Alimentos Transgenicos

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LEGISLACIÓN Y COMERCIALIZACIÓN DE ALIMENTOS TRANSGÉNICOS Los avances de la ingeniería genética, que inicialmente se utilizaron en la producción de sustancias de uso médico, como la insulina, han llegado también al campo de la alimentación. Mediante la tecnología de DNA recombinante se producen actualmente enzimas de uso alimentario y, en los últimos años, se han obtenido y comercializado nuevas variedades de vegetales con propiedades especiales. Estas variedades representan ventajas importantes para los agricultores que las cultivan, al facilitar la lucha contra plagas de insectos o malas hierbas. Sin embargo, desde algunos sectores se ha cuestionado la utilización de estos vegetales con acusaciones como que representan un peligro para la salud de los consumidores o el medio ambiente. PARTE I Un alimento transgénico se define como aquel cuyos ingredientes incluyen un organismo genéticamente modificado, el cual a su vez es cualquier vegetal, animal u organismo cuyo material genético ha sido modificado por el hombre de manera intencional , sin mediar ningún método natural de intercambio de genes. Aunque los transgénicos que más acaparan la atención de la gente son los alimentos vegetales (como frutas o semillas), también existen animales que caen en esta categoría, como por ejemplo ratones a los que se les ha alterado su ADN para que produzcan una cierta enzima utilizada en tratamientos médicos en humanos. Los métodos más corrientes de alteración genética son la eliminación de un gen particular o su reemplazo por otro proveniente de otro organismo . Así se pueden crear semillas de trigo resistentes a los pesticidas, papas que incorporan un insecticida natural, tomates que soportan bajas temperaturas o frutas con una dosis extra de nutrientes. El origen de los alimentos transgénicos puede rastrearse a la década de 1950 , cuando algunas empresas norteamericanas irradiaban trigo. Pero en su concepción moderna se reconoce a 1992 como el año del primer alimento genéticamente modificado usando tecnología de manipulación genética a escala microscópica. En ese año la compañía norteamericana Calgene produjo el "Flavor Saver", un tomate al que se le agregó un gen que interfería con la producción de proteínas y así retrasaba la putrefacción. El fruto fue comercializado sin restricciones pues las autoridades de salud estimaron que conservaba inalteradas las características básicas del original, como el sabor y los niveles de proteínas, vitaminas y minerales. La producción de "Flavor Saver" duró pocos años, pues los costos de producción eran altísimos. Sin embargo, puso la primera piedra para la producción industrial de alimentos con genes alterados. La producción, comercialización y consumo de transgénicos ha causado debate mundial tanto por su propia definición (alimentos modificados no por acción de la naturaleza sino por intervención directa del hombre en su material genético, la naturaleza de todo organismo vivo) como por sus consecuencias , como el que su fabricación esté ligada a marcas comerciales y su influencia en la economía por el tema de las patentes comerciales. La biotecnología aplicada a los alimentos ha encontrado oponentes en algunos grupos sociales desde sus inicios. Inicialmente, la oposición partió de grupos fundamentalistas religiosos en Estados Unidos , que se oponían a la “modificación de la Obra de Dios” . Otras organizaciones intervinieron también en la polémica, con ideas tan peregrinas como el hecho de que si se utilizaran "genes animales" en los vegetales transgénicos, éstos serían incomestibles por los vegetarianos. Algunas organizaciones ecologistas o antiglobalización han encontrado en la lucha contra los transgénicos una causa atractiva para un sector del público, que ve tras ellos el peso de las multinacionales de la agricultura . En su batalla por ganar adeptos, estas organizaciones no han vacilado en lanzar acusaciones falsas y demagógicas , intentando, con cierto éxito, trasladar al público la idea de que representan un riesgo sanitario y ecológico , y a empresas y políticos la sensación de que es preferible no apoyar ni utilizar estos productos para evitar convertirse en el blanco de campañas en contra en la calle y en los medios de comunicación.

