Chile y Peru. Villalobos

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Chile y Peru. Villalobos.Libro para sesión 3.

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  • , ' \.(Bi.>!!l?.iiado, Juan Francisco Rivas, Alejandro Vidal, Enrique Concha y 3y'Gregcirio Donoso Vergara2 t agregarse todava las sociedades que mantenan trabajos en Cara-

    ;'f

  • I''

    Mejillones bajo ocupacin chilena. El edificio corresponde a la aduana esta-blecida por Bolivia bajo el rgimen de particin de derechos aduaneros.

    El presidente Pinto, en aquella maana triste de Val paraso, debi sentir que se haba defraudado la recta voluntad y que no restaba ms que proce-der de hecho. Inmediatamente se orden a Videla dar por concluida su mi-sin en La Paz y se dispuso la ocupacin militar de Antofag.sta.

    Haba que prepararse para la guerra, sin descartar gestiones que pudie-sen impedirla.

    Pinto y su gabinete no se haban inclinado en especial por los intereses chilenos en el Litoral ni en el interior de Bolivia, porque lo que realmente importaba era el respeto al Tratado de 1874. Pero la nueva determinacin boliviana, aunque afectaba a una compaa en especial, constitua una burla internacional y un recurso artero.

    Bien saban los crculos oficiales chilenos que la guerra traera toda cla-se de males y que, por mantener inclume el Tratado de 1874, se desencade-naran los daos sobre las empresas chilenas del interior y de Caracoles7

    Desde que el gobierno de Daza haba establecido el impuesto de diez centavos y se haba ido creando un ambiente de tensin, el presidente Mariano

    7 Luis Ortega en su artculo "Nitrates, Chilean Entrepreneurs and the Origins ofthe War of the Pacific", publicado en el volumen 16 de noviembre de 1984 del fournal of Latin America Studies (Cambridge), ha presentado la hiptesis de que la guerra fue bien vista por el presiden-te Anbal Pinto y que en su gnesis fue decisiva la injerencia de los empresarios.

    A nuestro juicio, ese planteamiento carece de base por completo. Ortega parte de la idea de que la situacin social y poltica era muy inestable y que, por lo

    tanto, un conflicto internacional podra solucionar los problemas. Es muy discutible que hu-

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    Ignacio Prado y sus ministros se haban preocupado de la situacin y cuan-do sta se hizo grave, decidieron intervenir con sus buenos oficios. A co-mienzo de 1879 los representantes peruanos en La Paz y Santiago recibieron instrucciones para ofrecer una mediacin y llegar al arbitraje. Mientras tan-to, Bolivia debera suspender la vigencia del impuesto al salitre.

    El enviado en La Paz, Jos Luis Quiones, se encontr con la sorpresa del decreto que suspenda el impuesto y en cambio reivindicaba las salitreras. Por parte del gobierno boliviano se le pregunt oficialmente, adems, si el Per, en una conflagracin, dara cumplimiento al Tratado Secreto. Bolivia

    biese una situacin tan grave y que ella fuese peor que la vivida en muchas ocasiones. Las quejas y temores de ese tipo eran casi permanentes.

    Parece muy exagerado afirmar que a fines de 1878 "there was a serious breakdown in law and order".

    Segn Ortega, un ao antes, cuando ya esa situacin habra sido grave, el presidente Pinto haba manifestado el temor a malas consecuencias. Sin embargo, Pinto pensaba en desrdenell aislados, en "excesos a que puede entregarse nuestra plebe en un momento dado" y anotaba, en sus "apuntes", que generalmente se pensaba "que era imposible en Chile un trastorno del orden pblico" y que bastaba la pequea fuerza policial para contener las malas pasiones de la chus-ma. En el propio gabinete exista la mayor confianza en la tranquilidad pblica y se tomaron medidas para relajar la vigilancia policial, en propias palabras de Pinto. (Revista chilena, Matta Vial, N XLIX, pgs. 344 y 345). Hay que preguntarse, por otra parte, que, si la situacin interna era amenazante, cmo se explica la mantencin de un Ejrcito reducido y, lo que es ms extra-o, la disolucin de la Guardia Nacional? La depresin econmica no sera una explicacin suficiente, pues los gobiernos, en caso de peligro sacan fondos de cualquier. parte.

    El investigador mencionado se refiere a los esfuerzos de los directores de la Compaa, especialmente de Puelma, para doblegar la voluntad de Pinto y mover a la opinin pblica a travs de la prensa. El uso de los perodicos es cierto; pero lo ms notable es que las presiones no cambiasen la actitud pacifista del presidente y de su gobierno. Resulta, de esa manera, ms meritoria la slida posicin oficial.

    Debe recordarse, tambin, como seala el propio Ortega, que en los crculos polticos del pas la Compaa no gozaba de aprecio y que no se vea con buenos ojos una "chilenizacin" del Litoral. Un enfrentamiento blico era visto con preocupacin a causa de la depresin eco-nmica. Agreguemos la presin en contra por parte de los otros intereses destacados en Bolivia y, en especial, las actuaciones de Lorenzo Claro que, unidas a las de Melchor Concha y Toro, conformaron una posicin no despreciable, pese a la opinin contraria de Ortega.

    El 14 de enero de 1879, ante el directorio de la Compaa de Salitres y Ferrocarril, Puelma afirm, segn cita de Ortega, que haba algunas personas muy influyentes en Santiago, fuerte-mente interesadas en persuadir al gobierno de abstenerse de apoyar enrgicamente a la em-presa. Por su parte, el enviado peruano Jos Antonio de Lavalle estimaba que las opiniones en los altos crculos estaban divididas. Respecto de la ocupacin del Litoral, "los hombres pensadores y juiciosos crean que el gobierno haba obrado con poca prudencia embarcndo-se en una aventura que poda suscitar la justa alarma de los estados americanos". Se tema, adems, consumir los recursos financieros y caer en el militarismo. Mi misin en Chile en 1879, pg. 57.

    John Mayo en La Compaa de Salitres de Antofagasta y la Guerra del Pacfico, sustenta una tesis diametralmente opuesta a la de Ortega.

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  • 111111

    consideraba la guerra como una posibilidad real. Quiones tena instruccio-nes de Lima para que la proposicin de arbitraje no significase una interven-cin a favor de Bolivia, demostracin de la neutralidad del Per.

    Quiones tuvo, sin embargo, una sorpresa mayor: el ministro de Rela-ciones, Martn Lanza, le expres que la reivindicacin de las salitreras tena por objeto traspasarlas al Per9

    Ms claramente an, Lanza manifest al representante peruano "que el deseo del Gobierno boliviano era preferir en la explotacin de sus salitres del litoral a su hermana y aliada la Repblica del Per, con el objeto de evitarle la competencia de la explotacin de las que tiene"

    Durante la entrevista, el ministro boliviano insisti a Quiones si tena ins-trucciones para dar cumplimiento al Trata.do Secreto en caso de "mayores com-plicaciones con el Gobierno de Chile", a lo que el ltimo respondi "que tena bastantes instrucciones para proceder conforme a ese pacto en el desagradable conflicto que por desgracia surge con la tambin hermana y aliada Repblica de Chile". Aunque deban agotarse primero los medios de conciliacin.

    No poda ser ms oscura la maniobra de Bolivia. El Tratado Secreto ha-ba sido una bomba de tiempo dejada en su poder.

    En Chile siempre hubo la mejor disposicin para negociar con el gobier-no de La Paz. Cuando la pugna se endureca, el 3 de enero de 1879, el canci-ller chileno, Alejandro Fierro, sealaba a Videla que Chile se encontraba en buena disposicin con el objeto de mantener "una discusin tranquila y amigable para arribar a un acuerdo comn o recurrir al fallo de una nacin

    Es bueno .comprender que la tendencia ideolgica que hace descansar en el factor econ-mico la determinacin de todos los sucesos, en este caso es inaplicable.

    En sentido global nadie puede dudar de que estaban involucradas grandes cuestiones eco-nmicas; pero en la concrecin, al menos por parte de Chile, pes un alto sentido moral basado en la vigencia de los tratados. Se procur que ellos se mantuviesen inclumes y para ello se efectuaron negociaciones hasta el lmite de lo tolerable.

    Las personas responsables se mantuvieron en esos trminos, marginando las influencias interesadas. Pero el movimiento popular arrastr a la determinacin drstica de la guerra. En esa reaccin tuvo alguna parte el influjo de los empresarios perjudicados por las medidas boli-vianas y peruanas; pero a nadie se le escapar que el ambiente pblico se nutra de antiguas

    percepciones de antagonismo y que se crea necesario reivindicar la dignidad nacional. Esta ltima expresin puede parecer etrea; mas no puede desconocerse que la "mentalidad" se conforma de conceptos de esa ndole, acertados o no, que juegan en el acontecer a espaldas de lo social y econmico y que, por lo tanto, tienen fuerte gravitacin segn las circunstancias.

    La mentalidad histrica, espontnea y poco razonada, cargada de sentimientos, pesa por s misma e influye poderosamente en las determinaciones polticas, sobre todo cuando se expresa masivamente.

    Nota de P.N. Videla al gobierno de Santiago. Ahumada Moreno, I, pg. 39. 9 Ignacio Santa Mara, "Guerra del Pacfico", en Revista chilena de historia y geografa, N

    36, pgs. 10 a 13.

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    amiga". Era inaceptable, en cambio, que Bolivia se hiciera justicia por s misma.

    El presidente Pinto, deseoso de evitar la guerra, pocos das despus mani-festaba al encargado de negocios del Per, Pedro Paz Soldn, segn refiere ste: "-Ojal que el Per tomara parte! Sera lo ms justo, exclam S.E.

    "A este deseo, tan francamente manifestado, no pude menos de contestar: "El Per ofrecer sus buenos oficios, si llega el caso, y yo estoy autoriza~

    do para ello." "Con mucho gusto, con mucho gusto; me dijo por varias veces el Presi-

    dente"10. No hay duda de que Pinto, al sugerir los buenos oficios del Per, ignora-

    ba la existencia del Tratado Secreto. Un mes ms tarde, el presidente estaba en la duda y pregunt al mismo Paz Soldn: "Qu hay de un pacto secreto entre Bolivia y el Per?". El encargado de negocios respondi que nada sa-ba y Pinto agreg que "Pardo lo negaba mucho"11 .

    El arbitraje era el mecanismo ms adecuado y estaba estatmdo con Bolivia por un protocolo de 1875, complementario del Tratado de 1874 para casos de desacuerdo sobre su interpretacin, de modo que exista la base para ponerlo

    Plaza de Armas de Lima.en 1879.

    10 Oficio de Paz Soldn a su gobierno .. 24 de enero de 1879. Memoria que el Ministro ... ya citada, pg. 14. .

    11 Oficio de Paz Soldn de 25 de febrero de 1879. Memoria citada, pg. 18:

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  • en marcha. La Moneda actuaba con la mejor voluntad, confiada en las gestio-nes diplomticas y desconociendo los verdaderos propsitos de La Paz.

    Producida la ocupacin de Antofagasta, Bolivia envi a Lima al pleni-potenciario Serapio Reyes Ortiz para solicitar el cumplimiento de la alianza y ofrecer una compensacin extraordinaria: ceder al Per durante un siglo la regin salitrera boliviana y lo que se ganase con su apoyo, que no poda ser otra que la regin chilena de Taltal.

    Esta ltima proposicin, tan descabellada desde todo punto de vista, ni siquiera fue considerada, y en cuanto a unirse militarmente de acuerdo con el Tratado- Secreto, el presidente Prado y su ministro de Relaciones Exterio-res, Manuel Irigoyen, fueron reticentes y formularon algunas objeciones.

