Cuentos y poemas

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José Acevedo Jiménez Ilustraciones de Ruth Ester Acevedo Entre Cuentos y Poemas

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Colección de algunos de los cuentos y poemas de José Acevedo Jiménez.

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José Acevedo Jiménez Ilustraciones de Ruth Ester Acevedo

Entre Cuentos y Poemas

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José Acevedo Jiménez Ilustraciones de Ruth Ester Acevedo

Entre Cuentos y Poemas

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Para: Shirley Idhalina, Sherlyn Adele, Laura Modesta y Christian Alexander. Con cariño y afecto.

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Índice

Esmeralda en el jardín de la fantasía……………………………………………….6

El marfil……………………………………………………………………………18

Pedro el astronauta…………………………………………………………………22

Yugo de bueyes…………………………………………………………………….26

La pared azul cielo…………………………………………………………………30

El pacto de la flor y la oruga……………………………………………………….33

La ratoncita valiente………………………………………………………………..36

Nubecita solitaria…………………………………………………………………...39

Juicio al número cero……………………………………………………………….42

El hábitat del solenodonte…………………………………………………………..46

Regalo de navidad: una larga espera………………………………………………..49

Eugenio Cadillo……………………………………………………………………..59

Poemas………………………………………………………………………………63

Cometín, cometa soñadora………………………………………………………….74

El pescador ambicioso………………………………………………………………78

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Esmeralda en el Jardín de las

Fantasías

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No estés triste niña mía que el Sol pronto saldrá y si no sale y aplaca la lluvia para que puedas jugar, poco has de preocuparte pues mil historias te he de contar. En una tierra lejana o erase una vez, no importa como inicie pues al final un mundo nuevo conocerás. Uno que jamás querrás dejar; ahora cierra los ojos y sueña niña mía, come las moras de Alicia y, cuando despiertes en el jardín de las fantasías la aventura encontrarás.

– ¡Desearía que no estuviera lloviendo, no podré jugar con mis amigos si sigue la lluvia!- Exclamó Samanta desde su ventana mientras veía como la lluvia mojaba las flores del jardín.

- ¡Ves esas flores tan lindas! – expresó Marta, la madre de Samanta - No serían tan hermosas de no ser por la lluvia.

- ¡Madre, no había notado tu presencia! - ¡Perdón, debí avisar antes de entrar!- se disculpó cortésmente – Vine a

traerte postre…no estés triste mi niña, la lluvia pronto pasará. – Asintió. - Eso espero madre; deseo salir a jugar un rato antes de la puesta del Sol.

Pero la lluvia no paró aquella tarde. Pronto llegó la noche y se acercaba la hora de Esmeralda ir a la cama. No podía dormir, su temor a los relámpagos le dificultaban el sueño.

- ¡Sólo son relámpagos Esmeralda!- exclamó Marta. - Lo sé madre, pero me asustan muchos los relámpagos. – Dijo la jovencita. - Cuando era niña, también le temía a los relámpagos. Al igual que tú, tenía

problemas para conciliar el sueño; luego llegaba tu abuela y me contaba cientos de aventuras maravillosas, sólo entonces podía dormir.

- ¡Cientos de historias! – dijo Samanta asombrada – ¡cómo desearía escuchar aunque fuera sólo una!

- Pues, no soy muy buena contando historias, pero te prometo que me voy a esforzar para contarte una buena. Es sobre un jardín mágico, lleno de

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fantasías… así lo relataba tu abuela: - Dijo la madre de Samanta, dando inicio al relato.

- ¡No te alejes demasiado! – Le dijo la madre a la niña que se encontraba en el jardín. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que estuvo allí y a su regreso fue lo primero que quiso visitar.

- Está bien madre, permaneceré aquí cerca. – Respondió la niña y así lo hizo. Esmeralda, se paseaba fascinada oliendo las flores del jardín cuando al acercarse a una hermosa rosa roja, que se encontraba al lado de una planta de mora, escuchó una tenue voz grave que le preguntó: - ¿quieres venir a jugar?

- ¡Quién ha dicho eso! – exclamó sorprendida. - Aquí, sobre la hoja. – Indicó la voz – ¡acaso no me vez! – exclamó con

altanería.

- ¡Sí, ya te he visto! – exclamó la niña con cara de asombro. - Y, ¿por qué esa cara? – preguntó la pequeña criatura – ¡acaso no has visto a

una oruga antes! – agregó.

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- ¡Sí!, pero nunca antes conocí alguna que pueda hablar. - ¡Qué raro! – expresó la oruga – todas las orugas puede hablar. – Dijo

colocándose unos anteojos para observar mejor a la niña. - Ji, ji, ji – rió la niña, cubriéndose la boca con la mano derecha. - ¿De qué te ríes chiquilla insolente? – preguntó la oruga. - Perdone usted, – se disculpó la niña conteniendo la risa – pero es que se ve

muy gracioso con esos lentes. - No, me digas. Ahora me vas a saltar con que no has visto a una oruga llevar

espejuelos y sombrero. – Indicó la oruga que ahora llevaba puesto un enorme sombrero hecho de hojas seca y seda. – Por cierto, mi nombre es Edgar, Edgar Oruga. – Añadió con grandilocuencia.

- Mucho gusto Edgar Oruga – dijo la pequeña – a mí me llaman Esmeralda. – Indicó cortésmente…

- ¡Esmeralda! – exclamó con asombro Samanta interrumpiendo la historia - ¡cómo la abuela! – agregó.

- Así es, la niña de esta historia también se llama Esmeralda. – Indicó Marta. –

A ver, ¡dónde quedé! – expresó – ¡ah! ya lo recordé. – Añadió continuando

el relato.

- …¡Esmeralda! – expresó la oruga con admiración – es un bonito nombre. - Gracias, señor Edgar Oruga. – Dijo Esmeralda recogiéndose el vestido, rosa

de bordes blancos, con reverencia. También llevaba zapatos azules. – Y dígame señor Edgar, ¿qué se siente ser tan pequeño?; me refiero a que debe ser maravilloso ver el mundo desde allí abajo. – Terminó por explicar Esmeralda para evitar confusiones.

- ¿Por qué no lo pruebas tu misma? – respondió reacio la oruga, con otra pregunta.

- ¡Es imposible, soy muy grande! – dijo Esmeralda confundida.

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- No es imposible, nada lo es en el jardín de las fantasías. – Señaló la oruga. – Ves esas moras que están a tu izquierda, se llaman…

- ¡Claro que las veo! – indicó Esmeralda interrumpiendo a la oruga. - No te enseñaron que es malo interrumpir a alguien cuando habla. - Mis perdones. – Se disculpó la niña. - ¡Dónde me quedé! ¡ah, claro!; antes de tu intromisión, iba a decir que los

frutos se llaman moras de Alicia. – Dijo la oruga muy galante. - Y, ¿por qué le llaman mora de Alicia? – preguntó Esmeralda sintiendo gran

curiosidad. - Aparte de mal educada, ingenua. – Susurró la oruga. - ¡Qué has dicho! - ¡En serio no has escuchado hablar de las moras de Alicia! – expresó la

oruga, como queriendo reparar el comentario anterior. - Pues, la verdad es la primera vez que escucho el nombre de tales moras. Y la

única Alicia que conozco es la del país de las maravillas del libro escrito por Lewis Carroll. – Indicó Esmeralda tratando de alardear su conocimiento.

- Precisamente, es en honor a la Alicia de Carroll que las moras llevan su nombre.

- Y, ¿qué tiene que ver la Alicia del libro con todo esto? – preguntó intrigada la niña.

- Pues todo, – respondió la oruga sin dar detalles – come una mora y lo verás. – Indicó la oruga ofreciéndole la pequeña fruta.

- Muchas gracias, pero tengo rotundamente prohibido comer cosas que me ofrezcan extraños y, apenas nos hemos conocido. – Reveló la niña.

- ¡Dudas de una oruga! – exclamó la larva claramente molesta. - No es que dude de usted, es que… – dijo la niña sin completar la oración. - ¡Entonces! – exclamó la oruga tratando de convencerla. - ¡Está bien! – expresó Samanta no muy conforme – que daño puede causar

una simple mora. – Añadió.

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Esmeralda tomó la mora y sin demora la comió. Al principio no notó nada, pero, luego de unos segundos encogió y encogió hasta alcanzar el tamaño de un frijol.

- ¡Qué me has dado! – Le reprochó la niña a la oruga. Edgar bajó a ofrecerle un vestido hecho de hojas verdes y tejido con seda. Y es que Esmeralda encogió tanto que el vestido, rosa, que llevaba le quedó inmensamente grande.

– ¡No lo captas! – Expresó la oruga sonriente – ahora podrás ver el mundo desde otra perspectiva. – ¡A jugar! – gritó. Y, ¡vaya que tenía razón la oruga! Esmeralda empezaba a descubrir las ventajas de ser tan pequeña; su diminuto jardín ahora era todo un mundo lleno de cosas por descubrir. La oruga que antes le parecía un tanto pesada, ahora se veía más alegre y juguetona; las flores y el cielo, distante, tenían hermosos y llamativos colores brillantes; en resumen todo, lo que antes le era tan familiar, ahora era diferente para ella. Oruga y niña jugaron hasta el cansancio, pero no todo en aquel lugar era bueno y Esmeralda estaba a punto de descubrirlo.

- ¿De dónde proviene esa hermosa melodía? – preguntó la niña fascinada por la música.

- ¡No la escuches! – gritó con todas sus fuerzas la oruga. Era demasiado tarde, la niña había sido hechizada por el sonido vibratorio que parecía ser producido por alguna clase de instrumento de cuerdas y, le conducía a una trampa mortal. Edgar Oruga intentó detenerla, pero los movimientos involuntarios de la niña resultaron demasiado para él.

- ¡No vayas Esmeralda, es una trampa! – gritaba la oruga, pero Samanta, que se

alejaba cada vez más, no parecía escuchar.

Esmeralda caminó hasta un precipicio, al llegar al borde se detuvo por un breve

instante y luego se lanzó al vacío; pero no llegó a caer, pues una enorme red, hecha

de pegajosos y finos hilos, detuvo la caída. Orfelia la araña la había tejido; con sus

ocho patas hacía vibrar, produciendo una hechizante melodía, la mortífera trama que

conducía a los incautos a las mismísimas puertas de la muerte.

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- ¡Auxilio, auxilio! – gritaba Esmeralda pegada a la telaraña y, libre del

hechizo.

- Gritar no sirve de nada pequeña. – Dijo Orfelia de forma maliciosa.

- ¡Claro que sirve! – vociferó con valentía Aldo que, al escuchar los gritos,

acudió al rescate de Esmeralda, volando en su libélula. – ¡Ataquen mis

aeroandantes! – le indicó a sus compañeros que sobrevolaban el lugar, todos

montados en libélulas.

Sin piedad, arrojaron enormes piedras, a escala de libélula por supuesto, sobre la

araña que se marchó adolorida.

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Aldo amarró una cuerda, en realidad una hebra de hilo, a la silla de montar y se

deslizó por ella hasta alcanzar a la pequeña. Con un suave silbido, ordenó a su

libélula que, se encontraba aleteando fija en aire, descendiera. Segundos más

tardes se encontraban ambos, salvos, en tierra.

– Menos mal que pasamos por el lugar. – Dijo el valiente jovencito. – Por cierto,

me llamo Aldo; líder de los aeroandantes, ellos son: Trébol, Giro y Max. –

Agregó.

– ¡Muchas gracias por salvarme! – Expresó la pequeña conmocionada. – El mío

es Esmeralda. – Adicionó.

– ¡Conozco los habitantes de este lugar y jamás te había visto! – expresó Aldo

con extrañeza – ¿de dónde vienes? – preguntó.

Ya más calmada, Esmeralda le contó toda su historia; de cómo conoció a la oruga

y lo que le sucedió al comer las moras.

– ¡Ah! ese Edgar, sólo piensa en jugar. – Comentó Aldo al escuchar la historia.

– ¡Fui engañada por la oruga, pensé que sería divertido ser tan pequeña! –

expresó angustiada Esmeralda. – Me equivoqué, este mundo está lleno de

peligros.

– ¡Ven conmigo! – indicó Aldo.

