CRONICAS AMERICANAS

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ediciones especiales para obsequios institucionales TERRANOVA INFO de la editorial & un extracto de CRÓNICAS AMERICANAS

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Este libro, trata acerca de las culturas ancestrales de América. Narra la peripecia vital e histórica de los pueblos que habitaron desde épocas inmemoriales el continente, desde Alaska a Tierra del Fuego, tal como quedó plasmada en su legado, en las crónicas que escribieron los historiadores indígenas descendientes de las antiguas dinastías nativas, y en los relatos de navegantes, descubridores, conquistadores, científicos y viajeros europeos que se aventuraron en tierras americanas entre el S.XV y la segunda mitad del S.XIX, oscilando en su discurso entre la tradición medieval judeo-cristiana y el modelo clásico y humanístico del Renacimiento, y proyectando sucesivamente el pensamiento de la Ilustración y del Romanticismo de la Europa decimonónica.

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ediciones especiales para obsequios institucionales TERRANOVA

INFO de la editorial

&

un extracto de CRÓNICAS AMERICANAS

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TERRANOVA ediciones especiales para obsequios institucionales

Liber Arce 3440/3 . 11600 M0ntevideo . 26228588 . [email protected]

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TERRANOVA es una editorial independiente fundada en 2009

por Lucía Ametrano. somos un grupo pequeño, nos apasiona lo que hacemos y ponemos todo nuestro empeño en lograr la excelencia. nuestras ediciones son objetos exquisitos que aspiran a pro- vocar el intelecto y a convocar los sentidos. los tirajes son limitados, reservados, previa publicación, por em- presas, instituciones y suscriptores. personalizamos los ejemplares destinados a obsequios empre- sariales agregando, a elección, diferentes elementos de comu- nicación institucional.

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Personalizamos los ejemplares reservados para obsequios empresariales

incluyendo, sin costo, elementos de comunicación institucional a elección:

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TERRANOVA Liber Arce 3440/3 . 11600 M0ntevideo . 26228588 . [email protected]

. 288 páginas . 267 ilustraciones a color . Impreso en papel coteado mate 115g. formato cerrado 15,3x20,6 cm. . Cubiertas de bordes canteados impresas a color en papel reci- clado mate 180g. . Estuche forrado en papel reciclado mate 280g. impreso a color - cierre con lazos de raso - formato cerrado 16,6x21,6x2,8 cm. . Diseño editorial, armado y maqueta- ción:A3 . Impresor: Gráfica Mosca. . Publicación: set. 2012

LOS PUEBLOS ANCESTRALES DE AMÉRICA

EN LAS ANTIGUAS CRÓNICAS INDIAS

Y EN LOS RELATOS DE NAVEGANTES,

CONQUISTADORES Y VIAJEROS.

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TERRANOVA

CRÓNICAS AMERICANAS

Lucía Ametrano

cubierta: detalle de una página del Códice Madrid.

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CON EL AUSPICIO DE LA BIBLIOTECA NACIONAL

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GRAND HOTEL

MONTEVIDEO

pag.3 - comunicación institucional

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4 UN LIBRO SINGULAR

Daniel Vidart

Mucho se ha escrito sobre los pueblos de la América precolombina, a partir de aquellos cronistas que a los bisontes llamaban “vacas corcovadas” y a las llamas “carneros de la tierra”. Pero mientras estos recolectores letrados de noticias prodigiosas se deslumbraban con la naturaleza y vituperaban a los indígenas del nuevo Mundo, que recién en 1537 una Bula papal declaró “hombres verdaderos”, los invasores barbados buscaban, como poseídos, el oro que “crecía” en estas tierras. Según dijo en una de sus cartas Cristoforo Colombo, el oro, que es “gran tesoro”, “compra todas las cosas que hay en el mundo y aún sucede que echa las almas al Paraíso”.

Los españoles que llegaron en las carabelas, aquellos “cisnes oceánicos” alabados por Hegel, mataron violaron, quemaron y destruyeron todo cuanto se encontraba ante su paso. Y cuando los hombres y sus obras no estaban al alcance del mosquete y la espada salían en su búsqueda, tras el escondite de Eldorado, las Sierras de la Plata, las Siete Ciudades Encantadas, el reino de Paititi, las Ciudades de los Césares, desafiando los peligros de las selvas pestilentes, las montañas altísimas o los ríos como mares. De tal manera aquellas langostas hambrientas se abatieron sobre las “tierras del sin fin” y las chinampas lacus-tres, sobre las tribus y los imperios, sobre los palacios y las terrazas irrigadas, sobre los bohíos y las ciudades, sobre los códices y los tunjos de metales nobles, sobre los ceramios y los templos, sobre los dioses y los mitos. Jorge Robledo el andaluz, uno de los capitanes de Sebastián de Benalcázar, al separarse de aquel para emprender un camino propio, sembrado de matanzas, incendios y robos, fue apodado “Mercurio”: por donde pasaba quemaba con ese líquido metal ardiente cuanto se cruzara a su paso al tiempo que se le adhería el oro.

Los historiadores indígenas anteriores y sobrevivientes al rigor sanguinario de la Conquis-ta, ya los del área mesoamericana, ya los del mundo incaico, el Tawantin Suyo, de cuyos escritos hay parciales transcripciones en este atractivo texto, celebraron las antiguas rique-zas de los reinos indígenas, los deslumbrantes héroes culturales (Wiracocha, Bochica, Quet-zalcoatl) y deploraron el estado de humillación y postración en que habían quedado las

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5 humanidades nativas. Conviene compararlos con las páginas que Hernán Cortés y López de Gómara dedicaron a la conquista en Mesoamérica, Huaman Poma de Ayala -quien agregó extraordinarias ilustraciones- y el inca Garcilaso de la Vega, a la dialéctica español/indígena en el caso del Incario, el alemán Ulrich Schmidel al Adelantado Pedro de Mendo-za y su enorme expedición de nobles ineptos -salvo Ayolas e Irala, audaces, valerosos y crueles- y el francés René de Chateaubriand a las naciones indígenas de Norteamérica, en especial la de los iroqueses.

Entre lo mucho escrito en el pasado y en el presente sobre aquellos pueblos humillados, destruidos y esclavizados por los barbudos vestidos de metal, monstruos con cuerpo de caballo y brazos asesinos, hay algunos libros que son dignos de destacar. Me refiero a unos escasos del aquí y ahora, no a los de las historias y las crónicas de antaño, no a los de erudición, que nutren a unos pocos, ni a los de difusión, que recrean a multitudes.

El texto al que voy a referirme es una pequeña joya del saber, el mostrar y el enseñar. En él se emparejan la narración de los hechos, incisiva y precisa, con las expresivas láminas, acompañadas por interpretaciones o explicaciones acerca de su significado, tarea raramen-te llevada a cabo por los tratadistas.

Fueron muy bien seleccionadas las visiones y versiones de los cronistas y viajeros, que abarcan desde el siglo XVI hasta mediados del XIX. Estos arbotantes apuntalan el edificio pedagógico, con claros ventanales y empinadas torres en guardia, levantado, a lo largo de un lustro, por Lucía Ametrano, a la que considero, alabo y destaco como ilustrada america-nista y didáctica escritora. Debo señalar que sus cimientos intelectuales son académicos, en tanto sobre ellos se elevan, enhiestos, una clara, sintética escritura y datos muy conci-sos pero a la vez fermentales acerca de los sucesos historiados. Tiene mucho que ver tam-bién, en cuanto a la elección y ordenamiento de las láminas su experiencia como galerista. El arte y su parte tienen mucho que ver en la selección de las ilustraciones y su correspon-dencia con los textos de cronistas y viajeros.

Se unen, de tal modo, el libro con su autora, el trabajo de cinco densos años con la impre-sión de una obra hermosa, desafiante y didáctica. Arduos, duros, dolorosos son los temas tratados. Lo que Lucía Ametrano emprende no es el encomio del “encuentro de civilizacio-nes y culturas”, como edulcoradamente expresan muchos tratadistas europeos, sino que se propone y logra la ilustración y el proceso de una ignominia histórica que en nuestros días aún pervive. En los cinco capítulos y las láminas que hablan por sí solas, no obstante las puntualizaciones desarrolladas al pie de ellas, se refleja, como en un gigantesco espejo, el martirio de una humanidad herida que todavía sangra.