    Prado estimaba que el gobierno de Daza haba violado el Tratado de 1874, aunque a la vez pensaba que por razones de equidad la Compaa de Salitres y Ferrocarril deba pagar algn impuesto. Irigoyen opinaba que Bolivia de-bi consultar previamente al Per, segn los trminos del Tratado Secreto.

    En conclusin, en el primer momento no fue enteramente favorable la posi-cin del gobierno de Prado. Se consideraba que las medidas bolivianas haban sido improcedentes y se procuraba inducir a La Paz a que aceptara el arbitraje.

    Don Mariano Ignacio Prado tena simpata por Chile, donde haba resi-dido durante algn tiempo, y posea intereses en la regin carbonfera de Lota; aunque este ltimo hecho no pesara en sus decisiones, dado su espri-tu de estadista hasta ese momento.

    A fines de 1878, das antes de los sucesos que namu:nos, cuando las relaciones de Chile con Argentina haban estado a punto de decidirse por las armas, Prado haba manifestado a Godoy: "Mis sentimientos personales, la conveniencia de mi pas, la buena poltica, todo me induce a no mirar como extraa la causa de Chile. No creo en la inminencia de la guerra, repi-to; pero si a pesar de todo lo que a ella obsta, llegase a tener lugar, el Per no olvidara que Chile ha sido su constante aliado, ni yo olvidar los motivos de predileccin que tengo por Chile".

    Pese a su buena voluntad y su posicin pacifista, Prado pensaba que sera arrastrado por los crculos superiores de Lima y que, por ltimo, si fracasaba la mediacin no podra desentenderse del Tratado Secreto.

    En las disyuntivas del gobierno peruano llama la atencin que en nin-gn momento se pensase seriamente en considerar si era llegado el casus foederis, no obstante el nimo pacifista de Prado e Irigoyen y las objeciones que inicialmente hicieron al representante Reyes Ortiz. Debe pensarse, en consecuencia, que la presin nacional haca imposible el razonar pondera-do y que, tal como tema Prado, sera impulsado a la guerra.

    El tiempo apremiaba. En La Moneda se estimaba que la mediacin de un enviado especial del Per acaso podra evitar la guerra. Con fecha 21 de febrero, el presidente Pinto escriba a Godoy que al Per le corresponda "una misin elevada y noble" y que Chile estaba dispuesto a aceptar una

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    solucin que restableciese las buenas relaciones con Bolivia. "Propender a ese elevado fin -comentaba- es la misin que por su situacin y estrechas relaciones con Chile y Bolivia le corresponde al Per"12

    Prado, a su vez, manifestaba una buena disposicin y el plenipotencia-rio Joaqun Godoy lo inst en una carta para que despachase a Santiago un enviado especial. As se hizo, resultando escogido Jos Antonio de Lavalle, miembro de gran familia, diplomtico distinguido, con vnculos de amistad con chilenos de altas esferas, que posea don de gente y serena habilidad.

    Mucho se ha especulado alrededor de la misin Lavalle y el conoci-miento del Tratado Secreto por ste y el gobierno de Chile. A estas alturas de la investigacin -y de las especulaciones- los hechos parecen estar claros. Pinto no habra sugerido la mediacin del Per, ni Lavalle hubiese sido reci-bido si hubiese sido conocido el Tratado Secreto.

    La suscripcin del Tratado no haba pasado enteramente inadvertida ni las gestiones para incorporar a Argentina; pero fueron nicamente informa-ciones ambiguas obtenidas de diversas fuentes de alto nivel, sin que llegase a conocerse el texto real13 En Lima, el ministro Godoy tuvo conocimiento ge la sesin secreta de la Cmara, creyendo que slo haba tenido por objeto considerar las adquisiciones navales de Chile e indicar al gobierno la nece-sidad de apresurar la compra de naves y armas terrestres14

    El ministro chileno acreditado ante los gobiernos de Argentina y Brasil, con asiento en Buenos Aires, Guillermo Blest Gana, supo en octubre de 1873 que en la Cmara de Diputados trasandina se discuta un plan de alianza entre Argentina, Per y Bolivia, todava no concertado y cuyo fin podra ser defender-se del Brasil, aunque no descartaba que Chile fuese el objeto. Un mes ms tarde, Blest Gana informaba a la cancillera chilena que las reuniones eran para auto-

    12 Carta citada por Alejandro Ros Valdivia, "La misin Lavalle", en Anales de la Universi-dad de Chile, ao 1924, 2 trimestre, pg. 430.

    13 Seguimos la ltima obra que estudia el tema, la de Juan Jos Fernndez: Chile-Per. Historia de sus relaciones diplomticas entre 1819 y 1879 (Santiago, 1997), cuyas fuentes son ms que confiables. Nos remitimos tambin al artculo ms especfico del mismo autor, "El Tratado Secreto peruano-boliviano, de 1873 y la diplomacia brasilea", dado a luz en el nme-ro 55, ao 1956, del Boletn de Ja Academia Chilena de la Historia ..

    Francisco Antonio Encina en un artculo que public en el nmero 9 del Boletn de Ja Academia, plante una interpretacin artificiosa de los hechos, basado en una supuesta confi-dencia que le habra hecho el presidente Federico Errzuriz Echaurren cuando l era un mozal-bete de poco ms de veinte aos. Segn diversos relatos de Encina, tanto l como sus oscuros antepasados fueron siempre distinguidos por los hombres ms destacados del pas con sus confidencias y planes, cuando no siguieron las sugerencias de los Encina. Ricardo Donoso en Encina, simulador ha dado cuenta del hecho que mencionamos y de muchas otras singularida-des del autor de la Historia de Chile.

    14 Ministerio de Relaciones Exteriores. Correspondencia de Joaqun Godoy, 12 de febrero de 1873, vol. 119.

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  • rizar gastos en armas y que Sarmiento haba propuesto una alianza con Per y Bolivia; pero que la cuestin haba sido postergada para 1874.

    Blest Gana apenas bordeaba la realidad15 , Adolfo Ibnez, ministro chieno de Relaciones Exteriores, inquiri so-

    bre la materia a los representantes en Per y Bolivia. Joaqun Godoy respon-di desde Lima descartando la alianza, aunque consideraba que en situacio-nes problemticas el Per no dejara de favorecer a Bolivia. Godoy no pudo obtener ninguna informacin sobre el Tratado, a pesar de lo que afirman los historiadores peruanos y lleg a pensar que no exista. El 28 de enero de 1874 escriba: "Podemos tranquilizarnos de la inquietud que era susceptible de ocasionarnos la pretendida alianza del Per y Bolivia contra Chile. He llegado al trmino de mis investigaciones y ellas me ensean que, si bien es cierto que se ha tratado .de negociar un pacto de alianza entre Bolivia y el Per, no lo es menos que el pensamiento ha quedado en mera tentativa, sin precisin, sin determinacin y sin forma".

    En cuanto al ministro en La Paz, Carlos Walker Martnez, su opinin fue igualmente escptica. Slo haba escuchado vagos rumores y, no dn-doles crdito, haba comenzado las negociaciones que condujeron al Tra-tado de 1874. Si Bolivia estaba dispuesta a negociar un acuerdo con Chi-le, cualquier plan secreto con Lima y Buenos Aires no sera ms que una patraa.

    Despus de esas gestiones, en Chile se supo indirectamente de la exis-tencia del Tratado Secreto, pero sin conocer el texto ni su sentido real.

    El gobierno peruano, con el fin de aliviar tensiones con el Brasil, que podra saber del 'Iratado Secreto y suponer estaba dirigido contra l, le en-treg su texto al ministro en Lima, que lo transmiti a su gobierno. La canci-llera brasilea inform de la existencia del Tratado Secreto al gobierno chi-leno a travs de sus representantes en Buenos Aires y Santiago, sealando que era una alianza para garantizar la integridad territorial de Bolivia y Per, a la vez que se negociaba la adhesin de Argentina.

    Era claro que el Brasil se mostraba receloso y que alertaba a La Moneda con el posible fin de equilibrar la situacin.

    La informacin segua siendo muy nebulosa y lleg a conocimiento del presidente Errzuriz Zaartu y sus ministros, entre ellos Adolfo Ibnez.

    15 En 1918, Anselmo Blanlot Holley public en la Revista chilena (Matta Vial) un artculo titulado "Quin descubri el Tratado Secreto Per-Boliviano de 1873?", en que acogi. una versin de Blest Gana de haber dado cuenta exacta del Tratado al gobierno chileno. Esa afirma-cin fue rebatida por Enrique Matta Vial en "Conoci el presidente Errzuriz Zaartu en 1873 el texto del Tratado Secreto-de alianza entre Per y Bolivia?", publicado en 1922 en la misma revista y reeditado en la Revista chilena de historia y geografa, N47. Matta Vial se apoy en slidos argumentos documentales, que desvirtuaron los recuerdos de Blest Gana, formulados de viva voz a sus amigos y en edad avanzadsima.

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    Un hecho sorprendente ocurri en febrero de 1877, gobernando don Anbal Pinto y cuando las relaciones con Argentina eran muy graves. El 12 de febrero el ministro Jos Alfonso comunicaba a don Diego Barros Arana, representante chileno en Buenos Aires, que tuviese presente que el Per haba ofrecido su mediacin y que sta haba sido aceptada, segn se lo indicaba en carta privada y en nota oficial. De manera un tanto escptica, Alfonso comentaba que aun cuando la mediacin no tuviese xito, al acep-tarla se probaba que Chile no quera un rompimiento con Argentina16

    Queda fuera de duda que, al aceptar la mediacin, el gobierno chileno ignoraba la existencia del Tratado Secreto y el esfuerzo que se haba realiza-do para incorporar a la Argentina.

    Todava en los das apremiantes de marzo de 1879, concretamente el 12 de dicho mes, La Moneda no tena certeza sobre el Tratado. Aquel da el canciller Fierro escriba a Godoy que interesaba sobremanera "tener un co-nocimiento exacto del tratado de alianza entre Per y Bolivia, que se dice ajustado el 6 de febrero de 1873 y aprobado por las Cmaras de ambas rep-blicas en el curso del mismo ao"17

    El 26 de aquel mes, pocos das antes que se declarase la guerra por parte de Chile, Adolfo Ibez, en su calidad de senador declar en sesin secreta del Congreso que durante su ministerio en el perodo de Errzuriz Zaartu, las noticias haban sido tan incompletas "que no autorizaban para hacer gestin alguna diplomtica". Agreg que hasta ese momento no exista un conocimiento ms o menos cabal de las clusulas del Tratado.

    Hay que admitir que los gobernantes chilenos y las esferas polticas te-nan una idea vaga de la existencia del Tratado y desconocan el carcter de sus disposiciones18

    16 Correspondencia citada por Luis Barros Borgoa, Misin en el Plata (Santiago, 1936), pgs. 92 y 93.

    17 Citado por Anselmo Blanlot Holley, artculo ya mencionado, en Revista chilena (Matta Vial), N XVIII, 1918, pg. 10.

    18 Percy Cayo Crdoba en el tomo IX de la Historia martima del Per (Lima, 1994), afirma que el Tratado Secreto era ampliamente conocido en Amrica porque en el Foreign Relations de Estados Unidos, correspondiente a 1874, se public una nota del representante norteamericano en Brasil, informando que el secretario de asuntos extranjeros del Brasil le haba comunicado que el Congreso argentino debata, en sesiones secretas, un tratado con el Per y Bolivia de carcter ofensivo y defensivo. Sin embargo, el diplomtico norteamericano conclua que no se haba llegado a nada.