El joven aerojinete subió a la niña de risos color miel en su libélula, Pegaso, y

volaron por los alrededores del jardín de las fantasías. Samanta no lo podía creer,

estaba volando y, no en cualquier cosa, sobre una libélula. La vista era simplemente

maravillosa; el viento soplaba suavemente en su cara, mientras disfrutaba del

pintoresco paisaje primaveral.

– ¡Esto, es simplemente maravilloso! – expresó Esmeralda sumamente feliz.

Después de mostrarle un sin número de maravillas que sólo pueden ser apreciadas a

tan diminuta escala, Aldo llevó a Esmeralda al gran roble; un lugar donde convivían

los serfodos, criaturas mágicas que habitan en los jardines.

– Amigos pueden salir, es una amiga. – Vociferó Aldo, como si estuviera hablando

con el viento.

– ¡Pero si no hay nadie! – exclamó Esmeralda.

– ¡Ah no! – expresó Aldo sonriente. Acto seguido, aparecieron cientos de mariposas y

otros tipos de insectos, de todos los colores del arcoíris.

– ¡Es increíble! – exclamó Esmeralda sorprendida – pero, ¿de dónde han salido tantos

insectos? – preguntó.

– No son insectos, son serfodos. – Indicó Aldo sin dar detalles.

– ¿Serfodos? – preguntó extrañada – ¿qué son?

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– A diferencia de nosotros, que procedemos del mundo de los humanos, los serfodos

han habitado este mundo desde siempre. Con ojos de humanos se ven como simples

mariposas, arañas, hormiga o cualquier otra criatura viviente, pero es sólo un

camuflaje para ocultar su verdadera naturaleza.

– Reveló Aldo mientras uno de los serfodos se acercaba a Esmeralda.

– Hola Esmeralda, mi nombre es Ceferina. – Dijo el ser mágico mostrando su real

apariencia; era una hermosa ninfa, como un hada, tenía alas de mariposa de un bello

color violeta, como lumínico.

– ¡Cómo sabes mi nombre! – Dijo Esmeralda incrédula. Aquello era sólo un sueño;

tales criaturas no existen, tan sólo en los cuentos de hadas. Pero, no era un sueño, era

algo muy real y allí estaba una de ellas llamándole por su nombre.

– Te conozco desde que eras una niña muy pequeña. Solía asomarme a la ventana de

tu habitación, me gustaba ver como jugabas y reías; luego te dirigías al jardín a oler

las rosas, las rojas eran tus favoritas. Has crecido mucho y apenas pude reconocerte;

pero tus ojos, esos grandes ojos alegres te delatan. – Le confesó Ceferina a la niña de

ojos grandes y risos color miel.

– Este era, mejor dicho es, mi lugar preferido en todo el mundo. Lo extrañé mucho en

mis años de ausencia. – Dijo Esmeralda pensativa, recordando lo mucho que

disfrutaba estar en el jardín. Su reflexión no duró mucho, pues fue interrumpida por

Max, uno de los aeroandantes, que llegó con malas noticias.

– ¡Aldo, Aldo! – gritó Max desesperado – ¡la alfarera, la alfarera ha capturado a

Edgar! – agregó sobresaltado.

Las alfareras vivían más allá de los límites del jardín, en un reino prohibido para los

serfodos.

– ¡No hay tiempo que perder, debemos rescatar a Edgar! – indicó Aldo – Max,

reúne a todos los aeroandantes, ¡vamos por Edgar!

– ¡Yo también iré! – Expresó Esmeralda con valentía.

– Las alfareras son muy malvadas y peligrosas, es mejor que te quedes. – Dijo

Aldo.

– Pero, puedo ser de gran ayuda. – Indicó insistente la niña.

– Lo siento, no puedo poner en riesgo tu vida. No pongo en duda tu valentía,

pero, realmente hay muchos peligros, mismos que desconoces. – Expuso Aldo

mientras montaba su libélula, Pegaso.

– ¡Aldo tiene razón joven Esmeralda! – expresó Ceferina, mientras observaban

a los valientes que se desvanecían en el horizonte.

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Peligros inimaginados les aguardaban a nuestros héroes que se acercaban al Valle de

las Sombras, el lugar donde habitan los sémiros creaturas mágicas con forma

humana de la cintura hacia arriba y con las patas y abdomen de insecto.

– ¡Precaución mis valientes aeroandantes! – expresó Aldo al penetrar el Valle

de las Sombras. Sabía que los sémiros observaban y sólo era cuestión de

tiempo para que aparecieran.

– ¡Uaarrr! – se escuchó gruñir a uno de los sémiros – ¿quién osa invadir mis

dominios? – Preguntó Ésfero amo del Valle de las Sombras.

– Soy Aldo mi señor, líder de los aeroandantes que me acompañan. – Respondió.

– ¿Sabes cuál es el precio que debes pagar por tu osadía? – preguntó el sémiro,

era enorme en comparación con Aldo y el resto de los aeroandantes.

– Conozco el precio y también su debilidad por los acertijos. No tenemos

ninguna oportunidad de salir victoriosos en caso de luchar en contra de

ustedes, pero le aseguro mi señor que podemos dar respuesta a cualquier

acertijo. – Indicó Aldo esperando que el sémiro accediera a la tácita petición.

– Muy bien, entonces será a su manera. No quiero que piensen que somos unos

salvajes, incapaces de sentir compasión. Aunque les advierto, sólo están

retrasando una muerte inevitable. – Indicó el sémiro desafiante.

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– No nos resistiremos a ser comidos si fallamos. En caso contrario, cruzaremos

el Valle de las Sombras sin ninguna oposición por parte de los sémiros. –

Expresó Aldo, consciente de que aquella era la única oportunidad que tenían

para poder salir airosos.

– Entonces no se diga más… – dijo Ésfero con voz pasible –… suerte la de

ustedes que estoy de humor; un acertijo fácil les pondré: Ilumina la noche y no

es una estrella, titila a voluntad sin importar si está lejos o muy cerca. Busca en

su nombre y encontrarás la Luna aunque te sobren letras.

– Ilumina la noche y no es una estrella… – repitió Aldo el acertijo, en voz baja y

pensativo –… encontrarás la Luna aunque te sobren letras.

– ¡Ja! y pensar que es algo tan fácil. Si fallan o tardan en contestar morirán; el tiempo

corre, cuándo la gota de agua, que se desliza por la hoja, toque el suelo se les habrá

agotado el tiempo. – Dijo Ésfero, confiado en que Aldo y los aeroandantes fallarían.

– Ilumina la noche y no es una estrella… – repitió Aldo una vez más, en un tono voz

más subido –… encontrarás la Luna aunque te sobren letras.

– Es la luciérnaga. Ellas iluminan la noche, titilan a voluntad y con su nombre

podemos formar la palabra: Luna, sobrándonos seis letras. – Vociferó Esmeralda que

llegó al lugar montada en un saltamontes.

– ¿Quién es la pequeña, es una de ustedes? – preguntó Ésfero sorprendido.

– Mi nombre es Esmeralda y soy una aeroandate. – Respondió la niña de risos color

miel muy segura de sí misma. – Perdón por la demora. – Agregó.

– Entonces, pueden cruzar… los sémiros no les haremos ningún daño. – Expresó

Ésfero dándole su palabra. – Suerte que tienen a la pequeña de su parte, habrían sido

mi cena de no ser por ella. – Añadió.

– ¡Tenemos mucha suerte, mucha suerte!... – dijo Aldo volviendo su mirada a

Esmeralda y guiñándole un ojo. –… adelante mis aeroandantes, al castillo de las

alfareras. – Gritó Aldo en son de guerra.

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– ¡Alfareras has dicho! – expresó el amo de los sémiros – no tienen ninguna

oportunidad contra las alfareras, descifrar acertijos no les servirá de mucho. –

Agregó.

– Ellas tienen a uno de nuestros amigos y, no lo abandonaremos a su suerte. – Indicó

Aldo.

– Admiro su valentía y entrega. Están dispuestos a sacrificar su vida por salvar la de

un amigo; sería un honor acompañarlos. – Dijo Ésfero poniéndose al servicio de los

aeroandantes.

Con la ayuda de Ésfero, Esmeralda y los aeroandantes lograron penetrar el castillo

de barro de las alfareras y pudieron rescatar a Edgar; para sorpresa de nuestros

héroes, Orfelia la araña también había sido raptada y, aunque se había portado mal

con Esmeralda, no dudaron en ayudarla. Aquella fue una gran aventura, una de

tantas que vivió Esmeralda en el jardín de las fantasías.

– No puede ser el fin, debes seguir…no me has contado como Esmeralda

recuperó su tamaño ó cómo regresó a casa, madre debes continuar.

– Ya es tarde y debes dormir, sueña mi dulce niña y cuando despiertes una

nueva aventura conocerás. – Dijo la madre de Samanta mientras una pequeña

niña, no más grande que un frijol y risos color miel, las observaba a través de

la ventana.

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El Marfil

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¿Hasta dónde es capaz de llegar un hombre por su ambición?; sin escrúpulos y

ambicioso, el cazador furtivo, era responsable de la matanza de más de cien elefantes

africanos a lo largo de su carrera. Capaz de hacer cualquier cosa, con tal de obtener

Los preciados colmillos, a Cook, poco le importaba que la población de elefantes

estuviera en peligro de extinción.

Ni siquiera el anuncio de prohibición del comercio de marfil impediría que Albert J.

Cook fuera tras la caza del Loxodonta africana.

- ¡Déjalo Cook!, tenemos suficiente marfil para satisfacer la demanda de

nuestros compradores.

- Si algo he aprendido en todos estos años Taylor, es que nunca es suficiente.

Los compradores jamás se sacian, siempre quieren más y más y mientras me

ofrezcan sus verdes billetes le estaré dando lo que quieren.

- Debemos marcharnos, no podremos ocultar los cadáveres. ¡Esto será un

escándalo mañana!

- Te preocupas demasiado Taylor; ¡mira esos enormes colmillos, son los más

grandes que he visto!; no me iré hasta tener su cabeza.- Le decía Cook a su

compañero mientras le apuntaba, con el rifle, a un elefante macho de gran

tamaño que se encontraba a escasos metros de ellos.

La bestia, de unos siete mil trescientos kilogramos, adoptó una postura de defensa al

notar la presencia de los cazadores. Orejas hacia atrás, cabeza baja, se dirigió hacia

Cook quien fijamente, con el ojo puesto en la mira del rifle, apuntaba a la cabeza del

animal. Un solo disparo bastó para segar la vida del gran mamífero y, con él, fueron

cinco los elefantes asesinados aquella tarde.

Cook y sus acompañantes, habían teñido de rojo la verde sabana. Los rayos del Sol

poniente eran testigos de lo sucedido; mientras los sonidos de la noche, que se

acercaba, lloraban a los caídos.

¡Pobre del hombre cruel y ambicioso!, que vende su alma por comprar los placeres

de un mundo enfermo y corrompido. Y mientras, el cazador, celebraba, alejado del

lugar de la masacre, levantando copas entre taberna y bar; el universo conspiraba en

su contra, y es que más temprano que tarde, todo se paga y “quien a hierro mata de

la misma manera ha de morir”.

- La siguiente ronda va por mi nombre. - Le dijo Cook a los compañeros de

parranda, tratando de impresionar a la servidora. Como buen cazador, había

fijado la vista en su nueva presa, pero no se trataba de una bestia sino de una

mujer.

Elena se llamaba la joven y hermosa mujer. Trabajaba como camarera en el bar para

costear sus estudios.

Ebrio, Cook, se dirigió hacia ella. La pretendió con palabras indecentes, impropias

de un caballero, cosa que por supuesto el cazador no era.

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- Ves esto, puedo pagarte bien si decides estar conmigo.- Le dijo, ante la

negativa de Elena.

- ¡Acaso me confunde con una mujerzuela, hágame el favor y me respeta!

- ¡No me hagas quedar en ridículo! Dame aunque sea un besito.- Dijo el

cazador tomándola por el brazo derecho.

- ¡Suélteme, suélteme bruto!

- ¡Vamos, dame solo uno! - Expresó Cook, sujetándola por la cadera y

obligándola a acercarse a su cuerpo.

