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  • C O N C I L I U M Revista internacional de Teologa

    230 LA COLEGIALIDAD A EXAMEN

    EDICIONES CRISTIANDAD Madrid 1990

  • C O N C I L I U M Revista internacional de Teologa

    Ao XXVI Seis nmeros al ao, dedicados cada uno de ellos a un tema teolgico estudiado en forma interdisciplinar. Es una publicacin bimestral desde enero de 1984.

    CONTENIDO DE ESTE NUMERO A. G. Weiler: Glosa de actualidad: Al otro

    lado del marxismo 5 J. Provost/K. "Walf: ha colegialidad puesta a

    prueba 11 I. TEORA: ESTADO DE LA CUESTIN H. Rikhof: El Vaticano II y la colegialidad

    episcopal. Una lectura de Lumen gentium 22 y 23 17

    J. Grootaers: La colegialidad en los Snodos de los obispos: un problema por resolver 35

    D. Valentini: Panorama teolgico y estado de la cuestin 51

    R. Soba'ski: Implicaciones cannicas de la co-legialidad en el contexto ideolgico de las declaraciones oficiales de-la Iglesia 65

    H. Grote: La concepcin poltica de la colegia-lidad, considerada desde el punto de vista de la Reforma europea 79

    I I . ESTRUCTURAS: DESARROLLO POSCONCILIAR L. Kaufmann: El Snodo de los obispos: ni con-

    sejo ni snodo 91 P. Leisching: La santa conspiracin de fuer-

    zas para bien comn de las Iglesias 103 J. Hajiar: Los snodos patriarcales en el nuevo

    cdigo cannico oriental 113 P. Colella: El nombramiento de los obispos en

    el Derecho Cannico vigente 123 I I I . PRACTICA: CASOS CONCRETOS Th. J. Reese: Colegialidad en accin 129 G. Fernandes de Queiroga: La Conferencia

    episcopal brasilea. Una realizacin peculiar de la colegialidad 137

    L. de Fleurquin: La colegialidad episcopal en Europa 145

    J. X. Labayen: Dilogo de vida 153 A. Matenkadi Finifini: La colegialidad episco-

    pal. Experiencia africana y reflexin 161

    EDICIONES CRISTIANDAD TT in 51 i o m n AKnA*.iA

  • Concilium 1990: temas de los seis nmeros

    227. CONGRESO 1990 En el umbral del tercer milenio

    228. ECUMENISMO tica de las grandes religiones y derechos humanos

    229. ESPIRITUALIDAD Peticin y accin de gracias

    230. INSTITUCIONES ECLESIALES La colegialidad a examen

    231. TEOLOGA PRCTICA Afrontar el pecado

    232. TEOLOGA DEL TERCER MUNDO 1492-1992. La voz de las vctimas

    Enero

    Marzo

    Mayo

    Julio

    Septiembre

    Noviembre

    Concilium se publica en nueve idiomas: espa-ol, francs, alemn, ingls, italiano, holands, portugus, polaco (parcial) y japons (parcial).

    No se podr reproducir ningn artculo de esta revista, o extracto del mismo, en nin-gn procedimiento de impresin (fotocopia, microfilm, etc.), sin previa autorizacin de la Fundacin Concilium, Nimega, Holanda, y de Ediciones Cristiandad, S. L., Madrid.

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    GLOSA DE ACTUALIDAD

    AL OTRO LADO DEL MARXISMO

    El mundo est siendo recorrido por una oleada de liberacin que no lleva trazas de cesar. En Europa oriental, en Amrica Latina y en frica se han hundido definitivamente ciertas posturas totalita-rias defendidas durante largo tiempo. En ms de un lugar de nues-tro planeta ha llegado a su fin el marxismo poltico, que condicio-naba las relaciones sociales y econmicas. Segn parece, no se trata de un repliegue temporal. Todo indica que nos hallamos ante el final de un perodo de la historia profundamente marcado por el marxismo y por las confrontaciones derivadas del mismo. No es po-sible emitir un juicio terminante mientras no se conozca el resul-tado global del proceso, y ste puede durar aos. Pensemos en el estancamiento de Rumania, Bulgaria y Albania, y sobre todo en China, Corea del Norte y Cuba.

    Lo que est sucediendo en la Unin Sovitica y en los pases de la Europa oriental, en Amrica Latina y en frica exige por parte de los cristianos una reflexin que llegue al fondo del proceso histrico. No bastan los lugares comunes cuando, a plena luz, se estn liquidando tan radicalmente unas posiciones ideolgicas y po-lticas propugnadas con perseverancia y tenacidad, e incluso con vio-lencia. Lo que acontece en esos pases supone para los cristianos un desafo en orden a investigar el contexto ideolgico de su propia existencia. Hoy aparecen con ms claridad que nunca las confronta-ciones entre marxismo y liberalismo, entre dos concepciones de la vida y del mundo y entre las correspondientes formas sociales y po-lticas. El hecho de que estos movimientos crticos de la vieja Eu-ropa repercutan en frica y Amrica Latina subrayan la importan-cia de una profunda reflexin sobre los valores occidentales y los sistemas sociopolticos inherentes a ellos.

    No es difcil bosquejar en un par de rasgos las contraposiciones entre Oriente y Occidente, mantenidas hasta hace poco dentro de unos lmites tajantes. La cosa resulta sencilla: entre nosotros, libertad y democracia; entre ellos, intervencionismo estatal y

  • 6 A. G. Weiler

    dictadura de partido. Cuando la presin parece ya insostenible por las razones que sea, Occidente invita a los pueblos y go-biernos de los pases de la Europa oriental a poner el valor occi-dental de la libertad como punto central de sus deseadas reformas: libertad de movimiento y traslado, de informacin y expresin, de organizacin social y poltica, libre economa de mercado. Si estas libertades se realizan plenamente y se convierten en principios del orden nuevo, vendr un pluralismo ideolgico y poltico, una descentralizacin del control sobre las ideas y el poder, un cese de la intromisin totalitaria en las diferencias nacionales y culturales; en otras palabras: la introduccin de un orden democrtico en la sociedad. Por lo dems, cualquiera comprende que reintegrar los elementos de los sistemas hoy separados en nuevas unidades cultu-rales, sociales y polticas ser un largo proceso.

    Para los cristianos surgen interesantes preguntas. En torno a qu valores se efectuar la reintegracin? Qu criterios inspirarn la construccin de la nueva sociedad? Qu mantendr ahora uni-dos a los hombres, una vez que se ha hundido la autoridad totali-taria del partido y de la burocracia, del aparato militar y policaco, o se ha reducido a unas proporciones aceptables para los nuevos demcratas? Qu papel pueden desempear las comunidades ecle-siales en la construccin de esa nueva sociedad? La Iglesia catlica en Polonia y las Iglesias evanglicas en la Repblica Democrtica de Alemania se han visto envueltas en los movimientos crticos. Pero cmo ser la relacin cuando las Iglesias se muevan en el campo libre del pluralismo democrtico secularista de corte occi-dental?

    Y los cristianos que viven en un contexto occidental deben hacerse algunas preguntas. Qu puede ofrecer Occidente en esta coyuntura? Cmo se construye en realidad una sociedad digna del hombre? Qu hay que esperar para Europa despus de 1992? Puede ser ella un modelo de inspiracin para los pases de la Eu-ropa oriental, frica, Asia y Amrica Latina?

    Todas estas preguntas se pueden reducir a una sola: son la libertad y la democracia unos valores de contenido permanente, o son unos simples principios formales y vacos que se pueden apli-car o no en la construccin de una sociedad, segn el tipo de so-ciedad que se quiera construir?

    Al otro lado del marxismo 7

    Muchos anlisis dan la impresin de que en Occidente preva-lece esta ltima visin. La tan encarecida libertad es considerada en gran parte como un principio formal, no ideolgico, sin conteni-dos. Sin embargo, el giro internacional que ciertos pases, antes marxistas, estn dando hacia una economa de mercado parece alen-tado por una orientacin axiolgica distinta. De hecho, la quiebra del marxismo como sistema de verdades de acuerdo con los cri-terios del marxismo como ciencia es consecuencia del total y desastroso fracaso de la praxis econmica, social y cultural. Y la experiencia ha llevado a modificar la concepcin relativa a la siste-mtica de las construcciones de la sociedad. Ha hecho que los ciudadanos se lancen en gran nmero a la calle contra la dictadura del partido. Tambin las ideas de los intelectuales sobre una tercera va entre capitalismo y comunismo en forma de un nuevo socialismo de Estado han sido excluidas, a juzgar por los resultados de las elecciones. Se deseaba ser ciudadanos en sentido occidental: per-sonas individuales que puedan orientar sus vidas con dignidad y responsabilidad sobre la base de los derechos humanos, en un Es-tado de Derecho, liberal, con distincin de poderes, con una demo-cracia parlamentaria, en un marco de relativo bienestar, de apertura y comunicacin internacional, con la mirada puesta en los valores universales de la paz, la justicia y la conservacin de la naturaleza.

    El camino que es preciso recorrer para llegar ah se caracteriza por la necesidad de una rpida industrializacin, un crecimiento y modernizacin de la economa, un saneamiento del medio ambiente contaminado y una solucin aceptable para integrarse en un sistema de seguridad europeo. Cmo emprenden las jvenes democracias, en la compleja situacin de cambio, la ansiada reorientacin de va-lores? El ejercicio de la poltica debera no slo fundarse en la tec-nologa del poder, sino tambin procurar que haya hombres en con-diciones de realizar esos valores como contenido de sus vidas, sin caer de nuevo en una promiscuidad de ideologa y poltica.

    Qu papel pueden representar las Iglesias en este proceso? La respuesta no es evidente. Con razn, el papa Juan Pablo II ha visto aqu materia para un Snodo especial de obispos (Eurosnodo). Pueden ser las Iglesias en esos pases algo ms que defensoras de las normas y valores morales? Pueden, en la nueva vida posmar-xista de los pueblos, hacer realidad una nueva presencia pblica?

  • 8 A. G. Weiler

    Cmo reaccionarn ante la tan temida secularizacin, el gran enemigo en Occidente? Con intolerancia, censura y fanatismo? Y dnde hallarn las naciones su coherencia? Cmo reaccionarn las Iglesias ante la ambicionada independencia regional para Esta-dos minoritarios y agrupaciones tnicas? Nadie ha de ser conside-rado de antemano como enemigo, a menos que sea intolerante y pretenda destruir, en nombre de una verdad omnidominante, el orden social fundado en el consenso. El campo de juego se ha hecho pluralista: as lo quieren los hombres. Qu han de aprender las Iglesias, en tal situacin, de las Iglesias occidentales, las cuales viven desde hace tanto tiempo en un orden social liberal que, sin embargo, en pleno siglo xx, no han aceptado por principio ni en el aspecto poltico ni en lo que se refiere a su programa econmico y cultural? Hay una pregunta que vale para ambos mundos: cmo pueden las Iglesias tender la mano al humanismo universal, que ser el fundamento tico de la sociedad europea?

