Artículos J.L. Mohedano Volumen I

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ARTÍCULOS DE J.L. MOHEDANO VOLUMEN I CUADERNOS DE LE RUMEUR MASONES PEÑARRIBLENSES EN CAMPOS DE CONCENTRACIÓN VA DE LEYENDA PEÑARROYA Asociación Cultural Le Rumeur

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Transcript of Artículos J.L. Mohedano Volumen I

ARTÍCULOS DE

J.L. MOHEDANO

VOLUMEN I

CUADERNOS DE LE RUMEUR

MASONES

PEÑARRIBLENSES EN CAMPOS DE CONCENTRACIÓN

VA DE LEYENDA PEÑARROYA

Asociación Cultural Le Rumeur

PAPELES DE LE RUMEUR EDICIONES

Por J.L. Mohedano

Asociación Cultural Le Rumeur

Papeles de Le Rumeur ediciones.

Por J.L. Mohedano .L.

Puede parecer un tanto extraño que en un tiempo en el que casi todo se fía

al ciberespacio, a las Web, a los blogs… haya quienes se embarquen en una aventura tan alejada de estos conceptos de información, de cultura, de búsqueda del disfrute del ocio creativo montando una editorial clásica, sin ningún ánimo de lucro, a no ser que se entienda como lucro la satisfacción personal de quienes la integran, de quienes pretenden que ese objeto mágico que es un libro lleve el sentimiento, la pasión y el conocimiento de autores que no pueden aspirar a que empresas comerciales den forma tipográfica tangible al producto de sus sueños, de sus vivencias, de sus saberes que de alguna manera juzgan pueden tener también interés para una más o menos variada minoría de ciudadanos que como ellos deben levantarse cada día para ir a un trabajo, tratar de arreglar los problemas domésticos de sus familias y superar la casi obligada monotonía con la que se suceden las semanas, los meses y las estaciones del año.

En un tiempo de crisis como el que vivimos en los comienzos de este siglo XXI, es imprescindible que se puedan agitar las conciencias, desentumecer las neuronas, despertar el yo individual. No es momento para mirarnos el ombligo, de dejarnos ganar por un autismo suicida frente a las imágenes complacientes o alienantes que nos sirven las cien cadenas de televisión que a cada instante están disponibles en nuestro salones, con el simple gesto de pulsar unos botones. Es el momento de sentarse a disfrutar de lo vivido, de lo imaginado, de lo sentido por quienes, de alguna manera, se convierten en pequeños dioses al realizar sus actos de creación artística, sea plástica o literaria, unos con más pretensiones, otros con la humildad del que cree ha entendido algo después de mirar al mundo en el que le ha tocado vivir y que tiene que compartir ese algo con sus convecinos, con sus amigos, con cualquier desconocido que por unas horas pueda vibrar en la misma sintonía de quien ha hecho posible que un libro esté en manos de quien lo lee, con la suprema libertad que da el poder rechazar, aceptar, sufrir o disfrutar de lo que se está leyendo con el gesto soberano de abrir o de cerrar el libro.

Somos lo que entendemos, lo que amamos, lo que disfrutamos, lo que sufrimos, lo que recordamos pero, a veces, necesitamos que alguien nos lo

