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Davis of Station Five

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Página | 2

Staff de Traducción:

Moderadoras: Dani y Niii

Traductoras:

Niii

rihano

Sophie12

Susanauribe

Nadia

Ximeyrami

Sofia G

Liseth_Johanna

LizC

Cami.Pineda

masi

jpink

andre27xl

Paovalera

clau12345

kathesweet

carmen170796

Paaau

Little Rose

Javy

Staff de Corrección:

Anne-Belikov

BrendaCarpio

Beatriix

Paaau

Majo2340

Curitiba

Maia8

Kathesweet

_Nathy_

Caamille

Revisión y Recopilación:

Majo2340

Diseño:

Paovalera

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Sinopsis

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Sobre la autora

Siguiente libro

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Traducido por Niii

Corregido por majo2340

o te dejes quemar...

El Teniente Howard “Six-Pack” Paxton ama tres cosas: ser un

bombero, montar su Harley, y su soltería. Eso es, hasta que la

curvilínea Kat McKenna cae en sus brazos en medio de la

escena de un incendio, y derrite los seis pies de músculos

bronceados.

Pero justo mientras la pasión se enciende entre ellos, y exploran nuevas

alturas del éxtasis, un pirómano implacable con un secreto mortal y

sediento de venganza se convierte en su peor pesadilla.

N

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Traducido por Niii

Corregido por majo2340

l Teniente Howard Paxton apretó sus dientes contra el ardor, cada músculo

esforzándose mientras levantaba trescientas libras de hierro sobre su desnudo y

sudoroso pecho.

Aquí, amigos y vecinos, es donde terminan cuando están malditos con insomnio y un

jodido borracho como compañero de litera. Hasta donde él recordaba, nunca había

dormido toda la noche. ¿Las probabilidades de encontrar una cura milagrosa para el

síndrome de lechuza luego de treinta y seis años? Olvídalo. No había ayuda para eso,

excepto ejercitarse hasta caer.

En cuanto a Julian ―Festeja como si fueras a morir‖ Salvatore…

Recordando la desagradable escena en el turno de hoy entre Jules y Zack, Howard

apretó su agarre sobre la barra y comenzó otra serie de repeticiones. De todas las cosas

para convertir en objetivo de sus estúpidas bromas, ¿Jules tenía que escoger al Engine

171, por amor de Dios? El bebé de Zack, su orgullo y alegría. Se necesitaba de algo

muy grande para gatillar a Zack, y Salvatore sabía exactamente cómo apretar el

interruptor. Casi habían llegado a las manos antes de que él se interpusiera entre ellos,

separándolos como a un par de perros gruñones del depósito de chatarra.

¿Él silencioso, tranquilo Zack Knight? ¿Quién lo hubiera sabido?

Dejando todo eso a un lado, Salvatore era el más inmaduro, egoísta miembro del

equipo que él jamás hubiera tomado bajo su ala. No era la primera vez que había

lidiado con un eslabón débil como Salvatore, y no sería la última. Si el tipo no crecía,

lograría herir a alguien uno de estos días.

Caso en cuestión: los fuegos artificiales de hoy. Lentamente, su falta de disciplina en su

vida personal se estaba filtrando en su trabajo. Rezaba a Jesús porque el capitán le

despidiera primero. Y aun así…

E

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Tenso con frustración, Julian se había defendido más tarde, manteniendo su rabia bajo

control, su tono respetuoso. Habían estado en la intimidad de la oficina que Howard

compartía con el capitán.

—Teniente, si esa broma la hubiera realizado cualquier persona distinta a mí, no

estaríamos de pie aquí. ¿Puede negar eso?

No pudo.

A pesar de tener la personalidad de una liebre cachonda con déficit atencional,

Salvatore era un excelente bombero y paramédico. Mantenía la cabeza fría en una

situación difícil, era bueno para calmar a las víctimas de los accidentes. Si sólo pudiera

controlar esa actitud arrogante y volverse más serio, tal vez el equipo se vincularía con

él.

Muy bien, dale una oportunidad a Jules. No puedes arreglar al tipo durante la noche.

Piensa en algo más.

Otra repetición, y otra. Debía parar, pero necesita agotar su cuerpo lo suficiente para

dormir sin que las sombras hacinaran su mente, formando extrañas imágenes que

siempre comenzaban en confusión.

Noche tras noche durante el último par de meses. Siempre lo mismo. Un grupo de

fragmentos que terminaban en un terror oscuro.

Gritando. Con ansiedad. ¿Por qué?

La huerta a la luz de la luna. Tomates madurando en las vides intrincadas. Tierra

fresca bajo los pies del pequeño niño.

El frío aire nocturno susurrando sobre su piel.

Miedo. Horror. La aplastante presión sobre su pecho. No podía escapar…

¡Howard!

No había escape. No entendía…

—¡Howard! Dios, ¿qué estás haciendo?

¿En ese momento? Sofocándose. Su pérdida del enfoque lo había llevado a empujar

más allá de su límite. Más de trescientas libras se abalanzaban sobre su pecho desnudo,

presionando la barra plateada sobre su piel, sus dedos atrapados debajo de ella.

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El rostro preocupado del Capitán Sean Tanner apareció sobre el suyo. Sean agarró la

barra con ambas manos y la levantó, ayudando a posicionar la pesa en el soporte con

un sonido metálico.

Jadeando, Howard luchó por sentarse. Sean se arrodilló, sosteniéndolo con una mano

sobre su espalda y la otra sobre su hombro.

—Gracias, amigo —tosió Howard, tomando varias respiraciones trabajosas más.

—¿Estás bien, Six-Pack?

—Estoy bien.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que no realices esas flexiones en el banco sin un

maldito observador?

Limpiando el sudor de su rostro, miró a Sean. Sip, su amigo estaba cabreado, a juzgar

por el reproche en sus sorprendidos ojos verdes.

—Lo siento, amigo. No puede encontrar al mago de los sueños esta noche. —Hizo una

pausa, fijándose en la apariencia demacrada de Tanner—. Aparentemente no soy el

único.

—Mierda, sí. —Sean se empujó sobre sus pies, retrocedió un par de pasos, y estacionó

su trasero en el asiento de una bicicleta estacionaria. Con un suspiro, se pasó una

mano por su cabello castaño oscuro.

Estudiándolo, Howard sintió sus entrañas retorcerse. Manchas moradas bajo los ojos

de su amigo y huecos en sus pálidas mejillas testificaban cuán poco había estado

descansado. Había perdido tanto peso, su estómago estaba cóncavo y sus pantalones

de calentamiento azules colgaban de sus caderas. Y, Cristo, ¿cuándo había comenzado

su cabello a volverse plateado en sus sienes?

Por otro lado, todos conocían la trágica respuesta a esa pregunta.

—¿La medicación no está ayudando? —preguntó cuidadosamente.

—Ya no la estoy tomando.

—Jesús, Sean…

—No empieces conmigo, Howard. —Su rostro se endureció—. La estación no necesita

un capitán sumido en antidepresivos.

—Los muchachos necesitan un líder que no vaya a tomar un arma y volarse los sesos.

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La sangre se drenó fuera del rostro de Sean.

—Dios mío, ¿es eso lo que piensas? ¿Qué quiero morir?

—Parece que ya lo has hecho. Ahora sólo estás esperando enterrarte a ti mismo con

Blair y los niños.

Sus ojos se volvieron furiosos. Tanner apretó sus puños con tanta fuerza que sus

nudillos se volvieron tan blancos como los surcos alrededor de su boca.

—Me empujas demasiado lejos, viejo amigo.

—No lo suficientemente lejos. No eres un cobarde, así que pruébalo. Continúa

tomando las píldoras —pidió gentilmente—. Sólo por un tiempo más. Prométemelo.

Sean dejó escapar una risa amarga.

—¿Y luego qué? Dime qué se supone que haga con el resto de mi vida.

Sin mi familia. La verdad no pronunciada colgó pesadamente entre ellos.

Howard sacudió su cabeza y abrió su boca para responder, pero tres fuertes y altos

tonos sonaron en el actualizado sistema de intercomunicación, interrumpiendo lo que

sea que él hubiera estado a punto de decir.

El capitán había comenzado a correr a toda velocidad hacia el garaje y Howard había

tirado de su descartada camiseta por sobre su cabeza para el momento en que una

agradable y computarizada voz femenina anunció un incendio en una casa en una de

las más antiguas, y más exclusivas subdivisiones de Sugarland. Una sacudida de

adrenalina lo recargó del agotamiento que tanto había luchado por lograr. ¿Cuándo fue

la última llamada por un incendio de residencia que habían recibido en el sector de la

Estación Cinco? Hace meses, por lo menos.

Corrió fuera de la sala de pesas, golpeando la puerta y dirigiéndose hacia el garaje,

pisándole los talones a Tanner. Como siempre, echó un vistazo a la declaración

grabada en la ventana de vidrio cuadrada de la puerta en negritas, y letras blancas y

negras: TODOS SE VAN A CASA. Y, como siempre, el familiar frío zigzagueó por su

columna.

Una llamada potencialmente peligrosa… la siempre presente bomba a punto de

estallar. Dieciséis años en el Departamento de Bomberos de Sugarland, en este

edificio, y él jamás había preguntado si es que las palabras en la ventana afectaban al

resto del equipo de la misma forma. No necesitaba hacerlo.

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Los otros miembros del turno-A entraron al garaje detrás de él, en silencio y alertas,

acostumbrados a ser arrancados de un sueño muerto. Con movimientos rápidos, se

prepararon colocándose su equipo, deslizándose en sus pesados pantalones y

chaquetas resistentes a las llamas por sobre sus vaqueros, poniéndose sus botas. Por

último, se embutieron sus duros sombreros contra el fuego y subieron a los vehículos.

Como operador del camión de bomberos, el trabajo de Zack era conducir la quinta, la

máquina más grande y mejor equipada de la ciudad. Este era un privilegio de su rango,

que estaba sólo por debajo del capitán y el teniente. Se instaló en su asiento,

alcanzando el tirador para abrir la enorme puerta del garaje. Tanner se subió en el

asiento del copiloto delantero, el lugar del oficial al mando, junto a Knight. Tommy

Skyler, el miembro más joven del equipo, y Eve Marshall, la única mujer bombero de

la Estación Cinco, se ubicaron en los asientos traseros.

Howard se deslizó en el asiento del conductor de la ambulancia, Julian saltó al frente

junto a él. Zack sacó la quinta fuera del garaje hacia la calle desierta, iluminada por la

luna, activando las luces y la sirena. Escalofriantes, la sirena y la luz carmesí, pulsaron

en la oscuridad como el latido de un corazón. Howard contuvo un estremecimiento e

hizo andar la ambulancia, siguiendo a Zack.

Hecho. Todo el equipo en camino en segundos, sin una palabra. Rápidos y eficientes,

como una antigua máquina bien engrasada. Nada como esos estúpidos shows de

televisión en donde todos corren alrededor gritando y golpeándose el pecho. Nop,

cuando comienza el espectáculo, los actores no tienen cabida en el mundo real. No en

el mundo de los bomberos, por lo menos. Todo es cuestión de trabajar juntos. Prestar

ayuda a los necesitados y mantener al equipo a salvo.

Todos se van a casa.

Mientras seguía a la quinta hacia el vecindario de lujo, vio el brillo naranja danzar en

el cielo nocturno como un furioso dragón, y se dio cuenta de algo. Sus cejas se unieron

en un ceño preocupado. Le había pedido a Sean una promesa.

Una promesa que su viejo amigo, un hombre casi al final de su cuerda, nunca había

hecho.

***

—¡Por favor apresúrense!

Kat McKenna terminó la llamada al 911, guardó el pequeño teléfono móvil otra vez en

el bolsillo de sus vaqueros, y apretó una mano sobre su boca con incredulidad. Cielos.

Oh, cielos.

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¡La casa de los Hargraves se quemaba! Mientras estaban de vacaciones en un crucero

con sus propios padres, nada menos. Oh, Dios, ¿cómo había llegado a pasar esto? Ella

había comprobado ambos hogares, traído el correo y los periódicos, y regado las

plantas durante los últimos tres días.

Su corazón golpeaba furioso contra sus costillas. ¿Era su culpa? ¿Había dejado algún

aparato encendido? ¿La cocina funcionando? No, estaba segura de que todo había

estado bien. Hasta ahora. ¿Y cuánto tardarían los bomberos en llegar aquí?

Demasiado maldito tiempo. A través de las enormes ventanas en forma de arco, vio las

llamas ya expandiéndose a través de la sala de estar y el piso superior, también.

¿Ambos niveles al mismo tiempo? ¿Cómo era eso posible? Balanceándose de un pie a

otro, se quedó de pie en medio de la calle, debatiendo qué hacer.

Hasta que oyó el grito. Distante, desvaneciéndose en la brisa fresca.

Jadeó, mirando la casa. Se esforzó por volver a oírlo. Él débil sonido de las sirenas

alcanzó sus oídos, haciendo que se le pusiera la piel de gallina. Tal vez ese era el

sonido que había oído. Probablemente.

Aun así, echó a correr. Cruzó la calle, hacia el largo camino de entrada de ladrillo.

Sumergiéndose en los setos artísticamente esculpidos cerca de la puerta delantera,

encontró la llave del agua, aún conectada a la manguera luego de que regara las cestas

colgantes de petunias ayer. Las petunias de Joan se freirían. Sacudió su cabeza. Cuán

malditamente estúpido era pensar en las flores.

Aún más estúpido es pelear contra un incendio con la jodida manguera de un jardín,

Katherine Frances. Pero, maldita sea, ¡el lado testarudo y mandón de su personalidad

le exigía que hiciera algo! Desafortunadamente, escuchar a la hermana gemela

malvada hacía que usualmente terminara con su culo aterrizando sobre agua caliente.

Abrió el grifo hasta su capacidad máxima y luchó por arrastrar la manguera desde los

arbustos hasta el porche. Un pánico momentáneo se apoderó de ella. ¿Las llaves de la

casa? Sus dedos se hundieron en sus bolsillos delanteros, buscando. ¡Ahí!

Metiendo la manguera bajo un brazo, dio vuelta el círculo para la llave que los

Hargraves le habían dado, la insertó en la cerradura con manos temblorosas, y la giró.

Tanteando la perilla con los dedos, hizo una mueca. Maldición. Usando el borde de su

camiseta, agarró y giró la perilla, y luego abrió completamente la puerta. Una ola de

calor y humo le quemó la cara en señal de saludo, causando escozor en sus ojos.

Parpadeando, entró en el ancho vestíbulo de mármol y echó un vistazo a la escena

completa. Nunca había visto un incendio en una casa tan cerca y personalmente, no

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sabía nada sobre los detalles técnicos, pero le parecía que un incendio no debería

comenzar en la mitad de la habitación. En el mobiliario. ¿Qué? ¿El sofá había entrado

en combustión espontánea?

Extraño, pero no había tiempo para mirar alrededor y analizar la situación. Las llamas

se arrastraban desde la alfombra ubicada al centro de la habitación hacia el exterior,

marcando un camino de destrucción. Los sofás, las cortinas, y escaleras estaban

completamente sumergidos, con las llamas de fuego lamiendo hacia el techo.

Kat apretó la boquilla, apuntando primero el chorro hacia la alfombra, balanceándolo

hacia adelante y atrás con la esperanza de saturar el material lo suficiente para detener

el esparcimiento de las llamas a lo largo del piso. No era suficiente. Humo espeso se

elevaba a su alrededor, el fuego consumía lámparas y fotos enmarcadas. Desesperada,

volvió el agua hacia las cortinas. Más humo, y luego el infierno se levantó, siseando y

chisporroteando como una bestia furiosa. Burlándose de sus insignificantes esfuerzos.

—¡Mierda!

Desde el exterior, los gritos agudos se hacían más fuertes. ¡Gracias a Dios! El calor era

insoportable. Sofocante. Tosió, mirando alrededor en busca de la puerta abierta, ahora

apenas visible a través del humo. Intermitentes luces rojas se aproximaban, cortando la

turbia sopa de guisantes. Podría haber llorado de alivio. Admitiendo su derrota, dejó

caer la manguera y se tambaleó hacia el porche.

El precioso aire golpeó su rostro quemado, pero cuando intentó tomar una respiración

profunda, un cruel puño invisible retorció sus pulmones. Volvió a toser, apretando su

pecho. Su cabeza daba vueltas. También lo hacía el enorme camión y la ambulancia

que se detenían en el camino de entrada.

Hombres se derramaron de los vehículos como si fueran hormigas, una pareja corrió a

agarrar y desenrollar una manguera. Sus imágenes borrosas a través de las lágrimas

que se amontonaban en sus ojos mientras ella abría y cerraba su boca. Cuerpos

corrieron hacia la casa. Limpió su rostro, dio un paso adelante. La oscuridad la

amenazó, curvándose en los bordes de su visión.

Dos bomberos, maniobrando la enorme manguera, se apresuraron hacia el interior de

la casa en llamas. Una mano la agarró del brazo.

—¿Señora? ¿Se encuentra bien?

La profunda voz de barítono envió estremecimientos a cada una de sus terminaciones

nerviosas. Un suave trago de Jack Daniels luego de un largo período de sequía,

calentando los dedos de sus manos y sus pies. Y otras partes, también. Buen Dios,

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Katherine Frances, enfócate. Levantando su cabeza, se encontró mirando el más amplio

pecho que jamás hubiera visto, incluso teniendo en cuenta su abultada chaqueta.

—¿Señora? —Él se acercó más, con preocupación evidente en su tono.

Kat elevó más su barbilla. Mucho más. Un gigante de hombre, aproximadamente del

tamaño de un portaaviones se cernía sobre ella, diciendo algo más. Ensombrecidos

bajo el ala de su sombrero, notó la línea de su mandíbula fuerte y cuadrada. Labios

llenos y sensuales. Ojos oscuros.

—Estoy… bien —dijo con voz ronca. Y rápidamente arruinó la afirmación al aferrarse

a su pecho por un pulmón. Los bordes negros giraron en espiral hacia el interior, los

mareos ganando, el montañoso hombre desapareciendo. ¡Oh, no!

A pesar de sus mejores esfuerzos, Kat hizo algo que jamás había hecho en sus

veintinueve años.

Colapsó en los brazos de un completo desconocido.

***

Howard se abalanzó hacia adelante, capturando a la mujer mientras sus rodillas se

doblaban. La cogió con poco esfuerzo, acunando su suave cuerpo contra su pecho. El

miedo lo pinchó, junto con la irritación. Jesús, ¿cuándo aprendería la gente a dejarles

los asuntos peligrosos a los profesionales?

Su mejilla descansaba contra su chaqueta mientras la cargaba rápidamente de regreso a

la ambulancia, su cabello haciéndole cosquillas en su nariz y barbilla. Llevaba la

sedosa masa rubia recogida en la parte superior de su cabeza con algún pequeño

artilugio, el cabello era una fuente que brotaba en todas direcciones, golpeando su

rostro con cada paso, haciéndolo querer estornudar. Y acariciarlo con su boca,

también.

Amaba el cabello rubio. Y cuerpos exuberantes y con curvas como el suyo. Nada de

delgados, esqueléticos cuerpos hambrientos permitidos. Un tipo grande como él

necesitaba una mujer que pudiera tener un buen agarre sobre él. Una mujer real.

Suficientes amortiguadores para…

Eres un perdedor patético, Six-Pack. Enfócate.

Muy cuidadosamente, la bajó hasta el suelo sobre su espalda. Tomando su muñeca

entre sus dedos pulgar e índice, se obligó a concentrarse en su pulso. No en la forma de

reloj de arena de sus caderas en esos vaqueros de tiro bajo ajustados a su piel.

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¡Shazaaam!

O esos pechos de muerte orgullosamente levantados contra la ajustada camiseta de

tirantes.

¡Ka-pow!

O el juvenil pequeño diamante en el ombligo que se asomaba por debajo del borde de

su camiseta enganchada hacia arriba.

Gimió bajo en su garganta, su libido hambriento enviando fervientes señales de

apreciación hacia su ingle.

Mátenme ahora.

Dios, este había sido un turno malditamente largo. Ellos ni siquiera habían

intercambiado un saludo y él ya estaba pensando con la parte de su anatomía

hambrienta de sexo. La señorita había sido herida, por amor de Dios. Su trabajo era

proporcionar ayuda, no comerse con los ojos a la pobre muchacha hasta que muriera

por inhalación de humo.

Cogió una máscara de oxígeno y un estetoscopio de la ambulancia, se arrodilló a su

lado otra vez, y escuchó sus pulmones. No sonaba totalmente claro, pero no estaba

mal.

Concluyendo que sus signos vitales eran mucho más estables que los suyos propios,

presionó la máscara sobre su boca y nariz, la ansiedad formando un nudo frío y duro

en sus entrañas. Por qué, él no lo entendía. Como paramédico capacitado, había hecho

esto cientos de veces y sabía cuándo una víctima estaba en peligro de perder la vida.

Esta no lo estaba.

Pero la observó atentamente, estudiando los signos de reactivación. Largas pestañas

leonadas descansaban contra sus mejillas de porcelana, manchadas de negro por aquí y

por allá. Delicadas cejas a juego de arqueaban sobre sus párpados, acentuando una

frente alta y lisa. Adivinado, él posicionó su edad como varios años más joven que él.

Fresca y hermosa incluso con un poco de hollín en su rostro, pero no una niña ni por

asomo.

Tanner, quien había estado explorando el perímetro de la casa, manteniendo el

seguimiento de la posición de todos y el progreso en el sometimiento de las llamas,

corrió hacia él.

—¿Cómo está? —preguntó el capitán, empujando su sombrero hacia atrás.

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—Estará bien. Debería estar de regreso de un momento a otro. —Eso esperaba. Su

mandíbula se tensó.

—¿Alguna idea de quién es?

—Ni siquiera una pista. ¿Vecina, buena Samaritana? —Podía apostar su dulce culo a

que lo averiguaría, sin embargo.

—Probablemente pertenezca a ese coche estacionado en la calzada al otro lado de la

calle. La puerta del conductor está completamente abierta —observó Tanner.

Howard arrancó la mirada de su diosa rubia lo suficiente para lanzar una mirada de

reojo al Beamer rojo. Él no caería en esa lata de sardinas ni en un millón de años.

Sacudiéndose ese extraño pensamiento, miró a Tanner.

—¿Cómo van las cosas al interior de la casa?

—Eve y Tommy están trabajando en el segundo piso. El fuego de la planta baja ya fue

controlado, pero los daños son grandes. El jefe de batallón y los camiones de las

compañías de las Estaciones Tres y Cuatro están en camino. Vamos a tener que llamar

a la división de incendios provocados en este caso, mi amigo. —La expresión de Sean

era sombría.

La chica se movió, y él frunció el ceño, intentando dividir su atención entre ella y

Tanner.

—¿Sí? ¿Qué ocurre?

—Nadie está en casa, pero el punto de origen parece ser el centro de la sala de estar. El

incendio asciende por las escaleras de forma precisa y limpia. Tenemos un maldito

trabajo de antorcha.

—Oh, hombre. Eso apesta. ¿Por qué…?

Lo sea que hubiera estado a punto de decir se perdió cuando uno de los miembros del

equipo se tambaleó a través de la puerta delantera y bajó los escalones del frente,

arrancándose la máscara de rostro negra de su ARAC: Aparato de respiración auto-

contenida.

Tommy. No necesitaba ver el apellido de Skyler estampado en la parte posterior de su

chaqueta en letras reflectantes para saber. Tommy era alto, de hombros anchos; Eve

era más pequeña y delgada.

Sean se dio la vuelta.

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—¡Skyler! ¿Qué demonios?

Tommy se liberó de la máscara, se quitó su Air-Pack, lanzó ambos a un lado, y cayó

de rodillas en la hierba. Doblándose, comenzó a vomitar.

Sean se fue. Abandonando su posición en la esquina de la casa, Julian hizo lo mismo.

Un frío siniestro se curvó a través de Howard. ¿Skyler, literalmente en el suelo? Nada

derrumbaba a ese chico. Jamás. Sorprendido, Howard miró a la mujer para

encontrarla parpadeando en su dirección. El alivio floreció, junto a una nueva

urgencia.

—¿Señora, se encuentra bien?

Ella dudó. Luego asintió.

Él esbozó una gran sonrisa, dándole su mejor comportamiento tranquilizante.

—¡Excelente! Esto es oxígeno, y va a hacerla sentirse mejor realmente rápido. ¿Puede

sostener la máscara por un minuto, de esta forma? —Tomó una de sus manos y la guió

a su rostro. Ella asintió otra vez, sosteniendo la máscara en su lugar—. Buena chica.

No te muevas, ¿está bien? Ya regreso.

Dejar el lado de la víctima era un gran NO HACER. Iba en contra de sus instintos,

también. Pero mientras trotaba hacia el pequeño grupo que se amontonaba en el

césped, no tenía que ser un síquico para saber que la situación estaba a punto de

volverse mucho peor. Sean se puso de cuclillas junto a Tommy, aparentemente

esperando a que el chico se recompusiera lo suficiente para hablar. Julian estaba de pie

junto a él, pero Eve aún no había emergido de la casa. Zack permaneció junto a la

quinta, manejando la bomba y los indicadores, sus manos llenas por el momento.

El sombrero de Tommy yacía en el césped a unos metros de distancia. El cabello rubio

aplastado contra su cráneo, un par de mechones colgando sobre su rostro, bañado en

sudor. Sus manos aferraron sus muslos y levantó sus pálidos ojos azules hacia

Howard, completamente abiertos con horror.

—Teniente —susurró Tommy. Su garganta tragaba convulsivamente—. En la planta

superior… Dios mío…

Intercambiando una rápida mirada de preocupación con Sean, Howard puso una

mano sobre el hombro de Tommy.

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—Tranquilo, chico. Inhala y exhala. Lentamente. —Su presencia parecía tener un

efecto calmante sobre el joven bombero. Luego de darle un momento, Howard

continuó—: Ahora, primero que todo. ¿Está bien Eve?

—Ella está bien. El fuego está controlado. Ella me dijo que saliera, pero sé que no

debería haberla dejado, señor. Lo siento, pero es sólo que… —Cerró sus ojos,

temblando—. N-nunca he v-visto nada como eso antes. Oh, Cristo.

Sí, el chico estaba hundido hasta el cuello en problemas por abandonar a su

compañera.

—Recuerda, respiraciones profundas. ¿Qué fue lo que viste?

—Un c-cuerpo, en el dormitorio principal. Eso está e-esposado a la maldita cama.

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Traducido por rihano

Corregido por majo2340

sombrado y en silencio. Howard se recuperó primero.

—¿Esto? ¿No él o ella?

—No se puede decir lo que solía ser. Hay sólo una p-persona carbonizada

sin cabello, todo desparramado e hinchado como un cerdo asado…

—Hijo de puta —dijo con voz áspera Sean, haciendo una mueca de dolor—. Voy a

radiar a la policía. —Se puso en pie y se dirigió hacia la quinta mientras el jefe de

batallón y otro camión rodaban hasta parar en la calle.

Julián juró, mirando hacia abajo a Tommy. Inmediatamente, el joven se dio cuenta.

—Mierda. —Gimió Tommy, empujándose sobre sus pies—. Me había olvidado de la

familia del capitán. ¿Cómo pude ser tan estúpido?

—No sé, idiota. —La cara de Julián se torció con un gruñido—. ¿Cómo pudiste? Estoy

seguro de que eso romperá la regla de ir ―Dos adentro, dos afuera‖ mucho mejor para

tu ignorante culo.

—Lo siento. Voy a hablar con él más tarde. —Tommy miró sus botas, el retrato de la

miseria.

Howard puso en pie.

—Ya basta, Jules. Vamos a alimentar tu semana en el mierdómetro y ver la manera

como entras en la tabla de posiciones, ¿eh? —Romeo cerró su boca. Bueno—. Tommy,

no te preocupes por molestar a Sean. El hecho es, que él va a ser sorprendido por los

escenarios que le recuerdan cómo murió su familia. No hay manera de evitarlo en este

trabajo, y él sabe que eso no culpa de nadie, especialmente tuya. ¿Lo tienes?

Con mano temblorosa, Tommy se apartó el pelo húmedo de sus ojos.

A

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—De todos modos, quiero pedir disculpas. No puedo creer que lo olvidara de esa

manera.

Por Dios, soy el padre de todos. Nunca voy a tener hijos, así que Dios me dio a estos

chicos a cambio de eso. No es que sea exactamente un canje. Podría ser más joven que

Sean por cinco años, pero se sentía antiguo como un extraño fósil. Sólo por una vez,

¿no podrían todos limpiarse sus propios culos?

—Está bien, habla con él. Pero si se pone desagradable, no lo tomes como algo

personal —recomendó Howard—. Yo soy su mejor amigo y apenas se está abriendo a

mí.

La respuesta de Skyler se la perdió Howard, mientras miraba hacia su mujer

misteriosa. Desde que el otro camión había llegado, Knight había salido de la quinta y

estaba hablando con la chica, ayudándola a sentarse, su mano envolviendo las de ella.

Zack dijo algo que la hizo levantar la barbilla y agraciar al Chico Maravilla con una

sonrisa cegadora. Zack se la devolvió.

Y él no había soltado su mano. Aún.

—Discúlpame —murmuró Howard, dejando a Tommy y a Jules ―el Dolor‖

mirándolo.

Él se acercaba al amistoso par como un misil guiado por calor. Su habitual parangón

de paciencia y amor fraternal tomó un último aliento de aire y gruñó. Pensamientos

irracionales y violentos invadieron su cerebro cansado. Como agarrar a un genio

residente de nivel A y apretar con sus propias manos hasta que sus ojos salieran y se

fueran rodando por la calzada.

Un año sin sexo, tu mano no cuenta, coronado por veinticuatro horas sin dormir le

hace cosas malas a un hombre.

Ante su aproximación, Zack lo miró y sonrió.

—Hola, Six-Pack. Tu paciente está listo para dar vueltas. Solo le decía a la señorita

McKenna…

—Te necesito en la casa para ayudar a supervisar los trabajos de limpieza. Ahora.

La sonrisa de Zack decayó ante su tono seco, y parpadeó detrás de sus gafas con

montura metálica.

—Pero ese no es…

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—Tu trabajo. Lo sé. —Suspiró, lamentando haber estallado. Knight era un miembro

superior del equipo, muy respetado, por no mencionar dotado con un CI de 150. Un

hombre que todos esperaban se hiciera capitán un día. Zack y la señorita McKenna lo

miraban con incertidumbre.

—Cuando termine con el paciente, te ayudo. El capitán cuidará el camión por ti

mientras espera a la policía.

Las cejas oscuras de Zack se fruncieron.

—¿Por qué? ¿Qué está pasando?

—Tenemos un cuerpo en el interior, posible homicidio. Está muy quemado.

Sus ojos se encontraron con los sorprendidos azules de Zack, y en silencio

reconocieron la gravedad del efecto que debe estar teniendo en Sean.

—Ah, mierda. —El joven sacudió la cabeza—. Yo vi a Tommy salir corriendo. Estaba

en camino, pero tuve que parar y comprobar al paciente primero. Sí, me encargaré de

la escena, asegúrate de que el fuego se haya extinguido y no otra cosa sea tocada. El

capitán no tiene que ir adentro.

—Gracias, hombre. Te lo debo.

—Olvídalo.

Con eso, Zack se levantó y se dirigió hacia la casa. A hacer mi trabajo porque yo tenía

que ver a la muchacha. Una violación poco característica de la etiqueta para un tipo

regido por las reglas como yo. Howard aplastó una ola de culpa.

—¿Cuerpo? —chilló la mujer, encontrando su voz al fin—. ¿Un cuerpo muerto? ¿En la

casa de Joan y Greg?

Oh, hombre. Él era un idiota sin duda por mencionar una víctima frente a ella.

Él miró su cara en forma de corazón. Linda, decidió, en lugar de una belleza clásica.

No uno de esos cuerpos duros de amazonas que andaban en su gimnasio, sudando los

dones con los que Dios las bendijo. No la señorita McKenna.

Su hermoso rostro era tan suave y redondeado como el resto de ella. Labios carnosos,

besables. Como una fresa madura, jugosa, pidiendo a gritos ser arrancada. Ooh, un

soltero asesino antropófago. Ella lo miró, esperando una respuesta.

—Me temo que sí. —Rebuscó para dar una respuesta inteligente—. ¿Usted conoce a la

gente que vive aquí?

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Ella asintió, haciendo del lindo cabello algo caliente.

—Joan y Greg Hargrave. Están en un crucero con mis padres, que viven al otro lado

de la calle. —Ella señaló con el pulgar hacia la mini mansión agazapada detrás de su

coche.

—He estado viniendo a revisar las cosas. Entrar el correo, regar las plantas. Cuando

entré en el camino de entrada de mis padres, salí, y vi el fuego por las ventanas, y

llamé al 911.

Hablando debió haber irritado su garganta reseca. Hizo una pausa y se cubrió la boca,

tosiendo un par de veces. Él se inclinó hacia delante preocupado, instintivamente

enroscando sus dedos alrededor de los suyos.

—Tenemos un poco de agua embotellada en la quinta. ¿Puedo conseguirle una,

señorita McKenna?

Tragando, le envió una sonrisa temblorosa.

—Eso estaría bien.

Más rápido de lo que jamás se había movido, tomó una botella y volvió a su lado.

Torciendo la tapa, se la entregó, viendo mientras ella le enviaba una sonrisa torcida.

—Gracias, eres un muñeco.

Se quedó mirando con fascinación la columna de su garganta mientras ella inclinaba

su cabeza hacia atrás y tomaba un largo trago de agua. ¿Un muñeco? ¿Él, un animal

que medía seis-seis y superaba los dos sesenta en el peso?

Muñeco. Un apelativo cariñoso. Ella probablemente utilizaba esa frase todo el tiempo,

con todo el mundo.

Pero la forma en que lo dijo, cálido y sin aliento, como si realmente lo quisiera decir,

hizo que por dentro diera divertidos saltos. Estúpido.

Ella bajó la botella, la cubrió, y se limpió la boca con el dorso de la mano.

—Kat.

¿Gato? Miró a su alrededor.

—¿Lo siento?

—Mi nombre. Katherine con una K, pero mis amigos me llaman Kat. Srta. McKenna

es lo que mis alumnos me llaman.

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—¡Oh! Seguro. Kat —murmuró, probando el nombre. Sí, Kat. Todo, suave y de ojos

verdes, perfecto para acariciar y hacerla ronronear—. Como más le guste. Soy el

teniente Howard Paxton. Por favor, llámeme Howard.

Llámame lo que quieras, mientras te tenga sobre tu espalda, hundiendo mi po…

—¿No Howie? —Hoyuelos mostrándose en su mejilla.

Él soltó un bufido.

—Dios, no. El último tipo que me llamó así terminó con un labio partido.

Julián pasaba, enrollando una manguera.

—Claro que sí. Cabrón. —Él siguió su camino, desapareciendo por el lado de la

quinta.

—¡Oye, eso fue un accidente! ¡Y ochenta y seis, cuida el lenguaje en torno a la dama!

—dijo Howard. Pelmazo.

Kat se rió.

—¿Siempre dejas que tus hombres te hablen así, Howie?

Él arqueó una ceja y frunció el ceño, satisfecho secretamente de que ella se sintiera

bastante cómoda en su inminente presencia para gastarle una broma.

—Hmm. Una mujer con una veta peligrosa. Del tipo que le gusta correr a una casa en

llamas con una jodida manguera de agua.

—Culpable de los cargos. Yo no podía solo estar allí parada como una idiota, para

todo el bien que podía realizar.

Él se echó a reír, incapaz de ayudarse a sí mismo.

—¿Idiota? No he oído esa palabra desde que yo era un niño. ¿Qué grado enseñas?

Ella se erizó un poco.

—Primero. Y sin comentarios sarcásticos acerca de cómo no parezco o actúo como

una maestra, sea lo que sea que signifique. Tengo mucho de eso.

—Creo que significa que no eres el estereotipo de vieja uva pasa seca usando un

vestido overol con figura de manzana y una expresión amarga porque tu vida te ha

pasado —señaló—. Yo lo tomaría como un gran cumplido.

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—Santa vaca. Déjame adivinar, describiste a tu maestra de primer grado. —Una

sonrisa divertida jugando en sus labios.

—Sí. Supongo que describí a la vieja, descanse su alma negra. Solía golpear el dorso de

nuestras manos con una regla para que prestáramos atención.

—Bueno, cuando lo pones de esa manera… —Kat suspiró—. Solo que me canso de ser

juzgada por mi apariencia. La gente me da una mirada y suponen que posiblemente no

podría ostentar un título superior en educación.

Si alguien podría referirse a ser juzgado en base a la apariencia, podría ser él, pero su

experiencia en esa área no era toda negativa. Particularmente en lo referente a la

persuasión femenina. Un típico punto de vista de soltero que sospechaba que esta

dama no apreciaría.

Volviendo a un tema seguro, le preguntó:

—¿Por qué venir tan tarde un sábado en la noche? O domingo por la mañana, diría, ya

que son casi las dos.

—Estaba fuera con unos amigos esta noche. No pude venir más temprano hoy, y la

parada estaba de camino a casa. —Ella se estremeció—. Después de llamar al 911, me

pareció oír un grito. Muy espeluznante. Es por eso que corrí hacia la casa, pero cuando

las sirenas sonaron en la distancia, pensé que estaba equivocada.

—¿Alguna idea, de quien es el cuerpo que se encuentra dentro? ¿Los Hargraves tienen

hijos, cualquiera a quien podrían haber invitado para una cita?

—No. Sus hijos ya son grandes y están dispersos. Greg siempre habla de cómo la casa

es demasiado grande para ellos dos con todo el mundo ido, pero Joan no quiere

vender. A ella le encanta este lugar —dijo Kat con tristeza—. Pero, ¿quién querría

quedarse después de que alguien fue asesinado en tu casa?

Dedos fríos rozaron la nuca de Howard por segunda vez esta noche.

Algo malo había ocurrido aquí, y Kat conocía a la familia propietaria de la casa. Y si

ella hubiera llegado un minuto o dos más temprano…

—Oh, Cristo. —Miró alrededor, buscando más allá de las luces intermitentes de los

vehículos de emergencia.

—¿Qué?

—Piensa. ¿Viste a alguien en el camino hacia el barrio, ya sea a pie o conduciendo?

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—Sólo a un hombre en una camioneta oscura, ¡espera un minuto! Tú no crees que

pasé al asesino, ¿o sí? —Ella palideció, presionando una mano temblorosa en su boca.

—No sé. Yo no soy policía. Es posible, aunque, quiero que les digas todo lo que

puedas recordar. Y sé muy prudente durante un tiempo. Mantente segura y aléjate

cuando los policías terminen de interrogarte. No te quedes, y cuando regreses a revisar

la casa de tus padres, trae a un amigo, ¿de acuerdo?

Ella asintió con la cabeza, los ojos redondos.

—Está bien.

La había asustado. Infierno, él se había asustado. Pero mejor paranoica que muerta.

—Hablando de policías, aquí están. Será mejor que vaya a hablar con ellos.

—Seguro. —Él miró hacia donde una patrulla negra y blanca se había detenido en la

calle, al lado de la acera. Su corazón se apretó ante la idea de dejarla ir sin saber si

estaría a salvo—. ¿Te sientes mejor? ¿Debería llevarte al hospital, tal vez para que ellos

tengan un buen vistazo de tus pulmones?

—Oh, no. Estoy sonrosada, en realidad. ¿Me ayudas a parar?

Empujando sus pies, le ofreció su mano, la cual ella tomó con una sonrisa. Su pequeña

palma completamente desaparecida en la suya mientras la iba levantando. Mirando su

cara bonita, buscó una excusa, no importa lo poco convincente, para verla de nuevo.

Antes de que pudiera formar una, Kat se puso de puntillas, se apoyó en su pecho, y le

plantó un beso en la mejilla.

—Gracias por rescatarme, gran hombre. —Llegó a él, tocó su rostro pensativamente,

como si estuviera sopesando una importante decisión—. Adiós, Howard.

Ella se volvió y comenzó a avanzar a través del césped, hacia el policía barrigón

saliendo de la patrulla. Y como un idiota, la siguió con la mirada, sin palabras, el

soldado por debajo de su cinturón preparado para una salva de veintiún cañonazos. Su

piel estremecida por su beso y la sangre corriendo en sus oídos. ¡Párala!

Pero ella le había frito el cerebro y pasado a través de una licuadora. O tal vez era

desesperanzadamente inepto para comunicarse con mujeres como Kat. Mujeres

agradables con inteligencia y atracción sexual.

Justo ahora, vendería su alma por una onza del suave carisma de Julián.

De pronto, Kat se volvió hacia él de nuevo.

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—Ah, y ¿Howard?

—¿Sí?

—Para tu información, mi número está listado.

Con su tiro de despedida, ella desfiló, balanceando las caderas, y dejándolo con la boca

abierta. Poco a poco, una gran y cursi sonrisa se extendió a través de su cara. ¡Anotó!

Nada más que en la red.

A su lado, un suave silbido de apreciación flotó en el aire.

—¡Caliente! Un poco más cargada en el maletero de lo que me suelo gusta, pero ¿y

qué? Apuesto a que la rubia nunca ha experimentado el inigualable placer de un

amante latino con caliente sangre caliente corriendo por sus venas. Lo mejor de ambos

mundos, ¿eh?

El pecho le apretó.

—Podrías intentarlo, Jules. Pero entonces tendría que aplastarte como el molesto

mosquito que eres. Dolorosamente.

—Tocado —se rió—. Sabes, tal vez Howie no sea un chico aburrido, después de todo.

Dejó ir la puya. Las sensaciones barriendo lo que había creído mucho tiempo muerto.

Despertando sus sentidos como saliendo de un coma. Por primera vez en años,

mantuvo la esperanza de que mañana no amaneciera solo como otro solitario e

interminable día. Un estremecimiento de emoción cantó en su sangre, a sabiendas de

que vería de nuevo a Kat. Pronto.

Más allá de mañana, ¿quién sabía?

A pesar de su alegría, el cosquilleo en la parte posterior de su cuello regresó. Como el

diablo mirando a un hombre caído, invisible en las sombras. Una presencia

amenazante tirando de las cuerdas, haciéndolos a todos bailar cualquier melodía

retorcida que había elegido.

—Cristo, necesito dormir un poco —murmuró, frotándose los ojos.

Pacífica e ininterrumpida cerrada de ojos. Tal vez dulces sueños con su ángel

mantendrían las pesadillas a distancia, solo por una vez. Por favor, Dios.

El resplandor prometedor de la atrevida invitación de Kat comenzó a desvanecerse, el

sentido común regresando a clavar su corazón con garras viciosas.

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Un hombre no puede existir solo de deseos y sueños. Duele mucho cuando tu corazón

es arrancado.

Él había aprendido esa lección hace una vida atrás, y aprendió bien. A veces, el

vínculo más inquebrantable en la tierra no es suficiente para mantener a la persona que

amas y depender de la mayoría.

Pero el beso impulsivo de Kat había sido cálido y sólido, no un sueño. Un bálsamo

más sobre esas viejas y dolorosas heridas.

Soltando un suspiro cansado, caminó para unirse al resto del equipo. Un hombre que

había estado despierto veinticuatro horas no tenía por qué meter un palo en un agujero

de tejón. Después de que estuviera inconsciente por un par de horas, el mundo se

enderezaría otra vez.

¿Y esta ridícula picazón entre los omoplatos? Historia. Tenía treinta y seis años de

edad, por amor de Dios. No había demonios que acecharan en las sombras, esperando

para devorarlo.

Justo del tipo de carne y sangre, y ellos estaban muertos y enterrados.

Mira al hervidero de pendejos sin idea, un montón de hormigas en un montículo

pateado. Corriendo a salvar las ruinas. Consiguiendo la primera probada de su poder.

Frank sonrió. Tan jodidamente simple, la verdad, literalmente, mirándolos a la cara.

Ellos investigarían, probarían, tomarían muestras, fotografías, la autopsia. Y al final,

se encontrarían exactamente con lo que había previsto. La verdad no estaba en el que o

el cómo, sino en el por qué. Un paso atrás para los detalles, muchachos, y ver el

panorama completo.

Y ellos lo harían, con el tiempo. Buscarían el patrón, y él con mucho gusto los

complacería.

Él tenía el control del tablero de juego, y ellos eran sus piezas para mover a su antojo.

El patrón conduce al móvil. Luego, las apuestas suben, y el juego se convierte en una

carrera de nervios hasta el final la línea. El ganador se lleva el premio.

Venganza.

—Llegaré en primer lugar, porque yo escogí el destino. —Rió entre dientes—. Sí,

sabrás mi nombre, pedazo de mierda.

En un punto del juego, los demás también. La recompensa no carecía de riesgos.

Quería, necesitaba, que todos ellos aprendieran quien había arrastrado a todo el

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Departamento de Bomberos de Sugarland en el abismo del infierno, y por qué. Él lo

anhelaba como la heroína, este loco deseo de sentir su impacto y el horror

precipitándose a través de él cuando comprendieran por qué el maestro del juego se los

había tirado por el culo. En más de un sentido.

—Pero tú tendrás que descubrirlo ante los demás. —Disfrutando de la idea, cambió de

lugar en su escondite—. Voy a apretar el tornillo hasta que te rompas bajo la presión.

Hasta que pidas misericordia y caigas de rodillas. Y cuando estés derrotado, como el

mestizo que eres, voy a rasgar tu corazón.

Entrecerrando los ojos, observó desde un punto de vista más cómodo a su presa

dirigiéndose al equipo. Un hombre entre los hombres. Sería un necio subestimar el hijo

de la gran puta, extremadamente poderoso no sólo debido a su tamaño, sino a su

presencia. Ellos estaban pendientes de cada palabra suya, corriendo como ratones a un

movimiento de su mano. Una razón más para odiar al teniente.

Ellos no saben la verdad.

Sería muy fácil obtener un rifle de alta potencia con alcance y simplemente tomar su

lastimoso culo. Joder esta mierda.

Cuidado. Aprovecha la rabia. Juega el juego.

Y añade una nueva pieza al tablero, la mujer.

Maldita sea, la perra lo había visto. La pregunta era, ¿Qué tan bien? Sin duda, ella

había conectado el fuego con un hombre que conducía una camioneta oscura, saliendo

de la calle desierta mientras ella había estado doblando la esquina. Diciéndole a la

policía acerca de un extraño que no tenían nada que ver con esta comunidad,

soñolienta y de personas mayores de clase alta, en horas de la madrugada.

Ahora tendría que deshacerse de la camioneta. Trasladarse a otro condado y cambiarla

en algún oscuro lote donde nadie requiere una maldita muestra de ADN para hacer

negocios. Dinero contante y sonante.

Su mandíbula apretada por la ira. Dos días de cubrir la zona, estudiando idas y venidas

de los residentes, escogiendo la casa vacía perfecta, sólo para tener a la mujer

presentándose de forma inesperada.

Él había observado a mejillas dulces recoger el correo y los periódicos, ambos de las

tardes anteriores, realizando las tareas menores de un amigo o pariente dejándose caer

para verificar las cosas, mientras los propietarios estaban fuera de la ciudad. Diez

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minutos por casa, entrar y salir. La tonta puta podría también haber publicado un

aviso en el patio gritando ¡ESTAS PERSONAS ESTAN DE VACACIONES!

Escoger entre las dos residencias para su plan había sido simple. Al igual que con

muchas de las casa más viejas, los complacidos propietarios nunca habían llegado a

instalar un sistema de alarma.

Sorpresa, chicos y chicas. La vida apesta.

Así de fácil, sus planes se llevaron a cabo sin ningún problema… hasta la chica

presentaba un reto, un nuevo giro a la diversión.

Por supuesto, tendría que disponer de ella, aunque quizá no de inmediato. Las chispas

volando entre la bella y su bestia habían comenzado casi otro incendio. No había

realmente ninguna consideración sobre los gustos de una mujer en cuanto a hombres,

aun si ella era una puta.

Interesante y potencialmente útil, sin embargo. Que una relación floreciera entre ellos

sería un regalo que el cielo dejó caer en su regazo. Utilizar a la dama del teniente como

la herramienta final de su destrucción, la última recuperación de la inversión. La ironía

suprema.

Robar lo que más aprecias, de la forma en que me robaste. Por Dios, que pagarás.

Así que él observaría, esperaría. La atracción del uno por el otro debería crecer sin

fructificar, bueno… sin daño, ni falta. En ese caso, tendría que mantener el plan

original.

Antes de que Howard Paxton diera su último suspiro, se arrepentiría del día en que

había nacido.

Hora de que el hijo de puta sin valor se una al club.

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Traducido por sophie12 y Susanauribe

Corregido por Anne_Belikov

or lo general, Kat prefería dormir desnuda. Aquí, en la intimidad de su

apartamento, en la oscuridad de su habitación, ella se podía sentir sexy.

Femenina. Cerraba los ojos, dejando que las sábanas acariciaran su piel

desnuda, y fingía. A veces imaginaba que el toque del algodón de las sábanas era la

palma de la mano de un hombre, casi rozando, explorando. En su fantasía, este

hombre detestaba las delgadas supermodelos. Adoraba sus curvas regordetas, adoraba

cada centímetro de ella.

Esta noche, la desnudez sólo la dejó sentirse horriblemente expuesta.

A pesar de los pijamas que se había puesto como una armadura contra el hombre del

saco, se puso a temblar. Una reacción retardada.

Ella se deslizó entre las crujientes sábanas frescas, con un suspiro agradecido,

moviéndose para hacer un capullo caliente. Su refugio, aunque una ilusión. Una larga

ducha caliente había lavado el sudor y el olor a humo, pero no tuvo efecto positivo

alguno sobre la nube negra que de repente pendía sobre su cabeza.

Dios, esa pobre persona, quienquiera que fuera él o ella. Que aterrorizante debe haber

sido quemarse hasta morir, eso si esa persona no había sido asesinada antes del

incendio. ¡Qué horrible tener a un psicópata suelto en la ciudad, probablemente

orgulloso de lo que había hecho!

Howard dijo que ella podría estar en peligro, un pequeño detalle que había olvidado

mencionar a sus padres ansiosos cuando habían recibido su mensaje de emergencia y

llamado por teléfono desde el barco. El policía regordete con la personalidad de un

ladrillo había estado de acuerdo. ¿La brillante sugerencia del representante de la ley?

Conseguir un perro patea culos. Claro. Robocop no tenía que pagar el enorme depósito

P

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de la mascota, sacarlo a caminar, o limpiar la mierda de la alfombra cuando se enojara

porque te habías ido demasiado tiempo.

Olvida al perro. Un hombre grande patea culos, por otra parte…

Mmm. Howard no haría pis en la alfombra, tampoco. Oh, el tipo probablemente tenía

varios desagradables y molestos hábitos. La mayoría de los hombres los tenían. Lo que

no daría ella por conocer todos y cada uno de ellos.

—El teniente Howard Paxton —dijo ella, probando.

Fuerte y sólido, como el hombre mismo. Un tipo grande con el que nadie en su sano

juicio se metería. Sin embargo, era reservado, casi tímido, al menos cuando él había

hablado con ella. Había estado tan solícito, genuinamente preocupado. Lo mejor de

todo, él la había hecho sentirse pequeña y delicada. No significa poca hazaña para una

mujer —construida como una letrina de ladrillos—, de acuerdo con su último novio,

Rod la Comadreja.

Bueno, Howard era un bombero. Un héroe de la vida real. Por supuesto, el hombre

trataba a todos con el mismo cuidado suave. Él estaba haciendo su trabajo, eso es

todo. Aun así…

¿Qué aspecto tenía fuera del abrigo, sin la sombra de su sombrero ocultando su

cincelada estructura ósea? Maldita sea, si ella hubiera visto el pelo, el color real de sus

ojos oscuros.

Aun así, en la química verdadera no lo era todo sobre apariencias, se recordó. Ella no

necesitaba babear sobre su cuerpo fabuloso para sentir el zumbido maravilloso

disparase directo a sus pies simplemente por estar cerca de él, hablando con él.

No hay duda. Howard tenía ese algo misterioso. Ese escurridizo y mágico algo que

hacía a una mujer olvidarse de respirar. Casi como si él la hubiera reconocido al nivel

más primitivo, la llave en la cerradura. El encuentro no se parecía a nada que jamás

hubiera experimentado.

Y lo había echado a perder por actuar como un estereotipo de rubia tonta insistente,

cuando no podía estar más lejos de la verdad.

FYI —Para tu información—… mi número está en la guía.

—Jesucristo, en patines, Katherine Frances. —Su cara se calienta a la memoria—. Si él

se hubiera preocupado lo suficiente, él lo hubiera averiguado por sí mismo.

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Tanto para el cósmico baño entre hombres y mujeres. El pobre hombre probablemente

salió corriendo y gritando a las colinas, agradecido de haber escapado de sus afiladas

garras. Después de que él metió la lengua hacia atrás, por supuesto. Era un hombre,

tan propenso a sus debilidades como cualquier otro, si la expresión de estupor en su

atractivo rostro era una indicación.

Que la dejó sola y cargando con más preocupaciones que cuando se despertó por la

mañana. El monstruo peludo de las grandes ligas debajo de la cama. Mierda.

Sus padres absolutamente no podían saber que podría haber visto al

incendiario/asesino, y viceversa. Su hermana, Grace, lo podía manejar, pero el

corazón de papá no podía soportar la tensión. Así, las vacaciones obligadas después de

abandonar su firma de abogados y lo que debería haber sido un relajante crucero con

los amigos. Hora de la verdad, tendría que mentirles a la cara, y la idea la hizo

temblar. Siempre había una mentirosa patética, sobre todo a las tres personas que más

amaba en el mundo.

—Un bonito lío, Ollie. —Se enterró más profundamente en las sabanas.

El amanecer se había deslizado a través de las persianas y por la alfombra con un

pálido, naranja y oro. Por el momento sus párpados caían finalmente en la derrota. A

medida que se hundió en la inconsciencia, la visión de un hombre grande, sexy

alzándola sin esfuerzo en sus brazos, sin perder un disco en su baja espalda.

Ella sonrió en su almohada. En su caso, el semental bombero la revivía usando

decadentes, deliciosos métodos que pertenecían a las portadas del romance erótico.

Por primera vez en meses, las fantasías no eran suficientes.

Su último pensamiento antes de dormir fue que tal vez —sólo tal vez— estaba lista

para darle otra oportunidad a la realidad.

A él le encantaba el jardín por la noche.

No había gritos. No había azotes.

Este era su bosque mágico, y aquí la bruja buena lo protegía del malvado trol. Ella

rociaba su polvo por todas partes, y nadie más podía entrar.

A él le gustaba esconderse en las filas de las plantas. Especialmente el maíz y los

tomates. Ellos eran los más altos si bien algo delgados. Eso estaba bien, porque él era

muy flaco también.

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Pero había crecer grande un día. Más grande que las plantas de tomate o los tallos de

maíz. ¡Más grande que su casa de mala muerte!

Y cuando lo hiciera, su papá no podría golpearlo nunca más.

La tierra se sintió bien entre los dedos de los pies. Suave y fresca. Les retorció más en

el suelo, deseando poder encontrar una lombriz de tierra.

Tocó una hoja plateada, le sonrió a las viñas rizadas y a las verduras. ¿Habría

montones y montones de jugosos tomates rojos este año? Se esperaba que así fuera.

Mamá los utilizaba en la salsa para espagueti.

Gritos, voces airadas, llegaron a sus oídos.

¿Quién estaba en su jardín? ¡El polvo mágico no funciona!

Un golpe sordo. Una palabra malsonante.

Se detuvo, mirando hacia abajo la larga hilera de plantas, el corazón en su pecho

delgado. La luz de una linterna hacia atrás y hacia delante, buscando. Instintivamente,

se quitó del camino, escondiéndose entre las hojas.

En el resplandor de la linterna, vio a un par de piernas y…

Sus ojos se abrieron redondos. El miedo le obstruía la garganta, impidiéndole gritar.

Se apartó. Tropezó y cayó al suelo sobre su trasero. Se puso de pie de un brinco y salió

corriendo.

¡No! ¡Vete!

No, no, no…

—¡Ahhh!

Howard despertó sobresaltado, jadeando, mirando al techo de su dormitorio. La

tormenta en su cerebro poco a poco se fue calmando mientras el terror del sueño

disminuía.

—Dios —jadeó—. ¿Qué diablos es eso? —Con la mano temblorosa, se limpió una gota

de sudor del ceño y sacudió la cabeza para despejar los tentáculos pegajosos del miedo.

Calmando su corazón atronador. Una vez más.

Meses de este rollo de película extraña atacándolo en el sueño para llegar a él. No tenía

una maldita idea de lo que el sueño convertido en pesadilla quería decir, bueno más

allá de ser una serie de recuerdos de su horrible infancia.

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Bueno, la pesadilla no era una tontería fragmentada, si admitía la verdad. El abuso

había sido lo suficientemente real, al igual que el jardín de su madre. Su refugio.

Vagamente recordó cómo, siendo niño, había amado las plantas, el olor a tierra fresca.

El jardín era uno de los dos únicos buenos recuerdos que tenía de su primera casa, la

que había compartido con sus padres biológicos. El otro era lo mucho que su madre lo

había amado a él, antes de que se hubiera escapado con rumbo desconocido, dejando

que sufriera a manos de un violento hombre. Pero no por mucho tiempo. Su padre

había estado muerto y enterrado desde hace más de treinta años. Agradecía a dios por

Bentley y Georgeanne Mitchell que se habían lanzado a rescatar a un niño medio

muerto de una existencia infernal.

En cuanto al terror recurrente, no le había dicho a nadie sobre el ataque. Bentley y

Georgie habrían entendido y querido ayudar, pero se había contenido para no

preocuparlos. No podía hacerle eso a Sean, tampoco. El pobre tenía un auténtico

horror en la vida real al que sobrevivir. Él no tenía necesidad de lidiar con un mejor

amigo que podría estarse volviendo loco.

Con un gemido, Howard rodó sobre su costado y miró el reloj digital en la mesita de

noche. ¿Dos y media de la tarde? ¡Qué despilfarro tan vergonzoso de un buen

domingo! En el lado positivo, había conseguido casi seis horas de bendito sueño antes

del desagradable despertar.

Se desenredó a sí mismo de las sábanas, se empujó fuera de la cama y caminó hacia la

cocina para encender la cafetera. No importa la hora del día, era conscientemente

llamado por java. El jugo de la vida, y su peor vicio. Sí, adoraban al dios de Starbucks.

Muy mal que hubiera invertido temprano.

Con el café preparándose, se dirigió al baño para afeitarse y ducharse. Veinte minutos

más tarde, iba vestido con unos vaqueros limpios y una camiseta negra, bebiendo su

infusión en la mesa de la cocina.

Y echándole un vistazo al teléfono en el mostrador. ¿Llamar o no llamar? Su estómago

se anudó. Jesús, él apestaba en la cosa chico-conoce-chica y su historia con relaciones

sustanciales de largo término daba miedo. Decir que era una atrapada 22 resumía su

propia elección de compañía. La mayoría de las mujeres con las que él había salido en

los últimos años querían dormir con él, y punto. Menos la parte de dormir. Las que

empezaban a hablar sobre su cepillo de dientes y el de ella, él terminaba las cosas

rápido. Y sí, por un tiempo había dejado a su feliz polla hacer todo el pensamiento.

Era un hombre con deseo sexual intenso, después de todo.

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Eventualmente, sin embargo, el sexo casual le hizo sentirse solo y usado. Sin embargo,

la idea de ser emocionalmente vulnerable a una mujer, ¿dependiendo de ella para su

felicidad? La idea congelaba una grasosa bola de náusea en su estómago.

Se había abstenido de mujeres alrededor de un año, tratando de encontrar una solución

a su problema. Julian, incrédulo, había dicho que había perdido la jodida cabeza. ¿Por

qué un solterón confirmado debía arreglar lo que no estaba roto? Tal vez el chico tenía

razón sobre este punto.

Él estaba repugnantemente cansado de su propia compañía. Conocer a Kat anoche

había sido su punto de ruptura. La chica tenía un extraño sentido del humor, era

educada, hermosa y exuberante, a menos que había perdido su presunción…

Dispuesta. Ella había hecho de todo menos invitarlo a una fantasía que ninguno de los

dos olvidaría. Sólo fantasear acerca de las diversas formas en que lo haría provocaba

que su eje se endureciera y se empujara contra la cremallera de sus pantalones. ¿Por

qué luchar contra la atracción?

Cruzando el mostrador, casi arrancó el cajón de la chatarra de su lugar dando un tirón

al abrirlo para coger la guía telefónica. Rápidamente, lo abrió en los M.

—McKenna, coma, Katherine. ¡Ahí está!

Marcado el número, esperó, asaltado por un caso repentino de nervios. No estaba

acostumbrado a asumir el papel de perseguidor. ¿Y si lo arruinaba? ¿Y si había

malinterpretado sus señales?

—¿Hola? —Con una voz suave, atontada lo saludó.

Cristo, que estaba todavía en la cama.

—¿Um, Kat?

Una vacilación.

—¿Sí?

—Es Howard Paxton. De ayer por la noche.

—¡Oh! —Un susurro—. ¡Howard! Hey, ¿qué pasa?

Cerró los ojos, apenas reprimiendo un gemido.

—Me estaba preguntando, es decir, pensé que tal vez, que te gustaría…

—¡Por supuesto!

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Sus ojos se abrieron.

—Ah…

—Lo siento —dijo riendo, ahora sonaba alegre y completamente despierta, y en lo más

mínimo apologética—. Supongo que debo esperar y dejarte que termines. ¿Qué tienes

en mente?

Uh, ¿me gustaría que fueras bajando sobre mí hasta que me viniera tan fuerte que reventara como

una envoltura plástica?

Se aclaró la garganta.

—Bueno, ¿pensé que podría acercarte para que revisaras la casa de tus padres, después

podríamos ir a comer algo? Casual, nada elegante.

—Suena muy bien. ¿A qué hora? —La sonrisa en su voz casi encendió la cocina a

través del teléfono.

—Te voy a recoger en media hora.

—¡Todavía estoy en la cama!

—No tengo quejas aquí. —Suspiró él.

—¿Qué?

—Nada. Media hora. Pantalones vaqueros y una camiseta son todo lo necesitas para lo

que tengo en mente. Sin maquillaje, tampoco.

—Ohh, eres un hombre malo, teniente Paxton —dijo arrastrando las palabras—.

Recuerda, cuando el monstruo del pantano responda a mi puerta, tú lo pediste. Creo

que vamos a averiguar directamente de qué estas hecho, ¿eh?

Sus bromas le calentaban por dentro y por fuera.

—Lo más duro, Srta. McKenna. A prueba de balas.

—Vamos a ver, tío grande. ¿Necesitas indicaciones?

—Seguro. —Rebuscó una nota adhesiva y una pluma, escribiendo la ruta a su

apartamento a diez minutos de distancia—. Lo tengo.

—Treinta minutos, entonces. Hasta luego, Howard.

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Colgando, puso el teléfono en la base, lanzó un grito y un puñetazo al aire. ¿A quién le

importaba si estaba actuando como una adolescente enamorado? Hablar con Kat cinco

minutos había obrado un milagro.

Sonriendo, se dio cuenta de que esperaba pasar la tarde con ella más de lo que lo había

querido con cualquier otra mujer. Abajo, muchacho.

Cogió su chaqueta de mezclilla del brazo del sofá de la sala y encogió sus hombros en

ella. En el camino a través de la cocina, cogió el llavero y se dirigió hacia la puerta en

el garaje adjunto. Su gigantesca Ford F-250 y la robusta motocicleta Harley estaban

estacionadas una al lado de la otra.

—Oh sí, nena. Vamos a ver de qué estás hecha.

Se volvió a la Harley y subió el encendido. La máquina rugió a la vida al golpear la

puerta del garaje, y luego se puso el casco. Vaya, el casco extra.

Desmontando, corrió a su puesto de trabajo, recuperando el que había comprado para

su última chica-guión-amigo y esperando que a Kat no le importara demasiado. ¿De

qué otra forma tiene un tipo un casco de tamaño femenino por ahí?

Lo ató atrás, volvió a sentarse, y condujo fuera del garaje. Mientras guiaba la moto con

cuidado por la unidad, se le ocurrió mirar a la derecha, hacia la puerta delantera. Un

aleteo de papel le llamó la atención y frenando, levantó la visera de su casco.

Un blanco sobre tamaño carta estaba atrapado entre la puerta y el marco de la

pantalla, a la altura del pecho. ¿Una nota de uno de sus ―hermanos‖ en la estación?

Nah, habrían llamado. Algo acerca de una carta en su puerta le pareció extraño.

¿Quién la puso no se había tenido a bien hacer sonar el timbre y simplemente hablar

con él en persona? El hecho no descansaba tranquilo.

Hizo una pausa. Casi se bajó de la moto para buscarla.

No. Para negocios o placer, cualquiera que importara sabía cómo llegar a él. El sobre

podía esperar. Había lugares más importantes donde estar.

Una dama muy especial que impresionar.

Sonriendo, se bajó la visera, pisó el acelerador y dejó que los caballos corrieran.

Cuando llegó al final de la calle, un vistazo en el espejo retrovisor le dio un buen

comienzo. Por un segundo, podría jurar que había visto una figura de pie en la sombra

de la encina en su patio frontal.

En la señal de pare, puso el freno, y batió su cabeza alrededor.

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Incendio, asesinato, sueño y privación del sexo, extraños sobres, y ahora

alucinaciones. No había nadie debajo de ese condenado árbol, pero…

El presagio ominoso volvió.

Como si él hubiera estado atrapado en un carro sin frenos y empujado hacia un risco.

Su vida, a punto de ir en una espiral fuera de control, un fantasma llamando la cacería.

Con una gran diferencia. Él ya no estaba hambriento, el pequeño ratón golpeado que

había sido de niño. Estos días, cualquier idiota que quisiera una parte de Howard

Paxton obtendría un apropiado ajuste de actitud.

¿Problemas?

Tráelos.

Tirando las sabanas, Kat salió de la cama y se dirigió al armario. ¡Treinta minutos!

¿Estaba Howard realmente tan ansioso por verla de nuevo que no podía esperar a una

chica para que luciera medio decente? ¿O tal vez media hora parecía una eternidad

para un hombre que solía golpear la puerta en treinta segundos y hacer decisiones de

medio segundo que salvaban vidas?

Pateando a través de sus vaqueros, ella decidió que la segunda explicación encajaba

mejor al teniente. Él no la veía como una persona precipitada, sino una firme roca. En

completo control. Un hombre que ponía su vista en una meta y la seguía, sin

preocuparse. ¿Pensamiento deseoso? Tal vez, pero basado en su breve y complaciente

encuentro la otra noche, no obstante bajo terribles circunstancias, ella no pensaba eso.

Como profesora, ella pasaba horas para terminar trabajando con variadas

personalidades de estudiantes, padres y personal. A ella le gustaba creer que cuando

terminaran estos primeros cincos años de inexperta carrera, ella se volvería muy buena

en leer personas.

Cada instinto le decía que con Howard, lo que ves es lo que tienes.

Y hasta ahora, a Kat le gustaba lo que veía.

Una oleada de entusiasmo la invadió, estableciéndose como un agitado burbujeo en su

estómago. Sí, el hombre podía terminar siendo un mentiroso de porquería, volver la

linda sensación de efervescencia en ácida digestión, ¿pero y qué? Ese era el riesgo que

todos toman conociendo a alguien, y algo le decía que Howard valía un Ave María.

Mordiendo su labio con indecisión, ella finalmente seleccionó un par de viejos y

confortables vaqueros. Estaban rotos, desteñidos pero no desgastados, y abrazaban su

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figura en curvas gentiles sin que lucieran pintadas. Después sacó una camiseta baby

doll verde de un gancho y la sostuvo, debatiendo. El color complementaba sus ojos, y

la camisa, su favorita, luciendo el logo de Aerosmith con alas por el pecho en

impresión oscura.

La pegajosa camiseta enfatizaba sus generosos pechos, creando la impresión de que —

las chicas— podrían tomar vuelo, alas y todo. Rod —que nombre tan desafortunado e

irónico— había odiado esa camisa. O tal vez, las miradas que de alguna forma nunca

encontraban su rostro cuando ella la usaba.

Los varios dolorosos meses con Rod habían sido realmente muy reveladores. Cuando

se habían conocido, ella no había tenido mucha experiencia con hombres, salvo su

propia familia. Seguía sin tenerla. Los hombres en su familia apreciaban a sus mujeres,

las adoraban. Rod puso un buen frente, al principio.

Luego vinieron las amigables —sugestiones— preocupando su apariencia. Tu ropa es

muy ajustada, Katherine. Querida, sabes que te amo, pero tú solamente tienes que

darte cuenta de lo que estás usando. En verdad, ¿abrazadores de caderas y un arete en

el ombligo?

Ella cedió una pulgada y él rápidamente se graduó en criticismo. Su constante

desaprobación había puesto una grieta en su armadura. Pero él no la había perforado.

Gracias a su gente y a su hermana, ella estaba hecha de materia más fuerte que eso.

Harta, le había dado al Hombre Flácido la bota, y no había mirado hacia atrás.

Con una traviesa sonrisa, Kat llevó la ropa a su habitación.

—¿El teniente prefiere el look natural? Bien.

Chiflando, Kat desechó su pijama y se vistió rápidamente, optando por confortables

tenis. En el pequeño baño, ella domesticó su cabeza después de la cama, dejándola

caer alrededor de sus hombros, luego se cepilló sus dientes. Finalizando, se miró en el

espejo y sonrió.

Ugh. La chica natural tenía límites, y las alforjas inducidas por el humo encaramado en

sus mejillas debían irse. Blandiendo un tubo de corrector como Excalibur, ella se frotó

y manchó la hinchazón en sumisión. De cierto modo. Los resultados no fueron

mágicos, pero hicieron su apariencia un poco menos aterradora. Engañando un poco,

ella se empolvó con una poca cantidad de rubor para evitar saludar al pobre hombre

luciendo como si tuviera un resfriado.

Está hecho, Kat buscó en el gabinete de medicinas por gotas para los ojos. Su garganta

estaba un poco seca y sus ojos inyectados de sangre se sentían como si hubieran sido

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estropeados y freídos, otro regalo de anoche. Pero al menos ella estaba viva esta

mañana para quejarse, a diferencia de la persona muerta en la casa de Joan y Greg.

Apretando unas cuantas gotas en cada ojo, pestañeó el escozor, las palabras de

Howard enfriando como un mantra en su cabeza. Un cuerpo horriblemente quemado. Kat

se estremeció, recordando como un fuego se había extendido desde la sala hacia

alrededor. Deliberadamente puesto. Dios, ella había escapado del asesino por unos

momentos. ¿Quién haría algo tan horrible y por qué? Esperaba que la policía cogiera al

monstruo pronto, pero el triste hecho era que podrían nunca tener respuestas.

Con un esfuerzo, presionó el horrible incidente al fondo de su mente y caminó hacia el

estudio, cayendo en el sofá para esperar por el teniente. Gracioso como los sobrantes

quince minutos de repente se abrieron como una eternidad. Hojear a través de la nueva

revista People para admirar a George Clooney no hizo nada para calmar sus nerviosos

y distraerla de tratar de imaginar a Howard.

¿Los hombros del hombre habían sido lo suficientemente anchos para bloquear a los

Titanes de Tennessee, o hecho del drama de anoche solamente aparecer al rescate más

largo-de-su-vida? Un fuerte y capaz hombre. Un caballero.

—Ningún hombre es así de perfecto. Ni siquiera tú, George. —Ella suspiró, tirando la

revista en una mesita de café.

En su limitada experiencia, Dios había tenido una forma de presentar los eventos con

un humor infinito. Howard probablemente tenía gingivitis. Abundante vello en la

nariz, flatulencia, un pene del tamaño de un lápiz bendecido con unas bellotas tensas.

Un leve sonido interrumpió sus graves predicciones, un trueno distante haciéndose

más fuerte. Ella ladeó su cabeza, ubicando el sonido. Una motocicleta. Ninguno de sus

abotonados vecinos conducía una. El motociclista en cuestión se estacionó fuera de su

puerta, y apagó el motor. El corazón de Kat hizo un gracioso giro mientras pesadas

botas seguían su camino. Dudando.

Ella estaba de pie y moviéndose hacia la puerta incluso antes del rápido golpe. Miró a

través de la mirilla, no vio nada más que una isla de ancho pecho musculoso, dejando

pocas dudas de quien esperaba al otro lado. Armándose de valor contra un segundo

ataque de nervios, abrió la puerta y retrocedió. Dejándola abierta.

Y olvidó respirar.

Oh. Dios. Mío.

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Seis pies y medio de hermosa perfección masculina llenaba toda la entrada. Un

camiseta negra extendida sobre sus bien definidos pectorales y tensos abdominales,

pero la chaqueta de denim escondía mucho de vista. Su apreciativa mirada se deslizó

bajando por las piernas de longitud de una milla en suaves vaqueros que abrazaban

fuertes músculos y ahuecaban la protuberancia de su sexo como un guante.

Pequeño no era una palabra que ella consideraría en asociación con Howard Paxton

de nuevo.

—¿Puedo entrar?

Ooh, esa profunda voz, whisky y sábanas enredadas en una caliente tarde de verano.

Otra impresión que no había sido de su imaginación. Kat pestañeó a su invitado, que

enseñó una sonrisa tentativa. Vergüenza de haber sido cogida observando la

entrepierna de un hombre, ella se hizo a un lado, intentando un ligero y amigable

saludo.

Ella movió una mano.

—Seguro, ¡entra! ¿Quieres algo de beber? ¿Agua o soda? O tengo cerveza…

—Estoy bien, gracias. Tomé café antes de venir.

—¿En medio de la tarde? Pensé que los policías tenían el mercado acaparado en ese

hábito particular. —Ella se burló, cerrando la puerta detrás de él.

Howard se rió naturalmente, haciendo su corazón moverse entre sus pulmones. Una

enorme sonrisa llena de derechos dientes blancos iluminaron su resistente y hermosa

cara. Una delgada cicatriz blanca corriendo desde su sien izquierda hacia su mejilla y

nariz que había sido quebrada más que una vez lo salvaron de ser demasiado perfecto.

Buena cosa, porque el hombre tenía los ojos chocolate más grandes que ella alguna vez

había visto, enmarcados por largas y espesas pestañas por las cuales cualquier mujer

mataría. Cabello corto y con puntas de sable puesto en una desorganización artística

sobre su cabeza, los pelos desteñidos rubios en las puntas.

Señor, si él no fuera un bombero, ella hubiera pensado que él solamente había salido

del set de una película de Vin Diesel con un ataque de testosterona. Howard era,

honestamente, el hombre más despampanante en el que ella alguna vez había puesto

sus ojos.

—En absoluto. La mayoría de las personas no se dan cuenta de que nosotros tenemos

que responder a muchas de las mismas llamadas al igual que la policía. Accidentes

automovilísticos, disputas terminadas en heridas, situaciones de rescate. Nómbralas, la

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lista sigue hasta siempre. Después del incendio y asesinato que tuvo lugar anoche,

tuvimos tres llamadas más. Cuando salí de turno a las siete ésta mañana, mi trasero

estaba siendo arrastrado.

Aléjense, señoritas. ¡Yo seré la jueza de eso!

Moviendo su cabeza, Kat forzó su atención del estado de su trasero de nuevo a su

conversación.

—De ese modo, tuviste el sueño roto y toda la agobiante necesidad por jugo móvil.

—Sí, esa cosa es mi peor vicio.

Ella arqueó una ceja en incredulidad. Café, ¿el peor vicio de un hombre hecho a

medida por siete clases de pecados? Claro. Antes de que pudiera formar una apropiada

respuesta, de todos modos, notó que él estaba sosteniendo un brazo detrás de su

espalda.

—¿Qué estás escondiendo ahí, Teniente? ¿Un arma?

—Naw, nada tan emocionante. Sólo éstas. —Con un florecer, Howard blandió su

sorpresa, extendiéndola para ella.

Un hermoso ramo de primavera se balanceó frente a su nariz, rebosante con

margaritas, claveles, un par de rosas y esas vibrantes flores púrpuras delgadas

pareciéndose al aliento de un bebé. El regalo usaba un claro envase plástico alrededor

de los húmedos tallos, y la etiqueta que él había olvidado quitar presumía siete dólares

y noventa y nueve centavos, de la tienda de comestibles local Brookshire.

Justo ahí y en ese momento, Kat se derritió en un empalagoso charco.

—Oh, Howard. —Tomándolas, ella inhaló la fragancia—. Amo las flores. Gracias. —

Ella no se había dado cuenta de que él había estado observando su reacción como un

pequeño niño ansioso. Su tensa expresión se disolvió en una tímida y complaciente

sonrisa mientras asentía.