    Percy Cayo recoge tambin la aseveracin de Mario Barros van Buren en su Historia diplo-mtica de Chile, de que un boletn brasileo de tratados internacionales, que publicaba Itamaraty, habra publicado el texto del Tratado Secreto. No obstante, no se ha podido encontrar dicho boletn, ni siquiera en el palacio mencionado.

    Seguimos fielmente la obra cie Juan Fernndez, ya sealada, que dilucida todos estos as-pectos mediante una excelente investigacin.

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  • Dentro de esas circunstancias iniciara su misin el enviado especial y minis-tro plenipotenciario Jos Antonio de Lavalle, dispuesto a emplear todo su ingenio y habilidad en una tarea que de antemano vea con gran escepticismo. El 2 de febrero se embarc en el Callao, acompaado de dos miembros de la misin.

    Aos despus, Lavalle escribi Mi misin en Chile en 1879, a manera de recuerdos personales y con el fin de justificar su actuacin, afirmando que en sus pginas reina "la verdad ms austera"19

    Jos Antonio de Lavalle

    Escritas con inteligencia, las memorias puntualizan con claridad las di-versas incidencias que rodearon la gestin; aunque al comienzo se acumu-lan algunas falsedades incomprensibles y que no se justifican. Refiere, el plenipotenciario, con bastante minucia las razones por las cuales descono-ca el Tratado Secreto hasta embarcarse. La primera es que habiendo estado

    alejado del Per algunos aos por desempear misiones diplomticas en Rusia y en Alemania, no supo de la gestin y aprobacin de la alianza.

    No es fcil creer que siendo un alto funcionario del servicio exterior de su patria, no fuese informado de un asunto de tanta importancia. Al regresar

    Deseamos agregar que Flix Denegri en el prlogo a Mi misin en Chile de Lavalle, hace suyas las afirmaciones de Barros van Buren, difundiendo en el Per la visin errnea sobre el conocimiento chileno del Tratado Secreto.

    19 La obra permaneci reservadamente en mano de familiares, hasta ser publicada en Lima el ao 1979 con prlogo y notas de Flix Denegri Luna.

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    al Per, sera muy extrao que no hubiese odo del Tratado Secreto, dada su alta posicin social y poltica.

    Lavalle describe paso a paso su designacin en Chile, con el propsito de demostrar que ni el ministro Manuel Irigoyen ni el presidente Prado le comunicaron nada sobre el Tratado, debido a la rapidez con que se hicie-ron los arreglos para su partida. Prado "se limit a algunas vagas generali-dades" sobre las delicadas relaciones entre el Per y Bolivia y las compli-caciones externas e internas que podra producir en el Per una guerra entre Bolivia y Chile.

    Tales afirmaciones se contradicen con el testimonio de lrigoyen, que en las instrucciones escritas entregadas a Lavalle le recuerda "todas las consi-deraciones que S.E. el Presidente y yo hemos manifestado a V.S. en el curso de las detenidas conversaciones que hemos tenido"2.

    En verdad, es poco creble que no se conversase del principal punto que preocupaba al Per, es decir, su compromiso blico.

    Hay ms an. En las mismas instrucciones de lrigoyen se recuerda a Lavalle la conversacin oficial tenida en su presencia con el representante de Bolivia, Serapio Reyes Ortiz. Si el Tratado Secreto era el tema bsico y Reyes Ortiz haba sido enviado a Lima para urgir su cumplimiento, sera inverosmil que no se hubiese debatido el tema.

    Por ltimo, hay una prueba irredargible. En los aos 1874, 1876y1878, Lavalle presidi la Comisin Diplomtica del Congreso y todo hace suponer que no pudo ignorar la existencia del Tratado y la orientacin de sus esti~ulaciones. Ms concreta y positivamente todava, consta que el texto llego a sus manos de manera oficial cuando presida la mencionada Comisin. El 28 de Julio de 1876 el ejecutivo le comunicaba: "Ante todo, debo recordar el tratado Secreto de alianza defensiva de 6 de febrero de 1873 que el Congreso tuvo a bien aprobar en 22 de abril del mismo ao.

    "Desde que el Tratado mereci la aprobacin de los Congresos de ambos pases y fue canjeado en junio de 1873, la Nacin se obliga a procurar a Bolivia los auxilios de cualquier clase que en caso, como el que nos ocupa, pudiera necesitar segn se estipul en el artculo 5, etc.

    "Si el litoral de Bolivia se separase de esa Repblica nos expondramos a vernos envueltos en una guerra de. terribles consecuencias, pues por el Tratado secreto estamos obligados a conservar ntegro su territorio"21

    Queda claro que Lavalle no slo conoca el instrumento, sino que debi enten-derlo en su aplicacin frente a un conflicto con Chile, tal como ocurri en 1879.

    2Instrucciones de 22 de febrero de 1879. En Memoria que el Ministro de Relaciones Exte-

    riores presenta al Congreso Extraordinario de 1879 (Reimpresin, al parecer de 1979), pg. 30. 21 Citamos la transcripcin hecha por Gonzalo Bulnes en su Historia de la Guerra del Pac-

    fico, pg. 99 de la edicin de 1912. Llama la atencin que un investigador tan acucioso y bien

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  • Muy enigmtico es el afn de Lavalle de aparecer ignorando el Tratado antes de su partida a Chile; pero tratndose de un hombre de su pericia, acostumbrado al clculo preciso de la diplomacia, tuvo que haber una razn significativa. Es probable que desease revestir de la mayor inocencia su acep-tacin de la misin, de manera que ya a bordo y rumbo al sur, se sorprendie-se con el documento del Tratado, que le adjunt su gobierno, dndose recin . por enterado.

    Un hecho de esta naturaleza :r;nuestra hasta qu punto Lavalle poda ju-gar con hechos falsos para acomodarlos a sus fines o a los fines del Per.

    El arribo a Valparaso fue menos desagradable de lo que esperaba dada la ~ni~o~~dad del pueblo chil~no, que con informacin gruesa y mucho de mtmc10n estaba a la defensiva. Recibido con dignidad por las autori-dades, a su paso por los muelles atraves por una multitud de rostros curio.sos y ad1:1~tos, sin que hub~ese ni~gn incidente. Actuando con pru-dencia, s~ aleJ~ ~~l pue~to el mismo dia en un vagn del ferrocarril pues-to a su disposic10n. Mas adelante, a medida que se incrementaban los aprestos blicos del Per y los rumores sobre el Tratado Secreto el am-biente se hara ms amenazante y habra algunos desmanes c~ntra el consulado en Valparaso.

    La recepci~ del gobierno y de personajes altamente colocados fue muy gra-t~, por ser el .q~en era ~ porque .se deseaba facilitar la mediacin. El presidente Pmto Y el. IDlillstro Ale1andro Fierro extremaron el trato gentil y allanaron las conversaciones con un tono de franqueza y amistad. En el mismo sentido actua-ron Domingo Santa Mara y Jos Victorino Lastarria, que intervinieron de manera o~ciosa. El mismo Lav~e inform a su gobierno a mediados de marzo: "Sigo siendo colmado de atenc10nes por lo mejor y ms distinguido de la sociedad de Santiago". No hay duda, en los altos crculos sociales no se deseaba la guerra. La "burgesa guerrista" estaba por la buena vida y no se jugaba por la Compaa de Salitres y Ferrocarril.

    El calendario de la mediacin tuvo un curso dramtico, desde la buena ~oluntad y confianza iniciales, en estado de expectacin, hasta la imposibi-lidad de acuerdo, el desarrollo de la desconfianza y el fracaso final. Cada paso fue descubriendo los problemas de fondo. .

    En una primera reunin con el presidente Pinto, el 11 de marzo, L~valle expres ~ue un arbitraje con Bolivia pasaba necesariamente por el abando-no del Litoral por parte de las fuerzas chilenas, lo que fue objetado por el presidente. Tambin se discuti sobre el alcance dado al atropello del Tra-tado de 1874 por el gobierno de La Paz. La posicin oficial de Chile era que

    intencionado como Flix Denegr Luna, en el prlogo a las memorias de Lavalle insista en que ste desconoca el Tratado, pasando por alto el testimonio documental apo:tado por Bulnes y los otros hechos de que hacemos mencin. '

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    se restableca la situacin anterior a 1866, dado que se haba anulado el de este ltimo ao, en lo que Lavalle, en su fuero interno, estaba de acuerdo22 Por lo tanto, un arbitraje no versara sobre el problema suscitado por las medidas contra la Compaa de Salitres, sino la cuestin del lmite en el paralelo 23. Se efectuaron, adems, algunas consideraciones sobre el rgi-men provisional que podra establecerse en el territorio disputado mien-tras durase el arbitraje.

    Quedaba claro que el gran escollo para el arbitraje era la desocupacin del Litoral.

    Una entrevista celebrada a continuacin con el ministro Fierro gir en torno a las mismas consideraciones; pero se agreg la inquietud sobre el Trata-do Secreto. "Al levantarme - comunic La valle a Irigoyen - me dijo el seor Fierro que le permitiese preguntarme, qu haba del Tratado Secreto de alian-za entre el Per y Bolivia: que Godoy le escriba, que ese Tratado exista desde 1873; pero que extraaba cmo Godoy en seis aos no haba dicho una pala-bra sobre l, y cmo un Tratado que supona aprobado por los Congresos del Per y Bolivia, haba podido permanecer secreto tanto tiempo; que Videla [eJ representante de Chile en La Paz] le haba asegurado, que nunca haba odo hablar all de semejante Tratado hasta los ltimos tiempos ...

    "Le contest, que yo haba sido Presidente de la Comisin Diplomtica del Congreso durant!3 la legislatura de 1874, 76 y 78, y que en ellas no se haba visto tal Tratado; pero que oyendo hablar tanto en Chile acerca de l, haba pedido informes a Lima sobre el particular"23

    Lavalle menta diciendo verdades sibilinas. En cambo, Fierro y los otros dignatarios chilenos no aparentaban ignorar la existencia del Tratado. Godoy haba informado recientemente de su existencia, slo que se desconoca el contenido exacto.

    El plenipotenciario del Per, en sus memorias, acude a razones discuti-bles para justificar su engao. A su juicio, "lo que un hombre de honor sabe en secreto, no lo sabe"24 Situaba la cuestin, as, entre la razn absoluta y la razn de Estado.

    Sin embargo, en el fondo de los hechos, Lavalle actuaba con buenas intenciones. Tanto los estadistas peruanos como los chilenos comprendan que la mediacin no podra llevarse adelante si la existencia del Tratado se daba por conocida de antemano. Un mediador comprometido con una de las partes era inaceptable.

    El ministro Irigoyen, en oficio de 8 de mayo de 1879 haba comentado a su enviado: "Es muy probable que el gobierno de Chile, por conducto de su

    22 Oficio de Lavalle, 11 de marzo de 1879. Memoria que el Ministro de Relaciones ... pg. 50. 23 Oficio de 13 de marzo. Memoria que el Ministro de Relaciones Exteriores ... pg. 54. 24 Mi misin en Chile, pg.32.