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PRÓLOGO

Este libro, en el cual he trabajado durante los últimos cinco años, trata acerca de las culturas ancestrales de América. Narra la peripecia vital e histórica de los pueblos que habita-ron desde épocas inmemoriales el continente, desde Alaska a Tierra del Fuego, tal como quedó plasmada en su legado, en las crónicas que escribieron los historiadores indígenas descendientes de las antiguas dinastías nativas, y en los relatos de navegantes, descubridores, conquistadores, científicos y viajeros europeos que se aventuraron en tierras americanas entre el S.XV y la segunda mitad del S.XIX. Aquellos primitivos cronistas oscilaron en su discurso entre la tradición medieval judeo-cristiana y el modelo clásico y humanístico del Renacimiento, y proyectaron sucesivamente el pensamiento de la Ilustración y del Romanticismo de la Europa decimonónica.

He incorporado a mi relato, a modo de cita, parte de las dos primeras “Cartas de Relación” [1519-

1526] que Hernán Cortés y sus capitanes escribieron a Carlos V relatando las alternativas de su expedición a la tierra de los Maya y los Azteca, y describiendo con admirados acentos la geografía, la fauna y la flora, las ciudades, la arquitectura ritual, las gentes, sus usos y costumbres, la vesti-menta, las joyas, las armas, las estrategias bélicas, sus rituales y ceremonias, y diversos aspectos de su vida cotidiana.

De las crónicas indígenas he citado ciertos capítulos de la “Nueva Crónica y Buen Gobier-no” [ca.1590] de Huaman Poma de Ayala y de los “Comentarios Reales” [1609] del Inca Garcilaso de la Vega. Ambos autores fueron descendientes directos de Tupac Yupanqui, décimo Inca del Imperio y escribieron lo que les fue transmitido por sus mayores por vía oral, reviviendo los remotos es-plendores del Incario. En el caso de la “Nueva Crónica y Buen Gobierno”, dada la indecible pa-ciencia que requiere la lectura de los textos bilingües quechua-español del S.XVI en su versión original, escrita en un estilo caótico, plagada de reiteraciones y digresiones, he transcripto los capítulos que cito al castellano de uso en nuestros días.

De la “Verídica historia de una navegación maravillosa llevada a cabo por Ulrich Schmidel de Straubing, desde el año 1534 hasta el año 1554 en América o Nuevo Mundo, en el Brasil y el Río de la Plata” cito las descripciones de las tribus que los expedicionarios contactaron durante su exten-sa jornada a través de la América austral. Ellos remontaron los grandes ríos y atravesaron el Chaco paraguayo en busca de la legendaria Sierra de la Plata, mítico lugar del oro de las tribus Guaraní y Tupí del Paraguay y del Brasil que de antiguo tenían noticias de las riquezas fabulosas de los Inca.

De el “Viaje a América” [1791] de René de Chateaubriand que convivió con los Iroqueses de los bosques de Manhata, cito los capítulos en que el autor, referente de las letras francesas, padre del Romanticismo e incansable y atento viajero, se emociona ante los bosques en cuyas espesuras, según él, “jamás se había oído el hacha del leñador”. Chateaubriand relata en un lenguaje ameno

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3 y vibrante, del que trasunta sin embargo un dejo de su nostalgia romántica, las impresiones de su viaje a la América del Norte: el paisaje desmesurado, las formidables manadas de bisontes, los des-lumbrantes atavíos ceremoniales de los indígenas, las cacerías, las guerras.

Del peruanista Raúl Porras Barrenechea cito parcialmente escritos de 1946 y 1958 referidos a dife-rentes aspectos del Incario que, además del placer de su lenguaje exquisito, aportan un análisis realista y desapasionado de las erráticas decisiones de los últimos reyes de la dinastía incaica que minaron la cohesión del Imperio y lo llevaron fatalmente a la disolución. En el capítulo dedicado a los calendarios maya y azteca he traducido del italiano y citado, en parte, el estudio del america-nista Alessandro Lupo para su cátedra de Teorías y Prácticas de la Antropología de la Facultad de Letras y Filosofía de La Sapienza, año académico 2002-2003: “Registro del tiempo y calendario: el ejemplo mesoamericano”.

Tarea apasionante ha sido para mí anudar mis escritos con los de tan diversos autores y épocas de tal forma que resultara al final, al menos así lo espero, como un gran fresco cuya narrativa desplie-gue ante los ojos del lector los avatares de la raza americana perdidos en el fondo milenario de los tiempos. Mi formación magisterial, mis años en la Facultad de Filosofía y Letras y mis experiencias en el ámbito editorial, dentro y fuera de Uruguay, me han familiarizado con la investigación histó-rica y la recopilación y compilación de textos e imágenes. Pero debo a mi actividad decenal como galerista el valor que atribuyo a la imagen como manifiesto y como testimonio; a la producción iconográfica como proyección de la idiosincrasia y la ideología de los pueblos, como manifesta-ción de una cierta manera de ser y de estar en el mundo. De ahí la profusión de ilustraciones que el libro contiene; algunas muy bellas por cierto.

Muchas de las imágenes provienen de las páginas de los códices precolombinos y coloniales, de los frescos y bajorrelieves que ornaban los templos, de la decoración de las vasijas y los tejidos, de las series de dibujos a color de lo aborígenes del Norte del continente, de las pinturas con que ilus-traron sus escritos los historiadores indígenas del Imperio Incaico; otras son representaciones europeas de los siglos XVI y XVII que fueron realizadas según los cánones de la estética renacentis-ta, en ocasiones, como es el caso de De Bry o Levinus Hulsius, por artistas que jamás pisaron tierra americana e ilustraron las crónicas ateniéndose a las descripciones del viajero. Por el contrario, las ilustraciones provenientes de los álbumes de los exploradores científicos, como el prusiano Alexander von Humboldt o el príncipe alemán naturalista y viajero Maximilian zu Wied-Nuwied, son de un deslumbrante realismo.

Ha sido un ejercicio estimulante y enriquecedor escribir las páginas que siguen. He estudiado detenidamente una multitud de textos e imágenes, he re-escrito innúmeras veces algunos párrafos rebeldes, me he sorprendido, me he encantado, me he conmovido, me he divertido, he aprendido un poco más acerca de la condición humana.

Montevideo, primavera del 2011

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Capítulo Iº

Noticias de la nación Maya.

Expedición de Hernán Cortés a esas tierras.

Riquezas y cosas maravillosas que en ella se encontraron.

Costumbres y ritos de las gentes que la habitaban.

Mitos y creencias: el Popol Vuh.

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Chichen Itzá. Ruinas de la Pirámide de Kukulkan. Litografía. Frederick Catherwood. ca. 1840. Monumental estructura de casi 80 pies de alto, con escalinatas en cada uno de sus cuatro lados, erigida en plena selva de Yucatán como tributo a la suprema deidad maya. Durante los equinoccios, en setiembre y marzo, el sol proyecta una sombra que se desliza por las 91 gradas de la escalinata norte evocando los movi-mientos intrigantes y sinuosos de una serpiente.

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En la carta de relación que la justicia y regidores de la Rica Villa de la Veracruz envían a sus altezas reales en julio de 1519, dicen de cómo fue que se descubrió la península de Yucatán, de la expedición de Hernán Cortés a esas tierras, de las riquezas y cosas maravillosas que en ella se encontra-ron, de las costumbres y ritos de las gentes que la habitaban y de cómo fue que decidieron fundar en esa tierra la dicha Villa.

Son de las primeras noticias que se tienen de la nación Maya, una de las culturas aborígenes que se desarrollaron en partes de Méjico y Centroamérica antes de la exploración y conquista españolas del S.XVI. Los Azteca del altiplano central de Méjico integraron esta misma área cultural hoy denominada Mesoamérica.

Los Maya cuyos antecesores Olmeca habían llegado a la región varios siglos antes en busca de piedras preciosas, principalmente obsidiana y jade, tuvieron sus orígenes hacia el 1500 a.C. en la selva guatemalteca del Petén.

Más tarde extendieron su territorio a toda la actual Guatemala, Honduras, El Salva-dor, Belice, y la península de Yucatán anexando diferentes etnias y ocupando vastas áreas de condiciones climáticas y geográficas muy disímiles: selva tropical, sierra árida, altas montañas y fajas costeras, lo que obviamente contribuyó a la diversidad y complejidad de su cultura.

Sin embargo, los Maya no lograron nunca la cohesión monolítica que en su momen-to tuvieron los imperios Azteca e Incaico. La corte Maya, beligerante y suntuosa, debió defender sus conquistas afrontando continuos conflictos con las naciones sometidas.

Entre el 300 y el 900 d.C. la civilización Maya vive su edad dorada, su período clási-co, por así decir. Fue en esa época que se construyeron los grandes centros como Palenque, Tical y Copán y, más tardíamente, Chichen Itzá, Mayapán, Tulum y Uxmal.

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de la dicha Villa, y en nombre de vuestras reales altezas recibió de nosotros el juramento y solemnidad que en tal caso se acostumbra.

