Asturias y Cantabria en el primer milenio a. C.

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Asturias y Cantabria en el primer milenio a. C. M. A. de Blas Cortina* J. Fernández Manzano** ABSTRACT Asturias and Santander despite íhe geographical unforrnity of the Cantabrian Cornice, are studied separa tely. Asturias offers abundant metal productsfrom the Late Bronze Age. which is explained by the rich copper deposits of the centre-west of the region and the work of workshops devoted to the distribution of axes with a high lead content, which denotes contacís with the Northwest and the A¡lantic parts of ¡he pen insules. The rarity of metal finds compared with the frequency ofpals¡aves sugges¡s specialisedproduc¡ion o/a ritual rather than an economic nature. confirmed by ¡he cauldrons buried in mines and, at a later date. byprecious metal creations such as the diadem of Los Oscos. From ¡he 6th cen¡ury onwards the decadence of the metallurgical workshops heralds a dark age lasting until the 2nd-lst centuries B.C.. whenfort(fied settlements appear in the lowlands with goodfarming lands in the centre-east. where Roman settlements appearfrom the early lst century A.D~ onwards. Cantabria, lacking mineral resaurces, appears to have been a marginal territory during the Late Bronze Age. In the Iron Age onlv sorne palsiaves are known, and sorne pallen analyses. Evidence from the Early Iron Age is lacking and the later materiesís relate to the 2nd-lst centuries B.C., existing, as in Asturias an vacuum of evidence between the Bronze Age and the historical Cantabrians. RESUMEN Asturias ofrece a fines de la Edad del Bronce abundantes productos metálicos. dada su riqueza en cobre. La producción de hachas plomadas denota contactos con áreas atlánticas y sufrecuencia sugiere una producción rituaL confirmada por los calderos enterrados en minas y. posteriormente, por creaciones como la diadema de Oscos. Tras el siglo VI a. C. sigue un período oscuro hasta los siglos 11-1 a. C.. cuando aparecen poblados fortificados en las áreas bajas con buenos suelos agrícolas del centro-oriente, donde, a partir de la Era, aparecen los asentamientos romanos. Cantabria. sin recursos metalúrgicos, parece margi- nal durante el Bronce FinaL En la Edad del Hierro sólo se conocen escasas hachas de talón, algunas cerámicas poco significativas y algunos análisis polí- nicos, existiendo un vacío documental hasta los si- glos 11-1 a. C., en que aparecen los cántabros históri- cos. 1. INTRODUCCION Pese a la incuestíanable unídad que clima y relieve confieren a la España Atlántica, existen, sin embargo. una serie de razones geográficas y culturales que. dentro de aquélla. posibilitan afirmar el carácter particular de las actuales Comunidades Autónomas de Asturias y Cantabria. Recordemos entre las pri- meras. qtte ambas ocupan la zona más estrecha dc la Cornisa, bien delimitadas paría penillanura gallega al oeste, el tímbral vasca a oriente y la propia Cordillera Cantábrica. mientras que será la común vocación atlántica uno de las factores que, en el segundo de los sentidas, afirmarían tal unidad. Ninguna dificultad hahría, de este modo, más aún, podría incluso parecer conveniente que el estudio que pretendemos llevar a cabo se realízara de forma conjunta para ambos territorios: una posiblídad que. no obstante, hemos desestimado a partir de algunos argumentos entre los que. la reconocemos, no falta la propia conveniencia. A este respecto. recordemos ahora que si parca es la documentación acerca del Bronce Final, coma lo es astmtsmo, además de tre- mendamente confusa la relativa al Hierro, no es menas cierto que los hallazgos asturianos de bronce quintuplican cuando menas a los de Cantabria. lo que ha permitida formular consideraciones más enjundiosas para la primera de las zonas. En otro sentido, y aún cuando ambos territorios aparezcan teñidos por idéntica denominador de «atíantismo» —grupas cul- turales numerosos, locales, que utilizan tecnologías equivalentes (Coffyn. Gómez y Mohen, 1981)—, parece más que p?obable que en la dinámica comercíal en que tales grupos se vieran involucrados. Asturias desempeñó un protagonismo mucho más activa, y ello en ftínción de la mayor potencialidad de recursos cupríferos, insignificantes en Cantabria. No hemos de ignorar, pese a todo, la existencia de un importante volumen de materiales, cerámicos sobre todo, recupe- radas en numerosas cavernas dc Cantabria. aunque. desafortunadamente, constituye casi siempre el botín de pesquisas de discutible rigor y, por ende, de muy limitado alcance histórico. Se parte, pues. de un conjunto informativo cuantitativa y cualitativamente distinto, suficiente a nuestra juicio para tratar de forma individualizada sendas regiones, pero sin ignorar que una s’ otra forman parte a la postre de la «comu- nídad atlántica», con lo que la reiteración de ciertas planteamientos se hará de este modo inevitable. Seña- lemas, por último, que si el esquema en tres fases en que subdividió la Edad del Bronce, y más concreta- mente el también tripartito de su etapa final, sirvió de eficaz guía para establecer las primeras bases de estudio en todas las tierras de ámbito atlántica, el cttado diseño ha perdido en la actualidad casi toda su vigencia, pues, como es sabida, el mismo se estructuró con el único respaldo de la aparición de ciertas manufacturas broncíneas. Coma en este caso, otro tanta cabría aducir a propósito de la Edad del Hierro. cuya convencional nomenclatura: «primera y segunda Edad del Hierro», apenas si resisten en esta zona el valor m<:ramente cronológico que las mismas encierran. * universidad de Oviedo, ** universidad dc Valladolid,

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Asturias y Cantabria en elprimer milenio a. C.

M. A. de Blas Cortina*J. Fernández Manzano**

ABSTRACT

Asturias and Santander despite íhe geographicalunforrnity of the Cantabrian Cornice, are studiedsepara tely.

Asturias offers abundant metal productsfrom theLate Bronze Age. which is explained by the richcopper deposits of the centre-west of the region andthe work of workshops devoted to the distribution ofaxes with a high lead content, which denotes contacíswith the Northwest and the A¡lantic parts of ¡hepen insules.

The rarity of metal finds compared with thefrequency ofpals¡aves sugges¡s specialisedproduc¡iono/a ritual rather than an economic nature. confirmedby ¡he cauldrons buried in mines and, at a later date.byprecious metal creations such as the diadem of LosOscos. From ¡he 6th cen¡ury onwards the decadenceof the metallurgical workshops heralds a dark agelasting until the 2nd-lst centuries B.C.. whenfort(fiedsettlements appear in the lowlands with goodfarminglands in the centre-east. where Roman settlementsappearfrom the early lst century A.D~ onwards.

Cantabria, lacking mineral resaurces, appears tohave been a marginal territory during the Late BronzeAge. In the Iron Age onlv sorne palsiaves are known,and sorne pallen analyses. Evidence from the EarlyIron Age is lacking and the later materiesís relate tothe 2nd-lst centuries B.C., existing, as in Asturias anvacuum of evidence between the Bronze Age and thehistorical Cantabrians.

RESUMEN

Asturias ofrece a fines de la Edad del Bronceabundantes productos metálicos. dada su riqueza encobre. La producción de hachas plomadas denotacontactos con áreas atlánticas y sufrecuencia sugiereuna producción rituaL confirmada por los calderosenterrados en minas y. posteriormente, por creacionescomo la diadema de Oscos. Tras el siglo VI a. C. sigueun período oscuro hasta los siglos 11-1 a. C.. cuandoaparecen pobladosfortificados en las áreas bajas conbuenos suelos agrícolas del centro-oriente, donde, apartir de la Era, aparecen los asentamientos romanos.

Cantabria. sin recursos metalúrgicos, parece margi-nal durante el Bronce FinaL En la Edad del Hierrosólo se conocen escasas hachas de talón, algunascerámicas poco significativas y algunos análisis polí-nicos, existiendo un vacío documental hasta los si-glos 11-1 a. C., en que aparecen los cántabros históri-cos.

1. INTRODUCCIONPese a la incuestíanable unídad que clima y relieve

confieren a la España Atlántica, existen, sin embargo.una serie de razones geográficas y culturales que.dentro de aquélla. posibilitan afirmar el carácterparticular de las actuales Comunidades Autónomasde Asturias y Cantabria. Recordemos entre las pri-meras. qtte ambas ocupan la zona más estrecha dc laCornisa, bien delimitadas paría penillanura gallega aloeste, el tímbral vasca a oriente y la propia CordilleraCantábrica. mientras que será la común vocaciónatlántica uno de las factores que, en el segundo de lossentidas, afirmarían tal unidad.

Ninguna dificultad hahría, de este modo, más aún,podría incluso parecer conveniente que el estudio quepretendemos llevar a cabo se realízara de formaconjunta para ambos territorios: una posiblídad que.no obstante, hemos desestimado a partir de algunosargumentos entre los que. la reconocemos, no falta lapropia conveniencia. A este respecto. recordemosahora que si parca es la documentación acerca delBronce Final, coma lo es astmtsmo, además de tre-mendamente confusa la relativa al Hierro, no esmenas cierto que los hallazgos asturianos de broncequintuplican cuando menas a los de Cantabria. lo queha permitida formular consideraciones más enjundiosaspara la primera de las zonas. En otro sentido, y aúncuando ambos territorios aparezcan teñidos poridéntica denominador de «atíantismo» —grupas cul-turales numerosos, locales, que utilizan tecnologíasequivalentes (Coffyn. Gómez y Mohen, 1981)—, parecemás que p?obable que en la dinámica comercíal enque tales grupos se vieran involucrados. Asturiasdesempeñó un protagonismo mucho más activa, yello en ftínción de la mayor potencialidad de recursoscupríferos, insignificantes en Cantabria. No hemos deignorar, pese a todo, la existencia de un importantevolumen de materiales, cerámicos sobre todo, recupe-radas en numerosas cavernas dc Cantabria. aunque.desafortunadamente, constituye casi siempre el botínde pesquisas de discutible rigor y, por ende, de muylimitado alcance histórico. Se parte, pues. de unconjunto informativo cuantitativa y cualitativamentedistinto, suficiente a nuestra juicio para tratar deforma individualizada sendas regiones, pero sin ignorarque una s’ otra forman parte a la postre de la «comu-nídad atlántica», con lo que la reiteración de ciertasplanteamientos se hará de este modo inevitable. Seña-lemas, por último, que si el esquema en tres fases enque subdividió la Edad del Bronce, y más concreta-mente el también tripartito de su etapa final, sirvió deeficaz guía para establecer las primeras bases deestudio en todas las tierras de ámbito atlántica, elcttado diseño ha perdido en la actualidad casi toda suvigencia, pues, como es sabida, el mismo se estructurócon el único respaldo de la aparición de ciertasmanufacturas broncíneas. Coma en este caso, otrotanta cabría aducir a propósito de la Edad del Hierro.cuya convencional nomenclatura: «primera y segundaEdad del Hierro», apenas si resisten en esta zona elvalor m<:ramente cronológico que las mismas encierran.

* universidadde Oviedo,** universidad dc Valladolid,

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Pese a todo, la exiguidad de los documentos arqueo-lógicos atribuibles a estas Edades hará necesario elusa ocasional de aquellas terminologías, insistiendoque su alcance no rebasa lo meramente organízatívo.

2. ASTURIAS

Hasta tiempos recientes no se puede hablar de unabibliografía específica sobre el ciclo última de la Edaddel Bronce en el territorio de la actual Asturias. Enefecto, desde fines del XIX se fueron produciendobreves notas sobre objetos metálicos aislados o halla-das en conjuntos (depósitos) de cierta entidad; notasque no van más lejos del apunte curioso y estrictamenteperiodístico.

