Bosch, Juan - Dossier

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DOSSIER Juan BOSCH

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DOSSIER

JuanBOSCH

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JUAN BOSCH

DOSSIER

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Juan BoschDossier

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Publicado por Ediciones del Sur. Córdoba. Argentina.Septiembre de 2003.

Distribución gratuita.

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ÍNDICE

DATOS BIOGRÁFICOS Y ARTÍCULOS SOBRE JUAN BOSCH ......... 7Biografía ..................................................................... 8Juan Emilio Bosch Gaviño ........................................ 12Juan Bosch, un ejemplo ............................................. 17Juan Bosch, pilar de la historia dominicana .......... 20Juan Bosch, escritor de Latinoamérica ................... 23Una lectura obligada: Bosch ..................................... 28Entrevista con Bonaparte Gautreaux Piñeyro ....... 31Literatura y política en la figura de Juan Bosch.... 44¡Multitudinario adiós! ............................................... 59Oración fúnebre a Juan Bosch.................................. 63Juan Bosch y su arte de revisar cuentos ................. 69Un personaje admirado ............................................. 73

BREVE ANTOLOGÍA ........................................................... 80Apuntes sobre el arte de escribir cuentos .............. 81Dos pesos de agua ...................................................... 89La bella alma de don Damián ................................... 102La mujer ...................................................................... 113La Nochebuena de Encarnación Mendoza .............. 117

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Los amos ..................................................................... 130La mancha indeleble.................................................. 134Luis Pie ....................................................................... 139Guaraguaos................................................................. 147Cuentos de Navidad (Fragmento) ............................ 162

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Datos biográficosy artículos sobre Juan Bosch

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BIOGRAFÍA*

JUAN BOSCH nació en La Vega, República Dominicana, el30 de junio de 1909 y murió en Santo Domingo el 1º denoviembre de 2001.

El profesor Juan Bosch, narrador, ensayista, educa-dor, historiador, biógrafo, político, ex presidente de laRepública Dominicana, inició su carrera literaria con unpequeño libro de cuentos, Camino real (1933), donde na-rraba en gran parte lo que había visto, escuchado y vivi-do en su pueblo, La Vega. De esa misma época, es su pri-mera novela breve La mañosa (1936), donde el persona-je central es una mula y el narrador es un niño enfermizo.

Después, antes de salir al exilio, donde viviría du-rante más de veinte años, el precursor del cuento domi-nicano publicaría sus iniciales cuentos en periódicos yrevistas dominicanas. De aquella época son “La mujer”(cuento que ha sido seleccionado por casi la totalidad de

* Fuente: libreriahispania.comAdaptado de un artículo escrito para el periódico El Día, el 12 de

enero del 1983.

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las antologías de cuentos de Hispanoamérica), “Dos pe-sos de agua” y “El abuelo”.

Pero cuando el profesor Bosch regresó a la Repúbli-ca Dominicana, apenas los más viejos conocían que eracuentista. A su llegada se reunieron sus cuentos en dosvolúmenes: Cuentos escritos en el exilio (1964), que incluía“Cuento de Navidad” y “Manuel Sicurí”, publicados enediciones independientes en el extranjero, y Más cuen-tos escritos en el exilio, (1964), donde se incluyeron, tam-bién, cuentos publicados en ediciones independientes,como “La muchacha de la Güaira”, publicado en Chile,en 1955.

Pero Bosch ya había publicado libros, en el extranje-ro, no precisamente de cuentos, que lo habían dado a co-nocer en otros países como biógrafo y ensayista, antesque en su propio país, como Hostos, el sembrador (Cuba,l939), Judas Iscariote, el calumniado (Chile, 1955).

Aunque dejó de escribir cuentos desde los años se-senta (el último lo escribió para una antología de cuen-tos para niños, preparada por el pianista, poeta y dra-maturgo Manuel Rueda), el profesor Bosch es reconoci-do como el precursor del cuento y, sobre todo, de la na-rrativa social dominicana.

Con una prosa imitada por pocos narradores domi-nicanos de hoy (por lo difícil, aunque se trate de decir locontrario), en los cuentos de Bosch la problemática so-cial (la preocupación por el hombre y por la fuerza delos procesos sociales que ejercen sobre el individuo) estratada desde diferentes ángulos, sin hacer, casi siem-pre, alusión a sistemas o gobiernos determinados.

Pero no sólo los cuentos del profesor Bosch son guíaspara el cuentista, si no que sus Apuntes sobre el arte deescribir cuentos es un texto para los estudiantes de otrospaíses como Cuba, llegando a llamar la atención del

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narrador colombiano Gabriel García Márquez, quien hadeclarado más de una vez que Bosch es su profesor.

La última creación narrativa del profesor Bosch, lanovela El oro y la paz (Premio Novela Nacional de Li-teratura, 1975), aunque escrita en dos versiones (la pri-mera en 1957, mientras el escritor se hallaba viviendo enCuba, en su primer exilio, y la segunda versión en Puer-to Rico, en 1964, donde estuvo pasando su otro exilio),es una obra maestra en la literatura dominicana.

Las obras de Bosch comprenden, también, ensayos ybiografías de grandes figuras de la historia sagrada.

Es difícil, por no decir imposible, resumir los temasen los cuentos de Juan Bosch. Hay, sin embargo, dos pre-ocupaciones que aparecen en sus mejores cuentos: losproblemas sociales, y la preocupación filosófica. Ahí es-tán “La Nochebuena de Encarnación Mendoza” (para no-sotros, su cuento más perfecto), “Los amos”, “Luis Pie”,“La muchacha de la Güaira”, “Dos pesos de agua” y “Lamujer” para probarlo.

Obras

Narrativa:Camino Real (1933)Indios (1935)La mañosa (1936)Dos pesos de agua (1941)La muchacha de la Güaira (1955)Cuentos de Navidad (1956)Cuentos escritos en el exilio (1962)Más cuentos escritos en el exilio (1962)El oro y la paz (1975)

Ensayos:Mujeres en la vida de Hostos (1938)

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Hostos, el Sembrador (1939)Apuntes sobre el arte de escribir cuentos (1947)Judas Iscariote, el Calumniado (1955)Trujillo, causas de una tiranía sin ejemplo (1961)David, biografía de un rey (1963)Breve historia de la oligarquía (1970)Composición social dominicana (1970)Tres conferencias sobre feudalismo (1971)Breve historia de la oligarquía (1971)El Napoleón de las guerrillas (1976)El Caribe, frontera imperial: de Cristóbal Colón a

Fidel Castro (1978)Viaje a las antípodas (1978)Conferencias y artículos (1980)La revolución de abril (1980)La guerra de la Restauración (1980)Clases sociales en la República Dominicana (1983)Capitalismo, democracia y liberación nacional (1983)La fortuna de Trujillo (1985)La pequeña burguesía en la historia de la República

Dominicana (1985)Capitalismo tardío en la República Dominicana (1986)Máximo Gómez: de Monte Cristi a la gloria (1986)El Estado, sus orígenes y desarrollo (1987)Textos culturales y literarios (1988)Dictaduras dominicanas (1988)Póker de espanto en El Caribe. Temas económicos

(1990)Breve historia de los pueblos árabes (1991)

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JUAN EMILIO BOSCH GAVIÑO

ESCRITOR, cuentista, novelista y ensayista. Nació en la ciu-dad de la Vega el 30 de junio de 1909, hijo de don JoséBosch y Ángela Gaviño. El padre de nacionalidad espa-ñola y la madre también, nacida en Puerto Rico, se habíanestablecido en el país en los finales del siglo pasado.

Juan Bosch vivió los primeros años de su infancia enuna pequeña comunidad rural de esa provincia, llamadoRío Verde. Allí realizó sus estudios primarios y más tar-de su familia se trasladó a La Vega en donde cursó losprimeros años del bachillerato. En su juventud vivió enla ciudad de Santo Domingo y trabajó en establecimien-tos comerciales; más tarde viajó a España, Venezuela yalgunas de las islas del Caribe. A su retorno a la Repú-blica Dominicana en los primeros años de la década ini-ciada en 1931, publicó su ensayo “Indios”, inmediatamen-te después “Camino Real” y la novela “La Mañosa”, acla-mada por la crítica nacional como una obra de extraor-dinario valor en la literatura dominicana. Fundó y diri-gió la página literaria del periódico Listín Diario, en elcual se perfiló como un notable crítico de arte y ensayista.

Por Euclides Gutiérrez

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Se casó con la señora Isabel García y en su matrimo-nio procrearon a sus hijos León y Carolina.

En los primeros años de la dictadura de Rafael Tru-jillo Molina fue encarcelado por razones políticas, per-maneciendo varios meses en prisión siendo libertado sincargos de ninguna naturaleza. En 1938 se ausentó del paísestableciéndose en Puerto Rico, y luego se trasladó a Cubadonde dirigió la edición de las obras completas de Eu-genio María de Hostos. En 1939, junto a otros exiliadospolíticos, fundó el Partido Revolucionario Dominicano(PRD), el cual organizó y dio a conocer en otros países delCaribe y América Latina. En los años transcurridos en-tre 1940 y 1945 se destacó como uno de los más notablesescritores de cuentos de la región y laboró activamenteen la formación de un frente antitrujillista encabezadopor el PRD.

Colaboró con el Partido Revolucionario Cubano y des-empeñó un destacado papel en la redacción de la Cons-titución de aquel país promulgada en 1940. Allí contrajomatrimonio con la dama cubana Carmen Quidiello, decuyo matrimonio nacieron sus hijo Patricio y Bárbara.

Ganó importantes premios internacionales de cuen-tos y ensayos, entre los cuales se distingue el premio “Her-nández Catá” que se otorgaba en La Habana a los cuen-tos escritos por autores de América Latina. Fue uno delos principales organizadores de la expedición militarque se gestó en “Cayo Confite” y en la cual participaroncientos de ciudadanos, cubanos y centroamericanos conintención de derrocar la dictadura de Trujillo.

Fracasada esa expedición, Bosch se trasladó a Vene-zuela y a otros países de América Central, donde desa-rrolló una activa campaña antitrujillista y consolidó sufama de escritor, cuentista y ensayista de primera cate-goría. Para ese momento había escrito cuentos de pro-

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fundo contenido social, entre los que pueden citarse “LaNochebuena de Encarnación Mendoza”, “Luis Pie”, “Losamos” y “El indio Manuel Sicuri” calificados por la críti-ca como obras maestras del género. En Cuba, lugar al queregresó requerido por sus amigos del Partido Revolucio-nario Auténtico, desempeñó importantes papeles en lavida política, siendo reconocido como promotor y autorde importantes leyes y del discurso pronunciado por elPresidente de la República, cuando se trasladaron losrestos de José Martí al cementerio de Santiago de Cuba.Meses después del derrocamiento del gobierno civil,como consecuencia del golpe de estado encabezado porFulgencio Batista, y después de haber sido encarceladopor las fuerzas represivas del gobierno golpista, se au-sentó nuevamente del país estableciéndose en CostaRica.

Dedicado a tareas pedagógicas políticas en ese lugary a sus actividades como presidente del PRD, el más im-portante partido político opositor del régimen de Trujillo,en el exilio, se produjo en Cuba el triunfo encabezado porFidel Castro, que motorizó un reordenamiento político,económico, y social en los países del Caribe. Bosch, coninstinto certero, percibió el proceso histórico que se ha-bía iniciado a partir del 1º de enero de 1959, con el adve-nimiento de Castro a la jefatura política y militar de lanación cubana y dirigió a Trujillo una carta, el 27 de fe-brero de 1961, en la cual le advertía que su papel políti-co, en términos históricos, había concluido en la Repú-blica Dominicana.

Ajusticiado Trujillo el 30 de mayo de ese año, Boschregresó a su país luego de veintitrés años de exilio, cua-tro meses después de haberse establecido en territoriodominicano el partido que había fundado en 1939. Su pre-sencia en la vida política nacional, como candidato a la

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presidencia de la República revolucionó y modificó subs-tancialmente el estilo de realizar campañas electoralesen el país. Su forma directa y sencilla de dirigirse a lascapas más bajas de la población, tanto rurales como ur-banas, le permitió desarrollar una profunda influencia ysimpatías populares, que lo perfilaron como incuestio-nable ganador de las elecciones de diciembre de 1962.

Celebrado el torneo electoral, Bosch obtuvo un triun-fo arrollador sobre los electores más conservadores delpaís, representado por la Unión Cívica Nacional. Com-batido desde ante de su ascensión al poder por esos mis-mos sectores que fueron derrotados en las elecciones,tomó posesión como Presidente de la República el 27 defebrero del 1963.

Bosch dio inicio a una gestión gubernativa patrióti-ca, reformadora, de incuestionable honestidad adminis-trativa y de profundo reordenamiento económico y so-cial. Su gobierno fue derrocado por un golpe militar apo-yado por las fuerzas más conservadoras de la nación, es-timuladas y apoyadas desde el exterior. Menos de dosaños después, la insatisfacción generó el levantamientomilitar del 24 de abril de 1965, que tenía como objetivoel reestablecimiento del gobierno constitucional que Boschhabía presidido, y la vigencia de la Constitución que sugobierno había promulgado el 29 de abril de 1963, la másprogresista y liberal que ha conocido la República.

Impedido de regresar al poder por la intervenciónmilitar de los Estados Unidos, apoyado por la Organiza-ción de los Estados Americano (OEA), se vio obligado, porlas circunstancias, a participar en las elecciones realiza-das el 30 de mayo de 1966, bajo la dirección y el controlde las fuerzas interventoras. Bosch se marchó al exte-rior radicándose en España, donde realizó una extraor-dinaria labor literaria produciendo algunas de sus obras

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más importantes entre las cuales están: “Composiciónsocial dominicana”, “Breve historia de la oligarquía”, “DeCristóbal Colón a Fidel Castro”, “El Caribe, frontera im-perial” y numerosos artículos de diferentes géneros pu-blicados en revistas, periódicos y otras publicacionesdel país y del exterior.

Regresó a la República Dominicana en abril de 1970con la intención de reorganizar y modernizar al PRD.

Convirtiendo a sus miembros en militantes activos,estudiosos de la realidad histórica y social de su país;su proyecto no fue aceptado por la mayoría del PRD. Lasdiferencias y contradicciones entre Bosch y un sectorimportante de la dirección de ese partido lo llevó a aban-donar las filas de esa organización en noviembre de 1973y fundar el 15 de diciembre de ese año el Partido de laLiberación Dominicana (PLD).

Bajo su liderato y rectoría, el PLD se ha convertido enuna de las fuerzas políticas más importantes del país.Como organización patriótica y democrática tiene gana-do un incuestionable crédito en la República Dominica-na y en otros pueblos de América y el mundo.

Su relevante aporte a las letras nacionales y ameri-canas en la narrativa, novelas y ensayos lo han converti-do en una gloria literaria viviente, maestro de dos ge-neraciones de escritores, cuentistas, novelistas, ensayis-tas, periodistas e historiadores entre los cuales se distin-guen algunas de las más sobresalientes figuras del paísy de América Latina.

Su conducta patriótica, cívica, honesta, valiente y mi-litante, como gobernante y líder lo convierten en un sím-bolo de la dignidad nacional y en un ejemplo a seguir paralas generaciones presentes y futuras de la República Do-minicana.

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JUAN BOSCH, UN EJEMPLO

AYER murió Juan Bosch a los 92 años de edad. Muchaspersonas no oyeron nunca hablar de él, otras —con algu-nos años sobre sus espaldas— ya lo habían olvidado yhay quienes siempre lo recordaremos.

Bosch fue el primer presidente elegido democrática-mente en la República Dominicana, luego de la caída —en1961— del dictador Rafael Leónidas Trujillo. Dictadorque —como todos los dictadores de América latina— fue-ron prolijamente apoyados por los Estados Unidos, has-ta que dejaron de serles útiles.

Juan Bosch ejerció la presidencia sólo siete meses.Su limpia conducta, su vocación democrática y sus me-didas progresistas de gobierno no fueron toleradas pormucho tiempo por las familias adineradas de Santo Do-mingo y sus protectores de Washington. Sobrevino, comoera lógico por esos tiempos, un golpe de estado militar yun gobierno dócil a los intereses de las clases dominantes.

Por Miguel Ángel Ferrari*

* Programa Trascendental. LT8 Radio Rosario. Argentina, 2 denoviembre.

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Años después, en 1965, una rebelión popular consti-tucionalista con la participación de jóvenes oficiales delas Fuerzas Armadas, liderados por el coronel FranciscoAlberto Caamaño, enfrentó al gobierno de facto y el coro-nel Caamaño fue designado presidente provisional por elParlamento dominicano. El objetivo era devolverle la pre-sidencia a Juan Bosch.

Pero la pasividad —o mejor dicho, connivencia— pues-ta de manifiesto por los Estados Unidos en oportunidaddel golpe de estado que desalojó del poder a Bosch, setornó en protagonismo activo de Washington para opo-nerse a la voluntad popular de restituir al poder al legí-timo presidente.

Una vez más las cañoneras norteamericanas intervi-nieron en un país soberano. El entonces presidente de-mócrata —¡vaya el eufemismo!— Lyndon B. Johnson or-denó la entrada de 20.000 marines a la República Domi-nicana, previa convocatoria a integrar una alianza ame-ricana en defensa de la democracia y contra el comunis-mo. Varios países de Latinoamérica sumaron fuerzasmilitares a esa aventura intervencionista. La digna acti-tud del presidente argentino Umberto Íllia, impidió queArgentina se sumara a esa violación de la soberanía do-minicana. ¡Cuánta agua sucia ha pasado desde entoncesbajo los puentes!

Los marines controlaron la agitación popular, “paci-ficaron” a la república caribeña y dejaron una seguidillade gobiernos títeres y corruptos. El presidente consti-tucional Juan Bosch, por voluntad de los Estados Unidosno pudo retomar el cargo para el que fuera electo demo-cráticamente.

Juan Bosch será recordado no sólo por su valienteactitud política y por la fundación de dos partidos po-líticos, con programas transformadores, de los que ter-

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minó alejándose. Estos partidos luego albergaron hom-bres a quienes el ejercicio del gobierno y sus ambiciones—lamentablemente— los llevaron a traicionar sus prin-cipios éticos vaciándolos de contenido. El ex presidenteBosch, será también recordado como uno de los pensa-dores más fecundos de nuestra Latinoamérica y comouno de sus literatos más destacados.

El premio Nobel de Literatura Gabriel García Már-quez calificó como “monumental” su libro “De Cristóbala Fidel Castro”, escrito por Bosch a fines de la décadadel sesenta. Entre sus obras literarias más destacadasse cuentan “Oro y paz”, “Dos pesos de agua” y “Cuentosdel exilio”, además de decenas de ensayos sobre temassociales.

Juan Bosch fue uno de esos valientes presidentes la-tinoamericanos, como el guatemalteco Jacobo Arbenz oel chileno Salvador Allende, que por su honestidad deconducta y por sus objetivos sociales no fueron “funcio-nales” al modelo impuesto por los Estados Unidos paranuestro continente.

Su último discurso, cuando el golpe de estado ya es-taba en marcha, define a este gran dominicano: “Ni vi-vos ni muertos, ni en el poder ni en la calle se logrará denosotros que cambiemos nuestra conducta. Nos hemosopuesto y nos opondremos siempre a los privilegios, alrobo, a la persecución, a la tortura. Creemos en la liber-tad, en la dignidad y en el derecho del pueblo dominica-no a vivir y a desarrollar su democracia con libertadeshumanas pero también con justicia social”.

En esta época de falsas libertades perdurables y delíderes de cartón, debemos —más que nunca— cultivarla memoria de nuestros maestros. Juan Bosch es uno deellos.

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JUAN BOSCH, PILAR DE LA HISTORIA DOMINICANA*

EL GOBIERNO dominicano decretó tres días de duelo na-cional por la muerte del ex presidente de la república,Juan Bosch, quien falleció el jueves 1º de noviembre enSanto Domingo, a los 92 años.

Bosch fue el primer presidente electo democrática-mente en República Dominicana tras la caída de la dic-tadura de Rafael Trujillo en 1961. El ex gobernante fun-dó el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) en 1973,tras abandonar el Partido Revolucionario Dominicano(PRD) —de tendencia socialdemócrata— que también ayu-dó a crear en 1939.

Además de su prolongada carrera política, Juan Bosches también recordado como uno de los escritores domi-nicanos más prominentes del siglo XX.

Fue aficionado al periodismo y a la literatura desdesu juventud. En 1937, aprovechando un permiso del go-bierno de Trujillo para promocionar su obra literaria enPuerto Rico, decidió exiliarse en Cuba. Allí permaneció

*Fuente: chasque.net.

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19 años y desde su exilio colaboró en la fundación delPRD, opuesto a la dictadura de Trujillo. Fue recién con elasesinato de Trujillo, en 1961, que regresó a su país, ycomo candidato del PRD ganó las elecciones presidencia-les de 1962 —las primeras libres en 30 años— con unaabrumadora mayoría.

El golpe

La presidencia de Bosch fue breve: siete meses des-pués de que tomó posesión fue derrocado por un golpede estado, impulsado por Estados Unidos, que lo acusa-ba de comunista. Bosch huyó nuevamente al exilio, y unajunta cívica tomó el poder en República Dominicana.

En 1965, soldados leales al presidente derrocado rea-lizaron una rebelión para regresarlo al poder, pero Es-tados Unidos envió 20.000 soldados para frenar la insu-rrección.

El presidente estadounidense en ese momento, Lyn-don B. Johnson, ordenó la invasión por temor a que setratara de una revolución comunista, inspirada en Cuba.Las tropas de Washington ocuparon Santo Domingo porvarios meses, hasta que un gobierno provisional organi-zó elecciones presidenciales que dieron como ganador aJoaquín Balaguer, aliado de Estados Unidos y antiguocercano colaborador de Trujillo.

Balaguer, que cuenta actualmente con 95 años deedad, se convirtió desde entonces en el más enconadorival de Bosch durante décadas. Sin embargo, tras cono-cer la noticia del fallecimiento de quien compartió conél la historia dominicana reciente, el ex presidente Ba-laguer describió su muerte como “un duro golpe y unapérdida irreparable, no sólo para la República Domini-cana sino para todo América latina”.

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Carta al pueblo dominicanodespués del golpe de estado de 1963

El Presidente de la República DominicanaAl Pueblo Dominicano:

Ni vivos ni muertos, ni en el poder ni en la calle se lo-grará de nosotros que cambiemos nuestra conducta. Noshemos opuesto y nos opondremos siempre a los privile-gios, al robo, a la persecución, a la tortura.

Creemos en la libertad, en la dignidad y en el derechodel pueblo dominicano a vivir y a desarrollar su demo-cracia con libertades humanas pero también con justiciasocial.

En siete meses de gobierno no hemos derramado unagota de sangre ni hemos ordenado una tortura ni hemosaceptado que un centavo del pueblo fuera a parar a ma-nos de ladrones.

Hemos permitido toda clase de libertades y hemos to-lerado toda clase de insultos, porque la democracia debeser tolerante; pero no hemos tolerado persecuciones ni crí-menes ni torturas ni huelgas ilegales ni robos porque lademocracia respeta al ser humano y exige que se respeteel orden público y demanda honestidad.

Los hombres pueden caer, pero los principios no. No-sotros podemos caer, pero el pueblo no debe permitir quecaiga la dignidad democrática.

La democracia es un bien del pueblo y a él le toca de-fenderla. Mientras tanto, aquí estamos, dispuestos a se-guir la voluntad del pueblo.

JUAN BOSCH

Palacio Nacional, 26 de septiembre, 1963

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JUAN BOSCH, ESCRITOR DE LATINOAMÉRICA

ERAN las siete y media de la mañana del reciente prime-ro de noviembre en Santiago de Chile, cuando una sor-presiva llamada telefónica desde República Dominicananos daba cuenta que había fallecido Juan Bosch, patriar-ca de las letras latinoamericanas y ex Presidente de supaís. En sus noventa y dos años tuvo grandes amigos ytambién grandes enemigos, sobre todo en la política. Lamayoría de esos amigos los conoció en la promoción desus ideas y su pensamiento como exiliado del siniestrorégimen trujillista en Costa Rica, Cuba, Chile, Venezue-la y Puerto Rico. Entre esos amigos, cuya amistad con-servó siempre, están Carlos Prío Socarrás, Fidel Castro,Rómulo Betancourt y José Figueres. Con estos dos últi-mos formó el trípode que golpeó durante más de 25 añosa toda tiranía e intento de tiranía en Latinoamérica. Ensus empeños literarios conoció y estrechó amistad conGabriel García Márquez, Alejo Carpentier, Nicolás Gui-

Por Oscar Aguilera*

* El Siglo. 19 de noviembre del 2001.

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llén, Arturo Uslar Pietri y otros grandes pensadores yliteratos latinoamericanos y europeos.

La caja de maderacon tierra chilena

De su permanencia en Chile, Juan Bosch guardó unentrañable amor a nuestro país, que se acrecentó con losaños. En el otoño del presente 2001, en la Sociedad deEscritores de Chile recibíamos una petición extrañísimapara nuestros usos y costumbres, pero de un alto valorsimbólico. A través de la familia del anterior embajadordominicano, Alejandro González Pons, se nos pedía unacaja con tierra chilena. Bosch lo había solicitado así des-de su lecho de enfermo. Quería que en su tumba hubie-se tierra chilena. El encargo debió cumplirse con el ri-gor que exigía el insólito pedido. Escogimos una bella ysimple caja de madera que decoró la pintora Aura Ossescon dos hermosos dibujos y la frase “De Chile a JuanBosch”.

Un puñado de tierra fresca del Cerro Santa Lucía fuedepositado y sellado en la pequeña caja y enviado a larepública caribeña.

La Feria del Libro de SantoDomingo y Chile País de Honor

En abril nos correspondió asistir en representaciónde la Sociedad de Escritores de Chile a la Feria Inter-nacional del Libro de Santo Domingo. La delegación denuestro país era numerosa y estaba constituida en su ma-yor parte por editores y libreros. La mayor feria de li-bros del Caribe es una fiesta multitudinaria y nuestropaís era el invitado de honor. El jueves 26 de abril, por

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ejemplo, nos correspondió asistir a una lectura de los“Veinte Poemas de Amor”, de Neruda, realizada por vein-tiuna de las máximas autoridades políticas y sociales deRepública Dominicana, encabezadas por la Vicepresi-denta de la República.

La visita a la casa de Boschy doña Carmen

El ex embajador dominicano, Alejandro GonzálezPons, es un hombre de una cortesía extraordinaria. Enesa semana de la Feria Internacional, cuando nos pudi-mos comunicar, inmediatamente nos llevó a la casa deBosch. Doña Carmen Quidiello, su esposa, es una mujerinfinitamente dulce y vigorosa, que velaba resignada loslargos meses de agonía del gran escritor. Nos recibió conun gran cariño, recordando los momentos que ella vivióen Chile en su última visita. Pudimos ver en su habita-ción a ese hombre de noventa y dos años, que rigió losdestinos de su país y escribió para todos nosotros.

En los meses siguientes, la esposa del destacado inte-lectual y político dominicano, señaló a la prensa de SantoDomingo: “Don Juan está muy enfermo. Está en manosde Dios. Confío en que Dios me dé las fuerzas para acom-pañarlo hasta su última morada”. Sin embargo, con unafortaleza extraordinaria, da testimonio contra la violen-cia oficial que en los últimos meses había ocasionado 62muertos a manos de la Policía Nacional, a los que se su-man otros 15 muertos por militares en igual período. Unperiódico dominicano del 1º de octubre del 2001 señala:“Doña Carmen Quidiello de Bosch propuso ayer la for-mación de un movimiento de madres contra la violenciapara evitar que a gente joven y desamparada se le sigaaplicando la condena sumaria y calificó como un acto de

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lesa humanidad la muerte, a manos de policías, del jo-ven de 18 años Pedro Manuel Contreras”.

Bosch debió ir dos veces al exilio:en la dictadura que combatió y enla democracia que contribuyó a armar

Con palabras del periodista dominicano Leo Reyes,concluimos esta reseña de Bosch: “Dueño de una reciapersonalidad, la figura de Juan Bosch dominó el escena-rio político dominicano desde la caída de Rafael Leoni-das Trujillo. Ese rol lo compartió con Joaquín Balaguery su alumno José Francisco Peña Gómez. Controversial,peleador irresistible, quizás ha sido el líder que más fren-tes se abrió al mismo tiempo en su fecunda carrera po-lítica. Peleó con la Iglesia, con la prensa, con los norte-americanos, con los empresarios, con la derecha, con laizquierda, con los militares. Demócrata en la práctica,marxista en el método, Bosch, que tras la ‘Crisis de laDemocracia de América en República Dominicana’ pro-puso la ‘Dictadura con Respaldo Popular’, ha sido posi-blemente el dominicano que mayores aportes hizo a lademocracia en los difíciles y convulsos años de la déca-da del 60. Utilizó su lenguaje llano, directo y gráfico, elde un pedagogo charlista, para alfabetizar y educar po-líticamente a miles de dominicanos que escuchaban porla radio sus charlas con atención e interés.

”Bosch fue la escuela política para los dominicanoscon más de 30 años. Insertó al lenguaje político nacionallas palabras ‘tutumpote’ y los ‘hijos de Machepa’, abriólos ojos sobre la lucha de clases, sobre el origen de lasriquezas con tal magia que a poco los dominicanos esta-ban familiarizados con su mensaje. El autor de ‘CaminoReal’, una de sus más celebradas obras de cuentos, re-

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husó siempre escribir sus memorias por entender quenadie iba a repetir su vida, que su autobiografía no te-nía sentido y que su mejor historia eran sus libros. Or-ganizador de dos grandes partidos, excelente agitadorantitrujillista en el exilio, su vida discurrió entre la polí-tica y la literatura, entre la tribuna y la cuentística, entreel PRD y el PLD, dos hechuras suyas que subieron al poderen cinco períodos desde 1962 hasta la fecha”.

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UNA LECTURA OBLIGADA: BOSCH

UNO DE los más destacados defensores de la democraciade América Latina ha fallecido. “El Profesor” ya no es-tará presente, pero sus enseñanzas quedan compiladasen sus obras, en sus discursos, en sus entrevistas, en cadarecurso que la tecnología de casi un siglo puso a su dis-posición.

En la educación superior de la Republica Dominica-na su obra “Composición social dominicana” es lecturaobligada de todas las profesiones. La realidad descrita enella quizás sea una realidad globalizada que represente amuchos otros pueblos. Quizás pensemos que AméricaLatina ha fracasado porque en más de 500 años de vidacomo sociedad occidental los esquemas importados queimplementamos no permite que la mayoría disfrute de unnivel de vida la vida que podría considerarse “digno”.

Juan Bosch con lenguaje sencillo ha contado. Y quécuentos. Cuentos de verdad que se hacen historias. Cuen-tos de mentira que parecen de verdad. Sus cuentos son

“Es posible que algunos lectores lleguen al final de estelibro con la impresión de que el pueblo dominicano ha fraca-sado porque al acercarse a los quinientos años de vida comosociedad occidental no ha podido organizarse según los esque-mas de esa sociedad.

Eso sería una conclusión errónea, pues lo que ha fraca-sado no ha sido el pueblo dominicano; ha sido el sistema enque ha vivido”.

JUAN BOSCH

Composición Social Dominicana. Historiae interpretación. Un preámbulo necesario. 1970

Por Sahnya Shulterbrandt*

* Directora de Publicación y Desarrollo – Revista Interforum.

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considerados de lo mejor de la cuentística hispana y“han sido traducidos” ha muchos otros idiomas. Su edu-cación se la dio la sabiduría popular de su propio país yde otros tantos en lo que vivió y a los que visito con fre-cuencia. Pero el amargo trago del exilio no se hizo másdulce ni por la lucha en la que se había embarcado paraderrocar la dictadura, ni por las letras que después seconvirtieron en maravillosos libros, delicia y disfrute cos-tumbrista del lector de todas las latitudes. Este trago esel que toca a todo aquel que quiere decir algo y no tienetapujos para callar ni por amenazas, ni por cárcel, ni porninguna razón que quebrante su propia moral.

Después, cuando fue elegido Presidente, “su comu-nismo popular” le llevó a ser derrocado en menos de sie-te meses. Su gobierno por el pueblo y para el pueblo qui-zás fue un concepto demasiado avanzado para los mili-tares posdictadura y para otros sectores de la sociedad(dominicana). Quizás se sintieron inseguros de perder loque “se habían ganado” en 30 años de dictadura.

Como líder político debió conformarse con el papelde la oposición. Bosch fue el eterno rival en la oposición.Juego a veces fácil, otras menos fácil, especialmente cuan-do se hacen con ética y conciencia popular.

Ya en el exilio había fundado, junto a otros héroes,el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), ahora en elpoder. Con ellos había alcanzado la Presidencia de la Re-pública. Pero, como posteriormente harían otros tantoslideres valiosos de ese partido, Bosch decidió abando-nar su casa, el PRD, y formar un nuevo partido que aco-giera su perfil de hombre sencillo y humilde que comotal daba prioridad al ser humano y los valores sociales.Así nació el Partido de la Liberación Dominicana (PLD).

El PLD representó el concepto más objetivo de la ex-presión “Partido Político” epistemológicamente hablan-

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do. Cumplió las conceptualizaciones de Maurice Duver-ger y de otros tantos cientistas y politólogos. O quizáshaya sido la inspiración del Manual del Perfecto Idiota.No lo sé. No era de mi generación. No tenia mi sexo. Nolo puedo entender.

Al analizar tres décadas de historia política en Re-pública Dominicana los capítulos de sus grandes líderesya se cierran:

Peña Gómez, gran líder reconocido internacional-mente por su carisma y por su lucha falleció víctima desu propia campaña en el proceso electoral de 1998. Sulucha también fue contra la xenofobia y el racismo. Ex-celente internacionalista y hombre entregado.

Juan Bosch, cuentista, ensayista, político, gente.Queda apenas una página en blanco.Invitamos a todos los interesados en conocer la san-

gre que corre por las venas de América Latina a leer laobra del Profesor Bosch. En obras como “La mancha in-deleble” realmente están abiertas estas venas. Por lomenos es el último homenaje que le podemos hacer.

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ENTREVISTA CON BONAPARTE GAUTREAUX PIÑEYRO*

BONAPARTE Gautreaux Piñeyro: Originalmente ustedbuscó la forma de comunicarse con los demás a través deartes que no eran precisamente la literatura. ¿Podría ex-plicar por qué se hizo escritor?

Juan Bosch: Bueno. fíjate, probablemente, yo tuveuna influencia del ambiente familiar. Primero, mi padre.Mi padre era un albañil, cuando vino al país —era un al-bañil catalán—. Un albañil catalán en La Vega era casiun arquitecto, un constructor. Y mi padre leía a José Ma-riano de Larra, a don Juan de Valera. Mi padre escribiócosas, no muchas cosas, pero las publicó en un periódicoque se llamaba El Progreso, en La Vega —no con su nom-bre—. Mi padre era prácticamente un analfabeto. A pe-sar de todo eso, no hizo estudio alguno. Aprendió a leery escribir nada más. El español lo hablaba con muchoacento catalán.

* Entrevista publicada en el suplemento Cultura del periódico ElNacional de ¡Ahora!