    149

  • Ministro de Relaciones Exteriores, pregunte a U.S. si realmente existe un Tratado de Alianza Secreto entre el Per y Bolivia; y casi seguro que en tal caso, se estime dicho Tratado como un grave obstculo a la mediacin"25

    El gobierno chileno, a pesar de saber que exista un Tratado, haba acogi-do la mediacin, dejando de lado el vicio que la rodeaba, porque no se de-seaba obstruir una posible va de arreglo. Del mismo modo pensaba Lavalle, que en su memoria anota que si hubiese actuado con franqueza "poda obli-gar al gobierno de Chile a saber lo que no quera tal vez saber, aunque quizs perfectamente saba"26 En otras palabras, tanto el gobierno chileno como el peruano simulaban ignorar la existencia del Tratado. En ese juego, ambos actuaban con un sentido superior.

    Insistimos, no obstante, que Chile desconoca el texto. Para Lavalle estaba claro que se aceptaba su misin como un recurso

    esperanzador. Juzgando la situacin escriba a su cancillera: "Ciertamente que ni el gobierno de Chile ni la gente sensata de este pas quiere la guerra con el Per. Si la quisieran, no hubieran aceptado esta misin, o si la hubie-sen aceptado, hubieran dado trmino a toda negociacin, desde que les se-al la base para ellos inaceptable, de la desocupacin de Antofagasta y dems puntos, como condicin sine qua non de todo arreglo, hacindoles a la vez comprender, que el rechazo de la mediacin nos conducira fatalmen-te a la guerra entre el Per y Chile. No quieren la guerra, es cierto; pero no pueden aceptar la base de la desocupacin, y en esta disyuntiva han adopta-do la poltica de la expectacin, esperando que alguna negociacin secreta quizs, o algn acontecimiento imprevisto, venga a aclarar la situacin y a facilitar un desenlace"27

    1

    La incertidumbre no poda prolongarse por ms tiempo. El Per se nega-ba a declararse neutral en el conflicto con Bolivia, porque el Tratado Secreto se lo impeda y, mientras tanto, haca urgentes preparativos de guerra. Y lo mismo haca Chile.

    En el Per se haban alistado los fuertes y su artillera, se haba reforza-do la guarnicin de !quique y se haba ocupado con tropas hasta la lnea del ro Loa. De manera activa se procuraba adquirir uno o dos blindados iguales o superiores a los de Chile y, lo que en La Moneda no se saba, era que se efectuaban gestiones para atraer a la Argentina a una alianza con el Per y Bolivia, reviviendo el antiguo proyecto.

    Unas instrucciones reservadas de Irigoyen al plenipotenciario peruano en Buenos Aires, Anbal de la Torre, despachadas el 7 de marzo, barajaban diversas posibilidades. Segn Irigoyen, deba hacerse ver al pas del Plata

    25 Memoria que el Ministro de Relaciones Exteriores ... pg 32. Mi misin, pg. 32. 27 Memoria que el Ministro de Relaciones Exteriores ... pg.61.

    150

    que Chile haba accedido a concertar con aquel pas el pacto Fierro-Sarratea, destinado a solucionar la cuestin de lmites, nicamente para lanzarse contra Bolivia y que el mismo mtodo seguira con Argentina. Afirmaba, Irigoyen, que ese procedimiento no slo era presumible, "sino seguro; si se tiene en consideracin del carcter absorbente qu siempre ha distinguido al expre-sado pas y el poco respeto que guarda a los principios del Derecho de Gen-tes y a sus compromisos internacionales".

    Agregaba, Irigoyen, que si Argentina se negase a participar de la alianza, deba conseguirse que bajo otra forma apoyase, de acuerdo a sus palabras, "en la lucha que irremediablemente vamos a sostener con Chile".

    Es obvio que el canciller peruano no tena confianza en la mediacin y que alimentaba un fuego peligroso.

    Una posible forma de colaboracin era sealada por Irigoyen en el si-guiente prrafo: "Podra aceptar un pacto de subsidios, para lo cual no le sirve de obstculos la tregua [sic] que mantienen con dicho pas, en virtud de la convencin Fierro-Sarratea. Conforme a lo que se estableciera en el expresado pacto, la repblica Argentina y el Per se comprometeran a pro ... porcionar uno, dos o ms de sus buques de guerra para cualquiera cuestin internacional en que se vieran comprometidos; lo que sera de altsima im-portancia para la paz de este continente ... "

    Finalmente, el ministro peruano acotaba: " ... Si ninguno de los medios fue-se aceptado por ese gobierno, puede U.S. proponerle, la compra de uno o dos de sus blindados, que sera por tercera mano y consultando las reservas conve-nientes, mediante siempre la ms completa reciprocidad por parte del Per, de suerte que si ms tarde la repblica Argentina se viera en la necesidad de hacer uso de su escuadra, el Per estara obligado a venderle sus mismos buques y a poner, adems, a su disposicin uno o dos de sus blindados"2.

    En forma muy discreta se sealaba a De la Torre que las gestiones deban ser verbales.

    Las instrucciones, por cierto, no honraban a la cancillera limea y fue probablemente por esa razn que no se las public en la Memoria que el mi-nistro de Relaciones Exteriores presenta al Congreso Extraordinario de 1879.

    Diversas consideraciones pueden hacerse en torno a las instrucciones. En primer lugar, que fue enorme el riesgo que corri Chile en esa coyuntura. Pero Argentina, de manera muy inteligente, en lugar de involuc.rarse en un conflicto en el Pacfico, prefiri avanzar por la Patagonia, mientras Chile combata con Per y Bolivia29

    28 Documento citado por Ros Valdivia, La misin Lavalle, pg. 919 a 922. Publicado origi-nalmente por Pedro Irigoyen en La alianza Per-Boliviana, pg. 298.

    29 Adelantndonos a los hechos, debemos recordar que ms adelante, cuando se libraba la campaa de Lima, el gobierno de Nicols de Pirola, como un recurso extremo, procur atraer a su lado a la Argentina mediante una alianza. En instrucciones de enero de 1881, se ordenaba

    151

  • En cuanto a Irigoyen y el gobierno peruano, si nos esforzamos por com-prender sus actitudes, puede concluirse que, renegando del Tratado Secreto, trataron sinceramente de evitar la guerra a travs de la mediacin en Santia-go y La Paz; pero estimando que esas gestiones fracasaran, el Per alist sus armas y busc una alianza blica. Es lo que cualquier pas habra hecho en esas circunstancias.

    En su momento, las sospechas y los temores llenaron el ambiente, la desconfianza envolvi a todos y pese a la buena voluntad, unas fuerzas incontenibles arrastraban al abismo.

    El gobierno del Mapocho captaba perfectamente la situacin, pero no quiso precipitar los hechos. Aun despus de la ocupacin del Litoral y de la declaracin de guerra por parte de Bolivia, esperaba algn arreglo y mante-na la ilusin de un arbitraje.

    Fue necesario, sin embargo, aclarar la posicin del Per. Domingo Santa Mara, miembro del Consejo de Estado, en una gestin semioficial, el 18 de marzo plante a Lavalle que los preparativos blicos del Per causaban alar-ma y que esas actividades eran incompatibles con la calidad de mediador. La misma opinin manifest el presidente Pinto tres das despus.

    Por ese entonces, el gobierno haba instruido al ministro plenipotenciario Joaqun Godoy para que recabase del gobierno del Per una declaracin ofi-cial sobre el Tratado Secreto. Conforme a esas instrucciones, Godoy se entre-vist con el presidente Prado y despus de una amable conversacin, ste concluy expresando que Manuel Pardo lo haba dejado ligado a Bolivia.

    El 31 de marzo, despus de veinte das de haber sido interrogado por Fierro sobre la existencia del Tratado Secreto y previa una mascarada de consulta a su gobierno, Lavalle reconoci la existencia de aqul instrumento y lo ley al canciller chileno, permitindole tomar notas30

    al embajador en Buenos Aires, Evaristo Gmez Snchez, que prometiese la ayuda peruana en la cuestin de lmites con Chile. Adems, gestionara ante Bolivia la cesin a la repblica del Plata de una parte de su litoral en el Pacfico.

    La alianza podra ser secreta mientras Argentina hiciese sus aprestos blicos y se procura-ra mantener la neutralidad del Brasil.

    El oficio fue encontrado por militares chilenos en el palacio de gobierno de Lima durante la ocupacin.

    La gestin peruana fue un verdadero malabarismo impulsado por la desesperacin y una fuerte dosis de ingenuidad. Como es natural, no fue tomada en cuenta para nada.

    El documento fue publi.cado por Barros Arana en su Historia de la Guerra del Pacfico, Obras Completas, tomo XVI, pg. 278.

    En vista de este antecedente, los estudiosos peruanos no debieran asombrarse de la ges-tin realizada en 1879, durante la campaa de Tarapac, por agentes bolivianos y chilenos, para separar a Bolivia del Per mediante la entrega de Tarapac al pas del altiplano.

    30 Oficio a Lima de 31 de marzo. Memorias que el Ministro de Relaciones Exteriores ... pg.82.

    152

    Grande tuvo que ser la frustracin de los gobernantes chilenos. La gue-rra era inevitable.

    En la trama de los hechos, el conflicto fundamental se desarrollaba y seguira desarrollndose entre el Per y Chile y, sin embargo, la piedra de toque haba sido Bolivia, que, paradjicamente, pront.o desaparece del esce-nario.

    El pas del altiplano fue el que tuvo la iniciativa del Tratado Secreto y el Per lo tom con decisin porque estim que con l enfrentaba la expansin de los intereses chilenos y dara solidez a su predominio en el Pacfico Sud-americano. No se midi en su real dimensin que Bolivia, respaldada por la alianza, poda hacer mal uso de ella y lanzarse a una poltica imprudente en contra de Chile, como efectivamente ocurri en 1878 y 1879.

    Es probable que el presidente Manuel Pardo, su ministro Riva Agero y sus colaboradores hubieran pensado que la facultad de decidir si era llegado el casus foederis, dejaba al Per en libertad para determinar si se daban las condiciones para hacer efectiva la alianza.

    El mismo ao del Tratado Secreto, el ministro argentino Carlos Tejedo:i; abrigaba temores por la inestabilidad de los gobiernos bolivianos y el mal giro que pudiesen dar a las cuestiones con Chile, comprometindose en una guerra innecesaria31

    En 1879, cuando se ventilaba la mediacin, Santa Mara, agudo y pene-trante, aunque confiaba en Prado, estimaba que inevitablemente sera arras-trado a la guerra por la opinin pblica y por los cuantiosos intereses agru-pados alrededor del conflicto por hombres prominentes de ese gobierno32 Vicua Mackenna, ardoroso e intuitivo, proclamaba en el Senado que a na-die se le poda escapar que eran los intereses salitreros del Per los que lo arrastraban al conflicto, porque ya estaban agotadas las guaneras y el salitre representaba el porvenir33

    Nicols de Pirola, por otra parte, como buen conocedor de la poltica de su patria, en un manifiesto a los peruanos, sealaba que mientras el go-bierno realizaba una misin de concordia y de paz, "ambiciones vulgares, traficantes conocidos y anatematizados por el sentimiento pblico, se es-fuerzan por levantar en el pueblo pasiones de guerra e incendios de odio, para explotar en provecho suyo la situacin que stos traigan y sacar partido de los generosos transportes del sentimiento nacional.

    "Estn resueltos a empujarnos a la guerra, no en el inters del Per, menos an en el de Bolivia, sino en inters personal y propio"34

    31 Oficio de Manuel Irigoyen a su gobierno. Buenos Aires, 17 de septiembre de 1873. 32 Citado por Echenique, El Tratado Secreto de 1873, pg. 45. 33 Ros Valdivia, La misin Lavalle, pg. 504. 34 Citado por Ros Valdivia, pg. 468.

    153

  • Fue quizs por esos hechos que el gobierno de Prado no entr al anlisis detenido del casus foederis: no poda sustraerse a la guerra.