Sólo hallaremos indicaciones más específicas, aunquesiempre sumarías, en los catálogos de algunos museos(Museo Arqueológico Nacional, 1901; Gabinete deAntigUedades de la Real Academia de la Historia,1903) y en las Actas de la Comisión de MonumentosHistóricos y Artísticos de la Provincia de Oviedo.1874-1912. A estas referencias no se les añade durantedecenios más que la alusión, gráfica a escrita, a cier-tos instrumentos asturianos en las grandes síntesis dela Prehistoria Peninsular, incidiendo éstas, repetida-mente, sobre objetos singulares (espadas pistiliformesy puñal de antenas, par ejemplo. del imaginario depó-sito de Sobrefaz), pero sin evaluar la riqueza o escasezde tales testimonios. Carece de sentido, en consecuen-cia. la enumeración de en qué estudios genéricos de laEdad del Bronce en el NNO. de la Península Ibéricaaparecen tales o cuales objetos asturianos ubicablesen ese marca cultural. El volumen de los elementosconocidas sólo se atisba a través de lo que en sumomento refieren el gallego del Castilla (1927-1928) ensus tovestigaciones sobre las hachas de talón en Gali-cIa o, en su texto de naturaleza muy distinta, elinventario de la colección arqueológica asturianaSoto Cortés realizada por C. Diego en 1960.

Es preciso. par último, alcanzar la década de los 70para que el Bronce Final en Asturias vaya contandocon aportaciones bibliográficas concretas y con unavaloración arqueológica de los testimonias utilizables,yendo más allá de su mera atribución, ciertamentecorrecta, al contexto más amplio del Bronce Final enel cuadrante noroeste ibérica. Estudios como los cen-trados en el extraordinario molde de Los Oscos o enlas palstaves de Pruneda en el centro-oriente de laregión (De Blas, 1972 y 1974). corresponden a eseperíodo de registro y estimación cultural de lo enton-ces conocido sobre las postrimerías del Bronceasturiana y cuyos resultados aparecerán publicadosvarías años después de su consecución (De Blas,1983). Es también por entonces cuando ve la luz elcatálogo monumental de L. Monteagudo (1977) queconstituye para ésta, como para otras regiones deEspaña y Portugal. una fuente de consulta inaprecia-ble.

Tanto en las citas decimonónicas como en osestudios de detalle recientes destaca una circunstancia:cast nunca se indican o conocen los contextos arqueo-lógicos de los artículos metálicos llegadas hasta noso-tras y a partir de los cuales se construye el edificioteórico, tan endeble, de nuestro Bronce regional.

3. LA NATURALEZA DE LOSDOCUMENTOS CONOCIDOS

Por oposición a una mayor rique/a. siempre discre-ta. de las manifestaciones arqueológicas de las primerasfases del Bronce Antiguo, —inhumaciones en cueva,monumentos tumulares, labores mineras, continuidaden el uso de algunas tumbas megalíticas, etc.—, ladocumentación recuperada del Bronce Final se refierede forma prácticamente exclusiva a las elaboracionesmetálicas características en el NO. peninsular de eseperíodo. Muchas de esos articulas metálicos procedende colecciones antiguas, carentes de una mínimareferencia a las circunstancias concretas dc cadahallazgo. Excepcianalttente, algunos disponen, ademásde la vaga referencia geográfica de origen, de unasucínta nota complementaria («hallada cerca del talcastro...») que nunca aporta datas de excesivo valor.

Se puede decir, en conjunto, que la descontextuaíi-zacían es el denominador común de todos esos mate-riales; el añadir, por ello, que no se conocen hábitatsconcretos de la época que comentamos, ni tampocolas tumbas de entonces, es una redundancia necesariapara poner de manifiesto las dificultades que planteasu estudio.

La presencia humana extendida prácticamente atodo el territorio es. sin embargo, innegable segúnveremos paría dispersión espacial del utillaje metálicalocalizado. Otros datos indirectos, coma las referenciasa la antropización del medio vegetal. son tambiénescasos aunque atendibles. De estos últimos lo mássignificativo se refiere a la secuencia palinalógíca delLlanu Roñanzas en la costa oriental de Asturias. Parala (echa C-14. 3.210 B.P.. de los inicios del BronceFinal, se propone un paisaje dominado por las pobla-ciones de Ericáceas y Gramíneas, escaseando el arbo-lado (Mary. De Beaulíeu y Medus, 1973). Poco des-pués de finalizado aquel cielo cultural (2260 ±45B.P.)en la turbera de Bucína, no lejos del lugar ante-rior, se percibe la disminución de los pólenes arbóreosparalela al incremento de Ericáceas y Gratntneas,modificación que se interpreta como el efecto de ladestrucción del bosque por el hombre (MenéndezAmar y Florschtitz. 1961. 89). Resulta concordanteesta información can lo establecido en el nivel 3 de lacueva cántabra de El Juyo. atribuido a la Edad delBronce, en el que al lado de los primeras restos deCerealia se detectan otros propios del cortejo vegetalde los terrenas cultivados, como el Plantago (A. LeroiGourhan, 1987, 60-él>.

En el centro-occidente tal tipo de documentos esinexistente, salvo la constatación de una actividadhumana acentuada en la época de construcción deltúmulo poco característico denominada Piedrafita y,en la Cuenca Media del Nalón. Este extraña monu-mento, al que el C-14 sitúa en un marca temporalcorrespondiente al Bronce Antiguo-Bronce Final.refleja un medio botánico no sólo fruto del pastoreo.sino también de las prácticas agrícolas (I)upré Olivier,1988. 91-94).

El díagrama recogido en la ¡igl es suficientementeilustrativo de la composición del repertorio metálicodel Bronce Final en su conjunro y de las relaciones

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70 -

60 —

25-.

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8.nnE—n—ufl

Fue. 1. Productos metálicos del Bronce Final en Asturias:obsérvese el dominio cuantitativo de las hachas de tolón: 1.Espadas. 2. Hachas de apéndice, 3. Brazaletes, 4. Hachas detubo, 5. Puñales, 6. Puntas de lanza, 7. Hoces. Sa, Hachas

de tolón (1 anUla), St. Hachas de tolón (2 anillas).

numericas entre las diferentes elementos representa-das.

El desequilibrio se hace patente por el dominio delas hachas de talón y anillas (entre los tipas de una ydas asas, cerca de un centenar: casi el doble de lascatalogadas en la Meseta N.) frente a otros articulasde la misma clase instrumental (hachas de cubo o deapéndices laterales) débilmente representadas aunqueprovistos de un valioso papel de indicativos culturales(pensemos en el molde metálico para fundir hachas detubo de Las Oscos). En la misma situación se encuen-tran las armas, en las que predomina la calidad sobrela evidente modesta cantidad. Son ilustrativos de esteaserto la espada pistílíforme de Sobrefaz. el puñal deTinea (la única arma corta de su tipa en el cuadrantenoraccidental ibérico). o el puñal de antenas conocidocomo de Sobrefaz, pieza clave en la interpretación de

la génesis de un específico grupo de armas (los puña-les gallego-asturianos) en las postrimerías del BronceFinal (Ruiz Gálvez. ¡980).

Al margen del binomio industrial instrumentos-armas se sítuan los fragmentos de caldero, no exentosde problemas coma veremos, y los brazaletes. Otroselementos deja metalístería detectadas en las regionesvecinas: navajas de afeitar. fíbulas. asadores, cuchillosa cinceles. son aquí totalmente desconocidos.

La abrumadora mayoría de las hachas de talón conasas y el limitada espectro tipológica en las restantesproducciones, proviene no sólo de la propia tendenetaa la ocultación de esos materiales (tan común en elNO.) y de la constancia de su descubrimiento en elúltimo siglo conformando el inventario actual, Señala.al mismo tiempo. el éxito de un producto local quepudo haber tenido o no un inmediata empleo camainstrumento, pero cuyo destino global es en buenamedida ajeno al hallazgo que cabe esperar tras laexcavación de un poblado. En este última caso, aquíinexistente, se esperaría la localización de artículosmuy dixersos cubriendo una amplía serie de usos y

necesidades relativos a la vida diaria,Rajo este enfoque. las hachas de talón absorben de

forma reiterada. con independencia de las variedadesque se puedan señalar, la producción de objetos metá-licos, consumiendo cantidades de materia prima muysuperiores a las requeridas para otros artículos (algu-nas hachas pesan más dc 1 Kgr.). Al fin y al cabo.desde una visión estrictamente utilitaria, podríamospreguntarnos qué tarea tan específica precisaría de unutillaje como éste, en contraste con tantas otras acti-vidades (desde la fabricación del mobiliario domésticohasta la preparación del vestida y del calzado) caren-tes, al menos ahora, de un utillaje apropiada.

Nos sitúan así tales consideraciones ante la formade las hallazgos, en los que rara vez se dispone deelementos de acompañamiento. ¿Qué inducir del des-cubrimiento de la espada pistiliforme de Sobrefaz(Ponga) en el centro de una «cuerna» cuando losvecinos de la localidad removían el suelo?. La cuernaes una estructura circular o elíptica, pequeña, cons-truida eíí piedras a hueso: ¿una cabaña?, ¿una tumba?;en última instancia, ¿contemporánea de la espada oposterio e?

Trae esta noticia a colación la irrealidad del tantasveces citado «depósito de Sobrefaz» que nunca existió(De Rías. 1983, 181), pero, sin embargo, todavía vivo,rutinariamente, en la bibliografía especializada (Coffyn.¡985, ¡74).

La mayoría de los materiales que conocemos sonpiezas aisladas, al menas en su catalogación, pero lacercanía tipológica de ciertas piezas permite considerarla posibilidad de que algunos lotes sin procedenciascorrespondieran a verdaderos depósitos. En ocasionesuna sola pieza conservada hay (ocurre en particularcon las hachas de talón) formó originalmente parte deuna asociación más amplia de objetos. disgregada trassu descubrimiento. Podemos hablar así de conjuntoscama el de Pruneda (Nava) a depósitos como el deAlába (Salas). con más de doce piezas. No se conocenocultaciones muy cuantiosas: si la insistencia del actode esconder materiales generalmente repetidos, sobretodo las hachas de talón, aunque no de forma

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exclusiva. La docena de brazaletes hallad os en unapeña en Llamero (Candamo) o las, en número inde-terminado (de siete a doce ejemplares), localizados alremover las raíces de un árbol, en Aller. no es proba-ble que se deban a razones funerarias, la ligereza delos del Candamo toleraría esa posibilidad y podrianhaber sido portadas por una sola persona. Los deAller por su peso (485 grs.) y dimensiones restanverosimilitud a esa hipótesis, mientras que el carácterde escondrijo intencional resulta plausible.

La homogeneidad de algunos de esos depósitos nodeja de ser llamativa: ¿por qué precisamente docenasde brazaletes o de hachas iguales? La idea del simpleahorro y tesaurización del metal no se ajusta alrepertorio arqueológico que conocemos: ¿dónde estánlos conjuntas heteróclitos, las piezas rotas o lachatarra?

Brazaletes como los de Llamero. largos y de secciónplano-convexa, recuerdan los pequeñas lingotes con-tinentales: reservas de metal con un valor económicoindudable can independencia de su ulterior destino,Provienen los materiales conocidos. en definitiva, deuna fabricación específica y no del simple acopio deobjetos domésticos para su posterior empleo.

4. LA SITUACION CONTEXTUALDE LOS HALLAZGOS

El contexto de los hallazgos está en buena medidacomentada. A las conexiones producta elaborado-minería nos referiremos después. Un aspecto, no obs-tante, que no debe ser soslayado reside en la relación,al menos espacial, entre ciertos productos y algunosasentamientos castrenas.

No podemos afirmar que la asociación hacha dctalón-poblado sea frecuente, aunque sí se observa enocasiones. Los ejemplos de Larón (das hachas detalón y anillas procedentes del límite exterior del apa-rato defensiva de un castro ocupado en el siglo 1(Maya y De Blas. 1983). tal vez Alába (Salas) (unadocena de hachas del mismo tipo, descubiertas en1921, se ocultaban en una vaguada que desciende delemplazamiento castreño), Castro de Riocastiello (Fi-neo) y algún caso más. son bastante indicativos (DeBlas. 1983, 147-149) si bien nunca podremos deFenderla conexión real con aquellos poblados.

Mucho más firme es el hallazgo de un hacha de unaanilla entre las ruinas de la gran cabaña del castro dePendía (García Bellido, 1945, 305), aunque el pobla-do responde también a un momento tardío, en plenaromanización, Recientemente, en el interior de uncastro de época desconocida, el de La Barrera (Logre-zana. Carreño). fue localizada una pieza de das asas ydoble estría en la hoja (Busto, 1984,49-51). de un tipomuy común en el centro-occidente de la región.agrupadas por Monteagudo (1977) en su tipo 32 G.West Oviedo, A.

