Cattaruzza y Eujanian. Historiografia

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Sobre la construccion del campo historiografico en Argentina

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  • Alianza Estudio

  • Alejandro Cattaruzza y Alejandro Rujanian

    Politicas de la historic Argentina 18(50-1960

    Alianza Editorial Buenos Aires / Madrid

  • 907.2 CAT

    Cattaruzza, Alejandro Polilicas de la historia: Argentina 1860-1960 / Alejandro Cattaruzza y Alejandro Eujanian. - 1* cd.-Bucnos Aires: Alianza. 2003. 270 p.; 20 x 13 cm. - (Alianza Esludio; 52)

    ISBN 950-40-0181-5

    I. Ti'Uilo. 11. Eujanian, Alejandro. - 1. Historiograli'a

    Diseno de cubiorta: Pablo Barragiin ComposicicSn y armado: La Galora Correccion: Luz Freirc

    Alejandro Caltai-uzza y Alejandro C. Eujanian Alianza Editorial, S. A.

    Madrid-Buenos Aires, 2003 Av. C6rdoba 2064; 1120 Buenos Aires Tel/rax: 4372-7609 / 4373-2614 / 4814-4296 E-mail: [email protected] Hecho el dcpbsito que marca la ley 11.723

    Impreso en Argentina - Printed in Argentina

  • INDICE

    Introduction 11

    Primera parte 1. El surgimiento de la crftica

    Alejandro Eujanian 17 2. Paul Groussac y la crftica historiografica

    Alejandro Eujanian 43 3. Metodo, objetividad y estilo

    en el proceso de institucionalizacion, 1910-1920 Alejandro Eujanian 69

    Segunda parte 4. La historia y la ambigua profesion

    de historiador en la Argentina de entreguerras Alejandro Cattaruza 103

    5. El revisionismo: itineraiios de cuatro decadas Alejandro Cattaruza 143

    Tercera parte 6. Por una historia de la historia

    Alejandro Cattaruza 185 7. Heroes patricios y gauchos rebeldes.

    Tradiciones en pugna Alejandro Cattaruza y Alejandro Eujanian 217

    Referencias 263 Sobre los autores 265

    7

  • a Liliana a Camila y a Maria Morena

  • INTRODUCTION

    Los arti'culos reunidos en este volumen se publicaron, en sus versiones originales, a lo largo de casi diez anos. En ese lapso, por efecto de la continuidad de nuestras investigacio-nes, de los debates sostenidos con otros colegas y, en las au-las, con los estudiantes, fueron adquiriendo un sentido de conjunto que posibilito casi naturalmente su transfoimacion en los siete capftulos de este libro, en la que Jorge Lafforgue, a quien agradecemos, intervino eficaz y amablemente.

    Son estos ori'genes los que autorizan el intento de ofre-cer algunas claves de lectura. No aspiramos, por cierto, a in-dicar el sentido que debe otorgarse a estos escritos, un afan siempre imposible, sino a senalar algunos problemas que re-corren los capftulos, articulandolos, y ciertos puntos de par-tida conceptuales.

    Uno de ellos, quizas el mas evidente, es el que hace de la historiograffa argentina un objeto de estudio que no se redu-ce a la l lamada historia profesional. La organizacion, aun imperfecta, de un sector social especializado en la investiga-cion y la enseiianza de historia involucro la creacion de ins-tituciones, la produccion de un tipo de relato referido al pa-sado que se pretendfa cientffico y la aparicion de una nueva categoria ocupacional. Sin embargo, esos procesos no pueden comprenderse si no se analizan las condiciones culturales y sociales que los hicieron posibles y les dieron tonos especffi-

    11

  • 12 Introduction

    cos, fuera de las cuales parecen inexplicables o sencillamen-te irrelevantes.

    Desde esta perspectiva, los problemas de la autoridad y el poder se convierten en los enlaces mas visibles entre pro-cesos ocurridos en el seno de la disciplina y el "exterior"; su analisis es uno de los ejes del libro. Aquel enlace no debe ser concebido como una anomalfa, un accidente o un fenomeno marginal, sino como un elemento muy firme, constitutive de la propia historiografia, cuyo registro vuelve a poner en cuestion la estabilidad de los margenes de la historia insti-tucionalizada asf como la eficacia de los mecanismos de ex-clusion que ella establecio. A su vez, los pasos iniciales de su organization se dieron, en parte, de cara a una tradition fun-damentalmente literaria, que le disputan'a sin embargo el monopolio interpretativo del pasado durante mucho tiempo. La especializacion de los historiadores, ya en el siglo XX, fue paralela a un relativo extranamiento del mundo cultural, circunstancia que varios de ellos percibieron como un proble-ma de importancia. Ese complejo de reparticiones que era el Estado, en tanto, sometio a la historia desde fines del siglo XIX a un reclamo espetifico: su participation en la empresa de afirmacion de una identidad colectiva nacional. El recla-mo, a veces indirecto, fue integrado finalmente por muchos historiadores a su version de la funcion de la disciplina en la sociedad, y demostro tambien una duration notable. Asi, otro de los problemas que se ubica en el centro de nuestro examen es el de las relaciones entre la historiografia, la po-h'tica y las letras, donde una de la cuestiones centrales fue la de la nation y su historia.

    Por otra parte, hemos analizado conflictos de diversa na-tuvaleza que tuvieron lugar en la historiografia argentina; consideramos que esa aproximacion permite hacer visibles algunos aspectos importantes de su funcionamiento. Mas o menos intensos, ellos asumieron la forma de debates entre miembros de la elite poh'tica y cultural o, ya entrado el siglo XX, entre ellos y los recien llegados. Las discusiones de Mitre con Velez Sarsfield y con Vicente Lopez, y luego las libradas entre Groussac y los hombres de la "nueva escuela histori-

  • Polilicas do la historia 13

    ca", se inscriben en esa serie de fenomenos. Pero tambien se produjeron disputas de otro orden, por conseguir el reconoci-miento de algiin privilegio en la interpretacion del pasado o por obtener recursos estatales. Los esfuerzos por conquistar legitimidad cientifica para ciertas lecturas de la historia ar-gentina en competencia con otras existentes, y por difundir-las, fueron a su vez corrientes, y no solo en torno a la figura de Rosas. Finalmente, una larga puja entre representaciones estatales de la historia argentina, en cuya composicion tu-vieron un lugar principal los historiadores, y otras que, de modos sinuosos y fragmentarios. apelando a practicas y ma-teriales que esos profesionales no controlaban, construfan los grupos populares, se desarrollo a lo largo de buena parte del pen'odo que cubre este libro. Este ultimo proceso parece ratificar que la organizacion de imagenes del pasado resulta, como ha senalado Baczko, escenario y objeto de luchas que las exceden.

    No es entonces este un repertorio de las "grandes obras" producidas entre 1860 y 1960 ni un analisis centrado en los historiadores "consagrados"; tampoco el relato de los rumbos que habri'an llevado la historiografi'a argentina hacia niveles cada vez mas altos de profesionalidad, sin sobresaltos a pe-sar de ciertos momentos de crisis. Atentos a los modos en que se organiza y funciona el mundo historiografico, propo-nemos en cambio una lectura que percibe dificultades, rup-turas , situaciones equi'vocas, exitos que no se consiguen de una vez y para siempre, en el proceso de constitucion de una historia profesional desafiada con constancia, y muchas ve-ces con exito, desde fuera de sus propias instituciones. En nuestra interpretacion, el debate entre Mitre y Lopez ve ate-nuado su caracter fundacional; la profesionalizacion encara-da por la "nueva escuela" se torna imperfecta no por la com-paracion con otros modelos posibles sino cotejada con el pro-yecto que algunos de sus propios miembros bosquejaron; el revisionismo deja de aparecer como un movimiento ajeno a los centros de la cultura argentina, y encuentra un porvenir de masas cuando, solo en los anos sesenta, se ve convertido en una nota mas de la vision peronista del mundo; un pasa-

  • 14 Introduccion

    do gaucho es apropiado, o construido, por amplios auditorios populares, inventando una tradicion ajena a aquella que, centrada en los heroes patricios, el Estado proponia. Asi, la poli'tica, bajo la forma de la relacion con el aparato estatal y con los partidos, las intervenciones de los hombres de letras, las reinterpretaciones ensayadas por piiblicos amplios, apa-recen una y otra vez analizados en los capi'tulos que siguen, pero no como factores del todo ajenos al proceso de profesio-nalizacion, sino entramados con el.

    Resultado, entonces, de nuestro quehacer como investi-gadores y docentes de la universidad piiblica, tambien estos trabajos exhiben, inevitablemente, los indicios de sus condi-ciones de produccion, y seguramente lleven en ellos las hue-lias de nuestras propias convicciones acerca de las tareas que nos competen como historiadores. A la vista de la agen-da de problemas que aqui analizamos, quiza sea ocioso insis-tir en que, tal como las concebimos, ellas siguen formando parte de una empresa cultural cuyo escenario es mas amplio que el de la academia.

  • PRIMERA PARTE

  • 1. EL SURGIMIENTO DE LA CRITICA

    Alejandro Eujanian

    Desde comienzos del siglo XX el debate que protagoniza-ron Bartolome Mitre y Vicente Fidel Lopez en los primeros afios de la decada del ochenta del siglo anterior fue concebi-do como un punto de inflexion en el desarrollo de la incipien-te historiog'raffa argentina, respecto del cual los historiado-res consideraron necesario fijar una posicion. Para aquellos que centraron sus expectativas en la profesionalizacion de la disciplina, Mitre parecfa ofrecer una alternativa mas ade-cuada, fundamentalmente, por el enfasis que habfa puesto durante la disputa en la critica de documentos. A par t i r de ese momento se vulgarizo la idea de que en la polemica se habfa producido el enfrentamiento entre una historia erudi-ta y una historia filosofica ajena a los requisitos de una dis-ciplina cientifica. Requisitos que solo retrospectivamente y de manera anacronica se podian suponer consensuados ha-cia 1880. Ademas de analizar, una vez mas, los topicos sobre los cuales giro tal polarizacion, es nuestra intencidn determi-nar el rol que la critica cumplio en el proceso de conforma-tion de un campo profesional en la historiografia argentina a part ir de las ul t imas decadas del siglo xix.

    Concentraremos nuestra atencion, en este capitulo, en la etapa caracterizada por la emergencia de la critica histo-riografica en nuestro pais, que abarca las polemicas que en-frentaron a Bartolome Mitre y Dalmacio Velez Sarsfield en 1864 y la que, entre 1881-1882, opuso a Bartolome Mitre y a

    17

  • 18 El surgimicnto do la crftica

    Vicente Fidel Lopez. Nues t ra hipotesis es que frente a la au-sencia de canales academicos destinados a legitimar tanto las obras como a los hombres que las ejecutaron, la crftica historiografica se convirtio en el medio privilegiado para di-rimir problemas vinculados a la competencia y legitimidad de aquellos que compartfan el interes por dilucidar hechos del pasado o, con mayor ambicion, desentranar la t r ama que permitiera develar la verdad oculta t ras esos hechos.

