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    Crculos virtuosos

    Nuevos lenguajes para la exclusin socialManuel Delgado

    Universitat de Barcelona

    http://www.lahaine.org/index.php?p=13520

    1 La diversidad bien temperada

    Cada vez se generaliza y asume ms como incontestable por todo el mundo un discurso

    que interpreta como problemtica la intensificacin de la diversidad cultural resultante de losflujos migratorios que desembocan en las sociedades de capitalismo avanzado e insina oproclama la necesidad de reaccionar ante ella de una u otra forma. Ese presupuesto reactivo,que entiende que la heterogeneidad incontrolada es una anomala cuyos efectos perversos ur-gen desactivar, suscita actitudes que, de manera grosera, podramos tipificar integrndolas endos grandes bloques. Uno de ellos est constituido por los nostlgicos de una uniformidad cul-tural que slo ha existido alguna vez en su imaginacin, que, angustiados, urgen actuacionesque limiten el ejercicio del derecho a sentir, pensar, hablar, concebir el universo, rezar, bailar,cocinar, comer, defecar, copular, etc., como cada cual crea adecuado, de acuerdo con adhe-siones culturales que se supone que en un sistema democrtico no slo deberan verse respe-tadas, sino incluso protegidas, excepto aquellas que pudiesen implicar la vulneracin de unaley justa o de un derecho humano fundamental.

    Frente a esta posicin que, desmintiendo y escamoteando el derecho de cada cual a serquin cree que es, exige ver disminuidos los niveles de pluralidad ambiental, en nombre de larestauracin de una fantstica unidad cultural perdida, damos con otra postura que vindica latolerancia y el respeto hacia quienes no son como la mayora y a los que se aplica todo tipo dedenominaciones de origen especiales que, en el fondo, confirman la situacin de excepcionali-dad en la que se les presupone atrapados: minoras tnicas, inmigrantes, gente de otrasculturas..., es decir personas a las que se aplica una marca de diferentes que los distinguedel resto de seres humanos, etiquetados como no diferentes o normales. Esta actitud pue-de incluso potenciar determinadas cualidades mostradas como positivas, distinguiendo entreuna diversidad asilvestrada que se multiplica o divide en desorden, que cuestiona las obvieda-des en que se funda el orden social y demuestra que otros mundos no slo son posibles, sino

    tambin reales ya, y otra diversidad domesticada, bien temperada, amable y constituida no porun calidoscopio en movimiento, como la anterior, sino por parcelas perfectamente distinguiblesen que cada grupo humano inventariado debera permanecer enclaustrado.

    Esas dos posturas la intolerante y la tolerante no son demasiado diferentes y ambascoinciden en que lo que importa es considerar la diversidad cultural no como lo que en ltimainstancia es un hecho y basta, sino como una fuente de graves problemas que requierenuna respuesta adecuada y enrgica. La posicin intolerante es la que han mantenido siemprelas ideologas explcitamente racistas, ya sean fieles al modelo clsico del racismo biolgico,ya sea bajo las nuevas modalidades basadas en el uso excluyente del trmino cultura. Laotra actitud, la tolerante, es la que han hecho suya las instituciones, los medios de comunica-cin y las mayoras sociales debidamente adiestradas en un lenguaje polticamente correcto.

    Esta postura, que proclama las virtudes de la comprensin y la apertura a un otro previamen-te alterizado, ha acabado colocndose en la base discursiva de la mayora de movimientos y

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    mental se traduce en grandes galas mediticas contra la xenofobia, hiperactividad denuncia-dora que suele reproducir la retrica estigmatizadora de ese mismo racismo que cree desen-mascarar, profesionalizacin de la lucha contra la discriminacin, proliferacin de clubes defans del multiculturalismo, etc. Ni que decir tiene que repite la lgica del racismo y lo peor esque lo legitima y garantiza su eficacia.

    Ambas posturas la intolerante y la tolerante coinciden del todo a la hora de concebir de-terminados conflictos como consecuencia de posiciones civilizatorias incompatibles o mal ajus-tadas, conflictos que sostienen los partidarios de la comprensin y el amor mutuo quedarancuanto menos aliviadas si los actores sociales aumentasen sus niveles de empata e intensifi-casen su comunicacin. Por descontado que unos y otros se ponen de acuerdo en considerarla cultura asignada a cada uno de los segmentos sociales mal avenidos o alguno de sus as-

    pectos como el origen de sus contenciosos, evitando cualquier explicacin social, econmicao poltica en el diagnstico de las diferentes situaciones de choque. Son las identidades, y nolos intereses, lo que concurre en la vida social se repite y, por tanto, la causa de lo que su-cede pasa a ser ubicada no en desavenencias derivadas de todo tipo de injusticias y prcticasmarginadoras, sino en malentendidos culturales resolubles o aliviables a travs del dialogo y lareconciliacin entre las partes.

    Y es entonces cuando vemos entrar en juego las invocaciones al multiculturalismo, a lainterculturalidad y a otros derivados de una concepcin apoltica, aeconmica, asocial y ahis-trica de la cultura. Tambin de tal principio depende la irrupcin en escena de todo tipo deexpertos en resolucin de conflictos que aparecen bajo el epgrafe de mediadores culturales,una nueva profesin que vuelve a poner de manifiesto la bondad de la inmigracin en orden a

    generar puestos de trabajo especializados entre la poblacin autctona. Nunca se deja desostener que la cultura y los conflictos derivados de la concepcin del mundo de cada uno delos sectores presentes con intereses especficos en la vida social son lo que nos ha de preo-cupar y lo que ha de motivar movilizaciones promocionadas institucionalmente fiestas de ladiversidad, semanas de la tolerancia, jornadas interculturales, frums de las culturas que es-timulan las buenas vibraciones del pblico, al mismo tiempo que el sistema escolar convierteeste buenismo en lneas pedaggicas destinadas a hacer aceptable, con paciencia y amor, lapresencia de extraos culturales en las aulas. Todo por entender y dar a entender que la so-ciedad es diversa, pero que esta diversidad, desprovista de cualquier concomitancia poltica,social o econmica, la podemos digerir como un espectculo amable y ejemplarizador, unapermanente leccin tica de cmo se administra el conflicto hacindolo callar.