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Mi abuelo materno, el padre de mi madre, era galle-go, don Juan Gaviño. Era un hombre ya de una cultura,de un nivel bastante alto. Tanto, que yo pensé siempreque él había sido seminarista porque no me explicaba deotra manera la cultura de Papá Juan. En España las fa-milias pobres no podían darle cultura a sus hijos en aque-lla época, en el siglo pasado. Y Papá Juan era de una al-dea que se llamaba San Lorenzo del Río Niño. En esa al-dea él no podía tener cultura. Además, su familia erauna familia de pescadores y generalmente el pescadoreuropeo es un trabajador que hace trabajo duro, fuerte,no le permite dedicar el tiempo al aprendizaje de nadaque pueda parecer cultura...

BGP: Pero a mí me han dicho que don Juan Gaviñotenía una biblioteca muy buena.

JB: Papá Juan tenía buena biblioteca, pero ademásél era aun persona culta. En la casa de Papá Juan leí yoEl infierno de Dante, Orlando el Furioso, Los doce paresde Francia, El Mío Cid, poetas modernos para la época,como Espronceda, por ejemplo.

También allí se tenían los libros de Núñez de Arce.Papá Juan recibía una revista que se llamaba Barcelona(o Cataluña) Gráfica (no recuerdo bien si era Gráfica oIlustrada) y otra revista que era en blanco y negro —esaera de Madrid—. De manera que en mi casa se hablabade esos temas literarios, se discutían esas cosas, se reci-taban versos.

Cuando Francisco Villaespesa llegó a La Vega, salióuna multitud a recibirlo en un arco de triunfo que le hi-cieron a la entrada del pueblo. Él dio un recital en el tea-tro La Progresista y a ese recital fue mi padre, mi madre—fuimos todos: fueron mi padre, mi madre, mi hermanoPepito y yo—. Fuimos y recuerdo que mi padre le llevóun ramo de flores que formaban la bandera española: flo-

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res amarillas y flores rojas, y una tarjeta en la que le es-cribió por lo menos una estrofa de cuatro versos.

El bautizo del hijo de Villaespesa (que estaba reciénnacido, había nacido aquí en la capital [Santo Domingo]),fue hecho en la casa de mi abuelo, frente al Santo Cerro.Fue mi abuelo quien celebró el bautizo, llevando a la gen-te más culta, más distinguida de La Vega, a estar allí conel poeta y con su mujer y su hijo. Eso fue un aconteci-miento cultural en La Vega, y esos libros yo los leía. Peroademás, sucedía que allí en La Vega se vendían unos li-britos muy pequeñitos —no eran libritos, les llamába-mos libritos; pero eran en realidad unos folletitos queeditaba en Barcelona un editor llamado Calleja—. Se lla-maban Cuentos de Calleja. Eran cuentos para niños. Va-lían yo no recuerdo si eran cinco o diez centavos, proba-blemente eran diez centavos. Yo tan pronto reunía diezcentavos iba y me compraba un librito de esos —erancuentos—. Y pienso que ese ambiente y esos cuentosejercieron alguna influencia para que, cuando yo no pudedesarrollar mi manera de expresarme a través de lo queyo quería (que era la escultura o la pintura, pero funda-mentalmente la escultura), entonces me desvié hacia elcuento. Eso, por una parte. Por otra parte, ahora me heenterado, leyendo un libro sobre mis cuentos que ha es-crito una joven profesora puertorriqueña, que vive enNueva York, me he enterado de que hay leyes que rigenese género. Y que esas leyes las siguen todos los cuen-tistas aun sin conocerlas, por ejemplo yo no las conocía.Y ella pone el ejemplo de esas leyes aplicadas en variosde mis cuentos. Quiere decir que aplicaba esas leyes sinsaberlo.

Es muy posible que en realidad la capacidad artísti-ca resida en alguna conformación especial, en algún agru-pamiento de las células cerebrales, de alguna parte del

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cerebro y que esas células, ese grupo, esa familia de cé-lulas pueda desarrollarse para cualquiera de las artes,porque si no no se explicaría el caso de los pintores y delos músicos.

Generalmente, los grandes músicos se forman en sumás tierna infancia, sobre todo si son hijos de músicos.Entonces, ¿por qué adquieren ese don de expresión musi-cal? Porque tienen una inclinación biológica en las célu-las cerebrales y una educación indirecta impuesta por elambiente: oyen música a todas horas. Eso es lo que ex-plica, a mi juicio, el hecho de que hayan sido tan abun-dante los músicos precoces y los pintores precoces tam-bién.

Y, naturalmente, en la literatura se necesita adqui-rir una cantidad de técnicas que hacen más difícil el desa-rrollo de la capacidad literaria. El pintor se maneja di-rectamente, puede ser viejo o joven, o lo que sea, o em-pezar su carrera viejo, siendo ya un adulto; pero se ma-neja directamente con los colores, los aplica, no necesitaque se los enseñe nadie. Naturalmente, si alguien ense-ña a combinar esos colores, mejor todavía; pero puedeser pintor sin que lo enseñe. Y los músicos: un niño pue-de tocar un piano y tocar un violín y tocar una flauta, ytocar una mandolina sin que se la enseñen, y despuésaprende música.

BGP: Un grupo de intelectuales franceses sostuvo unadiscusión que produjo un libro titulado ¿Para qué sirve laliteratura? Entre ellos estaban Jean Paul Sartre y Simo-ne de Beauvoir. La conclusión a la que llegaron fue prácti-camente de que la literatura no servía para nada. ¿Cuáles su opinión?

JB: Mi opinión es que la literatura, lo mismo si esuna literatura del género de cuentos que el de novela oel de poesía, es una necesidad del género humano. Por-

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que despierta, y satisface a la vez, vivencias de millonesy millones y millones de personas que, a través de uncuento, a través de una novela, a través de un poema,viven una vida diferente a la suya. En el caso de los re-latos, eso puede ser muy amplio. Una persona puedeleer una novela en la que los personajes, los actores son,digamos, habitantes del polo, son esquimales, y la perso-na que va leyendo esa novela vive la vida de un esqui-mal a través de ella.

BGP: De la respuesta que usted da se pudiera cole-gir que es un modo de escaparse de la realidad.

JB: No, no, no, no, no de escaparse a la realidad. No,es de vivir una vida más. Es de vivir con mayor intensi-dad su propia vida. Sobre todo en el caso de las personasque, por su trabajo o por la posición que ocupan en la es-cala social, están obligados a mantener una vida monóto-na. No es escape: es vivir con más intensidad. En el casode la poesía, por ejemplo, a mí la poesía me afecta tre-mendamente. Cuando yo leo un poema de Pedro Mir ode Nicolás Guillén o de Pablo Neruda, por ejemplo (parano mencionar otros), yo no me estoy escapando de la rea-lidad: vivo con gran intensidad la emoción que me des-pierta un hermoso poema. Y la vivo con tanta intensi-dad que yo no perdono la muerte de Neruda, por ejem-plo, como no voy a perdonar la de Nicolás Guillén ni per-donaré la de Pedro Mir —si es que él muere antes queyo—. Diríamos no la perdonaría, a pesar de que yo sé quetodo lo que vive muere. Tiene que morir, pero me pareceque es como si me sustrajeran, me robaran, un tesoro quees mío, al quitarle la vida a un poeta.

BGP: Se pudiera decir entonces, que el papel del es-critor (es algo que me preocupa conocer su opinión sobreel papel del escritor), es hacer que los otros vivan más in-tensamente la vida.

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JB: Claro.BGP: ¿Usted cree que el escritor, además, debe o no

debe tratar de influir sobre los demás con sus ideas?JB: Sí. Ese es el caso del escritor que tiene posicio-

nes políticas, conceptos filosóficos; pero los ha habidoque no los han tenido y sin embargo pues diríamos queproducen emoción, cargas de emociones en sus lectores.Ese es el caso, por ejemplo, de Sherwood Anderson. EnSherwood Anderson no hay una posición política, unaposición social; pero sus cuentos producen emociones.Ahora bien, yo prefiero al escritor comprometido.

BGP: Ahora que dice eso, una pregunta: ¿cuál creeusted que es el papel del escritor en los países subdesa-rrollados, en esos países llamados del tercer mundo?

JB: Bueno, yo iba a decir eso, no refriéndome con-cretamente a los de tercer mundo; pero ahora sí me re-feriré. Yo prefiero al escritor comprometido, pero com-prometido con la causa buena, y la causa buena es la lu-cha por la liberación de los pueblos, por la liberación delos hombres. La causa buena es la que señala un rumbo,un camino hacia el futuro, un camino hacia el mayor bien-estar de la humanidad, no de una minoría que viva a ex-pensas el resto de la humanidad, sino de la humanidadcompleta. El escritor debe tener una conciencia bien cla-ra de que el mundo mejor sería el mundo donde todos pu-dieran ser escritores y pintores y músicos y bailarines ycantantes. Es decir, el mundo donde las facultades hu-manas, las mejores facultades humanas, se expresaranson mayor intensidad y mayor brillo.

BGP: Actualmente en la República Dominicana sepublica una gran cantidad de libros si se compara con lacantidad de finales de la década del 60. En los últimosdiez años se publicaron todos los años muchos libros, en-tre ellos lo que parece un florecimiento de la literatura de

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creación. ¿Qué opinión le merece el estado actual de la na-rrativa dominicana comparándola sobre todo con la épo-ca en que usted era joven y escribía y hacía literatura?

JB: Bueno, está mucho más desarrollada ahora la li-teratura dominicana. Pero en comparación con la litera-tura de otros países latinoamericanos estamos bastanteatrasados. ¿Qué es lo que ha ocurrido? Ahora ha apare-cido un mercado comprador de literatura en la Repúbli-ca Dominicana. Así como hay un mercado comprador deliteratura escolar de libros de enseñanza muy amplio,pero el de literatura propiamente dicha es menor. Sinembargo, hay ahora un mercado, el autor puede vendersus libros y algunos autores pueden vivir de sus libros y,naturalmente, eso estimula a los que tienen la vocaciónliteraria a dedicarse a hacer su obra; pero nosotros te-nemos por delante una situación de crisis para la litera-tura. ¿Qué es lo que quiero decir con esto? Lo que quie-ro decir es que en la República Dominicana no se estáenseñando la lengua y, naturalmente, en un país dondela lengua no se enseña llegará un momento en que difí-cilmente habrá escritores porque la lengua es la mate-ria prima del escritor y la lengua es lengua si se conocey para conocerla hay que estudiarla, para estudiarla hayque aprenderla, para aprenderla hay que tener a quien—o quienes— la enseñen. Yo creo que aquí a fin de siglosi no se remedia esta situación, nosotros nos vamos a en-contrar con una verdadera crisis de escritores, una faltade escritores dominicanos.

BGP: Preferí esperar que usted terminara porque tra-tó dos temas muy importantes de los que me había habla-do en ocasiones anteriores. Usted se refirió a que la lite-ratura dominicana actual está atrasada en comparacióncon otras literaturas, con literaturas de otros países deAmérica Latina ¿a qué atribuye usted ese atraso?

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JB: Entre otras cosas, precisamente, a la decaden-cia de la enseñanza de la lengua en nuestro país. Porquehay que darse cuenta leyendo a Gabriel García Márquezy a Julio Cortázar, por ejemplo, para no mencionar másque a dos escritores del llamado boom latinoamericano,cómo dominan estos dos escritores su lengua. Ese últi-mo libro de García Márquez que yo leí en “maquinuscri-to” porque era en maquinilla, lo leí en Cuba porque elautor me lo llevó.

En ese libro hay un dominio de la lengua española,un verdadero dominio, un maestro de la lengua. Y de JulioCortázar hay cuentos enteros que descansan exclusiva-mente en el poder de expresión, en el uso mágico de lapalabra, y aquí estamos haciendo lo contrario. Y a talextremo llega eso que hace pocos meses les pedí a PedroMir y a Virgilio Díaz Grullón, que formaran juntos conmi-go un pequeño comité para pedir dinero y enviar a Espa-ña a un escritor dominicano que a mi juicio tiene unascondiciones excelentes de cuentista pero que la falta dedominio del idioma le impide dar de sí todo lo que pue-de y yo creo que ese escritor una vez que domine la len-gua va a darle días de gloria a la República Dominicana.Pero tiene que aprender la lengua porque, como dije, sinel dominio de la lengua no se puede ser escritor. Y conse-guimos bastante ayuda y lo enviamos a España y él pocosmeses después de haber llegado a España me escribiódiciéndome que yo tenía razón, que se había dado cuen-ta ahora leyendo los periódicos españoles y las revistasespañolas y oyendo hablar a los españoles en las callesde Madrid, de todo lo que él le faltaba para dominar lalengua.

BGP: No le parece a usted, don Juan, que esa falta,esa carencia de buenos maestros y de una filosofía de ense-

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ñanza del idioma obedece a planes de aumentar la de-pendencia?

JB: Originalmente, según los datos que yo tengo amano, de lo que se trató fue de desmantelar la escuelahostosiana. Hostos se preocupaba mucho de que la es-cuela descansara desde el primero, segundo, tercero,cuarto de primaria del buen conocimiento de la lengua yde la aritmética, no de las matemáticas, sino de la arit-mética.

Y él tenía razón, porque es a través de la lenguacomo uno recibe los conocimientos y a través de la len-gua los transmite, sea la lengua hablada o sea la lenguaescrita y es a través de la aritmética como el niño se ha-bitúa a hacer abstracciones. Y sin hacer abstraccionesno se pueden hacer juicios de valores correctos. Enton-ces la escuela de Hostos fue desmantelada en la Repú-blica Dominicana, a solicitud de María Martínez, la se-ñora de Trujillo y de Ramfis, quienes lo hicieron a su veza petición de unos sacerdotes españoles que querían in-troducir en la escuela lecciones de historia religiosa yde no sé qué otra cosa. A partir de ahí comenzó el dete-rioro de la enseñanza de la lengua en nuestro país y esedeterioro es creciente.

Va aumentando día por día. Ya hoy hay periodistasque escriben, por ejemplo, mal de fondo, es decir, la locu-ción mar de fondo la han convertido en mal de fondo, locual quiere decir una cosa completamente diferente delo que quiere decir mar de fondo, mar de fondo quieredecir un problema que surge desde el fondo del mar. Esemovimiento de las olas que se transmite desde el fondodel mar hacia la superficie, mal de fondo pues es otracosa, es una enfermedad, es algo de eso, pero es algo dis-tinto. Parece mentira pero una letra que se cambie enuna palabra acaba cambiando el concepto completo de

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una locución. Y tomo ese ejemplo, pero hay tantos y tan-tos. Por ejemplo, ya la gente aquí le atribuye a la locu-ción dar al traste un sentido totalmente opuesto al quetiene en la lengua española y al que tenía en la época enque estudié yo. Aquí dar al traste es lo contrario de loque quiere decir dar al traste. Y se pierde una cantidadde voces que ya no se conocen. Recuerdo el caso porejemplo, cuando volví a la República Dominicana encon-tré, esto lo he referido muchas veces, que nadie usaba lapalabra alharaca que era tan común cuando yo me fui deaquí, tan común en el habla del pueblo, no era una pala-bra de la lengua culta sino de la gente del pueblo y haytantas voces perdiéndose. Estamos perdiendo el domi-nio de la lengua. Ahora contribuye también esa pérdidala dislocación que introduce en la lengua española la len-gua inglesa, que es una lengua dominante. La que ha-blan los norteamericanos que nos transmiten a travésde todo lo que ellos producen, de la televisión, de la ra-dio, de la electrónica, de los automóviles, de los camio-nes, la gente dice station wagon en vez de decir camio-neta, voces así como esas.

BGP: En otras oportunidades a usted se le ha pregun-tado si no va a hacer más literatura.

JB: Yo vivo escribiendo todos los días. Lo que ocu-rre es que no puedo escribir literatura de ficción ahora.No puedo, porque con lo que yo estoy bregando ahora escon gente, con seres humanos, con hombres y natural-mente, así como en la guerra hay que usar la palabrapara dar las voces de mando, para educar a los soldadosen el arte de combatir, así en política se necesita la pala-bra también, hay que escribir constantemente, pero no sepuede escribir ficción, hay que escribir otras cosas, lascosas que atan a la política misma: comentarios, sociolo-gía, historia, y a eso es a lo que yo estoy dedicado.

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Naturalmente que yo escribía ficción probablementecomo una manera de usar la palabra en un campo que noera el que yo propiamente buscaba, porque primero es-taba dentro del país y no podía escribir lo que estoy es-cribiendo ahora de política, entonces no se podía escri-bir de política si no era de Trujillo. En el extranjero loque escribía de política dominicana estaba muy limitadoporque el público que leía eso era un público también pe-queño, limitado, eran los exiliados, no estaba presenteel pueblo dominicano. He descubierto al cabo de los añosque mi verdadera vocación era la política.

BGP: Supe que se le perdió un libro escrito por ustedtitulado Poker de espanto en el Caribe y luego apareció.

JB: A mí se me perdieron dos libros: uno que apare-ció, que fue Poker de espanto en El Caribe, que apareciópero después no sé, los originales de ese libro no sé loque se hicieron, apareció aquí, en esta casa. Los encon-tró, entre viejos papeles míos, mi hermana Angelita, melos mandó aquí a esta casa pero en esta casa desapare-ció. Ese fue escrito en el exilio. Pero se me perdió un li-bro de cuentos que se llamaba Callejón Pontón. En unaocasión en que tuve que viajar dejé esos cuentos en unespecie de biblioteca que yo tenía, mi familia, doña Car-men y Patricio estaban en Costa Rica, todavía no habíanacido Barbarita, entonces yo tuve que viajar a CostaRica; Guatemala, estuve dos o tres meses de viaje y cuan-do volví me habían sustraído todos los papeles míos en-tre ellos ese libro de cuentos. Se llevaron un archivo conmucha documentación.

A partir de ese momento yo he tenido el hábito detodo lo que escribo hacerlo en original y con copia, en-tonces no lo hacía más que en original. Se llamaba Ca-llejón Pontón, porque así se llamaba el primer cuento deese libro. No pude rehacer ningún cuento.

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BGP: ¿Qué consejos usted le da a las nuevas genera-ciones de escritores o a la gente que tiene vocación o creeque tiene vocación y no encuentra el camino de desarro-llarla?

JB: Lo primero que les diré a esos posible escritoreses que se esfuercen en aprender a escribir y a hablar co-rrectamente su lengua. A hablarla correctamente, por-que hablarla correctamente ayuda mucho para escribir-la y escribirla correctamente es indispensable para unescritor. No quiero decir con esto que cuando tenga quehablar un personaje del pueblo campesino, trabajador,haya que poner en su boca palabras que él no usa, de lalengua culta, no, no, que se pongan las palabras que élusa, pero no las palabras que él usa mal usadas, que nose ponga a un hombre del pueblo a decir dar al trastecon el sentido que se le está dando aquí. Además, si unhombre del pueblo dice dar al traste, que creo difícil quelo diga, pues entonces ponerlo de tal manera que se apli-que correctamente. Pero hay que dominar la lengua por-que repito, la lengua es la materia prima del escritor.Así como el sonido es la materia prima del músico y elcolor es la materia prima del pintor y el mármol o el barroo la madera, son la materia prima del escultor, si el es-cultor tiene un mármol malo para trabajar no podrá ha-cer su obra, si el pintor tiene colores malos, si están con-fundidos, el amarillo no es amarillo sino que es de colorde barro y si el negro no es negro sino del color del oro,el pintor no podrá pintar. Así el escritor que no dominasu lengua no podrá ser un buen escritor, incluso si quie-re renovarla con el uso. Además, que lea a los buenos es-critores y no solamente a los de este momento, sino quelea también a los maestros, a los viejos escritores, si sonextranjeros que los busque bien traducidos. Si es de tea-tro que busque las obras de Shakespeare mejor traduci-

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das al español, si lo que quiere es escribir novelas tieneque leer a Dostoievski que lo lea en buenas traduccio-nes, pero que se lea a los grandes escritores antiguos,modernos y actuales y lo mismo a los poetas.

BGP: ¿Usted cree que sus obras de ficción cumplie-ron con el papel que entiende debe desempeñar un escri-tor?

JB: A mí me parece que sí, por lo menos en algunoscuentos. Si no toda mi obra de escritor hay algunos cuen-tos que sí han cumplido su papel, por lo menos el que yoquise atribuirles.

BGP: ¿Cuál fue el papel que usted quiso atribuirles?JB: El de que enseñaran al lector que en el mundo

hay gente que sufre, que en el mundo hay gente pobre,que en el mundo hay gente que siente, que en el mundohay gente que lucha, que la vida no es un concierto desatisfacciones y de placeres.

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LITERATURA Y POLÍTICA EN LA FIGURA DE JUAN BOSCH

GARCÍA Cuevas, Eugenio. Juan Bosch: novela, historia ysociedad. San Juan, PR: Isla Negra, 1995. 230 págs.

Toda creación cultural debe entenderse y explicarseen el contexto amplio de la vida histórica y social de lospueblos. La arena de la política constituye, dentro de esecontexto, el terreno inmediato sobre el cual se llevan acabo las luchas que redundarán en la creación de los pue-blos y de su producción cultural.

La figura del doctor Juan Bosch encarna un vivo yclaro ejemplo de la estrecha conexión entre literatura ypolítica. En la obra que nos ocupa, merecedora del Pre-mio Anual de Literatura (1996) de Santo Domingo en elgénero de ensayo, Eugenio de J. García Cuevas, críticoliterario dominicano radicado en Puerto Rico, se lanza ala tarea de examinar esta relación concentrando su aten-

Por Joaquín M. Jiménez Ferrer*

*Puertorriqueño. Posee una Maestría en Filosofía de la UPR. Es pro-fesor de Filosofía y Humanidades en el Universidad de Puerto Rico enHumacao.

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ción en el estudio de la obra, La Mañosa (novela de lasrevoluciones), publicada por Bosch en el año de 1936.

El autor está firmemente convencido de que leer oinvestigar una obra literaria sin tomar como fundamen-to lo que sucede dentro del ámbito social, político y eco-nómico, constituye un acercamiento muy pobre y parcialque le resta validez al examen de la misma. Por eso nosplantea que cualquier intento de explicar la producciónintelectual de Juan Bosch debe tomar en cuenta el de-venir histórico, político y social de la República Domi-nicana, del Caribe y de Hispanoamérica, en el marco dela historia universal. García Cuevas recalca que aun enla primera etapa creativa de Bosch, en la que su empeñoconsciente se dirigía sólo a las letras, su escritura nopudo escapar de la política. De ahí que se comprometa arealizar un estudio de conjunto, sin separar un ámbitodel otro.

Para llevar a cabo la tarea propuesta, el autor dividesu obra en seis capítulos, tres apéndices y una bibliogra-fía. En el primer capítulo, se ofrece una visión generaldel contexto histórico, político e intelectual en que seescribió y publicó La mañosa. El segundo presenta elpanorama literario de la República Dominicana entre1912 y 1936, y el lugar de Juan Bosch dentro del mismo.El tercer capítulo pinta el cuadro de la trayectoria evo-lutiva del pensamiento político y literario de Bosch. Conello, el autor pretende abrir el camino y sentar las basespara futuras investigaciones que tomen como norte lacorrelación entre literatura y praxis política. El cuartocapítulo considera las ediciones que se han hecho de lanovela en cuestión y la crítica de que ha sido objeto. Elquinto capítulo se dedica propiamente al estudio de Lamañosa. El autor examina cada uno de los veinte capí-tulos de la obra, mostrando cómo se presenta y se refle-

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ja en ésta la visión de mundo de la pequeña burguesíacon sus correspondientes percepciones sociales, econó-micas y políticas. El sexto y último capítulo traza la es-tructuración de esa visión de mundo en la historia do-minicana.

Los primeros dos apéndices cumplen la función depresentarnos una esquematización del texto, mediantesu reducción a breves unidades narrativas, discursivasy descriptivas. Por su parte, el tercer apéndice nos pro-porciona un breve cuadro general sobre la figura del cau-dillo en la historia dominicana, desde mediados del si-glo XIX hasta el advenimiento de la dictadura de RafaelLeónidas Trujillo.

La extensa bibliografía contiene, en primer lugar, lasobras de Bosch, dividiéndolas en novelas, cuentos, ensa-yos, artículos, prólogos y folletos. En segundo lugar, sepresentan las críticas a la obra de Bosch y las entrevis-tas que se le han realizado. Por último, se incluyen obrassobre la historia, la política, la economía y la literatura,tanto de la República Dominicana, como de América ydel mundo.

García Cuevas clasifica la obra literaria de Juan Boschde la siguiente forma: 1. Obras de ficción: poemas de ju-ventud, cuentos y novelas. 2. Estudios sociohistóricos:ensayos sociológicos, históricos y económicos. 3. Biogra-fías: Eugenio María de Hostos, Simón Bolívar, MáximoGómez, Pedro Santana, etc. 4. Ensayos políticos y teóri-cos: escritos sobre teoría y práctica política. 5. Testimo-nios y crónicas: notas sobre viajes y vivencias persona-les. 6. Propaganda política: escritos con fines proselitis-tas. 7. Escritos coyunturales: artículos aparecidos en pe-riódicos y revistas, principalmente, donde polemiza uopina sobre acontecimientos coyunturales inmediatos.

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8. Obras teológicas: escritos sobres personajes bíblicoscomo Judas y David.

Para adentrarnos en el cuerpo de la obra de GarcíaCuevas, prestaremos atención a su descripción y expli-cación de la evolución política y literaria del autor deLa mañosa.

El autor divide la trayectoria literaria y política deBosch en cuatro etapas. La primera etapa transcurre des-de 1929 hasta 1938. Como antecedente de la misma, hayque señalar que la invasión militar norteamericana de1916 sirvió de telón de fondo a su niñez y despertó en élcierto sentido nacionalista y patriótico. Haber visto ba-jar de los edificios públicos la bandera dominicana paraizar la bandera de los Estados Unidos de Norteamérica,provocó una fuerte impresión en el niño de apenas sieteaños de edad. Los frecuentes viajes por las zonas agríco-las del país despertaron en el niño admiración por la gen-te del campo. Es así como a la edad de ocho años comien-za a escribir y a ilustrar sus primeros cuentos.

En 1929, contando solamente con veinte años de edad,dejó registrado su temor de que los intentos reeleccio-nistas de Horacio Vásquez desembocaran en un golpede Estado. Bosch sospechaba que el panorama políticodel país era favorable para que emergiera un dictador.El artículo, publicado en el periódico El Mundo del 16de septiembre de 1929, es indicativo de la temprana sen-sibilidad política de éste. En el 1933, en plena dictaduratrujillista, publica Camino Real, libro que de acuerdo convarios críticos, inicia el cuento moderno en la RepúblicaDominicana. En ese texto hay un cuestionamiento im-plícito de las condiciones de vida de los campesinosbajo la dictadura trujillista.

Su segundo libro, Indios, apuntes históricos y leyen-das (1935), es un ensayo acompañado de tres leyendas

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sobre la vida de los aborígenes antes de la llegada de losespañoles. García Cuevas advierte que algunos historia-dores de la literatura han catalogado incorrectamenteeste libro como uno de cuentos. El texto de esta obra estárevestido de gran lirismo metafórico. El autor piensa quela situación tensa ante el régimen trujillista es el moti-vo por el cual Bosch abandona el tema campesino en1935 y escribe sobre un tema que puede parecer un in-tento de evasión. Recuperar el pasado indígena y pre-sentarlo como una utopía era subvertir el estado de co-sas de la dictadura.

Con la publicación de La mañosa en 1936 y su salidadel país en enero de 1938, se cierra la primera etapa deJuan Bosch. En esta novela se recrea el pasado caudi-llista previo a 1930, el cual constituye la raíz histórica dela dictadura trujillista. Para salir del país en 1938, Boschse vale de la excusa de que debía llevar a su esposa aPuerto Rico a recibir tratamiento médico. El tirano lodejó salir, porque ocupaba un cargo en el Departamentode Estadística y, además, le había ofrecido el puesto deDiputado en el Congreso. El dictador pensó que Boschno rechazaría tal ofrecimiento. Cuando Bosch sale delpaís, se enfrenta a la disyuntiva de dedicarse a la litera-tura o a la política, pero Eugenio María de Hostos (1839-1903) le brindaría las claves para ocuparse de la políticasin abandonar la literatura.

La segunda etapa de la trayectoria de Bosch se ex-tiende desde 1939 hasta 1962. En el exilio entró en con-tacto directo con la obra de Hostos, conjugó su oficio deescritor con la actividad política, se convirtió en uno delos dirigentes más importantes de la resistencia antitru-jillista en el exilio, y recorrió varios países latinoameri-canos. Tras el asesinato de Trujillo en 1961, Bosch re-gresó a la República Dominicana y ganó las elecciones

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de 1962, como candidato del Partido Revolucionario Do-minicano que él había fundado en 1939.

Su encuentro con el pensamiento de Hostos, llevaráa Bosch a adoptar un idealismo moral que se traduciráen la lucha por liberar a su país de la dictadura que looprimía. Según Bosch, el ascenso de Franco en Españay el inicio de la Segunda Guerra Mundial fueron acon-tecimientos decisivos para que él decidiera unirse a laoposición antitrujillista en el exilio.

De su descubrimiento de Hostos, nacen dos libros:Mujeres en la vida de Hostos (1938 y 1988) y Hostos, elsembrador (1939 y 1976). Además de sus ensayos, publi-có en 1941 los cuentos: El socio, Dos pesos de agua, El ríoy su enemigo y Luis Pie. En el 1947, publicó Ocho cuen-tos. En 1955, en Chile, aparecen Judas Iscariote, el ca-lumniado, La muchacha de la guaira y Cuba, la isla fas-cinante. Cuento de Navidad es de 1956. En el 1958 publicóen Venezuela sus ensayos El arte de escribir cuentos. Tru-jillo, causas de una tiranía sin ejemplos, data de 1959. En1960 publica su famoso cuento La mancha indeleble yBolívar, biografía para escolares. En 1962, año de su triun-fo electoral, recopiló sus cuentos, para los lectores do-minicanos que desconocían su obra, en los volúmenes:Cuentos escritos en el exilio y Más cuentos escritos en elexilio.

Para Juan Bosch, la llegada a la presidencia de su paíssignificó la posibilidad real de iniciar el proyecto liberalque se remontaba al ideal de los trinitarios de 1844, losrestauradores de 1865, los nacionalistas de principio desiglo y de los antitrujillistas del exilio. Desde el poder,creyó que por fin su país podría encarrilarse por el ca-mino de la democracia representativa y liberal. Pensóque era posible la revolución pacífica por medio de laeducación que Hostos había predicado. Su esquema men-

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tal se desplomó cuando el 25 de septiembre de 1963 fuederrocado por un sector de las fuerzas armadas domini-canas, la oligarquía y la colaboración del Pentágono nor-teamericano.

A raíz de lo anterior, García Cuevas describe la terce-ra etapa de la trayectoria de Bosch como una de desilu-sión y de búsqueda. Esta etapa comienza en 1963 y finali-za en 1966. La crisis en que había entrado el pensamien-to de Bosch tras el golpe de 1963 se agudizaría en 1965con la segunda intervención militar norteamericana ensuelo dominicano en el presente siglo. El modelo políti-co de la democracia representativa y liberal, que le ha-bía dado sentido a sus acciones desde 1939 hasta 1963,no había funcionado en su país. La invasión militar nor-teamericana de abril de 1965 haría a Bosch dar un saltoradical hacia el marxismo.

Según García Cuevas, el camino recorrido por Boschpara llegar al marxismo siguió tres etapas. Primero, cues-tionó el sistema democrático representativo. Segundo,estudió a fondo la política internacional norteamerica-na en América Latina. Tercero, inició el estudio de losclásicos del marxismo y, simultáneamente, viajó por va-rios países socialistas de Europa y del continente asiá-tico.

A partir de 1967, se inicia la cuarta etapa en el pen-samiento de Bosch. Esta etapa se extiende hasta el pre-sente. Bosch abandona la defensa de la democracia re-presentativa y se convierte en un crítico de este siste-ma político y en un proponente de cambios revoluciona-rios. Como parte de su nuevo proyecto, se propuso en-tender para sí y explicar a la militancia de su partido,desde la perspectiva del materialismo histórico, cómofuncionaba el capitalismo. A la misma vez, estudió el de-sarrollo histórico de la sociedad dominicana, empleando

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el instrumento conceptual de la lucha de clases. Sus pri-meros libros en esta línea ideológica fueron: El pentago-nismo, sustituto del imperialismo (1967), Tesis de la dic-tadura con respaldo popular (1969), De Cristóbal Colóna Fidel Castro (1969), Breve historia de la oligarquía(1970), y Composición social dominicana (1970).

En el año 1973, convencido de que el partido funda-do por él y otros compatriotas no admitiría transforma-ciones, Bosch fundó junto con un reducido grupo de se-guidores, el Partido de la Liberación Dominicana (PLD),del cual fue su candidato presidencial hasta las eleccio-nes de 1994. Su principal consigna fue la de liberar alpaís de cualquier tipo de opresión, teniendo como aspi-ración final completar la tarea iniciada por el liberalis-mo revolucionario desde mediados del siglo XIX. El he-cho de que Bosch no fundara un partido exclusivamenteobrero o no se afiliara al Partido Comunista se debió aque, desde su incursión en el marxismo, mantuvo ciertadistancia y autonomía frente a la ortodoxia oficial. Boschnegó la existencia y conciencia de clase del proletariadodominicano, porque pensó que la pequeña burguesía erael componente principal de la sociedad dominicana y que,en alianza con los trabajadores y campesinos, era la cla-se que debía organizar y dirigir cualquier proceso revo-lucionario.

El PLD, con los métodos de trabajo impulsados porBosch, se desarrolló y creció de tal forma, que ya para1990 era la principal fuerza política del país. Dos añosantes, el Comité Central de esta organización había so-metido un documento a la base del partido, donde afir-maba el “boschismo” como teoría política y oficial de laorganización. La propuesta declaraba que la aportaciónde Bosch en el campo de la historia, la economía y la po-lítica, entre otras, había permitido que su análisis de la

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sociedad dominicana se constituyera en una guía parala lucha efectiva en pro del ideal de liberación nacional.

Como habíamos apuntado al comienzo, García Cue-vas monta su investigación sobre la política y la litera-tura en la personalidad de Juan Bosch, tomando la no-vela La mañosa como el centro de su trabajo. Entre susopciones tenía la copiosa obra cuentística de Bosch, dosnovelas y los ensayos. Los cuentos ya habían sido estu-diados de forma considerable por la crítica y la obra ensa-yística aún no estaba concluida. Le restaban dos opcio-nes: La mañosa y El oro y la paz (1964). El autor optó porla primera, por entender que en ella es donde mejor seconjugan la literatura y la política. La mañosa, segúnGarcía Cuevas, es una novela más política que histórica,en la cual la historia es un pretexto para la revisión po-lítica.

