1997.- Rev. Investigaciones en Psicologia. Rutsztein. El Aspecto Central de La Anorexia (1)
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Artículo publicado en la Revista “Investigaciones en Psicología” del Instituto de
Investigaciones de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Año II
vol.1, 1997.
EL ASPECTO CENTRAL DE LA ANOREXIA NERVIOSA
Guillermina Rutsztein
Telefax: (54-11) 4804-4964
E-mail: [email protected]
Domicilio: Bulnes 2591 (1425) Capital Federal.
Resumen:
Los trastornos de la alimentación parecen ser patologías propiamente
contemporáneas. Sin embargo, sabemos de antecedentes desde, al menos, la Edad Media. Si
tienen continuidad con los actuales o no y de qué tipo, resulta una cuestión interesante, que
nos desafía a indagar las características centrales de estas patologías. De ella, especialmente
en la anorexia nerviosa, nos ocupamos en este trabajo.Atendiendo a los actuales criterios diagnósticos, debiéramos afirmar que la anorexia
nerviosa es una enfermedad moderna. Su aspecto central coincide, según ellos, con un valor
propio de nuestro tiempo: el temor a engordar . Esta delimitación parece haber influido
favorablemente en los resultados terapéuticos, pero parece restringir las posibilidades dereconstrucción teórica de la enfermedad. Los factores socioculturales moldean la forma en
que se presenta la enfermedad. Así es como en otras culturas la motivación explícita que dé
cuenta del rechazo hacia la alimentación puede tener diferentes contenidos, y no estar
vinculada precisamente a la delgadez. Resulta fértil, entonces, estudiar las posibles
conexiones diacrónicas y sincrónicas de la anorexia con otras patologías similares. De este
modo, se podrá pensar en un criterio central menos restrictivo, tal que permita incluir las
diferentes expresiones de la anorexia nerviosa según el contexto sociocultural.
Abstract:
Eating Disorders seem to be strictly contemporary diseases. Although, we are awareof precedents since the Middle Age. If they are the same entity or not, is an interesting issue
that challenge us to inquire into the central features of these pathologies. About it, specially
focused on anorexia nervosa, we discuss in this paper.Taking account of the accepted diagnostic criteria, we should state that anorexia
nervosa is a modern disease. Its central feature coincides, up to them, with a value proper to
our time: fear of becoming fat. This restriction seems to have had a positive impact on the
therapy results, but seems also to restrict the possibilities for theoretical reconstruction of
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the disease. Sociocultural factors draw the way in which the pathology appears. In this
sense is that in other cultures explicit motivations of food refusal may have different
contents, and not to be linked to sliminess. It seems fertile, so, to study the possible
synchronic and diachronic links between anorexia and other similar pathologies. As we do
it, we shall be able to think in a less restrictive central feature that allow us to include
different expressions of anorexia nervosa, depending on the sociocultural context.
Palabras Clave: Anorexia nerviosa - Criterios diagnósticos - Cultura.
Los trastornos de la alimentación parecen ser patologías propiamente
contemporáneas; casi un signo de los tiempos. Caracterizados por la presencia de
alteraciones importantes de las conductas relacionadas con la ingesta de alimentos,
acompañados por un gran temor a engordar y una excesiva preocupación por la comida, el
peso y la imagen corporal, resulta sensato pensar que los trastornos de la alimentación no
tienen un pasado muy largo. Los sociólogos les encuentran sentido en el marco de las
sociedades de la post-escasez y de la construcción reflexiva del propio cuerpo, en las que
los alimentos se ofrecen a los ojos (por lo menos a los sectores más favorecidos) en las
góndolas de los supermercados. En estas sociedades, la oferta de alimentos se globaliza, a la
vez que los individuos se ven ante el desafío de decidir quiénes serán. La identidad social
(profesión, religión, género sexual, etc.) ha ido dejando de ser progresivamente un dato para
devenir una construcción compleja abandonada a la responsabilidad de cada uno. En la
sociedad de la imagen, el cuerpo no podía resultar una excepción. La elección reflexiva del
Yo lo incluye de modo creciente. El sujeto de la modernidad tardía debe así elegirse, cuerpo
incluido, decidiendo cómo alimentarse y cómo cuidar y hasta edificar el cuerpo. Ser exige
resolución y ello no es fácili.
Sin embargo, y pese a todo lo dicho, la Historia ofrece información fehaciente de
trastornos alimentarios desde, por lo menos, la temprana Edad Media. Si tienen continuidad
con los actuales o no y qué tipo de continuidad, resulta una cuestión interesante, que nos
desafía a elucidar cuáles sean las características centrales de estas patologías. Esto no es
poca cosa, ni teórica ni clínicamente hablando. De ella, pero especialmente aplicada a uno
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de los trastornos de la alimentación, la anorexia nerviosa, nos ocupamos en el presente
trabajo.
El Manual de Diagnóstico y Estadística de los Trastornos Mentales editado por la
American Psychiatric Association (DSM IV) en 1994 clasifica a los trastornos de la
alimentación de la siguiente manera: anorexia nerviosa (de dos tipos: restrictiva o
purgativa/ de atracones), bulimia nerviosa (purgativa o no purgativa) y trastornos de la
alimentación no especificados de otro modo.
Todos estos trastornos de la alimentación suelen presentarse en la pubertad, en la
adolescencia o en el inicio de la edad adulta. Pero pasemos al que es, en este caso, objeto de
nuestro interés.
La anorexia nerviosa se caracteriza por una pérdida de peso que se alcanza
mediante la restricción alimentaria autoimpuesta, por un miedo intenso a aumentar de peso,
por una distorsión de la imagen corporal (las anoréxicas se sienten “demasiado gordas”
aunque se encuentren por debajo de su peso), y también por un trastorno endocrino que se
manifiesta clínicamente en las mujeres por la amenorrea.
Como dijimos, existen dos tipos de anorexia nerviosa bien diferenciados según el
método que utilicen para lograr la pérdida de peso: la anorexia nerviosa tipo restrictiva y la
anorexia nerviosa tipo purgativa/ de atracones. El grupo de la anorexia nerviosa tipo
restrictiva estaría formado por aquellas personas que utilizan únicamente la restricción
alimentaria o el ejercicio excesivo para bajar de peso y no tienen atracones en forma
regular, ni utilizan métodos purgativos. El grupo de la anorexia nerviosa tipo purgativa/
de atracones estaría formado por aquellas personas que emplean el vómito autoinducido o
utilizan laxantes, diuréticos o enemas y/o presentan episodios de atracones de comida
parecidos a los de la bulimia. Algunos pueden no presentar atracones de comida y sin
embargo purgarse regularmente después de ingerir pequeñas cantidades de comida.
