Comentario Biblico de William McDonald Lucas

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JERARQUÍA DE LAS NORMAS Los preceptos que pertenecen a un sistema jurídico pueden ser del mismo o dediverso rango. En la primera hipótesis hay entre ellos una relación decoordinación; en la segunda, un nexo de supra a subordinación. La existencia derelaciones de este último tipo permite la ordenación escalonada de aquellospreceptos y revela, al propio tiempo, el fundamento de su validez.El orden jurídico es una larga jerarquía de preceptos, cada uno de los cualesdesempeña un papel doble: en relación con los que le están subordinados, tienecarácter normativo; en relación con los supraordinados, es acto de aplicación.Todas las normas (generales o individualizadas, abstractas o concretas), poseendos caras, si se las examina desde arriba, aparecen ante nosotros como actos deaplicación; si desde abajo, como normas.Pero ni todas las normas ni todos los actos ofrecen tal duplicidad de aspecto. Elordenamiento jurídico no es una sucesión interminable de preceptosdeterminantes y actos determinados, algo así como una cadena compuesta por unnúmero infinito de eslabones, sino que tiene un límite superior y otro inferior. Elprimero se denomina norma fundamental; el segundo está integrado por los actosfinales de ejecución, no susceptibles ya de provocar ulteriores consecuencias.La norma suprema no es un acto, pues, como su nombre lo indica, es un principiolímite, es decir, una norma sobre la que no existe ningún precepto de superiorcategoría. Por su parte, los actos postreros de aplicación carecen de significaciónnormativa, ya que representan la definitiva realización de un deber jurídico (un ser,por consiguiente).El orden jerárquico normativo de cada sistema de derecho se compone de lossiguientes grados: 1. Normas constitucionales. 2. Normas ordinarias.3. Normas reglamentarias.4. Normas individualizadas.Tanto los preceptos constitucionales como los ordinarios y reglamentarios sonnormas de carácter general; las individualizadas, en cambio, se refieren asituaciones jurídicas concretas.Las leyes ordinarias representan un acto de aplicación de preceptosconstitucionales. De manera análoga, las reglamentarias están condicionadas porlas ordinarias, y las individualizadas por normas de índole general. Algunas veces,sin embargo, una norma individualizada puede encontrarse condicionada por otradel mismo tipo, como ocurre, por ejemplo, cuando una sentencia se funda en uncontrato.De acuerdo con lo anterior, la jerarquía del orden jurídico mexicano es la siguiente:1.- La Constitución;2.- El Tratado Internacional y las Leyes Federales (Llamadas por otros autores“Leyes Orgánicas Constitucionales”)3.- La Ley ordinaria;4.- El Decreto;5.- El Reglamento;6.- Las Normas Jurídicas Individualizadas:a) El Contrato;b) La Sentencia;e) El Testamento; yd) La .Resolución Administrativa.LA CONSTITUCIÓN.- Es la norma suprema que regula la vida jurídica de un país;es la ley de la Ley en la cual esta contenido todo el orden normativo de un pueblo.El Articulo 133 Constitucional establece que la Constitución, Las Leyes delCongreso de la Unión que emanen de ella y todos los Tratados que estén deacuerdo con la misma, celebrados y que se celebren por el Presidente de laRepública con aprobación del Senado, serán Ley Suprema de toda la Unión. Losjueces de cada estadose arreglarán a dicha Constitución, leyes y tratados, a pesar de las normas encontrario que pueda haber en las constituciones o leyes de los Estados. Sobre la norma constitucional no existe ningún precepto de mayor categoría, sino que es de ésta de donde parte todo el sistema jurídico. Es la piedra angular delmundo de Derecho de un pueblo, además de ser la norma de mayor importanciajerárquica. Todas las demás disposiciones legales, por generales o particularesq

Transcript of Comentario Biblico de William McDonald Lucas

COMENTARIO BÍBLICO

DE

WILLIAM MacDONALD

Editorial CLIE

LUCAS

William MacDonald

Título original en inglés: Believer’s Bible Commentary

Algunos de los materiales de esta obra fueron editados previamente por Harold Shaw

Publishers y Walterick Publishers, y han sido empleados con su permiso. No obstante, han

sido revisados, expandidos y editados considerablemente.

Publicado originalmente en dos tomos, Antiguo y Nuevo Testamento.

Traductores de la versión española del Antiguo Testamento:

Neria Díez, Donald Harris, Carlos Tomás Knott, José Antonio Septién.

Editor y revisor de traducciones: Carlos Tomás Knott.

Traductor de la versión española del Nuevo Testamento:

Santiago Escuain.

Copyright © 2004 por CLIE para esta edición completa en español.

Este comentario se basa en la traducción Reina Valera, revisión de 1960.

Copyright © 1960 Sociedades Bíblicas Unidas.

Todas las citas bíblicas, a menos que se indique lo contrario, están tomadas de esta versión.

«BAS » indica que la cita es de la versión Biblia de las Américas,

Copyright © 1986 The Lockman Foundation.

Los esquemas y otros gráficos son propiedad de William MacDonald.

Depósito Legal:

ISBN: 978-84-8267-410-0

Clasifíquese:

98 HERMENÉUTICA:

Comentarios completos de toda la Biblia

C.T.C. 01-02-0098-04

Referencia: 22.45.73

Prefacio del autor

El propósito del Comentario Bíblico de William MacDonald es darle al lector cristiano

medio un conocimiento básico del mensaje de la Sagrada Biblia. También tiene como

propósito estimular un amor y apetito por la Biblia de modo que el creyente deseará

profundizar más en sus tesoros inagotables. Confío en que los eruditos encuentren alimento

para sus almas, pero deberán tener en consideración y comprender que el libro no fue

escrito primariamente para ellos.

Todos los libros han sido complementados con introducciones, notas y bibliografías.

A excepción de Salmos, Proverbios y Eclesiastés, la exposición del Antiguo

Testamento se presenta principalmente de párrafo en párrafo en lugar de versículo por

versículo. Los comentarios sobre el texto son aumentados por aplicaciones prácticas de las

verdades espirituales, y por un estudio sobre tipos y figuras cuando es apropiado.

Los pasajes que señalan al Redentor venidero reciben trato especial y se comentan con

más detalle. El trato de los libros de Salmos, Proverbios y Eclesiastés es versículo por

versículo, porque no se prestan a condensación, o bien porque la mayoría de los creyentes

desea estudiarlos con más detalle.

Hemos intentado enfrentar los textos problemáticos y cuando es posible dar

explicaciones alternativas. Muchos de estos pasajes ocasionan desesperación en los

comentaristas, y debemos confesar que en tales textos todavía «vemos por espejo,

oscuramente».

Pero la misma Palabra de Dios, iluminada por el Espíritu Santo de Dios, es más

importante que cualquier comentario sobre ella. Sin ella no hay vida, crecimiento, santidad

ni servicio aceptable. Debemos leerla, estudiarla, memorizarla, meditar sobre ella y sobre

todo obedecerla. Como alguien bien ha dicho: «La obediencia es el órgano del

conocimiento espiritual».

Willian McDonald

Introducción del editor

«No menospreciéis los comentarios». Éste fue el consejo de un profesor de la Biblia a

sus alumnos en Emmaus Bible School (Escuela Bíblica Emaús) en la década de los 50. Al

menos un alumno se ha acordado de estas palabras a lo largo de los años posteriores. El

profesor era William MacDonald, autor del Comentario Bíblico. El alumno era el editor de

la versión original del Comentario en inglés, Arthur Farstad, quien en aquel entonces estaba

en su primer año de estudios. Sólo había leído un comentario en su vida: En los Lugares

Celestiales (Efesios) por H. A. Ironside. Cuando era joven leía ese comentario cada noche

durante un verano, y así Farstad descubrió qué es un comentario.

¿Qué es un comentario?

¿Qué es exactamente un comentario y por qué no debemos menospreciarlo? Un editor

cristiano hizo una lista de quince tipos de libros relacionados con la Biblia. No debería

extrañar, entonces, si algunas personas no saben describir la diferencia entre un comentario,

una Biblia de estudio, una concordancia, un atlas, un interlineal y un diccionario bíblico,

nombrando sólo cinco categorías.

Aunque sea una perogrullada, un comentario comenta, es decir, hace un comentario que

ayuda a entender el texto, versículo por versículo o de párrafo en párrafo. Algunos

cristianos desprecian los comentarios y dicen: «sólo quiero leer la Biblia misma y escuchar

una predicación». Suena a piadoso, pero no lo es. Un comentario meramente pone por

impreso la mejor (y más difícil) clase de exposición bíblica: la enseñanza y predicación de

la Palabra de Dios versículo por versículo. Algunos comentarios (por ejemplo, los de

Ironside) son literalmente sermones impresos. Además, las más grandes exposiciones de la

Biblia de todas las edades y lenguas están disponibles en forma de libro en inglés (tarea que

todavía nos incumbe en castellano). Desafortunadamente, muchos son tan largos, tan

antiguos y difíciles que el lector cristiano corriente se desanima y no saca mucho provecho.

Y ésta es una de las razones de ser del Comentario Bíblico de William MacDonald.

Tipos de comentarios

Teóricamente, cualquier persona interesada en la Biblia podría escribir un comentario.

Por esta razón, hay toda una gama de comentarios desde lo muy liberal hasta lo muy

conservador, con todos los matices de pensamientos en el intermedio. El Comentario

Bíblico de William MacDonald es un comentario muy conservador, que acepta la Biblia

como la Palabra de Dios inspirada e inerrante, y totalmente suficiente para la fe y la

práctica.

Un comentario podría ser muy técnico (con detalles menudos de la sintaxis del griego y

hebreo), o tan sencillo como una reseña. Este comentario está entre estos dos extremos.

Cuando hacen falta comentarios técnicos, se hallan en las notas al final de cada libro. El

escritor comenta seriamente los detalles del texto sin evadir las partes difíciles y las

aplicaciones convincentes. El hermano MacDonald escribe con una riqueza de exposición.

La meta no es producir una clase de cristianos nominales con comprensión mínima y sin

mucho compromiso, sino más bien discípulos.

Los comentarios también suelen distinguirse según su «escuela teológica»:

conservadora o liberal, protestante o católico romano, premilenial o amilenial. Este

comentario es conservador, protestante y premilenial.

Cómo emplear este libro

Hay varias formas de acercarse al Comentario Bíblico de William MacDonald.

Sugerimos el siguiente orden como provechoso:

Hojear: Si le gusta la Biblia o la ama, le gustará hojear este libro, leyendo un poco en

diferentes lugares y disfrutándolo así de forma rápida, apreciando el sentido general de la

obra.

Un Pasaje específico: Puede que tengas una duda o pregunta acerca de un versículo o

párrafo, y que necesites ayuda sobre este punto. Búscalo en el lugar apropiado en el

contexto y seguramente hallarás material bueno.

Una doctrina: Si estudia la creación, el día de reposo, los pactos, las dispensaciones, o

el ángel de JEHOVÁ, busque los pasajes que tratan estos temas. El índice indica los ensayos

que hay sobre esta clase de tema. En el caso de algo que no aparezca en el índice, use una

concordancia para localizar las palabras claves que le guiarán a los pasajes centrales que

tratan el punto en cuestión.

Un libro de la Biblia: Quizá en su congregación estudian un libro del Antiguo

Testamento. Será grandemente enriquecido en sus estudios (y tendrá algo que contribuir si

hay oportunidad) si durante la semana antes de cada estudio lee la porción correspondiente

en el comentario.

Toda la Biblia: Tarde o temprano cada cristiano debe leer toda la Biblia, comenzando

en el principio y continuando hasta el final, sin saltar pasajes. A lo largo de la lectura se

encontrarán textos difíciles. Un comentario cuidadoso y conservador como éste puede ser

de mucha ayuda.

El estudio de la Biblia puede parecerle al principio como «trigo molido», es decir:

nutritivo pero seco, pero si persevera y progresa, ¡vendrá a ser como «tarta de chocolate»!

El consejo del hermano MacDonald, dado hace tantos años: «no menospreciéis los

comentarios», todavía es válido. Habiendo estudiado cuidadosamente sus comentarios

sobre el Antiguo y el Nuevo Testamento, puedo decir lo siguiente: «¡disfrútelo!».

Abreviaturas

Abreviaturas de libros de la Biblia

Libros del Antiguo Testamento

Gn. Génesis

Éx. Éxodo

Lv. Levítico

Nm. Números

Dt. Deuteronomio

Jos. Josué

Jue. Jueces

Rt. Rut

1 S. 1 Samuel

2 S. 2 Samuel

1 R. 1 Reyes

2 R. 2 Reyes

1 Cr. 1 Crónicas

2 Cr. 2 Crónicas

Esd. Esdras

Neh. Nehemías

Est. Ester

Job Job

Sal. Salmos

Pr. Proverbios

Ec. Eclesiastés

Cnt. Cantares

Is. Isaías

Jer. Jeremías

Lm. Lamentaciones

Ez. Ezequiel

Dn. Daniel

Os. Oseas

Jl. Joel

Am. Amós

Abd. Abdías

Jon. Jonás

Mi. Miqueas

Nah. Nahúm

Hab. Habacuc

Sof. Sofonías

Hag. Hageo

Zac. Zacarías

Mal. Malaquías

Libros del Nuevo Testamento

Mt. Mateo

Mr. Marcos

Lc. Lucas

Jn. Juan

Hch. Hechos

Ro. Romanos

1 Co. 1 Corintios

2 Co. 2 Corintios

Gá. Gálatas

Ef. Efesios

Fil. Filipenses

Col. Colosenses

1 Ts. 1 Tesalonicenses

2 Ts. 2 Tesalonicenses

1 Ti. 1 Timoteo

2 Ti. 2 Timoteo

Tit. Tito

Flm. Filemón

He. Hebreos

Stg. Santiago

1 P. 1 Pedro

2 P. 2 Pedro

1 Jn. 1 Juan

2 Jn. 2 Juan

3 Jn. 3 Juan

Jud. Judas

Ap. Apocalipsis

Abreviaturas de versiones de la Biblia, traducciones y paráfrasis

ASV American Standard Version

BAS Biblia de las Américas

FWG Biblia Numérica de F. W. Grant

JBP Paráfrasis de J. B. Phillips

JND New Translation de John Nelson Darby

KJV King James Version

KSW An Expanded Translation de Kenneth S. Wuest

LB Living Bible (paráfrasis de la Biblia, que existe en castellano como

La Biblia al Día)

NASB New American Standard Bible

NEB New English Bible

NIV New International Version

NKJV New King James Version

R.V. Revised Version (Inglaterra)

RSV Revised Standard Version

RV Reina-Valera, revisión de 1909

RVR Reina-Valera, revisión de 1960

RVR77 Reina-Valera, revisión de 1977

V.M. Versión Moderna de H. B. Pratt

Otras abreviaturas

a.C. Antes de Cristo

Aram. Arameo

AT Antiguo Testamento

c. circa, alrededor

cap. capítulo

caps. capítulos

CBC Comentario Bíblico

cf. confer, comparar

d.C. después de Cristo

e.g. exempli gratia, por ejemplo

ed. editado, edición, editor

eds. editores

et al. et allii, aliæ, alia, y otros

fem. femenino

Gr. griego

i.e. id. est, esto es

ibid. ibidem, en el mismo lugar

ICC International Critical Commentary

lit. literalmente

LXX Septuaginta (antigua versión gr. del AT)

M Texto Mayoritario

marg. margen, lectura marginal

masc. masculino

ms., mss., manuscrito(s)

MT Texto Masorético

NCI Nuevo Comentario Internacional

NT Nuevo Testamento

NU NT griego de Nestle-Aland/S. Bíblicas Unidas

p.ej. por ejemplo

pág., págs. página(s)

s.e. sin editorial, sin lugar de publicación

s.f. sin fecha

TBC Tyndale Bible Commentary

Trad. Traducido, traductor

v., vv. versículo(s)

vol(s). volumen, volúmenes

vs. versus, frente a

Transliteración de palabras hebreas

El Comentario al Antiguo Testamento, habiendo sido hecho para el cristiano medio que

no ha estudiado el hebreo, emplea sólo unas pocas palabras hebreas en el texto y unas

cuantas más en las notas finales.

El Alfabeto Hebreo

Letra hebrea Nombre Equivalente en inglés

Álef ´

Bet b (v)

Guímel g

Dálet d

He h

Vau w

Zain z

Chet h

Tet t

Yod y

Caf k (kh con la h aspirada)

Lámed l

Mem m

Nun n

Sámec s

Ayín ´

Pe p (ph)

Tsade ts

Cof q

Resh r

Sin s

Shin sh (con la h aspirada)

Tau t (th)

El hebreo del Antiguo Testamento tiene veintidós letras, todas consonantes; los rollos

bíblicos más viejos no tenían vocales. Estos «puntos vocales», como se les llama, fueron

inventados y colocados durante el siglo VII d.C. El hebreo se escribe de derecha a

izquierda, lo opuesto a idiomas occidentales tales como español e inglés.

Hemos empleado un sistema simplificado de transliteración (similar al que usan en el

estado de Israel en tiempos modernos y las transliteraciones populares). Por ejemplo,

cuando «bet» es pronunciado como la «v» en inglés, ponemos una «v» en la transliteración.

Transliteración de palabras griegas

Nombre griego Letra griega Equivalente en inglés

alfa α a

beta β b

gamma γ g, ng

delta δ d

épsilon ε e (corta)

tseta ζ ts

eta η e (larga)

zeta θ z

iota ι i

kappa κ k

lambda λ l

mu μ m

nu ν n

xi ξ x

ómicron ο o

pi π p

rho π r

sigma σ s

tau τ t

ípsilon υ u, y

fi φ f

ji χ j

psi ψ ps

omega ω o (larga)

EL EVANGELIO SEGÚN LUCAS

Introducción

«Le plus beau livre qu’il y ait.»

Ernest Renan

I. Su singular puesto en el Canon

«El libro más hermoso que existe»: esta frase es ciertamente una gran alabanza,

especialmente cuando viene de un escéptico. Y ésta es la valoración que hace el crítico

francés Renan del Evangelio de Lucas. ¿Y cuál creyente sensible que lea la inspirada obra

maestra del evangelista querría contradecir estas palabras? Lucas es posiblemente el único

lector gentil escogido por Dios para plasmar Sus Escrituras, y esto puede en parte explicar

su especial atracción sobre nosotros, los herederos occidentales de la cultura grecorromana.

Espiritualmente, quedaríamos muy empobrecidos en nuestra apreciación del Señor

Jesús y Su ministerio sin el singular énfasis del doctor Lucas. El amor de nuestro Señor

para con nosotros y Su ofrecimiento de salvación a todos, no solamente a los judíos, Se

destacan su especial interés por cada persona, sí, también por los pobres y marginados.

Lucas da también un intenso énfasis a la alabanza (dándonos ejemplos de los más antiguos

«himnos» en Lucas 1 y 2), a la oración y al Espíritu Santo.

II. Paternidad

Lucas, que era antioqueño de raza y médico de profesión, fue durante mucho tiempo

compañero de Pablo, y tuvo una prolija comunicación con los otros apóstoles, y en dos

libros nos dejó ejemplos de la medicina para almas que consiguió de ellos.

Esta evidencia externa de Eusebio en su Historia Eclesiástica tocante a la paternidad

del Tercer Evangelio (III, 4) concuerda con la universal tradición cristiana. Ireneo cita

extensamente el Tercer Evangelio como de Lucas. Otros antiguos apoyos a la paternidad

lucana incluyen Justino Mártir, Hegesipo, Clemente de Alejandría y Tertuliano. En la

edición cuidadosamente partidista y condensada de Marción, Lucas es el único evangelio

aceptado por aquel notorio hereje. El fragmentario Canon de Muratori llama «Lucas» a este

Tercer Evangelio.

Lucas es el único evangelista que escribe una secuela a su Evangelio, y es en base de

este libro, Hechos, que aparece con la mayor claridad la paternidad lucana. Las secciones

de Hechos en primera persona del plural, «nosotros», son pasajes en los que el escritor

estuvo personalmente involucrado (16:10; 20:5, 6; 21:15; 27:1; 28:16; cf. 2 Ti. 4:11).

Mediante el proceso de eliminación, sólo Lucas concuerda con todos estos periodos. Queda

bien claro por las dedicatorias a Teófilo y por el estilo de redacción que Lucas y Hechos

son del mismo autor.

Pablo llama a Lucas «el médico amado» y lo nombra por separado de los cristianos

judíos (Col. 4:14), lo que haría de él el único escritor gentil del NT. En cuanto a su tamaño,

Lucas-Hechos es más extenso que todas las epístolas de Pablo reunidas.

La evidencia interna fortalece la documentación externa y la tradición de la iglesia. El

vocabulario (a menudo más preciso en sus términos médicos que los otros escritores del

NT), junto con su depurado estilo griego, apoyan la paternidad de un doctor cristiano gentil,

pero totalmente familiarizado con los temas judaicos. La repetida mención de fechas por

parte de Lucas y su precisión en la investigación (p.ej., 1:1–4; 3:1), hacen de él el primer

historiador de la iglesia.

III. Fecha

La fecha más probable de Lucas es en los primeros años de la década de los 60 del

primer siglo. Mientras que algunos ponen a Lucas entre el 75–85 (o incluso el siglo II), esto

se debe generalmente, al menos en parte, a la negación de que Cristo pudiese predecir con

exactitud la destrucción de Jerusalén. La ciudad fue destruida en el año 70 d.C., de modo

que la profecía del Señor tuvo que quedar registrada antes de esta fecha.

Por cuanto hay un acuerdo prácticamente total de que Lucas ha de preceder a Hechos en

el tiempo, y Hechos termina alrededor del 63 d.C. con Pablo en Roma, la fecha ha de ser

anterior. Difícilmente habría omitido el primer historiador de la iglesia el gran fuego de

Roma y la persecución de los cristianos por Nerón como cabezas de turco, si estas cosas ya

hubiesen acontecido. Por ello, lo más probable parece una fecha de alrededor del 61–62

d.C.

IV. Trasfondo y tema

Los griegos buscaban un ser humano perfectamente divino —uno que tuviese las

mejores características tanto del hombre como de la mujer, pero sin ninguno de sus fallos—

. Ésta es la presentación que hace Lucas de Cristo como Hijo del Hombre —fuerte, pero

compasivo—. Su humanidad aparece en primer plano.

Su vida de oración, por ejemplo, es mencionada con mayor frecuencia que en

cualquiera de los otros Evangelios. Su simpatía y compasión se mencionan una y otra vez.

Quizá sea por eso que las mujeres y los niños ocupan un lugar tan destacado. Al Evangelio

de Lucas se lo conoce también como el Evangelio misionero. Aquí el evangelio sale a los

gentiles, y Jesús es presentado como el Salvador del mundo. Finalmente, este Evangelio es

también un manual de discipulado. Seguimos el camino del discipulado en la vida de

nuestro Señor, y lo oímos expuesto en Su instrucción de Sus seguidores. Es en este rasgo

que seguiremos de manera particular nuestra exposición. En la vida del Hombre Perfecto

encontraremos los elementos que constituyen la vida ideal para todos los hombres. En Sus

palabras incomparables encontraremos también el camino de la cruz al que nos llama.

Que al pasar a estudiar el Evangelio de Lucas prestemos atención y demos oído al

llamamiento del Salvador, abandonándolo todo para seguirle. La obediencia es el órgano

del conocimiento espiritual. El significado de las Escrituras se nos va haciendo cada vez

más claro al entrar en las experiencias descritas.

BOSQUEJO

I. PREFACIO: EL PROPÓSITO DE LUCAS Y SU MÉTODO (Cap. 1:1–4)

II. EL ADVENIMIENTO DEL HIJO DEL HOMBRE Y SU PRECURSOR (Caps.

1:5–2:52)

III. LA PREPARACIÓN DEL HIJO DEL HOMBRE PARA MINISTRAR (Caps. 3:1–

4:30)

IV. EL HIJO DEL HOMBRE DEMUESTRA SU PODER (Caps. 4:31–5:26)

V. EL HIJO DEL HOMBRE EXPLICA SU MINISTERIO (Caps. 5:27–6:49)

VI. EL HIJO DEL HOMBRE EXPANDE SU MINISTERIO (Caps. 7:1–9:50)

VII. AUMENTA LA OPOSICIÓN CONTRA EL HIJO DEL HOMBRE (Caps. 9:51–

11:54)

VIII. ENSEÑANZA Y CURACIÓN CAMINO DE JERUSALÉN (Caps. 12–16)

IX. EL HIJO DEL HOMBRE INSTRUYE A SUS DISCÍPULOS (Caps. 17:1–19:27)

X. EL HIJO DEL HOMBRE EN JERUSALÉN (Caps. 19:28–21:38)

XI. LA PASIÓN DEL HIJO DEL HOMBRE (Caps. 22, 23)

XII. EL TRIUNFO DEL HIJO DEL HOMBRE (Cap. 24)

Comentario

I. PREFACIO: EL PROPÓSITO DE LUCAS Y SU MÉTODO

(Cap. 1:1–4)

En su prefacio, Lucas se revela como historiador. Describe los materiales fuente a los

que ha tenido acceso y los métodos que sigue. Luego explica su propósito por escrito.

Desde la perspectiva humana tenía ambos tipos de materiales fuente: relatos escritos de la

vida de Cristo e informes orales de parte de aquellos que fueron testigos oculares de los

acontecimientos de Su vida.

1:1 Los relatos escritos se describen en el versículo 1: Puesto que muchos han

tomado a su cargo el compilar un relato ordenado de las cosas que entre nosotros han

sido ciertísimas, … No sabemos quiénes eran estos escritores. Puede que Mateo y Marcos

estuviesen entre ellos, pero los demás, evidentemente, no estaban inspirados. (Juan escribió

con posterioridad.)

1:2 Lucas también se apoyó en relatos orales de los que desde el principio fueron

testigos oculares y servidores de la Palabra, y que ellos nos la transmitieron. Lucas

mismo no pretende ser testigo ocular, pero tuvo entrevistas con los que sí lo eran. Describe

a estos asociados de Jesús como testigos oculares y servidores de la Palabra. Aquí

emplea él la Palabra como nombre de Cristo, igual que Juan en su Evangelio. El

«principio» significa aquí el principio de la era cristiana proclamada por Juan el Bautista.

El hecho de que Lucas emplease relatos escritos y orales no constituye ninguna negación de

la inspiración verbal de lo que él escribió. Sencillamente significa que el Espíritu Santo lo

condujo en la elección y disposición de sus materiales.

Comenta James S. Stewart:

Lucas deja perfectamente en claro que los escritores inspirados no quedaron

milagrosamente liberados de la necesidad de una prolija investigación histórica… La

inspiración no era que Dios trascendiese de manera mágica las mentes y facultades

humanas; era Dios expresando Su voluntad por medio de la dedicación de las mentes y

facultades humanas. No sustituye la propia personalidad del escritor sagrado, haciéndole

una máquina de Dios; refuerza su personalidad y hace de él un testigo viviente de Dios.

1:3 Lucas da una breve declaración de su motivo y del método que emplea: me ha

parecido bien también a mí, después de haber investigado todo con esmero desde su

origen, escribirte ordenadamente, excelentísimo Teófilo. En cuanto a su motivación,

dice sencillamente que me ha parecido bien también a mí. Al nivel humano, había la

sosegada convicción de que debía escribir este Evangelio. Sabemos, naturalmente, que el

constreñimiento divino estaba intrincadamente mezclado con esta decisión humana.

En cuanto a su método, él siguió primero el curso de todo con precisión desde su

origen, y luego lo escribió todo en orden. Su tarea involucró una cuidadosa y científica

investigación del curso de los acontecimientos en la vida de nuestro Salvador. Lucas

comprobó la precisión de sus fuentes, eliminó todo lo que no era históricamente cierto ni

espiritualmente relevante, y luego recopiló sus materiales en orden tal como los tenemos en

la actualidad. Cuando dice Lucas que escribió ordenadamente no se refiere

necesariamente a un orden cronológico. Los acontecimientos en este Evangelio no están

siempre dispuestos en el orden en que tuvieron lugar. Están más bien en un orden moral o

espiritual, esto es, están vinculados de forma temática y con un criterio de instrucción moral

más que por cronología. Aunque este Evangelio y el libro de Hechos fueron dirigidos a

Teófilo, sabemos sorprendentemente poco acerca de él. Su título de excelentísimo sugiere

que era un funcionario del gobierno. Su nombre significa amigo de Dios. Es probable que

fuese un cristiano que tenía un puesto de honor y responsabilidad en la administración

exterior del Imperio Romano.

1:4 El propósito de Lucas era el de dar a Teófilo un relato escrito que confirmaría la

valía de todo lo que le había sido enseñado acerca de la vida y del ministerio del Señor

Jesús. El mensaje escrito daría una fijeza que lo preservaría de las inexactitudes de la

transmisión oral continuada.

De este modo, en los versículos del uno al cuatro nos presentan un trasfondo breve pero

iluminador acerca de las circunstancias humanas bajo las que fue escrito este libro de la

Biblia. Nosotros sabemos que Lucas escribió por inspiración. Él no menciona aquí este

extremo, aunque lo implica con las palabras desde su origen (v. 3), que también puede

traducirse como desde lo alto.

II. EL ADVENIMIENTO DEL HIJO DEL HOMBRE Y SU

PRECURSOR (Caps. 1:5–2:52)

A. Anuncio del Nacimiento del Precursor (1:5–25)

1:5–6 Lucas comienza su narración presentándonos a los padres de Juan el Bautista.

Vivían en la época en que el malvado Herodes el Grande era rey de Judea. Este rey era

idumeo, esto es, un descendiente de Esaú.

Zacarías (que significa Jehová recuerda) era un sacerdote perteneciente al turno de

Abías, uno de los veinticuatro turnos en el que David había dividido el sacerdocio judío (1

Cr. 24:10). Cada turno era llamado a servir en el templo en Jerusalén dos veces al año de

sábado en sábado. Había tantos sacerdotes en esta época que el privilegio de quemar

incienso en el Lugar Santo venía una vez en toda la vida, si es que podía accederse al

mismo.

Elisabet (que significa el juramento de Dios) descendía también de la familia

sacerdotal de Aarón. Ella y su marido eran devotos judíos, solícitos en su observancia de

las Escrituras del AT, tanto en lo moral como en lo ceremonial. Naturalmente, no eran sin

pecado, pero cuando pecaban, se aseguraban de ofrecer un sacrificio u obedecer en la forma

apropiada la demanda ritual.

1:7 Esta pareja no tenían hijo, lo que para cualquier judío era una condición oprobiosa.

El doctor Lucas observa que la causa radicaba en la esterilidad de Elisabet. El problema

estaba agravado por el hecho de que ambos eran de edad avanzada.

1:8–10 Un día, Zacarías estaba cumpliendo sus deberes sacerdotales en el santuario.

Éste era un día magno en su vida, porque había sido escogido por suertes para quemar

incienso en el Lugar Santo. Toda la multitud del pueblo estaba reunida afuera del

santuario, y estaban orando. Nadie parece saber de manera concreta qué hora era la

llamada hora del incienso.

Es inspirador observar que este Evangelio comienza con el pueblo orando en el

templo, y que termina con el pueblo alabando a Dios en el templo. Los capítulos en medio

enseñan cómo hubo respuesta a las oraciones en la Persona y obra de Jesús.

1:11–14 Con el sacerdote y el pueblo dedicados a la oración, era un momento y marco

apropiados para una revelación divina. Se apareció un ángel del Señor, de pie, a la

derecha del altar —el lugar de favor—. Al principio, Zacarías se sintió aterrado; ninguno

de sus coetáneos había jamás visto un ángel. Pero el ángel le tranquilizó con nuevas

maravillosas. Le nacería un hijo a Elisabet, que sería llamado Juan (el favor o la gracia de

Jehová). Además de traer gozo y júbilo a sus padres, sería para bendición de muchos.

1:15 Este niño iba a ser grande a los ojos del Señor (la única clase de grandeza que

realmente importa). Ante todo, sería grande en su separación personal a Dios: no bebería

jamás vino (hecho de uva) ni licor (hecho de grano).

Segundo, sería grande en sus dotes espirituales; sería lleno del Espíritu Santo aun

desde el vientre de su madre. (Esto no puede significar que Juan fuese salvo o convertido

desde su nacimiento, sino sólo que el Espíritu de Dios estaba en él desde el principio para

prepararlo para su especial misión como precursor de Cristo.)

1:16–17 En tercer lugar, sería grande en su papel como heraldo del Mesías. A muchos

del pueblo judío haría volver al Señor. Su ministerio sería como el del profeta Elías,

tratando de llevar al pueblo a una recta relación con Dios por medio del arrepentimiento.

Como observa G. Coleman Luck:

Su predicación volvería el corazón de padres descuidados a un verdadero interés

espiritual por sus hijos. También volvería los corazones de hijos desobedientes y rebeldes a

la «sabiduría de los justos».

En otras palabras, él se esforzaría por reunir del mundo una compañía de creyentes

listos para encontrarse con el Señor cuando Él apareciese. Éste es un ministerio digno para

cualquiera de nosotros.

Observemos cómo queda implicada la deidad de Cristo en los versículos 16 y 17. En el

versículo 16 se dice que Juan haría volver, con su ministerio, a muchos de los hijos de

Israel… al Señor su Dios. Luego, en el versículo 17 se dice que Juan irá delante de él

[Gr.; RV; cf. Besson]. ¿A quién se refiere este él? Evidentemente, al Señor su Dios en el

versículo precedente. Y, sin embargo, sabemos que Juan fue el precursor de Jesús. La

inferencia es entonces clara. Jesús es Dios.

1:18 El anciano Zacarías quedó abrumado ante la absoluta imposibilidad de la

promesa. Tanto él como su mujer eran demasiado viejos para ser padres de un niño. Su

quejosa pregunta expresaba todas las dudas que atesoraba en su corazón.

1:19 El ángel le respondió primero presentándose como Gabriel (fuerte de Dios).

Aunque comúnmente descrito como arcángel, es mencionado en la Escritura sólo como uno

que está de continuo en la presencia de Dios y que lleva mensajes de Dios al hombre (Dn.

8:16; 9:21).

1:20 Por cuanto Zacarías había dudado, perdería el habla hasta el nacimiento del niño.

Siempre que un creyente abriga dudas acerca de la palabra de Dios, pierde su testimonio y

su cántico. La incredulidad sella los labios y permanecen sellados hasta que vuelve la fe y

prorrumpe en alabanza y testimonio.

1:21–22 En el exterior, el pueblo estaba aguardando con impaciencia; generalmente, el

sacerdote que quemaba el incienso salía mucho más pronto. Cuando ya por fin Zacarías se

presentó fuera, tuvo que comunicarse con ellos haciéndoles señas. Entonces supieron que

había visto una visión en el santuario.

1:23 Después de haber cumplido su turno de servicio sacerdotal, Zacarías se volvió a

su casa, todavía incapaz de hablar, tal como había predicho el ángel.

1:24–25 Cuando Elisabet quedó encinta, se encerró en su casa durante cinco meses,

regocijándose de que el Señor hubiese visto bueno liberarla del oprobio de ser estéril.

B. Anuncio del Nacimiento del Hijo del Hombre (1:26–38)

1:26–27 Al sexto mes después de haber aparecido a Zacarías (o después que Elisabet

quedase embarazada), Gabriel volvió a aparecerse —esta vez a una virgen llamada María

que vivía en la ciudad de Nazaret, en el distrito de Galilea. María estaba desposada con

un hombre llamado José, un descendiente directo de David, que era heredero legal del

trono de David, aunque él mismo fuese un carpintero. El desposorio era considerado

entonces como un contrato mucho más vinculante que hoy día el compromiso. De hecho,

sólo podía disolverse mediante un documento legal similar a un divorcio.

1:28 El ángel se dirigió a María como una que era muy favorecida, una a la que el

Señor estaba visitando con un privilegio especial. Aquí deberían observarse dos puntos: (1)

El ángel no adoró a María ni oró a ella; sencillamente, la saludó. (2) No dijo que era «llena

de gracia», sino muy favorecida.

1:29–30 María quedó comprensiblemente turbada ante esta salutación; se preguntaba

qué significaría. El ángel calmó sus temores, y luego le dijo que Dios la escogía a ella

como madre del tan esperado Mesías.

1:31–33 Observemos las importantes verdades incluidas en la anunciación:

La verdadera humanidad del Mesías —concebirás en tu seno y darás a luz un hijo.

Su deidad y Su misión como Salvador —y llamarás su nombre Jesús (lo que significa

Jehová es el Salvador).

Su intrínseca grandeza —será grande, tanto en cuanto a Su Persona como a Su obra.

Su identidad como el Hijo de Dios —será llamado Hijo del Altísimo.

Su derecho al trono de David —El Señor Dios le dará el trono de su padre David.

Esto le establece como el Mesías.

Su reino eterno y universal —Reinará sobre la casa de Jacob para siempre; y su

reino no tendrá fin.

Los versículos 31 y 32a hacen evidentemente referencia a la Primera Venida de Cristo,

mientras que los versículos 32b y 33 describen Su Segunda Venida como Rey de reyes y

Señor de señores.

1:34–35 La pregunta de María, ¿Cómo será esto?, se debía a la maravilla, no a ninguna

duda. ¿Cómo podría tener un niño cuando no había tenido relaciones algunas con ningún

varón? Aunque el ángel no lo dijo explícitamente, la respuesta era una concepción virginal.

Sería un milagro del Espíritu Santo. Él iba a venir sobre ella, y el poder del Altísimo la

iba a cubrir. Para el problema que tenía María acerca de «¿cómo?» —parecía imposible

humanamente hablando— la respuesta de Dios es «el Espíritu Santo».

Por lo cual también lo santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. Aquí, pues,

tenemos una sublime declaración de la encarnación. El Hijo de María sería Dios

manifestado en carne. El lenguaje no puede agotar el misterio que está aquí envuelto.

1:36–37 El ángel dio entonces las nuevas a María de que Elisabet, su parienta, estaba

ya de seis meses de gestación —¡ella, la que había sido estéril!—. Este milagro debería

asegurar a María de que ninguna cosa será imposible para Dios.

1:38 Con una hermosa sumisión, María se entregó al Señor para el cumplimiento de

Sus maravillosos propósitos. Luego el ángel se fue de su presencia.

C. María visita a Elisabet (1:39–45)

1:39–40 No se nos dice por qué María se fue a visitar a Elisabet esta vez. Puede haber

sido para evitar el escándalo que inevitablemente habría surgido en Nazaret cuando se

conociese su estado. Si es así, entonces la bienvenida recibida de parte de Elisabet y la

bondad que le era mostrada habría sido doblemente dulce.

1:41 En el momento en que Elisabet oyó el saludo de María, saltó la criatura en su

vientre —una respuesta misteriosa e involuntaria del precursor no nacido aún a la llegada

del Mesías tampoco aún nacido—. Elisabet fue llena del Espíritu Santo, es decir, Él tomó

control de ella, conduciendo su habla y acciones.

En este capítulo primero se menciona a tres personas llenas con el Espíritu Santo: Juan

el Bautista (v. 15); Elisabet (v. 41) y Zacarías (v. 67).

Una de las marcas de una vida llena de Espíritu es hablar en salmos e himnos y cánticos

espirituales (Ef. 5:18, 19). Por tanto, no nos sorprende encontrar tres cánticos en este

capítulo, así como dos en el siguiente. Cuatro de estos cánticos son conocidos generalmente

por sus títulos latinos, que se toman de las primeras líneas: (1) La Salutación de Elisabet

[1:42–45]; (2) el Magnificat (Engrandece) [1:46–55]; (3) Benedictus (Bendito) [1:68–79];

(4) Gloria in Excelsis Deo (Gloria a Dios en lo más alto) [2:14]; y (5) Nunc Dimittis

(Puedes dejar que se vaya) [2:29–32].

1:42–45 Hablando por inspiración especial, Elisabet saludó a María como la madre de

mi Señor. No había en su corazón ni una traza de celos: sólo gozo y deleite porque el bebé

aún no nacido era su Señor. María fue bendita … entre las mujeres por cuanto recibió el

privilegio de dar a luz al Mesías. El fruto de su vientre es bendito por cuanto es el Señor y

Salvador.

La Biblia nunca se refiere a María como «la madre de Dios». Aunque es cierto que fue

la madre de Jesús y que Jesús es Dios, es sin embargo un absurdo doctrinal decir que Dios

tiene madre. Jesús existía desde toda la eternidad, mientras que María era una criatura finita

con una fecha concreta de inicio de su existencia. Ella fue la madre de Jesús sólo en Su

Encarnación.

Elisabet refirió el aparente entusiasmo intuitivo de su hijo aún sin nacer cuando María

dejó oír su voz. Luego aseguró a María que su fe sería abundantemente recompensada. Sus

expectativas se cumplirían. Ella no había creído en vano. Su Bebé nacería tal como había

sido prometido.

D. María engrandece al Señor (1:46–56)

1:46–49 El Magnificat se parece al cántico de Ana (1 S. 2:1–10). En primer lugar,

María alabó al Señor por lo que Él había hecho por ella (vv. 46b–49). Observemos que

dijo (v. 48) me tendrán por dichosa todas las generaciones. No sería una que confiriese

bendiciones, sino que sería bendita. Se refiere a Dios como su Salvador, refutando la idea

de que María era sin pecado.

1:50–53 En segundo lugar, alabó al Señor por su misericordia, que alcanza de

generación en generación a los que le temen. Él abate a los arrogantes y a los

potentados, y exalta a los de humilde condición y a los hambrientos.

1:54–55 Finalmente, ella magnificó al Señor por Su fidelidad a Israel al mantener las

promesas que Él había hecho a favor de Abraham y de su descendencia.

1:56 Después de quedarse con Elisabet unos tres meses, María regresó a su propia

casa en Nazaret. No estaba aún casada. Es indudable que vino a ser objeto de sospechas y

calumnias por parte de la vecindad. Pero Dios la vindicaría; podía esperar.

E. Nacimiento del Precursor (1:57–66)

1:57–61 Cuando se le cumplió a Elisabet el tiempo de dar a luz, dio a luz un hijo.

Sus vecinos y amigos se regocijaron. Al octavo día, cuando vinieron a circuncidar al

niño, pensaron que era evidente que tenía que llamarse Zacarías, como su padre. Cuando

su madre les dijo que el nombre del hijo sería Juan quedaron sorprendidos, porque

ninguno de su parentela se llamaba así.

1:62–63 Para tener la decisión final, hicieron señas a Zacarías. (Esto indica que no sólo

había enmudecido, sino que también estaba sordo.) Pidiendo una tablilla para escribir

decidió la cuestión —el nombre del pequeño era Juan—. Todos se asombraron.

1:64–66 Pero fue aún más sorprendente darse cuenta de que Zacarías había vuelto a

recibir la capacidad de hablar en el momento en que escribió «Juan». Las noticias se

esparcieron rápidamente en toda la zona montañosa de Judea, y la gente se preguntaba

acerca de la obra futura de este insólito bebé. Sabían que estaba con él el favor especial del

Señor.

F. La Profecía de Zacarías tocante a Juan (1:67–80)

1:67 Liberado ahora de las cadenas de la incredulidad y lleno del Espíritu Santo,

Zacarías fue inspirado para pronunciar un elocuente himno de alabanza, rico en citas del

AT.

1:68–69 Alabanzas a Dios por lo que había hecho. Zacarías se daba cuenta de que el

nacimiento de su hijo Juan indicaba la inminencia de la llegada del Mesías. Se refirió al

advenimiento de Cristo como hecho consumado antes que sucediese. La fe le capacitó para

decir que Dios había ya visitado y efectuado redención para su pueblo enviando al

Redentor. Jehová había suscitado un cuerno (lit.) de salvación en la casa real de David.

(Un cuerno se empleaba para contener el aceite para ungir reyes; por ello, aquí podría

significar un Rey de salvación de la línea regia de David. O podría denotar un símbolo de

poder, y significar así «un poderoso Salvador».)

1:70–71 Alabanzas a Dios por cumplir la profecía. La venida del Mesías había sido

predicha por los santos profetas… desde antiguo. Esto significaba salvación de los

enemigos y seguridad frente a los aborrecedores.

1:72–75 Alabanzas a Dios por Su fidelidad a Sus promesas. El Señor había hecho un

pacto incondicional de salvación con Abraham. Esta promesa fue cumplida por la venida

de la simiente de Abraham, esto es, el Señor Jesucristo. La salvación que Él trajo fue a la

vez externa e interna. Externamente, significaba liberación de mano de sus enemigos.

Internamente, significaba poderle servir sin temor en santidad de vida y rectitud de

conducta.

G. Campbell Morgan expone dos pensamientos notables de este pasaje. Primero, señala

la destacada relación entre el nombre de Juan y el tema del cántico —ambos son la gracia

de Dios—. Luego encuentra alusiones a los nombres de Juan, Zacarías y Elisabet en los

versículos 72 y 73.

Juan —misericordia prometida (v. 72).

Zacarías —recordar (v. 72).

Elisabet —el juramento (v. 73).

El favor de Dios, tal como lo anuncia Juan, resulta de que Él recuerda el juramento de

Su santo pacto.

1:76–77 La misión de Juan, el heraldo del Salvador. Juan sería el profeta del Altísimo,

y prepararía los corazones del pueblo para la venida del Señor, y proclamaría a su pueblo

conocimiento de salvación, por el perdón de sus pecados. Una vez más vemos aquí que

las referencias a Jehová en el AT se aplican a Jesús en el Nuevo. Malaquías predijo un

mensajero que prepararía el camino delante de Jehová (3:1). Zacarías identifica a Juan

como el mensajero. Sabemos que Juan vino para preparar el camino delante de Jesús. La

evidente conclusión es que Jesús es Jehová.

1:78–79 La venida de Cristo es asemejada al amanecer. Durante siglos, el mundo había

estado sumido en tinieblas. Ahora, por medio de las entrañas de misericordia de

nuestro Dios, estaba a punto de romper el alba. Vendría en la Persona de Cristo, que

resplandecería sobre los gentiles, que estaban sentados en tinieblas y en sombra de

muerte, y conduciendo los pies de Israel hacia un camino de paz (véase Mal. 4:2).

1:80 El capítulo concluye con una sencilla declaración de que el niño crecía física y

espiritualmente, permaneciendo en lugares desiertos hasta el día de su aparición pública

ante la nación de Israel.

G. El nacimiento del Hijo del Hombre (2:1–7) 2:1–3 César Augusto promulgó un edicto ordenando que se hiciera un censo por todo

el imperio. Este censo se hizo primeramente cuando Cirenio gobernaba Siria. Durante

muchos años se puso en tela de juicio la exactitud del Evangelio de Lucas, a causa de esta

referencia a Cirenio. Pero posteriores descubrimientos arqueológicos tienden a confirmar

este registro. Desde su perspectiva, César Augusto estaba con ello demostrando su

dominio sobre el mundo grecorromano. Pero desde la perspectiva de Dios, el emperador

gentil era simplemente una marioneta impulsando el programa divino (véase Pr. 21:1).

2:4–7 El decreto de Augusto llevó a José y a María a Belén precisamente en el tiempo

oportuno para que el Mesías naciese allí en cumplimiento de la profecía (Mi. 5:2). Belén

estaba abarrotada cuando llegaron desde Galilea. El único lugar que pudieron encontrar

donde quedarse fue en un establo de un mesón. Esto era una premonición de cómo los

hombres iban a recibir a su Salvador. Fue mientras que la pareja de Nazaret se encontraba

allí que María dio a luz a su hijo primogénito. Entonces lo envolvió en pañales, y

amantemente lo acostó en un pesebre.

Así visitó Dios nuestro mundo en la Persona de un Bebé indefenso, y en la pobreza de

un hediondo establo. ¡Qué maravilla! Darby lo expresó de una manera impactante:

Comenzó en un pesebre, y acabó en una cruz, y a todo lo largo del camino no encontró

donde posar Su cabeza.

H. Los Ángeles y los Pastores (2:8–20)

2:8 La primera indicación de este singular nacimiento no fue dada a los guías religiosos

de Jerusalén, sino a unos contemplativos pastores en los montes de Judea, hombres

humildes y fieles en sus tareas cotidianas. Observa James S. Stewart:

¿No hay acaso todo un universo de significado en el hecho de que los que primero

vieron la gloria de la venida del Señor fueron gente ordinaria, ocupados en tareas muy

ordinarias? Esto significa, primero, que el puesto del deber, por humilde que sea, es el lugar

de la visión. Y en segundo lugar significa que es a aquellos que se han mantenido en las

profundas y sencillas piedades de la vida, y que no han perdido el corazón de niño, a los

que se les abren más rápidamente las puertas del Reino.

2:9–11 Un ángel del Señor se presentó a los pastores, y una brillante luz los rodeó con

su resplandor. Al llenarse ellos de pavor, el ángel los alentó y les comunicó las noticias.

Eran buenas noticias de gran gozo para todo el pueblo. Aquel mismo día, en la cercana

Belén, había nacido un Bebé. Y este Bebé era un Salvador, que es Cristo el Señor. Aquí

tenemos una teología en miniatura. Primero de todo, Él es un Salvador, lo que se expresa

con Su nombre, Jesús. Luego, Él es el Cristo, el Ungido de Dios, el Mesías de Israel.

Finalmente, Él es el Señor, Dios manifestado en carne.

2:12 ¿Cómo lo reconocerían los pastores? Los ángeles les dieron una doble señal.

Primero, el Bebé estaría envuelto en pañales. Ellos ya habían visto antes a bebés en

pañales. Pero los ángeles acababan de anunciar que este Bebé era el Señor. Nadie jamás

había visto al Señor como un recién nacido envuelto en pañales. La segunda parte de la

señal era que estaría acostado en un pesebre. Es dudoso que los pastores hubiesen visto

jamás a un recién nacido acostado en un lugar tan poco propio. Esta indignidad estaba

reservada para el Señor de la vida y de la gloria cuando vino a nuestro mundo. Nos da

vértigo pensar que el Creador y Sustentador del universo entró en la historia humana no

como un héroe militar conquistador, sino como un pequeño Bebé. Pero ésta es la verdad de

la Encarnación.

2:13–14 De repente todo el entusiasmo hasta entonces contenido del cielo estalló en

alabanza. Una multitud del ejército celestial apareció junto al ángel, que alababa a Dios.

Su cántico, conocido generalmente en la actualidad con el título Gloria in Excelsis Deo,

captura el pleno significado del nacimiento de aquel Bebé. Su vida y ministerio traerían

gloria a Dios en lo más alto de los cielos, y sobre la tierra paz, buena voluntad para

con los hombres, o quizá a hombres en los que Él se agrada. Los hombres en los que Dios

se agrada son los que se arrepienten de sus pecados y reciben a Jesucristo como Señor y

Salvador.

2:15–19 Tan pronto como los ángeles desaparecieron, los pastores se apresuraron a ir a

Belén y encontraron juntamente a María, a José y a Jesús acostado en el pesebre. Ellos

refirieron la visita del ángel, causando enorme sorpresa entre los que se habían reunido en

el establo. Pero María tenía un entendimiento más profundo de lo que estaba pasando; y

atesoraba todas estas cosas, ponderándolas en su corazón.

2:20 Los pastores regresaron a sus rebaños, llenos de júbilo por todo lo que habían

oído y visto, y rebosando en su adoración a Dios.

I. La Circuncisión y Dedicación de Jesús (2:21–24)

En este pasaje se describen al menos tres ritos distintos:

1. Primero, hubo la circuncisión de Jesús. Esto tuvo lugar cuando tenía ocho días. Era

una prenda del pacto que Dios había hecho con Abraham. Este mismo día se impuso

nombre al Niño, según la costumbre judía. El ángel había ya dado instrucciones a María y a

José para que le llamasen JESÚS.

2. La segunda ceremonia trataba de la purificación de María. Tuvo lugar cuarenta días

después del nacimiento de Jesús (véase Lv. 12:1–4). De ordinario, los padres habían de

llevar un cordero para holocausto, y una tórtola o un palomino para ofrenda por el pecado.

Pero en el caso de los pobres, se les permitía traer dos tórtolas o dos palominos (Lv. 12:6–

8). El hecho de que María no trajese un cordero, sino sólo dos palominos, es una

ilustración de la pobreza en la que nació Jesús.

3. El tercer rito era la presentación de Jesús en el templo en Jerusalén. Originalmente,

Dios había decretado que el primogénito le pertenecía; habían sido designados para

constituir la clase sacerdotal (Éx. 13:2). Más tarde, separó a la tribu de Leví para que

sirviesen como sacerdotes (Éx. 28:1, 2). Entonces se les permitió a los padres «rescatar» o

«redimir» a sus primogénitos por la cantidad de cinco siclos. Esto lo hicieron cuando lo

dedicaron al Señor.

J. Simeón vive hasta ver al Mesías (2:25–35)

2:25–26 Simeón era uno del remanente fiel de los judíos que estaba aguardando la

venida del Mesías. El Espíritu Santo le había comunicado que no vería la muerte antes

de haber visto al Cristo o Ungido del Señor. «El secreto de Jehová es para los que le

temen» (Sal. 25:14). Hay una misteriosa comunicación de conocimiento divino a aquellos

que caminan en una sosegada y contemplativa comunión con Dios.

2:27–28 Sucedió que entró en el área del templo el mismo día que los padres de Jesús

le presentaban a Dios. Simeón fue informado sobrenaturalmente de que este Niño era el

Mesías prometido. Tomando a Jesús en sus brazos, pronunció el memorable cántico ahora

conocido como el Nunc Dimittis (Ahora… puedes dejar que tu siervo se vaya).