    Y eso no es lo peor. Lo peor es contemplar como casi todos partidos y organizaciones quese autoproclaman progresistas y que cabra ver comprometidos en la propaganda y el ejerci-cio del odio, del resentimiento ante lo injusto se encuentran abandonados, en nombre de esamisma retrica hueca de los derechos humanos, al ms detestable de los sentimentalismospseudocristianos basados en el amor y la comprensin recprocas, que se concretan luego envaporosas proclamaciones en favor de los buenos sentimientos y el dilogo. Los estragos deese virtuosismo de izquierdas se hacen notar por doquier y entre ellos destaca el de haber de-sactivado en buena medida la capacidad de los desposedos y los vejados para la desobedien-cia y la lucha. Tras esas expresiones maysculas de hipocresa, lo que hay es ese espejismoque hace creer que los derechos tienen existencia autnoma, que pueden vivir alimentndosede la pura virtud.

    Al elogio puramente esttico de la diversidad cultural y de las bondades ticas del multi-culturalismo entendido como simple folklorizacin de singularidades debidamente caricaturi-

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    zadas, se le aaden otros ingredientes discursivos de eso que, siguiendo a Sandro Mezza-dra, podramos llamar el crculo virtuoso en materia de inmigracin. Uno de ellos es el nfa-sis en el valor de la tolerancia; el otro, la denuncia de actitudes y prcticas tildadas de racis-tas. Por lo que hace al primero de esos elementos de las nuevas retricas al servicio de la ex-clusin social cuya caracterstica es la sutileza y su habilidad a la hora de pasar por lo contra-

    rio de lo que son, no se percibe hasta qu punto la tolerancia es, de por s, un concepto queya presupone la descalificacin del y de lo tolerado. En efecto, ser tolerante implica una dis-posicin a no impedir algo que est prohibido o resulta inaceptable, entendiendo que la inter-vencin restrictiva sera peor en sus consecuencias o implicaciones que la accin censurable.Por descontado que slo puede tolerar omitir el cumplimiento de una acto ajeno contrario auna norma o ley aqul que se halla en situacin de superioridad y competencia a la hora dedecidir si acta o no sobre quien merecera ser reprobado o reprimido por sus acciones. Conmucha frecuencia, las alabadas actitudes tolerantes pueden producirse respecto de actuacio-nes humanas que son perfectamente legales, pero cuya impertinencia se da por presupuesta,como ocurre, por ejemplo, con la tolerancia que se puede reclamar para prcticas sexuales las homoflicas o religiosas las islmicas que son amparadas plenamente por la ley, peroque reciben una matizacin que de facto las seala como potencialmente inaceptables, pero

    permitidas gracias a la generosidad de quienes aceptan tolerarlas.

    El otro elemento de las retricas de la nueva correccin poltica es el estado de permanen-te vigilancia y denuncia de lo que el lenguaje oficial y el antirracismo-espectculo presentancomo actitudes xenfobas o brotes racistas. En el primero de los casos, ese argumentoimagina una grave amenaza para la convivencia social procedente de la actividad perversa degrupsculos de ideologa o esttica nazi-fascista. La presencia de tales organizaciones justifi-ca en toda Europa iniciativas legales y policiales contra ellas, que cuentan con el respaldo en-tusiasta de la prensa y de numerosas organizaciones civiles. Se trata de lo que Lo Strauss hallamado atinadamente la reductio at hitlerum o presuncin de que los racistas tienen la culpadel racismo y que ste consiste sobre todo en el activismo de grupos marginales de ultradere-cha. Es fcil desvelar el efecto distorsionador de estos relatos centrados en la figura del racis-

    ta bestial. Hay racistas absolutos, se informa, para inmediatamente tranquilizarnos dndonos aconocer que son ellos. Es decir, el racista siempre es el otro. Es adems un racista pardico,una parodia de nazi, del que a veces se puede establecer la gnesis de su invencin y diseo.La leyenda de los skin heads resulta bien ilustrativa, puesto que ha consistido en proveer derasgos de congruencia a un movimiento bsicamente esttico y desideologizado, sin apenascoherencia interna, al que se ha conducido al centro de la atencin pblica para hacer de lparadigma del racismo diablico.

    Al final, no slo se ha logrado que muchos cabezas rapadas se hayan amoldado a la ima-gen que de ellos circulaba sino que se ha contribuido a ampliar su base de reclutamiento: tan-to repetir que todos los skins son peligrosos que todos lo peligrosos han acabado por vestirsecomo skins para que se note que lo son.

    La opinin pblica percibe as el racismo como una patologa localizada que puede y debeser combatida. De la mano de tan atroz simplificacin, el ciudadano llega a concebir el augede la intolerancia a la manera de una especie de western, en que unos malvados persiguen ymaltratan a marginados a los que de por s ya se supona problemticos. Es decir los inmi-grantes, as como otros estigmatizados vagabundos, travestidos, jvenes de aspecto ina-ceptable... ven de este modo reforzada su reputacin de conflictivos, puesto que, por si fue-ra poco, provocan la aparicin de esos parsitos caractersticamente suyos que son los racis-tas. Adems puesto que se trata de un problema de orden pblico se puede llegar a otra con-clusin paradjica: Contra el racismo: ms polica!. Inferencia sarcstica sta, sobre todopensando en a quines suele temer ms un inmigrante y en quines son los destinatarios detantas de las denuncias que se recogen en los informes de las organizaciones antirracistas.

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    Ms all de esa tarea de desresponsabilizar a las autoridades polticas y a la ciudadanaen general, la reductio at hitlerum implica algo mucho ms preocupante. Es ese fenmeno elque nos permite contemplar como la izquierda y muchos movimientos antirracistas alimentansus lecciones de moral a base de reproducir ellos mismos los mecanismos que critican. Dichode otro modo, al racista total se le aplica el mismo principio del que se le supone portador.