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LEGISLACIÓN Y COMERCIALIZACIÓN DE ALIMENTOS TRANSGÉNICOS

Los avances de la ingeniería genética, que inicialmente se utilizaron en la producción de sustancias de uso médico, como la insulina, han llegado también al campo de la alimentación. Mediante la tecnología de DNA recombinante se producen actualmente enzimas de uso alimentario y, en los últimos años, se

han obtenido y comercializado nuevas variedades de vegetales con propiedades especiales. Estas variedades representan ventajas importantes para los agricultores que las cultivan, al facilitar la

lucha contra plagas de insectos o malas hierbas. Sin embargo, desde algunos sectores se ha cuestionado la utilización de estos vegetales con acusaciones como que representan un peligro para la

salud de los consumidores o el medio ambiente.

PARTE IUn alimento transgénico se define como aquel cuyos ingredientes incluyen un organismo genéticamente modificado, el cual a su vez es cualquier vegetal, animal u organismo cuyo material genético ha sido modificado por el hombre de manera intencional, sin mediar ningún método natural de intercambio de genes. Aunque los transgénicos que más acaparan la atención de la gente son los alimentos vegetales (como frutas o semillas), también existen animales que caen en esta categoría, como por ejemplo ratones a los que se les ha alterado su ADN para que produzcan una cierta enzima utilizada en tratamientos médicos en humanos.Los métodos más corrientes de alteración genética son la eliminación de un gen particular o su reemplazo por otro proveniente de otro organismo. Así se pueden crear semillas de trigo resistentes a los pesticidas, papas que incorporan un insecticida natural, tomates que soportan bajas temperaturas o frutas con una dosis extra de nutrientes.

El origen de los alimentos transgénicos puede rastrearse a la década de 1950, cuando algunas empresas norteamericanas irradiaban trigo. Pero en su concepción moderna se reconoce a 1992 como el año del primer alimento genéticamente modificado usando tecnología de manipulación genética a escala microscópica. En ese año la compañía norteamericana Calgene produjo el "Flavor Saver", un tomate al que se le agregó un gen que interfería con la producción de proteínas y así retrasaba la putrefacción. El fruto fue comercializado sin restricciones pues las autoridades de salud estimaron que conservaba inalteradas las características básicas del original, como el sabor y los niveles de proteínas, vitaminas y minerales. La producción de "Flavor Saver" duró pocos años, pues los costos de producción eran altísimos. Sin embargo, puso la primera piedra para la producción industrial de alimentos con genes alterados.La producción, comercialización y consumo de transgénicos ha causado debate mundial tanto por su propia definición (alimentos modificados no por acción de la naturaleza sino por intervención directa del hombre en su material genético, la naturaleza de todo organismo vivo) como por sus consecuencias, como el que su fabricación esté ligada a marcas comerciales y su influencia en la economía por el tema de las patentes comerciales.La biotecnología aplicada a los alimentos ha encontrado oponentes en algunos grupos sociales desde sus inicios. Inicialmente, la oposición partió de grupos fundamentalistas religiosos en Estados Unidos, que se oponían a la “modificación de la Obra de Dios”. Otras organizaciones intervinieron también en la polémica, con ideas tan peregrinas como el hecho de que si se utilizaran "genes animales" en los vegetales transgénicos, éstos serían incomestibles por los vegetarianos.

Algunas organizaciones ecologistas o antiglobalización han encontrado en la lucha contra los transgénicos una causa atractiva para un sector del público, que ve tras ellos el peso de las multinacionales de la agricultura. En su batalla por ganar adeptos, estas organizaciones no han vacilado en lanzar acusaciones falsas y demagógicas, intentando, con cierto éxito, trasladar al público la idea de que representan un riesgo sanitario y ecológico, y a empresas y políticos la sensación de que es preferible no apoyar ni utilizar estos productos para evitar convertirse en el blanco de campañas en contra en la calle y en los medios de comunicación.

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PARTE II

Los argumentos a favor

Los que están a favor aducen que la tecnología genética en los alimentos tiene un beneficio directo en el medio ambiente y en el consumidor final en varios aspectos.

Resistencia a los pesticidas y a las plagasLos cultivos transgénicos son más resistentes a los pesticidas, por lo que no se contaminan al rociarlos con dichas sustancias. Hay unos tipos de cultivos que sintetizan sus propios insecticidas y otros que directamente soportan el ataque de los insectos y que no necesitan de estos químicos, por lo que no causan enfermedades a los trabajadores que los manipulan ni dañan el suelo.