—Con gusto. Te mereces más de un par de raquíticos retoños después de que lo que

pasaste —dijo él—. Pero parecen apropiados. ¿Cómo te sientes hoy?

Él en verdad había estado preocupado por su bienestar, quería alegrar su día de alguna

forma. Ella registró en su cerebro cuando había sido la última vez que sus padres

habían hecho eso, y terminó vacía. ¡Qué hombre tan amable y amoroso!

Debía haber algo malo con él.

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Alejando la idea poco caritativa, Kat se puso de puntillas y plantó un beso en su suave

mejilla. Mmm, él olía fantástico. Una especie de colonia de reminiscencia de sobria

madera de cedro, aire fresco y 100 porciento hombre. Ella añoró capturar su boca

sensual con la de ella, mordisquear y explorar, averiguar si sabía tan bien como olía.

Ella se contentó con el rápido beso. Por ahora.

—La garganta está un poco adolorida, pero estoy bien. Y las flores siempre son

perfectas para curar a una mujer, chico grande. ¿Por qué no pongo éstas en agua? Y

después podemos irnos. —Volteando, se dirigió hacia una contigua cocina, puso el

ramo en el mesón, y buscó debajo del fregadero por un antiguo florero—. ¿A dónde

vamos, de todos modos?

Howard la siguió, recostando un musculoso hombro contra el arco de entrada a la

cocina.

—Si todavía necesitas pasarte por la casa de tus padres, podemos ir allí primero. No

quiero que vayas sola. —Su mandíbula se tensó.

—Así lo había planeado, pero papá llamó temprano ésta mañana y dijo que no me

preocupara ya que era domingo y no había correo. Además, Joan y Greg cogieron un

vuelo de emergencia desde Puerto Rico cuando se enteraron, así que estarán de vuelta

ésta noche y se quedaran en la casa de mis padres mientras organizan el desorden en la

de ellos. No creo que esa sea la verdadera razón de papá para decirme que no me

pasara, sin embargo.

Cogiendo un par de tijeras de utilidad del viejo armario, ella partió el plástico de los

tallos.

—No les dije que había perdido al asesino por un pelo, pero él y mamá sospechan. El

viejo radar parental está en total alerta.

—Sí, te escuché. Bentley y Georgie siempre han sido muy protectores conmigo.

Cuando yo era un niño, no podía estornudar sin que Georgie me llevara a la clínica.

Perpleja, ella le dirigió una mirada de cuestionamiento. Una extraña sombra pasó por

su rostro, una cierta… tristeza.

—¿Son tus padres? —Arreglando las flores en el florero, ella pretendió no notar su

repentino malestar.

—Mis padres adoptivos. Fui a vivir con ellos cuando tenía cuatro. Bentley Mitchell es

el jefe de bomberos de Sugarland y mi jefe.

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Cuan extraño era escuchar a Howard refiriéndose a las personas que lo criaron por su

primer nombre. Había una distancia entre él y sus padres, sin embargo ella no podía

confundir su amor y orgullo mientras hablaba de ellos. ¿La mayoría de los niños

pequeños no crecían llamando a sus padres adoptivos mamá y papá? Kat no era

experta, pero parecía ser cierto que unos cuantos de sus estudiantes eran adoptados.

—Deben ser personas maravillosas —dijo ella cuidadosamente, llenando el vaso con

agua.

—Los mejores. —Pestañeando, él aclaró su garganta, luego puso una animada

sonrisa—. ¿Estás lista?

—¿Para ir a dónde? —Rápidamente, ella desechó el plástico y las hojas muertas, y

limpió sus manos en una toalla pequeña.

—Es una sorpresa. ¿Asustada de ir en motocicleta?

—¡Ja! Recuerda, le enseño a niños de seis años. Toma más que un pedazo de ruidosa

maquinaria para asustarme, Teniente.

Sus labios se movieron hacia arriba, una mirada de moca en aprobación.

—Mujer después de mi propio corazón tengo un casco para ti, así que toma una

chaqueta y nos vamos.

Levantando el envase, ella se movió hacia la redonda mesa del comedor de roble y

puso el arreglo en el centro. Festivo, ella decidió, justo lo que la habitación necesitaba.

Después ella tomó la cazadora azul de la parte trasera de una silla y se la puso, luego

cogió su bolso y llaves.

—Lista.

—En verdad no necesitas un bolso a dónde vamos.

Las cejas de Kat se alzaron.

—¿Tú no tienes muchas citas, las tienes?

Pulgares enganchados en sus bolsillos, él ladeó su cabeza ligeramente, luego miró

hacia arriba con una sonrisa avergonzada.

—No, doña.

Buena respuesta, incluso aunque era una mentira descarada.

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Decidiendo tomar su palabra, ella dejó el bolso atrás y llevó solamente su llave de

repuesto del apartamento. Afuera, cerró la puerta y lo siguió hacia la descomunal

Harley, metiendo la llave en el bolsillo delantero de sus vaqueros. Él apretó el casco de

ella, asegurándose de que encajara cómodamente antes de hacer el suyo. Montándose

a la moto, él le hizo señas de que se subiera detrás de él.

—Quédate cerca y agárrate fuerte, brazos alrededor de mi cintura.

Ohh sí. Lo tengo cubierto, azúcar.

Ella se montó y moldeó su frente en su ancha espalda, sus muslos interiores

presionados contra los exteriores de ella.

Nunca Kat se había imaginado que manejar doble en una motocicleta parecería un

acto tan íntimo. El calor de su poderoso cuerpo quemándole el corazón, trajo cada

hormona femenina en su organismo saltando con atención. Ella envolvió sus brazos

alrededor de su centro, de repente muy agradecida de tener una razón para tocarlo.

Cualquier razón.

Él señaló hacia abajo.

—Pon tus pies en esos descansadores. —Cuando ella estaba posicionada, él gritó—,

¡aquí vamos!

Howard retrocedió lentamente fuera del espacio, enderezándose, y se alejó. Él no iba

rápido, pero Kat no podía detener el chillido, en parte miedo, en parte euforia de

escapar. Ella sintió el ruido de su risa y se agarró a él por su vida, y sabía que ella ya

estaba en profunda emoción —doo-doo. Y no por el viaje.

Ella no conocía a Howard Paxton en absoluto, pero alguna vez una chica simplemente

sabía. Ella estaba en peligro real de perder su corazón por un grande y sexy osito de

peluche de hombre.

Un honesto-a-Dios héroe que había salvado su vida.

Un caballero que le había traído flores.

Que amaba y respetaba a sus padres.

Y tenía encantadores y hermosos ojos cafés.

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Santo Craparoni1, Katherine Frances. Eres una ridícula.

1Craparoni: en inglés combinación entre crap (mierda) y (macarrones). Significa algo extremadamente

malo.

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Traducido por Nadia y Ximeyrami

Corregido por Paaau

a mujer lo volvía completamente loco de lujuria. Si Kat supiera lo que Howard

quería hacerle —y en cuántas maneras diferentes se imaginaba haciéndolo—,

probablemente saltaría de la motocicleta y huiría.

O quizás no.

La dama no había exactamente levantado ninguna señal que dijera ―mantente fuera

del césped‖. Todavía. De hecho, todo sobre Kat —su tibia bienvenida, los jeans

informales y la camisa que hacía saltar los ojos, la forma en que sonreía ante las

flores—, sugería que estaba dispuesta a ver hacia dónde iban las cosas entre ellos.

Señales positivas.

Jesús, incluso en su propia mente sonaba como un idiota excitado. Sólo porque la

mujer luciera estupenda y quisiera conocerlo mejor, no significaba que él tenía derecho

a anticipar un rápido revolcón. Georgie le daría un golpe en la cabeza por pensar así,

sin importar que la sobrepasara en peso por 68 kilogramos o algo así. Y legítimamente.

Ella lo había criado para ser respetuoso con las damas... Incluso si no aprobaba el tipo

de mujer que había visto antes.

Girando hacia la izquierda por la calle Cheatham Dam, decidió ser él mismo con Kat,

sin pretensiones. Dejar que las cosas se desarrollaran naturalmente, o no. No tenía

nada que perder que ya no le hubieran sacado.

Andando el último par de millas hacia su destino, se relajó y se permitió disfrutar la

suave, tibia mujer apretada contra su espalda. El fragante aire del otoño azotaba su

ropa, las colinas y valles de Tennessee elevándose y bajando a su alrededor,

explotando de rojo, naranja, amarillo y marrón. Majestuosos, antiguos bosques,

mucha de la madera aún sin haber sido tocada, la ocasional hacienda anidada justo

entre el espeso follaje. La gente que vivía y trabajaba en el Condado de Cheatham era

L

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parte de la tierra, no sus conquistadores. Un hombre no podía esperar domar algo tan

salvaje y hermoso, y esa gente lo entendía, tanto como sus predecesores.

Para alimentar a sus familias, trabajaban en los campos de tabaco, atendían el ganado,

trabajaban las barcas que viajaban por el río Cumberland por semanas interminables.

Algunos tenían trabajos en la cercana Sugarland en pequeños negocios como

barberías, tiendas de alimentos, o el nuevo centro comercial. Algunos viajaban ida y

vuelta las veintiún millas hasta Nashville todos los días, ganando su paga en los

brillantes edificios altos del centro de la ciudad, forzados a abandonar la tradición de la

comunidad ante la realidad de una economía en problemas.

Viejo y nuevo, peleando por supremacía. Cualquiera fuera la profesión, ellos se

esforzaban largo y tendido para ganarse un dólar honesto, y para criar una generación

de niños que creían en hacer lo mismo. Oh, este pequeño pedacito de cielo en la tierra

no era perfecto.

Pero estaba bastante cerca.

Por eso era que quería compartir esta tarde con Kat. Si ella había vivido en Sugarland

por un largo tiempo, probablemente ya hubiera visitado el parque junto a Cheatham

Dam. La mayoría de la gente lo había hecho, en algún momento u otro. Pero no en un

día como este. Y no conmigo.

Los árboles se abrían hacia el cielo limpio, el camino terminando en el río Cumberland

más adelante. Esta parte en particular había sido un parque público por tanto tiempo

como Howard podía recordarlo. Hacia la derecha, una pequeña zona de playa proveía

a los niños y adultos de un lugar donde jugar en la arena y el agua. Medio kilómetro

más allá estaba la represa, que ya no permitía a los visitantes caminar y maravillarse de

cerca, gracias a las precauciones contra el terrorismo.

Hacia la izquierda y ligeramente detrás de ellos había un estacionamiento en la base de

la colina, cerca del comienzo de varios senderos de caminata. Más allá de eso, un área

de césped cercana al río exhibía unas pocas mesas de picnic, la mayoría de ellas

ocupadas. Frunciendo el ceño, él llevó la motocicleta hacia la zona de

estacionamiento. Por supuesto que habría un millón de personas disfrutando de un

agradable domingo, junto con una horda de niños chillones, un par de perros grandes y

algún tipo de reunión familiar que ocupaba tres mesas.

Por mucho que a Howard le gustaran los niños y los perros, había esperado un

escenario un poco más íntimo para cortejar a su potencial amada. Tendría que

improvisar. Esquivando la celebración, condujo la motocicleta hacía el extremo más

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alejado del estacionamiento, cerca de donde el cultivo de las mesas de picnic

terminaba y el follaje nativo comenzada. Se detuvo y apagó el motor.

Kat se deslizó de la parte trasera y él sintió la ausencia del calor de su cuerpo casi

inmediatamente. Le gustaba sentirla apretada contra él, y se preguntó si ella había

disfrutado de su cercanía la mitad de lo que lo había hecho él. A su lado, ella se desató

el casco, se lo sacó, y sacudió su cabello. Una catarata de seda brillante y de un rubio

blanco que pertenecía a un ángel.

—¡Eso fue divertido! —Se entusiasmó.

Sacándose su propio casco, él deslizó una mano por su puntiagudo cabello.

—Me alegra que lo pienses, porque tendremos que hacerlo de nuevo cuando te lleve a

casa.

—Quizás podamos tomar el camino largo. —Sus ojos verdes bailaban con travesura

mientras mordisqueaba su labio inferior.

Bajándose de la motocicleta, Howard le hizo una galante reverencia.

—Este caballero y su noble montura siempre están a su servicio, mi señora. —Se sintió

más que un poco ridículo, pero la alegre risita de ella hizo que actuar como un idiota

valiera la pena.

—¿Es un romántico, mi señor?

—Nop. Sólo un entusiasta del History Channel. —Ella golpeó su brazo

juguetonamente y él rió, asegurando ambos cascos a la parte trasera de la

motocicleta—. ¿Qué quieres hacer primero? Podemos ir a caminar o...

—¡Oh, Howard, mira!

La expresión de Kat se derritió y señalo sobre el hombro de él en la dirección de la que

habían venido. Volviéndose, analizó el gran grupo que habían pasado. Una bebé

vestida con jeans y una camiseta de algodón rosa se separó de los distraídos adultos e

hizo una línea directa hacia una de las mesas, sus pequeñas piernas agitándose, etéreo

cabello rubio volando. No podría tener más de dos años, según la estimación de

Howard, pero su determinación compensaba su tamaño.

Sin vigilancia sobre la mesa había una torta rectangular con cobertura blanca, quizás

para un cumpleaños o un aniversario. En segundos, la criatura trepó hasta arrodillarse

en el banco, y con un chillido de alegría, golpeó de llenó con su mano en el medio del

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postre. Levantándola para observar su logro, la bebé la abrió y cerró con fascinación,

apretujando el dulce entre sus dedos algunas veces, luego se los metió en la boca.

—¿No es adorable? –inhaló Kat.

Atrapado por el anhelo en los ojos de Kat, su risa de diversión ante las payasadas de la

bebé murieron en su garganta. Echándole un vistazo de nuevo a la niña, sus pulmones

se apretaron dolorosamente. Un dolor desesperado que nunca se iba completamente, y

que volvía sin advertencia a veces para desgarrar su corazón.

Había más de una razón para que Howard se mantuviera solo. Asesinos de relaciones

de verdad, complicadas, enredados en fantasmas que perseguían su sueño roto. Él

nunca sería capaz de hacer feliz a una mujer linda, estable y orientada hacia la familia

como Kat. ¿Cómo podría haberlo olvidado?

Porque estás rezando por lo imposible, Six-Pack. Ninguna mujer lista se conformará

con lo que tú tienes para ofrecer.

Una mujer alta con cabello marrón claro finalmente notó a la bribona, que ahora le

ofrecía su mano a un Golden Retriever que entusiastamente lamía el resto de la

cobertura, y corrió hacia la mesa.

—¡Oh, Emily Jean!

—Sí, es una hermosura —dijo Howard roncamente, volviéndose hacia los bolsos de

cuero que colgaban detrás del asiento de su motocicleta. Anduvo a tientas con las tiras,

sus dedos torpes—. ¿Tienes hambre? Traje algunos sándwiches de fiambre y otras

cosas.

Ahí iban sus planes de develar la sorpresa con delicadeza. No era que la comida

comprada en una tienda calificara como una gran cosa. Un jugador como Jules, por

otro lado, hubiera hecho reservas para la cena en algún restaurante de moda en

Nashville. Vino, luz de las velas, ocurrente conversación. Una habilidosa seducción

perfectamente coreografiada siguiendo un ritmo latino de moda...

—¿Sucede algo?

La duda de Kat lo trajo de vuelta a la realidad. Bonitos ojos verdes lo estudiaban,

preocupación oscureciendo el júbilo de unos segundos atrás. Por él. Una curiosa

punzada se clavó en su vientre. Cualquiera fueran sus fallas, ella merecía la gloriosa

tarde que él le había hecho esperar.

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—Sólo un poquito fuera de mí después de anoche —mintió, levantando una bolsa de

compra de plástico del bolso de cuero—. Nada que un picnic con la chica más bonita

en cinco condados no cure. ¿Empezamos?

La última parte, al menos, era verdad.

—Hmmm, creo que necesitas revisar tu vista —dijo ella, su humor restaurado—. Pero

un picnic con el tipo más atractivo en cinco condados suena fabuloso. Guíame.

¿El tipo más atractivo? Jesús. Calor inundó su rostro. Está bien, él se había arreglado

para eso. La verdad, las mujeres generalmente lo encontraban lo suficientemente

agradable, pero oír a Kat declarar su aprobación lo hizo retorcerse.

Y aun así, viniendo de un ángel, el cumplido alivió en algo el terrible dolor de su

pecho, encendiendo lugares en su alma que habían estado fríos y oscuros desde...

bueno, desde siempre.

La confusión en guerra con un zumbido de satisfacción que vibraba en los dedos de sus

pies, Howard tomó la mano de ella y apuntó con la cabeza en dirección a un lugar con

césped más abajo por la orilla del río, lejos de toda la actividad.

—Intentemos allí.

—¿No habrá serpientes?

—Nah, las asustaremos.

—¿Qué tal si están durmiendo? Son mucho más difíciles de ver en el otoño con el

césped que se vuelve marrón y todas las hojas muertas en el suelo.

Junto a él, Kat se estremeció. Él sacudió la cabeza, los labios elevándose.

—Una maestra sin miedo que no tiene problemas en entrar corriendo a una casa en

llamas con una manguera, tiene miedo de las serpientes. Quién te entiende.

—Seguirás hablando de mi estupidez, ¿no es cierto?

—No mientras estés conmigo. —Lo cual él esperaba, más allá de la duda en sí mismo

que le había dejado un ojo negro a su confianza, fuera por un largo rato—. Es mi

trabajo proteger a la gente, de sí mismos más que nada. Prométeme que nunca harás

algo así de nuevo.

El repentino acero en su voz los sorprendió a ambos.

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—No hay discusión aquí. Lo prometo. —Mientras caminaban, ella le disparó una

mirada indagatoria antes de alejar el tema de su imprudente acto de Buena

Samaritana—. De cualquier manera, nunca dije que temiera a las serpientes. Sólo

prefiero no tener confidencias con esas bestias en particular.

Howard hizo un sonido de acuerdo y siguió caminando. Se permitió quitarse de

encima la pesada carga de su pasado, renuente a dejar que el monstruo en las sombras

arruinara su vida. No hoy. Dejó sus preocupaciones a un lado, se concentró en Kat, su

pequeña mano engullida por su enorme manaza. Una mujer suave, fragante, firme, y

redondeada en los lugares correctos.

Especialmente su lindo trasero, con forma de corazón invertido. Dos tentadores globos

perfilados por los jeans que él imaginaba deslizando por sus caderas curvilíneas, por

sus muslos tonificados. ¿Sería su trasero tan pálido y cremoso como el resto de su piel?

¿Cómo se sentiría tomarlo en sus grandes manos, masajear la carne en sus dedos

mientras se arrodillaba entre sus muslos apartados, mientras jugueteaba con su

resbaladiza entrada con la punta de su palpitante...?

—¡Hey, ese luce como un buen lugar! —Kat señaló una zona plana con césped más

adelante.

La fantasía de Howard se desparramó en el viento y reprimió un gemido, rogando a su

erección para que cooperara, rezando para que ella no notara el vaticinador palo

empujando contra su cierre. Dios, era un calentón tan patético.

Aclaró su garganta.

—Sí, eso funciona. Sólo desearía haber pensado en traer una manta. Para la comida.

—Bueno, demonios, sonaba peor cuando lo explicaba—. No soy un tipo de

degenerado o algo, sólo no supe que las mesas de picnic estarían todas ocupadas y...

—Relájate, grandote. Tienes más cuerda que un reloj de ocho días —dijo, palmeando

su hombro—. No tengo el hábito de tener escapadas con pervertidos.

Cuando llegaron a destino, él dejó la bolsa con los comestibles en el pasto seco y la

enfrentó. Acariciando el reverso de su mano con su pulgar, preguntó.

—¿Cómo sabes que no lo soy?

Ladeando su cabeza, ella lo miró fijamente, considerando seriamente la pregunta.

—Porque eres un teniente en el departamento de bomberos —dijo ella con confianza,

como si ese hecho resolviera el asunto completamente.

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Howard sacudió la cabeza.

—No significa que sea un buen tipo.

—Pero lo eres. Toda la evidencia apoya que estoy perfectamente segura y feliz en tu

compañía.

—¿Qué evidencia? —Él esperó, intrigado por su valoración de su carácter. Nunca

había conocido una mujer tan franca. Honesta.

—Me rescataste después de que hubiera inhalado demasiado humo, te aseguraste de

que estuviera bien antes de irte.

—Hacia mi trabajo.

—Fuiste muy amable y cortés. Preocupado.

Oh, Dios. Aunque una secreta parte de él se arqueó como un gato al que le acariciaban

el mentón, continuó jugando al abogado del diablo—. Podría haber sido actuación.

—¿Por cuánto tiempo has sido un bombero, Teniente?

Señor, él amaba cuando ella lo llamaba así. La manera en que estiraba el título,

entrecortado y sexy como una caricia.

—Dieciséis años. Fui destinado a la Estación Cinco justo al salir de la academia de

bomberos, junto con mi mejor amigo, Sean Tanner. Cuando nuestro capitán se retiró

hace tres años, Sean fue ascendido a su posición y yo ascendí de FAO, ese es el

hombre que maneja el gran camión, a teniente.

—¿Él fue ascendido antes que tú, aun cuando ambos comenzaron juntos? Me pareces

un líder natural.

—También lo es Sean. Tiene cinco años más que yo, estuvo un tiempo con los

Marines y sobrevivió la Tormenta del Desierto2 antes de unirse al departamento de

bomberos. Puntos importantes con el departamento de servicio militar, y se lo merece.

Felinos ojos verdes chispeando, Kat lo miró como si él hubiera revelado algún secreto

monumental.

—Lo amas.

La declaración lo asustó. ¿Amor? Bufó.

2 Tormenta al Desierto: Ofensiva militar de los países aliados contra Irak en respuesta a la invasión

de Kuwait en 1990 y 1991.

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—Seguro. Nos mandamos tarjetas de San Valentín y todo.

—Oh, no seas tan hombre. —Ella lo aguijoneó juguetonamente en el estómago con un

dedo—. Dime, ¿qué harías para salvar a uno de tus hombres si estuviera en un

problema que amenazara su vida?

—Cualquier cosa —dijo él sin dudar.

—¿Aun al costo de tu vida?

—No tengo nada más que decir.

Cristo, ella sabía cómo inflar el ego de un hombre. Todo lo que él necesitaba era una

capa roja y una S mayúscula estampada en su pecho. Soltó una risa leve a su pesar.

—Está bien, me rindo. No soy material de pervertido. Pero tampoco soy perfecto.

Por un margen más amplio de lo que nadie sabía, excepto sus padres y Sean.

—Nadie lo es, pero nuestras fallas no harán diferencia para aquellos que realmente se

preocupan por nosotros. —Ésta vez, fue su turno de ruborizarse—. Oh Dios, eso fue

tan Pollyanna. Perdón.

Él arqueó una ceja.

—¿Por qué? ¿Por creer que un juicio saca lo mejor de la gente? De hecho, suenas

mucho como Georgie, y yo la respeto más que a cualquier dama que conozco.

Kat reconoció el enorme cumplido en la comparación.

—Gracias... pero, ¿qué crees tú?

Whoa, se estaba metiendo en aguas profundas. Aun así, él le dio una respuesta

honesta.

—Georgie es una optimista. Yo soy un realista, como Bentley. Recibo los golpes como

vienen, lidio con ellos, avanzo. Creo que todo eso de ―la adversidad te hace más

fuerte‖ es lo que la gente dice para reconfortarse cuando las cosas se ponen difíciles.

Los amigos y la familia pueden estar a tu lado, darte apoyo. Pero al final, tu núcleo

interno de fuerza te hace superarlo, punto.

—O no.

—Sí —coincidió él quedamente, pensando en Sean. En el hombre con el mundo

destrozado, al que ninguna cantidad de drogas o manos sostenidas podrían volver a

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juntar jamás—. Y a veces, sin importar cuán fuerte crees que eres, el daño te saca del

juego.

Kat apoyó una mano en el centro de su pecho, preocupación grabada en sus suaves

facciones.

—¿Te refieres a ti mismo, o a alguien más?

Buena pregunta. Hace un segundo, él podría haber jurado que estaba hablando de

Sean. Dios, era difícil pensar con ella de pie tan cerca, tocándolo, dedos quemando su

piel a través de la tela de su camiseta. Dios lo ayude, él necesitaba tocarla también.

—Un amigo, y una historia demasiado triste para un día como hoy. ¿Kat?

—¿Sí?

—¿Puedo besarte?

Sus ojos se agrandaron y ella comenzó a decir algo, pero nada emergió.

—Jesús, soy un idiota. Olvida lo que...

Kat se acercó a su cuerpo, se estiró para curvar una mano detrás del cuello de él.

Tironeó de su cabeza hacia abajo, y Howard fue voluntariamente, tomando su boca

con un quejido de pura dicha.

Sus labios eran gruesos y dulces, cada pedacito tan besable como lo había imaginado.

Frutillas en el vino, esperando a que él las saboreara, mordisqueara. Sin querer

precipitarse, empezó lento y gentil. Separó su cazadora y descansó sus palmas en la

curva de su cintura, pegó sus labios a los suyos, tentándola. Maximizando el

hormigueo inicial, la anticipación. Sacando el momento para hacerlos disfrutar más.

Hizo el camino con sus manos por debajo del borde de su camisa, rozando sus

costillas, preguntándose si protestaría. Pronto para retroceder si lo hacía. En su lugar

suspiró, fundida en él, e incrementó la presión. Pasó su lengua por el borde de sus

labios, entrando en su húmedo calor.

Saboreando, explorando, mientras ella hacía lo mismo, enredando su lengua con la

suya.

Oh, Dios, era demasiado bueno. Tan correcto. Estaban sellados ahora, juntos, desde la cabeza

hasta los pies, Kat jugando con el pelo grueso de su nuca mientras tomaban otra copa.

Dos personas muriéndose de sed por mucho tiempo.

Una mujer tan suave apretada contra su cuerpo hambriento. Pechos llenos y caderas exuberantes.

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Estirando sus piernas, envolvió su trasero con sus grandes manos, la atrajo y la sentó

contra su dura longitud tan íntimamente como fuera posible. Al menos una parte de su

fantasía se estaba haciendo realidad.

Sí, ella era todo lo que una mujer debía ser. Mía.

Su cuerpo se encendió, y su pene rígido tan desesperado por estar dentro de Kat, al

punto de sentir dolor. Para estar completo, ya no más fracturado y solo en un acto

basado en el sexo.

Sentirse lleno después, en vez de vacío. Y algo más que no podía nombrar, elusivo y

tenebroso. Suficiente como para finalizar el beso y tomarla más cerca, respirando

como si hubiera corrido en tiempo record durante el curso de entrenamiento.

—Wow. —Ella colapsó contra su pecho.

Su risa emergió como un jadeo.

—Justo lo que estaba pensando, cariño. Si no me detengo ahora, los buenos

ciudadanos de Cheatham County van a ver más naturaleza de la que esperan.

—Mmm. Ahora sé la verdad. Eres un chico muy malo debajo de ese exterior de

caballero, Lieutenant. Me gusta. Mucho.

Su chico malo interno se paró y aplaudió. Junto a su yo exterior.

—Ten misericordia… me estás matando aquí. Aún tengo que ir a mi hogar más tarde,

a una fría y vacía casa. Espera. —Frunció el ceño—. No estaba insinuando que vengas

a casa conmigo. No es que no quiera… Quiero decir es obvio…

Lindo movimiento, idiota.

Sacándolo de su miseria, Kat sonrió, formando hoyuelos y dándole un beso rápido

antes de alejarse haciendo señas al saco.

—Sándwiches ¿eh? ¡Estoy hambrienta!

Howard se cegó por el asombro. Todas las mujeres con las que había estado se habrían

enfadado y ofendido por una razón o la otra, acusándolo de no quererlas o por ir

demasiado rápido.

Perder o perder, cualquieras fueran las palabras que utilizara. Pero no. Ella parecía

entender exactamente lo que había estado tratando de decir. Incluso si no lo dijo.

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—Yo también. —Sacándose su chaqueta vaquera, se arrodilló y desparramó el

material por el piso.

—Aquí tienes, toma asiento.

—Oh, no, no quiero arruinar tu linda chaqueta.

—No lo harás. Siéntate —ordenó, extendiéndose a su lado. Por un segundo, se veía

lista para protestar, luego se sentó.

—Ok, gracias. —Lanzó una mirada acusatoria a su pecho—. Pensé que el café era tu

único vicio. ¿Fumador?

—¿Qué? —Mirando hacia abajo, le dio unas palmaditas al bulto en forma de tubo en el

frente el bolsillo de enfrente de su camisa, y sonrió ante lo que ella debió haber

pensado era un encendedor.

Sacó un rollo de caramelos.

—Solo si fumas Pez. ¿Quieres uno?

—¡Ha! Un hombre crecidito que aún come dulces Pez no puede burlarse de mí por

usar palabras infantiles como ―idiota‖ —le informó con aire de suficiencia, sacando

dos del rollo que le ofrecía.

Sus labios temblaron.

—Mi otro vicio. Soy un adicto; los llevo a cualquier sitio que valla. —Poniendo el

dulce de regreso en su bolsillo, Howard agarró el saco y buscó dentro, sacando cuatro

subs de 15 centímetros, cuatro pequeños paquetes de papas fritas, y dos botellas de

agua—. ¿Jamón o Pavo? Tengo dos de cada uno.

—El de Pavo está bien… ¡buen Señor! ¿Quién se va a comer toda esa comida?

Le sonrió.

—Hey, soy un chico en crecimiento. Tengo que tener combustible para luchar con lo

que sea que la vida me tire encima.

—Y tú trabajas a menudo. —Sus ojos evaluaron su cuerpo con apreciación—. ¿Con

cuánta frecuencia?

—Mucho todas las noches —dijo, tomando su sub de pavo. Luego se dio cuenta de

que había cometido un error.

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—¿Por la noche? —Kat se lo quedó mirando fijamente, curiosa mientras abría el

envoltorio de plástico de su sándwich—. ¿No va la mayoría de la gente al gimnasio en

la mañana o durante el día?

Poniendo las papitas y la botella de agua de Kat sobre la chaqueta a su lado, se las

ingenió para descubrir una razón plausible que explicara su extraño horario… otra que

no fuera la golpeada verdad.

—Trabajo 24 horas en movimiento, 48 de descanso. Durante el día estoy encendido,

estamos muy ocupados, así que es más fácil entrenar en la noche cuando las cosas son

más lentas. En casa tengo el equipamiento en una de las habitaciones vacías, así puedo

golpear las esteras cada vez que quiero. O puedo ir a mi club de salud para un cambio

de escenario. Aunque es más fácil adaptarme a mi rutina.

Lo cual no es exactamente una mentira. Aunque, lo hace sonar como un tipo de

fanático del entrenamiento físico, uno de esos chicos lindos que pasan horas

obsesionados sobre mantenerse pulido, cuando nada podría estar más lejos de la

verdad.

El problema era que la verdad dirigía a un a un oscuro y peligroso túnel por el cual

había estado corriendo durante su vida entera. Y acercarse a cualquier persona,

significaba compartir una pesadilla sin que ni siquiera pudiera entenderla

completamente—asumiendo que quisiera entender, lo cual no era el caso.

—Bien por ti. Traté un plan de ejercicio, tres días a la semana por cerca de seis meses.

Pesas, correr, todo ese asunto. Finalmente entregué el espíritu. —Abrió sus papitas y

mordió un trozo de su sándwich.

—¿Sí? ¿Por qué? —Voraz, siguió satisfecho y contento de haber esquivado una bala.

—No hizo ninguna diferencia —dijo ella, masticando pensativamente—. Puedo perder

libras, pero no puedo cambiar la forma de mi cuerpo. Puedo estar seca y redonda o

sudorosa y redonda. No me gusta sudar, fin de la historia.

Uh-oh. Discutir sobre el peso de una mujer no era una bala. Más bien como un

lanzador de cohetes.

Dirigidos a las bolas del hombre.

Encogiéndose de hombros, dijo:

—No necesitas sudar para estar en forma. Algo simple como una caminata diaria lo

haría, especialmente para ti.

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Arqueando una ceja leonada, lo miró con suspicacia.

—Sí, ¿Por qué es eso?

—Porque tú ya te ves genial. —Al igual que el pico de ferrocarril en sus pantalones no

había desmentido su opinión—. Pero caminar es bueno para tu salud cardiovascular,

sin mencionar que baja los niveles de estrés. —Dios, sonaba como un tonto.

—Buen punto. Propongo que verifiquemos esa teoría después que comamos. ¿Listo

para una caminata más tarde? —Tomó otra mordida.

—Por supuesto.

Comieron en un silencio sociable por unos pocos minutos, sumergiéndose en la

hermosa tarde. La perezosa Cumberland era lisa como un espejo, ni una barcaza a la

vista, aunque podría aparecer alguna alrededor de la curva en cualquier momento. Un

pájaro de agua moviéndose a lo largo de la orilla, bailando con sus delgadas piernas,

pico largo y parpadeando dentro y fuera del barro.

Howard pensó que jamás había visto un día tan hermoso, disfrutado una comida tan

sabrosa.

Y supo que la razón era la mujer sentada a su lado.

Ella hizo un gesto hacia su mejilla.

—¿Cómo conseguiste esa cicatriz?

—Una señora de noventa y tres años con un equipo de golf, no se tomó muy bien el

hecho de ser desalojada de su apartamento en llamas cuando su gatito aún estaba

adentro. —Le dio una sonrisa tímida.

Los ojos de Kat se pusieron en blanco.

—Oh, ¡mi dios! ¿Qué pasó?

—Doce puntos de sutura.

—No, al gato.

Rodó sus ojos.

—Rescatamos a la maldita cosa.

—Bien. Entonces, ¿has vivido en Sugarland desde que tenías cuatro años? —le

preguntó, haciendo estallar una papita dentro de su boca.

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Howard se tensó, deseando no haber mencionado que era adoptado. Jugar a esto es la

vida, al menos la suya, nunca había sido su carga.

—Sí. —Se preparó, sabiendo lo que vendría después.

—¿Y antes de eso?

—Vivía en una choza destartalada al otro lado de Clarkville, o eso es lo que me han

dicho.

—¿No lo recuerdas? —Simpatía cubría su suave voz.

—No mucho.

A menos que contaras las tablas podridas de los escalones del porche, los mestizos que

solían escabullirse por debajo para tener refugio. El hedor a cerveza y el cuerpo sin

lavar de su padre. La ira que hirviendo impregnaba el aire como una enfermedad

terminal. Los bramidos de ira de su padre junto con los gritos de su madre. El aguijón

de la correa de afeitar cruzando su espalda delgada.

—Mi madre amaba su jardín más que cualquier otro lugar en el mundo —dijo en

cambio, su garganta apretada—. Pasaba horas fuera a la luz del sol, y recuerdo cuan

hermosa se veía arrodillada en la tierra, metiendo las semillas dentro de unos agujeros

del tamaño de un pulgar. Tenía un largo cabello marrón, el mismo color que el mío,

pero pasaba sus hombros. Y cuando se reía… el mundo entero se iluminaba.

—Suena hermosa.

Oh, Dios. Un rayo de viejo dolor y furia se movió a través de su pecho.

—Lo era. —Antes de que me dejara con un monstruo.

—¿Qué pasó?

Su apetito se esfumó y puso la mitad de su segundo sándwich sin comer en el plástico.

—Un día se fue y nunca más volvió. No imagino que nadie la haya culpado, por lo

poco que recuerdo de mi padre. Tenía una vena mezquina tan larga y ancha como el

Cumberland.

—¿Tu padre era un abusivo?

—Sí. —La pena y disgusto en la dulce cara de Kat fue más incluso de lo que podía

soportar

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—¿Nadie la culpó por irse? —preguntó suavemente—. ¿Ni siquiera el hijo que la

amaba tanto?

Ella trabajaba con niños pequeños cada día de la semana, y él no tenía que decirle

cuan emocionalmente devastador había sido para un chico el ser descartado como un

zapato viejo por la persona que más adoraba. Cuánto dolía ese conocimiento décadas

después, a pesar de la magia curativa del tiempo.

Se encogió de hombros.

—Era un niño. Me recuperé.

Por su expresión de sabiduría, Kat no lo creía más de lo que él lo hacía. El silencio se

cernió entre ellos, roto sólo por las risas y gritos de la fiesta río abajo, mientras ella

esperaba que continuara.

—De cualquier manera, la noche en que mi madre dejó la ciudad, mi padre me

abandonó en los árboles entré aquí y Clarksville, luego sorprendió a todos estrellando

su camioneta contra un árbol y muriendo quemado. Ya que no tenía otra familia, me

pusieron en la tutela del estado, hasta que Bentley y Georgie me rescataron.

Luego de que se hubo recuperado de la paliza final y severa que su padre le había dado

antes de abandonarlo como basura.

—¿Nadie intentó encontrar a tu madre?

—Estoy seguro de que las autoridades lo hicieron, de otra manera la adopción no

podía haberse hecho legalmente. Creo que el término correcto es ―Abandonamiento de

niños‖.

Kat dudó, viéndose insegura sobre hacer la próxima pregunta más lógica.

—¿Has intentado buscarla?

—¿Para qué? Si la mujer quiere verme, puede encontrarme. No es como si me hubiera

alejado mucho. —Su respuesta salió más dura de lo que intentó, y se encogió.

Palmeando su hombro, Kat no pareció notarlo.

—Oh, Howard. Que horrible debió haber sido todo eso para ti, especialmente esa

última noche.

Tomando su mano, le dio una sonrisa tranquilizadora.

—En realidad no recuerdo esa parte.

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Pero reviviendo esa pesadilla, una insignificante parte de él no estaba tan seguro.

—Gracias a Dios. —Le apretó la mano, sus ojos verdes luminosos.

—Sí. Lo que sé es basado en la evidencia que el departamento del sheriff juntó, y que

eventualmente le entregaron a los Mitchells. Por lo que Bentley me contó años más

tarde, los policías eran una presencia constante en mi vieja casa. Nadie en el país

estaba sorprendido por la explosión de la noche en que mi madre se fue.

—Esto no es algo de mi incumbencia y no me lo tomaré a mal si no quieres responder,

pero… ¿por qué es diferente tu apellido del de tus padres adoptivos?

Howard miró a lo lejos, preguntándose cómo se las había arreglado para localizar y

meterse en cada yaga dolorosa de su vida en tiempo record. A excepción de Sean, sus

hermanos jamás le habían preguntado algo así, y él nunca quiso compartirlo. Y de

nuevo, nunca se había sentido obligado a aclarar ese asunto antes. Con Kat, todo era

diferente. Lo hacía querer ser… más. No veía razón para no abrirse a ella, aunque

fuera un poquito.

—Cuando Bentley y Georgie me llevaron a casa, estaba traumatizado —dijo

suavemente—. No importó cuánto me amaron y nutrieron tratando de cerrar mis

heridas, me mantuve alejado. No hablé por meses, y cuando finalmente empecé a

responder, pensaron que lo mejor era no presionarme tan duro en el hecho de

―llámanos Mami y Papi‖. Por un tiempo al menos.

—Tiene sentido. No eras un bebé y necesitabas un periodo de adaptación.

—Y me acostumbré, eventualmente, después de haber viajado por la madre de todos

los caminos en mal estado juntos. Pero para el momento en que nos conectamos, ellos

eran Bentley y Georgie para mí, permanentemente. Decidieron dejarme tomar la

decisión de tomar o no el nombre de los Mitchell cuando tuve ocho años. Por

supuesto, como un adolescente, podía valerme por mi mismo, determinado a ser yo

mismo. Fui a la corte y legalmente me quite mi último apellido. De Howard Paxton

Whitlaw nació Howard Paxton.

La primera y última vez que había lastimado a Bentley. La terrible decepción grabada

en el rostro del hombre que más respetó y admiró; había vivido con eso hasta que dio

su último respiro.

—Te arrepientes de tu decisión. —La observación fue dicha con una completa

comprensión.

Howard tragó con dificultad.

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—Cada día de mi vida.

—Puedes volver a la corte.

—Sí, pero no cambiaría lo que les hice. No arreglaría nada. Esperé demasiado.

—Oh, no lo sé. Quizá te sorprendería.

Río abajo, en dirección a la gran fiesta, se escuchó el sonido de la voz de una mujer

llamando a alguien. Enfocado en Kat, Howard olvidó a quién estaba llamando la

señora.

—Optimista —bromeó, con la esperanza de aligerar el ambiente.

Le sonrió de regreso.

—Una compañera perfecta para un realista.

La mujer llamó de nuevo, más alto. Más estridente.

Mierda, ¿por qué tenía que haber tanta gente aquí hoy? Tratando de desconectarse del

ruido, hizo algunas averiguaciones por su cuenta.

—¿Cómo es que las niñas mimadas de Sugarland acaban enseñando en primer grado y

haciendo la actuación de despedida de soltera en la ciudad de la mini mansión de

McKenna?

—Mi familia no es rica —rió, sin ofenderse al menos—. Mi padre tiene una práctica

legal exitosa, a la cual se unió mi hermana mayor, Grace, el último año como socia,

pero ha trabajado como un perro tanto tiempo como puedo recordar. Él…

—¡Emily! —El grito agudo de una mujer destrozando la hermosa tarde—.

¡Emileeeeee! Oh Dios, oh Dios.

Howard se levantó con el corazón latiendo desenfrenado. Conocía el horrible y

lamentoso sonido del grito de terror de una madre. Era más intimidantemente

conocido que la mayoría de las punzadas de miedos dirigidas directamente a través del

esternón de un hombre, sabiendo que cada segundo cuenta. Años de entrenamiento

pateando mientras revisaba río abajo, entre la multitud.

Dos hombres se hundieron en el río, en una carrera a muerte hacía una pequeña figura

flotando a pocos metros de la orilla

Kat se levantó justo después de él.

—¿Howard? ¿Qué es?

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—La bebé —dijo con voz áspera—. Jesucristo.

La adrenalina cargo sus piernas mientras despegó, pero su mente era filosa como una

hoja de cuchillo.

Evaluar la situación, tomar la acción apropiada. Nada más importaba.

Un hombre cogió un paquete blando y húmedo en sus brazos, gritando frenéticamente

por ayuda.

Howard corrió más duro, orando que 16 años en las trincheras fueran suficientes para

salvar a Emily Jean.

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Traducido por Sofia G y Liseth_Johanna

Corregido por BrendaCarpio

at se echó a correr después de Howard y tropezó, incapaz de seguir el ritmo

de sus zancadas de piernas largas. Para un hombre tan grande, el recorría el

suelo como un ciervo, rápido y con resolución.

¡Esa bebé preciosa! Querido Dios, deja que esté bien.

Pero ella no lo estaba. Ese hecho se convirtió horriblemente cierto cuando Kat patinó

hasta detenerse en el medio del caos.

La mujer alta de pelo marrón que Kat presumía que era la madre estaba

completamente histérica, agarrando a la bebé de los brazos del hombre bien

intencionadamente, creando más problema que ayuda. Howard tomó control de la

situación, ladrando órdenes como un hombre acostumbrado a ser seguido.

—Ponla en el piso —le disparó al hombre con la cara blanca que sostenía a Emily. El

segundo hombre, al que siguió primero al río, le hizo un gesto indicándole a la madre y

ordenando—. Sujétala, ahora.

Sin una palabra y con apenas un asentimiento, ambos hombres saltaron a hacer lo que

les había instruido.

Howard miró hacia Kat.

—Asegúrate de que alguien esté llamando al 911.

Escaneando la multitud para hacer lo que él le dijo, Kat sintió un golpecito en el

hombro. Se volteó a ver a un adolescente detrás de ella, señalando a otra mujer joven

que ya estaba haciendo la llamada. Asintiendo, Kat retornó su atención al drama.

K

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Mientras el bajaba a Emily al césped a unos pocos metros de la orilla, el primer

hombre miró hacia Howard, con los ojos desorbitados.

—¿Eres doctor?

—Paramédico. ¿Eres el padre? —Howard se arrodilló, tomando el brazo de la bebé y

buscando su pulso en la curva de su codo. Luego levantó la camisa rosada, haciéndole

un sondeo a la parte superior de su abdomen con las puntas de sus dedos.

—Sí. —Su voz se quebró—. Por favor, es tan pequeña…

—Tengo su pulso, así que vamos a sacar esta agua de sus pulmones, después

llevaremos un poco de aire allí —dijo Howard, con una imagen de calmada

autoridad—. ¿Cuál es tú nombre?

El hombre parpadeó.

—Phil.

—Bien, Phil, necesito que mantengas la cabeza fría en caso de que necesite un

asistente. ¿Estás conmigo?

Kat no pensaba que el necesitara algo como eso, pero estaba tratando de mantener al

hombre calmado. Mirando al teniente en acción, ella sintió que el núcleo de respeto

que plantó anoche crecía a pasos agigantados.

—Seguro. —Phil tragó duramente.

—Bien. Ahora mismo necesito que hables con Emily, Phil. Déjala saber que estás aquí.

Eso es muy importante, ¿está bien?

Mientras Phil le canturreaba a su hija y frotaba su cabello mojado, Howard uso el

talón de su mano para empujar hacia arriba en su diafragma, teniendo cuidado de no

aplicar demasiada fuerza. Agua salió a borbotones de sus labios, pero no la copiosa

cantidad que Kat había pensado. Después de varios empujones, Howard sostuvo a la

bebé con una mano en su espalda, la otra en su barriguita. Mientras el cuidadosamente

la volteaba, Kat estaba sorprendida por lo enorme que eran sus manos, y cuan pequeña

era la niña. Sus manos se extendían por todo su torso, podría aplastar a la pequeña con

su increíble fuerza, pero el teniente la trataba como si fuera un tesoro de valor

incalculable.

Kat podía observar como Howard sacaba el resto del agua de los pulmones de la bebé,

golpeándola con firmeza en la espalda, pero no lo suficientemente fuerte como para

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herirla. Ahora, solo un filo hilo chorreaba de los labios de la bebé, y ella oraba

duramente para que la niña respirara.

Howard puso a Emily sobre su espalda una vez más, luego cubrió su nariz y boca,

dándole bocanadas de aire. A su derecha los balbuceos histéricos de la madre se

convirtieron en el gemido de un animal en agonía. El horrible sonido levantó la piel de

gallina de los brazos de Kat, picó en su cuello. Incluso si todo salía bien, los

espeluznantes gritos de miedo y pena de la mujer la perseguirían en mucho tiempo por

venir.

Oh, no, por favor.

El delgado pecho de Emily se levantó, ella jadeó… y comenzó a llorar.

Las piernas de Kat se convirtieron en goma. Una expresión colectiva de alegría y alivio

estalló en la multitud, gente exclamando, llorando, abrazándose unos a otros. El

hombre que había estado apretando a la madre la dejó ir, y la mujer cayó de rodillas

junto a Howard, lágrimas cayendo por su rostro.

—Emily, oh, mi amor, gracias a Dios, ¡Gracias a Dios!

Al sonido de la voz de su madre, la pequeña abrió sus brazos regordetes y gritó más

fuerte, sus gritos interrumpidos por ruidos de tos. La madre recogió a su hija,

sosteniéndola cerca, las dos abrazándose la una a la otra y haciendo suficiente ruido

para rivalizar a una sirena mientras Phil tiraba sus brazos alrededor de sus chicas.

Era un sonido hermoso.

Olvidado por el momento, Howard bajó su cabeza y cerró sus ojos, apretando sus

muslos tan duros que sus nudillos estaban blancos. El aspiró un par de respiraciones

profundas, luego levantó su cabeza, su mirada oscura conectando con la de Kat. Su

cara estaba llena de tensión, la casi tragedia atrapándolo.

Mientras él se levantaba, Kat cerró la distancia entre ellos. Sin detenerse, ella caminó

directo a sus brazos que la esperaban. Él la aplastó contra la pared caliente y sólida de

su pecho, y sintió su corazón galopando locamente mientras él descansaba su barbilla

en la parte superior de su cabeza. Dios, estaba temblando, vibrando como si hubiera estado

conectado a un enchufe. Este pilar de increíble fuerza había estado aterrado por Emily

como todos aquí, pero el empujó su miedo profundamente para utilizar su

entrenamiento y salvar a la pequeña.

—Estuviste fantástico —susurró, abrazándolo apretadamente.

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Él no tuvo oportunidad de responder. El padre estaba parado junto a ellos, ofreciendo

su mano. Cambiando a Kat a su lado izquierdo y manteniendo su brazo alrededor de

ella, el estrechó la mano del hombre.

—No sé cómo agradecértelo —Phil graznó—. Quiero decir, Jesús, no hay palabras.

Howard intentó una sonrisa.

—Solo mantén un ojo más agudo en ese diablillo tuyo. Y tráela al departamento de

bomberos se Sugarland para una visita la próxima vez que ustedes anden por allí. Yo

trabajo en el turno A en la estación cinco.

—Haremos eso. —Phil sonrió con alegría, aparentemente agradecido de tener una

manera de agradecerle al hombre que salvó a su pequeña.

Un camión de bomberos y una ambulancia llegaron tres minutos después desde la

ciudad de Ashland, que estaba más cerca de esta área rural que Sugarland. En

minutos, los paramédicos habían conferenciado con Howard y Phil sobre el incidente,

examinaron a la paciente, luego montaron a la madre y a la bebé para un viaje al

hospital. Emily estaría bien, pero hacer que la comprobaran no era ni siquiera una

pregunta.

La multitud comenzó a dispersarse, pero no antes de muchas sacudidas de manos y

golpes en la espalda para Howard, quien tomó la atención con calma.

O parecía. Una vez que el último del pelotón partió, Howard se volvió hacia Kat,

uniendo sus dedos con los suyos. Antes de que él hablara, tuvo que aclarar su

garganta. Más de una vez.

—Yo podría usar esa caminata ahora —dijo en voz baja.

Kat sonrió, rozando su querido rostro con su mano libre.

—Suena como lo que ordenó el doctor. Bajo estas circunstancias, podemos limpiar las

cosas de nuestro picnic cuando volvamos.

Tirando de su mano, Howard los llevó a través del estacionamiento hacia el comienzo

del sendero en la base del acantilado con vista a Cumberland. El sendero zigzagueaba

hacia arriba a la izquierda, el camino pedregoso y empinado. Howard tuvo que dejarla

ir, y ella lo siguió detrás, disfrutando la magnífica vista de su apretado trasero

balanceándose en los Wranglers3. Se suponía que ella debía sentirse culpable en la luz

3 Wranglers: marca de pantalón.

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de lo que acababa de suceder, pero maldita sea, él era tan monstruosamente macho.

Cada pulgada de músculos un placer para el ojo femenino.

Ella frunció el ceño. ¿Cuántos pares de ojos femeninos habían ido recompensados por esas

pulgadas de hermosura? El teniente decía que él no salía mucho.

Sí, claro. Y yo soy Paris Hilton.

Venciendo al asqueroso monstruo verde, ella se obligó a absorberlo. Un hombre como

Howard no había pasado el último par de décadas como un monje en Tíbet, no más de

lo que ella había permanecido virgen como un lirio puro esperando su príncipe azul.

¿Y no era esa una idea maravillosa?

Bueno, sin arrojar mierda con respecto a las otras ex importantes o no tan importantes.

Pero, maldición, ella no podía evitar preguntarse cuantas mujeres habían estado en sus

brazos, apretadas contra su gran y desnudo cuerpo. Cuántas se habían estremecido de

placer al deslizamiento sensual de su piel broceada contra las de ellas, la dura longitud

hundiéndose profundamente, dominando a sus amantes como ningún otro hombre lo

había hecho, llevándolas en espiral al olvido sin sentido.

Oh dios mío, debía ser una mujer enferma. El erotismo de esas imágenes la tenía

jadeante y caliente por algo más que la escalada. La sensación calurosa y de

hormigueo entre sus piernas rogaba ser alimentada en un incendio que solo Howard

podía apagar.

¿Qué importaba el pasado entre dos adultos sanos y con consentimiento? Él había

dejado muy en claro que la deseaba, y sabía de hecho que los bomberos tenían que

pasar por exámenes físicos con regularidad para mantener sus puestos de trabajo.

Riesgo mínimo, descontando la parte del posible corazón destrozado y sangrante al

final.

Howard ni siquiera estaba respirando con dificultad mientras llegaba al nivel de un

claro que estaba a medio camino a la cima, era apestoso. Su queja de broma murió en

sus labios cuando se dirigió a la orilla del mirador y metió sus pulgares en sus

pantalones, mirando hacia río abajo. Se puso a su lado, tomándose un minuto para

recuperar el aliento.

—¿Siempre es tan difícil? —ella preguntó en voz baja.

Él no tenía que preguntar qué quería decir.

—Con cualquiera, pero especialmente con niños. —Su profunda voz se quebró en la

última palabra.

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—Deberías estar orgulloso de ti mismo. Emily va a estar bien por ti.

—Me siento aliviado, no me malinterpretes. —Él suspiró—. Es el asalto, ¿sabes? Toda

la emoción que nosotros mantenemos encerrada para hacer lo que haga falta. Entonces

cuando la crisis se acaba, es como… —se calló, buscando la analogía correcta.

—Una presa rompiéndose —ella sugirió.

Él asintió.

—Exactamente. Miedo, ansiedad, alivio, todas esas cosas unidas, tratando de salir al

mismo tiempo. Y Cristo, cuando perdemos a uno, métele tristeza a la mezcla. Nos

afligimos, no igual que las familias porque nada podría tocar sus sentimientos, pero

tenemos que trabajar a través de la perdida de todos modos.

—Nunca había pensado que los bomberos se afligían. Quiero decir, veo los camiones

de bomberos dirigiéndose a las llamadas, tal vez a un accidente, y pienso en las

víctimas y sus familias, me pregunto qué pasó. Supongo que en la parte de atrás de mi

mente, siempre pensé que el equipo de emergencia simplemente se encoje de hombros,

apunta otra vida perdida, y se va. —La admisión la avergonzó un poco.

—Estás hablando de compartimentación. Empujar el terror en una caja pequeña y

enterrarlo profundamente, para nunca ser examinado otra vez. Los policías son

acusados de eso a menudo, y hay mucha verdad en el estereotipo porque ellos trabajan

solos. Lo que les sea arrojado, ellos lo manejan, solos. —Sus labios se convirtieron en

el fantasma de una sonrisa.

—Con nosotros, es diferente. Lo creas o no, nosotros hablamos. Después de una mala

llamada, somos conocidos por quedarnos despiertos toda la noche recordando el

incidente. Descomprimiendo. ¿Seguimos cada procedimiento por la línea? ¿Había algo

más que debimos haber hecho o que pudimos haber hecho? Somos un equipo y lo

manejamos como un equipo para que cada uno pueda hacer su trabajo la próxima vez

sin ninguna duda o miedo que le nuble el buen juicio.

—Eso es extraordinario. —Una holeada de orgullo llenó su pecho. Solo estar parada

junto a este hombre extraordinario la hacía sentir bien, como si pudiera conquistar el

mundo. Se acababan de conocer, y sin embargo de alguna manera, ella se sentía como

si lo conociera desde siempre. Ellos habían hecho clic.

—Tú eres extraordinaria. —Él le tomó las mejillas, ojos marrón moca buscando en su

cara—. ¿Cómo pude encontrar a alguien tan hermosa y con quién es tan fácil hablar?

¿Cómo fui tan afortunado?

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Ella tuvo como dos segundos para leer la sinceridad en su mirada antes de que sus

labios encontraran los de ella. Rozando su cara con sus pulgares, la besó gentilmente,

sus cuerpos sin tocarse. Calor como el del centro del sol irradiaba de él, pero no se

presionó cerca como antes. Se contuvo mientras su lengua la invadía. Bailaba con la

suya, explorando. Seduciendo, haciéndola desearlo.

Oh, Dios, sí. Oh sí, ella quería. Ella lo quería horizontal, su gran y desnudo cuerpo

envuelto alrededor de ella. Ardía por tenerlo dentro de ella, completándolos a ambos.

A juzgar por la erección impresionante. Él sería largo y grueso. Caliente y duro. Ella

tenía que saber.

—Kat. —Howard cayó de rodillas, tirando de ella hacia abajo con él. Fue

entusiasmada, tomando sus órdenes. Emocionada y excitada, ella se preguntó cuán

lejos él iría y sabía que le dejaría, a pesar del peligro de que los descubrieran en

público. O tal vez, en parte, a causa de la emoción de todo.

Él bajó a Kat sobre su espalda en un parche de hierba se estiró a su lado. Rodando, se

puso sobre ella, pasó sus dedos a través de su cabello. Comió su boca como un hombre

nacido para besar, un rugido de satisfacción de macho puro retumbó en su pecho. Ella

amaba el delicioso peso de él, los tendones de músculos levantados en relieve en su

cuello y brazos mientras la sostenía. Ella se deleitaba en su duro muslo lanzado sobre

ella, entrelazando sus piernas, su erección montando su cadera.

—Encajamos —él murmuró, su cara tensa por el deseo.

—Sí, lo hacemos.

Una mano se deslizó bajo el borde de su camisa, rozando sus costillas.

—¿Puedo tocarte?

—¡Por favor, sí!

Sus ojos se oscurecieron mientras su mano se deslizaba hacia arriba, sobre su plano

abdomen, todavía más allá. Sus dedos rozaron la curva de su pecho, una ligera caricia.

Se demoró, trazando su forma, luego frotó el pulgar sobre su pezón causando que se

levantara debajo de la tela del sujetador. Primero un pezón, luego el otro. Tentando,

frotando, enviando chispas a través de sus miembros. Ella se sintió sin huesos con solo

esa ligera atención, un suspiro de placer escapó de sus labios.

—Quiero verte. —No era una pregunta esta vez. Su voz se había engrosado, ronca con

excitación, baja y seductora.

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La sangre de Kat cantaba, retumbaba en sus oídos, entre sus muslos. Con su

asentimiento, él levantó su camiseta. Con un experto movimiento, abrió la parte

frontal de su sujetador y separó las copas de seda. El aire frío besó su piel demasiado

caliente y sus pezones oscuros se apretaron como perfectos conos.

—Dios mío, eres hermosa. —Tocándola con reverencia, rozó un pecho con dedos

gentiles. Masajeando, sopesando su piel con su áspera palma.

Estar expuesta a él de esta forma la excitaba por completo. Y también su mirada

asombrada que ningún hombre podría fingir. Arqueó su espalda, ansiando su toque,

diciendo sin palabas que necesitaba más, cualquier cosa que él estuviera dispuesto a

dar.

Gruñendo, aceptó, inclinando la cabeza.

—Tan bonita. —Un soplido de su cálido aliento se dispersó por el sensible punto,

seguido por un movimiento de su lengua—. Tan dulce.

La boca de él clamó su pecho, su lengua deslizándose por el pezón. Sus dientes

rasguñaron, provocando que las chispas se volvieran llamas. Cada terminación

nerviosa saltó con placer mientras él succionaba, rindiendo homenaje a una femenina

parte de ella que Rod siempre había despreciado por ser mucha. Imperfecta.

Pero no para Howard. Los recuerdos tristes de cuál es su nombre se convirtieron en

polvo mientras la palma de su amante viajaba a su abdomen. Sus dedos rodearon el

pendiente de diamante; jugaron con la pretina de sus pantalones, descendiendo

ligeramente dentro. Pidiendo permiso, esperando. Estirándose entre ellos, ella

desabotonó y bajó el cierre, otorgándole acceso. Estaba ardiendo…

Unos dedos capaces ahondaron en sus bragas, recorriendo los rizos en el vértice de sus

muslos. Separó y desnudó los pliegues de su sexo, ya húmedos por él.

—Jesús —jadeó él, sus pupilas dilatándose—. Te afeitas allí.

Satisfecha con su reacción lujuriosa, dejó salir una risa baja y gutural.

—Preferencia personal. Menos es más y todo eso. ¿Te gusta?

—Linda Katherine, me vuelves loco. Déjame hacerte sentir bien.

Ella tomó eso como un entusiasmado sí.

No se le escapó notar que Howard estaba obteniendo satisfacción simplemente por

darle placer. Era un hombre que veía por sus necesidades antes que por las de él. Y eso

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era decir demasiado, considerando la prueba masiva de su necesidad, descansando

contra su costado.

Dos dedos se deslizaron entre los labios de su sexo, acariciando, creando un mágico

desplegar en su centro hasta que era una flor en todo su esplendor. Empujaron dentro

de ella, luego salieron. Adentro y afuera. Esparciendo la tierna humedad, girando la

húmeda perla dentro de su clítoris. Sus dedos se tomaron tiempo para juguetear como

ningún hombre lo había hecho antes.

Sólo con una simple caricia gimió, agarrando su amplia espalda, sus rodillas

abriéndose ampliamente. Los dedos de él se movieron por su canal en un ritmo más

rápido, imitando la acción de su ausente polla. Mostrándole un indicio de lo que

podría ser si ella aceptaba todo de él. Conduciéndose en su empapado sexo húmedo, el

movimiento y los perversos sonidos de lamidas que ponían su cuerpo entero en llamas.

—Eso es, déjate ir. Vente por mí.

La erótica demanda, que dejaba entrever una dominación masculina, arrojó a Kat el

límite y hacia el espacio. Gritó, el orgasmo abalanzándose sobre ella con una cegadora

intensidad. Espasmo tras espasmo la sacudieron mientras su sexo pulsaba, de lejos

superando cada fantasía secreta que alguna vez hubiese escondido sobre lo maravilloso

que podría hacerla sentir el hombre correcto algún día.

—¡Oh, Howard, sí, sí!

Impotente, se dejó ir sobre él, ondeándose hasta que él escurrió cada gota de su cuerpo.

Hasta que yació agotada, con su visión aclarándose y mirando hacia su petulante

rostro. Al menos, él deslizó sus manos de sus pantalones.

—¡Bien! —Sonrió ella, flotando en el éxtasis—. ¡De modo que así se supone que es un

orgasmo!

Howard parpadeó.

—¿Qué?

El calor subió por su cuello, pero ella no pudo retener su sonrisa burlona.

—Me escuchaste.

—¿Nunca antes tuviste un orgasmo? Responde en serio.

—Fue como de infarto. He, um, llegado hasta la cálida y borrosa sensación, pero… —

Hizo una mueca—. Supongo que pensé que eso era todo lo que era capaz de alcanzar.

Hasta que llegaste tú.

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Él enarcó las cejas.

—Wow, debiste haber salido con algunos verdaderos idiotas.

Ella le lanzó una mirada maliciosa, su cuerpo todavía zumbando.

—Un idiota en particular. Estoy empezando a darme cuenta de la mierda que Rod era

en verdad.

Él rió.

—¿Rod? Ahora, eso es lo que yo llamaría irónico, especialmente si no podía hacer feliz

a una mujer.

—Umm. Hablando de hacer feliz a tu amante. —Estirándose entre ellos, acarició la

erección dura como la roca que empujaba de su cierre. Señor, no podía esperar para

ponerle las manos encima.

—Es tu turno, muchachote.

Para su sorpresa, Howard tomó su muñeca y gentilmente movió su mano, llevándosela

a los labios. Con arrepentimiento brillando en sus ojos, le besó los dedos. Ella se dio

cuenta que, a pesar de su excitación, estaba exonerándola de ello.

Uh-oh.

—¿Por qué no? ¿Hice algo mal? —Avergonzada, se levantó y empezó a arreglarse la

ropa.

—No, ángel. Tengo mis razones, la primera de hoy era sobre ti. Quería que nos

conociéramos un poco el uno al otro, hacerte pasar un buen rato.

—¡Ciertamente tuviste éxito! ¿Y las otras razones? —Dios, por favor no dejes que diga

que no está funcionando para él. Que llamará en otro momento cuando ambos

sabemos que no lo hará y…

—Creo que tenemos que empezar con algo especial entre nosotros, Kat —dijo él

suavemente—. Quiero que lo hagamos de la manera correcta.

El alivio y la alegría hicieron que sus músculos se volvieran de gelatina. Gracias a Dios

que aún estaban sentados.

—Yo igual. —Incapaz de detenerse y tocarlo, se estiró para explorar su rostro de

fuertes facciones. Trazó la cicatriz en su frente, la línea de su fuerte mandíbula, la

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llenura de sus sensuales labios—. Sé que apenas nos conocimos pero, siento que

encontré una parte perdida de mí. Es un poco loco, ¿huh?

Bueno, si alguna admisión enviaría gritando a un hombre por ahí, esa debería ser la

indicada. En su lugar, Howard se quedó callado, su expresión abierta. Puntos para el

hombre.

—No para mí, porque me siento de la misma manera. Pero no te mentiré sobre dónde

se encuentra mi vida ahora mismo. Tengo que explicarlo, así que deberías pensar en lo

que dije antes de que vaya más lejos.

Oh, Dios. Aquí viene el golpe final.

—Adelante. —Mantuvo su expresión neutral. Sólo no me hagas deducir cosas.

Estirando sus largas piernas frente a él, dudó. Buscó a tientas las palabras correctas.

—No estoy buscando un rollo de una sola noche, Kat.

—Son buenas noticias, de lo contrario tendría que enviarte a casa con un serio caso de

bolas amoratadas.

Él tuvo la gracia de lucir avergonzado.

—Tampoco estoy implicando que habrías caído por sexo sin sentido. Si creyera eso, no

estaríamos aquí. Ya no estoy en mis veintes y me cansé de sentirme barato y usado.

Él estaba tan serio que ella no pudo resistir el hacerle bromas.

—Dios, ¿no es esa la línea que debería decir un mujer?

—Muy graciosa. —La miró fijamente, pensativo—. Estar solo apesta. ¿Nunca te

cansas de despertar con las mismas paredes vacías, días tras día?

—Seguro, ¿quién no? De alguna forma, sin embargo, no logro imaginarte

completamente solo.

Incluso mientras hablaba, empezó a sospechar que Howard se refería a algo más que

estar sin la compañía de una mujer, fuera que él se diera cuenta o no. No, su soledad

iba más allá, tenía un rango más amplio que la de la mayoría de las personas.

Considerando lo que había revelado sobre su niñez, y en su mayor parte había omitido

las partes más horrorosas, una persona no tenía que ser genio para darse cuenta de por

qué un gran tipo como Howard aún era soltero.

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Cualquier buen profesor podría decirte que un niño abusado cargará sentimiento de

insuficiencia y miedo al abandono hasta su adultez. En muchos casos, toda su vida.

Ella podía estar equivocada en eso en lo que concernía a Howard, pero no lo creía. Las

próximas palabras de él parecieron confirmar sus sospechas.

—Es fácil mantenerte solo cuando apuntas bajo. Sin ataduras, sexo fácil. Después,

cuando ella se va, tu corazón no sale herido en el proceso.

—¿Y qué tan bien funciona esa teoría para ti?

—¿No lo imaginas? —Por ahora, él estaba escogiendo un pedazo de césped,

estudiando la pequeña parte como si contuviera un profundo secreto—. Un día, me

desperté al lado de una extraña y odié en lo que se había convertido mi vida. En lugar

de un semental, me sentí como la puta más grande. Era miserable, y quería más. Así

que le pedí que se quedara a desayunar.

—¿Qué dijo ella?

—Dijo: ―No desayuno, Harry‖.

—Ouch.

Él dejó salir una risa sin humor.

—Lección aprendida, ¿verdad? Esa fue la última vez que estuve con alguien, hace

menos un año.

—¡Un año! Wow. —Se unió a él en su terapéutica túnica de arrancar césped,

sorprendida por su abstinencia auto-impuesta e intentando no mostrarlo—. Dime, ¿qué

gran sabiduría trajo tu gran año? ¿Qué cambió?

Acercándose, él deslizó su palma por su brazo.

—Te conocí.

Un estremecimiento de deleite bajó por su columna, suavizado por una saludable dosis

de cautela y sus propias lecciones difíciles.

—¿Lo que significa qué, exactamente?

—¿Te gusta el tocino? —Una pequeña sonrisa jugó con sus sensuales labios.

—Y los huevos. —Ella enarcó una ceja—. También me gustan los waffles, tostadas

Francesas y panqueques. No todo en una sola mañana, por supuesto.

—Es bueno saberlo, ¿las películas, cena, largos paseos por el parque?

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—Comprobado, comprobado y comprobado. De acuerdo, ¿cuál es el truco?

La pregunta pareció sorprenderlo, pero rápidamente se recuperó.

—No hay truco. Lidiamos con esto juntos, como las personas normales, nos vaya bien

o mal. Obviamente tengo una enorme cantidad de aprendizaje sobre el tema y tengo

que admitir que la idea me asusta un poco. Puede que te canses de mí, pero estoy

dispuesto a intentarlo por ti. —Inclinándose, él le dio un lento y sensual beso—. ¿Qué

te parece?

—Mmm. Diría que la idea tiene una promesa —reflexionó ella, sintiéndose cálida por

dentro.

La mirada de él se oscureció.

—Hay cosas que no sabes de mí. Cosas que podrían hacerte cambiar de opinión.

—Relájate, Howie. —Le dio un golpecito en la mano—. Es un poco apresurado

arruinar el momento.

—Pero…

—¿Te busca el IRS4 o el FBI?

—Um, no.

—¿Has sido demandado por alimentos por alguna de tus viejas aventuras?

Él se estremeció.

—Imposible.

—¿Tienes verrugas en tu trasero o un pene del tamaño de un lápiz número dos?

La boca de Howard empezó a curvarse en respuesta a sus provocaciones.

—Definitivamente no.

—¿ETS5?

Él rio fuertemente, tiró un pedazo de césped muerto a su cabeza.

—Mocosa.

4 IRS: Internal Revenue Service: agencia federal responsable de administrar los ingresos 5 ETS: Enfermedad de transmisión sexual

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—Entonces el resto puede esperar. Todo a su tiempo, ¿correcto?

Howard la estudió por un largo momento, aleccionador.

—Supongo que sí —dijo, sonando aliviado. Se puso de pie y le ofreció la mano—.

Supongo que deberíamos irnos y limpiar nuestro desorden.

Con una punzada de decepción, aceptó su mano y se impulsó. Estancándose un poco,

sacudió el césped fuera de su cabello y se sacudió los pantalones. Aunque se habían

ido por bastante rato, las horas pasaron rápidamente, el sol estaba empezando a

esconderse en el cielo. Un maravilloso interludio, que había terminado demasiado

pronto.

Ella lo siguió por el camino hacia su lugar de picnic. Él recogió la bolsa con sus sobras,

metió las botellas de agua vacías y rescató su chaqueta de jean.

—¿Lista? —Su expresión era cerrada, indescifrable.

—Seguro.

En la caminata de vuelta a la Harley, Howard se mantuvo callado. Lanzó el saco a la

canasta de basura en el estacionamiento, pero al menos tomó su mano en la suya.

¿Qué estaba pasándole por la cabeza? ¿Los pensamientos de un soltero? ¿O estaba dándole vueltas

a sus secretos y cómo podría reaccionar ella una vez que se conocieran más?

Todos tienen un pasado. Además, el teniente no había sido más que cuidadoso y

amable. Le había dado placer toda la tarde, negándose a sí mismo la única cosa que

ella sabía con seguridad que él quería.

Howard Paxton era un buen hombre.

Demasiado bueno para ser verdad.

***

Pasaron a su lado. Ellos jamás notaron que la muerte se balanceaba en una mesa a no

más de veinte pies del camino del teniente.

—Bueno, miren aquí —Frank sonrió, encendiendo un cigarrillo—. Atrapado en el

paraíso.

Casi sentí lástimas por el hijo de puta. Sabía de primera mano el infierno que la puta

sin fe de un hombre podría hacerle.

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Por supuesto, la simpatía por el todopoderoso Howard Paxton podía llegar más fácil si

el bastardo no fuera responsable por cada maldita cosa que se iba a la mierda. Todo

era su culpa.

Tenía que pagar. Verlo sufrir mientras Frank jodía su vida iba a ser todo un

espectáculo. Ver el shock en su cara cuando se diera cuenta de quién y por qué, sería

tan satisfactorio como un par de labios chupando su polla. Ver el horror en los ojos del

hijo de puta mientras moría, sería orgásmico.

—Que empiece el juego, Frankie.

Todo tenía que pasar en el momento malditamente correcto.

Traducido por Liz C y Cami.Pineda

Corregido por Maia8

at.

Dulce Jesús Cristo, ella era buena para él.

Demasiado buena.

Howard nunca había estado tan confundido en su vida. Ese era el por qué había

renunciado a las mujeres.

K

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Era mejor para su vida aburrida seguir a lo larga como una versión nada divertida de

Groundhog Day que erigirse por un dolor que rasga-hasta-tus-entrañas en alguna parte

debajo de la línea. Era mejor flotar en un capullo de entumecimiento que tener las

pelotas sujetas a un tornillo por un gatito de ojos verdes con cerebro y un cuerpo que lo

prende en llamas.

Por Dios, que no entendía la mente femenina, probablemente nunca lo haría. Ella lo

había detenido al confesar sus secretos más oscuros. Tal vez, en el fondo, no quería

saber la verdad. ¿Y cuál era la verdad?

Calma. Una mujer como Kat querría un para siempre, con el tiempo. Pero Howard no

podía ir allí.

Emily Jean es linda, su rostro regordete, la dulce manera en que había alzado sus

brazos para su madre, se levantó en su mente. Rompió su corazón. ¿Cómo iba a decir

que no estaba dispuesto a dar ese precioso don a Kat, o a cualquier mujer, sin importar

lo malo que puede ser que desee hacerlo?

En segundo lugar, ¿qué dama querría ser despertada de golpe por el terror nocturno de

su amante? Peor aún, permitir que alguien se meta en sus problemas significa

compartir sus vulnerabilidades. La intimidad. Dios, casi se había derramado hasta sus

entrañas. ¿Cómo había logrado superar sus defensas?

Porque había sido tan condenadamente fácil hablar. Hoy, le había dicho más acerca de

su pasado de lo que nunca había revelado a nadie, excepto a Sean. El problema era,

que Kat merecía algo más que un caso de locura que arreglar. Infiernos, ni siquiera

pudo dirigirse a sus padres como, mamá y papá, por amor de Dios.

Lo mejor era olvidar a Kat antes de que ambos resultaran heridos.

Repitió este mantra durante el viaje de regreso a su apartamento. Organizando todas

las noches embriagadoras en sus brazos como si fueran tentadores tragos de whisky

que nunca tocaría.

Una prueba. Sólo un sorbo de ella en su boca, jugando con su lengua, y estaría

perdido. Igual de embriagadora y diez veces más potente de lo que el alcohol debe ser

para quienes lo toman.

Fuera del lugar de Kat, apagó el motor. No podía despedirse por encima del ruido, y

los modales que Georgie había inculcado en él cuando niño no le permitirían

simplemente dejarla e irse.

Él sabía mejor que nadie lo mal que se sentía el ser abandonado.

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Kat se deslizó por la parte de atrás, y se quitó el casco. Se lo tendió.

—Bueno, gracias. Por lo de hoy. Yo, um...

Se mordió el labio inferior, como si detectara su retirada.

Él quería morderlos, también.

—Te acompaño a la puerta. —Tomó el casco de ella, y luego se quitó el suyo.

—No, no tienes que hacerlo. —Buscó en su bolsillo, y sacó la llave—. Estoy segura de

que tienes un millón de cosas que hacer.

—Nada que no pueda esperar. —Cualquiera que sea la respuesta correcta, esa no era.

Idiota.

—Está bien. —Con un encogimiento de hombros, se dio media vuelta y arrastró los

pies hacia la puerta, dejándolo a seguir.

O no. Frunció el ceño, dejó el casco y corrió detrás de ella. A raíz de su retirada, su

intención galante de decir ―hasta la próxima‖ se desintegró más rápido que un

incendio de cinco alarmas en una fábrica de papel.

Metió la llave en la cerradura, vaciló. El desconcierto sombreaba su rostro con forma

de corazón cuando se volvió y condujo a través de su pecho como un cuchillo de

sierra. Una boca hermosa como la suya se hizo para reír, besar, para tal cantidad de

cosas malas. Pero no para decaer como si hubiera perdido a su mejor amigo.

—Estás en pleno proceso de retirada. —Su directa mirada le cubrió como una

mariposa en un panel de corcho—. ¿He dicho o hecho algo mal?

—Dios, no. Ni de cerca. —Sacudió él la cabeza, le dio una sonrisa triste—. Lo que sea

que está pasando conmigo son mis problemas, no tuyos. Lo siento si me comporté

como Rod el Pelmazo.

Entonces ella se echó a reír, un suave tintineo acariciando su piel, rozando cada una de

sus vértebras a lo largo de su espalda con dedos de seda.