- ¡Suéltame, suéltame! – Gritaba la joven mujer golpeando y aruñando el rostro

del cazador.

- ¡No escuchó a la señorita! Ha dicho que la suelte. – Dijo con voz de mando, y

arma sobada, el dueño de lugar.

- ¡No ha pasado nada, no pasado nada! – exclamó Taylor – ¡Ya nos vamos,

cierto Cook! - añadió. Cook no estaba muy contento, y sin agregar palabras,

recogió sus cosas y se marchó en compañía de sus secuaces.

Habían transcurrido casi dos días de la matanza cuando los guarda parques

encontraron los cadáveres amontonados, era la mayor masacre, registrada en un solo

caso, en años. Todos los cuerpos, tenían el rostro mutilado, obviamente, para

desprender los colmillos de marfil.

- Tantas muertes, sólo por remover unos colmillos.- Dijo Jack, uno de los

guardianes. – ¡Malditos cazadores! – Exclamó.

- Más que los cazadores, los responsables son las personas que comercian el

marfil. – Agregó Charles.

En pocas horas, la noticia corría como río fuera de cause. Los noticiarios y demás

medios de comunicación, en todo el mundo, informaban lo sucedido en cálido

continente.

- Te lo advertí Cook, te dije que sería un escándalo. – Le dijo Taylor a Cook, al

ver la noticia por un canal local.

- ¡Relájate Taylor, no hay testigos! – expresó el cazador con una malévola

sonrisa – Los medios se harán eco de la noticia por unos días, luego quedará

en el olvido y volveremos al negocio. – Agregó confiado.

Tal como lo había predicho Cook, la noticia fue el tema principal de los medios por

unos días, pero a tres meses de la matanza otras cosas eran de mayor importancia;

aquello había entrado en el baúl del olvido. Dejando las puertas abiertas para que

Cook y sus amigos volvieran actuar.

La mañana anunciaba el milagro de la vida en la sabana. Los herbívoros pastaban,

mientras los carnívoros bostezaban y descansaban satisfechos de la caza del día

anterior, eran tiempos de abundancia.

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Con el transcurrir de las horas, el astro rey se iba poniendo en su cenit. Muchos de

los animales se guarecían del implacable Sol a la sombra de algún árbol de esos que

crecen aislados y sobrepasan la altura de los pastizales, imperaba la calma total.

Sin previo aviso, aquella quietud fue interrumpida por el sonido de un jeep. Eran los

cazadores que habían regresado. No era el mejor tiempo para iniciar una cacería

clandestina, pero la fiebre por el marfil provocaba un extraño e incomprensible

efecto sobre Cook.

- ¡A tu derecha, gira a la derecha, Taylor! – Gritó Cook al avistar una manada

de elefantes.

La manada estaba compuesta por siete hembras adultas, dos críos y un macho de

unos diez años, por lo general los machos son expulsados de la manada al alcanzar la

madurez sexual, al cumplir los doce años de edad.

La matriarca, líder de la manada y la miembro más vieja, había notado la presencia

de los cazadores que se encontraban a unos escasos diez metros de distancia. Ante

la actitud defensiva de la hembra, Cook se encontraba listo para disparar; dos tiros se

escucharon, mismos que dispersaron la manada. Pero no habían salido del arma de

Cook, los guardaparques habían llegado al lugar.

Tras la llegada de los guardaparques, ambos grupos se enfrentaron. Hubo una gran

resistencia por parte del grupo de Cook, pero claramente estaban en desventaja. Sin

municiones, se rindieron todos menos Cook.

- ¡Alto, alto o disparo! – Gritó uno de los guardaparques al ver a Cook que

escapaba. Ojo puesto en mira, disparó.

- Déjalo Jack, no irá muy lejos. – Dijo otro de los guardaparques.

Minutos más tarde, la paz volvió a reinar en la sabana. En el cielo se veían los

buitres que volaban en círculos, y sobre el pasto yacía el cadáver de Cook.

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Pedro el Astronauta

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La historia que les voy a contar, en verdad sucedió, aunque en un

tiempo distinto al nuestro, tiempo que para nosotros es futuro, pero que

en realidad ya es pasado.

El pasado lunes, la maestra titular del séptimo grado de la escuela

elemental, Las Americas, decidió hacer un ejercicio un tanto diferente

para motivar a sus alumnos.

A ver jovencitos, hoy quiero que hagamos algo distinto. Cada uno de

ustedes le dirá al resto de la clase lo que desea ser cuando sea

mayor…empecemos por el primero en la lista, a ver Pedro, ¿Qué

quieres ser cuando seas grande?

Cuando sea grande, seré como mi padre…construiré caminos y

puentes, por los cuales muchos transitaran.

Bien Pedro, de seguro serás un gran ingeniero…sigamos, haber tú

María, ¿Qué quieres ser cuando seas grande?

Yo seré doctora, y curaré a muchos enfermos como mi abuelita, que

está muy enferma y no tiene dinero para ir al médico.

Así uno por uno, los jóvenes comentaban lo que deseaban ser, hasta

llegar a mencionar una amplia lista de profesiones, que: ingeniero,

abogado, secretaria, enfermero, arquitecta, en fin todas las profesiones

comunes conocidas. in embargo las aguas salieron de su cauce al

tocarle el turno a uan. ver uan, que quieres ser cuando seas

grande. Preguntó la maestra.

Cuando sea grande quiero ser astronauta y ser el primero de mi país en

visitar la Luna.

a ja ja ja ri a carcajadas arlos eres un tonto, todos saben que no

hay astronautas en nuestro país, ja ja ja…que tonto.

La burla de arlos pronto se esparci por el sal n. ¡Orden,

orden!...está mal que se burlen de un compañero, todos tenemos

derecho a soñar. Dijo la maestra.

El tiempo pasó y llegó el día en que Juan debía matricularse en la

universidad.

Pasados algunos años, a duras penas pudo conseguir su diploma, se

convirtió en un profesional mediocre y como si eso no fuese suficiente,

aquel cuerpo atlético que siempre lo había caracterizado, se había

deformado.

Cierto día al llegar del trabajo, Juan se tiró en su viejo sillón y

encendió el televisor, sus músculos antes fornidos, ahora le pedían

descanso, como le pasa a todos aquellos que viven una vida sedentaria.

Después de un rato, cuando ya sentía el peso del sueño en sus pestañas,

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fue avivado por un boletín de último minuto, joven latino ha sido

seleccionado por la NASA junto a otros dos astronautas para realizar

una misión que pondrá nuevamente los pies del hombre sobre el satélite

natural de la Tierra…más detalles esta noche a las once.

Juan no podía creer lo que había escuchado, simplemente no podía ser

posible, sus sentidos le habían traicionado.

No puede ser posible, los latinoamericanos no van a la Luna,

seguramente me quedé medio dormido y escuché mal, ¡si eso fue!...de

todas formas para estar seguro voy a esperar a las once para ver las

noticias.

Juan no acostumbraba a ver los noticiarios, sin embargo para salir de

dudas le era imperativo ver las noticias que se transmitían por uno de

los canales locales a las once.

Llegada la hora, Juan se acomodó nuevamente en su sillón, no tuvo que

esperar mucho para confirmar la noticia que efectivamente aparecía en

los titulares.

Pedro Acosta Martínez se convertirá en el primer hispanoamericano en

pisar la Luna, según portavoces de la NASA. Pedro Acosta y otros dos

astronautas, serán los primeros humanos en regresar a la Luna después

de que…

<<Pedro Acosta, Pedro Acosta>> aquel nombre retumbaba en la mente

de uan, Pedro costa, Pedro costa, decía en voz alta ¿ uál era el

apellido de aquel Pedro se preguntaba.

No sé si fue simple coincidencia o una manifestación del destino, pero

el 27 de febrero del año siguiente tres astronautas, entre ellos un

latinoamericano, se paseaban nuevamente por la Luna. Tres meses

después de aquel histórico acontecimiento, Pedro Acosta regresaba a su

ciudad natal. En su honor se había preparado un gran desfile para que

todos en su país tuviesen el honor de conocer a quien tan alto había

encumbrado la bandera.

Todos querían asistir al desfile, Juan incluido. Nunca antes, en la

historia de la nación, se habían conglomerado tantas personas para

recibir a uno de sus hijos.

Aunque deseaba acercarse a Pedro, parecía una tarea imposible para

Juan llegar hasta donde se encontraba el astronauta, así que desistió y se

marchó sin más ni nada.

Un día cuando Juan menos lo esperaba, le llegó una invitación. La

maestra de séptimo grado, convocó a todos sus exalumnos de aquella

generación, a la cual Juan pertenecía.

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Todos, si que faltase uno, asistieron a la junta. Claro que el foco de

atención lo era Pedro Acosta, y la otra cara de la moneda estaba

representada por Juan, quien se mantenía al margen como si estuviera

fuera de lugar; cosa fácil de entender al ver la gran lista de éxitos

cosechados por sus compañeros.

Como se ha señalado, el gran foco de atención era Pedro Acosta, y

naturalmente, no faltaron las preguntas sobre su travesía en la Luna.

Todos los presentes habían rodeado a Pedro para que les contara su

experiencia, fue en ese momento que Juan dejó su aislamiento y se

integró al grupo.

Pedro, pero hay algo que no entiendo interrumpió Juan.

¿Qué es lo que no entiendes, Juan?

Cuando la maestra nos preguntó que deseábamos ser cuando fuésemos

mayores, tú dijiste que querías ser ingeniero como tu padre.

Jamás mencioné que quería ser ingeniero, dije que quería ser como mi

padre, un hombre que alcanzó el éxito en todos los ámbitos de la vida.

Pero también dijiste que construirías caminos y puentes, haciendo

referencia a la ingeniería.

No Juan, al igual que tú, siempre quise ser astronauta, cuando dije que

construiría caminos y puentes; me refería a que abriría las puertas a

otros para que se atrevieran a perseguir sus sueños y nunca rendirse sin

importar el pensar de los demás.

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Yugo de Bueyes

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Ajeno a los avances de la ciudad, marchando a un ritmo desacelerado, se encuentra el

pueblo de Santa Marta. Un pueblo agrícola localizado en la parte noroeste del país.

Sus habitantes, sencillos y humildes, viven sólo de lo que le provee la tierra.

Es común ver bueyes arar el terreno, preparando la tierra para la siembra. El arado

por bueyes, en Santa Marta, es una tradición que ha pasado de padres a hijos desde

tiempo de la conquista española.

Al igual que muchos, don Bartolo aprendió el oficio del arado de su padre. De esa

manera se ganaba el sustento de él y su familia. En las tardes, al caer el Sol, se le

podía ver por la calle sin pavimento que conducía al pueblo. Recuerdo que muchos

de los niños nos dirigíamos hasta el lugar, tan sólo para ver a don Bartolo arrear sus

laboriosos bueyes.

- ¡Ahí viene, ahí viene! – Gritábamos llenos de júbilo.

- ¡Arre, jo, arre!- decía don Bartolo mientras arreaba sus bueyes – Lomo Pinto,

Azabache. ¡Arre, Arre, jo!

¡Ah, qué días aquellos los de la infancia!

Recuerdo que soñaba despierto, imaginando el día en que aprendería a llevar el

negocio de la familia y continuar con la tradición. El arreo de bueyes. Pero, las cosas

pocas veces salen como uno lo espera y el destino me llevó lejos de mi pueblo,

familiares y amigos.

Gracias a mi devoción por el estudio y al padre Mariano Zaragoza, sacerdote español

que llegó al pueblo a mediados de los sesenta, conseguí una beca para estudiar

agronomía del otro lado del Atlántico.

Confieso, quedé sorprendido la primera vez que llegué a Barcelona, supongo que era

algo normal considerando que nunca había salido de Santa Marta. Aquellos fueron

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años de sacrificio, desvelo y sobre todo de añoranza. Aunque aquél lugar era muy

diferente de mi Santa Marta, nunca pude borrar de mi memoria el recuerdo de mi

pueblo. Podía sentir el olor a brisa fresca de los cultivos, escuchar el mugir de los

bueyes y el ¡arre, jo, arre! de don Bartolo al caer la tarde. En otras palabras, mi

cuerpo se había marchado, pero, mi espíritu seguía allí.