2:29–32 La carga del cántico es como sigue: Señor, ahora me vas a dejar que me

vaya. He visto… tu salvación en la persona de este Bebé, el prometido Redentor, tal como

me habías prometido. Tú lo has designado para proveer salvación para toda clase de gente.

Él será luz para revelación a los gentiles (Su Primera Venida) y para resplandecer en

gloria sobre tu pueblo Israel (en Su Segunda Venida). Simeón estaba preparado para

morir tras haberse encontrado con el Señor Jesús. Había desaparecido el aguijón de la

muerte.

2:33 Lucas mantiene cuidadosamente la doctrina del nacimiento virginal con su frase

cuidadosamente escrita José y su madre, tal como se lee en la tradición de Reina-Valera

(RV, RVR), siguiendo a la mayoría de manuscritos (M).

2:34–35 Después de su inicial estallido de alabanza a Dios por el Mesías, Simeón se

dirigió a los padres y los bendijo. Acto seguido, se dirigió proféticamente a María. La

profecía que pronunció se componía de cuatro partes:

1. Éste Niño estaba puesto para caída y levantamiento de muchos en Israel. Aquellos

que fuesen arrogantes, no arrepentidos e incrédulos iban a experimentar caída y castigo.

Los que se humillasen, se arrepintiesen de sus pecados y recibiesen al Señor Jesús

experimentarían levantamiento y bendición.

2. Este Niño estaba puesto… para señal que es objeto de disputa. Había una especial

significación en la Persona de Cristo. Su misma presencia sobre la tierra resultó ser una

intensa reprensión al pecado y a la impiedad, y por ello suscitó la acerba enemistad del

corazón humano.

3. Y una espada traspasará tu misma alma. Simeón predecía con estas palabras el

dolor que embargaría el alma de María cuando viese la crucifixión de su Hijo (Jn. 19:25).

4. … de forma que queden al descubierto los pensamientos de muchos corazones. La

manera en la que una persona reacciona ante el Salvador es una prueba de sus motivos y

afectos internos.

De esta manera, el cántico de Simeón incluye las ideas de piedra de toque, de piedra de

tropiezo, de piedra de subida y de espada.

K. La Profetisa Ana (2:36–39)

2:36–37 Lo mismo que Simeón, Ana, la profetisa, era miembro del remanente fiel de

Israel que esperaba el advenimiento del Mesías. Pertenecía a la tribu de Aser (que

significa feliz, bienaventurado), una de las diez tribus que habían sido llevadas al cautiverio

por los asirios en el 721 a.C. Ana debía tener entonces más de cien años, porque había

estado casada durante siete años y luego viuda durante ochenta y cuatro años. Como

profetisa, es indudable que recibía revelaciones divinas y que servía como portavoz de

Dios. Era fiel en su asistencia a los servicios públicos en el templo, adorando con ayunos y

súplicas de día y de noche. Su edad muy avanzada no le impedía servir al Señor.

2:38 Mientras Jesús estaba siendo presentado al Señor y Simeón estaba hablando con

María, Ana se acercó a este pequeño corro de gente. Comenzó también a expresar su

reconocimiento a Dios por el prometido Redentor, y luego empezó a hablar de Jesús a los

fieles que aguardaban la redención en Jerusalén.

2:39 Después que José y María acabaron de cumplir los ritos de la purificación y

dedicación, regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. Lucas omite mencionar la

visita de los sabios o la huida a Egipto.

L. La Infancia de Jesús (2:40–52)

2:40 El crecimiento normal del Niño Jesús se expone de la siguiente manera:

Físicamente, crecía, y se iba fortaleciendo en espíritu (V.M.). Pasó por las etapas usuales

de desarrollo físico, y aprendió a andar, a hablar, a jugar y a trabajar. Por esto, Él puede

simpatizar con nosotros en cada etapa de nuestro crecimiento. Mentalmente, fue llenándose

de sabiduría. No sólo aprendió el abecedario, los números y todo el conocimiento de aquel

tiempo, sino que fue creciendo en sabiduría, esto es, en la aplicación práctica de este

conocimiento a los problemas de la vida. Espiritualmente, el favor de Dios estaba sobre él.

Anduvo en comunión con Dios y en dependencia del Espíritu Santo. Estudiaba la Biblia,

pasaba tiempo en oración y se deleitaba en hacer la voluntad de Su Padre.

2:41–44 Un muchacho judío llega a ser hijo de la ley a los doce años. Cuando cumplió

doce años de edad, su familia emprendió su peregrinación anual subiendo a Jerusalén

para la pascua. Pero cuando partieron para regresar a Galilea, no se dieron cuenta de que

Jesús no se encontraba en la caravana. A nosotros puede parecernos extraño, si no nos

damos cuenta de que la familia probablemente viajaba con una caravana muy numerosa.

Sin duda, pensaban que Jesús estaba andando con otros de Su propia edad.

Antes de condenar a José y a María, deberíamos recordar lo fácil que es para nosotros

viajar un día de camino y suponer que Jesús va en la caravana, cuando en realidad hemos

perdido el contacto con Él por el pecado no confesado en nuestras vidas. Para restablecer el

contacto con Él debemos volver donde se interrumpió la comunión, y confesar y abandonar

nuestro pecado.

2:45–47 Los angustiados padres regresaron a Jerusalén, y encontraron a Jesús en el

templo, sentado en medio de los maestros, no sólo escuchándoles, sino también

haciéndoles preguntas. No hay sugerencia aquí de que actuase como un niño precoz,

discutiendo con Sus mayores. Más bien, tomó el puesto de un niño normal, aprendiendo

con humildad y quietud de Sus maestros. Y, sin embargo, en el curso de estas actividades,

debieron hacerle algunas preguntas, porque los que le estaban oyendo, quedaban atónitos

ante su inteligencia y sus respuestas.

2:48 Incluso Sus padres se sorprendieron al ver a Jesús participando en forma tan

inteligente en una conversación con los que eran mucho mayores en años que Él. Sin

embargo, su madre expresó su ansiedad acumulada e irritación reprendiéndole. ¿Acaso no

sabía que habían estado preocupados por Él?

2:49 La respuesta del Señor, las primeras palabras que se registran de Él, muestran que

estaba plenamente consciente de Su identidad como el Hijo de Dios, así como de Su misión

divina. ¿Cómo es que me buscabais? ¿No sabíais que yo debo estar en los asuntos de

mi Padre? Ella había dicho, «tu padre y yo». Él respondió: Los asuntos de mi Padre.

2:50 En aquel tiempo ellos no comprendieron lo que Él quería decir con aquella

críptica observación. ¡Era algo insólito en boca de un Muchacho de doce años!

2:51 En todo caso, quedaron reunidos, y pudieron volver juntos a Nazaret. La

excelencia moral de Jesús aparece en estas palabras: Y continuaba sumiso a ellos. Aunque

era el Creador del universo, tomó sin embargo Su puesto como Hijo obediente en esta

humilde familia judía. Y, con todo, su madre conservaba cuidadosamente todas estas

cosas en su corazón.

2:52 Una vez más se nos describe la verdadera humanidad y el crecimiento de nuestro

Señor:

1. Su crecimiento mental —progresando en sabiduría.

2. Su crecimiento físico —en vigor.

3. Su crecimiento espiritual —en gracia ante Dios.

4. Su crecimiento social —en gracia ante los hombres.

Él fue absolutamente perfecto en cada aspecto de Su crecimiento. Aquí la narración de

Lucas pasa en silencio más de dieciocho años que el Señor Jesús pasó en Nazaret como el

Hijo de un carpintero. Estos años nos enseñan la importancia de la preparación e

instrucción, de la necesidad de paciencia y el valor del trabajo cotidiano. Nos advierten en

contra de la tentación de saltar del nacimiento espiritual al ministerio espiritual. Los que no

han tenido una infancia y adolescencia espirituales normales cortejan el desastre en su vida

y testimonio posteriores.

III. LA PREPARACIÓN DEL HIJO DEL HOMBRE PARA

MINISTRAR (Caps. 3:1–4:30)

A. El Precursor prepara el camino (3:1–20)

3:1–2 Como historiador, Lucas identifica el año en que Juan comenzó a predicar

nombrando a las autoridades políticas y religiosas que entonces estaban en el poder —un

emperador (César), un gobernador, tres con el título de tetrarca y dos sumos

sacerdotes—. Los gobernantes políticos mencionados implican el dogal de hierro que

sujetaba a la nación de Israel. El hecho de que hubiese dos sumos sacerdotes indica que la

nación estaba en desorden religioso, además de político. Aunque estos eran grandes en la

estima del mundo, eran hombres malvados y carentes de escrúpulos en la estima de Dios.

Así, cuando quiso hablar con los hombres, Él pasó por alto el palacio y la sinagoga y envió

Su mensaje a Juan el hijo de Zacarías, que estaba en el desierto.

3:3 Inmediatamente, Juan viajó a toda la comarca del río Jordán, probablemente

cerca de Jericó. Allí llamó a la nación de Israel a arrepentirse de sus pecados para recibir

perdón, y prepararse así para la venida del Mesías. También llamó al pueblo a ser bautizado

como señal externa de que se habían arrepentido en verdad. Juan era un verdadero profeta,

una conciencia encarnada, clamando contra el pecado y llamando a la renovación espiritual.

3:4 Su ministerio dio de esta manera cumplimiento a la profecía en Isaías 40:3–5. Él

era voz de uno que clama en el desierto. Espiritualmente hablando, en este tiempo Israel

era un desierto. Como nación, era árida e inhóspita, y no daba fruto para Dios. Para estar

dispuestos para la venida del Señor, el pueblo había de hacer un cambio moral. En aquellos

tiempos, cuando un rey iba a hacer una visita regia, se hacían complejos preparativos para

allanar los caminos y para hacer su llegada lo más fácil posible. Y esto es a lo que Juan

llamó al pueblo; sólo que no se trataba de una reparación de caminos literales, sino de

preparar sus corazones para recibirle.

3:5 Los efectos de la venida de Cristo se describen como sigue:

Todo valle será rellenado — los que estén verdaderamente arrepentidos y son

humildes serían salvados y quedarían satisfechos.

Todo monte y collado será rebajado —la gente como los escribas y fariseos, que eran

orgullosos y arrogantes, serían humillados.

Lo tortuoso se hará recto —los que eran faltos de honradez, como los recaudadores de

impuestos, verían su carácter corregido.

Lo áspero se convertirá en caminos suaves —los soldados y otros con temperamentos

duros y crudos serían domados y afinados.

3:6 El resultado final sería que toda carne —tanto judíos como gentiles— vería la

salvación de Dios. En Su Primera Venida la oferta de salvación salió a todos los hombres,

aunque no todos le recibieron. Cuando vuelva para reinar, este versículo tendrá su pleno

cumplimiento. Entonces todo Israel será salvo, y los gentiles compartirán también de las

bendiciones de Su glorioso reino.

3:7 Cuando las multitudes salieron para ser bautizadas por Juan, él se dio cuenta de

que no todos eran sinceros. Algunos eran meros profesantes, sin hambre ni sed de justicia.

Es a éstos que se dirigió Juan como engendros de víboras. La pregunta, ¿quién os

advirtió que huyeseis de la ira inminente? implica que no era Juan quien lo había hecho;

su mensaje se dirigía a aquellos que estaban dispuestos a confesar sus pecados.

3:8 Si realmente querían tener tratos con Dios, deberían mostrar que se habían

arrepentido de verdad manifestando una vida transformada. El arrepentimiento genuino

produce frutos. No debían comenzar a pensar que el hecho de descender de Abraham era

suficiente; la relación con personas piadosas no hace piadoso a nadie. Dios no estaba

limitado a la descendencia física de Abraham para cumplir Sus propósitos; Él podía tomar

las piedras junto al río Jordán y suscitar hijos a Abraham. Piedras aquí es probablemente

una imagen de los gentiles, a los que Dios podría transformar, mediante un milagro de la

gracia divina, en creyentes con una fe semejante a la de Abraham. Esto es precisamente lo

que sucedió. La descendencia física de Abraham, como nación, rechazó al Cristo de Dios.

Pero muchos gentiles le recibieron como Señor y Salvador, y llegaron así a ser la

descendencia espiritual de Abraham.

3:9 El hacha está puesta junto a la raíz de los árboles es una expresión figurada,

significando que la venida de Cristo pondría a prueba la realidad del arrepentimiento del

hombre. Aquellos individuos que no manifestasen los frutos del arrepentimiento serían

condenados.

Las palabras y frases de Juan salían de su boca como espadas: «generación de víboras»,

«ira venidera», «hacha», «se corta», «se echa al fuego». Los profetas del Señor nunca

fueron de lengua blanda: eran grandes moralistas, y con frecuencia sus palabras se abatían

sobre la gente como las hachas de batalla de nuestros antepasados sobre los yelmos de sus

enemigos (Notas Diarias de la Unión Bíblica).

3:10 Heridos por la convicción de pecado, las multitudes pedían a Juan que les diese

sugerencias prácticas acerca de cómo exhibir la realidad de su arrepentimiento.

3:11–14 En los versículos 11–14, les muestra maneras específicas en las que podrían

demostrar su sinceridad. En general, deberían amar a su prójimo como a sí mismos

compartiendo su vestido y lo que tuviesen que comer con los pobres.

Respecto a los cobradores de impuestos, habían de ser estrictamente honrados en

todos sus tratos. Ya que como clase eran notoriamente carentes de escrúpulos, esto

constituiría una evidencia muy concreta de la genuinidad de su arrepentimiento.

Finalmente, les dijo a los soldados en activo que evitasen tres pecados comunes a los

militares: la extorsión, la calumnia y el descontento. Es importante darse cuenta de que

estos hombres no fueron salvados por hacer estas cosas; más bien, se trataba de evidencias

externas de que sus corazones eran verdaderamente rectos para con Dios.

3:15–16a La modestia de Juan es destacable. Por un tiempo, al menos, pudo haber

asumido el papel de Mesías y haber atraído muchos seguidores. Cosa bien contraria a ello,

se comparó a sí mismo de la manera más desfavorable con el Cristo. Explicó que su

bautismo era externo y físico, mientras que el de Cristo sería interior y espiritual. Dijo que

no era apto para desatar al Mesías la correa de sus sandalias.

3:16b–17 El bautismo de Cristo sería con Espíritu Santo y fuego. Su ministerio sería

doble. Primero, bautizaría a los creyentes con Espíritu Santo —una promesa de lo que

ocurriría en el Día de Pentecostés, cuando los creyentes fueron bautizados en el cuerpo de

Cristo—. Pero, en segundo lugar, Él bautizaría con fuego.

Por el versículo 17 parece claro que el bautismo de fuego es un bautismo de juicio. Ahí,

el Señor es presentado como un aventador de grano. Al echar las paladas de grano al aire, la

paja es arrastrada a los lados de la era. Luego, es barrida y quemada.

Cuando Juan estaba hablando con una multitud mezclada —creyentes e incrédulos—

mencionó ambos bautismos, el del Espíritu y el de fuego (Mt. 3:11 y aquí). En cambio,

cuando se dirigía sólo a creyentes (Mr. 1:5), omitió el bautismo de fuego (Mr. 1:8). Ningún

verdadero creyente experimentará jamás el bautismo de fuego.

3:18–20 Lucas está ahora listo para dirigir la atención de Juan a Jesús. Por esto, en estos

versículos sumariza el resto del ministerio de Juan y nos lleva adelante a la época de su

encarcelamiento por parte de Herodes. El encarcelamiento de Juan tuvo realmente lugar

unos dieciocho meses después. Él había reprendido a Herodes por vivir en una relación de

adulterio con su cuñada. Herodes culminó luego todas sus otras maldades encerrando a

Juan en la cárcel.

B. Preparación por medio del bautismo (3:21, 22)

Al apartarse Juan de nuestra atención, el Señor Jesús pasa a la posición central. Y Él

inaugura Su ministerio público, siendo de alrededor de treinta años, siendo bautizado en el

río Jordán.

Hay varios puntos de interés en este relato de Su bautismo:

1. En él aparecen las tres Personas de la Trinidad: Jesús (v. 21); el Espíritu Santo (v.

22); el Padre (v. 22b).

2. Sólo Lucas registra el hecho de que Jesús oraba en Su bautismo (v. 21). Esto

concuerda con la intención de Lucas de presentar a Cristo como el Hijo del Hombre,

siempre dependiente de Dios Padre. La vida de oración de nuestro Señor es un tema

dominante en este Evangelio. Él oró aquí, al comienzo de Su ministerio público. Oró

cuando estaba llegando a ser bien conocido y le seguían multitudes (5:16). Pasó toda una

noche orando antes de escoger a los doce discípulos (6:12). Oró antes del acontecimiento

de Cesarea de Filipos, el punto culminante de Su ministerio de enseñanza (9:18). Oró en el

Monte de la Transfiguración (9:28). Oró en presencia de Sus discípulos, suscitando un

discurso acerca de la oración (11:1). Oró por el recaído Pedro (22:32). Oró en el huerto de

Getsemaní (22:41, 44).

3. El bautismo de Jesús es una de las tres ocasiones en las que Dios habló del cielo en

relación con el ministerio de Su amado Hijo. Durante treinta años, la mirada de Dios había

examinado aquella intachable Vida en Nazaret; aquí, Su veredicto fue: En ti he puesto mi

complacencia. Las otras dos veces en las que el Padre habló públicamente desde el cielo

fueron: Cuando Pedro sugirió levantar tres tabernáculos en el Monte de la Transfiguración

(Lc. 9:35) y cuando los griegos acudieron a Felipe, que deseaban ver a Jesús (Jn. 12:20–

28).

C. Preparación por la participación de la humanidad (3:23–28)

Antes de entrar en el ministerio público de nuestro Señor, Lucas se detiene para dar su

genealogía. Si Jesús es verdaderamente humano, entonces ha de descender de Adán. Esta

genealogía demuestra que así fue. Está muy difundida la creencia de que aquí se da la

genealogía de Jesús a través de la línea de María. Observemos que el versículo 23 no dice

que Jesús fuese hijo de José sino, siendo hijo, según se suponía, de José. Si esta postura es

correcta, entonces Elí (v. 23) era suegro de José y padre de María.

Los eruditos creen mayoritariamente que ésta es la genealogía del Señor a través de

María por las siguientes razones:

1. La más evidente es que la línea familiar de José se da en el Evangelio de Mateo (1:2–

16).

2. En los primeros capítulos del Evangelio de Lucas, María se destaca más que José,

mientras que en Mateo es al revés.

3. Los nombres de las mujeres no solían emplearse entre los judíos como vínculos

genealógicos. Esto explicaría la omisión del nombre de María.

4. En Mateo 1:16 se expresa de manera clara que Jacob engendró a José. Aquí en Lucas

no se dice que Elí engendró a José; dice que José era hijo de Elí. Hijo puede significar hijo

político o yerno.

5. En el lenguaje original, el artículo determinado (tou) en forma genitiva (del) aparece

delante de cada nombre en la genealogía, excepto en un caso. Este caso es el nombre de

José. Esta singular excepción sugiere enérgicamente que José fue incluido sólo por su

matrimonio con María.

Aunque no es necesario examinar la genealogía de una manera detallada, es útil

observar varios puntos importantes.

1. Esta lista muestra que María descendía de David a través de su hijo Natán (v. 31). En

el Evangelio de Mateo, Jesús hereda el derecho legal al trono de David por medio de

Salomón. Como hijo legal de José, el Señor cumplía aquella parte del pacto con David que

le prometía que su trono permanecería para siempre. Pero Jesús no podía ser el verdadero

hijo de José sin caer bajo la maldición de Dios sobre Jeconías, que decretaba que ningún

descendiente de aquel malvado rey prosperaría jamás (Jer. 22:30).

Como verdadero Hijo de María, Jesús cumplía aquella parte del pacto de Dios con David

que prometía que su descendencia se sentaría en su trono para siempre. Y al descender de

David por medio de Natán, no estaba bajo la maldición que había sido pronunciada contra

Jeconías.

2. Adán es descrito como el hijo de Dios (v. 38). Esto significa sencillamente que había

sido creado por Dios.

3. Parece evidente que la línea mesiánica terminó con el Señor Jesús. Nadie más puede

jamás presentar una pretensión legal válida al trono de David.

D. Preparación mediante la prueba (4:1–13)

4:1 Nunca hubo un tiempo en la vida de nuestro Señor en que no estuviese lleno del

Espíritu Santo, pero se menciona aquí de manera específica en relación con Su tentación.

Estar lleno del Espíritu Santo significa estar totalmente entregado a Él y ser totalmente

obediente a cada palabra de Dios. Una persona llena del Espíritu está vacía de pecado

conocido y del yo y en ella habita ricamente la Palabra de Dios. Cuando Jesús regresaba del

Jordán, donde había sido bautizado, fue conducido por el Espíritu al desierto —

probablemente el Desierto de Judea, junto a la costa occidental del Mar Muerto.

4:2–3 Allí estuvo por cuarenta días, siendo tentado por el diablo —y en estos días el

Señor no comió nada—. Al final de los cuarenta días sufrió la triple tentación con la que

estamos más familiarizados. En realidad, esta triple tentación tuvo lugar en tres lugares

diferentes —el desierto, un monte y el templo en Jerusalén—. La verdadera humanidad de

Jesús queda reflejada en las palabras tuvo hambre. Éste fue el blanco de la primera

tentación. Satanás sugirió que el Señor emplease Su poder divino para dar satisfacción a Su

hambre física. La sutileza de la tentación residía en que el acto en sí mismo era

perfectamente legítimo. Pero Jesús no habría hecho bien en hacerlo en obediencia a

Satanás; debía actuar conforme a la voluntad del Padre.

4:4 Jesús resistió a la tentación citando la Escritura (Dt. 8:3). Más importante aún que

la satisfacción del apetito físico lo es la obediencia a la palabra de Dios. Jesús no discutió.

Dice Darby: «Un solo texto sirve para silenciar cuando se emplea con el poder del Espíritu.

Todo el secreto del poder en el conflicto es emplear la palabra de Dios de forma recta».

4:5–7 En la segunda tentación, el diablo … mostró a Jesús en un momento todos los

reinos de la tierra habitada. Satanás no precisa de mucho tiempo para mostrar todo lo que

tiene que ofrecer. No era el mundo mismo lo que le ofreció, sino los reinos de este mundo.

Hay un sentido en el que tiene poderío sobre los reinos de este mundo. Debido al pecado

del hombre, Satanás ha venido a ser «el príncipe de este mundo» (Jn. 12:31; 14:30; 16:11),

«el dios de este siglo» (2 Co. 4:4) y «el príncipe de la potestad del aire» (Ef. 2:2). Dios se

ha propuesto que «los reinos de este mundo» vendrán a ser un día «los reinos de nuestro

Señor y de su Cristo» (Ap. 11:15). De modo que Satanás le estaba ofreciendo a Cristo lo

que de todos modos un día iba a ser Suyo.

Pero no podía haber atajos para el trono. La cruz tenía que venir en primer lugar. En los

consejos de Dios, el Señor Jesús había de sufrir antes de poder entrar en Su gloria. No

podía conseguir un fin legítimo con medios ilegítimos. Bajo ninguna circunstancia estaba

dispuesto a postrarse ante el diablo, fuese cual fuese la recompensa.

4:8 Por ello, el Señor citó Deuteronomio 6:13 para mostrar que como Hombre había de

adorar y servir sólo a Dios.

4:9–11 En la tercera tentación, Satanás llevó a Jesús a Jerusalén, al alero del templo,

y le sugirió que se echase abajo. ¿No había prometido Dios en el Salmo 91:11–12 que Él

guardaría al Mesías? Tal vez Satanás trataba de inducir a Jesús a presentarse como el

Mesías a través de un prodigio sensacional. Malaquías había predicho que el Mesías se

presentaría en Su templo de forma instantánea (Mal. 3:1). Aquí, pues, estaba la oportunidad

de Jesús de conseguir fama y notoriedad como el Liberador prometido, sin tener que ir al

Calvario.

4:12 Por tercera vez resistió Jesús a la tentación con una cita de la Biblia.

Deuteronomio 6:16 prohíbe poner a Dios a prueba.

4:13 Repelido por la espada del Espíritu, el diablo dejó a Jesús hasta un tiempo

oportuno. Las tentaciones vienen en espasmos, no de forma continua.

Se deberían mencionar varios puntos adicionales en relación con la tentación:

1. El orden en Lucas difiere del de Mateo. La segunda y tercera tentaciones aparecen en

orden inverso; la razón de ello no está clara.

2. En los tres casos, el fin propuesto era perfectamente legítimo, pero el medio para

obtenerlo era ilegítimo. Siempre está mal obedecer a Satanás, darle culto, o a cualquier otro

ser creado. Es malo tentar a Dios.

3. La primera tentación tenía que ver con el cuerpo, la segunda con el alma y la tercera

con el espíritu. Apelaban respectivamente a la concupiscencia de la carne, a la

concupiscencia de los ojos y a la soberbia de la vida.

4. Las tres tentaciones giran alrededor de tres de los más poderosos impulsos de la

existencia humana el apetito físico, el deseo de poder y posesiones y el deseo de

reconocimiento público—. ¡Cuán a menudo los discípulos son tentados a escoger un

camino de comodidad y molicie, a buscar un puesto de importancia en el mundo y a

alcanzar una posición elevada en la iglesia!

5. En las tres tentaciones, Satanás empleó un lenguaje religioso y así revistió las

tentaciones con un ropaje de respetabilidad externa. Incluso citó la Escritura (vv. 10, 11).

Stewart observa apropiadamente:

El estudio de la narración de la tentación ilumina dos puntos importantes. Por una parte

demuestra que ser tentado no es necesariamente pecar. Por otra parte, la narración ilumina

el gran dicho de un discípulo posterior: «Pues por lo mismo que él ha padecido, siendo

tentado, puede también socorrer a los que son tentados» (Hebreos 2:18, V.M.).

Se sugiere a veces que la tentación habría carecido de significado si Jesús no hubiese

sido capaz de pecar. El hecho es que Jesús es Dios, y que Dios no puede pecar. El Señor

Jesús nunca cedió ninguno de los atributos de la deidad. Su deidad fue velada durante Su

vida en la tierra, pero no podía ser dejada de lado y no lo fue. Algunos dicen que como

Dios no podía pecar, pero que como Hombre sí podía. Pero Él sigue siendo aún Dios y

Hombre, y es impensable que pudiese pecar hoy. El propósito de la tentación no era ver si

Él iba a pecar o no, sino demostrar que Él no podía pecar. Sólo un Hombre santo y sin

pecado podía ser nuestro Redentor.

E. Preparación por la enseñanza (4:14–30)

4:14–15 Entre los versículos 13 y 14 hay un intervalo de alrededor de un año. Durante

este tiempo, el Señor ministró en Judea. El único registro de este ministerio se encuentra en

Juan 2–5.

Cuando Jesús regresó a Galilea en el poder del Espíritu para comenzar el segundo

año de Su ministerio público, Su fama se extendió por toda la comarca circunvecina. Era

ampliamente aclamado mientras enseñaba en las sinagogas judías.

4:16–21 En Nazaret, la ciudad donde había transcurrido su infancia y juventud, Jesús

iba regularmente a la sinagoga cada sábado. Había otras dos cosas que leemos que hacía

con regularidad. Oraba con regularidad (Lc. 22:39) y era Su hábito enseñar a otros (Mr.

10:1). En una visita a la sinagoga, … se levantó a leer de las Escrituras del AT. El

asistente le entregó el rollo sobre el que estaba escrita la profecía de Isaías. El Señor

desenrolló el volumen abriéndolo por lo que conocemos ahora como Isaías 61, y leyó el

versículo 1 y la primera mitad del versículo 2. Este pasaje siempre había sido reconocido

como una descripción del ministerio del Mesías. Cuando Jesús dijo: Hoy se ha cumplido

esta Escritura que acabáis de oír, estaba diciendo de la manera más clara posible que Él

era el Mesías de Israel.

Observemos las implicaciones revolucionarias de la misión del Mesías. Él había venido

para afrontar los enormes problemas que han afligido a la humanidad a lo largo de la

historia:

La pobreza. Para predicar el evangelio a los pobres.

Dolor. A sanar a los quebrantados de corazón.

Esclavitud. A proclamar liberación a los cautivos.

Sufrimiento. Y recuperación de la vista a los ciegos.

Opresión. A poner en libertad a los oprimidos.

En suma, vino a proclamar un año favorable del Señor —el amanecer de una nueva

era para las multitudes gimientes y sollozantes de este mundo—. Se presentó como la

respuesta a todos los males que nos atormentan. Y esto es cierto tanto si se piensa en estos

males en un sentido físico o espiritual. Cristo es la respuesta.

Es significativo que se detuvo al leer estas palabras: … a proclamar un año favorable

del Señor. No añadió el resto de las palabras de Isaías: «… y el día de la venganza de

nuestro Dios». El propósito de Su Primera Venida era predicar el año favorable del Señor.

Esta actual era de la gracia es el tiempo aceptable y el día de la salvación. Cuando regrese a

la tierra por segunda vez, será para proclamar el día de la venganza de nuestro Dios.

Observemos que el tiempo favorable es descrito como un año, y el tiempo de venganza

como un día.

4:22 La gente quedó evidentemente impresionada. Hablaban bien de Él, habiéndose

sentidos atraídos a Él por Sus palabras de gracia. Para ellos era un misterio cómo el hijo

de José, el Carpintero, se había desarrollado tan bien.

4:23 El Señor sabía que esta popularidad era superficial. No había una real apreciación

de Su verdadera identidad o valía. Para ellos, se trataba de otro de sus muchachos del

pueblo que había prosperado en Capernaúm. Predijo que le iban a decir este refrán:

Médico, cúrate a ti mismo. Generalmente, este dicho significaba: «Haz por ti mismo lo

que has hecho para otros. Cura tu propia condición, ya que afirmas curar la de otros». Pero

aquí el significado es un poco diferente. Es explicado en las palabras que siguen: Todo

cuanto hemos oído que se ha hecho en Capernaúm, hazlo también aquí en tu pueblo,

es decir, en Nazaret. Era un burlón reto para que hiciese milagros en Nazaret, como lo

había hecho en otras par-tes, y librarse así del ridículo.

4:24–27 El Señor contestó enunciando un principio profundamente arraigado en los

asuntos humanos: los grandes hombres no son apreciados en su propio vecindario. Luego

citó dos incidentes apropiados del AT en los que unos profetas de Dios no eran apreciados

por el pueblo de Israel, y que por ello fueron enviados a los gentiles. Cuando una gran

hambre se cernió sobre todo Israel, Elías no fue enviado a ninguna viuda judía —aunque

había muchas de ellas— sino que fue enviado a Sidón, a una viuda gentil. Y aunque había

muchos leprosos en la tierra de Israel cuando Eliseo estaba ministrando, no fue enviado a

sanar a ninguno de ellos. En lugar de ello, fue el gentil Naamán, el general del ejército de

Siria, quien fue limpiado. Imaginemos el impacto de las palabras de Jesús sobre las mentes

de Jesús. Ellos ponían a las mujeres, a los gentiles y a los leprosos al fondo de la escala

social. ¡Pero aquí el Señor puso con toda la intención a estos tres grupos por encima de los

judíos incrédulos! Lo que estaba diciendo era que la historia del AT estaba a punto de

volverse a repetir. Él iba a ser rechazado, a pesar de Sus milagros, no sólo por la ciudad de

Nazaret, sino también por toda la nación de Israel. Él se volvería entonces a los gentiles, tal

como habían hecho Elías y Eliseo.

4:28 La gente de Nazaret se dieron cuenta exactamente de lo que les quería decir. Se

sintieron soliviantados por la mera sugerencia de que se les fuese a mostrar favor a los

gentiles.

Comenta el Obispo Ryle:

El hombre aborrece acerbamente la doctrina de la soberanía de Dios que Cristo acababa

de declarar. Dios no estaba obligado a obrar milagros en medio de ellos.

4:29–30 Los que le escuchaban le echaron fuera de la ciudad… hasta un borde

escarpado de la colina, con la intención de despeñarle. Es indudable que esto era bajo la

instigación de Satanás, en otro intento por destruir al Heredero real. Pero Jesús,

milagrosamente, pasó por en medio de la multitud y abandonó la ciudad. Sus enemigos se

vieron impotentes para detenerle. Hasta allí donde podamos saber, nunca volvió a Nazaret.

IV. EL HIJO DEL HOMBRE DEMUESTRA SU PODER

(Caps. 4:31–5:26)

A. Poder sobre un espíritu inmundo (4:31–37)

4:31–34 La pérdida de Nazaret fue la ganancia de Capernaúm. El pueblo en esta otra

ciudad reconoció que Su enseñanza era con autoridad. Sus palabras eran convincentes y

motivadoras. Los versículos 31–41 describen un sábado típico en la vida del Señor. Le

revelan como Amo sobre los demonios y las enfermedades. Primero fue a la sinagoga y allí

se encontró con un hombre con un demonio inmundo. El adjetivo inmundo se emplea

con frecuencia para describir a malos espíritus. Significa que ellos mismos son impuros y

que producen impureza en las vidas de sus víctimas. La realidad de la posesión demoniaca

se ve en este pasaje. Primero, hubo un grito de terror —¿Qué tenemos que ver contigo?

Luego el espíritu mostró un claro conocimiento de que Jesús era el Santo de Dios que iba

finalmente a destruir las huestes de Satanás.

4:35 Jesús dio una doble orden al demonio: Cállate y sal de él. Y el demonio

obedeció, después de echar al hombre al suelo, pero sin hacerle daño alguno.

4:36–37 Los espectadores quedaron sobrecogidos de estupor. ¿Qué había en las

palabras de Jesús para que los espíritus inmundos le obedeciesen? ¿Cuál era aquella

indefinible autoridad y aquel poder con el que hablaba? ¡No es de extrañar que su fama

se extendiese por todos los lugares de los contornos!

Todos los milagros físicos de Jesús son imágenes de milagros similares que Él lleva a

cabo en el reino espiritual. Por ejemplo, los siguientes milagros en Lucas comunican las

lecciones espirituales que se detallan:

Arrojamiento de espíritus inmundos (4:31–37) —liberación de la impureza y

contaminación del pecado.

Curación de la fiebre de la suegra de Pedro (4:38, 39) —alivio de la agitación y

debilidad causadas por el pecado.

Curación del leproso (5:12–16) —extracción de la abominación y desesperanza del

pecado (véase también 17:11–19).

El paralítico (5:17–26) —liberación de la parálisis del pecado y equipamiento para

servir a Dios.

La resurrección del hijo de la viuda (17:11–17) —los pecadores están muertos en

delitos y pecados y necesitan recibir vida (véase también 8:49–56).

El acallamiento de la tempestad (8:22–25) —Cristo puede controlar las tempestades que

se abaten sobre las vidas de Sus discípulos.

Legión, el endemoniado (8:26–39) —el pecado produce violencia y locura y aísla a las

personas de la sociedad civilizada. El Señor devuelve la decencia, la cordura y la comunión

consigo mismo.

La mujer que tocó el borde de Su manto (8:43–48) —el empobrecimiento y la depresión

que causan el pecado.

La alimentación de los cinco mil (9:10–17) —un mundo de pecado hambriento del pan

de Dios. Cristo satisface la necesidad a través de Sus discípulos.

El hijo endemoniado (9:37–43a) —la crueldad y violencia del pecado, y el poder

sanador de Cristo.

La mujer con el espíritu de enfermedad (13:10–17) —el pecado deforma y paraliza,

pero el toque de Jesús da perfecta restauración.

El hombre hidrópico (14:1–6) —el pecado produce incomodidad, angustia y peligro.

El mendigo ciego (18:35–43) —el pecado ciega a los hombres a las realidades eternas.

El nuevo nacimiento proporciona ojos abiertos.

B. Poder sobre la fiebre (4:38, 39)

A continuación, Jesús visitó la casa de Simón, donde estaba la suegra de Simón…

aquejada de una fiebre muy alta. Tan pronto como el Señor increpó a la fiebre, ésta la

dejó. La curación fue no sólo inmediata, sino también completa, por cuanto pudo levantarse

y servir a la familia. Generalmente, una fiebre alta deja a la persona débil y poco atenta.

(Los defensores del celibato sacerdotal encuentran poco apoyo en este pasaje. ¡Pedro

estaba casado!)

C. Poder sobre enfermedades y demonios (4:40, 41)

4:40 Al llegar el sábado a su fin, la gente quedaba liberada de la inactividad obligatoria;

trajeron a él una gran cantidad de inválidos y endemoniados. Ninguno de ellos acudió en

vano. Sanaba a cada uno de los que estaban enfermos, y echaba los demonios. Muchos de

los que actualmente pretenden ser sanadores de fe limitan sus milagros a candidatos

seleccionados de antemano. Jesús los sanaba a todos.

4:41 Los demonios que habían sido expulsados sabían que Jesús era el Cristo, el Hijo

de Dios. Pero Él no quería aceptar el testimonio de demonios. Habían de ser silenciados.

Sabían que él era el Mesías, pero Dios tenía otros y mejores instrumentos para anunciar

aquel hecho.

D. Poder por medio de la predicación itinerante (4:42–44)

Al día siguiente, Jesús se retiró a un lugar solitario cerca de Capernaúm. Las

multitudes le buscaron hasta encontrarle. Trataron de retenerle, pero Él les recordó que

había de obrar en las otras ciudades… de Galilea. Y así, de sinagoga en sinagoga, fue

predicando las buenas nuevas tocantes al reino de Dios. Jesús mismo era el Rey. Él

deseaba reinar sobre ellos, pero primero debían arrepentirse. Él no iba a reinar sobre un

pueblo que se aferrase a sus pecados. Éste era el obstáculo. Ellos querían ser salvados de

sus problemas políticos, pero no de sus pecados.

E. Poder por medio de la instrucción a otros: llamamiento de los

discípulos (5:1–11)

De este sencillo relato del llamamiento de Pedro surgen importantes lecciones.

1. El Señor empleó la barca de Pedro como púlpito desde el que enseñar a la multitud. Si

entregamos todas nuestras propiedades y posesiones al Salvador, es maravilloso cómo las

emplea y también cómo nos recompensa.

2. Le dijo a Pedro exactamente dónde encontrar abundancia de peces —después que

Pedro y los otros hubiesen estado bregando a lo largo de toda la noche sin éxito—. El

omnisciente Señor sabe dónde están los peces. El servicio llevado a cabo con nuestra propia

sabiduría y fuerza no tendrá utilidad. El secreto del éxito en la obra cristiana reside en estar

conducidos por Él.

3. Aunque él mismo era un pescador con amplia experiencia, Pedro aceptó el consejo de

un Carpintero, y el resultado es que las redes quedaron llenas. Sobre tu palabra, echaré la

red. Esto muestra el valor de la humildad, de la susceptibilidad a la enseñanza y de la

obediencia implícita.

4. Fue en las aguas mar adentro que la red quedó llena hasta el punto de que se les

rompía. Del mismo modo, debemos dejar de seguir cerca de la costa y lanzarnos a las

aguas profundas de la total entrega. La fe tiene sus aguas profundas, lo mismo que el

sufrimiento y el dolor y la pérdida. Es así que se llenarán las redes con resultados.

5. La red comenzó a romperse, y las barcas comenzaban a hundirse (vv. 6, 7). El

servicio dirigido por Cristo produce problemas; ¡pero qué maravillosos problemas! Son la

clase de problemas que entusiasman el corazón de un verdadero pescador.

6. Esta visión de la gloria del Señor Jesús produjo en Pedro una sensación abrumadora

de su propia indignidad. Así fue en el caso de Isaías (6:5); así es con todos los que ven al

Rey en Su hermosura.

7. Fue mientras Pedro estaba dedicado a su empleo ordinario que Cristo le llamó a que

fuese pescador de hombres. Mientras esperes ser guiado, haz todo aquello que tus manos

encuentren para hacer. Hazlo con toda tu fuerza. Hazlo de corazón como para el Señor. Así

como un timón conduce a la nave sólo cuando hay movimiento, así Dios guía a los hombres

cuando se mueven.

8. Cristo llamó a Pedro de pescar peces a pescar hombres, o, más literalmente, a «tomar

hombres vivos». ¿Qué son todos los peces en el océano en comparación con el privilegio

incomparable de ver una alma ganada para Cristo y para la eternidad?

9. Pedro, Jacobo y Juan dejaron las barcas en la playa y lo dejaron todo y …

siguieron a Jesús en uno de los mejores días que habían tenido en su vida en su negocio de

pesca. ¡Y cuánto dependía de aquella decisión! Probablemente, nunca más habríamos oído

hablar de ellos si hubiesen decidido quedarse en sus barcas.

F. Poder sobre la lepra (5:12–16)

5:12 El doctor Lucas hace una especial mención del hecho de que este hombre estaba

lleno de lepra. Era un caso avanzado y, humanamente hablando, totalmente desesperado.

La fe del leproso era notable. Dijo: Si quieres, puedes limpiarme. No podría habérselo

dicho a ninguna otra persona en el mundo. Pero tenía una completa confianza en el poder

del Señor. Cuando dijo Si quieres, no estaba con ello expresando duda alguna acerca de la

disposición de Cristo. Más bien, acudía como suplicante, sin derecho inherente a ser

sanado, sino acogiéndose a la misericordia y gracia del Señor.

5:13 Tocar un leproso era clínicamente peligroso, religiosamente contaminante y

socialmente degradante. Pero el Salvador no contrajo contaminación alguna. En lugar de

ello, penetró en el cuerpo del leproso una tromba de sanidad y salud. No era una curación

gradual: Al instante se marchó de él la lepra. ¡Pensemos qué debe haber significado para

este desesperado e impotente leproso el ser totalmente sanado en un abrir y cerrar de ojos!

5:14 Jesús le encargó que no contase a nadie la curación recibida. El Salvador no

quería atraer una nube de curiosos ni agitar un movimiento popular para hacerle Rey. En

lugar de esto, el Señor mandó al leproso que fuese a mostrarse al sacerdote y presentase la

ofrenda prescrita por Moisés (Lv. 14:4). Cada detalle de esta ofrenda hablaba de Cristo.

Era función del sacerdote examinar al leproso y determinar si había sido realmente sanado.

El sacerdote no podía sanar; todo lo que podía hacer era pronunciar sano a alguien. Este

sacerdote nunca había visto antes a un leproso sanado. Era un acontecimiento único; y esto

debería hacer que se diese cuenta de que el Mesías había por fin aparecido. Debería ser un

testimonio para todos los sacerdotes. Pero los corazones de ellos estaban cegados por la

incredulidad.

5:15–16 A pesar de las instrucciones del Señor de que no difundiese el milagro, las

noticias se difundieron rápidamente, y grandes multitudes acudían a Él para ser sanadas.

Jesús se retiraba con frecuencia a los lugares solitarios para dar tiempo a la oración.

Nuestro Salvador era un hombre de oración. Es apropiado que este Evangelio, que lo

presenta como el Hijo del Hombre, tenga más que decir acerca de Su vida de oración que

cualquier otro.

G. Poder sobre la parálisis (5:17–26)

5:17 Al extenderse las noticias del ministerio de Jesús, los fariseos y maestros de la

ley se iban volviendo más y más hostiles. Aquí los vemos reuniéndose en Galilea, con el

evidente propósito de encontrar algo de qué acusarle. El poder de Jesús estaba presente

para sanar a los enfermos. En realidad, siempre tenía el poder para sanar, pero las

circunstancias no siempre le eran favorables. En Nazaret, por ejemplo, no pudo hacer

muchas obras poderosas a causa de la incredulidad de la gente (Mt. 13:58).

5:18–19 Cuatro hombres trajeron a la casa donde Jesús estaba enseñando a un

paralítico en una camilla. No podían introducirle, a causa de la multitud, por lo que

subieron al tejado por las escaleras exteriores. Luego bajaron al hombre por medio de una

abertura que hicieron quitando algunas tejas del tejado.

5:20–21 Jesús observó la fe que iba hasta tales extremos para llevar a un caso

necesitado a Su atención. Al ver la fe de ellos, es decir, la fe de los cuatro y la del inválido,

dijo al paralítico: Hombre, tus pecados te quedan perdonados. Esta declaración sin

precedentes provocó a los escribas y a los fariseos. Ellos sabían que nadie sino Dios podía

perdonar pecados. No dispuestos a reconocer que Jesús era Dios, levantaron la acusación

de blasfemia.

5:22–23 El Señor pasó acto seguido a demostrarles que Él había realmente perdonado

los pecados de aquel hombre. Primero, les preguntó si era más fácil decir: Te quedan

perdonados tus pecados, o decir: Levántate y anda. En cierto sentido, es tan fácil decir

lo uno como lo otro, pero otra cosa es hacer ambas cosas, por cuanto ambas cosas son

humanamente imposibles. El argumento aquí parece ser que es más fácil decir: Te quedan

perdonados tus pecados, porque no hay forma de saber si ha sucedido realmente. Si se

dice: Levántate y anda, entonces es fácil ver si el paciente ha sido sanado.

Los fariseos no podían ver que los pecados de aquel hombre hubiesen sido perdonados,

por lo que no estaban dispuestos a creer. Por este mismo motivo Jesús efectuó un milagro

que podrían ver para demostrarles que verdaderamente había perdonado los pecados de

aquel hombre. Le dio capacidad al paralítico para poder caminar.

5:24 Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para

perdonar pecados (dijo al paralítico), a ti te digo: Levántate, toma tu lecho y vete a tu

casa— el título el Hijo del Hombre enfatiza la perfecta humanidad del Señor—. En cierto

sentido, todos somos hijos del hombre, pero este título «el Hijo del Hombre», distingue a

Jesús de cualquier otro hombre que haya jamás vivido. Le describe como un Hombre

conforme a la imagen de Dios, como Aquel que es moralmente perfecto, como Aquel que

iba a padecer, derramar Su sangre y morir en una cruz, y Aquel que ha sido puesto como

cabeza sobre todas las cosas.

5:25 En obediencia a Su palabra, el paralítico se levantó, cargó su camilla, y se fue a

casa glorificando a Dios.

5:26 La multitud quedó literalmente sobrecogida de estupor; también ellos

glorificaban a Dios reconociendo que aquel día habían visto cosas increíbles, es decir, el

pronunciamiento del perdón y el milagro que lo demostraba.

V. EL HIJO DEL HOMBRE EXPLICA SU MINISTERIO

(Caps. 5:27–6:49)

A. El llamamiento de Leví (5:27–28)

Leví era un cobrador de impuestos judío al servicio del gobierno romano. Estos

hombres eran aborrecidos por sus compatriotas, no sólo debido a esta colaboración con

Roma, sino debido a sus prácticas faltas de honradez. Un día, mientras Leví estaba

trabajando, Jesús pasó a su lado y le invitó a que se hiciese seguidor de Él. Con una

sorprendente presteza, Leví lo dejó todo, se levantó y comenzó a seguirle. Pensemos en

las inmensas consecuencias que surgieron de esta sencilla decisión. Leví, o Mateo, vino a

ser el escritor del Primer Evangelio. Vale la pena oír Su llamamiento y seguirle.

B. Por qué el Hijo del Hombre llama a pecadores (5:29–32)

5:29–30 Se ha sugerido que Leví tenía tres propósitos al preparar este gran banquete.

Quería honrar públicamente al Señor, testificar públicamente acerca de su nueva adhesión y

quería presentar a sus amigos a Jesús. La mayoría de los judíos no habrían comido con un

grupo de cobradores de impuestos y con pecadores. Él, naturalmente, no confraternizaba

con ellos en sus pecados, ni hacía nada que pudiese poner en un compromiso Su testimonio,

sino que empleaba estas ocasiones para enseñar, reprender y bendecir.

Los escribas y los Fariseos (RV) criticaron a Jesús por asociarse con esta gente

despreciada, la hez de la sociedad.

5:31 Jesús respondió que su acción estaba en perfecta armonía con Su propósito al

venir al mundo. Los sanos no necesitan médico, sino sólo los que están mal.

5:32 Los fariseos se consideraban justos. No tenían un profundo sentimiento de pecado

ni de necesidad. Por ello, no podrían beneficiarse del ministerio del Gran Médico. Pero

estos cobradores de impuestos y pecadores se daban cuenta de que eran pecadores y de que

necesitaban ser salvados de sus pecados. Era para personas como ellas que había venido el

Salvador. En realidad, los fariseos no eran justos. Necesitaban la salvación tanto como los

cobradores de impuestos. Pero no estaban dispuestos a confesar sus pecados ni a reconocer

su culpa. Y de ese modo, criticaban al Médico por ir a gente que estaba gravemente

enferma.

C. Explicación del no ayuno de los discípulos de Jesús (5:33–35)

5:33 La siguiente táctica de los fariseos fue interrogar a Jesús acerca de la costumbre

del ayuno. A fin de cuentas, los discípulos de Juan el Bautista seguían la vida ascética de

su maestro. Y los seguidores de los fariseos observaban varios ayunos ceremoniales. Pero

no era así con los discípulos de Jesús. ¿Por qué no?

5:34–35 El Señor respondió en efecto que no había razón alguna para que Sus

discípulos ayunasen mientras que Él estaba con ellos. Aquí Él asocia el ayuno con duelo y

lamentación. Cuando él les fuese arrebatado, esto es, violentamente, por la muerte,

entonces ayunarían como expresión de su dolor.

D. Tres parábolas acerca de la nueva dispensación (5:36–39)

5:36 Siguen tres parábolas que enseñan que había empezado una nueva dispensación, y

no podría mezclarse lo nuevo con lo viejo.

En la primera parábola, el vestido viejo se refiere al sistema o dispensación legal,

mientras el vestido nuevo representa la era de la gracia. Ambas son incompatibles. El

intento de mezclar ley y gracia resulta en estropear ambas cosas. Si sacamos un pedazo de

un vestido nuevo, estropeamos el nuevo, y además no armonizará con el viejo, ni en

apariencia ni en resistencia. J. N. Darby lo expresa bien: «Jesús no iba a hacer una cosa

como hacer que el cristianismo fuese un apéndice del judaísmo. La carne y la ley van

juntas, pero la gracia y la ley, la justicia de Dios y la del hombre, jamás se mezclarán».

5:37–38 La segunda parábola enseña la insensatez de poner vino nuevo en odres

viejos. La acción de la fermentación del vino nuevo origina una presión sobre las pieles de

los odres, que ya no son ni flexibles ni elásticas para soportarla. La presión reventará los

odres, y el vino se derramará. Las formas, ordenanzas, tradiciones y ritos del judaísmo,

todo ello tan antiguo, eran elementos demasiado rígidos para contener el gozo, la

exuberancia y la energía de la nueva dispensación. El vino nuevo se ve en este capítulo en

los métodos no convencionales de los cuatro hombres que llevaron el paralítico a Jesús. Se

ve en el gozo y celo de Leví. Los odres viejos representan la rigidez y el frío formalismo

de los fariseos.

5:39 La tercera parábola dice que nadie que haya bebido del vino añejo prefiere el

nuevo, porque dice: El añejo es mejor. Esto representa la natural desgana de los hombres

para abandonar lo viejo por lo nuevo, el judaísmo por el cristianismo, la ley por la gracia,

¡las sombras por la sustancia! Como dice Darby: «A un hombre acostumbrado a las formas,

a los arreglos humanos, a la religión de su padre, etc., nunca le gusta el nuevo principio y

poder del reino».

E. El Hijo del Hombre es Señor del Sábado (6:1–11)

6:1–2 Ahora se nos presentan dos incidentes acerca del sábado, para mostrar que la

creciente oposición de los líderes religiosos estaba llegando a un punto culminante. El

primero tuvo lugar en el «sábado segundo del primero» (traducción literal). Esto se explica

de la siguiente manera: el primer Sábado era el primero después de la Pascua. El segundo

era el siguiente después de éste. En el segundo sábado tras el primero, el Señor y Sus

discípulos pasaban a través de unos sembrados. Los discípulos arrancaban algunas

espigas, frotaban el grano con las manos y se las comían. Los fariseos, que no podían

reprenderles por tomar el trigo, porque ello estaba permitido por la ley (Dt. 23:25),

dirigieron sus críticas a que lo hiciesen en sábado. A veces designaban el acto de arrancar

trigo como segar, y el de restregarlo como trillar.

6:3–5 La respuesta del Señor, empleando un incidente de la vida de David, fue que la

ley del sábado nunca fue dada para impedir un trabajo necesario. Rechazado y perseguido,

David y sus hombres estaban con hambre. Entraron en la casa de Dios y comieron los

panes de la proposición, que de ordinario estaba reservado a los sacerdotes. Dios hizo una

excepción en el caso de David. Había pecado en Israel. El rey estaba rechazado. La ley

acerca del pan de la proposición nunca fue dada con la intención de que fuese seguida

incondicionalmente hasta el punto de dejar que el rey de Dios muriese de hambre.

Aquí teníamos una situación similar. Cristo y Sus discípulos tenían hambre. Los

fariseos preferirían verlos morir de hambre antes que recoger trigo en sábado. Pero El Hijo

del Hombre es dueño hasta del sábado. Él había dado la ley en primer lugar, y nadie

estaba más bien calificado que Él para interpretar su verdadero significado espiritual y

salvarlo de malos entendidos.

6:6–8 Un segundo incidente que aconteció también en otro sábado tuvo que ver con

una curación milagrosa. Los escribas y los fariseos … acechaban a Jesús para ver si se

ponía a sanar en sábado a un hombre que tenía atrofiada la mano derecha. Por las

anteriores experiencias y por lo que sabían de Él, tenían buenas razones para creer que así

lo haría. El Señor no los defraudó. Primero pidió al hombre que se levantase y se pusiese

en medio de la multitud en la sinagoga. Esta dramática acción hizo fijar la atención de

todos en lo que estaba a punto de suceder.