Estudios sobre la prevalencia de la anorexia nerviosa entre mujeres jóvenes indican
cifras que van entre el 0.5 % y el 1%ii.
Por lo general la edad de comienzo es entre los 14 y 15 años de edad en la época de
la pubertad, aunque no en forma exclusiva. La anorexia nerviosa raramente comienza antes
de la pubertad o después de los 40 años. Más del 90% de la población que padece anorexia
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nerviosa son mujeres, por esa razón -para simplificar- de aquí en más nos vamos a referir a
estas pacientes en femenino.
La anorexia nerviosa comienza con una dieta. En este sentido no se distingue de la
dieta que hace cualquier adolescente que quiere bajar de peso. Estas jóvenes comienzan
excluyendo de la alimentación sólo aquellos alimentos que perciben como de alto valor
calórico con el fin de bajar de peso. La pérdida de peso comienza a fascinarle a la
anoréxica, el adelgazamiento se convierte en su única meta. Por lo tanto, su vida gira
alrededor de las comidas, el peso y la dieta. Terminan haciendo una dieta muy estricta, que
en muchos casos se limita sólo a unos pocos alimentos. También puede ocurrir que utilicen
métodos adicionales para bajar de peso, que incluyen purga y aumento de ejercicio
excesivo.
Las pacientes anoréxicas presentan distorsión de la imagen corporal. Algunas se
“sienten gordas” en general, y otras, si bien reconocen que están delgadas, están muy
preocupadas por ciertas partes del cuerpo (particularmente abdomen, nalgas y muslos) que
aún perciben como “muy gordas”. Acostumbran a pesarse repetidas veces en el día y se
miran en el espejo en forma persistente para controlar aquellas partes del cuerpo que
perciben como “gordas”. La autoestima de las anoréxicas depende en gran medida de su
figura corporal y del peso. Mientras que la pérdida de peso es considerado un logro, motivo
de orgullo y un signo de una extraordinaria autodisciplina, el aumento de peso es percibido
como una falla inaceptable del propio control.
Generalmente las anoréxicas son traídas por algún miembro de su familia para la
atención profesional, debido a una pérdida de peso marcada o porque no aumentó el peso
esperado. Puede ocurrir que en algunos casos las anoréxicas mismas demanden atención
profesional, pero debido a las implicaciones clínicas o psicológicas derivadas del estado de
emaciación, y no por la pérdida de peso en sí.
El curso, como así también la salida de la enfermedad, son sumamente variables.
Algunos individuos con anorexia nerviosa se recuperan totalmente luego de un simple
episodio, otros presentan un patrón fluctuante de peso ganado, seguido de una recidiva y
otros terminan padeciendo una cronificación de la enfermedad por varios años.
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La amplia difusión de los conocimientos relativos a la anorexia nerviosa, permitió
diagnósticos y tratamientos más precoces, con una consecuente disminución de la
mortalidad. Si bien la tasa de mortalidad ha disminuido considerablemente, no debiera
desatenderse. Según cifras sobre los pacientes admitidos en hospitales universitarios
extranjeros, la tasa de mortalidad es de cerca del 10%iii
. Los motivos de muerte más
comunes se deben a la inanición, al desequilibrio electrolítico y al suicidio.
En lo que respecta al diagnóstico diferencial, cabe señalar que una pérdida de peso
significativa se corresponde también con otras enfermedades, como por ejemplo ciertas
patologías gastrointestinales, tumores cerebrales, sida; pero es necesario destacar que las
personas con estas enfermedades no presentan una distorsión de la imagen corporal, ni
deseo de perder aún más peso. Así también, en un cuadro de depresión puede haber una
pérdida de peso significativa, pero la mayoría de las personas que padecen este cuadro
tampoco presentan deseo de perder peso, ni un excesivo temor a aumentar de peso.
También en la esquizofrenia, si bien pueden presentarse conductas alimentarias extrañas y
ocasionalmente hasta una pérdida de peso, raramente se muestra temor a aumentar de peso
y distorsión de la imagen corporal, criterios requeridos para el diagnóstico de la anorexia
nerviosa en la cultura occidental.
Los criterios establecidos por el DSM IV (1994) para el diagnóstico de la anorexia
nerviosa son los siguientes:
• A) Negativa a mantener el peso corporal en o por encima de un peso normal mínimo
para edad y talla (por ejemplo, pérdida de peso que lleva al mantenimiento del peso
corporal inferior al 85% del peso esperable; o fracaso en obtener la ganancia de peso
esperable durante el período de crecimiento, alcanzando un peso corporal inferior al 85%
del peso esperable)
•
B) Intenso temor a subir de peso o a engordar, a pesar de estar con déficit de peso.
• C) Un trastorno en la manera en que se vivencia el peso o forma del cuerpo, una
excesiva influencia del peso o de la figura corporal en la evaluación de sí mismo, o
negación de la gravedad del bajo peso corporal actual.
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La anorexia nerviosa tiene una mayor prevalencia en sociedades industrializadas, en
las cuales existe abundancia de alimentos y en las cuales, además, se considera que el ser
atractivo y exitoso, especialmente para las mujeres, está asociado con ser delgada.
Si bien el término anorexia significa pérdida del apetito, no es esto lo que ocurre
con estas pacientes. Las anoréxicas intentan tolerar el hambre y cuando lo logran, esto es
motivo de orgullo. La mayoría de las anoréxicas en realidad son hambrientas crónicas y
sólo en ciertos estados avanzados de emaciación pueden experimentar una verdadera
pérdida del apetito.
En la literatura especializada nos encontramos con diferentes líneas en lo que se
refiere al estudio e investigación de la anorexia nerviosa. Creemos posible agruparlas en
dos grandes tendencias:
1.- Una tendencia amplia, que plantea la posible existencia de una continuidad
entre la anorexia nerviosa actual y ciertas experiencias de restricción alimentaria femeninas
de épocas anteriores. Esta línea de investigación ha planteado a los especialistas una
preocupación que aún no encuentra respuesta definitiva y sobre la que se ha ido montando
una interesante polémica: ¿resulta admisible establecer una comparación entre aquellas
conductas y la anorexia de nuestros días?
Trataremos, un poco más abajo, de llevar adelante un recorrido teórico que nos
permita entender los factores de continuidad y discontinuidad en lo que hace a la
conceptualización de la anorexia nerviosa a través del tiempo.