exponga, nos lo ilumine, nos lo resalte, nos haga, en fin, reparar en ello destacándolo del tumulto de la cotidianidad que señala el devenir de los días, sirviendo de catalizador cuando llega hasta nosotros. Por eso, esta editorial «Papeles de Le Rumeur» quiere ser una suerte de comadrona que ayude a dar a luz las creaciones de quienes no sólo tengan algo que decir, sino que sepan cómo decirlo y pretende, en definitiva, convertirse en el puente que permita poner en manos interesadas, inquietas los frutos de la creación personal de quienes no tienen posibilidad de hacerlo mediante los canales tradicionales de publicación. Recordando la historia de los pueblos de nuestro Valle del Guadiato, la creación de una editorial avalada por una sociedad cultural, como es esta peñarriblense de «Le Rumeur» -cuyo nombre poco tiene que ver con deseos específicos de la reivindicación de una parte de nuestro pasado ciudadano, sino que tiene motivos tan prosaicos como es el de estar provisionalmente en esa dirección postal- sólo tiene un lejano precedente, y también en tiempos de crisis, justamente cuando había terminado la Primera Guerra Mundial, en 1919, cuando por todas partes sobraban aviones, camiones, armas; cuando los desmovilizados volvían a sus fábricas y reocupaban algunos de los puestos que masivamente habían ocupado las mujeres en la retaguardia para que los hombres pudieran morir mejor abastecidos y más “despreocupados” en las fangosas trincheras, cuando la contracción de la producción volcaba al paro a cientos de trabajadores, en la cuenca minera e industrial de Peñarroya la todopoderosa Sociedad Minera y Metalúrgica de Peñarroya, que en la zona se había limitado a producir y producir sin otra preocupación que la de aumentar sus beneficios –cualquier producto estaba vendido de antemano-, sin mejorar las condiciones laborales o productivas, dilatando las sociales y provocando, junto con un considerable aumento demográfico de las villas de Peñarroya y de Pueblonuevo del Terrible -que se convirtieron en poblaciones-hongo al atraer a parte de los habitantes que las rodeaban- un descontento generalizado que permitiría el fortalecimiento de los sindicatos afines a la UGT, fundamentalmente, y el de los anarcosindicalistas, cuyo poder la más de la veces desunido, se mediría casi infructuosamente con el de la multinacional francesa en los primeros años veinte con largas y porfiadas huelgas, como la famosa “de los tres meses” que todavía recuerdan los más mayores.

Los anarquistas habían hecho bandera de la cultura para todos y por ello luchaban tanto por la formación de las personas para alcanzar sus objetivos ideológicos, lo que se plasmaba en la existencia de numerosas escuelas regidas por maestros llamados racionalistas que trajeron el esperanto como lengua universal y de fraternidad a la Cuenca. Veneraban el poder de la lengua escrita a la que dotaban de caracteres casi taumatúrgicos en medio de una sociedad

mayoritariamente analfabeta. Por ello en los ateneos libertarios lo primero que se creaba era una biblioteca, además de suscribirse a las publicaciones periódicas de esta ideología y era frecuente el ver a alguno de ellos rodeado por quienes no sabían leer escuchando con unción casi litúrgica las palabras que descifraban aquellos textos impresos.

En la lejana Peñarroya de aquellos días Higinio Noja junto con Aquilino

Medina habían creado la agrupación “Vía Libre” que dio a luz a un periódico decenal con el mismo nombre. En Pueblonuevo del Terrible se crearía el Centro de Estudios Sociales en la entonces calle “Daniel Anguiano” –los republicanos ocupaban la alcaldía terriblense y sustituyeron el nombre de la “San Pedro” que se convertiría en la primera sede de la interesante “Biblioteca de Renovación Proletaria”, creada y dirigida por el ya mencionado Aquilino Medina, en la que se publicarían obras anarquistas históricos o de contemporáneos como Antonio Amador, Eusebio Carbó, Ricardo Mella, Salvador Cordón y otros antes de que se trasladara con su creador a tierras sevillanas en las que la editorial sería una víctima más de la recién implantada Dictadura del General D. Miguel Primo de Rivera, no sin que antes hubiera dado a la imprenta más de dos docenas de títulos.

