Clientelismo y acción directa - Auyero, Lapegna y Page Poma

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Clientelismo y acción colectiva: una relación recursiva Javier Auyero, Pablo Lapegna y Fernanda Page Poma [“Patronage Politics and Contentious Collective Action: A Recursive Relationship”. Latin American Politics and Society 2009, 51 (3): 1-31.] Traducción: Julio César Estravis Barcala. Solo para su utilización no comercial, con fines de enseñanza y/o investigación, citando la fuente.

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[“Patronage Politics and Contentious Collective Action: A Recursive Relationship”. Latin American Politics and Society 2009, 51 (3): 1-31.]Traducción: Julio César Estravis Barcala. Solo para su utilización no comercial, con fines de enseñanza y/o investigación, citando la fuente.

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Clientelismo y acción colectiva:una relación recursiva

Javier Auyero, Pablo Lapegna y Fernanda Page Poma

[“Patronage Politics and Contentious Collective Action: A Recursive Relationship”. Latin American Politics and Society 2009, 51 (3): 1-31.]Traducción: Julio César Estravis Barcala.

Solo para su utilización no comercial, con fines de enseñanza y/o investigación, citando la fuente.

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Resumen

Basado en un re-análisis etnográfico y en una investigación cualitativa en curso sobre la política de los pobres, este artículo sugiere que las políticas clientelistas rutinarias y la acción colectiva no-rutinaria no deben ser analizadas como fenómenos políticos opuestos y contradictorios sino como procesos dinámicos que frecuentemente establecen relaciones recursivas entre sí. A través de una serie de estudios de caso de la Argentina contemporánea, este artículo examina cuatro ejemplos en los cuales clientelismo y acción colectiva se entrelazan e interactúan: colapso de la red, aval del cacique, apoyo clandestino y reacción ante la amenaza. Estos cuatro escenarios muestran que, más que dos esferas de acción o dos formas diferentes de sociabilidad, el clientelismo y la política beligerante pueden estar mutuamente imbricadas. Tanto cuando falla como cuando prospera, el clientelismo puede yacer en las mismísimas raíces de la acción colectiva.

El clientelismo político ha sido tradicionalmente colocado aparte de y en oposición a la mayoría de las formas de acción colectiva. El clientelismo, coincide la mayor parte de la literatura especializada, inhibe la organización colectiva y desalienta la acción directa1. Las relaciones verti-cales y asimétricas que definen a los aparatos clientelares han sido conceptualizados como exacta-mente lo opuesto de los lazos horizontales que, se supone, son la precondición necesaria de la acción colectiva, ya sea episódica o sostenida en el tiempo (por ejemplo, los movimientos sociales). Basado en un re-análisis etnográfico y en una investigación cualitativa en curso sobre la política de los pobres en Argentina, este artículo sugiere que las políticas clientelistas rutinarias y la acción colectiva no-rutinaria no deben ser analizadas como fenómenos políticos opuestos y contradictorios sino como procesos dinámicos que frecuentemente establecen relaciones recursivas entre sí2.

El clientelismo y la acción colectiva directa no son entendidos aquí como redes diferentes, sino como fenómenos políticos que, en muchos casos, interactúan. Cuestionamos, así, la idea de que el clientelismo y la acción directa son procesos contradictorios, y los analizamos como estrategias claramente distintas, aunque a veces superpuestas, de resolución de problemas vitales y de trata-miento de quejas y demandas. Prestar atención a las continuidades e interrelaciones entre las estra-tegias de resolución de problemas rutinarias y no-rutinarias promete brindarnos una comprensión más vasta de la política popular en Latinoamérica y en todo el mundo.

El artículo comienza con un breve repaso de la literatura sobre clientelismo político. Esta línea de investigación se ha desarrollado a lo largo de más de cinco décadas y ha protagonizado un reciente revival a partir del creciente interés de los estudios políticos por las “instituciones informa-les” (Helmke y Levitsky, 2004). También sostenemos nuestra aseveración al comprobar el extendi-do consenso en la literatura acerca de que el clientelismo funciona como un fenómeno social que dificulta las formulaciones colectivas de reclamos.

A través de una serie de estudios de caso extraídos de re-análisis etnográficos de antiguos trabajos de campo en distintas provincias de la Argentina y a partir de una investigación en curso sobre el aspecto clandestino de la política, el artículo analiza cuatro casos en los que el clientelismo y la acción colectiva se entrelazan e interactúan. Es importante señalas que tres de los cuatro casos podrían ser considerados eventos “bisagra” en el ciclo de protesta que transformó la Argentina en los años '90 y principios de los 2000.

El primer caso, bien estudiado en la literatura, ilustra un escenario de colapso de la red [network breakdown]. Los otros tres casos, poco explorados en la investigación académica contem-

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poránea, son variaciones de lo que solemos llamar soporte relacional [relational support]. Estos son el aval del cacique, el apoyo clandestino y la reacción ante la amenaza [patron’s certification, clandestine support and reaction to threat]. Estos cuatro escenarios muestran que, antes que dos esferas de acción o dos formas diferentes de sociabilidad, el clientelismo y la política beligerante pueden estar mutuamente imbricados. Tanto cuando falla como cuando prospera, el clientelismo puede yacer en las mismísimas raíces de la acción colectiva -una implicación que ya habían anti-cipado los estudios sobre repertorios de acción colectiva, pero no habían logrado explorar en detalle (Tilly, 1986; 1995; 2006).

Por último, el artículo se explaya sobre las dimensiones analíticas que emergen de este estu-dio. Los ejemplos demuestran que la falta de atención a la relación recursiva entre clientelismo y acción colectiva podría desmbocar en una ignorancia de la dinámica tanto de las formas populares de política ordinarias como extraordinarias. La atención empírica a su área de imbricación mutua debería permitirnos una mejor percepción de estos dos procesos que, habiendo sido ya identificados como cruciales en muchas formas de política beligerante, juegan un rol clave en los episodios aquí reconstruidos. Estos dos procesos son la generación de lazos [brokerage] -entendido aquí como simplemente “el establecimiento de conexiones sociales entre personas o lugares previamente ais-lados” (Burt, 2005)- y el aval [certification] -entendido aquí como “la validación de los actores, sus desempeños y sus pedidos por parte de autoridades externas” (McAdam et al., 2001; ver también Tarrow y Tilly, 2006; McAdam et al., 2008).

En las conclusiones también son consideradas las limitaciones del análisis y se ofrecen suge-rencias para futuras investigaciones. Debido a que los cuatro escenarios no agotan el espectro de relaciones posibles entre clientelismo y protesta, futuras investigaciones deberían explorar el área de intersección no simplemente en lo tocante al origen de la acción colectiva sino también en el transcurso de la misma. Teniendo en cuenta que el análisis subsiguiente se centra en las redes clien-telares que se parecen entre sí en muchos aspectos importantes (fuentes y tipos de bienes distribui-dos, formas de controlar a los seguidores y demás), investigaciones futuras deberían examinar el impacto diferencial que tienen las variaciones de forma del clientelismo sobre el tipo de acción colectiva. Aunque nuestro análisis muestra diferentes intersecciones entre clientelismo y acción colectiva, tendemos a enfatizar cómo el primero influye sobre la segunda. Análisis futuros deberían asimismo examinar cómo la acción colectiva afecta la estructura de las redes clientelares o las acciones de agentes políticos y punteros.

La doble vida del clientelismoEntendido como la distribución (o promesa) de recursos por parte de funcionarios políticos o candi-datos a cambio de apoyo político, el clientelismo ha demostrado, citando el aún lúcido análisis de Robert Merton de las maquinarias políticas en los Estados Unidos, “una notable vitalidad” en varias comarcas del mundo moderno (1949: 71). En palabras de los autores del estudio más reciente sobre este persistente fenómeno sociopolítico, el clientelismo es una forma particular de vínculo partido-votante; es una “transacción, el intercambio directo del voto de un ciudadano por pagos concretos o acceso continuo a empleo, bienes y servicios” (Kitschelt y Wilkinson, 2007: 2). Según estos autores, los vínculos clientelares entre votantes y partido siguen funcionando (y en algunos casos, expan-

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diéndose) no solo en las nuevas democracias de Latinoamérica, Europa poscomunista, Sur y Sureste de Asia y partes de África, sino también -contrariamente a las predicciones de quienes veían al clientelismo como un “residuo de los patrones preindustriales que gradualmente desparecerían en el Oeste en proceso de modernización” (Kitschelt y Wilkinson, 2007: 3)- en muchas democracias industriales, como Italia, Austria y Japón3.

Es de público conocimiento que los intercambios clientelares desencadenan en redes pira-midales constituidas por relaciones asimétricas, recíprocas y cara-a-cara. La estructura de lo que David Knoke (1990) llama “redes de dominación”, así como los actores clave en su interior (caci-ques, punteros y clientes), son fenómenos bien estudiados de la política popular tanto en entornos urbanos como rurales (para ejemplos de trabajos clásicos, ver Scott, 1977; Scott y Kerkvliet, 1977; para ejemplos de trabajos recientes, ver Lazar, 2008; Auyero, 2007; Schedler, 2004; Holzner, 2004; 2007).