La necesidad de explicar por qué Juan Bosch escri-bió una novela sobre las luchas caudillistas en una épo-ca en que éstas eran consideradas como asuntos del pa-sado, es el resorte inmediato que conduce a García Cue-vas a iniciar su investigación considerando las condicio-nes políticas y económicas que perfilan la República Do-minicana de los años treinta. El autor establece que elascenso de Trujillo al poder estuvo vinculado a variosfactores, a saber: 1. La ocupación militar norteamerica-na de 1916 a 1924. 2. El ejército policiaco que creó el go-bierno de ocupación. 3. El favoritismo horacista que pro-movió su ascenso al poder. 4. El acaudillamiento que con-siguió en las filas del ejército. 5. Sus características per-sonales. 6. Su vinculación directa con el movimiento cí-vico que, planteando la necesidad de un “hombre nuevo”,produjo el derrocamiento de Horacio Vásquez.

Rafael L. Trujillo ingresó al cuerpo militar norteame-ricano en 1919, y ya para el 1928 era el militar más pode-

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roso del país. El despilfarro y la corrupción administra-tiva del régimen de Vásquez, más sus deseos continuis-tas, abonaron el terreno para que éste aprovechara lacoyuntura de 1930 y apoyara solapadamente la conspi-ración dirigida por Rafael Estrella Ureña, que eventual-mente lo llevaría al poder. Con la renuncia del presiden-te Vásquez se produjo una crisis política y Estrella Ure-ña pasó a ocupar provisionalmente la presidencia hastaque se celebraran elecciones. Trujillo presidente y Es-trella Ureña vicepresidente: ésta sería la consigna. Lafórmula Trujillo-Estrella Ureña resultó ganadora y el 16de agosto de 1930 tomaron posesión de sus cargos, ini-ciando lo que maquiavélicamente llamarían la “Era glo-riosa”, “Era del progreso” y “Era de la paz”, entre otrosepítetos.

El autor señala que el surgimiento de la dictadurade Trujillo está estrechamente vinculado a la caída dela bolsa de valores acaecida en 1929, ya que a raíz de éstase produjo una drástica reducción en los ingresos porexportaciones. La baja de los ingresos fiscales, combina-da con las presiones internacionales al país para que pa-gara su deuda externa, más la parálisis casi total del sis-tema agroexportador, exigía un esquema de poder queenfrentara la situación mediante una institución sóliday estable. Lamentablemente, la única institución quecumplía con tales características era el ejército policiacode Trujillo. Por su parte, los norteamericanos compren-dieron que la protección de sus intereses globales de do-minación requería la instauración de un régimen des-pótico que tuviese mayores poderes para contrarrestarlas tendencias caóticas de la economía.

Para Bosch, la dictadura trujillista fue consecuenciadirecta del atraso histórico de la sociedad dominicana yde la inexistencia de una burguesía nacional que impul-

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sara el capitalismo. De acuerdo con Bosch, Trujillo apro-vechó la infraestructura que iniciaron los norteamerica-nos y se convirtió en el principal propulsor de la moder-nización capitalista en la república y, al igual que otrosautores, relaciona su ascenso político a la gran crisis de1929 y a las intenciones reeleccionistas de Horacio Vás-quez.

En cuanto a la acusación del historiador y sociólogo,Franklin Franco, en el sentido de que la novela La ma-ñosa es apologética del régimen trujillista, García Cue-vas refuta la misma señalando que esta acusación es elresultado de leer la novela como un artículo periodísti-co más de los que escribió su autor, olvidando que la no-vela es una producción simbólica con carácter estético yque exige otro tipo de lectura. García Cuevas aseguraque su lectura crítica del texto demuestra, entre otroshallazgos, que la recreación del pasado caudillista des-de el presente trujillista, tiene su génesis en una estruc-tura nostálgica que genera a su vez otra estructura iró-nica y que ambas explican indirectamente el porqué deltrujillismo. Si el juego de voces propicia, por momentos,identificar pasajes que permitan pensar que la novela espro trujillista, también hay otros que apuntan que no.

El autor concluye que, aunque Bosch no se propusie-ra escribir de forma consciente un texto irónico que pu-diera interpretarse como un conflicto directo de él conla dictadura, por el peligro que esto representaba parasí y su familia, pudo reproducir una ironía hacia la dic-tadura de forma inconsciente, pero mediatizada por lanostalgia y la frustración de la clase social de la cual pro-venía: la mediana pequeña burguesía.

Sobre la relación entre el proyecto trujillista y losintelectuales, el autor plantea que, dado que la idea ycreación de una sociedad democrática al estilo liberal

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fue la mayor aspiración de los intelectuales liberales do-minicanos desde mediados del siglo XIX, el mínimo acer-camiento para explicar la relación de Trujillo con la in-telectualidad de tendencia liberal que lo apoyó debe to-mar en cuenta los intentos fallidos de ese objetivo hasta1930. Trujillo logró seducir a muchos de estos intelec-tuales, porque al principio de la dictadura incorporó asu sistema discursivo parte de los preceptos que el libe-ralismo venía repitiendo desde mitad del siglo XIX. Fuede una concepción fatalista sobre el pasado y el futurodominicanos que, intelectuales que incluso habían en-trado en contacto con el pensamiento socialista, termi-naron apoyando al régimen. En el año 1955, a los 25 añosde la dictadura, Joaquín Balaguer, pilar orgánico del apa-rato ideológico del régimen, afirmaba que Dios y Truji-llo, siendo Trujillo tocado desde el principio por una es-pecie de predestinación divina, eran la explicación de lasupervivencia del país y de la actual prosperidad de lavida dominicana.

Las ideas de José Enrique Rodó y su obra Ariel (1900),tuvieron un gran impacto sobre la intelectualidad domi-nicana y la encaminaron al apoyo del trujillismo. En Arielse hacía un llamado a la juventud hispanoamericana parahacer frente al utilitarismo norteamericano. Estas ideasencontraron en la República Dominicana las condicio-nes propicias para su fructificación debido a que, desdela caída de Ulises Heureaux en 1899, el pueblo domini-cano se desangraba en una constante lucha política quepor un lado, favorecía la ingerencia norteamericana, mien-tras por el otro, hundía a las nuevas generaciones en elmás oscuro pesimismo. Años más tarde, Trujillo tendríala astucia para atraer a los jóvenes intelectuales e inte-grarlos a su gabinete. A la mayoría de éstos le tocaría lamisión de encubrir, encontrándole a cada situación su

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correspondiente explicación para la historia. Y, como esnatural al momento de elaborar lo que pudiera conside-rarse como la filosofía del régimen, ellos dieron nuevaformulación a esas mismas teorías.

Así, encontramos que el pensamiento de Rodó le sir-vió a los jóvenes intelectuales para racionalizar y justi-ficar los valores y virtudes del liberalismo, adjudicándo-selos a la dictadura a la que servían. El arielismo se ha-bía transformado de ideología libresca en praxis políticacon la fundación del Partido Liberal Reformista, partidoque presentó fuerte oposición a la intervención norte-americana de 1916, con Santiago Guzmán Espaillat a lacabeza. Los arielistas creyeron en la posibilidad de lo-grar una transformación política, económica y social pormedio de la educación. Ante las circunstancias políticasy la urgencia cotidiana bajo el régimen de Trujillo, tu-vieron que rendirse y sus valores e ideales fueron supe-ditados al utilitarismo del trujillismo. Cuando la reali-dad empírica se impuso, ya era demasiado tarde paravolver atrás. Quedaron atrapados y no les quedó otro ca-mino que colaborar, puesto que era cuestión de vida omuerte el volver atrás. Así quedaba consumada la ideade Rodó de que son las inteligencias superiores las quedeben dirigir la sociedad.

Sobre el rol de Bosch dentro de esta coyuntura polí-tica, García Cuevas sostiene que, independientementede los artículos que escribiera Bosch a favor de Trujillo,éste no simpatizaba ni política ni ideológicamente conla dictadura y aunque no ofreció resistencia inmediataal régimen, su rápida incorporación a la lucha antitruji-llista, ya en el exilio, era indicio de que su visión de mun-do había superado las limitaciones de la conciencia realde los intelectuales arielistas. Esto, entre otros facto-res, porque su pensamiento estaba influido por una ten-

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dencia del liberalismo revolucionario que no era exclu-yente de los sectores populares.

No debemos olvidar además, el artículo que Boschhabía publicado en 1929, en el que advertía sobre el pe-ligro de una nueva dictadura. Notable es también el he-cho de que en enero de 1934, Juan Bosch fue apresado yencarcelado bajo la sospecha de conspiración contra elrégimen mediante la colocación de una bomba. Bosch re-lata que, mientras se encontraba visitando a su novia, afines de noviembre de 1933, escuchó una fuerte explo-sión. Dos o tres días después, se enteró de que ese es-truendo había sido producido por una bomba que lanza-ron al cementerio de la capital. El día 3 de enero de 1934,Bosch fue apresado en la casa de sus padres por la poli-cía trujillista y llevado a la cárcel de la fortaleza Ozama.Después de permanecer preso durante dos semanas enel lugar, fue trasladado a Nigua, una de las peores cár-celes del régimen trujillista, donde contrajo la enferme-dad del paludismo y finalmente, por mediación del es-critor César Herrera, fue dejado en libertad. El argumen-to que Herrera dio a Trujillo para que lo dejaran en li-bertad fue que Bosch podía morir en la cárcel y dado queéste era un escritor conocido en el país y en el extranje-ro, su muerte perjudicaría al gobierno.

Se infiere del incidente anterior que, ya en 1933, sedesconfiaba de Bosch y se le veía con potencialidad paraconvertirse en antitrujillista, lo que lo colocaba eviden-temente entre los escritores que no eran vistos con sim-patías por el régimen. Tras el exilio de Bosch en 1938,el tirano ordenaría que el nombre del escritor y sus obrasquedaran terminantemente prohibidos en el país.

El estudio de García Cuevas demuestra, como balan-ce final, que La mañosa, a pesar de haber sido leída des-de diversos ángulos, no fue considerada seriamente como

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obra importante para entender y explicar la tempranavinculación de su autor con el liberalismo revoluciona-rio dominicano que no era excluyente de los sectores po-pulares ni como novela de crisis histórica de la peque-ña burguesía nacionalista y liberal de los años treinta enla República Dominicana. La mañosa aparece entonces,como un texto fundamental para entender la rápida in-corporación de Bosch al lado del pensamiento y la pra-xis política dominicana que aspiraba a la modernizacióny a la democracia liberal.

En conclusión, la obra de Eugenio de J. García Cue-vas constituye un aporte fundamental al entendimientode una personalidad ejemplar de nuestra América en elsiglo XX, en la que la literatura y la política constituyenuna unidad complementaria. La lectura del texto es alta-mente recomendable, puesto que le brinda al lector demanera muy clara, pero sin perder ni un ápice de unarigurosidad fundamentada en rica evidencia documen-tal, una amplia y precisa visión de la historia política do-minicana desde mediados del siglo pasado hasta el pre-sente.

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¡MULTITUDINARIO ADIÓS!

LA TRISTEZA era enorme. Las lágrimas, incontenibles.Caían una tras otra a medida que el ataúd donde des-cansa el ex presidente de la República, Juan Bosch, seacercaba al mausoleo que le serviría de morada final.

El cortejo fúnebre entró al Cementerio Ornamentalde La Vega a las 7:05 de la noche, precedido de aplausosy del grito constante del nombre del presidente ad vi-tam del Partido de la Liberación Dominicana.

Doña Carmen Quidiello acompañada de DiómedesNúñez Polanco se abrió paso en medio de una multitudque había acudido al camposanto desde las primeras ho-ras de la tarde, colocándose sobre los tejados de las tum-bas, haciendo equilibrio entre las verjas de los nichos,peleando el espacio, la cercanía y la irrepetible oportu-nidad de darle el último adiós a Bosch.

Fue una despedida emotiva, profunda, que desgarróel alma de muchos. Patricio Bosch, hijo del extinto líderpolítico y prominente pensador, tomó la palabra para ex-

*Listin Diario (Santo Domingo) 3 de noviembre de 2001.

Por Kleiner López*

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presar su gratitud a todos los presentes y recordar quesi la nación, así lo desea, Bosch no morirá.

“La mejor manera de rendirle tributo a su memoriaes hacer realidad su más anhelado sueño: lograr un paíslibre, sano, honrado, culto, independiente, próspero ysobre todo, humanamente justo y solidario”, proclamó.

Acto seguido, el ex presidente Leonel Fernández pro-nunció el panegírico y el cadáver de Bosch recibió la úl-tima bendición. También la última rosa de su compañerade vida, doña Carmen, quien en más de una ocasión lemiró con una actitud reflexiva, inquieta, como si quisie-ra decirle muchas cosas y el tiempo no fuera suficiente.

A las 7:35 de la noche, el toque de silencio de la cor-neta anunció que había llegado el momento final. Enton-ces, el ataúd fue colocado dentro del mausoleo, cuya es-tructura, totalmente en mármol, posee una gaviota sus-pendida en el aire con un mensaje que reza: “Ahora queya alcanzas tu perfil más alto, florecerá en las huellasde peregrino, un presente profundo que esparcirá su esen-cia día a día como agua viva brotando de su ejemplo”.

Junto a su morada hay un jardín que posee porcionesde tierra de Costa Rica, Puerto Rico, España, Venezue-la, Ecuador, Chile y Cuba, siete naciones en las que vi-vió Bosch. En ellas fueron colocadas 27 rosas blancas y12 jazmines, que representan la custodia de los doce após-toles por su eterno descanso.

Una canción interpretada por Manuel Jiménez y unminuto de aplausos se constituyeron en los últimos ges-tos de amor y devoción para Bosch.

Adiós profesor

En el entierro de Bosch estuvieron presentes los em-bajadores de Venezuela, Julio Portillo; de Costa Rica,

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Miguel Pérez Cruz; una delegación cubana encabezadapor el ministro de Cultura, Armando Hart y otra de Puer-to Rico, presidida por el catedrático e intelectual JoséFerrer Canales.

El profesor nunca aceptóel desorden institucional

El cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez decla-ró ayer aquí que el fenecido ex presidente Juan Boschdeja como testamento espiritual una vida ejemplar aje-na a intereses materiales, sin asomo alguno de política.

Al pronunciar la homilía de cuerpo presente en la ca-tedral La Concepción de esta ciudad, dijo que Bosch, des-de muy joven, conoció el mundo de los pobres y vivió lapobreza y las desigualdades sociales.

Expresó que el líder político siempre soñó con unasociedad más humana y justa.

Aseguró que en sus propósitos jamás cupo el atrope-llo y la explotación del ser humano ni la supresión de lalibertad.

López Rodríguez subrayó que el extinto líder políti-co y literato, disciplinado en su persona y estilo de vida,nunca aceptó la indisciplina, ni el desorden que produ-ce el caos en las instituciones y destruye a las personas.

Expuso que Bosch expresó sus bondades de corazóntransparente en sus cuentos y relatos que eran prosascristalinas...

El Cardenal expresó que parte constitutiva de esalimpieza de corazón fue su espíritu insobornable y suintegridad personal a toda prueba.

“Don Juan en tiempos de graves perversiones mora-les en la política será siempre una referencia obligada yun decano de ética política, nadie puede regatearle esos

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méritos y por eso ha sido admirado por todos y será igual-mente recordado por todos”, insistió López Rodríguez.

Asimismo pidió a Dios que reciba amorosamente enla vida de pujanza eterna a Juan Bosch y agradeció elejemplo que dejó en este pueblo.

López Rodríguez significó que los seres humanos sefijan en las obras, pero que más que nada en las aparien-cias de quienes los rodean, pero Dios mira siempre al co-razón.

Reveló que en el evangelio han escuchado la parábo-la del administrador fiel, el que da buenas cuentas delos talentos recibidos.

El Cardenal en su oficio religioso expuso: “Dios, apli-quemos esta parábola al ejemplo de don Juan, lo dotó es-pléndidamente para hacer gloria de la literatura y el ex-plotó esos talentos”.

Sostuvo que en reconocimiento de su calidad litera-ria ha sobrepasado las fronteras naciones y es reconoci-do como uno de los mejores exponentes de las letras enAmérica.

López Rodríguez resaltó que Bosch fue agudo en sutesis casi siempre de trasfondo social y llamó la atenciónpor su estilo en sus versos, sobrios y aparentemente sen-cillos.

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ORACIÓN FÚNEBRE A JUAN BOSCH

PUEBLO dominicano:En medio de una conmovedora manifestación nacio-

nal de duelo, hemos acudido hoy a este camposanto, conel respaldo de una inmensa y solidaria muchedumbre, adespedir los restos mortales del hombre que con mayordevoción patriótica dedicó sus cualidades de genio a ha-cer de la República Dominicana una nación digna y res-petable e insuflar en sus hijos el amor por la libertad yla democracia.

Hemos acudido a este lugar venerable a tributarlenuestro testimonio de afecto, de respeto y de reveren-cia, al profesor Juan Bosch, una de nuestras más desta-cadas figuras de todos los tiempos, así como de toda laAmérica, en los ámbitos de las letras, la cultura, el pen-samiento social y las lides políticas.

Juan Bosch trajo a la vida condiciones excepcionales.Poseedor de una inteligencia superior y de una notablecapacidad creativa, pudo haberse dedicado con exclusi-vidad a la literatura.

*Ex Presidente de la República Dominicana (1996-2000). En LaVega, 2 de octubre de 2001.

Por el Dr. Leonel Fernández*

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Allí, como lo demuestra la calidad de su obra, habríatenido un éxito asegurado. Maestro insuperable del cuen-to, autor de piezas inolvidables como La Nochebuena deEncarnación Mendoza, Rumbo al Puerto Origen o Fra-gata, habría continuado acumulando un gran prestigio,tanto nacional como internacional.

Pudo haberse dedicado nada más a ser novelista,como lo prueban sus dos pequeñas obras maestras: Lamañosa y El oro y la paz.

Pudo haberse consagrado a ser únicamente biógrafo,pues desde hace años, sus textos, David, Biografía de unRey; Judías Iscariote, el Calumniado y Bolívar, texto paraescolares, lo consagran como una especie de Stefan Zweigo Emil Ludwig latinoamericano, por lo reluciente de suestilo, la elegancia de su prosa y la densidad de sus juicios.

En el campo del ensayo histórico y sociológico, habríasido insuperable. Trujillo, causas de una tiranía sin ejem-plo, Composición social dominicana y De Cristóbal Colóna Fidel Castro, lo consolidan como el más profundo, elmás analítico y el más imaginativo de todos nuestros his-toriadores nacionales.

Como ensayista político no sólo carece de rival en laRepública Dominicana, sino que figura entre los más emi-nentes de cualquier época histórica de América Latina. SuCrisis de la democracia de América en la República Domi-nicana ya es un clásico, de referencia obligada. La Dicta-dura con respaldo popular, uno de los textos más influyen-tes y mejor escritos de toda la literatura política continen-tal; y el Pentagonismo, sustituto del imperialismo, la obrade una mente prodigiosa, orientada a la reflexión profun-da, capaz de trascender el dogma y el cliché.

Juan Bosch, esa figura inconfundible de pelo blancoy pecho erguido, fue el hombre que revolucionó la orato-ria política en nuestro país, sustituyendo la expresión

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ampulosa y artificial, por imágenes simples, de fácil com-prensión para las mayorías nacionales.

Fue el creador de metáforas poderosas, de profundapenetración popular, como la de tutumpotes e hijos demachepa; y todavía nos parece estar escuchando su vozsonora y metálica al despedirse de sus intervencionesradiales, con la acostumbrada frase de “Hasta mañana,si Dios quiere, dominicanos”.

Juan Bosch pudo haber escogido cultivar con carácterde exclusividad cualquiera de esos campos, y habría sido,sin lugar a dudas, un hombre apreciado y admirado.

Pero a pesar de tantos talentos y tantas posibilida-des, que se le ofrecían sin riesgo alguno, prefirió, sin em-bargo, algo más difícil, más atrevido y más peligroso: pre-firió luchar por una república de ciudadanos libres.

Prefirió consagrar sus mayores esfuerzos y energíasa la formación de una sociedad, culta y civilizada, dondesus hombres y sus mujeres, sus niños y sus ancianos tu-viesen garantizado el ejercicio de sus derechos esencia-les: el derecho a expresar libremente sus ideas y opinio-nes, sin ser molestados, el derecho a organizarse con fi-nes pacíficos, el derecho a rebelarse contra la tiranía yla opresión, el derecho a la salud, el derecho a la educa-ción, el derecho a poseer un hogar, en fin, el derecho adesarrollar sus potencialidades humanas.

Considerándose discípulo y seguidor del maestropuertorriqueño, Eugenio María de Hostos, Juan Boschprefirió escoger el camino de la lucha y el sacrificio, enaras de un ideal de redención humana, en lugar de vivirsolamente de la contemplación y el misticismo.

Agobiado por el ambiente tenebroso que se vivía enel país desde principios de la década del treinta, cuan-do se instaura la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo,Juan Bosch decide establecerse en el exilio.

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Allí dura casi un cuarto de siglo, en el que no sólo con-tinúa con su labor literaria, sino que funda un partido, elPartido Revolucionario Dominicano, moviliza a todas lasfuerzas democráticas del exterior, gana adeptos y hastaayuda a organizar una expedición armada contra la dic-tadura, la de Cayo Confites.

Con el desplome del régimen oprobioso de los Trujillo,Juan Bosch, imbuido de un gran prestigio y de una inmen-sa autoridad en los círculos de la izquierda democrática deAmérica Latina, regresó a la República Dominicana.

El 15 de diciembre de 1962, en las primeras eleccio-nes libres celebradas en el país, luego de más de tres dé-cadas, fue elegido abrumadoramente por el pueblo do-minicano como Presidente de la República.

En su toma de posesión, el 27 de febrero de 1963, hizouna de las promesas más solemnes y trascendentales quejamás se habían escuchado de un estadista dominicano.Dijo: “Mientras seamos gobierno, la libertad no perece-rá en la República Dominicana”.

Y así fue.Por haber sido un hombre consecuente con su prédi-

ca de libertad y de honestidad, el nombre de Juan Boschsiempre brillará como una luz resplandeciente en el hori-zonte político nacional

Dadas las debilidades institucionales de la época, elgobierno que presidió fue derrocado a los siete meses,mediante un golpe de estado. En un primer momento,por confusión, o por temor a la represalia, la sociedaddominicana se mantuvo en calma.

Sin embargo, algún tiempo después, en abril de 1965,cuando el pueblo comprendió lo que había perdido conel derrocamiento de uno de los regímenes más democrá-ticos que había conocido en toda su historia, se lanzó alas calles a pedir el retorno del gobierno constituciona-

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lista del 1963. A reclamar a gritos la vuelta al poder delprofesor Juan Bosch.

Aquella contienda ocasionó la segunda intervenciónmilitar de los Estados Unidos a la República Dominica-na en el siglo XX, y lo que se inició como una revuelta po-pular para reinstaurar un régimen democrático, despo-jado en forma ilegítima del poder, terminó siendo unalucha por el rescate de la soberanía, la autodetermina-ción y la dignidad del pueblo dominicano, simbolizada através de la figura del profesor Juan Bosch.

Nuevas luchas reclamarían su concurso. La lucha encontra de la represión. La lucha por la legalidad, por elec-ciones libres y limpias y la lucha por la construcción deun bloque de la dignidad nacional.

En medio de múltiples vicisitudes y conflictos, JuanBosch abandona el Partido Revolucionario Dominicanoy crea el Partido de la Liberación Dominicana, del queha sido hasta hoy y seguirá siendo siempre su marco dereferencia, su guía espiritual y su fuente de inspiraciónpatriótica.

Juan Bosch ha sido el único líder político en la histo-ria de la República Dominicana que ha formado y con-ducido al poder a dos partidos políticos del ala liberaldemocrática.

Con esos atributos, habría tenido méritos más quesuficientes para haber sido consagrado como uno de losgigantes de nuestra historia.

Sin embargo, Juan Bosch ha sido más que eso. Ha sido,sobre todo, el creador de una original escuela de pensa-miento político democrático en la República Dominica-na, en la que se han enfatizado valores esenciales, comoel de la vocación de servicio, el sentido del honor y eldecoro, y el amor a la Patria.

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Hoy, en medio de la aflicción y la pesadumbre, susdiscípulos hemos venido a acompañarle a lo que será sulugar definitivo de descanso; y a reafirmar ante su cuer-po inerte nuestro compromiso solemne de luchar en for-ma unida e inquebrantable por hacer realidad su sueñode una República Dominicana libre, próspera y digna.

En estos momentos, dirigimos nuestras últimas mi-radas hacia él, con veneración y respeto, como lo mere-ce el profesor Juan Bosch, el hombre sensible a todo su-frimiento humano, el esposo amoroso y tierno, el padreconsagrado, el amigo solidario y generoso, el conductorde multitudes, el forjador de toda una generación de lu-chadores sociales, el más grande pensador dominicanode todos los tiempos.

Hace algunos años, Robert Berroa, un joven y humil-de poeta del pueblo, formado al calor de las enseñanzasy de la influencia del profesor Bosch, escribió estos ver-sos en su honor, que hoy aquí pronunciamos:

“Sigue compañero,que los hijos rendidosen el tibio resplandor de la lucha,desde su azul lejano,tomarán tus manos poseídos por el más hiriente

/dolorhasta ir a la más apartada orilladel luto.Entonces tú,Empezarás a crecer en los ritualesY los sueños retenidos en los rinconesde la Patria.

¡Maestro, que en Paz descansen sus restos, y que Dios,el Todopoderoso, lo acoja para siempre!

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JUAN BOSCH Y SU ARTE DE REVISAR CUENTOS

UNO DE los principios fundamentales más antiguos delcuento afirma que hay que dar cuenta de un solo hecho.Y es a partir de la conciencia profunda de este aspectoque se han desarrollado los distintos cambios en cuantoa la técnica, argumento y trabajo de la lengua en la na-rrativa. En otras palabras, puesto que el cuento actualmanifiesta diferencias considerables con respecto a loque antes fue, y lo que el cuento del futuro será, no haydudas, radicalmente distinto a lo que es hoy, un análisispara llevar luz a este aspecto del trayecto que actual-mente va haciendo el cuento es bueno hacerlo tomandoen cuenta algunas notas de Juan Bosch en torno a susApuntes sobre el arte de escribir cuentos, que carecen deprecedentes concretos porque muchas veces sus oríge-nes, más que en precedentes, se hallan apoyados en fuen-tes diversas y dispersas.

Otra idea para tomar en cuenta es que estructural-mente el cuento en la actualidad tiene capacidades y al-

Por Rafael García Romero*

“Creo que en mi obra hay una constan-te evocación del silencio, pues es en él que segesta y desarrolla todo lo creado”.

JUAN BOSCH

*Fuente: ahora.com.do, 21-7-03.

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cances muy por encima de lo que antes era el argumen-to convencional; por lo cual entiendo que no se puedetrasladar el criterio en torno a lo que es el cuento hoy—que posiblemente es un criterio en construcción, enestudio— al criterio que se tiene montado sobre el cuen-to convencional. Aun tratar de hacerlo en base a analo-gías históricas es un disparate.

A escribir se aprende escribiendo. Y la narrativa esun proceso que se aprende; mientras se escribe se vanobteniendo respuestas, se desarrollan o descubren re-glas fundamentales, características compatibles, inclusocon el viejo orden, pero contemporáneas.

Juan Bosch escribió sus Apuntes sobre el arte de es-cribir cuentos en Caracas por el mes de septiembre del1958. Es decir, que estamos ante un texto que dentro dealgunos meses hará 45 años que fue escrito.

Pero algo que nos llamó poderosamente la atenciónes el hecho de la cita que aparece aquí de los Ensayossobre Chejov, escrito por Thomas Mann, y que para laRevista Nacional de la Cultura tradujo Aquilino Duqueen el número correspondiente a marzo-abril del 1960 enCaracas. Y lo hago porque esto me indica que Juan Boschvolvió a sus Apuntes, y anotó esta observación un tantoporque le pareció muy importante hacerla. No obstante,dichos Apuntes se conocieron en la República Dominica-na por primera vez en 1962.

Y para que se tenga una idea de qué significa esteaño en la obra de Bosch tenemos que indicar que su pri-mer libro de cuentos, Camino real, lo publicó en 1933;Dos pesos de agua, en 1941; Ocho cuentos, en 1947; lue-go, para el 1955, circularon dos libros más: La mucha-cha de la Guayra y Cuentos de Navidad. Estos volúme-nes de cuentos los publicó su autor, salvo el primero deellos, en el exilio. Siete años después de la publicación

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de su último título se conoció en Santo Domingo Apun-tes sobre el arte de escribir cuentos. En ese mismo año,es decir en 1962, bajo los títulos Cuentos escritos en el exi-lio y Más cuentos escritos en el exilio, se dio a conocer lareunión de los cuentos que ya había publicado Bosch des-de 1941 hasta l955 en el extranjero.

Indudablemente que Juan Bosch quedó caracteriza-do como cuentista muchos años antes de escribir su teo-ría sobre el cuento. Sólo basta tomar como muestra “Lamujer”, uno de los cuentos hispanoamericanos más di-fundidos a través de antologías.

A continuación, Margarita Fernández Olmos (La cuen-tística de Juan Bosch, 1ª edición, Alfa & Omega, 1982)explica la trama del cuento: Una mujer, golpeada por sumarido y echada de su casa, es ayudada por un extraño.El esposo y el extraño luchan entre sí y la mujer mata alhombre que le había ayudado.

De este texto dice Seymour Menton (El cuento his-panoamericano, tomo II, México, Fondo de Cultura Eco-nómica, 1964) que “es una sinfonía audiovisual del tró-pico (donde) se funden los personajes con el escenario,se humanizan mientras la naturaleza y la carretera ad-quieren rasgos humanos”. Y más adelante subraya quelos efectos visuales son respaldados por los efectos au-ditivos creados por la repetición sistemática de variosmotivos, la aliteración y la brevedad de las oraciones.Indica luego que, a pesar de las descripciones brillantesdel paisaje, no deja de impresionar la vida trágica de lagente pobre del trópico.

Un cuento al que Bosch le dedicó mucho tiempo es“Luis Pie”, ya que refleja en tres etapas (en 1947, 1962 y1964) lo que significa ese proceso de “llevar con palabraslas cuentas de un suceso”. Estas tres fechas son impor-tantes para el estudio comparado de las distintas varia-

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ciones que fue sufriendo el texto original publicado enCuba. Otros cuentos fueron objeto de detenido estudioantes de incluirlos en la edición para República Domini-cana.

Según Fernández Olmos, muchos de estos cambiosson simples y obedecen al orden de la modificación lin-güística, “cambiando el dialecto cibaeño a un español másuniversal. Sin embargo, hay también cambios estilísticosque tienden a eliminar o reducir frases o términos su-perfluos, comentarios o intrusiones del narrador, o adje-tivos descriptivos cuya ausencia dejaba al cuento máscompleto e intenso”.

Lo cierto es que “Luis Pie” fue un cuento, uno de mu-chos cuentos, a los que su autor puso marcada atención,introdujo cambios, trabajó oraciones, las hizo más cor-tas, sustituyó palabras para hacer más precisa y preciosauna idea, cuidó la marcha de la acción interna, muchasveces al costo de excluir su propia participación comonarrador que interrumpe el hilo de lo que se cuenta; enfin, que muchos años después, el propio Juan Bosch uti-lizaría su propio consejo cuando dice: “el cuentista debeusar sólo las palabras indispensables para expresar laacción, toda palabra que no sea esencial al fin que se hapropuesto el cuentista resta fuerza a la dinámica del cuen-to y, por tanto, lo hiere en el centro mismo de su alma”.

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UN PERSONAJE ADMIRADO

“LA MAYOR contribución de Juan Bosch fue haber dedica-do la mayor parte de su vida a este país y lo hizo en va-rias áreas, concretamente en el plano de la literatura yla cultura. Su obra ha reflejado la esencia de la dominica-nidad y las luchas, el drama de una sociedad con grandesproblemas y desajustes en su vida histórica y social y esoestá expresado en su obra literaria, pero también en susensayos políticos y sociológicos. También a través de sulabor pedagógica de educador y de ejercicio a favor de lademocracia dominicana, lo cual pudo llevar a la prácti-ca durante su efímero gobierno de 1963. Fue realmenteun verdadero ejemplo de magisterio político y ético ennuestro país”.

Diómedes NúñezTrabajó junto a Bosch desde el 90

“JUAN BOSCH representó una nueva escuela de pensamientopolítico, porque fue, del siglo 20 e inicio del 21, el quemás contribuyó a la educación de la población en todas

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sus capas, enseñándoles lo importante de la compren-sión en las múltiples relaciones que se dan en el país paraentender el rol que le corresponde a cada uno y tomaruna decisión en un momento determinado. Comenzandopor la educación en los sectores populares a través desus obras. Pero además para mí lo más importante deJuan Bosch fue la coherencia entre lo que piensa y es-cribe y como actuó en su vida”.

Alejandrina GermánDirigente del PLD

“JUAN BOSCH fue una figura muy significativa en el planopolítico, porque él cambió incluso el discurso político do-minicano, él le enseñó al pueblo dominicano otro tipo dediscurso que caló y muy bien asimilaron las masas popu-lares. Yo creo que ahí está su mayor logro y gran méritocomo político. En cuanto a la literatura don Juan paramí fue uno de los cuentistas más cimeros de la literatu-ra, orgullo nacional”.

Virtudes UribeDe la Librería La Trinitaria

“JUAN BOSCH fue, indiscutiblemente, uno de los políticosque más aportó a la democracia de la República Domini-cana. Durante toda su vida se constituyó en un templode moralidad y disciplina política y con su muerte el paísha perdido mucho porque aún después de su desapari-ción física es un símbolo que todavía gravita en la vidanacional”.

Enmanuel Esquea GuerreroDirigente del PRD

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“BOSCH fue uno de los grandes ejes en que se fundamentóel proceso democrático que ha vivido la RD. Él ha consti-tuido un paradigma en ese sentido, por sus enseñanzas,dedicación y su capacidad organizativa de partidos. Encuanto a sus aportes a la literatura hay que decir queBosch fue una de las plumas más importantes que tuvoel país. Son muchas las generaciones de intelectualesque han estado influidos por su pluma. Fue un domini-cano excepcional en todos los sentidos”.

Danilo MedinaDirigente del PLD

“COMO sale y se apaga el sol los dominicanos de maneracontemplativa hemos llevar al ocaso a un astro que habrillado con luz propia, pero que en su paso por la vidano ha pasado inadvertido. Sus luces, su valor, crearonuna forma de pensar y de actuar de un segmento impor-tante de la sociedad dominicana”.

Eligio JáquezDirigente del PRD

“COMO político Juan Bosch fue el gran organizador de dosde los principales partidos, el PRD y el PLD, conformadoscon diferentes métodos, además de ser el gran formadorde ideas y principios del quehacer político. En el planode la literatura fue el gran creador de la cuentística, fueel que definió el arte de escribir cuentos, a parte de serejemplo de coherencia entre lo que fue su pensamientoy su manera de actuar”.

Jaime David Fernández MirabalDirigente del PLD

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“DON JUAN BOSCH fue un excelente escritor, escribió cuen-tos maravillosos como “Mujer”, “La mancha indeleble”...Esos son cuentos que merecen estar en cualquier anto-logía universal. Yo creo que lo primero que hay que de-cir de Bosch es que es un escritor excepcional, pero tam-bién él ha escrito algunos ensayos de la historia domini-cana que son de primer rango, ensayos alrededor de laRestauración. En otro orden su labor social creo que tam-bién fue muy importante, porque fue un organizador departidos, formó primero el PRD y luego el PLD, de modoque él fue uno de los responsables de la participación polí-tica del pueblo dominicano”.