MASONES

Por J.L. Mohedano

Asociación Cultural Le Rumeur

MASONES Por J.L. Mohedano

I En los frontis o en las salas de las tenidas de algunas de las logias masónicas aparecían estas cuatro palabras «saber, poder, atreverse o callar» que tal vez pudieran entenderse como los tres vértices de un triángulo equilátero -tan significativos en la iconografía de estas sociedades- de cuyos lados irradiarían inicialmente los tres trabajos estrictamente masónicos a finales del siglo XIX y en los primeros años del XX: la instrucción, la beneficencia y el anticlericalismo y cuando se habla de anticlericalismo hay que entenderlo estrictamente como tal, pues los masones eran, y son, profundamente deístas sin tener que adscribirse necesariamente a ninguna de las confesiones cristianas existentes. No hay que olvidar que el triángulo masónico era el primer paso seguido por los hermanos masones antes de constituirse en logia. Quienes hemos dado a luz la asociación Cultural “Le Rumeur”, cuya primera criatura “D. Tomás Alvear, juglar” ya está en librerías y quioscos en forma de libro de cuentos ilustrado con poemas visuales. Quizás no podamos considerarnos en los primeros pasos de esta ilusionante aventura cultural, más que utilizadores del “atreverse” de esta suerte de mantra, ni siquiera herederos de aquellos lejanos peñarriblenses nativos o de adopción que hace más de cien años crearan la logia “Crisantema” y eligieran como Venerable Maestro al contratista francés Marcelino Aureillán Fournes, cuyo nombre simbólico era el de “Arquímedes” y ostentaba el Grado 9, de una escala que va desde el 1 al 33, según aparece en la Carta de Constitución otorgada por el Gran Oriente Español. Su actividad nos es casi desconocida, no solamente por la distancia temporal o la falta de documentación, sino por la larga travesía del desierto que sufrió la masonería, que junto con el judaísmo y al comunismo conformaron los tres diablos familiares del dictador Francisco Franco, y aquí de nuevo aparece la figura del triángulo aunque en este caso como representación de la ya mencionada trinidad esencial del mal durante el franquismo, que ya en diciembre de 1939 había creado el Servicio de Información Especial Antimasónico y tres

meses después promulgó la Ley de Represión de la Masonería y el Comunismo, pues para el Generalísimo los masones fueron pocos menos que los responsables de la Guerra de la Independencia, de la pérdida del imperio ultramarino, de las guerras carlistas, de la caída de la monarquía alfonsina y de la mayoría de los calificados como crímenes de estado acaecidos durante el periodo republicano, vamos, de la decadencia de España poco menos que desde la derrota de Rocroi en el siglo XVII..

Franco recibió informes y copias de documentos referentes a las actividades masónicas, por lo que no es de extrañar que la policía gubernativa peñarriblense llegase a investigar y cumplimentar unos dos centenares de expedientes a masones locales y del resto del Valle del Guadiato que, en algunos casos dieron con sus huesos en la cárcel o fueron vigilados estrechamente como ciudadanos asociales y hasta moralmente peligrosos. Cuando desapareció la Policía Nacional de Peñarroya-Pueblonuevo, el archivo fue trasladado y con él una parte de la memoria histórica peñarriblense.

PEÑARRIBLENSES EN

CAMPOS DE CONCENTRACIÓN

Por J.L. Mohedano

Asociación Cultural Le Rumeur

Peñarriblenses en los campos de exterminio nazis Por J L Mohedano

Aquella mediodía del 13 de octubre de 1936, con la marcha del grupo que acompañaba al alcalde peñarriblense Fernando Carrión Caballero se completaba el abandono de Peñarroya-Pueblonuevo por la población leal al Gobierno legal republicano. Este éxodo de más de 20000 peñarriblenses también contenía a aquellos más o menos indiferentes a los que el terror que inspiraba la llegada en vanguardia de los moros, que con tanta habilidad explotaba desde los micrófonos de la radio sevillana el general rebelde Gonzalo Queipo de Llano, y a los que trató de recuperar en las semanas siguientes mediante la publicación de un bando en el que garantizaban su vuelta sin represalias si volvían en los tres días siguientes, pero que tuvo poco crédito.

Nuestros convecinos formaron comités de refugiados en las poblaciones que los acogieron para ayudarse mutuamente y, según sus edades, los niños fueron escolarizados y los mayores se fueron incorporando al nuevo Ejército de la República en las levas que se sucedieron o se incorporaron a las labores agrícolas, domésticas o fabriles, especialmente en la zona levantina en la que mecánicos, ajustadores, torneros, carpinteros, fundidores y demás trabajadores de la Sociedad de Peñarroya dejaron buen recuerdo por su valiosa preparación profesional en las fábricas de material de guerra.