—Oh, nunca estuviste en peligro caminando en sus pulidos mocasines. Los dos no

podrían ser más polos opuestos.

—¿Eso una cosa buena?

—Como si necesitaras preguntar.

Ahí está. La pelota está en tu cancha, Six-Pack.

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—Bueno, debo irme —decirlo en voz alta le hizo miserablemente infeliz.

—¿Te… volveré a ver de nuevo? —su tono la delató, aún si su expresión no fue así.

Entrecortada. Esperanzada.

—¿Mañana por la noche? ¿Cena en mi casa?

El hermoso rostro de Kat se iluminó, corrigiendo el mundo de nuevo.

—El lunes es noche de escuela, pero me las arreglaré.

¡Siiiii!

—Voy a estar en el turno de mañana el martes, así que vamos a hacerlo razonable.

¿Por qué no vienes a alrededor de las seis y media y comemos a las siete?

—Suena muy bien. ¿Qué debo llevar?

—Nada más que tu presencia, hermosa. Una de las cosas que los bomberos pueden

hacer muy bien, entre muchas, es cocinar. —Su pecho se hinchó y no pudo evitar la

presumida expresión de satisfacción de su cara.

A pesar de sus problemas no resueltos, el verdadero trato estaba a su alcance. Kat

estaba dispuesta a darse una oportunidad. Con él. Cada último pensamiento estúpido

de dejarla ir sin una pelea se fue a pique.

Y Howard Paxton no era nada si no un luchador.

—¿La dirección?

—Te llamaré esta noche —dijo, apartando un mechón de cabello de su cara. Jesús, no

pudo evitar tener su manaza en ella. No quería intentarlo. Había sido un idiota por

creer lo contrario.

—Bien. Dame una excusa para hablar contigo antes de ir a dormir.

Estuvo a punto de gemir ante la imagen de ella en la cama, su cabello rubio platinado

desplegado a través de su almohada, satisfecha con el sonido de su voz.

—Bebé, no necesitas una excusa. A cualquier hora, de cualquier manera que me

quieras, soy tuyo.

Los increíbles ojos verdes de Kat brillaron con hambre real un instante antes de que sus

labios capturaran los de ella. Agradable y fácil. Su lengua acariciaba el interior de su

boca justo como él haría en otro lugar de su cuerpo curvilíneo, caliente y húmedo.

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Sus bolas se hicieron pesadas, su palpitante eje asediado una vez más. Doliendo. Un

mañana por la noche nunca le había parecido tan lejano. Tenía que detenerse ahora,

antes de que la chispa de combustible salvaje, se encendiera y los dejara a ambos

diezmados.

Rompiendo el beso, se apartó, preguntándose si tendría que buscar ayuda más

adelante.

Solos. Porque, por Dios, era condenadamente doloroso estar de pie tan cerca y no

levantar a Kat, llevarla al interior, y hacer el amor con ella. Toda la tarde.

Durante toda la noche.

—Te llamo más tarde. —Le tocó un mechón su brillante cabello. Incluso despeinada

por el viento, llevando apenas un poco de maquillaje, se veía linda como el infierno.

Cuando se volvió y se dirigió por la acera, no creía que ella pensara responder.

—Eres un buen hombre, Teniente.

Howard se quedó helado. Miró sobre su hombro. Poco a poco, sus labios se curvaron

hacia arriba.

—No tan bueno, cariño.

—No te aceptaría de ninguna otra manera. —Interrumpió su réplica al proporcionarle

un vistazo que envió su presión arterial a la estratosfera.

Todavía estaba riéndose cuando ella entró y cerró la puerta. Después de asegurar su

casco detrás de su asiento, se subió a la moto y aceleró a fondo. Tomó el rollo de Pez

fuera del bolsillo de su camisa y se metió un caramelo en la boca. Salió del

estacionamiento hacia la calle, pensando ya en su lista de compras para la cena de

mañana.

Preguntándose si debería alquilar una película para una cita vespertina.

Y casi esquiva lo que tenía que ser el Buick Regal más viejo en el planeta. El mismo

coche descomunal que había visto a algunos sitios de su Harley cuando él y Kat

dejaron el parque junto al río. El vehículo antiguo con pintura verde vómito pelándose

tenía que ser el mismo, ¿no? Cristo sabía que no podía haber dos coches idénticos tan

horripilantes en el condado.

Mientras conducía pasando donde el coche estaba aparcado junto a la acera de

enfrente, un hombre de cabello oscuro en el interior agachó la cabeza, acunando sus

manos para encender un cigarrillo.

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Howard se quedó helado. Todo de una maldita vez. Justo como le había pasado

anoche en el incendio de la residencia que terminó en una muerte espantosa. Como si

alguna entidad desconocida, no sólo cruzara su tumba, sino que se detuviera y

escupiera sobre ella, también.

En su espejo retrovisor, vio el Buick dejar la acera y dirigirse en la dirección opuesta.

Sacudiendo la cabeza, sofocó la escalofriante sensación con un esfuerzo. Los mundos

de las personas se encontraban, a menudo más de una vez. No hay nada extraño o

amenazante con las coincidencias.

Nada en absoluto.

Howard estaba en su tercera serie de repeticiones a las doce y media cuando se acordó.

El sobre, pegado en su puerta. Se había olvidado por completo de él.

Con cuidado, puso la barra plateada de pesas en el soporte —sí, Sean pagaría por ver a

su mejor amigo levantarla sin un observador de nuevo— y se movió por debajo antes

de sentarse en el banco acolchado.

Agarrando una toalla cercana, se limpió el sudor de su cara y pecho desnudo. Luego la

arrojó en la silla de la esquina, y fallando, se puso de pie y salió de la sala de

entrenamiento pasando por el corto pasillo hacia la sala, haciendo girar sus hombros

mientras caminaba.

Se estaba poniendo demasiado viejo para esta mierda, permaneciendo hasta la mitad

de la noche, haciendo ejercicio para quedarse lo suficientemente cansado como para

dormir cuatro o cinco horas. Como paramédico entrenado, estaba a favor de las

pastillas si le ayudaban, pero había estado viviendo con insomnio mucho tiempo, así

que no le veía sentido. Tal vez era demasiado obstinado como para dejar que sus

demonios ganen.

O tal vez, si fuera honesto, el horror de estar atrapado en sus pesadillas, incapaz de

despertar, era una amenaza suficiente para evitar que alcanzara incluso la ayuda más

suave para dormir.

El sobre blanco, tamaño carta, flotó en el porche cuando abrió la puerta principal.

Cuando se inclinó para recogerlo, su nombre impreso en el frente en una fuente

normal de computadora envió un escalofrío corriendo a través de él que no tenía nada

que ver con el penetrante aire de la noche girando dentro robándole el calor. No sólo

su nombre, sino su rango. Teniente Howard Paxton.

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Espeluznante. Por una fracción de segundo, tuvo el fugaz pensamiento de que no

debería haberlo tocado, aunque no sabía por qué. Aislándose del frío, cerró con llave y

entró en la sala de estar, estudiando ambos lados del sobre. Ordinario. Blanco. Excepto

por el nombre, impreso como así.

Sentándose en el sofá, rompió el sello. Miró en el interior. Y sacó una sola fotografía.

Por un momento no podía comprender lo que veía. Tuvo problemas para conseguir

llevar aire a sus pulmones. Encontrar el significado de lo imposible. Su cerebro falló

como el mal arranque de un coche antes de encenderse. Mirando la fotografía, se

quedó sin aliento.

—Jesucristo Todopoderoso.

Una mujer desnuda. Apoyada y esposada a una cama, cada muñeca sujeta a la

barandilla de la cabecera a cada lado de ella. Tenía la barbilla inclinada hacia arriba, la

espalda arqueada, los pezones empujándose a través del cabello largo y oscuro, las

rodillas dobladas con los talones plantados en el colchón. Sus piernas estaban abiertas

para la cámara, dejando al descubierto un triángulo espeso en la cima de sus muslos, la

carne de color rosa brillante de su sexo.

—Dios mío.

¿Quién tomaría una fotografía tan pervertida como esta, para luego dejarla en su puerta? ¿Con su

maldito nombre en ella?

¿Julian? No. De ninguna maldita manera. Incluso la deformada idea de Salvatore de

una broma no se acercaría a algo tan perturbador. Negó con la cabeza. No

perturbador. Enfermo.

Algo estaba fuera de lugar en esta foto, además del hecho de que algún pervertido la

dejó como un regalo.

Entrecerrando los ojos al rostro de la mujer, se preguntó qué le molestaba, fuera de lo

obvio. ¿Qué faltaba? Y luego la comprensión le golpeó en su cabeza.

La excitación. Howard sabía cómo debería verse una mujer que estaba disfrutando, y

los labios apretados, la expresión vacía en el bello rostro de esta señora no lo estaban.

Sus ojos eran... vacíos. Resignados. Ella podría haber sido un maniquí, o una

drogadicta drogada posando para una revista de BDSM.

O una mujer que sabía que estaba a punto de morir.

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Un recuerdo se apoderó de él. Skyler, dando tumbos en la casa ardiendo.

Nauseabundo en el césped delantero. Un cuerpo, en el dormitorio principal. Esposado

a la maldita cama. Carbonizado más allá del reconocimiento.

Sus manos comenzaron a temblar. Esto no estaba sucediendo. La persona que falleció

ayer por la noche no podía ser la señora de esta foto, porque en nombre de Dios, ¿por

qué alguien depositaría una fotografía obscena de una posible víctima de homicidio en

el porche de su casa?

Puso la terrible foto en la mesa de café. Fue directamente al teléfono, pulsó el número

de Skyler en la marcación rápida. Había programado a todo el equipo en él, en caso de

emergencia. Esto era más que calificado como tal.

Skyler contestó a la tercera, buscando a tientas el receptor.

—¿Sí? —dijo roncamente, con un somnolienta voz rasposa.

—Soy yo. Howard. Perdón por interrumpir tu descanso, chico. ¿Estás despierto?

—Um... sí. Quiero decir, sí, señor. —Más torpemente, y con un gran suspiro—. ¿Qué

puedo hacer por usted, teniente?

Su agarre sobre el teléfono se apretó.

—Tengo que hacerte un par de preguntas sobre la noche anterior. El fuego y el cuerpo.

¿Estás conmigo?

—Lo hago. —Un bostezo ruidoso—. ¿Qué necesita saber?

—¿Lo estás sobrellevando bien?

Hubo una vacilación.

—Estoy bien. —La consideración de una ocurrencia tardía no dicha, se sintió caer

entre ellos como una roca.

—La mayoría de los chicos pasan años antes de tener que trabajar en una escena como

esa. Algunos tienen suerte y nunca lo hacen.

—Estoy bien. Señor. —Más mordaz esta vez.

El alivio se apoderó de él. El chico iba a estar bien.

—Me alegra oír eso. Escucha, necesito que me digas sobre el dormitorio donde Eve y

tú descubrieron el cuerpo. Empieza con la descripción de la cama. —Silencio—.

¿Tommy?

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—¿Para qué?

—Me das risa.

—La cama. Verdad. Ah, tamaño grande. Oscura, tal vez de madera de cerezo.

Extensa, con gruesos postes. Cabecero con paneles y con una barandilla de metal de

lujo en la parte superior. Había, no sé, enredaderas ensortijadas, hojas, y mierda en los

patrones.

De alguna manera, los pies de Howard lo condujeron a la mesa de café. Se quedó

parado, convertido en piedra, mirando la foto que no iba a tocar de nuevo.

—¿Las muñecas de la víctima estaban sujetas por los puños a través de las enredaderas

metal?

—Si —dijo Tommy lentamente. Sospechando ahora—. ¿Cómo lo supiste si no subiste

las escaleras?

—¿Qué había al lado de la cama? ¿Una mesita de noche? —preguntó con la voz ronca,

como si hubiera aspirando un galón de humo.

—Dos. Había un cenicero en la mesita de noche, en la parte derecha desde donde

mirábamos la cama.

Mirando el cenicero en la foto, con el cigarrillo alzado casualmente en el labio,

Howard luchó con el deseo de repente de vomitar.

—¿Cigarrillos?

—La habitación estaba toda envuelta en llamas, señor. Con todo el respeto, no

tuvimos tiempo de tomar inventario. ¿Esto de qué se trata? —Luego, más suave—.

¿Estoy en problemas?

—No, no es así.

—Que…

—Te explicaré cuando te vea el martes en el cambio. —Si todo el departamento no se

había enterado de esto antes. Lo que probablemente pasaría—. Vamos a dormir un

poco, Skyler.

—Sí, señor —murmuró Tommy, desconcertado y aparentemente nada feliz por la falta

de respuestas.

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La próxima llamada fue a la policía. El aburrido administrativo se animó

considerablemente después de que Howard declarara su situación. Reclamando que

podía tener una evidencia vinculada al homicidio estimulo el interés de los

trabajadores.

Esperó a los policías, confundido. Enfermo del corazón. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

Tamborileaba en su cráneo, pulsando en su sien. Oraba porque las autoridades

tuvieran ahora algunas pistas, además de una idea de por qué esa atrocidad fue dejada

en su puerta.

Pero cuando llegaron, los policías fueron groseros y sarcásticos. El hecho de que

estuvieran llevando a un teniente dentro de la estación de policía no significaba nada

de nada para esos estúpidos.

Starsky y Hutch le dispararon las mismas cincuenta preguntas que Howard se había

estado haciendo desde hacía medio hora. No habían llegado a nada y eso no le

gustaba.

—Aún si esta mujer es la víctima del incendio de anoche, no la conozco, nunca la he

visto —Howard reiteró. Ellos rehusaban tomar lo que les ofrecía, así que se quedó de

pie, dispuesto a permitir que se cernieran sobre él. Cruzó los brazos sobre su pecho, la

espalda recta, los pies separados, cara seria, la postura exacta que empleaba cuando el

equipo necesitaba una buena bronca. Se veía gigantesco, intimidante, y lo sabía. A

ellos tampoco les gustaba eso.

Y a él no le importaba.

El oficial Peter —el Starsky del dúo—, hojeaba sus notas. El policía que jugueteaba

con el lápiz en su nariz6 no notó que su entrevistado crispaba su labio a la ruda manera

de los 70, de un lado a otro.

—Déjeme aclarar esto. Esta tarde vio el sobre enfrente de su puerta, pero no lo recogió,

porque tenía una cita.

El policía enfatizaba las últimas palabras como si dudara que fueran verdad.

Howard pasó su lengua a través de sus dientes, callándose una réplica.

—Correcto. No pensé en recogerlo hasta hace media hora.

—Después de haber comido, haber hecho planes con su novia para mañana por la

noche, o técnicamente esta noche, y haberse ejercitado.

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Bueno, Kat no era su novia. Todavía.

—Cierto —mejor dejarlo así de simple.

Peters miró hacia arriba, examinando a Howard con ojos astutos, y un poco saltones.

Parecía que el hombre no creía ni una palabra que decía.

—Asumiendo que esta mujer es la víctima del homicidio, ¿por qué alguien,

presuntamente el asesino, se burlaría de su persona con esa foto? Usted dice nunca

haberla visto o conocido, y ni siquiera entró dentro para presenciar la escena del

asesinato. Su capitán es el primero al mando, así que si la broma era directamente para

el departamento de bomberos, ¿por qué no poner la dirección de Tanner en el sobre?

Mejor aún, ¿por qué no mandarla al Jefe Mitchell?

No se perdió el uso deliberado del término ―escena del crimen‖.

Sabía que el incendio y las divisiones de homicidios ya estaban poniendo sus manos en

el asunto. Investigando fondo. Y él sólo les había entregado una bomba. Sólo Dios

sabe que era lo que estas cosas significaban y quien fue cogido en la explosión.

—Estoy esperando a que ustedes resuelvan esas preguntas, Oficial Peters. No soy un

detective. Les he dado lo que tengo y les he dicho lo que sé, lo que no es poco.

—Peters y su compañero cercano, Holden, intercambiaron una extensa mirada. El

primero arrojó su cuaderno cerrándolo.

—Está bien. Diría que estamos poniendo todos nuestros esfuerzos en este momento. El

detective de homicidios a cargo del caso va a querer hablar con usted y su equipo.

Probablemente mañana. ¿Está fuera de turno?

Fantástico.

—Hasta el martes a las siete.

—Tal vez quiera mantenerse disponible. —Esto vino de Holden, quien parecía sentir

que necesitaba agregar algo importante.

Que Jesús nos salve si estos dos tontos representaban la más fina esperanza de verdad y Justicia de

Sugarland.

—Oh, creo que tendré que cancelar mi billete de un día a las Bahamas.

—Ambos le dijeron una mirada a Howard. Él sonrió y presionaron sus labios como si

hubieran mordido un limón.

Peters tomó la foto y el sobre en una bolsa plástica de pruebas y se fue. Howard se

apoyó en la puerta, su fachada de tipo duro vaciándose a través de sus pies. Nada de

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esto tenía sentido, y sin su puro instinto de auto-preservación, no estaba seguro que lo

quería.

Fotos mentales de las últimas veinticuatro horas le asaltaron.

El fuego, y el cosquilleo extraño en la parte posterior de su cuello.

Una figura solitaria, parada debajo de un árbol en su patio de en frente.

Un Buick viejo y verde. En el parque.

Cerca al apartamento de Kat. Oh, Dios.

Un hombre dentro del carro, enterrando su cara.

Encendiendo un cigarrillo.

La horrible foto. Los ojos de una mujer muerta.

Un cigarrillo en la mesa de noche.

Con las piernas temblándole, Howard revisó cada puerta. Asegurándose que la casa

estuviera cerrada fuertemente. En su habitación, se quitó los zapatos y los calcetines, se

sacó la camiseta que se había puesto antes que la policía llegara. Se despojó de sus

pantalones cortos y sueltos de nylon de entrenamiento

La ducha caliente no podía mitigar el frío dentro de sus huesos. No se podía calentar.

No importaba cuanto tiempo estuviera parado debajo del spray de vapor, no podía

lavar el creciente horror. De aquel tipo que se filtraba sin previo aviso. Como una

serpiente venenosa, deslizándose hacia los tobillos de un hombre en la oscuridad,

enmascarada hasta su ataque mortal.

Él no era un hombre estúpido. Por cualquier razón, alguien lo tenía al alcance en su

radar, y el bastardo quería que lo conociera. Mensaje enviado y mensaje recibido. ¿Un

asesino había estado espiándolo a él y a Kat? ¿Por qué? Con el fin de burlarse de él

antes de capturarlo y quemarlo hasta la muerte, ¿cómo había hecho con la otra mujer?

—Dios mío. —Cerró el grifo y se tambaleó en la ducha, agarrando una toalla del

estante en la pared y envolviéndola alrededor de su cintura.

Apurándose para ir a la cocina y a por el libro de teléfonos, dejó un rastro húmedo a

través de su casa, pero no le importó. Esta vez había escrito el número de Kat en una

pegajosa nota, y la había memorizado. Con el papel en la mano, trotó de regreso a la

habitación.

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Mirando el teléfono en la mesa de noche, se sentó pesadamente en la cama y agarró el

teléfono. Presionó su número. Esperó, con su corazón latiendo rápidamente.

—Um, ¿hola?

Ella está bien. Se hundió, descansando sus codos en sus rodillas, dejando caer su

barbilla.

—Soy Howard. Perdón por despertarte, querida.

—¿Howard? —Kat repitió adormilada—. ¿Qué hora es?

—Van a ser las dos de la mañana. Solo necesitaba oír tu voz. —¿Qué tan patético era

eso? Pero no podía decirle la verdadera razón de su llamada. Probablemente estaba

completamente fuera de lugar, lanzándola a las sombras. La asustaría para nada y

creería que su nuevo chico era un loco.

Tal vez ella estaría bien.

—¿No eres hermoso? —dijo, bajo y roncamente—. Tú, sin embargo, no tienes que

estar en el trabajo a las siete lidiando con un montón de infernales miniaturas todo el

día.

—Di que estás enferma. Pasa el día conmigo. —Una idea inspirante. Tenía ganas de

abrazarla.

Dejar que calmara las pesadillas con sus manos, su cuerpo exuberante. Llevarla a la

oferta que había pasado por alto durante su descanso. Oh, ¿sonaba tan desesperado

como se sentía?

—Susurró el diablo en su oído. —Una pausa, luego ella suspiró con pesar—. Sin

embargo no puedo. Aún si tuviera los planes en orden, tenemos dos profesores en mi

equipo quienes van a estar todo el día entrenándose. Si lo hiciera, eso dejaría a los

otros dos manejando tres sustitutos.

La decepción se apoderó de su pecho, sin embargo admiró su ética laboral. Él

raramente llamaba, a no ser que de verdad estuviera enfermo.

—Está bien, no hay problema.

—¿La lluvia cuenta como saltarse el día?

—Absolutamente.

—Tengo muchas ganas de cenar contigo, Howard. —Su voz se suavizó, casi tímida.

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—Lo mismo digo. Olvídate de lo de las seis y media. Ven tan pronto como sea posible.

—Señor, esta mujer era rápida trayendo la fiebre su sangre. Vislumbro la sonrisa en su

respuesta.

—Me encantaría eso. Salgo del colegio a las tres y media. Si salgo inmediatamente y

voy a casa a cambiarme, puedo estar en tu casa a las cuatro y media. ¿Te viene bien?

Oh, sí.

—Apuéstalo. Contaré las horas.

—Yo también, buenas noches Howard.

—Buenas noches hermosa.

Poniendo el teléfono en la base, tembló. Pequeñas gotas de agua se aferraban a su piel

helada. Bueno, un lugar en su cuerpo no estaba frío. Su renegado pene se levantó entre

sus piernas abiertas, hurgando en la toalla que llevaba en la cintura. El simple sonido

de su voz lo excitaba hasta agonizar. ¿Bolas azules? Olvídalo. Prueba con un tono

berenjena.

Se secó rápidamente. Dejando su cabello húmedo, se tendió sobre la cama con las

manos detrás de su cabeza, renunciando a los bóxers que usualmente llevaba. Con el

ceño fruncido hacia el techo, se preguntó si sólo Kat produciría ese efecto en él o si su

descuidada libido respondería con violencia a cualquier mujer después de un año de

celibato.

Cualquiera podría aliviar su energía sexual reprimida. La idea no era muy verosímil,

pero necesitaba encontrarla casi tanto como necesitaba su ser liberado. Y esa era la

única forma de probar su teoría sin que nadie saliera lastimado.

Estirando sus piernas, se quedó con los brazos a los lados. Se dejó caer en el colchón.

Cerró los ojos. Respiró hondo, exhaló, y empezó a hacer memoria.

La pelirroja. La última ―amiga‖ que trajo a casa, la que no desayuno. Nada de comida,

al menos. Se conocieron en su gimnasio. Ella era una supermodelo, muy bonita. Él

estaba solo. La llevó a pasear en su Harley, le compró un casco. Y terminaron aquí, en

su cama, por dos días. La había utilizado a su voluntad, y él le permitió usarlo, en sus

malos momentos como algo que garantizaba hacer que incluso Jules quedara en estado

de shock.

Siempre había sido un hombre intensamente sexual. Podía llevar un gran y seguro

estilo de vida en muchos aspectos. Pero nunca, jamás, en la habitación. Aquí las

apuestas estaban prohibidas. Necesitaba tocar, sentir, como cualquier hombre necesita

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aire para respirar. Piel con piel. Amaba tomar a una mujer fuerte y rápido, o lento y

gentil. Él amaba dejarla tomarlo, también. De cualquier modo que ella quisiera.

La elección era de ella. Y así lo hizo. Janine —¿o Janice?— estaba a horcajadas en sus

caderas, con su cobrizo arbusto haciéndole cosquillas en su estómago. Ella se inclinó

sobre él, sus pequeños pechos y su largo cabello rojo rozando su pecho, y susurrándole

al oído. Tenía que mantener sus brazos sobre los lados, como le ordenó. Había seguido

cumpliendo con sus deseos, o su juego habría terminado.

Ella le besó el cuello, la garganta, el pecho. Lamió camino abajo por el vientre. Se

arrodilló entre sus piernas estiradas, ahuecó sus manos alrededor de sus bolsas,

sopesando los pesos individuales con un ronroneo de aprobación femenina.

Apretando.

El calor se acumulaba en su ingle, Howard gruñó ante el recuerdo de la boca de Janine

circundando su asta. Un cálido y húmedo revestimiento desde la base, succionando

fuerte. Perdido, levantó sus caderas de la cama. Guió su delgada mano entre las

mejillas de su trasero, el dedo húmedo masajeando su entrada. Adentrándose en el

interior. Una oscura, decadente indulgencia por parte de los dos, una sola mujer tenía

permitido hacerlo. La tigresa en su interior se regocijaba ante el poder que ejercía sobre

él.

A pesar de su dominación innata, el macho en él amaba darle ese poder a ella.

La pelirroja fantasma chupó, lamió y lo penetró. La fantasía salvaje de cualquier

hombre hecha realidad. Aun así, una vaga insatisfacción lo envolvía aquí y ahora. No

podía ir más allá del dolor placentero de su atormentada erección, no podía perderse

totalmente como lo había hecho antes. Ella no había significado nada para él y

viceversa, y de repente supo, sin una sola duda, que si estuviera en su cama en ese

momento, tendría que enviarla a su casa.

No, ninguna mujer lo haría.

Él libero su mente para divagar en su deseo. El pelo en cascada sobre su regazo se

convirtió en rubio, los ojos de gato que lo miraban entre sus piernas eran verdes como

esmeraldas. Sus pechos regordetes rebotaron con el ritmo de su trabajo en su polla, en

su culo.

—Kat —gimió, su cuerpo estaba caliente como una antorcha.

Dios, sí, tener a Kat trabajando en él, haciéndole esas cosas a su cuerpo, no pediría

nada. Lo que quisiera. Sin embargo, ella lo deseaba. Con mucho gusto sería suyo, sólo

suyo, ahora. La próxima semana, el próximo año. Siempre.

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Sintió la sensación de llegar al clímax disparándose a través la base de su espina dorsal.

—Ahhh, ¡Dios! ¡Sí!

Entró en erupción como el Monte Santa Helena, se vino con más violencia que la vez

anterior. Una y otra vez, gruesos riachuelos de semen sobre su vientre plano. Cuando

el último de los temblores disminuyó, se quedó jadeando, parpadeando con asombro

vio cómo su cuarto se enfocaba de nuevo. Si esto era lo que sucedía sólo imaginando

las manos de Kat y su boca en él, casi no podía esperar a que la fantasía se hiciera

realidad.

Dios, jamás se había tocado. No, ninguna otra mujer sería para él.

Silbando, empujó a un lado los pensamientos ominosos del incendio premeditado y el

asesinato. Notas y acosadores. Mañana, la terrible sensación de muerte acercándose

debía comenzar a desaparecer. Nada de aquello tenía nada que ver con él o Kat.

Alguien excéntrico, lo más probable. Un incidente aislado.

—Katherine McKenna —dijo en voz alta. Le gustaba como sonaba su nombre en sus

labios—. Eres mía, ángel.

La sonrisa se quedó fija en su rostro mientras se duchaba una vez más. Se puso sus

bóxers favoritos, y se deslizó entre las sábanas frescas. El sueño llegó rápido para un

cambio, profundo y contenido. Por un tiempo. Hasta que un monstruo persigue a un

niño aterrorizado por el jardín de su madre. Y lo agarra.

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Traducido por masi

Corregido por Beatriix

l detective de homicidios Shane Ford resultó ser un hombre muy bueno, a

pesar del temor inicial de Howard ante la reunión. Un hombre alto y delgado,

de treinta y tantos años con pelo largo negro, aguda inteligencia en sus ojos

grises, y una sonrisa fácil, Ford disipó la mayor parte de la tensión de Howard por

hablar con la policía.

A diferencia de Peters y Holden, el detective fue cortés, toda paciencia a través de la

noche del incendio y los acontecimientos que condujeron a esta mañana, incluyendo la

participación de Kat y su primera cita. A pesar de las preocupaciones de Howard

parecía ridículo a la luz del día, Ford dijo algo acerca de la visión fugaz de lo que él

creía que era alguien en su jardín, y Buick reapareció verde y feo.

Ford, para su crédito, trató sus declaraciones como cosa seria a la luz de la horrible

fotografía.

Sentado en la sala de Howard en una silla de cuero, el detective golpeó un bolígrafo en

la rodilla, estudiando sus notas con un leve ceño fruncido.

—Asumo que tiene razones para creer que la mujer de la foto es la víctima del fuego —

dijo Howard, aprovechando el lapso de tiempo—. O usted no estaría aquí.

Ford levantó la mirada, asintió con la cabeza.

—Las tengo. La habitación en la imagen parece ser idéntica a la habitación. Además,

la mujer en cuestión coincide con la descripción de una mujer reportada como

desaparecida ayer por su marido. Los registros dentales deberían concordar con la ID

hoy, de una manera u otra.

—Jesús.

—Sí.

E

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Dios, deseaba que Tommy y Eva no hubieran visto los restos carbonizados. Aun así,

mejor cualquiera que no fuera Sean, quien no había devuelto su llamada esta mañana.

—¿Por qué molestarse en quemarla? Al asesino, obviamente, no le preocupa ocultar su

identidad.

—Castigo, venganza, o por una emoción enfermiza. Hay un sinfín de razones

retorcidas. —El detective extendió sus manos—. ¿Por qué el hijo de puta arroja el

asesinato en tu cara? Tal vez te escogió al azar, pero no sabemos lo suficiente como

para especular en este momento.

—Ponerme en la cabeza del juego podría haber sido una idea de último momento.

Podría haber sido cualquiera. Él podría seguir adelante y olvidarse de mí. —Sonaba

bien, pero Howard no estaba seguro de que él creyera tal reclamo mientras lo

desechaba.

Ford apretó los labios.

—Lo sabremos muy pronto. Un psicópata no va a dejar de matar. O subirá la apuesta,

o se trasladara a otro lugar de caza y nunca sabremos de él otra vez.

Ambas opciones se perdieron. Su esperanza creciente de que el asesino simplemente

desaparecería se desvaneció. Si el psicópata dejaba la ciudad, podría tomar años, si

acaso, para que fuera capturado. Mientras tanto, el hijo de puta mataría como antes,

en otro condado o estado. El escalofriante problema de Howard resuelto... A costa de

innumerables víctimas y de algunas pistas que la policía podría haber conseguido.

Recordando la mirada de resignación de la misteriosa mujer a la que estaba mirando el

de la foto, la culpa lo asaltó por su egoísmo. Nunca había rehuido de los problemas

como un pequeño pusilánime temeroso, y no iba a empezar ahora. Si algún cachorro

enfermo insistió en llevar esta basura a su puerta, averiguaría quién y por qué. Cuando

lo hiciera, el pervertido tendría más oportunidad si los policías llegaban a él primero.

Ford se puso de pie, dando por finalizada su visita.

—No te seguiré. Pero necesito ponerme en contacto con la Srta. McKenna para hablar

sobre el incendio y la camioneta que vio salir de la zona.

—Ella ya le contó todo al policía que se presentó. —Odiaba la idea de hacer a Kat

pasar por lo mismo de nuevo.

—El oficial me dio sus notas. —El detective le dirigió a Howard una mirada

especulativa—. Pero yo prefiero conseguir mis observaciones en persona. Una vez que

el drama pasa, la gente suele recordar detalles que no había recordado antes y no se

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dan cuenta de que aún son importantes. Para el momento en que llegué a la escena la

Srta. McKenna se había ido ya, y yo no pude contactar con ella ayer, tengo que hablar

con ella tan pronto como sea posible.

Tenía sentido. Él no tenía que estar emocionado al respecto, sin embargo. La idea de

poner el foco de atención en ella como el único testigo de asesinato posible le asustaba

como el infierno.

—Detective... ¿cree que ella podría estar en cualquier tipo de peligro por este

psicópata?

—No estaría de más por parte de ella de que tenga cuidado por un tiempo. ¿Necesita

saber algo más acerca de la foto?

Decisión difícil, pero desde el punto de vista de un policía, cuantos menos detalles

compartieran de un caso desde el principio, mejor. A menos que fuera necesario, por

supuesto.

Sí, eso es lo que le preocupaba. Mantener alejado de ella el regalo de la pequeña

sabandija lo ponía a él en una mala posición, considerándolo. Ponerla en desventaja,

también.

Ford le dio la mano, prometiendo estar en contacto, y se fue.

Howard se paseó por la sala de estar, luchando con su conciencia. Agonizando sobre

qué hacer con Kat. A pesar de su reticencia a crear vínculos duraderos, ella ya se había

metido bajo su piel. Casi se había convencido a sí mismo que podría tener algo

positivo que ofrecerle, y ahora esto. A pesar de sus esperanzas, la verdad no era más

fácil de desechar a la luz del día.

Un asesino enloquecido estaba jugando con su vida.

Un asesino que podría haber estado observando a Kat. ¡Dios mío! ¿Qué iba a hacer?

¿Dejar su protección a la policía? ¿Confiar su seguridad a payasos como Starsky y

Hutch?

Nada malditamente probable.

—Sin embargo, el bastardo enfermo no llegará a ella a través de mí. —La ira agitaba

sus entrañas. Que lo intente.

En la cocina, Howard sirvió otra taza más de café y miró el reloj en la pared. Bastante

para las nueve y media. Tenía tiempo de hacer recados, venir a casa y arreglarla, y de

limpiarla para cenar con Kat. Si arrastraba su culo.

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Apurando su café, puso la taza en el fregadero, y luego intentó llamar a Sean. En el

cuarto tono, él hizo una mueca cuando sonó el contestador automático. Una vez más.

Hola, estás llamando a Sean, Blair, Bobby, y Mia, cada voz sonando a través del teléfono

en un saludo alegre. Los fantasmas parados tristes por la casa vacía de Sean. Deje su

mensaje después del beep.

—Oye, hermano. Soy yo otra vez. Levanta el teléfono o me pasaré por allí y daré una

patada en la puerta. Maldita sea, ¡pienso hacerlo, Sean! —Nada. Se pellizcó el puente

de la nariz con frustración—. Estaré allí en veinte minutos. Si oyes este mensaje, llama

a mi móvil.

Colgando, un estremecimiento eléctrico de miedo lo sacudió a la acción. Agarrando la

billetera y las llaves de su camioneta, corrió hacia la puerta.

Por favor, Dios, haz que resista un día más. No dejes que lo encontremos muerto.

Una oración que había repetido varias veces a la semana durante meses. Algo tenía

que hacer. Sean había llegado a la encrucijada y se había quedado atascado allí,

inmovilizado. Su mejor amigo o sobreviviría a la pérdida de su familia, o no lo haría.

Una tarea lo suficientemente difícil para cualquier hombre cuyos seres queridos habían

sido eliminados en un trágico giro del destino. Añadiendo el hecho de que Sean había

estado trabajando horas extras con el equipo B de turno, en lugar de asistir al partido

de fútbol universitario de su hijo, y había respondido a una llamada que lo llevó

directamente a la destrucción, hasta la estructura de un destrozado coche familiar…

—Sabes que no están bien cuando no lloran —comentó Clay, le remarcó el FAO del

turno de trabajo B tristemente a Howard después del funeral.

A día de hoy, Sean nunca había llorado. Ni una sola vez.

Lo sabía porque lo habían discutido. O más bien, Howard le golpeó la cabeza contra la

pared mientras su amigo se cerraba en banda. Cerrándose a él y a todos los demás.

Sean quería darle tiempo hasta que él estuviera libre para desahogarse.

No iba a suceder.

En cuestión de minutos, atajó por el largo camino de grava que llevaba a la casa de

Tanner. La larga casa de madera quedó a la vista, una joya rústica en contra de la

hermosa alfombra multicolor de Tennessee. Treinta hectáreas de paraíso en donde

Sean y Blair habían criado a sus hijos, ahora una infernal prisión sin rejas.

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La Tahoe de su amigo se encontraba estacionada junto a la casa. Se puso detrás de ella

y apagó el motor. Su estómago apretándose con el temor, subió los escalones del

porche y golpeó la puerta con el puño.

—¡Sean! ¡Abre la puerta! —Silencio. Golpeó otra vez—. ¡Sean!

El temor se transformó en pánico. El marco se astilló en la tercera patada, la puerta

abriéndose de golpe. Corrió a través de la sala de estar, por el pasillo hacia la parte

trasera de la casa.

Se detuvo en la puerta del dormitorio de Sean, dejando que sus ojos se acostumbraran

a la penumbra.

El hedor lo golpeó primero. El hedor dulzón de vómito antiguo y desesperación.

Sintiendo náuseas, se llevó una mano sobre su boca y escaneó la habitación. Las

sombras estaban extendidas bloqueando la luz, pero divisó la forma alta en la cama.

Demasiado quieta.

—¿Sean? —Se movió más cerca, y encendió la lámpara de la mesilla—. Oh, Dios mío.

Cápsulas cubrían el suelo delante de la mesita de noche, junto con el contenedor vacío

y un quinto de Jack. Inclinándose, le arrebató la pequeña botella pequeña y leyó la

etiqueta. Pastillas para dormir. Dulce Jesús, no.

Howard colocó el frasco del medicamento en la mesita de noche. Con el corazón en la

boca, se sentó al lado de Sean. Vestido con pantalones de chándal y una blanca

camiseta normal, su amigo estaba sobre su vientre, la cara vuelta, las sábanas

enredadas alrededor de sus piernas. Aterrorizado, Howard puso una mano sobre su

hombro. Sintió el leve alzamiento y la caída de respirar.

No está muerto. Él podría haber llorado de alivio, pero no estaban fuera de peligro

todavía. Sacudiendo su amigo, dijo ásperamente:

—Despierta, amigo. Vamos.

Un gemido sordo se enfrentó a sus esfuerzos. Después de varios intentos fallidos para

despertar a Sean, alzó al hombre hacia arriba por su camisa y le puso boca arriba.

Tomó una muñeca, le tomó el pulso. Lento, pero fuerte.

Sean se agitó, se quejó, perdido en su infierno privado.

—Nooo, no te vayas... Papá lo siento…

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Howard cerró los ojos brevemente, su corazón retorciéndose. Extendiendo una mano,

le dio unas palmaditas en la mejilla a su amigo.

—Sean, soy yo. Despierta.

El rostro del hombre era como un cadáver gris, barba de un día de crecimiento

sombreando sus mejillas. Al menos no había vomitado en la cama, gracias a Dios, ya

que el olor debe haber salido a la deriva desde el cuarto de baño. Surfeando desde las

profundidades de una pesadilla a otra, parpadeó a Howard con confusión.

La voz de Sean era el roce de una lata oxidada.

—¿Qué carajos?

—Eso es lo que me gustaría saber, amigo.

—¿Howard? —Él sonaba como inseguro de si podría estar soñando.

—En carne y hueso

—¿Cómo…? —Tragó fuertemente, como tragando un poco de sobra de sopa de

guisantes—. ¿Cómo llegaste aquí?

—Entré yo mismo.

—No puedes... tener una llave.

—No tienes puerta de entrada.

Los ojos verdes se cerraron.

—Mierda.

Se quedó en silencio por un momento. Mejor dejar que las células del cerebro de su

amigo empezaran a moverse de nuevo antes de hacerle el tercer grado. Casi podía ver

las ruedas girando mientras Sean procesaba lo que se había hecho a sí mismo.

—¿Cuándo empezaste a emborracharte? —preguntó Howard tranquilamente.

Aparentemente incómodo al tener esta conversación, mientras estaba de espaldas,

Sean se sentó. Lentamente. Se acomodó para descansar en la cabecera.

—¿Qué día es hoy?

—¿Qué día crees que es? —Él luchó para mantener su temperamento bajo control. La

ira haciéndose cargo del temor por el hombre que amaba como a un hermano.

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Si es posible, el rostro de Sean se enfermó aún más.

—Yo... Yo no lo sé —murmuró, bajando la cabeza avergonzado—. ¿Me he perdido el

turno del martes?

Cruel como parecía, le permitió a su amigo a momento para pensar sobre la cuestión

antes de responder. Dejando que la posibilidad se tejiera intensa y pesada en el aire

entre ellos.

—No. Es sólo lunes.

Sean dejó escapar un suspiro, pero no dijo nada.

Howard levantó la botella de píldoras de la mesilla de noche con una mano

temblorosa.

—¿Te tragaste algunas de estas con el Jack?

Entrecerró la mirada hacia él.

—Todavía estoy aquí, ¿no?

El temperamento de Howard entró en erupción. Su mano salió disparada, agarrando la

parte delantera de la camisa de Sean. Sacudió a su íntimo amigo, encarándole de

cerca.

—¡No te cierres de nuevo a mí! No a mí —gritó, sacudiéndolo con fuerza—. ¿Cuántas

tomaste? ¡Respóndeme!

Sorprendido, Sean agarró el brazo de acero que le sostenía rápidamente.

—¡Para, maldita sea!

—¡Dímelo! —rugió Howard.

—Casi toda la botella —gritó Tanner de vuelta. Jadeando, vaciló mientras la verdad

retumbaba en las paredes. Cayendo el silencio como un cuerpo muerto y maloliente.

Él se quedó inerte mientras Howard lo tomaba por los hombros.

—Me tomé un puñado —dijo Sean con voz ronca, mirando hacia otro lado con

miseria—. No recuerdo mucho, pero cambié de opinión. Fui al baño y… me encargué

de ello.

Dios todopoderoso.

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—Tú… tú trataste de suicidarte. —Sabía que su amigo había estado recorriendo está

pendiente. Ambos lo sabían. Pero afrontar la verdad de lo lejos que Sean había caído

fue devastador. Se sentía devastado.

—No llegué a eso, Six-Pack.

—Te habría encontrado. ¿No te das cuenta de eso? —Se le quebró la voz. No pudo

evitarlo.

—Lo siento. —La cara de Sean estaba grabada con dolor—. Perdóname.

—No pude salvarlos, viejo amigo. Nadie pudo. Perdónate a ti mismo. —Las lágrimas

amenazaron con salir, y maldita sea, evitarlas tomó todo su poder de voluntad. Había

encontrado a mi mejor amigo muerto.

—No sé cómo. —Tanner sacudió la cabeza, arrugando la cara—. Los testigos dijeron

que Mia murió gritando que Pa-papá apagara el fu-fuego. No pudieron sacarla,

Howard. Llegué demasiado tarde. Jodidamente tarde…

Había oído esto antes. Pero nunca de los labios de Sean.

Impensable. Horrible. El asesinato destrozaba el corazón del hombre, acallándolo para

siempre.

Tiró a Sean a sus brazos. Sin importar cómo el abrazo podría parecer a alguien otra

cosa, alguien cuya vida nunca hubiera tomado un desvío a través del infierno.

Ninguno habló. Howard simplemente sostenía al hombre que era su hermano en todo

excepto de sangre. Quisiera Dios que él pudiera legar una buena dosis de su fuerza

para la pérdida de su amigo.

Si fuera posible, habría sacado la fuerza vital de su cuerpo, con mucho gusto para darle

hasta la última gota a Sean, sólo para verlo sonreír de nuevo.

Howard se retiró primero.

—Dúchate mientras pongo un poco de café.

Sean asintió con la cabeza y salió de la cama, tambaleándose inestablemente sobre sus

pies.

—¿Puedes hacerlo?

—Creo que sí. —Sean no sonaba muy seguro.

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—Bien. Porque tracé la línea en desnudarme para sostenerte en la ducha, amigo.

Quiero decir, nosotros ni siquiera estamos saliendo. —Hay estaba. No del todo la

sonrisa de su amigo, pero por lo menos una atenuación de las líneas blancas alrededor

de la boca.

Dejando a Sean con su privacidad durante unos minutos, él se ocupó de poner el café.

Una vez hecho esto, volvió a la habitación, tomó las restantes pastillas para dormir

caídas de la alfombra, limpiándola, y tiró la botella.

Diez minutos más tarde, Sean se tambaleó hasta la cocina con su cabello castaño

húmedo, vestido con unos pantalones de la marina limpios y una camiseta del

Departamento de Bomberos de Sugarland. Se desplomó en una silla frente a Howard

en la mesa de desayunar, con los ojos bajos. Claramente avergonzado.

Howard preparó a Tanner una taza de café negro y la empujó hacia él, sin decir nada.

Esperando a que dijera algo. ¿Qué podía decirle a Sean que no le hubiera dicho cientos

de veces ya?

Prométeme que no lo intentarás de nuevo, quería gritar. Pero él tenía demasiado miedo de

la respuesta. Así que bebieron en silencio, Sean tomando su café como si desconfiara

de la materia que pudiera quedarse abajo. Finalmente, su amigo levantó la mirada.

Encontrando su silencio inquisitivo.

—¿Qué vas a hacer con esto? —La mano de Sean se apretó sobre su taza—. ¿Vas a

informar acerca de mí?

Ah, aquí estamos. La pregunta del millón de dólares para la cual no había una buena

respuesta. Involucrar a los de arriba —y sí, esto pondría a Bentley en una posición

incómoda y una situación como ésta tiene el potencial de asumir una vida propia.

Howard dejó su taza. Apoyó los codos sobre la mesa, sus manos cerradas en puños.

—¿Cómo crees tú que debería manejar esto?

—No puedo pedirte que me encubras. Deberías hacer un informe. —Él estaba sentado

con expresión sombría y grabada en piedra, como si se preparara para un golpe.

—¿Cómo querrías que lo manejara?

La miseria oscureciendo sus ojos.

—Dame otra oportunidad. Un poco más de tiempo. Por favor.

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—¿Para poder salir corriendo y encontrarte mañana muerto? ¿La próxima semana? —

Sean se estremeció como si le hubiera dado un puñetazo en el estómago, pero ninguno

de ellos podía permitirse el lujo de ser menos que honesto.

—Dios, no. Eso no pasará ahora. Lo juro…

—Si quieres manejar esto sin la interferencia del departamento, tienes que ponerte en

forma. Toma el Zoloft cada día y tira la bebida —le ordenó a Sean en un tono que no

admitía discusión.

El suspiró, bajando la mirada hacia sus manos.

—Hecho.

—Sal a la calle en tus días libres, en vez de perder el tiempo en este hermoso lugar

tuyo. Sega tu propio y maldito terreno delantero para que ese pobre y viejo mofeta de

al lado no tenga que venir y hacerlo. ¿Qué tiene, como, ochenta y cinco?

Sean enrojeció de vergüenza.

—Lo entiendo. Joder.

Él se inclinó hacia delante.

—¿Lo haces? Porque no puedo salir de aquí sin tu promesa de empezar a hacer un

verdadero esfuerzo. Mi corazón no puede tener otro susto como cuando llegué aquí,

pensando que estabas muerto.

—Voy a intentarlo, pero…

Frustrado, él golpeó la mesa con tanta fuerza que el café se derramó.

—Tu palabra, Sean.

—Está bien. Te doy mi palabra de que voy a hacer todas esas cosas que has

mencionado. Voy a hacerlo lo mejor posible, lo prometo. —Él dirigió a Howard con

una mirada de determinación—. Y no habrá una repetición de la última noche.

Él quiso decir cada palabra, pero los dos conocían el resultado.

—Vas a tener más días malos, algunos tan malos como ayer o peor. Y cuando los

tengas, me llamarás, ¿entiendes?

—Sí. Y Six-Pack… Gracias.

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—Eso es para lo que estoy aquí, amigo. —Rebuscando en el bolsillo frontal de la

camisa, le ofreció su paquete de Pez7.

Tomando un puñado, su amigo se metió un par en su boca, la gratitud brilló a través

de su rostro. Masticando los caramelos, ladeó la cabeza, pensativo.

—Entonces, ¿qué te pasa a ti?

—No mucho. ¿Por qué?

—Estás mintiendo.

—¿Qué? ¿Cómo lo sabes?

—Te estás rascando el pecho. Siempre haces eso cuando estás mintiendo.

Howard dejó de rascarse y frunció el ceño.

—No lo hago.

—Lo haces, también. —Los labios de Sean se torcieron en una mueca—. Vamos,

tírame un hueso. Dame algo en que pensar, además de en mí para cambiar.

Dudó. Contarle a su amigo sobre la foto espeluznante y el tipo de la Buick significaría

hablarle de Kat también. Por otro lado, si no lo sacaba, Sean podría llegarlo a saber

por uno de los chicos. Y estaría herido por haber quedado fuera del circuito.

—He comenzado a ver a alguien.

Las cejas de Sean se alzaron.

—¿Desde cuándo?

—Ayer. Su nombre es Kat McKenna.

—¿La linda rubia del incendio de la noche del sábado?

—Esa misma.

Sean lanzó un silbido de admiración.

—Maldita sea, muchacho, trabajas rápido.

7 Pez: Son unos caramelos, que los niños ponen unos juguetes con cabezas de dibujos animados a las

que aprietas y te sale el caramelo.

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—Voy a mantener la cena para ella en mi casa esta noche. —Se encogió de hombros,

restando importancia a la intensidad de sus sentimientos en alza por la mujer para

beneficio de Sean—. Mantener las cosas casuales, ver cómo va.

—Bueno, buena suerte. Uno de nosotros merece ser feliz. —Sean sonrió, no del todo

cubriendo las sombras acechando detrás de su expresión.

Él no iba a ir más allá. Su amigo no estaba dispuesto a escuchar que merecía volver a

ser feliz, también.

—Hay más. Cuando llegué a casa de ver a Kat ayer por la noche, me encontré con un

mensaje desagradable pegado en mi puerta.

—¿De qué tipo? ¿Un ex-amante celoso?

—Nop. Un asesino desquiciado.

Toda la atención de Sean se enfocó.

—¿Qué demonios?

Cuando terminó de explicar, Sean tenía la boca abierta como una trucha en tierra.

—Básicamente, el detective Ford no tiene ni idea de por qué el asesino me dejaría la

foto de la víctima, y yo tampoco lo sé.

—Santa mierda. Van a proporcionarte una protección, ¿no?

—¿En base a qué? Kat y yo, en realidad, no hemos sido amenazados.

—¿Qué? ¡Si dejarte una imagen de una mujer tomada antes de que él la matara no es

amenazas, no sé lo que es!

—Tú y yo. —Encontró la mirada preocupada de Sean—. Hey, esto podría ser una

broma enferma. O un golpe de suerte. Tal vez no es la misma mujer en absoluto. Yo

no voy a buscarle las tuercas a menos que ocurra otra vez.

—¿Se lo has dicho a Kat?

—No, y no estoy planeando hacerlo en este momento. No hay necesidad de asustarla

si no es nada.

Sean no parecía muy convencido. Maldición, él no lo estaba, tampoco. Al menos su

amigo consiguió lo que quería. Había algo más en qué pensar ahora, con creces.

Howard se puso en pie.

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—¿Vas a estar bien después de que me vaya?

—Estaré bien.

Sean sonó más fuerte, más firme de lo que había estado en meses. Howard no estaba

seguro de que dejarle fuera seguro, pero al empujarle mucho se estaría arriesgando a

socavar su progreso minúsculo.

—Muy bien —dijo—. Te veo en el turno de la mañana.

Sean lo acompañó hasta la puerta principal, haciendo una mueca al ver el daño.

—Por Dios, arrancaste una puerta de madera de roble maciza de la estructura.

—Llamaré a alguien para que venga arreglarla esta tarde.

—No. Esta es mi culpa. Además, ahora tengo algo productivo que hacer. —Él le

dedicó una extraña sonrisa sincera que murió con la misma rapidez—. Gracias por

mantener mi metedura de pata en familia.

Howard tiró de él en un abrazo de oso, le dio una palmada en la espalda.

—Por supuesto, mi amigo. Estoy aquí, cada vez que me necesites.

Sólo el tiempo diría si había tomado la decisión correcta.

Si no lo había hecho, nunca se lo perdonaría a sí mismo.

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Traducido por Jpink y andre27xl Corregido por kathesweet

os lunes de Kat eran normales. Correr, correr, sin ningún segundo que perder.

Demasiado para lograr y pocas horas en las que realizar las tareas. Con una

conferencia programada con los padres en su tiempo de planificación, comer

era lo único que rompía su día.

O lo hubiera sido, si el Detective Shane Ford no se hubiera pasado y usado sus únicos

y preciados 25 minutos para hacerle preguntas sobre lo que había visto el sábado por la

noche. El policía era encantador y amable, y la conversación bastante indolora. No

tenía mucho que revelar, aunque parecía contento con su descripción de la camioneta

oscura.

Todo dicho, un comienzo agotador para una semana nueva. Pero no podía quejarse.

De hecho, cuánto más cerca estaba la gran manecilla de las tres y media, más se le

levantaba el ánimo. Pronto vería a su gran y sexy bombero otra vez.

En casa, se arregló, se quitó sus pantalones sueltos caqui y su suéter rojizo.

Rápidamente, se deslizó la cuchilla de afeitar por sus piernas y axilas. No pensaba

permitir que el hombre más sexy del planeta empezara con un mal camino con ella.

Regla número uno del Código de Chicas: piernas y axilas siempre depiladas. Nunca

sabes cuándo puedes ir a parar al hospital.

O ser empujada a los brazos fuertes de un machote sexy de dos metros de combustión

lenta.

Renovada después de la breve ducha, se secó con la toalla, se puso un sujetador de

relleno de seda a juego con la parte de abajo de su ropa interior de color verde

esmeralda. Eligió un pantalón negro, botas hasta los tobillos de cuero negro, y una

blusa verde, se vistió y se volvió a aplicar una pequeña cantidad de maquillaje en un

tiempo record. Después, se peinó y se puso una gran horquilla para que le recogiera el

pelo.

L

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Dándose la vuelta, se miró analizándose en el espejo. Demasiado elegante para comer,

pero quería verse bien para el teniente. Estos días, no estaba acostumbrada a satisfacer

a nadie con su aspecto excepto a sí misma, pero esperaba que Howard estuviera

contento.

¿Y si no lo estaba? Ella no se comparaba con su hermana mayor, como Rod había estado

haciéndolo. Era feliz en su propia piel. A diferencia de Grace, Kat era baja, y con

muchas curvas. Nada iba a cambiar ese hecho. Ayer, a Howard verdaderamente no

parecía haberle importado.

Ruborizada, pensó en el episodio del mirador. ¡Dios mío, había estado cerca de hacer

el amor con el hombre a plena luz del día! Cualquiera podría haber tropezado con ellos

haciendo el baile horizontal, y la idea atrevida le dio un escalofrío de placer prohibido

en los dedos de los pies.

—Chica, lo llevas mal.

Conduciendo a casa de Howard, sus nervios saltaron por la anticipación de tener al

delicioso hombre para ella sola. Sin parques llenos de gente, perros ladrando y niños a

los que rescatar. Solo ellos dos solos. Algo para pensar que tenía su cuerpo

hormigueando por todas partes, creándose la excitación como una olla a presión.

Se volvió hacia su calle, gratamente sorprendida por su barrio. Las casas eran viejas,

pequeñas, pero bien cuidadas. El césped limpio disponía de arbustos elegantes, y las

flores llenaban el lugar a rebosar contrastando con los colores del otoño.

La casa de Howard era de ladrillo rojo, con mariquitas al borde de la acera y rodeando

el gran roble del patio. Aparcó su Beamer en la entrada de en frente de su garaje y

apagó el motor, mirando fijamente. La imagen mental de un hombre gigante de

rodillas, sujetando delicadamente el tallo y las raíces con sus manos enormes,

plantándolos en el suelo con amoroso cuidado, produjo algo extraño y maravilloso en

su interior.

Tocó el timbre y esperó en el porche, presa por la extraña idea de que su vida estaba a

punto de cambiar para siempre. El poderoso sentimiento era casi suficiente para

hacerla dar la vuelta y correr, entonces oyó pasos pesados aproximándose.

Howard abrió la puerta, con una sonrisa amplia.

—¡Hola, entra! —Dio un paso a un lado para dejarla entrar, recorriéndola con una

mirada de admiración—. Te ves hermosa.

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—Gracias. —Ella lo miró desde la punta de los pelos, de dos tonos, hasta los pies

descalzos. Se había vestido bien, con unos pantalones color canela y una camisa con

rayas azul marino y beige y con botones, abierta en la parte de su bronceada garganta.

La camisa se extendía por su enorme pecho musculoso y los pantalones se abrazaban a

sus muslos a la perfección, haciéndote la boca agua—. Tú también estás guapo.

Delicioso para comer con cuchara.

Rehuyendo el cumplido, él agitó la mano en dirección a la sala de estar.

—Pon tu cartera en cualquier lado. Voy a enseñarte todo, aunque no hay mucho que

ver.

—Tienes que estar bromeando. Tu casa es estupenda, y mucho más grande que mi

apartamento de mala muerte. —Caminó hacia el lugar y puso su bolso sobre la mesa.

Justo al lado de un cuenco de madera lleno de Pez. Decenas de rollos de ellos. Ella

sonrió.

Él se encogió de hombros.

—Es mi casa.

Pero vio cómo se enderezó, y una luz resplandeciente de orgullo se le puso en sus

conmovedores ojos chocolate. Esta casita modesta era su refugio, y quería

impresionarla.

Tuvo éxito. Oh, no era un lugar muy decorado o algo parecido. Pero la casa estaba

ordenada, bonita, y con un toque masculino en cueros y tonos tierras, era todo

Howard. Su presencia imponente, su olor picante con un toque de melón, impregnaba

todos los rincones, tentando la nariz. Aumentando la conciencia femenina de él.

Acercándose a la chimenea de ladrillo, Kat pasó un dedo por el borde de un marco de

fotos del centro del mantel, rodeado de varias fotos más pequeñas. Una bonita pareja

mayor sonreía en la foto. El hombre grande estaba en forma y era guapo, contrastaba

con la bonita y pequeña morena de su lado.

—¿Tus padres?

—Sí, estos son Bentley y Georgie. —La calidez de su voz era inconfundible.

—Hacen una pareja fabulosa.

—Son magníficas personas.

Ella miró al hombre.

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—Te pareces a Bentley. Cuerpo grande, mandíbula cuadrada, ojos marrones.

—Tenemos mucho en común. La mayoría de las personas no se dan cuenta de que fui

adoptado.

Curvando los labios ella estudió las fotos más pequeñas. Una de ellas era una foto de

un grupo de seis bomberos en fila en frente de una máquina, cinco de ellos hombres y

una mujer encantadora con la piel ligeramente bronceada. Negra o hispana, Kat no

sabría qué decir. Su pelo oscuro estaba recogido de un rostro anguloso con rasgos

llamativos, complementando a un cuerpo delgado de corredora. Kat se maravillaba de

qué cualquier mujer que fuera capaz de pasar las duras pruebas físicas necesarias para

convertirse en bombero. Pruebas dirigidas a hombres. ¿Cómo hizo la mujer para

competir en el ambiente masculino?

El equipo sonreía a la cámara, con los brazos extendidos sobre los hombros del otro, el

teniente se elevaba sobre los demás. Si el amor y el respeto pudieran hacerse tangible,

sin palabras, esta imagen contaría la historia de la cercanía del equipo.

—Mis hermanos —dijo simplemente.

Kat golpeó en la foto.

—Y hermana.

Howard ladeó la cabeza.

—Tal vez pensé de esa manera al principio, cuando Eve era nueva. Pero ahora no

puedo decir que pienso en ella de manera diferente a los chicos. A pesar de que tiene

su propio cuarto con su propia litera para mejorar la convivencia, es una más de

nosotros. —La forma fácil de Howard sugirió que no había nada entre él y Eve, y

nunca lo había habido.

Interesante. Y sin embargo un poco de alivio bajó la tortura del breve destello de celos

que no podía admitir.

—¿Y el resto? —Él señaló la imagen, empezando por la izquierda. —El de al lado de

Eve es Tommy Skyler, y has conocido a Zack, que asumió el cargo como FAO cuando

ascendí a teniente. El tipo hispano es Julian Salvatore, nuestro persistente dolor en el

culo. El alto y castaño del final es mi mejor amigo, Sean Tanner.

La voz de Howard subió con el nombre de Sean. Kat lo miró, capturando la mirada de

pura pena, una tristeza tan profunda que le quitó el aliento. Su melancólica

declaración de días antes se precipitó.

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A veces, no importa lo fuerte que pienses que eres, el daño te saca del juego.

—El ex Marine. —Ella puso un brazo alrededor de su cintura, abrazándolo—.

Supongo, que es Sean el amigo con la triste historia al que te referiste.

Con un profundo suspiro, puso un brazo sobre sus hombros, apretándola entre sus

brazos.

—Sí, su familia murió en un accidente de coche hace varios meses. Su hijo, cursaba el

último año de secundaria, estaba conduciendo a casa desde un partido de fútbol en vez

de ir de nuevo con su equipo en el autobús y dio marcha atrás con un tenderete de

dieciocho ruedas. El auto se quemó con el depósito, y dentro estaba el hijo de Sean, su

mujer y su hija de seis años de edad.

—Dios mío —exclamó ella, horrorizada—. ¿Sean fue herido?

—Él no estaba con ellos. Tenía que trabajar horas extra con el turno B esa noche —

Howard dejó caer la barbilla hasta la parte superior de la cabeza de ella—. Su

compañía de trabajo fue llamada para la escena, y así fue como se enteró.

—Oh, Howard —lo apretó con fuerza—. Querido Dios misericordioso. Y Sean no lo

ha superado. ¿Cómo podría superarlo alguien?

—Especialmente cuando se enteró de que su pequeña estaba viva después del

accidente y murió por las quemaduras antes de que pudieran llegar hasta allí —dijo

Howard con voz ronca—. Mia estaba gritando por su papá. Varios testigos intentaron

llegar hasta ella, pero estaba inmovilizada.

Hablaba al vacío. Las lágrimas llenaron sus ojos, aunque no conocía a Sean Tanner.

Mia había tenido la edad de sus preciosos alumnos y podía imaginar el horror de un

padre, la rabia y el dolor.

Howard no tenía que decir que el hombre no estaba bien. Que probablemente nunca

sería el mismo si sobrevivía a todo. Un momento después Howard se enderezó y beso

su frente.

—¿Te gustaría ver el resto?

Agradecida por dejar de lado el horrible tema, y sintiéndose un poco culpable por la

facilidad de escapar del infierno de otra persona, asintió.

—Me encantaría.

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Tres habitaciones, el salón y el comedor, estaban llenas de muebles de fuerte roble

adecuado para un hombre grande. Incluyendo la gigantesca cama talla grande de la

habitación del fondo del pasillo.

—Este es mi cuarto.

El estómago de Kat tuvo un salto divertido con la imagen de su cuerpo tendido sobre

sábanas frescas y limpias. Desnudo.

La conciencia se despertó entre ellos, extendiendo la tensión sexual tan tensa como la

cuerda de un arco.

—Sí. De todos modos… —Aclaró su garganta, Howard huyó por el pasillo, por el

camino por donde habían venido, continuando con el tour. Una habitación había sido

convertida en su área de entrenamiento, y se le erizó el pelo con el equipamiento que

no podía nombrar y que no tenía ni idea de cómo utilizar.

Había visto gimnasios que no estaban tan bien dotados como éste, y no pudo evitar la

punzada de inquietud que apuñaló su pecho. Howard era físicamente el hombre más

guapo que había visto, y ella no era tan ingenua como para pensar que no había tenido

decenas de mujeres. Hermosas, de piernas largas, mujeres que completaran la otra

parte de una pareja atractiva.

En su interior se reprendió por rebajarse. Howard había dejado claro que quería estar

con ella, y nadie más. Hasta el momento no había hecho nada para merecer su duda.

—Wow, esto es algo. Un sistema de frío.

—Pero no es lo tuyo, por lo que recuerdo —dijo.

Dándole una mirada ojos estrechos, ella vio que él no se estaba haciendo el gracioso y

se obligó a sí misma a relajarse.

—No, lo siento. Nunca tuve el deseo de ser perfecta, solo apreciada por que soy.

Sus labios se torcieron.

—¿Crees que soy inútil?

—Yo no he dicho eso. Solo quería decir que he aceptado lo que no puedo cambiar de

mí.

Digiriendo esto, él asintió, pensativo.

—Al igual que yo he aceptado lo que puedo.

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—¿Qué significa?

—Significa que nunca seré delgado y golpeado de nuevo —dijo en voz baja, las manos

cerradas en puños a su lado—. Para mí, ser capaz de defenderte a ti mismo no es

vanidad, Kat. Tenemos poco control sobre nuestro destino, puede que ninguno en

realidad. Pero puedo estar listo para lo que viene.

Conmovida, Kat le tocó el brazo. Le dolía el corazón por el niño acurrucado en el

interior del hombre adulto, determinado a no volver a ser débil.

—Nadie va a hacerte daño de la forma en que lo hizo tu padre, Howard.

Las sombras de sus ojos marrones se suavizaron, aunque ella se preguntó por la

extraña expresión que cruzó sus ojos. Cogiendo su mano, besó sus dedos.

—¿Quieres ver la terraza?

Asunto cerrado. Ella entendió el mensaje.

—Claro.

Tiró de ella a través de la sala, abriendo las puertas francesas, y salió a una gran

extensión, impresionante madera roja cubría la terraza, la joya verde del jardín, con

árboles enormes.

Ella contuvo el aliento apreciándolo.

—¡Esto es increíble!

Él sonrió.

—Gracias. Bentley y yo construimos la cubierta juntos. —Apuntó hacia una parrillera

a la barbacoa a la derecha, junto con una mesa cubierta por una gran sombrilla y

rodeada de varias sillas—. Tengo mucho espacio para que los amigos pasen el rato.

Ella miró hacia la parte derecha de la cubierta hacia una estructura con forma

hexagonal.

—Y una tina caliente también. Desgraciado con suerte.

—Todas las comodidades que un hombre pueda desear. —Dudando, le dirigió una

mirada llena de calor—. Bueno, casi todo.

La derritió con una mirada. Nada más. Antes de que se acercara, tomó su cara con sus

manos, ella ya estaba ardiendo por la dura sexualidad brillando en sus ojos. Si alguna

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vez se quitara su ropa, sintiéndolo a lo largo su desnuda piel contra la suya, se

incineraría.

—Kat —susurró, su voz se escuchaba como papel de lija. Agarrando sus mejillas, él

inclinó su boca sobre la de ella. Se inclinó de tal forma en que pudiera presionarse todo

contra ella. Su erección dura tocó su cintura, insistente con necesidad.

Kat gimió, enredando sus dedos en su cabello, chocando su lengua con la suya.

Chupando, amando su sabor especiado. Sus pezones se tensaron, rozando el pecho de

él, y ella se arqueó, buscando su calidez. Lo quería, lo necesitaba, dentro de ella,

envolviéndola y protegiéndola. Quería ahogarse en su esencia, en su sabor. Saborear y

explorar.

Howard rompió el beso per se mantuvo abrazado a ella, la excitación caliente e

inflexible incluso a través de sus pantalones. Su expresión desesperada reflejó la de ella

mientras hablaba por los dos.

—Te quiero.

—Yo, yo también te quiero, Teniente. —Sonrió para cubrir sus nervios. Nunca había

sido buena con el asunto de ―sirena del sexo.‖

A diferencia de sus otras amantes.

Detente, Katherine Frances.

Sus ojos se oscurecieron, sus músculos tensándose mientras su erección se sacudía,

enterrada contra su estómago.

Un hombre altamente excitado, listo para tomar lo que era suyo. Pero su toque era

lento mientras uno de sus dedos acariciaba su mejilla, trazaba su boca.

—Puedo esperar hasta que estés lista. El tiempo que tome. No quiero a nadie más, y

no voy a ir a ninguna parte.

Sólido y calmado. Un caballero que quería decir cada palabra.

La alegría explotó en su corazón.

—¿Y si estoy lista ahora? La vida es demasiado corta —reflexionó, pensando en la

terrible pérdida de Sean.

Howard inclinó su frente contra la de ella, un temblor pasando a través de él.

—Entonces di que sí, nena. Necesito escucharte decirlo.

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—Sí. —Tocó sus labios con un beso lento—. Sí, sí.

Una lenta sonrisa iluminó su cara.

Agarrando a Kat en la mano, Howard la empujó adentro, apenas deteniéndose para

cerrar y pasarle llave a las puertas francesas. Llegaron hasta la sala antes de que se

abalanzara sobre ella por otro beso caliente, sus palmas rozando sus partes. Sus dedos

frotaron sus pezones a través de la blusa entera, electrificando cada una de sus

terminaciones nerviosas.

Sus dedos, temblando, buscaron a tientas los pequeños botones de su blusa,

encantadoramente torpe.

Liberando el último, empujó la tela por sus hombros y tiró del broche frontal de su

sostén. Apartó las copas y miró con admiración.

—Tan perfectos —gentilmente, tocó la curva de sus senos con sus dedos—. Déjame

probarte.

No era una pregunta. Arrodillándose, le acarició sus curvas entre los montículos de

carne, lamiendo la delicada piel. Ella tocó su cabello puntiagudo, maravillándose de

que el hombre fuera tan alto, la punta de su cabeza estaba al nivel de su pecho.

Mirándola, corrió la punta de su lengua en círculos, primero alrededor de una aureola,

luego alrededor de la otra. Haciéndola anticipar el momento en que capturara su

premio. Obligando a su amante a que viera lo que hizo, la intimidad tan importante

como el acto. Su seducción era la cosa más erótica que ella había visto, y sin embargo,

sabía que esto era sólo un vistazo anticipado de lo que sería su habilidad.

Howard rozó un pezón tirante con sus dientes, pellizcando, chupando, nunca

rompiendo el contacto visual. Mientras complacía sus pezones, una mano se deslizó a

lo largo de su pierna hasta su muslo. Entre sus piernas.

—Dios, realmente eres caliente —acarició su montículo a través de la tela—. Esto se

tiene que ir, también.

En un par de ágiles movimientos, desabotonó y le bajó el cierre a sus pantalones,

agarró su cintura y los deslizó fuera de sus caderas, bragas y todo. Todavía arrodillado

a sus pies, la ayudó a quitarse sus botas y medias, y lanzó su ropa fuera del camino.

Ahora estaba parada completamente expuesta ante él, su vulnerabilidad amplificada

aún más por su posición. No podía esconderle nada, aunque él tampoco lo permitiría.

La luz solar de la tarde se transmitía a través de las ventanas para atrapar el deseo en

sus ojos. El deseo que irradiaba de él en olas, no menor al de ella.

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—Abre tus piernas para mí —retumbó él, bajo y peligroso.

Temblando, ella cumplió. Esperó.

Dos dedos frotaron sus pliegues mojados y jadeó, estabilizándose agarrando un

musculoso hombro. Él esparció su humedad a lo largo de su hendidura, prestando

especial atención a su pequeña protuberancia. Sacudiéndola, enviando espirales de

placer disparadas a través de sus extremidades. Mientras hacía esto, metió su lengua en

su ombligo. Dándole un ejemplo.

—¡Oh, Howard!

—Eso es, cariño. Cristo, ese pequeño diamante me vuelve loco. —Sus palmas se

deslizaron por las afueras de sus extremidades, luego alrededor para ahuecar sus

nalgas. La empujó tan cerca que ella sintió la calidez de su aliento soplando a través de

su sexo—. Abre para mí.

Cambió a una postura más ancha, cerró sus ojos. Su lengua se hundió entre sus

húmedos labios, penetrando su entrada lentamente. Dentro, fuera. Imitando el

movimiento de su ausente pene, pinchando su misma esencia.

Los dedos de ella se hundieron en sus hombros.

—Oh…oh, sí.

—Bien —susurró él—. Tan dulce, linda y rosada.

Bajo sus expertos cuidados, se sintió hermosa. Adorada. Libre por primera vez. Lavó

sus pliegues, lamió su clítoris al punto de la tortura. Pequeños temblores empezaron en

su vientre, esparcidos hacia fuera con el borde delicioso del calor.

Howard se detuvo, acarició su clítoris húmedo con su pulgar.

—Mírame.

Ella le hizo caso, y su cuerpo se calentó de nuevo. Su expresión feroz ardió en su alma,

ilustrando su conocimiento. Sabía lo que ella anhelaba. Merecía. Y no se iba a detener

hasta que lo recibiera.

Le dio una lamida larga, lenta y sexy, era como un hombre disfrutando de un postre

cremoso, sus ojos todavía estaban fijos en los de ella. Deslizó dos dedos en su canal,

acariciando. Su boca se unió en el juego de amor, chupando mientras la llevaba más

alto con su toque. Oh, Dios, ella no podría aguantar mucho más.

—Mía —dijo él en voz baja. Un hombre en completo control.

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—S-sí. —Ella iba a correrse. En cualquier segundo—. Howard, haz-hazme el amor.

—Eso es lo que estoy haciendo, nena.

Más tortura de dedos y labios. Echándose un festín con su sexo, devorando su

voluntad. Demandando su sumisión. Su poder se deslizó sobre y a través de ella,

limpiando, volviéndola una nueva persona. Nunca tuvo una conexión como esta con

un hombre. Inmediata, irrompible. Toda su vida, había esperado por él. No lo había

conocido para un par de días, para sino siempre.

—Howard —jadeó—. Te necesito dentro de mí.

—No todavía. Córrete para mí, dulzura. Déjate llevar.

Sin Resistencia. Él se aseguró de ello, trabajando su vaina con un ritmo marcado,

recurriendo al guijarro regordete de sangre hasta que ella se retorció. Sin control. Se

hundió con tanta fuerza en sus hombros que dejaría moretones. Se dejó llevar por él.

Se dejó llevar.

—¡Oh, Dios, sí, sí!

Gritó mientras su orgasmo explotaba con una fuerza cegadora. Sus músculos vaginales

tuvieron espasmos alrededor de sus dedos, y él la tomó, una y otra vez. Implacable.

Gruñó con placer, comiéndose su hinchazón, tomando cada gota.

Cuando las olas se calmaron, se levantó, limpiando su boca. Ella se tambaleó un poco

y él se inclinó, recogiéndola contra su pecho. Floja como un fideo, envolvió sus brazos

alrededor de su cuello, preguntándose que estaba planeando.

La espera fue breve.

—No he terminado contigo, no por mucho —murmuró él, bajando su cabeza para un

beso.

—Bien —empezó ella. Porque yo tampoco he terminado contigo. Pero su boca saqueó la

suya, sus sabores combinados, ricos y exóticos en su lengua. Excitándola una y otra

vez.

Howard la llevó a su habitación, la colocó con delicadeza sobre las sábanas. Parado al

lado de la cama, desabotonó y se quitó su camisa. La dejó caer al suelo.

¡Oh, mi Dios! El cuerpo de un Dios nunca debería ir vestido. Un dios con hombros

anchos y con un pecho musculoso, profundo y liso. Bíceps que no podría abarcar con

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tres manos, abdominales rasgados que se veían como si se hubiera tragado seis rodillos

miniatura para pintar.

Lamió sus labios.

—Tremendo six-pack tiene allí, Teniente.

—Así es como los chicos me llaman desde hace años. Six-pack.

—Mmm Imagínatelo. —Qué rico. Howard se estiró para agarrar sus pantalones, pero

Kat se inclinó hacia él, alejando su mano—. Déjame a mí.

Sus labios se curvaron, su mirada encendida.

—Cualquier cosa que diga mi señora.

—¿Cualquier cosa? —Bajó su cierre lentamente, deslizó sus dedos a través de la liga de

sus bóxers. Probando.

Él se tensó.

—Oh sí.

Sonriendo, bajó los pantalones y la ropa interior por sus caderas. Su erección surgió

libre, orgullosa y ansiosa. Dios en los cielos, ¡Howard era enorme! Veinte centímetros o

más de dureza, una delicia con venas azules enredada en un puñado de rizos marrones

entre sus grandes muslos. Sus testículos colgaban grandes y pesados, incluso más

tensos con la excitación.

Acercándose, ella envolvió sus dedos alrededor de su pene. Lo acarició con un toque

ligero, explorando. Permitiéndose acostumbrarse a su forma y tamaño, a esta

intimidad especial. No era un trabajo difícil. Su piel era sedosa y suave como la de un

bebé, sin embargo caliente como tierras desérticas. Apretó su agarre, presionando con

más fuerza mientras bombeaba.

—Jesús, me estás matando —dijo él con voz áspera, sus caderas moviéndose hacia

delante.

—¿Qué manera de morir, Hmmm?

Una gota de pre-semen sobresalía de la cabeza en forma de ciruela. Inclinándose,

lamió la gota, besando la punta. Él gruñó, alcanzando el broche de oro de su nuca,

liberando su cabello del moño. Lanzando el gancho, enterró sus manos en sus trenzas

e incitándola a que se moviera más cerca.

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Un sentido de poder femenino recientemente encontrado impulsó su seguridad. Ni una

sola vez había usado su boca en un pene, aunque había estado curiosa y dispuesta.

Acariciar, seguro. Pero el-que-fuera-su-nombre no disfrutaba la masturbación, y se

había rehusado a esa clase de conexión con ella. La verdad golpeó con una claridad

remarcable.