6:9 Entonces Jesús preguntó a Sus críticos si era lícito en sábado hacer el bien, o

hacer el mal. Si respondían correctamente, tendrían que decir que era lícito hacer el bien

en sábado, e ilícito hacer el mal. Si era lícito hacer el bien en sábado, entonces estaba

haciendo lo bueno al sanar a aquel hombre. Si era ilícito hacer el mal en sábado, entonces

ellos estaban quebrantando el sábado al tramar dar muerte al Señor Jesús.

6:10 No hubo respuesta alguna de parte de sus adversarios. Jesús mandó entonces al

hombre que extendiese su mano derecha (sólo el doctor Lucas menciona que era la mano

derecha.) Con el mandamiento se aplicó el poder necesario. Al obedecer el hombre, su

mano quedó enteramente restablecida.

6:11 Los fariseos y los escribas se llenaron de furor. Querían condenar a Jesús por

quebrantar el sábado. Todo lo que había hecho era pronunciar unas pocas palabras y el

hombre había sido sanado. No estaba involucrada ninguna obra servil. Pero ellos tramaban

entre ellos cómo podrían «atraparle».

El sábado había sido dispuesto por Dios para el bien del hombre. Cuando se entiende

rectamente, no prohíbe ni obras de necesidad ni obras de misericordia.

F. Elección de Doce Discípulos (6:12–19)

6:12 Jesús pasó la noche entera en oración antes de escoger a los doce. ¡Qué

reprensión para nuestra impulsividad e independencia de Dios! Lucas es el único evangelio

que menciona esta noche de oración.

6:13–16 Los doce a los cuales escogió de entre el círculo más amplio de los discípulos

fueron:

1. Simón, a quien también puso por nombre Pedro, hijo de Jonás, y uno de los

principales entre los apóstoles.

2. Andrés su hermano. Fue Andrés quien presentó a Pedro al Señor.

3. Jacobo hijo de Zebedeo. Tuvo el privilegio de ir con Pedro y Juan al Monte de la

Transfiguración. Fue muerto por Herodes Agripa I.

4. Juan hijo de Zebedeo. Jesús llamó a Jacobo y a Juan «hijos del trueno». Fue este Juan

el que escribió el Evangelio y las Epístolas que llevan su nombre, y el libro de Apocalipsis.

5. Felipe, natural de Betsaida, que presentó a Natanael a Jesús. No debería confundirse

con el evangelista Felipe, en el libro de los Hechos.

6. Bartolomé, generalmente considerado como otro nombre para Natanael. Es

mencionado sólo en las listas de los Doce.

7. Mateo, el recaudador de impuestos, también llamado Leví. Escribió el Primer

Evangelio.

8. Tomás, también llamado el Gemelo [Dídimo]. Dijo que no creería que el Señor había

resucitado hasta que viese evidencias concluyentes.

9. Jacobo el hijo de Alfeo. Puede que fuese el que tenía el papel de responsabilidad en la

iglesia en Jerusalén, después que Jacobo, el hijo de Zebedeo, fuese muerto por Herodes.

10. Simón el llamado Zelote. Poco es lo que se sabe de él por lo que toca al registro

sagrado.

11. Judas el hermano de Jacobo. Quizá el mismo que Judas autor de la Epístola, y que

comúnmente es considerado como Lebeo, cuyo sobrenombre era Tadeo (Mt. 10:3; Mr.

3:18).

12. Judas Iscariote, que se supone era de Queriot, en Judá, y por ello el único de los

apóstoles que no era de Galilea. El traidor que entregó a nuestro Señor, y que fue llamado

por Jesús «el hijo de perdición».

Los discípulos no eran todos hombres de gran intelecto o capacidad. Constituían una

muestra representativa de la humanidad. Lo que les hizo grandes fue su relación con Jesús y

su consagración a Él. Cuando el Señor los escogió eran probablemente jóvenes en sus

veintitantos años. La juventud es la edad en la que los hombres son más celosos y

susceptibles a la enseñanza y más capaces de soportar penalidades. Seleccionó sólo a doce

discípulos. Estaba más interesado en la calidad que en la cantidad. Con hombres de rasgos

apropiados, podría enviarlos y, mediante el proceso de la reproducción espiritual, podría

evangelizar el mundo.

Una vez los discípulos fueron escogidos, era importante que fuesen bien instruidos en

los principios del reino de Dios. El resto de este capítulo da un sumario del tipo de carácter

y conducta que debía ser hallado en los discípulos del Señor Jesús.

6:17–19 El siguiente discurso no es idéntico al Sermón del Monte (Mt. 5–7). El

registrado en Mateo fue pronunciado en un Monte; el registrado aquí fue pronunciado en

un lugar llano. El primero tenía bendiciones pero no ayes; éste tiene ambas cosas. Hay

otras diferencias: en los términos empleados, en longitud, en énfasis.

Observemos que este mensaje de consagrado discipulado fue dado a la multitud

además de a los Doce. Parece que siempre que una gran multitud seguía a Jesús, Él ponía a

prueba su sinceridad hablándoles sin ambages. Como alguien ha dicho: «Cristo primero

atrae, y luego criba».

Una gran multitud había acudido de todas partes de Judea, de Jerusalén en el sur,

de Tiro y de Sidón en el noroeste, gentiles y judíos. Enfermos y endemoniados se apiñaban

para tocar a Jesús; sabían que salía de él un poder sanador.

Es muy importante darse cuenta de cuán revolucionarias son las enseñanzas del Señor.

Recordemos que se estaba dirigiendo a la cruz. Iba a morir, a ser sepultado, a resucitar al

tercer día y a regresar al cielo. Las buenas nuevas de la gratuita salvación habían de salir al

mundo. La redención de los hombres dependía de que oyesen el mensaje. ¿Cómo podría ser

el mundo evangelizado? Lo que harían los astutos líderes de este mundo sería organizar un

enorme ejército, proveer mucha financiación, generosas provisiones, entretenimientos para

mantener la moral de sus hombres, y buenas relaciones públicas.

G. Bienaventuranzas y Ayes (6:20–26)

6:20 En cambio, Jesús escogió a doce discípulos y los envió pobres, hambrientos y

perseguidos. ¿Puede el mundo ser evangelizado de esta manera? Sí, ¡y de ninguna otra! El

Salvador comenzó con cuatro bienaventuranzas y cuatro ayes. Bienaventurados vosotros

los pobres. No que los pobres sean bienaventurados, sino bienaventurados vosotros los

pobres. La pobreza en sí no es una bienaventuranza; más frecuentemente es una maldición.

Aquí Jesús se estaba refiriendo a una pobreza autoimpuesta por causa de Él. No estaba

refiriéndose a los que son pobres por su pereza, tragedia o razones más allá de su control.

Se refería más bien a los que deciden ser pobres a fin de compartir a su Salvador con otros.

Y cuando piensas en esto, es el único enfoque racional y razonable. Supongamos que

los discípulos hubiesen salido como gente rica. Las multitudes se habrían apiñado en torno

a la bandera de Cristo con la esperanza de enriquecerse. Tal como estaba la situación, los

discípulos no podían prometerles ni plata ni oro. Si acudían, tendría que ser en pos de

bendición espiritual. Además, si los discípulos hubiesen sido ricos, se habrían perdido la

bendición de la dependencia constante del Señor, y de gustar Su fidelidad. El reino de Dios

pertenece a aquellos que están satisfechos con la provisión de sus necesidades actuales de

modo que todo lo que esté por encima de ello pueda ir a la obra del Señor.

6:21 Bienaventurados los que ahora pasáis hambre. Otra vez, esto no se refiere a las

grandes multitudes de la humanidad que sufren de desnutrición. Se refiere más bien a los

discípulos de Jesucristo que deliberadamente adoptan una vida de negación propia a fin de

ayudar a aliviar las necesidades humanas, tanto espirituales como físicas. Se trata de

personas dispuestas a seguir una dieta llana y barata antes que privar a otros del evangelio

debido a su autoindulgencia. Toda abnegación así será recompensada en un día futuro.

Bienaventurados los que ahora lloráis. No que la tristeza en sí misma sea una

bienaventuranza; el lloro de los inconversos no comporta en sí ningún beneficio. Aquí,

Jesús se refiere a las lágrimas que se derraman por causa de Él. Lágrimas por la humanidad

perdida y que perece. Lágrimas por el estado dividido e impotente de la iglesia. Todo dolor

soportado para servir al Señor Jesucristo. Los que siembran con lágrimas segarán con gozo.

6:22 Bienaventurados sois cuando os odien los hombres, cuando os aparten de sí,

os injurien y desechen vuestro nombre como malo. Esta bienaventuranza no es para

aquellos que sufren a causa de sus propios pecados o insensatez. Es para aquellos que son

menospreciados, excomulgados, injuriados y calumniados debido a su lealtad a Cristo.

La clave a la comprensión de estas cuatro bienaventuranzas se encuentra en la frase por

causa del Hijo del Hombre. Cosas que en sí mismas serían una maldición se tornan en

bendición cuando se soportan con buen ánimo por Él. Pero el motivo ha de ser el amor a

Cristo. En caso contrario, son sin valor los sacrificios más heroicos.

6:23 La persecución por causa de Cristo es motivo de gran regocijo. Primero,

comportará recompensa… grande en el cielo. Segundo, asocia al sufriente con Sus fieles

testigos de las edades pasadas.

Las cuatro bendiciones describen a la persona ideal en el reino de Dios —a aquel que

vive de forma abnegada, austera, sobria y paciente.

6:24 Pero, por otra parte, los cuatro ayes representan a los que son de menor estima en

la nueva sociedad de Cristo. ¡Trágicamente, son aquellos que son considerados como

grandes en el mundo en la actualidad! ¡Ay de vosotros los ricos! Hay problemas graves y

morales relacionados con el atesoramiento de riquezas en un mundo en el que varios miles

de personas mueren a diario de hambre y donde una de cada dos personas está privada de

las buenas nuevas de la salvación por medio de la fe en Cristo. Estas palabras del Señor

Jesús deberían ser ponderadas cuidadosamente por los cristianos tentados a guardar tesoros

en la tierra, a acumular y arrinconar para un futuro incierto. Hacer esto es vivir para el

mundo equivocado. De otro lado, este ay sobre los ricos demuestra de manera concluyente

que cuando el Señor dice en el versículo 20 «Bienaventurados vosotros los pobres», no se

refiere a los pobres en espíritu. En caso contrario, el versículo 24 tendría que significar «ay

de vosotros los ricos en espíritu», y este significado está fuera de consideración. Los que

tienen riquezas y no las emplean para el enriquecimiento eterno de otros ya han recibido la

única recompensa que jamás tendrán —la egoísta gratificación actual de sus deseos.

6:25 ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados! Aquellos creyentes que comen

en restaurantes caros, que viven de las mejores comidas de gourmet, que no reparan en

gastos cuando se trata de su comida. Su lema es: «¡Nada es demasiado bueno para el pueblo

de Dios!» El Señor dice que ellos habrán de pasar hambre en un día venidero, esto es,

cuando se den recompensas por un discipulado fiel y sacrificado.

Ay de vosotros, los que reís ahora. Este ay se dirige a aquellos cuyas vidas

constituyen un ciclo continuo de diversión, entretenimiento y placer. Actúan como si la

vida hubiese sido hecha para divertirse y juguetear y parecen olvidarse de la condición

desesperada de los hombres apartados de Jesucristo. Los que ríen ahora se lamentarán y

llorarán cuando contemplen las oportunidades malgastadas, la indulgencia egoísta y su

propio empobrecimiento espiritual.

6:26 Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros. ¿Por qué? Porque es una

señal segura de que no estás viviendo la vida o proclamando el mensaje con fidelidad. Está

en la misma naturaleza del evangelio ofender a los impíos. Los que reciben el aplauso del

mundo son compañeros de viaje de los falsos profetas del AT, que acariciaban los oídos de

la gente, diciéndoles lo que querían oír. Estaban más interesados en el favor de los hombres

que en la alabanza de Dios.

H. El arma secreta del Hijo del Hombre: el Amor (6:27–38)

6:27–29a Ahora el Señor Jesús desvela a Sus discípulos un arma secreta del arsenal de

Dios —el arma del amor—. Ésta será una de sus armas más eficaces para evangelizar al

mundo. Sin embargo, cuando habla de amor, no se está refiriendo a la emoción humana

que recibe este nombre. Se trata del amor sobrenatural. Sólo aquellos que han nacido de

nuevo pueden conocerlo o exhibirlo. Es totalmente imposible para todo aquel en quien no

habita el Espíritu Santo. Un asesino puede amar a sus propios hijos, pero no es el amor al

que se refiere Jesús. Lo primero es afecto humano; lo segundo es amor divino. Lo primero

precisa sólo de vida física; lo segundo demanda vida divina. Lo primero es mayormente

asunto de emociones; lo segundo es principalmente asunto de la voluntad. Cualquiera

puede amar a sus amigos, pero se precisa de un poder sobrenatural para amar a los propios

enemigos. Y éste es el amor (gr.: agapë) del NT. Significa hacer bien a los que os odian;

bendecir a los que os maldicen; orar por los que os maltratan, y siempre y en toda

ocasión volver la otra mejilla.

F. B. Meyer explica:

En el sentido más profundo, el amor es el requisito previo del cristianismo. Sentir hacia

los enemigos lo que otros sienten hacia los amigos; descender como lluvia y luz del sol

sobre los injustos lo mismo que sobre los justos; ministrar a los que son poco atractivos o

repelentes tal como otros ministran a los atractivos y agradables; ser siempre los mismos,

no sujetos a cambios de humor, caprichos o veleidades; tener longanimidad; no tener en

cuenta el mal; regocijarse con la verdad; soportar, creer, esperar y sobrellevar todas las

cosas, nunca fallar —esto es el amor, y un amor así es el logro del Espíritu Santo. No

podemos alcanzarlos por nosotros mismos.

Un amor así es invencible. El mundo puede generalmente vencer al hombre que se

revuelve. Está acostumbrado a la guerra de la jungla y al principio de la venganza. Pero no

sabe cómo tratar a aquella persona que contesta a cada mal con un acto de bondad. Se

queda totalmente confundido y desorganizado por una conducta tan fuera de este mundo.

6:29b–31 Cuando le roban su abrigo, el amor ofrece también el traje. Nunca deja de

lado ningún caso genuino de necesidad. Cuando se ve injustamente privado de su

propiedad, no pide que se le devuelva. Su regla dorada es tratar a los demás con la misma

bondad y consideración que querría recibir.

6:32–34 Los inconversos pueden amar y aman a los que les aman. Es una conducta

natural, y es tan común que no hace impacto alguno en el mundo de los inconversos. Los

bancos y las compañías de préstamos prestan dinero con la expectativa de cobrar intereses.

Esto no demanda una vida divina.

6:35 Por ello, Jesús repitió que debíamos amar a nuestros enemigos, hacer el bien y

prestar sin esperar nada a cambio. Esta conducta es distintivamente cristiana y marca a

aquellos que son los hijos del Altísimo. Naturalmente, no es de esta manera en que los

hombres llegan a ser hijos del Altísimo; esto sólo puede suceder recibiendo a Jesucristo

como Señor y Salvador (Jn. 1:12). Pero ésta es la forma en que verdaderos creyentes se

manifiestan al mundo como hijos de Dios. Dios nos trató de la manera descrita en los vv.

27–35. Él es bondadoso para con los ingratos y malvados. Cuando actuamos como Él,

manifestamos la semejanza de familia. Mostramos que hemos nacido de Dios.

6:36 Ser misericordiosos significa perdonar cuanto está en nuestra mano vengarnos. El

Padre nos mostró misericordia al no aplicarnos el castigo que merecíamos. Él quiere que

mostremos misericordia a otros.

6:37 Hay dos cosas que el amor no hace: no juzga y no condena. Jesús dijo: No

juzguéis, y no seréis juzgados. Ante todo, no hemos de juzgar los motivos de la gente. No

podemos leer el corazón y por ello mismo no podemos saber por qué una persona actúa

como actúa. Luego, no debemos juzgar la administración o servicio de otro cristiano (1 Co.

4:1–5). Dios es el Juez en tales casos. Y en general no debemos ser hipercríticos. Un

espíritu crítico, que busca faltas, viola la ley del amor.

Pero sí hay ciertas áreas en las que los cristianos deben juzgar. Hemos de juzgar con

frecuencia si otras personas son verdaderos cristianos; en caso contrario, nunca podríamos

reconocer un yugo desigual (2 Co. 6:14). El pecado ha de ser juzgado en el hogar y en la

asamblea. En resumen, hemos de juzgar entre el bien y el mal, pero no debemos atribuir

motivos ni asesinar el carácter de nadie.

Perdonad, y seréis perdonados. Esto hace que nuestro perdón dependa de nuestra

buena disposición a perdonar. Pero otras Escrituras parecen enseñar que cuando recibimos

a Cristo por la fe somos perdonados de manera libre e incondicional. ¿Cómo podemos

conciliar esta aparente contradicción? La explicación es que estamos hablando de dos

clases diferentes de perdón: judicial y paterno. El perdón judicial es el concedido por Dios

el Juez a todo aquel que cree en el Señor Jesucristo. Significa que la pena por los pecados

ha sido satisfecha por Cristo y que el pecador que cree no tendrá que pagarla. Es

incondicional.

El perdón paterno es el que da Dios el Padre a Su hijo errante cuando confiesa y

abandona su pecado. Tiene como resultado la restauración de la comunión en la familia de

Dios y no tiene nada que ver con la pena del pecado. Como Padre, Dios no puede

perdonarnos cuando nosotros no queremos perdonarnos unos a otros. Él no actúa como

nosotros, y entonces nosotros no podemos andar en comunión con aquellos que sí lo hacen.

Es al perdón paterno al que se refiere Jesús con las palabras y seréis perdonados.

6:38 El amor se manifiesta dando (véase Jn. 3:16; Ef. 5:25). El ministerio cristiano es

un ministerio de dar. Aquellos que dan generosamente son recompensados generosamente.

La imagen es la de un hombre con un gran pliegue como un delantal formado por su ropa.

Lo emplea para echar semilla. Cuanto más esparce la semilla, tanto mayor su cosecha. Es

recompensado con una medida buena, apretada, remecida y rebosante. La recibe en el

regazo, es decir, en el pliegue de su manto. Es un principio fijo de la vida que segamos

conforme a nuestra siembra, que nuestras acciones recaen sobre nosotros, que la misma

medida que empleamos para medir a otros, con ella nos volverán a medir. Si sembramos

cosas materiales segamos tesoros espirituales de un valor inestimable. Es también cosa

cierta que lo que guardamos lo perdemos, y que lo que damos lo tenemos.

I. Parábola del hipócrita ciego (6:39–45)

6:39 En la anterior sección el Señor Jesús enseñó que los discípulos habían de tener un

ministerio de dar. Ahora les advierte que la magnitud en que pueden ser para bendición de

otros queda limitada por la propia condición espiritual de ellos. Un ciego no puede guiar a

otro ciego; ambos caerán en un hoyo. No podemos dar a otros lo que nosotros mismos no

tenemos. Si somos ciegos a ciertas áreas de la Palabra de Dios, no podremos ayudar a

alguien en las mismas. Si hay puntos ciegos en nuestra vida espiritual, podemos estar

seguros de que habrá puntos ciegos en las vidas de los que reciben de nosotros.

6:40 Un discípulo no está por encima de su maestro; pero todo el que esté bien

preparado, será como su maestro. Una persona no puede enseñar lo que no conoce. No

puede conducir a sus estudiantes a un nivel más elevado que aquel al que él mismo haya

llegado. Cuanto más les enseña, tanto más ellos se vuelven como él. Pero su propia etapa de

crecimiento constituye el límite superior al que podrá llevarlos. Un discípulo está

perfectamente bien preparado como tal cuando llega a ser como su maestro. Las

deficiencias en la doctrina o vida del maestro pasarán a las vidas de sus discípulos, y

cuando la instrucción haya quedado completada, no se puede esperar de los discípulos que

sean más que el maestro.

6:41–42 Esta importante verdad queda más notablemente expuesta en la ilustración de

la paja y la viga. Un día un hombre está andando por una era donde están batiendo el

grano. Un golpe de viento repentino levanta una pequeña paja de la era y se posa en su ojo.

Se frota el ojo para librarse de ella, pero cuanto más se frota, tanto más se irrita el ojo.

Precisamente en aquel momento acude otro hombre y ve el problema del otro y se ofrece a

ayudarlo. Pero este hombre ¡tiene una viga que le sobresale del ojo! Difícilmente puede

ayudarle porque no puede ver lo que está haciendo.

La lección evidente es que un maestro no puede hablar a sus discípulos acerca de tachas

en sus vidas si él tiene las mismas y en grado exagerado en las suya, y sin verlas. Si hemos

de servir de ayuda a los demás, nuestras vidas han de ser ejemplares. Si no, nos dirán:

«Médico, ¡cúrate a ti mismo!».

6:43–45 La cuarta ilustración que usa el Señor es la del árbol y su fruto. Un árbol dará

fruto, bueno o malo, dependiendo de lo que sea en sí mismo. Juzgamos un árbol por la

clase y cualidad del fruto que da. Y así sucede en el área del discipulado. Un hombre

moralmente puro y espiritualmente sano puede dar bendición para otros del buen tesoro de

su corazón. Por otra parte, un hombre básicamente impuro sólo saca lo malo.

De modo que en los versículos 39–45 el Señor muestra a los discípulos que su

ministerio debe ser un ministerio de carácter. Lo que son es más importante que lo que

jamás vayan a decir o hacer. El resultado final de su servicio será determinado por lo que

ellos son en sí mismos.

J. El Señor demanda Obediencia (6:46–49)

6:46 ¿Por qué me llamáis: Señor, Señor, y no hacéis lo que digo? La palabra Señor

significa Maestro; significa que Él tiene una total autoridad sobre nuestras vidas, que le

pertenecemos, y que estamos obligados a hacer todo aquello que nos dice. Llamarle Señor

y luego no obedecerle es algo absurdamente contradictorio. No hay suficiente con una mera

confesión de Su señorío. El verdadero amor, la verdadera fe, involucran una sincera

obediencia. No le amamos con realidad y no creemos verdaderamente en Él si no hacemos

lo que Él dice.

El «Camino» me llamáis y no transcurrís por mí.

La «Vida» me llamáis y no me vivís,

«Maestro» me llamáis y no me obedecéis,

Si te condeno, la culpa no me has de dar.

«Pan» me llamáis y no me coméis,

La «Verdad» me llamáis y no me creéis,

«Señor» me llamáis y no me servís,

Si te condeno, la culpa no me has de dar.

Geoffrey O’Hara

6:47–49 Para aplicar con mayor fuerza esta importante verdad, el Señor da la historia

de dos edificadores. Generalmente, aplicamos esta historia al evangelio; decimos que el

sabio es aquel que cree y es salvo; y que el insensato es el que rechaza a Cristo y se pierde.

Naturalmente, esta es una aplicación válida. Pero si interpretamos la historia en su

contexto, encontramos que hay un significado más profundo.

El sabio es aquel que viene a Cristo (salvación), que ha oído Sus palabras

(instrucción) y las pone en práctica (obediencia). Es aquel que edifica su vida sobre los

principios de discipulado práctico que se establecen en este capítulo. Ésta es la forma válida

de edificar una vida. Cuando la casa es azotada por las avenidas de agua y las corrientes, se

mantiene firme porque está fundada sobre la roca, Cristo y Sus enseñanzas.

El insensato es aquel que oye (instrucción) pero que descuida seguir la enseñanza

(desobedece). Edifica su vida sobre lo que cree que es lo mejor, siguiendo los principios

carnales de este mundo. Cuando rugen las tempestades de la vida, su casa, que está sin

cimientos, es barrida. Su alma puede ser salva, pero su vida se pierde.

El sabio es aquel que es pobre, hambriento, que llora y está perseguido —todo ello por

causa del Hijo del Hombre—. El mundo llamaría insensata a una persona así. Jesús la llama

sabia.

El insensato es aquel que es rico, que banquetea lujosamente, que vive alegremente y

que es popular con todos. El mundo lo llama sabio. Jesús lo llama necio.

VI. EL HIJO DEL HOMBRE EXPANDE SU MINISTERIO

(Caps. 7:1–9:50)

A. Curación del Siervo del Centurión (7:1–10)

7:1–3 Al concluir Su discurso, Jesús dejó a la multitud y entró en Capernaúm. Allí se

vio rodeado por los ancianos de los judíos, que habían acudido para pedir ayuda para el

siervo de un centurión gentil. Parece que este centurión era especialmente bondadoso para

con el pueblo judío, incluso hasta haberles construido una sinagoga. Lo mismo que los

otros centuriones del NT, es presentado favorablemente (Lc. 23:47; Hch. 10:1–48).

Es cosa más bien insólita que un amo fuese tan bondadoso para con un esclavo como lo

era este centurión. Cuando el siervo cayó enfermo, el centurión pidió a los ancianos de los

judíos que rogasen a Jesús que lo sanase. Hasta donde sepamos, este oficial romano es la

única persona que buscase bendición de Jesús para un siervo.

7:4–7 Para los ancianos del pueblo, ésta era una situación extraña en la que encontrarse.

Ellos no creían en Jesús, pero su amistad con el centurión les obligaba a acudir a Jesús en

un momento de necesidad. Del centurión, ellos dijeron que era digno. Pero el centurión,

cuando se encontró con Jesús, dijo: No soy tan importante.

Según Mateo, el centurión acudió personalmente a Jesús. Aquí en Lucas, envía a los

ancianos. Ambos relatos son ciertos. Primero envió a los ancianos y luego él mismo se

presentó ante Jesús.

La humildad y fe del centurión son dignas de señalar. Él no se consideraba tan

importante como para que Jesús entrase bajo su techo. Tampoco se consideraba siquiera

digno de venir a Jesús personalmente. Pero tenía fe para creer que Jesús podía sanar sin

estar corporalmente presente. Una palabra pronunciada por Él quitaría la enfermedad.

7:8 El centurión prosiguió explicando que él sabía algo acerca de la autoridad y

responsabilidad. Tenía una considerable experiencia en este ámbito. Él mismo estaba bajo

la autoridad del gobierno romano y era responsable de cumplir sus órdenes. Además, tenía

soldados bajo sus órdenes que obedecían inmediatamente sus órdenes. Él reconoció que

Jesús tenía la misma clase de autoridad sobre las enfermedades que el gobierno romano

tenía sobre él y que él mismo tenía sobre sus subordinados.

7:9–10 No es sorprendente que Jesús se quedó maravillado de la fe de este centurión

gentil. Nadie en Israel había hecho una confesión tan abierta de la autoridad absoluta de

Jesús. Esta fe tan grande no podía quedar sin recompensa. Cuando volvieron a la casa del

centurión, hallaron sano al siervo.

Ésta es una de las dos ocasiones en los Evangelios en que leemos que Jesús se quedó

maravillado. Se quedó maravillado ante la fe de este centurión gentil, y se asombró de la

incredulidad de Israel (Mr. 6:6).

B. La resurrección del hijo de la viuda (7:11–17)

7:11–15 Naín era una pequeña población al sudoeste de Capernaúm. Al aproximarse

Jesús, vio una procesión funeraria que salía de la ciudad. Era el entierro de un hijo único

de su madre… viuda. El Señor fue movido a compasión sobre la desolada madre.

Tocando la camilla mortuoria sobre la que llevaban el cuerpo —evidentemente para

detener la procesión— Jesús ordenó al joven que se levantase. Inmediatamente, volvió la

vida al cadáver, y el muchacho se incorporó. De esta manera, Aquel que es Señor sobre la

muerte así como sobre las enfermedades restauró el muchacho a su madre.

7:16–17 El temor se apoderó de todos. Habían sido testigos de un gran milagro. El

muerto había sido resucitado. Creyeron que Jesús era un gran profeta enviado por Dios.

Pero cuando dijeron: Dios ha visitado a su pueblo, probablemente no comprendían que

Jesús mismo era Dios. Más bien pensaron que el milagro era evidencia de que Dios estaba

obrando en medio de ellos de una manera impersonal. Su relato del milagro quedó

divulgado por toda la Judea y por toda la región circunvecina.

La historia clínica del doctor Lucas registra la restauración por parte de Jesús de tres

«hijos únicos»: el hijo de la viuda; la hija de Jairo (8:42); y el niño endemoniado (9:38).

C. El Hijo del Hombre tranquiliza a Su Precursor (7:18–23)

7:18–20 Las nuevas de los milagros de Jesús llegaron a oídos de Juan el Bautista en la

cárcel de la fortaleza de Maqueronte, sobre la ribera oriental del Mar Muerto. Si Jesús era

verdaderamente el Mesías, ¿por qué no ejercitaba Su poder liberando a Juan de manos de

Herodes? De modo que Juan envió a dos de sus discípulos para que preguntasen a Jesús si

Él era realmente el Mesías, o si el Cristo aún había de venir. ¡Nos puede parecer extraño

que Juan pudiese jamás dudar de que Jesús era el Mesías. Pero debemos recordar que los

mejores de los hombres pueden sufrir breves lapsos de fe. Además, el sufrimiento físico

puede llevar a una grave depresión mental.

7:21–23 Jesús respondió a la pregunta de Juan recordándole que estaba haciendo

milagros como los que los profetas habían predicho del Mesías (Is. 35:5, 6; 61:1). Luego

añadió, como coletilla para Juan: Bienaventurado es cualquiera que no halla en mí

ocasión de tropiezo. Esto se puede comprender como una reprensión. Juan había tenido

ocasión de tropiezo porque Jesús no había asumido las riendas de la autoridad y no se había

manifestado de la forma que la gente esperaba. Pero se puede interpretar también como una

exhortación a Juan a no abandonar su fe.

Dice G. C. Moore:

No sé de ningunos momentos que ponen más la fe a prueba que aquellos en los que

Jesús multiplica evidencias de Su poder y no lo emplea. … Hay necesidad de mucha gracia

cuando llegan los mensajeros y dicen: «Sí, tiene todo el poder, y es todo lo que Tú

pensabas; pero no ha dicho ni una palabra acerca de sacarte de la cárcel. …» No hay

explicación alguna. Se alimenta la fe; las puertas de la cárcel quedan cerradas, y recibe el

mensaje: «Bienaventurado es cualquiera que no halla en mí ocasión de tropiezo.» ¡Y esto es

todo!

D. El Hijo del Hombre encomia a Su Precursor (7:24–29)

7:24 Fuese lo que fuese que Jesús dijese a Juan en privado, no tenía más que encomio

para él en público. Cuando la gente compareció en masa ante él en el desierto cerca del

Jordán, ¿a quién esperaban ver? ¿A un veleidoso oportunista? Nadie jamás podría acusar a

Juan de ser una caña sacudida por el viento.

7:25 ¿Habían esperado quizá encontrarse con un hombre cortesano, elegantemente

vestido y entregado a los lujos y a la molicie? No; éste es el tipo de persona que merodea

alrededor de los palacios reales, buscando gozar de todos los placeres del palacio y hacer

buenos contactos para su propio provecho y gratificación.

7:26 Lo que habían salido a ver era un profeta —una conciencia encarnada que

declaraba la palabra del Dios viviente, sin importarle lo que le pudiese costar—. Y desde

luego, era superior a un profeta.

7:27 Él mismo era tema de profecía, y había tenido el privilegio de introducir al Rey.

Jesús citó de Malaquías 3:1 para mostrar que Juan había sido prometido en el AT, pero al

hacerlo dio un cambio muy interesante en los pronombres. En Malaquías 3:1 leemos: «He

aquí que yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí». Pero Jesús

citó: He aquí que envío mi mensajero delante de tu faz, el cual preparará tu camino

delante de ti. El pronombre mí es cambiado a ti.

Godet explica este cambio de la siguiente manera:

Desde la perspectiva del profeta, Aquel que estaba enviando y Aquel ante quien se

había de preparar el camino, eran una y la misma persona, Jehová. Por esto tenemos delante

de mí en Malaquías. Pero Para Jesús, que al referirse a Sí mismo nunca se confunde con el

Padre, se hacía necesaria una distinción. No es Jehová quien habla de Sí mismo, sino

Jehová hablando a Jesús; por ello la forma delante de ti. Por medio de esta evidencia, ¿no

sigue de esta cita de que en la idea del profeta, así como en la de Jesús, la aparición del

Mesías es la aparición de Jehová?

7:28 Jesús continuó alabando a Juan declarando que entre los nacidos de mujeres, no

hay mayor profeta que Juan el Bautista. Esta superioridad no se refería a su carácter

personal, sino a su posición como precursor del Mesías. Hubo otros hombres tan grandes

como él en celo, honra y devoción. Pero nadie más tuvo el privilegio de anunciar la venida

del Rey. En esto, Juan fue singular. Sin embargo, el Señor añadió que el que es menor en

el reino de Dios es mayor que Juan. Gozar de las bendiciones del reino de Dios es mayor

que ser el precursor del Rey.

7:29 Es probablemente Jesús quien sigue hablando en el versículo 29, y por ello el «le

escuchó» se refiere a que habían escuchado a Juan, no como algunas versiones que giran la

referencia hacia Jesús. Está aquí el Señor recordando la recepción dada a la predicación de

Juan. El común del pueblo y los pecadores reconocidos, como los cobradores de

impuestos, se arrepintieron y fueron bautizados en el Jordán. Al creer el mensaje de Juan

y actuar en conformidad al mismo, reconocieron la justicia de Dios, es decir, consideraron

que Dios era justo al demandar que el pueblo de Israel se arrepintiese primero antes que el

Cristo pudiese reinar sobre ellos. Literalmente es justificaron a Dios. Este uso del término

justificar demuestra claramente que no puede significar hacer justo; nadie puede hacer

justo a Dios. Más bien significa considerar justo a Dios en Sus decretos y exigencias.

E. El Hijo del Hombre critica a Su propia generación (7:30–35)

7:30–34 Los fariseos y los maestros de la ley rechazaron someterse al bautismo de

Juan, y por ello rechazaron el programa de Dios para la bendición de ellos. De hecho, era

imposible complacer a la generación que ellos guiaban. Jesús los asemejó a los

muchachos que juegan en la plaza. No querían jugar ni a bodas ni a funerales. Eran

perversos, errantes, impredecibles y recalcitrantes. No importaba qué forma de ministerio

Dios diese en favor de ellos, le encontraban falta. Juan el Bautista les dio un ejemplo, de

austeridad, ascetismo y abnegación. No les gustó y le trataron de endemoniado. El Hijo del

Hombre comía y bebía con cobradores de impuestos y pecadores, es decir, se identificó

con aquellos a los que vino a bendecir. Pero los fariseos seguían insatisfechos: le llamaron

hombre glotón y bebedor de vino. Ni ayunos ni fiestas, ni funerales ni bodas, ni Juan ni

Jesús —¡nada ni nadie los podía complacer!

Ryle amonesta:

Hemos de abandonar la idea de intentar complacer a todos. Es imposible, y el intento es

una pérdida de tiempo. Hemos de contentarnos con andar tras las pisadas de Cristo y dejar

que el mundo diga lo que quiera. Hagamos lo que hagamos, jamás lo satisfaremos, ni

acallaremos sus malignas críticas. Primero encontró falta con Juan el Bautista y luego con

su bendito Maestro. Y proseguirá con sus cavilaciones y hallando faltas con los discípulos

de aquel Maestro mientras quede uno solo sobre la tierra.

7:35 Y la sabiduría ha sido justificada por todos sus hijos. La sabiduría representa

aquí al Salvador mismo. La pequeña minoría de discípulos que le honran son los hijos de la

sabiduría. Aunque la masa del pueblo le rechace, Sus verdaderos seguidores vindicarán Sus

demandas con vidas de amor, santidad y dedicación.

F. Una pecadora unge al Salvador (7:36–39)

7:36 En el incidente que sigue tenemos una ilustración de la sabiduría justificada por

uno de sus hijos, la mujer pecadora. Como dijo de manera tan aguda el doctor H. C.

Woodring, «Cuando Dios no consigue que líderes religiosos aprecien a Cristo, hará que lo

hagan las prostitutas». Simón el fariseo había pedido a Jesús que comiera con él, quizá por

curiosidad, o quizá por hostilidad.

7:37–38 Una mujer pecadora apareció entonces en la estancia. No sabemos quién era;

la tradición de que era María Magdalena carece de apoyo escriturario. Esta mujer trajo un

frasco de perfume, de alabastro. Mientras Jesús estaba reclinado en un diván y comía, con

la cabeza cerca de la mesa, ella se puso atrás junto a sus pies. Ella le lavó los pies … con

sus lágrimas y comenzó a enjugarlos con los cabellos de su cabeza; y los besaba una y

otra vez. Luego los ungió con el costoso perfume que había traído. Una adoración y

sacrificio así revelaron su convicción de que no había nada suficientemente bueno para

Jesús.

7:39 La actitud de Simón era muy diferente. Él pensaba que los profetas, como los

fariseos, habían de mantenerse separados de los pecadores. Si Jesús fuera profeta,

concluyó él, no dejaría que una pecadora le hiciese objeto de tal afecto.

G. La parábola de los dos deudores (7:40–50)

7:40–43 Jesús leyó sus pensamientos y con cortesía le pidió permiso a Simón para

decirle algo. Con consumada destreza, el Señor le contó la historia del prestamista y de los

dos deudores. Uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. No teniendo ellos con

qué pagar, él canceló ambas deudas. En este punto, Jesús preguntó a Simón cuál de los

dos deudores le amará más. El fariseo contestó de manera correcta: Supongo que aquel a

quien perdonó más. Al admitir esto, se condenó a sí mismo, tal como Jesús pasó a

mostrarle acto seguido.

7:44–47 Desde que el Señor había entrado en la casa, la mujer le había expresado

afecto. En cambio, el fariseo le había dado una acogida muy fría, no dando atención

siquiera a las más elementales cortesías, como lavar los pies del invitado, besarle la mejilla

y dándole aceite para ungirse la cabeza. ¿Por qué había actuado de esta manera? La razón

era que la mujer tenía la conciencia de que se le había perdonado mucho, mientras que

Simón no tenía ninguna sensación de haber sido un gran pecador. Pero aquel a quien se le

perdona poco, ama poco.

Jesús no sugirió que el fariseo no fuese un gran pecador. Más bien, enfatizó que Simón

nunca había reconocido su gran culpa para ser perdonado. Si lo hubiera hecho, habría

amado al Señor tan profundamente como la prostituta. Todos somos grandes pecadores.

Todos podemos conocer un gran perdón. Todos podemos amar al Señor en gran medida.

7:48 Jesús anunció entonces públicamente a la mujer que sus pecados habían sido

perdonados. No había sido perdonada debido a su amor por Cristo, sino que su amor era

resultado del perdón que había recibido. Ella amó mucho porque había sido perdonada

mucho. Jesús aprovecho esta ocasión para anunciar públicamente el perdón de sus pecados.

7:49–50 Los otros invitados comenzaron a cuestionar entre sí el derecho de Jesús de

perdonar pecados. El corazón natural odia la gracia. Pero de nuevo Jesús aseguró a la

mujer que su fe la había salvado y que podía ir en paz. Esto es algo que los psiquiatras no

pueden hacer. Puede que intenten racionalizar complejos de culpa, pero nunca podrán dar el

gozo y la paz que da Jesús.

La conducta de nuestro Señor al comer en la mesa de este fariseo es empleada

erróneamente por algunos cristianos en defensa de la práctica de tener amistades íntimas

con personas inconversas, de ir a diversiones y de darse a sus placeres. Ryle da esta

advertencia:

Los que emplean un argumento así harían bien en recordar la conducta de nuestro Señor

en esta ocasión. Estuvo llevando a cabo los «asuntos de Su Padre» en la mesa de aquel

fariseo. Testificó contra el pecado definitorio del fariseo. Explicó al fariseo la naturaleza

del libre perdón de los pecados y el secreto del verdadero amor a Él. Declaró la naturaleza

salvadora de la fe. Si los cristianos que argumentan a favor de mantener amistades íntimas

con inconversos visitan sus casas con el espíritu de nuestro Señor y hablan y se comportan

como Él, que prosigan, desde luego, con tal práctica. Pero, ¿hablan y se comportan a la

mesa de sus amigos inconversos como lo hizo Jesús a la mesa de Simón? Ésta es una

pregunta que harán bien en responder.

H. Ciertas mujeres sirven a Jesús (8:1–3)

Es bueno recordar que los Evangelios contienen sólo unos pocos incidentes de la vida y

del ministerio de nuestro Señor. El Espíritu Santo seleccionó aquellos temas que quiso

incluir, pero pasó muchos otros por alto. Aquí tenemos una sencilla declaración de que

Jesús ministró con Sus discípulos en las ciudades y las aldeas de Galilea, que recorrió una

por una. Mientras predicaba y anunciaba las buenas nuevas del reino de Dios, era servido,

probablemente con suministros de alimento y alojamiento, por mujeres que habían sido

bendecidas por Él. Por ejemplo, estaba María la llamada Magdalena. Algunos creen que

se trataba de una dama de la nobleza de Magdalá (Migdol). En todo caso, había sido

maravillosamente liberada de siete demonios. Estaba Juana, cuyo marido era intendente

de Herodes. Otra era Susana, y había muchas otras. Su bondad para con nuestro Señor no

pasó desapercibida ni quedó sin registrar. Poco pensaban, al compartir sus posesiones con

Jesús, que los cristianos de todas las edades posteriores leerían acerca de la generosidad y

hospitalidad de ellas.

El tema del ministerio del Señor era las buenas nuevas del reino de Dios. El reino de

Dios significa el reino, visible o invisible, en el que se reconoce el gobierno de Dios. Mateo

emplea la frase «el reino de los cielos, pero el pensamiento es básicamente el mismo.

Sencillamente significa que «el Altísimo es dueño del reino de los hombres» (Dn. 4:17), o

que «el cielo gobierna» (Dn. 4:26).

En el NT hay varias etapas del desarrollo del reino.

1. En primer lugar, el reino fue anunciado por Juan el Bautista como cercano (Mt. 3:1,

2).

2. Luego, el reino vino a estar realmente presente en la Persona del Rey («el reino de

Dios está en medio de vosotros», Lc. 17:21). Ésta era la buena nueva del reino que Jesús

anunció. Él se ofreció a Sí mismo como Rey de Israel (Lc. 23:3).

3. Luego vemos el reino de Dios rechazado por la nación de Israel (Lc. 19:14; Jn. 19:15).

4. En la actualidad el reino está en forma de misterio (Mt. 13:11). Cristo, el Rey, está

temporalmente ausente, pero Su reinado es reconocido en los corazones de algunas

personas en la tierra. En cierto sentido, el reino abarca en la actualidad a todos aquellos que

simplemente profesen aceptar el gobierno de Dios, aunque no estén verdaderamente

convertidos. Esta esfera de la profesión externa se ve en la parábola del sembrador y de la

semilla (Lc. 8:4–15), del trigo y la cizaña (Mt. 13:24–30) y de los peces en la red barredera

(Mt. 13:47–50). Pero en su sentido más profundo y verdadero, el reino incluye sólo a los

que han sido convertidos (Mt. 18:3) o nacidos de nuevo (Jn. 3:3). Ésta es la esfera de la

realidad interna. (Véase el diagrama en Mateo 3:1, 2.)

5. El reino será un día establecido en un sentido literal aquí en la tierra y el Señor Jesús

reinará durante mil años como Rey de reyes y Señor de señores (Ap. 11:15; 19:16; 20:4).

6. La fase final es la que se conoce como el reino eterno de nuestro Señor y Salvador

Jesucristo (2 P. 1:11). Éste es el reino en su estado eterno.

I. La Parábola del Sembrador (8:4–15)

8:4–8 La parábola del sembrador describe el reino en su aspecto presente. Nos enseña

que el reino de Dios incluye profesión además de realidad. Y constituye la base para cada

solemne advertencia en cuanto a cómo oímos la palabra de Dios. No es cosa ligera oír las

Escrituras predicadas y enseñadas.

Los que oyen son hechos más responsables que jamás lo fuesen antes. Si menosprecian

el mensaje, o consideran la obediencia como algo optativo, lo hacen para su propia pérdida.

Pero si oyen y obedecen, se sitúan en una posición de recibir más luz de parte de Dios. La

parábola fue pronunciada aquí ante un gran gentío, y luego la explicó a los discípulos.

La parábola trataba de un sembrador, su semilla, cuatro clases de tierra que recibieron

la semilla, y cuatro resultados.

CLASE DE TIERRA RESULTADO

1. Junto al camino Pisoteada por los hombres y devorada por las aves.

2. Roca Secada por falta de humedad.

3. Abrojos Crecimiento ahogado por los abrojos.

4. Tierra buena Llevó fruto al ciento por uno.

El Señor terminó la parábola con las palabras: El que tenga oídos para oír, que oiga.

En otras palabras, cuando uno oye la palabra de Dios, debe poner cuidado acerca de qué

recepción le da. La semilla ha de caer en buena tierra para poder llevar fruto.

8:9–10 Cuando sus discípulos le preguntaron acerca del significado de esta parábola,

el Señor Jesús explicó que los misterios del reino de Dios no debían ser entendidos por

todos. Debido a que los discípulos estaban dispuestos a confiar y a obedecer, a ellos les

sería concedido el comprender las enseñanzas de Cristo. Pero Jesús presentó a propósito

muchas verdades en forma de parábolas, para que viendo, no viesen, y oyendo, no

entendiesen. En un sentido, vieron y oyeron. Por ejemplo, sabían que Jesús había hablado

de un sembrador y su semilla. Pero no comprendieron el sentido más profundo de la

ilustración. No se dieron cuenta de que sus corazones eran tierra dura, inflexible y llena de

abrojos, y que ellos no se beneficiaban de la palabra que habían oído.

8:11–15 Sólo a los discípulos expuso el Señor la parábola. Ellos ya habían aceptado la

enseñanza que habían recibido, y por ello recibirían más. Jesús explicó que la semilla es la

palabra de Dios, es decir, la verdad de Dios —Su propia enseñanza.

Los oyentes de a lo largo del sendero oyen la voz, pero sólo de una forma superficial,

por encima. Queda en la superficie de sus vidas. Esto hace fácil para el diablo (las aves del

cielo) arrebatarla.

Los de sobre la roca también oyeron la palabra, pero no dejaron que les quebrantase.

Permanecieron no arrepentidos. No se le dio ningún aliento (humedad) a la semilla, por lo

que se secó y murió. Quizá habían hecho al principio una hermosa profesión de fe, pero no

había realidad. Parecía haber vida, pero no había raíz debajo de la superficie. Cuando

vinieron pruebas, abandonaron su profesión cristiana.

Los oyentes de entre los abrojos parecían ir bien por un tiempo, pero mostraron que no

eran creyentes genuinos cuando abandonaron el camino. Las preocupaciones, las riquezas

y los placeres de la vida asumen el control, y la palabra queda ahogada.

La tierra buena representa a los buenos creyentes con corazón bueno y recto. No sólo

recibieron la palabra sino que dejaron que moldease sus vidas. Eran susceptibles a la

enseñanza y obedientes, y desarrollaron un verdadero carácter cristiano, y produjeron fruto

para Dios.

Darby recapitula el mensaje de esta sección de la siguiente manera:

Si al oír tomo posesión de aquello que oigo, no meramente tengo gozo al recibirlo, sino

que lo poseo como propio, entonces viene a formar parte de la sustancia de mi alma, y

obtendré más; porque cuando la verdad ha llegado a ser una sustancia en mi alma, hay

capacidad para recibir más.

J. La responsabilidad de aquellos que oyen (8:16–18)

8:16 A primera vista no parece haber demasiada relación entre esta sección y lo que hay

antes. Pero la realidad es que hay una corriente continua de pensamiento. El Salvador sigue

enfatizando la importancia de qué hacen los discípulos con Sus enseñanzas. Él se asemeja a

un hombre que enciende una lámpara, no para que sea cubierta con una vasija ni puesta

debajo de una cama, sino sobre un candelero para que todos vean la luz. Al enseñar a

los discípulos los principios del reino de Dios, estaba encendiendo una lámpara. ¿Qué

debían hacer ellos con ella?

Ante todo, no debían cubrirla con una vasija. En Mateo 5:15; Marcos 4:21 y Lucas

11:33 se menciona la vasija con el nombre de un almud. Se trataba de una unidad de

medida empleada en los círculos comerciales. De modo que esconder la lámpara bajo un

almud podría hablar de uno permitiendo que su testimonio quedase oscurecido o eliminado

por el tráfago de la vida comercial. Sería mejor poner la lámpara sobre el almud, es decir,

practicar el cristianismo en el mercado y emplear el propio negocio como púlpito para

propagar el evangelio.

8:17 El versículo 17 parece sugerir que si dejamos que el mensaje quede limitado a

causa de nuestras actividades o pereza, nuestro descuido y fracaso quedarán expuestos ante

todos. El ocultamiento de la verdad será manifestado, y su mantenimiento como secreto

saldrá a plena luz.

8:18 Por ello deberíamos tener cuidado acerca de cómo escuchamos. Si somos fieles en

compartir la verdad con otros, entonces Dios nos revelará nuevas y más profundas

verdades. Si, en cambio, no tenemos este espíritu de celo evangelístico, Dios nos privará de

la verdad que pensamos que poseemos. Aquello que no empleamos, lo perdemos. G. H.

Lang comenta:

Los discípulos escuchaban con una mente que anhelaba comprender y que estaba

dispuesta a creer y a obedecer; los otros escuchaban bien sin atención o bien con mera

curiosidad, o con una resuelta oposición. A los primeros se les daría más conocimiento; los

otros serían privados de aquel conocimiento que pareciesen tener.

Pues hemos de compartir si queremos guardar

El bien que de arriba se nos da;

Dejando de dar dejamos de tener;

Esta es la ley del amor.

R. C. Trench

K. La verdadera madre y los verdaderos hermanos de Jesús (8:19–21)

Al llegar a este punto de Su discurso, dijeron a Jesús que Su madre y Sus hermanos

estaban fuera y querían verle. No podían llegar hasta él a causa del gentío. La respuesta

del Señor fue que la verdadera relación con Él no depende de vínculos naturales, sino de la

obediencia a la palabra de Dios. Él reconoce como miembros de Su familia a todos los que

tiemblan ante la Palabra, a los que la reciben con mansedumbre y a los que la obedecen

implícitamente. Ningún gentío puede impedir que Su familia espiritual tenga Su compañía.

L. El Hijo del Hombre apacigua la tempestad (8:22–25)

8:22 En el resto de este capítulo vemos a Jesús ejerciendo Su señorío sobre los

elementos, sobre los demonios, sobre las enfermedades e incluso sobre la muerte. Todas

estas cosas obedecen a Su voz; sólo el hombre rehúsa obedecerla.

En el Mar de Galilea se desatan tempestades violentas repentinamente, lo que hace

peligrosa la navegación. Pero es posible que esta tempestad particular fuese de origen

satánico; puede haberse tratado de un intento de destruir al Salvador del mundo.

8:23 Jesús estaba dormido cuando se desató la tempestad. El hecho de que Él estuviese

durmiendo es un testimonio de su genuina humanidad. La tempestad se fue a dormir

cuando Jesús habló; este hecho da testimonio de Su absoluta deidad.

8:24 Los discípulos despertaron al Señor, expresando temores angustiados por su

propia seguridad. Con perfecta calma, increpó al viento y a las olas; y todo quedó en

perfecta calma. Lo que hizo al Mar de Galilea puede hacerlo en la actualidad a las

circunstancias azarosas del discípulo angustiado y azotado por la tormenta.

8:25 Les preguntó Él a los discípulos: ¿Dónde está vuestra fe? No debían haberse

preocupado. No tenían que haberle despertado. «Ninguna agua puede hacer zozobrar la

barca donde yace el Señor del océano, de la tierra y de los cielos.» Estar con Cristo en la

barca es estar totalmente a salvo y seguro.

Los discípulos no valoraban suficientemente la magnitud del poder de su Señor. Le

valoraban de manera incompleta. Estaban asombrados de que los elementos le

obedeciesen. No eran diferentes de nosotros en esto. En las tempestades de la vida,

frecuentemente nos sobrecoge el temor. Entonces, cuando el Señor viene en nuestra ayuda,

nos sentimos atónitos ante la exhibición de Su poder. Y nos preguntamos por qué no

confiamos más plenamente en Él.

M. La liberación del endemoniado gadareno (8:26–39)

8:26–27 Cuando Jesús y Sus discípulos llegaron a la ribera, se encontraron en el distrito

de los gadarenos. Allí se encontraron con cierto hombre que estaba endemoniado. Mateo

cita a dos endemoniados, mientras que Marcos y Lucas hablan sólo de uno. Estas aparentes

discrepancias podrían indicar que se tratase en realidad de dos ocasiones distintas, o que un

escritor dio una relación más completa que los otros. Este caso particular de posesión

demoniaca hacía que la víctima se despojase de su ropa, se apartase de la sociedad y

viviese entre las tumbas.

8:28–29 Al ver a Jesús, comenzó a gritar rogando que le dejase solo. Naturalmente, era

el espíritu inmundo el que hablaba a través de aquel pobre hombre.

La posesión demoniaca es una cosa real. Estos demonios no eran meras influencias.

Eran seres sobrenaturales que moraban en aquel hombre, controlando sus pensamientos,

habla y conducta. Estos demonios concretos producían una extremada violencia en el

hombre, y ello hasta el punto que cuando sufría una de aquellas violentas convulsiones,

rompía las cadenas con las que querían sujetarle y se lanzaba hacia los lugares solitarios.