    Qu dice el racista?: toda la culpa es del inmigrante. Que dice el antirracista trivializadopor los medios de comunicacin o por los altavoces oficiales en la materia: Toda la culpa esdel racista. Conclusin: suprimmosle a uno o a otro y el orden alterado quedar mgica-mente restablecido. Hacer de la lucha antirracista una cruzada anti-neonazi supone, no sloescamotear el origen real de la segregacin, la discriminacin y la violencia contra seres hu-manos por causa de la identidad que reclaman o se les atribuye, sino que ejemplifica en quconsiste la estigmatizacin, ese mecanismo que le permite a la mayora social o al Estado deli-mitar con claridad a una minora como causante de determinados males que afectan a la so-ciedad y que se evitaran si dicha minora fuera desactivada. Hay racismo, lo sabemos. Perohay racismo no porque haya injusticia, explotacin o pobreza...; hay racismo porque hay racis-tas. Para qu perder el tiempo corrigiendo leyes injustas, profundizando en la democracia, li-mitando al mximo los estragos del libre mercado de mano de obra? Centrmonos, simple-

    mente, en localizar y perseguir al racista y el problema habr encontrado su remedio. Ha sidotambin Pierre-Andr Taguieff quin ms ha puesto el acento en la trampa que implica la ofi-cializacin de ese lenguaje supuestamente antirracista y los peligros del virtuosismo de iz-quierdas en esa materia. Taguieff ha repetido que el orden ideolgico "progresista" no tienenada que envidiarle al orden moral reaccionario, con el que en el fondo tiene a confundirse,puesto que tanto uno como otro no viven sino de la sospecha y la denuncia. En eso se ha con-vertido el falso antirracismo oficial: en un conjunto de recetas tericas que, como seala Ta-guieff al hablar del antirracismo conmemorativo, le permite a los bienpensantes actuales a,sin riesgo ni compromiso reales, dedicarse a dispensar lecciones de moral.

    Al mismo tiempo que se nos pone en guardia ante la peligrosidad del racista integral, esosmismos dispositivos retricos se encargan de alertar de la tendencia que las mismas mayoras

    sociales a las que van destinados experimentan a expresarse de forma impropia. El resultadode encuestas peridicas suscita la preocupacin oficial sobre el aumento de opiniones que setildan rpidamente como racistas. Los barmetros en que se cuantifica la percepcin pblicade los principales problemas que sufre el pas, insisten en esa misma conviccin de que losinmigrantes son vistos como una fuente activa de inquietud. Al mismo tiempo, no menos ccli-camente, las tertulias de opinadores mediticos o los programas televisivos con la participa-cin de pblico y expertos tratan de responder a preguntas del tipo somos racistas?. Todoello genera un medio ambiente ideolgico que insiste en insinuar que todos somos potencial-mente heterfobos como consecuencia de factores psicosociales inmanentes al ser humano;todos estamos de algn modo afectados por el virus de la xenofobia y todos podramos desa-rrollarlo en cualquier momento. La cuestin entonces se plantea en trminos de una predispo-sicin humana intrnseca que slo la educacin y la obediencia a las instrucciones para la nue-

    va correccin poltica podran mantener a raya, si no corregir, siempre siguiendo el principio in-cuestionado de que el racismo es una cuestin de conductas, incluso de opiniones, pero no deestructuras. De ah la confianza que se pone en una adecuada formacin de las masas a tra-vs del aparato educativo o de los mass media, como profilaxis o correccin de una tendencianatural a la exclusin social.

    Qu es ser tolerante o racista en la actualidad? En su notable Los otros y nosotros,una obra de investigacin cuyo tema son las relaciones de vecindad en Ciutat Vella de Barce-lona, Mikel Aramburu nos describe cmo, al observar sus conductas reales en la vida cotidia-na, casi todos los informantes que haban explicitado opiniones descalificadoras sobre el au-mento de vecinos pobres de origen extranjero las desmentan en sus interrelaciones efectivascon sus vecinos africanos, asiticos o latinoamericanos, lo que le permita al autor considerar

    un fenmeno muy generalizado: la relativa independencia que guardan las representacionessobre los inmigrantes como categora social respecto a las relaciones con inmigrantes de car-

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    ne y hueso. Algo parecido suceda, aunque fuera en un sentido inverso, con los nuevos veci-nos de clase media que haban venido a asentarse en el barrio como consecuencia del proce-so de gentrificacin que haba experimentado en los ltimos aos. As, mientras los vecinosms pobres del Raval, los mismos que solan responder de manera polticamente incorrecta alas encuestas y cuyo nmero provocaba la alarma meditica, llevaban a sus hijos a los mis-

    mos colegios pblicos del barrio a los que acudan los hijos de los inmigrantes, con los queacaban mezclndose. En cambio, los pulcros profesionales que haban adquirido pisos nuevoso lofts en la zona, que jams contestaran de forma inadecuada a una entrevista sobre actitu-des hacia los extranjeros, matriculaban a sus hijos en colegios privados o concertados o enescuelas pblicas alejadas del barrio, donde pueden quedar a salvo de los aspectos menosamables de la diversidad. Ellos son los tolerantes de nuestros das.

    Ese es el ncleo duro del antirracismo tolerante: su fundamental hipocresa, su insistenciaen proclamarse encarnacin privilegiada de principios morales abstractos que ignora en laprctica, pero que cultiva constantemente en esas puestas en escena a las que se reduce sucompromiso y que, por lo dems, son del todo compatibles con actitudes prcticas que igno-ran o desprecian a aquellos mismos cuya alteridad exalta. En efecto, es ms racista uno que

    dice lo que piensa que uno que piensa lo que dice? Uno que se adecua al contexto poltica-mente correcto es ms honrado que uno que dice lo que piensa, lo que le sale, lo que le deter-mina? Uno que se reconoce a s mismo transido de fuerzas contradictorias ser, pues, con-denable ante el imperio de otro que, siendo surcado por todas ellas, acalla unas cuantas parafingir estar posedo por slo una?. O, en otros trminos, quin sera ms racista (atendien-do al significado real del trmino): el xenfobo recalcitrante o quien sustenta el desarrollo es-pectacular de su entorno confiriendo los trabajos ms vejatorios (domeando) a personal deotra raza? Es decir, el que decide cavar su fosa por no ceder ante sus prejuicios o quien conun discurso biendiciente utiliza impunemente a magrebes y peruanos para medrar? Y quedeclaro una vez ms, y aunque haya que repetirlo hasta la saciedad, que los que medran (y mu-cho) con este sistema son casi tres o cuatro, mientas que aquellos a los que se les exige notener prejuicios son cada vez ms millones .