    Todo esto repercute tambin en las relaciones intraeclesiales. Va a desaparecer la cohesin eclesial que haba surgido bajo la opre-sin en los pases del bloque oriental. El individualismo religioso se intensificar a la vez que el social. Y cabe preguntar de nuevo: cmo reaccionarn las Iglesias? Unos individuos libres, con pleno acceso a las corrientes mundiales de informacin, habrn de encon-trar el fundamento para su compromiso cristiano en su propia con-ciencia bien formada. Se trata de una conciencia social inserta en el orden de la sociedad secular y en la Iglesia como comunidad. La Iglesia anima hoy a los ciudadanos a tomar parte en la construc-cin de una nueva sociedad, si bien ella misma no tiene por qu poseer un programa poltico ni constituir una formacin poltica propia. Durante la opresin, las Iglesias han sido refugio y punto de partida para movimientos crticos, pero su misin no es servir de plataforma poltica permanente. En una democracia segn el mo-delo occidental, la Iglesia y el Estado deben estar separados, y la responsabilidad poltica reside en los ciudadanos. La Iglesia habr de procurar que los cristianos asuman esa responsabilidad. Para ello se requiere una educacin, como reconoca el sptimo Snodo especial de obispos sobre el papel y la misin del seglar en la Iglesia.

    Lo que se necesita en una sociedad posmarxista y adems pos-

    Al otro lado del marxismo 9

    moderna, en medio de una creciente racionalizacin, es una constan-te atencin a la persona humana, a su propia identidad, la cual de-pende de su biografa individual, su raza, su educacin, su idioma, su contexto social, su fe. Los hombres forjan la historia y el futuro a partir de esta identidad personal y no pueden dejarla a merced de colectividades, programas e ideologas. Slo los hombres son portadores de lo divino.

    A. G. WEILER [Traducin: A. DE LA FUENTE]

    Fuentes: Artculos aparecidos en NRC Handelsgland, especialmente de P. Schnabel (23.12.89), H. Smeets (6.1.90), B. Knapen (6.2 y 5.5), J. van Doorn (8.2), R. van den Boogaard (17.3), G. Konrad (6.4), M. Leyendekker (23.4) y P. Michielsen (23.4).

  • PRESENTACIN

    LA COLEGIALIDAD PUESTA A PRUEBA

    La doctrina sobre la colegialidad de los obispos fue una de las ms importantes aportaciones del Concilio Vaticano I I . En un es-fuerzo por completar la obra del Vaticano I y por equilibrar el peso excesivo atribuido al primado pontificio, el Concilio trat de restaurar la adecuada relacin entre los obispos y su cabeza, el su-cesor de Pedro, en el servicio episcopal a la Iglesia.

    Los primeros frutos de esta visin conciliar son ya evidentes. Durante el mismo Concilio, y claramente a partir de entonces, la colegialidad de los obispos ha servido de base a numerosos avances en las estructuras y en la experiencia viva de la Iglesia. La solicitud colegial de los obispos con respecto a las reas ms necesitadas de la Iglesia ha llevado a compartir los recursos personales y materia-les y sobre todo ha producido una sensibilizacin a la vista de las condiciones en que viven muchos cristianos por todo el mundo, en situaciones de pobreza o bajo tensin y opresin. Las estructuras que expresan esta solicitud tambin han madurado a partir de su afirmacin o su fomento durante el Concilio. Tal ha sido el caso de las Conferencias episcopales nacionales e internacionales, el Snodo de obispos y otras experiencias sinodales de mbito nacional o re-gional, que han emprendido una diversidad de esfuerzos apostli-cos, desde la publicacin de importantes cartas pastorales o deci-siones referentes a la oracin y el culto de la Iglesia hasta la toma de postura con respecto a diversas cuestiones disciplinares que afec-tan a la vida de las Iglesias locales.

    En los ltimos aos, sin embargo, parece darse una postura am-bigua en ciertos ambientes, algunos de ellos muy elevados, con res-pecto a la colegialidad de los obispos. Se tiende a restringir su sig-nificado, a debilitar sus expresiones estructurales e incluso a poner en duda el significado mismo de la colegialidad. Es como si se cues-tionara incluso el equilibrio que el Concilio Vaticano II trat de restaurar en la Iglesia, en nombre de una reafirmacin del centra-lismo papal o por miedo a una merma de la comunin catlica.

  • 12 J. Provost/K. Walf

    Es una situacin no del todo inesperada en el proceso de la re-cepcin de la doctrina conciliar. Todo concilio importante que haya trabajado en pro de una reforma de la Iglesia ha dado origen a un perodo de vacilacin y resistencia, especialmente cuando los obis-pos que asistieron al concilio son reemplazados por hombres forma-dos antes del concilio y que no han vivido la experiencia conciliar. Calcedonia, el Laterano IV, Trento... conocieron una etapa seme-jante a partir de la clausura misma del concilio. La prueba de la validez de la enseanza promulgada por un concilio es su capacidad para sobrevivir a quienes asistieron a l y para echar races en la vida de la Iglesia a lo largo de las generaciones subsiguientes.

    No es, por consiguiente, de extraar que la colegialidad se vea ahora sometida a prueba. Ciertamente, vivimos una poca ade-cuada para poner a prueba la doctrina conciliar, para ver si expresa una perspectiva valiosa sobre la naturaleza de la Iglesia que merezca expresarse prcticamente en las estructuras mismas de la autoridad jerrquica. Pero no se trata de una prueba de influencia y prestigio, de intriga y maniobra poltica, sino que ha de ser la prueba del evangelio, para ver si esa doctrina procede realmente del Espritu. Para valorar as la colegialidad habr que situarla en el contexto de la misin de la Iglesia, no precisamente en la vida poltica, juzgn-dola por sus frutos; no por sus amigos o sus enemigos.

    Conforme nos acercamos al tercer milenio, la Iglesia se encuen-tra ante la tarea de una evangelizacin a escala global y con reno-vada intensidad. Todas las zonas del mundo estn afectadas. Ya no cabe hablar de pases de misin y de naciones catlicas en sen-tido pleno. La evangelizacin es una labor a realizar en todas par-tes, entre todos los pueblos, incluso aquellos que cuentan con una larga tradicin cristiana.

    Pero no es esto todo. No slo crece el nmero de las personas, sino que cada vez son ms los pueblos que toman conciencia de su dignidad, de su cultura y de su destino. El evangelio tiene que ser para ellos la buena noticia que Cristo destin a todos los pueblos, pero ser cada da ms difcil desarrollar esta tarea si el evangelio les llega como algo tan limitado en virtud de una historia y una ex-presin cultural particulares que les haga imposible captarlo como algo verdaderamente propio.

    En este contexto de misin est hoy puesta a prueba la colegia-

    La colegialidad puesta a prueba 13

    lidad, y con ella la misma Iglesia catlica. El reto contemporneo de la misin exige hoy unas actitudes evangelizadoras en ambientes que desbordan los lmites de las dicesis locales, pero tambin ms restringidas y especficas de lo que es posible abarcar desde una perspectiva universal. La Iglesia necesita una colegialidad cada vez ms efectiva que sirva de base tanto a su unidad como a su adecua-da diversidad para el desarrollo de esta misin.

    Cmo responde hoy la Iglesia a esta prueba? En qu medida consigue superarla la colegialidad? Es demasiado pronto para de-cirlo y estamos demasiado cerca de la experiencia como para dar una valoracin plenamente objetiva. Pero podemos sealar algunos indicios preliminares, podemos discernir algunos resultados inicia-les de la prueba a que est sometida la colegialidad. Por eso hemos pedido a reconocidos expertos e investigadores en la vida de la Iglesia que nos tracen en este volumen un panorama inicial sobre cmo ha funcionado la colegialidad a lo largo de estos veinticinco aos transcurridos desde la clausura del Concilio Vaticano II .

    Nuestro informe est dividido en tres secciones: teora, estruc-turas y prctica. Sobre cada una de ellas diremos unas breves pala-bras que nos ayudarn a obtener una impresin general que luego habr de verificarse a travs de la atenta lectura de los artculos.

    La teora de la colegialidad en su expresin contempornea se encuentra recogida en el Vaticano II . Pero hoy ya es posible hacer varias lecturas del Vaticano II. Herwi Rikhof nos lleva de nuevo a los textos de la Lumen gentium, 22-23, que poseen un valor ca-pital para entender la doctrina conciliar, a la vez que explora tanto el desarrollo de los mismos textos como y es lo ms significati-vo la intencin que se puso de manifiesto en el proceso de la re-daccin.

    La teora misma ha sido puesta a prueba explcitamente por las dos reuniones extraordinarias del Snodo de obispos, la primera en 1969 y la ltima en 1985. Jan Grootaers analiza el modo en que estas dos empresas sinodales trataron de entender el significado de la colegialidad misma. Est claro que las divisiones que se manifes-taron durante el Concilio no han desaparecido, pero las reuniones sinodales evidencian de por s y en cierta medida el valor de la co-legialidad.

    La teora de la colegialidad se manifiesta adems en otras for-

  • 14 } . Provost/K. Walf

    mas, tres de las cuales se analizan en nuestros estudios. Donato Va-lentini estudia los escritos de los telogos con vistas a exponer las posturas teolgicas contemporneas ms importantes acerca de la teora de la colegialidad. Remigiusz Sobaski maneja los documen-tos oficiales de la Iglesia promulgados a partir del Concilio para captar el significado, desde un punto de vista cannico, de la teora de la colegialidad. Heiner Grote nos muestra otra perspectiva, con-cretamente la del investigador que analiza la idea catlica de la co-legialidad desde la perspectiva de un cristiano reformado europeo.

    Cuatro estudios exploran la expresin estructural de la colegia-lidad en la Iglesia veinticinco aos despus del Vaticano II . Ludwig Kaufmann adopta una postura crtica ante el desarrollo del Snodo de los obispos, especialmente a la luz de las expectativas que con-dujeron a su instauracin durante el Vaticano II . Peter Leisching analiza el debate suscitado en torno a las Conferencias episcopales como una estructura enraizada en la colegialidad Joseph Hajjar examina desde la perspectiva de las Iglesias orientales catlicas el significado de los Snodos patriarcales en las propuestas para el nuevo Cdigo de Derecho Cannico Oriental. Pasquale Colella concluye esta seccin con algunas consideraciones sobre el derecho actual en relacin con la eleccin de los obispos.

    En cuanto a las estructuras de la colegialidad, la impresin que obtenemos no deja de ser ambigua. Parece que las dudas en poner por obra las estructuras colegiales van ms all de lo que cabra esperar, dado el nivel de consenso existente acerca de la teora b-sica, a pesar incluso de todas las diversidades que se dan en este terreno.