En la coincidencia que venimos señalando destacael hecho de que predomine un tipa particular dehachas tardías: las muy plomadas can la mazarotacaracterística del colada del metal. Ocurre así, preci-samente, en Larón. Alába y Riocastiella. lugares delsector occidental asturiano.

Proceden también de castras varias fragmentos dechapa metálica con remaches: Picu Castiello (Siera) y

Pendía (Boal). además de un trozo mínimo cuyoorigen genérico se sitúa en Tíneo. Aunque por estarazón a los das primeros asentamientos (recordemosel hacha de talón de Pendía) se les haya consideradoohábitats del Bronce Final III Atlántico» (Coffyn,1985. 215). su propia naturaleza y ambiente culturalimpiden reducciones tan esquemáticas y definitivas,

El supuesto caldera de Pendía consiste en una lámi-na con siete remaches imitados y nada ayuda a suinserción entre los calderos de tipo británico. El restomás seguro del Pieu Castiello (Escortelí y Maya,1972). en el centro de Asturias. con verdaderos rema-ches al estilo de los de Lois. Cabárcena o depósitopontevedrés de 1-lío, se encuentra en una situaciónarqueológica imprecisa. integrante de una serie demateriales, en principio más modernas. cuyas relacionesentre si (salvo el que procedan del mismo lugar) sondesconocidas. Admitiendo, pese a la dicho, algunacontemporaneidad entre todos ellas e, incluso, acep-tanda que las trozas de Castiello sean de una situla detipa irlandés, nos encontraríamos ante verdaderachatarra que allí pudo sienificar el reciclado deobjetos metálicos ya antiguos en la época de habitacióndel poblado.

5. DISFERSION TERRITORIAL DELOS TESTIMONIOS

Con los limites inherentes a un registra arqueatógicocomo el descrito, las interpretaciones que se puedanderivar del repertorio espacial de los distintos mate-riales son de una validez muy relativa, aunque nuncase les deba negar su carácter indicativo. Cuatro dece-nas de hachas de talón can anillas tienen como filia-ción de origen «Asturias». Un volumen tan considerablede la documentación podría modificar radicalmentela cartografia elaborada a partir de aquellos objetosque sí tienen una referencia de procedencia masconcreta.

Partiendo de estos últimos se observa una relativadistribución equitativa entre los grandes ámbitosregionales: desde localizaciones distintas en el sectormontañoso, al 5. de la región, incardinado en laCordillera Cantábrica (Ponga, Teverga, Somiedo),hasta una cierta frecuencia de hallazgos en el ámbitode las racas carbonatadas, en las que se instala lacuenca hidrográfica del Nalón (El Candao, Tiraña,Sotrandio, Langreo, Brañes, Llamera, etc.), o en lastierras bajas inmediatas a la mar (Caldueño, Lastres,Perlora. Avilés, Castropol. etc) y, desde luego, lascomplejos y quebrados territorios del cuadrantesuroccidental (Tineo. Allande. Cangas del Narcea,Ibias. etc).

Globalmente la dispersión es un tenue esbozo de laestancia humana en el territorio. de forma eKtensa singrandes vacíos, reproduciendo niutatis mutandis lacolonización regional verificada par las antiguascomunidades megalíticas. Las creaciones metálicas semanifiestan, en consecuencia. coma las testigos másrelevantes del dominio humana sobre el medía,

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Fío. 2. ilallazgos metálicos del Bronce Final e,~ Asturias: A. iia~has cíe ¡alón u anillas, B. Hachas cíe cubo. C. Hachas cíeapéndices. D. Puñales í espacias. E. Puntas cíe lanza. E. Brazaletes, G. linces. II. Fragmentos cíe caldero.

Nuevamente los documentos comunes son las ha-chas de talón. deseríbiéndase ciertas áreas de radicaciónde tipos concretos. Las que conservan la mazarota defundición se encuentran en el centro del sectoroccidental, mientras que las piezas esbeltas de hojalarga. nerviada y espatulíforme son comunes en lastierras centro-orientales, De forma genérica ambasproducciones marcan los extremas opuestos delrepertorio tipológico conocido, siendo probable. sinembargo, su cercanía cronológica insertas ambas enun momento tardía del Bronce Final.

Otro hecho a retener es la mayor diversidad en lametalistería occidental, sobre todo en la fase queconvencionalmente se suele denominar Bronce FinalAtlántico III, caracterizada en especial par las hocesde hoja nervíada y diseño en T y par las hachas detubo y das anillas, además de las hachas de apéndiceslaterales, Todos esas materiales, desconocidas en elcentro-artente, denuncian una mayor permeabilidadde los fundidores locales a la penetración de artesaníasforáneas que toman así carta de naturaleza, dandolugar a formas propias (coma ocurre con las hocescomentadas). Ese aire de mayares relaciones o con-tactos no pueden ser independientes de la posición dela Asturias occidental en las caminos por los quefluiría el cobre asturiano hacía los talleres del NO., sinque tampoco se deba desconsiderar la propia produc-ción, muy verosímil, de oro, muy abundante en lasformaciones cuarcíticas del oeste asturiana.

6. LA PRODUCCION CUPRíFERAA FINES DEL BRONCE

La relación materia prima-producto manufacturadodispone de sólidas indicias en la Asturias centro-oriental desde el Bronce Antigua. Como es sabida, enaquel territorio el cobre es abundante, de fácil laboreoy transformación al presentarse en forma de carbonatosy óxidos.

En esas condiciones no debe resultar extraña laexistencia de una minería temprana (I)e Blas, 1985).La reactívación metalúrgica durante el Rronce Finalno debió de ser ajena a la continuidad y a la inten-síficación dcl laboreo minero, antiguo y experimentado.Dejando aparte la consideración de los talleres defundidor activos en ese tiempo en las áreas calcáreasy de su vinculación can el beneficio de la potencialidadcuprífera del entorno, procede considerar el verosímilvalor indicativo de ciertas artículos metálicos y de sucorrespondiente referencia de origen.

Cuentan entre las testimonios más significativosdas hachas de talón y anillas, aparecidas en 1861 en laque se llamó ~<MinaCastillejos» (Cangas de Onís).Desconocemos a qué concesión del XIX correspondetal nombre, pero a lo larga de la segunda mitad deaquella centuria fueron frecuentes las minas de cobreen la Asttírias calcárea; en varias (las de El Milagro yEl Aramo son paradigmátícas) los trabajos modernostropezaron con las labores prehistóricas, circunstancia

e.

1. MaIflOn (Vegadeo) —2. Los Oscos —3. VetabitIe¿ra(G,andas de Satine) —4. Cangas de Tinao<Cangas del Narcea) —5. Lardo (Cangasdel Narcea) —6. Pons

Tinco) — r, Alava <Salas) —8. Matteza (Setas) -.9. Santultano (Sornieda> —10 recargo — 77. Lene — 72. Los rolares (Lene) — 73. Sotareis. San Pedrada Nota— 14. Branes (Oviedo) — $5. AvitOs — 16. Pertora — 77. Langreo — 58. Soirondio — 79. Tíraña (Liviana) — 20. El Condao (Laviena) —2?. Pruneda (Nava) —22.Rasado Luces (Cotinga) —23. Lastres —24. Canoa de Caso 25 Cangas do Onis —27, Calduoño (Llanos) —28. CoItada (Tinco) —29. Seroito (¡blas) —30.Alar —37, Llanero <Candamo> —32. Caslronol —33. Miranda (?) —34. Ponga —35. Los Oscos —36. Naval gas (Tinco) —37. Penácasos (8081) —38. Tinco —39.

Sabretoz (Ponga> — 40. tos Mazas tAllando) — 41. Castro de Pendía (Boal> — 42. Tinca — 43. Oteo Castiello (Síero) — 45. Ponga.

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o 50 mo íusAaA H.

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que hace plausible la localización que comentamos.Una de aquéllas, corta, gruesa y con una anilla, seacamada a lo que debieron ser las produccionestempranas de las de talón. Concurren circunstanciassemejantes en otra más avanzada, probablementesalida de alguno de los talleres activos en la cuencaalta del Nalón, cuyo hallazgo se sitúa en <(una inina deAsturias» (Monteagudo, 1977, 1253 C). Otra de dobleanilla, tosca y gruesa. pudiera guardar alguna relacióncon la mína antigua del Milagro. Por último. elhacha de tubo de Navelgas (Tinco), descubierta aoseis pies de profundidad al lado de las antiguaslabores auríferas» (Harrison et al?, 1981, 144), nossitúa ante un medio mineral diferente, dominado estavez por las cuarcitas auríferas del occidente,

Ante la falta de detalles más precisos para losmateriales citadas conviene preguntarse cual fue suidentificación real can el minería. El hallazgo en laspropias explotaciones de parsi parece extraño (dadasu escasa idoneidad instrumental): sin embargo. laaparición de elementos acabados, verdaderas manu-facturas, tiene referentes más antiguos (hachas planasen El Milagro y el Aramo y una probable tapa demolde en la Profunda) y. también. de los tiemposterminales de la Edad del Bronce en la propia región.El caldero de Cabárceno, en el fondo de un pozominero. a el de Lois, en plena zona cuprífera de laCordillera Cantábrica.

Tal vez todos esos materiales (¿ofrendas intencio-nadas y no objetos olvidados?) correspondan al ritualconciliador con la naturaleza, tan frecuente en lascomunidades primitivas de mineros, conscientes de suintrusismo en el medio subterráneo al que sustraen suriqueza.

7. LOS RASGOS PARTICULARESDE LA METALISTERIA LOCAL

El dominio metalúrgico alcanzado por los fundidoresdel Bronce Final en Asturias se hace patente tanta enlos productas finales registrados como en los procedi-mientas seguidas para su cansecucton. El hábilempleo de los moldes bivalvos, adquirido ya duranteel Bronce Antiguo, constituye la fórmula habitual decolado, llegándose en ocasiones a moldes de una graocomplicación. La mejor referencia en ese sentida sehalla en el extraordinario ejemplar de Los Oscos en elque a las valvas metálicas se suma un macho ocorazón del mismo metal. Las dificultades que elmolde presentaría al colado del metal hacen plausiblesu uso para una primera etapa en la fabricación dehachas por el complicado método de fa cera perdida(Harrison, 1980).

No resultaria excesiva tal perfección técntca sí con-sideramos el elaborada sistema de fundición de lapieza de talón y das asas que, ohallada en Oviedo», seguarda en el Britísh Museum. En esta hacha, moldeadainicialmente con un corazon de resma y arena, serellenó en una segunda fase con plomo puro (Hughes,en Harrison et. aL, 1981). Seguramente no es este uncaso insólita, la estructura interna de una de las

hachas de Laróo stígíe re t am b ié n• un procedimientosemejante.

lEn virtud de la morfología del artículo fabricado semaot ene si nl u It áneamente la simplicidad de lasformas tradicionales. segú II se ca nst ata en el mold e dcpiedra. univalva, de Castrapol. en el que se fuodie railalgunas de las hoces características. El empleo. porotra parte. de maldes de a reil la carece. por su propiacalidad material y por la naturaleza del registro ar-quealógico, de documentas seguros. El proceso segui-do, no obstante. paía las hachas planas de apéndiceslaterales en el castro leonés de Gusendos (De Blas,1984-85) pudo haberse seguido en las del mismo tipode los Mazos (Allande). aunque pudiera tratarse aquíde una verdadera importación meseteña.

La misma habilidad se induce del análisis metalúr-gico de algunas piezas. Hallanías en las investigadas(en realidad todavía muy pocas) las característicasaleaciones ternarias del Eronce Final Atlántico, Engeneral. para piezas esbeltas y longilíneas. las propor-ciones de plomo se mantienen par debajo dcl 6%(hachas de Lena. Sotrondio y el Condao). composicióntambién presente en el hacha de tubo de Navelgas. entodas ellas el estaño aparece en dosis estimables(8.80% a 16.60%). El Pb alcanza volúmenes muyelevados en una de talón de langreo 2(29.5% y 30.2%codos puntos diferentes de la pieza) (Harrison et al?.1981. nQ 64) e. iguníníenie. en la hoz de Castropoldepositada en el British Museum (Pb: 20,5%). En lava comentada de Oviedo el corazón de la piezaalcanza el 00% de Pb. oscilando entre cl 22.3% y el22.9% en otros tres puntos del cuerpo (Hughes.citado).