    2. De la diferencia a la desigualdad

    Por encima de todo, lo que importa es que no se note que lo que sucede no es que la socie-dad sea diversa, sino que lo que es profundamente desigual. He ah aquello de lo que apenasse habla. Prohibido pronunciar las palabras malditas: explotacin, injusticia, extralimitacin po-licial... No nos engaemos: ms all del espectculo multicolor que los recin llegados aportana nuestras calles, lo que tenemos es la constitucin de una nueva clase obrera, hecha de tra-bajadores extranjeros procedentes de pases ms pobres; unos, especializados en competen-cias abandonadas por una juventud local que tiende a menospreciar la formacin profesional;otros, trabajadores no cualificados o descualificados, en el sentido de desprovistos de susrespectivas competencias profesionales, asignados a una economa informal en expansin.

    Por descontado que se procura que esta llegada masiva de gente de pases ms pobres almercado de trabajo se lleve a cabo en las condiciones legales ms inseguras, sin apenas ca-pacidad de lucha y organizacin y recibiendo sueldos de miseria que aseguren a los emplea-dores los mximos beneficios. Con lo que se demuestra hasta qu punto los inmigrantes noson victimas sino de una agudizacin radical de problemas que no les afectan a ellos solos entanto que inmigrantes, sino que ataen tambin a amplios sectores de la poblacin ya asenta-da. En este caso, los llamados inmigrantes qu quiere decir inmigrante?, quin lo es?,por cuanto tiempo? han de sufrir una intensificacin al mximo nivel de una precarizacinlaboral, de una inasequibilidad de la vivienda y de tantos otros aspectos fundamentales de lavida que padecen otros sectores de la sociedad, constituidos por personas que muchas vecesgozan de todos los derechos de ciudadana.

    Es o debera ser evidente que el ncleo central del llamado problema de la inmigracinno es el de si podemos o no convivir con la diferencia, sino si podemos convivir no con el es-

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    cndalo de la explotacin humana masiva indispensable para el actual modelo de desarrolloeconmico que, en tantos sentidos y al lado de un papel creciente de las ms modernas tec-nologas, nos retrotrae a las formas ms inmisericordes y brutales de abuso sobre la fuerza detrabajo que caracterizaron las primeras fases del taylorismo. En el actual momento del proce-so de desindustrializacin y terciarizacin generalizadas esta explotacin no se pone a disposi-

    cin del maquinismo y la produccin industrial, sino de una economa de servicios en la quelos nuevos proletarios ya no son productores sino, en efecto, eso: servidores, cultivadores denuevas formas no del todo desconocidas de servidumbre y entrenados en diversas modalida-des de servilismo. Este es el destino de los nuevos contingentes de trabajadores extranjeros:incorporarse a un mercado de trabajo ms inclemente que el propiciado por las fbricas, colo-carse en los extremos de la precarizacin y la subcontratacin laboral o alimentar tanto losnuevos ejrcitos de parados como las nuevas formas de lumpenproletariado y de marginacinsocial, permanente al lmite o dentro de la no menos productiva esfera econmico-moral de laseguridad y el delito.

    Partiendo de todo lo expuesto hasta aqu, tendramos motivos para preguntarnos qu con-viene entender por ese trmino tan invocado ltimamente como es el de integracin, usado

    sobre todo para aludir a aqullo que cabe esperar de los trabajadores extranjeros y sus fami-lias. Puestos a elegir las ms pertinentes de las acepciones disponibles al respecto, escoger-amos las ms realistas y las menos ambivalentes. De entrada, se enfatizara aquella que se-ala que integracin quiere decir, ante todo, integracin legal, es decir reconocimiento de de-rechos de ciudadana de los que nadie debera verse privados. Por supuesto que los obstcu-los legales y la situacin de incertidumbre que se imponen a los trabajadores y las trabajado-ras inmigrantes y sus hijos son un impedimento crnico en orden a una incorporacin a la vidasocial sin trabas y en trminos de una cierta normalidad. En segundo trmino, entenderamospor integracin la apropiacin de espacios sociales ascendentes, es decir la posibilidad dedesplazarse hacia arriba en la escala de las posiciones sociales, promocionarse, mejorar lascondiciones de vida propias y de los descendientes.

    Es significativo que ninguna de estas dos acepciones de la nocin de integracin aparezcahoy por hoy debidamente subrayada como fundamental cuando hablamos del trabajador o latrabajadora extranjeros. Esa integracin que hara de ellos seres humanos iguales es a decircon todos los derechos y deberes del resto de habitantes del pas es legalmente negada y elrecin llegado a veces no tan reciente ve constantemente como le niegan o regatean pres-taciones sociales bsicas como consecuencia de su situacin jurdica. La integracin que ha-ra de quin llega para trabajar a un pas una persona en condiciones de mejorar sus condicio-nes de vida encontrar empleo digno, vivienda, formacin, condiciones para fundar una fami-lia tambin se ve obstaculizada por todas las contingencias que lo atrapan en los rinconesms empobrecidos y vulnerables de la estructura socioeconmica. En cambio, al mismo tiem-po que se soslayan las dimensiones legales, laborales, higinicas, habitacionales, educativas,sanitarias, etc. de la integracin concreta de los trabajadores extranjeros en la sociedad que

    los acoge y de la que pasan a formar parte, se insiste cada vez ms en los problemas que im-plica su integracin en un mbito mucho ms abstracto y que es una supuesta configuracinmoral congruente y vertebradora que se supone que constituye la personalidad misma de lasociedad de acogida. Ese espritu constitutivo puede ser bien una imaginaria identidad cultural,histrica y culturalmente determinada, o, cada vez ms en la actualidad, un conjunto de princi-pios abstractos para la correcta orientacin tica de las conductas y los lenguajes y en la quelas invocaciones mstica a las viejas verdades idiosincrsicas se ven sustituidas por no menossoteriolgicas menciones a los valores de la tolerancia, los derechos humanos, el civismo, etc.Tanto en un caso como en otro vemos cmo se da por supuesto que el mbito al que despo-sedo que llega debe adherirse para ser considerado integrado se define precisamente porsu inefabilidad y porque nunca queda del todo claro ni en qu consiste tal incorporacin, ni enqu momento debe darse por realizada.