Y acordado por nosotros ésto, elegimos procuradores a Alonso Fernández Portocarrero y a Francisco de Montejo, los cuales enviamos a vuestra majestad con todo ello.

Hay en esta tierra todo género de caza y animales y aves conforme a los de nuestra naturaleza, ansí como ciervos, corzos, gamos, lobos, zorros, perdices, palomas, tórtolas de dos y de tres maneras, codornices, liebres, conejos; por manera que en aves y animales no hay diferencia desta tierra a España, y hay leones y tigres a cinco leguas de la mar, y en algunas partes, a menos.

La gente desta tierra es de mediana estatura, de cuerpos y gestos bien proporcionada, excepto que en cada provincia se diferencian ellos mismos los gestos, unos horadándose las orejas y poniéndose en ellas muy grandes y feas cosas, y otros horadándose las ternillas de las narices hasta la boca, y poniéndose en ellas unas ruedas de piedra muy grandes que parecen espejos, y otros se horadan los bezos de la parte de abajo hasta los dientes, y cuelgan dellos unas grandes ruedas de piedra o de oro, tan pesadas, que les traen los bezos caídos y parecen muy disformes.

Y los vestidos que traen es como de almaizales muy pinta-dos, y los hombres traen tapadas sus vergüenzas, y encima del cuerpo unas mantas muy delgadas y pintadas a mane-ra de alquiza moriscos, y las mujeres de la gente común traen unas mantas muy pintadas desde la cintura hasta los pies y otras que les cubren las tetas, y todo lo demás traen descubierto; y las mujeres principales andan vestidas de unas muy delgadas camisas de algodón muy grandes, labradas y hechas a manera de roquetes; y los manteni-mientos que tienen es maíz y algunos cuyes, como los de las otras islas, y potu yuca así como la que comen en la isla de Cuba, y cómenla asada, por que no hacen pan della; y tienen sus pesquerías y cazas, y crían muchas gallinas

Aves de Yucatán. Códice Florentino.1565.

Pesquería. Codice Durán.1580.

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como las de Tierra Firme, que son tan grandes como los pavos. Hay algunos pueblos grandes y bien concretados. Las casas en las partes que alcanzan piedra son de cal y canto, y los aposentos dellas pequeños y bajos, muy amoriscados; y en las partes donde no alcanzan piedra, hácenlas de adobes y encálalos por encima, y las coberturas de encima son de paja.

Hay casas de algunos principales muy frescas y de muchos aposentos, porque nosotros habemos visto más de cinco patios dentro de una sola casa; y tienen sus pozos y albercas de agua, y aposentos para esclavos y gente de servicio, que tienen mucha.

Y cada uno destos principales tienen a la entrada de sus casas un patio muy grande y muy alto, con sus gradas para subir; y con ésto tienen sus mezquitas y adoratorios. Y allí tienen sus ído-los que adoran, dellos de piedra, y dellos de barro, y dellos de palo, a los cuales honran y

Jóvenes mujeres luciendo huipil, prenda clásica del atuendo femenino maya, en un escena de la vida cotidiana.

Detalle de un fresco en un edificio de Calakmul. Periodo clásico temprano. 300-400 d.C.

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Frescos de Bonampak. Periodo clásico tardío. ca. 800 d.C. Detalles de las réplicas del Museo Nacional de Antropología de Ciudad de Méjico. Aparecen en la escena, de pié en el registro superior, un grupo de altos dignatarios de la corte; y sentados, en el registro inferior, los embajadores que negocian la suerte de un prisionero insigne. Estos frescos recubrían los muros interiores y las bóvedas de un pequeño edificio de tres habitaciones en la ciudad de Bonampak, que significa “muros pintados”. Cada una de las tres habitaciones corresponde a un momento de la narrativa histórica que exalta al soberano Chaan Muan II, bajo cuyo reinado Bonampak alcanzó su apogeo.

Las pinturas celebran la victoria de Chaan Muan II sobre el Señor Ah Hok’Chiwa en una gran batalla librada en el año 792 d.C.; y retratan el esplendor de la corte Maya representando al soberano junto a sus mujeres, niños, criados, bailarines, músicos y sacerdotes en sus deslumbrantes vestiduras de ceremonia. Se suceden en los muros escenas de la vida coti-diana en la corte, asambleas de altos dignatarios y de guerreros, preparativos para la bata-lla, ceremonias festivas y rituales, y sacrificios humanos.

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Frescos de Bonampak. Periodo clásico tardío. ca. 800 d.C. Detalle. El soberano victorioso y sus guerreros presiden la ceremonia de sacrificio de los prisioneros en la escalinata del templo. Chaan Muan II, sosteniendo una lanza, mira a su prisionero más ilustre, el Señor Ah Hok’Chiwa que, sentado a sus pies en posición oriental y despojado de todos los atributos de su rango, derrama sangre de sus dedos. Abajo, el cuerpo exangüe de un guerrero muerto y junto a él otros prisioneros que también derraman sangre de sus dedos mutilados. El sacrificio humano fue parte importante de los rituales y la ideología Maya. Los métodos más comunes de sacrificio fueron la decapitación y el despeñamiento de víctimas, generalmente prisioneros de guerra, por las escalinatas del templo.

Los Maya parecen haber vinculado el sacrificio ritual por decapitación del prisionero, previamente torturado y mutila-do, con el concepto de “despertar” y de “creación”. La idea de que la muerte conduce a un nuevo orden es común en la religión y la cosmogonía mesoamericanas. Frecuentes fueron también los sacrificios de niños y la automutilación como ofrenda a los dioses. El uso del rojo, y del clásico azul Maya, revelan dramáticamente el dolor de los vencidos y el orgullo de los vencedores que, ataviados con suntuosas vestiduras y con los atributos propios de su linaje y jerar-quía, lucen armamentos, penachos, joyas y máscaras, ostentando su poder.

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POP0l VUH, el Libro del Consejo de los Dignatarios en lengua maya,

era, como se dice en el preámbulo, “la descripción y el relato de cómo se acabó de for-

mar todo el cielo y la tierra cómo fue formado y repartido en cuatro partes, cómo fue

señalado y el cielo fue medido y se trajo la cuerda de medir y fue extendida en el cielo y

en la tierra, en los cuatro ángulos, en los cuatro rincones, como fue dicho por el Creador y

el Formador, la madre y el padre de la vida, de todo lo creado, el que da la respiración y

el pensamiento, la que da a luz a los hijos, el que vela por la felicidad de los pueblos

la felicidad del linaje humano, el sabio, el que medita en la bondad de todo lo que

existe en el cielo, en la tierra, en los lagos y en el mar”. Libro sagrado de la

nación Quiché, Tierra de Muchos Árboles, pueblo Maya de las Tierras Altas, en la

actual Guatemala, el manuscrito desapareció en 1524 cuando Pedro de Alvarado entró

en Utatlán, la capital Quiché, y arrasó con la ciudad.

Fue conservado en forma de tradición oral hasta mediados del

S.XVI, 1544-45, en que fue re-escrito en lengua Maya-Quiché

y caracteres latinos por algunos descendientes

cristianizados de la derrocada realeza indígena. Casi

doscientos años después, en 1701-1703, llegó a manos del

fraile dominico Francisco Ximénez que lo tradujo al

castellano transcribiendo en columna paralela el original

en lengua Maya-Quiché; y estableciendo algunas similitu-

des con la Biblia. Este ejemplar se encuentra en la Biblioteca Newberry de Chica-

go, en tanto se ha perdido el rastro del original en lengua Maya-Quiché. Basadas

en la traducción del sacerdote, y actualizado el castellano del S.XVIII, existen di-

versas ediciones del Popol Vuh, entre otras, una traducción al francés, de 1861,

del abate Charles Etienne de Bourbourg que custodia actualmente el Pea-

body Museum de Cambridge; la traducción que Miguel Angel Asturias y J.M.

González hacen al principio del S.XX de la versión francesa de Georges

Raynaud; y la más difundida, del guatemalteco Adrián Recinos publicada en

1947, y a la que corresponden los capítulos que aquí incluyo. El mito de la

creación del mundo y de los hombres, las aventuras de los dioses Hunapú

y Xbalanqué, los triunfos de los héroes en su lucha contra las fuerzas

primordiales y los señores de Xibalbá, dioses del reino de la muerte, dan

comienzo a este libro de las antiguas historias de la nación Maya-Quiché.

La segunda parte cuenta acerca de los orígenes de los linajes gobernantes,

su conquista del territorio y la historia de sus reyes hasta la llegada de los

españoles. También se enuncian en el texto las normas éticas que debían regir

la conducta de los hombres. El lenguaje, altamente poético, evoca

imágenes de gran belleza y sugestión; las descripciones,

especialmente la inicial del génesis del Universo, buscan la grandiosidad y crean

Altos dignatarios de la corte. Detalles de una escena en bajorrelieve de la fachada de un palacio de Palenque del periodo clásico. Estampas del S.XVIII.