Aún en los ejemplares más plomados sigue presenteel estaño: 10.4% en la hoz de Castropal y hasta 6.18%en la de talón dc Oviedo. de modo que la adición delplomo se produce a expensas. fundamentalmente, delcobre.

Nos conducen estas anotaciones, inevitablemente, ala debatida cuestión del uso de estos útiles. La evolu-ción de los bronces ternarios y sus implicacionesteenoeconómicas lucran detalladaníente desmenuzadaspor Sierra (1978 y 1984). insistiendo este autor en lavieja hipótesis del «hacha-lingote» para aquellas conproporciones tan elevadas de Pb que no ofrecían lasuficiente resistencia mecánica para su enípleo comoutensilios. Recientemente se señaló que algunas piezasplomadas muestran acabados en fría (preparación defilos, etc.), alegando. complementariamente, lo pocorazonable de la aleación de distintos metales paraacumularías como simples reservas de materia prima.cuando sería más lógico hacerla par separado (RuizGálvez. 1987, 260 y o. II).

Desconocemos cuáles son las dosis del tercer metalen las piezas acabadas consideradas por Ruíz Gálvez;el que algunas bien plumadas lucran instrumentos sepercibe también de distintas ejemplares asturianos:

2 la pieza 11< 63 de bis eslíidiadas por ¡iarriso,c e <oros. 1951. esseraciante a la n’> 64. de l,anpreo <Asturiasí. Aquella cclíollodo <ti <¡tic

tutía ji cor/,¿í;cc (le Ai,dalciei:í, la rlasilcca Monleagado en su cai=ílccgocítrico l:írí,bién <le liííigreíí. l’resctl[aia ambos ejemplares la mismadecoración de nervio reníalado cii <iii lrideíílc. (leectrjcec(cn rcreseicte enlira pie,a similar <le III U ndcio.cigecísarr¡tceí de lxíccgreo, cli lic cuenca

cllld <it! Nilón. 1<1(10 parece apililiar. vn delinítiva, más a cina lilinelóncsi<icicciia que icudalci,a paul la ítc 63,¡ Uomunicaeión personal de A. Martinez villa.

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ASTURIAS Y CANIABRIA EN EL 1 MILENIO A.C. 405

hachas de talán de Sotrandio. Langreo. etc. Másclara es la manipulación posterior al fundido delhacha de enmangue tubular de Navelgas. En ésta, lasestrías ornamentales (como sucede en bastantes hachasde talán) se hicieran a buril, pero la más ilustrativo esel aplastamiento de la hoja a martillo, buscando unfilo curvo más extenso que el de la pieza reciénfundida, acto que persigue un fin utilitaria.

Sin embargo, en los casos que acabamos de consi-derar, el plomo aparece en volúmenes discretos, demodo que no se llega alas extremos observadas en laspiezas can mazarota o en hoces como la citada deCastropol. Entre las hachas de talón asturianas sedetectan varias can altas cantidades de plomo quenunca se utilizaron y, aún así, aparecen partidas(hachas de Larón. Alába. Los Oscos y algún ejemplarde Pruneda) a con grandes defectos de fabricación(Alába). de manera que no es pensable que alguna vezhayan servido para cortar o para una tarea de percu-sión semejante.

Toda apunta, en definitiva, a que muchas de esaspiezas tardías fueron concebidas por sus autores paraun destino distinto al de meros instrumentas.

8. LOS RASGOS DOMINANTES AFINES DEL BRONCE Y LADISCONTINUIDADARQUEOLOGICA HASTALO CASTREÑO

Si retomamos lo escrito páginas atrás, —en torna ala (recuencia de las hachas, la repetición de un mismoartículo y su hallazgo habitual como objetos ocultos.frente a la rareza o la absoluta ausencia de otrosobjetos cuya fabricación era posible y fácil parafundidores experimentados—, deberíamos considerarla verosímil de producciones impelidas par unaactitud ritual generalizada (y por tanto repetitíva). Elrecuerdo de la insistencia en la bibliografía de losultimas añas sobre el papel de los depósitos votivosen el Rronce Final, —coma un medio efectivo para elconsumo competitiva, determinante, en consecuencia.del descenso del volumen del metal en circulación(Bradley, 1988) en el O. europea—, recupera no sólouna pasibilidad interpretativa de la disfuncionalidadde las hachas tardías (y tal vez de otras piezas como lahoz de Castropal citada>, sino también de las plausiblesrazones de la ocultación de piezas aisladas a enconjunto3.

Resulta más neta la actividad metalúrgica en losepisodios terminales del Bronce Final, a partir deI 800a. C. si admitimos las fechas tardías de muchas de losmateriales localizados. El origen estrictamente típoló-

III p<crqué dc los numerosos objetos metítileos plantea cclinprcnsibiesificuliades y desde luego, es probable que no exista una ra,ún única y

genérica para todos los conocidos, No ibstante, cuando en oria zonaeulincrela se repiten los hallazgos parece plausible excluir la hipótesis deqtíe se trate de ocultaciones estrietamenie económicas. admitiéndose unmóvil de naturaleza religiosa: el enierranÁento de objetos siguiendomodalidades rituales deOnidas. Estas cuestiones. tratadas es,n frecuenciaen la bibiiogra(ia especializada, parten de las propuestas de Wt,rsaee en880. Mt,ríillet en 1894 y Decheleite en 190. Pese a la cautela presente enlas conclusiones de su trabajo no deja de ser exiraurdinaria la cercaníaespacial de depósitos independientes localizados mediante prospeeeiotseselectromaíin¿iicas pur labbagh y yerran <B.S.I>,F,. 983>.

gica de las series establecidas de nuestros artículosmetálicas y de su evolución plantea numerosas dudassobre la correspondencia temporal de cada uno.correspondencia que podrá sufrir modificaciones sus-tanciales cuando se disponga de situaciones contex-tuales precisas como demuestra, para las espadas delengua de carpa (fechadas ahora en el sigla X o tal vezantes), lo observado en el poblado granadino deCerro de la Miel (Carrasco, Pachón y Pastar, 1985).IDe acuerdo con estas postuladas, piezas de airearcaica, como las hachas de Pruneda, son seguramenteproductos plomados bastante modernos.

Proviene la situación apuntada de las expectativasabiertas par el desarrollo de las talleres de fundidoresdel NO. donde el cobre es muy escaso. por lo quehabría que valorar la exportación del metal abundantey de fácil obtención en las comarcas calcáreas delcentro-oriente asturiano. Sería esa circulación delmetal la responsable de las similitudes de Asturias.parte de Cantabria y el NO.. en cuanto al predominiode ciertos útiles. como las hachas de talón, se refiere.

El acento local se concluye de la propia personalidadde algunos talleres que operan en la zona, entre losque adqttiere un perfil más neto el detectado en lacuenca superior del Nalón, en pleno territorio cuprífero.Las conexiones can Galicia se manifiestan en particularpar las curiosas hachas de mazarota y en algunastipos occidentales de hojas alargadas y subtrapezoida-les, al igual que con el N. portugués se emparentan lashachas de tubo fabricadas en el oeste regional.

Frente a otros productas locales, —las hoces deCastropal. por ejemplo—, se percibe un cierto cono-cimiento de artículos ajenos al territorio, imitados arecreados ya desde antiguo (la espada de Sobrefaz.tan cercana al ejemplar francés de la Réale, etc.) ~ queen ocasiones alumbran artesanias «suí génerís» comoel puñal de Tineo que encuentra su inspiración en las«lenguas de carpa» o, tal vez cocí s. VI, puñales comael de Penácaros (Boal) que reinterpreta can algunatosquedad el más temprano de Sobrefaz (este últimoprobablemente importado).

Son discretos, en conjunto, los retornos del comerciodel cobre, ya que las productos de áreas distantes sonmás bien escasos (a los conocidos y publicados seañade ahora una punta de lanza de tipo Vénat. apare-cída recientemene en el concejo de Allaríde), aunqueen ocasiones muy espectaculares como ocurre con loscalderos, que se deberían al interés atlántica por elcobre cantábrico a fines del Bronce. Son raras en esetiempo los componentes meridionales detectables enla región. Los más diagnósticos, hachas de apéndicesoblicuos, denuncian la llegada de articulas elaboradospor comunidades asentadas en la cuenca sedimentariadel Duero, can una economía agrícola de ciertaimportancia capaz de alimentar la importación deminerales escasos o inexistentes en el territorio.

Las afinidades can Galicia y Portugal dibujan elmarca de referencia del Rronce Final en sus últimasepisodios. Será justamente en las comarcas occidentalesasturianas, en las que el cobre es raro, donde se pro-duzca una mayor variedad instrumental: ¿acaso con-vertidas en pequeños centros de intercambio, benefi-ciándose de las rendimientos comerciales de la circu-lación del metal?, ¿quizás, al mismo tiempo, por un

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mayar desarrollo agrícola que el logrado en las áreasmineras. de valles estrechos y orografía abrupta?

El hecho de que se localicen en el occidente deAsturias aleaciones muy plomadas concuerda con elrasgo genérico de la metalurgia crepuscular delBronce Atlántico. en el que la disminución del cobrese viene explicando por la incidencia del comerciofenicio (Sierra, citado) que en el s. VII da al traste caola actividad mercantil indígena. No obstante, cuandoaquí, precisamente, abunda el cobre y se exparta.¿qué razones existen para que se sustituya dicho metalpor el plomo?

A este respecto, para las zonas cupríferas asturianas.es preciso señalar la escasez de análisis de los objetosconservados. En los existentes, se presenta el plomo endosis tolerables. El ejemplar de Langreo (BritishMuseum). por el contrarío, es muy plomado, alineán-dose tipológicamente con los articulas astur-occiden-tales y galaicos.

Cabe admitir, según la información actual, que elahorro de cobre fuera innecesario en un territorioproductor del misma; no hay ninguna razón parapensar en el agotamiento de los recursos. Sería másdílícil disponer de estaño (que entonces se economizabaya en Galicia) o de plomo (localizable en el extremooccidental de Asturias en el límite con la provincia deLugo). Los materiales plomados en las comarcas ricasen cobre serían pues el exponente no de una meraimitación técnica. —que implicaría un comportamientogregaria y antíeconómíco cuando el metal base de lasaleaciones podía ser empleado sin demasiadas restric-ciones—, sino de importaciones del NO.

Bajo este enfoque. las piezas muy plomadas delcentro y 5. de Asturias se nos antQjan manufacturasrecibidas en el retorna de los envíos de cobre a losmercados noroccidentales.

El fruto de los intercambios que proponemosserían, precisamente, las repetidas hachas de talón(con altos niveles de Pb) características del NO.,explicando la rareza con que se manifiestan otrostipos distintos, A partir del s, VII la decadencia oextinción de los talleres metalúrgicos atlánticos afec-taría directamente a las actividades extractivas en laregión. Cualquier reorientación del mercado carece,por ahora, del pertinente respaldo arqueológico (nose conocen materiales exóticos provenientes de lasáreas desarrolladas del 5. peninsular). Tras estemomento sólo se puede hablar de vacio documental(quizás el único testimonio tardío, deI s. VI. sea elpuñal de antenas de Penácaros en la cuenca delNavia). afectando a las centurias que cubren el nota-ble lapso que media hasta los siglos 11-1 a. C.