Plantas y frutos más fuertesOtros productos de la modificación genética son frutos más resistentes a condiciones extremas de temperatura, que demoran más en descomponerse (características ideales para su transporte a otros países) y semillas que no requieren cuidados ni esfuerzos especiales para que crezcan fuertes y sanas.

Mejor rendimientoPueden crearse cultivos con tiempos de maduración más rápidos, incrementando la disponiblidad de alimentos.

Más nutriciónPueden crearse frutos y alimentos con mayor cantidad de nutrientes que sus contrapartes 100% naturales. Hay ejemplos de arroz con altas dosis de vitamina A y con mayor concentración de hierro.

Mayor aprovechamiento del sueloMediante la manipulación genética pueden crearse semillas que crezcan en tierras afectadas por la erosión, falta de agua o concentraciones de minerales que impiden la proliferación de cultivos naturales.

Fármacos y vacunasSe estudia la posibilidad de que las plantas transgénicas generen sustancias que puedan emplearse en la medicina, lo que sería una forma más barata y accesible de sintetizar medicinas. Aunque parezca obvio, debe decirse que su ventaja fundamental es que tienen la propiedad (resistencia a insectos o a herbicidas, por ejemplo) que se buscaba con su obtención. Ahora bien, estas ventajas no resultan casi nunca evidentes para los consumidores, ya que las repercusiones económicas, como costos de producción menores, mayor facilidad de cultivo o necesidad de menores subvenciones agrarias no se han trasladado por el momento hacia ellos en forma de nuevos productos, precios menores, etc. Además, dado que los cultivos más importantes (maíz, soja) no se comercializan directamente, sino que son materias primas para otras industrias o se utilizan en alimentación animal, es razonable pensar que este traslado de beneficios nunca se va a producir. Las ventajas medioambientales por menor uso de insecticidas son también pequeñas, y tampoco los consumidores las aprecian directamente.Consecuentemente, puesto que no ven ventajas personales, no pueden hacer un balance riesgo/beneficio proporcionado, aunque los riesgos sean ínfimos, no aceptan asumirlos para un beneficio (personal) aparentemente nulo. A las organizaciones que se oponen sistemáticamente a la biotecnología les resulta pues muy fácil ganar opiniones.

En general, según sus defensores, los alimentos transgénicos serían más seguros que los convencionales.

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Los argumentos en contra

El tema de la intervención directa en el material genético que define a un organismo causa escozor entre sus detractores. La controversia que envuelve a los transgénicos actúa en varios frentes.

ÉticaNo sería ético manipular la naturaleza misma de un organismo. Hay quienes consideran que este aspecto de la biotecnología viola el valor intrínseco de un ser vivo, además de que no consideran sano el introducir genes animales en organismos vegetales y viceversa (por ejemplo, existe una variedad de tomates con genes de salmón para hacerla resistente al frío).

LegalidadLa producción de alimentos transgénicos está íntimamente ligada con el registro de patentes. Muchas empresas que crean un organismo modificado lo patentan para proteger su propiedad intelectual y asegurarse con los beneficios económicos. Esto causaría una situación de virtual monopolio de las empresas dueñas de ciertas semillas y alimentos, dependencia por parte de pequeños productores o países no desarrollados, hasta problemas con tratados comerciales entre naciones. Además, en varios países está en discusión el tema de si los alimentos transgénicos deben o no tener un etiquetado especial que los identifique como tales. Salud y medio ambienteLos transgénicos supondrían un peligro para la biodiversidad a través del riesgo de que haya transferencia no intencional de genes entre especies (como en la polinización cruzada), o por los efectos desconocidos que puedan causar en otros organismos que están en su mismo entorno, como ciertos microbios de los suelos. Además se teme que su consumo cause efectos nocivos en los humanos, como alergias, rechazo del organismo a químicos contenidos en los transgénicos o alguna secuela desconocida (aunque aún no existe evidencia científica de este tipo de daño).