    Finalmente, cinco autores se fijan en la experiencia prctica de la colegialidad que hoy se vive en la Iglesia y analizan sucesiva-mente las experiencias que se han dado en Amrica del Norte y del Sur, en Europa, Asia y frica. De estos estudios se saca la impre-sin general de que la colegialidad se considera elemento importan-te para la evangelizacin de los pueblos, y en primer lugar a travs de las Conferencias episcopales.

    Thomas Reese fija su atencin en el desarrollo de la Conferen-cia Nacional de Obispos Catlicos como un caso prctico de cole-gialidad en accin en los Estados Unidos. Gervasio Fernandes de Queiroga pasa revista a la historia de la Conferencia episcopal bra-

    La colegialidad puesta a prueba 13

    silea; destaca sus logros y sus tensiones al elegir la opcin en fa-vor de los pobres y al tratar de valorar el impacto de la violencia y la dominacin.

    Luc de Fleurquin sigue el desarrollo del Consejo de Conferen-cias Episcopales de Europa, un grupo multinacional que ha de hacer frente hoy a la situacin de la nueva Europa. Julio X. Labayen nos informa acerca de una organizacin que une a varias Conferencias, la Federacin de Conferencias Episcopales de Asia, que trabaja por difundir el evangelio en un contexto completamente distinto. An-toine Matenkadi Finifini examina la expresin de la colegialidad en la situacin africana, con especial atencin a los esfuerzos por con-vocar un concilio africano, que hoy se designa como snodo africano.

    Por encima de todo, nuestro informe indica que, hasta el pre-sente, la colegialidad ha tenido una recepcin ambigua. Es lo que caba esperar, como antes indicbamos. Pero son muchos los signos alentadores en el sentido de que las generaciones posconciliares estn real y profundamente comprometidas con la idea de la cole-gialidad. No es motivo para desalentarse el hecho de que, tal como era de esperar, la colegialidad se vea puesta a prueba, sino que este proyecto se fortalece y madura en muchos sectores. Pero slo la experiencia de los prximos veinticinco aos dir en qu medida estn justificadas estas esperanzas.

    J. PROVOST K. WALF

    [Traduccin: J. VALIENTE MALLA]

  • EL VATICANO II Y LA COLEGIALIDAD EPISCOPAL UNA LECTURA DE LUMEN GENTIUM, 22 Y 23

    El texto debe ser lo primero cuando se trata de buscar el signi-ficado de un texto. El texto tiene una importancia decisiva para de-terminar lo que en l se dice, se afirma, se sugiere, se propone, se silencia o se niega. Pero en el marco de esa bsqueda se plantean cuestiones sobre el papel que desempea la intencin del autor para determinar el significado: qu peso tiene esa intencin?, puede aclarar algunos puntos?, es determinante para el significado? Lo mismo se puede preguntar con respecto a los anteproyectos y esbo-zos. Tales preguntas reciben distintas respuestas, como lo demues-tra, por ejemplo, la discusin en torno al mtodo histrico-crtico en la exgesis. Sin entrar ahora a fondo en tales cuestiones, doy por supuesto en lo que sigue que la intencin y la prehistoria de un texto no son intiles para la comprensin del mismo y pueden ayudar a esclarecer algunas de sus caractersticas o peculiaridades y, por tanto, contribuir a determinar su significado.

    Los principales documentos del Vaticano II que hablan de la colegialidad episcopal son dos: la constitucin dogmtica sobre la Iglesia, Lumen gentium (1964), y el decreto sobre el ministerio pastoral de los obispos, Christus Dominus (1965). El ms importan-te de los dos es el primero. Adems, por lo que se refiere al tema de la colegialidad, no se advierten grandes diferencias entre el de-creto y la constitucin: sta es citada en el decreto de manera ex-presa y consecuente. Por tanto, para nuestro objetivo puede bastar la lectura de una parte de la Lumen gentium, los prrafos 22 y 23.

    Como queda indicado, a fin de entender mejor este texto recu-rriremos en el anlisis a la intencin y a la prehistoria. En cuanto a la intencin, se presentan varios problemas prcticos. Quines son los autores de la constitucin: los miembros de la comisin que produjeron los distintos textos o los Padres conciliares que los dis-cutieron? Segn la teologa del Concilio, debemos considerar auto-res a los Padres conciliares. Pero entonces surge un problema. Si examinamos en las actas del Concilio las intervenciones orales y es-critas, resulta difcil, dado el gran nmero y la diversidad de tales

    2

  • 18 H. Rikhof

    intervenciones, descubrir algo parecido a la intencin. A la vista del peculiar desarrollo del Concilio, la intencin parece concretarse en dos hechos: el rechazo del primer proyecto durante la primera sesin y la publicacin de la Nota praevia durante las discusiones finales.

    Tambin en lo que se refiere a la prehistoria hay que tomar al-gunas decisiones. Si se considera en sentido amplio la historia que precedi a la Lumen gentium, son muchos los textos y estudios de inters. Pero si se toma esa historia en un sentido restringido li-mitado a los anteproyectos del texto definitivo, entonces halla-mos cinco textos importantes. Ante todo, el esquema de G. Philips, que circul en el primer perodo de sesiones. La segunda versin del mismo fue aceptada el 6 de marzo de 1963 como punto de par-tida para su trabajo por la comisin encargada de redactar un nuevo esquema. Este trabajo se concreta en una tercera versin, que es enviada a los Padres conciliares en el verano de 1963 y se discute durante la segunda sesin. Sobre la base de esta discusin, en el pe-rodo que va de noviembre de 1963 a abril de 1964 se redacta la primera versin de un nuevo esquema; la segunda versin incluye adems las enmiendas de Pablo VI, y esta versin es enviada a los Padres conciliares en julio de 1964. El texto final de la Lumen gentium es la tercera versin de ese tercer esquema \

    I. LA COLEGIALIDAD EN LA LUMEN GENTIUM

    Los prrafos 22 y 23, cuyo tema es la colegialidad episcopal, se hallan en el captulo tercero de la constitucin, despus de tres p-rrafos que se refieren al origen del Episcopado y antes de los rela-tivos a la triple tarea de los obispos y a los sacerdotes y diconos. Esto significa que el tema de la colegialidad ocupa un lugar desta-cado: lo comunitario precede a lo individual (tarea) o distintivo (sacerdotes, diconos). En esta estructura se refleja la estructura total de la Lumen gentium. En otras palabras: la visin global de

    1 Sobre los distintos textos, cf. G. Albergo/F. Magistrett (eds.), Cons-

    titutionis dogmatcete Lumen gentium synopsis histrica (Bolonia 1975).

    El Vaticano II y la colegialidad 19

    la Iglesia que aparece en la constitucin, y cuya caracterstica es que lo comunitario est por encima de lo distintivo, repercute en la re-flexin sobre el ministerio. Pero los paralelismos de esta visin y el influjo de la misma van todava ms lejos. Lo comunitario apa-rece en la constitucin dentro de una concepcin teolgica o his-trico-salvfica de la Iglesia. Concepcin denominada as porque en ella ocupa un puesto central la relacin con la accin salvfica de Dios, Padre, Hijo y Espritu en la historia. Es tpica de esta con-cepcin la atencin que presta, por una parte, a la vertiente inte-rior, la gracia y la salvacin, y, por otra, a la manifestacin his-trica de la misma. Esta nueva visin, que de hecho es la ms an-tigua y significativa en la historia de la Iglesia, puede definirse tambin como visin de comunin.

    Es lgico que, cuando se trata de una cuestin importante en el contexto de tal visin, la visin misma influye en la presentacin y en la argumentacin. Esto significa que el marco histrico-salv-fico repercute en los aspectos que se subrayan y solicitan la aten-cin y tambin en los argumentos que se emplean. Ahora bien, en los primeros prrafos se habla del origen del Episcopado atendiendo a sus races histricas y a su carcter sacramental, con lo cual se adopta el amplio marco teolgico de la visin de comunin. Y ese marco reaparece cuando se habla del colegio de los obispos: la primera parte del prrafo 22 es una repeticin y sntesis de 19-21. As pues, la estructura de toda la Lumen gentium determina con sus amplias consecuencias teolgicas no slo el lugar en que se habla del Episcopado (despus del pueblo de Dios), sino tambin lo que se dice sobre este tema. La colegialidad adquiere as un gran peso y un fundamento adicional: la colegialidad episcopal no es primariamente (o no slo, si queremos decirlo con menos fuerza) una cuestin de los obispos o una visin del ministerio, sino pri-mariamente (o tambin) una cuestin o visin de la Iglesia. La co-legialidad episcopal se sita en una Iglesia como comunidad. Dicho con ms nfasis: las dos se necesitan mutuamente.

    El prrafo sobre el Colegio episcopal y su cabeza (22) puede di-vidirse en tres secciones: sobre el origen del Colegio, sobre la au-toridad y su alcance dentro del Colegio, sobre el ejercicio de la potestad colegial. En la seccin sobre el origen se establece una relacin entre el Colegio de los obispos y el de los apstoles y se

  • 20 H. Rikhof aducen varios datos histricos tomados de la prctica eclesial, los cuales muestran la existencia y la importancia de la colegialidad. La prueba ms clara se ve en los concilios ecumnicos. La condicin de miembro del Colegio se pone en la ordenacin y en la comunin con la cabeza y los dems miembros. En la seccin sobre la autori-dad se dice tanto del Colegio como del Papa que poseen la suprema y plena potestad en la Iglesia. Por lo que toca a la relacin, se determina que el Colegio no tiene autoridad alguna sin el Papa, el cual puede siempre ejercer libremente su potestad. En la tercera seccin se afirma que el Colegio es expresin de diversidad y unidad y que ejerce su potestad en el concilio ecumnico, si bien caben otras formas de accin colegial.

    El prrafo sobre las relaciones dentro del Colegio (23) puede dividirse tambin en tres secciones. La primera trata de la relacin entre obispo e Iglesia local, de modo que el obispo es fundamento de la unidad de esta Iglesia y la representa; la nica Iglesia cat-lica existe en las Iglesias locales y formada por ellas, y el Colegio de los obispos, junto con el Papa, representa a toda la Iglesia. La segunda seccin se refiere a la solicitud que todos los obispos, en cuanto miembros del Colegio, han de tener por la Iglesia universal, solicitud tanto hacia los que pertenecen a la Iglesia como hacia los que no pertenecen. En la tercera seccin se alude a la diversidad de tradiciones surgidas en la historia y a las posibilidades actuales de la colegialidad. Estas tres secciones se unen a lo anterior me-diante la constatacin de que la unin colegial se expresa tambin en las relaciones mutuas de los obispos.