2.- Una tendencia estricta que intenta definir los criterios diagnósticos de la
anorexia nerviosa. Con el fin de establecer una estandarización, la comunidad científica
trata de determinar aquello que la caracteriza. Considerando que no es suficiente tener en
cuenta sólo la restricción alimentaria y la pérdida de peso, síntomas comunes a otros
cuadros como por ejemplo la depresión y la esquizofrenia.
Tendencia amplia: La experiencia femenina del ayuno
Esta tendencia intenta tener una visión más amplia de lo que es la anorexia nerviosa.
En este sentido difiere de la perspectiva estricta que se circunscribe al diagnóstico.
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Si bien podría considerarse que es una enfermedad relativamente nueva, el ayuno
femenino no es exclusivo de la época actual. Posiblemente la enfermedad conocida hoy
como anorexia nerviosa implique una continuidad en la experiencia femenina del ayuno a
través del tiempo y del espacio. Es sabido que las conductas de restricción alimentaria en el
ámbito religioso (ascesis, ayuno ritual) han existido desde siempre y aún persisten. De
hecho, hay una larga historia de rechazo de alimentos y control del apetito por parte de las
mujeres, que nos remonta por ejemplo al mundo medieval.
Ciertas referencias históricasiv parecen dar cuenta de que la anorexia nerviosa actual
tiene antecedentes con un interesante grado de familiaridad. Si bien el criterio central del
"terror a engordar" no aparece en estos antecedentes, su estudio echa una luz por demás
importante para tratar de entender esta patología más allá de la manera en que hoy se nos
presenta.
Según la historiadora J. J. Brumberg (1988), en la historia de la civilización
occidental ha habido por lo menos dos períodos en los que el rechazo de la alimentación y
el control del apetito han sido aspectos notables de la experiencia femenina: en el
catolicismo entre los siglos XIII y XVI, y actualmente en la era postindustrial. En la primera
época, el control del apetito estaba ligado a la piedad y a la creencia; por medio del ayuno,
se luchaba por la perfección ante los ojos de Dios. En cambio, la anoréxica moderna lucha
por la perfección en términos de un ideal de belleza impuesto por la sociedad; en definitiva,
un ideal físico diferente del ideal espiritual propio de las santas ayunadoras de la Edad
Media.
Si bien no podemos admitir una continuidad absoluta a través del tiempo, resultan
notables las semejanzas que estos antecedentes presentan con la anorexia nerviosa actual.
Estudiar tales antecedentes, como así también los factores socioculturales que, en cada
época, incidieron en la aparición de ayunos femeninos, parece ser entonces una clave más
para aproximarse a la comprensión de esta enfermedad.
Las santasv ayunadoras de la Edad Media
En la Edad Media el control, la disciplina e incluso la tortura corporal eran
considerados medios para acceder a lo divino, tanto para los hombres como para las
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mujeres. Pero la actitud según la cual el cuerpo facilitaba el acceso a lo sagrado era más
característico de las mujeres que de los hombres. Existía una tendencia en las mujeres
medievales a somatizar la experiencia religiosa. Tal es así que la incapacidad para comer
algo que no fuera la hostia eucarística fue propio de las mujeres durante la mayor parte de la
Edad Media; el ayuno era fundamental para el modelo de santidad femenina.
La autora Caroline Walker Bynum (1990), estudiosa de las costumbres medievales,
sugiere que posiblemente las mujeres tuviesen que recalcar la importancia de la experiencia
de Cristo y manifestarla de forma aparente en su carne, porque no tenían oficio clerical ni
autorización para hablar. El clero alentaba tal conducta en las mujeres, porque el ascetismo
femenino, la devoción eucarística y los trances místicos conducían a las mujeres de forma
más rigurosa hacia la supervisión de los directores espirituales, y además, para los hombres,
eran un medio de conocer la voluntad de Dios. La experiencia corporal femenina se
entendía entonces, como una unión con Dios.
Como Bynum lo demuestra en “El cuerpo femenino y la práctica religiosa en la
Baja Edad Media” (1990), los cuerpos de las mujeres eran más propensos que los de los
hombres a verse expuestos a grandes cambios; estos cambios eran más comunes, o en todo
caso comenzaron a narrarse en forma más habitual, a partir del año 1200. Se les otorgaba un
significado religioso a estos cambios, cuando aparentemente se asemejaban a algunos
episodios de la vida de Cristo o de la misa. Por esta razón, una manera de demostrar fe
religiosa muy común entre las jóvenes de la Edad Media consistía en no alimentarse.
El ayuno que acostumbraban a practicar las santas se iniciaba como un medio de
purificación espiritual y, en algunos casos, el amor de Dios las impulsaba a alimentarse tan
sólo de la hostia. Si bien la Iglesia promovía el ayuno, jamás exigió de sus fieles llegar
hasta límites extremos. Por el contrario, la Iglesia Católica siempre rechazó esos excesos.
En aquella época, para las autoridades eclesiásticas el problema consistía en
determinar si la posibilidad de ayunar hasta el límite de poner en riesgo la vida, era obra de
Dios o del diablo. Así es como algunas santas ayunadoras fueron acusadas de herejes o de
practicar la brujería y debieron afrontar los juicios de la jerarquía eclesiástica masculina.
Sólo un pequeño número de las ayunadoras medievales - sostiene el historiador R.
Bell (1985)- logró convencer a sus familias y a las autoridades eclesiásticas que su
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comportamiento extraño estaba inspirado en Dios. Ciertamente esto requería de un enorme
carisma; las pocas que lo lograron fueron muy respetadas y fueron objeto de reverencias.
La santa se comunicaba directamente con Dios, prescindiendo de los mediadores
(entre otros, los sacerdotes) y alcanzaba -a través de sus privaciones- autonomía y
autoridad. Ser la sierva de Dios significaba, en definitiva, -afirma Bell- no estar sometida a
la autoridad de ningún hombre. Estas mujeres llegaron a tener gran poder y lograron
imponerse ante la jerarquía eclesiástica.
Según J. J. Brumberg, las crónicas y hagiografías de esa época, particularmente
entre los años 1200 y 1500, cuentan numerosas historias de santas que sostenían que eran
incapaces de alimentarse. Pero cuando a fines del siglo XIV -sostiene Caroline Walker
Bynum- la jerarquía eclesiástica modificó los procedimientos oficiales de canonización y,
por lo tanto, el modelo de santidad femenina, el número de mujeres ayunadoras
consideradas santas disminuyó notablemente.