No es sorprendente cuando nos damos cuenta de que en aquel hombre anidaban suficientes

demonios para destruir unos dos mil cerdos (véase Mr. 5:13).

8:30–31 El nombre de aquel hombre era Legión, porque estaba poseído por una legión

de demonios. Estos demonios reconocían a Jesús como el Hijo del Dios Altísimo. Sabían

también que su condenación era ineludible, y que Él haría que se cumpliese. Pero buscaban

un aplazamiento, y le rogaron que no les ordenara marcharse al abismo en el acto.

8:32–33 Pidieron permiso, cuando fueron echados del hombre, para entrar en una piara

de bastantes cerdos en un monte cercano. Les fue dado el permiso, con el resultado de que

los cerdos se lanzaron por el precipicio al lago, y se ahogaron. En la actualidad se critica

al Señor por la destrucción de propiedad ajena. Pero si los guardianes de los cerdos eran

judíos, estaban dedicados a un negocio inmundo e ilegal. Y tanto si eran judíos como

gentiles, deberían haber dado mucho más valor a un hombre que a dos mil cerdos.

8:34–39 Las nuevas se extendieron rápidamente por toda aquella región. Se reunió con

ello un gran gentío, y pudieron ver al que había estado endemoniado, totalmente restaurado

a la cordura y a la decencia. Los gadarenos se atemorizaron tanto que pidieron a Jesús que

se marchara de ellos. Valoraban más a los cerdos que al Salvador; más a sus animales que

a sus almas. Darby observa acerca de este incidente:

El mundo ruega a Jesús que se aparte, deseando su propia comodidad, que queda más

perturbada por la presencia y el poder de Dios que por una legión de demonios. Él se va. El

hombre que había sido sanado … hubiese querido seguirle; pero el Señor le envía de vuelta

… para que sea testigo de la gracia y del poder que ha actuado en favor suyo.

Más tarde, cuando Jesús visitó Decápolis, una multitud favorable acudió a Su encuentro

(Mr. 7:31–37). ¿Podría tratarse del resultado del fiel testimonio del endemoniado sanado?

N. Sanando a los incurables y resucitando a los muertos (8:40–56)

8:40–42 Jesús volvió a la ribera occidental atravesando el Mar de Galilea. Allí le estaba

esperando otra multitud. Había allí un hombre, Jairo, un jefe de la sinagoga, que tenía un

especial deseo de encontrarle, porque tenía una hija única, de unos doce años, que estaba

muriendo. Le rogó con apremio a Jesús que le acompañase. Pero … la muchedumbre lo

apretujaba, impidiendo su rápido avance.

8:43 En medio del gentío había una mujer tímida, pero desesperada, que había estado

sufriendo de una hemorragia desde hacía doce años. El médico Lucas admite que la

mujer había gastado en médicos todo cuanto tenía sin haber podido conseguir ayuda

alguna. (¡Marcos añade el toque no profesional de que en realidad había empeorado!)

8:44–45 Ella se había dado cuenta de que en Jesús había poder para sanarla, por lo que

se abrió paso a través de la multitud hasta donde Él se encontraba. Agachándose, tocó el

borde de su manto, el fleco que constituía la parte inferior de la ropa de un judío (Nm.

15:38, 39; Dt. 22:12). Al instante se detuvo su hemorragia y quedó totalmente sana.

Luego, intentó irse desapercibida, pero su movimiento quedó interrumpido por una

pregunta de Jesús: ¿Quién es el que me ha tocado? Pedro y los otros discípulos pensaron

que era una pregunta carente de sentido; ¡todos le estaban empujando, estrujando y

tocando!

8:46 Pero Jesús había reconocido un toque diferente. Como alguien ha dicho: «la carne

apretuja, pero la fe toca». Sabía que la fe le había tocado, pues era consciente de una salida

de poder —el poder para sanar a la mujer—. Había notado que había salido un poder de

Él. No se trataba, claro, de que ahora le quedase menos poder que antes, sino sencillamente

que le había costado algo sanar. Había gasto.

8:47–48 La mujer… vino temblando… delante de él y dio una explicación defensiva

de por qué le había tocado, junto con un agradecido testimonio de lo que había sucedido.

Su confesión pública fue recompensada con un encomio público de su fe por parte de Jesús,

y una declaración pública de Su paz sobre ella. Nadie jamás toca a Jesús por fe sin que Él

lo sepa y sin recibir una bendición. Nadie jamás le confiesa abiertamente sin ser fortalecido

en la certidumbre de la salvación.

8:49 Es probable que la curación de la mujer con la hemorragia no detuviese mucho

tiempo a Jesús, pero sí que fue lo suficiente para que llegase un mensajero con las nuevas

de que la hija de Jairo había muerto, y que por ello mismo ya no eran necesarios los

servicios del Maestro. Había fe de que podía sanar, pero ninguna de que podía levantar de

los muertos.

8:50 Sin embargo, Jesús no iba a dejarse despedir tan deprisa. Le contestó con palabras

de consolación, aliento y promesa: No temas; cree solamente, y será sanada.

8:51–53 En cuanto llegó a la casa, entró en la estancia, acompañado sólo por Pedro,

Jacobo y Juan, junto con los padres. Todos estaban llorando desconsolados, pero Jesús les

dijo que no llorasen, porque la muchacha no había muerto, sino que dormía. Esto los llevó

a ridiculizarle, porque estaban seguros de que estaba muerta.

¿Estaba realmente muerta, o en un profundo sueño, como un coma? La mayoría de los

comentaristas afirman que estaba muerta. Observan que Jesús se refirió a Lázaro como

dormido, significando que estaba muerto. Sir Robert Anderson dice que la muchacha no

estaba realmente muerta. Sus argumentos son como sigue:

1. Jesús dijo que la muchacha «sería sanada». La palabra empleada es la misma que se

usa en el versículo 48 de este capítulo, donde se refiere a sanidad, no a resurrección. Este

término no se emplea nunca en el NT acerca de resucitar a los muertos.

2. Jesús empleó una palabra diferente para dormir en el caso de Lázaro.

3. La gente pensaba que estaba muerta, pero Jesús no quiso aceptar el crédito de haberla

resucitado de los muertos cuando sabía que estaba durmiendo.

Anderson dice que es sencillamente una cuestión de a quién uno quiera creer. Jesús dijo

que la muchacha estaba dormida. Los otros creían que sabían que estaba muerta.

8:54–56 En todo caso, Jesús le dijo: Niña, levántate. Y ella se levantó inmediatamente.

Después de restaurarla y entregársela a sus padres, Jesús les dijo que no publicasen el

milagro. No estaba interesado en ninguna notoriedad, en ningún entusiasmo veleidoso del

público, ni en vacías curiosidades.

Así termina el segundo año del ministerio público del Señor. El capítulo 9 da comienzo

al tercer año con la Misión de los Doce.

O. El Hijo del Hombre envía a Sus Discípulos (9:1–11)

9:1–2 Este incidente se asemeja de cerca al envío de los doce en Mateo 10:1–15, pero

hay destacadas diferencias. Por ejemplo, en Mateo los discípulos recibieron la orden de ir

sólo a los judíos, y se les dijo que resucitasen a los muertos, además de sanar a los

enfermos. Hay evidentemente alguna razón para la versión condensada de Lucas, pero no

aparece a primera vista. El Señor no sólo tenía poder y autoridad para hacer milagros, sino

que confirió este poder y autoridad a otros. Poder significa fuerza o capacidad.

Autoridad significa el derecho a emplearlo. El mensaje de los discípulos fue confirmado

mediante señales y maravillas (He. 2:3, 4) en ausencia de una Biblia completa en forma

escrita. Dios puede sanar milagrosamente, pero desde luego es cuestionable que la sanidad

debiera seguir acompañando la predicación del evangelio.

9:3–5 Ahora los discípulos iban a tener una oportunidad para practicar los principios

que el Señor les había enseñado. Debían confiar en Él para la provisión de sus necesidades

materiales —ni alforja, ni alimento ni dinero—. Habían de vivir de manera muy sencilla

—ni un bastón de más ni una túnica de más—. Debían quedarse en la primera casa donde

se les acogiese —no pasar de casa en casa con vistas a conseguir un mejor alojamiento—.

No debían prolongar su estancia ni ejercer presión sobre los que rechazasen el mensaje,

sino que tenían órdenes de sacudir el polvo de sus pies en testimonio contra ellos.

9:6 Se supone que fue en las aldeas de Galilea que los discípulos predicaron el

evangelio y sanaron enfermos. Se debería mencionar que su mensaje era respecto al reino

—el anuncio de la presencia del Rey en medio de ellos y de Su disposición a reinar sobre

un pueblo arrepentido.

9:7 Herodes Antipas era tetrarca de Galilea y Perea entonces. Reinaba sobre una

cuarta parte del territorio incluido en el reino de su padre, Herodes el Grande. Le llegaron

noticias de que Alguien estaba obrando poderosos milagros en su territorio.

Inmediatamente, su conciencia comenzó a traerle recuerdos. La memoria de Juan el

Bautista seguía agitándole. Herodes había silenciado aquella voz indómita decapitando a

Juan, pero seguía acosado por el poder de aquella vida. ¿Quién era el que hacía que

Herodes pensara continuamente en Juan? Decían algunos: Juan ha resucitado de los

muertos.

9:8–9 Otros daban suposiciones de que se trataba de Elías o de algún profeta del

Antiguo Testamento. Herodes intentó acallar su ansiedad recordando a otros que él había

hecho decapitar al Bautista. Pero permanecía el temor: ¿Quién era éste, de todas formas?

Y procuraba verle, pero nunca lo logró hasta poco antes de la crucifixión del Salvador.

¡El poder de una vida llena del Espíritu! El Señor Jesús, el desconocido Carpintero de

Nazaret, hacía temblar a Herodes sin que éste siquiera se hubiese encontrado con Él. Nunca

subestimemos la influencia de una persona llena del Espíritu Santo.

9:10 Cuando los apóstoles regresaron, contaron los resultados de su misión

directamente al Señor Jesús. Quizá ésta sería una buena política para todos los obreros

cristianos. Demasiadas veces los informes de la obra llevan a celos y a divisiones. Y G.

Campbell Morgan comenta que «nuestra pasión por la estadística es egocéntrica, y es de la

carne, no del Espíritu». Nuestro Señor tomó a los discípulos aparte, a un lugar desierto

cerca de Betsaida (casa de pesca). Parece que había dos Betsaidas en esta época, una en la

ribera occidental del Mar de Galilea, y ésta en la oriental. Se desconoce su emplazamiento

preciso.

9:11 Pronto se desvaneció toda esperanza de un tiempo de reposo en compañía. Pronto

se reunió un gran gentío. El Señor Jesús siempre estaba a disposición de los demás. No

consideró esto como una enojosa interrupción. Nunca estaba demasiado ocupado para dar

bendición. De hecho, dice de manera específica que les recibió (o, dio la bienvenida),

enseñándoles acerca del reino de Dios y sanando a los que lo necesitaban.

P. Alimentación de los Cinco Mil (9:12–17)

9:12 Al caer la tarde, los doce comenzaron a inquietarse. ¡Tanta gente con necesidad de

comer! Era una situación imposible. De modo que le pidieron al Señor que despidiese a la

gente. ¡Cuán semejante a nuestros corazones! En cuestiones que nos atañen personalmente,

decimos como Pedro: «Mándame ir a ti…». Pero cuán fácil nos es decir acerca de otros:

Despide a la gente.

9:13 Jesús no estaba dispuesto a enviarlos a las aldeas de alrededor para conseguir

comida. ¿Por qué debían los discípulos ir a ministrar a los demás y descuidar a los que

estaban a su propia puerta? Que los discípulos alimentasen a la multitud. Ellos protestaron

que sólo tenían cinco panes y dos peces, olvidando que podían recurrir a los recursos

ilimitados del Señor Jesús.

9:14–17 Él ordenó simplemente a los discípulos que hiciesen sentar a la multitud de

cinco mil hombres además de mujeres y niños. Luego, después de haber dado gracias,

partió el pan y comenzó a repartirlo a sus discípulos. Éstos, a su vez, los distribuían a la

gente. Hubo suficiente comida para todos. De hecho, cuando terminó la comida, quedó más

sobrante que lo que habían tenido en el comienzo. Los sobrantes llenaron doce cestas, una

para cada uno de los discípulos. Los que intentan racionalizar este milagro llenan páginas

de confusión.

Este incidente está lleno de significación para los discípulos, que están encargados de la

evangelización del mundo. Los cinco mil representan a la humanidad perdida, hambrienta

del pan de Dios. Los discípulos dan la imagen de cristianos pobres, con unos recursos

aparentemente limitados, pero mal dispuestos a compartir lo que tienen.

El mandamiento del Señor, «Dadles vosotros de comer», es sencillamente una

declaración de la gran comisión. La lección es que si damos a Jesús aquello que tenemos,

Él puede multiplicarlo para alimentar a la multitud espiritualmente hambrienta. ¡Aquel

anillo de diamantes, aquella póliza de seguros, aquella cuenta bancaria, aquel equipo

deportivo! Todo esto puede convertirse en literatura evangelística, por ejemplo, lo que

puede a su vez resultar en la salvación de almas, que a su vez serán adoradores del Cordero

de Dios por toda la eternidad.

El mundo podría ser evangelizado en esta generación si los cristianos rindiesen a Cristo

todo lo que son y tienen. Ésta es la lección permanente de la alimentación de los cinco mil.

Q. La gran confesión de Pedro (9:18–22)

9:18 Acto seguido de la alimentación milagrosa de la multitud, tenemos la gran

confesión de Cristo por parte de Pedro en Cesarea de Filipos. ¿Abrió el milagro de los

panes y los peces los ojos de los discípulos, para ver la gloria del Señor Jesús como el

Ungido de Dios? Este incidente en Cesarea de Filipos es comúnmente reconocido como el

punto de inflexión del ministerio de enseñanza del Salvador hacia los Doce. Hasta este

punto los ha estado conduciendo hacia una apreciación de lo que Él es y de lo que podría

hacer en y por medio de ellos. Ahora ha alcanzado esta meta, y por esto, desde este

momento, se dirige decididamente a la cruz. Jesús oró aparte. No se registra que el Señor

Jesús jamás orase con los discípulos. Oraba por ellos, oraba en presencia de ellos, y les

enseñó a orar, pero Su propia vida de oración estaba separada de la de ellos. Después de

una de estas ocasiones de oración, preguntó a los discípulos acerca de qué decía la gente

que Él era.

9:19–20 Ellos informaron de la diferencia de opiniones que se daba: algunos decían que

Juan el Bautista; otros decían que Elías; aun otros decían que era algún profeta del AT

que había resucitado. Pero cuando lo preguntó a los discípulos, Pedro confesó confiado

que Él era el Cristo (o Mesías) de Dios.

Los comentarios de James Stewart acerca de este incidente en Cesarea de Filipos son

tan excelentes que los citamos ampliamente:

Comenzó con una pregunta impersonal: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Esta

pregunta, ciertamente, no era de difícil respuesta. Porque la gente decía todo tipo de cosas

acerca de Jesús. Había una docena de opiniones contrapuestas. Había en el aire todo tipo de

rumores y posturas. Jesús estaba en todas las bocas. Y no sólo la gente decía cosas acerca

de Jesús, sino que estaban diciendo grandes cosas acerca de él. Algunos pensaban que era

Juan el Bautista resucitado de los muertos. Otros decían que les recordaba a Elías. Otros se

referían a Jeremías o a otro de los profetas. En otras palabras, aunque las opiniones

coetáneas no eran en absoluto unánimes acerca de la identidad de Jesús, sí que eran

unánimes respecto a que era alguien grande. Su puesto se encontraba entre los héroes de su

raza.

Vale la pena observar que la historia está volviéndose a repetir. Una vez más Jesús está

en todas las bocas. Hoy está siendo discutido mucho más allá del círculo de la iglesia

cristiana. Y grande es la diversidad de veredictos acerca de Él. Papini, contemplando a

Jesús, ve al Poeta. Bruce Barton ve al Hombre de Acción. Middleton Murray ve al Místico.

Gentes sin ortodoxia están dispuestas a exaltar a Jesús como parangón de santos y cabeza

de todos los líderes morales para siempre. «Incluso en la actualidad», dijo John Stuart Mill,

«no sería fácil siquiera para un incrédulo encontrar una mejor traducción de la norma de la

virtud de lo abstracto a lo concreto que tratar de vivir de tal manera que Cristo aprobase

nuestra vida». Lo mismo que los hombres de su propia época que le llamaban Juan, Elías,

Jeremías, del mismo modo los hombres de nuestra época están de acuerdo en que Jesús se

mantiene supremo entre los héroes y santos de todos los tiempos.

Pero Jesús no se sentía satisfecho con este reconocimiento. La gente decía que él era

Juan, Elías, Jeremías. Pero esto significaba que él era uno de una serie. Significaba que

había precedentes y paralelos, y que incluso si estaba en primer lugar, seguía siendo sólo un

primus inter pares, un primero entre iguales. Pero desde luego no es esto lo que el Cristo

del Nuevo Testamento reivindicaba ser. Los hombres pueden estar en desacuerdo con la

reivindicación de Cristo, o puede que disientan de ella; pero acerca del hecho de la

reivindicación misma, no hay sombra de duda. Cristo declaró ser algo y alguien sin

precedentes, sin paralelo, sin rival, singular (p.ej. Mt. 10:37; 11:27; 24:35; Jn. 10:30; 14:6).

9:21–22 Acto seguido de la histórica confesión de Pedro, el Señor les mandó que a

nadie dijesen esto; nada debía interrumpir Su camino a la cruz. Luego, el Salvador les

desveló Su propio e inmediato futuro. Él había de padecer, había de ser desechado por los

guías religiosos de Israel, había de ser muerto y resucitaría al tercer día. Éste era un

asombroso anuncio. No olvidemos que estas palabras fueron pronunciadas por el único

Hombre justo y sin pecado que jamás haya vivido sobre esta tierra. Fueron pronunciadas

por el verdadero Mesías de Israel. Eran las palabras de Dios manifestado en carne. Nos

muestran que la vida de cumplimiento, la vida perfecta, la vida de obediencia a la voluntad

de Dios, involucra sufrimiento, rechazo, muerte en una u otra forma, y una resurrección a

una vida sin muerte. Es una vida derramada por otros.

Esto, naturalmente, era precisamente lo contrario al concepto popular del papel del

Mesías. Los hombres esperaban un caudillo belicoso, destructor del enemigo. Esto debió

sacudir a los discípulos. Pero, si como confesaban ellos, Jesús era verdaderamente el Cristo

de Dios, no tenían, pues, razón alguna para desilusionarse ni desalentarse. Si Él es el

Ungido de Dios, entonces Su causa no puede jamás fallar. No importa lo que pueda

sucederle a Él ni a ellos; están del lado de los vencedores. La victoria y la vindicación eran

inevitables.

R. Invitación a tomar la Cruz (9:23–27)

9:23 Habiendo así bosquejado Su propio futuro, el Señor invitó a los discípulos a

seguirle. Esto significaría negarse a sí mismos y tomar cada uno su propia cruz. Negar el

yo significa renunciar voluntariamente a todo pretendido derecho a planificar o a escoger, y

a reconocer Su señorío en todas las áreas de la vida. Tomar la cruz significa escoger

deliberadamente la clase de vida que Él vivió. Esto involucra:

—La oposición de seres queridos.

—El vituperio del mundo.

—Abandonar familia y casa y tierras y las comodidades de esta vida.

—Una total dependencia de Dios.

—Obediencia a la conducción del Espíritu Santo.

—La proclamación de un mensaje impopular.

—Un camino de soledad.

—Ataques organizados de parte de guías religiosos establecidos.

—Sufrimiento por causa de la justicia.

—Calumnias y oprobio.

—Derramar la vida por otros.

—Muerte al yo y al mundo.

¡Pero también involucra asirse de la vida que es verdaderamente vida! Significa

encontrar por fin la razón de nuestra existencia. Y significa un galardón eterno.

Instintivamente, retrocedemos ante una vida de llevar la cruz. Nuestras mentes tienen

desgana a creer que pudiese ser la voluntad de Dios para nosotros. Pero las palabras de

Cristo, Si alguno quiere venir en pos de mí, significan que nadie queda excusado ni

exceptuado.

9:24 La tendencia natural es salvar nuestras vidas con existencias egoístas,

autocomplacientes, rutinarias y pequeñas. Puede que demos indulgencia a nuestros placeres

y apetitos viviendo en comodidad, lujo y confort, viviendo para el presente, dando nuestros

mejores talentos al mundo a cambio de unos años de falsa seguridad. Pero con eso mismo

perdemos nuestras vidas, es decir, ¡perdemos el verdadero propósito de la vida y el

profundo placer espiritual que debería ir con ella! Por otra parte, podríamos perder

nuestras vidas por causa del Salvador. La gente nos considera locos si abandonamos

nuestras propias ambiciones egoístas al viento, si buscamos primeramente el reino de Dios

y Su justicia; si nos damos sin reservas a Él. Pero esta vida de abandono es una vida

genuina. Participa de un gozo, de una santa ausencia de ansiedad y de una profunda

satisfacción interna que desafía a toda descripción.

9:25 Mientras el Salvador hablaba con los Doce, sabía que el deseo por las riquezas

materiales podrían ser un poderoso freno contra la plena entrega. Por esto dijo:

«Supongamos que pudieseis guardar todo el oro y la plata de todo el mundo, que pudieseis

poseer todas las fincas y propiedades, todo el capital y los bonos —todo lo que tenga valor

material— y supongamos que en vuestro frenético esfuerzo por adquirir todo esto os

perdieseis el verdadero propósito de la vida, ¿de qué os habría servido? Sólo lo gozaríais

por un tiempo muy breve, y luego lo dejaríais para siempre. Sería una elección muy

desafortunada vender esta única y breve vida por unos cuantos juguetes terrenales».

9:26 Otro freno contra la total entrega a Cristo es el temor a la vergüenza. Pero es algo

absolutamente irracional para una criatura avergonzarse de su Creador, y para un pecador

avergonzarse de su Salvador. Y con todo, ¿quién de nosotros está libre de esta culpa? El

Señor reconoció la posibilidad de la vergüenza y advirtió solemnemente en contra de ella.

Si evitamos la vergüenza viviendo vidas cristianas nominales, conformándonos al hacer de

la multitud, el Hijo del Hombre se avergonzará de nosotros cuando venga en su gloria, y

en la del Padre, y de los santos ángeles. Él enfatiza aquí la gloria en triple esplendor de

Su Segunda Venida como diciendo que si soportamos alguna vergüenza o vituperio por

causa de Él en el presente, nos parecerá una nadería cuando Él aparezca en gloria en

comparación con la vergüenza que sufrirán los que ahora le niegan.

9:27 Esta mención de Su gloria forma el vínculo con lo que sigue. Ahora Él predice que

algunos de los que estaban presentes allí verían el reino de Dios antes de morir. Sus

palabras encuentran cumplimiento en los versículos 28–36, el incidente en el Monte de la

Transfiguración. Los discípulos eran Pedro, Jacobo y Juan. En el Monte, ellos vieron

anticipadamente cómo será cuando el Señor Jesús establezca Su reino sobre la tierra. Pedro

viene en efecto a decir esto en su Segunda Epístola:

Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo

siguiendo fábulas ingeniosamente inventadas, sino como habiendo visto con nuestros

propios ojos su majestad. Pues cuando él recibió de Dios Padre honor y gloria, le fue

enviada desde la magnífica gloria una voz que decía: Éste es mi Hijo amado, en el cual he

puesto mi complacencia. Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos

con él en el monte santo (1:16–18).

Observemos la continuidad de la enseñanza del Señor en este pasaje. Él acababa de

anunciar Su propio e inminente rechazamiento, sufrimiento y muerte. Él había llamado a

Sus discípulos a seguirle en una vida de abnegación, padecimiento y sacrificio. Ahora Él

viene a decirles, más o menos: «¡Pero recordad esto! Si sufrís conmigo, reinaréis conmigo.

Más allá de la cruz está la gloria. La recompensa está fuera de toda proporción con el

costo».

S. La Transfiguración del Hijo del Hombre (9:28–36)

9:28–29 Fue al cabo de como ocho días después que Jesús tomó a Pedro, a Juan y a

Jacobo, y subió al monte a orar. Se desconoce la situación de este monte, aunque el

elevado y nevado Monte Hermón es un candidato probable. Mientras el Señor oraba, Su

apariencia comenzó a cambiar. Una verdad intrigante es que entre las cosas que la oración

cambia es el rostro de la persona. Su rostro resplandecía con un brillo radiante y su vestido

se hizo blanco y resplandeciente. Como se ha mencionado antes, esto prefiguraba la gloria

que le pertenecería durante Su reino venidero. Mientras Él estaba aquí en la tierra, Su gloria

estuvo ordinariamente velada en Su cuerpo de carne. Él estuvo aquí en humillación, como

un Siervo. Pero durante el Milenio, Su gloria quedará plenamente revelada. Todos lo verán

en todo Su esplendor y majestad.

El Profesor W. H. Rogers lo expresa bien:

En la transfiguración tenemos en miniatura todos los rasgos destacados del futuro reino

en su manifestación. Vemos al Señor revestido de gloria y no en los harapos de la

humillación. Contemplamos a Moisés en estado glorificado, el representante de los

regenerados que han pasado por la muerte al reino. Observamos a Elías cubierto de gloria,

el representante de los redimidos que han entrado en el reino por medio del traslado. Hay

tres discípulos, Pedro, Jacobo y Juan, que no están glorificados, los representantes de Israel

en la carne durante el milenio. Luego hay la multitud al pie del monte, representando a las

naciones que serán introducidas en el reino tras su inauguración.

9:30–31 Moisés y Elías hablaban con Jesús de su partida (lit., éxodo) que iba Jesús a

cumplir en Jerusalén. Observemos que Su muerte es aquí expuesta como un

cumplimiento. Observemos también que la muerte es sencillamente un éxodo —no un dejar

de existir sino un movimiento de un lugar a otro.

9:32–33 Los discípulos estaban soñolientos mientras todo esto estaba sucediendo.

Dice el Obispo Ryle:

Observemos que precisamente los mismos discípulos que vemos aquí durmiendo

durante una visión de gloria se encontraron dormidos también durante la agonía en el

huerto de Getsemaní. Desde luego, la carne y la sangre deben cambiar antes de poder entrar

en el cielo. Nuestros pobres y débiles cuerpos no pueden ni velar con Cristo en Su tiempo

de prueba ni mantenerse despiertos con Él en Su glorificación. Nuestra constitución física

ha de ser enormemente alterada antes que podamos gozar del cielo.

Cuando estuvieron bien despiertos, vieron la gloria de Jesús resplandeciendo

alrededor. En un esfuerzo por preservar el carácter sagrado de aquella ocasión, Pedro

propuso levantar tres tabernáculos o tiendas, una en honor de Jesús, una para Moisés, y

una para Elías. Pero esta idea se basaba en un celo carente de conocimiento.

9:34–36 Vino la voz de Dios desde la nube que les envolvía, reconociendo a Jesús

como Su Hijo amado, y que les mandaba que le oyesen u obedeciesen a él. Tan pronto

como cesó la voz, Moisés y Elías habían desaparecido. Jesús estaba allá solo. Y así será en

el reino; Él tendrá la preeminencia en todas las cosas. No compartirá Su gloria.

Los discípulos quedaron tan profundamente maravillados que no trataron este

acontecimiento con los demás.

T. Curación de un muchacho endemoniado (9:37–43a)

9:37–39 Desde el monte de la gloria, Jesús y los discípulos volvieron al día siguiente

al valle de la necesidad humana. La vida tiene sus momentos de exaltación espiritual, pero

Dios los equilibra con la diaria rutina de trabajo y esfuerzo. De la multitud que les salió al

encuentro vino un atribulado padre, rogándole a Jesús que ayudase a su hijo endemoniado.

Era su único hijo y por ello el deleite de su corazón. ¡Qué dolor más inenarrable para el

padre ver a su hijo poseído de convulsiones demoniacas. Estos ataques le sobrevenían sin

aviso previo. El muchacho gritaba y luego le salía espuma por la boca. El demonio sólo lo

dejaba tras una terrible lucha, dejándolo totalmente quebrantado.

9:40 El abatido padre había ya ido a los discípulos por ayuda, pero ellos no habían

podido hacer nada. ¿Por qué esta falta de poder para ayudar a aquel muchacho? Quizá se

habían vuelto profesionales en su ministerio. Quizá pensaban que podían contar con un

ministerio lleno del Espíritu sin un ejercicio espiritual constante. Quizá estaban dándolo

todo por descontado.

9:41 El Señor Jesús se sintió entristecido ante todo aquello. Sin nombrar a nadie en

particular, dijo: ¡Oh generación incrédula y perversa…! Esto puede que se dirigiese a los

discípulos, a la gente, al padre o a todos ellos juntos. ¡Eran todos tan impotentes ante la

necesidad humana, a pesar de que podían recurrir a Sus infinitas fuentes de poder! ¿Hasta

cuándo habría Él de estar con ellos y soportarlos? Luego le dijo al padre: Trae acá a tu

hijo.

9:42–43a Mientras el muchacho se acercaba a Jesús, fue atacado por el demonio y

echado al suelo con violencia. Pero Jesús no se quedó impresionado por la exhibición del

poder de un espíritu malo; era la incredulidad de los hombres lo que le estorbaba, no el

poder de los demonios. Entonces echó al espíritu inmundo, y sanó al muchacho, y se lo

devolvió a su padre. Todos los que vieron esto se admiraban. Reconocían que Dios había

obrado un milagro. Y vieron en este milagro una exhibición de la grandeza de Dios.

U. El Hijo del Hombre predice su muerte y resurrección (9:43b–45)

9:43b–44 Los discípulos podrían sentirse inclinados a creer que su Señor iba a

proseguir obrando milagros hasta que toda la nación le aclamase como el Rey. Para evitar

que sus mentes se llenasen de este concepto, el Señor volvió a recordarles que el Hijo del

Hombre había de ser entregado en manos de hombres, es decir, debía ser muerto.

9:45 ¿Por qué no entendían ellos estas palabras? Sencillamente, porque recaían en el

concepto del Mesías como héroe popular. Su muerte significaría la derrota para la causa,

según el pensamiento de todos ellos. Sus propias esperanzas eran tan intensas que no

podían mantener ningún concepto contrario. No era Dios quien les ocultaba esta verdad,

sino su decidido rechazo a creer. Además, temían preguntarle para clarificar sus ideas —

¡casi como si tuviesen miedo de que les confirmase sus temores!

V. La verdadera grandeza en el Reino (9:46–48)

9:46 Los discípulos no sólo esperaban que el glorioso reino fuese introducido en breve,

sino que aspiraban también a posiciones de gloria en el reino. Ya estaban discutiendo entre

ellos quién iba a ser el mayor.

9:47–48 Sabiendo lo que agitaba sus corazones, Jesús tomó a un niño a Su lado y les

explicó que todo aquel que recibiese a un niño en Su nombre le recibía a Él. A primera

vista, esto no parece tener ninguna relación con la cuestión de quién era el mayor entre los

discípulos. Pero aunque no sea evidente, la relación parece ser ésta: la verdadera grandeza

se ve en un amante cuidado para con los pequeños, por los indefensos, por aquellos que el

mundo deja de lado. Así, cuando Jesús dijo que el que es más pequeño entre todos

vosotros, ése es grande, se estaba refiriendo al que se humillaba para asociarse con

creyentes no conocidos, insignificantes y menospreciados.

En Mateo 18:4 el Señor dijo que el mayor en el reino de los cielos es aquel que se

humilla como un niño pequeño. Aquí en Lucas es cuestión de identificación con el menor

de los hijos de Dios. En ambos casos involucra asumir un puesto de humildad, como lo

hizo el mismo Salvador.

W. El Hijo del Hombre prohíbe el sectarismo (9:49–50)

9:49 Este incidente parece ilustrar la conducta contra la que el Señor acababa de

advertir a Sus discípulos. Habían encontrado a uno que echaba fuera demonios en el

nombre de Jesús. Ellos se lo habían prohibido, porque era uno que no iba con ellos. En

otras palabras, habían rehusado recibir a un hijo del Señor en Su nombre. Eran sectarios y

estrechos. Deberían haberse sentido complacidos por el hecho de que el demonio había

salido del hombre. Nunca deberían sentirse celosos de ningún hombre o grupo que echase

más demonios fuera que ellos. Pero lo cierto es que cada discípulo ha de guardarse en

contra de este deseo de exclusivismo —de querer monopolizar el poder y prestigio

espirituales.

9:50 Jesús le dijo: No se lo prohibáis; porque el que no está contra vosotros, está

de vuestra parte. Por lo que respecta a la Persona y obra de Cristo, no puede haber

neutralidad. Si los hombres no están por Cristo, están contra Él. Pero cuando se trata del

servicio cristiano, como dice A. L. Williams:

Los cristianos ecuánimes han de recordar que cuando los de fuera hacen algo en

Nombre de Cristo, ello, en conjunto, es un impulso a Su causa. … La contestación del

Maestro contenía una verdad amplia y de gran alcance. Ninguna sociedad terrenal, por

santa que sea, podrá pretender en exclusiva los poderes divinos inseparablemente

vinculados a un uso veraz y fiel de Su Nombre.

VII. AUMENTA LA OPOSICIÓN CONTRA EL HIJO DEL

HOMBRE (Caps. 9:51–11:54)

A. Samaria rechaza al Hijo del Hombre (9:51–56) 9:51 Se estaba aproximando el tiempo de la Ascensión de Jesús al cielo. Él lo sabía

bien. Sabía también que antes estaba la cruz, por lo que emprendió resueltamente el camino

a Jerusalén y a lo que allí le esperaba.

9:52–53 Una aldea samaritana en el camino se mostró inhospitalaria para el Hijo de

Dios. La gente allí sabía que iba a Jerusalén y esto era razón suficiente para excluirle, por

lo que a ellos tocaba. A fin de cuentas, había un intenso odio entre los samaritanos y los

judíos. Su espíritu sectario y fanático, su actitud segregacionista, su orgullo racial, les

indispuso a recibir al Señor de la Gloria.

9:54–56 Jacobo y Juan se encolerizaron de tal manera ante esta falta de cortesía que se

ofrecieron a mandar fuego del cielo para destruir a los ofensores. Jesús en el acto los

reprendió. Él no había venido para destruir las almas de los hombres, sino para

salvarlas. Éste era el año aceptable del Señor, y no el día de venganza de nuestro Dios.

Ellos deberían haberse caracterizado por la gracia, no por un espíritu vengativo.

B. Dificultades para el Discipulado (9:57–62)

9:57 En estos versículos nos encontramos con tres candidatos al discipulado que

ilustran tres de los principales obstáculos para un discipulado entregado. El primer hombre

estaba bien seguro de que quería seguir a Jesús adondequiera que fuese. No esperó a ser

llamado, sino que se ofreció de manera impetuosa. Estaba confiado en sí mismo,

indebidamente deseoso, y sin tener en cuenta el costo. No conocía el significado de lo que

decía.

9:58 Al principio, la respuesta de Jesús no parece relacionada con el ofrecimiento de

aquel hombre. En realidad, hay una estrecha vinculación. Jesús le estaba diciendo: «¿Sabes

lo que realmente significa seguirme? Significa abandonar las comodidades y ventajas de la

vida. Yo no tengo un hogar que llamar mío. Esta tierra no me da reposo alguno. Las zorras

y las aves del cielo poseen más comodidades y seguridad natural que yo. ¿Estás dispuesto a

seguirme, aunque signifique dejar aquellas cosas que la mayoría de los hombres consideran

como sus derechos inalienables?» Cuando leemos que el Hijo del Hombre no tiene donde

recostar la cabeza podemos tener la propensión a compadecerle. Un comentarista observa:

«No es nuestra compasión lo que necesita. Compadécete a ti mismo si tienes un hogar que

te retiene cuando Cristo te quiere fuera, en los lugares difíciles del mundo». No oímos ya

más de este hombre, y sólo podemos suponer que no estaba bien dispuesto a abandonar las

comunes comodidades de la vida para seguir al Hijo de Dios.

9:59 El segundo hombre oyó el llamamiento de Cristo para seguirle. Y estaba dispuesto

en cierta forma, pero había algo que quería hacer primero. Quería primero ir a enterrar a

su padre. Observemos lo que dijo: Señor, déjame que primero vaya… En otras palabras,

Señor, déjame primero, «Primero yo». Designó a Jesús como Señor, pero en realidad

ponía en primer lugar sus propios deseos e intereses. Las palabras «Señor» y «déjame

primero» están totalmente opuestas entre sí. Hemos de escoger entre lo uno o lo otro. No

importa si el padre había muerto o si el hijo pensaba esperar en el hogar hasta que muriese:

era la misma cuestión —estaba dejando que otra cosa tomase precedencia sobre el

llamamiento de Cristo—. Es perfectamente legítimo y apropiado mostrar respeto a un padre

muerto o moribundo, pero cuando se permite a nadie o a cualquier cosa que rivalice con

Cristo, entonces se torna en positivamente pecaminoso. Este hombre tenía alguna otra cosa

que hacer —digamos que un trabajo o actividad— y esto le apartó del camino de un

discipulado sin reservas.

9:60 El Señor reprendió su indecisión con estas palabras: Deja que los muertos

entierren a sus muertos; y tú ve, y anuncia por doquier el reino de Dios. Los

espiritualmente muertos pueden enterrar a los físicamente muertos, pero no pueden predicar

el evangelio. Los discípulos no deberían dar prioridad a cuestiones que los incon—versos

puedan hacer tan bien como los cristianos. El creyente debería estar seguro de que es

indispensable en lo que toca al principal énfasis de su vida. Su principal ocupación debería

ser la de impulsar la causa de Cristo en la tierra.

9:61 El tercer candidato al discipulado se parecía al primero en que se presentó

voluntariamente para seguir a Cristo. Era como el segundo en que expresó la contradicción

Señor… déjame … primero. Quería primero despedirse de su familia. En sí misma, la

petición era razonable y apropiada, pero incluso las cortesías más comunes de la vida

quedan fuera de lugar si se ponen por delante de una obediencia pronta y completa.

9:62 Jesús le dijo que una vez estaba puesta la mano en el arado del discipulado, no se

debía mirar hacia atrás; en tal caso, no se es apto para el reino de Dios. Los seguidores

de Cristo no están hechos de un material medio cocido ni de sentimentalismos de

ensoñación. No pueden dejar que ninguna consideración hacia la familia o los amigos, por

muy legítima que sea en sí misma, los aparte de una total y completa entrega a Él. La

expresión no es apto para el reino no se refiere a la salvación, sino al servicio. No se trata

en absoluto de una cuestión de entrada al reino, sino de servicio en el reino después de

haber entrado en el mismo. Nuestra idoneidad para entrar en el reino reside en la Persona y

obra del Señor Jesús. Y se hace nuestra por la fe en Él.

Y así tenemos tres obstáculos cardinales al discipulado ilustrados en estas tres

experiencias que protagonizaron estos hombres:

1. Comodidades materiales.

2. Un trabajo o actividad.

3. Familia y amigos.

Cristo tiene que reinar en nuestros corazones sin rival alguno. Todos los otros amores y

todas las otras lealtades han de estarle subordinados.

C. La misión de los Setenta (10:1–16)

10:1–12 Éste es el único registro en los Evangelios del envío de los setenta discípulos

por parte del Señor. Se asemeja mucho a la comisión de los doce en Mateo 10. Pero, allí los

discípulos fueron enviados a las regiones del norte, mientras que los setenta son ahora

enviados al sur a lo largo de la ruta que el Señor estaba siguiendo hacia Jerusalén. Esta

misión parecía dispuesta para preparar el camino del Señor en Su viaje de Cesarea de

Filipos en el norte a través de Galilea y Samaria, a través del Jordán, al sur a través de

Perea, y luego otra vez a través del Jordán a Jerusalén.

Aunque el ministerio y oficio de los setenta fue sólo temporal, sin embargo las

instrucciones de nuestro Señor a estos hombres sugieren muchos principios vitales que son

de aplicación a los cristianos en cada época.

Algunos de estos principios pueden ser recapitulados de la siguiente manera:

1. Los envió de dos en dos (v. 1). Esto sugiere un testimonio competente. «Por boca de

dos o tres testigos se decidirá todo asunto» (2 Co. 13:1).

2. El siervo del Señor debería rogar constantemente que Él envíe obreros a su mies (v.

2). La necesidad es siempre mayor que el suministro de obreros. Evidentemente, al orar

pidiendo obreros, hemos de estar dispuestos a ir nosotros mismos. Observemos rogad (v.

2), id (v. 3).

3. Los discípulos de Jesús son enviados a un medio hostil (v. 3). Bajo todas las

apariencias, son como indefensos corderos en medio de lobos. No pueden esperar ser

tratados bien por el mundo, sino ser perseguidos e incluso muertos.

4. No se deben permitir consideraciones de comodidad personal (v. 4a). No llevéis bolsa,

ni alforja, ni calzado. La bolsa de dinero se refiere a reservas financieras. Las alforjas

sugieren reservas de alimentos. El calzado puede hacer referencia bien a un par extra o a un

tipo de zapatos que dé comodidad suplementaria. Estas tres cosas nos hablan de aquella

pobreza que aunque no tiene nada, sin embargo todo lo posee y hace ricos a muchos (2 Co.

6:10).

5. A nadie saludéis por el camino (v. 4b). Los siervos de Cristo no deben malgastar el

tiempo en saludos largos y ceremoniosos como los que eran comunes en el Oriente.

Aunque deben ser corteses y educados, han de emplear su tiempo en la gloriosa

proclamación del evangelio y no en palabras sin provecho. No hay tiempo para retardos

innecesarios.

6. Deberían aceptar la hospitalidad donde les fuese ofrecida (vv. 5, 6). Si su salutación

inicial es favorablemente recibida, entonces el anfitrión es un hijo de paz. Es un hombre

caracterizado por la paz, y que recibe el mensaje de paz. Si los discípulos son rechazados,

no deberían sentirse desalentados; su paz se volverá a ellos, es decir, no ha habido

malgasto ni pérdida, y otros la recibirán.

7. Los discípulos deberían permanecer en aquella misma casa que les ofrezca

alojamiento al principio (v. 7). Ir cambiando de casa en casa podría caracterizarlos como

buscadores de lujosos alojamientos, mientras que deberían vivir de una manera sencilla y

agradecida.

8. No deberían dudar en comer el alimento y la bebida que les fuese ofrecido (v. 7).

Como siervos del Señor, tienen derecho a su manutención.

9. Las ciudades y los pueblos adoptan posición por el Señor, o en contra, igual que las

personas individualmente (vv. 8, 9). Si un área es receptiva a su mensaje, los discípulos

deben predicar allí, aceptar su hospitalidad y traer allá la bendición del evangelio. Los

siervos de Cristo deberían comer lo que les pongan delante, no exigentes en la comida ni

causando problemas en el hogar. La comida no es lo principal en sus vidas. Las poblaciones

que acojan a los mensajeros del Señor siguen viendo la sanidad de sus enfermos de pecado.

También el Rey se acerca mucho a ellos (v. 9).

10. Una ciudad puede rechazar el evangelio y luego ver negado el privilegio de volverlo

a oír (vv. 10–12). Llega un momento en los tratos de Dios en los que se oye el mensaje por

última vez. Nadie debería frivolizar acerca del evangelio, porque puede ser retirado para

siempre. La luz rechazada es luz negada. Ciudades y aldeas que tienen el privilegio de oír

las buenas nuevas y que rehúsan serán juzgadas mucho más severamente que la ciudad de

Sodoma. Cuanto mayor sea el privilegio, tanto mayor la responsabilidad.

10:13–14 Mientras Jesús hablaba estas palabras, recordó tres ciudades de Galilea que

habían tenido mucho mayor privilegio que ningunas otras. Le habían visto llevar a cabo Sus

poderosos milagros en sus calles. Habían oído Su enseñanza llena de gracia. Pero le habían

rechazado de plano. Si los milagros que había hecho en Corazín y Betsaida… se hubieran

hecho en las antiguas Tiro y Sidón, aquellas ciudades costeras se habrían sumido en el más

profundo arrepentimiento. Por cuanto las ciudades de Galilea no fueron movidas por las

obras de Jesús, su juicio sería más severo que el de Tiro y Sidón. De hecho, Corazín y

Betsaida han sido destruidas hasta tal punto que en la actualidad no se conoce su

emplazamiento exacto.

10:15 Capernaúm vino a ser la ciudad de residencia de Jesús después de mudarse de

Nazaret. Aquella ciudad fue levantada en privilegio hasta los cielos. Pero menospreció a

Su más notable Ciudadano y perdió su oportunidad. Por ello, hasta el Hades será abatida

en juicio.

10:16 Jesús terminó Sus instrucciones a los setenta con una declaración de que ellos

eran Sus embajadores. Rechazarlos a ellos era rechazarle a Él, y rehusarlo a Él era rehusar a

Dios Padre.

Ryle comenta aquí:

Probablemente no hay un lenguaje más intenso que éste en el Nuevo Testamento acerca

de la dignidad del oficio de un fiel ministro, y de la culpa en que incurren aquellos que

rehúsan oír su mensaje. Es un lenguaje, hemos de recordar, que no se dirige a los doce

apóstoles, sino a setenta discípulos, acerca de cuyos nombres y carrera posterior nada

sabemos. Scott observa: «Rechazar a un embajador, o tratarle con menosprecio, es una

afrenta contra el príncipe que lo ha comisionado y enviado y a quien representa. Los

apóstoles y los setenta discípulos eran los embajadores y representantes de Cristo; y

quienes los rechazaron y menospreciaron, de hecho lo rechazaron y menospreciaron a Él».

D. El regreso de los Setenta (10:17–24)

10:17–18 Volvieron los setenta de su misión, y estaban llenos de gozo que aun los

demonios se les sometían a ellos. La contestación de Jesús ha de comprenderse de dos

formas. Primero, puede significar que vio en el éxito de ellos una prenda de la final caída

de Satanás… del cielo.

Jamieson, Fausset y Brown parafrasean Sus palabras:

Os he seguido en vuestra misión y he contemplado sus triunfos; mientras vosotros os

maravillabais ante la sujeción a vosotros de los demonios por mi Nombre, ante mi vista se

abría un espectáculo más grandioso. Tan de repente como un destello de un rayo del cielo a

la tierra, vi a Satanás cayendo del cielo.

Esta caída de Satanás es aún futura. Será echado del cielo por Miguel y sus ángeles (Ap.

12:7–9). Esto tendrá lugar durante el Periodo de la Tribulación, y antes del glorioso reinado

de Cristo sobre la tierra.

Una segunda posible interpretación de las palabras de Jesús es como advertencia en

contra de la soberbia. Es como si estuviese diciendo: «Sí, os sentís entusiasmados porque

hasta los demonios os han estado sujetos. Pero recordad —la soberbia es el pecado

primordial—. Fue la soberbia lo que hizo caer a Lucifer y que sea echado del cielo. Ved

que evitéis este peligro».

10:19 El Señor había dado a Sus discípulos potestad contra las fuerzas del mal. Habían

recibido inmunidad de todo daño durante su misión. Esto es cierto de todos los siervos de

Dios; todos están protegidos.

10:20 Sin embargo, no debían regocijarse por su poder sobre los espíritus, sino en su

propia salvación. Éste es el único caso registrado en el que el Señor les dijo a Sus

discípulos que no se regocijasen. Hay sutiles peligros conectados con el éxito en el servicio

cristiano, mientras que el hecho de que nuestros nombres están escritos en los cielos nos

recuerda nuestra infinita deuda a Dios y a Su Hijo. Hay seguridad en regocijarse en la

salvación por la gracia.

10:21 Rechazado por la masa del pueblo, Jesús contempló a Sus humildes seguidores y

se regocijó en el Espíritu, agradeciendo al Padre Su incomparable sabiduría. Los setenta

no eran los sabios y entendidos de este mundo. No eran ni los intelectuales ni los eruditos.

¡Eran como los niños de pecho! Pero eran como bebés con fe, devoción e implícita

obediencia. Los intelectuales eran demasiado sabios, demasiado penetrantes, demasiado

inteligentes para su propio bien. Su soberbia los cegaba a la verdadera valía del amado Hijo

de Dios. Es por medio de los bebés que Dios puede obrar con la mayor eficacia. Nuestro

Señor se sentía feliz por todos aquellos que el Padre le había dado, y por este éxito inicial

de los setenta, que predecía la eventual caída final de Satanás.

10:22 Todas las cosas fueron entregadas al Hijo por el Padre, sean las cosas del

cielo, de la tierra o de debajo de la tierra. Dios ha puesto todo el universo bajo la autoridad

de Su Hijo. Nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre. Hay un misterio relacionado con

la Encarnación que nadie sino el Padre puede sondear. Cómo Dios pudo llegar a ser

Hombre y a morar en un cuerpo humano está más allá de la comprensión de la criatura.

Nadie conoce quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.

Dios también está más allá de la comprensión humana. El Hijo lo conoce perfectamente, y

el Hijo lo ha revelado a los débiles, a los pobres y a los menospreciados que tienen fe en Él

(1 Co. 1:26–29). Los que han visto al Hijo han visto al Padre. El Hijo unigénito que está en

el seno del Padre, Él ha revelado plenamente al Padre (Jn. 1:18).

Kelly dice: «El Hijo revela al Padre; pero la mente del hombre siempre se fragmenta

cuando intenta desentrañar el insoluble enigma de la gloria personal de Cristo».

10:23–24 Aparte, el Señor les dijo a los discípulos que estaban viviendo en una época

de privilegio sin precedentes. Los profetas y reyes del AT desearon ver los días del

Mesías, pero no los vieron. Aquí, el Señor Jesús declara ser Aquel que esperaban los

profetas del AT —el Mesías—. Los discípulos tenían el gran privilegio de ver los milagros

y oír la enseñanza de la Esperanza de Israel.

E. El intérprete de la ley y el Buen Samaritano (10:25–37)

10:25 El intérprete de la ley, un experto en las enseñanzas de la Ley de Moisés,

probablemente no fue sincero en su pregunta. Estaba intentando atrapar al Salvador,

ponerle en un apuro. Quizá pensaba que el Señor iba a repudiar la ley. Para él, Jesús era

únicamente un Maestro, y la vida eterna era algo que podría ganarse o merecerse.

10:26–28 El Señor tuvo todo lo anterior en consideración para responderle. Si el

intérprete de la ley hubiese sido humilde y hubiese mostrado un corazón arrepentido, el

Salvador le habría respondido de manera más directa. Bajo aquellas circunstancias, Jesús

dirigió su atención a la ley. ¿Qué demandaba la ley? Demandaba que el hombre ame al

Señor, y a su prójimo como a sí mismo. Jesús le dijo que si hacía esto, viviría.

En principio puede parecer que el Señor estaba enseñando la salvación por la

observancia de la ley. Pero no es éste el caso. Dios nunca tuvo la intención de que nadie

fuese a salvarse jamás guardando la ley. Los Diez Mandamientos fueron dados a un pueblo

que era ya pecador. El propósito de la ley no era salvar del pecado, sino producir el

conocimiento del pecado. La función de la ley es mostrar al hombre cuán culpable y

pecador es.

Es imposible para el hombre pecador amar a Dios con todo su corazón ni a su prójimo

como a sí mismo. Si pudiese hacer esto desde el nacimiento hasta la muerte, no necesitaría

la salvación. No estaría perdido. Pero incluso en este caso su recompensa sería sólo una

dilatada vida en la tierra, no una vida eterna en el cielo. Mientras viviese sin pecado

seguiría viviendo. La vida eterna es sólo para los pecadores que reconocen su condición de

perdición y que son salvados por la gracia de Dios.

De este modo, la declaración de Jesús, haz esto, y vivirás, era sólo hipotética. Si Su

referencia a la ley hubiese tenido el efecto deseado sobre el intérprete de la ley, él habría

tenido que decir: «Si esto es lo que Dios demanda, entonces estoy perdido, sin remedio ni

esperanza. Sólo puedo recurrir a Su amor y misericordia. ¡Sálvame por tu gracia!»

10:29 En lugar de esto, trató de justificarse a sí mismo. ¿Por qué? Nadie le había

acusado. Había una conciencia de fracaso y su corazón se levantó con orgullo para resistir.

Preguntó: ¿Y quién es mi prójimo? Era una táctica evasiva de su parte.

10:30–35 Fue como respuesta a esta pregunta que el Señor Jesús contó la historia del

Buen Samaritano. Los detalles de la historia son conocidos. El hombre asaltado y robado

(casi seguramente un judío) yacía medio muerto en el camino a Jericó. El sacerdote y el

levita judíos rehusaron ayudar; quizá temieron que fuese una trampa, o pensaron que si se

detenían también ellos serían asaltados. Fue un odiado samaritano el que acudió al rescate,

quien aplicó los primeros auxilios, que llevó la víctima a un mesón, y que dio provisión

para que fuese cuidado. Para el samaritano, un judío necesitado era su prójimo.

10:36–37 Luego el Salvador hizo la ineludible pregunta: ¿Quién, pues, de estos tres

fue quien demostró ser prójimo del necesitado? Naturalmente, el que usó de misericordia

con él. Sí, claro. Y por ello mismo, el intérprete de la ley había de ir, y hacer él lo mismo.

«Si un samaritano podía resultar un verdadero prójimo para con un judío mostrando

misericordia para con él, entonces todos los hombres son prójimos.»