    Este examen, breve y bastante formal, de los prrafos muestra una serie de temas y rasgos que son tpicos de la visin de comu-nin. Adems del marco mencionado tenemos los siguientes: la prctica de la Iglesia primitiva, que se emplea como argumento en favor de la existencia de la colegialidad; la condicin de miembro del Colegio en trminos de ordenacin sacramental, remitiendo as a lo dicho en el prrafo anterior sobre el carcter primariamente sacramental del Episcopado; la atencin que presta el Colegio a la comunidad eclesial; las mltiples formas en que se ha configurado y se puede configurar el servicio; la importancia de la Iglesia local.

    Este examen de los prrafos muestra adems que la organiza-cin y estructuracin de los prrafos resulta bastante farragosa y,

    El Vaticano II y la colegialidad 21

    lo que es ms importante, presenta cierta tensin con respecto al marco anteriormente descrito. Ahora toda la exposicin est domi-nada por la cuestin de las competencias del Papa y del Colegio. Habra estado ms en la lnea del marco histrico-salvfico que esas cuestiones vinieran despus, al tratar de la unidad y de la solicitud pastoral. Cabra argumentar con igual o incluso mayor razn que se poda haber seguido el hilo de la exposicin variando la segunda parte del prrafo 22 con el 23 e integrando el 23 en el 22. As, la exposicin, tras las notas sobre el origen, prestara atencin pri-mero a las relaciones mutuas, en el ms amplio sentido de la pala-bra; despus, a la funcin del Colegio dentro de la comunidad ecle-sial, donde aparecen el concilio ecumnico y las dems formas como distintas maneras de realizar tal funcin, y finalmente, al papel pro-pio del Papa en ese conjunto.

    La misma tensin que aparece aqu la hallamos en la introduc-cin, donde se indica la intencin del captulo. La doctrina relativa a los obispos ser expuesta empalmando con el Vaticano I, en es-pecial con lo que all se dice del Papa. Este punto es importante porque plantea con toda nitidez la cuestin del marco. Se sita la doctrina del Vaticano I caracterizada por una visin apologtica, jurdica y ahistrica de la Iglesia, y volcada sobre el papado dentro de una visin colegial del ministerio de los obispos, de acuerdo con una nocin de Iglesia ms amplia, centrada en la his-toria de la salvacin, una visin de la Iglesia como comunin? O, por el contrario, se mantiene como marco la visin eclesial del Vaticano I, aadiendo algunos matices y complementos accesorios?

    Por lo que se refiere a la conexin con el Vaticano I, se utiliza la expresin in eodem incepto pergens. Expresin que puede en-tenderse de dos maneras. Se puede traducir manteniendo el mismo propsito, como hace G. Philips2. Entonces significa que la doc-trina del Vaticano I constituye el marco para la doctrina sobre los obispos. Y la tensin es clara: el Colegio episcopal es por principio y naturaleza un elemento de concurrencia. Pero la expresin se puede entender tambin en tono neutral, en el sentido de con pos-terioridad, despus, a ttulo de complemento, como hace el

    2 En la traduccin holandesa que aparece en Constituties en Decreten

    van het Tweede Vaticaans Oecumenisch Concille (Amersfoort 1967).

  • 22 H. Rikhof

    mismo Philips en su comentario a. la constitucin3. As entendida, la expresin no ofrece ninguna solucin; antes bien, disimula los problemas, pues la cuestin del marco queda simplemente encubier-ta. Y en ambos casos quedan problemas y tensiones sin resolver.

    En el nivel menor del texto, es decir, en las secciones, aparece la misma tensin, pero an con mayor claridad. Tal es el caso en la parte relativa al ejercicio de la autoridad. La afirmacin de que el concilio ecumnico es la forma solemne en que el Colegio episcopal ejerce la plena y suprema potestad sobre toda la Iglesia va seguida inmediatamente de una indicacin sobre el papel y la competencia del Papa en los concilios. El mismo procedimiento se sigue en los dems actos colegiales. El tono es en ambos casos negativo y res-trictivo. Tambin en el prrafo sobre las relaciones dentro del Co-legio hallamos indicaciones parecidas cuando se trata de la difusin de la fe. Por una parte se subraya, invocando la Escritura y la tra-dicin, que el cuidado de la difusin corresponde a todo el Colegio; por otra se dice que est encomendado en especial a Pedro4.

    La tensin aparece con la mxima claridad en la parte relativa a la autoridad del Colegio episcopal. Las frmulas y el desarrollo de la argumentacin hablan por s mismos. Esta parte comienza con una frase en la que se sugiere una contraposicin con la anterior mediante el empleo de pero (autem). En la parte anterior se afirma la existencia e importancia del colegio con referencias a la Escritura y a la tradicin. Adems, en la proposicin principal se utiliza una formulacin negativa: el Colegio no tiene autoridad (auctoritatem non habet). La proposicin subordinada, en la que se indica bajo qu condicin se habla de autoridad, est dominada por el Romano Pontfice, de quien se dice que es el sucesor de Pedro y la cabeza del Colegio, y que su potestad primacial sobre pastores y fieles permanece intacta. En conjunto, es de notar que los verbos de la proposicin principal y de la subordinada no se corresponden: tener autoridad y entender. Se esperara en verbo como funcionar, o en la principal, en lugar de no tienen

    3 L'glise et son mystre au II' Concile du Vadean. Histoire, texte et

    commentaire de la constitution humen gentium (Pars 1967). 4 En una nota se remite a la encclica de Len XIII Grande munus,

    pero la formulacin es prcticamente una cita literal de la encclica Rerum Ecclesiae, de Po XI.

    El Vaticano II y la colegialidad 23

    autoridad, una expresin ms de acuerdo con la idea de entender. La siguiente afirmacin no se refiere al Colegio, sino al Papa, y tiene la finalidad de apoyar lo que se dice en la precedente proposicin subordinada: la conexin se establece mediante porque (enim). Aqu predominan palabras que indican algo absoluto y excluyen relacin o relativizacin: pastor de toda la Iglesia (totius Ec-clesiae Pastoris), potestad plena, suprema y universal (plenam, supremam et universalem potestatem), siempre (semper), li-bremente (libere). Este rasgo queda todava ms subrayado al aludir a la potestad en virtud de su cargo (vi numeris sui).

    El perodo siguiente se refiere al Colegio y es central en esta parte. La proposicin principal trata del Colegio como sujeto de la plena y suprema potestad en la Iglesia universal. En la formulacin se establece una contraposicin con lo que precede mediante pero (autem), mientras que el empleo de tambin (quoque) sugiere una equiparacin. El verbo existir indica que, en contraposicin con el Papa, aqu no se habla de una identificacin plena. Esta pro-posicin principal est sobrecargada con aposiciones y proposicio-nes subordinadas. Mediante dos de estas proposiciones se insiste una vez ms, en el marco del pensamiento sobre el Colegio, punto ya expuesto en los dos primeros prrafos de este captulo y repetido en la primera parte del presente prrafo: que sucede al Colegio de los apstoles en el ministerio pastoral, ms an, en quien per-dura continuamente el Colegio de los apstoles. Al mismo tiempo se indica, de manera absoluta, la vinculacin con el Papa: junto con ... y nunca sin (una cum ... numquam sine). Esto recibe an mayor nfasis en una proposicin subordinada en la que se indica que tal potestad nicamente se puede ejercer con consentimiento del Papa (nonnisi).

    El final de esta parte es un argumento en favor de esa idea cen-tral y contiene referencias a la Escritura. Aqu reaparece la misma estructura que hemos encontrado en las lneas precedentes. La aten-cin se dirige en primer lugar a Pedro, a quien se dedican expre-siones absolutas: solamente a Simn (unum Simonem), pastor de todo su [de Cristo] rebao (Pastorem totius sui gregis). El Colegio de los apstoles aparece en segunda instancia y con la indi-cacin unido a su cabeza (suo Capiti conjuncto). Al hablar aqu del Colegio se afirma de la misin de atar y desatar que sta fue

  • 24 H. Rikhof concedida a Pedro y luego se dice tambin al Colegio. Los ver-bos que se emplean en relacin con Pedro indican inmediatez: puso (posuit ... constituit), mientras que al Colegio se le aplica una expresin distante e indirecta: consta que se concedi (tri-butum esse constat), expresin que entraa una nota de contra-posicin y duda.

    Esta lectura nos descubre un texto lleno de vaguedades, movi-mientos contrapuestos y tensiones no resueltas. El marco en que se habla de la colegialidad resulta central. Es esta constatacin la ltima palabra o se puede y se debe decir ms leyendo el texto con la mirada puesta en la prehistoria y la intencin?

    I I . PREHISTORIA DEL TEXTO

    Quien examina las sucesivas versiones de los anteproyectos ad-vierte, en primer lugar, que el primer proyecto de Philips (noviem-bre de 1962) no es totalmente distinto del esquema oficial. Hay im-portantes diferencias en cuanto a temas y matices, pero se puede hablar de una incorporacin parcial de propsitos y de texto. Un ejemplo interesante y significativo lo tenemos en el prrafo relativo al Primado y Episcopado, donde se trata de la colegialidad. Si nos fijamos en el planteamiento de todo el captulo vemos que Philips lo tom en gran parte del esquema, pero completndolo con unos prrafos iniciales sobre las races bblicas del Episcopado y del Co-legio episcopal y con otros sobre el triple ministerio. As se explica la sorprendente colocacin de los prrafos sobre la colegialidad al final del captulo, lugar que contrasta con la nueva atencin que se presta al Colegio al principio del captulo. Philips, al introducir precisamente al principio unos prrafos nuevos sobre el funda-mento bblico del Colegio episcopal, cambi el propsito del esque-ma oficial; pero, dado que se mantuvo en ese propsito, el cambio no resulta coherente y acertado.

    Sobre este mtodo de asumir en parte y cambiar en parte con-viene hacer algunas observaciones. Es claro que, desde el principio, en el texto hay una tensin entre dos distintos intereses y visiones de la Iglesia. En otras palabras: el texto es, desde su nacimiento, resultado de un compromiso, con todas las ventajas y desventajas

    El Vaticano II y la colegialidad 25

    que ello implica. Lo cual demuestra por qu la comisin acept ese texto y no otro de los muchos proyectos que circulaban. Es cierto que fue rechazada la sugerencia de trabajar, pese a la crtica de los Padres conciliares, sobre la base del esquema oficial, pero la alter-nativa radical de un comienzo totalmente distinto era claramente imposible. As se explica que, al no quedar realmente aclaradas o situadas las relaciones entre dichas visiones o intereses, se d aqu una fuente de tensin y discrepancia permanente. Es caracterstico que, para indicar la conexin con el Vaticano I, se emplee la ex-presin ambivalente in eodem incepto pergens y que esta expre-sin se haya mantenido en el texto definitivo.

