierta claridad con respecto al uso de ciertos términos. Se presentan aquí algunas aclaraciones pertinentes previas a la lectura del documento.

La autora señala el uso de ciertos conceptos provenientes de la teoría de movimientos sociales. El término frame o framework, dentro de la literatura sobre acción colectiva, hace referencia a marcos o estructuras interpretativas (de la realidad). El proceso de framing corresponde al proceso de concebir y considerar los fenómenos de la realidad dentro de cierta estructura para efecto de su interpretación. De este modo, fenómenos que pueden haber sido interpretados de cierto modo bajo cierta estructura (framed), pueden ser reinterpretados, reconcebidos o reconsiderados (reframed) dentro de una estructura interpretativa (o marco interpretativo) diferente. La traducción de framing para el presente texto será, por lo antes mencionado, ‘estructuración’. El término naming, por otro lado, hace referencia al proceso de ‘dar nombre’ a aquellos fenómenos que, por ser implícitos o invisibles, simplemente no son nombrados. Para efecto de traducción al castellano, se ha utilizado el término ‘denominación’ para referir al proceso de naming, en el capítulo correspondiente.

Las expresiones food safety y food security refieren a dos cosas distintas. La primera corresponde a las demandas por las garantías de calidad de los productos alimenticios, mientras que la segunda es el equivalente en inglés al concepto de seguridad alimentaria, tal como está concebido en castellano. La traducción de ambas expresiones se realizó en atención a este criterio.

Por último, se debe decir algo sobre las traducciones de los nombres de las instituciones internacionales mencionadas en el texto. World Food Board hace referencia a una propuesta internacional que no prosperó –como luego se explicará en el texto–; mientras que World Food Council es una institución internacional que se encuentra actualmente en vigencia, y que también se mencionará en el documento. Estrictamente, la traducción de ambos es la misma, a pesar de que constituyen dos cosas diferentes. Se optó por adoptar la traducción oficial del World Food Council, a saber, “Consejo Mundial para la Alimentación”. Para el caso del World Food Board se usó la expresión “Consejo Mundial de Alimentos”, por puros fines de diferenciación. Las demás instituciones, en su mayoría, han sido traducidas bajo sus nombres oficiales, para lo cual se usó el International Institutions Lexicon de la Red Mundial de Traductores e Intérpretes Voluntarios, BABELS.

ABSTRACT

Este documento sugiere que un (nuevo) régimen alimentario corporativo ambiental está emergiendo como parte de una reestructuración, a gran escala, del capitalismo. Al igual que regímenes alimentarios anteriores, el nuevo régimen refleja compromisos sociales y políticos específicos, que interpreto mediante el concepto de ‘estructuras interpretativas’ (marcos interpretativos), dentro de la teoría de movimientos sociales. El régimen alimentario de la diáspora colonial, que se mantuvo entre 1870 y 1914, creció en respuesta a los movimientos obreros en Europa, y creó una clase de familias agricultoras comerciales sin precedentes en la

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historia. Cuando los mercados mundiales colapsaron, aquellos agricultores establecieron nuevas alianzas, que provocaron el aparecimiento del régimen alimentario mercantil industrial, que perduró de 1947 a 1973. Los lineamientos de un nuevo régimen alimentario, basado en cadenas de oferta bajo control de calidad, parecen estar emergiendo en el espacio abierto por el impasse en las negociaciones internacionales sobre estándares alimenticios. Las corporaciones agroalimentarias, lideradas por los vendedores minoristas, están apropiándose selectivamente de las demandas ambientales, de garantía de calidad, protección a los animales, comercio justo, y otras propias de los movimientos sociales que surgieron en los intersticios del segundo régimen alimentario. De consolidarse, el nuevo régimen promete cambiar el equilibro histórico entre la regulación pública y privada, y ensanchar la brecha entre consumidores privilegiados y pobres. El nuevo régimen a su vez, parece profundizar la producción de mercancías y excluir (marginar) a los campesinos existentes. Los movimientos sociales están reagrupándose, y la consolidación del régimen se mantiene, por ahora, incierta.

LA PREGUNTA: ¿ESTÁ EMERGIENDO UN NUEVO RÉGIMEN ALIMENTARIO?

Ha pasado ya una década y media desde que los académicos reconocieron la crisis del régimen alimentario internacional de posguerra, y empezaron a observar los cambios que podrían dar forma a un nuevo régimen (Friedmann, 1994, 2005; Friedmann y McMichael, 1989; Burch y Lawrence, 2004). Dicha crisis comenzó en 1973. Este documento sugiere que el régimen emergente es parte de una gran reestructuración del capitalismo, en respuesta a los temas “verdes” (Sandler, 1994; Campbell, 2004; Campbell y Coombes, 1999; Campbell y Liepins, 2001). Los lineamientos de lo que yo denomino un régimen alimentario corporativo ambiental aparecen en compromisos desiguales específicos, asumidos entre los movimientos sociales, los estados y corporaciones agroalimentarias poderosas.

El régimen alimentario corporativo ambiental, al igual que los regímenes anteriores, es una constelación específica de gobiernos, corporaciones, organizaciones colectivas e individuos, que permite una renovada acumulación de capital, esta vez basada en una definición de fines sociales compartida por actores clave (Ruggie, 1982), pero que excluye a otros actores. Como los regímenes anteriores, este tendrá implicaciones importantes y diferentes para los agricultores (productores), trabajadores del mercado de alimentos y consumidores, en varias partes del mundo. A diferencia del régimen de posguerra –que estandarizó las dietas–, este régimen profundizará las desigualdades entre consumidores ricos y consumidores pobres. Tal como los regímenes pasados, profundizará las relaciones de producción en la agricultura y transformará las relaciones entre los agricultores, trabajadores del mercado de alimentos y corporaciones agroalimentarias.

Los regímenes alimentarios internacionales, si bien son prolongados, constituyen constelaciones temporales de intereses y relaciones. Forman parte de períodos más amplios de estabilidad en las relaciones de poder y propiedad. El último período de estabilidad en el pasado corresponde a la hegemonía británica y de los EEUU. Los regímenes son, por sobre todo, históricos. Desde que aparecieron los mercados internacionales de cereales y productos ganaderos en el siglo XIX,1 los regímenes alimentarios han sido conformados por relaciones (desiguales) entre los estados, empresas capitalistas, y personas que migraban, compraban, vendían, y reconfiguraban culturas agrícolas y alimentarias, dentro de grandes constelaciones globales de poder y propiedad. Distintos períodos de grupos relativamente estables de relaciones se intercalan con períodos de inestabilidad, generados por disputas políticas de sentido (dirección). El énfasis en los períodos de estabilidad global, y de cambio global, distingue el enfoque de régimen alimentario de otras formas de comprender los sistemas agroalimentarios (Araghi, 19??; cf. Goodman y Watts, 1997). Al mismo tiempo, incluso en la mayor estabilidad, los regímenes alimentarios se desarrollan con tensiones internas que eventualmente conducen a la crisis; esto es, a la incapacidad de las relaciones y prácticas de seguir funcionando como antes (durante la estabilidad). En estos momentos críticos, muchas de las reglas y procesos que habían

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sido implícitos, se hacen explícitos y son cuestionados. Esto último es lo que caracteriza a las crisis.

Para entender la presente transformación, en el análisis de los regímenes alimentarios desplazo el foco de observación hacia los períodos de reestructuración, en lugar de concentrar la atención sobre períodos de estabilidad. Las disputas sobre nuevas direcciones y sentidos han creado, hasta ahora, nuevos regímenes alimentarios –algo cuya continuidad no está garantizada en el futuro. Las disputas han durado casi tanto como los regímenes mismos. Nos encontramos encaminados hacia un nuevo régimen alimentario, si el caso es que habrá uno. Con el fin de sustentar el análisis de un régimen emergente, reoriento el análisis histórico hacia el estudio de las transiciones entre el primer y el segundo régimen alimentario, y del aparecimiento del primero. Las transiciones constituyen momentos de elección de formas alternativas de organización del poder, propiedad de la tierra, trabajo y consumo. Si bien no exploraré las trayectorias contra-fácticas –aquello que pudo haber ocurrido si otros actores y otras relaciones hubieran prevalecido–, esta visión de la alimentación en la historia global (Grew, 1999) presta atención particularmente a los períodos específicos en los que varios resultados y consecuencias eran posibles. Este cambio en el énfasis dirige la atención sobre los movimientos sociales como motores de la crisis y de la formación de los regímenes.

Los movimientos sociales tienen un papel muy grande en el despliegue paradójico de los sucesivos regímenes alimentarios. Sobre esta base, es más fácil comprender cómo la desarticulación del régimen alimentario que estuvo en su plenitud entre 1947 y 1973, dejó a actores específicos en situaciones problemáticas, particularmente a agricultores y consumidores; y cómo otros grupos empezaron a posicionar nuevos temas, particularmente relacionados con el medio ambiente y la salud. Después de un cuarto de siglo de cambios conflictivos, una nueva ronda de acumulación parece estar surgiendo en el sector agroalimentario, basada en la apropiación selectiva de demandas de movimientos ambientalistas; e incluyendo temas posicionados por activistas del comercio justo, la salud del consumidor y la protección de los animales. Pretendo conducir al lector a través de los siguientes pasos. Primero, describo un capitalismo ecológico o “verde” emergente. En segundo lugar, interpreto las demandas de los movimientos sociales como elementos incorporados a las estructuras de percepción compartidas que permiten el aparecimiento de los regímenes alimentarios; y como elementos que contribuyen a develar la crisis del régimen señalando explícitamente reglas que eran implícitas mientras funcionaban. En tercer lugar, vuelvo a narrar las historias del primero y del segundo régimen, como resultados del conflicto entre los movimientos sociales, y de estos con poderosas instituciones legislativas y económicas. En cuarto lugar, reviso analíticamente el movimiento ambientalista y otros movimientos sociales que aparecieron en los intersticios del segundo régimen alimentario. Y por último, bosquejo cómo la política relacionada a lo ambiental está configurando como “verde” a un nuevo régimen alimentario.

¿CAPITALISMO VERDE?

Una fase ecológica del capitalismo supondría un cambio en las reglas de la actividad económica, de tal modo que las ganancias sean renovadas con menos sobreexplotación de los recursos (lo cual puede significar costos menores de materia prima), menos contaminación (lo cual puede crear demanda de nuevas tecnologías) y a través de la venta de productos culturalmente definidos como ambientalmente superiores. Esto constituiría un “régimen ambiental”, radicalmente distinto del que animó a la industrialización de la agricultura y la alimentación después de la Segunda Guerra Mundial. Según Sandler (1994, pág. 44), un régimen ambiental siempre configura implícitamente relaciones de clase y actividades rentables, por ejemplo, a través del conocimiento acumulado sobre la naturaleza, contabilidad de costos, materiales permisibles y productos, impuestos y bienes de consumo. Por esto, los regímenes ambientales siempre existen, incluso cuando promueven la ignorancia de los efectos sobre el ecosistema, o de la represión a la oposición social a las prácticas nocivas.

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Un régimen ambiental “verde” sería aquel que reconfigure la acumulación de capital modificando las prácticas productivas para que se reduzcan los efectos ambientales nocivos, y para que sean satisfechos los cambios culturales en la demanda de mercancías y productos “verdes”. Esta posibilidad contrasta con la idea común de que las empresas capitalistas, por naturaleza, buscan externalizar costos tales como la contaminación de las aguas. Igualmente, los cambios en la conciencia ambiental y otros relacionados con respecto a salud, protección de los animales, y asuntos comerciales, conducen a la demanda de los consumidores de nuevos tipos de productos. En un régimen ambiental verde, surgen oportunidades para las empresas técnicas, administrativas, de marketing y manufactureras, asociadas con productos alimenticios “verdes”.

En la agricultura, de mantenerse otras cosas constantes, esto podría significar la eliminación o la reducción de los insumos industriales contaminantes. Por supuesto, el aumento, la disminución, o el mantenimiento de la utilidad; depende de si, por ejemplo, nutrientes agrícolas orgánicos (abono orgánico animal o vegetal) son reciclados en las granjas mismas o comprados a otra empresa, con lo cual aparecería una nueva fuente de utilidad. En otras palabras, ¿define la agroecología nuevos métodos de producción que podrían reducir la actividad en el mercado? ¿O es que las granjas industriales “verdes” desplazan la demanda, de las industrias de insumos agroquímicos hacia las industrias de insumos “orgánicos” especializadas en insumos permisibles (Guthman, 2004)?

Un régimen ambiental verde, y por tanto el capitalismo verde, surge como respuesta a las reivindicaciones de los movimientos sociales. Por ejemplo, las preocupaciones por la seguridad y calidad alimentaria de los consumidores, y por el impacto ambiental de la agricultura industrial; han impulsado el rápido crecimiento, desde principios de los setenta, de una red de empresas que producen, procesan, transportan, asesoran, proveen insumos, certifican y colocan en el mercado alimentos “orgánicos”. Sin embargo, la respuesta es selectiva: se escoge aquellas demandas que mejor empatan con la expansión de la ganancia y de las oportunidades en el mercado. Por lo tanto, siguiendo a Guthman (2004, pág. 110-111), cuando “la crisis agrícola de los 80’s se articuló a la preocupación por el medio ambiente y a los cambios en las preferencias de los consumidores”, las perspectivas de crecimiento tentaron a muchos productores a cambiar su actividad, de la agricultura sostenible (una orientación de procesamiento y producción) a la producción de productos orgánicos (una orientación de producto y marketing). Esto a su vez condujo a un “impulso para la legislación y la regulación [que] efectivamente subsumió gran parte del movimiento orgánico a una industria orgánica”.