PARTE III

En los últimos años, desde algunos sectores sociales concretos se ha cuestionado la utilización de vegetales transgénicos acusándolos de representar un peligro para la salud de los consumidores o el medio ambiente, aunque sin definir un riesgo concreto. Sorprendentemente, a mayor vaguedad del riesgo, mayor es la inquietud que suele generar entre los consumidores. Al contrario de lo que sucede con las variedades vegetales obtenidas por técnicas convencionales, o de los vegetales, nuevos para nosotros como alimento, procedentes de otras regiones del mundo, las variedades transgénicas son sometidas a procesos de evaluación individual de riesgos, tanto en lo que afecta a la seguridad de los consumidores como en lo referente al medio ambiente.El riesgo que aparece a primera vista es la posibilidad de que, al introducirse una proteína "extraña" en el alimento (la toxina o la enzima bacteriana, por ejemplo) pudieran aparecer reacciones de alergia en algunos consumidores. La experiencia del uso desde hace bastantes años de las toxina de Bacillus thuringiensis, en la "agricultura biológica" sin que se hayan indicado casos de alergia hace que no parezca probable su aparición al encontrarse dentro de un transgénico. Lo mismo puede decirse de las otras proteínas, de las que por el momento tampoco se conoce un solo caso de alergia a ellas.Desde el punto de vista medioambiental, los vegetales transgénicos con genes de resistencia a insectos representan una ventaja medioambiental desde el momento en que reducen la utilización de insecticidas químicos, menos específicos que el presente en el propio vegetal. También los genes de tolerancia a herbicidas pueden representar una ventaja medioambiental al permitir una mejor gestión del uso de los herbicidas, utilizando aquellos que son menos tóxicos y persistentes (glifosato y glufosinato) pero que presentaban problemas precisamente por su falta de selectividad.

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El riesgo de paso de los genes de resistencia a plantas salvajes se ha planteado como una posibilidad de creación de "supermalezas". Este planteamiento olvida que esto solamente es posible por polinización entre especies muy próximas, que en los casos de soja y maíz no existen en Europa, y que, en cualquier caso, los parientes salvajes de las plantas cultivadas no han representado nunca un problema como "malas hierbas". En cuanto al riesgo de que el polen del maíz transgénico pueda afectar a insectos no diana, los experimentos en condiciones de campo han demostrado que es mínimo, mucho menor que si se usan insecticidas químicos. Pero, en otros transgénicos distintos pueden aparecer riesgos ecológicos reales, como en el caso de los peces gigantes o de crecimiento acelerado, que exigen un estudio detallado antes de su autorización.En el caso de la utilización de transgénicos con proteínas insecticidas, es perfectamente posible la aparición de fenómenos de resistencia en insectos diana, lo mismo que ha sucedido en el caso de la utilización de insecticidas químicos. La gestión de este problema exige el mantenimiento de áreas sembradas con maíz no transgénico, para disminuir la presión de selección y retardar la aparición de poblaciones resistentes. Como es lógico, las semillas transgénicas son más caras que las tradicionales, y además las empresas productoras intentan evitar la práctica tradicional de "autosuministro" de semillas para años sucesivos. Aún así, los cultivos transgénicos son suficientemente más rentables para que compensen el mayor gasto en la semilla. En el caso del algodón, el mejor evaluado, el incremento de productividad se reparte casi por igual entre la empresa biotecnológica y el agricultor, sin que se traslade prácticamente nada a los compradores, y menos aún al consumidor final. La detección de un vegetal transgénico es, en principio, fácil mediante técnicas de PCR en el caso de pretender detectar la presencia de DNA o por técnicas inmunoquímicas para detectar proteínas. Sin embargo, el paso desde el método de detección en el laboratorio a la evaluación final de la “contaminación” es mucho más complicado. En la UE se admite una “contaminación accidental”, que no obliga a un etiquetado diferencial. Los factores implicados en la cuantificación, especialmente la fiabilidad de la toma de muestras en materiales manejados a escalas tan grandes como el maíz y la soja hacen complicada la cuantificación. También hay que tener en cuenta las dificultades de hacer cuantitativo un análisis de DNA, o las relacionadas con la cuantificación de proteínas en alimentos elaborados que hayan sufrido tratamientos térmicos.