    Quien examina las sucesivas versiones se sorprende de que las variaciones, modificaciones y adiciones, lejos de eliminar la tensin, la hayan intensificado. En concreto, las variaciones se centran en dos puntos. As, en la segunda versin (finales de 1962 a principios de 1963) se concede mayor atencin a la colegialidad: los prrafos sobre la colegialidad adquieren ms relieve, y, en lugar de sobre el Primado y el Episcopado ahora se habla sobre el Colegio episco-pal y su cabeza. Y dentro del prrafo se atiende ms al Colegio: al determinar la existencia de ste no se apela a la Escritura, sino a la antigua prctica litrgica de que participen varios obispos en la ordenacin episcopal. Despus se ha introducido un prrafo en el que se da una definicin del Colegio. La parte relativa al Colegio como sujeto de la potestad suprema, que en la versin anterior fi-guraba en el otro prrafo sobre las relaciones de los obispos con la Iglesia universal, pasa ahora a este prrafo. Tambin se amplan los actos del Colegio: no slo se menciona el concilio ecumnico, sino tambin otras posibilidades (consulta por escrito). En el p-rrafo sobre las relaciones de los obispos dentro del Colegio aparece como elemento nuevo el afecto colegial; este afecto puede plas-marse concretamente en grupos de colaboracin entre obispos. As pues, en esta versin se perfila una lnea que subraya la importan-cia del Colegio: tras una constatacin histrica se define la nocin y la funcin.

    Pero la tercera versin (mayo de 1963) introduce en el prrafo sobre el Colegio episcopal y su cabeza una serie de cambios en vir-tud de los cuales esa estructura, bastante clara, se hace menos clara. Los cambios se refieren a la potestad y al papel del Papa. Son los

  • 26 H. Rikhof

    siguientes. En la definicin, en vez de el Colegio no es autntico si no..., se dice: el Colegio no tiene autoridad si no... 5. Y an-tes de la parte siguiente, relativa a la funcin (sujeto de la potestad suprema), se dice: El Romano Pontfice tiene en la Iglesia por s mismo (per se) potestad plena y universal. Tambin en la parte relativa al concilio ecumnico se presta mayor atencin al papel del Papa. En lugar de la indicacin casi incidental de que no se puede hablar de concilio ecumnico si el Papa no lo ha aprobado o reco-nocido, ahora se dice que la convocacin de un concilio ecumnico es prerrogativa del Papa; adems se indica que, desde el punto de vista histrico, no existe concilio ecumnico si el Papa no lo confir-ma y reconoce como tal. Tambin en la parte referente a otras for-mas de colegialidad se introducen cambios que apuntan en la misma direccin. A la potestad colegial se aade ahora junto con el Papa y se repiten los elementos sealados a propsito del concilio ecumnico: el Papa ha de invitar a una accin colegial o aprobarla para que sta sea autnticamente colegial. Mediante tales cambios, la tercera versin ms que la segunda se sita bajo el signo de la potestad y su ejercicio, y sobre todo bajo el signo de la concu-rrencia y competencia.

    As, en el momento en que los Padres conciliares reciben el nue-vo esquema, la tensin, que ya apareca en el primer proyecto, au-menta por ambos lados. Esa tensin aumenta an ms cuando, du-rante el verano, se toma la decisin de poner un captulo sobre el pueblo de Dios antes del relativo a la jerarqua. De este modo, lo comunitario adquiere prioridad en la visin de la Iglesia, aunque todava no se sacan las consecuencias de ello.

    Idntica evolucin se advierte en la segunda fase. En la primera versin (abril de 1964), en la cual son elaboradas las discusiones y propuestas de los Padres conciliares, se subraya en diversos mo-mentos la colegialidad. Despus del argumento derivado de la prc-tica litrgica, se ampla ahora la base histrica que avala la exis-

    5 As se explica la extraa combinacin de tener autoridad y enten-

    der a que hemos aludido antes. Este cambio de es autntico por tiene autoridad, con la consecuencia de una forzada combinacin, es quiz el ejem-plo ms elocuente y caracterstico de lo que sucedi constantemente durante la preparacin.

    El Vaticano II y la colegialidad 27

    tencia del Colegio, la cual tiene una expresin, entre otras, en los concilios ecumnicos. El concilio ecumnico no se describe ya como una forma extraordinaria y solemne del ejercicio de la potestad, sino tan slo como solemne (y, por tanto, ordinaria). Se introduce una nueva parte sobre la condicin de miembro del Colegio, y no slo se menciona un argumento jurdico, sino que se invoca en primer lugar la ordenacin sacramental. En el prrafo sobre las relaciones de los obispos se subraya en un nuevo fragmento la peculiaridad de la Iglesia local, recordando la diversidad y riqueza de tradi-ciones.

    Pero, especialmente en la segunda versin, en la que se incluyen las enmiendas de Pablo VI, dentro de la parte relativa al ejercicio de la potestad colegial se advierte una serie de cambios, todos los cuales tienen que ver con el papel del Papa y lo corroboran y con-traponen al del Colegio. Se trata principalmente de expresiones que, al leer la Lumen gentium, sorprenden por su carcter absoluto: la potestad primacial permanece intacta, pastor de toda la Iglesia, ejercer siempre libremente la potestad, slo a Simn.

    El anlisis de la evolucin permite ver que la tensin y las con-traposiciones que se advierten en el texto definitivo de la Lumen gentium tienen hondas y fuertes races. Aunque en las exposicio-ns aparecen indicios (planteamiento y estructura, mayor atencin e importancia) de que es determinante el tema de la colegialidad, y en relacin con l el marco histrico-salvfico de la comunin, la cosa no es evidente. S lo es, en cambio, que las formulaciones, relativamente explcitas, sobre la colegialidad han experimentado una reelaboracin que incrementa la tensin. Por ello es tambin necesario tener en cuenta la intencin subyacente a las reflexiones y preguntar si esta intencin estaba en el nimo.

    I I I . LA INTENCIN

    1. El rechazo del primer esquema

    El 13 de noviembre de 1962 se distribuye a los Padres conci-liares el esquema sobre la Iglesia, a cuya elaboracin se han dedi-cado dos aos. Se discute en la primera semana de diciembre. El cardenal Ottaviani lo presenta con un discurso en el que dice que

  • 28 H. Rikhof

    sobre este documento se har, sin duda, una crtica cada vez ms fiable. De hecho, la acogida es entre crtica y muy crtica. Durante la discusin resulta cada vez ms claro que la mayora no quiere por principio aceptar el esquema y opina que debe ser devuelto para someterlo a una revisin y reelaboracin radical6.

    El esquema rechazado consta de once captulos. Tras un primer captulo sobre la naturaleza de la Iglesia siguen otros sobre los miembros, el ministerio, los obispos residenciales, la perfeccin evanglica, los laicos, el magisterio, la obediencia, las relaciones Iglesia-Estado, el ecumenismo. En el captulo de los obispos resi-denciales se habla de la misin del obispo, la relacin Papa-Epis-copado, la relacin obispo-Iglesia universal y el Colegio de los obispos.

    La disposicin y los ttulos de los captulos reflejan ya una vi-sin de la Iglesia muy interesada por los aspectos jurdicos e ins-titucionales y atenta a los rasgos del planteamiento apologtico que ha dominado durante siglos la reflexin sobre la Iglesia. As lo demuestra, en el primer captulo, la total identificacin del Cuerpo mstico con la Iglesia catlica romana. En los captulos siguientes la Iglesia es considerada desde arriba. Las relaciones dentro de la Iglesia son tratadas mediante el esquema hablar (ministerio) y callar (laicos), y las relaciones hacia fuera mediante el esquema de las re-laciones internacionales. En el captulo sobre los obispos residen-ciales, esta visin de la Iglesia se traduce en una atencin perma-nente y casi exclusiva a la potestad y las normas. En el prrafo so-bre el Colegio episcopal se regulan dos cosas: la potestad y ejercicio de la misma y la pertenencia al Colegio. El Colegio, se dice, es su-jeto de la plena y suprema potestad, siempre que, legtimamente, la ejerza de manera extraordinaria y en subordinacin al Vicario de Cristo. En este contexto, tras aludir a la teologa de los concilios ecumnicos, aparece la afirmacin de que se cree (creditur) que el Colegio es sujeto de tal potestad. El modo de ejercer la potestad

    Algunos de los Padres conciliares que abogaban por una revisin radi-cal del esquema (las cifras remiten a las pginas de Acta Synodalia Sacro-sancti Concil Oecumenici Vaticani Secundi I) son los siguientes: Alfrink (136), De Smedt (142-144), Dopfner (185-186), Marty (193), Huyghe (197), Frings en nombre de todos los obispos de lengua alemana (220), Suenens (222-227), Bea (230), Montini (291-294), Ghattas (377), Volk (388).

    El Vaticano II y la colegialidad 29

    es calificado de especial porque como se desprende de una nota a pie de pgina los concilios ecumnicos no son necesarios. A lo cual se asocia la conclusin de que una accin del Colegio, dado su carcter jurdico, no es de institucin divina. En cuanto a la perte-nencia al Colegio se afirma que todos los obispos residentes que viven en paz con la sede apostlica son miembros por derecho pro-pio (suo iure). Nadie puede ser miembro sin el asentimiento, ex-plcito o implcito, del sucesor de Pedro.

    Tal esquema, como queda dicho, es objeto de fuertes crticas. La ms elocuente procede del obispo de Brujas, De Smedt, quien califica el documento de jurdico, triunfalista y clericalista. Estos tres trminos pueden considerarse como una indicacin negativa de la intencin de los Padres conciliares. Si se toma el texto completo de la Lumen gentium y se compara con el primer esquema se puede ver, tanto en la estructura como en los temas, una serie de opciones positivas. No aparece en primer plano el aspecto jurdico ni tam-poco las estructuras, sino el misterio de Dios, la vinculacin al Pa-dre, el Hijo y el Espritu, la historia de la salvacin y de la gracia en favor de los hombres. La Iglesia no es primariamente la jerar-qua y no se caracteriza por una doble circulacin en sentido nico de hablar y escuchar, sino que lo primero es el pueblo de Dios, la comunidad de los fieles, los cuales, en virtud de su bautismo, par-ticipan del oficio sacerdotal, regio y proftico de Cristo; dentro de la comunidad, el ministerio es un servicio a la misma comunidad. La misma Iglesia no ocupa el puesto central ni es el fin, sino que es transparente y apunta a Dios y al mundo: es un sacramento, ins-trumento y signo de la unidad entre Dios y los hombres; la Iglesia est en camino y necesita una reforma constante.

    Si no hubiera alternativas, el punto de arranque negativo de-bera ser un componente de la interpretacin de la Lumen gentium. Pero el hecho es que hay claras alternativas, y stas, en caso de am-bigedad o imprecisin, son sin duda decisivas para determinar el sentido de este documento como documento conciliar7. Sobre esta base, y en lo que se refiere a la cuestin de la colegialidad, debemos decir que la ambigedad y la tensin que aparecen en el texto defi-

    7 Se puede decir, por supuesto, que la visin es total o parcialmente

    inexacta, pero no que no es la visin del Concilio.