Federico Henríquez GratereauxDirector de El Siglo

“EN EL profesor Bosch ha coexistido el creador literarioy el político, pero teniendo un mayor peso el creador li-terario. Él produjo una gran cantidad de cuentos y porlo tanto fue un gran creador de personajes. En cada unode sus cuentos hay una interacción de sujetos y esa ex-periencia como creador literario lo llevó al campo polí-tico. En el terreno de la literatura como lo hacen todoslos creadores genera personajes de manera arbitraria yél llevó esa concepción de cómo se hace la literatura alcampo político y trató de generar sujetos en este caso,partidos y estimular liderazgos subalternos o subordina-dos a su propio liderazgo siguiendo un poco la capacidaddel creador para la trama literaria”.

Antinoe Fiallo BilliniHistoriador

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“NO HAY ninguna duda de que el profesor Juan Bosch jugóun papel fundamental en la consolidación de la demo-cracia en la República Dominicana. Su obra política y li-teraria quedará escrita con letras doradas en la historiade nuestro país, especialmente por su aporte al haberfundado a los partidos de la Liberación Dominicana y Re-volucionario Dominicano, dos de las tres organizacionespolíticas más importantes después de la muerte de Ra-fael Leonidas Trujillo, con lo que demostró en adición asu fecunda obra literaria que era un hombre de grandesemprendimientos y aportes a la nación”.

Frank Jorge ElíasDirigente del PRSC

OTRAS OPINIONES

SEGÚN el escritor y ex vicepresidente de Nicaragua, Ser-gio Ramírez Mercado, Juan Bosch “Es un verdaderofundador, a la altura de Horacio Quiroga, sólo que en unaetapa mucho más moderna”.

Ramírez Mercado, que escribió el prólogo a los cuen-tos completos del intelectual desaparecido, aseguró queal releer toda su obra “me quedé asombrado por lo queDon Juan aporta como técnica y a nivel de contenidos enla cuentística latinoamericana”.

EL ESCRITOR y crítico René Rodríguez Soriano afirmóque la obra de Bosch “nos inserta en el campo, lleva anuestro hombre sencillo del arado, el ingenio o el hatoa tutearse con el hombre universal, sacando el cuentodominicano de los requiebros y tarareos puramente cos-

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tumbristas, criollistas y/o folklóricos, que no hacía otracosa que presentar al campesino y su entorno visto comocon catalejo y frac desde una cómoda poltrona de salón”.

En su trabajo Hay una nueva narrativa dominicanaque cuenta, publicado en la revista Baquiana, RodríguezSoriano explica que en sus cuentos “El hombre domini-cano cobra su estatura y comienza a hablar por su pro-pia boca, en su propio lenguaje, denunciando las condi-ciones infrahumanas en que muere y se desangra”.

“EL PROFESOR Juan Bosch fue un fiel representante de laintelectualidad latinoamericana comprometida con losdevenires de una historia sufrida y desencontrada” opi-nó Gabriela Agosto, investigadora del Instituto Ortegay Gasset de España.

“Su vida de exilios, su lucha por la libertad y su cons-tante producción literaria lo convierten, más allá de cual-quier diferencia ideológica, en una bandera para las ge-neraciones futuras”, concluyó la socióloga, especialistaen política y sociedad civil dominicana. (Santo Domin-go).

“MUY AL comienzo de todo, los cuentos de Juan Bosch nosenseñaron la dignidad de un cuento sobre nuestros pue-blos, acrecentados por la fábula cotidiana pero heroicade su resistencia y persistencia. Nos enseñaron, se di-ría, a admitirnos en serio”.

Julio Ortega, Brown University (EE.UU)

“LA MUERTE de Juan Bosch deja un enorme vacío en la vidapolítica dominicana, y sin dudas, un hueco enorme en la

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literatura latinoamericana. Maestro de la narrativa cor-ta, le debemos más de lo que suponemos. Sus cuentos sony fueron modelo de gran importancia para grandes escri-tores.

M.Veloz Maggiolo, Premio Nacional(Rep. Dominicana)

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Breve antología

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APUNTES SOBRE EL ARTE DE ESCRIBIR CUENTOS

EL CUENTO es un género antiquísimo, que a través de lossiglos ha tenido y mantenido el favor público. Su influen-cia en el desarrollo de la sensibilidad general puede sermuy grande, y por tal razón el cuentista debe sentirseresponsable de lo que escribe, como si fuera un maestrode emociones o de ideas.

Lo primero que debe aclarar una persona que se in-clina a escribir cuentos es la intensidad de su vocación.Nadie que no tenga vocación de cuentista puede llegar aescribir buenos cuentos. Lo segundo se refiere al géne-ro. ¿Qué es un cuento? La respuesta ha resultado tandifícil que a menudo ha sido soslayada incluso por críti-cos excelentes, pero puede afirmarse que un cuento es elrelato de un hecho que tiene indudable importancia. Laimportancia del hecho es desde luego relativa, mas debeser indudable, convincente para la generalidad de loslectores. Si el suceso que forma el meollo del cuento ca-rece de importancia, lo que se escribe puede ser un cua-dro, una escena, una estampa, pero no es un cuento.

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“Importancia” no quiere decir aquí novedad, caso insó-lito, acaecimiento singular. La propensión a escoger ar-gumentos poco frecuentes como tema de cuentos pue-de conducir a una deformación similar a la que sufrenen su estructura muscular los profesionales del atletis-mo. Un niño que va a la escuela no es materia propiciapara un cuento, porque no hay nada de importancia ensu viaje diario a las clases; pero hay sustancia para elcuento si el autobús en que va el niño se vuelca o se que-ma, o si al llegar a su escuela el niño halla que el maes-tro está enfermo o el edificio escolar se ha quemado lanoche anterior.

Aprender a discernir dónde hay un tema para cuentoes parte esencial de la técnica. Esa técnica es el oficiopeculiar con que se trabaja el esqueleto de toda obra decreación: es la “tekné” de los griegos o, si se quiere, laparte de artesanado imprescindible en el bagaje del ar-tista.

A menos que se trate de un caso excepcional, un buenescritor de cuentos tarda años en dominar la técnica delgénero, y la técnica se adquiere con la práctica más quecon estudio. Pero nunca debe olvidarse que el género tie-ne una técnica y que ésta debe conocerse a fondo. Cuen-to quiere decir llevar cuenta de un hecho. La palabra pro-viene del latín computus, y es inútil tratar de rehuir elsignificado esencial que late en el origen de los vocablos.Una persona puede llevar cuenta de algo con númerosromanos, con números árabes, con signos algebraicos;pero tiene que llevar esa cuenta. No puede olvidar cier-tas cantidades o ignorar determinados valores. Llevarcuenta es ir ceñido al hecho que se computa. El que nosabe llevar con palabras la cuenta de un suceso, no escuentista.

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De paso diremos que una vez adquirida la técnica, elcuentista puede escoger su propio camino, ser “herméti-co” o “figurativo” como se dice ahora, o lo que es lo mis-mo, subjetivo u objetivo; aplicar su estilo personal, pre-sentar su obra desde su ángulo individual; expresarsecomo él crea que debe hacerlo. Pero no debe echarse enolvido que el género, reconocido como el más difícil entodos los idiomas, no tolera innovaciones sino de los auto-res que lo dominan en lo más esencial de su estructura.

El interés que despierta el cuento puede medirse porlos juicios que les merece a críticos, cuentistas y aficio-nados. Se dice a menudo que el cuento es una novela ensíntesis y que la novela requiere más aliento en el que laescribe. En realidad los dos géneros son dos cosas dis-tintas; y es más difícil lograr un buen libro de cuentosque una novela buena. Comparar diez páginas de cuentocon las doscientas cincuenta de una novela es una lige-reza. Una novela de esa dimensión puede escribirse endos meses; un libro de cuentos que sea bueno y que ten-ga doscientas cincuenta páginas, no se logra en tan cor-to tiempo. La diferencia fundamental entre un género yel otro está en la dirección: la novela es extensa; el cuen-to es intenso.

El novelista crea caracteres y a menudo sucede queesos caracteres se le rebelan al autor y actúan conformea sus propias naturalezas, de manera que con frecuenciauna novela no termina como el novelista lo había pla-neado, sino como los personajes de la obra lo determi-nan con sus hechos. En el cuento, la situación es dife-rente; el cuento tiene que ser obra exclusiva del cuen-tista. Él es el padre y el dictador de sus Criaturas; nopuede dejarlas libres ni tolerarles rebeliones. Esa volun-tad de predominio del cuentista sobre sus personajes eslo que se traduce en tensión por tanto en intensidad. La

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intensidad de un cuento no es producto obligado, comoha dicho alguien, de su corta extensión; es el fruto de lavoluntad sostenida con que el cuentista trabaja su obra.Probablemente es ahí donde se halla la causa de que elgénero sea tan difícil, pues el cuentista necesita ejercersobre sí mismo una vigilancia constante, que no se lograsin disciplina mental y emocional; y eso no es fácil.

Fundamentalmente, el estado de ánimo del cuentis-ta tiene que ser el mismo para recoger su material quepara escribir. Seleccionar la materia de un cuento de-manda esfuerzo, capacidad de concentración y trabajode análisis. A menudo parece más atrayente tal tema quetal otro; pero el tema debe ser visto no en su estado pri-mitivo, sino como si estuviera ya elaborado. El cuentis-ta debe ver desde el primer momento su material orga-nizado en tema, como si ya estuviera el cuento escrito,lo cual requiere casi tanta tensión como escribir.

El verdadero cuentista dedica muchas horas de suvida a estudiar la técnica del género, al grado que logredominarla en la misma forma en que el pintor conscien-te domina la pincelada: la da, no tiene que premeditarla.Esa técnica no implica, como se piensa con frecuencia, elfinal sorprendente. Lo fundamental en ella es mantenervivo el interés del lector y por tanto sostener sin caídasla tensión, la fuerza interior con que el suceso va produ-ciéndose. El final sorprendente no es una condición im-prescindible en el buen cuento. Hay grandes cuentistas,como Antón Chejov, que apenas lo usaron. “A la deriva“,de Horacio Quiroga, no lo tiene, y es una pieza magis-tral. Un final sorprendente impuesto a la fuerza destru-ye otras buenas condiciones en un cuento. Ahora bien,el cuento debe tener su final natural como debe tenersu principio.

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No importa que el cuento sea subjetivo u objetivo; queel estilo del autor sea deliberadamente claro u oscuro,directo o indirecto: el cuento debe comenzar interesan-do al lector. Una vez cogido en ese interés el lector estáen manos del cuentista y éste no debe soltarlo más. Apartir del principio el cuentista debe ser implacable conel sujeto de su obra; lo conducirá sin piedad hacia eldestino que previamente le ha trazado; no le permitiráel menor desvío. Una sola frase aun siendo de tres pala-bras, que no esté lógica y entrañablemente justificadapor ese destino, manchará el cuento y le quitará esplen-dor y fuerza. Kippling refiere que para él era más im-portante lo que tachaba que lo que dejaba; Quiroga afir-ma que un cuento es una flecha disparada hacia un blan-co y ya se sabe que la flecha que se desvía no llega alblanco.

La manera natural de comenzar un cuento fue siem-pre el “había una vez” o “érase una vez”. Esa corta frasetenía —y tiene aún en la gente del pueblo— un valor deconjuro; ella sola bastaba para despertar el interés delos que rodeaban al relatador de cuentos. En su origen,el cuento no comenzaba con descripciones de paisajes, amenos que se tratara la presencia o la acción del prota-gonista; comenzaba con éste, y pintándola en actividad.Aún hoy, esa manera de comenzar es buena. El cuentodebe iniciarse con el protagonista en acción, física o psi-cológica, pero acción; el principio no debe hallarse a mu-cha distancia del meollo mismo del cuento, a fin de evi-tar que el lector se canse.

Saber comenzar un cuento es tan importante comosaber terminarlo. El cuentista serio estudia y practicasin descanso la entrada del cuento. Es en la primera fra-se donde está el hechizo de un buen cuento; ella deter-mina el ritmo y la tensión de la pieza. Un cuento que co-

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mienza bien casi siempre termina bien. El autor quedacomprometido consigo mismo a mantener el nivel de sucreación a la altura en que la inició. Hay una sola mane-ra de empezar un cuento con acierto: despertando de gol-pe el interés del lector. El antiguo “había una vez” o “éra-se una vez” tiene que ser suplido con algo que tenga sumismo valor de conjuro. El cuentista joven debe estudiarcon detenimiento la manera en que inician sus cuentoslos grandes maestros; debe leer, uno por uno, los prime-ros párrafos de los mejores cuentos de Maupassant, deKippling, de Sherwood Anderson, de Quiroga, quien fuequizá el más consciente de todos ellos en lo que a la téc-nica del cuento se refiere.

Comenzar bien un cuento y llevarlo hacia su final sinuna digresión, sin una debilidad, sin un desvío: he ahí enpocas palabras el núcleo de la técnica del cuento. Quiensepa hacer eso tiene el oficio de cuentista, conoce la“tekné” del género. El oficio es la parte formal de la ta-rea, pero quien no domine ese lado formal no llegará aser buen cuentista. Sólo el que lo domine podrá trans-formar el cuento, mejorarlo con una nueva modalidad,iluminarlo con el toque de su personalidad creadora.

Ese oficio es necesario para el que cuenta cuentos enun mercado árabe y para el que los escribe en una biblio-teca de París. No hay manera de conocerlo sin ejercerlo.Nadie nace sabiéndolo, aunque en ocasiones un cuentis-ta nato puede producir un buen cuento por adivinaciónde artista. El oficio es obra del trabajo asiduo, de la medi-tación constante, de la dedicación apasionada. Cuentis-tas de apreciables cualidades para la narración han per-dido su don porque mientras tuvieron dentro de sí te-mas escribieron sin detenerse a estudiar la técnica delcuento y nunca la dominaron; cuando la veta interior seagotó, les faltó la capacidad para elaborar, con asuntos

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externos a su experiencia íntima, la delicada arquitectu-ra de un cuento. No adquirieron el oficio a tiempo, y sinel oficio no podían construir.

En sus primeros tiempos el cuentista crea en estadode semiinconsciencia. La acción se le impone; los perso-najes y sus circunstancias le arrastran; un torrente depalabras luminosas se lanza sobre él. Mientras ese esta-do de ánimo dura, el cuentista tiene que ir aprendiendola técnica a fin de imponerse a ese mundo hermoso y des-ordenado que abruma su mundo interior. El conocimien-to de la técnica le permitirá señorear sobre la embria-gante pasión como Yavé sobre el caos. Se halla en el mo-mento apropiado para estudiar los principios en que des-cansa la profesión de cuentista, y debe hacerlo sin pér-dida de tiempo. Los principios del género, no importa loque crean algunos cuentistas noveles, son inalterables;por lo menos, en la medida en que la obra humana lo es.

La búsqueda y la selección del material es una parteimportante de la técnica; de la búsqueda y de la selec-ción saldrá el tema. Parece que estas dos palabras —bús-queda y selección— implican lo mismo: buscar es selec-cionar. Pero no es así para el cuentista. Él buscará aque-llo que su alma desea; motivos campesinos o de mar, epi-sodios de hombres del pueblo o de niños, asuntos de amoro de trabajo. Una vez obtenido el material, escogerá elque más se avenga con su concepto general de la vida ycon el tipo de cuento que se propone escribir.

Esa parte de la tarea es sagradamente personal; na-die puede intervenir en ella. A menudo la gente se acer-ca a novelistas y cuentistas para contarles cosas que lehan sucedido, “temas para novelas y cuentos” que no inte-resan al escribir porque nada le dicen a su sensibilidad.Ahora bien, si nadie debe intervenir en la selección deltema, hay un consejo útil que dar a los cuentistas jóve-

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nes: que estudien el material con minuciosidad y serie-dad; que estudien concienzudamente el escenario de sucuento, el personaje y su ambiente, su mundo psicológi-co y el trabajo con que se gana la vida.

Escribir cuentos es una tarea seria y además hermo-sa. Arte difícil, tiene el premio en su propia realización.Hay mucho que decir sobre él. Pero lo más importantees esto: El que nace con la vocación de cuentista trae almundo un don que está en la obligación de poner al servi-cio de la sociedad. La única manera de cumplir con esaobligación es desenvolviendo sus dotes naturales, y paralograrlo tiene que aprender todo lo relativo a su oficio;qué es un cuento y qué debe hacer para escribir buenoscuentos. Si encara su vocación con seriedad, estudiará aconciencia, trabajará, se afanará por dominar el género,que es sin duda muy rebelde, pero dominable. Otros lohan logrado. Él también puede lograrlo.

Caracas, septiembre de 1958

En la “Antesala” de la “Antología personal” de susescritos que publicó la Editorial de la Universidad dePuerto Rico en el 1998, escribió:

“El escritor, no importa el género al que se dedique,si escribe con responsabilidad para su pueblo, no paraél, no para sentirse halagado, sino para orientar a su pue-blo, se convierte en un elemento altamente positivo, enuna fuerza directora de la sociedad. El que trae a la vidael don de comunicarse por medio de la palabra con losdemás seres humanos tiene una alta función que reali-zar, que ejecutar, y está en la obligación de desarrollaresa capacidad. Porque no se puede malgastar esa capa-cidad, no se puede dedicar a cosas que no sean nobles,fecundas, hermosas”.

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DOS PESOS DE AGUA

LA VIEJA Remigia sujeta el aparejo, alza la pequeña caray dice:

—Dele ese rial fuerte a las ánimas pa que llueva, Fe-lipa.

Felipa fuma y calla. Al cabo de tanto oír lamentar lasequía levanta los ojos y recorre el cielo con ellos. Claro,amplio y alto, el cielo se muestra sin una mancha. Es deuna limpieza desesperante.

—Y no se ve nadita de nubes —comenta.Baja entonces la mirada. Los terrenos pardos se agrie-

tan a la distancia. Allá, al pie de la loma, un bohío. Lagente que vive en él, y en los otros, y en los más remo-tos, estará pensando como ella y como la vieja Remigia.¡Nada de lluvia en una sarta bien larga de meses! Loshombres prenden fuego a los pinos de las lomas; el res-plandor de los candelazos chamusca las escasas hojas delos maizales; algunas chispas vuelan como pájaros, de-jando estelas luminosas, caen y florecen en incendiosenormes: todo para que ascienda el humo a los cielos,para que llueva... Y nada. Nada.

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—Nos vamos a acabar, Remigia —dice.La vieja comenta:—Pa lo que nos falta.La sequía había empezado matando la primera cose-

cha; cuando se hubo hecho larga y le sacó todo el jugo ala tierra, les cayó encima a los arroyos; poco a poco loscauces le fueron quedando anchos al agua, las piedrassurgieron cubiertas de lama y los pececillos emigraroncorriente abajo. Infinidad de caños acabaron por agotar-se, otros por tornarse lagunas, otros lodazales.

Sedientos y desesperados, muchos hombres abando-naron los conucos, aparejaron caballos y se fueron conlas familias en busca de lugares menos áridos.

La vieja Remigia se resistía a salir. Algún día caeríael agua; alguna tarde se cargaría el cielo de nubes; algu-na noche rompería el canto del aguacero sobre el ardidotecho de yaguas. Algún día...

***

Desde que se quedó con el nieto, después que se lle-varon al hijo en una parihuela, la vieja Remigia se hizohuraña y guardadora. Pieza a pieza fue juntando sus cen-tavos en una higera con ceniza. Los centavos eran de co-bre. Trabajaba en el conuquito, detrás de la casa, sem-brando maíz y frijoles. El maíz lo usaba en engordar lospollos y los cerdos; los frijoles servían para la comida.Cada dos o tres meses reunía los pollos más gordos y seiba a venderlos. Cuando veía un cerdo mantecoso, lo ma-taba; ella misma detallaba la carne y de las capas extraíala grasa; con ésta y con los chicharrones se iba tambiénal pueblo. Cerraba el bohío, le encargaba a un vecino quele cuidara lo suyo, montaba el nieto en el potro bayo y loseguía a pie. En la noche estaba de vuelta.

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Iba tejiendo su vida así, con el nieto colgado en el co-razón.

—Pa ti trabajo, muchacho —le decía—. No quiero quepases calores, ni que te vayas a malograr, como tu taita.

El niño la miraba. Nunca se le oía hablar, y aunqueapenas alzaba una vara del suelo, madrugaba con su ma-chete bajo el brazo y el sol le salía sobre la espalda, lim-piando el conuco.

La vieja Remigia tenía sus esperanzas. Veía crecer elmaíz, veía florecer los frijoles; oía el gruñido de sus puer-cos en la pocilga cercana; contaba las gallinas al anoche-cer, cuando subían a los palos. Entre días descolgaba lahigera y sacaba los cobres. Había muchos, llegó tambiéna haber monedas de plata de todos tamaños.

Con un temblor de novia en la mano, Remigia acari-ciaba su dinero y soñaba. Veía al muchacho en tiempode casarse, bien montado en brioso caballo alazano, o selo figuraba tras un mostrador, despachando botellas deron, varas de lienzo, libras de azúcar. Sonreía, tornaba aguardar su dinero, guindaba la higera y se acercaba alnieto, que dormía tranquilo.

Todo iba bien, bien. Pero sin saberse cuándo ni cómose presentó aquella sequía. Pasó un mes sin llover, pa-saron dos, pasaron tres. Los hombres que cruzaban pordelante de su bohío la saludaban diciendo:

—Tiempo bravo, Remigia.Ella aprobaba en silencio. Acaso comentaba:—Prendiendo velas a las ánimas pasa esto.Pero no llovía. Se consumieron muchas velas y se con-

sumió también el maíz en sus tallos. Se oían crujir lospalos; se veían enflaquecer los caños de agua; en la po-cilga empezó a endurecerse la tierra. A veces se cargabael cielo de nubes; allá arriba se apelotonaban manchas

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grises; bajaban de las lomas vientos húmedos, que alza-ban montones de polvo...

—Esta noche sí llueve, Remigia —aseguraban los hom-bres que cruzaban.

—¡Por fin! Va a ser hoy —decía una mujer.—Ya está casi cayendo —confiaba un negro.La vieja Remigia se acostaba y rezaba: ofrecía más

velas a las ánimas y esperaba. A veces le parecía sentirel roncar de la lluvia que descendía de las altas lomas.Se dormía esperanzada; pero el cielo amanecía limpiocomo ropa de matrimonio.

Comenzó la desesperación. La gente estaba ya tran-sida y la propia tierra quemaba como si despidiera lla-mas. Todos los arroyos cercanos habían desaparecido;toda la vegetación de las lomas había sido quemada. Nose conseguía comida para los cerdos; los asnos se aleja-ban en busca de mayas; las reses se perdían en los reco-dos, lamiendo raíces de árboles; los muchachos iban adistancias de medio día a buscar latas de agua; las galli-nas se perdían en los montes, en procura de insectos ysemillas.

—Se acaba esto, Remigia. Se acaba —lamentaban lasviejas.

Un día, con la fresca del amanecer, pasó Rosendo conla mujer, los dos hijos, la vaca, el perro y un mulo flacocargado de trastos.

—Yo no aguanto, Remigia; a este lugar le han hechomal de ojo.

Remigia entró en el bohío, buscó dos monedas de co-bre y volvió.

—Tenga; préndamele esto de velas a las ánimas enmi nombre —recomendó.

Rosendo cogió los cobres, los miró, alzó la cabeza yse cansó de ver cielo azul.

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—Cuando quiera, váyase a Tavera. Nosotros vamosa parar un rancho allá, y dende agora es suyo.

—Yo me quedo, Rosendo. Esto no puede durar.Rosendo volvió el rostro. Su mujer y sus hijos se per-

dían ya en la distancia. El sol parecía incendiar las lo-mas remotas.

***

El muchacho se había puesto tan oscuro como un ne-gro. Un día se le acercó:

—Mamá, uno de los puerquitos parece muerto.Remigia se fue a la pocilga. Anhelantes, resecas las

trompas, flacos como alambres, los cerdos gruñían y chi-llaban. Estaban apelotonados, y cuando Remigia los es-pantó vio restos de un animal. Comprendió: el muertohabía alimentado a los vivos. Entonces decidió ir ella mis-ma en busca de agua para que sus animales resistieran.

Echaba por delante el potro bayo; salía de madruga-da y retornaba a medio día. Incansable, tenaz, silencio-sa, Remigia se mantenía sin una queja. Ya sentía menospeso en la higera; pero había que seguir sacrificando algopara que las ánimas tuvieran piedad. El camino hasta elarroyo más cercano era largo; ella lo hacía a pie, para nocansar la bestia. El potro bayo tenía las ancas cortantes,el pescuezo flaco, y a veces se le oían chocar los huesos.

El éxodo seguía. Cada día se cerraba un nuevo bohío.Ya la tierra parda se resquebrajaba; ya sólo los espino-sos cambronales se sostenían verdes. En cada viaje elagua del arroyo era más escasa. A la semana había tantolodo como agua; a las dos semanas el cauce era como unviejo camino pedregoso, donde refulgía el sol. La bestia,desesperada, buscaba donde ramonear y batía el rabopara espantar las moscas.

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Remigia no había perdido la fe. Esperaba las seña-les de lluvia en el alto cielo.

—¡Ánimas del Purgatorio! —clamaba de rodillas—.¡Ánimas del Purgatorio! ¡Nos vamos a morir achicharra-dos si ustedes no nos ayudan!

Días más tarde el potro bayo amaneció tristón e in-capaz de levantarse; esa misma tarde el nieto se tendióen el catre, ardiendo en fiebre. Remigia se echó afuera.Anduvo y anduvo, llamando en los distantes bohíos, le-vantando los espíritus.

—Vamos a hacerle un rosario a San Isidro —decía.—Vamos a hacerle un rosario a San Isidro —repetía.Salieron una madrugada de domingo. Ella llevaba el

niño en brazos. La cabeza del muchacho, cargada de ca-lenturas, pendía como un bulto del hombro de su abue-la. Quince o veinte mujeres, hombres y niños desharrapa-dos, curtidos por el sol, entonaban cánticos tristes, reco-rriendo los pelados caminos. Llevaban una imagen de laAltagracia; le encendían velas; se arrodillaban y eleva-ban ruegos a Dios. Un viejo flaco, barbudo, de ojos ardien-tes y acerados, con el pecho desnudo, iba delante golpeán-dose el esternón con la mano descarnada, mirando a loalto y clamando:

¡San Isidro Labrador!¡San Isidro Labrador!Trae el agua y quita el sol,¡San Isidro Labrador!Sonaba ronca la voz del viejo. Detrás, las mujeres pla-

ñían y alzaban los brazos.

***

Ya se habían ido todos. Pasó Rosendo, pasó Toribiocon una hija medio loca; pasó Felipe; pasaron unos y

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otros. Ella les dio a todos para las velas. Pasaron los úl-timos, una gente a quienes no conocía; llevaban un viejoenfermo y no podían con su tristeza; ella les dio para lasvelas.

Se podía tender la vista sin tropiezos y ver desde lapuerta del bohío el calcinado paisaje con las lomas pela-das al final; se podían ver los cauces secos de los arro-yos.

Ya nadie esperaba lluvia. Antes de irse los viejos ju-raban que Dios había castigado el lugar y los jóvenes quetenía mal de ojo.

Remigia esperaba. Recogía escasas gotas de agua.Sabía que había que empezar de nuevo, porque ya casinada quedaba en la higera, y el conuco estaba peladocomo un camino real. Polvo y sol; sol y polvo. La maldi-ción de Dios, por la maldad de los hombres, se había rea-lizado allí; pero la maldición de Dios no podía acabar conla fe de Remigia.

***

En su rincón del Purgatorio, las ánimas, metidas decintura abajo entre las llamas voraces, repasaban cuen-tas. Vivían consumidas por el fuego, purificándose; y,como burla sangrienta, tenían potestad para desatar lalluvia y llevar el agua a la tierra. Una de ellas, barbuda,dijo:

—¡Caramba! ¡La vieja Remigia, de Paso Hondo, haquemado ya dos pesos de velas pidiendo agua!

Las compañeras saltaron vociferando:—¡Dos pesos, dos pesos!Alguna preguntó:—¿Por qué no se le ha atendido, como es costumbre?

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—¡Hay que atenderla! —rugió una de ojos impetuo-sos.

—¡Hay que atenderla! —gritaron las otras.Se corría la voz, se repetían el mandato:—¡Hay que mandar agua a Paso Hondo! ¡Dos pesos

de agua!—¡Dos pesos de agua a Paso Hondo!—¡Dos pesos de agua a Paso Hondo!Todas estaban impresionadas, casi fuera de sí, por-

que nunca llegó una entrega de agua a tal cantidad; nisiquiera a la mitad, ni aun a la tercera parte. Servían unanoche de lluvia por dos centavos de velas, y cierta vezenviaron un diluvio entero por veinte centavos.

—¡Dos pesos de agua a Paso Hondo! —rugían.Y todas las ánimas del Purgatorio se escandalizaban

pensando en el agua que había que derramar por tantodinero, mientras ellas ardían metidas en el fuego eter-no, esperando que la suprema gracia de Dios las llamaraa su lado.

***

Abajo, en Paso Hondo, se nubló el cielo. Muy de ma-ñana Remigia miró hacia oriente y vio una nube negra yfina, tan negra como una cinta de luto y tan fina como larabiza de un fuete. Una hora después inmensas lomasde nubes grises se apelotonaron, empujándose, avanzan-do, ascendiendo. Dos horas más tarde estaba oscuro comosi fuera de noche.

Llena de miedo, con el temor de que se deshicieratanta ventura, Remigia callaba y miraba. El nieto seguíaen el catre, calenturiento. Estaba flaco, igual que un so-najero de huesos. Los ojos parecían salirle de cuevas.

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Arriba estalló un trueno. Remigia corrió a la puerta.Avanzando como caballería rabiosa, un frente de lluviavenía de las lomas sobre el bohío. Ella sonrió de manerainconsciente; se sujetó las mejillas, abrió desmesurada-mente los ojos. ¡Ya estaba lloviendo!

Rauda, pesada, cantando broncas canciones, la lluviallegó hasta el camino real, resonó en el techo de yaguas,saltó el bohío, empezó a caer en el conuco. Sintiéndosearder, Remigia corrió a la puerta del patio y vio descen-der, apretados, los hilos gruesos del agua; vio la tierraadormecerse y despedir un vaho espeso. Se tiró afuera,rabiosa.

—¡Yo sabía, yo lo sabía, yo lo sabía! —gritaba a vozen cuello.

—¡Lloviendo, lloviendo! —clamaba con los brazos ten-didos hacia el cielo—. ¡Yo lo sabía!

De pronto penetró en la casa, tomó al niño, lo apretócontra su pecho, lo alzó, lo mostró a la lluvia.

—¡Bebe, muchacho; bebe, hijo mío! ¡Mira agua, miraagua!

Y sacudía al nieto, lo estrujaba; parecía querer me-terle dentro el espíritu fresco y disperso del agua.

***

Mientras afuera bramaba el temporal, soñaba aden-tro Remigia.

—Ahora —se decía—, en cuanto la tierra se ablande,siembro batata, arroz tresmesino, frijoles y maíz. Toda-vía me quedan unos cuartitos con que comprar semillas.El muchacho se va a sanar. ¡Lástima que la gente se hayaido! Quisiera verle la cara a Toribio, a ver qué pensaríade este aguacero. Tantas rogaciones, y sólo me van a apro-

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vechar a mí. Quizá vengan agora, cuando sepan que yapasó el mal de ojo.

El nieto dormía tranquilo. En Paso Hondo, por lossecos cauces de los arroyos y los ríos, empezaba a rodaragua sucia; todavía era escasa y se estancaba en las pie-dras. De las lomas bajaba roja, cargada de barro; de loscielos descendía pesada y rauda. El techo de yaguas sedesmigajaba con los golpes múltiples del aguacero. Re-migia se adormecía y veía su conuco lleno de plantas ver-des, lozanas, batidas por la brisa fresca; veía los rinco-nes llenos de dorado maíz, de arroz, frijoles, de batatashenchidas. El sueño le tornaba pesada la cabeza.

Y afuera seguía bramando la lluvia incansable.

***

Pasó una semana; pasaron diez días, quince... Zum-baba el aguacero sin una hora de tregua. Se acabaron elarroz y la manteca; se acabó la sal. Bajo el agua tomó Re-migia el camino de Las Cruces para comprar comida. Sa-lió de mañana y retornó a media noche. Los ríos, los ca-ños de agua y hasta las lagunas se adueñaban del mun-do, borraban los caminos, se metían lentamente entrelos conucos. Una tarde pasó un hombre. Montaba mulopesado.

—¡Ey, don! —llamó Remigia.El hombre metió la cabeza del animal por la puerta.—Bájese pa que se caliente —invitó ella.La montura se quedó a la intemperie.—El cielo se ta cayendo en agua —explicó él al rato—.

Yo como usté dejaba este sitio tan bajito y me diba pa laslomas.

—¿Yo dirme? No, hijo. Horita pasa este tiempo.

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—Vea —se extendió el visitante—, esto es una nie-ga. Yo las he visto tremendas, con el agua llevándose ani-males, bohíos, matas y gente. Horita se crecen todos loscaños que yo he dejado atrás, contimás que ta lloviéndo-les duro en las cabezadas.

—Jum… Peor que esto fue la seca, don. Todo el mun-do le salió huyendo, y yo la aguanté.

—La seca no mata, pero el agua ahoga, doña. Todoeso —y señaló lo que él había dejado a la puerta— ta ane-gado. Como tres horas tuve esta mañana sin salir de unagua que me le daba en la barriga al mulo.

El hombre hablaba con voz pausada, y sus ojos grises,atemorizados, vigilaban el incesante caer de la lluvia.

Al anochecer se fue. Mucho le rogó Remigia que nocogiera el camino con la oscuridad.

—Dispué es peor, doña. Van esos ríos y se botan...Remigia se fue a atender al nieto, que se quejaba dé-

bilmente.

***

Tuvo razón el hombre. ¡Qué noche, Dios! Se oía unrugir sordo e inquietante; se oían retumbar los truenos;penetraban los reflejos de los relámpagos por las múlti-ples rendijas.

El agua sucia entró por los quicios y empezó a espar-cirse en el suelo. Bravo era el viento en la distancia, y aratos parecía arrancar árboles. Remigia abrió la puerta.Un relámpago lejano alumbró el sitio de Paso Hondo.¡Agua y agua! Agua aquí, allá, más lejos, entre los troncosescasos, en los lugares pelados. Debía descender de laslomas y en el camino real se formaba un río torrentoso.

—¿Será una niega? —se preguntó Remigia, dudandopor vez primera.

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Pero cerró la puerta y entró. Ella tenía fe; una fe in-agotable, más que lo que había sido la sequía, más que losería la lluvia. Por dentro, su bohío estaba tan mojadocomo por fuera. El muchacho se encogía en el catre, re-huyendo las goteras.

A medianoche la despertó un golpe en una esquinade la vivienda. Se fue a levantar, pero sintió agua hastacasi las rodillas. Bramaba afuera el viento. El agua batíacontra los setos del bohío.