Las tenues síntomas de vida en ese tiempo prerro-mano se detectan en el sector centro-oriental, en elentorno de los fértiles valles costeros (Villaviciosa,Caravía, etc.), donde se puede esperar un notabledesarrollo de las actividades agrícolas (en ese territoriose asientan parte de las estaciones romanas mejorconocidas, y también distintas inscripciones de laépoca). En el accidente. lo castreño es ante todo unacontecimiento vinculado a la romanización. Falla.evidentemente, el registro arqueológico, ya que elvacio comentado se opone a la realidad de los pueblas

protohistóricos asentadas en Asturias de los quedarán oportuna cuenta las autores clásicos,

Los tiempos postreros del Bronce Final disponen,en síntesis, de un exclusivo referente en la industriametálica con el dominio de las hachas de talón cuyareiterada presencia anima, cama se dijo más atrás, laidea de un consumo ritualizada, costoso, en el quetales artículos se amortizan al convertírse en oculta-clones votivas, Este planteamiento nos recuerda loocurrido durante siglas de cristianismo: el comercio yuso de la cera con fines estrictamente religiosos (porsu elevada precio apenas fueron empleadas las velascomo iluminación doméstica).

De ese mundo ritualizado se hallan resonancias enel tantas veces citado pasaje de Suetonio: s<... inCantabríae lacum fulmen decidit: repertaeque suntduodecim secures.,.» (Galba. VIII, XXIII).

Hachas y agua se asocian de manera semejante atantas armas arrojadas al agua durante el BronceFinal, circunstancia que en el caso de las espadas(Leguina. 1914) se viene señalando repetidamente endistintos lugares de la Península.

Es ese mundo rítualizada el que se fija gráficamenteen la diadema áurea de Los Oscos en el occidenteasturiano. Guerreras a pie o a caballo e individuosportadores de grandes calderas aparecenjunto a pecesy lo que parece ser una corriente de agua (LópezManteagudo, ¡977). Tal vez, como señalábamos enotro lugar (De Blas. ¡983.231) esas sociedades «caba-llerescas» dispongan de un testimonio semejante enciertas pinturas rupestres como las «naturalistas» deFresneu (Teberga). en uno de los itinerarios detránsito hacía la Meseta.

La cronología incierta de la diadema y de laspinturas no facilita precisiones, pera al menos la piezade orfebrería pertenece al tiempo oscura entre elBronce Final y el mundo castreño, cuando lasprácticas rituales habrían prescindido de la amortiza-ción sistemática de instrumentos de bronce4, canali-zadas aquéllas hacia formas o materias distintas y delas que ahora no se conocen testtmantos.

9. CANTABRIA

Ha sido sin duda la excepcional riqueza de vestigiospaleolíticos en Cantabria uno de los mayores obstácu-los para que, tradicionalmente. los estudios de Prehis-tana Reciente en la zona se hayan visto relegados aun oscurísima segundo plano, en el que tan sólotuvieran cabida la descripción de unos pacas hallazgos—ciertas estructuras megalíticas, algunas cerámicas,cuando no determinadas piezas de metal— cuyoestudio, las más de las veces, fuera abordado desdeuna perspectiva meramente descriptiva, sin otras

Podemos preguntarnos si tícrivatí de esa actitud el hacha dc ttílónhallada en la grau cabaña del casiro dc Pendia o el ishacha de cobresílocalizadaen el poblado de coaña en ci pasado siglo tElórez. 1878) o,(ucra de nuestra área, la eurísssa asocíacion de ola hacha de apéndices yun vaso con denarios dc! pcsblado celtibérico dc la Cuesta del Moro, enSoria (Taracena. 1932. 58-591. volviendo a la cus de Sueíonio. no deja deser curiosa la coincidencia en el número de las segures: 12, con la docenade objeios constitutiva dc algunas depósiios: 2 hachas en Alába. 2brazalcies en Llanero <y dc 12 a 14 los brazaletes dc MIer). 12 piezas enCannonedo.

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ASTURIAS Y CANTABRIA EN EL 1 MILENIO A.C. 407

consideraciones críticas. Merced a este somero aportedocumental, iniciado ya desde el término del siglopasado y principias del actual (Alcalde del Ría,Carballo, etc.) y contando exclusivamente can latreintena de cobres y bronces inventariados, JorgeAragoneses (1953) esbozará la primera secuencia delCalcolítico/Edad del Bronce, santanderina entonces,adoptando para ello la periodización que algunosaños antes, básicamente. pergeñara Santa Olalla. hoyobsoleta.

Ciertamente, no son muchas más las piezas quedesde entonces han pasado a engrosar el elenco demateriales de la Edad del Bronce —las puntas delanza de enmangue tubular de Campo de Suso oGuriezo. un puñal de lengua de carpa de Hinojedo,etc.—. lo que, en principio, podría presuponer unlinjitadísima avance en el conocimiento de aquellaetapa en la región. La realidad, sin embargo. es encierto sentido bien diferente. En efecto, en 1965. bajolas auspicios del Museo de Prehistoria y Arqueologíade Santander, conocerá la luz el primer volumen de larevista Cuadernos de Espeleología, institucionalizán-dose de este modo la ya añeja colaboración entreespeleología/arqueología, aún hoy vigente can publi-caciones tales como el Boletín Cántabro de Espeleolo-gía. Diversos autores (Begines, Caravés, Rincón. Mu-ñoz. etc.) de forma sistemática se harán eco de lossucesivas hallazgos arqueológicos acaecidos en multi-tud de simas, fruto de recogidas superficiales, cuandono de excavaciones mediante pequeñas catas desondeo.

Una nueva etapa en la historía de la investigaciónprehistórica parece así afianzarse a partir de la décadade los años 70, si bien los logros obtenidos distanbastante de ser considerados como idóneas. Con rei-terada frecuencia, desafortunadamente, aquellos estu-dios no constituyen más que una mera descripción demateriales de muy discutible alcance científico: se handado a conocer en otros sin la más elementaldocumentación gráfica, en tanta que gran parte de lasexcavaciones nunca se han llegado a publicar ola hansido de forma muy parcial.

Se ha logrado, de esta guisa, almacenar un conside-rable volumen de piezas arqueológicas cuya transcen-dencia cultural, a falta de análisis adecuados, resultacasi siempre muy limitada, habiéndose perdida parasiempre. en el caso de ciertas excavaciones, la posi-bilidad de extraer su adecuada lectura histórica. Elafán paría recuperación de objetos parece haber sido,en suma, el móvil fundamental de tales trabajos.

La contribución de aquel colectivo permite en laactualidad contar can un amplio listado, superior alcentenar, de «yacimientos con cerámica en cueva», enlas que comparecen manifestaciones desde el Neolíticohasta la Edad del Hierro; una documentación que,junto con las piezas de metal recuperadas, sirvió paraestructurar sendas síntesis de la Prehistoria Recientede Cantabria, firmada la primera par el C.A.E.A.P..Muñoz, Bohigas, Smith y Peñil (1984). mientras quede la segunda se responsabiliza el espeleólogo R.Rincón (1985). Sin intención de realizar una críticaminuciosa de las mismas, recordamos lo controvertidode muchos aspectos que en ellas se vierten —la formabastante indiscríminada con que se clasífica el material

cerámícl), por ejemplo—, pese alo cual, su mérito esincuestionable.

Amén de las actuaciones de García Guinea y Rin-eón (1970) en el castro campurriano de Celada Mar-lantes, orientadas a definir arquealógicamente a loshistóricos cántabros, añadamos por último que lacreación de la Universidad de Cantabria, a mediadosde las 70, apenas si supuso un avance en el conocimien-to de la Prehistoria Reciente Regional, limitado a lapublicación de algunas hallazgos broncíneos por partede R. Serna, o la realización de ciertas Memorias deLicenciatura, inéditas tras su lectura hace varios años.En todo caso, justa es resaltar la más reciente de lasreconstrucciones históricas, en la que González Sainzy González Morales (1986) valoran en sus justostérminos muchos de los postuladas que en síntesisprevias ofrecieran interpretaciones de dudosa validez.Una vez añas, en definitiva, el esplendorosa Paleolíticoseguirá constituyendo el objetiva esencial de losprogramas de investigación del Area de Prehistoria deaquel centro universitaria.

En fin, a manera de breve recapitulación, se puedeafirmar que el conocimiento de la Prehistoria Recientede Cantabria se halla en un estado sumamentefragmentario, al que ha contribuida de forma decisiva,tanto la parquedad de las evidencias materiales.cuanto la poca definición de muchas de ellas, lascerámicas sobre toda. Una situación, por la demás,no muy diferente a la de otros territorios ubicados enla órbita atlántica y que, en nuestro caso, justifica queen las consideraciones que efectuemos, dificilmente,se encuentren postuladas de rigurosa novedad respectoa las síntesis históricas ya conocidas.

10. LA RECUPERACION DEL PULSOATLANTICO EN LOS INICIOS DELBRONCE FINAL

Se debe a Briard (1965) la observación de quedurante el Bronce Medio, por oscuras razones, losintercambios comerciales entre las tierras atlánticasde la Península Ibérica y las más septentrionales,galas y británicas, pujantes en los siglos precedentes(Delibes, 1985), sufrirán un considerable retroceso. Enla misma idea abundarán con posterioridad diversosautores, y entre ellos Ruíz Gálvez (1987, 254), quiensintetizando algunas opiniones cifra este cambio depanorama en un proceso inícíalmente determinadapar la «puesta en explotación del cobre galés quepasará a proveer a los talleres de la Baja Brítania,Bretaña y otras zonas de la casta atlántica». Momen-táneamente, pues, la Península Ibérica perderá buenaparte del protagonismo que otrora poseyese en ladinámica comercial atlántica, hasta que la expansiónde los Campas de Urnas reintegren de nuevo elterritorio en las seculares circuitos mercantiles, deci-didamente a partir de los inicios del primer milenio,

Por una serie de razones, la escasez de hallazgosesencialmente, no es Cantabria el lugar más adecuadapara contrastar aquel esquema evolutivo, si bienexisten determinados indicios que apuntan en lamencionada dirección. En efecto, si la espada deEntrambasaguas. de ciertos tintes atlánticos a decir de

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Almagro Gorbea (1976). podría representar la excep-ción de influjos septentrionales durante el convencionalBronce Media, la ruptura de este supuesto aislamiento.al término del mismo período o ya en las inicios delBronce Final, estaría marcada por el hallazgo delpalstave sin asas de Saja cuya presencia —apenas unadecena en toda la Península Ibérica (Delibes y Fer-nández Manzano. 1977) se ha valorado como unaimportación desde el noroeste de Francia. Esta mismapodría ser también la razón parajustificar la apariciónde sendas hachas de talón de un asa Novales yRequejo de diseño rectangular, filo poco pronuncia-do...; un modelo que reclama paralelos en tierrasbretonas, donde proliferan en las XII y Xl centurias.El «reencuentro atlántica» parece, pues. confírmarsetambién en Cantabria.

Una elemental observación del breve esbozo históricareseñado, fácilmente revela que el misma no constituyemás que una mera adecuación al esquema evolutivoprefijado para la Europa Atlántica sin que, ciertamente.la brevedad y naturaleza del registro arqueológicopermita atisbar una modificación de pautas culturalesrespecto a la etapa precedente, por lo demás tanignorada como el propia Bronce Final. A excepciónde las tres hachas citadas, no conocemos otrosindicadores que posibiliten hablar de una renovadaépoca histórica a partir del 1200 a. C., una circunstanciaque. lejos de ser exclusiva de Cantabria. caracterízara.cuando menas desde el punto de vista de la metalurgia.a otras regiones de su entorno inmediato. La perdura-ción de modelos arcaicos en ambientes de plenoCogotas 1, el caso de las piezas metálicas de SanRamán de Hornija (Delibes, 1978). porejemplo, ha-blaría a las claras de la continuidad de fabricadostradicionales, con bajos contenidos en estaño ytodavía arsénico en proporciones significativas, entradoya el Bronce Final en la vecina Cuenca del Duero:observación que no haría sino corroborar laqueen elmismo sentido realizara Ruíz Gálvez (1984. 362) alvalorar otras aleadas atlánticas de idéntica cronolo-gía.