    En una carta recibida desde Lima por Domingo Santa Mara, se le deca "que la guerra era inevitable, porque todo el mundo la deseaba"35

    La presin pblica en Chile tambin haba llegado al lmite. < Analizando las causas del conflicto, el representante alemn en Chi-

    le, Glicl, estimaba que eran ms profundas que la violacin del Trata-do de 1874: "es la amarga envidia, el odio vivo que impera contra Chile desde hace muchos aos en Per y Bolivia. Ambos pases, continua-mente destrozados por revoluciones y bajo psima administracin, en-vidian el progreso material de Chile, su vida poltica ordenada, sin ser alterada por insurrecciones, su alejamiento de los excesos entre anar-qua y despotismo y su ascenso sin impedimentos a un peldao cultu-ral ms elevado"36

    "Por otra parte -agregaba el diplomtico- demuestra el Tratado Secreto defensivo y ofensivo entre Per y Bolivia, firmado en 1873, pero recin co-nocido al iniciarse la guerra y que slo podra estar dirigido contra Chile, la larga existencia de intenciones hostiles de ambos gobiernos firmantes del Tratado contra Chile. Los chilenos que residan en Per o Bolivia, antes de su expulsin a consecuencias de la guerra, han estado sujetos durante mu-chos aos, tanto a diversas arbitrariedades oficiales como a ofensas priva-das, mientras que peruanos y bolivianos, en todas partes de Chile han vivi-do y todava viven sin ser molestados".

    Algunos historiadores peruanos han opinado en forma difusa y sin prueba ninguna, que Chile habra agredido a su pas y a Bolivia debido a su fracaso en la disputa de lmites con Argentina. Si perda un extenso territrio en el este, poda ganar otros en el norte.

    La apreciacin, sin embargo, es absolutamente falsa y revela el descono-cimiento del litigio con Argentina y sus fuentes, aunque debe reconocerse que se basa en ciertas obras histricas chilenas.

    Haca mucho tiempo que la cancillera chilena haba perdido inters real en la posesin de la Patagonia, pese a que prolongaba su defensa para ceder la menor parte posible. Los ttulos histricos y jurdicos no eran muy slidos y en Santiago haba personajes prominentes que no daban ni una moneda por las tierras trascordilleranas.

    En 1878, antes que las relaciones con Bolivia se hiciesen tirantes, don Diego Barros Arana, como ministro plenipotenciario en Buenos Aires, reci-bi instrucciones para ceder hasta Ro Gallegos, unos sesenta kilmetros al

    35 Citada por Ros Valdivia, pg. 505. 36 Informes inditos de diplomticos extranjeros durante la Guerra del Pacfico, Oficio de

    23 de septiembre de 1879, pg. 31.

    154

    norte del estrecho de Magallanes, e incluso, dejar todo entregado al arbitraje y hasta la mitad oriental del estrecho37

    La misin Barros Arana no tuvo xito y luego se suscribi en forma preliminar el pacto Fierro-Sarratea, que someta al arbitraje las materias litigiosas. En el fondo, Chile renunciaba a la Patagonia; pero mantendra su dominio sobre el estrecho, que era un objetivo fundamental. El pacto, sin embargo, no fue ratificado p9r el Senado argentino y la cuestin sigui igual que antes.

    Por entonces, las relaciones con Bolivia se haban hecho muy tirantes y se lleg al conflicto armado, quedando aun pendiente la disputa con Argen-tina. No se haba reemplazado una cuestin por la otra.

    Mediando estos asuntos, el poder militar de Chile, a pesar de estar dis-minuido, era superior al de Argentina, sobre todo en materia naval. Un ar-gentino destacado en la poltica, Ramn Helguera, en cartas a su primo el presidente Anbal Pinto, le comentaba en 1878 que Chile, teniendo ms ele-mentos que su patria, podra triunfar en una guerra. sa era, adems, una opinin general y, en una ocasin, el rumor de que Chile enviabatropas al. sur provoc alarma y se promovieron contactos con los crculos santiaguinos para evitar un choque.

    Cuando la Guerra del Pacfico en 1881 era un xito completo para Chile, J se arregl la disputa de lmites con Argentina, renunciando C. hile definitiva-. mente a la Patagonia oriental, conservando el estrecho y parte de Tierra del Fuego y los archipilagos circundantes, segn qued estatuido en el Tratado de 23 de julio.

    En el lado del Pacfico, Chile debera vivir en larga situacin conflictiva y habra sido demencial granjearse otro frente en el Atlntico. Los hechos fueron exactamente al revs de lo que se ha afirmado en el Per.

    37 La documentacin oficial est citada por Luis Barros Borgoa en Misin en el Plata (Santiago, 1936). Por nuestra parte hemos sintetizado el asunto en Barros Arana. Formacin intelectual de una nacin (Santiago, 2000).

    Tulio Gonzlez Abuter, Negociaciones chileno-argentinas de lmites (1871-1881), (San-tiago, 1988, pgs. 114 y 115.

    1 !

  • LOS DESASTRES DE LA GUERRA

    Patologa de la lucha.- Expulsin de los chilenos.- Mtodos arteros en tierra y mar.- La leyenda de la ferocidad chilena.- Atrocidades peruanas en Tarapac.- El trato humanitario.- Excesos en Mollendo y Pisagua.- Realidad y calumnias.- Pillaje.- Expedicin de Lynch: su verdadero carcter.- Combate y destruccin del balneario de ChoI'I'i-llos.- Negociaciones para la entrega de Lima.- Miraflores.- La su-puesta intervencin de Petit Thouars.- Roces entre las autoridades peruanas y los representantes extranjeros.- Excesos de las tropas derrotadas.- Para restablecer el orden se apresura la entrada de las fuerzas chilenas.

    Cuando Jos de Gaya grab el detalle terrible de la guerra del pueblo espa-ol contra el invasor napolenico, no hizo ms que inmortalizar un fen-meno permanente en la historia de las naciones. En todos los tiempos y en todas las ocasiones, la lucha desata en los pueblos el odio, el crimen, la violacin, el robo y la furia destructora. Debe entenderse que el comba-tiente, soldado o civil, est bajo presiones anormales de angustia, temor, cansancio, calor, fro y hambre. Lejos de los suyos, se encuentra en una tarea en que las.heridas y la muerte pueden caerle en cualquier momento. Ve sucumbir compaeros con quienes se han compartido penas y alegras, generadoras de una vida en comn; no sabe cundo terminar todo aquello y en posesin de armas puede ejercer la venganza a discrecin contra quie-Q.es lo afectan o son un peligro simplemente. Siente justificadas sus accio-nes y por eso no se detiene para destruir o recoger botn. Los lazos norma-les de relacin social se han disuelto, las propias decisiones son las que cuentan, destruir es un desahogo y robar parece un derecho para compen-sar los sufrimientos y peligros.

    Si en el escenario hay alcohol y mujeres, el desenfreno es inevitble. El combatiente lucha envuelto en una atmsfera ideolgica que justifica

    cualquier forma de ataque contra el enemigo. Lucha por una causa que esti-ma buena y superior, contra contendores que son malos y deben ser elimina-dos sin consideracin o reducidos a la impotencia. No hay mtodos prohibi-dos para derrotar a los contrarios; pero no se admite que aqullos los empleen

    156

    y si lo hacen es una prueba ms de que son brbaros, salvajes y arteros. Los dos polos generan una dinmica de sentimientos agresivos.

    Los soldados, los gobernantes y los jefes militares del otro, son blanco de la ira, los comentarios se hacen acerbos y el sentimiento popular se com-place con un humor a veces terrible.

    Quisiera ver a Pirola, colgado de un farol, con tanta lengua afuera, pidindome perdn.

    No sabemos si esos dsticos se generaron en el Per a causa de sus per-turbaciones o en Chile, pero en las ciudades chilenas se difundieron como la mejor poesa pica.

    Todos los pueblos se hunden en el marasmo de la guerra, aun los que parecen ms civilizados. Chile no fue ajeno a esa perturbacin moral y el Per tampoco.

    Las calamidades no llenan por completo el cuadro blico, son estallidos' ms o menos breves que aparecen en medio de largos perodos de rutina y aburrimiento, que quizs predisponen a la violencia por la tensin acumu-lada. Tarde o temprano esas acciones son censuradas o castigadas dentro de las propias fuerzas, sobre todo cuando no se ha perdido el contacto y el control de la oficialidad. Puede ocurrir tambin que sta, en raptos de extra-vo, estimule el vandalismo.

    En caso de que las acciones se realicen sistemtica y ordenadamente, no se producen desmanes, pero habiendo un quiebre, puede ocurrir cualquier cosa. Una batalla librada a las puertas de una ciudad puede originar trope-las de toda clase y, si se combate dentro de ella, las furias del infierno arra-san con todo.

    Durante la Guerra del Pacfico se presentaron todas esas situaciones, en una larga serie de desmanes que es factible comprender, aunque no justificar.

    El gobierno chileno y el mando militar procuraron, en la medida de lo posible, que las acciones se llevasen a cabo de acuerdo con "la ley de la guerra", un concepto abstracto y ambiguo; pero que descansaba en el dere-cho internacional y la prctica de las naciones civilizadas. Aquella rama del derecho, quizs la ms endeble, constituida por algunas convenciones no suscritas por todas las naciones y las modalidades practicadas por las fuer-zas en lucha, era slo un plano de referencia aceptado con flexibilidad, aten-diendo a razones morales y espritu de equidad y humanitarismo.

    Por otra parte, resulta muy difcil la aplicacin de principios de derecho en medio de la lucha, en situaciones imprevistas, sujetas al azar, cuando el temor o la desesperacin guan a los hombres y surgen impulsos irrefrenables. Debido a esas circunstancias, despus de la Guerra del Pacfico, los tribuna-les internacionales reunidos en Santiago para acoger reclamaciones de neu-

    157

  • Th

  • le ninguno de los que autorizan las leyes internacionales, hasta hacerles sentir la necesidad de obtener la paz".

    Tales procedimientos eran los que practicaban todos lo.s beli~erantes Y que el Per haba llevado a cabo mediante las audaces mcurs10nes del Huscar. Todo estaba dentro del derecho internacional. . .

    Pese a las buenas intenciones por normar la guerra, en med10 de los horrores fue inevitable caer en arbitrariedades. , .

    En el nivel de los soldados y oficiales chilenos, las tropehas cometidas fueron estimuladas por hechos aciagos que recayeron sobre ellos antes y durante las hostilidades.

    En los comienzos del conflicto, en Bolivia como en el. Per al expulsar. los chilenos que trabajaban en los respectivos territorios, se lanzaro:i;i ~em1-llas de odio hacia la costa. Un decreto del 1 de marzo de 1879 del gobierno de La Paz orden la expulsin de los chilenos en el plazo de diez das, pu-diendo llevarse sus bienes menores. Los bienes inmuebles seran embarga-dos y las empresas de chilenos o la parte que correspondiese a sto~, .seran confiscadas, pudiendo ser en forma definitiva segn el tipo de hostilidades de las fuerzas de Chile2

    Los obreros expulsados corrieron a incorporarse a las fuerz.as chilenas. Espontneamente se form una especie de batalln con ochocie.ntos hom-bres expulsados de Caracoles, que solicit su inclusin formal, sm que ello pudiese realizarse en el primer momento . . ,.