    En este sentido, las polemicas nos interesan en tanto acontecimientos a part ir de los cuales podemos establecer de que modo la crftica, vehiculizada por intermedio de la pren-sa primero y las revistas culturales luego, se convertiria en un eficaz instrumento de consagracion y disciplinamiento que, a la vez que contribufa a fijar las reglas de un oficio y las practicas que lo regfan, modelaba la imagen de quien lo practicaba y, en cada uno de esos actos, ella misma se cons-titufa y autolegitimaba. En este sentido, el problema que es-tamos t ratando es el que Hayden White denomina como po-h'ticas de la interpretacion, en tanto lo que estaba en juego en estas polemicas era la autoridad que el historiador recla-maba frente a las elites polfticas, la sociedad y, tambien, con respecto a aquellos cuyo campo de estudio comparti'a, pero frente a los cuales intentaba afirmar su preeminencia y sta-tus . 1 Por otro lado, la actitud crftica suponfa la conciencia, por par te de quien la practicaba y aun de aquel que era re-tado por ella y se avenfa a debatir en los terminos propues-tos, respecto a participar de un oficio parcialmente especia-lizado, al que se le atribufan ciertas reglas para su ejercicio en el marco de practicas diferenciadas de otras areas de la produccion cultural.

    Dicho esto ultimo, es conveniente precisar los motivos de la periodizacion propuesta. Ubicar nuestro campo de refle-xion en la segunda mitad del siglo XIX, remite a la ausencia

    1. Con respecto a esta concepcion de la polfti-ca de la interpre-tacion: White, Hayden, "La poh'tica de la interpretacion historical disciplina y desublimacion", en El contenido de la forma. Narrativa, discurso y representation historica, Barcelona, Paidos, 1992, p. 75.

  • Politicas de la hisloria 19

    en la primera mitad del siglo de una historiograffa propia-mente dicha. Ya porque la nation como espacio geografico, politico e ideologico que le otorgue sentido y sirva de gufa a la narration de los hechos del pasado era, en su extremo asertivo, un destino incierto. Ya porque el conjunto de memo-rias destinadas a justificar una trayectoria o los ensayos y fragmentos en los que se instrumentaba una representacion del pasado no suponfan por parte de sus ejecutores que tales reflexiones les otorgara el caracter de historiadores, ni mu-cho menos la conciencia de encontrarse desarrollando un offi-cio particular. Ya, finalmente, porque el estar orientadas por el interes de exaltar virtudes y valores propios de una civili-dad republicana, por medio de la evocation de un hecho o personaje determinado, le otorgaba una funcionalidad inme-diatamente polftica que obturaba la posibilidad de concebir-la como una obra a la que fuera posible someter a una crfti-ca rigurosa de forma, fondo e incluso de estilo.2

    En la segunda mitad del siglo xix, el surgimiento de la crftica historica estuvo asociada a un conjunto de transfor-maciones de la esfera polftica y cultural. En primer lugar, la necesidad de dotar de una legitimidad historica y jurfdica al Estado nacional, part icularmente despues de Caseros, con relation a los estados provinciales y a los pafses limi'trofes, contribuin'a a otorgar un status social y cientffico a la histo-riografia, al tiempo que esta ultima proveia una norma de realismo tanto al pensamiento como a la action polftica.3 En segundo lugar, el Estado actuaba como soporte de una rear-ticulacion de las relaciones entre intelectuales y poder poli-tico. Ante la ausencia de un mercado consumidor de bienes

    2. Que se le podi'a reclamar en ese sentido al Ensayo de la /lis-teria civil del Paraguay, Buenos Aires y Tucumdn, que por encargo de Rivadavia el dean Gregorio Funes comenzo a publicar en 1816. Tanto el poder que la demanda como su autor pretendfan la histo-ria al servicio de la accion polftica.

    3. Con relation al proceso de disciplinamiento del discurso historico y su vinculo con el discurso polftico en Occidente, vease White, H., op. cit., p. 79.

  • 20 El surgimiento de la crflicn

    culturales y la necesidad de recurrir al empleo publico como fuente de ingresos, la posesion de un saber debidamente es-pecializado le permiti'a actuar sobre la realidad sin que ne-cesariamente dicha action fuera concebida como enajenante de la independencia respecto al poder politico, que la alenta-ba y justificaba. Al tiempo que el surgimiento de una esfera publica liberal burguesa constituida como espacio de discu-sion sustrai'do a la influencia del poder e incluso crftico de sus actos contribufa a despojar a las autoridades constitui-das del monopolio con respecto a la evaluation de las produc-ciones culturales.4

    En tercer lugar, el sui'gimiento y consolidation de una conciencia propiamente historiografica no era ajeno al proce-so de constitution de la l i teratura como una esfera particu-lar de la production cultural. En la primera mitad del siglo, la cn'tica literaria estaba orientada a la valoracion de la obra en (uncion de principios extraliterarios, siendo la difusion de valores propios de un civismo republicano y la cn'tica al ro-sismo los principales objetivos que debi'an guiar a la litera-tura, convirtiendose este en el principio organizador de la cn'tica. De este modo, la l i teratura argentina dejaba de lado el principio de autonomi'a de lo estetico literario ya presente en un romanticismo frances que, en mas de un sentido, le ha-bi'a servido de modelo.5 En la segunda mitad del siglo, Juan

    4. Al respecto vease Sabato, Hilda, "Ciudadanfa, participacion poh'tica y la formacion de una esfera publica en Buenos Aires, 1850-1880", en Entrepasados, Revista de Historia, IV, 6, Bs. As., 1994. Sobre la relacion entre el surgimiento de la opinion publica y de las instituciones que constituyeron al publico como instancia de cn'tica estetica ajeno al poder poh'tico, pero tambien a la mayoria, vease Chartier, Roger, Espacio publico, critica y desacralizacion en el siglo XVIII. Los origenes culturales de la Revolution Francesa, Barcelona, Gedisa, 1995, p. 35.

    5. Particularmente en lo que se.refiere al surgimiento de una primera conciencia de escritor en el Rio de la Plata, siendo Esteban Echeverria su principal exponente. Vease al respecto Myers, Jorge, "Una genealogia para el parricidio: Juan Maria Gutierrez y la cons-truccion de una tradicion literaria", en Entrepasados. Revista de

  • PoUticas do la historia 21

    Maria Gutierrez fue quien estimulo el surgimiento de la erf--tica literaria como una disciplina basada en la investigacion y recoleccion de documentos que permitieran reconstruir la historia de la-literatura ya no en funcion de dichos condicio-namientos.6 Asf, paralelo al surgimiento de una historia na-cional, la crftica priorizaba una lectura basada en la idea de unidad y continuidad desde la colonia al presente amorti-guando incluso el antihispanismo como criterio de juicio ofreciendo la imagen de un proceso, en el que el caracter na-cional de la l i teratura se encontraba tempranamente expre-sado en la etapa prerrevolucionaria.7 A part i r de Pavon, con el surgimiento a la vida publica de la segunda generacion ro-mantica y, particularmente despues del ochenta, en el con-texto del naturalismo y luego, hacia fines de siglo, con el au-ge del modernismo, al tiempo que la l i teratura se desemba-razaba de aquel mandato, dejaba abierto el camino para la diferenciacion respecto de una historiografia cuyo estatuto residia en asumir aquella funcion que la l i teratura comenza-ba a dejar de lado.

    En este marco, nos proponemos entonces analizar las dos polemicas mas importantes desde el punto de vista his-toriografico durante el perfodo de la organizacion nacional. Mas estudiada la segunda que la primera, creemos impor-tante pensarlas como dos momentos de un mismo proceso en el que podemos encontrar continuidades, pero tambien des-plazamientos cuyo sentido sera preciso indagar con el fin de determinar en que medida la crftica historiografica contribu-

    Historia, afio 3, Ng 4-5, Bs. As., fines de 1993, pp. 71-72; Sarlo Sa-bajanes, Beatriz, Juan Maria Gutierrez: historiador y critico de nuestra literatura, Bs. As., Editorial Escuela, 1967, p. 43 y ss.

    6. Gutierrez legitima una posicion que privilegia la autonomi'a de lo estetico literario; cfr. Myers, op. cit., p. 75. Por su parte, Bea-triz Sarlo lo ubica como el primero en sentar las bases de una lite-ratura nacional, op. cit., p. 9.

    7. En este sentido, la historia de la literatura de Gutierrez es, a la vez, nacional y didactica. Veanse Sarlo, op. cit., p. 135; Myers, J., op. cit., pp. 79-81.

  • 22 El surgimienU) do la crftica

    yo a la especializacion de la disciplina historica respecto de otras ramas del conocimiento, particularmente en relacion con la literatura; a la fijacion de las reglas y practicas del trabajo del historiador; a la definicion de formas de autorre-presentacion en relacion con la disciplina y con su funcion como historiador; y finalmente, a consolidar un espacio par-cialmente diferenciado del campo politico, verificando la existencia de puntos de friccion en aquellas zonas en las que codigos, conductas y practicas se superponian.

    Mitre y Velez Sarsfield: interpretaciones en pugna

    Desarrollada entre quien en ese momento era presiden-ts de la Nacion y su ministro de Hacienda hasta 1863, la po-lemica entablada entre Bartolome Mitre y Dalmacio Velez Sarsfield en las paginas de la prensa remite desde el inicio a un espacio publico acorde con las prerrogativas de sus prota-gonistas.8

    El propio Bartolome Mitre resume cual es el objeto de la refutacion con la que Velez Sarsfield, desde el periodico El Nacional, pretendia poner en tela de juicio la interpretacion mitrista sobre los sucesos revolucionarios, tal como este los habia presentado en su Historia de Belgrano, de la que en 1859 se habia publicado la seguifda edicion. En primer lugar,

    8. El debate se realiza en dos diarios portefios. El Nacional, donde Velez Sarsfield publicara, con el ti'tulo de "Rectificaciones historicas", dos articulos cn'ticos sobre ciertas aseveraciones de Mi-tre en la 28 edicion de la Historia de Belgrano de 1859, respecto al papel desempenado por los pueblos del interior en las guerras de la independencia. En tanto que las respuestas del general Mitre, en-tonces presidente de la Nacion, seran publicadas en el diario Na-cion Argentina, con el ti'tulo de "Estudios historicos: Belgrano y Guemes". Luego sucederan como una segunda parte del debate dos articulos mas de Velez Sarsfield: "Contestacion a los articulos pu-blicados por el autor de la Historia de Belgrano". A continuacion y cerrando la polemica, Mitre respondera con sus "Ilustraciones com-plementarias".

