8-Agresion Por Dominancia

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Capítulo 8 Mucho temperamento: cómo abordar la agresión por dominancia A medida que se iba extendiendo mi reputación con perros proble- máticos, cada vez me invitaban a tomar parte en más programas de radio en los que el público participaba por teléfono. Más adelante, en la primavera de 1999, fui invitada por Yorkshire TV; la cadena regional de televisión, a aplicar mis métodos con seis perros problemáticos. Los perros habían sido elegidos entre las seiscientas cartas recibidas, y cons- tituían una muestra representativa del tipo de dificultades que se me pide que solvente en mi trabajo. Entre ellos había lo que parecía ser una perra con muy mal genio, una Cocker spaniel dorada, llamada Meg. Sus amos, Steve y Debbie, me contaron que sufría repentinos cam- bios de humor; rompía a ladrar en un tono muy estridente siempre que se acercaban extraños y rasgaba las cartas cuando el cartero llegaba por la mañana. Lo peor de todo es que mordía a la gente; de hecho, había mordido a la hija pequeña de una amiga de la pareja. Incluso los amos, que tenían tres hijos, admitían que tenían miedo cuando Meg se encontraba en "una de sus rachas de mal humor". Confesaron que les habían aconsejado elegir entre darle una soberana paliza o sacrificarla antes de que hiciera daño a alguien de verdad. Incluso antes de conocer a Meg, estaba segura de que era un clásico ejemplo de perro que sufría del problema más común, con mucho, que me piden que trate: la agresión por dominancia. Puede manifestarse en una enorme gama de posibilidades de q)mportamiento. Se encuentra en el núcleo de los problemas que muchísima gente tiene con perros que muerden, ladran o saltan sobre quienes visitan sus casas. Es la causa básica de los ataques sobre las especies de seres humanos en mayor peligro de Inglaterra: el cartero, el lechero y el repartidor de periódicos. Pero en toda su infinidad de manifestaciones, la agresión por dominancia puede ser vencida introduciendo un solo cambio fun- damental: quitándole al perro su posición como líder de su manada. 82

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Capítulo 8

Mucho temperamento:cómo abordarla agresión por dominancia

Amedida que se iba extendiendo mi reputación con perros proble-máticos, cada vez me invitaban a tomar parte en más programas de

radio en los que el público participaba por teléfono. Más adelante, enla primavera de 1999, fui invitada por Yorkshire TV; la cadena regionalde televisión, a aplicar mis métodos con seis perros problemáticos. Losperros habían sido elegidos entre las seiscientas cartas recibidas, y cons-tituían una muestra representativa del tipo de dificultades que se mepide que solvente en mi trabajo. Entre ellos había lo que parecía ser unaperra con muy mal genio, una Cocker spaniel dorada, llamada Meg.

Sus amos, Steve y Debbie, me contaron que sufría repentinos cam-bios de humor; rompía a ladrar en un tono muy estridente siempre quese acercaban extraños y rasgaba las cartas cuando el cartero llegaba porla mañana. Lo peor de todo es que mordía a la gente; de hecho, habíamordido a la hija pequeña de una amiga de la pareja. Incluso los amos,que tenían tres hijos, admitían que tenían miedo cuando Meg seencontraba en "una de sus rachas de mal humor". Confesaron que leshabían aconsejado elegir entre darle una soberana paliza o sacrificarlaantes de que hiciera daño a alguien de verdad.

Incluso antes de conocer a Meg, estaba segura de que era un clásicoejemplo de perro que sufría del problema más común, con mucho, queme piden que trate: la agresión por dominancia. Puede manifestarse enuna enorme gama de posibilidades de q)mportamiento. Se encuentraen el núcleo de los problemas que muchísima gente tiene con perrosque muerden, ladran o saltan sobre quienes visitan sus casas. Es lacausa básica de los ataques sobre las especies de seres humanos enmayor peligro de Inglaterra: el cartero, el lechero y el repartidor deperiódicos. Pero en toda su infinidad de manifestaciones, la agresiónpor dominancia puede ser vencida introduciendo un solo cambio fun-damental: quitándole al perro su posición como líder de su manada.

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Ningún perro decide ser el líder de su manada por propia voluntad.El perro sabe instintivamente que debe haber un líder para que lamanada sobreviva, y los amos de Meg le habían concedido inadverti-damente esa posición a través de las señales que le habían transmitido.Teniendo esto en cuenta, el comportamiento de Meg era perfectamen-te comprensible. Sólo estaba intentando llevar a cabo el trabajo que lehabía sido asignado. Su agresividad se debía al hecho de que la habíanpuesto en una situación en la que no tenía ni experiencia ni asesora-miento y estaba operando en un mundo que no comprendía. Su ferozactitud hacia los extraños era su forma de repeler a intrusos que ellacreía suponían una amenaza para su "manada". Para exacerbar la situa-ción, Meg era la única perra de la casa. ¡Pregúntese a cualquier padreo madre en solitario sobre el estrés que conlleva ese rol!

Como Steve y Debbie estaban descubriendo, en esta situación unamo se encuentra impotente para ayudar. De hecho, lo que considerauna ayuda suele ser lo contrario. El perro no busca consejos en el amo.En su cabeza, si el amo fuera superior, más fuerte y tuviera más expe-riencia, sería el líder. Por tanto, el amo es ignorado y, si es demasiadoinsistente, se le recuerda -a través de la agresión- que su papel es el demero subordinado. No era nada sorprendente que toda la familia seestuviera volviendo aprensiva con Meg y sus cambios de humor.

Yo comprendía perfectamente los sentimientos que los amos de Megestaban sufriendo. Querían a su perra, y sólo deseaban ayudada. De loque no se daban cuenta era de que la mejor manera de ayudada erahaciéndole saber quién era el jefe. Así es como podrían dar a la perraalgo de paz y quitade la presión que estaba soportando.