Un punto de acuerdo general en la abundante literatura sobre el tema es que las relaciones cacique-puntero-cliente están muy lejos de, por un lado, cualquier clase de sociabilidad simmeliana (“la forma de interacción más pura, transparente y atractiva -esa entre iguales” [Simmel, 1971, 133]) y, por el otro, de la societas leonina romana (una asociación de la cual todos los beneficios van a una parte). La vasta literatura coincide en que las relaciones clientelares son un cóctel com-plejo de las cuatro formas de interacción social identificadas por Simmel en su clásico Sobre la individualidad y las formas sociales: intercambio, conflicto, dominación y prostitución. Las rela-ciones clientelares son percibidas como arreglos o acuerdos jerárquicos, como lazos de dependencia y control, basados en diferencias de poder y desigualdad. Al ser altamente selectivas, particularistas y difusas, están “caracterizadas por el intercambio simultáneo de dos clases diferentes de recursos y servicios: instrumentales (por ejemplo, económicos y políticas) y sociales o expresivos (por ejem-plo, promesas de lealtad y solidaridad)” (Roniger, 1990: 3; representantes de la abundante literatura incluyen a Silverman, 1965; Boissevain, 1977; Guterbock, 1980; Bodeman, 1988; y Gay, 1998).

Con sus favores particularizados, caciques y punteros ofrecen canales alternativos para “hacer las cosas”, evitando la indiferencia burocrática. Como muestran convincentemente Robert Gay (1990; 1994) y Gerrit Burgwald (1996) en sus estudios de dos favelas en Rio de Janeiro y un asentamiento okupa [squatter settlement] en Quito, la mediación clientelar es un modo efectivo de obtener muchos servicios urbanos de otro modo inalcanzables para los que no tienen contactos. Con sus reglas informales de ascenso y recompensa (presentes también en estructuras informales de par-tidos políticos) y su acceso a empleos en el Estado mal pagos, la red clientelar también ofrece uno de los pocos canales aún vigentes de movilidad social ascendente. En un contexto de oportunidades económicas menguantes, el involucramiento sostenido y leal con la maquinaria del partido puede asegurarle a sus participantes acceso a empleos e influencia en la distribución de los recursos públicos.

El clientelismo es usualmente conducido a través de redes multifacéticas y persistentes de intercambio recíproco. Como postulan Kitschelt y Wilkinson:

En muchos sistemas caracterizados por niveles relativamente altos de pobreza -como Tailandia, India, Pakistán o Zambia- los caciques directamente compran los votos de los clientes con dinero, bebidas alcohólicas, ropa, comida u otros bienes de consumo inme-

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diato... Mucho más frecuente que este tipo de transacciones de una sola vez, sin embargo, son las redes de intercambio, obligación y reciprocidad sostenidas por un período de tiempo más largo, en las cuales los caciques proveen de bienes privados o semi-públicos [club goods] a sus clientes. (Kitschelt y Wilkinson, 2007: 19).

Aún así, el clientelismo no se trata simplemente de distribución de recursos materiales a cambio de apoyo político. Una línea de investigación en la senda de la sociología de Pierre Bourdieu ha notado que el clientelismo no solo vive la vida de la objetividad del intercambio en la red, sino que también vive una segunda vida, subjetiva, en las disposiciones que inculca en algunos de sus protagonistas -disposiciones que aseguran la reproducción de este acuerdo (Rutten, 2007; Auyero, 2000; 2007). Esta investigación percibe que la aparición automática del intercambio de “favores por votos” frecuentemente postulado por la literatura no debería ser interpretado de manera mecanicista, sino como el resultado de las disposiciones que genera en los beneficiarios o clientes.

Este cuerpo de investigación muestra que el funcionamiento cotidiano de las redes cliente-lares de resolución de problemas produce un conjunto de disposiciones en quienes reciben día a día favores de parte de caciques y punteros. Destacamos la operación regular y rutinaria de la red para resaltar que esta relación trasciende los actos singulares de intercambio. En su análisis de la emer-gencia del activismo entre los trabajadores filipinos, Rutten (2007) etiqueta a esta caja de herra-mientas disposicional como “habitus clientelar”. Estos esquemas de percepción, evaluación y acción se ven, asimismo, reconfirmados por las acciones simbólicas que caciques y punteros repre-sentan una y otra vez en sus apariciones públicas (enfatizando el “amor” que sienten por sus segui-dores y su “servicio al pueblo”) y en sus maneras personalizadas de otorgar (remarcando sus esfuerzos particulares por obtener los bienes y así crear la impresión de que si ellos no hubieran estado ahí, los beneficios no habrían sido repartidos).4

El clientelismo, por lo tanto, no se limita a la resolución de problemas materiales. El “modo de dar” que representan los punteros y los caciques -en el cual el cacique o puntero (ya sea el precint captain de Chicago, el cacique mejicano, el puntero argentino o el cabo eleitoral brasileño) se retrata a sí mismo como “uno más de nosotros, el que entiende de qué va la cosa” (Merton, 1949: 75)- es una dimensión central del funcionamiento y la persistencia del clientelismo. El “modo per-sonalizado y humanitario de asistir a aquellos que lo necesitan”, parafraseando a la famosa expre-sión de Merton, es así un elemento esencial en el funcionamiento y la persistencia del clientelismo.

Acción colectiva beligeranteCon el propósito de analizar las relaciones recursivas entre clientelismo y acción colectiva,

la aproximación a esta última en el presente estudio integra tres dimensiones: beligerancia [contention], acción colectiva y política. Siguiendo a Tilly y Tarrow (2006), entendemos beligeran-cia como lo relativo a “formular demandas que afectan los intereses de un otro”, acción colectiva como aquella que denota “los esfuerzos coordinados en la dirección de intereses y programas comu-nes” y política como el escenario de interacción en el cual al menos uno de los actores es un agente del gobierno5. Por lo tanto, la beligerancia política es definida como la formulación de demandas públicas y colectivas en la cual “al menos una de las partes es ya un actor político y el gobierno es

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al menos una facción de las demandas, en el sentido de que una puja exitosa por las mismas involu-crará a los agentes gubernamentales en tanto celador, regulador, garante o implementador” (Tilly, 2006: 20). Estas demandas, siguiendo con la definición, deben ser importantes, trascendentales [consequential] -es decir que, si se cumplen, afectarán los intereses del objeto de las demandas (Tilly, 2006; Tilly y Tarrow, 2006).

Las ideas de que “los lazos sociales preexistentes operan como base para la ampliación de los movimientos y que los escenarios sociales establecidos son el locus de la emergencia de movi-mientos” (Diani y McAdam, 2003: 7) se encuentran entre los hallazgos más sólidos de las investiga-ciones sobre movimientos sociales y acción colectiva. La literatura existente coincide en el rol clave que juegan las organizaciones o redes de asociaciones autóctonas en la emergencia de un movi-miento (McAdam, 1982; Morris, 1984; Osa, 1997; 2003; McAdam et al., 2007).

Lejos de ser un terreno de posible cooperación, las redes clientelares son, por el contrario, consideradas una estructura (des)movilizadora (Rock, 1972; O’Donnell, 1992; Holzner, 2007). Conceptualizadas como lo que Julian Pitt-Rivers (1954: 140) llamó genialmente “una amistad chue-ca”, los lazos cacique-cliente son vistos como el opuesto exacto de las redes horizontales de compromiso cívico que supuestamente construyen una verdadera comunidad ciudadana y que, a su vez, “hacen funcionar a la democracia” (Putnam et al., 1993) y posible la actividad de los movi-mientos sociales. En consecuencia -y más importante para el tema de este estudio-, la participación en relaciones clientelares es tomada como un supresor de la participación en los contextos de rela-ciones más horizontales que, se ha encontrado, “son conducentes a varias formas de compromiso colectivo” (Diani y McAdama, 2003: 2; ver también Emirbayer y Goodwin, 1994; Oliver, 1984; McAdam and Fernández, 1990; Taylor y Whittier, 1995; Passy, 2003; Mische, 2003).

La investigación llevada a cabo en enclaves de pobreza urbana (villas miseria, favelas, asen-tamientos okupas, colonias y demás) y sobre los movimientos de los pobres en América Latina muestra que el clientelismo y la movilización colectiva pueden efectivamente coexistir en el mismo sitio geográfico, en general de manera conflictiva (Gay, 1990; Burgwald, 1996; Lazar, 2008). En su crónica sobre la emergencia y desarrollo del movimiento piquetero* en Argentina (el movimiento social que agrupó y movilizó a los desempleados y que usaban los cortes de ruta, piquetes*, como principal táctica), Svampa y Pereyra (2003: 93), por ejemplo, postulan que las organizaciones piqueteras representan “la primer amenaza contra los punteros* (political brokers)**” de la maquina-ria clientelar del Partido Peronista (el subrayado es nuestro). Otro ejemplo reciente lo podemos en-contrar en el trabajo de Claudio Holzner. Refiriéndose a la “tozuda persistencia de organizaciones y prácticas clientelares en México a pesar de una sociedad civil fortalecida y una competencia electo-ral creciente en todos los niveles” (2004: 77), nota la emergencia de formas “rivales” de organiza-ción política -una que es jerárquica y clientelista y otra que enfatiza la participación democrática, la autonomía política y “resiste activamente contra el clientelismo político” (ibid: 77; el subrayado es nuestro).

Aunque señalan la complejidad de la política de los pobres y la diversidad de sus estrategias de resolución de problemas, todos estos estudios pintan el cuadro de redes clientelares y redes de

* En castellano en el original [N. del T.]** He optado por el término “puntero” para el inglés broker y el término “cacique” para el inglés patron [N. del T.]

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movilización como dos campos de acción política diferentes y opuestos, dos esferas de interacción e intercambio social que raramente se superponen y que por lo general “se oponen”, “resisten” o “se desafían” entre sí6. La investigación existente coincide en que la preponderancia del clientelismo entre los pobres trunca la formulación colectiva de demandas y también aísla y atomiza a los ciuda-danos, de ese modo evitando el trabajo relacional y organizativo que constituye la base de la acción colectiva.