Cuando llegó el final de la guerra, muchos de los que habían abandonado su

tierra quisieron creer en las palabras de Franco de que nada habría de temer quien no tuviera las manos manchadas de sangre y regresaron como se fueron: a pie, en carros, en tren o en otros medio de fortuna para enfrentarse a los interrogatorios, los campos de concentración, los tribunales militares, la cárcel o la muerte porque no había llegado el tiempo de la Paz, sino el de la Victoria. Por ello quienes no se fiaban de las intenciones de los vencedores se expatriaron por la frontera francesa o a sus colonias norteafricanas creyendo que la tradicional hospitalidad gala les permitiría rehacer sus vidas. Pero en esta ocasión eran demasiados: casi medio millón.

Mirados con recelo por una población trabajada por la intensa propaganda

de los fascistas de la “Croix de Fer” –mi abuelo me decía que si las elecciones

francesas del 36 hubieran sido antes que las españolas hubiéramos visto los toros desde la barrera porque ellos hubieran sido los que hubieran sufrido la guerra- los refugiados españoles fueron encerrados en improvisados insalubles e inmundos campos de concentración al aire libre como los de Argelés o Saint Ciprien, simples alambradas cercando un trozo de playa, sin barracones, letrinas…

Algunos consiguieron salir al ser reclamados por conocidos establecidos en el país; otros pensaron que era mejor morir en España y volvieron, otros decidieron incorporarse a los batallones de fortificaciones o a los de marcha de la Legión Extranjera y su experiencia como combatientes se escribiría en las nombres de Narvik, el norte de África o en la liberación de París –los primeros blindados de la división del general Leclerc que llegaron hasta el Ayuntamiento llevaban los nombres de “Teruel”, “Brunete”, “Guadalajara”… y eran republicanos españoles los que los tripulaban- Y una vez derrotada Francia por los nazis en 1940, los exiliados españoles se incorporaron masivamente al maquis del sur de la colaboracionista Francia del mariscal Petain, pues para ellos esta lucha era continuación de la que habían comenzado en España. No es extrañar pues que cuando eran detenidos fueran enviados a los campos de concentración y luego a los tristemente célebres campos de exterminio nazis de Gusen y Mathausen, en los que la letra “S” (Spaniem) los identificaba entre los deportados de las demás nacionalidades, aunque en este caso casi equivalía a apátrida porque el dictador Francisco Franco no los reconocía como españoles. Esa fue la ruta seguida por lo menos por diecisiete peñarriblenses -pues no aparecen recogidos como tales en el “LIBRO MEMORIAL” aquellos otros que habían nacido en otras poblaciones pero que aquí habían encontrado trabajo y hogar, lo que quizás aumentara bastante ese número- Once de ellos murieron allí, seis fueron liberados al llegar los norteamericanos y de uno se desconoce su paradero.

El Cronista de Posadas me ha comentado que el Gobierno francés da unas indemnizaciones de 27000€ a sus hijos y se ha ofrecido a ayudarlos a conseguir ese dinero, pues ya tiene experiencia entre los vecinos de su pueblo, por lo que creo conveniente divulgar los nombres de estos diecisiete peñarriblenses que lucharon, sufrieron y murieron por la Libertad y la Democracia en tierras lejanas, y hacer un llamamiento para que familiares o conocidos, si lo estiman conveniente, se pongan en contacto conmigo, para intentar que sus nombres no queden borrados por el tiempo y la desidia.