El historiador Rudolph M. Bell estudió la conducta de las 261 santas oficialmente
reconocidas como tales por la Iglesia, que vivieron entre 1200 y la actualidad en Italia. De
éstas unas 170 tuvieron conductas de restricción alimentaria. La mayoría de las santas
investigadas provenían de los centros urbanos de Italia central, especialmente de Umbría y
Toscania. Investigó las condiciones sociales de la aparición y el ocaso de lo que él da a
llamar “anorexia santa” ( Holy Anorexia) en la Edad Media, y se ocupó de establecer las
similitudes y las diferencias con la anorexia nerviosa actual.
Entre el siglo XVII y el XVIII científicos de la época comenzaron a interesarse por
esta abstinencia hacia la alimentación, tan común entre las mujeres de la Alta Edad Media.
La denominaron anorexia mirabilis, que significa pérdida del apetito inspirado
milagrosamente.
Todos los casos estudiados presentan varios puntos en común: se trata de trastornos
de la alimentación sin origen orgánico aparente, incluyen la abstinencia voluntaria que llega
hasta el ayuno y todo ello en nombre de un ideal: la figura de Dios. Padecían además una
actitud distorsionada e implacable hacia la comida, períodos de hiperactividad y episodios
de bulimia. Asimismo, parece poder inferirse de la documentación conocida que la edad de
estas mujeres también las reúne: se trata de jóvenes que hoy llamaríamos adolescentes.
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de sus vidas se va constituyendo alrededor del comportamiento restrictivo hacia la
alimentación, escapando al propio control. La anorexia entonces, pasa a ser su identidad.
Bell sostiene que existe una continuidad psicológica (más que biomédica) a través
de los siglos: la anorexia mirabilis (pérdida del apetito inspirado milagrosamente) de la
Edad Media y la anorexia nerviosa actual son estados “análogos psicológicamente”.
Recordemos además, que este autor utiliza conceptos como identidad o autonomía para
explicar tanto las conductas de las santas de la Edad Media, como las de las adolescentes de
nuestros días. Establece que el modelo de comportamiento anoréxico no puede ser
considerado solamente como un fenómeno intrapsíquico, sino también como respuesta a las
estructuras sociales patriarcales en las que estas mujeres se encontraban atrapadas. Sostiene
este autor que los ayunos forman parte de una lucha por la liberación femenina en una
sociedad patriarcal.
La tesis de Bell ha sido cuestionada por J. J. Brumberg, quien se opone totalmente a
la postura que sostiene que la anorexia mirabilis de la Edad Media y la anorexia nerviosa
moderna son una misma enfermedad. Según Brumberg, para comprender realmente esta
continuidad del ayuno femenino, no alcanza con buscar síntomas en común (rechazo de la
alimentación, amenorrea) o apoyarse sobre construcciones psicológicas diseñadas desde la
vida moderna (identidad, autonomía). Brumberg critica la tesis de Bell porque utiliza una
teoría psicológica moderna para explicar el ayuno medieval. Con lo cual -asegura
Brumberg- se estaría sosteniendo que la psicología de las mujeres está fijada en el tiempo:
fue la misma en el pasado y es la misma en el presente. Además de suponer conocer con
absoluta certeza la etiología de la anorexia.
Desde otra postura, Brumberg va a intentar comprender el significado cambiante del
rechazo a la comida por parte de las mujeres en determinados sistemas culturales y sociales
en diferentes épocas. Enumera una serie de estudios históricos, antropológicos y
psicológicos que sugieren que existe una tendencia según la cual las mujeres usan el apetito
como una forma de expresión más habitual que los hombres. Va a estudiar el contexto
social y cultural en el que las mujeres jóvenes eligen rechazar el alimento y se va a centrar
en cómo ellas entienden su propio comportamiento, en lugar de insistir que la anorexia
nerviosa es una experiencia psicológica absolutamente consistente a través de la historia.
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Hasta que a fines del siglo XIX, la anorexia nerviosa es foco de intensa atención
médica. Sir William Gull en Londres en 1874 y Charles Lasègue en París en 1873
publicaron en forma independiente un número de casos de rechazo hacia la alimentación
que claramente se reconocen como las primeras descripciones clínicas -de una manera
sistematizada- de la anorexia nerviosa. Si bien los autores han enfatizado diferentes
aspectos de la enfermedad, podemos afirmar que los rasgos centrales descriptos aún se
mantienen. Se le atribuye al siglo XX el reconocimiento específico, la verdadera
individualización de la anorexia nerviosa.
Es en el año 1868 cuando Gull describe una enfermedad extraña que parecía afectar
a mujeres jóvenes que rechazaban el alimento hasta estar extremadamente delgadas. En un
primer momento la denominó “apepsia histérica”, para finalmente llamarla “anorexia
nerviosa”. Gull publicó en el año 1874 en Transactions of the Clinical Society of London un
artículo cuyo título era “Anorexia Nerviosa (Apepsia Histérica, Anorexia Histérica)”.
Estaba convencido que “anorexia”(pérdida del apetito) era un término más apropiado que
“apepsia” (indigestión) porque el alimento que se había ingerido, excepto en períodos
avanzados de la enfermedad, había sido bien digerido. Gull fue quien utilizó por primera
vez el término anorexia nerviosa con la intención de diferenciarla de la tuberculosis.
Finalmente Gull rechazó denominarla “anorexia histérica ” debido a su derivación
del griego hysteros, que significa útero. Prefirió utilizar un término más general: “nerviosa”,
porque consideraba que aquello que estaba implicado en la enfermedad era el sistema
nervioso central y no el útero. Además de esta manera dejaba abierta la posibilidad de
pensar que esta enfermedad pudiera existir también en los hombres. Escribe Gull: “Las
personas que padecen esta enfermedad son en la mayoría del sexo femenino, y
principalmente entre los 16 y 23 años de edad” y agrega “(pero) ocasionalmente la he
observado en hombres de la misma edad”. Gull jamás volvió a escribir sobre hombres con
anorexia nerviosa, ni tampoco lo hizo ningún especialista durante el siglo XIX.
Preocupado por evitar la ambigüedad y la confusión que acompañaba el diagnóstico
de la histeria, Gull intentó establecer las características de esta nueva entidad clínica
basándose en indicadores clínicos positivos. Cuando llegaba a su consultorio una joven
emaciada, Gull la revisaba con el fin de determinar la existencia de una enfermedad o de
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burguesas de París del siglo XIX y las relaciones con sus hijas. Las jóvenes que rechazaban
alimentarse tenían el poder de desestructurar a sus familias. Una joven que rehusa la comida
que le da su familia se convierte en el centro de atención, sostiene Lasègue. Su apetito, su
dieta, y su cuerpo pasan a ser la preocupación central de la familia. Fue el primer médico
del siglo XIX que sugiere que el rechazo a la comida constituye la expresión de un conflicto
intrafamiliar relacionado con el crecimiento de la joven.