Por lo tanto, el capitalismo verde no constituye una contradicción. El imperativo de “crecer o morir”, argumenta Sandler (1994), hace referencia a las utilidades y no a las cantidades de productos. Sólo bajo reglas específicas de uso de la tierra y pago de impuestos, y sólo con ciertas normas culturales determinando el consumo; las utilidades están sujetas al uso incrementado de recursos o a los costos externos (externalidades) de contaminación. Así como el capitalismo del siglo XIX se apropió selectivamente de las demandas por la reducción de la explotación –inicialmente bajo la forma de reducción de la jornada de trabajo–, el capitalismo verde se puede apropiar selectivamente de las demandas de los movimientos ambientalistas por la reducción de la contaminación y el agotamiento de los recursos naturales por sobreexplotación. Tal como “una coalición de capitalistas iluminados, reformistas de clase media y movimientos obreros militantes nos trajeron, no el socialismo, sino el capitalismo de bienestar” (ibid., pág. 49); la coalición de movimientos ambientalistas, de consumidores y de comercio justo, promete, no la reorganización de la sociedad alrededor del valor central del mejoramiento de la integridad del ecosistema, sino el capitalismo verde. De tener éxito, promovería una nueva ronda de acumulación como resultado específico de la confrontación entre sistemas alimentarios “convencionales” y sistemas “alternativos”. Si un nuevo régimen se consolida, una nueva estructura hará lucir redundantes a este tipo de expresiones, puesto que no necesitará nombre. Quienes lo cuestionen tratarán de buscarle un nombre, esto es, tratarán de revelar sus operaciones implícitas.

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El cambio hacia un régimen alimentario corporativo ambiental es, si estoy en lo correcto, la manifestación más reciente en la producción agroalimentaria de la capacidad de resistencia de las organizaciones poderosas, las cuales se apropian de las reivindicaciones de los movimientos sociales para servir a nuevas formas de acumulación (Scott, 1998). Antes de abordar los dos regímenes pasados, me gustaría introducir un lenguaje para ubicar a los movimientos sociales en una posición más central en la historia.

APARECIMIENTO Y CAÍDA DE LOS REGÍMENES ALIMENTARIOS: ESTRUCTURACIÓN Y DENOMINACIÓN*

Los regímenes alimentarios se han sostenido, hasta ahora, sobre reglas implícitas. El primer régimen alimentario se estructuró dentro de una retórica general de libre comercio y las efectivas operaciones del patrón oro. El mercado mundial del trigo que surgió en las décadas posteriores a 1870, no fue realmente el objetivo de alguien en particular. Sin embargo, vastos envíos internacionales de trigo hicieron posible lo que los actores realmente querían hacer. Los capitalistas querían construir vías para el ferrocarril. Los países de la diáspora europea querían empujar las fronteras, desplazar a los pueblos indígenas y constituir estados para hacer frente (y complementar) a aquellos en Europa. Y la población europea pobre y reprimida quería encontrar una mejor vida en las colonias. El trigo fue el elemento que dio a las vías férreas un ingreso proveniente de la transportación; otorgó a los estados en expansión una forma de proteger el territorio de los desposeídos; y proporcionó a los europeos de la diáspora una manera de percibir ingreso.

El segundo régimen alimentario fue incluso más implícito. La agricultura no estaba considerada específicamente como comercio, a pesar de los muchos de los productos que cruzaban las fronteras. Bajo el título de asistencia –una innovación de la era de posguerra que funcionaba a través de un sistema monetario centrado en el dólar estadounidense– los productos podían ser transferidos, sin pagar por ellos en el sentido tradicional. Dado que las monedas de los distintos países se clasificaban en “fuertes” y “débiles” dependiendo de si eran demandadas fuera del país o no, y después de la guerra la mayoría de las monedas eran débiles; la asistencia era una manera de transferir productos a cambio de monedas débiles. Esto es, enviar bienes sin recibir un pago en el sentido tradicional. Estas transferencias beneficiaron a todos los involucrados en cierto momento. Por supuesto, las transferencias traían muchos de los impactos del comercio, pero ignorar esos impactos y denominar a algunas transferencias “asistencia”, era conveniente para los intereses poderosos (y algunos no tan poderosos) en todos los países importantes.

El punto es que bajo la apariencia natural de un régimen de trabajo, subyacen ideas y nociones tácitas que constituyen en efecto reglas implícitas que guían las relaciones, prácticas y resultados –por ejemplo, determinan qué países se especializan en ciertos cultivos y qué países se erigen como importadores. Tomándolo prestado de la literatura sobre movimientos sociales (e.g. Tarrow, 1994), entiendo que un conjunto perdurable de supuestos, nociones y reglas implícitas construían socialmente estructuras (marcos) para interpretar la realidad.2 Sostengo que los regímenes alimentarios emergen de las disputas entre movimientos sociales, y de estos con instituciones poderosas; y reflejan una estructura concertada para instituir nuevas reglas. Las relaciones y prácticas de un régimen se convierten rápidamente en procedimientos “naturales”. Cuando el régimen funciona realmente bien, las consecuencias de las acciones son predecibles, y en apariencia, las cosas funcionan sin reglas.

Se debe dar nombre (denominar) a los aspectos implícitos de la estructura, cuando el régimen deja de funcionar bien, es decir, cuando las acciones dejan de tener las mismas consecuencias. Es entonces cuando aparecen argumentos en favor de formas alternativas de resolver los * Revisar la Nota de la Traducción sobre el uso de los términos estructuración y denominación para esta sección.

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problemas que surgen como resultado, y sobre cómo nombrar (denominar) los aspectos del régimen en mal funcionamiento. Cuando los nombres y las denominaciones se vuelven conocidos y populares, hay un signos de que el régimen está en crisis.

Un buen ejemplo de esto es denominar a ciertas transferencias de productos agrícolas, que antes pasaban bajo el nombre universalmente aceptado de asistencia, como dumping. Durante los cincuenta y sesenta la asistencia alimentaria, tal como explico más adelante, era la estructura (interpretativa) donde era posible la transferencia internacional de grandes cantidades de cereales y otros productos. En los años ochenta, algunas de esas transferencias fueron denominadas “exportaciones subsidiadas”, lo cual suena muy diferente. En 1982 yo sostuve que la “asistencia concesionada” (la mayoría de la asistencia de los Estados Unidos) era en efecto dumping (Friedmann, 1982). El término ‘dumping’ hace referencia a la venta de un producto en el extranjero, a un precio menor al del mercado interno. Esto coincide claramente con la práctica de “vender” trigo y otros productos “excedentes” a diferentes gobiernos para recibir monedas “débiles o inconvertibles, que fue la forma en la que la mayoría de la “asistencia” americana (y posteriormente la europea) funcionaba. Estudios de caso demostraron que los envíos de asistencia condujeron, como consecuencia que se podía esperar del dumping, a la disminución de la producción interna de alimentos. Sin embargo, la estructura interpretativa suponía la idea ampliamente aceptada de que la agricultura campesina estaba destinada a desaparecer. Hubo una amplia resistencia a denominar ‘dumping’ a la asistencia, mientras esta ayudara a los Estados Unidos a deshacerse de su excedente interno agrícola, y a los gobiernos del tercer mundo a percibir los beneficios de aceptar múltiples importaciones de alimentos subsidiados.

Sólo cuando la asistencia se volvió competitiva, la estructura fue cuestionada. ¿Cómo es que algo tan beneficioso como la asistencia puede ser competitivo? De cualquier manera, no fue la confusión intelectual la que causó el cuestionamiento. Fueron los conflictos prácticos y peligrosos entre los estados poderosos, inicialmente los Estados Unidos y la Comunidad Económica Europea (tal como era en los ochenta). Grandes excedentes agrícolas internos eventualmente aparecieron en Europa, debido a que su política agrícola era similar en muchos aspectos a la de los Estados Unidos; y la forma de deshacerse de ellos fue la misma. La competencia entre los dos gigantes era costosa, y llegó a constituir una verdadera guerra comercial. Uno de los objetivos de las negociaciones comerciales que comenzaron en 1986 fue ubicar a la agricultura en el marco del comercio. Las negociaciones tuvieron éxito en 1995, cuando un Acuerdo sobre la Agricultura (Agreement on Agricultura) se hizo parte de la Organización Mundial de Comercio (OMC). Ahora rara vez se niega que los subsidios a las exportaciones constituyen dumping, y el término ‘asistencia’ es muy poco utilizado para describir dicha práctica. La “asistencia” ha modificado su sentido para significar algo que opera en casos de emergencia, y es usualmente considerada una donación.3

Las denominaciones y terminologías son formas en que los grupos sociales cuestionan cualidades y características específicas de un régimen en decadencia. Las denominaciones enfatizan el cambio en lugar de la estabilidad, en contraste con algunos enfoques de los regímenes internacionales (e.g. Hopkins, 1980; Krasner, 1983), y lo hacen de dos maneras. Primero, los períodos prolongados de confusión y experimentación, mientras los regímenes se desarticulan y emergen proyectos e interpretaciones alternativas; duran el tiempo que duran los regímenes mismos. Y segundo, los regímenes aparecen menos como estructuras estáticas (Goodman y Watts, 1997) y más como compromisos provisionales entre algunos de los actores sociales en disputa, quienes logran crear una nueva estructura interpretativa común. El nuevo régimen es a su vez construido sobre la base de un conjunto de relaciones históricamente específicas, las cuales, al cabo de un tiempo, serán diferentes de las expectativas implícitas de la estructura. Ningún compromiso puede durar indefinidamente.

Los momentos de conflicto ofrecen verdaderas alternativas de dirección. Más de un compromiso es siempre posible. Los movimientos sociales juegan un rol clave, tanto en el desarrollo de la crisis como en la emergencia de relaciones de riqueza y poder. El emblema de

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los estándares de calidad, que está actualmente reconfigurando relaciones entre los movimientos sociales, cadenas transnacionales corporativas de oferta de alimentos, gobiernos y organizaciones internacionales; parece ser la base de estructuras nuevas y opuestas. Por eso, se puede decir que existe la base para uno de varios nuevos regímenes posibles. Antes de argumentar la postura que propone la emergencia de un régimen alimentario corporativo ambiental, primero reinterpreto los regímenes alimentarios pasados poniendo atención a los movimientos sociales que dieron forma a nuevas relaciones de poder y desigualdad.

TRABAJADORES Y AGRICULTORES: MOVIMIENTOS SOCIALES Y REGÍMENES ALIMENTARIOS

Cada uno de los regímenes alimentarios pasados fue el resultado combinado de la intersección entre movimientos sociales, estrategias estatales y estrategias de búsqueda de utilidad de las corporaciones. Cada régimen se desenvolvió durante 20 ó 30 años, al igual que las crisis que les sucedieron. Los nuevos grupos creados por, o en respuesta a, el nuevo régimen –obreros en el primer régimen, y agricultores en el segundo–, se organizaron para perseguir sus objetivos y defender sus intereses. Su búsqueda de soluciones se incorporó a los compromisos asumidos por actores económicos y políticos poderosos para dar forma al régimen sucesor. Por supuesto, rara vez un nuevo régimen traía todos los resultados que se habían previsto. Al igual que los estados y las corporaciones, los movimientos sociales son poco cuidadosos con respecto a sus demandas y reivindicaciones.

Régimen alimentario de la diáspora colonial, 1870-1914

El régimen alimentario de la diáspora colonial4 apareció bajo la forma de mercado mundial de trigo, el cual fue el primer mercado que fijaba el precio de un bien básico de subsistencia. Surgió de la convergencia de las políticas estatales en Europa y la diáspora europea. Los gobiernos en Europa, frente a la insatisfacción popular de los movimientos obreros, anarquistas y socialistas; estaban interesados en promover la migración de los grupos problemáticos, e importar alimentos de bajo costo para aliviar el hambre del resto de ciudadanos. Inglaterra fue el primer país que sacrificó intencionadamente su seguridad alimentaria. Sacrificó los intereses de grupos muy poderosos –terratenientes y agricultores capitalistas, incapaces de competir con las importaciones baratas– por el bien de la estabilidad social para los empresarios industriales y el crecimiento de las ciudades. Delegó a los estados de la diáspora la tarea de financiar la fase transcontinental de las vías férreas, además de la tarea de la transportar los embarques dentro del sector capitalista más dinámico de la época. La demanda incentivó a las industrias del ferrocarril y de la transportación por barco en Inglaterra, y dio un nuevo impulso a las utilidades industriales.

Incluso mientras buscaban la autonomía con respecto al dominio europeo, los estados en América, Australia y Nueva Zelanda se embarcaron en proyectos para conquistar territorios habitados por pueblos indígenas. Para consolidar su control, era de crucial importancia vincular económica y culturalmente los territorios conquistados, a Europa. Después de desplazar violentamente a los pueblos indígenas fuera de sus territorios, los estados europeos en expansión de la diáspora reorganizaron el paisaje, imponiendo una trama (red) de tierras para el trabajo agrícola (granjas, etc.) a través de vías férreas y planos territoriales (Crosby, 1986; Cronon, 2003, 1996). Los migrantes eran contratados para usar la tierra de un modo distinto al de los pueblos indígenas y al de los europeos. Organizando la tierra conquistada bajo la forma de un entramado de granjas potenciales, y contratando europeos para que la trabajen, los estados “neo-europeos” aseguraron culturalmente el territorio.5

Los trabajadores agrícolas contratados a través de la diáspora europea eran distintos de las elites coloniales de las colonias clásicas, como la India. Mientras estos últimos encontraron una

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variedad de formas para movilizar el trabajo de los sujetos colonizados, los colonos europeos habían huido de las privaciones económicas y la persecución política en Europa. Intentaron establecerse como agricultores (granjeros) y quedarse. Lejos de disponer de sujetos colonizados a los cuales explotar, eran ellos mismos vulnerables frente a los intereses poderosos, particularmente a los del ferrocarril, que les transportaba primero a ellos y luego a sus productos. Los colonos europeos, al estar poco familiarizados con la agricultura en tierras diferentes, o quizás desconocedores de la agricultura en absoluto; cultivaban lo que les solicitaban los mercaderes y empresarios ferroviarios, quienes querían enviar trigo y productos ganaderos de vuelta a Inglaterra y al resto de Europa. Los colonos no sólo pagaban el valor de su pasaje y el de sus familias, sino que además pagaban regularmente el valor del flete del trigo. La dependencia de los colonos de la venta de productos ganaderos y de trigo a los mercados distantes en Europa, a través de los ferrocarriles locales y los puertos, garantizaba su sujeción a los estados y a las economías nacionales en expansión.