Casos ilustrativosAunque gran parte de la literatura ve al clientelismo como antagónico a la acción colectiva

beligerante, también concuerda en que en un caso particular, el del colapso de los sistemas cliente-lares, puede efectivamente surgir la protesta colectiva, y en general lo hace de modo explosivo. Cuando un sistema bien aceitado de relaciones cacique-cliente, crucial para la supervivencia de la población local, se ve malogrado en su cometido o súbitamente se derrumba, “la reciprocidad [puede] volverse rivalidad” (Lemarchand, 1981: 10).

Caso 1: Colapso de la red

Los investigadores están familiarizados con estas situaciones de movilización de masas ori-ginadas en el quiebre abrupto de las relaciones sociales y políticas cotidianas. El cientista político James Scott (1977) analizó una de sus manifestaciones cuando escribió acerca de las revueltas colectivas causadas por los súbitos cambios en el “balance de reciprocidad” entre terratenientes y arrendatarios (un balance que, como muestra el detallado análisis de Scott, fue la fundación norma-tiva de las redes clientelares en las sociedades agrícolas). El historiador E. P. Thompson (1993) desnudó un caso análogo cuando diseccionó los disturbios por comida en la Inglaterra del siglo XVIII como manifestaciones de la ruptura de la “economía moral de la multitud” - la “sistemática visión tradicional de las normas y obligaciones sociales, de las funciones económicas adecuadas de las diversas fracciones de la comunidad” (Thompson, 1993: 188). Las afrentas a estos supuestos -causada por una alteración inesperada del “equilibrio particular entre la autoridad paternalista y la multitud” (1993: 249)- eran, para Thompson, “la oportunidad habitual para la acción directa”.

Más recientemente, la socióloga Magdalena Tosoni (2007) diseccionó otro acontecimiento al focalizarse en el México urbano contemporáneo. Describe el proceso mediante el cual los habitantes de la colonia* San Lázaro (un barrio obrero de la Ciudad de México) hicieron campaña, apoyaron y votaron a un candidato que les había prometido que iba a resolver un problema de tenencia de la tierra en el distrito. Cuando asumió, el puntero “se olvidó” de sus clientes y no les dio lo acordado. Como resultado de esto, la multitud se movilizó y armó una protesta con un gigantesco corte de ruta.

Permítasenos ilustrar este primer caso de relación recursiva entre clientelismo y protesta, lo que hemos llamado “escenario de colapso”, revisando el caso del Santiagazo**, una gigantesca pro-testa cuyas raíces se encuentran en el abrupto “desbaratamiento de lo cotidiano” -las relaciones clientelares (Snow et al., 1998)7.

* En castellano en el original [N. del T.]** En castellano y cursivas en el original [N. del T.]

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El 16 de diciembre de 1993 la ciudad de Santiago del Estero, Argentina, fue testigo de lo que el periodista del New York Times Nathaniel Nash (1993) llamó “el más grave levantamiento social en años”. Miles de empleados públicos y pobladores locales, reclamando por sus salarios y jubila-ciones impagas (tres meses de atraso), invadieron, saquearon y quemaron tres edificios públicos (la casa de gobierno, el palacio de justicia y la legislatura) y las casas de casi una docena de políticos y funcionarios locales. Descripto por los principales diarios argentinos como “gente hambrienta y fu-riosa”, estos ciudadanos descontentos hicieron oír (y ejecutaron con fervor) su encono con respecto a la corrupción gubernamental generalizada. Este episodio fue un evento único en la Argentina mo-derna: un levantamiento que se dirigió a las casas mismas de los culpables y a los símbolos del po-der público pero sin causar víctimas fatales. Una reconstrucción completa de los sucesos está fuera del alcance de este artículo; concentrémonos en lo que nos puede decir acerca del solapamiento de las redes clientelares y la acción colectiva popular.8

En 1993, Juana era organizadora de una comunidad católica de base, una unidad laica de la parroquia local que brindaba apoyo social y religioso. Ella participó en la multitudinaria protesta del 16 de diciembre y volvió a su casa cuando la reacción policial se incrementó, temprano por la ma-ñana. Vio por televisión cómo ardían y eran saqueados los edificios públicos y las casas de los polí-ticos; recuerda: “mirábamos con la gente de mi barrio, con una gran emoción”. Vale la pena citar los recuerdos de Juana de los meses previos a los disturbios, ya que sintetizan muchos elementos cru-ciales de los eventos que precedieron a la “explosión”. Describe los efectos del colapso del cliente-lismo local, basado en el empleo público (el 46% de los ocupados de la provincia son empleados públicos), un colapso que tuvo sus raíces en las políticas de ajuste estructural que por entonces eran implementadas en Argentina.

Mirá, yo te digo que antes que pasara lo del 16 de diciembre los empleados públicos, todos los que dependían del gobierno de la provincia, no habían recibido sus salarios. Habían pasado por lo menos tres meses sin que les pagaran. La gente no tenía plata para remedios, para comida. Los negocios no te daban más de fiado. Las sociedades mutuales estaban todas cerradas. Era un caos impresionante. Yo tenía un negocio en casa... Era cuentapropista, pero mi marido dependía del gobierno de la provincia. De alguna manera, toda la situación me afectó a mí, también, porque las ventas bajaron y quebré (citado en Auyero, 2003: 118)

El 16 de diciembre de 1993 los estudiantes secundarios y universitarios, los abuelos jubila-dos, los trabajadores en negro y los jóvenes desempleados se sumaron a los empleados municipales y provinciales en su manifestación frente a la Casa de Gobierno de Santiago del Estero. Los embra-vecidos manifestantes empezaron a tirar ladrillos, palos, botellas y adoquines contra el edificio, al tiempo que trataban de entrar.

La policía disparó gases lacrimógenos y balas de goma a la multitud, que entonces retroce-dió hasta el centro de la plaza central. Rápidamente la policía se habría quedado sin municiones, por lo que abandonó el lugar. (Mediante entrevistas con miembros de la policía nos enteramos de que ellos tampoco habían recibido sus salarios, acumulando un atraso de tres meses, como el resto de los empleados públicos de una administración en bancarrota).

En ese momento comenzó el saqueo final de la Casa de Gobierno. Cuarenta minutos des-pués, el Palacio de Justicia, a solo dos cuadras de distancia, se convirtió en el objetivo de los cientos

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de manifestantes. Rompieron las ventanas y entraron al edificio, de donde se llevaron computa-doras, máquinas de escribir y expedientes judiciales, además de quemar escritorios y sillas. La policía reportó sobre el “disturbio”: “[Alrededor de la 1 PM, un] grupo llegó al Congreso y, haciendo uso de los mismo métodos que en los dos edificios anteriores, entraron, destruyeron y quemaron diversos muebles y documentación; y saquearon diversos objetos...” Máximo, un par-ticipante, describe lo que llama “la procesión” a través del centro aquel día de la “explosión”:

Cuando llegamos a la Casa de Gobierno los empleados públicos estaban aplaudiendo alre-dedor del fuego. Nos pareció natural avanzar hacia el Congreso. Y mientras íbamos para allá, el sentimiento era que tenía que ser igual. Fue en el Congreso donde más bronca se había acumulado, porque los legisladores habían votado la Ley Ómnibus*... Así que a ellos les pareció natural, habiendo arreglado las cosas con la Casa de Gobierno y el Palacio de Justicia, seguir con el Congreso.9

Después de ocupar la legislatura, “un grupo muy dinámico empieza a moverse en ciclomo-tores y bicicletas”, relata Esteban, otro manifestante. Este “grupo muy dinámico” llegó a la casa de los políticos y se vio sumado por algunos vecinos para quemar y saquear. Siguiendo con el informe de la policía, “[después de atacar el Congreso], grupos, en números que se estiman alrededor de cuatrocientas a quinientas personas, se movieron por las calles de la ciudad y más tarde entraron a las casas de los funcionarios y exfuncionarios... Grupos... se movían en un estado de excitación por diversas partes de la ciudad.”

Muchos funcionarios locales y algunas reconstrucciones periodísticas describieron, con sor-presa, la “precisión” con la cual la multitud se movía de una casa a la otra. Esta precisión (utilizada por funcionarios y muchos periodistas como evidencia de la presencia de activistas o “agitadores subversivos”) ilustra la activa presencia de relaciones clientelares en el itinerario de la multitud. Después de todo, la ruta seguida por los manifestantes atravesó las casas de los jefes políticos y los caciques más conocidos; y casas que muchos de los manifestantes solían visitar con frecuencia. En un comentario muy sencillo, Carlos, participante activo de la masiva movilización, encapsula las continuidades entre las redes políticas personalizadas y la acción colectiva.

Acá, en Santiago, hay barras [gangs] que sirven para muchas, muchas cosas. Estas barras están compuestas de pibes marginales. El Partido Radical o el Partido Peronista invita a estos pibes a un asado, los lleva a actos políticos a cambio de comida o plata... Estos pibes conocen todos los mecanismos habidos y por haber para conseguir lo que quieran de parte de políticos, ministros o miembros del parlamento. No son peronistas ni radicales, ellos van con el que sea. Conocen las casas de los políticos**. Estuvieron ahí, porque el político co-rrupto los invita a la casa y empiezan a darse cuenta de cómo funciona la política. Estos son los pibes que saquearon las casas de los políticos* el 16 de diciembre. Sabían perfectamente dónde vivían.

Una de las casas atacadas fue la de Carlos y Nina Juárez. Esta pareja dominaba una de las maquinarias políticas clientelares más persistentes del país. Entre fines de la década del '40 y prin-cipios de los 2000, el Juarismo* reinó [ruled] en la provincia, formal o informalmente. Los soció-

* En castellano y cursivas en el original [N. del T.]** En castellano en el original [N. del T.]* En castellano en el original [N. del T.]