Howard era un hombre cien por ciento sensual, no un niño.

Kat saboreó la cabeza morada, paladeándola con su lengua. Lamió la parte baja de su

eje hasta la base, disfrutando el sabor picante de su sexo, su sabor. Animada por su

gemido, lamió sus bolas, amasándolas con sus dedos. Lo besó y lo lamió allí, en trance

ante la idea de un hombre tan inmenso reducido a un cachorrito bajo su cuidado. Las

yemas de sus dedos escavaron en su cuero cabelludo mientras enrollaba un testículo,

luego el otro, en su boca. Codiciosa, incapaz de obtener suficiente de él.

Más. Kat lamió su pene de nuevo de la base hasta la punta, luego lo tomó en su boca.

Empezó a trabajar su polla a profundidad, follándolo con sus labios y lengua mientras

bombeaba la base con su mano.

—¡Ah, mierda!

Kat parpadeó. Ella nunca había escuchado maldecir a Howard antes. Pero supuso que

le había dado a esta pauta de comportamiento de hombre amable una razón para

equivocarse. En su interior, saltó con alegría.

Se fue sobre él sin más misericordia que la que le había dado unos minutos antes. Lo

lamió y acarició hasta que sus ojos casi se torcieron hacia atrás en su cabeza mientras

se alejaba, respirando con fuerza.

—Detente, nena, o voy a correrme antes de que entre en ti.

—¿Y tú punto es? —Presumido, lo vio quitarse sus medias y zapatos, patear el resto de

su ropa. Con rapidez.

Él arqueó una ceja oscura. —Estoy a punto de mostrártelo.

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Traducido SOS por Nii, LizC, Susanauribe y Paovalera

Corregido por Anne_Belikov

oward abrió el cajón de la mesita de noche y sacó un paquete de aluminio.

Abriéndolo rápidamente, envainó su erección con veloz eficiencia, luego

subió a la cama junto a ella.

—Recuéstate sobre tu espalda, cariño.

Kat se deslizó hasta la mitad de la cama para hacerle espacio. Aferrando sus rodillas, él

le abrió las piernas y se posicionó a sí mismo entre sus muslos. Acariciando su clítoris

con su pulgar, ubicó la cabeza de su polla entre sus pliegues, y se hundió en su interior

una pulgada o dos. Luego una o dos pulgadas más. Estirándola, permitiéndole

ajustarse a su inmenso tamaño.

—¿Cómo se siente eso? —Él la miró, la preocupación obvia prevaleciendo por sobre el

deseo.

—Ohh, Howard…

Frunció el ceño.

—Puedo detenerme. Sólo di la palabra y…

—¡No te atrevas! Hazme el amor.

El alivio inundó su rostro, junto con una lujuria absoluta. A pesar de la agonía que le

hubiera causado el detenerse, le había dado dos oportunidades de hacerlo. Nada

podría detenerlo ahora.

H

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Arrodillándose, él levantó sus piernas, colocándolas sobre sus musculosos hombros.

Dejándola totalmente a su merced. Ahuecando sus palmas bajo su trasero, la levantó

fuera de la cama. Se separó de su sexo y se empaló en ella. Una deliciosa, desesperante

pulgada a la vez. Él era tan grande, su canal ardía mientras la llenaba más y más

profundamente. Hasta que estuvo hundido hasta las bolas, completando una parte de

ella que jamás había sabido estuviera vacía.

Hasta Howard.

—¿Cómo se siente esto?

Ella aferró sus muslos.

—Bien… tan malditamente fantástico…

Él comenzó a moverse en lentas embestidas.

—¿Y esto?

—Oh, Dios, no te detengas. ¡Más rápido, por favor! Necesito…

—Dímelo, dulce Katherine. —Él aumentó la fuerza de sus embestidas. Justo lo

suficiente para dejarla queriendo más.

Los músculos de su pecho y brazos se contraían y ondulaban mientras él la complacía.

Hermoso. Este hombre, su longitud brillante y lubricada, su manera de hacer el amor

mientras bombeaba adentro y afuera. Ella no podía formar las palabras, así que lo hizo

él.

—¿Necesitas que te folle duro, verdad?

Una ola de sorpresa cortó a través de la bruma lánguida, incendiando su sangre.

Encendiendo el calor entre sus piernas otra vez. Este primitivo lado descaradamente

sexual de él superaba cada una de las fantasías secretas que ella había guardado tan

cuidadosamente.

—Sí —gimió ella—. Howard, por favor.

Sin otra palabra, él se introdujo con una potente embestida. Permaneció quieto por un

par de segundos, el sudor rodando por una de sus mejillas, y luego embistió otra vez. Y

otra vez. Incrementando la velocidad. Más duro, más rápido, hasta que sus caderas

recibieron su eje en sus profundidades como si fuera un martillo neumático. Carne

chocando contra carne, música decadente para el ritmo de sus cuerpos subiendo cada

vez más alto en una espiral de placer.

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La llama comenzó a arder fuera de control, y ella agarró sus brazos mientras él la

hundía en el colchón. Anclándose a sí misma para soportar la tormenta que la estaba

asolando de adentro hacia afuera.

—¡Oh, oh, oh! Voy a… tengo que…

Ola tras ola rompió y se estrelló sobre ella, y gritó, contrayéndose a su alrededor.

Registró el grito ronco de Howard desde algún lugar lejano mientras él echaba la

cabeza hacia atrás y se enterraba hasta las bolas en una embestida final. Su enorme

cuerpo se estremeció una y otra vez, cada músculo tensándose sobre ella. Un dios

pagano, dando y tomando, en igual medida.

La fiera tormenta cedió gradualmente a un suave latido de placer. Kat flotaba,

observando asombrada a su amante. El sudor brillaba sobre su pecho y sus pulmones

resonaban como un fuelle. Su original cabello se disparaba en todas direcciones, y sus

líquidos ojos marrones se clavaban en los suyos, saciados. Un hombre completamente

satisfecho.

Con cuidado, él se retiró, la bajó hasta la cama, y se movió de entre sus muslos. Ella

sintió su pérdida inmediatamente, y un pequeño sonido de angustia escapó antes de

que pudiera reprimirlo. Inclinándose hacia adelante, él besó su mejilla.

—No te preocupes, regresaré.

Desapareció en el interior del baño pero regresó en segundos, el condón ya descartado.

Extendiéndose al lado de Kat, la tomó en sus brazos y tiró de ella hasta que tuvo la

mitad de su cuerpo sobre el suyo, su cabeza descansando sobre su pecho.

—Eso fue increíble. —Regodeándose de felicidad, besó un respingado pezón

masculino—. Eres increíble, Teniente. Nadie jamás me había dado una experiencia

que me sacudiera completamente fuera de mi cuerpo antes.

—Oye, te robaste mis líneas —se quejó él.

Sin embargo, su pecho se hinchó bajo su mejilla, y ella sonrió.

—No necesitas utilizar ninguna línea conmigo, campeón. Aunque sea triste, todo lo

que necesitas es darme ―la mirada‖, y vendré corriendo.

Su brazos se apretaron a su alrededor, y una mano recorrió su espalda en una caricia

perezosa.

—Eso no suena mal para mí.

—Lo aguantaré.

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—Pantaletas inteligentes.

—No estoy usando ninguna.

Él ahuecó su trasero.

—Mantengámoslo de esa forma durante un rato más, ¿está bien?

—Si insistes. —Ella se acurrucó en su calor, envolviendo un brazo alrededor de su

torso, estaría contenta de no moverse de ese lugar hasta el próximo año o algo así—.

¿Howard?

—¿Mmm?

—Nunca te había escuchado maldecir antes.

Él se rió entre dientes.

—Lo siento. Cuando le estoy haciendo el amor a una mujer hermosa, todas las

reservas están fuera.

¡Oh! Grr. Ella no iba a pensar en sus otras amigas y lo que ellas habían disfrutado con

Howard. Especular sobre su vida sexual anteriormente era una cosa, pero ahora la

imagen la hacía querer estrangular a alguien. Así que cambió el tema a algo sobre lo

que había sentido curiosidad.

—¿Y qué hay con lo del pelo teñido?

—¿No te gusta?

Apoyando la barbilla en su esternón, ella se asomó hasta ver la parte superior de su

cabeza.

—Es un estilo genial, funciona totalmente en ti. Sí, me gusta. Simplemente tengo

problemas para visualizar a un gigante de seis pies de altura y doscientas setenta libras

sentado en la silla de un salón de belleza con tubos de aluminio por toda la cabeza.

Él le dio una sonrisa tímida.

—Rodeado por mujeres sonrientes, también. Una lección de humildad que nunca

olvidaré, confía en mí.

—¿Entonces por qué lo hiciste?

—Perdí una apuesta.

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Ella soltó una risita.

—¿Contra quién, José Eber?

—Con cinco clases de alumnos de primer grado.

Ugh. Ella podía comprenderlo.

—Incluso peor. ¿Cómo, dime por favor, logró hacerse realidad esa apuesta?

—¿Sabes cómo las diferentes estaciones y equipos se turnan para salir a las escuelas a

enseñar medidas de seguridad contra incendios a los más pequeños? Bueno, a la

estación Cinco le tocó su turno de llevarla a cabo, y un equipo-A fue a la escuela

primaria más cercana a nosotros para hacer lo nuestro. En definitiva, aposté a que no

todos los pequeños tiranos conseguirían entregar su tarea al día siguiente.

—¡Y si lo hacían, te teñías el cabello! —Sonrió Kat con alegría—. ¿Cuál fue su tarea?

—Dibujar un mapa que mostrara donde sus familias se reunirían en caso de incendio,

y al menos dos rutas de escape de sus hogares. Volví al día siguiente para comprobar

con sus maestros, y hasta el último de ellos había completado la tarea. Nunca hagas

una apuesta con un niño.

Él no la engañaba. Oyó la alegría, el amor por los niños en su voz. Como si no hubiera

suficiente para adorar a Howard, esto cerraba el asunto. Había teñido su cabello para

hacer a un grupo de niños felices.

Una montaña de hombre amable que arriesgaba su vida día a día, sabía cocinar, era un

excelente amante, y amaba a su familia, y a los niños. ¿Qué más puede querer una

chica?

La única palabra que no era parte del vocabulario de su guapo bombero.

Aún.

Howard siempre creyó que iba a morir de anciano antes de que creyera que ver a una

mujer cortando una ensalada en su cocina era sexy. De alguna manera, dos personas

compartiendo los vegetales después de una revolcada en la cama siempre le habían

parecido demasiado... doméstico. Después del sexo caliente y sudoroso, los abrazos y

la cocina no formaban parte de su agenda. Con su ángel, sin embargo, la normalidad

era extrañamente reconfortante.

Kat no parecía querer irse en cualquier momento pronto. De hecho, ella parecía como

en casa en su vida. A su lado. Vistiendo una de sus camisetas viejas que colgaba hasta

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sus rodillas, el cabello rubio alborotado. Sacudiendo la cabeza con asombro, Howard

sacó un plato rectangular Pírex de la nevera y se asomó bajo el papel de aluminio.

Kat levantó la vista de su pepino.

—¿Qué vas a cocinar?

—Rollos de lasaña de pollo. —Levantó de nuevo la esquina de la lámina para mostrar

varios rollos triturados de pastas de lasaña organizados con pollo salteado y queso, con

salsa de crema de vino blanco. Él estudió su reacción. Queriendo impresionar a

alguien, el nudo de ansiedad, era un nuevo sentimiento extraño.

Kat olfateó en apreciación.

—Ohh, parece delicioso. Tengo hambre.

A raíz de su entusiasmo, el nudo aflojó.

—Probé la receta con el equipo la semana pasada. Fue un éxito, excepto con Zack, que

odia la pasta. Por supuesto, una horda de hambrientos bomberos va a comer casi

cualquier cosa. El menú suelen ser carbohidratos a montón, pero quemamos la energía

muy rápido.

—Bien por ti. —Le sacó la lengua.

Riendo, le plantó un beso en la nariz.

—Eres linda cuando te pones descarada.

—Oh, seguro. —Ella rodó sus ojos, un ligero rubor tiñó sus mejillas mientras reunía

los pedacitos de pepinos y los arrojaba en la taza con la lechuga. El tomate cortado en

cubitos lo vertió en un recipiente aparte para adornar la ensalada—. No puedo creer

que no te guste el tomate en la ensalada. Eso está mal, mi amigo.

Él se estremeció.

—No como tomate en ninguna forma, si puedo evitarlo.

—Así como la salsa blanca en lugar de marinera.

—Sí, temo que sí.

—Bicho raro.

—Ese soy yo —estuvo de acuerdo—. Es curioso, recuerdo vagamente que me gustaba

cuando era un niño. La salsa de mi madre para espagueti hecha en casa…

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Su mano se congeló en el plato. Un escalofrío extraño envolvió su cuerpo, como si

hubiera entrado en un congelador. Su cabeza daba vueltas y se sentía un poco

enfermo.

—¿Howard? —Kat tocó su brazo—. ¿Estás bien?

Volviendo, parpadeó hacia ella. El dulce rostro de Kat estaba surcado por un ceño

fruncido. Él respiró hondo y exhaló lentamente, contento de que las náuseas y los

escalofríos ya estaban retrocediendo.

Le dio un beso en la frente.

—Estoy bien.

—¿Estás seguro? Parecías a punto de caer. —Pasó un dedo por su mejilla, claramente

no estando convencida.

—Lo que sea que se haya apoderado de mí, ya se ha ido. Lo prometo. —Sonrió para

tranquilizarla. De hecho, la sensación había huido tan rápido que podría haberla

imaginado.

—Está bien. Pero si comienzas a sentirte mal de nuevo, házmelo saber.

—Sí, señora.

El horno sonó, indicando que la temperatura estaba lista. Sonriendo para sí mismo, el

incidente olvidado, Howard aplastó la lámina de aluminio de nuevo, y luego deslizó el

plato en el horno para calentarlo. Hacer el amor, cenar, y una conversación

significativa con una chica que vestía su ropa. Podría acostumbrarse a esto.

—Treinta minutos. ¿Quieres un poco de vino mientras esperamos? —preguntó.

—Después del día que tuve en el trabajo, eso suena fantástico.

Tomó una botella de la nevera, y la tendió para su inspección.

—¿Quieres de este? Se veía bien, todo de color rosa y lo que sea. No sé nada sobre la

materia.

—¡Me encanta el Zinfandel blanco! Eres un salvavidas, amigo. —Kat puso la ensalada

en la mesa mientras pescaba un sacacorchos barato desde el fondo del cajón de su

cocina. Curiosa, lo miró, y él esperó por la pregunta inevitable.

—Resulta que no tomas mucho vino.

Él negó con su cabeza, comenzando a girar el sacacorchos por el sello de cera.

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—No bebo alcohol, punto. Lo intenté una vez, no me gustó el sabor o sentirme

mareado. No me molesta ni un poco si mis amigos son partícipes, entonces yo

disfruto.

—¿Esperando que me emborrache y tener tu manera maligna de nuevo conmigo,

Teniente? —bajando sus leonadas pestañas, le dio una seductora mirada.

—Eso no dice mucho de mis habilidades masculinas si tengo que marinarte para

conseguir eso. —El corchó salió con un suave pop—. Espero que no te importe beber

de un vaso de jugo.

—Una intravenosa lo sería.

—¿Sí? Puedo arreglarlo. —Abriendo el aparador, retiró un vaso y lo llenó con vino—.

Afortunadamente, eso no será necesario. Aquí tienes.

Ella tomó un sorbo y suspiró en placer.

—Mmm, celestial. Gracias.

—Para ti, ningún problema.

El teléfono pitó desde una esquina del bar separando la cocina y el comedor,

interrumpiendo su agradable interludio. Él frunció el ceño, esperando que no fuera la

estación necesitando un hombre para sustituir en el turno. O peor, Sean, fuera del

vagón y fuera de sus cabales. Una mirada al identificador de llamadas no hizo sino

aliviar su mente.

—Excúsame por un segundo —dejando a Kat disfrutar su vino, él respondió—.

Paxton.

—Ford aquí —dijo el detective, sonando deprimido—. Tuvimos una confirmación en

la víctima por los registros dentales. ¿El nombre Sherri Pearce significa algo para

usted?

Howard buscó en su cerebro, salió vacío.

—Nada, lo siento. Nunca he escuchado de ella.

—Piensa de nuevo. Tal vez la has conocido a través de una llamada. Accidente de

tránsito, emergencia médica, gato atrapado en un árbol.

Rodando sus ojos con la mala broma, él caminó en la sala y bajó su voz, así Kat no

escucharía por casualidad.

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—Vi su foto. Creo que saber cómo murió habría sacudido mi memoria muy

rápidamente.

—Demonios. Buen punto. —El detective suspiró, de la clase profunda que cortaba el

hueso.

—Valía la pena. ¿Algo inusual ha sucedido desde mi visita?

—Ha estado callado. Tal vez él ha perdido su interés.

—Tal vez. —Ford no sonaba convencido—. Mantén un ojo. Llámame directamente si

jode contigo de nuevo.

—¿Eso es todo? ¿Solamente esperamos?

—Espera y verás. Yo investigo. No te estoy dejando fuera del informe. El bastardo

enfermo uso la sección de tu estación para su acto. La foto dejada especialmente para

ti indica que él cuidadosamente escogió su locación para traer tu equipo.

Frío sopló a través de Howard como hielo.

—¿Cree usted que él continuará su racha en mi cuello hacia los bosques? ¿Poner en

riesgo a los hombres? —El pensamiento era suficiente para querer romper el cuello del

pervertido con sus manos.

—Creo que su juego tiene reglas muy específicas, con un esperado resultado final. No

aleatorio. —Ford respondió—. ¿Estás en el centro del juego? No hay forma de decirlo

todavía. Él podría escoger otra estación para mofarse como su asesinato la próxima

vez, tal vez en otra ciudad. Pero no dudo que él representará el escenario de nuevo.

—Dulce Jesús.

—Quédate ahí, Teniente. Estaré en contacto.

—Espera… —Mirando hacia la cocina, vio a Kat ocupada con reunir platos y

tenedores, zumbando. Sin embargo, él mantuvo su voz baja—. ¿Le dijiste algo sobre la

foto y mi involucración en el caso a Kat?

—No, no lo haré a menos que sea absolutamente necesario. Estamos reteniendo esos

dos detalles de los medios —la foto y tu involucración— como nuestro as. Quiero

hacer correr el nombre de Pearce con el de la Srta. McKenna, sin embargo, sólo para

asegurarme de que las dos mujeres no están conectadas.

—No creo que lo estén. El asesino usó la casa de los Hargraves, no de los McKennas.

Además, Kat ni siquiera se suponía que debía estar en el vecindario de sus padres a esa

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hora. —Sus instintos protectores salieron a flote con venganza. Él la quería a ella fuera

de esto, ahora—. Kat está aquí. Porque no viene y le pregunta. —Y luego déjela en

paz.

—Seguro. —Ford no sonaba sorprendido por estas noticias.

Howard cubrió la bocina y llevó el teléfono a la cocina.

—¿Kat? El detective Ford tiene una pregunta para ti.

—Oh… Okay. —Con un confundido ceño fruncido, ella tomó el receptor y logró un

cordial saludo. Howard pretendió estar absorbido en revisar su cena en el horno,

mientras se quedaba en cada palabra. No, ella no estaba familiarizada con Sherri

Pearce. Sí, ella estaba segura. Sus rodillas se hicieron débiles con alivio. Ahora Ford

podía poner a Kat al final de su lista de prioridad.

Kat colgó y puso el teléfono en su base, frotando sus brazos.

—Pobre mujer. Cuan terrible. ¿La conocías?

—No, gracias a Dios.

—¿Por qué el detective sigue cuestionándote? —preguntó ella, ladeando su cabeza—.

¿Es el proceso normal? Quiero decir, tu estación respondió al fuego, pero no es como si

tú supieras algo sobre la muerte.

—Bueno, ésta en particular fue grotesca, y sucedió en mi vigilancia. Supongo que él

está cubriendo su trasero. —Cristo, le había mentido a Kat. Él debía decirle la verdad,

pero no quería un manto sobre su noche. Antes de que se fuera ella esta noche, él tenía

que estar limpio por su seguridad. No podía estar alrededor protegiéndola

veinticuatro/siete. Él esperaba que ella olvidara su decepción y quisiera seguir

saliendo.

Pensó sobre eso —la parte de estar juntos— en la cena. Fue a quince rounds con su

conciencia. Una mujer maravillosa como Kat merecía a alguien que le pudiera dar

estabilidad. Hijos. Amor. Lo primero, él lo tenía cubierto. ¿Pero las otras dos?

Ella no tenía idea de cuánto él deseaba poseer la habilidad de darle esas cosas. Una era

imposible, la otra improbable.

Eres un peleador, se recordó a sí mismo. Y ella es la mejor cosa que te ha pasado.

—Dios, esto estaba delicioso. —Kat se recostó en su silla, acariciando su estómago con

un gruñido—. No estoy acostumbrada a una gran comida durante la semana.

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Él sonrió.

—Me alegra que te gustara. ¿No cocinas?

—¿Para mí sola? ¿Para qué molestarme? Comer solo no es divertido.

—Cierto.

—Pero mi mamá es una gran cocinera —siguió ella—. Hacemos el asunto familiar

donde mis padres los domingos una vez o dos al mes. Mi hermana conduce desde

Nashville ya que no está muy lejos, y no tiene una buena excusa para faltar. Ella a

veces lleva un amigo hombre, pero la mayoría de las veces somos sólo nosotros cuatro.

¿Alguna vez llevas un “amigo hombre”? Casi pregunta. Y se detuvo. Él no iba a ir allá. No

quería saber.

—No nos vemos tan seguido —dijo él en cambio—. Cuando lo hacemos, usualmente

es una gran comilona. Como este sábado. —La idea golpeó tan pronto como las

palabras salieron de sus labios. ¿Por qué no lo había pensado antes? Kat ladeó su

cabeza, una expresión inquisitiva en su rostro. Él estaba comenzando a caer cuando lo

miraba de esa forma. O de cualquier forma, en verdad.

—¿Qué sucede este sábado?

—Es el cumpleaños de Bentley. Los grandes sesenta y cinco. Vamos a asar

hamburguesas y perros caliente afuera —dijo él, apuntando su pulgar en dirección al

deck—. Muchas personas vienen, la mayoría bomberos y sus familias. Algunos de los

amigos de Bentley y chicos de varias estaciones, incluyendo la de nosotros. Estás

oficialmente invitada, si eres lo suficientemente valiente para enfrentarnos.

Sus ojos se abrieron.

—Wow, suena como una multitud. Grace y yo tenemos planes para almorzar y hacer

compras el sábado. No sé…

—Trae a Grace. Somos inofensivos, lo prometo. Bueno, la mayoría de nosotros. —Él

sonrió, pensando en Julian—. Haré interferencia para ustedes chicas, así que no te

preocupes. Te quiero aquí, y sé que todos amarían conocerte. Son un increíble grupo

de personas. Di que lo pensarás.

—Bueno… —Ella mordió su labio inferior, luciendo tentada—. Oh, qué rayos. ¿En

qué problema podemos meternos en una fiesta de un señor de sesenta y cinco años? Le

preguntaré a Grace. Si está dentro, vendremos. ¿Funciona para ti?

—Oh sí. Eso funciona bien.

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Invitar a una mujer a un sagrado rebaño. La primera para él. Nunca escucharía el final

de preguntas curiosas, el tercer grado de los chicos.

Él debería haber perdido su cabeza.

Si lo estaba, él medio esperaba el viaje.

***

Segunda Avenida. Muy de negocios para el gusto de Frank, lleno de gente en trajes y

turistas.

Las barras a los lados de esta calle no eran las mejores para su propósito. Muy

eclécticas para su gusto —no su gente, los estúpidos gatos gordos de mierda— excepto

por el White Horse Saloon, el cual era un bar para bailar de dos pisos con estilo

campesino del oeste. Lleno hasta en la noche de un lunes, el lugar habría sido

prometedor, excepto por los gorilas revisando las identificaciones en la entrada.

Alguien podría recordar. Eso no era bueno.

Siguiendo su camino, endureció sus hombros contra la fría noche de octubre. En la

esquina, se dirigía a la derecha en Broadway, alejándose del río hasta la parte vieja en

el centro que conocía mucho mejor. Mucho más conveniente para su misión.

El área no había cambiado demasiado. Las fachadas mostraban su edad y estaban

hechas en ladrillos sucios y pintura desconchándose. Cansado, pero aún de pie, como

el vaquero de mediana edad apoyado contra una pared en la oscuridad, tocando una

de seis cuerdas y cantando para recibir propinas. Rezando por un descanso que nunca

vendría.

Que desgraciada pérdida de aire, pensó Frank. Vete a casa, idiota.

Siguiendo su camino, pasó por una tienda de regalos, una tienda con aspecto del

medio oeste, y una tienda de música con montones de guitarras y mierda. La

―Mundialmente Famosa‖ Tootsies Orchid Lounge estaba sólo a unas puertas más

adelante, y consideró los beneficios de cazar allí.

Tootsies tenía diferentes niveles, pequeño y siempre lleno hasta el borde de turistas y

locales. Algunos un poco rudos. Si un hombre no encontraba una mujer que deseara

acostarse en Tootsies, ella no podría ser encontrada. La mayor atracción era la música

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vivida tocada en cada nivel, el establecimiento era frecuentado por busca-talentos,

agentes y profesionales de la industria de la música country.

Todos iban a Tootsies para conseguir atención, lo que significaba que le prestaban real

atención a las nuevas caras en el recinto. Esperando por conseguir un gran despegue.

Que mal que él no se atrevía a encontrar el otro bar donde recogió a la otra puta.

Demasiado arriesgado.

En un impulso, abrió las puertas dobles hacia el local. Lleno, pero no tanto como para

no poder respirar. No había ninguna banda en el pequeño escenario esta noche, lo que

significaba que podía escuchar alguna conversación, hacer una conexión. Preparando

el cebo de esta noche, esperando por un gran pescado.

Tomó un asiento en una mesa de madera junto a la pared, medio escondida por las

sombras, pero aún lo suficientemente cerca como para hacer contacto visual con una

perra de cabello oscuro buscando compañía.

Paciencia, él se quedó en su lugar. Permitir que ella lo sintiera, alimentando su

curiosidad. En medio camino de su segunda cerveza, ella se acercó. Siempre lo hacían.

Sedosos mechones oscuros caían más abajo de sus hombros, enmarcando unos pechos

llenos para degustar. Su rostro ovalado era lo suficientemente atractivo, aunque sus

ojos oscuros brillaban con una actitud cansada. Ella había visto demasiado, vivido

muy duramente.

Su esbelta figura quedaba bien con su estatura promedio, incluso con unas libras de

más en sus caderas. Pero él observó sus jeans de corte bajo con una repugnancia

silenciosa. Un pastelito con más de treinta no tenía nada que hacer vistiéndose como

una adolescente cuando ya no tenía el cuerpo para hacerlo. Nunca dejaba de

sorprenderlo como alguien pensaba que un rollito colgando por el cinturón era algo

para admirar.

—¿Esperando a alguien? —preguntó ella, la pregunta era pura formalidad.

Ella lo estudió desde la punta de la cabeza hasta sus piernas estiradas y cruzadas en los

tobillos. Frank sabía que a ella le gustaba lo que veía. Un hombre mayor, aún con todo

en los lugares correctos, algunas canas plateadas en su corto cabello negro. Apuesto,

con rasgos fuertes.

O así le dijo Sherri Pearce, antes de amordazarla, bañarla en gasolina y encenderla

como una fogata.

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La boca de su nuevo objetivo se torció en una pequeña sonrisa incluso antes de que él

respondiera.

—Ya no, dulzura.

No, estúpida puta. Ya no.

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Traducido por Clau12345 y Little Rose

Corregido por BrendaCarpio

oward hizo rotar sus hombros y cuello, tratando de aliviar las contracturas,

mientras él y Jules cargaban a un hombre de setenta y seis años de edad,

posiblemente con la cadera fracturada, dentro de la ambulancia. Aunque el

accidente vehicular ya había pasado, podría haber sido peor. Mucho peor.

Que se lo digan a la histérica muchacha adolescente de pie junto a la acera, llorando.

—¡Mis padres me va a matar! —Mientras miraba con incredulidad la destrozada parte

delantera de su Explorer. Un paciente oficial de tránsito le hablaba en tono suave,

tratando de calmarla lo suficiente como para obtener la información que necesitaba

para su informe.

No, pensó Howard. Sus padres iban a llevarla en sus brazos y le darían gracias a Dios

de que el anciano que había cruzado con la luz roja no había matado a su pequeña

hija. O por lo menos deberían.

Con una grúa en camino él y Jules estaban listos para transportar a los pacientes al

hospital, el trabajo del equipo en ese lugar estaba casi terminado. El oficial se

encargaría de la sacudida niña hasta que sus padres llegaran a buscarla y a su SUV, la

cual no se vería bonita, pero podría ser conducida.

Durante el trayecto al hospital, se dio cuenta de cómo Jules hablaba calmadamente

con el anciano. Calmado, cortés y respetuoso. Un profesional. Ningún rastro de su

sacudida de chico malo. Vaya, el tipo era un rompecabezas.

En el hospital, dejaron al hombre en buenas manos. Con un movimiento rápido en

señal de adiós al médico de la sala de emergencias, Salvatore se dirigió a donde

Howard esperaba junto a la ambulancia.

—¿Por qué no puedes ser tan agradable con todo el mundo? —gruñó Howard, cuando

se subió al vehículo.

H

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Salvatore se abrochó el cinturón de seguridad, con expresión vigilante mientras miraba

a su teniente.

—¿Tienes algún problema conmigo, Six Pack?

—Depende. ¿Qué hora del día es?

Las cejas del otro hombre rompieron juntas en una mueca.

—Cristo, ¿qué te arrastró hasta el culo y murió? ¿Acaso aún sigues dolido por lo de

molestar a Knight? Mierda, todo lo que hice fue pegar una de las toallas sanitarias de

Eve en el volante de Quint, y todo se volvió una mierda nuclear.

—Dibujaste una cara sonriente en el tejido extra-absorbente —bromeó Howard—. Con

el nombre de Zack en él. ¿Y te olvidaste de los tampones que uniste entre sí y colgaste

del espejo retrovisor como dados borrosos?

Inmediatamente, se sintió mal por meterse con Jules. Desde el altercado con Zack

sobre la estúpida broma del camión, el hombre había estado en su mejor

comportamiento alrededor del equipo. ―Mejor comportamiento‖ era algo relativo para

Salvatore. Y aunque Knight había sido bueno y molesto, la broma fue bastante

inofensiva e inspirada.

—Él ya lo superó. —Jules se encogió de hombros—. Entonces, ¿qué te está

carcomiendo?

—¿Tienes una hora?

Con ese tono resignado, la mirada oscura de Jules cambió del cuidado a la

preocupación.

—Tengo todo el tiempo que necesites.

—No, olvídalo. —¿Por qué demonios había abierto la puerta? Jules era la última

persona con la que querría desahogarse. Entró en el flujo de tráfico de la tarde, en

dirección a la estación, esperando a que su compañero cambiara de tema.

—En serio, hombre. Puedo ser un listillo, pero puedo guardar un secreto. Pregúntale a

mi hermano.

—Tu hermano se junta con los traficantes de drogas.

Jules puso los ojos.

—Tonio es un narco. Yo soy el que tiene la personalidad cálida y difusa.

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—Dios nos ayude.

—Pero…

—Olvídalo.

Salvatore vaciló, luego levantó un hombro en un gesto descuidado. Empujó un

mechón de su cabello negro azabache directo a sus ojos.

—Lo que sea.

Justo antes de que Jules apartara la cara para mirar por la ventana, Howard tomó un

destello de la emoción en sus ojos oscuros, rápidamente cubierto por una máscara de

indiferencia. ¿Daño? ¿Decepción?

Oh, diablos.

Estaban pasando un montón de cosas que hubiese podido discutir con Salvatore,

algunas de las cuales no valía la pena repetir. Él ya le había dicho a Sean sobre la foto

de la mujer asesinada y mientras menos personas supieran, mejor. ¿Y las pesadillas?

Olvídalo. Nadie tenía ni la menor idea sobre eso, ni siquiera Sean.

Pero había una zona en la que Jules se destacaba, eso era obvio.

—¿Cómo lo haces? —reflexionó en voz alta Howard.

Jules lo miró con curiosidad.

—¿Hacer qué?

—Mantener a todas tus mujeres satisfechas.

Una sonrisa lenta se difundió a través de la cara del hombre.

—Si necesitas puntos en la cama, amigo, eso es más ayuda de la que yo estoy

dispuesto a dar.

—Así no, idiota —dijo Howard, agitando una mano—. Quiero decir, tú ves a varias

chicas a la misma vez. ¿Cómo te las arreglas para mantener las cosas casuales, y que

ellas permanezcan felices, también?

—Ah. —Jules asintió sabiamente—. Lo mejor del sexo y del compañerismo, sin los

zapatos de cemento del matrimonio. Amigos con beneficios.

—¡Exacto! —¿A qué persona de sangre roja no le gustaría ese arreglo?

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—No es tan simple como suena. Sabes de mí y Carmelita, ¿verdad?

Howard se detuvo en un semáforo y aprovechó la oportunidad para estudiar el rostro

de Julián. Nunca había visto a este hombre tan serio.

—En realidad no. Te he oído nombrarla, eso es todo.

Julián se quedó en silencio un momento, como buscando cuál era la mejor manera de

explicarlo.

—Carmelita y yo somos… íntimos. Amantes. Mi familia y ella son amigos de toda la

vida. Todo el mundo pensaba que nos casaríamos algún día, pero nos gusta nuestro

asunto de la manera que es. Ambos necesitamos nuestra libertad, por lo que ambos

vemos otras personas.

El semáforo cambió a verde y Howard pisó el acelerador, sorprendido por lo que

estaba oyendo.

Y sí, intrigado.

—¿Y eso funciona para ella?

—Sí. Pero nuestra situación es única, Six-Pack. Nos hemos conocido toda la vida.

Somos amigos y nos amamos a nuestra propia manera. Hablamos de todo, excepto del

territorio prohibido de otros amantes.

Gritó una carcajada.

—Estoy seguro. Cristo, tú eres otra cosa.

Sonriendo, Julián movió las cejas.

—He oído eso antes y con una compañía más bonita.

Howard negó con la cabeza, sonriendo a pesar de sí mismo. Jules realmente no era tan

malo. A veces lleno de mierda, pero no tan malo.

Trató de imaginarse a Kat y él en un arreglo como el que Jules tenía con Carmelita,

pero la imagen no le llegó. No sólo eso, sino que de repente, sólo pensar en Kat con

otro hombre en su cama, dándole placer como lo había hecho ayer por la tarde y luego

por la noche...

La sonrisa murió en su rostro. La idea le hizo daño físicamente. Le hizo daño a su

estómago, le dieron ganas de pegarle a algo. Por Dios, la política de relación abierta de

Salvatore estaba definitivamente fuera de lugar.

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—¿Cuál es el asunto con lo de mi vida amorosa, de todos modos?

La pregunta lo alejó de los negros pensamientos torturantes de un hombre atrapado

tratando de robar en territorio sagrado.

—No hay ninguna razón en particular.

—¿Estás viendo a alguien?

—Más o menos. Tal vez. —Al mirar las cejas arqueadas de Jules, cedió—. Bueno, sí.

Estoy esperando verla mucho.

—Genial. ¿Quién es ella?

Howard suspiró. ¿Qué razón tenía para mantenerla en secreto? Todo el mundo la

conocería en la fiesta de Bentley, el sábado.

—Kat McKenna, la rubia del incendio.

La rubia que aún no había llegado a saber sobre la foto, a pesar de sus buenas

intenciones. Dios.

—¡Lo sabía! —Jules se rió, dándose una palmada en la pierna—. Malditamente

Caliente, ¡ya era hora! ¡Howie anota!

—Kat no es una anotación —respondió de manera uniforme, eligiendo ignorar el

apodo molesto. Un hombre sordo podría haber leído la seria advertencia en su voz.

Julián levantó una mano.

—Wow, relájate. No fue mi intención faltar al respeto a su señora. Es sólo que mierda,

Knight tiene más acción que tú, y él es un maldito virgen.

—No lo es —Howard se burló, alegrándose de la desviación.

—Hombre, lo digo en serio. ¿No lo sabías?

—¿Zack es qué? ¿A los veintiséis? De ninguna manera.

—Sí. Lo escuché hablando con Eve al respecto no hace mucho tiempo. No es que yo

estuviera escuchando a propósito.

—¿Por qué le diría algo tan personal a Eve? Tal vez escuchaste la conversación fuera

de contexto.

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—Jesús, ¿dónde has estado? ¿Bajo una roca? —Jules inclinó su cabeza contra el fondo

oscuro del asiento y cerró los ojos—. Los dos son muy cercanos, como mejores

amigos. Y sé lo que he oído.

Si Zack era virgen o no, no era asunto suyo. Sin embargo, había un largo camino por

recorrer para entender la hostil reacción del hombre ante la broma de Jules.

—No me siento con derecho de hablar de Zack de esta manera.

—Hey, pensaba que sabías o no hubiera abierto mi gran boca. No debería, de hecho,

así que abortemos el tema. —Después de una breve pausa, dijo—: Entonces, ¿puedo

tener una breve introducción de tu chica caliente el sábado?

—Una breve —enunció él deliberadamente—. Realmente breve.

Los labios de Jules se curvaron hacia arriba.

—Mensaje recibido.

—Bien, porque aquí hay otro. Kat llevará a su hermana, Grace.

—¿Sí? —Jules levantó la cabeza en esa noticia, parpadeando con franco interés.

Sonrió—. ¿Ella es tan bonita como tu chica?

Las manos de Howard agarraron el volante, tensas. Dios, qué desastre hubiera sido dar

rienda suelta a un jugador como Jules en la familia de Kat. Se alegró de haber sacado

el tema a colación justo a tiempo para evitar una catástrofe.

—No tengo la menor idea, pero eso no debe importarte —dijo con firmeza, para que el

hombre tuviera alguna duda de donde se encontraban—. Grace es abogada. Una

mujer elegante de buena familia, normal. Kat la adora y cualquier cosa que altere a mi

chica sería muy desagradable y desafortunado para la persona que la haga enojar.

¿Está claro?

La sonrisa de Jules se congeló en su cara. Ahí estaba de nuevo, el flash de la herida

profunda, y luego su expresión volviéndose dura. Frágil. Sus ojos brillaban como el

ónix, frío e insondable.

—Más que claro, teniente.

Bueno, hijo de puta. Salvatore se sentía insultado, y esa no había sido su intención. Al

mismo tiempo, no estaba dispuesto a hacerse a un lado y dejar que el hombre trabajara

su ―mojo‖ sobre la hermana de Kat. No si podía evitarlo. De esta manera toda la

escena golpearía demasiado cerca de casa, en más de un sentido.

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—Hey, Jules, hombre, no quise decir eso. No quiero ver a la hermana de Kat salir

lastimada. Yo la invité, así que me siento responsable.

Julián volvió la cara, mirando por la ventana.

—Sí, claro.

Fueron el resto del camino a la estación en un tenso silencio. Howard dejó vagar sus

pensamientos hacia Kat y se preguntó cómo habría sido su día en el trabajo. Miró su

reloj. Casi las tres y treinta. Él le daría tiempo para llegar a casa y luego la llamaría.

Quería oír su voz, su risa. Ya la echaba de menos, desearía que se hubiese quedado

más tiempo anoche. La segunda vez que la había cogido, después de la cena, había

sido más caliente y más rápido que la primera.

La próxima vez, haría las cosas más lentas, dándole una razón para quedarse hasta el

amanecer. Hacer el amor lento y suave.

No era sólo follar, no con Kat, se dio cuenta. Duro y rápido o lento y profundo, con

ella, era hacer el amor.

Sus huevos se apretaron, y su polla empezó a doler. Él la deseaba y el cambio de turno

estaba tan malditamente lejos. Él no había planeado volver a verla tan pronto, tal vez

no hasta la fiesta del sábado, y, sin embargo...

Ya estaba yendo bastante lejos con la rubia curvilínea que le estaba sacando los

calcetines. Torcía su corazón en nudos.

Esta cosa entre ellos estaba avanzando a un paso alarmante. Intentó retroceder un

poco, decirle de la foto de la mujer asesinada. Ser honesto, compartir todas las

verdades feas sobre él y lo que nunca había sido capaz de darle.

Y estaría solo.

Otra vez.

Kat apenas pasó por la puerta, dejó su gran mochila en el sofá, y se sacó los zapatos a

patadas cuando el teléfono sonó. Mirando el identificador de llamadas, sonrió y

atendió.

—¡Hola!

—¿Me extrañaste? —la voz de Howard resonó en su oído, profunda y seductora.

Ella se sonrojó, sintiendo el calor subir por su cuerpo.

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—Ven y averígualo.

—Maldición, sí sabes cómo tener a un chico a tus pies —se quejó, siguiendo la frase

con una sensual y profunda risa.

—Te veías bastante bien así, como recuerdo —canturreó ella, llevando el teléfono a su

cuarto. Él gimió y ella rió. Sosteniendo el auricular con su hombro, se quitó los

pantalones—. ¿Cómo ha ido tu día?

—Ocupado. Hemos tenido dos emergencias médicas en el hogar, un chico que tocó un

cable caído de camino a la escuela, y un AVM.

—¿AVM?

—Oh, perdón, abreviación de ―Accidente con Vehículo a Motor‖. Un anciano se pasó

la luz roja, y un adolescente lo golpeó. Está bastante golpeado, pero sobrevivirá. La

chica salió sin un rasguño. El chico de diez años que pisó el cable no tuvo tanta suerte.

Tuvimos que resucitar su corazón.

—¡Oh mi Dios! —Dejó de intentar quitarse la blusa y se sentó en la cama. ¿Esto era un

día normal de trabajo para Howard? ¿Cómo lidiaba con la presión? Había dicho que el

equipo se encargaba de las cosas más difíciles, pero ¿eso siempre era suficiente? Los

chicos, le dijo, eran lo más complicado.

—Desearía que estuvieras aquí. —Por una razón totalmente diferente a la anterior.

—Yo también —le respondió él suavemente.

Ella quería abrazarlo, reconfortarlo. Desafortunadamente, todo eso tendría que

esperar.

—Lo siento mucho.

—Fue un maldito accidente. Me siento mal por sus padres.

—Por supuesto. ¿Podrás aprender sobre su condición?

—Conozco a uno de los doctores de Emergencias bastante bien. Me va a ayudar.

Sonaba tan abatido, que su corazón se fue con él, y la familia del niño.

—No crees que lo logrará, ¿cierto?

—Espero equivocarme. —Su tono decía que probablemente no lo estaba. De fondo se

oía que otro hombre se acercaba a Howard y le hablaba en voz baja. Howard tapó el

auricular y le respondió lo suficientemente bajo para que Kat no oyera, luego volvió.

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—Debo irme. He abandonado la oficina y Tanner me necesita ahí.

—No hay problema. Me alegro que llamaras.

—¿Y qué te tirara mi día de mierda? Sí. —Antes de que pudiera protestar, el siguió—.

Escucha, no quiero que colguemos así. ¿Vamos a cenar y ver una película mañana?

Prometo no retenerte hasta tarde.

Animada por la hermosa idea, sonrió.

—Suena genial.

—Perfecto, eh… ¿te llamo mañana?

—No puedo esperar.

—Adiós, Kat.

—Adiós —dijo y colgó.

Katherine Frances, estás muerta, pedazo de idiota.

Sólo esperaba que el teniente no se enterara de lo lejos que había llegado.

Howard hizo otra llamada antes de volver a la oficina. Esperó que una enfermera

buscara su ficha médica, golpeteando el escritorio con una lapicera, con cada músculo

tensado como a punto de salir corriendo. ¿Por qué se hacía esto? ¿Por qué el mito de

que el bien venciera al mal finalmente se cumpliría?

No importaba. Donde había un chico involucrado, tenía que saberlo.

—Teniente —dijo el doctor con tono sombrío.

Howard no tuvo que responder. La lapicera cayó de su mano cuando cerró los ojos. La

conversación era seca y sólo de una parte. Él escuchó, agradeció al doctor, colgó, y

ocultó el rostro entre las manos.

—¿Six-Pack?

Levantando la cabeza, Howard vio a Sean. No había oído a su amigo entrar a la

oficina.

—Steven Carter tiene muerte cerebral.

Tanner se inclinó contra la puerta cerrada, suspirando con fuerza.

—Dios mío, Skyler va a tomarlo muy mal.

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Howard asintió, pálido. A los veintitrés, Tommy Skyler llevaba menos de un año con

ellos, acababa de graduarse. El chico era inteligente, y estaba bien preparado. El típico

americano perfecto que todos los padres querían y que los hombres envidiaban, sólo

un poco.

Pero no demasiado, porque Tommy era un espíritu libre. Su encanto irresistible y

natural hacía sonreír a la gente, los atraía como abejas a un panal. Mierda, incluso se

llevaba bien con Salvatore. La juventud e inocencia de Skyler, su optimismo, eran

bienes del equipo.

Esa inocencia estaba a punto de recibir su segundo golpe fuerte en la semana. Primero,

descubrir a la víctima de asesinato, y ahora esto.

—Deberíamos llamarlo aquí y decírselo antes de anunciarlo en público —dijo

Howard—. Perder a tu primer paciente ya es bastante duro, ¿pero un niño? Jesús.

—Mala suerte. Podría haber sido cualquiera de nosotros. —Tanner se pasó una mano

por el cabello castaño, luchando por contener las emociones que lo embargaban por la

muerte del niño. Nadie sabía más de esa tragedia particular que él.

—Lo encontraré.

Resultaba que Zack pasaba por ahí cuando Sean abrió la puerta. Ante las preguntas

secas del teniente sobre el paradero de Skyler, la mirada azul de Zack pasó de Sean a

Howard.

Examinó sus expresiones solemnes y lo comprendió enseguida.

—Oh, no. Está en el baño —dijo Zack detrás de sus gafas—. Se los enviaré. ¿Quieren

que me quede?

Tanner palmeó a Knight en el hombro.

—No esta vez, pero gracias.

—No hay problema.

Knight fue a buscar a Skyler. Momentos más tardes, el miembro más joven del equipo

golpeaba la puerta y pasaba. Sacudiendo su cabellera, entró, se enderezó, y les hizo un

amago de sonrisa que murió en sus mejillas.

—Hey Cap, Six-Pack, ¿qué hay? —Ojos azules pálidos registraron sus rostros. La

verdad saltó del silencio entre él y sus superiores. Todo el color abandonó su rostro

mientras se enderezaba, con los hombros rectos—. El chico murió.

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Su voz ronca pesaba por la culpa. Howard se puso de pie y rodeó el escritorio,

deteniéndose a menos de un metro de Skyler.

—No había nada que tú, ni ninguno de nosotros, pudiera haber hecho de otra forma.

—Se compadeció Howard, cruzándose de brazos—. El chico estuvo muerto tres

minutos antes de que llegáramos, y trabajamos con él otros siete antes de resucitarlo.

Muy pocos han sobrevivido a eso, Tommy.

Skyler sacudió la cabeza y se aclaró la garganta con los ojos brillantes.

—Debería haber…

—¿Hecho qué? —demandó el capitán—. Recuerda todos los procedimientos en tu

mente y dinos que podrías haber hecho que no hiciste.

—Yo… yo… —se detuvo, con la expresión miserable y el pecho pesado.

Pero Skyler lo estaba asimilando, Howard lo sabía. Cada emoción lo decía en su

rostro. Las cejas del chico se fruncieron mientras miraba un cuadro en la pared,

procesando, recordando sus acciones. Aceptando la conclusión inevitable.

Finalmente, asintió.

—Sé que tienen razón, es sólo que… Dios, duele.

—Hiciste todo lo malditamente posible por desfibrilar tu primer paciente en un caso

tan condenadamente complicado como este —dijo Tanner, frío como el granito. La

voz de la razón—. Nadie podría haber salvado al cuerpo, punto.

Howard le lanzó una mirada a Sean, deseando que el hombre supiera seguir su propio

consejo sobre los que no pueden ser salvados. Pero no era tiempo de preocuparse por

Tanner. Parecía bastante bien, haciendo un esfuerzo como había prometido. Howard

volvió su atención al más joven.

—No te mentiremos, Tommy. Perder a un chico se quedará contigo para siempre, y

eso no es fácil de llevar. Aunque nos tienes a nosotros, y al consejero cuando necesites

hablar.

—¿Un psicólogo? —murmuró Skyler—. No lo creo.

Qué sorpresa. La mayoría de los hombres no querían escupirle sus problemas a un

extraño. Especialmente con uno harto de la administración y que tenía influencia sobre

si un bombero podía o no realizar su trabajo.

—Lo que sea que necesites, aquí estamos —dijo Howard, y Sean lo secundó.

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La boca de Tommy tembló, pero se contuvo.

—Gracias.

Howard abrazó virilmente a Skyler, palmeándolo en el hombro. Sean optó por tomarlo

de la mano, manteniendo algo de distancia. Así hizo también el capitán. Pocos de

afuera podrían adivinar que el tipo duro, el líder, ocultaba un gran corazón enterrado.

Un gran y roto corazón.

Tommy se fue, y Eve metió la cabeza, hablando en voz baja.

—¿Está bien?

La mirada de Sean cayó en la de ella.

—Tommy no está hecho de cristal. Mientras más pronto dejes de consentirlo, más

rápido madurará.

Oh, oh. Eve Marshall no era el tipo de personas que aceptaba insultos y ofensas de

nadie, ni siquiera del capitán. Howard abrió la boca, pero antes de que pudiera

intervenir, ella entró, con las manos en la cintura. Sus ojos se abrieron mucho por la

sorpresa, y tenía una sonrisa feroz.

—¡Cielo santo, se ve que alguien está con su período hoy! Si necesitas un tampón,

tengo uno en mi cartera.

Howard escondió una risa. La mujer sí que era un barril de dinamita.

Ella chasqueó los dedos.

—Te ofrecería uno extra grande, pero Jules tomó el último que me quedaba.

El rostro de Sean se ensombreció por la furia.

—¡Maldición Eve! ¿No tienes algo productivo que hacer?

Sacudiendo la cabeza, fingió pensarlo.

—Hmm. No.

Escupiendo cosas ininteligibles pero seguramente ofensivas, Tanner salió de la oficina.

Apenas el capitán se perdió de vista, Eve se dio vuelta y siguió su camino con la

mirada, con la valentía convertida en cansancio. Un anhelo desesperado llameó en sus

ojos un segundo antes de que se recompusiera.

—Idiota —escupió, y salió del cuarto.

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—Wow —suspiró Howard. Así que así era para Eve. Parecía que había estado bajo

una roca. Se preguntaba si Sean tenía idea, pero lo dudaba. Jesús, H, qué bomba

espera explotar. Para todos.

Esto no podía empeorar, pensó harto.

Estaba malditamente equivocado.

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Traducido por kathesweet

Corregido por Maia8

res tonos altos del sistema de alarma rompieron el merecido, aunque irregular

de Howard. Su viaje en pesadillas a través del jardín de su madre se disipó en

una espiral de humo, dejándolo desorientado y luchando por determinar la

realidad.

La confusión duró sólo un segundo o dos. Trabajando en perfeccionar el piloto

automático por años en el trabajo, casi había terminado de arreglar su equipo para el

momento en que la voz computarizada lo sumió de cabeza en otra pesadilla.

Un incendio en una residencia. En su sector. Otra vez. ¿Cuáles eran las posibilidades?

Casi nulas.

Directamente detrás de ese pensamiento, una segunda comprensión lo despertó aún

más. Gracias a Dios no era la dirección de Kate. Gracias, dulce Jesús

Su sangre se heló. Su agitado cerebro apenas registró la maldición fiera de Julian

mientras salían de la habitación estilo-dormitorio. El equipo se movió hacia la bahía

sin sonido alguno, salvo por el golpeteo de las botas, las puertas de los camiones

abriéndose y cerrándose, y el zumbido de las enormes puertas del garaje deslizándose

hacia arriba.

—¿Otro incendio en una casa? Esto es jodidamente irreal —Julian se frotó el sueño de

los ojos.

No tienes idea.

Dios todopoderoso. Si esto era otro asesinato orquestado por su atormentador

misterioso, tendría que confesárselo a los chicos y al jefe. Esta noche. A Kat también,

tan pronto como fuera posible. En su defensa, sólo habían pasado dos días desde que

recibió la foto horrible, y había esperado que nadie hubiera tenido razón para saber y

preocuparse por ello.

T

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Pero, maldición, había esperado demasiado tiempo. Su silencio podría haberle costado

a Kat su vida. Y ese conocimiento lo enfermaba.

Sacudiendo su cabeza, alejó los pensamientos del brutal asesinato y las consecuencias

de su mente. Tenía un trabajo que hacer. Los bomberos que dejaban que las emociones

o los problemas emocionales los distrajeran en la escena se arriesgaban a volver a casa

en una bolsa. Y, Jesús, tenía muchas cosas buenas en su horizonte para permitir que

algún psicópata lo eliminara.

Sin embargo, su concentración no se detuvo en la extraña picazón fluyendo en la parte

trasera de su cuello. Como antes, una sensación horripilante de que alguien había

bailado sobre su tumba.

Mientras seguía a Zack hacia la noche, apretó con fuerza el miedo desplegándose en su

pecho. Esto iba más allá de su alcance de la realidad. No podía pelear con un enemigo

que no entendía.

Aún peor, para el momento en que colocara las piezas del rompecabezas, por qué

podría ser revelado demasiado tarde.

Frank giró bajo la enorme puerta de la bahía justo antes de que se cerrara. Estuvo

cerca. Mierda, su sincronización casi no había funcionado. Había utilizado su teléfono

robado para llamar a los bomberos y había arrastrado el culo con el fin de entrar en la

estación, incluso cuando la casa que había usado se localizaba a sólo dos millas.

La casa. Casi rió, pensando en lo crédulas que las dos putas fueron para creer que las

almohadillas le pertenecían. Seguro, habría sido más fácil sólo usar sus lugares, pero

Sherri Pearce no había vivido cerca de Sugarland, mucho menos dentro del sector de la

Estación Cinco. Lorna Miller tenía un marido despistado en casa. Nada bueno.

No importaba. Cubrir una casa vacía como un plan de apoyo era un juego de niños.

Todo lo que había tenido que hacer fue entrar de antemano, luego pretender

desbloquear la puerta cuando él y la perra llegaran, esta vez en el auto de Lorna. Había

conducido la Máxima desde el incendio y la dejó aparcada a una milla o así de la

estación para hacer su último movimiento.

Después que terminara aquí, conduciría el vehículo de vuelta al área del centro, lo

abandonaría, y buscaría su propio pedazo de mierda, todo hecho antes de que los

policías imbéciles averiguaran qué diablos estaba pasando, o dieran con la identidad de

la prostituta.

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Se paró y escuchó atentamente mientras las sirenas se desvanecían en la distancia. Con

el equipo centrado en apresurarse a su destino, dudaba que alguien pudiera haberlo

notado, incluso sin el abrigo de la oscuridad trabajando como ventaja.

Se irían por un rato, más largo de lo normal, considerando el desastre infernal que

descubrirían. Tenía bastante tiempo de dejarle al teniente un regalito. No es que

quisiera quedarse allí más tiempo del necesario.

La litera del bastardo era el objetivo perfecto. Nada más personal que encontrar tu

espacio violado. Siniestro. Encontrar la litera correcta era el problema verdadero.

Buscaría rápidamente y si algo más fallaba, dejaría su sorpresa en la oficina de la

estación.

Caminando a través de la puerta que separaba la bahía del pasillo que llevaba al

sanctasanctórum, miró atrás a las letras sobre la ventana y sonrió con diversión oscura.

TODOS VAN A CASA.

—No siempre, chicos. —Y definitivamente no después de que el amado equipo de

Paxton sufriera las consecuencias de lo que él había planeado para el siguiente asalto.

Una emoción de anticipación se desbocó por su espina dorsal. Aniquilar a los

camaradas del teniente iba a ser un golpe demoledor para el gran hijo de puta.

Esperar por ello. Saborear el momento.

Luego, hacer que Paxton cayera sobre sus rodillas.

Hasta entonces, tenía una tarea que realizar. Manteniendo baja su cabeza y alejándose

de las ventanas, tiró su pistola del cinturón de sus vaqueros y dedicó una cautelosa

mirada a través de las esquinas de la sala y el área de la cocina. Se supone que nadie

debía de ser dejado atrás ante una llamada de emergencia, pero nunca se sabía. Si

alguien permanecía aquí descubriría que este era el día más desafortunado de su jodida

vida, justo antes de que la bala de Frank se incrustara entre sus ojos.

Sin embargo, las habitaciones frontales, estaban vacías. Sólo había una lámpara en la

sala, y en la cocina, una lámpara tenue sobre la estufa cortaba la oscuridad. El edificio

completo se sentía desierto, pero mantuvo lista su pistola, apretando su agarre sobre la

bolsa en su otra mano.

Otro pasillo salía de la cocina y conducía a la oficina, que albergaba un escritorio, un

computador, un teléfono, un cargador de mesa para dos walkie-talkie, uno no estaba.

La mierda usual.

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Más abajo en el pasillo, las luces de cuatro habitaciones habían sido encendidas. Esas

serían las literas de ese equipo, adivinó. Alcanzar las luces, vestirse a toda prisa. Tenía

sentido, y hacía su misión más fácil.

La habitación más cercana a la oficina adivinó que era la del capitán. Un

razonamiento sencillo, la inspección no resultó prueba sólida, excepto por una cama

no había sido usada. Quien quiera que se quedara en esa habitación no compartía, lo

que parecía consistir con el rango más alto. Una pequeña foto enmarcada al lado de la

cama mostraba a un hombre de cabello castaño, una mujer hermosa, y dos mocosos

igualmente bien-parecidos. Entonces no era el alojamiento del teniente.

La siguiente habitación tenía dos ocupantes, ¿pero cuál de los dos? Diablos, el espacio

estaba limpio hasta parecer esterilizado. En la pequeña mesita de noche había tres

fotos enmarcadas, una variedad de familias diferentes, amantes, y un par de perros. Sí,

él debería haberse dado cuenta que cada uno de los tres equipos compartían las literas,

así que no había espacio para muchos recuerdos personales.

Sus ojos encontraron un estante sobre una cama, y un trofeo de fútbol colocado allí.

Moviéndose más cerca, leyó en voz alta:

—Thomas Skyler, Varsity MVP, Secundaria Broadmore.

Fechado hace cinco años. Este era uno del equipo de Paxton. Había visto el nombre en

letras reflectantes en el abrigo del tipo cuando había salido a tropezones de la casa en

llamas y había vomitado sus entrañas. Rió.

—Maldito novato.

La otra cama era una incógnita, las fotos no revelaban nada. Frank siguió, consciente

de que los minutos pasaban. Necesitaba hacer esto, y salir jodidamente rápido de aquí.

Un sentido de urgencia tensó sus hombros, robando algo de la diversión de fisgonear.

Eso lo cabreó.

La tercera habitación no estaba tan desnuda. Una mesa presumía la foto de una

atractiva mexicana, entre otras. Esta podría pertenecer al hombre llamado Salvatore. Y

la otra…

Zona final. Frente a la cara de Frank había una foto del jefe de bomberos Mitchell y el

pájaro flacucho que tenía por esposa. Su mano se apretó duro alrededor del mango de

la pistola. Su cabeza le daba vueltas con furia repentina y consumiéndolo. Un

remolino volcánico de odio tan profundo y explosivo, que pensó que podría morir de

la fuerza total de éste. Un huracán cegador que debía tener una salida más satisfactoria

que sus patéticos esfuerzos hasta ese momento.

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Concéntrate, maldición. Regresarán pronto.

Poniendo el arma en el cinturón de sus vaqueros, vació dos pequeños artículos de la

bolsa sobre la cama del teniente. Sacudió su cabeza para aclarar la tormenta. Allí. Otro

movimiento en el tablero de juego, perfectamente ejecutado. Sólo deseaba poder

quedarse para ver la cara altanera de Paxton cuando descubriera su regalo.

Juzgado por el pecado más imperdonable.

Sentenciado a sufrir en agonía prolongada, buscando desesperadamente la verdad.

Y finalmente, susurrar mi nombre con su último maldito y puñetero respiro.

El interior de la pequeña casa blanca en forma de A estaba en su camino a ser

completamente envuelta por las llamas para el momento en que ellos se detuvieron en

frente. Howard hizo una mueca. Cualquier persona que todavía estuviera dentro tenía

que ser rescatada ahora. El lugar estaba a punto de convertirse en una mecha.

Mientras él, Julian y Tommy se ponían las máscaras sobre sus caras y se giraban en sus

equipos, se esforzó por mantener su concentración calmada. Una llamada de rutina,

nada más. Entrar, buscar sobrevivientes, y salir rápido.

De un vistazo, Howard notó a Zack listo en su puesto detrás de la máquina,

conectando la manguera, haciendo funcionar la bomba, y empujando los indicadores.

Preparando la pequeña cámara de imágenes térmicas que usaba el calor para ―ver‖ en

la estructura oscura y llena de humo, Howard corrió a la puerta del frente. Julian y

Tommy estaban sobre sus talones, llevando la manguera

Sean, Zack, y Eve permanecieron afuera como EIR —el equipo de intervención

rápida— y se prepararon para formar un rescate si sus compañeros de adentro se

metían en un aprieto. Sean ladró en su radio a el jefe del batallón, indicándole que sus

hombres estaban ejecutando una búsqueda primaria del edificio. Una vez más, los

camiones de las estaciones Tres y Cuatro estaban en camino.

Un hecho se hizo evidente. Ninguna familia histérica había salido corriendo a

recibirlos, gritando por sus pertenencias o por otro miembro de la familia que debía ser

salvado. Lo que significaba que las personas estaban atrapadas en el interior, o no

estaban en casa.

Y si los residentes no estaban allí, había una oportunidad verdadera de que el equipo

hubiera heredado una repetición de la noche del sábado pasado. No, no pienses eso. No

todavía.

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En el porche, Julian y él se posicionaron cada uno a un lado de la puerta. Ante el

asentimiento de Howard golpearon sus botas en el área de la cerradura. Una vez. Dos

veces. El mecanismo endeble cedió en el tercer golpe. Inmediatamente, los hombres

saltaron a un lado mientras una pared de calor abrasador y llamas explotaron en la

entrada.

—¡Mierda! —Julian gesticuló con una mano enguantada, gritando para hacerse

escuchar sobre el ruido—. ¡Tratemos por la parte de atrás!

Los tres corrieron a la entrada en el porche trasero, sin el impedimento de una valla o

un perro gruñendo. Howard tuvo el mal presentimiento de que todo iba a estar a su

favor.

Las llamas que bailaban en una ventana esquinera a su derecha iluminaron el jardín y

el porche donde estaban parados. Apostaría dinero que era una habitación, y si era así,

temía saber lo que los esperaba. Como si hubiera opción.

Julian y Tommy despacharon la cerradura con facilidad, golpeando la puerta. El humo

se onduló hacia afuera, negro y espeso, pero sin llamas que se extendieran adelante

para impedir el paso. Howard caminó al interior sosteniendo la cámara térmica,

conduciéndolos al infierno.

Un horno de cocción de calor parecía derretir su piel a través de su ropa de protección.

El fuego naranja se extendía a lo largo de las paredes y el techo de la sala y bajaba por

un pasillo a su derecha, como el feroz respiro de un dragón enojado. Una bestia,

rugiendo su desafío, desafiándolos a encontrar su ira y escapar ilesos.

Caminando a través de la oscuridad, hicieron un barrido rápido de la cocina y el área

de la sala. No encontraron a nadie, y se movieron por el pasillo, Julian a la cabeza. En

sucesión, revisaron la primera habitación a la que entraron, luego la siguiente.

Howard buscó con la cámara alrededor de las camas y debajo, en el interior de los

armarios pequeños. El cualquier lugar donde una persona asustada podría haberse

refugiado, especialmente un niño. Nada. Miró a través de la oscuridad a sus

compañeros y sacudió la cabeza.

—¡Vacío! —El infierno crepitante era casi demasiado ruidoso para poder comunicarse,

el calor casi inaguantable.

—Apurémonos, hombre. —Julian fue hacia la última habitación, donde el fuego

parecía estar concentrado.

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Howard buscó un baño en el pasillo, moviéndose directamente a la cortina de la

ducha, quitándola. Su alivio al no encontrar a nadie fue fugaz.

—¡Teniente!

El grito ronco de Julian lo llevó a correr. En los tres años que había conocido a

Salvatore, nunca había escuchado esa nota de horror en la voz del hombre. El sonido

horrible electrificó cada terminación nerviosa, y tragó el sabor amargo del miedo,

intentando llegar a su compañero.

Patinó hasta detenerse justo en la puerta de la habitación principal, donde Julian y

Tommy estaban rociando desesperadamente la cama, apagando una pared de llamas.

Y sobre la cama en llamas estaban los restos de una persona, esposada a un poste.

Completamente carbonizada.

—Hijo de puta —gimió Tommy, apartando la mirada—. No otra vez.

Durante dos latidos, se permitió procesar la terrible realidad de lo que miraba. Los

eslabones de metal de la cadena que habían confinado a esta pobre alma a una muerte

espantosa. La carne ennegrecida, dividida y pelada en las extremidades y en el cráneo.

Dios Misericordioso. Necesitaba vomitar. En su lugar, agarró el brazo de Julian,

tirándolo hacia atrás.

—¡El fuego está apagado! ¡No hay nada más que podamos hacer!

Julian se dio la vuelta, sus ojos oscuros salvajes. Dudando solo un segundo, él y

Tommy salieron a trompicones después de Howard, que miró hacia atrás para

asegurarse que sus compañeros estaban siguiéndolo. Cuando alcanzaron la sala, el

fuego en la entrada estaba apagado, la salida limpia, cortesía de los otros compañeros

que habían llegado.

Afuera, Julian se quitó la máscara se inclinó y puso sus manos pesadas sobre sus

rodillas, obviamente luchando contra la urgencia de estar violentamente enfermo. La

manguera descartada yacía a sus pies. Cerca, Tommy parecía agitado, pero estaba

bien. Por otra parte, había recibido una carga de esto la última vez. A su lado, Sean

con un rostro sombrío ladraba a su teléfono, pidiendo a la policía.

Howard se quitó de un tirón su propia máscara y dio unas respiraciones profundas

para calmarse. Encontrando la mirada de Sean jadeó:

—Hazlos contactar con el Detective Shane Ford —Howard se preparó a sí mismo.

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—Julian dijo que había un cuerpo. Otro maldito cuerpo. Estás diciéndome que esto

está relacionado…

—Sí.

La boca de Sean se apretó.

—Tienes que decirle al equipo lo que está pasando, Howard. Esta noche. —Dejó salir

un suspiro roto, escudriñando el fuego, que estaba bastante apagado—. Cada llamada

es un riesgo, pero esto es diferente. Fuera de nuestra liga. Joder.

Julian, que había logrado recomponerse, se enderezó, su atención saltando entre

ambos hombres.

—¿Decirnos qué?

—Más tarde —dijo Howard—. Cuando le entreguemos este desastre a los policías y

volvamos a la estación. Nos reuniremos en el salón de televisión.

—¿Una reunión? ¿En medio de la maldita noche? —bufó Julian—. Debe ser un

problema de mierda, amigo.

La voz de Howard era tan vacía como se sentía él.

—Sí, mi amigo. Es un maldito problema de mierda.

Dos horas después, Howard caminaba al salón de televisión mientras sus amigos

entraban penosamente, sucios y exhaustos. Un dolor de cabeza se construía en sus

sienes, a cargo de la ira y el cansancio de sus huesos. Odiaba que los otros fueran

arrastrados a esta locura. Le encantaría encontrar a quien fuera el responsable,

arrancar su cabeza de su cuello, y hacer preguntas después.

—Amigo, ¿no puede esperar hasta después de echar un sueño? —refunfuñó Tommy,

poniendo un brazo sobre su cara sucia y sudorosa—. ¿O al menos una ducha?

Un retumbe de acuerdos hizo eco a través de la habitación mientras el resto caía en

varios estados de desnudes sobre sofás y sillas. Todos excepto el normalmente callado

Zack, que los sorprendió mascullando.

—Cállense, imbéciles. ¿No pueden ver que el teniente habla en serio?

Todo el mundo se calló, ya fuera por pura sorpresa ante la amenaza dura poco

característica en el tono de Zack o por la creciente compresión de que algo pesado

estaba llevándose a cabo, Howard no pudo adivinar. De cualquier manera, estaba

agradecido, y le lanzó a Knight una mirada de aprobación antes de empezar.

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—Esto no tomará mucho tiempo, pero es un problema que está afectando a todo el

grupo. —Problema. Lo que era un eufemismo. Vaciló, rumiando sobre las palabras

correctas—. Tengo un problema relacionado con dos asesinatos en incendios

provocados, si eso es técnicamente lo que es, y eso los pone a todos ustedes en un

riesgo.

—Six-Pack, ¿qué pasa? —preguntó suavemente Eve, sus ojos oscuros fruncidos por la

preocupación.

—Parece que cualquiera que sea la razón retorcida, el asesino ha decidido que sería

divertido incluirme en este juego enfermo. Dejó una foto obscena de la primera víctima

en mi porche, tomada antes de que ella fuera asesinada. —Una ronda de maldiciones

coloridas recibieron esta noticia—. La policía confirmó la identidad de la mujer.

Eve puso una mano sobre su boca, sus ojos agrandados. Julian saltó sobre sus pies y

dejó salir una cadena de palabrotas en español que no necesitaron traducción. Tommy

dijo ―amigo‖ cerca de doce veces, y Sean, que ya sabía, apretó sus puños como si

quisiera golpear algo. O a alguien. Solo Zack parecía mantener su serenidad, su mirada

azul-laser estudiando a Howard calmadamente.

—Estoy feliz de que nos lo dijeras, teniente —dijo—. Pero no importa quién empieza

los incendios o qué, es nuestro trabajo apagarlos. Fin de la historia. No es tu culpa.

En su cabeza, Howard sabía que no tenía control sobre las acciones del asesino, pero

eso no le había impedido sentirse de alguna manera responsable. El apoyo de Zack,

rápidamente fue acompañado por el del resto del grupo, levantando parte de la carga

de sus hombros.

Eve dobló sus brazos sobre su pecho.

—¿No tienes idea de quién es este pervertido o cuál es su rencor contra ti?

Rencor. La palabra lo congeló en el interior. Ni una vez había considerado la idea que

esta era alguna clase de venganza dirigida a él personalmente. ¿Quién lo odiaba con

suficiente pasión para arrastrarlo a esta pesadilla? Tenía a Bentley y Georgie, unos

pocos amigos, y llevaba una vida solitaria en su mayoría. Bueno, antes de Kat.

—Esto vino directamente de la nada. Es algo como de la Dimensión Desconocida. No

tengo nada de nada. —Suspiró—. Si alguien quiere cambiar puestos con el equipo B o

C hasta que esto termine, lo entenderé.

—Tonterías.

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—Que se joda.

Un coro de fuertes protestas se produjo, condimentado con descripciones coloridas de

la paliza en el culo que recibiría el perpetrador si alguno de ellos le ponía las manos

encima.

Agradecido, Howard terminó la reunión con un gesto de su mano.

—Gracias, chicos. Ahora vayan a ducharse y traten de obtener un par de horas de

sueños antes del cambio de turno.

Eve caminó hacia adelante y le dio un abrazo breve y fraternal.

—Si necesitas algo, grandote, házmelo saber.

—Aprecio eso, Evie.

—Lo mismo digo —dijo Zack, apretando su hombro—. Lo que sea que pueda hacer.

Uno a uno salieron, para su alivio. Le disgustaba estar bajo reflectores, y odiaba ser

objetivo de simpatía. Siempre había sido el pilar de fuerza del equipo. Con el que ellos

contaban para que fuera su roca.

Ahora mismo, él no podía contar ni consigo mismo.

Arrastrar su cuerpo cansado a su litera fue un esfuerzo enorme. En su pequeña

habitación, Salvatore se había quitado las botas y tirado su capa externa de ropa de

protección.

—Cristo, huelo mal —gruñó, quitándose la camisa. Se estiró, flexionando los

músculos bronceados y magros que hacían que las mujeres perdieran su moralidad.

Una cruz de oro descansaba contra su pecho, luciendo fuera de lugar en un hombre tan

irreverente—. ¿Te importa si voy primero?

—No, adelante. —Se giró hacia su cama. Y se detuvo en seco—. ¿Jules?

—¿Hmm?

—¿Es esto tuyo?

—¿Qué? —Agarrando un par de bóxers limpios, Julian miró hacia la cama del

teniente—. Oh, ¿el celular? Pensé que era tuyo, hombre.

Howard miró fijamente el teléfono rectangular y negro, su mandíbula apretándose. El

miedo llegó a estrangularlo, letal como el humo del fuego. El pequeño objeto que yacía

al lado del teléfono cuadriplicó su alarma.

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—¿También pensaste que el anillo era mío?

—¿Qué dijiste? —Julian se acercó para mirar el anillo de diamante descansando sobre

la cama—. ¿Cómo demonios llegó eso allí?

La confusión de Salvatore era genuina. No había esperanza que esto pudiera ser una

de las estúpidas bromas del tipo. En lugar de esperar una respuesta que no tenía, se

inclinó, alcanzando el teléfono.

—¡Espera! —Julian agarró su brazo—. No creo que debas tocarlo. Ese detective podría

querer ver esto. Mira, eso podría ser sangre. —Apuntó a los dientes minúsculos que

sostenían el diamante solitario.

Julian tenía razón. Una sustancia rojiza oscura podía verse en las grietas. Tragó saliva.

—Necesito abrir el teléfono. La maldita cosa no fue dejada aquí por ninguna razón.

—Usa la esquina de la sábana —sugirió su compañero de litera.

—Buena idea.

Muy bien. Como si alguno de ellos tuviera alguna jodida idea. Usando la sábana,

agarró el auricular. El protector de pantalla parpadeó, y la parte inferior se desprendió

de su estómago.

—Oh, Dios, no. —Dejó caer la horrible cosa, dando marcha atrás hacia Salvatore.

—Madre de Dios —susurró Julian, cruzando él mismo—. Llamaré al capitán.

—Dile que llame al detective Ford, y traiga a los policías pronto.

El otro hombre abandonó la habitación, dejándolo solo con la víctima número dos.

La boca abierta en un grito silencioso, sus ojos abultados por el horror. Atada a la

cama, indefensa mientras las llamas del dragón encendían su piel cremosa y su cabello

negro largo.

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Traducido por Niii, Javy y Carmen170796

Corregido por majo2340

at rodó y se afirmó sobre un codo, miró el reloj digital a través de sus ojos

lagañosos, y gimió. Treinta minutos hasta levantarse y brillar. La realidad se

arrastraba hacia ella junto al brillo del cielo fuera de su ventana. Demasiado

pronto, ella tendría que dejar su nido cálido y cómodo, y prepararse para otro día con

las ratas de alfombra.

Dejándose caer de nuevo en las almohadas, se sonrió a sí misma. Se suponía que ella

debería haber nacido como una rica y aburrida heredera. Obviamente, había habido un

error en la fábrica de almas, y en lugar de eso se había convertido en una maestra

pobre.

Por otro lado, había conocido a Howard. Tal vez su guía divino sí sabía lo que era

mejor para ella después de todo.

Un golpe proveniente desde la dirección de la sala la sorprendió, y se sentó derecha,

con una mano extendida sobre su pecho. Bajo su palma, su corazón latía a un ritmo

loco. ¿Había sido el ruido de alguien golpeando su puerta, o se trataba de un intruso?

Se deslizó fuera de la cama, agarrando su bata de toalla del suelo. Ató el cinturón

alrededor de su cintura y se arrodilló, cerró sus dedos alrededor del mango del

Louisville Slugger que estaba en el suelo. No era tan eficiente como un arma de fuego,

y usarlo requería que estuviera demasiado cerca del atacante, pero al menos el bate no

podía dispararse y matar a una persona inocente accidentalmente.

Mientras se ponía de pie y salía al corto pasillo, cuatro golpes suaves sonaron. Alguien

estaba en su puerta, intentando no despertar los vecinos en el proceso de despertarla a

K

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ella. Si hubiera estado profundamente dormida, probablemente no habría sido

despertada por el leve ruido. La idea le puso los pelos de punta.

Kat avanzó de puntillas hasta la puerta y echó un vistazo por la mirilla. Una ola de

alivio expulsó el aire de sus pulmones. Incluso en la brumosa y oscura luz previa al

amanecer, la enorme sombra que se encontraba de pie afuera sólo podía pertenecer a

un hombre. Ella simplemente no conocía a nadie más tan condenadamente grande.