¡Ay de la noche horrible, de la noche anegada! Veníael agua en golpes; venía y todo lo cundía, todo lo ahoga-ba. Restalló otro relámpago, y el trueno desgajó pedazosde oscuro cielo.

Remigia sintió miedo.—¡Virgen Santísima! —clamó—. ¡Virgen Santísima,

ayúdame!Pero no era negocio de la Virgen, ni de Dios, sino de

las ánimas, que allá arriba gritaban:—¡Ya va medio peso de agua! ¡Ya va medio peso!

***

Cuando sintió el bohío torcerse por los torrentes, Re-migia desistió de esperar y levantó al nieto. Se lo pegóal pecho; lo apretó, febril; luchó con el agua que le impe-día caminar; empujó, como pudo, la puerta y se echó afue-ra. A la cintura llevaba el agua; y caminaba, caminaba.No sabía adónde iba. El terrible viento le destrenzaba elcabello, los relámpagos verdeaban en la distancia. El aguacrecía, crecía. Levantó más al nieto. Después tropezó ytornó a pararse. Seguía sujetando al niño y gritando:

—¡Virgen Santísima, Virgen Santísima!Se llevaba el viento su voz y la esparcía sobre la gran

llanura líquida.

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—¡Virgen Santísima, Virgen Santísima!Su falda flotaba. Ella rodaba, rodaba. Sintió que algo

le sujetaba el cabello, que le amarraban la cabeza. Pen-só:

—En cuanto esto pase siembro batata.Veía el maíz metido bajo el agua sucia. Hincaba las

uñas en el pecho del nieto.—¡Virgen Santísima!Seguía ululando el viento, y el trueno rompía los cie-

los. Se le quedó el cabello enredado en un tronco espi-noso. El agua corría hacia abajo, hacia abajo, arrastrandobohíos y troncos. Las ánimas gritaban, enloquecidas:

—¡Todavía falta; todavía falta! ¡Son dos pesos, dos pe-sos de agua! ¡Son dos pesos de agua!

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LA BELLA ALMA DE DON DAMIÁN

DON DAMIÁN entró en la inconsciencia rápidamente, a com-pás con la fiebre que iba subiendo por encima de treintay nueve grados. Su alma se sentía muy incómoda, casi apunto de calcinarse, razón por la cual comenzó a irserecogiendo en el corazón. El alma tenía infinita cantidadde tentáculos, como un pulpo de innúmeros pies, cadauno metido en una vena y algunos sumamente delgadosmetidos en vasos. Poco a poco fue retirando esos pies, ya medida que iba haciéndolo don Damián perdía calor yempalidecía. Se le enfriaron primero las manos, luegolas piernas y los brazos; la cara comenzó a ponerse atroz-mente pálida, cosa que observaron las personas que ro-deaban el lujoso lecho. La propia enfermera se asustó ydijo que era tiempo de llamar al médico. El alma oyó esaspalabras y pensó: “Hay que apresurarse, o viene ese se-ñor y me obliga a quedarme aquí hasta que me queme lafiebre”.

Empezaba a clarear. Por los cristales de las venta-nas entraba una luz lívida, que anunciaba el próximo na-cimiento del día. Asomándose a la boca de don Damián

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—que se conservaba semiabierta para dar paso a un pocode aire— el alma notó la claridad y se dijo que si no ac-tuaba pronto no podría hacerlo más tarde debido a quela gente la vería salir y le impediría abandonar el cuer-po de su dueño. El alma de don Damián era ignoranteen ciertas cosas; por ejemplo, no sabía que una vez libreresultaba totalmente invisible.

Hubo un prolongado revuelo de faldas alrededor dela soberbia cama donde yacía el enfermo, y se dijeron fra-ses atropelladas que el alma no atinó a oír, ocupada comoestaba en escapar de su prisión. La enfermera entró conuna jeringa hipodérmica en la mano.

—¡Ay, Dios mío, Dios mío, que no sea tarde! —clamóla voz de la vieja criada.

Pero era tarde. A un mismo tiempo la aguja penetra-ba en un antebrazo de don Damián y el alma sacaba dela boca del moribundo sus últimos tentáculos. El almapensó que la inyección había sido un gasto inútil. En uninstante se oyeron gritos diversos y pasos apresurados,y mientras alguien —de seguro la criada, porque era im-posible que se tratara de la suegra o de la mujer de donDamián— se tiraba aullando sobre el lecho, el alma selanzaba al espacio, directamente hacia la lujosa lámparade cristal de Bohemia que pendía del centro del techo.Allí se agarró con suprema fuerza y miró hacia abajo; donDamián era ya un despojo amarillo, de facciones casitransparentes y duras como el cristal; los huesos del ros-tro parecían haberle crecido y la piel tenía un brillo re-pelente. Junto a él se movían la suegra, la señora y laenfermera; con la cabeza hundida en el lecho sollozabala anciana criada. El alma sabía a ciencia cierta lo queestaba sintiendo y pensando cada una, pero no quiso per-der tiempo en observarlas. La luz crecía muy de prisa yella temía ser vista allí donde se hallaba, trepada en la

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lámpara, agarrándose con indescriptible miedo. De pron-to vio a la suegra de don Damián tomar a su hija de unbrazo y llevarla al pasillo; allí le habló, con acento muybajo. Y he aquí las palabras que oyó el alma:

—No vayas a comportarte ahora como una desver-gonzada. Tienes que demostrar dolor.

—Cuando llegue gente, mamá —susurró la hija.—No, desde ahora. Acuérdate que la enfermera pue-

de contar luego...En el acto la flamante viuda corrió hacia la cama como

una loca diciendo:—¡Damián, Damián mío; ay, mi Damián! ¿Cómo po-

dré yo vivir sin ti, Damián de mi vida?Otra alma con menos mundo se hubiera asombrado,

pero la de don Damián, trepada en su lámpara, admiróla buena ejecución del papel. El propio don Damián pro-cedía así en ciertas ocasiones, sobre todo cuando le to-caba actuar en lo que él llamaba “la defensa de mis inte-reses”. La viuda lloraba ahora “defendiendo sus intere-ses”. Era bastante joven y agraciada, en cambio don Da-mián pasaba de los sesenta. Ella tenía novio cuando élla conoció, y el alma había sufrido ratos muy desagrada-bles a causa de los celos de su ex dueño. El alma recor-daba cierta escena, hacía por cierto pocos meses, en laque la mujer dijo:

—¡No puedes prohibirme que le hable! ¡Tú sabes queme casé contigo por tu dinero!

A lo que don Damián había contestado que con esedinero él había comprado el derecho a no ser puesto enridículo. La escena fue muy desagradable, con interven-ción de la suegra y amenazas de divorcio. En suma, unmal momento, empeorado por la circunstancia de que ladiscusión fue cortada en seco debido a la llegada de unosmuy distinguidos visitantes a quienes marido y mujer

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atendieron con encantadoras sonrisas y maneras tan fi-nas que sólo ella, el alma de don Damián, apreciaba entodo su real valor.

Estaba el alma allá arriba, en la lámpara, recordan-do tales cosas, cuando llegó a toda prisa un sacerdote.Nadie sabía por qué se presentaba tan a tiempo, puestoque todavía no acababa de salir el sol del todo y el sacer-dote había sido visita durante la noche.

—Vine porque tenía el presentimiento; vine porquetemía que don Damián diera su alma sin confesar —tra-tó de explicar.

A lo que la suegra del difunto, llena de desconfianza,preguntó:

—¿Pero no confesó anoche, padre?Aludía a que durante cerca de una hora el ministro

del Señor había estado encerrado a solas con don Damián,y todos creían que el enfermo había confesado. Pero nohabía sucedido eso. Trepada en su lámpara, el alma sa-bía que no; y sabía también por qué había llegado el cura.Aquella larga entrevista solitaria había tenido un temamás bien árido; pues el sacerdote proponía a don Da-mián que testara dejando una importante suma para elnuevo templo que se construía en la ciudad, y don Da-mián quería dejar más dinero del que se le solicitaba, perodestinado a un hospital. No se entendieron y al llegar asu casa el padre notó que no llevaba consigo su reloj. Eraprodigioso lo que le sucedía al alma, una vez libre, esode poder saber cosas que no habían ocurrido en su pre-sencia, así como adivinar lo que la gente pensaba e iba ahacer. El alma sabía que el cura se había dicho: “Recuer-do haber sacado el reloj en casa de don Damián para verqué hora era; seguramente lo he dejado allá”. De maneraque esa visita a hora tan extraordinaria nada tenía quever con el reino de Dios.

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—No, no confesó —explicó el sacerdote mirando fi-jamente a la suegra de don Damián—. No llegó a confe-sar anoche, y quedamos en que vendría hoy a primerahora para confesar y tal vez comulgar. He llegado tarde,y es gran lástima —dijo mientras movía el rostro hacialos rincones y las doradas mesillas, sin duda con la es-peranza de ver el reloj en una de ellas.

La vieja criada, que tenía más de cuarenta años aten-diendo a don Damián, levantó la cabeza y mostró dos ojosenrojecidos por el llanto.

—Después de todo no le hacía falta —aseguró—, queDios me perdone. No necesitaba confesar porque teníauna bella alma, una alma muy bella tenía don Damián.

¡Diablos, eso sí era interesante! Jamás había pensa-do el alma de don Damián que fuera bella. Su amo hacíaciertas cosas raras, y como era un hermoso ejemplar dehombre rico y vestía a la perfección y manejaba con no-table oportunidad su libreta de banco, el alma no habíatenido tiempo de pensar en algunos aspectos que podíanrelacionarse con su propia belleza o con su posible feal-dad. Por ejemplo, recordaba que su amo le ordenaba sen-tirse bien cuando tras laboriosas entrevistas con el abo-gado don Damián hallaba la manera de quedarse con lacasa de algún deudor —y a menudo ese deudor no teníadónde ir a vivir después— o cuando a fuerza de piedraspreciosas y de ayuda en metálico —para estudios, o parala salud de la madre enferma— una linda joven de losbarrios obreros accedía a visitar cierto lujoso departa-mento que tenía don Damián. ¿Pero era ella bella o erafea?

Desde que logró desasirse de las venas de su amo has-ta que fue objeto de esa mención por parte de la criada,había pasado, según cálculo del alma, muy corto tiempo;y probablemente era mucho menos todavía de lo que ella

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pensaba. Todo sucedió muy de prisa y además de mane-ra muy confusa. Ella sintió que se cocinaba dentro delcuerpo del enfermo y comprendió que la fiebre seguiríasubiendo. Antes de retirarse, mucho más allá de la me-dianoche, el médico lo había anunciado. Había dicho:

—Puede ser que la fiebre suba al amanecer; en esecaso hay que tener cuidado. Si ocurre algo llámenme.

¿Iba ella a permitir que se le horneara? Se hallabacon lo que podría denominarse su centro vital muy cer-ca de los intestinos de don Damián, y esos intestinos des-pedían fuego. Perecería como los animales horneados,lo cual no era de su agrado. Pero en realidad, ¿cuántotiempo había transcurrido desde que dejó el cuerpo dedon Damián? Muy poco, puesto que todavía no se sentíalibre del calor a pesar del ligero fresco que el día nacien-te esparcía y lanzaba sobre los cristales de Bohemia deque se hallaba sujeta. Pensaba que no había sido violen-to el cambio de clima entre las entrañas de su ex dueñoy la cristalería de la lámpara, gracias a lo cual no se ha-bía resfriado. Pero con o sin cambio violento, ¿qué habíade las palabras de la criada? “Bella”, había dicho la an-ciana servidora. La vieja sirvienta era una mujer veraz,que quería a su amo porque lo quería, no por su distin-guida estampa ni porque él le hiciera regalos. Al almano le pareció tan sincero lo que oyó a continuación.

—¡Claro que era una bella alma la suya! —corrobora-ba el cura.

—Bella era poco, señor —aseguró la suegra.El alma se volvió a mirar y vio cómo, mientras habla-

ba, la señora se dirigía a su hija con los ojos. En tales ojoshabía a la vez una orden y una imprecación. Parecían de-cir: “Rompe a llorar ahora mismo, idiota, no vaya a serque el señor cura se dé cuenta de que te ha alegrado lamuerte de este miserable”. La hija comprendió en el acto

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el mudo y colérico lenguaje, pues a seguidas prorrumpióen dolorosas lamentaciones:

—¡Jamás, jamás hubo alma más bella que la suya! ¡Ay,Damián mío, Damián mío, luz de mi vida!

El alma no pudo más; estaba sacudida por la curiosi-dad y por el asco; quería asegurarse sin perder un se-gundo de que era bella y quería alejarse de un lugar don-de cada quien trataba de engañar a los demás. Curiosa yasqueada, pues, se lanzó desde la lámpara en direcciónhacia el baño, cuyas paredes estaban cubiertas por gran-des espejos. Calculó bien la distancia para caer sobre laalfombra, a fin de no hacer ruido. Además de ignorar quela gente no podía verla, el alma ignoraba que ella no te-nía peso. Sintió gran alivio cuando advirtió que pasabainadvertida, y corrió, desolada, a colocarse frente a losespejos.

¿Pero qué estaba sucediendo, gran Dios? En primerlugar, ella se había acostumbrado durante más de sesen-ta años a mirar a través de los ojos de don Damián; y esosojos estaban altos, a un metro y setenta centímetros so-bre el suelo; estaba acostumbrada, además, al rostro vi-vaz de su amo, a su ojos claros, a su pelo brillante de to-nos grises, a la arrogancia con que alzaba el pecho y le-vantaba la cabeza, a las costosas telas con que se ves-tía. Y lo que veía ahora ante sí no era nada de eso, sinouna extraña figura de acaso un pie de altura, blanduzca,parda, sin contornos definidos. En primer lugar, no separecía a nada conocido, pues lo que debían ser dos piesy dos piernas, según fue siempre cuando se hallaba enel cuerpo de don Damián, era un monstruoso y, sin em-bargo, pequeño racimo de tentáculos como los del pulpo,pero sin regularidad, unos más cortos que otros, unosmás delgados que los demás y todos ellos como hechosde humo sucio, de un indescriptible lodo impalpable,

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como si fueran transparentes y no lo fueran, sin fuerza,rastreros, que se doblaban con repugnante fealdad. Elalma de don Damián se sintió perdida. Sin embargo sacócoraje para mirar más hacia arriba. No tenía cintura. Enrealidad, no tenía cuerpo ni cuello ni nada, sino que dedonde se reunían los tentáculos salía por un lado unaespecie de oreja caída, algo así como una corteza rugosay purulenta, y del otro un montón de pelos sin color, ás-peros, unos retorcidos, otros derechos. Pero no era esolo peor, y ni siquiera la extraña luz grisácea y amarillen-ta que la envolvía, sino que su boca era un agujero infor-me, a la vez como de ratón y de hoyo irregular en unafruta podrida, algo horrible, nauseabundo, verdadera-mente asqueroso, ¡y en el fondo de ese hoyo brillaba unojo, su único ojo, con reflejos oscuros y expresión de te-rror y perfidia! ¿Cómo explicarse que todavía siguieranesas mujeres y el cura asegurando allí, en la habitaciónde al lado, junto al lecho donde yacía don Damián, quela suya había sido una alma bella?

—¿Salir, salir a la calle yo así, con este aspecto, paraque me vea la gente? —se preguntaba en lo que creía todasu voz, ignorante aún de que era invisible e inaudible. Es-taba perdida en un negro túnel de confusión. ¿Qué ha-ría, qué destino tomaría?

Sonó el timbre. A seguidas la enfermera dijo:—Es el médico, señora. Voy a abrirle.A tales palabras la esposa de don Damián comenzó a

aullar de nuevo, invocando a su muerto marido y que-jándose de la soledad en que la dejaba.

Paralizada ante su propia imagen el alma compren-dió que estaba perdida. Se había acostumbrado a su re-fugio, al alto cuerpo de don Damián; se había acostum-brado incluso al insufrible olor de sus intestinos, al ar-dor de su estómago, a las molestias de sus resfriados.

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Entonces oyó el saludo del médico y la voz de la suegraque declamaba:

—¡Ay, doctor, qué desgracia, doctor, qué desgracia!—Cálmese, señora, cálmese —respondía el médico.El alma se asomó a la habitación del difunto. Allí, al-

rededor de la cama se amontonaban las mujeres; de pieen el extremo opuesto a la cabecera, con un libro abier-to, el cura comenzaba a rezar. El alma midió la distanciay saltó. Saltó con facilidad que ella misma no creía te-ner, como si hubiera sido de aire o un extraño animalcapaz de moverse sin hacer ruido y sin ser visto. Don Da-mián conservaba todavía la boca ligeramente abierta. Laboca estaba como hielo, pero no importaba. Por allá en-tró raudamente el alma y a seguidas se coló laringe aba-jo y comenzó a meter sus tentáculos en el cuerpo, atra-vesando las paredes interiores sin dificultad alguna. Es-taba acomodándose cuando oyó hablar al médico.

—Un momento, señora, por favor —dijo.El alma podía ver al doctor, aunque de manera muy

imprecisa. El médico se acercó al cuerpo de don Damián,le tomó una muñeca, pareció azorarse, pegó el rostro alpecho y lo dejó descansar ahí un momento. Después, des-paciosamente, abrió su maletín y sacó un estetoscopio;con todo cuidado se lo colocó en ambas orejas y luego pegóel extremo suelto sobre el lugar donde debía estar el co-razón. Volvió a poner expresión azorada; removió el ma-letín y extrajo de él una jeringa hipodérmica. Con aspectode prestidigitador que prepara un número sensacional,dijo a la enfermera que llenara la jeringa mientras él ibaamarrando un pequeño tubo de goma sobre el codo dedon Damián. Al parecer, tantos preparativos alarmarona la vieja criada.

—¿Pero para qué va a hacerle eso, si ya está muertoel pobre? —preguntó.

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El médico la miró de hito en hito con aire de gran se-ñor; y he aquí lo que dijo, si bien no para que le oyera ella,sino para que le oyeran sobre todo la esposa y la suegrade don Damián:

—Señora, la ciencia es la ciencia, y mi deber es hacercuanto esté a mi alcance para volver a la vida a don Da-mián. Almas tan bellas como la suya no se ven a diario yno es posible dejarle morir sin probar hasta la última posi-bilidad.

Este breve discurso, dicho con noble calma, alarmó ala esposa. Fue fácil notar en sus ojos un brillo duro y ensu voz cierto extraño temblor.

—¿Pero no está muerto? —preguntó.El alma estaba ya metida del todo y sólo tres tentá-

culos buscaban todavía, al tacto, las venas en que habíanestado años y años. La atención que ponía en situar esostentáculos donde debían estar no le impidió, sin embar-go, advertir el acento de intriga con que la mujer hizo lapregunta.

El médico no respondió. Tomó el antebrazo de donDamián y comenzó a pasar una mano por él. A ese tiem-po el alma iba sintiendo que el calor de la vida iba ro-deándola, penetrándola, llenando las viejas arterias queella había abandonado para no calcinarse. Entonces, casisimultáneamente con el nacimiento de ese calor, el médi-co metió la aguja en la vena del brazo, soltó el ligamentode encima del codo y comenzó a empujar el émbolo de lajeringuilla. Poco a poco, en diminutas oleadas, el calorde la vida fue ascendiendo a la piel de don Damián.

—¡Milagro, Señor, milagro! —barbotó el cura.Súbitamente, presenciando aquella resurrección, el

sacerdote palideció y dio rienda suelta a su imaginación.La contribución para el templo estaba segura, ¿pues cómopodría don Damián negarle su ayuda una vez que él le

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refiriera, en los días de convalecencia, cómo le había vis-to volver a la vida segundos después de haber rogado pi-diendo por ese milagro? “El Señor atendió a mis ruegosy lo sacó de la tumba, don Damián”, diría él.

Súbitamente también la esposa sintió que su cerebroquedaba en blanco. Miraba con ansiedad el rostro de sumarido y se volvía hacia la madre. Una y otra se halla-ban desconcertadas, mudas, casi aterradas.

Pero el médico sonreía. Se hallaba muy satisfecho,aunque trataba de no dejarlo ver.

—¡Ay, si se ha salvado, gracias a Dios y a usted! —gri-tó de pronto la criada, los ojos cargados de lágrimas deemoción, tomando las manos del médico—. ¡Se ha salva-do, está resucitado! ¡Ay, don Damián no va a tener conqué pagarle, señor! —aseguraba.

Y cabalmente en eso estaba pensando el médico, enque don Damián tenía de sobra con qué pagarle. Pero dijootra cosa. Dijo:

—Aunque no tuviera con qué pagarme lo hubiera he-cho, porque era mi deber salvar para la sociedad un almatan bella como la suya.

Estaba contestándole a la criada, pero en realidadhablaba para que le oyeran los demás; sobre todo paraque le repitieran esas palabras al enfermo unos días mástarde, cuando estuviera en condiciones de firmar.

Cansada de oír tantas mentiras el alma de don Da-mián resolvió dormir. Un segundo después don Damiánse quejó, aunque muy débilmente, y movió la cabeza enla almohada.

—Ahora dormirá varias horas —explicó el médico—y nadie debe molestarlo.

Diciendo lo cual dio el ejemplo, y salió de la habita-ción en puntillas.

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LA MUJER

LA CARRETERA está muerta. Nadie ni nada la resucitará.Larga, infinitamente larga, ni en la piel gris se le ve vida.El sol la mató; el sol de acero, de tan candente al rojo,un rojo que se hizo blanco. Tornose luego transparenteel acero blanco, y sigue ahí, sobre el lomo de la carrete-ra.

Debe hacer muchos siglos de su muerte. La desente-rraron hombres con picos y palas. Cantaban y picaban;algunos había, sin embargo, que ni cantaban ni picaban.Fue muy largo todo aquello. Se veía que venían de lejos:sudaban, hedían. De tarde el acero blanco se volvía rojo;entonces en los ojos de los hombres que desenterrabanla carretera se agitaba una hoguera pequeñita, detrásde las pupilas.

La muerta atravesaba sabanas y lomas y los vientostraían polvo sobre ella. Después aquel polvo murió tam-bién y se posó en la piel gris.

A los lados hay arbustos espinosos. Muchas veces lavista se enferma de tanta amplitud. Pero las planiciesestán peladas. Pajonales, a distancia. Tal vez aves rapa-

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ces coronen cactos. Y los cactos están allá, más lejos, em-butidos en el acero blanco.

También hay bohíos, casi todos bajos y hechos con ba-rro. Algunos están pintados de blanco y no se ven bajo elsol. Sólo se destaca el techo grueso, seco, ansioso de que-marse día a día. Las cañas dieron esas techumbres porlas que nunca rueda agua.

La carretera muerta, totalmente muerta, está ahí, des-enterrada, gris. La mujer se veía, primero, como un pun-to negro, después, como una piedra que hubieran dejadosobre la momia larga. Estaba allí tirada sin que la brisale moviera los harapos. No la quemaba el sol; tan sólo sen-tía dolor por los gritos del niño. El niño era de bronce,pequeñín, con los ojos llenos de luz, y se agarraba a la ma-dre tratando de tirar de ella con sus manecitas. Prontoiba la carretera a quemar el cuerpo, las rodillas por lomenos, de aquella criatura desnuda y gritona.

La casa estaba allí cerca, pero no podía verse.A medida que se avanzaba crecía aquello que parecía

una piedra tirada en medio de la gran carretera muer-ta. Crecía, y Quico se dijo: “Un becerro, sin duda, estro-peado por un auto”.

Tendió la vista: la planicie, la sabana. Una colina leja-na, con pajonales, como si fuera esa colina sólo un mon-toncito de arena apilada por los vientos. El cauce de unrío; las fauces secas de la tierra que tuvo agua mil añosantes de hoy. Se resquebrajaba la planicie dorada bajo elpesado acero transparente. Y los cactos, los cactos coro-nados de aves rapaces.

Más cerca ya, Quico vio que era persona. Oyó distinta-mente los gritos del niño.

El marido le había pegado. Por la única habitacióndel bohío, caliente como horno, la persiguió, tirándolede los cabellos y machacándole la cabeza a puñetazos.

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—¡Hija de mala madre! ¡Hija de mala madre! ¡Te voya matar como a una perra, desvergonsá!

—Pero si nadie pasó, Chepe: nadie pasó —quería ellaexplicar.

—¿Que no? ¡Ahora verás!Y volvía a golpearla.El niño se agarraba a las piernas de su papá, no sa-

bía hablar aún y pretendía evitarlo. Él veía la mujer san-grando por la nariz. La sangre no le daba miedo, no, so-lamente deseos de llorar, de gritar mucho. De seguromamá moriría si seguía sangrando.

Todo fue porque la mujer no vendió la leche de ca-bra, como él se lo mandara; al volver de las lomas, cua-tro días después, no halló el dinero. Ella contó que sehabía cortado la leche; la verdad es que la bebió el niño.Prefirió no tener unas monedas a que la criatura sufrie-ra hambre tanto tiempo.

Le dijo después que se marchara con su hijo:—¡Te mataré si vuelves a esta casa!La mujer estaba tirada en el piso de tierra; sangraba

mucho y nada oía. Chepe, frenético, la arrastró hasta lacarretera. Y se quedó allí, como muerta, sobre el lomode la gran momia.

Quico tenía agua para dos días más de camino, perola gastó en rociar la frente de la mujer. La llevó hasta elbohío, dándole el brazo, y pensó en romper su camisa lis-tada para limpiarla de sangre. Chepe entró por el patio.

—¡Te dije que no quería verte má aquí, condená!Parece que no había visto al extraño. Aquel acero

blanco, transparente, le había vuelto fiera, de seguro. Elpelo era estopa y las córneas estaban rojas.

Quico le llamó la atención; pero él, medio loco, ame-nazó de nuevo a su víctima. Iba a pegarle ya. Entoncesfue cuando se entabló la lucha entre los dos hombres.

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El niño pequeñín comenzó a gritar otra vez; ahora seenvolvía en la falda de su mamá.

La lucha era como una canción silenciosa. No decíanpalabra. Sólo se oían los gritos del muchacho y las pisa-das violentas.

La mujer vio cómo Quico ahogaba a Chepe: tenía losdedos engarfiados en el pescuezo de su marido. Éste co-menzó por cerrar los ojos; abría la boca y le subía la san-gre al rostro.

Ella no supo qué sucedió, pero cerca, junto a la puer-ta, estaba la piedra; una piedra como lava, rugosa, casinegra, pesada. Sintió que le nacía una fuerza brutal. Laalzó. Sonó seco el golpe. Quico soltó el pescuezo del otro,luego dobló las rodillas, después abrió los brazos con am-plitud y cayó de espaldas, sin quejarse, sin hacer un es-fuerzo.

La tierra del piso absorbía aquella sangre tan roja,tan abundante. Chepe veía la luz brillar en ella.

La mujer tenía las manos crispadas sobre la cara, todoel pelo suelto y los ojos pugnando por saltar. Corrió. Sen-tía flojedad en las coyunturas. Quería ver si alguien ve-nía. Pero sobre la gran carretera muerta, totalmente muer-ta, sólo estaba el sol que la mató. Allá, al final de la pla-nicie, la colina de arenas que amontonaron los vientos.Y cactos embutidos en el acero.

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LA NOCHEBUENA DE ENCARNACIÓN MENDOZA

CON SU sensible ojo de prófugo Encarnación Mendoza ha-bía distinguido el perfil de un árbol a veinte pasos, ra-zón por la cual pensó que la noche iba a decaer. Anduvoacertado en su cálculo; donde empezó a equivocarse fueal sacar conclusiones de esa observación. Pues como eldía se acercaba era de rigor buscar escondite, y él se pre-guntaba si debía internarse en los cerros que tenía a suderecha o en el cañaveral que le quedaba a la izquierda.Para su desgracia, escogió el cañaveral. Hora y mediamás tarde el sol del día 24 alumbraba los campos y ca-lentaba ligeramente a Encarnación Mendoza, que ya-cía bocarriba tendido sobre hojas de caña.

A las siete de la mañana los hechos parecían estarsucediéndose tal como había pensado el fugitivo; nadiehabía pasado por las trochas cercanas. Por otra parte labrisa era fresca y tal vez llovería, como casi todos los añosen Nochebuena. Y aunque no lloviera los hombres no sal-drían de la bodega, donde estarían desde temprano con-sumiendo ron, hablando a gritos y tratando de alegrarsecomo lo mandaba la costumbre. En cambio, de haber ti-

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rado hacia los cerros no podría sentirse tan seguro. Élconocía bien el lugar; las familias que vivían en las hon-donadas producían leña, yuca y algún maíz. Si cualquie-ra de los hombres que habitaban los bohíos de por allí ba-jaba aquel día para vender bastimentos en la bodega delbatey y acertaba a verlo, estaba perdido. En leguas a laredonda no había quién se atreviera a silenciar el encuen-tro. Jamás sería perdonado el que encubriera a Encarna-ción Mendoza: y aunque no se hablaba del asunto todoslos vecinos de la comarca sabían que aquel que le vieradebía dar cuenta inmediata al puesto de guardia más cer-cano.

Empezaba a sentirse tranquilo Encarnación Mendo-za, porque tenía la seguridad de que había escogido elmejor lugar para esconderse durante el día, cuando co-menzó el destino a jugar en su contra.

Pues a esa hora la madre de Mundito pensaba igualque el prófugo: nadie pasaría por las trochas en la maña-na, y si Mundito apuraba el paso haría el viaje a la bode-ga antes de que comenzaran a transitar los caminos loshabituales borrachos del día de Nochebuena. La madrede Mundito tenía unos cuantos centavos que había idoguardando de lo poco que cobraba lavando ropa y reven-diendo gallinas en el cruce de la carretera, que le que-daba al poniente, a casi medio día de marcha. Con esoscentavos podía mandar a Mundito a la bodega para quecomprara harina, bacalao y algo de manteca. Aunque lohiciera pobremente, quería celebrar la Nochebuena consus seis pequeños hijos, siquiera fuera comiendo friturasde bacalao.

El caserío donde ellos vivían —del lado de los cerros,en el camino que dividía los cañaverales de las tierrasincultas— tendría catorce o quince malas viviendas, lamayor parte techadas de yaguas. Al salir de la suya, con

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el encargo de ir a la bodega, Mundito se detuvo un mo-mento en medio del barro seco por donde en los días dezafra transitaban las carretas cargadas de caña. Era lar-go el trayecto hasta la bodega. El cielo se veía claro, ra-diante de luz que se esparcía sobre el horizonte de cogo-llos de caña; era grata la brisa y dulcemente triste el si-lencio. ¿Por qué ir solo, aburriéndose de caminar por tro-chas siempre iguales? Durante diez segundos Munditopensó entrar al bohío vecino, donde seis semanas antesuna perra negra había parido seis cachorros. Los dueñosdel animal habían regalado cinco, pero quedaba uno “paraamamantar a madre”, y en él había puesto Mundito todoel interés que la falta de ternura había acumulado en supequeña alma. Con sus nueve años cargados de precozsabiduría, el niño era consciente de que si llevaba al ca-chorrillo tendría que cargarlo casi todo el tiempo, por-que no podría hacer tanta distancia por sí solo. Munditosentía que esa idea casi le autorizaba a disponer del pe-rrito. De súbito, sin pensarlo más, corrió hacia la casu-cha gritando:

—¡Doña Ofelia, emprésteme a Azabache, que lo voya llevar allí!

Oyéranle o no, ya él había pedido autorización, y esobastaba. Entró como un torbellino, tomó el animalejo enbrazos y salió corriendo, a toda marcha, hasta que se per-dió a lo lejos. Y así empezó el destino a jugar en los pla-nes de Encarnación Mendoza.

Porque ocurrió que cuando, poco antes de las nueve,el niño Mundito pasaba frente al tablón de caña dondeestaba escondido el fugitivo, cansado, o simplemente movi-do por esa especie de indiferencia por lo actual y curio-sidad por lo inmediato que es privilegio de los animalespequeños, Azabache se metió en el cañaveral. Encarna-ción Mendoza oyó la voz del niño ordenando al perrito

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que se detuviera. Durante un segundo temió que el mu-chacho fuera la avanzada de algún grupo. Estaba clarala mañana. Con su agudo ojo de prófugo él podía ver has-ta. dónde se lo permitía el barullo de tallos y hojas. Allí,al alcance de su mirada; no estaba el niño. EncarnaciónMendoza no tenía pelo de tonto. Rápidamente calculóque si lo hallaban atisbando era hombre perdido; lo me-jor sería hacerse el dormido, dando la espalda al ladopor dónde sentía el ruido. Para mayor seguridad, se cu-brió la cara con el sombrero.

El negro cachorrillo correteó; jugando con las hojasde caña, pretendiendo saltar, torpe de movimientos, ycuando vio al fugitivo echado empezó a soltar diminutosy graciosos ladridos. Llamándolo a voces y gateando paraavanzar, Mundito iba acercándose cuando de pronto que-dó paralizado: había visto al hombre. Pero para él no erasimplemente un hombre sino algo imponente y terrible;era un cadáver. De otra manera no sé explicaba su pre-sencia allí y mucho menos su postura. El terror le dejófrío. En el primer momento pensó huir, y hacerlo en si-lencio para que el cadáver no se diera cuenta. Pero leparecía un crimen dejar a Azabache abandonado, expues-to al peligro de que el muerto se molestara con sus la-dridos y lo reventara apretándolo con las manos. Inca-paz de irse sin el animalito e incapaz de quedarse allí, elniño sentía que desfallecía. Sin intervención de su vo-luntad levantó una mano, fijó la mirada en el difunto, tem-blando mientras el perrillo reculaba y lanzaba sus pe-queños ladridos. Mundito estaba seguro de que el cadá-ver iba a levantarse de momento. En su miedo, preten-dió adelantarse al muerto: pegó un saltó sobre el cacho-rrillo, al cual agarró con nerviosa violencia por el pes-cuezo, y a seguidas, cabeceando contra las cañas, cortán-dose el rostro y las manos, impulsado por el terror, aho-

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gándose, echó a correr hacia la bodega. Al llegar allí, apunto de desfallecer por el esfuerzo y el pavor, gritó se-ñalando hacia el lejano lugar de su aventura:

—¡En la Colonia Adela hay un hombre muerto!A lo que un vozarrón áspero respondió gritando:—¿Qué tá diciendo ese muchacho?Y como era la voz del sargento Rey, jefe de puesto

del Central, obtuvo el mayor interés de parte de los pre-sentes así como los datos que solicitó del muchacho. Eldía de Nochebuena no podía contarse con el juez de LaRomana para hacer el levantamiento del cadáver, puesdebía andar por la Capital disfrutando sus vacacionesde fin de año. Pero el sargento era expeditivo; quince mi-nutos después de haber oído a Mundito el sargento Reyiba con dos números y diez o doce curiosos hacia el sitiodonde yacía el presunto cadáver. Eso no había entradoen los planes de Encarnación Mendoza.

El propósito de Encarnación Mendoza era pasar laNochebuena con su mujer y sus hijos. Escondiéndose dedía y caminando de noche había recorrido leguas y le-guas, desde las primeras estribaciones de la Cordillera,en la provincia del Seybo, rehuyendo todo encuentro yesquivando bohíos, corrales y cortes de árboles o que-mas de tierras. En toda la región se sabía que él habíadado muerte al cabo Pomares, y nadie ignoraba que erahombre condenado donde se le encontrara. No debía de-jarse ver de persona alguna, excepto de Nina y de sushijos. Y los vería sólo una hora o dos, durante la Noche-buena. Tenía ya seis meses huyendo, pues fue el día deSan Juan cuando ocurrieron los hechos que le costaronla vida al cabo Pomares.