  • Poh'ticas de la historia 23

    que Belgrano habn'a calumniado a los pueblos del interior, y particularmente a Salta y Tucuman al aseverar que la causa revolucionaria habfa alii decai'do en el ano 1812 cuando se haci'a cargo del Ejercito del Norte. En segundo lugar, como consecuencia de lo anterior, que no fue el general Belgrano el que habn'a vuelto a encender el fuego de la revolucion, no so-lo por ser desconocido en esos pueblos, sino tambien por su caracter despotico y antidemocratico que lo haci'a incapaz de encabezar partidos revolucionarios. En tercer lugar, que fue-ron los pueblos y no los jefes revolucionarios quienes dieron impulso a la misma, siendo los primeros corregidos en sus errores y arrastrados hacia un destino que no sonaban. En cuarto lugar, que el general Guemes no debfa ser homologado con la figura del caudillo, calificacion que Velez Sarsfield con-sideraba injuriosa, sino parangonado con Bolivar o San Mar-tin, en este ultimo caso por su desobediencia a poner el ejer-cito que comandaba al servicio de la guerra civil, decidiendo, en cambio, hacer frente al ejercito espanol. En quinto lugar, que las Provincias del Norte se encontraban en 1812 en con-dicion de resistir al ejercito enemigo, como lo hicieron en 1817, aun prescindiendo de la asistencia de Belgrano.9

    El problema, tal como lo planteaba Velez Sarsfield, se encontraba centrado en la interpretation de los hechos, y so-metido al regimen de la doxa antes que a una contraprueba de caracter documental. En este sentido, lo que se hallaba en discusion era el papel desempenado por las provincias en la gesta revolucionaria y, por anadidura, el rol de las mismas en la definition del sentido de la nation. De este modo, Bel-grano y Guemes, como figuras arquetfpicas de la tension en-tre nacion y provincias, representaban una tension aun mas profunda anclada en la dicotomi'a entre elite dirigente y pue-blo. La intention de Velez Sarsfield sera la de sobreponer el protagonismo del segundo a las ideas y acciones del primero con el objetivo de contrarrestar los efectos nocivos resultan-

    9. Mitre, Bartolome, "Estudios historicos, Belgrano y Giie-mes", en Obras completas, vol. XI, Bs. As., 1942, pp. 271-272. (En adelante, Mitre, B., OC, N" de pagina.)

  • 24 El surgimicnto dc la crftica

    tes de los postulados propuestos por Mitre en la Historia de Belgrano: "Pero ahora para crear heroes con atributos que nunca tuvieron, es preciso infamar a los pueblos y dar el me-rito de los hechos a hombres muy dignos por cierto; pero que lejos de a r ras t ra r a las poblaciones con su palabra o su con-ducta fueron arras t rados por ellas y obtuvieron resultados que ellos mismos no esperaban".10

    La acusacion de Velez Sarsfield ponfa en evidencia que Belgrano no era una personalidad que en ese momento con-citara demasiada atencidn publica. Pero era precisamente en su elevacion al caracter de heroe colectivo en donde residfa la mayor virtud de la biografia escrita por Mitre. En el habfa hallado a una de las pocas figuras de la gesta revolucionaria que quedaba indemne de la crftica postuma y cuyo caracter nacional radicaba en la imposibilidad de que fuese apropia-do por una sola faccion a diferencia del resto de las figuras que poblaban la Galena de los hombres celebres.11

    Por otro lado, era claro que el autor de la crftica no se presuponfa como un historiador sino en cambio como un hombre publico que legftimamente defendfa una interpreta-cion al ternativa de los sucesos. Como contrafigura es intere-sante evaluar el lugar en el que el "historiador" se colocaba para su respuesta. Mitre asumfa alii t res roles diferenciados por los objetivos que se imponfa en cada uno de ellos asf co-mo por las reglas que los regfan y que, sin embargo, apare-cfan representados como una totalidad carente de fisuras. Como estadista, incorporara a Sarmiento y a Alberdi al de-bate como los representantes de dos escuelas historicas que han fijado su posicion en este punto atribuyendo en el pri-

    10. Velez Sarsfield, Dalmacio, "Rectificaciones historicas: Bel-grano y Guemes", en Mitre, B., OC, 421.

    11. La primera edicion fue escrita para la Galena de celebrida-des argentinas: biagrafias de los personajes mds notables del Rio de la Plata de 1857 y se titulo "Biografia de Belgrano". Junto a ella aparecian estudios sobre San Martin, Mariano Moreno, el dean Fu-nes, Bernardino Rivadavia, Jose Manuel Garcia, el almirante Brown, Florencio Varela y Juan Lavalle.

  • Polilicas do la historia 25

    mer caso todo el merito a la "minoria inteligente" y en el se-gundo, al pueblo.12 Frente a estas posiciones que juzgaba extremas, Mitre propom'a una "justicia distributiva" consis-tente en dar a cada cual el valor que tuvieron en el desarro-llo de los sucesos. Asf, mientras la razon y la fuerza seri'an las armas con las cuales las elites imponian la direccion a los sucesos, el "instinto" del pueblo "inoculaba su varonil aliento a la revolucion". Como historiador y hombre de le-tras, la eleccion del genero biografico, para un texto que ori-ginalmente estaba dedicado a formar parte de un volumen colectivo dedicado a resaltar las virtudes de un conjunto de hombres celebres, lo habria condicionado no a olvidar al pueblo sino en todo caso a prescindir de su protagonismo en el relato. Finalmente, como politico, el privilegio del heroe sobre el pueblo en la narracion estari'a justificado por la in-tencion de despertar el sentimiento nacional que en 1858 veia amortiguado por la division de los pueblos, dotando de ese modo a la nation de una rafz genealogica.13 El heroe ele-gido venia a expresar asf tanto el espfritu democratico y re-publicano como el sentimiento nacional sobre el cual se asentaba la supremacfa de la nacion con relation a las pro-vincias y, por este camino, la de la propia Buenos Aires y de la burguesia portefia sobre el resto de los estados y burgue-sias provinciales.

    En el marco de un Estado en proceso de organization, so-metido aun a la amenaza de los poderes provinciales que trascendfa el debate historiografico, las interpretaciones en pugna reclamaban un soporte jun'dico que solo los archivos, entendidos como memoria piiblica del Estado, podi'an otor-garle. Tambien en este caso, Mitre es a un tiempo historia-dor y hombre de Estado.

    Puesto ya en evidencia el papel que desempefia la inter-pretacion del pasado como niicleo central del debate, la discu-sion se desplazaba al problema de la verdad y en consecuen-cia al rol de los documentos en su doble faz constructiva y de-

    12. Mitre, B., OC, 276. 13. Ibid., 363.

  • 26 El surgimienlo de la crflica

    mostrativa de los argumentos en pugna. En este punto, Velez Sarsfield, al cuestionar tanto los documentos oficiales como las memorias de los protagonistas que Mitre utilizaba co-mo principal sosten de sus afirmaciones, por considerar que en ellos nunca aparece la verdad historica,14 dejaba el cami-no abierto al autor de la Historia de Belgrano para hacer ga-la de su erudition contradiciendo cada afirmacion de su crfti-co con nuevos testimonies y documentos.

    Es precisamente la ausencia de prueba y documentos la que descalificaba, para Mitre, la interpretation de los suce-sos propuesta por Velez Sarsfield y con ella, su legitimidad como cn'tico. Asi contrapondra a esa "historia hipotetica", basada en reminiscencias vagas y recuerdos incompletes, una historia real y positiva basada en una amplia base docu-mental sometida a una rigurosa critica historica.1 5

    Mitre dira finalmente que las aseveraciones y juicios de su oponente "no t ienen mas fundamento que su palabra ano-n i m a y desautorizada".1 6 En efecto, la firma como si'mbolo de autoridad constituyo la ultima arma usada por Mitre para su autoafirmacion y la descalificacion de su oponente. La au-sencia de firma en los primeros dos articulos de Velez Sars-field dejaba un vacfo al que Mitre apelara como mecanismo de negation al citarlo una sola vez en su respuesta y luego dirigirse a el como "ilustrado escritor" o "escritor anonimo". Cuando Velez Sarsfield, en el segundo capi'tulo de sus "Rec-tificaciones" coloque el nombre al pie y se dirija a Mitre co-mo el "historiador de Belgrano", "su historiador", "habil his-toriador", pondra las cosas en el terreno que Mitre quen'a ubicarse, el del historiador que con su autoridad discute con un pensador cuyo maximo titulo es el de conocedor de las co-sas y los hombres de la revolution.17 De este modo, Mitre lo-

    14. Velez Sarsfield, D., op. cit, p. 416. 15. Mitre, B., OC, 273 y 291. 16. Ibid. 17. Mitre, B., OC, 357. El segundo capi'tulo en lo que respecta

    a Velez Sarsfield aparecio con el titulo de "Contestacion a los ar-ticulos publicados por el autor de la Historia de Belgrano, por lo

  • Polfticas de ]a historia 27

    graba en el debate construir su autoridad no en base a la po-sicion que ocupaba en la escena poh'tica sino dentro de los li-mites de una labor basada fundamentalmente en la valora-cion y critica de documentos historicos.18

    Mitre y Lopez: In animo et factis

    Diecisiete anos despues, la polemica que entablaron Bartolome Mitre y Vicente Fidel Lopez entre 1881 y 1882, considerada por diversas razones como el momento fundacio-nal de la historiografia argentina del siglo XX, se insertaba en un contexto social, politico e historiografico diverso del anterior.19

    que respecta al General Guemes", en Mitre, B., OC, 442-453. 18. Dejamos de lado por el momento un aspecto sobre el cual

    Eduardo Hourcade ha llamado la atencion a] analizar los cambios que suf're el relato de Mitre al referir un mismo hecho historico se-gun sea su soporte el libro o el diario. Vease Hourcade, Eduardo, "Del diario al libro. Episodios tragicos de la revolucion en la pluma de Mitre", en Estudios Sociales. Revista Universitaria Semestral, ano V, N"- 8, Santa Fe, l 9 semestre de 1995, pp. 161-170.

    19. Iniciada a partir de las cn'ticas que Lopez dirige a la Histo-ria de Belgrano y de la independencia arge?itina, de Bartolome Mi-tre, en su introduccion a la Historia de la revolucion argentina. Des-de sus precedentes coloniales hasta el derrocamiento de la tirania en 1852 (1881), tuvo por parte de su autor una respuesta inmediata. El medio elegido por B. Mitre fue la Nueua Revista de Buenos Aires, pa-ra continuar luego en la seccion literaria del diario La Nacion. Reu-nidas, f'ueron editadas en un volumen titulado Comprobaciones his-toricas, a proposito de la historia de Belgrano (1881). A esta sucedio la respuesta de Lopez, Debate historico. Refutacion a las comproba-ciones historicas de la historia de Belgrano (1882, usaremos la ver-sion de La Facultad, 1916), y finalmente, Nuevas comprobaciones historicas, a proposito de historia argentina (1882). Para las Com-probaciones usaremos la version de Bartolome Mitre, Obras compler tas, vol. X, Bs. As., 1942. Las referencias a esta ultima apareceran citadas segun las abreviaturas ya establecidas en la nota 9 de este capitulo.

  • 28 El surgimienl.c) de la cn'tica

    En p r i m e r lugar , r emov idos los u l t i m o s obs tacu los p a r a la def ini t iva consol idacion del E s t a d o nac iona l y, al propio t i empo , fijado el consenso r e spec to al fu tu ro deseado y el ca-mino que debi'a r e c o n e r s e p a r a l l ega r a el por p a r t e de la b u r g u e s i a l ibera l , la h i s tor iograf fa o t o r g a b a l eg i t imidad jun ' -dica e ideologica en es te d e b a t e al de ja r fuera de d iscus ion un aspec to cen t ra l en 1864 . 2 0 La t e s i s sobre la "p reex i s ten-cia de la nac ion" y, por lo t a n t o , la de su p r e e m i n e n c i a sobre los e s t a d o s prov inc ia les , se conve r t i a , no solo en es te rao-m e n t o s ino t a m b i e n , salvo excepc iones , p a r a la h i s to r iogra -ffa pos ter ior , en u n a s u e r t e de s en t ido comun his tor iograf ico que q u e d a b a fuera de c u a l q u i e r d i s p u t a . 2 1

    20. Mauricio Tenorio, tomahdo como base la distincion pro-puesta por Tulio Halperin Donghi entre el Hberalismo argentino y mexicano en El espejo de la. hixtoria. Problemas argentinos y pers-pectives latinoamericanan, Bs. As., Sudamericana, 1987, ubica el debate en el marco de un homogeneo consenso ideologico de los li-berales argentinos propiciado por una mas clara conciencia de sus intereses de clase en comparacion con la burguesia mexicana. Cfr. "Bartolome Mitre y Vicente Fidel Lopez. El pensamiento historio-grafico argentino en el siglo XIX", en Secuencias. Eeuista de Hi.ito-ria y Ciencias Social.es, 16, Nueva Epoca, Mexico, Instituto Mora, enero-abril de 1990, p. 120.