Por lo tanto, una nueva constelación de relaciones de clase e interestatales nació de los intereses convergentes de los estados europeos en industrialización, presionados por el descontento social, y de los estados en expansión de la diáspora europea. Los movimientos obreros fueron impulsores clave de la diáspora europea de fines del siglo XIX. La expansión territorial fue el impulso clave para la expansión del ferrocarril, y por tanto, para los beneficios europeos e internacionales.

El régimen alimentario creó una nueva clase de agricultores dependientes de los mercados de exportación. De hecho, la innovación más importante del régimen alimentario de la diáspora colonial fue la unidad productiva agrícola (granja, huerta, etc.), eminentemente comercial, y basada en el trabajo familiar. A diferencia de los campesinos, los colonos europeos de la diáspora tenían que comprar bienes de consumo y herramientas, y eran obligados a vender sus productos, y por lo tanto, a especializarse dependiendo de la demanda. Su dependencia del trabajo no remunerado de hombres, mujeres y niños –explotación del trabajo familiar– les permitía reducir costos con respecto a la agricultura en Inglaterra y otros lugares, incluyendo las regiones antes exportadoras de Europa del Este. A pesar de la notoria explotación de los trabajadores agrícolas, los empresarios agrícolas ingleses tenían que pagar salarios. Así, un (nuevo) régimen alimentario apareció sobre la base de agricultores familiares especializados en monocultivos de exportación. Paradójicamente, el triunfo de los trigales con trabajo familiar no remunerado apuntaló el primer mercado mundial que fijaba los precios de un producto alimenticio básico y cotidiano.

El régimen tuvo el efecto premeditado de reducir los costos de alimentación para las poblaciones urbanas en Europa. Se desarrolló a través de una espiral de caída de precios y crisis de la agricultura europea, que condujo al desplazamiento y expulsión de los pequeños productores del campo; y una espiral complementaria de migración hacia las regiones exportadoras de cereales en Norteamérica, las partes templadas de Sudamérica, Australia y Nueva Zelanda. De este modo, las políticas implícitamente complementarias de los estados europeos y de los estados de la diáspora, impulsaron el aparecimiento y desarrollo del primer régimen alimentario internacional. Sus prácticas convergentes crearon clases de familias agrícolas, las cuales nunca antes habían existido, y podían existir sólo a través del comercio internacional. Estas clases serían las más afectadas en el colapso del régimen.

En términos de medio ambiente, el régimen alimentario de la diáspora colonial promovió el debilitamiento del suelo virgen, cuya fertilidad (en el caso de Norteamérica) era resultado del uso dado por los pueblos indígenas y los asentamientos de búfalos. El origen de la erosión del suelo que plaga las granjas norteamericanas puede hallarse en la fragilidad introducida por las prácticas que removían los pastizales perennes (Jackson, 1984), que por un breve período de tiempo (en medidas geológicas) fueron capaces de producir cultivos con poco trabajo o con renovación de nutrientes. El régimen convirtió vastos ecosistemas de pastizal en “paisajes neo-europeos” (Crosby, 1986). Estos paisajes transformados, que más tarde fueron conocidos como

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las “canastas de pan” del mundo, realizaron aparentes milagros. En lugar del conjunto de pastos perennes, sociedades de búfalos y sociedades indígenas que habían sostenido un ecosistema estable; los colonos europeos introdujeron pastos y ganado europeo (Cronon, 1996). Estos “cambios en la tierra” (Cronon, 2003) condujeron al agotamiento del suelo, y eventualmente del agua, en el área de la que dependían muchos seres humanos alrededor de la región. Esto sentó las bases para la fase de monocultivos industriales, que aparecieron en el segundo régimen para enfrentar los problemas ambientales del régimen de la diáspora colonial.

En contraste, la denominada Alta Agricultura Inglesa (English High Farming) se basaba en principios científicos de agronomía diseñados para renovar los suelos e incluso maximizar la fertilidad a largo plazo. La agricultura inglesa, que experimentó un precipitado declive después de 1870, se había hecho científica, así como ocurrió con el capitalismo en el siglo anterior. La Alta Agricultura ha sido reconocida como el sistema de agricultura más sofisticado, ecológicamente, y eficiente, en términos energéticos, que el mundo ha conocido (Bayliss-Smith, 1982). Hay mucho que recuperar de su cuidadosa atención al reciclaje de nutrientes, su escala agrícola y otras cualidades de agricultura ecológica (Duncan, 1996).

Crisis del régimen alimentario de la diáspora colonial: legados y posibilidades alternativas

El régimen alimentario de la diáspora colonial colapsó en la depresión y catástrofe ecológica en Norteamérica conocida como el “Dust Bowl” en los años treinta, apenas dos generaciones después del aparecimiento del mercado del trigo. El legado más importante del régimen era un nuevo tipo y significado de las políticas agrarias. El difunto régimen dejó una clase de agricultores empobrecidos concentrados en regiones dependientes de la exportación, inapropiadas para los cultivos y para la agronomía europea. Debido a su estructura no capitalista, las tierras agrícolas comerciales familiares respondieron de forma “perversa” a la caída de precios (relativa a modelos económicas), creciendo aún más. Los límites históricos a la caída de precios desaparecieron. Muchos agricultores no tuvieron otra opción más que abandonar la tierra y unirse a las grandes masas en busca de empleo. Su miseria complementaba a la de los campesinos y obreros agrícolas que aún se estaban en Europa. Los obreros agrícolas, tratando de sobrevivir, formaron o renovaron movimientos políticos que adquirieron importancia en países coloniales y en Europa.

Un nuevo tipo de política agraria, distinta de los movimientos campesinos en otras partes del mundo,6 fue el legado del desarticulado régimen alimentario de asentamientos coloniales. Los movimientos agrarios en el creciente poder hegemónico, Estados Unidos, configuraron las características del último régimen; pero sólo después de una crisis que se mantuvo a través de la depresión económica mundial y la guerra, entre 1925 y 1945.

La configuración del segundo régimen alimentario, que es el objeto de la siguiente sección, no fue la única posible, y ni siquiera la que parecía más probable en los años treinta. En primer lugar, en el primer régimen, los Estados Unidos no era un exportador de trigo predominante. El régimen de la diáspora colonial creó varias regiones exportadoras, entre las cuales los Estados Unidos no constituía una zona dominante. De hecho, Punjab en la década de 1890 era considerado por el Departamento de Agricultura de los EE.UU. como su competidor más peligroso. Punjab era también una región de asentamientos coloniales de la época, en donde se vivía una guerra (contra los afganos) y se producía la distribución de tierras agrícolas y vías férreas auspiciada por el estado. Allí también operaba la contratación de colonos para el cultivo de trigo para la exportación a Inglaterra. Otras regiones exportadoras de trigo, recientemente colonizadas, también han desaparecido de la memoria, por ejemplo Siberia y la cuenca del Danubio (Friedmann, 1978). En segundo lugar, las colonias europeas (más tarde, el Tercer Mundo) no dependían de importaciones de alimentos, sino que eran (a pesar de las variaciones climáticas y los cambios políticos) ampliamente autosuficientes y en ocasiones exportaban sus excedentes.7 En tercer lugar, las dietas europeas no estaban extendidas en las colonias

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dominadas y racializadasa. El legado de las interacciones coloniales fue la diversidad y creatividad culinaria y agronómica, más que la estandarización (Friedmann, 2005).

Durante la Depresión de los 1930’s, el stock de trigo que no se podía vender coexistía con una población hambrienta. El problema era ampliamente concebido dentro de la estructura, por los gobiernos durante la Depresión, como un tema de mercados agrícolas volátiles que conducían a la inestabilidad de precios para los productores agrícolas y a la inestabilidad en el abastecimiento para los consumidores. La primera solución fue internacional, lo cual parecía apropiado dada la escala del problema. Acuerdos internacionales sobre los productos comprometieron a los gobiernos a exportar e importar cantidades dentro de rangos negociados. Luego, durante la Segunda Guerra Mundial, los gobiernos aliados coordinaron estrechamente sus iniciativas para la provisión de productos alimenticios, incluyendo regulaciones internas sobre la agricultura, para el sostenimiento de la guerra. Los compromisos de comercio durante la guerra fueron entendidos como acuerdos preliminares a los planes económicos nacionales posteriores a la guerra. Estos últimos reflejaban compromisos de los gobiernos con su gente para crear lo que se denominó los “estados de bienestar”, incluyendo tanto una dieta mínima como estabilidad agrícola. Dichos compromisos tomaron la forma de un plan de posguerra para la creación de un Consejo Mundial de Alimentos (World Food Board)*. Los compromisos respecto a la exportación e importación guiarían luego los planes económicos internos.

De haber prevalecido los planes del período de guerra sobre la creación de un Consejo Mundial de Alimentos, 8 los aliados victoriosos habrían hecho de la FAO (Food and Agriculture Organization) de las Naciones Unidas una poderosa organización, autorizada para administrar los acuerdos internacionales sobre producción agrícola. Sin embargo, la propuesta de creación de un Consejo Mundial de Alimentos, diseñada por los Estados Unidos y Reino Unido, fue descartada en una reunión en Washington, DC en 1947; sólo dos años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, con los votos en contra de los Estados Unidos y Reino Unido (bajo el gobierno del Partido Laborista). Esta fue la alternativa perdida para el segundo régimen alimentario.

Las razones de la derrota de la propuesta radican en una nueva “reestructuración” de los intereses de los agricultores familiares comerciales en los Estados Unidos, de manera tal, que la política agraria interna excluía e impedía la posibilidad de creación del Consejo Mundial de Alimentos. Otros cambios en 1947 impactaron el acuerdo durante la guerra sobre los planes de posguerra, pero no deben ser considerados como factores del rechazo a la propuesta. Una ruptura masiva en las relaciones entre los aliados ocurrió en 1947, cuando la rivalidad de la Guerra Fría reemplazó a la cooperación entre Occidente y la Unión Soviética. Dado que la rivalidad entre bloques se centraba en la disputa por la expansión de los estándares de vida, incluyendo estándares alimenticios, esto puede sugerir una revisión de la propuesta para estabilizar la alimentación y la agricultura dentro del Mundo Libre. El endeudamiento de los británicos con los EE.UU. por concepto de préstamos para la guerra, marcó un gran cambio en la hegemonía, y permitió a la posición de los Estados Unidos ejercer más presión que durante la guerra. Esto explica por qué incluso una delegación del Partido Laborista se habría sometido a la presión norteamericana para abandonar la propuesta de creación del Consejo Mundial de Alimentos. Se mantiene la pregunta de por qué los Estados Unidos habrían de revertir su postura referente a la regulación internacional de alimentos y agricultura.

La clave para responder a la pregunta es la forma particular de las políticas agrarias internas estadounidenses durante la Depresión, las cuales fueron mantenidas en el período de posguerra y limitaron los acuerdos internacionales de los Estados Unidos; y, por tanto, dieron forma al comercio internacional y a las políticas internas de otros países. La política agraria estadounidense no era el único tipo desarrollado durante la Depresión y la Segunda Guerra Mundial. De entre muchos programas de apoyo a la agricultura, creados en varios países * World Food Board y World Food Council hacen referencia a dos cosas diferentes, pero cuya traducción es estrictamente la misma. Revisar la Nota de Traducción al respecto.

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durante la Depresión, el programa escogido fue el único que traería como resultado cúmulos de excedente de la producción retenidos (y controlados) por el gobierno. El sistema británico de ‘pagos por deficiencia’ tenía las ventajas de la transparencia y de la distorsión no comercial –para utilizar términos corrientes del siglo XXI. El gobierno establecía metas para el ingreso de los agricultores y pagaba la diferencia entre los ingresos efectivos y los ingresos deseados, con fondos de los ingresos generales. No se acumulaba excedente en ninguna parte y los precios al consumidor no se veían afectados. Esta forma de subsidio era coherente con la propuesta del Consejo Mundial de Alimentos y con el comercio internacional liberal.

En cambio, la política agraria de los Estados Unidos estaba diseñada para no ser transparente (se llamaba “préstamos” a lo que era efectivamente subsidios) y a incrementar los precios agrícolas en lugar de subsidiar directamente los ingresos de los productores. Un sistema elaborado de adquisiciones de gobierno retiraba el suficiente trigo, u otro producto, del mercado como para lograr las metas en precios establecidas por el Congreso. El resultado era la acumulación de excedentes retenidos por agencias gubernamentales. Los excedentes ponían presión sobre los precios y por lo tanto se perpetuaban a sí mismos. También se requería controles a las importaciones para evitar que los productores de todo el mundo envíen sus cereales a los Estados Unidos, donde los precios estaban por sobre los precios mundiales. Este sistema mercantil de política agrícola interna fue el logro de las organizaciones agrarias que constituían uno de los tres pilares de la coalición del Partido Demócrata del New Deal, que se había mantenido en el poder durante los últimos años de la Gran Depresión y la temprana reconstrucción de posguerra.

Las políticas agrarias en los EE.UU., a través de la emergencia de la hegemonía estadounidense, condujeron no sólo al rechazo a la propuesta de creación del Consejo Mundial de Alimentos; sino también a un conjunto de prácticas que estructuraron el segundo régimen alimentario internacional. Los subsidios agrícolas estadounidenses, que eran inusuales en su incoherencia con el comercio liberal, crearon la cola que sacudían los perros fabricantes de políticas en los Estados Unidos, no sólo en la agricultura sino más ampliamente en los acuerdos comerciales internacionales.9 Dado que constituía el poder económico a la cabeza, todas las características del segundo régimen alimentario fluyeron de la protección y dispersión de los almacenes (stocks) americanos. La dispersión interna, que había comenzado durante la Depresión a través de “tickets de comida” (food stamps) como una forma de asistencia social en especie, se mantuvo después de la guerra, pero estaba lejos de adecuarse a la escala del problema. Las reglas monetarias de posguerra, que reemplazaron al difunto patrón oro con un sistema internacional basado en el dólar, permitieron un mayor escape hacia el mercado exterior bajo la forma de “asistencia alimentaria” o asistencia en alimentos (food aid). La innovación más sobresaliente de la hegemonía americana fue la “asistencia” bajo la forma de venta de bienes americanos por monedas “débiles”, que eran conservadas por el gobierno de los EE.UU. como “fondos de la contraparte”. La asistencia alimentaria constituía una porción tan grande de todos los envíos agrícolas internacionales durante dos décadas, que definió la cualidad única del segundo régimen alimentario, su carácter estatalmente dirigido o mercantil.