No nos resulta difícil ver en el sacerdote y el levita una figura de la impotencia de la ley

para ayudar al pecador muerto; la ley mandaba: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo»,

pero no daba el poder para obedecer. Tampoco es difícil identificar al Buen Samaritano con

el Señor Jesús, que vino a donde nosotros estábamos, nos salvó de nuestros pecados e hizo

una provisión plena para nosotros de la tierra al cielo y para toda la eternidad. Los

sacerdotes y los levitas pueden fallarnos, pero el Buen Samaritano jamás lo hará.

La historia del Buen Samaritano tuvo un giro inesperado. Comenzó para responder la

pregunta de «¿Quién es mi prójimo?», pero terminó proponiendo la pregunta, «¿Con quién

actúas tú como prójimo?».

F. María y Marta (10:38–42)

10:38–41 El Señor centra ahora Su atención en la palabra de Dios y la oración como los

dos grandes medios de bendición (10:38–11:13).

María… sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra, mientras Marta se

preocupaba con muchos preparativos para el Regio Huésped. Marta quería que el Señor

reprendiese a su hermana por dejar de ayudarla, ¡pero Jesús, con ternura, reprendió a

Marta por su inquietud!

10:42 Nuestro Señor valora nuestro afecto por encima de nuestro servicio. El servicio

puede quedar manchado de orgullo y propia importancia. La una cosa necesaria es

ocuparnos con Él mismo, la parte buena, la cual no será quitada. «El Señor quiere

convertirnos de Martas en Marías», comenta C. A. Coates, «del mismo modo que quiere

convertirnos de intérpretes de la ley en prójimos».

Charles R. Erdman escribe:

Aunque el Maestro aprecia todo aquello que emprendemos por Su causa, Él sabe que

nuestra primera necesidad es que nos sentemos a Sus pies y aprendamos Su voluntad;

luego, en nuestras tareas tendremos serenidad, paz y bondad, y al final nuestro servicio

alcanzará la perfección del de María cuando, en una escena posterior, ella derrama sobre los

pies de Jesús el ungüento, el perfume del cual sigue llenando el mundo.

G. La oración de los Discípulos (11:1–4)

Entre los capítulos 10 y 11 hay un intervalo de tiempo que queda cubierto por Juan 9:1–

10:21.

11:1 Ésta es otra de las frecuentes referencias que hace Lucas a la vida de oración de

nuestro Señor. Concuerda con el propósito de Lucas de presentar a Cristo como el Hijo del

Hombre, siempre dependiente de Dios Su Padre. Los discípulos se daban cuenta de que la

oración era una fuerza real y vital en la vida de Jesús. Al oírle orar, se suscitaban en ellos

también los deseos de orar. De modo que uno de sus discípulos le pidió que les enseñase a

ellos a orar. No dijo: «Enséñanos cómo orar», sino Enséñanos a orar. Sin embargo, esta

petición incluye desde luego tanto el hecho en sí como el método.

11:2 La oración modelo que el Señor Jesús les dio en esta ocasión es algo diferente de

la llamada Oración del Señor en el Evangelio de Mateo. Estas diferencias tienen todas su

propósito y su significado. Ninguna de ellas carece de relevancia.

Primero de todo, el Señor enseñó a los discípulos a dirigirse a Dios como Padre

nuestro. Esta íntima relación familiar no era conocida por los creyentes en el AT. Significa

sencillamente que los creyentes deben dirigirse ahora a Dios como un amante Padre

celestial. Luego, se nos enseña a orar que el nombre de Dios sea santificado. Esto expresa

el anhelo del corazón del creyente de que Él sea reverenciado, ensalzado y adorado. En la

petición Venga tu reino tenemos una oración de que llegue pronto el día en que Dios

abatirá las fuerzas del mal y, en la Persona de Cristo, reinará supremo sobre la tierra,

donde Su voluntad se hará como en el cielo.

11:3 Habiendo ante todo buscado el reino de Dios y Su justicia, se enseña al

peticionario a que exprese sus necesidades y deseos personales. Se presenta la constante

necesidad de alimento, tanto físico como espiritual. Debemos vivir cada día en

dependencia de Él, reconociéndole como la fuente de todo bien.

11:4 Luego tenemos la oración para el perdón de pecados, en base del hecho de que

hemos mostrado un espíritu de perdón para con otros. Evidentemente, esto no hace

referencia al perdón de la pena del pecado. Tal perdón se basa en la obra consumada de

Cristo en el Calvario, y se recibe por la sola fe. Pero aquí estamos tratando acerca del

perdón paterno o gubernamental. Tras nuestra salvación, Dios nos trata como hijos. Si Él

halla en nuestros corazones un espíritu duro o implacable, nos castigará hasta que seamos

quebrantados y devueltos a la comunión con Él mismo. Este perdón tiene que ver con la

comunión con Dios, no con la relación como tal.

El ruego, Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal, presenta dificultades

para algunos. Sabemos que Dios nunca tienta a nadie al pecado. Pero Él sí permite que

experimentemos pruebas y dificultades en la vida, y que todo ello está dispuesto para

nuestro bien. Aquí, el pensamiento parece ser que deberíamos estar constantemente

conscientes de nuestra propia propensión a ir errantes y a caer en pecado. Deberíamos pedir

al Señor que nos guarde de caer en pecado, aunque nosotros mismos podamos quererlo.

Deberíamos orar que nunca coincidan la oportunidad para pecar y el deseo de cometer

pecado. Esta oración expresa una sana desconfianza frente a nuestra propia capacidad para

resistir la tentación. La oración termina con un ruego de ser librados del maligno.

H. Dos parábolas acerca de la Oración (11:5–13)

11:5–8 Prosiguiendo con el tema de la oración, el Señor da una ilustración con el

designio de mostrar la buena disposición de Dios para oír y dar respuesta a las peticiones de

Sus hijos. La historia tiene que ver con un hombre al que le llegan visitas a medianoche.

Por desgracia, no tenía suficiente comida disponible; éste fue entonces a su vecino, llamó a

su puerta y le pidió tres panes. Al principio, el vecino se enfadó porque le hubiesen

despertado y no quería levantarse. Sin embargo, debido a la insistencia en el llamar y gritar

del preocupado anfitrión, finalmente se levantó y le dio todo lo necesario.

Al aplicar esta ilustración, hemos de tener precaución para evitar ciertas conclusiones.

No significa que Dios se irrite por nuestras frecuentes peticiones. Y no sugiere que la única

forma de conseguir respuesta a nuestras oraciones sea la persistencia.

Sí que nos enseña que si un hombre está dispuesto a ayudar a su amigo a causa de su

importunidad, que Dios está mucho más dispuesto a dar oído a los clamores de Sus hijos.

11:9 Nos enseña que no deberíamos fatigarnos ni desalentarnos en nuestra vida de

oración. «Seguid pidiendo… seguid buscando … seguid llamando …» Hay veces en que

Dios responde a nuestras oraciones la primera vez que pedimos. Pero en otros casos nos

responde sólo tras insistentes peticiones.

Dios responde a las oraciones:

A veces, cuando los corazones débiles están,

Da los mismos dones que los creyentes buscan;

Mas muchas veces la fe ha de aprender,

A reposar y confiar en Dios cuando Él callado está;

Porque Aquel que es amor lo mejor enviará;

Pueden las estrellas apagarse, y desmoronarse las montañas altivas,

Mas Dios es fiel; ciertas Sus promesas.

Él nuestra fuerza es.

M. G. P.

Esta parábola parece enseñar crecientes grados de importunidad: de pedir, a buscar, a

llamar.

11:10 Nos enseña que todo aquel que pide, recibe, todo el que busca, halla; y a todo

el que llama, se le abrirá. Ésta es una promesa de que cuando oramos, Dios siempre nos

da lo que pedimos o bien algo mejor. Una respuesta negativa significa que Él sabe que lo

que pedimos no sería lo mejor para nosotros; entonces, Su negativa es mejor que nuestra

petición.

11:11–12 Nos enseña que Dios nunca nos engañará dándonos una piedra cuando le

pedimos pan. El pan, en aquellos tiempos, tenía una forma como de torta redonda plana,

parecida a la de una piedra. Dios nunca se burlará de nosotros dándonos algo incomible

cuando le pedimos alimento. Si pedimos un pez, no nos dará una serpiente; algo que

pudiese destruirnos. Y si pedimos un huevo, no nos dará un escorpión; algo que causaría

un dolor atroz.

11:13 Un padre humano no daría malos dones; aunque tenga una naturaleza

pecaminosa, sabe dar buenas dádivas a sus hijos. ¿Cuánto más nuestro Padre celestial

estará dispuesto a dar el Espíritu Santo a los que se lo pidan? Dice J. G. Bellett: «Es

significativo que el don que Él selecciona como el que más necesitamos, y el que más

deseos tiene de dar, es el Espíritu Santo». Cuando Jesús pronunció estas palabras, el

Espíritu Santo no había sido dado todavía (Jn. 7:39). No deberíamos orar hoy que el

Espíritu Santo nos sea dado como Persona para morar en nosotros, porque viene a morar en

nosotros en el momento de nuestra conversión (Ro. 8:9b; Ef. 1:13, 14).

Pero desde luego es apropiado y necesario que oremos por el Espíritu Santo en otras

formas. Deberíamos orar que estemos dispuestos a aprender del Espíritu Santo, que seamos

conducidos por el Espíritu y que Su poder sea derramado sobre nosotros en todo nuestro

servicio para Cristo.

Es bien posible que cuando Jesús enseñó a los discípulos a pedir el Espíritu Santo,

estaba refiriéndose al poder del Espíritu capacitándoles para vivir el tipo de discipulado

abnegado que había estado enseñando en los anteriores capítulos. Para este tiempo, estaban

dándose ya cuenta, probablemente, de cuán imposible les era cumplir el criterio del

discipulado con sus propias fuerzas. Y, naturalmente, así es. El Espíritu Santo es el poder

que nos capacita para vivir la vida cristiana. De modo que Jesús presenta a Dios como

anhelando dar este poder a aquellos que lo piden.

En el griego original, el v. 13 no dice que Dios dará el Espíritu Santo, sino que «dará

Espíritu Santo» (sin el artículo). El profesor H. B. Swete señala que cuando está presente el

artículo, se refiere a la misma Persona, pero que cuando no está el artículo, se refiere a Sus

dones u operaciones en nuestro favor. Así, en este pasaje no se trata tanto de una oración

por la Persona del Espíritu Santo, sino de Su ministerio en nuestras vidas. Esto queda

también reforzado por el pasaje paralelo de Mateo 7:11, que dice: «… cuánto más vuestro

Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le pidan».

I. Jesús responde a Sus críticos (11:14–26)

11:14–16 Echando fuera un demonio que había hecho que su víctima fuese mudo,

Jesús suscitó maravilla entre la gente. Mientras que la gente se maravilló, otros

reaccionaron con mayor encono contra el Señor. La oposición adoptó dos formas distintas.

Algunos de ellos le acusaban de echar los demonios por Beelzebú, príncipe de los

demonios. Otros sugerían que debía hacer señal del cielo; quizá la idea que tenían era que

esto podría refutar la acusación que se había hecho contra Él.

11:17–18 La acusación de que echaba demonios porque estaba poseído por Beelzebú

recibe respuesta en los versículos 17–26. La demanda de una señal recibe respuesta en el

versículo 29. Primero, el Señor Jesús les recordó que todo reino dividido contra sí mismo,

es asolado; y una casa dividida contra sí misma, cae. Si Él era un instrumento de Satanás

para echar demonios, entonces Satanás estaba luchando contra sus propios subordinados.

Es ridículo creer que el diablo se opondría a sí mismo y obstruiría sus propios propósitos.

11:19 Segundo, el Señor recordó a Sus críticos que algunos de sus propios compatriotas

estaban en aquel tiempo echando malos espíritus. Si Él lo hacía por el poder de Satanás, la

consecuencia necesaria era que ellos debían estarlo haciendo por el mismo poder.

Naturalmente, los judíos nunca iban a querer admitir tal cosa. Pero, ¿cómo podrían negar la

fuerza del argumento? El poder de echar demonios venía o bien de Dios o bien de Satanás.

Tenía que ser de uno u otro origen; no podría ser de ambos. Si Jesús actuaba por el poder de

Satanás, entonces los exorcistas judíos también dependían del mismo poder. Condenarle a

Él era condenarlos también a ellos.

11:20 La verdadera explicación es que Jesús echaba fuera los demonios por el dedo de

Dios. ¿Qué significaba esto? En el relato del Evangelio de Mateo (12:28) leemos: «Pero si

yo echo fuera los demonios en virtud del Espíritu de Dios, entonces es que ha llegado a

vosotros el reino de Dios». De modo que concluimos que el dedo de Dios es lo mismo que

el Espíritu de Dios. El hecho de que Jesús estuviese echando demonios fuera mediante el

Espíritu de Dios era ciertamente una evidencia clara de que el reino de Dios había llegado

a la gente de aquella generación. El reino había venido en la Persona del mismo Rey. El

hecho mismo de que el Señor Jesús estuviese allí, obrando tales milagros, era prueba clara

de que el Gobernante Ungido de Dios había aparecido sobre el escenario de la historia.

11:21–22 Hasta ahora, Satanás era el hombre fuerte armado, con un dominio

indisputado sobre su palacio. Los que eran poseídos por demonios estaban bajo su dominio,

y no había quien le desafiase. Lo que poseía estaba en paz, es decir, nadie tenía poder para

discutir su influencia. Pero entonces vino el Señor Jesús, que era más fuerte que Satanás, y

le venció, le quitó todas sus armas y repartió el botín.

Ni siquiera Sus críticos negaron que Jesús echase fuera malos espíritus. Esto sólo

podría significar que Satanás había sido vencido y que sus víctimas estaban siendo

liberadas. Éste es el argumento de estos versículos.

11:23 Luego Jesús añadió que el que no está con Él, contra Él está, y que todo aquel

que con Él no recoge, desparrama. Como alguien ha dicho, «uno está andando en el

camino o se interpone en el camino». Ya hemos mencionado la aparente contradicción

entre este versículo y 9:50. Si se trata de la Persona y obra de Cristo, no puede haber

neutralidad. Quien no está por Cristo, está contra Él. Pero cuando se trata del servicio

cristiano, los que no están contra los siervos de Cristo están por ellos. En el primer caso se

trata de la cuestión de la salvación; en el segundo, de la del servicio.

11:24–26 Parece que el Señor está volviendo las tablas a sus críticos. Ellos le habían

acusado de ser endemoniado. Ahora él asemeja la nación de ellos con un hombre que había

sido liberado temporalmente de posesión demoniaca. Esto fue cierto en su historia. Antes

del cautiverio, la nación de Israel había quedado poseída por el demonio de la idolatría.

Pero el cautiverio los liberó de aquel mal espíritu, y desde entonces los judíos nunca se han

dado a la idolatría. Su casa ha sido dejada barrida y en orden, pero han rehusado dejar

entrar al Señor Jesús para que tomase posesión. Por ello, Él predijo que en un día venidero

el espíritu inmundo tomará consigo otros siete espíritus peores que él; y entrarán para

habitar allí. Esto hace referencia a la terrible forma de idolatría que adoptará la nación judía

durante el periodo de la Tribulación. Ellos reconocerán como Dios al Anticristo (Jn. 5:43) y

el castigo por este pecado será mayor que lo que la nación haya soportado hasta el presente.

Aunque esta ilustración se refiere primariamente a la historia nacional de Israel,

también señala a la insuficiencia del mero arrepentimiento o reforma en la vida de un

individuo. No es suficiente con girar una nueva página. Se ha de dar la bienvenida al Señor

Jesucristo en la vida y en el corazón. En caso contrario, la vida queda abierta a la invasión

de más viles formas de pecado que aquellas a las que jamás se hubiese entregado en el

pasado.

J. Más bienaventuranza que María (11:27, 28)

Una cierta mujer salió de entre la multitud para saludar a Jesús con estas palabras:

Bienaventurado el vientre que te llevó, y los senos que te criaron. La contestación del

Señor fue muy significativa. No negó Él que María, Su madre, era bienaventurada, pero fue

más allá de esto y dijo que aún más importante era oír la palabra de Dios, y guardarla.

En otras palabras, incluso la Virgen María era más bienaventurada por creer en Cristo y

seguirle que por ser Su madre. La relación natural no es tan importante como la espiritual.

Esto debería ser suficiente para silenciar a los que querrían hacer de María objeto de culto.

K. La señal de Jonás (11:29–32)

11:29 En el versículo 16 algunos habían tentado al Señor Jesús, pidiéndole señal del

cielo. Ahora responde a esta petición adscribiéndola a una generación mala. Estaba

hablando primariamente acerca de la generación judía que estaba viviendo en aquel

tiempo. La gente había tenido el privilegio de la presencia del Hijo de Dios. Habían oído

Sus palabras y habían sido testigos de Sus milagros. Pero no estaban satisfechos con esto.

Ahora pretendían que si sólo veían una obra poderosa y sobrenatural en los cielos, creerían

en Él. La respuesta del Señor fue que ninguna señal adicional les será dada, sino la señal

de Jonás.

11:30 Con esto se refería a Su propia resurrección de entre los muertos. Así como

Jonás fue librado del mar tras haber estado en el vientre de la ballena por tres días y tres

noches, así el Señor Jesús iba a resucitar de entre los muertos tras estar en el sepulcro

durante tres días y tres noches. En otras palabras, el último y concluyente milagro en el

ministerio terrenal del Señor Jesús iba a ser Su resurrección. Jonás vino a ser una señal

para los ninivitas. Cuando salió a predicar a la metrópolis gentil de Nínive, salió como uno

que, al menos en figura, había resucitado de los muertos.

11:31–32 La reina del Sur, la reina gentil de Sebá, viajó una gran distancia para oír la

sabiduría de Salomón. Ella no había visto un solo milagro. Si hubiese tenido el privilegio

de vivir en los días del Señor, ¡cuán bien dispuesta lo habría recibido! Por ello ella se

levantará en el juicio contra los malvados hombres de aquella generación que tenían el

privilegio de ver las obras sobrenaturales del Señor Jesús, y que sin embargo le rechazaban.

Uno mayor que Jonás y uno mayor que Salomón había entrado en el escenario de la

historia humana. En tanto que los hombres de Nínive… se arrepintieron ante la

predicación de Jonás, los hombres de Israel rehusaron arrepentirse ante la predicación de

uno mayor que Jonás.

La incredulidad se burla hoy en día de la historia de Jonás, caracterizándola como una

leyenda hebrea. Jesús se refirió a Jonás como una persona real de la historia, lo mismo que

Salomón. Aquellos que dicen que creerían si pudiesen ver un milagro se equivocan.

La fe no se basa en las evidencias de los sentidos, sino en la palabra viviente de Dios. Si

alguien no quiere creer la palabra de Dios, no creerá aunque alguien resucite de los

muertos. La actitud que demanda una señal no es agradable para Dios. No es fe, sino vista.

La incredulidad dice: «Deja que vea, y creeré». Dios dice: «Cree, y verás».

L. La Parábola de la Lámpara Encendida (11:33–36)

11:33 Al principio podríamos pensar que no hay relación entre estos versículos y los

anteriores. Pero al examinarlos un poco más de cerca, encontramos un vínculo muy vital.

Jesús recuerda a Sus oyentes que nadie pone una lámpara encendida en un sitio oculto ni

bajo un almud. La pone sobre el candelero, donde se verá y donde dará luz para todos los

que entren.

La aplicación es ésta: Dios es Aquel que ha encendido la lámpara. En la Persona y

obra del Señor Jesús, Él ha dado una luz resplandeciente para el mundo. Si alguien no ve la

Luz, no es por culpa de Dios. En el capítulo 8 Jesús se refería a la responsabilidad de los

que eran ya Sus discípulos para propagar la fe y no ocultarla bajo un recipiente. Aquí en

11:33 denuncia la incredulidad de Sus críticos que demandaban señales como causada por

la codicia y temor a la vergüenza que los poseía.

11:34 Su incredulidad era consecuencia de sus motivos impuros. En el ámbito físico, el

ojo es lo que da luz a todo el cuerpo. Si el ojo es sano, entonces la persona puede ver la

luz. Pero si el ojo está enfermo, es decir, ciego, la luz no puede penetrar.

Lo mismo sucede con el ámbito espiritual. Si una persona es sincera en su deseo de

conocer si Jesús es el Cristo de Dios, entonces Dios se lo revelará. Pero si sus motivos no

son puros, si quiere aferrarse a su codicia, si sigue temiendo qué dirán los demás, entonces

queda cegado al verdadero valor del Salvador.

11:35 Los hombres a los que Jesús se dirigía se consideraban muy sabios. Suponían que

tenían mucha luz. Pero el Señor Jesús les advirtió a que considerasen el hecho de que la luz

que estaba en ellos era en realidad tinieblas. Su propia y pretendida sabiduría y

superioridad los mantenía apartados de Él.

11:36 La persona con motivos puros, que abre todo su ser a Jesús, la Luz del mundo,

queda inundada de iluminación espiritual. Su vida interior queda iluminada por Cristo así

como su cuerpo queda iluminado cuando se sienta bajo la luz directa de una lámpara.

M. Pureza exterior e interior (11:37–41)

11:37–40 Cuando Jesús aceptó la invitación de un fariseo para comer, Su anfitrión se

extrañó que no se hubiese lavado antes de comer. Jesús leyó sus pensamientos y lo

reprendió extensamente por tal hipocresía y externalismo. Jesús le recordó que lo que

realmente cuenta no es la limpieza de lo de fuera del vaso, sino lo de adentro, y está

interesado en que nuestras vidas interiores sean puras. «El hombre mira lo que está delante

de sus ojos, pero Jehová mira el corazón» (1 S. 16:7).

11:41 El Señor se daba cuenta de cuán codiciosos y egoístas eran estos fariseos, de

modo que le dijo a Su anfitrión que primero diese limosna de lo que tenía. Si podía pasar

esta prueba básica de amor hacia otros, entonces todo le sería limpio.

H. A. Ironside comenta:

Cuando el amor de Dios llena el corazón de modo que uno se interese en las

necesidades de otros, sólo entonces estas observancias externas tendrán un valor verdadero.

Aquel que está constantemente recogiendo para sí mismo, en absoluta indiferencia hacia los

pobres y necesitados que le rodean, da evidencia de que en él no mora el amor de Dios.

Un escritor desconocido recapitula así:

Las siete cosas que se dicen en los versículos 39–52 contra los fariseos e intérpretes de

la ley se dijeron a la mesa de un fariseo (v. 37). Lo que llamamos «buen gusto» se da a

menudo como sustituto de lealtad a la verdad; sonreímos cuando deberíamos fruncir el

ceño; y nos callamos cuando deberíamos hablar. Mejor romper una invitación a comer que

romper la fidelidad a Dios.

N. Los fariseos, reprendidos (11:42–44)

11:42 Los fariseos eran externalistas. Eran puntillosos acerca de los más nimios

detalles de la ley ceremonial, como el diezmo de pequeñas hierbas. Pero eran negligentes

en sus relaciones con Dios y con el hombre. Oprimían a los pobres y no amaban a Dios. El

Señor no les reprendió por diezmar la menta y la ruda y cada hierba, sino sencillamente

les observó que no tenían que mostrar tanto celo en este particular y descuidar los deberes

básicos de la vida, como la justicia y el amor de Dios. Ellos enfatizaban lo subordinado y

pasaban por alto lo primario. Descollaban en lo que los otros podían ver pero eran

descuidados acerca de lo que sólo Dios podía ver.

11:43 Les gustaba exhibirse, ocupar posiciones de prominencia en las sinagogas, y

atraer tanta atención como pudiesen en las plazas de mercado. Así, se hacían culpables no

sólo de externalismo, sino también de orgullo.

11:44 Finalmente, el Señor los comparó con sepulcros sin señalar. Bajo la Ley de

Moisés, quien tocase un sepulcro era inmundo por siete días (Nm. 19:16), incluso si lo

hacía con desconocimiento de que se trataba de un sepulcro. Exteriormente, los fariseos

daban toda apariencia de ser unos consagrados guías religiosos. Pero debían haber llevado

una señal advirtiendo al pueblo que era contaminante entrar en contacto con ellos. Eran

como sepulcros que no se ven, llenos de corrupción e impureza, e infectando a otros con

su externalismo y soberbia.

O. Denuncia de los intérpretes de la ley (11:45–52)

11:45 Los intérpretes de la ley eran los escribas —expertos en explicar e interpretar la

ley de Moisés—. Sin embargo, su capacidad se limitaba a enseñar a otros qué debían hacer.

No lo practicaban por sí mismos. Uno de los intérpretes de la ley había sentido el cortante

filo de las palabras de Jesús, y le recordó que al criticar a los fariseos, estaba con ello

también insultando a los expertos legales.

11:46 El Señor empleó esto como ocasión para atacar algunos de los pecados de los

intérpretes de la ley. Primero, oprimían al pueblo con todo tipo de cargas legales, pero no

les ayudaban en nada a llevar las cargas. Como observa Kelly: «Eran notorios por su

menosprecio de la misma gente de la que derivaban su importancia». Muchas de sus

normas eran de factura humana y se relacionaban con cuestiones carentes de importancia.

11:47–48 Los intérpretes de la ley eran unos hipócritas asesinos. Pretendían admirar a

los profetas de Dios. Llegaban al extremo de erigir monumentos sobre los sepulcros de los

profetas del AT. Esto ciertamente parecía prueba de su profundo respeto. Pero Jesús sabía

que no era así. Si bien se disociaban en lo externo de sus antepasados judíos que mataron a

los profetas, estaban en realidad siguiendo sus pasos. Precisamente mientras edificaban

sepulcros para los profetas, estaban tramando la muerte del mayor Profeta de Dios, el

Señor mismo. Y seguirían dando muerte a los fieles profetas y apóstoles de Dios.

11:49 Al comparar el versículo 49 con Mateo 23:34, se verá que el mismo Jesús es la

sabiduría de Dios. Aquí Él cita la sabiduría de Dios como diciendo: «Les enviaré

profetas». En Mateo no da esto como una cita del AT ni de ninguna otra fuente, sino que lo

presenta como Su propia declaración. (Véase también 1 Co. 1:30, donde Cristo es también

designado como sabiduría.) El Señor Jesús prometió que enviaría… profetas y apóstoles a

los hombres de Su generación, y que éstos a unos los matarían y a otros los perseguirían.

11:50–51 Él demandaría de aquella generación la sangre de todos los enviados de

Dios, comenzando desde el primer caso registrado en el AT, la de Abel, hasta el último

caso, la de Zacarías, que pereció entre el altar y el templo (2 Cr. 24:21). Segunda

Crónicas era el último libro en el orden judaico de los libros del Antiguo Testamento. Por

lo tanto, el Señor Jesús incluye todo el número de mártires al mencionar Abel y Zacarías.

Mientras pronunciaba estas palabras, sabía bien que la generación que vivía entonces le

daría muerte en la cruz, llevando así a una terrible culminación toda su anterior persecución

de los hombres de Dios. Era a causa que le iban a dar muerte a Él que la sangre de todos

los anteriores periodos sería demandada de ellos.

11:52 Finalmente, el Señor Jesús denunció a los intérpretes de la ley por haber

quitado la llave del conocimiento, esto es, por retener la Palabra de Dios de la gente.

Aunque externamente profesaban lealtad a las Escrituras, sin embargo rehusaban con

terquedad recibir a Aquel de quien hablaban las Escrituras. E impedían a otros acudir a

Cristo. Ellos mismos no le querían, y no querían que otros le recibiesen.

P. Respuestas de los escribas y de los fariseos (11:53–54)

Los escribas y los fariseos evidentemente se airaron por las directas acusaciones del

Señor. Comenzaron a acosarle en gran manera, esforzándose por atraparle en Sus

palabras. Intentaron por todos los medios inducirle a decir alguna palabra por la cual

pudiesen condenarle a muerte. Al hacer esto, sólo demostraban cuán exactamente había Él

leído el carácter de ellos.

VIII. ENSEÑANZA Y CURACIÓN CAMINO DE

JERUSALÉN (Caps. 12–16)

A. Advertencias y alientos (12:1–12)

12:1 Fue juntándose por miles y miles la multitud, mientras Jesús estaba condenando

a los fariseos e intérpretes de la ley. Por lo general, una disputa o un debate atraerán a una

multitud, pero indudablemente esta multitud fue también atraída por la intrépida denuncia

que hacía Jesús de todos aquellos hipócritas guías religiosos. Aunque una actitud sin

contemporizaciones frente al pecado no es siempre popular, sí que se recomienda al

corazón del hombre como cosa recta. La verdad siempre conlleva su propia confirmación.

Volviéndose a sus discípulos, Jesús les advirtió: Guardaos de la levadura de los fariseos.

Les explicó que la levadura es un símbolo o imagen de hipocresía. Un hipócrita es uno que

lleva una máscara, alguien cuya apariencia externa es radicalmente diferente de lo que es

por dentro. Los fariseos se proponían como pautas de virtud, pero en realidad eran maestros

del disfraz.

12:2–3 Llegaría el día en que se manifestaría su verdadera realidad. Todo lo que ellos

habían encubierto habría de descubrirse, y todo lo que habían hecho en tinieblas sería

llevado a la luz.

Igual de inevitable que el desenmascaramiento de la hipocresía es el triunfo de la

verdad. Hasta entonces, el mensaje proclamado por los discípulos había sido pronunciado

en relativa oscuridad y a audiencias limitadas. Pero después del rechazamiento del Mesías

por parte de Israel y de la venida del Espíritu Santo, los discípulos saldrían valerosamente

en el nombre del Señor Jesús y proclamarían las buenas nuevas por todas partes. Luego, en

comparación, sería proclamado en las azoteas. «Aquellos cuya voz no puede ahora

encontrar quien preste atención excepto dentro de círculos limitados y oscuros, llegarán a

ser los maestros del mundo.»

12:4–5 Empleando las alentadoras y cálidas palabras amigos míos, Jesús advierte a Sus

discípulos que no se avergüencen de esta maravillosa amistad bajo ningunas pruebas. La

proclamación universal del mensaje cristiano atraería persecución y muerte sobre los leales

discípulos. Pero había un límite a lo que los hombres como los fariseos podrían hacerles. La

muerte física era el límite. Esto no deberían temerlo. Dios visitaría a sus perseguidores con

un castigo mucho peor, la muerte eterna en el infierno. Por eso, los discípulos debían

temer a Dios y no a los hombres.

12:6–7 Para enfatizar la atención protectora de Dios sobre los discípulos, el Señor les

menciona el cuidado que el Padre tiene por los pajarillos. En Mateo 10:29 leemos que se

venden dos pajarillos por una moneda de cobre. Aquí vemos que cinco pajarillos valen dos

cuartos o monedas de cobre. En otras palabras, cuando se compran cuatro pajarillos se

añade uno de más gratuitamente. Sin embargo, ni siquiera este pajarillo de más sin valor

comercial alguno es olvidado por Dios. Si Dios se cuida de este pajarillo de más, ¡cuánto

más se cuidará de aquellos que salen con el evangelio de Su Hijo! Él tiene numerados aun

los cabellos de su cabeza.

12:8 El Salvador dice a los discípulos que todo aquel que me confiese delante de los

hombres ahora será confesado por Él delante de los ángeles de Dios. Aquí se está

refiriendo a todos los verdaderos creyentes. Confesarle es recibirle como único Señor y

Salvador.

12:9 Todo aquel que le niegue delante de los hombres será negado delante de los

ángeles de Dios. La referencia primaria aquí parece ser los fariseos, pero naturalmente el

versículo incluye a todos los que rehúsan a Cristo y se avergüenzan de reconocerle. En

aquel día, Él dirá: «Nunca os conocí».

12:10 A continuación el Señor explica a los discípulos que hay una diferencia entre

críticas contra Él y la blasfemia contra el Espíritu Santo. Aquel que hable contra el Hijo

del Hombre podrá ser perdonado si se arrepiente y cree. Pero la blasfemia contra el

Espíritu Santo es el pecado imperdonable. Éste es el pecado del que eran culpables

aquellos fariseos (véase Mt. 12:22–32). ¿Cuál es este pecado? Es el pecado de atribuir los

milagros del Señor Jesús al diablo. Es blasfemia contra el Espíritu Santo porque Jesús

llevó a cabo todos Sus milagros en el poder del Espíritu Santo. Por eso, era venir a decir

que el Espíritu Santo de Dios es el diablo. No hay perdón para este pecado ni en esta era, ni

en la era venidera.

Este pecado no puede ser cometido por un verdadero creyente, aunque algunos se

sienten atormentados por el temor de haberlo cometido por haber recaído. La recaída no es

el pecado imperdonable. Un recaído puede ser restaurado a la comunión con el Señor. El

mismo hecho de que una persona esté inquieta es evidencia de que no ha cometido el

pecado imperdonable.

Tampoco el rechazamiento de Cristo por parte de un incrédulo es el pecado

imperdonable. Una persona puede rechazar una y otra vez al Salvador, y sin embargo al

final volverse al Señor y ser convertido. Naturalmente, si muere incrédulo, no puede ser

convertido jamás. Su pecado, entonces, se vuelve imperdonable. Pero el pecado que nuestro

Señor describió como imperdonable es el pecado que los fariseos cometieron diciendo que

Él hacía Sus milagros por el poder de Beelzebú, príncipe de los demonios.

12:11–12 Era inevitable que los discípulos fuesen llevados ante las autoridades

gubernativas para ser juzgados. El Señor Jesús les dijo que era innecesario que se

preparasen por adelantado qué habrían de responder en defensa propia. El Espíritu

Santo pondría las palabras adecuadas en sus bocas siempre que fuese necesario. Esto no

significa que los siervos del Señor no deban pasar tiempo en oración y estudio antes de

predicar el evangelio o enseñar la Palabra de Dios. ¡No debería emplearse como excusa

para la pereza! Sin embargo, sí es una promesa concreta del Señor de que aquellos que son

llevados a juicio por su testimonio de Cristo recibirán una especial ayuda del Espíritu

Santo. Y es una promesa general dada a todo el pueblo de Dios de que si andan en el

Espíritu, recibirán las palabras adecuadas que decir en los momentos críticos de la vida.

B. Advertencia en contra de la codicia (12:13–21)

12:13 Al llegar a este punto, un hombre salió de la multitud y le pidió al Señor que

solucionase una disputa entre su hermano y él mismo acerca de una herencia. Se ha dicho

con frecuencia que donde hay un testamento aparecen muchos parientes. Y éste parece ser

un ejemplo de esto. No se nos dice si a este hombre se le estaba privando de una parte

legítima de la herencia, o si codiciaba más de lo que le pertenecía.

12:14 El Salvador le recordó rápidamente que no había venido al mundo a tratar de

cuestiones tan triviales. El propósito de Su venida tenía que ver con la salvación de

hombres y mujeres pecadores. No le iban a desviar de esta grandiosa y gloriosa misión para

dividir una lastimera herencia. (Además, Él no tenía autoridad legal para juzgar de

cuestiones acerca de herencias. Sus decisiones no habrían sido oficialmente vinculantes.)

12:15 Pero el Señor sí aprovechó este incidente para advertir a Sus oyentes en contra de

uno de los más insidiosos males en el corazón humano: la codicia. El insaciable deseo de

posesiones materiales es uno de los más intensos impulsos de toda la vida. Y sin embargo

deja a un lado, totalmente, el propósito de la existencia humana. La vida del hombre no

consiste en la abundancia que tenga a causa de sus posesiones. Como observa J. R.

Miller:

Ésta es una de las banderas rojas de peligro que el Señor izó y que la mayoría de la

gente en la actualidad no parece considerar en mucho. Cristo dijo mucho acerca del peligro

de las riquezas; pero no hay demasiadas personas que le tengan miedo a las riquezas. La

codicia no es considerada en la práctica como un pecado en nuestros tiempos. Si alguien

quebranta el sexto o el octavo mandamiento, es marcado como un criminal y queda

cubierto de oprobio. Pero puede quebrantar el décimo, y está sólo haciendo empresa. La

Biblia dice que el amor del dinero es raíz de todo mal; pero cada persona que cita este dicho

pone un enorme énfasis sobre la palabra «amor», explicando que no es el dinero, sino el

amor al mismo, la tan prolífica raíz.

Si miramos a nuestro alrededor, uno pensaría que la vida del hombre sí consiste en la

abundancia de las cosas que posee. Los hombres creen que se engrandecen en proporción a

la riqueza que atesoran. Y así lo parece, porque el mundo mide a la gente por su cuenta

bancaria. Pero nunca ha habido un error más fatal. Un hombre se mide realmente por lo que

es, no por lo que posee.

12:16–18 La parábola del rico insensato ilustra el hecho de que las posesiones no son

lo principal en la vida. Este hombre, que había tenido una cosecha excepcional, se vio con

lo que le parecía un problema angustioso. No sabía qué hacer con todo el trigo. Todos sus

graneros y depósitos estaban atestados. Entonces tuvo una genial idea. Había resuelto el

problema. Decidió derribar sus graneros, y edificar otros más grandes. Podría haberse

ahorrado este gasto e inquietud debidos a este inmenso proyecto de construcción si sólo

hubiese mirado el mundo necesitado que le rodeaba, y hubiese empleado estas posesiones

para dar satisfacción al hambre, tanto la espiritual como la física. «Los senos de los pobres,

las casas de las viudas y las bocas de los niños son los graneros que duran para siempre»,

dijo Ambrosio.

12:19 Planeaba retirarse tan pronto como hubiese edificado sus nuevos graneros.

Observemos su espíritu de independencia: mis graneros, mis frutos, mis bienes, mi alma.

Tenía todo el futuro planeado. Iba a descansar, comer, beber y divertirse.

12:20–21 «Pero cuando comenzó a pensar del tiempo como si fuese su propia posesión,

chocó con Dios, y ello para su eterna ruina.» Dios le dijo que esa misma noche moriría.

Perdería todas sus propiedades materiales. Vendrían a ser de alguna otra persona. Alguien

ha definido al necio como aquel cuyos planes terminan en el sepulcro. Este hombre era

desde luego un necio.

Lo que has provisto, ¿para quién será?, le preguntó Dios. Bien podríamos nosotros

hacernos también esta pregunta. «Si Cristo viniese hoy, ¿de quién vendrían a ser todas mis

posesiones?» ¡Cuánto mejor emplearlas para Dios hoy que dejar que caigan mañana en

manos del diablo! Puedes atesorar para el cielo ahora con tus posesiones, y de esta manera

ser rico para con Dios. O puedes malgastarlas en tu carne, y de la carne segar corrupción.

C. Ansiedad frente a fe (12:22–34)

12:22–23 Uno de los grandes peligros en la vida cristiana es que la adquisición de

alimentos y vestido se convierta en el primero y principal objetivo de nuestra existencia.

Nos quedamos tan absortos con ganar dinero para estas cosas que la obra del Señor queda

relegada a un lugar secundario. El énfasis del NT es que la causa de Cristo debería tener el

primer puesto en nuestras vidas. La comida y el vestido deberían ser cosas subordinadas.

Deberíamos trabajar duro para la provisión de nuestras actuales necesidades, y confiar en

Dios para el futuro en tanto que nos dedicamos a Su servicio. Ésta es la vida de la fe.

Cuando el Señor Jesús dijo: No os afanéis por la comida ni por el vestido, no quería

decir que teníamos que sentarnos a holgazanear y esperar que estas cosas nos fuesen dadas.

¡El cristianismo no alienta a la pereza! Pero sí que quería decir que en el proceso de ganar

dinero para las necesidades de la vida no habíamos de permitir que estas cosas adquiriesen

una importancia indebida. Después de todo, hay cosas más importantes en la vida que lo

que comemos y lo que vestimos. Estamos aquí como embajadores del Rey, y todas las

consideraciones de comodidad personal y de apariencia han de quedar subordinadas a la

gloriosa tarea de darle a conocer.

12:24 Jesús empleó los cuervos como ejemplo de cómo Dios se cuida de Sus criaturas.

Los cuervos no pasan su vida en una ansiosa búsqueda de alimento ni para proveer para

necesidades futuras. Viven en una dependencia constante de Dios. El hecho de que ni

siembran, ni siegan no debería ser extendido para demostrar que los hombres deberían

dejarse de ocupaciones seculares. Todo lo que significa es que Dios conoce las necesidades

de aquellos que Él ha creado, y que las suplirá si andamos en dependencia de Él. Si Dios…

alimenta a los cuervos, tanto más alimentará a aquellos a los que Él ha creado, a los que ha

salvado por Su gracia y a los que ha llamado para que sean Sus siervos. Los cuervos no

tienen graneros ni despensas, pero Dios provee para ellos sobre una base diaria. Entonces,

¿por qué hemos de malgastar nuestras vidas edificando mayores graneros y despensas?

12:25–26 ¿Y quién de vosotros podrá con afanarse —pregunta Jesús— añadir a su

estatura un codo? Esto indica la insensatez de preocuparse por cosas (como el futuro)

sobre las que no tenemos control. Nadie podrá con afanarse añadir a su peso, ni a la

longitud de su vida. (La expresión «su estatura» puede también traducirse «la longitud de

su vida».) Si esto es así, ¿para qué preocuparse por el futuro? Más bien, empleemos todas

nuestras fuerzas y tiempo sirviendo a Cristo, y dejémosle el futuro a Él.

12:27–28 Los lirios son introducidos a continuación para mostrar la insensatez de

invertir los mejores talentos de uno en la obtención de vestidos. Los lirios son

probablemente la anémona coronaria escarlata. No trabajan ni hilan; pero tienen una

belleza natural que rivaliza con Salomón con toda su gloria. Si así reviste Dios de belleza

a unas flores que hoy florecen y mañana son quemadas, ¿se despreocupará Él acerca de las

necesidades de Sus hijos? Demostramos ser de poca fe cuando nos preocupamos, agitamos

y nos lanzamos a una lucha incesante por obtener más y más posesiones materiales.

Malgastamos nuestras vidas haciendo lo que Dios habría hecho por nosotros, si tan sólo

hubiésemos dedicado más a Él nuestro tiempo y talentos.

12:29–31 En realidad, nuestras necesidades diarias son pequeñas. Es maravilloso cuán

sencillamente podemos vivir. ¿Para qué entonces vamos a darle a la comida y al vestido un

puesto tan importante en nuestras vidas? ¿Y por qué estar en ansiosa inquietud,

preocupándonos del futuro? Así es como viven los inconversos. Las gentes del mundo que

no conocen a Dios como su Padre se concentran en el alimento, el vestido y los placeres.

Estas cosas constituyen el mismo centro y circunferencia de su existencia. Pero Dios nunca

tuvo la intención de que Sus hijos pasasen el tiempo en una loca precipitación en pos de los

placeres cotidianos. Él tiene una obra que llevar a cabo en la tierra, y ha prometido cuidar

de aquellos que se den de corazón a Él. Si buscamos Su reino, Él nunca nos dejará

hambrientos ni desnudos. ¡Cuán triste sería llegar al final de la vida para darnos cuenta de

que la mayor parte de nuestro tiempo lo pasamos esclavizados en aquello que estaba ya

incluido en el billete de ida al cielo!

12:32 Los discípulos eran una manada pequeña de ovejas indefensas, enviada en

medio de un mundo inamistoso. Era cierto que no tenían medios visibles de apoyo o

defensa. Pero este patético grupo de jóvenes estaba destinado a heredar el reino con Cristo.

Un día reinarían con Él sobre toda la tierra. A la vista de esto, el Señor les alentó a no

temer, porque si el Padre tenía unos honores tan gloriosos en reserva para ellos, entonces

ellos no deberían preocuparse por el camino que habían de recorrer.

12:33–34 En lugar de acumular posesiones materiales y planear para el tiempo, podrían

poner estas posesiones a la obra para el Señor. De esta manera estarían invirtiendo para el

cielo y la eternidad. Los estragos del tiempo no harían mella sobre sus posesiones. Los

tesoros celestiales están totalmente asegurados contra robo y despojo. El problema con las

riquezas materiales es que generalmente no puedes poseerlas sin confiar en ellas. Por eso

dijo el Señor Jesús: Donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. Si

enviamos nuestro dinero por delante, entonces nuestros afectos quedarán desligados de las

cosas perecederas de esta tierra.

D. La Parábola del Siervo Vigilante (12:35–40)

12:35 No sólo debían los discípulos confiar en el Señor para sus necesidades, sino que

debían vivir en constante expectación de Su regreso. Debían tener ceñidos sus lomos, y sus

lámparas encendidas. En las tierras orientales, cuando alguien quería andar rápido o

correr, se ceñía un cinto alrededor de los lomos para sujetar los largos y sueltos ropajes.

Los lomos ceñidos nos hablan de una misión que cumplir y la lámpara encendida nos habla

de un testimonio que debe ser mantenido.

12:36 Los discípulos habían de vivir en una expectativa constante del regreso del Señor,

como si Él fuese un hombre volviendo de las bodas.

Kelly comenta:

Habían de quedar libres de todas las ataduras terrenales, de modo que el momento en

que el Señor llame, según esta figura, le puedan abrir inmediatamente, sin distracciones y

sin tener que prepararse entonces. Sus corazones están esperándole a Él, a su Señor; le

aman, le están aguardando. Él llama y ellos le abren de inmediato.

Los detalles de la historia tocantes al hombre que vuelve de las bodas no deberían ser

apremiados por lo que toca al futuro profético. No deberíamos identificar aquí las bodas

con la Cena de las Bodas del Cordero ni el regreso del hombre con el Arrebatamiento. Esta

historia del Señor tenía el propósito de enseñar una sencilla verdad: la vigilancia acerca de

Su regreso. No tenía la intención de exponer el orden de los acontecimientos en Su venida.

12:37 Cuando el hombre regresa de las bodas, sus siervos están cuidadosamente

velando por él, listos a actuar a sus órdenes. Él queda tan complacido por su actitud

vigilante que por así decirlo vuelve las tablas. Él se ciñe con el delantal del siervo, hace que

ellos se sienten a la mesa, y les sirve una comida. Ésta es una sugerencia muy

conmovedora de que Aquel que vino una vez a este mundo en forma de un siervo

condescenderá en Su gracia a servir a Su pueblo otra vez en su hogar celestial. El devoto

erudito bíblico alemán Bengel consideraba el versículo 37 como la más grande promesa en

toda la Palabra de Dios.

12:38 La segunda vigilia de la noche era desde las nueve hasta la medianoche. La

tercera era desde la medianoche hasta las tres de la madrugada. No importaba qué vigilia

fuese cuando el Señor volvió, sus siervos estaban esperándole.

12:39, 40 El Señor cambia la imagen aludiendo a un padre de familia cuya casa fue

horadada en un momento en que estaba desprevenido. Si supiese el padre de familia a

qué hora iba a venir el ladrón, no habría permitido que horadasen su casa. La lección es

que el momento de la venida de Cristo es incierto; nadie conoce ni el día ni la hora en que

Él aparecerá. Cuando el Señor llegue, los creyentes que han amontonado tesoros en la tierra

los perderán todos, porque, como alguien ha dicho: «Un cristiano o bien deja sus riquezas,

o bien va a ellas». Si realmente estamos esperando el regreso de Cristo, venderemos todo lo

que tenemos y atesoraremos las riquezas en el cielo, donde ningún ladrón puede llegar a

ellas.

E. Siervos fieles e infieles (12:41–48)

12:41–42 Al llegar a este punto, Pedro preguntó si la parábola de Cristo sobre la

vigilancia se dirigía solamente a los discípulos, o también a todos. La respuesta del Señor

fue que es para todos aquellos que profesan ser mayordomos de Dios. El mayordomo fiel y

prudente es aquel que está puesto sobre la casa del Señor y que da ración a Su pueblo. La

principal responsabilidad del mayordomo aquí tiene que ver con personas, no con cosas

materiales. Esto concuerda con todo el contexto, en el que se advierte a los discípulos

contra el materialismo y la codicia. Lo importante son las personas, no las cosas.

12:43–44 Cuando el Señor venga y encuentre a Su siervo actuando con un genuino

interés en el bienestar espiritual de hombres y mujeres, Él lo recompensará con liberalidad.

La recompensa probablemente tiene que ver con el gobierno con Cristo durante el Milenio

(1 P. 5:1–4).

12:45 El siervo profesa estar trabajando para Cristo, pero en realidad es un incrédulo.

En lugar de alimentar al pueblo de Dios, abusa de ellos, los roba y vive de manera regalada.

(Esto puede que sea una referencia a los fariseos.)

12:46 La venida del Señor expondrá su falsedad, y será castigado con todos los otros

infieles. La expresión le cortará puede también ser traducida «le azotará severamente»

(AV margen).

12:47–48 Los versículos 47 y 48 establecen un principio fundamental con respecto a

todo el servicio. Este principio es que cuanto mayor sea el privilegio, tanto mayor es la

responsabilidad. Para los creyentes, esto significa que habrá grados de recompensa en el

cielo. Para los incrédulos, significa que habrá grados de castigo en el infierno. Los que han

llegado a conocer la voluntad de Dios tal como se revela en las Escrituras están bajo una

gran responsabilidad de obedecerlas. Se les ha dado mucho; mucho se les exigirá. Los

que no han tenido un privilegio tan grande serán también castigados por sus malas

acciones, pero su castigo será menos severo.

F. El efecto de la Primera Venida de Cristo (12:49–53)

12:49 El Señor Jesús sabía que Su venida a la tierra no traería paz al comienzo.

Primero habría de causar división, lucha, persecución, derramamiento de sangre. Él no

había venido con el propósito expreso de echar esta clase de fuego en la tierra, pero éste

fue el resultado o efecto de Su venida. Aunque se desataron aflicciones y disensiones

durante Su ministerio terrenal, no fue hasta la cruz que el corazón del hombre quedó

plenamente manifestado. El Señor sabía que todo esto había de suceder, y estaba dispuesto

a que el fuego de la persecución se desatase tan pronto como fuese necesario en contra de

Él mismo.

12:50 Él tenía un bautismo de que ser bautizado. Esto se refiere a Su bautismo hasta

el punto de la muerte en el Calvario. Él estaba abrumadoramente constreñido a ir a la cruz

para cumplir la redención por la humanidad perdida. La vergüenza, el sufrimiento y la

muerte eran la voluntad del Padre para Él, y Él estaba anhelando obedecer.

12:51–53 Él sabía muy bien que Su venida no traería paz sobre la tierra en aquel

tiempo. Por eso advirtió a los discípulos que cuando los hombres acudiesen a Él, sus

familias los perseguirían y los echarían fuera. La introducción del cristianismo en un hogar

promedio de cinco personas dividiría a la familia. ¡Es una curiosa característica de la

pervertida naturaleza humana que los parientes inconversos preferirían tener a su hijo como

borracho y disoluto antes que verle tomar una postura pública como discípulo de Jesucristo!

Este párrafo refuta la teoría de que Jesús vino a unir a toda la humanidad (piadosa e impía)

en una sola «hermandad universal de los hombres». Al contrario, ¡la dividió como jamás lo

había estado antes!

G. Las señales de los tiempos (12:54–59)

12:54–55 Los versículos anteriores fueron dirigidos a los discípulos. Ahora el Salvador

se dirige a la multitud. Les recuerda la destreza que ellos tienen para predecir el tiempo.

Ellos sabían que cuando veían una nube que sale del poniente (sobre el Mediterráneo),

que se avecinaba una lluvia. En cambio, un viento del sur traería un calor abrasador y

sequía. La gente tenía inteligencia para conocer esto. Pero había más que inteligencia.

Había la disposición de conocer.

12:56 En cuestiones espirituales, las cosas eran distintas. Aunque tenían una normal

inteligencia humana, no se daban cuenta del importante tiempo que había llegado en la

historia humana. El Hijo de Dios había llegado a esta tierra, y estaba en medio mismo de

ellos. El cielo nunca había estado antes tan cercano. Pero ellos no conocieron el tiempo de

su visitación. Tenían la capacidad intelectual de conocer, pero no tenían disposición para

conocer, y por ello habían caído en el autoengaño.

12:57–59 Si se dieran cuenta de la significación del día en que vivían, se darían prisa en

hacer la paz con su adversario. Aquí se emplean cuatro términos legales —adversario,

magistrado, juez, alguacil— y todo ello puede referirse a Dios. En aquel tiempo Dios

estaba entrando y saliendo en medio de ellos, rogándoles, dándoles una oportunidad para

ser salvos. Ellos debían arrepentirse y poner su fe en Él. Si rehusaban, tendrían que quedar

delante de Dios como Juez de ellos. Y en tal caso con toda seguridad la sentencia les sería

contraria. Serían hallados culpables y condenados por su incredulidad. Serían metidos en la

cárcel, es decir, en el castigo eterno. No saldrían de allí hasta que hubiesen pagado el

último céntimo lo que significa que nunca podrían salir, porque nunca podrían pagar una

deuda tan enorme.

De modo que Jesús estaba diciendo que debían discernir el tiempo en el que vivían.

Debían hacer la paz con Dios arrepintiéndose de sus pecados y dándose a Él en plena

rendición.

H. La importancia del arrepentimiento (13:1–5)

13:1–3 El capítulo 12 concluía con el fracaso de la nación judía, que no discernía el

tiempo en que vivían, y con la advertencia del Señor a arrepentirse con presteza o a perecer

eternamente. El capítulo 13 prosigue este tema general, y se dirige mayormente a Israel

como nación, aunque los principios sean de aplicación a las personas individuales. Dos

calamidades nacionales constituyen la base de la conversación resultante. La primera era la

matanza de algunos galileos que habían acudido a Jerusalén para adorar. Pilato, el

gobernador de Judea, había ordenado que fuesen muertos mientras ofrecían sacrificios. No

se sabe nada más acerca de esta atrocidad. Suponemos que las víctimas eran judíos

procedentes de Galilea. Los judíos de Jerusalén pueden haber estado bajo el engaño de que

esos galileos habrían cometido terribles pecados, y que la muerte de los mismos era

evidencia del desagrado de Dios. Sin embargo, el Señor Jesús corrigió esta impresión

advirtiendo al pueblo judío que si no se arrepentían, todos perecerían igualmente.