En todo el trabajo que hago, me gusta predicar con el ejemplo. Paraque los amos puedan aplicar adecuadamente mi método, es necesa-rio que les muestre lo que se puede lograr exactamente estableciendoelliderazgo. Así que, desde el primer momento que entré en el salón,rehusé reconocer a Meg de ninguna manera: ni contacto ocular ni físi-co, nada. Además de recalcar mi estatus de Alfa, esto transmitía a Megque yo no suponía ninguna amenaza para ella ni para las personas bajosu tutela. Para recalcar aún más mi posición, también me aseguré dedar la impresión de que aquél era mi sitio, es más, que estaba en micasa. La gente siempre se sorprende del poder que encierra esta simpleacción. En vez de montar su habitual escándalo, Meg simplemente meignoró a su vez. Incluso esto fue una revelación para una familia cuya

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Saber escuchar al perro

reacción normal a esas alturas era estar aterrada siempre que un reciénllegado entraba en contacto con Meg.

Mi reto ahora era conseguir que los amos de Meg fueran capaces decomportarse de la misma forma autoritaria. Así que lo primero quehice fue pedir a Steve y Debbie que salieran de la habitación sin pres-tarle atención. Luego les pedí que volvieran a la habitación y conti-nuaran ignorando el comportamiento de Meg, fuese el que fuese.Como la mayoría de los amos, al principio les pareció poco natural. Eraadentrarse en lo desconocido. Habían visto a su perra exhibir un com-portamiento tan excéntrico que una parte de ellos, estoy segura, teníamiedo de cómo reaccionaría ella ante este repentino desaire. Perocuanto más les explicaba, más comprendían que su constante deferen-cia en Meg estaba prolóngando su régimen de terror. Cada vez que lareconocían -de cualquier modo que fuera-, estaban reafirmando suposición como líder. Y haciéndolo, nada iba a cambiar.

Como tantos de mis clientes, Steve y Debbie estaban sinceramentedecididos a afrontar el problema y accedieron a continuar como leshabía explicado. Meg, por supuesto, estaba extraordinariamente agita-da. Me miraba fijamente, con los ojos casi fuera de las órbitas. Iba deun lado a otro, rezongando por lo bajo; era perceptible su temblor.Cuando se calmó un poco, pedí a Steve y a Debbie que empezaran allamarla para que se acercara a ellos, usando pequeños trozos de híga-do seco para recompensar su buena disposición. Antes de una hora, susdueños estaban sentados junto a una perra que estaba tangiblementemenos estresada que nunca. Lo más importante de todo es que la mira-da intensa con el ceño fruncido había sido reemplazada por lo que megusta llamar "ojos tiernos". En los años que he estado usando mi méto-do, he llegado a reconocer los ojos tiernos como la señal más clara deque se ha establecido un contacto, de que me he comunicado con elperro. En cuanto vi los ojos de Meg, supe que habíamos superado lopeor y el cambio había comenzado. .

Continué trabajando con Steve y Debbie durante dos semanas, ase-gurándome de que ellos siguieran afirmando su liderazgo durante eseperíodo de tiempo. Captaron bien los principios de la VinculaciónAmichien. Ignoraban a Meg siempre que se acercaba sin ser invitada.Hacían caso omiso de todos los intentos de ella por establecer con-tacto. Siempre que respondía positivamente era recompensada con untrozo de comida.

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Al mismo tiempo, me concentré en enseñarles a reaccionar de mododiferente cuando Meg se ponía agitada. Si ladraba al cartero, alguiende la familia reconocía el ladrido con un simple "gracias". El mensajeera que Meg había hecho su trabajo, había transmitido la informaciónal líder recién elegido.

Las viejas costumbres no se pierden fácilmente ni en los perros ni enlos seres humanos. Durante un período, ella continuó gruñendo a losvisitantes cuando entraban en la sala de estar. Les pedí a Steve yDebbie que, siempre que esto sucediese, se levantaran y salieran de lahabitación. Esta simple acción dejaba claras a Meg dos ideas muypoderosas: en primer lugar, que sus acciones tenían consecuencias; ensegundo, que ya no era rol suyo decidir quién era bienvenido en la casay quién no. Sus días como líder habían terminado.

Finalmente, durante este período pedí a la familia que simularan quecomían. Cada uno de ellos ponía empeño en comerse una galleta a lavista de la perra. Sólo cuando todos habían acabado, se colocaba sucuenco en el suelo. Sus amos estaban indicándole: "Bueno, hemos ter-minado, ahí tienes lo que ha quedado". Era, como ya he explicado, otraforma importante de recalcar la jerarquía y de relevar a la perra de suresponsabilidad en una tarea para la que no estaba preparada.

En pocas semanas, la personalidad de Meg -y todo el ambiente fami-liar- se había transformado. La llegada del correo matinal ya no eracausa de consternación. Si Meg mostraba cualquier signo de agitación,la calmaban unas pocas palabras tranquilizadoras de sus amos. Se ha-bían acabado los días de las impetuosas carreras al felpudo de la entra-da. Los visitantes también eran libres de ir y venir sin molestias ni inti-midaciones.

La idea que había detrás del programa de televisión era que los tele-videntes vieran al perro "antes y después" de un período aplicando mimétodo. Con las cámaras todavía rodando, Steve y Debbie confesaronque estaban profundamente conmovidos por la transformación quehabía tenido lugar. No podían ocultar sus emociones mientras abraza-ban a Meg de un modo que no les habría parecido nunca posible.Debbie lloró públicamente. Momentos como éstos hacen que lo quehago valga la pena. Sentada allí con ellos me resultó imposible noderramar una o dos lágrimas yo misma.

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