Durante mis años de ausencia, muchas cosas cambiaron en el pueblo. El viejo y

pedregoso camino que conducía a Santa Marta, el mismo por donde transitaba don

Bartolo con Lomo Pinto y Azabache, sus dos bueyes, ahora estaba cubierto de asfalto.

Ya no se veían las bestias guiadas por hombres surcar las tierras, ruidosas máquinas,

más efectivas, hacían el trabajo.

Me sentí un extraño en mi propia tierra, todo había cambiado. Sólo el recuerdo

permanecía inmutable; y sentí nostalgia, por aquellos años de felicidad que no

volverían.

Deambulé por el pueblo, observando todo, como queriendo convertir el presente en

pasado y mantener aquella imagen, viva en el recuerdo, estática en el tiempo.

- ¡Ernesto! - escuché decir a lo lejos. - ¡don Bartolo, don Bartolo, es Ernesto

que ha vuelto! – Exclamó Jaime al verme llegar.

Los ojos del anciano se llenaron de lágrimas al ver a su nieto regresar.

- ¡Has vuelto, has vuelto!- exclamó don Bartolo entre lágrimas de alegría. Yo

no pude decir palabra alguna, y luego todo fue silencio.

La casa había cambiado, el pueblo había cambiado, pero nada de eso parecía haber

afectado a don Bartolo. El futuro no lo había tomado desprevenido, para subsistir se

adaptó a los nuevos tiempos, cambiando bestias por máquinas.

Cierta tarde, mientras caminaba de regreso al pueblo, escuché un grupo de

muchachos que gritaban con gran algarabía. Me acerqué para ver lo que sucedía;

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como si se tratara de aquellos viejos tiempos, era don Bartolo que regresaba, de las

parcelas, no arreando los bueyes sino montado en su tractor. Se quitaba el sombrero

para saludar a los chicos que le aplaudían y hacían toda clase de ruidos. Y entonces

comprendí que el pasado nunca muere en lo absoluto que, como yugo que une a los

bueyes, está atado de alguna manera al futuro.

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La Pared Azul Cielo

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Al igual que todas las mañanas, la mamá de Miguel le acompañaba camino a la

escuela. Paralela al plantel, a unos diez metros más o menos, había una pared pintada

de azul cielo.

Al voltear para despedirse de su madre, el joven Miguel, vio la pared y se quedó

contemplándola. Es preciso puntualizar que días antes, aquella misma pared estuvo

pintada de otro color, nada agradable para el sentido de la vista por cierto, razón por

la cual el pequeño, de no más de ocho años, quizás no se había fijado en ella antes.

¿Qué observas, Miguel? ven y dale un beso a tu madre antes de irme a trabajar.

¡Mamá, mamá, es el más hermoso de los caballos!

¿Dónde, dónde?

Está justo allí, en aquella pared azul.

¡Que imaginación tienes! ven y despídete de tu madre.

Los días pasaron y la visión del caballo en la pared se acentuaba con el pasar de las

estaciones, y con ellas se agregaban nuevos detalles que antes se le habían escapado a

Miguel.

Madre, ¡mira, mira, su larga cabellera parece moverse con el viento, sus ojos negros

como el azabache brillan cual claro de luna, sus patas fuertes y firmes galopan a la

puesta del sol… - y así cada día un detalle nuevo. Pero la madre de Miguel no

comprendía aquello que veían los ojos de su único hijo, para ella no era más que una

simple pared. Tal era la incertidumbre de la madre, que hasta llegó a poner a Miguel

en manos de profesionales de la salud para que le explicaran aquello que ella

consideraba un problema, pero los médicos no encontraron trauma alguno, y le

explicaron que su hijo poseía una gran imaginación y que debía ser fomentada por

algún curso de arte, como la pintura por ejemplo.

Tranquila por aquello que le habían dicho los expertos, la madre de Miguel se llevó

de consejo e inscribió a Miguel en un curso de pintura. Al poco tiempo el joven

demostró poseer un talento nato que sólo se ve en los grandes maestros del arte y

efectivamente con el paso del tiempo Miguel se convirtió en un gran pintor de

renombre mundial.

Como sucede con muchos de los hijos valerosos de un país pobre, Miguel tuvo que

abandonar el suyo cuando apenas era un adolescente. Había conseguido una beca

para estudiar artes en Europa y no podía desperdiciar aquella oportunidad que le

había dado la vida. Sin embargo la imagen de aquél caballo que sólo él podía ver en

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la pared azul, seguía lucido en su mente. Regresar a su patria era su más ferviente

deseo, volver a contemplar aquella pared y poner a la vista de todos aquello que sólo

existía en su mente, su único sueño.

Al fin, llegó el día en que Miguel pudo regresar a su patria. Y luego de contarle su

sueño de infancia a las autoridades correspondientes, para que lo dejasen pintar el

muro que pertenecía al ayuntamiento, aquellas no se pudieron negar a su petición;

¡claro, tratándose del gran Miguel, quien se negaría!

Una vez obtenido el permiso Miguel puso todo su empeño en la obra, y después de

unos cuantos meses, ante la presencia de todo el pueblo e invitados internacionales

Miguel reveló su gran obra, la cual dejó grabada una expresión de asombro entre los

presentes. Entre tantas personas, Miguel se dirigió hacia donde estaba su madre, que

ya era una anciana de edad avanzada, y tomándola del brazo la acercó a la pintura,

para que sus ojos cansados por la edad pudiesen verla mejor. Cuando los ojos de la

anciana pudieron apreciar la majestuosa pintura, no pudo decir otra cosa más que:

¡mira Miguel, es el caballo!

- Si querida madre, ahora todos lo pueden ver.

Así como la madre de Miguel, muchos de nosotros no podemos ver un futuro de

bienestar y prosperidad, sin embargo mientras existan personas como Miguel siempre

habrá esperanzas.

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El Pacto de la Flor y la

Oruga

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Tiempo después de la extinción de los dinosaurios, era frecuente ver sobre la faz de la

tierra toda clase de pequeños insectos rastreros y voladores. Entre los voladores se

encontraban las mariposas, que aunque parecidas a las que hoy día vemos guardaban

ciertas diferencias, como la boca, por ejemplo, en vez de una trompa enrollable

aquellas poseían una boca con mandíbulas, parecidas a las que tienen las libélulas.

En aquellos días, una gran sequía azotaba gran parte del planeta. Las altas

temperaturas provocaron un incendio que arrasó con el lugar donde vivían una

hermosa flor y una oruga.

- No ha quedado nada.- Dijo la oruga llorando.

- ¡Claro que sí! – exclamó la flor a ver la oruga llorar. – Quedamos tú y yo.

- ¿Quién ha dicho eso? – preguntó la oruga asombrada.

- Yo he sido, estoy justo aquí, debajo de la gran roca.- Respondió la flor

asomándose un poco para que la oruga le pudiera ver.

- Debimos ser consumidas por el fuego, juntas con nuestros hermanos, de nada

ha servido. No ha quedado comida y el agua es escasa. – Dijo la oruga

sollozando.

- ¡No digas eso! nunca debemos perder las esperanzas, si seguimos aquí ha de

ser por una buena razón.

- Es bueno que seas optimista, pero debes enfrentar la realidad, no hay nada que

comer. Muy pronto moriremos de hambre. – Expresó la oruga.

- Aún no lo entiendes, tú y yo podemos ayudarnos mutuamente, así lograremos

sobrevivir. – Dijo la flor.

- ¿Cómo? – preguntó la oruga.

- Desde hoy haremos un pacto, para sobrevivir una necesita de la otra. Yo te

alimentaré con mis hojas hasta que te conviertas en una linda mariposa y

puedas volar, a cambio, tú me polinizaras para que pueda dar semillas y así

poder nuevamente poblar el bosque con hermosas flores.

- Me parece muy bien. – Dijo la oruga esperanzada.

Así fue como lograron sobrevivir la flor y la oruga, trabajando juntas. Una vez adulta,

la mariposa no volvió alimentarse más con las hojas de las plantas. Para hacer

efectivo el pacto bebió el néctar de las flores. Al cambiar su hábito de alimentación,

las nuevas generaciones de mariposas no necesitarían las útiles mandíbulas que

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tienen las orugas, y así con el paso de los años fueron cambiando la forma de su boca

hasta terminar en una gran trompa delgada y en espirar. De esa forma, al cambiar la

mandíbula por la trompa, las mariposas de las generaciones venideras recordarían y

respetarían el pacto que una vez le salvó la vida.

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La Ratoncita Valiente

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Plácidos eran los días en el bosque, las liebres y otros pequeños mamíferos diurnos

jugueteaban en la planicie. Trataban de aprovechar al máximo los cálidos rayos del

Sol, pues al caer la noche otro reino imperaba. Era el tiempo de los depredadores.

Consciente del peligro que representaba salir de noche, Amy la ratoncita no tuvo otra

opción más que salir en busca de alimento para sus pequeñuelos.

- No tengo miedo, no tengo miedo. – Se decía, mientras se deslizaba sobre las

hojas secas de los árboles en busca de alimento. Su plan era confundirse con

las inertes hojas, pero había pensado mal, su mortal enemiga la lechuza podía

escuchar el sonido que la ratoncita causaba al desplazarse por las hojas secas.

De pronto, sin previo aviso, Sula la lechuza se abatió sobre su presa capturándola con

sus poderosas garras.

- No me comas, no me comas por favor. – Suplicó Amy.

- Tu error te costará la vida, sabías del peligro que corrías al salir de noche y

tomaste el riesgo. Ahora no supliques por tu vida y afronta tu destino.

- Por favor, libérame. No suplico por mi vida, suplico por la vida de mis hijos,

son tan pequeños e indefensos. Morirán si me comes.- Dijo la ratoncita

mirando a la lechuza con sus grandes y tristes ojos.

- Está bien, te perdonaré la vida por ahora, pero cuando tus pequeños puedan

valerse por sí mismos deberás volver para poder devorarte. De no cumplir tu

promesa, te aseguro que regresaré y me comeré a todos tus hijos.- Terminadas

las palabras, Sula liberó a Amy próximo a la madriguera de la última y voló

hacia la penumbra de la noche.

- Gracias, gracias, cumpliré mi promesa. En un mes subiré hasta tu nido, para

entonces tus polluelos habrán dejado el cascaron y le serviré como sustento.

Gracias, gracias, cumpliré mi palabra. – Gritó la ratoncita al ver a Sula

alejarse.

El tiempo pasó y el mes se cumplió, aquel día Amy se encontraba junto a sus hijos

que alegres jugueteaban fuera de la madriguera. Los últimos rayos de luz del astro

rey se asomaban a la tierra. Con voz firme, pero triste, Amy le dijo a Raúl, el mayor

de sus hijos: - por favor, cuida de tus hermanos. – Sin decir más nada, Amy se

marchó a cumplir su promesa.

Ya era de noche cuando Emy llegó al árbol donde Sula había anidado. Estando en el

suelo, alzo su mirada y avistó el nido que se encontraba en lo más alto. Sin demorar

empezó a trepar.

- ¡Auxilio, mamá, mamá! – escuchaba mientras se acercaba al nido. Agilizando

el paso, pudo ver una serpiente que se asomaba al nido para devorar a los

indefensos polluelos.

- Serpiente tonta, mira que hay que ser cobarde para intentar comerse a unos

pequeños polluelos indefensos aprovechando que su madre ha salido. Ven,

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anda y cómeme soy mucho más grande. – Dijo la valiente ratoncita

mordiéndole la cola a la serpiente.

- Hoy estoy de buenas. No sólo comeré aves, también ratón. – Dijo la serpiente

alejando la cabeza del nido y volviéndose hacia Amy.

- Acá estoy, acá estoy. – Vociferaba la ratoncita llamando la atención del reptil

que fallaba cada vez que intentaba atrapar a Amy con su boca. Amy distrajo a

la serpiente por unos minutos, dando tiempo suficiente para que Sula regresara

al nido.

- No te comerás a mis hijos. – Dijo Sula lanzándose sobre la serpiente y

sujetándola con sus fuertes garras. Aunque la serpiente tenía un tamaño

considerable, Sula alzó vuelo sujetando la serpiente y de lo alto dejo caer a la

serpiente que al caer a la tierra se alejó rápidamente.