    21. En ef'ecto, las voces discordantes de Leandro N. Alem, en la legislature bonaerense, y de Francisco Ramos Meji'a, en El fede-ralisma argentino, no por insolventes aunque tal vez sf por inopor-tunas , tuvieron escasa repercusion. Al respecto: Buchbinder, Pablo, "La historiograffa rioplatense y el problem a de los orfgenes de la nacion", en Cuadernos del CLAEH, aiio 19, N" 69, 2" serie, Monte-video, 1994. Por otra parte, la revision que desde el constituciona-lismo argentino de comienzos de siglo se hace respecto al rol de los caudillos y las provincias integrandolos en el proceso de constitu-cion de la nacion tanrpoco parece invalidar la tesis sobre la preexis-tencia de la nacion, ni contradecir esencialmente el lugar que Mi-tre habi'a juzgado necesario reconocerle a part i r de 1820. Nos apo-yamos en los trabajos de Chiaramonte, Jose Carlos y P. Buchbin-der, "Provincias, caudillos, nacion y la historiograffa constituciona-lista argentina", enAnuario 7, Tandil, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires; Zimmermann, Eduardo y

  • Polfticas do )a hisloria 29

    En segundo lugar, ninguno de los protagonistas, aun conservando cierto prestigio obtenido en batallas del pasado, ocupaba un lugar prominente en la escena poh'tica. Particu-larmente Bartolome Mitre, quien, derrotado en 1874 y com-prometido en el frustrado levantamiento del gobernador de Buenos Aires Carlos Tejedor en 1880, era menos el hombre al que el destino habia otorgado el papel de organizar el Es-tado poniendole fin a la era de las guerras civiles, que el ul-timo obstaculo para encauzar institucionalmente el pais. Por su parte, Lopez, luego del ostracismo del que fue victim a por parte de la opinion portena, que vio reflejada su posicion pro-urquisista en los debates en torno al acuerdo de San Ni-colas, tendra por intermedio de su labor intelectual y acade-mica a partir de 1868, y por los lazos que entabla con la ju-ventud reformista a traves de su hijo Lucio V. Lopez, la posi-bilidad de recuperar algo del prestigio pevdido.22 Sevan estos factores, antes que sus ideas polfticas o interpretaciones his-toriograficas, los que contribuiran a ubicar a Lopez en un lu-gar mas comodo en la escena poh'tica que el que en ese mo-mento ocupaba su oponente. El impulso por parte de Pelle-grini y Aristobulo del Valle de lograr un subsidio destinado a auspiciar la continuacion por parte de Lopez de su Historia de la Repiibllca Argentina, no solo anunciaba hacia que lado se inclinaba ahora la balanza, sino tambien la fuerte imbri-cacion entre poder poli'tico y campo intelectual, y la inclina-cion del primero a entrometerse en una disputa que has ta el momento habfa estado contenida en el fuero cultural. Pero esta decision no implicaba desde ningiin punto de vista una apuesta a encontrar en Lopez una alternativa a la imagen del pasado que Mitre habia ofrecido, sino, en todo caso, a es-timular desde el espacio politico la consagracion de Lopez co-

    Ernesto. Quesada, "La epoca de Rosas y el reformismo institucional del cambio de siglo", en La historiografia argentina en el siglo XX (I), Bs. As., CEAL, 1993, p. 23 y ss.

    22. Lettieri, Alberto, Vicente Fidel Lopez: La construccion his-torico-politica de un liberalismo conservador, Bs. As., Biblos, 1995, p. 35 y ss.

  • 30 El surgimiento dc la crftica

    mo el historiador de la nacion en contraposition a quien en ese momento era su adversario politico.28

    En tercer lugar, no era ahora la prensa el soporte mate-rial de la disputa ni tampoco el publico al que ella interpela-ba el sujeto que se pretendia legitimante de los argumentos. La eleccion del libro y la Nueva Revista de Buenos Aires des-de el punto de vista de la forma, las aproximadamente 1600 paginas, que en conjunto componen el debate, la mayor eru-dition, las voluminosas citas, las referencias cruzadas y, rau-chas veces, oblicuas, desde el punto de vista del contenido, condicionaban sus posibilidades de circulation en una opi-nion piiblica cuyo acceso al debate suponia el participar de ciertos codigos y habitos de lectura, propios de una discipli-na que comenzaba a mostrar rasgos de especificidad. Mitre, quien babi'a elegido para iniciar su respuesta a Lopez una revista cultural a la vez que se lamentaba por deber prose-guirla en la "seccion literaria" de La Nacion, justificaba su primera eleccion por entender que el "publico selecto" por el que ella circulaba era el mas adecuado para la repercusion que el esperaba para el debate.2 4

    Por otro lado, si el medio y la position de los contrincan-tes en el debate con Velez Sarsfield referia a una tr ibuna pii-blica, en este caso, si bien no estaba totaimente ausente la aspiracion de intervenir en ese espacio, ella se encontraba condicionada por su participation en tanto historiadores. Si ello era asi, era porque Lopez, a diferencia de Velez Sars-field, no estaba dispuesto a ceder en ningiin momento a Mi-tre el lugar del historiador en la contienda.

    23. Respecto a las diferencias poh'ticas entre ambos historiado-res y sus vinculos con las representaciones del pasado que susten-taban, vease Lettieri, A., op. cit.; Natalio Botana ve alii disefiados los que denomina dos liberalismos posibles, democratico el primero y conservador el segundo, en La libertad politico y su historia, Bs. As., Sudamericana, 1991. En tanto, Mauricio Tenorio ha extrema-do el paralelismo con el mundo politico ingles al que el propio Lo-pez hace referenda para representarlo como exponente de un "des-potismo Whig con espiritu romantico", op. cit., p. 99.

    24. Mitre, B., OC, 14.

  • Polfticas de la historia 31

    Sin embargo, senaladas estas diferencias y tomada la polemica como un enfrentamiento entre una historia filosofi-ca o "hipotetica", como prefiere Mitre,25 frente a una histo-ria en la que no se daba un paso sin el aval de los documen-tos,2fi carece de originalidad y no justifica el caracter funda-cional que le ha atribuido la historiografia contemporanea.27 Ambos, a su tiempo, intentaron despegarse de las consecuen-cias de dicha oposicion. Contra la acusacion de Lopez de que el hacfa una historia carente de filosoffa, Mitre respondera que era precisamente la filosofia de la historia la que le per-mitfa encauzar los hechos con su moral y su estetica, permi-tiendo establecer el enlace entre los hechos, su orden sucesi-vo, su simultaneidad y su dependencia reciprocal8 Tampoco Lopez estaba dispuesto a ceder ante la acusacion de que ha-cfa historia sin documentos. Por el contrario, desde la "Intro-duccion" intentan'a demostrar que era precisamente la mala transcripcion de los documentos o los errores cometidos en la tarea de interpretation o traduction, lo que habrfa inducido al historiador de Belgrano a equivocaciones en la valoracion de hechos y personajes del pasado. Para Lopez, Mitre no era mas que un "improvisador".29

    Es este un hecho no valorado y que sin embargo es cen-

    25. Mitre no acepta el ataque de Lopez respecto a que su his-toria carece de filosofia; por el contrario, destaca que sin filosofia no puede escribirse la historia, pero sin documentos no es posible escribir su filosofia. Por ello, sefiala que Lopez mas que historia fi-losofica basa su teori'a en hipotesis y conjeturas, en OC, 330.

    26. Mitre, B., OC, 15. 27. En efecto, Mitre habi'a colocado la distincion en este terre-

    no ya en el debate que analizamos anteriormente. Por otro lado, ademas de la dimension europea de la discusion, tanto en el Brasil como en Chile, a traves del debate Bello - Lastarr ia de 1844, la dis-cusion estaba claramente planteada. Al respecto, cfr. Rivas, Ricar-do, Historiadores del siglo XIXy la historia de America, en Estudios-Investigaciones, Fac. de Humanidades y Ciencias de la Educacion, U. N. de la Plata, N- 26, 1995, p. 52 y ss.

    28. Mitre, B., OC, 328. 29. Lopez, V. F., Debate historico, op. cit., p. 39.

  • 32 El surgimionto de la critica

    tral en el proceso de profesionalizacion. A diferencia de Ve-lez Sarsfield, Lopez no ponia en duda la veracidad de los do-cumentos sino, en todo caso, su correcta transcription e in-terpretation. Aceptados los documentos como la base inclu-dible del debate historiografico, se abrfa paso a una discu-sion en la que entraba en juego el dominio cn'tico de los mis-mos y con ello, a la promotion del estatuto cienti'fico de la disciplina historica y a su diferenciacidn respecto de la lite-ra tura . a o Menos que el uso de documentos. lo que Lopez en-tendia que estaba en discusion era el metodo expositive El estilo condensaba aqui una forma de autorrepresentacion co-mo historiador moldeada de acuerdo con una perception mo-ral de la practica del oficio. Asi, el estilo erudito que practi-ca Mitre, con la profusion de detalles de la que hace gala, pe-ro, part icularmente, con la imagen del trabajo del historia-dor que presupone, terminaba homologando para Lopez a quien lo practicaba a la figura del cronista, el notario o el empleado p rac t i ce 3 1 En su critica Lopez alcanzaba a ver con notable claridad la relation que, en la escritura de la histo-ria que practica Mitre, se establece entre estilo, representa-tion del oficio y disciplinamiento socioprofesional en funcion de la poh'tica que el pensamiento historico tiene la funcion de servir: la consolidation del Estado nacional. A condition, es cieito, de anteponer el metodo a una filosofia de la historia de rai'z metafisica y a un pensamiento politico de caracteri's-ticas utopicas.

    De este modo, la relation privilegiada que el investiga-dor entablaba con el documento promovia una imagen del historiador asociada al trabajo de gabinete y a la idea de un sacrificio laico a part i r del cual la obra seria el resultado fi-nal de una prolongada maduracion y preparation. Al mismo tiempo se distanciaba del principio romantico de la creation

    30. Cfr. la importancia de este desplazamiento en el proceso de profesionalizacion de la historiograffa francesa, en Nora, Pierre, La historia de Francia de Lavisse, Bs. As., Biblos, s/f, p. 46 [1* ed. francesa: 1986J.