—¿Quién es? —preguntó, sólo para estar segura.

—Kat, soy yo, Howard.

Convencida, ella abrió y lo dejó entrar, luego cerró y puso el seguro detrás de él. Pasó

por delante de ella y se detuvo en el centro de la habitación, en la oscuridad, con las

manos metidas en los bolsillos de su chaqueta.

—Jesús, me asustaste como la siempre apreciada mierda —le regañó, sin demasiado

empeño. Pasando por delante de él, apoyó el bate contra el respaldo del sofá y

encendió una lámpara de pie junto a él—. ¿Qué diablos estás haciendo aquí a las seis

de la maña…

Se giró para mirarlo, y las palabras se atoraron en su garganta. Howard vestía sus

pantalones azules reglamentarios y una camiseta, su chaqueta marrón abierta. ¿Por

qué había dejado él su turno una hora antes para venir aquí, y por qué se veía tan

hundido?

Su mirada estaba enterrada en el suelo como si el piso de la alfombra contuviera todas

las respuestas de la vida. Su raro cabello estaba aún más desordenado de lo normal, y

olía a humo. Una mancha negra se extendía desde su mandíbula hasta su cuello, pero

su rostro y manos estaban básicamente limpios. Como si se hubiera lavado, pero

hubiera olvidado un punto o dos.

Lentamente, levantó su cabeza. Miseria nadaba en sus ojos color chocolate. La

devastación en su atractivo rostro le apretó el corazón. Líneas de agotamiento se

cernían en las comisuras de su sexy boca, y el peso del mundo parecía estar

descansando sobre sus hombros.

—Buen Dios, ¿qué va mal? ¿Howard?

—Kat, yo… te necesito —susurró.

—Oh, cariño. —Ella lo alcanzó en tres pasos, hundiéndose en su calor, sus fuertes

brazos a su alrededor. Él tiró de ella tan cerca, que podrían haber sido una sola

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persona. La rodeó, la abrazó con fuerza, enterró su rostro en su cabello. Ella envolvió

sus brazos alrededor de su cintura, pensando en cuán extraño era que esta montaña de

hombre necesitara consuelo, y en lo maravilloso que era que la hubiera buscado a ella

para eso y a nadie más.

Con la mejilla presionada contra la dura pared de su pecho, escuchó el ruido frenético

de su corazón. Su dolor era una cosa tangible, un profundo océano, ahogándolo en sus

furiosas e implacables corrientes. Ella lo sostuvo, intentando ser su ancla, sin saber qué

más hacer. Qué decir.

—El niño —dijo, dándose cuenta de pronto—. El que tocó la línea eléctrica. Murió,

¿no es así?

Su enorme cuerpo se estremeció.

—Dios, sí, lo hizo.

—Oh, Howard. —Ella le dio un apretón adicional—. Lo siento tanto.

—Yo, también. Pero esa no es la razón por la que estoy aquí.

La preocupación de Kat por él creció a pasos agigantados. Por su propia admisión,

nada en su trabajo era más difícil que la pérdida de un niño. Ella se apartó para verlo

mejor, acunando su rostro en sus manos.

—¿Entonces por qué estás tan alterado? Cariño, háblame.

—Después. —Sus pestañas bajaron, su oscura mirada fija en su boca. La besó

suavemente, su lengua deslizándose entre sus labios para jugar con la suya. Cepillando

detrás de sus dientes, buscando, saboreando. Él rompió el beso—. Después.

—Pero…

—Te necesito, Katherine —dijo, con voz gruesa—. Necesito estar en tu interior,

hacerte el amor. Tenerte. Por favor no me rechaces.

El suave ruego, cargado de necesidad, rompió algo en su interior. Nadie jamás la había

necesitado tanto. Ningún hombre jamás la había mirado como si pensara que ella fuera

el aire en sus pulmones, como si pensara que ella tenía el poder de destruirlo con una

sola palabra. Este hombre —su hombre— estaba herido. Gravemente.

Y vino a mí.

Estrechando su mano, lo dirigió a su dormitorio. Él se quedó de pie observando cómo

ella se liberaba de su bata y la arrojaba al suelo. La mujer en ella disfrutó de la apenas

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audible inspiración, la tensión de su cuerpo. El brillo rapaz de sus ojos en la oscuridad

mientras se quitaba la chaqueta y la camiseta.

Ella se acomodó en la cama, disfrutando la vista mientras él realizaba brevemente el

trabajo con el resto de su ropa. Desnudo, se acercó, se arrastró sobre la cama, y se

sentó a horcadas sobre sus caderas. Se elevó por encima de ella, sus musculosos

muslos atrapando los suyos, grandes manos ásperas por su trabajo ahuecaron sus

pechos llenos. Ella estudió la curva de su mandíbula, su cuello, su suave y delicioso

pecho. Ella amaba las líneas que se marcaban en el hueco de su garganta, las matas de

pelo bajo sus axilas, la línea desde su ombligo hasta la base de su pene que terminaba

en un nido suave.

Ooh, sí. Por sobre todo, ella amaba cómo su erección larga y gruesa descansaba sobre

su vientre, su saco situado frente a su sexo. Su lenguaje corporal vibraba con

dominación masculina. Posesividad. Y el Señor le ayudara, ella deseaba ser poseída.

—Eres tan hermosa —murmuró él.

—Tú me haces sentir hermosa. —Capturando una pequeña gota de líquido pre-

seminal en la punta de uno de sus dedos, ella arremolinó la humedad alrededor de la

cabeza de su polla—. Nadie jamás me hizo sentir tan bien antes. Sólo tú.

Él gimió, haciendo rodar sus pezones entre sus dedos. Dedicándoles su atención,

enviando pequeñas chispas de deleite hasta su sexo. Se sintió volverse más húmeda y

cambió de posición, retorciéndose un poco.

Inclinándose hacia atrás para tener acceso, él deslizó una palma hacia abajo por su

estómago. Sus dedos rozaron sus rizos leonados, encontrando sus pliegues cubiertos de

rocío. Hábilmente, él separó los labios de su entrada. Hundió un dedo en su calor,

luego lo sacó. Dentro y fuera. Esparciendo la humedad por toda su carne resbaladiza.

—¿Estás así de caliente para mí, verdad, bebé?

Ella se arqueó hacia su toque.

—Sí, oh, Dios, por favor…

—¿Por favor, qué?

—Hazme el amor —rogó ella.

Separando sus muslos, él se levantó sobre ella. Guió la cabeza de su polla a su sexo y

abrió su entrada. La estiró mientras se deslizaba en su interior. Profundo, más

profundo de lo que ella hubiera creído posible. Él se hundió hasta las bolas con un

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gemido, llenándola por completo. Colocando sus brazos a cada lado de su cabeza,

tomó su boca en un lento y apasionado beso. Succionó su lengua a medida que

comenzaba a empalarla con suaves embestidas.

El olor a tierra de él llenó sus sentidos mientras él la llenaba con su polla. Humo,

sudor, y la sal de su piel. Tan físicamente superior, y aun así vulnerable. Todo un

hombre.

Todo suyo.

Howard rompió el beso, echó la cabeza atrás y cerró sus ojos mientras le hacía el

amor. Ella jamás había visto nada tan erótico, tan sexy como este hombre perdido en

la pasión.

—Dios, sí, Howard.

El fuego en su centro, lamiendo todo su cuerpo, se elevó más. Ardió más caliente.

Envolviendo sus piernas alrededor de su cintura, ella se aferró a sus hombros,

urgiéndolo a ir más rápido, más profundo.

Manteniéndola cerca, él incrementó el ritmo de sus embestidas, deslizando su polla

afuera casi hasta la cabeza, y luego conduciéndose a casa otra vez. Cada penetración

rozaba su pene contra su clítoris con una candente fricción, llevándola al borde del

frenesí.

Sus músculos se flexionaron y contrajeron bajo sus dedos. Su poder absoluto envuelto

alrededor de su cuerpo, empujándola más cerca del precipicio, y aun así protegiéndola.

Prometiéndole capturarla cuando cayera.

Sus caderas golpeaban contra las suyas ahora, sus bolas chocando contra su trasero.

Los decadentes ruidos de succión de su cuerpo, su olor acre, la potencia del hombre

amándola, accionó el interruptor. La llevó al borde, diezmando su escaso autocontrol.

Kat gritó cuando sus músculos vaginales comenzaron a sufrir espasmos, apretando su

polla. Tres embestidas más, y él se unió a ella con un grito, enterrándose a sí mismo

hasta la empuñadura. Derramándose en su interior mientras ella se aferraba a él y

ordeñaba su eje, una y otra vez.

Respirando con dificultad, Howard la sostuvo cerca, su polla sacudiéndose por un

largo rato mientras él cabalgaba su liberación. Los dos estaban empapados en sudor,

pero ella jamás se había sentido más maravillosamente en su vida. No podía entender

cómo había sobrevivido todos estos años sin el increíble hacer el amor de este hombre.

Ella no sólo amaba su vibrante sexualidad, sino también su calor y compañía. La

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forma en la que se preocupaba por los demás, incluso si intentaba mantener sus

emociones ocultas.

Lo amo.

El conocimiento la aplastó como un camión avanzando por la carretera. ¿Cómo podría

estar ya enamorada de Howard?

Pero el corazón de una mujer sabe lo que sabe. El Señor la ayudara, no tenía la más

mínima idea de qué hacer a continuación.

Una cosa era segura, hacérselo saber definitivamente no estaba en la agenda. No

durante un tiempo, hasta que ella supiera cómo se sentía él.

Él se deslizó fuera de ella y rodó sobre su espalda, atrayéndola junto a él. Ella usó su

hombro como almohada y extendió una mano sobre su pecho, acariciando la flexible

piel bronceada.

—Ahora que ya tuviste tu sexo de consuelo, ¿esta es la parte en que sueltas lo que te

estaba afectando?

La mano acariciando su espalda se quedó quieta.

—Tú me diste consuelo, es verdad. Pero nuestro hacer el amor fue mucho más que

eso.

Las palabras la rodearon de luz.

—Estoy de acuerdo.

—Pero sí te debo una disculpa.

Alzándose, ella lo miró.

—¿Por qué?

Su expresión era imposible de leer.

—Por irrumpir en tu casa como un loco, y abalanzarme sobre ti como un rabioso perro

cachondo, para comenzar.

—Bueno, como que disfruté la parte del perro cachondo —bromeó ella.

—Te hice el amor sin condón, bebé. Lo siento.

Él sonaba tan enojado consigo mismo. Sus labios se curvaron hacia arriba.

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—Yo estaba ahí, ¿recuerdas? Creo que al menos la mitad de la responsabilidad es mía.

Además, ambos somos personas sanas y yo estoy tomando la píldora… aunque los

accidentes ocurren.

Él aparto la mirada, su boca apretada en una línea.

—No hay demasiadas oportunidades de que eso ocurra.

—¿Por qué no? —A su lado, él se tensó—. ¿Howard?

—Uso condón sólo como protección ante las enfermedades. No puedo tener hijos —

dijo en voz baja.

Aturdida, con una sensación de pérdida, lo miró fijamente. Howard era uno de los

hombres más viriles en el que había puesto los ojos, ¿y no podía tener hijos? Un

recuerdo la asaltó, de Howard mirando a la pequeña Emily Jean hacer travesuras en el

parque. Una expresión de deseo grabada en su rostro. Un momento inocuo saltó en su

mente.

Hay cosas que no sabes sobre mí. Cosas que podrían hacerte cambiar de opinión.

—Apuesto que no esperabas oír eso. —Su sonrisa era desequilibrada y triste.

—Dios, cariño —respiró ella—. Yo no… no sé qué decir. Lo siento mucho.

Él se encogió de hombros, pero no tuvo éxito en esconder su pesar detrás de una falsa

indiferencia.

—Para mí es un hecho, como el color de mis ojos. No es gran cosa.

Su tono decía tema cerrado. Curiosa, ella lo empujó un poco más.

—Entonces, ¿qué sucedió?

Él suspiró, tal vez deseando no haber sacado el tema a colación.

—¿Recuerdas que te dije que mi padre me tiró en el bosque antes de que fuera y

estrellara su camioneta? —Ella asintió, silenciosamente impulsándolo a continuar—.

Antes de que el bastardo me dejara, me golpeó casi hasta la muerte.

Kat presionó sus dedos sobre su boca en estado de shock. El padre de Howard había

intentado asesinar a su propio hijo. ¿Cómo podía alguien hacerle algo tan horrible a un

niño pequeño?

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—Es una historia antigua Kat —dijo Howard, tocando su mejilla con un dedo—. Le

gané a las probabilidades y sobreviví. Pero porque estuve muy enfermo con una fiebre

prolongada, mi esperma no lo hizo. Fin de la historia.

Ni por asomo. Ella estaba comenzando a darse cuenta que había mucho más Howard

Paxton de lo que ella creía. Una parte de él seguía enterrada en la tumba de su pasado,

para nunca ser resucitada. Había dejado claro que había terminado de discutir sus

fantasmas, pero habían muchas más revelaciones del lugar de donde esta había venido.

Estaba segura.

Howard no quería reabrir sus heridas para nadie, ni siquiera para ella. Y si él contenía

para siempre una parte vital sí mismo, negándose a hablarle sobre las cosas

importantes, apartándola al utilizar el sexo caliente —tan glorioso como era— como

una barrera invisible, la distancia los desgastaría a ambos poco a poco. Incluso ahora,

él estaba evitando discutir la razón por la que estaba aquí.

La primera señal de problemas reales en el paraíso.

Dejándolo aparte por el momento, devolvió la conversación al presente.

—¿Quieres niños eventualmente? Hay otras opciones.

Él Levantó una ceja.

—¿Y tú?

—Yo pregunté primero

—Algún día —evadió—. Siempre existe la adopción.

Ella intentó formar una sonrisa alentadora

—Ya lo creo. ¡Hey!, no salió tan mal, ¿verdad?

Sus burlas engatusaron una pequeña sonrisa en él.

—No lo sé. Pregúntales a Bentley y Georgie el sábado.

—Lo haré. —Ella empujó un dedo sobre su pecho—. Ahora, ¿vas a seguir yendo en

círculos, o vas a decirme lo que te trajo a mi puerta, luciendo como una víctima de un

accidente automovilístico?

Si se dio cuenta de que él no había respondido su pregunta sobre los niños, no lo dejó

entrever. Ella no estaba evitando el tema, pero sintió que le permitía voltearse y a su

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vez sujetarse a sí mismo, retorciendo la verdad, resultaría para él probablemente aún

más difícil.

—¿Cuando tienes que estar en el trabajo?

Levantándose, ella miró el reloj. Maldita sea.

—En una hora, y todavía tengo que tomar una ducha y vestirme. ¿Por qué no los

llamo y les digo que llegaré un poco tarde? Puedo conseguir a alguien para que cubra

mi clase.

—No, no lo hagas. —Ruborizándose en la cama, se levantó y pasó una mano por su

piel de gallina. La frustración estaba grabada las líneas alrededor de su boca—. ¿Por

qué no tomas una ducha? Luego te llevaré al trabajo. Podemos hablar en el camino.

De esta manera Howard se permitiría distanciarse a sí mismo de todo lo que le

molestaba. Si debía prestar atención a la carretera, podría aislarse, por así decirlo. A no

sé qué ella quisiera esperar y preguntárselo todos los días, ¿qué otra cosa podría hacer

ella?

—Está bien. ¿Quieres lavar mi espalda?

Ella comenzó a arrastrarse lentamente fuera de la cama, haciendo una pausa para

sacudir su trasero y menear sus hombros.

Lo que le valió una rápida palmada en un extremo de su cachete trasero.

Kat chilló.

—¡Auch! !Hey! —Levantándose de la cama, se puso de pie para frotar su parte trasera,

con el ceño fruncido junto con su sonrisa de comemierda—. Vas a pagar eso, teniente.

Cuando menos lo veas venir.

—No me amenaces con un buen tiempo, mi amor —dijo él arrastrando sus palabras—,

a menos que puedas cumplirlo.

—¡Oh, tú! —Se mordió el labio para no reírse, se dio la vuelta y se dirigió a su cuarto

de baño. Sólo cuando el agua se había calentado en la ducha y la toco con un pie, se

dio cuenta de que él no iba a unírsele. Y que nuevamente se la había arreglado para

utilizar su encanto y temporalmente distraerla de su continuo retraimiento.

El conocimiento de esto freno su espíritu, por lo que contrarrestó las dudas de su auto-

derrota con los hechos. Uno, cuando las cosas estaban malas, su grande y fuerte

hombre golpeaba a su puerta. Lanzándose a sí mismo a los brazos de ella. Dos, ellos

todavía se estaban conociendo, y los hombres, históricamente requieren más tiempo

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que las mujeres para ―Adaptarse‖, como a su madre le gustaba decir. Ella sólo tenía

que ser paciente.

Veinticinco minutos después, vestidos con un pantalón negro y un suéter azul, el pelo

recogido hacia arriba y sujeto con un simple rodete, Kat criticó su apariencia final, con

sus ojos en el espejo. No está mal, teniendo en cuenta lo rápido en que lo había

conseguido. Ella quería asegurarse de que Howard tuviera tiempo para explicar lo que

estaba sucediendo antes de que fueran interrumpidos.

Lo encontró en la sala de estar, una vez más, vistiendo su ropa de trabajo ahumada,

desgastando una parte de la alfombra. Todas las hormonas femeninas en su cuerpo

suspiraron cuando lo apreciaron, tan alto e impresionante, imponente con su sola

presencia. Tuvo que recordarse a sí misma que estaba guardando secretos. Y que no

los compartiría, si algo drástico no forzara su mano.

—Tengo unos pocos minutos —dijo. Él se volvió hacia ella, y ella hizo un gesto hacia

el sofá, con su voz inyectada de acero—. Siéntate, y no me andes con rodeos. No

vamos a salir de aquí hasta que lo tú lo hagas.

Resignado, Howard se sentó sobre los cojines con un suspiro de cansancio, con sus

codos en las rodillas. Ella fue a sentarse junto a él, esperando con una creciente

alarma. Todo lo que había imaginado estaba mal, nada puede igualase al choque

eléctrico de sus siguientes palabras, enviadas como un canto a través de su cuerpo.

—He sido blanco de ataques por el asesino que incendió el Sherri Pearce.

Ella se distancio de él, tratando de asimilar la información y tratando de que algo

tuviera sentido.

—¿Q-qué? ¿Blanco, cómo?

Las manos juntas encima de sus rodillas, él la miro, con ojos llenos de miseria. Con

culpa.

—Él ha dejado fotos de las víctimas, particularmente para que yo las encuentre. No

hay notas, ni otras pistas.

—Espera. Las víctimas, ¿en plural? —Ella lo miró fijamente, sintiendo como si hubiera

dado un paso desde una cornisa hacia el vacío.

—Sí. Tuvimos otra llamada ayer por la noche. Una mujer, la ató a una cama y le

prendió fuego, pero no lo supimos hasta que entramos a la casa. Cuando regresamos…

—Hizo una pausa, tragó saliva, los ojos se le oscurecieron por la memoria—… El hijo

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de puta había conseguido de alguna manera entrar a la estación, donde se encuentra

mi litera. Dejó el teléfono celular de la mujer en la cama, y cuando la abrí… Oh, Dios.

Los hombros de Howard cayeron, y enterró su cara entre sus manos. Kat puso una

palma sobre su amplia espalda.

—Cuéntame.

—Había utilizado una foto de ella como protector de pantalla. —Su voz era casi

inaudible— Ella estaba gritando… quemándose.

Horrorizada por la pobre mujer, por Howard, Kat deslizó su brazo por la cintura. En

lugar de bombardearlo con preguntas, ella esperó, con la esperanza de abrirlo. Obtener

todo dolor y la ira que él debe estar sintiendo en su pecho.

—¿Por qué hace esto? —Agonizando, Howard levantó su cabeza—. ¿Está matando

por mí, como castigo por algo que he hecho mal? Nunca sería capaz de vivir con eso.

No, él no lo haría. El conocimiento de eso la aterrorizó.

—No sabes lo que está dentro su mente enferma, Howard. No más de lo que tú puedes

controlar sus acciones.

Él soltó una amarga risa, con los ojos brillantes de una ira apenas contenida.

—Y él ama el infierno, también. Salvar vidas es más que mi trabajo, es mi pasión, mi

legado de Bentley. Y por alguna razón, cada vez que el monstruo consigue dar sus

golpes, estos rozan en mi nariz como un fracaso. No, él está disfrutando torturarme.

Hay mentiras en la verdad. Kat se estremeció, incapaz de suprimir la idea de que

Howard golpeara más cerca de la señal de lo él pensara.

—¿Qué pasa con la primera imagen? ¿Dejó en tu litera la segunda?

Howard cambió su posición, mirándola con inquietud.

—No. La encontré en un sobre pegada en mi puerta, el domingo por la noche.

Frunciendo el ceño, ella se puso a seguir el hilo de la conversación hasta su conclusión

natural. Y no le gustó lo que encontró de golpe.

—La noche del lunes, no me dijiste ni una palabra, incluso después de la llamada del

detective Ford. —Mirando hacia atrás, se puso rígida, apartando su brazo alrededor de

él—. Yo te pregunté por qué me llamó, y tú me mentiste.

Después de que ellos habían tenido ardiente y palpitante sexo

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Después de que se había abierto a él de una manera que ella nunca había hecho con

ningún hombre.

—No quería involucrarte a menos que...

—Soy la única testigo del asesinato, y estoy viéndome con el hombre que está

mintiendo acerca de eso. —Enojada, ella se apartó del sofá—. ¿Qué parte de mí

participación no entendiste?

—No quería asustarte innecesariamente.

Ella se lo quedó mirando, incrédula. Maldita sea, se sentía mal por lo que él estaba

pasando, pero tenía que entender la seriedad de su error.

—Bueno, supongo que eso resuelve todo, entonces.

Porque Dios sabía que preferiría estar muerta que temerosa y condicionada.

Howard cerró sus ojos, agachó su cabeza.

—Jesús.

Alejándose de donde él estaba sentado, se apartó de él y cruzó sus brazos sobre su

pecho para esconder el temblor de sus manos.

Para esconder el floreciente temor, apretándole su garganta con fríos y huesudos

dedos. ¿Qué ocurría si en lugar de lo ocurrido el asesino la hubiera seguido anoche?

¿Qué ocurría si ese plan todavía estaba en su horrenda agenda? Ella escuchó el crujido

de las ropas de él mientras se ponía de pie y se movía para quedar de pie detrás de ella.

Grandes manos acariciaron sus hombros, y su cálida respiración abanicó su oreja.

—Lo siento —él rogo suavemente—. Perdóname.

Su calmado y sincero ruego la derritió, aunque ella permaneció firme en lugar de ceder

por el momento. Él había tomado una mala decisión por las razones correctas, pero el

hecho era que le había mentido. Totalmente. En su cara.

—Puedo perdonar un montón de cosas, pero mentir no es usualmente una de ellas.

Especialmente si la mentira puede tostar mi trasero como un malvavisco. —Ella se

entregó a sus brazos, y el profundo daño en sus ojos atravesó su corazón. Estirándose

para alcanzarlo, ahuecó una ensombrecida mejilla—. Prométeme que no pasara de

nuevo, Teniente.

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—Dios, sí. —Envolviendo sus brazos alrededor de ella, él la aplastó en su pecho—.Te

lo prometo. Yo nunca haría algo que te ponga en peligro, sabes eso. Cariño, te

protegeré con mi vida.

Ella ahondó en la sólida pared de su cuerpo, abrazándolo más cerca. Aceptando.

—Entonces te perdono, pero estoy segura que no llegara a algo tan horrendo. La

policía lo atrapará.

—Estoy seguro que lo harán. —Él sonó tan convencido como lo estaba ella, lo cual no

era mucho. Soltándola, retrocedió e inclinó su barbilla con un dedo, dándole un lento

beso—. Será mejor que te lleve al trabajo antes de que consigas una tardanza.

Ella exhaló un débil suspiro, alegre de apartar su descontento, siquiera temporalmente.

—Los estudiantes consiguen tardanzas. Los profesores solo conseguimos molestos

correos del director.

—Los cuales todos ustedes borran e ignoran ágilmente .

—¿Por qué es eso lo que hacen ustedes cuando el mandamás les abulta los

calzoncillos?

Él sonrió.

—Nunca lo diré. Podría regresar a Bentley.

Dándole una lánguida sonrisa, ella recobró su bolso y su maleta de libros del extremo

del sofá. En lo más profundo, aún estaba molesta con Howard por alejar la verdad de

ella, y el enojo se mantuvo en su estómago como un ladrillo. Ella nunca había sido

capaz de aguantar a un hombre que podía mentir sin inmutarse, y el hombre del que se

había enamorado lo había hecho fácilmente. Con una buena razón.

Deseó tener tiempo para hablar con Grace, pero su hermana probablemente ya estaba

dirigiéndose a la corte. Podría usar una dosis de la serenidad y sabiduría de su

hermana en este momento.

—No estoy totalmente de vuelta a tu favor, ¿verdad?

Diablos. Ella difícilmente podría culpar al hombre por ser menos que honesto, después

seguir con su disputa legal.

—No, pero estoy trabajando en eso.

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—Ouch. —Respingando, él metió sus manos en los bolsillos de su chaqueta, luciendo

bastante como un chico que había perdido a su mejor amigo. Un chico de doscientas

sesenta libras con hombros como los de un defensor de línea.

—Déjame recompensarte.

Ella ladeó su cabeza.

—Estoy escuchando.

—Salgamos, como lo habíamos planeado —dijo, una mirada esperanzadora en su

bella cara—. Mi casa después. Trae un bolso, y tu apetito por tocino y huevos.

—Hmm. Atrevido.

—Ten compasión.

—Yo sumamente dudo que alguna vez hayas rogado por la compasión de alguien en

tu vida, Teniente.

—No estés tan segura. —Cerrando la corta distancia entre ellos, tomó una de sus

manos en la suya—. Por favor ven esta noche, Kat. Quédate conmigo.

Señor, que tentadora oferta. Su resistencia estada sufriendo una derrota bajo su suave

acometida.

—Lo pensaré.

—Te recogeré del trabajo a las cuatro.

—Puedo conducir por mí misma. No estoy desvalida.

—Absolutamente no. Hasta que ese maniaco este atrapado, no te voy a dejar fuera de

mi vista más de lo necesario. Tú estás más segura conmigo.

—Howard...

—Olvídalo.

¡Oh! ¡Hombre terco!

—Está bien. Tenemos una reunión de personal esta tarde. Mejor que sea a las cuatro y

media.

El éxito brilló en sus ojos, y sus labios se curvaron en una sensual sonrisa.

—Es una cita.

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—No dije que me quedaría.

Con eso, ella recogió su maleta y se marchó. Su risita divertida flotó en su camino,

sonando en sus odios. Enojada o no su resistencia se incineraría cuando sus ásperas

manos se deslizaran por su piel.

Cuando su pene se deslizara entre sus muslos, atravesando su palpitante sexo.

Ella ya lo deseaba de nuevo. En cualquier lugar, de cualquier manera en la que pudiera

tenerlo. Y lo haría, esta noche.

Hasta entonces, solo tenía que sobrevivir al más largo y puto día registrado en la

historia.

Y de alguna manera, tratar de disipar la sensación de que ellos habían puesto una

curita sobre una herida infectada en su floreciente relación.

Sacudir la horrible sospecha que el cuerpo de Howard podría ser de ella, pero sus

secretos siempre los mantendría para él solo.

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Traducido por carmen170796 y Niii

Corregido por kathesweet

i tú vas a echar todo a perder, también podrías hacerlo

magníficamente —murmuró Howard, metiendo su arrepentido

cuerpo en su cuarto.

Kat había estado molesta por su demora en decirle sobre de su conexión con el

asesino, pero había estado enojada y herida por su mentira referente a la llamada del

Detective Ford. Una mujer buena como ella toleraría ese tipo de error solo una vez, y

causarle dolor lo atravesaba como asta de hielo en el pecho.

El problema era que él nunca había aprendido a mostrar y contar las cosas malas, y no

tenía idea de cómo compartir la carga después de treinta y seis años de mantener la

porquería encerrada en una caja a prueba de manipulación.

Dejando la ropa por el piso, fue tambaleándose hacia el refugio de su cama. Usando

solo sus bóxers, se dejó caer en el suave colchón con un quejido de huesos cansados.

La ducha podía esperar. En ese momento, no se movería si las celestiales trompetas

sonaran, anunciando el juicio final.

Juicio.

La palabra lo persiguió hasta dentro de su exhausto sueño, conjurando a los demonios

acechadores. Evidenciándolos dentro del monstruo volando en la noche iluminada por

la luna. Llegando al suelo con cada paso. Difícilmente se dio cuenta de las ramas

rasguñando sus delgaduchos brazos y piernas, rasgando su pijama favorito.

No era rápido como sus súper héroes. No podía volar en el aire y lejos de allí para

siempre. O voltear y confrontar al hombre malo, aniquilarlo con sus súper poderes, y

hacer feliz a mamá de nuevo.

Su aliento llenó su boca apenas reprimiendo sus gritos aterrados.

—S

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―¡No!¡Mamita!¡Maaammmiii!

―¡Maldición, vuelve aquí, tú, inútil pequeña mierda!

Corrió más rápido. Sabía que pasaría si obedecía. Papi lo golpearía, no con el

asentador, sino con el gran palo en su mano. Lo golpearía y maldeciría, lo golpearía,

golpearía y golpearía hasta que estuviera cubierto de sangre e inmóvil. Tendido y

pegajoso como el perro de Andy Roger después de que papá lo atrapara olisqueando

en el patio delantero. Como…

Un brutal tirón en la parte de atrás del cuello de su camisa lo sacudió con fuerza.

Gritando, pateó y se encontró con todo lo que tenía, fuera de su total instinto. Una

sexto sentido, su ahora cerebro adulto lo identificó como el conocimiento que no tenía

nada que perder.

Que estaba a punto de morir.

Aruñó y mordió el brazo que lo sostenía, hundiendo sus diminutos dientes con

profundidad. El enfurecido bramido de papi le dio solo un segundo de satisfacción

antes de que fuera golpeado en pleno contra el selvático suelo.

Respirando, empezó a soltar otro grito, pero una fuerte patada en su estómago le robó

su oportunidad. El golpe lo levantó del suelo, oleadas de horrible dolor convirtiendo en

polvo la preciosa pequeña defensa que tenía.

Nunca más pretendería ser un súper héroe. Papá estaba asegurándose de eso. En el

pequeño y triste mundo de Howard, el hombre malo siempre ganaba.

Nunca vio la segunda patada llegar, apuntando a sus genitales. Haciéndose una bola,

se volvió tan pequeño como fuera posible. Vomitó en el piso, dolió tanto. Rezando

para el monstruo se alejara.

Más golpes, la bota con punta de acero conectando con una fuerza brutal. Batiendo a

golpes su débil cuerpo en todas partes.

Las manos de papá capturaron la parte delantera de la camisa del pijama con un agarre

fuerte, sacudiéndolo como muñeca de trapo.

―Finalmente estoy libre de ti. ―El monstruo se burló, sus rasgos se torcían con odio.

Ojos deslamados brillaron en la oscuridad y él comprendió totalmente lo que ningún

niño debería.

Con una precisión letal, el monstruo impactó con violencia su cabeza contra el piso.

Una y otra vez. La noche explotó en un millón de estrellas, y líquido caliente burbujeó

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en su garganta, ahogándolo. No podía llorar, no podía moverse. Empezó a flotar, su

cerebro y su cuerpo maltratado desconectándose del terror. Una misericordia.

―Muere, sarnoso bastardo ―El monstruo se regodeó, soltando a su desvalida presa,

poniéndose de pie.

Y echando para atrás su bota para el golpe fulminante.

Howard se sobresaltó despertándose con un grito sofocado en sus labios. La sangre

pulsaba en sus oídos, tamborileando en un brutal tempo el dolor de cabeza que

acuchillaba su cráneo. Por un espeluznante momento miró alrededor salvajemente,

medio esperando encontrarse a sí mismo atrapado en el pasado de pesadilla. Su coraza

rota y moribunda aferrándose a la vida. Abandonado y olvidado. Pero los tentáculos

de hace mucho dieron lugar a la luz actual del día filtrándose por las persianas

verticales.

Esta porquería tenía que ser un recuerdo suprimido. Los detalles se estaban volviendo

más definidos, y la cortina levantándose un poco más cada vez. La pesadilla no era

solo derivada del abuso, como había esperado.

No, su fuga del terror había sido real. Estaba casi seguro.

Y aún más seguro que por la auto-preservación pura, no quería que el escenario se

Volviera más claro.

Algunas puertas era mejor dejarlas cerradas por siempre

***

Kat observó a Howard dormir, pensando que el amor debería ser simple, y raramente

lo era. Ni siquiera en los cuentos de hadas.

Después de recogerla de la escuela en su enorme camión, para el deleite y la curiosidad

incontrolada de sus amigos y compañeros de trabajo, Howard había sido amable y

atento toda la tarde. Durante la agradable cena en Don Poncho’s, habían tenido una

agradable conversación acerca de temas seguros y agradables hasta que ella había

querido gritarle que fuera realista. Hablarle de la manera en que lo había hecho en el

parque, revelaba más de sí mismo.

Después de la cena, no había habido ninguna conversación. Renunciando a la película,

él los había conducido a su casa, cargándola hacia su cuarto, y le había hecho el amor

con una urgencia feroz, como si ella pudiera desaparecer en cualquier minuto. Luego

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de nuevo por detrás, profundo y lento, saboreando cada pulgada de sus cuerpos

uniéndose como uno solo.

Una media sonrisa suave se curvó en su boca. El sexy malvado se las había arreglado

para distraerla una vez más. Por horas. Incluso ahora, a las tres de la madrugada, no

podía dormir por la pura emoción de simplemente verlo.

Howard estaba tumbado sobre su estómago, su cara hacia ella, abrazando su

almohada, un brazo escondido en la almohada detrás de su cabeza, el otro sepultado

debajo. La posición causaba que los fibrosos músculos en sus bíceps y su ancha espalda

se contrajeran admirablemente. Su mirada bajó a su columna vertebral a la abolladura

en la parte baja de su espalda, la cual encontró curiosamente cautivadora, a sus

desnudos y esculpidos glúteos. De ahí en adelante a sus largas piernas, enredadas en

las sábanas.

Su interior calentándose, dejó a su mirada vagar por su cara, tan vulnerable en sueños,

su cabello indomable, hincando en cada dirección. Largas y oscuras pestañas rizadas

contra sus mejillas sin afeitar. Sus labios estaban levemente separados mientras

exhalaba e inhalaba, su espalado ascendiendo y descendiendo. Nunca había tenido la

oportunidad de observar a Howard de esta manera antes, y el hombre era una vista

muy atractiva. Especialmente cuando no tenía idea que estaba siendo examinado.

Un silencioso sonido surgió de su garganta, bastante parecido a un quejido, y Kat

frunció el ceño. Sus brazos se apretaron alrededor de la almohada, y su respiración se

hizo menos profunda. Desesperado.

—Noo —Se quejó, su gran cuerpo sacudiéndose con fuerza como si estuviera

recibiendo un golpe—. No, por favor… no lo hagas…

—¿Howard? —Ella colocó una mano en su espalda, y él respingó como si lo hubiera

golpeado—. Cariño, despierta.

—Seré bueno —susurró, agachado su cabeza—. Papi, detente.

Ella trató de nuevo, sacudiendo su hombro fuerte.

—Cariño, es Kat. ¡Despierta!

Sus pestañas revolotearon abriéndose y él se quedó mirándola, suspendido entre los

mundos. Aún en la oscuridad ella vio que sus ojos estaban húmedos, inescudriñables

con dolor no dicho. Parpadeó, el conocimiento de su entorno regresando, aunque la

embrujada sombra en su expresión permaneció.

—¿Kat?

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Asintiendo, ella acarició su pelo, ahondando sus dedos en los suaves cabellos de su

sien.

—Soy yo. Estabas tenido una pesadilla.

Suspirando, se sentó y pasó una mano trepidante por su cara.

—Dios. Lo siento, cariño.

Sentándose para verlo mejor, tocó su brazo en un gesto de consuelo.

—Ya estaba despierta, y aun si no lo hubiera estado, no hay necesidad de disculparse.

—Dudó, luego trató de acercarse a él haciéndolo sincerarse—. ¿Me cuentas?

Una punzada porque aparentemente no tenía ganas de hablar ahora más de lo que

había querido antes, a juzgar por su severa expresión.

—No. Es una vieja historia, ya no es importante.

—¿Cuán seguido tienes estas pesadillas? —Ella supuso que esto no era una cosa rara.

Él había descartado el perturbador episodio con demasiada facilidad. Su encogimiento

de hombro confirmó sus sospechas.

—Obviamente algo está molestándote si esto te sucede seguido. Deberías hablar con

alguien. ¿Quién sabe? Podría servir.

Volteándose hacia ella, bajó sus labios hacia los de ella.

—Tú me ayudas, hermosa Katherine. Solo por estar aquí conmigo, solo por ser tú.

¡No es justo, maldita sea! El hombre era incorregible. Insaciable.

—Espera…

Instantáneamente, él la echó sobre la espalda. Su largo pene presionó contra su muslo.

Determinada a no dejarlo salirse con la suya esta vez, liberó su boca de la de él y

empujó su pecho. Lo cual era un poco como tratar de mover un bus.

—¡No, Howard! Quítate de encima.

Tensándose, él se quedó mirándola como si hubiera sido abofeteado.

—¿Qué?

—Me escuchaste. Desacelera esa libido súper-revolucionada y dame un respiro, antes

de agotarme.

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—Oh. Lo siento. —Su decepción era palpable mientras se desenvolvía y se movía para

acostarse en su lado, estando en frente de ella.

—Quiero decir, tres veces en un día. —Bromeó, intentando suavizar lo que

obviamente vio como un rechazo.

—Me he estado guardando para la mujer correcta. —Protestó, un poco malhumorado.

—Yo también, para el hombre correcto —le sonrió en la oscuridad, tocó su cara.

—¿Soy yo?¿El hombre correcto?

Ella sintió el peso de su mirada, escuchó el deseo detrás de la pregunta casual.

—No puedo imaginar querer a alguien más, Teniente —dijo honestamente. Eso no le

dio exactamente una respuesta directa, pero era lo mejor que él tendría por ahora.

Hasta que estuviera segura de sus sentimientos y su lugar en la vida de él.

Hasta que Howard estuviera cómodo compartiendo sus más profundos pensamientos y

emociones sin usar el sexo como una maniobra evasiva.

Rodando sobre su espalda, él abrió sus brazos.

—¿Te abrazo?

Sin dudar, ella se acurrucó en su calor. En el círculo de sus fuertes brazos,

protegiéndola de todas las cosas malas que la vida podría tirar en su dirección

¿Pero quién protegería a Howard?

El frio sopló sobre su piel desnuda y se acercó más, tratando de disipar la noción de

que ella y Howard estaban abalanzándose hacia el desastre. Un descarrilamiento de

proporciones desastrosas.

¿Quién estaba operando los controles? ¿Ella y Howard, o un cruel asesino determinado

a arruinar la vida de su amante? ¿Y por qué estaba segura que los tres estaban

imposiblemente entrelazados?

Nada tenía sentido, y estaba tan soñolienta para pensar en terribles visiones de un

amenazante destino. Nada malo les iba a pasar a ninguno de ellos, de ninguna causa

Su relación se fortalecería, continuaría creciendo.

Y la policía atraparía al asesino.

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Tenía que creer en eso, porque la otra alternativa era demasiado horrible para

considerar.

***

Howard presionó tres libras de carne molida condimentada en tortas para

hamburguesas y las colocó en dos bandejas enormes de plata, una por una. Seguro, él

podría haber obtenido aquella cosa lista para cocinar de la tienda, especialmente para

una gran multitud, Pero esas sabían a discos de hockey de cartón, y solo lo mejor se

haría para el cumpleaños de Bentley.

Y para Kat. Si, admitía que quería impresionarla. Quería que ella amara a Bentley,

Georgie, y sus amigos. Era importante para él que ella pasara un buen rato. Grace,

también. Estaba feliz de que la hermana de Kat estuviera acompañándola. Kat

trayendo a Grace parecía importante de alguna manera, aunque él no escarbó

demasiado a fondo en el por qué.

Sacando la última hamburguesa, miró al reloj de la pared de la cocina. Kat y Grace

llegarían una hora un poco después del resto. Le había pedido a Kat que viniera antes

que los otros invitados, pero Grace tuvo un problema de último minuto que tratar con

respecto a un cliente, justo en el medio de su planeada excursión de compras, y Kat

insistió en esperar para acompañarla. Los abogados defensores nunca descansaban,

supuso.

Después de lavarse sus manos, examinó el lugar con un ojo crítico. Muy limpio. Se

había roto el culo para hacer de este un lugar perfecto, y su modesta casa brillaba.

Afuera, el fresco y soleado día de otoño no podía ser más hermoso. Sillas extras

estaban organizadas en la terraza y en el jardín. La sombrilla había sido alzada sobre la

mesa de picnic, la parrilla limpiada y lista. Dos lavaderos de metal de cerveza, vino y

soda estaban helados en una esquina de la terraza. Algunos de los chicos, como Jules y

Clayton Montana del turno B, traerían bebidas fuertes.

Aunque él personalmente no tocaba ningunas de las cosas, el alcohol estaba bien

siempre y cuando todo el mundo bebiera responsablemente. Si no, se encontrarían a sí

mismos acomodados en el cuarto de invitados o en el sofá.

Esperaba que no fuera necesario. Tres o más cuerpos harían una multitud definitiva.

La noche anterior, en su agradecidamente calmado turno del viernes, había extrañado

a Kat hasta el punto en que su separación forzada lo enloqueció. Dos noches de ella en

su cama, haciéndole el amor a placer y ya lo habían malcriado.

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Diablos, él quería más, y no solo más sexo.

Más de Katherine McKenna.

¿Y eso no asustaba hasta la mierda a un soltero empedernido?

Abrió un paquete de chips de tortilla y las vació en un tazón de plástico sin realmente

prestar atención. En lugar de eso, vio la sonrisa blanca de Kat iluminándolo de adentro

hacia fuera, su vibrante optimismo y su simple alegría de vivir lo bañaban como rayos

de sol. Soltando un fuerte y apretado nudo dentro de su pecho. Haciéndolo

preguntarse si realmente era posible poner confianza entera en otra persona,

arriesgarse a devastar tu alma por la surrealista promesa del amor y el por siempre.

La escena cambió, se la imaginó a gatas, sus piernas abiertas, con el redondo trasero en

pompa. Sus curvas regordetas y su carne deseosa, el brillante y jugoso dulce de sus

pliegues para que él la tomara. Húmeda y ardiente, invitándolo a entrar. Su rubia

cabeza echada hacia atrás con un gemido mientras clavaba su pene en su sexo

húmedo…

El insistente repique del timbre destrozó el recuerdo orgásmico. Murmurando una

lisura, miró ceñudamente su erección. Sus pantalones cortos y sueltos de color caqui y

su polo azul raído ayudaban a cubrir su dilema, solo apenas.

Para el momento en que llegó a la puerta delantera, tenía la situación semi-sometida.

Encontrar a sus padres esperando en el umbral deshinchó por completo el problema

—Querido, luces maravilloso —gritó Georgie, entrando. Estirándose para alcanzarlo,

acunó su cara en sus dos pequeñas manos y tiró de él para darle un beso ruidoso en la

boca, seguido por un semejante abrazo rompe-huesos para una mujer tan pequeña—.

¿Dónde has estado, hijo?

Señor, amaba a esa mujer. La pequeña morena daba y daba, con cada pequeña parte de

sí misma, nunca pidiendo nada más que él se detuviera de visita una vez en un tiempo

por café y pastel.

La emoción oprimió su garganta, y Howard tuvo que anclarla antes de que pudiera

responder.

—He estado ocupado, hermosa. El esclavista del jefe, pero tú lo conoces mejor que yo

—dijo, soltándola—. Jesús, te ves bien. Será mejor que no estés en dieta de nuevo,

porque no necesitas perder peso.

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—Oh, bah —Georgie alisó sus pantalones beige y limpios, sus ojos centellando—. No

cambies de tema. Tienes dos días de descanso seguidos y ya ni siquiera sacas tiempo

para un plato de mi torta de melocotón—. ¿Quién es ella?

Filosa como una tachuela y directa. Esa era Georgie

—Ya, cariño, no acoses al chico sobre su vida amorosa al segundo en el que entramos

—Bentley la reprendió con buen humor, aunque con el familiar ladrido de su tono que

hacía que los hombres adultos se acobardaran. A los hombres adultos, tal vez, pero no

a su pequeña esposa llena de vida.

—Oh tonterías. —Cerrando su puño, con el ceño fruncido, Georgie golpeó a su esposo

en el brazo, el cual tuvo el efecto de una mosca aplastando un toro—. ¿Cómo se

supone que sepa que está pasando con nuestro muchacho cuando mantiene sus labios

más cerrados que Ernestine Judd usando sus medias de comprensión graduada?

Bentley puso los ojos en blanco.

—Ahí está la imagen que necesitábamos antes de comer. —Se giró hacia Howard,

extendiendo una gran mano—. No deberías haberte tomado toda esta molestia.

Estrechó la mano de Bentley y se encontró arrastrado hacia un fuerte abrazo, el otro

brazo del hombre mayor envolviéndose alrededor de sus hombros. Devolviendo el

abrazo, golpeó a Bentley en la espalda.

—No es ninguna molestia —dijo con brusquedad—. Feliz cumpleaños, hombre

grande.

Feliz cumpleaños, papá. La repentina, abrumadora urgencia de decirle a Bentley ―papá‖

casi lo dejó boquiabierto. ¿Por qué no podía decir lo que realmente sentía hacia el

hombre que le había dado todo? ¿Qué había de difícil en eso?

Pero el momento se perdió cuando Bentley se alejó e incorporó, parpadeando lejos la

sospechosa humedad de sus ojos.

—¿Globos? —resopló, agitando una mano hacia el festivo látex y las serpentinas

colgando de las puertas y los ventiladores del techo—. Estoy demasiado malditamente

viejo para los globos.

Georgie sonrió.

—Relájate, Ben, cariño. Por lo menos no son negros.

—Huh. ¿Tienes cerveza por aquí, o gastaste todo en helado y en un juego de ponerle la

cola al burro?

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Howard se echó a reír, sin dejarse engañar por la fachada de mal humor.

—Para ti, tengo un montón de licor. Afuera en la azotea.

Georgie abrió el camino, marchando hacia la cocina, entusiasmada con toda la

preparación que había realizado para la fiesta. Su voz se alejó de ellos, y Howard

comenzó a ir detrás de ella, sólo para encontrarse detenido por el firme agarrón de

Bentley sobre su brazo. Sorprendido, se giró para ver la cara del hombre mayor serio, y

más que un poco molesto. Un puño invisible hizo un agujero en su estómago. No tuvo

que preguntar por qué.

—Tienes que saber que habría sido informado sobre los asesinatos de los incendios

desde el principio. Un crimen horrible como ese no pasa desapercibido, especialmente

una reincidencia en un sector particular.

Él asintió, el agujero ampliándose. —Sí, señor.

—Entonces dime, hijo, ¿por qué infiernos tuve que enterarme sobre este bastardo

chupa pollas que te amenaza a través de un detective de homicidios? ¿De un extraño?

Miró a Bentley, perdido. El hombre estaba furioso. Y herido.

—Porque no he sido realmente amenazado…

—No mees en mi pierna, chico —dijo ente dientes, mirando hacia la cocina, donde su

esposa estaba alabando la salsa de cangrejo—. Debiste haber venido a mí desde el

principio. Yo debí haber sido la primera persona en saber que estabas siendo

perseguido por un asesino loco.

—Lo siento, señor. —Tomando una profunda inspiración, se armó de valor—. Violé el

protocolo al escondértelo. Estaré en tu oficina a primera hora mañana…

—¡Esto no tiene nada que ver con el protocolo, maldita sea! Eres mi hijo. —Él apoyó

una enorme palma sobre el hombro de Howard y apretó, sus dedos hundiéndose en su

piel a través de la camiseta—. Tú y Georgie son la única familia que tengo, ¿no lo

entiendes, chico? Perder a cualquiera de ustedes… —Bentley jadeó, visiblemente

luchando por controlar sus emociones.

Oh, Dios. Esta era precisamente la escena que él había intentado evitar, a pesar de que

era estúpido creer que hubiera podido lograrlo. Ver al sólido y lleno de una voluntad

de hierro Bentley Mitchell tan acabado fue un duro golpe para su sistema. Líneas de

tensión crecían en su frente y en las comisuras de su boca, haciendo parecer al hombre

aún atractivo diez años mayor. Él hubiera estado preocupado sin importar quién

escupía la noticia o cuándo, pero Howard se sentía responsable.

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—Nunca tuve la intención de mantener esto oculto de ti —murmuró—. Esperaba que

la primera foto fuera una broma enfermiza. Y cuando dejó la segunda el jueves en la

noche… Jesús. Iba a decírselos a ti y a Georgie. No quería arruinar tu cumpleaños, eso

es todo. —Una defensa pobre, pero verdadera.

—Cristo todopoderoso, eres tan cabezota como yo. —Dejando caer sus manos, estudió

a su hijo, su expresión una mezcla de exasperación y orgullo—. Me importa una

mierda mi cumpleaños; pero sí me importas tú. No me dejes fuera de esto otra vez.

—Me han dicho mucho eso. —A pesar de todo, se había librado bastante fácil con

Bentley—. ¿Georgie no lo sabe?

—No, pero se lo diré luego de esta noche. Maldición, ha estado esperando la fiesta

toda la semana, mayormente extrañándote.

—Estará cabreada con nosotros dos.

—No, sólo conmigo. —El hombre sacudió su cabeza, una sonrisa triste tocando sus

labios—. Ella adora el suelo sobre el que caminas.

—¿Qué diablos están murmurando ustedes ahí?

La acusadora demanda de Georgie desde la cocina los hizo saltar con culpabilidad. Su

marido se recuperó primero.

—Cosas que están pasando en el trabajo, petunia —la tranquilizó él—. Te pondré al

día más tarde.

—¡Humph! Hoy es tu día para relajarte. Oh Gran Jefe, así que pon tus políticas de

oficina en segundo plano, agarra una cerveza, y siéntate en la azotea conmigo. ¡El

clima es hermoso!

—Ya voy —gritó él. Girándose hacia Howard, levantó las cejas, dándole al hombre

más joven su mejor mirada de ―No me Jodas‖—. Terminaremos de discutir esto más

tarde.

Oh, genial.

—Sí, señor.

Salvado por el timbre. Bentley se encaminó a la cocina y desapareció de vista mientras

Howard atendía la puerta, feliz por el breve respiro. El jefe podía oler una mentira a

mil pasos, y él realmente había intentado mantener la situación en secreto. Idiota.

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Las nubes de mal humor que pendían sobre su cabeza se desvanecieron cuando Eve,

Zack, y Tommy entraron, cargando un enorme regalo envuelto. Seguridad en los

números. Seguridad en los amigos. El trío se reía de alguna broma que Skyler había

hecho aparentemente, porque Eve estaba golpeando al miembro del equipo más joven

en su estómago plano.

—¡Tú, lechón sexista! —Ella estaba casi en el suelo por la risa—. ¡Un cerdo de primer

grado en entrenamiento, apenas fuera de sus pañales!

Mirando de reojo, Skyler realizó un perfecto y rudo gesto de Michael Jackson

agarrando su entrepierna.

—Oye, tengo a tu lechón colgando, nena. Pruébatelo para comprobar su tamaño y así

despejaremos esa obvia confusión para ti, dulzura.

—¡Ja! Cuando me vayan los adolescentes con la cara llena de granos te lo haré saber,

bebé. —Girando para saludar a su anfitrión, ella le dio a Howard una palmada en el

hombro—. La casa luce genial, Six-Pack. Gracias por recibirnos.

A su espalda, Tommy extendió una palma sobre su pecho y gesticuló con la boca:

Ámame. Oh, chico. Justo lo que el equipo necesitaba. Una glándula caminante de

veintitrés años caliente por Evie, a pesar de que Howard sabía que la lujuria del chico

no era correspondida.

Porque ella sentía algo por Sean.

La receta para un desastre a gran escala.

—Es un placer, Evie. La cerveza está atrás, al igual que mis padres —dijo, una nota de

advertencia colectiva en su tono.

Zack sonrió. —Ése es el código para: ―Tenemos que comportarnos alrededor de

Georgie‖. Charlatán.

Howard sonrió en respuesta. La idea de Zach Knight comenzando cualquier tipo de

infierno le pareció graciosa.

—La pobre dama tiene más que suficiente en sus manos con el jefe, ¿no crees?

—Malditamente correcto —coincidió Zack, sacándose la chaqueta—. ¿Dónde quieres

que pongamos el regalo?

—Lo llevaré a la azotea con el mío. Deja todas las chaquetas en mi habitación de

invitados, ¿sí? —Levantando la pesada caja, gruñó—: Cristo, ¿qué hay aquí?

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—Ese nuevo juego de palos de golf al que dijiste que el jefe había estado echando un

vistazo —dijo Eve, entregándole su bolso y chaqueta a Knight—. Los tres turnos

aportaron un poco de dinero.

Su consideración y generosidad lo tocó.

—Eso es realmente genial de su parte chicos. Hombre, va a amar esto.

—¿Qué le conseguiste tú? —preguntó Tommy, mientras él y Eve seguían a Howard a

través de la cocina.

—Nop, es un secreto. Tendrán que esperar.

Tommy agarró una patata crujiente.

—Debe ser algo especial.

—Lo es, confía en mí. —Había implicado una abolladura saludable en sus ahorros,

pero la expresión en el rostro de Bentley haría que la extravagancia valiera la pena.

Afuera, Howard instaló su regalo junto al suyo mientras el jefe tomaba un trago de su

vaso y quejaba de cómo todo el mundo ignoraba su regla de nada de regalos. Por

supuesto, él estaba lleno se mierda, así que todos ellos ignoraron sus quejas, también.

—¿Qué es un cumpleaños sin ostentación, ¿verdad, Einstein? —Tommy saludó a Zack

con se botella de cerveza y lanzó un brazo alrededor de su hombro cuando su amigo se

unió a ellos en el exterior.

Howard notó cómo la alegre sonrisa de Knight parecía congelarse sobre su rostro. ¿De

qué iba eso? ¿De la referencia a su cerebro de genio, el que Zack trataba de minimizar

todo el tiempo a toda costa, o a los cumpleaños?

La respuesta de Zach sonó forzada.

—Tienes razón. Alguien entrégueme una Coca-Cola Light, ¿sí? Estoy ejerciendo de

CD para mis amigos aquí.

Lo que significaba que era el conductor designado del trío. Bien, confiable Zack.

Alguien debía mantener la cabeza clara, pero parecía que Zack siempre quedaba

atrapado jugando de chofer, recadero, confidente. Aun así nunca había perdido su

sonrisa.

Hasta hace poco. Knight parecía… cansado. Descorazonado. Podría ser su imaginación,

esta extraña impresión de que la luz en los ojos azules del joven se había extinguido

cuando nadie estaba mirando. Que el hombre que estaba de pie ahí con un peso sobre

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sus rígidos hombros, y huecos creciendo en sus mejillas no era la silenciosa, gentil y

feliz alma que todos ellos habían dado por sentado.

Algunos de los amigos del jefe de la administración llegaron con sus esposas,

interrumpiendo su preocupación, a pesar de que silenciosamente se comprometió a

hacer tiempo para hablar con Zack a la primera oportunidad.

La fiesta tomó vida a medida que más invitados llegaban, la mayoría viejos amigos de

los equipos de las dos estaciones en las que Bentley había servido como bombero en las

trincheras. El resto eran hombres de la Estación Cinco que habían conocido

personalmente al jefe a través de Howard. Un par de cabezas de chorlito simplemente

nunca dejaban pasar una oportunidad de beber gratis.

Las cosas estaban funcionando bien, todos riendo y lanzándose la pelota, comiendo

papas fritas, salsa, y coctel de camarón. Ni un solo imprevisto… hasta que divisó a

Sean avanzando a través de los invitados, aceptando sorprendidos pero felices saludos.

Estrechando manos, con sus ojos vidriosos y demasiado brillantes, riéndose demasiado

fuerte.

Tanner no había asistido a una sola función social desde la muerte de su familia. A

decir verdad, nadie había esperado que él apareciera en esta. Sólo Dios sabía qué

fortalecedor químico había utilizado el hombre para soportar su primera aparición

pública en casi un año, pero a pesar de su promesa a Howard, él definitivamente

estaba borracho o drogado. Por el bien de Sean, Howard rogaba que nadie lo notara,

especialmente el jefe. ¿En qué demonios estaba pensando ese idiota? No estaba

haciéndolo, era tan simple como eso. Es difícil pensar con un sangriento agujero

abierto en el lugar donde tu corazón solía estar.

Con un suspiro de resignación, fue a encender la parrilla, manteniendo un ojo

cauteloso sobre Sean. Un hombre perdiéndose en privado era una cosa, pero que los

muchachos vieran al capitán totalmente perdido entraba en un territorio mucho más

allá de toda mierda. No podía dejar que eso sucediera.

Julian llegó con su habitual estilo molesto, sonriendo como un gato con plumas

incriminadoras en el hocico.

—¡Hola, amigos! ¿Dónde se están ocultando todas las solitarias mamacitas solteras?

Increíble. El tipo mantenía a Carmelita de las alas y todavía poseía la energía para

encantar a las damas.

—Lejos de ti y tus ETS’s, bolsa de mierda —gruñó John Valentine del turno B.

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Ambos comenzaron a decirse insultos, dibujando risas en el grupo de hombres que los

rodeaba. Todo en sana diversión. A Val parecía agradarle Salvatore, una nueva pieza

en un día lleno de sorpresas. Quién lo diría. Jules finalmente había hecho un amigo.

Las maravillas nunca cesaban. Ahora, si el pequeño presumido pudiera sólo hacer un

esfuerzo con su propio equipo.

Terminando de encender la parrilla, escuchó a Clay exclamar: —Santa mierda,

¿quiénes son esas dos bellezas?

Incluso antes de que Howard levantara la vista, supo qué bellezas habían dibujado las

miradas apreciativas en cada hombre de sangre caliente en las cercanías. Kat y una

mujer que él supuso era su hermana se paseaban sobre la azotea, mirando alrededor

con incertidumbre, intercambiando cálidos saludos con un ejército de curiosos

extraños. Kat añadió una pequeña bolsa de regalo al creciente número de presentes

sobre la mesa, y el orgullo hinchó su pecho. Ella ni siquiera conocía a Bentley, pero

eso no le había impedido honrarlo.

La hermana de Kat la superaba en altura por varios centímetros. Alta y esbelta, se

manejaba así misma con una porte digno de la realeza. Su postura hablaba de una

mujer acostumbrada a ser el centro de atención, completamente cómoda con su propia

piel. Pero no había nada abrasivo sobre su comportamiento. Todo lo contrario. Sus

enormes ojos se inclinaban hacia arriba ligeramente en las esquinas, su sonrisa amplia

y brillante era honesta e incluía a todos a su alrededor. Cabello liso y rubio claro caía

suelto por la parte trasera de su blusa casi hasta la cintura de sus pantalones color

chocolate puro.

Grace. Qué nombre tan perfecto para una mujer así de hermosa y etérea. ¡Oh!, su

atuendo elegantemente e impresionantemente corporativo no podría contener las

voluptuosas curvas de Kat y su hermoso rostro lleno de fresca inocencia, pero

ciertamente se había ganado su buena parte de admiradores.

A medida que se acercaba a saludar a las damas, no pudo evitar notar la expresión

atónita en el rostro de Julian mientras observaba a la hermana de Kat. La bebida

suspendida a mitad de camino de sus labios, Salvatore la miraba fijamente, como si

pensara que jamás había visto a una verdadera dama en su vida, o ninguna tan

hermosa. Probablemente jamás lo había hecho.

Mete tus manos en la jaula de esa tigresa y verás lo que obtienes, chico amante. Parecía como si

su advertencia de mantenerse alejado de Grace se hubiera desvanecido en el aire dos

segundos luego de que ella llegara. Mala suerte para Salvatore. La idea de Jules

encontrando a su igual y cojeando lejos con par de arterias sangrando por sus esfuerzos

iluminó el día se Howard considerablemente.

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Alcanzando a la única mujer para la que tenía ojos, envolvió a Kat en un gran abrazo,

sosteniéndola por un par de segundos más de los que eran necesarios. Entonces, sólo

en caso de que alguno de esos payasos cachondos no hubieran recibido el mensaje,

inclinó su barbilla hacia arriba y él bajó su cabeza. Capturó su boca y le dio el beso

más sensual que se atrevió en compañía mixta.

—Demonios, Six-Pack —bromeó uno de los muchachos—. Por lo menos espera a que

todos vayamos a casa antes de llegar a tercera base.

Gritos y abucheos continuaron. Tardíamente, recordó a Bentley y Georgie paseando

alrededor y rompió el beso, con sus mejillas ardiendo. Señor, la mujer le hacía perder

todo el sentido común.

Kat aclaró su garganta y dio una risita avergonzada.

—Bueno. También te extrañé, teniente. —Ondeando una mano hacia su

acompañante, luchó por recobrar su compostura—. Um, esta es mi hermana, Grace

McKenna. Grace, este es mi… este es Howard Paxton.

Ah. Regla de las citas número dos: Antes de exponerlo a tu familia y amigos, descubre cómo

demonios se supone que tienes que llamar al otro. Justo detrás de la regla número uno:

practica sexo seguro.

Grace intervino como una profesional, suavizando el momento incómodo.

—Es tan agradable conocerlo, Teniente Paxton. —Sonrió, extendiendo su mano—.

Kat me ha dicho tanto sobre usted. Estoy segura de que sus orejas le han estado

ardiendo mucho.

—Howard, por favor. —Tomó su mano, intentando darle un apretón ligero, pero lo

sorprendió al darle un apretón tan firme y fuerte como el de cualquier hombre.

Asintió. —Howard, gracias por invitarme.

Qué gran combinación para algún tipo con suerte. Regia y hermosa, pero aun así

sencilla y segura. En ese mismo lugar, decidió que le gustaba Grace.

—Es un placer. Los muchachos pueden ser un grupo ruidoso, pero son básicamente

inofensivos. Espero que disfrutes.

—Oh, tengo la intención de hacerlo —le aseguró, ojos color violeta brillando—. Ha

sido una semana horrible en la corte, y estoy más que dispuesta a tener algo de

diversión.

—¿Puedo traerte algo? ¿Cerveza o vino?

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—Una copa de Chardonnay sería fantástico. Veo que ya hay una botella abierta…

—Yo me hago cargo —una baja voz masculina interrumpió de la nada—. Blanco será,

querida. ¿Vamos?

Julian. Él debió haber sabido que el perro hambriento de sexo se lanzaría a por la

belleza como un misil con sensor de calor. Grace y Kat intercambiaron miradas

significativas, y Grace se encogió de hombros, ofreciéndole a su admirador una

tranquila media sonrisa.

—Muéstrame el camino.

La pareja se alejó, y Kat frunció el ceño con preocupación detrás de ellos.

—Recuerdo a ese hombre del incendio en la casa de Joan y Greg. ¿Estará bien con él?

Howard se echó a reír.

—¿Julian? Con la hermana de cualquier otro, tendría que decir: de ninguna forma.

Pero tengo la sensación de que Grace es completamente capaz de forjar su camino

hacia su hígado con una uña bien cuidada.

—Es verdad. —Descartando el asunto por el momento, ella dejó escapar un suspiro

tembloroso y escaneó la multitud—. Entonces, ¿vas a presentarme a tus padres?

Si su corazón se agrandaba un poco más, reventaría.

—Puedes apostarlo, cariño. Por aquí.

Presentarle la chica a sus padres. Hace no mucho tiempo, él hubiera corrido lejos y

rápido ante la mera sugerencia. Gritando y cubriendo sus bolas. Demasiado íntimo.

Demasiado personal.

Algo así como cortar las verduras en su cocina. Y comer de una misma cuchara luego

del sexo.

Con Kat a su lado, no podía pensar en nada que lo complaciera más.

Estaba tan tostado.

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Traducido por sophie12 y Nadia.

Corregido por _Nathy_

at sacudió sus sandalias en cada paso del camino hacia donde los padres de

Howard estaban sentados disfrutando de la tarde con sus invitados. Santo

craparoni8. Además de Howard, Bentley Mitchell era uno de los hombres más

grandes en que jamás había puesto los ojos.

Había un aura mucho más imponente sobre el hombre mayor que la que ella vio en

Howard. Una presencia de ser-duro-como-un-clavo. Quizá porque era el jefe, y ese tipo

de experiencia significaba que su mierdómetro tenía un medidor muy sensible.

Mientras Bentley se levantaba para saludarla, fue golpeada de nuevo por lo parecido

que era Howard en su constitución y estructura facial. Incluso su pelo corto, castaño

oscuro apenas adornado de plata podría haber sido el mismo de Howard, cuando el

jefe era más joven.

Los padres de Howard esperaron que su hijo presentara a la nueva chica, llenos de

expresiones de bienvenida, y no poca curiosidad. La idea de ser un insecto bajo el

microscopio la hizo estremecer. Por instinto, se presionó a un lado del cuerpo de su

amante, buscando la protección de su cuerpo grande y cálido.

—Tranquila, todo irá bien —le susurró al oído. Colocando un brazo alrededor de ella,

él le apretó el hombro con seguridad—. Chicos, me gustaría que conozcan a una mujer

muy especial. Ésta es Kat McKenna. Kat, éstos son mis amigos, Bentley y Mitchell

Georgie.

Una dama muy especial. Sí, le gustaba la forma en que él había dicho eso, de manera

serena y confiada, con su voz profunda y sexy. Le rompió el trasero a su presentación

a los tropezones con Grace.

Bentley le tomó la mano entre las suyas, atrapándolas en un agarre firme.

8 Craparoni: mezcla de alimentos entre los que se encuentra los macarrones.

K

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—Cuando mi hijo guarda un secreto, es un condenado buen secreto —dijo con

brusquedad—. ¿Vas a hacer un hombre honesto del canalla?

—Bentley! —La mujer más pequeña que Kat había visto empujó a su imponente

marido a un lado y tiró de ella en un abrazo rápido y entusiasta. Retrocediendo,

sacudió la cabeza, el humor y desesperación grabados en su cara adorable—. No hagas

caso de él, querida. Trabajar con hombres en su mayoría durante cuarenta años y ser el

jefe los últimos veinticinco le ha dejado con los modales de una cabra.

El padre de Howard hizo una mueca. Asfixiando una risa nerviosa, ella rebuscó una

respuesta adecuada.

—Yo, um, es maravillosos conocerlos a los dos. Howard habla muy bien de ustedes

dos.

Qué cosa tan estúpida para decir. Pero era cierto, y complació infinitamente a sus

padres, si es que el sonrojo de Georgie y el pecho inflado de Bentley eran indicativos.

—Ah, y feliz cumpleaños, señor —agregó.

—Gracias, señorita. No es una mala salida para una vieja cabra maleducada. —Él le

disparó a su esposa un vistazo mordaz.

El cual la mujer de más edad ignoró.

—¿Te quieres sentar? Cuéntanos acerca de ti. Nos tienes en desventaja, ya sabes.

Howard colocó un par de sillas al lado de sus padres e hizo un gesto para que se

sentara junto a Georgie. Él se sentó a su otro lado y ella le contestó.

—Bueno, no hay mucho que contar. Howard y yo nos conocimos cuando la casa de

los vecinos de mis padres se quemó la otra noche y su equipo respondió.

—Oh, cielos —susurró Georgie en un tono conspiratorio—. ¡Qué cosa tan horrible lo

esa mujer que se quemó en el interior! No te lastimaste, ¿verdad?

Oh, rayos. Tardíamente, se arrepintió de hablar del fuego. No tenía idea de si Howard

había discutido su situación con sus padres.

—No, no, estoy bien. De todos modos, hemos estado, ah, viéndonos cuando las

agendas de nuestros trabajos lo permiten. Soy maestra de primer grado aquí en

Sugarland.

Esta revelación provocó una ronda de comentarios positivos de los Mitchell sobre lo

importante que era pagar más a los maestros para atraer a los buenos y mantener el

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personal con experiencia. Durante varios minutos, le preguntaron con ávida curiosidad

sobre su trabajo, lo difícil que era, a veces, y lo reconfortante. Relajada, se regocijó con

el tema que mejor conocía.

El tema de la enseñanza hizo la transición a sus propios padres y hermana, a quienes

adoraba, incluso si no hubiera optado por seguir a su padre en su despacho de

abogados de alto poder, como había hecho Grace. Pero dejó la decepción de su padre

fuera de la foto. Después charlar por un tiempo, se dio cuenta de que Howard le había

tomado la mano. Ella lo miró de reojo y lo encontró sonriente, sus ojos marrones

brillantes con orgullo inconfundible. Su emoción, desnuda para que todos la vean, la

dejó aturdida. Y feliz. Más feliz de lo que nunca había estado.

Este hombre jamás estaría decepcionado con ella por seguir su propio camino. Sabía

eso con cada fibra de su ser.

Hábilmente, volteó el enfoque de la conversación hacia los padres de Howard,

animándolos a decir cómo se habían conocido y adoptado más adelante a su hijo. Su

amor por Howard irradiaba en sus rostros, pasó a través de cada palabra al hablar de

un niño asustado, abusado que entró en sus vidas para completarla.

Howard se movió en su silla, con una expresión cada vez más incómoda, ya sea por la

desbordante alabanza o por el recordatorio de su terrible pasado. Maldita sea, ella no

tenía la intención de molestarlo. Sus padres continuaban, no pareciendo darse cuenta

de que había palidecido bajo su piel bronceada, viéndose ligeramente enfermo.

Uno de sus amigos advirtió su tensión, sin embargo. El chico guapo con el pelo negro

corto y hermosos ojos láser azul que escondía detrás de sus gafas de montura metálica.

Un hombre muy dulce, que le había asistido en el fuego. ¿Cómo se llamaba? Zack.

—Oye, amigo. —Zack sonrió, caminando hacia su grupo, con una lata de Coca-Cola

Light—. ¿Vas a sostener a tu linda dama toda la tarde o se la vas a presentar al resto de

nosotros?

—No sé si confío en ustedes perros con mi mujer —dijo Howard, de pie—. Pero tengo

que poner las hamburguesas en la parrilla.

Zack sonrió con hoyuelos.

—Vamos a cuidar bien de ella. Realmente.

—Es mejor que lo hagan. —Él arqueó una ceja—. No me gustaría tener que encontrar

un lugar para esconder tu cuerpo.

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Buen Señor. Kat se atragantó con la vergüenza, deslizando una mirada a Georgie. La

mujer mayor sonrió a su travesura y agitó una mano para quitarle seriedad.

—Vamos, conoce a algunos de los otros jóvenes. Algunos de los amigos de Bentley

trajeron a sus hijos mayores y sus respectivas citas, también. No es necesario hacernos

compañía. Nosotros los viejos nos quedaremos juntos por ahora.

Kat le dio a los Mitchells una despedida rápida mientras el teniente y Zack la

conducían hacia un grupo de sus amigos. Cuando se acercaban, trató de calmar la

agitación de los nervios que atacaban una vez más. Dulce Señor, nunca había visto

tantos deliciosos, duros hombres sanos en un solo lugar.

—Kat, estos tipos son algunos de los tripulantes de mi estación —dijo Howard—. Ya

has conocido a Zack. De izquierda a derecha, el tipo duro que es nuestro tejano

traspasado, John Valentine. Val para nosotros. Trabaja en el segundo turno.

Con los pulgares metidos en sus pantalones vaqueros, Val asintió con la cabeza.

—Es bueno conocerte.

—Junto a él está Tommy Skyler, nuestro novato en el primer turno, relativamente

hablando.

Whoa. El chico rubio se parecía tanto a Brad Pitt de hace una década, que era una

locura. Una verdadera maravilla, casi demasiado hermoso.

—Hola —dijo ella, incluyendo al enorme, calvo Val también.

—A continuación está Eve Marshall, que está en mi turno, también y éste es Clayton

Montana, está en el segundo turno de trabajo FAO y vaquero residente con deseo de

morir. Clay monta toros profesionalmente en sus fines de semana libres.

El vaquero de cabello rubio sucio en cuestión arqueó una ceja.

—¿Quieres ver mis cicatrices?

Howard llevó una mano en el hombro de Clay, lo suficiente para que el otro hiciera

una mueca de dolor.

—No, no quiere. ¿Por qué no haces tú inservible piel útil y me ayudas con las

hamburguesas? —Doblándose, le dio a Kat un beso y le susurró—: Ya vuelvo.

Su corazón latía el triple de veces.

—Adelante, estoy en buenas manos.

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A medida que prácticamente arrastraba a Clay a través del patio, Tommy silbó entre

dientes.

—Hombre, el teniente es un jugador rudo. Él totalmente acaba de marcar su territorio.

—Kat es una mujer, no una boca de incendios que algún idiota puede orinar, idiota. —

Eve acomodó sus puños en sus delgadas caderas—. No me extraña que no tengas una

novia, Skyler.

Él sonrió.

—Oye, tengo un montón de amigas. Más que Salvatore.

Zack disparó a su amigo una mirada cómica.

—No, tú y Jules tienen un mayor riesgo de contraer algo contagioso e inflamatorio que

requiera antibióticos.

—Como sea, amigo. Por lo menos mi cita no está pegada a mi muñeca. —

Descartando a Knight, saludó a Kat con su cerveza—. Genial conocerte. Tengo que ir

hablar con algunas personas.

Val se alejó con Tommy y Kat frunció el ceño detrás de ellos, dándole vueltas a su

intercambio con Zack. ¿Golpes inofensivos entre amigos? ¿O eso había sido un destello

de dolor lo que había visto en el rostro de Zack?

—Chicos. —Eve se encogió de hombros. Suave, el cabello castaño oscuro surcado con

mechones rubio rojizos que atrapados en la suave brisa le hacían cosquillas en la

impertinente naricilla, se guardó el mechón rebelde detrás de la oreja.

—No puedes vivir con ellos, no les puedes disparar.

Zack hizo una pausa para tomar un trago de su refresco.

—Soy un hombre, y no quieres pegarme un tiro.

—Tú no eres un hombre, eres mi mejor amigo.

—Bueno, caramba —suspiró—. Creo que voy a ir a buscar a una esquina y lamer mis

recientes y sangrantes heridas. Más tarde.

Después que Zack salió del alcance del oído, Kat se inclinó hacia Eve, viendo la bonita

y apretada parte trasera del hombre. No es tan bonito como el de Howard, pero no

estaba muerta de un tiro.

—Zack es muy lindo.

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Eve miró detrás de él como si nunca lo hubiera considerado deseable antes.

—Sí, supongo que sí. Pero es aún más hermoso en el interior, ya sabes. Muy parecido

a Howard. —Sus labios se curvaron hacia arriba, dejando una abertura. Extraños

pálidos ojos azules, llamativos en contraste con su hermoso cutis café con crema,

observaban a Kat constantemente.

—Supongo que es mi señal, ¿no? —sonrió, y Eve se la devolvió completamente. Algo

pasó entre ellas, los comienzos de un vínculo, ¿tal vez? Eve le gustaba y le quería dar

una buena impresión, no sólo a ella, sino a todos ellos—. Sí, Howard es hermoso por

dentro y por fuera. Nunca he conocido a nadie como él.

—El teniente es especial para nosotros, y uno de los hombres más respetados en el

departamento, además. Él tiene que fuerte, silencioso mojo9 en marcha, pero por

dentro es un oso de peluche. —La voz de Eve descendió mientras estudiaba Kat por

debajo de sus largas pestañas—. Nunca he conocido a un hombre con un corazón más

grande, y no me gustaría ver que se lo rompan.

—No tienes que preocuparte en lo que a mí respecta. En todo caso, él romperá el mío

primero. —Porque aunque somos muy buenos en la cama, él no me habla. Pero ella

no conocía a Eve lo suficientemente bien como para desahogarse sobre asuntos

personales. En el almuerzo, sin embargo, Grace le había dado algún sabio consejo —

no lo presiones demasiado. Déjalo pasar y ver qué pasa.

—Hmm. No sé nada de eso, chica. El parece perdido por ti.