13:4–5 La otra tragedia tenía que ver con el derrumbamiento de una torre en Siloé, que

causó la muerte de dieciocho personas. No se sabe nada más acerca de este accidente,

excepto lo que se registra aquí. Afortunadamente, no es necesario conocer detalles

adicionales. El extremo que aquí el Señor enfatiza es que esta catástrofe no debería ser

interpretada como un juicio especial por una maldad grave. Más bien, había de ser

contemplada como una advertencia a toda la nación de Israel de que si no se arrepentían,

todos sufrirían una suerte semejante. Esta sentencia se cumplió en el 70 d.C., cuando Tito

invadió Jerusalén.

I. Parábola de la Higuera Estéril (13:6–9)

En estrecha conexión con lo precedente, el Señor Jesús refirió la parábola de la

higuera. No es difícil identificar la higuera como Israel, plantada en la viña de Dios, es

decir, en el mundo. Dios buscó fruto en el árbol, pero no lo halló. De modo que le dijo al

viñador (al Señor Jesús) que había estado buscando fruto en vano en aquella higuera

hacía tres años que la cortase. La interpretación más sencilla de esto la refiere a los

primeros tres años del ministerio público de nuestro Señor. El pensamiento del pasaje es

que la higuera había tenido suficiente tiempo para producir fruto, si es que iba jamás a

producirlo. Si no aparecía ningún fruto en tres años, entonces era razonable llegar a la

conclusión de que no iba a aparecer ninguno. Debido a su ausencia de fruto, Dios ordenó

que fuese cortada. Sólo estaba inutilizando tierra que podría ser empleada de manera más

productiva. El viñador intercedió por la higuera, pidiendo que le fuese dado otro año. Si al

final de aquel año seguía sin dar fruto, entonces la cortaría. Y esto es lo que sucedió. Fue

después de comenzar el cuarto año que Israel rechazó y crucificó al Señor Jesús. El

resultado fue que su capital fue destruida y el pueblo esparcido.

G. H. Lang lo expresaba de esta manera:

El Hijo de Dios conocía la mente de Su Padre, el Dueño de la viña, y que se había dado

aquella temida orden, «Córtala»; Israel había vuelto a rebasar la paciencia divina. Ni nación

alguna ni ninguna persona tiene razón alguna para gozar del cuidado de Dios, si no da los

frutos de justicia para gloria y alabanza de Dios. El hombre existe para el honor y placer del

Creador: cuando no sirve a este justo fin, ¿por qué no habría de recaer sentencia de muerte

sobre este pecaminoso fracaso, y ser eliminado de su puesto de privilegio?

J. La curación de la mujer encorvada (13:10–17)

13:10–13 La verdadera actitud de Israel para con el Señor Jesús se ve en el principal de

la sinagoga. Este funcionario objetó que el Salvador había sanado a la mujer en sábado. La

mujer sufría de una severa deformación de la columna desde hacía dieciocho años. Su

deformidad era grande; no se podía enderezar. Sin que nadie se lo pidiese, el Señor Jesús

había pronunciado la palabra sanadora, había puesto las manos sobre ella, y le había

enderezado la espalda.

13:14 El principal de la sinagoga, indignado, dijo a la gente que acudiesen para ser

sanados durante los seis días … en que se debe trabajar, pero no en el séptimo. Era un

religionista profesional, sin ningún profundo interés en los problemas de las personas.

Aunque ellos hubiesen venido los seis primeros días de la semana, él no habría podido

hacer nada para ayudarles. Era muy minucioso acerca de los puntos técnicos de la ley, pero

su corazón estaba vacío de amor o misericordia. Si él hubiese padecido de encorvamiento

de la espalda durante dieciocho años, ¡no le habría preocupado en qué día le enderezaban!

13:15–16 El Señor reprendió su hipocresía y la de los otros líderes. Les recordó que

ellos no dudaban en desatar en sábado su buey o su asno del pesebre para llevarlos a

beber. Si ellos mostraban tal consideración a los animales mudos en el sábado, ¿estaba

acaso mal que Jesús efectuase un acto de curación sobre esta mujer que era hija de

Abraham? La expresión «hija de Abraham» indicaba que no sólo era judía, sino también

una verdadera creyente, una mujer de fe. El encorvamiento de la espalda había sido causado

por Satanás. Sabemos por otras partes de la Biblia que algunas enfermedades son resultado

de actividad satánica. Las úlceras de Job le fueron infligidas por Satanás. El aguijón de

Pablo en la carne era un mensajero de Satanás para abofetearle. Pero el diablo no puede

hacer esto a un creyente sin permiso del Señor. Y Dios predomina sobre cualquier

enfermedad o sufrimiento así para Su propia gloria.

13:17 Los críticos de nuestro Señor se avergonzaban ante Sus palabras. El común del

pueblo, por su parte, se regocijaba porque había hecho cosas gloriosas, y ellos lo sabían.

K. Las Parábolas del Reino (13:18–21)

13:18–19 Después de ver este maravilloso milagro de sanidad, la gente podría haberse

sentido tentada a pensar que el reino iba a ser establecido de inmediato. El Señor Jesús

corrigió este pensamiento con dos parábolas del reino de Dios que lo describen tal como

iba a existir entre el tiempo del rechazamiento del Rey y Su regreso a la tierra a reinar.

Presentan el crecimiento de la cristiandad e incluyen la mera profesión lo mismo que la

realidad (ver notas sobre 8:1–3).

En primer lugar, asemeja el reino de Dios a un grano de mostaza, una de las semillas

más diminutas. Al echarlo en tierra produce un arbusto, pero no un árbol. Por esto, cuando

Jesús dijo que esta semilla produjo un árbol grande, indicaba que el crecimiento era muy

anormal. Era lo suficientemente grande para que las aves del cielo anidasen en sus ramas.

El pensamiento aquí es que el cristianismo tuvo un comienzo humilde, pequeño como un

grano de mostaza. Pero al crecer fue popularizándose, y se desarrolló la Cristiandad tal

como la conocemos en la actualidad. La Cristiandad se compone de todos los que profesan

adhesión al Señor, tanto si han nacido de nuevo como si no. Las aves del cielo son buitres

o aves de presa. Son símbolos del mal, y simbolizan el hecho de que la Cristiandad ha

venido a ser nido de varias formas de corrupción.

13:20–21 La segunda parábola asemejaba el reino de Dios a la levadura que una

mujer puso en tres medidas de harina. Creemos que en la Escritura la levadura es

siempre un símbolo del mal. Aquí, el pensamiento es que la mala doctrina ha sido

introducida en el alimento puro del pueblo de Dios. Esta mala doctrina no es algo estático;

tiene una insidiosa capacidad para extenderse.

L. La puerta estrecha del Reino (13:22–30)

13:22–23 Iba siguiendo Jesús su camino hacia Jerusalén, cuando alguien de entre la

multitud le preguntó si eran pocos los que se salvan. Puede que fuese una pregunta ociosa,

suscitada por la mera curiosidad.

13:24 El Señor respondió a una pregunta especulativa con un mandamiento directo. Le

dijo al indagador que se asegurase que él mismo entraba por la puerta angosta. Cuando

Jesús dijo: Esforzaos a entrar por la puerta angosta, no se refería a que la salvación

demande esfuerzo de nuestra parte. La puerta angosta es el nuevo nacimiento —la

salvación por la gracia por medio de la fe—. Jesús estaba advirtiendo al hombre que se

asegurase de que entraba por esta puerta. Muchos procurarán entrar, y no podrán,

cuando la puerta se cierre. Esto no significa que ellos vayan a tratar de entrar por la puerta

de la conversión, sino que en el día del poder y gloria de Cristo querrán ser admitidos a Su

reino, pero será demasiado tarde. El día de la gracia en el que vivimos habrá llegado a su

fin.

13:25–27 El padre de familia se levantará y cerrará la puerta. La nación judía es

presentada como llamando a la puerta y pidiendo al Señor que abra. Él rehusará, sobre la

base de que nunca los conoció. Ellos protestarán ante esto, pretendiendo que habían vivido

con Él en términos de intimidad. Pero Él no se moverá por estas pretensiones. Ellos son

hacedores de maldad, y no les permitirá entrar.

13:28–30 Su rechazo causará llanto y el crujir de dientes. El llanto indica

remordimiento, y el crujir de dientes habla de un violento odio contra Dios. Esto muestra

que los sufrimientos del infierno no cambian el corazón del hombre. Los israelitas

incrédulos verán a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios.

Ellos mismos esperaban estar allí simplemente porque estaban relacionados con Abraham,

Isaac y Jacob, pero serán echados fuera. Los gentiles viajarán al resplandor del reino de

Cristo desde todos los rincones de la tierra, y gozarán de sus maravillosas bendiciones. De

esta manera, muchos judíos que estaban primeros en el plan de Dios para la bendición serán

rechazados, mientras que los gentiles, que eran considerados como perros, gozarán de las

bendiciones del Reinado Milenial de Cristo.

M. Los profetas perecen en Jerusalén (13:31–35)

13:31 En este tiempo, el Señor Jesús estaba evidentemente en el territorio de Herodes.

Se acercaron unos fariseos y le advirtieron que saliese de allí, porque Herodes le quería

matar. Los fariseos estaban totalmente fuera de su carácter al pretender interesarse en la

integridad física de Jesús. Quizá se habían unido en un complot con Herodes para

atemorizarlo e inducirlo a ir a Jerusalén, donde con toda certeza sería apresado.

13:32 Nuestro Señor no se inmutó ante la amenaza de violencia física. La reconoció

como una trama por parte de Herodes y les dijo a los fariseos que fuesen y le llevasen un

mensaje a ese zorro. Algunas personas sienten dificultades por el hecho de que Jesús se

refiriese a Herodes como una zorra (la forma es femenina en el original). Sienten que era

en violación de la Escritura que prohíbe hablar mal de un príncipe del pueblo (Éx. 22:8).

Sin embargo, esto no era un mal, sino la absoluta verdad. El sentido del mensaje enviado

por Jesús era que Él tenía aún obra que hacer por un breve tiempo. Él iba a echar fuera

demonios y a hacer curaciones durante los breves días que le quedaban. Luego, al tercer

día, es decir, en el último día, habría terminado la obra relacionada con Su ministerio

terrenal. Nada le estorbaría en el cumplimiento de Sus deberes. Ningún poder sobre la tierra

podría dañarle hasta el tiempo señalado.

13:33 Además, no podría ser muerto en Galilea. Esta prerrogativa quedaba reservada

para la ciudad de Jerusalén. Era esa ciudad la que característicamente había asesinado a los

siervos del Dios Altísimo. Jerusalén tenía más o menos el monopolio de la muerte de los

portavoces de Dios. Esto es lo que significaba el Señor Jesús al decir que no es posible que

un profeta muera fuera de Jerusalén.

13:34–35 Habiendo dicho así la verdad acerca de esta malvada ciudad, Jesús se

conmovió y lloró sobre ella. Esta ciudad que mata a los profetas, y apedrea a los que le

son enviados de parte de Dios era el objeto de Su tierno amor. Cuántas veces quiso Él

juntar a sus ciudadanos como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no

quisieron. La dificultad residía en su terca voluntad. Así, su ciudad, su templo y su tierra

serían dejados desiertos. Pasarían a través de un largo periodo de exilio. De hecho, de

ningún modo verían al Señor hasta que cambiasen de actitud respecto a Él. El versículo

35b se refiere a la Segunda Venida de Cristo. Un remanente de la nación de Israel se

arrepentirá en aquel tiempo y dirá: Bendito el que viene en nombre del Señor. Su pueblo

se le ofrecerá entonces bien dispuesto en el día de Su poder.

N. Curación de un hombre hidrópico (14:1–6)

14:1–3 Aconteció un sábado que uno de los principales de los fariseos invitó al Señor

a su casa para una comida. No se trataba de un sincero gesto de hospitalidad, sino más bien

de un intento por parte de los guías religiosos de encontrar falta en el Hijo de Dios. Jesús

vio a un hombre hidrópico, esto es, sufriendo una enfermedad causada por una

acumulación de agua en los tejidos. El Salvador leyó las mentes de Sus críticos y les

preguntó con agudeza si era lícito sanar en sábado.

14:4–6 Por mucho que hubiesen querido decir que no, no podían apoyar su respuesta, y

por ello callaron. Por tanto, Jesús sanó al hombre y le despidió. Para Él se trataba de una

obra de misericordia, y el amor divino nunca cesa en sus actividades, ni en día de sábado

(Jn. 5:17). Volviéndose luego hacia los judíos, les recordó que si uno de sus animales caía

en algún pozo, que ciertamente lo sacarían inmediatamente, aunque sea en sábado. Era

en el propio interés de ellos hacerlo así. El animal valía dinero. En el caso de un prójimo

que sufría, no se preocupaban, y habrían condenado al Señor Jesús por ayudarlo. Aunque

no le podían replicar a este razonamiento del Salvador, podemos estar seguros de que se

sintieron tanto más llenos de cólera contra Él.

O. Parábola del Invitado Ambicioso (14:7–11)

Al entrar el Señor en la casa del fariseo, quizá había visto a los invitados maniobrando

en pos de los primeros asientos alrededor de la mesa. Buscaban posiciones de eminencia y

honor. El hecho de que Él también era un invitado no le impidió hablar con franqueza y

rectitud. Les advirtió en contra de esta forma de autoexaltación. Cuando fuesen

convidados a una comida, debían tomar el último lugar y no el primero. Cuando

buscamos un puesto elevado para nosotros mismos, siempre hay la posible vergüenza de

ser depuesto. Si somos verdaderamente humildes delante de Dios, hay sólo una dirección

en la que podemos movernos, y es hacia arriba. Jesús nos enseña que es mejor ser

promovidos a un puesto de honra que aferrarnos a este puesto y tener que dejarlo después.

Él mismo es el ejemplo viviente de renuncia propia (Fil. 2:5–8). Él se humilló a Sí mismo,

y Dios lo exaltó hasta lo sumo. Cualquiera que se enaltece, será humillado por Dios.

P. La lista de Invitados que Dios honra (14:12–14)

Este principal de los fariseos había invitado indudablemente a las celebridades locales

para esta comida. Jesús se dio cuenta de esto en el acto. Observó que las personas no

privilegiadas de la comunidad no estaban incluidas. Por ello, aprovechó la ocasión para

enunciar uno de los grandes principios del cristianismo: que deberíamos amar a aquellos

que no son atractivos, y que no pueden compensarnos. La manera en que la gente suele

actuar es invitar a sus amigos, hermanos, parientes y vecinos ricos, siempre con la

esperanza de ser vueltos a convidar. No se precisa de una nueva vida para actuar de esta

manera. Pero es positivamente sobrenatural mostrar bondad a los pobres, los mancos, los

cojos y los ciegos. Dios reserva una especial recompensa para los que muestran caridad a

estas clases. Aunque estos invitados no te pueden recompensar, sin embargo el mismo

Dios promete recompensar en la resurrección de los justos. Esto se conoce en las

Escrituras como la primera resurrección, resurrección que incluye a todos los verdaderos

creyentes. Tiene lugar en el Arrebatamiento y también, creemos, al final del Periodo de la

Tribulación. Es decir, la primera resurrección no es un acontecimiento singular, sino que

tiene lugar en etapas.

Q. La Parábola de las Excusas (14:15–24)

14:15–18 Uno de los invitados reclinados a la mesa con Jesús observó lo maravilloso

que sería participar en las bendiciones del reino de Dios. Quizá se sentía impresionado por

los principios de la conducta que el Señor Jesús acababa de enseñar. O quizá se trataba sólo

de una observación en general, dada sin mucha reflexión. En todo caso, el Señor contestó

que por maravilloso que fuese comer pan en el reino de Dios, lo triste es que muchos de

los que son convidados inventan toda clase de excusas insensatas para negarse a aceptar.

Presenta Él a Dios como Un hombre que hizo una gran cena, y convidó a muchos.

Cuando la comida estuvo lista, pidió a su siervo que notificase a los convidados que ya

todo estaba preparado. Esto nos recuerda el magno hecho de que el Señor Jesús acabó la

obra de la redención en el Calvario, y que la invitación del evangelio es dada sobre la base

de aquella obra consumada. Una persona que había sido invitada se excusó porque había

comprado un campo y quería ir a verlo. Lo normal sería que primero lo hubiese visto, y

luego lo hubiese comprado. Pero aun en este caso, estaba poniendo su amor por las cosas

materiales por encima de la invitación llena de gracia.

14:19–20 El siguiente había comprado cinco yuntas de bueyes, y quería ir a

probarlos. Presenta a aquellos que ponen los trabajos, las actividades o los negocios por

delante del llamamiento de Dios. El tercero dijo que acababa de casarse, y por tanto no

podía ir. Los vínculos familiares y las relaciones sociales a menudo impiden a los hombres

aceptar la invitación del evangelio.

14:21–23 Cuando el siervo hubo notificado a su señor que la invitación estaba siendo

rechazada a diestra y a siniestra, el padre de familia lo envió a la ciudad para que invitase

a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos. «Tanto la naturaleza como la gracia

aborrecen el vacío», dijo Bengel. Quizá los primeros invitados representan a los líderes del

pueblo judío. Cuando ellos rechazaron el evangelio, Dios lo envió al común de la gente de

la ciudad de Jerusalén. Muchos de estos respondieron al llamamiento, pero aún había

lugar en la casa del padre de familia. Y de este modo, el señor le dijo al siervo que saliese

a los caminos y a los vallados, y que los forzase a entrar. Esto indudablemente da la

historia del evangelio presentado a los pueblos gentiles. No debían ser compelidos por la

fuerza de las armas (como se ha hecho en la historia de la cristiandad) sino por la fuerza de

la argumentación. Se debía emplear una amante persuasión en un esfuerzo de hacerlos

entrar, a fin de que la casa del señor se llenase.

R. El coste del verdadero discipulado (14:25–35)

14:25 Ahora grandes multitudes seguían al Señor Jesús. La mayoría de maestros se

habrían sentido entusiasmados ante un interés tan extendido. Pero el Señor Jesús no estaba

buscando a gente que le siguiese por curiosidad, y sin un verdadero interés sincero. Estaba

buscando a los que estuviesen dispuestos a vivir una vida devota y apasionada por Él, e

incluso a morir por Él si ello era necesario. Y de esta manera comenzó a cribar a la multitud

presentándoles las exigentes condiciones del discipulado. En ocasiones, el Señor Jesús

atraía a los hombres a Sí mismo, pero después que comenzaban a seguirle, los cribaba. Y

esto es lo que vemos sucediendo aquí.

14:26 Primero, dijo a los que le seguían que para ser verdaderos discípulos habrían de

amarle de manera suprema. Jamás sugirió que los hombres deberían tener un acerbo odio

en sus corazones contra padre, madre, mujer, hijos, hermanos y hermanas. Lo que

estaba enfatizando era que el amor para con Cristo había de ser tal que todos los otros

amores fuesen odio en comparación (cf. Mt. 10:37). Nunca se debe permitir que la

consideración a los vínculos familiares desvíe a un discípulo de un camino de plena

obediencia al Señor.

En realidad, la parte más difícil de este primer enunciado del discipulado se halla en las

palabras y aun también su propia vida. No se trata sólo de amar menos a nuestros

parientes; ¡también hemos de odiar nuestra propia vida! En vez de vivir vidas

egocéntricas, hemos de vivir vidas cristocéntricas. En lugar de preguntar cómo nos afectará

cada una de nuestras acciones, hemos de tener cuidado en valorar cómo afectará a Cristo y

a Su gloria. Las consideraciones de bienestar personal y de seguridad han de quedar

subordinadas a la gran tarea de glorificar a Cristo y de darle a conocer. Las palabras del

Salvador son absolutas. Él dijo que si no le amamos supremamente, más que a nuestra

familia y que a nuestras propias vidas, no podríamos ser Sus discípulos. No hay medias

tintas.

14:27 En segundo lugar, Él enseñaba que un verdadero discípulo había de llevar su

cruz e ir en pos de Él. La cruz no es alguna debilidad física o angustia mental, sino un

camino de oprobio, sufrimiento, soledad e incluso muerte, que una persona escoge

voluntariamente por causa de Cristo. No todos los creyentes llevan la cruz. Es posible

evitarla viviendo una vida cristiana nominal. Pero si nos decidimos a vivir enteramente para

Cristo, experimentaremos la misma clase de oposición satánica que el Hijo de Dios afrontó

cuando estuvo en la tierra. Esto es la cruz. El discípulo ha de seguir en pos de Cristo. Esto

significa que ha de vivir la vida que vivió Cristo cuando estaba aquí en la tierra: una vida de

propia renuncia, humillación, persecución, vituperio, tentación y contradicción de

pecadores contra Sí mismo.

14:28–30 Luego el Señor Jesús empleó dos ilustraciones para enfatizar la necesidad de

contar los gastos antes de emprender el camino en pos de Él. Asemeja Él la vida cristiana a

un proyecto de edificación y luego a una empresa bélica. Un hombre que quiere edificar

una torre … se sienta primero y calcula los gastos. Si no tiene suficiente para acabarla,

no prosigue. En caso contrario, cuando ha puesto el cimiento, y no pueda acabarla, los

que pasan hacen burla de él, diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo

acabar. Así sucede con los discípulos. Deberían primero calcular los gastos, si realmente

están decididos a abandonar sus vidas de corazón a Cristo. En caso contrario, podrían

comenzar con un destello de gloria, y luego apagarse. Si es así, los espectadores se burlarán

de ellos por comenzar bien y terminar ignominiosamente. El mundo no tiene más que

menosprecio por los cristianos tibios.

14:31–32 Un rey, al marchar a la guerra contra fuerzas superiores en número, ha de

considerar con cuidado si con sus fuerzas menos numerosas puede hacer frente al

enemigo. Se da perfecta cuenta de que se trata o bien de darse totalmente o de rendirse

abyectamente. Y así es en la vida del discipulado cristiano. No puede haber medias tintas.

14:33 El versículo 14:33 es probablemente uno de los versículos más impopulares en

toda la Biblia. Dice explícitamente que cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo

que posee, no puede ser mi discípulo. No hay forma de evadir el sentido de estas palabras.

No dicen que una persona ha de estar dispuesta a dejarlo todo. Más bien, dicen que debe

abandonarlo todo. Hemos de reconocer al Señor Jesús que sabía lo que estaba diciendo. Él

sabía que la obra jamás se llevaría a cabo de ninguna otra manera. Quiere a hombres y

mujeres que le valoren por encima de cualquier otra cosa en este mundo. Observa Ryle:

El hombre que es realmente próspero es aquel que lo da todo por causa de Cristo.

Consigue el mejor de los beneficios; lleva la cruz unos cuantos años en este mundo, y en el

mundo venidero tiene la vida eterna. Obtiene la mejor de las posesiones; lleva sus riquezas

con él más allá del sepulcro. Es rico aquí en gracia, y es rico en gloria en el más allá. Y lo

mejor de todo es que lo que obtiene por la fe en Cristo, jamás lo pierde. Es «la parte buena,

la cual no le será quitada».

14:34–35 La sal es una imagen de un discípulo. Hay algo sano y encomiable en una

persona que está viviendo de forma devota y abnegada para el Señor. Pero luego leemos de

sal que se vuelve insípida. La moderna sal de mesa no puede perder su sabor, porque es sal

pura. Pero en las tierras de la Biblia, la sal estaba a menudo mezclada con varias formas de

impureza. Por ello, era posible que la sal se desvaneciese y que quedase un residuo en el

salero. Pero este residuo para nada valía. No podía usarse siquiera para fertilizar la tierra.

Se tenía que tirar.

La imagen es la de un discípulo que comienza con brillantez y que luego se vuelve

dejando sus votos. El discípulo tiene una razón básica para su existencia; si fracasa en

cumplir esta razón, es entonces algo lastimoso. Leemos acerca de la sal que la arrojan

fuera, esto es, pisotean el testimonio de aquel que comenzó a edificar y no pudo acabar.

Kelly observa:

Se muestra el peligro de aquello que comienza bien y termina mal. ¿Qué cosa hay más

inútil en el mundo que la sal que ha perdido la única característica que la hacía de valor? Es

peor que inútil para cualquier otro propósito. Igual con el discípulo que deja de ser

discípulo de Cristo. No es idóneo para los propósitos del mundo, y ha abandonado los de

Dios. Tiene demasiada luz o conocimiento para entrar en las vanidades y pecados del

mundo, y no tiene el goce de la gracia y de la verdad para mantenerle en el camino de

Cristo. … La sal sin sabor viene a ser objeto de menosprecio y de juicio.

El Señor Jesús termina el mensaje sobre discipulado con estas palabras: El que tiene

oídos para oír, oiga. Estas palabras implican que no todos tendrán la buena disposición

para dar oído a las exigentes condiciones del discipulado. Pero si una persona está dispuesta

a seguir al Señor Jesús, sea cual sea el coste, entonces debería oír y seguir.

Juan Calvino dijo en cierta ocasión: «Lo he dado todo por Cristo, ¿y qué he encontrado?

Lo he encontrado todo en Cristo». Henry Drummond comentó: «La cuota de entrada al

reino es cero; la suscripción anual es todo».

S. La Parábola de la Oveja Perdida (15:1–7)

15:1–2 El ministerio de enseñanza de nuestro Señor en el capítulo 14 parecía atraer a

los menospreciados cobradores de impuestos y a otros que eran exteriormente pecadores.

Aunque Jesús reprendía sus pecados, sin embargo muchos de ellos reconocían que tenía

razón. Se pusieron del lado de Cristo y en contra de sí mismos. En verdadero

arrepentimiento, le reconocieron como Señor. Allí donde Jesús encontraba a gente

dispuesta a reconocer sus pecados, Él se dirigía a ellos y les otorgaba ayuda espiritual y

bendición.

Los fariseos y los escribas se resentían del hecho de que Jesús fraternizase con gente

que eran abiertamente pecadores. Ellos no mostraban gracia alguna a estos leprosos

sociales y morales y abrigaban resentimiento a Jesús por hacerlo. Y por ello le lanzaron esta

acusación: Éste recibe a los pecadores, y come con ellos. Y esta acusación era cierta.

Ellos creían que se trataba de algo condenable, ¡pero en realidad era en cumplimiento del

mismo propósito para el que el Señor Jesús había venido al mundo!

Fue en respuesta a la acusación de ellos que el Señor Jesús refirió las parábolas de la

oveja perdida, de la moneda perdida y del hijo perdido. Estas historias apuntaban de forma

directa a los escribas y fariseos, que nunca habían quedado quebrantados delante de Dios ni

admitido su condición perdida. En realidad, ellos estaban tan perdidos como los publicanos

y pecadores, pero rehusaban firmemente admitirlo. El argumento en las tres historias es que

Dios tiene gran gozo y satisfacción cuando ve a pecadores arrepintiéndose, mientras que no

tiene agrado alguno en los hipócritas que se pretenden justos y que son demasiado

orgullosos para admitir su mísera pecaminosidad.

15:3–4 Aquí el Señor Jesús es presentado bajo el símbolo de un pastor. Las noventa y

nueve ovejas representan a los escribas y fariseos. La oveja perdida representa a aquel

recaudador de impuestos o al pecador arrepentido. Cuando el pastor se da cuenta de que

una de sus ovejas está perdida, deja a las noventa y nueve en el desierto (no en el redil) y

sale tras la perdida hasta encontrarla. Por lo que a nuestro Señor tocaba, este viaje

incluyó Su descenso a la tierra, Sus años de ministerio público, Su rechazo, sufrimiento y

muerte. ¡Cuán ciertas son las líneas del himno «Las Noventa y Nueve»!:

Mas jamás ningún redimido conoció

Cuán hondas fueron las aguas que cruzó,

Ni cuán negra la noche que el Señor pasó,

Hasta que a su perdida oveja halló.

Elizabeth C. Clephane

15:5 Habiendo encontrado a la oveja, la puso sobre sus hombros y la llevó a su hogar.

Esto sugiere que la oveja salvada gozaba de un lugar de privilegio e intimidad que nunca

había conocido mientras estaba contada entre las otras.

15:6 El pastor llamó a sus amigos y vecinos para que se gozasen con él por la

salvación de la oveja que se había perdido. Esto nos habla del gozo del salvador al ver a

un pecador arrepentido.

15:7 La lección queda clara: Hay gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente,

pero no hay gozo por las noventa y nueve que nunca han quedado convictas acerca de su

perdida condición. El versículo 7 no significa que haya algunas personas que no necesiten

arrepentimiento. Todos los hombres son pecadores, y todos deben arrepentirse para ser

salvos. El versículo describe a aquellos que, tal como ellos se ven a sí mismos, no

necesitan de arrepentimiento.

T. La Parábola de la Moneda Perdida (15:8–10)

La mujer en esta historia puede representar al Espíritu Santo, que busca a los perdidos

con la lámpara de la Palabra de Dios. Las nueve dracmas representan a los no

arrepentidos, mientras que la dracma perdida sugiere al hombre dispuesto a confesar que

está fuera de relación con Dios. En el anterior relato, la oveja se fue errante por su propia

voluntad. Una moneda es un objeto inanimado, y podría sugerir la condición sin vida del

pecador. Está muerto en pecados.

La mujer busca con diligencia la moneda de plata hasta encontrarla. Luego llama a

sus amigas y vecinas para que celebren el hallazgo con ella. La moneda perdida que ha

encontrado le ha traído más verdadero placer que las nueve que nunca se habían perdido.

Así es con Dios. El pecador que se humilla y confiesa su condición perdida da gozo al

corazón de Dios. Él no consigue este gozo de parte de los que nunca han sentido la

necesidad de arrepentimiento.

U. La Parábola del Hijo Perdido (15:11–32)

15:11–16 Dios Padre es aquí presentado como un hombre que tenía dos hijos. El

menor de ellos tipifica al pecador arrepentido, mientras que el hijo mayor ilustra a los

escribas y fariseos. Estos últimos son hijos de Dios por creación, aunque no por redención.

El hijo menor también se conoce como el hijo pródigo. Un pródigo es una persona

irreflexiva y extravagante, y que gasta el dinero de manera fastuosa. Éste se cansó de la

casa de su padre y decidió marcharse. No podía esperar a que su padre muriese, y por ello

le pidió por adelantado la parte de los bienes que le correspondía. Y el padre entregó a

ambos hijos sus partes. Poco después, el hijo menor se marchó a una provincia apartada

y gastó pródigamente su dinero en placeres pecaminosos. Tan pronto hubo gastado todo su

dinero, aquella tierra cayó bajo una dura depresión económica, y se encontró sin medios de

subsistencia. El único trabajo que pudo encontrar fue de cuidador de cerdos —trabajo éste

que habría sido de lo más odioso para un judío común—. Mientras contemplaba los cerdos

comiendo sus algarrobas, los envidiaba. Ellos tenían más para comer que él mismo, y

nadie parecía dispuesto a ayudarle. Los amigos que tenía cuando estaba gastando su dinero

con prodigalidad habían desaparecido enteramente.

15:17–19 El hambre resultó ser una bendición enmascarada. Le hizo reflexionar.

Recordó que los jornaleros en casa de su padre estaban viviendo mucho mejor que él.

Tenían abundante comida, y él en cambio estaba muriéndose de hambre. Pensando en esto,

decidió actuar. Tomó la determinación de ir a su padre con arrepentimiento, reconociendo

su pecado y buscando su perdón. Se daba cuenta de que ya no era digno de ser llamado

hijo de su padre, y decidió pedir trabajo como jornalero.

15:20 Mucho antes de llegar a su casa, lo vio su padre, y fue movido a compasión, y

corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó efusivamente. Éste es probablemente el único

versículo de la Biblia donde el apresuramiento se emplea de Dios en un buen sentido.

Stewart ilustra esto de manera adecuada:

De manera atrevida Jesús presenta a Dios no esperando a que su avergonzado hijo se

introdujese furtivamente en el hogar, ni manteniéndose en su dignidad cuando llegó, sino

corriendo a recibirle en sus brazos, en todo su estado de vergüenza, en sus harapos y

suciedad. Este mismo nombre de «Padre» oscurece a la vez el color del pecado y destaca la

espléndida gloria del perdón.

15:21–24 El hijo hizo su confesión hasta el punto en que iba a pedir trabajo. Pero el

padre lo interrumpió ordenando a los esclavos que pusieran el mejor vestido a su hijo, le

pusiesen también anillo en su mano, y calzado en sus pies. También mandó que se

preparase un gran banquete para celebrar el regreso de su hijo que había estado perdido y

que ahora había sido hallado. Por lo que al padre se refería, el hijo había estado muerto,

pero ahora había revivido. Alguien ha dicho: «Aquel joven estaba deseando pasárselo bien,

pero no lo logró en la provincia apartada. Sólo lo logró cuando tuvo el buen sentido de

volver a la casa de su padre». Se ha señalado que comenzaron a regocijarse, pero no se

dice que el gozo acabase. Así es con la salvación del pecador.

15:25–27 Cuando el hijo mayor volvió del campo y oyó todo el son de la fiesta,

preguntó a uno de los criados qué estaba pasando. Éste le dijo que su hermano menor

había vuelto a casa, y que su padre estaba rebosante de gozo.

15:28–30 El hijo mayor se llenó de un celo lleno de ira. Rehusó participar en el gozo de

su padre. J. N. Darby lo expresó bien: «Allí donde está la dicha de Dios no puede entrar el

fariseísmo, la pretensión de justicia propia. Si Dios es bueno para con el pecador, ¿de qué

sirve mi justicia?» Cuando su padre le apremió a que participase en los festejos, él rehusó,

quejándose de que su padre nunca le había recompensado por su fiel servicio y obediencia.

Nunca le había sido dado ni un cabrito, por no decir nada de un becerro engordado. Se

quejó de que cuando el hijo pródigo volvió tras gastar el dinero de su padre en rameras, el

padre no lo dudó en hacer una gran fiesta. Observemos que dijo este tu hijo, y no «mi

hermano».

15:31–32 La respuesta del padre indicaba que hay gozo relacionado con la restauración

de uno que estaba perdido, mientras que un hijo obstinado, ingrato y no reconciliado no da

causa para una celebración.

El hijo mayor es una elocuente imagen de los escribas y fariseos. Ellos se resentían de

que Dios mostrase misericordia a pecadores escandalosos. Para su forma de pensar, si no

para la de Dios, ellos le habían servido fielmente, jamás habían transgredido Sus

mandamientos, y sin embargo nunca habían sido apropiadamente recompensados por todo

ello. Pero la verdad era que eran hipócritas religiosos y pecadores culpables. Su soberbia

los cegaba a la distancia a que estaban de Dios, y al hecho de que Él los había cubierto de

bendiciones. Si tan sólo hubiesen estado dispuestos a arrepentirse y a reconocer sus

pecados, entonces el corazón del Padre se habría alegrado y ellos también habrían dado

motivo para una gran celebración.

V. La Parábola del mayordomo injusto (16:1–13)

16:1–2 El Señor Jesús pasa ahora de los fariseos y escribas a sus discípulos, para darles

una lección de administración. Está generalmente admitido que esta sección es una de las

más difíciles de Lucas. La razón de la dificultad es que la historia del mayordomo injusto

parece encomiar la falta de honradez. Pero veremos que no es así, según seguimos la

parábola. El rico en esta historia representa al mismo Dios. Un mayordomo es aquella

persona a la que se ha confiado la administración de la propiedad de otra persona. Por lo

que toca a esta historia, cualquier discípulo del Señor es también un mayordomo. Este

mayordomo en particular fue acusado de disipador de los fondos de su señor. Fue llamado

a rendir cuentas y se le notificó que iba a ser despedido.

16:3–6 El mayordomo pensó con rapidez. Se dio cuenta de que había de proveer para

su futuro. Pero era demasiado mayor para dedicarse a labores físicas, y era demasiado

orgulloso para mendigar (aunque no demasiado orgulloso para robar). ¿Cómo iba él a

proveer a su seguridad social? Y pensó en un plan mediante el que se ganaría amigos que

serían luego bondadosos con él cuando tuviese necesidad. El plan era éste: Fue a uno de los

clientes de su amo, y preguntó cuánto le debía. Cuando el cliente dijo que cien barriles de

aceite, el mayordomo le dijo que pagase cincuenta y que la deuda se consideraría saldada.

16:7 Otro cliente debía cien medidas de trigo. El mayordomo le dijo que pagase

ochenta, y él marcaría la factura como «pagada».

16:8 La parte chocante de esta historia aparece cuando el amo alaba al mayordomo

por haber obrado sagazmente. ¿Por qué iba alguien a aprobar tal falta de honradez? Lo

que el mayordomo había hecho era injusto. Los versículos que siguen muestran que el

mayordomo no recibió el encomio por su actuación tortuosa, sino más bien por su

previsión. Había actuado con prudencia. Miraba hacia delante y hacía provisión para el

futuro. Sacrificaba los beneficios presentes para conseguir una compensación en el futuro.

Al aplicar esto a nuestras propias vidas hemos de tener sin embargo un punto muy claro: el

futuro del hijo de Dios no está en esta tierra, sino en el cielo. Así como el mayordomo tomó

pasos para asegurar que tendría amigos aquí abajo durante su retiro, del mismo modo el

cristiano debería emplear los bienes de su Señor de tal manera que se asegure una fiesta de

bienvenida cuando llegue al cielo.

El Señor dijo: Los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes

que los hijos de luz. Esto significa que los impíos e inconversos muestran más sabiduría en

proveer para su futuro en este mundo que los verdaderos creyentes muestran en guardar

tesoros en el cielo.

16:9 Deberíamos ganarnos amigos por medio de las riquezas injustas. Es decir,

deberíamos emplear el dinero y las otras cosas materiales de tal manera que ganemos almas

para Cristo y que así hagamos amistades que durarán para toda la eternidad. Pierson lo

expresaba con claridad:

El dinero se puede emplear en comprar Biblias, libros, tratados y por tanto, de manera

indirecta, las almas de los hombres. Así, lo que era material y temporal se torna en

inmortal, no material, espiritual y eterno. Aquí tenemos a un hombre que tiene cien dólares.

Puede gastárselo todo en un banquete o en una fiesta nocturna, y al día siguiente no tendrá

nada por todo ello. En cambio, puede comprar Biblias a un dólar. Compra cien copias de la

Palabra de Dios. Luego las siembra de manera juiciosa como semilla del reino, y esta

semilla germina en una cosecha, no de Biblias sino de almas. De aquello que es injusto ha

hecho amigos inmortales, que cuando él abandona su vida terrenal le reciben en moradas

eternas.

Así, ésta es la enseñanza de nuestro Señor. Mediante la prudente inversión de

posesiones materiales podemos tener parte en la bendición eterna de hombres y mujeres.

Podemos asegurar que cuando lleguemos a las puertas del cielo, habrá un comité de

bienvenida de aquellos que fueron salvados por medio de nuestros abnegados dones y

oraciones. Estas personas nos expresarán su gratitud diciendo: «Tú fuiste quien me invitaste

aquí».

Darby comenta:

El hombre en general es mayordomo de Dios; y en otro sentido y en otra forma Israel

era mayordomo de Dios, puesto en la viña de Dios, habiéndosele confiado la ley, las

promesas, los pactos, el culto. Pero en todo esto se descubrió que Israel había disipado los

bienes de Dios. El hombre, contemplado como mayordomo, ha resultado plenamente infiel.

Ahora bien, ¿qué se debía hacer? Dios aparece y en gracia soberana torna en medio de fruto

celestial aquello que el hombre ha abusado en la tierra. Las cosas que en este mundo están

en manos del hombre no deben ser empleadas para el presente goce de este mundo, que está

totalmente apartado de Dios, sino con vistas al futuro. No hemos de tratar de poseer las

cosas ahora, sino que por el recto uso de estas cosas hemos de hacer provisión para otros

tiempos. Es mejor darlo todo a un amigo para otro día que tener el dinero ahora. El hombre

aquí abajo ha ido a la destrucción. Ahora, por ello mismo, el hombre es un mayordomo

fuera de sitio.

16:10 Si somos fieles en nuestra administración de lo muy poco (nuestro dinero),

entonces seremos fieles en lo mucho (en los tesoros espirituales). Por otra parte, quien es

injusto en su uso del dinero que Dios le ha confiado es injusto cuando están en juego

consideraciones de mayor entidad. Queda destacada la relativa poca importancia del dinero

con la expresión lo muy poco.

16:11 Todo aquel que no sea honrado en su empleo de las riquezas injustas para el

Señor, difícilmente podrá esperar que el Señor le confíe lo verdadero (esto es, las

verdaderas riquezas). Al dinero se le llama las riquezas injustas porque se emplea

característicamente para propósitos distintos de la gloria de Dios. Y se contrasta con lo

verdadero. El valor del dinero es inseguro y temporal; el valor de las realidades

espirituales es fijo y eterno.

16:12 El versículo 12 distingue entre lo ajeno y lo que es nuestro. Todo lo que

tenemos, nuestro dinero, nuestro tiempo, nuestros talentos, todo ello pertenece al Señor y

debemos emplearlo para Él. Aquello que es nuestro hace referencia a las recompensas que

conseguimos en esta vida y en la venidera como resultado de nuestro fiel servicio para

Cristo. Si no hemos sido fieles en lo que es de Él, ¿cómo va a darnos Él lo que es nuestro?

16:13 Es absolutamente imposible vivir para las cosas y para Dios a la vez. Si somos

dominados por el dinero, no podremos realmente servir al Señor. A fin de acumular dinero,

hemos de dedicar nuestros mejores esfuerzos a la tarea. En el mismo acto de emprender

esto le robamos a Dios de lo que en derecho le pertenece. Es una cuestión de una división

de lealtades. Los motivos están divididos. Las decisiones no son imparciales. Allá donde

está nuestro tesoro, allá estará nuestro corazón. En el esfuerzo por conseguir riquezas,

servimos a las riquezas. Es totalmente imposible servir a Dios a la vez. Las riquezas nos

exigen todo lo que tenemos y somos —nuestras tardes, nuestros fines de semana, el tiempo

que deberíamos estar dando al Señor.

W. Los avaros fariseos (16:14–18)

16:14 Los fariseos no eran sólo orgullosos e hipócritas, sino que eran además avaros.

Creían que la piedad era una forma de conseguir ganancia. Habían escogido la religión

como alguien escogería una profesión lucrativa. El servicio de ellos no estaba dirigido a

glorificar a Dios y ayudar a sus semejantes, sino a enriquecerse ellos mismos. Al oír al

Señor Jesús enseñar que debían abandonar las riquezas en este mundo y atesorar sus

riquezas en el cielo, se burlaban de él. Para ellos, el dinero era más real que las promesas

de Dios. Nada iba a detenerlos de acumular riquezas.

16:15 Exteriormente, los fariseos parecían piadosos y espirituales. Se contaban como

rectos a la vista de los hombres. Pero por debajo de su engañoso exterior, Dios veía la

avaricia de sus corazones. A Él no le engañaban con sus falsas pretensiones. El tipo de vida

que ellos exhibían y que otros aprobaban (Salmo 49:18) era abominación para Dios. Ellos

se consideraban personas de éxito porque combinaban una profesión religiosa con riqueza

financiera; pero para Dios, eran adúlteros espirituales. Profesaban amar a Jehová, pero en

realidad su dios era Mamón (las riquezas).

16:16 Es muy difícil comprender la continuidad de los versículos 16–18. En la primera

lectura parecen muy carentes de relación con lo que sigue. Sin embargo, creemos que se

pueden comprender mejor si recordamos que el tema del capítulo 16 es la avaricia y la

infidelidad de los fariseos. Los mismos que alardeaban de una cuidadosa observancia de la

ley son denunciados como avaros e hipócritas. El espíritu de la ley está en acusado

contraste con el espíritu de los fariseos.

La ley y los profetas eran hasta Juan. Con estas palabras el Señor describió la

dispensación legal que había comenzado con Moisés y concluyó con Juan el Bautista.

Ahora se estaba inaugurando una nueva dispensación. Desde la época de Juan, se predicaba

el evangelio del reino de Dios. El Bautista salió anunciando la llegada del Rey de derecho

de Israel. Le dijo a la gente que, si se arrepentían, el Señor Jesús reinaría sobre ellos. Como

resultado de su predicación y de la posterior predicación del mismo Señor y de los

discípulos, hubo una bien dispuesta respuesta de parte de muchos.

Todos se esfuerzan por entrar en él significa que aquellos que sí respondieron al

mensaje literalmente asaltaron el reino. Los recaudadores de impuestos y los pecadores, por

ejemplo, tuvieron que saltar por encima de los obstáculos que habían levantado los fariseos.

Otros tuvieron que tratar violentamente con el amor al dinero en sus propios corazones. Se

tenían que vencer los prejuicios.

16:17–18 Pero la nueva dispensación no significaba que se estuviesen descartando las

verdades morales básicas. Sería más fácil… que pasasen el cielo y la tierra, que se

frustrase una tilde de la ley. Una tilde de la ley se podría comparar con la rayita horizontal

de la «t» o el punto en la «i».

Los fariseos pensaban que estaban en el reino de Dios, pero el Señor les vino a decir:

«No podéis descuidar las grandes leyes morales del reino y pretender un puesto en el

reino». Quizá ellos iban a preguntar: «¿Qué gran precepto moral estamos descuidando?». El

Señor les señaló entonces la ley del matrimonio como una que nunca iba a desvanecerse.

Cualquier hombre que repudia a su mujer, y se casa con otra, comete adulterio; y el que

se casa con la repudiada del marido, comete también adulterio. Esto es exactamente lo

que los fariseos estaban haciendo en el plano espiritual. Los judíos habían sido introducidos

en la posición del pacto por Dios. Pero estos fariseos estaban ahora volviendo la espalda a

Dios en su loca prosecución de la riqueza material. Y quizá este versículo sugiere que se

habían hecho culpables de adulterio literal además de espiritual.

X. El Rico y Lázaro (16:19–31)

16:19–21 El Señor llega a la conclusión de Su discurso acerca de la mayordomía en las

cosas materiales mediante este relato de dos vidas, dos muertes y dos más allás. Se debería

observar que esto no es narrado como una parábola. Mencionamos esto porque algunos

críticos parecen racionalizar las solemnes implicaciones de esta historia clasificándola

como parábola.

De entrada, se debería clarificar que el anónimo rico no fue condenado a la Gehena

debido a su riqueza. La base de la salvación es la fe en el Señor, y los hombres son

condenados por rehusar creer en Él. Pero este rico concreto mostró que no tenía verdadera

fe salvadora por su descuidada indiferencia frente al mendigo… echado a su puerta. Si

hubiese tenido en su corazón el amor de Dios, no habría vivido en lujo, comodidad y

holganza cuando un semejante estaba echado a su puerta, mendigando unos pocos

mendrugos de pan. Habría entrado violentamente en el reino abandonando su amor al

dinero.

También es cierto que Lázaro no fue salvado porque era pobre. Había confiado en el

Señor para la salvación de su alma.

Observemos ahora el retrato del rico, a veces llamado Dives (Latín para «rico»). Sólo

vestía las ropas más caras, hechas a medida, y su mesa estaba repleta de los más deliciosos

alimentos de gourmet. Vivía para él mismo, gratificando sus apetitos corporales y dándose

a los placeres. No tenía un genuino amor para con Dios ni solicitud para con sus

semejantes.

Lázaro presenta un radical contraste. Era un mísero mendigo, que yacía cada día

delante de la casa del rico, lleno de llagas y acosado por inmundos perros que venían y le

lamían las llagas.

16:22 Cuando murió el mendigo… fue llevado por los ángeles al seno de Abraham.

Muchos cuestionan si los ángeles participan realmente en llevar las almas de los creyentes

al cielo. Pero nosotros no vemos razón alguna para dudar del sentido llano de estas

palabras. Los ángeles ministran a los creyentes en esta vida, y no parece haber razón alguna

para dudar que lo hagan en el momento de la muerte. El seno de Abraham es un término

simbólico para denotar el lugar de la bendición. Para cualquier judío, el pensamiento de

gozar de comunión con Abraham le sugeriría una gloria inefable. Entendemos que el seno

de Abraham es lo mismo que el cielo. Cuando murió también el rico, su cuerpo fue

sepultado —aquel cuerpo que tanto había mimado y por el que tanto había gastado.

16:23–24 Pero esto no era todo. Su alma, su yo consciente, fue al Hades. Hades es el

término griego que traduce la palabra hebrea Seol en el Antiguo Testamento, el estado de

los espíritus de los difuntos. En el periodo del AT se designaba como la morada tanto de

salvos como de perdidos. Aquí es designado como la morada de los perdidos, porque

leemos que el rico estaba en tormentos.

Los discípulos debieron sobresaltarse cuando Jesús les dijo que este judío rico fue al

Hades. Siempre habían aprendido del AT que las riquezas eran una señal de la bendición y

favor de Dios. Un israelita que obedeciese al Señor tenía prometida la prosperidad material.

¿Cómo podía pues un judío rico ir al Hades? El Señor Jesús acababa de anunciar que con la

predicación de Juan se había inaugurado un nuevo orden de cosas. De entonces en adelante

las riquezas no son una señal de bendición. Son una prueba de la fidelidad de su poseedor

en su administración. A quien mucho le es dado, mucho le será demandado.

El versículo 23 refuta la idea del «sueño del alma», la teoría de que el alma no está

consciente entre la muerte y la resurrección. Demuestra que hay una existencia consciente

más allá del sepulcro. De hecho, nos sentimos sacudidos ante el mucho conocimiento que

tenía el rico. Vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Podía incluso comunicarse

con Abraham. Llamándole Padre Abraham, rogó por compasión, pidiendo que Lázaro le

llevase una gota de agua para refrescar su lengua.

Naturalmente, hay la cuestión de cómo puede un alma sin cuerpo experimentar sed y

angustia en una llama. Sólo podemos concluir en que se trata de un lenguaje figurado, pero

esto no significa que el sufrimiento no sea real.

16:25 Abraham se dirigió a él como hijo, lo que sugiere que era un descendiente

físico, aunque evidentemente no espiritual. El patriarca le recordó su vida de lujo,

comodidad y disfrute. También le recordó la pobreza y los padecimientos de Lázaro.

Ahora, más allá del sepulcro, se habían vuelto las tornas. Se habían invertido las

desigualdades de la tierra.

16:26 Aprendemos aquí que las decisiones tomadas en esta vida determinan nuestro

destino eterno, y que cuando la muerte ha tenido lugar, este destino queda fijado. No hay

forma de pasar de la morada de los salvos a la de los condenados, y viceversa.

16:27–31 Al morir, el rico de repente se volvió de ánimo evangelístico. Quería que

alguien fuese a sus cinco hermanos para que les advirtiese acerca de aquel lugar de

tormento. La réplica de Abraham era que estos cinco hermanos, al ser judíos, tenían las

Escrituras del AT, y que éstas debían ser suficientes para advertirles. El rico contradijo a

Abraham, diciendo que si alguno va a ellos de entre los muertos, se arrepentirían. Sin

embargo, Abraham tuvo la última palabra. Dijo que negarse a prestar oído a la Palabra de

Dios es decisivo. Si la gente no presta atención a la Biblia, tampoco creerán si una persona

resucita de entre los muertos. Esto queda concluyentemente demostrado en el caso del

Señor Jesús mismo. Él resucitó de entre los muertos, y los hombres siguen sin creer.

En base del NT, sabemos que cuando muere un creyente, su cuerpo va al sepulcro, pero

su alma pasa a estar con Cristo en el cielo (2 Co. 5:8; Fil. 1:28). Cuando un incrédulo

muere, su cuerpo es asimismo sepultado, pero su alma va al Hades. Para él, el Hades es un

lugar de sufrimiento y remordimiento.

En el momento del Arrebatamiento, los cuerpos de los creyentes resucitarán del

sepulcro y serán reunidos con sus espíritus y almas (1 Ts. 4:13–18). Luego morarán

eternamente con Cristo. Para el Juicio del Gran Trono Blanco, los cuerpos, espíritus y

almas de los incrédulos serán reunidos (Ap. 20:12, 13). Luego serán echados al lago de

fuego, un lugar de castigo eterno.

Y de esta manera el capítulo 16 termina con una advertencia de gran solemnidad a los

fariseos y a todos los que quieran vivir para el dinero. Lo hacen corriendo grave peligro

para sus propias almas. Mejor mendigar pan en la tierra que mendigar agua en el Hades.

IX. EL HIJO DEL HOMBRE INSTRUYE A SUS

DISCÍPULOS (Caps. 17:1–19:27)

A. Tocante al peligro de poner tropiezo (17:1–2)

La continuidad o el fluir del pensamiento en este capítulo no se ve fácilmente. Casi

parece como si Lucas une varios temas desconectados. Sin embargo, las declaraciones

iniciales de Cristo acerca del peligro de poner tropiezo pueden ser encadenadas con el final

del capítulo 16. Vivir en lujo, complacencia y comodidad bien podría resultar ser una

piedra de tropiezo para otros que son jóvenes en la fe. Especialmente si alguien tiene

reputación de ser cristiano, su ejemplo será seguido por otros. ¡Qué cosa más grave es

conducir de este modo a prometedores seguidores del Señor Jesucristo a vidas de

materialismo y de culto a las riquezas.