  • 30 H. Rikhof nitivo, y cuyas races se hallan en la prehistoria del mismo, pueden y deben resolverse en principio recurriendo a esa intencin. El mar-co no es el Vaticano I, sino el Vaticano II .

    2. La Nota praevia

    La llamada Nota praevia, en cuyos cuatro puntos se determina la interpretacin de LG 22, es objeto de muchas discusiones y de juicios muy diferentes. Se puede interpretar el texto en el sentido de que la Nota ofrece en ciertos puntos una clarificacin que no es superflua, pero tampoco estrictamente necesaria, y en otros dice lo mismo que la Lumen gentium. Pero tambin se puede leer en el sentido de que, especialmente en lo que toca a la posicin del Papa, son tales las diferencias con respecto a la constitucin, que viene a ser una delimitacin de la misma. A propsito de la intencin es importante hacer aqu unas breves precisiones.

    Los puntos tercero y cuarto tocan el ncleo de la cuestin: el Colegio como sujeto de la suprema y plena potestad. Se hacen dos distinciones: por una parte, entre el Papa y el Colegio (Papa y obispos); por otra, dentro del Colegio, entre el Papa como ca-beza y los obispos. En ambos casos se trata de la posicin del Papa, que no se discute, y de la diferencia en la relacin. Estos dos elementos aparecen en las varias observaciones que se refieren directamente al Papa y en la nica que se refiere al Colegio. El Papa tiene encomendado el cuidado de todo el rebao, cuidado que puede ejercer personal o colegialmente, segn su juicio (iudi-cium). En el ejercicio colegial sigue su propio criterio (secundum propriam discretionem) por lo que toca al modo de ejercerlo, y lo hace con la mirada puesta en el bien de la Iglesia. El Papa ejerce su potestad en todo tiempo como le plazca (ad placitum), segn como lo exija su ministerio. En cambio, del Colegio se dice que existe siempre, pero no acta permanentemente como Colegio.

    Este texto, como decimos, se puede leer de dos maneras, y en favor de las dos es posible hallar argumentos en el mismo texto. En favor de que no hay grandes diferencias entre la Lumen gen-tium y la Nota se pueden sealar, con respecto al Colegio, dos cosas: la precisin de que existe siempre, pero no acta perma-nentemente deja en claro su existencia; la expresin de que el

    El Vaticano II y la colegialidad 31

    Colegio no puede actuar sino con consentimiento del Papa indica que no depende de una autoridad externa. Adems, se puede ar-gir que en la Lumen gentium y en la Nota corresponde al Papa el cuidado de todo el rebao, que l acta en virtud de su minis-terio y es la cabeza del Colegio, el cual no puede funcionar sin el Papa. Por ltimo, es posible sealar varias delimitaciones del ejer-cicio de la potestad en la Iglesia (bien de la Iglesia, exigencias del ministerio) que sitan lo estrictamente jurdico en el marco ms amplio e importante de lo moral y relacionan la obediencia, por ejemplo, con la revelacin.

    En favor de que hay grandes diferencias se puede alegar la gran atencin que se concede al Papa. El marco para entender la colegialidad es el del Vaticano I. Adems, de la independencia del Papa se habla no ya en trminos absolutos, sino absolutistas: a su juicio, segn su criterio, como le plazca. Tambin se puede sealar lo siguiente: En una de las ltimas revisiones, la comisin decidi no aceptar una propuesta de modificacin presentada por Pablo VI, porque era superflua y demasiado simplificadora. Se trataba de la frmula el Papa, unido al nico Seor (uni Domino devinctus), llama a los obispos a una accin colegial. En la Nota no slo se da un sentido inverso a la decisin, sino que se intro-duce una mayor exigencia. Por ltimo, en cuanto a la colegialidad, se puede constatar que sta no slo est coartada por ese absolu-tismo, sino que se ve disminuida por el nfasis en que el Colegio no acta permanentemente. La colegialidad es considerada nica-mente de una forma restringida y est mejor planteada en el pri-mer esquema que en el ltimo. Pero la disminucin va an ms lejos, pues se argumenta que el Colegio posee autoridad, porque la negacin de la misma tambin negara la potestad del Papa, ya que l es la cabeza del Colegio. Con lo cual desaparece la auto-noma del obispo y la Iglesia local8.

    A este respecto merece la pena que nos fijemos no slo en la Nota, sino tambin en sus circunstancias, es decir, no slo en el

    8 Un amplio anlisis de la nota y una extensa presentacin de la segunda

    visin en J. Ratzinger, La colegialidad episcopal, en G. Barana (ed.), La Iglesia del Vaticano II, vol. II (Barcelona 1967), y su comentario en Das Zweite Vatikanische Konzil (LThK), parte I (Friburgo, etc., 1966) 348-359.

  • 32 H. Rikhof texto, sino tambin en el hecho de la Nota. Por el comienzo de la misma se ve claro que su autora corresponde a la comisin. Aunque est claro que ella no tom la iniciativa de redactarla ni trabaj sola en su preparacin, esto no quita que sea obra de la misma9.

    Si se concede todo su peso a estos datos, la interpretacin ms lgica parece ser la que considera que la Nota est de acuerdo con la Lumen gentium (y, por tanto, que es superflua). Su importan-cia, en consecuencia, es ms psicolgica que de contenido. La Nota ha desempeado un papel en el logro de un consenso, pero no ayuda a penetrar en el contenido del consenso. Es como una es-calera de la que se puede prescindir porque se ha alcanzado lo que se buscaba. Y aunque no se opte por esta solucin lgica, la Nota es un documento de la comisin y no un indicio de la inten-cin de los Padres conciliares.

    Pero la Nota tiene otra vertiente. Es introducida con la indi-cacin de que procede de una instancia superior y no est firmada por el presidente de la comisin, sino por el secretario general del Concilio. Adems, es presentada como la interpretacin normativa de la humen gentium y como una pieza aadida a los documentos del Concilio. Si la Nota es leda a los Padres conciliares el 16 de noviembre, un da antes de la ltima votacin particular sobre el captulo tercero, sa es la primera vez que tiene noticia de ella. La Nota fue preparada en secreto y no a peticin de los Padres conciliares. Sobre ella no se pudo discutir ni votar. En resumen: un procedimiento extraordinario. Estos datos apuntan claramente en el sentido de una interpretacin de la Nota en clave de dife-rencias con respecto al texto de la Lumen gentium, la cual fue aprobada con una mayora de dos tercios. Porque, cul sera la razn de ese paso extrao si la Nota coincidiese en contenido con la Lumen gentium? El procedimiento parece demasiado oneroso tan slo para influir psicolgicamente en un consenso general. La Nota, si se debe interpretar as, ofrece paradjicamente un indicio de la intencin de los Padres conciliares: indica qu es lo que ellos no queran. La interpretacin reductora y centralista que aparece en la Nota resulta contraria a la intencin de la inmensa

    9 Cf. J. Ratzinger, La colegialidad episcopal, art. cit.

    El Vaticano II y la colegialidad 33

    mayora, y as debe considerarse. El segundo momento de impor-tancia por lo que toca a la intencin ofrece as el mismo resultado que el primero.

    CONCLUSIN

    La lectura de LG 22-23 muestra que el texto no proporciona una visin clara e inequvoca sobre el lugar y el contenido de la colegialidad. El anlisis de la prehistoria muestra que la tensin fue continua y que tiene profundas races. Por su parte, el an-lisis de la intencin muestra que, en principio, los movimientos contrapuestos deben entenderse en el sentido de una visin en la que tenga todo su peso el lugar central de la colegialidad. En fin, la historia posterior al Concilio debe mostrar si esta solucin de principio se ha convertido en realidad.

    H. RIKHOF [Traducin: A. DE LA FUENTE]

  • LA COLEGIALIDAD EN LOS SNODOS DE LOS OBISPOS: UN PROBLEMA POR RESOLVER

    A primera vista parece muy sencillo examinar rpidamente lo que cada uno de los Snodos extraordinarios de 1969 y 1985 en-tendi por colegialidad. Habra que ver adems las consecuen-cias que de ah dedujo cada una de las dos asambleas. En realidad, ha resultado que la respuesta es ms compleja de lo previsto, y en todo caso lo es si se pretende darla en el espacio concedido a un artculo de revista.

    Nuestra intencin es, por consiguiente, esbozar una breve com-paracin entre los dos Snodos a modo de introduccin, para ana-lizar seguidamente, y con mayor detenimiento, el debate de 1985 y algunas de sus conclusiones.

    I . COMPARACIN INTRODUCTORIA

    Se impone una primera impresin. Cuesta trabajo imaginar dos acontecimientos eclesiales ms contrastantes que los Snodos de 1969 y 1985, pues la atmsfera general y el contexto histrico diferan profundamente. Tampoco eran los mismos el entorno teo-lgico y la memoria colectiva, pues los Padres sinodales de 1985 ignoraban en su mayor parte casi todas las conclusiones de 1969 y tampoco los dirigentes del Snodo de 1985 tenan mucho inters en recordar los precedentes de 1969.

    A pesar de todo, eran muchos los nexos existentes entre las dos asambleas sinodales. Las dos eran extraordinarias (es decir, que slo se reunan los presidentes de las Conferencias episcopa-les) y estaban consagradas a una evaluacin de la recepcin del Va-ticano II, predominantemente al tema de la colegialidad.

    Tendramos que hacer aqu una distincin entre el orden del da oficial, que se cea en todo (en 1969) o en parte (en 1985) a la cuestin de la colegialidad en la Iglesia y a las preocupa-ciones que de hecho retuvieron la atencin. En 1969 se trataba sobre todo de precisar los lmites de la funcin primacial por una

  • 36 J. Grootaers

    parte y, por otra, de establecer una cierta reciprocidad entre los episcopados y la Santa Sede.

    La cuestin de los lmites de la funcin primacial haba desem-peado un papel importante en el Concilio Vaticano II . Ya en mayo de 1964 haba enviado Pablo VI a la Comisin doctrinal del Concilio una enmienda segn la cual el Papa, al apelar al Colegio, slo tena que dar cuentas a Dios (uni Domino devinctus). Esta proposicin fue rechazada por excesivamente simplificadora. Algunos telogos del Concilio, entre ellos G. Philips y J. Ratzin-ger, dieron explicaciones acerca del tema '. La relatio introductoria del Snodo de 1969 (del cardenal F. Marty) prev unas normas objetivas a las que ha de estar sometido el ejercicio de la funcin primacial. Esta misma idea se retoma en el informe final (de A. Antn) del Snodo.