Régimen alimentario mercantil industrial

Durante 25 años, el régimen alimentario que surgió después de la derrota del Consejo Mundial de Alimentos en 1947 estructuró lo que se presentaba como natural dentro de la agricultura, la alimentación, el trabajo agrícola, el uso de la tierra y los patrones internacionales de especialización y lo que era laxamente denominado “comercio”. Se desarrolló como la expresión de las metas complementarias de los estados, firmas, clases sociales y consumidores, cambiando radicalmente los patrones internacionales de producción y comercio. Dentro del marco de la “asistencia en alimentos”, los subsidios a las exportaciones se convirtieron en una característica determinante del nuevo régimen alimentario. Los Estados Unidos atravesaron una transformación, de ser uno de muchos exportadores en el primer régimen, a ser un exportador

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predominante en el segundo. Japón, las colonias y las nuevas naciones del Tercer Mundo pasaron de ser autosuficientes a ser países importadores. Europa pasó de ser una región predominantemente importadora en el régimen de la diáspora colonial, a ser autosuficiente y eventualmente constituirse como potencia exportadora. El régimen estructuró, paradójicamente, el aparecimiento de varios capitales agroalimentarios gigantescos, que eventualmente se convirtieron en actores poderosos, cuyos intereses se diferenciaban de aquellos de los agricultores y de los estados nacionales. El régimen produjo todas estas modificaciones a través de la promoción de la industrialización de la agricultura y la elaboración de productos comestibles manufacturados, comercializados por grandes capitales al por menor.

El régimen alimentario de 1947-1973, por esto último, puede ser denominado mercantil industrial. Sus aspectos industriales y mercantiles contrastaban agudamente con el libre comercio y el trabajo familiar del régimen anterior. Las tensiones entre las políticas mercantiles, las familias productoras agrícolas, y las corporaciones agroalimentarias estuvieron contenidas por un cuarto de siglo mientras el régimen alimentario transformaba las formas de agricultura y de alimentación en todo el mundo, empezando por los Estados Unidos.

Los movimientos agrarios de la diáspora de los 1930’s forzaron una agenda con un resultado no anticipado y sin precedentes. La diáspora que nació de los conflictos obreros en Europa de 1800 experimentó su propia crisis., cuando los mercados internacionales del trigo colapsaron en los años treinta. Los agricultores de la diáspora y los europeos demandaron protección de los mercados internacionales inestables, y la protección a la agricultura adoptó diversas formas nacionales. Sin embargo, fue el conjunto específico de demandas de los movimientos agrarios en los EE.UU. –que era la hegemonía emergente– el que dio forma al nuevo régimen alimentario. Sólo la ideología particular y la influencia política de los agricultores estadounidenses pueden explicar cómo se introdujo, en Estados Unidos, una forma de subsidio agrícola interno que condujo a los excedentes administrados por el gobierno y requirió control sobre las importaciones. Cuando otros estados estaban constreñidos de adoptar políticas internas y comerciales complementarias, el régimen entero adoptó un carácter mercantil. Esto tomó forma a través del supuesto colectivo –ratificado en el GATT– de que el comercio agrícola constituía un sector excepcional.

Las exportaciones subsidiadas constituían una institución clave del régimen alimentario mercantil industrial. Los subsidios a las exportaciones se originaron –y en cierto modo se mantienen– como “asistencia en alimentos”. En tanto gran innovación institucional, la asistencia económica extranjera se basaba en el papel único del dólar según el sistema monetario de Bretton Woods. La mayoría de las monedas nacionales no eran convertibles a dólares, debido a que la mayoría de países no gozaban de la suficiente capacidad de exportación como para acumular dólares. Sin embargo, la asistencia extranjera permitía a los EE.UU. “vender” bienes en el extranjero a cambio de monedas inconvertibles (o “débiles”) de los países importadores. 10

Se pretendía que esta sea una estrategia temporal para ayudar a los países a desarrollar su capacidad de exportación, para que eventualmente pudieran acumular moneda “fuerte”. En Europa, el Plan Marshall estableció la asistencia americana como una medida temporal –y exitosa– para reconstruir a los socios comerciales, y para acabar con la dependencia del comercio imperialista de las colonias europeas, en favor de los dólares (Wood, 1986). La implementación de la asistencia alimentaria en los países “subdesarrollados” –la nueva definición para aquellos que surgían del dominio colonial–, a través de la Ley Pública 480 en 1954, fue la fundación del régimen alimentario mercantil industrial. Como poder hegemónico sin contendientes, los Estados Unidos realizaron un balance de su poder y riqueza –que le permitieron proteger sus políticas internas– con la visión de adoptar arreglos complementarios en favor de otros gobiernos. Las exportaciones subsidiadas elevaron la posición de los Estados Unidos hasta convertirlo en una nación líder en exportaciones, y gestaron la percepción de que era naturalmente, de algún modo, una “canasta de pan”. Los países europeos devastados por la guerra aceptaron la Asistencia Marshall (Marshall Aid) en alimentos, insumos y fertilizantes, los cuales dieron origen a cultivos productivos, especialmente trigo, y a la ganadería, en

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dirección a una agricultura industrial como en el modelo americano. Esa asistencia se convirtió en importaciones comerciales, especialmente insumos para operaciones animales intensivas (Friedmann, 1994). La visión generalizada de “desarrollo” como crecimiento de la industria nacional animó a Europa a aceptar el liderazgo de los EE.UU., incluso mientras sus imperios se disolvían. Es igualmente importante señalar que, esta visión animó a los nuevos estados creados a través de las luchas anticoloniales, a aceptar también el liderazgo norteamericano (Sachs, 1992; McMichael, 2004a). El Segundo Mundo, que era el bloque soviético, estaba separado por mutuos embargos comerciales. El desarrollo era comprendido casi universalmente como crecimiento industrial,11 y esa idea incluía importaciones subsidiadas de trigo de los Estados Unidos. Para el Tercer Mundo, sin embargo, la asistencia no se convirtió en comercio, sino en una dependencia crónica de las importaciones.

Los envíos de asistencia en alimentos debilitaron la agricultura en muchas regiones campesinas tradicionales. Muchas no pudieron competir con los productos estadounidenses subsidiados. En su punto más alto, los envíos de trigo de los Estados Unidos bajo la Ley Pública 480 constituyeron más del 40% de los envíos internacionales. Mientras los EE.UU. habían promovido activamente la conversión hacia las dietas basadas en trigo en años anteriores, por ejemplo durante la ocupación japonesa después de la Segunda Guerra Mundial, las elites urbanas en el Tercer Mundo defendían la superioridad del trigo por sobre los productos básicos locales.12 Esto provocó grandes procesos migratorios de los campesinos hacia las ciudades.

Sin embargo, ni la creciente dependencia de importaciones de alimentos, ni el debilitamiento de los sectores agrarios fueron problemáticos para los gobiernos del Tercer Mundo. En primer lugar, dentro de la estructura interpretativa del régimen alimentario, los envíos de asistencia no eran considerados como exportaciones. En segundo lugar y relacionado a lo primero, la agricultura y los alimentos eran considerados como el telón de fondo de la gran obra que era la industrialización. Los gobiernos del Tercer Mundo necesitaban sacar el trabajo de la agricultura “retrógrada” y ubicarlo en las anticipadas industrias urbanas “modernas”. La proletarización era, entonces, un objetivo explícito de los países “en desarrollo”, tal como eran denominados (después de que “subdesarrollados” pasó de moda). La asistencia en alimentos ayudó de muchas maneras. Fue el sustituto del suministro interno de alimentos, apoyó la construcción de estados paternalistas después de la independencia del dominio colonial, y abrió posibilidades para la población por fuera del autoabastecimiento y de los mercados locales. A todos estos elementos positivos, McMichael (2004a) los denomina el Proyecto Desarrollista.

Las políticas internas de alimentos y agrícolas fueron configuradas alrededor del mundo por dos factores. Externamente, el grano subsidiado y otros envíos pusieron una presión crónica sobre los precios mundiales para su disminución, incluso para los no beneficiaros de la asistencia (no receptores de los envíos). Los precios bajos necesitaban protección en los países importadores donde se deseaba proteger la agricultura interna, particularmente Japón y los países europeos. Los precios bajos, además, ponían trabas a la competencia por la exportación, incluso la que provenía de otros exportadores europeos de la diáspora como Canadá o Argentina.

Internamente, los Estados Unidos servían de modelo y apoyaban la fuerte intervención del estado y la industrialización de la agricultura. Los gobiernos en muchas partes del mundo adoptaron versiones locales apropiadas de las políticas agrícolas mercantiles de los EE.UU. Tanto el gobierno americanos como los demás gobiernos del mundo eran animados por las agencias internacionales para el desarrollo durante los 1950’s y 1960’s. En el Tercer Mundo, la industrialización, que fue denominada la Revolución Verde, incrementó la producción de granos y –tal como en los Estados Unidos– también contribuyó a la expulsión de los campesinos del campo. Japón, Gran Bretaña y la Comunidad Económica Europea adoptaron subsidios agrícolas que eran versiones modificadas del modelo norteamericano (y eventualmente tenía excedentes propios). La Política Agrícola Común (Common Agricultural Policy) de 1957 (con políticas específicas definidas en 1958) fue la política base de la Integración Europea en el Tratado de Roma. Durante los años cincuenta y sesenta, estas políticas mercantiles permitieron la

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regulación nacional complementaria de sectores agrarios internos y del comercio agrícola. Y dentro de estos espacios nacionales regulados, la agricultura y los alimentos fueron reconocidos como industrias con sus propias dinámicas técnicas, y como fuente de grandes utilidades.

El régimen mercantil fue, además, paradójicamente, industrial. El régimen alimentario de la diáspora colonial había sido dirigido por capitales comerciales, por lo menos en la agricultura; incluso los ferrocarriles percibieron utilidades por la transportación de trigo y carne. En el régimen mercantil industrial, grandes firmas industriales finalmente se hacen dominantes dentro de un sector agroalimentario altamente especializado e integrado. Algunas organizaciones capitalistas crecieron para proveer a la agricultura de maquinaria, químicos, alimentos para ganado, medicina veterinaria, y muchos otros insumos relacionados a la industrialización de la agricultura. Otras procesaban productos agrícolas como ingredientes para productos comestibles aun más elaborados. Otras incluso emprendieron el camino largo desde pequeñas tiendas y mercados agrícolas hasta supermercados gigantes. Estas grandes firmas capitalistas colocaron a los agricultores en una posición en el medio de sí mismos: entre ellos mismos como compradores y ellos mismos como vendedores. Las organizaciones agrícolas empezaron a hablar del obstáculo “costo-precio” que enfrentaban entre las corporaciones de gran poder en el mercado. En un lado estaban los vendedores corporativos de insumos químicos y mecánicos, y en el otro se ubicaban los compradores de cultivos y ganado como materia prima para procesamiento.

Paradójicamente, bajo la superficie mercantil de las reglas de intercambio, estas firmas integraban sectores de la producción de manera transnacional. Por ejemplo, el sector ganadero nacional de Holanda, que depende de las importaciones de alimento industrial para el ganado suministradas por una transnacional, en cierto sentido sólo aparenta ser nacional (Friedmann, 1994). De igual forma, la promoción de la sustitución de importaciones en el Tercer Mundo, por ejemplo a través de la Revolución Verde, sustituyó más bien la dependencia de la importación de granos por la dependencia de insumos industriales como pozos de tubo y fertilizantes químicos. Junto al crecimiento y alcance transnacional de las corporaciones agroalimentarias, los agricultores se volvieron cada vez más especializados. Operaciones de mezclas de cultivos y cría de ganado, discutiblemente importantes en muchas regiones para la sustentabilidad ecológica, cedieron el paso a los campos de monocultivo y operaciones ganaderas de fábrica. Las corporaciones agroalimentarias incrementaron sus utilidades y control, alargando las cadenas de oferta de productos. Particularmente para abastecer a la demanda de carne del consumidor (un fenómeno cultural complejo), los monocultivos de maíz y granos de soya como alimentos para el ganado se convirtieron en la base de mucha de la agricultura de las viejas regiones colonizadas en la diáspora. Los agricultores en los Estados Unidos, especialmente, crecieron y se volvieron motocultivadores, disminuyeron en número y se integraron a cadenas de oferta controladas por corporaciones, se volvieron más dependientes de las exportaciones subsidiadas, y perciben cada vez menos utilidades por los precios.

Cuatro cambios entraron gradualmente en conflicto con las prácticas –y con la estructura– del régimen alimentario mercantil industrial. Primero, los países del Tercer Mundo (que pasaron a ser denominados ‘el Sur’ con el fin de la Guerra Fría) se vieron atrapados en la estrechez entre las necesidades de importación de alimentos básicos y los precios decaídos de las exportaciones coloniales de las cuales aún dependían desde el anterior régimen. Los alimentos industriales o “durables” poco a poco fueron encontrando sustitutos para el azúcar y los aceites tropicales, los cuales estaban entre las más importantes. Como lo muestra cualquier etiqueta de ingredientes, el azúcar ha sido reemplazado por una variedad de “endulzantes”, incluyendo químicos como el aspartame, y productos industriales residuales como la fructosa o el corn syrup (que también se beneficia de los subsidios del gobierno norteamericano). Segundo, la reorganización productiva de las cadenas productivas aceleró la disminución del número y de los recursos políticos de los agricultores, y los “lobbies agrarios” empezaron a reflejar la presencia corporativa creciente, incluso en la agricultura. Tercero, las corporaciones transnacionales se vieron constreñidas por

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las reglas de intercambio mercantil y los subsidios internos del régimen, y apoyaron iniciativas para liberalizar el comercio.