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logos locales hablan del modelo juarista** (refiriéndose a Carlos Juárez, gobernador durante cinco períodos) para referirse a un sistema de poder basado en la distribución de empleo público, vivienda social y otros beneficios sociales, conducidos a destino por arraigadas redes clientelares (Tasso, 1999). Nepostismo y clientelismo generalizados fueron, hasta hace poco tiempo, las formas domi-nantes de manejar los asuntos gubernamentales en Santiago. En un contexto en el cual la política adquiere semejante carácter personalizado, no debería sorprender el hecho de que la insurgencia colectiva haya tomado la forma que tomó aquel 16 de diciembre de 1993. El Santiagazo** muestra cómo el clientelismo puede operar con una doble cara, una con las redes habituales de reciprocidad, la otra con las acciones directas de la multitud cuando aquellas colapsaron.

Caso 2: soporte relacional

La mayor parte de la literatura sobre redes clientelares apunta a que su potencial mal funcio-namiento puede generar repentinas quejas, a su vez creando la oportunidad para la acción colecti-va10. Solo recientemente las redes clientelares bien aceitadas han sido analizadas como soportes re-lacionales clave para la acción colectiva. Según estos estudios, no hace falta que las redes verticales colapsen para que emerja la acción colectiva; algunos de sus protagonistas (caciques, punteros o clientes) pueden, por distintas razones (desde amenazas hasta arreglos preexistentes, pasando por intentos de mejorar su posición en el campo político), convertirse en organizadores de acción colec-tiva (y, en ocasiones, violenta). Antes de exponer tres casos que servirán como gráficas ilustraciones de lo que llamamos “escenario de soporte relacional”, permítasenos repasar parte de la evidencia empírica disponible de este caso alternativo de relación recursiva entre acción beligerante y cliente-lismo.

Las reconstrucciones históricas de los “disturbios raciales” en Estados Unidos señalan la participación de miembros de importantes partidos políticos y funcionarios públicos en el apoyo y ejecución de actos violentos. Janet Abu-Lughod (2007), por ejemplo, documenta los ataques come-tidos por Los Potros de Ragen [Ragen's colts], jóvenes vagos del partido que recibían apoyo finan-ciero de parte de Frank Ragen, un importante funcionario demócrata en el condado de Cook, para enfrentarse a los afroamericanos durante los disturbios de 1919 en Chicago. Abu-Lughod muestra que la política de aparato puede funcionar como un apoyo clave para la política beligerante.

El hecho de que las disputas entre las redes clientelares activas pueda constituir la base de la acción violenta no debería sorprender a un estudioso de las guerras civiles. Al escribir sobre los ase-sinatos en masa sucedidos en Indonesia en 1965 y 1966, Stathis Kalyvas afirma que aunque estuvie-ran “articulados ostensiblemente alrededor de la brecha comunismo/anticomunismo... [un] análisis detallado de las masacres regionales sacaría a la luz todo tipo de conflictos locales... [E]n Bali estu-vieron asociados con rivalidades de larga data entre grupos clientelares” (2003: 478).

Las redes clientelares también han sido identificadas como el soporte relacional crucial en la violencia colectiva en Colombia. Como sostiene Steffen Schmidt (1974: 109): “La violencia políti-ca de Colombia... se debe en gran parte a la existencia de una política clientelar extendida, competi-tiva y agresiva”. En su detallado estudio de la Violencia*, la ola de violencia política que mató a

** En castellano y cursivas en el original [N. del T.]* En castellano y cursivas en el original [N. del T.]

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doscientas mil personas en Colombia en las décadas de 1940 y 1950, la historiadora Mary Roldán refiere algo similar, al sostener que en Antioquía “el conflicto partidario actuó como el principal catalizador de la violencia” (2002: 22). Más acá en el tiempo, la historiadora Lauria Gunst (1995) y el sociólogo Orlando Patterson (2001) descubren las relaciones entre lo que este último llama guar-niciones militares-electorales [garrison constituency] (una versión local de red clientelar) y violen-cia de pandillas en épocas electorales en Jamaica. Los vínculos “cuasi-mafiosos” (Gunst, 1995: 83) entre políticos y pandillas, “formadas en un principio con fines políticos, ahora también ofician de vehículo para el tráfico de drogas. En los 80's, muchas de estas pandillas emigraron a Estados Unidos, donde se hicieron conocidas y rápidamente se construyeron una reputación de violentas” (Patterson, 2001: 1). Los orígenes de las pandillas jamaiquinas de droga en Nueva York pueden ser encontrados, sostiene Gunst, en estas barras, que eran grupos políticos armados por los dirigentes políticos relacionados con los Primeros Ministros jamaiquinos Edward Seaga o Michael Manley.

La relación entre clientelismo y acción colectiva no necesariamente tiene que tomar una forma violenta. En su estudio de la protesta ambiental en ocho comunidades del Japón meridional, Broadbent (1998; 2003) nota la presencia de lo que él llama jefes disidentes (líderes locales que se suman a los manifestantes). Estos jefes son indicio, en el análisis de Broadbent, de los lazos verti-cales existentes entre los ciudadanos y las élites que dan forma a las oportunidades políticas a nivel local. Los jefes políticos locales, escribe, “formaban una estructura vertical de control social [que] se insertaba en la comunidad a través del partido político, el gobierno y las grandes empresas” (2003: 219-20).

Muy parecido a un precinct captain de los aparatos políticos de Chicago analizados por Guterbock (1980) o a un cabo eleitoral de las favelas brasileñas (Gay, 1990), estos jefes locales construyen su poder local por medio del clientelismo; es decir, “ofreciendo generosos obsequios en bodas y funerales, haciendo fiestas para construir la camaradería, distribuyendo pequeños sobornos en época de elecciones, encontrando trabajo y hasta maridos o esposas para tus hijos” (Broadbent, 2003: 222). Las redes clientelares constituyen “una barrera formidable contra la movilización en [el] contexto de la ciudad” (2003: 223) a menos que un jefe disidente se separe: “una vez que un jefe tradicional se separaba de sus jefes y se pasaba a la resistencia, estaba en condiciones de traerse a gran parte de sus subordinados en la red 'automáticamente' (estructuralmente) a las filas del movi-miento de protesta” (221).

La evidencia disponible que se centra en lo que llamamos “escenario de soporte” es limitada y dispersa por un razón. Este tipo de relación recursiva entre clientelismo y acción colectiva no ha sido examinado en profundidad, ni teórica ni empíricamente. En las siguientes páginas vamos a re-construir tres manifestaciones diferentes de esta imbricación mutua. Como se verá claramente, estos casos muestran que no hace falta que colapse o se interrumpa el flujo de los intercambios clientela-res para que se dé la acción colectiva. Redes clientelares que gozan de buena salud pueden ser acti-vadas a propósito para desarrollar políticas por otros medios (a veces violentos).

Caso 2 i : aval del cacique

Las redes clientelares pueden actuar como las estructuras movilizadoras que se necesitan

i Sic. El autor repite “Caso 2”, que es en verdad una versión del “soporte relacional” (más arriba llamado Caso 2).

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para generar acción colectiva; en lugar de intentar suprimir o limitar la beligerancia, caciques y punteros pueden dar su aval a los levantamientos masivos. La pueblada* de la Patagonia argentina es un ejemplo de este dinámico proceso.11

Entre el 20 y el 26 de junio de 1996, miles de habitantes de Cutral-co y Plaza Huincul, ciu-dades petroleras en la sureña provincia de Neuquén, cortaron todas las rutas de acceso al área, dete-niendo de hecho la circulación de bienes y personas por siete días y seis noches. Los piqueteros*

exigían “fuentes de trabajo genuinas” al tiempo que rechazaban la intervención de sus representan-tes electos y otros políticos locales (tachándolos de deshonestos y acusándolos de “negocios tur-bios”) y reclamaban la presencia física del gobernador para discutir sus demandas con él, directa-mente. La sola presencia de alrededor de 20.000 manifestantes, según coinciden muchas fuentes, intimidó a las tropas de Gendarmería Nacional**, que habían sido enviadas por el gobierno federal para “liberar” la ruta nacional. El 26 de junio, el gobernador de Neuquén accedió a la mayoría de las demandas en un acuerdo escrito que firmó con un representante de la recientemente formada comi-sión piquetera. La pueblada*, como pasó a conocerse este episodio, fue otro evento extraordinario en la Argentina democrática contemporánea: no es común ver tropas que se retiran derrotadas, auto-ridades que negocian con líderes elegidos al calor de la acción colectiva, gobernadores que ceden ante las demandas populares y levantamientos que involucran a ciudades enteras. La cadena de eventos que desembocaron en este episodio de acción colectiva muestra cómo las redes clientelares crearon las condiciones para un levantamiento masivo.

Temprano en la mañana del 20 de junio de 1996, una de las principales estaciones radiales de Cutral-co, Radio Victoria, informó acerca de las malas noticias: el gobierno provincial había cancelado un acuerdo con Agrium, una empresa canadiense que iba a construir una planta fertiliza-dora en la región. La radio, a continuación, “abrió los micrófonos para escuchar las respuestas de la gente... Un vecino llamó para decir que la gente debería exhibir su descontento... [otro] dijo que deberíamos juntarnos en la ruta”, recuerda Mario Fernández, director y dueño de la radio (citado en Sánchez, 1997: 9). Todas las personas entrevistadas para este estudio mencionaron que esos llama-dos a la radio fueron centrales en sus recuerdos, no solo en cuanto a cómo los periodistas y comen-tadores alentaban a la gente sino también por cómo la radio local había enmarcado la cancelación del proyecto de la planta fertilizadora.