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    Es entonces cuando podemos entender para qu sirven todas aquellas invocaciones ritua-les a la tolerancia entre culturas y todas las iniciativas cargadas de buenas intenciones que gi-ran entorno ya sea a la integracin cultural, ya sea a la integracin ciudadana de los inmi-grantes. Nos sirven para verificar de nuevo la confianza ciega que en nuestra sociedad des-pierte el poder del discurso. Este predominio de un imaginario que tanto las instituciones como

    la opinin pblica reconocen como propio y eficiente se traduce en una sistemtica naturaliza-cin de las relaciones de dominio entre los seres humanos y una reificacin mostrada como in-contestable de las jerarquas y las asimetras sociales. Posiblemente ms que en otras pocaso lugares, entre nosotros se hace bien evidente hasta qu punto eso que se da en llamar la re-alidad es sobre todo una construccin poltica y social determinada desde los centros de poderencargados de la produccin y distribucin de significados, para cuya eficacia siempre resultaindispensable el concurso de mayoras sociales en cuyos sistemas de representacin ya esta-ban presentes y activas las lgicas de y para la exclusin. Es desde estas instancias que setiene la slida conviccin de que un buen imaginario, debidamente ordenado y ordenador, escapaz de desarrollar cualidades mgico-afectivas capaces de vencer las fragmentaciones, lasparadojas y las luchas de que est hecho el mundo social tal y como es de verdad.

    En un tema como el de la inmigracin, esta cualidad casi demirgica de la ideologa la desu capacidad para hacernos creer que el mundo es tal y como segn quin se lo imagina esconvocada de una forma especialmente intensa por las instituciones polticas y siempre al en-torno de las mencionadas abstracciones relativas a la cultura propia y la de los llegados. Suobjetivo: conseguir que el orden de las representaciones mostrando una cuadrcula formadapor unidades culturales discretas, aisladas y distinguibles, pero del todo artificiales se acabeimponiendo a la naturaleza compleja y extremadamente plural de la realidad y acabe naturali-zando, por ejemplo, la creciente etnificicacin de la mano de obra. Este lenguaje de las cultu-ras aade enormes ventajas en orden a reanimar este conocimiento simple e inmediato de lasrelaciones sociales que era la gran virtud del viejo y desprestigiado racismo biolgico. No escasual que desde que hace no demasiados aos comenzara a extenderse la apelacin a lasculturas para describir la naturaleza compuesta de la sociedad, se haya renunciado de forma

    gradual a incluir el valor clase social a la hora de analizar los conflictos entre sectores con inte-reses incompatibles. La dualizacin social alcanza niveles escandalosos, la igualdad democr-tica podra ser desenmascarada en cualquier momento como una ficcin, el racismo est sir-viendo ms que nunca para estructurar la fuerza de trabajo..., y ante todo ello lo que se recla-ma no es ms justicia, sino comprensin y una cierta simpata esttica hacia ese otro minorita-rio al que los dispositivos de clasificacin dominantes se han encargado de alterizar y minori-zar. El actual estado de cosas ha realizado el sueo dorado de todos los totalitarismos siem-pre han intentado imponer, y que es el de la abolicin pos decreto de la lucha de clases.

    3. El racismo y la nueva correcin poltica

    El papel de las instituciones de poder con relacin a este desplazamiento del conflicto so-cial de la clase a la cultura es estratgico. Desde instancias oficiales se plantea la cuestin pormedio de una doble argumentacin. En primer lugar, se afirma que la inmigracin es un pro-blema y se describe en qu consiste ese problema, insinuado como el principal o uno de losms importantes que padece el pas. Para tal fin se proyecta una imagen que procura sobredi-mensionar los conflictos y remarca sus aspectos ms melodramticos y truculentos. Una vezlas instituciones y la prensa a su servicio se han autoconvencido y han procurado convencer algran pblico que existe un motivo para la ansiedad colectiva, se encargan de apuntar cmo esque nos hemos de proteger y mirar de atenuar el problema que previamente cuanto menospor lo que hace a las dimensiones que se le presumen se han inventado, asegurando que enesa tarea quedarn preservados los fundamentos humansticos de nuestra civilizacin y dandopor descontado que ninguna solucin a los problemas planteados por la invasin de inmi-

    grantes que sufrimos prescindir de un escrupuloso respeto a los derechos humanos y a losvalores democrticos constitucionales.

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    Este doble discurso las instituciones como preocupadoras y preocupadas por el supues-tamente alarmante problema migratorio contrasta con prcticas administrativas consistentesprecisamente no slo en garantizar sino en institucionalizar tambin la explotacin, la margina-cin, la injusticia, la segregacin y un nmero indeterminado de variantes de la exclusin so-

    cial que afectan especialmente a los sectores ms vulnerables de la poblacin, entre ellos alos trabajadores y trabajadores extranjeros en una situacin irregular crnica, vctimas de undoble marcaje social denegatorio como pobres y como forasteros ilegtimos. As pues, los po-deres asumen la tarea de inquietar a la poblacin con una situacin que es presentada comocercana a la emergencia nacional por culpa de la inmigracin, aunque tranquilizndonos ha-cindonos creer que todo est bajo control y no nos apartaremos nunca de nuestros principiosmorales fundadores. Al mismo tiempo, no obstante, se convierten en instrumentos a disposi-cin de la arbitrariedad sistemtica y generalizada en contra de los trabajadores extranjeros ysus familias. Por un lado el discurso sobre las buenas prcticas, por el otro, a las antpodas,las prcticas reales.