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una atmósfera de gran misticismo y acatamiento. La reiteración es usada como recurso para fijar la

memoria, y las palabras entrañan un potencial mágico: el decir es hacer, el verbo crea.

Libro de acción y aventuras, poema épico en que las hazañas de los dioses y de los hé-

roes expresan metafóricamente la aventura del hombre, su peripecia existencial y vital.

Lo glorioso y memorable de las proezas que se narran dan cuenta del estilo de vida ago-

nístico de las culturas prehispánicas que celebraban las aptitudes físicas y mentales que

permitían a los hombres salir triunfantes de situaciones de altísimo riesgo.

El origen aristocrático del libro sagrado de la nación Maya-Quiché se afirma en el hecho

de que sólo las familias de la clase dominante, las familias descendientes de los

primeros hombres creados, tenían acceso al Popol Vuh.

Entre éstas, la familia Cavek, predominante desde los orígenes de la nación, figuraba

en el libro como heredera directa de los dioses; y pese a ensalzar valores como

la justicia y la humildad el texto tiende al triunfalismo de la

genealogía de los Cavek.

La participación en el relato de “ancianos sabios” pone de

manifiesto el carácter tradicionalista del texto; y el enunciado

de las normas éticas que debían regir las relaciones de los

hombres entre si y con sus dioses revela su arista doctrinal

y política. Los capítulos que aquí he incluido son aquellos

que refieren la creación del mundo y del hombre.

Fueron varios los intentos de los dioses para crear al

hombre: en el primero “de tierra, de lodo hicieron su carne”, pero vieron que se

deshacía, no podía andar, “hablaba pero no tenía entendimiento”.

En el segundo intento hicieron los hombres de madera, y “se parecían al

hombre, hablaban como el hombre”, se multiplicaban, pero “no tenían alma, ni

entendimiento”, ni memoria de su Creador; “caminaban sin rumbo y andaban

a gatas”. Y fueron aniquilados y sobrevino un gran diluvio.

En el tercer intento, “de tzité se hizo la carne del hombre”, “se hizo de

espadaña la carne de la mujer”. Pero “no hablaban con su Creador.

Y por esta razón fueron muertos, fueron anegados”.

Y también se rebelaron, vengándose de los hombres de tzité, los perros, las

aves de corral, las piedras de moler, los utensilios domésticos. Y finalmente

el hombre se hizo de maíz: “de maíz amarillo y de maíz blanco se hizo su

carne”; “únicamente masa de maíz entró en la carne de nuestros padres, los

cuatro hombres que fueron creados”; “no nacieron de mujer”; “solo por un

prodigio, por obra de encantamiento fueron creados”; “vieron y oyeron y anduvieron”;

“eran hombres buenos y hermosos y su figura era figura de varón”.

Los Maya identificaron al maíz, su principal fuente de sustento, y parecería que también al

género masculino, con la idea de evolución y perfección.

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Capítulo IIº

Motecuhzoma II Xocoyotzin, el gran Tlatoani Azteca.

La génesis histórica del Imperio y los mitos a ella relacionados.

La capital: México-Tenochtitlán.

Sacrificios rituales.

El lugar de la perfección universal y su rey-sacerdote: Quetzalcóatl.

Cómputo del tiempo: el mito del eterno retorno.

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Detalle de una página del Códice Borbónico, manuscrito pictográfico Azteca prehispánico de contenido calendárico y ritual. Huitzilopochtli, una de las deidades más importantes del panteón Azteca, aparece en el folio con sus atributos y objetos asociados.

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Guerrero Méxica de alto rango. Armado de escudo y macana, el guerrero viste faldón corto, calzado de piel de venado, yelmo, y chaleco acolchado. El escudo, al igual que el faldón, aparece ricamente adornado de plumas. Bezote, ajorcas, brazaletes, y protectores de cuero en brazos y piernas completan el suntuoso atuendo. Códice Ixtlilxochitl, manuscrito pictográfico Azteca de época colonial [S.XVI].

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Representación del Templo Mayor. Códice Tovar. ca.1587. Manuscrito pictográfigo colonial del jesuita Juan de Tovar, hijo de un capitán español y una noble Azteca. Refiere la historia de los Méxica y algunos aspectos de su religión. Aparecen en el Templo los sacerdotes ataviados con las vestiduras rituales de Huitzilopochtli, dios solar y guerrero, y Tlaloc, dios de la lluvia y el rayo.

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Enterado durante su periplo yucateca de los fastos del

Imperio Azteca, Cortés, a la sazón de treinta y cuatro años de edad, decide aven-turarse tierra adentro a la conquista de las tierras y el oro del gran Moctezuma. Y así, en la segunda carta de relación que envía “a su sacra majestad”, don Her-nando Cortés, Capitán General de la Nueva España, dice que “… tenía noticia de un

gran señor que se llama Muteczuma que estaba hasta noventa o cien leguas de la costa y puerto donde yo desembarqué y que confiado en la grandeza de Dios, certifiqué a vuestra alteza que lo habría, preso o muerto, súbdito a la corona real de vuestra majestad. […]

Motecuhzoma II Xocoyotzin, el gran Tlatoani [emperador] Azteca a la llegada de los españoles. Su nombre significa “señor encolerizado”; para diferenciarlo de su antecesor Motecuhzoma Ilhuicamina fue denominado Xocoyotzin, el joven. Bernal Díaz del Castillo dice que “sería el gran Moctezuma de edad de hasta cuarenta años, y de buena estatura y bien proporcionado, e cenceño e pocas carnes, y la color no muy moreno, sino propia color y matiz de indio, y traía los cabellos no muy largos, sino cuanto le cubrían las orejas, e pocas barbas, prietas y bien puestas y ralas, y el rostro algo largo y alegre, y los ojos de buena manera, y mostraba en su persona en el mirar por un cabo amor, y cuando era menester gravedad. Era muy pulido y muy limpio, bañándose cada día una vez a la tarde; tenía muchas mujeres por amigas, e hijas de señores, puesto que tenía dos gran-des cacicas por legítimas mujeres, que cuando usaba con ellas era tan secreta-mente, que no alcanzaban a saber sino algunos de los que le servían.”

[... ] Y con este propósito y demanda me partí de la ciudad de Cempoal a 16 de agosto [de

1519], con quince de caballo y trescientos peones lo mejor aderezados de guerra que yo pude y el tiempo dio a ello lugar; y dejé en la Villa de la Veracruz ciento cincuenta hombres con dos de caballo, haciendo una fortaleza, que ya tengo casi acabada; y dejé toda aquella provincia de Cempoal muy seguros y pacíficos, y por ciertos y leales vasallos de vuestra majestad. E traje conmigo algunas personas principales dellos, con alguna gente, que no poco provechosos me fueron en mi camino. […]

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Pag. 65. Cortés negocia con las jerarquías Tlaxcalteca los términos de la alianza. Malinalli, a su diestra, interpreta y traduce. Transcripción del S.XIX del Lienzo de Tlaxcala. Documento pictográfico realizado por tlacuilos Tlaxcal-teca alrededor de 1550.

La ayuda prestada por los Tlaxcalteca a Cortés les valió, de los Conquistadores primero y de las autoridades colo-niales después, varios privilegios y exenciones que con el tiempo fueron puestos en tela de juicio. El Cabildo Indígena de Tlaxcala, desconforme con la violación de las promesas, envió una embajada a Madrid, en 1552, para entrevistarse con Carlos V y reclamar el cumplimiento de los pactos. La embajada llevaba, como probanza de sus méritos, un documento que historiaba, en ochenta cuadros, los servicios que Tlaxcala había prestado a la corona; documento que sería conocido posteriormente como el “lienzo de Tlaxcala”.

Fueron tres los códices que pintaron los de Tlaxcala: uno para Carlos V, otro para el virrey de Méjico y un tercero para el archivo del Cabildo de Tlaxcala; de todos los cuales se ignora el paradero. Afortunadamente existía un calco fidelísimo hecho en 1773, conservado en el Salón de Códices del Museo Nacional de Tlaxcala, con que se ejecutó la edición destinada a la Exposición de Madrid en conmemoración del cuarto centenario del descubri-miento de América. También existe una copia del S.XIX en la Latin American Library de la Universidad de Tulane, USA.

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México-Tenochtitlán. Detalle del mural de L. Covarrubias en el Museo de Antropología e Historia de la Ciudad de Méxi-co. La ciudad se extendía sobre el islote central y las chinampas, tierras ganadas al lago para cultivar huertas y jardi-nes. Tres calzadas construidas sobre pilotes la unían a tierra firme: la de Iztapalapa, la de Tepeyac y la de Tacuba; en esta última se encontraba el acueducto que traía el agua desde Chapultepec.