    En cuanto a la reciprocidad entre el centro y la periferia, los Padres sinodales de 1969 se mostraron casi unnimes en exigir su aplicacin tanto en la cooperacin como en la coordinacin (concretamente a travs del intercambio regular de informaciones) entre la Santa Sede y las Conferencias episcopales, con lo que la funcin de stas resultaba considerablemente revalorizada.

    Por otra parte, los Padres de 1969, especialmente en sus circuli minores, deseaban realzar la institucin misma del Snodo a fin de abrir un cauce nuevo al trabajo colegial de los obispos.

    Lamentablemente, ninguno de estos votos explcitos pudo des-embocar finalmente en los vota del Snodo de 1969, cuya versin final result considerablemente edulcorada en el ltimo minuto.

    En 1985 fueron otras las preocupaciones, que de hecho termi-naron por dominar el debate sinodal. Afloran ahora la preocupacin muchas veces implcita de acentuar la continuidad entre el Vaticano II y los concilios precedentes, la tradicin reciente de la Iglesia con el fin sobre todo de tranquilizar a los espritus in-quietos y tambin la preocupacin por subrayar las dimensiones

    1 Cf. G. Philips, L'glise et son mystre au II' Concile du Vatican I

    (Pars 1967) 304; J. Ratzinger, Kommentar zu den Bekanntmacbungen, en Lexikon fr Theologie und Kirche - Das Zweite Vatikanische Konzil I (Fri-burgo 1966) 355-356. Documentacin sobre la enmienda de Pablo VI en mayo de 1964 en J. Grootaers, Primante et Collgialit - Le dossier de G. Phi-lips sur la Nota explicativa praevia (Lovaina 1986) 134-138.

    La colegialidad en los Snodos de los obispos 37

    espirituales de la eclesiologa, relativizando al mismo tiempo la necesaria reforma de las estructuras eclesiales.

    Esa diferencia entre dos Snodos episcopales que, sin embargo, versaban sobre el mismo tema, concretamente el de la colegialidad, revela hasta qu punto se modific la dinmica del acontecimien-to sinodal entre 1969 y 1985. Una cosa nos parece cierta: que las cuestiones planteadas en 1969 por la mayor parte de los Padres en relacin con las estructuras de la Iglesia quedaron entonces sin respuesta, ya que estas mismas cuestiones volvieron a ser plantea-das en el Snodo de 1985. Nadie negar que, al menos en este sentido, las dos asambleas estuvieron conectadas entre s por un nexo muy tenaz.

    Bastar como prueba el final del prrafo sobre la eclesiologa contenido en el informe introductorio del cardenal Danneels en noviembre de 1985: Quedan ciertas cuestiones teolgicas por resolver: cul es la relacin entre Iglesia universal e Iglesias particulares? Cmo promover la colegialidad?... Las respuestas, por otra parte, mencionan un deseo de mejorar sensiblemente las relaciones entre las Iglesias particulares y la Curia romana. Final-mente, los informes insisten en una informacin, una consulta mutua y una comunicacin intensificadas 2. Estas pocas lneas de 1985 resumen fielmente, pero sin pretenderlo, el orden del da tratado en el Snodo de 1969.

    II. EL DEBATE DE 1985 EN SESIN PLENARIA

    No cabe subestimar la importancia de la encuesta realizada como preparacin del Snodo de 1985. Para las Conferencias epis-copales se trataba, ni ms ni menos, que de evaluar veinte aos de recepcin del Vaticano II. (Recurdese que slo una pequea parte de esta documentacin nica ha sido publicada.)

    1. El informe introductorio El informe introductorio del cardenal Danneels, relator

    oficial del Snodo de 1985, secundado por W. Kasper, secretario

    1 Cf. Vingt ans aprs Vatican II (Pars 1986) 52-53.

  • 38 J. Grootaers

    especial, est basado principalmente en los resultados de la en-cuesta preparatoria. Este informe subraya la acogida y los resul-tados positivos del Vaticano II , a pesar de algunos fenmenos ne-gativos, que no se silencian, pero que son tratados con modera-cin. De este modo se fij desde un principio el tono del Snodo; con ese tono contrastara luego claramente la interpretacin uni-lateral de las secuelas del Concilio dada por el cardenal Ratzinger en la entrevista reciente Ecco perch la fede in crisi3.

    El relator se esforz por desdramatizar las tensiones existen-tes y procur prevenir, en la medida de lo posible, las polmicas excesivamente agrias. En el orden del da anunciado aparece la arquitectura de la obra conciliar:

    1) El misterio de la Iglesia (Lumen gentium). 2) Las fuentes (Biblia y liturgia). 3) La Iglesia en tanto que comunin. 4) La misin, hoy (Gaudium et spes). Esta misma articulacin se mantendr en el informe interme-

    dio y en el informe final. La eclesiologa ocupa un lugar destacado en este conjunto. Si

    el posconcilio dio origen a una toma de conciencia renovada de la misin proftica y de la responsabilidad de todos, no es menos cierto que el ncleo de la crisis se sita en la doctrina sobre la Iglesia, que ha sido recibida de manera unilateral y superficial. A partir de ah se plantea adems una crisis de confianza en la Iglesia. Tal es el informe que inaugura el Snodo4.

    Sin embargo, la principal preocupacin de los Episcopados in-terrogados era promover la profundizacin en los textos concilia-res para desembocar en una puesta en prctica autntica. Pasadas la euforia provocada por el Vaticano II y la decepcin que le si-gui, se inicia una tercera fase: la del descubrimiento ms equili-brado de los textos del Concilio.

    El debate en sesin plenaria constituye sin duda alguna la parte ms dinmica del procedimiento sinodal. En 1985, este debate

    3 Cf. la revista Jess, nmero de noviembre de 1984.

    4 El informe del cardenal Danneels en Vingt ans aprs Vatican II (op. cit.)

    50 y 52.

    La colegialidad en los Snodos de los obispos 39

    permiti a la gran mayora de los miembros del Snodo expresar su adhesin a las grandes propuestas del Vaticano II y su deseo de valorar ms sus aplicaciones concretas. La corriente de fe y esperanza que recorri entonces la asamblea alentaba todas las esperanzas de una recepcin futura de los textos conciliares. Quedaban lejos las posturas de los laudatores temporis acti.

    2. Los temas principales

    Por lo que respecta a la colegialidad en la Iglesia, tema que nos corresponde tratar aqu, fue objeto de las intervenciones ms importantes de los representantes de las Iglesias occidentales. A los ojos de los portavoces de las jvenes Iglesias, el problema ms urgente era el de la inculturacin, con sus implicaciones para la liturgia, la catequesis y tambin la reflexin teolgica.

    Se poda constatar por encima de todo una interaccin entre los dos temas, pues la viabilidad de una inculturacin est esen-cialmente condicionada por el espacio de que pueden disponer la Iglesia local y la Conferencia episcopal. Podramos decir que la preocupacin de las jvenes Iglesias por expandir la Iglesia local desemboca en la corriente ms amplia que se pronuncia a favor de una imagen colegial de la Iglesia. Este giro caracterstico tuvo por consecuencia que las intervenciones de los oradores de las jvenes Iglesias estuvieran concebidas de manera ms constructi-va, mientras que algunos portavoces del mundo noratlntico reve-laban muchas veces un estilo ms crtico con respecto a las ins-tancias romanas.

    Por lo dems, resultaba difcil establecer en todo momento una distincin clara entre la cuestin de las Conferencias episco-pales y la de la colegialidad. Los Padres sinodales que se expresa-ban a favor de las Conferencias episcopales o del Snodo de los obispos tomaban posicin, explcita o implcitamente, contra una centralizacin de inspiracin romana.

    Y a la inversa, se poda constatar que los discursos favorables a la centralizacin adoptaban un tono crtico con respecto a la funcin del Colegio episcopal y a ciertos mbitos en que se haca patente la posibilidad de aplicar el principio de la colegialidad. Uno de los puntos cruciales del debate sobre la colegialidad en

  • 40 J. Grootaers

    noviembre de 1985 fue sin duda alguna la cuestin del estatuto de las Conferencias episcopales. Las tomas de posicin negativas del cardenal Ratzinger a propsito de este tema lograron alertar a los ms pacficos. Una minora de los Padres defenda una lectura restrictiva de la Lumen gentium; no reconocan el ejercicio de un verdadero magisterio episcopal sino en dos casos: el de un concilio general y el de cada obispo individualmente en su dicesis. Esta corriente minoritaria exiga examinar el estatuto teolgico de las Conferencias episcopales y la amplitud de la participacin en el magisterio de la Iglesia, si es que tal participacin exista real-mente.

    Sin embargo, una mayora muy amplia se manifest a favor de una visin de las cosas muy diferente. Impulsados por los obis-pos norteamericanos y anglosajones, numerosos Padres pedan que el estatuto de las Conferencias episcopales se fundamentara no slo en motivos de orden pragmtico o jurdico, sino sobre unas bases teolgicas.

    Desde esta perspectiva se reconoca implcitamente que cada obispo habra de tener en cuenta la autoridad de la Conferencia y que sta estaba autorizada, sin perder de vista las circunstancias particulares de sus actividades pastorales, a elaborar ciertas tomas de posicin pblicas, por ejemplo en los Estados Unidos. En efec-to, en el curso de los ltimos decenios hemos asistido a una amplia diversificacin y a una revitalzacin extraordinaria de las Iglesias locales, de modo que las tomas de posicin de la Iglesia se han aproximado considerablemente a la realidad concreta de las Igle-sias locales. Esta diversificacin en el mbito de las orientaciones sociales ha sido posible gracias a las aplicaciones del principio de la colegialidad en los Snodos episcopales, las Conferencias conti-nentales y los Episcopados nacionales.

    La tendencia centralizadora que se impuso en el texto final de los vota de octubre de 1969 se expres con mayor fuerza en el seno de la corriente minoritaria de noviembre de 1985. Si esta postura llegara un da a plasmarse en hechos, constituira una ame-naza grave para toda la evolucin, tan fructfera, del posconcilio.

    Sealemos ante todo que el informe final de 1985 exigir un estudio sobre el problema del estatuto teolgico de las Confe-rencias episcopales sin referencia alguna ni a la revalorizacin exi-

    La colegialidad en los Snodos de los obispos 41

    gida por una gran mayora ni a la interpretacin restrictiva deseada por la tendencia minoritaria.

    Enlazamos as con un fenmeno muy caracterstico de esa ni-velacin de la problemtica que se reproch a los redactores de las conclusiones del Snodo de 1985.

    3. Argumentacin

    Resumiremos ya en pocas palabras la argumentacin de la corriente favorable a la colegialidad.