    A los nuevos proletarios tanto si trabajan, como si buscan empleo, como si son exilia-

    dos a los territorios de la marginacin social y la delincuencia son a quienes los toca la peorparte en una dinmica de acumulacin y incremento de las tasas de beneficios capitalistas.Lejos de hacer nada por corregir leyes injustas, lejos de perseguir las prcticas empresarialesbasadas en la explotacin laboral o la especulacin inmobiliaria, bien lejos de rectificar la ten-dencia a un desmantelamiento de todos los servicios pblicos, lejos de una mejora substantivade las prestaciones sociales que nos hicieron creer un da en el llamado estado del bienes-tar..., hoy las producciones ideolgicas institucionales retoman su ambigedad intrnseca y ha-blan sobre todo de dilogo entre culturas, apertura al otro, diversidad cultural y otras invo-caciones abstractas a los buenos sentimientos. He ah en lo que consisten hoy las nuevas for-mas de racismo, la argucia fundamental de las cuales consiste en hacerse pasar por lo contra-rio de lo que son en realidad.

    El dialecto del multiculturalismo y la interculturalidad, tal y como se emplea, as como laretrica del elogio esttico a la diversidad se adecuan a la perfeccin a la proliferacin de me-tforas de la libre circulacin de capitales y su bondad constituyente. En auxilio argumentadorde ese tipo de ilusiones que trabajan la autonoma de lo cultural, estn acudiendo prestos losestudios culturales y cierta antropologa, que se han encargado de poner de moda una nebulo-sa discursiva repleta de alusiones a los espacios virtuales, a los flujos transaccionales, ahiperespacios, a hbridos culturales, a fractalidades...

    Ese dialecto sirve para describir un orden cultural de dimensiones mundiales sin eje ni es-tructura, pura desterritorializacin, orden del que la mezcolanza de gentes y de culturas seranuna variante o concrecin y en el que cualquier referencia a las condiciones materiales de vidade los protagonistas de ese supuesto calidoscopio cultural sera perfectamente prescindible.

    A ello le corresponderan a su vez figuras de un cosmopolitismo desanclado o la vindica-cin de la naturaleza compuesta de las naciones, como si a la vieja identificacin territorio-cul-tura le hubiera venido a sustituir la de territorio-pluralidad, en la que la homogeneidad exigibleen la poblacin a controlar ya no se obtuviera por medio de una cosmovisin compartida, sinoa travs de una vaga pero severa ecumene basada en los valores de la civilidad y la ciudada-na. Como ya ocurriera antes con naciones-estado como Brasil o Estados Unidos, hoy soncada vez ms los gobiernos que reclaman para el territorio que administran las virtudes delmestizaje y se presentan como ejemplo de convivencia prspera y frtil entre culturas; es ms,que usan ese rasgo constitutivo debidamente expurgado de su dimensin ms conflictivacomo un reclamo legitimador. Las elites intelectuales que han recibido el encargo de discursi-vizar esas distintas transfiguraciones del flujo de dinero y de poder lo han convertido en una

    vaga ideologa que algunos autores han designado atinadamente como liberalismo cultural.

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    La diversidad cultural de este modo domesticada no slo se constituye en una fuente delegitimacin ideolgica que muestra como horizontales unas relaciones sociales tan brutal-mente verticales como siempre a veces ms, sino que puede convertirse en un negocio yuna industria en cuanto sus productos se colocan en el mercado como autnticos nuevos pro-ductos tpicos, que ahora ya no lo son, como antes, de lo tradicional, sino de un nuevo sabor

    local que ha pasado a caracterizarse ya no como singular, sino como diverso. De hecho, lasclases medias que alimentan los procesos de gentrificacin que afectan a tantos centros urba-nos buscan precisamente eso: hibridacin cultural, abigarramiento inofensivo de gentes dife-rentes, paisajes multicolores que le den un aire cosmopolita a su cotidianeidad. Estamos anteesa nueva correccin poltica consustancial a la produccin de una imagen moralizada delmundo social y una imagen de la que, por supuesto, los intereses de clase han sido debida-mente soslayados. As se puede distinguir entre lo que es una experiencia social a ras de sue-lo marcada por el dolor, las carencias, las injusticias que sufren los seres humanos reales queconfiguran el mosaico cultural de las ciudades y una perspectiva que, desde arriba, puedecontemplar esa misma heterogeneidad como un espectculo ofrecido a sus ojos. JonathanFriedman lo ha descrito muy bien: Es una visin a vista de pjaro, que mira el bazar multitni-co o al vecindario tnico, y se maravilla con la fabulosa mezcla de diferencias culturales pre-

    sente en ese especio. Apropiacin ideolgica y al mismo tiempo mercantilizacin de una per-cepcin sensualista de lo que en la prctica es simplemente miseria y explotacin.

    De hecho, lo que el antirracismo oficial y las organizaciones que lo aplican representa esuna variable de ciudadanismo, esa ideologa que ha venido a administrar y atemperar los res-tos del izquierdismo de clase media, pero tambin de buena parte de lo que ha sobrevivido delmovimiento obrero. Como se sabe, el ciudadanismo es la doctrina de referencia de un conjun-to de movimientos de reforma tica del capitalismo, que aspiran a aliviar sus efectos medianteuna agudizacin de los valores democrticos abstractos y un aumento en las competenciasestatales que la hagan posible, entendiendo de algn modo que la exclusin y el abuso no sonfactores estructurantes, sino meros accidentes o contingencias de un sistema de dominacinal que se cree posible mejorar moralmente.