Cuando menciona “la gran ciudad” de Moctezuma, Cortés se refiere a México-Tenochtitlán. En lengua náhuatl: México, Ombligo de la Luna, del nombre del islote en el lago de Texcoco sobre el que la ciudad fue fundada. Tenochtitlán, Corazón de la Tierra. De acuerdo a la leyenda el pueblo Azteca habría de fundar una gran civili-zación en una región pantanosa, en el sitio exacto donde vieran un nopal, esto es un cactus, que creciera de una roca y sobre él un águila devorando una serpiente. A su llegada a la zona del lago en el año de 1325, sus sacerdotes afirmaron haber visto lo que indicaba la premonitoria leyenda y allí mismo fue fundada México-Tenochtitlán, la capital del Imperio Azteca.

La ciudad fue trazada en cuadrícula en torno al recinto ceremonial. Un sistema de diques la protegía de las inundaciones y se conectaba a la tierra firme por medio de calzadas y puentes; fueron construidos acueductos y excavados canales para el trans-porte en canoa de personas y mercancías. Sobre un armazón de troncos atados con cuerdas que sostenía arena, grava y tierra de siembra, los Azteca o Méxica o Tenoch-ca construyeron las chinampas, islas artificiales sobre las que cultivaban huertos y hermosos jardines y criaban aves domésticas.

Pág.67. La fundación de Tenochtitlán y las conquistas iniciales de los guerreros Méxica, que aparecen en el espacio inferior del folio con los cautivos tomados en los primeros pueblos sometidos. Códice Mendoza. ca.1540. Manuscrito pictográfico colonial hecho por encargo del primer virrey de la Nueva España, Don Antonio de Mendoza, para enviar a Carlos V información sobre los antiguos Méxica. Se conserva en la Bodleian Library de la Universidad de Oxford.

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Capítulo IIIº

Guerreros del altiplano andino.

Tawantin Suyo, el Imperio de los Hijos del Sol

Comunidad de la tierra y trabajo colectivo obligatorio.

Cori Cancha, el oro de los dioses.

Los Reyes que fueron del Perú.

El último de los Inca.

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Tupac Inca Yupanqui presenta a su sucesor. “Historia y Genealogía de los Reyes Inca del Perú”, manuscrito ilustrado del mercedario español Martín de Murúa. ca.1590. También conocido como manuscrito Wellington, o Códice Murúa, se conserva una edición en el Museo Getty de Nueva York y otra en una colección privada en Dublin.

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El descubrimiento y la conquista fueron narrados exclusiva-

mente, en los primeros lustros de la colonización, por los cronistas castellanos. Es solo en los primeros cronistas indios y mestizos de las postrimerías del S.XVI que empieza a escucharse la voz de la raza vencida. Estrictamente son tres cronistas indios: Titu Cusi Yupanqui, Juan Santa Cruz Pachacutic Salcamaygua y Felipe Huamán Poma de Ayala; y un mestizo genial, el Inca Garcilaso de la Vega [-Cuzco 1539 - Córdoba 1616-, hijo de Sebastián Garci Lasso de la Vega, capitán de la noble estirpe de los Duques de Feria e Infantado y de la princesa Inca, Palla Chipu Ocllo, nieta de Túpac Yupanqui, décimo Inca del Imperio. En su obra, “Comentarios Reales”, publicada por primera vez en Lisboa en 1609, trata del origen de los Inca, de sus leyes y gobierno, de sus vidas y conquistas y de todo lo que fue aquel Imperio].

Frente a la arrogancia y a la fe en sí misma de la crónica española, la crónica india guarda una actitud fatalista. La única explicación del vencimiento del Imperio que surge de sus relatos es la de un designio sobrenatural. El propio Garcilaso nos asegura que los indios no combatieron contra los españoles porque la profecía de Huayna Capac había anunciado la llegada de los hombres blancos y barbados y el término irremisible del Imperio. A la llegada de los españoles los indios no pensaron en resistirles sino en llorar. La huella indígena está más palpable en la confusión frecuente entre lo real y lo ideal y el amor del misterio que caracteriza a las mentes primitivas y se exhibe a menudo en las crónicas indígenas, sobre todo en algunas imágenes e impresiones casi surrealistas recogidas seguramente de boca del pueblo de la conquista. Titu Cusi Yupanqui dice que cundió la noticia de que habían llegado unos hombres barbudos que iban sobre animales con pies de plata, y Huamán Poma describe de esta forma al conquistador forrado de fierro: todos eran como amortajados, toda la cara cubierta y que se le parecía sólo por los ojos y en la cabeza traían unas ollitas. Traen los cronistas indios frescas aportaciones sobre el folklore y las tradiciones populares. Santa Cruz Pachacutic y Huamán Poma de Ayala, aunque confunden fechas y personajes, nos dan en su lengua nativa la versión más directa del cantar y la fiesta, la oración y el rito .

Si el Inca Garcilaso es la expresión más auténtica de la historia inca y cuzqueña, el indio Felipe Huamán Poma de Ayala, en cambio, hasta por sus nombres totémicos -huamán y po-ma: halcón y león- aparece póstuma y sorpresivamente como una reencarnación de la be-hetría anterior a los Incas. Su Nueva Crónica y Buen Gobierno”no solo trata de revivir épocas remotas, casi perdidas para la propia tradición oral en los fondos milenarios de la raza,

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Orfebrería Incaica prehispánica asociada a la nobleza. El oro deslumbra en los ornamentos y las vestiduras rituales del Sapa Inca: máscara funeraria en oro jade y mullo [conchas de Spondylus]; pectoral repujado; gran collar de ceremonia;

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orejera con deidad incrustada en jade y lapislázuli; manoplas ceremoniales repujadas con diseños de figuras estiliza-das. ca.1200-1470. Museo del Oro de Lima y Museo de América de Madrid.

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ción, cuando le veían en el aire cerraban la boca y ponían la mano delante, porque decían que si le descubrían los dientes los gastaba y empodrecía. Esta simplicidad tenían entre otras sin dar razón para ello. El quinto y último aposento estaba dedicado para el sumo sacerdote y para los demás sacerdotes que asistían al servicio del templo, que todos habían de ser Incas de sangre real. Éstos tenían aquel aposento, no para dormir ni comer en él, sino que era sala de audiencia para ordenar los sacrificios que se habían de hacer, y para todo lo demás que conviniese al ser-vicio del templo. Estaba este aposento también, como los demás, guarnecido con oro de alto abajo.” […]

Durante trescientos años los Inca guerrearon y en ocasiones se aliaron con los pue-blos vecinos y hacia el 1400 comenzaron la gran conquista militar de todo el territo-rio andino constituyéndose en el gran Imperio Incaico, en lengua quechua, Tawantin Suyo, la civilización más compleja que se desarrolló en América del Sur y que habría de caer en 1532 a la llegada de Francisco Pizarro. Tawantin Suyo significa literal-mente, “tierra de las cuatro regiones”. Administrativamente el Imperio estaba divi-dido en cuatro suyos -regiones- coincidentes con los cuatro puntos cardinales to-mando como referencia el Cuzco -ombligo del mundo-: Chinchay Suyo al Norte; Con-de Suyo al Poniente; Colla Suyo al Sur; Ande Suyo al Levante. Cada suyo se dividía en huamani -provincias-, regida cada una por el suyuyoc apo; cada huamani se dividía a su vez en sayas -secciones-, con al frente de cada una el tocricoc -gobernador-. Las sayas estaban compuestas por un número variable de ayllu -núcleo social básico- formado por alrededor de cien familias que reconocían antepasados comunes. Enca-bezado por el curaca el ayllu poseía tierras comunales que eran trabajadas por todos sus integrantes y cuyo producto era repartido entre las familias, cada una de las cuales poseía asimismo una pequeña parcela que cultivaba para satisfacer sus pro-pias necesidades. Compuesta por la pareja y sus hijos solteros, la familia era, en defi-nitiva, una unidad de producción y de consumo a partir de la cual se determinaba la división del trabajo. Basada en los principios de la reciprocidad y la redistribución, la administración del Tawantin Suyo exigía a las comunidades la entrega de una par-te de su producción, agrícola, textil, minera, metalúrgica u otra, para los almace-nes del Imperio, el que a cambio abastecía los ayllus con mercancías obtenidas en otras latitudes; en efecto, evitando las dificultades de viajar por tierra a través de la selva y las montañas, los Inca desarrollaron relaciones comerciales con los pueblos mesoamericanos vía mar, entre el golfo de Guayaquil en Ecuador y los puertos occi-dentales de México, sobre el Pacífico.