En Radio Victoria, el ex-intendente Adolfo Gritini y su aliado político, Fernández, describie-ron la cancelación del acuerdo con Agrium como “el tiro del final para ambas ciudades”, como la “última esperanza que se nos va” y como una “decisión absolutamente arbitraria del gobierno pro-vincial”. Daniel, un vecino de la zona, recuerda: “había mucha bronca... la radio decía que teníamos que salir y protestar, decían que era hora de ser valiente”. “Me enteré del piquete por la radio... esta-ban hablando de la situación social”, dijo Zulma, otra vecina. Daniel, Zulma y los demás apuntan al mismo agente articulador y de encuadre, con funciones similares: la radio sirvió tanto para explicar la “situación social” como para convencer a la gente de salir a la calle.12

Al tiempo que la radio transmitía “la bronca que sentíamos”, como explica Daniel, y llama-

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ba a la gente a congregarse en la Torre Uno* (emplazamiento que conmemora el descubrimiento de petróleo en la región), los taxis llevaban gratis a la gente hasta ahí. ¿Se trató de una repentina erup-ción de indignación? ¿Los periodistas de la radio y los taxistas fueron nada más que los primeros en reaccionar espontáneamente? Difícil. El faccionalismo en el partido de gobierno, el Movimiento Popular Neuquino (MPN)*, y particularmente las acciones de Gritini, constituyen la raíz tanto del “encuadre de la injusticia” como de la movilización de recursos13.

En palabras del intendente actual [2009], Daniel Martinasso, “Grittini apoyó la protesta los primeros días. ¿Cómo? Bueno, en primer lugar, comprando un par de radios locales para que convo-caran a la gente a la ruta” (Auyero, 2003: 37). Además, aunque no existen evidencias concluyentes, muchas fuentes (periodistas, políticos y manifestantes) señalaron que Grittini también mandó los camiones que llevaron cientos de gomas a los diferentes piquetes y algunas de las topadoras para bloquear el tránsito. Muchos informantes asimismo mencionaron a Grittini como la fuente detrás de la distribución gratuita de comida, combustible, leña y cigarrillos en los corte (“¡Hasta pañales para los bebés nos traían!”, recordaron muchas manifestantes). Algunos llegaron incluso a decir que Grittini pagaba 50 pesos* por noche a cientos de jóvenes piqueteros y que sus seguidores los prove-ían de vino y drogas. Fragmentos de entrevistas con ex-piqueteros apuntan al papel crucial jugado por la política partidaria en los orígenes de este episodio de protesta colectiva (Auyero, 2003: 37).

E: En el primer piquete, el de la esquina al lado de la Torre Uno, éramos unas 30 personas. Nos trajeron colchones, comida, café y leche...P: ¿Y quién les trajo esas cosas?E: Y, capaz... los políticos tuvieron algo que ver con eso...

P: Cuénteme un poco de la primera organización. ¿Quién decidió dónde se iba a hacer el piquete?E: Yo creo que venía todo de arriba; estaba todo preparado. Porque fue una enorme coinci-dencia que todo se desarrollara alrededor de la Torre Uno. Pero no tengo ni idea quién lo organizó o quién hizo correr el primer aviso. Pero veíamos (especialmente los primeros días) a muchos políticos... Aún así, yo me quedé por curiosidad.

P: Cuestión que ustedes, los piqueteros, no fueron los que decidieron cortar la ruta...E: No, no, no... Esto fue alentado por un sector del MPN. Hubo una radio que avivó toda la cosa. Era como convocar a una gran reunión...

El 26 de junio, cuatrocientos efectivos de Gendarmería Nacional* recibieron la orden de liberar la ruta. Al verse enfrentados a 20.000 manifestantes, sin embargo, la jueza federal que los acompañaba decidió que no tenía competencia para lidiar con la situación y ordenó el retiro de las fuerzas represivas. El gobernador de la provincia, Felipe Sapag, trascartón accedió a la mayor parte de los reclamos. Esta movilización de recursos y proceso de encuadre, aún así, no operó en un vacío, sino por medio de redes clientelares bien arraigadas a través de las cuales se encauzó la distribución de recursos y la propagación de información.

Si unimos la movilización y el encuadre, veremos un proceso de certificación llevado a cabo por conocidos caciques políticos. La movilización de recursos, el encuadre y la certificación adqui-

* En castellano en el original [N. del T.]* En castellano en el original [N. del T.]

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rieron su forma ante condiciones preexistentes que se mostraron aptas para una protesta de gran tamaño; por nombrar solo dos, el impresionante crecimiento del desempleo en la zona y el consi-guiente -y veloz- proceso de miserabilización colectiva (ver Auyero, 2003; Costallat, 1999; Favaro et al., 1997; Favaro y Bucciarelli, 1994). El levantamiento de Cutral-Co muestra cómo las redes clientelares apadrinan la organización de la acción colectiva. Aquí el clientelismo operó como una estructura movilizadora.

Caso 3: apoyo clandestino

El tercer re-análisis apunta a la variación en el apoyo brindado por redes clientelares exis-tentes a la política beligerante. En este caso, la relación entre los acuerdos clientelares y la acción de masas no adquirió la dimensión pública y evidente de Cutral-Co sino más bien una dimensión clan-destina y oculta14.

Alrededor de 300 comercios fueron atacados o saqueados en 11 provincias argentinas a lo largo de la semana transcurrida entre el 14 y el 21 de diciembre de 2001. Alrededor de 20 personas, todas ellas menores de 35 años, perdieron la vida. Fueron asesinados por la policía o por las balas privadas de los dueños de los locales. Otros cientos fueron heridos gravemente y miles fueron arrestados. Las provincias de Entre Ríos y Mendoza fueron las primeras en asistir a la presencia de cientos de personas cortando rutas y reuniéndose frente a supermercados para pedir comida y, al ser desechado su reclamo, entrar a los locales y llevarse la mercancía por su cuenta. Pronto la ola se ex-tendió a las provincias de Santa Fe, Corrientes, Córdoba, Neuquén, Tucumán, Santiago del Estero, Chubut, Río Negro y Buenos Aires. Partiendo de una base de datos de 289 episodios extraídos de notas de diarios, encontramos que los siguientes factores fueron característicos:

• Los supermercados grandes y de cadenas internacionales recibieron amplia protección policial. Dicha protección generalmente desalentó el saqueo.

• En zonas de negocios pequeños y de barrio la policía rara vez se hizo presente. Estos nego-cios fueron los que sufrieron la mayor parte de los saqueos.

• Punteros políticos del partido generalmente se apersonaban en los saqueos de negocios pequeños cuando no había policía en los alrededores. Cuando eran saqueados los grandes supermercados y no había presencia de punteros, la probabilidad de que apareciera la policía era estadísticamente alta. Y cuando los negocios pequeños eran saqueados y había presencia de punteros, la probabilidad de que apareciera la policía era muy baja. Cuando el lugar era un negocio pequeño, se veía mucha más actividad de punteros y mucha menos probabilidad de que apareciera la policía.

En junio de 2005, uno de los autores tuvo una extensa conversación con Luis D'Elia, líder de la organización de base Federación de Tierra y Vivienda* sobre estos hechos15. Luis vive en La Ma-tanza, uno de los partidos más poblados y empobrecidos del Área Metropolitana de Buenos Aires, cerca del cruce de Crovara y Cristianía (“C y C”), una zona comercial que fue devastada en la época de los saqueos de comida en diciembre de 2001.

Entre 2000 y 2001, la organización de D'Elia coordinó algunos de los cortes de ruta más lar-

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gos y populosos en el marco de las protestas contra el gobierno de De la Rúa (1999-2001). Esto es lo que tenía para decir sobre los hechos. Los activistas del Partido Peronista (el partido político más grande de la Argentina, el partido más grande de los basados en el clientelismo y el partido de opo-sición en esa época)

hicieron dos cosas: algunos de ellos dirigieron el saqueo. Para que se haga un saqueo tiene que haber una zona liberada. Entonces sacaron a la policía. Y empezaron a juntar a la gente diciendo que iban a ir a saquear. Hicieron esto desde las unidades básicas*. Los muchachos de las unidades básicas* ocuparon el área de Crovara y Cristianía con su gente, como si hu-bieran sido reclutados para eso aquel día. Sacaron a la policía; la policía normalmente deja-ba sus patrulleros estacionados ahí. Ese día, la policía desapareció. Y, en un determinado momento, tiraron a la gente contra los locales.

“Lo invitamos a destrozar el supermercado Kin el próximo miércoles a las 11:30 AM, el supermercado Valencia a la 1:30 PM y el supermercado Chivo a las 5 PM”. Este volante y otros similares circularon por los barrios pobres de Moreno, un partido en las afueras de Buenos Aires, invitando a los vecinos a sumarse a las multitudes que saquearon docenas de supermercados y almacenes los días 18 y 19 de diciembre de 2001. Los informes de los periodistas de investigación coinciden en que los volantes fueron distribuidos por activistas del Partido Peronista (ver, por ejemplo, Young, 2002). Tanto el testimonio de D'Elia como los volantes revelan el vínculo (en este caso, oculto) entre las redes clientelares y las formas extraordinarias de acción colectiva.

El partido de Moreno se localiza en el Oeste del Conurbano Bonaerense* (Gran Buenos Aires), a 37 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires. Cerca de un tercio de sus 380.000 habitantes tienen “necesidades básicas insatisfechas” (esto es, son pobres) (Alsina y Catenazzi, 2002). La Ma-tanza limita con la Ciudad de Buenos Aires al suroeste; la mitad de sus 1.255.288 habitantes viven debajo de la línea de pobreza16. Hay alrededor de 106 villas en su territorio (Torresi, 2005). La Ma-tanza y Moreno comparten la difícil situación económica que ha afectado a la toda la región metro-politana desde la década del '90: impresionante crecimiento de la pobreza debido al híper-desem-pleo. En mayo de 1997, el 24.8% de los hogares del área metropolitana de Buenos Aires (y el 32.7% de la población) vivía bajo la línea de pobreza. Y en mayo de 2003, las cifras casi se habían duplica-do: el 50.5% de los hogares (y el 61.3% de la población) estaban en ese estado (INDEC, 2003).