    Esos movimientos que van desde el voluntariado confesional hasta un cierto radicalismo dra-mtico se postulan como mediadores cabra decir mejor cortafuegos entre los poderes po-lticoeconmicos y los sectores sociales conflictivos, representando a los primeros ante los se-gundos y usurpando la voz de los segundos ante los primeros. Peridicamente, el ciudadanomedio es colocado por a Administracin y las ONGs que de ella dependen ante puestas en es-cena el tema de las cuales es la pluralidad humana, la misma que podemos ver desplegndo-se a diario a nuestro alrededor en la calle, en los mercados, en los transportes pblicos, peroque es de pronto instalada entre comillas por las correspondientes fiestas de la diversidad, enrecintos cerrados y de pago, en los que el visitante es invitado a hacer y a mirar, como si fueseun turista de visita o un consumidor que pasea por un centro comercial, las expresiones cultu-rales remotas que han venido a vivir en lo que nunca deja de pensar como su casa. En las

    fiestas de la diversidad y en las escuelas multiculturales aprendemos las recetas de cocina deel otro, las fechas de su calendario y los nudos de su kimono o de su chador. Bajo tanto exo-tismo se cierra el espacio para las verdaderas preguntas: cundo saliste de tu casa? Quhas dejado all? Qu has encontrado? Cunto ganas? Ests sola?.

    Esta diferencia que se nos muestra en los grandes bazares multicuturales es una diferen-cia desactivada, inofensiva, de juguete, sin ninguna capacidad cuestionadora, rendida al servi-cio de la sociedad multicolor y polifactica, en la que los inmigrantes miserabilizados se con-vierten en sonrientes figurantes de un spot de promocin de una sociedad armoniosa y debi-damente desconflictivizada.

    Se impone aqu una recuperacin de la denuncia feroz que buena parte de la obra de Frie-

    drich Nietzsche formula contra toda teora de los valores, en la que, como hiciera nota GillesDeleuze al inicio de su ensayo sobre Nietzsche, la modernidad supo engendrar un nuevo con-

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    formismo y nuevas sumisiones. Toda la genealoga nietzscheniana es, en ese sentido, gene-ologa de los valores, es decir arqueologa de los argumentos que protegen e inmunizan lodado por supuesto de la crtica. En concreto, esa pieza fundamental de la filosofa a martilla-zos de Nietzsche que es es El Anticristo, se conforma toda ella como un desenmascaramien-to de las distintas formas aplicadas del buen corazn, esa especie de salivilla repulsiva que

    se escapa de la comisura de los labios de los exhibicionistas de la bondad, que afirman com-batir la miseria ajena pero que hacen lo posible por conservarla y multiplicarla, puesto que alfin y al cabo viven de y por ella. Nada ms malsano, nos dir Nietzsche, que ese culto a la po-breza y al fracaso que hay tras la misericordia cristiana, cuya variante laica actual sera lo quealgunos etiquetan con el eufemismo solidaridad. Nietzsche despreciaba aquella toleranciaque todo lo perdona porque todo lo entiende Antes vivir en medio del hielo que en mediode las virtudes modernas y otros vientos del sur!, clama el sabio en la primera pgina de laobra. Las cosas no han cambiado demasiado. Hoy, peores que los racistas son los virtuososdel dilogo entre culturas, de la cooperacin entre pueblos, los cultivadores afectados de laapertura al otro, todos aquellos que se refugian en ciertas ONGs dedicadas a suplantar a loshumillados.

    Una equiparacin a la que, por cierto, tambin llegaba Bertolt Brecht en su Santa Juana delos Mataderos. En la obra, los activistas cristianos que Brecht presenta como Los CapuchasNegras juegan en el conflicto que enfrenta a los trabajadores en huelga de los mataderos deChicago con los empresarios y los especuladores, un papel no muy diferente al que desempe-an ciertas organizaciones humanitarias que intervienen en contenciosos relacionados con elnuevo proletariado de origen inmigrante y, ms all, con las masas miserabilizadas de los pa-ses del llamado tercer mundo. Una de las Capuchas Negras, Juana Dark, la joven idealistaque protagoniza el drama, es la encarnacin perfecta de ese mismo virtuosismo vicioso queNietzsche aborreca, y que, a pesar de sus buenas intenciones, es el instrumento de una aso-ciacin bienhechora que Brecht nos muestra directamente alimentada por los poderosos y asu servicio. Su objetivo: calmar la agitacin de los oprimidos y maltratados, desviar la atencindel ncleo central de los problemas el de la explotacin de una mayora por parte de una mi-

    nora, hacer proselitismo para los valores de la paciencia y la resignacin frente a esa mismainjusticia que slo se denuncia tibiamente. La diferencia sera que el lugar argumental de losviejos principios de bondad cristiana universal lo ocuparan ahora las nuevas elevaciones rela-tivas a los derechos humanos o al ciudadanismo democrtico abstracto. Pero tanto para elcristianismo benfico de Nietzsche como para el actual lenguaje de la tolerancia y el dilogo,la cuestin se plantea en los trminos que Brecht delataba. Cuando Juana descubre que sucombate ha sido intil y que, en tanto no he ayudado a los perjudicados, he sido til a los ver-dugos, reconoce: Lo que puede parecer una buena accin, puede ser slo una apariencia /Un acto no puede ser honroso si no pretende / cambiar el mundo radicalmente. Bastante lonecesita! / Y yo, impensadamente, llego como cada del cielo para los explotadores / Ay, bon-dad nefasta! Sentimientos intiles!.

    En una sociedad en que ha quedado por fin abolida la lucha de clases en nombre de laconvivencia entre culturas, es indispensable que cunda el discurso moralizante de la mutuaempata entre distintos, la esttica Benetton de la diferencia. Tras ella se oculta y legitima elabuso como forma de administracin de lo humano. Como si de pronto se hubiera hecho posi-ble el sueo dorado totalitario de una superacin sentimental de los conflictos en nombre devalores abstractos mostrados como los ms elevados. Eso es lo que se nos repite desde losaltavoces oficiales: Tended vuestra mano al distinto; demostradle una vez ms que vuestrasuperioridad consiste en que no os sents aunque os sepis superiores. Modalidad actualde uno de los lemas ms astutos que ha sido capaz de inventar y esgrimir el poder: Amaroslos unos a los otros, como yo os he amado

    De la actual tolerancia humanitarista Nietzsche podra decir lo mismo que de aquella que

    le toc contemplar en su tiempo y denunciar en El Anticristo: que para ella abolir cualquier si-tuacin de miseria iba en contra de su ms profunda utilidad, ella ha vivido de situaciones de

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    miseria, ha creado situaciones de miseria con el fin de eternizarse (ibidem: 165). El racismoes hoy, en efecto, ante todo tolerante. La explotacin, la exclusin, el acoso..., todo eso apa-rece hoy disimulado bajo melifluas invocaciones a las nuevas palabras mgicas con que cal-mar la rabia y la pasin dilogo, diversidad, solidaridad..., en liturgias en que los nuevosdspotas pueden exhibir su generosidad. Vigencia absoluta, por tanto, del desprecio de

    Nietzsche hacia esa babosidad cristianoide que ama revolcarse en la resignacin y la mentiray que no es ms que falso compromiso o compromiso cobarde. Porque ese discurso multicul-tural que proclama respeto y comprensin no es ms que pura catequesis al servicio del Diosde la pobreza, de la desesperacin, de la cochambre; demagogia que elogia la diversidad lue-go de haber desactivado su capacidad cuestionadora, de haberla sustrado de la vida.