Pag. 131. Pareja de campesinos de un ayllu que guardan en su chuspa las hojas de coca. “N.Crónica y B.Gobierno”.

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Pizarro que llegan al Cuzco, ordenan deschapar las paredes del Templo del Sol y los palacios incaicos de sus láminas de oro. Y parten para Cajamarca la primera vez seiscientas planchas de oro de tres a cuatro palmos de largo, en doscientas cargas que pesaron ciento treinta quintales y luego llegaron sesenta cargas de oro más bajo, que no se recibió por ser de siete u ocho quilates de peso. […] El incentivo trágico del oro dividía ya, no sólo a indios y españoles, sino a éstos mismos, porque los soldados de Almagro, llegados después de la captura del Inca, no tenían derecho al enorme y resplandeciente botín que ingresaba todos los días a Cajamarca y que ellos ayudaban a custodiar.

Hubo que apresurar el reparto, sin que la estancia aladinesca estuviera totalmente llena, porque Almagro y sus soldados y otros cuervos adiestrados y ansiosos de partir, exigían se terminase de una vez la comedia del rescate para que el oro fuera de todos. Para interrumpir la trágica espera no había solución más llana y segura, según los almagristas, que la muerte del Inca. Para impe-dir la contienda y la explosión de la codicia de los doscientos advenedizos de Almagro hubo, a la vez, que eliminar al Inca y cerrar la cuenta del botín de su prisión. Muerto el Inca, el oro era ya no únicamente de sus captores, sino de todos. El oro había sido el can Cerbero de su vida y a la postre fue su talón de Aquiles. Llegaron juntos la condenación del Inca y el reparto del oro del Coricancha, cuyo dueño legítimo -el Inca Huáscar- acababa de perecer por una orden de Atahual-pa, en otro rincón incógnito del Imperio.”[…] de:“Oro y leyenda del Perú”. Raúl Porras Barrenechea. Prólo-

go al libro de M. Mujica Gallo “Oro en el Perú. Obras maestras de orfebrería pre-incaica, incaica y colonial”. 1959.

Izq. El capitán Rumi Ñaui, emisario de Atahualpa, ofrece dos doncellas a Pizarro y Almagro tratando de convencerlos de volver a su tierra. Der. Los conquistadores acometen Atahualpa en los baños de Cajamarca. “N.C. y B.G.”

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[…] “La derrota en Cajamarca no se explica simplemente por el arrojo de los españoles ni por el miedo de los indios. […] En realidad el Imperio Incaico empezaba a derrumbarse solo. Era un organismo caduco y viciado, que tenía en su enormidad territorial el más activo germen de disolución. La grandeza del Imperio estaba ligada esencialmente a la existencia al frente de él de grandes espíritus guerreros y conquistadores como los de los últimos Incas, Pachacú-tec y Túpac Yupanqui, y, sobretodo, a la conservación de una casta militar sobria y virtuosa como la de los orejones.

Con Huayna Cápac se inició la decadencia. Huayna Cápac era aún un gran conquistador como su padre y abuelo, pero en él se presentan y afirman ya los síntomas de la corrupción. Las victorias incaicas son más difíciles y lentas, no se siente ya el ímpetu irresistible de las legio-nes quechuas. La conquista de Quito es la pérdida del Tawantin Suyo. Las tribus se rebelan apenas sometidas y escarmientan a los vencedores. Los orejones, la invencible y austera casta de los anteriores reinados, educada en la abstinencia, la privación y el trabajo, había perdido su vigor. Ya no comían maíz crudo y viandas sin sal, no se abstenían de mujer du-rante los ejercicios preparatorios de su carrera militar, ni realizaban trabajos de mano, ni eran los primeros en el salto y la carrera. De las clásicas ceremonias instituidas por Túpac Yupanqui para discernir el título de orejón sólo conservaban el amor a la chicha.[…] Los Cayambis, un pueblo rudo y desconocido, resisten al ejército incaico y hacen huir por prime-

Izq. Atahualpa, último Inca del Tawantin Suyo, en su prisión de Cajamarca, la sala fabulosa del tesoro que, final-mente, no habría de salvarle la vida. Der. Ejecución de Atahualpa en la plaza de armas de Cajamarca. “N.C y B.G.”

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Capítulo IVº

La legendaria Sierra de la Plata.

Nómades de las llanuras sin fin.

Lambaré, capital de los Carios.

Indómitos navegantes de los grandes ríos.

La quimera de las Amazonas.

Chaco, temible tierra de los Mbayá.

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La región austral de América en la carta geográfica del cartógrafo Jodocus Hondius. ca. 1640.

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Indios Guaraníes en una representación europea del S.XVII.

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“La poderosa civilización incásica,

difundida por sus conquistas a extensos territorios, dio amplio margen a que la fama y prosperidad de este colosal imperio se extendiera por toda la América Meridional en tiempos anteriores a la conquista española. Atraídos por las cuantiosas riquezas que el Perú ateso-raba, los indios Guaraníes verificaron inmigraciones diversas hacia aquel territorio, posible-mente con ánimo de conquista; pero rechazados, algunos grupos bastante numerosos queda-ron habitando en los confines del Perú, regresando otros a través del Chaco a las comarcas paraguayas de donde procedían.

Probablemente la expedición de Guaraníes que el P. Felipe de Alcaya relata en su “Historia cierta…” y que integrada por unos ocho mil hombres emprendió la conquista del Perú y de sus tesoros, tuvo lugar entre los años 1513 y 1518; y los que de ella regresaron, “en el Paraguay primero, luego en las selvas y costas del Brasil, divulgaron la leyenda de la Sierra de la Plata, de las ricas minas de Charcas”.

Al regresar la expedición de Juan de Díaz de Solís, una de las carabelas naufragó junto a las costas de la isla de Santa Catalina, y no pudiendo ser recogidos por las otras dos carabelas, los tripulantes de la perdida quedaron en dicha isla, viviendo sobre el país hasta que se incorporaron a una tribu de Guaraníes. Estos náufragos supieron de boca de los indios “que muy al Occidente había la riquísima tierra de los Caracaraes; sierras de plata; ríos aurífe-ros; maravillas indecibles”.

La Sierra de la Plata hay que identificarla con la famosa región de Potosí, nombre que significa cerro brotador de plata. En este territorio la abundancia de minas de plata era tan extraordinaria que fue suficiente para haber ocasionado la formación de una leyenda. No era sólo la cumbre de Potosí la que en sus entrañas encerraba el precioso metal, era también el cerro de Porco, que dista pocas leguas del anterior; y la primitiva aldea de Choque-Chaca, luego Chuquisaca [actual ciudad de Sucre, Bolivia], se formó en torno de otra abundantísima mi-

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[…] Desde el Rio Janero a él [al Río de la Plata] hay doscientas quince leguas. Aquí llegamos al puerto de San Gabriel [en la

isla del mismo nombre frente a la banda oriental del río, actual Repúbli-

ca Oriental del Uruguay], ancoraron los catorce navíos en el río Paraná y mandó el general Don Pedro de Mendoza que saliésemos los soldados a tierra en los botes prevenidos para este efecto. Así llegamos felizmente al Río de la Plata el año de 1535, y hallamos allí un pueblo de indios de los que había dos mil, llamados Charrúa, que no tienen más comida que pesca y caza, y andan todos desnudos. Las mujeres solo traen un paño delgado de algodón, de la cin-tura a las rodillas. […]

El historiador J.M. Rubio dice que los Charrúa eran “de cara ancha, nariz aplastada, ojos pequeños, labios gruesos, aspecto duro y sombrío, color aceitunado. Nutrían-se de caza y pescado; sumamente belicosos, eran muy osa-dos al acometer; usaban con gran destreza la boleadora y eran ligerísimos corredores.”

En el S.XVI, la macroetnia Charrúa comprendía a los Minuanes, Bohanes y Guenoas, todos pertenecientes al gran conjunto pámpido que ya poblaba la región alrededor de 1500 años antes de la era cristiana. Su tipo físico y su cultura eran similares a los de los Pampas antiguos, los Patagones y otras etnias que habitaban la gran llanura chaco-pampeana y la Pa-tagonia extra-andina. Sin embargo, parecería que hacia el S.XV los Charrúa recibieron importantes aportes culturales de un pueblo amazónico, los Guaraníes, que influenciaron sobre todo su lengua, por lo que la toponimia y los nombres propios Charrúa actualmente conocidos derivarían del Gua-raní. Su condición de nómades, determinada por su

Jefe Charrúa luciendo manto de pieles, tocado de plumas y boleadoras. Dibujo de la escultura del maestro uruguayo Juan Luis Blanes [1856-1895]. H.D. 1923.