- ¡Gracias ratoncita, de no haber sido por tu valor mis hijos no estarían vivos!

pudiste escapar con tu familia, pero has cumplido tu promesa mostrando gran

valor. – Expresó Sula.

- Tú también eres muy valiente, muchos pueden pensar que ser compasiva es

cosa de débiles, pero la compasión es una cualidad que sólo los

verdaderamente fuertes poseen. Es cierto que pude correr y escapar con mis

hijos, pero mi palabra no valdría nada.

- Por tus actos no sólo te perdonaré la vida, te daré estas cinco piedras de búho.

Con ellas podrán salir sin temor en las noches, al brillar en la oscuridad los de

mi especie reconocerán la señal y no les harán daño, por el contrario serán

protegidos. – Dijo Sula entregándole a Amy cinco piedras brillantes. Luego

Sula llamó con un silbido a otra lechuza que rondaba por el lugar, Amy se

montó sobre la lechuza y juntas volaron hacia el hogar de la ratoncita valiente.

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Nubecita Solitaria

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De un pequeño charco calentado por los rayos del Sol se formó una pequeña nubecita.

Era la última de siete, pues sus hermanas se habían formado días antes ascendiendo al

cielo azul.

- Señor Sol ¿ha visto usted a mis hermanitas? – le preguntó la nubecita al astro

rey.

- Al norte, al norte han ido. – Dijo el Sol con voz aguda.

Y así fue como la nubecita se dirigió al norte en busca de sus hermanas. Sin previo

aviso, un fuerte viento sopló y a la nubecita alejó fijando su curso al sur. Aturdida, la

nubecita se desorientó y el rumbo equivocado tomó.

Perdida, flotó hasta dar con una pequeña aldea.

- ¡Miren en el cielo, es una nube!- gritó asombrado uno de los aldeanos.

- ¡Una nube, una nube! – decían alborotados los lugareños.

- Es muy pequeña para que nos pueda bendecir con su agua. – Dijo el más

anciano de los aldeanos dando pocas esperanzas de que callera la tan necesaria

lluvia. Y vaya que la necesitaban, pues durante meses una sequía había

afectado el lugar.

- Soy muy pequeña e inútil. – Se dijo a sí misma la nubecita al escuchar las

palabras del anciano. – i tan s lo pudiera hacer algo, si no fuera tan…podría

hacer algo. - Se lamentaba.

Enojada, la nubecita ascendió más y más al firmamento tratando de olvidar su pena.

Y llegó la noche.

- ¿Por qué estás enojada? – preguntó la Luna.

- Soy muy pequeña e inútil, no sirvo para nada. – Respondió la nubecita.

- ¡Inútil! no eres inútil, es sólo que no has descubierto tu propósito en la vida.

- Y ¿cuál puede ser mi propósito? – preguntó la nubecita. – Una pequeña nube

no puede hacer nada. – Añadió.

- La clave es la unión. – Dijo la Luna. – Las nubes en el cielo expresan su

sentir: tristes si están grises y blancas ríen, cantan siempre así. Brillan, brillan,

brillan con el ol las nubes en el cielo nos dan su bendici n…

- ¡No entiendo! – expresó la nubecita confundida.

- No te preocupes, algún día lo entenderás. Sólo tienes que recordar las letras de

la canción. Juntas serán invencibles. – Dijo la Luna y se marchó.

- ¡Espera, espera no te vayas! – vociferó expresivamente la nubecita. Por varios

días flotó errática sin rumbo fijo y justo cuando estuvo a punto de perder la

esperanza avistó a lo lejos a sus hermanitas que alegres jugaban. Al acercarse

notó que sus hermanas resplandecían, eran blancas como la nieve.

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- ¡Hermana, hermana, has vuelto! – expresaron las nubecitas al ver la nubecita

solitaria llegar. Y juntas jugaron hasta el cansancio.

Una profunda felicidad invadía el corazón de la nubecita solitaria, al fin había

encontrado a sus hermanas. Mientras más feliz estaba más blanca se ponía. Pasó de

un leve color gris a un blanco resplandeciente, igual que sus hermanas. Entonces la

nubecita recordó la canción de la Luna y comprendió lo que debía hacer.

- Ahora lo entiendo. – Se dijo a sí misma la nubecita. – Hermanas, debemos

unirnos todas. Juntas formaremos una gran nube. – Dijo en voz alta. Y así se

fundieron las siete hermanas hasta formar una gran masa blanca. Y juntas

flotaron al sur.

Una vez sobre la aldea, la gran masa blanca comenzó a ponerse gris. Las nubecitas al

ver la sequia que azotaba la aldea y las penurias que pasaban sus habitantes, no les

quedó otra opción y empezaron a llorar.

- ¡Milagro, es un milagro!- vociferaba el anciano feliz.

Aquel día las nubecitas lloraron sin parar, bendiciendo la tierra. Y la nubecita

solitaria jamás volvió a sentirse inservible.

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Juicio al Número Cero

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- Su señoría, se acusa al cero de quebrantar las leyes que atentan con la buena

práctica de las matemáticas. De confundir y causar problemas a los

matemáticos y sobre todo al gran público profano. Hasta el día de hoy, los

estudiosos de la materia no logran ponerse de acuerdo en si deben considerar a

tal guarismo como un número perteneciente al conjunto de los naturales, las

divisiones entre él simplemente están prohibidas, y como si no fuera suficiente,

existe un debate sobre si debe ser considerado un número par. – Parte

acusatoria.

- Excelentísimo magistrado, el cero no es más que una víctima de la infinita

ignorancia de los mortales. Un incomprendido que sólo aspira a ser una cosa,

quien realmente es, un número especial entre los especiales. Y eso su señoría

es precisamente lo que queremos probar y para ello presentaremos una serie

de pruebas que despejará toda duda que se pueda tener sobre los cargos que

recaen sobre la parte que defendemos, el sifr. – Parte defensora.

- Pero que pruebas pueden tener, o es que acaso las matemáticas se equivocan.

Está claro que las cuentas pueden existir sin el cero ó sifr, como lo llama la

parte defensora. Permítame recordarle que muchas culturas en la antigüedad

lograron alcanzar un alto nivel de desarrollo matemático sin tener que

prescindir del número cero, así que no veo lo especial que puede resultar. –

Parte acusatoria.

- Reconozco que por mucho tiempo los matemáticos realizaron sus cálculos sin

tener que recurrir al sifr. En la antigüedad, sólo dos culturas, mayas e hindúes,

pudieron recocer las ventajas que ofrece usar el śŭnya como un numeral. Sin

él, sería imposible que tuviéramos nuestro útil sistema numérico, el afamado

decimal. El sifr, su magistrado, no ha hecho otra más que facilitarnos la

existencia, si bien dividir entre él está prohibido, imagínese tener que efectuar

la división en un sistema numérico no posicional donde no existe un símbolo

que represente nuestro defendido, como el sistema romano. Por poner un

ejemplo… – Parte defensora.

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- Todos le han escuchado, la parte defensora admite que está prohibido efectuar

la división por cero, también ha aceptado que es posible efectuar cálculos sin

el cero. Ante tal situación, su señoría sugiero que el cero sea excluido del

conjunto de los números reales, para siempre. – Parte acusadora.

- Petición denegada. Considero de suma trascendencia el argumento expuesto

por la parte defensora; que puede continuar con la defensa. – Juez.

- Muchas gracias su señoría. Siguiendo con la idea, alguien podría decirme:

¿Cuánto es ?...

- ¡Es una broma, su señoría, todos saben la respuesta a esa pregunta!

- Se le recuerda a la parte acusatoria que es la parte defensora quien tiene el

turno para hablar. Así que sin más interrupciones permitiremos que la defensa

siga con su alegato. - Juez.

- Muchas gracias, nuevamente su señoría. Como bien señala la parte acusatoria,

cualquiera podría dar respuesta a la pregunta, eso si consideramos que los

números están en el sistema decimal. Pero qué tal si hacemos la cosa más

interesante y en vez del sistema decimal usamos el sistema de numeración

romano, entonces tendríamos: , hasta una operación sencilla,

como la mostrada, puede ser un verdadero dolor de cabeza. Si bien es cierto

que los antiguos romanos hacían sus cálculos sin el sifr, no menos cierto es

que su sistema quedó en desuso; reemplazado por un sistema numérico que

nos ha facilitado la vida a todos y que sería imposible de concebir sin el

śŭnya. – Parte defensora.

- ¡Muy bonito el ejemplo! pero poco convincente. Su señoría permítame ilustrar

a la defensa. Uno de los primeros en divulgar el śŭnya ó cero en occidente fue

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Leonardo Fibonacci en el siglo XIII. En consecuencia, Arquímedes,

matemático griego, que nació alrededor del 212 a. C. no hizo uso del sistema

numérico decimal, en otras palabras no conoció el sifr, y pese a no conocerlo,

fue uno de los grandes matemáticos de todos los tiempos junto a Pitágoras,

Euclides y otros tantos magnos nombres de las ciencias exactas de occidente,

de eras anteriores a la cristiana, que nunca conocieron el mencionado sistema

numérico y que por lo tanto no hicieron uso del cero. En la antigüedad,

grandes avances obtuvieron los matemáticos sin el cero, el cual sólo ha

servido para confundir a los profanos que aun no distinguen lo que es. ¿Es

natural o par? poco importa lo que es, pues su señoría, no me queda duda

alguna, el śŭnya debe ser borrado de la lista de los números.

- A pesar de su erudición, pues me costa que ha leído algunos libros, el

acusador sólo muestra ignorancia al decir que tan importante guarismo debe

ser tachado de la lista de los números. Su importancia capital, nos la confirma

Euler en su afamada fórmula que sólo la divinidad le pudo conferir:

. Es cierto que su inscripción en el conjunto de los naturales ha causado

encarnados debates entre los matemáticos, pero es algo de importancia menor,

pues a la larga es sólo cuestión de definición. En cuanto a su paridad, cumple

con muchas de las propiedades de los números pares, que se definen como

aquellos que divididos entre dos su módulo es igual a cero. ,

entonces por definici n el śŭnya debe ser par. Pero, nuevamente es una

cuestión de definición, pues a diferencia del resto que tienen siempre un

número finito de divisores, y entre ellos siempre el dos común. El sifr tiene

infinitos divisores, el dos incluido. Y pese a estar tan emparentado con los

pares, mantiene ciertas diferencias que lo distinguen y lo hacen único y

especial. Todo par elevado a un número par sigue siendo par, cosa que no

ocurre con el śŭnya, por lo que también es digno de pertenecer a un conjunto

del cual es el único elemento, y poder decir que entre los enteros existen: los

pares, impares y el cero. Y así su señoría termina nuestra defensa, ciego el que

no vea y sordo el que no escuche, pues ante tales argumentos está claro que el

sifr simplemente es un número especial.

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El Hábitat del Solenodonte

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Había escuchado hablar de él, pero nunca lo había visto. Posiblemente ni siquiera

exista, sólo en la lista de especies extintas. Aun así mantengo la fe en poder

encontrarlo, pues la única esperanza de salvar su hábitat reside en hallarlo.

El apetito voraz por el oro, había llevado al hombre a adentrarse en suelo virgen.

Nada, solo el oro es importante para los desaprensivos; de concretarse la campaña

para extraer el oro del lugar, todo lo que allí vive morirá. Al final, no quedará nada

más que desolación y muerte.

Como especie, somos codiciosos, ambiciosos, inescrupulosos. Nos vanagloriamos

de haber sido creados a imagen y semejanza de Dios, una autoproclamación, sin

dudas, pues no hay ser más maligno que el hombre. Pero, no todo es malo, también

somos capaces de sentir compasión, de amar, de entender y sentir respeto hacia la

naturaleza. Y en esos, pocos, es que vive la esperanza de nuestro mundo de ser un

mejor lugar para todos los seres que en el habitan. Libre de contaminantes, odio,

indiferencia.

Nuestra lucha por salvar el hábitat de solenodonte, no es una simple lucha local.