    El Snodo trat de apoyarse en el affectus collegialis de la Lumen gentium (n. 23), tendente a reforzar la colegialidad y a garantizar la autoridad doctrinal de las Conferencias episcopales, precisamene con vistas a una evangelizacin ms eficaz (Mallone, Estados Unidos). Es preciso buscar un mejor equilibrio entre po-der central y poder local para asegurar la pluralidad en la unidad (Williams, Nueva Zelanda). Mientras que el Vaticano II contri-buy a restaurar la experiencia de la Iglesia local y a desarrollar su identidad, ahora se constata un lamentable retorno a la centra-lizacin. La Curia romana debera, por el contrario, animar a las Iglesias locales a desarrollar sus responsabilidades propias (Gran, Escandinavia; Winning, Escocia; S. E. Crter, Jamaica; F. X. Ha-disumarta, Indonesia; Berg, Austria).

    Se echa de menos un mejor entendimiento y una concertacin ms amplia entre las Iglesias locales y la Curia romana (Kitbun-chu, Tailandia).

    Tambin fueron numerosos los obispos que insistieron en que el Snodo fuera reforzado en cuanto a su competencia y su funcin o en lo tocante a su secretariado (Hermaniuk, Canad; Schwry, Suiza; Marty, Francia; McGrath, Panam).

    La corriente favorable a la centralizacin se manifest ms ar-ticulada que en 1969 y al mismo tiempo disfrut del apoyo que le prestaron las instancias curiales, a pesar de que numricamente resulta claramente minoritaria. La actividad extensiva de la Iglesia posconciliar debera ceder el paso a una actividad ms intensiva. Desde esta perspectiva, corresponde al Snodo profundizar en el concepto de Iglesia no tanto como organizacin (con la consi-

  • 42 J. Grootaers

    guente distribucin de poderes), sino ms bien como misterio (Meissner, Berln Este; Ratzinger, Curia)5.

    Para responder a la amenaza de las fuerzas centrfugas desata-das en la Iglesia despus del Vaticano II sera preciso reforzar la autoridad central (Hffner, Colonia; Lustiger, Francia; Arajo Sales, Brasil).

    Entre estas dos posiciones habra que situar la corriente favo-rable a la inculturacin, en que los representantes de las jvenes Iglesias propugnan una nueva concepcin de la colegialidad, cen-trada en torno a la solidaridad y la fraternidad entre las Iglesias locales (A. T. Sanon, Burkina Faso; F. Makouaka, Gabn; Kit-bunchu, Tailandia; Mayala, Tanzania)6.

    I I I . EL INFORME FINAL

    Los observadores han sealado el cambio radical de tono que se produce en el Snodo de 1985 a partir de la fase de los circuli minores. Ya el informe intermedio del cardenal Danneels, desti-nado a introducir los intercambios de los crculos menores, haba cargado el acento sobre lo que an quedaba por hacer, de modo que el orden del da de los circuli obligaba a stos a adoptar una perspectiva ms negativa que la mantenida en el curso de la pri-mera semana. Es preciso adems constatar que el informe final carece de la coherencia del informe introductorio, calidad debida principalmente a la inspiracin de W. Kasper. El informe final no refleja el conjunto de los intercambios sinodales7.

    En la estructura del informe final es preciso distinguir los pa-

    5 Tambin se lee en el informe final (II C 1): La eclesiologa no puede

    quedar reducida a las puras cuestiones de organizacin o a unos problemas que afectaran simplemente a los poderes. Cf. Doc. Cath. nm. 1909, 39. El cardenal Ratzinger declar en numerosas ocasiones que no sera decoroso insistir en la cuestin de los poderes en la Iglesia, opinin paradjica en boca de alguien que dispone de funciones dirigentes y de un poder preponderante en la Iglesia actual.

    6 En el Snodo de 1969 fue desarrollada una argumentacin similar por

    numerosos obispos, entre ellos el arzobispo de Cracovia, el entonces cardenal K. Wojtyla.

    7 J. Komonchak, El debate teolgico: Concilium 208 (1986) 381-392.

    La colegialidad en los Snodos de los obispos 43

    rgrafos explicativos (en total, 27) y los dedicados a las sugeren-cias (en total, 6). stos sirven de conclusin a los primeros. El voto de los Padres recay nicamente sobre las sugerencias.

    Si tomamos en consideracin el captulo dedicado a la Iglesia como communio, en que se trata el tema de la colegialidad, sea-laremos algunos pargrafos explicativos, que tienen un elevado inters, para llegar en seguida a las sugerencias, que, en realidad, carecen de l.

    Cuando se trata de las Iglesias particulares en que se celebra una sola y la misma eucarista, en ellas est verdaderamente pre-sente la Iglesia una y universal, si bien la Iglesia catlica, una y nica, existe en y a travs de las Iglesias particulares (LG 23), principio de pluriformidad en la unidad8.

    El pasaje dedicado a la colegialidad (II C 4) reconoce que la eclesiologa de comunin ofrece el fundamento sacramental de la colegialidad. De ah que la teologa de la colegialidad se extienda mucho ms all de su simple aspecto jurdico. Pero a continua-cin se introduce una distincin radical entre la colegialidad en sentido estricto por una parte, cuya expresin ms notoria se da en el Concilio ecumnico, y las diversas realizaciones parciales, indirectas y de derecho eclesistico por otra. De stas da el texto una extraa enumeracin, que comprende el Snodo de los obispos, la Curia romana y las visitas ad limina9.

    Volviendo sobre el discurso, poco conocido, que pronunci el cardenal Hamer durante la reunin plenaria de los cardenales, ce-lebrada en vsperas del Snodo de 1985, encontramos en l los principales elementos de este pargrafo I I C 4 del informe si-nodal 10.

    Se reconoce a continuacin que el espritu colegial tiene una

    8 Sntesis de los trabajos de la asamblea sinodal en Doc. Cath. 1909

    (5-1-1986) 40. ' Cf. nuestras observaciones acerca de la significacin eclesiolgica de

    la Curia romana en la conclusin del presente artculo. 10

    Cf. Synode Extraordinaire (Pars 1986) 598-602. De entrada, el carde-nal J. Hamer establece una distincin capital entre la accin colegial, re-servada al Colegio como tal, cuyo jefe es el Papa, y el sentimiento colegial, del que es una expresin oportuna la Conferencia episcopal, que es de derecho eclesistico, con objeto de ayudar a los obispos que gobiernan de iure divino las Iglesias particulares.

  • 44 J. Grootaers

    aplicacin concreta en las Conferencias episcopales (II C 5). Pero estos dos pargrafos terminan con una reserva: tanto la colegia-lidad como las Conferencias episcopales estn al servicio: a) del Colegio con el Papa; b) de los obispos individualmente, cuya res-ponsabilidad es inalienable. Esta doble reserva limita explcita-mente, por arriba y por abajo, el espacio de libertad y competencia de que pueden disponer las Conferencias episcopales.

    El pasaje siguiente nos parece mucho ms significativo y re-novador. Est dedicado a (la) participacin y (la) corresponsabi-lidad en la Iglesia (II C 6). Se trata ahora de las relaciones de comunin dentro de la Iglesia local, es decir, entre el obispo y su presbiterio, entre los laicos y el clero (incluida la colaboracin de las mujeres), pero tambin en el seno de las nuevas comunidades eclesiales de base, que constituyen, por tanto, un motivo de gran esperanza para la vida de la Iglesia n . Se establece de este modo el principio mismo de la sinodalidad, sin la cual quedara en sus-penso el principio de la colegialidad.

    En cuanto a las tres sugerencias de la conclusin, se silencia lo ms vivo del debate sinodal. Todo queda reducido a tres vota: 1) el deseo de que la codificacin oriental se termine lo antes po-sible; 2) el deseo de que se estudien el status teolgico y la auto-ridad doctrinal de las Conferencias episcopales, habida cuenta de la Christus Dominus, 38, y los cnones 447 y 753 (esta ltima precisin fue aadida al texto del relator por una mano no iden-tificada); 3) la recomendacin de un estudio para examinar si el principio de subsidiariedad puede ser aplicado a la vida de la Iglesia 12.

    En el informe intermedio presentado por el cardenal Danneels en vsperas de la creacin de los circuli minores podan advertirse an trazas de las tensiones que haban sido sealadas en el curso del debate en sesin plenaria y que el Snodo estaba llamado a clarificar. Se hablaba all de la colegialidad en que muchos Pa-dres desean que se profundice y que se ponga en prctica de ma-nera ms eficaz 13. Pero en las sugerencias finales, la puesta en prctica deseada por la mayora de los Padres desaparece, mientras

    '' Texto del informe en Doc. Cath. 1909, 40-41. 12

    Texto del informe en Doc. Cath. 1909, 41. 13

    Relatio post disceptationem (29-11-1985), documento dactilografiado.

    La colegialidad en los Snodos de los obispos 45

    que se introduce la puesta en cuestin de la autoridad doctrinal de las Conferencias.

    En 1969, incluso en los vota recortados, an se prevea que se remitiera el deseado estudio sobre la doctrina de la colegialidad a la nueva Comisin Teolgica Internacional. Todava entonces haba numerosos Padres que deseaban conservar un derecho de inspeccin sobre este trabajo. Pero el Snodo de 1985 no especi-fica ni la instancia encargada del estudio ni el procedimiento que haya de dar margen a un cierto control... Conforme al conocido procedimiento de la ley del embudo, haba motivos para temer que el informe final se quedara corto con respecto al Snodo, pero la realidad fue todava peor, pues lo ms destacado de las corrien-tes de opinin y hasta de los pargrafos precedentes del informe final haba desaparecido.

    IV. PRINCIPALES LAGUNAS DEL SNODO DE 1985

    El fallo principal del informe final de 1985 consista en la de-cisin de relativizar la importancia de las estructuras de la Iglesia y del reparto de poderes, en contraste con el informe introductorio, que todava aceptaba la importancia de esas cuestiones.

    Tal como lo habamos presentido al analizar el concepto de comunin en el curso de los debates sinodales de 1969, esta riqusima nocin queda de nuevo orientada en un sentido muy particular en los documentos conclusivos de 1985. En consecuen-cia -leemos en ellos, no es posible reducir la eclesiologa de comunin a las puras cuestiones de organizacin o a unos pro-blemas que haran referencia nicamente a los simples poderes (II C 1) M.

    14 El esquema preparatorio del Snodo de 1969 trata de apoyar su doc-

    trina sobre la comunin en la Iglesia con su elemento interno (los bienes espirituales en los que participan los fieles) y su elemento externo (propio de la estructura social de la Iglesia). Esta comunin se explica primero a los fieles y luego a los obispos. Pero en el momento en que se aborda este se-gundo aspecto se nota que la idea se dirige hacia la comunin visible con hipertrofia de la Iglesia local de Roma y se tiende a caer de nuevo en las categoras preconciliares. Cf. Dom Olivier Rousseau, Le deuxime synode des vques. Collgialit et Communion: Irnikon 42 (1969) 467-471.

  • 46 J. Grootaers

    De este modo, el informe final imputa arbitrariamente a los partidarios de una colegialidad viva unas intenc