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modo de producción cazador-recolector y sus continuas luchas con otras naciones, los sujetó a largos y a veces muy arduos desplazamientos, por lo que los únicos ves-tigios materiales de su civilización son pequeñas vasijas de barro, y parte de las armas que conformaban su arsenal bélico: lanzas, flechas y boleadoras; éstas últimas formadas por dos o tres bolas de piedra unidas por una tira de cuero crudo de aproximadamente un metro de largo. Usaban las boleadoras principalmente para cazar el ñandú, ave originaria de la América del Sur similar al avestruz africano.

Gobernados por un jefe, que si bien solía pertenecer a un linaje debía ser electo y confirmado por la comunidad, los Charrúa fueron un pueblo de carácter orgulloso e indómito. Los pocos más de mil que poblaban el territorio de la actual República Oriental del Uruguay, con una fuerza de combate que comprendía tal vez la mitad de la población total, sostuvieron durante tres siglos una guerra sin cuartel contra los conquistadores primero y los colonizadores después: desde el desembarco de Solís en Carmelo, en la costa del actual Departamento de Colonia, en 1516, hasta la embos-cada de Salsipuedes en 1831, ya en tiempos de la República, en que los últimos exponentes de la raza, unos cuatrocientos individuos, fueron aniquilados.

Según el historiador y sociólogo uruguayo Daniel Vidart, la voz “Charrúa” designaría una comparsa del carnaval gallego, compuesta por personajes enmascarados que atropellaban y agredían a los espectadores; y habrían sido integrantes de las prime-ras expediciones que recalaron en tierras de la actual República Oriental del Uru-guay, conocedores de la cultura popular galaica, quienes así nombraron a los habi-tantes nativos de estas tierras. Según otros historiadores, Charrúa sería una voz Gua-raní que significa “somos turbulentos” o “somos inquietos” o “somos revoltosos”.

[…] Todos huyeron al vernos, con sus mujeres y sus hijos, y Mendoza mandó volviésemos a em-barcarnos para pasar a la otra banda del río que no tenía por allí más de ocho leguas de ancho. En este sitio hicimos una ciudad a la que llamamos Buenos Aires, por lo saludables que eran los que por allí corrían. Hallamos en esta tierra otro pueblo de casi tres mil indios llamados Queran-

Del arsenal bélico de los indígenas de las grandes llanuras de la América del Sur: boleadoras, flechas con punta de pedernal y mazas rompe cabezas. H.D. Dibujo.1923.

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y entró en contacto con los Puri, los Botocudo y los Camacán, tribus pertenecientes al grupo lingüístico de los Tupí que habitaban las tierras de los actuales estados de Bahía y Espíritu Santo hasta Río de Janeiro. El príncipe naturalista y viajero, que dieciséis años después, en 1833, habría de emprender una expedición a la América septentrional, anotó cuidadosamente las costumbres, la lengua y la religión de ésas tribus y realizó varios dibujos y acuarelas retratando la vida de los indígenas en las florestas tropicales del litoral atlántico del Brasil. Más tarde Maximiliano publicaría sendos relatos y varios artículos acerca de sus viajes por América. Los grabados de sus dibujos y acuarelas fueron más tarde publicados en ediciones de tiraje limitado, en América y en Europa.

En el decenio de 1820 el joven artista alemán Johann Moritz Rugendas emprendió el primero de sus cuatro viajes a América donde pasó cerca de dieciséis años de su vida dibujando y pintando los aborígenes y su entorno. La serie de dibujos que realizó en Brasil ilustrarían más tarde el “Viaje pintoresco a Brasil” de R. Huber y serían edi-tados en diversos portafolios de grabados. Con los auspicios del Museo de Historia Natural de París, Alcides Orbigny Dessalines recorrió, entre 1826 y 1834, Brasil, Uru-guay y otros países de la América del Sur; el pintor y naturalista autodidacta Paul Marcoy viajó por las Antillas y la América austral entre 1831 y 1834.

El arquitecto y pintor inglés Frederick Catherwood recorrió, entre 1839 y 1843, varios territorios del centro y sur del continente en compañía de John Stephens, abogado de Nueva Jersey apasionado por las culturas arcaicas. Durante su extensa jornada en tierras que fueron de los Maya, Catherwood realizó una serie de dibujos y acuarelas de las ruinas de los templos y monumentos Maya que fueron luego publi-cados en un portafolio de grabados: “Views of Ancient Monuments in Central Ameri-ca, Chiapas and Yucatan”. Stephens publicó en 1841 “Incidents of travel in Central América, Chiapas and Yucatán” y, en 1843, “Incidents of travel in Yucatán”. En el decenio de 1860 el abogado francés Louis Énault viajó extensamente por América. Y así muchos otros.

Los escritos y la producción iconográfica de estos viajeros, sea cual fuere su ideo-logía, son considerados hoy valiosos testimonios en que la arqueología, la antropo-logía y la etnografía se apoyan, en su empeño de seguir las huellas de aquellos hom-bres y develar los misterios de su historia.

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Johan Moritz Rugendas. Grabado. S.XIX. Grupo de indios Botocudo retratados en el escenario de la floresta tropical con sus presas de caza: un papagayo y una especie de cerdo salvaje. Una de las mujeres carga un niño colgado de una faja amarrada a su cabeza, luce collar de espinas o dientes de algún animal y faldilla trenzada; así como el hombre que aparece a su lado, portando dos flechas para la caza de animales de gran tamaño, ella tiene el cuerpo tatuado. La figura femenina en cuclillas, desnuda al igual que el hombre de espaldas, usa también pinturas corporales y pequeños batoques en las orejas y en los labios.

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Capítulo Vº

Iroqueses en los bosques de Manhata.

Cazadores de bisontes de las grandes praderas.

Nobles matronas en los Consejos de las Naciones.

Shamán, el hombre medicina.

La cuenta de los años: lunas y nieves.

Wakan Tanka, el Grande Misterio.

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Guerrero Sioux. Grabado de una acuarela de Karl Bodmer. ca.1845. Envuelto en su manta de piel de antílope, luce gran collar de colmillos de bisonte que lo distingue como hábil e intrépido cazador.

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Renato de Chateaubriand narra en su “Viaje a América”

las peripecias de su expedición al norte del continente y describe diversos aspec-tos de la vida de las tribus con las cuales estuvo en contacto. Siguiendo sus ins-tintos de navegante y explorador, el joven Chateaubriand abandona un día de mayo de 1791 el muelle de su ciudad natal, Saint-Malo, y atraviesa el Atlántico. Después de una escala en la Azores, desembarca en la isla de San Pedro que, escribe, “... está separada de Terranova por un estrecho peligrosísimo y desde sus costas

desoladas se descubren las más desoladas aún de Terranova. En estío las playas aparecen cubiertas de peces que se secan al sol y en invierno están pobladas de osos blancos que se alimentan de los restos dejados por los pescadores. […]

Navegando después hacia el Sur, la nave bordea las costas de los actuales estados de Maryland y Virginia, entra en la bahía de Chesapeake y amarra en el puerto de Baltimore.

[…] Pagué mi travesía al capitán, le di una comida de despedida y alquilé enseguida el ca-rruaje que hacía tres veces a la semana el viaje a Filadelfia; un carruaje parecido me condu-jo de Filadelfia a Nueva York. Me embarqué en el paquebote que navegaba con dirección a Albany [en el actual estado de New York], surqué el río Hudson y llegado a Albany me procuré un guía y caballos con el fin de dirigirme a la catarata del Niágara, y de allí a Pittsburg [en el

actual estado de Ohio], desde donde podía bajar al Ohio. Después de haber pasado el Mohawk me hallé en aquellos bosques en cuyas espesuras jamás se había oído el hacha del leñador. Experimentaba una especie de éxtasis; iba diciéndome a mí mismo: aquí no hay ningún camino trazado, ninguna ciudad; nada de presidentes, de repúblicas, de reyes ...

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Jefes Mohawk de la Liga Iroquesa en una representación europea de 1700. Grabado del óleo que se conserva en la National Library and Archives of Canadá. Ottawa.

Y para probar si me había restablecido en mis derechos primitivos, me entregaba a mil actos de mero capricho que hacían rabiar al corpulento holandés que me servía de guía. Entramos en los cantones de las seis naciones iroquesas y a la orilla del lago que ha tomado su nombre del pue-blo Iroqués de los Onondaga elegí, en unión de mi holandés, un lugar a propósito para establecer el campo. […]

Hacia 1570, los Iroqueses habían formado con los Mohawk, los Oneida, Onondaga, Cayuga, Seneca y los Tuscarona, la llamada Confederación de las Seis Naciones o Liga Iroquesa. Los Tuscarona entraron últimos en la Liga, alrededor de 1700.