A partir de algunos planteamientos teóricas, re-cientemente revisados por Ruíz Gálvez (1986), sabemoshoy que la definitiva revalorización del papel estraté-gica de la Península Ibérica en el comercio atlánticase producirá en el Bronce Final 11, y llegará a adquirirsu mayor dinamismo en la última centuria de la Edad.coincidiendo can el horizonte Venat. Cama para laetapa anterior, también ahora se conocen algunoshallazgos que posibilitan adecuar el Bronce Final deCantabria a aquella secuencia, concretamente a partirde casi una decena de hachas de talón de una y dasasas, unas pocas puntas de lanza de enmangue tubu-lar, amén del puñal de lengua de carpa de Hínajeda yel célebre caldera de Cabárceno. Entre las primeras, yaún conscientes de su limitado alcance coma fósildirector, podemos aventurar que las piezas de Salcedo,Peña Cabarga y Escobedo de Camargo. de una solaanílla, se colaron durante el Bronce Final II, algunosparalelos meseteños apuntan en este sentido (FernándezManzano, 1986. 62-71) en tanta que las de Cabezón.San Vítores y acaso Ruiloba, sin nervaduras en lahoja y con la garganta poco marcada, debieron fabrí-carse muy avanzada esa misma fase, a, posiblemente,

va durante el Bronce Final III (Fernández Manzano,1986. 116—117). I>robleínatíca asimismo seria la clasifica-ción de las puntas de lanza de enmangue tubular,hasta el punto de que, con excepción de unos pacastipos bien definidos, la mayoría de estas armas aún hoy,imprecisamente, han de ser datadas como «del BronceFinal». Conocemos tres ejemplares en Cantabria:Cueva Cervajera. Pico Cordel e Hinojedo y en los trespodría atisbarse algún rasgo afin a los modelas detipo Venat. en especial el esquema romboidal de lahoja. Difícilmente, sin embargo. se puede aceptar sinmás aquel paralelo, pues no deja de ser cierto quedatos cama a mayor longitud de tubo exento, en elcaso de Cueva Cervajera. o la no menor similitud delas das restantes can piezas burgalesas del tipo Huertade Arriba (Fernández Manzano, 1986, 52) —mareadoensanchamiento en ángulo de las alerones en elprimer tercio dc su desarrollo. par ejemplo—, permi-tiria retrotraer su cronología hasta el término delBronce Final II o los inicios del siguiente período.hacía el 850 a. C. ~.

Menor dificultad interpretativa es la que ofrece elpuñal de Hinojedo, una auténtica reproducción deciertas piezas de la Ría dc Huelva (Almagro. 1958. E1, 39-(14). 66). y por ende con una cronología praxímaal 850 a. C.: mientras que. recordamos por última,la difusión de los calderos claveteadas del tipo Bde Hawkes se centra fundamentalmente en el Ha C.por más que algunos ejemplares. el británico deIslehan. por ejemplo (Coombs. 1975). se haya datadoentre el 950/900 a. C.. una fecha que no ha dedespreciarse para el montañés de Cabárcena. Tansólo unos pocos objetos de metal, pero cualitativamenteexpresivos para advertir la mayar cotnplcjidad culturalque acaece durante las últimas centurias del Bronce.

Cuestión bien diferente, sin embargo, sería evaluaren sus justas términos la presencia de aquellasmanufacturas metálicas, saber, en suma. si la «vacacíanatlantista» de Cantabria adquirió la misma intensidadque en el resto de la Cornisa. o. por el contrario, si seatisba aquí algún rasgo singular que la diferencia deotros territorios aledaños. Nuestra impresión en estesentido, ya esbozada, es que la zona constituyó unfoco de escaso interés para los mercaderes nordpire—nalcas.

En apoyo de esta idea, baste recordar que noexisten modalidades tipológícas broncíneas que poda-mas tildar de específicamente regionales. la que ven-dna a delatar la ausencia de grandes talleres fundidores;expresiva asimismo sería la escasez, relativa incluso,de hallazgos metálicos —apenas una quincena paratoda el Bronce Final—, frente al centenar largo de losasturianos o los más de doscientos en Castilla y Leónque en modo alguno puede justificarse por unacuestión de azar; coma de definitivo podemos consi-derar el hecha de que las mineralizaciones de cobre yestaño en el territorio, prácticamente brillen por suausencia.

Una elemental valoración del minería involucradoen la metalurgia del bronce (Mapas metalogenéticos

A dic de no re i tenar. las citas bibí ogrciriccus corres pu íd entes a loshallazgos ncc tui cuí> dcl Bronce Fin cii de Ca nl abriel. cid5erti muís que,nudas e Li cus, se hci <ci o rcltei ada> en las si ntcsis p re u i st ónecia p nr ¡a> qncreririéraunos en leí inirodíuceic5n dcl rurresporudienie eccpiuccluc.

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ASTURIAS Y CANTABRIA EN EL 1 MILENIO A.C. 409

1:200.000) pone de manifiesto la paupérrima dotaciónregional de cobre —piritas casi siempre, ubicadas enla zona de Escabedo-Miengo. cerca de Entrambasa-guas. además del foco meridional de La Palombera—,una mucho más acusada carencia de estaño —exclu-sívamente la insignificante mineralización de óxidos ehidróxidos próxima a Peña Sagra—. siendo tan sóloel plomo el que adquiera una cierta entidad. Loscriaderos más significativos se sitúan en el sectororiental, en torno a Ramales de la Victoria, un segun-do delimitado parlas poblaciones de Camillas. Nova-les. Ruiloba, etc.. completándose el panorama conalgunas focos aislados —San Vicente de la Barquera.Peña labra. Reacio, etc.—, de muy desigual interes.Una relativa abundancia de plomo, relevante inclusoen el caso de Reacio, pero que, pese a todo, debió serpoco importante para justificar el establecimiento deunas vías comerciales de enjundia. Sin negar conrotundidad aquella posibilidad, sabemos del valorsecundario que dicho metal adquirió en la metalurgiadel bronce, x’. en todo caso, parece razonable admitirque su beneficio, en los últimos compases de la Edad.cuando fue posible. se debió realizar en aquellaszonas donde ya existía una tradición minera, a partirde las explotaciones de cobre y/o estaño.

Sin que tampoco existan indicios razonables paracatalogar la región, a la manera de la fachadaatlántica del centro de Portugal. par ejemplo, comoun foco distribuidor importante. la sensación queposeemos es que Cantabria gozó de un atiantismomarginal, diferente sin duda del de sus vecinos,Asturias y el norte del Duero, donde el beneficio desus abundantes recursos cupríferas va a ser incentivadopar la expansión hacia Europa Occidental de losCampos de Urnas. Más aún, este aislamiento s<suígéneris» pudiera también delatarlo la excepcíonalídadde espadas u otros objetos de prestigio recuperados.joyas, cuya presencia, como plantea Ruiz Gálvez(1987). inicíalmente, es factible considerarla a modode «regalos palitícosís que habrían contribuida alestablecimiento. de redes comerciales. La rareza deobjetos de valor simbólico e ideológica —excepciónhecha del caldero de Cabárceno y el puñal deHinojedo— acaso habría que atribuirla a que nuncahubo necesidad dc crear un entramado comercialimportante, en una zona donde el objeto principal deintercambio, Cuy Sn, poseen una ínfima importancia.Por supuesto, no pretendemos can ello negar laexistencia de centros fundidores locales —de hechaexiste cobre—, donde incluso es posible se elaboraranbuena parte de las bronces inventariados. Insistimos.no obstante, en que tal metalurgia adolece de perso-nalidad propia y que sus producciones no son sinocopias de las de otras regiones, cuando no auténticasimportaciones. Repetidas veces se ha señalado elalineamiento cultural de la región con el País Vasco,partiendo para ello del estudio de materiales cerámicoslocalizados en cuevas y su proyección sobre la estra-tigrafía de algunas simas vascas. Santimamiñe comoparadigma (Apellániz, 1975). Se plantea así una comu-nidad cultural can Vascongadas. avalada en ciertamanera por la coincidencia en la escasez de hallazgosde bronce.

Efectivamente, al igual que en la vertiente litoraldel País Vasca, también las tierras costeras de Canta-bria hasta el oriente asturiano conocieron la ocupaciónde la «Cultura de las Cuevas», cuyo análisis se hace deeste moda imprescindible para conocer el sustratacultural de la zona. l)eliberadamente, sin embargo.eludimos hacer un estudio pormenorizada de lamisma, y ello en virtud de una serie de razones, casode que la amplitud cronológica de aquella «cultura»excede ampliamente los límites del período que ahoraanalizamos, el Bronce Final; el hecho de que el propioyacimiento que sirviera de base para la periodización.Santimamiñe, ofrezca una estratigrafía artificiosamentereconstruida, cuestionada en numerosas ocasiones(Arias, Martínez y Pérez, 1986), cuanto que la biblio-grafía al usa para las cuevas de Cantabria no cons-títuya más que una forzada adaptación a dicha se-cuenda, en ocasiones can notables errores de bulto.

Siempre con un razonable carácter de provisionalí-dad. Rincón (1982; 1985, 154-158) establece las carac-terísticas de la etapa postrera del Bronce, sirviéndosepara ello del clásico concurso tipalógico-comparativoaplicado al análisis de metales y cerámicas, cuanto delapoya de la secuencia estratigráfica, nunca publicadaen su totalidad, de la cueva Castañera (Obregón), enpalabras del autor: ola única con estratigrafía media-namente clara». Merced a las mismos, a una fasetransicional Bronce Media/ Final, y ya durante todael resto de la etapa. corresponderían cerámicas contendencia al biselado en la sección de las bordes.barras con decoración en surco paralela subrayadospar puntos diagonales. en espiga o no, verdugonesentrelazados, grandes vasijas de perfil ovoide candecoración plástica a base de cordones y dedadas.algunas peinadas..., todo un dilatado repertorio cuyacaracterística más importante reside en el granconfusionismo queso clasificación encierra; poco másque para afirmar la utilización de cavernas entre elNeolítico y la Edad del Hierro. El método «espeleaar-queológk:oss reiteradamente elogiado como mecanismode aproximación cultural se manifiesta de este modaabsolutamente inoperante.

Lo cierto es que pese a las innumerables catas, son-deos y recogida superficiales de material en una largalista de yacimientos, se carece de un marca secuencialadecuado para definir el mundo postpaleolítico deCantabria, en tanto la referencia habitualmente utili-zada para identificar el Bronce, el nivel II de Santí-mamiñe, podría corresponder en realidad al Calcolítico(Cava, 1975), con lo que todo el equipo cerámicoatribuido al Bronce Final sería mucho más antiguo.No deja de ser verdad, pese a toda, que incluso enVascongadas. donde estudios de esta naturalezagozan de una probada tradición, el panorama de estetipo de ocupaciones dista mucho de haberse despejadoadecuadamente. La afirmación de Armendáriz yEtxebarría (1983, 347) a propósito de la cronología delas cuevas sepulcrales guipuzcoanas: «desde el Eneolí-tíco hasta época tardorromana stn que se distinganlos ritos típicos de un momento y otro», resulta asazelocuente.

Sea coma fuere, lo que parece ofrecer pocas dudas,a la postre lo que ahora nos interesa, es contrastar queaquí también existieron poblaciones que tras el Paleo-

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lítico siguieron utilizando las cuevas, bien como lugarde habitación, enterramiento o culta, y que las mate-riales cerámicos en ellas recuperados hallan fácilparangón entre los repertorios vascos de similarambiente. La conexión vascongada durante «grassomodo» la Edad del Bronce, resulta incontestable: unhecho que ya pusiera de manifiesta Apelláníz (1981) alfijar la expansión occidental del grupo Santimamiñe.si bien, matizando que «se trataría de una poblaciónde cavernas más, sin que se le pueda confundir o iden-tifícar can el País Vasco». González Sainz y GonzálezMorales (1986. 312) abundarán en idéntico sentidocuando refieren: «,.. el carácter de los materiales delPaís Vasco difieren de moda muy notable de la reali-dad material de Cantabria: en los ámbitos de relación(Pirinea Oriental y Valle del Ebro, de un lado, Astu-rias y la Meseta de otro) representan contextos gene-rales muy distintos y no se pueden reducir uno a otrosin pérdida de rigor».