PARTE IV

La situación en el Perú y otros paísesNo existe en el mundo una política común en cuanto e este tipo de alimentos. Cada nación o

bloque tiene posturas distintas al respecto, lo que se refleja en sus normativas.

La Unión Europea: (UE) decretó en 1999 una prohibición de cuatro años contra los alimentos transgénicos. Luego, a finales de 2002, se establecieron estrictos controles de identificación de productos de esta naturaleza. La política actual de la UE no es prohibir el consumo ni el comercio de transgénicos, sino dar al público la mayor información posible sobre lo que está ingiriendo. De allí que hay normas que exigen un etiquetado en detalle de los productos genéticamente modificados (aunque tengan sólo trazas de ingredientes transgénicos), más una cadena especial de ADN que permita el rastreo de los orígenes de productos específicos en casos de enfermedad o contaminación. En esta normativa no es necesario que el material contenga DNA o proteínas, que son las realmente transgénicas, sino que; como en el caso de productos como la glucosa - obtenida de almidón del maíz transgénico-, y en los que es científicamente imposible confirmar o desmentir su origen en el laboratorio, es obligatorio el etiquetado, en basa a la “trazabilidad” a lo largo del proceso hasta la materia prima.

Japón: tiene una posición similar a la de la UE.

Estados Unidos: el primer país en comercializar vegetales modificados por ingeniería genética, no tiene legislación que exija características o condiciones especiales a los

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transgénicos, al igual que Canadá; salvo una inspección previa, como todo producto alimenticio, de la Food and Drug Administration (FDA). Esto es la consecuencia legal de considerar que las variedades vegetales obtenidas por este sistema son “sustancialmente equivalentes” en cuanto a propiedades nutricionales y de seguridad a las obtenidas por otros métodos de selección genética. Al no exigir etiquetado de productos alterados genéticamente, está en una disputa comercial con la UE, y por ello, los productos estadounidenses no pueden entrar a ese mercado.

Chile: no tiene una legislación que explícitamente prohíba o condicione la comercialización y

consumo de alimentos transgénicos. Tampoco tienen un cuerpo jurídico sistematizado, sólo

disposiciones sectoriales en materia agrícola, de salud, pesca, medio ambiente, etc. Mientras

en el Congreso Nacional se tramitan proyectos que tratan este tema, la normativa

vigente habla de la creación de comités asesores o de los derechos comerciales de quienes

creen nuevas variedades vegetales. El más importante es el Decreto N° 115 de 2003,

del Ministerio de Salud, que exige que en el etiquetado de alimentos se informe si

corresponde a un organismo que ha sido manipulado mediante biotecnología, pero que no

menciona específicamente a los transgénicos. Hay otros dos decretos que tocan

específicamente el tema, pero como no fueron publicados por el Diario Oficial, nunca entraron

en vigencia.

Perú:

La Asociación Peruana de Consumidores y Usuarios – ASPEC envió 13 productos a Alemania para saber si eran transgénicos o no. Diez dieron positivo, principalmente productos a base de soya y maíz como la leche Soalé y los Cuates picantes.

Según un estudio realizado por encargo de la ASPEC en Alemania, al menos 10 productos que se venden en mercados y bodegas de Lima resultaron ser transgénicos, a pesar de que no llevan ninguna etiqueta que los identifica como tal. Entre ellos se encuentran las leches de soya Soyandina y Soalé, la Soya y avena Santa Catalina, el Quaker Q-Vital Quinua Soya y Avena, la Leche 100% de soya Laive, Cuates picantes, la Salchicha San Fernando, Salchicha Laive, la Maizena Negrita, y las hojuelas de maíz Ángel Flakes. Y fueron calificados como no transgénicos los Corn Flakes O’Rayan, la Maizena Duryea y los Doritos Frito Lay.

Si bien es cierto todavía no se sabe exactamente los efectos de los transgénicos en el cuerpo humano, en algunos animales se ha detectado efectos negativos, como afecciones en el hígado y riñones y deformaciones en generaciones futuras. Pero lo que es una ley y no se cumple es que los productos transgénicos deben llevar una etiqueta que los identifique y así el consumidor sepa exactamente qué está comprando.