—De tus labios… —Rieron juntas, y Eve la entretuvo con varias historias sobre las

llamadas que el equipo había respondido en los últimos meses, algunas divertidas,

otras francamente aterradoras. ¿Por qué Howard no la había hecho partícipe de todo

esto? La pregunta le molestaba en el fondo de su mente como un dolor de muelas. Tal

vez él no creía que era importante... O tal vez ella no era lo suficientemente importante

como para contarle.

Bueno, esta fiesta estaba resultando ser un poco más reveladora de lo esperaba.

—Maldita sea, ¿quién se bebió todas las Bud Light10? —Con el ceño fruncido, Clay

pescaba alrededor de una de las hieleras.

Howard sacó la cabeza por detrás de la tapa abierta de la parrilla.

9 Mojo: Confianza en sí mismo, auto-certeza referido a lo sexual. 10 Bud Light: marca de cerveza.

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—Hay más en la nevera adentro. Baja unas pocas, ¿quieres? —Ocupado con las

hamburguesas, desapareció de nuevo.

Subiendo las escaleras de cubierta, Kat agitó una mano a Clay.

—Yo las voy a conseguir. —Lo menos que podía hacer era ser útil. Además, la

atención del vaquero ya había sido enganchada por un par de señoritas atractivas, —y

probablemente solteras— jóvenes.

—Gracias, querida. Disculpa, el deber llama. —Al igual que un sabueso sobre una

pista, hizo una línea recta hacia las mujeres.

Sacudiendo la cabeza, Kat sonrió y entró. Al parecer, Clay tenía la capacidad de

atención de un mosquito. Y las gónadas11 de acero, para coquetear con las hijas de sus

superiores.

Abriendo la nevera llena, Kat encontró la caja de cartón grande de cerveza encajada en

posición vertical entre dos estantes y situado entre las sodas, salsas y ensaladas frías.

Tomando el borde de la cartulina, tiró, tratando de sacar la caja. La maldita cosa

estaba atascada.

—Aquí, deja que te ayude con eso.

Sorprendida, Kat se enderezó y se volvió, golpeando su cabeza contra la puerta de la

nevera.

—¡Ay!

—¿Estás bien? No era mi intención asustarte.

Parpadeando en el atractivo hombre mayor que había hecho precisamente eso, pintó

una sonrisa y contuvo un tintineo repentino de nervios.

—No, estoy bien.

En verdad, el hombre estaba invadiendo su espacio personal. A lo grande. Ella se

cubrió con eficacia dentro de la nevera abierta, sin espacio para maniobrar. Y en este

momento, todos los demás estaban fuera.

El hombre le dio una sonrisa torcida.

—¿La cerveza?

11 Gónadas: son las llamadas glándulas sexuales.

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—¡Oh! Por supuesto. —Santo cielo, que sólo estaba esperando que ella se moviera

fuera del camino para poder ayudar. Sintiéndose ridícula, lo dejó pasar, viendo como

él tiró la caja con facilidad y la colocó sobre el mostrador.

—Gracias.

—No hay problema. —Con expresión de bienvenida, le tendió una mano—. Duane

Moore.

—Kat McKenna. Amigo de Bentley, ¿supongo? —Ella le estrechó la mano que ofrecía

con rapidez, y retrocedió un par de pasos para poner más espacio entre ellos. Algunas

personas realmente no tienen ni idea sobre mantener una distancia cortés.

Los labios del hombre se curvaron hacia arriba, con los ojos brillantes de diversión.

—Se podría decir que Mitchell y yo nos conocemos desde hace mucho.

No hay nada raro en eso. La mayoría de los chicos de aquí podría decir lo mismo.

—¿Trabaja para el departamento de bomberos o…

La puerta corredera de cristal de la cubierta se abrió, y Clay sacó la cabeza.

—¡Hey, cariño! ¡Tenemos sed aquí! —Flotaba una ronda de risas femeninas de la

cubierta. Clay estaba haciendo un tibio intento de desenredarse de una de las bellezas.

Kat le disparó al Sr. Moore una sonrisa de disculpa.

—Esa es mi señal. —Transportando la pesada caja de cerveza, se dirigió a la juerga,

una vez más, hablándole al hombre por encima del hombro—. De todos modos,

¿cómo conoce a Bentley? ¿Es que ustedes dos trabajan juntos?

Silencio. Cruzó el umbral hacia la cubierta, y se volvió con el ceño fruncido.

Duane Moore se había ido.

—¿Qué te pasa? —Clay tomó la caja de su agarre.

—¿Has visto al hombre con el que estaba hablando?

Clay miró más allá de ella a la cocina vacía.

—En realidad no lo advertí. ¿Por qué?

—Estaba hablando con él y ahora ¡se ha ido!

El vaquero se encogió de hombros.

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—Probablemente fue al baño de hombres. O tal vez él se tuvo que ir.

—Pero… Sí, tienes razón. —Sacudiéndose los pelos de punta, suspiró, descartando a

Duane Moore por completo—. Ya que tenemos la cerveza, voy a ver si Howard

necesita ayuda con las hamburguesas.

—Lo tengo cubierto, cariño. —Con un guiño, se reunió con sus nuevas amigas.

Mientras avanzaba la tarde se la pasó en grande. Bueno, excepto por una presentación

torpe al capitán Sean Tanner, cuyo aliento de whisky podría ser declarado como un

arma letal. No se perdió cómo la atención de Eve se pendió de Tanner toda la noche,

no es que él se haya dado cuenta. Ahora bien, había esperado por suceder un corazón

roto. Corre lejos, Eve.

Las hamburguesas estaban jugosas, Howard fue atento, sus amigos y conocidos más

viejos de su padre eran un montón de diversión. En algún momento, se dio cuenta que

Grace había estado ausente por un tiempo, y después de escanear el patio, la vio con

Julian Salvatore. Estaban de pie junto a un grupo de sombras en el lado opuesto de la

cubierta, más allá de la luz de las antorchas tiki. El chico malo residente de la estación

estaba haciendo sus movidas con una intensidad salvaje, y llegando rápido a ningún

lugar.

Grace se quedó parada sorbiendo su vino, una esbelta cadera ladeada reposando

casualmente, oyendo cualquier porquería que él estuviera escupiendo. Su lenguaje

corporal había erigido una barrera al pobre hombre que no la podría escalar ni con la

escalera más alta de la estación de bomberos. Kat sonrió burlonamente. Hermoso,

comestible hasta el punto de hacer agua la boca o no, Julian no era el primer cachorro

en recibir el real golpe final. Tampoco sería el último. Ella casi lo lamentaba por él.

Más tarde, Howard y ella se divirtieron mirando a Bentley mascullando sobre cómo él

había dicho específicamente que nadie trajera regalos, para luego atacarlos como un

niño en Navidad. Se hizo de la obligación de decir algo agradable acerca de cada uno,

aun la modesta tarjeta de regalo Home Depot de Kat. Una apuesta segura, porque la

mayoría de los hombres que ella conocía se lanzarían sobre las cosas.

Un juego de palos de golf regalo de la Estación Cinco fue un éxito, y ella pudo decir

cuánto su consideración significaba para él. Pero lo que casi lo hace caer fue el sobre

que abrió último.

—De mi parte —dijo Howard, estudiándolo intensamente por su reacción.

Bentley abrió el simple sobre blanco, sacó lo que parecía ser papeleo doblado. Se

quedó quieto y callado, tragando con fuerza.

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—Georgie, mira... —Sostuvo los papeles y dos pasajes en alto.

—Oh, Howard. —La mano de Georgie fue a su boca—. ¡Un crucero por Alaska! Oh,

cariño...

El grupo exclamó ante eso. Howard sólo elevó un hombro, intentando actuar casual.

—Quería conseguirles un regalo que pudieran disfrutar juntos. Ustedes han estado

hablando de este crucero por años, así que, ¿por qué no? Oh, y los reservé para julio,

así que Bentley tiene varios meses para cuadrar las cosas en la oficina.

Georgie voló a sus brazos, y Bentley se las arregló para abrazar a su hijo, también,

emocionado. Uno de esos grandes momentos de todos los tiempos que dejó a los

invitados con lágrimas en los ojos, Kat incluida. ¿Cuántos hombres harían eso por sus

padres? Dios, qué hombre.

Después de la torta, la fiesta comenzó a dispersarse. Zach tomó las llaves de Sean e

informó al mareado capitán de que lo iba a llevar a casa. El hombre no discutió,

gracias a Dios. Grace caminó hacia la cubierta donde Kat estaba de pie, Julian aún

pegado a su lado como un abrojo.

—¿Necesitas que te lleve? —Kat miró a su hermana, la verdadera pregunta colgando

en el aire entre ellas. ¿Vas a llevar a este gigoló a casa?

Grace sonrió, luciendo ruborizada.

—No, Julian sólo se ha ofrecido a llevarme. —Atrayendo a Kat en un abrazo,

murmuró en su oído—. No te preocupes, sólo me va a dejar allí.

Se apartaron, y Kat le envió a Julian una sonrisa helada.

—Llámame está noche cuando estés encerrada, hermana.

Ella rió.

—Ya es tarde, y estoy segura de que el grandote no apreciará la interrupción. Te

llamaré mañana.

Julian intentó una sonrisa encantadora.

—Relájate, tu hermana está segura conmigo. No tengo deseos de que le des al teniente

una razón para patearme el trasero.

Bueno, demonios, ¿qué podía decir ella ante eso? Su hermana y Julian eran adultos.

Sin embargo, no significaba que a ella tenía que gustarle.

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Después de que los invitados partieran, Howard ayudó a sus padres a cargar los

regalos en el auto y los despidió con promesas a Georgie de visitarlos la semana

siguiente por pastel, y llevar a Kat. Cálidos sentimientos por todos lados.

Dios, ella estaba agotada, así que Howard debía estar exhausto. Realmente había

hecho todo para darles a todos una noche súper. En el jardín trasero, ella estaba

inclinada arrojando unos pocos platos y servilletas perdidas dentro de una bolsa de

basura negra cuando una mano se ahuecó contra un cachete de su trasero, los dedos

tocando ligeramente la curva entre sus piernas.

La voz de Howard retumbó por lo bajo. Pesada con excitación.

—Deja eso. Me encargaré mañana.

La bolsa se resbaló de su asidero y ella se enderezó, la tarea de limpieza olvidada.

Cerrando sus ojos, se derritió contra él.

—Pensé que estarías cansando...

—No demasiado cansado para esto. —Acarició su cuello con su nariz, los dedos

vagabundeando por debajo de la camisa de ella para acariciar sus costillas—. Nunca

para esto.

La atrajo contra su cuerpo, su erección contra la parte baja de su espalda a través de los

shorts sueltos. Esas maravillosas manos vagabundas tironearon la camisa sobre su

cabeza y la descartaron en un instante. Encontraron el broche de su corpiño, y la

liberaron. La expusieron de una manera como nunca lo había estado antes. El frío aire

de la noche lamió sus pezones como una lengua fantasmal, endureciéndolos en puntas

tirantes.

—Te quiero aquí afuera, justo así. —Su tono no admitía discusión, adornada con puro

dominio masculino.

Él apretó sus pechos, pellizcó sus pezones arrugados lo suficientemente fuerte para

arrancar un jadeo de sus labios. Dolor y placer surcaron su cuerpo hacia su sexo,

despertando un dulce cosquilleo y el latido de su clítoris.

—No podemos. ¡Alguien quizás nos vea!

Su risa era baja, peligrosa. Un hombre que no era negado.

—¿Qué si lo hacen?

¡Oh, Dios! La idea de alguien espiándolos le voló la cabeza. Hizo que el lugar entre sus

piernas ardiera aún más.

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—P-pero se está poniendo frío.

—Yo te entibiaré.

Sí, ¡ella ya estaba por hacer combustión!

—Howard...

—Shh. Voy a joderte, niña hermosa. Justo aquí bajo las estrellas, duro, rápido, y

profundo, como nunca has sido jodida antes.

Un temblor atormentó su cuerpo de la cabeza a los pies. Era suya, y nunca había

habido realmente una duda de que lo dejaría hacer exactamente lo que quisiera con

ella.

Tomando su mano, la guió por la cubierta hacia el jacuzzi. Retirando el cobertor

acolchado, presionó un botón en los controles y estableció los chorros a un nivel bajo

antes de volverse hacia ella.

–Sácate el resto.

Ella se sacó las sandalias, disfrutando de la sensación de las suaves tablas bajo sus pies.

Después se sacó los capris, deslizándolos sobre sus caderas junto con su bombacha de

encaje, extremadamente consciente de la mirada brillante de él. De estar desnuda y

vulnerable a sus deseos, y amando la perversidad de lo que tenía preparado.

La luz del patio había sido apagada, sólo tres antorchas tiki ardían, y ella se dio cuenta

de que él debía haber reducido la iluminación antes de lanzarse sobre ella. El bajo

brillo de las antorchas sobre la cubierta sólo servía para hacer más íntima la escena,

más peligrosa la lujuria en su mirada oscura.

—Hmm. Veamos qué podemos hacer para calentarte. —Una esquina de su deliciosa

boca se elevó—. Ahora métete en el jacuzzi. Arrodíllate en el asiento allí, dándome la

espalda, y apoya tus brazos en el borde.

Temblando con excitación, ella hizo lo pedido. Ahh, el agua caliente se sentía

encantadora en su fría piel. Suspiró de puro éxtasis, disfrutando las burbujas que

cosquilleaban los dedos de sus pies.

—Bien, ahora separa esas piernas para mí así puedo ver mi premio. Más, inclínate

hacia adelante un poco más... sí, justo así, cariño. Jesús, podría acabar con sólo

mirarte.

Oh, por Dios. Ella estaba totalmente expuesta, un banquete para su festín. Un susurro

de ropa sonó detrás suyo cuando él se desvistió y se unió a ella en el jacuzzi con un

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chapoteo. Luego sus manos se deslizaron sobre sus caderas. Una resbaló hacia abajo

por su trasero, entre sus muslos. Dedos habilidosos frotaron los pliegues de su sexo,

haciendo remolinos con la humedad de rocío. Preparándola.

—¿Sabes qué planeo hacerte, cariño? Di que eres mía.

—Soy tuya —exhaló ella—. Como sea que me necesites.

—¿Cualquier cosa que yo quiera?

—Cualquier cosa, Howard. —Ella iba a morir de la anticipación.

Él le levantó aún más el trasero, separando más sus piernas. El aliento abanicando su

carne anhelante.

Y finalizó la espera de ambos, reclamándola con su boca.

La completa rendición de Kat corrió a través de Howard como un choque de un

millón de voltios. Hacer el amor estilo vainilla12 era maravilloso, pero los gustos de él

siempre se habían inclinado hacia lo perverso. Más oscuro y más salvaje. Le había

dejado bien en claro que nunca había sido un monje cuando se trataba de sexo, pero

ella era una inocente, a pesar del imbécil de su anterior amante. Una novicia.

Tenerla abierta y desnuda frente a él, lista y dispuesta para darle control total sobre su

delicioso cuerpo, para dejar que la tomara allí afuera... Jesucristo. Sí, era un poco

exhibicionista. Que lo juzgaran. Janine lo había convertido a la emoción del sexo

travieso en lugares arriesgados esa ardiente noche que se habían conocido en su centro

de acondicionamiento físico, y él había amado la euforia de eso. Desde que había

probado la dulzura de Kat en el parque, la había visto tener un clímax bajo su

contacto, había soñado con esto.

Acomodándose a sí mismo más abajo en el agua vaporosa y apoyando sus pies, él

aguijoneó sus muslos para que se separaran más. Pequeñas gotas guiñaban en su piel

cremosa como diamantes. Su abertura centelleaba, goteando por él antes de que el

show siquiera comenzara. Su aroma rico y femenino provocó sus fosas nasales,

espoleó su deseo. Su verga demandaba estar enterrada dentro de ella, pero no aún. Oh,

no, él tenía otros planes para ella primero.

Ligeramente, mordisqueó sus tiernos pliegues. Pellizcó y le dio a su piel sensible sólo

una sugerencia de su lengua. Haciéndola querer tanto como él quería. Sus lloriqueos

eran música preciosa para sus oídos, y la recompensó con largos, lentos lengüetazos.

12 Sexo estilo vainilla: Este tipo de sexo sería el primer paso que una pareja logra en la cama.

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Hacia adelante y hacia atrás por su abertura, su sabor especiado estallando en su

lengua. Ella arqueó la espalda con un gemido, se abrió más.

—Tan bonita —dijo él, abriéndola con dos dedos. Su lengua se deslizó entre los suaves

labios, tan lejos dentro de su vaina como podía llegar. Zambulléndose y saliendo, la

cogió con su lengua con implacables trazos. Dios, amaba el sabor de una mujer, de

esta mujer, deseaba fervientemente la manera en que ella se retorcía en su rostro,

mojándose más mientras él la comía.

Los quejidos de placer de Kat hicieron que su verga doliera por tomarla. Fijando su

boca sobre su clítoris, él se alimentó de ella descuidadamente. Le dio lengüetazos en la

pequeña protuberancia hasta que ella se dejó ir, arrastrada hacia el lugar donde no le

importaba lo que él hiciera siempre que no se detuviera. Él lo sabía por el aroma a

almizcle, a la rendición de su cuerpo, sacudiéndose. Suya.

—Eres mía, cariño. Voy a llevarte a un lugar con el que nunca has soñado.

—¡Sí, ahora!

La necesidad espoleada hasta niveles casi insoportables, él se levantó del agua para

pararse y ubicarse mejor detrás de ella. Separando los cachetes de su trasero, se

preparó para cumplir con su promesa. Usando el lubricante que recubría sus dedos, él

siguió el aro de su agujero pequeño y apretado. Sin darle tiempo a emerger del

hechizo, comenzó a deslizar su dedo medio dentro de ella, más allá del resistente

anillo de músculo.

—Howard —exclamó ella, tensándose—. Nunca he... no puedo...

—Puedes —dijo él suavemente—. Lo harás.

Y, por Dios, lo hizo. Él la trabajó gentilmente y ella comenzó a abrirse a él, como una

flor sin agua por demasiado tiempo. Caliente, muriendo por el sustento que ningún

otro hombre le había dado. Él bombeó, agregando un segundo dedo. Estirando,

preparando el apretado canal.

—¡Oh, oh... más! —Ella se inclinó hacia su contacto, cabeza tirada hacia atrás, cabello

rubio-blanco húmedo cayendo sobre sus hombros. Tan sexy, madura para él.

Estaba lista, y él no podía esperar otro segundo. Sacando sus dedos, él frotó su verga

mojada contra su sexo, recubriéndola con sus jugos. Satisfecho de que había hecho

todo lo que podía para prepararla, aguijoneó la cabeza acampanada hacia su entrada

prohibida, apenas capaz de hablar.

—Relaja tus músculos, déjate ir.

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Cuando comenzó a empujar, ella exclamó de nuevo, pero no de dolor. Su grito era uno

de puro, desenfrenado éxtasis, y se disparó derecho a sus doloridas bolas. A su

corazón. No todas las mujeres podían tomar un hombre de ésta manera, especialmente

uno de su tamaño.

Pero el cuerpo curvilíneo de Kat estaba hecho para el amor, cualquiera sea la forma

que él deseara. Lento y tierno, duro y travieso. Ella llenaba sus manos, acolchonaba su

palpitante dureza con suavidad. Nunca había visto una escena más erótica que la de su

palo brilloso separando la carne dispuesta. Hundiéndose más profundo, más profundo

mientras ella se retorcía debajo suyo, tomando... todo de él.

Sudor goteaba por el lado de su rostro. Dulce madre, ninguna mujer había tomado

jamás la longitud entera de su verga en su delicioso trasero. Ella ondeaba alrededor de

él, lo envainaba tan cómodo, eran uno. Apretando los dientes, aferró su cintura y

comenzó a empujar. Lento al principio, para no lastimarla. Rogando que esto durara.

–Oh Dios, Howard, sí.

Su control comenzó a desenredarse.

—¿Te gusta que te joda de esta manera, nena?

—¡Sí, sí! ¡Más duro, más rápido, maldición!

Eso abrió la llave. Frió su cerebro, liberó el animal de su jaula. Él aumentó el ritmo

hasta que golpeó en ella con fuerza, olas de agua salpicando la cubierta. Implacable,

tomando su satisfacción. Tan duro y tan profundo como era posible, dándoles lo que

ambos deseaban. Avivando los fuegos de un salvaje infierno.

—¡Voy a acabar! Howard, no puedo detenerme...

Los espasmos de ella lo lanzaron por el borde y hacia el espacio. Su liberación

destrozó todas sus nociones previas de lo que un orgasmo fantástico y alucinante debía

ser. Sacudido hasta su centro, él explotó, soltando chorro tras chorro dentro de ella.

Continuó hasta que yació sobre su espalda, los pulmones llenándose con esfuerzo,

ambos empapados.

Moviendo su cabello a un costado, él le besó la nuca.

—¿Estás bien?

—Mi Dios, creo que morí. —Un suspiro lánguido se escapó—. Si hubiera sabido qué

tan genial se sentía ser una chica mala, lo hubiera hecho hace un largo tiempo.

—¿Así que te he llevado por el sendero de la perversión?

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—Mucho, galán.

—Bien —contestó él, engreído—. Sólo me estoy preparando.

—Hmm. ¿Podré hacer lo que quiera contigo la próxima vez?

Con un suspiro de lamento, él se deslizó fuera de ella y se agachó en el agua.

—Necesito un poco de tiempo para recuperarme, mi dama lujuriosa.

Enderezándose, ella se volvió y le sonrió, una mano deslizándose a través de las

burbujas de espuma. Resplandeciente en su gloriosa desnudez.

—¿Cuánto tiempo, anciano?

Las cejas de él se elevaron.

—Tengo a tu anciano justo aquí, dulce. Tan pronto como él se dé una ducha, estará

feliz de mostrarte su vigor de nuevo.

—Hecho. Una ducha, luego eres mío para hacer lo que desee. Juego limpio y todo eso.

Vadeando hacia él, Kat envolvió sus brazos alrededor de su cuello, los pechos

oscilando contra su pecho. Bajó su cabeza para un beso, explorando con esa pequeña

dulce lengua por dentro, paladeando sus sabores mezclados.

Jesús. Su vara se alzó, ya a media asta de nuevo ante la mera idea. No podía esperar a

averiguar qué significaba estar a su merced. Finalizando el beso, sus dedos se

deslizaron por su mejilla.

—Ve y calienta la ducha. Llevaré tu ropa y cerraré por la noche.

Lanzándole una sonrisa ardiente sobre su hombro, ella salió del jacuzzi y entró a la

casa con aspavientos, dejando charcos a su paso. Perdido en una neblina post coital, él

la siguió y comenzó a juntar la ropa descartada. En algún lugar de la calle, un auto

arrancó. Un sonido inocuo, de todos los días, nada de qué preocuparse.

Y aun así un frío se arrastró por su médula.

Había estado seguro de que con las festividades de la noche, su torturador no se habría

atrevido a acercarse a un radio de veinte millas de su casa. Que había pasado,

esperando por una mejor oportunidad de meterse sin ser visto.

Howard maldijo su propia estupidez. ¿Qué mejor oportunidad que la que le acababa de

dar al bastardo? Había permitido que la lujuria lo cegara al peligro de estar expuesto,

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desprotegido y desprevenido. Ni siquiera había considera que su mirón podría haber

sido un cruel asesino en lugar de un vecino escandalizado.

Tironeando sus shorts sobre su cuerpo mojado, dejó el resto de la ropa en una silla y

entró a buscar la linterna. Apresurándose de nuevo hacia afuera, siguió el perímetro de

la cerca, revisó los setos y el revestimiento de turba alineando su trabajo de paisajismo.

No había arbustos rotos, no había huellas que pudiera ver.

No se sentía reconfortado.

Tomando las ropas de ambos, aseguró la casa para la noche y se unió a Kat en la

ducha.

Por ahora, él quería perderse en sus brazos y pretender que no había asesinatos, ni

asesinos tras su cabeza. Que no había pesadillas robando su sueño.

Sólo una suave mujer para entibiar su cama y su corazón, sin escarbar mucho dentro

de su alma.

Rezó que no fuera mucho pedir.

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Traducido por ximeyrami, Susanauribe y Clau12345

Corregido por curitiba

arada dentro del chorro de agua caliente, Kat sintió sus mejillas calentarse. No

podía creer que había dejado a Howard hacerle el amor de esa manera. No,

prácticamente había pedido por ello. Nunca se había sentido malvada —o tan

asombrosamente viva.

Cuando el objeto de sus recuerdos ardientes se unió a ella, lo miró con apreciación.

Grande y desnudo, como ella lo amaba. ¿Desnudo y húmedo? Aún mejor.

—¿Lavo tu espalda? —Su pequeña y sexy sonrisa decía claramente que no era su

primera prioridad.

—Hmm. No sé si confiaré en ti en esa posición nunca más.

—Demasiado tarde, bebé. Has creado un monstruo. —Dándole la vuelta gentilmente,

tomó su cintura entre sus manos y presionó su frente contra su espalda. Su medio-

erecto pene se posicionó en la hendidura de las mejillas de su trasero, y revivió

rápidamente.

Kat se apoyó contra él y cerró sus ojos, amando la sensación de sus hábiles cuerpos

juntos bajo la humeante agua. Le acarició el cuello, luego descansó su pera sobre su

cabeza y simplemente la sostuvo cerca por un momento.

Ella saboreó cada segundo. La sensualidad de Howard estaba quemando dentro de su

DNA, pero lo guardaba suavemente, su lado afectivo, también.

La soltó y agarró una botella de gel de baño para hombres de la cornisa. Abriendo la

tapa, puso una generosa cantidad en su palma y volvió a poner la botella en su sitio.

—¿Quieres que huela como un hombre, teniente? —Arqueando una ceja, miró sobre

su hombro.

Le dirigió una sonrisa juguetona.

P

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—Quiero que huelas como yo.

Llegando a su alrededor, le enjabonó sus pechos y el abdomen con movimientos

perezosos. Su piel se calentó, sus pezones pidiendo más. Pero continuó por su espalda

a su trasero. Trabajando la espuma con cuidado, llevándose todo rastro de evidencia

de su atención.

—¿Duele? —preguntó, preocupación en su voz.

—Un poco.

—Lo siento.

—No lo hagas. Lo amo.

Él se tranquilizó.

—¿En serio?

—¿No lo podrías decir tú? Estoy segura de que los vecinos no tienen ninguna duda.

Su suave risa estremeció sus terminaciones nerviosas. Su mano bajó y enjabonó entre

sus piernas. Ella contuvo el aliento fuertemente, pensando que la ducha era más íntima

que hacer el amor.

Luego otra vez, quizá esta cercanía compartida era una forma de hacerlo.

Sus dedos acariciaron su sexo, entonces se quedó jugando con su clítoris sensible.

Cada célula en su cuerpo estaba híper sensitiva ante su toque experto. Desplegándose,

abriéndose para permitirle salirse con la suya. Otra vez.

Espera un minuto.

—No, no lo harás. —Se quedó sin aliento, dándose la vuelta para enfrentarlo.

—Aww, bebé…

Envolviendo sus dedos alrededor de su gran erección, cortó sus quejas.

―No estás a cargo ésta vez. Es mi turno, bebé.

Parpadeó, una de las esquinas de su besable boca se levantó.

—Sí, mi amor. Lo que tú digas.

Le apretó su pene.

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—Digo que tú eres mi esclavo de amor. Date la vuelta, luego levanta tus brazos sobre

tu cabeza y toma el cuello de la boquilla de la lucha.

Ojos oscuros brillando, obedeció, cada musculo tenso.

—Bien. Estás encadenado y a mi misericordia. Ahora separa tus piernas.

Lo hizo, y ella se arrodilló frente a él. Saboreando su punta mojada con la lengua. Su

juramento feroz la impulsó, y lo tomó en su boca.

Lamió y succionó, tomando tanto de su longitud como pudiera manejar. Chorros de

agua caían por su torso y ella las lamía también, disfrutando cómo peinaban su piel. Y

envolvió sus dedos alrededor del resto de él, con su otra mano jugando con sus pesadas

bolas, apretadas con la excitación.

—¡Jesús… cristo!

Su cabeza golpeó contra el azulejo y la satisfacción ronroneaba en su pecho. Tener

demasiado poder sobre un hombre dominante como Howard fue una sensación

embriagadora.

El teniente estaba a punto de perder el control... y ella saboreaba el proceso.

Implacable, chupaba y manipulaba, trabajó su polla hasta que sus indefensos gemidos

de pasión hicieron eco en las paredes.

Howard no pudo contener el asalto apasionado. Con un grito ronco, se puso tensó y

sus caderas comenzaron a golpear. La liberación siguió rápidamente, sacudiendo a Kat

con su intensidad.

Chorros viscosos de bombeo vinieron a su garganta. Su plan de seducción no había

incluido qué hacer ahora… así que tragó. Tomó todo lo que él tenía para dar,

maravillada por su sabor salado y su entrega total.

Cuando el último de sus espasmos terminó, Kat lo soltó y se paró, dejando que el agua

tibia mojara su rostro y el resto del jabón.

Howard bajó sus brazos, sacando una dura respiración.

—Cristo, señorita, lo que me hiciste.

—¿Desgastado, viejo?

Soltó una breve carcajada, y la atrajo hacia sí, pesadez en sus ojos tapados. Un hombre

bien saciado.

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—Misericordia. Me doy.

—¡Ja! Finalmente tuve lo mejor de ti. Creo…

—¿Qué demonios?

Los ojos de Howard se abrieron y sus labios se separaron con sorpresa.

—Mira.

Kat siguió su mirada y sintió que la sangre se iba de su cara.

—Oh. Mierda.

En la puerta de vidrio de la ducha empañada, una misiva escalofriante había sido

escrita con alguna clase de sustancia clara y grasosa.

DOS FUERA, MÁS PARA MORIR... GRAN FIESTA, IDIOTA.

El detective Ford y dos técnicos del crimen rebuscaron en cada esquina de la casa de

Howard mientras observaba, hirviendo en rabia impotente. Una vez más, el maldito

asesino había entrado en el espacio de Howard sin ser detectado y prácticamente bailó

tap en su maldita cabeza.

—En mi casa. Justo entre todos mis amigos.

Sentado en el borde del sofá con nada más que unos shorts que había usado más

temprano, apretó sus puños en sus rodillas, atento a la mirada preocupada de Kat.

Odiaba sentirse tan violado. Odiaba no tener control sobre su enemigo desconocido o

sobre la situación.

Que hubiera fallado en proteger a Kat.

Bueno, eso era algo que podía —e iba— a solucionar.

—Te voy a dar mis llaves y el código de alarma —anunció—. Tráete tu ropa porque te

vas a quedar aquí conmigo. Indefinidamente.

Kat se puso rígida, entrecerró sus verdes ojos.

—Se me ocurre que este quizá no sea el lugar más seguro para mí.

Hizo una mueca, el dardo pegó en su orgullo.

—Lo será. No volverá a pasar.

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—Mala suerte para ti, pero tengo mi propio lugar, Howard. —Sus labios apretados y

su barbilla hacia adelante tercamente.

—Esto no es negociable.

—¿En serio?

—Con una risa sin humos, se paró, preparada para pelear.

—Hay una buena razón por la cual no vivo con mis padres. No recibo ordenes de

nadie, tiro-caliente.

Mierda, se veía hermosa incluso cuando estaba molesta. Todo ese pálido y rubio

cabello enmarcando su rostro, cayendo sobre sus hombros. Sus senos sin sostén,

palpitando con indignación. Sus ojos grandes y expresivos, rompiéndose con furia.

En cualquier otro momento hubiera apreciado su coraje.

—En esto, lo harás.

—¡No puedes siquiera pensarlo! Puedes…

—Discúlpenme. —Ford aclaró su garganta, mirando entre los combatientes—. Perdón

por interrumpir pero ya hemos terminado aquí.

Aliviado por el momento de atender al detective, Howard dijo:

—¿Y…?

—Nada excepto el mensaje en el vidrio, el cual parece haber sido escrito con pomada

para labios.

—¿Huellas?

—Habían algunas buenas en la manija de la puerta de la ducha, pero cuenten con que

sean de ustedes —dijo Ford, indicándolos a ambos. Kat enrojeció mientras seguía—.

No creo que nuestro chico sea tan estúpido como para dejar huellas. Y con el número

de invitados que tenías hoy aquí, quitar el polvo de toda la casa sería algo inútil.

—Mierda. —Howard se frotó los ojos, más allá de cansado y frustrado.

—¿Ninguno de ustedes puede decir si vio algún sospechoso? ¿Alguien fuera de lugar?

Kat miró a Ford pensativamente.

—Nadie excepto el amable hombre que me ayudó a sacar la cerveza del congelador.

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Dejando caer sus manos, Howard se paró, una sensación de alarma hormigueando en

la parte trasera de su cuello.

—¿Qué hombre?

Se encogió de hombros.

—Sólo un hombre viejo con cabello oscuro y algunas canas. Atractivo. Dijo que era un

amigo de Bentley. —Frunciendo las cejas, negó con la cabeza—. No, espera. Cuando

le pregunté si era amigo porque trabajaba con tu padre, afirmó que lo conocía desde

hace mucho tiempo.

—No necesariamente lo mismo que amigos —dijo Ford.

—Pensé que eso era viejo, pero no tan extraño como el hecho de que desapareció

después de que hablamos en la cocina. Nunca lo vi de nuevo.

El detective sacó una lapicera y una pequeña libreta de su bolsillo y comenzó a

escribir.

—¿Te dio su nombre?

—Moore. ¿Darryl? No… Duane. Duane Moore.

Howard se quedó frío. Hasta los huesos.

—¿Paxton? —solicitó Ford.

—No sé de nadie con ese nombre y estoy casi seguro de que Bentley no invitó a nadie

extra sin decirme.

En realidad, era positivo. ―Rabia‖ era una palabra tan insignificante para abarcar la

emoción que cruzaba a través de él.

El hijo de perra había dejado a Kat sola, sólo para mostrarle que podía.

Dios tuviera misericordia con el bastardo si hacía eso de nuevo.

Las dos semanas desde la fiesta de Bentley habían sido hermosas —mientras que Kat

siguiera las órdenes de Howard. Él continuaba recogiéndola y llevándola al trabajo en

sus días libres, insistió en que se quedara en su casa. Protestó cuando fue a su vacío

apartamento mientras él estaba de servicio, argumentando que no era seguro para ella

estar sola. Como si de alguna manera la mera amenaza de su presencia advirtiera a un

asesino.

Como si Kat no tuviera cabeza y no pudiera cuidarse por sí misma.

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Sí, el panorama era ideal. ¿Quién no querría un hombre hermoso preocupándose de

cada cosa que ella necesitara?

¿El verdadero problema? Él nunca perdonaba.

Howard solía dar órdenes y que todos a su alrededor saltaran para llevarlas a cabo. Kat

no tomaba las órdenes al pie de la letra, especialmente cuando se trataba de su vida.

No importaban sus buenas intenciones y preocuparse por su seguridad, la fricción

entre ellos en el asunto se había congelado en un nudo de tensión.

Y en la cima de todo, por todas sus hermosas cualidades, Howard era un soltero de

serie. Privado no en sus pensamientos, sino en lo que respecta a su espacio. No solía

explicarse o tener conversaciones significativas que no condujera rápidamente fuera de

su futuro.

Sus obstáculos en el camino podrían haber sido más fácil de manejar si ella no

sospechara que la raíz de su distancia emocional era mucho más seria de lo que

parecía. Él tenía miedo de abrirse a ser herido y traicionado.

Howard tenía miedo de amar.

Peor, él simplemente no parecía darse cuenta que estaba tratando de encajarla en su

modo de vida existente, mejor que descubrir uno nuevo y mutuamente satisfactorio.

Juntos. Dependiendo en su modo, ella se sentía como una amante temporaria o una

niña regañada, no como una verdadera pareja. Una clásica, fácil-manera-de-encontrar

depresión no tan fácil de arreglar.

—¿Ya nos estamos divirtiendo? —frunciendo el ceño, ella excavó en el refrigerador de

Howard por las cosas que ella había comprado en la tienda para hacer sándwiches

hoagie13. Sacando el jamón de charcutería y otros ingredientes al mesón, no pudo evitar

pero oír por casualidad el lado de Howard en la llamada del Detective Ford.

—Te estoy diciendo, nunca antes había visto la cosa antes —dijo él, sonando

confundido—. Estoy seguro. ¿Por qué sus padres esperaron tanto para darte la pista?

¿De qué en la tierra estaba hablando él? Ella partió los rollos hoagie con un cuchillo de pan

mientras Howard escuchaba la respuesta de Ford, luego continuó.

—Golpéame. Motivos son tu especialidad, no la mía. —Pausa—. Sí, excepto por las

llamadas estándar, casi inquietante. ¿Por qué crees que eso es?

13 Sándwiches hoagie: sándwich hecho de un trozo alargado de pan blanco relleno de carne, queso y

ensalada.

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Escuchando atentamente, ella esparció mostaza sobre los rollos y comenzó a poner

capas de lechuga, jamón, queso y tomate en los sándwiches.

—Ah, tiene sentido. Bueno, siempre podemos rezar para que él se canse de jugar y siga

adelante, ¿huh? —Pausa—. Seguro. Estoy de vuelta en el turno del martes. Si algo

nuevo sucede, serás el primero-corrección, serás el segundo o tercero-en saber.

Y por eso era que ella estaba tan jodidamente asustada, no podía respirar. ¿Qué estaba

esperando el asesino? ¿Un objetivo conveniente? ¿Una oportunidad de atacar después

de que él estire los nervios de Howard hasta el punto de quiebre? ¿Qué? En todos los

hombres, ¿por qué Howard?

Las terribles preguntas saltaron alrededor en su asustado cerebro, demando preguntas

que continuaban elusivas. Poniendo los hoagies en los platos de papel, ella los adornó

con patatas fritas y llevó a la mesa del comedor. Y de repente, adentro parecía muy

agobiante para disfrutar una simple comida. Tal vez comer en el deck podría animarlos

a los dos.

—¿Quieres comer aquí o en… —ella se detuvo al ver a su gran hombre sentado en el

sofá con la cabeza en sus manos—. Oh, cariño. ¿Qué dijo Ford?

—No mucho.

El subsiguiente tenso silencio era como un puente elevadizo siendo alzado en un

impenetrable castillo hecho de paredes de piedra gruesa de veinte pies.

Almuerzo olvidado, ella se acercó hacia él cautelosamente.

—Suena bastante significante para mí.

—Nada malo con tu audición, veo —restregando su rostro, él la miró, mirada café

plana.

OK. Erizándose, ella cruzó sus brazos por encima de sus pechos.

—No pude evitar escuchar, Teniente. Ésta no es una casa grande, y tú exactamente no

tienes una voz baja —ladeando una cadera, estudió su expresión miserable, su sombría

boca puesta en una rígida línea. No iba a volver apartarse de su propósito por sensibles

emociones de nuevo—. Además, estoy envuelta hasta el cuello, como evidencia por tu

rutina yo-hombre-protejo-mujeres. Por casi dos semanas, ¡A penas he podido ver el

interior de mi apartamento!

—Gracioso, no había escuchado quejas hasta ahora. Especialmente cuando hicimos

ensalada de frutas humana…

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—No me estoy quejando sobre sexo, idiota. Quiero saber que está pasando contigo, y

no solamente con el caso de Ford. Necesito que hables conmigo.

—Oh, hombre. Aquí voy.

Sin bromas. Mira, parecemos como si nos estuviéramos dirigiendo a nuestra primera

pelea, gente. Y no sabía cómo evitarla, más que entregándose y dejándolo que él

volviera a su concha. Lo cual no estaba a punto de hacerlo. Su estómago comenzó a

doler.

—Estoy girando mis ruedas aquí, Howard. Tengo la sensación de que el día de

vergüenza de mi pase del Sabor del Mes está expirando.

Él la miró con incredulidad.

—Eso no es verdad. Disfruto tenerte aquí, y no quiero que vayas a ningún lugar.

¿Disfrutar? Bueno, eso no es bueno.

—Puedes tener la misma lealtad de un Golden Retriever, amigo- —Golpeó sus

dedos—. Pero no sexo. A menos de que seas un enfermo de cachorros, sin albur

intencionado.

Howard se levantó del sofá.

—¿Estás tratando de tener una pelea?

Oh, él se estaba poniendo bueno y enojado. Y 1.98m de un sólido y enojado hombre

era suficiente para hacer retroceder antes de que pudiera revisarse.

—No. Quiero que me digas sobre tus pesadillas. No duermes mucho, y cuando lo

haces… —Extendiendo sus manos, trató de hacerlo entender—. ¿Honestamente crees

que yo no trataría de ayudar? ¿Estar ahí cuando me necesitas?

Un músculo en su mandíbula se tensó.

—No puedes ayudar. No con esto.

—¡Maldita sea, Howard! Está bien que me des órdenes por mi propio bien, ¿pero no

puedes encontrarme a la mitad del camino?

—No es la misma cosa.

Sacando una profunda respiración, ella estudió sus zapatillas. Contó hasta diez. Tenía

que encontrar otra manera de romper su nuez, pero eso no iba a suceder ahora.

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—¿Por qué al menos no me dices sobre la llamada de Ford mientras comemos? Tú

prometiste no dejarme por fuera del circuito.

Mirándola cautelosamente, asintió.

—Está bien. Como dije, no mucho para decir. —La llevó a la mesa del comedor—.

Los sándwiches lucen geniales.

—Gracias. Continua. —Tomando una mordida de su hoagie, ella esperó.

—Ford dijo que el asesino se ha vuelto cuidadoso desde la fiesta porque él

probablemente está teniendo problemas en encontrar otro buen objetivo en el sector de

la Estación Cinco. Él tampoco sabe que él puede traer por su hecho un sector cercano

y todavía tendríamos que responder, o él lo hace y simplemente quiere asegurarse de

que llegue primero.

—Eso es lo que pienso, también. Él tiene un área bastante limitada con la que trabajar,

pero esperará porque está poniéndote a ti y a los chicos en el infierno.

—Y haciendo un buen trabajo —suspiró, cogiendo sus patatas fritas—. No estoy

seguro de haber mencionado esto antes, pero cuando el asesino dejó el móvil de Lorna

Miller en mi litera, había un anillo de mujer con eso.

Su estómago se movió aún más, y su sándwich no quería bajar.

—No, no dijiste nada sobre un anillo. ¿De qué clase?

—Un anillo de compromiso o matrimonio con un simple diamante. No muy lujoso.

Había sangre seca en él.

—Pero las joyas no pertenecen a ninguna de las víctimas —ella supuso, uniendo la

conversación con Ford.

—Exacto.

—Eso es… extraño.

—Sí. Dímelo a mí.

—¿Y qué hay sobre la sangre seca? —Asqueroso. Que tema para discutir en la comida.

Ahora que ella lo tenía hablando, de todos modos, ella no iba a dejar que esa

oportunidad se escapara.

—No era de ellas, tampoco. Tipo equivocado.

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—Una víctima previa, entonces —ella caviló—. Una de la que no sabemos. ¿Pero qué

significa eso para ti?

—Esa es la pregunta del millón de dólares, ¿no? Ford piensa que el anillo es

significante —Howard se encogió de hombros, mirando a su plato, rígida postura y

líneas puestas en su boca dando evidencia de su angustia y agotamiento.

—¿Qué crees tú?

Él lanzó una risa sin humor.

—Ése boleto a Tahití suena fantástico.

De nuevo, la pared, con señales gritando NO PASAR. El sutil rechazo dolió, y ella

tuvo que trabajar duro para no dejar que su decepción se mostrara.

—¿Por qué los padres de Miller se dieron cuenta rápidamente que el anillo no era de

ella?

—No lo han hecho; el homicida lo hizo. El móvil era de Miller, entonces la policía no

tuvo razón de pensar que el anillo no era. En la mañana de ayer, Ford liberó los

objetos a sus padres y dijeron que nunca antes lo habían visto. Entonces Ford lo

mostró a sus amigos y familia de ambas víctimas. Nada.

—Lo dejaron para ti. ¿Estás seguro de que nunca lo has visto? —Él negó con su

cabeza, y ella tomó otro bocado de su sándwich, masticando ambos, la comida y el

misterio. Howard no parecía inclinado a hacerlo tampoco—. No estás comiendo.

—Lo siento. —Arrepentido, toma un mordisco gigante. Él apenas había comenzado a

comer cuando sus ojos rodaron e hizo arcadas. Poniendo una mano sobre su boca, él

se puso de pie tan rápido que su silla cayó hacia atrás.

—Howard, que…

Pero él ya estaba disparado hacia su habitación. La puerta al final del pasillo golpeó,

haciéndola estremecer. Alarmada, ella se sentó mirando a su comida abandonada,

insegura de lo que acababa de pasar. ¿Estaba la carne mal?

Levantando su hoagie, levantó el pan y olfateó. Olía fresco, peor pinchó un poco de

jamón para estar segura, y probó. No, la comida estaba bien. Entonces porque…

—Oh, no.

Tomate. ¡Ella había puesto tomate en su sándwich!

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Mierda, le había dicho que los tomates lo ponían enfermo. En su defensa, él había

dicho eso hace muchas semanas, y ella no lo había pensado desde entonces.

Una disculpa en sus labios, Kat se apresuró hacia la puerta de su habitación. Sin

respuesta a su golpe, y debatió entre volver a la mesa y esperar o entrar sin invitación.

No, no podía simplemente dejarlo sin saber si él estaba bien. Señor, ¿qué si él era

alérgico o algo? Girando la perilla, abrió la puerta y miró dentro. Él no estaba en la

habitación, pero notó que la puerta del baño estaba cerrada. Mientras se arrastró más

cerca, escuchó el sonido distante de arcadas.

Sintiéndose muy mal, se detuvo, dividida entre ir en su ayuda o darle privacidad.

Entonces, los horribles ruidos cesaron. Esperó, ansiosa de decirle cuánto lamentaba

que su olvido lo hubiese hecho enfermar.

Pasó un minuto, luego dos, pero Howard no salió. Armándose de valor, golpeó

suavemente a la puerta.

―¿Howard? ¿Puedo entrar?

Tenues sonidos apagados llegaron a sus oídos. Los sonidos susurrados que había oído

en la oscuridad de la noche cuando él estaba en las garras de sus pesadillas, pero nunca

en plena luz del día. No así.

Lentamente, abrió la puerta… Y su corazón se hundió en su estómago.

Howard se sentó en el suelo de baldosas con la espalda apoyada en la bañera de

porcelana, los brazos envueltos apretados alrededor de sí mismo. Sus ojos atornillados,

jadeando fuertemente, sollozando respiraciones. Sus rodillas dobladas, la cabeza

inclinada como para protegerse de los golpes invisibles.

―¡Oh, Dios! ―Corriendo a su lado, ella se arrodilló y tomó su suave mejilla. Tenía la

piel fría y húmeda―. Cariño, ¡lo siento mucho! ¡Me olvidé por completo de los

tomates! ¿Tienes una reacción de algún tipo? ¿Necesitas un médico?

―No. ―Se alejó de su tacto.

Está bien. Tal vez simplemente no le gustaba que lo vieran enfermo. Ella puso una

mano sobre su el hombro en su lugar.

―¿Qué puedo hacer? ¿Te busco un poco de agua? ―Claro, como si el agua pudiera

arreglar lo que estaba mal. Pero tenía que hacer algo.

―No ―le rogó con voz entrecortada, abrazando su vientre más estrechamente. Dibujó

su cuerpo hacia el interior―. Por favor... No diré…

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Kat se congeló. Dándose cuenta de que la sangre subía a su rostro, inyectando

novocaína por sus venas. Howard no estaba hablando con ella en absoluto, sino con

una persona completamente diferente. Dios, ¡ni siquiera sabía que estaba aquí!

Estaba atrapado por el terror, pidiendo misericordia a un verdugo invisible. ¿Era

síndrome de estrés postraumático? Si era así, ¿qué desencadenó el episodio? ¿Una

maldita rebanada de tomate?

―Shhh, cariño ―le tranquilizó, acariciando su bíceps―. Soy yo, Kat. Vuelve a mí,

chico grande.

Gimió algo ininteligible, pero no la alejó. Animada, continuó susurrando frases

reconfortantes mientras la tensión poco a poco se filtraba desde sus músculos. Su

respiración se volvió más lenta de lo normal y se estremeció, levantando la cabeza.

―¿Kat? ―Giró la cabeza y la miró a la cara, con sus pupilas enormes―. ¿Qué… ¿Qué

estás haciendo aquí?

―Asegurarme de que estás bien ―dijo con cautela―. ¿Cómo te sientes?

―Mareado. ―Mirando a su alrededor el cuarto de baño, parecía confundido―. ¿Qué

pasó?

―¿No te acuerdas?

Su voz salió como un graznido.

―En realidad no. Comí un poco de tomate y me enfermé. Corrí aquí. Debe de haber

pasado un minuto.

Dulce Señor, ¡realmente no lo sabía!

―Howard, no perdiste el conocimiento.

―Debo haber. Me desperté…

―Cariño, no te desmayaste. ―Ella dudó, preguntándose cómo decirle algo si no sabía

qué termino correcto utilizar―. Tuviste algún tipo de… flashback. Tenías miedo, le

suplicabas a alguien y decías que no se lo dirías a nadie.

Howard miró fijamente. Tragó saliva.

―Eso es ridículo.

―Estoy clara sobre lo que vi. Estabas aterrado y creo que el tomate dio origen a este…

este episodio de alguna manera. Escúchame ―dijo cuándo empezó a interrumpir—.

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Tienes pesadillas cada vez que caes en sueño profundo. No sé cómo esto se vincula

con lo que acaba de suceder, o si lo hace. Tal vez todo esto es debido a la tensión en la

que estás bajo con este loco acosándote. Pero, cariño, creo que deberías considerar ver

a alguien. Un buen consejero…

―Yo no estoy loco. ―Él marcó cada palabra como si las arrancara de la garganta con

un alambre de púas. Su rostro palideció y sus ojos oscurecidos por la emoción cruda.

Puro miedo, sin paliativos.

―¡Por supuesto que no! No creería eso, y lo sabes. Tienes que superar esto y si no

puedes confiar en mí, entonces debes buscar algún tipo de ayuda.

―No tengo miedo y no voy a tener a un extraño andando por ahí en mi

cabeza ―siseó, empujando a sus pies―. Y para que conste, si confío en ti.

Levantándose, ella estudió la forma en que la furia crecía dentro de sí.

―No, no ―dijo en voz baja―. Si lo hicieras, compartirías conmigo las cosas

importantes.

―¿De qué demonios estás hablando? ―exigió, moviendo un brazo para señalar toda

la casa―. He compartido mi casa, mi cama, mi vida entera contigo. ¡Todo! ¿Qué

quieres de mí?

Tu corazón.

―Yo sólo quiero que me dejes entrar ―susurró en su lugar―. Deja que te ayude,

como una verdadera pareja hace.

―¿Qué, quieres que me abra una vena para que puedas ver mi sangre? ―Él dio una

risa desagradable―. No va a suceder.

Sus palabras fueron como una bofetada en la cara. Picada, se esforzó por hablar más

allá de la quemadura en su la garganta.

―¿Cómo puedes decir eso? No se trata de mí, se trata de nosotros. ―Enojándose, ella

levantó los brazos en alto―. Esto no tiene sentido. Al parecer, tú no disfrutas tenerme

alrededor lo suficiente como para llevar nuestra relación más allá de la fase superficial

del juego de la habitación.

Sacudiéndose hacia atrás, él se encontró con la repisa del baño, transformando la ira

en golpes. Daño.

―¿Superficial? ¿Crees que hacer el amor contigo no significa nada para mí?

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―Estoy empezando a pensar así ―replicó. Que Dios la ayudara, la mentira había

estallado antes de que la pudiera parar. Él no era el único que estaba herido.

―Sólo recuerda que esas palabras fueron tuyas, no mías. ―La chispa de chocolate en

sus hermosos ojos marrones murió. Se apagó, como la llama de una vela. Su expresión

era como el Ártico, haciendo que ella se congelara hasta los huesos―. Supongo que

tenía razón al no derramar mis entrañas para que pudieras destrozarlo todo.

Ohh, ella había jugado directo en su mano. Él había orquestado este escenario, tal vez

inconscientemente, pero aun así. Estaba huyendo asustado por algún motivo, y no

quería aceptar el amor incondicional que ella le daba de buena gana. Ni ahora, ni

nunca.

―Parece que estamos en un callejón sin salida, teniente. ―Se volvió y entró en su

dormitorio, tomó su bolsa de viaje y comenzó a meter la ropa descartada en el interior

con sus artículos de tocador―. Voy llamar para que vengan por mí.

―No ―dijo a su espalda―. Te llevaré a casa.

Una caliente protesta se formó en su cabeza, pero decidió rechazarlo. Howard podría

estar en su casa en diez minutos, en comparación con la hora en que tendría que

esperar a Grace mientras soltaba todo lo que estaba haciendo en su único día libre y

conducía aquí desde su condominio en Nashville. Mientras ella y Howard se sentaron

en un horrible silencio, tratando de no encontrarse el uno al otro.

Una obviedad.

―Bien.

Quince agonizante minutos más tarde, Kat lanzó su bolso en el sofá y escuchó el

sonido del camión de la unidad de Howard.

Él no iba a volver. A pesar del consejo de Grace, había presionado demasiado,

pidiendo algo que él no estaba dispuesto a dar y tal vez nunca lo estaría.

Y lo había perdido.

Trató de detener la tormenta. No queriendo sentir su corazón roto y el agujero

irregular en su pecho. Sin embargo, las respiraciones profundas, se convirtieron en

abrumadores sollozos.

Kat se hundió en el sofá, se cubrió la cara con las manos y lloró.

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Dios le ayude, él deseaba contárselo a Kat. Aferrarse a ella y relatarle cómo había

huido aquella noche del jardín de su madre aterrorizado, y como casi fue asesinado

por su propio padre. Cómo había llorado durante meses, sin consuelo en su dolor por

el abandono de la persona que más amaba y confiaba en todo el mundo.

O al menos esa era la forma en que sus pesadillas, le recordaban los acontecimientos

de manera más definida. Más de treinta años más tarde, era difícil saber qué era real y

qué podría ser adornos febriles de la atormentada mente de un niño pequeño.

Y había algo más, una confiada Kat presionando por la verdad, lo que lo había vuelto

un poco más difícil.

En el fondo, algo en su mente le impedía montar todas las piezas de esa terrible

noche en su lugar. Su propio cerebro estaba en guerra contra lo que su subconsciente

sabía y lo que había decidido mantener escondido a toda costa. Un secreto que lo

desgarraba en dos. Acabando con él de una vez por todas.

Si se permitiera levantar el velo y dejar que el mal en el interior, sería destruido.

En cambio, él le había dado paso al miedo y empujado lejos a Kat y a su tierna

comprensión.

Y la había perdido para siempre.

El dolor opresivo en el pecho, la ausencia de sus curvas dulces acucharadas contra su

cuerpo y su blanco cabello rubio haciéndole cosquillas en la nariz, no le permitirían

encontrar el olvido. Agitado, rodó para mirar el reloj digital, decepcionado al descubrir

que era sólo la una y media de la mañana. Miércoles, la mañana del tercer día después

de su ruptura.

Otro día sin fin de pesar y el dolor que nunca cesa. Incluso la estación, que siempre

había sido un refugio, se había convertido en una prisión donde los chicos lo veían

como halcones. Todo el día de ayer, pasaban de puntillas a su alrededor como si

hubiera contraído una enfermedad fatal.

Por supuesto, después de que Jules tratara de averiguar y no conseguir nada.

Sin Kat, ¿qué tendría por delante? Volver a casa después de un cambio de turno a

una casa vacía, más fría y sola que nunca antes, porque había dejado que lo mejor en

su vida se les escurriera entre los dedos.

De alguna manera, tenía que soportar la pérdida. Kat se merecía algo mejor que estar

sumida en su infernal situación, mucho mejor que su idea de una relación de pareja

lastimada .Se merecía algo mejor que él.

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¿No?

Renunciando a toda esperanza de dormir, se sentó en el borde de la cama y consideró

sus opciones.

Hacer ejercicios normalmente ayudaba, pero las paredes estaban cerrándose sobre él.

El aroma de Kat se quedó en sus sabanas, su risa encantada el aire. Si no salía, se

asfixiaría.

Decisión tomada, se puso un par de pantalones cortos de entrenamiento sueltos, una

camiseta y zapatos tenis.

Metió un cambio de ropa en la bolsa de deporte, agarró su cartera, las llaves y salió por

la puerta en menos de dos minutos, en dirección a Hardbodies por Simon en el centro

de Sugarland, en la plaza principal. Abierto las veinticuatro horas y destinado a estar

prácticamente desierto a esta hora de la noche. Perfecto.

Media hora más tarde, estaba bien en su rutina, rezando porque ese brutal

entrenamiento aclarara su mente como el corto trayecto en coche había dejado de

hacer. Brazos, muslos, pecho. Todos los músculos que Dios le dio, castigados con

pesas, luego la cinta de correr a un trote rápido y para su habitual recorrido de

cinco millas.

Los golpes de sus zapatos le arrullaron en un ritmo aburrido, y deseó haber traído su

reproductor de MP3 y auriculares. El rock clásico siempre hacía que el ciclo del reloj

fuese más rápido.

A través del cuarto, un oficial de policía corpulento que había visto en el gimnasio un

par de veces sopló e infló una bicicleta estática, el neumático de repuesto en su centro

balanceándose con sus esfuerzos. Había asentido con la cabeza en señal de saludo,

cuando Howard entró, no como para una pequeña charla. A Howard le resultó muy

bien.

A las tres millas en el marcador y policía a la izquierda, Howard se encontró solo...

hasta que una pelirroja familiar, paseó por el cuarto cinco minutos después.

Janine.

No era gran cosa. Desde su cita de hace un año, se cruzaban a menudo. No lo podía

evitar, ya que compartían el mismo gimnasio y a veces pasaba por allí después de su

turno nocturno como despachadora. No había razón para cambiar a otro lugar, o

esperar que Janine hiciera lo mismo. Ellos eran adultos.

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Se acercó a un juego de pesas y empezó a trabajar en la tonificación de los brazos.

Aunque no reconociera su presencia, él conocía a Janine —o, más exactamente, a las

mujeres como ella, lo suficiente para saber que ella era consciente de su mirada.

Disfrutando de la atención, como un felino que se acariciaba.

Debido a que no estaba muerto, se dejó ver. Su sujetador deportivo negro abrazaba sus

pequeños, atrevidos pechos y dejaba su vientre plano expuesto. Los pantalones cortos

de spandex a juego, pintaban sus caderas y delgados muslos, por lo que le parecía aún

más delgada de lo normal. Cabellera cobriza en toda su gloria, caía en el caos salvaje

sobre sus hombros y espalda. Nunca había visto su pelo atado.

Sus muñecas atadas a los postes de su cama sí, pero nunca el pelo en la cabeza. Sin

duda, era una mujer muy atractiva, el sueño húmedo de cualquier hombre. En estos

días, sin embargo, encontraba su figura como un palo menos atractivo que las curvas

exuberantes, pechos gordos y los cachetes de culo desbordando sus manos. Había un

cierto ángel de ojos verdes, gracias por eso.

Se sacudió. Kat no era suya, nunca había sido. Él la había expulsado y nunca la

tendría de vuelta.

Como si sintiera su tensión, Janine lo miró a su manera y lo honró con una ligera

sonrisa. Sly, lo supo. Pero ella no se acercó, alabado sea Jesús.

Cuando terminó, se decidió a dejarlo todo. Cruzar los dedos y volver a casa, con la

esperanza de haber agotado cuerpo y mente lo suficiente como para echar un sueño.

Apagó la cinta, tomó su toalla del manubrio y se bajó, limpiándose la cara.

En el vestuario, se metió en la ducha con un suspiro, disfrutando del juego del

agua hirviendo sobre sus músculos cansados. Podría haber ido a casa para ducharse,

pero odiaba el sudor y la ropa pegajosa y maloliente en su piel. Ya tenía suficiente de

eso en el trabajo. Él enjabonó su pelo, todo su cuerpo, luego se enjuagó, deteniéndose

un poco más.

Finalmente, cerró la ducha y se quedó por un momento, el dolor de repente le llegó en

una ola. Su pasado. Los incendios, los asesinatos horribles. La pérdida de Kat. Ir a

casa solo. Él no podía hacer esto.

―¿Olvidaste donde está tu ropa, cariño?

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Traducido por jpink, Paaau y Niii

Corregido por Curitiba

orprendido, Howard se volvió, pensando que debería haber estado esperando

esto. A algún nivel, tal vez lo esperaba.

―Janine, ¿qué estás haciendo aquí? El chico de la mesa de en frente esta medio

dormido en su silla…

Ella sonrió, caminando hacia el baño. Se detuvo frente a él, poniéndole una mano en

el pecho empapado. Espumando un pezón bajo su arrugado tacto.

―Te ves molesto, mi Harry. Preparado para… explotar.

―Howard ―dijo, deslizando suavemente su mano a un lado, pretendiendo no

entender el juego de palabras. No se molestó en ocultar su desnudez de ella cuando lo

había visto y tocado todo.

La mano vagó hacia abajo, sobre su abdomen.

―Oh, ¿qué tenemos aquí?

Mierda, él no la quería pero su otra cabeza no sabía la diferencia. Su ingle se agitó, con

sus hábiles dedos engrosó su eje, amasando la carne húmeda. Haciendo ventosas con

sus bolas. Él dio un paso atrás, lejos de la tentación, golpeándose la cabeza con la

boquilla de la ducha.

―Sin ánimo de ofender, pero esto no funcionará. Estoy viendo a alguien más.

Otra mentira que ella vio a través de él.

―Hmm. Razón por la cual te estás desahogando en el gimnasio a primera hora,

haciendo ejercicio para hacerte caer. ¿Por qué estas todavía aquí en lugar de yacer en la

cama entre las piernas de la señora Correcta, y estás cada vez más duro en mi mano?

S

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―Janine ―comenzó. Ella llenó su espacio, lo respaldó en contra del puesto. Sus

opciones eran apartarla físicamente de él, que podría hacerle un moretón sin intención,

o hacerla entrar en razón. Dudó un segundo, demasiado tiempo para decidir, y ella fue

para la matanza.

―Es real, cariño. Ella no está aquí y yo sí ―ronroneó Janine, apretando su saco de

nuevo. Rodeando su eje rígido con un movimiento lento, inclinándose hacia delante

para susúrrale―. Entiendo como es, créeme. Te arrancaron las tripas, ¿no?

Después de que se soltara de ella. Permaneció en silencio, pero ella pudo leer la

respuesta de todos modos.

―Pobre bebé. ―La expresión de su bello rostro era más hambre que simpatía―. Deja

a Janine hacer que sea mejor.

―No lo creo.

Sin embargo, la desesperación y la lujuria eran una combinación mortal. Había

perdido a Kat, no podía tener a una mujer de forma permanente. Su vida era un gran

desastre, y él había sido quemado más de una vez por creer que podría tener algo para

siempre. ¿Y qué hizo al respecto?

Howard gimió mientras la pelirroja le besaba el cuello descubierto. Se dejó de imaginar

su lengua al final de su pecho húmedo hacia su estómago. Más allá.

Una de las esquinas de su boca se levantó, y sus ojos se encontrarán con los suyos,

sensualmente. Triunfante, llevándolo a estrellarse con la realidad.

―No. ―Su cuerpo se estremeció en protesta y se movió a un lado, agarrando sus

brazos con cuidado sacándose de su manipulación erótica―. Lo siento, pero no puedo.

Ella se levantó, todavía acariciándolo entre las piernas, temblando.

―Una parte de ti dice que sí. ―Ella se apretó con suavidad contra su erección.

Astillando sus defensas―. ¿Qué tienes que perder que no hayas perdido ya?

Muy cierto. Kat dijo que su amor era superficial. Sus palabras. No había creído lo

suficiente en ellos para darle tiempo. Le había hecho daño desesperadamente.

Su corazón roto retrocedió ante lo que él aún consideraba, su excitación estaba

exigiendo liberación. Ella estaba en lo cierto. Había perdido a la mujer que de verdad

le importaba, y no había logrado poner fin a la agonía de su pecho divido en dos.

―Aquí no.

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―Tu casa. Yo te seguiré.

Él arrancó su ropa, mientras ella miraba de manera salvajemente apreciativa. Cerrar la

mente a todo, excepto al curso que había fijado para esta noche. Llevaría Janine a su

casa, follarían hasta que los dos estuvieran sin sentido, hasta que un ángel del cielo ya

no le persiguiera en sus sueños. Su vida solitaria volvería a la normalidad.

No se merecía nada mejor.

Sopesando la bolsa de deporte, salió de Hardbodies, con Janine sobre sus talones, y el

corazón como un peso muerto en el pecho.

Con cada paso se sentía más como que iba a su funeral que a una noche de pasión

ardiente.

Inmerso en la miseria, Howard apenas se dio cuenta de los otros dos coches del

aparcamiento. Uno era de la chica de la recepción. ¿Y el otro?

No podía encontrar en sí mismo la concentración.

¿Qué demonios estaba haciendo?

―Cristo, soy un idiota.

Durante el tiempo en que había conducido hasta mitad del camino a casa, sabía que

nunca podía seguir con todo esto. Dormir con Janine no era la respuesta a sus

problemas. Dios, le gustaría pensar que había aprendido una cosa o dos en el último

año.

Y si había alguna posibilidad de resolver las cosas con Kat…

Sí, como que iba a suceder.

Aun así, tenía que poner a Janine recta tan pronto como llegara a casa. Y de alguna

manera el banco de fuego de sus pantalones cortos no era especialmente una manera

de aliviarse.

Howard tuvo la sensación de que sería más fácil decirlo que hacerlo.

***

―Estás loca, Katherine Frances. Completamente demente.

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Retorciéndose las manos para protegerse del frío, se arrugó en el asiento del conductor

de su Beamer y continuó murmurando en voz baja, mas ansiosa de lo que estaba

dispuesta a admitir por saber dónde infiernos estaba su siempre amante Howard a las

dos cuarenta y cinco de la mañana.

Sí él quería mantenerse al margen hasta el amanecer, bebiendo con sus amigos en sus

noches libres, realmente ya no era de su incumbencia. Pero ella había luchado en vano

por el sueño, miserable y sola, hasta que ya no podía aguantar ni un segundo más.

Había tanto de lo que necesitaba hablar con él. Arreglar las cosas de alguna manera.

Y el gilipollas no estaba en casa.

Impulsada por un sexto sentido que no entendía, se retiró de su sitio y aparcó al lado

de la calle dos casas más abajo. Igual que algunos detectives privados amateurs. ¿Y

ahora qué?

Como se iba a quedar aquí mientras tenía que ir a trabajar en unas pocas horas,

¿mientras el echaba una siestecita?

Olvídalo.

Alargó las manos para encender con las llaves, lista para irse, y entonces llegó su

camioneta. Inconfundible, el gigante retumbó por la calle hacia ella, desacelerando en

su camino para ir hacia adentro. Kat se agachó, sintiéndose estúpida. ¿Por qué se

escondía cuando estaba esperando para verlo? Porque no quería que el supiera que

había estado esperando con su culo en el asiento, maldita sea. Contando hasta tres, se

sentó en posición vertical.

Justo a tiempo para ver un coche deportivo pequeño a la espalda. Oscuro, elegante y

llamativo, la puerta del conductor se abrió y salió una mujer escultural, con el pelo

largo rizado teñido de rojo oscuro bajo el resplandor de las luces del interior de su

garaje.

Su interior se volvió agua, paralizada por la incredulidad, se había quedado en estado

de shock con la oh-tan-perfecta objeto de la lujuria masculina, vestida con ropa

ajustada Spandex de gimnasia, se paseó por el garaje y se reunió con Howard cuando

él salió de la camioneta. Cerró la puerta y se apoyó en ella, la Pelirroja se fundió con

él, con sus palmas en el pecho, y procedió a aspirar aire.

Kat también.

―Oh…Oh, Dios mío.

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La pelirroja abrió sus manos debajo de su camiseta, acariciándolo mientras se besaban

en lo que parecía una eternidad, pero en realidad solo pasaron unos pocos segundos.

Entonces rompió el beso y deslizó una mano más allá de la cinturilla elástica de sus

pantalones cortos.

Howard le agarró la muñeca, murmurando lo que parecía ser una pequeña protesta,

pero eso no la disuadió. Inclinó la cabeza hacia atrás y cerró sus ojos con las manos

apoyadas en las caderas de la muchacha. Howard estaba concentrado tocando a la

pelirroja, sus manos deslizándose por su torso desnudo hacia sus pechos encerrados en

el sujetador de deporte, Kat apretó los dientes, su pulso acelerado sonaba como un

tambor en sus oídos.

Se preparó para un dolor desgarrador. El dolor de la traición. En su lugar, fue

sorprendida y satisfecha de la experiencia por una quemadura lenta de creciente ira.

Empujando los pantalones más allá de sus caderas, la pelirroja liberó su polla. Su polla

gruesa, erecta arqueada entre los dos amantes, lista y dispuesta a darle lo que ella

deseaba.

La quemadura en Kat se convirtió en un punto de ebullición.

Una vez Howard le había hablado acerca del peligro de extinción de un incendio

cuando la temperatura en el nivel superior de un edificio en llamas es superior a los

1,800 grados Fahrenheit, cada cosa a la vista se enciende al mismo tiempo. Si un

bombero no estaba a unos pocos metros de la salida cuando el incendio se propagaba,

era hombre muerto.

Sí, esa era una descripción bastante precisa de la fuerza que tomó Kat en el

hiperespacio cuando los dedos delgados de la mujer le apretaran las bolas. Empezando

a acariciar su erección.

Pitido. Desconectó el cerebro, activando la función Mata-a-la-Puta.

Ella estaba fuera del coche y caminando por el camino antes de que ella fuera

consciente de que sus pies estaban golpeando el pavimento. Centró el ataque en la

pareja, apenas registró a Howard dejando caer sus manos, moviendo la cabeza y

saliendo de su alcance, aún estaba inconsciente de su propio flashover a punto de freír

sus tenis.

―Janine, no. Espera…

―Quitaré de él puta ―gruño Kat, haciendo una voz parecida a la demoníaca de

Underworld. Oh Dios, ¿esa era yo?

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La pareja se separó como si hubieran sido electrocutados, Howard tirando de sus

calzoncillos y mirando a Kat sin palabras. Todo su cerebro estaba entre sus piernas,

por supuesto.

Janine —fantástico, ahora tenía nombre— fue la primera en recuperarse, curvando los

labios en una burla hacia ella.

―¿No has oído que tres son multitud, cariño? Harry y yo no hacemos menajes.

La pelirroja se enorgullecía.

Harry parecía enfermo.

Kat se acercó, no para cometer un asesinato sino para invadir el espacio de la otra

mujer. Para su gran satisfacción, la Pelirroja retrocedió un paso, persiguiéndola un

destello de incertidumbre en su cara. La mujer no estaba segura de su posición con

Howard, probablemente había estado esperándolo con ansiedad para atraparlo

vulnerable. No es que él se hubiera resistido demasiado poniéndoselo condenadamente

difícil.

―¿En serio? ¿Te da la manutención de los niños? ―replicó ella, antes de que pudiera

pensar dos veces acerca de lo que decir―. Eso hace que sea un cuarteto, ¿verdad? Un

poco preocupante cuando se piensa en ello.

Pelirroja frunció el ceño, tratando de asimilarlo, obviamente no era la bombilla más

brillante del cuadro, ah pero la expresión de golpe del guapo de Howard, con la cara

sin sangre, no tenía precio. Su mandíbula cayó.

―Kat…

―Tú ―se volvió hacia él, moviendo un dedo en su nariz―. Cállate.

Su boca se cerró de golpe.

―Oh ―dijo Pelirroja, mirando a Kat y a Howard, Se hizo la luz―. Oh, guao ¿un

niño? ¿Dejas a tu amiga embarazada, y luego le das la espalda para sumergir tu mecha

en la primera persona que se te pase por delante?

Los ojos de Howard se abrieron como platos, con manchas carmesí manchando sus

mejillas.

―No, maldita sea, eso no es verdad.

Pelirroja hizo una mueca.

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―Estoy tan fuera de lugar aquí. No necesito este tipo de drama, aunque sea bueno en

la cama. Me he divorciado dos veces ya, y él ya estaba pagando la manutención de

niños de dos novias diferentes hasta que cayó muerto de un ataqué al corazón ―bufó a

Kat―. Buena suerte, cariño.

Problema número uno resuelto. Lástima que la bruma de la ira estalló de nuevo, en

busca de su verdadero objetivo.

Como Miss Do Me partió, escaneando el garaje, en busca de un arma, antes de que

considerara el acierto de sus acciones, agarró una caña de pescar apoyada contra la

pared y la blandió como un guerrero samurái.

Howard levantó sus manos en señal de rendición, con las palmas hacia fuera.

―Katherine, esto no es lo que parece.

Flashover.

―¡Bastardo! ―Levantó la caña y el carrete como un verdugo se prepara para cortar la

cabeza. Con un grito, él intentó sin éxito bloquear la punta de la caña, golpeándose la

cabeza y los hombros.

―¡Ay!

Sí, esto era mejor que la terapia. Mucho mejor. Una euforia salvaje se apoderó de ella

y procedió a ajustar su postura, acentuando su punto de vista con cada golpe de

picadura.

―Tú…

―¡Ay!

―Hijo de p…

―¡Ay!

―¡Puta!

―Yo no soy…

―¡Despreciable, soy idiota! Estaba tan jodidamente triste que tuve que venir a verte.

Me maquillé por ti. ¿Cómo de tonto fue eso?

―Kat para…

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―Las sábanas no se habían enfriado todavía, y ¿qué me encuentro? Con las manos

uno encima del otro, y tú listo y preparado para clavar tu…

―¡Mierda! Dije para ―agachándose bajo la caña y corriendo hacia ella, arrebatándole

el arma, la arrojó a un rincón, donde resonó y se rompió. La agarró del brazo y la

empujó contra el costado de su camioneta, el pecho agitándose con impotente ira.

―Si hubieras estado prestando atención, te hubieras dado cuenta de que yo estaba a

punto de rechazarla. Iba a enviarla a su casa, Kat.

—Oh, claro —dijo riendo, temblando de adrenalina. Con lágrimas no derramadas.

—Es la verdad —insistió él, presionándose contra ella—. Justo antes de que te

volvieras loca, retrocedí. Sí, me excitó, pero no quería a Janine. Te quería a ti.

—Por favor, no nos degrades diciendo esas cosas. —Para su horror, su voz se quebró y

su visión se volvió borrosa.

La apretó entre sus brazos tan fuerte, sus dedos hundiéndose en su piel. Mañana

tendría moretones. Pero eso palidecía en comparación al calor abrazador del cuerpo de

él junto al suyo.

Su erección hurgaba en el estómago de ella. La excitación que, hace poco, había sido

por otra mujer.

A pesar de sus mejores esfuerzos, una lágrima se deslizó por la mejilla de ella. La

agradable y acogedora capa de rabia se disipó, dejando nada más que tristeza.

Howard maldijo.

—Suena como un montón de tonterías, pero es verdad. Juro por ti que nunca la he

deseado, sin importar lo que pareció. No podía dormir, así que salí y fui a Hardbodies

a ejercitarme. Me sorprendió en la ducha…

—No quiero oír esto.

—Estaba sufriendo. Por ti, por todo lo que está sucediendo en mi vida. Estaba débil, y

lamento mucho que hayas tenido que ver lo que viste. Pero con Dios como mi testigo,

yo no hice… no pude…

Sus ojos pedían perdón mientras pasaba una mano por su pelo en punta.

—Incluso si no te hubieses aparecido, la iba a enviar a casa.

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Gentilmente, él limpió sus lágrimas. Pero seguían cayendo. La imagen de ellos

tocándose, de la completa erección de Howard, sabiendo que había ido demasiado

como para traer a Janine aquí… Oh, Dios. Su pecho dolía y ardía, el dolor tan grade

que quiso morir.

—Por favor. —Trazó su mandíbula con el pulgar—. Perdóname.

—No es cuestión de perdonarte. La forma en que dejamos las cosas, no nos estábamos

viendo. —Tomó una respiración profunda—. Pero no sé si pueda olvidar, Howard.

Nunca.

—No digas eso —susurró, tocando con su frente la de ella—. Dame otra oportunidad.

Mi alma está vacía sin ti. Sin ti en mis brazos, nada más importa.

Lindas palabras. Las palabras correctas. Pero la herida aún sangraba y estaba en carne

viva. Un sollozo se atrapó en su garganta.

—Pero no sé si pueda. Necesito pensar, y tú también. Quizás simplemente no estás

hecho para darte todo tu corazón a una sola persona.