    En el caso del Per, la situacin debi ser distinta por la existencia del Tratado de 1876, que dispona que en caso de guerra los c.iud.ada~os de los dos pases tendran el privilegio de permanecer en el terntono mientras se condujesen pacficamente y en caso de sospecha se les conce~era el plazo de doce meses para salir, pudiendo arreglar sus a~~m~os y r~tuarse con sus bienes y suls fami!ias. Solamente caba la expul&10n mmediata en caso de t.I Obrar hosti mente .

    El 15 de abril del mismo ao, el gobierno del Per decret la expulsin . 'i en el trmino de ocho das, exceptuando algunos casos, como el de res~den-tes con ms de diez aos, casados con peruanas y que poseyesen bie~es races, y que no se hiciesen sospechosos. Los qu~ no ~e .marchasen ~e~1an confinados a su costo. El cumplimiento de estas d1spos1c10nes fue drastico. En Arequipa el plazo fue de cuarenta y och? horas, en Huani~los de tres horas y en !quique de dos horas. Los de Huan1llos, como no habia embarca-

    2publicado por Pascual Ahumada Moreno, Guerra del Pacfico (Valparaso, 1884-1891),

    vol. I, pg. 101. d 1 1:; s ti 3 Antonio Urquieta, Recuerdos de la vida de Campaa en la Guerra e Pac1,co, an ago, 1907, pg. 90. ' .

    Diego Barros Arana, Historia de la Guerra del Pacfico, en Obras completas, tomo XVI,

    pg. 366.

    160

    cin disponible, en nmero de cuatrocientos fueron obligados a dirigirse a pie hacia Tocopilla, en un trayecto de tres das, sin otra ayuda que unos pocos alimentos y agua despachada por las autoridades chilenas del ltimo puerto. Fuera de ese grupo, confluyeron varios cientos a aquel lugar, y otros llegaron a !quique, donde se les impidi el embarque y fueron concentrados en las instalaciones de la Aduana para perecer en caso de bombardeo por la escuadra chilena.

    Se dio el caso, tambin, de que los chilenos que permanecieron en el distrito de Lima, que no pudieron obtener salida en barco o por otra causa, fueron enviados a Junn para cumplir trabajo forzado en las minas de car-bn, con prohibicin de marcharse, aunque se les pagaran sus salarios.

    El mal trato recibido por los expulsados mereci un artculo en el Chilean Tmes, que, de acuerdo con los informes recibidos, seal que los afectados de condicin modesta, obligados a marchar por desiertos, sufrieron lo indecible, habiendo perdido la vida muchos de ellos. "Cientos de esos infelices se refugia-ron en los botes y se amontonaron en los buques mercantes de la baha de !quique, para esperar la llegada de los vapores que deban sacarlos d ese suelo inhspito, agrupados como carneros, y expuestos a los rayos abrasadores del sol dillante el da, y a un fro penetrante en la noche, sin un pedazo de pan, ni una gota de agua, excepto la que la caridad de los extranjeros les pudo proporcionar"5

    En Lima, el populacho se hizo eco de la persecucin y afrent a damas chilenas casadas con peruanos y extranjeros, que debieron precaverse con el ocultamiento, lo que fue lamentado por la gente honorable de la ciudad6

    . Natural fue el resentimiento de los obreros expulsados, que en su indig-nacin hubiesen deseado resarcirse de su propia mano y acometer a los pe-ruanos, como estuvo a punto de ocurrir con un grupo embarcado en el Callao. El da 5 de abril de 1879 fueron subidos a bordo del Rimac algunos cientos de expulsados en medio de la vociferacin de una multitud, que obligaba, espe-cialmente a las mujeres, a besar la bandera peruana en el muelle7 Viajaban en el mismo barco el general Juan Buenda, jefe del Ejrcito del Sur, y el jefe de su Estado Mayor, general Pedro Bustamante, que luego comprendieron estar en una situacin arriesgada. Los chilenos eran "de la gente pis perdida de los denominados rotos", que a medida que la nave se alejaba del puerto, comen-zaron a dar mueras al Per, mostrndose amenazantes contra los peruanos a bordo y principalmente contra los generales. El capitn no tena hombres para hacerse respetar y las cosas se hicieron ms graves con "la prfida y maliciosa noticia" de que el general Buenda conduca doscientos mil soles en plata sellada para los gastos del Ejrcito del Sur. Hubo que tomar, en consecuencia,

    5 Transcrito en el Boletn de la Guerra del Pacfico, pg. 213. 6 F. Santini, Intomo al mondo a bordo dell R. corvetta "Garibaldi" (Venezia, 1884), pg. 182. 7 Bertjamn Vicua Mackenna, Historia de la campaa de Tarapac, pg. 698.

    161

  • 11

    "

    una decisin muy prudente: los dos generales y algunos oficiales que les acom-'

    paaban desembarcaron en Chala, para seguir por tierra a Quilca y tomar

    embarcaciones menores lumbo a Mollendo .

    El Rimac embarc ms chilenos en Mollendo e !quique, que estaban

    refugiados en botes y en un pontn de propiedad extranjera, llegando a su-

    mar ms de mil quinientos los repatriados, que quedaron en Antofagasta,

    Caldera, Coquimbo y Valparaso. No menos de ocho mil expulsados llegaron a puertos chilenos en los,

    comienzos, principalmente Antofagasta, donde se incorporaron a lis unida-

    des en formacin, transformndose algunos batallones de alrededor de qui~

    nientos hombres en regimientos de mil doscientos. En el centro de Chile,

    muchos de los recin llegados se integraron a otras unidades9

    Las disposiciones dictadas por el gobierno limeo eran comprensibles

    en tiempo de guerra, aunque no la dureza para su cumplimiento, que tena

    que provocar la indignacin de los afectados y de todos los chilenos e ge-

    neral. En Tocopilla, dos oficiales del Ejrcito lanzaron una proclama muy

    encendida, que en parte deca: "A las armas chilenos proscritos y arrojados

    del pas que con vuestros sudores y trabajos disteis vida. "A las armas compatriotas que a las entraas de la tierra arrancast!'lis los

    tesoros que durante siglos tuvo escondidos.

    "A las armas compaeros que oprimidos y perseguidos por el ltigo del

    mayoral habis sufrido ms que el esclavo africano vendido por ruin mone-

    da a brbaro mercader. " ... Hasta Tarapac, breves descendientes de Lautaro y Caupolicn! Que

    el terror y el espanto se esparza a vuestro paso y que la muerte y la desola-

    cin cubran con su manto a los vstagos corrompidos de Balta y Pardo, Mo-

    rales y Melgarejo. "Hoy se o.s presenta la ocasin de enrolaros en la fila de un regimiento

    que yendo a la vanguardia de un ejrcito poderoso, va a vengar la afrenta

    que recibisteis lejos del hogar y de la patria ... "1.

    De ese modo creca la hoguera de las pasiones.

    En Chile, los peruanos y los bolivianos no fueron perseguidos ni expulsa-

    dos .. Todos pudieron continuar en sus negocios y trabajos sin ser perturbados.

    Otro aspecto necesario de considerar en la viqlencia extrema de la Guerra

    del Pacfico dice relacin con la mentalidad y los sentimientos que embarga-

    ban a los combatientes chilenos, que arrancaban de una vieja perspectiva.

    8 "Apuntes para la historia. "Diario de campaa", manuscrito existente en el Archivo Na-

    cional de Chile, Fondo Varios, vol. 220. Corresponde al torno II y abarca desde el 5 de abril de

    1879 y, al parecer, hasta el 25 de julio del rnisrno ao.

    "Vicua Mackenna, obra citada, pg. 698.

    'Diversos documentos peruanos y chilenos, en Ahumada Moreno, recopilacin citada,

    vol. II, pg. 59; vol. VI, pg 12; vol. VII, pg. 82; vol. VIII, pg. 47.

    162

    Hoy da que la historia de las mentalidades y de los sentimientos ha

    hecho aportes en la comprensin del pasado, vale la pena tenerla en cuenta,

    aunque slo sea de un modo ms o menos superficial mientras se la estudia

    con detenimiento en el conflicto.

    En el Ejrcito y en la Marina chilena an reinaba una visin caballeresca

    y rancia sobre la tica de los que luchan. La victoria deba lograrse en buena

    lid, sin triquiuelas ni mtodos prohibidos, indignos de hombres rectos y

    valientes, porque empaan su honorabilidad. El triunfo no debe obtenerse

    de cualquier modo.

    El general Manuel Baquedano, con su rectitud, representa a la perfec-

    cin la vieja escuela. Es bien sabido que para l no deban emplearse tcticas

    sorpresivas, movimientos envolventes, simulaciones, falsas retiradas ni des-

    plazamientos insospechados de la reserva. Cuando se estudiaba un plan de

    ataque, deca a sus generales: "de frente, de frente". Y as se emprendan las

    acciones. En esa forma se atac en Tacna, Arica, Chorrillos y Miraflores.

    El general Manuel Baquedano.

    163

  • 11 ,,

    No es de extraar, entonces, que de mal humor en una ocasin criticase al coronel Orozimbo Barbosa por haber provocado el desbande de un desta-camento enemigo mediante el truco de atar ramas a los caballos para que la polvareda hiciese pensar que su nmero era muy superior.

    Baquedano no era ms que el ejemplo prominente, pero su mentalidad se encontraba hasta en el ltimo soldado. El uso de "polvorazos" y de minas automticas u operadas elctricamente desde escondites seguros, que fue frecuente en las defensas peruanas, provocaba la indignacin de los solda-dos chilenos y desataba su furia11 Hacia el final de la guerra, los soldados peruanos dispusieron de balas de rifle que hacan explosin, una novedad que pareci de extrema crueldad.

    El empleo de medios "mecnicos" era rechazado por el comn de la gente e incluso por los tratadistas, como Heffter, que en Le droit international de l'Europe indicaba que "las leyes de la humanidad proscriben el uso de los medios de destruccin que de un solo golpe, y por un medio mecllico, destruyen masas enteras de tropas, y que reduciendo al hombre al rol de ser inerte, aumentan intilmente la efusin de sangre"12

    En el asalto al morro de Arica fue donde por primera vez se experi-ment el efecto de los polvorazos y las minas. El ingeniero Teodoro Elmore elabor un plan completo para llenar, dentro de lo posible, el deseo del coronel Francisco Bolognesi de un "xito infalible" para impedir el avance de los chilenos.

    En conocimiento del plan de colocar minas, el coronel Pedro Lagos, en-cargado del asalto al morro, hizo saber a Bolognesi que si se empleaban aque-llos artefactos era de temer que no se dejase a un peruano con vida

    13 Esa

    amenaza era una forma de disuadir a los jefes peruanos y no se cumpli

    ntegramente. En las orillas del ro Lluta, en los terrenos adyacentes al morro y en los

    faldeos de ste se ubicaron algunos polvorazos y minas, todos ellos opera-dos elctricamente desde un centro dotado de bateras. Dos de los reductos

    11 No siempre es fcil discernir a qu elementos explosivos se alude en la poca. En el

    lenguaje tradicional, an en uso, mina era un depsito subterrneo de plvora o dinamita, a veces con brea y piedras, que se haca estallar con mechas o cables elctricos. Tambin se les

    designaba como "polvorazos". Minas, en un sentido ms moderno, eran tambin las cargas

    explosivas en contenedores metlicos que estallaban por contacto o presin y que se las desig-

    naba como minas automticas, equivalentes a las actuales minas. En ocasiones se las mencio-

    naba como torpedos. En la guerra naval ya se utilizaban torpedos, muy primitivos, que se ponan en movimien-

    to desde lanchas de vapor. Las naves fondeadas en los puertos podan ser rodeadas de minas

    flotantes o semisumergidas, que se denominaban torpedos, con el fin de evitar ataques median-

    te espoln. 12 Citado por Diego Barros Arana en la obra ya mencionada, pg. 367. 13 Benedicto Spila de Subiaco, Chile en la Guerra del Pafico (Roma, 1887), pg. 176.