Lasègue sostiene que la anorexia histérica comienza como el resultado de algún
conflicto emocional que la paciente o bien confiesa, o bien disimula. En efecto, relaciona el
comienzo de la anorexia nerviosa con una extensa serie de frustraciones que podríamos
vincular con la transición a la adultez.
En las revistas médicas posteriores a 1873 se encuentran artículos y cartas que
relatan casos de anorexia nerviosa tratados tanto en la práctica privada como en los
hospitales. Se corroboran los síntomas físicos descriptos por William Gull. Los médicos
acuerdan casi en forma unánime sobre las características clínicas de la enfermedad: además
de la pérdida del apetito y de la emaciación, los criterios clínicos más importantes son la
amenorrea, la baja temperatura corporal y la hiperactividad.
Gran parte de la literatura publicada se centraba en el tratamiento del síntoma
primario (la restricción alimentaria), se describen distintos métodos para obligar a alguien a
comer contra su voluntad. La explicación sostenida por la mayoría se basaba en la idea de
que el paciente rechazaba la comida con el propósito de atraer la atención.
En los años que siguieron se escribió mucho acerca de la anorexia, pero se la
entendió poco. En el siglo XX, entre los años 1914 y 1937 se la consideró erróneamente
como una enfermedad exclusivamente endocrina (enfermedad de Simmonds). En 1914,
Morris Simmonds, patólogo alemán de la Universidad de Hamburgo, publicó una
descripción clínica sobre una paciente caquéctica, a quien al hacerle la autopsia descubrió la
destrucción del lóbulo anterior de la pituitaria. Los signos clínicos, principalmente la
delgadez, son atribuidos a un déficit global de la hipófisis .
Durante los siguientes treinta años reinó la confusión entre la diferenciación clínica
de la enfermedad de Simmonds -una insuficiencia pituitaria relativamente rara- y la
anorexia nerviosa. Finalmente, en 1942 un estudio revela que la mayoría de los casos
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diagnosticados como enfermedad de Simmonds se trataban en realidad de casos de anorexia
nerviosa. Se concluye entonces que la enfermedad de Simmonds y la anorexia nerviosa son
dos entidades clínicas diferentes.
Actualmente los tratamientos centrados en el aislamiento o exclusivamente en la
remisión del síntoma (recuperación del peso) son rechazados por los especialistas, pero en
algunos casos siguen presentes, quizás como fantasmas, en la práctica clínica de todos los
días. La complejidad clínica con que se presenta la anorexia nerviosa es, más allá de toda
duda, universalmente reconocida. Tanto es así que, por encima de las divergencias teóricas
y terapéuticas, la constitución de un enfoque interdisciplinario resulta omnipresente, tanto
en los discursos como en la práctica clínicavi.
El ideal de belleza
Diferentes sociedades han tenido distintos conceptos acerca del ideal de belleza
femenino. Según P. Perrot (1983), el ideal femenino ha cambiado de un siglo a otro, siendo
el único factor invariable la imposición a las mujeres de esfuerzos y obligaciones, que en
ocasiones suponían una verdadera lucha contra la naturaleza para conseguir aproximarse al
ideal estético de su tiempo. Tomaremos algunos ejemplos en los que se observa claramente
cómo las presiones socioculturales hacia la apariencia física han jugado un rol en la
facilitación de serias discapacidades o enfermedades.
En China prerrevolucionaria existía la costumbre milenaria que requería que las
jóvenes que provenían de familias de clase alta sean deformadas físicamente con el fin de
conseguir el empequeñecimiento del pie. El pie pequeño representaba el ideal estético
femenino en esos tiempos. Para lograrlo vendaban el pie de la joven, lo cual limitaba
severamente su movilidad, de esta manera estaban sujetas a tener una vida poco activa. Una
mujer con el pie vendado era un símbolo de status para el marido, ya que mostraba que él
era un hombre rico y por lo tanto su mujer no precisaba trabajar. El vendaje de los pies dejó
de usarse recién en los comienzos del siglo XX. La deformación del cráneo es otro ejemplo
de alteraciones de la apariencia física socialmente prescritas.
Según el sociólogo Bryan S. Turner (1984), la costumbre de ponerse el corset para
conseguir una "cintura de avispa" dominó la moda británica de la década de 1830 a 1890. El
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cuerpo no constreñido llegó a ser observado en este período como símbolo de abandono; el
cuerpo flojo reflejaba una conducta floja. Al mismo tiempo, el corset constituía un
emblema de la clase ociosa, ya que a una mujer con corset no le era posible realizar trabajos
manuales. El corset estaba hecho con soportes de acero y, por lo tanto, además de ser muy
incómodo, interfería en la digestión y causaba daño en el cuello del útero, volviendo
dolorosa la relación sexual. A veces la presión que ejercía provocaba amenorrea, también
afectaba a la gestación y al parto y eran comunes los abortos y los daños fetales entre las
mujeres que lo portaban. Aun cuando se reconocieron todos estos daños, se lo continuó
usando porque se lo asociaba con la belleza y la pureza. El corset -sostiene Bryan Turner-
constituye, al mismo tiempo, una afirmación de belleza femenina y una negación de la
sexualidad de las mujeres.
Dice Oscar Traversa (1992) “En 1906, Paul Poiret, suprime de sus modelos el corsé,
al menos el que generaba la cintura de avispa, imponiendo otra línea que evitaba la
yugulación de la cintura abdominal [...]”, (pág. 85). En nuestro país, en el año 1914, en la
revista Fray Mocho -citada por Oscar Traversa-, aparece un aviso publicitario con el
siguiente texto: “Las señoritas modernas han resuelto por prudencia no usar más los corset
con ballenas porque las ballenas no solamente ejercen una acción peligrosa sobre el
estómago y los órganos internos del vientre, sino también las hacen víctimas de su propia
voluntad impidiendo la libertad de los movimientos” (pág. 82).
Actualmente en las sociedades occidentales el ideal de belleza femenino se
caracteriza por la delgadez. La idealización de la delgadez y el énfasis puesto en el control
del peso han sido parte importante de la cultura occidental desde principios del siglo XX,
pero es después de la segunda guerra mundial y particularmente desde 1960, que las dietas
y la delgadez llegaron a convertirse en una obsesión.