Empujó su pecho, saliéndose de sus brazos. Retrocediendo hacia la entrada del garaje,

notó lo abatidos que estaban sus anchos hombros. Sombras manchaban la parte baja

de sus oscuros ojos, devastación en su rostro.

—No te vayas.

Lágrimas llenaron los ojos de él, y ella no pudo soportarlo más. Tenía que salir de allí

antes de que se arrojara a sus brazos, y le permitiera tener su camino de nuevo.

Al comienzo, él le había advertido, ¿verdad?

“Es fácil permanecer solo cuando apuntas bajo. Sin ataduras, sexo fácil. Entonces, cuando ella se

vaya, tu corazón no recibirá una paliza en el proceso. Tuve un gran aprendizaje con los acuerdos

a largo plazo… la idea me asusta un poco”.

Debería haberlo escuchado.

—Lo siento. Adiós, Howard.

—Kat. —Su nombre era una súplica ronca.

Girándose, se apresuró hacia su coche, medio esperando que la siguiera y la detuviera.

Asustada de que lo hiciera.

Aterrorizada de que no lo hiciera.

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Mientras llegaba a su coche, lo vio, de pie junto al camión, como si estuviese tallado

en piedra. Viendo sin esperanzas mientras se iba, quizás para mejor.

Los pulmones adoloridos con un llanto duro, encendió el motor y avanzó por la curva.

No podía manejar el dolor de él y su confusión.

No cuando no podía manejar el suyo.

***

—Condenadamente caliente, cena y un espectáculo. —Frank se rió entre dientes,

mordiendo una hamburguesa fría y grasienta que había tomado de la tienda de

atención las 24 horas en la plaza.

Con su mano libre, levantó los binoculares desde el asiento del pasajero de su nuevo

vehículo, y observó divertido, como la rubia caminaba por la calzada, hacia el

Teniente imbécil y la delgada pelirroja, que en comparación a ella, parecía una mantis

religiosa. El par estaba jugando a ―aquí está el salame‖, mientras la furiosa rubia

llegaba hasta ellos, para la sorpresa de ellos y el deleite de Frank.

—Atrapado, idiota.

La rubia, Kat, según recordaba, llegó a ellos como un ángel de ira, y lo que sea que

haya dicho, tuvo a la pelirroja haciendo huellas, rápido. Luego, Kat procedió a tomar

una caña y carrete cercano, y a meterse en sus asuntos. Frank rompió a reír, casi

ahogándose con su hamburguesa. Whoa, debías amar el semen en una mujer. Él

nunca le había aguantado esa mierda a una puta suya, pero aun así. Ella le estaba

dando a Paxton diez clases de infiernos, lo que estaba bien para él.

Desvió la atención de Paxton siendo el aspirante a mierda del día, Frank cerró los ojos

cuando ella se retiró de la unidad y comenzó a alejarse.

Dejando su hamburguesa y los binoculares en el asiento, puso la jadeante furgoneta en

marcha y siguió a la pelirroja, decepcionado de tener que abandonar su puesto justo

cuando la acción comenzaba a ponerse buena.

Sin embargo, el beneficio, valdría el pequeño sacrificio. Tiempo para poner en marcha

el plan que se cocía a fuego lento desde que Paxton salió del gimnasio con una nueva

puta, y una visible erección de cuarenta metros.

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Tiempo de darle la lección al teniente, usando métodos mucho más personales. El fin

estaba cerca.

Quedaban dos movimientos en el tablero de juego.

La sequía de Frank había terminado oficialmente.

***

Halloween. El peor segundo día del año para las llamadas, justo después de año

nuevo. No lo sabrías, era un cambio en el turno para trabajar el Día de los Necrófagos

este año. Durante todo el día, el equipo había respondido a las llamadas. La mayoría

de ellas de chicos saltándose la escuela haciendo trucos estúpidos, que resultaban en

lesiones graves o daños materiales. ¿Quién quería sentarse y estar estancado en clases

en un cálido viernes, cuando podía estar fuera destruyendo cosas?

Esta tarde, las llamadas se habían disparado, incluyendo el viejo truco de una bolsa

con mierda de perro quemándose en el porche de un anciano, la cual atrapó la

modesta estructura de madera en llamas. Al menos habían apagado rápidamente las

llamas, y nadie salió herido.

A diferencia del desafortunado chico que había ido con sus amigos al cementerio,

saltando más allá de las lápidas, y se quedó frío por la caída de una estatua de mármol

de dos metros de la Virgen María. Su cerebro estaría confundido por una semana.

Algunos llamarían a eso justicia divina.

Encima de todo, Howard estaba viniéndose abajo con algo. Yacía de espaldas en su

cama, un brazo sobre sus ojos, pensando en que quizás sería demasiado esperar que

cada delincuente juvenil en Sugarland de pronto se sintiera cansado de causar estragos

y fuera a casa.

La dolorosa quemazón en su pecho se había vuelto peor en los dos días desde ―El

Incidente‖. La comida se convirtió en cenizas en su boca, apretó su estómago, así que

dejó de comer. Durante el tiempo muerto, entre llamadas y después de las tareas, los

chicos y Eve bromeaban como siempre, jugando a las cartas, o lo que fuera. Pero él no

podía enfocarse en nada que ellos decían. Su mente estaba atrapada en la niebla, su

cuerpo cargado de ladrillos.

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Naturalmente, todos estaban preocupados, tratando de hacerlo hablar. Incluso Sean

salió de su propia depresión, preocupado por su mejor amigo, y sin molestarse en

ocultarlo. El problema era, que Howard no tenía nada que decir.

Al menos no estaba teniendo pesadillas, porque debías dormir para poder tenerlas.

—¿Six-Pack? ¿Estás despierto?

Ahogando un suspiro, bajó su brazo y parpadeó a la oscuridad. Mientras sus ojos se

ajustaban, vio a Zack de pie en la penumbra del pasillo, arrastrando los pies. Nervioso.

—Para ti, seguro. ¿Qué estás haciendo?

—Yo, um, necesito preguntarte algo. En privado, antes de que Julian entre. —El joven

entró, las manos en sus bolsillos. Habló en voz baja, tensa—. Es importante.

Con sus males a un lado por ahora, Howard se sentó y encendió una lámpara,

haciéndole una seña a Zack para que se sentara. El hombre estaba rígido, los ojos

azules sombríos mientras tomaba asiento en el otro extremo de la cama. En un destello

de recuerdos, Howard recordó la misma vibra en su amigo el día de la fiesta de

cumpleaños de Bentley, y la nota mental que había hecho para hablar con Zack.

Nunca lo siguió, y ahora se sentía mal. Esperó, dándole tiempo al chico para que dijera

su línea.

—Necesito un par de días libres —dijo Zack, juntando sus manos frente a él, sus codos

en sus rodillas.

Howard se encogió de hombros.

—¿Eso es todo? Podemos cambiarlo.

—La próxima semana.

—Hmmm. Complicado, pero no imposible. —Miró a su amigo, especulando—.

Supongo que has llegado a esto por Sean.

La boca del joven colapsó.

—Con todo el debido respeto, el capitán no es exactamente receptivo a nada de lo que

yo digo o hago últimamente. No, no lo he hecho.

Oh, chico.

—¿Qué? ¿Tienes miedo de hablar con Sean? ¿Desde cuándo?

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—Estoy asustado de cualquiera, te garantizo que no es él. —La mirada de reojo y fría

de Zack que le dio a Howard, lo heló hasta los huesos—. Tengo algunas cosas de las

que ocuparme. Personales. Por esta vez, me gustaría evitar tomar su mierda.

¿Qué demonios estaba pasando?

—¿Qué clase de mierda?

—Hombre, si no lo has notado, no estoy diciendo muchacho. Ustedes dos son unidos,

y no iré ahí. Puedo soportarlo un poco más y rogar porque él lo una, porque la única

otra razón sería dividir nuestro grupo.

Howard pestañeó.

—¿Una queja formal? ¿Las cosas están tan mal entre ustedes?

—Y algo más. —Zack pasó una mano por su corto pelo oscuro, se quitó sus gafas, y

frotó sus ojos. Se veía tan casando como Howard se sentía.

—Mira, sólo necesito dos días libres la próxima semana. Rara vez pido permiso, pero

eso no significa que quiera arrodillarme para el capitán. No te estoy pidiendo que me

concedas el tiempo pasando por encima de su autoridad, sólo que allanes el camino

luego de que hable con él. Ayúdame a asegurarme de que esto suceda, porque tengo

que estar en otro lugar. No tengo opción.

—Suena terrible, amigo.

—Dios. —Dejó caer su cabeza, sus gafas colgando de una mano. Luego de un largo

silencio, murmuró—: He vendido mi casa.

—¿Por qué? —Frunció el ceño—. ¿Luego de que trabajaste como condenado para

conseguir el préstamo? Sólo has estado ahí por un año.

—Otra vez, no tengo opción. Y no puedo hablar sobre esto aún.

Juzgando por la actitud defensiva de Zach, no había nada que Howard pudiera decir

en este momento para ayudarle.

—Muy bien, lo que sea que necesites. Cuando estés listo para hablar…

—Lo sé. —Parte de la tensión desapareció de los hombros de su amigo—. Gracias Six-

Pack.

Zach se fue tan silenciosamente como había llegado. Tan pronto como Howard se

había sentado en su cama otra vez, su móvil vibró en la mesita de noche. Irritado,

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consideró dejarlo pasar, pero tenía la tenue esperanza de que la persona que llamaba

pudiera ser Kat. Muy tenue, basado en lo mucho que la había herido cuando había

aparecido de improvisto en su casa.

Nunca se perdonaría.

Agarró el móvil y lo abrió.

—Paxton.

—Tengo una buena amiga suya aquí, Teniente —susurró una voz baja—. Ella arderá

para ti una última vez, pero no en la forma que te gustaría.

—¿Quién es? —Sentándose, bajó las piernas al suelo. La persona que llamaba se echó

a reír, y su sangre se congeló.

—¿No te encantaría saberlo, chico? Aquí, perra —le gritó a alguien en el otro extremo

de la línea—. Dile a nuestro valiente gran héroe aquí que necesitas que te rescaten.

El grito de la mujer casi detuvo su corazón.

—¡Él va a matarme! ¡Oh, Dios, no permitas que me mate! ¿Qué estás haciendo?

Nooo… —Su voz se desvaneció, el teléfono se le soltó.

Oh, Dios, no.

—¡Kat! —gritó—. ¿Dónde está, hijo de puta?

—No hay rubias en el menú de esta noche, sólo pelirrojas. Por suerte para la dulce

Katherine. ¿No es verdad, zorra? —Al fondo, los desgarradores gritos de la mujer se

intensificaron.

Una pelirroja. Janine.

Se puso de pie, de forma inestable, y se tambaleó hacia la puerta.

—¿Dónde está ella? ¡Dímelo!

—Oh, es verdad. Ella significa menos que nada para ti, así que no lo recordarías. —

Luego de recitar una dirección, se burló—: Mejor te apresuras, Teniente. El reloj está

corriendo.

La comunicación se cortó. Howard corrió, gritando órdenes. Tommy y Eve salieron de

sus camas, adormilados y confundidos.

—¿Qué está pasando? —bostezó Tommy—. No oí la alarma.

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—No hubo ninguna. —Howard se detuvo. En pocas palabras, les soltó lo que estaba

ocurriendo—. Quiero a todo el mundo reunido, fuera de sus literas y usando su

equipo. ¡Díganle a Sean que tenemos que enviar una alarma completa por el radio y

notificar a la policía! ¡Necesitamos partir! ¡Ahora!

Corrieron hacia un desastre que él no podía haber conjurado, ni siquiera en sus peores

pesadillas. Mientras se apresuraba a salir por las puertas del garaje, la palma de su

mano aterrizó en las letras blancas y negras.

TODOS SE VAN A CASA

Pero no siempre.

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Traducido por andre27xl, SOS por Susanauribe y Little Rose

Corregido por Caamille

anine podría seguir viva.

El cerebro de Howard se entumeció ante la probabilidad de su asesinato.

Desesperadamente, se aferró a la esperanza de que quizás pudieran

encontrarla a tiempo. Aunque supiera en sus tripas que no era verdad.

No pienses. Sólo has tu trabajo.

Porque si se permitía pensar, tendría que enfrentar su rol como el guía del asesino

directo a la puerta de la casa de Janine. Su muerte era al final su culpa.

La victima podría haber sido Kat.

Él y Julian saltaron de la ambulancia, colocándose sus uniformes de SCBA,

encendiendo el aire. Sean, Eve y Tommy salieron de la máquina, encogiéndose en sus

tanques, dejando que las máscaras colgaran alrededor de sus cuellos. Zack tomó su

puesto al lado de la boquilla para conectar la tubería y hacer funcionar la manguera.

—Máquina 171 iniciando búsqueda primaria. Tres entrando —ladró Tanner en su

auricular al jefe de batallón y a todos los demás escuchando en olas de aire. Dos

compañías más de estaciones cercanas estaban en ruta.

—Sé malditamente cuidadoso —ordenó Eve, su expresión fiera. Mientras el RIC

tripulaba su turno, ella y Sean se mantendrían fuera en caso de que Howard, Julian o

Tommy se metieran en problemas.

Howard desenganchó la cámara de mano de imágenes térmicas de la correa de su

hombro mientras Julian tomaba la boquilla de la manguera, Tommy por detrás.

—¿Chicos, están listos para esto?

J

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—Estoy bien —dijo Salvatore y Skyler asintió.

Una mano enguantada se posó en el brazo de Howard, deteniéndolo. Sean sacudió su

cabeza, el borde de su sombrero oscureciendo sus ojos y nariz.

—Iré con ellos. Tú quédate y coordina, espera por el jefe de batallón y los otros.

—Uh-uh. De ninguna manera.

—Este bastardo animal quiere que entres, Howard. Esto no me gusta. Algo está mal.

—No hay tiempo para esto. —Palmeó a su mejor amigo en el hombro—. Estaré de

vuelta en un momento.

Él y Jules patearon la puerta delantera mientras las sirenas de las compañías de

sistemas de ayuda gemían en la noche, acercándose. Usando la cámara, se mantuvo

parado ligeramente tras Salvatore que iba primero y ayudó a guiar a tres de ellos a

través de la oscuridad. No tuvieron problemas sorteando el pasillo que llegaba a las

habitaciones, siguiendo el señuelo de las furiosas y retorcidas llamas hasta el último

cuarto, al final.

Entraron hacia el infierno. La cama era una antorcha, las llamas lamían el techo. Pero

la habitación no estaba completamente involucrada, el vidrio de la ventana estaba

intacto, lo cual significaba que el asesino había iniciado el fuego hace menos de dos

minutos y medio. El bastardo había esperado hasta que los escuchó entrar.

Luego la había matado.

En el centro una figura estaba tumbada, esposada a los postes de la cama. Una persona

tan irreconocible como su ex amante, la mandíbula abierta, congelada en un grito,

quemándose.

Muerta. Ella está muerta y es mi culpa. Jesús, Dios…

Cállalo. Haz tu trabajo.

Quitando la boquilla, Tommy atrás de él, Julian fácilmente controló la inmensa

presión de agua que de otra manera transformaría la manguera en una cosa salvaje y

viva. Dándole la vuelta a la corriente en la hoja, él mojó la cama, las sábanas, el techo.

Domando la bestia hasta su sumisión. Nada más podían hacer por una mujer que no

había merecido ese destino.

La culpa amenazó con hacer caer sobre sus rodillas a Howard.

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—Supongo que terminamos —dijo Julian, elevando la voz—. No envidio al maestro

del cri… ¿qué demonios?

—¿Qué es? —Dándose la vuelta, Howard pestañeó, viendo a través de la máscara y el

espeso humo para observar lo que Julian estaba viendo en la pared detrás de ellos.

Cuando su visión se aclaró, jadeó ante el mensaje iluminado por la linterna de

Tommy. Las letras rojas fosforescentes corrieron como si estuvieran escritas en sangre:

BOOM.

A pesar del aire sobrecalentado y agobiante de la habitación, su cuerpo se enfrió.

El reloj está corriendo.

El miedo pateó su corazón para que empezara a bombear a toda marcha.

—¡Salgan! —les gritó a sus compañeros—. ¡Vayan, vayan! —Sus hombres no

necesitaron ser mandados dos veces. Dejando caer su sección de la manguera,

corrieron fuera de la habitación, asumiendo que Howard estaba sobre sus talones.

Y lo hubiera estado, excepto que, santa mierda…

—¡Capitán, aleje a todo el mundo de la casa! ¡Tanner! —Nada más que la cortante

estática. Se detuvo, manipuló el micrófono en su hombro izquierdo de nuevo. La

maldita radio no estaba funcionando.

Corrió hacia la ventana y sin pensarlo, dobló su enguantado puño y lo sacudió a través

del vidrio tres veces, ignorando el dolor arremolinándose desde su mano hasta su

brazo. Inclinándose, gritó a través del recién formado hoyo hacia su sorprendido

equipo y hacia otros que habían llegado para asumir posiciones.

—¡Aléjense de la casa y cúbranse! ¡Háganlo ahora!

No había tiempo para explicaciones. Tenía que confiar en que actuarían como se los

había ordenado. Tenían que salir malditamente rápido de allí. Sin atreverse a mirar de

nuevo al carbonizado cuerpo sobre la cama, corrió tan rápido como pudo con su

voluminoso equipo. Salió por la puerta y corrió por el pasillo.

Probablemente era la idea del asesino, otro chiste enfermo, como la nota en la ducha.

Hacerlos escabullirse como ratas, reírse desde algún lugar cercano hasta que su equipo

se diera cuenta de que nada iba a suce…

La ensordecedora explosión golpeó su espalda con la fuerza de un fugitivo 747. La

explosión lo levantó sobre sus pies y lo lanzó a través de un espacio negro golpeado

con un fuego que lo alcanzó con sus mortales brazos para consumirlo. Su vuelo

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terminó abruptamente cuando chocó contra algo duro, lastimando su hombro derecho.

Rebotó y cayó, golpeado contra la esquina dura de una mesa que atrapó sus costillas

con un rápido golpe, antes de finalmente caer de lado en una lluvia de vidrios y

escombros.

Inmediatamente, intentó rodar sobre sus manos y rodillas, sólo para doblarse en

agonía y caer hundido boca abajo. Su brazo derecho no quería funcionar; con su

hombro dislocado. Su cabeza nadaba y el dolor en su lado lo apuñalaba como una

hoja afilada. No podía ver o escuchar una maldita cosa tampoco, excepto una

profunda oscuridad y un alto rugido en sus oídos. No podía moverse para alcanzar el

botón en su dispositivo de PASS para hacer sonar la alarma por ayuda. Dejando salir

una exhalación profunda, intentó gritar.

Pero nada salió excepto un ronco silbido, su esfuerzo fue premiado con un ataque de

tos. Un horror insípido se profundizó en su cerebro. Que Dios lo ayudara, su máscara

había sido arrancada de su cara. En su espalda, el bolso de aire colgaba de un lado, un

peso innecesario. Su garganta y pulmones quemaban, llenos de humo.

Ya que había estado sin moverse por demasiado tiempo, el dispositivo PASS en su

abrigo empezó a emitir un agudo gemido que hasta los muertos podían escuchar,

alertándole a su equipo su dirección.

Quédate tranquilo. Respira. Pero no tenía sentido. Sus extremidades estaban atrapadas en

cemento, sus pulmones pesados y llenos. Se estaba sofocando.

Muriendo.

—¡Howard!

Gracioso, el dolor se estaba desvaneciendo. Sólo fluyendo como la sangre de una

herida. Había escuchado que la muerte era sorprendentemente sencilla y supuso que

debía ser cierto.

—Sargento, ¿dónde está?

Excepto dejar a Kat. La tristeza lo inundó, con el remordimiento más espeso que el

humo empañando su vida. Deseaba tener tiempo para arreglar las cosas entre ellos.

Ganarse una oportunidad más con la dama que significaba todo para él.

No sé si pueda perdonarte, Howard. Alguna vez.

Decirle a ella que…

—¿Howard? Oh, Dios —gritó alguien—. ¡Está aquí!

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¿Sean?

Botas crujieron a través del desastre a su alrededor. Crudas maldiciones cortaron la

oscuridad. La presión del tanque fue removida de su espalda. Unas manos lo

voltearon, lenta y suavemente, sobre algo duro. Una camilla. Luego fue levantado, con

la sensación de estar volando mientras era sacado afuera. Hacia el frío aire de la noche

acariciando su quemada cara.

Y sin embargo, seguía sin poder respirar a través de sus pulmones.

Más sirenas. Docenas de ellas. Demasiado tarde.

Sintió que lo bajaban. Su abrigo fue abierto, su camiseta rota en dos partes. Una

máscara fue colocada sobre su cara, dedos apretaban su garganta, revisando en busca

de pulso.

—¡No está funcionando! ¡Entúbenlo, maldición!

—Vamos, viejo amigo, quédate con nosotros.

Con cada última onza de voluntad, intentó obedecer.

Y perdió.

—¡Dulce Jesús, no está respirando! Six-Pack, no…

Los gritos insistentes de sus amigos se desvanecieron en la nada.

Kat se despertó, sin estar realmente segura de que la habían sacado de un golpe de una

siesta provechosa. ¿Un ruido? Ella escuchó, sin escuchar nada excepto el bajo zumbido

del ventilador del techo sobre su cabeza.

Dios, aquí estaba haciendo calor esta noche, incluso desnuda. Qué raro. Normalmente

disfrutaba enrollarse en las cobijas.

O lo hacía hasta hace unos días, acurrucándose contra el cuerpo grande y cálido de

Howard. La autocompasión y la soledad la golpearon en el pecho. ¿Él también se

sentía solo? Quizás se había movido y se juntó con Janine después de todo y estaba en

camino de olvidar todo lo que habían pasado juntos estas últimas semanas.

Un grito distante le puso la piel de gallina y se sentó derecha en la cama, intentando

ubicar el sonido. El gemido creció y reconoció la cacofonía de sirenas, el bajo, repetido

bocinazo de las cornetas de las máquinas a kilómetros de distancia. Muchos vehículos

de emergencias dirigiéndose a alguna terrible tragedia. ¿Estaba Howard entre ellos?

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Tembló, su piel inestable. Odiaba ese terrible estrépito, siempre lo había odiado.

Significaba que la vida de alguien se había roto, quizás perdido.

Mientras el sonido se desvanecía una vez más, se acomodó en su cama de nuevo, ya

sin sentir calor. De hecho, estaba fría hasta los huesos.

El sueño no vino fácilmente, pero se las arregló para adormilarse un rato después,

agradecida de que fuera sábado y pudiera dormir hasta tarde. O así lo creyó, hasta que

un timbre persistente llenó su drogado cerebro. Gimió. Quien fuera que la estuviera

fastidiando tan temprano un sábado estaba muy muerto.

Rap, rap, rap. Pausa. Rap, rap, rap, rap.

Más fuerte. Ya no es un martilleo… alguien golpeando su puerta.

¿Podía ser?

—¡Oh Dios Mío!

Howard había aparecido después de un cambio de turno antes, cuando estaba molesto

y la necesitaba. ¿Quién más podría ser? Quizás quería defender su juicio. Hablar,

resolver las cosas. Maldito su traidor corazón, ella quería eso también. ¿Era muy

pronto para entregarse después de lo que él hizo?

Bueno, que casi hizo. Aunque el recuerdo todavía dolía como el infierno.

Saltando fuera de la cama, se deslizó encima una gran camiseta, se peinó su cabello

con sus dedos hasta someterlos, luego se dirigió hasta la puerta. No tenía idea de qué

decirle. Qué difícil iba a ser decir algo.

—Voy. —Viendo a través del mirador de la puerta, se congeló con asombro, luego

abrió la puerta. Parpadeando, miró la cara de Eve Marshall. Su rostro lleno de hollín y

sucio, brillaba con el sudor. La compañera de Howard llevaba pantalones reguladores

de la marina y un suéter SFD, el cual estaba casi tan sucio como su piel. La visita

estaba tan fuera de contexto, no entendía nada.

—¡Eve! ¡Qué sorpresa! ¿Cómo supiste dónde vivo?

—Agenda —dijo simplemente, con su voz cansada. Tensa—. ¿Puedo entrar?

—¡Oh! Claro. —Haciéndose a un lado, dejó que la otra mujer pasara—. ¿Esto es…

acerca de Howard?

—Sí. —Eve pasó una mano sobre su cara—. Kat…

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—Espera. Estás aquí para interferir, ¿cierto? Para decirme que está miserable, que no

puede vivir sin mí, blah, blah, blah. —Ella resopló con una risa ácida—. Bueno,

puedes decirle al chico del amor que puede morderse esa bala y enfrentarme como un

hombre.

—Kat.

—No es que esté interesada en nada que tenga que decir, ya sabes. Simplemente puede

quemarse en…

—Kat. —La boca de Eve temblaba, su voz agitada.

Kat puso su mano sobre su boca. Conocía esa mirada de lástima, la que siempre estaba

acompañada de un: ―Lo siento‖, ¿hay algo que pueda hacer? A decir verdad, lo había

sabido desde el segundo que vio a Eve parada en su puerta. El suelo se movió bajo sus

pies.

—¿Qué le sucedió? ¿Eve?

—Ha habido una explosión. Tres de nuestros chicos fueron heridos, pero Howard fue

atrapado directamente en el estallido.

Todas esas sirenas, penetrando la oscuridad. Una explosión.

—E-está muerto. —Dios, no por favor.

—No, pero está bastante herido. Para el momento en que Sean y Tommy lo sacaron de

los escombros, ya había inhalado mucho humo y no estaba respirando. —Eve sorbió

por la nariz, una lágrima escapándose de la esquina de uno de sus ojos—. El maldito

doctor no nos quiso decir una mierda.

Ver a esta mujer ruda e inconsciente llorar decía mucho acerca de qué tan malas eran

las heridas de Howard. Casi había muerto y no estaba fuera del campo, aún. Kat

nunca había estado más aterrorizada en su vida.

—Tengo que ir con él —susurró.

—Vístete y te llevaré.

—Está bien. —En un arrebato, dio un paso hacia adelante y envolvió a la otra mujer

en un abrazo—. Gracias por venir.

Luego de una breve vacilación, Eve regresó el abrazo, palmeando su espalda

incómodamente.

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—Mereces algo mejor que una llamada telefónica. Six-Pack te ama, incluso aunque no

lo haya dicho. —Retrocediendo, le dirige a Kat una llorosa sonrisa—. Lo he conocido

por muchos años y nunca lo he visto tan abatido. Tienes a tus pies al chico grande,

novia.

—Sí. Está tan enamorado, lo pillé a punto de penetrar a otra mujer tres días después de

que rompimos.

—Oh, ouch. —Eve hizo una mueca—. ¿Qué tenía para decir?

—Que había cambiado de opinión y la iba a mandar a su casa. Bajo las circunstancias,

¿qué más podría decir?

—Te estaba diciendo la verdad —replicó Eve—. Howard es el hombre más honesto

que conozco. Si hubiera intentando tener sexo, incluso te lo hubiera admitido en tu

cara. Incluso aunque eso hubiera roto tu corazón, te lo hubiera dicho, porque él nunca

se esconde detrás de las mentiras.

—Está bien —dijo lentamente Kat—. Dado cuán bien conoces a Howard, te creo. Pero

él iba a tener sexo con alguien más, antes de que su conciencia interviniera. ¿No

puedes entender cuán duro es solamente olvidarlo?

—Mejor de lo que sabes. Supongo que la pregunta ahora es si crees que por su amor

vale la pena luchar.

Esas palabras y el recuerdo de Howard rogándole para que no fuera a perseguirla

mientras se dirigía a la habitación. Si él no sobrevivía, ¿moriría pensando que ella no lo

amaba lo suficiente para superar su crisis? ¿Para ser paciente y apoyarlo, ayudarlo a

asesinar sus demonios internos, a pesar de su resistencia?

¡No! Lo lograría, y ella no lo dejaría solo y herido en un momento tan necesario. En

cinco minutos, Kat se había vestido con vaqueros, zapatillas de deporte y una camisa

de algodón manga larga.

En el camino al hospital, comenzó a analizar lo que Eve le había dicho sobre la

explosión. Y lo que ella no sabía. Una terrible sospecha se formó.

—¿La explosión fue intencional?

Las delgadas manos de la otra mujer se tensaron en el volante.

—Sí. De acuerdo con los policías, un artefacto casero había sido puesto en la

habitación de la víctima.

—¿Habitación? ¿Hubo un asesinato de cortesía del bastardo que atormenta a Howard?

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—Correcto —escupió Eve, su odio contra el desconocido monstruo—. Esta vez llamó

a Howard a su teléfono móvil, puso a la mujer en la línea. Six-Pack tuvo que

escucharla gritar por ayuda, sabiendo que no había una jodida cosa que pudiera hacer.

—¡Dios mío! ¿Quién era? —Sabiendo la ira impotente que debió haber sentido, ella

suspiró por él.

—Ninguna pista. Él tiene muchas preguntas que responder cuando despierte.

Cuando, si es que lo hace. Ese mantra la mantuvo cuerda el resto del viaje. Mientras

Eve se estacionaba en el aparcamiento, recordó los otros que estaban heridos.

—¿Quién más está herido? ¿Están todos bien?

—Dios. —Eve dejó escapar una respiración, poniendo un rizado mechón de su oscuro

cabello detrás de su oreja—. Sean y el jefe del batallón fueron lanzados al suelo, pero

ambos son muy vigorosos para resultar heridos. Especialmente Sean. Zack fue lanzado

hacia atrás a un lado del camión. Terminó sin aire, algunos puntos y moretones. Julian

sufrió más. Salió arrastrando su culo después de Tommy, justo cuando la casa volaba.

Agarró una tabla en la parte trasera de su cabeza. Golpeó tan duro que su casco se

rompió.

—¿Está bien? —A ella le gustaba Julian, incluso si había flirteado con su hermana. Se

preguntó cómo tomaría la noticia Grace.

—Lo dejó frío. Soportó una desagradable contusión y estaban hablando sobre que

pasara la noche. Él se recuperará, gracias Dios. —Eve aparcó, apagó el motor.

—Bien, estoy agradecida. ¿Y tú y los demás?

—Tommy dijo que Julian vio un mensaje pintado con aerosol en la pared, y Howard

les gritó que salieran. Howard golpeó la ventana de la habitación y gritó para que se

protegieran, así el resto de nosotros éramos capaces de evacuar antes de que la casa

explotara.

Y ahora Howard podría estar muerto por su sacrificio.

En la sala de espera de Emergencias, encontraron al resto del equipo.

—Ve a casa, Knight —Sean estaba diciendo—. Te haremos saber cómo van, lo

prometo.

—No puedo hacerlo, Capitán.

—Casi te rompes la espalda, ¡joder! Te necesitamos saludable.

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—Estoy bien. —Zack se volteó y notó a la mujer. Eve le dio un feroz abrazo, lo cual

dibujo un ceño fruncido en Sean. Aclarando su garganta, Zack hábilmente cambió el

tema—. Kat, es bueno volver a verte, aunque desearía que no de esta manera.

—Yo también —dijo entrecortadamente—. ¿Alguien ha escuchado noticias sobre

Howard?

—El doctor finalmente apareció hace unos minutos —dijo Sean, pasando una mano

por su cabello oscuro—. Él ha sido ascendido de crítico a en observación, pero estable.

Lo están tratando por inhalación de humo, lo cual es definitivamente la peor de sus

heridas. Sus pulmones están en una áspera forma, pero él no cree que haya daño

permanente.

Las rodillas de Kat se volvieron débiles.

—Oh, gracias al Señor.

—Y todos sus ángeles. Casi lo perdemos. —Sean dejó escapar un suspiro—. Sus otras

heridas son menores en comparación. Un corte superficial de seis pulgadas

comenzando en su mano derecha y subiendo por su brazo por destrozar la ventana.

Sin puntos, gracias a sus guantes y abrigo.

—Hombre, si no lo hubiera hecho eso, Eve podría estar frita —dijo Tommy—. Ella

estaba parada, como, junto a la casa. —Una ronda de consentimientos por la valentía

del teniente siguieron.

Cuando los murmullos se calmaron, Sean continuó.

—También tiene una contusión leve, un hombro dislocado, una costilla rota, y

moretones por su costado izquierdo. Después de una semana o dos de reposo, estará

como nuevo. Teniendo todo en cuenta, fue jodidamente afortunado.

Sí, lo fue. Todos lo habían sido. Si Howard todavía quería una segunda oportunidad,

ella estaba lista para tratar por los dos. Él la necesitaba, y ella planeaba asegurarse de

que descansara y que cuidaran de él.

—¿Cómo está Julian? —Eve le preguntó a Sean.

—Despierto y adulando a las enfermeras. —Sean finalmente sonrió levemente, y el

efecto suavizó su severas facciones. Lo hizo parecer casi apuesto—. Creo que ya ha

hecho una cita.

El grupo se rió con poco entusiasmo, manteniendo su voz baja. El alivio por sus dos

hermanos caídos era palpable, pero nadie quería celebrarlo todavía.

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Kat estaba inquieta, mirando alrededor. Había estado tan molesta que no había notado

a varios pequeños grupos de hombres, algunos oficiales de policía, algunos en

reglamentarios pantalones azul marino y camisa. Estos en uniforme eran del turno-B,

supuso, parados ahí esperando por noticias sobre Howard y Jules, por una llamada, lo

que sea que viniera primero.

No vio al detective Ford, y se preguntó si ya había estado aquí. Si era así, él tendría

que volver para hablar con Howard sobre el último asesinato, el cual se había

intensificado en un intento de muchas vidas inocentes.

De repente ansiosa, puso una mano en el brazo de Sean.

—¿Puedo verlo?

—Pronto. Bentley y Georgie están turnándose para sentarse a su lado hasta que

despierte. —Sean cubrió su mano con la suya, con sus ojos verdes cálidos y

comprensivos—. No te vayas muy lejos. Sé que preguntará por ti apenas pueda.

Las horas pasaron mientras los policías tomaban datos para informes, y luego se

fueron. El detective Ford iba y venía, prometiendo volver a pasar para hablar con

Howard. El equipo recibió una llamada y tuvieron que irse, y no habían logrado

volver. Un grupo de gente entraba y salía, algunos a quienes Kat había conocido en la

fiesta de Bentley, todos apoyaban a la familia.

Raro, pero nadie había aparecido a reclamar a Julian. ¿No tendría parientes ni alguna

amiguita preocupada?

Todo el tiempo, se sentó en un rincón de la sala de espera junto a Eve y Zack,

midiendo esta nueva conexión de su amistad como si fuera de toda una vida. Se sentía

tan fuera de lugar. Innecesaria. Estas personas habían conocido y amado a Howard

por años; ella sólo unas semanas.

¿Y si él no quería verla? ¿Qué derecho tenía a quedarse? Quizás debería llamar a Grace para

que pasara por ella.

—¿Kat? ¡Gracias a Dios que estás aquí! —Apresurándose hacia el área de espera,

Georgie se lanzó hacia Kat con mucho entusiasmo y la abrazó—. ¿Cómo estás

querida? ¡Si hubiera sabido que estabas aquí te habría hecho compañía!

Para una chica tan pequeña, tenía un abrazo de hierro y una voluntad que hacían

juego. ¿Su hijo casi había muerto y se preocupaba por el bienestar de Kat?

—Estoy bien, ¿qué tal tú y Bentley?

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Liberándola, Georgie le sonrió.

—Podría ser peor. Tenemos a nuestro hijo, y en este momento eso es todo lo que

podemos pedir. Bueno, eso y la cabeza de cierto lunático colgada de un poste.

Kat intentó no sonreír. La situación no era ni de lejos graciosa, pero Georgie era una

increíble persona. Kat esperaba poder llegar a conocerla mucho mejor.

—Estoy de acuerdo. La policía atrapará al monstruo, y cuando lo haga, nunca volverá

a salir de prisión.

—Tienes razón. Mientras tanto, mi hijo te necesita —declaró—. Ha estado diciendo tu

nombre por diez minutos, pero su padre y yo no logramos que despierte. Lo han

trasladado a un cuarto privado. ¿Te molestaría si nos tomáramos un descanso mientras

tú lo acompañas?

¡Sí, al fin! Ella apretó las manos de Georgie.

—Me encantaría. En realidad, he estado esperando la oportunidad de poder ver que

estará bien.

—Ahora lo estará —dijo la mayor con un brillo especial en los ojos.

Reprimiendo su oleada de culpa por pasar por arriba de los compañeros de Howard

para verlo, siguió las indicaciones de Georgie hacia su cuarto, y golpeó suavemente.

—Pase. —Bentley se puso de pie para recibirla, con el rostro aliviado. Después de

abrazarla con fuerza, dijo—. Gracias por el apoyo. Georgie y yo queríamos estar

cuando despertara, pero tenemos que descansar. Mi esposa necesita comer algo antes

de que se desmaye.

—No es nada —dijo asintiendo—. Ustedes vayan. Seguro que estará bien.

—Sí, de cualquier manera, no creo que desee ver mis arrugas al despertar. —La miró

examinándola con el mismo gesto que tenía Howard—. Volveremos.

—Tómense su tiempo.

El momento de la verdad. El pecho se le tensó de la ansiedad, dejó que su mirada

vagara por el gran hombre en la cama. Incluso de espaldas e inconsciente, llenaba el

lugar con su presencia. Sus hombros casi ocupaban todo el ancho de la cama, y sus

piernas estaban de costado para que sus pies no sobresalieran por el borde de la cama.

Se movió hacia la izquierda y lo estudió, incapaz de contener las lágrimas. Una

máscara de oxígeno cubría parte de su cara, la pequeña cinta de tela marcaba con

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fuerza su mejilla. Su brazo derecho estaba en un cabestrillo, con las heridas vendadas,

y la piel visible y púrpura. Ella sólo podía imaginar lo mal que estaría el resto de su

cuerpo.

—Oh cariño —susurró, tomando asiento en la silla ahora desocupada. Estirándose,

apoyó el brazo en su almohada y le acarició el cabello. Seguramente le dolía

muchísimo, por dentro y por fuera—. ¿Por qué te hizo esto a ti?

Siguió pasando suavemente sus dedos por ese pelo tan hermoso. Tenía que tocarlo, y

éste era el único lugar donde sabía con alguna seguridad que no le haría daño. Sus

respiraciones forzadas sonaban horribles, todas pasaban por su pecho con mucha

dificultad.

Howard volvió la cabeza hacia ella al sentir el toque, con los ojos aún cerrados

moviéndose.

—Cariño, ¿me oyes? Vamos, abre tus ojitos para mí.

Sus pestañas temblaron, y se abrieron. Parpadeó hacia ella, desconcertado por no

reconocer el lugar. Al menos no enseguida.

—Hey. —Sonrió ella, aunque hizo una mueca al notar cómo sudaban las mejillas de

él. Con cuidado con su intravenosa, le tomó la mano—. Estás en el hospital.

¿Recuerdas qué pasó?

Volvió a parpadear, haciendo un esfuerzo obvio para procesar lo que ella le decía. Su

mirada en blanco la confundió, y frunció el ceño. Su voz grave salió apenas como un

susurro.

—¿Kat?

Sonaba horrible, como si tuviera la garganta cubierta de arena.

—Shh, no hables. Sólo asiente o aprieta mi mano. ¿Recuerdas el incendio de anoche?

¿La explosión?

Por casi cinco segundos quedó helado, estudiando sus manos entrelazadas, luchando

por comprender lo inentendible. Luego su mirada cayó en la de ella y el horror brotó

de él.

—Los… otros…

—Tu equipo está bien —le aseguró—. Julian tiene una contusión, pero ya lo han

dejado ir a casa con alguien que lo cuide esta noche. —Pensó en la hispana que había

aparecido a buscar a Salvatore. Cuidar. Seguro.

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Realmente esperaba que Grace tuviera más sentido común para involucrarse con un

jugador.

Howard cerró los ojos, exhalando. Pero cuando volvió a abrirlos, el estrés se hizo

visible.

—Ella… murió.

—¿La víctima? Lo sé querido —dijo en voz queda intentando sonar fuerte por él—.

Eve me dijo que ese idiota llamó a la estación, y lo siento muchísimo. No podrías

haberla salvado amor. Él no te habría dejado.

Tragó con fuerza mientras buscaba cómo expresarse.

—Mi culpa.

—No, no lo es. No podrías haber predicho a qué mujer al azar va a tomar. Él…

—No al azar. Janine.

Kat lo miró, asombrada por cómo ese nombre caía entre ellos. Y por su expresión,

llena de angustia y culpa.

—Estás diciendo…

—Mató a Janine. —Volvió el rostro avergonzado y destruido—. Ella murió… por mi

culpa.

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Traducido por Niii

Corregido por majo2340

abía sólo una razón de la que Howard creía debía estar agradecido por no

haber muerto, y estaba sentada a su lado. Sosteniendo su mano. Prestándole

su silencioso apoyo, amor brillando en sus hermosos ojos de gata verdes.

Una devoción que él no merecía.

El dolor, sin embargo, sí le correspondía. Con creces. Dolor hundiéndose

profundamente en sus huesos, mucho más allá de lo físico, a través de su cuerpo

herido casi por completo. Su garganta estaba en carne viva, sus pulmones tan pesados

que sentía como si estuvieran llenos de plomo. El sólo hecho de girar su cabeza lo

mareaba, olvida el intentar moverse. Músculos que no sabía que poseía gritaban en

protesta ante la más ligera contracción. Todo eso era sólo para comenzar, y aun así

nada de esto importaba.

Porque él estaba vivo, y una mujer inocente no.

Bien podría haber asesinado a su anterior amante él mismo.

—No puedes culparte por su muerte —insistió Kat—. Pudo haber sido cualquiera.

Ignorando su protesta, se sacó la irritante máscara de oxígeno, dejándola colgar

alrededor de su cuello.

—Podrías haber sido… tú.

Estaba temblando en su interior. Volviéndose loco. Gracias a Dios el asesino no había

escogido a Kat, aun sabiendo que probablemente ardería el infierno por preferir una

vida humana por sobre otra. Por sentir un alivio tan abrumador que había despertado

H

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para ver el dulce rostro de Kat cerniéndose sobre el suyo en preocupación. Porque el

bastardo no había arrancado cruelmente a esta mujer de su lado.

La mujer que amo.

Dios nos ayude, la amo.

Cuidadosamente, ella ahuecó el lado izquierdo de su cara, y acarició con un pulgar

una áspera mejilla.

—Silencio, te dije que no intentaras hablar. Estoy aquí y estoy bien, Teniente. Y no me

iré a ninguna parte a menos que así lo quieras.

Jesús, cómo deseaba poder creer eso. Confía en una mujer, y ella arrancará tu corazón.

Ámala —o a cualquiera— demasiado, y se irá. Tarde o temprano.

Así que optaría por el tarde, porque no era lo suficientemente fuerte para hacer lo que

era mejor para Kat y observarla salir por la puerta una vez más. Fuera de su vida y

lejos del peligro que lo acechaba.

Una cuestión vital, sin embargo, estaba pendiente entre ellos.

—No iba a acostarme… con Janine. Sabía que estaba mal… Cambié de idea. Si tú

no… me crees… nada de lo que diga importará. —Tragó con dificultad. El ardor en su

pecho y garganta ya no era solamente debido al humo—. Si ha perdido tu confianza…

no tenemos nada en dónde construir nuestra relación.

Funcionaba en ambos sentidos, y la ironía de pedir lo que él tenía problemas para dar

no le pasó por alto.

La mirada herida en sus ojos fue rápidamente reemplazada por determinación. Cuadró

sus hombros, cautivándolo al igual que una mariposa con su conocedora mirada.

—Te vi comenzar a alejarte antes de que interrumpiera, e incluso si no hubiera visto,

creo en que estás diciéndome la verdad. Pero sí le permitiste seguirte a casa con todas

las intenciones de tener sexo.

—Sí. —Había estado completamente asustado, pero no tenía sentido el intentar

justificar sus acciones.

—Bien, yo quería honestidad, ¿no es así? —Su triste sonrisa rompió su corazón en un

millón de pedacitos sangrientos.

Le tomó la mano de nuevo.

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—Bebé, lamento haberte lastimado. Nunca más… lo prometo.

—La gente suele lastimarse, Howard —dijo ella, entrelazando sus dedos—. No es

realista pensar que podemos seguir por el resto de nuestras vidas, todo sol y rositas, sin

tener que trabajar jamás en nuestra relación. Por mi parte, te amo lo suficiente como

para aguantarlo.

—Yo… ¿Qué? —Muró su cara serena mientras ella estudiaba su reacción, hermosos

ojos verdes mirándolo por debajo de pestañas leonadas. Una mujer en paz, ahora que

había dicho las palabras en voz alta. Tenía que escucharlo de nuevo, para estar

seguro—. ¿Qué dijiste?

—Te amo, Howard Paxton. —Sus sensuales labios carnosos se inclinaron hacia

arriba—. Lo he sabido desde día que salvaste a esa bebé en el río. ¿Cuán lejos y rápido

vas a correr ahora? Oh, espera. No puedes correr a ningún lugar por el momento —

bromeó.

Su mente daba vueltas. ¿No acaba de admitir para sí mismo que la amaba? Escucharla

diciéndolo en voz alta… guau.

—Kat, yo… yo…

¿Cómo podían dos pequeñas palabras hacerlo sentir como un rey y asustarlo tanto al

mismo tiempo?

Sabía cómo. Hacer que ella lo entendiera significaba darle lo que ella necesitaba y

merecía… todo de él. Su corazón. Su confianza.

—No tienes que decir las palabras. —Ella vaciló, pareciendo insegura—. Si quieres que

me vaya.

—No —jadeó, con un hilo de voz—. Era miserable sin ti. Te necesitaba. He sido un

solitario durante toda mi vida, bebé. Nunca he tenido que compartir con nadie más,

pero… estoy aprendiendo. Contigo, lo quiero todo. Por favor no… me dejes otra vez.

—Hmmm, bastante persuasivo. —Le dio una pequeña sonrisa—. Muy bien, me

quedaré. —Inclinándose hacia él, presionó un beso sobre sus labios. Suave y dulce.

Sus pechos llenos le rozaron el pecho a través de la camiseta de algodón rosa de

mangas largas que usaba. Su ingle se movió y él gimió por la tentación que no podía

permitirse. Ella se retiró y él inclinó su cabeza, captando de reojo la agradable forma

en que su apretable trasero redondo, se llenaba los vaqueros desgastados.

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Se acomodó en su silla, y obligó a su mente y a su erección insatisfecha a alejarse de

las ideas lujuriosas.

Le había dado otra oportunidad, la mereciera o no. Gracias a Dios.

—Quiero hablarte de mis pesadillas. Sobre mi pasado, cualquier cosa que quieras… —

Su voz se desvaneció. Luchó por terminar la frase, pero no tuvo éxito.

—Oh, mira lo que has hecho —lo amonestó, sin un calor real. Pasó los dedos a través

de su cabello, masajeando su cuello cabelludo—. Puedes contarme todo cuando

lleguemos a casa, ¿está bien?

Asintió. A casa. Con Kat. Jesús, sus dedos se sentían fantásticos. Sus párpados se

volvieron más pesados. Estaba tan cansado.

Espera un segundo. Sus ojos se abrieron completamente cuando una idea inquietante

se le ocurrió. Obviamente él no iba a salir de ahí en uno o dos días más. ¿Quién

protegería a Kat?

—¿Cariño, qué va mal?

De alguna forma, empujó las palabras más allá de su garganta quemada.

—¿Dónde… te estás… quedando?

—No te preocupes, me quedaré aquí hasta que las enfermeras me hagan ir a casa,

luego iré a dormir a casa de mis padres. Grace me ofreció quedarme en su

apartamento, pero Nashville está a veinte minutos de distancia y no quería estar tan

lejos de ti. Además, con Joan y Greg quedándose ahí mientras su casa está siendo

reparada, tengo una casa llena de gente para protegerme.

—La policía…

—El detective Ford mencionó algo sobre tener una patrulla en tu casa y la de mis

padres. Pasará por aquí más tarde, cuando te estés sintiendo mejor. Duerme, cariño. —

Suavemente, volvió a colocarle la máscara de oxígeno.

Soltando un suspiro, se dio por vencido. Tenía a Kat de regreso, haciendo que su

mundo fuera casi perfecto.

Y lo sería, tan pronto como enviara a un asesino lunático al infierno.

***

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Kat revolvió una olla de sopa de tortilla de pollo en la estufa de Howard, pensando que

los bomberos eran pésimos pacientes. Especialmente cuando comenzaban a sentirse

mejor y querían esforzarse demasiado pronto. Sin importar cuántas veces lo dejara

cómodamente acomodado en el sofá con órdenes de descansar, él terminaba

siguiéndola alrededor de la casa como si tuviera miedo de que fuera a desaparecer.

Lejos estaba la horrible forma en la que había estado cuando lo había traído a casa

desde el hospital el martes. Tan molesto como podía ser tener una sombra permanente,

prefería mil veces al Howard cerniéndose constantemente sobre ella, por sobre el

silencioso y deprimido Howard cualquier día. Justo cuando había comenzado a

preocuparse seriamente por su falta de apetito, había comenzado a recuperarse.

Ahora, una semana después, todavía no hablaba mucho, pero sus ojos marrones

habían perdido su tinte opaco y la había estado observando con un inconfundible

calor. Un enorme, hambriento león esperando por abalanzarse en el segundo en que su

cuerpo cooperara.

—Mmm, algo huele bien.

Hablando de… el diablo se inclinaba sobre su hombro bueno contra la entra de la

cocina. Incluso con un brazo en un cabestrillo, sin camisa, y cubierto de moretones

multicolores, usando nada más que pantalones de chándal grises bajos en sus caderas,

se veía lo suficientemente delicioso como para hacer que una monja reconsiderara sus

votos. Sostuvo en alto una cucharada de sopa picante y de buen aroma.

—¿Quieres probar?

—Por supuesto.

Separándose de la pared, cruzó la corta distancia que los separaba y la obligó a girarse

hacia él. Ella chilló, dejando caer la cuchara de madera a la olla, y se encontró

apoyada en el mostrador. Presionada con firmeza contra seis pies y medio de hombre

excitado.

Invadida. Qué palabra más perfecta para expresar cómo se sentía con su lengua

deslizándose en su boca, su mano izquierda deslizándose hacia abajo para desatar sus

pantalones de cordón, y deslizarlos por sus caderas. Sus dedos rozaron los rizos entre

sus muslos, encontraron el capullo de su clítoris para frotarlo con círculos perezosos.

—Eso es, mi ángel. Ábrete para mí.

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Un aumento de humedad mojó su sexo, sus dedos indagadores. Puro placer derritió

sus miembros.

—Eres la única mujer para mí, por siempre. Déjame entrar, dulce Katherine.

Ella envolvió sus brazos alrededor de su cuello.

—Soy toda tuya.

—Aférrate a mí —gruñó, envolviendo su brazo bueno alrededor de su cintura. La

levantó para sentarla contra el mostrador y tiró de sus pantalones fuera de sus piernas.

—¡Vas a empeorar tus lesiones! —La superficie se sentía fría bajo su trasero desnudo, y

se retorció.

Bajando más sus pantalones sobre sus muslos, él separó sus rodillas y se quedó de pie

entre ellas. Su sexo proyectándose hacia su apertura, grueso y duro. Listo para tomar

lo que le pertenecía.

—Deslízate hasta el borde. Buena chica. Ahora envuelve esas fantásticas piernas

alrededor de mi cintura y aguanta.

Dios, ella amaba este lado dominante suyo. Le encantaría cambiar roles con él alguna

vez y tenerlo rogando por piedad… en la ducha o fuera de ella. En este momento, él

era imparable. Oh, sí.

Al instante siguiente, estaba en su interior, enterrado profundamente. La sostuvo tan

cerca como le era posible con su brazo derecho en el cabestrillo entre ellos. Totalmente

conectados.

—Siente esto —murmuró—. Siénteme. Sólo tuyo, bebé.

—Sí. —Ella entrelazó los dedos en su cabello—. Mío.

Su suave afirmación se encontró con un gemido. Apretando su agarre, él comenzó a

embestir con movimientos largos y seguros. Incrementando su velocidad hasta que se

presionó en ella duro y rápido. Llevándola más y más alto, un huracán grado cinco

devastando sus sentidos. Desgarrándola desde el interior de la manera más deliciosa.

Primitiva. Cruda.

La presión se construyó en su seno, las llamas lamiendo su sexo se expandieron hacia

sus miembros. Sintió que su cuerpo se derretía, y el temblor comenzó. Su orgasmo,

conduciéndose hacia el precipicio de la detonación. Sin frenos.

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Su orgasmo la destrozó y oyó su grito de felicidad desde muy lejos mientras se aferraba

a sus hombros. Su canal pulsando alrededor de su polla, tan bien. Tan correcto.

—¡Sí, ángel… oh, Dios!

Con un grito ronco se unió a ella, hundiéndose lo más profundo posible, derramándose

en su interior. Su eje sacudiéndose, bombeando por varios momentos mientras

flotaban suavemente de regreso a la tierra.

—Guau. —Ella le dio una sonrisa temblorosa—. Estuviste fantástico.

—Estuvimos fantásticos —le corrigió, besando su nariz—. Aunque es probable que te

aburras de que salte sobre ti en lugares inusuales.

—No es posible. Salta sobre mí cuando tu corazón te lo diga, hasta que te quedes sin

lugares.

Howard ladeó la cabeza, una de las esquinas de su sexy boca levantándose.

—Eso va a tomar un largo, largo tiempo. La eternidad, de hecho. Sólo para advertirte.

La eternidad.

Contigo, lo quiero todo.

No exactamente la palabra ―amor‖, pero malditamente cerca. Grandes avances para

un solitario como Howard.

Mientas tanto, ella necesitaba aprender qué lo movía.

Deslizándose fuera de ella, subió sus pantalones y olfateó la olla de sopa cocinándose a

fuego lento.

—Demonios, estoy hambriento.

Riendo, le dio un suave manotazo en el brazo bueno.

—¡Hombres! Comida y sexo. Y aquí estaba yo, preguntándome qué te movía.

Parpadeando, la miró, la imagen viva de la inocencia.

—¿Es que hay más?

—¡Humph! No hay más encuentros clandestinos para ti, amigo.

Él le disparó una sonrisa satisfecha, deslizó una mano por el interior de su muslo

desnudo y ella tembló con anticipación.

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—¿En serio?

Muy bien, así que ella pasó la siguiente hora convirtiéndose en una gran mentirosa,

saciando un tipo de hambre distinta. Pero, oh, qué hora.

Su lujurioso bombero le daba a la palabra sobremesa un significado completamente

nuevo.

En el que no se requería ensalada de fruta.

Más tarde, ella y Howard descansaban en su azotea, disfrutando la soleada tarde de

domingo y la compañía del otro. Había algo en el aire, no estaba lo suficientemente

frío como para hacerlos ir al interior, pero sí lo suficiente para indicarles que Acción de

Gracias estaba a sólo tres semanas de distancia.

Howard había exagerado y se había llevado al límite, sus movimientos rígidos luego de

su mini maratón. Luego de su almuerzo tardío, de había dejado caer con cautela en la

tumbona acolchada con un agradecido gemido, y no había dicho mucho desde

entonces. Parecía cansado y demacrado. Pensativo.

—Lamento que Bentley te haya puesto en licencia por tiempo indefinido —dijo. El jefe

había entregado esas malas noticias en persona esta mañana.

—No tuvo elección. Mi presencia estaba colocando a todos los demás en peligro. —

Sus palabras indicaban un hecho, pero su tono expresaba lo mucho que lo odiaba. Se

quedó en silencio otra vez.

Kat no presionó. Había cometido ese error antes, y no era uno que planeara repetir.

Todas las cosas buenas le ocurrían a aquellos que esperaban.

Razón por la cual lo miró sorprendida cuando él finalmente dijo:

—Me gustaría contarte lo que recuerdo sobre mí pasado… y las pesadillas.

Debido a lo mucho que deseaba saberlo, su propia respuesta la sorprendió incluso más.

—Cariño, no tienes que hacerlo. Fui egoísta al presionarte cuando no estabas listo.

—No, tenías razón. Necesito hablar con alguien en quien confío, y esa persona eres tú,

ángel. —Extendió su mano. Ella la tomó, y enorme palma se tragó la suya.

Al fin. Estaba preparado.

—Si estás seguro…

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—Lo estoy. —Estudiándola desde debajo de sus espesas pestañas, comenzó, con voz

suave—. ¿Viste alguna vez esa película de terror Destino Final?

—¿Esa en la que un grupo de adolescentes escapan de la muerte, y esta los caza uno

por uno? Buena para un poco de emoción barata una noche de cine, pero demasiado

inverosímil.

—¿Lo es? —Miró por sobre el patio, su mirada lejana. Perdida en el pasado que nunca

había querido recordar—. ¿Qué pasa si todos tenemos establecido un cierto camino,

uno que no podemos cambiar? Tal vez es verdad que puedes correr, pero no puedes

ocultarte de tu destino.

—No creo en las supersticiones y tú tampoco. —Frunció el ceño, no gustándole a

dónde se dirigía con esto.

Él se encogió de hombros.

—No se oye tan estúpido para mí ahora a como se hubiera oído hace un par de meses

atrás. De cualquier forma, me refería a ello más como una metáfora.

Una perturbadora, pero se abstuvo de interponer su opinión. Mientras él organizaba

sus pensamientos, los únicos sonidos eran las hojas cafés colgando de los árboles,

atrapadas por la brisa antes de flotar hacia el suelo, y un pájaro ocasional.

—Cuando Bentley decidió que era lo suficientemente mayor para manejas las

respuestas a mis preguntas, me dijo que había sido uno de los peores casos de abuso

infantil en la historia de Tenesse —dijo, a bocajarro.

—En base a lo que me has dicho sobre tu padre golpeándote y abandonándote en el

bosque, no me sorprende. —Enferma en nombre de Howard, pero no sorprendida. Un

repentino, horrible pensamiento se le ocurrió, y jadeó—: ¡Y yo te golpeé con la caña de

pescar! ¡Howard, lo siento tanto! Lo juro, nunca había hecho nada como eso en mi

vida. No quise recordarte…

—No lo hiciste —le aseguró con una sonrisa triste—. Ni por asomo. Tu swing es un

poco débil, cariño. Además, estaba demasiado avergonzado por toda la situación

como para hacer la conexión. En cierto modo lo vi venir.

Viéndolo en retrospectiva, no había ninguna excusa para lo que había hecho, por muy

molesta que hubiera estado. Su pérdida de control la sacudió de nuevo, especialmente

dada su historia. Pero si él estaba dispuesto a dejar eso atrás, también lo estaba ella…

con un voto de nunca descargar su ira sobre él ni en nadie más.

Desestimando su preocupación por el incidente, continuó:

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—De cualquier forma, tengo un par de recuerdos claros de la rabia de mi padre, pero la

mayoría de lo que recuerdo tiene una calidad de sueño, como si le hubiera sucedido a

alguien más. O mi mente embelleció el terror en el que nos sometió a mí y a mi madre,

y formó su propio guión para llenar los espacios en blanco.

—Eras muy joven, por lo que no es una suposición poco razonable. ¿Qué estás seguro

de recordar?

—Mi mamá gritando mientras mi padre me sujetaba y me obligaba a beber algún tipo

de limpiador debajo del fregadero de la cocina. Cómo la cosa ardía y vomitaba por

horas, y él me golpeaba por haber hecho un desastre. Otra vez, me encadenó desnudo

en el exterior junto a la casa del perro porque decía que el perro le importaba más que

yo. Me dejó ahí toda la noche, y me dio neumonía.

Ella lo miro fijamente, atónita, incapaz de comprender tal crueldad sádica o que ese

joven Howard sobreviviera a pesar de ese tratamiento.

—Nunca me llamó por mi nombre, sólo me decía Rata. Se reía cuando me descubría

hurgando en la despensa o en el refrigerador en busca de sobras. Igual que una fea y

pequeña rata, decía. Uno de sus juegos favoritos era dejarme sin comer durante tantos

días que apenas podía mantenerme de pie.

—¿Dónde estaba tu madre cuando esto sucedía? —No podía imaginar estar de pie ahí

mientras que alguien golpeaba a un niño. Por otra parte, ella había crecido segura y

amada.

—Probablemente planeando su escape. —La amargura se arrastraba en su voz—. Oh,

en las pocas ocasiones en que ella se interpuso entre él y yo, él la golpeaba hasta la

inconsciencia. Entonces, su alboroto sería peor que nunca y pensaría en nuevas formas

de torturarme… o ella por alcance, supongo. Era un maestro en infligir sufrimiento.

Satanás encarnado. Y me odiaba con una pasión que nunca entenderé.

Tampoco ella. ¿Qué padre no se sentiría orgulloso de reclamar a un chico muy dulce y

guapo? ¿De verlo crecer hasta volverse un buen hombre? Gracias a Dios que Bentley y

Georgie habían llegado para reparar su destrozada vida.

Sus ojos se dirigieron a la delgada cicatriz en su pómulo. En sus entrañas, sabía la

respuesta antes de preguntar.

—No recibiste esa herida por una señora de noventa y tres años, ¿verdad?

—No, fue cortesía de la bota de mi padre. —Suspiró, una de las esquinas de su boca se

levantó—. Realmente salvé a su gato, sin embargo.

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Santo cielo.

—¿Cuánto tiempo llevas teniendo las pesadillas?

—Varios meses. No quería admitir esto en voz alta, pero… creo que representan

recuerdos, Kat —dijo en voz baja.

—¿De cuando tu padre casi te mató?

Él asintió.

—Al principio fue fácil pretender que eran sinsentidos, sólo sueños. Quiero decir,

había pasado toda mi vida sin ser capaz de recordar demasiados detalles de la noche en

que me volví huérfano. No quería recordarlo, todavía no quiero. Si el telón se levanta,

me temo que va a haber algo horrible del otro lado.

—Si son recuerdos reales, creo que es mejor que estés preparado para lo peor. Saldrán

a la superficie eventualmente. ¿Siempre son los mismos?

—En su mayoría. Son siempre las mismas dos escenas. Tenían un montón de lagunas

al principio, pero la mayoría de los huecos se han llenado pieza por pieza. ¿Recuerdas

cuando te conté sobre el jardín de mi mamá? Yo solía seguirla a través de las filas,

rogando por ayudar a plantar las semillas. Ella me lo permitía, también. Esos son mis

recuerdos más felices.

Ella le apretó la mano en señal de aliento.

—Me alegro de que los tengas.

—Yo, también. —Suspiró, soltando su mano para sentarse a un lado de la tumbona,

frente a ella—. Al principio de la pesadilla, estoy en su jardín. Me gustaba esconderme

ahí, pretendiendo que era mi bosque mágico, iluminado por la luna y que el troll

malvado no podría herirme. Luego escucho una discusión. Un ruido sordo. Veo…

algo. No sé qué, pero me aterra y corro.

—Lo que ves es la clave. Una atrocidad que la mente frágil de un niño abusado no

podía manejar. Y ahora necesita liberarse.

Ella tenía su propia idea de que podría haber visto, y no soportaba pensarlo, mucho

menos mencionarlo. No con su total falta de experiencia en los efectos sicológicos de

un trauma. Además, las autoridades habían cerrado este caso hace mucho tiempo, así

que ¿qué sabía ella?

—Estaré bien mientras no lo haga. —Puso sus manos entre sus rodillas separadas—.

Luego, estoy corriendo tan rápido como puedo, y mi padre se estrella a través del

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bosque detrás de mí. Tengo que escapar, o me matará. Sé esto, de la misma forma en

que sé que es él a pesar de que nunca puedo ver su rostro en el sueño.

—¿Te atrapa?

—Me atrapa, me patea, me golpea con sus puños. Me alcanza por la camisa del pijama

y gruñe que finalmente se deshará de mí. ―Muere, sarnoso hijo de puta‖, son sus

palabras exactas.

Las lágrimas pinchaban en los ojos de ella.

—No sé qué decir.

Se levantó y fue a sentarse junto a él, se acurrucó en su costado izquierdo y puso los

brazos alrededor de su cintura, descansando la cabeza en su hombro. Él la atrajo más

cerca y quedaron encerrados en su abrazo por un par de minutos, ninguno de ellos

hablando. Kat intentó asimilar lo que sería cargar con el peso de un dolor tan

impresionante durante más de treinta años. Los enormes esfuerzos que su cerebro

había tomado para mantener esos secretos enterrados para siempre.

Cómo podrían levantarse de la muerte para destruir a Howard.

Él se estremeció en sus brazos, esta montaña de hombre con un corazón incluso más

grande. La necesitaba tanto, ya no la estaba empujando lejos. Se había abierto a ella

completamente.

No podría amarlo más que en este momento.

—¿Por qué ahora? —reflexionó en voz alta—. Las pesadillas comenzaron a acosarte, y

ahora un asesino te atormenta. Es como si los sueños fueran una especie de presagio.

¿Pueden ser esos eventos una enorme coincidencia?

Él besó la parte superior de su cabeza.

—No lo sé. Mi madre huyó, la muerte de mi padre fue confirmada por el sheriff del

condado, quien siempre estuvo yendo a la casa. No creo que hayamos tenido algún

amigo. Nadie de ese entonces para incluso hacer una conexión.

—Excepto Bentley.

Él retrocedió y la miró, sorprendido.

—¿Qué estás diciendo? ¿Crees que Bentley tuvo algo que ver con los asesinatos?

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—¡No, en absoluto! Lo que quiero decir es, en la fiesta Georgie dijo que Bentley ha

estado en el Departamento de Bomberos de Sugarland cerca de unos cuarenta años,

¿correcto?

—Correcto —dijo lentamente—. ¿Y?

—Entonces él estaba aquí en Sugarland antes de que nacieras, antes de que conociera y

se casara con Georgie. Años después, él y Georgie te adoptaron. Es el único vínculo a

tu pasado. ¿Te ha dicho alguna vez exactamente cómo supieron él y Georgie que eras

un niño que necesitaba un hogar?

—No. —Las cejas oscuras de Howard se juntaron al considerar la cuestión—. En

realidad no. Sólo que no tuvieron hijos propios y cuando se enteraron de mí, pasaron

por los conductos regulares legales para ser capaces de llevarme a casa.

—¿Por qué tú? Sé que eras un niñito dulce y hermoso —dijo suavemente—, pero la

mayoría de las parejas prefieren a los bebés, y no a niños mayores con traumas

profundos que necesitan atención especial. Estadísticamente, debería haber tomado

meses o años el localizarte con una familia permanente y amorosa. Esto era

especialmente cierto hace treinta años atrás.

Howard la miró fijamente, procesando esto.

—¿Crees que Bentley conocía a mis padres de alguna forma? —Sacudió su cabeza—.

No, me hubiera dicho algo.

—Tal vez sabía de ellos, había oído comentarios en la comunidad. Sugarland y las

comunidades circundantes eran mucho más pequeñas hace casi cuarenta años atrás.

La gente tendía a saber de las actividades de los otros a pesar de no conocerse

personalmente. Estoy segura de que habría habido chismes al menos, sobre todo con el

departamento del sheriff siendo constantemente llamado allí.

—Tal vez. Pero todavía no sé por qué no me lo hubiera dicho Bentley si eso fuera

verdad. ¿Qué diferencia hacía que supiera sobre la situación en mi casa? ¿Y cómo

demonios podría algo de ello estar relacionado con lo que está ocurriendo ahora?

No estaba segura, pero podría haber una forma de descubrirlo. Un método que no le

iba a gustar ni un poquito.

—La vieja casa en la que creciste… ¿todavía está en pie?

—N-no lo sé —vaciló, sus ojos se oscurecieron—. El lugar era un cuartucho. No mejor

que una choza, en realidad. Nunca he conducido ahí para echar un vistazo. ¿Por qué?

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—Cariño, tal vez tu pasado se ha confabulado con el monstruo que está haciendo tu

vida miserable, pero creo que hay algo que podemos intentar para acabar con las

pesadillas. —Dejó escapar un profundo suspiro. Ahuecó su mejilla.

—Creo que necesitas regresar al lugar donde todo comenzó.

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Traducido por carmen170796 y LizC

Corregido por Anne_Belikov

o puedo creer que te dejé convencerme de esto. ¿Por qué no

hacemos esto el siguiente fin de semana? —Howard sonaba como

un niño regordete.

Kat, sentándose sobre el borde de su cama en esos ajustados jeans que se acoplaban a

su maravilloso trasero justamente así, estaba inclinada apretando los cordones de sus

botas de excursionismo. Gracias al cuello en forma de V de su blusa de algodón, él

tenía una fantástica vista de ―Las muchachas‖ de carnes abundantes balanceándose de

un lado a otro, suplicando por sus manos y boca.

—Porque si esperamos, tú aparecerás con cinco excusas más para no ir a esa cita. —

Ella se enderezó, truncando su mirada.

—No hay razón para tener miedo. Bentley dijo que es sólo una vieja y agigantada

ruina. El lugar probablemente ni siquiera se parezca a lo que recuerdes.

—Estoy seguro de que él está en lo cierto, así que olvidemos todo el asunto. —No

tenía sentido negar que él ya estuviera temblando en sus botas. Él nunca había tenido

ni la más leve inclinación de visitar, había evitado la oscura y arbolada carretera

secundaria que conducía a la casa de su niñez cada vez que conducía a Clarksville. Él

había pasado de largo, sintiendo una extraña y horrible succión, sabiendo que él no

podía ir ahí o algo verdaderamente malo le ocurriría. Como un desafortunado héroe de

una novela de Stephen King, él desaparecería bajando la carretera y dentro de los

brazos de espera de la muerte, nunca sería visto o se escucharía de él de nuevo. O un

destino peor que la muerte, atormentándolo eternamente, haciéndolo esperar con

ilusión la inconsciencia.

Kat se puso de pie, encogiéndose en su chaqueta.

—Conduciré tu camión. Tú estarás más cómodo que en mi Beamer. —Dándose

cuenta de su expresión, ella puso sus brazos alrededor de su cuello, mordiendo su

—N

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labio—. Luces como si te fueras a enfermar. Escucha, olvida lo que dije. No tenemos

que hacer esto, cariño.

Genial. Ahora si él tomaba la salida, se vería como un cobarde.

—Puedo manejarlo. ¿Cuán difícil puede ser pisar las malezas y mirar una pila de tablas

podridas? —Su intento de una sonrisa salió caído de un lado.

—Sólo si estás seguro.

—Lo estoy. Vamos.

Ella le dio un suave beso y estaban en camino. Él se metió en el asiento del pasajero

con un gemido de dolor, examinando a Kat desde el rabillo de su ojo, pensando en

cuan extraño era tener una mujer conduciendo su camión. El enorme vehículo la hacía

parecer pequeña, y él estaba sorprendido de que pudiera ver sobre el volante. Ella se

veía tan malditamente linda con su rubia, blanca cola de cabello rebotando, luchando

contra el enorme Hulk de maquinaria, él se sentía orgulloso de que ella le perteneciera.

Él también amaría inclinarla sobre la puerta de atrás, mostrarle todas las creativas

nuevas funciones de la maquinaria de cuatro ruedas.

Mientras ellos se acercaban a su destino, cualquier idea de una tierra solitaria se

desvaneció como humo. Sus manos temblaban, su estómago se revolvió. La

temperatura afuera estaba en los elevados cincuenta grados, con todo y eso su cuerpo

estaba tan frío como el invierno.

Bajo su dirección, Kate volteó hacia la carretera secundaria. Con cada transitorio pie

de las últimas dos millas, se volvió más difícil respirar. Como sofocarse después de una

explosión, excepto que más lento e insoportable.

—Bastante apartado. —Observó Kat—. Sólo un par de viejas granjas a la redonda por

millas. Apuesto a que es aterrador allí fuera en la noche.

—En realidad, la noche era mi hora favorita. Mi papá solía desmayarse por beber, y yo

era libre de vagar sin miedo a su ira, por un pequeño rato.

Ella interceptó una rápida mirada de él, y su voz estaba entrecortada con compasión.

—Tu bosque mágico.

—Sí. —Por toda la protección que le dio. Él señaló hacia una entrada sofocada por

maleza justo adelante.

—Ahí está.

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—Ugh. —Ella hizo una mueca, entrando a la calle que dirigía hacia el abandonado

lote. La cual no era una calle del todo. Ramas de árboles caídos debajo de llantas, y

una variedad de césped alto y malezas del tren de aterrizaje.

—Es probablemente la ciudad más nigua allí afuera.

—¿En noviembre? Esperemos que no. Ahora, las garrapatas, por otro lado… —Él le

sonrió, bromeando para disipar las náuseas.

—Bueno, gracias por la encantadora idea.

—Cuando quieras. Pero hey, te ayudaré a buscar a los pequeños bichos más tarde,

como la canción dice. —Kat rió, y él dejó que el sonido lo inundara. Rezaba que

sobrepasara al opresivo peso instalado en su pecho, que detuviera el temblor en sus

manos.

No lo hizo.

—No hay mucho que ver, eso es seguro. —Kat frunció la frente al decreciente y

descompuesto montón de madera que él solía llamar infierno. La casa estaba

ilegalmente en la maleza, neumáticos y arbustos brotaban de las ventanas y de la

puerta delantera, buscando a todo el mundo como una vieja, peluda y de culo horrible

bruja mirándolos desde los árboles.

—¿Encantador, huh? —Él hizo una mueca con asco.

—Parece que entraremos.

—Las mejores noticias que he escuchado en todo el día. —En verdad, nadie pudo

haberlo forzado a punta de pistola.

Juntos caminaron hacia el colapsado porche delantero, botas crujiendo en el árido

follaje. Él se detuvo a unos pocos pies de la estructura, un torrente de horribles

recuerdos invadiéndolo. Fantasmas en todas partes, rollos de filmes de terror que

nunca morirían. El estrés debió haberse mostrado en su cara.

—¿Qué estás recordando? —Kat enlazó su brazo en su muñeca, jalándolo más cerca.

Él escondió su brazo alrededor de sus brazos, asintiendo hacia el porche.

—Nuestro perro solía esconderse debajo de allí cuando mi padre empezaba a gritar. Él

se escabullía cuando el bastardo no estaba viendo, se arrastraba por abajo hasta la

esquina más oscura y esperaba la tormenta. Chex era inteligente. Más inteligente que

yo.

—¿Chex?

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—Su bocadillo favorito. Mi mamá y yo solíamos conseguir cajas de cereal Chex para

él a escondidas. —Un raro y buen recuerdo, y de esos pocos que siempre involucraban

a su madre. ¿Por qué me dejaste?

—¿Cómo que él era más inteligente que tú?

—Porque él sabía exactamente como vivir en una zona de guerra y quedarse bajo el

redor. Si no fuera por mí, él habría engañado al viejo por años. —Su laringe pareció

encogerse al tamaño de un agujero diminuto. Aún después de más de tres décadas,

Dios, todavía desgarraba su corazón.

—¿Qué pasó? —preguntó ella suavemente.

—Durante uno de los ataques de furia de mi padre, decidí que el escondite de Chex

funcionaria para mí, también. Pero él me atrapó. Pensé que me aguardaba otra

golpiza. —Un violento y sordo ruido escapó de su garganta.

—En lugar de eso, él rompió el cuello de mi perro mientras mi mamá y yo gritábamos.

Nada, incluso la última noche, jamás me dañará tanto.

Eso no es verdad una voz susurró. Él te destrozó en el jardín.

Removiendo su brazo de los hombros de Kat, él presionó sus dedos en su palpitante

cien. ¿De dónde había venido ese errado pensamiento?

—¡Eso es maldad! —Tembló—. No sé qué pensaba lograr haciéndote hacer esto, y tú

no te ves bien. ¿Por qué no nos vamos?

—Tú no me obligaste, cariño. Para ser honesto, debí haber hecho esto hace mucho

tiempo. Si lo hubiera hecho, tal vez no tendría pesadillas.

Aun cuando él dijo eso, se preguntaba si ese era el caso. Él podría simplemente

haberlas tenido más antes.

—Tal vez —dijo ella, claramente no creía en ella misma—. Vamos a concluir, así

podemos ir a casa y tener algo de chocolate caliente.

Casa. La mujer que amaba refriéndose a su hogar como ―casa‖ calentó algunos de los

puntos fríos.

—Es un plan.

—¿A dónde?

—Alrededor de la parte de atrás.

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El cuál era el absoluto y último lugar en el que realmente quería estar. Mientras ellos

rodeaban la esquina de la vieja casa, la presión en su pecho aumentó al punto de un

punzante y torcedor dolor, y su latido golpeaba contra su caja torácica.

—¿Dónde estaba el jardín de tu mamá?