Los únicos datos que poseo de ellos son los que me ha facilitado mi compañero y, naturalmente desde aquí los pongo a disposición de quien los desee a través de esta dirección de correo electrónica [email protected]

Estos son los nombres:

a) Fallecidos en los campos: Lucas Ávalos Portero José Fernández Rodríguez Rafael Juan Montero Juan Moral Milla Mariano Ortega Moreno Francisco Pérez Vacas José Tejeda Hidalgo Julián Vigara Murillo Félix Paredes Consuegra Andrés Fernández Narro Ernesto Tejada Molina

b) Liberados: Juan Ramos Romero José Murillo Campos Francisco Herrero Manuel Camacho Romero Rafael Balsera Luengo Alonso García Reseco

c) Desaparecido: Ernesto Tejada Molina El nombre de los demás muertos y desaparecidos en los campos de

exterminio nazis de los pueblos de la Mancomunidad de Municipios del Valle del Guadiato también aparece en el mencionado LIBRO MEMORIAL, uno de cuyos ejemplares fue enviado a cada uno de los ayuntamientos en 2006 o principios de 2007, aunque también hago extensibles a sus posibles familiares el ofrecimiento de ayuda precedente.

VA DE LEYENDA

Por J.L. Mohedano

Asociación Cultural Le Rumeur

Va de leyenda Por J.L. Mohedano

En las sociedades más ancestrales, las leyendas toman carta de naturaleza para intentar explicar sus orígenes, especialmente cuando la inexistencia de testimonios históricos las hace ser las únicas formas de conocimiento disponibles. Las leyendas se transmiten oralmente hasta que algún erudito, poeta, cronista o historiador, las recoge en los moldes alfabéticos de la escritura, con lo que de alguna manera las fija y les da un perfil que las convierte en algo cerrado y desprovisto de la vida que les otorgara el acerbo popular en el que hasta ese momento habían existido, permitiéndoles aumentos o menguas según la fantasía e imaginación de cada uno de sus relatores orales.

Entre las pocas leyendas que podemos disfrutar en nuestro Valle del Guadiato no podía faltar la leyenda sobre un tesoro encantado del tiempo de los moros, que es el tiempo más antiguo al que alcanzaban habitualmente los recuerdos en la mitología popular.

Sobre el llamado cerro del Castillo de la aldea belmezana de El Hoyo, los hispano musulmanes levantaron, en tiempos del califato cordobés, la fortaleza de Beinadar, conocida luego como Viandar, «en el punto intermedio, a una jornada de Al-Bacar y a otra de la de Azuaya», según cita Idrisi como segundo hito en el camino entre Córdoba y Badajoz. De planta rectangular y grueso muro flanqueado por varias torres, estaba junto al desfiladero por el que discurre el camino que atraviesa la Sierra a la que da nombre la aldea, pero con un fácil acceso desde el lado oeste, Desde este punto se domina toda la Sierra, hasta San Calixto, en Hornachuelos. Antes de llegar, junto a la llamada “cuerda del cerro”, que es el lugar en el que no hay ni sol, ni sombra -según dicen los lugareños-, hay un peñasco de cuarzo denominado la “Peña del Alma o del Albe”. La falda está cubierta de encinas y chaparros, un arbolado que hace un ruido característico antes de que llueva en la aldea, y que ha permitido acuñar a los vecinos un refrán autóctono: «cuando el Castillo zumba, es agua segura».

En la actualidad el monte ha cubierto el solar castellano, abandonado desde

el siglo XVI, y sólo pueden verse algunas alineaciones, sillares, tejas, restos de cerámicas o de herrumbrosos metales. Como el eco devuelve los gritos, era

creencia común que el monte estaba hueco y que en su interior habitaba una enorme serpiente blanca que era la guardiana del tesoro que dejaran los moros antes de abandonar la fortaleza en manos de los conquistadores cristianos, lo que puede indicar la existencia de ignorados pasadizos subterráneos, asociados por la gente casi de una manera instintiva a los castillos medievales. Pero existía una entrada secreta por la que era posible el acceso utilizando fórmulas ocultas, esotéricas y cabalísticas con las que también se neutralizaba a la sierpe guardiana, fórmulas que los ancianos de una de las familias de la aldea conocían e iban transmitiendo oralmente a sus descendientes antes de morir, hasta que a principios del pasado siglo XX, muriera centenaria sin revelarlo, la última poseedora del secreto. Ese fabuloso tesoro, o parte del mismo, sólo podría utilizarse por esos escogidos conocedores del secreto en unas condiciones muy restrictivas, nunca en provecho propio.