El détente entre los Estados Unidos y la Unión Soviética a inicios de los 1970’s reveló el cuarto, un elemento profundamente implícito de la estructura del régimen alimentario mercantil industrial: el embargo comercial mutuo entre los bloques de la Guerra Fría. El bloque capitalista había actuado como un dique de contención del comercio y la asistencia agroalimentaria. Los excedentes se acumulaban detrás del dique y había que deshacerse de ellos. La eliminación del excedente era clave para la dinámica del régimen. El régimen dejaría de existir sin excedentes y sin exportaciones (subsidiadas) que funcionaban tanto para el que las enviaba como para el que las recibía.

No obstante, el régimen aún no era visible como tal, y los excedentes simplemente se presentaban como un problema crónico. Los EE.UU. vieron la oportunidad de vender sus excedentes por moneda fuerte y al mismo tiempo cambiar las alianzas geopolíticas a través de un “détente” con la Unión Soviética en 1972 y 1973. Los acuerdos soviético-americanos sobre los cereales de aquellos años eran tan grandes que vaciaron los almacenes de excedentes por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial. Los acuerdos causaron que el precio del trigo y otros cereales, y de las semillas de aceite se triplique. La asistencia alimentaria, y hasta algunos contratos comerciales –crucialmente una venta de granos de soya al Japón– fueron suspendidos. Los países dependientes de las importaciones de alimentos del Sur, que además enfrentaban elevados precios de la energía en los mismos años, comenzaron a solicitar préstamos a bancos privados. Los consumidores norteamericanos, enloquecidos por los altos precios de la carne, emprendieron boicots. Los trabajadores agrícolas, furiosos por haber sido excluidos de la repartición de los precios altos que fueron todos concentrados por las corporaciones de comercio, presionaron intensamente al Congreso. El régimen cayó una reconocida, aunque muy poco recordada, Crisis Mundial de Alimentos (World Food Crisis) en 1974.

Crisis del régimen alimentario mercantil industrial: la reestructuración del comercio

La Reunión Mundial de la Alimentación (World Food Summit) de 1974 empezó a revelar la estructura del régimen alimentario mercantil industrial. Fue convocado por la FAO en Roma. La FAO, que había estado al margen de las operaciones del régimen, había (como muchas agencias especializadas de las Naciones Unidas) dedicado sus energías a luchar contra el hambre y a asistir a la agricultura campesina en el Tercer Mundo. De pronto, millones de personas se encontraban en “inseguridad alimentaria”, debido a la desaparición de los almacenes de excedente de los Estados Unidos y la conmoción de los precios mundiales de los granos. La respuesta inicial no fue cuestionar si los mercados por sí mismos podrían aumentar la vulnerabilidad –a pesar de las lecciones de la crisis de los 1930’s. La respuesta fue concebir (estructura) al problema como un tema de hambre, esto es, personas carentes de alimento. En la primera Reunión Mundial del Alimento los gobiernos declararon un “derecho inalienable de ser libre de hambre y desnutrición”, y se comprometieron a cumplir este derecho universalmente para 1984 (FAO, 1996; Friedmann, 2005). La Reunión creó el Consejo Mundial de la Alimentación (World Food Council) para mejorar la actividad esporádica del Programa Mundial de Alimentos, el Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola y el comité de la FAO para la Seguridad Alimentaria Mundial. El lenguaje de la “seguridad alimentaria” y del “derecho a la alimentación” apareció en este punto. Mientras el derecho a la alimentación había sido ya mencionado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948 (Alston, 1994, pág. 206-207), la seguridad alimentaria ponía nombre a la ausencia de una conexión automática entre las necesidades y la producción agrícola, la cual había estado implícita en la estructura del régimen (Lacy y Busch, 1984).

A medida que el hambre aumentaba, los subsidios a las exportaciones ya no eran disfrazados. En primer lugar, la asistencia fue reconsiderada como incoherente con las exportaciones

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subsidiadas. Los flujos de concesiones bilaterales de los Estados Unidos se detuvieron después de las ventas soviéticas. Las instituciones multilaterales de asistencia en alimentos fueron fortalecidas. La asistencia europea se expandió. Una recién enriquecida Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) empezó a usar sus ingresos petroleros para dar su propia asistencia. La asistencia en alimentos empezó a ser concebida más explícitamente o bien como “humanitaria”, o bien como una extensión de la política externa. El Congreso de los EE.UU. cambió la legislación de la asistencia en alimentos para enfatizar más las subvenciones que las ventas de concesión. Esto ocurrió mientras despertaban rumores y revelaciones sobre asignaciones ilegalmente dirigidas a la guerra de Vietnam.

En segundo lugar, los subsidios a las exportaciones se volvieron peligrosamente competitivos. Una vez nombrados explícitamente, condujeron a intentos formales por incorporar la agricultura en los acuerdos de comercio. Los excedentes europeos, previsiblemente generados por un sistema paralelo de subsidios internos a los precios agrícolas, también habían desembocado en exportaciones subsidiadas. Para la década de 1980, los subsidios competitivos a las exportaciones casi produjeron una guerra comercial entre Europa y Estados Unidos. El interés era resolver esta competencia mutuamente destructiva. Al mismo tiempo, exportadores de segunda categoría liderados por Argentina, Canadá y Australia, formaron el “Cairns Group” para presionar por el fin de las prácticas mercantiles. Los nuevos exportadores de cereales y de soya para la ganadería industrial, notablemente Brasil, se unieron a la lucha (Friedmann, 1994). Estos gobiernos no habían sido capaces de subsidiar sus propias exportaciones, 13 y esperaban que el fin de las prácticas mercantiles les diera, al fin, una cuota justa en las exportaciones mundiales. Los mayores países de lo que fue denominado ‘el Norte’, por lo tanto, acordaron tratar de incluir a la agricultura dentro de los acuerdos de comercio en las negociaciones del GATT que comenzaron en 1986. Esta modificación fue apoyada (de un modo ambivalente al principio) por las industrias agroalimentarias, que habían llegado a considerar restrictiva a la estructura mercantil, que nutrió su crecimiento durante más de tres décadas. La lucha adquirió cierta fuerza del colapso del bloque soviético y de la rápida privatización de los bienes en cada país. La OMC fue creada en 1995, y estuvo al incorporar el histórico Acuerdo sobre la Agricultura (Agreement on Agriculture).

El régimen alimentario mercantil industrial se terminó. Sin embargo, los intereses del antiguo régimen no mueren fácilmente. Los Estados Unidos estaban interesados en la exportación de cereales, y su déficit comercial estaba creciendo. Japón y Europa tenían amplios distritos electorales que definían a la seguridad alimentaria como suficiencia interna y lobbies agrícolas activos. Las prácticas comerciales mercantiles no terminaron, como tampoco terminaron los subsidios agrícolas internos. A pesar de que el Norte, especialmente a través del G-7, había hecho grandes progresos en la reestructuración (reconcepción) del problema, pasando del tema del hambre al tema del comercio,14 el Acuerdo sobre la Agricultura de la OMC se mantenía como un acuerdo en principio.

Los “lobbies agrícolas” supuestamente evitaban que los gobiernos poderosos cumplan con sus compromisos de eliminar los subsidios internos y a las exportaciones. Los lobbies agrícolas en el Norte eran los pilares del régimen alimentario mercantil industrial en desarticulación. No obstante, la influencia de las organizaciones agrarias en las políticas nacionales, que parecía ser asombrosa en los ochenta y noventa, yacía finalmente sobre una frágil base social. El número de agricultores había caído a un pequeño porcentaje de la población debido al propio éxito del régimen –el sistema de precios recompensaba a las unidades de producción más grandes, y la industrialización de la agricultura subordinaba a los productores a los grandes insumos agrícolas y a las firmas procesadoras de alimentos.

Los intereses de los productores (y como veremos más adelante, consumidores) se hicieron menos monolíticos a medida que el régimen se desarrollaba. Los Estados Unidos, a pesar del incremento de los subsidios agrícolas a nivel sin precedentes, estaba altamente comprometido con políticas, como la promoción de semillas manipuladas genéticamente, que intensificaban la

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concentración de poder de la industria y el tamaño de las unidades de producción. Mientras tanto, los cultivos de campo se habían concentrado en alimentos para el ganado, tanto para operaciones internas como para la exportación. Los precios internos de los cereales en EE.UU. continuaban cayendo, beneficiando cada vez más a los capitales ganaderos concentrados. Algunos productores de cereales reconocieron que los subsidios internos ya no los ayudaban, y comenzaron a identificar un interés compartido con los productores extranjeros, que aún eran afectados por los bajos precios norteamericanos. Ellos abogaron por una mezcla de medidas para alzar los precios internos (Ray, De La Torre Ugarte, y Tiller, 2003). Sin embargo, las voces más influyentes en los lobbies agrícolas de los Estados Unidos, que representaban a los actores más numerosos interesados en cada “producto” especializado, eran los agronegocios. Estos se beneficiaban de los subsidios norteamericanos mientras se oponían a los subsidios en organizaciones internacionales.

La Unión Europea comenzó a desplazarse en dirección de subsidios “que no distorsionaban el comercio” bajo la rúbrica de la “multifuncionalidad”. Esto significaba que los subsidios agrícolas serían redirigidos hacia “servicios” específicos relacionados a lo ambiental, la preservación del paisaje, las comunidades rurales, entre otros. Los “servicios” eran proveídos por los productores, estando todo esto lejos de los subsidios a los productos específicos. No obstante, esta política era un táctica en las negociaciones con los Estados Unidos. Fue diseñada con organizaciones ambientales en lugar de organizaciones agrarias, y no era particularmente agradable para los productores (Vihinen, 2004). Sin embargo, la multifuncionalidad era una reestructuración radical de la agricultura. Como veremos, alcanzó un poyo extra gracias a los temores que suscitaba la seguridad alimentaria, que impactaba a la confianza del consumidor en la agricultura industrial. Abrió nuevos espacios en Europa y se articuló a nuevas posibilidades de reestructurar (reconcebir) el alimento y la agricultura en otras partes del mundo.

Para el año 2003, Europa y los Estados Unidos aún no habían resueltos sus desacuerdos, pero habían encontrado una nueva solidaridad bajo el rostro de un desafío coherente de los países del Sur. En ese año, una coalición de los gobiernos líderes del Sur fue a las conversaciones de la OMC porque el Norte se mantenía intransigente con respecto a tema de los subsidios agrícolas, tanto internos como a las exportaciones. Los tres países que lideraron la coalición del 2003 provenían de roles marginales antes de 1974. Brasil se había convertido en un competidor líder, especialmente en las exportaciones de soya. India pasó de ser el receptor líder de la asistencia en alimentos norteamericana, a ser más o menos autosuficiente. China pasó de una condición de aislamiento a acoger las semillas y las técnicas occidentales para industrializar la agricultura. Si el Norte accede a las demandas del Sur, sin embargo, los resultados podrían no ser los esperados por los protagonistas. La abolición de los subsidios no puede traer un nuevo régimen.

Dos posiciones dominantes y opuestas se mantenían encerradas en el marco del antiguo régimen. La primera respuesta a los altos precios de los alimentos en 1974 fue la confusión universal sobre cómo tal retroceso del “desarrollo” podía haber ocurrido, y la concepción del problema como un tema de hambre. La pregunta era si la redistribución o el aumento de la oferta eran la solución. Quienes abogaban por el derecho a la alimentación se concentraban en la redistribución del ingreso para ampliar el acceso a los alimentos comerciales. La atención a la redistribución había sido, en efecto, la alternativa al neoliberalismo, que era promovido particularmente por el G-7, y que habría sido aplicada no sólo a las clases sociales sino además a las reglas del juego, creando una mayor equidad entre el Norte y el Sur. 15 Pero los 1980’s y 1990’s vieron el triunfo de las políticas neoliberales centradas en el comercio y las finanzas. Quienes abogaban por el libre comercio le apostaban al cambio tecnológico, ahora incluyendo las tecnologías genéticas (Runge, Senauer, Pardey y Rosegrant, 2003).

A medida que la trayectoria de la crisis del Sur seguía el cambio del hambre al comercio, los movimientos agrarios y la reforma agraria entraron en escena. En el Sur, movimientos sociales significativos se han levantados de entre los productores agrícolas que enfrentan la devastación provocada por las importaciones subsidiadas del Norte y por la reforzada reorientación de la

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agricultura hacia las exportaciones para el pago de la deuda externa. Estos movimientos han presionado a los gobiernos para que tomen una postura en la OMC. Los movimientos agrarios además están presionando a los gobiernos para la redistribución de la tierra, como por ejemplo el MST de Brasil; para que los protejan de las nuevas amenazas que representan las declaraciones de propiedad intelectual sobre las semillas, típico de varios movimientos en India; y para resistir la presión de redirigir la agricultura hacia los cultivos de exportación al Norte, en lugar de la producción de alimentos.