Necesariamente debía ver a su mujer y a sus hijos.Era un impulso bestial el que le empujaba a ir, una fuer-za ciega a la cual no podía resistir. Con todo y ser tan

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limpio de sentimientos, Encarnación Mendoza compren-día que con el deseos de abrazar a su mujer y de contar-les un cuento a los niños iba confundida una sombra decelos. Pero además necesitaba ver la casucha, la luz delámpara iluminando la habitación donde se reunían cuan-do él volvía del trabajo y los muchachos le rodeaban paraque él los hiciera reír con sus ocurrencias. El cuerpo lepedía ver hasta el sucio camino, que se hacía lodazal enlos tiempos de lluvia. Tenía que ir o se moriría de unapena tremenda.

Encarnación Mendoza estaba acostumbrado a hacerlo que deseaba; nunca deseaba nada malo, y se respeta-ba a sí mismo. Por respeto a sí mismo sucedió lo del díade San Juan, cuando el cabo Pomares le faltó pegándoleen la cara, a él, que por no ofender no bebía y que no te-nía más afán que su familia. Sucediera lo que sucediera,y aunque el mismo Diablo hiciera oposición, Encarna-ción Mendoza pasaría la Nochebuena en su bohío. Soloimaginar que Nina y los muchachos estarían tristes, sinun peso para celebrar la fiesta, tal vez llorando por él,le partía el alma y le hacía maldecir de dolor.

Pero el plan se había enredado algo. Era cosa de po-nerse a pensar si el muchacho hablaría o se quedaría ca-llado. Se había ido corriendo, a lo que pudo colegir En-carnación por la rapidez de los pasos, y tal vez pensóque se trataba de un peón dormido. Acaso hubiera sidoprudente alejarse de allí, meterse en otro tablón de caña.Sin embargo, valía la pena pensarlo dos veces, porque sitenía la fatalidad de que alguien pasara por la trocha deida o de vuelta, y le veía cruzando camino y le reconocía,era hombre perdido. No debía precipitarse; ahí, por depronto, estaba seguro. A las nueve de la noche podría sa-lir; caminar con cautela orillando los cerros, y estaría ensu casa a las once, tal vez a las once y un cuarto. Sabía lo

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que iba a hacer; llamaría por la ventana de la habitaciónen voz baja y le diría a Nina que abriera, que era él, sumarido. Ya le parecía estar viendo a Nina con su negropelo caído sobre las mejillas, los ojos oscuros y brillan-tes, la boca carnosa, la barbilla saliente. Ese momentode la llegada era la razón de ser de su vida; no podíaarriesgarse a ser cogido antes. Cambiar de tablón en ple-no día era correr riesgo. Lo mejor sería descansar, dor-mir...

Despertó al tropel de pasos y a la voz del niño quedecía:

—Taba ahí, sargento.—¿Pero en cuál tablón; en ése o en el de allá?—En ése —aseguró el niño.“En ése” podía significar que el muchacho estaba se-

ñalando hacia el que ocupaba Encarnación, hacia uno ve-cino o hacia el de enfrente. Porque a juzgar por las vocesel niño y el sargento se hallaban en la trocha, tal vez enun punto intermedio entre varios tablones de caña. De-pendía de hacia donde estaba señalando el niño cuandodecía “ése”. La situación era realmente grave, porque delo que no había duda era de que ya había gente localizan-do al fugitivo. El momento, pues, no era de dudar, sinode actuar. Rápido en la decisión, Encarnación Mendozacomenzó a gatear con suma cautela, cuidándose de queel ruido que pudiera hacer se confundiera con el de lashojas del cañaveral batidas por la brisa. Había que salirde allí pronto, sin perder un minuto. Oyó la áspera vozdel sargento:

—¡Métase por ahí, Nemesio, que yo voy por aquí!¡Usté, Solito, quédese por aquí!

Se oían murmullos y comentarios. Mientras se ale-jaba, agachado, con paso felino, Encarnación podía cole-

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gir que había varios hombres en el grupo que le buscaba.Sin duda las cosas estaban poniéndose feas.

Feas para él y feas para el muchacho, quienquieraque fuese. Porque cuando el sargento Rey y el númeroNemesio Arroyo recorrieron el tablón de caña en que sehabían metido, maltratando los tallos más tiernos y cor-tándose las manos y los brazos, y no vieron cadáver al-guno, empezaron a creer que era broma lo del hombremuerto en la Colonia Adela.

—¿Tú ta seguro que fue aquí, muchacho? —preguntóel sargento.

—Sí, aquí era —afirmó Mundito, bastante asustado ya.—Son cosa de muchacho, sargento; ahí no hay nadie

—terció el número Arroyo.El sargento clavó en el niño una mirada fija, escalo-

friante, que lo llenó de pavor.—Mire, yo venía por aquí con Azabache —empezó a

explicar Mundito— y lo diba corriendo asina —lo cualdijo al tiempo que ponía el perrito en el suelo—, y él co-gió y se metió ahí.

Pero el número Solito Ruiz interrumpió la escenifi-cación de Mundito preguntando:

—¿Cómo era el muerto?—Yo no le vide la cara —dijo el niño, temblando de

miedo—; solamente le vide la ropa. Tenía un sombreroen la cara. Taba asina, de lao...

—¿De qué color era el pantalón? —inquirió el sar-gento.

—Azul, y la camisa como amarilla, y tenía un sombre-ro negro encima de la cara...

Pero el pobre Mundito apenas podía hablar; se halla-ba aterrorizado, con ganas de llorar. A su infantil idea delas cosas, el muerto se había ido de allí sólo para vengar-se de su denuncia y hacerlo quedar como un mentiroso.

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Seguramente en la noche le saldría en la casa y lo per-seguiría toda a vida.

De todas maneras, supiéralo o no Mundito en ese ta-blón de cañas no darían con el cadáver. Encarnación Men-doza había cruzado con sorprendente celeridad haciaotro tablón, y después hacia otro más; y ya iba atrave-sando la trocha para meterse en un tercero cuando elniño, despachado por el sargento, pasaba corriendo conel perrillo bajo el brazo. Su miedo lo paró en seco al verel torso y una pierna del difunto que entraban en el ca-ñaveral. No podía ser otro, dado que la ropa era la quehabía visto por la mañana.

—¡Ta aquí, sargento; ta aquí! —gritó señalando haciael punto por donde se había perdido el fugitivo—. ¡Den-tró ahí!

Y como tenía mucho miedo siguió su carrera haciasu casa, ahogándose, lleno de lástima consigo mismo porel lío en qué sé había metido. El sargento, y con él lossoldados y curiosos que le acompañaban, se había vueltoal oír la voz del chiquillo.

—Cosa de muchacho —dijo calmosamente NernesioArroyo.

Pero el sargento, viejo en su oficio, era suspicaz:—Vea, algo hay. ¡Rodiemo ese tablón di una ve!—gritó.Y así empezó la cacería, sin qué los cazadores supie-

ran qué pieza perseguían.Era poco más de media mañana. Repartidos en gru-

pos, cada militar iba seguido de tres o cuatro peones, bus-cando aquí y allá, corriendo por las trochas, todos un pocobebidos y todos excitados. Lentamente, las pequeñas nu-bes azul oscuro que descansaban al ras del horizonte em-pezaron a crecer y a ascender cielo arriba. EncarnaciónMendoza sabía ya que estaba más o menos cercado. Sóloque a diferencia de sus perseguidores —que ignoraban

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a quién buscaban—, él pensaba que el registro del caña-veral obedecía al propósito de echarle mano y cobrarlelo ocurrido el día de San Juan.

Sin saber a ciencia cierta dónde estaban los solda-dos, el fugitivo se atenía a su instinto y a su voluntad deescapar; y se corría de un tablón a otro, esquivando elencuentro con los soldados. Estaba ya a tanta distanciade ellos que si se hubiera quedado tranquilo hubiese po-dido esperar hasta el oscurecer sin peligro de ser locali-zado. Pero no se hallaba seguro y seguía pasando de ta-blón a tablón. Al cruzar una trocha fue visto de lejos, yuna voz proclamó a todo pulmón:

—¡Allá va, sargento, allá va; y se parece a Encarna-ción Mendoza!

¡Encarnación Mendoza! De golpe todo el mundo que-dó paralizado. ¡Encarnación Mendoza!

—¡Vengan! —demandó el sargento a gritos; y a segui-das echó a correr, el revólver en la mano, hacia dondeseñalaba el peón que había visto el prófugo.

Era ya cerca de mediodía, y aunque los crecientes nu-barrones convertían en sofocante y caluroso el ambiente,los cazadores del hombre apenas lo notaban; corrían ycorrían, pegando voces, zigzagueando, disparando sobrelas cañas. Encarnación se dejó ver sobre una trocha dis-tante, sólo un momento, huyendo con la velocidad de unasombra fugaz, y no dio tiempo al número Solito Ruiz paraapuntarle su fusil.

—¡Que vaya uno al batey y diga de mi parte que memanden do número! —ordenó a gritos el sargento.

Nerviosos, excitados, respirando sonoramente y tra-tando de mirar hacia todos los ángulos a un tiempo, losperseguidores corrían de un lacia a otro dándose vocesentre sí, recomendándose prudencia cuando alguno ama-gaba meterse entre las cañas.

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Pasó el mediodía. Llegaron no dos, sino tres núme-ros y como nueve o diez peones más; se dispersaron engrupos y la cacería se extendió a varios tablones. A ladistancia se veían pasar de pronto un soldado y cuatroo cinco peones, lo cual entorpecía los movimientos, puesera arriesgado tirar si gente amiga estaba al otro extre-mo. Del batey iban saliendo hombres y hasta alguna mu-jer; y en la bodega no quedó sino el dependiente, pregun-tando a todo hijo de Dios que cruzaba si “ya lo habían co-gido”.

Encarnación Mendoza no era hombre fácil. Pero a esode las tres, en el camino que dividía el cañaveral de loscerros, esto es, a más de dos horas del batey, un tiro cer-tero le rompió la columna vertebral al tiempo que cru-zaba para internarse en la realeza. Se revolcaba en latierra, manando sangre, cuando recibió catorce tiros más,pues los soldados iban disparándole a medida que se acer-caban. Y justamente entonces empezaban a caer las pri-meras gotas de la lluvia que había comenzado a insinuar-se a media mañana.

Estaba muerto Encarnación Mendoza. Conservabalas líneas del rostro, aunque tenía los dientes destroza-dos por un balazo de máuser. Era día de Nochebuena yél había salido de la Cordillera a pasar la Nochebuenaen su casa, no en el batey, vivo o muerto. Comenzaba allover, si bien por entonces za. Y el sargento estaba pen-sando algo. Si él sacaba el cadáver a la carretera, que es-taba hacia el poniente, podía llevarlo ese mismo día aMacorís y entregarle ese regalo de Pascuas al capitán;si lo llevaba al batey tendría que coger allí un tren delingenio para ir a la Romana, y como el tren podría tar-dar mucho en salir llegaría a la ciudad tarde en la no-che, tal vez demasiado tarde para trasladarse a Macorís.En la carretera las cosas son distintas; pasan con frecuen-

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cia vehículos, él podría detener un automóvil, hacer ba-jar la gente y meter el cadáver o subirlo sobre la cargade un camión.

—¡Búsquese un caballo ya memo que vamo a sacarese vagabundo a la carretera —dijo dirigiéndose al quetenía más cerca.

No apareció caballo sino burro; y eso, pasadas ya lascuatro, cuando el aguacero pesado hacía sonar sin des-canso los sembrados de caña. El sargento no quería per-der tiempo. Varios peones, estorbándose los unos a losotros, colocaron el cadáver atravesado sobre el asno y loamarraron cómo pudieron. Seguido por dos soldados ytres curiosos a los que escogió para que arrearan el bu-rro, el sargento ordenó la marcha bajo la lluvia.

No resultó fácil el camino. Tres veces, antes de lle-gar al primer caserío, el muerto resbaló y quedó colgadobajo el vientre del asno. Éste resoplaba y hacía esfuer-zos para trotar entre el barro, que ya empezaba a for-marse. Cubiertos sólo con sus sombreros de reglamentoal principio, los soldados echaron mano a pedazos de ya-guas, a hojas grandes arrancadas a los árboles, o se gua-recían en el cañaveral de rato en rato, cuando la lluviaarreciaba más. La lúgubre comitiva anduvo sin cesar lamayor parte del tiempo; en silencio, la voz de un solda-do comentaba:

—Vea ese sinvergüenza.O simplemente aludía al cabo Pomares, cuya sangre

había sido al fin vengada.Oscureció del todo, sin duda más temprano que de

costumbre por efectos de la lluvia; y con la oscuridad elcamino se hizo más difícil, razón por la cual la marcha setornó lenta. Serían más de las siete, y apenas llovía en-tonces, cuando uno de los peones dijo:

—Allá se ve una lucecita.

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—Sí, del caserío —explicó el sargento; y al instarteurdió un plan del que se sintió enormemente satisfecho.Pues al sargento no le bastaba la muerte de EncarnaciónMendoza. El sargento quería algo más. Así, cuando uncuarto de hora después se vio frente a la primera casu-cha del lugar, ordenó con su áspera voz:

—Desamarren ese muerto y tírenlo ahí adentro, queno podemo seguir mojándono.

Decía esto cuando la lluvia era tan escasa que pare-cía a punto de cesar; y al hablar observaba a los hombresque se afanaban en la tarea de librar el cadáver de cuer-das. Cuando el cuerpo estuvo suelto llamó a la puerta dela casucha justo a tiempo para que la mujer que salió aabrir recibiera sobre los pies, tirado como el de un pe-rro, el cuerpo de Encarnación Mendoza. El muerto esta-ba empapado en agua, sangre y lodo, y tenía los dientesdestrozados por un tiro, lo que le daba a su rostro antessereno y bondadoso la apariencia de estar haciendo unamueca horrible.

La mujer miró aquella masa inerte; sus ojos cobraronde golpe la inexpresiva fijeza de la locura; y llevándoseuna mano a la boca comenzó a retroceder lentamente,hasta que a tres pasos paró y corrió desolada sobre el ca-dáver al tiempo que gritaba:

—¡Hay m’shijo, se han quedao güérfano... han mataoa Encarnación!

Espantados, atropellándose, los niños salieron de lahabitación, lanzándose a las faldas de la madre.

—Entonces se oyó una voz infantil en la que se con-fundían llanto y horror:

—¡Mamá, mi mamá!... ¡Ese fue el muerto que yo videhoy en el cañaveral!

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LOS AMOS

CUANDO ya Cristino no servía ni para ordeñar una vaca,don Pío lo llamó y le dijo que iba a hacerle un regalo.

—Le voy a dar medio peso para el camino. Usté estamuy mal y no puede seguir trabajando. Si se mejora, vuel-va.

Cristino extendió una mano amarilla, que le temblaba.—Mucha gracia, don. Quisiera coger el camino ya, pero

tengo calentura.—Puede quedarse aquí esta noche, si quiere, y hasta

hacerse una tisana de cabrita. Eso es bueno.Cristino se había quitado el sombrero, y el pelo abun-

dante, largo y negro le caía sobre el pescuezo. La barbaescasa parecía ensuciarle el rostro, de pómulos salien-tes.

—Ta bien, don Pío —dijo—; que Dio se lo pague.Bajó lentamente los escalones, mientras se cubría de

nuevo la cabeza con el viejo sombrero de fieltro negro.Al llegar al último escalón se detuvo un rato y se pusoa mirar las vacas y los críos.

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—Que animao ta el becerrito —comentó en voz baja.Se trataba de uno que él había curado días antes. Ha-

bía tenido gusanos en el ombligo y ahora correteaba ysaltaba alegremente.

Don Pío salió a la galería y también se detuvo a verlas reses. Don Pío era bajo, rechoncho, de ojos pequeñosy rápidos. Cristino tenía tres años trabajando con él. Lepagaba un peso semanal por el ordeño, que se hacía demadrugada, las atenciones de la casa y el cuido de losterneros. Le había salido trabajador y tranquilo aquelhombre, pero había enfermado y don Pío no quería man-tener gente enferma en su casa.

Don Pío tendió la vista. A la distancia estaban los ma-torrales que cubrían el paso del arroyo, y sobre los mato-rrales, las nubes de mosquitos. Don Pío había mandadoponer tela metálica en todas las puertas y ventanas dela casa, pero el rancho de los peones no tenía ni puertasni ventanas; no tenía ni siquiera setos. Cristino se mo-vió allá abajo, en el primer escalón, y don Pío quiso ha-cerle una última recomendación.

—Cuando llegue a su casa póngase en cura, Cristino.—Ah, sí, cómo no, don. Mucha gracia —oyó respon-

der.El sol hervía en cada diminuta hoja de la sabana. Des-

de las lomas de Terrero hasta las de San Francisco, per-didas hacia el norte, todo fulgía bajo el sol. Al borde delos potreros, bien lejos, había dos vacas. Apenas se lasdistinguía, pero Cristino conocía una por una todas lasreses.

—Vea, don —dijo— aquella pinta que se aguaita alládebe haber parío anoche o por la mañana, porque no leveo barriga.

Don Pío caminó arriba.—¿Usté cree, Cristino? Yo no la veo bien.

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—Arrímese pa aquel lao y la verá.Cristino tenía frío y la cabeza empezaba a dolerle, pero

siguió con la vista al animal.—Dese una caminata y me la arrea, Cristino —oyó

decir a don Pío.—Yo fuera a buscarla, pero me toy sintiendo mal.—¿La calentura?—Unjú, me ta subiendo.—Eso no hace. Ya usté esta acostumbrado, Cristino.

Vaya y tráigamela.Cristino se sujetaba el pecho con los dos brazos des-

carnados. Sentía que el frío iba dominándolo. Levantabala frente. Todo aquel sol, el becerrito...

—¿Va a traérmela? —insistió la voz.Con todo ese sol y las piernas temblándole, y los pies

descalzos llenos de polvo.—¿Va a buscármela, Cristino?Tenía que responder, pero la lengua le pesaba. Se apre-

taba más los brazos sobre el pecho. Vestía una camisa delistado sucia y de tela tan delgada que no le abrigaba.

Resonaron pisadas arriba y Cristino pensó que donPío iba a bajar. Eso asustó a Cristino.

—Ello sí, don —dijo—: voy a dir. Deje que se me paseel frío.

—Con el sol se le quita. Hágame el favor, Cristino.Mire que esa vaca se me va y puedo perder el becerro.

Cristino seguía temblando, pero comenzó a ponersede pie.

—Si: ya voy, don —dijo.—Cogió ahora por la vuelta del arroyo —explicó des-

de la galería don Pío.Paso a paso, con los brazos sobre el pecho, encorvado

para no perder calor, el peón empezó a cruzar la sabana.

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Don Pío lo veía de espaldas. Una mujer se deslizó por lagalería y se puso junto a don Pío.

—¡Qué día tan bonito, Pío! —comentó con voz cantarina.El hombre no contestó. Señaló hacia Cristino, que se

alejaba con paso torpe como si fuera tropezando.—No quería ir a buscarme la vaca pinta, que parió

anoche. Y ahorita mismo le di medio peso para el cami-no.

Calló medio minuto y miró a la mujer, que parecía de-mandar una explicación.

—Malagradecidos que son, Herminia —dijo—. Denada vale tratarlos bien.

Ella asintió con la mirada.—Te lo he dicho mil veces, Pío —comentó—. Y am-

bos se quedaron mirando a Cristino, que ya era apenasuna mancha sobre el verde de la sabana.

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LA MANCHA INDELEBLE

TODOS los que habían cruzado la puerta antes que yo ha-bían entregado sus cabezas, y yo las veía colocadas enuna larga hilera de vitrinas que estaban adosadas a lapared de enfrente. Seguramente en esas vitrinas no en-traba aire contaminado, pues las cabezas se conservabanen forma admirable, casi como si estuvieran vivas, aun-que les faltaba el flujo de la sangre bajo la piel. Debo con-fesar que el espectáculo me produjo un miedo súbito eintenso. Durante cierto tiempo me sentí paralizado porel terror.

Pero era el caso que aún incapacitado para pensar ypara actuar, yo estaba allí: había pasado el umbral y te-nía que entregar mi cabeza. Nadie podría evitarme esamacabra experiencia. La situación era en verdad aterra-dora.

Parecía que no había distancia entre la vida que ha-bía dejado atrás, del otro lado de la puerta, y la que ibaa iniciar en ese momento. Físicamente, la distancia se-ría de tres metros, tal vez de cuatro. Sin embargo lo que

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veía indicaba que la separación entre lo que fui y lo quesería no podía medirse en términos humanos.

—Entregue su cabeza —dijo una voz suave.—¿La mía? —pregunté, con tanto miedo que a duras

penas me oía a mi mismo.—Claro... ¿Cuál va a ser?A pesar de que no era autoritaria, la voz llenaba todo

el salón y resonaba entre las paredes, que se cubrían conlujosos tapices. Yo no podía saber de dónde salía. Teníala impresión de que todo lo que veía estaba hablando aun tiempo: el piso de mármol negro y blanco, la alfombraroja que iba de la escalinata a la gran mesa del recibidor,y la alfombra similar que cruzaba a todo lo largo por elcentro; las grandes columnas de mayólica, las comisasde cubos dorados, las dos enormes lámparas colgantesde cristal de Bohemia. Sólo sabía a ciencia cierta que nin-guna de las innumerables cabezas de las vitrinas habíaemitido el menor sonido. Tal vez con el deseo inconscien-te de ganar tiempo, pregunté.

—¿Y cómo me la quito?—Sujétela fuertemente con las dos manos, apoyando

los pulgares en las curvas de la quijada; tire hacia arri-ba y verá con qué facilidad sale. Coloquéis después so-bre la mesa.

Si se hubiera tratado de una pesadilla me habría ex-plicado la orden y mi situación. Pero no era una pesadi-lla. Eso estaba sucediéndome en pleno estado de luci-dez, mientras me hallaba de pie y solitario en medio deun lujoso salón. No se veía una silla, y como temblaba dearriba abajo debido al frío mortal que se había desatadoen mis venas, necesitaba sentarme o agarrarme a algo.Al fin apoyé las dos manos en la mesa.

—¿No ha oído o no ha comprendido? —dijo la voz.

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Ya dije que la voz no era autoritaria sino suave. Talvez por eso me parecía tan terrible. Resulta aterradoroír la orden de quitarse la cabeza dicha con tono normal,más bien tranquilo. Estaba seguro de que el dueño deesa voz había repetido la orden tantas veces que ya no ledaba la menor importancia a lo que decía. Al fin logréhablar.

—Sí, he oído y he comprendido —dije—. Pero no pue-do despojarme de mi cabeza así como así. Deme algúntiempo para pensarlo. Comprenda que ella está llena demis ideas, de mis recuerdos. Es el resumen de mi propiavida. Además, si me quedo sin ella, ¿con qué voy a pen-sar?

La parrafada no me salió de golpe. Me ahogaba. Dosveces tuve que parar para tomar aire. Callé, y me pare-ció que la voz emitía un ligero gruñido, como de risa bur-lona.

—Aquí no tiene que pensar. Pensaremos por usted.En cuanto a sus recuerdos, no va a necesitarlos más: vaa empezar una vida nueva.

—¿Vida sin relación conmigo mismo, sin mis ideas,sin emociones propias? —pregunté.

Instintivamente miré hacia la puerta por donde ha-bía entrado. Estaba cerrada. Volví los ojos a los dos ex-tremos del gran salón. Había también puertas en esosextremos, pero ninguna estaba abierta.

El espacio era largo y de techo alto, lo cual me hizosentirme tan desamparado como un niño perdido en unagran ciudad. No había la menor señal de vida. Solo yo mehallaba en ese salón imponente. Peor aun: estábamos lavoz y yo. Pero la voz no era humana; no podía relacionar-se con un ser de carne y hueso. Me hallaba bajo la impre-sión de que miles de ojos malignos, también sin vida, es-taban mirándome desde las paredes, y de que millones

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de seres minúsculos e invisibles acechaban mi pensa-miento.

—Por favor, no nos haga perder tiempo, que hay otrosen turno —dijo la voz.

No es fácil explicar lo que esas palabras significaronpara mí. Sentí que alguien iba a entrar, que ya no esta-ría más tiempo solo, y volví la cara hacia la puerta. Nome había equivocado; una mano sujetaba el borde de lagran hoja de madera brillante y la empujaba hacia aden-tro, y un pie se posaba en el umbral. Por la abertura dela puerta se advertía que afuera había poca luz. Sin dudaera la hora indecisa entre el día que muere y la nocheque todavía no ha cerrado.

En medio de mi terror actué como un autómata. Melancé impetuosamente hacia la puerta, empujé al que en-traba y salté a la calle. Me di cuenta de que alguna gentese alarmó al verme correr; tal vez pensaron que habíarobado o había sido sorprendido en el momento de ro-bar. Comprendía qué llevaba el rostro pálido y los ojosdesorbitados, y de haber habido por allí un policía, mehubiera perseguido. De todas maneras, no me importa-ba. Mi necesidad de huir era imperiosa, y huía como loco.

Durante una semana no me atreví a salir de casa. Oíadía y noche la voz y veía en todas partes los millares deojos sin vida y los centenares de cabezas sin cuerpo. Peroen la octava noche, aliviado de mi miedo, me arriesguéa ir a la esquina, a un cafetucho de mala muerte, visitadosiempre por gente extraña. Al lado de la mesa que ocu-pé había otra vacía. A poco, dos hombres se sentaron aella. Uno tenía los ojos sombríos; me miró con intensi-dad y luego dijo al otro:

—Ese fue el que huyó después que ya estaba...

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Yo tomaba en ese momento una taza de café. Me tem-blaron las manos con tanta violencia que un poco de labebida se me derramó en la camisa.

Ahora estoy en casa, tratando de lavar la camisa. Heusado jabón, cepillo y un producto químico especial parael caso que hallé en el baño. La mancha no se va. Está ahí,indeleble. Al contrario, me parece que a cada esfuerzopor borrarla se destaca más.

Mi mal es que no tengo otra camisa ni manera de ad-quirir una nueva. Mientras me esfuerzo en hacer desapa-recer la mancha oigo sin cesar las últimas palabras delhombre de los ojos sombríos:

—...Después que ya estaba inscrito...El miedo me hace sudar frío. Y yo sé que no podré

librarme de este miedo; que lo sentiré ante cualquierdesconocido. Pues en verdad ignoro si los dos hombreseran miembros o eran enemigos del Partido.

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LUIS PIE

A ESO de las siete la fiebre aturdía al haitiano Luis Pie.Además de que sentía la pierna endurecida, golpes in-ternos le sacudían la ingle. Medio ciego por el dolor decabeza y la debilidad, Luis Pie se sentó en el suelo, so-bre las secas hojas de la caña, rayó un fósforo y trató dever la herida. Allí estaba, en el dedo grueso de su piederecho. Se trataba de una herida que no alcanzaba lapulgada, pero estaba llena de lodo. Se había cortado eldedo la tarde anterior, al pisar un pedazo de hierro vie-jo mientras tumbaba caña en la colonia Josefita.

Un golpe de aire apagó el fósforo, y el haitiano en-cendió otro. Quería estar seguro de que el mal le habíaentrado por la herida y no que se debía a obra de algúndesconocido que deseaba hacerle daño. Escudriñó la pe-queña cortada, con sus ojos cargados por la fiebre, y nosupo qué responderse; después quiso levantarse y an-dar, pero el dolor había aumentado a tal grado que nopodía mover la pierna.

Esto ocurría el sábado, al iniciarse la noche. Luis Piepegó la frente al suelo, buscando el fresco de la tierra, y

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cuando la alzó de nuevo le pareció que había transcurri-do mucho tiempo. Hubiera querido quedarse allí descan-sando; mas de pronto el instinto le hizo salir la cabeza.

—Ah... Pití Mishe ta eperan a mué —dijo con amar-gura.

Necesariamente debía salir al camino, donde tal vezalguien le ayudaría a seguir hacia el batey; podría pasaruna carreta o un peón montado que fuera a la fiesta deesa noche.

Arrastrándose a duras penas, a veces pegando el pe-cho a la tierra, Luis Pie emprendió el camino. Pero depronto alzó la cabeza: hacia su espalda sonaba algo comoun auto. El haitiano meditó un minuto. Su rostro brillan-te y sus ojos inteligentes se mostraban angustiados. ¿Ha-bría perdido el rumbo debido al dolor o la oscuridad loconfundía? Temía no llegar al camino en toda la noche,y en ese caso los tres hijitos le esperarían junto a la ho-guera que Miguel, el mayor, encendía de noche para queel padre pudiera prepararles con rapidez harina de maízo les salcochara plátanos, a su retorno del trabajo. Si élse perdía, los niños le esperarían hasta que el sueño losaturdiera y se quedarían dormidos allí, junto a la hogue-ra consumida.

Luis Pie sentía a menudo un miedo terrible de quesus hijos no comieran o de que Miguel, que era enfermi-zo, se le muriera un día, como se le murió la mujer. Paraque no les faltara comida Luis Pie cargó con ellos desdeHaití, caminando sin cesar, primero a través de las lo-mas, en el cruce de la frontera dominicana, luego a lo lar-go de todo el Cibao, después recorriendo las soleadas ca-rreteras del Este, hasta verse en la región de los centra-les de azúcar.

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—¡Bonyé! —gimió Luis Pie con la frente sobre el bra-zo y la pierna sacudida por temblores—, pití Mishé va ata eperán to la noche a son per.

Y entonces sintió ganas de llorar, a lo que se negó por-que temía entregarse a la debilidad. Lo que debía hacerera buscar el rumbo y avanzar. Cuando volvió a levantarla cabeza ya no se oía el ruido del motor.

—No, no ta sien palla; ta sien paca —afirmó resuel-to. Y siguió arrastrándose, andando a veces a gatas. Perosí había pasado a distancia un motor.

Luis Pie llegó de su tierra meses antes y se puso atrabajar, primero en la Colonia Carolina, después en laJosefita; e ignoraba que detrás estaba otra colonia, la Glo-ria, con su trocha medio kilómetro más lejos, y que donValentín Quintero, el dueño de la Gloria, tenía un viejoFord en el cual iba al batey a emborracharse y a pegar-les a las mujeres que llegaban hasta allí, por la zafra, enbusca de unos pesos. Don Valentín acababa de pasar poraquella trocha en su estrepitoso Ford; y como iba muyalegre, pensando en la fiesta de esa noche, no tomó encuenta, cuando encendió el tabaco, que el auto pasabajunto al cañaveral. Golpeando en la espalda al chofer,don Valentín dijo:

—Esa Lucía es una sinvergüenza, sí señor, ¡pero quéhembra!

Y en ese momento lanzó el fósforo, que cayó encendi-do entre las cañas. Disparando ruidosamente el Ford seperdió en dirección del batey para llegar allá antes deque Luis Pie hubiera avanzado trescientos metros.

Tal vez esa distancia había logrado arrastrarse el hai-tiano. Trataba de llegar a la orilla del corte de la caña,porque sabía que el corte empieza siempre junto a unatrocha; iba con la esperanza de salir a la trocha cuandonotó el resplandor. Al principio no comprendió; jamás

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había visto él un incendio en el cañaveral. Pero de pron-to oyó chasquidos y una llamarada gigantesca se levantóinesperadamente hacia el cielo, iluminando el lugar conun tono rojizo. Luis Pie se quedó inmóvil del asombro.Se puso de rodillas y se preguntaba qué era aquello. Masel fuego se extendía con demasiada rapidez para que LuisPie no supiera de qué se trataba. Echándose sobre lascañas, como si tuvieran vida, las llamas avanzaban ávi-damente, envueltas en un humo negro que iba cubriendotodo el lugar; los tallos disparaban sin cesar y por mo-mentos el fuego se producía en explosiones y ascendía agolpes hasta perderse en la altura. El haitiano temió queiba a quedar cercado. Quiso huir. Se levantó y pretendiócorrer a saltos sobre una sola pierna. Pero le pareció quenada podría salvarle.

—¡Bonyé, Bonyé! —empezó a aullar, fuera de sí; y lue-go, más alto aún:

—¡Bonyéeeee!Gritó de tal manera y llegó a tanto su terror, que por

un instante perdió la voz y el conocimiento. Sin embar-go siguió moviéndose, tratando de escapar, pero sin sa-ber en verdad qué hacía. Quienquiera que fuera, el ene-migo que le había echado el mal se valió de fuerzas po-derosas. Luis Pie lo reconoció así y se preparó a lo peor.

Pegado a la tierra, con sus ojos desorbitados por elpavor, veía crecer el fuego cuando le pareció o ir tropelde caballos, voces de mando y tiros. Rápidamente levan-tó la cabeza. La esperanza le embriagó.

—¡Bonyé, Bonyé —clamó casi llorando—, ayuda a mué,gran Bonyé; tú salva a mué de murí quemá!

¡Iba a salvarlo el buen Dios de los desgraciados! Suinstinto le hizo agudizar todos los sentidos. Aplicó el oídopara saber en qué dirección estaban sus presuntos sal-vadores; buscó con los ojos la presencia de esos domini-

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canos generosos que iban a sacarlo del infierno de lla-mas en que se hallaba. Dando la mayor amplitud posiblea su voz, gritó estentóreamente:

—¡Dominiquén bon, aquí ta mué, Luí Pie! ¡Salva a mué,dominiquén bon!

Entonces oyó que alguien vociferaba desde el otro ladodel cañaveral. La voz decía:

—¡Por aquí, por aquí! ¡Corran, que está cogió! ¡Corran,que se puede ir!

Olvidándose de su fiebre y de su pierna, Luis Pie seincorporó y corrió. Iba cojeando, dando saltos, hasta quetropezó y cayó de bruces. Volvió a pararse al tiempo quemiraba hacia el cielo y mascullaba:

—Oh Bonyé, gran Bonyé que ta ayudan a mué...En ese mismo instante la alegría le cortó el habla,

pues a su frente, irrumpiendo por entre las cañas, aca-baba de aparecer un hombre a caballo, un salvador.

—¡Aquí está, corran! —demandó el hombre dirigién-dose a los que le seguían.

Inmediatamente aparecieron diez o doce, muchos deellos a pie y la mayoría armada de mochas. Todos grita-ban insultos y se lanzaban sobre Luis Pie.

—¡Hay que matarlo ahí mismo, y que se achicharrecon la candela ese maldito haitiano! —se oyó vociferar.

Puesto de rodillas, Luis Pie, que apenas entendía elidioma, rogaba enternecido:

—¡Ah dominiquén bon, salva a mué, salva a mué palleva manyé a mon pití!

Una mocha cayó de plano en su cabeza, y el acero re-sonó largamente.

—¿Qué ta pasan? —preguntó Luis Pie lleno de miedo.—¡No, no! —ordenaba alguien que corría—. ¡Denles

golpes, pero no lo maten! ¡Hay que dejarlo vivo para que

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diga quiénes son sus cómplices! ¡Le han pegado fuego tam-bién a la Gloria!