Algunas teorías argumentan que mientras el ser gordo fue alguna vez un signo de
abundancia, que indicaba que la persona había tenido mucho para comer, por el contrario en
la actualidad en las sociedades occidentales, la delgadez se ha convertido en un símbolo de
status. Aquello que en la actualidad llamamos sobrepeso, en los siglos XVII y XVIII era
considerado un índice de belleza y salud; un cuerpo gordo era aceptado por la mayoría. Las
mujeres voluminosas, “de opulencia anatómica, de contornos rebosantes y de grasa
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triunfante” eran muy admiradas, según P. Perrot (1983) porque parecían más fuertes y
saludables.
La búsqueda de la delgadez
Esta obsesión por la delgadez propia del siglo XX, Bryan Turner (1984) la compara
con la de la mujer de la época victoriana que se ponía corset, el cual causaba daños severos.
El proceso es similar: un intento de moldear la figura, ya sea poniéndose un corset o
dietando, en búsqueda de un ideal de belleza a expensas de la salud. Tanto el corset del
siglo XIX como la obsesión del siglo XX por la delgadez conseguida por la dieta y el
ejercicio, aseguran que las mujeres se ajusten a ciertas normas de belleza. Bryan
Turner (1984) sostiene que cuando la mujer de principios del siglo XX se emancipa y
comienza a practicar ejercicios físicos y deportes que hasta entonces ignoraba, se deshace
del corset. Si bien este cambio en un principio estuvo circunscripto a la práctica del deporte,
rápidamente influyó en la manera de vestir cotidiana. Pero tanto las ropas deportivas como
los nuevos vestidos estilo “tubo” no permitían exceso de peso. Por lo tanto, la mujer se
somete a un nuevo imperativo: sus carnes deben sujetarse solas sin la ayuda de ningún
artificio externo. Nace el culto a la delgadez.
El impacto y el significado que posee la excesiva preocupación por el peso en la
vida de las mujeres es actualmente un área importante de teoría e investigación en
disciplinas académicas y entre los profesionales de la salud mental.
En la actualidad vivimos en una sociedad en la cual la delgadez se encuentra entre
uno de los rasgos más admirados. Hacer dieta y controlar el peso se ha convertido hoy día
en una forma de vida aceptada y hasta también valorada. Las mujeres que no se preocupan
por su peso constituyen hoy una rareza. A. J. King, A. S. Robertson y W. K. Warren,
citados por el National Eating Disorder Information Centre de Canadá (1988) señalan que
las dietas comienzan a ser un tema de preocupación entre las mujeres desde muy jóvenes, a
partir de los 9 años.
Importantes estudios psicológicos realizados por Susan y Orlando Wooley (1984),
Judith Rodin y otros (1985) confirman que el peso es una preocupación muy común entre
las mujeres. En respuesta a la pregunta, “Qué edad tenía usted la primera vez qué pesó más
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de lo que quería?” las mujeres informan una preocupación por el aumento de peso que
comienza antes de la pubertad y se intensifica en la adolescencia y en la temprana adultez.
A la edad de 18 años, el 80% de las mujeres ha realizado dietas para bajar de peso
(Sternhell C., 1985) y a los 13 años, el 60% ha comenzado una dieta (Friedman S. y D.
Maranda, 1984).
Ser y sentirse delgada es una condición extremadamente deseada en nuestra cultura.
Un estudio realizado por la revista Glamour revela que la autoestima y el sentimiento de
felicidad en la mujer están muy vinculados con el peso, particularmente en la adolescencia y
en la temprana adultez. El National Eating Disorder Information Centre de Canadá señala
que en 1984 la revista Glamour realizó un estudio en el que preguntaba a sus lectores "Qué
es lo que le haría más feliz?". El 42% de las respuestas pusieron en primer lugar la pérdida
de peso.
Una investigación realizada por Garner y Garfinkel (1982) sobre las medidas de las
modelos que aparecen fotografiadas en las páginas centrales de la revista Playboy y de las
concursantes a Miss América, muestra que el peso y la figura disminuye progresivamente
entre 1959 y 1979. Las medidas del busto y de las caderas son cada vez más pequeñas y en
cambio la medida del talle fue aumentando. En esos mismos 20 años ha habido un aumento
del peso promedio en las mujeres de la población general, principalmente entre las jóvenes.
Por lo tanto, la figura "ideal" determinada por las modelos de Playboy y por las
concursantes de Miss América es cada vez más pequeña. Mientras que las de la población
general va en aumento, creando así una disparidad cada vez mayor entre el “ideal” y la
realidad. Así es como el 80% de las mujeres están disconformes con su cuerpo y gran parte
de estas mujeres dietan.
Otro estudio, realizado por Sternhell (1985) sobre 33.000 mujeres, mostró que el
75% se consideraban muy gordas, y de ésas el 45% estaba sorprendentemente por debajo de
su peso según las tablas de altura/peso.
Por lo tanto, no sólo las anoréxicas sobrestiman la medida de sus cuerpos; pareciera
que la mayoría de las mujeres tiene dificultad en aceptar sus cuerpos, y que tanto la
anorexia como la bulimia -según Catrina Brown (1993)- son las formas más extremas de
una experiencia común. Las mujeres tienden a comparar sus cuerpos en relación a un
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“ideal”, y contra esa medida ellas encuentran que sus cuerpos no son como ellas quisieran
que fueran.
Un estudio sobre las revistas femeninasvii realizado durante el período que va entre
1970 y 1978 indica que el número de artículos sobre dietas se ha duplicado con respecto a
la década anterior. Más que por razones de salud, se hace dieta y ejercicio para alcanzar un
ideal de belleza marcado por la búsqueda de la delgadez.
Los trastornos de la alimentación y la cultura de la delgadez
Pareciera existir una clara conexión entre la cultura de la delgadez y el aumento de
casos con trastornos de la alimentación en las últimas décadas. Más concretamente, algunos
autores contemporáneos citados por Garfinkel y Garner (1982), han vinculado las presiones
socioculturales de los últimos tiempos por la búsqueda de la delgadez con el aumento de la
incidencia en la anorexia nerviosa (Boskind- Lodahl, 1976; Bruch 1973, 1978; Selvini
Palazzoli, 1974).
En el rastreo de las descripciones clínicas del rechazo femenino hacia la comida,
encontramos que alrededor del año 1940, el deseo de ser delgada comienza a ser
mencionado de manera más regular. El Canadian Weight Gallup Poll (1984) realizó un
estudio que muestra que sólo el 17% de las mujeres canadienses “comen lo que desean”
Si bien la alimentación restringida parece ser una conducta habitual en nuestra
cultura y constituye una condición necesaria para llegar a un cuadro de anorexia nerviosa,
no es una condición suficiente para su aparición. Que una adolescente llegue a un cuadro de
anorexia nerviosa luego de comenzar una dieta no es algo necesario.