Los últimos días de 2001 encontraron a los habitantes de Moreno y La Matanza, al igual que de muchas zonas pobres a lo largo y ancho del país, luchando por llegar a fin de mes, en medio de niveles récord de desempleo y una asistencia estatal cada vez más escasa. La provisión de comida y otros programas de asistencia social (especialmente los subsidios por desempleo) habían venido recortándose de manera sostenida a la par de la profundización de la crisis económica durante 2001. Karina, residente de uno de los enclaves más empobrecidos de Moreno, recuerda que en esa época tenía un subsidio por desempleo (conocido en ese entonces como Plan Trabajar*) pero que los pagos mensuales estaban atrasados (algo bastante común en su barrio y en Buenos Aires): “Supues-tamente nos iban a pagar a fin de mes [Noviembre] pero no. Ponían una fecha, después otra. Se ve-nía la Navidad y... bueno, ahí pasó lo de los saqueos”. La plata para los subsidios de desempleo no solo había sido demorada, sino que también había disminuido el monto (se redujo en un 20% en

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varias zonas [Svampa y Pereyra, 2003]). Los saqueos en Moreno empezaron hacia la noche del 18 de diciembre, pero la mayor activi-

dad se registró en la tarde del 19. Ese día fue el de la mayor destrucción en La Matanza también. Días antes, vecinos, saqueadores y comerciantes sabían que “algo se venía”. Sandra, que se quedó en su casa durante los hechos, nos contó que alrededor de una semana antes se enteró por medio de un vecino de que iba a haber saqueos. El Mono, que sí participó, nos dijo: “Estaba en la escuela y mis compañeros y amigos estaban hablando de los saqueos como dos semanas antes de que empe-zara todo”. En Moreno, Mónica Gómez le dijo a un periodista: “sabíamos que iba a haber saqueos como mínimo hacía un mes, pero nadie hacía nada. Nos daban subsidios [de desempleo] y después nos los cortaban. Nos daban paquetes de comida pero de repente dejaban de darnos. Nadie puede aguantar eso” (Vales, 2001). Los rumores se expandieron como pólvora entre los comerciantes de ambas zonas. Como nos dijeron dos de ellos: “Se rumoreaba mucho de que iban a empezar los sa-queos”. “Alrededor de una semana antes, otros comerciantes y clientes escucharon rumores acerca de que había un grupo de personas que irían a armar disturbios”.

¿De dónde venían los rumores? Docenas de entrevistas con residentes, saqueadores, saquea-dos, referentes de base y militantes del Partido Peronista apuntan a este último grupo como su ori-gen. Susana, una puntera peronista, nos confió lo siguiente: “Nosotros [los integrantes del partido] sabíamos de los saqueos de antemano. Alrededor de la 1 AM [los saqueos empezaron al atardecer del día siguiente] ya sabíamos que iban a haber saqueos. Nos dijeron las autoridades municipales y nosotros difundimos la información [entre los miembros del partido].” Pascual, dueño de un nego-cio en La Matanza, lo decía así: “Nosotros conocíamos a muchos militantes políticos... Venían acá al negocio cuando andaban recolectando plata... Ellos nos dieron la noticia [de que se venían los saqueos]”.

Antes y durante los saqueos, los punteros peronistas informaron sobre la ubicación de los objetivos, la presencia o ausencia de policía y, de ese modo, las probabilidades de llevar a cabo estas prácticas riesgosas con éxito. La señalización [signaling], un mecanismo crucial en la genera-ción de acción colectiva (McAdam et al., 2001), estaba en pleno funcionamiento17. Amigos y veci-nos, trabajando codo a codo con esos punteros, relacionados con el más grande partido clientelista de Buenos Aires, se pasaban los datos de cuándo iban a empezar los saqueos y dónde era seguro saquear. La señalización constaba básicamente de protección ante una potencial respuesta represiva (como nos dijeron muchos vecinos: “Yo no fui por esa calle porque unos vecinos me habían dicho que ahí estaba la policía”) y de avisos logísticos (los participantes nos contaron que algunos lugares evitaron el daño porque tenían rejas pesadas o electrificadas, o bien seguridad privada).

Una nota publicada en el diario más importante de la Argentina un año después de los he-chos presenta un relato similar. En diciembre de 2001, Josefa vivía en una pequeña casilla ubicada en un barrio pobre de Moreno. El día 18 recibió un volante que la invitaba a “reventar” una serie de negocios. Al día siguiente se presentó frente al minimercado Kin y rápidamente había doscientas personas en la vereda de este pequeño negocio, pidiendo comida. Recuerda haber visto a un patru-llero abandonar la escena y a un hombre que trabajaba para el gobierno municipal hablando por

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celular. Acto seguido, apareció un camión del que bajó un grupo de pesados*, conocido en el barrio como Los Gurkas**. “Tiraron abajo las puertas y nos llamaron”, recuerda Josefa. “Un par de días después me encontré con uno y me dijo que la gente del partido peronista les había pagado cien pesos por el trabajo”.

Lejos de Josefa, habitantes del barrio Baires, otro enclave empobrecido de Buenos Aires, ubicado en el partido de Tigre, parecieron haber recibido noticias similares acerca de un inminente saqueo, a través de sus hijos: “Cuando llegó mi hijo de la escuela me dijo que un señor de la unidad básica* de la zona había ido a comunicarle a los maestros los lugares de saqueo. La maestra le dijo a mi hijo que ella iba a ir. Y nosotros fuimos a ver si podíamos sacar algo” (resumido de Young, 2002).

Por lo tanto, caben pocas dudas de que hubo punteros peronistas involucrados activamente en los episodios de saqueo que se desarrollaron en Moreno y La Matanza. Los periodistas de inves-tigación sugirieron esta hipótesis y nuestra investigación ha encontrado evidencias de su presencia. ¿Pero de qué modo, exactamente, se involucraron los punteros clientelares? Aunque algunos punte-ros peronistas pueden llegar a haber reclutado seguidores, su acción principal (al menos de la que tenemos mayor evidencia) parece haber sido difundir la noticia de que se venía un saqueo. Los punteros peronistas no llevaron a sus seguidores (clientes) hasta los negocios, ni podían controlar sus acciones. Sin embargo, hicieron algo crucial: hicieron correr la bola de dónde serían los sa-queos; simplemente haciendo correr rumores por todo el barrio de que “se venían” saqueos en la zona de Crovara y Cristianía en La Matanza y en El Cruce** de Moreno, lugares en los cuales había pequeños comercios minoristas y no grandes cadenas de supermercados. Estos eran “lugares seguros” para saquear; la policía no estaría presente, y si lo fuera a estar, no actuaría.

¿Cómo se enteraron los militantes y la gente en general de la futura (in)actividad policial? En parte, lo supusieron porque la información de los saqueos venía de arriba, de agentes estatales bien conectados. En parte, también lo experimentaron en carne propia cuando vieron que la policía estaba, en palabras de un militante devenido saqueador, “peor que nosotros; ellos eran los que se llevaban la mayor parte de las cosas... y cuando estábamos adentro de El Chivo* [un supermercado devastado en El Cruce*] hasta nos dijeron que nos escapáramos para no meternos en un quilombo” (Auyero, 2007).

Caso 4: reacción ante la amenaza

El último caso, proveniente de un trabajo de campo en curso, ilustra otra variante del esce-nario de apoyo. Aquí, una amenaza al monopolio gestionado por los que están a cargo de la distri-bución clientelar promueve una forma de acción política violenta y aparentemente coordinada. En este caso, la relación entre el planeamiento clientelar y la movilización colectiva también adopta una forma oculta. Los caciques se organizan colectivamente para hacer un reclamo al Estado, usando la violencia. Los habitantes son avisados de la violencia que se viene y se movilizan en masa para evitar heridas y daños a la propiedad.

* En castellano y cursivas en el original [N. del T.]** En castellano en el original [N. del T.]

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El 8 de febrero de 2007 un incendio destruyó los hogares de 300 familias en la Villa El Cartón*, ubicada bajo la Autopista 7 en la ciudad de Buenos Aires18. Todo comenzó a las 6:30 AM. De acuerdo a los informes periodísticos, las ambulancias atendieron a 177 personas; 31 fueron hospitalizadas por diversas heridas, complicaciones respiratorias o ataques nerviosos. El día si-guiente, el jefe de los Bomberos de la Policía Federal comunicó a los periodistas que estaban considerando “un incendio provocado... como denunciaron muchos vecinos”. Semanas después, Gabriela Cerruti, en ese entonces Ministra de derechos humanos y sociales del gobierno de la Ciudad, confirmó las sospechas del jefe de Bomberos por medio de un comunicado de prensa, al tiempo que denunciaba públicamente la “intencionalidad política del incendio”. Cerruti declaró ante los periodistas que el incendio que había convertido en indigentes a cientos de familias tenía “motivaciones políticas”. Un importante funcionario del gobierno porteño también nos dijo que estaba seguro de que

fue intencional... Muchos habitantes fueron avisados de antemano de que iba a haber un in-cendio. Y abandonaron sus casas la noche anterior. Por eso es que no murió nadie. Los caba-llos que usaban los cartoneros para tirar de los carros también fueron retirados antes del incendio. El jefe de policía me dijo: “¿Te das cuenta?, ¡ni a los borrachos agarró despreve-nidos!” Así que casi todos en la villa se enteraron de antemano.