Los movimientos agrarios se volvieron internacionales. Una red transnacional de organizaciones agrarias llamada la Vía Campesina fue fundada en un encuentro en 1993 en Mons, Bélgica, con 55 organizaciones campesinas y agrarias provenientes de 36 países. Esto reestructuró a los productores y campesinos del Norte y del Sur como un mismo grupo de “gente del campo”. La red ha crecido rápidamente en su primera década, tanto en tamaño como en sofisticación. La Vía Campesina era la culminación de los procesos organizativos nacionales y trans-fronterizos en América, Europa y Asia, para consolidar oposición regional e internacional a los tratados de libre comercio (Edelman, 2003). Las ONG’s y los movimientos sociales han organizado encuentros paralelos, cada vez más grandes, a las organizaciones internacionales, incluyendo la Reunión Mundial de la Alimentación (World Food Summit) entre 1974 y 2002. Las manifestaciones de oposición a los tratados de libre comercio, comenzando con el tratado de libre comercio entre Estados Unidos y Canadá en 1989, y extendiéndose al NAFTA firmado en 1994, presentaban a los productores, y a quienes los apoyaban, a las perspectivas internacionales. Discusiones analíticas y estratégicas evolucionaron hasta llegar al Foro Agrícola, paralelo al Foro de las Américas en la ciudad de Québec, Canadá, en el 2001, y permitieron reestructurar (reconsiderar) diversos temas. La diversidad cultural y biológica, la equidad de género, los efectos de las dietas en la salud, los impactos ecológicos de los sistemas agrícolas, las tecnologías apropiadas, los saberes de los agricultores y el comercio justo, se unieron a los temas tradicionales de derechos de los productores, reforma agraria, trabajo agrícola, hambre y justicia social, en los diferentes Foro Social Mundial de Porto Alegre y Mumbai, y luego en los foros regionales (Friedmann, 2002). De estos encuentros emergió un grueso consenso de repensar el concepto de soberanía alimentaria.16

Entre 1974 y el fin del siglo, las viejas instituciones habían dejado de funcionar como lo hacían o –especialmente en el Sur– habían dejado de existir. Los cambios en la asistencia en alimentos, subsidios agrícolas y consejos de marketing, y subsidios a los alimentos de consumo, condujeron a un esplendor de las disputas sobre cómo repensar (reconcebir) los diversos temas. Estas disputas, sin embargo, tomaban lugar en medio de una amplia pérdida de confianza en los méritos de los sistemas agroalimentarios creados por el régimen alimentario mercantil industrial. Un nuevo régimen parece estar emergiendo, no desde los intentos de restaurar elementos del pasado, sino desde una esfera de alianzas interdependientes y problemas que vinculan la alimentación y la agricultura a nuevos temas. Estos incluyen calidad, seguridad, diversidad biológica y cultural, propiedad intelectual, protección a los animales, contaminación ambiental, uso de energía, e inequidades de raza y género. El más importante de estos cae bajo la amplia categoría de medio ambiente.

ANTECEDENTES DEL CAPITALISMO VERDE

Los nuevos temas llevaron a la agricultura y a la alimentación, que habían sido marginales para la conciencia pública, y administradas por ramas separadas del gobierno al centro conflictivo de las políticas del Norte. El criticismo ambientalista de la agricultura industrial comenzó en el pináculo del régimen alimentario mercantil industrial. El libro Silent Spring de Rachel Carson, a menudo valorado como la obra que inauguró el movimiento ambientalista en Estado Unidos, documentaba los efectos de los pesticidas en lo que más tarde se denominó la “diversidad biológica”. No obstante, la agricultura está lejos de ser el centro de las primeras instituciones ambientalistas. La contaminación del aire fue el primer asunto que unificó a los recientemente

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creados ministerios del ambiente en los años posteriores a la primera conferencia por el medio ambiente en Estocolmo en 1972. Sin embargo, las preocupaciones por la seguridad alimentaria eran tan antiguas como la lluvia radiactiva en los 1950’s. En los 1960’s y 1970’s, las preocupaciones por los aditivos en los alimentos y los residuos de pesticidas entraron en escena. Mientras los consumidores eran abastecidos por el sistema alimentario industrial en los 1980’s y 1990’s, los movimientos ambientales y los movimientos de consumidores hicieron suyos los temas relacionados con la seguridad alimentaria y la calidad de los alimentos en respuesta a las epidemias de enfermedades como E. coli y BSE. Los cuestionamientos a las prácticas industriales agroalimentarias también surgieron desde los activistas de los derechos de los animales. Un gran movimiento internacional se opuso a las semillas genéticamente intervenidas, que fueron rápidamente introducidas en los campos de maíz y de soya alrededor del mundo en la década de los noventa.

Las unidades de producción “orgánicas” y locales, que habían empezado a experimentar con la agroecología y el regreso a la cocina durante los 1960’s y 1970’s, fueron siempre interesantes para las grandes corporaciones alimenticias. Un juego de denominaciones se jugaba alrededor de los términos natural, saludable y orgánico. Los manufactureros corporativos (y más tarde las corporaciones de comida rápida) consideraban tales términos como una crítica implícita a sus propios productos como no naturales, no saludables e inorgánicos (usualmente químicos). Al mismo tiempo estaban alerta de las tendencias del mercado. Una oleada masiva de fusiones empresariales atravesó los Estados Unidos y el mundo en los ochenta. Algunos de los nuevos gigantes, como Beatrice Foods y General Foods, compraron a algunos de los productores de alimentos alternativos más exitosos en California e integraron sus líneas de producción para abastecer a la creciente red de tiendas de alimentos “saludables” en todo el continente. Las corporaciones minoristas, cuyo poder en el sistema alimentario creció junto al incremento de las ansiedades de los consumidores, desarrollaron sus propias marcas, que comúnmente declaraban elevar la calidad y los estándares ambientales, incluso dejando de lado la lealtad a las marcas de las viejas corporaciones manufactureras. Estos experimentos con líneas de producción con “nichos” en el mercado, permitieron a las marcas corporativas a adueñarse de las palabras saludable y natural, que empezaron a adornar incluso los más elaborados productos comestibles. De hecho, hacia el fin de esta tendencia, las barras de caramelo con vitaminas se venden como alimentos “funcionales”, considerados como mejores para la salud que las comidas balanceadas bien preparadas.

El término orgánico, sin embargo, resultaba más sensible porque estaba relacionado a la agricultura. Los productores agrícolas y los lobbies agrícolas se unieron a los intereses del agronegocio al rechazar las críticas contra la agricultura industrial química intensiva. A medida que el sector creció en respuesta a la demanda, la certificación se convirtió en un asunto político complejo, tanto entre los productores como en los diferentes niveles del gobierno. Para cuando el asunto empezó a ser resuelto a nivel nacional en los años noventa (Guthman, 2004), los conflictos internacionales por la seguridad alimentaria, incluyendo técnicas agrícolas, se habían hecho parte de los conflictos de comercio. La Unión Europea y Japón rechazaron las importaciones de productos derivados de ganado tratado con hormonas, y de alimentos y semillas genéticamente modificados. El conflicto con los países exportadores –los EE.UU. y el nuevo Cairns Group en la OMC– se confundieron y mezclaron con los conflictos de comercios descritos en secciones anteriores.

En el Sur, el régimen alimentario mercantil industrial había traído la Revolución Verde y la agricultura industrial. El régimen simplificó los agro-ecosistemas para incrementar la producción de alimentos básicos de consumo cotidiano, como arroz en Asia y papa en los Andes. Marginó a las comunidades rurales basadas en mixturas de culturas agrícolas, y amenazó a los saberes agrícolas tradicionales indígenas. La crisis del régimen mercantil industrial revertió el proyecto clásico de sustitución de importaciones a través de la agricultura industrial. La presión internacional por el cobro de deudas, que se consolidó bajo el título de ‘ajuste estructural’ en los 1980’s, insistió en modificar las exportaciones, retirar la intervención del

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estado –especialmente los subsidios agrícolas y a los alimentos– y quitar las barreras a las importaciones. En muchos lugares, la agricultura pasó de la producción de alimentos para consumo interno, a la producción de productos “no tradicionales” para la exportación: frutas, vegetales y flores (además de re-enfatizar en las exportaciones “tradicionales” como café, azúcar y otros cultivos tropicales introducidos por el régimen de la diáspora colonial). La cría de ganado se trasladó a los ecosistemas de bosque tropical para proveer carne a las cadenas industriales de hamburguesas. Aparecieron movimientos sociales que vinculaban los temas clásicos de tierra, trabajo y subsistencia, a temas nuevos: expulsión de los pueblos indígenas de sus territorios, protección de los saberes agrícolas indígenas, y agroecología (McMichaels, 2004b).

Para el 2001, cuando el primer Foro Social Mundial reunió a movimientos sociales del Norte y del Sur, interpretaciones comunes empezaron a salir de las interrelaciones entre la diversidad biológica y cultural, y de la amenaza colocada por la agricultura industrial. En Norte y Sur comenzaron a proliferar experimentos de producción de alimentos en forma sensible y armónica con el ambiente, revinculando el consumo en regiones municipales, y protegiendo, reviviendo o creando culturas alimenticias regionales. El movimiento “Slow Food” crea convivia para revivir la alimentación ecológica y placentera, y más recientemente presidia para proteger la diversidad de cultivos, ganado y técnicas locales. Los agricultores indígenas están jugando papeles altamente efectivos en el gran movimiento de pequeños productores en la Vía Campesina. 17

Sobre la base de varias décadas de diálogos internacionales feministas, las mujeres juegan un gran papel en muchos de estos movimientos. Si el pasado es una guía, algunas de las demandas de estos movimientos serán la inspiración de un nuevo régimen alimentario, y en parte le darán forma, probablemente con resultados inesperados. Mientras eso ocurre, el capital siempre está presto a apropiarse de aquello que funciona.

LINEAMIENTOS DE UN RÉGIMEN ALIMENTARIO CORPORATIVO AMBIENTAL

Una convergencia de las políticas ambientales y la reorganización de las cadenas de oferta de alimentos liderada por proveedores minoristas, sugiere la emergencia de un régimen alimentario corporativo ambiental. El régimen emergente, tal como lo veo, consiste en dos formas diferenciadas de organizar las cadenas de oferta de alimentos, más o menos correspondientes con la diferenciación de clases transnacionales de consumidores ricos y pobres. Ambas formas son lideradas por capitales privados, a veces las mismas firmas venden productos baratos y de calidad a las diferentes clases de consumidores. En los Estados Unidos, las dos cadenas de supermercados que definen los dos mercados de clase son Whole Foods (apropiación de un término contracultural de los sesenta)18 y Walmart. En Europa, en cambio, un solo consorcio coordina la organización transnacional masiva de cadenas de oferta de calidad certificada; sin embargo, el hecho de que estas sean construidas por capitales privados, y no mediante políticas estatales, abre las puertas a Walmart o a pequeños empresarios que pretenden abastecer en el futuro a consumidores de bajos ingresos. Mientras los EE.UU. y Europa se mantienen como los mercados más grandes, el aparecimiento de consumidores privilegiados en los países grandes del Sur y en China, y el alcance de las cadenas de suministro agrícola en los campos del Sur, sugieren preguntas sobre nuevas articulaciones entre las relaciones interestatales y la tierra y trabajo agrícola.

El liderazgo de los capitales privados es el resultado de un impasse continuo entre los gobiernos del Norte en las organizaciones internacionales. A pesar de que el Acuerdo sobre la Agricultura de la OMC en 1995 refleja la disposición de la Unión Europea y los Estados Unidos (y otros estados poderosos) a resolver sus disputas por el comercio; están han sido ya reemplazadas por el tema de los estándares de calidad de los alimentos.19 Este tema debía ser negociado según el Código Alimentario (Codex Alimentaruis), un comité de articulación de la OMS y la FAO, que después de 1995 sería puesto en vigencia por un tribunal litigante de la OMC. El asunto de si las medidas “sanitarias o fitosanitarias” específicas impuestas por los estados nacionales, debían ser

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tratadas como restricciones escondidas a las importaciones, constituye un asunto que debía ser arbitrado a través de objeciones de los gobiernos, interpuestas ante el nuevo tribunal de la OMC. Los Estados Unidos objetaron exitosamente las leyes de la Unión Europea que prohibían cualquier tipo de carne tratada con hormonas, teniendo como resultado sanciones anuales de 180’000,000 USD. En este contexto, la decisión de la Unión Europea de no renovar su período de suspensión (moratoria) a los alimentos genéticamente modificados –el cual ponían a la opinión pública en contra de la oposición intransigente de los países exportadores– fue tomada bajo la sombra de una objeción americana amenazada. La decisión da cuenta de la aceptación a una configuración diferente. Los estándares públicos serán más bajos, pero mientras la Unión Europea abandona su insistencia internacional en estándares elevados, nuevas medidas adoptadas, particularmente “la demostración de calidad”, apoyan a las iniciativas del sector privado de negociar y respectar sus propios estándares de calidad (que son más altos que los estándares públicos).

La presión por ceder los estándares nacionales a los tratados de comercio, es ampliada por la presión para que el Norte presente un frente unido contra un Sur renaciente. La primera crisis de la OMC en 1999 en Seattle simplemente postergó las negociaciones de un Acuerdo sobre la Agricultura. La segunda crisis vino en Cancún en el 2003, cuando grandes gobiernos del Sur vetaron las concesiones hasta que el Norte cumpla sus compromisos con respecto a los subsidios. Al cabo de cuatro años, la división más importante ha pasado de ser Estados Unidos-Unión Europea, a ser la división Norte-Sur. Los conflictos por los estándares nacionales no serán fáciles de resolver dentro de la OMC.

La acción se ha desplazado silenciosamente hacia el capital privado. La regulación ha ayudado históricamente a los manufactureros, creando relaciones de confianza entre consumidores y reglas claras para los productores. La pregunta es si las corporaciones agroalimentarias transnacionales pueden regularse efectivamente a sí mismas. Una vez respondí negativamente (Friedmann, 1994). Ahora puedo matizar esa respuesta. Las corporaciones tienen la capacidad de organizar cadenas de oferta que cruzan muchas fronteras nacionales como cadenas transnacionales privadas, y de crear, fortalecer y “hacer auditoría” (los gobiernos dirían “inspeccionar”) a los productores, transportadores y operadores de la cadena. Pero aun necesitan estándares intergubernamentales que sirva de piso para sus actividades. Por lo tanto, a diferencia de la regulación nacional del siglo XIX que forzaba a los intereses privados a elevar sus estándares por encima de lo que el mercado permitía, los productos “de calidad” ofertados a los consumidores privilegiados están siendo construidos sobre el piso establecido por las organizaciones internacionales.