    31. Lopez, V. F., Debate historico, op. cit., p. 35.

  • Pob'ticas de la historia 33

    literaria como producto de un momento de inspiracion, que-dando los recien iniciados excluidos como legitimos practi-cantes del oficio.32

    Sin embargo, a pesar de que la historiograffa comenza-ba a adquirir en esta polemica ciertos rasgos de especialidad, ambos se concebi'an aiin como participes de un espacio mas abarcativo y a la vez universal. Eran, antes que historiado-res, "hombres de letras" que se habfan trabado en una "re-friega", tambien ella l i teraria y regida por los canones de ur-banidad propios de la "dignidad de las letras".3 3 Principios que, a su tiempo, ambos consideraban que habfan sido viola-dos por los excesos verbales de su oponente.

    Aun sometida a valores que remitfan a una civilidad propia de una republica de las letras, de la que ambos se sen-ti'an miembros, la critica historica adquiria cierta singulari-dad como resultado de un consenso respecto al papel que de-sempenaban los documentos. Part icularmente, en el momen-to en el que se pretendia poner en tela de juicio la veracidad de los textos, la critica aparecia legitimada como instancia privilegiada para conferir autoridad tanto a las obras como a sus autores. Al tiempo que, presentada como un derecho y una condicion de la vida intelectual y aceptada como criterio de validacion e incluso como un esti'mulo para la lectura, se

    32. Uno y otro sustentan esta imagen como instancia de dife-renciacion. Lopez, sin citarlo, hace ref'erencia a Mitre en la "Intro-duccion" a la Historia de la revolution argentina que luego este to-mara como un acicate para la polemica: "La historia no puede escri-birse con pereza; es indispensable andar por ella a cada hora del di'a: ser claro, completo y categorico al exponer la vida de las gene-raciones que la han hecho y juzgar a sus actores in animo et factis", p. 306. Por su parte, Mitre, describe al historiador como aquel que "...con amor y con infatigable anhelo de verdad y justicia registra archivos, descifra documentos y compara testimonios, reuniendo los elementos dispersos de la vida del pasado que deben constituir la musculatura de su obra y darle valor y consistencia...", en OC, 19.

    33. Tales referencias aparecen en distintos lugares del texto, a modo de ejemplo, la Nota preliminar de Mitre a sus Comprobacio-nes historicas, en OC, 13-16.

  • 34 El surgimicnlo de la crilica

    la pretendfa alejada de los lazos personales y, por lo tan to, ya no regida por los rencores ni tampoco por la actitud compla-ciente de los amigos.34 Aun reconociendo que la practica de la critica en el pen'odo carecio de estas condiciones, eso no solo no invalidaba sino por el contrario justificaba el hecho de que fuese concebida como un arma cuya posesion garanti-zaba la consagracion de unos en detrimento de la condena-cion de otros.3n

    En la critica, ya no estaba solo en juego la valoracion de una obra sino a condicion de poner en cuestion la autoridad de quienes la ejercfan. Las remisiones a una autoridad exter-na y prestigiosa como garante de los juicios o del metodo his-torico que los gufa;36 las frases en latin desperdigadas en el texto, de cuyo correcto uso Lopez haci'a gala; la referencia en Mitre a la repercusion que, tanto la Historic! de Belgrano co-mo sus Comprobaciones historical habfan tenido en el ex-tranjero, o la mencion a un mercado que habi'a estimulado la Vealizacion de diversas ediciones de su historia sucesivamen-te agotadas, constituyeron diversas formas de sostener la

    34. Mitre, B., OC, 338-339. 35. Anos despues, Roberto Giusti aiin definia la critica como

    una "sociedad de bombos mutuos, sometida a un regimen en el que prevalecfan las complicidades, odios y compromisos personales", en Sarlo, Beatriz, El imperio de los sentimientos, Bs. As., Catalogo, 1985, p. 32.

    36. Mitre, B., OC, 333-335. Es interesante observar como un conjunto de lecturas compartidas refieren en Mitre y Lopez a con-cepciones historiograficas que asumen como antagonicas. Asi, mien-tras para Lopez Hume, Macaulay, Carlyle, Buckle, Thiers, Michelet y Taine son los referentes de una historia nlosofica, para Mitre son el ejemplo de que no hay historia sin documentos que la avalen. Lo que pareceria indicar que cumplen una funcion de autoridades pres-tigiosas mas que de modelos historiograficos. Fernando Devoto ha hecho referencia con precision a las distintas lecturas realizadas de la obra de Taine en "Taine y Lets origines de la France contcmporai-ne en dos historiografias finiseculares", en Anuario 14, Rosario, Es-cuela de Historia, Fac. de Humamdades y Artes, UNR, 1989-1990, p. 99.

  • Politicas de la historia 35

    autoridad no solo como historiadores sino tambien como cri-ticos de las obras de los mismos.3 7

    Pero en 1880, frente a la ausencia de un espacio propio de los historiadores como esfera de contencion y juicio defi-nitive respecto al resultado de la polemica, el problema de la autoridad se veia sometido a criterios de legitimation pro-pios de una esfera publica en la que antes que historiadores los que estaban debatiendo eran hombres con una vasta tra-yectoria poh'tica.

    El cruce entre ambas esferas se ponfa en evidencia cuan-do Lopez, en su Refutation a las comprobaciones historicas de la historia de Belgrano, hacfa mencion al motivo que lo habia llevado a provocar a su adversario. La publicacion en Chile de la "Carta sobre l i tera tura americana", que Mitre habia enviado a Barros Aran a y que este editd con su consen-timiento en laRevista Chilena de octubre de 1875, se conver-t s ahora en el punto central de discusion. Lopez, finalmen-te, ya no era el provocador sino el provocado. En efecto, allf Mitre decia respecto a su critico: "Excuso decirle que este es-critor debe tomarse con caatela, porque escribe la historia con tendencias filosoficas, mas aun segun una teoria basada en hipotesis, que con arreglo a un sistema metodico de com-probacion".38

    Ni los argumentos de Mitre ni la previsible molestia del refutador merecerfan mayor atencion si no se agrega como fuente del conflicto su lugar de publicacion y el momento. Esta crftica se insertaba en un clima de conflicto entre am-

    37. Se refiere particularmente a Vicuna Mackenna, BaiTos Arana y al recientemente fallecido ex presidente del Peru, Manuel Pavdo. Mitre en mas de una ocasion apelo a las redes formadas por sus contactos con historiadores y hombres de Estado americanos como criterio de autoridad. German Colmenares destaca los multi-ples vinculos entre la inteligencia del cono sur en Las convenciones contra La cultura, Bogota, 1987, pp. 40-47.

    38. La carta fue publicada por Barros Arana con la autoriza-cion del autor en la Revista Chilena, del 20-10-1875, p. 477. Usa-mos la cita que de ella hace el propio Lopez, el subrayado es de el. En Debate historico, op. cit., p. 27.

  • 36 El surgimienlo do la crilica

    bcs paises y refen'a a quien habi'a representado, en la Cama-va de Diputados, la position mas dura respecto a la polftica expansionista de Chile.89 En una muestra de la fuerte-im-brication del debate intelectual con la esfera polftica, Lopez vena en esta carta el sin torn a de una doble traicion: la de-sautorizacion de una historia argentina era al mismo tiem-po la del propio pais frente a Chile y, desde un punto de vis-ta individual, la de el mismo como historiador y hombre pu-blico: "Es una propaganda contra nuestra conciencia de es-critores historicos y contra nuestra reputation de hombres de verdad".40

    De este modo, un debate protagonizado por quienes se percibi'an a si mismos como historiadoresy en el que parecfan estar en juego detalles respecto a cifras de poblacion, correc-ta ubication de los ejercitos durante el asalto y defensa de Buenos Aires en 1807 o la correcta traduction de una fuente o interpretation de una frase en latin, sin abandonar dicho espacio, se reintegraba de pleno derecho en la arena polftica.

    Por tal motivo, el rol que representaba la tradition en ambos historiadores no puede ser juzgado solo en terminos de la mayor o menor veracidad de los argumentos, segiin es-tos se encuentren basados en fuentes orales o documentos publicos. La tradition se convertfa en una instancia de legi-timation que provenia de la esfera polftica para derivar lue-go en la actividad intelectual.

    La historia de Lopez hacfa referencia a un mundo fnti-mo, en el que primaba la confidencia hecha en un rincon del hogar. Refen'a tambien a un espacio privado, de acceso res-tringido en el cual habi'a forjado una historia, tambien ella privada, que se nutria de las "referencias verbales de mi pa-dre", o las "conversaciones tenidas con el senor don Nicolas Rodriguez Peha".4 1 Hombres que, por haberlos conocido e in-

    39. Veanse las alocuciones de Lopez en la Camara de Diputa-dos del 16 de mayo y 18 de junio de 1875. Al respecto, cfr. Lettieri, op. clt., pp. 59-60.

    40. Lopez V. F., Debate historico, op. cit., p. 65. 41. Ibid., pp. 162 y 179, respectivamente.

  • Polflicas dc la historia 37

    cluso frecuentando su hogar, has ta el punto de considerarse como un hermano de los hijos de Nicolas Rodriguez Pena, juzgaba incapaces de cualquier falsedad.42

    Mitre, por su parte, tampoco renegaba de la tradicion co-mo simbolo de autoridad ni como instrumento a part i r del cual otorgar verosimilitud al relato. Pero en el, la tradicion ya no era familiar sino primordialmente publica. La ausen-cia de una tradicion familiar, lo suficientemente digna de ser evocada, era suplida por el recurso a aquellos hombres publi-cos que en el habi'an confiado para entregar al juicio de la posteridad sus memorias, sus documentos secretos, su alma: "Rondeau me dejo al morir sus memorias juntamente con su espada", o "Las Heras que junto a sus confidencias me lego su baston de mando". Documentos que pasaron a formar par-te de su archivo personal permitiendole crear un verosfmil dive?'SO del de Lopez. Sus juicios estaban avalados no ya por una confidencia dificil de verificar sino por "un manuscrito original que tengo a la vista".43 Memoria del poder y mani-festacion de ese poder delegado a quien basaba su autoridad en el uso de esos documentos tanto como en su posesion.

    Si bien esta concesion a la tradicion, part icularmente en el caso de Mitre, parecia rendir tributo a una sociedad que continuaba depositando en ella una fuerte dosis de legitimi-dad poli'tica e intelectual, el tipo de tradicion a la que ambos apelaban tenia como resultado dos historias diversas. En Lo-pez, su apelacion a la historia familiar permiti'a escribir la historia del poder, a traves de la memoria de quienes forma-ron parte de ese circulo privilegiado. La perdida de protago-nismo por parte de esas familias patricias que Lopez lamen-taba otorgaba a su historia un caracter irremediablemente incomplete y necesariamente nostalgico.44 Mitre, en cambio,

    42. Ibid. 43. Mitre, B., OC, 300-305. 44. Vease Halperin Donghi, Tulio, "La historiograffa: treinta

    afios en busca de un rumbo", en Gustavo Ferrari y Ezequiel Gallo (comps.), La Argentina del ochenta al centenario, Bs. As., Sudame-ricana, 1980, p. 830.