El que así gritaba era don Valentín Quintero, y él fueel primero en dar el ejemplo. Le pegó al haitiano en lanariz, haciendo saltar la sangre. Después siguieron otros,mientras Luis Pie, gimiendo, alzaba los brazos y pedíaperdón por un daño que no había hecho. Le encontraronen los bolsillos una caja con cuatro o cinco fósforos.

—¡Canalla, bandolero; confiesa que prendiste candela!—Uí, uí —afirmaba él haitiano. Pero como no sabía

explicarse en español no podía decir que había encendi-do dos fósforos para verse la herida y qué el viento loshabía apagado.

¿Qué había ocurrido? Luis Pié no lo comprendía. Supoderoso enemigo acabaría con él; le había echado enci-ma a todos los terribles dioses de Haití, y Luis Pie, quetemía a esas fuerzas ocultas, no iba a luchar contra ellasporque sabía que era inútil!

—¡Levántate, perro! —ordenó un soldado.Con gran asombro suyo, el haitiano se sintió capaz

de levantarse. La primera arremetida de la infección ha-bía pasado, pero él lo ignoraba. Todavía cojeaba bastantecuando dos soldados lo echaron por delante y lo sacaronal camino; después, a golpes y empujones, debió seguirsin detenerse, aunque a veces le era imposible sufrir eldolor en la ingle.

Tardó una hora en llegar al batey, donde la gente seagolpó para verlo pasar. Iba echando sangre por la cabe-za, con la ropa desgarrada y una pierna a rastras. Se leveía qué no podía ya mas, que estaba exhausto y a puntode caer desfallecido.

El grupo se acercaba a un miserable bohío de yaguasparadas, en el que apenas cabía un hombre y en cuya puer-ta, destacados por una hoguera que iluminaba adentro la

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vivienda, estaban tres niños desnudos que contempla-ban la escena sin moverse y sin decir una palabra.

Aunque la luz era escasa todo el mundo vio a Luis Piecuando su rostro pasó de aquella impresión de vencidoa la de atención; todo el mundo vio el resplandor del in-terés en sus ojos. Era tal el momento que nadie habló. Yde pronto la voz de Luis Pie, una voz llena de angustia yde ternura, se alzó en medio del silencio, diciendo:

—¡Pití Mishé, mon pití Mishé! ¿Tú no ta enferme, monpití? ¿Tú ta bien?

El mayor de los niños, que tendría seis años y que pre-senciaba la escena llorando amargamente, dijo entre llan-to, sin mover un músculo, hablando bien alto:

—¡Sí, per; yo ta bien; to nosotro ta bien, mon per! Yse quedó inmóvil, mientras las lágrimas le corrían porlas mejillas.

Luis Pie, asombrado de que sus hijos no se hallaranbajo el poder de las tenebrosas fuerzas que le perseguían,no pudo contener sus palabras.

—¡Oh Bonyé, tú sé gran! —clamó volviendo al cielouna honda mirada de gratitud.

Después abatió la cabeza, pegó la barbilla al pechoque no lo vieran llorar, y empezó a caminar de nuevo,arrastrando su pierna enferma. La gente que se agrupa-ba alrededor de Luis Pie era mucha y pareció dudar en-tre seguirlo o detenerse para ver a los niños; pero comono tardó en comprender que el espectáculo que ofrecíaLuis Pie era más atrayente, decidió ir tras él. Sólo unamuchacha negra de acaso doce años se demoró frente ala casucha. Pareció que iba a dirigirse hacia los niños;pero al fin echó a correr tras la turba, que iba doblandouna esquina. Luis Pie había vuelto el rostro, sin duda paraver una vez más a sus hijos, y uno de los soldados pare-ció llenarse de ira.

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—¡Ya ta bueno de hablar con la familia! —rugía el sol-dado.

La muchacha llegó al grupo justamente cuando el mi-litar levantaba el puño para pegarle a Luis Pie, y comoestaba asustada cerró los ojos para no ver la escena. Du-rante un segundo esperó el ruido.

Pero el chasquido del golpe no llegó a sonar. Pues aun-que deseaba pegar, el soldado se contuvo. Tenía la manodemasiado adolorida por el uso que le había dado esanoche, y, además, comprendió que por duro que le pega-ra Luis Pie no se daría cuenta de ello.

No podía darse cuenta, porque iba caminando comoun borracho, mirando hacia el cielo y hasta ligeramentesonreído.

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GUARAGUAOS

EL VIEJO Valerio señaló las aves y dijo:—¿Usté los está aguaitando? Bueno... Esos son quere-

bebés. Atrás de los querebebés vienen las golondrinas,atrás de las golondrinas viene el agua, y atrás del agua...¡Cristiano! Dios sabe lo que viene atrás del agua.

A diez pasos corría el río; inmediatamente despuésse alzaba el monte tupido: capá, quiebrajacha, amacey,algarrobo, amapolo, palma.

¡Monte! ¡Monte!Al atardecer, no importa dónde esté, si me hallo solo

y sentado en una silla serrana, recuerdo aquel monte.Todo él se iba alzando envuelto en enredaderas: bejuco,camarón, cundeamor, bejuco musú. Todo él estaba comoarropado por las hojas que se juntaban, apretaban y con-fundían hasta no saber uno si bajo las hojas de capá ha-bía, verdaderamente, capá. Ahí mismo, a la orilla del río,la tierra se escondía en la tramazón magnífica de raícesde pomos; agua abajo iban siempre los frutos rosados yamarillos. A media tarde sentíamos, arriba, arrullos depalomas.

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¡Monte! ¡Monte! ¡Vientre de árboles y de sombra...!Ya tenemos aquí diez meses el viejo Valerio y yo, diez

meses esperando. No sabemos cuándo ha de volver Bu-candito; no sabemos en qué lejana parte del país estaráahora; pero le esperamos.

Bucandito se fue antes de que Desiderio se alzara.Bordas había pasado ya para Puerto Plata, al frente delas fuerzas, y nosotros tuvimos la esperanza de que ter-minara pronto aquello; sin embargo...

—Vea, Juan —sopló el viejo Valerio en esos días—.Tanto rogarle al muchacho, y nada. Cuando el cuerpopide una cosa...

Así era. ¿Cómo podría yo decir de aquella fiebre quele hacía los ojos brillantes, de aquella admiración que ledejaba mudo, de aquel estarse quedo? Bucandito enlo-quecía cuando veía pasar un buen jinete armado de colto de máuser con un pañuelo azul al cuello... Gritaba, em-pinándose:

—¡Vivan los bolos!Y si el jinete se volvía y, entusiasmado, replicaba:—¡Vivaaannn!Bucandito, niño aún, me clavaba en el brazo las uñas

y enseñaba los dientes en una sonrisa inexplicable.Yo recuerdo lo sucedido una mañana de sol: el viejo

Valerio, Bucandito y yo, renovábamos las yaguas delbohío; habíamos abierto las nuevas al sol y las pisába-mos con montones de piedra y troncos pesados. Él esta-ba sobre el caballete, recibiendo las que yo le entregaba.Se veía pequeñín, comparado con los palmas que rodea-ban el bohío, entre cuyas ramazones se enredaba el solcaprichosamente. Sentimos pisadas de caballo y nos detu-vimos un momento para ver pasar la cabalgata: era ungrupo armado, con pañuelos rojos al cuello. El que pare-

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cía ser jefe, de anchas espaldas y jinetear elegante, gritó,en pasando frente a nosotros:

—¡Viva Horaciooo!Mecánicamente miré a Bucandito: se había alzado

sobre el caballete y parecía tan seguro como sobre unaroca. Levantó su bracito derecho, quemado por el sol, ysu vocecita se coló a través de los mangos y los joberosque servían de espeques:

—¡Embuste! —dijo—. ¡Vivan los bolos!El grupo se detuvo como clavado.—¡Muchacho! —regañó el jefe.Los ojos del viejo Valerio iban del jinete a su hijo; pero

Bucandito, como si le hubiera enardecido el regaño, gri-tó más recio aún:

—¡Que vivan los bolos!Entonces el otro volvió repentinamente la cabeza,

miró a los suyos, se viró a nosotros con una sonrisa am-plia y, sacando el revólver que brillaba como espejo, dis-paró al aire y clavó su montura que se alzó gallarda so-bre sus patas traseras.

—¡Tú vas a gritar agora que vivan los rabuses, mu-chacho e porra! —rabió el hombre.

Y Bucandito:—¿Quién? ¿Yo? Mejor máteme.El hombre enfundó otra vez su revólver, hizo cara-

colear el caballo, metió mano en un bolsillo, sacó un cla-vao y lo tiró a mis pies a la vez que señalaba a Bucanditoy decía:

—Eso es pa’ti, muchacho. ¡Tú vas a ser un hombre dea verdá!

Con las pisadas de los caballos se confundió la voz deBucandito:

—¡Yo no le cojo cuarto a rabuses!¡Cierto que Bucandito Valerio fue un hombre!

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Recuerdo un caso, por aquellos meses, que me impre-sionó: salimos a montear nidos de guineas alzadas. Connosotros iba Princesa, una perra negra, flaca y lenta, hue-vera como ella sola. En el primer nidal ella se dio a co-mer huevos y como Bucandito la acosara le fue encima.Se le llevó entre los dientes blancos el meñique de la zur-da. El muchacho no se inmutó por aquel chorro de san-gre que le salía de la mano: alzó el colín, vomitó una im-precación y de un mandoble partió en dos la cabeza delanimal como si hubiera sido un melón. Desde entoncesno hubo más perros en la casa.

El tiempo, a esa edad, se nos va de prisa. Un día nosencontramos con dieciocho años encima. Yo tenía pocanoción de las cosas que sucedieron entonces, pero Bucan-dito tenía anhelo de pelea e inteligencia clara y se hacíaidea precisa de los motivos que hacían trepidar el paísa cada paso.

Una tarde nos fuimos a Jamao Arriba. Empezabanlas corridas de San Andrés y había baile allá. A Bucanditoparecía no interesarle la diversión, porque se manteníapor el patio o los rincones, conversando con sus amigosen voz baja.

Tengo muy vagamente el recuerdo de aquella noche:la tambora, un acordeón que alargaba las notas, la güi-ra... A ratos me quemaba la garganta con tragos de aguar-diente. Bailé con Yeya, la trigueña de Bijero. ¡Qué durosy qué cálidos eran los senos de Yeya!

Camino de casa, cerca del amanecer, Bucandito medijo:

—Esperémonos un chin, Juan.Se estuvo un rato callado, como si rumiara algo. Al

cabo dijo:—Tú sabes que abajo de la ceiba salen muertos. Yo

quiero verlos antes de dirme.

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—¿De irte? —pregunté.—Sí hombre... Pa’l monte.Quise mirarle. Sus facciones se desleían en la media

luz de la madrugada. ¡Pero yo no podía estar equivoca-do! ¡Si Bucandito era casi un niño! ¿Sus dieciocho años?¿Y qué? ¿Dejaba por eso de ser un cuerpecito enclenque,bajito, como si tuviera apenas quince? Tres años antes,nada más, le había dicho un hombre que llegaría a sermacho de verdad. ¿Acaso aquel tiempo que anunciaba elhombre había llegado?

¡Bucandito! ¡Bucandito! El viejo Valerio no dijo pala-bra cuando no te encontró por la mañana; pero yo sé conseguridad que lo sintió porque sus ojos estuvieron opa-cos más de una semana.

Bucandito envió noticias desde la Línea Noroeste:los bolos triunfaban bajo la jefatura de Desiderio y se acer-caban a Santiago, ciudad que pretendía sitiar. Recomen-daba que dejáramos el lugar y nos fuéramos a Loma Toca-ya, donde tenía el viejo terrenos, porque probablementetodo el Cibao ardería con la llegada de Horacio. El hom-bre que nos trajo nuevas mientras esperaba el café quecalentaba en el fogón, nos decía:

—Muchacho ese que se ha dado guapo... El generallo quiere y nada más lo oye usté con Bucandito pa’ arri-ba y Bucandito pa’bajo.

Yo sentía el calorcillo que me subía por los pies.Vi la cara del viejo: por los ojos, por los carrillos, por

la frente, por todo el rostro le salía una luz rara, que lehacía joven y bello. Pero no habló.

Fue tal como lo dijo el viejo Valerio: tras los querebe-bés vinieron las golondrinas; tras las golondrinas vino alagua; sin embargo, nadie sabía lo que podía venir tras elagua.

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¡Monte! ¡Monte! ¡Yo te veía escondido en la lluvia gris,aquellos interminables días ahumados! El río bajaba su-cio y veloz. Tú estabas allí, tan inmutable, tan sereno comosi nada sucediera. A tu sombra se fueron a esconder palo-mas, calandrias, carpinteros, petigres, guineas, perdi-ces. Los becerros y las gallinas se salvaron de las aguasporque tú les brindaste la seguridad de tu tierra empi-nada. ¡Monte! ¡Monte!

El viejo Valerio tampoco se inmutaba; seguía calla-do, encerrado en una costra irrompible, oscura. Día a día,con los pies en el travesaño de la silla, los brazos cruza-dos y los ojos semicerrados, se pasó aquel tiempo espe-rando, esperando. ¿Qué le importaban al viejo Valeriola lluvia, los becerros, los relámpagos? El esperaba... Nadamás.

No vimos el sol en dos meses. Zumbaba en nuestrosoídos el rasras lento del aguacero. Ni leña seca con queencender una hoguera para calentar café, ¡siquiera! Lacuaba era algo precioso que debíamos economizar comooro.

Yo tenía los pies blancos y blandos, como la flor dela campanilla. Y el río... ¡Monte noble y fuerte! Fuistebenigno como para permitir que la orilla del río llegarahasta los troncos de tus primeras palmeras!

¡Qué día aquél, viejo Valerio, cuando vimos el sol em-pujar suavemente las nubes grises! Las palmas parecíanesponjadas, rizaditas, y el gallo manilo batió las alas sa-tisfecho.

¡Qué día aquél, viejo Valerio! Te levantaste pasito dela silla, fuiste a la puerta y dijiste, con una voz sin emo-ción:

—Pue’ser que venga agora.Cierto que el río bajaba sucio aún, cierto que la tie-

rra fangosa necesitaba muchos días de sol; cierto que en

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la tarde lloviznó. Mas a pesar de todo, ¡qué mañana taneterna en mi alma, viejo Valerio!

Aquella noche me eché en mi barbacoa con una ale-gría rara, amarga, que me mordía como perro bravo. Yame hacía falta el zumbar de la lluvia para adormecerme.Sentía al viejo Valerio moverse; esperaba oírle quejarse.Pero se me fueron haciendo pesadas las piernas, los bra-zos, la cabeza... Sentí, como si aquello sucediera muy le-jos, el cacareo desasosegador de las gallinas. Me desper-tó, al fin, la voz de Valerio que decía:

—Juan, las gallinas están cacareando. Eso es anun-cio de desgracia.

¿Cómo no iba yo a comprender que, lo mismo que enel mío, la imagen de Bucandito se había clavado en su ce-rebro?

Pero el sueño me dominó, precisamente cuando hu-biera querido llorar un poco. Una lágrima, siquiera...

Nada más sentí uno: el último. Sonó igual que si hu-bieran dado una pedrada en un tronco de palma. Él, sinembargo, los había oído todos y preguntó:

—¿Oyó los tiros, Juan?—¿Tiros? —dudé yo.—Sí hombre, un tiroteíto por allá, pa’los lados de La

Pelada.El viejo hablaría, probablemente, con la vista en di-

rección al techo. Yo estaba así, por lo menos. Por debajode la puerta se colaba un vientecillo desagradable, queentraba hasta mi rincón, buscaba las rendijas de la bar-bacoa y me enfriaba la espalda. Yo no pensaba; pregun-té, seguramente con la intención de no dejar al viejo así,esperando que yo hablara:

—¿Será alguna fiesta?Él contestó:—Debe estar amaneciendo.

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—Falta mucho todavía —le oí decir.Y a continuación:—Me tienen caprichoso esos tiros...El sueño pudo más que todo ese montón de pregun-

tas que se me iba agrupando en el cerebro y en el cora-zón. Doblé las piernas, pegué casi las rodillas a la cara,me volví a la pared y me fui hundiendo otra vez en ellodo blando y negro de la noche.

Me tiré de la barbacoa, soñoliento aún, precisamen-te cuando el gallo manilo saludaba la mañana con un can-to recio y prolongado.

Todavía la tierra del piso estaba húmeda y se sentíala brisa mañanera cargada de agua. El viejo Valerio sa-lió de la otra habitación; se apretaba el cinturón y dijo:

—Buen día, Juan.—Buen día —respondí.Abrió la puerta del patio, se detuvo un momento, vio

el tamarindo donde dormían las gallinas y se metió enel ranchón que nos servía de cocina. Yo cogí el jigüero yme fui al río. Sobre sus aguas se posaba una luz azul te-nue. En el monte había tal cantar de pájaros que no pa-recía sino que celebraban fiestas. Yo vi algunas calan-drias en los pomos que orillaban el río, con las plumaslevantadas y la cabeza bajo el alita, buscando algún pio-jillo molestoso, sin duda.

El agua estaba más limpia que el día anterior. Tal vezhoy, aquí en la ciudad, tiraría una que no fuera cristali-na; pero allá... ¡cuántos días alimentándonos con aguasucia como de poza! ¡Y menos mal que siquiera eso nosquedaba: agua sucia!

Un cuarto de camino había hecho sol y nos miraba delado, radiante en el cielo más azul que he visto. Uno veíaasí, a su alrededor, y le parecía estar metido en un cír-culo de palmeras, tamarindos, cañafístulos, guanábanos.

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Sólo el monte rompía la línea suave de la curva y se em-pinaba poco a poco, como si pretendiera alcanzar el sol.

Valerio estaba sentado a la puerta del patio; de vezen cuando se apretaba la mano contra el rostro y sonabala nariz. Yo llegué a pensar que quizá estuviera enfer-mo. Pero el viejo, pasado un rato, se levantó, entró la sillaal bohío, tomó un machete y me dijo:

—Ayúdeme a talar el frentecito, Juan.Y nos pusimos a trabajar.El sol caía de refilón en nuestras espaldas. Estába-

mos silenciosos y parecíamos oír solamente el ritmo delos machetes que tenían un alegre grito metálico al tron-char los guayabos y los pajonales de cola de gato. Era untrabajo bastante largo, pero agradable; empezábamos asudar y yo creía tener en la espalda una gran plancharecién sacada del fuego. Vi eso en el viejo: se había ergui-do sin prisa; a poco tomó el machete en la mano zurda ycon la otra hizo pantalla: miraba por encima del monte.

Hay impresiones que no se olvidan: he ahí una. Re-cordaré siempre la bella figura del viejo Valerio, firme,con el pecho salido y la cabeza hacia atrás, la mano so-bre los ojos, el machete al final del brazo que descansabaalargado, lacio. A pocos metros estaba el río y parecíahaberse detenido para verle. El sol se apretaba contrala piel quemada del viejo; le brillaba en los bigotes ca-nos, en la frente ancha y recta, en la punta de la nariz yen la barbilla avanzada.

Aquella mirada fija me arrastró; quise ver también.Pero mis ojos azules debieron hundirse en el azul delcielo. La claridad me hacía daño y se me clavaba en elloscomo espinas. Sólo me pareció ver dos pequeñas crucesmuy altas, perdidas, que se movían con elegancia y tra-zaban grandes círculos cada vez más bajos.

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El viejo Valerio, como si se le hubiera roto aquel hiloque le sostenía erguido, bajó de golpe la cabeza y se cru-zó de brazos, sin soltar el machete. Después se fue mo-viendo poco a poco y se quedó frente a mí. Su mirada in-definible, serena, inmutable, parecía acariciarme. Dijo:

—Vea, Juan... Esos tiros...Se le apagó la voz, pero volvió a hablar en tono opaco:—Dios quiera. Para mí debe haber algún hombre o

algún animal malogrado.Yo estaba agachado, con una rodilla en tierra, y mien-

tras él hablaba me sostenía con la diestra en el cabo delmachete y la punta de éste en tierra.

—¿Qué le pasa? —pregunté.Entonces él señaló muy vagamente el lugar donde es-

taban aquellas manchitas y explicó:—Esos son guaraguaos y están por los lados de La Pe-

lada.Se dobló, apretó los labios y, como si nada hubiera

dicho, se dio a talar con bríos renovados. Los machetesdaban pequeños gritos agudos y los primeros arbustostumbados se mareaban al sol.

Yo pensaba muchas cosas. El trabajo parecía acele-rar en mí una fiebre nueva y noble: no sentía el sudor niel sol; quería nada más trabajar, pero hacerlo sin des-canso. Iba abriendo una especie de trochita entre los ar-bustos, directa al río, y calculaba todo lo que nos era ne-cesario hacer, ya que había sequía. Pronto estarían loscaminos transitables y podría uno ir a la tierra llana enbusca de carne. Además tendríamos que traer las tresvacas paridas, que ahora vagaban por los terrenos incul-tos. Y todo esto venía a tiempo: la carne de la puerca ga-cha se estaba acabando. ¡Qué satisfacción saber que elcacao secaría y que no tardaríamos en tener café bueno!

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En ese montón de ideas me asaltó una: los guara-guaos. ¿No habría muerto, por casualidad, uno de losterneritos nuevos? ¿Alguna vaca, tal vez? ¿Para qué, sino para comer carne muerta, habían venido los guara-guaos? Es seguro que estarían lejos, porque las gallinasno habían cacareado temerosas. ¡Hombres!

—¡Viejo! —llamé antes de terminar el pensamiento.Él me miró con ojos acariciadores.—Si las gallinas cacarearon anoche, fue por los guara-

guaos —terminé.Y su voz suave me llegó:—No, hijo. La gallina no ve de noche. Eso fue mal

anuncio.—Será que las aguas han ahogado uno de los becerri-

tos...Valerio tenía en ese momento una matita de pomo

en la mano, pegada a tierra, y la iba a trozar con su ma-chete afilado; pero no lo hizo: se levantó, me miró hon-do, sacudió la cabeza. Quería hablar y no se atrevía. Alfin...

—Lo mejor es dir a La Pelada.Y se quedó viendo el monte.Estuvo un instante callado; después movió la cabeza

de arriba abajo y, como asustado, consintió:—Sí... Vámonos.Rompió marcha de una vez, decidido. Yo quise lavar-

me las manos emporcadas de lodo. El agua lenta y tur-bia del río era fría como mano de muerte.

¡Monte! ¡Monte! ¡Vientre de árboles y de sombras...!Eres húmedo y acogedor. Mis pies desnudos se pegabana tu tierra negra; mis ojos azules se enredaban en tus ár-boles serenos; mis manos ansiosas se prendían de tusbejucos. Era una hora antes de medio día; en la tierra lla-na el sol se extendía como verdolaga blanca; en mis es-

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paldas era plancha recién sacada del fuego; pero en tuseno pardo parecía tardecita. Yo vi la perdiz, color dehoja seca, brincar confiada; y la paloma gris en las ramasdel yagrumo y del cigua prieta, sin temores.

El viejo Valerio caminaba de prisa; su respiraciónera sonora. No volvía la cara atrás ni decía palabra. Al-gunas veces levantaba el brazo y cortaba a machetazoslos bejucos. Después los retiraba con la punta del arma.Teníamos muy a menudo necesidad de sujetarnos a ra-mas de árboles para poder subir. Y era como si a cadainstante el monte se fuera alzando más, más, más...

La Pelada es una planicie entre las lomas Tocaya yGuarina. Una vegetación pobrísima, de pajonales par-dos, resecos, y algún que otro palo de cabirma, es todo lode admirar en ella. La tierra rojiza, abundante en pie-dras, parece hozada por cerdos. No se puede caminar deprisa entre aquellos montones de pedruscos disimula-dos por el pajonal.

A nosotros se nos fue metiendo el sol poco a poco, pocoa poco; y lo encontramos de pronto completo, vaciado enLa Pelada.

Yo no vi nada, lo juro; pero ¿cómo no había de sor-prenderme aquel súbito arrancar de Valerio; su andarpreciso, como si supiera a conciencia qué quería hacer?De pronto vi los cerdos correr acompañándose de gru-ñidos. Valerio alzó el machete, lo tiró a los animales ydijo:

—¡Chonchos condenados! ¡Comiendo carne de gente!Fue en ese preciso instante cuando sentí el mal olor

que se me pegó a la nariz y se prendió de ella lo mismoque una mano.

Lo que había allí no era más que algo deforme, unmontón impreciso de carnes, con el vientre y la cara roí-dos. Los perros de los alrededores, los ratones, los jíbaros,

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los cerdos, quizá los guaraguaos, ¡qué sé yo cuántos ani-males se habían alimentado durante una noche y mediodía con la carne de un hombre muerto!

Yo me quedé algo retirado; el viejo Valerio parecíaun árbol, porque hasta media pierna se veía hundido en-tre la yerba tostada de los pajonales. Tenía la mano iz-quierda en la nariz, y ni un músculo de su cuerpo se mo-vía. Sólo que aquellos ojos estaban muy opacos cuandose volvió para decirme:

—Tráigase un yaguacil, o dos; y si no halla busqueyaguas.

Antes de marchar le vi sentarse y dejar el brazo de-recho caído entre las piernas. Parecía irse disolviendoen el sol del medio día.

Eso no podría explicarse nunca y por tanto no me de-tendré en ello, pero yo ruego a todos procurar huir delas tierras incultas porque son crueles como hombresmalos. Nadie podría figurarse lo que supone caminarhora y media, atravesar un monte sombrío, con los res-tos de un hombre a cuestas. Aquel montón de huesos ycarne hedía de un modo horrible. En mi vida, el recuer-do de esa hora y media es atormentador y me sabe apesadilla. ¡Yo siento a cada instante aquí, en la nariz, enla boca, en el estómago, el asco de aquella jornada!

Cuando soltamos el yaguacil, frente al bohío, procuréno mirar lo que había de él. De lo que la ropa azul dejabaver sólo la mano izquierda se había conservado intacta,pero llena de manchas azulosas, casi moradas. Yo reco-nozco que no era yo quien vivía entonces; me parece queno anduve sobre la tierra, sino en el aire, y que entoncesestaban las cosas sujetas entre sí con telarañas.

¡Huid de las tierras incultas, porque son crueles comohombres malos!

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Yo no hablé media palabra mientras hoyábamos, nihubiera podido hacerlo. La tierra pegajosa por las llu-vias recientes se hacía rebelde. El sudor y el barro nosponían una costra que parecía apretarnos por todos la-dos. No teníamos más que dos machetes y el deseo de aca-bar pronto. ¡Cómo nos miraba desde el oeste el ojo blan-co del sol!

El viejo Valerio se fue a cortar la madera mientrasyo echaba tierra. Después aquella cruz, rama un momen-to antes y ahora mondada, blanquecina, parecía un niñoque nos llamara con sus bracitos abiertos.

Yo sentía las manos torpes, los dedos hinchados, yun deseo de no hacer nada, como si estuviera por dentrolleno de humo. Valerio se sentó a la puerta, frente a latumba. Tenía los ojos muy opacos todavía y hacía ya cua-tro horas que no hablaba. Sus manos largas, lentas, esta-ban juntas entre las piernas. Yo me quedé mirándole y,al rato, como si algo me obligara a hacerlo, dije:

—Vámonos a Jamao, viejo. Yo no puedo seguir vivien-do aquí...

Con la vista clavada en la cruz, igual que reanudan-do una conversación rota, el viejo Valerio recomendó:

—No mate nunca un guaraguao, Juan, y procure queno lo mate naiden.

Y, a mi silencio lleno de asombro que se tragó sus pa-labras, explicó:

—Si no hubiera sido por ellos no estuviera mi hijoenterrado aquí agora.

Yo grité:—¿Qué, viejo?Entonces fue cuando me miró.—¿No vido el dedo que le faltaba en la mano, el que

le llevó la perra?

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Viejo Valerio: dejé La Tocaya después de tu muerte;pero no debes ignorar que voy a veces para adornar tutumba y la de Bucandito.

¡Todavía está mi alma de rodillas frente a tu magní-fica serenidad, viejo Valerio!

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CUENTOS DE NAVIDAD(Fragmento)

POCAS historias poseen la virtud de ser contadas o leídas,produciendo un mismo encantamiento en los niños y enlos adultos. El “Cuento de Navidad” del profesor JuanBosch es uno de estos casos de excepción: la ternura, elfrescor y la fantasía deleitan a los pequeños, el espíritu yel mensaje provocan la reflexión en los más grandes, eltono vivaz y la escritura tan poética como simple “llegan”a todas las sensibilidades.

El autor en su estudio teórico, “Apuntes sobre el artede escribir cuentos” expresa que el cuentista “padre y eldictador de sus criaturas, no puede dejarlas libres ni to-lerarles rebeliones” mientras los personajes de una nove-la, a partir de sus hechos y de sus caracteres, a veces mo-difican la acción originalmente prevista por el novelista.Si bien es cierto que los textos bíblicos y la tradición cris-tiana tejieron la trama del relato y encauzaron los hilosnarrativos, Juan Bosch dio curso a su imaginación crea-dora. Como los grandes escritores clásicos que siempre

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enriquecían y exaltaban los modelos antiguos, la mitolo-gía pagana o las Santas Escrituras.

Es más, tenemos la impresión que el Señor Dios delCuento de Navidad se “rebela” contra su autor... durmien-do, que sus sueños de “varios siglos” no solamente dejan alos hombres actuar bien o mal (sobre todo) sin el debidocontrol omnipotente y orientador, sino que ese cuento deNavidad, a partir de aquella emancipación del héroeprincipal, de las de Santa Claus y de los Reyes Magos, seconvierte en estructura novelesca, en una novela, corta ygigantesca, que boceta los destinos de la humanidad des-de sus orígenes. Por ejemplo, uno de los largos sueños divi-nos, según el narrador, permite que se martirice y se cru-cifique a Jesús Cristo y el despertar de Dios Padre deter-mina la resurrección, pero en la técnica de la narración,el incidente significa un descanso y un impulso para lacontinuación del relato y su construcción dinámica, o sea,determina la curva de la acción.

Tampoco Juan Bosch puede olvidar que él es un histo-riador hasta en la obra de ficción. En el “Cuento de Navi-dad”, él hace historia a grandes rasgos y su pensamientotiende a colocar la epopeya transcrita por los Testamen-tos en el sentido de la historia de todos los hombres hastalos cataclismos bélicos y los inventos mortíferos de la épo-ca moderna. La visión histórico-filosófica del escritor tras-ciende los límites habituales del género literario, se vuel-ve reflexión universal y materia de reflexiones para lageneralidad de los lectores.

La originalidad de Juan Bosch consiste en esta utili-zación combinada de la elaboración imaginaria y de lasfuentes textuales para comunicar sus ideas de paz, defraternidad y de justicia. Y tampoco es una casualidadque el cuento se cierre sobre una imagen simbólica y real,que concierne al drama y las esperanzas latinoamerica-

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nas: el padre, la abuela, el niño, la choza de Méxicotransmutan en nuestro continente la Natividad de Jesús,la pobreza de sus padres y los obsequios de los Reyes.

El cuento cumplió circularmente su ciclo narrativo,devolviendo a la infancia desamparada de hoy, el men-saje de esperanza que significó y significa siempre la Na-tividad. La fábula se convierte recordamos las palabrasde Voltaire en “el emblema de la verdad”, de una verdadque, en el hermoso “Cuento de Navidad” del profesor JuanBosch, se confunde con el destino y los anhelos de la hu-manidad.

Marianne de TolentinoSanto Domingo, Diciembre 1977*

CAPITULO I

MÁS ARRIBA del cielo que ven los hombres, había otro cie-lo, su piso era de nubes y después, por encima y por loslados, todo era luz, una luz resplandeciente que se per-día en lo infinito. Allí vivía el Señor Dios.

El Señor Dios debía estar disgustado porque se pa-seaba de un extremo al otro extremo del cielo. Cada zan-cada suya era como de cincuenta millas y a sus pisadastemblaba el gran piso de nubes y se oían ruidos como true-nos. El Señor Dios llevaba las manos a la espalda, unasveces doblaba la cabeza y otras la erguía y su gran cabe-za parecía un sol deslumbrante. Por lo visto, algo pre-ocupaba al Señor Dios.

*Fuente: Bibliotecas virtuales.

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Era que las cosas no iban como Él había pensado. Bajosus pies tenía la Tierra, uno de los más pequeños de to-dos los mundos que Él había creado y en la Tierra los hom-bres se comportaban de manera absurda, guerreaban, semataban entre sí, se robaban, incendiaban ciudades, losque tenían poder y riquezas y odiaban a los vecinos ricosy poderosos, formaban ejércitos y salían a atacarlos. Unosse declaraban reyes, y mediante el engaño y la fuerza to-maban las tierras y los ganados ajenos, apresaban a susenemigos y los vendían como bestias. Las guerras, lasinvasiones, los incendios y los crímenes comenzaban sinque nadie supiera cómo, ni debido a qué causa y todoslos que iniciaban esas atrocidades decían que el SeñorDios les mandaba a hacerlas y sucedía que las víctimasde tantas desgracias le pedían ayuda a Él que nada te-nía que ver con esas locuras. El Señor Dios se quedabaasombrado.

El Señor Dios había hecho los mundos para otra cosay especialmente había hecho la Tierra y la había pobla-do de hombres para que éstos vivieran en paz como sifueran hermanos, disfrutando entre todos de las rique-zas y las hermosuras que Él había puesto en las monta-ñas y en los valles, en los ríos y en los bosques. El SeñorDios había dispuesto que todos trabajaran a fin de queocuparan su tiempo en algo útil y a fin de que cada quientuviera lo necesario para vivir y con la claridad del Solhizo el día para que se vieran entre si y vieran sus ani-males y sus sembrados y sus casas y vieran a sus hijos ya sus padres y comprendieran que los otros tenían tam-bién sembrados y animales y casas, hijos y padres a quie-nes querer y cuidar. Pero los hombres no se atuvieron alos deseos del Señor Dios, nadie se conformaba con losuyo y cada quien quería lo de su vecino, las tierras, lasbestias, las casas, los vestidos y hasta los hijos y los pa-

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dres para hacerlos esclavos. Ocurría que el Señor Dioshabía hecho la noche con las tinieblas y su idea era quelos hombres usaran el tiempo de la oscuridad para dor-mir. Pero ellos usaron esas horas de oscuridad para ace-charse unos a otros, para matarse y robarse, para llevar-se los animales e incendiar las viviendas de sus enemi-gos y destruir sus siembras.

Aunque en los cielos había siempre luz, la lejana luzde las estrellas y la que despedía de si el propio SeñorDios, se hizo necesario crear algo que disipara de vez encuando las tinieblas de la Tierra y el Señor Dios creó laLuna. La Luna iluminó entonces toda la inmensidad. Sudulce luz verde amarilla llenaba de claridad los espaciosy el Señor Dios podía ver lo que hacían los hombres cuan-do se ponía el Sol. Con sus manos gigantescas, Él hacíaun agujero en las nubes, se acostaba de pechos en el granpiso gris, veía hacia abajo y distinguía nítidamente a losgrupos que iban en son de guerra y de pillaje. El SeñorDios se cansó de tanta maldad, acabó disgustándose yun buen día dijo:

—Ya no es posible sufrir a los hombres.Y desató el diluvio, esto es, ordenó a las aguas de los

cielos que cayeran en la Tierra y ahogaran a todo bichoviviente, con la excepción de un anciano llamado Noé queno tomaba parte en los robos, ni en los crímenes, ni enlos incendios y que predicaba la paz en vez de la guerra.Además de Noé, el Señor Dios pensó que debían salvar-se su mujer, sus hijos, las mujeres de sus hijos y todoslos animales que el viejo Noé y su familia metieran den-tro de una arca de madera que debía flotar sobre las aguas.