Los gobiernos del Norte y del Sur apoyan y suscriben, por diferentes razones, los estándares mínimos intergubernamentales. Al abandonar sus compromisos a nivel estatal con estándares “de calidad” específicos, como productos animales libres de hormonas y prohibiciones contra los alimentos modificados genéticamente; la Unión Europea abandona estándares del gobierno, como públicos y universales. Por su parte, los capitales privados, que operan fuera de la jurisdicción de los acuerdos interestatales, crean sus propias cadenas de oferta cuidadosamente reguladas, y que contemplan aquellos estándares elevados que no pueden ser sostenidos en negociaciones intergubernamentales. Por supuesto, el estándar bajo del sector público incita a la importación, e incluso producción local, de productos que satisfagan estándares mínimos para los consumidores del extremo no privilegiado. Las cadenas de ofertas, tanto de productos de estándar de calidad, como de productos de estándar mínimo, atraviesan muchas fronteras. Las cadenas se sostienen sobre los estándares intergubernamentales uniformes, incluso cuando las auditorías privadas requieren de estándares adicionales. Como resultado, las organizaciones internacionales debilitadas, incluyendo a la OMC, están siendo rebasadas por las transformaciones privadas de las cadenas de oferta agroalimentarias, en respuesta a los movimientos sociales de consumidores, ambientalistas y otros.

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Hubo precedentes nacionales para la nueva configuración de los estándares públicos y privados. En los 1980’s y 1990’s, las controversias internas de los Estados Unidos sobre la certificación pública de los productos “orgánicos”, pusieron a los productores “corporativos” de gran escala en contra de quienes se adherían a los principios “holísticos” de los cuales derivó el término en los años setenta. Las cada vez mayores oportunidades en el mercado habían atraído a productores de muy poco compromiso con los principios del movimiento social, indiferentes a la integridad del ecosistema o las condiciones laborales (Guthman, 2004, pág.51-53). Más aún, la proliferación de las instancias certificadoras creó confusión, y de cara al fracaso intergubernamental para resolver el problema, las corporaciones privadas empezaron a ganar terreno.

Las cadenas de oferta corporativas, más que las cadenas de oferta de los movimientos sociales de las que se apropiaron, dependen de cierto tipo de certificación. Según Raynolds (2003, pág. 737), “la importancia creciente de los principales minoristas y de las corporaciones alimentarias en los mercados orgánicos del Norte, está reforzando la posición de los grandes productores en Latinoamérica, capaces de garantizar suministros grandes y continuos de bienes estandarizados”. Los estándares utilizados por las cadenas de oferta corporativas constituyen un conjunto elaborado de especificaciones que se aplican a todos los eslabones de la cadena, abstrayéndose de las condiciones del medio local (y de las condiciones laborales) que originalmente dieron forma a los movimientos orgánicos y de comercio justo. Los estándares ejercen presión sobre los pequeños productores y las organizaciones de comercio que aún se adhieren a esos principios. Campbell (2004, Campbell y Coombe, 1999) considera esto una forma de “proteccionismo verde” del Norte, que obliga a los estándares nacionales elevados, como por ejemplo en Nueva Zelanda, a ceder el paso a aquellos dictados por las cadenas privadas que terminan en los consumidores ricos del Norte.

Las corporaciones han respondido selectivamente a la demanda de los consumidores (una expresión privatizada de las demandas de los movimientos ambientales y por la salud) con cadenas de oferta auditadas, que aseguran “preservación de la identidad” y “demostraciones de calidad” desde la semilla (o el embrión) hasta el plato. Por ello, la corporación Cargill con sede en EE.UU. está reorganizándose para contratar líneas auditadas de especialidad de lo que solían ser productos estándar. Una reciente innovación es liquidar sus subsidiarias brasileñas que producían naranjas y las procesaban para obtener jugo de naranja congelado. En lugar de ello, la corporación está contratando a las compañías brasileñas Citrusco y Cutrale para la provisión de naranjas con características específicas, como “aquellas tomadas del árbol a cierta edad”, comparando las diferencias de sabor con aquellas que se crecen en las parras (especies trepadoras). Es igualmente invertir en ingredientes para “alimentos funcionales”, de los que se dice que ofrecen efectos sobre la salud específicamente diseñados. Cargill está vendiendo un producto llamado Corowise, hecho a base de esteroles (subgrupo de esteroides) de las plantas, “que puede ayudar a reducir el colesterol”.20

Una innovación de mayor alcance ha aparecido en Europa, donde el consenso público no podía tener éxito en las políticas públicas debido a la intransigencia del Cairns Group y de los Estados Unidos en la OMC. Para 1999, los capitales privados en Europa, anticipando la inminente expiración de la prohibición sobre los productos modificados genéticamente, pero percibiendo que los consumidores seguirían buscando garantías de “calidad”; organizaron un consorcio innovador de minoristas privados, manufactureros, instancias certificadoras, y otras instancias para la representación de los intereses de los consumidores, para negociar sus propios estándares de “calidad”. Liderado por cadenas de supermercados, EUREP-GAP (Euro-Retailer Produce Working Group-Good Agricultural Practice) es un consorcio de empresas que incluyen a manufactureras de alimentos, cadenas de restaurantes y servicios de catering, y cuerpos de auditoría y certificación; que requiere cierta documentación en cada fase de la producción y transporte, que certifique el seguimiento de un conjunto elaborado de reglas. EUREP-GAP determina los estándares de acuerdo a su propia interpretación de las demandas de los movimientos sociales. En el sitio web se establece lo siguiente:

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En respuesta a las demandas de los consumidores, minoristas y sus proveedores globales han creado e implementado una serie de estándares de certificación específicos para los sectores agrícolas. El propósito es garantizar la integridad, transparencia y armonización de los estándares agrícolas globales. Esto incluye los requerimientos de alimento saludable, producido respetando la salud, la seguridad y el bienestar del trabajador; y los temas de protección ambiental y a los animales.21

No obstante, esta combinación de regulación pública básica sosteniendo a estándares privados más altos, diferencia a los ciudadanos –de los cuales todos se benefician igualmente de la regulación pública– en consumidores –de los cuales sólo algunos pueden pagar costosos estándares de calidad. Ni el sistema alimentario industrial ni el número creciente de pobres están desapareciendo; de hecho, los productos comestibles estándar son producidos por las mismas corporaciones que construyen las cadenas de oferta con auditoría de calidad. Por ejemplo, tanto el Código Alimentario (Codex Alimentarius) como el EUREP-GAP están actualmente decidiendo los estándares para la producción animal, incluyendo los insumos para la ganadería intensiva. Si el Código permite los cereales genéticamente modificados, mientras el EUREP-GAP requiere de auditorías garantizando el uso de insumos libres de manipulación genética; la combinación de estándares públicos y privados crearía las condiciones para establecer cadenas de oferta distintas, “pobres” y “ricas”, en los productos animales.

La nueva mezcla de regulación privada e intergubernamental tendrá efectos significativos sobre el poder interestatal. El poder privado puede haber debilitado a los lobbies agrícolas nacionales. Cualquiera que sea la mezcla de fuerza popular residual y gran influencia corporativa que mantenga sólidas a los lobbies agrícolas estadounidenses, es posible que estos últimos se fragmenten de cara a las tentaciones del EUREP-GAP. Si los minoristas europeos ofertaran precios premium por, por ejemplo, carne de ganado alimentado con insumos libres de modificación genética, algunos productores americanos probablemente responderían. Estos últimos incrementarían la demanda de insumos segregados de un solo tipo. Las cadenas segregadas ‘de un solo tipo’ de oferta de soya orgánica ya existen. Por esto, el rechazo de los Estados Unidos y del Cairns Group al requerimiento de las instancias internacionales de segregar productos, ya no será más apoyado por un bloque agrícola solidario. El consorcio EUREP ofrece talleres de entrenamiento para auditores alrededor del mundo, incluso en los Estados Unidos.

El tercer régimen alimentario también toma lugar contra el declive de la hegemonía norteamericana. Un mecanismo de declive, que he documentado en otros textos (Friedmann, 1994), es que los estados emergentes son capaces de ser flexibles mientras que los estados hegemónicos están atrapados en medio de inversiones, geografías, alianzas e instituciones existentes. En las etapas tempranas de la crisis de finales de los 1970’s, Brasil y Japón establecieron un nuevo vínculo de comercio que modificó los patrones en el régimen alimentario mercantil industrial, e hizo de Brasil una potencia en exportación. La forma de inversión era también distinta. Consistía en ensayos de articulación de ambos estados y los capitales nacionales, ubicando el procesamiento de soya en Brasil. De manera similar, el EUREP representa una propuesta innovadora de cadenas de oferta internacionales y garantías de calidad, que es proclive a colocar a sus miembros en posiciones de ventaja relativa con respecto a las corporaciones estadounidenses. Mientras los inspectores del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos hacen cumplir los estándares de calidad, por ejemplo en la región exportadora de Sao Francisco en Brasil, colocándose en el puerto; el EUREP requiere que cada firma en la cadena de oferta documente (e invierta en empleo, equipos y organización) cada fase de la vida y transporte de cada mango, y entrena a auditores para supervisarlo (Cavalcanti, 2004). El detalle de los estándares americanos es consecuentemente inferior, y Whole Foods, por ejemplo, debe montar sus propias auditorías de calidad para una cadena de oferta mucho más pequeña.

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En tanto poder emergente (quizás eventualmente sucesor hegemónico), China ha experimentado ya efectos masivos. Vastas plantaciones de soya (y algodón) modificada genéticamente han aparecido en muy poco tiempo, dando a China un impulso en la última fase de la agricultura industrial y socavando los esfuerzos internacionales de oposición a los cultivos alterados genéticamente. Las importaciones de China de soya genéticamente modificada brindaron a Argentina una opción en los mercados de Europa y Japón, que se resistieron a la soya alterada genéticamente durante toda la década de los noventa. El excedente del consumo chino, más el contrabando en la frontera de semillas declaradas ilegales, quebrantaron la prohibición brasileña a los cultivos genéticamente modificados. Con respecto a la calidad, China ha desarrollado todo un sector exótico de tomates, que exporta en forma de pasta (Pritchard y Burch, 2003). En China surge una clase de consumidores privilegiados proporcionalmente pequeña, pero absolutamente amplia, que muy probablemente tendrá efectos sobre las cadenas de oferta de calidad.23

El Sur ha sido el laboratorio para los elementos del régimen alimentario corporativo ambiental. Las políticas de ajuste estructural, que sistemáticamente atacaron todos los aspectos del desarrollo universal centrado en el estado hasta los 1970’s, abrieron el camino para los mercados globales de productos comestibles y para las cadenas internacionales de oferta de calidad. Las exportaciones de frutas frescas y vegetales, y de productos ganaderos han sido bien arraigadas en muchos países. Las cadenas privadas, cada vez más centralizadas, de oferta, disponen a las regiones nacionales y locales en competencia por la venta de mango o fréjol verde. Algunas áreas están actualmente emergiendo como zonas de exportación de calidad, como por ejemplo el nordeste de Brasil, Sudáfrica y Nueva Zelanda.

Al mismo tiempo, mientras las zonas se encierran a través de tecnologías elaboradas para el control de calidad y la documentación, su poder de negociación (regateo) puede aumentar. Los requerimientos de calidad, que selectivamente se apropian de las demandas de comercio justo y otras demandas ambientales y de justicia social, en efecto satisfacen algunas de las viejas demandas por el desarrollo. Por ejemplo, la documentación requiere que los trabajadores agrícolas sepan leer y escribir, y mejora lo que han sido labores marginales. No obstante, al corto plazo esto significa que un operador de tractores que no puede leer o manejar computadoras, pierde su trabajo. Los requerimientos de justicia social pueden incluir la contratación de una proporción de mujeres, lo cual es positivo, pero el formato estándar y la autoridad externa podrían jugar perturbar el orden de las relaciones sociales y familiares.24

Los estados nacionales continúan jugando un papel central en la regulación de la agricultura y los alimentos –el capital privado no puede regular por sí solo las condiciones de producción, como el uso de la tierra o los mercados de trabajo; o de consumo, como la seguridad alimentaria. Mientras los sistemas agroalimentarios se reestructuran de manera transnacional, las instituciones internacionales como la OMC y las instituciones de las Naciones Unidas están demostrando ser indispensables, a pesar de que su rol está subordinado al sector privado. Las reglas internacionales van a determinar los estándares en los gobiernos del Sur –su cumplimiento dependerá de la capacidad regulativa nacional. Los cuestionamientos respecto a la desigualdad entre los estados no están dirigidos a las corporaciones o a los consorcios, sino al Código Alimentario (Codex Alimentarius). Esta organización internacional se encuentra, entonces, tratando de asumir la responsabilidad a través de un “depósito de confianza” al que los gobiernos calificados del Sur pueden aplicar, para obtener sumas de dinero relativamente pequeñas que pueden ayudarles a desarrollar la “capacidad” de administrar los estándares internacionales.

Incluso si algunos estándares laborales mejoran, tanto los productos de calidad como los productos estándar profundizan procesos históricos que desposeen y marginan a las comunidades campesinas y agrarias, y crean más consumidores pobres y más personas sin ingresos estables para consumir. Los trabajadores de las grandes operaciones de exportación agrícola en el norte de México no encuentran fácilmente formas de cultivar o comprar ni los

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tomates que producen para la exportación ni los frijoles y maíz que una vez cultivaron o compraron en mercados locales (Barndt, 2002). Ahora están desplazándose, no a los burritos comerciales (una comida tradicional a base de maíz y frijol), sino a sopas “chinas” manufacturadas.25 Es poco probable que la mayoría de chinos que están entrando rápidamente en los mercados de alimentos demandarán o serán ofertados alimentos “de calidad” del tipo que organiza el EUREP-GAP, por los menos por un buen tiempo. Al mismo tiempo, el EUREP-GAP incluye a MacDonald’s de Alemania. Mientras la desigualdad en el ingreso se mantenga o empeore, las dietas de los pobres probablemente estarán basadas en productos comestibles estándar. Mientras el ascenso de sistemas agroalimentarios “de calidad” puede anunciar el comienzo de un nuevo “capitalismo verde”, puede servir sólo a los consumidores privilegiados dentro de un régimen alimentario lleno de nuevas contradicciones.