  • 38 El surgimiento do la cn'tica

    pretendfa escribir la historia del Estado, y ella solo podi'a ser elaborada con documentos publicos. Archivos publicos de uso privado sustrai'dos de la posibilidad de contrastar los jui-cios con documentos constitui'an menos una paradoja que la prueba cabal de que el reservoriode la nacidn y la memo-ria de la administracidn se hallaba mayoritariamente en ma-nos de particulares, los mismos particulares entre cuyas es-trechas filas se dirimfan las disputas por el poder. La pose-sidn de esos archivos era una manifestation del poder de sus herederos, no solo para el conjunto de una ciudadani'a que tenia tan restringido el acceso a ellos como a la arena poh'ti-ca sino, particularmente, respecto a la propia elite.

    Cn'tica y poder

    En 1892, reunidos por la poli'tica, Mitre y Lopez tendran la oportunidad de sellar su coincidencia en los aspectos cen-trales de la historia argentina tras el debate que diez anos antes los habi'a separado.4 5 Sin embargo, desde los primeros anos del siglo XX, la historiograffa argentina se apresurd a tomar posicidn en la contienda, quedando establecido que Bartolome Mitre habfa sido el triunfador. Dos lfneas inter-pretat ivas parecfan justificar tal apreciacidn. La primera, esbozada por Rojas en su Historia de la literatura argentina y retomada luego por Rdmulo Carbia, ponfa el acento en el rol que le cupo a Mitre como antecedente de una historia que enfatizaba la biisqueda, seleccion y cn'tica de fuentes como la base del s tatus profesional de la disciplina.46 La segunda, en

    45. En 1892, Lopez escribi'a a Mitre en tono conciliatoiio: "

  • Politicas de la historia 39

    cambio, destacaba la imagen de un historiador, capaz de con-ciliar su oficio con la action poh'tica, al tiempo que encontra-ba en su obra un referente de la moderna historia social.47 A pesar de que en este segundo caso la mirada respecto a sus proyecciones era mucho menos optimista,4 8 coincidia con la primera en el esfuerzo de fundar en aquel debate el origen de una tradition acorde con las posiciones historiograficas que sus mentores sentian representar en su momento. Sin em-bargo, dichos aspectos, ya por encontrarse presentes como topicos en el debate de 1864; ya por referir menos a la pole-mica en si misma que a una de las obras historicas de Mitre, le quitaron al debate originalidad e incluso pertinencia como momento fundacional.

    En cambio, entendidas las polemicas como aconteci-mientos que remiten a determinadas condiciones de produc-tion, podemos ver de que modo entre una y otra se ha trans-formado tanto el espacio en el que se desenvuelven, como las posiciones asumidas, los objetivos que persiguen y las reglas que las rigen. Entre esos anos, la cn'tica ira definiendo un campo de batal la cada vez menos ligado a problemas de tipo interpretativo aspecto que se halla en el centro del debate entre Velez Sarsfield y Mitre y ello no porque la interpre-tation dejara de estar en cuestion sino porque cada vez mas ella se vena subordinada a la legitimidad y grado de autori-

    tura en el Plata, en Obras completas de Ricardo Rojas, t. XV, Bs. As., La Facultad, 1925; Carbia, Romulo, Historia critica de la his-toriografia argentina, desde sus origenes en el siglo X\rl, La Plata, 1939, pp. 141-143.

    47. Esta imagen es inaugurada por Jose Luis Romero en un ar-ti'culo clasico, "Mitre un historiador f'rente al destino nacional", en Argentina, imdgenes y perspectivas, Bs. As., 1956. Posteriormente es retomada por Tulio Halperin Donghi, "La historiografia: treinta anos en busca de un rumbo", op. cit.; y por Natalio Botana, en La libertad politica y su historia, op. cit.

    48. Nos ref'3rimos a la crisis que segun Tulio Halperin Donghi se abre en la historiografia argentina tras este debate, en "La his-toriografia: treinta anos en busca de un rumbo", op. cit., p. 834.

  • 40 El surgimienlo dc la crflica

    dad de aquel que la promovfa. Al tiempo que se pasaba de una critica que, sin dejar de ser valorativa, comenzaba a ad-quirir rasgos normativos y, con ello, a influir en la fijacion de reglas relativas al trabajo del historiador. Si no se profundi-zo en este segundo aspecto, fue porque Mitre carecio de la vo-luntad, el afan didactico y la percepcion suficiente para uti-lizar la critica como arma de disciplinamiento. Por el contra-rio, se hallaba mas dispuesto a reaccionar cuando su autori-dad era puesta en duda que a ejercerla como agente de con-sagracion y legitimacion. Ello fue asf porque dicha autoridad no se fijaba hacia el interior de un espacio socioprofesional compartido, a esas a l turas inexistente, sino que remitia a una esfera publica en relacion con la cual Mitre era interpe-lado no solo como historiador sino como un hombre publico.

    Recien a fines de siglo, con Paul Groussac, la critica apa-recera como un a rma cuyo uso remite a un espacio y a una autoridad consciente de su potencialidad normativa. Allf la critica adquirira un caracter institucional, transformandose en uno de los dispositivos fundamentales de disciplinamien-to de la practica historiografiea.49 Pero, en 1880, Mitre no disputaba el monopolio de su uso, ni tampoco estaban defini-dos los criterios que la reginan. Ese mismo ano, en el Anua-rio bibliogrdfico, de Alberto Navarro Viola, aparecia una re-sena al Ensayo sobre la historia de la Constitution argenti-na, de Adolfo Saldias, en la que el cri'tico, t ras resal tar la se-riedad, rectitud filosofica, preparacion y acopio documental de la obra, cuestionaba su merito desde un punto de vista moral alertando sobre los riesgos que su lectura podia provo-car en la juventud. 5 0

    De todos modos, la critica contribuira a la delimitacion de un espacio que, part icularmente despues de Pavon, co-menzara a percibirse parcialmente diferenciado y especiali-zado. Lapso en el que ella misma ira precisando su lenguaje,

    49. Vease Eujanian, A., "Paul Groussac y la critica historiogra-fica", en este mismo volumen.

    50. Navarro Viola, Alberto, Anuario bibliogrdfico de la Repu-bIica Argentina, Bs. As., Imprenta del Mercurio, 1880, pp. 71-76.

  • Polilicas de la hisloria 41

    codigos, forma y objetivos. Al tiempo que, del diario a la re-vista, iria definiendo un publico mas o menos especializa-do sobre el cual intentara incidir interpelandolo como ga-rante de la posicion que cada uno de los oponentes pretendi'a ocupar en la batal la y como juez de los argumentos en pug-na. Un espacio exclusivo y un publico restringido de acuerdo con el acceso que tienen al consumo de las revistas cultura-les, como a los codigos necesarios para in terpretar sus men-sajes.

    Finalmente, a pesar de senalar la presencia de ciertos indices de especializacion y diferenciacion de la labor histo-riografica, es evidente que esta aun se encontraba sometida a reglas propias de la practica poh'tica y del mundo literario. En primer lugar, porque su autopercepcion como historiado-res se ballaba sobredeterminada por una conciencia de escri-tor influenciada tempranamente por un romanticismo Tran-ces que proveyo el modelo, a partir del cual los intelectuales estructuraron formas de autorrepresentacion inspiradas en la imagen del l i t e r a t e 5 1 En segundo lugar, porque al mo-mento en que surge la crftica historiografica en la Argenti-na, la carencia de una tradicion profesional que le sirviese de polo de diferenciacion o identificacion obligo a fijar posicio-nes de acuerdo con una tradicion poh'tica que, por otro lado, coincidfa con los hechos y personajes que constituian la tra-ma de su r e l a t e

    51. Maria Teresa Gramuglio destaca el desfasaje entre el mo-delo aportado por un campo autonomizado como el frances y las condiciones existentes en la Argentina, en "La construccion de la imagen", en La eacritura argentina, Santa Fe, Universidad Natio-nal del Literal, 1992, p. 42.

  • 2. PAUL GROUSSAC Y LA CRITICA HISTORIOGRAFICA

    Alejandro Eujanian

    Paul Groussac, la historia y los h i s tor iadores

    En su Historia de la historiografia argentina de 1925, Romulo Carbia daba cuenta de lo que a su entender habfa si-do el proceso de nacimiento y posterior consolidacion de una "nueva escuela historica", como culminacion de un proceso ascendente que encontraba en Paul Groussac uno de sus an-tecedentes mas notorios, t razando de este modo una genea-logia que no ocultaba una perspectiva legitimadora del pro-pio grupo al que pertenecia.1 Anos mas tarde, Tulio Halpe-rin Donghi va a cuestionar esa imagen, sin duda excesiva-mente optimista, destacando la presencia de una larga cri-sis de la historiografia argent ina entre 1880 y 1910, y que en ese contexto Paul Groussac fue solo un "espectador" mas divertido que preocupado por los debates historiograficos del momento.2

    Entre estas dos interpretaciones, por un reconocimiento puramente instrumental en un caso y por considerarlo mar-ginal en el otro, quedaba ausente un estudio respecto al rol

    1. Carbia, Romulo, Historia de la historiografia argentina, La Plata, Biblioteca de Humanidades, 1925, pp. 74-81.

    2. Halperin Donghi, Tulio, "La historiografia: t reinta anos en busca de un rumbo", en G. Ferrar i y E. Gallo (comps.), Argentina del '80 al centenario, Bs. As., Sudamericana, 1980, p. 839.

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  • 44 Paul Groussac y la crilica historiografica

    que le cupo a Groussac en el proceso de constitucion de la historiografi'a como una disciplina profesional en el pais.3 En este sentido, su production intelectual y su labor institucio-nal, que llevo a cabo desde la direccion de la Biblioteca Na-tional y de la revista La Biblioteca, representan un momen-to fundamental de esa experiencia, particularmente en lo que se refiere a la estabilizacion de las normas y reglas que regulan la practica, en la distincion de dicha practica respec-to de otras ramas del saber sobre lo social y en la construc-tion de una imagen del historiador contrapuesta a la del amateur.4

    3. En las obras y artfculos dedicados a Groussac predomina una perspectiva biografica tendiente a destacar la "personalidad" del autoi', junto al papel "civilizador" que desarrollo en la Argenti-na. A continuation damos una lista de algunas de ellas: Juan Can-ter, "Contribution a la bibliografi'a de Paul Groussac", en Boletin del Institute) de Investigacion.es Hist6rica.fi, Bs. As., 1929, t. IX, pp. 484-710 ; t. X, pp. 260-253; t. XI, pp. 337-343; Avellaneda, N., s-cri.tos y discursos, Bs. As., 1910; Canter, J., "Orfgenes de Paul Groussac", en Revista del Centra de Estudiant.es del Profesorado, Bs. As., agosto 1935; Correa Luna, C , "El metodo y la obra histori-ca de Paul Groussac al aparecer La Biblioteca", La Prensa, 14-11-1926; "Las ideas historiograficas de Paul Groussac hasta la publi-cation del Liniers", La Prensa, 5-12-1926; "Un maestro de Historia Nacional", La Prensa, 1-1-1927; Echagiie, J . P., "Groussac en nues-tra historia", en Boletin de la Academia Nacional de la Historia, Bs. As., 1948; Garcia, J . A., Los jardines del convento. Narraciones, notas y discusiones, Bs. As., 1916; Martinez, J. G., Francois Paul Groussac. Su vida, su obra, Bs. As., 1948; Noel, A. M., Paul Grous-sac, Ed. Cultura Argentina, Bs. As., 1980; Ravignani, E. y otros, Centenario de Groussac, 1848-1948, Coni, Bs. As., 1949; Sarmien-to, D. R, Obras completas, Bs. As., 1913; Teran, S., "Groussac en el Plata", La Prensa, Bs. As., 27-2-1966; AA.VV., "Homenaje a Paul Groussac", en Nosotros, ano XXIII, Bs. As., julio 1929. Entre otros, participan en este numero: E. L. Ravignani, J . L. Borges y J. L. Ro-mero.