    164

    defensivos en el morro fueron convertidos en trampas subterrneas con di-namita para hacerlos volar cuando cayesen en poder de los asaltantes.

    Al cruzar el cauce del Lluta se experiment la sorpresa del primer polvorazo por las tropas de caballera, como relata un testigo: "Apenas llegados al pie de la bajada, una detonacin espantosa pona en dispersin a las cabalgaduras, al mismo tiempo que una especie de erupcin volcnica brotaba desde el fondo de la tierra, levantando confusos destrozos de piedra, tierra y maderos, en-vueltos entre humo y llamas". De ah en adelante, polvorazos y minas estalla-ran en diversos lugares. En total, segn planos de la defensa, las minas fueron ochenta y cuatro. Una de ellas estaba situada frente al cuartel que ocup el batalln Bulnes y a pocos pasos de la casa en que se situ Baquedano. Estaba compuesta por treinta y dos quintales de dinamita14

    La explosin de los reductos fue el espectculo ms impresionante, de acuerdo a la descripcin de un cronista: "De repente resuena un sordo mugi-do, y al instante, sin un segundo de intervalo, se abre la tierra, saltan los sacos, se desquician las cureas, sube al cielo un pelotn confuso de humo, de tierra, de trozos de fierro, de piernas, de cabezas, de cadveres ... han muerto veinte peruanos. Pero han muerto tambin diez chilenos; all estn sus miembros mutilados, sus carnes palpitantes". En la precipitacin, la voladura haba sido hecha antes de tiempo.

    "No hay cuartel! La sangre pide sangre. Las minas, corvo. Y todos son pasa-dos a cuchillo ... se acab la ridcula caballerosidad. Contra las minas los corvos".

    El narrador agrega un detalle explicativo: aquellos soldados pertenecan al 3Q de lnea, formado en gran parte por los expulsados del Per.

    La grandeza y la miseria de la lucha qued en varios documentos, uno de los cuales se refiere al momento final: "Despus de una resistencia tenaz, desesperada y durante la cual caa su noble y valiente defensor coronel Bolognesi destrozada la cabeza, cumpliendo su palabra de resistir hasta el ltimo trance, la guarnicin se renda a discrecin, la inexpugnable fortale-za caa en nuestro poder y una bandera chilena reemplazaba a la peruana que segundos antes flameaba en el elevado mstil".

    Los oficiales chilenos, "al ver que aquellos jefes, oficiales y soldados que se rendan a discrecin, entregaban sus espadas e imploraban muchos clemencia, contenan a sus soldados que en su furioso mpetu slo pensa-ban cobrar venganza por su comandante [San Martn] y sus compaeros que haban cado como buenos en la lid".

    Otro episodio fue vivido tambin por el 3 de Lnea despus de asaltar una trinchera y poner en fuga a sus defensores. "De improviso sintese una horrible detonacin por el lado de la Ciudadela donde se encontraba el capi-tn Tristn Chacn con su compaa: una mina haba estallado lanzando al

    14 Relacin de El Ferrocarril en Boletn de la Guerra del Pacfico, pg. 749.

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    Soldado chileno repasa a un herido peruano. leo de R,amn Muriz muy difundido en la iconografa del Per. Museo Histrico Militar del Per, Callao.

    espacio, en confuso desorden, trozos de fierro, piedras, tierras, fragmentos humanos, troncos calcinados, sucumbiendo all el subteniente Poblete, el capitn Chacn y varios soldados cuyos cuerpos destrozados caan en dis-tintos puntos, mezclados con los restos y cadveres de los peruanos.

    "Entonces fue imposible contener a los soldados que furiosos trataban de vengar a sus hermanos y sus propias ofensas. No hay cuartel ni misericor-dia desde que el enemigo, ha poco rendido implorando clemencia, comete la felona de hacer volar a los nuestros por medio de ocultas minas"

    15

    Hubo un hecho que exacerb an ms los nimos para el futuro. Se supo que uno de los centros para provocar las explosiones y materiales dispues-tos para armarlos, fueron encontrados en un cuarto anexo del hospital res-guardado con el signo de la Cruz Roja. Adems, durante la lucha se haban apostado tiradores junto a los muros de aquel edificio, que haban hecho fuego graneado16 . Todos estos hechos fueron ampliamente conocidos en el Ejrcito, de modo que al abrirse la campaa de Lima los nimos estaban predispuestos.

    15 Boletn, pg. 746 y 747. 1s Los documentos con todos estos antecedentes en Boletn de la Guerra del Pacfico, pgs.

    742, 747, 749, 812 y 813.

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    La guerra en el mar tambin tuvo episodios que causaron indignacin. Fueron el hundimiento del transporte Loa y de la goleta Covadonga, gracias a un ardid peruano tan sencillo como ingenioso, y a la inoperancia irrespon-sable del mando chileno.

    Un agente oficioso comunic al presidente Anbal Pinto que en Ancn se preparaba un torpedo en el fondo de una balandra, que sera cargada con productos agrcolas y fardos, el ltimo de los cuales, al ser levantado, hara estallar el torpedo. La balandra sera dejada al garete, para que la fragata O'Higgins, bloqueadora de Ancn, la llevase a su costado para apoderarse del cargamento. El presidente dio cuenta del plan al alto mando naval y en lugar de tomarse las prevenciones necesarias, el atentado se llev a cabo tal cual, slo que la nave fue el Loa, que vigilaba la entrada al Callao.

    Pese a la sospecha de algunos oficiales, la tentadora embarcacin fue situada al costado del transporte y junto con alzarse el ltimo bulto estall el torpedo. Muri la mayor parte de la tripulacin, incluido el comandante, y en cinco minutos desapareci la nave tragada por las aguas. Dos meses ms tarde, en Chancay, en un episodio casi igual, desaparece la Covadongq., que encerraba tantos recuerdos gloriosos para los chilenos. La sorpresa de ambos sucesos fue dolorosa, indignante y humillante, mientras en Per el entusiasmo y la alegra sacudan a todos.

    El ardid peruano, que con criterio de hoy da no tena nada de reparable, fue juzgado entonces como una tctica artera, impropia de combatientes dig-nos, y no solamente por los chilenos, sino tambin por los oficiales neutrales, de acuerdo al testimonio de F. Santini, cirujano de la corbeta italiana Garibaldi, a quien correspondi atender a algunos de los nufragos del Loa. En su opi-nin, los sucesos fueron traiciones innobles y crueles, tramas de bandidos, que exasperaron a los chilenos y estimularon los deseos de venganza17

    Ms infame pareca Eil hundimiento del Loa en cuanto pocos das antes haba cumplido la tarea humanitaria de conducir al Callao ms de 500 heri-dos peruanos procedentes de Tacna.

    Un cargo que la historiografa y el folclore peruano han hcho a los sol-dados chilenos, ha sido el de haber repasado heridos en los campos de bata-lla. Es posible que as ocurriese en algunas ocasiones al calor de una ira irrefrenable; pero generalizar el hecho es efecto del tremendismo de los es-critores. Debe pensarse, adems, que en una refriega cualquier herido, si no est grave, es un peligro potencial, que puede reaccionar si se le presenta una ocasin favorable, especialmente si conserva sus armas o stas se en-cuentran dispersas por todas partes.

    Los peruanos, por su parte, tambin ultimaban a los heridos, segn re-cuerda el coronel Domingo Amuntegui refirindose a Chorrillos.

    17 Intorno al mondo .. ., pgs. 153, 155 y182.

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    '

    Una masacre despiadada no se entiende con la cantidad de heridos y pri-sioneros resultantes en las batallas, ni con el sinnmero de los que fueron en-viados a Val paraso, donde se les reclua y atenda, y los cientos y cientos envia-dos a puertos peruanos, y los contingentes bolivianos dejados en libertad para dirigirse a su patria. El despacho de peruanos al Callao era una accin meritoria y tambin i,mprudente, pues en poco tiempo podran volver a t?mar las armas.

    La leyenda de la ferocidad chilena circulaba entre los mismos soldados peruanos y bolivianos, como refiere un teniente chile~o, Rafael Torreblanc~, en una carta despus de la batalla de Dolores. Recorriendo el campo, el ofi-cial tom prisionero a un soldado "cuico" que estaba oculto con otros com-paeros y le pregunt por qu no se rendan, contestando que pensaban que los chilenos no perdonaban a nadie. .

    En seguida se arrodill y llorando quiso besarle la mano al temente Arce: "-No me mate taita! A m me han trado amarrado par~ hacerme sold~do!

    "Esta es la cantinela eterna de todos estos pobres diablos. Persuadidos de que somos unas {ieras resisten hasta el ~ltimo ~xtremo." ,

    "A este infeliz, le estuve trayendo detras de m1 hasta que se concluyo la . pelotera y a cada soldado que vea acercarse le repeta la misma historia".

    "Creo que hasta ahora no se ha entregado un solo prisionero sin repetir no me mate tatai! me han trado amarrado! "1.

    Despus de la batalla de Dolores hubo que recorrer durante tres das los terrenos de caliche, donde se haban refugiado muchos heridos, llegando a contar mil cuatrocientos. En la misma tarde de la batalla, afirma el coronel Estanislao del Canto, daba gusto ver cmo soldados de los distintos regimien-tos chilenos pedan permiso para ir a recoger enemigos heridos, que transpor-taban al cuerpo de ambulancia formando camillas con sus rifles en~ecruzados.

    La crueldad cometida con los heridos pesaba tanto para los chilenos como para los peruanos segn el italiano F. Santini; aunque afirmaba qu~ era ,ms intensa de parte de los chilenos, atendiendo a un h~cho muy sencillo: ~stos eran los vencedores y quedaban dueos del campo. Pero no es menos cierto -aade Santini- que los peruanos en Tarapai: se mancharon con la misma barbarie, tanto que los ms terribles de los soldados chiler1JS eran justamente los que combatieron en aquella batalla y ardan en deseos de venganza"

    19

    Los sucesos de la quebrada de Tarapac, aludidos por Santini, coinciden con los que refiere el Boletn de la Guerra del Pacfico despus de la muerte del comandante Eleuterio Ramrez: "La casita junto a la cual yaca el cad-ver de Ramrez, estaba convertida en un hacinamiento confuso de muertos Y heridos. Dentro de ella y en su alrededor no haba menos de ochenta cadve-res y un nmero casi igual de heridos.

    10 Carta transcrita por Sergio Fernndez Larran en Santa Cruz y Torreblanca, pg. 166. 19 F. Santini, Intorno al mondo ... pg. 181.

    168

    "Entre los heridos que no podan moverse se encontraban los de las canti-neras del 22, que no se haban separado un momento de las filas de su regimien-to y queprestaron durante todo el combate los ms tiles servicios. Ellas arras-traban hacia la casita a los heridos en medio de la granizada de las balas enemigas, registraban las cartucheras de los muertos para proveer de municiones a los vivos, y se multiplicaban por todas partes para vendar a la ligera a los heridos.

    "Al asaltar los peruanos en tropel la casita momentos despus de la reti-rada de los nuestros, remataban a palos a los heridos ...

    "El enemigo, sea por un rasgo de cobarde ferocidad, sea por temor de que nuestras tropas pudiesen ocupar nuevamente aquel lugar, cuya pose-sin les costaba tan caro, prendieron fuego a la casita sin preocuparse de los heridos que quedaban adentro, y antes por el contrario acumulando junto a ella los cadveres que se encontraban a mano"2.