La búsqueda de delgadez no alcanza para originar una anorexia nerviosa. La
mayoría de las jóvenes no desarrollan esta enfermedad aun cuando todas están expuestas a
las mismas presiones. Sólo una pequeña parte de las jóvenes dietantes se vuelven
anoréxicas.
La pregunta es: ¿por qué del total de estas jóvenes algunas de ellas llegarán a una
anorexia nerviosa; por qué algunas se las arreglarán para finalmente aceptar su propia figura
o -en todo caso- bajarán sólo algunos kilos y se conformarán con lo logrado? ¿De qué
depende?
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No existe una respuesta clara y concreta a esta pregunta. La anorexia nerviosa es una
enfermedad multideterminada, son varios los factores que entran en juego: biológicos,
psicológicos, tanto individuales como familiares y socioculturales. Todos estos factores
desempeñan un papel importante tanto en su aparición como en su perpetuación.
Si bien hoy nadie parece defender la exclusividad de alguno de estos factores en su
etiología, el modo en que ellos interactúan sigue siendo objeto de estudio y controversia.
Tendencia estricta: Los criterios diagnósticos de la anorexia nerviosa
La publicación de los criterios diagnósticos establecidos por G. Russell en 1970
marca un hito en esta línea de estudio e investigación, porque implica el hallazgo de los
rasgos positivos de la enfermedad.
Anteriormente, había una tendencia a usar el término anorexia nerviosa de una
manera inespecífica; el diagnóstico se realizaba descartando toda enfermedad clínica o
trastorno psíquico que se acompañaba por descenso de peso y restricción alimentaria. Los
criterios diagnósticos establecidos por G. Russell (1970) son los siguientes:
A) La conducta del paciente lleva a una pérdida de peso importante.
B) Existe un trastorno endocrino que se manifiesta clínicamente por la interrupción
de la menstruación en las mujeres. (En los varones el síntoma equivalente es la pérdida del
apetito sexual.)
C) Existe una psicopatología caracterizada por un temor mórbido a engordar.
A partir de la publicación de estos criterios, distintos grupos comienzan a debatir
diferentes temas: cuál es la mejor manera de describir el aspecto central de la anorexia
nerviosa (temor mórbido a engordar para Russell), cómo definir el peso perdido y la
necesidad o no de establecer la amenorrea como criterio. A continuación vamos a referirnos
sólo a uno de ellos que es considerado el criterio que define a la anorexia nerviosa.
El aspecto central de la anorexia nerviosa:
Si bien hay acuerdo entre los especialistas sobre la existencia de un aspecto central,
una psicopatología específica, para la anorexia nerviosa y para la bulimia, existen
diferencias acerca de cuál es la mejor manera de describir aquello que es propio de estas
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enfermedades. Se enunciarán a continuación las diferentes expresiones que se fueron
utilizando para referirse a este aspecto fundamental.
Según Russell -como expusimos más arriba-, el principal criterio a tener en cuenta
para establecer el diagnóstico es que debe estar presente una particular psicopatología: “el
temor mórbido a engordar”.
Para Bruch (1970) se trata de una inanición autoprovocada y de una implacable
búsqueda de delgadez.; ésta última estaría conectada con tres desórdenes psicológicos que
se interrelacionan (1973). Estos son: distorsiones en la imagen corporal, distorsiones en las
propias percepciones internas y una sensación de ineficacia personal o de infelicidad.
Para Feighner y colaboradores (1972) el aspecto central de la anorexia nerviosa se
expresa como una actitud distorsionada e implacable hacia la comida, la alimentación o el
peso, actitud que va más allá del hambre, los retos, los reaseguros o las amenazas: negación
de la enfermedad con falla en el reconocimiento de las necesidades nutricionales; aparente
placer por la pérdida de peso, con abierta manifestación de que la negativa a comer es una
indulgencia agradable; deseo de una imagen corporal de extrema delgadez, con evidencia
de que para el paciente es gratificante lograr y mantener ese estado y acaparamiento o
manoseo inusual de la comida.
Para Selvini Palazzoli (1974), la clave de la anorexia nerviosa no es la pérdida del
apetito; la verdadera causa -sostiene- es un deseo deliberado de adelgazar.
Crisp (1977) describió a la anorexia nerviosa como “una fobia al peso”. También
destaca como muy importante “la preocupación del anoréctico por mantener un peso
corporal subpubertal bajo y por evitar ganar peso.... Emerge la convicción creciente en el
anoréctico de que su figura corporal y su volumen está gobernando su destino”.
Fairburn y Garner (1988) toman como aspecto central de la anorexia nerviosa la
excesiva preocupación por el peso y la figura corporal. Algunos autores se plantearon la
posibilidad de medir en forma objetiva cuándo estas actitudes comienzan a ser patógenas.
Garner y Garfinkel (1979) crearon el Eating Attitudes Test y Garner, Olmsted y Polivy
(1983) el Eating Disorder Inventory.
El aumento de la incidencia de la anorexia nerviosa
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Hasta fines de 1970, los pacientes con anorexia nerviosa eran atendidos en servicios de
medicina clínica general o en unidades pediátricas o de adolescentes.
El concepto de especialización en trastornos de la alimentación produjo toda una
reestructuración en lo que hace a la organización de los equipos tratantes, permitiendo el
desarrollo de un tratamiento coordinado integrado por médicos y psicoterapeutas. A
mediados de 1980 ya era común la existencia de unidades de internación específicas para el
tratamiento de los trastornos de la alimentación exclusivamente o, al menos clínicas que
tenían lugares reservados especialmente para pacientes con anorexia nerviosa. El tipo de
tratamiento ofrecido por cada una de estas instituciones dependía del modelo teórico
sostenido.
El New York Centre for the Study of Anorexia and Bulimia informa que en los
cinco primeros meses de 1984 recibió 252 pedidos de tratamiento. Una cantidad excesiva si
lo comparamos con los 30 pedidos recibidos durante todo el año de 1980.
En EE.UU., Inglaterra y Canadá comenzaron a proliferar grupos de auto-ayuda
dirigidos tanto al paciente como a su familia, con el fin de brindarles apoyo, un marco de
referencia y boletines con información actualizada acerca de los tratamientos. Algunas de
ellas cuentan con líneas de atención telefónica para todo el país dirigida principalmente a
pacientes recuperados o familiares. Estas organizaciones fueron fundadas por pacientes
recuperados o miembros de su familia como por ejemplo en EE.UU. American Anorexia
and Bulimia Association (AA/BA) de New York; American Anorexia Nervosa Association,
en Teaneck, New Jersey; National Association of Anorexia Nervosa and Associated
Disorders, en Highland Park, Illinois; y en Inglaterra Anorexic Aid, en High Wycombe,
Bucks, y Anorexic Family Aid, en Norwich.