Según su tradición, las tierras ancestrales de los Iroqueses se situaban en el valle del río San Lorenzo, al Sureste del Canadá. Huyendo de los Algonquinos, migraron luego hacia el Sur ocupando los bosques entre los montes Adirondacks, prolongación de los Apalaches, en el actual estado de Nueva York y las cataratas del Niágara. La fecha de esta migración es incierta, pero en 1534, cuando Jacques Cartier llegó al actual Canadá, que más tarde sería parte del inmenso territorio de la Nueva Francia, había por lo menos once aldeas iroquesas entre Stadacona, actual Quebec, y Hochelaga, actual Montreal.

Numerosas naciones pertenecientes al grupo lingüístico Algonquino, se asentaban también en los territorios explorados por Cartier: entre otras, los Ojibwa, Chippewa, Montagnais y Naskapi. Los Abnouchicois ocupaban la Acadía, denominada más tarde Nuevo Brunswick y Nueva Escocia. En la zona ártica al Norte de Canadá se asentaban desde épocas inmemoriales, y siguen estándolo en la actualidad, los Inuit y los Yuit en el Yukon y Alaska; los Aleut, en su patria de las islas Aleutianas.

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Arr. Donnacona, jefe de la aldea iroquesa de Stadacona, se encuentra con Jacques Cartier en 1534. Grabado. Anónimo. S.XVI. Se conserva una copia en la Bibliothèque Nationale de Québec. Stadacona era en esos tiempos un pueblo de unos quinientos habitantes. Casi cien años más tarde, en 1608, otro francés, Samuel de Champlain, fundaría en ese sitio la ciudad de Quebec.

Pag.222-223. Carta geográfica de la América Septentrional atribuida al Abad Claude Bernou fechada 1681. De la colección de mapas del Servicio Hidrográfico de la Marina de Francia. Muestra el inmenso territorio que en esa época ocupaban las colonias francesas de la Nueva Francia, desde la desembocadu-ra del río San Lorenzo hasta el delta del Mississipi, pasando por el valle del Ohio. La Luisiana, que se extendía entonces desde la región de los Grandes Lagos hasta el golfo de Méjico, comprendía una buena parte del Medio Oeste de los actuales Estados Unidos. Francia habría de perder más tarde todas sus colonias de América del Norte; en 1803 Napoleón vendió la Luisiana a los Estados Unidos.

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[…]Si se pintasen con los mismos rasgos todos los salvajes de la América septentrional, se alte-raría la semejanza; porque los de la Luisiana y de la Florida difieren desde muchos aspectos de los del Canadá. Yo, pues, sin hacer la historia particular de cada tribu, he reunido todo lo que he podido averiguar acerca de los indios.[…]

Al retratar el modo de vida de los indígenas de la América septentrional en su hábi-tat natural, Chateaubriand cita, como fuentes de información que complementan sus observaciones en el campo, las obras de viajeros como Francois de Charlevoix, Wi-lliam Bartram, Giacomo Beltrami y Jonathan Carver.

[…] Cuatro lenguas principales son las que al parecer se dividen la América septentrional: el algonquino y el hurón, al Norte y al Este; el sioux al Oeste, y el chickasaw al Mediodía. Los Mus-cogulgo y los Seminola forman en la antigua Florida la confederación de los Creek y tienen un jefe llamado Mico (rey o magistrado). […]

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Desembarco francés en la Florida en 1562. Grabado de “La Florida Francesa: Escenas de la Vida Indiana”. Theodor de Bry & Charles de la Roncière. 1564. La expedición francesa, al mando de Ribault y Laudonnier, toca tierra en un pro-montorio boscoso dominio de la nación Timucua. El jefe de la tribu, sentado sobre hojas de palma y laurel, no se levanta a recibir a los extranjeros; pero envía a dos emisarios con obsequios de pieles decoradas con pinturas repre-sentando animales salvajes. La inscripción Prom. Gallicum es una latinización de Cabo Francés, nombre que los expe-dicionarios dieron al lugar; al igual que F. Delfinum es la versión latina de Río de los Delfines, nombre que los france-ses dieron al estuario del río San Juan al ver numerosos delfines nadando en sus aguas.

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Los Muscogulgo, Seminola, Potano, Timucua, Natchez, Calusa, Cherokee, Choctaw y Chickasaw se contaban entre las numerosas naciones que Ponce de León, en sus fallidas expediciones de1513 y1521, encontró en la Florida, región boscosa del Sudeste de la América septentrional que abarcaba los territorios de los actuales estados de Florida, Georgia, Tennessee, Alabama y Mississipi. Años más tarde, alrededor de 1560, una expedición francesa logró fundar una colonia, Fort Caroli-ne, en las inmediaciones del Río San Juan, estableciendo alianzas con varias tri-bus de la región que se enfrentaban por esa época en duras luchas por la supre-macía y el dominio de cada vez más vastos territorios. La colonia fue destruida pocos años más tarde por los españoles, que en 1565 lograron su primer asenta-miento permanente en la Florida: San Agustín. De hecho uno de los objetivos de

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Las huestes de los Timucua y los Potano se enfrentan en el campo de batalla. Grabado de “La Florida Francesa: Escenas de la Vida Indiana”. Theodor de Bry & Charles de la Roncière. 1564. Un facsímil de esta edición se con-serva en la Library of Congress en Washington. La representación de las fuerzas que se confrontan una a otra en masa, parecería responder más a la concepción europea que a las tácticas de guerra entre los indígenas. Los franceses participan con sus armas de fuego apoyando a sus aliados Timucua.

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Escenas de la vida de los Kiowa. Dibujos a lápiz de color y acua-rela. ca.1875. Colección Smithsonian Institution. Washington. Wohaw y Koba, indígenas pertenecientes a la nación Kiowa, han representado en sus dibujos diversos aspectos de la vida de su tribu. Originarios de las llanuras del norte de Canadá, los Kiowa fueron desplazándose hacia el Sur en busca de recursos menos escasos y un clima más benévolo. En esos tiempos no conocían el caballo y para trasladar sus campamentos de un lugar a otro usaban los perros. En las primeras décadas del siglo XVIII se encontraban establecidos en la región de las grandes praderas, desplazándose en grupos bastante numerosos. Aliados con los Comanche, los Cheyenne y los Apache, realizaban frecuen-tes incursiones a los ranchos españoles de Nuevo Méjico y Texas para capturar caballos. En esta época muchas de sus tradiciones tribales, y sobre todo sus recursos económicos, estaban centra-dos en la caza, principalmente del bisonte, pero también del antílope y otros animales menores. Los bisontes capturados en verano proveían de carne los campamentos en invierno, y sus pieles eran curtidas y usadas para las cubiertas de los tepees.

1.Wohaw. Campamento Kiowa. El artista representa un campa-mento de su tribu. Varias familias aparecen junto a sus tepees, algunos de los cuales pintados de brillantes colores. El tepee in- cluía en su interior una armazón de ramas dispuestas en círculo y atadas en el extremo superior que, sobresaliendo de la cubierta funcionaba como chimenea al encenderse el fuego en el interior de la vivienda. Para la cubierta de un tepee pequeño se necesita-ban unas ocho pieles de bisonte; para uno de tamaño medio, cer-ca de doce; para el jefe de la tribu, se usaban hasta veinte pieles para uno muy espacioso de unos cinco metros de diámetro.

2.Koba. Retrato de dos parejas vistiendo mantas y trajes de piel de antílope. Destinadas a la vestimenta de hombres y mujeres, las pieles se curtían de ambos lados usando un gran hueso de bisonte a modo de raspador. Era un proceso lento, tedioso y muy trabajoso del que se encargaban las mujeres; pero las pieles quedaban flexibles y suaves como un paño. Las prendas, fina-mente confeccionadas, incluían adornos pintados en brillantes colores y frecuentemente, flecos.

3. Koba. Guerrero Kiowa con el rostro pintado, gran tocado de plumas, y escudo y fusil, galopa a la carrera en medio de una lluvia de balas, representadas por los pequeños trazos en negro.

4. Koba. Indígena Kiowa y su aliado Comanche, con sus escudos y fusiles al hombro, conducen una tropilla de caballos captura-dos durante una incursión a los ranchos de Nuevo Méjico. La introducción del caballo cambió el estilo de vida de los indígenas de las grandes praderas; facilitó la caza del bisonte, el traslado de los campamentos y la captura de los enemigos.

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La visita. Dibujo a lápiz de color del artista indígena Koba. ca.1875. Se conserva en la Smithsonian Institution. Washington. Dos matronas de la nación Kiowa, con manta y vestidos de piel profusa y bellamente decora-dos, reciben, frente a su tepee, a un joven guerrero con traje de ceremonia y tocado con una pluma.

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