No es fácil, pese a todo, individualizar los rasgospeculiares de uno y otra sector cantábrico, una tareaque, en principio, abordamos a partir de la presenciao no de influjos de Campos de Urnas. Recordemos, amodo de contraste, que iniciada el primer milenio,grupos incineradores se van a instalar en las planiciesvascas aguas al Ebro imponiendo un tipo de pobla-miento ignorada, sin embargo, no sólo en Cantabriasino también en la propia franja costera de Euskadi.en las dominios del grupo Santímamiñe. No parecesignificar ello, con todo, que las influencias de talescontingentes hubieran pasado desapercibidas en estosúltimos territorios, donde Rincón (1985. 155-160) yUgartechea (1966, 144, fig. 2,7), entre otras, han vis-lumbrada algunas similitudes entre el repertorio cera-mico. La cuestión, sin embargo, está lejos de resolversesatisfactoriamente.

Sin pormenorizar en argumentos, sirva de ejemploque algún recipiente can decoración acanalada de lacueva del AER (Ramales de la Victoria), reproducidasen el nivel ha de Santímamíñe, hallan ajustada equi-valencia en el repertorio del grupa de Campos deUrnas de Duffaits (Gómez, 1980, fig. 34,14). Paradóji-camente, los primeros se han datada en el ocaso delBronce Media; al Calcolítica, como vimos, debieronpertenecer los segundos, mientras que la cronologíade los grupos más occidentales can cerámica excisa degénesis nordpírenaica en la Península Ibérica, noparece puedan remontar los inicios del siglo X. Másclarificador en este sentido podría ser el dato aportadopor Coffyn (1979, 641), quien descubriera en Lisboasendas ceramícas excisas equiparables a las del Ebro,y cuya procedencia, sorprendente, era Santílíana delMar, acaso la misma Altamira. El hallazgo vendríaasí a sancionar definitivamente la proyección deCampos de Urnas sobre Cantabria, razonable siguiendoel curso de aquel ría, si bien no podemos por menosque manifestar nuestras reticencias acerca de lacorrecta localización del mismo. Que sepamos, ningunaotra cita escrita existe referenciando el mencionadodescubrimiento. Nada más, pues, que unas pasiblesinfluencias de Campos de Urnas cuya alcance, siquierapor una mera consideración de proximidad geográficapudo ser más intenso en el área septentrional del País

Vasco: por supuesto. siempre teniendo en cuenta ladificultad de trazar fronteras culturales nítidas.

Fruto de una recogida superficial en la cueva delLinar (La Husta). se conoce un fragmento ceramícodecorado con la técnica del «punto en raya», ademásde sendos punzones de hueso y otros materiales dediversa naturaleza. Sin valor diagnóstico en el caso delas piezas óseas, la presencia de dicha cerámica, elúnico ejemplo conocido en toda la Cornisa Cantábrica.pondría de relieve una vez más la proyección culturalmeseteña sobre Cantabria en un momento que. sinembargo, no resulta fácil de precisar. Por más que. enefecto, sean excísión y boquique las técnicas decorativasque mejor personalizan la cultura de Cogotas 1 en sumomento de esplendor, entre los siglas Xl y finalesdcl XII, sabido es que los primeros boquiques scconstatan ya en ambientes neolíticos, perpetuándoseentre las gentes del mundo Protacogotas antes dealcanzar su desarrollo máximo durante el BronceFinal. Se trataría así de adecuar a esta larga secuenciaevolutiva el fragmento del Linar, y ello a partir delanálisis de sus rasgas más ilustrativas, forma y orna-mento. A destacar de la primera, un fragmento decarena media muy marcada, que en absoluto coin-cide con los diseños más usuales, sean de la época quefueren, del repertorio cerámico cagotiano, mientrasque otro tanto cabría apuntar de la decoración, ciertoque un boquique, acaso de una etapa avanzada apartir de su acusado «sentido de la línea», pero con unesquema compositivo —dientes de sierra de grandesproporciones— es prácticamente único (FernándezPasse. 1986. fíg. 1. 2 y 3.). Más que una típica cerámicaCogotas 1, parece tratarse de una mera recreaciónlocal de aquel tipa decorativo, plasmado. por lodemás, en un inusual recipiente cuya factura aparentauna tosquedad en absoluto comparable a los siemprecuidadas vasos de Cogotas. Así las cosas, tan sólo clhecho de que la expansión peninsular de aquellacultura acaeciera durante el Bronce Final, permitiríaintuir una cronología similar para el fragmento encuestión.

Con la provisionalidad que impone tanto la falta dedatas, cuanto el precario método de obtención demuchos de ellos, Cantabria durante el Bronce Final seperfíla como un territorio de personalidad poco con-trastada, marginado de las más importantes corrientesculturales ibéricas de la época, y cuyos rasgos cons-titutivos básicos se concretarían en un sustrato indí-gena, identificada y mal definido a partir del «mundode las cuevas»: el componente atlántica subsidiaria delas focas metalúrgicos astur-meseteflos; una ciertapermeabilidad a influencias de Cogatas 1. cuanto laconfusa proyección de grupos incineradores. Un dise-ño que, tal como muestra la dispersión de hallazgos.no es posible aplicar de forma unitaria a todo suámbito geográfica.

En efecto, la dispersión de hallazgos atribuibles alBronce Final, cuanto en general a toda la Edad,revela la existencia de sendas áreas de colonizaciónhumana: el costero, representado por los grupos delas cuevas, además de determinadas hallazgos demetal, y el más meridional. culturalmente vinculado ala Meseta Norte, allí donde es posible se inicie ahorala gestación de un proceso, hoy desconocido, que en

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última término derivará en la aparición de las his-tóricos cántabras. Entre ambas zonas, coincidiendoaproximadamente can los pisos montano inferior ycolino de la clíserie regional, se dibuja una tercerafranja desprovista de hallazgos, en un territorio enque, paradójicamente. se ubican las tierras más favo-rabIes para las actividades agropecuarias (Frochoso,1986. 47-48).

A diferencia de Asturias donde, como vimos, se hacontrastado una ocupación del territorio relativamentehomogénea, los mismos lugares que siglos atrás colo-nizaran las gentes dolménicas, en Cantabria, donde sereitera esta última circunstancia, no es posible siquieraafirmar la presencia humana en toda la Comunidad—la falta de prospecciones es sin duda la mayor res-ponsable de este vacío—, en tanto que. cual apuntára-mas, la naturaleza y localización de las descubrimientosimpondría la necesidad de un análisis diferenciado deuna y otra zona, costera y foramantana. advirtiendo,empero, la conveniencia de hacerlo de forma canjunta,por ejemplo, al valorar el tinte atlántica en que ambasse ven tnmersas.

Descartada de antemano Ja falsa sensación dehomogeneidad que pudiera inferírse de la dispersionde los hallazgos metálicas —no existe, como essabido, una cultura atlántica—, la lectura económica,social y/o religiosa que pudiera obtenerse del estudiode armas y utensilios de metal, queda absolutamente

minimizada, en nuestro caso, cama consecuencia delo restringida del elenco. Ninguna pieza, en efecto,delata una actividad funcional, utilitarista; tampocoentre el repertorio se incluye el más genuino elementode rango y estatus, la espada, en tanto que la sugestivafinalidad votiva, acaso socíarelígiosa, que planteaBradley (1988) para las hachas de talón, no rebasaríael limite de la mera probabilidad.

No sería justo, pese a toda, negar un significadacultural a tales fabricadas, recordando a este respectoque se erigen en los únicos vestigios de la presenciahumana en determinados sectores y que, en definitiva,por mínimas que sean, hallazgos como el caldero deCabárceno nos hablan de un tipa de estructura socialmarcadamente jerarquizada. Recordar astmísmo queel propio caldera de Cabárceno y el hacha de talón deNovales, se localizaron en el interior de sendas minas,reflejando, cama atrás apuntáramos, atávicas ritualesde reconciliación con la naturaleza.

Sabemos, a partir de la distribución de este tipo dedescubrimientos, de la importancia de los ríos comovías de comunicación entre las tierras más meridionalesy las marinas —los hallazgos de Reinosa, Pico Cor-del, etc., en las cabeceras del Nansa, Saja y Besaya, ylas hachas de Saja y Navales o la lanza y puñal deHinojedo en el curso bajo de tales rías lo delataría—,cuanto que las piezas recuperadas en el sur posibilitanafirmar el carácter de la zona cama lugar de tránsito

4.

AO Calderos

O Puntas de lanza

/5.

5.

5’.

BORIS

1 ~.—.

A Hachas de talon y un asa

Hachasde talony dosasas

Puñal de lengua de carpa

Fia. 3. Hallazgos tnetólicos del Bronce Final en Cantabria.

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hacia el norte de Palencia, por Piedras Luengas., yhacia la depresión del Ebro, aguas abajo de dichacorriente.

Sin apenas recursos mineros y can unas malasperspectivas para las actividades agropecuarias. Can-tabria. durante casi toda su Prehistoria Reciente hasido considerada como una zona pobre (GonzálezSaiz y González Morales. 1986, 345-346): grupos pas-toriles que sin grandes cambios habrían perpetuadosus formas de vida cavernícola de tiempos pretéritas;cuya caracterización económica sintetiza Clark (1986)a partir de documentación de procedencia vascongada,fundamentalmente, Se trataría de grupos pastores debóvidos y ovicápridos, que apenas debieron practicarla agricultura, y que completan su dieta con la reco-lección de bellotas, castañas y piñones. amén delaporte cinegética —ciervo y jabalí, sobre todo enprogresivo retroceso—. En las tierras del sur, por suparte, salva los hallazgos metálicos reseñados seadolece también de otros documentos con los queabordar una aproximación de esta naturaleza, Deforma genérica, no obstante, algunos análisis polínicos—turbera del Cueto de la Avellanosa, en Pico Cordel;Pico Sertal en Peña Sagra y Puertas de Ríafria, en losPicas de Europa (Dupré. 1988, 120)— ponen de mani-fiesta que, como en el resto de la Europa Templada.a partir del Subboreal se producirá un retroceso delos porcentajes de pólenes arbóreos del que parecesegura responsable, entre otros factores, la intervencíanhumana. En franca coincidencia se manifestarán losresultados obtenidos en las cuevas del Salitre (López,1986, 148) y El Juyo (Lerai, 1987. 60-61). Por todocaudal, no más que unos pocos datas que, con autén-tico carácter de provisionalidad han permitido esbozarlos componentes socia-culturales de una etapa, elBronce Final, cuyo ocaso se ha hecho coincidir con laarribada de pueblas indoeuropeos quienes, desde losinicios del primer milenio, habrían comenzada a dejarsentir sus influjos —las controvertidos restos ceramícosya mencionados—, implantándose definitivamenteentre el 800/500 a. C. (Rincón, 1985, 194). Estudiostoponímicas, con algunas matizaciones (GonzálezEchegaray, 1986, 56-57), coincidirán con aquel plan-teamiento, respaldada en su caso a partir de evidenciasarqueológicas.

11. UNA INDEFINIDA EDADDEL HIERRO

Dicha cuestión, sin embargo, merece algún tipo deprecisiones, una vez más a partir de la escasa entidadde las materiales cerámicos que, presumiblemente,confieren personalidad a la etapa, en especial a suprimera fase. Si no deja de ser cierta que, en efecto,piezas como el vaso troncocónica de Cueva Cervajeraencuentran paralelos entre el repertorio cerámico delhorizonte PlIb de Cortes de Navarra (Maluquer,1958, lám., XXX VII) o, más genéricamente en la for-ma 9 (superficie exterior pulida) de la sistematizaciónde Castiella para Navarra y La Rioja, también de laprimera Edad del Hierro (Castíella. 1977, 258), no esmenas cierto que el resto de las cerámicas que se hanatribuido al inicio de esta Edad (Smith y Muñoz,1984, 129-129)ofrecen una considerable ambígtiedad

cronológica. Como más significativos, ciertos reci-pientes de paredes glabttlares. fondas planos y bordesmasa menos vueltas —cuevas de Cudrón. Coventasa,La Brasada. etc,— con determinadas coincidencias enlos barras del tipo 1 (can la superficie pulida) deCastiella (1977. 237). del primer Hierro: afinidades nomenares con las modelos que la propia autora incluyeen su tipo lO (Castiella. 258). manufacturadas entrefinales del Hierro 1 y mediados del siglo III: a,incluso. con otros más tardíos —forma 6 de superficiesin pulir— que llegarán a convivir con recipientestorneados en las inicios del segundo Hierro.