Naturalmente, este principio es de aplicación de una forma muy general. Se puede hacer

tropezar a los pequeños alentándolos a la mundanalidad. Se les puede hacer tropezar con

involucración en el pecado sexual. Se les puede hacer tropezar mediante cualquier

enseñanza que diluya el sentido llano de las Escrituras. Cualquier cosa que los aparte de un

camino de una sencilla fe, devoción y santidad es un tropiezo.

Conociendo la naturaleza humana y las condiciones del mundo, el Señor dijo que era

inevitable que viniesen tropiezos. Pero esto no disminuye la culpa de aquellos que ponen

tropiezos. Mejor les sería a los tales que se les atase al cuello una piedra de molino y

que pereciesen ahogados en lo profundo del mar. Parece claro que un lenguaje tan enérgico

como éste quiere presentar no sólo la muerte física sino también la condenación eterna.

Cuando el Señor Jesús habla de hacer tropezar a uno de estos pequeños,

probablemente incluye más que a niños. La referencia parece también ser a discípulos

jóvenes en la fe.

B. Tocante a la necesidad de un Espíritu Perdonador (17:3–4)

En la vida cristiana hay no sólo el peligro de hacer tropezar a otros, sino también el de

abrigar rencores, e incluso de rehusar perdonar cuando una persona que ha ofendido pide

perdón. Y de esto es lo que trata el Señor aquí. El NT enseña el siguiente procedimiento en

relación con este tema:

1. Si un cristiano es ofendido por otro, debería ante todo perdonar en su corazón al

ofensor (Ef. 4:32). Esto guarda su propia alma libre de resentimiento y malicia.

2. Debería luego ir privadamente al ofensor y reprenderle (v. 3; también Mt. 18:15). Si

se arrepiente, se le debería dejar claro que está perdonado. Incluso si peca repetidamente,

si dice que se arrepiente, debería ser perdonado (v. 4).

3. Si la reprensión en privado no resulta eficaz, entonces la persona contra la que se ha

pecado debería tomar uno o dos testigos (Mt. 18:16). Si no escucha a éstos, entonces el

asunto debería ser llevado ante la iglesia. La negativa a escuchar a la iglesia debería tener

como resultado la excomunión (Mt. 18:17).

El propósito de las reprensiones y de otras acciones disciplinarias no es el de ajustar las

cuentas ni humillar al ofensor, sino restaurarle a la comunión con el Señor y con sus

hermanos. Todas las reprensiones deberían ser hechas con espíritu de amor. No tenemos

manera de juzgar si el arrepentimiento de un ofensor es genuino o no. Hemos de aceptar su

propia palabra de que se ha arrepentido. Por esta causa Jesús dice: Y si peca contra ti siete

veces al día, y vuelve a ti siete veces al día, diciendo: Me arrepiento; perdónale. De esta

manera llena de gracia nos trata el Padre. No importa cuántas veces le fallamos, seguimos

teniendo la certidumbre de que «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para

perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda iniquidad» (1 Jn. 1:9).

C. Tocante a la Fe (17:5–6)

17:5 El pensamiento de perdonar siete veces al día presentaba una dificultad a los

apóstoles, por no decir que una imposibilidad. Sentían que no eran suficientes para tal

exhibición de gracia. Por eso le pidieron al Señor que les aumentase la fe.

17:6 La réplica del Señor indicaba que no se trataba tanto de una cantidad de fe como

de calidad. Tampoco no se trataba de conseguir más fe, sino de usar la fe que ya tenían. Es

nuestra propia soberbia y la importancia que nos atribuimos a nosotros mismos lo que nos

impide perdonar a nuestros hermanos. Esta soberbia ha de quedar desarraigada y ha de ser

echada fuera. Si la fe del tamaño de un grano de mostaza puede desarraigar un sicómoro

y plantarlo en el mar, puede más fácilmente aún darnos la victoria sobre la dureza y falta

de quebrantamiento que nos llevan a dejar indefinidamente sin perdón a un hermano.

D. Tocante a siervos inútiles (17:7–10)

17:7–9 El verdadero esclavo de Cristo no tiene razón para enorgullecerse. La propia

importancia ha de quedar arrancada de raíz y en su lugar ha de haber un verdadero

sentimiento de indignidad. Ésta es la lección que encontramos en la historia del esclavo.

Este siervo había estado arando o apacentando ganado todo el día. Al volver del campo

tras un día de duro trabajo, el amo no le dice que se siente a la mesa para comer. Más bien

le ordena que se ciña el delantal y que sirva la cena. Sólo después el esclavo puede comer

y beber su propia cena. El amo no le da las gracias por hacer todo esto Es lo que se espera

de un esclavo. A fin de cuentas, un esclavo pertenece a su amo, y su deber primario es

obedecer.

17:10 Así, los discípulos son esclavos del Señor Jesucristo. Le pertenecen: en espíritu,

alma y cuerpo. A la luz del Calvario, nada de lo que puedan hacer para el Salvador será

suficiente para recompensarle por lo que Él ha hecho. Así que después que el discípulo

haya hecho todo lo que le ha sido ordenado en el NT, debe seguir admitiendo que sigue

siendo un siervo inútil que sólo ha hecho lo que debía hacer.

Según Roy Hession, las cinco marcas del esclavo son:

1. Ha de estar dispuesto a que se le ponga trabajo sobre trabajo, sin que se le dé

consideración alguna.

2. Al hacer esto, ha de estar dispuesto a que no se le den las gracias.

3. Habiéndolo hecho, no tiene que achacar egoísmo a su amo.

4. Ha de confesar que es un siervo inútil.

5. Ha de admitir que al hacer y soportar su tarea con gentileza y humildad, no ha hecho

ni un poco más de lo que era su deber hacer.

E. Jesús limpia a Diez Leprosos (17:11–19)

17:11 El pecado de ingratitud es otro peligro en la vida del discípulo. Esto queda

ilustrado en la historia de los diez leprosos. Leemos que el Señor Jesús estaba dirigiéndose

a Jerusalén por los límites entre Samaria y Galilea.

17:12–14 Al entrar en una aldea le vieron diez hombres leprosos. Debido a su

condición enferma, no se acercaron a Él, pero clamaron a distancia, rogándole que los

sanase. Él recompensó la fe de ellos diciéndoles que fuesen y se mostrasen a los

sacerdotes. Esto significaba que cuando llegasen al sacerdote, estarían ya sanos de la lepra.

El sacerdote no tenía poder para sanarlos, pero estaba designado para pronunciarlos

limpios. Obedientes a la palabra del Señor, los leprosos emprendieron el camino hacia la

morada sacerdotal, y mientras iban, fueron milagrosamente limpiados de su enfermedad.

17:15–18 Todos ellos tenían fe para ser sanados, pero sólo uno de los diez se volvió

para dar gracias al Señor. Y éste, cosa interesante, era samaritano, una de las

menospreciadas naciones vecinas de los judíos, y con quienes ellos no tenían tratos. Él se

postró rostro en tierra —la verdadera postura de adoración— a los pies de Jesús —el

verdadero lugar de adoración—. Jesús le preguntó si no eran diez los que habían sido

limpiados, y que sólo uno, «este extranjero», había vuelto a dar las gracias. ¿Dónde

estaban los otros nueve? Ninguno de ellos volvió a dar gloria a Dios.

17:19 Volviéndose al samaritano, el Señor Jesús le dijo: Levántate y prosigue tu

camino; tu fe te ha sanado. Sólo el diez por ciento agradecido heredan las verdaderas

riquezas de Cristo. Jesús recompensa nuestro volvernos (v. 15) y nuestro agradecimiento

(v. 16) con nuevas bendiciones. Tu fe te ha sanado sugiere que mientras que los nueve

fueron sanados de la lepra, ¡el décimo fue sanado además del pecado!

F. Tocante a la venida del Reino (17:20–37)

17:20–21 Es difícil saber si los fariseos eran sinceros en la pregunta acerca del reino

de Dios, o si estaban sólo burlándose. Pero sí sabemos que como judíos tenían esperanzas

acerca de un reino que iba a ser introducido con gran poder y gloria. Ellos esperaban

señales externas y grandes convulsiones políticas. El Salvador les dijo: El reino de Dios no

viene con advertencia, esto es, en su presente forma, al menos, el reino de Dios no vino

con una manifestación externa. No fue un reino visible, terrenal y temporal que pudiese ser

señalado como estando aquí o allí. Más bien, dijo el Salvador, el reino de Dios estaba en

medio de ellos. La traducción gramaticalmente posible dentro de vosotros no es una

verdadera alternativa porque el Señor no podía significar que el reino estuviese en realidad

dentro del corazón de los fariseos, porque aquellos endurecidos hipócritas religiosos no

tenían en sus corazones lugar para Cristo el Rey. Pero sí significaba que el reino de Dios

estaba presente en presencia de ellos, en medio. Él era de derecho el Rey de Israel y había

llevado a cabo Sus milagros y presentado Sus credenciales a la vista de todos. Pero los

fariseos no tenían deseo alguno de recibirle. Y por esto, aunque el reino de Dios les había

sido presentado a ellos, les había pasado totalmente desapercibido.

17:22 Hablando con los fariseos, el Señor describió el reino como algo que había ya

llegado. Cuando se volvió a los discípulos, habló del reino como un acontecimiento futuro

que sería establecido en Su Segunda Venida. Pero primero describió el periodo que habría

entre Su Primera y Su Segunda Venida. Vendrían los días en que ansiarían ver uno de los

días del Hijo del Hombre, pero no lo verían. En otras palabras, anhelarían uno de los días

en que Él estaba con ellos en la tierra y gozaban de grata comunión con Él. Aquellos días

eran, en cierto sentido, paladeos del tiempo en que Él volverá con poder y gran gloria.

17:23–24 Muchos falsos cristos se iban a levantar, y gobernantes que proclamarían que

el Mesías había llegado. Pero Sus seguidores no debían ser engañados por ninguna de estas

falsas alarmas. La Segunda Venida de Cristo sería tan visible e inconfundible como el

relámpago que resplandece de una a otra parte del cielo.

17:25 De nuevo el Señor Jesús dijo a los discípulos que antes que nada de esto

sucediese, Él mismo padecería mucho, y sería desechado por aquella generación.

17:26–27 Volviendo al tema de Su venida para reinar, el Señor enseñó que los días que

precederían inmediatamente a aquel glorioso acontecimiento serían como los días de Noé.

Las gentes comían, bebían, se casaban y se daban en casamiento. Estas cosas no estaban

mal; son actividades humanas normales y legítimas. El mal era que la gente vivía para estas

cosas y no tenía ni pensamientos ni tiempo para Dios. Después que Noé y su familia

entraron en el arca… vino el diluvio y destruyó al resto de la población. De esta manera la

Segunda Venida de Cristo significará juicio para aquellos que rechazan Su ofrecimiento de

misericordia.

17:28–30 Una vez más, el Señor dijo que los días precediendo a Su Segunda Venida

serían como los días de Lot. La civilización había avanzado algo en aquella época. Los

hombres no solamente comían y bebían, sino que compraban, vendían, plantaban,

edificaban. Era el esfuerzo del hombre por introducir una era dorada de paz y prosperidad

sin Dios. Mas el día mismo en que Lot salió de Sodoma, junto con su mujer y sus hijas,

llovió del cielo fuego y azufre, y … destruyó a la malvada ciudad. Lo mismo será el día

en que el Hijo del Hombre se manifieste. Los que se concentran en los placeres, en la

gratificación de sus deseos y en el comercio, serán destruidos.

17:31 Será un día en el que el apego a las cosas terrenales pondrá en peligro la vida. Si

está en la azotea, no debería intentar salvar ninguna posesión de su casa. Si está fuera en el

campo, no debería volver atrás a su casa. Debería huir de estos lugares donde el juicio está

a punto de caer.

17:32 Aunque la mujer de Lot fue sacada casi a la fuerza de Sodoma, su corazón

permaneció en la ciudad. Esto se indica por el hecho de que se volvió para mirar atrás. Ella

estaba fuera de Sodoma, pero Sodoma no estaba fuera de ella. El resultado es que Dios la

destruyó transformándola en un pilar de sal.

17:33 Todo el que procure salvar su vida cuidándose únicamente de su seguridad

física, pero no de su alma, la perderá. En cambio, todo aquel que pierda su vida durante

este periodo de tribulación debido a su fidelidad al Señor, en realidad la conservará para

toda la eternidad.

17:34–36 La venida del Señor será un tiempo de separación. Estarán dos en una

cama; el uno será tomado en juicio. El otro, creyente, será dejado para que entre en el

reino de Cristo. Dos mujeres estarán moliendo juntas; la una, incrédula, será tomada en

la tempestad de la ira de Dios; y la otra, una hija de Dios, será dejada para que goce de las

bendiciones mileniales con Cristo.

Incidentalmente, los vv. 34 y 35 concuerdan con la redondez de la tierra. El hecho de

que será de noche en una parte de la tierra y de día en otra, como lo indican las actividades

citadas, exhibe un conocimiento científico no descubierto hasta muchos años después.

17:37 Los discípulos comprendieron plenamente, por las palabras del Salvador, que Su

Segunda Venida sería un juicio cataclísmico derramado desde el cielo sobre un mundo

apóstata. De modo que preguntaron al Señor acerca de dónde caería este juicio. Su

respuesta fue que donde esté el cadáver, allí se juntarán también las águilas. Las águilas,

o más correctamente buitres, simbolizan los inminentes juicios. La respuesta, por tanto, es

que los juicios caerán sobre toda forma de incredulidad y rebelión contra Dios, no importa

donde se encuentre.

En el capítulo 17, Jesús había advertido a los discípulos que les esperaban aflicciones y

persecuciones. Antes del tiempo de Su gloriosa manifestación, habrían de pasar por

profundas pruebas. Para prepararlos, el Señor les da instrucciones adicionales sobre la

oración. En los versículos que siguen, encontramos a una viuda que ora, a un fariseo que

ora, a un publicano que ora y a un mendigo que ora.

G. La Parábola de la Viuda Insistente (18:1–8)

18:1 La parábola de la viuda que ora enseña la necesidad de orar siempre, y no

desmayar. Es cierto en un sentido general, y de todo tipo de oración. Pero el sentido

especial en que se emplea aquí es el de la oración pidiendo liberación en un tiempo de

prueba. Es una oración sin desmayar durante el largo y fatigoso intervalo entre la Primera

y Segunda Venidas de Cristo.

18:2–3 Esta parábola muestra a un juez injusto que generalmente no era movido ni por

el temor a Dios ni por respeto a hombre alguno. Había también una viuda que estaba

siendo oprimida por un adversario que no se nombra. Esta viuda venía constantemente al

juez, pidiéndole justicia, para ser librada de aquel trato inhumano.

18:4–5 Al juez no le afectaba la validez de la causa de la mujer; el hecho de que

estuviese siendo injustamente tratada no le movió a actuar en favor de ella. Sin embargo, la

constancia con la que acudía ante él le impulsó a actuar. Su importunidad y persistencia

suscitaron una decisión en favor de ella.

18:6–7 Y dijo el Señor entonces a Sus discípulos que si un juez injusto actuaba en

favor de una pobre viuda a causa de la importunidad de la misma, cuánto más el justo Dios

intervendrá en favor de sus escogidos. Los escogidos en este pasaje podría ser una

referencia en un sentido especial al remanente judío durante el Periodo de la Tribulación,

pero es también cierto de todos los creyentes oprimidos en todas las edades. La razón por la

que Dios no ha intervenido hace ya tiempo es Su longanimidad para con los hombres, pues

no quiere que ninguno perezca.

18:8 Pero viene el día en que Su Espíritu dejará de contender con los hombres, y en que

hará justicia castigando a los que persiguen a Sus seguidores. El Señor Jesús terminó la

parábola con esta pregunta: Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la

tierra? Esto probablemente se refiere a la clase de fe que tenía la pobre viuda. Pero puede

que también indique que cuando el Señor regrese, sólo habrá un remanente que le sea fiel.

Mientras tanto, cada uno de nosotros debería ser estimulado a aquella clase de fe que clama

a Dios de día y de noche.

H. La Parábola del fariseo y del publicano (18:9–14)

18:9–12 La siguiente parábola se dirige a personas que confían en sí mismos como

justos, y que menosprecian a todos los otros como inferiores. Al designar al primero como

fariseo, el Salvador no dejó ninguna duda acerca de a qué clase particular de persona se

estaba dirigiendo. Aunque el fariseo actuaba como en oración, en realidad no estaba

hablando con Dios. Estaba más bien jactándose de sus propios logros morales y religiosos.

En lugar de compararse con la perfecta norma de Dios y de ver cuán pecaminoso era él en

realidad, se comparaba con otros en la comunidad y se enorgullecía de que era mejor. Su

frecuente mención de sí mismo revela el verdadero estado de su corazón como vanidoso y

autosuficiente.

18:13 El publicano, o recaudador de impuestos, ofrece un notable contraste. De pie

delante de Dios, se daba cuenta de su total indignidad. Se humillaba hasta el polvo. No

quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho y clamaba a Dios

pidiendo misericordia: Dios, sé propicio a mí, pecador. No se consideraba como un

pecador entre muchos otros, sino como el pecador que era indigno de toda cosa de parte de

Dios.

18:14 El Señor Jesús recordó a Sus oyentes que lo aceptable ante Dios es este espíritu

de propia humillación y arrepentimiento. En contra de lo que pudiesen indicar las

apariencias humanas, fue el cobrador de impuestos quien descendió a su casa justificado.

Dios enaltece a los humildes, pero humilla a los que se enaltecen.

I. Jesús y los pequeñitos (18:15–17)

Este incidente refuerza lo que acabamos de ver, esto es, que se precisa de la humildad

de un niñito para entrar en el reino de Dios. Las madres se apiñaron en torno al Señor Jesús

con sus pequeñuelos a fin de que pudiesen recibir una bendición de Su parte. Sus

discípulos se enojaron ante esta intrusión en el tiempo del Salvador. Pero Jesús los

reprendió, y les dijo así: Dejad a los niños venir a mí… porque de los tales es el reino de

los cielos.

Los niños pueden ser salvos en una edad muy tierna. Esta edad probablemente varía

individualmente de niño en niño, pero por pequeño que sea, se debería permitir a cualquier

niño acudir a Jesús, y se le debería alentar en su fe.

Los niños no necesitan llegar a ser adultos para poder ser salvos, pero los adultos

precisan de una sencilla fe y humildad como un niño para entrar en el reino de Dios.

J. El rico joven principal (18:18–30)

18:18–19 Esta sección ilustra el caso de un hombre que no estaba dispuesto a recibir el

reino de Dios como un niño pequeño. Un día, un hombre principal acudió al Señor Jesús,

dirigiéndose a Él como Maestro bueno, y preguntándole qué debía hacer para heredar la

vida eterna. El Salvador primero le interrogó acerca de por qué usaba el título de Maestro

bueno. Le recordó que sólo Dios es bueno. No estaba nuestro Señor negando que Él fuese

Dios, sino que estaba tratando de llevar al joven principal a reconocer este hecho. Si Él era

bueno, entonces había de ser Dios, por cuanto sólo Dios es esencialmente bueno.

18:20 Entonces Jesús afrontó la cuestión de ¿qué debo hacer para heredar la vida

eterna? Sabemos que la vida eterna no se hereda, y que no se gana haciendo buenas obras.

La vida eterna es el don de Dios por medio de Jesucristo. Al llevar al joven principal de

vuelta a los diez mandamientos, el Señor Jesús no estaba implicando que jamás podría

salvarse guardando la ley. Más bien, estaba empleando la ley en un esfuerzo por redargüir a

este hombre de pecado. El Señor Jesús recitó los cinco mandamientos que tienen que ver

con nuestros deberes con nuestros semejantes, la segunda tabla de la ley.

18:21–23 Es evidente que la ley no tenía un poder de convicción en la vida de este

hombre, porque con arrogancia pretendió haber guardado estos mandamientos desde su

juventud. Jesús le dijo que aún le faltaba una cosa: el amor al prójimo. Si realmente

hubiese guardado estos mandamientos, entonces ya habría vendido todo lo que tenía y lo

habría repartido entre los pobres. Pero en realidad él no amaba a su prójimo como a sí

mismo. Estaba viviendo una vida egoísta, sin verdadero amor para con los demás. Esto

queda demostrado por el hecho de que oyendo esto, se puso muy triste, porque era

sumamente rico.

18:24 Observando el Señor Jesús su reacción, comentó acerca de la dificultad de los

que tienen riquezas para poder entrar en el reino de Dios. La dificultad reside en poseer

riquezas sin amarlas ni confiar en ellas.

Toda esta sección suscita cuestiones perturbadoras para los cristianos así como para los

incrédulos. ¿Cómo se puede decir que amamos de verdad a nuestros vecinos cuando

vivimos con riquezas y comodidades mientras otros están pereciendo por carecer del

evangelio de Cristo?

18:25 Jesús dijo que es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que

el que un rico entre en el reino de Dios. Se han ofrecido muchas explicaciones para esta

declaración. Algunos han sugerido que un ojo de aguja es un pequeño portillo interior en la

muralla de una ciudad, y que un camello podría entrar por ella sólo arrodillándose. Sin

embargo, el doctor Lucas emplea un término que significa específicamente el ojo de una

aguja de cirujano, y el significado de la declaración del Señor parece ser bien llano. En

otras palabras, así como es imposible que un camello entre por el ojo de una aguja, del

mismo modo es imposible que un rico entre en el reino de Dios. No es suficiente explicar

esto como significando que un rico no puede mediante sus propios esfuerzos entrar en el

reino; esto es cierto tanto de los ricos como de los pobres. El significado es que es

imposible para alguien entrar en el reino de Dios como rico; en tanto que haga un dios de

su riqueza, deja que se mantenga entre él y la salvación de su alma, no puede ser

convertido. La sencilla realidad es que no se salvan muchos ricos, y que los que sí se salvan

han de quedar primero quebrantados delante de Dios.

18:26–27 Mientras los discípulos reflexionaban acerca de todo esto, comenzaron a

preguntarse acerca de quién puede ser salvo. Para ellos, las riquezas habían sido siempre

una señal de la bendición de Dios (Dt. 28:1–8). Si los judíos ricos no son salvos, ¿quién

puede serlo entonces? El Señor respondió que Dios podía hacer lo que el hombre no podía.

En otras palabras, Dios puede tomar a un codicioso, avariento e implacable materialista,

destruir su amor al oro, y poner en su lugar un amor genuino para el Señor. Es un milagro

de la gracia divina.

Una vez más, toda esta sección suscita cuestiones perturbadoras para el hijo de Dios. El

siervo no es más que su Señor; el Señor Jesús abandonó Sus riquezas celestiales para salvar

nuestras almas culpables. No es cosa apropiada para nosotros ser ricos en un mundo en el

que Él fue pobre. El valor de las almas, la inminencia del regreso de Cristo, el amor de

Cristo constriñéndonos, todo ello debería llevarnos a invertir todas nuestras posibles

posesiones materiales en la obra del Señor.

18:28–30 Cuando Pedro le recordó al Señor que los discípulos habían dejado sus

hogares y familias para seguirle, el Señor contestó que una vida de sacrificio así tiene una

generosa recompensa en esta vida, y que tendrá la adicional recompensa en el estado

eterno. La última parte del versículo 30 (y en el siglo venidero la vida eterna) no significa

que la vida eterna se consiga abandonándolo todo; más bien se refiere a la capacidad

aumentada de gozar de las glorias del cielo, además de un aumento en las recompensas en

el reino celestial. Significa «la plena consecución de la vida que había sido recibida en el

momento de la conversión, esto es, la vida en su plenitud».

K. Jesús vuelve a predecir Su muerte y resurrección (18:31–34)

18:31–33 Por tercera vez, el Señor tomó a los doce y les advirtió de forma detallada lo

que le esperaba (véase 9:22, 44). Predijo Su pasión como cumplimiento de las profecías

del AT. Con presciencia divina, profetizó serenamente que Él sería entregado a los

gentiles. «Era más probable que Él fuese asesinado en privado, o apedreado hasta la muerte

entre un tumulto.» Pero los profetas habían predicho Su entrega a traición, que sería

escarnecido, afrentado, escupido, y así había de ser. Sería azotado y muerto, pero al

tercer día resucitaría.

Los restantes capítulos desarrollan el drama que Él tan maravillosamente conocía por

anticipado, y predijo:

Subimos a Jerusalén (18:35–19:45).

El Hijo del Hombre será entregado a los gentiles (19:47–23:1).

Será escarnecido, afrentado, y escupido (23:1–32).

Le matarán (23:33–56).

Al tercer día resucitará (24:1–12).

18:34 Lo chocante es que los discípulos nada comprendieron de estas cosas. Sus

palabras les quedaban ocultas de modo que no comprendían su significado. Nos parece

difícil comprender que fuesen tan obtusos acerca de esta cuestión, pero la razón es

probablemente como sigue: Sus mentes estaban tan llenas de pensamientos de un libertador

temporal que iba a rescatarlos del yugo de Roma y a establecer el reino de forma inmediata,

que rehusaron contemplar ningún otro programa. A menudo creemos lo que queremos

creer, y resistimos a la verdad si no concuerda con nuestras ideas preconcebidas.

L. La curación de un mendigo ciego (18:35–43)

18:35–37 El Señor Jesús había ahora abandonado Perea al cruzar el Jordán. Lucas dice

que el incidente que sigue sucedió habiendo entrado Jesús en Jericó. Mateo y Marcos

dicen que sucedió cuando salía de Jericó (Mt. 20:29; Mr. 10:46). También Mateo dice que

había dos ciegos; Marcos y Lucas hablan de uno. Es posible que Lucas se refiera a la

ciudad nueva y que Mateo y Marcos hablen de la ciudad vieja. También es posible que

hubiese más de un milagro de ciegos recibiendo la vista en aquel lugar. Sea cual sea la

verdadera explicación, estamos confiados en que si nuestro conocimiento fuese mayor, las

aparentes contradicciones desaparecerían.

18:38 El mendigo ciego reconoció de alguna manera a Jesús como el Mesías, porque se

dirigió a Él como el Hijo de David. Le pidió al Señor que tuviese misericordia de él, es

decir, que le restaurase la visión.

18:39 A pesar de los intentos de algunos de silenciar al ciego, éste clamaba mucho

más al Señor Jesús. La gente no estaba interesada en aquel mendigo; pero Jesús sí.

18:40–41 Jesús entonces se detuvo. Darby comenta penetrantemente: «Josué ordenó

una vez al sol que se detuviese en el cielo, pero aquí el Señor del sol y de la luna y de los

cielos todos se detiene por petición de un ciego mendigo». A la orden de Jesús, el mendigo

fue traído a su presencia. Jesús le preguntó qué quería. Sin dudas ni generalizaciones, el

mendigo contestó que quería recobrar la vista. Su oración fue breve, específica y llena de

fe.

18:42–43 Jesús le concedió entonces su petición al ciego, que al instante recobró la

vista. No sólo esto, sino que emprendió seguir en pos del Señor, glorificando a Dios.

Podemos aprender de este incidente que deberíamos osar creer a Dios para lo imposible. La

fe grande le honra.

Como ha escrito el poeta:

A un Rey tú ahora acudes;

Trae pues grandes peticiones;

Pues Su gracia y poder tales son

Que nadie jamás puede demasiado pedir.

John Newton

M. La conversión de Zaqueo (19:1–10)

La conversión de Zaqueo ilustra la verdad de Lucas 18:27. «Lo que es imposible para

los hombres, es posible para Dios.» Zaqueo era un hombre rico, y ordinariamente es

imposible que un rico entre en el reino de Dios. Pero Zaqueo se humilló ante el Salvador, y

no dejó que su riqueza se interpusiera entre su alma y Dios.

19:1–5 Fue cuando el Señor iba pasando por Jericó en su tercero y último viaje a

Jerusalén que Zaqueo… procuraba ver quién era Jesús; indudablemente se trataba de la

búsqueda de la curiosidad. Aunque era un jefe de los cobradores de impuestos, no se

avergonzó de hacer algo fuera de lo convencional para ver al Salvador. Debido a que era

pequeño de estatura, se dio cuenta de que le impedirían ver bien a Jesús. Y corriendo

delante, subió a un sicómoro a lo largo del camino que el Señor tenía que pasar. Este acto

de fe no quedó inadvertido. Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba, vio

a Zaqueo. Entonces le ordenó que descendiese aprisa, y se invitó a posar en la casa del

cobrador de impuestos. Éste es el único caso registrado en el que el Salvador se invitase él

mismo a una casa.

19:6 Zaqueo hizo lo que se le había mandado, y recibió gozoso al Señor. Casi con toda

certeza podemos fijar su conversión en este punto.

19:7 Todos los críticos del Salvador murmuraban contra Él porque había ido a

hospedarse con un hombre pecador. ¡Pasaban por alto que habiendo venido a un mundo

como el nuestro, quedaba limitado exclusivamente a hogares así!

19:8 La salvación había introducido un cambio radical en la vida del recaudador de

impuestos. Manifestó al Señor que ahora iba a dar a los pobres la mitad de sus bienes.

(Hasta este momento había estado quitando a los pobres todo lo que había podido.)

También planeaba restituir por cuadruplicado todo dinero que hubiese ganado de manera

fraudulenta. Esto era más que lo que demandaba la ley (Éx. 22:4, 7; Lv. 6:5; Nm. 5:7). Esto

muestra que ahora Zaqueo estaba movido por el amor, mientras antes estaba dominado por

la codicia.

Hay pocas dudas de que Zaqueo había conseguido bienes de forma fraudulenta. Wuest

traduce el versículo 8: «Y por cuanto he defraudado…» No hay aquí una cláusula «si»

condicional.

Casi suena como si Zaqueo estuviese jactándose de su filantropía y confiando en esto

para su salvación. Pero no se trata de esto en absoluto. Estaba diciendo que su nueva vida

en Cristo le llevaba a desear hacer restitución por el pasado, y que en gratitud a Dios por su

salvación, ahora quería usar su dinero para la gloria de Dios y bendición de sus semejantes.

El versículo 8 es uno de los más enérgicos de la Biblia acerca de la restitución. La

salvación no exime a nadie de rectificar los males del pasado. Las deudas contraídas

durante el tiempo anterior a la conversión no quedan canceladas por el nuevo nacimiento. Y

si se robó dinero antes de la salvación, entonces el verdadero sentido de la gracia de Dios

demanda que este dinero sea restituido después que esta persona haya llegado a ser hijo de

Dios.

19:9 Jesús anunció de manera llana que la salvación había venido a la casa de Zaqueo,

porque era hijo de Abraham. La salvación no llegó a Zaqueo porque él fuese judío de

nacimiento. Aquí la expresión «hijo de Abraham» indica más que el linaje natural; significa

que Zaqueo ejerció la misma clase de fe en el Señor que Abraham. Asimismo, la salvación

no llegó a la casa de Zaqueo por su caridad y restitución (v. 8). Estas cosas son el efecto de

la salvación, no su causa.

19:10 Como respuesta a los que le criticaban por alojarse en casa de un pecador, Jesús

dijo: El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.

N. La Parábola de las Diez Minas (19:11–27)

19:11 Al irse aproximando el Salvador a Jerusalén después de haber partido de Jericó,

muchos de Sus seguidores pensaban que el reino de Dios iba a manifestarse

inmediatamente. En la parábola de las diez minas enfrió estas esperanzas. Mostró que iba

a haber un intervalo entre Su Primera y Segunda Venida, durante el cual Sus discípulos

habían de estar activos en Sus asuntos.

19:12–13 La parábola del hombre noble tenía un verdadero paralelo en la historia de

Arquelao. Había sido escogido por Herodes como su sucesor pero había sido rechazado por

el pueblo. Fue a Roma para que le confirmasen el nombramiento, después volvió,

recompensó a sus siervos y destruyó a sus enemigos.

En esta parábola, el mismo Señor Jesús es el hombre noble que se fue al cielo para

esperar al tiempo en que iba a volver y establecer Su reino sobre la tierra. Los diez siervos

tipifican a Sus discípulos. A cada uno de ellos le dio una mina y les ordenó que negociasen

con la mina hasta que Él volviese. Aunque hay diferencias en los talentos y capacidades de

los siervos del Señor (véase la parábola de los talentos, Mt. 25:14–30), hay algunas cosas

que tienen en común, como el privilegio de compartir el evangelio y de representar a Cristo

en el mundo, y el privilegio de la oración. Es indudable que las minas se refieren a estas

cosas en común.

19:14 Los conciudadanos representaban a la nación judía. No sólo lo rechazaron, sino

que tras Su partida enviaron tras él una embajada, diciendo: No queremos que éste

reine sobre nosotros. La embajada podría tener su cumplimiento en el tratamiento

aplicado a los siervos de Cristo, como Esteban y otros mártires.

19:15 Aquí se ve al Señor, en tipo, volviendo para establecer Su reino. Luego él pasará

cuentas con aquellos a los cuales había confiado el dinero.

Los creyentes en esta presente edad deberán dar cuentas acerca de su servicio ante el

Tribunal de Cristo. Esto tiene lugar en el cielo, después del Arrebatamiento.

El remanente judío fiel que será testigo de Cristo durante el Periodo de la Tribulación

dará cuentas en la Segunda Venida de Cristo. Éste es el juicio que parece estar

primordialmente a la vista en este pasaje.

19:16 El primero de los siervos había ganado diez minas con la que le había sido

confiada. Era consciente de que el dinero no era suyo (tu mina) y la empleó tan bien como

pudo para provecho de su señor.

19:17 El amo lo encomió como fiel en lo poco —recordatorio de que tras haber hecho

lo mejor de nuestra parte, somos sólo siervos inútiles—. Su recompensa sería tener

autoridad sobre diez ciudades. Las recompensas por el servicio fiel están aparentemente

ligadas al gobierno en el reino de Cristo. La magnitud en la que un discípulo gobernará va

determinada por la medida de su devoción y entrega propia.

19:18–19 El segundo siervo había ganado cinco minas con su mina original. Su

recompensa sería la de estar sobre cinco ciudades.

19:20–21 El tercero vino sin nada más que excusas. Devolvió la mina cuidadosamente

guardada en un pañuelo. No había ganado nada con ella. ¿Por qué no? Como

contestación le dio la culpa al hombre noble. Dijo que el noble era hombre exigente que

espera beneficios sin inversión. Pero sus propias palabras lo condenaban. Si pensaba que el

noble era así, al menos tendría que haber puesto la mina en un banco para ganar algún

interés.

19:22 Al citar las palabras del noble, Jesús no estaba admitiendo que fuesen verdaderas.

Era sencillamente el corazón pecaminoso del siervo el que para excusar su propia pereza

acusaba al amo. Pero si realmente creía esto, debía haber actuado en consecuencia.

19:23 El versículo 23 parece sugerir que deberíamos dirigir todo lo que tenemos para la

obra del Señor o bien pasarlo a alguien que lo pueda emplear para Él.

19:24–26 El veredicto del hombre noble sobre el tercer siervo fue que le quitasen la

mina, y la diesen al que tenía diez minas. Si no usamos nuestras oportunidades para el

Señor, nos serán quitadas. Por otra parte, si somos fieles en lo muy poco, Dios se cuidará de

que nunca carezcamos de medios para servirle aún más. Puede que a más de uno le parezca

injusto que aquella mina le fuese dada al que ya tenía diez, pero es un principio

permanente en la vida espiritual que aquellos que le aman y sirven apasionadamente

reciben áreas de oportunidad que se van ampliando más y más. Y dejar de aprovechar las

oportunidades da como resultado una pérdida de todo.

El tercer siervo sufrió la pérdida de recompensa, pero no se especifica otro castigo.

Aparentemente, aquí no hay cuestión acerca de su salvación.

19:27 Los ciudadanos que no querían al hombre noble como rey sobre ellos son

denunciados como enemigos y son condenados a muerte. Ésta era una triste predicción de

la suerte de la nación que había rechazado al Mesías.

X. EL HIJO DEL HOMBRE EN JERUSALÉN (Caps. 19:28–

21:38)

A. La Entrada Triunfal (19:28–40) 19:28–34 Era ahora el domingo antes de Su crucifixión. Jesús había llegado cerca de la

ladera oriental del Monte de los Olivos, dirigiéndose a Jerusalén. Y… llegando cerca de

Betfagé y de Betania … envió dos de sus discípulos a una aldea para que consiguiesen

un pollino para Su entrada en Jerusalén. Les precisó de manera exacta dónde encontrarían

el animal y qué dirían sus dueños. Después que los discípulos hubieron explicado su

misión, los dueños parecieron bien dispuestos a dejar el pollino para que Jesús lo emplease.

Quizá habían recibido alguna bendición antes por el ministerio del Señor y se habían

ofrecido para ayudarle siempre que lo necesitase.

19:35–38 Los discípulos hicieron una silla para el Señor con sus mantos. Otros

tendían sus mantos por el camino delante de Él al ir subiendo por la base occidental del

Monte de los Olivos hacia Jerusalén. Luego, todos a una, los seguidores de Jesús

prorrumpieron en alegres alabanzas a Dios a grandes voces por todas las maravillas que

le habían visto hacer. Lo aclamaban como el Rey de parte de Dios, y entonaban que el

efecto de Su venida era paz en el cielo, y gloria en las alturas. Es significativo que

clamasen Paz en el cielo en lugar de «paz en la tierra». No podría haber paz en la tierra,

porque el Príncipe de la Paz había sido rechazado e iba a ser pronto muerto. Pero habría

paz en el cielo como resultado de la inminente muerte de Cristo en la cruz del Calvario y

de Su ascensión al cielo.

19:39–40 Los fariseos se indignaron de que Jesús fuese aclamado y honrado

públicamente de esta forma. Le sugirieron que debía reprender a Sus discípulos. Pero Jesús

respondió que esta aclamación no era posible evitarla. Si los discípulos no le aclamaban,

las piedras aclamarían. Con estas palabras reprendió a los fariseos por ser más duros e

insensibles que las piedras inanimadas.

B. El Hijo del Hombre llora sobre Jerusalén (19:41–44)

19:41–42 Cuando Jesús llegó cerca de Jerusalén, pronunció un lamento sobre la

ciudad que había perdido su dorada oportunidad. Si tan sólo el pueblo le hubiese recibido

como el Mesías, esto habría significado la paz para ellos. Pero no reconocieron que Él era

la fuente de la paz. Ahora era demasiado tarde. Ellos ya habían decidido qué iban a hacer

con el Hijo de Dios. Debido a que le habían rechazado, sus ojos habían quedado cegados.

Por cuanto no querían verle, ya no podrían verle más en adelante.

Detengámonos aquí, y reflexionemos acerca de la maravilla de las lágrimas del

Salvador. Como ha dicho W. H. Griffith Thomas, «Sentémonos a los pies de Cristo hasta

que aprendamos el secreto de Sus lágrimas, y al contemplar los pecados y dolores de la

ciudad y del campo, lloremos también por ellos».

19:43–44 Jesús dio un solemne anuncio profético del asedio de Jerusalén por Tito —

cómo aquel general romano iba a rodear la ciudad con vallado, atrapando a los habitantes

en el interior, y haciendo una matanza de jóvenes y viejos, y cómo la ciudad sería

derribada a ras de tierra, murallas y edificios, todo. No iba a quedar piedra sobre piedra.

Y todo ello se debía a que Jerusalén no conoció el tiempo de su visitación. El Señor había

visitado la ciudad con Su ofrecimiento de salvación. Pero la gente no le quería. No tenían

lugar para Él en su programa.

C. La segunda purificación del Templo (19:45–46)

Jesús había purificado el templo al comienzo de Su ministerio público (Jn. 2:14–17).

Ahora, al precipitarse el fin de Su ministerio, entró en los sagrados recintos y comenzó a

echar fuera a todos los que estaban haciendo de aquella casa de oración una cueva de

ladrones. El peligro de introducir el comercialismo en las cosas de Dios está siempre

presente. La actual cristiandad está leudada por este mal: Bazares eclesiales y sociales,

campañas económicas dirigidas, predicación por beneficio; y todo ello en nombre de Cristo.

Cristo citó las Escrituras (Is. 56:7 y Jer. 7:11) para apoyar Su acción. Toda reforma de

abusos en la iglesia se ha de fundamentar en la Palabra de Dios.

D. Enseñando a diario en el Templo (19:47–48)

Jesús estaba enseñando a diario en el área del templo —no en su interior, sino en los

atrios donde podía estar el común de la gente—. Los guías religiosos anhelaban una excusa

para matarle, pero todo el pueblo estaba todavía cautivado por el Nazareno obrador de

milagros. Todavía no había llegado Su tiempo. Sin embargo pronto iba a llegar la hora, y

entonces los principales sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo actuarían y

cumplirían sus deseos.

Estamos ya en lunes. El día siguiente, martes, el último día de Su enseñanza pública, se

describe en 20:1–22:6.

E. La autoridad del Hijo del Hombre, cuestionada (20:1–8)

20:1–2 ¡Qué imagen! El Maestro y Señor proclamando infatigable las buenas nuevas en

el recinto del templo, mientras los guías de Israel desafiaban con insolencia Su derecho a

enseñar. Para ellos Jesús era un rudo carpintero de Nazaret. Tenía poca educación formal, y

ningún grado académico, y carecía de acreditación de un cuerpo eclesiástico. ¿Cuáles eran

sus credenciales? ¿Quién le había dado esta autoridad para enseñar y predicar a otros y

para purificar el templo? ¡Querían saberlo!

20:3–8 Jesús les respondió haciéndoles una pregunta; si ellos le respondían

correctamente, respondería a su propia pregunta. El bautismo de Juan, ¿era con

aprobación divina, o meramente de autoridad humana? Se vieron atrapados. Si reconocían

que la predicación de Juan tenía la unción de Dios, entonces, ¿por qué no obedecieron Su

mensaje arrepintiéndose y recibiendo al Mesías que él había proclamado? Pero si decían

que Juan era meramente otro predicador profesional, esto suscitaría la ira de las masas, que

seguían reconociendo a Juan como profeta de Dios. Y respondieron que no sabían de

dónde Juan había recibido su autoridad. Jesús les dijo: «Bueno, en este caso tampoco yo os

diré con qué autoridad enseño». Si ellos no podían decirlo acerca de Juan, ¿por qué

cuestionaban la autoridad de uno que era mayor que Juan? Este pasaje muestra que el gran

condicionante esencial para enseñar la palabra de Dios es estar lleno del Espíritu Santo. El

que tenga esta dotación puede triunfar sobre aquellos cuyo poder está envuelto en grados

académicos, títulos humanos y honores.

«¿Dónde conseguiste tu diploma? ¿Quién te ordenó?» Estas antiguas preguntas,

posiblemente nacidas de los celos, siguen haciéndose hoy en día. El predicador del

evangelio eficaz que no ha entrado en los atrios académicos teológicos de alguna

distinguida universidad o similar es cuestionado tocante a los puntos de su idoneidad y de

la validez de su ordenación.

F. La Parábola de los Viñadores Malvados (20:9–18)

20:9–12 El insistente anhelo del corazón de Dios sobre la nación de Israel es narrado

otra vez en esta parábola de la viña. Dios es el hombre que arrendó la viña (Israel) a los

labradores (los guías de la nación, véase Is. 5:1–7). Luego envió siervos a los labradores,

para que le diesen del fruto de su viña. Estos siervos eran los profetas de Dios, como

Isaías y Juan el Bautista, que querían llamar a Israel al arrepentimiento y a la fe. Pero los

gobernantes de Israel invariablemente persiguieron a los profetas.

20:13 Finalmente, Dios envió a Su hijo amado, con el pensamiento expreso de que le

tendrían respeto (aunque, naturalmente, Dios sabía que Cristo sería rechazado).

Observemos que Cristo se distingue de todos los otros. Ellos eran siervos: Él es el Hijo.

20:14 Fieles a su historia pasada, los labradores decidieron librarse del heredero.

Querían derechos exclusivos como guías y maestros del pueblo —para que la heredad sea

nuestra—. Ellos no querían ceder su posesión religiosa a Jesús. Si le mataban, el poder de

que ellos disfrutaban en Israel no se vería desafiado —o esto pensaban ellos.

20:15–17 Y le echaron fuera de la viña, y le mataron. En este punto, Jesús preguntó a

Sus oyentes judíos qué iba a hacer el señor de la viña con aquellos malvados labradores.

En Mateo, los principales sacerdotes y ancianos se condenaron a sí mismos contestando que

los mataría (Mt. 21:41). Aquí, el mismo Señor da la respuesta: Vendrá y destruirá a estos

labradores, y dará su viña a otros. Esto significa que los judíos que rechazaban a Cristo

serían destruidos, y que Dios daría a otros el puesto de privilegio. Los «otros» puede que se

refiera a los gentiles o al Israel regenerado de los últimos días. Los judíos se sintieron

horrorizados por esta sugerencia: ¡Que no suceda tal cosa! El Señor les confirmó esta

predicción citando el Salmo 118:22. Los edificadores judíos desecharon a Cristo, la

Piedra. Ellos no tenían puesto en sus planes para Él. Pero Dios había decidido que Él

tendría el puesto preeminente, haciendo de Él la piedra angular, la piedra indispensable y

en el puesto de mayor honor.

20:18 Las dos venidas de Cristo quedan indicadas en el versículo 18 Su Primera Venida

es descrita como una piedra en el suelo; los hombres tropezaron en Él en Su humillación

con que había velado Su gloria, y quedaron quebrantados a trozos por haberle rechazado.

En la segunda parte del versículo se ve a la piedra cayendo del cielo y quebrantando a los

incrédulos, desmenuzándolos.

G. Dando a César y a Dios (20:19–26)

20:19–20 Los principales sacerdotes y los escribas se dieron cuenta de que Jesús

había estado hablando contra ellos, por lo que decidieron más aún echarle mano.

Enviaron entonces espías para inducirle a decir algo por lo cual pudiese ser arrestado y

juzgado por el gobernador romano. Estos espías primero le encomiaron como uno que era

fiel a Dios a toda costa y sin temer a los hombres —esperando que hablaría contra César.

20:21–22 Le preguntaron si estaba bien para los judíos dar tributo a César. Si Jesús

decía que no, entonces lo acusarían de traición y lo entregarían a los romanos para que

fuese juzgado. Si decía que sí, se enajenaría a los herodianos (y también a la gran masa de

los judíos).

20:23–24 Jesús se dio cuenta de la trama que habían planeado en contra de Él. Les

pidió entonces que le mostrasen un denario; quizá no tenía uno Él mismo. El hecho de que

ellos poseyesen y empleasen estas monedas mostraba la esclavitud de ellos a un poder

gentil. ¿De quién tiene la imagen y la inscripción?, preguntó Jesús. Ellos admitieron que

era de César.

20:25–26 Entonces Jesús los silenció con este mandamiento: Pues dad a César lo que

es de César, y a Dios lo que es de Dios. Estaban aparentemente muy preocupados por los

intereses de César pero no estaban ni de cerca tan entregados a los intereses de Dios. «El

dinero pertenece a César y vosotros pertenecéis a Dios. Que el mundo tenga sus monedas,

pero que Dios tenga a Sus criaturas.» Es muy fácil entretenerse en cuestiones secundarias

mientras que se descuidan las cosas principales de la vida. Y es muy fácil pagar nuestras

deudas a nuestros semejantes mientras que robamos a Dios lo que le debemos.

H. Los saduceos y su enigma acerca de la resurrección (20:27–44)

20:27 Habiendo fracasado el intento de atrapar a Jesús en una cuestión política, algunos

de los saduceos se acercaron entonces con una sofistería teológica. Ellos negaban la

posibilidad de que los cuerpos de los muertos volviesen jamás a levantarse, y buscaron una

ilustración extrema para ridiculizar la doctrina de la resurrección.

20:28–33 Le recordaron a Jesús que en la Ley de Moisés se suponía que un soltero

tenía que casarse con la viuda de su hermano para dar continuidad al nombre de la familia y

preservar la propiedad de dicha familia (Dt. 25:5). Según la historia que ellos proponían,

una mujer se casó sucesivamente con siete hermanos. Tras morir el séptimo, ella no había

aún tenido hijo alguno. Finalmente, murió también la mujer. En la resurrección, pues —

querían saber ellos—, ¿de cuál de ellos será mujer? Ellos pensaban que eran muy

inteligentes al proponer un problema irresoluble.

20:34 Jesús les respondió que la relación matrimonial era sólo para este siglo, esta

vida; no proseguiría en el cielo. No dijo que maridos y mujeres no se reconocerían en el

cielo, sino que su relación allí tendría una base totalmente diferente.

20:35 La expresión los que sean tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo no

sugiere que nadie sea personalmente digno del cielo: la única dignidad que pueden tener los

pecadores es la dignidad del Señor Jesucristo. «Los que son tenidos por dignos son los que

se juzgan a sí mismos, los que vindican a Cristo, y los que reconocen que toda dignidad

pertenece a Él.» La frase la resurrección de entre los muertos hace referencia a la

resurrección sólo de los creyentes. El término «de entre» es traducción de la preposición

griega ek. No aparece en la Biblia la idea de una resurrección general en la que todos,

salvos y perdidos, resuciten a la vez.

20:36 En el versículo 36 se añade acerca de la superioridad del estado celestial. Ya no

hay más muerte; a este respecto, los hombres serán como ángeles. Además, serán

manifestados como hijos de Dios. Los creyentes son ya hijos de Dios, pero no de una

manera patente a los sentidos. En el cielo serán visiblemente manifestados como hijos de

Dios. El hecho de tener participación en la Primera Resurrección asegura esto. «Sabemos

que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es» (1

Jn. 3:2). «Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis

manifestados con él en gloria» (Col. 3:4).

20:37–38 Para demostrar la resurrección, Jesús se refirió a Éxodo 3:6, donde Moisés

cita al Señor llamándose a Sí mismo Dios de Abraham… de Isaac y … de Jacob. Ahora

bien, si los Saduceos se querían parar a reflexionar, se darían cuenta de que: (1) Dios no es

Dios de muertos, sino de vivos. (2) Abraham, Isaac y Jacob estaban ya muertos

entonces. La necesaria conclusión es que Dios tiene que resucitarlos de los muertos. El

Señor no dijo «Yo era el Dios de Abraham…», sino, «Yo soy …» El carácter de Dios,

como Dios de vivos, exige la resurrección.

20:39–44 Algunos de los escribas tuvieron que admitir la fuerza de este argumento.

Pero Jesús no había terminado; una vez más apeló a la Palabra de Dios. En el Salmo 110:1

David llama al Mesías su Señor. Por lo general, los judíos reconocían que el Mesías sería

el Hijo de David. ¿Cómo podía ser a la vez el Señor de David e Hijo de David? El mismo

Señor Jesús era la respuesta a esta pregunta. Él descendía de David como Hijo del Hombre;

pero era el Creador de David. Mas ellos eran demasiado ciegos para darse cuenta de esto.

I. Advertencia contra los escribas (20:45–47)

Jesús advirtió públicamente a la multitud contra los escribas. Llevaban ropas largas,

afectando piedad. Les gustaba que se dirigiesen a ellos con títulos distintivos en las plazas.

Procuraban conseguir las primeras sillas en las sinagogas y en los banquetes. Pero

robaban a las indefensas viudas todos sus ahorros, y cubrían su maldad con largas

oraciones. Esta hipocresía sería castigada tanto más severamente.

J. Las Dos Blancas de la viuda (21:1–4)

Mientras Jesús contemplaba a unos ricos echar sus ofrendas en el arca del tesoro del

templo, se sintió afectado por el contraste entre los ricos y una viuda pobre. Ellos daban

algo, pero ella lo había dado todo. En la estima de Dios, ella dio más que todos ellos

juntos. Ellos daban de lo que les sobra; ella, en cambio, dio de su pobreza. Ellos daban lo

que les costaba poco o nada; ella dio todo el sustento que tenía. «El oro de la riqueza que

se da porque no se necesita, lo echa Dios al abismo sin fondo, pero el cobre teñido de

sangre lo levanta Él y lo besa transformándolo en el oro de la eternidad.»

K. Bosquejo de acontecimientos futuros (21:5–11)

Los versículos 5–33 son un gran discurso profético. Aunque se parece al Discurso del

Olivete en Mateo 24 y 25, no es idéntico al mismo. Una vez más deberíamos recordar que

las diferencias en los Evangelios tienen un profundo significado.

En este discurso, encontramos al Señor refiriéndose alternativamente a la destrucción de

Jerusalén en el 70 d.C. y luego a las condiciones que precederán a Su Segunda Venida. Es

una ilustración de la ley de la doble referencia —Sus predicciones iban a tener pronto un

cumplimiento parcial en el asedio de Tito, pero tendrán un posterior pleno cumplimiento al

final del Periodo de la Tribulación.

El bosquejo del discurso parece ser como sigue:

1. Jesús predijo la destrucción de Jerusalén (vv. 5, 6).

2. Los discípulos preguntaron cuándo iba a suceder esto (v. 7).

3. Jesús dio primero una imagen general de los acontecimientos que iban a preceder a Su

propia Segunda Venida (vv. 8–11).

4. Luego dio en grandes rasgos la caída de Jerusalén y de la era que seguiría (vv. 12–24).

5. Finalmente, les refirió las señales que precederían a Su Segunda Venida, y apremió a

Sus seguidores que viviesen esperando Su regreso (vv. 25–26).

21:5–6 Mientras algunos de la gente admiraban la magnificencia del templo de

Herodes, Jesús les advirtió que no se concentrasen en los objetos materiales que pronto

pasarían. Llegarían los días en que el templo quedaría totalmente arrasado.

21:7 Los discípulos sintieron inmediatamente curiosidad por saber cuándo iba a

suceder aquello, y qué señal indicaría su inminencia. Su pregunta se refería

indudablemente a la destrucción de Jerusalén.