Ganarla es una gran conquista, y salvar su hábitat significa salvar el hábitat de

todos; pues todos formamos parte del mismo hábitat, la Tierra. Y así como sufre el

cuerpo cuando siente dolor en alguna de sus partes, de la misma manera sufre el

planeta cada vez que un árbol es talado o un río es contaminado. ¡Sí! salvar el

hábitat del solenodonte significa mucho, significa que nuestro planeta aún tiene

esperanzas.

El tiempo se agota, las máquinas infernales se adentran en el bosque arrasando todo

a su paso.

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- ¿Dónde te escondes, mi pequeño salvador? – me pregunté, casi perdiendo toda

esperanza de encontrarle.

Y justo cuando sentí que tal búsqueda había sido en vano, apreció ante mis ojos el

Solenodon paradoxus. Su pelaje Castaño rojizo y su inconfundible hocico alargado

le delataban.

La naturaleza se había revelado, en toda su magnificencia. Brindándonos nuevas

esperanzas para reconciliarnos con ella. Y gracias a un pequeño mamífero, de no

más de treinta centímetros de largo, el hábitat del solenodonte se había salvado de

las desbastadoras manos del hombre; y aunque sólo se ha ganado una pequeña

batalla, podemos gritar a los cuatro vientos: ¡aún hay esperanzas de un mejor

mañana!

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Regalo de Navidad: una larga

espera

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Rio Lagos, 24 diciembre de 19..

Queridos reyes magos:

Este año, y si bien lo deseo, no les voy a pedir juguetes. Verán, aunque soy un niño

y

me urge jugar, tengo a mi padre muy enfermo y como sé que ustedes a los niños

que se

portan bien durante todo el año le conceden regalos, he pensado que en vez de que

se me

otorgue un juguete nuevo, como es su costumbre, le devuelvan la salud a mi padre.

Nos

apremia que recupere su salud, pues los ingresos de nuestra madre son insuficientes

y

apenas alcanzan para cubrir los gastos de la familia.

¡Ah! no me he olvidado de ustedes. Sé que deben recorrer grandes distancias para

poder

llegar hasta aquí, así que le he dejado algunas galletas, están deliciosas. También

hay leche

y hierva para los camellos. Bueno, ya me despido de ustedes, pero no sin antes

desearles

una feliz navidad.

Atte.:

M. E. Cortés.

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Desde aquel crudo y triste invierno, hacía ya casi treinta cinco años, el

corazón de don Manuel Enrique Cortés se había endurecido como roca, hasta

tal punto que llegó aborrecer la navidad y todo lo alegórico a tales fiestas. Se

cuenta que su odio a la navidad era tan grande que cierta vez despidió a uno

de sus mejores empleados sólo porque lo sorprendió cantando villancicos

navideños.

Gracias a su buena cabeza para los negocios y a unas buenas inversiones,

don Manuel logró acumular una gran fortuna, misma que lo convirtió en

uno de los hombres más ricos y acaudalados de la región. Para tener una idea

de su riqueza, basta mencionar que era dueño de más de un centenar de

fábricas diseminadas a lo largo y ancho del país.

No era un hombre malo y aunque no sonreía muy a menudo, de cuando en

vez, se podía ver una sonrisa en sus labios. Pero, cuando llegaba el

invierno aquel personaje, que superaba ya los cuarenta años, se volvía un

hombre odioso y amargado.

Don Manuel llevaba más de una década casado con la Sra. María Altagracia

Martinez de Cortés, mujer de buenos sentimientos. Ella le amaba

incondicionalmente y más que nada conocía su dolor. Pese a tener tantos

años de unión matrimonial, los Cortés no habían podido tener hijos y aunque

era lo que más deseaba Manuelo, como cariñosamente le llamaba su esposa,

había perdido toda esperanza de poder algún día tener su propia

descendencia.

A falta de niños que jugaran por toda la casa, la pareja Cortes debía

conformarse con las visitas ocasionales que le hacían los sobrinos de la Sra.

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María.

- Manuelo, mi sobrino, uno de los hijos de Marta, viene a pasarse unos

días en la casa. Deseo que seas amable, mira que hace mucho que no

nos visita y quiero que, esta vez, se lleve una buena impresión de sus

tíos. – Le indicó la Sra. María a su esposo que se encontraba sentado

leyendo el diario y fumándose un puro. La noticia poco pareció

importarle a don Manuel, quien no dijo nada, por lo que la Sr. María

nuevamente insistió en decirle:

- Me has escuchado, Pedrito, mi sobrino, viene pronto a visitarnos y

quiero que se lleve una buena impresión.

- Te escuché la primera vez mujer. Sabes que en esta casa no celebramos

la navidad y tu sobrino de seguro va a procurar algún presente. Mejor

pídele disculpas a tu hermana y dile que no podemos aceptar a su hijo,

eso sería lo mejor.

- Sabes que no soy muy buena cuando de hablar mentiras se trata,

además, Pedrito sabe que no celebramos la navidad; aun así insistió

para que su madre lo dejara pasar, aprovechando que está de

vacaciones, la temporada festiva con nosotros…s lo te pido que seas

amable y que trates de disimular un poco tu aborrecimiento a la

navidad.

- Muy bien, haré un gran esfuerzo para que el niño se sienta lo más

confortable posible. – Dijo a regañadientes don Manuel. – Pero, no te

prometo nada.- Agregó.

- Si la gente pudiera ver lo noble que eres, por eso te quiero. – Expresó la

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Sra. María dándole un tierno beso en la mejilla de su esposo, y dejó

salir una ligera sonrisa.

Diciembre corría su curso y la fecha de salida del colegio de los infantes

no tardaba en llegar. Entre tanto, Pedrito aguardaba ansioso. Como vivía

en otra ciudad, casi nunca visitaba a su tía predilecta que era la Sra.

María. Pudo elegir otros hogares donde podría jugar con sus primos, sin

embargo eligió pasar la navidad en casa de la familia Cortés, pese a saber

que no celebrarían la navidad.

- Hermanito, ¿por qué has elegido la casa de tía María? – preguntó

Carlitos – su esposo es un cascarrabias; dicen que de niño se portaba

mal y Santa Claus le regaló un carbón la noche de navidad y esa es la

razón por la que la odia tanto. Yo prefiero ir a casa de tía Magdalena,

allí podré jugar con el primo Ernesto y su hermana Isabel. Ellos se

portan bien y los reyes le regalan buenos regalos, eso sin contar que es

una de las primeras casas en ser visitada por los reyes, por eso reciben

tan buenos obsequios. Recuerda que hace unos años pasamos la

navidad allí y recibimos los mejores regalos de nuestras vidas. En

cambio no recibirás nada si visitas la tía María, los reyes nunca

visitaran un lugar donde vive un cascarrabietas.

- Te equivocas, este año los reyes si visitaran la casa de tía María. Es mi

deseo y sé que me lo concederán. – Le dijo Pedrito a su hermano

mayor, quien había elegido la casa de la tía Olga para pasarse la

navidad. Los padres de los niños de nueve y diez años, estaban pasando

por una mala situación económica desde hacía ya varios años razón

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por la cual preferían que sus hijos pasaran la navidad en casa de sus

tías, que gracias a sus maridos, gozaban de bienestar económico.

Finalmente terminaron las clases y aquel mismo día, por la tarde, Pedrito

empacó maletas y se dirigió con su madre a casa de su amada tía María.

- La bendición tía. – Fue lo primero que dijo Pedrito al ver a la Sra.

María.

- ¡Dios te bendiga!- dijo la Sra. - pero, ¡mira cuanto has crecido!-

agregó. Dándole un fuerte abrazo al niño, que, seguido de besos y

sacudiditas, se extendió por un buen rato.

- ¡Y a tu hermana, no le das un abrazo!- exclamó Olga.

- ¡Claro!, si no te he olvidado.-Dijo la Sra. María, antes de abrazar a su

hermana – entren y pónganse cómodos, esta es su casa. – Añadió.

- De ninguna manera, no quiero que me coja la noche; sólo vine a traer

a Pedrito. Dale mis saludos a Manuel. – Dijo Olga apurada, y con sus

razones ya que tenía que estar a tiempo en la parada para tomar el

último autobús.

- No te preocupes por el autobús hermana, cuando Manuel llegue del

trabajo te puede llevar a casa.

- De ninguna manera, no quiero causarles molestias. Eso sí, cuida mucho

de mi Pedrito. – Esas fueron las últimas palabras de Olga y, luego de darle

un prolongado abrazo, como si no quisiera apartarse del muchacho, se

marchó.

Al regresar don Manuel, tarde en la noche, el niño se encontraba dormido.

Sin hacer ruido y sin que su esposa lo notara, don Manuel se dirigió a la

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habitación donde se encontraba Pedrito. Al entrar, advirtió que el niño no

estaba debidamente arropado. Sin dejar de contemplar al infante, lo cubrió

con una manta grisácea. Don Manuel, no dejaba de ver al muchacho, y por

un breve instante soñó en lo que pudo ser su vida de haber un vástago en su

hogar. Triste y con lágrimas en los ojos, se retiró de aquella habitación.

Al día siguiente, todos estaban de pie bien temprano en la mañana. Don

Manuel se sorprendió al ver aquel niño tan madrugador; así que le hizo una

invitación para que le acompañara a una de sus fábricas.

Al llegar a la fábrica, Pedrito se sorprendió al no sentir el espíritu navideño

entre los empleados. Ni siquiera un simple adorno, nada ni lo más mínimo

que hiciera alusión a tan encomiadas festividades.

- Tío Manuel, estamos a pocos días de la navidad y, me pregunto: ¿por

qué no hay adornos simbólicos a la fiesta?- Terminó por preguntar

Pedrito. Don Manuel permaneció callado por un buen rato,

obviamente molesto por la pregunta, pero contuvo su rabia y cuando

se calmó dijo:

- ¡Navidad!- exclamó – es la peor época del año. Las personas gastan y

gastan para luego no tener nada; la navidad es un gran engaño, un

invento de los comerciantes para sacarle dinero a los incautos.

- Pero, si es un engaño, ¿cómo se explica la visita de los reyes magos a

todos los hogares? – preguntó inocentemente el niño.

- No quiero desilusionarte, pero de todas formas te vas a enterar algún

día. Veras, los niños ricos siempre reciben los mejores regalos. Si

existieran los reyes, ¿crees que sería justo? Reciben los mejores regalos

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porque son los padres, y no los reyes, quienes les obsequian los

presentes.

Después de aquellas palabras, todo fue silencio. Pedrito se negaba a creer las

palabras de su tío político, pero no podía contradecir aquello que tenía tanto

sentido. Al ser los padres, quienes otorgaban los regalos, era evidente que los

niños más pobres recibieran los juguetes o presentes menos llamativos. Sin

embargo, la pureza e inocencia de un niño se imponen a la lógica, y aunque

resultaba evidente, Pedrito se mantuvo aferrado a su creencia en los santos

reyes.

Al llegar a la casa, Pedrito apenas pudo probar bocado. Las palabras de don

Manuel le habían afectado, pero no porque le habían cambiado su manera

de pensar sino porque sentía que poco podía hacer para cambiar las ideas de

su tío sobre la navidad. Faltaba poco para la víspera de navidad, así que

Pedrito hizo lo que cualquier niño creyente haría, escribir a los santos reyes.

Dobló en cuatro la carta y, como sabía que los reyes no entrarían en casa de

sus tíos, abrió la ventana, luego, cruzando por un estrecho pasillo trató de

escalar para subir al techo de la lujosa casa; pero antes que pudiera avanzar,

se resbaló y cayó de la altura de un segundo piso. Don Manuel fue el primero

en salir, al escuchar el ruido, luego la tía María, que al ver a Pedrito tirado en

el suelo se desmayó. Aquella noche, tía y sobrino fueron hospitalizados.

Gracias a la santísima divinidad y a unos pequeños arbustos que

amortiguaron la caída, Pedrito sólo se rompió un brazo. Temprano en la

mañana, tía y sobrino regresaban a casa. Pero no sin antes llevarse una

sorpresa, aquel día don Manuel pudo escuchar por vez primera los latidos

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del niño que esperaba la Sra. María, que sin saberlo tenía casi dos meses de

gestación. Don Manuel, que apenas podía creer lo que le mostraba el médico

y con lágrimas de alegría, sólo pudo decir:

- ¡Voy a ser padre, finalmente voy a ser padre!