    4. Paul Groussac asume la direccion de la Biblioteca Nacional en 1885, t ras la muerte de J . A. White, desempefiando el cargo has-ta su fallecimiento en 1929. En tanto, la revista La Biblioteca apa-

  • Polflicas de la hisloria 45

    Si bien Paul Groussac mereceria, al igual que otros inte-lectuales de la segunda mitad del siglo XIX, el calificativo de polfgrafo de acuerdo con la variedad de temas que abordo, su interes por la historiograffa no puede ser menospreciado. No solo por haber participado activamente en los debates deci-mononicos acerca de las semejanzas y diferencias entre las ciencias naturales y sociales,5 o por haber consagrado a la materia un espacio significativo de su produccion intelec-tual, sino tambien porque fue considerado asi por sus con-temporaneos que lo concibieron como un modelo del historia-dor e rud i t e Incluso quienes, a mediados de la segunda deca-da del siglo XX, creyeron necesario diferenciarse de la gene-racion precedente para construir una legitimidad fundada sobre bases diferentes de las de aquellos, encontraron en Groussac el antagonista ideal para dirimir la disputa.6 Estos jdvenes historiadores, considerados como los artifices de la profesionalizacion de la historiograffa, pondrian en tela de juicio la legitimidad de Groussac como historiador y, funda-mentalmente, como cn'tico historiografico.7

    recio mensualmente desde junio de 1896 a abril de 1898, alcanzan-do a cubrir 8 tomos trimestrales. Bajo el subtftulo de revista de "Historia, Ciencias, y Letras", mantuvo, ademas de los artfculos, tres secciones permanentes: el "Boletin Bibliografico"; la seccion de "Documentos Historicos"; y la de "Redactores de La Biblioteca", destinada a ofrecer datos biograficos de los articulistas junto a jui-cios valorativos sobre sus obras y aportes.

    5. Gallo, Ezequiel, ''Paul Groussac: reflexiones sobre el metodo historico", en Historia, N- 3, sept. 1981, p. 20.

    6. La polemica, que tuvo como protagonistas a aquellos histo-riadores que J. A. Garcia considero los f'undadores de una "nueva escuela historica en la Argentina", sera analizada en el capftulo si-guiente. Garcia, Juan Agustin, "Advertencia", en Anales de la Fa-cultad de Derecho y Ciencias Sociales, t. I, Ns 3, 1916.

    7. La polemica es iniciada por Paul Groussac, con la cri'tica di-rigida a los jovenes historiadores en su "Juan de Garay", Anales de la Biblioteca, t. IX, Bs. As., 1914; y en el Mendoza y Garay, AAL, t. I, Bs. As., 1949 (Is ed.: 1916). Analizamos el debate planteado con la nueva generacion en el capftulo siguiente.

  • 46 Paul Groussac y la cn'tica historiografica

    Por otra parte, es evidente la importancia que Groussac le asigno a la historiografia tanto en la revista como en la de-finicion de las prioridades de la Biblioteca Nacional. Ello se debe a que la historia era para el la forma ideal para conci-liar su amor a la l i teratura y su fe en la ciencia. A su enten-der, la poesfa estaba destinada a desaparecer por el avance de la ciencia y seria superada por otras formas capaces de expresar lo bello: "Para pensar lo bello, el hombre moderno tiene la ciencia, la filosoffa, la historia, la novela...".8 Sin embargo, la historia se destacaba porque era la unica rama del saber capaz de conciliar el ar te , a traves de la forma y el estilo, y la ciencia, por medio de la aplicacion del metodo ex-perimental para el analisis de documentos historicos.9 Por ese motivo, puede considerarse sincera mas que pecado de inmodestia su disculpa por publicar en La Biblioteca "este juguete", refiriendose a su cuento "El centenario", en reem-plazo de la continuacion de su estudio sobre Santiago de Li-niers que debfa ocupar ese espacio, pero que considero opor-tuno postergar por encontrarse a la espera de documentos que entendi'a indispensables.1 0

    En cuanto a su labor como director de la Biblioteca Na-cional, se observa un similar privilegiamiento de la historia. El criterio de clasificacion utilizado para ordenar los volume-nes, colocaba a las ciencias historicas en segundo lugar de importancia tras las ciencias naturales y antes que las cien-cias polfticas, la l i teratura y la teologia:

    8. El optimismo con respecto al desarrollo racional de Europa en confrontacion con el futuro de la poesfa fue anticipado por el ro-mantic! smo liberal frances, entre otros: Stendhal, Mme. de Stael, Laysson y Merimee. Este ultimo lo expresara del siguiente modo: "Apenas concibo la poesfa mas que en un estado de semiciviliza-cion, o incluso de barbarie, si hemos de hablar claro", citado por Be-nichou, Paul, La coronacion del escritor (1750-1830), Mexico, FCE, 1991, p. 298.

    9. Groussac, P., Historia de la Biblioteca Nacional, Biblioteca Nacional de Buenos Aires, Bs. As., 1967, p. LXI [1 ed. 1893].

    10. Groussac, P., "El centenario", en La Biblioteca, afio II, t. V, Ad. de La Biblioteca, Bs. As., 1897, p. 287.

  • PolRicas de la historia 47

    I s las Ciencias y las Artes, anteriores a la misma or-ganizacion social, y hoy comprensiva de todos los co-nocimientos humanos que encuentran en la filoso-ffa, en las ciencias matematicas, fi'sicas y naturales su base solida y rafz fecunda; 2s las ciencias histori-cas, que nos muestran en conjunto y por par tes la evolucion gradual de la humanidad; 3 s las ciencias poh'ticas, que nos ensefian la estructura completa de la sociedad, sus organos e instituciones conservado-ras; 49 la l i teratura, en su sentido mas sintetico, que comprende el lenguaje humano estudiado en sus mas multiples manifestaciones: florescencia espon-tanea y grandiosa de una facultad tan exclusiva del hombre, que basta a definirle; 52 la teologia, por fin, cuya actual esterilidad no puede borrar el recuerdo de su pasada gloria.. .1 1

    Tal ordenamiento no era resultado de un criterio arbi-trario sino, en cambio, producto de un principio jerarquico que se asentaba en su concepcion de los aportes que podi'an ofrecer las distintas ciencias y materias que poblaban los anaqueles de la biblioteca piiblica ordenados en rangos de importancia decreciente. Motivo por el cual cuestiona el cri-terio de catalogacion prescripto en el manual de Brunet, en el que la teologia aparecfa en un inmerecido primer lugar cuando solo su gloria pasada justificaba su inclusion.12

    Finalmente, un balance de los volumenes adquiridos en la Biblioteca Nacional durante su gestion por via del canje y la compra, entre los anos 1885 y 1893, demuestra el privi-legiamiento de las areas de historia y geografia.13 Del mis-

    11. Groussac, P., Historia de la Biblioteca Nacional, op. cit., p. LXI.

    12. Ibid., p. LX. 13. En enero de 1885, cuando Groussac asume la direction de

    la Biblioteca Nacional, hay en existencia 35.149 volumenes, que aumentan a 62.707 en 1893. En ese ano, clasificados por areas, los volumenes quedan divididos de la siguiente manera: Ciencias y Ar-

  • 48 Paul Groussac y la crflica hisloriografica

    mo modo, de los setenta y dos articulos publicados por Groussac en la revista La Biblioteca, cuarenta y nueve de ellos, es decir el sesenta y ocho por ciento corresponden a te-maticas vinculadas a estas materias.1 4

    Si los argumentos hasta aquf expuestos contribuyen pro-visoriamente a demostrar que Groussac no era un simple "espectador", ni tampoco era considerado como tal por sus ocasionales contrincantes o por sus mas fieles adeptos, es ne-cesario senalar algunas razones probables del relativo des-cuido en que hasta el momento ha caido la figura y la obra de este intelectual frances.

    En primer lugar, un motivo que habria desalentado el in-tento de integrarlo en la cultura de su epoca es resultado de la aceptacion tacita, por parte de las versiones crfticas o indul-gentes sobre su persona, de la autoimagen que Groussac se encargo de propagar, la de un intelectual a la vez marginal por su caracter de extranjero, y omnipresente por con-ferirse el rol de gui'a intelectual de una nacion que considera-ba culturalmente atrasada. En segundo lugar, los artifices de la profesionalizacion de la disciplina historica a comienzos de este siglo buscaran en referentes europeos tanto un mode-lo de organizacion institucional como la justificacion metodo-logica para romppv con una tradicion historiografica que no solo no olvidaba sus aspiraciones literarias sino que no resis-ti'a la tentacion de trasladarlas a sus estudios historicos.15

    tes: 9478; His tori a y Geografi'a: 10.593; Derecho y Ciencias Socia-les: 8052; Literature: 8212; Teologia: 5019; Revistas: 6021; Diarios: 1761; Folletos: 11.124; Duplicados: 2447. Ibid., p. XLVIII.

    14. Para esta cuantificacion tomamos como referenda los ar-ticulos propiamente dichos, y los escritos para las distintas seccio-nes, incluyendo las Notas Preliminares y los Documentos Histori-cos por el publicados, en la medida en que estaban directamente vinculados a sus investigaciones, y excluimos las notas biograficas de los redactores de La Biblioteca.

    15. Por ejemplo, el libro de E. Berheim, Lehrbuch der historis-chern met hade und. der geschichtsphilosophie, Leipzig, 1889. Dicho manual, mas mencionado por su prestigio que leido, hallaba la di-fusion de algunos de sus preceptos en el divulgado manual de Lan-

  • Poh'tioas de la historia 49

    Las razones aqui apuntadas, a modo de hipotesis, pare-cen confirmar el interes de un estudio sobre el tema en cues-tion, en la medida en que podemos entrever que se teje, en

    ' torno a Paul Groussac, un lugar de tension en el interior de la cultura argentina y, fundamentalmente, entre quienes practi-caban la disciplina historica durante el pen'odo. La importan-cia de la obra de Groussac como historiador, y su actividad co-mo director de la revista La Biblioteca, reside en poder visua-lizarla como un momento relevante en el proceso de profesio-nalizacion de la actividad intelectual en general e historiogra-fica en particular de acuerdo con un modelo diverso del que se impondrfa en la primera mitad del siglo xx, tema que tratare-mos en los dos capftulos siguientes. Al mismo tiempo, tam-bien la figura de Groussac permite contrastar cambios signi-ficativos con respecto a la imagen del intelectual y del histo-riador que cultivaron las generaciones precedentes.