Pero eso había sucedido muchos millares de añosatrás. Los hijos de Noé tuvieron hijos y los nietos a suvez, tuvieron hijos y después los biznietos y los tatara-nietos. Terminado el diluvio, cuando estuvo seguro de

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que Noé y los suyos se hallaban a salvo, el Señor Dios seechó a dormir. Siempre había sido Él dormilón y un sue-ño del Señor Dios duraba fácilmente varios siglos. Seechaba entre las nubes, se acomodaba un poco, ponía sugran cabeza sobre un brazo y comenzaba a roncar. En latierra se oían sus ronquidos y los hombres creían queeran truenos.

El sueño que disfrutó el Señor Dios a raíz del dilu-vio fue largo, más largo quizá de lo que Él mismo habíapensado tomarlo. Cuando despertó y miró hacia la Tie-rra quedó sorprendido. Aquel pequeño globo que rodabapor los espacios estaba otra vez lleno de gente, de enor-me cantidad de gente, unos que vivían en grandes ciu-dades, otros en pequeñas aldeas, muchos en chozas per-didas por los bosques y los desiertos. Y lo mismo que an-tes, se mataban entre si, se robaban, se hacían la guerra.

Por eso se veía al Señor Dios preocupado y disgusta-do, por eso iba de un sitio a otro, dando zancadas de cin-cuenta millas. El Señor Dios estaba en ese momento pen-sando qué cosa debía hacer para que los hombres apren-dieran a quererse entre si, a vivir en paz. El diluvio ha-bía probado que era inútil castigarlos. Por lo demás, elSeñor Dios no quería acabar otra vez con ellos, al fin yal cabo eran sus hijos, El los había creado y no iba Él aexterminarlos porque se portaran mal. Si ellos no habíancomprendido sus propósitos, tal vez la culpa no era deellos, sino del propio Señor Dios que nunca se los habíaexplicado.

—Tengo que buscar un maestro que les enseñe a con-ducirse —dijo el Señor Dios para sí.

Y como el Señor Dios no pierde su tiempo, ni cometela tontería de mantenerse colérico sin buscarles solu-ción a los problemas, dejó de dar zancadas, se quedó tran-quilo y se puso a pensar. Pues ni aún Él mismo, que lo

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creó todo de la nada, hace algo sin antes pensar en elasunto. Una vez había habido un Noé, anciano bondado-so, a quien el Señor Dios quiso salvar del diluvio paraque su descendencia aprendiera a vivir en paz y resultóque esos descendientes del buen viejo comenzaron a ar-mar trifulcas peores que las de antes del tremendo cas-tigo. Había sido mala idea la de esperar que la gentecambiara por medio o gracias al ejemplo de Noé, portanto, el Señor Dios no perdería su tiempo escogiendocastigos ejemplares ni buscando entre los habitantes dela Tierra alguien a quien confiarle la regeneración delgénero humano. Pero entonces, ¿quién podría hacersecargo de ese trabajo?

El Señor Dios pensó un rato, que podía ser un día,un año o un siglo pues para Él, el tiempo no tiene valorporque El mismo es el tiempo, lo cual explica que notenga ni principio, ni fin. Pensó y de pronto halló la so-lución:

— El mejor maestro para esos locos sería un hijo mío.¡Un hijo del Señor Dios! Bueno, eso era fácil de decir

pero muy difícil de lograr. ¿Pues qué mujer podía ser lamadre del Hijo de Dios? Sólo una Señora Diosa como Ély resulta que no la había, ni podía haberla. Él era solo,el gran solitario y sin duda, si hubiera estado casadonunca habría podido hacer los mundos y todo lo que hayen ellos, en la forma en que los hizo, porque la mujer delSeñor Dios, cualquiera que hubiera sido – aún la másdulce e inteligente – habría intervenido alguna que otravez en su trabajo y debido a su intervención las cosashabrían sido distintas, por ejemplo, la mujer hubieradicho: “¿pero por qué le pones esa trompa tan fea alpobrecito elefante cuando le quedaría mejor un ramo deflores?” O quizá habría opinado que la jirafa no debíatener el cuello tan largo y ahora tendríamos una jirafa

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de patas larguísimas y pescuezo de seis pulgadas. Ocu-rrió siempre que cualquiera mujer convence a su mari-do de que haga algo en esta forma y no en aquella y asíes y tiene que ser porque ella es la compañera que sufrecon el marido sus horas malas y el marido no puede ig-norar su derecho a opinar y a intervenir en cuanto élhaga.

Pero el Señor Dios es solitario y tal vez por eso pusomayor atención en los animales machos que en las hem-bras, razón por la cual el león resultó mas fuerte que laleona, el gallo más inquieto y con más color que la galli-na, el palomo más grande y ruidoso que la paloma. Y laverdad es que como Él no tenía necesidades como la gen-te, ni sentía la falta de alguien con quien cambiar ideas,no se dio cuenta de que debía casarse. No se casó y sóloen aquel momento, cuando comprendió que debía tenerun hijo, pensó en su eterna soltería.

—Caramba, debería casarme —dijo.Pero a seguidas se rió de sus palabras. ¿Con quién

podía contraer matrimonio? Además, aunque hubiera conquien, Él estaba hecho a sus manías, que no iba a dejarfácilmente, entre otras debilidades, le gustaba dormirde un tirón montones de siglos y a las mujeres no les agra-dan los maridos dormilones.

La situación era seria y había que hallarle una solu-ción. Eso que sucedía en la

Tierra no podía seguir así. El Señor Dios necesitabaun hijo que predicara en ese mundo de locos, la ley delamor, la del perdón, la de la paz.

—¡Ya está! —dijo el Señor Dios, pero lo dijo con talalegría, tan vivamente que su vozarrón estalló y llenólos espacios, haciendo temblar las estrellas distantes yllenando de miedo a los hombres en la Tierra.

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Hubo miedo porque los hombres que van a la guerracomo a una fiesta, son sin embargo, temerosos de lo queno comprenden, ni conocen. Y la alegría del Señor Diosfue fulgurante y produjo un resplandor que iluminó loscielos, a la vez que su tremenda voz recorrió los espaciosy los puso a ondular. El Señor Dios se había puesto tancontento porque de pronto comprendió que el maestrode ese hatajo de idiotas que andaban matándose en unmundo lleno de riquezas y de hermosuras tenía que seren apariencia igual a ellos, es decir, un hombre y que portanto la madre de ese maestro debía ser una mujer. Asífue como el Señor Dios decidió que Su Hijo nacería comolos hijos de todos los hombres, nacería en la Tierra y sumadre sería una mujer.

Alegre con su idea, el Señor Dios decidió escoger a laque debía llevar a Su Hijo en el vientre. Durante largorato miró hacia la Tierra, observó las grandes ciudades,una que se llamaba Roma, otra que se llamaba Alejan-dría, otra Jerusalén y muchas más que eran más peque-ñas. Su mirada, que todo lo ve, penetró por los techos delos palacios y recorrió las chozas de los pobres. Vio infi-nito número de mujeres, mujeres de gran belleza y rica-mente ataviadas o humildes en el vestir, emperatrices,hijas de comerciantes y funcionarios, compañeras de sol-dados y de pescadores, hermanas de labriegos y escla-vas. Ninguna le agradó. Pues lo que el Señor Dios busca-ba era un corazón puro, un alma en la que jamás hubie-ra albergado un mal sentimiento, una mujer tan llena debondad y dulzura que Su Hijo pudiera crecer viendo labelleza reflejada en los ojos de la madre. El Señor Diosno hallaba mujer así y de no hallarla, toda la humanidadestaría perdida, nadie podría salvar a los hombres. Deuna mujer dependía entonces el género humano y suce-de que de la mujer depende siempre, porque la mujer está

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llamada a ser madre, la madre buena da hijos buenos yson los buenos los que hermosean la vida y la hacen lle-vadera.

Iba el Señor Dios cansándose de su posición ya queestaba tendido de pechos mirando por el agujero que ha-bía abierto en las nubes, cuando acertó a ver, en un ca-mino que llevaba a una aldea llamada Nazaret, a una mujerque arreaba un asno cargado de botijos de agua. Era muyjoven y acababa de casarse con un carpintero llamadoJosé. Su voz era dulce y sus movimientos armoniosos.Llevaba sobre la cabeza un paño morado y vestía de azul.El Señor Dios, que está siempre enterado de todo, sabíaque se llamaba María, que era pobre y laboriosa, que te-nía el corazón lleno de amor y el alma pura.

El Señor Dios tenía la costumbre de regañar consigomismo, de manera que en ese momento dijo:

—Debo ser tonto, ¿pues por qué he estado buscandomujeres en las grandes ciudades y en los palacios, si yosabía que María estaba en Nazaret?

Ocurre que el Señor Dios prefería admitir que eratonto antes que aceptar que de tarde en tarde su memo-ria le fallaba. Ya estaba algo viejo, si bien es lo cierto queÉl había nacido viejo porque desde el primer momentode su vida había sido como era entonces, y desde ese pri-mer momento lo sabía todo y tuvo sobre sí la responsabi-lidad de la vida, es decir, la de dar la vida, la de poblarlos espacios de mundos y los mundos de seres, de plan-tas y de piedras, de montañas y de mares y de ríos. Contantas preocupaciones encima, ¿a quién ha de extrañar-le que se olvidara de la existencia de María? La habíaolvidado y esa era la verdad aunque Él no quisiera admi-tirlo. Pero he aquí que acertó a verla y de inmediato lareconoció, en el instante supo que ella debía ser la ma-dre de Su Hijo. Gran descanso tuvo el Señor Dios en ese

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momento. Los hombres seguían en sus trifulcas, sus gue-rras y sus rapiñas y desde allá arriba el Señor Dios oíasus gritos, el tropel de sus caballerías atacándose unas aotras, veía a los reyes ordenando matanzas y celebrandograndes fiestas, a los mercaderes y a los sacerdotes delas más variadas religiones dirigiendo los cultos, cadauno diciendo que el suyo era el único verdadero, a losnavíos cruzando los mares y a los pastores peleando apedradas con los leones de los desiertos para defendersus ovejas. Y pensaba Él: “Pronto esos locos van a oír lavoz de Mi Hijo”.

Para el Señor Dios decir “pronto” era como para no-sotros decir “dentro de un momento”, sólo que el tiempoes para Él muy distinto de lo que es para nosotros. To-davía Su Hijo tenía que nacer, crecer y llegar a hombre.Pero si el Señor Dios había sufrido miles de años las lo-curas del género humano, ¿qué le importaba esperar unosaños más?

Ahora bien, si se quiere que algo esté hecho dentrode un siglo, lo mejor es empezar a hacerlo ahora mismo,y así es como pensaba y piensa el Señor Dios. Además,Él no tiene la mala costumbre de soñar las cosas y de-jarlas en sueño. Las mejores ideas son malas si no se con-vierten en hechos y el Señor Dios sabía que es preferi-ble equivocarse haciendo algo a quedarse sin hacer nadapor miedo a cometer errores. De manera que Él no debíaperder tiempo, como no lo había perdido jamás cuandotenía algún quehacer por delante. Y ahora tenía uno muyimportante: el de dar un hijo suyo a los hombres paraque éstos oyeran por la boca de ese hijo la palabra deDios.

Sucedía que María estaba casada desde hacía poco.Por otra parte, aunque se hallara soltera, el Señor Diosno podía bajar a la Tierra para casarse con ella. Él no era

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un hombre sino un ser de luz, que ni había nacido comonosotros, ni moriría jamás, a pesar de lo cual vivía y sen-tía y sufría. Era, como si dijéramos, una idea viva. Loque Su Hijo traería a la vida no sería su rostro, no se-rían sus ojos, ni su nariz, sino parte de su luz, de su pro-pio ser, de su esencia. Pero para que la gente lo viera ylo oyera, debería tener figura humana y para tener figu-ra humana debía nacer de una mujer. Visto todo eso, nohacía falta que Él se casara con María, sólo era necesarioque el hijo de María tuviera el espíritu del Señor Dios. Yeso había que hacerlo inmediatamente.

De vez en cuando, el Señor Dios tiene buen humor,le gusta hacer travesuras allá arriba. Esa vez hizo una.Él pudo haber soplado sobre sus manos y decir:

—Soplo, hazte un pajarillo y ve donde está María, lamujer del carpintero José, en la aldea de Nazaret y dileque va a tener un hijo mío.

Pero sucede que ese día Él estaba de buen humor ysucede además que Él conocía el corazón humano y sa-bía que nadie iba a creer a un pajarillo.

Por eso se arrancó un pelo de su gran barba, se lo pusoen la palma de la mano y dijo:

— Tú vas a convertirte ahora en un ángel y te llama-rás el Arcángel San Gabriel. ¡Pero pronto, que no estoypor perder tiempo!

Aquello pareció cuento de hadas. En un segundo elblanco pelo se transformó, creció, le salieron alas, se leformó una hermosa cabeza cubierta de rubios cabellos. Alabrir los azules ojos el Arcángel se llevó el gran susto.

— Buenos días, Señor... – empezó a decir, temblandode arriba, abajo.

—Señor Dios es mi nombre, joven —aclaró el SeñorDios—, y para lo sucesivo sepa que soy su jefe, de mane-ra que vaya acostumbrándose a obedecerme.

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—Sí, Señor Dios, se hará como Usted mande.—Empezando por el principio, como en todas las co-

sas, aprenda buenos modales, salude con cortesía a susmayores y tenga buena voluntad para cumplir mis órde-nes. Atienda bien, porque ustedes los ángeles andan siem-pre distraídos y olvidan pronto lo que se les dice. No pon-ga esa cara tan seria. Es muy importante saber sonreír,sobre todo, en su caso, pues usted va a tener una funciónbastante delicada, como si dijéramos, una misión diplo-mática.

—No se qué es eso, Señor Dios pero en vista de queUsted lo dice, debe ser así.

—Me parece muy inteligente esa respuesta, Gabriel.Creo que vas a ser un arcángel bastante bueno. Ahora,fíjate en esa bola pequeña que va rodando allá abajo. Ob-sérvala bien, es la Tierra y allá vas a ir sin perder tiempo.

El Arcángel San Gabriel miró hacia abajo y vio un tro-pel de mundos que pasaba a gran velocidad y como él aca-baba de abrir los ojos, más aún, acababa de nacer, no es-tuvo atinado cuando señaló a uno de esos mundos mien-tras preguntaba:

—¿Es aquella de color rojizo que va allá?Eso no le gustó al Señor Dios pues Él nunca había

tenido paciencia para enseñar. De haberla tenido no ha-bría pensado en un hijo para que sirviera de maestro alos hombres.

—Jovenzuelo —dijo—, haga el favor de poner atencióncuando se le habla y no tendrá que oír las cosas dos veces.Le he enseñado la otra bola, la que está a la izquierda.

El Arcángel Gabriel era tímido. En verdad, no habíatenido tiempo de formarse carácter. Le confundió sobre-manera que el Señor Dios le tratara unas veces de “tú” yotras de “usted” y se puso a temblar de miedo.

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—¡Eso si que no! —tronó el Señor Dios—. Estás lle-no de miedo y nadie que lo tenga puede hacer obra deimportancia. Tampoco hay que tener más valor de la cuen-ta, como les ocurre a algunos de esos locos que pueblanla Tierra y creen que el valor les ha sido concedido parahacer el mal y abusar de los débiles. Pero te advierto,hijo mío, que la serenidad y la confianza en sí mismo sonindispensables para vivir conmigo, no quiero ni a los tí-midos, porque todo lo echan a perder por falta de domi-nio, ni a los agresivos, que van por ahí causando averías,sino a los que son serenos porque la serenidad es un as-pecto de bondad y la bondad es una parte de mí mismo.¿Entiendes?

El Arcángel dijo que si, pero la verdad es que no en-tendió palabra, se sentía confundido, sorprendido de loque le estaba ocurriendo minutos después de haber sali-do de un pelo de barba. Sólo atinaba a ver el desfile demundos a lo lejos y a oír el vozarrón del Señor Dios.

—Bueno —prosiguió el Señor Dios—, pues si enten-diste, ya sabes que ésa que te señalo es la Tierra. Vas airte allá sin perder tiempo, te dirigirás a una aldea llama-da Nazaret, que está cerca de un lago al cual los hombresllaman de Genezaret. Aprende bien el nombre para queno cometas errores. En esa aldea de Nazaret vive unamujer llamada María. Hace un momento la vi llevandoagua a su casa y tal vez, no haya llegado todavía, vestíade azul claro, llevaba un paño morado sobre la cabeza yarreaba un asno cargado de botijos de agua. Te doy to-dos esos detalles para que no te confundas. Podrás co-nocerla, además, por la voz, pues su voz es melodiosacomo ninguna otra. Si sucede que al llegar tú ya ella seha metido en su choza, pregunta a cualquiera que veaspor María, la mujer del carpintero José, es seguro que tedirán dónde vive, porque la gente de la Tierra es curio-

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sa y amiga de novedades, razón por la cual te ayudaránpara después pasarse un mes charlando sobre tu visitaa la joven señora. ¿Me vas entendiendo?

—Sí, Señor Dios.—Entonces queda poco por decirte. Al llegar allá te

dirigirás a María con mucha urbanidad y le dices que Yohe dispuesto tener un hijo y que ella será la madre, quese prepare, por tanto, a ser la madre del Hijo de Dios.Eso es todo. ¡Vete en el acto, que tengo un poco de sueñoy antes de dormir quiero saber cómo te irá en tu emba-jada!

San Gabriel iba a salir cuando se le ocurrió pregun-tar:

—¿Y si me pregunta cómo va a ser Su Hijo, qué nom-bre habrá de ponerle, qué oficio tendrá?

— Le dirás que será como todos los hijos de hombresy mujeres y que sólo ha de distinguirse de los demás porla grandeza y la luminosidad de su espíritu, que será hu-milde, bondadoso y puro, que le llame Jesús y que su ofi-cio será mostrar a la humanidad el camino del amor y delperdón. Le dirás también que está llamado a sufrir paraque los demás puedan medir el dolor que hay en la Tie-rra comparándolo con el que él padecerá y porque sólosufriendo mucho enseñará a perdonar también mucho.

El Arcángel no esperó más. Sentía que las palabrasdel Señor Dios henchían su alma, la llenaban con fuerzamusical, con algo cálido y hermoso. Se le olvidó despe-dirse, cosa que el Señor Dios no le tomó en cuenta por-que pensó que no podía aprenderlo todo de golpe. Uninstante después, San Gabriel veía la Tierra tan cercaque casi podía tocarla.

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CAPITULO II

Viendo las ciudades de la Tierra, los ricos palaciosen lo alto de las colinas y a orillas de los mares, admi-rando el esplendor con que vivían los reyes y sus favori-tos, los grandes mercaderes y los jefes de tropas, San Ga-briel se preguntó por qué el Señor Dios había resueltotener un hijo con una mujer pobre, que moraba en chozade barro y arreaba asnos cargados de agua por caminospolvorientos. ¿No era el Señor Dios, el verdadero rey delos mundos, el dueño del Universo, el padre de todo locreado? ¿No debía ser su hijo pues, otro rey? Si tenía quenacer de mujer, ¿por qué Él no había escogido para ma-dre suya a una reina, a la hija de un emperador, a la here-dera de un príncipe poderoso? A juicio de San Gabriel,el Hijo de Dios, debía nacer en lecho adornado con cor-tinas de terciopelo y seda, entre oro y perlas, rodeadopor grandes dignatarios y damas deslumbrantes y a sualrededor debía haber un ejército de esclavos listos a ser-virle; así, todos los pueblos le rendirían homenaje y ve-neración desde su nacimiento y los grandes y los pe-queños le obedecerían porque estaban acostumbradosdesde hacía muchos siglos a respetar y honrar a quienesnacían en cunas de reyes. ¿Había dicho el Señor Dios queSu Hijo estaba llamado a mostrar al género humano, elcamino de la paz, del amor y del perdón había él oído mal?De ser así, ¿no le sería más fácil imponer la paz si nacíahijo de rey y por lo mismo, obedecido por millares de sol-dados que harían lo que Él les ordenara?

El Arcángel San Gabriel se detuvo un momento a me-ditar. Pensó que tal vez él estaba equivocado, a lo mejorse había confundido y el Señor Dios no le había habladode choza, ni de mujer pobre, ni de asno, ni de botijos de

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agua. Volvería allá arriba a preguntarle al Señor y hastade ser posible discutiría con Él, el asunto.

Pero el hermoso ángel ignoraba que el Señor Dios es-taba mirándolo e ignoraba también que el Señor Dios sa-bía qué cosa estaba pensando él en tal momento. Pode-mos imaginar, pues, el susto que se llevó cuando oyó laenorme voz del Señor Dios llamándole. He aquí lo quele dijo el Señor Dios:

—Gabriel, estás pensando mal. Te dije lo que te dije,no lo que tú crees ahora que debí decirte. Mi Hijo nace-rá en casa pobre, porque si no es así, ¿cómo habrá de co-nocer la miseria y el padecimiento de los que nada tie-nen que son más que los poderosos? ¿Cómo quieres túque Mi Hijo conozca el dolor de los niños con hambre, siÉl crece harto? Mi Hijo va a ofrecer a la humanidad elejemplo de su sufrimiento, ¿y quieres tú que se lo ofrez-ca desde el lujo de los palacios? Gabriel, ¡no me hagasperder la paciencia, caramba! No te metas a enmendarmis ideas. Cumple tu misión y hazlo pronto, que estoycayéndome de sueño y no me hallo dispuesto a perdo-narte si me desvelo por tu culpa.

¡Ya lo sabes!¿Qué más debía decirse? El pobre Arcángel estuvo a

punto de caer de bruces en pleno lago de Genezaret, puesdel susto se le olvidó usar las alas. En un segundo se di-rigió a la choza del carpintero José, y tan asustado ibaque pegó un cabezazo contra la pared. En el acto se leformó un chichón. Para suerte suya la choza no era unode esos palacios de mármol donde él creyó que debía na-cer el Hijo de Dios, pues de haber sido uno de ellos, elhermoso Arcángel se habría roto un hueso.

Frente a la choza había un hombre barbudo, de carabondadosa, que aserraba un madero. “Este debe ser elcarpintero José”, pensó San Gabriel. Y era José sin duda,

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pues cerca de él había un rústico banco de carpintero ysobre éste, madera cortada e instrumentos del oficio.

—¿Qué desea usted? —le preguntó el carpintero, aquien le pareció muy raro que el visitante, en vez de to-car a la puerta como lo hace todo el mundo, llamara gol-peando con la cabeza en la pared.

—Deseo saber dónde vive el carpintero José —expli-có el Arcángel.

— Aquí mismo, joven, yo soy José. Le advierto que siviene a buscarme para algún trabajo, me halla con mu-chos compromisos.

Esa era una manera de estimular el interés del visi-tante, pues la verdad es que José estaba por esos díassin trabajo. De ahí que le desconsolara mucho oír al re-cién llegado, que decía:

— No, señor, se trata de otra cosa. Yo vengo a hablarcon María, su mujer.

—¿María? —dijo José, como un eco—. Fue a la fuenteen busca de agua. Tendrá que esperarla un poco. ¿Deseasentarse?

—No, prefiero esperarla aquí.José no perdió del todo la esperanza y se puso a ha-

blarle al visitante de su oficio.—A mí siempre me están buscando para trabajos de

carpintería —afirmaba— porque nadie hace mesas y re-clinatorios tan buenos ni tan baratos como yo. Por esome mantengo ocupado todo el año.

José hablaba y San Gabriel pensaba en la rapidez conque se habían producido los hechos desde su aparición alconjuro del soplo del Señor Dios. Todo había sucedido tandeprisa que todavía María no había vuelto de la fuente.

El Señor Dios la había visto arreando el asno y antesde que ella retornara a su casa había nacido el arcángel,había oído las recomendaciones del Señor Dios, había

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viajado a la Tierra, había pensado disparates, se habíacasi descabezado contra la pared de la choza y había cam-biado frases con José.

—Caramba —se dijo él lleno de asombro— la verdades que mi jefe actúa sin perder tiempo.

¿Sin perder tiempo? ¿Y qué es el tiempo para el Se-ñor Dios, si ocurre que a la vez Él es el tiempo y está másallá del tiempo? El tiempo es algo así como la respiraciónde los mundos y el Señor Dios es la vida misma de losmundos, de manera que el tiempo viene a ser la respira-ción del Señor Dios, ideas muy complicadas desde luegopara San Gabriel. Desde allá arriba el Señor Dios veíaesas ideas en la cabeza de su embajador y pensaba: “Aeste Gabriel le valdría más recordar mis instrucciones yno meterse en honduras porque ya va llegando María”.

Así sucedía, en verdad. Con su alegre y linda cara demuchacha, María iba acercándose a la choza. De sólo ver-la, el Arcángel la conoció, lo cual no tuvo buenos resulta-dos porque como estaba pensando en aquello del tiem-po, se turbó y olvidó que el Señor le había recomendadousar modales urbanos para dirigirse a la joven señora.También es verdad que él nunca antes había hablado auna mujer; que en un instante había pasado de la nada ala vida y había viajado de los cielos a la Tierra, en fin,que había tenido muchas emociones y muchas experien-cias en corto rato, lo cual tal vez podría explicar su tur-bación. Es el caso que cuando María llegó, se le puso de-lante y sólo atinó a decir esto:

—Si no me equivoco, usted es María, la mujer de eseseñor que está ahí aserrando madera. Bueno, yo tengoque hablar con usted algo muy importante. Se lo voy adecir en presencia de su marido, porque según me dijoel Señor Dios, la gente de esta Tierra es muy dada a char-lar sobre todas las cosas y es mejor que haya testigos. Lo

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que tengo que decirles es que el Señor Dios va a tenerun hijo y usted va a ser la mamá. Con que ya lo sabe. Sitiene algo que preguntar, hágalo ahora mismo porque elSeñor Dios se siente con sueño y no quiere que yo pier-da el tiempo hablando tonterías con usted.

La joven María se quedó boquiabierta, más propia-mente, muda del asombro. Pero el que se asustó más fuesu marido. Tan pronto oyó lo que había dicho San Ga-briel, soltó la sierra y salió detrás del Arcángel, que yase iba.

—¡Oiga, amigo! ¿Usted sabe lo que ha dicho? ¿No sabeusted que el Hijo de Dios va a tener que sufrir mucho,según dicen las Escrituras y que van a matarlo en unacruz?

San Gabriel atajó aquel torrente de palabras expli-cando:

—Todo lo que usted quiera, señor, pero yo he venidoa cumplir una misión que me encomendó el Señor Dios.Yo lo siento mucho, pero lo que le suceda al Hijo de Diosno es asunto mío. Lo único que puedo decirle es que supapá quiere que le pongan el nombre de Jesús.

Dicho lo cual pegó un salto, extendió las alas y se per-dió en el cielo, a tal velocidad que ningún ojo humanopodía seguirlo.

El bueno de José cayó de rodillas, se agarró una manocon la otra, elevó las dos a lo alto y después se dobló has-ta pegar la cabeza con el polvo del camino.

—¡Ay María, María! —exclamó— ¿Cómo se te ocurretener un hijo de Dios? ¿No sabes que todos los profetashan dicho que el Hijo de Dios tendrá que sufrir muchoentre los hombres, que será escarnecido, torturado ymuerto en una cruz, como el peor de los criminales? ¿Quéva a ser de nosotros, María? ¿Por qué te has metido ental compromiso sin hablar antes conmigo?

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La pobre María oía a su marido sin lograr compren-der por qué hablaba así. Pues qué tenía ella que ver conlo que dispone el Señor Dios, ¿qué sabía ella de lo quehabía hablado San Gabriel, a quien nunca antes habíavisto y cuyo nombre ignoraba?

El Señor Dios veía a la joven María confundida, a Josécon el rostro desfigurado por el sufrimiento y sólo atinóa intervenir diciendo:

—¡No seas tonto, José, que María no ha tenido parteen la decisión mía, y el nacimiento de Mi Hijo no es cosasuya, ni tuya, sino mía!

Lo cual era verdad, pero también es verdad que des-de que los hombres comenzaron a poblar la Tierra, ha-bían adquirido la costumbre de echar sobre sus mujeresla culpa de cuanto pasaba. El Señor Dios ignoraba estoporque Él nunca había visto de cerca cómo se comporta-ban los matrimonios, debido a que lo ignoraba, le hablóasí a José. De haber estado al tanto de pequeñeces comoésa, habría pasado por alto las palabras del marido deMaría, pues es lo cierto que tenía sueño y quería echaruna siesta.

Una siesta del Señor Dios puede ser de días, de me-ses o de años. Pero la de esa ocasión no iba a ser muy lar-ga. Porque he aquí que Él estaba en lo mejor del sueñocuando de pronto despertó diciendo:

—Caramba, si ya va a nacer Mi Hijo. Por poco lo ol-vido.

Desde hacía millares de siglos nacían niños en la Tie-rra. Nacían hijos de reyes, de labriegos, de pastores, deguerreros; nacían niños blancos, amarillos, negros; na-cían hembras y varones, unos robustos, otros débiles;unos chillones y otros casi callados, unos ricos y otros po-bres, unos de ojos azules y otros de ojos castaños y deojos negros; niños de todas clases, de todas las figuras;

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niños que nacían en medio de las guerras, en los campa-mentos, entre lanzas y sables y caballos y niños que na-cían en los bosques, rodeados de árboles, de pajarillos yde mariposas; niños que nacían en los caminos, mientrassus padres viajaban y niños que nacían en las barcas, so-bre los ríos y los mares; niños que nacían en grandes ca-sas llenas de alfombras y niños que nacían en las cuevasde los pastores, al pie de las montañas. Lo que jamás sehabía visto era el nacimiento de un niño que fuera el Hijodel Señor Dios. El Señor Dios no tenía experiencia encasos de nacimientos, lo cual explica que el de Su Hijole tomara de sorpresa.

Así sucedió. El Señor Dios despertó cuando ya Su Hijoestaba a punto de nacer. Ahora bien, Él había resueltoque el niño nacería pobre y nacer pobre es tanto comonacer desconocido. Si el alumbramiento de María se hu-biese dado en Nazaret, alguna gente iría a ayudarla, aver a la criatura, no faltarían los vecinos, los parientes ylos conocidos de María y de José. En ese caso, no se cum-pliría la voluntad del Señor Dios. El niño, pues no nace-ría en la aldea de Nazaret y a fin de que así fuera el Se-ñor Dios hizo correr la voz de que María y José teníanque hacer un viaje a Belén porque el emperador de Roma,que gobernaba en esos lugares, había ordenado que todoel mundo debía inscribirse en el sitio de donde procedíasu familia. La familia de María era de Belén de Judá, unpueblo que estaba al sur de Nazaret. En Belén habían na-cido muchos cientos de años antes, un rey llamado Da-vid. En Belén debía nacer el Hijo de Dios.

Montando el asno que usaba para llevar agua de lafuente a la casa, María iba hacia Belén por caminos lle-nos de polvo y de piedras rojizas. El sol de los inviernoscalentaba toda la llanura; casi hacía hervir el aire. Ma-ría cubría su rostro con un paño de color rojo, el asno ca-

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minaba despacio y detrás iba José agitando una ramaseca con la cual pegaba de vez en cuando al paciente bo-rrico. Cada cinco o seis horas se detenían; era cuandollegaban a las cercanías de un pozo, donde debían cogeragua para el camino. Pues en las tierras donde nació elHijo de Dios, apenas hay ríos; la sed atormenta a las bes-tias y a las gentes; en escasos lugares se ven árboles ysólo se hallan con profusión arbustos espinosos; los vien-tos levantan nubes de tierras quemadas por la sequía ylas ovejas se refugian a la sombra de las montañas, don-de el rocío nocturno permite que crezcan los yerbajos quenecesitan para sustentarse.

Con gran trabajo llegaron María y José a Belén y ha-llaron el poblado lleno de forasteros, visitantes de lasaldeas vecinas que iban allí a inscribirse y aprovechabanel viaje para vender lo poco que tenían. Las pequeñascalles eran muy estrechas y torcidas, de manera que elborrico, cargado con María, apenas podía pasar por en-tre los montones de quesos, de pieles de carneros, de hi-gos y de botijos que los vendedores extendían sobre laspiedras. Mientras pasaba, José iba gritando que pagaríabien a quien le ofreciera una habitación para él y parasu mujer, que llegaban de lejos y necesitaban albergue.Pero nadie podía ofrecerles techo, ni aún por una noche.Las casas, en su mayoría pobres estaban llenas desdehacía días con los visitantes de los contornos. Nadie po-nía atención en los gritos de José, que estaba angustiadoporque sabía que su mujer iba a dar a luz y quería que lohiciera como todas las mujeres, en una habitación. Joséno sabía que el Señor Dios había dispuesto que Su Hijodebía nacer pobremente, tan pobremente como podríanacer un ternero o un potrillo.

Siguieron pues, María y José cruzando las callejue-las. Veían pasar ante ellos jóvenes con corderos cruza-

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dos sobre los hombros, muchachos que llevaban palomasenjauladas o racimos de perdices muertas; pasaban an-cianas con telas que ellas mismas habían tejido; de vezen cuando cruzaban grupos de asnos cargados con boti-jos de vino y de aceite. Todo el mundo gritaba ofrecien-do algo en venta. Belén estaba lleno de mercaderes.

No habiendo hallado albergue para él y para María,José fue a dar a un establo, hacia el camino del sur. En elestablo descansaban las bestias de labor de campesinosque iban a Belén y se veían allí mulas, bueyes, jumentos ycaballos, cabras y ovejas. Como José y María llegaron tar-de, casi todas las bestias dormían ya. El sitio era pobre,con el techo en ruinas, las paredes a medio caer, el pisolleno de excremento de los animales. Pero había calor, elcalor que despedían las bestias y un olor fuerte, que re-sultaba a la vez grato, parecía llenar el aire del lugar.

Cuando el Señor Dios despertó, ya estaba naciendoSu Hijo. Nació sin causar trastornos, muy tranquilamen-te; pero igual que todo niño, gritó al sentir el aire en lapiel. Gritó y un viejo buey que estaba cerca, volvió losojos para mirarle; mugió, acaso queriendo decir algo ensu lengua, y su mugido hizo que una mula que estaba asu lado se volviera también para ver al recién nacido. Enese momento fue cuando el Señor Dios abrió allá arribalas nubes y dijo:

—¡Pero si ya nació Mi Hijo!—De momento el Señor Dios pareció desconcertado.

Nunca había El pasado por un caso igual, pues aunquelos mundos y todo lo que en ellos hay habían sido crea-dos por Él, jamás había tenido un hijo directo, nacido desu propia esencia. Lo primero que hizo fue preguntarsequé debía Él hacer para que la gente supiera que Su Hijohabía llegado a la Tierra.

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