El temor a engordar. Un valor propio de nuestro tiempo y de nuestra cultura.
Volviendo a los criterios diagnósticos que se manejan en la actualidad, observamos
que, si nos atenemos a ellos estrictamente, tenemos que afirmar que la anorexia nerviosa es
una enfermedad moderna, sin antecedentes históricos.
¿Por qué decimos esto? Porque el aspecto central, la psicopatología específica de la
anorexia nerviosa coincide con un valor propio de nuestro tiempo: el temor a engordar.
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En ninguno de los antecedentes históricos (Morton, Lasègue, Gull) reconocidos por
los especialistas existe esta psicopatología específica de la que dan cuenta los criterios
diagnósticos con los que la comunidad científica trabaja en la actualidad.
Las santas ayunadoras de la Edad Media no presentaban temor a engordar, no es
esto lo que nos cuentan sus hagiógrafos, como así tampoco las primeras descripciones
clínicas de la anorexia nerviosa realizadas por R. Morton en el año 1694, Ch. Lasègue en
1873 y Sir William Gull en 1874. Si bien estas primeras descripciones clínicas están
reconocidas como cuadros de anorexia nerviosa, no se puede afirmar que estas pacientes
presentaran temor a engordar, no hay evidencia alguna leyendo los historiales de que estas
jóvenes desearan estar delgadas.
Por lo tanto, al realizar el rastreo histórico de la anorexia nerviosa observamos que,
lo que actualmente consideramos los rasgos patognómicos de la enfermedad, no se
encuentran presentes en los antecedentes de la anorexia nerviosa.
Esto nos lleva a pensar que la anorexia nerviosa ha cambiado su expresión. Cambio
coherente con las presiones sociales que le atribuyen actualmente gran importancia a la
delgadez en la mujer.
Pero, por otro lado, se nos plantea también el interrogante sobre la manera en qué se
expresarían estas respuestas femeninas en sociedades no occidentales en las cuales a la
delgadez no se le asigna el valor que tiene para nuestra cultura.
Mientras que la delgadez es considerada un valor sumamente estimado en
Occidente, la gordura para los chinos simboliza la prosperidad y la longevidad, sus dioses
son siempre obesos. Para un indio del Punjab saludar con un "que estés gordo y fresco hoy"
es un cumplido. La delgadez en la cultura de los árabes es socialmente vista como
indeseable y la gordura como símbolo de fertilidad y femineidad.
En estas culturas donde la obesidad es un símbolo de belleza, maternidad, prudencia
y confiabilidad, la anorexia nerviosa no se expresa en términos de temor a engordar. Así por
ejemplo lo señalan Lee, Chiu y Chen (1989) citados por Russell (1995), cuando
describieron sus pacientes anoréxicos en Hong Kong con ausencia o poco temor a engordar.
Los factores socioculturales de alguna manera moldean la forma en que se presenta
la enfermedad. Así es como en otras culturas la distorsión de la imagen corporal puede no
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ser muy significativa y la motivación explícita que dé cuenta del rechazo hacia la
alimentación puede tener diferentes contenidos, y por lo tanto no estar vinculada
precisamente a la delgadez.
Pero esta vez estamos ante el problema de si no podría conducir a error el aplicar los
criterios diagnósticos propios de la cultura occidental al estudio de culturas diferentes.
Actualmente se tiende a investigar de qué manera cada cultura crea sus propias categorías y
analiza entonces síndromes y síntomas como reflejos de preocupaciones propias de su
cultura. Quizás no exista una anorexia nerviosa que se exprese en términos de un temor a
engordar, pero sí otros síndromes que reflejarían respuestas femeninas ante el advenimiento
de la pubertad.
Podría ser fértil, en este sentido, estudiar las posibles conexiones sincrónicas de la
anorexia nerviosa con otras patologías similares, así como hasta aquí lo hemos hecho con
las diacrónicas (santas ayunadoras medievales).
Volviendo a los criterios diagnósticos, nos preguntamos: ¿cuál sería el sentido de
elegir como criterio central un aspecto tan restrictivo como lo es el temor a engordar?, ¿por
qué no considerar un criterio más general que permita incluir las diferentes expresiones de
la anorexia nerviosa según el contexto sociocultural?.
Russell, por medio del criterio del temor mórbido a engordar, va a facilitar la
delimitación de un grupo de pacientes relativamente homogéneo, unido por la presencia de
una singular psicopatología; lo cual, a su vez, va a permitir establecer una mejor respuesta
al tratamiento.
Pareciera que el hecho de querer separar la anorexia nerviosa en su formulación
moderna de otras experiencias de ayuno femenino obedece a un sentido pragmático:
homogeneizar la población y así poder orientar el tratamiento a una enfermedad
diagnosticable con límites absolutamente claros y precisos.
En cierto sentido, los criterios "diseñarían" una enfermedad, al recortar su verdadera
dimensión por necesidades terapéuticas. Tal "diseño" permitiría trabajar con tratamientos
no ambiguos, al precio de reducir el conocimiento teórico de la anorexia nerviosa mediante
la aplicación de criterios tan restrictivos.
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Se habría orientado buena parte de la investigación hacia la caracterización de una
enfermedad bien delimitada desde el punto de vista diagnóstico, a partir del desarrollo de
un área que prácticamente se convirtió en central en buena parte de la investigación
contemporánea: la determinación de los criterios diagnósticos. Lo cual parece haber
influido favorablemente en los resultados terapéuticos, pero en cierto sentido -creemos- se
han restringido las posibilidades de reconstrucción teórica de las condiciones de la
enfermedad.
Guillermina Rutsztein
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iEste punto puede verse desarrollado en Giddens (1991), Turner (1984 ) y Bordó (1993).
iiSegún datos suministrados en DSM IV (1994).
iiiDSM IV (1993).
iv Cfr. Rutsztein (1994).
vPor una cuestión práctica usaremos el término ‘santa’ para referirnos a religiosas canonizadas, aun cuando
hablemos de ellas antes de su canonización e incluso en vida.viCfr. Rutsztein (1995).
vii Citado por el National Eating Disorder Information Centre (1988), Canadá.
viii Cfr. Rutsztein (1995).