¿Quién planificó el incendio y por qué? ¿Por qué los funcionarios públicos pensaron que el incidente tenía motivaciones políticas? Según el informe escrito por la Fiscal Mónica Cuñarro sobre las secuelas de los eventos, el incendio fue “armado por personas que vivían en el asentamiento”. La reconstrucción toma un buen número de evidencias para fundamentar la hipótesis del fuego pro-vocado. Los responsables “evitaron pérdidas vitales... Bienes tales como electrodomésticos, sillas, escritorios, etc” fueron colocados en lugares seguros, alejados de la villa, antes de los hechos. El informe también señala que los “líderes del barrio planificaron el fuego y le avisaron a la mayoría de los habitantes, quienes, alrededor de las 5 AM, sacaron los electrodomésticos, la ropa y colcho-nes de sus casas, así como los caballos...” El texto asimismo agrega que el fuego y el daño podrían haber sido prevenidos, pero nadie en la villa llamó al destacamento de bomberos, aunque los me-dios para hacer la llamada (“específicamente teléfonos celulares”) estaban disponibles. A diferencia de lo que fue informado en un principio por los medios, la fiscal Cuñarro declara:

Otro elemento que prueba esto es que... por suerte no hubo víctimas fatales, nadie resultó quemado, nadie se ahogó, nadie fue hospitalizado... [Esto demuestra] que los habitantes fueron meros testigos del incendio. No hubo víctimas ni pérdidas materiales porque, al saber ellos de antemano lo que sucedería, fueron capaces de protegerse y guardar sus objetos de valor (Cuñarro, 2007)

En las semanas y meses posteriores al incendio, se sucedieron numerosas acusaciones entre facciones políticas opuestas (algunas del gobierno porteño, otras del gobierno nacional). Cada fac-ción acusaba a la otra de “manipular a los pobres”, “usar a los pobres para escalar posiciones”, “campaña sucia” y demás. La ministra de Derechos humanos y sociales acusó a un funcionario li-gado al gobierno nacional de ser el cerebro del incendio provocado, a lo que siguió un impresionan-

* En castellano en el original [N. del T.]

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te fuego cruzado. En agosto de 2007, a seis meses de los episodios, la fiscal del Estado solicitó al juez la indagatoria de un puntero de base, miembro de uno de los partidos políticos que se enfren-taban al en ese entonces jefe de gobierno.

Aunque el juez negó el pedido (basándose en la falta de pruebas sólidas), el informe de la fiscal merece un análisis ya que apunta a los nexos (corroborados por casi todas las personas con las que hablamos sobre este caso) entre el incendio y el manejo político de los actores políticos bien asentados: “No podemos ignorar el hecho de que los episodios fueron armados por referentes del barrio que querían usar un gran desastre para presionar a las autoridades locales y así obtener vi-vienda social o subsidios [dinero]” (Cuñarro, 2007). A continuación, el informe señala la conexión entre estos hechos y otros episodios de violencia colectiva de la ciudad, como la invasión organiza-da de un monobloque de vivienda social a medio terminar en el Bajo Flores, que ocurrió menos de dos meses después de lo de El Cartón. El informe de la fiscal y varios reportes periodísticos coinci-den en que en los meses previos a las elecciones locales hubo un dramático aumento de esta clase de episodios de violencia colectiva aparentemente organizada. ¿Qué estaba pasando?

De acuerdo a unas conversaciones informales que mantuvimos con ex-funcionarios guber-namentales y con la fiscal del Estado, militantes como los involucrados en el incendio de la villa o la invasión del monobloque casi con seguridad controlan el acceso a subsidios estatales, vivienda social y paquetes de comida distribuidos por ministerios. Lo hacen por medio del control de las listas de beneficiarios (de subsidios en dinero, vivienda o comida). Estos referentes locales son los que deciden quiénes “llegan” a las listas y quienes no. En otras palabras, acaparan el acceso al clientelismo estatal. Un ex-funcionario me lo explicaba así, con un ejemplo:

Cuando estábamos tratando de registrar a los habitantes de las villas para el Ciudadanía Por-teña* [un plan social], abrimos una oficina en cada villa y, en muchos casos, nadie se presen-taba. Solo una vez que habíamos arreglado con los punteros* del barrio, la gente empezaba a anotarse. Estos referentes nos decían: “Vos abrí la oficina y van a venir”. Obvio, ellos eran los que controlaban la lista final...

La fiscal lo pone en estos términos:

Quiensea que controle el censo [de los planes] controla quién recibe los subsidios y bajo qué condiciones. Quiensea que controle el censo controla los subsidios estatales. Estos subsidios estatales están distribuidos arbitrariamente; nadie los controla; no están centralizados... Los que tengan el censo del barrio y los subsidios obtienen el control sobre ese territorio particu-lar, son los que deciden quién llega a la villa y quién se tiene que ir, quién recibe los ladri-llos y demás materiales [para la construcción] y quién no. (Cuñarro, comunicación personal)

Cuando el jefe de gobierno recientemente asumido, Jorge Telerman, decidió presentarse a la reelección, uno de sus primeros planes fue poner orden en la administración de los planes sociales en la ciudad, que según muchos de sus responsables era caótico19. Para los funcionarios y fiscales con los que hablamos, la decisión del jefe de gobierno de “racionalizar” (o, en términos menos eufe-místicos, retomar el control de) los registros locales de los planes sociales (o los censos) detonó una serie de episodios (ocupación de edificios, incendios, etc) como los de Villa Cartón o la invasión del monobloque en Bajo Flores.

* En castellano en el original [N. del T.]* En castellano en el original [N. del T.]

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Por medio de la instigación de episodios de violencia colectiva, los líderes locales transmi-tieron el mensaje de que no irían a abandonar su control territorial; no irían a abandonar su poder sobre esas áreas y los recursos con venían con ello. O, en palabras de la fiscal, el objetivo del incen-dio fue “destruir completamente el lugar para de ese modo ejercer presión sobre las autoridades locales” (Cuñarro, 2007). ¿Qué querían lograr estos incendiarios? La fiscal está segura: querían, según nos dijo en una entrevista, “evitar la realización de un censo en ese asentamiento precario, para obtener una expropiación por ley y recibir un subsidio de vivienda”.

Así, lo que podría ser percibido por un observador desprevenido como un accidente típico de las precarias condiciones en que viven los habitantes de villas y asentamientos es, en realidad, una reacción orquestada en defensa del control de los recursos clientelares. Coordinada por los punteros, la movilización de los residentes (tanto los esfuerzos por evacuar el lugar como la negativa a notifi-car a los bomberos) también puede ser vista como un modo de reclamar al Estado; en este caso, pidiendo subsidios de vivienda y de desempleo [housing and welfare subsidies]. Este ejemplo, en conclusión, muestra cómo el clientelismo puede vivir otra vida en los intentos colectivos -y violentos- de defender sus mecanismos.

Conclusiones y tareas por venir“La vida social cotidiana, las relaciones sociales existentes, los recuerdos compartidos y la

logística de los entornos sociales (…) dan forma a los modos de acción colectiva”, escribe Charles Tilly en Regimes and repertoires (2006: 43). En uno de sus escritos tempranos (1992: 6), este mismo autor lo expresa así: “las reuniones beligerantes obviamente conllevan una relación coherente con la orga-nización social y la política cotidiana de su entorno. ¿Pero qué relación? Ese es el tema”20. Este artí-culo se ha encargado precisamente de este problema al mirar la conexión entre la vida cotidiana, la política clientelar y la acción colectiva episódica en cuatro escenarios diferentes.

Dado su foco en la formulación de reclamos discontinua, pública y colectiva -episodios en los cuales las personas “rompen sus rutinas cotidianas para unir sus energías en torno a reclamos, quejas, ataques o expresiones de apoyo visibles públicamente para luego regresar a sus vidas privadas” (Tilly, 2006: 49)- no debería pasar inadvertido que la mayor parte de la literatura sobre acción colectiva ha tendido a ignorar estos lazos con los arreglos sociales habituales, como pueden ser las relación clientelares. La evidencia aquí presentada, elaborada a partir de reanálisis etnográ-ficos, señala un hecho muy simple, aunque pasado por alto: la política beligerante y la política clientelar pueden conectarse, a veces de manera abierta, a veces de un modo más intrincado.

Desde principios de la década del '90 gran parte de Latinoamérica ha presenciado el creci-miento simultáneo de la protesta y el clientelismo (Svampa y Pereyra, 2003; Giarracca, 2001; Giraudy, 2007; Levitsky, 2003; Stokes, 2005; Auyero, 2007; Almeida y Johnston, 2006; Shefner et al., 2006; López-Maya y Lander, 2006), un proceso gemelo que es señalado como poco probable por gran parte de las investigaciones sociológicas y politológicas. El clientelismo (sus redes, marcos ideológicos, oportunidades y recursos verticales) tendería a contrarrestar la emergencia de la acción colectiva (sus redes, marcos ideológicos, oportunidades y recursos horizontales). El crecimiento cabeza a cabeza del clientelismo y acción colectiva es paradójico solo si pasamos por alto la zona

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de influencia mutua de ambos fenómenos políticos. Al prestar atención al área de intersección e interacción se devela una miríada de formas de articulación entre política beligerante y política clientelar.

La forma de articulación más transitada por la investigación ha sido la del colapso de las redes clientelares como una vía conductora hacia la protesta. El caso del Santiagazo* se coloca en este línea de investigación (colapso de la red). Este estudio también analizó otros tres escenarios en los cuales se cruzan e interactúan el clientelismo y la acción colectiva. Los casos apuntan a las variaciones en el tipo de interacción entre estos dos fenómenos de la política popular. Las redes clientelares pueden actuar como el soporte relacional, más o menos visible, de la acción colectiva de masas. No hace falta que el clientelismo colapse para generar episodios de protesta. Los ejem-plos muestan que las redes clientelares pueden actuar como esas organizaciones o redes de asocia-ción nativas enfatizadas por los seguidores del modelo de proceso político en los estudios de movi-mientos sociales como una presencia clave en la emergencia de la acción colectiva.