    Notas

    1. P.-A. Taguieff, Las metamorfosis ideolgicas del racismo y la crisis del antirracismo,en J.-P. Alvite, ed., Racismo, antirracismo e inmigracin, Gakoa, San Sebastin, 1995, pp.143-204.

    2. S. Mezzadra, Derecho de fuga. Migraciones, ciudadana y globalizacin, Trafi-cantes de Sueos, Madrid, 2005.

    Podramos encontrar en este campo con nuevos ejemplos de la vigencia de ciertasensibilidad que aflor en las primeras revoluciones modernas y cuya vindicacin por lacrtica radical a la situacin actual convierte a Kant, Jefferson o Rousseau en idelogos dela extrema izquierda. En su discurso a la Asamblea del 22 de agosto de 1789, Mirabeaupoda decir: No vengo a predicar la tolerancia. La ms ilimitada libertad de religin es enmi opinin un derecho tan sagrado que la palabra tolerancia que querra expresarlo meparece de alguna manera tirnica en s misma, ya que la existencia de la autoridad quetiene el poder de tolerar atenta a la libertad de pensar por el hecho mismo de que tolera yde la misma manera podra no tolerar. En Z. Morsy, ed., La tolerancia. Antologa de tex-tos, Editorial Popular/Ediciones Unesco, Madrid, 1994, p. 186.

    3. L. Strauss, Derecho natural e historia, Crculo de Lectores, Barcelona, 2000, p.43.

    Este reconocimiento de la labor de Taguieff en orden a la denuncia de las conce-siones mediticas y espectacularizantes del antiracismo oficial no conlleva compartir lasalternativas que propone, en la lnea de un civismo republicano que postula el control so-bre los inmigrantes ilegales y no abandonar la nacin y sus valores a la extrema derecha.Al respecto de esa posicin ms discutible, vase P.-A. Taguieff, De lantiracisme mdia-tique au civisme rpublicain, en L. Bitterlin, Lantiracisme dans tous ses dbats, Panora-miques-Corlet, Pars, 1996, pp. 293-303.

    4. M. Aramburu, Los otros y nosotros. Imgenes del inmigrante en Ciutat Vella de

    Barcelona, Ministerio de Educacin, Ciencia y Cultura, Madrid, 2002, p. 93.

    5. M. Hidalgo, Las Casas Baratas del Bon Pastor, trabajo de curso para la asigna-tura Antropologia Cultural, Departament de Romniques, Facultat de Filologia, Universitatde Barcelona, 2005.

    6. A. Adsuara Veh, No s si soy racista, en Archipilago, n 53 (noviembre 2002),pag. 7-8.

    7. Esta percepcin de los llamados inmigrantes como una nueva clase trabajado-ra era a la que llegaba tienne Balibar en las palabras que pronunciara en un acto pblicoen apoyo de los sin-papeles encerrados en una iglesia de Pars, en marzo de 1997, quese haban hecho ver como lo que eran, no fantasmas de delincuencia e invasin, sinotrabajadores, familias al mismo tiempo de aqu y de all, con sus particularismos y la uni-versalidad de su condicin de proletarios modernos. . Balibar, Ce que nous devons

    aux Sans-Papier Droit de cit, PUF, Pars, 1998, p. 24.

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    8. Esa es la tesis en la que insistieran, en un texto fundamental aqu, . Balibar y I.Wallerstein en su Raza, nacin y clase, Iepala, San Sebastin, 1991.

    9. J. Friedman, J. Los liberales del champagne y las nuevas clases peligrosas: re-configuraciones de clase, identidad y produccin cultural, en J.L. Garca y A. Baraano,eds., Culturas en contacto. Encuentros y desencuentros, Ministerio de Educacin, Culturay Deporte, Madrid, 2003, p. 179.

    10. Cf. C. Alain, El impase ciudadanista. Contribucin a una crtica del ciudadanis-mo, www.alterediciones.com/t05.htm.

    11. Espai en blanc, La sociedad 2004: El fascismo postmoderno, en La otra caradel Frum de las Culturas , S.A., Bellaterra, Barcelona, 2004, p. 63.

    12. G. Deleuze, Nietzsche y la filosofa, Anagrama, Barcelona, 1971, p. 713. F. Nietzsche, LAnticrist, Llibres de lndex, Barcelona, 2004.14. En la versin de la obra de Brecht estrenada en la edicin de 2004 del Teatre

    Grec de Barcelona, dirigida por lex Rigola, se explicitaba esa asociacin. En la escena fi-nal, los Capuchas Negras y los empresarios entonan un canto coral: Misericordia paralos ricos, hosanna! Aplasta el odio, hosanna. En ese momento, Mauler, el lder de lospotentados, que se debate entre sus intereses y sus falsos escrpulos morales, ordena,sealando el cuerpo inerte de Juana Dark, Ponedle la bandera!. Obedecindole, un ac-tor coloca una ensea azul de las Naciones Unidas en las manos de la protagonista, iden-

    tificando la falsa generosidad de los Capuchas Negras de la obra de Brecht con la de lasactuales organizaciones de apoyo al desarrollo que se han constituido en nuevo factor deintervencin imperialista en los pases dominados.

    16 B. Brecht, Santa Joana dels Escorxadors, Edicions 62, Barcelona, 1976, p. 140.

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