En el autocomplacido tiempo que nos ha tocado vivir, esta forma de sabiduría popular se ha casi disuelto en la nada: estremece la falta de narradores –con cada uno que desaparece se pierde un fragmento de historia común- y la desidia de quienes no encuentran el adecuado momento para apreciar las historias de sus mayores, fiados en la omnipresente tecnología, de la que son incapaces de atravesar su impalpable, pero evidente frontera, para volver a disfrutar de la ingenua belleza de las historias orales.

PEÑARROYA

Por J.L. Mohedano

Asociación Cultural Le Rumeur

PEÑARROYA EN 1.889 Por J.L. Mohedano

A pesar de la imposibilidad de encontrar el plano de la aldea de Peñarroya, que en 1.889 levantó el Instituto Geográfico y Estadístico de España a fin de completar el censo estadístico de población de 1.887, nos hemos ocupado en la confección de lo que pudiera haber sido aquel, tomando para ello como base, un plano de la villa de Peñarroya de 1.922, que es el más antiguo que poseemos, y los datos suministrados por Manuel Cabronero en su "Guía de Córdoba y su Provincia". En él podemos apreciar su estructura compacta, con calles generalmente estrechas, trazadas sin la menor preocupación urbanística, como habitualmente ocurre en las pequeñas poblaciones agro-ganaderas y que, además muestra el desorden de un crecimiento demográfico debido al cercano establecimiento de las explotaciones mineras de El Terrible y de Pueblo Nuevo, que también atraen numerosos inmigrantes a la aldea de Peñarroya. Otra característica que podemos apreciar es la existencia de dos núcleos excéntricos de población, alrededor de los cuales se articulan calles y edificios: el <<Pozobebé>>, pozo público, que con el de la Hontanilla, de aguas potables surtía fundamentalmente a aquellos vecinos, junto a otros de huertos particulares. Y la Plaza, modesto mercado de abastos, lugar desde el que se realizaría la expansión hacia el arroyo de la Hontanilla, por las calles de la Mina y de la Máquina en años sucesivos. Tenía Peñarroya 355 edificios, en su inmensa mayoría casas de una sola planta. Las de los campesinos más acomodados tenían doblado con atrojes y estaban dotadas de los imprescindibles patio, traspatio, cuadra para las caballerías y ganado de labor y pajar. Sus puertas y ventanas estaban adinteladas con granito, a la manera de la vecina comarca de Los Pedroches, las más modestas tenían pintados con almagre los zócalos de las fachadas, o simplemente encalados. Las ventanas eran pequeñas, desprovistas de cristales y enrejadas. Las caballerías accedían a sus cuadras atravesando la casa por un paso cuidadosamente empedrado bordeado por baldosas generalmente rojas que en el verano era regado para dar frescura al resto de la casa. Aunque había algunos albañiles portugueses, las casas

se solían construir de una manera familiar utilizando barro, paja, piedra y haciendo los tejados de monte, cuando no se podía costear la teja. Sus únicos 9 "albergues", o sea barracas, cuevas o chozas, contrastan vivamente con los 68 que había en Pueblo Nuevo y El Terrible en la misma época, lo que nos indica la clase de inmigrantes que llegaban a uno y otro lado. He aquí el nombre de las calles y plazas de aquella Peñarroya finisecular: Barruceros Buena Vista Carmen Corta Cura Espartero Extramuros Fragua Iglesia Labradores Laderas Llana Máquina Muertos Oscura Parra Peñacolorada Plaza y Pozo