El 25 de diciembre, temprano como siempre, don Manuel se dirigía la

fábrica. Al montarse en el carro advirtió que un papel estaba adherido a sus

caros zapatos; se abajó para quitárselo y, justo cuando lo iba a arrojar a la

basura observó que era una carta de su sobrino. En silencio leyó la carta que

estaba dirigida a los reyes magos.

“ iudad entro, 23 diciembre de 19..

Mis queridos reyes magos:

Falta muy poco para que inicien su largo recorrido y desde hoy le quiero desear un

feliz viaje.

Sabios de oriente, sé que mi regalo está asegurado, pues me he portado bien todo el

año. He cumplido con mis deberes tanto en la escuela como en la casa, pero sepan

ustedes que no les escribo para procurar presente alguno, pues mi inquietud es

otra.

Recientemente, el tío Manuel me ha dicho que la época más linda del año no es

más que un engaño. Sé que es un grave pecado el sentir de mi tío, pero sepan

ustedes que no lo hace por mal. El tío Manuel no ha podido tener la dicha que dan

los hijos en una familia y, estoy seguro que de tener sus propios hijos su manera de

pensar, respecto a la navidad, sería muy distinta. Es por esa razón que les pido

siempre y cuando esté dentro de sus posibilidades, que le den como regalo de

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navidad un niño al tío Manuel.

Muy atentamente y esperando el milagro, Pedrito.”

Y después de leerla, en voz baja, dijo:

- No hay dudas, ha sido un milagro. Un regalo de navidad.

Al llegar a la fábrica, don Manuel les dio el día libre a sus empleados, por

primera vez en navidad, y no sólo eso, mandó a preparar un festín para todos

ellos y repartió juguetes entre los niños más necesitados. Con el paso de los

años aquel hermoso gesto se convirtió en tradición, una que mantuvo el resto

de su vida.

Siete meses después, la Sra. María dio a luz una hermosa niña, a la que le

dieron por nombre Natividad, Belén Natividad. La niña creció y vivió hasta

alcanzar una edad muy avanzada. Y continuando con la tradición que le

había inspirado su padre llevó regalos y presentes a las familias menos

favorecidas; pero eso es parte de otra historia, una muy arraigada a nuestras

tradiciones.

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Eugenio Cadillo

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Una gran idea puede salir de las cosas más simples. Si te cansas de buscar vuelve

tu mirada a la naturaleza, ella tiene todas las respuestas.

En una lejana aldea un grupo de jóvenes tenían que caminar por un largo camino

para poder asistir a la escuela. En un lugar tan remoto y apartado, la distancia, sólo

resultaba ser uno de tantos obstáculos de los que tenían que vencer nuestros amigos,

razón por la cual muchos en el pueblo preferían quedarse en la aldea en lugar de

pasar trabajo e ir a estudiar al pueblo más cercano.

Siete fueron los que iniciaron los estudios, pero la lluvia, la distancia, las malezas,

la crecida de los ríos y otras tantas cosas que pueden ser añadidas a esta lista, se

encargaron de que sólo dos continuaran sus estudios.

Entre los perseverantes, se encontraba Eugenio, un joven delgado y rostro pálido, de

unos quince años de edad, que sin nada que tener más que una enorme voluntad

tuvo que pasar las mil más otras tantas para poder convertirse en el primer

profesional de su aldea.

Mira a Eugenio, siempre con los zapatos sucios, los pantalones llenos de cadillo y

la camisa toda sudada y estrujada. Comentaban sus compañeros al verle llegar. Y

es que siempre es fácil sacar conclusiones sin antes analizar las cosas.

La madre de Eugenio, le lavaba y planchaba el uniforme, aunque sabía que al otro

día debía repetir la misma acción, mientras que su padre se encargaba de lustrarle

los zapatos, que pese a ser viejos, parecían relucir más con cada día que pasaba.

Un día al llegar a la casa Eugenio, le preguntó a sus padres:

¿Por qué siempre lavan mi ropa y lustran mis zapatos, si saben que siempre

llegaré con ellos sucios a la casa?

La madre tomó la palabra y respondió:

Claro que lo sabemo mijo, pero e nuetra foima de compensai tu gran efueizo y

peisitencia. Sigue asi mijo que nosotro tamo oigulloso de ti, y aigún dia sera el

oigullo de todo ei pueblo.

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Gracias por sus palabras, les prometo que cada día daré mi mejor esfuerzo, no me

detendrá la lluvia, ni la crecida del rio, ni la maleza, y mucho menos la burla de mis

compañeros.

Con el correr de los días, los meses y los años, las cosas se ponían más difíciles para

Eugenio, quien para ese tiempo era el único joven de su aldea que seguía en la

escuela, sin importar que tan difícil estuviera la situación, Eugenio la hacía parecer

tarea fácil, pues mientras más difíciles eran los obstáculos a vencer, más empeño y

dedicación le ponía Eugenio. Estaba decidido a llegar hasta el final y ninguna

fuerza sobre la tierra le iba a impedir su llegada a la meta.

Cierta vez, Eugenio llegó a la escuela lleno de cadillos, cosa nada novedosa, sin

embargo en esta ocasión pasó algo que nunca antes había ocurrido, el cabello de

María, compañera de clase de Eugenio, tenía adherido una de esas fastidiosas

semillas que se pegan a casi todo. Ya podrán imaginar el revuelo que causó aquel

pequeño incidente, aquello parecía más una gallera que un aula de escuela.

Quítenmelo, quítenmelo gritaba sacudiendo las manos la joven alterada, como

si aquella pequeña semilla inanimada fuese alguna alimaña o cosa parecida.

El primero en acudir a auxiliar a María fue Jaime, quien pudo quitarle el cadillo tras

varios intentos fallidos; pero la cosa no terminó allí, de ninguna manera señores, la

pequeña semilla no se daba por vencida y esta vez se adhirió al cuello de la camisa

de Jaime, José acudió a la ayuda Jaime, Federico a la ayuda de José, y Carlos a la de

Federico… en fin era algo chistoso ver todo aquello, las risas no paraban en todo el

salón. Entre tanto, Eugenio permanecía en su asiento observando y tomando

apuntes, después de haber terminado un arcaico boceto y tomado notas, se acercó a

Luis, última persona a la que se había adherido el cadillo, y más rápido de lo que se

quita la mano de una paila caliente, Eugenio retiró el cadillo del pantalón de Luis.

Una semana después, Eugenio llegó a la escuela con un bulto un tanto diferente,

gracias a aquella fastidiosa semilla, a Eugenio se le había ocurrido una idea

fantástica, usando materiales sintéticos, pudo emular las propiedades adherentes del

cadillo y lo utilizó como cierre para el bulto que le había confeccionado su madre.

Que gran idea. ecían algunos, ¿ mo lo elaboraste preguntaban otros.

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No hice nada, s lo aproveché lo bueno de algo que se consideraba indeseable.

Respondió Eugenio.

Eugenio patentó su invento, que resultó ser más útil de lo que se había imaginado,

gracias a su idea pudo costear sus estudios universitarios y convertirse en

profesional. Hoy día Eugenio es uno de los empresarios más prósperos de la nación

y gracias a él, los jóvenes de su aldea pueden estudiar ya que no tienen que viajar al

pueblo para asistir a la escuela.

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Poemas

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Pitágoras

Del triángulo rectángulo, nos mostró la relación

entre la hipotenusa y los catetos;

¡cuánto le debemos hoy!

En la isla de Samos, ahí nació Pitágoras

para hacer de las matemáticas una ciencia

noble y exaltada.

Y, de la música ni hablar; ¡qué diferente sonaría!

sin las proporciones de Pitágoras, que le dieron

armonía.

Estudió muy bien los números e hizo importantes

descubrimientos y, junto a su sociedad

secreta, los divulgó por el mundo

entero.

A ese ilustre griego, le dedico estas líneas; para

honrar su memoria y resaltar lo

que hizo en vida.

Arquímedes

Cual profeta, te anticipaste

a la ciencia moderna. Matemático, físico,

ingeniero, astrónomo e inventor. Arquímedes

de Siracusa, genio inigualable que

con sus ideas el mundo

movió.

Extraordinarias proezas se cuentan de él.

Page 64: Cuentos y poemas

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Hundió barcos, con grandes espejos, y con mucho

ingenio defendió a su

pueblo.

Inmerso en sus estudios, no vio

el peligro y, de espada romana

la muerte encontró.

Mortales del mundo, alabad su genio; gritemos

¡Eureka!, rendidle honor. Que en el cielo

nocturno su estrella nos guíe y alcancemos

la ciencia que él

persiguió.

Euler

Los matemáticos del mundo a él rinden homenaje;

por sus valiosos aportes, sublimes

e inigualables.

En Rusia y Alemania pasó parte

de su vida, mas fue Basilea la afortunada

y bendecida. De legarnos tan ilustre

pensador, que con su brillantés

las matemáticas encumbró;

del cálculo

al análisis, de los grafos a la aritmética,

no hubo rama conocida que escapara

a su sapiencia.

Con concurrencia su nombre en

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matemáticas encontramos, de

constantes e identidades que nos

legó hace tantos años.

Uno grande entre los grande, al Olimpo ascendiste;

al dejar de calcular, cuando

del plano físico partiste, en inmortal te

convertiste.

El Sir de la Ciencia

Sobre hombros de gigantes, pudiste ver más allá que el resto de los mortales y, las

leyes del universo te fueron reveladas. Amparado en Kepler, Copérnico, Galileo y

tantos

otros, construiste la nueva

ciencia que llevaría al hombre hasta las

estrellas.

El universo entero te rinde homenaje, y hasta los monarcas

se postraron ante tu gran intelecto. Sir Newton te llamaron.

En la abadía de Westminster, lugar de reyes, sus restos

mortales descansan. Se había apagado la llama,

del cuerpo, mas

no la del alma; que vive en aquellos que buscan de la ciencia y, que esperan poder

algún día posarse

sobre los

hombros del más grande de los

gigantes.

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Si mi mundo fuera

Si mi mundo fuera una esfera perfecta, a cuatro veces

pi por el radio al cuadrado viviría confinado. Recorrería

los paralelos, y también los meridianos;

atravesando

tierras y navegando por mares, en busca de nuevas aventuras. Pero, mi mundo no es

una esfera perfecta y a un terruño dividido por

fronteras, imaginadas por el hombre, vivo

limitado.

Pretendiendo ser esferas

Puntos en el espacio equidistan del centro. Superficie de revolución,

forma elegida por la naturaleza para representar las cosas más sublimes.

Planetas y estrellas pretenden ser como eres y, desde lejos engañan a nuestros ojos.

Pero esos, que eligieron tu figura para observarlo todo, no se dejan engañar, pues

por más que los astros pretendan, y se puedan acercar, esferas totalmente perfectas

nunca serán.

El triángulo de Pascal

¡Maravilloso triángulo, ese de Pascal!, que inicia con el uno para nunca terminar.

Coeficientes binominales, dispuestos de manera triangular. Infinitos

naturales, forman el triángulo magistral.

Numerosos elementos en el triángulo hallamos, desde la serie Fibonacci

hasta algo inesperado, pues, hasta el número pi en tal arreglo lo encontramos. ¡Qué

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hermosas las matemáticas que Pascal nos ha legado!

Qué culpa tiene el 13

Que muchos le temen porque “es de mala suerte”,

qué culpa tiene el 13.

Que algunas cosas malas coincidan con tal ente, y qué culpa tiene el 13.

Que es muy malo si cae martes y peor si toca viernes, pero qué culpa tiene el 13.

Que si lo llevas en la espalda nunca ganas, siempre pierdes. Y, por qué culpar al 13.

El 13 no más que un número, igualito a los demás. Aunque pasen cosas raras, al 13

no debes culpar; pues tan sólo es un primo, un entero y también un natural.

La Ciencia

Fuente inagotable de sabiduría, que habita en los

seres de mentes inquietas, en aquellos que preguntan y

buscan respuestas.

Verdades perdurables, los misterios ocultos,

a mortales cultos se les revelan. Del estudio sistematizado

nace la ciencia, para iluminar con su luz nuestra

existencia.