21:8–11 La respuesta del Salvador parecía al principio llevarlos hacia adelante al fin de

la era, cuando el templo sería destruido de nuevo antes del establecimiento del reino.

Habría falsos mesías y falsos rumores, guerras y sublevaciones. No sólo habría conflictos

entre las naciones, sino también grandes cataclismos de la naturaleza —terremotos,…

hambres y pestilencias, terrores y grandes señales en el cielo.

L. El periodo antes del fin (21:12–19)

21:12–15 En la sección precedente, Jesús había descrito acontecimientos

inmediatamente anteriores al fin de la era. El versículo 12 es introducido con la siguiente

expresión: Pero antes de todas estas cosas… De modo que creemos que los versículos

12–24 describen el periodo entre la época del discurso y la futura Tribulación. Sus

discípulos serían arrestados, perseguidos, juzgados ante poderes religiosos y civiles, y

encarcelados. Podría parecerles un fracaso y una tragedia a ellos, pero en realidad el Señor

predominaría para hacer de todo aquello un testimonio para Su gloria. Ellos no debían

preparar su defensa por adelantado. En la hora crítica, Dios les daría una especial sabiduría

para decir cosas que dejarían totalmente confusos a los que se les opusiesen.

21:16–18 Habría perfidia en las familias; los parientes inconversos entregarían a los

cristianos, y algunos serían incluso muertos debido a su testimonio de Cristo. Hay una

aparente contradicción entre el versículo 16, matarán a algunos de vosotros, y el

versículo 18, Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá. Esto sólo puede significar

que aunque alguno de ellos muriesen como mártires por Cristo, su preservación espiritual

sería completa. Morirían, pero no perecerían.

21:19 El versículo 19 indica que los que resistan pacientemente por Cristo en lugar de

renunciar a Él demostrarán así la realidad de su fe. Los que sean genuinamente salvos se

mantendrán fieles y leales a toda costa. La RSV lee: «Por vuestra persistencia ganaréis

vuestras vidas».

M. La sentencia sobre Jerusalén (21:20–24)

Ahora el Señor toma con claridad el tema de la destrucción de Jerusalén en el 70 d.C.

Este acontecimiento quedaría señalado por el hecho de que la ciudad sería rodeada por los

ejércitos de Roma.

El cristiano de aquellos primeros tiempos —el año 70 d.C— tenía una señal específica

para introducir la destrucción de Jerusalén y el arrasamiento del hermoso templo de

mármol: «Cuando veáis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed que su desolación ha

llegado». Ésta debía ser una señal positiva de la destrucción de Jerusalén, y ante la señal

debían huir. La incredulidad podría argüir que con un ejército rodeando las murallas de la

ciudad, la huida sería imposible; pero la Palabra de Dios nunca falla. El general romano

retiró sus tropas por un breve periodo de tiempo, dando así oportunidad a los judíos

creyentes para escapar. Y lo hicieron; se fueron a un lugar llamado Pella, donde fueron

preservados.

Cualquier intento penetrar nuevamente en la ciudad sería fatal para ellos. La ciudad

estaba para ser castigada por haber rechazado al Hijo de Dios. Las mujeres encinta y las

que estuviesen criando se encontrarían en franca desventaja; se verían dificultadas de

escapar del juicio de Dios sobre la tierra de Israel y sobre el pueblo judío. Muchos serían

los muertos, y los sobrevivientes serían llevados cautivos a otras tierras.

La última parte del versículo 24 es una notable profecía de que la antigua ciudad de

Jerusalén quedaría sujetada al gobierno gentil desde aquel entonces hasta que los tiempos

de los gentiles se cumplan. No significa que los judíos no pudiesen controlarla por algún

breve periodo; el pensamiento es que estaría constantemente sometida a invasión e

interferencia por parte de los gentiles hasta que se cumplan los tiempos de los gentiles.

El NT distingue entre las riquezas de los gentiles, la plenitud de los gentiles y los

tiempos de los gentiles.

1. Las riquezas de los gentiles (Ro. 11:12) se refiere al puesto de privilegio de que gozan

los gentiles en el tiempo presente mientras Israel está temporalmente puesto de lado por

Dios.

2. La plenitud de los gentiles (Ro. 11:25) es la época del Arrebatamiento, cuando la

novia gentil de Cristo será completada y tomada de la tierra y cuando Dios reanudará Sus

tratos con Israel.

3. Los tiempos de los gentiles (Lc. 21:24) comenzaron en realidad con el cautiverio

babilónico, 521 a.C., y se extenderán hasta el momento en el que las naciones gentiles

dejen de ejercer el control sobre la ciudad de Jerusalén.

A lo largo de los siglos desde la época de las palabras del Salvador, Jerusalén ha sido

mayormente controlada por las potencias gentiles. El Emperador Julián el Apóstata (331–

363 d.C.) trató de desacreditar el cristianismo intentando refutar esta profecía del Señor.

Por esta causa alentó a los judíos a reconstruir el templo. Ellos se dedicaron de buena gana

a la tarea, incluso empleando palas de plata en su despilfarro. Pero mientras trabajaban, se

vieron interrumpidos por un terremoto y por bolas de fuego que surgían del subsuelo.

Tuvieron que abandonar el proyecto.

N. La Segunda Venida (21:25–28)

Estos versículos describen las convulsiones de la naturaleza y los cataclismos en la

tierra que precederán a la Segunda Venida de Cristo. Habrá perturbaciones implicando el

sol, la luna y las estrellas, perturbaciones que serán claramente visibles desde la tierra. Los

cuerpos celestes se moverán de sus órbitas. Esto podría hacer que el eje de la tierra se

inclinase. Habrá grandes olas de agua que barrerán regiones de los continentes. El pánico se

apoderará de la humanidad a causa de cuerpos celestes en un curso de casi colisión con la

tierra. Pero hay esperanza para los piadosos:

Entonces verán al Hijo del Hombre, que vendrá en una nube con poder y gran

gloria. Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza,

porque vuestra redención está cerca.

O. La higuera y todos los árboles (21:29–33)

21:29–31 Otra señal que indicará la inminencia de Su regreso será que brotarán la

higuera y todos los árboles. Aquí, la higuera es un buen símbolo de la nación de Israel; en

los últimos días comenzará a dar evidencia de una nueva vida. Desde luego, no carece de

significación que después de siglos de dispersión y oscuridad, la nación de Israel fue

restablecida en 1948, y es ahora reconocida como miembro de la familia de las naciones.

El hecho de que los otros árboles también brotan puede significar el enorme

crecimiento del nacionalismo y el surgimiento de muchos nuevos gobiernos en nuevos

países del mundo en desarrollo. Estas señales significarían que el glorioso reino de Cristo

sería pronto establecido.

21:32 Jesús dijo que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca. Pero,

¿qué significa para él «esta generación»?

1. Algunos creen que se refería a la generación viviendo en la época en la que pronunció

estas palabras, y que todo se cumplió en la destrucción de Jerusalén. Pero esto no puede ser,

porque Cristo no volvió en una nube con poder y gran gloria.

2. Otros creen que «esta generación» se refiere a las personas viviendo cuando estas

cosas comiencen a suceder, y que los que vivan para ver el comienzo de las señales vivirían

para ver el regreso de Cristo. Todos los acontecimientos predichos sucederían dentro de una

generación. Ésta es una posible explicación.

3. Otra posibilidad es que «esta generación» se refiera al pueblo judío en su actitud de

hostilidad contra Cristo. El Señor estaba diciendo que la raza judía sobreviviría, esparcida

pero indestructible, y que esta actitud para con Él no cambiaría a través de los siglos. Quizá

los dos puntos 2 y 3 sean ciertos.

21:33 Los cielos atmosférico y estelar pasarán. También pasará la tierra en su forma

presente. Pero estas predicciones del Señor Jesús no dejarán nunca de ser cumplidas.

P. Advertencia a Velar y a Orar (21:34–38)

21:34–35 Mientras tanto, Sus discípulos deberían guardarse de quedar tan

ensimismados en comer, beber y en las preocupaciones mundanas, que Su venida tuviese

lugar de repente. Así es como vendrá sobre todos los que piensan en la tierra como su

morada permanente.

21:36 Los verdaderos discípulos deberían velar y orar en todo tiempo, separándose de

esta forma del mundo impío que está condenado a experimentar la ira de Dios, e

identificándose con los que van a estar en pie aceptados delante del Hijo del Hombre.

21:37–38 Cada día el Señor enseñaba en el área del templo, pero salía a pasar las

noches en el Monte de los Olivos, sin hogar en el mundo que Él había hecho. Y todo el

pueblo venía a él de madrugada, anhelantes de oírle en el templo.

XI. LA PASIÓN DEL HIJO DEL HOMBRE (Caps. 22, 23)

A. El complot para matar a Jesús (22:1–2)

22:1 La fiesta de los panes sin levadura designa aquí el periodo que comienza con la

pascua y que se extiende durante siete días más, durante los que no se comía ningún pan

leudado. La pascua se celebraba el día catorce del mes de Nisán, el primer mes del año

judío. Los siete días desde el decimoquinto del mes hasta el vigésimo primero se conocían

como la fiesta de los panes sin levadura, pero en el versículo 1, este nombre incluye toda

la fiesta. Si Lucas hubiese estado escribiendo para judíos, no habría tenido necesidad de

mencionar la conexión entre la fiesta de los panes sin levadura y la pascua.

22:2 Los principales sacerdotes y los escribas estaban intrigando sin cesar cómo

podrían acabar con el Señor Jesús, pero se daban cuenta de que habían de hacerlo sin

causar tumulto, porque temían al pueblo, y sabían que muchos seguían estimando en

mucho a Jesús.

B. La perfidia de Judas (22:3–6)

22:3 Entró Satanás en Judas, por sobrenombre Iscariote, uno de los doce

discípulos. En Juan 13:27, se dice que esta acción tuvo lugar después que Jesús le diese el

bocado de pan durante la comida de la Pascua. Concluimos bien que esto tuvo lugar en

etapas sucesivas, o que Lucas está enfatizando el hecho más que el momento exacto en que

tuvo lugar.

22:4–6 En cualquier caso, Judas hizo un arreglo con los principales sacerdotes, y con

los jefes de la guardia, esto es, los oficiales de la guardia del templo. Había trazado un

cuidadoso plan mediante el que podría entregárselo sin causar un levantamiento popular.

Este plan resultó enteramente aceptable, y convinieron en darle dinero —treinta piezas de

plata, como sabemos por otros pasajes. De modo que Judas salió para preparar los detalles

de su pérfido plan.

C. Preparativos para la Pascua (22:7–13)

22:7 Hay problemas concretos en relación con los varios periodos de tiempo

mencionados en estos versículos. El día de los panes sin levadura sería normalmente

considerado como el trece de Nisán, cuando se había de eliminar toda la levadura de los

hogares judíos. Pero aquí dice que era el día en el que se debía sacrificar el cordero de la

pascua, y esto lo haría el catorce de Nisán. Leon Morris, junto con otros académicos,

sugiere que se empleaban dos calendarios para la pascua, uno oficial y otro seguido por

Jesús y otros. Creemos que los acontecimientos del último jueves comienzan aquí y

prosiguen hasta el versículo 53.

22:8–10 El Señor envió a Pedro y a Juan a Jerusalén para que hiciesen los

preparativos para celebrar la comida de la pascua. En las instrucciones que les dio hizo

patente Su perfecto conocimiento de todas las cosas. Cuando llegasen a la ciudad les

saldría al encuentro un hombre con un cántaro de agua. Esto era algo insólito en una

ciudad oriental. Por lo general eran las mujeres las que llevaban los cántaros de agua. Este

hombre es aquí una buena imagen del Espíritu Santo, que conduce buscando almas al lugar

de la comunión con el Señor.

22:11–13 El Señor no sólo sabía anticipadamente la situación y camino de este hombre,

sino que conocía también que cierto padre de familia estaría dispuesto a poner su gran

aposento alto amueblado a disposición Suya y de Sus discípulos. Quizá este hombre

conocía al Señor y había puesto ya su persona y bienes a disposición de Él. Hay diferencia

entre el aposento para albergue de huéspedes del versículo 11 que pidieron los discípulos y

el gran aposento alto ya dispuesto (amueblado). El generoso anfitrión les proveyó de una

mejor estancia que la que esperaban los discípulos. Cuando Jesús nació en Belén, no hubo

lugar para Él en el mesón (Gr.: kataluma). Aquí Él dijo a los discípulos que pidiesen un

aposento (Gr.: kataluma, esto es, un albergue para huéspedes), pero recibieron algo mejor:

un gran aposento alto amueblado.

Todo sucedió como Él lo había predicho, y los discípulos prepararon la pascua.

D. La última Pascua (22:14–18)

22:14 Durante siglos, los judíos habían celebrado la fiesta de la pascua, que

conmemoraba su gloriosa liberación de Egipto y de la muerte por medio de la sangre del

cordero sin tacha. ¡Cuán vívidamente debió esto haberse presentado a la mente del Salvador

cuando se sentó a la mesa con Sus apóstoles para celebrar la fiesta por última vez! Él era

el verdadero Cordero Pascual, cuya sangre iba a ser pronto derramada para la salvación de

todos los que confiasen en Él.

22:15–16 Esta pascua en particular tenía para él un sentido inenarrable, y había

deseado con anhelo comerla antes de padecer. No iba Él a celebrarla otra vez hasta que

volviese a la tierra y estableciese Su glorioso reino. La construcción ¡cuánto he deseado

…! (Gr.: «Con deseo he deseado») comunica el sentido de un anhelo ardiente, apasionado.

Estas palabras reveladoras invitan a los creyentes de cada edad y lugar a considerar cuán

apasionadamente anhela Jesús la comunión con nosotros a Su mesa.

22:17–18 Cuando hubo tomado la copa de vino que formaba parte del ritual de la

pascua, dio gracias por ella y la pasó a los discípulos, recordándoles otra vez que no

bebería ya más del fruto de la vid, hasta que viniera el reino milenial. La descripción de

la comida de la Pascua termina con el versículo 18.

E. La primera Cena del Señor (22:19–23)

22:19–20 La última pascua fue inmediatamente seguida por la Cena del Señor. El Señor

Jesús instituyó este sagrado memorial para que Sus seguidores a lo largo de los siglos le

recordaran así en Su muerte. Primero de todo les dio pan, símbolo de Su cuerpo que

pronto iba a ser dado por ellos. Luego, la copa hablaba elocuentemente de Su preciosa

sangre que iba a ser derramada en la cruz del Calvario. Se refirió a ella como la copa del

nuevo pacto en Su sangre, que fue derramada por los Suyos. Esto significa que el nuevo

pacto, que había hecho primariamente con la nación de Israel, fue ratificado con Su

sangre. El pleno cumplimiento del Nuevo Pacto tendrá lugar durante el reino de nuestro

Señor Jesucristo en la tierra, pero como creyentes, nosotros entramos en sus beneficios en

el tiempo presente.

No es preciso insistir en que el pan y el vino son tipos o representación de Su cuerpo y

sangre. Su cuerpo no había sido todavía entregado, ni había sido aún derramada Su sangre.

Por ello, es absurdo sugerir que los símbolos fuesen cambiados milagrosamente a las

realidades. Al pueblo judío le estaba prohibido comer sangre, y los discípulos sabían por

tanto que Él no se estaba refiriendo a sangre literal, sino a aquello que tipificaba Su sangre.

22:21 Parece evidente que Judas estuvo realmente presente en la última cena. Sin

embargo, en Juan 13 se ve con igual claridad que el traidor abandonó el lugar después que

Jesús le diese el bocado mojado en la salsa del plato. Por cuanto esto tuvo lugar antes de la

institución de la Cena del Señor, muchos creen que Judas no estaba realmente presente

cuando se pasaron el pan y el vino.

22:22 Los padecimientos y muerte de Jesús eran algo que estaba determinado, pero

Judas le traicionó con el pleno consentimiento de su propia voluntad. Por esta causa dijo

Jesús: ¡Ay de aquel hombre por quien es entregado! Aunque Judas era uno de los doce,

no era un verdadero creyente.

22:23 El versículo 23 revela algo de la sorpresa y desconfianza propia de los discípulos.

No sabían quién de ellos sería culpable de un acto tan vil.

F. La verdadera grandeza está en Servir (22:24–30)

22:24–25 ¡Es una terrible denuncia contra el corazón humano que inmediatamente

después de la Cena del Señor los discípulos discutiesen entre ellos acerca de quién de ellos

era el mayor! El Señor Jesús les recordó que en Su economía, la grandeza era lo totalmente

opuesto a la idea del hombre. Los reyes que reinaban sobre las naciones eran comúnmente

considerados como grandes personas; de hecho, eran llamados bienhechores. Pero se

trataba de un mero título. En realidad eran crueles tiranos. Tenían el nombre de lo bueno,

pero sin rasgos personales para concordar con ellos.

22:27 En la estima de los hombres, era mayor ser invitado a una comida que servirla.

Pero el Señor Jesús vino como siervo de los hombres, y todos los que quisiesen seguirle

deberían imitarle en esto.

22:28–30 Fue una muestra de bondad de parte del Señor encomiar a los discípulos por

haber permanecido con Él en Sus pruebas. Acababan de pelearse entre sí. Muy pronto,

todos lo abandonarían y huirían. Y sin embargo, Él sabía que en sus corazones le amaban, y

que habían soportado oprobio por causa de Su nombre. Su recompensa sería que se

sentarían en tronos juzgando a las doce tribus de Israel cuando Cristo vuelva a sentarse

en el trono de David y reine sobre la tierra. Con tanta certidumbre como el Padre había

prometido este reino a Cristo, así de seguro reinarían con Él sobre el Israel renovado.

G. Jesús predice la negación de Pedro (22:31–34)

Ahora viene el último en una serie de tres tenebrosos capítulos de la historia de la

infidelidad humana. El primero fue la perfidia de Judas. El segundo fue la egoísta ambición

de los discípulos. Ahora tenemos la cobardía de Pedro.

22:31–32 La repetición Simón, Simón, habla del amor y de la ternura en el corazón de

Cristo para con Su vacilante discípulo. Satanás había pedido tener a todos los discípulos

en su poder para sacudirlos como trigo. Y Jesús se dirigió a Pedro como representante de

todos ellos. Pero el Señor había rogado por Simón que su fe no se eclipsara. («Yo he

rogado por ti» son unas palabras de un valor incalculable.) Después de haber vuelto a Él,

él debería fortalecer a sus hermanos. Este volver no se refiere a la salvación, sino a la

restauración de una caída.

22:33–34 Con una autoconfianza fuera de lugar, Pedro expresó su disposición a

acompañar a Jesús a la cárcel y a la muerte. Pero tuvo que oír que antes que hubiese

amanecido plenamente, ¡habría negado tres veces que siquiera conocía al Señor!

En Marcos 14:30, se cita al Señor diciendo que antes de que el gallo cantase dos veces,

Pedro le negaría tres veces. En Mateo 26:34; Lucas 22:34 y Juan 13:38, el Señor dice que

antes que cantase el gallo, Pedro le negaría tres veces. Es desde luego difícil conciliar esta

aparente contradicción. Es posible que hubiese más de un canto de gallo, uno durante la

noche y otro al amanecer. También se debería observar que el registro del Evangelio

registra al menos seis tipos diferentes negaciones de Pedro. Él negó a Cristo ante:

1. Una muchacha (Mt. 26:69, 70; Mr. 14:66–68).

2. Otra muchacha (Mt. 26:71, 72).

3. La muchedumbre que estaba alrededor (Mt. 26:73, 74; Mr. 14:70, 71).

4. Un hombre (Lc. 22:58).

5. Otro hombre (Lc. 22:59, 60).

6. Un siervo del sumo sacerdote (Jn. 18:26, 27). Por sus palabras, este hombre es

probablemente diferente de los otros: «¿No te vi yo en el huerto con él?» (v. 26).

H. Nuevas órdenes de marcha (22:35–38)

22:35 Con anterioridad en Su ministerio, el Señor había enviado a Sus discípulos sin

bolsa, sin alforja, y sin calzado —lo mínimo, lo más esencial, iba a ser suficiente para

ellos—. Y así había resultado. Tuvieron que confesar que nada les había faltado.

22:36 Pero ahora estaba a punto de dejarlos, y ellos iban a entrar en una nueva fase del

servicio. Iban a quedar expuestos a la pobreza, al hambre y al peligro, y les sería necesario

hacer provisión para sus necesidades presentes. Ahora deberían tomar bolsa, alforja o saco

de alimentos, y si carecían de una espada, habrían de vender el manto y comprar una.

¿Qué quería decir cuando les dijo que comprasen una espada? Parece claro que no puede

haber querido decir que tendrían que utilizar la espada como instrumento ofensivo contra

otras personas. Esto habría sido una violación de Su enseñanza en pasajes como:

«Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores

pelearían» (Jn. 18:36).

«Todos los que empuñen espada, a espada perecerán» (Mt. 26:52).

«Amad a vuestros enemigos …» (Mt. 5:44).

«A cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra» (Mt. 5:39;

véase también 2 Co. 10:4).

Entonces, ¿a qué se refería Jesús por «la espada»?

1. Algunos sugieren que se estaba refiriendo a la espada del Espíritu que es la Palabra de

Dios (Ef. 6:17). Esto es posible, pero entonces deberían espiritualizarse la bolsa, la alforja y

el vestido.

2. Williams dice que la espada se refiere a la protección de un gobierno ordenado,

observando que en Romanos 13:4 hace referencia al poder del magistrado.

3. Lange dice que la espada es para defensa contra enemigos humanos, pero no para

ataque. Pero Mateo 5:39 parece eliminar el uso de la espada, incluso para propósitos

defensivos.

4. Algunos creen que la espada era para defensa sólo contra animales feroces. Esto es

una posibilidad.

22:37 El versículo 37 explica por qué era ahora necesario que los discípulos tomasen

dinero, bolsa de comida y espada. El Señor había estado hasta ahora con ellos, proveyendo

a sus necesidades temporales. Pronto se apartaría de ellos, en conformidad a la profecía de

Isaías 53:12. Las cosas que concernían a él tenían cumplimiento; esto es, Su vida y

ministerio terrenales llegarían a su fin al quedar Él contado con los inicuos.

22:38 Los discípulos no comprendieron en absoluto al Señor. Sacaron dos espadas,

implicando que serían suficiente defensa para los problemas que surgiesen por delante.

Jesús concluyó la conversación diciendo: ¡Basta! Aparentemente, lo que ellos

comprendieron era que podrían frustrar el intento de Sus enemigos blandiendo las espadas.

¡Nada más lejos de Su pensamiento!

I. La agonía en Getsemaní (22:39–46)

22:39 El Huerto de Getsemaní estaba situado en la ladera occidental del monte de los

Olivos. Jesús iba allí frecuentemente para orar, y los discípulos, incluyendo naturalmente

al traidor, lo sabían.

22:40 Al terminar la Cena del Señor, Jesús y los discípulos salieron del aposento alto y

se dirigieron al huerto. Al llegar allí, les advirtió Él que orasen, que no entrasen en

tentación. Quizá la tentación particular que tenía Él en mente era la presión de abandonar a

Dios y a Su Cristo cuando se aproximasen los enemigos.

22:41–42 Luego Jesús dejó a los discípulos y se dirigió más hacia el interior del huerto

donde se puso a orar a solas. Su oración era que si el Padre quería, que apartase de Él

aquella copa; pero que no se hiciese Su voluntad, sino la de Dios. Comprendemos esta

oración como significando: Si hay alguna otra forma por la que los pecadores puedan ser

salvos que yendo yo a la cruz, revela ahora esta forma. Los cielos estuvieron callados,

porque no había otra forma.

No creemos que los sufrimientos de Cristo en el huerto formasen parte de Su obra

expiatoria. La obra de la redención fue cumplida durante las tres horas de tinieblas en la

cruz. Pero Getsemaní fue una anticipación del Calvario. Allí, el solo pensamiento del

contacto con nuestros pecados fue causa del agudo sufrimiento del Señor Jesús.

22:43–44 Su perfecta humanidad se ve en la agonía que acompañó a Su oración. Y se

le apareció un ángel del cielo para fortalecerle. Sólo Lucas registra esto, así como que su

sudor era como grandes gotas de sangre engrumecidas que caían sobre la tierra. Este

último detalle atrajo la atención de este cuidadoso médico.

22:45–46 Cuando Jesús volvió a sus discípulos, éstos estaban durmiendo, pero no de

indiferencia, sino de agotamiento debido a la tristeza. Los apremió a que se levantasen y

orasen, porque se estaba acercando la hora de la crisis, y se verían tentados a negarle

delante de las autoridades.

J. Jesús, negado y arrestado (22:47–53)

22:47–48 Para este momento, Judas había llegado con un grupo de los principales

sacerdotes, ancianos y jefes de la guardia del templo para arrestar al Señor. Por previo

acuerdo, el traidor debía señalar quién era Jesús besándole.

Stewart comenta:

Éste es el punto culminante del horror, el último punto de infamia más allá de la que no

podría llegar infamia humana alguna, cuando en el huerto Judas traicionó a su maestro, no

con un grito, ni con un golpe ni una puñalada, sino con un beso.

Con un profundo sentimiento, Jesús preguntó: Judas, ¿con un beso entregas al Hijo

del Hombre? 22:49–51 Los discípulos se dieron cuenta de lo que había de acontecer, y se

dispusieron a actuar. De hecho, uno de ellos, Pedro, para ser específicos, blandió una

espada y cortó la oreja derecha al siervo del sumo sacerdote. Jesús le reprendió por

emplear medios carnales para luchar una batalla espiritual. Había llegado Su hora, y se

debían cumplir los predeterminados consejos de Dios. Lleno de gracia, Jesús tocó la oreja

del herido, y le sanó.

22:52–53 Volviéndose a los guías y oficiales judíos, Jesús les preguntó por qué habían

salido contra él con espadas y palos como si Él fuese un ladrón fugitivo. ¿Acaso no había

estado enseñando cada día en el área del templo, y sin embargo no le habían detenido

entonces? Pero sabía cuál era la respuesta. Ésta era la hora de ellos, y la potestad de las

tinieblas. Era ahora alrededor de la medianoche del jueves.

Parece que el juicio religioso de nuestro Señor tuvo tres etapas. Primero, compareció

ante Anás. Luego, ante Caifás. Finalmente, fue juzgado ante todo el Sanedrín. Los

acontecimientos desde este punto hasta el versículo 65 tuvieron lugar probablemente entre

la una y las cinco de la madrugada del viernes.

K. Pedro niega a Jesús y llora amargamente (22:54–62)

22:54–57 Cuando el Señor fue llevado a casa del sumo sacerdote, Pedro seguía de

lejos. Ya dentro, se mezcló con los que se calentaban al fuego en el centro del patio.

Entonces una criada… se fijó en Pedro y dijo a todos que se trataba de uno de los

seguidores de Jesús. De una forma lastimosa, Pedro negó conocerle.

22:58–62 Poco después, otro señaló acusadoramente a Pedro como uno de los

seguidores de Jesús de Nazaret. Otra vez Pedro lo negó. Pasada como una hora, alguien

más reconoció a Pedro como galileo, y también como discípulo del Señor. Pedro negó

saber de qué estaba hablando aquel hombre. Pero esta vez su negación quedó marcada por

el canto de un gallo. En ese oscuro momento, se volvió el Señor y miró a Pedro; y Pedro

se acordó de la predicción de que Antes que el gallo cante, él le negaría tres veces. La

mirada del Hijo de Dios envió a Pedro fuera, a la noche, para llorar amargamente.

L. Los soldados se burlan del Hijo del Hombre (22:63–65)

Fueron los oficiales asignados al templo sagrado de Jerusalén los que habían apresado a

Jesús. Ahora, estos supuestos guardianes de la santa casa de Dios comenzaron a burlarse de

Jesús y a golpearle. Después de vendarle los ojos, le golpeaban el rostro, y le

preguntaban luego quién había sido el que lo había hecho. Esto no es todo lo que hicieron,

pero Él soportó con paciencia esta contradicción de pecadores contra Sí mismo.

M. El juicio matutino delante del Sanedrín (22:66–71)

22:66–69 Al hacerse de día (entre las cinco y las seis de la madrugada), los ancianos

llevaron a Jesús al lugar de su sanedrín. Los miembros del Sanedrín le preguntaron

directamente si Él era el Mesías. Jesús les vino a decir que de nada serviría discutir el

asunto con ellos. Ellos no estaban abiertos a recibir la verdad. Pero les advirtió que Aquel

que estaba ahora ante ellos en humillación estaría un día sentado a la diestra del poder de

Dios (véase Salmo 110:1).

22:70–71 Entonces ellos le preguntaron llanamente si Él era el Hijo de Dios. No hay

duda alguna acerca de qué querían decir. Para ellos, el Hijo de Dios era Aquel que era igual

con Dios. El Señor Jesús les dijo: Vosotros lo decís; lo soy (véase Mr. 14:62). Esto era

todo lo que ellos necesitaban. ¿No le habían oído decir una blasfemia, pretendiendo la

igualdad con Dios? No había necesidad ya de testimonio. Pero había un problema. En la

ley de ellos, la pena por blasfemia era la muerte. Pero los judíos estaban bajo la autoridad

de Roma y no tenían autoridad para aplicar la pena de muerte. Para ello tendrían que llevar

a Jesús ante Pilato, y él no estaría en absoluto interesado en una acusación religiosa como

la de blasfemia. De modo que tenían que presentar acusaciones políticas contra Él.

N. Jesús ante Pilato (23:1–7)

23:1–2 Después de Su comparecencia ante el Sanedrín (toda la muchedumbre de

ellos), Jesús fue llevado precipitadamente ante Pilato, el gobernador romano, para ser

juzgado por la potestad civil. Ahora los guías religiosos presentaron tres acusaciones

políticas. Primero de todo, le acusaron de que había estado pervirtiendo a la nación, esto

es, de apartar al pueblo de la lealtad debida a Roma. En segundo término, dijeron que

prohibía a los judíos dar tributo a César. Finalmente, lo acusaron de hacerse a sí mismo

rey.

23:3–7 Cuando Pilato le preguntó si Él era el Rey de los judíos, el Señor contestó que

así era. Pilato no interpretó este reconocimiento como una amenaza contra el Emperador de

Roma. Después de una entrevista privada con Jesús (Jn. 18:33–38a), se volvió a los

principales sacerdotes, y a la gente, diciéndoles que no hallaba en Él ningún delito. La

muchedumbre se volvió más insistente, acusando a Jesús de incitar a la rebelión,

comenzando desde la menospreciada Galilea y llegando hasta Jerusalén. Cuando Pilato

oyó la palabra Galilea, pensó que había encontrado una vía de escape para sí mismo.

Galilea era jurisdicción de Herodes, y de esta manera Pilato trató de evitar involucrarse

más en este caso entregando a Jesús a Herodes. Sucedía que en aquellos mismos días

estaba Herodes de visita en Jerusalén.

Herodes Antipas era hijo de Herodes el Grande, el asesino de los pequeñuelos de

Belén. Era Antipas el que había asesinado también a Juan el Bautista por condenar su ilícita

relación con la mujer de su hermano. Éste es el Herodes a quien Jesús llama «aquel zorro»

en Lucas 13:32.

O. El arrogante interrogatorio de Herodes (23:8–12)

23:8 Herodes se alegró mucho de que Jesús compareciese ante él. Había oído muchas

cosas acerca de él, y hacía mucho tiempo que deseaba verle hacer algún milagro.

23:9–11 Pero por muchas preguntas que le hacía Herodes al Salvador, éste no

respondía. Los judíos se volvían más violentos en sus acusaciones, pero Jesús no abría la

boca. Todo lo que Herodes pudo hacer, pensaba, era dejar que sus soldados maltratasen a

Jesús, y burlarse de Él vistiéndole de una ropa espléndida y volviendo a enviarle a

Pilato.

23:12 Antes, Pilato y Herodes habían estado enemistados, pero ahora la enemistad se

volvió en amistad. Los dos pertenecían al mismo bando, contra el Señor Jesús, y esto los

unía. Teofilacto se lamenta por esto: «Es una vergüenza para los cristianos que mientras

que el diablo puede persuadir a los malvados a dejar a un lado sus diferencias para hacer el

mal, los cristianos no pueden siquiera mantener la amistad para hacer el bien».

P. El veredicto de Pilato: Inocente pero condenado (23:13–25)

23:13–17 Por cuanto había fracasado en actuar con rectitud absolviendo a su regio

prisionero, Pilato se encontraba ahora atrapado. Convocó una apresurada reunión de los

líderes judíos y les explicó que ni … Herodes ni él mismo habían podido encontrar

evidencia alguna de deslealtad por parte de Jesús. Nada digno de muerte ha hecho él. De

modo que propuso azotar al Señor y luego dejarlo marchar. Como señala Stewart:

Naturalmente, esta mísera contemporización era totalmente injustificable e ilógica. Fue

el débil intento de un alma impulsada por el miedo de hacer por una parte su deber para con

Jesús y complacer a la vez a la muchedumbre. Pero no consiguió ni lo uno ni lo otro, y no

es sorprendente que los enfurecidos sacerdotes no aceptasen aquel veredicto a ningún

precio.

23:18–23 Los principales sacerdotes y los ancianos se encolerizaron. Demandaban la

muerte de Jesús y la liberación de Barrabás, un notorio criminal que había sido echado en

la cárcel por sedición ocurrida en la ciudad, y por un homicidio. Una vez más, Pilato

intentó débilmente exonerar al Señor, pero las feroces exigencias de la muchedumbre

instigada por los sacerdotes ahogaron sus intentos. No importaba lo que dijese él; ellos

persistían e instaban a grandes voces, exigiendo la muerte del Hijo de Dios.

23:24–25 Y aunque ya había declarado inocente a Jesús, Pilato le condenó ahora a

muerte para complacer a la multitud. Al mismo tiempo, les soltó a Barrabás.

Q. El Hijo del Hombre llevado al Calvario (23:26–32)

23:26 Era ahora aproximadamente las nueve de la mañana del viernes. De camino a la

escena de la crucifixión, los soldados mandaron a un cierto Simón de Cirene … que

llevase la cruz. No se sabe mucho acerca de este hombre, pero parece que sus dos hijos

llegaron más adelante a ser unos conocidos cristianos (Mr. 15:21).

23:27–30 Una multitud de compasivos seguidores lloraba por Jesús mientras era

llevado fuera. Dirigiéndose a las mujeres de la muchedumbre como hijas de Jerusalén, les

dijo que no debían compadecerse de Él, sino de sí mismas. Se refería con ello a la terrible

destrucción que iba a sobrevenir a Jerusalén en el 70 d.C. El sufrimiento y dolor de aquellos

días sería tan grande que las mujeres estériles, hasta entonces objeto de oprobio, serían

consideradas especialmente afortunadas. Los horrores del asedio de Tito iban a ser tales que

los hombres desearían que los montes cayesen sobre ellos y que los collados los cubriesen.

23:31 Luego el Señor Jesús añadió las palabras: Porque si en el leño verde hacen

estas cosas, ¿qué sucederá con el seco? Él mismo era el árbol verde, y el incrédulo Israel

era el seco. Si los romanos hacían sufrir tanto oprobio y padecimiento al intachable e

inocente Hijo de Dios, ¡cuán terrible sería el castigo que se abatiría sobre los culpables

asesinos del amado Hijo de Dios!

23:32 Acompañando a Jesús había también otros dos, que eran malhechores, que

habían de ser ejecutados.

R. La Crucifixión (23:33–38)

23:33 El lugar de la ejecución se llamaba de la Calavera (traducción del Gr. kranion).

Quizá la configuración del terreno se parecía a un cráneo, o quizá llevaba este nombre

porque era un lugar de ejecuciones, y la calavera se emplea a menudo como símbolo de

muerte. Se debe destacar la sobriedad de la Escritura al describir la crucifixión. No se

detiene en los terribles detalles. Hay sólo la sencilla declaración: allí le crucificaron. Una

vez más son oportunas las observaciones de Stewart:

Que el Mesías fuese a morir era algo difícil de aceptar, pero que fuese a morir una

muerte como aquella, esto era más allá de toda posibilidad. Pero así era. Todo lo que Cristo

jamás tocó —incluyendo la cruz— lo adornó, transfiguró y dejó con un halo de esplendor y

hermosura; pero nunca olvidemos de qué abrumadoras honduras elevó él la cruz.

Enséñame el sentido

De aquella cruz que se levanta

Con aquel Varón de dolores,

Condenado a desangrarse y morir.

Lucy A. Bennett

Hubo tres cruces aquel día en el Calvario, la cruz de Jesús en medio, y una cruz de

criminal a cada lado. Esto cumplió Isaías 53:12 —«Fue contado con los pecadores».

23:34 Con un amor y misericordia infinitos, Jesús clamó desde la cruz: Padre,

perdónalos, porque no saben lo que hacen. ¡Quién sabe cuán poderoso Niágara de ira

divina detuvo esta oración! Morgan comenta acerca del amor del Salvador:

En el alma de Jesús no había resentimiento; no había ira, ni deseo alguno de castigo

sobre los que le estaban maltratando. Los hombres han hablado con admiración de la mano

dura. Cuando oigo a Jesús hablar de esta manera, sé que el único lugar para el puño de

malla es el infierno.

Luego vino la división de sus vestidos entre los soldados, y echar suertes sobre Su

túnica sin costura.

23:35–38 Los gobernantes estaban ante la cruz, burlándose de Él, y desafiándole con

las palabras sálvese a sí mismo, si éste es el Cristo, el escogido de Dios. También los

soldados le escarnecían, acercándose y ofreciéndole vinagre y desafiando Su capacidad

de salvarse a Sí mismo. También pusieron un título sobre Su cabeza:

ÉSTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS.

De nuevo citamos a Stewart:

No podemos perder la relevancia del hecho que la inscripción fuese escrita en tres

idiomas, griego, latín y hebreo. Es indudable que se hizo así para que todos los

espectadores pudiesen leerla; pero la Iglesia de Cristo siempre ha visto en esto —y con toda

razón— un símbolo del señorío universal de su Señor. Porque estos eran los tres grandes

idiomas del mundo, cada uno de ellos sirviendo de instrumento a una idea dominante. El

griego era el lenguaje de la cultura y del conocimiento; en aquel reino, decía la inscripción,

¡Jesús era el rey! El latín era el lenguaje de la ley y del gobierno; ¡Jesús era el rey ahí! El

hebreo era el lenguaje de la religión revelada; ¡Jesús era el rey ahí! Por ello, incluso

mientras colgaba muriendo, era cierto que «sobre su cabeza había muchas diademas» (cf.

Ap. 19:12).

S. Los dos bandidos (23:39–43)

23:39–41 Aprendemos de las otras narraciones evangélicas que al comienzo, los dos

bandidos injuriaban a Jesús. Si Él era el Cristo, ¿por qué no los salvaba a todos? Pero

luego uno de ellos recapacitó. Volviéndose a su compañero, lo reprendió por su

irreverencia. A fin de cuentas, ellos dos estaban sufriendo por los crímenes que habían

cometido. Su castigo era merecido. Pero éste no había hecho nada impropio.

23:42 Volviéndose a Jesús, el malhechor le pidió al Señor que se acordase de él

cuando volviese y estableciese Su reino en la tierra. Una fe así es digna de destacar. Aquel

malhechor moribundo creyó que Jesús se levantaría de los muertos y que llegaría a reinar

sobre el mundo.

23:43 Jesús recompensó su fe con la promesa de que aquel mismo día estaría con Él

en el paraíso. El paraíso es lo mismo que el tercer cielo (2 Co. 12:2, 4), y su significado es

la morada de Dios. Hoy —¡qué presteza!—. Conmigo —¡qué compañía!—. En el paraíso

—¡qué dicha!—.

Charles R. Erdman dice así:

Esta historia nos revela la verdad de que la salvación está condicionada al

arrepentimiento y a la fe. Pero también contiene otros importantes mensajes. Nos declara

que la salvación es independiente de los sacramentos. El malhechor nunca había sido

bautizado, ni había participado de la Cena del Señor. … De hecho, profesó su fe

abiertamente en presencia de una multitud hostil y entre los escarnios y las burlas de los

gobernantes y de los soldados, y sin embargo fue salvado sin ningún rito formal. Es además

evidente que la salvación es independiente de las buenas obras. … Vemos asimismo que no

hay «sueño del alma». El cuerpo puede que duerma, pero tras la muerte se está consciente.

También queda evidente que no hay «purgatorio». Saliendo de una vida de pecado y

oprobio, el malhechor penitente pasó inmediatamente a un estado de bendición. De nuevo

se puede observar que la salvación no es algo universal. Había dos malhechores; sólo uno

fue salvado. Finalmente, se puede observar que la misma esencia del gozo que se extiende

tras la muerte consiste en la comunión personal con Cristo. El núcleo de la promesa al

ladrón moribundo era esto: «Estarás conmigo.» Ésta es nuestra bienaventurada certidumbre,

que partir es «estar con Cristo», lo cual es «muchísimo mejor».

Del lado de Jesucristo, uno puede ir al cielo, y otro al infierno. ¿A qué lado de la cruz te

encuentras tú?

T. Tres horas de tinieblas (23:44–49)

23:44 Las tinieblas cubrieron toda la tierra desde la hora sexta … hasta la hora

novena, desde mediodía hasta las tres de la tarde. Esto era una señal a la nación de Israel.

Ellos habían rechazado la luz, y ahora serían cegados judicialmente por Dios.

23:45 El velo del templo se rasgó por la mitad, de arriba abajo. Esto exponía el hecho

de que por medio de la muerte del Señor Jesucristo se había abierto un camino de

allegamiento a Dios para todos los que acudan por la fe (He. 10:20–22).

23:46–47 Fue durante estas tres horas de tinieblas que Jesús llevó la pena de nuestros

pecados en Su cuerpo sobre el madero. Después, encomendó Su espíritu en manos de

Dios, Su Padre, y voluntariamente entregó Su vida. Un centurión romano quedó tan

abrumado por la escena que dio gloria a Dios, diciendo: Realmente, este hombre era

justo.

23:48–49 Toda la multitud quedó vencida por un terrible sentimiento de dolor y

presagios. Algunos de los fieles seguidores de Jesús, incluyendo las mujeres que le habían

seguido desde Galilea, estaban de pie… mirando esta escena tan crucial en la historia del

mundo.

U. La sepultura en el sepulcro de José (23:50–56)

23:50–54 Hasta este momento, José había sido un discípulo secreto de Jesús. Aunque

era miembro del Sanedrín, no estaba de acuerdo con su veredicto en el caso de Jesús. José

se presentó ahora abiertamente a Pilato, y pidió el privilegio de quitar el cuerpo de Jesús

de la cruz y de darle una sepultura apropiada. (Era entre las tres y las seis de la tarde.) Le

fue concedido el permiso, y con presteza José lo envolvió en una sábana, y lo puso en un

sepulcro excavado en una roca, y que nunca había sido usado hasta ahora. Esto sucedió

en viernes, el día de la Preparación. Cuando se dice que estaba para comenzar el

sábado, debemos recordar que el sábado judío comienza el viernes al ponerse el sol.

23:55–56 Las fieles mujeres… de Galilea siguieron a José, y vieron cómo ponía el

cuerpo del Señor en el sepulcro. Y regresando, prepararon especias aromáticas y

ungüentos para poder volver y embalsamar el cuerpo de Aquel a quien amaban. Al sepultar

el cuerpo de Jesús, José también, en cierto sentido, se sepultó a sí mismo. Aquel acto le

separó para siempre de la nación que crucificó al Señor de la vida y de la gloria. Nunca

volvería a formar parte del judaísmo, sino que viviría en separación moral de él y

testificando en contra.

El sábado, las mujeres descansaron, obedeciendo el mandamiento del sábado.

XII. EL TRIUNFO DEL HIJO DEL HOMBRE (Cap. 24)

A. Las mujeres y el sepulcro vacío (24:1–12)

24:1 Muy de mañana del domingo, las mujeres se dirigieron al sepulcro, llevando las

especias aromáticas que habían preparado para el cuerpo de Jesús. Pero, ¿cómo

esperaban ellas llegar a Su cuerpo? ¿No sabían acaso que la entrada del sepulcro estaba

cerrada por una enorme piedra? No se nos da la respuesta. Todo lo que sabemos es que le

amaban profundamente, y que el amor a menudo se olvida de las dificultades para poder

llegar a su objeto.

«El amor de ellas era madrugador (v. 1) y fue ricamente recompensado (v. 6). Sigue

habiendo un Señor resucitado para quien madruga (Pr. 8:17).»

24:2–10 Cuando llegaron, hallaron que había sido retirada la piedra de la entrada

del sepulcro. En cuanto entraron, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. No es difícil

imaginar su perplejidad. Mientras trataban de comprender aquello, dos ángeles (véase Jn.

20:12) con vestiduras resplandecientes se aparecieron a ellas y las tranquilizaron

diciéndoles que Jesús vive; de nada les serviría buscarlo en el sepulcro. Había resucitado,

tal como lo había prometido cuando aún estaba en Galilea. ¿O no les había predicho que

el Hijo del Hombre había de ser entregado en manos de hombres pecadores, que había

de ser crucificado, y resucitar al tercer día? (Lc. 9:22; 18:33). Todo aquello se hizo

entonces presente en la memoria de ellas. Volviendo apresuradamente a la ciudad,

refirieron todas estas cosas a los once discípulos. Entre estas primeras proclamadoras de

la resurrección estaban María Magdalena, y Juana, y María madre de Jacobo.

24:11–12 Los discípulos no las creían en absoluto. Era sencillamente un cuento de

viejas. ¡Increíble! ¡Una locura! Esto es lo que ellos pensaban… hasta que Pedro visitó

personalmente el sepulcro y vio las vendas de amortajar puestas allí solas. Eran los

lienzos que habían sido arrollados apretados alrededor del cuerpo. No se nos dice si estaban

desenrollados o si todavía presentaban la forma del cuerpo, pero estamos en buen terreno si

suponemos esto último. Parece que Jesús pudo abandonar los lienzos mortuorios como si

hubiesen sido la envoltura de un gusano de seda. El hecho de que los lienzos mortuorios

quedasen atrás demostraba que el cuerpo no había sido robado; los ladrones no se habrían

tomado el tiempo de quitarlos. Pedro volvió a su casa, intentando comprender el misterio.

¿Qué significaba todo aquello?

B. El camino de Emaús (24:13–35)

24:13 Uno de los dos discípulos era un hombre llamado Cleofas; no conocemos la

identidad de la otra persona. Puede que se tratase de su mujer. Una tradición afirma que era

el mismo Lucas. Todo lo que podemos saber con certeza es que no se trataba de uno de los

doce discípulos originales (véase v. 33). En todo caso, los dos estaban hablando con tristeza

acerca de la muerte y sepultura del Señor mientras volvían de Jerusalén a Emaús, un viaje

de alrededor de once kilómetros.

24:14–18 Mientras andaban, un extraño se acercó y se puso al lado de ellos; era el

Señor resucitado, pero ellos no lo reconocieron. Les preguntó de qué estaban hablando. Al

principio se callaron, como la imagen misma de la más abyecta desdicha. Luego Cleofás

expresó su sorpresa de que incluso un forastero en Jerusalén no se hubiese enterado de lo

que había acontecido.

24:19–24 Jesús les hizo hablar más preguntándoles, ¿Qué cosas? Ellos respondieron

rindiendo primero tributo a Jesús, y explicando luego Su juicio y crucifixión. Explicaron

sus esperanzas rotas y luego le contaron los rumores de que su cuerpo no estaba ya en el

sepulcro. Y algunos ángeles habrían dado seguridades de que él vivía.

24:25–27 Entonces, Jesús les reprendió afectuosamente por no darse cuenta de que éste

era justo el camino que los profetas del AT habían predicho acerca del Mesías. Primero,

había de sufrir; luego, sería glorificado. Comenzando en Génesis y pasando por todos los

libros de los profetas, el Señor repasó todas las Escrituras en lo referente a él, el Mesías.

Fue un maravilloso estudio bíblico, ¡y cuánto hubiésemos querido estar entonces con Él!

Pero tenemos el mismo AT, y tenemos al Espíritu Santo para enseñarnos, así que también

nosotros podemos descubrir en todas las Escrituras lo referente a él.

24:28–29 Por ahora, los discípulos estaban acercándose a su casa. Invitaron a su

compañero de viaje a que pasase la noche con ellos. Al principio, Él actuó cortésmente

como si fuese a proseguir Su viaje; no quería forzar Su entrada. Pero le constriñeron para

que se quedase con ellos, ¡y cuán ricamente fueron recompensados!

24:30–31 Cuando se sentaron para la comida de la sobretarde, el Huésped tomó el

puesto del Anfitrión.

Aquella frugal comida se tornó en un sacramento, y el hogar devino una Casa de Dios.

Esto es lo que hace Cristo allí donde va. Los que le agasajan serán bien agasajados. Los dos

le habían abierto su hogar, y ahora Él les abre los ojos (Notas Diarias de la Unión Bíblica).

Al partir él el pan y darlo a ellos, le reconocieron por primera vez. ¿Acaso habrían

visto las marcas de los clavos en Sus manos? Sólo sabemos que sus ojos habían sido

milagrosamente abiertos para ello. En el momento en que esto tuvo lugar, él desapareció

de su vista.

24:32 Luego retrocedieron el camino andado. No es sorprendente que sus corazones

estuviesen ardiendo dentro de ellos mientras … hablaba con ellos y les abría las

Escrituras. Porque su Maestro y Compañero había sido el Señor Jesucristo resucitado.

24:33 En lugar de pasar la noche en Emaús, se fueron a la carrera a Jerusalén donde

hallaron a los once y a otros reunidos. «Los once» es aquí un término general para indicar

el grupo original de discípulos, excluyendo a Judas. En realidad, no estaban todos los once,

como vemos en Juan 20:24, pero el término se emplea en un sentido colectivo.

24:34 Antes que los discípulos de Emaús pudiesen compartir sus gozosas nuevas, los

discípulos de Jerusalén anunciaron con júbilo que Jesús había realmente resucitado y se

había aparecido a Simón Pedro.

24:35 Entonces les tocó a los dos de Emaús decir: «Sí, lo sabemos, porque Él anduvo

con nosotros, entró en nuestra casa, y se nos reveló al partir el pan».

C. La aparición a los Once (24:36–43)

24:36–41 El cuerpo de resurrección del Señor Jesús era un cuerpo literal y tangible de

carne y huesos. Era el mismo cuerpo que había sido sepultado, pero había cambiado en el

sentido de que ya no estaba sujeto a la muerte. Con este cuerpo glorificado, Jesús podía

entrar en una estancia con las puertas cerradas (Jn. 20:19).

Esto es lo que hizo aquella noche del primer domingo. Los discípulos miraron y le

vieron, y luego le oyeron decir: Paz a vosotros. Ellos se sintieron embargados de terror,

pensando que era un fantasma. Sólo cuando les mostró las señales de Su pasión en las

manos y los pies comenzaron a comprender. Pero aun así, era demasiado maravilloso para

creerlo.

24:42–43 Entonces, para mostrarles que se trataba realmente del mismo Jesús, comió

algo de un pez asado y un trozo de panal de miel.

D. El entendimiento abierto (24:44–49)

24:44–47 Estos versículos puede que sean un sumario de la enseñanza del Señor entre

Su resurrección y ascensión. Explicó que Su resurrección era el cumplimiento de Sus

propias palabras a ellos. ¿Acaso no les había dicho que era necesario que se cumpliese

todo lo que estaba escrito de Él? La ley de Moisés, los profetas y los salmos eran las tres

grandes secciones del AT. Tomadas en conjunto, son todo el AT.

¿Cuál era el sentido de las profecías del Antiguo Testamento acerca de Cristo? Decían

que:

1. Era necesario que padeciese (Sal. 22:1–21; Is. 53:1–9).

2. Era necesario que resucitase de los muertos al tercer día (Sal. 16:10; Jon. 1:17; Os.

6:2).

3. Era necesario que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de

pecados a toda nación, empezando desde Jerusalén.

Jesús les abrió la mente, para que comprendiesen estas Escrituras. De hecho, éste es

un capítulo lleno de cosas abiertas: un sepulcro abierto (v. 12), un hogar abierto (v. 29),

ojos abiertos (v. 31), Escrituras abiertas (v. 32), labios abiertos (v. 35), mente abierta (v.

45) y cielos abiertos (v. 51).

24:48, 49 Los discípulos eran testigos de la resurrección. Debían salir como heraldos de

este mensaje glorioso. Pero primero debían esperar la promesa del Padre, la venida del

Espíritu Santo en Pentecostés. Entonces serían revestidos de poder para dar testimonio de

Cristo resucitado. La promesa del Espíritu Santo está en pasajes del AT como Isaías 44:3;

Ezequiel 36:27; Joel 2:28.

E. La Ascensión del Hijo del Hombre (24:50–53)

24:50–51 La Ascensión de Cristo tuvo lugar cuarenta días después de Su resurrección.

Sacó a Sus discípulos fuera hasta Betania, en la ladera oriental del Monte de los Olivos, y

alzando sus manos, los bendijo. Mientras hacía esto, fue llevado arriba al cielo.

24:52–53 Ellos, después de haberle adorado, se volvieron a Jerusalén con gran

gozo. Durante los siguientes diez días pasaron mucho tiempo en el templo, alabando y

bendiciendo a Dios.

El Evangelio de Lucas comienza con unos creyentes devotos en el templo, orando por

el Mesías que tanto anhelaban. Termina en el mismo lugar con unos devotos creyentes

alabando y bendiciendo a Dios por la respuesta a la oración y por la redención

consumada. Es una maravillosa culminación a lo que Renán llamó el libro más hermoso del

mundo. Amén.

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