NO HAY CONCLUSIÓN: LA DISPUTA CONTINÚA

El régimen alimentario corporativo ambiental emergente es ya rechazado por los propios movimientos que aportaron a su conformación, porque muchos problemas ambientales y de la salud, y la mayoría de problemas sociales, no pueden ser reducidos a la demanda de consumo. En lugar de una conclusión, ofrezco algunas perspectivas especulativas sobre cómo mi visión de la reestructuración global del capital y de las clases empata con el análisis de Lang y Heasman (2004) sobre los paradigmas en conflicto para el futuro de los productos alimenticios. Estos paradigmas ayudan a interpretar las iniciativas prometedoras de los movimientos sociales y ambientalistas, cuyos proyectos está siendo apropiados y distorsionados por los capitales privados y los estados.

Lang y Heasman denominan al aspecto industrial del régimen mercantil industrial como paradigma Produccionista. Este está muriendo. Dos “paradigmas” están compitiendo por sucederlo. Cada uno ofrece soluciones distintas y opuestas a los problemas ambientales y de la salud, que han sido heredados. El “paradigma integrado de las ciencias de la vida” se enfoca en las propensiones individuales a las enfermedades y a las características de los cultivos, y los privilegios de la propuesta genética bioquímica que vincula las ciencias especializadas a las industrias centralizadas. El “paradigma ecológico integrado”, en cambio, se construye sobre la ciencia holística de los ecosistemas y la salud humana, y afirma un vínculo intrínseco entre ambos. Este paradigma señala la importancia del sector público, como el modo colectivo en que los ciudadanos manejan sus necesidades colectivas.

El aspecto mercantil del régimen alimentario en desaparición nos invita a interpretar los dos paradigmas en una escala global. El paradigma integrado de las ciencias de la vida oferta alimentos elaborados que contienen vitaminas y otros nutrientes sintéticos. Estos serán el complemento de los distintos alimentos ofertados a los consumidores de ambos extremos. Las plantas y los animales diseñados para necesitar menos químicos y toxinas ambientalmente nocivos (hasta ahora, más han sido diseñados para tolerar mayores dosis de herbicida) son elaborados para mejorar la productividad para alimentar a los consumidores del extremo bajo de la cadena. Las cadenas de oferta corporativas, burocráticamente organizadas, y centralmente monitoreadas, transforman aspectos seleccionados del modelo ecológico en productos para el extremo alto, suministrados transnacionalmente. El régimen alimentario corporativo industrial encapsula dos estrategias corporativas distintas para los consumidores privilegiados y para los desfavorecidos alrededor del globo. Por lo tanto, la distinción entre productos frescos, poco procesados y bajos en químicos, por un lado, y los productos comestibles altamente elaborados, por otro; da cuenta de dos sistemas complementarios dentro de un mismo régimen alimentario emergente.

Mi análisis del régimen alimentario corporativo ambiental sugiere la interpretación del paradigma ecológico integrado a múltiples niveles, incluyendo el global.

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El concepto salud pública ecológica de Lang y Heasman refiere a un proyecto emergente que demanda espacio políticos dentro de los cuales los ciudadanos pueden establecer relaciones entre sí, y con los lugares en los que habitan en común. Esto ya puede ser observado en todos los niveles de la escala, desde los proyectos municipales de seguridad alimentaria en tensión con las cadenas transnacionales de oferta, hasta las organizaciones internacionales en tensión unas con otras, y con las firmas privadas por el peso relativo de las consideraciones ambientales versus las consideraciones comerciales al regular las relaciones agroalimentaria. Los movimientos sociales están reagrupándose de muchas maneras –desde la Food Alliance en los Estados Unidos que pone marca a productos alimenticios regionales, ambientalmente sensibles, a la Show Foods Foundation for Biodiversity, que crea una red global para que grupos privados y gobiernos locales puedan poner marca a productos típicos, y logren desarrollar e intercambiar sus semillas y destrezas.26 Ambas reafirman los profundos significados de la agroecología y la comunidad, de manera tal que no rechazan a los mercados, sino que buscan “múltiples nichos” como una estrategia alternativa a la expansión de un conjunto de productos y procedimientos a expensas de todos los demás (Fonte y Boccia, 2004).

La tensión en el corazón del régimen corporativo ambiental emergente aparee, entonces, a la vista: los estados, las firmas, los movimientos sociales, y los ciudadanos, están entrando en una nueva era política, caracterizada por una lucha por el peso relativo de las instituciones privadas, públicas y autoorganizadas. El tema clave, por lo tanto, para la agricultura y l alimentación, y para reformar la gobernanza a todo nivel; es la democracia. Esto implica repensar el significado de lo público. La salud pública ecológica debe abarcar a la biosfera. Una pelea desigual sobre la reestructuración de las instituciones internacionales está latente. Si habrá una esfera pública al nivel global depende en parte del resultado de las disputas entre las organizaciones gubernamentales y no gubernamentales que promueven el paradigma integrado de las ciencias de la vida, y aquellas que promueven el paradigma ecológico integrado. Se desconoce cuán irreparable es el daño a la salud humana y al ecosistema, provocado por el régimen mercantil industrial; y no hay certeza de si será reparado o empeorado por el régimen emergente corporativo ambiental. El desarrollo de un nuevo régimen jerárquico basado en la acumulación de capital puede no ser el único futuro necesario, o incluso estable. Las redes integradas pueden ofrecer una alternativa democrática y sustentable. Mucho depende de si la democracia puede encontrar una expresión cosmopolita27, y cómo lo haría.

REFERENCIAS NO CITADAS

Arrigí y Silver (1999); Beck (1995); Crosby (2002); Friedmann (1991); Friedmann (1998); Friedmann (2001); Friedmann (2004); Ruggie (1993); Tilly (1975); Wallerstein (1995).

NOTAS

1. Los primeros mercados de azúcar, café, té, etc., dieron nuevas formas a vastos agro-ecosistemas, sistemas de trabajo, culturas, y dietas, y sus legados son parte de la historia. Revisar la obra de Sydney Mintz (1985). Sin embargo, el punto de entrada es después de la expansión del dominio y la cultura europea, incluyendo la transformación de paisajes exóticos y de dietas, de acuerdo a las prácticas e ideas europeas, al periodo de los mercados mundiales que fijaban los precios del trigo y otros alimentos “de asentamientos coloniales” (Friedmann, 1978; Cronon, 1991).

2. Por supuesta, la literatura sobre movimientos sociales se concentra en cómo los movimientos sociales estructuran su malestar frente a las instituciones poderosas. La negociación se da dentro del propio grupo, por supuesto en relación a experiencias de cuestionamiento a grupos poderosos. Estoy adaptando el término para expresar algo cercano a hegemonía, pero dado que se aplica sólo a los regímenes alimentarios, y no a un contexto más amplio, prefiero el uso del término más limitado de estructura (marco).

3. La implicación del término es que los envíos son donaciones caritativas, y la palabra es poderosa. De hecho, incluso mucho de la asistencia por emergencia esta “atada”, esto es, se

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requiere de los beneficiarios que usen el dinero “donado” para comprar productos del donante. Algunos críticos como Oxfam International han argumentado en contra de esta práctica durante mucho tiempo, pero no han tenido éxito en socavar la estructura con respecto a este punto.

4. ‘Diáspora’ es una expresión griega que literalmente significa la ‘dispersión de las semillas’. Está utilizada metafóricamente para referir a la dispersión de colonias culturales, las cuales todavía pueden existir o existieron en el pasado. Los judíos han usado el término por mucho tiempo. Los africanos regados alrededor del mundo, originalmente por el comercio de esclavos, lo adoptaron más tarde. Ahora es muy utilizado por cualquier grupo. Al aplicarlo a los europeos, el término abre más posibilidades para pensar sobre relaciones interculturales que los supuestos tradicionales (y comúnmente implícitos) de que las culturas corresponden a un estado o pertenecen específicamente a una clase (ver Cohen, 1997). Una contratación similar de colonos creó lo que podría ser denominado diásporas agrícolas en las Indias Británicas Noroccidentales (ahora Pakistán), Siberia, y la cuenca del Danubio. La primera no fue europea, y los agricultores de la segunda diáspora no son considerados como tales, pero quizás deberían serlo. Agradezco a Tony Weis por sugerir el término ‘diáspora’ para describir el proceso fundante del primer régimen alimentario.

5. La frase de Alfred Crosby (1986) hace referencia a la transformación de los paisajes y a la mezcla de las especies con la invasión articulada de los humanos y las especies que los acompañaban, deseadas o no deseadas, provenientes de Europa. He tratado de incorporar aspectos culturales inextricablemente ligados a las especies, especialmente en la agricultura y en la gastronomía, mediante el concepto de ‘diáspora biocultural’ (Friedmann, 2005).

6. A pesar de que los cultivadores del Sur compartían muchas características con el campesinado y entraron en la política populista de fines del siglo XIX y en las políticas agrarias de la coalición del New Deal. Las políticas raciales complicaron la historia, tanto como la relaciones con los terratenientes y los mercados.

7. El inmenso sufrimiento por hambrunas en ciertas regiones periféricas del régimen alimentario de la diáspora colonial era resultado de la desorganización colonial de antiguos sistemas y ciclos climáticos (Davis, 2001).

8. La guerra es usualmente la ocasión apropiada para operar cambios institucionales masivos (Arrigí, 1994; Ikenberry, 2001).

9. La inconsistencia con los Programas de Productos Agrícolas internos fue una razón clave por la que el acuerdo sobre la Organización Internacional de Comercio (ITO por siglas en inglés), firmado en La Havana en 1948, no fue ratificado en el Congreso. En lugar de ello, el GATT (Acuerdo General sobre Tarifas y Comercio), que debía ser provisional hasta que la ITO entrara en efecto, se hizo permanente, e incluyó una cláusula –por disposición de los EE.UU.– excluyendo la agricultura de las negociaciones de comercio. Esto se mantuvo durante muchas “rondas” del GATT. Incluir la agricultura era el objetivo de la última Ronda de Uruguay, y culminó en el Acuerdo sobre la Agricultura (Agreement on Agriculture) de la OMC.

10. Estos pagos en moneda nacional, denominados fondos de contraparte, sólo podían ser utilizados en el mismo país. Por eso, la palabra ‘asistencia’ es apropiada en el sentido de que los Estados Unidos aceptaron monedas “débiles” a cambio de sus bienes, y en el caso de la Asistencia Marshall particularmente, utilizó esas monedas para brindar asistencia en la reconstrucción de la industria nacional, incluyendo la capacidad de exportación. Por ello, casi una década y media después de la Segunda Guerra Mundial, la mayoría de los países en Europa estaban exportando lo suficiente como para que sus monedas sean convertibles a dólares.

11. La excepción paradigmática fue Gandhi, quien lideró el movimiento de independencia de India y creía en la autoconfianza de todos los sectores. Sin embargo, el gobierno estaba conformado por quienes creían en el desarrollo industrial, incluyendo a Nehru, el primer Primer Ministro y líder de un movimiento emergente no alineado (“tercer mundo”).

12. Los movimientos tempranos por una “cocina mundial” eran industriales (Goody, 1982; pág. 175-190). El cambio de la alimentación básica es más claramente una cualidad de la intersección de las ideas de la modernidad y la hegemonía norteamericana.

13. Sin embargo, los Estados Unidos han atacado insistentemente al Consejo Canadiense del Trigo, el cual mantiene un monopolio legal del trigo y otros cereales destinados a la exportación, tildándolo de incoherente con el “mercado libre”.

14. El Grupo de las Sietes Naciones Industriales (G-7) intentó enfrentar colectivamente la rivalidad creciente entre las monedas internacionales que habían suplantado a la supremacía del dólar en los 1970’s; el capital especulativo liberado después de los gobiernos de Thatcher y Reagan, restó los controles sobre el capital en los 1980’s; y la transferencia en los 1980’s y 1990’s hacia el

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Tercer Mundo y al bloque de la ex Unión Soviética de enteras responsabilidades por malos préstamos hecho por ellos en bancos privados…..

15. El desafío originado a fines de los 1960’s y que culminó a comienzos de los 1970’s, como “El Nuevo Orden Económico Internacional”. Su expresión institucional fue la UNCTAD, formada en 1967, cuyo paso a través de la era neoliberal puede ofrecer un apoyo parcial a una voz que hable por el Sur en un nuevo régimen, junto a otras agencias de la ONU, particularmente la Convención sobre Biodiversidad (Bartlett y Friedmann, en la prensa). En el Norte, fue la Brandt Commission la que apoyo una suerte de solución keynesiana global a los impasses de los setenta.

16. A veces también como democracia alimentaria.17. http://www.viacampesina.org/ . Ver McMichael (2005).18. Una broma popular le denomina “Whole Paycheck”.19. El Acuerdo sobre la Agricultura relegó todos los temas relacionados a la calidad a dos

categorías, llamadas Medidas Sanitarias y Fitosanitarias y Barreras Técnicas al Comercio, lo cual permiten a los gobiernos hacer excepciones al principio general de comercio sin restricciones. El acuerdo especificaba que el Codex Alimentarius, una oscura agencia de la FAO y de las OMS, sería el árbitro de los estándares que pueden ser puestos en vigencia por la OMC (ver Bartlett y Friedmann, 2005).

20. www.cargill.com , 2/7/04, y reporte de prensa de Cargill en Star.Tribune, 10/7/04, ambos citados en The Ram’s Horn, 222, Julio 2004, 2-3.

21. http://www.eurep.org/ Ingresada el 4 de septiembre de 2004.22. Más recientemente en el encuentro de expertos técnicos sobre las demostraciones de calidad, en

la Convención sobre Biodiversidad en Montreal, Marzo 2005.23. Como una queja personal, los precios de las cerezas canadienses se han disparado, me dicen los

comerciantes locales, debido a la demanda Japonesa.24. Estos ejemplos son tomados de Salete Cavalcanti, comunicación personal.25. Víctor Huerta del Equipo Puebla, comunicación personal, Junio 2004.26. www.slowfoodfoundation.com 27. Una visión prometedora aparece de parte de la experiencia de la renegociación europea de la

soberanía. (Archibugi, Held y Kohler, 1998).

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