Idénticos diseños, u otros de cuellos ciliod ricos.asimismo ovoideos, comparecen en los paquetes 1 (es-trato B) y II (estratos E 1. 2. 3. 4 y C) de la secuencíade Los Husos (Apellániz. 1976. figs. 14. 29. 35 bis. 41.48. etc.), entre el Calcolítica y el Bronce Final: todoello como un claro exponente del limitado valar quecorno indicativo cultural poseen tales formas; situaciónque parlo demás se reitera al analizar decoraciones «apeine» acordones aplicados. con asín decorar, consi-deradas también como distintivo del Bronce Finalavanzado o primera Edad del Hierro. El Hierro deCantabria. cuando menos hasta el momento represen-tado par el castro cántabro de Celada Marlantes —s.11/1—. aparece como un período escasamente definido.pese a que para el mismo se ha propuesto unasecuencía evolutiva (C.A.E.A.P.. 1984. 115-116) cifradaen un progresivo abandono de los valles costeras ysubsiguiente trasiego humano hacía el sur, dondehallarán acomodo entre grupos de raigambre europeaallí establecidos, Se explicaría así la gran parquedadde hallazgos fuera de los enclaves meridionales, en unproceso inicialmente motivado por la quiebra del sis-tema económico de las zonas bajas y la necesidad deadoptar un modelo pastoril de alternancia estacional.bien experimentado ya entre las gentes indoeuropeasdel alto Ebro.

Por más que sugerente. lo cierto es que el esquemaadolece de un adecuada respaldo arqueológico; pu-diendo hay, a la luz de recientes hallazgos, efectuaralgunas precisiones que, lo adelantamos, en pocoaclaran el confuso panorama dc la convencionalprimera Edad del Hierra. Nos referimos en concreto alos descubrimientos de Smith (1985> en diversascuevas del municipio de Matienzo. en el oriente deCantabria.

Sería el caso de la hoja de puñal de tipo MonteBernorio y una pieza de escudo (de sección en «y»yapéndice lateral que termina con extremo en anílla)recogidas junta con un hacha y un pequeño regatónen la cueva de Cofresneda, o las referencias, menasprecisas, de sendas puntas de lanza dc hierro con lahoja maciza y sección losángíca. procedentes de lacaverna de Sel de Suto (Matienzo) y Riaño de Saja lasegunda (Deibe. 1988). unas formas habituales ya enmuy variados ambientes, no sólo de los inicios delsegundo Hierro, cuanto del resto de la Edad. Contales datos, se puede proyectar una cronología paralas mismas inicialmente de cierta amplitud, entre lossiglos IV y II, pera susceptible de matizar a partir dela datación de una cuenta de collar vítrea de tipocartaginés procedente del mismo recinto de Cofresnedo.del siglo III a, C.. además de la cronología de la pieza

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Monte Bernorio que, aún cuando carezca de los daselementos que mejor la singularizan, poíno y vaina,parece identíficarse can las diseños más evolucionados,de hoja ancha y perlil cóncava-convexo, de fines delperíodo arriba propuesto (Cabré, 1931).

A su vez. la revisión de los materiales cerámicas deaquellas cuevas pondrían de manifiesta su afinidadcan los citados de Cudrón, Caventosa. etc., haciendoasí razonable la suposición de que todos estos hallaz-gos ofrecen una cronología afín. Como en el núcleocastreño meridional. Celada como paradigma, se vaperfilando la existencia de una tardía Edad del Hierroen el resto del territorio, delatada hoy mediante unospocos hallazgos, en tanto que los atribuibles al primerHierra, restan cada vez más ignoradas.

La evolución del Hierro en Cantabria se estructuraríade este modo en una primera fase, hasta el siglo IIIa. C.. de aceptar la referencia más antigua de Cofres-nedo. y más prabablemenle en el JI, coincidiendo conla datación del Castro de Las Rabas, en Celada Mar-lantes. En la niísma, sólamente podrían tener cabidaalgunas piezas cerámicas, comunes por lo demás amuy diversos ambientes culturales, y en su inicio espasible también se apagaran los últimos ecos delBronce Atlántico (Cervajera. Cabárceno, etc.). Contoda la vaguedad que fa definición encierra, su desa-rrollo podría adecuarse al modelo propuesto para elHierro en la costa vasca: «..,la cultura del Broncesobrevivió durante la del Hierra» (Apellániz. 1974.344), o el que en idéntico sentido se ha propugnadopara la zona más septentrional de la provincia deBurgos (Sacristán de Lama y Ruiz Gálvez, 1985. 206),y que, en definitiva, no encierra más que el profundadesconocimiento que acerca de la etapa se posee.

La inauguración del nueva período, hasta la con-quista romana. coincidiría can la presencia de ele-mentas tardíos de las mal llamados grupas posthalls-táttíeas del reborde nordariental de la Meseta Norte.los históricos cántabros: quienes de sus antecesoresdel Bronce Final, los fundidores de los grandes talleresburgaleses y palentinas, heredarán un gran dominiotécnico en el trabajo de las metales. Contrastadasalgunas de sus características culturales a partir de laexcavación de Celada Marlantes, en el salar cántabrode la región, el resto de los hallazgos de la época,como vimos, ofrecen una distribución, fundamental-mente, en el sector oriental, coincidiendo can la redhidrográfica del río Asón. Fuera del mismo. losdescubrimientos de Cudrón (Miengo), junto al cursobajo del Besaya. y la punta de lanza de Riaño de Saja,completarían un repertorio que estamos seguras severía considerablemente ampliado con una labor derastreo arqueológico sistemática. Por más que lamuestra no sea demasiado representativa, lo que pa-rece confirmar una vez más es el importante papel delos rías coma vía de difusión cultural, en el primerade los casos, al este, en una zona donde la orografía semuestra más favorable para el tránsito hacia las tie-rras meseteñas. Los intercambias comerciales can elnorte del Duero y Campoa —en modo alguna aque-lías pocos hallazgos de metal delatarían la existenciade un sustrato cultural homogéneo— se perpetúanahora, aunque, como en el Bronce Final, amén decontrastar su existencia, ignoramos cuales fueran las

bienes entregadas a cambio, su magnitud..., en suma,su manera de operar en el sistema y sus consecuen-cías.

Con una documentación escasa y deficientementesistematizada es nuevamente la síntesis de Clark lamejor referencia para. siquiera vagamente, aproxi-mamas a la realidad económica de tales grupos: unospatrones de uso de plantas y animales de considerableantigUedad (reducida importancia de la agricultura yrecolección como complemento; aprovechamientopreferente de ovicápridos y bóvidos, etc.) y expresiva,en todo caso, su afirmación acerca de la grao difi-cultad de desvelar por medios arqueológicos lasestrategias económicas en períodos previas al Hierroavanzado, donde el concurso de las fuentes escritasharán pasible una reconstrucción más precisa de talesactividades. La secuencia palínica de las yacimientosatrás mencionados, abundarían en la progresivaantropización del medio durante el transcurrir holo-ceno. Asimismo, y renunciando deliberadamente aefectuar un análisis del siempre controvertida «arterupestre esquemático», no dudamos que alguno de losconjuntos artísticos así caracterizados pudieron realí-zarse durante la Edad del Hierra. De este moda loentienden Muñoz y Serna (1985) quienes, para la casitreintena de las estaciones con arte esquemática—abstracto— (ubicadas todas ellas en la mitad sep-tentrional de Cantabria) propugnan unas fechas entrelos siglos V y 1 a. C.

Paralelamente, en los territorios de Cantabria meri-dional, son todavía las excavaciones que GarcíaGuinea y Rincón realizaran hace una veintena deaños en el castro de Las Rabas de Celada las únicastestimonios para abordar su caracterización cultural.Cual aquellos autores relatan, se trata de un recintocastreño amurallado parcialmente, cuyo emplaza-miento ofrecería alta valor estratégica al controlar lavía natural de penetración, el Pozazal, desde Castillahacía Cantabria. Sus distintivos arqueológicos mássignificativos —de un único nivel de ocupación— seconcretan en la presencia de un equipo cerámica amano (decorada en ocasiones con sogueados, impre-siones a ruedecilla, etc.) y otro grupa menas numerosode recipientes torneados de raigambre celtibérica;destacando asimismoalgunas manufacturas metálicas.hierros y bronces. Siempre aludiendo a su mayorsignificado, sobresalen entre las primeras navajas y

cuchillas de hoja recta y afalcatada. en tanto quefíbulas de ballesta, torrecilla y en omega, se erigen enlos tipas broncíneos más peculiares.

Como manifiesta afirmación de sus vínculos con lasculturas meseteñas, nos recuerdan tales investigadoresque gran parte de los materiales, sean cerámicos o demetal, encuentran ajustados paralelos en las tierrasdel Duero, proponiendo una cronología para elyacimiento de las siglas 11/1 a. C., luego confirmadamediante referencias obtenidas en Monte Bernorio. Apartir de Ja coincidencia de ciertas técnicas construc-rivas del recinto interno del castro palentino con el delas Rabas. Esparza (1982) ha argumentado una seriede razones —estratigráficas, típológicas e histórico/arqueológicas— que, en efecto, han permitido refrendaraquella datación.

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A diferencia de Monte Bernoría. sin embargo.donde algunas hallazgos —un caldero de remaches ola propia cabaña que el muro fosiliza— delatan unaocupación del lugar acaso desde el Bronce Final, nin-gún indicio fiable revela la existencia en Celada de unpoblamiento anterior al siglo II. y ello a pesar dequedeterminadas cerámicas a mano se hayan tildado deindígenas, en un claro deseo de conferirles mayorvetustez. En idéntico sentido, y aún cuando, efectiva-mente, los prototipos de las fíbulas reseñadas remontenalgunos siglos atrás, parece conveniente fecharías enun momento avanzada de su período de vigencia,haciéndolas coincidir de este modo con la cronologíaque se propone para el yacimiento. No sin cierta dosisde intuición, suponemos que el castro de Celada seerigió «ex novo» en un momento no muy alejado delamurallamiento de Monte Bernorio, y que, como eneste caso, pudo ser la respuesta al momento de inse-guridad creado por el inicio de las operaciones mili-tares romanas en la zona.

Con estos precedentes, difícilmente se pueden ras-trear génesis e influencias culturales a los cántabrosde Celada en su propio territorio, donde las vestigioscronológicamente más próximos remontan a lashachas de talón de Requejo o Salceda, fabricadascuando menos cinca centurias atrás. Pese a quetampoco es demasiado halagileño el panorama de lasegunda Edad del Hierro en la Cantabria de la Meseta—recordemos. por ejemplo, la nunca publicada me-maria de la excavación que San Valera realizara enMonte Bernario, o incluso la problemática identidad

cultural de las grupos Míraveche-Monte l3ernorío—.es aquí donde hoy se pueden obtener consideracionesmás precisas acerca del proceso formativo de la etniacántabra. Fuera de nuestro espacio geográfica deestudio, renunciamos, consiguientemente. a su análisis,recordando tan sólo que, bien por mero reduccionísmo.bien a partir de los propios materiales de Celada.sabemos de sus vínculos hallstátticos —fibulas—: lastécnicas constructivas de su muralla denotarían unosinflujos, controvertidos. laténicos. en tanta que lapresencia de materiales de raigambre celtibérica—cerámicas, mangos de hueso, una esquila y una rejade arado, ambas de hierro, etc.— pondrían dc mant-fiesta la importancia de sus relaciones con el mundomeseteño en momento tardía de la expansión odifusión de manufacturas —el proceso celtiberizador.genéricamente— de tales pueblos, en lo que parececonstituir su límite de expansión más septentrional.Existen, bien es cierro. aleunas cerámicas torneadascon decoración pintada en la norteña cueva de LasCáscaras (Bahígas, Muñoz y Peñil. 1985. 140-142) coninnegables reminiscencias celtibéricas; si bien, comoestos autores relatan, constituirían tan sólo materialesde aquella tradición, fechables ya en un contexto tar-dio, de época romana. Nada más, pues, que unospocas distintivos, insuficientes a todas luces, paradefinir una Edad del Hierro con personalidad enCantabria. e ilustrativa una vez más para afirmar laparadoja de que el núcleo esencial de los puebloscántabros se halla fuera de los límites de la actualCantabria.

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