Howard señaló hacia un área aproximadamente de treinta yardas en línea recta desde

donde la puerta trasera colgaba abierta y suelta en sus bisagras.

—Allá, creo. —Su voz sonaba rara y gruesa para sus propios oídos.

Nada, nada ahora, excepto más de lo mismo. Sólo una densa maraña de hierba mala y

maleza, su madre una vez limpia y encantadora tendía un refugio superado por las

décadas y los elementos. De ninguna manera el área se asemejaba a algo familiar, pero

él estaba atraído hacia ello, de todas formas. Como la polilla hacia la llama legendaria,

sus piernas impulsándolo hacia adelante por su propia voluntad. Él se detuvo en el

centro de donde recordó el jardín estaba localizado, frotando su dolorido pecho.

Débilmente, estaba consciente de Kat detrás de él, permitiéndole unos pocos

momentos para él solo.

Justo ahí, la vida como la conocía terminaba.

¿Para bien? Sí, en la mayoría de los aspectos. Y a pesar de eso…

La abismal vaciedad dejada en la estela del abandono de su madre, de una noche de

hace mucho tiempo de confusión y terror, comió su alma.

—¿Por qué?

—¿Por qué, qué, cariño?

Ausentemente, él sacudió su cabeza. Las respuestas estaban ahí. Respuestas

demasiado horrendas para contemplar. Él debía correr, como hizo hace tantos años

atrás. Correr como si la maldad misma estuviera en una persecución encarnizada.

Escapar.

Escapar.

Voces. Enojo. Gritos. Disturbando la paz de su bosque mágico.

Un golpe empapado y repugnante. Una mala palabra.

Él se dirigió a ver, aunque él sabía que no debería. Se escondió detrás de las plantas de

tomates, miró alrededor de los tallos maduros con montones de tomates. Y vio… él

vio…

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—Noooo.

Él se puso de rodillas, sostenido su cabeza en ambas manos, desatento de la honda en

su brazo derecho. Su cráneo estaba partido en dos, la agonía insoportable. El recuerdo

quería salir, armar su cerebro como un enloquecido demonio en una jaula.

Encolerizado y gritando.

Él corrió, estrellándose con los árboles. Escapándose de: ¿qué?

¿Qué había visto?

Pero él lo dejo salir, su mundo reducido a correr por su vida. Su mente en blanco como

una hoja de papel, ningún otro motivo sino supervivencia moviendo sus piernas.

¡Te voy a atrapar, inútil pequeño bastardo!

¡No, no! ¡Mamá!

Su padre, atacándolo. Golpeando, pateando. Dando puñetazos a su pequeño y

malnutrido cuerpo hasta que no se pudo mover.

Vas a morir.

—¡Howard! ¡Oh, Dios, cariño!

Manos, sacudiéndolo. Agarrando su cara.

—¡Howard, respira! Vamos, bebe, ¿Dónde estás?

¿NO estaba respirando? Él trago un profundo respiro, luchando desde el abismo.

—¿Kat?

—Gracias Dios. Estoy justo aquí. —Sobre sus rodillas, ella tiró sus brazos alrededor de

él, succionándolo. Lo sostuvo más cerca, apretado como un tornillo. Meciéndolo y

besándolo de vuelta, la sal de sus lágrimas en sus labios—. Lo siento, lo siento, lo

siento….

Ellos podrían haber estado apretados juntos diez minutos o una hora. Él no lo sabía,

sólo sabía que las exuberantes curvas lo presionaban, el calor de su suave cuerpo, su

gentil tarareo, lo sacó de la pesadilla. Calmó al demonio en la jaula.

Dentro, de todas formas. Fuera, él no podía dejar de temblar. Los devastadores efectos

secundarios de la adrenalina inducida por el terror. Una tormenta eléctrica moviéndose

más y más allá a la distancia, hasta que su mundo se calmó una vez más.

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Y ahí sólo estaba Kat.

Amándolo.

—¿Recordaste todo? —Echándose hacia atrás, ella buscó en sus ojos.

—No. —Él graznó—. No puedo hacer esto, Kat. Llévame a casa, por favor.

—Lo tienes, gran hombre.

Él la dejó tomar su brazo, ayudándolo a estabilizarlo mientras él empujaba sus pies.

Ellos caminaron de vuelta al camino sin decir una palabra o dar una mirada hacia

atrás.

Su futuro estaba sentado a su lado, en la forma de un ángel.

Desde la mesa del comedor, Kat con disimulo observó a Howard sobre una pila de las

pruebas escritas a manos de sus estudiantes. Él estaba vestido con su ropa favorita de

casa, pantalones azul oscuro y una camiseta blanca, sentado en su sillón favorito,

cambiando canales en la televisión. Normal, en paz.

Excepto por la triste melancolía en sus hermosos ojos marrones, el dolor él lo cubrió

con una sexy sonrisa cuando su mirada se posó sobre ella. Dolor emocional más que

físico, aunque él aún gruñía cuando se ponía de pie para moverse.

Sus moretones, hombro, y costilla rota estaban sanando, y él no parecía estar casi tan

incómodo como había estado tres días atrás cuando ellos habían conducido a

Clarksville. A pesar de sus quejidos, él se había deshecho de la honda con anticipación

y se burló de la medicación para el dolor. No, lo peor de sus moretones estaban

adentro.

Ella no sabía cómo curarlas. Su único intento en el sillón de psicología había

fracasado, a lo grande. Ella no tenía negocios alentándolo para tratar de levantar su

bloqueo mental sin el beneficio de ayuda profesional, Y ese paso, él se rehusó

absolutamente a discutirlo.

Enderezando los papeles, los colocó en una pila ordenada sobre la mesa y puso su

morado lapicero para corregir en la parte de arriba.

—Cariño.

—¿Hmmm?

—¿Qué quieres hacer para la cena? Puedo hacer espaguetis, o hay chuletas de cerdo en

el congelador.

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Dejó el control remoto en la mesita junto a él y se estiró, volviendo la cabeza para

mirarla.

—No, no voy a tener de esclava a mi chica en la cocina cuando tiene que trabajar todo

el día —dijo, levantándose de su silla con un quejido.

—Echo de menos tus comidas, pero no creo que aún estés listo para estar de pie sobre

una estufa, amigo.

Howard no sólo cocinaba; él creaba arte culinario. No cosas fáciles como sopas y

fideos.

—Te diré qué. Voy a dar una vuelta a Beer Bellies y nos voy a buscar unas

hamburguesas, y así puedes terminar de revisar tus papeles.

Ella frunció el ceño.

—Suena muy bien, pero quizás yo debería dar la vuelta. No has manejado desde que te

lesionaste.

—Y estoy a punto de volverme loco, ángel. —Caminó hacia la mesa y se inclinó,

acariciando su mejilla, dándole un beso lento—. Sólo tengo que estirar las piernas un

poco. Tal vez al momento en que vuelva, habrás terminado y podamos comer el

postre. Antes de la cena.

—¡Eres un fanático del sexo! —Ella trató de fruncir el ceño hacia su cara presumida,

pero fracasó.

—No me tendrías de ninguna otra manera.

Su anticipación igualó la suya.

—Vuelve pronto.

—Veinte, treinta minutos máximo. Voy a poner la alarma a mi salida. —Le dio un

gesto severo—. No le abras la puerta a nadie… no me importa quién sea.

—No tengo diez años, Howard. —El hombre todavía quería el control total, y parecía

que nunca iba a cambiar. Sus labios temblaron, una sonrisa amenazando con aparecer,

pero al ver la preocupación en sus ojos, la ahogó—. Voy a estar bien. No podemos

vivir nuestras vidas unidos por la cadera o tener miedo de aventurarnos fuera de la

casa.

—Lo sé, pero... tienes razón. Tal vez deberías venir.

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—Ve —lo instó ella con un gesto de que fuera—. Tengo muchas cosas para

mantenerme ocupada. Si te necesito, te llamaré a tu celular.

Él dudó, menos seguro que antes, pero finalmente se relajó.

—Está bien. Llámame apenas si escuchas un pedo de pulgas.

Esta vez, la hizo sonreír.

—Tienes una habilidad con las palabras tiernas. Debe ser por eso que te amo.

Howard ladeó la cabeza, con una expresión audaz en su atractivo rostro.

—Kat...

—¿Sí? —Ella sostuvo el aliento.

Él negó con la cabeza, agarrando su cartera y las llaves del mostrador.

—Vuelvo en seguida.

Mientras se dirigía a través de la puerta que conducía al garaje, deteniéndose para

poner la alarma, ella dejó escapar el aliento que había estado sosteniendo. El momento

puede haberse perdido por ahora, pero la palabra A se cernía en esos magníficos

labios. Ella lo sabía; y tenía la impresión de que él también lo sabía. Un paso definitivo

hacia adelante.

¿Cómo se lo iba a decir? ¿Con flores en la cena? ¿Después de haber hecho el dulce

amor? ¿O durante? Se estremeció, imaginando lo bonito que sería. Fantasear con hacer

las cosas oficiales con Howard fue mucho más entretenido que revisar los papeles.

Antes de que se diera cuenta, el teléfono estaba sonando. Estuvo sentada en su silla,

soñando despierta durante veinte minutos, y el trabajo sin tocar.

Levantando el teléfono fuera de su plataforma en el mostrador, vio el número de

teléfono celular de Howard en la pantalla y respondió.

—Oye, guapo. ¿Qué pasa?

—Bueno, tengo la comida, pero voy a llegar unos minutos más tarde de lo que pensaba

—dijo, sonando molesto.

—¿Por qué?

—El detective Ford llamó, y quiere que regrese y le eche otra mirada al anillo. Además

de eso, la policía descubrió algo más entre los escombros de la explosión.

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—¿Qué encontraron?

—No quería hablar de ello por teléfono. Sólo dijo que fuera a echar un vistazo. Lo

siento, nena. Voy a estar allí antes de que las hamburguesas se enfríen, lo prometo.

—No hay problema —respondió, tratando de ocultar su preocupación. La última cosa

que necesitaba Howard después del viaje del domingo a la pesadilla del infierno era

más estrés—. Voy a estar esperando. Desnuda.

Él gimió, con un toque de diversión en su tono.

—Eso es tan injusto.

—Adiós, Howie.

Colgó con una sonrisa. Con suerte, le había dado algo para pasar a través de su

encuentro con Ford.

Con un poco de suerte, ese algo atraería a casa a un hombre con mucha hambre.

Y no de hamburguesas.

Adiós, Howie.

Kat colgó con un decisivo punto, sin darle la oportunidad de dispararle una réplica.

Riéndose, cerró de golpe su teléfono y lo metió en el bolsillo delantero derecho de su

sweater. Su hombro le dio una punzada de protesta por el movimiento, pero odiaba

estar restringido por la honda y había tomado un sombrío placer de lanzar el artefacto

sobre la cómoda, a pesar de la reprimenda de Kat.

En una calle lateral de la plaza principal, estacionó frente al modesto edificio de un

piso del Departamento de Policías de Sugarland. Salió de la camioneta con una

mueca, preguntándose si debería haber dejado los analgésicos. Por otro lado, prefería

estar lúcido y capaz de conducir. Dándole de nuevo una medida de control.

En el interior, una mujer atractiva uniformada, frente a la recepción le señaló hacia la

oficina de Ford, mirándolo con interés no disimulado. Le dio las gracias

educadamente y se esfumó, sorprendido al darse cuenta de que ni siquiera estuvo un

poco tentado. Hace un año, el viejo Howard podría haber investigado las vibraciones

que ella estaba tirando en su camino. Pero la pobre dama no podía aspirar a la altura

de su Kat.

Sí, había sido domado, y bien.

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En la puerta parcialmente abierta de Ford, tocó y fue recibido por:

—Entra y cierra la puerta.

El detective estaba de pie detrás de su escritorio, mostrándole a Howard una breve

sonrisa y agitando sus manos antes de volver a su asiento y ponerse a trabajar.

—Me alegro de verte de pie y caminando, Teniente —dijo calurosamente—. Un

infierno de mejoría desde la última vez que hablamos.

—Gracias. —Con un gruñido, Howard se sentó en una silla firme frente al escritorio—

. No voy a correr maratones por un tiempo, pero sí. Por lo menos estoy en posición

vertical. ¿Qué tienes para mí?

Ford levantó uno de los dos pequeños sobres marrones en su escritorio y sacudió el

contenido en su palma.

—Me gustaría que mires este anillo de nuevo. Estúdialo de cerca, ve si algo acerca de

él te parece familiar. Adelante, no puedes estropear las pruebas. No hemos podido

obtener una huella, y la sangre seca ya ha sido examinada, lo que quedaba de ella.

Renuente, Howard tomó el pequeño objeto de la mano extendida de Ford, agarrando

el borde inferior del lazo de oro entre sus dedos pulgar e índice.

—¿Algún resultado de ADN?

Ford soltó una breve carcajada.

—¿Estás bromeando? El laboratorio que usamos es tan antiguo, voy a tener suerte si

no tengo que dormir con el técnico para que se apresure antes de que esté listo para el

seguro social. Lo que sí sabemos es que es de tipo A, lo que no ayuda mucho aparte de

probar que la sangre no era de Pearce o la de Miller.

Medio escuchando, Howard frunció el ceño ante el simple diamante solitario. Había

estado demasiado molesto antes para notar el diseño en remolino grabado en el oro a

cada lado de la base. Pasado de moda, pensó, aunque esto no era más que una

percepción. Lo que sabía de joyas podría caber en la cabeza de un alfiler.

Ford cruzó los brazos sobre su pecho.

—¿Impresiones?

—El anillo no es nuevo. Y no es lo que me imagino que alguien compraría para su

señora si tuviera dinero para algo mejor. —A medida que esas palabras salieron de su

boca, un cosquilleo extraño le puso los pelos de punta en la parte posterior de su

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cuello. Una sombra incómoda se deslizó en él, unas manos invisibles envolviéndose

alrededor de su garganta.

¿Estaba haciendo frío aquí?

—¿Estás bien?

—Estoy bien. Sólo con un poco de frío. Olvidé mi chaqueta. —Rápidamente, Howard

escaneó el interior de la banda, luego le entregó el anillo al detective—. Ningún

grabado. Nada útil. Lo siento, pero todavía no lo reconozco. No tengo ni idea de por

qué él dejaría esto para mí.

—Eso es lo que me imaginaba. —Ford deslizó el anillo en el sobre, y luego lo dejó a

un lado y levantó el segundo—. ¿Qué hay de esto?

Buscando en el interior, el detective sacó un collar de plata y lo sostuvo en alto por el

cierre. Una cruz de plata fina alrededor de sesenta centímetros de largo colgaba de la

cadena, con la superficie ennegrecida, manchada y sucia.

Las entrañas de Howard se retorcieron cuando sus dedos se cerraron alrededor de la

cruz. Se sintió de pronto, desesperadamente enfermo.

—¿Dónde encontraste esto?

—Peinar a través de los restos del avión ha tomado un tiempo. Algunos de mis chicos

de homicidio lo descubrieron ayer en los escombros de lo que solía ser el armario de la

víctima.

—¿Qué tiene de especial?

—El collar fue atado con cinta a un fragmento del detonador. Quería asegurarse de

que sabíamos que él nos había dejado un pequeño regalo.

—Jesús. —Howard cerró los ojos—. Jesucristo.

—¿Qué podría posiblemente pensar que estos artículos significan para ti?

Howard abrió los ojos, mirando a Ford.

—No sé. La cruz podría haber pertenecido a Janine, pero nunca la vi usarla.

Pero algo molestaba en su memoria, un agujero negro abriéndose paso a través de la

podredumbre de su pasado.

Excavando hasta la raíz del mal.

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Un anillo de bodas. Una cruz de plata.

Un mechón de recuerdo. La extraña sonrisa de su madre, el sol capturado en la cadena alrededor

de su cuello.

Ford extendió las manos, frustrado.

—Dame algo. Cualquier cosa. Este cabrón está jodiéndonos a todos en el trasero, y el

bronce de la ciudad está a punto de armas nucleares. Es un maldito fantasma.

Un fantasma.

La sangre corría de su cabeza, sustituida por un agudo dolor de cabeza. Una vez más.

Una sensación pulsátil en sus sienes, un redoble, amenazando con detonar su cerebro

como la bomba había hecho con la casa de Janine.

A su cadáver.

Se empujó a sus pies, la silla chilló hacia atrás por todo el linóleo, y lanzó el collar

sobre el escritorio de Ford.

—Me tengo que ir. —O iba a vomitar—. Kat está sola en casa y no me gusta dejarla

por mucho tiempo.

El detective se puso de pie, con las palmas apoyadas en su escritorio, sus ojos

rotundos.

—Paxton, qué…

—Yo te llamo.

En un aturdimiento, tropezó hasta su camión. Su necesidad de volver a Kat rápido

rondaba en pánico. Un impulso salvaje e inexplicable sacudiendo su sistema en acción,

enviando su pulso al galope.

El aroma de las hamburguesas frías asaltó su nariz mientras se subía a la camioneta.

Ya no eran tentadoras, el olor le hizo tragar por reflejo, tratando de no enfermarse.

Intuición. Como un bombero, él había aprendido a apreciarla, había sobrevivido a más

de una difícil situación prestando atención al nudo en sus entrañas.

Estaba siendo ridículo. Probablemente.

Podrían reírse de sus instintos sobreprotectores más tarde. Mucho más tarde, después

de haber hecho el amor con ella y sostenerla en sus brazos.

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Después de que le dijera a Kat lo mucho que la amaba.

Con un suspiro agradecido, Kat terminó de revisar el último de los ejercicios de

escritura de sus estudiantes, arrojó la pluma sobre la mesa, y se estiró. Su estómago

rugió en anticipación de una grasienta y jugosa hamburguesa, a pesar de sus planes

para cenar a un hombre delicioso primero.

¿Cuánto tiempo había estado Howard fuera? Sus ojos se desviaron hacia el reloj de pared.

Cuarenta y cinco minutos. Debía de estar en casa en cualquier momento, siempre y

cuando el asunto con el detective fuera breve.

Casi en respuesta directa a ese pensamiento, oyó un chirrido en dirección de la cocina.

El revelador silbido de una puerta abriéndose, y el constante tono alto del sistema de

entrada de la casa, dándole a Howard treinta segundos para teclear el código antes de

que la cosa comenzara a chillar.

Sonriendo, dejó vacante la silla y dio un paso hacia la entrada de la cocina.

—¿Qué te tomó tanto tiempo? Me muero de hambre…

Su saludo fue interrumpido por el teléfono, sonando de su lugar en la mesa. Lo había

puesto allí después de que Howard llamara desde Beer Bellies. Mirando hacia la

cocina, gritó:

—¿Howard? Voy a atenderlo.

Dándose la vuelta, dio un paso de regreso a la mesa y se quedó mirando el número en

el identificador de llamadas. El teléfono celular de Howard.

Confundida, con el corazón corriendo, agarró el teléfono y pulsó el botón Hablar.

—¿Howard? ¿Por qué llamas desde la cocina? Eso no es para nada gracioso…

—¿Qué? —bramó. Su voz se elevó—. ¿Qué quieres decir desde la cocina? Estoy en

camino a casa. ¿Kat?

Oh, Dios.

—¿Howard? —Su voz se sacudió. Sus manos comenzaron a temblar con tanta fuerza,

que casi deja caer el teléfono. Poco a poco empezó a alejarse de la mesa, con los ojos

pegados a la puerta delante de ella.

—Katherine, dime qué está pasando —gritó.

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—Howard, si no estás entrando por la cocina... entonces, ¿quién acaba de activar la

alarma?

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Traducido por kathesweet y Rihano

Corregido por BrendaCarpio

l miedo explotó en un trillón de megavatios de electricidad a través de su

cuerpo.

¿Quién había quitado la alarma?

Cómo hizo para mantener su camión en la carretera o evitar atropellar a

alguien mientras volaba a través de cada luz del centro de la ciudad, Howard no tenía

idea.

—¡Sal de la casa! —gritó, desviándose para evitar chocar otro vehículo—. ¡Sal ahora!

—Howard, hay un hombre aquí —lloriqueó Kat, su voz rompiéndose con terror—. El

hombre de la fiesta.

El sonido lo desgarró, lo llenó de ira.

—¡Corre! ¡Sal por la puerta del frente!

—¡Tiene un arma! ¡Oh, Dios! —Lloró, buscando a tientas el receptor—. ¿Qué quieres?

Un arma. Madre de Dios, ya era demasiado tarde.

Su pie presionó el acelerador, su pecho listo para explotar con miedo.

—¿Kat? ¡Cariño, háblame!

—Me temo que ella no puede hacer eso ahora —dijo un hombre. Su voz presumida, el

asesino que había llamado de la casa de Janine.

E

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—¿Qué quieres de mí? —preguntó Howard—. ¿Sobre qué diablos se trata esto?

¡Tómame y déjala en paz!

Él rió como si eso fuera una petición graciosa.

—No te gustaría. Escucha atentamente. Primero, vas a llamar a tu ilustre jefe y que él

envíe las tropas. Tu equipo, la policía, francotiradores, lo que sea. No doy una mierda

por quién envíen, siempre que el culo ―soy más santo que tú‖ de Bentley Mitchell esté

presente y en cuenta. ¿Entendiste?

El odio de este hombre por Bentley prácticamente goteaba sangre a través del teléfono.

¿Qué, en nombre de Dios, estaba pasando?

En el fondo, la alarma de la casa de Howard empezó a chillar.

—Sí, entendido. —Entendía que el lunático asesino era grandilocuente.

Y no había nada más peligroso que un hombre sin nada que perder.

—Bien. Después, les dices a todos que se mantengan alejados, especialmente los putos

policías, ya que probablemente estén en camino. Vienes solo, o tu perra muere.

¿Entendido eso también?

Las manos de Howard se apretaron sobre el volante, volviendo sus nudillos blancos. Si

podía alcanzar al hijo de puta, le sacaría los pulmones a través de la garganta. —

Entiendo.

—Y sabes —dijo su atormentador alegremente—. Realmente estoy esperando nuestra

reunión.

Su sangre corrió fría. Su cabeza palpitaba.

—¿Reunión? No te conozco. Nadie que conozca podría hacerme esto. A esas mujeres

inocentes.

—Oh, me conoces, está bien. Pero no estoy sorprendido de que necesites un pequeño

empujón. ¿Cuánto ha pasado, cerca de treinta y un años?

El monstruo de sus pesadillas rió.

—Maneja con cuidado, chico.

Kat miró fijamente el hombre burlándose de Howard por teléfono, el hombre de la

fiesta de Bentley. El arma en su mano estaba apuntada directamente al centro de su

pecho. Si intentaba salir por la puerta, él le dispararía antes de que diera dos pasos. Así

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que trató de aplacar el terror que le inundaba la mente y estudiar a su captor como no

había hecho antes. Sus características, peculiaridades, estado de ánimo. Cualquier

detalle que pudiera capitalizar en ayuda para retrasarlo de matarla.

No era demasiado alto, quizás 1,55 cm. Era delgado y fuerte, bronceado, su cara

brutalmente hermosa desgastada. Había vivido duro, si los surcos en las líneas de

expresión a los lados de su boca y el vacío muerto en sus ojos azul hielo, era alguna

indicación.

La edad no había tomado aún su apariencia. Adivinaba que estaría al final de sus

cincuenta. Su cabello negro estaba liberalmente enhebrado con gris, un poco

zarrapastroso sobre sus orejas, pero lo suficientemente atractivo si una mujer lo

conocía en la calle y no sabía que él intentaba impartir un final horrible. Algo así como

Al Pacino en El Padrino, antes de que empezara a matar gente.

Forzando su atención de vuelta a lo que estaba diciendo, captó el final de su juego

verbal. ¿Reunión?

—¿Cuánto ha pasado, cerca de treinta y un años? —Su risa baja fue una de placer

malicioso—. Maneja con cuidado, chico.

Oh, por favor, no. Por el bien de Howard, por favor no dejes que sea cierto.

Colgó y regresó su escrutinio, recorriéndola de arriba abajo con su mirada de acero.

Esos ojos eran la clave. Libres del mínimo trozo de humanidad. Planos y sin fondo,

una serpiente retorciéndose en un pozo de mal.

—Apaga la maldita alarma —ordenó, moviendo el hocico hacia la puerta de atrás. —.

Ni siquiera pienses en correr a menos que quieras un hoyo en tu espalda del tamaño de

mi maldito puño.

Sus piernas tenían la consistencia de fideos, caminó lentamente mientras alcanzaba la

caja al lado de la puerta que llevaba al garaje. La mano temblando violentamente,

golpeó uno de los códigos que Howard la había hecho memorizar, el programado para

silenciar la alarma, pero enviaba una llamada de emergencia a la policía.

—Puta estúpida, sé lo que hiciste —Rió, como si leyera su mente—. Tu novio ya está

llamando a los policías, como si diera una mierda por eso. No hará ninguna diferencia

a ninguno de ustedes muy pronto. Muévete hacia la habitación. ¡Ahora!

Dejando caer su mirada, vio una parte de un par de esposas pegadas en su bolsillo del

frente. Su estómago dio sacudidas. Si dejaba que este maniaco la atara sin una pelea,

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no solo podría ser vulnerable, sino que Howard estaría a su merced, incapacitado por

el miedo de no ser capaz de ayudarla a tiempo. Como el infierno.

—Sé quién eres —dijo, parando.

—¿Si? —Ladeó la cabeza, sus labios curvándose hacia arriba—. ¿Crees que eres tan

lista? La pregunta real es, ¿quién es Bentley Mitchell?

Su interior se congeló. Dios, Bentley no podía haber tenido nada que ver con los

asesinatos. Eso destruiría a Howard.

—Supongo que me dirás.

—¿Y echar a perder la sorpresa? —Ondeó el arma—. ¡Muévete!

Mientras se giraba para caminar de vuelta a la cocina, vio la puerta corrediza de vidrio

abierta a unos centímetros. Adivinó que había entrado por ahí, quitando el bloqueo de

alguna manera. Sobre el mostrador a su derecha había un vaso de agua. Un arma

pobre, pero mejor que nada. En su camino asió el vaso y lo giró, cogiéndolo fuera de

guardia.

Con toda su fuerza, lo aplastó en el lado de su cabeza. Él bramó mientras el objeto se

destruyó, deslizándose de su mano y, con suerte, quitando la mitad de su cara.

Doblándose en dos, él agarró su mejilla, aullando mientras ella corría por su libertad.

Y casi lo hizo.

Su cuerpo se estrelló contra el de ella desde atrás, enviándolos contra la mesa con un

ruidoso estrépito. El impacto la dejó sin aliento, envió un relámpago de dolor a través

de su muñeca que golpeó el borde de la mesa. Gritó cuando rebotaron, volcando sillas

y aterrizando en un montón de miembros enredados.

Se arrastró debajo de él sobre sus manos y rodillas, luego se puso de pie y saltó sobre la

silla caída. Él atrapó su cintura en medio del salto, estrellándola contra el suelo. Su

tobillo dio un giro escalofriante y su barbilla se enterró en el piso de madera,

haciéndole juntar fuertemente los dientes. La sangre borbotó dentro de su boca y pensó

que debía haberse cortado la lengua. La menor de sus preocupaciones.

Lanzando una gran bocanada de aire en sus pulmones, gritó en condición de resucitar

a los muertos, e inmediatamente se encontró echada sobre su espalda, mirando la cara

furiosa y ensangrentada de su atacante.

Un punto para mí.

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La satisfacción de cortar al imbécil apenas tuvo tiempo de registrarse. Retrocediéndola

con la pistola, niveló un golpe en su sien en un rayo que destrozó su visión y su cerebro

giró en órbita.

—Zorra —masculló, dando otro golpe, éste atrapando su oreja—. Vas a arder, y tu

amante lo va a ver. Luego también lo mataré. Por fin.

Débilmente, era consciente de ser arrastrada. Por el cabello.

Howard.

A pesar de su mejor esfuerzo, el vórtice la hundió en la oscuridad.

Howard golpeó los frenos y golpeó el abridor de la puerta del garaje, el camión

irrumpiendo en el camino de entrada justo por delante de una patrulla policial.

Estaba fuera y corriendo hacia el garaje incluso mientras una voz autoritaria gritaba

que se detuviera. Girándose, cargado con adrenalina y terror, gritó, clavando un dedo

en el oficial.

—¡Vivo aquí! Soy el teniente Howard Paxton, ¡y todo lo que necesita hacer es quedarse

aquí afuera o él va a matarla! ¡Sus órdenes!

El policía de ojos dilatados vaciló, con pistola en mano.

—La rehén…

—Estará muerta si interfieres. Me quiere adentro, y allí es adónde voy, a menos que un

policía le dispare a un hombre desarmado por la espalda.

Fin de la conversación. Había perdido suficiente tiempo.

Dejando el desdichado policía para que lidiara en lo que seguramente se convertiría en

un circo, Howard corrió a la puerta que dirigía a la cocina desde el garaje.

La visión de bienvenida lo llenó de terror. Pedazos de vidrio llenaban el suelo, y un

camino de gotas carmesí lo llevaron a la pequeña mesa de desayuno, que había sido

tirada a un lado, las sillas volcadas. Las gotas empezaban a oler a sangre. Señales de

una lucha, y sabía sin duda que Kat no había caído sin una pelea.

—Oh, nena, no. —Sus puños se apretaron, la necesidad de aporrear al monstruo que la

había herido se extendió sobre él como una oleada roja.

Calma. Concéntrate. O no la sacarás viva.

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Cada uno de sus sentidos en alerta, anduvo lentamente hacia la sala, buscando cada

esquina oscura. Sin que se diera cuenta, la tarde rápidamente se había convertido en

noche, los días mucho más cortos ahora con el invierno acercándose. Los últimos

rayos de la luz del sol difícilmente se filtraban a través de las cortinas.

Se movió por el pasillo, medio esperando una emboscada. Nada pasó. No encendió las

luces, no se preocupó por anunciar su paradero exacto antes de lo necesario. Estúpido,

ya que no tenía duda que su enemigo sabía que estaba aquí. Sentía el conocimiento del

otro hombre cantando sobre una conexión invisible, cargada de tensión.

Llegó a su habitación, se arrastró a la puerta. Entró. El hedor a gasolina asaltó su

nariz.

—Paxton aquí —dijo, tratando de mantener una restricción sobre su ira hirviente.

Miró en la habitación, reparando en la silueta de un hombre parado al otro lado de su

cama. Kat acostada sobre su espalda, sin moverse, una muñeca atada a una tablilla de

la cabecera—. Estoy desarmado y solo. Lo que dijiste.

—Cuán noble —Se burló la figura—. Y estúpido. Entonces otra vez, siempre fuiste un

pequeño bastardo llorón.

La lámpara al lado de la cama estaba encendida, bañando la habitación con una suave

luz. Su captor parado al lado de la lámpara, usando su brillo protector a su favor.

Parpadeando, Howard osciló su mirada hacia Kat, estudió su ansiedad mientras su

visión se ajustaba. Ella se quedó mirándolo a través de sus ojos verdes enormes y

aterrorizados, silenciosamente suplicándole. Un verdugón lívido rojo marcaba el lado

izquierdo de su cabeza, formándose ya un furioso moratón, sus ojos hinchados medio

cerrados. Su mano derecha estaba cortada y sangrando.

Sólo podía agradecer a Dios porque estuviera completamente vestida, que el plan del

asesino no hubiera incluido violarla. Sus puños se apretaron a sus lados, un músculo

en su mandíbula saltó.

El monstruo no estaba muerto.

Estaba jodidamente muerto.

—Nena, ¿estás bien?

Después de una pausa breve, ella asintió, sus ojos brillando con lágrimas no

derramadas.

—Estoy bien.

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El hombre caminó hacia la piscina de luz, un encendedor en una mano, un arma en la

otra, apuntó al centro del pecho de Howard. La sangre goteaba de una cuchillada

desagradable al lado de su cara. Un hombre mayor, quizá no del todo de la edad de

Bentley. Cabello sal y pimienta. En forma y duro. Frío.

La encarnación de la muerte.

Había mirado esos ojos azules de acero antes. Su corazón gritó en protesta incluso

mientras su mente peleaba consigo misma. Luchó por suprimir la noche de terror que

casi lo había destruido. Que había alterado su vida para siempre.

—¿El gato te comió la lengua, chico? —Una esquina de su boca se levantó. Imbécil

presumido—. Luces como si hubieras visto un fantasma… Howard Paxton Whitlaw.

Una fisura. Una grieta en el dique, creciendo, ampliándose…

Hasta que no tuvo oración que alejara la inundación. Lavado con la verdad que se

derrama como tóxico en todos los rincones de su mente. La tragedia incalificable.

Un paseo en el jardín iluminado por la luna a través de su mágico bosque, tomates

madurándose en la vid.

Una fuerte pelea. Un golpe húmedo.

La tierra aplastándose a través de los dedos de sus pies mientras iba a investigar y

vio… y vio…

—No. —Howard sintió la sangre huir de su rostro. Sus rodillas se volvieron débiles y

tuvo que concentrarse para mantenerse erguido.

Su madre, arrugada en el suelo. Un charco grasoso formándose alrededor de la cabeza

oscura.

Un hombre, de pie en la oscuridad con una pala.

Este hombre.

Cavando un hoyo para enterrar a su dulce madre en el jardín que ella había amado

tanto.

Oh, Dios. Dulce madre de Dios.

—Frank Whitlaw —dijo Howard asfixiándose. El dolor era casi insoportable. El

horror de la verdad demasiado grande. Sólo su deseo de no doblarse frente al hombre

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que odiaba más que a nadie en la tierra lo mantuvieron firme. —Tú. Tú mataste a mi

madre. La enterraste en el jardín.

—Oh, cariño —susurró Kat. Él sintió su amor llegarle, tratando de calmar su dolor a

pesar del suyo.

—Con el mayor placer. —Sonrió el diablo—. ¿Te gustaron los pequeños regalos que

dejé para ti con las otras putas? Tomé el anillo y el collar del cadáver de Liz justo antes

de plantarla como una semilla en su propia parcela de tomate.

Howard dio un paso adelante.

—Tú enfermo hijo de puta…

—Atrás —gruñó, en tensión, levantando el arma más alto.

—Tú estabas muertos. La policía lo dijo. Encontraron tu cuerpo en el camión.

—Un cuerpo —sonrió él—. Quemado hasta ser irreconocible, con mi cartera

convenientemente dejada cerca. Nadie extrañó al vagabundo que jugó mi papel.

¿Frank Whitlaw estaba muerto, y quien no era feliz como la mierda con eso? Ellos no

querían saber de otra cosa. Además, no había pruebas de ADN en ese entonces. Como

dije, tuve la última palabra.

—¿Dónde has estado todos estos años? —No es que le importara mucho, salvo que

hablar podría darle preciosos minutos a Howard para planear qué hacer.

Frank ondeó la pistola, jactándose.

—Desplazándose de estado en estado. Sobre todo poniéndole trampas a las putas y

alejándolas de ser la miseria de un hombre. Un juego de sigilo y un servicio público,

todo en uno.

Él se rió de su propia broma.

—Pero después de treinta años, el juego perdió algo de desafío. Tuve curiosidad por

pisar la vieja tierra hace unos meses y lancé una investigación. Imaginen mi

desagradable sorpresa cuando me enteré que el pequeño bastardo que dejé por muerto

no había muerto después de todo, y que había sido adoptado por Bentley Mitchell,

nada menos. Oh, eso fue genial.

—¿Has estado aquí desde hace meses? —La idea lo hizo enfermar.

—Sí. Observando, aprendiendo tu rutina en la estación y en la casa. Planificando. —

Sus ojos brillaban con retorcido júbilo—. Eres un cabo suelto, muchacho. El único

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que se escapó, y eso no es aceptable. Así que tracé el juego perfecto de venganza. Es lo

justo, teniendo en cuenta que tú arruinaste mi vida. Amé a Liz una vez, y la alejaste de

mí.

Las pesadillas. De alguna manera, en un nivel subconsciente, él debió haber detectado

la presencia de Frank.

Ninguna otra cosa tenía sentido.

Sin embargo, todo el escenario era incomprensible. ¿Por qué Frank llegaría a tales

extremos para matarlo, ahora un adulto y un completo desconocido?

—Quiero saber cómo pudiste asesinar a la madre de tu hijo. Cómo pudiste tratar de

matar a tu propio hijo. Asesinar a indefensas mujeres. ¿Qué venganza estás llevando a

cabo?

La mirada de Frank se endureció.

—¿Cómo? Fácil. ¡Tú prostituta y perra madre consiguió exactamente lo que merecía

por abrir las piernas para otro hombre, luego por encasquetar a su hijo bastardo como

mío por cinco malditos años! Como si yo no lo supiera. Luego tenía previsto correr y

dejarme, llevándote para esconderte con ella. ¡Después de todo lo que hice por ella!

Hijo bastardo. El cuarto se inclinó.

—Qu… ¿Qué?

El dedo de Frank apretó el gatillo.

—Que no tengas ni idea hace de esto extra dulce. Tú no eres mi hijo —gruñó—. Eres

el hijo bastardo de Bentley Mitchell.

En un instante, su mundo se destrozó. Howard se balanceó sobre sus pies, tratando de

comprender.

¿Por qué habría escondido Bentley la verdad de él? ¿Para proteger a Georgie? No había

manera de que Bentley no hubiera sabido o sospechado, al menos.

De repente, estaba fuera de tiempo para las respuestas.

—Mis planes se han realizado. Bentley llegará para ver a su único hijo quemarse. La

prueba de fuego, el juicio final, más satisfactorio —dijo sosteniendo el encendedor, los

ojos brillantes de malicia—. Después de hacer mi escape en medio del caos, regresaré

para deshacerme de su santurrón culo y de su preciosa esposa, también.

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Sí claro, eso no iba a suceder. No mientras Howard tuviera un aliento de vida en su

cuerpo.

—Tú no conseguirás salir de aquí sin ser detectado. Por ahora, el barrio está

acordonado y la casa está rodeada.

—Tú nunca lo sabrás, ¿verdad? —Sacudiendo el encendedor, dio un par de pasos hacia

atrás, manteniendo el arma hacia Howard. Manteniendo la llama hacia las cortinas

empapadas de gasolina.

Una voz voló a través de un megáfono fuera identificándose como el detective Shane

Ford.

—Tenemos la casa rodeada. Vamos a hablar de esto.

Ford dijo algo más, pero Howard se centró en Frank. Su captor vaciló, distraído por

un momento por la voz del policía. El hombre volvió la cabeza durante la más

pequeña fracción, miró por la ventana, aunque no podía ver la parte delantera de la

casa desde aquí.

Fue el segundo de diferencia que Howard necesitó.

Se lanzó hacia el otro hombre, poniendo su cuerpo entre Frank y Kat. Su némesis

lanzó su mirada de nuevo a Howard con una enferma maldición, y disparó.

La bala golpeó el costado de Howard mientras se abalanzaba hacia Frank, llevándolo

al piso. Disparó. El aguijón apenas registrado. Su único objetivo era ganar la lucha por

sus vidas. Ellos rodaron, golpeando los muebles, cada uno luchando por levantar la

mano. Frank era rápido, rudo. Mucho más fuerte de lo que parecía. Él se resistió,

lanzando a Howard a un lado, luchando por las cortinas. Con un movimiento, puso la

tela en llamas, y luego arrojó el encendedor.

Las cortinas fueron como un soplete. Howard tenía menos de dos minutos para

sacarlos de aquí antes que el resto de la habitación se incendiara.

Howard le cayó encima una vez más, agarrándole la muñeca sosteniendo el arma.

Frank lo pateó y con la parte superior del cuerpo, lo lanzó hacia los lados, golpeando

el cráneo de Howard en la pared.

Viendo estrellas, él luchó para evitar que su atacante colocara el cañón de la pistola

entre sus cuerpos y terminara el trabajo.

Desesperado, apalancó su torso a través de Frank, con todo su peso y la fuerza bruta

para empujar al otro hombre. Consiguiendo un buen agarre en la muñeca de Frank,

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golpeó la mano del hombre donde tenía la pistola en el suelo dos veces. Duro. El

hueso se rompió y el idiota aulló, cayendo el arma de entre sus dedos.

—¡Howard, date prisa! —gritó Kat. Las llamas lamían el techo, las paredes,

difundiéndose rápidamente hacia fuera a su armario y una silla acolchada.

Agarrando el arma, Howard se tambaleó y aplastó el culo en la cabeza del asesino.

Alivio y gratitud le inundaron cuando el hombre quedó inerte e inconsciente.

Por un momento, mientras se levantaba sobre las rodillas temblando, pensó en poner

una bala en el cuerpo tendido de Frank Whitlaw. Asegurarse de que nunca sería una

amenaza de nuevo.

Pero Bentley, no, papá, no lo había criado para ser frío y despiadado. Por primera vez

en su vida, él estaba orgulloso de ser hijo de su padre.

Dejar al hijo de puta asesino haciendo frente a las llamas tendría que ser suficiente

justicia.

Lanzando el arma a un lado, se puso en cuclillas junto al hombre caído.

Una búsqueda rápida en los bolsillos de Frank no condujo a la llave para las esposas.

Sin más tiempo. Dio un salto a la cama, mareado.

—¡Date prisa! ¡Oh, Dios, estás sangrando!

—Estoy bien. —Él no lo estaba, pero eso no importaba ahora—. Pasa por encima.

Kat le dio espacio mientras él se arrodillaba y apretaba la unión entre su muñeca y la

esposa conectada al listón de la cabecera. Tiró con todas sus fuerzas, pero no

funcionaba. Necesitaba una palanca.

—¡H-Howard, el fuego!

El extremo de la colcha se encendió. Saltando de la cama, quitó la cubierta y la arrojó

a un rincón mientras el material era envuelto en el fuego.

El humo comenzó a espesarse. Kat tosió, sacudiendo la cabeza.

—¡Fuera!

—¡No!

Él redobló sus esfuerzos, esta vez recostado y plantando un pie contra la cabecera de la

cama mientras empujaba. Los músculos se agruparon, estirándose con el esfuerzo. El

listón se inclinó y escuchó un crujido en la madera que comenzó a ceder.

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Cuidando de no romper su mano, le dio una patada al debilitado listón. La madera se

rompió y ella estaba libre, las esposas colgando de la muñeca.

—¡Vamos! —Agarrando su brazo, la jaló de la cama justo mientras ardía en llamas.

Sacó a Kat por la puerta, pero ella estaba cojeando mucho. Sin interrumpir la marcha

o dar un vistazo para su aspirante a asesino, la puso en sus brazos. Acunando a su

preciosa carga contra su pecho, se movió rápidamente por el pasillo, hacia la puerta

principal.

Hacia la libertad.

Cambiándola de lugar, abrió la puerta y se empujó fuera. Hacia el aire limpio y fresco.

Vagamente, fue consciente del calor pegajoso saturando su parte media y la parte

delantera de su sudadera. La sangre bombeó con cada paso tambaleante, cada latido

del corazón, fluyendo constantemente.

Los dedos de ella entrelazados en su pelo.

—Me puedes bajar —susurró ella, levantando la cabeza para besar su mejilla.

—Nunca —prometió él, abrazándola con más fuerza.

Se las arregló por los escalones y comenzó a cruzar el césped, aturdido por la visión de

decenas de vehículos y luces intermitentes. Los policías y los hombres del equipo

SWAT en el perímetro, bajando sus armas. Detrás de la línea de la policía, varios

camiones de bomberos bloqueaban la calle y un par de ambulancias esperaban.

Vio a su equipo, saludando, uniéndose al coro de aplausos. Bentley, quien había

estado de pie con ellos, comenzó a hacer su camino a través de la multitud hacia su

hijo.

Curiosamente, mientras llevaba a Kat hacia la seguridad, los aplausos se convirtieron

en gritos. Gritos frenéticos. Una mirada de pánico floreció en la cara de Bentley. Sean

y su equipo se estaban moviendo ahora, pero no de alegría.

—¡Abajo, abajo!

Un sonido alto dividió el aire. Howard dio un salto, sin aliento, tratando de mantener

su agarro sobre Kat. Sus piernas cedieron y cayó de rodillas. Cayó de bruces en el

suelo, doblando su cuerpo alrededor de ella, protegiéndola.

Una andanada de disparos salpicó la noche como petardos. Una vez y terminó en unos

pocos segundos.

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—¿Howard? —Kat se retorcía debajo de él, los ojos desorbitados por el miedo—. ¿Qué

pasó?

—Kat… —Su aliento saliendo en un silbido. Pensó que había conocido el dolor.

Estaba equivocado.

Garras al rojo vivo de dolor se extendieron por su espalda, envolviéndose alrededor de

su pecho contrayendo sus pulmones. Incendiándolos. Aturdido, vio el caramelo de pez

de su bolsillo delantero esparcido sobre la hierba como si fuera confeti. Qué cosa tan

estúpida para darse cuenta.

Más gritos. La gente corría hacia ellos. Manos los separaban. Alejando a Kat de él.

—No —gimió.

—Déjenme ir, ¡carajo! —Su cara angustiada apareció por encima de él, sus manos

suaves ahuecaron sus mejillas. Las lágrimas corrían por sus mejillas sin control—. Oh,

Dios, no. No me dejes, no ahora. ¿Me has oído, teniente?

Alargó la mano hacia ella, determinado. Ella tomó su mano y él la apretó con la

esperanza de tranquilizarla.

—Te amo —susurró—. Debería habértelo dicho… antes…

—Te amo, también. Mucho. —Su rostro contraído—. No vas a morir. No te dejaré.

—Kat, muévete a un lado para que podamos ayudarlo —dijo Julian, suave pero

firme—. Puedes quedarte donde lo puedas ver.

Un crujido distinto llegó a sus oídos.

—Mi casa…

—Puede ser reconstruida, hijo —dijo Bentley, con expresión sombría. Les ordenó a

Sean y Jules—. Ayúdenme a voltearlo.

La camiseta de Howard fue levantada y enrollada a su costado. Algo golpeó en su

espalda. Vendaje compresivo. Ellos lo pusieron boca arriba otra vez, repitiendo el

procedimiento sobre la herida en el abdomen, y luego colocaron una IV.

Su mirada chocó con la de su padre.

—¿Está… muerto?

Bentley asintió con la cabeza.

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—La policía acabó con él.

—Bien. Papá… —Tenía que decirle a su padre, quería que él supiera…

—No hables, hijo. —Los labios de su padre se estremecieron e hizo un visible esfuerzo

para controlar sus emociones—. Tenemos un montón de tiempo.

Howard no estaba tan seguro. Mientras lo subían a una camilla y lo cargaban en la

ambulancia, empezó a temblar, helado hasta los huesos. Nadie tuvo que decirle que

sus heridas eran malas. Luchó por cada aliento, con cada onza de su fuerza de

voluntad.

Una batalla perdida. Sus pulmones eran de hierro pesado, tomar aire era casi

imposible. Él conocía los signos. Colapso pulmonar, daños internos. Conmoción.

Tosió, la sangre burbujeando en sus labios.

Llenando su boca, lo ahogaba.

—Howard —sollozó Kat—. Por favor no me dejes.

El grito lúgubre de la sirena del vehículo se perdió en la distancia, mientras sus oídos

estaban rellenos de algodón.

—Te… amo…

A pesar de su esfuerzo monumental para quedarse con su ángel, su visión se atenuó.

Su escaso dominio sobre la vida se deslizó.

Y él cayó, abajo en un pozo profundo.

Como el final de una película desvaneciéndose en negro, su mundo desapareció.

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Traducción SOS por Paaau y Liseth_Johanna

Corregido por kathesweet

at no creía posible que una persona pudiera llorar tanto sin hacerse daño

físico.

Howard no podía irse.

En la ambulancia, mientras Julian trabajaba desesperadamente para

salvarlo, ella había visto la chispa en sus hermosos ojos café apagarse hasta que no

había nada más que canicas blancas. Ningún indicio de vida, del hombre que solía

residir ahí.

Su mejor amigo y protector. El hombre que la amaba.

El corazón de él dejó de latir. Y el de ella también.

Julian hizo todo lo posible, trabajando febrilmente, reiniciando el órgano en varias

ocasiones.

Pero cuando los doctores y enfermeras llevaron a Howard hacia el quirófano, estaba

clínicamente muerto.

Muerto cuando llegó.

Tres palabras imposibles, crueles, la despojaron de su alma. El sedante que una

enferma había inyectado en su brazo para calmarla y detener sus frenéticos gritos,

había hecho efecto, pero sólo en el exterior.

Se sentó acurrucada en una silla en una esquina de la sala de esperas, los brazos

alrededor de sus piernas, conmocionada. Cada fibra de su ser lloraba por él. Por saber

qué pasaba detrás de las puertas cerradas. Por tocarlo y sostenerlo.

Un delgado brazo se posó sobre sus hombros, acercándola.

K

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—¿Estás segura de que estas bien? Físicamente, quiero decir.

Inhaló el aroma familiar de su hermana, batallando con un flujo de lágrimas frescas.

—Sí, ellos me revisaron. Un ojo negro y un tobillo torcido. Poca cosa comparado con

lo que Howard…

Su garganta quemó.

—Shhh, te tengo, arvejilla.

El apodo cariñoso de Grace para ella le llegó. Con un gemino de dolor animal, bajo,

enterró su cara en el hombre de su hermana y sorbió. Lloró hasta que cayó exhausta,

ciertamente se había marchitado por falta de humedad, como una plana seca. Grace

acarició su cabello, palmeó su espalda mientras ella se disolvía en hipos.

—Traté de localizar a mamá y a papá, pero creo que fueron a cenar con Joan y Greg

—murmuró Grace—. No contestan sus celulares. Trataré de nuevo más tarde.

—Está bien. —Kat los amaba profundamente, pero no podía lidiar con sus padres, con

sus cientos de horribles preguntas cuando supieran lo que pasó. No ahora.

Grace se hizo hacia atrás un poco, alisando el cabello enredado de Kat de su rostro

húmedo.

—¿Cómo estuvo tu charla con el Detective Ford?

—Bien. Es realmente agradable. Le dije lo que pasó, y todo lo que Frank Whitlaw

admitió. —Sorbió, triturando su ya destrozado pañuelo—. Reunirá un equipo para

buscar detrás de la vieja casa de Whitlaw por los restos de Liz Whitlaw. Si el monstruo

no estaba mintiendo, la encontraran. Es todo lo que puedo hacer por Howard ahora

mismo. Darle un poco de paz, ¿sabes? —Su voz se quebró, pero mantuvo el control.

—Sí, lo sé. —Grace la acercó de nuevo.

Más temprano, los Mitchell habían desaparecido por un pasillo de la sala de

emergencias, y Kat asumió que habían sido trasladados a un cuarto privado para

esperar noticias. El área central de la sala de esperas de la sala de emergencia, estaba

lleno hasta el tope de bomberos y policías. Todos ellos amigos de Howard, orando por

su sobrevivencia.

Cuando un sombrío doctor apareció y anunció a la multitud que Howard había salido

con vida de la cirugía, su esperanza saltó. Se moderaron rápidamente cuando advirtió

que la condición del teniente era extremadamente crítica. Sus probabilidades se

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estaban midiendo, literalmente, en horas. Si sobrevivía hasta la mañana, quizás

sobreviviría.

—No me iré —informó Kat a su hermana, sólo en caso de que ella pensara forzarla en

ir a casa y descansar.

¿Y dónde estaba casa?

—Entonces tampoco yo, arverjilla. —Grace la abrazo fuertemente—. Tampoco yo.

***

Estaba enterrado.

Sofocándose en una fosa profunda y oscura. Solo. Comida para gusanos.

Como su madre.

¡No! Se negaba a caer tan fácilmente. Demasiados cabos sueltos. Demasiado por lo que

vivir.

Tenía que alcanzar a su ángel. ¿Cómo?

¿Howard? Bebé, vuelve a nosotros. Te amo.

¿Dónde estaba ella? Se estiró, pero no podía sentir nada. No sus dedos o sus pies. No

tenía voz.

Quizás ya estaba muerto. Un fantasma que se negaba a dejarla. Incapaz de aceptar su

muerte.

Tienes que vivir. Te necesito… tus padres te necesitan.

No muerto, pero estaba cerca. Encaramado al borde de la eternidad, su alma dividida

entre dos mundos.

Pero su corazón estaba en este, con ella. Así que luchó largo y duro por salir de la

nada.

Tan cansado.

El agotamiento lo llevó en contra de su voluntad, y la conciencia se disolvió en una

niebla negra.

El teniente estaba vivo porque quería estarlo, observaron los doctores.

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A pesar del hecho de que mantenía su cuerpo en un increíble estado físico, su

sobrevivencia no tenía otra explicación. Por días había estado tan cerca de la muerte

como alguien podía estarlo, y no había sucumbido.

Kat se movió en la incómoda silla junto a la cama de él, y dejo su revista a un lado

para estudiarlo. Pestañas oscuras curvadas contra sus mejillas sin afeitar.

Su rostro estaba demacrado, de cera. Si no fuera por el suave sube y baja de su pecho,

ella creería que estaba muerto. Sin embargo, debido a su increíble fuerza de voluntad,

él estaba regresando.

Hoy era el primer día que ella había podido dejar el terror de que él hubiese muerto.

Finalmente, él estaba respirando por sí mismo, y ayer había demostrado signos de

despertar. Abrió sus ojos sólo un poco y trató de hablar, pero rápidamente se hundió

de nuevo.

Una mejora preciosa. Mejor de lo que cualquiera de ellos se atrevía a esperar hace

unos días.

Howard se movió, movió su cabeza en la almohada hacia ella con un gemido, algo que

hacía a menudo. Ella se inclinó, y apoyó sus brazos en el colchón junto a su cabeza,

pasando sus dedos por su cabello de dos tonos. A él siempre le gustaba cuando ella

hacía eso, y a le gustaba pensar que la estimulación ayudaba a que estuviese conectado

con la vida. Con ella.

—¿Kat?

El chirrido de su hermosa, grave voz de barítono, la sorprendió tantos agonizantes de

ominoso silencio. Doblándose a su lado, comprobó el aumento de emoción

burbujeando en su pecho. Él había ido tan lejos; este brote de vigilia puede no durar.

—Estoy aquí, bebé. Ven, guapo, abre esos hermosos ojos para mí.

Y lentamente, milímetro a milímetro, lo hizo. La miró a través de pestañas

puntiagudas, viéndose mareado y perdido, pero maravillosamente vivo. Un milagro.

—Bueno, hola ahí —dijo ella suavemente, acariciando su mejilla—. Es bueno tenerte

de vuelta.

Él pestañeó en respuesta, la conciencia volviendo a su mirada. El conocimiento

inundó su cara. Alivio. Y amor.

—De verdad estás aquí —murmuró él, ido.

—De verdad estoy. Me quedo, también, hasta que salgas de aquí.

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—¿Sólo hasta entonces?

—Claro que no, tontito —bromeó ella. Él sonrió de vuelta, el esfuerzo agotado y

desestabilizado. Y hermoso.

—Te amo.

—Lo sé, y yo te amo más.

Howard la alcanzó, pero no tenía la fuerza para levantar sus brazos, así que ella tomó

su mano y la llevó a su cara, rozándola contra su mejilla.

—¿Mejor?

—Sí. —Él suspiró, como si necesitara tocarla para existir. La estudió, más nítida

ahora. Más y más consciente.

—Tus moretones están sanando.

Ella sonrió.

—La hinchazón alrededor de mi ojo se ha ido. Ahora, si todos esos colores

interesantes se desvanecieran, sería feliz.

—Eres perfecta para mí.

—Eres parcial, pero gracias.

—¿Tu tobillo? —Frunció el ceño.

—Está bien. Deja de preocuparte por mí y concéntrate en mejorarte. —Dios Santo, el

hombre había tomado dos balas y caso había muerto, y estaba preocupado por sus

moretones y su tobillo torcido.

Exhalando un profundo respiro, él cerró sus ojos. Luego de unos minutos, los abrió,

mirándola con una intensidad sorprendente.

—Pensé que habías vuelto a dormir.

—No, sólo pensando.

—¿Acerca de tu madre? —Adivinó, odiando el flash de tristeza que causó la pregunta.

—Entre otras cosas.

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—Cariño, siento tanto lo que en verdad pasó con ella. —Ella besó sus dedos,

apretando la mano de él contra su pecho—. Lamento que hayas tenido que enterarte

de la forma en que lo hiciste.

—Yo también. O lo estaba, al comienzo. —Su mandíbula estaba apretada y su voz

quebrada—. Ahora sé la verdad. Nunca me dejó, Kat. Nunca lo habría hecho.

—Howard… —Lo que debía decirle a continuación, quizás sería lo más difícil que le

había dicho alguna vez a alguien. Y lo más duro de oír para él—. Le dije al Detective

Ford todo lo que Whitlaw dijo. Lo que dijo que había hecho con el cuerpo de tu

mamá. Buscaron por días.

Hizo una pausa. Dios, esto la estaba destrozando. Sólo podía imaginar cómo se sentía

él.

—Dime.

—Ella estaba ahí, en el jardín. Lo siento tanto.

—Todo este tiempo —dijo él con voz pequeña.

—Sí. Los registros dentales confirmaron su identidad.

Cayó un silencio extraño, él parecía perdido en sus pensamientos.

—Me gustaría realizar un funeral para ella. Algo pequeño y lindo —dijo después de un

tiempo.

—Tus padres y yo lo supusimos. Te ayudaremos a planearlo tan pronto como te

sientas mejor.

—Gracias —Sacudió su cabeza—. No puedo llorar por ella, ángel. ¿Por qué no puedo

llorar?

—Demasiado shock de una vez. Estás cansado. Pero lo harás. ¿Por qué no descansas?

—¿Kat?

—¿Hmm? —La intensidad estaba de vuelta.

—¿Quédate conmigo por siempre? ¿Por favor?

Para siempre. Su corazón se sacudió con esperanza, pero eso no significaba un

compromiso literal. Le dio una sonrisa coqueta.

—Trata de deshacerte de mí, amigo. Quizás tenga que usar la caña de pescar de nuevo.

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Los labios de él se levantaron.

—No puedo prometerte que no querrás hacerlo algunas veces. Pero si puede

soportarme… —Su voz se desvaneció. Estaba cansado, agotado.

—Oh, creo que puedo manejarlo. —No era una propuesta, pero ella tomó su petición

como un paso gigante.

Pasando rápidamente hacia la cama, presionó un suave beso en su boca.

Luego, se acurrucó a su lado, teniendo cuidado de no empujarlo.

Más contenta y feliz de lo que jamás se había sentido, Kat finalmente cedió a días de

morderse las uñas de terror, y se unió en sueños al hombre que amaba.

Cuando Howard despertó, esperaba encontrar a Kat a su lado. En cambio, Bentley

estaba en la silla junto a su cama, viendo la televisión colocada en la pared de su

habitación privada.

Mi padre. No el pedazo de excremento que casi lo había destruido, pero su hombre.

Un hombre de integridad y honor.

Un hombre al que él debería haber llamado papá mucho antes de haber sabido la

verdad.

Pasó una vida arreglando el dolor que causó.

Howard carraspeó.

—Hey.

La cabeza de su padre giró, su expresión inundada de alivio.

—¡Gracias a Dios!

Giró en su silla, descansando una gran mano sobre el brazo de su hijo.

—Kat nos dijo que despertaste por un tiempo ayer y hablaste con ella. Temíamos que

hubieses recaído.

¿Ayer?

—No es de extrañar que me sienta descansado —bromeó él. El hombre mayor no

sonrió.

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—Estoy tan malditamente feliz de verte despierto. Cuando ese hijo de perra tropezó

hasta el portal y te disparó en la espalda, pensé que te habíamos perdido… —

Visiblemente afectado, su padre se reunió—. No lamento la muerte de Whitlaw.

—Yo tampoco.

—Supongo que quieres respuestas. —Se veía incómodo. Asustado.

—Kat te dijo que Fran reveló que tú eres… mi verdadero padre. —Listo. Ahora el

tema estaba sobre la mesa.

—Sí. Es una dama especial, tu Katherine.

—Sí, lo es. No cambies el tema.

—No iba a hacerlo. —Su padre dejo salir un fuerte suspiro, pasando una mano por su

cara. Parecía como si hubiese envejecido una década desde que su hijo casi muere.

—Comienza por el principio. Por favor. —Se enmendó, suavizando su tono. No

quería que Bentley —papá— creyera que él albergaba rabia o culpa.

—Está bien. —Acomodándose en su silla, cruzó sus brazos sobre su ancho pecho, una

mirada lejana en sus ojos—. Intimé con Liz una vez, antes de conocer a Georgie. Sólo

una vez. No tenía idea de que Liz era casada. Cuando la vi en Sugarland diez meses

después con un niño en brazos, estaba atónito.

Howard podía imaginárselo.

—¿La confrontaste?

—Por supuesto que sí. Claramente, estaba aterrada, seguía mirando alrededor para ver

quién podía escuchar. Fue entonces cuando me dijo que estaba casada con Frank

Whitlaw. Infiernos, todos conocían a ese borracho y lamentable imbécil. Siempre

provocaba problemas, y quiero decir, como el diablo. Pero nadie sabía de su esposa

porque la mantenía en casa atada con una correa la mayor parte del tiempo.

—Lo recuerdo. —La tristeza tras su bonita sonrisa. Las profundas cortadas y

moretones. Pero él no se lo dijo a su padre. El hombre cargaba suficiente culpa por no

darse cuenta de la extensión de la horrible situación de su madre en casa.

—Cuando demandé saber si eras mío, su miedo fue una cosa palpable, ella rogó dejar a

un lado el tema. Suplicó. Nunca admitió que eras mío y entendí que no podía hacerlo

sin incurrir en la furia de Whitlaw. Al final, accedí a quedarme fuera de ello porque

parecía darle algo de paz.

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Página | 306

—No sabías lo malas que eran las cosas para nosotros.

—No, lo juro —dijo él, tristemente—. Y Dios es mi testigo. No estaba enamorado de

ella, y ella tampoco de mí. Ella llegó a la ciudad una noche, un raro aplazamiento,

dijo, aunque no sabía de qué, en aquel momento. Estábamos solos y pasamos unas

cuantas horas, juntos, luego partimos por caminos distintos. Pero si hubiera

sospechado que ese monstruo estaba brutalizando a mi hijo, él habría estado enterrado

en ese jardín en lugar de tu madre.

Esto explicaba mucho acerca de la tortura de Fran, su odio. Él había sabido de la

traición de Liz, que Howard no era suyo, y aquello lo llevó al límite. De la tacañería a

la activa crueldad, a algo incluso más malvado.

—Ella te amaba con locura —continuó su padre—. Las pocas veces que la vi traerte a

la ciudad en esos cinco años, cualquier podía ver cómo te consentía. Debí haber sabido

que nunca dejaría la ciudad sin llevarte consigo. Pero las autoridades dijeron que se

había ido y no podían encontrarla, así que lo dejé así.

Y la amaba. Ella era todo mi mundo.

Howard luchó contra una ola de dolor.

—Ahora sabemos que no fue así. Es raro, pero saber lo que en verdad pasó hace que

duela menos. ¿Está eso mal?

—No, hijo —Bentley sacudió la cabeza—. Es natural que sientas cierta liberación al

saber que tu madre no te abandonó para ser atacada hasta casi morir por Whitlaw. Iba

a dejarlo y escapar contigo, y la atraparon.

Ahora venía lo duro. La principal pregunta que estaba quemando el vacío de su

corazón.

—¿Por qué no me dijiste que eres mi padre? ¿Por qué?

La cara de Bentley palideció.

—No tengo excusas, pero tenía algunas razones validad al principio. ¿Recuerdas que

viniste con Georgie y conmigo? Estabas asustado. No hablabas. No confiabas en nadie

y tuviste pesadillas por años. Pensamos que jamás llegaríamos a ti, y para cuando

finalmente lo logramos no había forma de que yo arriesgara tu progreso, de ninguna

manera. Tu mundo ya había sido destrozado una vez. Pensé que te lo diría… algún

día. Luego, algún día llegó y se fue. ¿Cuál era el punto en sacar todo a la luz después?

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Oh, había más. Mucho más en el razonamiento de su padre de lo que había admitido.

Así que Howard lo hizo por él.

—Pensaste que te culparía por los años que sufrí con Whitlaw. Que me perderías si me

enteraba. —Él dudó, luego dejó salir la cruda verdad—. Creías que no te quería como

un hijo debe amar a su padre.

—Que Dios me ayude. —La barbilla de Bentley descendió hasta su pecho—. ¿Algún

día me perdonarás?

—No hay nada que perdonas… Papá —Tragando con fuerza, abrió sus brazos—. Te

quiero. Siempre te he querido.

Con un ronco sollozo, su padre se volvió hacia su abrazo. Cuidadosamente, sin

embargo, para no herir a su hijo. Howard aguantó sus propias emociones en un

delgado hilo. Él no lo había sabido, pero había estado esperando este momento toda su

vida.

—Oye, ¿crees que Georgie se molestaría mucho si la llamo Mamá?

Lanzando una risa llorosa, su padre se enderezó, secándose los ojos.

—Hijo, creo que eso la haría la mujer más feliz del mundo.

Howard sonrió, incapaz de dejar guardarse un poco de masculina y petulante

satisfacción.

—Por supuesto, exceptuando a Kat. Le voy a pedir que se case conmigo.

Bentley intentó poner una cara sombría y falló.

—No vivirá con ellos ahora.

—Pero será divertido intentarlo, ¿huh?

—La mayor parte del tiempo. —Su padre rió y enarcó una ceja—. Pero puede que

quieras esconder la caña de pescar.

***

El día del funeral de Liz Whitlaw tuvo un amanecer soleado y no muy frío para ser

mediados de Diciembre. Exactamente el tipo de d día que su madre habría amado, dijo

melancólicamente Howard aquella mañana mientras se vestía en el apartamento de

Kat.

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Seis semanas después del tiroteo que casi lo había matado, Howard se elevaba

imponente e impresionante en su traje oscuro. La luz del sol iluminaba su puntudo

cabello, que ya había recuperado su brillo saludable una vez más. Su piel ya no estaba

pálida y sus mejillas se habían llenado con el peso que había recuperado después de

perder tanto mientras estuvo en el hospital.

Su recuperación había sido lenta y dolorosa, pero aun así, a través de una pura

determinación y trabajo duro, estaba recuperando su fuerza. Bentley y sus amigos se

habían visto forzados a sobornar, rogar y, finalmente, amenazarlo con hacerlo

quedarse en casa otras dos semanas.

En Enero, se había reincorporado al turno-A. Kat nunca había conocido a un hombre

más maravilloso e increíble. A su lado, Howard, agradecía al último grupo mientras

salían del cementerio.

Sus padres ya habían dado su despedida después de contarle todo. Sus amigos habían

venido a apoyarlo y, tan agradecido como había estado él por eso, ella podía asegurar

lo cansado y encantado que estaba de que este día se terminara. De encontrar por fin,

un cierre al asunto.

Aún en seis semanas él no había derramado una lágrima por la muerte de su madre.

Incluso hoy, de todos los días. Kat estaba un poco más que algo preocupada por él.

—El funeral estuvo lindo —dijo ella, tomándolo de la mano.

Él asintió, dando un apretón a sus dedos.

—Sí, lo fue. Me encantó haberle devuelto la cruz de plata. Ella solía usarla todo los

días.

Su anillo de bodas, lo había guardado sin una palabra.

Él se quedó mirando fijamente al ataúd blanco aún en el piso. Tentativamente, se

inclinó, puso su mano libre en la superficie suave, acariciándola con su pulgar.

—Ella nunca me abandonó —susurró él, repitiendo las crudas y desgarradoras

palabras que había pronunciado en el hospital hacia seis semanas. Su boca tembló—.

Nunca me dejó, Kat. Estaba sola, abandonada en la tierra por todos estos años y

pensé… creí lo peor de ella.

Su gran cuerpo se estremeció y ella pensó, aquí viene. La ruptura del dique. Se movió

para quedar frente a él.

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—No, cariño. Mira dentro de tu corazón y encontrarás que, en realidad, jamás creíste

que tu madre te hubiera hecho eso. Ni por un segundo.

—Yo… —Su rostro se arrugó—. Oh, Dios.

Envolviéndola en sus brazos, Howard la apretó contra su pecho. Empezó a temblar.

Y el dique se rompió. Un sollozo rasgó su garganta y luego otro. La inundación llego y

él lloró como ella nunca había visto llorar a un hombre antes. Un gran torrente de

dolor que limpiaba su alma. Tanto como su dolor la lastimaba, él necesitaba sacarlo

todo. Este día había sido más que treinta años regresando. Él necesitaba esto.

Siguió aferrándose a ella bastante tiempo después de calmarse. Silenciosamente, le

pedía su fuerza, su tranquilidad, y se los dio de buena gana. Cualquier cosas para que

finalmente encontrara paz.

—Cariño, ¿estás bien? —Le acarició la espalda, amando el calor de su cuerpo

presionando contra el de ella.

—Sabes que sí. —La besó en la cima de la cabeza—. Mejor que bien por primera en

vez en toda mi existencia. ¿Lista para irte?

—Puedes apostarlo. —Girándose, él se besó los dedos y luego los presionó contra el

ataúd—. Te quiero, Mamá. Hasta luego, por ahora.

Cogidos de la mano, caminaron al camión. Kat lo miró desde la esquina de su ojo. Él

parecía más ligero. Más relajado de lo que había estado alguna vez. Cuando llegaron a

su apartamento, Howard se quitó el abrigo y la corbata con alivio, lanzando ambos a

la esquina de su dormitorio. Después, desabotonó su camisa blanca, tirando del traje

fuera de sus pantalones.

—Sí, eso se siente bien.

Desnudo estaría mejor, pero decir eso ahora, difícilmente parecía apropiado. En su

lugar, se quitó sus molestos tacones.

—Nada mejor —gimió, moviendo los dedos de sus pies.

Dejándose caer en la cama, él acarició las sabanas.

—Ven y relájate conmigo un rato.

—Es un placer. —Sin molestarse en quitarse el vestido, se acomodó, apoyando la

cabeza en su hombro mientras sus brazos la rodeaban.

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—He estado pensando que este lugar es un poco pequeño para un tipo como yo —

empezó, en tono casual—. Ocupo mucho espacio.

—No estarás atrapado aquí por mucho. Los carpinteros terminaran tu casa pronto y

podrás regresar. —Apenas atreviéndose a respirar, dejó que la frase colgara. En el

hospital, él le había pedido que se quedara con él por siempre. ¿Había cambiado a

opinión?

—Sí, pero el punto es que, después de lo que sucedió… No quiero regresar allí. Me

temo que el contaminante de Whitlaw siempre colgara entre nosotros allí.

—¿Entre nosotros?

—Mírame, amor. —Levantó su barbilla, mirándola a través de sus pestañas—. Te

necesito conmigo a donde sea que vaya. En mi vida, a mi lado. He decidido poner en

venta mi casa. ¿Qué dices si buscamos un nuevo hogar? Nuestro hogar, juntos. Aquí

en Sugarland, o cerca, para que ambos podamos conservar nuestros trabajos.

—¿T-tú quieres que vivamos juntos? ¿Permanentemente? —Su corazón se aceleró. Ella

quería mucho más.

Él le dio una hermosa y deslumbrante sonrisa. Tomó un tembloroso respiro.

—Katherine McKenna, ¿me harías el honor de convertirte en mi esposa?

—Oh —chilló ella—. Oh, Dios. ¡Sí! ¡Sí, sí, sí!

Saltando, se levantó el vestido y se sentó a horcajadas en sus caderas. Tomó su rostro

entre sus manos, salpicándolo con besos. Mordisqueándolo y provocándolo. Su

retumbante risa resonó bajo su asalto hasta que el sonido se disolvió en un rasposo

resuello. Arrepentida, ella retrocedió.

—¡Oh, Dios! ¿Te lastimé?

—No —jadeó él—. Prefiero esto a la caña de pescar.

—Tipo gracioso. —Aliviada, capturó su boca en un lento y sensual beso, cuidando no

zarandearlo.

—¿Ángel?

—¿Hmm? —Sus dedos abriendo su camiseta y empezaron a investigar

concienzudamente su musculoso pecho.

—Vamos a ir a comprar un anillo de compromiso mañana.

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¡Siiiiiiii! Su mujer interna gritó con júbilo. Howard Paxton era todo suyo. En su lugar,

murmuró en sus labios:

—No necesito un anillo. Todo lo que necesito es a ti.

Él sonrió burlonamente.

—Mentirosa. Sabes que quieres uno enorme.

Atrapada.

—Uno que pondrá tus ahorros de vuelta en las Épocas Oscuras. —Le hizo cosquillas a

una tensa tetilla masculina con su lengua.

—Lo tienes, mi amor. —Estuvo de acuerdo él, con la voz drogada por el deseo.

Animada, se escabulló. Alcanzó su cierre.

—Los diamantes no son la única cosa que prefiero en tamaño extra grande, Teniente.

¿Estás muy cansado para celebrar apropiadamente?

—Oh, se necesita mucho para derribar a un tipo grande. —Él destelló una malvada

sonrisa—. ¿Lo ves?

Liberó su larga y dura erección y envolvió sus dedos alrededor del caliente eje. El

gemido de placer de él fue como una dulce música.

—Ciertamente lo veo. —Lo ayudó a quitarse los pantalones y los calzoncillos, luego,

rápidamente se desvistió—. Quiero montarte.

—Por favor. Móntame, nena.

Sentándose a horcajadas una vez más, guió la cabeza de su polla a su húmeda

abertura. Lo necesitaba tanto, este hombre sería su marido. Compartían mucho más

que sexo. Era una verdadera unión entre un hombre y su mujer.

Abrazando sus manos en su pecho, se empaló a sí misma sobre él. Lo envió

profundamente dentro de ella.

—Ahhh, Sí. Móntame, dulce ángel.

Inclinándose sólo un poco, bombeó su eje. Adentro y afuera, su liso calor uniéndose,

creando chispas de fuego. Creciendo más y más para barrer con ambos. Lenta y

deliciosamente, su clítoris golpeando su longitud. Volviéndolos locos.

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Cuando Howard no pudo aguantar más, la hizo rodar sobre su espalda sin siquiera

dejar de llenarla. Movió sus cadenas en un perfecto ritmo con las de ella, sin prisas.

Elevándose con ella, besándola profundamente y con sincera pasión. Esto era diferente

al hirviente calor sexual que habían compartido antes. Era más completo. Más… todo.

No había dudas, no había preguntas sin respuesta entre ellos.

Esto era hacer el amor.

Alcanzaron la cima juntos y él se derramó en ella, enterrando las manos en su cabello,

susurrando:

—Te amo tanto. Dios, te amo. —Una y otra vez, este momento se grabó en el alma de

ella por siempre.

—Y yo te amo a ti —Ella enterró su rostro en su cuello, inhalando su esencia,

bebiéndoselo.

Apoyándose en sus codos, Howard la miró con aquellos hermosos ojos marrones en

los que podía ahogarse.

—Soy tuyo, por siempre.

—¿Lo prometes? —Trazó sus sensuales labios con un dedo.

—Incluso mejor, ángel. Te lo mostraré.

Y lo hizo. Sosteniéndola más cerca, Howard empezó a moverse dentro de ella.

Llevando a su dama a nuevas alturas, haciendo valer muy bien su promesa.

Una vez más.

Y una y otra vez.

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Siguiente libro:

¡No se vuelve más caliente que esto!

Zack combate incendios y salva vidas, sin

embargo, su propia sed de vida se ha

secado… hasta que llega al rescate de una

bailarina exótica de lengua afilada llamada

Corrine Shannon quien pronto tiene al héroe

normalmente tímido ardiendo fuera de

control.

Pero justo mientras son consumidos por las

llamas de la pasión, se encuentran bajo el

fuego de dos enemigos implacables con

cincuenta millones de razones para tener

éxito. ¿Pueden ellos soportar el calor mientras

están intentando salvar sus propias vidas… o

su recién comenzado romance se extinguirá

tan rápido como comenzó?

Traducida por Niii

Corregido por majo2340

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Sobre la autora:

Jo Davis pasó dieciséis años en las trincheras de la escuela

pública antes de que dejara la enseñanza para perseguir su

sueño de convertirse en escritora a tiempo completo.

Actualmente Jo escribe suspenso romántico y erótico para

New American Library y es miembro activo de los

Romance Writers of America. Ha sido finalista para el

Premio de Escritores Románticos de Excelencia de

Colorado, ha ganado el Premio de la Medalla al Mérito

HOLT, y uno de sus libros tiene opciones de convertirse en

una película.

Actualmente Jo está trabajando en más historias para sus

sexys héroes ―Los Bomberos de la Estación Cinco‖, así como para la Serie Agencia

SHADO para NAL Heat. Jo vive en Tejas con su esposo, Paul, y sus dos hijos.

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