Porque al final, no existen cuestiones incontestables para la

sapiencia y, junto a la verdad, su eterna amiga, guiará

a la humanidad hacia nuevas fronteras; de conocimientos

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inimaginables para muchos, pero no imposibles para aquellos

que la profesan.

Pompa de Jabón

Matemática sublime, de naturaleza engañosa

que se esconde tras una frágil pompa. Burbuja, esfera

perfecta, que elegantemente flota a la merced del viento.

¡Cuántas risas, rebosantes de alegría, de niño compartí contigo! sin saber que

guardabas el secreto que los matemáticos han buscado…y yo, como muchos,

sólo pensaba en las cosas divertidas que podía hacer al mezclar agua con un poco de

jabón.

Sinusoidal de la Vida

Desde el origen, inicio mi trayecto hasta alcanzar la máxima amplitud.

¡Éxito, he llegado a la cima!

En el punto más alto, llegada la inflexión, inicio el descenso inevitable; puntos bajos

y altos, ¿quién puede escapar a la sinusoidal de la vida?

El Infinito

Intenté alcanzar el infinito, partiendo de lo finito. Y una vez iniciado el viaje, para mi

propósito lograr, no pude volver hacia atrás. Sé que una vida eterna no me servirá,

pues, por más que cuente y cuente el infinito ventaja siempre tendrá.

La Curva del Infinito

Elipse modificada que representa al infinito, majestuosa lemniscata.

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Curva cuyo producto

de las distancias, de los puntos que conforman su

geometría, es constante.

El transito del Sol observado, día tras día, desde

un punto fijo de la Tierra ratifica tus encantos.

Y, aunque lo infinitamente grande nos hace ver pequeños;

el genio

soberbio del ser, con su afán de dominarlo todo,

logra

someterlo con una simple idea, asignándole una curva

al infinito.

Simetrías sobrepuestas

Perfecta simetría exhibe la mariposa. Encantada

de sus dotes, se posa en la actinomorfa flor. Simetrías bilateral

y radial sobrepuestas, ¡hermosa combinación nos brinda

la naturaleza!

Metamorfosis del Tiempo

Qué es el pasado, me pregunté y, descubrí

que no es más que el presente

transformado;

como mariposa que deja de ser oruga para batir

sus alas al viento. El pasado es más

que un simple

recuerdo, es la más viva expresión del tiempo, pues

todo se reduce al él y, lo que hoy es, mañana será fue.

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Y lo que fue, no es motivo de añoranza,

ya que, como toda

metamorfosis, la del tiempo,

obra para bien; cambiando

su forma, pero no su esencia que permanece

intacta por siempre.

Qué es el presente, me pregunté y, descubrí

que no es más que un punto

de transición

entre futuro y pasado;

un pasajero que toma boleto de ida, nunca

de vuelta; como bohemio

que vive sólo

el momento, despreocupado por el mañana que

pronto lo alcanza. Es el ahora,

lo que

creemos tener seguro, el tiempo más corto,

el que rápido se transforma. Eso es

el presente.

Qué es el futuro, me pregunté y, descubrí

que es incierto, pero también esperanza; un momento

que espera en la estación su expreso,

el presente

que pasa a ser ulterior, pero, no sin antes

convertirse en pasado; porque el tiempo es

uno, así como uno

es el vasto

océano. El tiempo es: ayer, hoy, mañana

y siempre; cambiante, eterno.

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71

El Complemento de Todo y nada

Tengo de todo menos de nada y, al faltarme

nada no tengo de

todo.

Y, si intento complementar

el todo,

consiguiendo la nada, me quedo

sin nada.

Por eso prefiero complementar la nada

Para tenerlo todo.

Matemáticas en la vida

Formas geométricas marcaron mi infancia. En aritmética,

sumas y restas aprendemos hacer; las operaciones todas

desfilan, antes de pasar al siguiente nivel.

Mi primer amor, con números y letras. El álgebra me recuerda: el

beso que te di en el salón a las diez. De triángulos y

ángulos, la trigonometría perfecta y así tus

razones pude comprender.

El cálculo me indica que ya estamos listos,

para integrar nuestros cuerpos en un solo ser. Todo en la vida

tiene su momento y con matemáticas es más

fácil de ver.

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El Placer de Descubrir

Quien algún día pueda las intimidades naturales describir,

sentirá sin duda alguna el placer de

descubrir.

Sensación maravillosa experimentará todo su ser

al descifrar la clave oculta que pocos

pueden ver.

La recompensa será la satisfacción de alcanzar lo

impensable; abrir puertas

a nuevos mundos, conocimientos y

verdades.

Page 73: Cuentos y poemas

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Cometín, Cometa Soñadora

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En un tarde de suave brisa, sobre un parque periférico a la ciudad, se contaban por

cientos las cometas que se podían ver en el hermoso cielo azul. Cometín era uno de

aquellos papalotes o chichiguas como también se les llama.

- ¡Cómo me gustaría visitar la ciudad de las bellas luces! – expresaba Cometín cada

vez que se encumbraba y veía a lo lejos las luces de la ciudad que empezaban a

brillar al caer la tarde.

- Será mejor que dejes de soñar, todos saben que las cometas estamos limitadas. Ves

ese delgado y largo hilo, es lo que nos mantiene atados al suelo, pero también nos da

estabilidad… es la raz n por la que no podemos volar libres como las aves que van

donde les place. – Dijo Cometón.

- En verdad me gustaría visitar la ciudad de las hermosas luces.- Dijo una vez más

Cometín esperanzado.

- No te ilusiones Cometín, ya te he dicho que es imposible. Acepta lo que eres, aquí

lo tienes todo, no te pierdes de nada. Mira a tu alrededor, todas las cometas del

mundo están reunidas en este lugar, no necesitamos nada más.

- ¡Es imposible! el mundo es muy grande, de seguro hay muchísimas más cometas

alrededor del globo. – Expresó Cometín muy confiado.

- Ja, ja ja, ¡vaya que eres tonto! todas las cometas saben que el mundo es sólo lo que

alcanzamos a ver. – Dijo Cometón burlándose de Cometín.

- Ya verás que tengo razón, demostraré que el mundo es más grande de lo que

piensas y que las cometas no estamos limitadas. – Dijo Cometín moviéndose de un

lado para el otro como si tratara de liberarse del molesto hilo.

- ¡Deja de moverte Cometín, romperás el hilo! – gritaba Cometón. Pero era muy tarde.

Sin un hilo que le diera estabilidad, Cometí caía sin control.

- ¡Auxilio, socorro! – gritaba Cometín mientras caía en picada. En la orilla de un

estanque, donde abundaban los gansos, fue a parar la pequeña cometa.

Se hacía de noche y aunque le costó trabajo al final Cometín cerró sus ojos y se

quedó dormido.

Page 75: Cuentos y poemas

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- ¡No puede ser, estoy volando!- Dijo Cometín, que despertó al sentir una fuerte

sacudida.

Lo cierto es que parte del hilo aun seguía unido a Cometín, y sin ser muy largo, parte

del mismo se había enredado en la pata de uno de los gansos que había iniciado su

largo viaje migratorio al salir los primeros rayos del Sol.

- ¡Asombroso, es un sueño!- dijo Cometín, al pasar sobre los majestuosos rascacielos.

Delante se podían distinguir centenares de gansos que migraban hacia el sur.

- Sisnela, aun tienes esa molesta cosa. Te aconsejo que bajes y te la quites con el pico,

hasta un viejo y cansado ganso como yo te ha dado alcance, la bandada debe llegar a

su destino y no hay tiempo para esperar a los rezagados. – Dijo Naldo, el ganso más

anciano de la bandada.

El ganso Naldo tenía razón, con la cometa enredada en su pata, Sisnela, no lograría

darle alcance a la bandada. Aunque perdería tiempo valioso al bajar debía hacerlo.

Una vez liberada del objeto, su expectativa de alcanzar los suyos aumentaría. Así,

con Cometín arrastro, tocó tierra.

- ¡Esto no se quita! – Se decía así misma Sisnela, quien con su pico trataba de

deshacerse de la molesta cometa. Dio vueltas, corrió y saltó, pero nada sucedió.

- ¡Detente, detente, me haces cosquillas! – exclamó Cometín, al ser arrastrado por el

áspero terreno.

- ¿Quién ha dicho eso? – preguntó Sisnela.

- Yo he sido. – Respondió Cometín.

- En tremendo lio me has metido, pequeñín. Gracias a que he tropezado contigo no

podré volar a sur junto a mis compañeros.

- Lamento haberte causado tal contratiempo, no ha sido mi intención. Verás, este hilo,

que una vez me ató a tierra, se rompió a la mitad. Lo cierto es que se rompió porque

tiré muy fuerte de él; quería deshacerme de tan molesta atadura y ser libre como las

aves, pero las cosas no siempre salen como uno espera y aquí estoy causándote

problemas; por soñar me he quedado sin cobre y sin oro. – Dijo Cometín, que no

pudo contener las lágrimas y se echó a llorar.

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- No llores pequeñín, eres muy valiente. Creíste en tu sueño y te atreviste a

perseguirlo hasta hacerlo realidad.

- Pero no se cumplió mi sueño, sólo he causado problemas.

- Crees que no se ha cumplido, entonces dime: ¿cómo has llegado hasta aquí?

Desde aquel día Cometín y Sisnela se hicieron muy buenos amigos y juntos

recorrieron hasta los lugares más recónditos del planeta.

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El Pescador Ambicioso

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En el pueblo costero de Vista Mar un pescador alistaba su pequeña barca para

lanzarse al mar.

El Sol comenzaba a ponerse y el mar tranquilo y sereno auguraba una buena pesca.

Pero tratándose del mar nunca se sabe, quienes de verdad lo conocen saben que no se

puede confiar en él.

Estando en mar adentro y pasadas algunas horas, Jaime el pescador, no había podido

atrapar pez alguno. Decidido a pescar algo, Jaime lanzo la red por última vez al mar.

- No tiene caso, regresaré si sube vacía. – Se dijo a sí mismo el pescador mientras

subía la red que se sentía ligera, una clara señal de que no había nada en ella.

Para sorpresa del pescador, un pez de tamaño considerable había quedado atrapado

en la red.

- No es la gran cosa, pero al menos podrá servir para la cena. – Comentó en voz alta.

- ¿Por qué conformarse con un solo pez? Si me liberas te mostraré un lugar donde

abundan los cardúmenes. – Dijo el pez al pescador.

<< He lanzado la red ciento de veces y sólo he podido pescar un pez, si pierdo

perderé muy poco, en cambio si gano ganaré mucho. >> Pensó el pescador y liberó el

pez.

Siguiendo la senda trazada por el pez, el pescador lanzó la red en el punto marcado.

Apenas podía levantar la red que estaba repleta de peces. No conforme con lo

pescado, el pescador volvió a lanzar la red, pero no pudo pescar nada en la segunda

tirada. Intentó e intentó, pero sus esfuerzos eran vanos.

- ¿Por qué conformarse con una red llena de peces cuando puedes tener muchas? Si

nos liberas te mostraremos un lugar donde abundan los cardúmenes.- Vociferaron los

pescados.

<< Si con un pez liberado conseguí pescar todos estos pescados, si libero todos los

que tengo de seguro conseguiré miles. Esta será la mejor de mis pescas. >> Pensó el

pescador y devolvió al mar a todos los peces que había pescado.

Siguiendo la senda trazada por los peces, el pescador lanzó la red en el punto

marcado. Esta vez la red estaba mucho más pesada, para poder levantarla tuvo que

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auxiliarse de algunas poleas. Cuando finalmente pudo subir la red observó que no

había peces en la red, en vez de aquellos, había pescado una joven ballena.

Justo cuando subió el cetáceo a la barca, escuchó un fuerte golpe que provenía de la

popa de la embarcación. Cauteloso se dirigió al lugar para ver que había pasado y fue

entonces cuando dos enormes ballenas emergieron.

Dos por popa, cuatro por estribor, una por proa. En total eran siete las ballenas que

habían rodeado la barca.

Sobre un pequeño madero el pescador pudo llegar hasta la orilla. Había amanecido, y

consciente de la lección que había recibido dio gracias a Dios por haber sobrevivido

aquella noche en la que perdió todo por su ambición.