La necesidad de trabajar en los campos, así como el comunicarse con las poblaciones cercanas hacían que de Peñarroya salieran 6 caminos: uno hacia el puerto del Peñón, en dirección norte; 2 hacia el sur, uno de labor que se desviaba hacia el este y otro que enlazaba con el camino de Belmez a La Granjuela; 2 que salían al oeste y 1 que iba hacia el sur ramificándose en 3: el de las minas, que iba a Pueblo Nuevo, más o menos por la actual avenida que une a los dos distritos hoy, y los otros dos, que se separaban más o menos tras la hormigonera "San Rafael", para ir hasta El Hoyo por la estación y a la carretera que iba desde Fuenteovejuna a la Estación de Peñarroya (actual carretera del Silo). Entre los servicios con los que contaba la Aldea podemos señalar el tener estación férrea en la línea de Belmez a Almorchón, a 2 kilómetros de distancia, de la que dice Cabronero: <<que es la más conveniente para ir a Fuenteovejuna utilizando los carros de transporte que por lo regular van a dicho pueblo, o la caballería del peatón correo>>. El Jefe de Estación era D. Lorenzo García y ell viaje a Córdoba, desde ésta estación, suponía 9'10 pts. en 1ª clase, 6'85 en 2ª y 4'55 en 3ª a los viajeros. Claro que entonces el valor de un sello interurbano alcanzaba la suma de 15 céntimos de peseta. También había servicio telegráfico permanente en la estación y se recibía aquí la correspondencia, por conducto del cartero de Pueblo Nuevo que “sirve al paso a Peñarroya”. Su cementerio estaba en un cerrete ventilado y con buenas vistas al Valle del Guadiato, no muy lejos del final de la calle de “Los Muertos” Era alcalde pedáneo D. Isidoro Moya Montes, del partido Liberal mientras Juan Fernández Castillejo desempeñaba el trabajo de alguacil. El Inspector de Carnes era D. Agripino Medina Murillo, un vecino del cercano Pueblonuevo. La Instrucción Pública estaba cubierta con 2 escuelas estatales sufragadas por el municipio, una para cada sexo, regentadas por D. Ildefonso de Porras Enríquez y

Doña Dolores Blanco Porras. El médico titular, y Jefe local del Partido Liberal, era D. Vicente Henández Suca. El veterinario, D. Cirilo Perales Madueño. La parroquia de Nuestra Señora del Rosario, pequeña y blanca, con su espadaña mirando hacia el Peñón, estaba servida. D. Eusebio Sánchez Romero siendo el encargado de convocar a los vecinos con sus campanas, además de cantar en los oficios religiosos, el sacristán D. Antonio Barbero. No había romerías y se veneraba como patrona la imagen de Nª. Sª. del Rosario del siglo XVI Una breve relación de la industria y del comercio local es la que sigue: 1 abacería; 2 barberos; 2 carpinteros; 1 herrero; 1 estanco; 3 tiendas de tejidos; 2 tiendas de vinos y aguardientes; 1 zapatero y una fábrica de harinas movida a vapor, con una piedra situada en la calle de la Máquina propiedad de D. Sebastián Sánchez González, farmacéutico y propietario de casas en El Terrible. No había ninguna mina en explotación en sus cercanías, por lo que su principal riqueza seguía siendo la derivada de la agricultura, los cereales, los garbanzos y la miel. Y de la ganadería: cabras, ovejas y cerdos. Los mayores propietarios agrícolas generalmente tenían sus tierras en otros municipios Su población de hecho, integrada por 894 varones y 898 hembras, se muestra equilibrada, aunque sean solo 483 los vecinos considerados con tal derecho en la Aldea. Estos se sentían muy identificados con los de la Villa de Belmez, ya que existían frecuentes lazos de consanguinidad y de comunes intereses económicos. Estas serán las principales razones que les llevaran a ir un tanto a remolque de los acontecimientos históricos que provocaron la segregación de las dos aldeas, de Peñarroya y de Pueblo Nuevo del Terrible en 1.894, y la fuerte oposición a la de Peñarroya, por parte del nuevo ayuntamiento terriblense que con ello intentaba desbaratar la actuación del belmezano que pretendía su asfixia económica con el estrangulamiento de cualquier posibilidad de desarrollo por parte de la nueva Villa.