En el caso de Cutral-Co (aval del cacique), caciques y punteros dieron aval a los disturbios de masas proveyéndolos de estructuras movilizadoras. Durante los saqueos de comida de 2001, los caciques también prestaron su aval, pero de una manera más oculta (apoyo clandestino). Les brinda-ron información clave para armar y llevar a cabo los saqueos, abriendo posibilidades para la violen-cia colectiva. El caso de Villa Cartón* ilustra otra variante del escenario de apoyo (reacción ante la amenaza). Aquí, también de forma indirecta, los punteros se organizaron colectivamente para recla-mar ante el Estado, usando la violencia. Los residentes fueron informados de esta estrategia y luego movilizados colectivamente para evitar daños y heridos. Este último caso también demuestra que el contexto para el estudio de las conexiones entre clientelismo político y acción colectiva pueden ser extendidas más allá de los modos tradicionales de protesta.

Estos cuatro escenarios demuestran que más que dos esferas de acción opuestas o dos for-mas distintas de sociabilidad, el clientelismo y la política beligerante pueden estar imbricadas mu-tuamente. Debido a que la muestra se limita a cuatro casos, no estamos aptos para teorizar sobre las condiciones causales bajo las cuales el clientelismo activa la acción colectiva. La tarea en este artí-culo ha sido mucho menos ambiciosa: dilucidar el área poco estudiada de su relación mutua, para así esbozar una agenda de investigación empírica sistemática. En otras palabras, la escasez de datos sistemáticos sobre esta relación dinámica torna imposible la especulación acerca de las diferentes formas que esta interacción puede adquirir y los factores causales involucrados. Aún así, todavía es posible construir varios escenarios que, como tipos ideales, pueden guiar futuros esfuerzos empíri-cos. Eso es exactamente lo que este estudio ha intentado hacer.

Los esbozos de una agenda de investigación emergen al mismo tiempo que notamos las limi-taciones de nuestro análisis. En primer lugar, hemos tratado las redes de punteros-clientes (y la polí-tica clientelar en general) como una estrategia de resolución de problemas que no tiene matices internos. Pero el clientelismo dista mucho de ser un fenómeno político uniforme. La abundante literatura sobre el tema destaca que los bienes distribuidos (sean individuales, públicos o de semi-públicos [club goods][Kitschelt y Wilkinson, 2007]), el balance entre los métodos claramente

* En castellano y en cursivas en el original [N. del T.]* En castellano en el original [N. del T.]

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diferenciados de obtención de votos (más o menos coercitivos, más o menos controlados, más o menos basados en la distribución de recursos materiales vs. afectivos [Guterbock, 1980; Roniger, 1990; Wilkinson, 2007]), la estabilidad de los punteros y los caciques dentro de cada partido políti-co (más o menos atados a una organización partidaria determinada [Gay, 1990]) y la conexión entre la política clientelar y los recursos del Estado (más o menos atada al patrocinio público [public patronage] [Wilkinson, 2007]) sí importan en términos de la manera en que opera y se fortalece el clientelismo. Una agenda de investigación que coloque en el centro de los cuestionamientos a la relación recursiva entre ambos fenómenos políticos debería analizar cómo influyen las diferentes modalidades de clientelismo en el desarrollo de la acción colectiva.

En segundo lugar, este artículo se ha concentrado mayormente en la relación entre el clien-telismo y los orígenes de la protesta. También debería prestarse atención a la relación e interacción entre clientelismo y acción colectiva a medida que esta última evoluciona (por ejemplo, de acción colectiva episódica a un movimiento social) y a medida que triunfa o fracasa a la hora de producir resultados. Deberíamos estudiar cómo puede afectar el clientelismo en el surgimiento, desarrollo y resultados de la acción colectiva. Esto sugiere que la relación recursiva entre protesta y clientelismo no debiera ser estudiada a lo largo de intervalos fijos de tiempo sino a medida que ambos fenóme-nos se desarrollan dinámicamente.

En tercer lugar, debería prestársele más atención al impacto de la acción colectiva en los propios arreglos clientelares. Por ejemplo, investigaciones futuras deberían inspeccionar cómo los eventos de protesta traen a la luz la distribución de recursos estatales dentro de las organizaciones y movimientos sociales -una distribución que, eventualmente, podría dar cabida a relaciones cliente-lares.

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1 En línea con la literatura contemporánea sobre el tema, usamos aquí clientelismo y política de influencias [clientelist and patronage politics] como términos equivalentes(Kitschelt and Wilkinson, 2007; Levitsky and Way, 2007; Wilkinson 2007). [N. del T.: a lo largo del artículo se traducirá siempre “clientelismo” y sus derivados, según el caso]

2 Este artículo no se basa en regresos a campo, sino en una “revisión analítica”; es decir, lo que Burawoy llama reanálisis etnográfico, “que involucra interrogar una etnografía ya existente sin un nuevo trabajo de campo” (2003: 646). En otras palabras, no regresamos a nuestros lugares de trabajo de campo; en lugar de eso, releímos nuestros materiales (notas de campo, entrevistas y recortes de diarios). El trabajo de campo fue llevado a cabo durante los veranos de 1999 y 2000 y entre enero y abril de 2001. Las entrevistas sobre Villa Cartón se realizaron entre el 16 y el 28 de mayo de 2008. El trabajo de campo incluyó investigación de archivo, entrevistas en profundida, conversa-ciones informales y foto-elucidación. Los autores también miraron videos y leyeron panfletos, comunicados de pren-sa, informes policiales y fallos judiciales siempre y cuando estuvieran disponibles. Para más información y detalles acerca de cada entrevista y los datos en general, favor de mirar Auyero, 2003 y 2007.

3 Para detalles sobre su persistencia en México, ver también Holzner, 2007 y Tosoni, 2007; sobre Brasil, ver Arias, 2006; sobre Argentina, ver Brusco et al., 2004 y Levitsky y Way, 2007; sobre Bolivia, ver Lazar, 2008; sobre Venezuela, ver Smilde, 2008; sobre Perú, ver Schneider y Zúñiga-Hamlin, 2005; sobre India, ver Wilkinson, 2007; para una investigación general, Roniger and Günes-Ayata, 1994.

4 Para un análisis de esta dimensión simbólica de las redes clientelares, ver Auyero, 2000.5 Para una definición alternativa de la política, y por ello de la acción colectiva beligerante, ver Armstrong y

Bernstein, 2008.6 Para una excepción reciente y esclarecedora de cómo los ciudadanos, en su intento de resolver los problemas de su-

pervivencia, pueden ir y venir entre redes “opuestas”, ver Quirós, 2007. Para una propuesta teoréticamente análoga en lo que respecta a la falsa oposición entre política institucionalizada y no institucionalizada, ver Goldstone, 2003.

7 Para un testimonio audiovisual de esta protesta, ver la película documental de Claudio Remedi y Eugenia Roja (1994).

8 Los detalles metodológicos de esta reconstrucción se encuentran en Auyero, 2003.9 Se llamó “Ley Ómnibus” a la ley de ajuste aprobada por la legislatura local el 12 de noviembre de 1993. Significó la

pérdida de cientos de empleos temporarios, la reducción de salarios para los administradores públicos y la privatiza-ción de la mayor parte de los servicios públicos. En una provincia en la cual casi la mitad de los trabajadores son empleados públicos, semejante ley estaba claramente condenada a desembocar en protestas masivas.

10 Sobre el carácter variable de las quejas como factor importante en las movilizaciones, ver Walsh, 1981. 11 Los detalles metodológicos de esta reconstrucción se encuentran en Auyero, 2003.12 Sobre el proceso de “encuadre”, ver Heaney y Rojas, 2006; Snow et al., 1986; Snow et al., 2004; Snow y Benford,

1992; Steinberg, 1998, 1999.13 Gritini ya venía librando su propia batalla contra los líderes políticos. Unos meses antes, en las primarias del partido,

el ex gobernador Jorge Omar Sobisch se había aliado con Grittini contra el entonces gobernador, Felipe Sapag. Sapag ganó las primarias y Daniel Martinasso, el sucesor de Grittini, que en un principio estaba con ellos, se cambió de bando y se sumó al grupo de Sapag. Para afirmaciones clásicas sobre la teoría de movilización de recursos, ver McCarthy y Zald, 1977; Jenkins, 1983.

14 Los detalles metodológicos de la reconstrucción de los saqueos de 2001 puede encontrarse en Auyero, 2007.15 Para detalles sobre las entrevistas acerca de los saqueos de 2001, ver Auyero, 2007. 16 Para una descripción de la zona, ver Cerrutti y Grimson, 2004; para un estudio etnográfico de las organizaciones so-

ciales de Buenos Aires, ver Grimson et al., 2003. 17 La señalización se refiere a una serie de eventos en los que los participantes en una situación de riesgo “frecuente-

mente se junan unos a otros [scan each other] para saber cuán preparados están para arrancar, modulando su com-portamiento de acuerdo a la estimación que hacen de la posibilidad de que los otros se escapen” (McAdam et al., 2001: 28).

18 La siguiente reconstrucción está basada en notas de los diarios Clarín, La Nación, Perfil y Página/12; en una lectura atenta del informe inédito de la fiscal; y en entrevistas con la fiscal y funcionarios públicos.

19 Telerman era antes el vicejefe de gobierno y asumió luego de que el Jefe de Gobierno fuera destituido.20 O, como dicen Piven y Cloward (1979: 20-21), “es la experiencia cotidiana de las personas lo que da forma a sus

quejas, establece la medida de sus reclamos y señala los objetos de su ira”.