    Part icularmente con relacion a quienes, como vimos en el capftulo anterior, protagonizaron un debate respecto a la condiciones de legitimidad del discurso historico entre las que se hallaba impli'citamente incorporada la relacion entre el historiador y la poh'tica. Frente a Bartolome Mitre, para el cual la recopilacion y crftica de documentos era la condicion de posibilidad de un discurso verdadero sobre el pasado, in-tentando de este modo distinguir como esferas diferenciadas labor historica y practica poh'tica, Vicente F. Lopez recurria a la memoria familiar para la reconstruccion de ese mismo pasado, y se definia en el "prefacio" a la Historia de la Repu-blica Argentina como un historiador politico, anulando de es-ta manera cualquier diferencia entre ambas practicas.1 6

    glois y Seignobos. Respecto a la lectura de los historiadores de la "nueva escuela historica" del manual de Berheim, vease Devoto F., "Taine y Les origines de la France contemporaine en dos historio-graffas finiseculai'es", en Anuario 14, Escuela de Historia, Fac. de Humanidades y Artes, UNR, 1989-1990, p. 14.

    16. Lopez, V. F., Historia de la. Republica Argentina, t. I, Libre-ria de la Facultad, Bs. As., 1911-1912. Sobre el debate entre B. Mi-tre y V. F. Lopez, vease N. Botana, La libertad politica y su historia, Bs. As., Sudamericana, 1991, y el primer capftulo de este volumen.

  • 50 Paul Groussac y la crftica historiograiica

    En las dos ultimas decadas del siglo XIX, un conjunto de transformaciones politicas, sociales y culturales contribui-ran si no a eliminar la tension existente entre la historia y la polftica, al menos a crear condiciones mas favorables pa-ra diferenciar ambas esferas. Los cambios economicos y so-ciales, producto de la entrada de capitales y el continuo flu-jo migratorio, en el contexto de aper tura de los mercados in-ternacionales a las exportaciones, asf como la movilidad so-cial y la acelerada urbanizacion, vertieron sus efectos tanto en la esfera polftica, cuyos lfmites para asimilar esa nueva complejidad social se hicieron cada vez mas evidentes, como en la esfera cultural.1 7 Este proceso afecto a un conjunto de discipiinas sociales que manifiestan, fundamentalmente a partir de la crisis economica y polftica de 1890, la necesidad de intervenir planteando soluciones desde la perspectiva de sus respectivos saberes especializados. Este es el caso de la sociologfa, el derecho, la medicina, la psiquiatrfa y la histo-ria, para las cuales la posesion de un saber cientffico, en el marco del desarrollo de las ciencias natura les y sociales, era la condicion indispensable para la implementacion de una amplia regeneracion social, polftica, cultural y fundamental-mente moral, cuya eficacia dependerfa de la creation de ins-tituciones estatales para la implementacion de sus polfticas reformistas.1 8

    17. Respecto a los vfnculos entre las transformaciones de la so-ciedad argentina de fines de siglo y la conformacion de un campo in-telectual en la Argentina, cfr. Sarlo, B. y Altamirano, C , "La Argen-tina del centenario: campo intelectual, vida literaria y temas ideolo-gicos", en Ensayos argentinos. De Sarmiento a la vanguardia, Bs. As., CEAL, 1983, p. 72; en cuanto a relacion entre crisis de legitimidad polftica e interpretaciones del pasado, cfr. Botana, N., op. cit., p. 12.

    18. Zimmermann, Eduardo, "Los intelectuales, las ciencias socia-les y el reformismo liberal: Argentina, 1890-1916.", en Desarrollo Eco-nomico, N9 124, v. 31, enero-marzo 1992, pp. 360-363; del mismo au-tor: Los liberates reformistas. La ctlestion social en la Argentina, 1890-1916, Bs. As., Sudamericana, 1995. Para la relacion entre crisis social e intelectuales reformistas para el caso de la ch'nica medica, vease Vezzetti, Hugo, La locura en la Argentina, Bs. As., Paidos, 1985.

  • Politicas de la hisloria 51

    En este contexto se dieron las condiciones de posibilidad para la concretion de la pretendida autonomia del intelec-tual, favorecida por el surgimiento de un conjunto de media-tizaciones respecto al poder politico y economico. La primera de estas mediaciones es producida por la asimilacion de un lenguaje cientifico, como resultado de un proceso de especia-lizacion de los diversos saberes cuyo objeto era lo social. La segunda radiea en la atribucion de una funcion social especi-fica, la de contribuir a la regeneration de una sociedad que se ve en riesgo de disolucion motivo de las transformaciones antes enunciadas. En tercer lugar, el Estado national, que hacia la decada del noventa y en gran parte gracias al influ-jo de las nueva generation sobre el gobierno de Juarez Cel-man se ha fortalecido y secularizado, aparece como una ins-tancia fundamental para aplicar las poh'ticas reformistas destinadas a modificar las practicas sociales.

    En dichas condiciones y en virtud de tales objetivos es preciso instalar la revista La Biblioteca, que se ofrecera como un espacio propicio para la difusion del ideario reformista, planteandose como funcion principal la de llevar a cabo a tra-ves de sus paginas una "empresa civilizadora" cuyo destino es asimilar el conjunto de la cultura argentina de fines de si-glo a los estandares europeos. Al propio tiempo que, en el me-dio especificamente historiografico, la cn'tica historica fun-cionara como un dispositivo de disciplinamiento de la practi-ca tendiente a sentar las bases de la profesionalizacion de la disciplina al ins taurar los principios de autoridad, legitimi-dad, consagracion y autonomia del historiador frente a un po-der politico que, como veremos mas adelante, no parece dis-puesto a aceptar la independencia de una rama del saber que directa o indirectamente afecta los intereses del Estado.

    Las armas de la crit ica

    Jorge Luis Borges en un ensayo titulado "Arte de inju-riar", permitiendo inferir a la vez el elogio y la acusacion, instalaba a Groussac como figura cumbre de una genealogia

  • 52 Paul Groussac y la crftica historiogralica

    de la injuria a la que conferfa los siguientes atributos: "Vin-dicar realmente una causa y prodigar las exageraciones bur-lescas, las falsas caridades, las concesiones traicioneras y el paciente desden, no son actividades incompatibles, pevo si tan diversas que nadie las ha conjugado hasta ahora".19 La virtud de Borges radica en reconocer como mas destacable el rol de Groussac como cn'tico antes que su obra como historia-dor, literato, dramaturgo o publicista, porque es precisamen-te en esa t rast ienda de su obra que incluye las "notas al pie" de sus libros donde se revela la singularidad de su es-tilo y su poder disciplinador sobre los discursos.

    En un contexto en el que la historia pretendfa desemba-razarse de sus ropajes literarios, afirmando su identidad en la busqueda de la verdad a traves de la compulsa documen-tal, el ejercicio de la crftica cumplio un rol legitimador o des-calificador de obra y autor, desde una autoridad avalada por el medio intelectual circundante. Desde la revista La Biblio-teca, Paul Groussac asumio y cultivo ese rol, destinado a his-toriadores y literatos, por medio de un discurso a veces fron-tal y otras, elfptico, siempre eaustico, sagaz y envolvente.20 De la crftica mesurada y paciente, a la satira mas despiada-da y destructiva, se inicia indulgente para culminar demole-dor del adversario, alternando cuestionamientos puntuales al estilo y al metodo, con frases descalificadoras de la moral, honor y capacidad del oponente.

    Para analizar de que modo funciono la crftica historio-grafica en el sentido que le atribuimos nos centramos en los artfculos que dedico Paul Groussac, entre 1896 y 1898, a po-lemizar con Norberto Pinero acerca de la inclusion del con-trovertido "Plan de operaciones" entre los Escritos de Maria-

    19. Borges, J. L., "Arte de injuriar", en Ficcionario. Una anto-logia de nun textos, Mexico, FCE, 1992.

    20. Respecto a su rol como cn'tico literario, Sonia Contardi ha-ce hincapie en su polemica con Ruben Dario, a rafz de la publica-cion en la revista de Los raras, en "El juicio al extranjero. Paul Groussac, entre el desorden cultural, la biblioteca y la poesfa. Una lectura de la revista La Biblioteca", en El Dorado, CILCAL/ CEI/UNR, aiio 1, N- 1, Rosario, l9 semestre de 1994.

  • Polflicas de la hisLoria 53

    no Moreno. Cada uno de uno de los ensayos del director de la revista sobre el tenia representan tres momentos claramen-te diferenciables por el campo de debate circunscripto en ca-da caso.21 Sin embargo, a pesar de su diversidad manifiesta, se encuentran anudados uno a otro casi programaticamen-te, iluminando el rol que el autor se atribuyo, y en parte logro conquistar, en la cultura argentina de fines del siglo XIX. Los problemas relativos a la legitimidad, autoridad y au-tonomic intelectual refieren, en cada caso particular y en su conjunto. a un campo intelectual en formation y a una inci-piente profesionalizacion historiografica. Procesos respecto a los cuales Groussac y su revista buscaron cumplir un papel protagonico apelando a la critica como arma y argumento.

    En su primer articulo, Groussac circunscribe el campo del debate al problema de la legitimidad del historiador, pro-piciando la profesionalizacion en un contexto caracterizado por la ausencia de canales academicos que la garanticen. Ti'es falencias presenta, a su entender, el autor de los Escri-tos de Mariano Moreno para llevar a cabo una edition criti-ca de fuentes historicas: inexperiencia literaria, un errado concepto historico y el desconocimiento de las reglas de la critica documental.22

    Al instalar la discusion en el terreno de los requisitos in-dispensables con los que debe contar toda obra historica de orden estilfstico, moral, y metodologico, Paul Grous-sac realiza un conjunto de operaciones destinadas a fijar su

    21. Los arti'culos de referenda son: Groussac, P., "Escritos de Mariano Moreno", en La Biblioteca, ano 1, t. 1, Imprenta de Pablo E. Coni e Hijos, Bs. As., 1896, pp. 121-160; "Escritos de Mariano More-no. Segundo articulo", en La Biblioteca, ano II, t. 7, Bs. As., Adminis-tration de La Biblioteca, 1898, pp. 268-318; (en adelante, "Segundo articulo"); "La desaparicion de La Biblioteca", en La Biblioteca, ano II, t. 8, Bs. As., Administration de La Biblioteca, 1898, pp. 244-248.

    22. Se refiere a] libro de Norberto Pifiero, Escritos de Mariano Moreno, Bs. As., Imprenta de Pablo E. Coni e Hijos, 1896.

  • 54 Paul Groussac y la crilica hisloriogriifica

    lugar en el contexto de la cultura de la epoca, afirmando el caracter profesional de la labor historica y su rol como im-pulsor de la misma:

    ^.Por que no penetra en los pai'ses de habla espanola esta notion, al parecer tan sencilla y elemental: que la historia, la filosofia y aun esta pobre l i teratura son "especialidades" intelectuales, tan diffciles por lo menos, como las del abogado o las del medico, y que no es licito entrarse por estos mundos, como en campos sin dueno o predios del comiin?23

    La primera operation consiste en afirmar el caracter ambivalente de su relacion con el pais de residencia. Fran-ces t ransplantado, como el Liniers al que dedico varios nu-meros de la revista Renan quejoso de su gloria a t rasma-no, como lo definio Borges en el homenaje de Nosotros en 1929, expresa un distanciamiento cultural con relacion a una nation cuya labor sera encauzar en el camino de la civi-lization,24 para resolver su destino de atraso que, por otra parte, hace extensible al resto de los pai'ses de habla hispa-na. Es precisamente esa ajenidad virtuosa, que se destaca frente a una inferioridad de lengua y cultura, la que le per-mite colocarse, ya no solo cultural sino tambien moral