    Un tercer testimonio corrobora las atrocidades cometidas por los perua-nos en Tarapac. Es el de Antonio Urquieta, partcipe de la campaa, que describe los hechos una vez que la tropa chilena tuvo que retirarse del lugar del combate en la quebrada: "Efectuada la retirada de la divisin los enemi-gos se entregaron a satisfacer todos sus instintos criminales y salvajes: reco-rrieron el campo de batalla en busca de botn, matando brbaramente y de un modo demasiado cruel a los heridos chilenos, dejndolos completamen-te desnudos y en posicin vergonzosa.

    "Aument ms todava el crimen de estos brbaros; no contentos con las atrocidades cometidas con los heridos que estaban en el campo, prendieron fuego al cuarto donde estaba la Cruz Roja :l.onde se encontraba herido el bmvo comandante Dn. Eleuterio Ramrez y un nmero considerable tambin de' los heridos. Estos tuvieron que padecer bajo las llamas en medio de las risotadas y burlas de la soldadesca chola y cuica que presenciaba ese salvajismo"21

    Otro episodio chocante es agregado por Urquieta: "Entre los prisioneros chilenos que cayeron en poder de las tropas del general Buenda, le toc a la cantinera Susana Montenegro con quien estos pcaros cometieron toda clase de infamias y excesos que la pluma se resiste a describir.

    "Despus de todo la asesinaron martirizndola como a Caupolicn con la diferencia que a aqul fue con un palo y a sta con las bayonetas".

    Comenta, Urquieta, que estos hechos llenaron de indignacin a los solda-dos, abrigando la esperanza de castigar las atrocidades en los futuros combates.

    En Tacna, igual que en Dolores, de parte de los chilenos hubo un trato humanitario a heridos y prisioneros. Se recogieron 1.200 de los primeros y los rendidos sumaron no menos de 80022

    20 Boletn, pg.493. 21 Recuerdos de la vida de campaa, pg. 199 a 230. 22 0bra citada, pgs. 105 y 113.

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    Durante la batalla se atendi por igual a heridos chilenos, peruanos y bolivianos y en ello colaboraron tambin los servicios de ambulancia de estos ltimos. Ocupada la ciudad de Tacna, hubo que preocuparse de los heridos, principalmente aliados, y crear condiciones de higiene para evitar epidemias. La situacin fue parecida al caer Arica y, contando con un puerto, se envi8;fon al Callao los heridos peruanos. LosJ:>.olivianos_fueron enviados a su patria por la ruta de Tacara, empleando tambin la de Mollendo y Arequipa23

    El jefe del Servicio Sanitario que acompaaba al Ejrcito, doctor Ramn Allende Padn, en su informe oficial expresaba con satisfaccin: "no hemos tenido dificultad alguna con las ambulancias peruano-bolivianas; antes por el contrario, ha reinado la mayor armona y hmosles procurado los recur-sos que nos ha sido posible y ddoles todas las facilidades en los casos en que nos han ocupado"24 La ambulancia peruana atenda 600 heridos y la boliviana 90025

    El transporte Loa condujo al Callao a 510 heridos; an quedaban 1.000 en Tacna, y luego saldra otro barco destinado a Mollendo26 Ignacio Domeyko recuerda estos hechos en su correspondencia27

    El cirujano chileno GuillermQ_Castro Espinoza da cuenta de diversos grupos de heridos enviados de Tacna a Arica, indudablemente para ser em-barcados al Callao. Tambin anota un envo de 303 soldados y 56 oficiales dejados libres, fuera de un contingente mucho mayor liberado en Tacna. En total eran unos 900. En Arica se haba hecho alrededor de 700 prisioneros

    2. Esta ltima cifra debe ser rectificada con el parte del general Baquedano, que seala 1.328 prisioneros tomados en esa ciudad29

    Buenas razones tendra el ministro britnico en Santiago, F. J. Pakenham, cuando escriba al Foreign Office en diciembre de 1879: "Aunque se han hecho muchas declaraciones en -la prensa peruana acerca del presunto mal-trato de prisioneros y otros por las tropas chilenas, creo que son infundados de hecho y que tienen existencia solamente en la imaginacin de escritores excitados e irresponsables"30

    En la lista de hechos vituperables protagonizados por los chilenos, uno de los peores tuvo lugar en Mollendo el ao 1880, dentro de la

    23 Ahumada Moreno, tomo III, pg. 3212 y 343. 2Ibdem. 25 Boletn de Ja Guerra del Pacfico, pg. 739 2s La Opinin Nacional de Lima, 22 de junio de 1880. Ahumada Moreno, tomo III, pg. 259. 21Hernn Godoy y Alfredo Lastra, Ignacio Domeyko (Santiago, 1994) pg. 354. 2s Guerra del Pacfico. Diario de campaa (Santiago, s/f) pg. 31 y otras. Diversas informa-

    ciones sobre heridos y prisioneros en Tacna y Arica en el Boletn de la Guerra del Pacfico,

    pgs. 667,674, 676 y 739. 29 Boletn, pg. 698. 30 Informes inditos de diplomticos extranjeros durante la Guerra del Pacfico, pg. 379.

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    ofensiva contra Tacna. Una divisin de 2.000 hombres desembarc y se apoder del puerto con el cometido de destruir los bienes fiscales que facilitaban el movimiento martimo: muelle, bodegas, estacin y equi-po ferroviario. El propsito era impedir el aprovisionamiento de las tro-pas enemigas acantonadas en Arequipa, facilitar un ataque a las que guarnecan Moquegua y dejar las espaldas libres para atacar a Tacna y Arica.

    Efectuado el desembarco, se cumpli con la tarea de destruccin; pero mientras el comandante de la divisin, Orozimbo Barbosa, con un fuerte contingente se diriga al interior a efectuar un reconocimiento, un batalln del 3 de lnea, al que se haba ordenado reembarcarse por ciertas muestras de indisciplina, junto con otra soldadesca se entreg al saqueo de la aduana, que pronto sera destruida. En el lugar encontraron abundancia de licor, se dieron a beberlo y desde ese momento el desorden se tradujo en mayor des-truccin. Apareci el fuego, en que tambin tuvieron participacin algunos italianos, y el fuerte viento se encarg de propagarlo por todo el poblado. Como si los hechos no hubiesen sido graves, se comprob la participaci!il de tres oficiales.

    Hubo, tambin, oficiales que con la ayuda de soldados procuraron po-ner atajo a las llamas y se empearon en salvar a la iglesia, resultando inti-les sus esfuerzos:

    La catstrofe de Mollendo provoc la ira de los peruanos y dio base para imaginar y propalar cosas peores. Hacemos esta afirmacin sin negar las verdades oscuras.

    El vicario capitular de Arequipa, Lorenzo Bedoya, inform al Secreta-rio de Relaciones Exteriores y Culto sobre el sacrilegio de haberse profana-do el Santsimo Sacramento y haberse provocado el incendio de la viceparroquia. Agregaba un informe del viceprraco que anotaba la sus-traccin de diversos objetos del culto y haberse hecho todo, "segn datos seguros", en presencia de tres sacerdotes chilenos que nada haban hecho para detener los excesos.

    Las afirmaciones, expresadas in verbo sacerdotis, eran, sin embargo, completamente falsas. Antes que se conociese el informe acusatorio del vicario Bedoya, uno de los sacerdotes, Eduardo Fabres, haba dirigido a su madre un relato de los sucesos en la intimidad de la correspondencia fami-liar. Despus de producido el incendio de la iglesia, los capellanes chile-nos haban bajado de los barcos .. de la expedicin, comprobando que la custodia con el Santsimo Sacramento, otros objetos del culto y cuadros, haban sido salvados y se encontraban en la plaza. Para evitar cualquier profanacin, los objetos fueron llevados al Blanco Encalada para determi-nar su destino posterior.

    Una vez conocida la acusacin de Bedoya, el vicario capitular de Santia-go, Jos Ramn Astorga, reuni informacin sobre el asunto, resultando con-

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  • i 1

    firmado el relato de Fabres. El comandante en Jefe del Ejrcito, Erasmo Esca-la, inform en el mismo sentido31

    El coronel Barbosa orden enjuiciar a los culpables_ de los sucesos de Mollendo y algunos fueron castigados. El general Escala tambin dispuso un sumario. Un capitn fue degradado pblicamente en la plaza de Ilo, otro ofi-cial fue separado de su puesto por incompetente, y varios soldados fueron condenados a pena de muerte, que finalmente se conmut por presidio32

    Segn correspondencia del oficial chileno Rafael Torreblanca, "una par-tida de esos bandidos" fue fusilada y en Ilo se esperaba al Angamos, que llevaba otra "remesa" para pasarla por las armas33

    No sabemos por qu causa Gonzalo Bulnes menciona la liviandad de Esca-la frente a los hechos y da a entender que no hubo sancin para los culpables.

    En el caso de Mollendo, las exageraciones quedaron en evidencia. No obstante, todava en enero de 1881 el den Juan Gualberto Valdivia, de la catedral de Arequipa, que ya conocemos por sus malabarismos publicita-rios, insista en el sacrilegio contra el Santsimo. El mito haba echado races34

    Algo parecido ocurri con anterioridad en el desembarco chileno en Pisagua el mes de noviembre de 1879. El combate que hubo que librar en esa ocasin enardeci los nimos y a merced de los infaltables vapores etlicos, se cometieron abusos irracionales35 Esos hechos y las nuseas de la derrota dieron base para que el corresponsal de El Comercio de Lima comunicase a ese peridico noticias falsas sobre la barbarie chilena.

    Hubo, sin embargo, una pluma serena, la del padre peruano Jos Domingo Prez, que diriga la ambulancia de Arequipa, dispuesta a acla-rar los hechos. Desde su lugar en el Alto del Hospicio, situado en la cumbre que domina a Pisagua, el sacerdote fue testigo de lo sucedido y encontrndose luego en Valparaso restableci la verdad en una carta dirigida a El Mercurio. De sus palabras se deduce cules haban sido las calumnias.

    "No s por cierto lo que sucediese en el puerto de Pisagua en el acto del combate -escribe el sacerdote- pero s puedo asegurar que el incendio de la poblacin y las dems desgracias que acaecieron, fueron una consecuencia necesaria de los proyectiles que la escuadra arroj para desmontar las bate-ras de tierra."

    31 La documentacin se encuentra en la obra de Ahumada Moreno, vol. II, pgs. 398, 470,

    y 473. a2 Memorandum de Jos Eugenio Vergara, citado por Soto Crdenas, Guerra del Pacfico.

    1..os tribunales arbitrales, pgs. 95-96. 33 Citada por Sergio Fernndez Larran, Santa Cruz y Torreblanca (Santiago, 1979), pg. 183. 34 0bra citada de Ahumada Moreno, tomo V, pg. 219. 35 Jos Francisco Vergara, Guerra del Pacfico. Memorias, pg. 37.

    172

    "El campamento del Hospicio, donde yo resida, y las muchas tiendas de italianos y otros extranjeros, quedaron desiertos desde muchas horas antes que el ejrcito chileno llegase all". Las mujeres, mal pudieron "ser vctimas de la crueldad y desenfreno de la tropa, ni obligadas a bailar al son de las msicas militares, por la sencilla razn de que todas huyeron y porque las bandas del ejrcito slo llegaron al da siguiente, cuando en el campamento haba jefes respetables y severos que no habran permitido ningn desorden".

    Tampoco era efectivo que